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Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual I. Caracterización de la fase actual del capitalismo: la tercera ola de la expansión imperial. II. Factores explicativos III. El lugar de América Latina y el Caribe IV. ConclusionesTRANSCRIPT
Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual1
Atilio A. Borón
Se me ha pedido que comparta con ustedes algunas observaciones
sobre el tema de la paz y la guerra en el capitalismo actual. Es, sin duda,
un asunto de la mayor importancia porque el capitalismo estuvo desde su
nacimiento asociado a la guerra y al arte militar. Diversos escritos de Marx
y Engels así lo confirman, tanto como sus cuidadosos seguimientos de las
guerras en curso dentro y fuera del continente europeo. En su Introducción
General a la Crítica de la Economía Política, de 1857, Karl Marx nos dice que “la
guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que
ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el
maquinismo, etcétera, han sido desarrollados por la guerra y en los
ejércitos antes que en el interior de la sociedad burguesa.”2 De los dos
jóvenes amigos fue Friedrich Engels quien se especializó en el estudio
sistemático de la problemática militar. Este, a quien por su pasión por las
cuestiones de la guerra Marx lo había apodado como “el general”, dejó
innumerables escritos dispersos a lo largo de su obra que son una fuente
fundamental de reflexión sobre el tema que nos ocupa.3
Va de suyo que no será el objetivo de esta presentación indagar en las
reflexiones de Marx y Engels sobre la materia. Tampoco haré un examen
1 Conferencia inaugural realizada en el IX Seminario internacional Marx vive, “Guerra y paz
en el capitalismo actual”, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 9 de marzo de 2015.
2 En Cuadernos de Pasado y Presente 1 (Córdoba: 1974), pp. 56-57. 3 En una carta a Joseph Weidemeyer en la cual le pedía libros y artículos sobre la cuestión militar y las guerras le dice que se había propuesto estudiar a fondo el asunto “por la inmensa importancia que le debemos asignar al mismo con vistas a la próxima insurrecciòn de la clase obrera.” Cf. F.E., “Carta Weydemeyer”, 19 de Junio de 1851.
2
del corpus de teorizaciones en torno a la guerra surgido al calor de la
Primera Guerra Mundial, en donde Lenin, Trotksy, Rosa Luxemburg,
Kautsky y, más tarde, Gramsci, se refieren extensamente al tema. El
propósito de esta intervención está fuertemente signado por las exigencias
que impone la coyuntura y, por consiguiente, me limitaré a invitar a los
lectores y a quienes están aquí presentes a incursionar en esos escritos
militares de los padres fundadores y de las principales figuras del
marxismo clásico. En todo caso será suficiente señalar aquí que en la
medida en que la tradición marxista coloca en el centro de la dinámica
histórica el enfrentamiento social era tan sólo lógico que sus análisis
sociológicos y económicos terminaran refiriéndose, de una u otra manera,
a la guerra social, desarrollada abierta o encubierta. Por eso en el célebre
Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels hablan de “la guerra civil
más o menos encubierta” que se desarrolla en las sociedades burguesas y
de ahí también la permanente referencia a los escritos sobre la guerra de
Carl von Clausewitz, el más importante teórico de la guerra en aquellos
tiempos.4
Dicho lo anterior vayamos al grano.
I. Caracterización de la fase actual del capitalismo: la tercera ola de la
expansión imperial.
La expansión/mundialización del modo de producción capitalista es
un rasgo estructural de este sistema económico. Adquiere un impulso
especial luego de la Segunda Revolución Industrial que, a mediados del
4 Agradezco a Paula Klachko por haberme llamado la atención sobre este asunto, así como su muy cuidadosa lectura de la primera versión de este trabajo. De esta misma autora recomiendo muy especialmente el libro escrito conjuntamente con Katu Arkonada: Desde abajo, desde arriba. De la resistencia popular al gobierno. Escenarios y horizontes del cambio de época en América Latina (en prensa en Cuba,México y País Vasco)
3
siglo diecinueve, modificó radicalmente el panorama de los transportes y
los medios de comunicación. La revolución en la navegación y el
ferrocarril, y la telegrafía sin hilos dieron un nuevo impulso al comercio
mundial y a la expansión territorial del capitalismo. Poco más de un siglo
después, en la época actual, las telecomunicaciones, la Internet y los
avances en los transportes aéreo, marítimo y terrestre producirían
idénticos resultados pero en una escala incomparablemente mayor.
Hoy estamos inmersos en lo que apropiadamente podría llamarse “la
tercera ola” de la expansión imperialista. La primera tuvo su origen como
colofón de la Segunda Revolución Industrial y logró que las principales
potencias coloniales europeas se repartiesen el mundo, pillaje consagrado
y legalizado en la Conferencia de Berlín de 1884-85 que si bien tuvo como
eje de las discusiones el desmembramiento de África también tuvo
implicaciones para el resto de los países que luego serían denominados
como el Tercer Mundo. Las consecuencias de esta división criminal e
irresponsable la sufren muchos pueblos hasta el día de hoy. La tragedia
que enluta a muchos países africanos y al Medio Oriente tiene en esa
conferencia una de sus causas más significativas. Esta primera ola de
expansión imperialista culmina con la carnicería de la Primera Guerra
Mundial, el derrumbe de cuatro imperios: el Zarista, el Alemán y el Austro-
Húngaro y, en cámara lenta, el Otomano; y nada menos que con el triunfo
de la Revolución Rusa, abriendo una nueva etapa en la historia universal.
Lo que sigue no es la paz sino un armisticio. Para algunos autores,
como Immanuel Wallerstein en varios de sus escritos, en realidad no hubo
dos guerras mundiales sino una, con una tregua de dos décadas hasta
que, realineadas las fuerzas y las alianzas, se produjo la batalla definitiva
en lo que normalmente se reconoce como la Segunda Guerra Mundial. Si
4
en la anterior cayeron cuatro imperios, en esta se derrumbaron los dos
que quedaban en pie: el imperio británico y el francés, sobreviviendo en
extrema precariedad aventuras imperiales marginales como la de los
belgas y los holandeses. La Segunda Guerra Mundial, además, observó el
imprevisible y hasta increíble fortalecimiento de la Revolución Rusa, que
no sólo había sobrevivido a los horrores de la guerra civil y la invasión por
una veintena de ejércitos de las “democracias occidentales” dispuestas a
hacer lo que fuere necesario para acabar con la peste soviética sino que su
protagonismo fue decisivo para derrotar al Nazismo. No sólo eso: con la
derrota de las potencias del Eje se hundió también la vieja y compleja
estructura del sistema internacional cuya potencia integradora era el
Reino Unido para dar lugar a una más simplificada, de carácter bipolar y
que enfrentaba en la cúspide a dos potencias y sus aliados y vasallos:
Estados Unidos y la Unión Soviética.
La redistribución del poder económico, político y militar internacional
unida a la fenomenal destrucción de vidas humanas, territorios y fuerzas
productivas provocada por la conflagración no podía sino dejar profundas
huellas en la conciencia de la época, especialmente si se tiene en cuenta
que fue en ese marco cuando se realizaron los dos mayores atentados
terroristas de la historia universal: el bombardeo atómico sobre las
indefensas ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Suele decirse que la
segunda posguerra abriría el capítulo más esplendoroso de la historia del
capitalismo, el famoso “cuarto de siglo de oro” transcurrido entre 1948 y
1973. Fue en ese breve lapso que, según la recientemente fallecida teórica
marxista Ellen Meiksins Wood, el capitalismo dio lo mejor que podía
ofrecer: expansión de la ciudadanía, de los derechos sociales y laborales,
construcción de regímenes democráticos, fortalecimiento de las
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organizaciones populares, de los sindicatos, de los partidos comunistas.
Ese período llegó a su abrupto fin a mediados de los setentas con el auge
del neoconservadurismo en los países desarrollados y la implantación de
sangrientas dictaduras militares en casi toda América Latina y, tal como lo
asegurara Meiksins Wood, ya no volvería a repetirse. Con la desintegración
de la Unión Soviética el capitalismo retornó a su normalidad y las antiguas
conquistas fueron o bien suprimidas de plano o severamente recortadas, al
paso que las democracias burguesas fueron sufriendo una perversa
metamorfosis que las convirtió en vergonzantes plutocracias. La soberanía
popular europea descansa en los tentáculos de la Troika (Comisión
Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) que
saca y pone gobiernos a su antojo, como lo demuestran varios casos,
siendo Grecia el más resonante de todos, aunque lejos de ser el único. En
otras palabras, si la dominación del capital admitió aquellos avances en
materia de derechos ciudadanos y organización democrática fue debido a
la presencia amenazante de la Unión Soviética y el peligro de un “contagio”
con el “virus ruso” que diera por tierra los regímenes burgueses
imperantes en la época.
Pero como lo recuerda en su notable obra el historiador catalán Josep
Fontana entre el fin de la Segunda Guerra y el inicio del “cuarto de siglo de
oro” hubo tres años terribles. La URSS perdió 27 millones de vidas,
especialmente de varones jóvenes. La ocupación alemana arrasó 1.710
ciudades y unas 70.000 aldeas. Alemania y Japón vieron destruido gran
parte de sus territorios por los bombardeos. Y a esta devastación se sumó
el hambre, producto de la destrucción de la agricultura, la sequía que
arruinó las cosechas de 1946 y el inusualmente frío invierno de 1946-
1947. “A los millones de muertos causados por la guerra” –observa
6
Fontana- “habría que sumarles otros millones de víctimas de las grandes
hambrunas de 1945 a 1947.” 5
Un tendal que sumando las gentes que murieron no sólo en el
escenario europeo sino también en el asiático, sobre todo a causa de los
horrores de la ocupación japonesa, se llega fácilmente a unos 100 millones
de personas sacrificadas en el altar de la tasa de ganancia del capital. Este
fue el necesario preámbulo de aquellos años “gloriosos” de 1948-1973, que
coincidieron con la veloz expansión del imperialismo norteamericano a
escala planetaria, cuyos orígenes se remontan a su expansión en la región
centroamericana y caribeña en las postrimerías del siglo diecinueve y,
sobre todo, a su secuestro de la victoria cubana sobre el colonialismo
español en 1898. Después de la SGM con el Reino Unido y Francia
desbaratados, sus colonias en franca rebeldía y sin rivales a la vista, la
expansión imperial norteamericana parecía que no conocería límites. Esta
fue la segunda ola imperialista, que coincide en términos generales con los
“años gloriosos”. Sólo que con la recuperación europea y japonesa, visible
desde los años sesentas, el paisaje del imperialismo comienza a reconocer
múltiples banderas y no sólo la de las estrellas y barras de Estados
Unidos. Las transnacionales norteamericanas poco a poco comenzaron a
verse desafiadas por la rápida aparición de grandes conglomerados
corporativos de origen europeo y japonés primero, y luego de otros países,
principalmente Corea del Sur.
La segunda ola imperialista culminó con el abandono del
keynesianismo, el retorno de la ortodoxia (al decir de Raúl Prebisch), el
auge de la globalización neoliberal impulsada por los enormes avances
5 Josep Fontana, Por el Bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945 (Barcelona: Pasado & Presente, 2011), p. 25
7
tecnológicos en el campo de la informática, las telecomunicaciones y el
transporte. Todo esto en un clima conservador orquestado por un
formidable tridente reaccionario compuesto por Ronald Reagan, Margaret
Thatcher y el Papa Juan Pablo II. Al finalizar la década de los ochentas se
derrumba el Muro de Berlín y, poco después, se desintegraría la Unión
Soviética. Parecía entonces que la victoria de Occidente estaba asegurada y
así algunos intelectuales y académicos estadounidenses, de pensamiento
rápido que se mueve en la superficie de las cosas, concluyeron que había
llegado la hora del “nuevo siglo (norte)americano” y que de ahora en más la
estructura del sistema internacional sería “unipolar”. Ni lerdos ni
perezosos las corporaciones y las agencias del gobierno federal
comenzaron a alimentar financieramente a una fundación creada con el
objeto de elaborar la hoja de ruta de ese nuevo siglo que aparecía como tan
propicio para Estados Unidos. Centenares de académicos, expertos e
intelectuales se dieron a la tarea de diseñar los contornos de tan
promisoria jornada. Bill Clinton, en compañía de sus mayordomos
británicos hizo lo suyo: desmontó las últimas piezas que quedaban en pie
de las regulaciones financieras y creó el mundo soñado por Wall Street y la
City londinense. Parecía, efectivamente, que todo estaba bajo control. El
ALCA no era sino la manifestación hemisférica de este proceso de
reorganización global de un imperio sin rivales.
Pero, como lo dice Rubén Blades, “la vida te da sorpresas” y vaya si
las tuvo Washington. Primero que nada, en medio de estos himnos y
cantos de alegría por el nuevo siglo americano se producen los atentados
del 11 de Septiembre, el primer ataque en territorio norteamericano en
casi dos siglos. Recuérdese que Estados Unidos había participado en las
dos guerras mundiales sin que un tiro se disparase en su territorio.
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Súbitamente el país cayó en la cuenta de su terrible vulnerabilidad, y que
el enorme presupuesto militar no garantizaba su inviolabilidad. Si
militarmente Estados Unidos dejaba de ser inexpugnable, el vertiginoso
ascenso de China –no inesperado pero sí prematuro, según los analistas
del imperio, que lo estimaban para el año 2030 aproximadamente- junto
con el inquietante retorno de Rusia a los primeros planos de la política
mundial, la impetuosa entrada de la India en los asuntos internacionales y
la consolidación de una serie de potencias regionales como Brasil,
Sudáfrica, Indonesia, Corea del Sur y Turquía configuraron un escenario
global muchísimo más desafiante que el de la era bipolar. Porque ahora,
con la desintegración de la Unión Soviética y los avances de la informática
la no proliferación nuclear se convertía en una quimera, y la “seguridad
nacional” de los Estados Unidos demostraba ser más incierta que antaño.
Es en este escenario que la liberalización financiera y comercial, junto
con la violenta aplicación de las políticas neoliberales en casi todo el
mundo dio lugar al tercer ciclo de expansión imperialista, que
precisamente cobra impulso en la década de los noventas y que continúa
hasta nuestros días, incorporando profundamente como cotos de caza del
capital imperialista a regiones y países otrora vedados a sus ambiciones:
Rusia, los países del Este europeo, China, Vietnam, todo lo cual permite
hablar de un imperialismo recargado y estimulado por nuevos horizontes
en los cuales desarrollar sus proyectos. Varios son los signos distintivos de
este tiempo, pero quisiera llamar la atención sobre dos. En primer lugar, el
acelerado ritmo de concentración de la riqueza en todos los países desde
China a Estados Unidos, sin ninguna relevante excepción. Esto ha sido
denunciado recientemente por Oxfam en su reporte ante el Foro
Económico Mundial de Davos al señalar que según estimaciones oficiales
9
al momento actual el 1 por ciento más rico de la población mundial
detenta el control del 51 por ciento de la riqueza del planeta, es decir, más
que lo que posee el 99 por ciento de la población mundial.6 En línea con lo
anterior, un estudio realizado bajo los auspicios de la Universidad de
Zurich ha demostrado que 147 mega corporaciones controlan el 40 por
ciento de la riqueza del planeta.7 La segunda seña de identidad de la fase
actual ha sido la intensificación de la carrera armamentista, el surgimiento
de varias zonas de extrema tensión bélica y el aumento en el número de
guerras y de sus víctimas. Hay en la actualidad tres puntos calientes en el
sistema internacional: el polvorín del Medio Oriente, infame consecuencia
de la rapacidad de Estados Unidos y sus compinches europeos que no han
hesitado un minuto en destruir países enteros (Líbano, Siria, Irak, Libia,
entre los más recientes) con tal de apropiarse de su petróleo, que es lo
único que les interesa. Han desencadenado una serie de dramas
humanitarios como el mundo no había visto desde fines de la SGM.
Segundo punto caliente: Ucrania y su extensión en Europa del Este, en
donde el afán de la Casa Blanca y la Unión Europea de contener al “oso
ruso” (¡que no soviético!) ha llevado a promover un golpe de estado en
aquel país, con el activo protagonismo del Departamento de Estado en la
persona de su Subsecretaria, Victoria Nuland, y desplazar las tropas de la
OTAN hacia la propia frontera ruso-ucraniana. Esto pese a que cuando se 6 Cf. https://www.oxfam.org/en/pressroom/pressreleases/2015-01-19/richest-1-will-own-more-all-rest-2016 7 Stefania Vitali, James B. Glattfelder, and Stefano Battiston, “The Network of Global Corporate Control”, PLoS ONE, October 26, 2011, http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0025995. El estudio fue el primero en observar 43.060 sociedades transnacionales y estudiar la tela de araña de la propiedad entre ellas. La investigación creó un “mapa” de 1.318 compañías del núcleo de la economía global. El estudio encontró que 147 corporaciones forman una “súper entidad” dentro de este mapa, controlando un 40 por ciento de la riqueza del planeta.
10
derrumbó la URSS los líderes de las “democracias” occidentales juraron
solemnemente que la OTAN “no se movería ni una pulgada en dirección al
Este.” Se movieron varios centenares de kilómetros. El tercer punto
caliente se localiza en el Mar del Sur de la China, rico en petróleo, y que es
un territorio en disputa entre varios países: China, Japón y Vietnam, entre
los más directamente involucrados. Esta es una situación que puede
fácilmente salirse de control, al igual que las ya señaladas y de una
gravedad especial: Washington puede reaccionar tibiamente ante una
invasión de Rusia a Ucrania, o una retaliación de Moscú a Turquía por el
derribo del avión ruso. Pero no puede sino reaccionar con toda su fuerza si
China, el segundo presupuesto militar del planeta, decidiera atacar a
Japón.
En resumen, esta fase, tercera en la historia de la expansión
imperialista, presenta como todas las demás la guerra como su necesaria
contrapartida. Esta lacerante realidad demuestra, por enésima vez, los
errores de la teoría del super-imperialismo, o ultraimperialismo,
desarrollada en primer lugar por Karl Kautsky y continuada por muchos
de sus seguidores contemporáneos que insisten en rechazar la tesis de que
el imperialismo podría hoy, no necesariamente en el pasado pero sí hoy,
desembocar en una guerra entre potencias capitalistas. Pese a su glorioso
pasado soviético Rusia lo es, y con sus peculiaridades, también lo es
China. Y para los más recientes documentos del Pentágono y el Consejo de
Seguridad Nacional de Estados Unidos Rusia es, explícitamente, el
enemigo a derrotar. Aparte de ello hay que tener en cuenta que aún
durante los años del bipolarismo Estados Unidos-Unión Soviética, las
guerras proliferaron sin cesar en la periferia del sistema, y en la actualidad
el panorama lejos de haber mejorado no hizo sino agravarse.
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II. Factores explicativos
¿Cómo entender esta delicada situación actual? Sucintamente
hablando, y a riesgo de simplificar demasiado esta presentación, digamos
que hay tres rasgos del sistema internacional que pueden ofrecer algunas
claves interpretativas para comprender esta escalada guerrerista.
En primer lugar, la inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial es
un elemento de decisiva importancia. Uno tras otro los diversos
documentos elaborados por los organismos militares y de inteligencia de
Estados Unidos insisten en señalar que el nuevo escenario mundial está
erizado de amenazas a la seguridad nacional y que, en consecuencia, el
país debe prepararse para varias décadas de guerras. La paz es algo que ni
se menciona en estos documentos; el supuesto básico es la continuación
indefinida de la guerra, sea de carácter “preventivo”, como lo planteara
George W.Bush; sea de tipo “retaliatorio” ante un ataque a los Estados
Unidos, a sus aliados o a sus ciudadanos. El multipolarismo actual es un
formato del sistema internacional relativamente novedoso. Hubo en el
pasado algo que se llamó “Concierto de Naciones” pero era un sistema
exclusivamente europeo: ni Estados Unidos, ni Japón y menos aún la
China tenían parte en esos acuerdos que perduraron desde la paz de
Westfalia (1648) hasta su estrepitoso derrumbe con la Primera Guerra
Mundial. Durante esos casi tres siglos ningún país extra-europeo tenía
algo que decir en las mesas de negociaciones. Hoy es muy diferente,
porque las potencias extra-europeas han empequeñecido a la declinante y
decadente Europa y los consensos difíciles del pasado, entre naciones que
compartían básicamente una misma cultura, son muchísimo más difíciles
de lograr en la actualidad cuando quienes toman parte de la discusión son
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naciones y gobiernos portadores de cosmovisiones muy diferentes y, en
cierto sentido, incompatibles. Y, por supuesto, intereses muy diferentes y
claramente incompatibles. Bajo estas condiciones, la paz se convierte en
una empresa que debe sortear enormes dificultades para su concreción y
marca también la excepcionalidad de América Latina que, de lejos, es la
macroregión más pacífica del planeta. Los principales líderes de la
izquierda y el progresismo latinoamericano no han dejado de marcar esta
singularidad, ratificada además formalmente por la aprobación, en Enero
de 2014, en el marco de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que tuvo lugar en La Habana, de
América Latina y el Caribe como una zona de paz.
Segundo, un factor que alienta y promueve las guerras y la violencia
es la creciente gravitación del complejo militar-industrial-financiero en el
proceso decisorio del gobierno norteamericano y, en poca menor medida,
de sus aliados europeos. Esa infernal maquinaria vive de la guerra y para
la guerra. Para ellos la paz significa su ruina, la bancarrota, y la única
estrategia razonable para estas megacorporaciones es estimular los
conflictos y las rivalidades por todos los medios posibles. Su tasa de
ganancia está directamente asociada con la guerra y es inversamente
proporcional a la paz. Su poderío es inmenso: fue denunciado nada menos
que por el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida del
17 de Enero de 1961 y lo describió como la más seria amenaza para la
libertad y la democracia de Estados Unidos. A lo largo de más de medio
siglo ese inmenso poder no hizo otra cosa que acrecentarse, hasta asumir
proporciones monstruosas. Si en aquella época era una amenaza hoy es
quien realmente manda en Estados Unidos, acelerando el tránsito de una
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república democrática a un régimen plutocrático.8 Es decir una forma
política que, parafraseando a Lincoln, es el gobierno del dinero, por el
dinero y para el dinero. Y dado que el gasto militar de Estados Unidos es el
principal motor de la economía, aglutinando en su seno a sectores
industriales, financieros y petroleros, es en interés de los gobiernos otorgar
toda clase de garantías a las empresas de ese sector. Y estas, a su vez,
disponiendo de fenomenales recursos, se convirtieron en las principales e
indispensables financiadoras de las carreras políticas de representantes,
senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el
funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las
puertas para la constitución de la plutocracia que hoy gobierna a ese país.
No es de extrañar, en consecuencia, que desde la Guerra de Corea en
adelante Estados Unidos no haya conocido un solo año sin estar en
guerra. Tampoco lo es que, pese a los optimistas anuncios, el gasto militar
haya aumentado aún luego de la desaparición de quien durante los largos
años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética.
En este sentido, la operación propagandística del imperio en el sentido de
exaltar los “dividendos de la paz” como fuente de una renovada ayuda al
desarrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la asignación de
recursos para facilitar el progreso económico y social de los países de la
periferia ni se redujo la escalada del gasto militar. Según los cálculos más
rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos superó el umbral
considerado hasta no hace mucho como absolutamente insuperable de un 8 Sobre esto ver Tom Engelhardt, “El nuevo orden estadounidense”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196927. Ver asimismo dos textos clásicos sobre este tema: Peter Dale Scott, The American Deep State: Wall Street, Big Oil and the Attack on U.S. Democracy. (ediciones varias). Sheldon Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido (Buenos Aires: Katz Editores, 2009). También Juan Bosch, El Pentagonismo, sustituto del imperialismo (Santo Domingo: Fundación Juan Bosch, 2015)
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billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que
equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial.9 Con
perfiles menos acusados que en Estados Unidos el complejo militar-
industrial-financiero también opera en los países europeos, Japón y Corea
del Sur. En otras palabras, la acumulación capitalista siempre estuvo
signada por la violencia (si no, cómo explicar la “Conquista de América”, o
el masivo despojo del campesinado en los países del capitalismo
metropolitano) y en tiempos recientes esta violencia se ha
institucionalizado y profundizado pari passu con el fenomenal crecimiento
del aparato militar, lo que impulsa las guerras a la vez que socava los
fundamentos de la democracia tanto en el mundo desarrollado como en la
periferia del sistema.
Un tercer elemento que impulsa las guerras es lo que un autor como
Michael Klare ha denominado “la cacería de los recursos naturales”.10 En
un mundo cada vez más amenazado por el agotamiento de ciertos bienes
comunes de carácter estratégico, comenzando por el agua y siguiendo por
el petróleo, la biodiversidad, los minerales estratégicos y los alimentos, y
frente a un imparable aumento de la población mundial que, hacia
mediados de este siglo, cruzaría la barrera de los 10.000 millones de
habitantes, las principales potencias se han lanzado con toda su fuerza en
una campaña mundial para asegurarse los insumos básicos requeridos
por un patrón de consumo capitalista caracterizado por la utilización
irracional y el derroche de los recursos naturales. Para nadie es un
misterio que la vigorosa expansión de China en los países del Tercer
Mundo tiene como objetivo fundamental asegurarse el suministro de 9 Hemos desarrollado este cálculo en nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012). 10 Cf. su The race for what is left (New York: Metropolitan Books, 2012)
15
ciertos recursos naturales imprescindibles para su economía, fenómeno
este que se manifiesta sobre todo en África pero también, aunque en
menor medida, en América Latina. No es necesario ser un pesimista
radical para reconocer que muy a menudo lo que comenzó como una
guerra comercial termina siendo una guerra en el sentido más integral del
término.
III. El lugar de América Latina y el Caribe
En este escenario en donde la guerra –o la amenaza de su estallido-
es el telón de fondo sobre el cual se desenvuelven las relaciones
internacionales América Latina y el Caribe juegan un papel de
especialísima importancia.
Por empezar, somos la región del mundo mejor dotada de recursos
naturales: con 7 por ciento de la población mundial disponemos entre el
42 y el 45 por ciento del agua dulce de la Tierra. Somos, además, el
pulmón del planeta, dueños de la mitad de la biodiversidad mundial, sede
de enormes depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y de tierras
extraordinariamente bien dotadas para la producción de todo tipo de
alimentos de origen vegetal o animal. Esta formidable dotación suscita los
apetitos del imperio norteamericano por subordinar, a cualquier costo, a
un país como Venezuela, cuyas reservas comprobadas de petróleo son las
mayores del mundo, hoy superiores a las de Arabia Saudita. Un continente
que cuenta con el 80 por ciento de las reservas mundiales de litio, fuente
energética fundamental para toda la industria microelectrónica y sus
derivados (teléfonos móviles, computadoras en sus diversas variantes,
cámaras fotográficas corrientes y satelitales, filmadoras, automotores
híbridos y así sucesivamente). La nanotecnología y sus increíbles
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aplicaciones tienen como fundamento práctico la biodiversidad, de la cual
América Latina (y especialmente Sudamérica) tienen el mayor caudal del
planeta. Ni hablemos del agua, crucial para un país como Estados Unidos
cuyo derroche de ese líquido elemento lo ha llevado a convertir el otrora
impetuoso río Colorado, capaz de cavar un profundo cañón en Arizona en
un arroyo que a menudo no llega ni siquiera a desaguar en el Océano
Pacífico. Tendrían que ser unos tremendos ignorantes los administradores
imperiales (y no lo son) como para ser indiferentes ante una realidad tan
exuberante como la que ofrece nuestra región. Por eso, desde los inicios de
su vida independiente, Estados Unidos consideró a esta parte del mundo
como su “patio trasero”, su zona de seguridad. Y por eso también tanto
Fidel como el Che no se cansaron de decir que América Latina y el Caribe
eran “la retaguardia estratégica del imperio.”
En segundo lugar, las concepciones estratégicas militares de Estados
Unidos desde los años fundacionales de la república siempre adhirieron a
la tesis de la “gran isla americana”, extendiéndose desde Alaska hasta
Tierra del Fuego. Esta concepción militar asume que la seguridad nacional
de Estados Unidos depende de la capacidad de Washington para evitar que
poderes extracontinentales hagan pie firme en algún sector de la isla
americana, o que existan en ella gobiernos hostiles a los designios de
Estados Unidos. Esta concepción se perfeccionó desde mediados del siglo
diecinueve y adquirió connotaciones claramente belicosas hacia el final de
ese siglo con sucesivas invasiones a varios países de Centroamérica y el
Caribe, incluyendo a México. La “Doctrina Monroe” de 1823 y el Corolario
a dicha pieza doctrinaria formulada por Theodore Roosevelt en 1904
plantean abiertamente la aspiración hegemónica de Estados Unidos sobre
esta dilatada geografía que yace al sur del Río Bravo. A resultas de ello
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Washington puede tolerar, aunque sea a regañadientes, un gobierno
socialista en algún país africano (casos de Mozambique, Zimbawe o
Angola, en determinadas épocas) pero responde con fulminante brutalidad
cuando una pequeña isla de 344 km2 y 90.000 habitantes como Granada
comete “el error” de elegir, en 1979 un gobierno socialista radical bajo el
liderazgo de Maurice Bishop. La respuesta de la Administración Reagan no
se hizo esperar: en Octubre de 1983 despachó un poderoso contingente
militar compuesto por casi 8.000 hombres (poco menos que el 10 por
ciento de la población invadida) y en pocos días depuso al gobierno y
ejecutó al Primer Ministro Bishop y sus principales colaboradores. La
justificación por este crimen: la construcción de un nuevo aeropuerto para
facilitar el turismo a la isla, lo cual fue interpretado por los criminales de
Washington como un perverso plan para facilitar el aterrizaje de aviones de
guerra soviéticos en el Caribe. Nada siquiera remotamente semejante fue
jamás hecho por Estados Unidos en ninguna otra región del planeta ante
un país de las pequeñas dimensiones y casi nula gravitación de Granada,
salvo en América Latina y el Caribe, díscola y turbulenta frontera de un
imperio protegido por un enorme hinterland y dos grandes océanos.11 El
único peligro proviene del Sur, del mundo del subdesarrollo
latinoamericano. Es a causa de ello que, si bien con algunos matices,
argumentos semejantes a los expresados en el caso de Granada sobre una
supuesta amenaza a la “seguridad nacional” han seguido esgrimiéndose
11 Sobre este tema del intervencionismo norteamericano en Nuestra América es insoslayable la referencia a la monumental obra de Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina (México DF: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, s/f). Véase asimismo la obra, más reciente, del politólogo e historiador cubano Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998) originalmente publicada en Cuba en 2006 pero de inminente publicación en Colombia con un prólogo de Atilio A. Boron
18
hasta el día de hoy. Se hizo antes con Cuba, después con la revolución
nicaragüense y, apenas en Marzo del 2015, lo reiteró el presidente Barack
Obama cuando emitió una orden ejecutiva estableciendo una “emergencia
nacional” por la amenaza “inusual y extraordinaria” a la seguridad
nacional y a la política exterior causada por la situación en Venezuela.
De todo lo anterior se desprende que Washington se opondrá a
cualquier proceso genuinamente democratizador que se escenifique en
nuestros países. Cualquier fuerza política que acceda al gobierno y trate de
hacer verdad aquello de la soberanía popular -que se asienta sobre la
soberanía económica y política en un mundo de naciones poderosas,
imperialistas y colonialistas, y países débiles y sometidos- será ferozmente
combatido por el imperio. Cuando Obama y sus colaboradores hablan de
la “normalización” de las relaciones con Cuba y con los países del
hemisferio lo que entienden por ello es regresar a la situación en que se
encontraba esta parte del mundo al anochecer del 31 de Diciembre de
1958, es decir, en las vísperas de la Revolución Cubana. “Normalizar” es
un eufemismo que oculta la intención de encuadrar y subordinar a los
países de Nuestra América para que sirvan de apoyatura a las aventuras
imperiales de Washington, tanto en esta parte del mundo como en otros
continentes. Piénsese si no en la parafernalia de vínculos existentes entre
los aparatos de inteligencia norteamericanos (nada menos que dieciséis
según la última cuenta) y los organismos militares militares y policiales del
imperio con sus homólogos de América Latina y el Caribe. El gobierno de
Estados Unidos entrena a nuestros espías, soldados y policías; les enseña
tácticas de interrogatorio; les aporta las armas, y junto con las armas, la
definición doctrinaria de quienes son los amigos y quienes los enemigos a
los cuales habrá que disparar; coordina con sus ejercicios conjuntos las
19
labores de nuestros ejércitos de aire, mar y tierra; tiene escuelas
especiales, como la remozada Escuela de las Américas, ahora cambiada de
nombre pero que sigue cumpliendo las mismas funciones; mantiene en
vigor la Junta Interamericana de Defensa, para coordinar los estados
mayores de nuestras fuerzas armadas en función de las prioridades y
necesidades militares de Estados Unidos. Todo esto sigue en pie, pese a los
esfuerzos de la UNASUR y sus tentativas de concebir y coordinar una
estrategia sudamericana de contención de la virulencia imperial. Hay, eso
sí, algunas valiosas excepciones como Cuba, naturalmente; Venezuela y,
sólo parcialmente, Bolivia y Ecuador. Hablar de imperialismo, violencia y
guerra es algo tan elemental que no debería exigir mayores
argumentaciones.
Conclusión.
Nuestro continente es prioridad número uno para la política exterior
de Estados Unidos. Es la región más importante del mundo, de lejos.
Hemos planteado esto en todo detalle en un trabajo previo y no tiene
sentido insistir sobre el tema en este lugar.12 Washington puede perder
Angola, Namibia, Nigeria, Cambodia, Vietnam, pero no se quedará de
brazos cruzados ante la perspectiva de perder Granada, Nicaragua, Cuba,
Chile, ni digamos Brasil o Venezuela. Puede esforzarse por “contener al
comunismo” como lo hizo en los años de la Guerra Fría y, para ello,
elaborar una serie de alianzas regionales. Siendo que el eje articulador de
la revolución comunista mundial (como se decía en esos años en
Washington) estaba en Europa, en Moscú para ser más precisos, ¿fue
Europa la primera beneficiaria de la estrategia de contención que
elaborara George Kennan para el presidente Harry S. Truman? ¡No! Fue 12 Cf. América Latina en la geopolítica del imperialismo, op. Cit.
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América Latina. En un mundo amenazado por el riesgo mortal de la
dominación comunista la primera región que Estados Unidos puso a salvo
de esa indeseada eventualidad fue América Latina. En 1947 firma el
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) con ese propósito.
¿Y Europa? Tendría que esperar dos años más, pues recién en Abril de
1949 se crearía la OTAN. Y en el apogeo del auge progresista en la región y
en coincidencia con los anuncios del presidente Lula da Silva informando
al mundo el descubrimiento de los grandes yacimientos petrolíferos en el
litoral paulista la respuesta de la Casa Blanca fue ordenar la reactivación
de la Cuarta Flota, que había sido desactivada en 1950. Como lo dice un
conocido aforismo estadounidense, “first things first”, o sea, “lo primero es
lo primero”. Y lo primero es América Latina. Si Africa cae en manos del
comunismo es un problema; si cae Asia es un problema mayor; si cae
Europa es una tragedia; pero si cae América Latina es una catástrofe de
incalculables proyecciones. Porque Asia, África y Europa están lejos,
separadas por grandes océanos. Pero desde América Latina los enemigos
del imperio ¡pueden llegar caminando!, como en medio de la psicosis
despertada por la revolución sandinista se escuchaba en los pasillos del
gobierno estadounidense en Washington. Los cambios en el paisaje
sociopolítico latinoamericano desde finales del siglo veinte marcaron un
importante retroceso de la influencia norteamericana en la región. El
rechazo del ALCA fue una durísima derrota para el imperio, y la
consolidación de una serie de gobiernos progresistas, algunos de izquierda
y la heroica sobrevivencia de la Revolución Cubana marcaron a fuego todo
el período abierto desde la elección presidencial de Chávez en Diciembre de
1998 hasta nuestros días. La victoria del líder bolivariano fue la chispa
que incendió la pradera: su carisma y su fenomenal capacidad didáctica
movilizó y excitó las ansias emancipatorias de los pueblos y naciones del
21
área abatidos y humillados por siglos de opresión colonial y neocolonial.
Chávez voltea en Venezuela la primera ficha de un dominó que luego
recorrería todo el continente: la segunda caería en Brasil con Lula en el
2002 para seguir con Kirchner en Argentina, en el 2003; con Evo y Tabaré
Vázquez en Bolivia y Uruguay, en el 2005; con Correa en Ecuador, en el
2006 y en ese mismo año con Ortega en Nicaragua y Zelaya en Honduras;
con Cristina en el 2007; con Lugo en Paraguay en el 2008 y Funes en El
Salvador, en el 2009, despejando el camino para que el ex Comandante del
FMLN, Salvador Sánchez Cerén, asumiera la presidencia de ese país en el
2014. En el 2010 José “Pepe” Mujica ratificaría la hegemonía del Frente
Amplio y conquistaría la presidencia del Uruguay, misma que en el 2015
volvería a recaer en las manos de Tabaré Vázquez. En una revisión
actualísima Angel Guerra plantea una tesis que hacemos nuestra al decir
que “califico como gobiernos que en distintos grados son independientes
de Estados Unidos, se distancian de los dictados del Consenso de
Washington, abogan activamente por la unidad y la integración latino-
caribeña y por un mundo multipolar. Si atendemos a estos rasgos
podemos decir que cumplen con ellos en alguna medida: Antigua y
Barbuda, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Dominica, Ecuador, El
Salvador, Granada, Nicaragua, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San
Vicente y las Granadinas, Surinam, Uruguay y Venezuela.”13 En suma:
basta con recordar esta radical modificación del mapa sociopolítico
latinoamericano para calibrar el imperecedero espesor político de la
herencia chavista y la ansiedad de la burguesía imperial para retomar la
“normalidad” en las relaciones hemisféricas. La contraofensiva
estadounidense no se hizo esperar: comenzó con un golpe de estado contra
13 Ver la nota de Guerra en su blog en Telesur: http://www.telesurtv.net/bloggers/El-
presunto-fin-del-ciclo-progresista-20150820-0001.html”)
22
Chávez en Abril del 2002 y siguió, ante su fracaso, con el paro petrolero de
Diciembre 2002-Febrero del 2003. Derrotadas estas iniciativas, que
tuvieron un efecto boomerang y liquidaron el ALCA en el 2005, el imperio
volvió a la carga: tentativa de golpe y secesión de Bolivia en 2008; golpe
“jurídico-parlamentario” contra Zelaya en 2009; golpe frustrado contra
Correa en 2010; golpe exitoso, también “jurídico-parlamentario” contra
Lugo en 2012 y violentas protestas (“guarimbas”) en Venezuela en Febrero
de 2014.
Esto no ha cesado y en los momentos actuales esta ofensiva
restauradora se encuentra en pleno desarrollo. “Normalización” tramposa
con Cuba, necesaria para despejar el descontento de los gobiernos de la
región con la absurda e injusta política del bloqueo pero sin que éste se
haya modificado; “guerra económica”, ofensiva diplomática y terrorismo
mediático contra Venezuela; campañas sucias y difamatorias contra Evo
Morales en Bolivia; agresión financiera y mediática en contra de Rafael
Correa en Ecuador; intensas presiones desestabilizadoras desde la re-
elección de Dilma Rousseff, obligándola a desnaturalizar por completo el
programa del PT adhiriendo a una orientación claramente neoliberal;
“golpe judicial por etapas” para sacar a Lula del juego y de su posible
candidatura en el 2018; acoso también judicial contra Cristina Fernández
en la Argentina y, de paso, apoyo explícito de la Casa Blanca a la Alianza
del Pacífico, ardid norteamericano para atenuar o neutralizar por completo
la influencia de China en el hemisferio. No es un dato menor que sobre
tres de los cuatro países originalmente signatarios de la Alianza: México,
Colombia y Perú recaen fuertes sospechas sobre la penetración en sus
aparatos estatales del narcotráfico y el paramilitarismo. Sólo Chile, por
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ahora, se encuentra libre de esa acusación en los propios medios
norteamericanos.
Dadas estas circunstancias, o mejor dicho, habida cuenta de las
condiciones estructurales que pautan la relación entre el imperio y su
principal región tributaria, se comprende que América Latina y el Caribe
haya sido una región en estado de permanente agitación y no por
casualidad la vanguardia a nivel mundial de la resistencia a las exacciones
del imperialismo desde las primeras décadas del siglo veinte. Y en este
contexto hay un país que juega un papel de excepcional importancia en
Nuestra América: Colombia.
En este sentido la firma, en Junio del 2013, de un acuerdo de
cooperación entre Colombia y la Organización del Tratado Atlántico Norte
(OTAN) ha causado una previsible preocupación en Nuestra América. Para
justificar su decisión el presidente Santos señaló que Colombia tiene
derecho a "pensar en grande", y que él va a buscar que su país sea de los
mejores "ya no de la región, sino del mundo entero". Continuó luego
diciendo que "si logramos esa paz” –refiriéndose a las conversaciones de
paz que están en curso en Cuba, con el aval de los anfitriones, Noruega y
Venezuela- “nuestro Ejército está en la mejor posición para poder
distinguirse también a nivel internacional. Ya lo estamos haciendo en
muchos frentes", aseguró Santos. Y piensa hacerlo nada menos que
asociándose a la OTAN, una organización sobre la cual pesan
innumerables crímenes de guerra y masiva violaciones a los derechos
humanos perpetrados en la propia Europa (recordar el bombardeo a la ex
Yugoslavia y las masacres de los Balcanes) la destrucción del Líbano, Irak,
Libia; su complicidad con el gobierno fascista de Israel en su continuo
genocidio del pueblo palestino y ahora su colaboración con los terroristas
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que han tomado a Siria por asalto y sembrando de muerte y destrucción
todo el Medio Oriente.14 Jacobo David Blinder, ensayista y periodista
brasileño, fue uno de los primeros en dar la voz de alarma ante las
implicaciones de la decisión del presidente colombiano. Hasta ahora el
único país de América Latina “aliado extra OTAN” había sido la Argentina,
que obtuvo ese deshonroso status durante los nefastos años de Carlos S.
Menem, y más específicamente en 1998, luego de participar en la Primera
Guerra del Golfo (1991-1992) y aceptar todas las imposiciones impuestas
por Washington en muchas áreas de la política pública, como por ejemplo
desmantelar el proyecto del misil Cóndor y congelar el programa nuclear
que durante décadas venía desarrollándose en la Argentina. Dos
gravísimos atentados que suman más de un centenar de muertos –en la
Embajada de Israel y en la AMIA- fue el saldo que dejó en la Argentina la
represalia por haberse sumado a las actividades de la organización
terrorista noratlántica.
El status de “aliado extra OTAN” fue creado en 1989 por el Congreso
de los Estados Unidos –no por la organización sino por el Congreso
estadounidense- como un mecanismo para reforzar los lazos militares con
países situados fuera del área del Atlántico Norte y que podrían ser de
ayuda en las numerosas guerras y procesos de desestabilización política
que Estados Unidos despliega en los más apartados rincones del planeta.
Australia, Egipto, Israel, Japón y Corea del Sur fueron los primeros en
ingresar, y poco después lo hizo la Argentina, y ahora Colombia. El sentido
de esta iniciativa del Congreso norteamericano salta a la vista: robustecer
14 Las declaraciones de Santos se encuentran en http://www.infobae.com/2013/06/01/1072485-santos-solicitara-el-ingreso-colombia-la-otan. Sobre el siniestro papel de la OTAN ver el completo estudio publicado como libro bajo el título de OTAN: la globalización del terror, de Mahdi Darius Nazemroaya (Managua: PAVSA, 2015) Prólogo de Atilio A. Boron.
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y legitimar sus incesantes aventuras militares -inevitables durante los
próximos treinta años, si leemos los documentos del Pentágono sobre
futuros escenarios internacionales- con un aura de “multilateralismo” que
en realidad no tienen. Esta incorporación de los aliados extra-regionales de
la OTAN, que está siendo también promovida en los demás
continentes, refleja la exigencia impuesta por la transformación de las
fuerzas armadas de los Estados Unidos en su tránsito desde un ejército
preparado para librar guerras en territorios acotados a una legión imperial
que con sus bases militares de distinto tipo (más de mil en todo el
planeta), sus fuerzas regulares, sus unidades de “despliegue rápido” y el
creciente ejército de “contratistas” (vulgo: mercenarios) quiere estar
preparada para intervenir en pocas horas para defender los intereses
estadounidenses en cualquier punto caliente del planeta. Con su
incorporación como “aliado extra OTAN” Colombia se pone al servicio de
tan funesto proyecto y, puertas adentro, refuerza la militarización de un
país que lleva más de medio siglo de guerra civil y que clama por la paz.
Si bien la Argentina es un lamentable precedente (que en el año
2012 afortunadamente perdió el status de “aliada extra-OTAN”) el caso
colombiano es muy especial, porque desde hace décadas ese país recibe,
sobre todo en el marco del Plan Colombia, un muy importante apoyo
económico y militar de Estados Unidos –de lejos el mayor de los países del
área- y sólo superado por los desembolsos realizados a favor de Israel,
Egipto, Irak y Corea del Sur y algún que otro aliado estratégico de
Washington. Cuando Santos declara su vocación de proyectarse sobre el
“mundo entero” lo que esto significa es su voluntad para convertirse en
cómplice de Washington, para movilizar sus bien pertrechadas fuerzas
más allá del territorio colombiano y para intervenir en los países que el
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imperio procura desestabilizar.15 Y no es un secreto para nadie que la
primera en esa lista no es otra que Venezuela. Es poco probable que su
anuncio signifique que está dispuesto a enviar tropas a Afganistán, a Siria
u a otros teatros de guerra. La pretensión de la derecha colombiana, en el
poder desde siempre, ha sido convertirse, especialmente a partir de la
presidencia de Álvaro Uribe Vélez, en la “Israel de América Latina”
erigiéndose, con el respaldo de la OTAN, en el gendarme regional del área
para vigilar, amenazar y eventualmente agredir a vecinos como Venezuela,
Ecuador y otros -¿Bolivia, Nicaragua, Cuba?- que tengan la osadía de
oponerse a los designios imperiales.
A nadie se le puede escapar que con esta decisión el gobierno del
presidente Santos tensiona los Diálogos de Paz en curso en La Habana
porque cómo podría la insurgencia colombiana confiar en las promesas de
un gobierno que con su asociación a la OTAN acentúa una perniciosa
vocación injerencista y militarista. Por otra parte, esta decisión no puede
sino debilitar los procesos de integración y unificación supranacional en
curso en América Latina y el Caribe. La tesis de los “caballos de Troya” del
imperio, que repetidamente hemos planteado en nuestros escritos sobre el
tema, asumen renovada actualidad con la decisión del mandatario
colombiano. ¿Qué hará ahora la UNASUR y cómo podrá actuar el Consejo
de Defensa Suramericano cuyo mandato conferido por los jefes y jefas de
estado de nuestros países ha sido consolidar a nuestra región como una
zona de paz, como un área libre de la presencia de armas nucleares o de
destrucción masiva, como una contribución a la paz mundial para lo cual
se requiere construir una política de defensa común y fortalecer la 15 No es un secreto para nadie que las fuerzas armadas colombianas son las únicas en la región que cuenta con una experiencia de combate de varias décadas. Ningún otro ejército de la región cuenta con una un antecedente siquiera remotamente similar.
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cooperación regional en ese campo? ¿Qué implicaciones tiene sobre la
UNASUR y, más generalmente, sobre los diversos proyectos de integración
y coordinación de políticas en América Latina, el hecho de que Colombia,
al asociarse a la OTAN adhiere a la postura británica en el diferendo con la
Argentina por las Islas Malvinas?
Un proyecto largamente acariciado por nuestros pueblos es lograr que
América Latina sea un continente desnuclearizado. Si durante décadas
pudimos estar seguros de ello ya no más. Hay evidencias que sugieren que
existe armamento nuclear en las Islas Malvinas, y no sabemos qué clase
de armamentos hay en las 7 bases que Washington dispone en territorio
colombiano, o en las 11 existentes en Perú.16 Los acuerdos que hicieron
posible la instalación de esas bases contienen cláusulas que le confieren a
Estados Unidos el derecho a ingresar cargamento militar sin tener que ser
sometido a control alguno de los estados anfitriones. Por algo cuando en
una de las reuniones de la UNASUR Chávez solicitó a la organización que
se procediera a verificar que era lo que había en cada una de las bases
norteamericanas en la región tropezó con la cerrada negativa de Álvaro
Uribe y Alan García, no por casualidad los dos países que abrieron de par
en par sus puertas para la penetración de tropas y pertrechos militares
estadounidenses en sus territorios. Es imposible que este continente
conquiste la paz con las ochenta bases militares norteamericanas
existentes en nuestros países. Esas bases son dispositivos para la guerra,
no para la paz. Y entrarán plenamente en funciones a medida que el
deterioro de la situación internacional impulse a Washington a consolidar
su reaseguro en el patio trasero y a sofocar cualquier intento de 16 Sobre el tema de las bases consultar el fundamental estudio de Telma Luzzani, Territorios vigilados. Como opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica (Buenos Aires, Debate, 2012)
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autodeterminación nacional o avance democrático. Deberíamos lanzar una
campaña continental para expulsar a todas las bases norteamericanas, y
las pocas que existen del Reino Unido, Holanda y Francia, de la región.
Ellas sólo traerán violencia y muerte, y los latinoamericanos y caribeños
queremos la paz. Es una propuesta razonable, que atraviesa la gran
mayoría de las fuerzas políticas y movimientos sociales de la región. Y
nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos jamás nos perdonarán que no
hayamos hecho todo lo que esté a nuestro alcance para acabar con esas
amenazas.