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De las persecuciones al papa Francisco Pontífices HUELLAS

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CORRECCIÓN: SEGUNDAS

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26-03-2013DISEÑO

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Fotografía de la cubierta: © Osservatore RomanoDiseño de la cubierta: Departamentode Arte y Diseño, Área Editorial Grupo Planeta

10039532PVP 18,90€ ep

Próximos títulos de la colección Huellas

Quico Sabaté, el último guerrilleroPilar Eyre

Secretos confesablesAlfredo Fraile

Mandela: mi prisionero, mi amigoChristo Brand

ChurchillRob Jenkins

César Vidal (Madrid, 1958) es doctor en Historia (premio extraordinario de fi n de carrera), en Teología, en Filosofía y en Derecho. Ha ejercido la docencia en distintas universidades de Europa y América. Ha dirigido los programas radiofónicos La Linterna —por el que ha recibido, entre otros, los premios Antena de Oro 2005, Micrófono de Plata 2005 y Hazte Oír 2005— y Camino del Sur, ambos en la cadena Cope, y Es la noche de César, en EsRadio, así como los televisivos Corría el año… y Camino hacia la cultura, en Libertad Digital TV. Es columnista del diario La Razón. Defensor infatigable de los derechos humanos, ha sido distinguido con el Premio Humanismo de la Fundación Hebraica (1996) y ha recibido el reconocimiento de organizaciones como Yad Vashem, Supervivientes del Holocausto (Venezuela), ORT (México), Jóvenes Contra la Intolerancia o la Asociación de Víctimas del Terrorismo Verde Esperanza. Entre otros premios literarios ha recibido el de la Crítica a la mejor novela histórica (2000) por La mandrágora de las doce lunas, el Premio Las Luces de Biografía (2002) por Lincoln, el Premio Espiritualidad 2004 por El testamento del pescador, el Premio Jaén de Literatura Juvenil 2004 y el del CCEI 2004 por El último tren a Zúrich, el Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2005 por Los hijos de la luz, el Premio Algaba de Biografía (2006) por Pablo, el judío de Tarso, el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio 2006 por El fuego del cielo y el Premio de Ensayo Heterodoxias por El caso Lutero (2008). Entre sus últimas obras destacan El judío errante (2008), Historia de España para nuevos españoles, inmigrantes y víctimas de la Logse (en colaboración con Federico Jiménez Losantos) (2009), La ciudad del rey leproso (2009), Momentos cumbre de la Historia (2009), Jesús el judío (2010), La ciudad del azahar (2010) o El guerrero y el sufí (2011).

ediciones península

Proclamados como hombres providenciales, guías espirituales de la Iglesia, referentes intelectuales y morales de la Cristiandad, los papas —desde los lejanos tiempos de Pedro hasta el actual papa Francisco— han jugado un papel determinante en la dirección del pueblo de Dios. Acaudalados mecenas, agudos estrategas, elegantes y precisos teólogos, inteligentes políticos y diplomáticos, los pontífi ces, con sus diversas personalidades, ideas e inquietudes, han sabido conducir a la Iglesia católica hasta el lugar primordial que ocupa en nuestros días.

Interesado por las vidas, obras y aventuras papales, César Vidal—que ya hizo una primera incursión en este apasionante tema en su Diccionario de los papas (1997)— ha escrito una obra mayor para todo aquel que desee acercarse al pasado y presente de esta magna institución de Occidente. Desde las persecuciones al siglo XXI, pasando por el agitado y complejo Renacimiento, hasta el primer año de pontifi cado del papa Francisco, Pontífi ces ofrece a los lectores un compendio de amenas biografías, historias y anécdotas que hacen de esta obra un libro imprescindible.

«Mientras que las monarquías, sin excluir a las teocracias orientales, han ido perdiendo competencias de manera irreversible desde fi nales del siglo XVII, el papado posiblemente es la única que ha ido acumulándolas de manera ininterrumpida desde el siglo V hasta la actualidad. Su historia, de manera particular aunque no total, es el desarrollo de una evolución que, a partirde la Edad Media, se dirigió a convertir al obispo cristiano de Roma en el monarca con mayor poder del orbe, un poder que no sólo ha de calibrarse en términos espirituales, sino también políticos, económicos y sociales.»

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© César Vidal Manzanares, 2007 y 2014Derechos cedidos a través de Silvia Bastos, S.L., Agencia Literaria

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escritodel editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicaciónpública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones

establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Españolde Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiaro escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;

91 702 19 70 / 93 272 04 47).Todos los derechos reservados.

Primera edición: noviembre de 2007Primera edición, actualizada, en este formato: marzo de 2014

© de esta edición: Grup Editorial 62, S.L.U., 2014Ediciones PenínsulaPedro i Pons 9, 11ª pta

08034 - [email protected]

víctor igual • fotocomposiciónbook print digital • impresión

depósito legal: b. 232-2014isbn: 978-84-9942-300-5

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SUMARIO

introducciónLA PERMANENCIA DE UN SISTEMAMILENARIO 9

primera parteDE LAS PERSECUCIONES A LA TOLERANCIA 23

segunda parteDE LA TOLERANCIA A LA OFICIALIDAD 41

tercera parteLOS PAPAS EN LA ÉPOCA DE LOS REINOS BÁRBAROS 57

cuarta parteLOS PAPAS BAJO EL CONTROL DE BIZANCIO 65

quinta parteEL OCASO DEL CONTROL BIZANTINO Y EL INICIODE LA ALIANZA CON LOS FRANCOS 79

sexta parteLOS PAPAS Y EL IMPERIO DE OCCIDENTE 85

séptima parteLOS PAPAS DEL RENACIMIENTO 143

octava parteLOS PAPAS DE LA CONTRARREFORMA 157

novena parteEL PAPADO EN CUESTIÓN: DE LA DUDA AL FINAL 171DE LOS ESTADOS PONTIFICIOS (1655-1871)

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décima parteLOS PAPAS DE LA EDAD CONTEMPORÁNEA 189

cronología 213

bibliografía 235

contenido 243

8 sumario

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LA ERA DE LAS PERSECUCIONES

Nacido en el seno del pueblo de Israel—Jesús, susparientes y sus discípulos eran todos judíos—, el cris-tianismo no pasó de ser considerado por el Imperioromano durante siglos como una superstición ilícita.Esa consideración se tradujo no sólo en el desprecioy la burla, sino también en ocasiones en duras perse-cuciones que concluyeron con el derramamiento dela sangre de múltiples mártires. Si la primera comu-nidad cristiana, judeo-cristiana más bien, tuvo susede en Jerusalén, no pasó mucho tiempo antes deque otras ciudades contaran con comunidades rele-vantes. Fue el caso de Antioquía, de Corinto, de Éfe-so y, ya en la segunda mitad del siglo i, de Roma. Demanera paradójica, Roma adquiriría una importan-cia más preponderante al concluir aquel período ini-cial y difícil de la historia del cristianismo. No otracosa sucedería también con sus obispos. Las razonesson fáciles de entender. A fin de cuentas, Roma erala capital del imperio. Sin embargo, no deja de sersignificativo que el papel relevante de sus obisposfuera de tardía aparición y estuviera directamentevinculado al vacío de poder dejado por el empera-dor con la crisis imperial y, aún más, con la persis-tencia del imperio sólo en la parte oriental de su te-rritorio. Como había escrito Pablo de Tarso a lostesalonicenses, el apartamiento de determinadospoderes permite siempre la emergencia de otros in-cipientes (2 Tesalonicenses 2, 7-12). En el caso delpapado, semejante principio resulta innegable.

Descripción de la primera

comunidad cristiana de Je-

rusalén

Demanera que los que reci-bieron su palabra fueronbautizados; y en aquel díafueron añadidas unas tresmil personas. Y se dedica-ban de manera constante aladoctrinade losapóstoles,a la comunión, al partimien-to del pan y a las oraciones.

(Hechos 2, 41-42)

Pedro habla de la Piedra

sobre la que se asienta la

Iglesia

Acercándoos a Cristo, pie-dra viva, desechada cierta-mente por los hombres,pero para Dios elegida y va-liosa, vosotros, también,como piedras vivas, vaissiendoedificadoscomounacasa espiritual para un sa-cerdocio santo, para queofrezcáis sacrificios espiri-tuales aceptables a Diospor medio de Jesús el me-sías.PoresodicelaEscritura:«He aquí, pongo en Siónunapiedraangular, elegida,valiosa, y el que crea en ellade ninguna manera se verá

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PEDRO

La palabra Pedro es la traducción griega de la palabraaramea Kefa (roca). Discípulo de Jesús al que tam-bién se le denomina Simón o Simeón (Hechos 15, 14;2 Pedro 1, 1), originalmente, se dedicaba con su her-manoAndrés a la pesca enGalilea (Mateo 4, 18) y pre-viamente había estado vinculado con Juan el Bautista(Juan 1, 35-42). Fue uno del grupo de los Doce y, másespecíficamente, de los tres discípulos más cercanos aJesús (Mateo 17, 1; Marcos 5, 37; 9, 2; Lucas 8, 51, etc.).Pedro estaba convencido de la mesianidad de Jesús yasí lo confesó en Cesarea de Filipo. La declaración pe-trina llevó a Jesús a referirse a una iglesia que edifica-ría precisamente sobre la declaración de fe pronun-ciada por Pedro, la consistente en afirmar que él era elmesías y el Hijo de Dios. A pesar de lo anterior, Pedrose resistió a aceptar la visión del mesías sufriente quetenía Jesús, lo que motivó que éste le reprendiera(Mateo 16, 18 ss.). Advertido por Jesús de que lo nega-ría, también recibió seguridad de que sería restauradotras su arrepentimiento debiendo confirmar a sushermanos (Lucas 22, 31 ss.). Efectivamente, Pedronegó a Jesús cuando se produjo su detención (Mateo26, 69 ss. y par.) y, demanera semejante, no creyó ini-cialmente en el anuncio de la resurrección de Jesús(Lucas 24, 11). Sin embargo, la visión de la tumba va-cía (Lucas 24, 12; Juan 20, 1-10) y una aparición de Je-sús el domingo de resurrección (Lucas 24, 34; I Co-rintios 15, 5), así como otras posteriores en compañíade otros discípulos, cambiaron radicalmente su pun-to de vista y su misma vida. Apenas unas semanasdespués de la ejecución de Jesús, Pedro anunciabacon valentía su resurrección y la necesidad de creer enel mesías para obtener la salvación (Hechos 2, 3 y 4).A la sazón, Pedro seguía asistiendo al culto del templocomo otros judíos piadosos (Hechos 3, 1 ss.), pero esono impidió que se enfrentara con las autoridades ju-

defraudado». Por lo tanto,paravosotros losquecreéises motivo de honra, peropara los que no creen «lapiedra que desecharon losconstructores se convirtióen piedra angular» y «pie-dra de tropiezo y roca deescándalo». Éstos tropie-zan porque desobedecen ala Palabra de Dios, para locual fueron destinados.

(I Pedro 2, 4-8)

Pablo se dirige a los herma-

nosdelacomunidadcristia-

nadeRomasinmencionara

Pedro

Saludad a Prisca y a Aquila,miscolaboradoresenelme-sías Jesús, que arriesgaronsu vida por lamía, a los cua-lesnosólo lesdoyyo lasgra-cias sino también todas lasiglesiasde losgentiles, ya laiglesia que se reúne en sucasa. Saludad a Epeneto,amadomío,quees lasprimi-cias de Asia en el mesías.Saludad a María, que traba-jó mucho entre vosotros.Saludad aAndrónico y a Ju-nia, mis parientes y compa-ñeros de cárcel, que son cé-lebres entre los apóstoles,que también han estado enel mesías antes que yo. Sa-ludad a Amplias, amadomío, en el Señor. Saludad aUrbano, nuestro colabora-dor en el mesías, y a Esta-quis, amado mío. Saludad aApeles, aprobado en el me-sías. Saludad a los que sonde Aristóbulo. Saludad aHerodión,mipariente. Salu-dad a los que son de Narci-

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días que, durante la época de Herodes Agripa, estu-vieron a punto de ejecutarlo (Hechos 12).

Aunque la comunidad judeo-cristiana de Jeru-salén parece haber estado regida por el conjunto delos apóstoles en sus primeros tiempos, no cabe dudade que Pedro actuaba como portavoz de la misma(Hechos 2-4). Fue él, junto con Juan, quien legitimólas obras de evangelización situadas fuera de Judea(Samaria, Hechos 8; la costa, Hechos 9, 32 ss.) y elque dio el primer paso de evangelización de los nojudíos (Hechos 10-11).

A pesar de que Pedro se centró en la predicacióna los judíos y de que excluyó explícitamente la de losgentiles (Gálatas 2, 9-10), sus relaciones con Pabloparecen haber sido buenas, salvo en el caso de un in-cidente en Antioquía en el que Pedro actuó en con-tra de sus convicciones por no causar escándalo a losjudíos y Pablo le acusó de hipocresía ante toda lacongregación (Gálatas 1-2).

Durante los años cuarenta y cincuenta del siglo i,la Iglesia de Jerusalén estuvo bajo la dirección deSantiago, «el hermano de Jesús», como lo llama elhistoriador judío Flavio Josefo, y no de Pedro (He-chos 12, 17; 15, 13; 21, 18; Gálatas 2, 9 y 12). Pedro apo-yó en el denominado Concilio de Jerusalén las tesisde Pablo en favor de facilitar la aceptación de los nojudíos en el seno de los seguidores de Jesús. Sin em-bargo, la decisión final quedó formulada por San-tiago (Hechos 15, 13 ss.).

Tenemos muy pocos datos sobre el período fi-nal de su vida (casi un cuarto de siglo). Desarrollócon seguridad un ministerio misionero en el que,como los demás apóstoles, con la excepción de Pabloy Bernabé, era acompañado por su esposa (I Corin-tios 9, 5), seguramente, la hija de la suegra de Pedroa la que curó Jesús (Lucas 4, 38 ss.). Posiblemente,durante ese ministerio estuvo en Corinto (I Corin-tios 1, 12) y, desde luego, debió concluir en martirio,

so, que están en el Señor.Saludad a Trifena y a Trifo-sa, que trabajanenelSeñor.Saludada la amadaPérsida,que trabajómucho en el Se-ñor.SaludadaRufo,elelegi-do en el Señor, y a sumadreymía. SaludadaAsíncrito, aFlegonte, a Hermas, a Pa-trobas,aHermesya lossan-tos que están con ellos. Sa-ludad a Filólogo y a Julia, aNereo y a su hermana, ya Olimpos y a todos los san-tos que están con ellos. Sa-ludaos los unos a los otroscon beso santo. Os saludantodas las iglesias de Cristo.

(Romanos 16, 3-16)

¿Era Pedro la piedra?

Forma parte esencial de lavisióncatólica, la identifica-ción de Pedro con la «pie-dra» o «roca» sobre la queCristo edificaría la iglesia ya la que se hace referenciaenMateo 16, 18. De acuerdocon esa interpretación, la«piedra», en realidad, nosólo sería Pedro sino que,por añadidura, la primacíaepiscopal correspondería asus sucesores identificadoscon el papa de Roma. Saltaa la vista que el pasaje encuestión no se refiere enningún momento a una po-siblesucesiónnimuchome-nos a que ésta tuviera lugara través de una línea epis-copal asentada en Roma.Con todo, no es menos ob-vio para los que conocen laBiblia y la patrística quela «piedra»—más correcta-mente «roca»—no puede

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una circunstancia que había adelantado el propioJesús (Juan 21, 19).

No es probable que fuera Pedro quien fundara lacomunidad cristiana de Roma ymuchomenos plau-sible resulta que fuera su obispo. No deja de ser sig-nificativo, por ejemplo, que Pablo no lomencione ensu Epístola a los Romanos entre todos los hermanosa los que envía saludos (Romanos 16) y que tambiénguarde silencio acerca de cualquier estancia de Pedroen la capital del Imperio en sus cartas pastorales (1 y2 Timoteo, Tito). Resulta obvio que si Pedro hubierasido el obispo de Roma, Pablo lo hubiera menciona-do en cualquiera de estas ocasiones, separadas entresí por casi una década, siquiera porque el pescadorno lo habría dejado solo (2Timoteo 4, 16). A pesar detodo lo anterior, la posibilidad de que Pedro visitaraen alguna ocasión Roma no debe desecharse, comohan hecho algunos historiadores. De hecho, resultaplausible la tradición que lo considera ejecutado du-rante la persecución neroniana, según queda recogi-da en la leyenda de Quo Vadis? Sin embargo, a dife-rencia de este relato, es posible que, como sucediócon Pablo, Pedro fuera detenido en algún lugar delImperio y trasladado a la capital para su ejecución.Según la tradición, habría sido crucificado boca aba-jo al no considerarse digno de padecer el mismo su-plicio que su maestro. La noticia de la crucifixión es,seguramente, cierta y la de lamanera de ejecutarla notiene por qué ser considerada inverosímil.

La excavación de la supuesta tumba de Pedro enRoma de 1939-1949 no sacó a la luz los restos delapóstol, como pretendió el 26 de junio de 1965 el papaPablo VI*, sino un lugar identificado como su se-pulcro no antes del siglo ii-iii. Con todo, no puededescartarse que en ese enclave se diera sepultura alantiguo pescador.

De las obras escritas que se han atribuido a Pe-dro, sin duda es suya la primera epístola que lleva su

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ser identificadaenabsolutocon Pedro. Las razones alrespecto son varias:

1. En las Escrituras, el tér-mino «roca» o «piedra»se identifica siempre conDios (Salmo 18, 1-2; 62, 5-6; 89, 26). De YHVH esde quien se afirma que esRoca y salvación.2. De manera bien signifi-cativa, la idea de la «ro-ca» o «piedra» es igual-mente asociada con elmesías. Será ese mesías-roca la base o fundamen-to de la nueva construc-ción espiritual de Dios(Isaías 8, 13; 28, 16; Salmo118, 22).3. Los primeros cristia-nos vieron a Jesús comoesa «roca-piedra» y no aPedro. De manera bienreveladora, el mismo Pe-dro afirma que la piedraes Cristo y no él (I Pedro5, 1-4) e identifica a Je-sús con esa piedra una yotra vez (Hechos 4, 11-12).Lo mismo encontramosen Pablo que afirma quela piedra es Cristo (I Corin-tios 10, 4) y que señalaque «ningún hombre pue-de poner otro fundamen-to que el que está puesto,que es Cristo Jesús» (ICorintios 3, 11).4. Los Padres de la igle-sia tampoco considera-ron que la piedra-rocasobre la que se sustentala iglesia en Mateo 16, 18fuera Pedro. Al respec-to, por citar sólo algu-nos, Tertuliano, Agustín,Cipriano, Juan Crisósto-

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nombre. Se trata de unmagnífico texto pastoral, en elque se indica cómo la Piedra sobre la que se alza laIglesia es el propio Jesús, tal y como se profetizó en lasEscrituras (1 Pedro 2, 1-8); cómo todos los cristianosson sacerdotes (1 Pedro 2, 9); cómo Cristo dejó ejem-plo con sumuerte de lamanera en que deberían com-portarse sus seguidores (1 Pedro 2, 21 ss.; 3, 18 ss.) y,sobre todo, cómo puede producirse en cualquiermo-mento una persecución. Texto muy antiguo, en él seconsignan también concepciones primitivas, como lade que el bautismo no tiene poder de limpiar peca-dos, sino que es una simple petición de tener unabuena conciencia ante Dios (1 Pedro 3, 21-22).

Por lo que se refiere a la segunda carta de Pedro,su autenticidad ha sido cuestionada, pero lo cierto esque el escrito del Nuevo Testamento con el que tienemayores coincidencias es precisamente la primeracarta de Pedro y, por añadidura, abundan las referen-cias personales que encajan con la vida del apóstol.Por otro lado, las diferencias entre ambas epístolasdependen no tanto de la diversidad de autores comodel género literario (la primera carta es una epístola,la segunda está concebida como un testamento).Tampoco puede descartarse que la segunda fuera de-bida a Pedro, pero recibiera su forma final de la plu-ma de un amanuense. En cuanto a los Hechos de Pe-dro, el Apocalipsis de Pedro y el Evangelio de Pedro,son claramente escritos pseudoepigráficos. Debe se-ñalarse igualmente la acentuada posibilidad de que elEvangelio deMarcos recoja sustancialmente el conte-nido de la predicación de Pedro, ya que Juan Marcosaparece en algunas fuentes como su intérprete.

La inclusión de Pedro en las listas de obispos deRoma como el primero de éstos no es anterior al sigloiv y provocó, como tendremos ocasión de ver, unaalteración en el orden ya establecido. Tal tradición,ciertamente muy tardía, choca con testimonioscomo los recogidos en las epístolas de Pablo, pero,

mo, Ambrosio, Jerónimo,Basilio el Grande, Hilariode Poitiers, Cirilo de Ale-jandría, Atanasio, Epifa-nio, Juan Casiano, Euse-bio, Gregorio el Grande,Isidoro de Sevilla o Juan deDamasco no interpretaronMateo16, 18enelsentidoca-tólico sino de manera muydiferente. Por ejemplo, Eu-sebio (263-340) afirmó quela rocaeraCristo (Comenta-riosobre losSalmos);Hilariode Poitiers (315-367) (Sobrela TrinidadVII, 36-7) identifi-có la rocanoconPedro sinocon la feenJesúscomome-sías e Hijo de Dios; Gregoriode Nisa (335-394) identificóla roca con la fe en Cristo(Panegírico sobre San Es-teban); Jerónimo (347-420) afirmó repetidas ve-ces que la piedra eraCristo (Comentario a Ma-teo 7: 25; Epístola 65: 15;Comentario sobre Amós6: 12-13); Cirilo de Alejan-dría (m. 444) (Comenta-rio a Zacarías) conside-ró igualmente que lapiedra era Cristo; Casio-doro (490-583) señalóque la roca era «Cristo elSeñor» (Exposiciones so-bre los salmos, Salmo 45:5); Basilio de Seleucia (m.c. 468) señaló que la rocade Mateo 16: 18 era la con-fesión de que Jesús es elmesías (Oración 25: 4); elespañol Isidoro de Sevilla(560-636) dejó constan-cia de que el fundamentosobre el que se construyela iglesia es Cristo (Etimo-logías 7: 2); Juan de Da-masco (645-749) afirmó

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sin duda, otorgaba una especial legitimidad a unasede episcopal asentada en la capital del Imperio. Alo largo de la EdadMedia, esta tesis volvió a ser repe-tida por los papas, con la correspondiente irritaciónde los otros patriarcas, en un intento por justificaruna tesis del primado romano que, históricamente,nunca ha sido aceptada de manera universal.

César Vidal, El judeo-cristianismo palestino en elsiglo : de Pentecostés a Jamnia, Madrid, 1993; O. Cull-mann, Peter, Londres, 1966; R. Aguirre, ed., Pedro enla iglesia primitiva, Estella, 1991.

LA IGLESIA POSTAPOSTÓLICA:LA ERA DE LAS PERSECUCIONES

Lino (c. 66-c. 78). Según las listas episcopales másantiguas, fue el primer obispo romano después dePedro*. No se sabe nada de él, aunque Ireneo (c. 180)y Eusebio de Cesarea (c. 260-c. 340) lo identificaroncon el Linomencionado en 2 Timoteo 4, 21, pero esteextremo distamucho de estar establecido con certeza.

Anacleto (c. 79-c. 91). El tercer obispo de Roma se-gún algunas de las listas más primitivas. No sabemosprácticamente nada de su vida y resulta dudoso sidebe o no identificársele con el Cleto del que hablanIreneo, Eusebio, Optato y Agustín.

Clemente (c. 91-c. 101). También Clemente de Romao romano. Tercer obispo de Roma según la lista cita-

que «la roca era Cristo, laencarnada Palabra deDios, el Señor porque Pa-blo claramente nos ense-ña: «la roca era Cristo» (ICorintios 10: 4)» (Homilíasobre la Transfiguración).En términos generales,puede verse que, al me-nos hasta el siglo VIII, laopinión generalizada eraque la piedra sobre la cualse fudamenta la iglesia noes Pedro—¡mucho menossus supuestos suceso-res en el episcopado deRoma!—sino Cristo o, siacaso, la fe en Jesúscomo mesías e Hijo deDios y5. De no menor impor-tancia es el hecho de que,en el texto griego, quedaclaramente diferenciado,por un lado, Pedro (Pe-trós, piedrecita) y, porotro, petra (piedra oroca) sobre la que se sus-tenta la iglesia y que, ob-viamente, no puede serPedro.

Resumiendo, pues, debeseñalarse que, durante si-glos, la interpretación se-guida por los primeroscristianos tanto en el Nue-vo Testamento como enlos escritos patrísticos noidentificó la piedra de Ma-teo 16: 18 con Pedro ni mu-cho menos con unos su-puestos sucesores suyosen la sede romana sino conel mismo Cristo o con lafe en que Jesús era el Cris-to y el Hijo de Dios. Sólo in-terpretaciones posterioressustituirían a Cristo como

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«Los obispos de Roma fueron muy pronto cons-cientes de su tradición petrina, y de que, junto aaquella responsabilidad, habían recibido la prome-sa de ayudas para responder a ella». (Cardenal Jo-seph Ratzinger, La Sal de la Tierra, Madrid, 1997,p. 196.)

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da por Ireneo (Adv. Haer III, 3, 3). Eusebio (HE III,15, 34) fija el inicio de su pontificado en el año docede Domiciano (92) y su final en el tercero de Trajano(101). Algunas fuentes afirman que fue consagradopor el mismo apóstol Pedro pero que, por razones deconvivencia, habría renunciado en favor de Lino yretomado el puesto tras Anacleto. Sin embargo, talsupuesto parece ser legendario y, de hecho, los inten-tos de escribir su vida han resultado vanos hasta lafecha. Orígenes lo identificó con el Clemente men-cionado en Filipenses 4, 3; las Pseudoclementinas loconvirtieron en uno de los Flavios y Dión Casio loasimiló a la figura del cónsul Tito Flavio Clemente,ejecutado el 95 o 96 por ser cristiano. Lo cierto es queno tenemos pruebas históricas en favor de ningunade estas tesis, como tampoco de su martirio, que esconmemorado por la liturgia romana.

El único escrito que poseemos de él es la Epísto-la a los Corintios (95-96), que, a juicio de algunosautores, es el primer escrito cristiano—aparte de loscontenidos en el Nuevo Testamento—cuyo autor,situación y época conocemos con cierta seguridad.La mencionada obra es un llamamiento a la concor-dia entre los miembros de la iglesia corintia. Se le haatribuido también una segunda epístola, cuyo autordesconocemos, que contiene un testimonio en favorde la paenitentia secunda; dos cartas a las vírgenes,escritas en realidad en el siglo iii, y las Pseudocle-mentinas, una novela que nos ha llegado fragmenta-riamente y que también fue redactada en el siglo iii.La carta reviste cierta importancia por cuanto nosólo contiene un testimonio de importancia acercade la estancia de Pedro en Roma y de la de Pablo enEspaña, sino que además aparece en ella la primeradeclaración expresa sobre la sucesión apostólica(XLIV, 1-3). Sin embargo, no afirma aún el primadode la sede de Roma, lo que obliga a pensar que no secreyó en ésta con anterioridad al siglo iii.

Roca sobre la que está le-vantada la iglesia por el pa-pado.

Las persecuciones

El cristianismoprimitivo co-noció diez persecucionesdenominadas generales,aunque alguna es dudosahistóricamente y hasta me-diados del siglo III derivaronmás de la hostilidad localque de una política imperialespecífica.Estasdiezperse-cuciones se produjeronbajo Nerón (histórica), Do-miciano (ficticia), Trajano(histórica, pero limitada),Marco Aurelio (histórica),Septimio Severo (en reali-dad prohibición de las con-versiones al cristianismo),Maximino (histórica), Decio(histórica), Valeriano (his-tórica), Aureliano (ficticia)y Diocleciano (histórica).Tras la abdicación de Dio-cleciano, continuó la perse-cución, aunque su inten-sidad varió según losdistintosgobernantes. Enel311, Galerio promulgó unedicto de tolerancia queobligóalañosiguienteaMa-ximino, un feroz persegui-dor del cristianismo, a se-guirsuejemplo.De lamismamanera, Constantino y Lici-nio proclamaron la libertadreligiosa completa. A partirde ese momento, puedendarse por concluidas laspersecuciones imperiales yhay que considerar lasacciones de Licinio (322-323) y Juliano (361-363)como meros paréntesis

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Evaristo (c. 100-c. 109). Los datos relativos a esteobispo de Roma resultan muy inseguros. Las dife-rentes fuentes difieren en cuanto a la duración de suepiscopado (ocho años, diez, trece años y diez me-ses, etc.) y a su orden en la lista de los obispos roma-nos (cuarto después de Anacleto* y Clemente*,cuarto pero después de Clemente y Anacleto). Lasnoticias sobre su muerte como mártir resultan asi-mismo legendarias.

Alejandro I (c. 109-c. 116). El quinto en las listas másantiguas de los obispos de Roma. En realidad, care-cemos de datos históricos fiables sobre él y por ellono debería extrañarnos que posteriormente se leatribuyera el sexto lugar. La tradición que sostieneque murió martirizado se debe a una confusión conun mártir del mismo nombre.

Sixto I (c. 116-c. 125). El sexto en las primeras listasde obispos de Roma, desplazado al número séptimocuando posteriormente se incluyó a Pedro. No seconoce prácticamente nada de su vida. Se ha señala-do que pudo morir martirizado, pero en la lista deIreneo sólo se señala esa circunstancia en relacióncon Telesforo*, lo cual lleva a pensar que el dato eslegendario.

Telesforo (c. 125-c. 136). El séptimo de los obispos deRoma en las primeras listas. Al incluirse posterior-mente a Pedro* pasó a ocupar el octavo lugar. Ape-nas poseemos datos seguros sobre su episcopado,salvo el hecho de que, como señala Ireneo, muriómártir. Su fiesta se celebra el 5 de enero.

Higinio (c. 138-c. 142). Octavo o noveno obispo deRoma según las diferentes listas, se discute si su epis-copado duró doce años o sólo cuatro. Poco se sabedel mismo, excepto que, quizá, en esa época los gnós-

de un paganismo anacró-nico.

El Papa

El título de papa fue apli-cado inicialmente a todoslos obispos de Occidente yal obispo de Alejandría enOriente. En el sínodo de Pa-víadel20deseptiembredel998 se censuró la conductadel arzobispo de Milán, queaún seguía denominándosepapa, y a partir de 1073, envirtud de una decisión delConcilio deRomacelebradobajo el pontificado de Gre-gorioVII, seprohibió lautili-zación de este título a cual-quier obispoqueno fuera eldeRoma.Hoy endía, el títu-lo en Occidente está limita-do al obispo deRoma, cabe-zade la IglesiaCatólica,yenlas iglesias ortodoxas a to-dos los sacerdotes, ya quees un equivalente al «pa-dre» católico.

Losmártires

EnlosEvangelios, lapalabratiene el significado originalde «testigo» (Mateo 10, 18;10, 32 ss.; Marcos 13, 9; Lu-cas 12, 8 ss.; Juan 15, 13), deahíque,durante laErade laspersecuciones, viniera aser el apelativo concreto deaquellas que testificabande su fe en Cristo hasta elpunto de dar su vida porella. A inicios del siglo III, co-menzó a celebrarse el ani-versario de la muerte delmártir en la tumba del mis-

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ticos Valentín y Cerdón visitaron Roma. La leyendaque le atribuye haber sido mártir carece de base his-tórica. Canonizado, su fiesta se celebra el 11 de enero.

Pío I (c. 142-c. 155). El noveno en las listas más anti-guas de los obispos de Roma. De él se ha afirmadoque fue hermano del autor del Pastor de Hermas. Nosabemos nada de su episcopado. La tradición queafirma que murió martirizado es tardía (siglo ix).Canonizado, su fiesta se celebra el 11 de julio.

LA IGLESIA EPISCOPAL

Amediados del siglo ii, el cristianismo ha experimen-tado una transformación notable en lo que a la orga-nización de sus comunidades se refiere. Si todavía enel Nuevo Testamento no se distingue entre los ancia-nos (presbiteroi) y los obispos (episkopes) que siguenel modelo de la sinagoga judía—están casados, sonelegidos por la comunidad, etc.—, a partir del siglo iiel obispo se convirtió en un pastor de pastores o an-ciano de ancianos situado por encima de éstos. Esaevolución se producirá en toda la cristiandad sin ex-cluir, lógicamente, a Roma.

Aniceto (c. 155-c. 166). En las primeras listas de losobispos de Roma aparece como el décimo, aunque,posteriormente, se le atribuyó el undécimo lugar.Poco se sabe de su vida, pero, al parecer, rechazó laspretensiones de Policarpo de celebrar la Pascua se-gún el cómputo judío alegando que en Roma se cele-braba la resurrección de Jesús cada domingo. Sinembargo, tal postura no provocó la ruptura de rela-ciones, que siguieron siendo óptimas entre Roma yAsia Menor. No existe confirmación de la tradiciónque afirma que fue mártir.

mo.Apartir del siglo IV sedi-fundió la creencia en sumediación y sus reliquiascomenzaron a ser valora-das.Hasta 1969eraprácticacatólica que todos los alta-res consagrados contuvie-ran reliquias demártires.

El apóstol Pablo da instruc-

cionessobre lascaracterís-

ticas que ha de tener un

obispo

Por esta razón te dejé enCreta,paraqueordenaraslopertinente y designaras an-cianos (presbiteroi) en cadaciudad,talycomoteordené.Elquesea irreprensible,ma-rido de una sola mujer, quetenga hijos que sean cre-yentes, sin acusación de re-lajación moral o de no sersumisos. Porque es necesa-rioqueelobispo(epískopos)sea intachable como admi-nistrador de Dios: no arro-gante,ni iracundo,nidadoalvino, ni pendenciero, ni an-sioso de ganancia ilegal,sino hospitalario, amadorde lobueno,prudente, justo,santo, dueño de sí mismo,firmemente adherido a lapalabra verdadera y confor-me a la doctrina, para quepueda exhortar con la sanadoctrina y refutar a los queseoponenaella.

(Tito 1, 5-9)

Montanismo

Movimiento cristiano apo-calíptico del siglo II. No fuepropiamente herético, aun-

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Sotero (c. 166-c. 174). Nacido en Campania, es el un-décimo obispo de Roma según las listas más anti-guas. Al añadirse más adelante el nombre de Pedro*pasó a ocupar el duodécimo lugar. Eusebio nos halegado datos acerca de la epístola que Sotero envió aCorinto acompañada de limosnas y en la que pre-senta tal conducta como paradigma de lo que debeser el comportamiento entre iglesias. Aparte de lacarta mencionada, que A. von Harnack muy discu-tiblemente identifica con la Segunda Epístola deClemente, parece ser que Sotero escribió una cartacontra los montanistas que no nos ha llegado.

Eleuterio (c. 174-189). De origen griego y nacido enNicópolis, fue diácono durante el episcopado deAniceto*. Hacia el 177-178 recibió una visita de Ire-neo de Lyon en el curso de la cual éste le advirtió so-bre los peligros del montanismo. Con todo, pareceque Eleuterio no halló motivo de inquietud en laaparición de este movimiento espiritual. Posible-mente murió en el año décimo de Cómodo (189).Más discutible es que fuera martirizado, ya que noes mencionado como mártir hasta el martirologiode Ado de Vienne de la segunda mitad del siglo ix.

Víctor I (189-198). Nacido en África, fue el primerobispo de Roma latino y parece indiscutible que con-tribuyó poderosamente a la romanización de estaiglesia. Llevó a otras iglesias a seguir la celebracióndominical de la Pascua en oposición a Blasto. Ante laoposición de las iglesias de AsiaMenor de abandonarel uso histórico judío de celebrar la Pascua el 14 deNisán, Víctor excomulgó a las citadas iglesias no sólode la comunión romana, sino también de la univer-sal. Esta actitud provocó una reacción contraria en laque destacó la figura de Ireneo, quien le recordó lapostura de respeto que, en relación con este tema,había prevalecido en los anteriores obispos de Roma.

que hacía un énfasis espe-cialenunpróximoderrama-miento del Espíritu Santo yenun rigorismomoral (pro-hibición de las segundasnupciasyde lahuidaante lapersecución, etc.) queatra-jo a sus filas a personajescomo Tertuliano. Esta últi-ma circunstancia le llevó fi-nalmente a degenerar enun cisma.

Elmodalismo

ElNuevoTestamentoseñalala existencia de un Dios entres personas—Padre, Hijo yEspíritu Santo (Mateo 28,19-20; 2 Corintios 13, 14)—,unaenseñanzaque tiene suprecedente en el judaísmoyenelAntiguoTestamento.La discusión sobre la rela-ción exacta entre las perso-nas duraría siglos y algunosteólogos consideraron que,en realidad, no se tratabade tres personas, sino detres aspectos o modos delDios único. Ese modalismofue sistematizado por Sa-belio, de ahí que, ocasional-mente, reciba el nombre desabelianismo. Sabelio nodistinguía en la divinidad alas diferentes personas,sino que consideraba a lasmismas como manifesta-ciones distintas de una úni-ca persona divina. Sabelioconcebía la divinidad comouna mónada que se expre-saba en tres operaciones eigualmente utilizaba la ima-gen de la «proyección» (elPadre se había proyectadocomo Hijo y luego como Es-

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Víctor también decretó la excomunión de Teodotode Bizancio—que afirmaba que Cristo sólo habíasido Dios después de la resurrección—y depuso algnóstico Florino de sus labores sacerdotales. Fue elobispo de Roma del que sabemos que tuvo tratos conla familia imperial. Es dudoso que muriera mártir,como se ha afirmado en algunas ocasiones. Fue autorde varias epístolas sobre la controversia pascual.

Ceferino (198/199-217). De acuerdo con el testimoniode Hipólito de Roma, se definió contra Sabelio. Se-gún Harnack, su declaración «Conozco solamente aun Dios, Jesucristo, y fuera de él no hay otro que fue-ra engendrado y que pudiera sufrir» es la «definicióndogmática más antigua de un obispo de Roma queconozcamos en su texto», si bien el historiador ale-mán la interpretaba tachando al papa de modalista.

Calixto I (217-222). Nacido esclavo y entregado aprácticas económicas inmorales—lo que le ocasio-nó una condena a trabajos forzados—, se convirtióal cristianismo y fue elegido obispo de Roma. De-cretó la excomunión del hereje Sabelio. A él se leatribuye el denominado por Tertuliano «edicto pe-rentorio», que permitía el perdón de los pecados deadulterio y fornicación a los que hubieran realizadola debida penitencia. Actualmente, se discute talatribución. A partir del siglo iv su nombre apareceen las listas de mártires, pero es dudosa la base his-tórica de tal episodio.

HIPÓLITO Y EL PRIMER CISMADE LA IGLESIA DE ROMA

Hipólito (217-235). Nacido casi con seguridad enOriente, fue ordenado en Roma por Víctor I*. Pro-lífico escritor, redactó un tratado sobre el Anticris-

píritu Santo). Llegado aRoma a finales del pontifi-cado de Ceferino*, recibiófuertes ataques de Hipólitoy, finalmente, tras un perío-do de buenas relacionesconel papaCalixto*, fue ex-comulgado por éste.

Antipapa

Recibe esa denominaciónaquella persona que man-tiene la pretensión de ser elobispo de Roma en contra-posición a otra que sostie-ne la misma postura. A lolargo de la historia ha habi-do 35 antipapas.

Los lapsos

Derivado del término latínlapsi, «los caídos», los lap-sos eran los que apostata-ban del cristianismo duran-te la persecución. En unsentidomás estricto, el tér-mino se utiliza en referen-ciaa losapóstatasde laper-secución de Decio del250-251. Con anterioridad,los lapsos no eran readmiti-dosa la comuniónde la Igle-sia, pero en esa ocasión,dado el número elevadísi-mo de los mismos, la sensi-bilidad eclesial se mostrómuy distinta a prácticas an-teriores. Así, un amplio sec-torde lamisma, dirigidoporCipriano, optó por readmi-tir en la comunión a los lap-sos después de la realiza-ción de una penitencia.Semejante decisión contri-buyó a la reacción rigorista

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to, una Refutación de todas las herejías y una Cróni-ca de la historia universal desde Adán hasta el año234. La elección de Calixto* como obispo de Romaprovocó su reacción inmediata, así como que seconvirtiera en obispo rival. Por esta razón se le con-sidera el primer antipapa de la historia. El cismacontinuó durante los episcopados de Urbano I* yPonciano*. En el 235 tanto este último como Hipó-lito fueron deportados a Cerdeña por el emperadorMaximino. Allí murieron ambos.

J. J. I. von Döllinger, Hippolytus and Callistus,Edimburgo, 1876; A. d’Alès, La théologie de s. Hip-polyte, París, 1929; P. Nautin, Hippolyte et Josipe, Pa-rís, 1947.

Urbano I (222-230). Nacido en Roma, su episcopa-do discurrió bajo el reinado de Alejandro Severo(222-235), en el que no hubo persecución. La leyen-da hace referencia a su martirio, pero lo más seguroes que debamos desechar la noticia como carente debase histórica.

Ponciano (21 de julio del 230-28 de septiembre del 235).Prácticamente no contamos con datos sobre su vidasalvo que, quizá, presidió el sínodo romanoque respal-dó la sentencia condenatoria dictada contra Orígenespor los sínodos de Alejandría del 230 y el 231. CuandoMaximino inició la persecución de los dirigentes cris-tianos, Ponciano fue detenido y deportado a Cerdeña.Dado que no era de esperar que salvara su vida en laisla, Ponciano abdicópara facilitar la eleccióndeun su-cesor. Muerto en Cerdeña, donde quizá se reconcilióconHipólito*, los cadáveres de ambos fueron llevadosa Roma por Fabián en torno al 236. Su fiesta se celebrael mismo día que la de Hipólito, el 13 de agosto.

Antero (21 de noviembre del 235-3 de enero del 236).De origen griego, no sabemos nada de su episcopa-

de los novacianos. Los Con-cilios de Elvira (306), Arles(314), Ancira (314) y Nicea(325) se ocuparon de estaproblemática.

Novacianismo

Movimiento cristiano querecibe su nombre de haberseguidoaNovaciano. Comoen el caso del donatismo,sus creencias eran ortodo-xas, pero tenían un fuertecontenidorigoristamanifes-tado, por ejemplo, en consi-derar que los traditores du-rante la persecución deDecio debían ser objetode duras medidas. ElegidoobispodeRoma—aunque sulegitimidad es objeto defuerte controversia—, No-vaciano murió martirizadoc.257-258ysusseguidoresresultaron excomulgados.Pervivieron hasta el siglo V.

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do, excepto que fue paralelo a la persecución de Maximino (235-238). Aun-que existe una tradición que le atribuye el hecho de haber sido martirizado,lo cierto es que no aparece en las listas de los mártires hasta el siglo iv. Porotro lado, el Catálogo Liberiano parece atribuirle una muerte natural. Fue elprimer obispo de Roma enterrado en el cementerio de Calixto*.

Fabián (10 de enero del 236-20 de enero del 250). La mayor parte del episco-pado de Fabián coincidió con un período de paz bajo el emperador Gordia-no III (238-244), lo cual le permitió desarrollar una ingente actividad en la re-estructuración de la Iglesia en Roma. Por Cipriano (Epist. LIX, 10) sabemosque apoyó en una carta la condena del obispo Priato de Lambese, pronun-ciada en un concilio númida. Fue martirizado durante la persecución de De-cio (inicios del año 250).

CORNELIO Y NOVACIANO: LA IGLESIADE ROMA VUELVE A SUFRIR EL CISMA

Cornelio (marzo del 251-junio del 253). A la muerte de Fabián*, se retrasó laelección del nuevo obispo de Roma debido a la persecución desencadenadapor el emperador Decio (249-251). Finalmente, a la muerte de Decio, se pro-dujo la elección, que recayó en un romano llamado Cornelio y provocó uncisma encabezado por Novaciano*. La clave de esta ruptura hay que buscar-la seguramente, más que en las ambiciones supuestamente frustradas de No-vaciano, en la postura diversa que ambos mantenían en relación con los lap-sos o apóstatas durante la persecución. Mientras que Cornelio era partidariode su readmisión en el seno de la Iglesia después del cumplimiento de unapenitencia, Novaciano abogaba por su exclusión total. El apoyo de Ciprianode Cartago fue decisivo para el triunfo de Cornelio. En el 252, el emperadorGalo reanudó la persecución y Cornelio fue desterrado a Centumcellae, la ac-tual Civitavecchia. Murió un año después, aunque seguramente no fue már-tir, como se ha señalado en algunas ocasiones.

Novaciano (marzo del 251-258). Nacido c. 200, en torno al 250 era presbíterode la Iglesia de Roma. Autor de un tratado sobre la Trinidad, es consideradoel fundador de la teología romana. Al producirse la elección de Cornelio*,Novaciano se hizo elegir a su vez obispo de Roma, con lo que se produjo elcisma. Durante la controversia sobre los lapsos, Cornelio abogó por su read-

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misión siempre que realizaran una penitencia previa, mientras que Novacia-no se opuso. Finalmente, un sínodo romano convocado por Cornelio exco-mulgó a Novaciano y a sus seguidores. Expulsado de Roma, Novaciano mu-rió mártir en el 258, durante la persecución del emperador Valeriano(253-260). La iglesia cismática seguidora de Novaciano mantenía una teolo-gía ortodoxa, pero era rigorista en sus planteamientos, pues sostenían que noexistía perdón para los pecados graves después del bautismo. Establecida des-de España hasta Mesopotamia, perduró hasta el siglo v.

A. d’Alès, Novatien, París, 1924.

Lucio (25 de junio del 253-5 de marzo del 254). Nacido en Roma, la persecu-ción del emperador Galo (251-253) le obligó a abandonar dicha ciudad apenaselegido. Pudo regresar bajo el reinado de Valeriano (253-260). Poco sabemosde su vida, aunque parece que se opuso a las tesis de Novaciano* y abogó porrecibir a los lapsos en el seno de la Iglesia a condición de que realizaran unapenitencia. Tradicionalmente se cree que murió martirizado, pero es posibleque tal afirmación carezca de base histórica. Canonizado, su fiesta se celebrael 4 de marzo.

Esteban I (12 de mayo del 254-2 de agosto del 257). Nacido en Roma y miem-bro de la gens Iulia, sucedió en el episcopado de Roma a Lucio I*. Escribió doscartas en relación con la validez del bautismo administrado por los herejes. Lapostura de Esteban era contraria a que los obispos obligaran a un nuevo bau-tismo a los que lo habían recibido de grupos heréticos (HE, VII, 5, 4; Cipria-no, Epist. LXXII, 25) y eso le llevó a un enfrentamiento con Cipriano, que, eneste terreno, estaba actuando en contra de la tradición de la Iglesia y dificul-tando el retorno de los herejes a la comunión. El enfrentamiento entre los dospersonajes llegó a una aspereza extrema, hasta el punto de que no se solventóhasta la muerte de Esteban en el año 257 y la de Cipriano en el 258. La leyendaque afirma que Esteban murió mártir carece de base histórica.

Sixto II (agosto del 257-6 de agosto del 258). De origen griego, su elecciónpermitió reanudar las relaciones con Cipriano y las iglesias de África rotasdesde el reinado de Esteban I*. Fue martirizado como consecuencia del se-gundo edicto de Valeriano (agosto del 258).

Dionisio (22 de julio del 260-26 de diciembre del 268). Durante la persecuciónde Valeriano, la Iglesia de Roma no eligió sucesor de Sixto II* y en un plazo de

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cerca de dos años estuvo gobernada sólo por presbíteros. A la muerte de Vale-riano, Dionisio fue elegido obispo de Roma. Tenemos noticia de que escribiódos cartas a Dionisio de Alejandría acerca del sabelianismo y el subordinacio-nismo, pero sólo nos han llegado fragmentos. La tradición que lo sitúa entreel grupo de los mártires carece de base histórica.

Félix I (3 de enero del 269-30 de diciembre del 274). Nacido en Roma, apenascontamos con datos seguros sobre él, salvo que, posiblemente, recibió unacarta en la que se anunciaba la deposición del hereje Pablo de Samosata. Lanoticia sobre su martirio carece de base histórica. Canonizado, su fiesta se ce-lebra el 30 de mayo.

Eutiquiano (4 de enero del 275-7 de diciembre del 283). Natural de Toscana, suepiscopado estuvo situado en el período de paz existente entre las persecucio-nes de los emperadores Valeriano (253-260) y Diocleciano (284-305). No dis-ponemos de datos seguros sobre su persona o actividades, posiblemente por-que los escritos relativos a su episcopado fueron destruidos durante lapersecución deDiocleciano. Canonizado, su fiesta se celebra el 7 de diciembre.

Cayo (17 de diciembre del 283-22 de abril del 296). No se sabe nada acerca deél ni de su episcopado, ya que los datos proporcionados al respecto—porejemplo su parentesco con Diocleciano (284-305) o su muerte como már-tir—resultan claramente legendarios. Con todo, su gobierno parece habercoincidido con una etapa de paz para la Iglesia romana. Canonizado, su fies-ta se celebra el 22 de abril.

MARCELINO: EL PAPA APÓSTATA

Marcelino (30 de junio del 296-304?). No poseemos datos acerca de los pri-meros años de su vida. Durante su episcopado, el emperador Dioclecianopromulgó su primer edicto de persecución (25 de febrero del 303). Plegán-dose al mismo, Marcelino no sólo entregó copias de las Escrituras para quefueran destruidas por los paganos, sino que además ofreció incienso a losdioses. Los presbíteros Marcelo*, Melquiades* y Silvestre—que también se-rían obispos de Roma—actuaron de la misma manera. En los años posterio-res, los donatistas utilizarían estos hechos, totalmente documentados, en fa-vor de sus tesis. El nombre de Marcelino fue omitido de la lista oficial de

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papas y Dámaso I* tampoco lo incluyó entre los papas a los que dedicó poe-sías. Con posterioridad, se tejió una leyenda sobre su martirio, pero la mismaparece haber carecido de base histórica. Con todo, fue canonizado comomártir y su fiesta se celebra el 2 de junio.

SEDE VACANTE DURANTE TRES AÑOS Y MEDIO

Marcelo I (noviembre/diciembre del 306*-16 de enero del 308). Tras la apos-tasía de Marcelino*, la sede romana permaneció vacante más de tres años ymedio. Finalmente la tolerancia inicial de Majencio permitió la elección deun nuevo obispo. Marcelo fue acusado de haber entregado también a los pa-ganos copias de las Escrituras y quizá por ello adoptó una línea extremada-mente rigorista hacia los apóstatas. La rebelión de la comunidad contra estapostura, que en algún caso derivó en derramamiento de sangre, llevó a Ma-jencio a intervenir y, cuando supo de las acusaciones de apostasía que pe-saban sobre Marcelo, a deponerlo. Murió poco después en un lugar desco-nocido. A partir del siglo xix algunos autores han pretendido que Marcelo yMarcelino fueron el mismo personaje, pero tal extremo dista mucho de en-contrarse fundamentado.

Eusebio (18 de abril-21 de octubre del 310). De origen griego, durante su epis-copado resultó un problema de especial gravedad la cuestión de los lapsos ocristianos que habían apostatado durante la persecución del emperador Dio-cleciano (284-305). Eusebio abogó por la readmisión después del cumpli-miento de una penitencia. Pese a todo, su postura no fue admitida por todoslos cristianos de Roma y las disensiones provocaron la intervención del em-perador Majencio (306-312), que deportó a Sicilia a Eusebio y a Heraclio, jefede la facción opuesta. Allí murió Eusebio, aunque su cadáver fue trasladadoa Roma, donde se le dio sepultura en el cementerio de Calixto*. Canonizado,su fiesta es el 17 de agosto.

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