ponencia atilio borón ix seminario marx vive

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Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual 1 Atilio A. Borón Se me ha pedido que comparta con ustedes algunas observaciones sobre el tema de la paz y la guerra en el capitalismo actual. Es, sin duda, un asunto de la mayor importancia porque el capitalismo estuvo desde su nacimiento asociado a la guerra y al arte militar. Diversos escritos de Marx y Engels así lo confirman, tanto como sus cuidadosos seguimientos de las guerras en curso dentro y fuera del continente europeo. En su Introducción General a la Crítica de la Economía Política, de 1857, Karl Marx nos dice que “la guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el maquinismo, etcétera, han sido desarrollados por la guerra y en los ejércitos antes que en el interior de la sociedad burguesa.” 2 De los dos jóvenes amigos fue Friedrich Engels quien se especializó en el estudio sistemático de la problemática militar. Este, a quien por su pasión por las cuestiones de la guerra Marx lo había apodado como “el general”, dejó innumerables escritos dispersos a lo largo de su obra que son una fuente fundamental de reflexión sobre el tema que nos ocupa. 3 Va de suyo que no será el objetivo de esta presentación indagar en las reflexiones de Marx y Engels sobre la materia. Tampoco haré un examen 1 Conferencia inaugural realizada en el IX Seminario internacional Marx vive, “Guerra y paz en el capitalismo actual”, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 9 de marzo de 2015. 2 En Cuadernos de Pasado y Presente 1 (Córdoba: 1974), pp. 56-57. 3 En una carta a Joseph Weidemeyer en la cual le pedía libros y artículos sobre la cuestión militar y las guerras le dice que se había propuesto estudiar a fondo el asunto “por la inmensa importancia que le debemos asignar al mismo con vistas a la próxima insurrecciòn de la clase obrera.” Cf. F.E., “Carta Weydemeyer”, 19 de Junio de 1851.

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Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual I. Caracterización de la fase actual del capitalismo: la tercera ola de la expansión imperial. II. Factores explicativos III. El lugar de América Latina y el Caribe IV. Conclusiones

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Page 1: Ponencia Atilio Borón IX Seminario Marx Vive

Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual1

Atilio A. Borón

Se me ha pedido que comparta con ustedes algunas observaciones

sobre el tema de la paz y la guerra en el capitalismo actual. Es, sin duda,

un asunto de la mayor importancia porque el capitalismo estuvo desde su

nacimiento asociado a la guerra y al arte militar. Diversos escritos de Marx

y Engels así lo confirman, tanto como sus cuidadosos seguimientos de las

guerras en curso dentro y fuera del continente europeo. En su Introducción

General a la Crítica de la Economía Política, de 1857, Karl Marx nos dice que “la

guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que

ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el

maquinismo, etcétera, han sido desarrollados por la guerra y en los

ejércitos antes que en el interior de la sociedad burguesa.”2 De los dos

jóvenes amigos fue Friedrich Engels quien se especializó en el estudio

sistemático de la problemática militar. Este, a quien por su pasión por las

cuestiones de la guerra Marx lo había apodado como “el general”, dejó

innumerables escritos dispersos a lo largo de su obra que son una fuente

fundamental de reflexión sobre el tema que nos ocupa.3

Va de suyo que no será el objetivo de esta presentación indagar en las

reflexiones de Marx y Engels sobre la materia. Tampoco haré un examen

1 Conferencia inaugural realizada en el IX Seminario internacional Marx vive, “Guerra y paz

en el capitalismo actual”, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 9 de marzo de 2015.

2 En Cuadernos de Pasado y Presente 1 (Córdoba: 1974), pp. 56-57. 3 En una carta a Joseph Weidemeyer en la cual le pedía libros y artículos sobre la cuestión militar y las guerras le dice que se había propuesto estudiar a fondo el asunto “por la inmensa importancia que le debemos asignar al mismo con vistas a la próxima insurrecciòn de la clase obrera.” Cf. F.E., “Carta Weydemeyer”, 19 de Junio de 1851.

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del corpus de teorizaciones en torno a la guerra surgido al calor de la

Primera Guerra Mundial, en donde Lenin, Trotksy, Rosa Luxemburg,

Kautsky y, más tarde, Gramsci, se refieren extensamente al tema. El

propósito de esta intervención está fuertemente signado por las exigencias

que impone la coyuntura y, por consiguiente, me limitaré a invitar a los

lectores y a quienes están aquí presentes a incursionar en esos escritos

militares de los padres fundadores y de las principales figuras del

marxismo clásico. En todo caso será suficiente señalar aquí que en la

medida en que la tradición marxista coloca en el centro de la dinámica

histórica el enfrentamiento social era tan sólo lógico que sus análisis

sociológicos y económicos terminaran refiriéndose, de una u otra manera,

a la guerra social, desarrollada abierta o encubierta. Por eso en el célebre

Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels hablan de “la guerra civil

más o menos encubierta” que se desarrolla en las sociedades burguesas y

de ahí también la permanente referencia a los escritos sobre la guerra de

Carl von Clausewitz, el más importante teórico de la guerra en aquellos

tiempos.4

Dicho lo anterior vayamos al grano.

I. Caracterización de la fase actual del capitalismo: la tercera ola de la

expansión imperial.

La expansión/mundialización del modo de producción capitalista es

un rasgo estructural de este sistema económico. Adquiere un impulso

especial luego de la Segunda Revolución Industrial que, a mediados del

4 Agradezco a Paula Klachko por haberme llamado la atención sobre este asunto, así como su muy cuidadosa lectura de la primera versión de este trabajo. De esta misma autora recomiendo muy especialmente el libro escrito conjuntamente con Katu Arkonada: Desde abajo, desde arriba. De la resistencia popular al gobierno. Escenarios y horizontes del cambio de época en América Latina (en prensa en Cuba,México y País Vasco)

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siglo diecinueve, modificó radicalmente el panorama de los transportes y

los medios de comunicación. La revolución en la navegación y el

ferrocarril, y la telegrafía sin hilos dieron un nuevo impulso al comercio

mundial y a la expansión territorial del capitalismo. Poco más de un siglo

después, en la época actual, las telecomunicaciones, la Internet y los

avances en los transportes aéreo, marítimo y terrestre producirían

idénticos resultados pero en una escala incomparablemente mayor.

Hoy estamos inmersos en lo que apropiadamente podría llamarse “la

tercera ola” de la expansión imperialista. La primera tuvo su origen como

colofón de la Segunda Revolución Industrial y logró que las principales

potencias coloniales europeas se repartiesen el mundo, pillaje consagrado

y legalizado en la Conferencia de Berlín de 1884-85 que si bien tuvo como

eje de las discusiones el desmembramiento de África también tuvo

implicaciones para el resto de los países que luego serían denominados

como el Tercer Mundo. Las consecuencias de esta división criminal e

irresponsable la sufren muchos pueblos hasta el día de hoy. La tragedia

que enluta a muchos países africanos y al Medio Oriente tiene en esa

conferencia una de sus causas más significativas. Esta primera ola de

expansión imperialista culmina con la carnicería de la Primera Guerra

Mundial, el derrumbe de cuatro imperios: el Zarista, el Alemán y el Austro-

Húngaro y, en cámara lenta, el Otomano; y nada menos que con el triunfo

de la Revolución Rusa, abriendo una nueva etapa en la historia universal.

Lo que sigue no es la paz sino un armisticio. Para algunos autores,

como Immanuel Wallerstein en varios de sus escritos, en realidad no hubo

dos guerras mundiales sino una, con una tregua de dos décadas hasta

que, realineadas las fuerzas y las alianzas, se produjo la batalla definitiva

en lo que normalmente se reconoce como la Segunda Guerra Mundial. Si

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en la anterior cayeron cuatro imperios, en esta se derrumbaron los dos

que quedaban en pie: el imperio británico y el francés, sobreviviendo en

extrema precariedad aventuras imperiales marginales como la de los

belgas y los holandeses. La Segunda Guerra Mundial, además, observó el

imprevisible y hasta increíble fortalecimiento de la Revolución Rusa, que

no sólo había sobrevivido a los horrores de la guerra civil y la invasión por

una veintena de ejércitos de las “democracias occidentales” dispuestas a

hacer lo que fuere necesario para acabar con la peste soviética sino que su

protagonismo fue decisivo para derrotar al Nazismo. No sólo eso: con la

derrota de las potencias del Eje se hundió también la vieja y compleja

estructura del sistema internacional cuya potencia integradora era el

Reino Unido para dar lugar a una más simplificada, de carácter bipolar y

que enfrentaba en la cúspide a dos potencias y sus aliados y vasallos:

Estados Unidos y la Unión Soviética.

La redistribución del poder económico, político y militar internacional

unida a la fenomenal destrucción de vidas humanas, territorios y fuerzas

productivas provocada por la conflagración no podía sino dejar profundas

huellas en la conciencia de la época, especialmente si se tiene en cuenta

que fue en ese marco cuando se realizaron los dos mayores atentados

terroristas de la historia universal: el bombardeo atómico sobre las

indefensas ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Suele decirse que la

segunda posguerra abriría el capítulo más esplendoroso de la historia del

capitalismo, el famoso “cuarto de siglo de oro” transcurrido entre 1948 y

1973. Fue en ese breve lapso que, según la recientemente fallecida teórica

marxista Ellen Meiksins Wood, el capitalismo dio lo mejor que podía

ofrecer: expansión de la ciudadanía, de los derechos sociales y laborales,

construcción de regímenes democráticos, fortalecimiento de las

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organizaciones populares, de los sindicatos, de los partidos comunistas.

Ese período llegó a su abrupto fin a mediados de los setentas con el auge

del neoconservadurismo en los países desarrollados y la implantación de

sangrientas dictaduras militares en casi toda América Latina y, tal como lo

asegurara Meiksins Wood, ya no volvería a repetirse. Con la desintegración

de la Unión Soviética el capitalismo retornó a su normalidad y las antiguas

conquistas fueron o bien suprimidas de plano o severamente recortadas, al

paso que las democracias burguesas fueron sufriendo una perversa

metamorfosis que las convirtió en vergonzantes plutocracias. La soberanía

popular europea descansa en los tentáculos de la Troika (Comisión

Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) que

saca y pone gobiernos a su antojo, como lo demuestran varios casos,

siendo Grecia el más resonante de todos, aunque lejos de ser el único. En

otras palabras, si la dominación del capital admitió aquellos avances en

materia de derechos ciudadanos y organización democrática fue debido a

la presencia amenazante de la Unión Soviética y el peligro de un “contagio”

con el “virus ruso” que diera por tierra los regímenes burgueses

imperantes en la época.

Pero como lo recuerda en su notable obra el historiador catalán Josep

Fontana entre el fin de la Segunda Guerra y el inicio del “cuarto de siglo de

oro” hubo tres años terribles. La URSS perdió 27 millones de vidas,

especialmente de varones jóvenes. La ocupación alemana arrasó 1.710

ciudades y unas 70.000 aldeas. Alemania y Japón vieron destruido gran

parte de sus territorios por los bombardeos. Y a esta devastación se sumó

el hambre, producto de la destrucción de la agricultura, la sequía que

arruinó las cosechas de 1946 y el inusualmente frío invierno de 1946-

1947. “A los millones de muertos causados por la guerra” –observa

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Fontana- “habría que sumarles otros millones de víctimas de las grandes

hambrunas de 1945 a 1947.” 5

Un tendal que sumando las gentes que murieron no sólo en el

escenario europeo sino también en el asiático, sobre todo a causa de los

horrores de la ocupación japonesa, se llega fácilmente a unos 100 millones

de personas sacrificadas en el altar de la tasa de ganancia del capital. Este

fue el necesario preámbulo de aquellos años “gloriosos” de 1948-1973, que

coincidieron con la veloz expansión del imperialismo norteamericano a

escala planetaria, cuyos orígenes se remontan a su expansión en la región

centroamericana y caribeña en las postrimerías del siglo diecinueve y,

sobre todo, a su secuestro de la victoria cubana sobre el colonialismo

español en 1898. Después de la SGM con el Reino Unido y Francia

desbaratados, sus colonias en franca rebeldía y sin rivales a la vista, la

expansión imperial norteamericana parecía que no conocería límites. Esta

fue la segunda ola imperialista, que coincide en términos generales con los

“años gloriosos”. Sólo que con la recuperación europea y japonesa, visible

desde los años sesentas, el paisaje del imperialismo comienza a reconocer

múltiples banderas y no sólo la de las estrellas y barras de Estados

Unidos. Las transnacionales norteamericanas poco a poco comenzaron a

verse desafiadas por la rápida aparición de grandes conglomerados

corporativos de origen europeo y japonés primero, y luego de otros países,

principalmente Corea del Sur.

La segunda ola imperialista culminó con el abandono del

keynesianismo, el retorno de la ortodoxia (al decir de Raúl Prebisch), el

auge de la globalización neoliberal impulsada por los enormes avances

5 Josep Fontana, Por el Bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945 (Barcelona: Pasado & Presente, 2011), p. 25

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tecnológicos en el campo de la informática, las telecomunicaciones y el

transporte. Todo esto en un clima conservador orquestado por un

formidable tridente reaccionario compuesto por Ronald Reagan, Margaret

Thatcher y el Papa Juan Pablo II. Al finalizar la década de los ochentas se

derrumba el Muro de Berlín y, poco después, se desintegraría la Unión

Soviética. Parecía entonces que la victoria de Occidente estaba asegurada y

así algunos intelectuales y académicos estadounidenses, de pensamiento

rápido que se mueve en la superficie de las cosas, concluyeron que había

llegado la hora del “nuevo siglo (norte)americano” y que de ahora en más la

estructura del sistema internacional sería “unipolar”. Ni lerdos ni

perezosos las corporaciones y las agencias del gobierno federal

comenzaron a alimentar financieramente a una fundación creada con el

objeto de elaborar la hoja de ruta de ese nuevo siglo que aparecía como tan

propicio para Estados Unidos. Centenares de académicos, expertos e

intelectuales se dieron a la tarea de diseñar los contornos de tan

promisoria jornada. Bill Clinton, en compañía de sus mayordomos

británicos hizo lo suyo: desmontó las últimas piezas que quedaban en pie

de las regulaciones financieras y creó el mundo soñado por Wall Street y la

City londinense. Parecía, efectivamente, que todo estaba bajo control. El

ALCA no era sino la manifestación hemisférica de este proceso de

reorganización global de un imperio sin rivales.

Pero, como lo dice Rubén Blades, “la vida te da sorpresas” y vaya si

las tuvo Washington. Primero que nada, en medio de estos himnos y

cantos de alegría por el nuevo siglo americano se producen los atentados

del 11 de Septiembre, el primer ataque en territorio norteamericano en

casi dos siglos. Recuérdese que Estados Unidos había participado en las

dos guerras mundiales sin que un tiro se disparase en su territorio.

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Súbitamente el país cayó en la cuenta de su terrible vulnerabilidad, y que

el enorme presupuesto militar no garantizaba su inviolabilidad. Si

militarmente Estados Unidos dejaba de ser inexpugnable, el vertiginoso

ascenso de China –no inesperado pero sí prematuro, según los analistas

del imperio, que lo estimaban para el año 2030 aproximadamente- junto

con el inquietante retorno de Rusia a los primeros planos de la política

mundial, la impetuosa entrada de la India en los asuntos internacionales y

la consolidación de una serie de potencias regionales como Brasil,

Sudáfrica, Indonesia, Corea del Sur y Turquía configuraron un escenario

global muchísimo más desafiante que el de la era bipolar. Porque ahora,

con la desintegración de la Unión Soviética y los avances de la informática

la no proliferación nuclear se convertía en una quimera, y la “seguridad

nacional” de los Estados Unidos demostraba ser más incierta que antaño.

Es en este escenario que la liberalización financiera y comercial, junto

con la violenta aplicación de las políticas neoliberales en casi todo el

mundo dio lugar al tercer ciclo de expansión imperialista, que

precisamente cobra impulso en la década de los noventas y que continúa

hasta nuestros días, incorporando profundamente como cotos de caza del

capital imperialista a regiones y países otrora vedados a sus ambiciones:

Rusia, los países del Este europeo, China, Vietnam, todo lo cual permite

hablar de un imperialismo recargado y estimulado por nuevos horizontes

en los cuales desarrollar sus proyectos. Varios son los signos distintivos de

este tiempo, pero quisiera llamar la atención sobre dos. En primer lugar, el

acelerado ritmo de concentración de la riqueza en todos los países desde

China a Estados Unidos, sin ninguna relevante excepción. Esto ha sido

denunciado recientemente por Oxfam en su reporte ante el Foro

Económico Mundial de Davos al señalar que según estimaciones oficiales

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al momento actual el 1 por ciento más rico de la población mundial

detenta el control del 51 por ciento de la riqueza del planeta, es decir, más

que lo que posee el 99 por ciento de la población mundial.6 En línea con lo

anterior, un estudio realizado bajo los auspicios de la Universidad de

Zurich ha demostrado que 147 mega corporaciones controlan el 40 por

ciento de la riqueza del planeta.7 La segunda seña de identidad de la fase

actual ha sido la intensificación de la carrera armamentista, el surgimiento

de varias zonas de extrema tensión bélica y el aumento en el número de

guerras y de sus víctimas. Hay en la actualidad tres puntos calientes en el

sistema internacional: el polvorín del Medio Oriente, infame consecuencia

de la rapacidad de Estados Unidos y sus compinches europeos que no han

hesitado un minuto en destruir países enteros (Líbano, Siria, Irak, Libia,

entre los más recientes) con tal de apropiarse de su petróleo, que es lo

único que les interesa. Han desencadenado una serie de dramas

humanitarios como el mundo no había visto desde fines de la SGM.

Segundo punto caliente: Ucrania y su extensión en Europa del Este, en

donde el afán de la Casa Blanca y la Unión Europea de contener al “oso

ruso” (¡que no soviético!) ha llevado a promover un golpe de estado en

aquel país, con el activo protagonismo del Departamento de Estado en la

persona de su Subsecretaria, Victoria Nuland, y desplazar las tropas de la

OTAN hacia la propia frontera ruso-ucraniana. Esto pese a que cuando se 6 Cf. https://www.oxfam.org/en/pressroom/pressreleases/2015-01-19/richest-1-will-own-more-all-rest-2016 7 Stefania Vitali, James B. Glattfelder, and Stefano Battiston, “The Network of Global Corporate Control”, PLoS ONE, October 26, 2011, http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0025995. El estudio fue el primero en observar 43.060 sociedades transnacionales y estudiar la tela de araña de la propiedad entre ellas. La investigación creó un “mapa” de 1.318 compañías del núcleo de la economía global. El estudio encontró que 147 corporaciones forman una “súper entidad” dentro de este mapa, controlando un 40 por ciento de la riqueza del planeta.

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derrumbó la URSS los líderes de las “democracias” occidentales juraron

solemnemente que la OTAN “no se movería ni una pulgada en dirección al

Este.” Se movieron varios centenares de kilómetros. El tercer punto

caliente se localiza en el Mar del Sur de la China, rico en petróleo, y que es

un territorio en disputa entre varios países: China, Japón y Vietnam, entre

los más directamente involucrados. Esta es una situación que puede

fácilmente salirse de control, al igual que las ya señaladas y de una

gravedad especial: Washington puede reaccionar tibiamente ante una

invasión de Rusia a Ucrania, o una retaliación de Moscú a Turquía por el

derribo del avión ruso. Pero no puede sino reaccionar con toda su fuerza si

China, el segundo presupuesto militar del planeta, decidiera atacar a

Japón.

En resumen, esta fase, tercera en la historia de la expansión

imperialista, presenta como todas las demás la guerra como su necesaria

contrapartida. Esta lacerante realidad demuestra, por enésima vez, los

errores de la teoría del super-imperialismo, o ultraimperialismo,

desarrollada en primer lugar por Karl Kautsky y continuada por muchos

de sus seguidores contemporáneos que insisten en rechazar la tesis de que

el imperialismo podría hoy, no necesariamente en el pasado pero sí hoy,

desembocar en una guerra entre potencias capitalistas. Pese a su glorioso

pasado soviético Rusia lo es, y con sus peculiaridades, también lo es

China. Y para los más recientes documentos del Pentágono y el Consejo de

Seguridad Nacional de Estados Unidos Rusia es, explícitamente, el

enemigo a derrotar. Aparte de ello hay que tener en cuenta que aún

durante los años del bipolarismo Estados Unidos-Unión Soviética, las

guerras proliferaron sin cesar en la periferia del sistema, y en la actualidad

el panorama lejos de haber mejorado no hizo sino agravarse.

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II. Factores explicativos

¿Cómo entender esta delicada situación actual? Sucintamente

hablando, y a riesgo de simplificar demasiado esta presentación, digamos

que hay tres rasgos del sistema internacional que pueden ofrecer algunas

claves interpretativas para comprender esta escalada guerrerista.

En primer lugar, la inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial es

un elemento de decisiva importancia. Uno tras otro los diversos

documentos elaborados por los organismos militares y de inteligencia de

Estados Unidos insisten en señalar que el nuevo escenario mundial está

erizado de amenazas a la seguridad nacional y que, en consecuencia, el

país debe prepararse para varias décadas de guerras. La paz es algo que ni

se menciona en estos documentos; el supuesto básico es la continuación

indefinida de la guerra, sea de carácter “preventivo”, como lo planteara

George W.Bush; sea de tipo “retaliatorio” ante un ataque a los Estados

Unidos, a sus aliados o a sus ciudadanos. El multipolarismo actual es un

formato del sistema internacional relativamente novedoso. Hubo en el

pasado algo que se llamó “Concierto de Naciones” pero era un sistema

exclusivamente europeo: ni Estados Unidos, ni Japón y menos aún la

China tenían parte en esos acuerdos que perduraron desde la paz de

Westfalia (1648) hasta su estrepitoso derrumbe con la Primera Guerra

Mundial. Durante esos casi tres siglos ningún país extra-europeo tenía

algo que decir en las mesas de negociaciones. Hoy es muy diferente,

porque las potencias extra-europeas han empequeñecido a la declinante y

decadente Europa y los consensos difíciles del pasado, entre naciones que

compartían básicamente una misma cultura, son muchísimo más difíciles

de lograr en la actualidad cuando quienes toman parte de la discusión son

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naciones y gobiernos portadores de cosmovisiones muy diferentes y, en

cierto sentido, incompatibles. Y, por supuesto, intereses muy diferentes y

claramente incompatibles. Bajo estas condiciones, la paz se convierte en

una empresa que debe sortear enormes dificultades para su concreción y

marca también la excepcionalidad de América Latina que, de lejos, es la

macroregión más pacífica del planeta. Los principales líderes de la

izquierda y el progresismo latinoamericano no han dejado de marcar esta

singularidad, ratificada además formalmente por la aprobación, en Enero

de 2014, en el marco de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados

Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que tuvo lugar en La Habana, de

América Latina y el Caribe como una zona de paz.

Segundo, un factor que alienta y promueve las guerras y la violencia

es la creciente gravitación del complejo militar-industrial-financiero en el

proceso decisorio del gobierno norteamericano y, en poca menor medida,

de sus aliados europeos. Esa infernal maquinaria vive de la guerra y para

la guerra. Para ellos la paz significa su ruina, la bancarrota, y la única

estrategia razonable para estas megacorporaciones es estimular los

conflictos y las rivalidades por todos los medios posibles. Su tasa de

ganancia está directamente asociada con la guerra y es inversamente

proporcional a la paz. Su poderío es inmenso: fue denunciado nada menos

que por el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida del

17 de Enero de 1961 y lo describió como la más seria amenaza para la

libertad y la democracia de Estados Unidos. A lo largo de más de medio

siglo ese inmenso poder no hizo otra cosa que acrecentarse, hasta asumir

proporciones monstruosas. Si en aquella época era una amenaza hoy es

quien realmente manda en Estados Unidos, acelerando el tránsito de una

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república democrática a un régimen plutocrático.8 Es decir una forma

política que, parafraseando a Lincoln, es el gobierno del dinero, por el

dinero y para el dinero. Y dado que el gasto militar de Estados Unidos es el

principal motor de la economía, aglutinando en su seno a sectores

industriales, financieros y petroleros, es en interés de los gobiernos otorgar

toda clase de garantías a las empresas de ese sector. Y estas, a su vez,

disponiendo de fenomenales recursos, se convirtieron en las principales e

indispensables financiadoras de las carreras políticas de representantes,

senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el

funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las

puertas para la constitución de la plutocracia que hoy gobierna a ese país.

No es de extrañar, en consecuencia, que desde la Guerra de Corea en

adelante Estados Unidos no haya conocido un solo año sin estar en

guerra. Tampoco lo es que, pese a los optimistas anuncios, el gasto militar

haya aumentado aún luego de la desaparición de quien durante los largos

años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética.

En este sentido, la operación propagandística del imperio en el sentido de

exaltar los “dividendos de la paz” como fuente de una renovada ayuda al

desarrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la asignación de

recursos para facilitar el progreso económico y social de los países de la

periferia ni se redujo la escalada del gasto militar. Según los cálculos más

rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos superó el umbral

considerado hasta no hace mucho como absolutamente insuperable de un 8 Sobre esto ver Tom Engelhardt, “El nuevo orden estadounidense”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196927. Ver asimismo dos textos clásicos sobre este tema: Peter Dale Scott, The American Deep State: Wall Street, Big Oil and the Attack on U.S. Democracy. (ediciones varias). Sheldon Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido (Buenos Aires: Katz Editores, 2009). También Juan Bosch, El Pentagonismo, sustituto del imperialismo (Santo Domingo: Fundación Juan Bosch, 2015)

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billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que

equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial.9 Con

perfiles menos acusados que en Estados Unidos el complejo militar-

industrial-financiero también opera en los países europeos, Japón y Corea

del Sur. En otras palabras, la acumulación capitalista siempre estuvo

signada por la violencia (si no, cómo explicar la “Conquista de América”, o

el masivo despojo del campesinado en los países del capitalismo

metropolitano) y en tiempos recientes esta violencia se ha

institucionalizado y profundizado pari passu con el fenomenal crecimiento

del aparato militar, lo que impulsa las guerras a la vez que socava los

fundamentos de la democracia tanto en el mundo desarrollado como en la

periferia del sistema.

Un tercer elemento que impulsa las guerras es lo que un autor como

Michael Klare ha denominado “la cacería de los recursos naturales”.10 En

un mundo cada vez más amenazado por el agotamiento de ciertos bienes

comunes de carácter estratégico, comenzando por el agua y siguiendo por

el petróleo, la biodiversidad, los minerales estratégicos y los alimentos, y

frente a un imparable aumento de la población mundial que, hacia

mediados de este siglo, cruzaría la barrera de los 10.000 millones de

habitantes, las principales potencias se han lanzado con toda su fuerza en

una campaña mundial para asegurarse los insumos básicos requeridos

por un patrón de consumo capitalista caracterizado por la utilización

irracional y el derroche de los recursos naturales. Para nadie es un

misterio que la vigorosa expansión de China en los países del Tercer

Mundo tiene como objetivo fundamental asegurarse el suministro de 9 Hemos desarrollado este cálculo en nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012). 10 Cf. su The race for what is left (New York: Metropolitan Books, 2012)

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ciertos recursos naturales imprescindibles para su economía, fenómeno

este que se manifiesta sobre todo en África pero también, aunque en

menor medida, en América Latina. No es necesario ser un pesimista

radical para reconocer que muy a menudo lo que comenzó como una

guerra comercial termina siendo una guerra en el sentido más integral del

término.

III. El lugar de América Latina y el Caribe

En este escenario en donde la guerra –o la amenaza de su estallido-

es el telón de fondo sobre el cual se desenvuelven las relaciones

internacionales América Latina y el Caribe juegan un papel de

especialísima importancia.

Por empezar, somos la región del mundo mejor dotada de recursos

naturales: con 7 por ciento de la población mundial disponemos entre el

42 y el 45 por ciento del agua dulce de la Tierra. Somos, además, el

pulmón del planeta, dueños de la mitad de la biodiversidad mundial, sede

de enormes depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y de tierras

extraordinariamente bien dotadas para la producción de todo tipo de

alimentos de origen vegetal o animal. Esta formidable dotación suscita los

apetitos del imperio norteamericano por subordinar, a cualquier costo, a

un país como Venezuela, cuyas reservas comprobadas de petróleo son las

mayores del mundo, hoy superiores a las de Arabia Saudita. Un continente

que cuenta con el 80 por ciento de las reservas mundiales de litio, fuente

energética fundamental para toda la industria microelectrónica y sus

derivados (teléfonos móviles, computadoras en sus diversas variantes,

cámaras fotográficas corrientes y satelitales, filmadoras, automotores

híbridos y así sucesivamente). La nanotecnología y sus increíbles

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aplicaciones tienen como fundamento práctico la biodiversidad, de la cual

América Latina (y especialmente Sudamérica) tienen el mayor caudal del

planeta. Ni hablemos del agua, crucial para un país como Estados Unidos

cuyo derroche de ese líquido elemento lo ha llevado a convertir el otrora

impetuoso río Colorado, capaz de cavar un profundo cañón en Arizona en

un arroyo que a menudo no llega ni siquiera a desaguar en el Océano

Pacífico. Tendrían que ser unos tremendos ignorantes los administradores

imperiales (y no lo son) como para ser indiferentes ante una realidad tan

exuberante como la que ofrece nuestra región. Por eso, desde los inicios de

su vida independiente, Estados Unidos consideró a esta parte del mundo

como su “patio trasero”, su zona de seguridad. Y por eso también tanto

Fidel como el Che no se cansaron de decir que América Latina y el Caribe

eran “la retaguardia estratégica del imperio.”

En segundo lugar, las concepciones estratégicas militares de Estados

Unidos desde los años fundacionales de la república siempre adhirieron a

la tesis de la “gran isla americana”, extendiéndose desde Alaska hasta

Tierra del Fuego. Esta concepción militar asume que la seguridad nacional

de Estados Unidos depende de la capacidad de Washington para evitar que

poderes extracontinentales hagan pie firme en algún sector de la isla

americana, o que existan en ella gobiernos hostiles a los designios de

Estados Unidos. Esta concepción se perfeccionó desde mediados del siglo

diecinueve y adquirió connotaciones claramente belicosas hacia el final de

ese siglo con sucesivas invasiones a varios países de Centroamérica y el

Caribe, incluyendo a México. La “Doctrina Monroe” de 1823 y el Corolario

a dicha pieza doctrinaria formulada por Theodore Roosevelt en 1904

plantean abiertamente la aspiración hegemónica de Estados Unidos sobre

esta dilatada geografía que yace al sur del Río Bravo. A resultas de ello

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Washington puede tolerar, aunque sea a regañadientes, un gobierno

socialista en algún país africano (casos de Mozambique, Zimbawe o

Angola, en determinadas épocas) pero responde con fulminante brutalidad

cuando una pequeña isla de 344 km2 y 90.000 habitantes como Granada

comete “el error” de elegir, en 1979 un gobierno socialista radical bajo el

liderazgo de Maurice Bishop. La respuesta de la Administración Reagan no

se hizo esperar: en Octubre de 1983 despachó un poderoso contingente

militar compuesto por casi 8.000 hombres (poco menos que el 10 por

ciento de la población invadida) y en pocos días depuso al gobierno y

ejecutó al Primer Ministro Bishop y sus principales colaboradores. La

justificación por este crimen: la construcción de un nuevo aeropuerto para

facilitar el turismo a la isla, lo cual fue interpretado por los criminales de

Washington como un perverso plan para facilitar el aterrizaje de aviones de

guerra soviéticos en el Caribe. Nada siquiera remotamente semejante fue

jamás hecho por Estados Unidos en ninguna otra región del planeta ante

un país de las pequeñas dimensiones y casi nula gravitación de Granada,

salvo en América Latina y el Caribe, díscola y turbulenta frontera de un

imperio protegido por un enorme hinterland y dos grandes océanos.11 El

único peligro proviene del Sur, del mundo del subdesarrollo

latinoamericano. Es a causa de ello que, si bien con algunos matices,

argumentos semejantes a los expresados en el caso de Granada sobre una

supuesta amenaza a la “seguridad nacional” han seguido esgrimiéndose

11 Sobre este tema del intervencionismo norteamericano en Nuestra América es insoslayable la referencia a la monumental obra de Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina (México DF: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, s/f). Véase asimismo la obra, más reciente, del politólogo e historiador cubano Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998) originalmente publicada en Cuba en 2006 pero de inminente publicación en Colombia con un prólogo de Atilio A. Boron

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hasta el día de hoy. Se hizo antes con Cuba, después con la revolución

nicaragüense y, apenas en Marzo del 2015, lo reiteró el presidente Barack

Obama cuando emitió una orden ejecutiva estableciendo una “emergencia

nacional” por la amenaza “inusual y extraordinaria” a la seguridad

nacional y a la política exterior causada por la situación en Venezuela.

De todo lo anterior se desprende que Washington se opondrá a

cualquier proceso genuinamente democratizador que se escenifique en

nuestros países. Cualquier fuerza política que acceda al gobierno y trate de

hacer verdad aquello de la soberanía popular -que se asienta sobre la

soberanía económica y política en un mundo de naciones poderosas,

imperialistas y colonialistas, y países débiles y sometidos- será ferozmente

combatido por el imperio. Cuando Obama y sus colaboradores hablan de

la “normalización” de las relaciones con Cuba y con los países del

hemisferio lo que entienden por ello es regresar a la situación en que se

encontraba esta parte del mundo al anochecer del 31 de Diciembre de

1958, es decir, en las vísperas de la Revolución Cubana. “Normalizar” es

un eufemismo que oculta la intención de encuadrar y subordinar a los

países de Nuestra América para que sirvan de apoyatura a las aventuras

imperiales de Washington, tanto en esta parte del mundo como en otros

continentes. Piénsese si no en la parafernalia de vínculos existentes entre

los aparatos de inteligencia norteamericanos (nada menos que dieciséis

según la última cuenta) y los organismos militares militares y policiales del

imperio con sus homólogos de América Latina y el Caribe. El gobierno de

Estados Unidos entrena a nuestros espías, soldados y policías; les enseña

tácticas de interrogatorio; les aporta las armas, y junto con las armas, la

definición doctrinaria de quienes son los amigos y quienes los enemigos a

los cuales habrá que disparar; coordina con sus ejercicios conjuntos las

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labores de nuestros ejércitos de aire, mar y tierra; tiene escuelas

especiales, como la remozada Escuela de las Américas, ahora cambiada de

nombre pero que sigue cumpliendo las mismas funciones; mantiene en

vigor la Junta Interamericana de Defensa, para coordinar los estados

mayores de nuestras fuerzas armadas en función de las prioridades y

necesidades militares de Estados Unidos. Todo esto sigue en pie, pese a los

esfuerzos de la UNASUR y sus tentativas de concebir y coordinar una

estrategia sudamericana de contención de la virulencia imperial. Hay, eso

sí, algunas valiosas excepciones como Cuba, naturalmente; Venezuela y,

sólo parcialmente, Bolivia y Ecuador. Hablar de imperialismo, violencia y

guerra es algo tan elemental que no debería exigir mayores

argumentaciones.

Conclusión.

Nuestro continente es prioridad número uno para la política exterior

de Estados Unidos. Es la región más importante del mundo, de lejos.

Hemos planteado esto en todo detalle en un trabajo previo y no tiene

sentido insistir sobre el tema en este lugar.12 Washington puede perder

Angola, Namibia, Nigeria, Cambodia, Vietnam, pero no se quedará de

brazos cruzados ante la perspectiva de perder Granada, Nicaragua, Cuba,

Chile, ni digamos Brasil o Venezuela. Puede esforzarse por “contener al

comunismo” como lo hizo en los años de la Guerra Fría y, para ello,

elaborar una serie de alianzas regionales. Siendo que el eje articulador de

la revolución comunista mundial (como se decía en esos años en

Washington) estaba en Europa, en Moscú para ser más precisos, ¿fue

Europa la primera beneficiaria de la estrategia de contención que

elaborara George Kennan para el presidente Harry S. Truman? ¡No! Fue 12 Cf. América Latina en la geopolítica del imperialismo, op. Cit.

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América Latina. En un mundo amenazado por el riesgo mortal de la

dominación comunista la primera región que Estados Unidos puso a salvo

de esa indeseada eventualidad fue América Latina. En 1947 firma el

Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) con ese propósito.

¿Y Europa? Tendría que esperar dos años más, pues recién en Abril de

1949 se crearía la OTAN. Y en el apogeo del auge progresista en la región y

en coincidencia con los anuncios del presidente Lula da Silva informando

al mundo el descubrimiento de los grandes yacimientos petrolíferos en el

litoral paulista la respuesta de la Casa Blanca fue ordenar la reactivación

de la Cuarta Flota, que había sido desactivada en 1950. Como lo dice un

conocido aforismo estadounidense, “first things first”, o sea, “lo primero es

lo primero”. Y lo primero es América Latina. Si Africa cae en manos del

comunismo es un problema; si cae Asia es un problema mayor; si cae

Europa es una tragedia; pero si cae América Latina es una catástrofe de

incalculables proyecciones. Porque Asia, África y Europa están lejos,

separadas por grandes océanos. Pero desde América Latina los enemigos

del imperio ¡pueden llegar caminando!, como en medio de la psicosis

despertada por la revolución sandinista se escuchaba en los pasillos del

gobierno estadounidense en Washington. Los cambios en el paisaje

sociopolítico latinoamericano desde finales del siglo veinte marcaron un

importante retroceso de la influencia norteamericana en la región. El

rechazo del ALCA fue una durísima derrota para el imperio, y la

consolidación de una serie de gobiernos progresistas, algunos de izquierda

y la heroica sobrevivencia de la Revolución Cubana marcaron a fuego todo

el período abierto desde la elección presidencial de Chávez en Diciembre de

1998 hasta nuestros días. La victoria del líder bolivariano fue la chispa

que incendió la pradera: su carisma y su fenomenal capacidad didáctica

movilizó y excitó las ansias emancipatorias de los pueblos y naciones del

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área abatidos y humillados por siglos de opresión colonial y neocolonial.

Chávez voltea en Venezuela la primera ficha de un dominó que luego

recorrería todo el continente: la segunda caería en Brasil con Lula en el

2002 para seguir con Kirchner en Argentina, en el 2003; con Evo y Tabaré

Vázquez en Bolivia y Uruguay, en el 2005; con Correa en Ecuador, en el

2006 y en ese mismo año con Ortega en Nicaragua y Zelaya en Honduras;

con Cristina en el 2007; con Lugo en Paraguay en el 2008 y Funes en El

Salvador, en el 2009, despejando el camino para que el ex Comandante del

FMLN, Salvador Sánchez Cerén, asumiera la presidencia de ese país en el

2014. En el 2010 José “Pepe” Mujica ratificaría la hegemonía del Frente

Amplio y conquistaría la presidencia del Uruguay, misma que en el 2015

volvería a recaer en las manos de Tabaré Vázquez. En una revisión

actualísima Angel Guerra plantea una tesis que hacemos nuestra al decir

que “califico como gobiernos que en distintos grados son independientes

de Estados Unidos, se distancian de los dictados del Consenso de

Washington, abogan activamente por la unidad y la integración latino-

caribeña y por un mundo multipolar. Si atendemos a estos rasgos

podemos decir que cumplen con ellos en alguna medida: Antigua y

Barbuda, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Dominica, Ecuador, El

Salvador, Granada, Nicaragua, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San

Vicente y las Granadinas, Surinam, Uruguay y Venezuela.”13 En suma:

basta con recordar esta radical modificación del mapa sociopolítico

latinoamericano para calibrar el imperecedero espesor político de la

herencia chavista y la ansiedad de la burguesía imperial para retomar la

“normalidad” en las relaciones hemisféricas. La contraofensiva

estadounidense no se hizo esperar: comenzó con un golpe de estado contra

13 Ver la nota de Guerra en su blog en Telesur: http://www.telesurtv.net/bloggers/El-

presunto-fin-del-ciclo-progresista-20150820-0001.html”)

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Chávez en Abril del 2002 y siguió, ante su fracaso, con el paro petrolero de

Diciembre 2002-Febrero del 2003. Derrotadas estas iniciativas, que

tuvieron un efecto boomerang y liquidaron el ALCA en el 2005, el imperio

volvió a la carga: tentativa de golpe y secesión de Bolivia en 2008; golpe

“jurídico-parlamentario” contra Zelaya en 2009; golpe frustrado contra

Correa en 2010; golpe exitoso, también “jurídico-parlamentario” contra

Lugo en 2012 y violentas protestas (“guarimbas”) en Venezuela en Febrero

de 2014.

Esto no ha cesado y en los momentos actuales esta ofensiva

restauradora se encuentra en pleno desarrollo. “Normalización” tramposa

con Cuba, necesaria para despejar el descontento de los gobiernos de la

región con la absurda e injusta política del bloqueo pero sin que éste se

haya modificado; “guerra económica”, ofensiva diplomática y terrorismo

mediático contra Venezuela; campañas sucias y difamatorias contra Evo

Morales en Bolivia; agresión financiera y mediática en contra de Rafael

Correa en Ecuador; intensas presiones desestabilizadoras desde la re-

elección de Dilma Rousseff, obligándola a desnaturalizar por completo el

programa del PT adhiriendo a una orientación claramente neoliberal;

“golpe judicial por etapas” para sacar a Lula del juego y de su posible

candidatura en el 2018; acoso también judicial contra Cristina Fernández

en la Argentina y, de paso, apoyo explícito de la Casa Blanca a la Alianza

del Pacífico, ardid norteamericano para atenuar o neutralizar por completo

la influencia de China en el hemisferio. No es un dato menor que sobre

tres de los cuatro países originalmente signatarios de la Alianza: México,

Colombia y Perú recaen fuertes sospechas sobre la penetración en sus

aparatos estatales del narcotráfico y el paramilitarismo. Sólo Chile, por

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ahora, se encuentra libre de esa acusación en los propios medios

norteamericanos.

Dadas estas circunstancias, o mejor dicho, habida cuenta de las

condiciones estructurales que pautan la relación entre el imperio y su

principal región tributaria, se comprende que América Latina y el Caribe

haya sido una región en estado de permanente agitación y no por

casualidad la vanguardia a nivel mundial de la resistencia a las exacciones

del imperialismo desde las primeras décadas del siglo veinte. Y en este

contexto hay un país que juega un papel de excepcional importancia en

Nuestra América: Colombia.

En este sentido la firma, en Junio del 2013, de un acuerdo de

cooperación entre Colombia y la Organización del Tratado Atlántico Norte

(OTAN) ha causado una previsible preocupación en Nuestra América. Para

justificar su decisión el presidente Santos señaló que Colombia tiene

derecho a "pensar en grande", y que él va a buscar que su país sea de los

mejores "ya no de la región, sino del mundo entero". Continuó luego

diciendo que "si logramos esa paz” –refiriéndose a las conversaciones de

paz que están en curso en Cuba, con el aval de los anfitriones, Noruega y

Venezuela- “nuestro Ejército está en la mejor posición para poder

distinguirse también a nivel internacional. Ya lo estamos haciendo en

muchos frentes", aseguró Santos. Y piensa hacerlo nada menos que

asociándose a la OTAN, una organización sobre la cual pesan

innumerables crímenes de guerra y masiva violaciones a los derechos

humanos perpetrados en la propia Europa (recordar el bombardeo a la ex

Yugoslavia y las masacres de los Balcanes) la destrucción del Líbano, Irak,

Libia; su complicidad con el gobierno fascista de Israel en su continuo

genocidio del pueblo palestino y ahora su colaboración con los terroristas

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que han tomado a Siria por asalto y sembrando de muerte y destrucción

todo el Medio Oriente.14 Jacobo David Blinder, ensayista y periodista

brasileño, fue uno de los primeros en dar la voz de alarma ante las

implicaciones de la decisión del presidente colombiano. Hasta ahora el

único país de América Latina “aliado extra OTAN” había sido la Argentina,

que obtuvo ese deshonroso status durante los nefastos años de Carlos S.

Menem, y más específicamente en 1998, luego de participar en la Primera

Guerra del Golfo (1991-1992) y aceptar todas las imposiciones impuestas

por Washington en muchas áreas de la política pública, como por ejemplo

desmantelar el proyecto del misil Cóndor y congelar el programa nuclear

que durante décadas venía desarrollándose en la Argentina. Dos

gravísimos atentados que suman más de un centenar de muertos –en la

Embajada de Israel y en la AMIA- fue el saldo que dejó en la Argentina la

represalia por haberse sumado a las actividades de la organización

terrorista noratlántica.

El status de “aliado extra OTAN” fue creado en 1989 por el Congreso

de los Estados Unidos –no por la organización sino por el Congreso

estadounidense- como un mecanismo para reforzar los lazos militares con

países situados fuera del área del Atlántico Norte y que podrían ser de

ayuda en las numerosas guerras y procesos de desestabilización política

que Estados Unidos despliega en los más apartados rincones del planeta.

Australia, Egipto, Israel, Japón y Corea del Sur fueron los primeros en

ingresar, y poco después lo hizo la Argentina, y ahora Colombia. El sentido

de esta iniciativa del Congreso norteamericano salta a la vista: robustecer

14 Las declaraciones de Santos se encuentran en http://www.infobae.com/2013/06/01/1072485-santos-solicitara-el-ingreso-colombia-la-otan. Sobre el siniestro papel de la OTAN ver el completo estudio publicado como libro bajo el título de OTAN: la globalización del terror, de Mahdi Darius Nazemroaya (Managua: PAVSA, 2015) Prólogo de Atilio A. Boron.

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y legitimar sus incesantes aventuras militares -inevitables durante los

próximos treinta años, si leemos los documentos del Pentágono sobre

futuros escenarios internacionales- con un aura de “multilateralismo” que

en realidad no tienen. Esta incorporación de los aliados extra-regionales de

la OTAN, que está siendo también promovida en los demás

continentes, refleja la exigencia impuesta por la transformación de las

fuerzas armadas de los Estados Unidos en su tránsito desde un ejército

preparado para librar guerras en territorios acotados a una legión imperial

que con sus bases militares de distinto tipo (más de mil en todo el

planeta), sus fuerzas regulares, sus unidades de “despliegue rápido” y el

creciente ejército de “contratistas” (vulgo: mercenarios) quiere estar

preparada para intervenir en pocas horas para defender los intereses

estadounidenses en cualquier punto caliente del planeta. Con su

incorporación como “aliado extra OTAN” Colombia se pone al servicio de

tan funesto proyecto y, puertas adentro, refuerza la militarización de un

país que lleva más de medio siglo de guerra civil y que clama por la paz.

Si bien la Argentina es un lamentable precedente (que en el año

2012 afortunadamente perdió el status de “aliada extra-OTAN”) el caso

colombiano es muy especial, porque desde hace décadas ese país recibe,

sobre todo en el marco del Plan Colombia, un muy importante apoyo

económico y militar de Estados Unidos –de lejos el mayor de los países del

área- y sólo superado por los desembolsos realizados a favor de Israel,

Egipto, Irak y Corea del Sur y algún que otro aliado estratégico de

Washington. Cuando Santos declara su vocación de proyectarse sobre el

“mundo entero” lo que esto significa es su voluntad para convertirse en

cómplice de Washington, para movilizar sus bien pertrechadas fuerzas

más allá del territorio colombiano y para intervenir en los países que el

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imperio procura desestabilizar.15 Y no es un secreto para nadie que la

primera en esa lista no es otra que Venezuela. Es poco probable que su

anuncio signifique que está dispuesto a enviar tropas a Afganistán, a Siria

u a otros teatros de guerra. La pretensión de la derecha colombiana, en el

poder desde siempre, ha sido convertirse, especialmente a partir de la

presidencia de Álvaro Uribe Vélez, en la “Israel de América Latina”

erigiéndose, con el respaldo de la OTAN, en el gendarme regional del área

para vigilar, amenazar y eventualmente agredir a vecinos como Venezuela,

Ecuador y otros -¿Bolivia, Nicaragua, Cuba?- que tengan la osadía de

oponerse a los designios imperiales.

A nadie se le puede escapar que con esta decisión el gobierno del

presidente Santos tensiona los Diálogos de Paz en curso en La Habana

porque cómo podría la insurgencia colombiana confiar en las promesas de

un gobierno que con su asociación a la OTAN acentúa una perniciosa

vocación injerencista y militarista. Por otra parte, esta decisión no puede

sino debilitar los procesos de integración y unificación supranacional en

curso en América Latina y el Caribe. La tesis de los “caballos de Troya” del

imperio, que repetidamente hemos planteado en nuestros escritos sobre el

tema, asumen renovada actualidad con la decisión del mandatario

colombiano. ¿Qué hará ahora la UNASUR y cómo podrá actuar el Consejo

de Defensa Suramericano cuyo mandato conferido por los jefes y jefas de

estado de nuestros países ha sido consolidar a nuestra región como una

zona de paz, como un área libre de la presencia de armas nucleares o de

destrucción masiva, como una contribución a la paz mundial para lo cual

se requiere construir una política de defensa común y fortalecer la 15 No es un secreto para nadie que las fuerzas armadas colombianas son las únicas en la región que cuenta con una experiencia de combate de varias décadas. Ningún otro ejército de la región cuenta con una un antecedente siquiera remotamente similar.

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cooperación regional en ese campo? ¿Qué implicaciones tiene sobre la

UNASUR y, más generalmente, sobre los diversos proyectos de integración

y coordinación de políticas en América Latina, el hecho de que Colombia,

al asociarse a la OTAN adhiere a la postura británica en el diferendo con la

Argentina por las Islas Malvinas?

Un proyecto largamente acariciado por nuestros pueblos es lograr que

América Latina sea un continente desnuclearizado. Si durante décadas

pudimos estar seguros de ello ya no más. Hay evidencias que sugieren que

existe armamento nuclear en las Islas Malvinas, y no sabemos qué clase

de armamentos hay en las 7 bases que Washington dispone en territorio

colombiano, o en las 11 existentes en Perú.16 Los acuerdos que hicieron

posible la instalación de esas bases contienen cláusulas que le confieren a

Estados Unidos el derecho a ingresar cargamento militar sin tener que ser

sometido a control alguno de los estados anfitriones. Por algo cuando en

una de las reuniones de la UNASUR Chávez solicitó a la organización que

se procediera a verificar que era lo que había en cada una de las bases

norteamericanas en la región tropezó con la cerrada negativa de Álvaro

Uribe y Alan García, no por casualidad los dos países que abrieron de par

en par sus puertas para la penetración de tropas y pertrechos militares

estadounidenses en sus territorios. Es imposible que este continente

conquiste la paz con las ochenta bases militares norteamericanas

existentes en nuestros países. Esas bases son dispositivos para la guerra,

no para la paz. Y entrarán plenamente en funciones a medida que el

deterioro de la situación internacional impulse a Washington a consolidar

su reaseguro en el patio trasero y a sofocar cualquier intento de 16 Sobre el tema de las bases consultar el fundamental estudio de Telma Luzzani, Territorios vigilados. Como opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica (Buenos Aires, Debate, 2012)

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autodeterminación nacional o avance democrático. Deberíamos lanzar una

campaña continental para expulsar a todas las bases norteamericanas, y

las pocas que existen del Reino Unido, Holanda y Francia, de la región.

Ellas sólo traerán violencia y muerte, y los latinoamericanos y caribeños

queremos la paz. Es una propuesta razonable, que atraviesa la gran

mayoría de las fuerzas políticas y movimientos sociales de la región. Y

nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos jamás nos perdonarán que no

hayamos hecho todo lo que esté a nuestro alcance para acabar con esas

amenazas.