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TESIS DOCTORAL POR LOS CAMINOS DE LA PALABRA. EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL Y CAMPOS DE CONCENTRACIÓN FRANCESES: UNA HISTORIA DEL TESTIMONIO Paula Simón Porolli Directores: Manuel Aznar Soler y Jaume Peris Blanes Departamento de Filología Española UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA 2011

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TESIS DOCTORAL

POR LOS CAMINOS DE LA PALABRA.

EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL Y CAMPOS DE

CONCENTRACIÓN FRANCESES: UNA HISTORIA DEL

TESTIMONIO

Paula Simón Porolli

Directores: Manuel Aznar Soler y Jaume Peris Blanes

Departamento de Filología Española

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

2011

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Proponerse no recordar es como proponerse no percibir un olor, porque el recuerdo, como el olor, asalta, incluso cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario, obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El recuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontrolable (en todos los sentidos de esa palabra). El pasado, para decirlo de algún modo, se hace presente.

Beatriz Sarlo, Tiempo pasado (2005)

Tristes armas si no son las palabras.

Tristes, tristes.

Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias (1941-1942)

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ÍNDICE

Introducción ................................................................................................................................ 11

Capítulo 1: Los testimonios de los campos de concentración franceses: discusiones en

torno a su estudio. ..................................................................................................................... 27

1. Precisiones sobre el concepto de “testimonio”........................................................................ 27

2. Los testimonios de los campos franceses en el ámbito académico: presencia, usos y

valoraciones................................................................................................................................. 39

2.1. El papel de la dictadura franquista en el retraso de la recuperación de la literatura

española exiliada ..................................................................................................................... 40

2.2. La posición de la crítica literaria con respecto a los testimonios de los campos de

concentración franceses. ......................................................................................................... 42

2.3. Los testimonios como herramientas de trabajo de las disciplinas historiográficas .......... 49

2.4. Dificultades para construir una metodología de análisis específica. La influencia de

los Holocaust Studies. ............................................................................................................. 52

Capítulo 2: Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio

republicano español .................................................................................................................. 57

1. Año 1939, fin de la Guerra Civil: represalias franquistas o una larga retirada ....................... 57

1.1. La retirada republicana..................................................................................................... 57

1.2. Los que no se fueron: represión y censura en la España franquista ................................. 61

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2. Los “campos de concentración” del sur de Francia: colofón de la Guerra Civil y primer

capítulo del exilio español........................................................................................................... 64

Capítulo 3: Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen

franquista. El paradigma periodístico ..................................................................................... 81

1. Las primeras voces de los campos: el inicio de la cadena testimonial .................................... 81

2. El paradigma periodístico y los primeros pasos del “yo testimonial”. Nacimiento y

problemas del género................................................................................................................... 88

3. El sujeto de los campos en la década del cuarenta: el “yo testimonial” y sus estrategias

discursivas ................................................................................................................................... 96

3.1. Argelès-Sur-Mer (1940), de Jaime Espinar. La escritura testimonial en la inmediatez

de lo vivido............................................................................................................................ 102

3.1.1. Jaime Espinar y un exilio múltiple: consideraciones sobre su vida y su obra ........102

3.1.2. Hacia un análisis de Argelès-Sur-Mer: las estrategias narrativas y el “yo

testimonial”..............................................................................................................105

3.2. Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia (1941),

de Manuel García Gerpe: una voz más en los albores de la cadena testimonial ................... 113

3.2.1. Vida política e intelectual de Manuel García Gerpe: notas sobre el contexto de

publicación y recepción de su testimonio....................................................................113

3.2.2. Hacia un análisis de Alambradas… de Manuel García Gerpe: un collage de

formas en busca de la “verdad” de los campos. ...........................................................115

3.3. España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez (1944): la responsabilidad del

periodista en la representación testimonial............................................................................ 125

3.3.1. Luis Suárez y una vida dedicada al periodismo. Notas sobre la publicación y la

acogida de la primera edición de su testimonio ...........................................................125

3.3.2. Hacia un análisis de España comienza en los Pirineos: otros caminos para

contar los campos .....................................................................................................128

4. El sujeto de los campos: el “yo testimonial” y la construcción del espacio los relatos de

los años cuarenta. ...................................................................................................................... 138

5. Valor de los textos de la década del cuarenta para la construcción de la historia del

testimonio de los campos. ......................................................................................................... 153

 

Capítulo 4: Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta ....................... 157

1. El afianzamiento del régimen dictatorial y la presencia de la cultura exiliada en la

historiografía de los cincuenta................................................................................................... 157

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2. La literatura concentracionaria en la década del cincuenta: retracciones de la voz

testimonial ................................................................................................................................. 161

2.1. Destins (1947) de Joan Cid i Mulet. Ficción y realidad en los relatos de los campos ... 167

2.2. La representación de la experiencia concentracionaria en dos novelas de los años

cincuenta. Un comentario sobre Búsqueda en la noche (1957), de Arturo Esteve, y Así

cayeron los dados (1959), de Virgilio Botella Pastor ........................................................... 173

2.3. El incendio. Ideas y recuerdos (1954), de Isabel del Castillo. La puesta en entredicho

de la “verdad” testimonial. .................................................................................................... 178

3. Valor de la narrativa testimonial de los años cincuenta en la historia del testimonio de los

campos ...................................................................................................................................... 184

Capítulo 5: Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura

franquista: aportes para una apertura de la historiografía ................................................ 187

1. La publicación de testimonios en los últimos años del franquismo. Contexto de

publicación y recepción............................................................................................................. 187

1.1. La escritura de los “simples actores anónimos”: imprecisiones genéricas..................... 195

1.2. Testimonios y censura. Retórica de la reivindicación versus retórica de la derrota....... 198

2. La propuesta de una nueva historiografía para la reivindicación de los vencidos. ............... 203

3. La representación de la experiencia concentracionaria, el “yo testimonial” y sus

estrategias discursivas en los testimonios de los últimos años franquistas ............................... 216

3.1. Memorias de un español en el exilio (1968), de Nemesio Raposo ................................ 224

3.1.1. Épocas difíciles para la escritura testimonial: las acciones de la censura en el

testimonio de Nemesio Raposo ..................................................................................224

3.1.2. Hacia un análisis de Memorias de un español en el exilio: procesos de

subjetivación y las tensiones del “yo testimonial”........................................................230

3.2. Los perdedores. Memorias de un exiliado español (1973), de Vicente Fillol .............. 241

3.2.1. El autor y las dos ediciones del testimonio.........................................................241

3.2.2. Manipulación de la censura y alteraciones de sentido en Los perdedores, de

Vicente Fillol............................................................................................................248

3.2.3. La representación de la experiencia de los campos y del exilio en Los

perdedores. El “yo testimonial” y sus estrategias discursivas .......................................253

3.3. El peso de la derrota (1974), de Antonio Sánchez Bravo y Antonio Tellado

Vázquez................................................................................................................................. 259

3.3.1. La edición del texto y los problemas de autoría ..................................................259

3.3.2. El peso de la derrota: entre el testimonio y el ensayo. ........................................263

3.3.3. Estrategias de construcción del texto: el comportamiento del “yo testimonial” .....266

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4. El sujeto de los campos: el “yo testimonial” y la construcción del espacio en el relato en

los testimonios de los últimos años franquistas......................................................................... 272

5. Valor de los textos publicados durante los últimos años de la dictadura franquista para la

construcción de la historia del testimonio ................................................................................. 280

Capítulo 6: De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era

post-franquista......................................................................................................................... 283

1. El fin de la dictadura franquista: suspensión de la censura y relevancia de la voz

testimonial ................................................................................................................................. 283

2. Un acercamiento al modelo literario: preocupación por la forma y crecimiento de la

dimensión individual ................................................................................................................. 293

3. Los testimonios de los campos durante la transición hacia la democracia: la

representación de la experiencia concentracionaria y las estrategias discursivas del “yo

testimonial” ............................................................................................................................... 302

3.1. La angustia de vivir (1977) de José Bort-Vela: exploración de la subjetividad y

despliegue de técnicas narrativas. ......................................................................................... 305

3.2. Celso Amieva y Asturianos en el destierro (1977): el valor de la literatura en la

representación de la experiencia concentracionaria .............................................................. 310

4. Valor de los primeros textos de la era democrática para la construcción de la historia del

testimonio .................................................................................................................................. 316

Capítulo 7: Tiempos presentes. El testimonio de los campos franceses desde los años

ochenta y hasta la actualidad ................................................................................................. 321

1. La omnipresencia del testigo en los discursos sobre el pasado: memorias en conflicto y

conflictos de memoria ............................................................................................................... 321

2. El desplazamiento del testimonio hacia la afectividad y la emoción. Su adscripción al

paradigma literario .................................................................................................................... 334

2.1. España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez: la crónica de un recorrido .............. 344

3. Los testimonios de los campos en la actualidad: la representación de la experiencia, el

“yo testimonial” y sus estrategias discursivas ........................................................................... 348

3.1. La memoria intelectual: Entre alambradas (1987), de Eulalio Ferrer, y Campo de

concentración(1939) (2003), de Lluís Ferran de Pol ............................................................ 350

3.1.1. El testigo-escritor y las transformaciones textuales del testimonio.......................350

3.1.2. Hacia un análisis de Entre alambradas y Campo de concentración (1939): el

“yo testimonial” y las estrategias de representación.....................................................357

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3.2. La memoria anarquista: la construcción de una contra-historia en Entre la niebla

(1993), de Abel Paz............................................................................................................... 368

3.2.1. En la búsqueda de reivindicaciones políticas......................................................368

3.2.2. Hacia un análisis de Entre la niebla ..................................................................373

3.3. La memoria de las mujeres: participación de la voz femenina en las historia

testimonial de los campos ..................................................................................................... 381

3.3.1. Antecedentes y panorama actual de la escritura testimonial femenina ..................381

3.3.2. Dos testimonios femeninos: Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de

Elna (2006), de Remedios Oliva Berenguer, y Dones a l’infern (2005), de Elisa

Reverter. ..................................................................................................................388

3.3.3. Un testimonio más: Memorias del exilio (2006), de Francisca Muñoz Alday. El

imperio de la emoción y otras conexiones literarias. ....................................................395

4. La representación del espacio en los testimonios actuales.................................................... 400

5. Valor de los relatos actuales para la construcción de la historia del testimonio ................... 408

Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones............................................... 413

Bibliografía ............................................................................................................................... 429

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11

INTRODUCCIÓN

Una doble motivación ha animado la lectura y el estudio de los testimonios de los

campos franceses que se convocan en estas páginas. Por un lado, la persistente inquietud

por explicar los entresijos que se insinúan detrás del ánimo de esos testigos, cuyo impulso

por dejar una huella escrita de una experiencia dolorosa ha sido –y continúa siéndolo–

aún más fuerte que los miedos a enfrentar esa grieta de su pasado y que la prudente

tentación de arrojarla al olvido. Mientras que otros tantos protagonistas se llamaron al

silencio, un puñado de esos miles de hombres y mujeres que ingresaron en los campos

eligió la palabra tras verse expulsados de España en 1939, sin que la destreza técnica o su

ausencia fueran un obstáculo para embarcarse en la tarea. Por otro lado, una creciente

avidez por entender mejor el siglo veinte español y por penetrar en las mallas finas,

siempre complejas y escurridizas, de una historia resquebrajada por una guerra, por una

dictadura y por miles de exilios.

Los españoles y españolas republicanos que, huyendo de las represalias

franquistas, cruzaron los Pirineos en el invierno de 1939, comenzaron a contar sus

versiones de los hechos cuando los campos en los que habían recalado todavía no

formaban parte del pasado. Y lo han seguido haciendo hasta hoy, aunque sean ya escasos

los sobrevivientes que pueden contarlo en primera persona y cada vez más numerosos los

portadores de una memoria heredada que la difunden, aunque tamizada por el paso del

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Por los caminos de la palabra 

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tiempo y por el recambio generacional. De ahí que los años transcurridos desde el final de

la Guerra Civil y la actualidad, pasando por los de la dictadura franquista, los de la

transición y los del período democrático, puedan repasarse a través de las voces de estos

testigos. Entonces se impone la pregunta que orienta la investigación: ¿es posible que un

análisis textual y diacrónico de estos testimonios ofrezca pistas que signifiquen un aporte

al estudio de las representaciones sobre los procesos histórico-políticos que se han dado

en España desde 1939 y hasta la actualidad?

El sondeo de la presencia de los textos seleccionados en la bibliografía

especializada arrojó como resultado una notable indiferencia –aunque afortunadamente

reversible– por parte de la crítica literaria. Las valoraciones estéticas y también los

recorridos biográficos de los autores en ámbitos afines a la literatura han constituido

algunos de los criterios más influyentes para la selección y el análisis de los textos. Por lo

tanto, apostando por una respuesta positiva, surgió otro interrogante que es, en sí mismo,

el norte de este abordaje: ¿qué sentido tiene reinsertar estos discursos testimoniales en los

debates sobre la historia y las memorias españolas de los últimos setenta años,

conociendo que –en su gran mayoría– no fueron concebidos en el marco de proyectos

literarios, ni escritos por autores profesionales?

El concepto de “testimonio” se emplea en ámbitos diversos y adquiere

connotaciones particulares en cada uno de ellos. Este estudio se refiere con él a aquellos

textos de testigos directos, que relatan los acontecimientos en los que se vieron envueltos

a partir de 1939, cuando la derrota del bando republicano era inminente en España. La

retirada, el cruce de la frontera por los Pirineos, la llegada a Francia, la internación en los

campos y los múltiples itinerarios por ellos cumplidos durante la Segunda Guerra

Mundial y en los años subsiguientes, son los sucesos que estos sujetos tratan en sus

producciones. Todas ellas han atravesado un proceso editorial, ya sea fuera o dentro de

España, y en algunos casos han sido reeditadas –especialmente aquéllas que habían

aparecido por primera vez en el extranjero–, un dato que las hace intervenir directamente

en las circunstancias históricas, políticas y sociales en que surgen y son recibidas.

Debido a que toda elección entraña el abandono de otras posibilidades, han

quedado fuera de estas reflexiones otras formas del testimonio, tales como los

documentos orales que se encuentran dispersos en diversas fuentes bibliográficas o

audiovisuales, así como cualquier otro tipo de documento testimonial no editado en

formato de libro. También exceden los límites de este trabajo obras que, aunque se

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Introducción 

13 

refieren directamente a la experiencia de los republicanos españoles en los campos

franceses, se definen a priori como “novelas”, “poesías” u “obras de teatro”, es decir que,

en una primera lectura, los elementos gráficos y verbales que acompañan a los textos

promueven una lectura literaria, si se entiende por ésta la elaboración estética de la

experiencia o la recreación ficcional de la misma. Sin embargo, uno de los problemas que

se convocan en estas páginas es la dicotomía entre lo “literario” y lo “no literario”, por lo

que será necesario poner en relación los textos del corpus con otras obras testimoniales

que sí han sido legitimadas en el canon de la literatura española del exilio.

De acuerdo con las problemáticas señaladas, este estudio pretende trazar una

historia de los testimonios que atienda a una doble perspectiva: por un lado, al análisis

textual, es decir, a las estrategias narrativas que los sujetos ponen en marcha para

representar una experiencia traumática –el alejamiento del espacio de pertenencia y la

internación en los campos– y para inscribirse en sus propios relatos. Pero, por otro lado,

esta mirada quedaría notablemente reducida si las reflexiones no se orientaran a estudiar

las producciones testimoniales en el seno de los conflictos políticos y sociales en los que

se insertan y son leídas. Por lo tanto, la investigación propone una hipótesis que adquiere

una estructura dialéctica: estos relatos testimoniales, que buscan cumplir una función

referencial –es decir, no mediada por una intención literaria ni por la voluntad de hacer

ficción a partir de la experiencia vivida–, han aportado saberes acerca de los

acontecimientos pasados en sus diferentes contextos de recepción y, al mismo tiempo, las

circunstancias políticas y sociales desde las que han surgido, han influido en los

procedimientos narrativos utilizados por los testigos para representar la experiencia

vivida.

La perspectiva diacrónica implica la propuesta de una periodización del corpus, a

través de la cual interpretar los conflictos que se desarrollan en torno a los textos

propiamente dichos, a su contexto de producción y a sus lecturas y apropiaciones en el

espacio de la recepción. Como parte del proceso de organización de esta propuesta, se

deben mencionar un antecedente y un desafío, presentes en la segunda y tercera versiones

del repertorio de testimonios de los campos franceses, publicado por Bernard Sicot, en el

que han colaborado, además de él, numerosos investigadores dedicados al estudio de esta

narrativa testimonial (Sicot, 2008a, 2008-2009, 2010a). En cuanto a la problemática

acerca de cómo clasificar este grupo de textos tan heterogéneo y variable, Sicot alude a la

periodización como una de las alternativas, aunque difícilmente viable por sus diversas

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Por los caminos de la palabra 

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limitaciones. En primer lugar, porque existen dudas acerca de qué fecha utilizar para

organizarla, puesto que en muchos textos, como en los de Eulalio Ferrer o Lluís Ferran de

Pol, los tiempos de la escritura, de la edición y, según el caso, de las reediciones, son

totalmente disímiles. En segundo lugar, porque, en su opinión, es impreciso señalar hitos

temporales claros que permitan marcar los segmentos. No obstante, aventura tres

observaciones:

entre 1939-1945, las obras que se escriben y se publican constituyen dentro del corpus

una original anticipación de la literatura europea de los campos nazis y, quizás, del

Gulag; el decenio 1940-1950 es el de mayor cantidad de obras publicadas, las más de

ellas en México; luego se abre, hasta nuestros días, principalmente en España, un

extenso período, casi imposible de segmentar, en el que siguen publicándose obras,

incluyendo libros de autores de las nuevas generaciones del exilio y ficciones de algunos

novelistas contemporáneos (Sicot, 2010a)

Si bien este estudio no se ocupa de la totalidad del repertorio exhibido por Bernard

Sicot, lo cierto es que pretende ofrecer una posible respuesta a las lagunas que, hasta

ahora, presenta la periodización, siempre teniendo en cuenta que el objetivo no es ésta en

sí misma, sino la interpretación acerca de cómo han intervenido estos discursos en los

contextos históricos y políticos de los que emergen.

A lo largo del tiempo que media entre 1939 y la actualidad, los testimonios de los

campos franceses han transitado diversos reordenamientos en torno a distintos

paradigmas, entendidos como los esquemas o modelos de interpretación en que se

organizan una serie de rasgos recurrentes y que se inscriben en un momento histórico-

político determinado. En cuanto a la referencia a estos paradigmas, debe destacarse que su

mención alude a una tendencia general que prevalece en los textos y que ofrece elementos

válidos de interpretación sobre el modo de representar la experiencia, los propósitos de la

escritura, la lectura y las apropiaciones del texto, etc. Sin embargo, no se trata de

estructuras cerradas, puesto que, si se efectúa un corte sincrónico en el corpus, se podrán

identificar rasgos de los tres paradigmas propuestos en un mismo texto. Por ejemplo, en

los primeros testimonios es posible encontrar rasgos del paradigma historiográfico (afán

de reivindicar al grupo de los vencidos, la conceptualización del texto como un

documento o fuente de relevancia historiográfica, entre otros), o literario (exploración de

la subjetividad, recursos narrativos elaborados, etc.), pero las características de los

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Introducción 

15 

discursos periodísticos son los dominantes. Así también, es factible hallar el concepto de

“crónica” –ligado al paradigma periodístico de los años cuarenta– en testimonios

recientes, los cuales, en principio, se proyectan desde un modelo literario, entre otros

motivos, por la incidencia en el texto del mundo afectivo e individual del sujeto que

demanda la utilización de recursos narrativos cercanos a dicho modelo.

Se pueden diferenciar tres etapas en la representación testimonial de los campos

franceses, que serán abordadas a lo largo de los capítulos. En primer lugar, en la década

de los cuarenta, los testimonios se publicaron en los espacios del exilio, sobre todo en

Argentina, México y Francia. La cercanía entre la experiencia histórica y el momento de

la escritura instaló estos discursos en un paradigma de tipo periodístico, puesto que eran

gestados –y pretendían ser leídos– como crónicas o reportajes de los acontecimientos.

Esta función periodística de los testimonios se debilitó en los años cincuenta, una década

en la que la Guerra Civil Española quedó opacada por las consecuencias de la Segunda

Guerra Mundial y el franquismo se asentó en el poder, ante la no intervención de los

países vencedores de la contienda internacional.

En segundo lugar, a mediados de los años sesenta y hasta el final de la dictadura

franquista, se restauró la publicación de esta línea de textos testimoniales, pero la

representación de la experiencia comenzó a movilizarse hacia un paradigma

historiográfico, pues proponía una apertura de la historiografía tradicional a otras

versiones, las voces de los vencidos, descuidadas por las corrientes oficiales. Estos

testimonios, frecuentemente considerados como fuentes documentales, comenzaron a

publicarse en territorio español, lo cual atrae otras reflexiones emanadas del contexto

político, que tienen que ver con la utilización que de estos discursos hizo el régimen para

impulsar el objetivo de promover su continuidad.

Por último, los años ochenta fueron testigos de una nueva transformación, que

supuso el desplazamiento de los testimonios hacia un modelo que será definido como

“literario”, debido a que se caracteriza por una creciente atención de los autores a la

elaboración retórica y por la apertura del espacio íntimo del sujeto –el mundo de los

afectos y las emociones– en el texto. Asimismo, el género testimonial se estabilizó en el

mundo de los discursos autobiográficos, de acuerdo con características que le son propias

y con una tradición que lo avala. El proceso de “literaturización” del testimonio no se ha

detenido hasta los tiempos actuales. Por el contrario, ha ganado en complejidad, debido al

aumento exponencial de la exhibición del testigo en el espacio público y al crecimiento,

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Por los caminos de la palabra 

16 

múltiple y heterogéneo, de las voces que intervienen en la trama de discursos sobre el

pasado de la guerra y del exilio.

De acuerdo con este panorama, el objetivo general del estudio es proponer una

historia del testimonio de los campos franceses que involucre, por un lado, las estrategias

narrativas que los testigos disponen para contar la experiencia y para insertarse en sus

propios discursos, y por el otro, las cambiantes circunstancias políticas y sociales en que

dichos volúmenes se publican y son recibidos. Esta perspectiva diacrónica permitirá

visualizar constantes y transformaciones en cuanto al modo de representar

lingüísticamente la experiencia, a los propósitos que se plantean los testigos y el resto de

los sujetos involucrados en la edición –según el momento político y social en el que

surgen– y a sus lecturas, usos y apropiaciones en el espacio de la recepción.

Desde el punto de vista de la representación, interesa trazar una historia del lugar

de la enunciación que construyen los testigos en los relatos, así como también del vínculo

que el narrador estrecha con el espacio, puesto que estos testimonios surgen a partir de

una experiencia de dislocación geográfica forzada, una experiencia traumática y extrema

que los sujetos intentan subsanar a través de la escritura. En particular, se pretende

reinsertar estos testimonios en la trama de discursos sobre el pasado español de la Guerra

Civil, la posguerra y el exilio, en el cual los campos de concentración habilitados en el sur

de Francia para recibir a los republicanos españoles constituyen un capítulo de alta

relevancia histórica. Para ello, será indispensable una revisión paralela de las posiciones

que la comunidad académica y la crítica literaria han ocupado frente a estos textos, a fin

de comprender las razones de su reciente incorporación a los objetos de estudio de las

disciplinas afines a esta temática.

Fue recién a finales de la década de los ochenta cuando el tema del exilio español

se afianzó en el ámbito académico y, desde entonces, los espacios dedicados a este tema

no han cesado de incrementarse1. El exilio en Francia, a su vez, constituye una de las

                                                            1 Sería una tarea ociosa recuperar la abundante cantidad de bibliografía y de actividades académicas que se han desarrollado acerca del exilio español. El último capítulo de La voz de los vencidos de Alicia Alted ofrece un estado de la cuestión muy completo de lo realizado hasta la década del noventa. Desde entonces, los esfuerzos se han multiplicado no sólo dentro del ámbito español sino también en el resto de Europa y América. En cuanto a los espacios académicos españoles, sobresale el trabajo del GEXEL (Grupo de Estudios del Exilio Literario), dirigido por Manuel Aznar Soler. Asimismo, también se destaca la AEMIC (Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos), cuya publicación Migraciones y exilios es un referente para quien aborde este campo de investigación.

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Introducción 

17 

facetas más representativas, puesto que, además de lugar de acogida para personalidades

políticas y sindicales, fue la primera estación para muchos hombres y mujeres de diversas

procedencias y profesiones. Si bien a partir de la década de los sesenta la historiografía

comenzó a interesarse por esta temática, es a fines de los ochenta cuando se produjo el

verdadero despegue2. Numerosas publicaciones dan cuenta de esto, entre las cuales se

encuentran: Exils et migrations. Italiens et espagnols en France, 1938-1946, dirigida por

Pierre Milza y Denis Peschanski (1994); Emigración y exilio. Españoles en Francia,

1936-1946, coordinado por Josefina Cuesta Bustillo y Benito Bermejo (1996); El exilio

de los republicanos españoles en Francia. De la Guerra Civil a la muerte de Franco, de

Geneviève Dreyfus-Armand (2000); y El Exilio republicano español en Toulouse: 1939-

1999, coordinado por Alicia Alted y Lucienne Domergue (2003), entre otros.

La historiografía se ha detenido en el tema específico de los campos de

concentración franceses inaugurados a finales de la Guerra Civil para los españoles

republicanos, como lo demuestran numerosos estudios a ambos lados de la frontera, por

ejemplo: Vous avez la mémoire courte: 1939: 500000 républicains venus du Sud

“indésirables” en Rousillon (1981), de René Grando, Jacques Queralt y Xavier Fébres;

Plages d’exil. Les camps de réfugiés espagnols en France, 1939, coordinado por Jean-

Claude Villegas (1989); Les camps du Sud-Ouest de la France. 1939-1944. Exclusion,

internement et deportation (1994), de Monique-Lise Cohen y Enric malo; Entre

filferrades. Un aspecto de l’emigració republicana dels Països Catalans (1939-1945)

(1993), de Daniel Díaz Esculies; Los campos de concentración de los refugiados

españoles en Francia (1939-1945) (1995), de Marie Claude Rafaneau-Boj; Les Camps

sur la plage, un exil espagnol (1995), de Geneviève Dreyfus-Armand y Émile Témime;

Camps du mepris. Des chemins de l’exil à ceux de la resistance. 1939-1945 (1999), otro

aporte de René Grando, Jacques Queralt et Xavier Fébres; o La France des camps.

L’internement 1938– 1946 (2002), de Denis Peschanski. Un antecedente de todos ellos es

Vae victis: los republicanos españoles refugiados en Francia (1969), de David Pike. En

cada uno de estos volúmenes se ofrecen datos cuantitativos y cualitativos acerca de la

cantidad de republicanos que cruzaron la frontera, los cuales se han ido actualizando

conforme han avanzado las investigaciones. Otros puntos de interés han sido las                                                             2 Así denomina Geneviève Dreyfus Armand al creciente interés que las disciplinas historiográficas mostraron por el exilio español en Francia desde finales de la década del ochenta. Un estado de la cuestión completo puede leerse en El exilio de los republicanos españoles en Francia, de la misma autora (2000)

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Por los caminos de la palabra 

18 

condiciones en que se procedió a la apertura de los campos, los responsables, la

organización interna y las repercusiones que tuvo su instalación tanto en Francia como en

España.

Desde la crítica literaria, una de las preocupaciones constantes desde los años

ochenta ha sido la recuperación de los autores y las obras del exilio. Investigadores como

José Luis Abellán, Manuel Aznar Soler, Maryse Bertrand de Muñoz, José María Naharro-

Calderón3, por citar algunos puntuales, han concentrado sus esfuerzos no sólo en devolver

a la historia literaria española cientos de autores exiliados a través de la edición o la

reedición de los textos, sino también en reflexionar, analizar e interpretar sus obras. En

cuanto a la literatura del exilio español en Francia, se destaca el volumen Literatura y

cultura del exilio español de 1939 en Francia, editado por Alicia Alted y Manuel Aznar

Soler (1998), en el cual se ofrece un amplio panorama del exilio cultural en el país

vecino, en lo que respecta a sus protagonistas, los problemas que atravesaron, su actividad

profesional y las condiciones de su recepción. Otro aporte significativo de este estudio es

que recupera el estado de la cuestión hasta el año en que se publica y, por lo tanto,

propone nuevas líneas y direcciones para avanzar en las investigaciones sobre el tema.

La literatura de los campos de concentración franceses comenzó a perfilarse como

objeto de estudio muy recientemente, a principios de los años noventa, cuando

comenzaron a despuntar estudios sobre la obra de aquellos escritores consagrados del

exilio español que habían pasado por Argelès-Sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès o Bram,

entre otros, tales como Max Aub o Manuel Andújar. En esta línea, los artículos de

diversos investigadores publicados en los volúmenes De l’exil et des camps. Écrire et

peindre, de Max Aub à Ramón Gaya (2008b) y La littérature espagnole et les camps

français d’internement (2010b), ambos editados por Bernard Sicot, constituyen las

aportaciones más valiosas y actuales al tema en cuestión. En los últimos años, se destacan

también análisis específicos dedicados a autores específicos que dejaron testimonio de

aquella vivencia, como es el caso de las contribuciones de Josep-Vicent Garcia i Raffi

                                                            3 Éstos son solamente algunos de los cientos de investigadores que, desde los años ochenta, han trabajado, y continúan haciéndolo, para la recuperación del exilio cultural republicano. Sin pretender de ninguna manera agotar la enumeración de los abundantes estudios disponibles, se encuentran entre las obras más representativas: los seis volúmenes de El exilio español de 1939, coordinados por José Luis Abellán (1976-1978); La Guerra civil española en la novela. Bibliografía comentada (1982), de Maryse Bertrand de Muñoz; El exilio de las Españas de 1939: ‘¿Adónde fue la canción’? (1991), coordinado por José María Naharro-Calderón; Las literaturas exiliadas en 1939 (1995), editado por Manuel Aznar Soler; entre otros.

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Introducción 

19 

sobre la narrativa testimonial de Lluís Ferran de Pol. En la mayoría de estos casos, se trata

de escritores que contaron con cierta trayectoria reconocida en el ámbito literario.

Sin embargo, aún faltan estudios que aborden la complejidad de este corpus en lo

que respecta a autores que, por diversos motivos, no han sido legitimados por el canon de

la literatura española del exilio. Michel Ugarte ya lo advirtió en su libro Shifting ground.

Spanish Civil War Exile Literature (1989), traducido al español diez años más tarde con

el título Literatura española en el exilio. Un estudio comparativo (1999). Sus reflexiones

incorporan, aunque no exhaustivamente, a algunos de los testigos que se entregaron a la

tarea de testimoniar la experiencia de los campos y que a esa fecha no habían sido

considerados, ni siquiera advertidos, por los estudios literarios. También José María

Naharro-Calderón, en su artículo “Por los campos de Francia: entre el frío de las

alambradas y el calor de la memoria”, publicado en Literatura y cultura del exilio español

de 1939 en Francia (1998), mencionó este vacío de la crítica.

Recién en 2004, Francie Cate Arries, recogiendo la línea que Michel Ugarte dejara

abierta, publicó Spanish Culture behind barbed wire (2004), el volumen más completo

hasta hoy sobre los testimonios de los campos franceses, que incluye agudos análisis

sobre la representación de la experiencia de los campos y una destacada información

bibliográfica. Se deben distinguir, por último, las tres versiones del repertorio de la

narrativa testimonial de los campos franceses, publicadas por Bernard Sicot y tituladas

Literatura y campos franceses de internamiento4. Con la colaboración de numerosos

investigadores, tales como Maryse Bertrand de Muñoz, Marta Marín Dómine, Fernando

Larraz, Rose Duroux, Claudia Nickel, Gérard Malgat, entre otros, Bernard Sicot ha

publicado estos inventarios comentados de los volúmenes editados desde los años

cuarenta y hasta la actualidad, los cuales resultan de consulta obligatoria para quien

quiera adentrarse en dicha temática.

Los interrogantes planteados en esta investigación se inscriben en una serie de

problemáticas teóricas y metodológicas que conviene mencionar. El propósito del

testimonio es relatar una experiencia significativa y particular para el sujeto, la cual

supone un quiebre traumático en su historia personal. En este caso puntual, los

testimonios dan cuenta de la huida obligada de su país de pertenencia, que va acompañada

                                                            4 “Literatura española y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso)” (2008a); “Literatura y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso) II” (2008-2009) y “Literatura y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso) III” (2010a)

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Por los caminos de la palabra 

20 

del paso, más o menos prolongado, por uno o más campos de concentración, en los cuales

los testigos ven inhibidos sus derechos como ciudadanos y, al mismo tiempo, advierten

una profunda incertidumbre hacia el futuro.

La necesidad de suturar, mediante la escritura, el desgarro que ha provocado esa

experiencia traumática en la identidad del sujeto, actualiza la discusión sobre el lenguaje

y su capacidad de representar una vivencia. Según Gianni Vattimo, desde un punto de

vista filosófico y teológico, el testimonio “evoca el pathos con el que el existencialismo

ha considerado, a partir de Kierkegaard, la irrepetible existencia de lo singular, su

peculiar e individualísima relación con la verdad, relación con la cual la persona está

totalmente, y sólo ella en el fondo, comprometida” (Vattimo, 1999: 43). Esta descripción

se refiere al carácter singular e irremplazable del testimonio, que lo relaciona de manera

particular y única con la “verdad” de los acontecimientos narrados y lo aleja

completamente de la noción de “certeza” que pudiera adjudicársele desde el exterior. Las

características específicas que posee el testimonio, y que serán desarrolladas en el primer

capítulo, se proyectan desde esta concepción.

Esta idea del testimonio como expresión única de un testigo se conecta con otro de

los aspectos que esta investigación pretende recorrer diacrónicamente: el lugar de la

enunciación que construye el sujeto para posicionarse en su propio discurso y, desde esa

perspectiva, las estrategias narrativas que aquél pone en marcha para desarrollar el relato.

El acto de la escritura testimonial, particularmente en estos textos donde la presencia de

un “yo” que filtra, selecciona y ordena el material discursivo, supone efectuar una serie de

operaciones a través de las cuales el sujeto penetra en el discurso y se apropia de él. El

análisis de la posición del testigo en la narración testimonial se entiende desde la noción

que ofrece Émile Benveniste acerca del proceso de identificación del sujeto en el texto,

que, según el lingüista, se compone de dos momentos:

¿Cuál es, pues, la ‘realidad’ a la que se refiere yo o tú? Tan sólo a una ‘realidad de

discurso’, que es cosa muy singular. Yo no puede ser definido más que en términos de

‘locución’, no en términos de objetos, como lo es un signo nominal… Hay pues, en este

proceso, una doble instancia: instancia de yo como referente, e instancia de discurso que

contiene yo como referido. La definición puede entonces ser precisada así: yo es el

‘individuo que enuncia la presente instancia de discurso que contiene la instancia

lingüística yo (Benveniste, 1974: 173)

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Introducción 

21 

El comentario sobre la posición del testigo en su relato se completa con otra

observación inherente a este corpus testimonial. A lo largo del recorrido histórico por la

representación discursiva de los campos franceses se ha percibido la importancia que

adquiere el desplazamiento de la primera persona del singular, el “yo testimonial”, hacia

su equivalente en plural, es decir, el pronombre “nosotros”. Aunque este uso adquiera

matices particulares en distintos momentos del trayecto, lo cierto es que en la mayoría de

los testimonios se pone de manifiesto la necesidad de representar la dimensión colectiva

de la vivencia. Esto permite actualizar en cada uno de los textos la pervivencia del

concepto de “comunidad imaginada”, propuesto por Benedict Anderson, según el cual la

idea de nación que plasman los testigos se fija en la noción de una comunidad política en

la cual sus miembros conservan una imagen de comunión que los hace pertenecientes a

ella, aun a sabiendas de que nunca llegarán a conocerse todos entre sí (Anderson, 2005:

24). En este concepto de nación radica uno de los sentidos al que con mayor frecuencia

aluden los testimonios, que es el mantenimiento en el exilio de la moral y el ideario

republicanos como demostración de una resistencia activa, tanto a las imposiciones del

franquismo a partir de 1939, como a muchas de las decisiones políticas tomadas desde la

transición democrática y hasta la actualidad en cuanto a la construcción de los discursos

del pasado.

También acerca de la representación testimonial de los campos franceses, se ha

mencionado la importancia que adquiere el espacio en estos textos, dado que es

precisamente una experiencia de dislocación o deslocalización territorial el punto de

quiebre –o, como se ha expresado anteriormente, la vivencia singular y significativa– que

ha dado lugar a los relatos. El “campo de concentración” es el espacio donde esa

experiencia se hace concreta y definitiva, por lo que los aportes de Giorgio Agamben

acerca de su naturaleza y funciones constituyen los presupuestos sobre los que se asientan

los análisis. Según el filósofo italiano, el “campo de concentración” constituye la

expresión máxima del estado de excepción, dado que se trata de una “porción de territorio

que se sitúa por fuera del orden jurídico normal, pero que no por eso es simplemente un

espacio exterior” (Agamben, 2001: 39), sino que se encuentra incluido en el orden

jurídico a través de su propia exclusión. Los testimonios actualizarán este concepto en

cada una de las alusiones a los espacios concentracionarios5 que habitaron, aunque se

                                                            5 Si bien el adjetivo “concentracionario” no está recogido en el Diccionario de la Real Academia Española, lo cierto es que desde la publicación del libro L’univers concentrationnaire (1946), de

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Por los caminos de la palabra 

22 

trate de realidades muchas veces diversas y cambiantes, puesto que, según el campo en el

que ingresaban, sus fronteras eran más o menos porosas y su régimen, más o menos

hostil. No obstante, por debajo de esas singularidades, subyace la idea de que los sujetos

están insertos en un espacio de excepción en el que, dado que la ley es suspendida de

manera integral, todo es verdaderamente posible en ellos (Agamben, 2001: 39).

Como se ha comentado, la historia del testimonio aquí propuesta tiene una doble

entrada. Por un lado, se ha hecho mención a las problemáticas en que este trabajo se

inscribe en relación con el análisis textual, especialmente en cuanto a la representación de

la experiencia traumática y a la presencia del sujeto en el relato. Pero, por otro lado,

interesan de igual manera las vinculaciones que esos textos estrechan con las

circunstancias históricas de las que emergen, a través de las cuales es posible interpretar

cómo han intervenido estos discursos en el espacio de la recepción y cómo han sido leídos

y utilizados. Por este motivo, este estudio aprovecha los aportes de la Estética de la

Recepción, que coloca en un primer plano el rol del lector en la construcción del sentido

de la obra. Así lo constatan algunos de sus principales defensores, tales como Wolfgang

Iser, para quien “las significaciones de los textos literarios sólo se generan en el proceso

de lectura; constituyen el producto de una interacción entre texto y lector” (Iser, 1989:

134). Esta teoría, sin embargo, no deja de contemplar las codificaciones que se

construyen dentro del texto, por lo que subraya que, en paralelo con la función del lector,

“el texto tiene que garantizar un espacio de juego de posibilidades de actualización, pues

en diferentes épocas es entendido de manera algo distinta por diferentes lectores” (Iser,

1989: 134). El abordaje de los testimonios intenta penetrar en esa dinámica de

posibilidades de lectura, siempre ligadas a un tiempo y a un espacio determinados, para

entender los usos y apropiaciones que de ellos se ha hecho en el espacio de la recepción.

Para interpretar la actuación de los lectores en la construcción de sentidos y

analizar sus transformaciones a lo largo del tiempo, los elementos disponibles son los

elementos paratextuales6 presentes en las ediciones (notas de las solapas, contracubiertas,

                                                                                                                                                                                  David Rousset, su uso se ha extendido para describir aspectos vinculados con los campos nazis y, por extensión, con otras experiencias asociadas a aquélla. Este estudio lo adopta, entonces, con el mismo fin.

6 Según Gérard Genette, estos son “títulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etc.; notas al margen, notas al pie de página, finales; epígrafes; ilustraciones; fajas, sobrecubierta y muchos otros tipos de señales accesorias” (Genette, 1989:11). Se hará uso, asimismo, del concepto de “peritexto” -o elementos peritextuales-, en alusión a aquellos ubicados “alrededor del texto, en el espacio del volumen, como título o prefacio y a veces inserto en los intersticios del texto, como los títulos de

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Introducción 

23 

estudios introductorios, entre otros); las reseñas y comentarios hallados en fuentes

contemporáneas y posteriores a las publicaciones y también la utilización que de ellos ha

hecho la bibliografía especializada. En cada uno de ellos se concreta lo que esta teoría de

la recepción entiende como “horizontes”, es decir, “el círculo de visión que abarca y

circunscribe todo lo visible desde un punto” (Gadamer, 1989: 82). En la lectura, se ponen

en juego dos horizontes: el que se encuentra codificado en la obra, que forma parte de su

estructura formal, y el horizonte de expectativas del lector, que se constituye desde su

propio sistema de interpretación. Es en la interacción entre ambos cuando se produce la

recepción del sentido pleno de una experiencia estética (Warning, 1989: 23).

Proponer un recorrido histórico del testimonio de los campos supone ocupar una

posición determinada, una perspectiva para observar los textos elegidos. En cuanto a

dicho posicionamiento metodológico, esta investigación suscribe la propuesta de Michel

Foucault, para quien la “historia efectiva” radica en entenderla, más que como una

sucesión lógico-cronológica de acontecimientos, como una historia de las

interpretaciones:

Si interpretar fuese aclarar lentamente una significación oculta en el origen, sólo la

metafísica podría interpretar el devenir de la humanidad. Pero si interpretar es

apoderarse por violencia o subrepticiamente de un sistema de reglas que no tiene en sí

mismo significación esencial, e imponerle una dirección, plagarlo a una nueva voluntad,

hacerlo entrar en otro juego, y someterlo a reglas secundarias, entonces el devenir de la

humanidad es una serie de interpretaciones. Y la genealogía debe ser su historia

(Foucault, 1994: 18)

El presente aporte al estudio de la narrativa testimonial concentracionaria de los

campos franceses pretende pensar históricamente su participación en las circunstancias

políticas y sociales en las que surgieron y la influencia de esos contextos en la propia

construcción de los relatos testimoniales, así como también su intervención en el proceso

de representación del pasado. El recorrido por esos diálogos y tensiones entre textos y

circunstancias, ubica el trabajo en esta perspectiva genealógica, según la cual la historia,

                                                                                                                                                                                  capítulo o ciertas notas”. Por su parte, se denominan “epitextos” a “todos los mensajes que se sitúan, al menos en principio, en el exterior del libro: generalmente con un soporte mediático (entrevistas, conversaciones) o bajo la forma de una comunicación privada (correspondencias, diarios íntimos y otros)” (Genette, 2001: 10) 

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Por los caminos de la palabra 

24 

más que desentrañar significados ocultos, debe construirse en torno a las diferentes

interpretaciones y apropiaciones que los sujetos efectúan de los sucesos vividos.

La realización de esta tesis doctoral fue posible gracias a una beca para estudios de

postgrado, concedida por el Programa Alban-Asociación Grupo Santander, entre octubre

de 2007 y julio de 2010, y guiada por la Dra. Meri Torras Francés, a quien agradezco su

asistencia y colaboración. Así también, mi sincera gratitud al Grupo de Estudios del

Exilio Literario (GEXEL) por el apoyo económico brindado este último año, sin el cual

hubiera sido imposible finalizar el trabajo de investigación y la escritura de la tesis en

Barcelona.

Pero la historia de este trabajo, como un tapiz, ha sido urdida con decenas de hilos

que entrelazan sus variados colores y texturas para darle unidad a toda la composición. En

medio de todos ellos, los dos directores que me han acompañado desde el principio hasta

el final, Manuel Aznar Soler y Jaume Peris Blanes, son los que soportan el entramado.

Manuel Aznar Soler siguió muy de cerca el derrotero de mis reflexiones y de la escritura

con rigurosidad, dedicación, profesionalismo e interminable paciencia. Su generosidad y

su actitud siempre predispuesta a la ayuda suavizaron los riscos de este camino largo y

muchas veces intrincado. Por su parte, Jaume Peris Blanes tensó las hebras con

sugerencias siempre provechosas que han enriquecido mi estudio, pero, sobre todo, con

preguntas desafiantes que me han permitido replantearme, cuestionarme y reflexionar

sobre mi lugar como investigadora, las posibilidades de intervención que persigo con mi

trabajo y la misma escritura..

Todos los integrantes del GEXEL, su calidad humana y su solidaridad, han sido

hilos indispensables en el bastidor. El grupo fue para mí un espacio ideal de participación,

de diálogo y de intercambio de ideas, y también un lugar que me protegió cuando fue

necesario enfrentar los obstáculos que fueron surgiendo a lo largo del tiempo. Un

agradecimiento particular a Fernando Larraz, quien además de su franca amistad, me

brindó una colaboración inestimable en la búsqueda de documentos difíciles de conseguir

y en la obtención de los informes de censura alojados en el Archivo General de la

Administración, en Alcalá de Henares. Otro agradecimiento especial a José Ramón López

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Introducción 

25 

García, quien no sólo me auxilió ante varias lagunas bibliográficas, sino que también

acudió en mi ayuda en repetidos y poco agradables trámites administrativos.

Para hilvanar mis días en Barcelona y paliar la nostalgia, fue imprescindible la

presencia de mis amigos y amigas, los de aquí y los de allá, tanto para celebrar los pasos

dados con certeza, como para sortear los momentos difíciles. Desde la otra orilla, Lila

Bujaldón de Esteves me acompañó todo el tramo con consejos oportunos y perennes, que

además me han permitido sembrar la ilusión de nuevas investigaciones. Tampoco hubiera

sido posible concluir este trabajo sin el apoyo y el amor de Lucas, mi compañero, quien

atravesó conmigo los inicios desoladores de la escritura y me contuvo ante cada bache de

ese incierto camino. Los miles de kilómetros que separan Mendoza de Barcelona no han

impedido que mi mamá Nelly y mi hermana Gabriela hayan sido –como ayer, hoy y

siempre– los sedales resistentes que me sostienen y el refugio al que vuelvo todos los

días.

Como último nudo de este lienzo, quiero dedicar esta tesis a mi papá, quien vivió a

mi lado los inicios de la aventura –cuando recién comenzaba la búsqueda de becas en mi

casa mendocina– y festejó esperanzado la noticia de mi viaje. Aunque ahora ya no está

conmigo, los hilos invisibles de su sonrisa y la vitalidad de su recuerdo en mi día a día

son las fuerzas más poderosas que han impulsado la concreción de este proyecto.

La elección del objeto de estudio guarda, en ocasiones, algún lazo con la historia

personal del sujeto que investiga. Relatos familiares o cercanos, quizás cierta sensibilidad

hacia un tema que ha estado de alguna manera presente a lo largo de la vida. Nada de eso

ha ocurrido en este caso. Argentina, mi país de procedencia, fue destino de muchos

republicanos españoles y, aunque las circunstancias políticas hicieron que su cantidad y

diversidad no fuera tan abundante como en México, por citar un ejemplo, lo cierto es que

su presencia ha dejado huellas en diversos espacios sociales, imborrables hasta la

actualidad. Pero en mi historia personal y familiar no hubo testigos de ese exilio, ni

relatos de aquella guerra civil, ni mucho menos noticia de los campos de concentración

franceses. No supe de esos tiempos sino hasta cuando llegaron a mí por estricta

casualidad, mientras completaba los estudios superiores.

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Por los caminos de la palabra 

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Sin embargo, cuando conocí estos testimonios de los campos, escritos como

consecuencia de la implantación forzada de un gobierno militar y de la situación de

extrema opresión vivida por un grupo de sujetos, vulnerados en sus derechos civiles y

humanos, rápidamente resonaron en mi cabeza ecos de violencias y violaciones mucho

más cercanas a mi tiempo y a mi espacio, la dictadura argentina de 1976. La seguridad de

que los totalitarismos pueden adquirir diversas formas en circunstancias históricas y

políticas distintas, pero arrojar resultados semejantes en cada una de ellas –represiones,

exilios, muertes…–, me impulsó a comprometerme con esta investigación sobre un

pasado que por ser de otros, también es mío, y en cuya reflexión he querido aportar un

grano de arena, con la esperanza de que mientras más críticos seamos con ese pasado,

menos probabilidad tendremos de repetirlo.

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27

CAPÍTULO 1

LOS TESTIMONIOS DE LOS CAMPOS FRANCESES: DISCUSIONES EN TORNO A

SU ESTUDIO

1. Precisiones sobre el concepto de “testimonio”

Una pregunta inevitable antes de plantear la historia del testimonio de los campos

franceses es, justamente, qué se entiende por este concepto. Siguiendo la pista de Philippe

Lejeune, la definición podría empezar por encuadrarlo en el mapa de los géneros

autobiográficos, dado que proponen un contrato de lectura en el que la clave es el juego

de correspondencias trazado entre el autor, el narrador y el protagonista7. Los hechos que

relata ocupan, además, un espacio real y definido en su pasado personal.

Sin embargo, su inclusión dentro de la llamada Literatura del Yo no parece estar

tan clara en los estudios hispánicos, ya que frecuentemente dicha expresión no forma

parte de los repertorios de los géneros autobiográficos tradicionales. José Romera Castillo

clasifica estas formas literarias de la siguiente manera: relatos autobiográficos de ficción,

poemas autobiográficos, autobiografías noveladas (entrevistas y conversaciones con

autores), ensayos autobiográficos, libros de viajes, crónicas, recuerdos, evocaciones

                                                            7 Ésta es la máxima que Philippe Lejeune planteó como rasgo diferencial de la escritura autobiográfica, la cual, si bien ha sido discutida, complementada y hasta refutada, constituye en la historia de la Teoría Literaria uno de los puntapiés iniciales para estudiar la Literatura del Yo (Lejeune, 1975)

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Por los caminos de la palabra 

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personales, daguerrotipos, estampas, etc. (Romera Castillo, 1993: 11). Anna Caballé, en

su ya clásico volumen acerca de la narrativa autobiográfica, Narcisos de tinta, menciona

la autobiografía, los autorretratos, las memorias, los diarios íntimos y los epistolarios

(Caballé, 1995: 40). Ninguno de los dos invoca explícitamente al “testimonio”. En un

estudio más reciente, Como la vida misma. Repertorio de modalidades para la escritura

autobiográfica (2004), Francisco Puertas Moya reincide en esta indiferencia al restringir

el análisis a las autobiografías, memorias, diarios y dietarios, epistolarios, confesiones y

otras modalidades denominadas menores (autorretratos, libros de viaje, necrológicas,

conferencias, entre otras). Tales omisiones invitan a pensar en qué ámbitos ha participado

este concepto y a buscar pistas para interpretar cómo ha sido descripto, así como también

para avanzar hacia una definición desde la cual sea posible proyectar el análisis de los

textos seleccionados.

Si bien es cierto que, de acuerdo con esas tipologías, las “memorias” se encuentran

semánticamente muy próximas a lo que este estudio entiende como “testimonio”, es

conveniente reparar en las posibles razones de esta ausencia. Una de ellas puede ser que

el “testimonio” como forma discursiva ha estado tradicionalmente ligado a los discursos

judiciales desarrollados dentro del marco jurídico, en lo que respecta a su condición de

prueba. La supuesta correspondencia entre la palabra testimonial y la experiencia vivida,

amparada por las nociones de verdad y de verificabilidad, ha provocado la restricción del

concepto en los límites de dicho ámbito, como lo explica Roberto Ferro, para quien

“desde su formulación clásica, el testimonio estuvo íntimamente ligado a la problemática

de la verosimilitud como punto de pasaje entre discurso y mundo, es decir a las

modalidades de representación del mundo por el discurso” (Ferro, 1998: 29). No obstante,

posiciones como la de Jaume Peris Blanes han destronado esta peligrosa relación entre

testimonio y prueba, destacando el valor singular y subjetivo del primero que anula la

búsqueda de cualquier valor de certeza que, desde el paradigma judicial, persigue la

segunda (Peris Blanes, 2005: 72-73)8.

                                                            8 Para el desarrollo de sus estudios sobre la experiencia de la deportación, Michel Pollak y Natalie Heinich construyeron un corpus que abarca las diferentes formas que puede adoptar un testimonio: “de la déposition judiciaire au récit de vie sollicité, en passant par l’ouvrage ou l’article à caractère autobiographique, ou encore les entretiens recueillis dans le cadre d’une enquête quantitative” (Pollak y Heinich, 1986: 4). Estas elecciones evidencian que los autores entienden el testimonio en un sentido amplio, no limitado al marco de lo jurídico, pero tampoco restringido solamente al orden de lo literario.

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

29 

En la actualidad, el concepto se ha filtrado en otros espacios, tales como los

discursos literarios y los audiovisuales, ampliándose así los márgenes de su significación.

En primer lugar, se ha asociado a la palabra de los supervivientes de los campos nazis,

por lo que ha hallado fértiles ecos en los estudios teóricos y filosóficos que a dicha

narrativa se dedican. Pero esto no es casual, puesto que son los mismos protagonistas

quienes frecuentemente lo han utilizado para definir sus intervenciones, ubicándolo en el

centro vertebral de sus relatos. Es el caso de Primo Levi, uno de los autores más

representativos de la Literatura de la Shoah, quien confió en una entrevista: “Estoy en paz

conmigo mismo porque he testimoniado” (Levi, 1998: 219). Su obra alimentó las

reflexiones de Giorgio Agamben9 sobre el testigo superviviente de esos campos, un sujeto

que ha pasado a representar el paradigma biopolítico de la modernidad, puesto que su

vida dentro de ese espacio se encuentra totalmente controlada desde el poder político. En

un volumen reciente sobre la escritura concentracionaria, Javier Sánchez Zapatero reúne

las obras de supervivientes de los campos nazis (Primo Levi, Jorge Semprún, Elie Wiesel,

etc.) con la de otros testigos de otros campos (Alexandr Solzhenitsyn, del gulag

estalinista, o Manuel Andújar, de los campos franceses de 1939) bajo el rótulo de

"testimonio” como concepto aglutinador (Sánchez Zapatero, 2010a: 27), lo cual confirma

lo señalado acerca del uso de esta palabra.

En segundo lugar, quizás otra evidencia sea la circunscripción del concepto al

contexto de la literatura latinoamericana. A partir de la década de los setenta,

especialmente desde que Casa de las Américas lo incorporó a su premio literario como

rubro independiente en 1970, el género se ha legitimado en la literatura latinoamericana

para definir a aquellas producciones narrativas preocupadas por recuperar los conflictos

históricos que han asolado a las minorías, a las comunidades subalternas, a los grupos

oprimidos y silenciados. Se trata de narrativas de la resistencia que, como explica René

Jara, surgen frecuentemente “ora de una atmósfera de represión, ansiedad y angustia, ora

en momentos de exaltación heroica, en los avatares de la organización guerrillera, en el

peligro de la lucha armada” (Jara, 1986: 2). De este modo, los problemas planteados por

estas obras han girado en torno a los conflictos de esos colectivos que han adquirido

cuerpo a través de estos discursos.                                                             9 Jaume Peris Blanes, en su libro La imposible voz. Memoria y representación de los campos de concentración en Chile: la posición del testigo (2005) sintetiza y comenta los diferentes postulados de estos y otros autores que se han dedicado al tema del testimonio de los supervivientes y al estatuto del testigo en el contexto contemporáneo.

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Por los caminos de la palabra 

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El premio de la prestigiosa institución cubana surgió, entonces, “para hacer frente

a la aparición de nuevos textos que no calzaban en las definiciones tradicionales de lo

literario, sino cuyo valor se hallaba, además de en su escritura, en el modo en que daban

cuenta de la realidad latinoamericana” (Peris Blanes, 2009: 101). Entre las obras

premiadas por Casa de las Américas en la categoría testimonio se encuentran, entre otras,

La guerrilla tupamara (1970), de María Esther Gilio; Huillca: habla un campesino

peruano (1974), de Hugo Neira Samanez; Cerco de púas (1977), de Aníbal Quijada

Cerda, en el cual el autor denuncia la represión chilena vivida durante la dictadura de

Augusto Pinochet. En 1983, se premió la obra Me llamo Rigoberta Menchú y así me

nació la conciencia (1983) de Elizabeth Burgos, la cual es el resultado de una

compilación de entrevistas realizadas por la psicóloga y etnóloga franco-venezolana, a

Rigoberta Menchú, india quiché de Guatemala. El volumen es el resultado una serie de

entrevistas realizadas a Menchú, cuyo objetivo era relatar las vicisitudes de su vida para

denunciar las continuas opresiones y desigualdades sufridas por su comunidad. Por lo

tanto, el testimonio latinoamericano podría entenderse desde la confluencia de diversos

discursos, entre los cuales destacan la literatura, pero también la etnología, la sociología,

la historia y la psicología.

En el contexto del exilio republicano español de 1939, y especialmente en lo que

concierne al corpus de textos testimoniales escritos por los testigos de los campos de

concentración franceses, han surgido diversas denominaciones que han convivido y

también variado a lo largo del tiempo. En los años cuarenta, cuando el tiempo que

mediaba entre los acontecimientos históricos y el momento de publicación era todavía

muy escaso, era infrecuente que en los textos y peritextos –solapas, contracubiertas,

reseñas, comentarios– se utilizara la palabra “testimonio” o “memorias” para designarlos.

En general, se los definía simplemente como “narraciones” o “relatos”, o bien, como

“reportajes” o “crónicas”, apostando a que estos discursos practicaran una función

informativa y de denuncia.

Sin embargo, al hablar de las primeras producciones narrativas que se proponen

contar la experiencia de los campos franceses no se pueden obviar algunos textos que han

abierto caminos a la crítica literaria y que también plantean un problema a la hora de

revisar sus definiciones. Uno de los casos es el de St. Cyprien, plage… Campo de

concentración, de Manuel Andújar. En 1942, escribía el autor en el prólogo a la primera

edición, publicada en Cuadernos del Destierro de México: “Desde un ángulo de estricta

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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experiencia personal, estas páginas constituyen únicamente un testimonio preliminar. St.

Cyprien, playa tendrá razón de ser si contagia –o reaviva– la esperanzada angustia que

fue su motivo y levadura” (Andújar, 1990: 14)10. Luego de hacer explícita la intención de

contar rigurosamente la realidad y rechazar la idea de ficcionalizar los acontecimientos

vividos, el autor utiliza la palabra “testimonio” para enfatizar el carácter personal y

privado de los sucesos relatados, que además fueron, según sus propias palabras, escritos

in situ. Aunque el fin último de poner su vivencia individual a disposición del lector sea

dar a conocer la experiencia republicana en un momento en que la anécdota es todavía

muy reciente, la expresión utilizada para definir su obra parece delimitar el relato a la

visión subjetiva y particular del autor-testigo, lo cual contrarresta ese afán meramente

informativo, referencial y supuestamente objetivo del texto. Esta suerte de contradicción

que alimenta el concepto de “testimonio” en el texto de Andújar le ha valido la crítica de

algunos investigadores como Naharro-Calderón, quien se ha referido al nivel de

artificiosidad y elaboración literaria que empaña el objetivo puramente referencial que se

propone el autor (Naharro-Calderón, 1998: 315).

De acuerdo con estas consideraciones, el concepto de “testimonio” en estos

primeros años después de ocurridos los acontecimientos, sugiere la confrontación de dos

propósitos simultáneos: por un lado, la necesidad del autor de reorganizar la experiencia

pasada a través de una escritura que, además de autobiográfica, persiga una intención

literaria y, por el otro, la voluntad de que su discurso adquiera una dimensión práctica

como denuncia de un drama colectivo. Según el primero, el texto parece inclinarse hacia

posiciones como la de Jorge Semprún, para quien contar una historia personal no puede

lograrse con éxito si ésta no se convierte en un objeto artístico y, de esa manera, pueda

intentar una representación efectiva de la realidad (Semprún, 1995: 25); mientras que el

segundo deja traslucir la intención de cumplir con la función periodística que manifiestan

otros testimonios de la época. En el prólogo a la edición de 1990 el autor vuelve a pensar

sobre esta contraposición y reflexiona sobre el que había sido su propósito al publicar el

texto en un momento tan cercano a la experiencia histórica. Lo resuelve de la siguiente

manera: “Por lo menos –tal mi criterio– la ‘crónica’ debe considerarse como un virtual

género literario, que trasciende la insularidad periodística que comúnmente se le

discierne” (Andújar, 1990: 7). Más de cuarenta años después, el autor le adjudica al texto

su valor de “crónica” de los acontecimientos, aunque sin despegarlo de la voluntad                                                             10 La cita fue extraída de una edición posterior que reproduce el prólogo de aquella primera mexicana.

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Por los caminos de la palabra 

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estética y literaria desde la cual lo había gestado, construyendo para sí la categoría de

“crónica literaria”.

Otro caso que presenta un contraste similar es Ombres entre tenebres de Manuel

Valldeperes, publicado en Buenos Aires en 1941. El volumen deja entrever nuevamente

el contrapunto entre lo autobiográfico-literario y lo ensayístico-periodístico en la

denominación y caracterización de la obra. Por un lado, el comentario preliminar define el

texto como un “reportatge vivent”, acercándolo al género periodístico y teniendo en

cuenta que un espacio narrativo generoso se dedica a incorporar voces de numerosos

internados que comparten con el narrador la experiencia del éxodo. Pero, por otro lado, en

la solapa se destaca el valor literario de la obra del autor –cercano a la obra de Antoni

Rovira i Virgili, reconocido representante de las letras catalanas– y, luego en la

“Motivació”, se la define como una “memoria” de acontecimientos vividos.

Ambos textos, escritos por exiliados que atravesaron la experiencia de los campos,

plantean una sensible oposición entre la idea de “crónica” pensada desde una perspectiva

periodística, con pretensiones de objetividad y distancia de los sucesos vividos, y la

noción de “memoria” o “testimonio”, concebida desde un punto de vista literario, el cual

supone una estrecha ligazón entre la subjetividad del autor y el relato. Esta confrontación,

además de terminológica, clarifica los dos objetivos que asumen los testigos en esos años:

intervenir en la comunidad receptora como denunciantes de los acontecimientos y diseñar

estrategias narrativas para representar eficazmente una experiencia pasada traumática.

El rastreo de las diferentes denominaciones de estos primeros testimonios de los

años cuarenta permite identificar un conflicto no sólo en cuanto a la concepción que los

autores tienen de sus producciones, sino también sobre cómo intervienen en el espacio de

la recepción. Si bien los términos como “testimonio” o “memorias” en estos primeros

años parecen ser propios de aquellas obras que pretenden inscribirse en una categoría

literaria –es decir, que persiguen explícitamente un objetivo estético sumado al de

informar la situación de los compañeros recluidos en los campos–, existe también un

corpus de textos no identificados como testimonios o memorias, sino como “crónicas” o

“reportajes”, por ejemplo, Argelès-Sur-Mer (1940), de Jaime Espinar, o España comienza

en los Pirineos (1944), de Luis Suárez, que no ostentan dicha categoría. Estas

designaciones tienen que ver con que estos discursos suelen proyectarse desde un modelo

narrativo periodístico cuya voluntad es participar exclusivamente como informadores y

denunciantes de la violencia y la represión ejercida en los campos franceses. Dichas

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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producciones, así como su adscripción al paradigma periodístico, serán objeto de estudio

en el capítulo correspondiente a los testimonios de los años cuarenta.

El camino que marcan las denominaciones de estos textos habilita nuevas

reflexiones en los años sesenta y setenta, los últimos del período dictatorial. Es entonces

cuando comenzaron a aparecer los términos “testimonio”, “diarios” y “memorias” en

textos escritos por autores no profesionales, cuya intención era narrar la experiencia

individual de los campos franceses en vistas de recuperar la historia de los vencidos. Por

un lado, en 1974 se publicó El peso de la derrota, escrito en colaboración entre Antonio

Sánchez Bravo y Antonio Vázquez Tellado, en cuya solapa se lee que “El peso de la

derrota es fundamentalmente un testimonio”. Por otro lado, se editaron títulos como

Memorias de un español en el exilio (1968), de Nemesio Raposo, o Los perdedores.

Memorias de un exiliado español (1971), de Vicente Fillol. En cada uno de ellos, los

autores manifiestan explícita resistencia a la representación literaria, pues pretenden

inscribir sus textos en el ámbito historiográfico. Este giro conceptual abre el juego para

pensar sobre el rol de estos textos en la construcción del discurso historiográfico a partir

de 1975, lo cual será tema de reflexión en el capítulo correspondiente a los testimonios de

dichos años.

Desde finales de los setenta y hasta la actualidad, la importancia creciente del

testigo en la escena pública como protagonista de los acontecimientos pasados y, desde

ese punto de vista, como voz autorizada para referirlos, ha provocado que los textos

testimoniales emprendan un proceso de especificación según el cual se han convertido en

un género discursivo diferenciado. En el caso del exilio español republicano en los

campos franceses, esto se observa, por ejemplo, en la recurrente utilización de las

expresiones “testimonio” y “memoria” por parte de aquellos testigos cuyo objetivo

principal es recordar, luego de varias decenas de años, los acontecimientos vividos en

dichos espacios. Un caso es el de Entre alambradas (1987), de Eulalio Ferrer, en cuya

presentación se enuncia: “Eulalio Ferrer nos ha dejado el testimonio más vivo de la suerte

que padecieron en los campos de concentración franceses los que dejaron su patria para

salvarse de la venganza y el odio de Franco” (Ferrer, 1987: 11). Otro ejemplo es el

volumen de Abel Paz, Entre la niebla (1993), en cuya contratapa se confirma que “Este

libro es un testimonio sobre lo que les tocó vivir no sólo a los españoles... sino también a

quienes huían del totalitarismo nazi” (Paz, 1993). El abordaje de estos relatos demostrará

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Por los caminos de la palabra 

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que, sin perder el valor reivindicativo que los alienta, los textos comienzan a revertirse de

ciertas características que los acercan a un modo de representación literario.

La consolidación del testimonio como género y su acercamiento al paradigma

literario se observa en la lectura e interpretación desarrollada por editores y críticos

dedicados a estos temas. Un caso singular y paradigmático es el de España comienza en

los Pirineos, de Luis Suárez. Mientras que en 1944 se lo designa simplemente como

“relato”11, en la edición de 1987 el prologuista, Cuauhtémoc Cárdenas, lo define

explícitamente como un “testimonio” particular de un sujeto destacado en la sociedad

mexicana. En la tercera edición, además de destacar al autor como una personalidad

señalada en el mundo del periodismo mexicano, José Ramón López García propone una

lectura estética de la obra, dado que se detiene a destacar la calidad de las estrategias

narrativas puestas en marcha para representar la experiencia concentracionaria.

Desde 1940 hasta la actualidad, este repaso por las expresiones lingüísticas

utilizadas para definir los relatos de los campos franceses permite avanzar algunas

reflexiones acerca de los cambiantes modos en que tales discursos han intervenido en los

diferentes momentos históricos, no sólo en cuanto a las motivaciones de su publicación,

sino sobre todo a la lectura, interpretaciones y valoraciones que se construyen desde los

ámbitos de recepción.

Luego del breve recorrido por las denominaciones activas desde 1940 hasta la

actualidad, se hace pertinente fundamentar la razón por la cual en este trabajo se utiliza la

palabra “testimonio” para nombrar los textos seleccionados, independientemente del

momento histórico en el que se hayan publicado y leído. Sin ahondar en problemas

vinculados con el género, se trata del término que mejor concentra los rasgos semánticos

que interesan al presente estudio. Su raíz etimológica revela una pista para fundamentar

tal elección: testis, palabra latina que se traduce como “testigo”, cuya definición se refiere

a una “persona que ha presenciado una cosa y puede dar a otras seguridad de que ha

ocurrido y noticias de cómo ha ocurrido” (Moliner, 2007: 2864), en alusión a la

característica esencial de estos relatos, cuyos autores se disponen a contar lo ocurrido

amparándose en el estricto valor de la verificabilidad.

                                                            11 Así lo manifiesta José Herrera Petere en una reseña que escribió sobre España comienza en los Pirineos en el periódico El Nacional, el 21 de julio de 1944, recogida por Narciso Alba en su volumen José Herrera Petere, los artículos de El Nacional (Alba: 1996: 191).

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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Giorgio Agamben también reflexiona sobre esta etimología y recuerda que testis

alude a un tercero (terstis) en un litigio entre dos contendientes. Contrapone esta figura a

la palabra superstes que hacía referencia “al que ha vivido una determinada realidad, ha

pasado hasta el final por un acontecimiento y está, pues, en condiciones de ofrecer un

testimonio sobre él” (Agamben, 2000: 15). La diferencia que resalta entre estas dos

explicaciones tiene que ver con el grado de implicación del sujeto en la vivencia que está

relatando. Mientras testis define una posición pasiva y observadora, superstes remite a la

noción de superviviente, que connota una vinculación mucho más activa y más cercana a

la realidad del sujeto testigo de los campos.

En todo caso, el testimonio como discurso se refiere a la presencia física de un

testigo en una situación determinada. El Diccionario de uso del español lo define como

una “cosa que sirve para dar seguridad de la existencia de cierto hecho, la verdad de cierta

noticia, etc.” (Moliner, 2007: 2864), lo cual adelanta algo que será decisivo en los textos

aquí tratados: su valor de verdad. En este caso, es precisamente la estancia en los campos

de concentración franceses el hecho que ocupa el lugar central de la narración. Por

consiguiente, si hubiera que elegir un elemento diferencial del testimonio con respecto a

otras formas autobiográficas, éste sería el interés del autor por narrar un hecho concreto y

especialmente significativo de su historia personal.

El paso por los campos constituye una aguda alteración del transcurso normal de

la vida del testigo y se inscribe en ella como una marca traumática que se traduce en el

motor de la escritura. El testimonio es, por lo tanto, la consecuencia de una situación de

desmoronamiento de los patrones de referencia culturales e históricos sobre los que el

sujeto ha construido su identidad. Marta Marín Dómine comparte esta opinión cuando se

refiere a que la voluntad previa a la escritura testimonial es “la de surgir de una

experiencia a partir de la cual el vínculo del sujeto con la sociedad queda roto” (Marín

Dómine, 2010b: 186). El desgarro que supone para el testigo la obligación de abandonar

su espacio de pertenencia, a sabiendas –en la mayoría de estos casos– de que el futuro se

presenta incierto e irresoluto, constituye la razón fundamental por la que ese sujeto

emprende la tarea, muchas veces dolorosa e insatisfactoria, de la escritura.

Dicho presupuesto introduce un rasgo específico del testimonio, sobre el que se

asienta la doble reflexión que propone este estudio: por un lado, el análisis acerca de

cuáles son las estrategias discursivas que esgrime el sujeto para plasmar la experiencia en

la escritura y para inscribirse él mismo en su relato; y por el otro, la intervención de ese

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Por los caminos de la palabra 

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relato en el plano contextual, que puede, a su vez, leerse históricamente de acuerdo a las

transformaciones que se operan en dicho contexto. Para definir el testimonio, Derrida

formuló el concepto de “estructura bífida”, que puede iluminar la definición de testimonio

contenida en este estudio. Dicha estructura supone que “cet énoncé ne se contente pas de

raconter, de rapporter, d’informer, de décrire, de constater –ce qu’il fait aussi–, il fait à

l’instant ce qu’il dit, il ne se réduit pas essencialment à un rapport, à une relation narrative

ou descriptive, c’est un acte… c’est d’abord un acte presente” (Derrida, 1998: 44). Según

este concepto que entiende el testimonio como una acción que trasciende la mera función

referencial y adquiere un valor plenamente pragmático abre la posibilidad de analizarlo

como un espacio dinámico en el que la expresión y el contenido –o el fondo y la forma, al

modo estructuralista– complejizan sus relaciones.

Su función pragmática, es decir, el acto presente que ejecuta el testimonio, está

vinculado con la reconstrucción de la identidad resquebrajada. Así lo explican Michel

Pollak y Natalie Heinich, para quienes:

tout témoignage sur cette expérience met en jeu non seulement la mémoire, mais aussi

une réflexion sur soi. C’est pourquoi les témoignages doivent être considerés comme de

véritables instruments de reconstruction de l’identité, et pas seulement comme des récits

factuels, limités à une fonction informative (Pollak y Heinich, 1986: 4)

Desde la dislocación y la desarticulación de su propia identidad emerge la voz del

narrador, que “identifica el hecho de sobrevivir con la necesidad de poner en discurso su

experiencia y tratar así de comprenderla, en primer lugar, para luego poder hacerla

pública” (Peris Blanes, 2005: 104). Construir esa posición enunciativa implica para ese

sujeto una actividad a través de la cual intenta hacer cicatrizar el desgarro que provocó en

su integridad moral aquella vivencia. El discurso testimonial desempeña, entonces, una

función terapéutica en tanto colabora con la rearticulación de esa vivencia de angustia y

represión en los esquemas cognitivos y emocionales de los testigos. El valor terapéutico

del relato ha sido entendido a partir de esa ruptura traumática vivida por el sujeto, la cual

intenta eternamente ser restaurada a la lógica cronológica de su historia personal:

Testimony is a form of remembering [and it] is an effort to reconstruct a semblance of

continuity in a life that became as… a normal existence. ‘Cotemporality’ becomes the

controlling principle of these testimonies, as witnesses struggle with the impossible task

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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of making their recollections of the camp experience coalesce with the rest of their lives

(Langer, 1991: 2-3)

El testimonio, entonces, se gesta desde esa lucha por articular la experiencia

traumática del campo en la continuidad de su historia personal, dos temporalidades

inevitablemente diferentes. Por ese motivo, las estrategias de representación discursiva y

los caminos que elija el sujeto para inscribirse en su propio relato son solidarios con ese

propósito central.

Desde la teoría de la autobiografía, el concepto de “memorias” tiende a acercarse

semánticamente al de “testimonio”. Esta similitud entre uno y otro no puede pasarse por

alto debido a que su uso alternado se advierte en los mismos relatos de los testigos.

Puertas Moya explica que

las memorias tienen un carácter testimonial que presta mayor importancia a los sucesos

externos, cuyo origen se encuentra en los registros de familia. Vinculadas a la historia,

suelen ser textos fragmentarios, urdidos a base de retazos sueltos que aportan una

versión particular de una realidad social, convirtiéndose así en crónicas nostálgicas de

una época pasada (Puertas Moya, 2004: 97)

La referencia a un momento histórico particular y la vinculación del narrador-

testigo con una comunidad de pertenencia incluida en la anécdota son dos aspectos

sugeridos en esta definición que son útiles para definir también el testimonio. Sin

embargo, el estímulo de la escritura en éstos se asocia a un hecho mucho más puntual y

decisivo en la vida del testigo. Marta Marín Dómine ha planteado que la diferencia entre

esta forma y las memorias de vida y otras escrituras autobiográficas estriba en que el

testimonio comienza a escribirse en el lugar de los hechos, por lo que el mismo acto de

escritura es objeto de textualización (Marín Dómine, 2008b: 49). Una mirada diacrónica

sobre los textos que reúne este estudio, así como también sobre los modos en que han sido

definidos y clasificados, permite observar que, aunque no es posible constatar en todos los

casos que el proceso de escritura haya comenzado precisamente en el espacio de la

experiencia, sí es posible identificar como denominador común el hecho de que el

narrador ubique su discurso en ese lugar, el campo de concentración en este caso, máxima

evidencia de la situación de desarraigo y desplazamiento vivida por el sujeto.

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Teniendo en cuenta que no están mediados por otra voluntad más que contar una

experiencia personal del autor que ha tenido lugar en el marco de una situación de crisis

histórica y social, ocurre entonces que a través de ellos es posible adquirir información

sobre los códigos y los valores vigentes en los contextos sociales a los que se dirigen. Así

lo ha expresado Annette Wiewiorka, para quien

Le témoignage, surtout quand il se trouve intégré à un mouvement de masse, exprime,

autant que l’expérience individuelle, le ou les discours que la société tient, au moment

où le témoin conte son histoire, sur les événements que le témoin a traversés... Mais il le

dit avec les mots que sont eux aussi contemporains de son témoignage... (Wiewiorka,

1998: 13)

La propuesta de este trabajo es pensar históricamente el testimonio de los campos

franceses, teniendo en cuenta que cada uno se construye desde un sistema cultural

determinado y que, al mismo tiempo, las circunstancias contextuales condicionan su

escritura. Esto significa que la reflexión sobre el modo de testimoniar, los propósitos que

estos proyectos persiguen, así como también los usos y apropiaciones que de ellos se han

efectuado, hablan no sólo de ese sujeto individual que vivió la experiencia, sino también

de toda una sociedad en la que estos discursos intervienen. El concepto de “testimonio” se

entiende, por lo tanto, como un tipo de discurso de carácter permeable a través del cual es

posible interpretar los conflictos y los códigos sociales vigentes en las sociedades a las

que se dirigen. Es justamente el aprovechamiento de esta suerte de permeabilidad la base

sobre la que se asienta esta historia.

El discurso narrativo persigue, además del propósito terapéutico de cicatrizar el

daño que la experiencia concentracionaria supone para la historia personal del sujeto, un

objetivo netamente pedagógico y ejemplarizante en virtud del cual pretende denunciar la

represión y la violencia a la que fueron sometidos los republicanos y aleccionar o prevenir

a las generaciones venideras12. Es por esto que los testimonios se posicionan en un lugar

de privilegio frente a la tarea de recuperación y/o activación del recuerdo a nivel social.

                                                            12 En cuanto a esta función pedagógica que adquiere el testimonio, Enzo Traverso explica que “testimoniar no sólo significa cumplir una necesaria función pedagógica con las generaciones nacidas tras la Segunda Guerra Mundial sino, más en general, cumplir una útil labor de ‘moralización de la historia’, pues la memoria de la ofensa es una condición esencial para restablecer la justicia” (Traverso, 2001: 192)

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En los diferentes contextos en que se publican y leen, se plantean como ejercicios de

memoria, pues se trata de discursos que han sido escritos desde la conciencia de su

utilidad como elementos solidarios con su construcción o preservación. Desde este punto

de vista, cobra mayor relevancia la pregunta sobre el nivel y la calidad de

involucramiento que cada testimonio mantiene con su espacio de intervención y, por

añadidura, los caminos a través de los cuales ese sujeto testigo busca incorporarse en su

propio discurso como factor de recomposición de una memoria y también de una

identidad desgarrada.

2. Los testimonios de los campos franceses en el ámbito académico: presencia, usos y

valoraciones

La actualización del estado de la cuestión reveló que es muy reciente el ingreso de

estos testimonios en el repertorio de los objetos de estudio de los diversos sectores del

saber en que éstos intervienen. Una de las principales preocupaciones de la crítica literaria

española a partir de 1975 ha sido la recuperación de la literatura exiliada de 1939, no sólo

para reinsertarla en la historia cultural del país, sino también para someterla al análisis

crítico. Del mismo modo, las disciplinas historiográficas, especialmente la Historia Oral,

han dedicado un gran esfuerzo a recuperar las voces de los sujetos testigos y protagonistas

de la Guerra Civil y el exilio para revisar y reconstruir el discurso histórico que el

régimen había solidificado.

Sin embargo, la mayor parte de los textos tratados en este trabajo, aunque parte de

esa literatura y también de esa historia, no han sido hasta ahora suficientemente leídos ni

interpretados en esos ámbitos. Así es que, dado que la recepción es uno de los temas

centrales de este estudio, resulta relevante profundizar acerca de cuál ha sido la presencia,

los usos y las valoraciones de estos testimonios en el ámbito académico. Para ello,

conviene revisar el posicionamiento que esta comunidad ha adoptado con respecto a tales

textos, lo cual permitirá comprender por qué hasta ahora no han gozado de una amplia

acogida.

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Por los caminos de la palabra 

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2.1. El papel de la dictadura franquista en el retraso de la recuperación de la literatura

española exiliada

Es evidente que más de tres decenios de dictadura tuvieron un rol decisivo en la

ralentización del desarrollo de los estudios sobre el exilio republicano de 1939. Durante

todos esos años, el intelectual exiliado fue el gran ausente del discurso historiográfico

oficial. No fue sólo por medio de leyes de censura que se bloqueó la recepción de la

literatura de la diáspora republicana, sino que, como explica Fernando Larraz en su libro

El monopolio de la palabra, el Régimen puso en marcha tres mecanismos para consolidar

la incomunicación entre los españoles del exilio y los del interior:

el silencio (callar y hacer callar la existencia de un exilio intelectual); la manipulación

(poder definir qué dice el exilio, ofrecer interpretaciones parciales y falseadas ante la

imposibilidad de los lectores de acceder a los textos), y la tercera, la normalización

(flexibilizar las estructuras para integrar a algunos escritores no lo suficientemente

subversivos bajo las premisas morales del Franquismo) (Larraz, 2009: 13) 13

Esta serie de instancias, además de estar amparadas y dirigidas por un aparato

jurídico e institucional que impedía el flujo de la obra del exilio en el interior, fueron

propiciadas y legitimadas por muchos de los actores involucrados en la escena de la

posguerra, tanto fuera como dentro del territorio español, pero especialmente por el grupo

de historiadores oficiales que, en complicidad más o menos explícita con el Régimen,

“quisieron alzar barreras que mantuvieran a los republicanos expatriados lejos de la

tradición” (Larraz, 2009: 335). En la actualidad, cuando los debates se tornan aún más

complejos con los aportes de la segunda y de la tercera generación, este conflicto es

todavía uno de los lastres más difíciles que debe afrontar la crítica histórica y cultural si

se pretenden soldar por completo los traumas del pasado.

                                                            13 Para comprender los procesos de recepción de la literatura del exilio en España desde los comienzos de la dictadura sugiero la lectura de El monopolio de la palabra, de Fernando Larraz (2009). El autor analiza pormenorizadamente y con criterio cronológico qué ocurrió con los autores y los textos de la diáspora republicana, cómo fueron leídos en España y de qué manera el Régimen se apropió de ellos para hacer efectivos sus propios intereses. Estas líneas convergen en la enunciación de los tópicos que fueron instaurados desde el oficialismo en relación con la figura del intelectual exiliado.

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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La cesura planificada y digitada desde el interior ha repercutido en el modo de

pensar el pasado y, según esto, en los procesos de construcción de la memoria de la

Guerra Civil y el exilio. Dadas las condiciones históricas, fue muy difícil que el exilio

republicano participara en el debate sobre la reconstrucción democrática en la transición.

Esta dificultad se hace efectiva en la ausencia de confrontación entre el exilio y el

interior. De ahí que una de las principales características de la memoria del exilio es que

“se ha construido en condiciones extraordinarias: fuera del marco de la nación, sin la

relación dialéctica habitual con una contra-memoria” (Laborie y Amalric, 2003: 25).

Es entonces que a las condiciones político-sociales adversas que condicionaron la

recepción de los discursos del exilio dentro de España durante la dictadura se le suma el

problema de la heterogeneidad de voces que lo conforman. El exilio español de 1939 se

define por su dispersión en el espacio y en los múltiples itinerarios que lo conforman, así

como también por haber sido protagonizado por sujetos de los más variados orígenes

geográficos, sociales e ideológicos. El exilio republicano es multiforme y plural. Esto,

una vez recobrada la vida democrática e impulsada la recuperación de la obra del exilio a

partir de 1975, ha significado un obstáculo difícil de sortear para la comunidad académica

abocada a recuperar la obra desterrada y, en esa línea, a colaborar con la construcción de

la memoria del exilio.

Como todo proceso similar, la memoria del exilio se viene construyendo en base a

operaciones de selección y olvido que la convierten en parcial y fragmentaria. Estas

dificultades repercuten en todos los procesos vinculados con la construcción de esa

memoria, por lo que se comprende que durante los treinta y cinco años existentes entre el

fin de la dictadura y la actualidad, los ámbitos académicos hayan elaborado una agenda de

tareas prioritarias en la cual se reproducen esas rutinas de selección y olvido. Por lo

tanto, si el gobierno franquista dirigió sus esfuerzos a silenciar, manipular y normalizar al

exilio intelectual en lo que se refiere a los autores y obras destacados para cumplir sus

propios objetivos y legitimarse en el poder, no es difícil imaginarse la suerte que corrieron

aquellos textos que, hasta para los mismos teóricos e historiadores del exilio, se ubicaron

cualitativamente un escalón por debajo de los nombres descollantes de dicho colectivo.

Refiriéndose específicamente al exilio español en Francia, Manuel Aznar Soler

evaluaba en 1998 que “el desconocimiento del exilio literario español de 1939 en

Francia... es prácticamente total y absoluto” (Aznar Soler, 1998: 15). Una aseveración de

este calibre es un síntoma de los varios decenios que han debido esperar los escritores

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Por los caminos de la palabra 

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exiliados para ser devueltos a la historia cultural española. Afortunadamente, más de diez

años después, esta evaluación no se mantiene del todo vigente si se tienen en cuenta los

avances que la crítica ha logrado en cuanto a la recuperación e interpretación de la obra

de los exiliados españoles en el país vecino. Sin embargo, dicho retraso todavía impregna

algunos campos de estudio, como lo es el de los testimonios de aquellos que atravesaron

la experiencia de los campos de concentración franceses, considerados durante mucho

tiempo como “obras menores” y que, debido a ese rótulo, no merecieron la atención de la

crítica literaria. Es por esto que las tareas de recuperación, reedición e interpretación de

los textos del exilio no han finalizado todavía y, en el caso de estos testimonios, es lícito

pensar que aún constituyen una novedad en cuanto a su identificación como objetos de

estudio.

2.2. La posición de la crítica literaria con respecto a los testimonios de los campos de

concentración franceses

Para completar la idea antes delineada acerca de la demorada atención a los

testimonios de los campos por parte de la crítica literaria, es conveniente trazar un breve

recorrido por los posicionamientos que la comunidad académica ha ocupado frente a

ellos.

A partir de 1975 comenzó a gestarse en España un proyecto editorial cuyo centro

de interés era la realidad del exilio cultural. Este giro de la atención hacia la obra que

había nacido y crecido por fuera de los límites del territorio a partir de 1939 y que

pugnaba por ser reconsiderada, conllevó la instalación de una óptica particular desde la

cual abordar ese corpus. A pesar de tratarse de estudios muchas veces imprecisos y

parciales, comenzaron a delinearse los criterios que hasta hoy se mantienen vigentes sobre

cómo analizar y valorar la obra del exilio14. Si bien algunos intelectuales del exilio, como

                                                            14 En cuanto a estas publicaciones que, en los albores de la democracia, se dedican a difundir la obra del exilio, Fernando Larraz explica que “hay en este afán difusor del exilio una ausencia clara de investigación y se repiten tópicos y cánones que ayudan poco al establecimiento de soluciones” (Larraz, 2009: 275). La ausencia de una mirada crítica hacia el pasado y hacia las condiciones históricas y políticas del exilio cristalizó en estas obras que se caracterizaron por su “retórica solemne y huera en la que predomina la voluntad de homenaje, normalización y reconciliación sobre la de explicación del fenómeno histórico y estudio a conciencia de sus logros” (Larraz, 2009: 275)

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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Max Aub o Ramón Sender, habían sido mencionados y comentados en volúmenes sobre

narrativa española contemporánea, es entonces cuando desde la crítica y la historia

literarias se inició el acrecentamiento de la lista de autores y la institución del canon de la

literatura exiliada, un proceso que no ha cesado hasta la fecha y que está en constante

revisión.

Ante el recuento del caótico caudal de obras exiliadas, se impuso el criterio

estético como filtro predominante a la hora de privilegiar el estudio de unas sobre otras.

Esto cuajó en opiniones como la de Santos Sanz Villanueva, quien en El exilio español de

1939 –primer estudio colectivo publicado apenas finalizada la dictadura, cuyo propósito

fue reunir la más extensa nómina posible de nombres y obras del exilio– enunció

abiertamente este posicionamiento metodológico:

No son pocos los libros narrativos del exilio que se muestran al crítico como expresión

ocasional, no artística, de vivencias dramáticas. Con ellos hay que contar en una historia

de este tema, pero su significación es escasa desde un punto de vista literario. Por el

contrario, de la muy extensa nómina, aún incompleta, de narradores transterrados sólo

unos cuantos, de un número previsiblemente muy superior, han superado ese carácter de

escritores ocasionales y fortuitos. Únicamente la rigurosa voluntad de novelista, y las

facultades necesarias para ello, han confirmado después como escritores de la primera

fila a unos cuantos, aunque no sean pocos, de entre los que se dieron a conocer después

del exilio (Sanz Villanueva, 1977: 182)

Es así como cientos de textos de corte testimonial, escritos por sujetos que no

estaban vinculados con las esferas intelectuales y que, por ese mismo motivo, no

respondían a las categorías estéticas dominantes, fueron privados de participar en el

corpus del exilio. Para el autor, a este tipo de obras les falta “interés literario”, razón más

que suficiente para mantenerlas al margen. Por posiciones como ésta, se ha legitimado en

el tiempo la oposición entre las llamadas “obras literarias” y las “obras menores” del

exilio, entre las que se incluyen buena parte de los testimonios de los campos. La

consecuencia más evidente de tales omisiones es un perceptible vacío analítico en torno a

los discursos del exilio, lo cual no deja de ser una apelación a emprender nuevos

abordajes metodológicos.

Si bien éste ha sido el enfoque académico imperante, es necesario destacar que

algunos investigadores ya han advertido acerca de la inconveniencia de comprimir el

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Por los caminos de la palabra 

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interés de la obra del exilio sólo a los escritores profesionales que ocupan un lugar en el

panteón de la literatura de la España Peregrina. Es el caso de Michael Ugarte, quien en

1989 observó este error al decir que el reduccionismo de Sanz Villanueva simplificaba los

problemas intrínsecos de la obra del exilio (Ugarte, 1989: 69). También en 1991, en su

artículo “Testimonios de exilio: desde el campo de concentración a América”, advirtió

este problema y se planteó “considerar algunos textos olvidados, testimonios españoles de

las experiencias en los campos de concentración de Francia y del norte de África”

(Ugarte, 1991: 44). Sin embargo, al comentar los propósitos concretos de su trabajo,

expresó que consideraría “los testimonios intencionalmente literarios, algunos de ellos

escritos por figuras relativamente conocidas en los años cuarenta en el campo de la

escritura” (Ugarte, 1991: 48). Asimismo, ya en 1989 había aludido a la estructura simple,

desnuda, del exilio, que presentan estos testimonios, opinión que siguió reafirmando en el

resto de sus aportes críticos (Ugarte, 1999: 77). En estas declaraciones, que justifican su

posicionamiento frente al objeto de estudio, se puede deducir que el autor está aplicando

el mismo filtro que diferencia una obra “literaria”, más elaborada, en su opinión, y una

obra “no literaria”, como podía ser esos textos narrativos que, según Sanz Villanueva, “se

muestran al crítico como expresión ocasional, no artísticas” (Sanz Villanueva, 1977: 182).

Siguiendo su propio criterio, se detiene en las obras de Max Aub, Celso Amieva, Agustí

Bartra, Silvia Mistral, Manuel Andújar, Arturo Esteve, entre otros, de las cuales rescata

precisamente su valor estético en cuanto a la elaboración de estrategias narrativas, al

trabajo con el lenguaje, a la utilización de tópicos, etc. Si bien ha sido un aporte de

extremo interés, ya que el corpus de la narrativa y la poesía de los campos de

concentración franceses conforman todavía una novedad en el campo de estudios sobre el

exilio español, lo cierto es que esta óptica ha contribuido a relegar otras posibilidades

narrativas.

Retomando la línea planteada por Michael Ugarte, José María Naharro Calderón

en 1998 actualizó el problema al decir que

los textos de carácter testimonial… sufren otro exilio, al tener cabida en los ejemplos

“menores” ya que la visión subjetiva del yo es sospechosa tanto para los historiadores

que persiguen vanamente la objetividad, como para los teóricos y profesionales de la

literatura que discriminan a favor de las versiones con brillo formal (Naharro-Calderón,

1998: 309)

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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Este diagnóstico recuerda que los testimonios de los campos franceses,

representantes de la categoría de los llamados “ejemplos menores”, han ocupado un

espacio intersticial que los ha dejado al margen del interés académico. En su artículo “Por

los campos de Francia: entre el frío de las alambradas y el calor de la memoria”, el autor

se dedica a algunos de los testimonios que interesan a este estudio, tales como Entre

alambradas (1988), de Eulalio Ferrer, o Memorias de un español en el exilio (1968), de

Nemesio Raposo; así como también a otros textos que integran el mundo de la literatura

concentracionaria de los campos franceses, como es el caso de St Cyprien, plage…

(1942), de Manuel Andújar o algunas obras de Max Aub, sin someterlos a una valoración

exclusivamente estilística. Este aporte es uno de los primeros intentos de acercarse a tales

obras sin que el preconcepto de la calidad literaria funcione como criba para el análisis.

Esta línea de reflexión que intenta suspender dicho prejuicio y que, por eso

mismo, no deja en las sombras otros posibles modelos de representación, pervive en las

investigaciones actuales. Javier Sánchez Zapatero, quien se ha dedicado al estudio

comparativo de diferentes corpus de narrativas testimoniales concentracionarias, defiende

aquellos textos que pretenden relatar la experiencia concentracionaria sin un propósito

explícitamente literario, puesto que “adoptan el compromiso de sinceridad y nacen con la

intención de convertirse en ejercicios de memoria que hagan de la experiencia individual

un ejemplo universal destinado a iluminar aspectos de la historia poco transitados”

(Sánchez Zapatero, 2010: 89).

A propósito de Max Aub y Manuel Andújar15, es de destacar que su presencia en

el escenario literario del exilio español cuenta con un papel de relevancia en relación con

el desarrollo de los estudios sobre los testimonios concentracionarios. La atención que la

crítica ha dedicado a sendas obras, aunque mucho más acentuada en el caso del primero,

permite completar las consideraciones acerca de cuál ha sido el posicionamiento de la

comunidad académica con respecto a esta narrativa.

Conviene recordar que ambos atravesaron la experiencia de los campos de

concentración una vez finalizada la contienda civil y dedicaron a este tema una buena

parte de su obra. Entre 1940 y 1942, Max Aub estuvo prisionero en Le Vernet, al sur de

Francia, y en el campo argelino de Djelfa, a causa de una denuncia anónima que lo                                                             15 Se mencionarán estos dos autores a modo de ejemplo, aunque a la lista podrían sumarse otros, tales como Agustí Bartra, Celso Amieva, Silvia Mistral, Arturo Esteve, etc., cuya obra, tal como se ha apuntado previamente, resulta en la actualidad una novedosa área de estudios dentro de la investigación sobre la literatura de los campos franceses.

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Por los caminos de la palabra 

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acusaba falsamente de comunista. Luego de este episodio crucial de su vida, son

abundantes los textos en los que el escritor recupera y recrea el tema de los campos de

concentración franceses. Es el caso de Campo francés (1965), así como también de varios

cuentos incluidos en diversas antologías, como Cuentos ciertos (1955) y No son cuentos

(1944), del poemario Diario de Djelfa (1944) y de la obra dramática Morir por cerrar los

ojos (1944). En la actualidad, el mapa de las reediciones de todos estos textos se ha

ampliado notablemente, lo cual denota el profundo interés que la crítica mantiene por la

obra aubiana16. Por su parte, Manuel Andújar permaneció algo más de tres meses recluido

en el campo de Saint Cyprien, vivencia que testimonió en 1942, cuando ya en el exilio

mexicano, publicó St. Cyprien, plage… en la editorial Cuadernos del Destierro. A partir

de ésta, que puede considerarse su primera obra, el tema del exilio aparece

recurrentemente en el resto de su producción literaria17.

Un repaso por los estudios críticos que se han realizado sobre la literatura

testimonial de los campos demuestra que, en mayor medida, la multifacética obra de Max

Aub18, aunque también el texto citado de Manuel Andújar, han ocupado los primeros

puestos en el orden de preferencias de los estudios académicos sobre este tema. En el caso

de Max Aub, los textos mencionados de temática concentracionaria “se presentan como

obras de ficción, pero su origen se sitúa en una experiencia individual y concreta que les

otorga una apariencia autobiográfica ... por el compromiso respecto a la referencialidad

externa de lo relatado y por el uso de la primera persona” (Sánchez Zapatero, 2008: 167-

                                                            16 En “Literatura y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso) III”, Bernard Sicot enumera las diferentes ediciones en que aparecen estos textos aubianos que tratan la experiencia de los campos (Sicot, 2010a)

17 “Saint Cyprien, plage… se situe en amont de la production littéraire de M. Andújar et en annonce le style: l’oeuvre narrative s’incrit dans un vaste cycle axé sur l’Espagne contemporaine, ‘Lares y penares’, qu’inaugure Cristal herido (1945) et que clôt Mágica fecha (1989)” (Duroux, 2003: 9)

18 En los últimos años, la literatura concentracionaria de Max Aub ha llamado particularmente la atención de los investigadores. De ahí el incremento de artículos y estudios sobre Diario de Djelfa, Manuscrito cuervo, Morir por cerrar los ojos y los numerosos cuentos de tema afín, como se puede ver en dos volúmenes editados y coordinados, respectivamente, por Bernard Sicot: De l’exil et des camps. Écrire et peindre, de Max Aub à Ramon Gaya (2008) y La littérature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours) (2010). Asimismo, la obra de carácter testimonial ha sido tratada de manera exhaustiva y sistemática por Eloísa Nos Aldás en El testimonio literario de Max Aub sobre los campos de concentración en Francia (1940-1942) (2001) y, más recientemente, por Javier Sánchez Zapatero en “Los relatos de Max Aub en el contexto de la literatura concentracionaria” (2008), en El compromiso de la memoria: un análisis comparatista. Max Aub en el contexto europeo de la literatura del exilio y de los campos de concentración (2009) y en Escribir el horror (2010).

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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168). La fuerte impronta testimonial que se imprime en sus textos ha conducido a la

crítica no sólo a considerarlos dentro de este corpus, sino también a identificar en ellos el

modelo narrativo paradigmático para representar la experiencia.

El caso de Manuel Andújar es diferente, pues su obra Saint Cyprien, plage… es un

descubrimiento reciente de la crítica literaria. El número monográfico que en 1987 dedicó

la revista Anthropos a su obra no recoge ningún estudio específico sobre esta obra. Se la

menciona apenas como un relato más, incorporado como hermano menor de su valorada

narrativa breve. Sin embargo, en los últimos años, las relecturas y reediciones de esta obra

la han colocado en un lugar privilegiado entre las obras testimoniales de los campos de

concentración franceses19, lo cual ha permitido establecer nuevas relaciones con el resto

de su narrativa, ensayística, poesía y teatro. Asimismo, dicho texto ha sido en los últimos

años una referencia ineludible para pensar las características de la narrativa testimonial de

la literatura española contemporánea. Una de ellas es la tensión indiscutible que el relato

testimonial construye entre el plano histórico, o el significado referencial y constatable

del texto, y el plano literario, es decir, el hecho de que sea innecesario aludir a la

verificabilidad extratextual del relato (López-Pozo, 1998: 317)20. Dicha ambigüedad es un

problema que se actualiza en la lectura de cada uno de los relatos testimoniales,

independientemente del momento de publicación y recepción en que hayan tenido lugar.

Como consecuencia, la centralización del interés por la obra de estos autores ha

eclipsado el potencial interés por otras producciones. La razón principal de este

fenómeno, como se ha mencionado previamente, es que la valoración imperante ha estado

habitualmente supeditada a criterios estéticos y artísticos que han funcionado como filtros

para la selección y análisis de la obra exiliada. Sin embargo, asociado con esto, cabe

pensar en la incidencia de otro aspecto decisivo, el factor contextual. Basta recordar que

ambos escritores se exiliaron en México, un país que no sólo cobijó generosamente a

cientos de intelectuales republicanos exiliados, sino que les permitió desarrollarse

                                                            19 En cuanto a la obra de Manuel Andújar, vale la pena citar el trabajo de Rose Duroux, quien se ocupó de la tercera edición de St. Cyprien, plage… (2003) e incluyó un estudio preliminar en el que recupera las condiciones históricas que dieron vida al texto y efectúa un análisis completo del mismo. También Michael Ugarte comenta la obra de Andújar en “Testimonios de exilio: desde el campo de concentración a América” (1991)

20 A este tema se ha referido María José López-Pozo en 1998, en un artículo dedicado a avanzar en el tema de la literatura testimonial de los campos, a través de la reflexión en torno a las características formales de la obra de Manuel Andújar. Este es un síntoma más de la incipiente preocupación por este corpus difícilmente clasificable (López-Pozo, 1998: 317-323)

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profesionalmente e insertarse en diversos medios académicos y culturales. Allí

desempeñaron múltiples actividades no sólo como escritores, sino también como

profesores, periodistas, críticos, editores, etc.

La trayectoria de Max Aub en México ha ocupado a numerosos investigadores,

quienes destacan su prolífico desempeño como redactor, traductor, reseñista, prologuista,

e incluso su labor en cine21. Por su parte, Manuel Andújar, aunque antes de 1939 no había

incursionado todavía en el mundo de las letras, logró desarrollar en el exilio una fecunda

obra. Cultivó diversos géneros literarios –poesía, teatro, crónica, ensayo, narrativa breve,

novela– y también llevó a cabo otras actividades, tales como la fundación junto a José

Ramón Arana de la revista Las Españas. Por lo tanto, es evidente que ambas trayectorias

personales estuvieron signadas por una activa participación en la escena cultural y política

del exilio. Se trata de intelectuales que nunca dejaron de ocuparse de la realidad española

ni de reflexionar acerca de su propia condición de exiliados.

Es así que, ya por la calidad literaria que ostentan sus obras, ya por su relevancia

en el ámbito intelectual del exilio, estos escritores han colaborado decisivamente en la

instalación de un modelo narrativo exclusivo para representar la experiencia

concentracionaria. Las valoraciones a la obra de Max Aub constituyen el ejemplo más

claro para explicar esta idea. El brillo formal, así como los interminables caminos de

significaciones que pueden seguirse en la interpretación de sus obras, han delimitado un

repertorio de preguntas y un modo particular de abordaje asociado con las problemáticas

que su misma obra incorpora. De este modo, han determinado la implantación de un

modus ejemplar para relatar la experiencia concentracionaria, lo cual, al mismo tiempo,

ha dejado relegadas otras posibilidades de representación.

Por último, un comentario sobre la literatura concentracionaria que no aluda a la

valoración que la crítica literaria ha hecho de la obra de Jorge Semprún puede

considerarse incompleto. Si bien este escritor no pasó por los campos franceses, su

experiencia como preso político en el campo nazi de Buchenwald es tema y motivo de

prácticamente toda su obra desde El largo viaje (1963) hasta Viviré con su nombre,

morirá con el mío (2001). La calidad estética de su obra y su rol público como intelectual

                                                            21 Para ampliar este tema, se sugiere la lectura de “Escribir lo que uno imagina” (2007), de Eugenia Meyer. En este estudio preliminar a la obra periodística de Max Aub, la autora hace referencia a su inserción en el ámbito mexicano, así como también analiza su sostenido compromiso republicano, no sólo visible en su nunca abandonado interés por la realidad española, sino también en las diversas actividades que desempeñó como docente y como generador de espacios de opinión.

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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y político han marcado el ritmo de los estudios sobre la experiencia concentracionaria.

“Únicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la

verdad del testimonio” (Semprún, 2002: 25) es la consigna que se propuso el autor. Al

parecer, esta máxima que Jorge Semprún enunció en La escritura o la vida y que hace eco

en el resto de su obra plantea el camino elegido por la comunidad académica para

elaborar los criterios válidos con los que se ha construido el canon del testimonio de los

campos franceses.

En síntesis, la atención a la obra de renombrados intelectuales, tales como Max

Aub o Manuel Andújar, ha dejado descuidados otros posibles modelos narrativos

testimoniales que, si bien no siguen las categorías estéticas dominantes, sí podrían aportar

nuevos elementos de reflexión sobre las relaciones entre experiencia y representación.

2.3. Los testimonios como herramientas de trabajo de las disciplinas historiográficas

Otro factor que condiciona el estudio de los testimonios es el lugar que le han

otorgado las disciplinas historiográficas, lo cual ha influido en la lectura y utilización que

se ha efectuado de estos discursos.

La investigación histórica cuenta con las fuentes orales –entrevistas, testimonios,

entre otras– para construir sus herramientas de trabajo. Sin embargo, la tradición

positivista las ha utilizado con prevención, pues ha privilegiado los documentos escritos

como medio para acercarse a la verdad objetiva. Aún así, a partir de los años setenta, las

líneas vinculadas con la Historia Oral han ganado un terreno considerable en el campo de

la investigación historiográfica. Esta disciplina tiene por objetivo principal destacar las

fuentes orales como un medio eficaz para acceder a la verdad histórica.

En España, un hito de la investigación sobre Historia Oral de la Guerra Civil fue el

estudio de Ronald Fraser, cuya primera edición vio la luz en 1979. Nutrido con cientos de

entrevistas hechas a lo largo y ancho de España entre 1973 y 1975, el volumen se propone

considerar el componente subjetivo, es decir “la experiencia de las personas que

participaron en los hechos”, solapado por la Historia de raigambre positivista. De allí que

la Historia Oral constituya “un intento de revelar el ambiente intangible de los

acontecimientos, de descubrir el punto de vista y las motivaciones de los participantes”

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(Fraser, 2007: 17) para complementar y llenar los intersticios dejados por los abordajes

tradicionales.

Alicia Alted, desde este modo de interpretar la Historia, comenta:

El historiador tiene que interrogar al pasado partiendo de las huellas que le ha dejado y

los testigos de una época son las huellas humanas, las más importantes, porque

condensan en su memoria el tiempo vivido, sus trayectorias personales y profesionales,

sus expectativas afectivas, en suma, la percepción que tenían de la realidad que les

rodeaba (Alted, 1999: 19)

Los planteos de la Historia Oral están directamente vinculados con los avances en

materia de Historia Cultural, según la cual el arte, la literatura y la historia “son vistos

ahora como productos complejos que se relacionan entre sí a través de esa mirada cultural

que aprecia sus vínculos” (Serna Alonso, 2005: 5). Esta disciplina ha recuperado y

reivindicado el rol del sujeto en los procesos históricos y su interacción con los objetos

culturales frente a los acontecimientos y a las fuentes documentales escritas.

En el caso del exilio español, existen estudios imprescindibles que se desarrollan

metodológicamente desde esta perspectiva. Uno de ellos es Éxodos. Historia Oral del

exilio republicano en Francia 1939-1945 (1989), de Antonio Soriano. Se trata de uno de

los primeros intentos por comprender la historia del exilio republicano desde la

perspectiva de la recuperación de la Historia Oral, es decir, anclando el análisis en la voz

de los protagonistas y aceptando la dificultad que entraña trabajar directamente con este

tipo de fuentes. El estudio está precedido por un marco histórico muy completo y útil para

contextualizar las voces que presenta a continuación, puesto que el núcleo siginificativo

del estudio radica en la presentación de testimonios de distintos testigos del exilio,

muchos de ellos supervivientes de los campos franceses. Aunque han transcurrido más de

veinte años desde su publicación y los estudios han progresado desde entonces, el libro

destaca por su claridad y precisión en cuanto a los datos estadísticos del exilio y a la

información sobre la vida de los republicanos en los campos de concentración franceses.

Un aspecto singular que merece un comentario es la voluntad de individualizar a los

testigos que intervienen en el estudio. Antes de cada entrevista, el autor menciona su

nombre y su profesión, lo cual demuestra el interés por ofrecer un panorama

representativo de los exiliados españoles, puesto que convoca en sus páginas a sujetos de

diversas procedencias y oficios.

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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Otro volumen imprescindible, propuesto desde una metodología similar, es La voz

de los vencidos. El exilio republicano de 1939, de Alicia Alted (2005). La base del trabajo

está conformada por un amplio corpus de testimonios y entrevistas elaboradas por la

autora en un largo proceso de investigación, cuyos resultados constituyen el eje del

volumen. Hasta el momento, este libro continúa siendo el aporte más completo y

organizado que se ha llevado a cabo desde la perspectiva de la Historia Oral para

comprender el fenómeno del exilio republicano. Tanto el libro de Antonio Soriano como

las aportaciones de Alicia Alted significan hasta la fecha una referencia ineludible para

quien quiera dedicarse al estudio de este tema.

Ahora bien, en relación con el estudio de los testimonios de los campos, ¿cuáles

son las consecuencias de que para la Historia Oral, y para la historia en general, su valor

radique especialmente en ser herramientas privilegiadas de su trabajo? A la investigación

histórica le interesa el contenido del testimonio por sobre la forma, razón de sobra para

que el historiador no efectúe un análisis de tipo textual cuyo objetivo sea explorar las

relaciones entre el lenguaje y la experiencia o indagar en el problema de la

representación. En otras palabras, el historiador no tiene por qué reflexionar acerca de los

caminos retóricos que elige el sujeto para posicionarse discursivamente o hacerse

preguntas sobre cómo ese sujeto, testigo de los campos, entiende y elabora la experiencia

traumática en su propio discurso. Tampoco es su propósito estudiar cuáles son las

estrategias narrativas a través de las que ese sujeto exiliado pone en marcha su proyecto

memorialista.

En los últimos años, desde los espacios de la investigación historiográfica y con el

frecuente apoyo institucional, ya sea público o privado, se está transitando un firme

proceso de recuperación y publicación de testimonios de exiliados españoles22.

Semejantes esfuerzos permiten explotar el interés por la voz del testigo. Sin embargo, la

consecuencia directa es que la utilidad de los testimonios ha sido reducida a su interés

                                                            22 Alicia Alted, junto a otros investigadores relacionados con la recuperación de la Historia Oral de los exiliados republicanos, han trabajado en la edición de varios testimonios, tales como Memorias de una niña de la guerra, de Isabel Argentina Álvarez Morán (2003) y Memorias de un refugiado español en el Norte de África, 1939-1956, de Carlos Jiménez Margalejo (2008). Asimismo, el Centre d'Estudis Històrics Internacionals de la Universidad de Barcelona ha publicado recientemente Camp definitiu.Diari d’un exiliat al Barcarès (2010) de Josep Rubió i Cabeceran. Por su parte, instituciones como la Direcció General de Memòria Democràtica de la Generalitat de Catalunya también colaboran con el impulso de este tipo de publicaciones, es el caso de Crónicas de una vida (2009), de Benita Moreno García.

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como fuentes documentales para estudiar el contexto histórico, lo cual los ha alejado de

posibles abordajes textuales que profundicen en problemáticas vinculadas con la

representación de la experiencia o en los modos de intervención social de estos discursos.

De este modo, el uso que la historiografía hace de los testimonios, sumado a los

reduccionismos de la crítica literaria del exilio español, tiene participación en el

condicionamiento de otras posibles lecturas e interpretaciones.

Dicha utilización ofrece otros curiosos resultados. En algunos de los estudios

históricos más recientes y representativos sobre los campos franceses de internamiento

aparecen, como fuentes documentales, textos frecuentemente considerados “literarios”.

Esto se ve, por ejemplo, en El exilio de los republicanos españoles en Francia, de

Geneviève Dreyfus-Armand (2000), en el cual la autora cita la novela El largo viaje

(1963), de Jorge Semprún, para ilustrar la aparición de publicaciones testimoniales a

partir de los años sesenta. Si bien tiene ésta ecos autobiográficos, también se destaca por

ser un relato en el que se cumplen ciertos procesos de ficcionalización. Esto se

complementa con un detalle a observar en cuanto a la organización de la bibliografía con

que trabaja la historiadora. Uno de los apartados se denomina “Memorias, testimonios,

documentos” y bajo éste se listan numerosos y variados textos testimoniales, desde las

memorias de Federica Montseny hasta la mencionada novela de Jorge Semprún. La

diversidad de los textos que se reúnen bajo este rótulo, así como la utilización que de

éstos se efectúa en el ámbito historiográfico, ofrece una idea aproximada de la

indeterminación genérica que rodea al universo testimonial. Al mismo tiempo, esta

multiplicidad informa acerca del uso y apropiaciones que se les da desde estas disciplinas

como fuentes de documentación y no como objetos de análisis textual.

2.4. Dificultades para construir una metodología de análisis específica. La influencia de

los Holocaust Studies.

El encarcelamiento de sujetos en campos de concentración es una experiencia que

ha atravesado el siglo veinte en diversos contextos espacio-temporales y que ha alcanzado

su cota más alta de horror y aniquilación en los campos de exterminio nazis. Desde la

Literatura Comparada, los estudios plantean que el hecho de que se trate de una

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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experiencia transversal volcada a diversas escrituras testimoniales, la hace merecedora de

abordajes globales. Uno de esos estudios es el de Javier Sánchez Zapatero, Escribir el

horror. Literatura y campos de concentración (2010), en el cual el autor se propone

prescindir de criterios locales para analizar el impacto de la reclusión en los campos y las

formas análogas que los autores han tenido de asimilarla literariamente (Sánchez

Zapatero, 2010a: 73). Con este propósito, el volumen estudia diferentes obras

testimoniales que se refieren a distintas experiencias concentracionarias, ya sea el paso

por los campos nazis, o la internación en los campos franceses, o incluso los campos

rusos de Stalin. A partir de este conjunto de textos, el autor extrae y analiza una serie de

procedimientos narrativos que son recurrentes en todos ellos y que configuran un mapa de

los recursos que los sujetos-testigos emplean para representar discursivamente la vivencia

traumática del campo de concentración.

Los estudios que abordan los testimonios de los campos franceses son conscientes

de este marco general en el que tales producciones se insertan, por lo cual es común

encontrar en la biliografía disponible una habitual vinculación entre la experiencia

española y las europeas en otros campos, como los nazis o los estalinistas. Se puede

afirmar categóricamente que la Guerra Civil Española y sus consecuencias no pueden

entenderse como un proceso aislado, sino como parte integral de la Segunda Guerra

Mundial y, en general, de las crisis que marcaron el siglo veinte. Tal continuidad justifica

y evidencia que cualquier análisis que tenga por objetivo abordar este corpus y su relación

con las condiciones socio-históricas en las que intervienen, no puede obviar esta mirada y,

aún más, debe tenerla como referencia indiscutida.

Denominado como “la era del testigo”, según la expresión de Annette Wiewiorka,

el período comprendido entre 1963 –año en que tuvo lugar el juicio a Adolf Eichmann– y

la actualidad ha dado lugar a la industrialización del testimonio, materializada en la

abultada cantidad de obras literarias y audiovisuales publicadas y producidas desde

entonces sobre esta experiencia histórica, la cual supuso un quiebre en la integridad moral

y ética del sujeto moderno. La metodología de investigación construida para estudiar los

testimonios de los supervivientes de los campos nazis se ha transformado en un prisma

sino único, al menos privativo, desde el cual abordar cualquier otro corpus de discursos

concentracionarios. Con los postulados de Giorgio Agamben23 a la cabeza, se ha

                                                            23 Desarrolladas especialmente en dos de los tomos de Homo sacer: El poder soberano y la nuda vida (1999) y Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III (2000), de consulta y

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Por los caminos de la palabra 

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legitimado en el ámbito académico un marco teórico particular desde el cual afrontar

cualquier estudio sobre este tema –aglutinados en la actualidad bajo el nombre de

Holocaust Studies– y, siguiendo esa línea, un modelo particular para pensar los vínculos

entre la experiencia traumática de los campos y la representación. Asimismo, esta

perspectiva teórica ha contribuido con la construcción de un repertorio de obras

representativas de la experiencia de la deportación, surgidas de la pluma de Primo Levi,

Robert Antelme, Imre Kertesz, Jorge Semprún, entre otros.

Este paradigma sustenta la posición de numerosos pensadores de la memoria que

han aceptado que el Holocausto es actualmente el nomos desde el cual reflexionar sobre

cualquier experiencia similar. Ante este posicionamiento, Andreas Huyssen explica que

“en el movimiento trasnacional de los discursos, el Holocausto pierde su calidad de índice

del acontecimiento histórico específico y comienza a funcionar como una metáfora de

otras historias traumáticas y de su memoria” (Huyssen, 2002: 17-18). Dicha metáfora

puede ser eficaz para entender en un sentido global la lógica de los totalitarismos que

asolaron a Europa a lo largo y a lo ancho del siglo veinte. Sin embargo, pensando

específicamente en el caso español, esta postura según la cual una experiencia histórica

particular se entiende como metáfora universal que aglutina otras situaciones más o

menos cercanas en términos históricos, políticos y éticos, entraña un peligro fundamental

que tiene que ver con la potencial neutralización de problemas que son inherentes a este

corpus específico.

Evidentemente, tal riesgo ya ha sido admitido por algunos investigadores que han

advertido acerca de la dificultad de articular coherentemente la línea de pensamiento

teórico que plantea Giorgio Agamben con una perspectiva que piense los discursos en su

historicidad y relacionados con los conflictos políticos y las transformaciones en la

subjetividad de una época dada (Peris Blanes, 2005: 128). Sin embargo, desde el punto de

vista metodológico, todavía es preciso repensar la posición del investigador que se

propone interpretar estos discursos desde una visión que incorpore los factores

contextuales que los determinan y en los que, al mismo tiempo, estos intervienen.

De acuerdo con estas consideraciones, un estudio sistemático y completo sobre los

testimonios de los exiliados españoles en los campos franceses –que analice los procesos

históricos en los que se involucran, tanto en su especificidad como en su relación con

                                                                                                                                                                                  estudio ineludible para quien desee acercarse a los problemas teóricos y filosóficos que plantea la literatura de la Shoah.

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Los testimonios de los campos franceses: discusiones en torno a su estudio

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otras experiencias asociadas– debe proponer la articulación de dos líneas: por un lado,

pensar qué sentido adquieren en el análisis de estos relatos aquellos conceptos ya

legitimados en torno a la ética del testigo y al campo de concentración como espacio en el

que se hace efectivo el estado de excepción; y por el otro, plantearse como desafío

construir un posicionamiento ético y teórico circunscripto a los procesos históricos

transitados en España a partir de 1939, tiempo y espacio en el que estos testimonios

participan. Solamente de ese modo la reflexión sobre la memoria histórica evitará caer en

lugares comunes e improductivos que impidan una lectura activa y crítica del pasado

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CAPÍTULO 2

LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN EL SUR DE FRANCIA, PRIMER ACTO

DEL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL

1. Año 1939, fin de la Guerra Civil: represalias franquistas o una larga retirada

1.1. La retirada republicana

La idea que dispara las preguntas en este estudio es que los textos aquí

presentados son el efecto de una experiencia determinante y traumática en la vida de sus

autores: el paso por un campo de concentración, tras la retirada de España. Ya sea en

simultaneidad con los acontecimientos o luego de muchos años, todo un caudal de

informaciones, argumentos, emociones y sentimientos cuajan en los testimonios de

aquellos españoles y españolas que han enfrentado la tarea de la escritura. El alejamiento

abrupto de España supuso para estos sujetos la ruptura con la continuidad de su vida y el

resquebrajamiento de los patrones de referencia sobre los que se asentaba su identidad,

una amenaza que ya había comenzado tres años antes y que entonces se hacía evidente. El

proceso de reconstrucción de esa continuidad tardó tiempos incalculables en cada caso.

Algunos regresaron y vivieron la hostilidad del franquismo desde dentro; otros partieron

al exilio. La escritura, antes o después, fue, para muchos, una herramienta con la cual

avanzar en ese proceso de restauración y rearticulación de la identidad agrietada.

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Por los caminos de la palabra 

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Los meses previos al final de la contienda sellaron la derrota republicana en favor

de los sublevados. Luego de la Batalla del Ebro, librada en julio de 1938 y finalizada con

el repliegue de los republicanos, el acceso a Cataluña quedó abierto a la ofensiva de los

franquistas. Ayudados por armas alemanas y tropas italianas, el 26 de enero de 1939

lograron ocupar Barcelona, hecho que provocó la precipitación de los ciudadanos hacia la

frontera francesa. Los grupos que se desplazaban dibujaron una fluida corriente en el

mapa geográfico fronterizo que se convirtió en una retirada heterogénea y caótica.

Incluyó a intelectuales, representantes de profesiones liberales y del sector terciario,

militares, funcionarios de alto nivel, así como también a obreros con diversos niveles de

especialización (Rafaneau-Boj, 1995: 1).

Si bien las primeras décadas del siglo veinte ya habían visto pasar diferentes

oleadas migratorias de España a Francia, desde 1936 a 1939 este flujo se acrecentó

exponencialmente. En los primeros dos años de la guerra, se produjeron algunas

evacuaciones que, sin duda, alertaron a las autoridades francesas. En 1937, la caída del

frente norte provocó la huida de un importante número de vascos. Asimismo, entre 1936

y 1938 hubo evacuaciones principalmente diplomáticas, y especialmente en ese último

año, la ocupación de Aragón hizo que partieran más de cuarenta mil personas al país

vecino (Peschanski, 2002: 39).

Entre el 27 de enero y el 12 de febrero de 1939, el propósito que hermanaba a los

republicanos desplazados era llegar al país galo. Los vehículos –camiones, camionetas,

coches, etc.– se agolpaban en los caminos y quienes no gozaban del privilegio de un sitio

en alguno de éstos, emprendían la marcha a pie. En unos pocos días, el saldo de españoles

que buscaban asilo ascendía a casi quinientos mil: “doscientos cincuenta mil militares se

unen a los diez mil heridos, ciento sesenta mil mujeres y niños, y sesenta mil civiles que

habían llegado ya desde enero” (Rafaneau-Boj, 1995: 47). La secuencia del cruce de los

Pirineos reaparece con singular recurrencia en los testimonios de los exiliados

republicanos24. No sólo recuerdan la rudeza geográfica del camino, sino también los

                                                            24 Muy recientemente María Campillo ha editado un volumen que recoge fragmentos de memorias, entrevistas, dietarios, cuentos y novelas escritos por testigos catalanes de la retirada, no sólo escritores, sino también periodistas, políticos, etc. Se titula Allez! Allez! Escrits del pas de frontera (2010) y es interesante el aporte de la editora, pues se centra en este acontecimiento vivido por cada unos de los hombres y mujeres que debieron abandonar España, cualquiera fuera su destino final, en los campos, en otros países o incluso el posterior regreso al país. Asimismo, el momento de la escritura de cada uno de los fragmentos seleccionados se ubica en diferentes tiempos del trayecto vital de los sujetos, apenas ocurridos los hechos o cuando ya habían pasado muchos años.

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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numerosos episodios dramáticos acaecidos en el trayecto. Uno de ellos era la amenaza

constante de bombardeos y de represalias franquistas, quienes ya contaban con el dominio

territorial de España. Evidentemente, estos peligros abonaban el apuro por llegar a

Francia y la incertidumbre ante el futuro. La narradora de Éxodo. Del campo de Argelès a

la Maternidad de Elna, a pesar de los casi setenta años que la separan de aquellas

circunstancias, las recuerda de manera nítida: “Quedarnos allí significaba sufrir los

ataques de las tropas, los bombardeos… No sabíamos qué pasaría y además entraríamos

en el sistema franquista, que no queríamos” (Oliva Berenguer, 2006: 18).

Los encuentros con hombres heridos o enfermos se grabaron a fuego en la

memoria de los protagonistas y aumentaron la angustia de la vivencia. Ferran de Pol

recuerda en su texto la imagen aterradora de un hombre muerto a la vera del camino: “Y

de pronto, al lado de la carretera, un hombre boca arriba, brazos extendidos… De su boca

sale un hilo de sangre que se ha deslizado por su cuello” (Ferran de Pol, 2003: 37). Por su

parte, el narrador de Entre alambradas (1988) alude al desorden dominante y al poco

cuidado que se les reservaba a los heridos: “Me impresiona el cuadro de unos mutilados

de guerra que piden angustiosamente espacio en un camión” (Ferrer, 1988: 26). Las

inclemencias climáticas del invierno fueron un condimento amargo de este capítulo

vivido por los republicanos. El frío intenso de los Pirineos provocó la muerte de cientos

de bebés que no lo resistieron y cuyas madres no lograron alimentarlos debidamente. Es

frecuente que los testigos relaten secuencias de madres sosteniendo entre los brazos a sus

hijos ya fallecidos.

Otro de los conflictos por los que atravesaron los republicanos españoles fue el

abandono de los escasos bienes materiales que habían recogido antes de la partida. Los

rigores del viaje los obligaban a despojarse de todo aquello que no era inmediatamente

indispensable: “Camino de la frontera… La ropa más querida, que todavía debe oler a

hierbas y membrillos, yace esparcida a lo largo del camino” (Ferran de Pol, 2003: 36-37).

Esto se repite en muchos testimonios, pues el desprendimiento de los objetos personales

se convirtió en un acto simbólico esencial para entender el proceso de desmoronamiento

de la identidad del español, arraigada en esos objetos que representaban el sentimiento de

pertenencia del sujeto a un espacio determinado. De manera análoga, el abandono de las

posesiones significaba la separación de la tierra y el extravío en un espacio inasible y

ajeno, con el cual no había posibilidades de estrechar un vínculo de apropiación.

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Por los caminos de la palabra 

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El encontronazo con la guardia francesa es también un episodio recurrente en

estos relatos. Los narradores suelen denunciar la violencia con que fueron tratados, en

medio del caos y el arremolinamiento de la gente en la frontera. Lluís Ferran de Pol le

atribuye a esta escena características terroríficas: “El fantasma erizado continuaba

aullando. Los pitos –ese atributo desprestigiado de la autoridad francesa– seguían

clamando y anunciando, paradójicamente, el orden... Entonces, el fantasma abría su boca

y descargaba dentelladas de culatas y empellones” (Suárez, 1944: 56)25. Francia se vio

rápidamente desbordada por la marea humana que copaba la frontera sur del país y la

recepción se cumplió con un alto grado de improvisación y desorden. Aunque la

recepción y todo tipo de servicios resultaban defectuosos e insuficientes, no lo eran las

fuerzas del orden, que reducían eficazmente a los republicanos. Esta guardia estaba

formada por franceses y también por las tropas coloniales, el 7º regimiento de spahis y el

24º de tiradores senegaleses26 (Rafaneau-Boj, 1995: 46-47). Los soldados que tuvieran

armas debían dejarlas en el puesto fronterizo, aunque en numerosos casos les fueron

extraídos galones y demás objetos de valor. A los inconvenientes para penetrar en

Francia, se le sumó la propaganda fascista y las incitaciones al regreso, pues Franco abrió

la frontera catalana el 13 de febrero, sin ofrecer ni seguridad, ni garantías de no tomar

represalias contra los republicanos.

Cabe destacar también que una última oleada salió de España al final de la guerra

con destino al norte de África, a los territorios de las colonias francesas. El grupo que

logró llegar a aquellas costas lo hizo luego de la evacuación del Sureste, en Valencia,

Cartagena, Almería y Alicante, antes de la llegada de las tropas italianas y franquistas.

Este es otro capítulo penoso de la derrota republicana, teñido de sangre por las numerosas

ejecuciones y suicidios, y marcado por las precariedades sanitarias extremas en las costas

argelinas. Algunos de los barcos que arribaron desde la península ibérica, como es el caso

del Stanbrook, fueron sometidos a una dura cuarentena a bordo y, más tarde, sus

                                                            25 En Campo de concentración (1939) el narrador es consistente con la crítica a la violencia francesa: “Ya no son sólo voces: increpan, amenazan, empujan. Los refugiados levantan ojos de asombro… Son soldados blancos, son soldados negros, son soldados de Francia. Cumplen órdenes” (Ferran de Pol, 2003: 39)

26 Desde los primeros días de la retirada y la estancia de los españoles republicanos en Francia se hicieron presentes las guardias senegalesas, como explica Daniel Díaz Esculies: “El dia 5 de febrero a la tarda, arribaven a Argelers els guàrdies senegalesos i en una hora arrestaven i enviaven al camp tots els refugiats que ciculaven pels carrers de la vila” (Díaz Esculies, 1993: 79)

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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tripulantes fueron encerrados en deficientes campos de concentración cerca de Argel

(Dreyfus-Armand, 2000: 54). La narrativa testimonial sobre esta experiencia de los

republicanos en África es igual de significativa que la de los campos del sur de Francia27.

De hecho, el contexto político-social de Argelia en esos años, así como las condiciones en

que vivieron los internos, poseen características específicas que merecerían una atención

similar, por lo que, aunque excede los límites de este trabajo, en algunos casos se hará

referencia a este corpus, a fin de alimentar el desarrollo propuesto de los temas de interés.

1.2. Los que no se fueron: represión y censura en la España franquista

La suerte fue peor para los republicanos que se quedaron en España, pues les

esperaba un decenio espinoso, el primero de la era franquista. En esos años se inauguró y

afianzó la política dictatorial instituida por el franquismo tras los tres años de la Guerra

Civil. Usualmente denominada “etapa de posguerra agresiva”28, el régimen puso en

marcha un aparato represivo sistemático conformado principalmente por ejecuciones y

encarcelamientos a aquéllos que habían tenido algún tipo de participación, directa o

indirecta, en el bando republicano, estuviera o no confirmada dicha colaboración.

El gobierno dictatorial organizó un marco legislativo sobre el que se asentaron sus

acciones. Uno de los resultados fue la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el

9 de febrero de 1939. Explica Geneviève Dreyfus-Armand que

                                                            27 Algunos ejemplos de este corpus son: Yo estuve en Kenadza (1983), de Deseado Mercadal Bagur; Por tierras de Moros (el exilio español en el Magreb) (1989), de José Muñoz Congost, y Memorias de un refugiado español en el Norte de África, 1939-1956 (2008), de Carlos Jiménez Margalejo, entre otros.

28 Mirta Núñez Díaz-Balart delimita cuatro períodos de la dictadura franquista desde 1939 hasta 1975: etapa de posguerra agresiva, años de la victoria/ años de terror (1939-1947); transición del fascismo internacional al anticomunismo ideológico (1948-1960); transición al liberalismo económico (1960-1970) y tardofranquismo por debilitamiento del Régimen y su jefe (1971-1975) (Núñez Díaz Balart, 2009: 5)

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Por los caminos de la palabra 

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dicha ley permitía, con carácter retroactivo, acusar frente a un tribunal de excepción a

aquellos que desde octubre de 1934 habían participado en la vida política republicana o

a quienes, desde febrero de 1936, se habían opuesto al ‘Movimiento Nacional mediante

actos concretos o pasividad grave’ (Dreyfus Armand, 1999: 72-73)

La intención era depurar a todos aquellos elementos que pudieran obstruir la

“reconstrucción de la patria” o impedir la afirmación del nuevo poder político. La ley

habilitaba la represión económica, que resultó ser un eficaz instrumento de control social.

Como ésta, todas las acciones políticas estuvieron orientadas hacia el propósito de

legitimar el golpe de estado y alcanzar la consolidación del régimen. Para ello, fue

necesario acudir a la violencia y el terror, por lo que las cárceles se superpoblaron de

hombres y mujeres que acabaron allí sus días, ya sea con la descarga de un fusil, o en la

espera inútil de algún indulto.

Otra pieza fundamental que utilizó la política franquista para asegurarse su

consolidación en el poder fue el control de la prensa y la edición a través de la censura

estricta y planificada. El artículo segundo del Decreto del 23 de septiembre de 1941,

publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE del 24-25/09/1941) sancionaba que

queda prohibido a editores, impresores y establecimientos comerciales, editar ni poner a

la venta obras [en las que se trate de la campaña de nuestra Cruzada, o que en cualquier

forma o extensión se refieran al aspecto militar o preparación de la misma] que, a partir

de la publicación de este Decreto, no lleven el ‘visado’ del Ministerio del Ejército.

Este decreto explicitó la intervención absoluta que habría de instaurarse sobre la

información circulante acerca del golpe de estado y de los sucesos acontecidos durante la

Guerra Civil, por lo que se convirtió en un elemento esencial para suspender

definitivamente la libertad de expresión y para promover una creciente estabilidad del

régimen en el poder.

Paloma Aguilar Fernández analiza cuáles fueron las fuentes de socialización

empleadas por el franquismo para la difusión de su ideología y la consiguiente

legitimación de su accionar político y militar. Destaca principalmente dos: el No-Do y los

libros de texto escolares. A través del Noticiero Documental, creado el 29 de septiembre

de 1942 y dependiente de la Vicesecretaría de Educación Popular, se ejerció el control

sobre la información, así como también sirvió como un infalible medio de difusión de la

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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propaganda franquista dado que se proyectaba en el cine, el principal espacio de

recreación de los españoles hasta la década de los sesenta29. En la misma línea, los libros

de texto que se utilizaban en las escuelas proclamaban una versión heroica de la gesta

franquista, cuya marca más clara era la exaltación patriótica. De este modo, el gobierno se

aseguraba la instauración de una Historia Oficial que denostaba a los vencidos y

engrandecía a quienes se hubieran mantenido fieles al Régimen. Su legitimidad estaba

ligada a la marginalización –léase desaparición– del bando contrario, el cual fue definido

como “rebelde” por los discursos oficiales, en un acto de inversión de los roles históricos

que dieron origen a la contienda bélica.

El discurso oficial se propuso, a través de los medios que había puesto en marcha,

construir una imagen mitificada de la guerra. Dicha imagen se basaba en varias ideas que

habían sido las razones del levantamiento de 1936. Una de ellas tenía que ver con la

convicción de que el Caudillo había intervenido con el golpe militar para desmantelar un

gobierno arruinado y corrupto –la Segunda República– que hubiera acabado

definitivamente con el pueblo español. A propósito de esto, Pere Ysàs explica que la

Anti-España a la que se enfrentó Franco estaba

formada por republicanos liberales, socialistas, libertarios, comunistas y nacionalistas y

regionalistas no españolistas… El Nuevo Estado franquista impuso un Nuevo Orden,

nacional-sindicalista y nacional-católico, radicalmente enfrentado con la democracia y

con el ‘comunismo’ –incluyendo bajo esta denominación a todas las corrientes

ideológicas y políticas obreristas (Ysàs, 2009: 394)

De acuerdo con esta explicación, otra de las ideas en torno a la que se mitificó la

rebelión y la guerra fue que ese nuevo orden debía acabar con dos supuestas amenazas: el

comunismo –y cualquier ideología de izquierda que, en definitiva, compartía alguna de

sus propuestas– y la desmembración del Estado español a cargo de las corrientes

nacionalistas y regionalistas. El castigo a los culpables era, por lo tanto, absolutamente

                                                            29 Para comprender el papel del No-Do en la construcción de la memoria histórica española del siglo XX se sugiere la lectura de No-Do: el tiempo y la memoria, de Vicente Sánchez Biosca y R. Tranche, (2003) y de Políticas de la memoria y memorias de la política (2008) de Paloma Aguilar Fernández. Este último analiza la función del noticiero en el proceso de legitimación que el régimen puso en marcha a lo largo de las décadas del cuarenta y cincuenta.

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Por los caminos de la palabra 

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coherente con el modelo político que se estaba gestando. En este contexto, el exilio se

encontraba dentro del repertorio principal de castigos30 o, como explica Fernando Larraz:

En esta explicación histórica, el papel que tocaba jugar a los exiliados era el de fugitivos

errabundos acosados por su conciencia y por las fuerzas civilizadoras. Ya antes de

finalizar la guerra, el propio Franco había concebido que el exilio de los derrotados era

la única alternativa que existía a su confinamiento en la cárcel o su eliminación física.

Su proyecto político se basaba en evitar la coexistencia de modos diferentes de entender

la vida pública (Larraz, 2009: 19)

El gobierno se negó rotundamente a demostrar condescendencia frente a

posiciones disidentes en un escenario donde existía una única posición política que se

construyó desde una imagen redentora y de salvación. El propósito principal del Caudillo

fue desacreditar, o bien acallar completamente, las voces de los vencidos, que se vieron

impelidos a abandonar el territorio español. Desde esta perspectiva, los exiliados se

convirtieron en los mismos responsables de su destierro, dado que no estaban de acuerdo

con la política recientemente instalada y, por ese motivo, debían desalojar el espacio. El

éxodo se construyó, entonces, como un modo eficaz de penitencia para “purgar las

culpas”. Una vez fuera, los exiliados sufrieron la política de los “oídos sordos”,

absolutamente coherente con la idea de que en el año 1939 había nacido y triunfado la

“España Nueva”.

2. Los “campos de concentración” del sur de Francia: colofón de la Guerra Civil y primer

capítulo del exilio español

El caos de los días iniciales del éxodo en la frontera se reprodujo en los

subsiguientes, cuando comenzaron a disponerse y a organizarse, muy lentamente y con

amplias limitaciones, los espacios para contener a los republicanos españoles. El primer

“centro especial” se creó en Rieucros, Lozère, el 21 de enero de 1939. Ésta fue la primera

                                                            30 Un estudio detallado sobre la significación del exilio en la primera etapa del franquismo se ofrece en el libro El monopolio de la palabra. El exilio intelectual de la España franquista, de Fernando Larraz (2009)

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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oportunidad que tuvo el gobierno de Édouard Daladier para aplicar los decretos del año

1938, según los cuales los extranjeros que no contaban con papeles en regla para

permanecer en Francia, eran considerados “indeseables”31, y por tanto, debían ser objeto

de una continua vigilancia y expulsados a la mayor brevedad posible.

En un primer momento, los heridos de gravedad fueron trasladados a hospitales,

aunque más tarde tal posibilidad se redujo por la abundante afluencia de gente y aquéllos

se vieron abandonados a la suerte común del resto. En general, las familias que habían

salido juntas de Barcelona eran separadas en la frontera, aunque existen registros de

algunas que ingresaron completas en los campos, al menos así lo demuestra el testimonio

de Remedios Oliva Berenguer, Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna

(2006). Cuenta la narradora que, dentro del campo civil, hubo barracas destinadas a

familias y, en su caso, ella llegó con su marido, sus padres y hermanos32. Pero lo común

era que las mujeres, los niños, los enfermos y los ancianos fueran albergados en campos

provisorios hasta su derivación a centros de acogida ubicados en el interior del país. Estos

centros, cuyas condiciones de vida eran dispares en cada uno, acabaron extendiéndose por

gran parte de la geografía francesa. Solían ser “antiguos conventos, prisiones, casas o

escuelas abandonadas; locales más o menos salubres que han sido requisados por las

autoridades locales o cedidos por la población” (Rafaneau-Boj, 1995: 128).

Si bien en estos centros la vigilancia y la disciplina no eran tan estrictas como en

los campos de concentración, las condiciones de vida y la rutina de sus internados no

variaba sustancialmente. En cambio, los hombres –civiles y militares– recalaron

mayoritariamente en las playas de Argelès-Sur-Mer y Saint-Cyprien, cuya característica

principal fue la improvisación. A esto se refiere Geneviève Dreyfus-Armand cuando

intenta describir la especificidad de los campos franceses que acogieron a los

republicanos españoles: “las condiciones del éxodo, la improvisación total en la acogida,

                                                            31 “Dès le 14 avril 1938, le titulaire de l’Intérieur, Albert Sarraut, demanda à ses préfets ‘une action méthodique, énergique et prompte en vue de débarraser notre pays des éléments indésirables trop nombreux qui y circulent et y agissent au mépris des lois et des règlements ou qui interviennent de façon inadmisible dans des querelles ou des conflits politiques ou sociaux qui ne regardent que nous’” (Peschanski, 2002: 30)

32 Abel Paz recuerda el “sector familiar” dentro de los campos y lo destaca como una singularidad, pues “no se sabía cómo habían logrado escapar a la selección que los gendarmes hicieron al separar hombres y mujeres a la entrada del campo” (Paz, 1993: 69)

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Por los caminos de la palabra 

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la provisionalidad y la variabilidad de las distintas situaciones dificultan todavía más el

cálculo” (Dreyfus-Armand, 2000: 59).

Antes de avanzar en las descripciones acerca de la organización y la vida cotidiana

dentro de los campos, conviene recordar una discusión acerca de las variantes empleadas

para referirse a ellos. Si bien este estudio adopta el término “campo de concentración”

para referirse a los espacios en los que fue internada la población republicana que huía de

España, son varias las expresiones en circulación y cada una de ellas tiene su explicación

histórica y su aplicabilidad33.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que cada uno de estos conceptos posee

una historia particular. La de “campo de concentración” es la más compleja y, por ese

motivo, merece una atención específica. Annette Wieviorka ha trazado la genealogía

desde su aparición en 190134, debido a su inauguración durante la Guerra de los Bóers

(1880 a 1902)35, hasta los campos abiertos y administrados por Hitler en la Segunda

Guerra Mundial. Ante la diversidad de circunstancias y acontecimientos que, a lo largo

del siglo XX, ha designado la frase, la autora advierte acerca del peligro que esto entraña:

l’expression ‘camp de concentration’ est trop erratique pour permettre d’appréhender

des phénomènes différents. La volonté de faire cadrer dans une définition préconçue des

événements de nature différente, obéissant à des logiques différentes, risque d’interdire

au bout du compte leur intelligence (Wieviorka, 1997: 12)

                                                            33 En la introducción a The Camp. Narratives of internment and exclusión (2007) se recogen las diferentes adjetivaciones que han recibido los campos a través del tiempo y de los espacios geográficos: “Adjectives of camp specificity embrace a spectrum from extermination, concentration, and torture camps; to detention and internement camps; migration, deportation, and refugee camps, on to holding, disaster-relief, penal, and labour camps” (Hogan y Marín Dómine, 2007: 7)

34 Recuerda Javier Sánchez Zapatero que los primeros campos de concentración aparecieron en la Cuba colonial de 1895 y que fueron abiertos por los españoles para “reconcentrar” a los campesinos en campos aislados y así expropiarlos de sus tierras, a fin de aquietar a los grupos independentistas que se levantaban contra la Corona. Destaca que la expresión “reconcentración” fue sustituida por la de “concentración”, que es la que utilizaron los ingleses durante la Guerra de los Bóers (Sánchez Zapatero, 2010: 53)

35 Se trata de los conflictos bélicos que enfrentaron a los británicos con los colonos neerlandeses en Sudáfrica, primero entre 1880 y 1881, y luego, entre 1899 y 1902. La contienda acabó con la extinción de las repúblicas independientes que los segundos habían fundado.

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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La realidad histórica de principios de siglo en Sudáfrica distaba notablemente de

las circunstancias que a finales de la década del treinta motivaron la apertura de los

campos nazis. A su vez, aunque formaron parte del mismo proyecto de eliminación de un

sector definido de la sociedad, la primera generación de los campos de Hitler (Dachau,

Buchenwald, Oranienburg-Sachsenhausen, etc.) y la segunda (Auschwitz, Chelmno,

Sobibor, Treblinka, etc.) también poseían características diferentes, especialmente porque

estos últimos fueron destinados a la aplicación directa del proyecto de Solución Final,

puesto en marcha a partir de 1941 con el objetivo de exterminar a la población judía.

Generalizar el uso de este concepto es un peligro constante desde que la expresión se

asocia directamente con la deportación nazi, olvidando que cada experiencia histórica,

como advierte Wieviorka, responde a causas diferentes y a lógicas particulares.

En el contexto francés de 1939, el uso del concepto corrió por cuenta de las

autoridades y de la prensa francesas, hasta que dejó de ser políticamente correcto, una vez

conocida la noticia de los campos nazis. El objetivo del gobierno galo consistía en

diferenciar el “campo de concentración” del “centro penitenciario”, entendido como un

espacio en el que se impartían castigos disciplinarios, pues la intención era que los

internados permanecieran internados durante una temporada reducida, hasta que se

concretara su expulsión definitiva o su regreso a España (Dreyfus-Armand, 2000: 61)36.

La realidad demostró que esta elección solamente se mantuvo en el nivel del discurso,

pues tanto la bibliografía especializada como las palabras de los mismos testigos dan

cuenta del régimen disciplinario que se estableció en los campos, sin contar con que hubo

centros de castigo abiertos especialmente para tales fines.

Una de las razones por las cuales este estudio ha optado por “campo de

concentración” es por fidelidad a la terminología utilizada con mayor frecuencia por los

testigos-autores en sus producciones escritas en lengua española. El concepto reaparece

continuamente en sus relatos, ya sea en aquellos aparecidos en los primeros años después

de los acontecimientos, o bien en los más recientes. Por ejemplo, en 1940, Jaime Espinar

agregaba a su obra Argelès-Sur-Mer el subtítulo (Campo de concentración para

españoles) y dejaba constancia entre sus páginas de que fue al séptimo día que “la playa

                                                            36 Eric Forcada i Grégory Tuban citan un artículo de prensa de La Dépêche, del día 2 de febrero de 1939, en el que Albert Sarraut, ministro del Interior de Fracia, aclara esta diferencia: “Ho tornem a repetir: el camp d’Argelers de la Marenda no será un lloc penitenciari, però sí un camp de concentració. No és la mateixa cosa. Els asilats que hi passaran, hi restaran només el temps necessari per preparar llur trasllat o, segons llur opció, el lliure retorn a Espanya” (Forcada y Tuban, 2003: 57) 

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Por los caminos de la palabra 

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ya era perfecto campo de concentración” (Espinar, 1940: 73). Varios años más tarde, en

1971, Vicente Fillol los recordaba de la misma manera: “Se habían hecho varios campos

de concentración: Argel sur Mer, Sept Fond, Aude, Brand y muchos más (sic)” (Fillol,

1971: 21). Nuevamente, en 1987, Eulalio Ferrer acude a la misma expresión en Entre

alambradas (1987) y, más tarde, Elisa Reverter, prisionera del campo de Couiza-

Montazels, lo repite en su testimonio, Dones a l’infern (1995). El concepto reaparece a lo

largo de los años, independientemente de los contextos de circulación y de los objetivos

que se propongan los autores al escribir y publicar sus relatos.

La otra razón se debe a que este concepto se conecta directamente con la

expresión “universo concentracionario”, acuñada por David Rousset para caracterizar al

campo como un mundo aparte, regido por leyes propias que se apoyan sobre la base de la

implantación de un estado de excepción dentro del cual se desactivan los derechos civiles

de los sujetos. A su vez, este concepto se inserta en el paradigma biopolítico moderno,

según el cual el poder político pone en marcha una serie de acciones a través de las cuales

controla y se apropia de la vida de los sujetos. Estos dos sentidos que despierta el adjetivo

de Rousset emergen de los testimonios de los protagonistas y se convierte en uno de los

móviles prioritarios para ejercer la escritura a lo largo de la historia que éstos recorren. El

“campo de concentración” se entiende desde la noción de “inclusión excluyente” que

Giorgio Agamben enunció para explicar que todas las acciones que la ley excluye –

violencia de un grupo por sobre otros, suspensión de derechos humanos, etc.– están

potencialmente incluidas en ese espacio (Peris Blanes, 2005: 81)37.

En los testimonios escritos y publicados en momentos muy cercanos a los

acontecimientos históricos no se establecen lazos entre la experiencia republicana en

Francia y la de los judíos y demás grupos afectados en los campos nazis. Probablemente,

los internos se refieran en estos términos a los campos por haberlo oído de labios de

guardias y funcionarios, o por haberlo leído en los periódicos que llegaban a los campos.

Sin embargo, alrededor de los años sesenta, los mismos testigos comienzan a trazar

                                                            37 La definición que ofrece Giorgio Agamben del “campo de concentración” conecta directamente con sus presupuestos sobre el “estado de excepción” y su anclaje en el paradigma biopolítico actual: “El campo de concentración es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla. Así, el estado de excepción, que era esencialmente una suspensión temporal del ordenamiento sobre la base de una situación real de peligro, adquiere ahora un sustrato espacial permanente que, como tal, se mantiene, sin embargo, de forma constante fuera del orden jurídico normal…lo que en él se excluye, es, según el significado etimológico del término excepción, sacado fuera, incluido por medio de su propia exclusión” (Agamben, 2003: 215-216)

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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vinculaciones entre unos y otros espacios. Un síntoma de ello es el ensanchamiento de la

anécdota incluida en los relatos, que se corresponde en muchos casos con la realidad

vivida por los testigos. El tiempo de lo narrado excede la vivencia en los campos

franceses y abarca tanto el desarrollo de la contienda bélica internacional como la

apertura de los campos alemanes. De ahí que surjan comparaciones entre ambos

contextos, como en Asturianos en el destierro (1977), de Celso Amieva, donde el

narrador compara el fuerte de Collioure con el campo de Dachau (Amieva, 1977: 46). No

hay que olvidar que muchos republicanos fueron apresados por los nazis –uno de los

casos es el de de Vicente Fillol– y, en muchos casos, también deportados a los campos

alemanes38. Por eso, desde su experiencia personal, pudieron verbalizar semejanzas y

diferencias. En definitiva, como explica Geneviève Dreyfus-Armand, “ce choix

linguistique, inconscient ou revendiqué, exprime la profondeur de la blessure ressentie et

montre que sont englobés dans une même réprobation les camps français et nazis, quel

que soit le degré de l’horreur” (Dreyfus-Armand, 2008: 25).

Sin embargo, la historiografía y también la crítica literaria se han referido a los

campos franceses con otras terminologías, tales como “campos de internación” o “campos

de refugiados”. Teniendo en cuenta las advertencias de Annette Wieviorka, es posible que

el uso de éstas estribe en recuperar la lógica de exclusión y represión sobre la que se

asentaba su fundación, pero, al mismo tiempo, desmarcarla del concepto de

“deportación”, entendida como la aplicación práctica de una ideología que pretendía la

destrucción de los prisioneros en el contexto de la Alemania nazi. En cuanto a la

expresión “campo de refugiados”, debe tenerse en cuenta que, aunque aparece con cierta

frecuencia en la bibliografía especializada (Schwarzstein, 2001: 27; Romero Samper,

2005: 61), alude a un estatuto que no correspondía fielmente a la realidad de los

republicanos en los campos y que no les fue concedido fácilmente, en especial durante los

                                                            38 Mariano Constante y Marcial Mayans representan a este grupo de españoles que, luego de pasar por los campos franceses –una estadía breve en su caso– fueron capturados por los alemanes y enviados a los campos nazis. El primero dedicó gran parte de su vida a contar sus experiencias en Mauthausen, donde llegó luego de haber sido recluido en el campo de Septfonds y en un Stalag austríaco. De todo ello dejó constancia, por ejemplo, en Los años rojos. Españoles en los campos nazis (1971). Por su parte, Mayans también pasó por el mismo campo nazi y escribió sus vivencias en 1936-39-1945: une si longue nuit. (Perpignan, Yd Repro, 2004) y en Testimoniatges i memòries (1936-1945). Una nit tan llarga (Valls, Cossetània, 2009)

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Por los caminos de la palabra 

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primeros años que sucedieron a la retirada39. En el Diccionario de la Real Academia

Española se define un “campo de refugiados” como un “lugar acondicionado para la

instalación temporal de personas que se han visto obligadas a abandonar el lugar en el que

viven”, sin aludir a las posibles razones políticas que los hayan inducido a la huida. Se

establece, además, una fuerte diferencia con el concepto de “campo de concentración”, al

que se lo define como un “recinto cercado para reclusos, especialmente presos políticos y

prisioneros de guerra” (Diccionario, 2001). La diferencia entre uno y otro radica en que,

mientras el primero no refleja la acción coactiva que subyace a un espacio carcelario y, al

mismo tiempo, contempla la ayuda humanitaria internacional, el segundo sí se refiere a su

existencia en tanto elemento punitivo, destinado a sujetos sobre los que recae algún tipo

de responsabilidad.

Denis Peschanski, en su volumen La France des camps (2002), reflexiona sobre

este tema y elige la opción “campos de internación”, con el propósito de simplificar la

variedad terminológica existente, pero también para poner de manifiesto que estas

elecciones no permanecen solamente en el nivel del discurso. Explica que “à cause de la

charge émotionelle nécessairement associée aux mots, choisir d’employer l’un ou l’autre

revêt une signification d’abord politique” (Peschanski, 2002: 17). En definitiva, éste es el

sentido de no pasar por alto las decisiones discursivas acerca de cómo nombrar los

campos, pues traslucen un contenido y un posicionamiento político que debe ser tenido en

cuenta para no caer en generalizaciones vanas.

Con el paso de los meses, la disposición geográfica de los campos franceses se

extendió a lo largo y a lo ancho de la región Languedoc-Rousillon y de otras próximas,

tales como Aude, Hérault y Pyrénées-Orientales, entre otras. Además de ensancharse, el

sistema de campos se fue transformando, de acuerdo con las exigencias de distribución o

con las altas y bajas de los internos40. Así también, en 1940, una vez comenzada la

Segunda Guerra Mundial, el repertorio de denominaciones se tornó más complejo

todavía. Una nota del Ministerio del Interior francés añadió nuevos términos a los ya

                                                            39 Fue a partir de 1945 cuando el gobierno francés puso en vigor, para los españoles, los beneficios del estatuto de refugiados que había sido adoptado por la Sociedad de las Naciones en 1922 y 1933. Se les concedió entonces un “estatuto de extranjeros” que equivalía a los beneficios de la legislación social francesa (Schwarzstein, 2001: 225) 

40 “A medida que se organizaba y se racionalizaba la red de campos, el número de internados sufría variaciones considerables, a veces de un día para otro, pues los traslados entre centros eran numerosos” (Dreyfus-Armand, 2000: 71)

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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conocidos: “campos represivos” (en el caso del de Le Vernet), “campos semirrepresivos”

(Gurs) y “campos de tránsito” (Les Milles), estos últimos reservados a aquellos sujetos

que estaban a punto de partir hacia otros países. Además, Bram, Argelès y Saint-Cyprien

fueron rebautizados como “campos de alojamiento” (Rafaneau-Boj, 1995: 235-236). Cabe

destacar también que, una vez avanzada la contienda mundial, muchos de estos campos

ubicados en la zona ocupada recibieron prisioneros de los nazis.

Los campos más poblados que se ubicaban en las playas fueron Argelès, Saint-

Cyprien y Barcarès, abiertos en ese orden, conforme el anterior se saturaba de internados.

Las condiciones de los tres eran similares, aunque este último se reservaba principalmente

para quienes se hallaban en tránsito a España. Avanzado el año 1939 y teniendo en cuenta

las deficiencias sanitarias de los campos del Rousillon, causa de severas epidemias entre

los internos, se abrieron otros campos especializados, no tan cercanos a la frontera: Bram

(Aude), que acogió a ancianos, intelectuales y funcionarios, y cuyo propósito era

descongestionar Argelès y Saint-Cyprien; Agde (Hérault) y Rivesaltes (Pyrénées

Orientales), a los catalanes; Septfonds (Tarn-et-Garonne) y Le Vernet (Ariège), a los

técnicos y obreros especializados y Gurs (Basses-Pyrénées) a los vascos, a aviadores y a

integrantes de las Brigadas Internacionales (Peschanski, 2002: 43). También se instalaron

campos disciplinarios o de castigo, en los cuales se retuvo a los sujetos “revoltosos”, tales

como el de Le Vernet (Ariège), donde recalaron los anarquistas de la 26ª división Durruti;

o el Fort-Collioure, en la villa homónima, un castillo templario del siglo XIII (Rafaneau-

Boj, 1995: 143). Todos estos espacios, sumados a los centros de acogida en que se

albergó a las mujeres, forman parte del escenario en el que se desarrollan las anécdotas

relatadas en los testimonios que interesan a este estudio.

El campo de Argelès-sur-Mer estaba ubicado en la playa, en un terreno pantanoso

junto al mar. En un principio, la falta total de infraestructura hizo que los internos

excavaran huecos en la arena y se cubrieran con mantas para protegerse del frío y de los

vientos invernales. La construcción de barracones, puesta en marcha principalmente por

los mismos internos, fue una medida instrumentada para mejorar las condiciones

materiales, pero la falta de calefacción obligó a muchos a destruirlos para encender fuego.

El campo estaba fraccionado en rectángulos de una hectárea, rodeados de alambradas.

Además, se dividió en dos sectores, uno para civiles y otro para militares. El civil se

organizó en centurias y el militar, de acuerdo con las armas y las jerarquías. Había un

sector destinado a la asistencia de los heridos, aunque la falta de material hospitalario –

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Por los caminos de la palabra 

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medicamentos, muebles, apósitos– era un problema muy difícil de subsanar. El personal

especializado también era escaso, para todo el campo había sólo un médico y cinco

enfermeras (Rafaneau-Boj, 1995: 131).

Uno de los problemas que con mayor frecuencia aparece en los relatos de los

testigos es la falta de agua potable que se extraía de las bombas, cuyas consecuencias

fueron nefastas. La epidemia de disentería azotó a gran parte de la población, hecho que

se agravó con la deficiencia de instalaciones sanitarias para la evacuación de desechos.

Las letrinas de madera, construidas para paliar esta carencia, siempre eran insuficientes. Y

no fue ésta la única enfermedad que castigó a los republicanos, pues la poca higiene y el

hacinamiento trajeron consigo invasiones de piojos y pulgas, muy difíciles de combatir.

La “arenitis”, término utilizado recurrentemente en los testimonios, era otra de las

afecciones que sufrían los internos, que no eran más que profundos estados de

abatimiento y depresión, provocados por la reclusión y la ignorancia ante la suerte que les

esperaba. Este síndrome es otra secuencia común en los testimonios. Los testigos

incluyen en sus relatos anécdotas de compañeros que lo padecen y que, por ello, son

tildados de locos y desequilibrados mentales. Pero la lista de enfermedades sigue sin

agotarse, pues se registraron numerosos casos de neumonía, fiebre tifoidea, tuberculosis,

lepra, sarna, conjuntivitis y avitaminosis (Rafaneau-Boj, 1995: 135).

El hambre es también un denominador común en los relatos testimoniales. La falta

de alimento durante el camino hasta la frontera se extendió por treinta kilómetros, hasta el

ingreso al campo. Sin embargo, no acababa allí el problema, pues una vez dentro, la

comida era escasa y mala. El menú principal de cada día �el “rancho”, en la jerga de los

internos� consistía en un trozo de pan por persona, alguna sopa diluida con escasas

legumbres y un poco de café descolorido. De vez en cuando, les entregaban alguna lata de

conservas, raciones de carne cruda, pero no alcanzaban para cubrir la cuota nutritiva que

necesita un ser humano para vivir. Quienes contaban con algo de dinero, o bien algún

objeto de valor, podían intentar comprar mejores alimentos, conformándose así un fluido

circuito comercial. Con el tiempo, los internados comenzaron a recibir giros postales de

sus familiares o de las organizaciones de ayuda, lo que llamó la atención de los

comerciantes locales, que llegaron a montar sucursales de sus negocios en la periferia de

los campos.

La actividad comercial cooperó con la organización del espacio, pues se cumplía

en un sector del campo frecuentemente nombrado como “Barrio Chino”, en alusión al

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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conocido barrio barcelonés. Además de sede para todo tipo de transacciones –compra,

venta y trueque–, se convirtió en un espacio de socialización entre los internos. Sin

embargo, también en su seno se desarrollaban actividades de contrabando y hasta

episodios delictivos, por lo que no es raro que los testigos adviertan peligro en este sector:

“circular de noche por el ‘barrio chino’ es peligroso, por la concurrencia que busca la

disipación en la bebida, en el vicio o, simplemente, en la aventura... Los atracos nocturnos

son frecuentes y se dan pelos y señales de crímenes cometidos, de reyertas sangrientas”

(Ferrer, 1988: 33). No era inusual que los guardias de vigilancia participaran de estafas y

fraudes a los internados, lo que igualmente es denunciado por los protagonistas. Otros

abusos de las fuerzas de seguridad eran comunes en los campos de mujeres, algunas de

las cuales eran inducidas a la prostitución a fin de obtener alimentos o algún beneficio, tal

como la protección de un hijo en edad de partir al campo de concentración para hombres.

Todas estas circunstancias se repetían en el campo de Saint-Cyprien. En ambos

campos el caos y la falta de previsión reinantes contrastaban con los rigurosos

dispositivos de vigilancia. Por un lado, las Guardias Republicanas Móviles (GRM) se

ocupaban del interior de los campos; por otro lado, compañías de tiradores senegaleses,

apostados detrás de las alambradas, vigilaban los movimientos de los internos; y por

último, patrullas de spahis a caballo, cuya función era capturar a los fugitivos y detener a

personas ajenas (Rafaneau-Boj, 1995: 132). Los testimonios dan cuenta de que existía un

sector reservado para los “indeseables”. Se trataba de una fracción del campo reservado

para la aplicación de castigos, llamado “hipódromo” o “cuadrilátero” por los internos. La

razón por la cual eran castigados podía ser, simplemente, no responder a una orden dada o

negar un saludo al guardia. Y las consecuencias llegaban a extremos: la reducción de los

alimentos, la obligación a realizar un duro esfuerzo físico –ya sea caminar o mantenerse

en pie por muchas horas– o la permanencia en estado de incomunicación41. Asimismo,

para quienes habían ocupado cargos políticos dentro de algún partido o agrupación

sindical durante la Guerra Civil, fueron adoptadas medidas especiales de vigilancia

(Dreyfus-Armand, 2000: 49-50).

La situación desfavorecida de los españoles en los campos estimuló la ayuda

desde el exterior, tanto en Francia como en el extranjero. Uno de estos grupos fueron los

                                                            41 Entre otros, Eulalio Ferrer cuenta una anécdota en que visita a un compañero llamado Ángel en este espacio de castigo: “Compro pan y chocolate para Ángel. Lo visito en el campo de los indeseables, instalado en lo que era el hipódromo de Barcarès” (Ferrer, 1988: 109)

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cuáqueros, quienes les enviaban comida, ropa y otros elementos de uso personal. Varios

testimonios expresan una fuerte gratitud a este colectivo, por ejemplo, el de Vicente

Fillol, Los perdedores… (1971), en el cual destaca el papel de esta organización que donó

alimentos a los internados de Bram, el campo en el que él se encontraba: “Hasta años más

tarde, mientras permanecía prisionero de los alemanes, no supe el valor de ese nombre.

Gracias a los cuáqueros, estoy escribiendo este relato” (Fillol, 1971: 24). También

colaboraron con la causa comités locales vinculados a diferentes ideologías políticas de

izquierda y hasta hubo agrupaciones dedicadas a conjuntos muy precisos de internados,

tales como el comité de Perpignan para los militantes internos del Partido Obrero de

Unificación Marxista (POUM), o bien Solidaridad Internacional Antifascista (SIA),

creada por la CNT-FAI. Cabe mencionar entre las colaboraciones más importantes, la de

la Cruz Roja Internacional, el Servicio Civil Internacional (SCI) y la Asociación de la

Ayuda Suiza a los Niños, quienes abrieron una maternidad en la ciudad de Elna a

principios de 1939, a fin de albergar a aquellas mujeres embarazadas que requerían

asistencia para el parto y también a las que tenían niños pequeños. Una enfermera suiza,

Elisabeth Eidebenz, fue la principal promotora de este proyecto.

En cuanto a la comunicación con el exterior, el correo postal se transformó en un

elemento fundamental para los internados, dado que constituía la oportunidad única para

comunicarse con familiares y amigos, muchos de los cuales se encontraban dispersos en

distintos campos y centros de acogida. Los sellos postales se convirtieron en un deseado

bien y las cartas se enviaban desde la oficina de correos de la administración central de

los campos. La entrada de periódicos estaba restringida y, aunque en los primeros tiempos

el clima de incertidumbre se debía principalmente a la falta de información, luego

comenzó a circular abundante información entre los internos. Una de las razones fue la

filtración de algunos periódicos y boletines informativos, especialmente a partir de las

gestiones del Partido Comunista, que desde el exterior organizó una red de distribución de

publicaciones propias y de otras, como por ejemplo L’Humanité. Manuel García Gerpe

comenta que, en ocasiones, tenían acceso a otras fuentes, tales como Paris Soir, Le Matin

y L’Independant, y explica que los guardias castigaban a quienes leían L’Humanité

(García Gerpe, 1941: 18). Cabe destacar también que la circulación de la información

sobre los acontecimientos, tanto en el exterior como en el interior de los campos, era

defectuosa y confusa. De allí que fuera común la propagación de “bulos” o informaciones

erróneas que se esparcían por todo el campo, sembrando en muchos casos la

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incertidumbre y la desesperación. Este tema también reaparece en los relatos

testimoniales, transparentando la angustia vivida por los internos ante la ignorancia y la

vulnerabilidad de su situación.

La vida cotidiana en los campos estaba teñida de tedio, todos los días se

asemejaban y las necesidades materiales no daban tregua. Sin embargo, muy pronto los

internados comenzaron a reorganizarse y a poner en marcha diversas actividades

políticas, culturales y educativas. Aunque las primeras estaban prohibidas, la tendencia

dentro de los barracones era reunirse con compañeros que procedían de la misma unidad

militar y entre quienes compartían una militancia política o sindical. Esto provocó que se

recrudecieran en el interior de los campos los conflictos que habían existido durante la

Guerra Civil entre los distintos partidos políticos42.

El desarrollo de actividades culturales y educativas es el rasgo distintivo de la

experiencia concentracionaria republicana en Francia y fue, además, la única práctica

colectiva que no sufrió la censura de las autoridades. Serge Salaün opina que “le culturel

devient bien un combat, à la fois très concret et idéologique, pour redonner à des

individus et a dès groupes une dimensión humaine et une vie sociale digne de ce nom,

dans la mesure des moyens” (Salaün, 1989: 119). Ésta fue la motivación principal de cada

una de las actividades, pues significó una herramienta de valor político que les permitía

reiniciar la obra educativa y cultural comenzada por la República, al tiempo que recuperar

la dignidad individual, amenazada por las condiciones de los campos. Los promotores de

estas acciones fueron profesores, estudiantes y artistas, quienes lograron gran adhesión

del resto de los internados.

Otra dimensión de esta gestión cultural emprendida dentro de los campos fue la

publicación y divulgación de todas las actividades ofrecidas y también de las obras de

creación artística nacidas en el campo. En los campos de Argelès-Sur-Mer, Saint-Cyprien

y Barcarès, entre otros, se editaron boletines, generalmente escritos e ilustrados a mano,

tales como el Boletín de los Estudiantes, la Hoja de los Estudiantes o Profesionales para

la enseñanza. Estas publicaciones “ofrecían un balance de las actividades culturales                                                             42 Uno de los conflictos más sobresalientes era, sin duda, la rivalidad entre los comunistas y los anarquistas. Abel Paz, ferviente militante anarquista, expone estas tensiones en su volumen Entre la niebla (1993), a partir de la denuncia a los comunistas por haber negociado con las autoridades francesas la autoridad dentro de los campos. Recuerda el narrador que “lo peor de cuanto nos contaba nuestro guía era que el campo realmente estaba en manos de los ‘chinos’, los comunistas, pues casi todos los militares que habían aceptado la función de ‘responsables del campo’ eran miembros de ese partido” (Paz, 1993: 92)

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Por los caminos de la palabra 

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realizadas en el campo, definían los objetivos y daban breves informaciones sobre la

situación de los refugiados, el contexto internacional o sobre España” (Dreyfus-Armand,

2000: 96). Con cuidado de no caer en un discurso político que llamara la atención de la

censura francesa, los autores del Boletín de los Estudiantes se pronunciaban en contra del

gobierno franquista en textos como el siguiente:

La unidad de los estudiantes antifascistas se mantiene, asimismo, en la actualidad, en los

campos de concentración franceses. Se mantiene no sólo por intereses profesionales sinó

(sic) por algo más fundamental: para asegurar en unión de los demás intelectuales

españoles, la continuidad histórica de nuestra cultura... que el fascismo trata de destruir

mediante sus hogueras inquisitoriales y merced a sus procedimientos brutales de la

horca y el patíbulo (Villegas, 1989: 45)

Barraca y Desde el Rosellón fueron dos de las publicaciones que aparecieron en el

campo de Argelès y que han llegado a manos de historiadores en la actualidad43. La

primera fue creada por un grupo de intelectuales y artistas plásticos que elaboraron tiradas

de quince ejemplares: Además de texto escrito, las revistas contenían páginas ilustradas

con dibujos y acuarelas. Los ejemplares comenzaron a venderse en el exterior de los

campos y así fue como se conoció la producción artística de este colectivo. La segunda

revista fue la continuación de Barraca y llegó a tener hasta cinco números, lo que

demostraba la vehemencia con que sus autores siguieron abocados a la tarea de divulgar

su obra poética y plástica.

Las actividades propuestas fueron muy atractivas para los internos. Tareas de

alfabetización y cursos de lenguas, clases de higiene y educación sexual, cursos de

perfeccionamiento en áreas específicas del conocimiento, educación física… la oferta era

amplísima. Los testimonios suelen demorarse en el relato de las veladas culturales en las

que no faltaban recitales poéticos, discusiones filosóficas, talleres de creación literaria y

también talleres teatrales. Era común convocar en esas reuniones los versos de poetas con

alto valor simbólico para los internos, tales como Antonio Machado o Federico García

Lorca, cuya memoria reivindicaba las luchas de los republicanos. Asimismo, muchos

                                                            43 Para un acercamiento más detallado a estas dos publicaciones de los campos, se sugiere la lectura de Écrits d’exil. Barraca et Desde el Rosellón. Albums d’art et de litterature à Argelès-sur-Mer en 1939, par un groupe de republicains espagnols réfugiés. (2008), editado por Jean Claude Villegas.

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

77 

dieron rienda suelta a la creación poética, una oportunidad para canalizar el dolor y la

angustia del exilio.

La congestión de internados en Argelès y Sant-Cyprien motivó la construcción del

campo de Barcarès, que contó con una mejor infraestructura que los anteriores, aunque

más que para satisfacer las necesidades de los internados, se pretendía desalojar la

información que circulaba en la prensa sobre las condiciones infrahumanas en que vivían

los españoles (Barbé i Pou, 2010: 14). Sin embargo, su mayor preocupación era encontrar

la forma para salir del campo. Una de las opciones era el regreso a España. Abonada por

una prensa encargada de disfrazar la realidad política del país, muchos de ellos decidieron

regresar a buscar a sus familias, sin saber específicamente cuáles serían las represalias.

Así lo narra Nemesio Raposo, quien apostó por esta opción, en su libro Memorias de un

español en el exilio (1968): “Me voy sin pensar. Nada me retiene ni me inquieta de este

mundo de sufrimiento que estamos a punto de abandonar” (Raposo, 1968: 278). En la

mayoría de los casos, y este hombre no fue la excepción, los esperaba la cárcel al otro

lado de la frontera.

Otra posibilidad era sumarse a una Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE).

Explica Javier Rubio que la falta de protección de los refugiados republicanos por parte

de los organismos internacionales los dejó en una precaria situación jurídica que le

permitió al gobierno francés utilizarlos como mano de obra y prescindir, al mismo

tiempo, de retribuirlos satisfactoriamente (Rubio, 1994: 131). Las autoridades no se

demoraron en ordenar la elaboración de listas de oficios. Necesitaban empleados en las

áreas de agricultura, construcción, renovación de carreteras y trabajos de excavación en

las minas. Entonces efectuaron selecciones, teniendo el cuidado de separar a aquellos

sujetos considerados “indeseables” por su militancia política, para integrar tales

compañías. Algunas estaban dirigidas por autoridades civiles y otras, por militares, las

cuales mantenían una rígida disciplina. La dureza del trabajo contrastaba con los magros

salarios. En ocasiones, las únicas retribuciones eran la comida y el alojamiento.

Monetariamente, algunos recibían una pequeñísima suma al día. El ingreso de Francia a la

guerra provocó un incremento exponencial de los españoles en las compañías. Las

elecciones se especializaron por categorías profesionales y con ella, también los campos.

Por ejemplo, en Barcarès se agrupó a los metalúrgicos, mientras que a Bram y Septfonds

se envió a los especialistas que pudieran ser de utilidad a la economía francesa (Rafaneau-

Boj, 1995: 193). En 1940, luego del armisticio con Alemania, el gobierno de Pétain

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Por los caminos de la palabra 

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nombró las compañías como Agrupaciones de Trabajadores Extranjeros (GTE). En la

Francia ocupada, estas agrupaciones se transformaron en reservas de trabajadores para las

fuerzas alemanas.

También existía la posibilidad de enrolarse en el ejército francés como soldado

voluntario. No era una opción muy popular, pero se alimentó con la presión y la

promoción del gobierno galo. Así, muchos españoles republicanos tomaron las armas para

incorporarse al aquél, mientras otros engrosaron las líneas de los batallones de la Legión

Extranjera o de los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros. De 1940 a 1945,

la Legión Extranjera, con muchos españoles incluidos en ella, actuaron en Noruega, en el

norte de África, en el África subsahariana, Eritrea, Palestina, Túnez y Alsacia.

La deportación a los campos nazis también fue una dura realidad a la que muchos

republicanos se enfrentaron. Los prisioneros de guerra, muchos de los cuales estaban

trabajando en las compañías que operaban en la zona francesa ocupada, fueron

conducidos a Mauthausen para trabajar en las canteras de granito. Miles de ellos

encontraron la muerte en esos campos. Otros, con distinta suerte y, usualmente, una

militancia política activa sobre sus espaldas, pudieron rechazar el trabajo para Alemania y

acumularon esfuerzos para continuar la lucha armada contra el fascismo. Estos se unieron

a los maquis de la Resistencia. Entre otras, ésta es una de las aventuras que relata Vicente

Fillol en su testimonio de los campos y del exilio, Los perdedores… (1971).

La partida hacia otros países se convirtió en uno de los anhelos más repetidos

entre los republicanos. Palabras como México, Chile, República Dominicana, entre otros

países latinoamericanos, resonaban en sus oídos como la posibilidad de huir de la

hostilidad en la que vivían. En los textos, estos países se convirtieron en espacios

idealizados sobre los cuales proyectaban sus esperanzas de supervivencia. Para impulsar

la evacuación de estos españoles, el gobierno republicano organizó servicios

especializados. Sin embargo, en el seno de estos comités no tardaron en ponerse al

descubierto las tensiones políticas que habían fragmentado la izquierda española durante

la Guerra Civil. En marzo de 1939, mientras ocupaba el cargo de jefe del gobierno

republicano, Juan Negrín creó el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles

(SERE). En su organización participaron representantes comunistas, socialistas y

anarquistas. Para las evacuaciones, se utilizó parte del tesoro de la República, pues se

alquilaron barcos para proceder al envío de refugiados hacia distintos países de América

Latina, teniendo a México como destino principal. Sin embargo, las críticas no tardaron

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Los campos de concentración en el sur de Francia, primer acto del exilio republicano español

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en caer sobre este servicio, pues se acusó a Negrín de priorizar a los internos comunistas y

a sus propios partidarios. En junio de ese año se organizó otro comité, la JARE (Junta de

Auxilio a los Refugiados Españoles), comandada por el socialista Indalecio Prieto,

enemigo político de Juan Negrín. Esta organización priorizaba a los militantes socialistas,

por lo que tanto comunistas como anarquistas quedaban frecuentemente fuera de las

selecciones.

En definitiva, el saldo que dejaron estos episodios de rencillas y traiciones fue que

aquellos hombres y mujeres no pertenecientes a un partido o sindicato quedaron casi por

completo excluidos de la posibilidad de partir al exilio. Sin embargo, también se debe

destacar que, gracias a estas gestiones, miles de republicanos españoles –intelectuales y

artistas, pero también obreros, comerciantes, etc.– consiguieron un lugar en los barcos

que partían hacia América. En agosto de 1940, el gobierno de Vichy trazó algunos

acuerdos con el mexicano de Lázaro Cárdenas, quien continuaba ofreciendo

hospitalariamente a los españoles. Este último se cargaba a su cuenta el transporte de los

republicanos españoles que lo solicitaran. De ahí que entre 1940 y 1942 se procediera a

censar a los candidatos, a distribuir ayudas económicas y a trasladarlos al país azteca. Se

calcula que en este período fueron más de seis mil personas las movilizadas, aunque en

1942 las relaciones entre los dos gobiernos se resquebrajaron y con ellas, los traslados

(Dreyfus-Armand, 2000: 140).

La recepción de los republicanos españoles en Francia, así como la apertura de los

campos, su organización y la vida cotidiana de los internos, se han convertido en un

objeto central de los estudios sobre el siglo veinte español. En los últimos años, la

historiografía, especialmente en el ámbito francés, ha producido volúmenes que tratan el

tema de manera integral y analítica, al tiempo que lo articulan con el contexto

internacional de esos años. Es por eso que este repaso no se ha propuesto agregar ninguna

novedad a lo aportado por los diferentes historiadores y filósofos. En cambio, ha

intentado convocarlos en estas páginas como una introducción a los conflictos que

asolaron a los republicanos y republicanas españoles recluidos en esos campos.

En los testimonios escritos por esos sujetos, el espacio y los vínculos que se

estrechan entre ambos constituyen uno de los conflictos centrales, pues tales producciones

son el efecto de su desplazamiento obligado desde España y, al mismo tiempo, la prueba

visible de la hostilidad que los esperaba en el territorio francés. Por este motivo, el

objetivo de este capítulo ha sido señalar y destacar aquellos elementos de la realidad de

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Por los caminos de la palabra 

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los campos que aparecen en los testimonios como una evidencia de tales conflictos que

afectaron a los internos y que colaboraron con su sentimiento de dislocación territorial.

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CAPÍTULO 3

TESTIMONIOS DE LOS CAMPOS DURANTE LOS PRIMEROS AÑOS DEL RÉGIMEN

FRANQUISTA. EL PARADIGMA PERIODÍSTICO

1. Las primeras voces de los campos: el inicio de la cadena testimonial

La necesidad de contar fue una de las secuelas que la Guerra Civil Española dejó

en sus protagonistas, especialmente en los republicanos, para quienes el brutal desenlace

cambió el rumbo de sus días. Bajo el impulso de plasmar en letra escrita las zozobras

vividas en el pasado, se reunieron diversas plumas –ya sea de políticos, militantes

sindicalistas, civiles, militares, escritores o periodistas– que buscaban, en ese acto, dejar

una impronta testimonial de los acontecimientos presenciados como testigos directos.

Durante la Guerra Civil y en los primeros años de la posguerra, comenzó a

desarrollarse un sistema narrativo testimonial sobre el conflicto y sus consecuencias. Éste

abarcaba un repertorio de temas que iban desde las luchas sociales previas a la guerra y

los episodios de la contienda, hasta la victoria de los franquistas, la retirada y el exilio.

Entre 1936 y 1939 aparecieron crónicas de guerra y denuncias contra las atrocidades

cometidas por el fascismo, tanto en España como en otros países a donde llegaron quienes

huían del territorio. En 1937, la sección de Información y Propaganda de la CNT publicó

Crónicas del frente de Madrid, una recopilación de crónicas escritas por el anarquista

Mauro Bajatierra, participante activo en el frente, las cuales habían aparecido

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Por los caminos de la palabra 

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anteriormente en el diario CNT de la capital española. En el prólogo, Federica Montseny

destaca el valor de este texto por haber sido “hecho en las primeras líneas de fuego, donde

estallan los obuses y donde los dinamiteros juegan cada día cien veces con la muerte”

(Bajatierra, 1937: 5). Un año más tarde, la editorial Pampa de Buenos Aires editó un

volumen titulado Así asesina Falange, de Manuel Garbarain. En él, el narrador cuenta

cómo fue condenado a muerte y cómo logró huir de sus agresores. El texto denuncia los

delitos cometidos por Franco durante la guerra, al tiempo que pretende desmentir las

versiones que describían el “terror rojo”, en alusión a las acciones del Ejército Popular.

El año 1940 fue especialmente significativo en cuanto a la publicación de

testimonios de la guerra, debido a que muchos de ellos incorporaron los episodios que

condujeron a la derrota republicana, así como también se refirieron a los inicios y causas

de la Segunda Guerra Mundial. En Buenos Aires, la editorial Imán favoreció la aparición

de publicaciones anarquistas que relataban estos acontecimientos. Una de ellas es Cómo

terminó la guerra de España, de José García Pradas. El autor, periodista del movimiento

libertario y director del diario CNT de Madrid, destaca en sus páginas los hechos de los

últimos días previos a la pérdida de Barcelona y, en especial, las acciones llevadas a cabo

por la CNT en este contexto de gran efervescencia y tensión. La otra es Por qué perdimos

la guerra, de Diego Abad de Santillán, la cual ha sido reeditada posteriormente en 1974

por Gregorio del Toro, en Madrid. En sus páginas, explica el transcurso de la guerra y la

derrota. Dado que el autor es un firme militante anarquista, los hechos están contados

desde esta perspectiva y el relato incluye la secuencia de las colectivizaciones agrarias y

el apoyo de las Brigadas Internacionales.

En Cuba también se abrieron espacios editoriales para este tipo de volúmenes.

Pedro Antón García publicó, ese mismo año, La barbarie franquista. Memorias de un

preso. Es el relato de un ex-sacerdote jesuita adherido al Frente Popular que huyó de

Galicia en su intento de llegar al sector republicano. Fue detenido en Segovia y cuenta su

paso por las cárceles franquistas, hasta su liberación (Cuadriello, 2009: 177). Las

memorias de guerra continuaron publicándose en los años subsiguientes, como es el caso

de Mis prisiones (1946), de Rafael Sánchez Guerra, que apareció en la editorial Claridad

de Buenos Aires. Además de describir su participación en la contienda, relató los

pormenores de su detención y encarcelamiento, hasta su salida de España.

De acuerdo con el repaso por los distintos títulos que conforman el conjunto de la

narrativa testimonial producida durante la Guerra Civil y en los primeros años del

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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franquismo, los testimonios de los campos se entienden como un subconjunto de tal, es

decir, constituyen un subsistema de la narrativa testimonial sobre la guerra y sus

consecuencias. También éstos comienzan a aparecer casi en simultaneidad con los

acontecimientos históricos a los que aluden, por lo cual conforman el primer eslabón de la

cadena de voces de testigos que cuentan las experiencias durante el éxodo de 1939 y el

internamiento. El valor de su interpretación y análisis radica principalmente en que son

los pasos iniciales que los protagonistas impulsaron para practicar estrategias de

representación de lo vivido. Estos procedimientos irían reapareciendo y actualizándose a

lo largo de los años en nuevas producciones, aunque sujetos a diferentes condiciones

históricas y con otros propósitos narrativos. El paso por los campos franceses de miles de

ciudadanos españoles, como consecuencia de la victoria de un gobierno autoritario y

represivo, fue un acontecimiento histórico sin precedentes en el ámbito hispánico. De ahí

que los textos que la explican y describen suponen la apertura de una línea testimonial

que puso en marcha moldes narrativos nuevos para contar la experiencia

concentracionaria44.

La censura franquista fue una de las razones por la cual los primeros testimonios

sobre lo ocurrido en los campos de concentración fueron editados fuera del territorio

nacional. Los países que recibieron a los republicanos españoles –especialmente los

latinoamericanos, puesto que los europeos estaban en plena Guerra Mundial–

promovieron su publicación en espacios editoriales propios e interesados por la situación

que éstos estaban atravesando. Uno de los primeros casos fue el de Jaime Espinar, quien

en 1940 publicó Argelès-Sur-Mer, volumen editado por la editorial Elite de Venezuela.

Le siguieron obras como Alambradas: mis nueve meses por los campos de concentración

de Francia, de Manuel García Gerpe, una edición de 1941, a cargo de la editorial Celta,

                                                            44 Existen acontecimientos históricos anteriores que, aunque no guardan relación alguna con la experiencia republicana, han dado lugar a la representación testimonial en un contexto bélico. Tal es el ejemplo de la Guerra del Rif –también llamada Guerra de Marruecos o de África– librada entre 1911 y 1927 en Marruecos, entre las tropas españolas colonialistas y los grupos rifeños que se resistían a quedar bajo el dominio de aquéllos. Este conflicto ha dejado un saldo de textos que relatan las vicisitudes vividas por los soldados que participaron en dicha guerra, muchos de los cuales resultaron prisioneros de los enemigos. Uno de éstos es Las memorias de un cautivo, de Rafael Serrano, aparecidas en Barcelona en 1923. Se trata del relato de un superviviente del Desastre de Annual que fue apresado por los ejércitos moros y luego rescatados y devuelto a España. Otro testimonio de esta guerra es Memorias del cautiverio, de Francisco Basallo, también editado a principios de los años veinte., en el cual este sargento relata los dramáticos episodios vividos en la cárcel, luego del Desastre de Annual.

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Por los caminos de la palabra 

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en Argentina, y España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez, aparecido por primera

vez en 1944 en la editorial mexicana Moncayo. También hubo espacios en el exilio para

la publicación de testimonios en lengua catalana. Uno de los primeros fue Ombres entre

tenebres (1941), de Manuel Valldeperes, publicado en Buenos Aires por el servicio

editorial de la Revista Catalunya, que se destacó por recibir y remunerar las

colaboraciones de escritores catalanes que llegaron a Argentina a partir de 1939 (Arévalo,

2000: 174-175)45. Dos años después, en la Biblioteca Catalana de México, apareció Diari

d’un refugiat català, de Roc D’Almenara46. En el caso de este último, el prólogo de la

edición explica que, aunque el autor había regresado a Cataluña, logró entregar el

manuscrito a un amigo, Jordi Arquer, quien viajó a México y pudo publicarlo en ese

país47. Cabe destacar que muchos testigos que también escribieron sus testimonios en esos

años no encontraron espacios de edición, ya sea por las dificultades del exilio o porque no

era una acción prioritaria en ese momento. Por ese motivo, numerosas versiones han

permanecido durante muchos años –y aún permanecen– en el ámbito de lo privado,

esperando su turno para ver la luz.

En la década de los cuarenta los campos de concentración del sur de Francia aún

estaban activos, pues su clausura definitiva no se efectuó sino hasta finales de la Segunda

Guerra Mundial, ya que el nazismo utilizó buena parte de ellos para la reclusión de

diferentes grupos de presos. Algunos testigos, a escasos años de haber vivido la

experiencia, se entregaron desde el exilio a la tarea de escribirla –si es que no habían

comenzado a hacerlo ya desde dentro de los campos– y de editarla. Ambas fueron

empresas nada fáciles para quienes acababan de transitar una vivencia traumática y

dolorosa, acentuada por el imperativo del exilio. Las biografías de estos testigos,                                                             45 La Revista Catalunya apareció en Buenos Aires entre 1930 y 1947. Desde 1936 fue dirigida por Ramon Girona Ribera y, junto a la Agrupació d’Ajut a la Cultura Catalana, constituyeron dos valiosos puntos de acogida para los republicanos catalanes exiliados (Arévalo, 2000: 174) 

46 La mención a estas obras constituyen una selección dentro del corpus testimonial escrito en los primeros años posteriores a la internación, el cual todavía se encuentra en construcción. Para desarrollar el análisis, se han elegido las tres primeras de acuerdo con su interés como fundadoras de una línea narrativa que se propone denunciar la situación de los campos y que es leída como tal en el espacio de la recepción. Actualmente, el repertorio más completo de textos que se escribieron en la década de los cuarenta se encuentra en “Literatura y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso) III” (Sicot, 2010a)

47 Esta información la ofrece el mismo Jordi Arquer en el prólogo y explica que Roc D’Almenara es el pseudónimo del autor, a través del cual puede protegerse su identidad y evitar los potenciales peligros de que su nombre se conociera en la España franquista (D’Almenara, 1943: VII-VIII)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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protagonistas de los campos, tienen numerosos puntos de contacto. Basta repasar

brevemente sus biografías para hallar similitudes entre sus recorridos, que colaboran con

el análisis de las producciones testimoniales.

Uno de los denominadores comunes es que ninguno de ellos era escritor

profesional. Si bien tal vez habían incursionado fugazmente en el mundo de la literatura,

está claro que no era el ámbito en el que normalmente se desempeñaban48, o bien, no eran

frecuentemente vinculados a estos espacios. Una excepción significativa se presenta en

los autores catalanes, en cuyos volúmenes –los antes mencionados– se hace referencia a

su condición de intelectuales. En el caso de Manuel Valldeperes, se lo define como

escritor profesional: “la novel.la, el poema, el teatre, la crónica periodística i l’assaig de

caire político-filosòfic han estat abordats per Manuel Valldeperes amb remarcable èxit”

(Valldeperes, 1941); mientras que Roc D’Almenara es descripto como “un jove

intel·lectual català sortit de la clase obrera” (Almenara, 1943: VII), conectando su tarea

profesional con su militancia socialista. La coincidencia entre ambos radica en que se los

destaca como representantes de la intelectualidad catalana49.

Sin justipreciar la calidad de la obra de estos autores, esto puede pensarse desde el

contexto de publicación, pues se trata de dos testimonios editados en catalán por

instituciones, también catalanas, fundadas en dos de los países de acogida que recibieron

mayor cantidad de exiliados republicanos. Estos volúmenes estaban principalmente

destinados a informar a la comunidad de exiliados catalanes residentes en dichos espacios

acerca de los acontecimientos ocurridos en los campos. Desde este punto de vista,

pareciera que tales editoriales consideraban necesario encarar la tarea de dar a conocer los

acontecimientos a través de voces autorizadas y representativas del colectivo al que se

dirigían.

                                                            48 Se ha detectado esta afición literaria en la obra de los autores convocados en este estudio. En primer lugar, Noviembre en Madrid de Jaime Espinar, un folleto o panfleto de 1938 que se abre con una serie de tres sonetos sobre el enfrentamiento de Madrid en 1936, tema del libro. En segundo lugar, un veinteañero Luis Suárez recuerda en España… que “en el mes de julio de 1936 yo sudaba durante el día y me refrescaba en las noches junto al Guadalquivir, en los jardines penetrantes de Sevilla. Pensaba en versos vanguardistas y formaba parte de una peña de amantes de la poesía y de las artes revolucionarias. Confieso que entonces no sabía qué era hacer versos, y, naturalmente, me atrevía con ellos. Hoy, que lo sé un poco más, no soy capaz de intentarlo” (Suárez, 1987: 43-44).

49 El prólogo de Diari d’un refugiat… alude a la escasa publicación de testimonios de exiliados republicanos catalanes e inscribe el texto de Roc D’Almenara en una línea testimonial entonces recientemente inaugurada por Manuel Valldeperes en Argentina (D’Almenara, 1943: VIII)

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Por los caminos de la palabra 

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Otra característica común que se registra entre estos autores es su frecuente

vinculación con el mundo del periodismo, es decir, habían publicado en la prensa escrita

o habían trabajado en medios radiales. Las ediciones suelen incorporar elementos, tales

como notas de los autores o editores, solapas, etc., que demuestran este hecho. Jaime

Espinar fue redactor en diversas revistas, tales como Umbral, Cuadernos de Madrid,

Hora de España y Nova Galiza. Por otro lado, Luis Suárez había publicado por esos años

en El Liberal de Sevilla, dando inicio en este acto a su posterior carrera periodística. Por

último, Manuel García Gerpe, abogado y sociólogo, parece ser la excepción de esta triada

en cuanto a su pertenencia al mundo periodístico. No obstante, ya en el exilio argentino,

fundó y dirigió en 1943 el semanario bonaerense El Republicano Gallego50. En la edición

de Alambradas… de 1941 constan los títulos de libros y folletos que publicó desde antes

de la guerra sobre política social, economía y sindicalismo, hecho que demuestra su

interés por los problemas de su tiempo y su incipiente inquietud por el periodismo.

La comparación de los recorridos biográficos devela que los tres autores militaron

en algún partido político y, como corroboran sus propios textos, participaron activamente

en el frente de guerra. Manuel García Gerpe fue militante de Izquierda Republicana y

fiscal en las Brigadas Internacionales durante la guerra. En su texto, comenta su puesto de

“Officier du Corp Juridique Militaire” (García Gerpe, 1941: 4) y hace alusión a “los que

procedíamos directamente de los frentes de combate, de los campos de batalla” (García

Gerpe, 1941: 29), en referencia a la división de la que formaba parte y con la cual

emprendió el camino del éxodo. Por su parte, Luis Suárez fue secretario de las Juventudes

Socialistas de Sevilla, Secretario General de las Juventudes Socialistas Unificadas y

dirigente de la Cámara Federal de la Federación de Universitarios Españoles (López

García, 2008: 10-11). Asimismo, militó en filas tanto socialistas como comunistas,

partido al que se acercó “después de la defensa de Madrid, ante el ejemplo de

organización efectiva en la lucha que observó durante los episodios en la Casa de Campo

y en la Ciudad Universitaria” (López García, 2008: 12). Por último, el anarquista Jaime

Espinar combatió como miliciano en el frente de guerra, aunque su mayor compromiso

político se vio reflejado en su actividad periodística. En la revista Umbral realizó

entrevistas a importantes dirigentes y personalidades del ámbito político, como por

ejemplo, Federica Montseny. Además, publicó en la editorial Tierra y Libertad un

                                                            50 Este semanario, fundado y dirigido por Manuel García Gerpe, aparece en 1948. No se sabe si la publicación tuvo continuidad después del segundo número (Santos Gayoso, 1995: 159)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

87 

opúsculo de treinta páginas con características de panfleto titulado Noviembre en Madrid.

Notas contributivas al discernimiento de su defensa (1938), a través del cual se conoce

que fue corresponsal de guerra durante la batalla de Madrid en noviembre de 1936. Los

tres autores, de acuerdo con el repaso de sus biografías, manifestaron un profundo

compromiso político durante la contienda bélica que se pone de relieve en cada una de las

páginas de sus testimonios.

Una débil recepción ha acompañado a estas obras desde su surgimiento. Las

escasas reseñas bibliográficas o menciones en medios contemporáneos son una prueba de

que no han contado con un público lector numeroso. Por un lado, porque se publicaron

cuando Europa se encontraba sumida en plena Segunda Guerra Mundial. El público,

extenuado por los dolores y las limitaciones de la guerra, no manifestaba ningún interés

en conocer lo ocurrido con los refugiados españoles51. Éste también es un síntoma del

olvido al que fue arrojada la Guerra Civil Española a partir de la contienda bélica de

1939, pues ha sido al cabo de muchos años que ha comenzado a pensársela como la

antesala del conflicto europeo. Por otro lado, la distancia entre los lugares de edición y la

península, así como la imposibilidad de que estos textos ingresaran en ella, derivaron en

que los españoles del cuarenta no tuvieran acceso a los mismos. Tal situación, por cierto,

contribuyó a acentuar el destino de indiferencia que han sufrido estos textos a lo largo del

siglo veinte. De hecho, entre los testimonios citados en el presente capítulo, solo España

comienza en los Pirineos de Luis Suárez ha sido reeditado, posiblemente debido a la

exitosa trayectoria que el autor transitó como periodista en México, el país que lo acogió

en el exilio. Por último, en el caso de los volúmenes editados en catalán mencionados

anteriormente, la recepción probablemente no trascendió más allá de las comunidades

catalanas que residían en los países de acogida.

                                                            51 Marta Marín Dómine explica que “la congelación en la recepción de estos textos no es más que una extensión de la dificultad primera ya que la publicación de estas obras se produce entre períodos bélicos… el público, agotado por la guerra, no quiere saber” (Marín Dómine, 2008b: 46)

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Por los caminos de la palabra 

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2. El paradigma periodístico y los primeros pasos del “yo testimonial”. Nacimiento y

problemas del género.

Un propósito medular guiaba la escritura de estos testimonios: informar sobre los

acontecimientos que habían ocurrido, o que estaban transcurriendo, en el sur de Francia,

muy poco tiempo antes del momento de la publicación. Pero ese acto de informar incluía

la intención de denunciar los oprobios que tanto el franquismo como el gobierno galo

estaban cometiendo, o habían cometido, contra los compatriotas republicanos. Así lo

expresan los mismos autores en los volúmenes consultados. Desde Argentina, Manuel

García Gerpe explica: “Me mueve e impulsa tan solo el dolor de mis compatriotas; que

por ser de ellos es mío” (García Gerpe, 1941: 5). En México, la voz de Jaime Espinar

expresa un sentimiento similar: “Hoy, una vez derrotada la República Francesa… hemos

de atender a los sagrados intereses de nuestros conpatriotas (sic), que continúan sufriendo

espantoso trato de concentrados” (Espinar, 1940: 6). Y también desde el país azteca, José

Herrera Petere señala, en la contracubierta de España comienza en los Pirineos, que este

libro de Luis Suárez “tiene la virtud de revivir y de recordar, con vivos colores, algo que

todavía no es historia y está sangrando, implacable y tenaz, sobre la mesa de las reuniones

diplomáticas: el éxodo del pueblo español” (Suárez, 1944).

Tales declaraciones de propósitos remiten a una de las preguntas transversales de

este trabajo, que tiene que ver con cómo conciben los autores sus producciones

testimoniales y, al hilo de ésta, desde qué lugar de la enunciación escriben. La casi

simultaneidad entre el momento de la escritura, la publicación de los libros y los

acontecimientos históricos a los que se refieren permite arrojar la hipótesis de que estos

textos fueron pensados, y también leídos, desde una perspectiva periodística, no

necesariamente mediada por una intención literaria. Sus características textuales y el

público al que están dirigidos reflejan esta pertenencia a un paradigma periodístico,

puesto que pretenden adquirir en el espacio público un valor práctico e inmediato como

herramientas informativas e instrumentos de acción directa.

Un ejemplo considerable para entender esta intención es la obra de Lluís Ferran de

Pol, otro testigo de los campos. Durante los cinco meses que permaneció allí, el autor

tomó numerosas notas que abordaban la salida de España, la llegada a los campos, las

duras circunstancias por las que atravesó junto a sus compañeros y la salida hacia México.

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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La primera aparición de este texto no se cumplió, aunque estaba previsto, a través de la

edición de un libro. Fue en el periódico mexicano El Nacional donde se publicó su

testimonio, por entregas y a modo de crónicas de los acontecimientos (Garcia i Raffi,

2003: 9). Esta primera versión de su relato se acercaba nítidamente al modelo

periodístico. Las huellas de esos textos pensados para la prensa escrita han quedado

expresos en la edición de 2003, Campo de concentración (1939), especialmente su

carácter fragmentario y el manejo de la tensión narrativa.

Otro ejemplo es La ciudad de madera, de Agustí Cabruja-Auguet, publicada en

México, en el año 1947. El volumen consta de más de setenta textos que antes habían

aparecido, también por entregas, en la sección “Estampas del exilio” de la revista España

(Cabruja-Auguet, 1947: 7). Definido como “crónicas de los campos de concentración”

(Castillo Rosas, 1998: 619), estos relatos han sido destacadas por su valor periodístico.

Según Rosa Castillo Rosas, viuda del poeta, el periodista Fabián Vidal se dirigió a Agustí

Cabruja-Auguet en estos términos:

Tiene usted excelentes condiciones para la crónica breve, con un estilo rápido, flexible y

evocador, y sabe sorprender lo interesante del momento y captarlo periodísticamente. La

crónica es un género muy difícil, donde fracasan muchos, usted lo domina y perdóneme

la jactancia de afirmarlo, por llevar medio siglo de profesionalismo (Castillo Rosas,

1998: 617)

Dada la evidente proximidad entre la expresión periodística y estos relatos

testimoniales, conviene delimitar algunos conceptos adscriptos a ese modelo de

representación. José Luis Martínez Albertos define los géneros periodísticos como

las diferentes modalidades de creación lingüística destinadas a ser canalizadas a través

de cualquier medio de difusión colectiva y con el ánimo de atender a los dos grandes

objetivos de la información de actualidad: el relato de los acontecimientos y el juicio

valorativo que provocan tales acontecimientos (Martínez Albertos, 1998: 212-213)

La información y la valoración son las dos esferas que maneja este discurso. De

ambas surgen las diferentes formas periodísticas: las noticias, las crónicas, los reportajes

y los artículos, entre otros. De acuerdo con los objetivos que persiguen, también los

testimonios de los campos franceses se mueven entre esas dos funciones, por lo cual es

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Por los caminos de la palabra 

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posible aventurar que es éste el modelo de representación en que los autores inscriben sus

textos y desde allí pretenden ser leídos e interpretados. Existen algunas pistas en ellos que

alimentan esta propuesta, como por ejemplo, las expresiones verbales con que son

definidos en el contexto de producción y recepción.

La inestable aparición de la palabra “testimonio” para identificar estas

producciones es el primer problema que salta a la vista. En muchos casos, ni siquiera se

alude a ella para definir los textos. En España comienza en los Pirineos, la nota de la

solapa de la primera edición solo hace referencia al texto como un “libro, mezclado de

nostalgias y de cólera”, mientras que la reseña de Herrera Petere en el periódico El

Nacional lo nombra como “un relato que hace mucho tiempo ha debido escribirse” (Alba,

1996: 191), rescatando así su matriz narrativa más pura. Similar es el caso de Argelès-

Sur-Mer, pues en una reseña, escrita por Vicente Gerbasi en 1940, se lo define también

como “un vivo relato escrito en el campo de concentración” (Gerbasi, 1940: 146). En

cuanto a Alambradas…, ni siquiera cuenta la edición de 1941 con suficientes elementos

peritextuales que señalen cómo se lo clasificó en el momento de su publicación.

En otros casos, la alternancia entre testimonio y otras denominaciones aporta

cierta incertidumbre acerca de la naturaleza del texto. Esto se observa, por ejemplo, en el

texto de Roc D’Almenara, donde confluyen tres expresiones para definirlo: “manuscrito”,

“diario” y “testimonio”. Con el término “manuscrito” el prologuista parece querer excusar

el carácter fragmentario y apurado del cuaderno de notas del autor, el cual llegó a sus

manos antes de su precipitada huida de Francia. De hecho, algunas notas a pie de página

dan a conocer que la organización y titulación de esas notas ha corrido por cuenta del

editor y no del mismo autor. Por su parte, “diario” es el término elegido por el autor para

designar su texto y, aunque no respete la estructura externa típica de este género, destaca

la importancia de un testigo-protagonista que narra en primera persona los

acontecimientos. Por último, el editor elige la palabra “testimonio” para expresar el

propósito de la edición: “donar a conèixer als emigrats recents i als vells catalans de les

terres d’Amèrica el testimoni d’un refugiat de la nostra lluita” (D’Almenara, 1943: XIII).

En resumen, ya sea por la infrecuencia de la expresión “testimonio” para definirlos, o por

su alternancia con otras expresiones, se observa como rasgo distintivo en estos primeros

textos la imprecisión de su naturaleza y su resistencia a las tipificaciones.

Sin embargo, no ocurre lo mismo con todas las publicaciones de esos años, puesto

que varias de ellas son definidas con conceptos adscriptos al mundo periodístico. El editor

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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de Argelès-Sur-Mer señala en la nota preliminar que “Editorial ELITE enriquece su fondo

con este emocionante reportaje, primer logro serio y objetivo sobre el tema de la

emigración española” (Espinar, 1940: 7). Esta denominación aparece en otros volúmenes,

tal es el caso de Ombres entre tenebres, de Manuel Valldeperes, editado en 1941 en

Buenos Aires por las Edicions de la Revista Cataluña. En la nota de presentación se

señala: “el llibre de Manuel Valldeperes és un reportatge vivent, expressat d’una manera

colpidora pel seu realisme, de la tragèdia que milers de compatricis nostres van sofrir

durant la retirada i sobretot en els camps de concentració del migdia de França”

(Valldeperes, 1941: 9). Aún en su caso, escritor reconocido de las letras catalanas, es su

perfil periodístico el que se pone de relieve al definir su texto como “reportatge”. Por

fuera del conjunto de testimonios concentracionarios, pero asociadas por su coexistencia

en el tiempo, se ha mencionado la aparición de testimonios de guerra; muchos de estos

también incorporan el concepto de “crónica” en el título –Crónicas del frente de Madrid

(1937) de Mauro Bajatierra es un ejemplo– y cumplen funciones similares a los textos

sobre los campos.

Tanto el reportaje como la crónica constituyen géneros periodísticos. Éstos se

clasifican, según Martínez Albertos, en tres grupos: informativos (información y reportaje

objetivo, reportaje de acontecimientos, de acción, de citas o entrevista y seguimiento);

interpretativos (reportaje interpretativo y crónica) y editorializantes (artículos o

comentarios, editoriales, sueltos, columnas, etc.) (Martínez Albertos, 2007: 11). De

acuerdo con las funciones que pretenden cumplir en el espacio de la recepción, las

producciones testimoniales de los exiliados se ubicarían, según tal clasificación, en el

segundo de estos grupos.

Los reportajes y las crónicas periodísticas se asocian con los discursos construidos

en la inminencia de los acontecimientos. Para Martín Vivaldi, el reportaje es un “relato

periodístico esencialmente informativo, libre en cuanto al tema, objetivo en cuanto al

modo y redactado preferentemente en estilo directo, en el que se da cuenta de un hecho o

suceso de interés actual o humano” (Martín Vivaldi, 1987: 65). Los acontecimientos

ocurridos en el sur de Francia son prácticamente contemporáneos a los testimonios, cuya

función es precisamente ponerlos de relieve. La actualidad de los hechos los reviste de un

valor práctico inalienable, como es el hecho de estar portando –“reportando”, trayendo,

anunciando, refiriendo o informando una noticia, según la etimología latina– el drama de

los campos, que todavía no acaba de formar parte del pasado en el momento de la

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Por los caminos de la palabra 

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publicación. Los conceptos de objetividad y de estilo directo, entendido como la

desaparición del escritor, su ausencia en la superficie del relato52, son dos nociones

importantes a la hora de analizar los recursos que estos narradores desarrollan para

representar discursivamente su propia experiencia.

Por su parte, la crónica combina la función netamente informativa con el juicio

valorativo y la toma de posición del sujeto, por lo cual se incluye en el segundo grupo

señalado por Martínez Albertos. Se la podría definir como “una información

interpretativa y valorativa de hechos noticiosos, actuales o actualizados, donde se narra

algo al propio tiempo que se juzga lo narrado” (Martín Vivaldi, 1987: 128-129). Los

testimonios se identifican con esta definición, en tanto el narrador no solamente pretende

informar, sino también denunciar los acontecimientos ante la comunidad receptora. A

diferencia de otras formas en las que el sujeto de la enunciación toma mayor distancia del

discurso, en los reportajes interpretativos y en las crónicas éste se hace presente, se pone

de manifiesto en la superficie del texto a través de diversas marcas, tales como el uso de

pronombres personales.

No obstante, el rasgo que comúnmente se le atribuye al discurso periodístico es el

de la objetividad y la imparcialidad. Por lo tanto, la aparición de la primera persona

singular en la crónica suscita debates en torno a la adecuación o impropiedad de que el

autor se involucre en el texto. Álvaro de Diego plantea en su estudio La crónica

periodística: un género personal (2007) que la primera persona es un elemento

constitutivo de la crónica. Sin embargo,

la dificultad de la plasmación de este “yo” en el escrito estriba en su grado de

manifestación. Lo personal entra ya en la propia valoración, por más que ésta se agarre,

como la sombra al cuerpo, al dato objetivo y, siendo muy estrictos, se evite conjugar los

verbos en primera persona (De Diego, 2007: 24-25)

Estas imprecisiones acerca de la conveniencia o no de que la primera persona se

haga explícita demuestran que persisten controversias en cuanto al pacto de lectura que

propone un texto perteneciente al discurso periodístico. El distanciamiento del emisor con

                                                            52 “Decimos directo cuando, al escribir, el escritor desaparece, no se le ve. Se ve solamente lo que cuenta, narra, muestra o describe. No hay margen para la interpretación del suceso narrado o del fenómeno descrito” (Martín Vivaldi, 1987: 73). Este recurso permite propiciar una posición objetiva con respecto a lo que se está contando.

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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respecto a la realidad que está contando han sido tradicionalmente las marcas del

“reportaje” y de la “crónica”, inclusive cuando esta última supone la incorporación del

autor como crítico e interpretador de los hechos que está informando. Los textos surgidos

de la experiencia de los campos ingresan en esta tensión entre la objetividad del discurso

periodístico y la irrupción de la primera persona que quiebra la imparcialidad de la

expresión. De hecho, el lugar desde el que se construye el texto es la clave principal para

comprender las estrategias que se ponen en marcha a nivel discursivo, ya sea porque

aparece de manera explícita o porque se exhibe a través de otros mecanismos.

En los relatos publicados durante los primeros años posteriores al paso por los

campos, es posible identificar que las expresiones “testimonio” o “memorias” se

adscribían mayormente a aquellas obras que ostentaban cierta categoría literaria, tales

como Saint-Cyprien, plage…, de Manuel Andújar, publicada por primera vez en 1942.

Esto supone que, a la intención de informar y denunciar la situación de los republicanos

en el sur de Francia, se le sumaba un objetivo estético, arraigado en la subjetividad de la

experiencia vivida. Sin embargo, existe un conjunto de textos que, aunque no son

denominados con aquellos conceptos –sino como crónicas o reportajes–, también están

participando de la representación con la voluntad de intervenir en el espacio social como

agentes de transformación y reflexión, lo cual los inserta de lleno en un modelo

periodístico.

Esto delimita la existencia de dos líneas de discursos testimoniales atravesadas por

el problema de la “literariedad”: una de ellas ha sido legitimada por la crítica literaria

justamente por su valor estético –son ejemplos válidos las obras de Max Aub, Manuel

Andújar y Agustí Bartra, entre otros–; mientas que la otra no ha gozado de tal

reconocimiento, precisamente por no haberse proyectado desde un modelo literario. La

discusión sobre los límites entre lo literario y lo que no lo es se plantea en estos primeros

textos y se mantiene vigente hasta la actualidad, por lo que puede pensarse en perspectiva

histórica. Esto significa que a lo largo de los años y según la evolución del concepto de

“testimonio”, tal tensión se modifica y se vincula con las circunstancias socio-históricas

en las que éstos aparecen.

De este diagnóstico se desprende la respuesta a la pregunta sobre cuáles son las

razones que permiten adoptar el concepto de “testimonio” en referencia a los textos de

Jaime Espinar, Manuel García Gerpe y Luis Suárez. Si bien se ha comprobado que es

muy raro que dicha expresión se utilice para denominar estas producciones, lo cierto es

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Por los caminos de la palabra 

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que en una primera lectura es posible advertir la presencia de una primera persona

singular que ha sido testigo de los acontecimientos, un “yo testimonial” que desde un rol

protagónico se sabe con la autoridad necesaria para relatar su propia experiencia. Mis

nueve meses por los campos de concentración franceses es el subtítulo de la obra de

Manuel García Gerpe, lo cual demuestra la presencia de una mirada subjetiva e

individual. Por su parte, Luis Suárez comienza su testimonio con la siguiente frase: “Me

siento y no estoy cansado” (Suárez, 1944: 7), mientras que el narrador de Argelès-Sur-

Mer relata en plural: “ya habíamos escalado el punto más alto de la montaña” (Espinar,

1940: 9), incluyéndose como sujeto de los acontecimientos y de la enunciación. La

aparición de la primera persona es contundente en la intención de contar su propia

experiencia. Siguiendo este propósito, es la encargada de seleccionar, modular y

organizar el material narrativo. Sin embargo, es también el elemento constitutivo más

controversial a la hora de encarar el análisis textual, dado que se presenta a través de

múltiples variantes y sufre transformaciones que construyen diversos sentidos en las

obras.

Instalar los testimonios de los exiliados españoles en un paradigma periodístico

redirige la discusión al problema de la lengua y la representación. El discurso periodístico

se distingue de otros porque pretende informar y/o valorar acontecimientos, es decir,

sucesos que han ocurrido “en la realidad”. Sin embargo, al hablar del testimonio, es decir,

de una poderosa subjetividad que se propone poner en palabras su vivencia personal, no

se puede pasar por alto el problema largamente discutido en el ámbito de la filosofía del

lenguaje sobre la posibilidad o imposibilidad de la palabra para representar una

experiencia histórica. A los sobrevivientes este tema no les es indiferente y han

reflexionado acerca de la impropiedad del lenguaje como código útil para transmitir lo

vivido en esos espacios de reclusión. Manuel Andújar, por ejemplo, presenta su obra

advirtiendo acerca de esta incapacidad de la lengua, pues “lo dicho es insignificante

reflejo de lo que después sucedió y ocurre” (Andújar, 1990: 13-14).

Esta declaración se conecta con otro corpus, definido precisamente por este dicho

conflicto: la literatura producida a partir de la deportación a los campos nazis. Los

supervivientes han insistido en la inefabilidad de esta vivencia, es decir, en la inexistencia

de recursos narrativos capaces de explicar la magnitud de aquella experiencia de muerte.

Jorge Semprún, sobreviviente de Buchenwald, sostiene en sus obras la convicción de que

el contenido de esa vivencia no puede traducirse a una estructura lingüística. Por eso, ha

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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hecho de su posición el núcleo de su propia escritura, guiada por el objetivo de convertir

el testimonio en un objeto artístico, es decir, mediado por la intención literaria y la

reelaboración estética (Semprún, 1995: 25)

Sin convocar exhaustivamente las encrucijadas filosóficas sobre tales temas, lo

cierto es que muchos de los autores que testimoniaron la experiencia de los campos

franceses en los años cuarenta han tomado una posición diferente al respecto. Jaime

Espinar declara que “quisimos evitar que nuestro libro, escrito dentro de la verdad

‘verdadera’ y con limpio espíritu, fuese utilizado por los enemigos de Francia cuando ésta

luchaba contra el fascismo” (Espinar, 1941: 6). Por su parte, en la solapa de la primera

edición de 1944, Herrera Petere, otro testigo de los campos franceses, comenta sobre

España… que “es un libro franco, real, palpitante”. Opinión que refrenda en una reseña

que publicara en el diario mexicano El Nacional, en la cual caracteriza el volumen de

Suárez como un texto “apasionado, vivo, veraz, lleno de ira” (Alba, 1996: 191). La

veracidad y la verificabilidad son, según estas valoraciones, aciertos de los testimonios,

cuya rigurosidad no se discute a lo largo de la narración. En ningún momento se alude a

la intención de ficcionalizar o elaborar poética o estéticamente la experiencia de los

campos y tampoco se plantean dudas sobre si es posible representar la realidad a través

del lenguaje o incluso sobre qué es la realidad.

La insistencia en asociar el relato a “lo real” y “lo verídico” subraya la confianza

que los autores depositan en el lenguaje como elemento capaz de representar

fidedignamente los acontecimientos. Asimismo, en la inmediatez de lo ocurrido, resolver

el dilema de la correspondencia entre lenguaje y realidad les sirve para ver en sus

producciones instrumentos efectivos de denuncia. Tal toma de posición funciona como un

argumento más a la hora de entender hasta qué punto estos sujetos del exilio entienden

sus propias producciones como pertenecientes a un paradigma periodístico que acepta esa

potencialidad del lenguaje para cumplir los propósitos de la escritura.

De acuerdo con las líneas abiertas, si estas producciones, concebidas y leídas

como “crónicas” o “reportajes”, se inscriben en un paradigma periodístico y, al mismo

tiempo, pueden definirse como “testimonios” por la vitalidad con que el “yo” se hace

presente en ellos para contar una experiencia personal y traumática, estos primeros relatos

de los años cuarenta conforman la etapa inicial de la narrativa testimonial de los campos

franceses. Asimismo, cada uno de los textos seleccionados para explicar e ilustrar este

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momento de la representación testimonial presenta especificidades y variantes que

permitirán ampliar el espectro de las problemáticas apenas esbozadas hasta aquí.

3. El sujeto de los campos en la década del cuarenta: el “yo testimonial” y sus estrategias

discursivas

La cercanía temporal entre el momento de la escritura, de la publicación y de los

acontecimientos históricos vividos incide sobre la manera en que el “yo testimonial” –

elemento constitutivo del texto– se construye en el relato y sobre los recursos que el

narrador pone en marcha para activar su discurso.

Los autores, testigos de los campos, entienden sus textos como crónicas o

reportajes periodísticos, por lo que aprovechan los elementos disponibles que pertenecen

a este modelo de representación. Tal presupuesto se actualiza en las diversas estrategias

que los narradores aplican para contar la anécdota. Al mismo tiempo, como se ha

apuntado previamente, uno de los aspectos que cobra mayor relevancia a la hora de

analizar los testimonios es la inscripción y el comportamiento del “yo testimonial” en el

relato. En efecto, el lugar que ocupa el narrador en su propio discurso actúa como un hilo

conductor que permite pensar el testimonio históricamente, ya que los cambios que

experimenta esa primera persona marcan el ritmo de la evolución del género. Los textos

seleccionados permiten extraer algunos rasgos generales en cuanto a la construcción del

“yo testimonial”, al tiempo que ofrecen la posibilidad de actualizar la problemática en

cada caso y abrir así un abanico de perspectivas, variantes y especificidades que

enriquecen la reflexión.

Aunque el elemento clave para iniciar el análisis textual sea el “yo testimonial”, el

primer problema que surge en los testimonios de los años cuarenta es la inestabilidad de

la primera persona en la superficie textual. Los narradores demuestran sensibles

limitaciones para articular el relato en torno a sí mismos de manera constante. Para ese

testigo que pretende contar su vivencia de los campos no resulta una tarea sencilla

construir discursivamente una primera persona regular en torno a la cual gire la anécdota.

Este obstáculo, presente en el nivel de la expresión, entraña un problema de fondo, que

proviene de la dificultad que supone para el sujeto desapegarse de una experiencia que

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todavía no acaba de formar parte de su pasado. No hay que olvidar que estos autores están

escribiendo o en los mismos campos, o bien durante los primeros años del exilio, cuando

las incertidumbres ante el futuro eran mucho mayores que las certezas. Tal situación se

conecta con dos observaciones. Por un lado, con la subyacente imposibilidad de poner en

palabras una vivencia traumática para el sujeto53. La confrontación entre la necesidad de

contar –ya sea para informar y denunciar el hecho ante la comunidad o para efectuar un

ejercicio catártico individual– y la dificultad para llevarlo a cabo se traducen en la sintaxis

narrativa, en este caso, a través de la inestabilidad del “yo testimonial” y de la

fragmentariedad estructural que presenta el discurso. Por otro lado, la relegación de la

primera persona como elemento articulador del texto puede estar relacionada con el fin

último de la escritura testimonial en estos años, que es la denuncia de la existencia de los

campos ante la comunidad internacional. El testigo-narrador intenta construir el relato

desde un punto de vista informativo en el que la carga de subjetividad no traicione sus

propósitos.

La Teoría de la Enunciación de Émile Benveniste entiende que el proceso de la

enunciación consta de dos momentos: el primero consiste en que el individuo debe

abolirse como tal, abandonar su posición de sujeto testigo “real”, para llegar al segundo

paso, que consiste en identificarse con el pronombre, el “yo” que lo representará en el

discurso y a través del cual ocupará una posición enunciativa54. Sin pretender desvirtuar

la teoría del lingüista se puede pensar históricamente este proceso de identificación del

                                                            53 Éste es un concepto trabajado por Dori Laub a partir de la entrevista a supervivientes del exterminio nazi. Describe la autora la profunda contradicción que invade a estos testigos. Por un lado, el imperativo ético de contar la vivencia para evitar que se sumerja en el olvido, pero, por el otro, la imposibilidad de ejercer el discurso a causa de la magnitud de la experiencia de muerte: “the imperative to tell the story of the Holocaust is inhabited by the impossibility of telling, and therefore, silence about de truth prevails… The events become more and more distorted in their silent retention and pervasively invade and contaminate the survivor’s daily life” (Laub, 1995: 64). Tal aporía provoca en ese sujeto un quiebre en la rearticulación del pasado con el presente y, por lo tanto, en la reconstrucción de su identidad.

54 En el ampliamente conocido capítulo XIV de Problemas de lingüística general, en el cual Benveniste se dedica a la naturaleza de los pronombres, el lingüista plantea los dos momentos de este proceso: “Hay pues, en este proceso, una doble instancia: instancia de yo como referente, e instancia de discurso que contiene yo como referido. La definición puede entonces ser precisada así: yo es el ‘individuo que enuncia la presente instancia de discurso que contiene la instancia lingüística yo” (Benveniste, 1974: 173). Para continuar esta línea de reflexión, se sugiere la lectura de la interpretación que Jaume Peris Blanes hace de esta teoría en su libro La imposible voz. Memoria y representación de los campos de concentración en Chile: la posición del testigo (Peris Blanes, 2005: 111-115)

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Por los caminos de la palabra 

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individuo psicosomático con el sujeto de la enunciación en el corpus de los testimonios de

los campos. Desde esa perspectiva, una afirmación que este trabajo pretende verificar es

que, en estos primeros testimonios, los sujetos no han cumplido completamente los dos

pasos del proceso de “desubjetivación” y posterior identificación pronominal. Éstos,

condicionados por las circunstancias histórico-políticas en que se hallan inmersos, son

conscientes del escaso periodo que media entre la experiencia y el momento de la

publicación y se encuentran aún fijados a ella. Al mismo tiempo, impulsados por las

intenciones que motivan la escritura, ese proceso de identificación experimenta una

demora que lo lleva a la imposibilidad de instalar el relato desde una primera persona

singular, regular y constante, a lo largo del relato. Es posible pensar entonces que, en esta

etapa fundacional del testimonio, los sujetos se encuentran a medio camino entre ese

proceso de “desubjetivación” y la posterior identificación con un “yo testimonial” que lo

represente. Con el transcurso de los años, ese narrador irá experimentando un crecimiento

en cuanto herramienta retórica, lo cual deriva en el afianzamiento de esa primera persona

en el relato, provocando mayor articulación y cohesión en torno a ella. Este proceso está

sujeto a diversas condiciones contextuales, entre otras, la legitimación social del testigo

en la escena pública como elemento de acceso al conocimiento de la historia y la

consolidación del testimonio como género discursivo.

Para retomar la descripción de esta primera etapa del testimonio de los campos,

conviene profundizar en las características específicas del “yo testimonial”. Su

inestabilidad radica en que aparece y desaparece recurrentemente de la superficie textual,

provocando endeblez narrativa en el relato y la sensación de estar leyendo un texto

fragmentario y con problemas de articulación entre sus partes. Estos actos de

desapariciones y reapariciones se cumplen de diversas maneras. Por un lado, a través de

la “colectivización” o “pluralización” del sujeto, es decir, el desplazamiento hacia el

pronombre personal “nosotros”, convirtiéndose éste en el eje desde el cual se ancla el

discurso. Por otro lado, la desaparición del narrador en primera persona se efectúa a

través de su desdoblamiento en la tercera persona –otros personajes a los que se les

adjudica el rol de narrar– y también a través de la puesta en marcha de otros recursos

narrativos, tales como el diálogo o el cotejo de la narración con discursos periodísticos.

El desplazamiento de la posición narradora hacia el plural, es decir la inclusión del

“yo” en un colectivo, adquiere numerosos sentidos en las obras. Sin embargo, el

fundamento aglutinador es que los testigos se postulan en sus discursos como los

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representantes de una colectividad con la cual mantienen lazos de pertenencia y una fuerte

identificación histórica y cultural. Es en este uso del “nosotros” donde radica la expresión

más acabada del concepto de “comunidad imaginada”, acuñado por Benedict Anderson,

según el cual la nación implica una comunidad política en la que sus miembros, si bien

nunca llegarán todos a conocerse entre sí, conservan y alimentan una imagen de su

comunión que los hace pertenecientes a ella (Anderson, 2005: 24). La escritura se hace

efectiva, entonces, en nombre de esta imagen idealizada del grupo de pertenencia.

La reaparición de este recurso a lo largo de los años permite aventurar que se trata

de una de las características particulares de esta narrativa. Atendiendo a diferentes

propósitos, según el momento de publicación, y buscando resultados variados, con

frecuencia el “yo testimonial” se presentará bajo la forma de un “nosotros” que lo

contiene, tanto al testigo como a la comunidad. Luis Suárez explicita este último concepto

con gran claridad a través de una exclamación: “¡Éramos todos tan distintos en nuestras

cosas y, sin embargo, tan iguales!” (Suárez, 1944: 117). En los campos de concentración,

los autores han restituido una idea de pertenencia a una comunidad en la cual logran –o al

menos intentan– reordenar sus patrones de referencia culturales, perdidos con el exilio y

la reclusión. Asimismo, esta noción les sirve a los testigos para efectivizar en el relato su

rol como denunciantes de una situación histórica de injusticia y opresión. Así lo explicita

nuevamente Luis Suárez:

Los héroes de estos tiempos son las colectividades, los pueblos… La nobleza del

objetivo determinará el grado de heroísmo. Los españoles republicanos creíamos

haberlo hecho así y aunque sabíamos que no se trataba de hallar un héroe en éste y en

aquél, pensábamos que España había luchado heroicamente (Suárez, 1944: 119)

Sin embargo, la utilización del “nosotros” como marca a través de la cual los

sujetos expresan su idea de “comunidad imaginada” se completa con diversos propósitos,

sentidos y funciones, coherentes con el proyecto de cada uno de los autores. Por ejemplo,

el desplazamiento del “yo” hacia el “nosotros” implica, en algunos casos, un problema de

autodefinición que se traduce en una perceptible dificultad del narrador para recortarse y

diferenciarse del colectivo al que pretende referirse. En otros textos, la utilización del

“nosotros” remite a la voluntad explícita del testigo de relatar los acontecimientos que no

sólo lo han afectado como individuo protagonista, sino también como integrante de un

colectivo al que representa. Es por eso que este movimiento de la posición enunciativa

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Por los caminos de la palabra 

100 

hacia la primera persona del plural –que podría definirse como la “colectivización” del

relato– ofrecerá resultados particulares en cada caso, según los referentes a los que se

adscriba y según el manejo estratégico de cada narrador.

Los rasgos específicos que el “yo testimonial” adquiere en esta etapa inicial del

testimonio de los campos constituyen una parte de la reflexión sobre las herramientas que

emplean los testigos para hacer efectivo el discurso. En este punto conviene recuperar un

debate ya abierto anteriormente. Se ha insistido en que estos autores no persiguen una

intención literaria y que sus producciones se proyectan desde un paradigma periodístico.

Esta aseveración está avalada por el modo en que han sido leídos e interpretados o, en

otras palabras, condicionada por los usos y apropiaciones del público receptor. A su vez,

los mismos autores se han encargado de dejar en claro su posición con respecto a la

potencialidad de sus discursos para representar la experiencia vivida de manera “real” y

“verídica”, legitimando un modelo particular desde el que enuncian su relato,

abiertamente opuesto a la “representación literaria”.

No obstante, esta declaración de principios que dicta que los sujetos han

prescindido de artificios estéticos o elementos ficcionales para representar

discursivamente su experiencia, contrasta con la utilización de numerosos recursos

estilísticos que buscan generar en la lectura “impresiones” o “ilusiones” de verdad. Estos

procedimientos, sin embargo, son coherentes con su proyecto narrativo de alcanzar la

mayor “objetividad” posible, y se conectan con la noción de “efecto de realidad”,

elaborada por Roland Barthes en 1968. Explica Barthes que existen detalles en la

narración –ofrece ejemplos extraídos del relato literario y también del histórico– que son

insignificantes para la comprensión del sentido textual, pero que, aunque a primera vista

sean “inútiles”, se convierten en datos concluyentes para la referencialidad de lo narrado:

“la misma carencia de significado en provecho del simple referente se convierte en el

significante mismo del realismo” (Barthes, 2009: 220). Un objeto cualquiera, mencionado

como al pasar –por ejemplo, un barómetro en una escena de Madame Bovary, de Flaubert

(Barthes, 2009: 211)– puede convertirse en un “efecto de realidad”, ya que colabora con

la ilusión de verdad que pretende crear el texto.

Los procedimientos que los testigos ejecutan para adjudicar verdad y

verificabilidad a sus textos pueden interpretarse en la línea que propone Barthes. En este

caso, los narradores tienden a disimularse en la superficie de sus textos, a través de

diferentes estrategias. Una de ellas es el desdoblamiento del “yo” en una tercera persona a

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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través de la creación de personajes, como por ejemplo el “repórter” o “cronista”, en el

caso de Argelès-Sur-Mer, de Jaime Espinar. La construcción de personajes a los que se

les encarga el acto de narrar alcanza, en algunos textos, un alto nivel de elaboración

ficcional. Es el caso de La ciudad de madera (1947), de Agustí Cabruja-Auguet, donde el

autor diseña una ficción peritextual, según la cual el texto fue encontrado por el autor en

las playas de Argelès-Sur-Mer. Dice el epígrafe:

Yo no soy el autor de este libro. El autor, el verdadero autor se desconoce. Yo no he

hecho más que corregir, enmendar y ordenar, como lo hace el jardinero con los rosales

de su jardín, una serie de cuartillas que, envueltas en un pliego deshecho y medio

enterrado, encontré cierto día en los arenales de la playa de Argelès-Sur-Mer (Cabruja-

Auguet, 1947: 9)

Su viuda, Rosa Castillo Rosas, ha explicado que su marido escribió los poemas y

las estampas recogidas en La ciudad de madera durante su estadía en el campo de

Argelès-Sur-Mer y Saint-Cyprien (Castillo Rosas, 2002: 617). Esto parece confirmar la

voluntad del autor de alejarse de su texto como sujeto de la acción. La creación de este

narrador genera ilusión de objetividad en el relato, pues el autor crea una ficción –el

hallazgo de un manuscrito– para establecer un distanciamiento entre el “yo testimonial” y

el autor-testigo de carne y hueso. La no circunscripción de la anécdota a su experiencia

individual le permite, entonces, representar en su discurso a todos los compañeros que

sufrieron similares penurias, así como también rescatar el valor informativo y crítico de

sus palabras. La ficción le permite establecerse con mayor seguridad en el relato: “¿Quién

soy? Un soldado, un soldado de este ejército que, triste y derrotado, se presenta un día a

su país hermano” (Cabruja-Auguet, 1947: 11). Al no adjudicarse la propiedad de lo

vivido, le resulta más accesible plantear el relato desde una primera persona en singular,

lo cual es una dificultad en muchos textos publicados en esos mismos años.

Otro recurso muy utilizado es la recreación de diálogos transcriptos al cuerpo del

texto “tal como” ocurrieron en el momento de los acontecimientos. Este proceso de

escenificación del discurso provoca una desaparición ex profeso del “yo testimonial”, que

se aleja de la superficie textual hasta desaparecer como mediador entre la experiencia y el

discurso. La utilización del diálogo supone, en algunos casos, la penetración del género

dramático, concreción más radical de la puesta en marcha de este recurso. Alambradas…

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Por los caminos de la palabra 

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de Manuel García Gerpe es el ejemplo más claro de la irrupción de lo dramático en el

relato testimonial.

Un procedimiento que desarrollan los testigos para construir el valor de verdad en

el relato es el contraste con otros discursos que lo confirmen, ya sea el periodístico o la

voz de otros testigos. En cuanto al primero, se cumple a través de la incorporación y

alusión, a nivel textual o peritextual, de noticias periodísticas publicadas simultáneamente

a los hechos. Este recurso alcanza su cota más alta en España comienza en los Pirineos de

Luis Suárez, donde el autor confronta prácticamente todos los hechos narrados con

diversas fuentes documentales. Este cotejo, que propone una lectura comparada entre el

discurso testimonial y el de la prensa, es uno de los rasgos distintivos de los testimonios

de la década de los cuarenta, cuya misión es contribuir con una inyección de confianza de

los sujetos en el discurso periodístico como modelo de representación válido y como

posibilidad de ejercer su rol de denunciantes. En cuanto al segundo, la intención es

similar, pues la primera persona confirma lo relatado a través de la palabra de otros

testigos cuya versión posee igual validez.

La falta de estabilidad del “yo testimonial” para estructurar el relato en torno a la

persona del testigo se actualiza en cada uno de los testimonios abordados, lo cual permite

definir características específicas en cada caso. Éstas contribuyen a completar el esquema

descriptivo de los textos de estos primeros años inmediatamente posteriores al paso de los

republicanos españoles por los campos franceses.

3.1. Argelès-Sur-Mer (1940), de Jaime Espinar. La escritura testimonial en la inmediatez

de lo vivido

3.1.1. Jaime Espinar y un exilio múltiple: consideraciones sobre su vida y su obra

Uno de los primeros textos que inicia la cadena testimonial sobre la experiencia de

los españoles en los campos de concentración franceses se titula Argelès-Sur-Mer, escrito

por Jaime Espinar y publicado por la editorial Elite de Caracas en 1940. Por ser uno de

los pioneros y por su significación en el panorama de los testimonios que se abordan en

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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este trabajo, es interesante apuntar algunas reflexiones sobre su contexto de publicación y

recepción.

Jaime Espinar, pseudónimo de Mariano Gómez Fernández, nació en El Espinar en

1903 y falleció en Madrid en el año 1984. Cursó estudios de Derecho en la Universidad

Central de Madrid y se desarrolló profesionalmente en el ámbito periodístico. Durante la

Guerra Civil, combatió en el frente como miliciano. Su compromiso político con la causa

republicana lo llevó a publicar Noviembre de Madrid. Notas contributivas al

discernimiento de su defensa (1938) en la Editorial Tierra y Libertad. Se trata de un

panfleto que relata los acontecimientos y los vaivenes bélicos y políticos ocurridos en el

Madrid de 1936, cuando el bando republicano defendía la capital española de la amenaza

franquista, haciendo especial hincapié en la actuación de la Confederación Nacional del

Trabajo (CNT). En este volumen ya se advierten algunos de los elementos que aparecen

luego en Argelès-sur-Mer, como es el caso de la figura del “repórter”, que constituye uno

de los rasgos distintivos de la obra. Participó, además, en el libro colectivo De julio a

julio. Un año de lucha. Texto de los trabajos contenidos en el extraordinario de “Fragua

Social” de Valencia (1937). Colaboró en otras revistas como Umbral, Cuadernos de

Madrid, Hora de España o Nova Galiza. Antes de la guerra, había incursionado en

poesía, como lo demuestra el poemario de 1925, Primera salida: (poemas), el cual iba

acompañado de un prólogo de Primo Gila y un epílogo de Blas Zambrano. A éste le

siguieron Fiesta: (poemas) (1929) y El sol por otros cielos (1935). Su interés por la

poesía y la literatura no se agotó, pues en el exilio continuó en contacto con éstas a través

de la publicación de artículos sobre diversos poetas, entre ellos, León Felipe y Antonio

Machado.

En 1939 se vio obligado a emprender el camino del exilio, hecho que lo convirtió

en protagonista del drama de los campos de concentración franceses. Argelès-Sur-Mer

narra las desventuras que vivió en febrero de ese año, junto a los miles de españoles que

se dirigían hacia Francia. En su testimonio, relata su paso por un campo en Perpignan,

luego por Saint Cyprien y, finalmente, por Argelès. Una vez liberado, se exilió durante

varios años en Hispanoamérica. Su itinerario se compone de cuatro estaciones más o

menos diferenciadas. La primera corresponde a Santo Domingo, lugar en que se sitúa la

redacción de Argelès; luego se dirigió a Venezuela, donde publicó artículos en periódicos,

como El Universal de Caracas, y en revistas como la Revista Nacional de Cultura. Más

tarde pasó a Colombia y participó en la bogotana Espiral, donde sus colaboraciones

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Por los caminos de la palabra 

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aparecieron hasta finales de los cuarenta. Víctor Sanz comenta en El exilio español en

Venezuela (1995) que, debido a problemas económicos, tuvo que abandonar el país y que

no se conoció su posterior paradero (Sanz, 1995: 90). La cuarta estación fue Buenos

Aires, ciudad a la que llegó alrededor del año 1944. Allí prosiguió con su actividad

periodística y escribió varios ensayos divulgativos para la editorial Atlántida, gracias a la

mediación de Rafael Dieste. Esta editorial, que había sido fundada en la ciudad argentina

por el uruguayo Constancio C. Vigil, se convirtió en un importante espacio laboral para

los exiliados españoles en ese país sudamericano. Entre otros, trabajaron allí Antonio

Sánchez Barbudo, Francisco Ayala, Clemente Cimorra y Arturo Serrano Plaja. Jaime

Espinar colaboró en la Colección de Oro, inaugurada por Rafael Dieste, que estaba

destinada a un público infantil y juvenil. Preparó para esta colección varios artículos, tales

como México (1944), El Romanticismo (1947) y Marie Curie: su vida y su obra (1944 y

1960). Regresó a Madrid en 1950, ciudad en la que falleció, si bien sus cenizas fueron

trasladadas a su localidad natal de El Espinar55.

En cuanto a Argelès-Sur-Mer, es preciso destacar que la única edición hasta ahora

conocida es la de 1940, hecho que subraya la débil acogida con la que contó en su

momento. En cuanto al momento de escritura, el mismo autor ha ofrecido pistas para

conocer el origen del manuscrito. En 1948, Mariano Gómez Fernández –nuevamente bajo

el pseudónimo de Jaime Espinar– declaró en la revista Espiral que “mi ‘Cuaderno de

Ejercicios’ nació en un ‘campo’ de concentración” (Espinar, 1948: 9). Según su propia

versión, fue durante el internamiento cuando tomó notas variadas, no sólo sobre la vida en

los campos, sino sobre otros temas de índole política y literaria. Ese cuaderno,

conformado por notas independientes, se convirtió en el semillero de lo que luego serían

sus colaboraciones en revistas y la publicación de Argelès-Sur-Mer. Cabe destacar que las

huellas de aquel cuaderno quedaron inscriptas en el testimonio, ya que también éste

presenta signos evidentes de fragmentariedad en su estructura interna.

Al menos dos reseñas de este libro aparecieron en revistas culturales de la época.

Una de ellas fue la Revista Nacional de Cultura de Venezuela, y la otra, la Revista de las

Indias de Colombia, en la cual intervinieron muchos de los intelectuales españoles

exiliados en Colombia, que también formaban parte de la Escuela Normal y de la Casa de

                                                            55 Los datos biográficos han sido mayormente extraídos de: “Gómez Fernández, Mariano (1903-1984)”, de José Ramón López García, publicado en Diccionario bio-bibliográfico del exilio español (en prensa)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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España. Esto, sumado a su participación en la editorial Atlántida, indica que Mariano

Gómez Fernández mantuvo cierto contacto con el colectivo de republicanos que se

encontraba en el exilio. En la Revista Nacional de Cultura, Vicente Gerbasi se refiere al

autor de Argelès… como uno de los representantes del colectivo de republicanos que

fueron expulsados de España y subraya el acto performativo de su testimonio. A través de

textos como éste, dice el reseñista, los testigos “fortificaban su conciencia de españoles en

la que iba implícita el profundo deber de salvar a España” (Gerbasi, 1940: 146). La

escritura supone, entonces, una intervención directa y útil para ejercer una acción de

denuncia en la sociedad, lo cual se convierte en la fortaleza más evidente del testimonio.

3.1.2. Hacia un análisis de Argelès-Sur-Mer: las estrategias narrativas y el “yo

testimonial”

La anécdota que relata Argelès-Sur-Mer abarca desde el camino del éxodo a

Francia, hasta el encierro en el campo de concentración de Argelès, luego de sendas

estadías en un campo de Perpignan y también en Saint-Cyprien. El narrador se detiene en

el tratamiento de temas que son recurrentes en la narrativa testimonial de los campos

franceses, tales como la violencia de los soldados franceses, la vigilancia de los

senegaleses, las repercusiones de la llegada de los españoles en los pueblos del sur galo,

los personajes del éxodo, la instalación de los campos y la vida de los españoles en ellos,

entre otros. En cuanto a ésta última, el relato incorpora la descripción de la organización

de los campos y también de las condiciones precarias en materia de instalaciones

sanitarias, alimentación, etc.

Aunque la primera página indica que el relato está a cargo del narrador testigo,

también desde el inicio de la lectura se advierte su dificultad para articular el discurso

alrededor de la primera persona singular, lo cual se visibiliza justamente por la casi

completa inexistencia del “yo” en la superficie del texto. Esta situación paradójica

permite una doble interpretación: puede entenderse como una dificultad del sujeto para

hacer girar la anécdota en torno a sí mismo, debido al escaso distanciamiento temporal de

la vivencia, o bien, tal vez, como una estrategia consciente que el testigo desarrolla para

lograr sus propósitos narrativos. De las ciento veintiún páginas que posee el texto, sólo en

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Por los caminos de la palabra 

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un par de oportunidades aparece explícitamente la primera persona singular, que además

parecen descuidos del narrador. Uno de ellos se comete en el relato de la huida a Francia:

“Formamos la columna. El compañero de mi izquierda miraba con insistencia la

ametralladora enfundada, de que era portador el guardia cercano” (Espinar, 1940: 60).

Este texto es uno de los que da origen, según la línea temporal que traza este

estudio, a la voz testimonial de los campos, inscripta en un modelo periodístico cuya

intención es, bajo la forma de un reportaje o una crónica, informar y denunciar la opresión

sufrida por los españoles en 1939. La proyección periodística del relato se manifiesta en

la aparición de un personaje, el “repórter”, que constituye un desdoblamiento del

narrador. A través de éste, el testigo describe su trabajo y evidencia su motivación de

testimoniar: “El reportero de vocación nunca puede dejar de serlo… Protagonista de la

emigración y, sin embargo, espectador. Se veía, dentro de aquel gran río humano,

insignificante e innominado” (Espinar, 1940: 11). A través de esta figura, con la que

guarda una ilusoria distancia, el testigo se describe a sí mismo como uno más de los miles

de ciudadanos que atravesaron los Pirineos. Este personaje reaparece varias veces en el

relato y se encarga de entrevistar a otros testigos en idéntica situación, convirtiéndose en

uno de los artificios –“efectos de realidad”– empleados por él para alejarse de la

experiencia personal. La tercera persona le permite imprimir cierto grado de objetividad

con respecto de lo narrado. Si Émile Benveniste plantea que el dominio de la tercera

persona son aquellos “enunciados de discurso que, a despecho de su naturaleza

individual, escapan a la condición de persona, o sea que no remiten a ellos mismos, sino a

una situación objetiva” (Benveniste, 1974: 176), la construcción de este “repórter”

parecería responder a ese mandato de objetividad.

El “repórter” como estrategia discursiva no es originalidad de Argelès-Sur-Mer,

puesto que ya había aparecido anteriormente en algunos artículos publicados por el autor

en la revista Umbral, así como también en Noviembre en Madrid (1938). En éste último,

el narrador ya había definido su rol a través de ese personaje: “cuando se produjo la

catástrofe en el frente del Tajo, y las mesnadas fascistas amenazaban sobre Madrid, el

repórter elaboró una metáfora y, de su significado, extrajo confianza” (Espinar, 1938: 7).

Al igual que en Argelès…, el testigo desaparece como protagonista individualizado de la

acción, desviste el relato de su presencia y efectúa en él un perceptible estado de

despersonalización, logrando alejarse sustantivamente de la experiencia narrada.

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Así como la creación del mencionado personaje, el autor desarrolla otros

procedimientos para desaparecer del texto en su carácter de sujeto protagonista. Uno de

ellos, quizás el más evidente, es la utilización de un pseudónimo, Jaime Espinar, con el

que logra ocultar su verdadera identidad detrás de la evidente referencia a su ciudad natal.

Al mismo tiempo, el anonimato podría sugerir la posibilidad de que su nombre no sólo lo

identifique a él mismo como testigo, sino que también represente a todos los compatriotas

republicanos con los que se vio expulsado del territorio. Extendiendo los límites de este

texto, Jaime Espinar continuó acompañando a Mariano Gómez Fernández en el exilio.

Tanto en la Revista Nacional de Cultura, como en Espiral, el autor hace constar en los

títulos de sus colaboraciones que se trata de fragmentos del mencionado ‘cuaderno’ –

escrito por Jaime Espinar–, aunque tales ‘ejercicios’ hayan trascendido también las

limitaciones de las alambradas, pues el autor se refiere a otros espacios del exilio en

Latinoamérica. En resumen, la creación de ambos personajes, el “repórter” y “Jaime

Espinar”, son recursos que intervienen en los diversos discursos que aborda el autor y, en

Argelès-Sur-Mer especialmente, contribuyen a descargar sus textos de cualquier elemento

subjetivo, en favor de lograr la mayor autenticidad y veracidad posible.

No es éste el único camino que el narrador emprende para disimularse en su

testimonio. Otra de las estrategias a través de la cual evade el uso del “yo” es su inclusión

en un colectivo, a través del uso continuo de la primera persona del plural. Ya se ha

observado que este recurso responde a la intención de representar esa “comunidad

imaginada” que es la España del exilio en los campos. Pero el uso concreto del

pronombre “nosotros” se reviste en el relato de significaciones variadas, que es necesario

destacar a fin de comprender su valor discursivo

El uso del pronombre personal en plural no puede adscribirse en todos los casos al

mismo referente, ya que no se construye como una posición enunciativa estable ni

monolítica. La variedad de referentes permite abrir un abanico de reflexiones acerca de

los sentidos que se despiertan en el texto. A veces, representa a todos los españoles

exiliados, adscribiendo a la idea de grupo de pertenencia o “comunidad” antes planteada.

Por ejemplo, en las escenas de la retirada:

Y otra vez en marcha la Columna de nuestro genio español. Hombres, mujeres, niños,

jóvenes y viejos, bajo la lluvia, azotados por vientos adversos. Es la chispa, la chispa. La

chispa, que se salva para gloria de una España futura y liberada de injusticia social

(Espinar, 1940: 10).

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Frases que, semejantes a ésta, se intercalan en el testimonio otorgan a la

experiencia del exilio una dimensión épica, según la cual los españoles del exilio, entre

los cuales el mismo narrador se cuenta, encarnan la futura salvación del país. Este tipo de

valoraciones que comienzan a gestarse se transformará en un tópico de los testimonios de

los campos, según el cual la experiencia particular del sujeto individual se entiende como

una experiencia ejemplar que los hace únicos56.

En otras oportunidades, el “nosotros” no se refiere a todo el colectivo, sino que

sustituye a un grupo definido de exiliados, incluido el “repórter”, y lo utiliza para narrar

anécdotas específicas: “Nos contamos cinco españoles en el autobús de Perpignan.

Segunda mañana de febrero. Dos muchachos alegres, que se decían artistas o técnicos

cinematográficos, un joven matrimonio y el repórter” (Espinar, 1940: 29). A la

colectividad con la que comparte el exilio se le suma él mismo como integrante, aunque

sin personalizar el relato. Este modo de referirse a sí mismo provoca que el narrador,

testigo y responsable del relato, quede al descubierto, como así también el artificio de

desdoblamiento.

Otro uso del pronombre “nosotros” es el plural de cortesía. A lo largo del relato, el

narrador expresa sensaciones, pensamientos o sentimientos, que aunque son personales,

se vuelcan al discurso en plural. Dado que tal contenido pertenece a un ámbito íntimo y

privado del testigo, es decir, no compartible con el resto del grupo, es evidente que el uso

de este pronombre sólo responde a un acto de ocultamiento forzado del “yo”:

                                                            56 La noción del testigo como sujeto excepcional se cuela en otros relatos de escritores exiliados que también atravesaron la experiencia. Por ejemplo, en Memorabilia (1975), de Juan Gil-Albert, un relato autobiográfico en que el poeta recuerda sus vivencias y la de los amigos y escritores de su generación, así como también su paso por los campos, a donde recaló junto a Ramón Gaya, Arturo Serrano Plaja, Antonio Sánchez Barbudo y Rafael Dieste, sus compañeros de Hora de España. Recorre el autor la experiencia particular vivida junto a dichos escritores, primero en el Madrid de finales de principios de los treinta, y luego en su casa de Valencia, donde recibía a muchos de ellos una vez desencadenada la contienda y durante el tiempo en que esta ciudad fue la capital de la República. Recuerda muy especialmente unas palabras de Arturo Serrano Plaja, mientras estaban en el campo de Saint-Cyprien, que denotan esta característica del internado: “Esto nos ha sellado; siempre seremos unos parias” (Gil- Albert, 1975: 267). Esta idea de excepcionalidad se completa en este relato con la vinculación del sujeto individual a un grupo de pertenencia. Comenta el narrador que, frente a la posibilidad de salir del campo, propuesta por un enviado de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, expresó que “no podía salir si no lo hacía con mi grupo” (Gil-Albert, 1975: 271).

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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Una nube, plena de magia, se paseaba en las inmensidades del cielo. Lentamente,

lentamente, limpia que te limpia sus cristales en luces de milagro. No sabemos por qué

se nos vino al recuerdo el discurso improvisado de aquel buen muchacho, su invitación a

vivir. En fin, pensábamos en estas cosas, cuando… (Espinar, 1940: 57)

El muestrario de usos del pronombre en plural ilustra la dificultad que el narrador

experimenta para hacer girar la anécdota alrededor de un “yo” que pueda hacerse cargo de

su protagonismo. La motivación principal, a mi juicio, es la búsqueda intencionada de

crear un efecto de objetividad en el relato, amparándose en la máxima que explicita la

nota del autor: el libro está “escrito dentro de la verdad ‘verdadera’”. Cualquier elemento

que amenace este principio debe ser amputado del discurso o reemplazado por giros

lingüístico que no lo dañen, aunque en ocasiones estos efectos de objetividad se cumplan

de manera forzada y artificial.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos invertidos por el narrador para borrarse o

disimularse de la superficie textual, no lo consigue completamente, pues el testimonio

hace evidente que una primera persona –el testigo y protagonista– controla el material

narrativo. Una de esas señales son las marcas que demuestran la modulación y

organización del relato. En la descripción del campo, por ejemplo, uno de los temas que

aborda es la caracterización de los internos, a los que clasifica según sus roles, su

comportamiento e interacción con los pares. Explica que “existían otros tipos genéricos:

los ‘dinámicos’ y los ‘estáticos’. Pero de ellos nos ocuparemos más adelante, que los

mejores ejemplares vino a encontrárselos el repórter en Argelès-Sur-Mer” (Espinar, 1940:

51). A través de frases como ésta, el narrador establece un orden personal en el relato y lo

organiza según su propia voluntad. Esto deja al descubierto su presencia y su autoridad en

el texto, a través de la manipulación de la anécdota y del uso de organizadores lógicos.

Aún así, la evasión de la primera persona y la dificultad de asignar un referente

estable a la voz de la enunciación provocan una falta de cohesión textual que se completa

con la existencia, a nivel estructural, de otros problemas de desarticulación. Uno de ellos

se ve, por ejemplo, en el paso de un capítulo a otro. Cada uno de los diecinueve apartados

en que se divide el texto funciona como un núcleo independiente de los otros. A pesar de

que se pueden reconstruir cronológicamente los núcleos narrativos de la experiencia de

los campos, no es fluida la vinculación entre uno y el siguiente, ya que más que capítulos

vinculados por una lógica de causa-consecuencia, parecen fragmentos montados uno al

lado del otro. Cada uno, a su vez, se refiere a una temática específica y particular –el

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Por los caminos de la palabra 

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éxodo, la vigilancia, la vida en el campo, etc.– que no se vincula secuencialmente con el

anterior.

El punto más crítico de esta yuxtaposición se concentra a partir del capítulo

dieciséis, titulado “Psicosis del campo (Fragmentos de un cuaderno de ejercicios)”. La

lógica más o menos cronológica seguida hasta el capítulo quince se resquebraja ante esta

especie de manuscrito que el narrador inserta en el relato, que no es otro que el ya

mencionado cuaderno:

Durante nuestra experiencia en diversos “campos de concentración”… fuimos

documentando este reportaje… ‘Psicosis del campo’ aparece como notas sueltas, en un

cuaderno de ejercicios que siempre nos acompañara en la emigración. Sin quitar ni

poner una sola coma, lo transcribimos (Espinar, 1940: 101)

Esta incorporación exigida de un texto escrito en el momento de los

acontecimientos y previo al relato principal habilita al narrador para efectuar comentarios

como el siguiente: “Hace un momento, cuando escribía estas notas, ha tenido lugar otro

suceso sangriento” (Espinar, 1940: 107). De este modo, el “yo testimonial” que, como

excepción, se manifiesta en primera persona singular, hace ingresar en el texto un nuevo

plano temporal, además del tiempo pasado, en el que los acontecimientos están narrados

en tiempo presente. Tal procedimiento, nunca antes utilizado en el relato, aumenta la

confusión de la lectura y, por lo tanto, abona la sensación de inestabilidad discursiva y de

falta de unidad textual. Sin embargo, imprime mayor tensión narrativa en la lectura,

puesto que el uso del tiempo presente favorece el sentido periodístico que el autor

adjudica a su testimonio, pues se trata de un reportaje hecho in situ, en simultaneidad con

los acontecimientos.

Cabe destacar que la irrupción o mención de este “otro” texto, fuente del anterior,

es un recurso que se puede observar en perspectiva histórica, ya que reaparece en muchos

relatos posteriores, transformándose así en un elemento típico de esta narrativa

testimonial. Los narradores apelan al tópico del “manuscrito encontrado” o del “cuaderno

de notas” tomadas in situ para plasmar su experiencia concentracionaria. Manuel Andújar

acuñó la expresión “las rodillas por pupitre” (Andújar, 1990: 8), en alusión a la actividad

escrituraria que practicaron muchos internados en los campos. A nivel grupal, las

publicaciones culturales editadas durante la reclusión son un síntoma evidente de la

necesidad de contar y de expresarse. De este modo, numerosos relatos publicados a

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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posteriori poseen como antecedente un texto escrito en los campos. No obstante, esto que

en autores como Max Aub resulta ser una estrategia literaria57 con una intención estética

determinada, en Argelès-Sur-Mer constituye un corte abrupto del relato y aumenta en la

lectura la sensación de estar frente a un texto fragmentado y desarticulado. En otras

palabras, la intrusión del texto base invita a pensar que el texto definitivo permanece

todavía en estado de construcción.

No obstante, esto no es óbice para valorar los posibles propósitos escondidos

detrás de la inclusión de este “manuscrito”. En atención al contenido y a su relación con

el sugerente título, se advierte que el texto describe especialmente algunas de las

situaciones más extremas vividas en los campos: la muerte de un niño a causa de la

explosión de una granada, el asesinato de un hombre en la playa, las tensiones entre los

refugiados y la desesperación por escapar. Estas estampas del horror más agudo no han

sido reelaboradas en una escritura posterior, sino que, por el contrario, se han plasmado

directamente en el texto, sin la intermediación de la reescritura. Ya sea en pos de una

mayor efectividad retórica, o tal vez un síntoma de la imposibilidad del testigo de

reescribir estas vivencias traumáticas, lo cierto es que su inclusión colabora

decisivamente con el quiebre de la unidad narrativa, al tiempo que cumple con el

propósito de construir un relato capaz de calcar con fidelidad los acontecimientos reales.

La desarticulación del relato también se percibe en el desarrollo de otros

procedimientos, tales como la reproducción de diálogos entre los internos y entre éstos y

el “repórter”. En relación con la forma del “reportaje”, atribuida por el editor al texto de

Espinar, Martín Vivaldi señala que “el autor del reportaje debe quedar siempre en

segundo plano. Lo que importa son los hechos que se narran o las cosas o personas que se

describen” (Martín Vivaldi, 1987: 84). En el texto, la funcionalidad del diálogo está sujeta

a esta particularidad, puesto que el narrador genera en el discurso el espacio ideal para

volcar un mosaico de personajes que interactúan entre sí y entre los cuales el testigo se

mantiene como observador. Los personajes convocados por el narrador pocas veces se

sostienen en el relato y generalmente no están identificados, ya que no son importantes

                                                            57 Bernard Sicot ha observado en el topos del manuscrito encontrado, presente en numerosas obras testimoniales de los campos –tales como Diari d’un refugiat catalá (1943), de Roc D’Almenara; Diario de Djelfa (1944), de Max Aub; La ciudad de madera (1947) de Agustí Cabruja-Auguet; o Memorias de un español en el exilio (1968), de Nemesio Raposo, entre otros– un rasgo de literariedad que, además de contribuir en la construcción del testimonio, encuentra ecos en el modelo cervantino (Sicot, 2010b: 136)

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Por los caminos de la palabra 

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como individualidades o como personajes activos, sino como sujetos genéricos que

habitan el espacio del campo. Este parece ser uno de los objetivos del relato, es decir,

configurar el escenario de tipos que pueblan el campo, entre los que se encuentran

algunos como los “chivatos”, “dubitativos”, “dinámicos”, “estáticos”, entre otros. Cada

uno de ellos presenta rasgos particulares, de acuerdo al rol que cumplen dentro del

espacio concentracionario.

Se ha apuntado que el uso del diálogo o, en otras palabras, la “escenificación” del

relato, funcionan en la diégesis como “efectos de realidad”, cuyo propósito es inocular en

el texto una alta dosis de realismo. Sin embargo, el abuso de este procedimiento, a fuerza

de pretender aumentar la veracidad y autenticidad de lo narrado, peca de artificioso. De

ahí que no sea casual que la nota del editor describa este testimonio como perteneciente al

“periodismo literario”. Por eso, aunque a simple vista la presencia individual del testigo

parezca quedar relegada a un segundo plano, este desplazamiento puede ser entendido

también como una estrategia discursiva exigida, pues el “yo” –sus elecciones narrativas y

estratégicas– sobresale por los huecos que sus propios mecanismos dejan al descubierto.

De acuerdo con esta suposición, es posible identificar otras funciones en el uso de

diálogos, que responden a procedimientos narrativos literarios, como por ejemplo, el

siguiente, en el que la voz de los guardias del campo se vuelca en una aliteración:

Los gendarmes fueron apareciendo y, con ellos, los primeros imperativos:

- Allez, Allez!! ¡¡Allez!! ¡¡Allez!!

Ya no hubo júbilo:

- Allez, Allez!

Ya no hubo confianza:

- Allez, Allez!

Ya no hubo compensación:

- Allez, Allez!

Y desde aquel momento, muchos, muchos que presentían el “campo”, hubieran

preferido la muerte en España (Espinar, 1940: 21)

Diálogos como éste provocan un crecimiento en la tensión del relato y, por

consiguiente, un positivo aumento del dramatismo que ni el discurso indirecto ni el

testimonio del testigo podrían conseguir. Estas escenas se convierten en una de las

decisiones que con mayor frecuencia adopta el narrador de Argelès…, y que reaparece en

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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otros testimonios contemporáneos. Como éstos, Argelès-Sur-Mer es uno de los textos que

dan origen a la cadena testimonial de los campos franceses y representa a aquellos

testigos que se embarcaron en la escritura asumiendo los riesgos que presenta esta tarea

cuando el tiempo que media entre los acontecimientos y el presente de la enunciación es,

quizás, demasiado escaso.

3.2. Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia (1941),

de Manuel García Gerpe: una voz más en los albores de la cadena testimonial

3.2.1. Vida política e intelectual de Manuel García Gerpe: notas sobre el contexto de

publicación y recepción de su testimonio

Alambradas. Mis nueves meses por los campos de concentración de Francia fue

publicado en 1941 por la editorial Celta de Buenos Aires. El autor, Manuel García Gerpe,

nació en Órdenes, La Coruña, en 1908 y estudió la carrera de Derecho en la Universidad

de Santiago de Compostela. Su carrera en Leyes se complementó con la actividad

política. Ocupó una plaza de inspector de Trabajo en la Delegación de la Coruña y militó

en Acción Republicana y en Izquierda Republicana. A comienzos de 1936 fue

incorporado al cuerpo jurídico militar en Madrid. Entre 1934 y 1937, publicó textos sobre

política social, sindicalismo y economía, entre los cuales se encuentran: Política social

(1934), Los sistemas sociales (1937), La economía dirigida (1937). Para completar el

esbozo de su carrera profesional, es de destacar que fue secretario de propaganda de

Izquierda Republicana y dictó un curso de Sociología en la cátedra de Política Nacional

en el Ateneo.

Luego de finalizada la Guerra Civil, se vio obligado a abandonar el territorio

nacional y, según cuenta su propio testimonio, estuvo confinado durante nueve meses en

Septfonds, uno de los campos de concentración del sur de Francia. En 1940 logró salir al

exilio y desembarcó en Argentina, luego de una estadía en Santo Domingo. En el país

sudamericano restableció su trabajo político e intelectual, ya que publicó artículos en

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Por los caminos de la palabra 

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España Republicana y en Galicia, órgano de la Federación de Sociedades Gallegas58. En

ambas revistas aportó sus reflexiones acerca del gobierno republicano, de la situación

política y social en la España franquista y también sobre la condición de los republicanos

en el exilio. En la capital argentina fundó y dirigió el semanario El Republicano Gallego,

presidió el Centro Republicano Federal Gallego y el Ateneo Curros Enríquez. Falleció en

Buenos Aires, el 4 de julio de 1947. García Gerpe fue uno de los protagonistas del exilio

gallego en Argentina y también uno de los representantes del genuino galleguismo

republicano59.

A pesar de su rol destacado en la escena pública del exilio republicano en Buenos

Aires, Alambradas… no contó con una amplia difusión, tal como lo prueba la ausencia de

reseñas o comentarios en publicaciones contemporáneas, e incluso la falta de un prólogo

o una nota preliminar en el volumen. Tampoco se han registrado ediciones posteriores.

Sin embargo, el texto da continuidad a las acciones con las que el autor se comprometió

en el país de acogida, que se traslucen en la nota preliminar:

Me mueve e impulsa tan solo el dolor de mis compatriotas; que por ser de ellos es mío.

Más de 150.000 refugiados españoles, que llevan dos años largos de cautiverio entre

alambradas, continúan hoy, presos de este dolor, flotando en toda clase de

enfermedades… Es el egoísmo universal que quiere destruirlos en el siniestro

dramatismo de las alambradas (García Gerpe, 1941: 5)

En este comentario, fechado simbólicamente el 14 de abril de 1941, García Gerpe

declara el propósito que se plantea en la escritura. La utilización del tiempo presente

denota la actualidad de los hechos a los que se está refiriendo y subraya las dos funciones

de la crónica periodística que se hacen evidentes en esta declaración de intenciones:

informar sobre la existencia de los campos de concentración, experiencia de la que él

mismo fue testigo, y denunciar, criticar e impugnar a los responsables de tal injusticia, así

como también los intereses políticos de las instituciones del exilio que ralentizaron las

                                                            58 Entre sus colaboraciones, se pueden destacar: “La configuración constitucional de la post-guerra a través del profesor Posada” (1944) y “Un sociólogo asturiano: conferencia pronunciada el 21 de agosto de 1946” (1947).

59 Los datos biográficos fueron extraídos de El exilio gallego de la Guerra Civil, de Carlos Fernández Santander (2002)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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soluciones a los damnificados60. En la nota mencionada, el autor expresa en letra negrita

un mandato moral que, él sentía, le había sido encomendado una vez exiliado: “Si algún

día llegas a América procura hacer algo para que aquellas gentes se enteren de cómo sufre

un pueblo que sabe morir por sus ideales” (García Gerpe, 1941: 5). Este tono de denuncia

se sostiene durante toda la lectura y la apelación al lector hispanoamericano se hace

presente desde el principio. Se trata, entonces, de una “crónica” de los acontecimientos,

pero con un alto contenido valorativo, pues el narrador ejerce una potente crítica, no sólo

al franquismo por ser el causante principal del drama de los republicanos en los campos,

también al gobierno francés que hizo las gestiones para recibirlos en su territorio y a las

instituciones republicanas que organizaron las evacuaciones (el Servicio de Evacuación

de Republicanos Españoles y la Junta de Auxilio a los refugiados Españoles).

3.2.2. Hacia un análisis de Alambradas… de Manuel García Gerpe: un collage de formas

en busca de la “verdad” de los campos.

Este libro ha sido seleccionado para su análisis porque ofrece numerosas

características representativas de esta primera etapa del testimonio de los campos, en

cuanto permite comprender el comportamiento del “yo testimonial” como elemento

articulador y unificador del relato. Al mismo tiempo, presenta elementos novedosos con

respecto a Argelès-Sur-Mer, por lo que favorece la ampliación del panorama de

problemáticas planteadas en este capítulo.

Una mirada al índice del volumen muestra que está dividido en dos partes:

“Preliminar” y “Tragicomedia”. La primera, que funciona como una especie de prólogo,

contextualiza el drama de los españoles en los campos y relata la experiencia personal del

testigo desde la salida de España hasta la llegada a un centro de acogida, sito en Saint-

Laurent de Cerdans, y el posterior ingreso y permanencia en el campo de Septfonds. La

segunda, tal como anuncia su título, pretende, en clave teatral, relatar las vivencias de un

grupo de refugiados en este último campo. Esta partición que en el índice parece definida                                                             60 “Hoy que Francia está en manos de quienes la vendieron a la voraz rapiña del hitlerismo y borraron del sagrario triangular de sus viejos principios el lema ‘fraternité’, un gesto de interrogante inquieto se adueña de nosotros: ¿qué suerte correrán esas centenas de millares de refugiados que pululan por los ‘Campos’ (sic) de Francia? (García Gerpe, 1941: 191)

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Por los caminos de la palabra 

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y organizada, plantea problemas que afectan directamente a las estrategias de

representación de la vivencia.

La impresión que queda en el lector al finalizar la lectura de este texto merece

algunos comentarios. Por un lado, se percibe la vehemente y sostenida intención de

denuncia que el narrador plasma en todas sus intervenciones, lo cual es una de las

fortalezas del texto dado que aporta argumentos de gran peso para entender los problemas

que rodearon a quienes recalaron en los campos. Aunque el texto fue publicado tan sólo

un año después de los acontecimientos, el narrador demuestra estar muy bien

documentado, por lo que este volumen seguramente constituyó una buena fuente de

información para esos lectores contemporáneos. Pero, por el otro lado, la variedad y

confusión de formas discursivas que se reúnen en el texto alimentan la sensación de estar

en presencia de un collage de géneros y formas heterogéneas y ciertamente inconexas.

Sin aviso previo, el narrador pasa de una forma discursiva a otra de manera aleatoria y

desordenada, como si el texto estuviera en una fase de preparación y no en su versión

definitiva.

Un breve repaso de esa lectura se puede resumir de la siguiente manera. El primer

capítulo comienza con el relato de la llegada de los españoles a Francia. Se trata de un

discurso de tipo narrativo que concentra gran fuerza testimonial, por la vinculación del

sujeto en el relato y por la cantidad de datos ofrecidos. Éste continúa más o menos

estable, aunque sólo hasta el segundo capítulo, en el que irrumpe el discurso periodístico,

a través de la transcripción, comentario, explicación y glosa de noticias de la época

aparecidas en periódicos franceses, tales como L’Indépendant o en La Dépêche, utilizadas

por el narrador para apoyar y comprobar su propio relato (García Gerpe, 1941: 19-21). La

segunda parte, titulada “Tragicomedia”, añade el lenguaje teatral a la multiplicidad de

formas que conforman el texto, ya que aparecen elementos del género dramático, tales

como el diálogo entre personajes y alguna que otra acotación entre paréntesis. La

multiplicidad de formas se completa en esta segunda parte, por un lado, con la

manifestación del discurso epistolar, ya que el narrador intercala cartas dirigidas a él y

otras escritas por él; y por el otro, con la inclusión de un discurso de tipo jurídico, a través

de algunos fragmentos de la Ley de Responsabilidades Políticas que se extienden desde la

página 136 a la 144. El texto se convierte en un espacio permeable y flexible en el que el

narrador echa mano a diversos géneros para representar la experiencia.

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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Este collage de discursos que participan de Alambradas… dispara la pregunta

acerca de cuáles son las estrategias discursivas que el narrador pone en marcha para

contar sus vivencias y qué resultados obtiene. En Alambradas…, como en Argelès-Sur-

Mer, se vuelve a plantear la discusión sobre la lengua y su capacidad de representar la

experiencia “fidedignamente”. El sujeto atribuye a su relato un potencial práctico y

transformador, pues pretende intervenir directamente en el espacio receptor. Es por esto

que todos los esfuerzos del narrador están dirigidos siempre hacia ese mismo lugar: contar

la realidad y denunciarla. Quizás ésta sea la clave para comprender que las múltiples

formas que adquiere el relato son un síntoma de esa pretensión de representar lo más

fielmente la realidad de los acontecimientos. El narrador es el primero en desconfiar de su

propio testimonio, sesgado por la subjetividad y la individualidad, como vía válida para

acceder a ese discurso veraz. Por lo tanto, decide desplegar una serie de recursos cuyo fin

último es generar la “impresión de verdad”. El desarrollo de tales procedimientos implica

convocar otros modelos de representación que exceden la narración testimonial, ya sea el

discurso periodístico, el dramático, el epistolar o el jurídico. Esta invasión de formas da

como resultado una amenaza a la unidad y homogeneidad del discurso, en tanto el relato

se convierte en un espacio inestable, flexible y permeable. Por otro lado, es en esta línea

en que se deben identificar e interpretar las dificultades estratégicas que sobrelleva el “yo

testimonial” para estabilizarse en el relato y apropiarse de la anécdota.

Para calibrar el recorrido por las formas que constituyen la heterogeneidad del

relato es preciso detenerse en cada uno de los elementos que conforman este collage e

interpretar cómo funcionan en el cuerpo del texto, de qué manera se vinculan entre sí y

cómo se instala el “yo” en cada una de ellas.

El primer capítulo se abre con la voz de un “nosotros” que da detalles sobre el

éxodo: “Estamos ascendiendo por los propios Pirineos…” (García Gerpe, 1941: 7). Ese

“nosotros” representa la experiencia colectiva de miles de ciudadanos españoles, más el

narrador del relato, y se mantiene constante a lo largo del mismo, identificado como

“nuestra división” (García Gerpe, 1941: 7) y como “aquellos cinco mil hombres que

descendíamos del Pirineo…” (García Gerpe, 1941: 9). El desplazamiento de la

enunciación hacia el pronombre plural es una constante en estos testimonios, dado que

prima la intención de representar no sólo la experiencia personal, sino también la del

grupo de filiación con el cual el narrador se identifica. En estas manifestaciones de la

década del cuarenta, como se ha visto previamente, ese “nosotros” suele tener referentes

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Por los caminos de la palabra 

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difusos y cambiantes que concuerdan con una aparente dificultad experimentada por el

sujeto de la enunciación para circunscribir ese grupo de pertenencia.

Un elemento que se destaca en la narración es la alternancia verbal entre el pasado

y el presente. Si bien en el inicio el narrador elige este último, lo cierto es que no se

sostiene a lo largo del relato. Una de las razones es la dificultad del testigo para ubicar su

vivencia reciente y traumática en un pasado acabado, y los consecuentes obstáculos que

genera su traducción al lenguaje verbal. El mismo narrador lo hace explícito hacia el final

del relato, cuando se refiere a su llegada a América: “Aunque físicamente liberado, no me

considero libre. Continúo preso de esa pesadilla” (García Gerpe, 1941: 190). No obstante,

el uso del presente también está conectado con la mirada periodística que el testigo vuelca

en su producción. Las primeras tres líneas ofrecen una pista: “Once de febrero de 1939.

Días grises de España. Presagio de mayores males y grandes miserias. Estamos

ascendiendo por los propios Pirineos…” (García Gerpe, 1941: 7). A modo de reportaje

cinematográfico, el narrador ubica al lector en el tiempo y en el espacio presente desde el

que el testigo-reportero cuenta. Aunque el momento de la escritura está fechado

posteriormente, el narrador no abandona la perspectiva periodística, lo cual constituye un

notable “efecto de realidad”.

Retomando la descripción y el comportamiento de la voz narradora, se observa, a

diferencia de Argelès…, que la primera persona del singular –testigo protagonista de los

hechos y responsable última de la enunciación– aparece con mayor frecuencia en la

superficie textual. En este caso, ocurre recién en el final del primer capítulo y lo hace para

ejercer un juicio de valor: “No creo que haya pueblo en el orbe que sufriera tanto

vejamen, afrenta y humillación, como soportó el pueblo español por tierras de Francia”

(García Gerpe, 1941: 16). El “nosotros” de la experiencia se convierte en un “yo” que se

hace cargo de sus propios juicios de valor. Es el “yo” el que verbaliza la crítica,

proponiendo el testimonio como un espacio textual de reivindicación y acusaciones. Éste

es otro de los elementos frecuentes registrados en todas las obras que conforman la

cadena de testimonios de los campos, aunque en diferentes momentos de la historia se

reviste de particulares sentidos. En esta etapa, la cercanía entre el momento de la

escritura, la publicación y los hechos que está contando subraya la potencia pragmática y

performativa de la denuncia, por lo cual efectuarla en singular imprime en el discurso una

gran fuerza retórica.

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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En el tercer capítulo la función testimonial se sostiene hasta la irrupción del

discurso periodístico. El narrador introduce en el cuerpo del relato una noticia periodística

del siguiente modo:

Leyendo ‘L’Independent’, portavoz de la reacción de la Francia meridional, de gran

difusión por aquellas regiones, destacamos una crónica alusiva al campo establecido en

las inmediaciones del pueblecito de Le Boulou… y que quiero transcribir en su lengua

originaria (García Gerpe, 1941: 19)

A continuación, incluye una nota del periódico que desmiente y niega la verdadera

situación en la que se encuentran los internados. El artículo abunda en descripciones,

ciertamente falsas, de las buenas condiciones materiales y sanitarias. Ante la evidente

contradicción entre su versión y la de la prensa francesa, el narrador acota que “la lectura

de la crónica transcrita, produciría cierta hilaridad, si no pensásemos en que esa triste

vida, de la que fui cautivo por espacio de nueve meses, la soportan aún millares de

exilados” (García Gerpe, 1941: 21). A través de la inclusión de este documento, logra dos

cometidos: por un lado, desmentir la versión de la prensa francesa confirmando la suya

desde su posición de testigo; y por otro, denunciar los manejos que supo hacer cierto

sector de dicha prensa para disfrazar y solapar el drama de los españoles.

Otro significado que se desprende de esta intrusión del discurso periodístico es

que la primera persona singular, con toda su carga de subjetividad e individualidad,

retrocede ante la auto-imposición del narrador de construir un relato “real” y “verdadero”.

Éste es el primer síntoma de la desconfianza que el “yo testimonial” manifiesta de su

propio relato como representación fidedigna de la realidad. Durante los siguientes tres

capítulos, el discurso periodístico reaparece insistentemente de manera similar: el

narrador cita fragmentos de noticias, aunque sin referencias bibliográficas estrictas, y los

glosa, los explica, los coloca en paralelo con su propia voz, hasta incorporarlos en su

propio discurso. Ésta es una prueba más de que el narrador sospecha del relato personal y

subjetivo, al tiempo que deposita su seguridad en un modelo de representación que acuse

mayor distancia entre su subjetividad y el texto61. Este mecanismo le sirve, además, para

                                                            61 En estos capítulos sobran fragmentos como el siguiente, en el cual se intercala la noticia periodística y la voz del propio narrador: “Nada puede haber que más esté en desacuerdo con la realidad: aquello aparecía dibujado como una ‘Arcadia feliz’… la ‘buena organización de la vida y de los servicios’ podía deducirse de la ‘satisfacción bien visible de los refugiados’… Y lo irónico afluye cuando

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Por los caminos de la palabra 

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contextualizar históricamente el drama del exilio, ya que explica la posición de Francia,

así como las manipulaciones políticas para instalar los campos de concentración que

recibieron a los refugiados.

El sexto capítulo da un giro inesperado con el siguiente comienzo: “El

decaimiento moral y físico de que fue presa mi espíritu y mi cuerpo era grande… En tal

situación decidí recurriendo a un esfuerzo imaginativo, urdir una estratagema para

remontar aquellas dificultades” (García Gerpe, 1941: 33). A partir de aquí se dedica a

relatar un intento de fuga a través del cual logró establecerse por un corto período de

tiempo en la casa de una familia de pasteleros franceses, aunque aquello duró poco

porque la gendarmería francesa lo capturó y lo devolvió a los campos. La primera persona

vuelve a emerger con toda la potencia de su subjetividad; el relato autobiográfico gana la

escena. El texto vuelve a posicionarse en la primera persona singular y entonces la

anécdota se aglutina en torno al testigo. El “yo” concentra el discurso en torno a sí

mismo.

En este punto del relato es importante destacar que, al mismo tiempo que se

reinserta el “yo” en el discurso, aparece una temática novedosa en el testimonio: la

mención a las consecuencias de la internación que se manifestaban en el cuerpo. Por

primera vez el “yo testimonial” aborda el tema del dolor, de la enfermedad y del

cansancio físico. Además de ser el testigo de los campos, portavoz de la noticia de los

campos franceses y, por eso mismo, el agente de denuncia, el responsable de divulgar y

criticar las acciones de los responsables del sufrimiento de sus compatriotas, es también

un cuerpo físico al que le ocurren cosas que deben ser contadas. Una de las primeras

referencias al cuerpo ofrece algunas pistas de interpretación: “El decaimiento moral y

físico de que fue presa mi espíritu y mi cuerpo era grande… el organismo iba perdiendo

fuerzas por la insuficiencia de la alimentación; los más repugnantes insectos se asentaban

en nuestros cuerpos” (García Gerpe, 1941: 33). Sujeto político, pero también sujeto físico,

la conciencia de la dimensión corporal como parte del “yo testimonial” resulta una

novedad en este testimonio, ya que el modelo periodístico al que pertenecen estos textos

de los cuarenta no suele dar cabida al espacio íntimo de la corporalidad. Sin embargo, el

                                                                                                                                                                                  denominan salón de peluquería ‘de plein air’, ¡salón al aire libre!; y llega a sus límites, a los propios linderos del sarcasmo, al señalar la manera en que la falta de lavabos había sido resuelta por el celo del comando” (García Gerpe, 1941: 21)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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“yo” de Alambradas… sí lo abre y destina buena parte de su relato a esa dimensión

privada que aparecerá en testimonios posteriores con múltiples resultados.

El relato del cuerpo es significativo, dado que se cumple de acuerdo con los

procedimientos habituales que utiliza el narrador para desarrollar la anécdota, en

particular, la aparición y desaparición del “yo” en el relato. En primer lugar, el sujeto no

deja de equiparar, colocando en igual nivel de importancia, la dimensión física y la moral.

El internamiento afecta tanto al espíritu como al cuerpo, sin que uno sea más o menos

importante que el otro. No obstante, en segundo lugar, la alternancia entre posesivos y

determinantes indica cierta falta de identificación del sujeto con su cuerpo. Cuando se

refiere a “el organismo…” no queda claro si se trata solamente del propio o, en general,

del de cada uno de los internos. Y por último, el paso del singular al plural explicita que

la transformación, y el ocultamiento del “yo”, se han efectuado exitosamente. No se

refiere sólo a su propio cuerpo, sino también al de los compañeros, acentuando la

distancia de su individualidad con respecto a lo que está contando y privilegiando, al

mismo tiempo, la dimensión colectiva del relato. Estas tres posiciones se repiten en otras

descripciones que atañen a la dimensión física, lo cual señala las limitaciones y

dificultades del sujeto para escribir sobre su propio cuerpo, independiente del grupo al

que se refiere.

Alambradas… plantea varios puntos de reflexión en cuanto al problema de la

representación lingüística de la realidad, especialmente cuando se analiza el

comportamiento del “yo testimonial”. El más llamativo es la “escenificación” del

testimonio, es decir el desplazamiento de la narración hacia el discurso dramático, con las

modificaciones formales que tal transformación exige. Este procedimiento alcanza su cota

más alta en la segunda parte, titulada “En el departamento primero de la barraca 27

(tragicomedia)”, aunque ya se manifiesta en la primera. Según el índice, la primera parte,

“Preliminar”, funciona como prólogo del texto principal que se titula significativamente

“Tragicomedia” porque, acudiendo a elementos del género teatral, el autor diseña una

“obra de teatro” de tres actos que tienen lugar en el campo de Septfonds. Construye

además un dramatis personae bastante amplio que incluye, entre otros, a un “jefe”, a tres

“maestros” y a una serie de personajes de diversas regiones de España, los exiliados

refugiados en el campo. Entre esos personajes, también es posible identificar al mismo

autor en el personaje del “Maestro 2”, cuya identidad real, según la lista de actores, es

“García”.

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Por los caminos de la palabra 

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Antes del comienzo de esta segunda parte, el narrador ya ensaya este recurso en el

texto. En el tercer capítulo, todavía parte del “Preliminar”, convierte el relato en primera

persona en discurso directo:

Maestro francés: -Después de oírle hablar de esa manera, me atrevo a aconsejarle a la

‘pâtissière’ Mme. Julienne, que sea benevolente con Vd. Y le permita dormir en su casa.

- Mais j’aurais beacoup peur. (Mas yo tendré mucho miedo) –repuso la pâtissière.

- Donde sea, señora; lo que yo quiero es descansar, y bajo techo. Sólo deseo alejar este

horrible frío (García Gerpe, 1941: 39)

El narrador en primera persona se convierte en uno de los personajes involucrados

en el diálogo. Poco a poco, entonces, se va introduciendo en el relato el código teatral.

Otra marca de esta transición al discurso directo es la variación en el uso de tiempos

verbales. El pasado terminado de la narración testimonial en primera persona alterna con

el presente del género teatral, provocando la ilusión de que los acontecimientos ocurren

contemporáneamente a la escritura: “Le dije que yo nunca asesiné a nadie, ni robé, ni

incendié cosa alguna… Interrumpe nuestra conversación un anciano ‘Monsieur’ que

había entrado a comprar unos ‘gateaux’ (sic)” (García Gerpe, 1941: 35-36). Nuevamente,

la alternancia de los tiempos verbales genera un estado de creciente desarticulación e

inestabilidad textual.

Pero es en la segunda parte cuando la dramatización del relato alcanza su más

elevada expresión. Con la “tragicomedia”, el autor llega al punto climático de

desconfianza en el relato narrativo en primera persona, ya que transforma la estructura

externa del texto de relato narrativo a obra dramática, a través de la inclusión de

elementos teatrales, como el dramatis personae, los diálogos y algunas acotaciones entre

paréntesis. Evidentemente, el género teatral le ofrece una alternativa satisfactoria para

distanciarse como agente de la acción, objetivar el discurso y presentar la escena de los

acontecimientos sin su mediación. El desplazamiento del relato narrado en primera

persona hasta el texto dramático le permite al autor convertirse a sí mismo en un

personaje, el “Maestro 2º”, quien en la lista que encabeza la tragicomedia se identifica

con el nombre “García”. Este movimiento puede interpretarse como un “efecto de

realidad” que hace evidente el distanciamiento del testigo con respecto a lo que está

narrando y constata que el formato teatral le devuelve al autor la posibilidad de

representar eficazmente la experiencia del campo. Esta transformación de la narración

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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testimonial en la que el diálogo está mediado por un “yo” que vuelca el material narrativo

al discurso directo demuestra la confianza que el testigo deposita en el código teatral para

representar la realidad del campo. En cierto sentido, el narrador se ha desdoblado en un

personaje, al estilo del “repórter” creado por Jaime Espinar en Argelès-Sur-Mer.

Sin embargo, Manuel Aznar Soler ha analizado las limitaciones de Alambradas…

en cuanto a su inclusión en el género dramático y ha demostrado que el texto presenta una

“vaga forma dramática” (Aznar Soler, 2010: 348) ya que, en realidad, el narrador se sirve

del diálogo como forma dramática, pero “los materiales documentales invaden el espacio

textual para reforzar ese carácter testimonial de la primera persona narrativa” (Aznar

Soler, 2010: 348)62. Siguiendo esta pista, es necesario revisar las características de esta

“tragicomedia”. Si bien se ponen en marcha procedimientos teatrales, lo cierto es que la

forma dramática no se sostiene. En primer lugar, porque reaparece la narración en primera

persona, autobiográfica e individual, entremezclándose con la forma teatral:

Frasquito. (Dirigiéndose al gendarme). –Yo no tengo recipiente en que recogerlo.

El gendarme. –“Allí, Allí”, otro, otro…

Acondicionados, ya dentro de nuestra mansión, sobre los montículos de paja, sorbeamos

el exquisito café ‘nature’ (García Gerpe, 1941: 63)

Arbitrariamente y sin previo aviso, la primera persona invade el diálogo y vuelve a

hacerse cargo del discurso. Así, se suspende la función teatral y el “yo” se integra

nuevamente en el relato. Luego, otra vez, se reinstala el elemento dramático. Pero no por

mucho tiempo, pues la permeabilidad y flexibilidad del texto le permiten al narrador

incorporar en este mismo espacio otras formas. Una de ellas es el discurso epistolar, que

interrumpe la tensión dramática que había logrado con el diálogo63. Otra de esas

                                                            62 En su artículo “El campo de concentración francés como espacio escénico en la literatura dramática del exilio republicano español de 1939” (2010), Manuel Aznar Soler analiza los elementos teatrales que utiliza García Gerpe en su obra y demuestra sus limitaciones, hasta concluir en que “no podemos incluir En el departamento primero de la barraca 27 (tragicomedia) en la nómina de nuestra literatura dramática exiliada… se trata de un libro testimonial, de unas memorias, de una narración que se sirve parcial e insuficientemente de la forma dramática, porque el autor de este interesante relato carece por completo de virtudes escénicas” (Aznar Soler, 2010: 352)

63 “García Maestro 2º - Verás lo qué me cuenta (sic). La carta la titularé: Veinte francos por una zambra gitana …” Y a continuación transcribe el texto completo de la carta. El narrador reincide con otras epístolas en las páginas 84, 123, 151, 158, 162 y 165, por citar sólo algunas.

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Por los caminos de la palabra 

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interrupciones es la transcripción de fragmentos la “Ley de Responsabilidades Políticas”

que ocupa casi diez páginas. El discurso jurídico, entonces, acaba por destruir la débil

tensión dramática que generaba el diálogo. Por último, es interesante rescatar que en este

collage de géneros discursivos aparece también otra forma periodística, la entrevista:

Nos visita otro compañero de internamiento, muchacho joven, que ronda los veinte

años.

Delegado. -¿Pertenece usted a nuestro Partido?

-Sí señor. Ahí tiene mi carnet. Pertenezco a la agrupación de Mula

-¿Qué cargos desempeñó durante la guerra?

-Carabinero (García Gerpe, 1941: 91)

Estas preguntas, enunciadas en “tiempo real”, hechas directamente por el testigo a

otro refugiado de los campos, constituyen otro elemento para pensar que estos autores que

escriben en la década del cuarenta construyen sus discursos desde un paradigma

periodístico, cuya única intención es la representación “fidedigna” y “objetiva” de los

acontecimientos.

Estas observaciones concuerdan con la conclusión a la que llega Aznar Soler en

cuanto a la imposibilidad de incluir Alambradas… en el corpus de obras dramáticas del

exilio. No obstante, más allá de la clasificación genérica y de las valoraciones estéticas

que pudieran recaer sobre el estilo y las aptitudes del autor, es por demás atractivo el

aporte que hace esta obra a la reflexión acerca de cuáles son los caminos que elige el

autor de estos testimonios, el testigo de los campos, para plasmar por escrito su vivencia.

Por lo visto, el narrador se ve en la obligación de congregar en su discurso una variedad

de formas o géneros que le permitan ver en él la eficacia de la representación. El más

representativo es la voluntaria transformación del relato en una obra de teatro, pues la

presencia de personajes “reales” y la exposición directa de los sucesos, sin mediación de

una voz narradora, revelan la búsqueda de un modo de representación lo más fiable y

verídico posible. Sin embargo, contradictoriamente, este recurso de la “escenificación”

que se instaura en el cuerpo del relato recae en la artificialidad. Uno de los motivos es que

los personajes se comportan como prototipos de los campos más que como personajes

reales. De este modo, el recurso genera, más que un relato fiable o “verídico”, una

“impresión de realidad” que subvierte el objetivo principal del narrador.

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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Aún a pesar de las diversas transformaciones formales, en las últimas páginas el

testimonio abandona nuevamente la forma dramática y se reconcentra nuevamente en la

narración testimonial. El texto acaba de la misma manera que había comenzado: el

narrador se posiciona en el centro de su relato para contar su fuga del campo y la llegada

a París. Nuevamente alterna entre el pasado y el presente, en una narración que se

desarrolla de manera precipitada, entre huidas y persecuciones policiales. El mismo

narrador describe esos acontecimientos como escenas cinematográficas (García Gerpe,

1941: 186), como si se tratara de un film de acción. El testimonio se cierra con la llegada

a América, la esperanza de superar lo vivido y la confirmación de que “efectivamente,

existo” (García Gerpe, 1941: 191).

En definitiva, la contradicción que habita en el seno de cada una de las

manifestaciones testimoniales, entre las cuales se encuentra Alambradas…, es que el

“yo”, tan apegado a los sucesos históricos y políticos, no logra articular la anécdota

uniformemente en torno a la primera persona singular porque todavía no puede asimilarla

y construirla desde el plano subjetivo. Por lo tanto, a pesar de que es posible visualizar un

testigo que ha sido protagonista del drama histórico, su texto, verbalización de esa

vivencia, es de carácter multiforme, inestable, heterogéneo y adolece de una sensible

desarticulación. Estos problemas de cohesión textual hacen evidente la resistencia que

ofrece la vivencia traumática –el campo de concentración y el exilio, en este caso– a la

puesta en discurso y a la organización lógico-cronológica que implica la estructura

narrativa.

3.3. España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez (1944): la responsabilidad del

periodista en la representación testimonial

3.3.1. Luis Suárez y una vida dedicada al periodismo. Notas sobre la publicación y la

acogida de la primera edición de su testimonio

El testimonio de Luis Suárez es, de los escritos en los años cuarenta, el que ha

contado con mejor acogida en el espacio de la recepción. Fue publicado por primera vez

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Por los caminos de la palabra 

126 

en 1944 por la editorial mexicana Moncayo64, con una nota en la solapa a cargo de José

Herrera Petere, quien vivió, al igual que el autor, la experiencia de los campos franceses.

Como consecuencia de la fecunda carrera periodística que emprendió Suárez en México,

España… se reeditó en 1987, también en el país azteca, aunque esta vez bajo la

responsabilidad de Pangea, editorial que también se encargaría de publicar ese mismo

año, y por primera vez, el libro de Eulalio Ferrer Rodríguez, Entre alambradas. Por

último, la editorial Renacimiento publicó recientemente en su colección Biblioteca del

Exilio la tercera edición del volumen, con un estudio preliminar de José Ramón López

García (2008).

Si se ubican sus diferentes ediciones en una línea del tiempo, se observará que

España… es un ejemplo perfecto para rastrear cómo estos testimonios, nacidos en un

modelo periodístico, se reinsertan en otros paradigmas delimitados por nuevos contextos

de publicación y recepción, así como también por nuevos propósitos, lecturas y

apropiaciones, a lo largo del tiempo y a lo ancho de los espacios.

Luis Suárez López nació en 1918 en una localidad andaluza llamada Albaida del

Aljarafe, cercana a Sevilla. Luego de una reposada infancia, cursó estudios de bachillerato

y dio inicio a su carrera periodística en el diario sevillano El Liberal. Al mismo tiempo,

fue administrativo en Radio Unión Sevilla y canalizó su compromiso político a través de

la actuación como secretario en las Juventudes Socialistas de Sevilla. Con el estallido de

la Guerra Civil, tomó parte activa en el bando republicano cuando la resistencia a las

tropas nacionales en el barrio de Triana. Huyó de Sevilla y llegó a Madrid, donde

participó de la defensa de Madrid, dentro de las filas de las Juventudes Socialistas

Unificadas. Durante la batalla, dio un giro político hacia el comunismo, “ante el ejemplo

de organización efectiva en la lucha que observó durante los episodios en la Casa de

Campo y en la Ciudad Universitaria” (López García, 2008: 12).

Luego de la caída de la República, emprendió el camino del éxodo y estuvo

internado durante cuatro meses en los campos de Saint-Cyprien, Agde y Barcarès. En

mayo de 1939 logró embarcarse rumbo a México junto a su esposa en el mítico Sinaia. En

el país norteamericano logró reemprender con comodidad y motivación su carrera

periodística. Fue presidente de la Organización Nacional de Periodistas y de la Federación

                                                            64 Editorial aparecida a principios de los años cuarenta en México, paralelamente a la Revista Aragón. Gaceta mensual de los Aragoneses en México. Además del libro de Suárez, editó, también en 1944, Partiendo de la angustia y otras narraciones, de Manuel Andújar (Esteve Juárez, 2005: 24).

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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Latinoamericana de Periodistas (FELAP). Participó en diversas publicaciones periódicas

mexicanas, como la revista Tiempo, Revista de América, Novedades, Diario de la Tarde,

El Día, Excélsior, Diario de México y Sol de México, donde escribía en el momento de su

muerte. Fue jefe de información y jefe de redacción de las revistas Mañana y Siempre,

respectivamente. En estos medios destacó por sus innumerables reportajes y entrevistas a

destacadas personalidades del mundo de la política, economía y de la cultura en general,

entre las cuales se cuentan: Ernesto Che Guevara, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Salvador

Allende, Rigoberta Menchú, Indira Gandhi, por citar sólo a algunos. Publicó una nómina

abultada de títulos a partir de su trabajo periodístico y a lo largo de su vida obtuvo

numerosos premios por su desempeño, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo en

el género de entrevistas y el Premio de la Organización Internacional de Periodistas.

Durante diecisiete años fue conductor del programa Luis Suárez en el Once y durante

cinco, del programa Opinión: Luis Suárez desde Cuernavaca65.

El breve repaso de su biografía deja al descubierto a un hombre con un fuerte

compromiso con los problemas de su tiempo, ya sea desde su temprana inclinación a la

militancia política, o bien desde su constante labor periodística. De cara al abordaje de

España… es importante tener en cuenta estos datos, ya que ofrecen una mayor cantidad

de herramientas para interpretar el testimonio y los sentidos que en él se despiertan.

La primera edición de España comienza en los Pirineos se publicó en 1944, a tan

sólo cinco años de los acontecimientos dramáticos que relatan sus páginas. El epígrafe,

“A los que se quedaron en Francia”, constata algo que ya se ha observado en los

testimonios anteriores: la anécdota que cuentan no forma parte del pasado terminado, sino

que es historia viva y, en palabras de Herrera Petere, “está sangrando, implacable y tenaz,

sobre la mesa de las reuniones diplomáticas” (Suárez, 1944). Los elementos gráficos y

verbales que acompañan a la primera edición avanzan el valor del discurso testimonial

como arma de lucha y herramienta de resistencia. En la edición de 1987, el autor confirma

que escribió el texto “con la irrefrenable prisa del relato y la denuncia” (Suárez, 1987:

11). Cuando se editó por primera vez, todavía se estaba librando en el continente europeo

la Segunda Guerra Mundial y aún se sostenía la lucha clandestina antifascista en los

maquis, donde los españoles participan activamente. A sabiendas de ello, el autor halló en

la redacción de su propio testimonio el modo para reivindicar al pueblo español exiliado y

                                                            65 Un completo panorama de su biografía se desarrolla en el estudio preliminar de José Ramón López García (López García, 2008: 9-47)

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Por los caminos de la palabra 

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para pronunciarse abiertamente en contra del fascismo internacional. La tesis principal

defendida por el autor, con la cual pretendía activar el debate, es que la contienda bélica

mundial fue anunciada por el fascismo a través de su prólogo, la Guerra Civil Española.

Cabe destacar que es significativo y sintomático que un discurso tan potente y directo

haya sido publicado en México, uno de los países que, al mando de Lázaro Cárdenas, más

colaboró con el gobierno republicano en la lucha contra Franco.

3.3.2. Hacia un análisis de España comienza en los Pirineos: otros caminos para contar

los campos

Aunque muy joven todavía y llevado por la “fuerza y pasión” (Alba, 1996: 191),

despunta en este texto la capacidad retórica de un hombre que consagró su vida

profesional al periodismo, potencial que con los años se iría confirmando y reafirmando.

Ante la pregunta sobre cómo se instala el sujeto de la enunciación en el discurso,

España… construye un narrador testigo que desde una primera persona singular,

consistente y sólida, articula su relato sobre su vivencia del éxodo hacia Francia y la

internación. El relato se extiende durante los cuatro meses en los campos y hasta la salida

a Sète, para embarcarse hacia el exilio mexicano. Este “yo” que nace en las líneas

iniciales del testimonio, es el encargado de seleccionar y organizar el material narrativo.

Al mismo tiempo, a diferencia de los testimonios abordados previamente, la primera

persona es el elemento cohesionador por excelencia, justamente por la estabilidad con la

que se instala en su propio relato, articulándolo en torno a sí mismo.

El primer capítulo, titulado “Recuerdos sobre un puente”, habilita las claves de

interpretación para encarar las reflexiones sobre cómo se construye la posición

enunciativa. El relato comienza en un descanso durante la huida de España:

Me siento y no estoy cansado… Siempre había soñado con viajar. Haber ido a Francia.

Pero se sueña, se acaba el sueño y se vuelve a soñar. Ahora estoy soñando, porque es

mejor que estar despierto. No quiero ver todavía lo que pasa en este puente

internacional, quiero ver lo que pasaba antes de llegar a él (Suárez, 1944: 7)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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El narrador se ancla en el presente que corresponde a un momento del éxodo en

que la frontera francesa aún está cerrada para los refugiados españoles. Desde la

congelación de ese instante, propone el camino para abordar lingüísticamente la

experiencia privada: el recuerdo. Este capítulo inicial construye la dimensión

autobiográfica, no sólo con el recuento de la anécdota cronológica de la huida a Francia y

los días de internación en los campos, sino también a través de la intercalación de

fragmentos de la vida pasada del narrador. De este modo, ingresan en la narración

episodios pasados que se conectan con el presente del relato, complementándose en una

cadena de casualidades –o causalidades– que explican ese presente en un proceso

circular: el golpe de una piedra en el ojo como consecuencia de algún juego de la infancia

se conecta con la estruendosa explosión de un obús durante la batalla y ésta, a su vez, con

otras bombas que lo devuelven al lugar del republicano vencido que huye, rumbo a

Francia, de la hostilidad y las represalias franquistas. El espacio se solidariza con esa

circularidad del recuerdo, pues los montes del Aznalcóllar de su juventud encuentran su

correlato en esos otros, los Pirineos.

La construcción de este espacio autobiográfico que incorpora el pasado a través de

la articulación del recuerdo exige al narrador un cuidadoso control de las técnicas

narrativas, en lo que concierne a los saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo

histórico. De esto se ocupa especialmente en el primer capítulo, lo que da como resultado

un relato que fluye cómodamente entre los múltiples pasados y el presente, con la ayuda

de marcas y organizadores temporales, en un encuentro incesante de puentes que lo

devuelven a ese cruce pirenaico, punto de partida del viaje que se dispone a contar:

“Ahora que estoy en este puente taponado de fusiles y ametralladoras que dejamos caer

para salvarnos en Francia, me parecen ridículos mis pensamientos de entonces” (Suárez,

1944: 15)

Puentes que no se cortarán a lo largo del testimonio, pues el pasado del recuerdo

constituye una de las particularidades del texto. La apelación al recuerdo es uno de los

rasgos más comunes en la narrativa testimonial. Como explica José Ramón López García,

es

una de las operaciones más recurrentes de los textos autobiográficos, pues en el instante

de la derrota y ante la inminencia de un futuro oscuro, la rememoración, la revisión de la

biografía, busca en la ordenación de los hechos del pasado las causas justificativas del

presente” (López García en Suárez, 2008: 30)

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Tzvetan Todorov explica que la memoria es una interacción entre la supresión del

recuerdo, u olvido, y su conservación (Todorov, 2000: 16), al tiempo que entiende la

“memoria ejemplar” como la selección de acontecimientos pasados para comprender y

actuar en el presente (Todorov, 2000: 31). Dichas operaciones se manifiestan literalmente

en el texto de Suárez, pues la selección de los recuerdos pasados se efectúa según cierto

orden que establece la vivencia presente. En la vinculación entre uno y otra se construye

el texto, cuya propuesta es contar su experiencia “con la irrefrenable prisa del relato y la

denuncia” (Suárez, 1987: 11). En distintos momentos de la historia, a partir de 1939, la

explicitación del acto de recordar –ya sea el pasado anterior a los campos o la experiencia

propiamente dicha– adquiere una presencia singular en los testimonios, como ejes

estructuradores del relato y al servicio de los objetivos de escritura. Desde ese punto de

vista, España comienza en los Pirineos es un texto pionero en el uso de este

procedimiento narrativo.

Los saltos en el tiempo no sólo se cumplen en dirección al pasado. El narrador,

anclando su relato en el presente de los acontecimientos, abre en su testimonio el espacio

del futuro: “Saint-Cyprien, nombre que siempre iba a saber en nuestra boca como píldora

amarga al pronunciarlo… A dos kilómetros del pueblecito, está abierto un paréntesis en la

vida, que para muchos aún se halla sin cerrar” (Suárez, 1944: 39). Se trata de una

predicción que, en el momento de la escritura, se ha convertido en una confirmación. En

otras oportunidades, el narrador adelanta la acción en el relato: “No llovía ni sentíamos

frío. Se tenían algunas mantas. Aquella noche no era problema. Después vendrían las

peores, cuando la primera hubiese abonado convenientemente los cuerpos” (Suárez, 1944:

73). Este recurso de arrojar el relato hacia el futuro cumple varios propósitos. Por un lado,

dado que el narrador ya conoce los hechos subsiguientes, pretende construirlo como una

herramienta de concientización que advierta al lector acerca de la fatalidad intrínseca de

estos sucesos históricos.

Por otro lado, es a través de este recurso que el autor, testigo de los campos,

pretende cumplir su proyecto más ambicioso: explicar, a través de su testimonio y de su

interpretación de la realidad, cómo la Guerra Civil se enlazó con la Segunda Guerra

Mundial, no sólo cronológicamente, sino también a partir de los mecanismos profundos

de las políticas concentracionarias. Así lo manifiesta el narrador en la última página,

cuando relata el camino hacia Sète, puerto en el que embarcaría hacia el exilio: “La gente

más humilde nos ofrecía cigarrillos… Nuestro afán era advertirles que habíamos luchado

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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unidos y que España era el primer país agredido por el fascismo internacional, pero que

seguirían otros, como Francia. Y siguió Francia” (Suárez, 1944: 208). De este modo, su

denuncia no pretende aludir al éxodo y al internamiento de los españoles como un hecho

aislado, sino como parte integral de un proceso de universalización de la infamia fascista.

La destreza del narrador le permite moverse entre diferentes estratos del tiempo y

construir numerosos planos temporales. Así lo prueban declaraciones como la siguiente:

No tomamos Llerena ni pudimos tomar toda España, porque Francia, Inglaterra y

Estados Unidos, sus gobernantes de entonces, no querían comprometer sus Avenidas de

la Libertad, muchas de las cuales yacen hoy bajo la invasión o han sido destruidas por

los mismos trimotores (Suárez, 1944: 132)

A través de esos saltos en el tiempo, el narrador se ancla en el momento de la

enunciación, desde donde reivindica las acciones del colectivo republicano español, a la

luz de los acontecimientos posteriores a la caída de la República y el paso por los campos.

El acceso a ese pasado con la intención de repensar el presente es el norte del testimonio y

la expresión más concreta de la “memoria ejemplar”, conceptualizada por Todorov.

A partir del segundo capítulo, el narrador se da a la tarea de testimoniar el período

de internamiento en los campos franceses que comienza con la apertura de la frontera

francesa y continúa con la estancia en Saint-Cyprien, Agde y Barcarès. El relato incluye

la descripción de la llegada a los campos, las arduas condiciones en que vivían los

refugiados, la estricta vigilancia de franceses y senegaleses, los factores climáticos –la

lluvia y el viento de las playas– que añadían aún más dificultades a los días, la

incorporación de los españoles a las compañías de trabajo o a las filas francesas. Si bien

es cierto que el “yo testimonial” es el responsable principal que hilvana coherentemente el

discurso y articula la anécdota en torno a sí mismo, existen algunos matices en esta

posición enunciativa que conviene destacar y explicar para completar esta construcción

discursiva.

En primer lugar, un procedimiento que aparece en los testimonios abordados

anteriormente, es la alternancia entre la primera persona del singular y su equivalente en

plural. España… no es la excepción y también acude al pronombre “nosotros” para

ejercer la narración, aunque con matices particulares. Una escena del cruce a Francia:

“Bajo el arco humillante sentíamos sobre las espaldas, empujando, una mano gruesa,

hasta que el último de los brazos que el arco formaban ya no podía alcanzarnos” (Suárez,

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Por los caminos de la palabra 

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1944: 18). El relato, que había comenzado bajo el dominio del “yo”, se desplaza hacia el

plural. La experiencia que hasta entonces había sido individual y privada del testigo, se

vuelve colectiva y plural. Sin embargo, hay una diferencia entre el “nosotros” de este

testimonio y sus contemporáneos. Mientras que el “repórter” de Argelès-Sur-Mer tiene

problemas para adscribir el “nosotros” a un colectivo definido, pues no distingue entre

acciones colectivas y privadas (expresión de sentimientos, impresiones y sensaciones), el

narrador de España… logra separar la anécdota colectiva de la individual. El “yo

testimonial” utiliza el plural para destacar esa dimensión grupal de los acontecimientos,

para diferenciarla del ámbito íntimo, y para comprobar que su testimonio es personal,

pero que también representa a ese grupo.

Sólo en ocasiones esta estrategia se ve amenazada en el discurso. Hacia el final, en

un intento de construcción de cajas chinas, el narrador inserta un relato dentro de otro

desde un “nosotros” difuso: “En medio de un lago vimos una población lacustre, aislada y

flotante…. Después escribimos: ‘Los árboles frutales, otras veces inundando de

primavera el ambiente –viajamos el 7 de abril de 1939– han abierto las flores de sus

frutos” (Suárez, 2008: 198). Recordando Argelès-Sur-Mer, algunos usos del plural no

intentan representar al colectivo, sino que sustituyen al narrador en singular. La acción de

“escribir” es individual, con lo cual el plural en este caso puede responder a dos

propósitos: o bien a una formalidad del momento, o bien a la intención del narrador de

alejarse del relato con el objeto de establecer una mirada más objetiva del los hechos. He

aquí entonces el rastro de la intención periodística que anima a los testimonios de los años

cuarenta. Asimismo, el hecho de hacer constar en el relato la acción de haber tomado

notas simultáneamente a la experiencia, destaca el interés del narrador por efectuar la

crónica de los acontecimientos in situ, privilegiando el trabajo periodístico por sobre

todas las cosas.

En segundo lugar, otro procedimiento al servicio de la representación es la

configuración en el relato de un espacio amplio con capacidad para incluir microhistorias.

De allí que se convoquen en el testimonio las voces de otros sujetos con los que el

narrador ha compartido algunos puntos del recorrido. El relato, si bien se proyecta desde

la individualidad del testigo, también se hace flexible y permeable para que ingresen en él

otras subjetividades. En estos primeros testimonios, tales manejos suelen provocar

desajustes narrativos o, como se ha observado en producciones contemporáneas, pueden

generar en la lectura yuxtaposiciones que atentan contra la unidad del relato. En el caso

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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de España…, la fortaleza de la primera persona singular como agente de cohesión del

relato permite la intercalación armónica y ordenada de estas microhistorias de exiliados

que atravesaron los campos a la par del narrador. A su vez, el narrador efectúa una

selección de estas microhistorias, en tanto y en cuanto son sujetos con los cuales ha

entablado algún tipo de relación o con los que ha sostenido algún vínculo en el pasado.

Prueba de esto es la inclusión de la historia de Etelvino Vega, un teniente coronel con

quien compartió algunos episodios durante la guerra, y su esposa, la cual también debió

emprender el camino del exilio. La microhistoria comienza así: “Supe cómo Vega

abandonó España, para entrar en Francia a dos pasos del enemigo” (Suárez, 1944: 20). A

continuación, el narrador la articula con su propio discurso, por lo que el testimonio se

convierte en un espacio plural que representa una experiencia colectiva, aunque

comandada, mediada y controlada por el testigo, sujeto de la enunciación.

El control que ejerce la primera persona de la enunciación sobre el material

narrativo, su estabilidad y fortaleza, son una novedad en este testimonio con respecto a

los precedentes. Sin embargo, esta particularidad no obsta para explorar en él, al igual que

en sus coetáneos, ciertos elementos puntuales que lo hacen pertenecer al paradigma

periodístico en el cual nace esta línea de voces testimoniales.

La historia personal del autor es el primer elemento a considerar, pues su temprana

vocación periodística se refleja en este texto de manera explícita. De ahí la intención de

que el testimonio sea leído no sólo como el recuento autobiográfico de las anécdotas de

un testigo, sino, sobre todo, como el relato informativo de una realidad opresiva y como

la denuncia virulenta de tales hechos ante la comunidad mexicana, española e

internacional. Acontecimientos que, en opinión del autor, serían la antesala de las

políticas fascistas que hirieron de muerte la paz y la convivencia mundiales del siglo XX.

Estos testigos que se dan a la tarea de escribir sobre la vivencia de los campos

adscriben a la idea de que la realidad puede ser contada de manera “verídica” y

“objetiva”. Con este norte es que el narrador desenvuelve en España… una serie de

estrategias discursivas coherentes con esa postura. Una de las que más llama la atención

por la asiduidad con que aparece es la “escenificación” del relato, es decir, el

desplazamiento de la narración hacia el discurso directo, es decir, la utilización del

diálogo para representar la anécdota. En el siguiente fragmento, se sirve de este recurso

con el objeto de contar la reclusión de los refugiados para las compañías de trabajo:

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Por los caminos de la palabra 

134 

La voz del [comandante de gendarme], agresiva y descompasada por la rabia, inquirió:

-¿Tiene usted preparado el batallón?

- No, señor. Yo no puedo hacer eso porque los soldados no quieren ir.

-¿Cómo? ¡Usted es un oficial! ¡Hágalo!

- No lo hago.

-Será usted enviado a un batallón de castigo.

-Aquí me tiene usted.

Y el español alargó sus brazos en actitud de entregarlos a las cadenas que le estaban

prometiendo (Suárez, 1944: 15)

La creación de estas escenas dialogadas pretenden aportar mayor objetividad al

relato porque las voces de los sujetos no se vuelcan al discurso mediadas por el narrador.

Este recurso se registra en la mayoría de los testimonios de los años cuarenta y su uso está

mayormente influenciado por la intención de pensarlos desde su función periodística, que

los habilita para referir historias ajenas, de los testigos con quienes ese narrador ha

compartido la experiencia. En obras sucesivas este procedimiento no dejará de aparecer,

aunque su uso adquirirá nuevos matices, según las necesidades narrativas de los autores.

No obstante, al igual que en otros testimonios contemporáneos, lo interesante de la puesta

en marcha de dicha estrategia es que el resultado que produce subvierte el propósito

original del narrador. En el afán de querer lograr el mayor nivel de “objetividad” y

“veracidad” en el relato, la recreación abusiva de diálogos genera en la lectura una

definida impresión de artificialidad, pues acaba convirtiéndose más que en una

representación fiel de la realidad, en una “ilusión de verdad”, visiblemente manipulada

manipulada por el narrador.

Otro síntoma que resalta esta pretendida objetividad en el relato es la recurrente

confrontación de lo enunciado por el narrador con fuentes documentales contemporáneas.

La mayor parte de las anécdotas que el “yo” cuenta sobre la huida y la estadía en los

campos son cotejadas y reafirmadas con datos aportados por los medios de la época. De

este modo, el espacio testimonial se ve literalmente invadido por la citación de noticias –

son más de sesenta las notas a pie de página que se cuentan– aparecidas en publicaciones

periódicas contemporáneas al momento de los acontecimientos que se están narrando.

Esto demuestra nuevamente hasta qué punto estos testimonios suscriben un modelo

periodístico desde el que son construidos y leídos.

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

135 

En España… la utilización de fuentes documentales para comprobar lo narrado

adquiere una relevancia especial, no sólo porque es la primera vez que se emplea con

tanta reiteración, sino también porque es el elemento que más juego ofrece para abordar el

problema de la posición enunciativa en este testimonio. El procedimiento habitual que

sigue el narrador para incorporarlas es, en primer lugar, introducir el núcleo narrativo, es

decir, relatar la anécdota tal y como la vivió desde su lugar de testigo. A continuación,

añade en una nota a pie de página un fragmento de noticia de la prensa, o bien, de cartas o

documentos oficiales. En otras ocasiones, tales fragmentos se sitúan en la posición de los

epígrafes, encabezando cada capítulo, en cuyo caso su función es avanzar lo que se trata a

continuación. También sucede que algunas de estas citas se integran en el relato principal,

lo cual rompe la jerarquización impuesta por el narrador entre el texto principal (relato en

primer nivel) y el texto secundario de las notas (en segundo nivel) subordinado a aquél.

Esta alteración en la verticalidad del relato suscitará nuevas reflexiones acerca de la

organización y valoración que el narrador hace del material narrativo, así como también

de la posición desde la que construye el discurso.

Cabe detenerse en la naturaleza de las referencias citadas, ya que provienen de

diversas posiciones ideológicas. Algunos fragmentos son de la prensa francesa de

izquierda, tal como L’Humanité, Le Populaire o Ce soir. Estos periódicos, según

Dreyfus-Armand, eran partidarios de la República y pedían un trato digno a los españoles

en los campos (Dreyfus-Armand, 2000: 48). Sin embargo, no sólo se citan fragmentos de

periódicos de izquierda, sino que también se transcriben algunos de la prensa

conservadora o de la derecha tradicional francesa, como es el caso de Le Matin, Le Petit

Parisien o Le Temps, para comprobar que, aunque se mostraban críticos a los

republicanos, no fueron indiferentes a la realidad de los campos.

Los extractos citados en el libro no sólo corresponden a noticias, sino también a

las versiones de otros testigos, ya sean internados, autoridades o empleados de los

campos. Otros son documentos oficiales, entre los que se encuentran el “Informe de la

Delegación socialista al Parlamento” y la “Carta de los parlamentarios comunistas al

presidente del Consejo”. Esta variedad de citas implica un vasto conocimiento y control

de las fuentes en circulación por parte del autor, lo cual demuestra una clara conciencia

del valor del discurso periodístico, así como también una evidente preocupación por hacer

un aporte a la información, interpretación y valoración de los hechos históricos a través de

su propio testimonio.

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Por los caminos de la palabra 

136 

Es interesante reflexionar acerca de los sentidos que se desprenden de la selección

de estos fragmentos, ya que cumplen diversas funciones. La razón principal por la cual se

incluyen es para contrastar el relato en primera persona con los datos “objetivos” que

recogen las noticias periodísticas. El “yo testimonial” tiene la necesidad de confrontar su

discurso personal con la voz de autoridad que representa la noticia periodística y de ese lo

modo lo confirma y legitima. Es así que a través de este mecanismo, el sujeto narrador

pretende dar a su discurso “carta de autoridad y verosimilitud” (López García, 2008: 29).

La pregunta surge, entonces, alrededor de esa primera persona –testigo, narrador y sujeto

de la enunciación– y la realidad de la que está dando cuenta: ¿cuál es la posición que ese

sujeto toma con respecto al modo de contar los acontecimientos? Evidentemente, la

necesidad de incorporar un discurso reconocido socialmente como “verosímil” y

“objetivo” surge de una desconfianza intrínseca en el relato autobiográfico como

suficiente para representar “fidedignamente” la realidad. Se trata, entonces, de un

problema de eficacia de la representación y de inestabilidad del “yo testimonial”, que

acude a otras manifestaciones discursivas para apoyar y legitimar su propio relato. Éste es

un síntoma evidente de que el sujeto de la enunciación busca instalar su discurso en un

modelo que mantiene vigente un concepto de la realidad como elemento objetivable,

cuantificable y tangible.

Las citas de fuentes documentales cumplen otras funciones que completan lo

enunciado previamente. Algunas de ellas amplían la información dada en el texto

principal, pues suman datos nuevos ausentes en el relato de primer nivel. Otras se

encargan de ejemplificar, es decir, aportar casos concretos de situaciones u opiniones del

narrador. En estos casos, se advierte cierta modificación en la distribución jerárquica de

los datos, pues no sólo se busca contrastar lo dicho, sino que ese discurso en apariencia

subsidiario aporta información novedosa e inédita en el primer nivel. Esta alteración

plantea una pregunta para intentar comprender el posicionamiento del sujeto con respecto

a su propio discurso: ¿es que acaso el relato principal en primera persona y el secundario,

de carácter netamente periodístico, tienen diferente relevancia para el narrador? Todo

parece indicar que no, que ambos poseen la misma función testimonial, ya que hay

información considerada importante que no aparece en el relato de primer nivel, aunque sí

lo hacen en el que se supone subordinado a éste. En palabras de José Ramón López

García, “podría decirse que Suárez brinda ya en este punto a la labor periodística el

mismo valor con el que luego enjuiciará su trayectoria profesional, como un mecanismo

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

137 

capaz de provocar desde la objetividad, que no la neutralidad, la concienciación en el

lector” (López García, 2008: 29).

Se ha señalado que numerosas “intrusiones” del discurso periodístico no se ubican

gráficamente como notas a pie de página o encabezamientos de los capítulos, es decir,

paralelos al relato principal, sino que se incorporan en éste a través del uso de comillas.

Esto indica que la línea trazada para dividir lo principal de lo secundario en ocasiones se

difumina y se funde en un mismo discurso. Si bien en este testimonio es posible

diferenciar claramente la voz periodística de la voz narradora66, ya que las referencias

siempre están introducidas por los datos de las fuentes, tal proximidad señala la igualdad

de condiciones entre ambos niveles discursivos. Por lo tanto, las notas al pie no son

solamente un apoyo o una simple aclaración, sino una parte integrante y constitutiva del

testimonio. De hecho, se sostienen sin cambios en las tres ediciones del texto.

Esto se enlaza con otra función desempeñada por el discurso periodístico de las

notas. Muchas de ellas se incorporan para desmentir información falsa que circulaba

durante los meses de existencia de los campos: “Le Temps, edición del 13 de marzo de

1939, publicó la siguiente crónica de una sesión en la Cámara de Diputados, cuya simple

lectura da una idea acertada de la exageración y el odio de los políticos que habrían de

llevar a Francia a la esclavitud y la ruina” (Suárez, 1944: 161). A continuación cita la

noticia con la información errónea de un asesinato supuestamente perpetrado en los

campos, episodio que alimentaba la imagen negativa que la sociedad francesa había

construido de los republicanos de los campos. Y luego, sentencia: “Mentira, señor Delcos.

Ni una sola prueba de ese hombre torturado y de ese cadáver profanado pudo ser

presentada nunca” (Suárez, 1944: 161). El testimonio se convierte en un espacio ideal

para desmentir la información engañosa publicada por la prensa conservadora y para

reflexionar acerca del poder que adquirieron estos medios, los cuales hacían circular

información engañosa en la sociedad que promovía interpretaciones igualmente falsas. De

ahí que el narrador, coherentemente con los propósitos de su proyecto, denuncie estas

irregularidades y abra la polémica y la reivindicación moral de los testigos de los campos.

                                                            66 España… se diferencia de otros testimonios en cuanto a la utilización de fuentes documentales, Mientras que el límite entre el relato testimonial y éstas no se cancela, en otros casos, como Alambradas…, el narrador incorpora fuentes entre comillas, pero no las cita ni enuncia su origen. La voz narradora se confunde con esa otra voz aludida hasta borrarse por completo sus diferencias.

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Por los caminos de la palabra 

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4. El sujeto de los campos: el “yo testimonial” y la construcción del espacio en los relatos

de los años cuarenta

Todos los testimonios que interesan a este estudio, independientemente del

momento y del lugar en que hayan sido escritos y/o publicados, son la consecuencia

directa de una situación de desgarro. Para los autores –testigos directos del éxodo de 1939

y de los campos de concentración del sur de Francia– sus textos constituyen el resultado

de una experiencia de dislocación o deslocalización territorial, entendida como la

obligación de salir del territorio considerado como propio para incorporarse a otro espacio

que les es ajeno y con el cual no mantienen un vínculo de pertenencia. El efecto más

evidente de esta situación traumática es el resquebrajamiento de la identidad del sujeto,

pues el abandono de España ha vuelto ineficaces sus patrones de referencia culturales. La

necesidad de la huida, la separación y la fragmentación del núcleo familiar, así como las

múltiples carencias a las que se ve sometido durante su estadía en los campos, hacen

tambalear su equilibrio vital. Las huellas de esta desfiguración quedan plasmadas en el

recuento de la experiencia, el testimonio.

Dado que es un quiebre territorial el que da origen y entidad a estos textos, no

sorprende afirmar que la dimensión espacial cobra en estos relatos singular relevancia.

Ese testigo, narrador y sujeto de la enunciación, se encuentra totalmente atravesado por

ese conflicto y a través de su texto busca elaborar su propia experiencia de dislocación.

Según Alicia Alted, “en el caso de un exiliado la identidad se asienta sobre una ruptura de

sus raíces originarias y una confrontación con el país que le acoge” (Alted, 2005: 391). En

esa ruptura y en la relación espacio-identidad que se define en torno a ella es donde se

anclan los interrogantes: ¿cómo se representa discursivamente el espacio en los

testimonios de los campos franceses? Y al hilo de esta pregunta, ¿cuáles son los recursos

que emplea ese sujeto dislocado para construir el espacio en su relato? ¿Cómo se vincula

con éste? ¿Qué sentidos emergen de los textos al reflexionar sobre él?

El campo de concentración es el espacio privilegiado como objeto de análisis en

este estudio por dos motivos en particular. En primer lugar, porque desde allí se tejen las

encrucijadas que atraviesan al “yo testimonial” y, en segundo lugar, porque la experiencia

de los campos constituye el núcleo temático fundamental que permite delimitar este

corpus y distinguirlo de otros con los cuales comparte temáticas, escenarios o

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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propósitos67. Sin embargo, no se agota aquí el análisis, pues se multiplican las reflexiones

cuando aparecen representadas en el relato otras espacialidades, tales como el cruce

fronterizo, los países de acogida en el exilio o la España que ha quedado atrás. Asimismo,

los testimonios también plantean otras opciones que tienen que ver, por ejemplo, con el

espacio de los recuerdos y de los sueños. En todo caso, se aludirá a estos temas siempre

que aporten elementos de relieve a los interrogantes centrales.

La representación del campo de concentración, es decir, el espacio en el que se

desarrolla el relato testimonial, ha llamado la atención de la crítica, que en los últimos

años ha dirigido la mirada hacia este corpus en particular68. Quizás esto se deba a que la

experiencia del campo es la que le da entidad a estos relatos, aunque también influye el

hecho de que estos textos adscriban al concepto de “literatura concentracionaria”, un

objeto de estudio ya legitimado en el ámbito académico, especialmente para reflexionar

en torno a los discursos sobre los campos de concentración y exterminio nazis. Estos se

definen justamente en torno a la relación sujeto-espacio, desde donde se disparan las

reflexiones sobre los conflictos que atraviesa el sujeto moderno. La filosofía

contemporánea se ha detenido en analizar los conflictos entre ambos conceptos,

especialmente en lo que atañe al quiebre que supuso para la humanidad la implantación

de regímenes totalitarios que alcanzaron su cota más alta con la implantación de los

mencionados campos.

Los campos de concentración franceses constituyen el espacio distintivo de los

testimonios. Un recorrido por los significados que se construyen a través de su

representación en el relato y del vínculo que establece el sujeto con éste, permite delinear

                                                            67 No se debe olvidar la existencia, a lo largo de la historia desde 1939, de otros corpus de textos, que junto al de los campos franceses, constituyen un sistema narrativo testimonial. Entre ellos, los testimonios de la Guerra Civil, los testimonios de campos de concentración franquistas o memorias de la resistencia en los maquis. Todos ellos tienen numerosos puntos en común con los testimonios de los campos. No obstante, este estudio se circunscribe a los testimonios cuyos autores dan cuenta de la experiencia de los campos franceses, a fin de pensar históricamente su representación en los testimonios y extraer conclusiones desde esta perspectiva.

68 La bibliografía sobre los testimonios de los campos franceses incluidos en este capítulo, aunque escasa, da cuenta de ello. Entre las más específicas, se encuentra Spanish Culture behind barbed wire (2004), de Francie Cate Arries. En referencia a estudios particulares de alguno de los autores del corpus, se señalan “Estudio introductorio” (2008), de José Ramón López García, en el cual, entre otros objetivos, analiza la dimensión espacial en España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez; y “El campo de concentración francés como espacio escénico en la literatura dramática del exilio republicano de 1939” (2010), de Manuel Aznar Soler, donde se refiere al testimonio de Manuel García Gerpe, Alambradas…

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Por los caminos de la palabra 

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dos posturas. Una de ellas entiende los campos como espacios exceptuados, que quiere

decir despojados de referencias en los que el sujeto se reconozca y reconstruya su

identidad resquebrajada. Este posicionamiento se vincula con el concepto de campo como

resultado de un estado de excepción, dado que “es el espacio que se abre cuando el estado

de excepción empieza a convertirse en regla” (Agamben, 2003: 215). El resultado de esta

apertura es un espacio en el que se suspende todo orden jurídico que ampare al sujeto69.

Éste queda, por lo tanto, librado al azar de las circunstancias que le son adversas, ya sea

desde el punto de vista material, bajo la forma de deficiencias alimentarias, sanitarias,

condiciones climáticas desfavorables; como anímico, teniendo en cuenta la hostilidad de

la vigilancia, la estricta obligación a permanecer prisioneros, la incertidumbre ante el

futuro y la separación del entorno familiar y del país de pertenencia. Los testimonios aquí

presentados dan cuenta de esta postura, dado que suscriben la idea de que los campos son

espacios negativos, improductivos y vacíos.

La vacuidad atribuida a los campos radica en la imposibilidad del sujeto de

reconocer su identidad en él. Marc Augé, desde el ámbito antropológico, construyó el

concepto de “no-lugar” para entender esta idea de espacio vacío: “Si un lieu peut se

definir comme identitaire, relationnel et historique, un espace qui ne peut se definir ni

comme identitaire, ni comme relationnel, ni comme historique définira un non-lieu”

(Augé, 1992: 100). Para el autor, el “lugar” es un espacio que incorpora la identidad y

dentro de él no sólo se produce el encuentro con otras personas con las cuales comparte

referencias culturales y sociales, sino que también se integra lo antiguo y lo moderno

como parte indisociable de esa identidad. Los no-lugares, por el contrario, no suponen un

encuentro con la comunidad ni permiten construir las referencias comunes a un grupo.

Estos no-lugares se materializan en los espacios de tránsito, entre los cuales el

antropólogo menciona los campos de refugiados, donde el sujeto deviene un ser anónimo

y solitario.

En el caso de los campos, y pensando especialmente en los franceses, los internos

se comportan como testigos desanclados y pasivos, pero también depositarios de una

actitud opresiva, marcada por la violencia y la humillación. Los relatos dan cuenta de los

campos como “no lugares”, pero incorporan a esta imagen las marcas de la agresión en la                                                             69 “El campo de concentración es una porción de territorio que se sitúa fuera del orden jurídico normal, pero que no por eso es simplemente un espacio exterior. Lo que en él se excluye, es, según el significado etimológico del término, excepción, sacado fuera, incluido por medio de su propia exclusión” (Agamben, 2003: 216)

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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descripción de la vigilancia o del encuentro con “el otro”, sea éste el gendarme francés, el

civil de las poblaciones aledañas o el guardia senegalés. Un sector importante de la crítica

literaria se posiciona desde esta perspectiva para describir los campos y el vínculo que los

sujetos estrechan con éste. José María Naharro Calderón, por ejemplo, ha comentado que

“el campo por excelencia es un espacio no productor para sus habitantes, sólo genera

dolor” (Naharro Calderón, 1998: 313).

La otra postura entiende que, en los testimonios, el campo se convierte en un

espacio activo donde los sujetos ponen en marcha la construcción de la memoria del

exilio. Se trata de entender el campo como el lugar en el que los sujetos –oprimidos y

violentados por una situación histórica adversa– capitalizan la experiencia negativa y la

transmutan en la posibilidad de reconectarse con sus luchas anteriores, las que habían

sostenido durante la Guerra Civil. El paso por los campos se convierte también en la

oportunidad para redefinir el concepto de “nación” en el exilio, aprovechando la situación

particular de hallarse en los límites periféricos del territorio español. Francie Cate-Arries,

autora de Spanish Culture behind Barbed Wire (2004), el volumen hasta la fecha más

completo sobre la narrativa testimonial de los campos, propone esta mirada y recupera

conceptos como el de “lugares de memoria”, de Pierre Nora, y el de “comunidad

imaginada”, acuñado por Benedict Anderson, según el cual los miembros de un grupo

conviven en la imagen que cada uno alberga de él. La autora defiende la idea de que

the camps are frequently configured as a kind of construction site for the nation in exile,

a place where the survivors of civil war begin to inscribe a new national history as well

as reassemble their political identity as fighters for social justice… the inmates who

inhabit and represent in writing the unfamiliar physical space of the camps on France

ultimately encode these sites as places of subversion, resistance, and agency (Cate-

Arries, 2004: 16)

Según esta propuesta, los relatos promueven la imagen de un sujeto que participa

de una comunidad con la cual mantiene lazos de pertenencia y, a través de ella, se

embarca en la tarea de reintegrar su identidad individual, política y social. El campo de

concentración, sitio físico en el que esa comunidad se reencuentra, es el escenario de la

lucha por la construcción de la memoria del exilio, así como de la reconstitución de la

legitimidad y la moral republicanas. El espacio se comprende, entonces, como un

elemento dinámico en el que confluyen todas esas acciones de resistencia, contra la

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violación de la libertad y de los derechos civiles y políticos. A la idea de “espacio vacío”

antes mencionado, se le opone esta postura que considera que los campos aparecen

representados en los testimonios como “espacios llenos”, cargados de significados que los

propios sujetos les imprimen.

Ante la pregunta sobre cómo se representa discursivamente el espacio de los

campos de concentración en estos testimonios de la década del cuarenta, el supuesto que

defiende este trabajo es que se sostienen en la tensión que plantean las dos posturas

descritas, es decir, entre el concepto de “espacio vacío”, que entiende el campo como un

lugar en el que el sujeto testigo –pasivo, imposibilitado– ha quedado atrapado y

desprovisto de sus derechos constitutivos, en una suerte de tránsito del cual sólo recibe

violencia y opresión; y el “espacio lleno”, el cual observa en el campo de concentración

un lugar donde el sujeto –activo y dinámico- y su comunidad exiliada, relegados del

territorio nacional, libran las luchas necesarias para reconstruir su memoria y legitimar su

autoridad moral.

El “yo testimonial” de estos relatos, condicionado por un aquí y un ahora muy

cercanos al momento de los acontecimientos, efectúa en su relato un proceso subjetivo de

apropiación que va desde la noción de “espacio vacío” a la de “espacio lleno”. Se ponen

en marcha variados recursos retóricos, tales como la definición, la descripción y la

analogía, entre otros, para transitar ese trayecto que, en definitiva, son construcciones

simbólicas a las que el sujeto de la enunciación echa mano para representar e interpretar

su situación de refugiado. En otras palabras, el “yo testimonial” se ocupa en su discurso

de cargar al espacio concentracionario de significaciones que concuerdan, entonces, con

el proyecto de testimoniar “fidedignamente” la realidad, pues si el relato pretende cumplir

la función de denunciar la ofensa infligida a los republicanos españoles, así como también

de reivindicar la lucha por ellos librada, los sentidos que se vuelcan en la construcción del

espacio darán cuenta de este propósito.

Los testimonios elegidos para describir esta etapa inicial de su historia poseen

características similares en cuanto al recorrido que atraviesan en la representación del

espacio. Relata el narrador de Alambradas…: “Once de febrero de 1939. Días grises en

España. Presagio de mayores males y grandes miserias. Estamos ascendiendo por los

propios Pirineos –Pirineos Propios–... Detrás, España. Pedazos de nuestra vida. Retales de

nuestro ideal” (García Gerpe, 1941: 7). El testimonio comienza en el camino a la frontera,

un espacio en el que el testigo se encuentra desprotegido y abrumado por la incertidumbre

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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del futuro. El éxodo, preámbulo del exilio, supone la fragmentación de ese espacio de

pertenencia que se va perdiendo a medida que aumentan los kilómetros recorridos. Esto

afecta la estabilidad del sujeto, que percibe un quiebre con sus patrones de referencia

culturales en este momento de transición.

La frontera supone un espacio de tránsito, indeterminado, inestable y vacío de

significación. Por corresponder a los momentos iniciales de la experiencia, la mayoría de

los testimonios de los campos se inician en este punto, considerado también como una de

las expresiones del no-lugar, dado que se trata de un espacio hueco donde el sujeto no está

habilitado para encontrar las marcas de su identidad. En España… el narrador ilustra este

“no-lugar” con la imagen del puente: “Me siento y no estoy cansado… Ahora estoy

soñando, porque es mejor que estar despierto. No quiero ver todavía lo que pasa en este

puente internacional” (Suárez, 1944: 7). Este elemento arquitectónico construye el

espacio de tránsito, de movimiento efectuado por sujetos que pasan por él habiendo

levado anclas, dislocados de su espacio de pertenencia70. Y como esa dislocación supone

una ruptura, quizás por eso también el relato parece haber comenzado in media res,

desgarrado de la diégesis a la que pertenece. Como en Alambradas…, la frontera es un

lugar de límites desdibujados en la percepción de este narrador: “Aquello era un hervidero

de confusión… Se pasaron toda la noche tratando vanamente de hacer calles y plazoletas

con los vehículos” (Suárez, 1944: 49). Por su parte, el “repórter” de Argelès-Sur-Mer

también ilustra este momento de transición: “La Columna ondulaba en el paisaje agreste”.

El testimonio dibuja la imagen de los sujetos en movimiento, desordenados y

desanclados, habitando un espacio que no los contiene, sino que los expulsa.

Este espacio fronterizo e indeterminado posee las huellas de la violencia y de la

opresión que se prolongarían a lo largo de toda la experiencia, ya sea en la autoridad

impuesta por los gendarmes franceses y senegaleses que exhortan a los sujetos del éxodo

a continuar el camino al grito de “Allez, allez!” y a abandonar las armas, o bien en la

ofensiva apelación de “rojos”, que los define como los derrotados de la guerra. Todas

                                                            70 José Ramón López García ha ofrecido otra interpretación de la imagen del puente: “El puente es por definición un instrumento de conexión, pero aquí lo es tanto en el ámbito físico y geopolítico como en el del recuerdo personal, conector de múltiples espacios de la memoria” (López García, 2008: 30). La idea del puente como conexión no se contrapone con la de transición, sino que se complementan. Si bien la imagen del puente como espacio transicional vacío impide al sujeto identificarse con él, a lo largo del testimonio, cuando se va completando la experiencia del sujeto en el campo de concentración, el espacio se irá “llenando” de sentidos que vuelven a cargar de sentido esa imagen primera del puente.

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estas señales evidencian la inminente suspensión del orden jurídico y su consecuencia

inmediata, la implantación del estado de excepción. En los testimonios, el campo de

concentración en todas sus formas –centros de acogida, campos de castigo, campos de

tránsito, etc.- constituyen las manifestaciones explícitas del estado de excepción. Esto se

hace evidente en los recursos que utilizan estos relatos para referirse a ellos. Dicen los

testigos: “Por ello fué (sic), que dispusieron nuestro internamiento en los inhóspitos

Campos para evitar la convivencia con nuestros hermanos ideológicos –el proletariado

francés– y las reacciones que ella pudiera producir…” (García Gerpe, 1941: 18); “A

primera vista el ‘campo’ de Perpignan no lo parecía” (Espinar, 1940: 33) “Nos sacaron

del ‘campo’ al atardecer” (Espinar, 1940: 58). No es una observación menor que la

palabra “campos” usualmente aparezca resaltada, ya sea a través del uso de comillas o de

letras mayúsculas, como si la intención fuera destacarla, pero para escindirla gráficamente

del cuerpo del relato y señalar así la extrañeza que en ella se percibe. Los campos de

concentración efectivamente suponen en la experiencia del sujeto el ingreso a un estado

de excepcionalidad y las marcas de esta vivencia se manifiestan también en el nivel más

superficial del texto.

Otro camino que eligen los narradores para describir la situación de amenaza

constante y de opresión por la que están atravesando es la perífrasis, es decir, la

sustitución de la palabra “campos de concentración” o “refugios” por otras expresiones

asociadas a las características de esos espacios: “La prisión se iba cerrando: dos

kilómetros de largo por uno de fondo. Y doscientos setentiocho (sic) hombres

prisioneros” (Espinar, 1940: 68); “Vivimos treinta días de verdadero martirio en aquel

recinto de alambres circundado, más tarde convertido en horrendo barrizal. Todo era

incertidumbre, allí aislados del mundo civilizado” (García Gerpe, 1941: 12). El espacio

aparece asociado a las ideas de cárcel y aislamiento, de acuerdo con las características que

perciben los testigos desde el primer momento, motivo por el cual establecen

comparaciones con otros espacios similares conocidos, tales como las prisiones, creadas

para el aislamiento y castigo de las personas.

La representación del espacio concentracionario está completamente atravesada

por la vinculación que el sujeto estrecha con él. Es usual que el primer momento del

relato, correspondiente a la vivencia del paso por la frontera y a la confusión de las

primeras horas en territorio francés, signifique para ese sujeto un espacio inestable y

vacilante, un “no lugar” o, en otras palabras, un “espacio vacío”. De ahí que aparezcan

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

145 

imágenes que describen el movimiento desordenado de los sujetos en el espacio. La

amenaza y la privación también se incorporan en esta imagen de tránsito, por lo cual esa

sospecha de la excepción se manifiesta a través de la dificultad para definir e integrar

orgánicamente en el relato el nombre del “campo de concentración”.

Sin embargo, la lectura de estos testimonios propone un recorrido que va desde

ese “espacio vacío” a la construcción de un “espacio lleno”, no sólo en términos

materiales, sino también simbólicos, pues los campos se convierten en lugares de

subversión y resistencia. Francie Cate-Arries ha analizado la función de los campos en la

literatura testimonial y ha concluido en que constituyen “as either a key commemorative

place of remembrance; as ground for moral authority and political legitimacy; as the site

of creative resistance and cultural renewal; or as an arena for polarized, embattled

struggle for emigration to America” (Cate-Arries, 2004: 33). Las estrategias discursivas

que vuelcan los narradores en sus relatos dan cuenta de esta configuración del campo

como un lugar activo y dinámico en el que, si bien la violencia y las privaciones se

sostienen, los internos toman un rol activo que supone la conservación del concepto de

comunidad, la reconstitución de la moral y el inicio de la construcción de la memoria del

exilio.

Es común que los textos reserven una gran cantidad de páginas a la descripción

minuciosa de los campos, en todas sus fases de organización. Los testigos cuentan su

llegada a las playas de Argelès y Saint-Cyprien en las que, además de cundir el desorden

y la confusión, no había ningún tipo de instalación habilitada para los refugiados. Luego,

el texto da cuenta de las acciones que se desarrollaron para la delimitación de los campos,

es decir, la colocación de alambradas y la construcción de chabolas, barracas y barracones

que, aunque precarios, se transformaron en los elementos típicos del paisaje

concentracionario francés. Lo mismo ocurre con otros campos como el de Septfonds,

pues los internos fueron testigos de la transformación desde el territorio desocupado y

desolado, hasta el trazado y construcción de las secciones, departamentos y barracas.

Las descripciones del territorio del campo involucran también la construcción

simbólica del espacio que transforma el campo en algo más que un territorio demarcado

por alambradas. Si bien en ningún momento desaparece la asociación del espacio con la

amenaza constante y la violencia, éste se convierte en un bastión de lucha y de resistencia

en el exilio. En los textos seleccionados, se ponen en marcha diversas estrategias cuyo

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Por los caminos de la palabra 

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objetivo es describir la carga de significación que cobra el espacio para el sujeto, las

cuales conviene destacar de manera particular en cada uno de los textos abordados.

Son nueve meses el tiempo que el narrador de Alambradas… ha transcurrido en el

campo de Septfonds. Es posible, a lo largo del relato, identificar ese proceso según el cual

el sujeto otorga significado al espacio. El narrador cuenta la llegada al lugar y los

primeros momentos de su estadía:

Desde la altura de Judes presenciamos la lenta construcción de nuestras futuras

mansiones. Muchos, de entre nosotros, eran carpinteros; muchos otros, podíamos hacer

de carpinteros. Una idea surgió, y se extendió con afanes liberadores: ofrecer nuestros

brazos para trabajar en la construcción de las ‘barracas’ (García Gerpe, 1941: 47)

Los datos históricos demuestran que los internos fueron parte del proceso de

construcción de los campos, el cual en muchos casos se cumplió con escasos materiales y

con los apuros que supuso para el gobierno francés la repentina presencia de miles de

españoles en su territorio. En este fragmento, como en muchos otros, el testigo se vincula

activamente con la organización del campo. La anécdota histórica ingresa en el relato

para ilustrar una actitud participativa de los refugiados en el proceso de construcción y

ordenación territorial.

Más tarde, el testigo dará cuenta de la transformación física desde la imagen de

territorio despoblado a un lugar dispuesto y organizado en forma de “campo”:

Se nos asignó el Departamento Nº 1 de la Barraca 27. Teníamos ya casa y techo.

Nuestra nueva mansión cumpliría múltiples finalidades: dormitorio, comedor, escuela,

sala de tertulia, taller, escritorio, y, a veces, sede de algún que otro partido político u

organización sindical; porque aun allí, fuera de nuestra España continuamos organizados

bajo el vínculo fuerte de un ideal, por el que seguíamos dispuestos a morir (García

Gerpe, 1941: 49)

La organización material, representada a través de la ubicación de las coordenadas

y de la descripción de las instalaciones, se completa con la construcción simbólica del

campo como espacio en el cual se prolonga la actividad que había sido iniciada durante el

conflicto bélico e interrumpida por el exilio. El campo se transforma en un espacio de

resistencia en el cual los sujetos hacen efectiva la reconstrucción de esos patrones

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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culturales de referencia que quedaron del otro lado de los Pirineos. En este sentido, la

representación del espacio coopera con el propósito de estos autores, que ven en la

publicación de estos textos herramientas de acción y de lucha desde el exilio. En el caso

de García Gerpe, el exilio en Argentina le permitió continuar con sus actividades políticas

e intelectuales y esa actitud tesonera se ve reflejada en su testimonio.

Dejando de lado la imagen primera de transición, el sujeto se ancla ahora en un

espacio definido: “A 2 kilómetros Septfonds, la ‘petite village’. Esto era Septfonds, el

‘Campo de Concentración de Septfonds” (García Gerpe, 1941: 50). Ya no está ubicado en

un “no lugar” como lo eran la frontera o la confusión de los primeros momentos en

Francia, sino que adquiere cuerpo a través de la contraposición entre “dentro” y “fuera”.

Según esta ordenación, el exterior simboliza la libertad y la normalidad, en tanto el

interior se define como un lugar en el que transcurre el relato. Al mismo tiempo, esta

diferencia entre el interior y el exterior concuerda con el concepto de “inclusión

excluyente”, de Giorgio Agamben, que define al campo como ese espacio que es sacado

fuera del sistema jurídico y que, por eso mismo puede inscribirse en él todo lo que la ley

excluye, puesto que su condición de posibilidad está incluida en el propio sistema legal.

En Alambradas…, la delimitación del espacio alcanza su expresión más acabada

cuando el campo de concentración se transforma en un espacio escénico en el cual se

desarrolla la “tragicomedia”: “La acción tiene lugar en el Campo de Concentración

Septfonds. La escena se desarrolla en el Departamento 1º de la Barraca 27” (García

Gerpe, 1941: 52). Si bien, como ha observado Manuel Aznar Soler en su artículo, este

libro no puede considerarse parte de la literatura dramática del exilio español (Aznar

Soler, 2010: 352), cabe preguntarse por qué el autor planifica e intenta disponer el campo

como escenario de los acontecimientos. La reflexión sobre el vínculo que estrecha el

sujeto de la enunciación con la experiencia que está narrando mostró que los testigos

manifiestan cierta desconfianza en cuanto a la eficacia del discurso autobiográfico para

representar “fidedignamente” la vivencia, según los parámetros del modelo periodístico

en el que pretenden inscribir sus relatos. De ahí que los testimonios adquieran diversas

formas para explorar un acercamiento más “directo” a esa realidad de los campos. En este

caso, el narrador encuentra en la escenificación de su testimonio un camino eficaz para

intentar desaparecer como subjetividad mediadora entre los acontecimientos y la

escritura. En ese espacio, que se crea para aportar veracidad al discurso, es posible

proyectar sus propósitos de denuncia y de reivindicaciones morales.

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Por los caminos de la palabra 

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Aunque con limitaciones técnicas, es en este espacio escénico en el cual los

personajes del campo pueden mostrarse con la libertad que les concede la desaparición

del narrador en primera persona. Por lo tanto, el campo se convierte en un espacio “real”

en el que los personajes, republicanos exiliados de diversas regiones de España,

interactúan y se manifiestan. Aunque ciertamente estereotipados71, se recrean en los

parlamentos los rasgos constitutivos de su idiosincrasia, tal como el modo de hablar de los

andaluces o algunas características típicas de la personalidad gallega. Es en este espacio

definido y limitado del campo de Septfonds donde los sujetos reconstruyen su identidad,

defienden sus posiciones políticas, confrontan entre sí, ejercen sus denuncias, encaran sus

luchas y también afianzan su sentimiento de pertenencia a la comunidad del exilio. La

voluntad de dedicar la publicación a los compatriotas que aún sufrían los campos se

concreta en este acto de entrega de la narración a la voz de los protagonistas. Francie

Cate-Arries ha advertido en este acto que “García Gerpe’s text strongly construes the

events of the concentration campground as a continuation of those that originated in the

trenches of civil war” (Cate-Arries, 2004: 242), lo cual confirma la hipótesis de que el

espacio no es en estos textos solamente un lugar vacío en el que los sujetos son entes

pasivos incapaces de sostener los ideales que los llevaron hasta allí.

Esta imagen de campo de concentración dinámico en el cual el sujeto se vincula

de manera activa para construir un espacio de resistencia y de lucha se completa cuando

los personajes de la “tragicomedia” organizan en el campo diversas actividades culturales

y de enseñanza, tales como clases de matemáticas, de gramática, conferencias sobre

emigración, política, etc (García Gerpe, 1941: 111). Se escenifica, de este modo, uno de

los capítulos que más ha ocupado a los historiadores del exilio en los campos franceses,

como lo fue la gran cantidad de propuestas culturales, educativas y artísticas que los

republicanos españoles pusieron en marcha durante su estancia en los campos. Esto no

sólo subraya la actitud empeñosa de estos sujetos que poco tenían de vencidos, sino

también su intención de mantener sus ideales y convicciones más allá de las fronteras de

aquel país que los había expulsado.

En Argelès-Sur-Mer también es posible identificar recursos a través de los cuales

el narrador transforma el espacio y el modo de vincularse con él. El narrador testimonia

                                                            71 En opinión de Cate-Arries, “this performance… may be as fiercely fictive, histrionic, and spectacularly staged as the most dramatic theatrical representation that one could find under the theater’s own spotlights” (Cate-Arries, 2004: 241) 

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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los trabajos que debieron emprender los refugiados para construir tiendas y barracas: “Y

otra vez a recorrer aquel kilómetro que nos separaba del material. No pensábamos nada

ya, abandonados a la tarea de ir y venir cargados con la vigueta de hierro… Y otra vez en

marcha. Cuatro muchachos más cayeron desmayados aquella noche” (Espinar, 1940: 64).

El proceso de organización y disposición del espacio se completa con las huellas de la

violencia y la coacción. Reaparece en el relato la idea del campo como espacio de castigo

y de cárcel, en el cual los internos son coaccionados a trabajar y vigilados continuamente

por los gendarmes franceses. El estado de excepción, es decir, la suspensión de un orden

jurídico que vele por los derechos de las personas, se hace evidente en la descripción del

espacio concentracionario, aún desde el principio de su concreción.

El texto de Jaime Espinar acuña una metáfora recurrente en los testimonios de los

campos franceses, la identificación del campo con el universo, como si por fuera de sus

límites todo hubiera desaparecido. Comenta el narrador:

Fue al séptimo día. La playa ya era campo perfecto de concentración. Dobles

alambradas, tupidas de pinchos. Compartimientos interiores. Ametralladoras,

estratégicamente emplazadas, dominando las lomas. Guardia nutrida. Algunas barracas.

Cocinas, con sus humos derechos (Espinar, 1940: 73)

Con amarga ironía, el narrador se refiere a los siete días en que, según la tradición

bíblica, fue creado el mundo. Los componentes de ese mundo llevan implícitos los signos

de la violencia. El narrador ha relatado la llegada de los refugiados a la playa desierta de

Saint-Cyprien y el sentimiento de incertidumbre que los acompañaba. Todos han

observado el trazado de alambradas que delimitan el campo y luego han debido entregarse

a la tarea de construir sus chabolas. Al contemplar la transformación, el testigo construye

la metáfora de la creación del mundo y los internos ingresan en él como agentes

creadores, o como colaboradores involuntarios de esa obra.

A su vez, esta imagen acompaña la percepción de un proceso de construcción del

espacio que va desde la inexistencia, el “espacio vacío” de las playas, hasta el “espacio

lleno”, cargado de representaciones simbólicas. El campo es el nuevo mundo que habita

el sujeto y con el cual estrecha lazos de pertenencia diferentes y novedosos con respecto a

los antiguos, que han quedado abandonados del otro lado de la frontera. Sin embargo,

vestigios de éstos se filtran en ese espacio nuevo, habitado por una comunidad que sí

posee ciertas características comunes que los relacionan. La recuperación de ese previo

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Por los caminos de la palabra 

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mundo perdido se hace evidente en la descripción del espacio: “Los barracones, para

cincuenta o sesenta personas, no abundaban. Estos ofrecían mayor confort. Pero los

españoles preferimos aislamiento, vivir en pequeños grupos, aglutinados por vínculos

cordiales o de afinidad política” (Espinar, 1940: 88). Es así como el territorio se convierte

en un espacio en el cual se sostiene el espíritu que animaba y reunía a sus habitantes en el

pasado de la Guerra Civil. Tanto el texto de García Gerpe como el de Espinar dan prueba

de que el campo puede entenderse como un espacio de resistencia en el cual se prolongan

las demandas de reivindicaciones políticas que justificaran la lucha.

El proceso según el cual el espacio concentracionario se nutre de elementos

simbólicos continúa a través de la definición de los sectores del campo. Los siguientes

fragmentos ofrecen elementos para justificar esta observación:

Partido por una calle ancha, ‘La Rambla’, a derecha e izquierda, se ordenaban catorce

compartimentos. Al fondo, en semicírculo, el denominado genéricamente ‘campo

civil’… Después, nacían a capricho las chavolas (sic), construidas con toda clase de

materiales” (Espinar, 1940: 87-88)

Estamos en pleno ‘Barrio Chino’ de Argelès-Sur-Mer ¿No habéis oído hablar nunca del

Barrio Chino? Unos trescientos metros antes de llegar a la puerta, la ‘Rambla’ densifica

su población. Entonces, ya no es caminar. Es apretujarse unos contra otros (Espinar,

1940: 109-110)

El reencuentro con la comunidad de pertenencia se cumple en la identificación del

espacio con toponímicos conocidos y compartidos por sus integrantes. Este recurso se

repite con frecuencia en los testimonios y tiene su origen en estos primeros textos. Así,

“Las Ramblas” de los campos son esos espacios en los que, a semejanza de las

barcelonesas, es posible la interacción entre los internos. El “Barrio Chino”, por su parte,

es el sector en el que, con el tiempo, comenzaron a gestarse intercambios comerciales,

tales como la compra y venta de alimentos y otros artículos, entre los internos y con los

soldados franceses. Esta zona del campo les recordaba aquellos barrios de las grandes

ciudades españolas donde se desarrollan este tipo de actividades, aunque el nombre se

refiere especialmente al de la capital catalana.

En estos textos, la denominación de los espacios adquiere varios sentidos. Por un

lado, constata un proceso de vinculación del sujeto con el espacio según el cual lo

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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desconocido, el “espacio vacío” o “no-lugar”, se transforma en conocido a través de la

identificación con lugares que se inscriben en los patrones de referencia de los sujetos,

suspendidos ante la situación de dislocación provocada por el exilio. Es en espacios como

éstos donde se ponen en marcha aquellas tareas de construcción de la memoria del exilio

y de reconstitución de la moral y la legitimidad política que transforman al campo en un

lugar activo y dinámico.

Por otro lado, a través de la descripción de los espacios compartidos con nombres

conocidos, los narradores aluden a muchas de las circunstancias cotidianas. En Argelès-

Sur-Mer, por ejemplo, el “Barrio Chino” se describe como un escenario grotesco en el

que el interés comercial de algunos contrasta con la indigencia de otros, provocando

escenas de extrema avaricia y miseria que ponen en evidencia la situación de desventaja e

incomodidad en la que se hallaban los españoles. En España comienza en los Pirineos

también se lo nombra, aunque con otras connotaciones, pues el narrador lo rescata como

el único lugar de esparcimiento en el que los internos podían distenderse, adquirir algún

alimento extra y confraternizar. Sin embargo, esta carga positiva que el narrador imprime

al espacio desaparece, al igual que cada día se desvanece el Barrio Chino: “Retirándonos

nosotros, desaparecía el barrio. Únicamente quedaba allí la arena removida, pisoteada,

hundida, que era la señal para que al día siguiente nos viésemos en el mismo sitio”

(Suárez, 1944: 174). Lo que queda ante la desaparición cotidiana de este espacio es la

rigidez de las barracas, expresión acabada del aislamiento y el cautiverio.

El relato de Luis Suárez también ilustra ese proceso de significación del espacio

desde la idea de “espacio vacío” a “espacio lleno”. El primer punto del recorrido lo ofrece

la imagen de la caravana de españoles acercándose al área en el que se instalarían los

campos: “Así, como catarata incontenida, iba cayendo, salpicando de cuerpos humanos

los grandes arenales donde la vida no puede desarrollarse, donde no crecen las plantas,

donde todo se seca” (Suárez, 2008: 57). La vida no puede desarrollarse en ese espacio

que, en la percepción del testigo, más que una playa se asemeja a una tierra baldía. Por

eso, este territorio desolado se revela ante los ojos del sujeto como un hueco con el cual

es incapaz de estrechar lazo de pertenencia alguno, se le suma la noción de aniquilación y

muerte:

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Por los caminos de la palabra 

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Cuando he visto la muerte de frente he tenido diversas reacciones… En el campo de

concentración le tenía miedo y luchaba contra ella… tenía ganas de volar por encima de

las alambradas, encontrar a mi esposa y huir con ella para cuidar de la hijita que se

estaba gestando (Suárez, 1944: 58)

El campo de concentración como cautiverio y calabozo de los refugiados es una de

las imágenes más recurrentes de los testimonios. Sin embargo, la actitud del narrador ante

la amenaza de la muerte, no acaba en derrotismo y abandono, sino que se despiertan en el

relato signos de resistencia. En este caso, se aferra al recuerdo de la familia, como tabla

de salvación para no sucumbir ante la muerte. Pero también se refiere a la posición activa

de los internados en el proceso de edificación de las instalaciones en el campo: “Los

campos no estaban preparados pendientes de recibir a los refugiados, sino que fueron

éstos los que tuvieron a los campos pendientes de construirse, hasta que fueron llegando”

(Suárez, 1944: 98). El relato de estas acciones permite observar de qué manera los

testigos se vincularon con el espacio, de modo tal que a las nociones de muerte, de castigo

y de vacío les surge una contrapropuesta que supone la actitud protagonista de los

refugiados como constructores del espacio.

Este proceso culmina con la posibilidad del testigo de superar su rol de sujeto

pasivo y depositario de la coacción y la violencia. Las expresiones utilizadas para

nombrar ciertos espacios de los campos denotan esta voluntad:

Y se construyó un paseo en el campo de concentración… Aquel paseo fue bautizado:

Bulevar de la Libertad… Por entonces nos dedicábamos a una poderosa [reflexión], por

encima a unas cuántas de índole particular podía uno abocarse ¿Pelearíamos otra vez?

(Suárez, 1944: 116)

Desde la definición y la descripción del espacio del campo de concentración es

posible reflexionar sobre el vínculo que establece el testigo con éste y la posición que

adopta como sujeto de los campos. Esta iniciativa se hizo visible en las múltiples

actividades que pusieron en marcha los refugiados en los campos de concentración,

transformándose en bastiones de lucha para continuar defendiendo sus propios ideales y

para mantener el espíritu de resistencia contra las fuerzas fascistas. En el testimonio los

sujetos construyen diversas representaciones simbólicas del campo de concentración, por

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Testimonios de los campos durante los primeros años del régimen franquista

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lo que éste se convierte en un eslabón más de esa batalla por la supervivencia física y

moral.

Los tres proyectos narrativos convocados en este apartado coinciden en la

importancia que los narradores otorgan a la dimensión espacial. El testigo se encuentra en

continuo conflicto con el espacio; los textos, desde esta perspectiva, son la consecuencia

directa del desgarro territorial que supone para el sujeto haber sido obligado a abandonar

el país de pertenencia y, en ese acto, a suprimir sus patrones de referencia históricos y

culturales. En cuanto a la representación del espacio concentracionario, ha sido posible

observar en los testimonios un recorrido más o menos regular desde la noción de “espacio

vacío”, heredero del concepto de “no-lugar”, que alude a la idea de campo como lugar

desolado y despojado de referencias; a la de “espacio lleno” en términos materiales y

también simbólicos. Materiales, porque el testimonio relata el proceso de disposición,

modulación y organización de los campos, en el cual los testigos colaboran activamente.

Simbólicos, porque en la descripción de los campos y de la relación entre el sujeto y

éstos, se los entiende como espacios activos y dinámicos en los que se regenera la idea de

“comunidad imaginada” y, a partir de ahí, se funda la construcción de la memoria del

exilio, así como también se reconstituyen aquellos valores atenazados por la pérdida de la

Guerra Civil, tales como la moral republicana y la legitimidad política del gobierno fuera

del territorio nacional.

5. Valor de los textos de la década del cuarenta para la construcción de la historia del

testimonio de los campos.

En la introducción a este capítulo se planteaba que los textos publicados en los

años cuarenta aquí reunidos inauguraron una voz testimonial que hasta la actualidad

continúa abierta y que constituyó, entonces, la primera etapa en la historia de los

testimonios de los exiliados españoles en los campos de concentración franceses. Para

explicarla e ilustrarla se señalaron las características comunes que comparten a nivel

contextual, así como también las diversas estrategias que los narradores ejecutan para

representar verbalmente el internamiento en los campos, una experiencia que marcó por

completo sus vidas. La construcción del “yo testimonial”, así como los múltiples caminos

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que abordan para alcanzar sus fines, demostraron que los autores piensan y escriben sus

relatos desde un paradigma periodístico y que desde ahí pretenden que sean leídos, pues

sostienen una férrea voluntad de ejercer su derecho legítimo como jueces para criticar a

las autoridades políticas y a las instituciones involucradas en la apertura de los campos de

concentración.

El análisis de los testimonios ha arrojado como resultado una perceptible

inmadurez del sujeto de la enunciación, el “yo testimonial”, debido a la perceptible

dificultad para articular de manera sostenida el relato de su vivencia personal en torno a

esta primera persona. Como consecuencia, los textos evidencian algunos problemas en su

estructura interna, que hacen tambalear la unicidad y la fluidez del discurso, lo cual se

explicita en los múltiples recursos que el narrador practica para fijar en su relato la

máxima impresión de “objetividad”. De este modo, el desplazamiento de la narración

hacia el discurso directo y la penetración de otros géneros, por recordar sólo algunos de

esos recursos, colaboran con la construcción de textos inestables, fragmentados y cuyos

núcleos narrativos suelen parecer yuxtapuestos y desarticulados.

Sin embargo, por encima de todas esas características estructurales y estilísticas,

se hace imprescindible rescatar el valor que poseen estos relatos como piedras

fundacionales de la voz de los campos. Los sujetos que se disponen a plasmar

verbalmente su paso por los campos lo hacen desde la inmediatez de los acontecimientos.

Es escaso, casi inexistente en algunos, el tiempo que media entre el momento histórico y

la publicación del libro. Tal como lo relatan en sus textos, la experiencia de los campos

resultó un hecho traumático que zanjó sus vidas y, entre otras consecuencias, confirmó la

derrota republicana y la obligatoriedad a abandonar sus familias, sus hogares, sus

espacios de pertenencia, sus matrices históricas y culturales. De ahí que disponerse a

desandar el camino del éxodo y volver a transitarlo para plasmarlo en palabras no sólo

implicó un gran esfuerzo por intentar que la comunidad internacional estuviera al tanto

del drama español, sino también un acto heroico de parte de estos sujetos para los cuales

ese exilio era aún una herida no suturada, una vivencia reciente e irresoluta.

En la “Advertencia del autor” a la publicación de 1987, Luis Suárez se excusa

diciendo que “hemos querido pagar imperfección con frescura, disparates literarios con

espontaneidad, adecuaciones a nuevas interpretaciones con la autenticidad del momento”

(Suárez, 1987: 11). Los rasgos con que el autor de España… describe su propio texto

constituyen sus mismas fortalezas. Frescura, espontaneidad, autenticidad; ésas son las

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características que definen a estas producciones. En ellas, la palabra se hace acción en el

esfuerzo por plasmar, junto a su drama individual, la tragedia colectiva de sus coetáneos,

por reivindicar sus luchas y por hacerse, en ese acto, eco de su resistencia. Al mismo

tiempo, sus relatos son perfectos vehículos de la intensidad con que los españoles

refugiados se comprometieron con los conflictos de su tiempo.

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CAPÍTULO 4

RETRACCIONES DE LA VOZ TESTIMONIAL DURANTE LOS AÑOS CINCUENTA

1. El afianzamiento del régimen dictatorial y la presencia de la cultura exiliada en la

historiografía de los cincuenta

Fueron los años cincuenta el momento propicio para que el Régimen se

consolidara tanto en el interior como en el exterior del territorio español. La década de los

cuarenta finalizaba con un saldo negativo en materia de desarrollo económico, por lo que

el gobierno inició un proceso de transformación y apertura al ámbito internacional, el cual

le permitió construir un discurso que lo alejara de la imagen autárquica y extremadamente

intervencionista anterior. Los hechos históricos avalan este afianzamiento. Por un lado, la

firma de acuerdos bilaterales con Estados Unidos en 1953, cuyo objetivo fue la

instalación de bases militares norteamericanas en distintos puntos geográficos de España

a cambio de ayuda económica. Esta simpatía hizo que España se convirtiera durante la

Guerra Fría en un útil baluarte contra el bloque comunista. Por otro lado, los ingresos a la

UNESCO y a la ONU en 1952 y 1955, respectivamente, significaron el fin del

aislamiento diplomático del país. En 1959, el conocido abrazo entre Franco y Eisenhower,

personaje clave en la derrota de Hitler, selló el reacomodamiento del gobierno dictatorial

español en el espacio europeo. Hacia el interior del país, el Régimen pretendía con todas

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estas acciones justificar el alzamiento de 1936 como una instancia necesaria para

devolver a la sociedad española la paz y la prosperidad que la República le había

cercenado. La colaboración de la Iglesia Católica en los apoyos tanto exteriores como

interiores de personalidades a ella vinculadas, fue un elemento fundamental en este

proceso, ya que le sirvió a Franco para cambiar la apariencia del gobierno desde la

imagen del estado fascista, desprestigiado hacia 1945, hacia la definición del régimen

como católico. Las negociaciones entre uno y otra redundaron en beneficio del gobierno

central, así como también otorgaron a la institución católica un espacio protagónico en el

escenario del poder72.

Los esfuerzos del gobierno en estos años se orientaron a superar el fracaso de la

política económica intervencionista, que tanta pobreza había generado en los años

cuarenta, a través de la introducción de “reformas destinadas a la liberalización del

comercio exterior, a la promoción de la industria y a la recuperación del sector agrícola”

(Di Febo y Santos Juliá, 2005: 85). Estas medidas, sin embargo, generaron desequilibrios

materializados en el agotamiento de reservas, déficit de la balanza de pagos, inflación y

malestar social. Tal situación de bancarrota se combatió con el ingreso al gobierno en

1957 de un grupo de tecnócratas procedentes del Opus Dei que instrumentalizaron una

amplia reforma administrativa y renovaron la administración pública (Di Febo y Santos

Juliá, 2005: 90).

Por su parte, las fuerzas políticas opositoras realizaron algunas tentativas de

reorganización en el exterior. El Partido Socialista Español (PSOE) intentó aliarse, sin

fortuna, con los sectores monárquicos; mientras que el Partido Comunista Español (PCE)

propuso en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de 1956

unir a todas las fuerzas democráticas y patrióticas en un Frente Nacional Antifranquista.

Sin embargo, para garantizar algún éxito de esta propuesta hubiera sido necesario superar

los problemas que persistían entre los distintos partidos desde la Guerra Civil (Soto

Carmona, 1998: 75).

                                                            72 La mutua colaboración entre Iglesia y Estado se visibilizó, por ejemplo, en la firma del Concordato entre España y el Vaticano, que “en agosto de 1953, brindó un reconocimiento oficial al nacionalcatolicismo y legitimó la imagen confesional del régimen en el ámbito internacional. Se otorgaban a la Iglesia numerosos privilegios, espacios y poderes, como la enseñanza obligatoria de la religión católica en escuelas y universidades, dotaciones, exenciones de impuestos y subvenciones para la reconstrucción de lugares de culto y centros de estudio” (Di Febo y Juliá, 2005: 58)

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

159 

A pesar de que tales intentos no fructificaron en el derrocamiento del régimen,

estos años fueron testigos de las primeras manifestaciones antifranquistas dentro de

España, que dejaban entrever la necesidad de superar la distinción entre vencedores y

vencidos para construir una oposición que reuniera tendencias políticas diferentes en

objetivos comunes. En 1956 y 1957 se produjeron diversos incidentes en la Universidad

de Madrid entre estudiantes opositores y miembros del Sindicato Español Universitario,

organización estudiantil de Falange. Estos “niños de la guerra” repudiaban el odio

fratricida e inútil que había alimentado la guerra y del que habían bebido toda su vida, así

como también pretendían, no sin demostrar el hartazgo que les suponía la memoria

sangrienta de la contienda, redimensionarla como una catástrofe que era preciso olvidar.

De este modo, como explica Santos Juliá,

al recusar el discurso en el que habían sido educados, adoctrinados… borraban también

de un plumazo la línea divisoria entre vencedores y vencidos… y echaban los

fundamentos, a partir de un acto de rebeldía, de una cultura política que debía bien poco

al pasado del que ellos mismo procedían, del que eran hijos (Juliá, 2006: 39)

Paradójicamente, el rechazo al discurso fratricida colaboró con la legitimación del

Régimen, pues comenzó a elaborarse un nuevo discurso que se basaba en la idea de que

sólo a través de un pacto de amnistía, según el cual los hechos del pasado no determinaran

los actos del presente, era posible construir un futuro nacional próspero. Así, se fue

imponiendo la idea de que forjar un futuro habitable debía partir de superar las diferencias

de la guerra y la división entre “nacionales” y “rojos” (Santos Juliá, 2006: 42).

La consolidación del Régimen en todos sus ángulos, apoyado además por la

aceptación del contexto internacional, provocó el desencanto general de los exiliados

republicanos, quienes entendieron, no sin amargura, que España estaría mucho tiempo

bajo control dictatorial. Tal desilusión se materializó en el acto de “deshacer las valijas” y

en la disposición a reencauzar la vida fuera del país. De este modo, miles de españoles

abandonaron la expectación de los primeros años de la posguerra y comenzaron a

involucrarse, o bien, a afianzar el proceso de adaptación, en los países de acogida. El

manto de sombra que se posó sobre la Guerra Civil, potenciado en parte por la

complicidad del Régimen con los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, les vino a

confirmar a los exiliados la cancelación del billete de regreso. Por su parte, los campos de

concentración franceses habían quedado a merced de las decisiones nazis, por lo cual el

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Por los caminos de la palabra 

160 

caso de los republicanos españoles, muchos de los cuales habían sido víctimas de los

campos alemanes, se diluyó en el magma de la deportación de miles de ciudadanos

europeos damnificados por la gran guerra. Faltaban todavía algunos años para que la

Historia interpretara y restituyera la contienda bélica española como parte integral de los

conflictos políticos que asolaron a Europa a lo largo del siglo XX.

En concordancia con las condiciones histórico-políticas imperantes en España, la

historiografía literaria de los cincuenta manifiesta un acentuado silencio acerca de la

literatura exiliada y de la novela durante la República. Si bien en estos años algunos

nombres se van incorporando gradualmente al canon de la cultura española

contemporánea, el objetivo que persiguen los discursos oficiales con estas inclusiones es

mantener sus referentes culturales y así aliviar la desprestigiada imagen del Régimen en el

exterior. Así lo explica Fernando Larraz:

Se fomentaba en el exterior la imagen de un Régimen que, lejos de haber salvado a

España de la barbarie comunista, había eliminado de su territorio toda muestra de

inquietud intelectual. El Gobierno franquista tenía muy en cuenta el peso relativo que

tales presiones tenían en los obstáculos que encontraba en su camino hacia la

normalización internacional. También creía ver la sombra del exilio en la confrontación

de aquella dañina imagen. Por esta razón, se desarrollaron campañas que,

simultáneamente, encomiaban sin disimulo el desarrollo de la cultura nacional y

desacreditaban la voz de la disidencia en general y del exilio en particular (Larraz, 2009:

101)

En cuanto a la presencia de la literatura española exiliada en España, es de

destacar la actividad de la revista Ínsula, aparecida en 1945 bajo la dirección de Enrique

Canito. En la década del cincuenta, la revista publicó varios artículos, reseñas y

comentarios críticos de libros escritos por intelectuales exiliados, así como también de

aquellos exiliados que retornaron al país73, transformándose en el medio en el que mayor

espacio se le otorgó a la cultura exiliada. Sin embargo, esta comunicación entre interior y

exterior no estuvo sostenida por el diálogo ni la polémica, sino por la evasión y el

silencio, de modo que “este ejercicio de no comprometerse explícita e inequívocamente

                                                            73 Para una completa comprensión del rol de Ínsula en el conocimiento de la literatura exiliada en España, se sugiere la lectura de “Ínsula del exilio intelectual en el mar del Franquismo”, de Fernando Larraz, en El monopolio de la palabra. El exilio intelectual en la España franquista (2009: 165-190)

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

161 

con principios políticos de ninguna clase a fin de sobrevivir en la situación política fue lo

que supieron hacer los redactores de Ínsula desde sus primeros números” (Larraz, 2009:

189).

La presencia de la literatura española exiliada en estos años no significó más que

la confirmación de que el régimen franquista había afianzado su institucionalización y

normalizado su presencia como gobierno central en todos sus mecanismos de actuación.

2. La literatura concentracionaria en la década del cincuenta: retracciones de la voz

testimonial

La publicación de textos testimoniales como los que habían aparecido en los

primeros años de la década del cuarenta, con la voluntad de informar acerca de la

existencia de los campos y denunciarla ante la comunidad internacional, experimentó un

notable decaimiento a partir de la consolidación del régimen franquista. El

distanciamiento temporal con respecto a los acontecimientos, así como las condiciones

históricas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, provocaron la suspensión del rol

informativo que habían cumplido estos discursos en momentos simultáneos o

inmediatamente posteriores al funcionamiento de los campos de concentración. De

acuerdo con esto, la pertenencia de los testimonios a una matriz periodística desde la cual

los testigos no sólo pretendían dar a conocer “objetivamente” lo ocurrido en el sur de

Francia a sus compatriotas y a ellos mismos, sino también ejercer su crítica al fascismo

español e internacional que había promovido la existencia de estos espacios de reclusión,

se interrumpió ante la constatación de que ya no había razón para asumir esa

responsabilidad.

No obstante, la circulación de textos escritos por testigos que tratan el tema de los

campos franceses no se detuvo, ya que varias obras publicadas en diferentes países del

exilio lo recuperaron en sus páginas. En 2008, Bernard Sicot, con la colaboración de

varios investigadores, publicó “Literatura española y campos franceses de internamiento.

Corpus razonado (e inconcluso)”. Se trata de un inventario de textos testimoniales sobre

la experiencia de los campos cuyo propósito fue, justamente, hacer un recuento de obras

que hasta entonces se encontraban dispersas y deficientemente catalogadas. Desde

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Por los caminos de la palabra 

162 

entonces y hasta la fecha, la información se ha actualizado en dos versiones más recientes

de dicho inventario, donde se ha ampliado la nómina de textos y se han ajustado los

criterios de clasificación.

La primera versión del dossier editado por Bernard Sicot organizaba los textos

según la presencia o ausencia de “marcas de literariedad”, teniendo en cuenta la

inseguridad que conlleva este concepto. Explicaba Sicot que

frente a la gran disparidad de las obras del corpus que se intenta establecer, parece

imposible prescindir de una frontera (porosa y borrosa, como muchas) entre las que,

además de ser testimonios, acceden a lo literario, y las que sólo son ‘meros’ testimonios

(en un hipotético e improbable acercamiento a un grado cero de la escritura) (Sicot,

2008a)

Aunque en las versiones posteriores este criterio fue sustituido por la clasificación

lingüística (español, catalán y otros idiomas), es evidente que la división entre las obras

literarias y las que no lo son, promovida ya sea por el valor estético de los textos, o por la

trayectoria del autor en el mundo literario, continúan siendo un problema para la crítica

literaria dedicada a este corpus74. Sin embargo, considerando el criterio adoptado en la

primera edición del repertorio, se observa que, si bien la edición de textos narrativos

continuadores de la línea testimonial seguida por Jaime Espinar, Manuel García Gerpe o

Luis Suárez –usualmente denominados testimonios “no literarios”– experimenta una clara

reducción, la otra vertiente, en la que los testigos se proponen reelaborar literariamente la

anécdota no sólo se sostiene, sino que gana terreno en el mapa de las representaciones del

paso de los republicanos por los campos.

Esta reelaboración literaria de la vivencia puede concretarse de diversas maneras.

Una de ellas es la introducción de elementos ficcionales en el relato. Se publican en estos

años varios textos narrativos que, con mayor o menor carga autobiográfica, crean ficción

a partir de la experiencia vivida por sus autores. Se trata, por ejemplo, de novelas como

Destins (1947), de Joan Cid i Mulet, publicada en México en lengua catalana; Búsqueda

                                                            74 Lo confirma Bernard Sicot en la tercera versión, publicada nuevamente en Cahiers de civilisation espagnole contemporaine (2010), al decir que la variable “literariedad”, a pesar de haber dejado de ser el criterio de clasificación de los textos, no desaparece como uno de los problemas centrales a los que se enfrenta la crítica. Para ello, los colaboradores adjuntan fichas analítico-descriptivas de cada una de las entradas (Sicot, 2010a)

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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en la noche, de Arturo Esteve, aparecida en 1957 en Buenos Aires; o Así cayeron los

dados, de Virgilio Botella Pastor, editada en Francia en 1959. En este caso, si bien el

autor no vivió directamente la experiencia, su participación activa en la causa

republicana, el conocimiento acerca del funcionamiento de los campos y el constante

tratamiento de la temática en su obra lo posicionan como testigo indirecto de los

acontecimientos75. En cuanto a Arturo Esteve, aunque se refiere a la experiencia en los

campos del norte de África, presenta rasgos que son importantes para describir este

momento de la representación testimonial. En 1954, la editorial Americalée publicó el

libro de Isabel del Castillo, El incendio. Ideas y recuerdos. Se trata de un texto con

intención autobiográfica que incorpora el relato del paso por el campo de refugiadas de

Rieucros y que, por las circunstancias de su edición y recepción, merecerá un comentario

especial. Sin duda, se destaca en esta década la obra de Max Aub, quien editó en estos

años numerosos cuentos que tratan el tema de los campos de concentración76. Entre ellos

se encuentra el singular Manuscrito cuervo, publicado en la revista unipersonal Sala de

Espera, entre 1949 y 1950.

Otra elección de los testigos durante estos años fue la creación poética a partir de

la experiencia vivida en los campos. Fiel exponente de ello es la obra de Manolo Valiente,

artista plástico y poeta, quien en 1949 publicó el poemario Arena y viento. Du sable et du

vent: poèmes espagnols de Juan de Pena avec leur traduction. Se trata de una edición

muy cuidada en la cual el autor utiliza ese pseudónimo para representar, personificar y

encarnar la voz de todos los internados en los campos (Forcada, 2010: 44). El volumen

presenta, además de los poemas escritos entre 1939 y 1940, un conjunto de grabados e

ilustraciones que los acompañan y que pertenecen a la obra plástica del mismo autor. La

segunda edición de este poemario se cumplió en Barcelona, en 1973, bajo el título Arena

y viento. Romances del refugiado, 1939-1940. Celso Amieva, por su parte, publicó La

almohada de arena, en 1960. Los más de treinta poemas que se incluyen en el volumen                                                             75 Virgilio Botella Pastor debió cruzar la frontera por Le Perthus en enero de 1939. Luego de establecerse un tiempo en Amelie-Les-Bains, uno de los espacios en que se sitúan las acciones de Así cayeron los dados, llegó a París y luego se embarcó hacia México. Según Alicia Alted, “Virgilio construía sus relatos sobre la base de material bibliográfico y documental y de lo que le contaban protagonistas de los hechos que narraba” (Alted, 1999: 252).

76 En Algunas prosas (1954) aparecieron “Ese olor” y “Playa de invierno”; luego, en Cuentos ciertos (1955) se publicaron “Una historia cualquiera”, “Los creyentes” y “El limpiabotas del Padre Eterno”, entre otros; “Vernet, 1940” estaba incluido en De la verdadera historia de la muerte de Francisco Franco (1960)

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Por los caminos de la palabra 

164 

abordan la experiencia vivida por el autor en Argelès-Sur-Mer y Barcarès y muchas de las

anécdotas y personajes que estos convocan reaparecieron más tarde en Poeta en la arena

(1964).

La mengua de publicaciones de testimonios altamente referenciales, no mediados

por una intención literaria explícita o por la ficcionalización de la experiencia, sumada al

aumento de novelas, cuentos y poemarios vinculados con el episodio del éxodo y de los

campos franceses, invita a pensar si es posible que las circunstancias políticas de la

década del cincuenta, cuyos rasgos principales fueron el proceso de afianzamiento del

régimen franquista en el poder y la convicción de que el exilio había dejado de ser

transitorio, influyeron en la manera en que los testigos escribieron la experiencia de los

campos de concentración en ese momento. Siguiendo esta reflexión, la proliferación de

obras que relatan esta anécdota ilustra un desplazamiento en cuanto a la representación de

la experiencia concentracionaria, desde la escritura documental que pretendía denunciar

un acontecimiento histórico, hacia una recreación literaria en la cual los testigos

pretenden abrir otros espacios que exceden la función referencial.

La aparición de producciones narrativas a cargo de testigos que buscan elaborar

literariamente la anécdota de los campos acudiendo a elementos de ficción cuenta con

antecedentes de relieve en la década de los cuarenta. Uno de ellos es Xabola, de Agustí

Bartra, publicada por primera vez en 1943 por Biblioteca Catalana en México77. El otro

autor, una vez más, es Max Aub, quien para entonces ya había abordado el tema en los

cuentos “Manuel, el de la Font” y “Yo no invento nada”, ambos recogidos en No son

cuentos (1944)78. Tanto Bartra como Aub tienen en cuenta el peso de los elementos

autobiográficos en sus proyectos narrativos, aunque ambos apuestan por la realización

literaria como forma de representación de la experiencia, actualizando en sus textos el

concepto de “memoria ejemplar”, entendido por Tzvetan Todorov como la posibilidad de

recuperar el suceso singular -la experiencia de los campos en este caso-, pensarlo como

una manifestación entre otras de una categoría más general, abrirlo a la analogía y a la

generalización para, al fin, construir un exemplum (Todorov, 2000: 31). De este ejemplo

                                                            77 Esta novela, una de las que más ha llamado la atención a la crítica especializada en la narrativa concentracionaria de los campos franceses, fue reescrita por el autor con el título Cristo de 200.000 brazos (1958). En 1974 se publicó en catalán bajo el título Crist de 200.000 braços

78 Si bien sólo se menciona la producción narrativa, cabe destacar que Max Aub había tratado el tema de los campos desde 1944 en el poemario Diario de Djelfa y en la obra de teatro Morir por cerrar los ojos.

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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es posible extraer una lección y transformar el recuerdo particular, es decir, la experiencia

privada, en una instancia de utilización activa del pasado. La escritura mediada por una

intención estética se transforma para estos autores en la oportunidad para vehiculizar los

sentidos que pretenden imprimir en sus obras.

La narrativa testimonial escrita en los cincuenta presenta características que la

identifican con estos antecedentes y que permiten actualizar la siguiente pregunta: ¿de

qué manera y con qué objetivos los testigos de los campos recuerdan y escriben la

experiencia de los campos de concentración? Sin temor a caer en consideraciones

demasiado generales, se observa que en estas novelas y cuentos el trasunto entre la

realidad y la ficción es una constante. Los personajes y los datos históricos, contrastables

con la realidad, conviven en el mundo narrativo con hechos y personajes ficticios. Esta

interpenetración podría pensarse desde el concepto de “autoficción”, formulado por Serge

Douvrovsky, actualmente en boga para describir e interpretar las obras que se ubican

entre la verdad autobiográfica y el mundo ficcional. Dicho concepto hace referencia a

aquellos textos que se destacan principalmente por no resolver esa ambigüedad. Ante la

imposibilidad de clasificar este tipo de obras desde la perspectiva de los géneros

autobiográficos, el autor opina que “ni autobiographie ni roman, donc, au sens strict, il [le

texte] fonctionne dans l’entre-deux, en un renvoi incessant, en un lieu impossible et

insaisissable ailleurs que dans l’operation du texte” (Doubrovsky, 1988: 70)

Se alude a esta interpenetración entre realidad y ficción en los mismos textos.

Federico Bonastre, personaje protagonista de Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve,

comienza diciendo: “este escrito no es tan sólo producto de mi imaginación. Los sujetos

que describo en él han existido, las escenas y hechos se han producido, y creo necesario

dar una idea de quién es el que habla” (Esteve, 1957). Existen numerosas vinculaciones

entre las circunstancias de vida del autor y del personaje, un juego que queda claro desde

la solapa del volumen, en la que se hace alusión tanto a la experiencia personal del autor

en los campos como a la invención de los personajes que aparecen en el texto. Sin

embargo, la creación de un personaje ficticio pone en entredicho la “veracidad” de los

acontecimientos, induciendo al lector a establecerse en ese intersticio situado en la

ambigüedad. Algo similar ocurre en Destins, de Joan Cid i Mulet. Si bien es presentada

como “novela” en la portada de la edición mexicana de 1947, en el relato se entremezclan

hechos y personajes ficticios con experiencias vividas por el autor, por lo que la realidad

y la ficción se confunden (Subirats, 2008: 15). El protagonista es Hipòlit, un hombre que

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Por los caminos de la palabra 

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lucha en el frente y que debe partir al exilio cuando sobreviene la derrota del bando

republicano. Este personaje ficticio mantiene algunos paralelismos con el autor, los cuales

lo ubican en ese espacio impreciso de la “autoficción”.

Sin que importe aquí cuáles son los datos verdaderos y cuáles los surgidos de la

imaginación de los autores, es interesante pensar por qué éstos han acudido a la invención

para escribir sobre su experiencia personal. Quizás, el hecho de confiar esa realidad,

traumática en el mayor de los casos, al refugio de la ficción les permitiera abrir en sus

propias producciones narrativas nuevos espacios de reflexión para extender los límites de

un universo que es difícil de abordar y que podría quedar encorsetado y restringido en un

relato abiertamente referencial. Quizás la clave la revele este personaje de “El cementerio

de Djelfa” cuando declara: “Si digo las cosas como son, parece poco: hay que buscar

mojones de referencia e irlos apretando con una cuerda. Las palabras son tan pobres

frente a los sentimientos que hay que recurrir a mil trucos para dar con el reflejo de la

realidad” (Aub, 1994: 335).

Es precisamente Max Aub quien ha llevado a su expresión máxima la voluntad de

construir espacios narrativos que permitan hacer más efectiva la representación de la

experiencia personal. El autor suscribe la idea de que la literatura debe poseer la

capacidad de conmocionar al lector (Pérez Bowie, 1999: 14), por lo que en cada una de

sus obras ensaya diferentes caminos, a través de la elección de las formas y de los

recursos para concretarlas, en pos de responder a dicha premisa79.

Manuscrito cuervo presenta a un narrador en primera persona, testigo vivencial

del campo de Vernet, que encuentra en su maleta un cuaderno escrito por un cuervo

llamado Jacobo. El hallazgo es un manuscrito, escrito por el ave, cuyo objetivo era

“escribir un tratado de la vida de los hombres” (Aub, 1994: 178) para que los

interlocutores de su especie conocieran a este extraño –y absurdo, desde su punto de

vista– género de los seres humanos. Todas las descripciones e interpretaciones de la vida

de los recluidos en los campos, quedaron impresas en el informe de Jacobo.

Evidentemente, son las reflexiones del autor, ya presentes en otras obras, las que se filtran

en el discurso del cuervo. De ahí que llame la atención el desplazamiento de la voz

                                                            79 En cuanto a las características de la narrativa testimonial de Max Aub, Eloísa Nos Aldás explica que “el testimonio literario de Aub responde a una triple tensión característica de todo testimonio concentracionario: buscar una autenticidad que plasme la amplitud de su experiencia, pero que a su vez transparente su honestidad y no quede en mera narración, sino que active la comprensión del lector y su recuerdo” (Nos Aldás, 2011: 64)

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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testimonial desde un narrador testigo, identificado con el autor real que ha vivido la

experiencia, a un narrador inverosímil, construido según los parámetros de las fábulas.

Según Pérez Bowie, en esta obra el autor recurre a estrategias “desrealizadoras”,

que consisten en “la selección de un sujeto de la enunciación inverosímil, el cual aplica a

la realidad presentada una perspectiva distanciadora que, precisamente y en virtud del

factor de extrañamiento que introduce, potencia de modo notable el dramatismo de

aquélla” (Pérez Bowie, 1999: 15). Este efecto distanciador que propone Aub en su texto

se vincula con la problemática que envuelve a la literatura testimonial acerca de los

obstáculos que se le presentan al sujeto para construir una posición enunciativa cuando el

contenido involucra una vivencia traumática de su pasado. El cuento de Max Aub resulta,

entonces, la materialización de este conflicto: el testigo no puede asumir la enunciación y

elige desplazarlo hacia un narrador imposible, el cuervo en este caso. En ese acto, el autor

está filtrando uno de los temas recurrentes que circulan a lo largo de su obra: la dificultad

de poner en palabras una experiencia traumática, versus el compromiso moral adquirido

por el escritor exiliado de “contar” para hacer memoria. De ese contrapunto surge

Manuscrito cuervo, que además se vale de la ironía y de la parodia para atacar

críticamente a todos los responsables de los acontecimientos y para denunciar la situación

desfavorable a la que han sido sometidos los republicanos españoles.

2.1. Destins (1947) de Joan Cid i Mulet. Ficción y realidad en los relatos de los campos

Hacia finales de los años cuarenta, esta novela cuenta la historia de Hipòlit, Mina,

Xurri, Marcel y otros personajes que, tras vivir los últimos momentos de la Guerra Civil,

deben huir a Francia y pasar por los campos de concentración o, en el caso de Mina,

quedarse en España sometida a los peligros de las represalias franquistas. Su importancia

en esta historia de la representación testimonial radica en que contiene y adelanta varias

de las características que se desarrollan en la narrativa que aborda la temática de los

campos franceses en los años subsiguientes.

Si bien la última página da noticia de que el texto fue escrito en 1941, durante una

estadía del autor en Perpignan, Destins se publicó recién en 1947 en México, en el taller

de un prestigioso librero catalán y amigo del autor, Bartomeu Costa-Amic (Subirats,

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2008:13)80. Debido a que fue editada en catalán, su llegada al público fue más bien

reducida y probablemente acotada a la comunidad de exiliados catalanes que se

encontraban en México.

Joan Cid i Mulet había nacido en 1907 en Jesús, Tortosa, y antes de la Guerra

Civil ya había incursionado en la labor literaria. Escribió obras de teatro, tales como El

silenci de Nuri, puesto en escena en el Sindicato Agrícola de Jesús; L’Idiota (1928), La

força del destí (1928) y El Presidiari (1930). También se dedicó a la narrativa y antes de 1936

ya tenía publicadas dos novelas: A l’ombra del Montsià (1933) y Rosa Maria (1936). Estos

antecedentes indican que se trataba de una figura pujante de las letras tortosinas y una

promesa de las catalanas. En cuanto a su actividad política, trabajó en el ámbito municipal

durante el gobierno republicano y cuando comenzó la guerra participó también en el

frente. Hacia 1939 partió al exilio y, si es que pasó por los campos, su estadía debe haber

sido fugaz, puesto que pronto pudo establecerse en Perpignan, donde permaneció tres

años, hasta que pudo embarcar a México con la ayuda de la JARE (Junta de Auxilio a los

Refugiados Españoles), en 1942. Allí vivió hasta en día de su muerte, en 1982. Se trata,

entonces, de un exiliado que contó con la ayuda de los servicios de evacuación de

españoles republicanos y que fue recibido en México por el gobierno de Lázaro Cárdenas,

país en el que pudo recomenzar su actividad literaria. Estos no son datos menores para

pensar en el tipo de representación de la guerra y de los campos que propone la novela.

Cuando en la tapa se aclara que Destins es una novela se refiere, principalmente, a

que el autor construye una ficción protagonizada por una serie de personajes –Hipòlit,

Mina, Xurri, Marcel, entre otros– cuyo drama se desarrolla en los últimos tiempos de la

Guerra Civil y en los primeros años del exilio republicano. Si bien se ha comentado que

algunos trazos de la vida y la persona del autor se inmiscuyen entre las páginas,

especialmente porque el autor vivió en primer persona la experiencia de la lucha en el

bando republicano y las adversidades del exilio81, lo cierto es que en una primera lectura,

                                                            80 Una segunda edición apareció en 1981 en la editorial tortosina Dertosa, a cargo de Marta Marín Dómine y con prólogo del poeta Albert Roig. Más tarde, en 2008, la novela se reprodujo en el primer volumen de las Obres Completes, junto a A l’ombra del Montsià y Rosa Maria, editadas por el Ayuntamiento de Jesús.

81 Sus vivencias en el frente y su participación en el gobierno republicano pueden contrastarse con la lectura de otros volúmenes de memorias, tales como La Guerra Civil i la revolució a Tortosa (1936-1939) (2001) 

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169 

la tercera persona del narrador y la focalización construida desde los personajes no

revelan esta particularidad.

La diégesis se centra en la figura de Hipòlit, un soldado muy comprometido con la

lucha contra el franquismo. En el frente, estrecha un fuerte lazo de amistad con sus

colegas de las trincheras, Xurri y Vidalet, quienes lo vuelven a encontrar tiempo más

tarde, en el campo de concentración. A Mina, su compañera, debe abandonarla cuando la

guerra termina. El caos de la retirada lo lleva a los campos de concentración franceses,

donde se encuentra con otro personaje, Marcel, con quien cultiva una gran amistad

durante los días de la internación. Una fiebre tifoidea y la angustia de la internación

subsumen al protagonista en un estado de convalecencia extrema que deriva en su muerte.

En relación con los testimonios de los años cuarenta, en este texto comienzan a

hacerse evidentes los signos de que la función informativa que había motivado aquellas

escrituras se inhibe y se desplaza hacia otras necesidades narrativas, vinculadas

principalmente con la reflexión acerca del pasado reciente de la contienda bélica, las

circunstancias que la llevaron al desenlace y causaron el exilio de miles de españoles, así

como también acerca de la condición misma del exiliado.

De acuerdo con esto, el argumento de la novela puede ponerse en relación con la

situación biográfica por la que estaba pasando el autor. Para los exiliados republicanos,

los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial fueron determinantes, pues

supusieron la resignación ante la evidencia de que el franquismo continuaría en el poder

y, en consecuencia, el desencanto por la imposibilidad de volver a España. Estas

reflexiones se cuelan en el relato, donde el autor interviene de manera implícita con sus

propias reflexiones: “I resignar-s’hi obeeix única i exclussivament a la necessitat que

tenen d’adoptar una posición conformista que els permeti d’endegar les recerques el més

esperançats possible” (Cid i Mulet, 1947: 118).

En cuanto a la construcción de la novela, su mayor logro es el trabajo sobre el

personaje principal, a través de cuyos pensamientos se puede adivinar la posición del

autor, quien introduce en el texto sus propias opiniones. Por un lado, acerca de la actitud

de la comunidad internacional frente a la derrota republicana. Ante la imagen desoladora

del éxodo, poblado por hombres, mujeres y niños desprotegidos y librados a su propia

suerte, a la que el personaje asiste, el narrador comenta: “La mateixa inquietud que sent

per ell, li fa preveure una tragedia que pesarà sobre un món incapaç de solidaritat i

compassiò” (Cid i Mulet, 1947: 112). Así se inscribe en el relato una de las ideas

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Por los caminos de la palabra 

170 

centrales de la novela: la indiferencia de las potencias vencedoras ante la ofensa del

franquismo y su solidificación en el poder.

Por otro lado, el autor se pronuncia en cuanto a la condición del exiliado a través

de la figura de Hipòlit. En diálogo con sus compañeros y en oposición al pesimismo

reinante, el personaje intenta intervenir con una mirada optimista y renovadora. Defiende

la idea de que, por medio de la organización y del auto-control, es posible superar las

contrariedades en las que se encuentran y poder recomenzar una vida normal en el

extranjero cuando esto sea posible: “Per dura que sigui la prova, caldrà parapetar-nos dins

del propi dolor per mantener ben viva la flama de la esperança!” (Cid i Mulet, 1947: 131).

Con esta mirada edificante, el personaje transmite a sus compañeros –y, siguiendo la

interpretación, el autor a sus lectores– que, en honor a las ideas defendidas durante la

guerra, los exiliados deben soportar la adversidad y prepararse para un futuro prometedor.

A pesar de que la fatalidad se cierne sobre el personaje, su palabra queda flotando en el

pensamiento de sus compañeros de los campos, especialmente en Marcel, su amigo

personal, quien acompaña el cortejo fúnebre y, mientras tanto, piensa que “cal tenir fe en

el destí dels homes i dels pobles!... L’esperit de l’Hipòlit perdurarà sempre en el cor dels

qui creuen que els pobles es nodreixen d’idees permanents, com la sang que fa viure el

cos!” (Cid i Mulet, 1947: 198).

No obstante, la perspectiva optimista y positiva que propone el personaje va

perdiendo peso a medida que se desarrolla en los campos una vida llena de privaciones y

desesperanza. Al mismo Hipòlit le es imposible conservar ese espíritu y, poco a poco, cae

en la depresión y la angustia, agravada por diversos motivos, entre otros, por la

imposibilidad de reencontrarse con su compañera que espera un hijo suyo, por haber

perdido a muchos de sus amigos y por haber presenciado el declive moral de algunos de

ellos, como es el caso de Xurri, quien se ha visto envuelto en el asesinato de un guardia

de los campos. Este personaje secundario, colega del protagonista en el frente, es otro de

los focos trágicos que explota la novela. La fiebre de la guerra, la terrible desilusión de la

derrota y la imposibilidad de revertir su situación de internado lo sumen en un estado

alucinatorio similar al que experimenta Hipòlit al final del texto, pero con resultados

diferentes, pues lo lleva a cometer dicho delito por el cual es encarcelado.

Estos rasgos permiten aventurar que Destins se acerca al concepto de novela

psicológica, puesto que, además de hacer referencia a un conflicto político e histórico, se

centra en el drama individual de los personajes y en la inevitabilidad de sus destinos como

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

171 

precisa el título, marcados por la fatalidad de la guerra y del exilio. El narrador, en estricta

tercera persona, va acompañando el derrotero del protagonista y demás personajes

vinculados a él para penetrar en la profundidad de sus pensamientos y sus mundos

afectivos y, desde esa posición, indagar en cómo las circunstancias históricas han influido

en ellos y los han transformado. El lugar de la enunciación se construye en dos niveles:

por un lado, en el relato que el narrador ofrece desde la focalización interna de los

diferentes personajes, especialmente de Hipòlit; y por el otro, en los diálogos que se

desarrollan ya sea en el frente de guerra, relatado en la primera parte, o en los campos,

núcleo temático principal de la segunda. En esta instancia, la función intermediadora del

narrador entre los personajes y los lectores desaparece y son los mismos personajes los

que intervienen directamente.

Cabe destacar la importancia que adquiere el diálogo en esta novela, puesto que en

las intervenciones de los personajes quedan ilustradas las diferentes posiciones frente a

las circunstancias que los mismos internados están viviendo, pero también en cuanto a las

razones que promovieron la guerra y su desenlace. Marcel, amigo de Hipòlit durante los

días de reclusión, es el vocero de quienes, como él, opinan que la naturaleza de los

españoles, “intransigents, incorregibles, gairebè salvatges!” (Cid i Mulet, 1947: 125), es

el motivo principal que los llevó al enfrentamiento. Así también, Marcel reflexiona acerca

de las consecuencias fatales de la contienda en la cual “no hi han vencedors. Tots hem

estat vençuts, perquè àdhuc la victòria viu hipotecada per uns crèdits que caldrà fer

efectius ràpidament” (Cid i Mulet, 1947: 127). Hipòlit, en cambio, ofrece una visión

superadora de la opinión de su compañero, que promueve una discusión larga entre los

internados, o como explica el narrador: “un debat que començava en l’espurneig d’un

fatalisme evident però que responia a l’afany d’iniciar una corrent de convivència

necessària i útil a les llargues hores que vindran” (Cid i Mulet, 1947: 132). En todo caso,

el diálogo se convierte en uno de los componentes principales en la representación de la

experiencia vivida por estos personajes.

A propósito del espacio concentracionario, es interesante cómo se describe en el

texto y la vinculación que se establece entre éste y los sujetos que lo habitan. En primer

lugar, porque no se nombra ningún campo de concentración en particular, como es común

en otros textos anteriores, guiados por la intención de ofrecer información detallada

acerca de esos espacios. Sin embargo, los recursos utilizados para describir la

organización y las rutinas de esos campos coinciden con las que otros testigos han dado

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Por los caminos de la palabra 

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de cualquiera de ellos, Argelès-Sur-Mer, Saint-Cyprien, etc. En particular, se refiere el

narrador a la construcción de los campos y a la comparación con una ciudad:

La ciutat s’ha bastit de pressa. Sense higiene i sense comoditats. Amb el més

indispensable per a continuar vivint. Ni llum eléctrica ni aigua potable. Un feble recer,

només, contra les rigors d’un temps que reventa en pluges i en glaçades. La llarga

renglera d’edificis, bastits amb taulons, s’aixeca damunt la sorra com els ‘tinglados’ de

fira (Cid i Mulet, 1947: 118)

Estos rasgos generales pueden encajar con los de cualquiera de los campos

establecidos en la zona, en los cuales destacaron principalmente las deficiencias edilicias

y sanitarias. De ahí que la intención del autor sea describir el drama global de todos los

españoles en los distintos campos por los que pasaron. En segundo lugar, relacionado con

lo anterior, la importancia de la descripción del espacio radica en que, más allá de las

condiciones particulares de cada uno de los campos, el relato se detiene en cómo estas

condiciones infortunadas trasforman a los hombres. Hipòlit, en representación de los

damnificados, experimenta en sí mismo las consecuencias de dicha transformación, pues

se va convirtiendo lentamente en un sujeto solitario y retraído: “No és ben bé l’Hipòlit de

sempre! Malmirrós i insociable, ara, refusa el contacte amb altres dissortats com ell” (Cid

i Mulet, 1947: 121). Ese proceso se acentuará con el paso de los días e Hipòlit será presa

de una enfermedad que lo sumerge en un estado de delirio y alucinaciones del que ya no

podrá escapar.

En resumen, el aporte que hace la novela a esta historia del testimonio es que,

luego del final de la Segunda Guerra Mundial y en concordancia con el sentimiento de

resignación que invade a los exiliados republicanos en los países de acogida, el rol de los

relatos testimoniales como denunciantes de la situación opresiva e injusta de los campos

se ve inhibida y, al mismo tiempo, suplantada por otras necesidades narrativas. En

particular, Destins recrea los acontecimientos ficcionalmente, aunque con algunas huellas

de la experiencia autobiográfica del autor, y se ubica en el plano de la novela psicológica

en que se vuelcan reflexiones existencialistas acerca de la condición del exiliado, de las

circunstancias que lo condujeron a esa realidad y de las posibles alternativas para superar

ese destino aciago y sobrevivir en un mundo nuevo, alejado del anterior.

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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2.2. La representación de la experiencia concentracionaria en dos novelas de los años

cincuenta. Un comentario sobre Búsqueda en la noche (1957), de Arturo Esteve, y Así

cayeron los dados (1959), de Virgilio Botella Pastor

Un comentario de las novelas mencionadas de Arturo Esteve, Búsqueda en la

noche (1957) y Así cayeron los dados (1959), de Virgilio Botella Pastor, indican que una

vez agotada la función periodística que había caracterizado a la narrativa testimonial de

los años cuarenta, existe la tendencia a que los testigos de los campos se inclinen hacia la

elaboración ficcional de los acontecimientos vividos, proponiendo un pacto diferente de

lectura e imprimiendo nuevos objetivos se escritura.

Desde los elementos peritextuales se percibe el esfuerzo por aclarar que lo que

viene a continuación no es la mera descripción de un episodio autobiográfico, sino que

hay “algo más”. Al igual que Destins, el volumen de Botella Pastor se ocupa de

especificar en la misma cubierta que lo que sigue es una “novela”, mientras que la solapa

de Búsqueda en la noche explica que el autor “no se limita a describir. Su relato está

preñado de inquietud metafísica y busca en sus páginas, de sostenido interés, una

explicación al misterio de la existencia humana…” (Esteve, 1957). Ese “algo más” al que

aluden estas novelas, léase “más allá” del relato directo y descriptivo de los

acontecimientos, es un alerta acerca del intento que hacen estos autores por ampliar el

espacio narrativo para incorporar otras dimensiones vinculadas con la reflexión ética y lo

existencial.

A casi veinte años de los acontecimientos históricos, estas novelas que abordan la

temática de los campos de concentración franceses constituyen un acercamiento a ciertos

procesos subjetivos transitados por los testigos, quienes parecen encontrar en la escritura

la oportunidad propicia para reflexiones morales, éticas y existenciales acerca del pasado

y del papel que les tocó jugar en ese escenario. Sin pretender reducir el comentario al

simple establecimiento de correspondencias entre éstas y las biografías de los autores, sí

cabe pensar que en los diálogos entre los personajes se delinea un repertorio de opiniones

y reflexiones que contribuyen a definir el lugar que ocupan la Guerra Civil, el éxodo y la

experiencia de los campos en el imaginario de estos testigos, quienes se disponen a

escribir sobre sucesos que forman parte de su recuerdo.

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Por los caminos de la palabra 

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Así cayeron los dados relata una historia doble. El protagonista de la primera es

Manuel, un oficial a cargo de un grupo de soldados que emprende el camino del éxodo y

es internado en el campo de Argelès-Sur-Mer. Allí vive la cotidianidad del campo y se

vincula con otros refugiados. La segunda se centra en Ignacio, su hermano, y en Jaime, un

amigo con quien éste se ha encontrado en Perpignan. Manuel escribe a su hermano desde

Argelès-Sur-Mer. Jaime, con mejor suerte, ha podido establecerse junto a su colega en un

modesto hotel de un apacible pueblo, Amélie-Les-Bains. Manuel logra salir del campo y

visita a su hermano. A través de él, Ignacio y el lector conocen la realidad que viven los

republicanos en los campos, ubicados no muy lejos de ese pueblo. En el hotel, la acción

se desarrolla en torno a Jaime, a las relaciones que éste entabla con los demás huéspedes y

a su deseo de reencontrarse con Ignacio, quien viajara a París en busca de documentación

y pasajes para partir los tres hacia México. Tanto Jaime como Ignacio habían sido

funcionarios durante la Guerra Civil, por lo cual su documentación diplomática y algo de

dinero los habían eximido de pasar por los campos.

A través de la acción transcurrida en dos escenarios, el lector reconstruye la

experiencia de los campos de dos maneras. Por un lado, la historia de Manuel permite

conocer los acontecimientos a través de su propia vivencia, así como también a través de

la interacción entre los internados y por las descripciones del narrador. Por otro lado, en el

hotel de Amélie-Les-Bains los personajes se enteran indirectamente de lo que está

ocurriendo, por medio de las noticias que reciben de los periódicos y de la voz de Manuel

durante sus visitas o en sus cartas. Si bien el espacio narrativo dedicado al drama de los

campos es un núcleo temático potente, lo interesante de esta obra es la construcción de un

dramatis personae en que cada personaje representa diferentes posturas y respuestas ante

los conflictos de los refugiados y la derrota republicana.

Se ha mencionado que, desde el punto de vista político, la década de los cincuenta

fue un período significativo para España por varios motivos. Por un lado, el Régimen

experimentó un notable afianzamiento político en todos sus mecanismos de acción. Por el

otro, surgieron en el interior los primeros brotes antifranquistas que dieron lugar a las

revueltas estudiantiles en 1956. La nueva generación, ya alejada de la contienda bélica

que colocara a Franco en el poder, buscaba construir un modelo social que se distanciara

del, hasta entonces, indisociable binomio entre vencedores y vencidos. En esta novela,

hay personajes que se hacen eco de este discurso, pronunciándose a favor de terminar con

la retórica fratricida que, en su opinión, había desembocado en el enfrentamiento civil.

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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“Cada uno encontrará su camino. Pero eso no impide reflexionar sobre los errores de unos

y otros para no volver a caer en lo mismo” (Botella Pastor, 1959: 97), dice Ignacio en una

conversación con otros refugiados. Por su parte, Don Pablo y Don Serafín, dos ancianos

profesores refugiados en Argelès, suscriben esta postura, cuya síntesis se observa en la

siguiente reflexión de Don Pablo:

Esos de quien quieres vengarte son hermanos tuyos. Odiándolos, odias también lo mejor

de ti, y no podrás vivir en paz. Por el bien de todos debemos vivir juntos, con nuestras

energías sumadas y no en eterno conflicto. La guerra ha terminado y no debemos

derramar una sola gota más de sangre… la soberbia ciega al vencedor. Los vencidos

tienen más a mano la serenidad (Botella Pastor, 1959: 121-122)

Estos hombres de edad, voces autorizadas por los años y la experiencia,

impregnan el relato de un tono moderado que, puliendo la rígida oposición entre

vencedores y vencidos, pretende construir un discurso conciliador como vía adecuada

para superar los conflictos pasados. Pero no sólo los hombres de edad han asistido al

fracaso que supuso el enfrentamiento social, sino también las generaciones más jóvenes.

Manuel es el vocero de los refugiados. Luego de haber permanecido un tiempo internado,

logra salir de allí, aunque continúa visitando a sus compañeros y llevándoles alimentos.

Representa al republicano combativo que, aún en la derrota, continúa entregado a su

causa. Sin embargo, aquella retórica atemperada ha calado en su manera de entender la

guerra y en las posibilidades de superar sus consecuencias. Haciéndose eco de las

palabras del profesor, comenta a su hermano que “los campos son un cursillo de filosofía

o un seminario de humanidades. Un poquito prolongados, como si nos suspendieran en

los exámenes y tuviéramos que repetirlos hasta adquirir la sabiduría de poder pasar sin

ellos” (Botella Pastor, 1959: 149).

Estos parlamentos no pueden pasar desapercibidos si se indaga acerca de los

caminos que eligen estos exiliados para reordenar el pasado y escribir su experiencia del

exilio. Mientras los testimonios del cuarenta identificaban el paso por los campos como

un acto que iba en contra de los derechos del hombre y que, por ese motivo, debía ser

denunciado, el lugar de esta experiencia en Así cayeron los dados parece desplazarse

desde la noción de condena hacia la idea de que el campo es una instancia de aprendizaje

y una oportunidad para reinterpretar ese pasado bélico que en algún momento debería ser

zanjado.

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Por los caminos de la palabra 

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Algo similar ocurre en Búsqueda en la noche, publicada por Arturo Esteve en

1957. Federico Bonastre, capitán de infantería, vuelve al frente de batalla luego de

recuperarse de una fuerte conmoción cerebral. Al finalizar la guerra, cae prisionero y es

trasladado al norte de África, a un campo en Colomb-Bechar. Si bien el relato aborda la

cotidianidad del campo, la relación con otros internos, las actividades de las compañías de

trabajo, lo cierto es que la novela se propone como un espacio en el que el protagonista

vuelca sus meditaciones filosóficas acerca de su propia condición de protagonista de la

Guerra Civil y de refugiado. Habiendo perdido toda vinculación afectiva con su entorno,

el campo se le presenta como una oportunidad para regenerar esos lazos. Mantiene

conversaciones con algunos colegas, entre los que sobresale un tal Vicente, de quien

copia “textualmente” lo que aquel escribiría. De este modo, el tiempo transcurrido en el

campo de concentración ha sido una especie de terapia a través de la cual el sujeto ha

encontrado respuestas a sus preguntas existenciales.

En esa búsqueda, es importante el valor que el narrador le adjudica al acto de

escritura:

El empezar a escribir fue para mí como un descubrimiento importante y crucial en mi

vida psíquica. De mi indecisión, de mi desequilibrado mundo de ideas y conceptos,

surgió la necesidad de ordenamiento que encontré como un milagro, al tomar un día el

lápiz y empezar a fijar el recuerdo… (Esteve, 1957: 97)

El texto, que es en realidad un relato retrospectivo de la historia de Federico

Bonastre, dedica un generoso espacio a la reflexión meta-textual sobre la importancia de

la escritura como medio liberador y como instancia necesaria para articular la experiencia

traumática en la historia personal. Más que la peripecia del protagonista, lo que interesa

en esta obra es la posibilidad que ofrece el espacio narrativo para ampliar el radio de su

interés hacia la exposición de reflexiones filosóficas, que entienden el acto de escritura

como un acto de comprensión de sí mismo. Es por esto que el mayor interés del narrador

no radica en contar la “realidad” de lo vivido, sino en transparentar el proceso a través del

cual logra verbalizarla y, sobre todo, las consecuencias de esta experiencia sobre su

propia vida.

Si bien el argumento resulta algo endeble y las intervenciones filosóficas son

frecuentemente extravagantes, lo interesante de esta novela es el lugar que el narrador

concede a la experiencia concentracionaria. Derivada a un segundo lugar la intención

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referencial, el paso por los campos se propone como una posibilidad de maduración y

crecimiento personal y el campo propiamente dicho es el espacio físico en que esto es

viable. El narrador pretende, de manera retrospectiva, pensar su recorrido biográfico

como un ciclo de muerte y resurrección. El primer estadio de este ciclo, la muerte, se

identifica con la Guerra Civil, que le había arrebatado el sentimiento de pertenencia a una

familia y a una sociedad. En tanto, el segundo, la resurrección, se cumple a partir de su

paso por el campo de concentración, donde encuentra el tiempo y el espacio para

recuperar la capacidad afectiva perdida, para reencontrarse consigo mismo y prepararse

para el regreso a su hogar, coincidente con la liberación de los campos.

El afán por documentar la realidad cede ante la importancia que cobran en estas

novelas los conflictos morales y existenciales de los personajes, provocados,

evidentemente, por la situación desfavorable en la que se encuentran. Desde ese punto de

vista, el lugar que ocupan los campos en estos textos es un elemento de interés para

abordar la narrativa concentracionaria de los años cincuenta. Los textos testimoniales

escritos “en caliente”, mucho más cercanos a los hechos históricos, se proponían describir

estos espacios con el objeto de revelar sus características lo más “fidedignamente” posible

y así viabilizar su crítica hacia los responsables de su creación y funcionamiento. Estos

textos, publicados un par de decenios más tarde, actualizan esta información y coinciden

con aquellos en cuanto a la descripción de los campos, a sus deficiencias y a las rutinas de

los refugiados. Sin embargo, el campo ocupa un nuevo lugar en estas producciones, en

tanto se convierte en un elemento de reflexión acerca de la condición del refugiado y de

sus conflictos internos.

Los puntos en común de estas dos novelas publicadas en la década del cincuenta

habilitan un acercamiento a las decisiones de los autores sobre cómo contar la experiencia

de los campos. En ellas, la necesidad de explicar el funcionamiento de los campos, que

había sido un elemento fundamental en la narrativa testimonial de los cuarenta, se

desplaza hacia otros intereses relacionados con la verbalización de reflexiones políticas,

morales y filosóficas surgidas a partir del drama de la guerra y del exilio, así como

también con la experiencia de la escritura como medio válido para articular la experiencia

en la historia personal.

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2.3. El incendio. Ideas y recuerdos (1954), de Isabel del Castillo. La puesta en entredicho

de la “verdad” testimonial.

También por esos años, en 1954, la editorial argentina Americalée publicó un

volumen titulado El incendio. Ideas y recuerdos, escrito por Isabel Del Castillo. El libro

relata en primera persona las vicisitudes que acontecieron a la autora, periodista

republicana, y a su hijo, desde los finales de la Guerra Civil hasta la huida a Francia, entre

las cuales el paso por el campo de refugiadas de Rieucros, así como las múltiples y

riesgosas aventuras que debió atravesar para escaparse de allí, ocupan un espacio

narrativo de relevancia. Tal como sus antecedentes, la autora construye su relato sobre un

modelo narrativo que se confiesa desnudo de artificio y fiel a la experiencia “real” y

biográfica de la autora. Así lo manifiesta en el prólogo:

Sin duda los hechos verídicos que voy a relatar, con absoluta objetividad y con la

superficialidad necesaria para quien no aspira a profundizar en complicaciones de ‘alta

política’… son también la consecuencia directa e inevitable de un régimen, de una

derrota y de un sistema que han servido de mordaza al mundo entero (del Castillo, 1954:

11-12)

Confirmando la veracidad de su relato, propone en sus páginas un pacto de lectura

en clave autobiográfica. De este modo, el relato se podría definir como heredero de

aquellas voces de los testigos que concebían la narración de la experiencia

concentracionaria como si fuera una crónica de los acontecimientos que estaban viviendo

en primera persona. Esta confianza en el relato referencial acerca a El incendio, al menos

en su declaración de propósitos, a aquellos discursos que en la década de los cuarenta

intentaban contar la experiencia desde una pretendida “objetividad” y cuya verdad estaba

avalada por corresponder a la voz legítima de un testigo vivencial. En la historia del

testimonio hasta aquí esbozada, El incendio… podría pensarse como una réplica tardía de

la discreta eclosión de volúmenes que en momentos muy cercanos a los hechos históricos

recogían la experiencia de los campos bajo la consigna de la “veracidad” y como el

último eslabón de la cadena de relatos que encontraron en la crónica periodística la matriz

narrativa desde donde anclarse.

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Sin embargo, a propósito de esta insistencia en que la obra sea leída como un

documento verdadero y referencial, conviene actualizar una polémica que ha circulado en

torno a este volumen y a su autora. El hijo al que se refiere en el texto es Michel del

Castillo, hoy un reconocido novelista francés. En el texto, Isabel del Castillo explica que

cuando consigue huir de Francia, deja a su niño al cuidado del abogado de la Legación de

México en Francia, quien instrumentaría los medios para que éste viajara legalmente a

España a la casa de su abuela materna82. Sin embargo, en 1957 Michel del Castillo

publicó una novela autobiográfica titulada Tanguy, en la cual relata su dramática vida,

que contradice en numerosos puntos la versión ofrecida por su madre tres años atrás.

En su novela, el autor construye un personaje en el que resuenan ciertos ecos de su

propia vida. Tanguy es un niño pequeño que fue recluido junto a su madre en un campo

de concentración francés. Cuando logran escapar, se esconden durante unos días para

preparar su regreso a España. Su madre emprende el viaje primero, previendo para ocho

días más tarde la partida del hijo. Sin embargo, los nazis irrumpen en el lugar cuando el

niño se encuentra solo y lo capturan. Más tarde vendrían los campos nazis, el regreso a

España y el dramático tiempo en un asilo. La vida de Tanguy está tachada de zozobras y

malos tratos, incluso cuando logra volver a Francia para reencontrarse con sus padres.

Allí se da cuenta de que tanto su padre, un burgués acomodado, como su madre

comunista, lo habían abandonado a su suerte.

No sólo a través de la novela, sino también en numerosas entrevistas, Michel del

Castillo explicó que su madre lo había dejado en Francia sin hacerse cargo de lo que

pudiera ocurrirle83 y afirmó que buena parte de lo que ella contaba en El incendio… era

mentira, aludiendo también a muchos datos que ella había supuestamente evadido en el

relato. Ante semejante imputación, Isabel del Castillo desmintió las acusaciones y explicó

que “su hijo era un mitómano, Tanguy una sarta de mentiras y lo único verdadero de la

obra plagiado de un libro suyo, El incendio, publicado en Buenos Aires y México por

                                                            82 La narradora explica que este abogado se encargó de situar al niño en una “cómoda residencia que poseían los cuáqueros en las inmediaciones de Marsella” (del Castillo, 1954: 122) y luego añade que sería enviado a su madre “por medios legales dos o tres semanas después” (del Castillo, 1954: 125)

83 En diversos pasajes de la novela Tanguy, el autor alude a la desaparición y posible abandono de su madre. El personaje se descubre abatido entre el amor y el odio, en una contradicción incesante: “Yo adoraba a mi madre… Me duele pensar que hace siete años que ella vive, habla, ríe, bebe o baila, mientras yo estaba deportado en Alemania y ahora aquí… ¡La quería tanto!... A veces me digo que ha debido olvidarme” (del Castillo, 1959: 159-160)  

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Americalée”. Estas palabras fueron recogidas por la escritora Mercedes Fórmica, muy

cercana al falangismo, en una entrevista a Isabel del Castillo, donde además la autora

confirma su ejemplariedad como madre y confiesa su colaboración en la carrera del hijo,

puesto que, “gracias a sus influencias en los medios intelectuales en París, Michel logró la

edición y su éxito posterior” (Fórmica, 1998: 134).

Definir si El incendio es un relato verídico o falso no es el propósito que anima

este estudio, ni responde ninguna de las preguntas que éste se plantea. Sin embargo, la

polémica desatada entre Isabel Del Castillo y Michel del Castillo, cuyo punto de conflicto

es la puesta en entredicho de la verdad del texto, abre otra línea de reflexión, pues

introduce nuevos elementos que permiten visualizar el desplazamiento o la desaparición

de aquellos testimonios que pretendían funcionar como herramientas de información y de

denuncia ante la comunidad internacional. Alejados los testigos de la experiencia

histórica, han aparecido nuevas motivaciones, pertenecientes al ámbito individual, que los

impulsan a escribir y que no persiguen el propósito político de representar a un colectivo

con el que mantienen lazos de pertenencia. De este modo, la discusión abre una puerta: la

posibilidad de que la escritura testimonial apele a los conceptos de “objetividad” y

“veracidad” para convertirse en un ejercicio de auto-justificación de conductas

individuales, cuyo propósito es el resarcimiento moral del testigo. En este texto, la

escritura autobiográfica cobra una dimensión individual y subjetiva que amplía el espacio

del testimonio hacia otras posibilidades, dejando en un segundo nivel de importancia

aquella intención primera de construirse como una herramienta de representación

colectiva o como un arma de reivindicaciones políticas.

El debate sobre la veracidad o no de los hechos que se narran no impide extraer

algunas conclusiones acerca de los significados que emergen del contexto de publicación,

lo cual completa el panorama de cuáles son las motivaciones que persigue la autora con la

publicación del texto, así como también de cómo pretende que su texto sea leído. En la

solapa del volumen se comenta que “este libro no es UN LIBRO MÁS SOBRE LA

GUERRA… constituye un formidable YO ACUSO para los que, por cobarde egoísmo o

por inconsciencia, no supieron ver un prólogo de sus propias desventuras…” (del Castillo,

1954). Tal como los testimonios anteriores, el relato se postula como una instancia de

denuncia. Sin embargo, la alusión a que la Guerra Civil ya formaba parte en 1954 del

repertorio de temas históricos del siglo, le aporta al texto cierto tono anacrónico. Esto

marca una diferencia con respecto a los testimonios que le anteceden, ya que la misma

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

181 

autora asume que la necesidad de informar y denunciar los acontecimientos ha quedado

sin efecto. Por lo tanto, no es una función periodística la que pretende desempeñar este

texto en el espacio público.

A esto se le suma otro rasgo que también vincula El incendio… con aquellos

testimonios de la primera etapa. Cada reflexión de la autora está orientada a denunciar

públicamente a los responsables que fueron cómplices de la dictadura franquista,

especialmente al gobierno francés que propició la creación de los campos y que luego

usufructuó a los españoles. Así lo anuncia desde el prólogo: “Descuento desde luego que

el lector habrá de hallar en [estas cuartillas] los síntomas indudables de una francofobia

total” (Del Castillo, 1954: 11). Sin embargo, el acto de escritura como un ejercicio

combativo que apunte a una acción directa ha perdido eficacia en 1954, un momento

histórico en que los acontecimientos demostraban que la dictadura franquista estaba

hallando la manera de consolidarse en el poder a través de su reubicación y aceptación en

la escena internacional. El relato es consciente de sus limitaciones y participa de la

desilusión que los exiliados experimentaron ante la constatación de una causa ya perdida.

Por esta razón, El incendio… adquiere los rasgos de un ejercicio de denuncia simbólica,

de reivindicación de la moral republicana, más que como un elemento de intervención y

acción directa.

Si este texto es un eslabón tardío de aquella línea testimonial que había

desarrollado un modo particular de contar la experiencia y cuya intención era dar a

conocer y denunciar activamente ante la comunidad internacional la opresión que vivían

los españoles en los campos franceses, cabe preguntarse de qué estrategias se vale para

representar la experiencia del exilio y del campo de refugiados y, desde esa perspectiva,

cómo pretende intervenir en el espacio público de los cincuenta. En otras palabras, se

trata de establecer ciertas diferencias entre aquellos testimonios y este relato, a fin de

volver a pensar hasta qué punto los discursos están determinados por el contexto en el que

se gestan y, al mismo tiempo, qué información pueden aquellos aportar a la interpretación

de la historia en la que se insertan.

La historia que cuenta Isabel del Castillo en El incendio…, independientemente de

que sea real o ficticia, abarca desde los últimos días de la Guerra Civil hasta su llegada a

Rabat, luego de una larga peripecia que la llevó desde España a Francia y luego otra vez a

España, hasta alcanzar tierra libre de amenazas fascistas. El relato del paso por el campo

de refugiados es relativamente breve, dado que muy pronto entró en contacto con

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Por los caminos de la palabra 

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organizaciones y funcionarios que pudieron sacarla de allí. Es así que mientras

testimonios como Argelès-sur-Mer o Alambradas… se centraban en el éxodo y en el

período de estancia en los campos, siendo este el núcleo temático principal abordado por

los testigos, el recorte narrativo de El incendio… es mucho más amplio y supone un

desenfoque del episodio de los campos como centro principal de interés. El relato se

concentra prioritariamente en la peripecia de la mujer y no tanto en las anécdotas de sus

compañeros y/o compañeras de reclusión. Sin embargo, el espacio que la narradora

concede al paso por el campo de refugiados, así como la significación que adquiere este

texto en la historia que este estudio pretende trazar, invitan a incorporarlo en el corpus

aquí descripto.

Dado que cobra gran relevancia el recorrido personal seguido por la narradora, el

relato se detiene pormenorizadamente en los distintos pasos del largo itinerario desde su

salida de España hasta su llegada a Rabat, además de unos últimos párrafos en los que

sintetiza su vida y su trabajo al salir de Francia. Esta individualización de la experiencia

permite leer el relato en clave de novela de aventuras, en las que el héroe es el polo de

importancia del relato, un rasgo novedoso con respecto a los testimonios anteriores en que

la primera persona lejos estaba de configurarse así. Es así como aquella dimensión

colectiva de la experiencia que adquirían los testimonios del cuarenta y que justificaban la

razón de su existencia queda, si no relegada, sí opacada por la intensidad con que el relato

se focaliza en la peripecia particular de la narradora.

Para profundizar acerca de la forma en la que este texto pretende intervenir en el

espacio público, cabe remitirse nuevamente al contexto de edición. En primer lugar, se

publica en la Editorial Americalée de Buenos Aires dentro de la Biblioteca de Cultura

Social, entre otros títulos diversos que tratan temas vinculados con la literatura, la

economía, la política y la sociología, entre otros84. El panorama de títulos editados por

dicha casa refleja su intención de dar a conocer obras de un espectro amplio de autores,

procedentes de diversas nacionalidades. La Guerra Civil Española ingresa en el repertorio

de problemáticas generales que interesa a la editorial argentina, particularmente en los

                                                            84 Para comprobar la pertinencia del texto a la colección en la que ha sido incluida, basta observar la lista de volúmenes con los que comparte la colección expuesta en la solapa del libro, casi todos ellos de corte ensayístico y sobre temáticas históricas, políticas, económicas o sociológicas, así como también histórica-literarias. Sirvan como ejemplos los siguientes títulos: Teatro argentino, de Alberto Ghiraldo; De la crisis económica a la Guerra Mundial, de H. Claude; Incitación al Socialismo, de G. Landauer o Historia sexual de la humanidad, de Eugen Relgis, entre otros.

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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temas históricos del siglo veinte. En segundo lugar, el subtítulo, Ideas y recuerdos,

sugiere el doble interés de la obra: autobiográfico, en tanto relata las vivencias personales

de la autora; pero también ensayístico, en la medida en que se sostiene una tesis –

relacionada con el discurso crítico hacia el gobierno francés que se indicara antes– y se

sustenta con diversos argumentos emanados de esas anécdotas personales. La disposición

del texto guarda, además, cierta correspondencia con la forma del ensayo, lo cual se

percibe, por ejemplo, en el último capítulo titulado “Conclusión” y que responde al cierre

del relato.

Estas observaciones sirven para reflexionar acerca del lugar desde el que se

proyecta el texto y desde donde se posiciona la autora. Si bien el relato de los

acontecimientos individuales y la opinión sobre la participación del gobierno francés es

el motor principal de la escritura, comienza a delinearse otra dinámica en la que este tipo

de textos intervendrá, que tiene que ver con el dominio del ensayo histórico. A propósito

de ello, el último párrafo del prólogo explicita:

Y porque los nietos de Alonso Quijano no saben de hiel ni de rencores hubiéramos

destruido estas páginas sin volver la vista atrás si un imperativo histórico no nos

obligara a legar la verdad de nuestro calvario a los que un día seguirán las huellas

ensangrentadas de nuestros pies (Del Castillo, 1954: 15)

Así como el último eslabón de una cadena de testimonios que se gestaban desde

un modelo periodístico, puesto que perseguían la intención de dar a conocer a la

comunidad la situación de injusticia y de desprotección por la que estaban pasando los

republicanos, el texto de Isabel del Castillo puede considerarse como la primera de

aquellas voces que se le imprimen un nuevo acento al relato, el cual comienza a hacerse

eco del “imperativo histórico”, es decir, de la necesidad de recordar. Por este motivo, El

incendio… presenta síntomas de reordenamiento en torno a un paradigma historiográfico,

desde el cual se propone revisar el discurso oficial que el franquismo había empezado a

diseñar desde 1939 y postularse como ejercicios de reivindicación de la memoria de los

vencidos de la Guerra Civil.

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Por los caminos de la palabra 

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3. Valor de la narrativa testimonial de los años cincuenta en la historia del testimonio de

los campos

 

Una de las consecuencias de la consolidación del régimen franquista fue el

abandono de la posición expectante de muchos de los exiliados republicanos, quienes

hasta el final de la Segunda Guerra Mundial habían albergado la idea de un posible

regreso a España. Esta situación provocó que la actitud crítica y combativa que había

alentado hasta entonces la escritura testimonial, se viera restringida, puesto que los

campos ya habían sido clausurados y en el horizonte sólo se encontraba la promesa de un

extenso exilio. Sin embargo, aunque la función informativa cesó por innecesaria y los

relojes comenzaron a detenerse en los países de acogida, los testigos de los campos

franceses continuaron embarcándose en la tarea de la escritura. Surgieron entonces

numerosas obras, entre las que se encuentran novelas, cuentos y poesías, en las que,

además de la referencia a aquella vivencia, se identifican ciertos niveles de reelaboración

literaria de la experiencia.

Algunas de las producciones narrativas publicadas en esos años han sido

comentadas en este capítulo y su característica principal es la penetración de elementos

ficcionales en una diégesis que busca representar la experiencia personal vivida por los

autores. El interrogante planteado en el inicio sobre las posibles causas que intervenían en

esta elección de los testigos ha permitido pensar que, transcurridos más de diez años del

cierre de los campos, los sujetos ensayan nuevas estrategias de representación que les

permiten abrir espacios narrativos que exceden la función referencial y que ponen en

entredicho, tal como se percibió en El incendio…, la correspondencia directa entre el

texto y la “objetividad”. En esos espacios se ponen en juego otras necesidades narrativas,

secundadas por el sentimiento de resignación que habita en cada uno de estos escritores.

De acuerdo con esto, uno de los rasgos particulares de la narrativa testimonial

desarrollada en estos años tiene que ver con la necesidad existencial de los sujetos de

volcar en sus textos un caudal de reflexiones morales y éticas acerca de su condición de

exiliados. Uno de los recursos que ponen en marcha los narradores es la construcción de

diégesis y personajes que, aunque ficticios, poseen ciertas correspondencias con los

autores de carne y hueso, tal como se observó en las novelas de Joan Cid i Mulet, Arturo

Esteve y Virgilio Botella Pastor. Otro procedimiento lo constituye la posibilidad de

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Retracciones de la voz testimonial durante los años cincuenta

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desplazar la voz narradora desde la primera persona del singular, fácilmente identificable

con el autor de carne y hueso, hacia otras posiciones, tales como la tercera persona –más

distanciada de los acontecimientos– o, en casos de alta elaboración técnica como

Manuscrito cuervo de Max Aub, a posiciones inverosímiles que actualizan la dificultad

del sujeto para articular discursivamente una experiencia traumática que forma parte de su

pasado.

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CAPÍTULO 5

CONTAR EL PASO POR LOS CAMPOS EN LAS POSTRIMERÍAS DE LA

DICTADURA FRANQUISTA: APORTES PARA UNA APERTURA DE LA

HISTORIOGRAFÍA

1. La publicación de testimonios en los últimos años del franquismo. Contexto de

publicación y recepción

Si los años cincuenta se destacaron por la reducción de textos testimoniales que,

desde una función referencial, se propusieran relatar la experiencia de los exiliados

republicanos en los campos de concentración franceses, el siguiente decenio se

caracterizó por lo contrario. A partir de mediados de los sesenta, diversos actores que

habían sido testigos directos de estos acontecimientos se dieron a la tarea de la escritura.

La particularidad de este resurgimiento de las voces testimoniales es que los textos

comenzaron a publicarse en España, algo que hasta entonces era imposible debido a las

rígidas medidas de censura establecidas por el gobierno en cuanto a la difusión de la obra

del exilio en el interior. Por lo tanto, las relaciones entre tales obras y el contexto

histórico-político en el que intervienen suscitan numerosas reflexiones.

Este fenómeno editorial fue posible porque el régimen franquista estaba

redefiniendo su imagen pública a través de una serie de estrategias que le permitieron

reposicionarse en la escena política y resistir las presiones de una oposición que, tanto en

el exterior como en el interior, era cada vez mayor. Dentro de España, no sólo la clase

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Por los caminos de la palabra 

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obrera mostraba su descontento a través de huelgas y manifestaciones que habían

comenzado a organizarse desde hacía ya varios años como fruto de los altibajos

económicos, también las organizaciones católicas de base radicalizaron sus críticas hacia

la dictadura. El clero, uno de los pilares fundamentales para el éxito del gobierno

dictatorial, restringió su apoyo a Franco. Desde el exterior, la celebración del IV

Congreso del Movimiento Europeo en 1962 demostró que los sectores antifranquistas aún

pedían para España la restitución de las instituciones democráticas. Este coloquio,

conformado por representantes de la oposición interna (monárquicos liberales,

demócratas cristianos, entre otros) y del exilio (republicanos, socialistas, etc.), supuso

también un diálogo en el que se destacaba el abandono de la polarización ideológica,

cultural y política para construir un frente común que luchara por la democracia (Di Febo

y Juliá, 2003: 107)

En coherencia con este panorama, el gobierno central se vio en la obligación de

impulsar políticas que desmontaran su imagen de dureza represiva, construida en épocas

anteriores, y así demostrarle a la sociedad española que solamente con la continuidad del

régimen se podían garantizar la paz y la prosperidad, sin desprenderse de las bases

ideológicas que lo habían alimentado durante décadas85. Fruto de este empeño fue la

celebración de los “XXV años de paz”, promovida por el entonces Ministro de

Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne. Este acontecimiento se concretó con una

gigantesca campaña propagandística cuyo propósito principal era enaltecer al gobierno

franquista. Todos los actos conmemorativos –exposición de carteles, sorteos,

publicaciones oficiales, concursos, desfiles, etc.– tenían como denominador común el

tema de la paz. En vistas a garantizar su propia continuidad, el régimen adoptó una

retórica conciliadora en la que subrayaba las mejoras económicas y sociales alcanzadas

durante la gestión y dejaba de lado el anterior discurso sobre la Guerra Civil como una

                                                            85 El gobierno franquista construyó un discurso articulador cuya idea principal era la asociación del gobierno al concepto de paz y prosperidad económica, enterrando por completo la antigua retórica de las oposiciones entre los bandos enfrentados durante la Guerra Civil. Paloma Aguilar Fernández lo explica a través de una fórmula: “La idea que se lanza desde el poder franquista es la expresada en la siguiente ecuación: régimen de Franco = desarrollo + prosperidad = paz + orden + estabilidad = garantía de más desarrollo y prosperidad. Por otra parte, también se emite la idea contraria: cambio de régimen = caos + desorden + anarquía = estancamiento económico + malestar social = nueva guerra civil. Se trata de un círculo vicioso mediante el que si la máxima prioridad consiste en evitar la repetición de la guerra y la segunda lograr una prosperidad material adecuada, no queda otro remedio que renunciar a la libertad y a la representación partidista de las democracias inorgánicas” (Aguilar Fernández, 1996: 186)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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cruzada contra los “rojos”, eliminados de la escena del poder luego de la victoria

franquista. En resumidas cuentas, mientras el discurso de los primeros tiempos del

régimen acentuaba el enfrentamiento entre un bando y otro, en estos años se maquilló con

otros contenidos, pues “se invocaba continuamente el desarrollo económico como factor

de legitimación y se exaltaba a Franco como promotor del bienestar y de la estabilidad en

un clima de paz” (Di Febo y Juliá, 2003: 116).

Manuel Fraga Iribarne fue uno de los políticos que representó al sector que en la

década de los sesenta promovió una posición “aperturista”, a la que adscribían aquellos

que confiaban en que, frente al aumento de las tensiones sociales, convenía proponer un

reformismo controlado y moderado que ampliara la base social del régimen y la

participación política (Di Febo y Juliá, 2003: 121). La Ley de Prensa e Imprenta 14/1966

fue justamente una consecuencia de esta postura. Si bien se explica comúnmente que con

la promulgación de esta ley se redujo la censura, lo cierto es que los libros que se podían

publicar no debían atentar contra la moral y los principios preestablecidos por el régimen.

De este modo, los volúmenes podían presentarse a “consulta voluntaria”, en la cual los

censores leían y evaluaban si el texto era “apto” para su publicación. Sin embargo, se

podía obviar este paso y presentar los volúmenes directamente a depósito, lo cual

incrementaba la responsabilidad de los editores, ya que la ley contemplaba la posibilidad

de proceder al secuestro administrativo de las publicaciones si éstas incurrían en alguna

de las faltas mencionadas.

Lo cierto es que esta ley permitió que el filtro de publicaciones fuera algo más

permeable, a pesar de que los mecanismos de censura continuaban en pleno

funcionamiento. Asimismo, desde principios de los años sesenta comenzaron a aparecer

algunos libros de historia de la literatura española que mencionaban a escritores exiliados.

En 1963, José Ramón Marra López publicó Narrativa española fuera de España, en el

cual, por primera vez, se recogían varios nombres de escritores exiliados, además de Max

Aub, Ramón Sender, Francisco Ayala y Arturo Barea, quienes habían sido incorporados

en algunos estudios críticos previos, aunque con comentarios y análisis de sus obras que

resultaban reduccionistas y parciales (Larraz, 2009: 240)86. Sin embargo, a pesar de la

                                                            86 Fernando Larraz ha estudiado la presencia de los escritores exiliados en tres obras: La novela española contemporánea (1958), de Eugenio de Nora; Hora actual de la novela española (1962), de Juan Luis Alborg y Narrativa española fuera de España (1963), de José Ramón Marra-López. Según el autor, todos estos volúmenes daban cuenta del reducido conocimiento que se tenía en España de la literatura exiliada y de la deficiencia con que se analizaron críticamente aquellas obras que sí se

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Por los caminos de la palabra 

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supuesta flexibilización de la censura, para estos escritores en el exterior era muy difícil

publicar sus obras en España.

Durante el último decenio franquista tuvieron lugar ciertos acontecimientos que

reflejaban el incipiente interés por el exilio, pero también los manejos políticos a los que

éste fue sometido. Uno de ellos fue la llegada al país de exiliados que contaban con

reconocida trayectoria en el exterior, como fueron los casos de Max Aub y Ramón

Sender. El caso del primero fue polémico porque el escritor no se ahorró sus valoraciones

acerca de la crítica situación de la cultura española, aun a riesgo de ganarse la antipatía

del sector intelectual del interior. El segundo, por el contrario, sostuvo un discurso

atemperado en el que “no descargó culpas personales por lo ocurrido en la Guerra Civil,

pero descargó de ellas a los vencedores” (Larraz, 2009: 192). Gracias a ambos retornos,

se pusieron de manifiesto dos situaciones contradictorias: por un lado, el reciente interés

por la obra de los exiliados, pero, por el otro, las manipulaciones políticas de sus visitas al

país, puesto que con éstas el gobierno franquista pretendía demostrar su “apertura” y

“flexibilidad”. Otros hechos vinculados con dicho interés fueron la edición de puntuales

volúmenes que recogían textos de exiliados, tal como Narraciones de la España

desterrada (1970) de Rafael Conte, que contenía textos de Max Aub, Francisco Ayala,

Rosa Chacel, Ramón Sender y Manuel Andújar, entre otros; o la preparación del volumen

colectivo dirigido por José Luis Abellán, El exilio español de 1939, que pudo publicarse

recién en 1976, aunque el proyecto había comenzado algunos años antes (Larraz, 2009:

274).

Cabe destacar que, como efecto de este naciente proceso de recuperación del

exilio español, comenzaron también a editarse estudios aislados sobre la presencia de los

republicanos en los campos de concentración nazis, como por ejemplo Los años rojos:

españoles en los campos nazis (1974) de Mariano Constante, que había sido publicado

tres años antes en francés con el título Les Années rouges: de Guernica à Mauthausen

(1971)87. Recién estrenada la etapa democrática, aparecería Noche y niebla. Los catalanes

en los campos nazis (1978), de Montserrat Roig, que aportó importantes y novedosos

                                                                                                                                                                                  conocían. Una de las razones de las limitaciones y reduccionismos de estos análisis fue porque se obviaban las circunstancias históricas y políticas que habían influido en su producción

87 El testimonio de Constante no sólo relata su deportación a los campos nazis, sino que abarca su participación en el frente republicano y, tras la evacuación, su paso por el campo de Septfonds, en Tarn et Garonne, donde fue conducido junto a muchos otros soldados. Sin embargo, la mayor parte de su relato está concentrado en la dura experiencia vivida en el campo nazi de Mauthausen.

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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datos acerca de este tema. Más allá de las fronteras españolas y como síntoma de la

inquietud por ampliar el conocimiento acerca de la participación de los españoles en la

Segunda Guerra Mundial, Ruedo Ibérico editó en París Los olvidados: los exiliados

españoles en la Segunda Guerra Mundial (1969), de Antonio Vilanova. El objetivo de

estos volúmenes –que también se hace presente en los testimonios de los campos

franceses– es, además de reivindicar la memoria de los desaparecidos en los campos y de

los participantes activos en la resistencia antifascista, reinsertar el capítulo de la Guerra

Civil y del exilio español en el macro-contexto europeo. Hasta entonces, y especialmente

en los últimos años, el gobierno franquista había intentado sepultar en el olvido las

razones de la Guerra Civil a fin de hacer invisibles sus responsabilidades, especialmente

en cuanto a las represalias tomadas durante la posguerra contra los republicanos.

Los testimonios sobre la experiencia de los refugiados españoles en los campos de

concentración franceses a partir de 1939 tuvieron su lugar en esta reactivación del

movimiento editorial de volúmenes vinculados con la temática del exilio88. Geneviève

Dreyfus-Armand explica con razón que

las publicaciones sobre el exilio republicano comenzaron a aparecer realmente a partir

de los años sesenta por parte de responsables políticos o sindicales, de escritores o de

simples actores anónimos de dichos acontecimientos. Se trata siempre de memorias y de

testimonios sobre la experiencia del exilio (Dreyfus-Armand, 2000: 16)

Pero no son solamente textos sobre el exilio los que comienzan a circular luego de

los años más virulentos de la censura. En la primera mitad de la década de los setenta –y,

de manera más acentuada, en los primeros años del periodo democrático, como se

observará a su tiempo– aparecen también otros textos dentro de la narrativa testimonial

que cuentan experiencias de la Guerra Civil y la posguerra. Por un lado, se publican

relatos testimoniales del frente de guerra, como por ejemplo, La muerte de la esperanza

(1973) de Eduardo de Guzmán y Asturias: catorce meses de Guerra Civil (1975) de Juan

Antonio Cabezas, ambas editadas por Gregorio del Toro, una firma comprometida con la                                                             88 Evidentemente, muchos escritores exiliados que habían pasado por los campos continuaron publicando obras sobre el tema en sus países de acogida, con México y Francia a la cabeza de esta lista. En Francia se publicó por estos años Campo francés (1965), de Max Aub; mientras que en México, aparecieron obras de relieve, tales como: Poeta en la arena (1964), de Celso Amieva; El último oasis (1964), de Roberto Ruiz y Horas de angustia y esperanza (1968), de Antonio Ros, entre otras.

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Por los caminos de la palabra 

192 

publicación de este tipo de volúmenes que reunió estos títulos y varios más en la

colección “Memorias de la Guerra Civil Española 1936–1939”.

Por otro lado, en los tiempos inmediatamente posteriores a la muerte de Franco,

salieron a la luz memorias que contaban la experiencia de la guerra y las cárceles

franquistas, como por ejemplo: Nosotros los asesinos: memoria de la guerra de España

(1976), también de Eduardo de Guzmán, y Madrid, corazón que se desangra (1976),

escrito por Gregorio Gallego; ambas editadas nuevamente por Gregorio del Toro.

Asimismo, cabe destacar que el desarrollo de este impulso editorial excede los límites del

territorio nacional, pues en algunos de los espacios más representativos del exilio español

–Francia y México– se editaron textos sobre temáticas afines. Uno de los que mayor éxito

ha cosechado son las memorias de Cipriano Mera, figura del anarcosindicalismo español.

Sus memorias, Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista, fueron publicadas por

Ruedo Ibérico en París en el año 1976. En México aparecieron varios volúmenes, entre

los que se cuentan Condenado a muerte: trozo autobiográfico (1966) de Enrique Marco

Nadal y En las prisiones de España (1966) de Ramón Rufat.

Por último, también forma parte de este movimiento editorial la publicación

dentro del territorio español de testimonios sobre el paso por los campos franceses

escritos por los mismos testigos89. Se trata de obras como Memorias de un español en el

exilio (1968), de Nemesio Raposo, Los perdedores: memorias de un exiliado español

(1973), de Vicente Fillol y El peso de la derrota (1974), de Antonio Sánchez-Bravo y

Antonio Tellado Vázquez. En lengua catalana, impulsada por la editorial Selecta,

sobresale la publicación de El desgavell, de Ferran Planes, en 1969, y De lluny i de prop,

de Lluís Ferran de Pol, aparecido en 1973, el cual merecerá un comentario especial. Se

suman a esta lista otros volúmenes que, aunque no fueron escritos por testigos que

vivieron la experiencia de manera directa, merecen la atención del presente capítulo por el

valor que la palabra testimonial adquiere en ellos. Se trata de obras como La diáspora

republicana (1976), de Avel·lí Artís-Gener y dos textos de Eduardo Pons Prades, Los que

sí hicimos la guerra (1973) y Los derrotados y el exilio (1977)90. Sin apelar al rigor

                                                            89 Fuera del territorio español, sigue activo el proceso de publicación de testimonios, especialmente de aquellos testigos que continuaron viviendo en el país galo. Es el caso de J’étais deuxième clase dans l’armée républicaine espagnole 1936-1945, de Lluís Montagut, quien emprendió, luego de la guerra y los campos, una nueva vida en Toulouse.

90 Aunque esta obra se publicó posteriormente a la franja temporal que se está tratando, las características textuales y su relación con los demás mencionados en esta etapa, así como también su

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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científico de estos estudios o a su densidad argumentativa, lo interesante es que se

presentan como estudios históricos y recogen entre sus páginas las voces de numerosos

testigos que vivieron la guerra, los campos franceses y el exilio, como así también la

deportación a los campos nazis.

La coexistencia entre diferentes grupos de textos que relatan las experiencias

vividas por los testigos durante la guerra y la posguerra indican que estos testimonios

sobre los campos franceses no surgen de manera aislada, sino como un subsistema dentro

del conjunto de la narrativa testimonial de esos años. Existen características recurrentes

entre todos estos textos, ocupados en contar experiencias de la guerra y de los campos,

que permiten adscribirlos a dicho sistema. En primer lugar, tienen en común que sus

autores, de diversa profesión –escritores, periodistas, dirigentes sindicales, soldados, etc.–

manifiestan en sus textos la voluntad de inscribir en sus producciones un objetivo

historiográfico, es decir, contar sus experiencias personales con la intención de

materializar documentos históricos que colaboren con la recuperación de la historia de los

vencidos91 de la Guerra Civil. En el prólogo a El desgavell este propósito se hace

explícito:

En l’etapa centrada, si fa o no fa, pel pas del primer al segon terç d’aquest segle, es van

produir a la nostra terra… un seguit d’esveniments molts importants que, així i tot, el

silenci dels anys posteriors ens ha privat de contar… I allò que trobarà el lector en

aquest llibre és un intent d’aquesta mena (Planes, 1969: 5)

El texto de Ferran Planes se incluye en una colección titulada “Història”, hecho

que apoya la idea de que, en esos años, muchos testigos están pensando sus producciones

como posibles aportes historiográficos, cuya meta es restituir a los discursos oficiales una

                                                                                                                                                                                  participación en la propuesta de una nueva historiografía que contemple la voz de los vencidos, obligan a mencionarlo en este capítulo.

91 Esta premisa alcanza también a aquellos testimonios que se proponen relatar especialmente la experiencia de los españoles en los campos de concentración nazis, como es el caso de la obra de Mariano Constante, Los años rojos, publicado en España en 1974. En la contracubierta, reaparece el concepto del “vencido”, que se convirtió durante esos años en una palabra clave para ubicar los textos en un espacio reivindicativo: “Esta obra se inscribe en el tipo de escritos que sólo han comenzado a ver la luz cuarenta años después de terminada la guerra civil: los que rescatan para nuestra memoria colectiva el testimonio de los vencidos, indispensable para el conocimiento de un pasado histórico” (Constante, 1974)

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Por los caminos de la palabra 

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interpretación revisionista de los acontecimientos. Asociada con esta concepción del

testimonio aparece otra noción vinculada con la confianza del testigo en el carácter

verídico de su discurso. Estos narradores, posicionados como representantes de un

colectivo silenciado de la historia nacional, asignan a sus textos un valor de verdad. Esta

es la voluntad de Cipriano Mera, por ejemplo, quien explica en la breve nota introductoria

de Guerra, exilio y cárcel… que sus palabras “servirán para restablecer la verdad en

muchos casos y dejar al mismo tiempo constancia de una serie de episodios importantes

de nuestra contienda” (Mera, 1976). Desde este punto de vista, los testigos rehúyen de las

connotaciones literarias que pudieran adscribirse a sus producciones.

En segundo lugar, desde el punto de vista de la clasificación genérica, estos textos

manifiestan un acercamiento al ensayo, pues si bien se los puede encuadrar dentro de las

formas autobiográficas (memorias, diarios, autobiografías, testimonios, etc.), hay en

muchos de ellos, además de un relato ceñido a la experiencia personal y regido por la

autoridad de lo visto y lo vivido, una toma de posición defendida y argumentada sobre los

acontecimientos. En ocasiones, estas posiciones están apoyadas en ideologías políticas

que se transparentan en el discurso testimonial. Es el caso de Madrid, corazón que se

desgarra de Gregorio Gallego, donde el narrador, militante de la CNT y de Juventudes

Libertarias, así como también oficial del Ejército Popular, opina que “era y sigo siendo

sindicalista… creo que el sindicalismo como doctrina y los sindicatos como agrupaciones

profesionales son los únicos que sirven integralmente las necesidades de los trabajadores”

(Gallego, 1976: 102). El texto se convierte para estos sujetos en el espacio ideal y

oportuno para expresar sus opiniones y reflejar los proyectos políticos a los que adhieren.

Los protagonistas de los campos de concentración franceses –los simples actores

anónimos, hasta entonces no vinculados con la escritura– que se dieron por estos años a la

tarea de la plasmar en un texto sus vivencias pasadas, son quienes interesan

particularmente al presente estudio. Textos como los de Nemesio Raposo, Vicente Fillol y

Antonio Sánchez-Bravo –escrito en colaboración con Antonio Tellado Vázquez–

encarnan la inquietud de aquellos testigos que, luego de treinta años de haber vivido la

experiencia de los campos franceses, se dispusieron a cumplir el proceso de escritura y

publicación de sus memorias92. Al proponerlos como representantes de aquellos miles de

                                                            92 Estos son los tres volúmenes elegidos para describir esta etapa de la historia del testimonio de los campos franceses. En cuanto Los perdedores. Memorias de un exiliado español, de Vicente Fillol, se suele insistir en que, dado que el relato de la experiencia concentracionaria ocupa solamente unas pocas páginas, su pertenencia a este corpus parece innecesaria. Sin embargo, la relevancia narrativa

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

195 

ciudadanos que se vieron obligados a trasponer la frontera, es posible retomar aquella

línea de voces testimoniales que en la década de los cuarenta denunciaban la opresión

vivida por aquellos españoles que habían huido de España a partir de 1939. Sin embargo,

son muchos los años que los separan de esos primeros textos y las circunstancias políticas

y sociales en que entonces intervenían poco tienen que ver con el contexto social en el

que surgen estas memorias. En un momento de tanto cambio y reacomodamiento político,

conviene preguntarse no sólo cuáles fueron las razones que motivaron estas publicaciones

desde el punto de vista de los distintos actores involucrados en ellas, sino también cómo

fueron leídas e interpretadas en el espacio de la recepción.

1.1. La escritura de los “simples actores anónimos”: imprecisiones genéricas

Hay rasgos recurrentes en los testimonios publicados durante los últimos años de

la dictadura franquista que permiten efectuar consideraciones generales en cuanto a su

contexto de publicación y recepción. Uno de ellos tiene que ver con los recorridos

biográficos de sus autores y, en especial, con su ocupación. A través de sus mismas

palabras, así como de los comentarios y reseñas hallados en fuentes contemporáneas, es

posible constatar que la mayoría de ellos pertenecían a la clase obrera. En ocasiones, se

menciona también su militancia –como por ejemplo, la vinculación de Antonio Tellado

Vázquez, uno de los co-autores de El peso de la derrota, con el Partido Socialista Obrero

Español y la Unión General de Trabajadores (UGT)–, aunque los textos no suelen

demostrar explícitamente sus filiaciones políticas por diversos motivos. Uno de ellos, que

será analizado luego, tiene que ver con las potenciales complicaciones con la censura. La

información acerca de la procedencia social de los autores y sus inclinaciones políticas no

es accesoria a la hora de pensar desde qué lugar están escribiendo estos sujetos anónimos

y cuáles son los propósitos que persiguen en ese acto.

                                                                                                                                                                                  que esta experiencia adquiere en el recorrido relatado por el testigo, permite no sólo incorporar cómodamente el volumen al corpus elegido, sino también recuperar de él numerosos elementos de reflexión, vinculados ya sea con los procesos de edición y reedición, o con otros problemas que forman parte medular de esta propuesta de análisis, tales como la posición enunciativa desde la que se construye el testigo, las estrategias narrativas, la construcción del espacio concentracionario y los modos en que estos discursos pretenden intervenir en el espacio público, entre otros.

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Por los caminos de la palabra 

196 

En cuanto a las ediciones, se ha señalado que a partir de mediados de los sesenta

comienzan a aparecer testimonios de republicanos dentro de España. Es por eso que los

tres volúmenes destacados en el presente capítulo –Memorias de un español en el exilio

(1968), Los perdedores: memorias de un exiliado español (1973) y El peso de la derrota

(1974)– participan en la apertura de una tradición de publicaciones testimoniales que

hasta estos años se había desarrollado mayormente en el exilio y que, a partir de la Ley de

Prensa de 1966, se inició también dentro del territorio español. Muchas características de

este corpus pueden extraerse de los significados que se desprenden de los elementos

peritextuales. Una de ellas es la idea –siempre controlada y manipulada por el discurso

oficial– que la sociedad española posee del republicano vencido; la otra tiene que ver con

cuál es la lectura que estos textos están proponiendo en su momento de publicación. En

definitiva, las huellas presentes en los dispositivos gráficos y lingüísticos que acompañan

a los textos permiten establecer algunas hipótesis acerca de cómo se desarrolla esta línea

discursiva que pretende ponerse al servicio de la historia para relatar los acontecimientos

ocurridos en los campos desde 1939.

El primer interrogante que surge en la lectura tiene que ver con la tipología

textual: ¿cómo clasificar estos textos que se plantean como aportes historiográficos, pero

que, al mismo tiempo, están dominados por la primera persona del singular que cuenta

sus propias experiencias? ¿Cuál es el límite entre el discurso histórico y el

autobiográfico? Los elementos que rodean al texto, primeros indicios a los que accede el

lector, invitan a pensar que estos volúmenes se sostienen en un perceptible plano de

imprecisión genérica. Un ejemplo de ello se advierte en la solapa de Memorias de un

español en el exilio de Nemesio Raposo, donde se indica que el volumen forma parte de

una colección denominada “Presencia y documento”, junto a otros títulos, tales como

Historia secreta de la bomba atómica de Michael Amrine, El arte y técnica de conducir

de Pat Moss–Erick Carlsson, Sexo y espionaje de Hans Gabriel, entre otros. La diversidad

temática de los volúmenes que aparecen bajo el rótulo de la colección es un indicador de

la falta de criterios específicos para la publicación del volumen ¿Se trata de una

autobiografía o de un ensayo histórico? La dificultad para responder a esta pregunta es un

síntoma válido para pensar, por un lado, hasta qué punto estos textos surgen como

elementos aislados que poco tienen en común con los demás temas abordados en la

colección, y por otro, para entender que en estos años el problema de los campos

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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franceses es tratado de una manera descontextualizada y no articulada en un proceso

consciente de reflexión histórica.

La elección de los títulos también genera ambigüedad a la hora de la clasificación.

Es el caso de El peso de la derrota, cuyo subtítulo es La tragedia de medio millón de

españoles en el exilio. Si bien todo parecería indicar que se trata de un texto en el que

priman la narración histórica y la descripción de los acontecimientos acaecidos al

colectivo de españoles que atravesaron la frontera francesa en 1939, la primera línea de la

solapa explica que “es fundamentalmente un testimonio”, lo cual le restituye al discurso

la carga individual y subjetiva del relato en primera persona. Asimismo, aunque ya en las

primeras páginas aparece el “yo testimonial”, responsable de la enunciación, los

elementos peritextuales destacan la doble autoría del texto, lo cual contribuye a delinear

la inestable posición de la voz narrativa.

Dichas características confirman que estos testimonios se sostienen en un

perceptible plano de hibridez genérica, puesto que no es fácil determinar qué tipo de

textos se está leyendo. ¿Se trata de un texto histórico o sólo de un relato autobiográfico?

¿Qué tipo de pacto de lectura habría que establecer con ellos? Probablemente, éste sea el

indicador más claro de que, aunque es un hecho la incipiente divulgación de

publicaciones sobre el exilio, en general, y de testimonios sobre los campos franceses, en

particular, todavía no se puede hablar en estos años de la puesta en marcha de un proceso

sistemático de reflexión sobre el exilio republicano y su memoria.

Un comentario aparte merecen los esfuerzos de la Editorial Selecta, que en 1969

publicó El desgavell, de Ferran Planes, un volumen en el que el autor, nacido en Bagà,

relata su paso y su huida de los campos, con la que evitó caer bajo el yugo de los

alemanes. Dicha editorial fue la primera que consiguió las autorizaciones del gobierno

franquista para publicar en catalán. Gracias a ello, en 1946 lanzó la colección Biblioteca

Selecta, que fue el primer proyecto pensado para publicar libros catalanes después de

1939, aunque siempre condicionado por las limitaciones establecidas por la censura. Se

trata de un volumen sobrio, sin ilustraciones ni fotografías de la guerra, del éxodo o de los

campos, solamente una pequeña imagen del autor en la contracubierta. Ni la noticia

bibliográfica ni las palabras preliminares hacen alusión a la inclinación política del autor

ni a las posibles invectivas dirigidas al franquismo, sino solamente a las zozobras y

desventuras vividas por el sujeto en esos duros años de guerra y exilio. Se conoce que el

texto fue recortado y corregido para evitar problemas de censura. De hecho, reconoce

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Por los caminos de la palabra 

198 

Maria Bohigas, responsable de la reciente reedición en 2011, que “l'editorial Selecta li va

fer entendre que era millor ser mesurat en les formes per, així, poder anar més lluny en el

contingut” (Mata i Riu, 2011). Cabe destacar que esta última edición ha reestablecido

aquellos fragmentos que habían sido suprimidos o modificados en la primera.

A pesar de haber sido incluido dentro de la colección “Història”, el texto de Planes

también adolece de cierta vaguedad en el momento de clasificarlo. Esto se hace explícito

en las palabras del prologuista, quien señala que “ell no ha escrit cap tractat, cap estudi.

Ni tampoc, ben bé, unes memòries… tampoc no ha escrit, sobre la base del que ell ha

viscut –d’altres ho han fet– una obra d’imaginació, una novella” (Ferran Planes, 1969: 5-

6). Fluctuando entre la historia, la autobiografía y la ficción, estas denominaciones

demuestran que las producciones testimoniales de los vencidos aún no encontraban, en un

momento político y social tan especial como fueron los años previos a la era democrática,

una categoría propia.

Los significados inferidos de los elementos del nivel paratextual tendrán su

correlato en las estrategias narrativas que se activan para construir el texto, en especial en

lo que concierne a la posición del “yo testimonial”, con lo cual se acabarán de delinear las

características específicas de los testimonios de los campos en las postrimerías del

régimen franquista.

1.2. Testimonios y censura. Retórica de la reivindicación versus retórica de la derrota.

Estos testimonios aparecieron en un periodo sumamente controversial de la

historia española del siglo veinte, justo cuando el franquismo comenzaba a verse

debilitado tanto por las tensiones sociales y económicas que lo atenazaban, como por los

numerosos frentes de oposición que se estaban reorganizando dentro y fuera del territorio

nacional. De modo que el fenómeno de la publicación de estos textos en España merece

una observación más detallada sobre las razones que la motivaron.

Antes de profundizar sobre la influencia de la censura en los testimonios

publicados en España, cabe destacar que, por fuera de los límites del territorio español,

especialmente en Francia, también aparecieron en esos años volúmenes que perseguían

objetivos solidarios como los que comienzan a despuntar en los textos que se publican

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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dentro del país. Un ejemplo es J’étais deuxième clase dans l’armée républicaine

espagnole (1936-1945) (1976), a través del cual su autor, Lluís Montagut, superviviente

de los campos, se proponía colaborar con la recuperación y reivindicación de la memoria

de la gente común que constituyó el grueso del grupo de los vencidos. En la

contracubierta se alude a su categoría de “simple actor anónimo”, o bien, en palabras de

los mismos editores, de “homme du peuple”: “Son histoire est simple, car elle est celle de

centaines de milliers d’Espagnols… il ne s’agit pas de grands projets politiques… mais du

récit, quotidien” (Montagut, 1976). La ventaja de cotejar esta edición francesa con los

volúmenes que se comentarán a continuación radica principalmente en que aquélla no

presenta las contradicciones y los solapamientos que sufrieron por estos años libros como

los de Nemesio Raposo o Vicente Fillol. Así lo prueban, por ejemplo, enunciados como el

siguiente, que hubiera sido, probablemente, inhibido por la censura o por la editorial que

presentara el manuscrito al departamento oficial correspondiente: “Aujourd’hui, Lluis

Montagut attend, prépare le retour de la république à laquelle il n’a cessé, pendant

quarante ans, d’être fidèle” (Montagut, 1976). La edición francesa permite observar sin

filtros la intencionalidad de estos discursos.

La Ley de Prensa de 1966 preveía sanciones para quien escribiera contra los

Principios Fundamentales del Movimiento o el ordenamiento jurídico general del

franquismo. En el caso de los testimonios que ocupan este capítulo, aunque en los tres

casos se efectuaron tachaduras, es evidente que ninguno violentaba o amenazaba los

principios morales y políticos establecidos por el régimen al punto de merecer la censura

definitiva. Un repaso visual por la cubierta de estos volúmenes sugiere la base ideológica

desde la cual estaban escritos:

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Por los caminos de la palabra 

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Los colores de la bandera republicana, retratos de líderes republicanos e imágenes

del éxodo son algunos de los elementos gráficos que aparecen en las ediciones. Esto

demuestra, siguiendo la línea propuesta por la Ley de Prensa, una apertura por parte del

régimen que flexibilizó la publicación de bibliografía sensiblemente opuesta desde un

punto de vista ideológico. Los títulos, prólogos, notas introductorias e imágenes, entre

otros, exhiben la voluntad de los sujetos vinculados en la publicación (autores y editores)

de construir una retórica de la reivindicación, a través de la cual fuera posible hablar de

aquellos vencidos que habían sido silenciados hasta entonces. Al mismo tiempo, la

elección de tales elementos insinúa, en ocasiones, críticas hacia el gobierno franquista

que, ya sea por distracción o por negligencia, se les escaparon a los censores.

La información recuperada de los peritextos tiene su correlato en el contenido de

los relatos, el cual confirma los posicionamientos ideológicos en los que se ubican estos

testigos. Cuenta Nemesio Raposo sobre un 14 de abril transcurrido en los campos: “Pasó

por el calendario la fecha histórica del 14 de abril. Es el aniversario en que se pasó de un

régimen a otro. Ese día se proclamó la República Española, sin que sufrieran daño los

hombres, las haciendas y las cosas” (Raposo, 1968: 104). Más adelante, el narrador habla

sobre la rigurosidad de la censura en España, que les impedía a los refugiados conocer la

situación real de sus conciudadanos del otro lado de la frontera: “De España se reciben

noticias intranquilizadoras, pues a pesar de la censura gubernativa las familias de allá

saben burlarla con una suerte de palabras de doble sentido” (Raposo, 1968: 111). En

ambos fragmentos, posiblemente inadvertidos por la censura, se cuelan comentarios con

indicios claros de crítica hacia el golpe de estado, por el contraste con el gobierno

republicano, y hacia la situación en la España de la inmediata posguerra, cuando las

persecuciones a los “rojos” eran moneda corriente.

No obstante, pueden leerse en otra dirección las elecciones gráficas que las

editoriales concretan en los volúmenes. Por un lado, las ilustraciones de tapa en Memorias

de un español en el exilio y en Los perdedores. Memorias de un exiliado español

construyen la imagen del republicano perdedor difundida por los discursos oficiales.

Ambas exponen la conocida escena del éxodo en que soldados y civiles se muestran en

actitud de huida, con la cabeza gacha y arrastrando algunas escasas pertenencias. Incluso,

el volumen de Vicente Fillol muestra en un primer y violento plano, a un soldado nazi

vigilando la procesión. Esta selección no hace más que apoyar la imagen que el

franquismo había construido durante tantos años sobre los internados en un campo de

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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concentración como “víctimas anónimas, desprovistas de la más mínima agencia y

autonomía, hundidas en el silencio y la resignación más profundas” (Cate Arries, 2006).

Y no solamente el gobierno de Franco alimentó esta imagen, sino también la prensa

británica y francesa. Caroline Brothers, en War and photography, explica que la situación

de los republicanos se representaba de manera totalmente dramática, atravesada por la

emoción y por cierto carácter épico. Comenta que tanto la izquierda como la derecha, a

pesar de que intentaban comunicar sentidos diferentes, publicaron en esos años

fotografías que se referían al supuesto carácter pasivo y victimizado de los españoles

refugiados:

The decision of the civilian population to abandon homes, villages, towns and cities

automatically defined them… as powerless and docile in the eyes of the press. It also

neutralices them politically… Flight was never perceived as an active choice or a

possitive decisión, escape never a bid for survival involving the rejection of a passive

role (Brothers, 1997: 143)

Las imágenes presentes en los volúmenes reproducen estos sentidos. Los hombres

y mujeres que huyen de España cargan el exilio en su historia personal como un estigma,

un castigo que debieron cumplir por elegir la lucha desde el bando republicano. Por eso se

los representa pasivos e indefensos. Desde el punto de vista del franquismo, por haber

abrazado equivocadamente ideas opuestas al régimen; y, desde el punto de vista de la

prensa extranjera, por describir como un grupo avasallado por la resignación y

políticamente desarticulado.

Por otro lado, la recurrencia de palabras como “perdedores” y “derrota”, utilizadas

para titularlos, colabora con dicha imagen asociada con el fracaso. En la solapa de

Memorias de un español en el exilio se explica que el relato trata sobre “unos españoles

que, hambrientos, casi muertos de frío, defraudados y escarnecidos no tuvieron más

esperanza que el límite de los campos de concentración franceses…” (Raposo, 1968). Por

su parte, en El peso de la derrota se aclara que “se trata del éxodo de medio millón de

españoles que abandonan, derrotados, aceptando el peso de su derrota, su patria” (Bravo-

Tellado, 1974). Cada uno de estos elementos evidencia que paralela a esa voluntad

reivindicativa, se construye un discurso cuya idea central es la derrota republicana, eje

sobre el que se erige la imagen del exilio proyectada desde estos testimonios.

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Por los caminos de la palabra 

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Es relevante, entonces, preguntarse hasta qué punto cada uno de los diferentes

actores involucrados en el proceso de edición son responsables de la construcción de esta

imagen del republicano y del exilio. Los últimos diez años del franquismo en el poder son

sumamente interesantes para analizar la vinculación entre los procesos políticos en

marcha y la circulación de discursos sobre la Guerra Civil y el exilio. Si a través de estas

publicaciones, de color abiertamente republicano, el gobierno hizo alarde de su posición

aperturista y tolerante –una “lavada de rostro” que le permitiera mantenerse en el poder–,

lo cierto es que la imagen del exilio que pretende proyectar está controlada y articulada

desde una lógica franquista en la cual el exilio republicano es entendido como la

consecuencia de un fracaso político y social.

Prueba contundente de esta estrategia son los informes de censura que asumen este

discurso y lo utilizan como argumento para permitir, o no, la publicación de estos

volúmenes. Uno de los informes de censura de Memorias de un español en el exilio

evalúa que: “políticamente, el relato es objetivo, no hay críticas a nuestro Régimen, no

destila odio ni afán revanchista, canta la paz y la tranquilidad (aquel que perdió por su

propia iniciativa) de nuestra Patria…”93, razones por las cuales –según el censor– es

posible publicarlo. Por un lado, la alusión a la “objetividad política” de estos discursos es

el camino más fácil para evadir cualquier tipo de debate en torno a las responsabilidades

del régimen durante la contienda bélica y los años posteriores, marcados por las

represalias a miles de ciudadanos que habían colaborado de uno u otro modo con la causa

republicana.

Por otro lado, resaltar la paz como mensaje principal de estas memorias coincide

plenamente con la retórica de los “XXV años de paz”, cuyo propósito era superar la

contraposición entre vencedores y vencidos, sostenida durante los primeros años del

gobierno franquista para promover la imagen de un régimen conciliador, concentrado en

el bienestar de los ciudadanos. Por último, la idea de la derrota republicana como una

consecuencia lógica –“aquel que perdió por su propia iniciativa”– vuelve a poner en

escena la intención del régimen de justificar sus propias acciones como una instancia

inevitable para recomponer la prosperidad económica y la estabilidad social. Al parecer,

la razón principal por la que no habría obstáculos en publicar este texto es, justamente,

porque no reaviva el enfrentamiento entre los dos bandos, sino más bien una intención

                                                            93 Informe de censura consultado en el Archivo General de la Administración, fechado el 15 de julio de 1968 (Caja (03) 050 21/19071 – 68 5777)

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conciliatoria, “sin afán revanchista”, que no es más que el discurso que el gobierno

necesita implantar para preservar su continuidad. En la medida que estos testimonios

reflejen tal retórica, no hallarían negativas para su edición.

Esto que podría denominarse como “retórica de la derrota” se sostiene a través de

varios tópicos que se despliegan en los testimonios y cuyo objetivo principal es solapar

los delitos del franquismo hasta hacerlos invisibles y resaltar la experiencia de los

exiliados como un episodio dramático y angustiante. Los conflictos políticos en los que se

vieron envueltos estos sujetos, así como también las ideas que abrazaron, se disimulan en

estos volúmenes a través de tachaduras y supresiones. Entre esos tópicos se destacan: la

culpabilidad del gobierno francés que maltrató a los refugiados españoles, la existencia de

dirigentes republicanos que abandonaron a sus ciudadanos, la crítica al comunismo y el

exilio como una decisión voluntaria de la cual el sujeto se arrepiente, o bien como un

castigo que se debe cumplir. En cada testimonio, estos tópicos se actualizan de manera

particular, resaltándose algunos con mayor intensidad que otros.

De este modo, la acción de la censura abre un espectro de reflexiones que permite

visibilizar más claramente la complejidad y las paradojas de los significados que

proyectan estos textos. Asimismo, un análisis pormenorizado del contexto de publicación

en el que surge cada uno de los textos, así como también de las estrategias narrativas que

se ponen en marcha para representar la experiencia concentracionaria, permitirá aquilatar

hasta dónde se sostiene este contrapunto entre la retórica de la reivindicación y la retórica

de la derrota.

2. La propuesta de una nueva historiografía para la reivindicación de los vencidos.

Si bien la instrumentalización política de la que fueron objeto estos testimonios,

apoyada por la acción de la censura, condicionó y controló la intervención pública de

estos discursos, no se debe desmerecer el importante papel que tuvieron como pioneros en

materia de reivindicaciones históricas de los republicanos, en un momento crucial en que

las tensiones sociales colaboraban con la desestabilización del gobierno franquista.

Geneviève Dreyfus-Armand opina que “su mérito reside en salvar del olvido, a través de

los itinerarios vitales que presentan, a miles de refugiados que vivieron destinos

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similares” (Dreyfus-Armand, 2000: 16). Los “derrotados” de la Guerra Civil que

publicaron dentro de España cuando el régimen aún estaba en posesión de todas sus

facultades políticas, emprenden un esforzado camino de discusión y crítica a los discursos

oficiales. Esta reflexión funciona como norte para volver a pensar sobre cuáles son los

objetivos de autores y editores al publicar estos textos, es decir, qué tipo de acción social

persiguen a través de sus páginas.

Una vez más, el comentario en la solapa de Memorias de un español en el exilio

de Nemesio Raposo ofrece elementos para encarar la reflexión:

La cuantiosa bibliografía existente sobre el tema de la guerra española a pesar de su

extensión y minuciosidad, todavía deja huecos o lagunas sobre determinados

acontecimientos de aquella desgarradora contienda que dividió a los españoles… Este

libro de Nemesio Raposo no es un libro político ni polémico. Es, ni más ni menos, un

documento histórico (Raposo, 1968)

Este fragmento, encargado de presentar el texto, posee diversas informaciones que

merecen la atención. En primer lugar, la referencia a la “cuantiosa” y “minuciosa”

bibliografía existente en 1968 sobre la Guerra Civil, forma parte del vocabulario que

componía la retórica del oficialismo, el cual, como se ha comentado previamente, había

construido durante treinta años un discurso que exaltaba la política franquista en sus

diferentes fases y etapas. Otras fuentes contemporáneas señalan justamente lo contrario,

como es el caso del prólogo de Manuel Vázquez Montalbán a Los que sí hicimos la

guerra (1973), escrito por Eduardo Pons Prades. En éste, el escritor alude a la “precaria

lista de obras testimoniales sobre la posguerra española” (Pons Prades, 1973: 13), en lo

que a la historia de los vencidos se refiere.

En segundo lugar, el hecho de presentar el texto de Raposo como un libro “que no

promueve la polémica”, apoya la idea antes mencionada de que estos testimonios

proponen una mirada despolitizada de los acontecimientos, sin confrontaciones

ideológicas, y dirigen la reflexión restrictivamente hacia el dramatismo de las vivencias.

Tratándose de un tema que “todavía deja huecos”, cuesta creer que esta declaración de

principios sea completamente sincera y que no esté tamizada por las directivas implícitas

del régimen. Asimismo, es justo pensar que este planteamiento desvestido de una

perspectiva política fuera el peaje que debía pagar cualquier texto que pretendiera tocar

un tema tan sensible como el exilio republicano.

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En tercer lugar, dejando de lado la evidente manipulación de los textos, interesa

rescatar que el texto se defina como un “documento histórico”. Estos españoles que

atravesaron la experiencia de los campos y que hasta entonces no habían participado en la

construcción del pasado de la Guerra Civil y del exilio, se describen a sí mismos como

sujetos productores de textos válidos para acceder al conocimiento del pasado. A través

de la escritura de sus vivencias, están proponiendo una apertura de la historiografía, a fin

de que se restituya el relato de los vencidos de la Guerra Civil a la trama de discursos

históricos construida por el franquismo a partir de 1939. En definitiva, los testimonios

publicados en estos años se construyen desde un modelo historiográfico que busca

contribuir con una nueva historiografía posible, que identifique sus producciones

autobiográficas como ejercicios de justicia y reivindicación política republicana.

Esto evidencia una modificación en el estatuto del testimonio con respecto a sus

antecedentes, ya que los autores, testigos vivenciales de los acontecimientos históricos,

conciben sus textos como documentos que no pretenden ser leídos desde otro prisma que

no sea el de la “verdad histórica” y, en ese acto, intentan aportar los documentos y las

voces que la historiografía tradicional no había contemplado. Este posicionamiento del

testigo comienza a delinear el conflicto –que se afianzará hacia los años ochenta con el

desarrollo de la Historia Oral– entre la imagen tradicional de la historiografía, cultivada

en España por la corriente oficial, y las nuevas aportaciones de las voces testimoniales,

las cuales emergen en este caso de los colectivos (presos políticos y exiliados) que no

tenían representación en aquellos discursos propiciados por el franquismo. Estos

testimonios, entonces, se suman al proceso de “démocratisation des acteurs de l’histoire”

(Wieviorka, 1998: 128), en tanto proponen un nuevo acercamiento al pasado y un nuevo

concepto de historiografía, basado en la individualidad y subjetividad de los actores

involucrados en los sucesos, como así también en la focalización interna del relato

histórico.

Aunque pueda pensarse que en estos años la relevancia del testimonio como

fuentes documentales para el conocimiento histórico es uno de sus rasgos característicos,

existen otras posturas con respecto a este tema. Primo Levi reflexiona sobre la

vinculación entre testimonio e historia en el apéndice de 1976 a su obra Si esto es un

hombre y cuestiona su validez historiográfica:

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Por los caminos de la palabra 

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Debo testimoniar sobre las cosas que sufrí y vi. Mis libros no son libros de historia:

escribiéndolos me limité rigurosamente a hechos de los que tuve experiencia directa…

Por ejemplo, notaréis que no he dado las cifras de la matanza de Auschwitz, ni he

descrito los detalles de las cámaras de gas y de los crematorios: de hecho, no conocía

estos datos cuando estaba en el Lager (Levi, 2001: 205-206)

Exactamente lo contrario ocurre con los testimonios de los campos franceses, en

los que abundan los datos y las cifras sobre los prisioneros, la información sobre el

funcionamiento de los campos, la descripción de las rutinas y la explicación de los

acontecimientos que ocurrían en el escenario europeo durante esos años. De allí que la

pertenencia del testimonio a las disciplinas historiográficas y su función documental

constituyen una característica especial de este corpus y tienen que ver tanto con el

concepto que los mismos autores poseen de su producciones, como con los objetivos que

imprimen en ellas.

Evidentemente, el contenido de estos textos y las diferentes lecturas que de ellos

se han efectuado, demuestran que los paradigmas en los que este estudio pretende

inscribirlos en el devenir histórico de ninguna manera pueden pensarse como estructuras

estáticas y cerradas. Una prueba de esto es el volumen De lluny i de prop (1973), escrito

por Lluís Ferran de Pol. Si bien existe la tendencia a que estos testimonios se proyecten

desde un modelo historiográfico, en este caso dicha finalidad se inhibe para propiciar la

emergencia de otras exigencias y, por lo tanto, la inscripción en otros posibles modelos de

representación. De lluny i de prop se presenta como una miscelánea de textos

autobiográficos, muchos de ellos publicados anteriormente en revistas y periódicos, que

recorren la vida de su autor, desde la experiencia de los campos franceses en 1939 hasta

las distintas estaciones del exilio. La propuesta de recuperar la historia de los vencidos,

presente en otros textos contemporáneos, cede su espacio aquí a la voluntad de poner a

disposición un relato literario, o en palabras de los editores: “un tipus de literatura més

aviat escás a Catalunya, i en el qual l’acció i el contemplar, la creació i l’aventura es

migparteixen unes realitats igualment interessants” (Ferran de Pol, 1973).

Dos consideraciones se desprenden de esta presentación. Por un lado, la obra se

inscribe dentro de un modelo literario, desde el cual el contenido se adscribe a las líneas

de la literatura de viaje y de las novelas de aventuras. Desde esta perspectiva, el autor es

considerado como uno de los escritores representantes de la Generación de 1936,

“sacrificada –per la triple prova de foc d’una guerra, d’uns camps de concentració i d’un

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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exili” (Ferran de Pol, 1973). Por otro lado, los conflictos históricos y políticos que

podrían actualizarse en este texto son inhibidos y sustituidos por una selección de

anécdotas en las que se cuenta la vida cotidiana en los campos, así como las impresiones

subjetivas del narrador con respecto a ésta. Esto puede interpretarse a la luz de las

limitaciones que imponía la censura en esa época, sorteadas hábilmente por la editorial a

cargo, Selecta, una de las instituciones excepcionales que consiguió difundir textos

escritos por republicanos exiliados. A su vez, una edición posterior del testimonio de

Ferran de Pol, Campo de concentración (1939), que en realidad reproduce los escritos de

1939 en adelante, demuestra la existencia de varios de ellos que discuten y critican la

victoria y la política franquista, tal como “Adjetivos a una paz”, ausente en la edición de

1973. En definitiva, lo significativo de estas observaciones es la constatación de que los

testimonios intervienen de manera compleja en la red de discursos sobre el pasado y los

paradigmas en los que estas narrativas se insertan exigen ser analizados como estructuras

flexibles y porosas. De esta manera, lejos de pretender encasillar estos relatos en uno u

otro modelo, se trata de identificar y subrayar cuáles son las tendencias que perviven en

ellos durante los diferentes momentos del devenir histórico.

La inclusión de estos discursos en un modelo historiográfico se fundamenta

también desde la lectura y utilización que se hace de ellos en otras disciplinas

contemporáneas, tales como la investigación histórica propiamente dicha. En 1973,

Guillermo Cabanellas publicó el libro La guerra de los mil días. Nacimiento, vida y

muerte de la Segunda República Española, un estudio con un perfil netamente

historiográfico que enfoca el relato de la Guerra Civil desde el punto de vista de los

republicanos. En el capítulo sobre la reclusión de los republicanos españoles en los

campos de concentración, el autor comenta a pie de página: “sobre el éxodo de los

españoles a Francia, la caída de Cataluña y, en especial, respecto a los campos de

concentración en Francia, la bibliografía está saturada de indignación, reflejo fiel de la

odisea de tantos miles de españoles” (Cabanellas, 1973: 1058). A continuación,

recomienda la lectura de varios de los textos testimoniales publicados durante la década

del cuarenta sobre la experiencia de los campos: St Cyprien, plage… (campo de

concentración), de Manuel Andújar; Argelès-Sur-Mer, de Jaime Espinar; Alambradas:

mis nueve meses por los campos de concentración de Francia, de Manuel García Gerpe;

El éxodo por un refugiado español, de Fernando Solano Palacio; y España comienza en

los Pirineos, de Luis Suárez, entre otros. Independientemente de su valor literario, el

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Por los caminos de la palabra 

208 

autor sugiere la importancia de estos textos como fuentes documentales, es decir, como

procuradores de datos históricos que informan sobre la realidad vivida en los campos. De

este modo, el estudio propone una lectura interpretativa de estas producciones desde este

punto de vista, asumiendo su pertenencia al sistema de los discursos historiográficos.

La identificación de los testimonios como fuentes documentales reaparece en El

exilio español de 1939, primera obra colectiva que se pudo publicar una vez concluida la

dictadura y que se proponía, bajo la dirección de José Luis Abellán y con la participación

de numerosos investigadores, rescatar la historia cultural del exilio a través de la

recuperación de los nombres y la obra de los exiliados en los diferentes ámbitos del saber:

literario, artístico, jurídico, médico, etc. Precisamente en un capítulo destinado a los

historiadores del exilio, Javier Malagón comenta que

la crónica y memorias políticas o de la guerra civil fue un tema que, sobre todo en los

primeros momentos de la emigración… interesó no sólo al político, que trataba de

justificar en muchos casos su actuación, o al militar, quien quería documentar las causas

de la derrota, sino también al profesor universitario, al escritor, al periodista…, que

sentía la necesidad de dejar testimonio de la experiencia vivida en unos casos y en otros

(Malagón, 1978: 339)

Luego de esta explicación, cita algunos ejemplos, tales como Ombres entre

tenebres (1941), de Manuel Valldeperes; Memorias de un español en el exilio (1968), de

Nemesio Raposo y, nuevamente, el texto de Manuel García Gerpe, Alambradas…. Si en

la década del cuarenta los testimonios, escritos en vísperas de los acontecimientos, fueron

leídos como crónicas o reportajes de esos hechos, casi cuarenta años más tarde es

evidente que las disciplinas historiográficas se apropiaron de ellos, especialmente de

aquellos abordajes que adoptaron una perspectiva revisionista de la historia española del

siglo veinte y que, desde ahí, se proponían recuperar la cultura exiliada de 1939.

En consonancia con esto, los testimonios publicados en estos años propusieron el

desarrollo de nuevas perspectivas historiográficas que comenzaron a discutir las formas

tradicionales de “hacer historia”, basadas en la utilización de datos estadísticos y fuentes

documentales. Estos textos se posicionaron, entonces, como ejercicios de reivindicación

de un sector social opacado durante muchos años por los discursos oficiales. En la

actualidad, se sigue sosteniendo el uso de estas producciones como herramientas válidas

para acceder al conocimiento del pasado. Estudios históricos destacados sobre los campos

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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de concentración del sur de Francia los citan en sus listas de documentos de referencia. Es

el caso de Los campos de concentración de los refugiados españoles en Francia (1939-

1945) de Marie-Claude Rafaneau-Boj, en el cual la autora utiliza la información ofrecida

por el narrador de El peso de la derrota de Antonio Sánchez Bravo y Antonio Tellado

Vázquez (Rafaneau-Boj, 1995: 135-136)94.

El fin de la dictadura franquista le dio un empuje a la publicación de estos

discursos que confiaban en la validez de la voz individual y subjetiva de los testigos como

herramienta de conocimiento de los sucesos históricos pasados. Entre 1973 y 1975 se

publicaron dos volúmenes que, sin ser definidos estrictamente como testimonios, se

basaban en ellos para desarrollar el relato de los acontecimientos95. En 1973, el anarquista

Eduardo Pons Prades publicó Los que sí hicimos la guerra en Ediciones Martínez Roca,

un texto que ponía en evidencia el valor de la palabra de los testigos y el proceso de

legitimación que estaba atravesando el testimonio en cuanto instrumento para conocer el

pasado y para revisar las versiones oficiales. Algunos años más tarde, ya enmarcado en la

transición democrática, publicó Los derrotados y el exilio (1977), donde confirma el

propósito anterior: “poner en claro algunos aspectos de nuestra contienda que demasiados

historiadores orillean e incluso silencian” (Pons Prades, 1977: 12). Lo interesante de estas

dos publicaciones, más que enjuiciarlas por su valor formal o por su rigor científico, es

que, aunque se proponen explícitamente como estudios de corte histórico, están

construidas sobre la base de un repertorio de testimonios de individuos comunes que

atravesaron la experiencia de la guerra de los campos de internamiento franceses –en

algunos casos también los campos nazis–, la participación en la Resistencia y también el

exilio.

                                                            94 Otro ejemplo que confirma la utilización de los relatos testimoniales como fuentes de información histótica en la actualidad lo ofrece Francisco Caudet en uno de los capítulos de Hipótesis sobre el exilio republicano de 1939 (1997). El investigador se refiere a la vasta magnitud del exilio republicano y a su extensa diversificación en el espacio. En cuanto a la presencia de los españoles en los campos franceses y del norte de África, alude a varios de los textos de los que este estudio se ocupa para comentar datos y evidencias históricas acerca de las condiciones en las que aquellos se encontraban. Cita a Eulalio Ferrer, Agustí Cabruja-Auget, Lluís Ferran de Pol, Artís-Gener, entre otros (Caudet, 1997: 83-153).

95 Se ha mencionado anteriormente que en estos años comienzan a publicarse estudios historiográficos acerca de la presencia de los republicanos españoles en los campos nazis. Esta metodología, que consiste en alternar descripciones y explicaciones con testimonios en primera persona, está presente, por ejemplo, en Los olvidados: los exiliados españoles en la Segunda Guerra Mundial (1969), de Antonio Vilanova, o en Los catalanes en los campos nazis (1978), de Montserrat Roig, lo que demuestra la legitimidad que el testigo comienza a ganar en el terreno de la historiografía.

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Por los caminos de la palabra 

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Los que sí hicimos la guerra se publicó en 1973, un momento en el que la libertad

de expresión continuaba siendo limitada. Se trata de la narración del periodo comprendido

entre los años previos a la Guerra Civil y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial,

especialmente en lo que concierne a la participación de los españoles republicanos en

tales acontecimientos. Relata el final de la contienda fratricida, la huida de los vencidos

hacia Francia y la deportación de muchos de ellos a los campos nazis. Aunque está escrito

en tercera persona, dado que se postula como un documento historiográfico, el prólogo de

Vázquez Montalbán anuncia que “estamos, pues, ante un libro contado por un testigo

directo, que ha sabido unir esa presencia en los hechos con un conocimiento histórico del

planteamiento general en el que se dieron” (Pons Prades, 1973: 13). De ahí que en

ocasiones irrumpa en el relato una primera persona –generalmente en plural, un

“nosotros”– que se incluye en la enunciación y que señala su carácter de testigo. El hecho

de haber participado activamente en el frente y luego en la resistencia antifascista le

confiere al sujeto la autoridad necesaria para encarar la escritura de un estudio de

relevancia historiográfica. Sin embargo, más que sobre la experiencia personal, el texto

está construido sobre la base de los testimonios que el autor ha ido recogiendo a lo largo

del tiempo, así como también de otras fuentes documentales (periodísticas e históricas).

Los testigos directos, entonces, adquieren una relevancia especial, lo que se comprueba en

el sexto capítulo, en el cual el narrador describe la biografía de sujetos comunes que

tuvieron un rol activo en los acontecimientos.

El prólogo de Vázquez Montalbán ofrece explicaciones acerca de los objetivos

que se plantea la edición, la cual “se suma a una precaria lista de obras testimoniales

sobre la posguerra española. En este caso se trata de la historia de la España que se exilió”

(Pons Prades, 1973: 13). Dos ideas clarificadoras se desprenden de este fragmento: por un

lado, que la bibliografía sobre la Guerra Civil y la posguerra era todavía escasa y

unilateral en esos años; y por otro lado, que efectivamente estos discursos, que contaban

con una fuerte base testimonial, buscaban construir una nueva perspectiva historiográfica

que revisara los discursos oficiales e incluyera las versiones de los grupos que no habían

sido representados en ellos durante la dictadura, los republicanos vencidos. El autor

continuó trabajando en esa línea y, en 1977, Los derrotados y el exilio albergó similares

propósitos: el “esclarecimiento histórico con visiones de hoy” (Pons Prades, 1977). Para

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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ello, volvió a acudir a la voz de los testigos, siendo ésta la gran fortaleza del texto96. Cabe

destacar que el autor ha mantenido esta metodología de trabajo a lo largo de los años. En

un estudio mucho más reciente sobre los republicanos en los campos nazis, El Holocausto

de los republicanos españoles. Vida y muerte en los campos de exterminio alemanes

(1940-1945) (2005), se repite la alternancia entre explicaciones o descripciones de los

acontecimientos y la reproducción de entrevistas hechas por el mismo autor a los testigos.

También se destaca la voz de algunos ilustres, tales como Jorge Semprún o Francisco

Largo Caballero, lo cual no hace más que confirmar el terreno ganado por el testigo en las

últimas décadas como elemento legítimo de conocimiento histórico.

En 1975 apareció en Barcelona el volumen La diáspora republicana del

periodista, escritor y artista Avel·lí Artís-Gener. Se trata de un encargo que la editorial

Euros –del grupo La Vanguardia– le hiciera al autor cuando regresó de México, a fin de

documentar el paso por los Pirineos de los españoles republicanos en 1939 y la vida de

los mismos en los campos. El libro excede su experiencia personal, ya que fue efímero su

paso por los campos franceses. Sin embargo, es el resultado de una larga investigación

sobre el éxodo de 1939, que incluyó la visita a lugares en Francia, Suiza, Luxemburgo,

etc., donde vivían exiliados republicanos, y también a los campos nazis (Escamilla y

Finestres, 2001: 133). A pesar de esto, el autor se postula como parte de ese grupo de

testigos y lo manifiesta en la solapa del volumen: “Una tercera parte del libro es fruto

directo de la experiencia del autor. El resto es producto de una larga indagación realizada

en el escenario donde se produjeron los hechos” (Artís-Gener, 1978).

La diáspora republicana forma parte de una colección titulada “Historia y

tiempo”, lo cual evidencia el interés por proponer una lectura desde una perspectiva

histórica, aunque el mismo texto que por momentos se acerca al género del ensayo, roce

también la condición de autobiografía. El libro relata desde los últimos capítulos de la

Guerra Civil hasta la participación de españoles en la resistencia francesa y el exilio en

Rusia y México. Incorpora, además, información sobre la Segunda Guerra Mundial y sus

responsables. Se postula, entonces, como un estudio histórico, pero su base son las

versiones que aportan los protagonistas directos de los hechos. De este modo, el narrador

alterna entre la primera persona singular, en lo que concierne a su relato personal, y la

                                                            96 La presentación del texto destaca “el gran valor histórico de los testimonios de primera mano que Pons Prades aporta a lo largo de toda la obra y que se ocupan tanto del último periodo de la guerra civil como de las primeras experiencias del exilio” (Pons Prades, 1977)

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Por los caminos de la palabra 

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tercera persona singular, a través de la cual relata los acontecimientos históricos

seleccionados.

Sin embargo, lo que más llama la atención es el uso y el lugar que le da el autor a

la voz testimonial. Por un lado, nutre su discurso con citas directas de volúmenes

publicados anteriormente, tales como Más allá del dolor, de Miguel Giménez Igualada;

Ombres entre tenebres, de Manuel Valldeperes; De prop i de lluny, de Lluís Ferran de

Pol, Crist de 200.000 braços, de Agustí Bartra y Los olvidados: los exiliados españoles

de la Segunda Guerra Mundial, de Antonio Vilanova, entre otros. Por otro lado, intercala

fragmentos de otros estudios históricos de la época, como son, por ejemplo: Historia

militar de la Guerra de España, de Manuel Aznar o La Légion Étrangère, de Georges

Blond.

Dos conclusiones pueden extraerse de este acto de incorporar fragmentos de otros

textos. En primer lugar, la noción de que los testimonios individuales, parciales y

subjetivos, son elevados en este libro al nivel de los discursos historiográficos, es decir,

son considerados como elementos válidos para la descripción y explicación de los

acontecimientos pasados. El autor pone su texto al servicio de la recuperación de aquellas

voces anteriores que relataron la situación de los campos de concentración franceses,

transformándolo en uno de los primeros volúmenes que recuerda a estos testigos y que,

además, los actualiza en su propio discurso97. Asimismo, transcribe en su texto

fragmentos de cartas y discursos inéditos que le son útiles para la descripción y que

también colocan en un lugar de relieve a la voz testimonial.

En segundo lugar, la recuperación de fragmentos de otros volúmenes escritos por

historiadores permite volver a pensar en el objetivo primero de este libro, que acude a

estas fuentes testimoniales para otorgarle a su propio texto la calidad de un estudio

historiográfico. La reedición en 1976 por parte de la misma firma, sumada a las

constantes referencias que de este volumen hace la bibliografía especializada, denotan

una amable acogida por parte del público lector. Además, las referencias a su valor

historiográfico no se agotan con el paso del tiempo, como lo prueba un estudio dedicado a

la figura de Mercè Rodoreda, en el cual la autora se refiere al volumen de Avel·lí Artís-

                                                            97 “Son muchísimos los libros escritos por combatientes republicanos, huéspedes forzosos de los campos. Algunos –los menos en número– se consiguen en las librerías del país. Pero los más abundantes –y más desgarrados– no están al alcance de todos. Son piezas de extraordinario valor bibliográfico y se consultan más allá de las fronteras, en razón de ser obra de creación de gentes pertenecientes al medio pueblo infamado, abandonado a su suerte” (Artís-Gener, 1976: 68)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

213 

Gener como “un dels millors i dels històricament més entrañables” (Casals i Couturier,

1991: 105)

Cabe destacar que la obra de Artís-Gener y Los derrotados y el exilio de Pons

Prades fueron publicadas cuando la dictadura franquista ya había finalizado. Esto indica

que el proceso de revisión histórica que estos testigos e historiadores pusieron en marcha

comenzó algunos años antes del final del franquismo y continuó, como se podrá

comprobar más adelante, con mucho más énfasis en los años posteriores. Esta valoración

del testimonio –una voz parcial, subjetiva e individual– como herramienta del saber

histórico permite redefinir el status que el testigo comenzó a adquirir en esos años en la

escena pública.

No pasa desapercibida la terminología utilizada para denominar estos discursos, la

cual también experimentó un traslado hacia la esfera de lo histórico. En la década del

cuarenta las nociones de “testimonio” y “memoria” estaban relacionadas con aquellas

producciones autobiográficas entendidas desde un punto de vista literario, ya que para

designar los textos que se proponían relatar la experiencia de los campos franceses se

preferían términos como “crónicas” o “reportajes”. Esto tenía que ver, entre otras cosas,

con la matriz narrativa desde la cual se gestaban estos discursos, es decir, con la

concepción que los mismos autores tenían de sus propios textos y con los propósitos que

perseguían a la hora de plasmar narrativamente su experiencia de los campos. Esta matriz

narrativa estaba vinculada con un modelo periodístico cuyo propósito era informar sobre

los acontecimientos contemporáneos al momento de la escritura. Acerca de su propio

texto, Manuel Andújar comentaba en 1942 que “desde un ángulo de estricta experiencia

personal, estas páginas constituyen únicamente un testimonio preliminar. St. Cyprien,

playa tendrá razón de ser si contagia –o reaviva– la esperanzada angustia que fue su

motivo y levadura” (Andújar, 1990: 14)98. Por su parte, la solapa de Ombres entre

tenebres equiparaba el nivel literario de su autor al coetáneo y consagrado Rovira i

Virgili, sentenciando que ambas obras constituyen “Memòries viscudes i es

complementan com a documents de l’èxode del poble català” (Valldeperes, 1941). En

ambos casos, las ideas de memoria y de testimonio estaban ligadas al relato de una

experiencia personal que era contada por un autor que perseguía una intención estética

especial, mientras que muchos otros textos, escritos por autores no necesariamente

                                                            98 La cita fue extraída de una edición posterior, de 1990, aunque ya estaba incluida en el prólogo de la mexicana de 1942.

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Por los caminos de la palabra 

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vinculados con estos ámbitos, se ubicaban dentro del dominio de lo periodístico

justamente porque no ostentaban tal categoría.

Sin embargo, hay elementos que demuestran que esta concepción se fue

transformando hacia mediados de la década del sesenta. El peso de la derrota se define en

la solapa como “fundamentalmente un testimonio”. En la primera página de Los

perdedores, el narrador expresa: “Pero de la vida, a veces, hay que dejar testimonio”

(Fillol, 1971: 5). Asimismo, el indicio más evidente es la elección de los títulos de los

volúmenes publicados a partir de entonces, entre los cuales aparece recurrentemente la

palabra “memorias”, tal como en el libro de Nemesio Raposo, Memorias de un español en

el exilio, o en el de Vicente Fillol, Los perdedores. Memorias de un exiliado español.

Acerca de este último, es significativo recordar que hubo una edición anterior que tuvo

lugar en Caracas en el año 1971. La modificación del título es llamativa: mientras la

primera se titulaba Underdog. Crónica de un refugiado español de la Segunda Guerra

Mundial, la edición española de 1973 se denominó Los perdedores. Memorias de un

exiliado español. Es en estos años cuando los términos en cuestión se desmarcan de su

vinculación directa con la representación literaria, ya que todos estos volúmenes han sido

escritos por sujetos no adscriptos a ámbitos afines.

El hecho de que los textos comiencen a nombrarse como “testimonios” o

“memorias” no implica un cambio superficial de denominación, sino que invita a repensar

la modificación del estatuto del testimonio durante este periodo. En lo que concierne a la

concepción de la escritura testimonial, los testigos son conscientes de que al escribir su

propia versión de los acontecimientos, están “haciendo historia”. En ese mismo acto,

están asumiendo su autoridad como productores de una variante de los discursos oficiales,

lo que les supone hacerse cargo de un pasado que aún no se escribe y del que ellos son

protagonistas. Vicente Fillol declara que “hay que dejar testimonio”, haciéndose eco de

este mandato de su tiempo.

Pero también existe una modificación en cuanto a la función pública que cumplen

estos discursos o, en otras palabras, a los modos de intervención que proponen. Dado el

periodo controversial en el que se publican, es posible hacer una doble lectura de este

fenómeno. Desde el punto de vista del régimen, estos volúmenes pudieron circular porque

no se interpusieron en el desarrollo de las estrategias políticas que el gobierno estaba

poniendo en marcha para mantenerse en el poder. De hecho, su publicación fue posible

justamente por el contexto de maquillaje político del franquismo en sus últimos años. En

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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cambio, desde la perspectiva del exilio republicano, la publicación de sus testimonios

adquiría un valor innegable como puntapié inicial para comenzar a reconstruir un pasado

que recuperara a aquel sector de la sociedad española que había sido acallado durante

décadas desde los discursos oficiales. Solamente un análisis detallado de estos

testimonios permitirá observar hasta dónde se sostiene este juego de tensiones.

En relación con la función pública de estos textos, conviene detenerse en la idea

que los testigos poseen de sus propias producciones. Una de sus características es la

oposición manifiesta a que se los considere como textos literarios. Esto se ve, por

ejemplo, en el epígrafe que aparece en Memorias de un español en el exilio, de Nemesio

Raposo, pues el narrador opina que “esta obra ha sido escrita por un humilde obrero. No

busques en ella afán literario. Confórmate con veracidad y honradez” (Raposo, 1968). En

concordancia con esta advertencia, el narrador de Los perdedores también opina sobre la

génesis de la escritura: “Alguien me dijo que debiera contarlo como pesadilla, porque es

increíble, fantástico. Era simplemente la realidad, y ante ella no caben las masturbaciones

literarias” (Fillol, 1971: 261). Los testimonios de esta época insisten en ofrecer una clave

de interpretación que se aleje de la lectura literaria. Los testigos vinculan la

representación literaria con la elaboración ficcional del acontecimiento o con el trabajo

estético del lenguaje y, por este motivo, la creen ineficaz para relatar una historia que no

debe alejarse del concepto de “veracidad”. De este modo, abandonan la polémica acerca

de las complejas relaciones entre lenguaje y realidad y depositan en sus textos la

confianza necesaria que los convierte en productores de discurso histórico.

Es significativo el esfuerzo de estos autores por aludir a su condición de sujetos

anónimos y a su pertenencia a la clase trabajadora. Hayden White recuerda que “la

autoconciencia histórica, el tipo de conciencia capaz de imaginar la necesidad de

representar la realidad como historia, sólo puede concebirse en cuanto a su interés por la

ley, la legalidad, la legitimidad, etc.” (White, 1992: 28). Reunir aquellas marcas textuales

que permiten postular la pertenencia de testimonios a una nueva historiografía no es más

que una forma de actualizar el conflicto acerca de quiénes son los sujetos que gozan de la

autoridad para legitimar los hechos del pasado a través de la escritura. El franquismo

pudo controlar dicho conflicto durante las primeras décadas a fuerza de censura y

represión. No obstante, estos testimonios que comienzan a aparecer a mediados de los

sesenta, aun con todos los condicionamientos, reinstalan este interrogante acerca de las

operaciones de construcción, apropiación y legitimación del pasado. En ese acto,

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proponen la redacción de una nueva perspectiva historiográfica que incorpore una

metodología no solamente basada en estadísticas y documentos escritos, sino también en

los relatos de los sujetos que vivieron los acontecimientos y que, en este caso, constituyen

el colectivo de vencidos republicanos, cuya voz fue deliberadamente ocultada mientras el

franquismo estuvo en el poder99.

3. La representación de la experiencia concentracionaria, el “yo testimonial” y sus

estrategias discursivas en los testimonios de los últimos años franquistas

El análisis textual se centrará en la red de tensiones y contradicciones que

envuelve la publicación de los testimonios en los últimos años del franquismo, pues éstas

ingresan de lleno en la construcción de los relatos. Si se tienen en cuenta los factores

externos que influyeron en la aparición de estos textos, conviene preguntarse cuál es el

lugar que ocupan estos textos en la trama de los discursos que circulaban en esos años

sobre el exilio español. Desde ese punto de vista, los testimonios que se publican entonces

son un espacio privilegiado para describir la imagen que éstos proyectan del sujeto

exiliado, del exilio republicano español en general y de la experiencia de los campos en

particular, así como también para calibrar hasta dónde funcionaban los tópicos

instaurados por el régimen sobre estos mismos temas.

La búsqueda de respuestas a estos interrogantes invita a afinar las observaciones

acerca de cuáles fueron los móviles que condujeron a que, luego de por lo menos treinta

años, un puñado de testigos pusiera en negro sobre blanco su experiencia personal.

También es adecuado cuestionarse cómo se construye el sujeto de la enunciación en el

texto y cómo estrecha lazos con lo que está narrando. Asociado con esto, el análisis se

dirigirá hacia las estrategias narrativas que el “yo testimonial” hace efectivas para

representar su experiencia. Asimismo, dado que todas estas expresiones son el resultado

                                                            99 En los umbrales de los años ochenta, como se comentará más adelante, los historiadores españoles que suscribieron las metodologías de la Historia Oral coincidieron con esta mirada que planteaban los testimonios, puesto que uno de los objetivos de esta disciplina en sus inicios fue “diversificar el panorama de la historiografía española, dominada fuertemente por el positivismo, las metodologías cuantitativistas (sic), la historia económica, los enfoques estructuralistas y un marxismo fuertemente determinista” (Borderías, 1995: 119)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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de una experiencia de dislocación geográfica que coloca al sujeto en quiebre con sus

patrones de referencia culturales, cobrará especial relevancia la descripción del espacio

concentracionario, la relación que el testigo establece con éste y los sentidos que se

desprenden de esa vinculación.

En cuanto a la construcción del discurso, en general, y a la representación de la

experiencia concentracionaria, en particular, estos volúmenes coinciden en ciertos rasgos

a través de los que se comprueba que los testigos están pensando sus producciones desde

un modelo historiográfico, por medio de las cuales se sienten capaces de ofrecer una

versión particular de los acontecimientos pasados. Por un lado, el elemento principal que

evidencia estas características compartidas es el “yo testimonial”, es decir, la primera

persona desde la que se articula el relato. Aquellos interrogantes que surgían en una

primera hojeada a los volúmenes, especialmente en relación con los elementos

peritextuales, reaparecen cuando se encara el análisis de los textos. La actuación del “yo

testimonial” deja al descubierto las dificultades para clasificar estos textos que oscilan

entre el registro ensayístico-documental y el autobiográfico. De allí que varíen los modos

de acercamiento entre el sujeto narrador y los hechos que está relatando, un aspecto que

se convierte en una característica altamente significativa de la puesta en discurso de la

experiencia concentracionaria en este periodo.

Con respecto al análisis de las estrategias de representación textual, no pasan

desapercibidos los desajustes narrativos, es decir, los problemas en cuanto al uso de

tiempos verbales y otras fisuras de la sintaxis textual, que provocan rupturas la

continuidad de la narración y generan en la lectura la impresión de relato fragmentado. En

los primeros testimonios, estas discordancias se desprendían de las dificultades que

experimentaba el sujeto, tan apegado todavía a los hechos históricos, para integrar

discursivamente su propia vivencia. Muchas de esas dificultades persisten en las obras

que ocupan la atención de este capítulo. No obstante, conviene identificarlas para

interpretar la significación que adquiere en éstos. En todo caso, lejos de reducirlas a

simples errores técnicos, interesan en cuanto colaboran con la reflexión acerca de cómo

elabora la experiencia el sujeto exiliado y qué vínculos mantiene con ésta en el momento

de la enunciación.

Por otro lado, es interesante revisar el recorte de la anécdota que efectúan los

narradores, en lo que se refiere a la franja temporal que abarcan en sus relatos. Estos

volúmenes, a diferencia de los testimonios escritos en momentos más cercanos a los

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Por los caminos de la palabra 

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hechos históricos, suelen incorporar secuencias narrativas que exceden la experiencia del

éxodo y del paso por los campos, para ingresar en los acontecimientos de la Segunda

Guerra Mundial y destacar el papel de los republicanos españoles en la contienda bélica,

ya sea la lucha antifascista en la resistencia, la participación en las compañías de trabajo o

la deportación en los campos nazis. Estas inclusiones invitan a pensar que los testigos

conciben sus relatos como instancias para restituir la Guerra Civil Española y sus

consecuencias al marco histórico europeo, a fin de combatir la idea de que este episodio

de la historia española fue un hecho aislado y desgajado del contexto bélico que asoló a

Europa por esos años. Esa voluntad implica también que los sujetos se consideran parte

activa de esa historia y es desde esa perspectiva que plantean sus relatos testimoniales. No

es el caso de Memorias de un español en el exilio de Nemesio Raposo, ya que el relato

comienza en 1939 y acaba en 1942, año en que el testigo elige repatriarse. Sin embargo,

Los perdedores de Vicente Fillol, cuya primera edición venezolana de 1971 se titulaba

Underdog. Los perdedores. Crónica de un refugiado español de la Segunda Guerra

Mundial, exhibe este ensanchamiento de la anécdota. El texto relata desde la retirada del

narrador, junto a miles de republicanos, en 1939, hasta el final de la Segunda Guerra

Mundial. Incluso en el epílogo el testigo explica su situación en el exilio venezolano. Así

ocurre también en El peso de la derrota, el cual en el título mismo agrega la franja

temporal en la que se desarrollará la narración, desde 1939 hasta 1944.

El “yo testimonial” es en estos textos un elemento esencial para analizar el modo

en que el sujeto narrador se vincula con la experiencia y, desde ese punto de vista,

funciona como clave de lectura para observar cómo el sujeto testigo construye su imagen

en el texto. Estos dos aspectos evidencian que el narrador, un sujeto que ha sido

violentado por una situación de dislocación territorial y que, a su vez, ha sufrido una

ruptura con respecto a sus patrones de referencias culturales, despliega en su propio

discurso una serie de operaciones reivindicativas cuyo fin último es reconstituir su propia

identidad. La reflexión sobre el “yo testimonial” permite abrir dos líneas temáticas. Por

un lado, la idea de que aunque estos textos son concebidos como documentos de

relevancia historiográfica, la primera persona singular ostenta singular jerarquía en el

discurso, por lo que pueden ser incorporados a los géneros autobiográficos. A su vez, este

“yo testimonial” no se mantendrá constante ni invariable a lo largo del relato, sino que

experimentará diferentes tensiones: la oscilación entre el singular y el plural, asociado con

los fenómenos de “colectivización” del relato, y entre la primera y la tercera persona,

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

219 

poniéndose en marcha operaciones de acercamiento o alejamiento del sujeto narrador

respecto de lo que está contando. Por otro lado, estos testimonios plantean una novedad

en relación con la línea narrativa que se viene trazando desde la década del cuarenta: la

dimensión heroica que adquiere el “yo testimonial”. A diferencia de sus antecesores, en

estos textos la primera persona no sólo filtra, selecciona y organiza el material narrativo,

sino que comienza a poseer la conciencia de ser protagonista o héroe de aquello que

relata.

La Real Academia Española define al “héroe” como un “varón ilustre y famoso

por sus hazañas o virtudes” (Diccionario, 2001), un concepto que hace hincapié en las

características que lo hacían superior y diferente al resto de sus pares. Los héroes eran

seres que, ya por su fortaleza física (Aquiles), o por su integridad intelectual o moral

(Ulises), sobresalían del común de los mortales. Dentro del paradigma trágico, eran

aquéllos a quienes sus virtudes conducían a un error, la hybris o desmesura, que debía ser

castigado según un destino diagramado de antemano. Éste es, a grandes rasgos, el modelo

de representación heredado a través de la épica y la tragedia occidentales. Cada época

histórica ha rediseñado y reelaborado estos patrones según sus propios criterios y

necesidades de expresión.

La deportación de miles de sujetos a los campos nazis, ya sea a los de

concentración o a los de exterminio –generalizados a partir de la Solución Final de 1942–,

constituye la mayor experiencia traumática del siglo veinte. La narrativa testimonial que

surgió a partir de ésta necesitó diseñar un nuevo patrón heroico que entró en crisis con los

modelos tradicionales. En el prólogo de L’espèce humaine (1957), Robert Antelme,

sobreviviente de los campos nazis, se plantea el problema de la heroicidad en los campos

y ofrece una pista para dimensionar la magnitud de este quiebre paradigmático:

No creemos que los héroes que conocemos, de la historia o de la literatura, aunque

hayan clamado al amor, a la soledad, a la angustia del ser o del no ser, a la venganza,

aunque se hayan rebelado contra la injusticia, contra la humillación, se hayan visto

obligados a expresar, como única y última reivindicación, un último sentimiento de

pertenencia a la especie (Antelme, 2001: 11)

No hay espacio para los héroes convencionales en los campos de la muerte porque

ninguno de ellos se vio, a diferencia de los sobrevivientes, en peligro de perder su

condición de “ser humano”. Este nuevo héroe se desliga del modelo tradicional porque su

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Por los caminos de la palabra 

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única gesta ha sido resistir el proceso de derrumbe subjetivo al que la experiencia

traumática de la deportación lo ha sometido. El testigo que ha podido reordenar ese

pasado y articularlo en un discurso, ha logrado sobreponerse a esa condición de la que

muchos otros no salieron y que fue el fin último de las políticas de exterminio: el

“musulmán”, aquellos prisioneros que estaban a un paso de la muerte, pero que todavía

conservaban mínimos signos vitales. Despojados completamente de su subjetividad en lo

que se refiere al contenido político y a los atributos subjetivos, la mayoría de los

testimonios de los sobrevivientes dan cuenta de su existencia. La heroicidad del testigo,

retomando a Antelme, radica justamente en la posibilidad de sobrevivir, es decir, de

continuar perteneciendo a la especie humana.

En los testimonios escritos por sobrevivientes de los campos nazis, el tema de la

supervivencia aparece como un conflicto moral: ¿por qué he sobrevivido? La pregunta

apunta directamente a la ética del testigo. Cada uno de ellos –Primo Levi, Jorge Semprún,

Robert Antelme, Paul Steinberg, entre otros– ha intentado viabilizar una respuesta propia

a través de la escritura. Por ejemplo, en Crónicas del mundo oscuro (1996), de Paul

Steinberg, el “yo testimonial” manifiesta esa dimensión heroica en su capacidad de

resistencia, que consistió principalmente en suprimir los criterios anclados en la

moralidad y la ética tradicionales: “De todas maneras, cuando la muerte me acorraló, me

defendí, luché, resistí por todos los medios, aunque de manera pasiva, doblándome como

un junco en medio de una tempestad” (Steinberg, 1999: 24). La habilidad para

sobreponerse a la idea de la muerte es uno de los cimientos sobre los que se asienta este

modelo de héroe, que en ocasiones debe anular sus principios éticos en pos de su único

objetivo, la conservación de la vida.

La necesidad de la escritura como elemento de supervivencia es otro elemento en

el que radica el heroísmo del testigo. En el prólogo a Si esto es un hombre, publicado por

primera vez en 1958, Primo Levi confiesa que “la necesidad de hablar ‘a los demás’, de

hacer que los demás supiesen, había asumido entre nosotros, antes de nuestra liberación y

después de ella, el carácter de un impulso inmediato y violento” (Levi, 2001: 8). Aunque

más reciente, esta idea reaparece en Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001) de

Jorge Semprún. El narrador describe una escena en la que le explica su vida anterior y

presente a otro prisionero, Maurice Halbwachs, y reflexiona: “Nadie sabrá medir

objetivamente hasta qué punto esta cura fue benéfica para mí. Yo más bien tiendo a no

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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dudarlo” (Semprún, 2001: 53). Tanto en uno como en otro, la capacidad de trasmutar la

experiencia en escritura permite la supervivencia y alimenta el deber ético del testigo.

El objetivo que perseguía el nazismo con la deportación de sujetos a los campos

de exterminio fue distinto del propósito que animó la apertura de los campos del sur de

Francia. Sin embargo, en los testimonios de los campos franceses también surge el

cuestionamiento acerca de las características heroicas del narrador, que se vinculan con

problema de la ética del testigo. El rol de la primera persona del singular es significativo a

la hora de describir al héroe que se delinea en estos discursos y que se actualiza de

manera particular en cada caso. En algunos, como en Los perdedores, el narrador se

postula como un héroe que posee la habilidad de transformar el curso de los

acontecimientos y su propia suerte. En otros, el héroe se definirá por sus condiciones

morales y éticas, herramientas con las que se enfrenta a la adversidad de las

circunstancias que lo rodean. Tal es el ejemplo de Memorias de un español en el exilio, de

Nemesio Raposo. Tanto en uno como en otro se pone de manifiesto que la subjetividad

gana espacio en la trama textual, dado que se exploran nuevas dimensiones relacionadas

con la expresión de los sentimientos y de las emociones, algo que no estaba presente en

los testimonios precedentes.

Una última consideración sobre el “yo testimonial” que estrecha un lazo con esta

dimensión heroica de la primera persona, es la aparición en estos testimonios del “deber

de memoria”. En las mallas finas de sus discursos se advierte que el móvil de estos

sujetos es el llamado a recordar el pasado para no volver a repetirlo. Ellos, como

protagonistas de los acontecimientos, se sienten autorizados para ejercer la acción de

contar una historia, la de los vencidos, que todavía no había podido ser incluida en los

discursos sobre el pasado. La herramienta principal con la que cuentan es la fidelidad de

sus versiones, es decir, la asunción de que lo que se está relatando es verídico y fiable. Es

por eso que en cada texto cobran valor retórico indiscutible expresiones del tipo “yo viví”,

“yo presencié” o “yo vi”, entre otras, que confirman el dominio del testigo y su razón de

ser.

La publicación de testimonios de los campos franceses durante los últimos años

del franquismo en España colaboró con el impulso de la legitimación del testigo como

herramienta necesaria para conocer el pasado y para plantear la emergencia de un nuevo

paradigma historiográfico que incorporara su voz a los discursos circulantes, en

representación de un colectivo que hasta entonces no la había tenido. Esto delinea una

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modificación del estatuto público de ese sujeto, la cual guarda relación con un

acontecimiento que participó decisivamente en la transformación de la identidad del

superviviente. Se trata del juicio a Adolf Eichmann, llevado a cabo en Israel en 1963. A

diferencia de los de Nuremberg (1946), que se basaron en la lectura de documentos

escritos100, los testimonios orales constituyeron la columna vertebral del juicio a

Eichmann. Más de cien sobrevivientes de los campos nazis dieron su palabra en este

proceso, cuyas repercusiones mediáticas marcaron un hito irreversible en el

reconocimiento social del superviviente. Desde entonces, el testigo se convirtió en

portador de historia y de reflexión moral o, en palabras de Wieviorka, “avec le procès

Eichmann, le survivant acquiert son identité sociale de survivant, parce que la société la

lui reconnaît” (Wieviorka, 1998: 117).

En España, los efectos de este juicio en cuanto a la posición de los testigos fueron

limitados, más aún si se piensa que, mientras en Israel se celebraba este proceso, en

España se estaba condenando a muerte al comunista Julián Grimau, fusilado en abril de

1963 por su actividad en la Guerra Civil. Sin embargo, el proceso a Eichmann dio lugar a

lo que Wieviorka ha denominado “la era del testigo”, según la cual se comenzó a crear

una demanda social de testimonios que en algún momento penetró en la realidad

española. Estos discursos, aunque manipulados y sujetos a las condiciones impuestas por

el gobierno franquista, encuentran ecos en dicha demanda y proponen un camino de

apertura de las líneas dominantes de la historiografía.

Conviene, por último, trazar una línea entre el corpus concentracionario de los

campos franceses y el que emergió de la experiencia de la deportación nazi. Los textos

que se abordan en este capítulo han sido publicados entre 1968 y 1975. Ya entonces

habían aparecido varias de las obras que testimoniaban el exterminio nazi y que hoy

conforman un canon estable y definido por la crítica literaria. Se trata, por ejemplo, de las

obras de Primo Levi, Si esto es un hombre (Se questo è un uomo), publicado en 1958101, o

                                                            100 Annete Wieviorka explica que los testimonios orales presentes en estos juicios no habían sido convocados más que para confirmar, comentar o desarrollar el contenido de los documentos escritos (Wieviorka, 1998: 94)

101  Cuenta Primo Levi en el apéndice a la edición de 1976 que escribió su libro en el campo de concentración. El manuscrito fue rechazado por los grandes editores, pero en 1947 fue publicado por una pequeña editorial que imprimió dos mil quinientos ejemplares y que, al poco tiempo, se disolvió. El poco éxito de esta primera edición se compensó con la buena acogida que tuvo la edición de 1958, a cargo de Einaudi (Levi, 2001: 192) 

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La tregua, en 1963. También para entonces había sido editada La noche (La nuit), de Elie

Wiesel, en 1956, y La especie humana (L’espèce humaine), de Robert Antelme, en 1973.

Incluso El largo viaje (Le grand voyage), de Jorge Semprún, ya circulaba desde 1963.

Teniendo en cuenta el proceso de legitimación que estaba atravesando el testigo, cuyo

puntapié decisivo fue el proceso a Eichmann, cabe preguntarse si existe alguna conexión

entre estos textos y los testimonios de los campos franceses. Si bien cada uno de ellos

relata una experiencia concentracionaria vivida por un sujeto testigo y protagonista de los

acontecimientos, es poco probable que estos republicanos españoles hayan tenido

contacto con aquellas lecturas. En primer lugar, porque no es común encontrar referencias

directas en sus producciones. En segundo lugar, aunque es una evidencia difícil de

comprobar, puede aludirse a las barreras idiomáticas, ya que las primeras ediciones de los

testimonios de supervivientes de campos nazis citadas anteriormente fueron publicadas en

lengua original –italiano, francés e incluso yiddish, como es el caso de La noche, de Elie

Wiesel, editada en Argentina– y no fueron traducidas sino varios años más tarde102. En

tercer lugar, al menos para autores como Nemesio Raposo, residente en España, la

obtención de estos textos debe haber sido prácticamente imposible.

A pesar de que las conexiones entre uno y otro corpus sean improbables, aquel

“deber de memoria” del testigo al que se refería Primo Levi, instaurado a nivel global

gracias al juicio a Adolf Eichmann, se manifiesta en la escritura testimonial española,

sujeto a las necesidades propias de estos testigos. Por ello, aunque las condiciones

políticas en las que surgen estos volúmenes son ciertamente adversas para que sus

demandas fructifiquen, el mérito de estos textos, elaborados por los mismos protagonistas

dentro del territorio español, reside en su esfuerzo por ser precursores en el requerimiento

de la recuperación de una memoria minoritaria y reprimida.

                                                            102 Si esto es un hombre se publicó en español en 1987 y La tregua, en 1988. Por su parte, la primera edición en castellano de La especie humana apareció en 1999, mientras que la de El largo viaje surgió en 1976. La obra de Wiesel, La noche, se tradujo en 1986.

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Por los caminos de la palabra 

224 

3.1. Memorias de un español en el exilio (1968), de Nemesio Raposo

3.1.1. Épocas difíciles para la escritura testimonial: las acciones de la censura en el

testimonio de Nemesio Raposo

Nemesio Raposo nació en Palencia con el siglo recién estrenado, en 1901.

Autodidacta, obrero manual, campesino y aficionado a la astronomía, suscribió las ideas

libertarias y, luego de la Guerra Civil, se vinculó al periodismo (Íñiguez, 2008: 1420). En

1939 fue recluido en el campo de Argelès-Sur-Mer, experiencia que quedó impresa en

Memorias de un español en el exilio. Su testimonio fue publicado por la editorial española

Aura en 1968, aunque está fechado en 1942, año en que el autor decidió regresar al país.

Este texto participa en la reapertura de una línea narrativa cuyo origen es posible

encontrar en 1940, la de aquellos testimonios que, adscribiendo a una función netamente

referencial, pretenden relatar la experiencia de los republicanos exiliados en los campos y

cuyos autores son sujetos que, por lo general, no pertenecen a los círculos literarios de la

época. Aquella línea que en los años cuarenta se articulaba desde un modelo periodístico,

ya que pretendía efectuar la crónica de los acontecimientos, resurge en estos años con el

afán de restituir a la historia el discurso de los vencidos, acallado por las versiones

oficiales. Sin embargo, el hecho de que el volumen haya aparecido en España cuando aún

la dictadura franquista continuaba en pleno ejercicio de su gobierno, invita a discutir el rol

y la utilización de éste y de otros testimonios en el espacio público.

Este papel de restaurador de una línea narrativa que se había retraído desde

mediados de la década del cuarenta se observa, por ejemplo, en los detalles de la

publicación del volumen. Como ya se ha mencionado, en una de las solapas se detallan

otros textos que forman parte de la misma colección, denominada “Presencia y

documento”, entre los que se encuentran, por ejemplo, Historia secreta de la bomba

atómica de Michael Amrine o Viet-nam: no hay tiempo para morir de Hugh A. Mulligan.

Esto ayuda a pensar que las publicaciones encargadas de relatar la experiencia de los

republicanos españoles en los campos franceses adolecen de una falta de

contextualización, es decir, de un vínculo con los conflictos políticos e históricos de su

tiempo, algo que no es difícil de confirmar si se considera la realidad política y social

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española a mediados de los años sesenta, cuando el gobierno estaba poniendo en marcha

toda una serie de políticas conciliatorias para borrar la mácula fratricida que lo había

caracterizado en los años cuarenta.

Es significativo que Memorias… aparezca en un momento en el que el gobierno

franquista se encuentra en pleno proceso de restauración de su imagen pública, cuyo

objetivo principal era garantizar su continuidad en el poder. La publicación de volúmenes

que tocaran temas vinculados con el exilio y la suerte de los republicanos luego de la

finalización de la Guerra Civil evidenciaba una perceptible apertura por parte del mando

central y una aparente relajación de la censura. No obstante, hay diversos elementos que

demuestran que todavía en estos años los aparatos de control gozaban de una saludable

vitalidad, con lo cual la publicación de estos volúmenes está en total sintonía con las

acciones que el gobierno llevó a cabo para efectuar el llamado “lavado de rostro”.

En la solapa se explicita que el objetivo de la publicación es contribuir a rellenar

los “huecos o lagunas sobre determinados acontecimientos de aquella desgarradora

contienda que dividió a los españoles” (Raposo, 1968). Hasta aquí es clara la intención de

recuperar la historia de los sectores que hasta entonces no habían podido contar su propia

versión de los hechos. Ahora bien, la pregunta es: ¿de qué manera se encara esta

restauración? Es decir, ¿bajo qué condiciones se pone en marcha este proceso que, en

apariencia, responde a una necesidad de reivindicación histórica? En la misma solapa, dos

comentarios. El primero, que los republicanos españoles “buscaron el exilio voluntario en

la vecina Francia”; el segundo, que aquellos españoles estaban “hambrientos, casi

muertos de frío, defraudados y escarnecidos”. Ambos actualizan dos de las ideas que

utilizó el Régimen para reubicarse en el escenario político y apuntar a la conservación del

poder. En primer lugar, que el exilio de los republicanos fue una decisión tomada por

ellos mismos, lo cual eximía al gobierno de hacerse cargo de sus responsabilidades

durante la contienda y de las posteriores represalias contra los republicanos. En segundo

lugar, asociado con esta intención, la acentuación de la “negligencia” de las autoridades

republicanas que “defraudaron” a su pueblo y lo confinaron al fracaso y al destierro.

Estas ideas y otras que aparecerán a lo largo del análisis se activan frecuentemente

en éste y en otros textos contemporáneos, lo cual indica que el discurso ha sido leído,

adaptado y corregido para su publicación a fin de causar un efecto determinado en el

lector. Desde ese punto de vista, es evidente que en estos años se forja una imagen del

exiliado como un sujeto pasivo, desengañado y con fuertes trazos de frustración. Sin

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embargo, en una lectura más profunda del testimonio de Raposo, la identificación de las

acciones de la censura y la interpretación de las estrategias narrativas que se despliegan

para representar la experiencia permitirán acceder a significados más complejos que

aclararán cuál es la imagen que el testigo construye de sí mismo y de sus pares, así como

también cuál fue su percepción de los acontecimientos y cuáles son los objetivos que

persigue en su discurso.

No son solamente estas marcas lingüísticas visibles en los dispositivos

peritextuales las que denuncian el control que todavía en estos años se ejercía desde el

gobierno. En la revista Comunidad Ibérica, editada en México, participaban numerosos

protagonistas del exilio en este país, tales como Ramón Sender o Antonio Cabruja-

Auguet, por mencionar a algunos. En 1970 apareció un comentario de Memorias de un

español en el exilio, en la que el reseñista citaba una carta que le había enviado el autor,

Nemesio Raposo. El texto denunciaba abiertamente la acción que la censura había

ejercido contra su testimonio:

El texto de este libro es el resultado de un laborioso trabajo de la censura gubernativa.

En sus tupidas mallas quedó, sin duda, lo más sustancioso e importante. La primera

versión era impublicable en los países donde no existe la libertad de pensamiento. Así,

pues, este libro es una segunda versión censurada (J.B, 1970: 64)

Con esta declaración se abre una puerta altamente significativa para repensar el

lugar de estos textos en el espacio público y también su función como elementos que

fueron utilizados políticamente por el gobierno franquista. Nemesio Raposo se dio a la

tarea de publicar las memorias que habría escrito –así está fechado el volumen– apenas

regresó a España, luego de haber estado más de tres años en los campos franceses.

Además de esta publicación, no se conoce otra obra del autor, exceptuando algunos

artículos en revistas de divulgación pública, como por ejemplo “Testigo directo. Los

republicanos españoles en los campos de concentración de Francia”, publicado en 1970

por la revista Historia y vida, vinculada con La Vanguardia. Este texto reproduce similar

información que el volumen de 1968 y, como se verá más adelante, contribuye a ilustrar

la imagen del exiliado republicano construida por el franquismo.

Un elemento de indudable importancia para ingresar en las operaciones de

manipulación sufridas por el volumen son los informes de censura. Antes de su edición

definitiva, el texto fue sometido a consulta voluntaria por Casiano Carles Calvo, en

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representación de la editorial Aura. Luego de efectuarse varias tachaduras, se entregó a la

imprenta con una tirada de 3000 ejemplares. El hecho de que haya sido corregido en el

Ministerio de Información y Turismo –y de que pueda accederse a aquella versión

original en el Archivo General de la Administración– permite visualizar cuáles eran los

criterios para aplicar la censura, es decir, cuáles eran los contenidos que el gobierno

consideraba inapropiados en este momento de su gestión.

En primer lugar, fueron suprimidas todas las referencias al accionar del Régimen

contra los republicanos vencidos una vez finalizada la Guerra Civil, o bien, todas las

críticas negativas al mismo. Por ejemplo, en el texto publicado, el narrador cuenta: “Bajo

promesa, les hemos asegurado no escapar” (Raposo, 1968: 288). Sin embargo, en la

versión original el párrafo continuaba: “Sentiríamos –ha dicho un guardia– tener que

matar a alguno. En la estación, esperando la llegada del tren, hemos visto expediciones de

presos fuertemente exposados (sic) por la guardia civil” (Informe, 216)103. Las amenazas

de los guardias, así como las alusiones al encarcelamiento de los que regresaban al

territorio español, fueron erradicadas –o bien, disimuladas al máximo– a fin de no

obstaculizar la publicación104.

En segundo lugar, en la versión definitiva se retira cualquier comentario que

relacione al gobierno de Franco con Hitler o el nazismo. El testigo comenta que cuando

algún español intentaba regresar a España a fin de evitar la obligación de trabajar para los

alemanes “le contestaron que empeoraría su situación, ya que desde allí sería obligado a

trabajar para Alemania en peores condiciones” (Informe, 185). Esta frase fue

definitivamente eliminada en la versión que se editó.

Por último, corrieron similar suerte todos aquellos comentarios que se proponían

defender o aludir positivamente a la República. En el texto, el narrador reproduce un

diálogo con un compañero que había decidido regresar a España: “Marcha pues –le digo–,

                                                            103 Los fragmentos considerados originales son los que se encuentran en el informe de censura, el cual incluye las tachaduras efectuadas para su publicación. El mismo puede encontrarse en el Archivo General de la Administración, sito en Alcalá de Henares (Caja (03) 050 21/19071–68–5777). A fin de facilitar su consulta, se incluye entre paréntesis la página del manuscrito en el que se efectúa la tachadura.

104 Cualquier insinuación del narrador al futuro incierto que les esperaba a los republicanos españoles en las manos de los franquistas es mutilada. En las últimas páginas, cuando el narrador ya está de vuelta en España, cuenta que “pasa lista el oficial a toda prisa y el que se equivoca es apartado del grupo” (Raposo, 1968: 297). En la versión original, la oración continuaba: “y después… qué se yo” (Informe, 224), evidenciando la agresiva acción a la que quedaban expuestos.

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y no lo pienses más” (Raposo, 1968: 60). A este comentario le seguía la siguiente frase en

la versión original: “al fin y al cabo tú solo hiciste cumplir la ley defendiendo la

República española” (Informe, 41), que fue evidentemente excluida en el volumen

publicado. Estas observaciones comprueban aquello que avanzaba el autor en la carta que

reproducía la reseña, que en estos años la censura aún seguía en pleno ejercicio de sus

funciones y que la abundancia de expresiones contenidas y neutrales ideológicamente, así

como la notable falta de tono crítico por parte del testigo narrador, son el producto de un

proceso de corrección y censura planificado y controlado desde los organismos

gubernamentales.

Las medidas que implementó el gobierno para depurar las publicaciones de todas

las connotaciones descriptas anteriormente no sólo se descubren a través de la

comparación entre el manuscrito original y la versión censurada, sino también a partir de

otras intervenciones, como por ejemplo la participación del autor en otros medios. La

revista Historia y vida, editada por Gaceta Ilustrada en Barcelona, publicó en febrero de

1970 un artículo en el que Nemesio Raposo sintetiza los temas más importantes que

desarrolla en Memorias… Se titula “Testigo directo. Los republicanos españoles en los

campos de concentración en Francia” y es un elemento muy provechoso para reflexionar

acerca de cuál es la imagen del exiliado en los campos franceses, que este medio difunde

y que coincide con la que el gobierno pretende instaurar en el espacio público. Es

importante también destacar la utilización de la expresión “testigo directo” para designar

esta sección de la revista, lo que demuestra la relevancia que la experiencia subjetiva e

individual comienza a ganar en desde estos años.

Llama particularmente la atención en este artículo los diversos procedimientos de

los que se vale el artículo para configurar la imagen del exiliado y también para construir

un discurso en el que el papel del gobierno franquista se deshace de toda responsabilidad

política. Uno de ellos es la manipulación deliberada de los acontecimientos históricos, de

forma tal que se produce un ocultamiento de las razones que causaron la huida de los

republicanos hacia la frontera francesa. En el epígrafe de la nota, se lee: “Más de medio

millón de personas, entre ellas niños, ancianos, enfermos y heridos, buscaron refugio en

las tierras hermanas de la Francia más vecina” (Raposo, 1970: 42). No se explicitan en

ningún momento las causas del éxodo, ni siquiera se mencionan palabras asociadas a la

guerra o a la victoria del franquismo. Sin embargo, se cargan las tintas contra las

autoridades republicanas, pues se alude a los miles de españoles que cruzaron la frontera

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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como “una masa que superaba ampliamente los cálculos del Gobierno de la República

española” (Raposo, 1970: 42). De ese modo, se califica al gobierno republicano de

improvisado, ineficaz y sobrepasado por la situación. Todas estas ideas se verán

reforzadas a lo largo del artículo.

Otro procedimiento es la descripción del exiliado como un sujeto victimizado

hasta el extremo, frustrado y acuciado por las necesidades: “Aquí llegan numerosos

grupos de españoles vencidos, rotos, hambrientos” (Raposo, 1970: 43). Luego se procede

a la descripción de la vida en los campos, destacando por sobre cualquier otro aspecto los

hechos más conmovedores e impresionantes vividos por los exiliados. Ésta se completa

con la iconografía que acompaña al artículo, imágenes en las que los españoles aparecen

en actitud de retirada, formando una fila que no tiene comienzo ni fin, cabizbajos y

derrotados. De este modo, el discurso reduce la problemática del exilio a un puñado de

imágenes dramáticas y ciertamente sensacionalistas vinculadas con el dolor y el

sufrimiento, las cuales son tratadas de manera absolutamente descontextualizada del

presente, como si los acontecimientos hubieran ocurrido de manera espontánea. El efecto

deseado es, evidentemente, la completa despolitización del conflicto, fundamental para

desdibujar cualquier tipo de tensión política. Cabe recordar que Memorias… enlaza

perfectamente con esta intención al declarar que “no es un libro político ni polémico. Es,

ni más ni menos, un documento histórico” (Raposo, 1968).

El último procedimiento identificado en el artículo tiene que ver con el campo de

concentración. Siguiendo la línea del último comentario, el campo es descripto como un

sitio de muerte y aniquilación. Uno de los apartados se titula “La ciudad de los muertos”,

refiriéndose inequívocamente al espacio concentracionario. De este modo, el autor acude

una vez más al efecto de impresionar al lector, despojando la narración de cualquier

explicación que se acerque al conflicto político. El punto más alto de este proceso de

ocultamiento de los delitos del franquismo se encuentra en esta declaración, casi al final

del artículo: “En realidad el mundo, en estas fechas, es solo una inmensa prisión. Los

campos de concentración y de exterminio proliferan con saña criminal, juntos (sic) a los

terribles sufrimientos de las poblaciones aniquiladas por los mutuos bombardeos”

(Raposo, 1970: 49). Lejos de intentar analizar las consecuencias de la Guerra Civil

Española, este fragmento pretende diluir la realidad de los campos franceses y el caso

particular del exilio español en el conflicto político mundial, minimizando la causa

republicana y haciendo invisible la participación y las responsabilidades del franquismo.

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Por los caminos de la palabra 

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El apartado final –titulado “Olvidar y disculpar significa lo mismo”– ofrece una

síntesis de la retórica que despliega el artículo. Explica el autor que “he tropezado en

España con muchos protagonistas de la tragedia francesa… Casi todos han olvidado las

penalidades de los campos de concentración franceses; y es que olvidar y disculpar tiene

(sic) el mismo significado” (Raposo, 1970: 50). Enfatizando la mirada totalmente acrítica

que ha sostenido a lo largo de la nota, el autor decreta la anulación de cualquier

posibilidad de oposición a la ideología hegemónica o de reivindicación política de los

vencidos, en esta sentencia que resume el mensaje que se pretende transmitir al lector de

1970. No cuesta mucho trabajo vincular esta máxima con los cuestionables discursos

construidos durante la transición, anclados en la necesidad de un consenso necesario para

impulsar el proceso democrático.

Memorias de un español en el exilio se hace eco de muchas de las ideas que se

plasman en el artículo de Historia y vida, puesto que colabora con la elaboración de las

imágenes del exilio y del exiliado, perceptiblemente manipuladas por los organismos de

control. Sin embargo, entre los visillos de ese discurso funcional, es posible penetrar en

otros significados que tienen que ver con los propósitos de los testigos y con los caminos

que eligen para inscribirse en su propio discurso. Reflexionar sobre el “yo testimonial”

ofrece algunas pistas para rastrear otros sentidos vinculados con los modos de

representación de la experiencia traumática en estos años y con la intención del autor de

reivindicar la historia de los vencidos, una historia que le pertenece por derecho propio.

3.1.2. Hacia un análisis de Memorias de un español en el exilio: procesos de subjetivación

y las tensiones del “yo testimonial”

Dado que el texto fue modificado por la censura para que se adecuara a las

necesidades políticas del régimen, es imposible no percibir en él un tono tibio y contenido

que contribuye con la actualización y acentuación de los tópicos que el régimen instauró

en esos años, a fin de solapar sus responsabilidades pasadas y presentes. Uno de ellos,

probablemente una de las conclusiones más repetidas por este testigo y altamente

explotada por las voces oficiales de esos años, es el abandono de las autoridades

republicanas. Escribe el autor: “Nuestros jefes y oficiales, que nos dejaron abandonados

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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en Barcelona, se establecieron en hoteles y hospedajes requisados. No es fácil conciliar en

la mente sencilla de los obreros las contradicciones de la demagogia” (Raposo, 1968: 14).

El narrador alude a la desazón que les provocó conocer que quienes ocupaban cargos

políticos de relevancia accedían a privilegios inalcanzables para los demás, una situación

de la que se valió el régimen para exacerbar sus ataques a las acciones del gobierno

republicano.

Otro de los tópicos es la crítica al gobierno francés por el defectuoso recibimiento

a los españoles, descontextualizando la reflexión de los conflictos políticos que se

desarrollaban en esos años y, por supuesto, desvinculándose de su participación en ellos.

En Memorias…, el ataque a Francia se muestra desde un punto de vista totalmente parcial

y subjetivo, desprendido de cualquier fundamento político. Comenta el narrador: “Pronto

nos apercibimos de que los españoles ‘rojos’ no éramos bien acogidos. Pero supimos más

tarde que los franceses no acogen bien a los españoles ‘rojos’ o ‘nacionales’ o de

cualquier otra nacionalidad: padecen megalomanía” (Raposo, 1968: 35).

El último de estos lugares comunes acuñados por el franquismo fue la idea de que

el exilio de los republicanos se cumplió como un acto voluntario, que albergaba una pena

que debe ser cumplida a modo de redención. Éste fue, quizás, el tópico más corrosivo, ya

que el gobierno impuso la imagen del exiliado como un sujeto equivocado que debía

purgar las culpas por haber cometido el “error” de defender una ideología opuesta a la

suya. Tal reflexión se cuela en algunos fragmentos del relato de los campos: “Durante

todo un día de sufrimiento hay tiempo para la melancolía y la resignación” (Raposo,

1968: 69). Para un lector de 1968 debe haber sido muy contundente que desde la voz de

un vencido surgiera esta suerte de arrepentimiento, lo cual seguramente redundó en

beneficio de la difusión del mensaje que el gobierno quería transmitir con la publicación

de estos testimonios. Esta idea se completa con la apelación a los valores éticos y

morales, pues aparecen en el texto numerosas reflexiones acerca de que la vida en el

campo favorece el embrutecimiento y la relajación de las costumbres: “El trato diario con

mis compatriotas y lo que veo en la excursión de hoy, me autoriza a decir que estamos

perdiendo aptitudes físicas y morales… Esto parece un pudridero general. Se ven

borrachos y jugadores, prostitución y ludibrio” (Raposo, 1968: 91).

La actualización de todos estos tópicos contribuye a fortalecer la actitud

despolitizada y acrítica que transmite el testimonio. Hay varios fragmentos en que es

demasiado explícita la intención de exculpar las acciones franquistas, como por ejemplo

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Por los caminos de la palabra 

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el siguiente, que reproduce un diálogo entre el narrador y otro testigo, compañero del

campo, quien ha decidido regresar al país: “No son buenas las noticias que circulan por el

campo, respecto a la magnanimidad del vencedor, pero los hijos merecen correr el riesgo.

De todas formas, ya sabes que siempre se exagera”105 (Raposo, 1968: 60). Cualquier

tensión política, así como cualquier crítica al gobierno franquista ha sido eliminada, con

lo cual el exilio se transforma casi en una realidad inexplicada e inexplicable, inmanente y

fortuita. De ahí que el texto insista tanto en las ventajas de la repatriación, colaborando

con la operación “lavado de rostro” del gobierno central. Cuenta el narrador que mantuvo

un diálogo con otro muchacho en el campo y explica cómo pretendía convencerlo de que

regresara a España: “Creo que todos estos chicos deben ser devueltos a sus madres… He

querido plantearle, una vez más, la conveniencia de repatriarse, pero esta vez he atacado

por la parte flaca del chico, cual es el recuerdo de su madre” (Raposo, 1968: 101). El

componente afectivo y sentimental domina el discurso hasta hacer desaparecer casi

completamente los factores políticos desencadenantes de la internación y del exilio. Y por

último, como coronación del texto y coincidente con otras intervenciones del autor, como

es el caso del artículo en Historia y vida, una apelación al olvido como requisito para

volver a empezar una vida nueva: “Todo lo que queda de mi deshecho hogar cabe en un

pequeño cuarto. Un solo momento pienso en nuestra tragedia. Reacciono: aquí está mi

niña y mi esposa, lo demás, ¿qué importa? Volveremos a empezar” (Raposo, 1968: 298).

Cabe destacar que estos significados comenzarían a resquebrajarse, aunque no de

manera definitiva, en aquellos volúmenes publicados en vísperas de la caída de Franco,

como es el caso que se analizará posteriormente, El peso de la derrota de Antonio

Sánchez Bravo y Antonio Tellado Vázquez, editado en 1974. Además, es preciso

comentar que, a pesar de la efectividad de la censura, sobrevivieron fragmentos en los que

el narrador manifiesta expresamente su posicionamiento ideológico, lo cual no deja de ser

un mérito en cuanto a los propósitos de reivindicación del sector republicano exiliado.

Algunos de ellos aluden a la defensa de la República, en particular cuando relata los

festejos del 14 de abril: “Pasó por el calendario la fecha histórica del 14 de abril. Es el

aniversario en que se pasó de un régimen a otro. Ese día se proclamó la República

Española, sin que sufrieran daño los hombres, las haciendas y las cosas” (Raposo, 1968:

                                                            105 Hay otros fragmentos que recogen esta idea de la “inocencia” del franquismo, como por ejemplo, un diálogo con un guardia español, quien expresaba: “Moveos, levantad los ojos, que en la España de Franco no se come a nadie, no tengáis miedo.” (Raposo, 1968: 283)

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104). En otras ocasiones, el testimonio dirige la crítica hacia ciertas acciones del

franquismo, como por ejemplo, la censura: “De España se reciben noticias

intranquilizadoras, pues a pesar de la censura gubernativa las familias de allá saben

burlarla con una suerte de palabras de doble sentido” (Raposo, 1968: 111).

Ahora bien, no debe olvidarse que detrás de todo ese aparato propagandístico que

despliega el testimonio y que, en buena parte, está controlado por el gobierno, existe un

sujeto que ha sido testigo del éxodo de 1939 y de los campos de concentración instalados

para recibir a los republicanos españoles. En su carácter de protagonista, propone con su

texto no sólo un ejercicio de memoria, sino también una versión renovada de los discursos

oficiales, que habían ignorado casi por completo a este colectivo. Por ello, y para entender

cómo se inscribe ese sujeto en el relato, es relevante explorar cuáles son las operaciones

narrativas que se activan en el texto, herramientas necesarias para pensar de qué manera

se vincula con su propia experiencia y cómo construye la imagen que tiene de sí mismo y

del grupo al que pertenece.

La nota característica de estos textos es el monopolio de la primera persona. Como

se ha mencionado antes, el llamado “yo testimonial” controla, selecciona y organiza el

material narrativo. Lo que llega al lector es la anécdota filtrada por la subjetividad del

testigo, lo cual puede comprobarse desde los primeros textos que relatan su paso por los

campos. Sin embargo, en éstos, publicados a partir de 1968, se registra una novedad en el

modo de representación de la experiencia: la aparición del ingrediente subjetivo. Esto

implica una apertura del espacio textual dedicado a la expresión de los sentimientos, que

comienza a ganar espacio con respecto a aquellos testimonios más cercanos a los

acontecimientos. Es cierto que en aquellas manifestaciones testimoniales se registraban

algunos fragmentos dedicados a la expresión de las emociones, pero es recién en estos

textos, escritos por testigos para quienes median al menos treinta años entre los hechos

históricos y el momento de la publicación, cuando el mundo de las emociones y del

cuerpo emerge de una manera más significativa, aunque todavía no se trata de un

elemento central de la representación.

Memorias… es quizás donde mejor se percibe este proceso de subjetivación del

discurso. El narrador, además de relatar el desarrollo de los acontecimientos, genera las

condiciones necesarias para volcar en el texto la tristeza, la nostalgia, la resignación y

también los momentos de felicidad y alegría. Una parte importante de esta dimensión es

la vida afectiva del testigo, por lo cual se amplía el espacio dedicado a la familia y a las

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Por los caminos de la palabra 

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dificultades de comunicación con ella. El lector conoce que han quedado en España una

esposa y una hija, a las que recuerda constantemente en su relato: “Por fin un día tuve la

primera carta de mi familia. No hay palabras para describir este momento feliz, más aún

cuando los seres que amas se hallan en buena salud” (Raposo, 1968: 144). Otro aspecto

de la vida privada que cobra relevancia en el discurso es el relato del dolor físico. Si bien

esto ya despuntaba desde los primeros testimonios, llama la atención que en estos textos,

en los cuales domina el registro histórico y documental, el cuerpo se transforma en un

elemento que atraviesa todas las emociones y adversidades del sujeto: “un frío intenso por

todo el cuerpo me ha despertado al amanecer. Tremolo como un trapo movido por el

viento. Me duelen los huesos, los músculos, los pies… la cabeza me da vueltas, vértigos,

tengo fiebre y las amígdalas inflamadas” (Raposo, 1968: 47).

Este proceso en el cual el narrador empieza a explorar su subjetividad,

especialmente en lo que concierne a las emociones y los sentimientos, había dado algunos

indicios en aquellas primeras manifestaciones testimoniales de la década de los cuarenta.

Sin embargo, es en estos años cuando el sujeto logra reubicarse en el centro discursivo de

la anécdota que narra, una posición que abre el espectro de posibilidades expresivas. El

testigo adquiere real conciencia de su rol en los acontecimientos históricos y de su

autoridad como transmisor de una versión de la historia acallada en las voces oficiales.

Comprender su posición de testigo implica adquirir la conciencia de ocupar un

lugar protagónico en el relato, lo cual provoca la aparición de ciertos rasgos heroicos en la

descripción del narrador. En Memorias…, la heroicidad se manifiesta en la idea de que el

testigo es un sujeto exceptuado que, entre muchos otros, ha tenido la posibilidad de

concretar el acto de escritura. Esta condición le otorga por derecho propio la facultad para

escribir y la autoridad para afirmar la “veracidad y honradez” del relato, tal como apunta

en el epígrafe. Sirva como ejemplo: “Yo, que lo presencié todo, puedo asegurar que el

mariscal no vio el campo de concentración” (Raposo, 1968: 152), dice el narrador

desmintiendo algunas versiones sobre una supuesta visita de Pétain al campo de Barcarès.

Este tipo de expresiones vinculadas con el hecho de haber visto, de haber estado presente,

en definitiva, de haber vivido la experiencia, abundan en el testimonio y permiten

demostrar la seguridad que el narrador deposita en su texto, debido a su carácter de

testigo, que se convierte en un cimiento fuerte para legitimar el relato.

La heroicidad del narrador radica también en su conciencia del deber moral. La

autoridad que le otorga su condición de testigo vivencial se completa con una noción

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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novedosa para la época: “Pero como lo que yo tengo que hacer es seguir mi narración,

sigamos” (Raposo, 1968: 187). La escritura comienza a ser entendida como un ejercicio

de memoria y, además, como una exigencia y una obligación moral. Comenta el narrador

que existió una instancia previa de escritura dentro del campo, pero que, por razones de

seguridad, tuvo que ser destruida. El énfasis en remarcar este antecedente sugiere dos

posibles propósitos. Por un lado, recordar que su compromiso con la narración testimonial

se originó en simultáneo con los acontecimientos y, por otro lado, subrayar que su mérito

reside en el esfuerzo realizado para recuperar una historia lejana y cuya desaparición, bajo

la amenaza del tiempo, está garantizada. El valor del recuerdo como elemento

estructurador del relato, sometido a los vaivenes de la memoria y a las operaciones de

selección y olvido, aparece como reflexión del testigo en este testimonio y es, además, un

tema que se afianzaría en el tiempo como uno de los principales de la narrativa

concentracionaria: “y ahora he de escribir del recuerdo, que ya no puedo abarcar

completamente. Sólo haciendo un gran esfuerzo de la memoria puedo rehacer en parte lo

sucedido y lo visto por mí” (Raposo, 1968: 244)

El deber de memoria se suma a otros detalles que completan la dimensión heroica

de este testigo. En Memorias… abundan los fragmentos en que el narrador alude a la

conservación de sus valores éticos y morales. Por un lado, critica la actitud de las

autoridades republicanas que, lejos de sufrir las mismas necesidades que aquel pueblo al

que representan, han vivido un exilio de privilegios: “me hubiera gustado verles al lado

del pueblo sufrido e ingenuo en estos mismos arenales” (Raposo, 1968: 77). Por otro lado,

alude a que la vida en el campo predispone a la relajación de las costumbres y a la

debilidad moral. De ahí las descripciones sobre la prostitución, el alcoholismo, el

oportunismo y la traición. Está tan acentuada la jerarquía que concede el testimonio a este

tipo de reflexión, que el narrador se postula como un exceptuado también de estos vicios,

un sujeto ejemplar que denuncia la debilidad moral de sus pares, de los jefes del campo y

de los oficiales del ejército republicano. Esta insistencia en los valores morales deriva en

un discurso en ocasiones demasiado edulcorado que, por otra parte, puede haber sido un

punto a favor para facilitar su publicación. Al mismo tiempo, este tono desvía la lectura

de la crítica política o ideológica, exaltando el condimento emocional de la experiencia.

Se ha destacado la centralidad de la primera persona y la expansión del espacio

textual dedicado a diferentes aspectos de la subjetividad, especialmente a aquellos que

fomentan la relevancia del narrador. Esto permite pensar que estos textos forman parte del

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Por los caminos de la palabra 

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género autobiográfico y que, por lo tanto, pueden ser estudiados con sus metodologías de

análisis específicas. Sin embargo, no hay que olvidar que los autores, atentos a sus

propios objetivos, pretenden inscribir sus producciones en un modelo historiográfico, es

decir, las conciben como documentos a través de los cuales acceder al conocimiento de

los sucesos pasados. Esto describe una perceptible contradicción, o al menos una tensión

en cuanto al modo de representar la experiencia, ya que los textos pueden ser ubicados

tanto en el registro documental-histórico, que intenta solapar la presencia de una primera

persona a fin de construir un relato menos subjetivo y más imparcial, como en el registro

autobiográfico-literario, según el cual la primera persona filtra, selecciona y controla el

material narrativo, lo que da como resultado un relato altamente subjetivo y parcial. Sin

pretender cuantificar cuánto hay en estos textos de uno o de otro, interesa observar cómo

funciona dicho contrapunto y con qué objetivos se extienden en el relato. Un camino para

analizarlo es el comportamiento del “yo testimonial”.

La lectura de Memorias… actualiza el fenómeno de las transformaciones del lugar

de la enunciación desde el que se construye el texto. Una de ellas ocurre cuando la

primera persona singular, el “yo testimonial”, se desplaza hacia el plural “nosotros”,

constituyendo lo que se podría denominar la “colectivización” o la “pluralización” del

relato. La otra tiene que ver con el modo en que el sujeto se vincula con la anécdota,

cuyas pistas se encuentran en las operaciones de acercamiento o alejamiento del sujeto

testigo con respecto a lo que está contando. Esto se representa lingüísticamente a través

de la transformación de la primera persona en un narrador en tercera persona con

pretensiones de objetividad.

Tanto uno como otro procedimiento, ya advertidos en textos anteriores,

constituyen características particulares de la narrativa testimonial de los campos

franceses. En aquéllos se postulaba que el principal motivo por el cual la primera persona

del singular se fundía en un “nosotros” era la representación en la superficie textual del

grupo de los republicanos españoles damnificados por el éxodo y la internación en los

campos. Este colectivo con el cual el testigo conservaba lazos de pertenencia actualizaba

el concepto de “comunidad imaginada”, ya que de los textos surgía una idea de comunión

y de experiencia compartida entre todos los exiliados de los campos. En los testimonios

subsiguientes este concepto no sólo continúa en vigencia, sino que se ratifica en cada uno

de ellos. Sin embargo, se reviste de funciones y propósitos diversos, coherentes con las

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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circunstancias de publicación y con los modos de representación de la experiencia

traumática que éstos desarrollan.

En el caso de Memorias…, el uso del pronombre “nosotros” no difiere

significativamente del de los testimonios anteriores. En líneas generales, la intención del

narrador en incorporar en el discurso propio la experiencia de miles de pares que

corrieron similar suerte. El pronombre representa tanto a los refugiados, en general, como

al grupo reducido de zapateros con quien el testigo compartió mayor tiempo. Sin

embargo, el uso del plural en los primeros testimonios solía estar vinculado con la

inestabilidad de la posición enunciativa, pues en esos momentos tan cercanos a los

hechos, el narrador, más ocupado por labrar una crónica de los acontecimientos que por

reflexionar acerca de su relación con ellos, tenía problemas para construir un “yo

testimonial” sólido y constante. De allí que el uso del pronombre “nosotros” tuviera

frecuentemente referentes difusos. En cuanto a esto, los testimonios publicados en los

últimos años del franquismo avanzan varios pasos, que se relacionan con el incremento

del espacio textual concedido a la subjetividad del testigo. La consecuencia más evidente

es la estabilización de los referentes discursivos, lo cual funciona en el texto como una

señal de la capacidad del sujeto para construirse como protagonista de su propio relato.

La utilización de la primera persona singular o plural está supeditada al contenido

que el narrador pretende desarrollar, por lo que las transformaciones de la posición

enunciativa son funcionales a los propósitos de escritura. El relato se establece desde la

primera persona cuando se dedica a la descripción y explicación de los hechos

individuales, es decir, de las anécdotas vividas exclusivamente por el narrador: “Yo,

gasolinero, se me encargó de un surtidor situado en la carretera de Gerona” (Raposo,

1968: 14). Un elemento central de esta intimidad es el relato acerca del contacto

establecido con la familia durante los años de internación: “El hogar se me va metiendo

en el corazón. Mi hija está detrás de cada mata de hierba, detrás de cada murmullo

campestre, me acompaña a todas partes y para ella canto canciones alegres” (Raposo,

1968: 253). También aparece el “yo testimonial” para relatar episodios traumáticos o

impresionantes vividos durante el éxodo y la internación: “lo que más me impresionó, lo

que estuvo a punto de romper mi corazón, fue una multitud de mujerucas que con su prole

en pos, caminaban sin saber a dónde” (Raposo, 1968: 15).

En cambio, el “nosotros” se manifiesta frente a otras necesidades narrativas. Por

un lado, para relatar acciones que afectan al grupo de republicanos en su totalidad: “La

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población civil nos demuestra su desprecio. En sus corazones insensibles no hay lugar

para el sentimiento hacia nuestra tragedia” (Raposo, 1968: 199). La tragedia es colectiva,

afecta a todos los individuos, sin diferencias. Como este ejemplo, sobran aquellos

fragmentos en los que el narrador se detiene a relatar los acontecimientos históricos

dramáticos vividos por los miles de españoles que atravesaron la frontera: las penurias del

éxodo, el frío, el hambre, la llegada a los campos, la vida dentro de estos espacios, etc. En

la cita, el narrador contrapone el grupo de republicanos a otros involucrados en los

sucesos, tales como la población francesa que habitaba en las zonas aledañas a los

campos. Algunas emociones y sentimientos también son colectivas, observadas y

compartidas por el narrador y sus pares, por lo cual elige el plural: “A medida que nos

alejamos, dejando atrás las crestas de los Pirineos, una especie de tristeza invade el alma”

(Raposo, 1968: 135).

Por otro lado, un matiz significativo que adquiere el pronombre plural es la

identificación del testigo con su clase social. El narrador alude en repetidas ocasiones a su

condición de obrero manual y al hecho de que lo hayan reclutado para el barracón de los

zapateros: “Cuarenta somos los zapateros que integran el grupo, para el que se ha

destinado un estupendo barracón vivienda y taller” (Raposo, 1968: 122). A continuación,

enumera los diversos compañeros que integran el grupo y su organización jerárquica. De

acuerdo con esta presentación, el “nosotros” se referirá frecuentemente y con

exclusividad a este conjunto reducido con quien el testigo comparte la experiencia. Esta

referencia directa cobra relevancia si se recuerda que el objetivo de este testimonio es

rescatar la versión de los acontecimientos de un colectivo desplazado de los discursos

hegemónicos. Los trabajadores –obreros, campesinos, etc.– constituyeron uno de los

sectores mayoritarios en los campos, por lo que el testimonio se perfila, también, como un

ejercicio de reivindicación de la clase proletaria.

La separación entre la dimensión individual y la colectiva que se puede constatar

en estos testimonios no estaba tan definida en los de los años cuarenta; la delimitación de

las funciones pronominales de “yo” y “nosotros” es una novedad en estos textos. Esto se

debe a que el sujeto de los campos, más de treinta años después de los acontecimientos

históricos, ha transitado un proceso de reposicionamiento como actor protagónico de la

experiencia. En aquellas primeras obras no era sencillo para el sujeto recortarse de las

vivencias que eran casi parte de su presente. Luego de varias decenas de años y,

probablemente, luego de un proceso de asimilación del pasado, es posible verbalizarlo,

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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ubicarse como testigo partícipe de esa historia que es la propia y transformar su posición

–singular o plural– según sus necesidades retóricas.

No obstante, es evidente que, a pesar de la confirmación del “yo” en la superficie

textual y de su rol nuclear, ocurren algunos fenómenos que desestabilizan esta afirmación.

Uno de ellos es la transformación del “yo testimonial” en un narrador en tercera persona

del singular, lo cual adquiere en estos testimonios de los últimos años del franquismo un

matiz especial. El paso de uno a otro provoca impresiones de acercamiento y alejamiento

del sujeto con respecto a los acontecimientos relatados, movimientos que representan la

tensión entre su voluntad de involucrarse como participante de los hechos y la necesidad

de tomar distancia de éstos a fin de conseguir el tono deseado. No debe olvidarse el

esfuerzo que realizan estos testigos para proponer sus producciones como documentos de

relevancia historiográfica, por lo cual estos desplazamientos de la primera persona a la

tercera, convencionalmente más objetiva, no son más que el resultado de la búsqueda de

un registro adecuado para cumplir sus propósitos con mayor eficacia. En esa exploración

se ponen en juego los diversos procedimientos a los que acude el sujeto para representar

la experiencia. Así, se puede decir que cuando el testigo se involucra con lo que está

contando y toma parte activa en el desarrollo de los acontecimientos, el testimonio se

colma de rasgos autobiográficos y literarios. En cambio, cuando la primera persona

guarda distancia con el relato a través de la tercera persona, el texto adquiere un tono

documental e historiográfico.

Tanto en el registro documental-histórico como en el autobiográfico-literario el

narrador desarrolla recursos específicos. Para sostener el primero, la estrategia principal

es la utilización de la tercera persona para ofrecer información general sobre el

funcionamiento de los campos: “Desde el punto de vista puramente objetivo, las escenas

sucedían más o menos así: llegaban los camiones en filas de tres, cuatro y más. Los

refugiados les esperaban anhelantes. Los gendarmes intentaban contenerlos a distancia”

(Raposo, 1968: 51). Si bien el testigo está incluido en esa escena, hay una intención

explícita de optar por la tercera persona para privilegiar el dato referencial y disimularse

en el texto. Cada vez que incorpora en su relato fragmentos sobre cifras de internados,

rutinas dentro del campo y acontecimientos históricos que ocurrían en simultáneo,

provoca este alejamiento de la superficie textual. Al apartarse de la posición protagonista,

colabora con la veracidad y la fiabilidad que prometía desde el principio de su testimonio.

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Por los caminos de la palabra 

240 

Sin embargo, este registro no se mantiene invariable a lo largo del texto, pues el

tono intimista, proyectado desde el “yo”, aflora constantemente en su discurso. Esto entra

en contradicción con la voluntad del propio autor, quien, en el epígrafe del volumen,

solicitaba a su lector que no buscara “afán literario” entre sus páginas. Esta aclaración

valía tanto para excusarse de su falta de formación literaria, como para evitar el riesgo de

que su relato fuera leído como obra de ficción y no como lo que pretende ser: una fuente

documental para conocer y recordar lo ocurrido en los campos. A pesar del esfuerzo por

dejar esta posición en claro, se observa que, a la hora de la escritura, el narrador acude

constantemente a giros y expresiones en los que se nota cierto cuidado por el lenguaje y

su forma. Entre estos recursos, se encuentran descripciones: “La campiña está preñada de

hermosos frutos. Los trigales están casi dorados y las rojas amapolas alegran y pintan el

llano” (Raposo, 1968: 134). También hay lugar para el despliegue de metáforas: “ya

comienza a verse la máscara del dolor, un rictus de amargura empieza a invadir los

rostros” (Raposo, 1968: 53); e incluso, para algunas prosopopeyas: “Colgadas en las

paredes del taller estaban alineadas las herramientas que un día cantaron la dulce canción

del trabajo” (Raposo, 1968: 53).

Sin afán de ejercer un juicio estético sobre el estilo del autor o sobre el acierto o

desacierto de la utilización de estos recursos literarios, la reflexión pasa por pensar que a

este testigo le resulta insuficiente el relato netamente documental, descriptivo y

referencial, propio de un paradigma historiográfico en el que los sujetos no se instalan

como protagonistas, sino como terceras personas observadoras. Ávido por encontrar

caminos más efectivos y satisfactorios para la representación de la experiencia, el

narrador activa procedimientos literarios que se intercalan en el discurso pretendidamente

objetivo y que lo acompañan en su necesidad de participar activamente en la anécdota que

está contando.

Otro aspecto importante a destacar en cuanto al “yo testimonial” y los recursos

que emplea para representar la experiencia concentracionaria, es la presencia a nivel

textual de ciertos desajustes en la sintaxis narrativa que colaboran significativamente con

la reflexión acerca del vínculo que el sujeto estrecha con el relato. Tales discordancias se

manifiestan particularmente a través de la alternancia verbal entre el pasado y el presente.

Si bien el testimonio se ancla en el pretérito: “Era el día 24 de enero de 1939” (Raposo,

1968: 9), de manera repentina el relato se vuelca al presente: “Anochece. Desde la puerta

de la casa de esta señora, contemplamos cómo pasa la multitud despavorida” (Raposo,

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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1968: 18). A partir de las escenas del éxodo y a lo largo del tiempo transcurrido en los

campos, el tiempo presente domina la narración. Se trata de un presente simultáneo que

desdibuja la distancia entre en sujeto del enunciado y el de la enunciación y que, en ese

acto, resiste la idea de que el testigo está contando una experiencia acabada. La pregunta

que flota alrededor de esta fisura textual es si se trata simplemente de una falta de control

de los recursos narrativos, o si, por el contrario, este uso endeble y aleatorio de los

tiempos verbales refleja la dificultad del sujeto de integrar la experiencia traumática del

pasado en su historia personal.

En cualquiera de los dos casos, la oscilación entre el relato en pasado y en

presente constituye una de las características particulares de la narrativa testimonial en

estos años, lo que la convierte en un significativo objeto de reflexión a la hora de analizar

la representación de la experiencia concentracionaria.

3.2. Los perdedores. Memorias de un exiliado español (1973), de Vicente Fillol

3.2.1. El autor y las dos ediciones del testimonio

Siguiendo la línea reabierta por Nemesio Raposo, Los perdedores. Memoria de un

exiliado español aporta nuevas reflexiones en cuanto a la representación de la experiencia

de los campos en los últimos años del franquismo. La primera edición de este volumen,

titulada Underdog. Los perdedores. Crónica de un refugiado español de la Segunda

Guerra Mundial, tuvo lugar en Caracas, Venezuela, en 1971 y estuvo a cargo de la

editorial Casuz. Dos años más tarde, Gaceta Ilustrada lo publicó en España. Entre una y

otra se registran variaciones significativas que conviene subrayar.

Se ha discutido la inclusión de este texto en el corpus tratado debido a que

solamente diez páginas tratan el tema de la retirada y el paso por los campos. En la

primera versión de “Literatura española y campos franceses de internamiento” (2009),

Bernard Sicot opina que Los perdedores… apenas tiene relación con los campos, por lo

cual es catalogada en las siguientes versiones del trabajo bajo el apartado de obras que no

corresponden (Sicot, 2008-2009 y 2010). En esta oportunidad, la propuesta es recuperar el

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Por los caminos de la palabra 

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texto como pertinente y perteneciente a dicho repertorio, aun teniendo en cuenta las pocas

páginas que desarrollan el tema del éxodo y los campos. En primer lugar, porque si bien

la experiencia en los campos ocupa un porcentaje pequeño del total de la obra, adquiere

en el relato un lugar central y decisivo, pues las aventuras y desventuras que corre el

protagonista son también fruto de la dislocación territorial sufrida a partir del cruce de la

frontera. La estadía en el campo es, entonces, el puntapié inicial de todo el derrotero. En

segundo lugar, porque dado que se puede acceder a las dos versiones, la venezolana y la

española, es posible advertir las acciones de la censura y revisar los tópicos que el

franquismo construyó en los últimos años de su ejercicio sobre la imagen del exilio y del

republicano exiliado. En tercer lugar, porque ofrece pistas relevantes sobre la

representación del “yo testimonial” que ya habían aparecido antes, pero que este texto

explora de manera más profunda, pistas que volverán a aparecer en testimonios

posteriores y que, por lo tanto, conforman características comunes de esta narrativa

particular. Entre ellas, la dimensión heroica del sujeto como parte del proceso de

subjetivación del testimonio de los campos, que ocupará buena parte del análisis del texto.

Vicente Fillol, tal como él mismo relata en su testimonio, se exilió en Venezuela

en 1950, a bordo del Américo Vespucio, luego de más de diez años de estadía en distintos

lugares de Europa. Había nacido en Montesa, Valencia, en 1920. Obrero en los tiempos

anteriores a 1936, participó activamente en la Guerra Civil en el bando republicano, por

lo cual hubo de emprender la retirada hacia Francia en enero de 1939. Estuvo internado

en el campo de Bram, de donde logró escapar al poco tiempo. Durante la Segunda Guerra

Mundial fue reclutado como voluntario y participó en distintos frentes en Berlín,

Finlandia, Noruega, Rusia, entre otros países. Regresó a París y colaboró con la

Resistencia en el maquis. Fue encarcelado, torturado y condenado a muerte por los nazis.

Pero sobrevivió y permaneció en Francia después de la Segunda Guerra Mundial. Trabajó

como chofer en la embajada de Venezuela, hasta la fecha en que viajó al país

latinoamericano. Allí se reencontró con su familia, inició nuevos proyectos laborales y

finalizó sus días (Sanz, 1995: 85). Además de Los perdedores, escribió una novela

titulada Mi tierra y mi gente, que se publicó en Venezuela en 1976.

Los perdedores es un testimonio sustancioso para reflexionar sobre las

circunstancias en que se publican estos testimonios de los campos. La observación

comparada ente la edición venezolana de 1971 y la española de 1973, permite extraer

conclusiones acerca de las funciones del peritexto, elementos precisos para pensar la

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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relación entre texto y contexto. De este cotejo surgen observaciones acerca de la

influencia y la manipulación de la censura franquista, problema que actualiza el

contrapunto entre la retórica de la derrota, principalmente construida a partir de los

tópicos instaurados por los discursos oficiales desde principios de los años sesenta, y la

retórica de la reivindicación, propugnada por los testigos que se han propuesto la tarea de

la escritura. Estos sujetos, entre los cuales Vicente Fillol no es la excepción, entienden sus

producciones como instancias de recuperación histórica de los vencidos. La dedicatoria “a

los exiliados en Francia”, repetida en las dos ediciones, demuestra la intención de relatar

la experiencia para “hacer la historia”, para poner en negro sobre blanco una serie de

acontecimientos de los que estas personas fueron participantes activos, pero, al mismo

tiempo, solapados por los discursos oficiales durante largos años.

Luego de que Manuel Suárez Caso, en representación de Gaceta Ilustrada, enviara

el volumen a depósito, se resolvió el silencio administrativo, pues, según el censor, “el

tema hace poco a propósito la aprobación y no llega a merecer la denegación”106. Aun así,

hay numerosas diferencias entre la edición venezolana y la española que conviene detallar

y explicar.

Edición venezolana de 1971 Edición española de 1973

El primer elemento que resalta es el título, que cambió de Underdog. Los

perdedores. Crónica de un refugiado español de la Segunda Guerra Mundial a Los

perdedores. Memorias de un exiliado español. José Manuel Castañón, responsable de la

edición venezolana, comentó en el prólogo que el uso de la expresión inglesa “underdog”

respondía a un acto de homenaje a los cuáqueros norteamericanos, quienes ayudaron a los                                                             106 Informe de censura consultado en el Archivo General de la Administración, fechado el 30 de noviembre de 1973 (Caja (03) 050 73/3673–73–13705)

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Por los caminos de la palabra 

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republicanos españoles con la entrega de comida y ropa en los campos de concentración

franceses. Al mismo tiempo, la referencia a la Segunda Guerra Mundial invita al lector a

entender la experiencia de Fillol y, por ende, la de los republicanos españoles, no como

un episodio desvinculado de la historia contemporánea, sino como un acontecimiento

incluido en el macro-contexto europeo.

Esta intención se relaciona con una característica particular de los testimonios de

estos años que es el ensanchamiento de la anécdota. Muchos de los autores embarcados

en la tarea testimonial no limitan sus relatos solamente a la retirada y a la internación en

los campos, sino que lo amplían para contar sus vivencias durante la Segunda Guerra

Mundial y sus itinerarios en el exilio. Esto responde, por un lado, a que han transcurrido

ya treinta años desde 1939, un tiempo durante el cual han acumulado un largo recorrido

biográfico por contar. Pero, por otro lado, también se debe a que pretenden enhebrar la

Guerra Civil Española en los conflictos internacionales que determinaron la historia

europea del siglo XX, pues ellos mismos vivieron ambos procesos y también percibieron

el silenciamiento al que había sido reducida la contienda hispana frente a la magnitud del

enfrentamiento mundial. También desde esa perspectiva se puede interpretar la aparición

de la fotografía de Vicente Fillol en la cubierta del volumen y, en el mismo tamaño, las

banderas de Cataluña, de Francia, la esvástica nazi, entre otras. Sin embargo, este

esfuerzo por vincular la experiencia española con la europea se desmorona en la edición

española, probablemente para favorecer la supresión de cualquier relación entre el

régimen franquista y el nazismo, una de las principales preocupaciones a partir de 1945,

como así también el ocultamiento de las responsabilidades políticas del gobierno de

Franco con respecto a la suerte de los vencidos, proceso que se acentuó desde 1964.

Otro detalle que se advierte en el cambio del título es el cambio en cuanto a la

clasificación genérica. Mientras en la primera edición se lo define como “crónica”, en la

segunda se lo identifica como “memorias”. Esta transformación está emparentada con la

modificación del estatuto de estos textos en el espacio público. No es sino hasta la década

de los sesenta cuando aparecen los términos “testimonios” y “memorias” para denominar

a estas obras escritas por sujetos no vinculados estrictamente a ámbitos literarios y cuyas

obras no han formado parte del incipiente canon de los testimonios literarios de los

campos. Hasta entonces, y especialmente en los años más cercanos a los acontecimientos,

tales textos habían flotado en la esfera de los discursos periodísticos, por lo cual merecían

ser definidos como “crónicas” o “reportajes”. José Manuel Castañón hace referencia a

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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esto a través de la crítica a los políticos republicanos en el exilio: “no comprendo cómo la

insolidaridad de los organismos españoles en el exilio, fue tan inconsciente de no

publicarlo a su debido tiempo” (Fillol, 1971: 7), en alusión a la urgencia por informar a la

comunidad internacional lo que estaba ocurriendo a los compatriotas republicanos en esos

años. El editor y prologuista recupera aquella función que habían tenido estos discursos a

principios de la década del cuarenta y, movilizado por la indiferencia a la que fue

confinado el volumen, se propone publicarlo en el país latinoamericano. La edición

española, entonces, suprime la idea de crónica, que no parece pertinente para la época en

que ésta aparece, y acude al concepto de “memoria”, que denota la intención de recuperar

los acontecimientos desde el punto de vista de los vencidos, apoyando una apertura de la

perspectiva historiográfica que incorpore a dicho grupo.

Las ilustraciones en una y otra edición aportan más elementos de reflexión. En la

venezolana, se cumple un homenaje directo al autor a través de la inclusión de su

fotografía en primer plano. Dicha incorporación advierte acerca de la relevancia que

comienza a adquirir en estos años el testigo de los acontecimientos y el recorte subjetivo

que hace de los sucesos ocurridos. Los acontecimientos son importantes, pero también lo

es la persona que los está refiriendo, cuya jerarquía se hace evidente en el volumen. Esto

puede interpretarse como parte del proceso de legitimación del testigo en el conocimiento

y la reflexión sobre el pasado. Se ha comentado anteriormente que, a partir de 1963,

Annette Wieviorka señala el nacimiento de la “era del testigo”, disparada por la

indiscutida relevancia de la voz testimonial en los juicios al genocida nazi Adolf

Eichmann. Este hecho impactó globalmente en los discursos historiográficos y sus efectos

pueden conectarse con estas elecciones editoriales que destacan el protagonismo del

testigo como portador de la historia.

La estrategia textual que desarrollan estos testimonios para destacar la relevancia

del testigo es su adscripción a un modelo heroico. Los perdedores… es, entre sus

contemporáneos, el texto en el que mejor se advierte la identificación del “yo testimonial”

con un héroe, es decir, un sujeto exceptuado y ejemplar que ha sobrevivido a una

situación límite y que desde ese lugar construye su discurso. La inclusión de la fotografía

en la etapa colabora con la retórica de la reivindicación que estos testimonios pretenden

proyectar. Sin embargo, en la edición española estas señales quedan opacadas bajo otros

significados. Por un lado, el primer plano está ocupado por la figura de un soldado

alemán, identificado por un brazalete en el que parece distinguirse la esvástica nazi.

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Por los caminos de la palabra 

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Detrás de él, una de las conocidas ilustraciones del éxodo republicano en el cual los

españoles se ven derrotados, indefensos y en una fila sin principio ni fin, una de las

imágenes preferidas del régimen para construir la retórica de la derrota. Son sujetos

victimizados que no manifiestan ni un solo signo de resistencia, incluso sus manos

parecen estar atadas. La composición de la cubierta en la que la imagen de los

republicanos en actitud de huida se suma a la del soldado insinúa nuevamente la idea –

proyectada desde el gobierno– de que el exilio constituyó un castigo al que debió

someterse todo aquel español que había “cometido el error” de luchar del lado

republicano.

Otro elemento del peritexto que es necesario analizar es el prólogo. José Manuel

Castañón, responsable de la primera edición de Los perdedores…, lo es también de su

prefacio. Luchó como voluntario en el bando franquista, aunque se convirtió años más

tarde en disidente y se marchó a Venezuela. Allí se dedicó a la escritura creativa y a la

crítica, colaboró en varios periódicos y desarrolló tareas editoriales. Su prólogo fue

suprimido en la edición española de 1973, razón más que justificada para leerlo con

mayor atención. Es en estas cinco páginas donde, además de enfatizar las fortalezas del

texto, se transparentan sin filtro los objetivos del autor al escribir sus memorias y también

los móviles del editor. Esto que parece algo evidente y que tiene su correlato en el texto,

se desdibuja en la segunda edición, afectada por la censura para facilitar su salida.

Son dos las ideas centrales del prólogo. Por un lado, la disconformidad ante la

indiferencia que sufrieron el autor y su testimonio durante tantos años.

Desafortunadamente para el prologuista, la publicación de la obra no contó con una gran

repercusión ni en su primera edición venezolana, ni en la española; al menos así lo

comprueba la escasez de reseñas o comentarios en las revistas de la época. En cambio,

distinta suerte corrió Mi tierra y mi gente (1976), otra de las obras escritas por Vicente

Fillol, que, a diferencia de Los perdedores, son memorias de la infancia del autor en

Valencia, hasta antes de la Guerra Civil. Al menos en dos publicaciones, tanto de uno

como del otro lado del océano, se han registrado comentarios de esta obra. Cuadernos

Hispanoamericanos publicó una reseña en marzo de 1978, en la cual se destaca la

“humanidad” del relato y señala la virtud del autor que “transmuta su realidad lejana, en

el tiempo y en la distancia, en un hecho literario de profunda fuerza testimonial”. En el

mismo texto, el reseñista se refiere a Los perdedores… como una “novela” que “se

hallaba dentro de un contexto más inmediato a los hechos de la Guerra Civil Española”

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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(G.P, 1978: 531), sin aludir a los conflictos políticos que se ponían en juego en las

páginas de ese volumen. Por su parte, la venezolana Revista Nacional de Cultura, aludió a

este volumen en su número 234, considerando que “justo es reconocer la belleza

contextual, estructural y estética de este pequeño libro”. El autor se refiere a Los

perdedores…, sin citar explícitamente su título, como “un estudio erudítico (sic) y

excepcional sobre la terminación de la Guerra Civil Española” (José Muñoz, 1978: 264);

aunque deja bien claro que la reseña está dedicada al otro volumen.

Por otro lado, el prólogo desarrolla la idea de que, a través de la recuperación de

voces como la de Vicente Fillol, se puede encauzar la restauración de la memoria del

exilio: “Y en este fin de ciclo, lleno de cataclismos morales, mi amigo Vicente Fillol, alza

la voz para no ser uno más de los olvidados…” (Fillol, 1971: 11). Además de una

apelación a la memoria, el autor rescata el valor de la palabra de los sujetos anónimos

como aquél, quienes desde su posición de minoría hacen emerger su propia explicación

histórica. Es así que la retórica de la reivindicación se hace explícita en las palabras de

Castañón. Este deber de memoria se filtra en la edición de Gaceta Ilustrada, aunque en

España todavía eran poderosos los condicionamientos políticos que limitaban la libertad

de expresión. La supresión del prólogo en la edición de 1973 es una evidencia de la

voluntad de eliminar cualquier connotación negativa que recayera sobre el régimen.

La última observación en cuanto a los dispositivos peritextuales tiene que ver con

las fotografías en el cuerpo del texto. La primera edición incluye unas diez páginas de

imágenes. En varias de ellas se ofrecen estampas de la retirada y los epígrafes hacen

hincapié en la huida a causa de la amenaza fascista. Otras muestran escenas de la Segunda

Guerra Mundial y de la ocupación nazi en París. También hay algunos retratos de

generales franceses y escenas de la liberación de París. Por último, fotografías

pertenecientes al autor de actos conmemorativos en homenaje a los exiliados en Francia y

de su vida en Venezuela. Obviamente, este conjunto de imágenes que completan la

lectura y que, al mismo tiempo, acortan la distancia entre lector y autor, desaparecen en la

edición española. Fuera del posible factor económico, que podría explicar la necesidad de

evitar los gastos de imprenta, puede pensarse también que la supresión de estas imágenes

pretende desmarcar el texto de los conflictos políticos que lo rodean y lo determinan.

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Por los caminos de la palabra 

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3.2.2. Manipulación de la censura y alteraciones de sentido en Los perdedores, de Vicente

Fillol

El objetivo de profundizar en los caminos que elige el narrador para construir el

relato y para posicionarse en él como testigo de los acontecimientos es observar cómo se

vincula este texto con el contexto histórico en el que surge. Asimismo, interesa abordar

qué aspectos de esas circunstancias atraviesan el discurso. Estas precisiones intentan

aportar algunos rasgos comunes que delimitan y describen esta narrativa testimonial

concentracionaria. En ese marco, las imágenes que se construyen sobre el exilio y el

exiliado permiten reflexionar sobre el lugar que éstos ocupaban en los últimos años del

franquismo.

Sin embargo, en Los perdedores… –como así también en Memorias de un español

en el exilio y El peso de la derrota– es necesario efectuar un paso previo al análisis, que

implica revisar el papel de la censura en la publicación española. Una lectura

desprevenida impide calibrar la influencia que su acción ejerció en cuanto a la

manipulación del mensaje propiamente dicho y de los propósitos originales del autor. En

la actualidad, este acercamiento es posible gracias a los informes de censura y, en el caso

de Los perdedores…, a la comparación entre las dos ediciones disponibles, es decir, la

venezolana de 1971 y la española de 1973. El volumen fue presentado a depósito, es decir

que la revisión fue efectuada por la misma editorial, a fin de evitar problemas con los

agentes de control. El informe asegura que se presentaron también las galeradas para

comprobar las tachaduras, aunque la recomendación del censor fue el silencio

administrativo, o sea, el no pronunciamiento de la Administración acerca de la

conveniencia o no de la publicación.

Los cambios en los elementos gráficos del volumen español demostraron que la

edición de Gaceta Ilustrada propiciaba una lectura menos comprometida políticamente

que la venezolana. En cuanto al texto propiamente dicho, la lectura comparada demuestra

las supresiones y modificaciones que se realizaron en la segunda edición con la intención

de promover una lectura acrítica y apolítica. Cada una de las tachaduras pretende ocultar

las responsabilidades del franquismo en cuanto a la suerte de los republicanos, la relación

entre éste y las dictaduras nacionalsocialistas del siglo XX y cualquier comentario que

pudiera atentar contra las instituciones del régimen. Sin embargo, el desglose detallado de

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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cada una de ellas permite entender las razones de la manipulación de textos como éste y

su aporte en la construcción de la retórica oficial de esos años.

En primer lugar, se suprimieron algunas menciones al nombre de Franco que

podían afectarlo negativamente. En la edición de 1971, el narrador confesaba: “temblaba

de pensar que me entregarían a Franco” (Fillol, 1971: 53). Expresiones como ésta,

alusivas a las represalias violentas del régimen hacia los republicanos repatriados, fueron

eliminadas en la edición española. Otras, más transparentes todavía, reincidían en la

violencia que desplegó el franquismo contra los vencidos y sus representantes políticos en

los años posteriores a la contienda: “Los fascistas, como vencedores, se ensañaron mucho

con los vencidos, aun después de finalizada la guerra (y ahí está el caso elocuente de

Companys como un símbolo por todos)” (Fillol, 1971: 319). Vale resaltar la insistencia

del texto en desplegar el binomio “vencedor-vencido” en el nivel de la expresión, una

contraposición que el régimen pretendía inhibir, a fin de disimular la impronta fratricida

que había secundado al golpe militar de 1936.

En segundo lugar, desaparecieron también las referencias a los vínculos entre

Franco y Hitler. El narrador de Los perdedores… relata su participación como voluntario

en el frente de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en la primera edición comenta

sobre el riesgo de que “ahora a lo mejor los alemanes nos hagan prisioneros y nos

entreguen a Franco” (Fillol, 1971: 45), esta última frase es eliminada en la edición

española. Hasta tal punto era importante para el régimen disimular esta asociación, que en

varias ocasiones directamente se cercenaban las palabras “fascismo” y “nazismo”107, con

lo cual se pretendía que el lector obviara cualquier asociación entre el gobierno franquista

y las dictaduras del siglo XX, totalmente desprestigiadas desde 1945.

En tercer lugar, fueron descartados los comentarios referidos al enfrentamiento

entre franquistas y republicanos. En el relato de la vida en el campo de Bram, el testigo

describe en la primera edición: “En los barracones ingresaban cada día más gente:

italianos, daneses y hasta españoles de Franco” (Fillol, 1971: 80). Sin embargo, en la

segunda se omite sutilmente la expresión subordinada “de Franco”, con el objeto de

borrar la idea de oposición y de existencia de dos bandos contrarios. De allí que también

                                                            107 “El regresar a España para mí dependía exclusivamente del triunfo de los aliados, de la derrota del fascismo” (Fillol, 1971: 144), explica el narrador en la primera edición; mientras que en la segunda se suprime la última frase. Sirva esto como ejemplo para observar la voluntad del régimen de solapar la cercanía con el nazismo en el momento más conflictivo de sus prácticas represivas, es decir, durante la Segunda Guerra Mundial.

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se eliminaran las alusiones a la Guerra Civil en cuanto conflicto bélico y fratricida108. Esta

intención de limar las asperezas colaboraba con el discurso que impuso el régimen acerca

de su protagonismo como impulsor de la paz, el cual fue la base y el sustento de los

principales eslóganes de los “XXV Años de paz”. Estos propugnaban la existencia de una

sola España, homogénea e indivisa, que no aceptaba el discurso de las posibles

diferencias nacionales entre los ciudadanos.

En cuarto lugar, se recortaron los comentarios que defendían o reivindicaban al

gobierno republicano, así como también aquellos que manifestaban apoyo por parte del

narrador a los dirigentes republicanos. Uno de los que con más frecuencia incluyen los

testigos en sus relatos sobre la retirada es la huida de los dirigentes republicanos y los

rumores de que el oro de la República fue enviado a Rusia. Ante esto, el narrador de la

edición de 1971 se pronuncia explícitamente en favor de esta acción, defendiendo los

valores democráticos: “¿Nuestro gobierno acaso no fue elegido por la mayoría del pueblo

español? ¿Qué querían, pues: que dejáramos lo poco que aún teníamos en la retirada para

que lo disfrutara Franco, sus moros y requetés?” (Fillol, 1971: 17). En la edición

española, la adhesión a la República se modifica sensiblemente, con lo cual el fragmento

queda reducido a lo siguiente: “¿Qué querían, pues?: ¿que dejáramos lo poco que

teníamos en la retirada?” (Fillol, 1973: 7). Se diluye la identificación del sujeto narrador

con la ideología republicana, lo cual provoca un discurso apenas tibio, casi neutral e

inofensivo. Es tan minucioso el retoque que se llegaron a eliminar hasta los adjetivos

posesivos que reflejaban tal identificación. Por ejemplo, en el siguiente fragmento de la

primera edición, el testigo informa: “Hasta nuestro Presidente don Manuel Azaña quiso

ser enterrado en este generoso pueblo” (Fillol, 1971: 28), mientras que en la de 1973 se

reduce a la siguiente expresión: “Hasta Azaña quiso ser enterrado en este pueblo” (Fillol,

1973: 18).

Las eliminaciones alcanzaron también los fragmentos que reivindicaran ideologías

diferentes de la oficial. En la edición de 1971, el narrador recuerda su tiempo en la

resistencia y recuerda en su parlamento al Che Guevara:

                                                            108 Recuerda el testigo en 1971: “nos consolábamos pensando, en razón a nuestra pasada experiencia de la guerra civil española, que todos esos partes de guerra alemanes serían exagerados” (Fillol, 1971: 76); frase que es modificada en la segunda edición: “solo quedaba el consuelo de pensar, mientras hablábamos franceses y alemanes en el restaurante de Margarita, que todo lo que oíamos era exagerado” (Fillol, 1973: 44)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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el guerrillero no tiene ningún letrero que lo identifique, y cuando las cosas se ponen

malas se confunde con los pacíficos ciudadanos. Solo cuando son muy conocidos se les

descubre, como ocurrió al Che Guevara quien, sin embargo, se confundió en vida

pacífica con los ciudadanos (Fillol, 1971: 203)

Este párrafo, en el que se esboza cierta admiración a la imagen del guerrillero

argentino que, junto a Fidel Castro, llevó adelante en 1959 la revolución que derrocó la

dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, fue finalmente suprimido en la versión española.

Durante la Guerra Fría –y acercándose estratégicamente a las potencias que habían

vencido en la contienda mundial–, el gobierno franquista mantuvo al comunismo como

enemigo público, con lo cual era impensable que un pasaje como éste, asociado

directamente al comunismo cubano, pudiera ser publicado sin barreras. Se volverá sobre

este fragmento para analizar la dimensión heroica que adquiere el sujeto testigo en este

testimonio.

En quinto lugar, se borraron todo tipo de comentarios que pudieran herir la

sensibilidad de otros gobiernos alineados con la dictadura franquista y con el nazismo

durante la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, el testigo critica la actitud de los

franceses ante el pedido de ayuda de los republicanos exiliados, pues opina que habrían

de pagarlo “como la misma Francia traicionada por De Gaulle, que si ya se abrazó a

Franco bien puede ir a la tumba de Pétain a rezarle un responso por las amarguras que le

hizo pasar” (Fillol, 1971: 318–319). Opiniones punzantes como ésta, que además

vinculaban a Franco con el nacionalsocialismo, fueron directamente excluidas en la

edición española. También desaparecieron las opiniones negativas sobre el rol de los

países vencedores de la Segunda Guerra Mundial que no juzgaron a Franco ni impulsaron

acción alguna para combatir la dictadura y que, por el contrario, optaron por la

indiferencia que para muchos significó un apoyo encubierto. Dice el narrador con

singular ironía en la edición venezolana: “Siempre me pregunté: ¿por qué no metieron en

[el proceso de Nuremberg] a Franco? Al no sentarlo en el banquillo de los acusados,

debió de ser por la Gracia de Dios, ya que méritos le sobraban para ser juzgado” (Filllol,

1971: 319).

Por último, cabe destacar que el texto no sólo sufrió supresiones, sino también

cambios significativos en el uso de algunas expresiones lingüísicas. El editor se encargó

de permutar muchas menciones a “Franco”, al “franquismo” o a la “dictadura franquista”,

por expresiones suavizadas o menos marcadas. Uno de ellos es la variación de

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Por los caminos de la palabra 

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“franquista” por “español”. Comenta el narrador en la primera edición: “Yo pude haber

dado la dirección de mi mujer en Barcelona, pero por el temor a que me fichara la policía

franquista di la dirección de un gran amigo mío” (Fillol, 1971: 85). En cambio, la

segunda edición corrige: “Yo di la dirección de un amigo, Luis Carmona, que vivía en

París, por temor a que la policía española me fichara” (Fillol, 1973: 48). O bien, el

cambio de “franquismo” a “nuevo régimen”. Sirva como ejemplo la siguiente opinión del

narrador en donde se refiere a la repatriación de los republicanos: “otros, confiados en los

indultos que ofrecía el franquismo, regresaron a España donde les esperaban los

tribunales Militares para darles su chocolate” (Fillol, 1971: 317), la cual se modifica en la

edición española: “Otros, fiados en los indultos que ofrecía el nuevo régimen, regresaron

a España” (Fillol, 1973: 189).

Entre las permutaciones más comunes, se encuentran la de la expresión “dictadura

franquista” por “España” y “Franco” por “jefe del Estado español”. Mientras que en la

primera edición, el sujeto manifiesta que “La esperanza de regresar a España sin

doblegarme a la dictadura franquista, la empezaba a ver cada día más lejos” (Fillol, 1971:

317) y “ya hemos visto como (sic) fue a España, siendo [Eisenhower] presidente de los

Estados Unidos, para abrazarse a Franco” (Fillol, 1971: 318); en la segunda se corrigen:

“Cada día empezaba a ver más lejana la esperanza de regresar a España sin doblegarme”

(Fillol, 1973: 189) y “[Eisenhower] fue a España, siendo presidente, a abrazarse con el

jefe del Estado español” (Fillol, 1973: 190). En estas modificaciones aparece, como se

advirtió anteriormente, la imagen de una España fraterna, única e indivisa, no asociada

con un régimen dictatorial. Éste fue uno de los puntos que con mayor énfasis se explotó,

por esos años, en el discurso del gobierno, cuyo propósito era propugnar que la paz había

sido conseguida gracias a sí mismo.

Este detalle de las diferentes supresiones y modificaciones que se ejecutaron de la

primera a la segunda edición ilustra hasta qué punto persistía, aun luego de la

promulgación de La Ley de Prensa e Imprenta en 1966, el peligro de que las

publicaciones consideradas nocivas para el régimen fueran retiradas de circulación por los

organismos de control habilitados para tal fin. Asimismo, ofrece un panorama completo

de la manipulación a la que estuvieron sometidos los textos que, como Los perdedores...,

se proponían recuperar una historia que había estado oculta por muchos años.

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

253 

3.2.3. La representación de la experiencia de los campos y del exilio en Los perdedores.

El “yo testimonial” y sus estrategias discursivas

Debajo de todos los condicionamientos externos a los que se vieron sometidos los

textos, es posible advertir que en la representación de su propia experiencia de exilio,

estos testigos están intentando construir un discurso reivindicativo de sí mismos y de su

grupo de pertenencia. Quienes publican sus testimonios a mediados de la década de los

sesenta, coincidentes con los últimos años de gestión franquista, los entienden como la

posibilidad de relatar su experiencia personal, pero también la de todo un sector de la

sociedad española que fue silenciado y excluido de los discursos oficiales. Las decisiones

estratégicas que toman los narradores para contar dicha experiencia están dirigidas hacia

ese propósito. Si bien cada testimonio tiene sus características particulares y únicas, el

estudio de los procedimientos narrativos ayuda a delinear ciertos rasgos que vinculan el

modo de testimoniar con el espacio y el tiempo históricos en el que éstos surgen. En Los

perdedores… reaparecen algunos procedimientos ya presentes en textos previos, aunque

surgen novedades en cuanto a la construcción de la imagen del sujeto exiliado y de los

conflictos históricos en los que ha participado.

En primer lugar, uno de los aspectos que se destaca en este testimonio tiene que

ver con las elecciones del narrador acerca del recorte de la anécdota narrada. Los

volúmenes publicados en los años cuarenta contaban con la particularidad de que el relato

abarcaba casi exclusivamente el momento de la retirada y la estadía en los campos de

concentración. Esos sujetos que ya estaban escribiendo desde los países que los acogieron

en el exilio, focalizaban en la experiencia traumática de la internación, con el propósito de

ejercer como cronistas de acontecimientos nefastos e injustos que exigían la atención

inmediata de la comunidad. De ahí que los entendieran y construyeran como reportajes o

crónicas en código periodístico. Sin embargo, con el paso del tiempo, estas elecciones

varían sustancialmente. El autor del testimonio es ahora un sujeto que, luego de muchos

años, acude al recuerdo y actualiza la vivencia ejecutando operaciones de selección y

olvido. Esto exige un tiempo para elegir el fragmento de la experiencia que integrará la

anécdota relatada. Y en esa decisión se ponen en juego aspectos que tienen que ver con la

imagen que posee de sí mismo y de su condición de exiliado, con los propósitos de

escritura y con el valor que le adjudica a su propio discurso.

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Por los caminos de la palabra 

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En Los perdedores…, el relato excede los límites de tiempo transcurridos entre la

retirada y la estadía en los campos. De hecho, en sólo diez páginas el narrador describe

estos acontecimientos, para luego continuar con las numerosas aventuras vividas en

distintos puntos de Europa, en la resistencia francesa y en la clandestinidad de París.

Concluye con el relato de su paso a Venezuela y resume sus años en el país

latinoamericano. Ésta es, como ya se ha comentado, la razón por la cual se lo aparta del

repertorio de la narrativa testimonial de los campos franceses. Sin embargo, este texto,

que presenta evidentemente un amplio ensanchamiento de la franja temporal contenida en

el relato, es sintomático de las decisiones del narrador acerca de cómo representar su

experiencia del exilio. Por un lado, la clave está en la dedicatoria del volumen: “A los

exiliados en Francia que como yo se vieron envueltos en una guerra en la que tan

generosamente ofrecieron y dieron sus vidas en defensa de una causa en la que creíamos y

no aceptábamos haber perdido” (Fillol, 1973). La guerra y la causa a la que se refiere el

autor exceden los límites temporales de la Guerra Civil, pues este testigo, protagonista

también de la Segunda Guerra Mundial, encuentra en la escritura de su testimonio la

oportunidad ideal para explicar que el conflicto español no fue un hecho individual y

olvidable, como pretendía el gobierno, sino un capítulo más de la contienda europea que

influyó categóricamente en la historia. Así, Franco no fue un personaje aislado, sino un

brazo más del bando nacionalsocialista. De este modo, al extender el tiempo del relato,

éste se convierte en un ejercicio de justicia histórica, un espacio de denuncia en el cual el

sujeto puede enjuiciar no sólo las represalias franquistas de la posguerra, sino también las

acciones –o inacciones– de las potencias vencedoras, que se mantuvieron voluntariamente

ajenas a la situación española. Por otro lado, dado que el testimonio incorpora secuencias

narrativas que tienen lugar en el exilio, se convierte en el espacio ideal para el

reconocimiento de la solidaridad de los países de acogida, Venezuela en el caso de Fillol:

“Doy gracias al destino por haberme venido a Venezuela: por sentirme venezolano,

aunque me enorgullezca de hablar en mi idioma catalán… estoy muy satisfecho de que

Venezuela sea mi segunda Patria” (Fillol, 1973: 200).

En segundo lugar, otra característica de los testimonios de estos años que resalta

especialmente en Los perdedores…, y que tendrá continuación en obras posteriores, es la

identificación del narrador con patrones heroicos, una prueba del crecimiento de la

dimensión subjetiva que comienza a desarrollarse en los testimonios de los campos. Esto

constata la importancia que la intimidad del “yo testimonial” ha comenzado a cobrar en

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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dichos relatos. Los testimonios de los años cuarenta se habían concentrado principalmente

en los acontecimientos, con lo cual el énfasis estaba puesto en el exterior, en el colectivo.

El fin era escribir la “crónica” de los acontecimientos. Con esa voluntad, los narradores

encontraban dificultades retóricas para articular el relato en torno a una primera persona

singular estable. Pero con el paso del tiempo el testigo logra tomar distancia con respecto

a la experiencia real, comienza a ensayar recursos para instalarse en una posición

protagónica y central, y para imprimir en él objetivos concretos de reivindicación

personal y colectiva, coherentes con el momento histórico y el espacio desde el cual está

escribiendo.

En Los perdedores… el heroísmo del narrador radica en dos aspectos: en su

condición de ser un testigo excepcional y, asociado a ésta, en la conciencia de ser un

sujeto ejemplar. En cuanto a lo primero, el testigo es un sobreviviente a quien el tiempo

ha convertido en heredero de una misión especial que es contar los acontecimientos: “Mi

deseo era decir que alguien supiera (sic) quiénes habían sido mis compañeros y lo que

habían hecho” (Fillol, 1973: 178). Según esta declaración de propósitos, aquéllos con

quienes había compartido la estadía en los campos y las múltiples aventuras vividas, están

representados en la voz de este testigo.

En el texto, la alteración del curso normal de su vida conduce al sujeto a

situaciones en las que siempre está en juego su capacidad de supervivencia y de

resistencia. Una de las secuencias centrales del testimonio cuenta cómo el narrador

consiguió, a fuerza de estratagemas, la protección de un oficial alemán, gracias a quien

logró evitar la cárcel y la deportación. Cuando se despide del hombre, reflexiona: “Me lo

había ganado y trasteado con mi picaresca de español, vencido por el mundo” (Fillol,

1973: 59). Junto a la idea de resistencia, se ponen en juego los valores éticos del héroe,

pues ha debido canjear su vida por sus principios morales y su propia ideología. Por lo

tanto, este testimonio que por momentos se asemeja a una novela de aventuras en la que

el personaje debe sortear variados obstáculos para salvar la vida, se convierte en un

ejercicio de justificación de las decisiones tomadas. Una secuencia narrativa donde esto se

visibiliza es cuando el testigo logra cierta estabilidad económica en París, durante los más

difíciles tiempos de guerra. Entonces aclara: “Llegué a tener mucho dinero y a vivir muy

bien. Pero nunca cambié ni mis principios ni mis convicciones” (Fillol, 1973: 67).

Este héroe se destaca también por su solidaridad, lo que lo convierte en un sujeto

ejemplar. Durante su estadía con el oficial alemán, el narrador relata cómo ayudó a unos

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Por los caminos de la palabra 

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prisioneros rusos ofreciéndoles comida sin que los nazis advirtieran la infracción.

Aquéllos le regalaron una de sus condecoraciones en señal de gratitud. No tarda el

narrador en expresar: “No es jactancia. Corrí muchos riesgos por ayudar a los prisioneros

rusos… Ayudar a los prisioneros rusos era mi mayor satisfacción como exiliado español”

(Fillol, 1973: 54). No sólo es un héroe solidario, sino también humilde. Explica: “No soy

un héroe, ni nada que se le parezca. Si me quedaba en París, tarde o temprano caería en

manos de los alemanes” (Fillol, 1973: 90). No obstante, pese a esta opinión, se alista en el

maquis, es decir, toma parte en la lucha clandestina y en la primera edición de sus

memorias –en la segunda, ocmo se mencionó antes, este fragmento es suprimido109– se

compara con el Che Guevara, quien para entonces ya era reconocido como un héroe

latinoamericano por su participación en la Revolución Cubana.

Estas observaciones acerca de la dimensión heroica del “yo testimonial”

contribuyen no sólo a identificar qué tipo de información es la que el narrador desea

incluir en su relato, sino también a interpretar de qué manera el autor se instala en su

propio discurso y construye en torno a sí mismo una imagen particular del exiliado. Sin

embargo, la configuración del “yo testimonial” no se agota con estas observaciones. En

Memorias de un español en el exilio de Nemesio Raposo se advirtió que el narrador

construía ciertas tensiones entre el registro autobiográfico y el documental. Esto se

vinculaba con los caminos que elegía para la representación, que se desplazaban desde la

inclusión total del sujeto en los acontecimientos relatados –proceso marcado

principalmente por la presencia de la primera persona singular y la exploración de la

dimensión subjetiva del testimonio– hacia el alejamiento absoluto, lo cual quedaba

evidenciado por la desaparición del “yo testimonial” de la superficie textual, o bien, por la

utilización del pronombre plural “nosotros” que lo diluía en un colectivo. Esto último

guardaba relación con el objetivo que define a los testimonios de los campos en ese

momento del devenir histórico, es decir, proponer una apertura del paradigma

historiográfico que reinsertara la voz de los vencidos en la trama de los discursos

historiográficos que circulaban en esos tiempos.

                                                            109 Explica el narrador que “el guerrillero no tiene ningún letrero que lo identifique, y cuando las cosas se ponen malas se confunde con los pacíficos ciudadanos. Solo cuando son muy conocidos se les descubre, como ocurrió al Che Guevara quien, sin embargo, se confundió en vida pacífica con los ciudadanos y llegó a Bolivia en avión, como un pasajero más, aunque sin barbas. Yo también me fui a París, en mi insignificancia de guerrillero, sin afeitarse y bigotudo, aunque bien aseado, por precaución muy explicable” (Fillol, 1971: 203)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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En Los perdedores… reaparecen tales tensiones con similares características y la

clave de lectura para entender esta alternancia se encuentra en la primera página: “No

quiero decir mi nombre ni quién soy. ¿Para qué?… Soy uno de los tantos a quienes la

guerra civil española cambió el rumbo de sus vidas. Pero de la vida, a veces, hay que

dejar testimonio, y yo voy a hacerlo” (Fillol, 1973: 5). En este breve fragmento quedan

consignados los dos polos de atracción del testimonio: la dimensión individual, unida a la

necesidad subjetiva de integrar en el discurso la vivencia traumática del pasado, y la

dimensión colectiva, asociada con el deber de memoria. Así, el relato de los

contratiempos durante la retirada, la huida del campo y las experiencias descomunales

atravesadas durante los años en Europa, son relatados desde un “yo” que conoce cómo

hacer girar la anécdota en torno a sí mismo y que acerca su discurso al modelo de la

novela de aventuras. Sin embargo, la descripción de los campos de concentración y las

rutinas de los internados, así como también el relato del desarrollo de la contienda bélica

mundial, son presentados, ya sea desde una primera persona plural que involucra al resto

de los testigos, o desde una tercera persona pretendidamente objetiva y preocupada por

ofrecer datos referenciales y contrastables con la realidad.

El último aspecto a destacar en relación con la puesta en marcha del discurso tiene

que ver con una característica posiblemente rastreable en todos los testimonios abordados

desde los años cuarenta hasta aquí: la detección de problemas técnicos en el relato. Este

trabajo defiende la idea de que la no inclusión de los testimonios de los campos que

integran el corpus en el repertorio de la literatura del exilio español ha respondido a la

acción de la crítica especializada, cuyos criterios de análisis se han anclado habitualmente

en valoraciones de tipo estético. Esto se actualiza ante la constatación de que la lectura de

estas obras revela numerosos desajustes narrativos, tales como el uso endeble de los

tiempos verbales y sus correlaciones, y diversas fisuras en la síntesis textual que provocan

fragmentación y falta de unidad textual. Tales problemas interesan al presente análisis en

cuanto se pretende responder a la pregunta acerca de cómo estos sujetos elaboran

discursivamente su experiencia pasada. Las discordancias, lejos de ser pensadas como

errores, son señales que inducen a la reflexión sobre los vínculos que establece el testigo

con su vivencia, materializados en el relato.

En Los perdedores… los desajustes narrativos adquieren una significativa

relevancia. El que más se destaca tiene que ver con la utilización de las correlaciones

verbales. El relato alterna entre los pretéritos simples, adecuados para la narración de

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Por los caminos de la palabra 

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secuencias acabadas, con el tiempo presente. Sirvan como ejemplos los siguientes

fragmentos. En el primero, el narrador describe un paseo por un pueblo de Estonia

mientras estaba al servicio del oficial alemán; en tanto el segundo cuenta una escena en la

que los alemanes lo persiguen:

En la plaza pude ver un inmenso acueducto, cuya utilidad se me escapó… La gente me

pareció muy culta y educada: cualquiera sabía tocar el piano… Cuando hablaba con las

nórdicas, siempre repetían la palabra riendo… Recorro el pueblo. Tomo unas cervezas

en el ‘Soldatenjem’ y me dirijo a la Gross Comandatur. El capitán que me había

reclamado me recibió en el acto (Fillol, 1973: 51–52)

Bajé tres peldaños de la escalera y me encontré en la puerta principal, junto a dos

soldados alemanes y con un centinela a la puerta… Pensé que todos iban a disparar

contra mí, cuando veo que dos soldados corren hacia arriba mientras un centinela me

empuja hacia la calle, gritando ‘¡Raus, raus!’. Y al mismo tiempo, cierra la puerta y me

deja en la calle” (Fillol, 1973: 155)

Pensando en las estrategias de la representación textual, es posible establecer

algunas afirmaciones sobre estos problemas de alternancias verbales. El primer ejemplo

es uno de los numerosos episodios transcurridos por el narrador durante el itinerario del

exilio. El recuerdo de la gente y la fisonomía del lugar emergen de manera muy vívida en

el relato, con lo cual parece muy gráfico el uso del presente por ser un tiempo que

describe acciones vigentes en el momento de la enunciación. Son escenas impregnadas de

emotividad que tienen que ver con la exploración que el testigo hace de su propia

dimensión subjetiva, es decir, del espacio que su propio texto le habilita para la expresión

de las emociones.

El segundo es parte de una escena de persecución y huida del testigo. Si bien la

recuperación de los acontecimientos se inicia en pretérito, el aumento de la tensión

narrativa quiebra esa acción terminada y el presente irrumpe en el relato, aportándole

vertiginosidad en tiempo real. Ambas discordancias ponen en evidencia el esfuerzo y las

dificultades que atraviesa el sujeto para articular el pasado como terminado, es decir,

integrar la experiencia en un texto que la describa sin incidencia en el presente de la

enunciación.

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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Ni la dimensión heroica del “yo testimonial”, ni los desperfectos narrativos que

sufre el relato, son características privativas de este testimonio, pues reaparecen en sus

contemporáneos, constituyendo así uno de los rasgos constitutivos de la narrativa

testimonial concentracionaria en las postrimerías del franquismo.

3.3. El peso de la derrota (1974), de Antonio Sánchez Bravo y Antonio Tellado Vázquez

3.3.1. La edición del texto y los problemas de autoría

El peso de la derrota se publicó en Madrid apenas un año antes del final de la

dictadura. Si bien favorece nuevas reflexiones sobre la representación de la experiencia de

la retirada y de los campos franceses, es una obra que merece un análisis minucioso en

cuanto al cruce entre el discurso propiamente dicho, las decisiones editoriales y las

condiciones histórico-políticas que rodean su aparición.

Tanto en Memorias de un español en el exilio como en Los perdedores se observó

una tensión constante entre la retórica de la reivindicación –visible en los propósitos de

los autores que intentan sacar a la luz el discurso de los vencidos– y la retórica de la

derrota, construida según los objetivos del gobierno franquista que permite la circulación

de textos republicanos, aunque controlada y manipulada. En el caso de El peso de la

derrota, este contrapunto se actualiza, al menos así lo evidencian los elementos gráfico-

verbales que acompañan al texto y que ofrecen pistas sustanciosas para el análisis. Uno de

esos elementos es el título, en el cual aparece la palabra derrota, que se repetirá

incontables veces en el texto. Y asociada a ésta, un conjunto de expresiones afines con

que se califica a los republicanos españoles. En la solapa, la imagen se explicita: “se trata

del éxodo de medio millón de españoles que abandonan, derrotados, aceptando el peso de

su derrota, su patria” (Bravo-Tellado, 1974).

Cada uno de estos rasgos semánticos contribuye a delinear la imagen del exiliado

que proyecta el texto, según la cual éste es un sujeto pasivo y vencido, agobiado por unas

circunstancias sobre las que no puede ejercer ninguna transformación. Es sorprendente la

ausencia casi completa de las menciones al conflicto político que desencadenó la

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narración. El golpe de estado franquista y la guerra que desencadenó no se mencionan en

ningún momento, una omisión se registra en los diversos niveles de análisis. Tal como lo

expone el subtítulo, la franja temporal que ocupa el relato va desde 1939 a 1944, pero no

se hace referencia a las razones reales que motivaron la retirada republicana. Por lo tanto,

a esa imagen pasiva del refugiado se le suma la idea de que el exilio le ha llegado como

una fatalidad, una situación azarosa y fortuita. Al hacer invisibles las razones políticas, el

gobierno franquista queda relegado a un espacio ajeno a los acontecimientos narrados. De

esta manera, se borra el peligro de que el texto fuera pernicioso para el desarrollo

planificado de la propaganda oficial.

Otro elemento que plantea la discusión acerca de los disímiles propósitos de

escritura de los autores y el resto de los participantes de las ediciones –editores, censores,

etc.– es la ilustración de la tapa. Ésta muestra los colores de la bandera republicana y el

retrato de varios dirigentes, entre los que se distinguen el de Manuel Azaña, Juan Negrín,

Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, etc. Teniendo en cuenta las condiciones para

la publicación, la ilustración debería haber sido suprimida. Sin embargo, los informes de

censura evidencian que solamente se señaló y se sugirió la modificación, aunque la

publicación del texto, que había sido presentado a consulta voluntaria, fue autorizada sin

obstáculos ni complicaciones. Es así que la tapa no se modificó y tampoco hay noticia de

sanción alguna.

Los informes que constan en el legajo del volumen, presente en el Archivo

General de la Administración, comprueban que en el texto se actualizan algunos de los

tópicos instaurados entonces por el franquismo110. Ambos coinciden en la descripción del

texto y comentan que se destacan los ataques al comunismo y a los dirigentes

republicanos, excepto a Francisco Largo Caballero, de quien el narrador se considera

ferviente defensor. También indican estos informes las críticas que el texto efectúa al

gobierno francés, debido a la acogida de los republicanos en los campos y la inclusión de

explicaciones sobre la participación de los españoles en la Resistencia. Si bien es cierto

que no se hacen comentarios benévolos sobre el valor de la obra, tampoco se destacan

aspectos significativos que pudieran haber herido la sensibilidad del régimen.

La solapa permite completar estas observaciones, pues en ese resumen del

contenido y propósitos de la publicación quedan al descubierto algunos de esos tópicos

                                                            110 El legajo contiene dos informes de censura, fechados el 10 y 11 de mayo de 1974 respectivamente (Caja (03) 050 73– 74–5487).

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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centrales. Por un lado, la disimulación –o desaparición– en la superficie textual de las

responsabilidades políticas del franquismo y de las represalias en contra de los

republicanos. No obstante, el relato se concentra en la acusación al gobierno y a la

sociedad francesa por la deficiente acogida y el maltrato a los españoles internados. Por

otro lado, la constante imputación a la dirigencia republicana, a través de la cual el testigo

denuncia las irregularidades surgidas en torno a la extracción del capital del gobierno

republicano y al exilio acomodado de los políticos más influyentes. A esta crítica dirigida

a los representantes políticos republicanos se le suma otro blanco de acusaciones, el

Partido Comunista. El narrador se refiere a la traición que sintieron sus simpatizantes ante

la celebración del Pacto Germano-Soviético: “Muchos hablaban de traición. Muchos

rompían el carnet del partido, muchos volvían al pasado para ver dónde estaba el

responsable de aquel peso de la derrota que nos estaba degradando en casa ajena” (Bravo-

Tellado, 1974: 178–179). La crítica descarnada al comunismo fue uno de los tópicos más

recurrentes del franquismo, por lo que no sorprende que esta idea se subraye

constantemente en el texto.

El discurso se construye alrededor de estas ideas. Sin embargo, a pesar de las

omisiones, el testimonio no abandona cierto tono reivindicativo en la exposición de los

propósitos: “Sin agotar todas las fuentes que se pueden consultar, y dejando para futuros

historiadores la tarea de ahondar en una época poco estudiada e intencionadamente

olvidada, los autores del libro han querido… suscitar una serie de tesis o problemas

totalmente candentes” (Bravo-Tellado, 1974). En este texto también está presente, con

limitaciones y condicionantes, la expresión del deber de memoria de aquellos que

vivieron el exilio y la intención de postular el texto como una propuesta de apertura de la

perspectiva historiográfica hegemónica a la versión de los vencidos. Desde el punto de

vista de las decisiones editoriales, la abundancia de fotografías que muestran la retirada,

la vida en los campos, la resistencia y la liberación, colaboran con el afán documental que

persigue el volumen y funcionan como comprobación de lo enunciado.

Pero en este caso hay una diferencia con respecto a los demás testimonios de la

época y es que, además de un texto con valor historiográfico, éste profundiza en la

valoración crítica de los acontecimientos, acercándose mucho más a la forma típica del

ensayo. El testigo, lejos ya de aquel rol de observador que perseguía en los años cuarenta,

ostenta ahora de una posición revisionista desde la que construye y controla su discurso.

Por eso, más allá de los condicionamientos y limitaciones impuestos por el Régimen, el

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Por los caminos de la palabra 

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testigo imprime en el texto su propio punto de vista y desarrolla una argumentación en la

que recupera el derrotero seguido por los republicanos españoles y las relaciones entre

esta experiencia y los conflictos internacionales.

En cuanto a la autoría, este testimonio plantea nuevos desafíos para el análisis. El

peso de la derrota ha sido escrito en co-autoría entre Antonio Vázquez Tellado y Antonio

Sánchez Bravo-Cenjor. El primero fue militante de las Juventudes Socialistas, del Partido

Socialista Obrero Español y de la UGT. Participó activamente en el frente republicano y

fue herido en combate en 1938. Se exilió en Francia y actuó en la resistencia francesa.

Detenido por los nazis, fue deportado. Luego de finalizar la guerra, colaboró en la

organización de la Liga de Mutilados de Guerra de España. Por su parte, Antonio Sánchez

Bravo, doctor en Filosofía y Letras y periodista, se desempeñaba como profesor en la

Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, donde

llegó a ser catedrático. Ha dirigido numerosas tesis doctorales, así como también ha

publicado varios libros y artículos científicos relacionados con las ciencias de la

información111.

En los primeros años de su carrera conoce a Antonio Tellado Vázquez y se

embarcan juntos en dos proyectos: la publicación de El peso de la derrota en el año 1974

y, dos años más tarde, Los mutilados del ejército de la República (Madrid, Gráficas

Carlavilla, 1976). Éste es un ensayo que se propone denunciar la situación de los

mutilados de guerra dentro y fuera de España, informar acerca de las gestiones de la Liga

de Mutilados y actualizar la situación jurídica de dicho colectivo en 1976. Se trata de una

de las primeras publicaciones cuyo objetivo es la búsqueda de resarcimiento económico y

moral a las víctimas del franquismo. Al igual que El peso de la derrota, Los mutilados

cobra un tono crítico muy agudo y explicita el deber de recordar y reivindicar, en este

caso, al grupo de hombre que habían sido heridos en el frente y que luchaban por sus

derechos y los resarcimientos pertinentes: “De lo que trata este libro es de los ‘otros’. Los

vencidos, los olvidados, los que a nada tuvieron derecho, casi cuarenta años, por cometer

un error muy simple. Un pecado casi original: defender a su Patria” (Bravo-Tellado,

1976: 16). A diferencia de El peso de la derrota, Los mutilados… está escrito enteramente

                                                            111 Entre sus libros, se encuentran: Periodistas: mensajeros, escribas y retóricos (1979), Tratado de estructura de la información (1981), Europa y la información (prensa) (1989), Manual de Estructura de la Información (1992) y La información en la Comunidad Europea (1993)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

263 

en tercera persona. Aunque los autores son los mismos en ambos casos, este último se

aleja visiblemente del registro testimonial, puesto que no hay una primera persona

singular que articule el texto a través del relato de su experiencia individual. Sin

embargo, los dos textos se anclan en la escritura historiográfica y se proponen ofrecer una

revisión del relato oficial de los acontecimientos.

Ahora bien, retomando el problema de la co-autoría, se desprende la pregunta

acerca de quién es ese “yo” que aparece en el texto. Y desde esa perspectiva: ¿cuál es el

rol del testigo en la representación de la experiencia de los campos y del exilio? En la

solapa del volumen se intenta descartar posibles confusiones: “EL PESO DE LA

DERROTA es fundamentalmente un testimonio. Uno apoyado por otros muchos que

vivieron la ignominia y las heces de una sociedad estática, corrompida y altisonante en su

lenguaje” (Bravo-Tellado, 1974). Si bien se asume que el testigo principal es Antonio

Tellado Vázquez, éste representa al colectivo republicano hacia el que va dirigido el

texto. Sin embargo, la inclusión de otros sujetos en el acto de escritura favorece otras

reflexiones que tienen que ver con el lugar de la enunciación desde el cual se construye el

texto. El análisis sobre la representación de la experiencia no podrá descuidar este

problema.

3.3.2. El peso de la derrota: entre el testimonio y el ensayo.

Tal como sus contemporáneos, El peso de la derrota suscribe la idea de que los

testimonios de esta época conforman una renovación historiográfica en la medida en que

son considerados por sus autores como documentos válidos para el conocimiento integral

de los hechos acontecidos luego de la derrota republicana en 1939. Y no sólo por sus

autores, pues han sido también leídos desde esa perspectiva, lo cual se observa, por

ejemplo, en el uso que le ha dado la bibliografía contemporánea. Un caso es el volumen

de Marie Claude Rafaneau–Boj, Los campos de concentración de los refugiados

españoles en Francia (1939-1945), en el que la autora utiliza los datos que ofrecen los

autores en el testimonio para completar sus propias explicaciones (Rafaneau–Boj, 1995:

135-136).

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Por los caminos de la palabra 

264 

La intención de proponer el texto como un ejercicio de recuperación de la historia

de los vencidos se manifiesta también a través del recorte de la anécdota que hace el

narrador. Al igual que en Los perdedores, el relato abarca hechos acontecidos entre 1939

y 1944, con lo cual no se restringe solamente al periodo comprendido entre el éxodo y la

estancia en los campos. Los siete capítulos en que se divide el volumen dejan al

descubierto que el narrador busca hacer explícita la presencia de los españoles en el

devenir de los procesos históricos europeos, especialmente en lo que se refiere a la

participación de los refugiados españoles en la resistencia antifascista. Es por eso que el

relato se extiende hasta la finalización de la segunda Guerra Mundial. Cabe destacar que,

si bien el narrador manifiesta haber sido deportado a los campos nazis, en ningún

momento se dedica a describir esta experiencia en su testimonio. El motivo de esta

significativa omisión puede ser que desee limitarse a subrayar la experiencia de los

españoles en los campos franceses, ya que hasta esos años era todavía un tema poco

conocido y apenas soslayado en la historiografía. La arbitrariedad en el recorte de los

acontecimientos prueba que el narrador es un elemento clave en la construcción del texto

en lo que concierne a la selección y filtro del material narrativo.

Otro factor que demuestra la voluntad de los narradores de construir su discurso

sobre un modelo de representación historiográfica es la intercalación de fragmentos que

exceden la realidad de los campos. El relato testimonial en primera persona suele verse

interrumpido por secuencias explicativas y descriptivas sobre el desarrollo de la Segunda

Guerra Mundial. Éstas, además, se encuentran en su mayoría avaladas por fuentes

documentales que pretenden comprobar la veracidad del relato y contrastarlo con datos

reales. Según este propósito, no sorprende la inclusión de un apéndice que reproduce

algunos de los documentos de la época que marcaron el rumbo de los acontecimientos

históricos, tales como el Pacto Germano Soviético o las actas de la última sesión

parlamentaria de la Segunda República Española.

En la solapa del volumen se expresa que “los autores han querido, ante todo,

suscitar una serie de tesis o problemas totalmente candentes” (Bravo-Tellado, 1974). Y la

palabra “tesis” se vuelve a repetir en el relato: “Todo lo expresado en este capítulo, hasta

ahora, sólo prueba una tesis profundamente humana” (Bravo-Tellado, 1974: 106). La

aparición de esta palabra en El peso de la derrota es una novedad para la narrativa

testimonial concentracionaria. El discurso se impregna de un tono argumentativo desde el

cual el narrador defiende una opinión personal, desarrolla valoraciones y emite críticas. El

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

265 

texto excede los límites de la función testimonial entendida como relato de una vivencia

individual –o representativa de un colectivo– para ubicarse en el terreno del ensayo. Uno

de los ejemplos más llamativos de cómo se desarrolla este carácter ensayístico en el

discurso es la opinión acerca de Francisco Largo Caballero. El narrador impugna al

conjunto de la dirigencia republicana, ya sea por la negligencia en el manejo de la

situación política durante el conflicto bélico, ya por las irregularidades cometidas en el

momento de la retirada. Sin embargo, se muestra abiertamente partidario de aquel

dirigente: “Luego, años después, en los campos de concentración nazis, encontré a Largo

Caballero, un hombre, un político distinto” (Bravo-Tellado, 1974: 32). A lo largo del

texto, retomará esta opinión para fundamentarla y reafirmarla. Por otro lado, el narrador

se posiciona en el presente de la enunciación y desde ahí emite su reflexión: “Después de

terminada la segunda contienda mundial pienso que aún hemos dado un bajón, que hemos

descendido uno o varios peldaños de la decadencia y que estamos al final de la curva

descendente” (Bravo-Tellado, 1974: 259). El paso del tiempo se convierte, entonces, en el

elemento principal para propiciar la reflexión sobre el pasado.

En relación con esa función ensayística que cumple el texto, surgen otros temas,

tales como las internas dentro del bloque republicano o las maniobras políticas de la

URSS en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Para efectuar la argumentación, el

narrador acude a fuentes periodísticas de la época, o bien a la voz de otros testigos que

apoyan lo comentado, lo cual le confiere seriedad a la argumentación. Pero lo que mejor

describe la idea de que el testimonio pretende ser leído en clave de texto de opinión son

las continuas apelaciones al recuerdo de los damnificados en los campos de

concentración: “Cinco años en aquella miseria. El recuerdo aquí para aquellos

desconocidos, para aquellos olvidados y neutrales que sufrieron ocultamente el peso de la

derrota” (Bravo-Tellado, 1974: 201). Aunque las verdaderas razones políticas del éxodo

español han sido acalladas, el testimonio habilita el espacio de la memoria a través de

estas demandas de recuerdo de los damnificados. El narrador propone su discurso como

un ejercicio de reivindicación histórica en el que el lector juegue un papel activo como

depositario y valorador de ese recuerdo.

La presencia del colectivo de los vencidos se hace materialmente presente en este

testimonio. La primera advertencia al lector es que El peso de la derrota constituye un

testimonio apoyado por otros. Esto significa que el texto ha sido escrito sobre la base de

un repertorio de testimonios de individuos que, al igual que el narrador, atravesaron la

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Por los caminos de la palabra 

266 

experiencia de la guerra y de los campos franceses. Esto significa que hay un testigo de

base que se expresa en primera persona del singular, aunque el texto se sustenta con otros

muchos que vivieron la experiencia y cuya palabra posee el mismo valor que la del

testimonio principal. Por ejemplo, cuando el narrador describe los trabajos que cumplían

los refugiados, comenta: “Muchas de las personas que salían entonces en este grupo para

las vendimias viven aún, y su testimonio ha hecho posible estas precisiones” (Bravo-

Tellado, 1974: 206). No es solamente su voz individual y subjetiva la responsable de

contar la anécdota, sino que a través de ella se filtra la experiencia de otros muchos

testigos. A su vez, estas otras voces sirven para corroborar y argumentar lo dicho, es

decir, se encuentran al servicio de la explicación de los acontecimientos históricos y de su

valoración.

De acuerdo con lo explicado, se advierte que el testigo es el vehículo de todos los

aportes testimoniales con los que se construye el discurso, lo cual realza su valor

indiscutible como herramienta necesaria para conocer el pasado.

3.3.3. Estrategias de construcción del texto: el comportamiento del “yo testimonial”

Indagar en la construcción del lugar desde el que se enuncia el testimonio supone

en El peso de la derrota una revisión acerca de quién es el sujeto que cuenta y cuál es su

importancia en el discurso. Aunque desde el principio el lector accede a la información de

que son dos los autores del volumen, la lectura de la primera página despeja dudas acerca

de la persona desde la que se propone el relato: “en realidad, todo había terminado para

mí” (Bravo-Tellado, 1974: 15). El texto se ancla en la primera persona del singular y el

lector identifica en él a un testigo vivencial. A medida que avanza el relato, el lector

también asume que ese testimonio base pertenece a Antonio Tellado Vázquez. Para

comprobarlo, es posible identificar sus datos biográficos en el texto, como por ejemplo,

su discapacidad a causa de la mutilación de su mano: “Estaba deseando conocer la vida de

nuestros dirigentes, la situación francesa y mundial y, sobre todo, la suerte de los

mutilados españoles. Yo era uno de ellos (me faltaba una mano). Y tenía motivos para

interesarme en sus problemas, que eran los míos” (Bravo-Tellado, 1974: 153). En cambio,

el co-autor no se manifiesta explícitamente en el texto. Por eso, se impone un análisis más

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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detallado de la posición enunciativa, no sólo para advertir los caminos que elige el “yo”

para representar la experiencia, sino también para comprender cuál es la función de ese

otro sujeto que colabora en el proceso de escritura.

El “yo testimonial” posee rasgos similares a los que se han registrado en

testimonios contemporáneos. Uno de ellos tiene que ver con las operaciones de

acercamiento y alejamiento del sujeto con respecto a lo que está contando, lo que se

traduce en su aparición y desaparición de la superficie textual. El relato del que se hace

cargo el testigo está planteado naturalmente desde la primera persona del singular que

describe su trayectoria biográfica. Sin embargo, el discurso se impregna de fragmentos

descriptivos y narrativos que no tienen que ver exclusivamente con la vivencia del testigo,

pero sí con aquel propósito manifiesto de postular el texto como una fuente documental.

Entonces la experiencia personal y subjetiva se suspende para dar paso al desarrollo de

una cantidad generosa de datos y cifras que le dan al testimonio el valor de fuente

historiográfica.

No sólo son las precisiones de datos las que suspenden el relato autobiográfico,

sino también la intercalación en el discurso de otras voces que han pasado por la misma

experiencia. Explica el narrador: “En total nos dieron unos mil francos a cada uno –afirma

el compañero de la SIMCASO–. Y con aquel dinero muchos refugiados españoles

vivieron desde julio de 1940” (Bravo-Tellado, 1974: 221). Como ésta, numerosas voces

de testigos se dan cita en el texto, lo cual confirma que el testigo ha comenzado a ocupar

un lugar protagónico en estos años como elemento válido para acceder a la verdad

histórica. El texto es, entonces, el espacio ideal que salvaguarda las voces de los testigos:

“Todos los testimonios coinciden en asegurar que todo aquello estaba por debajo de lo

humano” (Bravo-Tellado, 1974: 118). Si son los testigos quienes efectúan este tipo de

declaraciones, entonces no hay margen de duda ni de error. El testimonio congrega las

voces autorizadas de esos sujetos, al tiempo que va ganando legitimidad en el terreno de

los discursos sobre el pasado.

Otras de las características recurrentes en los testimonios es el desplazamiento del

“yo testimonial” hacia el plural, una suerte de “colectivización” del relato. Este

procedimiento, que en cada uno de ellos se actualiza según propósitos particulares, se

hace evidente también en El peso de la derrota. Aquí, la alternancia entre la primera

persona del singular y del plural está sujeta a la conformación del grupo. A veces, el

narrador utiliza el pronombre “nosotros” en representación de los compañeros de retirada,

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Por los caminos de la palabra 

268 

con quienes compartió las penurias de la huida y diversas estrategias de supervivencia. En

otras ocasiones, se refiere solamente a él mismo y a otro compañero con quien

emprendiera la huida del campo de concentración. Otras veces utiliza un plural simbólico

a través del cual se refiere en términos generales a los españoles, aunque él mismo no esté

incluido en el conjunto al que alude.

Pero lo más provechoso de la utilización del pronombre “nosotros” en este

testimonio es su funcionalidad para construir la imagen del otro. En todos los casos, la

pluralización del narrador indica la adscripción a un grupo de pertenencia y también la

constatación de que el testimonio pretende representar una experiencia colectiva. Este

grupo pertenece a la clase trabajadora, son obreros y milicianos que han participado

activamente en la guerra y que, a causa de esto, se han visto en la obligación de partir al

exilio. En general, los testimonios construyen la imagen del otro en la descripción de los

senegaleses que son los carceleros de los campos, de los nazis –sus enemigos durante la

resistencia antifascista–, o bien, de la sociedad francesa en general.

Sin embargo, El peso de la derrota manifiesta la voluntad explícita de señalar al

“otro” dentro del grupo de los mismos exiliados españoles. Son sujetos que no pertenecen

al grupo de referencia del narrador. Estos son, por un lado, cualquiera que pertenezca a la

clase política acomodada y cuyo recorrido en el exilio se haya visto favorecido por esta

condición. Una escena de la retirada describe esta situación: “Un cronista relata: No todo

es miseria… Son maletas y baúles nuevos, con objetos de despachos. Se trata, creo, de

funcionarios, de esa clase de gentes que… no han sufrido… Eran los otros” (Bravo-

Tellado, 1974: 89). Por otro lado, “el otro” es el intelectual exiliado, de naturaleza

diferente, no perteneciente a la clase proletaria: “Ellos, como Antonio Machado, por

ejemplo, figuraban en las enormes colas que remontaban los Pirineos… Tampoco iban a

contar ellos (los intelectuales y escritores españoles) al otro lado de la frontera, como muy

pronto íbamos a contemplar todos” (Bravo-Tellado, 1974: 49). Estos “otros” a los que

alude el texto colaboran en la construcción de la identidad del sujeto exiliado que enuncia

el testimonio en la medida en que éste se diferencia de los demás y representa en su texto

a aquéllos con quienes conserva un vínculo de pertenencia.

En cuanto a la construcción del “yo testimonial”, este testimonio muestra una

diferencia con respecto a sus antecesores. Mientras que en otras obras se observa la

importancia creciente de la exploración subjetiva, es decir, del espacio textual dedicado a

las emociones y a los afectos, en El peso de la derrota éste se restringe a favor de otras

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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necesidades, vinculadas con el propósito de establecer el relato como un documento de

relevancia historiográfica y como un texto de opinión. De ahí que sean notablemente más

numerosas que en otros testimonios de la época las secuencias relatadas desde el plural

“nosotros”.

Sin embargo, a pesar de esta limitada expresión de la subjetividad del testigo,

reaparece en el testimonio una de las características constantes del “yo testimonial”, que

es la dimensión heroica del sujeto. Ya lo anuncia la dedicatoria, donde se menciona a los

refugiados de los campos como “acosados como auténticas alimañas hasta el comienzo de

la guerra mundial, en que pasaron a ser, unos, los defensores e incluso los héroes que

liberaron gran parte del territorio francés” (Bravo-Tellado, 1974). Esta imagen se sostiene

a lo largo del testimonio y bajo ella se encuadra el testigo narrador. A pesar de que, como

se ha explicado anteriormente, el “nosotros” ocupa un espacio importante en la posición

enunciativa, el narrador, entendido como testigo base y como testimonio principal, se

construye en el discurso como un sujeto con cualidades superiores.

Entre sus facultades especiales se encuentra su capacidad de resistencia. Una de

las escenas donde despunta esta característica es cuando, a causa de las deficientes

condiciones alimentarias en el campo, relata una propuesta que le hiciera a sus

compañeros para llevar a cabo una huelga de hambre. Éstos lo siguen y, aunque la medida

no tuvo mucho éxito, el episodio deja al descubierto, además de la idea de resistencia a la

adversidad, su potente capacidad de liderazgo. Las secuencias en que sobresale su

condición de líder se multiplican. Ideólogo de varios intentos de huida de los campos,

representante natural de su grupo, el narrador se destaca del resto y se propone a sí mismo

como un agente transformador, que posee la habilidad para modificar el curso de los

acontecimientos: “Mi idea de provocar constantes revulsiones a aquella conciencia de

época se agigantaba. Y el plan estaba en marcha” (Bravo-Tellado, 1974: 147). Es gracias

a esta capacidad que el relato se puebla de escenas de persecuciones y huidas en las

cuales el protagonista es el testigo: “Yo no conocía… las calles de Perpignan. Pero corría

más que el guardia y tenía más interés en despistarle que él en cogerme. Mi instinto me

llevaba por calles estrechas… Al poco rato comprobé que ya se había cansado mi

perseguidor” (Bravo-Tellado, 1974: 150). Se describe en estas acciones como un héroe

intuitivo y físicamente preparado que, gracias a estas cualidades, puede sortear los

numerosos obstáculos que amenazaron su supervivencia.

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Por los caminos de la palabra 

270 

Sus señas de liderazgo se extienden hasta el terreno del diálogo y la negociación.

Al ser elegido como vocero de su grupo, es el encargado de consensuar con otros sectores

más politizados posibles acciones de lucha para mejorar su condición dentro de los

campos. El episodio más beligerante es el debate entre los comunistas y el grupo en el que

se encuentra el narrador sobre el tema del Pacto Germano-Soviético que había sido

firmado en esos días de prisión. Los comunistas son retratados como sujetos poco

dispuestos al diálogo y proclives a los insultos y ofensas. El narrador reproduce un largo

diálogo en el cual queda al descubierto su posición con respecto al comunismo español, al

cual le achaca algunas responsabilidades en la derrota republicana. Evidentemente, esta

escena debe haber sumado algunos puntos para facilitar la publicación del volumen, pues,

como se ha mencionado, uno de los estandartes del discurso oficial en los últimos años de

su gestión fue la inculpación al comunismo internacional de los conflictos políticos

vividos en España.

La última cualidad de la que hace gala este héroe es su altura moral. La

conservación de los valores éticos durante la estancia en los campos de concentración es

uno de los temas que más ha preocupado a los escritores testigos que han sobrevivido a

experiencias totalitarias, en general112, y a la experiencia de los campos franceses, en

particular. Para el héroe de El peso de la derrota, la lucha por la supervivencia no ha

dañado sus propios parámetros de la ética y la moral. Allí radica, a su juicio, la mayor de

                                                            112 Un buen ejemplo es el narrador de Crónicas del mundo oscuro (1996) de Paul Steinberg, sobreviviente de Auschwitz, quien propone como una de sus cualidades más destacadas su capacidad para relacionarse en el campo con quienes pudieran reportarle algún tipo de beneficio: “Era de los dos o tres más jóvenes de la remesa, rosado e imberbe, lo que contribuyó a crearme algunas simpatías, no todas confesables, entre los altos dignatarios; de ellos aprendí prácticamente todo lo necesario para sobrevivir más tiempo” (Steinberg, 1999: 30). Esta posición incómoda en que se coloca el narrador con respecto a los códigos preestablecidos de la moral, la ética y la dignidad, se convierte en una posibilidad de supervivencia. El narrador es consciente de su ruptura con esos patrones: “creo haber llevado una existencia honesta, cuya palabra clave ha sido ‘ética’. Pero jamás, jamás de los jamases, me ha sido posible liberarme de mi existencia anterior. He vivido y vivo en la indignidad. Nunca he logrado lavar mi imagen. Soy, y sigo siendo, el testigo pasivo de la muerte de Philippe, el que abofeteó al viejo judío, el enchufado de las letrinas, el cortesano que aduló a brutos y asesinos para proporcionarse un suplemento de sopa cotidiana” (Steinberg, 1999: 185). Así como el nazismo puso en crisis las nociones de derechos humanos, respeto y tolerancia, del mismo modo este héroe se ha visto obligado a construirse para sí nuevas dimensiones de la dignidad, la moral y la ética en el estado de excepción. La escritura es la única salida que el sujeto encuentra para plasmar esas contradicciones entre la dimensión moral fuera y dentro del campo. La literatura, en este caso, la plasmación de los recuerdos a partir de ciertos mecanismos narrativos motivados por la memoria, se convierte en la vía más confiable para cerrar un proceso de reordenación del pasado que puede colisionar con el presente, pero que halla en la escritura su fase más acabada.

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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sus fortalezas que lo constituyen como tal. Uno de los episodios que ilustran esto tiene

lugar en el campo. Cuenta el narrador que muchos campesinos franceses se acercaban a

las alambradas en busca de mano de obra barata. Lo propio hacían muchas amas de casa y

sus hijas, que habían perdido a maridos y novios en la guerra. Numerosos compañeros de

prisión accedían a estos trabajos a fin de obtener privilegios y favores de este sector

femenino. El narrador se subleva ante esta falta de moralidad y no tarda en emitir su

juicio: “A pesar de la comida, a pesar del trato y a pesar de las intenciones precisas del

ama, no estaba dispuesto a seguir el juego que, a mí entonces, me parecía un poco

degradante” (Bravo-Tellado, 1974: 229). Este derroche de principios morales no es una

nota común en todos los testimonios de la época. Basta recordar la posición del narrador

de Los perdedores… quien, en su lucha por la supervivencia, llega incluso a trabajar para

un oficial alemán. En El peso de la derrota el narrador no se doblega ante la oportunidad

de pasar a formar parte del bando contrario, es decir, de los dirigentes acomodados que

disfrutan de una situación de privilegio en el exilio. Así lo demuestra la negativa a formar

parte de la Liga de Mutilados, propuesta hecha por Vicente Carrillo: “Allí estaba Vicente

Carrillo con su alto estado mayor… Al cabo de muchos intentos me ofrecen… formar

parte de la comisión ejecutiva como miembro consciente de la vida degradante de los

campos de concentración” (Bravo-Tellado, 1974: 156). Son estas actitudes las que le

conceden jerarquía moral y autoridad para ejercer el testimonio.

En síntesis, la descripción de las condiciones heroicas del narrador interesan en la

medida en que permiten advertir que, además de controlar y estructurar el material

narrativo, ese sujeto tiene la necesidad de singularizarse y diferenciarse del resto de sus

compañeros de exilio a fin de postularse en su discurso como un sujeto excepcional,

capacitado para ejercer la función de testigo. Ingresar en su propio relato con una

presencia significativa, con capacidad de trasformar el decurso de los acontecimientos y

con la convicción de haber sido favorecido por las condiciones históricas, es la estrategia

clave que se pone en marcha en el texto para lograr acceder a la experiencia traumática a

través de la escritura y, en ese acto, efectuar la reordenación de su pasado.

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Por los caminos de la palabra 

272 

4. El sujeto de los campos: el “yo testimonial” y la construcción del espacio en el relato

en los testimonios de los últimos años franquistas.

Desde los primeros testimonios escritos en los años cuarenta, muy próximos a los

acontecimientos relatados, se observó que el espacio es un elemento fundamental en la

representación de la experiencia. Cada una de estas manifestaciones pone en evidencia el

trauma de dislocación sufrido por el testigo narrador, entendido como la obligación de

salir del territorio considerado como propio para incorporarse a otro espacio que le es

ajeno y con el cual no mantiene un vínculo de pertenencia. La retirada, la fragmentación

familiar, la deficiente situación económica y la incertidumbre debilitan su equilibrio y

ponen en peligro su integridad física y moral. Además, este desgarro, acentuado por las

condiciones en que se cumple, provoca una fisura en la identidad del sujeto, que ve

resquebrajarse los esquemas o patrones de referencia culturales sobre los que se había

apoyado hasta entonces. El testimonio, es decir, el soporte discursivo en el que se

reconstruye y articula esa experiencia, se convierte en el mapa donde quedan plasmadas

las huellas de esa desfiguración.

Para profundizar en el problema del espacio es necesario plantearse la pregunta

acerca de qué relación se establece su tratamiento y el contexto histórico-político en que

estos testimonios aparecen. El hecho de que medien al menos treinta años entre la

anécdota y el momento de publicación aporta elementos nuevos con respecto a los textos

que anteceden. El tiempo transcurrido incide en los caminos que eligen los sujetos para

describir el universo concentracionario, así como también permite la multiplicación de los

espacios, ya sea por los diversos itinerarios del exilio, o bien por la decisión de la

repatriación, lo cual conduce al testigo a redefinir la España que había quedado atrás.

Teniendo en cuenta que estos testimonios se publican en un momento en que circula

abundante información sobre otras experiencias concentracionarias, tales como los

campos nazis, interesa observar cómo se posicionan estos relatos en relación con aquélla,

a fin de pensar si hay cierta influencia en la mirada e interpretación de estos sujetos con

respecto a su propia vivencia.

El espacio privilegiado que describen estos textos es el campo de concentración.

Si bien en el caso de Los perdedores de Vicente Fillol el tiempo transcurrido en el campo

de Bram corresponde sólo a una mínima porción del relato, lo cierto es que esa vivencia

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define el estado de dislocación territorial del sujeto que se mantendrá a lo largo del relato

en todo su itinerario. En el caso de El peso de la derrota y Memorias de un español en el

exilio el campo de concentración ocupa un lugar central en la anécdota. El primero, muy

cercano al género ensayístico, dedica un capítulo entero a la descripción de su

funcionamiento y sus rutinas. El segundo transcurre casi completamente en diferentes

campos del sur francés. En los tres casos los testigos utilizan el término “campo de

concentración”, sin eufemismos ni circunloquios, para referirse a dichos centros de

reclusión113. No hay dudas con respecto a la denominación de este espacio, que se define

por ser un territorio cercado con alambradas y en el cual la libertad se encuentra bajo

continua amenaza. En ese terreno material y geográfico se construyen las dinámicas

propias del estado de excepción, caracterizado por la suspensión de un ordenamiento

jurídico que proteja al sujeto y que se traduce en el recorte de los derechos civiles.

Sin embargo, en estos textos la frontera de los campos es porosa y permeable. En

el caso de Los perdedores… el narrador cuenta con qué facilidad logró huir del campo y

emplearse en la casa de un campesino de la zona. También en El peso de la derrota se

relatan las huidas del testigo luego de burlar la seguridad del campo. “He descubierto la

manera de salir del campo los domingos por la mañana y pasear por horizontes dilatados”

(Raposo, 1968: 148), dice el narrador de Memorias… Las reclusiones para las compañías

de trabajo, o bien para integrar el ejército francés, son otras posibilidades para evitar el

encarcelamiento. Sin que el concepto de campo como elemento de privación de la libertad

se vea modificado, es cierto que existe cierta maleabilidad de la frontera, tal como dan

cuenta los testigos. Esto tiene que ver con las características específicas de los campos

franceses y también con los propósitos que los testigos se plantean. Se ha insistido en que

estos textos proponen una ampliación del tiempo del relato, según la cual el relato excede

la anécdota de la prisión en los campos e incorpora otras secuencias, siempre vinculadas

con la participación de los españoles en la Segunda Guerra Mundial, ya sea en la lucha

con el ejército francés, en la resistencia clandestina o en las compañías de trabajo.

Volviendo a los rasgos diferenciales de los campos franceses, una pregunta que se

hace evidente al tratar el tema del espacio concentracionario es la posible influencia de la

                                                            113 Desde la primera vez que son mencionados, se los define como campos de concentración: “He llegado a Le Boulou, un pequeño pueblo, donde veo el primer campo de concentración” (Raposo, 1968: 39); “Los alojamientos no eran sino campos de concentración” (Fillol, 1973: 8); “La realidad era distinta: los campos de concentración para los refugiados españoles parecían demasiada carga” (Bravo-Tellado, 1974: 44)

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Por los caminos de la palabra 

274 

imagen de los campos nazis en la descripción realizada por estos testigos. A finales de la

década del sesenta, el exterminio nazi ya constituía un capítulo definido en la historia

europea y varios de las obras testimoniales que abordan el tema ya estaban en circulación,

tales como: Si esto es un hombre (Se questo è un uomo) (1958), o La tregua (1963),

ambas de Primo Levi; La noche (La nuit) (1956), de Elie Wiesel; El largo viaje (Le grand

voyage) (1963), de Jorge Semprún y La especie humana (L’espèce humaine) (1973), de

Robert Antelme, entre otras. Sin embargo, aunque en los testimonios de los campos

franceses las alusiones al fascismo y al nazismo fueron en su mayor parte suprimidas para

no tener problemas a la hora de la publicación, también es cierto que las referencias a los

campos nazis son muy escasas. En el caso de El peso de la derrota, se sabe que el testigo

base, Antonio Vázquez Tellado, fue deportado a los campos nazis, pero el narrador no

incorpora esta secuencia en el relato. Quizás se cuela alguna mínima comparación, como

la siguiente: “Las instalaciones, higiene, comida en los campos de concentración

franceses, eran todavía peores que los de cualquier otros campos o prisiones, incluso que

los campos de concentración nazis” (Bravo-Tellado, 1974: 100). Si bien es cierto que la

lógica de su disposición, funcionamiento y organización coincide en algunos aspectos con

los campos nazis, los narradores no lo manifiestan explícitamente. En cambio, sí se

menciona la utilización de estos espacios como depósito de prisioneros de guerra o como

albergues para los ejércitos aliados. Así lo esboza el narrador de Memorias de un español

en el exilio sobre la participación de los refugiados españoles en la construcción de los

campos: “Francia construye con vistas a la catástrofe aprovechando la mano de obra

barata de los españoles y lo mismo que hoy sirve para albergarnos a nosotros, puede

servir mañana para cobijar a un ejército” (Raposo, 1968: 137). Por lo tanto, aunque los

testigos puedan haber tenido acceso en el momento de la escritura a la información

disponible sobre los campos nazis, no establecen una relación directa entre éstos y su

propia experiencia en Argelès-Sur-Mer, Saint Cyprien, Barcarés, Bram, etc. Esto induce a

pensar que, en el momento de la escritura y la publicación de estas obras, los testigos no

están buscando en la experiencia de la Shoah un modelo de su propia experiencia, sino

que intentan construir sus propios mecanismos de representación.

Los campos franceses poseen en estos testimonios marcas propias que los definen

y diferencian de otros espacios concentracionarios. Esto se percibe, por ejemplo, en la

denominación de los sectores del campo, identificados con lugares conocidos por los

internados, un procedimiento que ya había aparecido en textos anteriores: “A la derecha e

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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izquierda se extiende la ciudad reclusa, y a la calle citada se le ha dado el bonito nombre

de la Rambla” (Raposo, 1968: 61). Tanto la “Rambla” como el “Barrio Chino” aparecen

con frecuencia en todos los testimonios, así también como los “picaderos”, lugares

reservados para la extracción de piojos o las diferentes barracas destinadas a enfermería,

actividades culturales, etc. Esta intención de describir el espacio como un universo

concentracionario diferenciado se completa con la referencia a los diferentes tipos de

internados que lo pueblan. Desde las más disímiles regiones de España, el campo se

convierte en un diminuto mundo en el que todas las procedencias se congregan y

conviven.

El afán documental de estos testigos, que ven en sus producciones la posibilidad

de restituir a la historiografía una nueva versión de los acontecimientos pasados, repercute

en la representación del espacio. Es por eso que una de las particularidades que presentan

estos textos es la precisión en la clasificación de los distintos tipos de campos. En líneas

generales, los testigos hablan de los “campos de concentración”, pero se detienen en

delimitar las diferencias y especificidades que existen entre ellos. Tanto en El peso de la

derrota como en Memorias de un español en el exilio se insiste en marcar la disimilitud

entre “campo civil” y “campo militar”. Mientras en el primero las condiciones de vida

eran aceptables, en el segundo la alimentación y el trato a los internos eran mucho peores.

La seguridad estaba reforzada y era muy difícil la organización entre los refugiados. El

“campo civil” era, por el contrario, un espacio en el que podían desarrollarse actividades

organizativas y en el que era posible la solidaridad. Comenta el narrador de Memorias…:

“La organización que este campo llegó a montar, desconcertó por completo al mando

francés” (Raposo, 1968: 73). Es el espacio en el que el refugiado puede reivindicar las

virtudes republicanas, boicoteadas con la derrota y la retirada. Es éste el lugar idóneo en

el que se desenvuelven los narradores y desde el cual ponen en marcha sus actividades de

resistencia.

El narrador de El peso de la derrota nombra y describe otros tipos de campos que

ajustan mucho más las precisiones acerca de sus estructuras y funcionamientos. Menciona

el “campo de tránsito” y lo define como un espacio improvisado en el que “no hay agua,

ni comida, ni pan siquiera” (Bravo-Tellado, 1974: 58). Otro tipo de campo es el “refugio”

en Port-Vendres, primer campo en el que se observan algunos visos de organización.

Como alternativa a la denominación de “campos de concentración”, el narrador recuerda

los “campos de acogida”, aunque luego no repite esta expresión y la suplanta por la

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Por los caminos de la palabra 

276 

primera: “llegábamos a uno de los campos de acogida definitivos levantados por Francia,

de acuerdo con las autoridades republicanas. Estaba el de Argelès-Sur-Mer en plena

playa. Pero era pura miseria y por primera vez en mi vida sentía horror ante el mar”

(Bravo-Tellado, 1974: 93). Todas estas especificaciones no hacen más que contribuir a la

descripción completa y minuciosa del universo concentracionario del que ha formado

parte el refugiado español, lo cual constituye un punto central para considerar el

testimonio como un documento de relevancia historiográfica.

En cuanto a la representación del espacio en estos testimonios conviene recuperar

un debate anterior. Una postura insiste en entender el espacio concentracionario como un

“no-lugar”, es decir, siguiendo los planteos de Marc Augé en Non-Lieux: introduction à

une antropologie de la surmodernité (1992), como un lugar desprovisto de rasgos de

identidad y con el cual el sujeto no puede estrechar ningún lazo de pertenencia. Desde

este punto de vista el campo es un espacio vacío, asociado con la muerte, en el cual

solamente destacan las marcas de la violencia y de la opresión. La otra postura,

representada por ejemplo, por Francie Cate-Arries en Spanish Culture behind barbed wire

(2004), los analizaba como espacios activos y dinámicos donde los sujetos reunían sus

esfuerzos para reorganizar la resistencia y garantizar la supervivencia de los valores

republicanos. En el análisis de los testimonios publicados en los años cuarenta, era

posible trazar el recorrido que los mismos narradores delineaban desde la idea de un

espacio vacío, un “no-lugar”, que iba ganando identidad en el transcurso del relato, a fin

de permitir que el sujeto no sólo se resituara espacialmente, sino también que se

restablecieran las luchas que había sostenido hasta la retirada. En estos textos, publicados

a casi treinta años de los hechos, la tensión entre una y otra postura sobrevive con

sentidos renovados y en coherencia con las circunstancias histórico-políticas en que se

aparecen. Es interesante transitar ese proceso para identificar cuáles son esos significados

emergentes.

Las primeras descripciones del espacio conducen invariablemente a la noción del

“no-lugar”. Se dice en Memorias…: “Me dicen que esto es el campo de concentración.

Quedo horrorizado. Aquí no hay barracones, ni edificios, nada, nada… Arena, cielo, mar,

y una alambrada espinosa que retuerce el cuello al refugiado” (Raposo, 1968: 49–50). Lo

confirma el narrador de El peso de la derrota, quien comenta que “cuando llegamos cerca

de 200.000 personas [a Argelès-Sur-Mer] solo había dos inmensos terrenos, desérticos,

arenosos, yermos, inasequibles, húmedos, duros” (Bravo-Tellado, 1974: 108). Este lugar

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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vacío, solamente delimitado por las alambradas que lo recortan del resto del espacio y lo

definen como campo de concentración, es la primera impresión del sujeto, que coincide

con la sensación de ausencia que ha provocado la huida obligatoria del país. El sujeto que

llega, además de despojado de sus bienes materiales y de sus vínculos afectivos, está

desprovisto en ese lugar ajeno de cualquier referencia que lo conecte con su identidad. En

Memorias… el autor incorpora un puñado de ilustraciones dibujadas por él mismo entre

las páginas del texto. Todas ellas devuelven la imagen de los lugares en los que

permaneció durante esos años. Se trata en su mayoría de anchas extensiones –paisajes de

los Pirineos, el campo de concentración, algún plano, etc.– en las que no aparecen

personas. Ésta es la percepción del autor que se traduce en su testimonio.

Otro elemento que completa la imagen del “no-lugar” construida en el discurso es

la del viaje, es decir, el éxodo de Cataluña hasta la llegada a los campos de concentración

definitivos. Explica uno de los testigos: “No había tiempo, ni lugar para pararse o

retroceder. Todo estaba terminado” (Bravo-Tellado, 1974: 15). El recorrido cubierto

durante el éxodo se revela ante los sujetos como un proceso que va desde lo conocido (la

España que ha quedado atrás) a lo desconocido (Francia y el exilio) hasta alcanzar el

punto más alto de ausencia de referencias culturales. Esa transición que implica el viaje se

describe como un espacio muerto que representa la ruptura del sujeto con su espacio de

pertenencia. A través de la descripción pormenorizada de este viaje, el sujeto logra

verbalizar el proceso de desgarro y es también ese momento cuando el exiliado asume su

condición: “Nos apeábamos del paraíso. Un paraíso que entendimos conquistar a ciegas.

Un paraíso difícil. Lo perdíamos” (Bravo-Tellado, 1974: 17)

Sin embargo, la noción del “no-lugar” no se mantiene vigente a lo largo de los

textos, sino que se completa con otro posicionamiento que sostiene que los campos de

concentración fueron entendidos como espacios de lucha activos en los cuales se

reactivaron los valores republicanos. Y esto concuerda con los objetivos de la mayoría de

los testigos que escriben su experiencia para reivindicar a ese colectivo que había sido

oscurecido en los discursos oficiales. Tal como explican los mismos testimonios, el viaje

–la retirada– es el momento propicio para identificarse con el grupo de pares con quienes

se pone en marcha ese proceso. Los tres textos dan cuenta de ello, pues no se trata de un

viaje individual y privado, sino de una experiencia compartida que incluso se enuncia,

como se ha explicado anteriormente, desde la pluralidad del “nosotros”. Una vez

establecidos en los campos, la construcción del espacio de la resistencia se cumple en las

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Por los caminos de la palabra 

278 

instancias de organización conjunta. Cada uno de los textos se detiene en explicar que en

el “campo civil” se organizaban las más variadas actividades culturales y deportivas114.

Entre las primeras, se encontraban la disposición de bibliotecas, de conferencias y

debates, el dictado de variados talleres, así como también la celebración de conciertos

musicales, de conciertos de poesía y de representaciones teatrales. En cuanto a las

segundas, se organizaban torneos de fútbol entre los internados y con la participación de

los guardias de seguridad.

Otra información que los narradores eligen relatar para reflejar la actividad de los

internados dentro de los campos era la actitud hacia el trabajo. No sólo porque se les

encargó la construcción de una buena parte de los campos –barracas, alambradas

reforzadas, etc.–, sino también porque encontraron en el trabajo la posibilidad de

supervivencia. Cuenta el narrador de Memorias…: “Todos los que son capaces de rendir

su tributo de trabajo a la vida están en movimiento: zapateros, barberos, fotógrafos,

sastres… Todo el mundo tiene necesidad de ganarse la vida para mejorar su suerte…”

(Raposo, 1968: 143). De la misma manera lo registra el testigo en Los perdedores:

“Todos nos inscribíamos en las listas que hacían los franceses, anotando nuestras

especialidades laborales, con el fin de proporcionarnos un empleo” (Fillol, 1973: 15). Los

campos se convierten, según estas declaraciones, en espacios de resistencia dentro de los

cuales el trabajo se descubre como un elemento de dignificación que les permitía a los

internos mantenerse activos y construir una idea de futuro, aun conociendo las

condiciones adversas.

La presencia de los debates políticos dentro de los campos es otro signo que

denota la actividad de los internos. En cada uno de los testimonios se relata al menos un

episodio transcurrido en el campo que tenía por protagonistas a dos o más sujetos con

diferencias políticas. Generalmente, estas discusiones surgían ante alguna decisión

vinculada con la organización del campo o bien, ante algún intercambio de opiniones

sobre la situación internacional. Lo cierto es que la efervescencia política era un

condimento usual en la vida de los campos, lo cual contradice la imagen de derrota,

pasividad y arrepentimiento con que el gobierno franquista había construido la imagen del

exiliado español.                                                             114 “Menos mal que en este campo existen motivos para estar, por alguna causa, contentos. Hay una biblioteca pública para cuyos servicios están destinados dos barracones, uno para libros españoles, y el otro para libros extranjeros… La corriente cultural en este campo es muy elevada y el todo es muy digno y elevado” (Raposo, 1968: 141)

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

279 

Como se advirtió anteriormente, en estos testimonios se amplía el tiempo del

relato en comparación con los publicados en la década del cuarenta. Esto se debe,

principalmente, a que los sujetos incorporan secuencias narrativas en las que se observa la

participación de los republicanos españoles en los acontecimientos de la Segunda Guerra

Mundial. Es por eso que, además del campo de concentración, en estos testimonios

comienzan a aparecer otros espacios importantes para el sujeto. Por un lado, los destinos

del exilio, como es el caso de Venezuela en el texto de Vicente Fillol: “Mi vida en

Venezuela tuvo sus altos y bajos. Pero no me quejo de mi suerte… Doy gracias al destino

por haberme venido a Venezuela, por sentirme venezolano, aunque me enorgullezca de

hablar en mi idioma catalán” (Fillol, 1973: 198–200). Para un sujeto que, luego de haber

atravesado las más angustiantes vivencias, escribe desde el reposo del exilio, este espacio

posee numerosas connotaciones positivas. Una de ellas, quizás la más importante, ha sido

la posibilidad de reordenar su historia personal y articular la experiencia pasada en un

texto. El testimonio, desde este punto de vista, funciona también como un acto de

homenaje al país de acogida.

Por otro lado, España aparece como un espacio significativo para el refugiado. En

primer lugar, a través del relato de la repatriación, especialmente en Memorias de un

español en el exilio de Nemesio Raposo. El narrador cuenta que después de pasar algunos

años en los campos franceses, toma la decisión de regresar, avivada por el dolor de la

ausencia de su familia. Aunque la imagen de la España de la posguerra que se proyecta

desde este texto está todavía condicionada por los criterios de la censura, se percibe su

desencantamiento ante la realidad española. El narrador observa a algunos pobladores en

el tren: “Sus trajes y sus caras descubren alguna pobreza. No vemos caras alegres y

satisfechas” (Raposo, 1968: 288). En segundo lugar, los sujetos se refieren a la España

que quedó atrás, la que ya no existe sino en el recuerdo de los testigos. En Los perdedores

se construye una imagen particular de España que reaparece en otros textos y que tiene

que ver con la idealización del regreso. El testigo hace comentarios como el siguiente:

“Una vez que la guerra terminara, pensábamos los refugiados que entraríamos en España

como vencedores y que la gente nos recibiría con bombos y platillos” (Fillol, 1973: 306).

Esta representación de España como un espacio idealizado le sirve al sujeto para entablar

y sostener la relación con sus pares. Así, surge un concepto de nación muy preciso que

supone la identificación con los demás testigos con quienes comparte la vivencia del

exilio: “¡Cuán español se siente uno cuando está lejos de su patria! Hasta yo que siempre

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Por los caminos de la palabra 

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me sentí separatista catalán tomaba parte con pasión en estas polémicas de comparaciones

cursis” (Fillol, 1973: 33). Según estas consideraciones, el espacio, ya sea el geográfico o

el que pervive en el recuerdo del sujeto, colabora con la preservación de la unidad de los

republicanos en los campos.

5. Valor de los textos publicados durante los últimos años de la dictadura franquista para

la construcción de la historia del testimonio.

Los textos abordados en el presente capítulo constituyen una etapa de gran

relevancia en la historia del testimonio de los campos franceses. La línea narrativa

testimonial que había nacido casi en simultáneo con su apertura, ligada a un modelo

periodístico, se había visto notablemente restringida una vez clausurados los campos y

finalizada la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a partir de la segunda mitad de los

años sesenta reaparecen en España estos textos escritos por testigos vivenciales, sujetos

ahora a otras condiciones históricas. Esta reactivación se da en el seno de un fenómeno

editorial más amplio que incluye, por un lado, el inicio de los estudios sobre la cultura del

exilio español, así como también sobre la participación de republicanos en la Segunda

Guerra Mundial, y sobre la deportación a los campos nazis. Por otro lado, la aparición de

otras memorias sobre la Guerra Civil y/o las cárceles franquistas demuestran que los

testimonios de los campos conforman un subconjunto específico dentro del sistema de la

narrativa testimonial de esos años.

Fue posible observar en ambos niveles –textual y peritextual– la doble retórica que

despliegan estos textos. Por una parte, ofrecen elementos contundentes para analizar

cómo fueron utilizados políticamente para reproducir la retórica franquista de los últimos

años. La insistencia en la imagen del exiliado como un sujeto derrotado y arrepentido para

quien el exilio ha sido un castigo inevitable se suma a la voluntad de construir un discurso

asociado con la paz y la confraternidad, borrando la vinculación del Régimen con la

violencia represiva y con el pasado fratricida de la guerra. Por otra parte, los autores,

testigos de primera mano del éxodo, de la internación, del exilio y, en algunos casos, de la

repatriación, pretenden no sólo dar cuenta de su experiencia pasada, sino también restituir

a la historiografía la versión propia de los acontecimientos pasados. En ese sentido, los

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Contar el paso por los campos en las postrimerías de la dictadura franquista

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testimonios ponen en marcha una doble acción: la reordenación de la experiencia

personal, que constituye un paso importante para la reconstrucción del sujeto exiliado, y

la reivindicación de un colectivo silenciado en la historia oficial. De ahí que la propuesta

de este capítulo haya sido entender el cambio de dirección de los testimonios de estos

años con respecto a sus precedentes, desde un paradigma periodístico hacia la propuesta

de una apertura en el paradigma historiográfico que incluyera la voz de los vencidos.

Desde esta perspectiva, los autores entienden sus producciones como portadores de una

“verdad histórica” y como documentos que se proponen revisar las versiones

hegemónicas del pasado.

En cuanto al análisis discursivo, estos textos permitieron profundizar en los

caminos que eligen los narradores para representar la experiencia y en las estrategias de

construcción del “yo testimonial”. De este modo, se identificó un perceptible incremento

de la importancia de la subjetividad. Esos sujetos, que a través del recuerdo consiguen

retornar a las vivencias atravesadas al menos treinta años antes, se colocan en el centro de

la escena, lo cual amplía el espacio textual dedicado a la expresión de las emociones y de

los sentimientos con respecto a los textos anteriores. Alejados del rol de cronistas que los

obligaba a mantenerse, en la medida de lo posible, como observadores de la realidad y no

como protagonistas, en estos textos se hace explícita la dimensión heroica de los testigos.

Este heroísmo implica que el narrador, ubicado en el centro de interés de la escena,

emerge de su propio discurso resaltando algunas de sus capacidades más destacadas: la

habilidad para cambiar el rumbo de los acontecimientos, la resistencia a las condiciones

adversas que lo rodean y la autoridad suficiente para apelar al deber de memoria. En estos

años, el sujeto de los campos, narrador de los testimonios, comienza el proceso de

legitimación del testigo en la escena pública, un proceso que continuará de manera

creciente en los años posteriores.

También en cuanto a las estrategias de representación, se trató el tema de la

ampliación de la anécdota relatada en estos textos. Esto significa que en la mayoría de los

casos, el relato abarca un tiempo mayor a la sola experiencia concentracionaria, pues

incorpora secuencias de la participación de los testigos en la resistencia antifranquista, así

como también de la repatriación a España. De ahí que otra de las fortalezas de estos

testimonios sea el esfuerzo por incorporar el capítulo de la Guerra Civil y del exilio

republicano a los procesos histórico-políticos transitados en Europa a lo largo del siglo

veinte.

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Por los caminos de la palabra 

282 

Como en los anteriores, el espacio vuelve a definirse como uno de los temas

principales del análisis textual. Reaparece la contraposición entre el “espacio vacío”,

albergue de un testigo pasivo y vencido –asociado al concepto de “no-lugar”–, y el

“espacio lleno”, que entiende el campo como un lugar de actividad, de resistencia y

reorganización de los sujetos, un espacio dinámico en el que se recrean los valores

republicanos. Esto, que ya había sido advertido en los textos precedentes, conforma una

característica específica de la representación del espacio en los testimonios de los campos

franceses. Asimismo, los textos de estos años ofrecen nuevos elementos para reflexionar

acerca de la dimensión espacial, especialmente en lo que concierne a la mención y

tratamiento de los lugares del exilio. Comienza a despuntar en estos la importancia de los

espacios de recepción –los países de acogida– como posibilidad para hacer efectiva la

escritura, un tema que reaparecerá posteriormente hasta convertirse en otra nota particular

de esta narrativa.

En resumen, los testimonios que se publican en los últimos años del gobierno

franquista destacan por continuar la línea narrativa abierta treinta años antes, no

necesariamente ligada a ámbitos literarios o criterios estéticos, y por poner de manifiesto

el interés por construir la memoria de los campos y del exilio español, un proceso que no

se ha detenido hasta la actualidad.

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CAPÍTULO 6

DE TRANSICIONES. EL TESTIMONIO DE LOS CAMPOS EN LOS PRIMEROS AÑOS

DE LA ERA POST-FRANQUISTA

1. El fin de la dictadura franquista: suspensión de la censura y relevancia de la voz

testimonial

A partir de 1975 se le dio impulso a un proceso de transición política que tenía

como objetivo construir una democracia inorgánica, plural, con participación política y

representación parlamentaria (Aguilar Fernández, 2008: 234). Si bien ya desde dentro del

régimen se habían iniciado algunas transformaciones115, la muerte del Caudillo promovió

la aceleración de tal proceso. Sin embargo, previo a las decisiones sobre el futuro político

del país, se imponía tomar una acerca de cómo hablar del pasado, un tema que colocaba

en aceras enfrentadas a los diferentes participantes de los intentos de reconstrucción

política española. De acuerdo con esto, explica Santos Juliá que “el pacto entre fuerzas de

la oposición y las procedentes del régimen exigía la apertura de un proceso constituyente

                                                            115 Santos Juliá recuerda que a medida que se fue evidenciando la prolongación de la dictadura franquista, “pequeños grupos de monárquicos, tradicionalistas, católicos, falangistas, comenzaron a distanciarse del régimen y acercarse a los núcleos activos de los derrotados… Cuando en 1975 murió Franco, existía una larga historia de contactos, negociaciones y pactos entre disidentes del régimen y fuerzas de la oposición que se remontaba a los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial” (Mainer y Juliá, 2000: 32)

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Por los caminos de la palabra 

284 

que sólo podría sostenerse en una previa amnistía general” (Mainer y Juliá, 2000: 35). Es

así que el 15 de octubre de 1977 se proclamó la Ley de Amnistía, cuyo primer artículo

declaraba que quedaban exentos de responsabilidad todos los actos con intención política

–delitos y faltas– realizados con anterioridad al 15 de diciembre de 1976. Evidentemente,

como sostiene Paloma Aguilar Fernández, “la idea de reconciliación nacional, entonces

considerada como el pilar básico sobre el que debía edificarse el nuevo régimen

democrático, estaba inextricablemente ligada a los términos olvidar, enterrar, borrar y

superar” (Aguilar Fernández, 2008: 303)116.

El tema del olvido asociado al pasado español de la Guerra Civil y la dictadura ha

suscitado polarizadas polémicas. Por un lado, posturas como la de Santos Juliá, quien

defiende que el olvido fue conveniente para construir una democracia saludable, aunque

matiza el concepto. Se alude frecuentemente a que el pasado español fue hundido en la

amnesia, y se la compara con el concepto de amnistía presente en el marco jurídico de

1977, debido a su parentesco etimológico. Santos Juliá desmonta tal relación,

proponiendo que, mientras la amnesia implica callar completamente el pasado o “caer en

el olvido”, la amnistía consiste en “echar en olvido” los recuerdos dolorosos para

construir el consenso democrático: “echamos al olvido cuando lo que se trata de afirmar

es la voluntad de que algo sucedido en el pasado, y de lo que conservo muy vivo y hasta

doloroso recuerdo, no contará en el futuro” (Juliá, 2003: 17). Recuerda también que, lejos

de que impere el silencio sobre los acontecimientos pasados, mucho se ha escrito y se

sigue escribiendo sobre ellos. Por ello, revisa las transformaciones de la imagen del

pasado en tales discursos, para desplazar la pregunta sobre qué se ha escrito, hacia otro

cuestionamiento más profundo: cómo y con qué intención se ha hecho. Su conclusión es

que el proceso de transición no comenzó en 1975, sino mucho antes, en las diferentes

representaciones de la guerra que confluyeron en los grupos de disidencia que datan desde

finales de la década del cuarenta, “en los acuerdos firmados entre disidentes del

franquismo y partidos de oposición desde 1948” (Juliá, 2003: 19). La transición, según

este planteo, “consistió en que la decisión de una mutua amnistía por el pasado se amplió

                                                            116 En el caso argentino, tras la dictadura militar que ocupó el poder entre 1976 y 1983, Beatriz Sarlo ha identificado la misma tensión en cuanto a las decisiones sobre cómo elaborar el pasado y encarar el proceso democrático, y ha llegado a una conclusión general que puede ponerse en relación con la experiencia española: “Como es evidente, el campo de la memoria es un campo de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pasar a otra etapam cerrando el caso más monstruoso de nuestra historia” (Sarlo, 2005: 24)

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

285 

en sólo unos meses desde lo ocurrido en la guerra civil a todo el tiempo de la dictadura”

(Juliá, 2003: 20) 117

En relación con el olvido, Ricard Vinyes sostiene una posición diferente, pues,

aunque está de acuerdo en que hacia el final de la dictadura se suprimieron las

limitaciones para hablar, escribir e investigar sobre el pasado, agrega que el abuso que los

discursos oficiales hicieron de palabras como “reconciliación” y “consenso” –sumado al

miedo de revivir los conflictos pasados–, derivó en la restricción del diálogo entre las

diferentes memorias involucradas. Esto provocó la reducción de tales conflictos al

espacio de lo afectivo y lo nostálgico, o en otras palabras, la privatización de la memoria.

Explica el autor que

en realidad, nadie echó nada al olvido. La consecuencia de ese miedo compartido e

inducido fue la privatización de las memorias. Cada uno debía habitar con la suya, como

si de un acto de cortesía democrática se tratara frente a la vulgaridad impertinente de

compartir públicamente las memorias de los conflictos, temores pretéritos y anhelos…

Privatizar no fue –ni es– otra cosa que hacer aflorar la memoria de la historia y

despojarla de sentido, anular su presencia del empeño colectivo (Vinyes, 2009: 16)

El mayor problema advertido por Vinyes, que proviene directamente de las

decisiones políticas tomadas durante estos años transicionales, es que dicha privatización

y la falta de proyectos oficiales de reivindicación moral de los vencidos conllevaron un

notable retraso en la resolución de los conflictos de memoria que perviven hasta la

actualidad. Dicha demora ha colaborado con la activación de las demandas sociales de

testimonios, provenientes de todas esas memorias, divergentes y en continua

confrontación. Así lo comprueba el creciente proceso de publicaciones de textos

autobiográficos que relatan episodios de la guerra, la posguerra, los campos de

concentración franceses, etc., vehiculados a través de múltiples soportes, y sobre cuyas

causas y efectos se profundizará más tarde.

                                                            117 Carolyn P. Boyd también explica este proceso según el cual sujetos de disímil ideología se acercan en el momento de la construcción del proyecto político que estaba en juego: “El mito excluyente de la guerra como una cruzada contra la ‘anti-España’ se metamorfoseó en un mito incluyente de una tragedia colectiva redimida por la reconciliación, la paz social y la prosperidad. Como esta memoria de la guerra alcanzó progresivamente la hegemonía, sirvió de base para la transición consensuada a la democracia tras la muerte de Franco” (Boyd, 2006: 88)

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Por los caminos de la palabra 

286 

En cuanto a la discusión acerca de si efectivamente se cumplió este pacto o si, en

cambio, ha habido una exuberancia de discursos sobre ese pasado, Paloma Aguilar

Fernández ofrece una tercera postura. Explica que no se puede negar que el pasado bélico

estuvo presente en toda la transición, especialmente en cuanto aleccionador del presente.

Sin embargo, precisamente porque ese recuerdo era traumático, hubo varios temas que se

tomaron con cautela o que directamente fueron evadidos. Entre ellos, menciona que

no se rehabilitó simbólicamente a los vencidos de la Guerra Civil ni a los represaliados

por el franquismo; las fuerzas políticas de la recién estrenada democracia no aprobaron

una condena a la dictadura; y algunas de las cuestiones delicadas del pasado fueron,

cuidadosamente, alejadas del debate político (Aguilar Fernández, 2008: 344).

En definitiva, estas precauciones que evitaron el inmediato debate sobre la

violencia del pasado provocaron la no consecución de un proyecto que consistiera en la

ruptura democrática, la cual, según explica Pere Ysàs, pusiera en marcha un cambio

pacífico, un sistema democrático fundamentado en la soberanía popular y un

reconocimiento inmediato de derechos y libertades (Ysàs, 2009: 404). La falta de esas

políticas que restituyeran simbólicamente al vencido fue advertida de inmediato en

algunos textos que proponían la apertura de las perspectivas historiográficas dominantes y

que hacían uso de la voz de los testigos pertenecientes al colectivo de los “vencidos” para

practicarla. Un ejemplo es Los derrotados y el exilio de Eduardo Pons Prades, en el cual

el autor se refiere a la dificultad de ejercer una crítica a las acciones del franquismo de

acuerdo con las condiciones políticas y sociales imperantes en esos años. Ante la

discusión acerca de cómo hacer la “verdadera” historia, es decir, una historia que

convocara a todos los sectores involucrados –vencedores y vencidos–, el autor avanza que

esto era muy poco posible “no ya tan sólo porque el régimen franquista fue personal, sino

también, y ante todo, porque descansó sobre una masa importante de inhibiciones y de

actitudes cobardes por parte de quienes hicieron posible su victoria” (Pons Prades, 1977:

11). Hace el autor un examen de su presente y parte desde esta acusación para plantear el

estudio sobre la derrota republicana, a sabiendas de que su texto incluirá la voz directa de

aquellos sujetos pertenecientes al sector de los vencidos que no se habían visto reflejados

hasta entonces en los discursos oficiales.

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

287 

Los derrotados y el exilio es sólo un ejemplo de cómo la historiografía, junto a la

literatura, el cine y el teatro, fueron los espacios a través de los cuales se canalizó el deseo

de hablar sobre la Guerra Civil y el exilio. Desde el punto de vista jurídico, ello fue

posible gracias a que, en 1977, se promulgó de la Ley 29/1977, cuyo propósito fue darle

un marco oficial a la suspensión de las medidas de censura. Este Real Decreto del 1 de

abril suprimía el secuestro administrativo de publicaciones y derogaba el artículo 2 de la

anterior ley, según el cual se sometía la libertad de expresión a los Principios del

Movimiento Nacional. No obstante, se mantenía la opción del secuestro administrativo en

caso de informaciones contrarias a la unidad de España, a la institución monárquica o a

las Fuerzas Armadas.

Como se ha analizado en el capítulo anterior, las narraciones testimoniales

publicadas en los últimos años del franquismo, a pesar de las presiones de la censura,

pugnaban por colaborar con la construcción de un nuevo paradigma historiográfico que

contemplara las versiones de los damnificados por la guerra y el exilio. Entre 1977 y los

primeros años de la década del ochenta, ya sin las manipulaciones del régimen, se

recrudeció la circulación de estas narrativas, a través de las cuales los sujetos respondían a

su necesidad de reinstalarse en la trama de los discursos sobre el pasado y también a la

creciente demanda social de testimonios.

Se publicaron memorias carcelarias, como por ejemplo: Republicanos de

catacumbas (1977) de Régulo Martínez. En este volumen el autor cuenta su experiencia

en las cárceles franquistas y las luchas clandestinas contra la dictadura. En los años

cuarenta había sido presidente de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y

militante de Acción Republicana y de Izquierda Republicana. Después de permanecer

largos años en prisión y luego de la muerte de Franco, participó de Acción Republicana

Democrática Española, el partido que surgió de la fusión de Acción Republicana y Unión

Republicana, cuya inscripción en el registro de partidos no fue posible sino hasta 1979.

Otro ejemplo de esta narrativa carcelaria es Memorias de un condenado a muerte (1978)

del libertario José Leiva, testimonio en el que el cenetista relata los últimos episodios de

la guerra civil y su paso por las cárceles. En cuanto a la narrativa femenina, se publicó

Desde la noche y la niebla (mujeres en las cárceles franquistas) (1978), de Juana Doña.

Se trata de un texto que, si bien está construido en tercera persona, se denomina “novela-

testimonio” (Doña, 1978: 15) y tiene un gran valor como precedente en la narrativa

carcelaria escrita por mujeres. La autora militó en el Partido Comunista Español y en

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Por los caminos de la palabra 

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1947 fue condenada a muerte, aunque se le conmutó la pena por treinta años de cárcel. En

1984 participó en la formación del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE).

También como parte del conjunto de la narrativa testimonial y concentracionaria,

aparecieron textos autobiográficos que relataban la experiencia de los españoles en los

campos del norte de África, como es el caso de Yo estuve en Kenadza: nueve años de

exilio (1983), de Deseado Mercadal Bagur, en el cual el autor relata su paso por Argel y

Kenadza.

Los testimonios de los campos de concentración franceses forman parte de este

sistema narrativo. En su seno tuvo continuidad e impulso la edición de textos como La

angustia de vivir, del periodista José Bort-Vela, o Asturianos en el destierro, del escritor

Celso Amieva, ambos publicados en 1977. Dos años más tarde, en 1979, apareció en

catalán la obra de Ramon Moral i Querol, Diari d’un exiliat. Fets viscuts (1936–1945),

quien había sido militante de Esquerra Republicana de Catalunya. Cabe mencionar

también que en 1978 Plaza & Janés reeditó La diáspora republicana de Avel·lí Artís-

Gener, que había aparecido por primera vez en 1975, cuando todavía no se había

promulgado la mencionada ley. Si bien este texto no es un testimonio en sentido estricto,

dado que no se refiere particularmente a la experiencia personal de un testigo de los

campos, es constante la presencia del “yo testimonial” a lo largo de la obra. El narrador la

funde en otros cientos de voces anónimas, o bien, en la cita de otras obras que han tratado

el tema de los campos, por ejemplo, de autores como Miguel Giménez Igualada o Agustí

Bartra. Por el valor testimonial que posee llaman la atención algunos aspectos de su

reedición, lo cual merecerá un comentario.

Este panorama heterogéneo de publicaciones testimoniales –encargadas de relatar

las diversas experiencias concentracionarias ocurridas en el pasado– en el que intervienen

sujetos de diversas procedencias ideológicas de izquierda (republicanos, socialistas,

comunistas y anarquistas, ente otros) da cuenta de la realidad política convulsiva de esos

años y confirma que, aunque el objetivo era combatir al franquismo y recuperar la vida

democrática, los años de la transición no se destacaron precisamente por el clima de

acuerdo y consenso. Debajo de ese propósito común, subyacían los proyectos políticos de

los diferentes partidos involucrados en las plataformas conformadas, así como también

los de otras militancias, como el anarquismo, que no eran reconocidas en el juego

democrático y que pugnaban por entrar en él. A partir de estos años y hasta la actualidad,

las tensiones políticas vibrarán en la base de muchos testimonios, lo cual se convierte en

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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un elemento de gran relevancia a la hora de reflexionar sobre las estrategias narrativas

que desarrollan los narradores y también sobre los sentidos que despliegan en sus textos.

Pero además de reflejar el ambiente agitado del escenario político luego de la

muerte de Franco, estas narrativas –y las lecturas que de ellas se efectuaron– también

comenzaron a irradiar los discursos de reconciliación que los representantes políticos

habilitaron como vía para la reconstrucción de la vida democrática. Uno de los

testimonios que interesan en este capítulo es La angustia de vivir, de José Bort-Vela,

editado por Revista de Occidente. La obra mereció una reseña en la revista Tiempo de

historia118. Bel Carrasco, su autora, alude a la ausencia de rencor que anima el relato: “A

lo largo de estos años de padecimiento, las imágenes de la guerra son para José Bort-Vela

presencia constante y motivo de profunda reflexión, libre de todo resentimiento o rencor

de derrotado” (Carrasco, 1977: 126). Y a continuación cita un fragmento del texto en el

cual el narrador se refiere a la imposibilidad de identificar a los verdaderos culpables de la

guerra: “¿Culpables? ¿Responsables? Todos, porque todos habían vivido en la euforia de

la República. Nadie, porque todos se habían confabulado contra ella” (Bort-Vela, 1977:

106). Estos textos constituyen un pequeño país en el mundo de los discursos que

circulaban en los años de la transición. Sin embargo, a través de este ejemplo se puede ver

cómo participaban tales producciones de la naciente retórica del consenso y de la

reconciliación que se erigió en esta etapa política.

Otro aspecto a tener en cuenta, considerando el lazo entre las publicaciones y el

particular momento en que aparecen, son las posibles consecuencias que provocó la ley

de 1977 en su contenido. Por ejemplo, ¿se restauraron expresiones que habían estado

prohibidas durante la dictadura franquista, tales como “fascismo”, “sublevación”,

“dictadura”, entre otras? O bien, ¿se hicieron públicas en estos discursos frases que años

anteriores hubieran herido la sensibilidad del régimen y que, por eso mismo, habían sido

voluntariamente disimuladas? Y aún más: ¿se incorporaron críticas directas al franquismo

y sus acciones en estos discursos? La lectura de los testimonios publicados en estos años

demuestra que la inhibición de la censura efectivamente permitió restituir un campo                                                             118 Esta revista, dirigida por Eduardo Haro Tecglen, se publicó entre 1974 y 1982. En el último número, correspondiente a julio-agosto de 1982, el director expresaba que el propósito de la revista era “relatar unos hechos que hasta entonces habían sido tergiversados, manipulados, deliberadamente utilizados para sostener una determinada política y el de aportar testimonios personales, relatos de testigos, análisis de nuestra más reciente etapa –la guerra civil, sus antecedentes, sus consecuencias–, completados por los de otros tiempos y otros países” (Haro Tegclen, 1982: 2). Este espacio concedido a los testigos puede haber sido la razón por la cual se incluyó una reseña de La angustia de vivir.

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Por los caminos de la palabra 

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léxico que el régimen había cuidado muy bien de ocultar a fin de disimular sus propias

responsabilidades. Los ejemplos sobran entre sus páginas. Por un lado, en La angustia de

vivir (1977) de José Bort-Vela, el narrador reflexiona sobre el inicio de la guerra: “Había

comenzado una guerra civil –incivil– que tanto había de pesar en la historia de nuestro

tiempo” (Bort-Vela, 1977: 37). Y luego relata: “Comenzó la lucha dentro del patio y de

las galerías del cuartel. Poco después fueron vencidos los insurrectos. Aún veo en el

centro del patio la cantidad de muertos hacinados después de la contienda fratricida”

(Bort– Vela, 1977: 37)119. La mención a la Guerra Civil como contienda fratricida fue una

de las expresiones contra la que más luchó el régimen, especialmente durante los últimos

años, cuando sus dirigentes pretendían limpiarlo de las acciones violentas cometidas en

aquellos años. Por otro lado, un personaje de La diáspora republicana exclama: “Por aquí

y con cuidado. Tenemos a los fachas a veinte metros” (Artís–Gener, 1975: 27). Ya en

1979 las críticas al fascismo estaban incorporadas a los relatos, como también lo prueban

algunos pasajes de Diari d’un exiliat. Fets viscuts (1936–1945) de Ramon Moral i Querol.

El narrador achaca la responsabilidad de su situación de refugiado en los campos

franceses a las acciones franquistas: “Por què estic tancat en un Camp ple de sorra i

filferrades i de cares negres que ens voltem? El Feixisme ho ha volgut. Qui és el

Feixisme? Què es aquesta bèstia humana?” (Moral i Querol, 1979: 89).

Asimismo, la exaltación del sentimiento republicano también se despliega sin

obstáculos en estos textos. En Asturianos en el destierro (1977) de Celso Amieva, el

testigo recuerda un 14 de abril en Argelès-Sur-Mer: “Llegó el 14 de abril y en el campo

floreció el entusiasmo republicano, contra viento y marea… Grandes mapas de España,

escudos de la República, periódicos murales… ¡Aún hay patria, Veremundo!” (Amieva,

1977: 28–29). El texto de Moral i Querol, a su vez, se hace eco de esta exaltación y la

relaciona con el pedido de reivindicaciones a los vencidos, lo cual queda subrayado a lo

largo de la lectura. Es así que la reaparición de este tipo de expresiones en los textos

publicados de ninguna manera es un dato menor, pues permite avanzar algunas ideas

acerca del posicionamiento de los testigos respecto de los acontecimientos que están

narrando. A diferencia de los textos publicados durante la vigencia de la legislación

                                                            119 También aparecen algunos fragmentos en los que se hace referencia a la sublevación de Franco en estos términos: “Yo llamé por teléfono al periodista Arturo Mori… cuando se empezó a hablar de sublevación militar en el Marruecos español” (Bort-Vela, 1977: 36), o bien, “Aquellos días de angustia, en que cada noche y cada mañana se esperaba la entrada de las fuerzas reaccionarias” (Bort-Vela, 1977: 50)

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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franquista, en estos testimonios no se tergiversa u omite la mirada negativa hacia el

régimen, el golpe militar o las represalias que sufrieron los vencidos durante la dictadura,

ni tampoco el fervor republicano de quienes, a casi cuarenta años de la experiencia, la

recuerdan y la escriben.

Estas observaciones desembocan en una cuestión central: considerando que en

estos textos hay elementos que funcionan como un termómetro de los cambios que se

experimentaban a nivel político y social en los primeros años posteriores a la muerte de

Franco, ¿es que acaso pueden ofrecer pistas para reflexionar sobre cómo continuó a partir

de 1977 el proceso de revisión del pasado que había comenzado tímido a mediados de los

sesenta y sujeto a las condiciones políticas que entonces lo limitaban? El análisis textual,

especialmente en lo que atañe a los procedimientos narrativos que se ponen en marcha en

el texto, o sea, los caminos que eligen estos narradores para contar la experiencia y para

inscribirse en sus relatos, pretenderá avanzar sobre estos interrogantes y completará estas

conclusiones parciales.

El capítulo anterior explicó cómo la voz de los testigos se había transformado

hacia finales de la década de los sesenta en un instrumento válido para acceder al

conocimiento histórico. Los testimonios de los campos franceses, entonces, se insertaban

en un modelo historiográfico y proponían la posibilidad de construir una nueva

perspectiva que incorporara la voz de los vencidos republicanos que hasta entonces no

habían formado parte de los discursos oficiales. Este proceso de legitimación de la voz

testimonial se afianzó a lo largo de los años setenta y participó activamente en el

surgimiento y desarrollo de la Historia Oral en el seno de las investigaciones. En términos

metodológicos, esta disciplina entiende que a través de las fuentes orales –testimonios,

entrevistas, etc.– es posible acceder a la verdad histórica, pues es en la experiencia vivida

de los individuos donde radica el conocimiento. Tal posicionamiento coincide plenamente

con el proceso de democratización de los actores de la historia (Wieviorka, 1998: 128)

que se vive en el contexto europeo, según el cual la sociedad identifica a los testigos –

especialmente en los “sin voz”, los excluidos– como los portadores de saberes únicos que

los ubican en el centro de la Historia.

En España, uno de los precursores de estos estudios fue el historiador inglés

Ronald Fraser, quien en 1979 publicó Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia de

guerra civil española. Escrito a partir de cientos de entrevistas realizadas a lo largo de

toda la geografía española entre 1973 y 1975, destaca como fortaleza la utilización del

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Por los caminos de la palabra 

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componente subjetivo para ofrecer explicaciones históricas. En el prefacio, el autor

subraya que “dentro de los conocimientos generales e incluso detallados que sobre dicha

guerra se poseen, un aspecto ha quedado inédito. Me refiero al aspecto subjetivo, a la

experiencia vivida por las personas que participaron en los hechos” Estos participantes

son personas “corrientes” a través de cuya palabra es posible acceder al “ambiente

intangible de los acontecimientos” (Fraser, 1979: 17). De esta manera, sin oponerse a los

abordajes históricos tradicionales, esta línea de investigación propone cubrir los

intersticios dejados por la historiografía de corte positivista que no se detiene en la vida

cotidiana de los individuos, sino en los hechos y en los documentos. También en relación

con los orígenes de la Historia Oral en España, Cristina Borderías explica que:

Como en otros países, la historia oral se inició en torno a un proyecto de recuperación de

la experiencia de las mayorías frente a las élites políticas; de la clase obrera y los

protagonistas anónimos además de los partidos y sindicatos. A este intento de rescatar a

los ‘olvidados’ de la historia subyacían interrogantes… ligados al peso de las

experiencias sociopolíticas de los años treinta, la guerra y el franquismo (Borderías,

1995: 117)

Las fuentes testimoniales resultaron de gran utilidad para abordar el tema de los

campos de concentración franceses. Así lo demuestra el libro de Louis Stein, Más allá de

la muerte y del exilio: los republicanos españoles en Francia, 1939–1955, publicado en

España en 1983, aunque la primera edición, titulada Beyond death an exile: the Spanish

Republicans in France, 1939–1955, estuvo a cargo de la editorial Harvard University

Press, en Cambridge. Si bien no se manifiesta directo deudor de las metodologías

correspondientes a la Historia Oral, sorprende la cantidad de voces de testigos vivenciales

que, procedentes de diferentes archivos, sustentan las descripciones y explicaciones dadas

por el historiador. El resultado es un amplio y completo estudio acerca del éxodo de 1939,

de las relaciones entre los exiliados españoles y la sociedad francesa, así como también de

la participación de los españoles en la resistencia antifascista y la liberación.

Es recién en 1989, año que excede el alcance de este capítulo, cuando aparece un

volumen que se declara explícitamente seguidor de las propuestas metodológicas de la

Historia Oral. Se trata de Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, de

Antonio Soriano. En el prólogo, el autor recalca que “se ha limitado a dejar hablar a sus

interlocutores, sin otro tipo de mediatización que las mínimas e indispensables referencias

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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espaciales y temporales, sin agregar ningún otro tipo de literatura a los testimonios

personales” (Soriano, 1989: 13). En el texto se incluyen testimonios de distintos testigos

del exilio, muchos de ellos supervivientes de los campos. El estudio está precedido por un

marco histórico que contextualiza e introduce las voces presentadas a continuación.

Destaca por su claridad y precisión estadística en cuanto al exilio y a la vida de los

republicanos en los campos de concentración. Antes de cada entrevista, el autor menciona

su nombre y su profesión, lo que transparenta el interés por ofrecer un panorama

representativo de los diferentes sectores de exiliados españoles.

Este brevísimo panorama demuestra que, a partir de los años setenta, la Historia

Oral comenzó a hacerse un lugar en el ámbito académico español, el cual ha crecido y se

ha afianzado hasta la actualidad. Paralelamente, permite calibrar el protagonismo que

asumió la voz de los testigos como elemento legítimo para conocer e interpretar el

pasado.

2. Un acercamiento al modelo literario: preocupación por la forma y crecimiento de la

dimensión individual

Si bien, como se ha explicado previamente, la voz del testigo encontró en los años

setenta su lugar como elemento de aproximación a la verdad histórica y nutrió numerosos

volúmenes en los cuales coexistían la narración y la descripción con la intención

argumentativa del ensayo histórico, hacia la década de los ochenta los testimonios de los

campos franceses comenzaron a mostrar señales de cambio en cuanto a la representación

de la experiencia concentracionaria. El síntoma más visible de esta transformación es un

incipiente interés por la forma de parte de los autores y demás participantes del proceso

de edición. Hasta entonces lo importante había sido el contenido, es decir, la recuperación

de los acontecimientos vividos por el sujeto y la reinserción de los mismos en la trama de

discursos históricos sobre el pasado español. En general, los textos se presentaban

desvinculados de la intención literaria, precisamente por el peligro de que se les

atribuyera la categoría de ficción. Sin embargo, en estos años se observan algunos

indicios de que surge cierta preocupación en los autores por la calidad de la expresión,

esto es, por los rasgos estilísticos del texto. La discusión se abre hacia dos aspectos

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Por los caminos de la palabra 

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interrelacionados. Por un lado, hacia la concepción que los mismos autores tienen de sus

producciones y de su rol como testigos tras cuatro decenios que los separan de la

experiencia; y, por otro lado, hacia la función que cumplen esos discursos en el espacio

público y en la construcción del pasado que todavía continúa activa. Estas observaciones

dejan planteada la hipótesis de que, en los umbrales de los ochenta, estos relatos

comienzan lentamente a despegarse del rótulo de “documentos historiográficos” que se

les había adjudicado desde mediados de los años sesenta y emprenden un giro hacia un

modo de representación literario, cuyas características deben precisarse.

Un síntoma de esta naciente transformación en el concepto y funcionalidad del

testimonio puede advertirse en las ediciones de La diáspora republicana, de Avel·lí Artís-

Gener. Cuatro veces fue editado este volumen: la primera, ya se ha comentado, fue un

encargo de Euros al autor en 1975, que además lo reeditó un año más tarde; la tercera vez

fue en 1978, en manos de Plaza & Janés; mientras que la última corresponde a su

inclusión en Obres completes de Tísner, publicadas en catalán por Editorial Pòrtic en

1994, específicamente en el tomo sobre narrativa testimonial. Aunque el contenido no

varía en ninguna de ellas, interesan particularmente algunas diferencias en el plano de los

elementos peritextuales registrados entre la primera y la tercera edición120. En la primera,

se nota el interés por subrayar el trabajo de investigación histórica que subyace en el

texto, definido en la solapa como el “producto de una larga indagación realizada en el

escenario donde se produjeron los hechos” (Artís-Gener, 1975). Se destaca que el autor

realizó un arduo trabajo de campo en cuanto a recolección de datos –entrevistas,

observación directa de los campos–, así como también una búsqueda exhaustiva en

diversos centros de documentación, tareas que le dan un alto relieve en cuanto a estudio

histórico. En cambio, en la edición de 1978, el criterio editorial decide sintetizar la

información y rescatar sobre todo rasgos estilísticos del texto. En la contracubierta se

explica: “El tratamiento del tema adquiere la forma de reportaje novelado, con

‘monólogos interiores’ que humanizan la carga de absurdo y horror del relato…” (Artís-

Gener, 1978). Si bien esto sólo podría deberse a una elección fortuita, es significativo que

la voz editorial elija presentar el volumen desde sus aciertos estilísticos, dejando en un

segundo nivel de importancia su valor como documento de interés historiográfico.

                                                            120 Se toman estas dos ediciones como referencias debido a que las otras no presentan problemas o singularidades en cuanto a los elementos gráficos y lingüísticos que acompañan al texto y que contienen significados valorables para el análisis.

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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Dos son las observaciones que se desprenden de este cambio de perspectiva. Por

un lado, el hecho de acudir al adjetivo derivado de “novela”, un término inherente al

campo de lo literario, para definir al texto en cuestión. La lectura de La diáspora… revela

que, desde el punto de vista del género, se encuentra a larga distancia de los rasgos

tradicionales que la teoría le atribuye a la novela, ya sea la menor o mayor carga de

ficcionalización, la peripecia de un repertorio de personajes que se desarrollan a lo largo

del relato, etc. Por otro lado, si bien strictu sensu no son “monólogos interiores” los que

aparecen en el cuerpo del texto (entendidos corrientemente como el libre discurrir de los

pensamientos del narrador), es significativo que se destaque por sobre los demás recursos

la intercalación de fragmentos, diferenciados a través del uso de la letra cursiva, para

describir pensamientos, aclaraciones y conclusiones del narrador como una de las

apuestas estilísticas del texto. Independientemente de si es correcta la denominación de

“novela” o de si el “monólogo interior” está bien o mal empleado, lo interesante es pensar

por qué la publicidad del volumen se centra en estos elementos pertenecientes al mundo

de lo literario, cuando lo habitual era destacar su calidad historiográfica. La adjudicación

de aciertos estéticos a un texto como La diáspora… pronostica una novedad que debe ser

atendida a fin de pensar desde dónde se están construyendo estos discursos en este nuevo

periodo histórico de España. Esto puede ser, entonces, un índice para pensar que en los

umbrales de la década del ochenta los testimonios de los campos, aunque persisten en su

utilidad como herramientas de conocimiento histórico, ensayan un giro desde un

paradigma historiográfico hacia un modelo literario en el que se manifiesta el interés por

la forma.

Existen otras pistas que añaden elementos a esta reflexión y que tienen que ver

tanto con la concepción que los autores poseen de su propia producción, como con el

amanecer de los estudios autobiográficos en España. Una de las obras publicadas por

estos años es Asturianos en el destierro de Celso Amieva. En el prólogo, el autor se

pregunta: “¿Libro autobiográfico? Sin duda. ¿Acaso podría no serlo?” (Amieva, 1977:

12). En La angustia de vivir, de José Bort-Vela, reaparece la misma expresión “Nos

ofrece Ariel un relato autobiográfico de nuestra guerra civil…” (Bort-Vela, 1977), en

alusión al pseudónimo utilizado por el autor. Hasta entonces, la palabra “autobiografía”

no había resonado habitualmente en los testimonios de los campos ni en los comentarios o

reseñas publicados sobre ellos, lo cual exige una atención especial. El concepto

“autobiografía” emerge y se adscribe al ámbito de los estudios literarios. Así lo prueban

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Por los caminos de la palabra 

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las formulaciones teóricas que la crítica literaria viene tejiendo desde la década del

cincuenta, aunque con mayor énfasis a partir de los setenta, en la pluma de diversos

investigadores, entre los que se encuentran Georges Gusdorf, James Olney, Karl

Weintraub, Paul de Man y, por supuesto, Philippe Lejeune. A él se le debe, en 1975, la

formulación del concepto de “pacto autobiográfico”, que supone el contrato que se

establece en la lectura de estos textos en los que existe una relación de identidad entre

autor, narrador y protagonista121.

En España, la inquietud por los estudios autobiográficos despuntó apenas iniciada

la década de los ochenta, aunque fue a lo largo de los noventa cuando se desarrolló de

manera sostenida en diversos espacios académicos, hasta conformar una de las áreas más

fecundas de la teoría literaria. Así lo confirman la organización de grupos de

investigación, congresos y las más diversas publicaciones sobre el tema122. Uno de los

epígonos de estos estudios ha sido José Romera Castillo. En La literatura como signo

hace un balance sobre el estado de la cuestión de los estudios hispánicos sobre

autobiografía para concluir en que “este tipo de literatura íntima no ha merecido una

exégesis exhaustiva” (Romera Castillo, 1981: 26)123. Su aporte al volumen es el

desarrollo del tema de la literatura como signo autobiográfico, en el cual se propone

deslindar los rasgos específicos del género autobiográfico y construir una clasificación de

los diversos subgéneros –autobiografías, relatos autobiográficos de ficción, diarios,

epistolarios y memorias– ilustrados con ejemplos de la literatura española.

La aparición de la expresión “autobiografía” para definir estos textos, a finales de

los años setenta, y el surgimiento en España de dicho objeto de estudio invita a plantearse

las posibles causas de esta coincidencia. El hecho de que los testimonios en estos años

comiencen a definirse con palabras pertenecientes al campo de lo literario puede ser un

síntoma de que tales discursos se están reorganizando en torno a un modelo diferente del                                                             121 Un panorama representativo de los avances de los estudios sobre autobiografía hasta 1980 -el periodo que interesa en el presente capítulo- puede leerse en Autobiography: Essays Theoretical and Critical, editado por James Olney (1980)

122 Basta mencionar como ejemplo la creación de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona en 1994, bajo la dirección de la Dra. Anna Caballé, el cual ha promovido desde su creación la recuperación, lectura y estudio de la escritura autobiográfica, así como también ha nucleado a numerosos investigadores preocupados por este tema.

123 De hecho, el autor recuerda que la primera vez que se trató el tema en el marco de un encuentro académico fue en 1981, en una de las sesiones del IV Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, celebrado en Madrid (Romera Castillo, 1999: 36)

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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historiográfico, más cercano a la representación literaria. Ocurre algo similar con las

expresiones “memoria” y “diario”. En cuanto a la primera, se puede decir que continúa

vigente como denominación de estos textos, como lo prueba, por ejemplo, el subtítulo de

La angustia de vivir, de José Bort-Vela, Memorias de un emigrado republicano español.

Hay que recordar que, si bien esta palabra cuenta con cierta trayectoria en el terreno de

los testimonios de los campos, es en estos años cuando comienza a formar parte del

repertorio de conceptos vinculado con los estudios literarios en España. Las memorias

fueron consideradas como uno de los subgéneros más representativos y definidas como

aquellos textos que “se centran sobre los acontecimientos que el escritor ha participado de

una manera activa o pasiva dentro de un contexto histórico” (Romera Castillo, 1981: 53).

La importancia del contexto histórico al que alude el texto, así como la condición de que

se trate de una vivencia personal del autor son los rasgos específicos que se le atribuyen a

esta forma y que coinciden con los textos aquí tratados.

En cuanto al “diario”, también forma parte de la nómina de formas autobiográficas

desde los primeros estudios en España y la expresión ya estaba presente desde los años

cuarenta en algunos testimonios de los campos franceses. Uno de ellos es el maxaubiano

Diario de Djelfa (1944), y otro, menos conocido, Diari d’un refugiat catalá (1943), de

Roc d’Almenara. Sin embargo, ninguno de los dos constituye un diario en sentido estricto

o como lo definió más tarde la teoría literaria, pues mientras que el primero es un

poemario, el segundo está constituido por textos fragmentarios de un cuaderno

manuscrito que el editor, Jordi Arquer, recibió en Francia de manos del autor, un

republicano que había estado en los campos y que se disponía a regresar a Cataluña. En

cuanto a la recurrencia de este concepto en los testimonios de los campos publicados en

los años setenta, sobresale Diari d’un exiliat. Fets viscuts (1936–1945) (1979), escrito por

Ramon Moral i Querol. Efectivamente, este texto sigue la estructura de un diario, dado

que la escritura va acompañando a los acontecimientos mientras van transcurriendo. Las

marcas de fechas y lugares confirman este seguimiento, pues el texto abarca desde

diciembre de 1938 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

Otras pistas para avanzar sobre este reordenamiento de los testimonios en torno a

un modelo literario tienen que ver con la concepción que los mismos autores poseen de su

actividad. Al describir su tarea como escritor, Celso Amieva explica:

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Por los caminos de la palabra 

298 

Ya llegará el historiador profesional, el que no será a la vez juez y parte. ¿Garantía de

ecuanimidad y exactitud? Cabe desearlo. Pero el nada científico cronista-actor metido

hasta el cuello en su materia prima puede resultar más expresivo que el muy científico

historiador aséptico, ausente y distante en el espacio tiempo (Amieva, 1977: 11).

En este juicio, se está aludiendo no sólo a la capacidad de contar los

acontecimientos con fidelidad y precisión, como propugnaban testigos como Nemesio

Raposo o Vicente Fillol años atrás, sino también a la calidad, a la “expresividad” con que

este hecho se cumple. En definitiva, se está comenzando a trazar una línea de escisión

entre el discurso historiográfico, a cargo del historiador profesional, y la expresión

literaria, a la que se dedica el escritor testigo, quien ha vivido los hechos personalmente.

No obstante, cabe precisar que, por estos años, dicho proceso de apartamiento del

discurso historiográfico y de identificación con el discurso literario es apenas una

tendencia que se irá acentuando progresivamente. Es por eso que, en un mismo escenario,

conviven testimonios en los que es evidente la preocupación por la forma y la expresión,

con otros que todavía recuperan y conservan activas las motivaciones de sus antecesores.

Uno de los objetivos generales de los textos publicados en los últimos años de la

dictadura franquista era reivindicar al grupo de los vencidos a fin de procurar un lugar

para ellos en los discursos oficiales. Esta apelación se sostiene en el tiempo y se

reproduce en la voz del narrador de Diari d’un exiliat…, quien exclama en su última

frase: “Honor als caiguts! Protecció als vivents! Empara als desvalguts! Justícia per als

traïdor! Però dignitat, si no pietat, per als vençuts d’avui!” (Moral i Querol, 1979: 192). El

lector en quien está pensando el autor de este diario son tanto los historiadores como

aquéllos que deseen conocer el exilio desde la versión de los oprimidos, intención que

aparece subrayada en la contracubierta del volumen: “Tot plegat, fa d’aquest diari una

obra singular, d’un gran interés per als historiadors i per als lectors que vulguin conèixer

l’exili català des de l’óptica dels vençuts que no tenien influencia ni diners” (Moral i

Querol, 1979). La publicidad de este objetivo indica que el texto mantiene y alimenta

aquella intención reivindicativa que había nacido en los textos publicados en los años

sesenta. De hecho, el mismo autor se posiciona como continuador de esta línea

testimonial, puesto que, por ejemplo, declara haber leído las memorias de Nemesio

Raposo y, de alguna manera, las palabras se encadenan a las de su testimonio. Aún así,

existen en este testimonio ciertas características en el nivel de la expresión que permiten

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

299 

visualizar el proceso de transición hacia el modelo literario, lo cual será comentado más

tarde.

Todas estas apreciaciones reconducen la reflexión hacia la pregunta sobre quiénes

son los sujetos que se dedican en este momento a la narración testimonial. En primer

lugar, se observa que en estos años, algunos de los que se embarcan en la tarea de escribir

son sujetos vinculados con el quehacer literario y cultural. Celso Amieva, por ejemplo, se

había dedicado a la actividad literaria desde los catorce años. Si bien desarrolló la mayor

parte de su obra poética en el exilio, cuando llegó a los campos franceses ya tenía en su

haber una importante cantidad de poesías y narraciones publicadas en diarios y revistas.

José Bort-Vela, por su parte, aunque estuvo ligado al ámbito del periodismo y colaboró

con diversas publicaciones en España, se desempeñó como Lector de Español en la

Universidad de Belgrado, durante los años del exilio. Tanto en Asturianos en el destierro

como en La angustia de vivir se distingue una sensible preocupación por lo que significa

la escritura de un recuerdo traumático y por lo que supone la actividad literaria para la

supervivencia: “En estas horas de zozobra y de angustia pienso en los días tristes y

confusos de la emigración. Campos de concentración, compañías de trabajo. Y esto, que

es fácil de decir, no es fácil de contar” (Bort-Vela, 1977: 21). Los caminos de la

representación lingüística y las elecciones narrativas son objetos de reflexión para estos

testigos y además quedan plasmadas en la escritura.

En segundo lugar y vinculado con lo antedicho, sobresalen en estos textos una

visible simpatía y una gran consideración de los testigos hacia la literatura. Es así que se

suele suspender la narración de los acontecimientos para habilitar un espacio material

dedicado a la transcripción de poesías y canciones. Algunas son recordadas por los

testigos, en un acto de recuperación del folklore de la lucha republicana en la Guerra Civil

o de la vida en los campos; otras son escritas por ellos mismos, lo que confirma su interés

por la expresión literaria. Esto sucede incluso en textos que se declaran alejados de ella,

como lo es Diari d’un exiliat…124, en el cual el narrador habla de su afición a la escritura

de versos en su bloc de notas que siempre lo acompaña: “A la nit, abans d’adormirme,

recordo una poesia i m’aixeco per anotarla al bloc: Era nit, fantasiàvem… / Jo jugaba amb

les orelles / Tu miraves les estrelles… / i jo les veia més belles / amb tos ulls mig

desmaiats” (Moral i Querol, 1979: 30). Asimismo, en ocasiones ese espacio textual se

amplía hacia el relato sobre diferentes actividades literarias y culturales por ellos                                                             124 Lo manifiesta el autor en su prólogo: “no pretenc ésser un literat” (Moral i Querol, 1979: 8)

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Por los caminos de la palabra 

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desarrolladas. El narrador de Asturianos…, por ejemplo, recuerda su participación en las

tareas culturales realizadas en el campo de Barcarès, donde se organizaron diferentes

clases, conferencias, exposiciones, etc.: “Barral, joven lugarteniente de Méndez, fundó

con otros la Universidad de Barcarès, que disponía de un barracón-escuela en cada islote.

Barral sería profesor de filosofía; yo, de literatura” (Amieva, 1977: 33). El de Diari d’un

exiliat… hace lo propio al relatar su interés por la lectura: “Des de fa uns dies que em

dedico a llegir. Llegeixo molt. Devoro els llibres tant com puc. Em demano a tothom. He

llegit Baudelaire, Balzac, Mauriac, Murger…” (Moral i Querol, 1979: 90).

Por último, no hay que perder de vista que son cuarenta los años que median entre

la experiencia vivida y el momento de la publicación, lo cual incide en las motivaciones

que impulsan la escritura. Si en los años cuarenta la intención de los testimonios era

informar y denunciar una situación que estaba ocurriendo casi en simultáneo con la

publicación y luego, a mediados de los sesenta, los testigos pretendían recuperar la voz de

los vencidos e impulsar una apertura historiográfica que contemplara esta otra versión de

los acontecimientos, luego de cuatro décadas la misma voz de los autores deja entrever

que los años han cargado de nuevas significaciones el acto de escritura. A la recuperación

de la historia de los españoles republicanos en los campos franceses se le suman intereses

muy vinculados con la vida privada, emocional y afectiva de los autores. Esto queda

esbozado en los elementos peritextuales que avanzan y explican muchos aspectos

significativos de las narraciones. Por ejemplo, en el caso de La angustia de vivir, José

Bort-Vela confiesa en el prólogo que “esta obra se debe a mi gran amiga Luciana Brun,

que un día me pidió que escribiese algo de mi vida como exiliado político” (Bort-Vela,

1977: 9), una declaración que demuestra que los móviles de la escritura no sólo responden

a un deber ético de memoria, sino al orden de los privado, como es, en este caso, la

solicitud de una amiga que compartió parte del exilio con el autor.

Otro ejemplo lo brinda el testimonio de Celso Amieva, cuyo objetivo es recordar

especialmente a sus amigos asturianos, otro acto de homenaje íntimo a sus colegas y a su

lugar de pertenencia: “he aquí estos asturianos desterrados en Francia. En su libro, el

autor relata lo que él vivió, describe lo que él vio vivir, y relata y describe algo de lo que

vivieron y vieron compañeros suyos cuya veracidad le consta” (Amieva, 1977: 12). Para

estos testigos, no se trata solamente de escribir documentos históricos que cuenten la

“verdad” de los acontecimientos, sino que en ese acto se vean representados los

sentimientos que los atraviesan. Así, en estos textos el “yo testimonial” íntimo crece

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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considerablemente en relación con sus antecesores respecto del espacio textual dedicado a

las emociones. El mundo privado irrumpe en ellos para satisfacer las necesidades

expresivas de sus autores, lo cual delinea un giro en cuanto a la concepción que los

sujetos conservan de su función como testigos, así como también en cuanto al rol que

pretenden ejercer en el espacio de la recepción.

El crecimiento de la dimensión íntima del testigo en el discurso asociado a la

exploración de la forma y del valor estético del texto se puede rastrear en otros elementos

peritextuales, como por ejemplo en los títulos. Mientras que en publicaciones

testimoniales de años anteriores predominaba la expresión colectiva, es decir, la

representación de todo el grupo de exiliados en la vivencia de uno de ellos125, en algunos

textos de este periodo comienza a primar la apropiación personal de los acontecimientos y

el valor que revistió en particular para los testigos. José Bort-Vela hace hincapié en el

factor emocional al mencionar en su título la angustia, la zozobra y la pesadumbre,

sufridas durante el paso por los campos y las consecuencias derivadas de éste: el exilio, el

desarraigo, la inestabilidad económica, etc. Otros volúmenes acentúan el carácter

individual y privado de la experiencia a través de adjetivos posesivos, como es el caso de

Mis campos de concentración de Cesáreo De la Cruz y Gómez, obra que, además del paso

por diversos centros de acogida, incorpora recuerdos de infancia y de la vuelta a España

en 1941. Estas observaciones colaboran con la idea de que los testimonios de los campos

han iniciado un proceso de individualización de la experiencia que decanta en el

desarrollo de una una inquietud más concreta por el cuidado de la forma, en pos de

satisfacer esa necesidad de expresión.

Tales consideraciones en cuanto a los sujetos que escriben los textos, así como

también a la valoración que éstos poseen de sus producciones, cumplen un importante

papel a la hora de entender cómo intervienen estos discursos en la escena pública. Estos

testimonios contribuyen a fortalecer el lugar ganado por el testigo como instrumento

válido para acceder al pasado. No sólo debido al “valor de verdad” atribuible a su palabra

por el hecho de haber “visto” y “vivido” los hechos narrados, sino también porque ingresa                                                             125En la mayoría de los títulos de los testimonios precedentes se observa una perceptible despersonalización de la experiencia, que consiste en que la experiencia individual e íntima del sujeto testigo queda relegada por otros objetivos, ya sea la información y denuncia en los años cuarenta o la revisión histórica en los años sesenta. Como ejemplo, basta recordar algunos de aquellos títulos: Argelès-Sur-Mer de Jaime Espinar, Memorias de un español en el exilio de Nemesio Raposo, Los perdedores: memorias de un exiliado español de Vicente Fillol o El peso de la derrota de Antonio Sánchez Bravo y Antonio Vázquez Tellado.

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en las finas mallas del discurso una gran carga de subjetividad e individualidad que incide

notablemente en el acercamiento entre sujeto y experiencia, confirmándolo como

autoridad legítima para contar y justipreciar ese pasado vivido.

3. Los testimonios de los campos durante la transición hacia la democracia: la

representación de la experiencia concentracionaria y las estrategias discursivas del “yo

testimonial”

Las líneas hasta aquí trazadas pueden resumirse en que los testimonios de los

campos publicados durante los primeros años de la transición mantienen la intención de

recuperar la historia de los vencidos, a la que se le superponen otros propósitos surgidos

del orden de la vida privada y que cobran gran relevancia en la construcción del texto.

Asimismo, estos nuevos objetivos son solidarios con el desplazamiento de la función que

buscan cumplir los discursos testimoniales en el espacio de la recepción. En relación con

esto, se evidencia que los autores –vinculados desde diferentes puntos de vista con la

actividad literaria y cultural– manifiestan a través de sus palabras una serie de

necesidades expresivas que permiten reordenar los textos en torno a un modelo literario,

constituyendo los inicios de lo que podría denominarse la tercera etapa en la historia de

los testimonios de los campos. Estas observaciones se verán reflejadas en los caminos que

elijan los narradores para representar la experiencia vivida.

Se ha mencionado que los testimonios se alejan del modelo historiográfico en el

que se habían instalado sus precedentes. Para comprender mejor este proceso de

transición que experimentan estos discursos cabe preguntarse cuáles son las pistas

textuales más evidentes que indican este presunto alejamiento. Para ello, conviene trazar

algunas comparaciones con los testimonios precedentes, preferentemente aquéllos

publicados desde mediados de los sesenta y hasta el fin de la dictadura. El “yo

testimonial” es siempre la clave para abordar estos textos pues es el elemento central de

su estructura. En primer lugar, una de las características más comunes registradas en

textos como El peso de la derrota, de Antonio Sánchez Bravo y Antonio Tellado

Vázquez, o en La diáspora republicana, de Avel·lí Artís-Gener, era el cuidado con que

“yo testimonial” confirmaba la veracidad de los hechos relatados con otros documentos

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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(noticias periodísticas, documentos históricos, la palabra de otros testigos). En

testimonios como La angustia de vivir, de José Bort-Vela, así como otros

contemporáneos, esa rigurosidad se distiende. La recurrente cita a esas otras fuentes

documentales prácticamente desaparece, lo cual puede deberse a un factor decisivo, que

es la legitimación del testigo como sujeto de la narración y de la historia. Desde su

posicionamiento autorizado, no necesita confrontar su versión de los acontecimientos con

la voz de otros actores sociales, pues su condición de testigo directo lo avala por sí

misma.

En segundo lugar, naturalmente asociado con esto, se percibe una diferencia en la

función que los testimonios tienen en cuanto representación de un colectivo de

pertenencia. En los textos previos se estudiaron las transformaciones de la posición

enunciativa, las cuales consistían, entre otras, en que la primera persona del singular –el

“yo testimonial”– se convertía en un “nosotros”, desplazando el lugar de la enunciación

hacia el plural. De este proceso emergían varios sentidos puesto que aquellos textos

actualizaban el concepto de “comunidad imaginada”, acuñado por Benedict Anderson,

que supone la representación en el texto de todos aquellos republicanos exiliados que

habían atravesado la misma experiencia concentracionaria que el narrador. Si bien en las

publicaciones precedentes –y, como se verá luego, hasta la actualidad– sigue vigente

dicho concepto, hay que destacar que estos textos en cuestión inauguran nuevos sentidos

en la utilización del plural, vinculados con el mundo de lo privado y lo íntimo.

Otro de los rasgos que sobresalían en la construcción textual de los testimonios

anteriores eran los desajustes narrativos, visibles a través de errores de concordancia

verbal y de fisuras en la sintaxis de los textos. Estos problemas tenían que ver con los

caminos elegidos por los testigos para articular la experiencia traumática en un texto y

con el vínculo que establecían con ella. Teniendo en cuenta que han transcurrido casi

cuarenta años y que varios de los sujetos que se disponen a relatar el paso por los campos

se han desarrollado en el ámbito de la literatura o el periodismo, se advierte una

disminución de las dificultades para verbalizar la experiencia. Además, en algunos textos,

como La angustia de vivir o Asturianos en el destierro, se practican técnicas narrativas

cuya función no sólo es la representación escrita, sino también la incorporación de

reflexiones meta-textuales acerca de cuáles son los caminos posibles para contar la

vivencia y las razones por las cuales es necesario afrontar ese proceso.

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Por los caminos de la palabra 

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Para profundizar en las características de este momento de transición en la

escritura de la experiencia concentracionaria se han seleccionado dos textos que son los

que mejor ilustran los cambios que comienzan a perfilarse en estas narraciones

testimoniales. Se trata de La angustia de vivir, escrito por José Bort-Vela y publicado en

Ediciones de la Revista de Occidente, y de Asturianos en el destierro, de Celso Amieva,

editado por Ayalga. Un repaso de la biografía de sus autores devela semejanzas entre

ambos que merecen ser comentadas. En primer lugar, sobresale el compromiso político

que ambos autores asumieron a partir de la guerra desencadenada en España en 1936.

José Bort-Vela lo hizo a través del periodismo, ya que fue corresponsal de Solidaridad

Obrera de Barcelona durante la contienda. En tanto Celso Amieva, pseudónimo de José

María Álvarez Posada, tomó las armas en defensa de la República. En segundo lugar, los

dos atravesaron, como lo manifiestan sus testimonios, la experiencia de los campos

franceses al finalizar la guerra y en varios momentos de su vida se dieron a la tarea de

escribirla. También los dos transcurrieron largos años en el exilio: francés y yugoeslavo el

uno; ruso, mexicano y también francés, el otro. En los espacios de acogida, ambos

pudieron continuar su labor profesional e, incluso, fueron reconocidos públicamente,

como es el caso de Celso Amieva, quien recibió en Rusia la Orden de la Amistad de los

Pueblos, en 1985, por su trabajo como editor y corrector –primero en México y luego en

Moscú– de la agencia soviética de noticias Nóvosti. Entre tantas similitudes, no sorprende

que sus testimonios se hayan publicado en el mismo año, 1977, una vez desaparecido el

responsable de sus exilios, y cuando la memoria del exilio comenzaba tímidamente a

activarse y a impulsarse dentro del territorio español.

En cuanto a las decisiones tomadas para relatar el paso por los campos, así como

también otros acontecimientos de los que formaron parte, debe recalcarse que estos textos

actualizan el hecho de que el sujeto exiliado ha debido afrontar un proceso de dislocación

territorial que bien puede traducirse en la desestructuración de su identidad. Sus

producciones se proponen ser, a la vez que actualización de la vivencia, una oportunidad

para reconstruir su propio pasado y su identidad averiada. Asimismo, en relación con la

historia de la narración testimonial de los campos, cada uno de estos textos permite

subrayar algún aspecto de las transformaciones que van experimentando hacia los años

ochenta. Por un lado, las circunstancias de su publicación y recepción avanzarán algunos

datos acerca del lugar que comienzan a ocupar estos discursos en la esfera pública. Por

otro lado, acerca de la representación del sujeto en su propio discurso, cada uno aportará

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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pistas para seguir sobre la huella de esa transición hacia el modelo literario. Por ejemplo,

La angustia de vivir hace evidente la ampliación del espacio textual dedicado a la

exploración del mundo privado del sujeto, en tanto Asturianos… permitirá reconsiderar

un novedoso matiz de la dimensión colectiva que se construye en los textos desde los

primeros años de su aparición. Asimismo, ambos transitan recorridos en los que se pone

de manifiesto el desarrollo de técnicas narrativas efectivas para la representación de la

experiencia y para la satisfacción de las diferentes necesidades expresivas de los testigos.

3.1. La angustia de vivir (1977) de José Bort-Vela: exploración de la subjetividad y

despliegue de técnicas narrativas.

Se ha planteado que estos textos inician un camino de transición desde el modelo

historiográfico, a través del cual propugnaban una nueva versión de los acontecimientos,

hacia un modelo literario que habilita el espacio para la exploración del mundo privado

del sujeto. Las circunstancias de su publicación deberían, entonces, colaborar con este

planteo. El texto de José Bort-Vela fue publicado por Ediciones de la Revista de

Occidente, fundada por Ortega y Gasset en 1923 e interrumpida por el inicio de la Guerra

Civil. En 1963, José Ortega Spottorno, hijo del filósofo, retomó la tarea editorial

renovando el interés cultural y literario que había mantenido desde sus comienzos. Uno

de los objetivos de esta editorial era la publicación de textos escritos por autores no

necesariamente conocidos y de recepción débil, que de otra manera hubieran visto muy

limitadas sus posibilidades de circulación. Bajo esta consigna puede que La angustia de

vivir haya cubierto las expectativas y ostentado un lugar en la nómina de ediciones.

Se trata, según la presentación que se deja leer en la solapa, de un texto alimentado

por dos propósitos. Por un lado, colaborar en la recomposición del rompecabezas de la

historia española del siglo veinte a partir de las aportaciones de un individuo que

protagonizó los acontecimientos narrados; pero, por el otro, rescatar la importancia del

recuerdo personal y subrayar la calidad de la expresión de este sujeto. La publicación de

La angustia de vivir mereció un comentario en el diario El País en mayo de 1977. Jorge

Campos, autor de la reseña, destaca como una de sus fortalezas las capacidades técnicas

del autor. Menciona que su vocación y formación se han puesto en evidencia y han

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Por los caminos de la palabra 

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dotado a su testimonio de “toques literarios” (Campos, 1977), por lo que no resta honores

a las características estilísticas de su pluma y a su profesionalidad. Y es cierto que José

Bort-Vela, aunque dedicado al periodismo, coqueteó a lo largo de su vida con el arte y la

literatura. Antes de la Guerra Civil había sido profesor de Historia del Grabado en la

Escuela de Artes y Oficios de Madrid y había escrito algunos artículos sobre temas

inherentes a esta área. Luego de la guerra y ya en el exilio, siguió vinculándose a espacios

de publicación culturales y hasta fue convocado para trabajar como Lector de Español en

la Universidad de Belgrado.

Aunque en el subtítulo se lo define como “memorias”, en la reseña se recupera su

valor de testimonio, con lo cual ambos términos se entienden como intercambiables:

“Fundamentalmente es un testimonio. Es como una mirada hacia atrás, durante el largo y

trabajoso camino de la vida de un hombre” (Campos, 1977). Tal como lo expresa

Campos, si bien la experiencia de la internación es el núcleo temático principal en torno

al cual gira el relato, ésta abarca un periodo de tiempo mayor. El narrador incluye en el

relato desde su participación en la Guerra Civil hasta 1950, cuando se encontraba en

Francia, sometido a una desfavorable situación laboral. En esos años previos había estado

recluido en varios campos franceses y también había pasado por compañías de

trabajadores extranjeros en Normandía.

En otra reseña ya mencionada, publicada en la revista Tiempo de historia en

agosto de 1977, Bel Carrasco también lo define como “el testimonio personal de un

protagonista de la emigración republicana y una contribución más –en el plano de lo

microhistórico– a la reconstrucción del éxodo del 39” (Carrasco, 1977). Dos reflexiones

se desprenden de esta descripción: por un lado, la repetición del término “testimonio”

para definir este relato retrospectivo de un testigo indica cierta estabilidad del concepto en

la clasificación de estos relatos. Mientras que los precedentes fluctuaban entre el discurso

histórico y el autobiográfico, estos manifiestan solidez en cuanto a su tipología textual.

Por otro lado, se alude al plano de lo “microhistórico”, probablemente en oposición a la

historiografía tradicional, encargada de narrar y describir el pasado a nivel global, sin

incidir en la historia de los individuos.

Una característica común de la narrativa testimonial de los campos es la autoridad

que ejerce la primera persona del singular en el control de material narrativo. La angustia

de vivir no sólo no es la excepción, sino que presenta un “yo testimonial” mucho más

monolítico que el de los testimonios precedentes. En líneas generales, el relato está

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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dispuesto en dos ejes temporales: por un lado, el pasado de la Guerra Civil, los campos y

los años posteriores en las compañías de trabajadores extranjeros; y, por el otro, el

presente de la escritura, en el París de 1950. Sin embargo, la estructura del relato es más

compleja. El momento de la enunciación está fechado en 1950: “Hoy me he levantado

temprano” (Bort-Vela, 1977: 13). El narrador inicia el periplo por su pasado a través de

continuos saltos en el tiempo que van desde el presente de la escritura en París a los días

de la guerra, o bien desde la vivencia de los campos franceses al trabajo en las compañías

de trabajo extranjero, cumplido en Normandía.

La narración está formada, entonces, por un puñado de episodios que se van

conectando entre sí a través del impulso del recuerdo. Cada uno de ellos conforma un

eslabón de una cadena que el narrador engarza con cuidado. Pero la asociación entre uno

y otro no es accidental, sino que se rige por el sentimiento que provoca ese recuerdo en el

narrador: “En estas horas de zozobra y de angustia pienso en los días tristes y confusos de

la emigración” (Bort-Vela, 1977: 21). Y a continuación narra una de las anécdotas que

integran el testimonio, caracterizada principalmente por esa emoción que ha motivado su

recuerdo. Es de este modo como el relato va respondiendo a una motivación que surge del

espacio íntimo del sujeto testigo y no del orden cronológico de los acontecimientos, lo

cual constituye una novedad en la representación de la experiencia concentracionaria.

Otro nuevo elemento que introduce La angustia… es la puesta en discurso de las

dificultades que entraña el acto de escritura cuando se trata de vivencias traumáticas para

el sujeto: “Y esto que es fácil de decir, no es fácil de contar. ¡Hay tantos dramas

escondidos en estas breves expresiones! ¡Es tan largo de relatar! ¡Existen tantos detalles

dramáticos!” (Bort-Vela, 1977: 21). El hecho de que el narrador visibilice los obstáculos

que le suponen reordenar los acontecimientos vividos en el pasado lo lleva

perentoriamente a diseñar un procedimiento efectivo para organizar esa cantidad profusa

de anécdotas e integrarlas en un texto. El recuerdo es, entonces, el dispositivo a través del

cual el narrador accede a la memoria, el impulsor del acto de escritura y el elemento

articulador del discurso.

Del valor del recuerdo como estructurador de la narración se desprende otra

reflexión que tiene que ver con los propósitos defendidos por el “yo testimonial”. Los

testimonios concebidos como “fuentes documentales” o documentos de relevancia

historiográfica –aquellos escritos entre los años sesenta y hasta mediados de los setenta–

intentaban intervenir en el espacio público como actos de reivindicación colectiva. Esa

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Por los caminos de la palabra 

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estimulación mantiene su vigencia en el texto de Bort-Vela, aunque es en otro polo donde

se reconcentra la intensidad del relato. El exilio supone, también se ha dicho antes, una

dislocación territorial que se traduce en una desmembración de los rasgos de identidad del

sujeto. Entonces la intensidad del relato se reorganiza en torno a la rememoración de la

experiencia individual, por lo que el narrador, a través del ordenamiento particular del

material narrativo, está proponiendo, además, un reflejo del proceso de recomposición de

su identidad resquebrajada.

Se ha mencionado que otra de las novedades que presentan estos testimonios es el

espacio textual concedido a la exploración de la subjetividad y de la intimidad del testigo.

En La angustia de vivir esto se confirma en dos aspectos. Por un lado, en la imagen de sí

mismo que el narrador construye en el texto. En los testimonios precedentes era muy

escueta la información que se ofrecía sobre la personalidad y las cualidades de los

narradores. La narración de la vida privada, así como la expresión de los sentimientos y

las emociones, estaban muy contenidas y los narradores se mostraban reticentes a develar

sus detalles. Se privilegiaba el relato de los acontecimientos, su participación activa en

ellos y la relación con los pares, siempre con la intención de contar las circunstancias

desdichadas del exilio y la actuación de los gobiernos en el marco de la Segunda Guerra

Mundial. Sin embargo, se percibe en La angustia… una ligera transformación en cuanto a

la información que el narrador ofrece de su vida. Se trata de un narrador que destina una

buena parte del texto en describirse y diferenciarse del resto de las personas que en él

aparecen. Se detiene en aspectos solamente vinculados con su vida personal, como

demuestra el siguiente pasaje:

Mi edad, mis diez años de una vida de trabajos intelectuales; un ambiente propicio a mi

sensibilidad y a mi educación; una cualidad difícil de explicar: la sensibilidad de un

hombre de fina educación espiritual, que choca constantemente en un ambiente duro,

agresivo, hostil a toda belleza de espíritu (Bort-Vela, 1977: 17)

En el presente de la escritura, el París de 1950, el narrador relata las necesidades

económicas que atraviesa a causa de la falta de trabajo. La reflexión sobre el derrotero de

su vida y la alusión a sus inclinaciones se introducen a través de un relato que gana en

introspección. La experiencia se individualiza y deja en suspenso el relato de la

experiencia colectiva vivida en los campos.

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

309 

Por otro lado, un segundo rasgo que destaca de sí mismo es su capacidad

reflexiva, que también ocupa un espacio considerable en el espacio textual y que

contribuye a alimentar el carácter íntimo del relato: “¡Oh, los días de la cárcel! ¡Cuántas

reflexiones tuve que hacer! ¿Por qué estábamos allí? ¿Qué delitos habíamos cometido?”

(Bort-Vela, 1977: 22)126. Como éstos, diversos comentarios y meditaciones vinculados

con la condición del exiliado impregnan al relato de tintes existencialistas, que

jerarquizan el relato introspectivo sobre las acciones propiamente dichas. Al mismo

tiempo, el testimonio es en sí mismo un espacio fértil para la crítica y las opiniones sobre

los problemas políticos y sociales que acuciaron al país desde los años treinta, por lo cual

el narrador no se ahorra comentarios acerca de su posicionamiento político e ideológico.

Así lo prueban pasajes como el siguiente, en el cual habla sobre su actuación periodística

durante la contienda: “No renunciaba, ni renuncio, a nada de mi pasado republicano.

Todo lo dicho y escrito me parece justo y aun de actualidad. No quitaría ni una tilde, ni

una coma de todo ello” (Bort-Vela, 1977: 78). Se trata de un sujeto a quien su texto le

sirve como un instrumento de justificación de conductas y como un ejercicio de “memoria

ejemplar”. La escritura es el momento en que el testigo confirma su legitimidad como

agente activo de los acontecimientos, por lo cual dota al texto de toda la carga de

subjetividad que sea necesaria para ratificarlo.

Otro aspecto importante que se desarrolla en este testimonio es la delimitación del

“otro”, especialmente en lo que respecta a la descripción de los demás internados. Cuando

se refiere a ellos, la primera impresión que describe al llegar al campo es que “eran caras

escuálidas, demacradas por el hambre y los sufrimientos” (Bort-Vela, 1977: 59).

Conforme avanza el tiempo, esta posición de observador se prolonga y la descripción de

la vida en los campos de concentración –el comercio y la usura, los bulos, las relaciones

entre los internos– es abordada siempre en tercera persona. Esto demuestra que, aunque

sea un rasgo diferencial el crecimiento de la dimensión privada en el relato, el narrador

adopta una posición de observador para lograr un efecto de despegue y de alejamiento

con respecto a la vivencia que relata. Esto, probablemente, persiga el propósito de otorgar

mayor precisión a los datos ofrecidos, pues la función referencial y documental no deja de

permanecer activa en el testimonio.

                                                            126 En otra oportunidad, también durante su paso por la cárcel de Perpignan, alude a que “nos sirvió para mucha meditación y para conocer el mundo que no habíamos conocido hasta entonces” (Bort-Vela, 1977: 30)

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Por los caminos de la palabra 

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La construcción de la autoimagen del narrador en el texto no supone solamente un

caudal de información dispuesta para que el lector adquiera mayor conocimiento acerca

de su vida y personalidad, sino sobre todo una pista para comprender varias de las

cuestiones que se ponen en juego en la representación de la experiencia. Una de ellas

tiene que ver con las decisiones sobre cómo instalarse el testigo en su propio discurso y

los sentidos que vuelca en él. Estas observaciones han puesto en evidencia que la

manifestación de emociones y sentimientos, así como la descripción de aspectos de la

vida íntima, ha subrayado las nuevas necesidades expresivas experimentadas por estos

sujetos, a cuarenta años de la experiencia.

3.2. Celso Amieva y Asturianos en el destierro (1977): el valor de la literatura en la

representación de la experiencia concentracionaria

Tanto del texto como de las circunstancias de su publicación emergen algunas

señales que indican que, a finales de los años setenta, los testimonios de los campos

franceses comienzan a desprenderse del rótulo de documentos historiográficos y a atender

las necesidades expresivas de los sujetos que los escriben. Datos del contexto de

publicación y recepción, así como las características del “yo testimonial” y otros

componentes del relato, contribuyen a justificar esta idea.

Celso Amieva demostró a lo largo de su vida una fuerte inclinación literaria que

no se obstruyó ni con la guerra ni con el exilio. La retirada en 1939, el paso por los

campos de concentración, que en su caso se prolongó por más de tres años, y la

resistencia en el maquis fueron motivo constante en su obra poética. Así lo prueban

Versos del maquis y La almohada de arena, ambos publicados en México en 1960, y

Poeta en la arena, en 1964. El testimonio, es decir, la narración y descripción de los

acontecimientos “cuya veracidad le consta” (Amieva, 1977: 12), vinieron después de la

expresión lírica, de la elaboración artística de la vivencia desarrollada en los poemarios

mencionados.

Asturianos en el destierro relata la llegada del narrador a las playas de Argelès, así

como también el paso por diferentes campos de concentración –Barcarès, Arles-Sur-Tech,

entre otros–, su participación en el maquis y el derrotero por diferentes ciudades

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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francesas, hasta la preparación de su viaje a México, en 1953. En cada una de las etapas

cubiertas por el relato, se subrayan dos aspectos: la presencia de otros testigos,

especialmente asturianos; y el tiempo, la dedicación y la intensidad con que el narrador se

abocó tanto a la escritura de versos, como a la participación en actividades culturales del

campo. También ocupan un lugar de relevancia las opiniones vertidas sobre el pasado de

la guerra y la derrota republicana, así como las conclusiones personales emanadas de la

experiencia vivida.

El volumen se presenta como un homenaje del autor a aquellos compañeros de

retirada, de los campos y del exilio con los que compartió los acontecimientos vividos.

Esto hizo posible su publicación en la Editorial Ayalga, la cual, habiendo sido inaugurada

en 1976, se dedicó especialmente a la publicación de temas históricos y culturales

asturianos. La motivación principal del texto es honrar la memoria del grupo de personas

con las cuales el narrador vivió los acontecimientos y, por extensión, la de todos los

asturianos que se vieron obligados a abandonar el país por su apoyo a la causa

republicana. Así lo prueba la dedicatoria del volumen, en la que el autor menciona a

cuatro de sus amigos, naturales de diferentes pueblos asturianos, en representación de

todos los amigos y compañeros que recuerda entre sus páginas. Este propósito repercute

en la construcción del texto, especialmente en lo que concierne a la constitución de la voz

de la enunciación, el “yo testimonial”, tal como se observará a continuación.

Las novedades del testimonio que invitan a reflexionar sobre el sutil alejamiento

que emprenden del paradigma historiográfico se manifiestan, también en este texto, en

comportamiento de la voz narradora. El relato se postula desde la primera persona del

singular, aunque en ocasiones repetidas el pronombre singular se traslada hacia su

equivalente en plural. En los testimonios anteriores se explicaban los diferentes

significados que emergían del uso del “nosotros”. Entre otros, se advertía su utilidad para

referirse a un grupo de republicanos más o menos amplio y definido, pero que en todos

los casos actualizaba el concepto de “comunidad imaginada”, en referencia al lazo de

pertenencia a un espacio que unía a sus integrantes. En Asturianos…, si bien no se

desestima ese uso del plural, lo cierto es que en la mayor parte del texto la referencia al

colectivo se modifica significativamente, pues adquiere relevancia en tanto representación

de un grupo limitado de personas definidas principalmente por su procedencia asturiana,

con las cuales el testigo ha entablado una relación de amistad. Conforme va cambiando su

situación, el testigo relata cómo busca reagruparse en la medida de lo posible con

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Por los caminos de la palabra 

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compatriotas asturianos. Hasta llega a lamentarse cuando se encuentra sin su compañía:

“Pasaban los días sin localizar yo a un solo asturiano” (Amieva, 1977: 59). Cada vez que

el “yo testimonial” se expresa en plural, deja entrever que se está refiriendo a un grupo de

pertenencia en particular y que sus integrantes son todos por él conocidos. Lo

significativo es que el narrador elige efectuar un recorte de ese conjunto en función de sus

vinculaciones afectivas. El énfasis del testimonio está puesto en el recuerdo de las

personas que conoció durante esos años de retirada y campos127, que son los

representantes de esa “comunidad imaginada” a la que aluden los testigos. Es por eso que

el valor de documento historiográfico no queda anulado, pero sí algo relegado en función

de las necesidades del sujeto nacidas de las emociones que lo afectan y de los

sentimientos que lo movilizan.

Como en La angustia de vivir, también en este testimonio la abundante

información sobre el narrador refleja la voluntad de construir en el texto una autoimagen

definida y diferenciada del resto de los exiliados. El rasgo más importante es, quizás, su

afición a la poesía y sus inquietudes culturales. Entre otras anécdotas, relata la alegría que

le provocó la apertura de una biblioteca en Barcarès, impulsada por una altruista señora

francesa, gracias a la cual leyó a Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Anatole France

(Amieva, 1977: 99). La expresión artística ocupa similar rol en su vida y significa una

tabla de salvación en las situaciones adversas vividas en el campo: “yo me refugié en la

poesía, hasta que me faltó papel” (Amieva, 1977: 57). Es quizás por esta razón que la

poesía ocupa un lugar de privilegio en su testimonio y un elemento en la representación

de la experiencia concentracionaria, lo cual se evidencia desde distintos puntos de vista.

Por un lado, el narrador recupera y difunde en su texto el folklore de los campos

de concentración. Para ello, se detiene a transcribir algunas de las canciones y poesías

gestadas por los mismos internados: “Comenzaba ya el folklore de los campos de

concentración, que llegaría a ser copioso. Véase una muestra: Somos los pobres

refugiados / a este campo llegados / después de mucho andar /… Bultos, macutos y

maletas, / chabolas incompletas, / arena y mal olor…” (Amieva, 1977: 27). Así, a medida

que va relatando los acontecimientos, los suele acompañar con estrofillas que nutrían el

romancero de los campos. Así también, recuerda la presencia de algunas personas amigas,                                                             127 Las alusiones a la relación de amistad que lo unían a otros sujetos abundan en el texto, como por ejemplo: “Yo iba en busca de Sarmentero, único amigo que me quedaba” (Amieva, 1977: 56), o bien “Y de mi barraca salieron mis mejores amigos: unos a las fábricas tolosanas de aviación y otros en compañías” (Amieva, 1977: 55)

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quienes también tenían su lugar en la poesía. Es el caso del comunista asturiano Cristino

García Granda quien, según el narrador, “ya pertenece a la Historia y a la Leyenda. Y al

Romancero: Hace treinta años, nacía / entre Avilés y Gijón, / allá por Cabo de Peñas, /

entre Gijón y Avilés. / Así, pues, / ¿qué más señas? / Entre Gijón y Avilés… señas de

Cristino son” (Amieva, 1977: 170–171).

Es interesante el espacio que el narrador otorga a la transcripción de estas piezas

poéticas. Uno de los saldos de la internación de los republicanos españoles en los campos

franceses fue la abundante producción poética que contaba y cantaba los sucesos vividos.

Como prueba de este desarrollo han pervivido las publicaciones que se llevaron a cabo

dentro de los campos, por ejemplo, las revistas Barraca o Desde el Rosellón, así como

también diversos boletines de estudiantes. Estos documentos, además de exhibir la

preocupación de los internos y los diagnósticos de los hechos de la época, se distinguen

por la importancia que cobraba para los republicanos españoles generar espacios de

expresión. El hecho de que Asturianos… lo rememore en sus páginas denota el profundo

interés del poeta por reivindicar estas manifestaciones128. Pero lo significativo, es que, al

mismo tiempo que el relato rinde homenaje a la producción poética de los campos, se

nutre de aquélla para construir lingüísticamente la experiencia.

Por otro lado, el narrador mecha entre los párrafos de la narración alguna que otra

de sus propias poesías, siempre relacionadas con el relato que va desarrollando. Suelen

ser también actos de homenaje a compañeros de vivencias. El ejemplo más conmovedor

es el recuerdo de José Llera Suero, primo del autor y fallecido en el campo nazi de Gusen,

muy próximo al de Mauthausen, que en 1940, ya saturado de presos, pasó a llamarse

campo de Mauthausen-Gusen. Se trata de un romance que resume la historia de este joven

que valientemente se presentó al comandante del sector para pedirle un fusil y luchar

contra los franquistas. Luego de la guerra, estuvo prisionero en los campos franceses y en

el mencionado campo austríaco. Los últimos versos concentran el valor y propósito del

romance: “va José Llera, tu nombre / propagado por el aire. / Con tu nombre van tu

ejemplo, / tu martirio, tu romance.” (Amieva, 1977: 177). A través de estas inclusiones el

testimonio habilita el espacio textual a la memoria de los republicanos vencidos, ya sean

                                                            128 A propósito de las apetencias culturales de los internados, Jean-Claude Villegas recuerda que se concretaron en los campos actividades de edición y que Romancero gitano de Federico García Lorca fue uno de los libros reproducidos. Evalúa este acto como un “Emouvant témoignage de ce besoin culturel en milieu de captivité qui nous renvoie à ces autres camps ô combien plus sinistres où les internés tentaient de reconstruiré mentalement leur patrimonie culturel perdu” (Villegas, 1989: 137)

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Por los caminos de la palabra 

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los caídos en los campos franceses y nazis, o los que lucharon en la resistencia. Pero la

particularidad de este texto es la selección de sujetos ejemplares que son homenajeados en

el relato y que ocupan un lugar importante en el mundo afectivo del narrador.

No es la primera vez que el autor elige el camino poético en el relato; de hecho,

Asturianos… continúa una línea que ya había sido abierta por el autor varios años antes.

Como se ha mencionado, antes de éste, había publicado en el exilio mexicano La

almohada de arena (1960) y Poeta en la arena (1964). En ambos, el tema principal era la

internación de los republicanos en los campos franceses. Mientras el primero se trata de

un poemario, el segundo no sólo reúne algunas poesías que ya habían aparecido en el

anterior y otras nuevas, sino que cada una de ellas aparece glosada con fragmentos

narrativos en los que se rememoran anécdotas de los campos o se evocan historias de los

internados, una fluida convivencia entre la narración testimonial y la expresión lírica.

Asturianos en el destierro, es decir, el testimonio propiamente dicho, con valor referencial

y pretendidamente objetivo, llega más tarde, luego de que el sujeto haya elaborado

poéticamente su vivencia.

Por último, hay que destacar que en este texto se actualizan muchos de los tópicos

construidos en torno al exilio de los intelectuales españoles a causa de la victoria

franquista en 1939. Uno de ellos es el que surge en aquellos versos de León Felipe,

presentes en el poema “Hay dos Españas” de 1943: “y ¿cómo vas a recoger el trigo/ y a

alimentar el fuego/ si yo me llevo la canción?” (Felipe, 1967: 21), los cuales, si bien

fueron luego revisados por el propio autor, constituyeron uno de los símbolos más

representativos de la España Peregrina. Esta idea aparece en el texto del asturiano que,

vale aclarar, aparece cuando ya se encontraba fuera de los campos y durante el exilio. El

narrador cuenta que la escritura de versos ocupaba una buena parte de su tiempo y

comparte las palabras de su amigo Emilio Palacio, quien le manifiesta que, aunque en

España siguieran tachando a los exiliados de anti-españoles, la poesía de los españoles –

los asturianos, en este caso– estaba siendo escrita en el exilio: “Emilio Palacios me

escribía, dolorido: ‘Sí, Pachín, sí… Al parecer, somos la Antiespaña. ¡Pero los sainetes

asturianos se escriben en Perpignan! ¡Y los poemas de Llanes, en Guérande’” (Amieva,

1977: 204).

Otro de los tópicos que activa el testimonio de Amieva es la figura de Antonio

Machado como representante simbólico del exilio republicano intelectual. Esto lo cumple

a través del relato sobre cómo conoció la noticia del deceso del poeta: “L’Independant…

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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publicó una línea que él creía desdeñosa y que a mí me pareció lapidaria: ‘En Collioure

ha muerto Antonio Machado, poeta y miliciano español’. Y huí para estar solo, boca

abajo sobre la arena” (Amieva, 1977: 20). Francie Cate Arries recuerda que la categoría

de símbolo que reviste la figura de Antonio Machado nació casi en simultáneo con el

exilio mismo (Cate Arries, 2004: 34) y lo demuestra a través de numerosos ejemplos de

escritores exiliados que convocan este recuerdo entre sus páginas: Agustí Bartra, Silvia

Mistral, Eulalio Ferrer, entre otros tantos. Como explica la autora, Machado constituye

uno de los pilares sobre los que se asienta la memoria colectiva del exilio español y su

muerte en la villa francesa constituye uno de los mitos en los que este colectivo se

reconoce más claramente. El hecho de que este testimonio se haga eco de ese mandato, lo

incorpora en un sistema narrativo cuya razón de ser es la recomposición de la identidad

del exiliado español y la recuperación de la moral republicana.

La conversión del testimonio en un espacio fértil para el ejercicio libre de la

opinión no es un rasgo restrictivo de Asturianos en el destierro, pues se puede encontrar

en casi la totalidad de los textos que pueblan el corpus. Antes de 1976 las críticas se

centraban especialmente en las responsabilidades del gobierno francés ante la apertura y

las deficiencias de los campos, y de las instituciones republicanas en el exilio,

especialmente los servicios de evacuación y sus gestiones poco transparentes. Las

opiniones en contra del régimen franquista se dejaban deslizar, en la mayoría de los casos,

a través de eufemismos, lo cual se distendió de manera significativa a partir de 1977, con

el fin de la censura. Todas ellas conforman algunos de los temas más recurrentes del

repertorio de temas tocados por los testigos de los campos. Asturianos… no es una

excepción.

Sin embargo, además de éstas, asoman otras que surgen de la experiencia íntima

del sujeto y que, guiadas expresamente por esa motivación personal, no vacilan en

desmitificar a algunos de los más representativos del exilio intelectual. Es el caso de Pau

Casals, quien, según las palabras del narrador, rehusó ayudarlo económicamente: “Casals

me hacía saber que, por desgracia, la actividad del comité era reducida: sólo se ayudaba a

intelectuales” (Amieva, 1977: 97). Tal actitud es impugnada con la siguiente reflexión:

“Me pregunté… en qué grado el hambre de un intelectual podía ser más digna o menos

digna de compasión que el hambre de un soldado raso, de un jornalero, de un

campesino…” (Amieva, 1977: 97). Este ejemplo ratifica que el testimonio es para el

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Por los caminos de la palabra 

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testigo un instrumento vital de denuncia en el que su experiencia personal es la vara con

la cual medirla.

4. Valor de los primeros textos de la era democrática para la construcción de la historia

del testimonio

Estos testimonios fueron publicados en un momento decisivo para la historia

española de las últimas décadas, el proceso de transición hacia un sistema democrático.

Es por eso que el contexto de publicación, así como también los rasgos que los

identifican, han merecido una atención especial. En cuanto al primero, se describió en qué

medida la eliminación de la censura, formalizada a través de la promulgación de la Ley

24/1977, liberó la vía para expresar la crítica abierta al franquismo y para recuperar la

exaltación explícita de los valores republicanos que habían animado a los testigos.

El fin de la dictadura motivó el proceso de revisión del pasado que se había

iniciado un tiempo antes, lo cual, sumado a la relajación de la censura, animó el

movimiento editorial encargado de hacer circular las narrativas testimoniales

concentracionarias. Así lo prueba el panorama de publicaciones de memorias de la guerra

y de las cárceles franquistas, de testimonios de los campos del norte de África y,

evidentemente, de los campos del sur de Francia. Si bien el objetivo político a partir de la

muerte de Franco fue alcanzar el “consenso” y la “reconciliación” para propiciar la

estabilidad democrática –discurso que reproducen algunos testimonios y otros textos que

los comentan–, lo cierto es que los diferentes autores que dan forma a este espectro de

publicaciones, desde diversas ideologías y perspectivas, reflejan el contexto político

agitado en el que se debatieron las discusiones de la transición. Así también, esta

multiplicidad de voces da cuenta de los conflictos de memoria que se han desarrollado en

los últimos treinta años.

En cuanto al impacto de la legislación de 1977 en los textos testimoniales, se

subrayó la reaparición de un campo léxico que había sido voluntariamente disimulado

anteriormente y en el que se incluía la asociación entre franquismo y fascismo, dictadura,

sublevación, etc. Tal reactivación permitió introducir en estos discursos una serie de

discusiones en torno a la construcción de la historia y de la memoria del exilio, que, como

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

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se observará en capítulos posteriores, se vuelven mucho más complejas hacia los tiempos

actuales. Recién estrenada la democracia, el naciente dinamismo de las publicaciones

testimoniales sumó un punto más al terreno ganado por los testigos como elementos

legítimos y autorizados para el conocimiento de los acontecimientos pasados.

La lectura de los testimonios publicados en los últimos años de la década del

setenta reveló la presencia de algunos síntomas de cambio en relación con sus

precedentes. Teniendo en cuenta que, hasta entonces, el acento estaba puesto en el

contenido, es decir, en la verificabilidad del relato y en su carácter de documento

historiográfico, la señal más perceptible es el incipiente interés de los testigos-narradores

por la forma y la expresión. El ejemplo ofrecido por la reedición de 1978 de La diáspora

republicana, en cuya cubierta se resaltaban los aspectos literarios del texto, colaboró con

la hipótesis planteada.

Otro síntoma radicaba en la concepción que tanto autores como lectores poseían

de estos textos. Así, se observó, por un lado, la aparición del término “autobiografía” para

definirlos, justo cuando en España comenzaban a desarrollarse los estudios sobre la

Literatura del Yo que lo privilegian en sus objetos de estudio. Esto permitió reordenar

otros conceptos –“memorias” y “diarios” específicamente– que también forman parte

tanto de los estudios autobiográficos, como de las posibles denominaciones de los

testimonios. Por otro lado, la recurrencia de la expresión “testimonio” para definir estos

discursos refleja un nivel de estabilidad del género que hasta entonces no se había

producido.

El recorrido biográfico de los autores mostró que su participación más o menos

asidua en ámbitos culturales y periodísticos, así como su afición a la expresión y al

quehacer literarios, aportaban elementos de reflexión acerca de la concepción que ellos

mismos poseían de sus propias producciones testimoniales. En relación con los objetivos

perseguidos, se observó que al propósito general de recuperar la memoria de los que,

como ellos, habían formado parte del grupo de los vencidos de la Guerra Civil y habían

sido expulsados del territorio español, se le agregaron intereses emanados del mundo

privado de los testigos, de las emociones y los afectos. Es por eso que La angustia de

vivir explica que fue el recuerdo de una amiga personal del autor lo que motivó la

publicación de las memorias, en tanto que Asturianos en el destierro es un homenaje a

todos los asturianos damnificados por la guerra y el exilio que compartieron la vivencia

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Por los caminos de la palabra 

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con Amieva, en representación de los demás que se vieron involucrados y que también

son homenajeados en el relato.

En cuanto a la construcción textual, se establecieron comparaciones con los

testimonios precedentes y se señalaron algunas características generales que luego se

especificarían y/o actualizarían en los testimonios seleccionados. En primer lugar, se hizo

referencia a que la información ofrecida en el cuerpo del texto ya no es necesariamente

confrontada con fuentes periodísticas de la época o con voces de otros testigos. Éste, que

había sido uno de los rasgos distintivos de los textos publicados hasta entonces, se debilita

ante la legitimación del rol del testigo, quien ya no necesita avalar su discurso para que

tenga validez. En segundo lugar, se comentó acerca de la redefinición del uso del

pronombre “nosotros”, hacia el que se desplaza la primera persona del singular para crear

el efecto de discurso “colectivizado”. Este recurso, habitualmente puesto en marcha por

los testigos para referirse a la comunidad de los exiliados republicanos en general, se ve

condicionado en estos textos por el recorte subjetivo del testigo. Es en Asturianos…

principalmente donde se pone en evidencia que el narrador hace una selección particular

del grupo al que se refiere, es decir, que incluye en el pronombre “nosotros” a personas

con las cuales mantiene un vínculo afectivo, que son aquellas a quienes rememora dentro

del discurso.

El análisis de La angustia de vivir y de Asturianos en el destierro ofreció más

elementos para describir las transformaciones que surgen en estos testimonios. En cuanto

al interés por la forma y la expresión, La angustia… sobresalió en cuanto a la puesta en

marcha de técnicas narrativas. La confección de dos ejes temporales –el pasado de los

acontecimientos y el presente de la enunciación– y el valor del recuerdo como

estructurador del relato son dos de los logros que deben apuntarse en su haber. Ese interés

por la expresión conlleva también la exploración de la dimensión subjetiva del testigo. De

ahí que en uno y otro texto sea amplio el espacio consagrado a la expresión de los

sentimientos, de las emociones y del juicio crítico, sesgado por la experiencia íntima de

cada uno.

La consideración y relevancia de cuestiones literarias por parte de los testigos es

una novedad significativa en la escritura testimonial. En Asturianos en el destierro esto se

pone en evidencia, no sólo por la historia personal del autor que lo vincula

insistentemente con el mundo cultural y literario –lo cual también es relatado en el

testimonio–, sino también porque de manera recurrente la poesía acude a sus páginas. El

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De transiciones. El testimonio de los campos en los primeros años de la era post-franquista

319 

narrador recupera fragmentos del romancero de los campos y los coloca en boca de los

internados, para recordar la importancia de este impulso creativo que caracterizó al exilio

republicano español. También intercala sus propias producciones poéticas, dedicadas

generalmente a sus compañeros de los campos.

En resumen, estos textos provocan un giro que comienza a reposicionar la

narrativa testimonial de los campos en relación con la representación de la experiencia

concentracionaria y también con el modo en que estos discursos pretenden intervenir en el

espacio público. En cuanto a la primera, porque los testigos, para quienes la vivencia

ocupa ya un lejano lugar en su pasado, ensayan nuevas estrategias que les permiten cubrir

sus necesidades expresivas, entre las cuales la recomposición de ese pasado ocupa un

espacio privilegiado. En cuanto a lo segundo, porque ya no se trata solamente de

justipreciar su valor historiográfico sino de entender que, detrás de los datos y los

acontecimientos, existen subjetividades complejas que vuelcan en sus producciones todo

un mundo de emociones y sentimientos, cuyos trazos desean reflejar en la escritura.

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321

CAPÍTULO 7

TIEMPOS PRESENTES. EL TESTIMONIO DE LOS CAMPOS FRANCESES DESDE

LOS AÑOS OCHENTA Y HASTA LA ACTUALIDAD

1. La omnipresencia del testigo en los discursos sobre el pasado: memorias en conflicto y

conflictos de memoria

Los últimos veinticinco años han demostrado que los testigos ocupan un lugar de

creciente protagonismo en la escena pública a la hora de hablar sobre el pasado. Lo

comprueba el notable aumento de testimonios y demás textos construidos sobre la base de

voces testimoniales cuyos temas centrales giran en torno a la Guerra Civil, la dictadura

franquista y el exilio de los republicanos. Dentro del ámbito historiográfico, se mencionó

anteriormente el desarrollo de la Historia Oral en los años ochenta, un proceso que no ha

decaído desde entonces y que sigue enfrentándose a nuevos desafíos metodológicos129.

Así lo confirma la organización de grupos de estudio, la celebración de congresos, la

publicación de volúmenes sobre el tema y la edición de revistas científicas, tal como

                                                            129 Explica Cristina Borderías que “los años ochenta fueron los de la gran eclosión de la historia oral en España. A mediados de la década se esbozaron las iniciativas que han configurado el panorama de la historia oral de los noventa. Es entonces cuando se celebraron los primeros congresos a nivel nacional que pusieron en contacto personas y grupos y dieron a conocer una gran multiplicidad de proyectos en marcha en diferentes lugares de España” (Borderías, 1995: 120)

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Por los caminos de la palabra 

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Historia y fuente oral, editada por la Universidad de Barcelona y el Institut Municipal

d’Historia desde 1989 hasta 1995.

Por fuera de los límites del espacio académico, el testigo ha penetrado en gran

parte de la producción cultural española dedicada a estos temas. En primer lugar, muchos

de esos ejemplos se encuentran en la literatura. Novelas como Soldados de Salamina

(2001) de Javier Cercas, o La voz dormida (2002) de Dulce Chacón, por nombrar

solamente dos publicaciones que contaron con una generosa acogida en el público lector,

han manifestado su deuda con las voces testimoniales. El gran acierto del primero fue la

creación del juego entre ficción y realidad –de ahí que se le haya adjudicado el rótulo de

“novela-testimonio”130– para poner en el centro de la reflexión la posibilidad de relatar

fidedignamente el pasado. La génesis del relato da cuenta de un proceso de investigación

en el que destaca la recuperación de la palabra del testigo como valor central de las

entrevistas. Así también la segunda, quien logró un éxito de ventas con su obra, asegura

que para escribirla realizó un extenso trabajo de documentación y que para ello, explica:

“he consultado con historiadores, he leído muchos libros y, sobre todo, he recogido

muchos testimonios orales” (Velázquez Jordán, 2002)131. Aunque se trata de una ficción,

la autora reserva las últimas páginas para agradecer a sus entrevistados, colocándolos en

una posición central. Tanto una como otra forman parte de un perceptible “boom” de la

novela sobre la Guerra Civil, un término que explica la alta rentabilidad de que han

gozado muchas publicaciones que tratan este acontecimiento histórico. En el lenguaje del

mercado, se puede interpretar, como explica Vicente Sánchez-Biosca, que las editoriales

y los grupos mediáticos identifican en esta temática “las dosis necesarias de tensión

dramática para permanecer de moda” (Sánchez-Biosca, 2006: 16), de donde proviene la

clave de su éxito.

En segundo lugar, también en el mundo audiovisual han proliferado series

televisivas, films y documentales, no sólo sobre la contienda bélica y los conflictos que de

                                                            130 Miguel Barnet, escritor cubano y autor de Biografía de un cimarrón (1966), desarrolló, siempre pensando el contexto latinoamericano, el término de “novela-testimonio” o “novela testimonial”. Una de las afirmaciones que lo definen es que “la única manera en que un autor puede sacarle el mayor provecho a un fenómeno es aplicando su fantasía, inventando dentro de una esencia real” (Barnet, 1986: 292), máxima similar a la planteada por Jorge Semprún en L’écriture ou la vie (1994) en relación con la actividad literaria del superviviente.

131 Entrevista publicada en la revista Espéculo (Velázquez Jordán, 2002)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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ella se desprendieron, sino también sobre los años de posguerra y dictadura franquista132.

Los documentales han tratado no sólo esos temas, sino también la presencia de

republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial, el exilio y la internación en los

campos franceses. Debido a que la presencia de testigos se hace imprescindible para su

realización, cabe mencionar algunos de ellos, producidos en los últimos diez años. Un

ejemplo es la colección Memorias de la guerra civil (2003), constituida por cuatro

capítulos, a saber: Exilio: el exilio republicano español (1939-1978), dirigido por Pedro

Carvajal; La guerra cotidiana, por Daniel Serra y Jaume Serra; La guerrilla de la

memoria: recuerdo de los maquis, por Javier Corcuera y Los niños de Rusia, de Jaime

Camino. En cada uno de ellos se trata un capítulo relevante de la historia española del

siglo XX. La participación de los testigos forma parte de su columna vertebral, pues los

supervivientes reaparecen escena tras escena para justificar, explicar y confirmar los

hechos que relata la voz en off, como así también para hacerse cargo del relato en primera

persona, transformándose su palabra en la fuente más fidedigna para la representación133.

En tercer lugar, cabe destacar que desde que internet se ha convertido en la

probablemente más extendida herramienta de comunicación, se han multiplicado sitios y

foros de distintos colores políticos que relatan, recuerdan y recuperan la memoria de los

vencidos. Basta escribir en cualquier buscador palabras como “víctimas del franquismo”,

“guerra civil” o “exilio republicano”, para que se despliegue ante los ojos una ingente

cantidad de entradas a páginas web vinculadas con estos temas134. Muchas de ellas no

                                                            132 Varias series televisivas sobre la Guerra Civil y la posguerra se han puesto en el aire en los últimos años y han obtenido una amplia audiencia, como por ejemplo: Amar en tiempos revueltos, dirigida por Fernando López Puig y emitida a partir de 2005, o Cuéntame cómo pasó, en el aire desde 2001. Ambas fueron emitidas por Televisión Española. Mientras la primera narraba cronológicamente, en seis temporadas, los sucesos acontecidos durante la contienda bélica y hasta 1955; la segunda contaba la historia de una familia de clase media en los últimos años del franquismo. En lengua catalana, se produjo Temps de silenci, la historia de una familia acomodada que abarca desde la Guerra Civil hasta los tiempos actuales. Fue estrenada en el año 2001, en TV3. En cuanto a los films que se ocupan de dichos temas, la lista es larguísima. Se pueden mencionar algunos como La vaquilla (1985), de Luis García Berlanga; Ay, Carmela (1990), de Carlos Saura; El espinazo del diablo (2001), de Guillermo del Toro; o la recientísima Ispansi (2011), de Carlos Iglesias, que se enmarca en el acontecimiento histórico del envío de niños a la Unión Soviética durante la Guerra Civil.

133 Otros ejemplos igual de recientes son El sueño derrotado. La historia del exilio (2004), a cargo de Jaume Serra y Exilis (2006), dirigido por Felip Solé y producido en Barcelona por Televisió de Catalunya.

134 Destacan aquellos blogs y páginas web que plantean debates sobre temas vinculados con el exilio republicano o sobre reivindicaciones de este colectivo y su descendencia. Entre ellos, por citar

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Por los caminos de la palabra 

324 

vienen impulsadas desde el ámbito asociativo, sino que se trata de voluntades particulares

que ofrecen imágenes, escriben reseñas de libros o películas, o bien, que utilizan este

medio como plataformas de discusión y debate comunitario.

Este crecimiento de la presencia del testigo para contar el pasado español alcanzó

también a los testimonios de los republicanos en los campos de concentración franceses.

Lo demuestra, por un lado, la actividad editorial, tanto en España135 como en los países de

acogida, sobre todo México136 y Francia137. Asimismo, varios de éstos incorporan el

relato sobre el paso de los autores por los campos nazis138, corroborando la conexión entre

ambos procesos históricos, algo que ya había sido expuesto en los relatos testimoniales de

los últimos años del franquismo. Por otro lado, lo pone de manifiesto la reedición de

volúmenes aparecidos años atrás, un fenómeno vinculado con la trayectoria profesional

de los autores que aportará elementos de reflexión a la hora de pensar desde qué lugar

están siendo escritos y leídos estos discursos.

Así ocurre con España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez, que, luego de

1944, fue reeditado dos veces más: en 1987, por la Editorial Pangea, y en 2008, por

Renacimiento, la editorial sevillana que tiene a su cargo la colección Biblioteca del

Exilio. El caso de Entre alambradas, de Eulalio Ferrer es singular, ya que, si bien la

                                                                                                                                                                                  solamente a algunos de los más activos, se encuentran: http://memoriadeloshijosynietos.blogspot.com/, impulsado por la Asociación de Hijos y Nietos del Exilio Republicano, y http://www.foroporlamemoria.info/, perteneciente a la Federación Estatal de Foros por la Memoria que, desde 2002, trabaja en la localización, señalización y excavación de fosas comunes, en la ayuda para el reconocimiento de ex-presos, represaliados, exiliados, ex-combatientes, ex-guerrilleros y a sus familiares, así como también en la organización de actos de divulgación y homenajes varios.

135 Sin pretender agotar la enumeración de las publicaciones en circulación, sirvan como ejemplos los siguientes volúmenes, muchos de los cuales están incluidos en el corpus que atiende este estudio: Entre la niebla (1993), de Abel Paz; Campo de concentración (1939) (2003), de Lluís Ferran de Pol; L’aiguamort a la ciutat (2005), de Teresa Juvé: Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna (2006), de Remedios Oliva Berenguer, entre otros.

136 Son representativos de este grupo la publicación del libro de Entre alambradas (1987), de Eulalio Ferrer, y el volumen Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio, editado por Guillermina Medrano (1993), el cual incluye algunos testimonios de mujeres que atravesaron la experiencia de los campos franceses.

137 Es el caso de Barbelés à Argelès et autour d’autres camps, de Francisco Pons (1993)

138 Como se mencionó anteriormente, otros tantos testimonios incluyen el paso de los autores por los campos nazis, por ejemplo: Testimoniatges i memòries: una nit tan llarga, de Marcial Mayans (2009) o Un Vilanoví a Buchenwald: la defensa de la república i la deportació als camps nazis, de Marcel.lí Garriga Cristiá (2009)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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primera edición, en 1987, fue mexicana, al año siguiente se reeditó en Barcelona y

algunos años más tarde, en 1993, fue traducida al francés y publicada en París con el

título Derrière les barbelès: journal des camps de concentration en France, 1939.

Además, algunas secciones se reprodujeron en el volumen Páginas de exilio, editado por

Aguilar nuevamente en México, en 1999.

Por último, el incremento de la actividad editorial en torno a los testimonios de los

campos franceses se observa en la publicación de manuscritos escritos durante o poco

tiempo después de los acontecimientos, que hasta ahora no habían salido a la luz, como

por ejemplo Camp definitiu. Diari d’un exiliat al Barcarès (2010) de Josep Rubió i

Cabeceran; y también en la traducción al castellano o al catalán de algunos textos que

habían sido inicialmente publicados en otras lenguas, principalmente en francés, es el

caso de J’étais deuxième clase dans l’armée républicaine espagnole 1936-1945, de Lluís

Montagut, que había aparecido en Francia anteriormente y que se tradujo como Yo fui

soldado de la República: 1936-1945.

La presencia de la voz testimonial impregna la mayoría de los discursos sobre el

pasado de los campos. La producción historiográfica, por ejemplo, continúa utilizándola

para la construcción de sus relatos. La mayor parte de los volúmenes que tratan el tema de

la apertura, organización, distribución y cierre de los campos franceses invocan en sus

páginas fragmentos de relatos testimoniales, sin los cuales el abordaje quedaría

incompleto. La mayor parte de estos estudios tienen su origen en el ámbito francés, con

autores como Geneviève Dreyfus-Armand, Emile Témime o Denis Peschanski, aunque

también existen algunos de gran importancia en el contexto hispánico, bajo la pluma, por

ejemplo, de Josefina Cuesta y Benito Bermejo. En Los campos de concentración de los

refugiados españoles en Francia (1939-1945) de Marie-Claude Rafaneau-Boj, editado en

español en 1995139, se hace evidente esta presencia de los testigos ya desde la solapa del

libro, donde se convocan fragmentos testimoniales de dos protagonistas de los

acontecimientos, Federica Montseny –militante anarquista y ministra del gobierno de

Largo Caballero– y José Costa Font, integrante de la 26ª División, ex-división Durruti.

Asimismo, el prólogo es de Teresa Juvé, testigo de los campos y autora de una novela

ambientada en un campo de mujeres, La charca en la ciudad, que en 1963 disputó el

Premio Nadal. En 2005, se publicaría en catalán L’aiguamort a la ciutat, traducción

                                                            139 La primera edición es francesa y se titula Odysée pour la liberté (1993)

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Por los caminos de la palabra 

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realizada por la misma autora, y dos años más tarde, en francés, con el título Un

marécage dans la ville: memoires d’exil.

La temática de los campos franceses no ha sido ajena a la producción de

documentales, en los que también sobresale la presencia de testigos como ejes

estructuradores de los relatos. Entre ellos, destaca en 1994 la producción de Exilios.

Refugiados Españoles en el Mediodía de Francia, un documental dirigido por Jean-Pierre

Amalric y Santos Juliá y coordinado por Alicia Alted. El proyecto consistió en la

recolección de la mayor cantidad posible de testimonios de refugiados españoles que

residían en esa región de Francia y que habían pasado por los campos en 1939. Son estas

voces las que dan coherencia y cohesión al audiovisual, complementadas con el apoyo de

fotografías y la filmación de lugares simbólicos para este colectivo. Explican los

realizadores que “en la medida en que fue posible se utilizó un entramado de testimonios,

lugares de memoria y fotografías en blanco y negro” para alcanzar el objetivo final del

producto: “Exilios, construido partiendo de una suma de destinos individuales contados a

la cámara por sus protagonistas, termina por ser en su resultado el retrato de un colectivo”

(Exilios, 1994: 77)140. Mucho más reciente, en 2009 la Televisió de Catalunya emitió

Camp d’Argelers, dirigido por Felip Solé, el cual, setenta años después, también ha

utilizado la voz de los supervivientes para relatar los acontecimientos, y que ha derivado

en la publicación de un volumen –Camp d’Argelers (1939-1942) (2011)– que recoge

parte del material fotográfico y de los testimonios presentes en el documental.

Los productos audiovisuales que tratan el paso de los republicanos españoles por

los campos franceses actualizan un debate acerca del lugar y el tratamiento de los testigos

y sus discursos en las representaciones del pasado. En algunos casos –Camp d’Argelers

(1939-1942) es un ejemplo ilustrativo–, la voz de los testigos se construye a partir de

referentes nostálgicos y emotivos, cuya consecuencia directa es que descuidan los

conflictos políticos e ideológicos que los atravesaron en el pasado. Dicha utilización

descontextualizada del testimonio genera la producción de sujetos que, más allá de

testigos vivenciales, se instituyen como víctimas que, como explica Marta Marín Dómine,

hablan de “un pasado esterilizado, apolítico, pretendidamente asintomático, diseñado para

                                                            140 La cita se extrajo de un folleto explicativo que acompaña la cinta.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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mover a la compasión efímera” (Marín Dómine, 2008b: 48)141. Esta perspectiva se hará

visible también en los testimonios escritos, aunque su análisis propiciará otros resultados.

La palabra de los testigos ha sido también el eje vertebrador de exposiciones

públicas celebradas en los últimos años. Una de ellas fue “Literatures de l’exili”, realizada

en 2005 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), a cargo de Julià

Guillamon, Joaquim Jordá y Francesc Abad. Pionera en su objetivo, se proponía

reconstruir, a partir del testimonio de los escritores exiliados catalanes, la historia de la

retirada hacia Francia en 1939 y hasta los años setenta, en que se producen las últimas

repatriaciones. La muestra no sólo se presentó en Barcelona, también recorrió México,

Argentina y Chile. Lo interesante de esta exposición, además de la presencia ineludible de

los testigos, fue la intención de recuperar el coro diverso y múltiple de voces literarias

catalanas. Tal criterio se concatena con una de las hipótesis que pretende verificar este

estudio, según la cual en los últimos años, los testimonios son reproducidos e

interpretados desde un modelo literario.

Esto se dejaba entrever en el criterio de selección de textos destinados a participar

de la muestra: “La obra de los escritores –la novela, los cuentos, las memorias, la poesía–

es el mejor testimonio de una experiencia que afectó a miles de personas”142. Según estas

palabras, reproducidas en la presentación de la muestra, la obra literaria testimonial de los

autores que fueron protagonistas de los acontecimientos se convierte en autoridad para

acceder al conocimiento histórico y por eso es necesario recuperarla y colocarla en el

centro de atención. Ya no se trata solamente de subrayar los datos factuales de unos

hechos ya conocidos, sino de acceder a la vivencia individual de aquellos sujetos, a su

perspectiva privada y a las emociones y sentimientos que se entremezclan en los relatos.

Con motivo de los setenta años del exilio republicano, se celebraron en la región

de Languedoc-Rousillon un ciclo de exposiciones y actos conmemorativos varios en toda

la geografía de los campos franceses, entre octubre de 2008 y junio de 2009. Bajo el título

                                                            141 La comparación entre las diversas realizaciones audiovisuales sobre los campos de concentración franceses a lo largo de los años noventa y hasta la actualidad es un trabajo que excede los límites de este estudio, aunque los problemas que intervienen en la utilización de la voz testimonial y en los caminos para la representación del pasado reaparecerán en los análisis sobre los testimonios publicados en los últimos años.

142 Esta información puede leerse en la página web del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, encargada de presentar la exposición. Cfr. http://www.cccb.org/es/exposicio-literaturas_del_exilio-13166

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Por los caminos de la palabra 

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general de “1939-2009. La Retirada. Histoire et mémoire”, múltiples fueron las

intervenciones que se pusieron en marcha directamente en estos espacios simbólicos de la

memoria republicana exiliada: esculturas artísticas, muestras de cine, exposiciones de

pinturas, recitales poéticos, conciertos y conferencias, entre otras. Los testigos y sus

versiones de los acontecimientos no faltaron en la mayor parte de estas manifestaciones.

Además, se organizó un trabajo de recolección de testimonios de republicanos españoles,

en el marco de una convención entre la Région Languedoc-Rousillon y la Fédération des

Radios Associatives Non Commerciales du Languedoc-Rousillon. El resultado fueron

más de noventa horas de grabación, divididas en documentos radiales de veinte minutos

que se difundieron entre octubre de 2008 y junio de 2009 por las radios asociadas de la

región. Se trata de un dato más para calibrar la representatividad del testigo en estas

intervenciones conmemorativas.

Como se mencionaba anteriormente, la actividad editorial, que ha promovido en

los últimos años la publicación de textos autobiográficos (memorias, diarios, testimonios,

etc.) de sobrevivientes de los campos, no se ha mantenido ajena a esta sobre-exposición

de los testigos. Se trata de obras escritas por sujetos de las más diversas procedencias, ya

sea desde el punto de vista político e ideológico –se editan textos escritos ya sea por

simpatizantes del socialismo, como Eulalio Ferrer, o por anarquistas convencidos, como

Abel Paz–; o desde el punto de vista del género, ya sea hombres o mujeres; o desde el

punto de vista de la profesión, pues se publican textos de periodistas y escritores

profesionales, pero también de sujetos no vinculados a estos ámbitos. Al mismo tiempo,

según el dato de la recepción, conviven en estos años publicaciones que contaron con una

menor acogida y otras que fueron reeditadas, merced a la trayectoria de sus autores. A

esto hay que sumarle que el contexto de edición de cada uno de ellos es de lo más

variopinto, pues mientras algunos han surgido de la voluntad individual de los testigos,

otros han sido objeto de la preocupación de instituciones que se han dedicado a

publicarlos y difundirlos.

Este panorama múltiple, heterogéneo y sumamente diverso de discursos está

atravesado por varias problemáticas que conviene delinear a fin de construir un marco

conceptual y contextual dentro del cual puedan abordarse los testimonios elegidos y

vincularlos con el estatuto del testigo en la actualidad. Una de las afirmaciones que se

desprenden de esta observación es que la pluralidad de voces en circulación refleja la

existencia de una creciente demanda social de testimonios como respuesta a las preguntas

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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sobre los hechos traumáticos del pasado. Jaume Peris Blanes recuerda, respecto de la

construcción de la memoria del genocidio nazi, que es a finales de los años setenta, con la

producción del telefilm norteamericano Holocausto (1978), cuando surge este pedido de

representación de la experiencia. Otros acontecimientos como la película La lista de

Schindler de Steven Spielberg en 1993, o la concesión del premio Nobel en 2002 a Imre

Kertesz, superviviente de Auschwitz, vinieron a confirmar la unión “entre la palabra

testimonial y la construcción de la memoria del exterminio” (Peris Blanes, 2005: 143). En

el caso español, la publicación creciente de testimonios de los campos –unida al aumento

exponencial de discursos que acuden a la voz de los testigos como elementos inequívocos

para acceder al conocimiento histórico– forma parte de ese proceso de “sobre-

legitimación” de la matriz discursiva testimonial en el espacio público.

Sin embargo, es necesario profundizar en las características específicas de las que

se ha revestido esta demanda de representación en el contexto hispánico, para lo cual

conviene actualizar algunos de los debates en que estos discursos participan directamente.

Uno de ellos tiene su origen en los años de la transición democrática, a partir de cuando

comenzó a crecer de manera exponencial la cantidad de relatos acerca del pasado de la

guerra, la dictadura y el exilio republicano. La polémica se sitúa precisamente en los

conflictos derivados alrededor de esos relatos, de lo que se desprende que la construcción

de la historia y las interpretaciones de los acontecimientos continúan siendo una

asignatura pendiente.

Ante las discusiones sobre si faltan o sobran los textos que se refieran a dichos

temas, Ricard Vinyes ha explicado que del proceso de transición, cuyo objetivo fue la

elaboración de un consenso institucional para afrontar un futuro de reconciliación, derivó

“también un miedo compartido a revivir los conflictos pasados que fue estimulado por

todos los gobiernos democráticos”. De ahí que, si bien nadie echó nada al olvido –un

guiño explícito a la frase defendida por el historiador Santos Juliá- “la consecuencia de

ese miedo compartido e inducido fue la privatización de las memorias”. Esto significa que

cada ciudadano se vio en la coyuntura de construir su memoria individual, debido a la

falta de un proyecto político y social que atendiera a la reparación moral de los

derrotados. Por eso su conclusión advierte que “privatizar no fue –ni es– otra cosa que

hacer aflorar la memoria de la historia y despojarla de sentido, anular su presencia del

empeño colectivo” (Vinyes, 2009: 16).

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Vinyes explica que la raíz de dicho problema es que el Estado democrático

construyó un relato de la “buena memoria”, según el cual la transición se describía como

un proceso modélico y ejemplar de reconciliación política. Este concepto solapaba todos

los antecedentes de movimientos sociales que habían discutido y trabajado por la

democracia varios años antes de la muerte de Franco (Peris Blanes, 2011: 39). De este

modo, se mantuvieron en el espacio público muchos déficits de transmisión familiar que

provocaron la reclusión de la memoria en el ámbito privado o institucional, pero siempre

desde un punto de vista individual y privado (Vinyes, 2009: 35).

Esta discusión se reactiva ante la abundancia y heterogeneidad de testimonios

sobre los campos que se registra en los últimos años. En el capítulo anterior, se describió

cómo desde mediados de la década de los setenta los testimonios de los campos estaban

transitando un camino de “individualización” de la experiencia, pues a nivel textual crecía

la exploración de la dimensión íntima del testigo y el espacio dedicado a la expresión de

los sentimientos y las emociones. La lectura de los textos actuales corrobora que, en los

últimos años, este proceso se ha acentuado, pues si en una etapa anterior los testimonios

demostraban aglutinarse en torno a la premisa de “recuperar la voz de los vencidos”, en la

actualidad los propósitos de los testigos se multiplican hasta conformar pequeños

universos de memorias individuales, sujetas a voluntades particulares. Es entonces que

puede arrojarse como hipótesis que los testimonios de los campos franceses participan en

el proceso de “privatización de la memoria” y se constituyen como “micro-memorias”, en

las que priman los propósitos individuales de los testigos, con las consecuencias que esto

trae en la transformación del estatuto del testigo en la actualidad.

Al hilo de este planteo surge otra discusión en torno al rol social que ocupan los

testigos en los discursos actuales sobre el pasado. Una de las medidas que se puso en

marcha durante la transición, con la presión de diferentes sectores involucrados143, fue la

reparación económica, cuyo objetivo era alcanzar la reconciliación social. Es por eso que

las leyes de amnistía y demás decretos se orientaron a la compensación económica de los

sectores más afectados: los mutilados de guerra republicanos y, más tarde, los hijos y

familiares de las víctimas. Sin embargo, según explica Vinyes, esta política confirmó la

institucionalización de un discurso en el que se constituía un “un nuevo sujeto, la víctima”                                                             143 Uno de esos grupos fue la Liga de Mutilados de Guerra de España, donde colaboró en 1976, entre otros, Antonio Vázquez Tellado, co-autor de El peso de la derrota (1974) y testigo de los campos. El principal objetivo de este colectivo era percibir los resarcimientos económicos y morales pertinentes, dada su condición de discapacitados, parcial o totalmente, para el trabajo.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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(Vinyes, 2009: 42). El problema principal de pensar los sujetos como víctimas es que se

convierten “en un ente, una institución universal que genera un espacio de consenso

justificado en la piedad por el dolor sufrido” (Vinyes, 2009: 42). Opinión similar sostiene

Marta Marín Dómine, para quien “haber convertido el sujeto de la experiencia en víctima

del acontecimiento quiere decir haber sustituido la comprensión por la compasión,

convirtiendo la experiencia en espectáculo” (Marín Dómine, 2008b: 47-48). Desde esta

interpretación del sujeto protagonista, el Estado se ha desentendido de la responsabilidad

de reivindicar sus luchas y resistencias, lo cual concuerda exactamente con el afán

conciliador que caracterizó a la transición. La victimización del sujeto promueve una

mirada despolitizada, ligada a factores netamente emocionales, que trae como

consecuencia la reflexión acrítica y desvinculada de los conflictos históricos.

Dicha inhibición de las tensiones políticas en los relatos del pasado ha derivado en

lo que Ricard Vinyes denomina la construcción de “museos ecuménicos”. El autor parte

de la idea de que el sujeto-víctima constituye “un lugar de encuentro con el que el Estado

genera un espacio de consenso moral sustentado en el sufrimiento impuesto” (Vinyes,

2010). Tal espacio genera la posibilidad de que convivan en una misma escena política y

social una multiplicidad de versiones en las que se mezclan múltiples posturas, opciones e

interpretaciones relacionadas con el pasado. El lugar privilegiado que los factores

emocionales y los referentes nostálgicos ganan en los testimonios actuales parece

acercarse a este concepto de museo ecuménico, entendido como “un área de disolución de

memorias y conflictos en la que a través del uso ahistórico de la víctima, la impunidad

equitativa ofrece su propia expresión simbólica” (Vinyes, 2010)

El problema de la victimización del sujeto se inscribe en la discusión sobre la

demanda social de los testimonios y la gestión que la industria cultural hace de ella. Ante

el incremento desmedido de la presencia del testigo en la sociedad –hecho en el que estos

testimonios participan–, uno de los interrogantes que se plantean es si el aumento del

número de testimonios, memorias, documentales, etc., ha propiciado un progreso en la

consciencia histórica social y en la mirada responsable hacia esa historia. La respuesta

general que los especialistas dan a esta pregunta es que, evidentemente, la

proporcionalidad es indirecta, pues lo primero no ha garantizado una elaboración crítica

del pasado. Gómez López-Quiñones ha intentado explicar esta contradicción a partir de la

idea de la despolitización de los relatos sobre el pasado, lo cual ha derivado en que el

papel protagónico que la Guerra Civil en el terreno cultural puede deberse a que el

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Por los caminos de la palabra 

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potencial revulsivo –o políticamente conflictivo– ya no supone una amenaza (puesto que

ha sido desactivado), o bien a que las propuestas de algunas modalidades de

representación actuales liman dicho potencial (Gómez López-Quiñones, 2006: 15).

Precisamente el problema de la representación es el que se pone en juego, pues, si

se observa la cantidad y heterogeneidad de las voces que circulan en pos de apelar a la

memoria, se puede intuir que sus luchas se encuentran inscriptas en un terreno muy difuso

de la intervención social. La razón de esta falta de anclaje es la desactivación total o

parcial de los conflictos ideológicos y políticos que se encuentran en la base de estas

producciones, que a su vez, han sido sustituidos por la relevancia de los aspectos

subjetivos del testigo. Tal reemplazo ha propiciado la construcción de una “memoria

afectiva” que interviene, no ya en un campo político, sino en los factores emocionales y

en los referentes nostálgicos. Esto que constituye en punto fundamental de la

“privatización de la memoria” se vincula con una idea planteada por Jaume Peris Blanes,

según la cual

el Estado e importantes grupos de interés han oficializado una representación

determinada de la historia reciente que, más que ayudarnos a comprender su

significación, tiende a oscurecerla bajo el manto del mito y la valoración afectiva, o por

lo menos, a vaciarla de sentido político (Peris Blanes, 2011: 39)

Uno de los ejemplos que ofrece Peris Blanes para ilustrar cómo se ha

transformado el lugar del testimonio como portador del saber histórico es la comparación

entre dos documentales de Jaime Camino: el primero, La vieja memoria, de 1977, y el

segundo, Los niños de Rusia, de 2001. Mientras que el primero anclaba sus relatos en

personajes de figuras políticas representativas de un campo ideológico en tensión

(Dolores Ibárruri, Federica Montseny, Enrique Líster), el segundo presentaba voces de

testigos individuales y de desconocida filiación política. La razón de estas participaciones

radicaba meramente en su condición excepcional de superviviente. Una de las

conclusiones a las que llega esta observación es que la representación del pasado efectúa

un giro desde la visión global del proceso político republicano a la centralidad de un

elemento de menor relevancia para ese desarrollo, pero más ligado a la experiencia

subjetiva de los individuos (Peris Blanes, 2011: 48).

Aunque el autor lo ha analizado en el marco de la narrativa y la producción fílmica

sobre la Guerra Civil y la posguerra, dicha explicación puede extenderse a otros discursos

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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próximos, tales como los testimonios de los campos franceses. En dichos textos, tal idea

reaparece en el reconocimiento del proceso de “literaturización” que éstos atraviesan,

según el cual la anécdota –el contenido de la representación– sigue siendo importante,

pero compite con el valor atribuido a la forma estética en que aquélla se hace efectiva.

Esto se vincula nuevamente con la descripción de la “era del testigo” ofrecida por Annette

Wieviorka, la cual explica que la centralidad del testimonio individual para el

acercamiento del pasado supone la democratización de los actores de la historia

(Wieviorka, 1998: 128); pero también su resolución actual, que desplaza el lugar del

testigo hacia en estatuto de la víctima. Desde esta perspectiva, los sujetos se anclan en un

momento histórico en el que los conflictos políticos que se desarrollaron en el pasado han

quedado desactivados de los debates, o bien reducidos al espacio de la intimidad. De este

modo, su reacomodamiento en la trama de los discursos sobre el pasado estriba en la

explotación afectiva e individual que efectúan de su propia experiencia.

Sin embargo, persiste en estos testimonios –y en sus espacios de producción y

recepción– el germen de una resistencia a este modelo de victimización del sujeto y una

tendencia a reinsertarse en el espectro de conflictos políticos que atravesaron su

existencia. Desde el final de la dictadura han surgido varios impulsos asociativos con el

propósito de rebatir y reelaborar el discurso oficial de la “buena memoria”. Uno de ellos

ha sido la creación la Amical de Mauthausen –su nombre completo es Amical de

Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo de España–, fundada en

1962, pero destinada a trabajar en la clandestinidad hasta el final de la dictadura. Otro,

más reciente, es el Memorial Democrático, creado en 2007 y cuya finalidad es “la

recuperació, commemoració i foment de la memòria democràtica durant el període entre

1931 i 1980”144. Vale la pena mencionarlos porque, en la actualidad, ambas instituciones

tienen entre sus objetivos la participación en proyectos de edición de testimonios escritos

por supervivientes de los campos inscriptos en proyectos y estudios históricos que

restauran aquellos conflictos, por lo que esta actividad forma parte de sendos programas

de restauración moral y política de los vencidos de la Guerra Civil145. Si estas

                                                            144 Así se explicita en su página web: http://www20.gencat.cat/portal/site/memorialdemocratic

145 Los testimonios más recientes han sido publicados gracias a la intervención de estas instituciones. Es el caso de Crónicas de una vida (2009) de Benita Moreno García, en cuya edición participó el Memorial Democrático de Cataluña. En el mismo año, la Amical de Mauthausen junto a Edicions Andana publicaron Un vilanoví a Buchenwald. La defensa de la República i la deportació als camps nazis, de Marcel.lí Garriga Cristià. Desde el ámbito académico, cabe mencionar al Centro de Estudios

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Por los caminos de la palabra 

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instituciones continúan en ejercicio de las funciones que hasta ahora vienen desarrollando

y propician la creación y desarrollo de espacios similares en otros puntos del país, se

podría impulsar de manera mucho más efectiva el proceso de recuperación crítica del

pasado.

Así también, desde una perspectiva actual se observa que a lo largo de los años los

testimonios de los campos se han constituido como un género discursivo en sí mismos y

han construido una retórica particular con un repertorio de temas propios: las angustias de

la retirada, la vida ardua e infortunada en los campos, el impacto social entre franceses y

españoles, el trabajo en las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE), entre otros.

Por ello, es posible reconocer en los testimonios escritos en las últimas décadas a los

herederos de una tradición que comenzó en los años cuarenta y que hasta la actualidad se

mantiene vigente, aun a pesar de los cambios generacionales y de las transformaciones en

el estatuto de los testigos. El acercamiento a los textos permitirá calibrar hasta qué punto

los síntomas y las consecuencias de la “victimización” del testigo se reproducen o se

resisten en ellos y a favor de qué propósitos adoptan una u otra posición. En todo caso,

tales reflexiones serán útiles para pensar de qué modo se inscribe el sujeto en su propio

discurso, así como también para indagar acerca de cómo se construye la imagen del

exiliado y cuál es su rol público en la actualidad.

2. El desplazamiento del testimonio hacia la afectividad y la emoción. Su adscripción al

paradigma literario

En pleno proceso de transición a la democracia, los testimonios mostraban algunos

rasgos que permitían pensar que la preocupación de los testigos –y demás agentes

vinculados en el proceso de edición– por la forma estética de sus textos estaba ganando

territorio frente a la preocupación por el contenido, la cual había dominado la escritura

testimonial desde sus inicios allá por los años cuarenta. A partir de esta primera

impresión, se observó un ensanchamiento del espacio textual dedicado a la exploración de

                                                                                                                                                                                  Históricos de la Universidad de Barcelona, quienes han publicado en 2010 un testimonio de un superviviente de los campos franceses: Camp definitiu. Diari d’un exiliat al Barcarés, de Josep Rubió i Cabeceran.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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la dimensión íntima, especialmente en cuanto a la expresión de las emociones y de los

sentimientos. Estos elementos habían provocado que tales discursos se acercaran a un

modo de representación literario, idea que comenzó a asomar no sólo en los dispositivos

peritextuales –prólogos, notas, reseñas–, sino también en los mismos textos, tanto en los

recursos narrativos que los mismos testigos utilizaban, como en la presencia que comenzó

a adquirir la literatura entre sus páginas.

Este panorama de mediados de los años ochenta ha tenido una sensible

continuidad en los subsiguientes, aunque ha ganado en complejidad si se tienen en cuenta

las reflexiones sobre las decisiones políticas tomadas durante la transición, el desarrollo

del período democrático y el rol de los testimonios y testigos en la recuperación del

pasado. La “literaturización” de los testimonios entronca con el proceso de

despolitización al que han sido sometidas las voces de los testigos en las producciones

culturales actuales. Dicho proceso supone que, al tiempo que las tensiones políticas que

dieron lugar al testimonio quedan relegadas a un segundo plano, se subrayan y destacan

los factores emocionales y subjetivos que reducen el texto al espacio de la privacidad.

Por lo dicho anteriormente, no resulta ocioso cuestionarse una vez más desde qué

lugar están siendo pensados los testimonios publicados en los últimos tiempos y con qué

resultados. Los autores son hombres y mujeres para quienes ha transcurrido un largo

tiempo desde la retirada y la estancia en los campos. De hecho, se trata de lejanos

recuerdos de juventud, generalmente traídos al presente gracias a un animoso ejercicio de

memoria. Algunos de ellos se quedaron en el exilio, otros regresaron a España; los años

han pulido los relatos tanto para unos como para otros. En cambio, los lectores son, en su

mayoría, personas que no han vivido directamente los acontecimientos, y poseen una

memoria heredada –“posmemoria” sería la expresión adecuada–, un legado que pertenece

a quienes

han crecido –y crecen– rodeados de relatos transmitidos en cualquier forma de soporte:

oral, teatral, literario, cinematográfico, artístico, académico, el tebeo o comic, el

grafito…, que transportan experiencias y heridas que no se han vivido y de las que, en

consecuencia, no se puede efectuar ningún duelo (Vinyes, 2009: 54)

Por ello, es relevante preguntarse cómo se leen e interpretan estos textos, qué

busca y qué encuentra un lector contemporáneo en los testimonios concentracionarios

escritos por sus abuelos. En el contexto de publicación pueden hallarse algunas pistas

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Por los caminos de la palabra 

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fiables para explicar el definitivo reordenamiento de los testimonios en torno a un

paradigma literario, especialmente en los discursos que rodean a los textos, es decir, los

elementos peritextuales que los presentan. El primer síntoma que salta a la vista es que los

testimonios de los campos comienzan a ser definidos y descriptos con rasgos propios del

campo literario, así como también valorados por sus cualidades estéticas. Esto se advierte

en las mismas ediciones de los últimos años, en las cuales han empezado a incluirse

prólogos interpretativos, estudios preliminares a cargo de analistas y cuidadosos aparatos

críticos. Dichos apéndices incluyen datos muy valiosos para reflexionar sobre los

procesos de interpretación que los atraviesan y sobre el rol que ocupan en el espacio

público. Es el caso de Campo de concentración (1939) de Lluís Ferran de Pol, edición a

cargo de Josep-Vicent Garcia i Raffi, quien ha dedicado varios trabajos a la obra del

escritor. La historia de este testimonio se recorrerá con detalle posteriormente, pero es

este volumen de 2003 el elegido como centro de reflexión, justamente porque la mirada

del editor, lector crítico del texto, permite reposicionarlo en un modelo literario. Entre sus

explicaciones, comenta que Ferran de Pol logra controlar la narración alternando entre el

tono literario y el periodístico, y agrega que “aixi s’hi produeix la tensió entre la vessant

literaria, poética i la vessant testimonial, documental, del referent històric” (Garcia i

Raffi, 2003: 27), destacando su valor estético. Algo similar ocurre en Páginas de exilio,

de Eulalio Ferrer, valorado en la contracubierta por su “soltura literaria” (Ferrer, 1999).

Este volumen, publicado en 1999, recoge varias de las anécdotas de los campos relatadas

en Entre alambradas algunos años atrás.

Los abordajes críticos ponen de relieve cuáles son los rasgos literarios que se le

atribuyen a los textos. Entre las páginas de los estudios preliminares, las notas y los

artículos que los tratan, desfilan comentarios acerca del estilo, de la construcción de topos

referidos a los campos, de la habilidad de los testigos para la creación de metáforas,

comparaciones y demás tropos, etc. Un caso paradigmático para entender el

desplazamiento de los testimonios y sus lecturas son las reediciones de España comienza

en los Pirineos, de Luis Suárez, aparecidas respectivamente en 1944, en 1987 y en 2008,

la última. En ellas se ilustran las diferentes interpretaciones que se han hecho del texto a

lo largo del tiempo, así como también los distintos ámbitos en que el testimonio ha

intervenido. A través del fenómeno de la reedición se puede seguir el proceso de

reordenamiento que han sufrido estos discursos, hasta su adscripción al paradigma

literario.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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La reconsideración de los testimonios por parte de la crítica literaria no llegó sino

hasta estos últimos años y uno de los hechos que lo corrobora de manera más contundente

es la celebración del Colloque International “70 años después”, ocurrida en la

Universidad Paris Ouest Nanterre La Défense, en febrero de 2009146. Además de haber

resultado una instancia decisiva para calibrar el estado de la cuestión de los estudios

teóricos sobre los testimonios de los campos, el encuentro congregó a decenas de

investigadores que tenían por objeto de análisis varios de los textos que ocupan el interés

del presente trabajo, los cuales hasta entonces no han contado con estudios

sistemáticos147. La propuesta del coloquio era precisamente abordar este corpus con

herramientas del análisis literario para comprobar “s’il existe une littérature espagnole

des camps, c’est-à-dire dotée de caractéristiques formelles propres” (Sicot, 2010b: 15).

Hay que tener en cuenta, también lo apunta Bernard Sicot, que se trata de un grupo de

textos de complicada definición, resistente a las clasificaciones y heterogéneo en cuanto a

los contextos en que se han publicado, los espacios de recepción, los autores y la variedad

de formas que abarca. Sin embargo, el intento por describir sus características específicas

trasluce el propósito de sistematizar su estudio para una mejor comprensión.

Otro fenómeno que descubre la intención de incorporar estas obras en los estudios

literarios es la frecuencia con que aparecen, tanto en los estudios preliminares como en

los artículos especializados, los conceptos de “memoria”, “diario”, “autobiografía”, e

incluso “egodocumentos”148, utilizados para definirlos, justamente en estos últimos años

en que se han producido importantes avances en el desarrollo de las teorías de la

autobiografía, nacidas en el seno de las investigaciones literarias. Estas formas se hallan

en el repertorio básico de tales estudios y parte del interés de los analistas es precisar,

                                                            146 El coloquio estuvo organizado por el Centre de Recherches Ibériques et Ibéro-Americaines y el Groupe de recherches “Résistances et exils”. Las actas fueron publicadas en 2010, bajo la coordinación de Bernard Sicot, con el título La littérature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours)

147 Hubo comunicaciones dedicadas a Campo de concentración (1939) de Lluís Ferran de Pol, a Alambradas: mis nueve meses por los campos de concentración de Francia, de Manuel García Gerpe, a Entre alambradas de Eulalio Ferrer, a Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna de Remedios Oliva Berenguer. A propósito de esta selección, Bernard Sicot comenta que “ces communications ont permis des retours sur des titres notoires et d’en découvrir d’autres, peu connus, quelques-uns ignorés ou inédits” (Sicot, 2010b: 10)

148 Josep Garcia i Raffi, por ejemplo, utiliza esta categoría para definir el texto de Lluís Ferran de Pol (Garcia i Raffi, 2003: 23),

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Por los caminos de la palabra 

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justificar y discutir a cuál de estos géneros adscriben los testimonios en cuestión. En el

prólogo a Entre alambradas se explica que “este libro es el resultado de un meticuloso

diario escrito en los campos de concentración” (Ferrer, 1988: 7), así como también en

Campos de concentración (1939), donde se aclara que “són unes memòries properes al

diari” (Ferran de Pol, 2003: 8). Asimismo, en el estudio preliminar de este último, se lo

describe con las características que Anna Caballé, autora de Narcisos de tinta: Ensayo

sobre la literatura autobiográfica en lengua castellana, le confiere a las memorias:

el seu objectiu ‘coincide, aparentemente, con el objetivo de la Historia, esto es, dar

cuenta de los hechos de cierta relevancia, hechos que serán referidos con objetividad,

fidelidad y exactitud por el historiador y narrados por el memorialista desde una

perspectiva personal, subjetiva’ (Ferran de Pol, 2003: 23-24)

Cabe destacar también que en estos mismos textos reaparece con mucha

frecuencia la palabra “testimonio”, en alternancia con las ya mencionadas. En el prólogo a

Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna, el cual forma parte del Archivo de

la Memoria Popular de la Roca del Vallès, se especifica que “el libro que estamos

presentando es uno de los muchos testimonios que, desde hace ya un tiempo, descansan

seguros en las estanterías de este Archivo” (Oliva Berenguer, 2006: 9). También en la

contracubierta de Entre la niebla de Abel Paz se alude a que “este libro es un testimonio

de lo que les tocó vivir no sólo a los españoles… sino también a quienes huían del

totalitarismo nazi” (Paz, 1993). La asiduidad de dicho concepto para definir un tipo de

relatos que concentra características formales, tales como el narrador en primera persona

y la voluntad de contar una experiencia propia significativa, comprobable y contrastable

con los acontecimientos históricos, confirma la estabilidad de este género en el mundo de

los discursos autobiográficos. Por relación transitiva, estos relatos sobre los campos

ingresan de lleno en dicha clasificación. Esto es un índice más para pensar que en los

últimos años su anterior pertenencia al ámbito historiográfico se ha desplazado hacia el

espacio de los discursos literarios, como ya lo preveían algunos testimonios publicados

durante los primeros años de la etapa democrática.

Otro síntoma que corrobora el mencionado fenómeno es que en la actualidad han

comenzado a concederse premios a las memorias escritas, un hecho que contribuye a

legitimar el género testimonial dentro del vasto mundo de la literatura. Es el caso del

Premio Romà Planas i Miró, convocado anualmente por el Arxiu de la Memòria Popular

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la Roca del Vallès, fundado en 1998. Este premio se le ha otorgado hasta ahora a

memorias escritas e inéditas, como por ejemplo a Éxodo. Del campo de Argelès a la

maternidad de Elna, de Remedios Oliva Berenguer, quien lo obtuvo en 2005. Así

también, Memorias del exilio, de Francisca Muñoz Alday, resultó en 2004. Gracias a estas

menciones, ambos volúmenes merecieron su publicación, a cargo de la editorial Viena. Si

bien se trata de contextos políticos y sociales diferentes, cabe equiparar este hecho con la

creación de la categoría “testimonios” dentro del Premio Casa de las Américas en 1970,

un acontecimiento que selló la institucionalización del género testimonial en

Latinoamérica. En España, la reciente creación de premios como éste puede que sea un

síntoma de un proceso similar.

Pero también existen otras pistas que muestran la estabilización del género, como

la creación de espacios que promueven y difunden el estudio de los testimonios. Uno de

ellos es la REDaiep –Red de archivos e investigadores de la escritura popular–, creada en

2004 como una propuesta que “coordina y da visibilidad a los archivos, asociaciones,

coleccionistas e investigadores empeñados en la búsqueda, conservación, estudio y

divulgación de la memoria escrita de la gente común”149. Llama particularmente la

atención que se haga hincapié en los autores como “gente común”, lo cual,

históricamente, había apartado estos testimonios de la mira de la crítica literaria, puesto

que, desde su nacimiento, han participado de esta red varios de los estudiosos más

señalados de la teoría sobre los textos autobiográficos en España, tales como Manuel

Alberca y Anna Caballé.

Más consideraciones significativas para comprobar el giro hacia lo literario se

observan en la imagen del autor que se proyecta desde los elementos peritextuales, la cual

aporta, a su vez, particularidades acerca del estatuto del testigo inscripto en estas

producciones. Han transcurrido entre cincuenta y setenta años desde el paso de los

republicanos españoles por los campos franceses, por lo que la capacidad del recuerdo se

convierte en la herramienta primordial con que se construyen estos textos y, en esa línea,

en su principal valor. En una comunidad de receptores constituida por sujetos portadores

de “posmemoria”, la condición de testigos vivenciales les adjudica a estos autores la

investidura de escritores autorizados, últimos eslabones de la recuperación memorial de

primera mano. Así se pone de manifiesto en el prólogo a Éxodo…, de la premiada

                                                            149 Así se explicita en la página web de REDaiep: http://www.redaiep.es/

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Remedios Oliva Berenguer, de quien se destaca que “recuerda perfectamente, a pesar de

los años transcurridos, el día de su marcha” (Oliva Berenguer, 2006: 11).

A la capacidad del recuerdo, se le suma la referencia a la trayectoria profesional de

los testigos, ya sea en España o en el exilio. En los testimonios de Eulalio Ferrer o Lluís

Ferran de Pol se subraya particularmente su trabajo en el ámbito cultural y su dedicación

a la escritura. Del primero, la edición catalana de Entre alambradas (1988) destaca su

autoría de “16 libros sobre temas profesionales”, en referencia a su actividad en el campo

de la publicidad, y aclara que “varios de ellos se estudian en universidades

hispanoamericanas” (Ferrer, 1988). Del segundo, Josep-Vicent Garcia i Raffi explica que,

desde aquellos primeros textos sobre los campos escritos casi en simultáneo con la

experiencia vivida, “l’escriptor inicia un procés fragmentari o global d’escriptura que al

capdavall durarà més de trenta anys” (Garcia i Raffi, 2003: 7), en alusión a la larga

carrera del autor que había comenzado antes de la Guerra Civil y que se prolongó a lo

largo de toda su vida.

El tiempo es un elemento primordial para la valoración de los testimonios, ya que

a través de los años los sujetos reflexionaron sobre su propia condición de testigos,

rediseñaron su compromiso político y reconstruyeron su sistema de valores republicanos,

procesos de los que los autores dejan constancia en sus producciones. Un ejemplo de esto

es la edición mexicana de España comienza en los Pirineos (1987), de Luis Suárez, en

cuyo prólogo se subraya que “de este lado del Atlántico siguió la vida del combatiente, el

fusil se hizo pluma y el puesto de mando se convirtió en redacción” (Suárez, 1987: 10).

Así, en varios de los volúmenes más recientes se distingue la trayectoria de los testigos y

se hace hicapié en la evolución desde su participación activa en la guerra en los primeros

años del exilio, hasta la redefinición de su actividad a través del ejercicio de la escritura.

También vinculada con la construcción de la imagen del testigo como escritor y,

por ende, con la interpretación de estos textos desde un punto de vista literario, se observa

la tendencia a adjudicarles atributos heroicos heredados de la más reconocida tradición

cultural hispánica. En Páginas de exilio, se compara a Ferrer con el mismo Miguel de

Cervantes, al mencionar su devoción por el Quijote y sus aventuras: “Asentado en

México, Don Quijote y Sancho Panza fueron llevados a su casa no en calidad de

huéspedes, sino de familiares, del mismo modo que Cervantes, en su segundo tomo, hizo

figurar a sus héroes entre personajes reales que habían leído el primer tomo” (Ferrer,

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1999: 21)150. Esta comparación se repite en otros volúmenes testimoniales

contemporáneos. Por ejemplo, en el prefacio que Robert Omnès escribe al testimonio de

Francisco Pons, Barbelés à Argelès et autour d’autres camps (1993). Omnès, quien fuera

alumno del autor:

En lisant les souvenirs de cet homme… on ne peut s’empêcher de penser à un autre

Espagnol, qui fit la dure expérience de la captivité, lui aussi, et reste très vivant parmi

nous, grâce à la profonde ‘humanité’ dont ses libres constituent le témoignage:

Cervantes (Pons, 1993: 13).

Tanto el Manco de Lepanto como su obra constituyen una referencia constante

para definir a estos testigos, puesto que contienen una carga simbólica que contribuye a

reinsertar a los internados, republicanos exiliados, en la trama cultural hispánica y les

ayuda, en ese acto, a vencer su condición de expatriados. La comparación entre los

testigos de los campos franceses y el héroe hispánico cervantino y su creador resurgirá en

el seno de los testimonios como parte de las estrategias narrativas que los mismos sujetos

ponen en marcha para construirlos.

El análisis de los testimonios publicados durante la transición arrojó como

resultado que, en cuanto a las estrategias de representación, éstos comienzan a trazar un

camino de individualización de la experiencia, caracterizado principalmente por la

dedicación de un amplio espacio textual a la expresión de los sentimientos. Tal fenómeno

continúa vigente en los textos más actuales, hasta el punto de que los prólogos y notas

subrayan dicho rasgo como una de sus fortalezas más significativas. Si los textos de los

años sesenta invitaban al lector a realzar la dimensión colectiva del drama de los campos

y de la indiferencia sufrida por los republicanos en el exilio durante la posguerra, estos

testimonios actuales recuperan la perspectiva subjetiva y humana, que privilegia los

factores emocionales sobre las tensiones políticas y sociales que atravesaron su

experiencia. En la contracubierta de Camp definitiu. Diari d’un exiliat al Barcarès,

recientemente publicado, se lo destaca como “una eina excepcional per acostar-nos a la

cara més humana i personal dels camps de concentració de l’exili francés” (Rubió i

Cabeceran, 2010). Ya no se trata solamente de señalar el aporte realizado por los testigos                                                             150 También se lo identifica con el héroe español, en alusión a la generosa creación del Museo Iconográfico del Quijote en Guanajuato, México: “El cronista… terminó convirtiéndose en una figura quijotesca” (Ferrer, 1999: 22).

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en lo que respecta a investigación historiográfica, sino también, y sobre todo, de destacar

su importancia como vehículos capaces de transportar al lector a ese otro tiempo y

espacio que le son inaccesibles, por medio de las emociones y los sentimientos.

Los testimonios de mujeres, mucho más frecuentes en los últimos años, han sido

proclives a recibir estas valoraciones. Es el caso de Éxodo…, en cuya solapa se enuncia

que “el relato de esta vivencia, tierno y dramático, convierte este libro en un testimonio

excepcional de la experiencia de las exiliadas republicanas”151 (Oliva Berenguer, 2006).

Juicios como éste deben relacionarse con el proceso de victimización del testigo al que

antes se ha aludido. Efectivamente, la frase hace hincapié en el carácter melodramático de

la vivencia y busca una identificación puramente emocional con el lector, lo cual dificulta

su reflexión crítica sobre los acontecimientos del pasado. La importancia en cuanto

elementos de confrontación política de la que podrían revertirse estas publicaciones se

sustituye por un sentimiento de compasión que minimiza el impacto de otras discusiones.

Sin embargo, en un intento de soslayar los peligros que entraña esta lectura, la autora deja

en claro que el verdadero objetivo de la publicación es “recuperar los testimonios de

aquellos hechos, poniendo sus vidas negro sobre blanco, aunque cueste”, aludiendo de

este modo a los efectos que puede acarrear actualizar el trauma del pasado en la escritura.

Agrega como propósito fundamental recuperar la escritura para “perpetuar su recuerdo y

garantizar que el paso del tiempo no lo borrará” (Oliva Berenguer, 2006: 12).

No solamente en los testimonios publicados en España aparece esta relación entre

el sujeto y la narración de las emociones. Nuevas raíces. Testimonios de mujeres

españolas en el exilio, editado por Guillermina Medrano en México, también alude a esta

idea y la vincula con el valor del paso del tiempo, comentado anteriormente: “A una

distancia de más de medio siglo, los testimonios sobre la salida de España de cada una de

las mujeres que participan en este libro colectivo irradian una fuerte carga emotiva”

(Medrano, 1993). Premisas como ésta parecen no poder obviar la retórica que se ha

construido en torno a los testimonios, según la cual éstos se han convertido en

depositarios de un sentimiento y una nostalgia compartida entre los testigos y sus lectores,

así como también en agentes de irradiación de una fuerza conmovedora que lima

cualquier otro tipo de tensión o conflicto.

                                                            151 Tal idea reaparece en el prólogo de Assumpta Montellà, quien recogió el testimonio de la autora. Asume que “desde el primer momento su relato me emocionó, porque explicaba no sólo hechos y circunstancias sino también sentimientos, emociones y heridas del alma” (Oliva Berenguer, 2006: 12).

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

343 

La “buena memoria” a la que se refiere Vinyes, que implica el encuentro y la

reconciliación entre todos los actores sociales, encuentra en esta función testimonial una

férrea posibilidad de permanencia.

Explica Ricard Vinyes que, desde los años de la transición, el uso abusivo del

discurso de la reconciliación ha contribuido a la privatización de la memoria, lo que ha

provocado que las memorias no ocupen el espacio público que merecen y que se

presenten de manera fragmentaria, sin vinculaciones comunes a un proyecto institucional

oficial de reparaciones morales y políticas. Al mismo tiempo, este discurso ha

condicionado el estudio de la fluida cantidad de relatos sobre el pasado español que

conviven en la actualidad. Tal evidencia se comprueba en el panorama plural, poroso y

renuente a las clasificaciones de los testimonios sobre los campos de concentración

franceses aparecidos en los últimos veinticinco años.

Sin embargo, uno de los objetivos de este capítulo es demostrar que los

testimonios de los campos publicados en la actualidad no se reducen tan sólo a reproducir

el discurso de la “buena memoria”, sino que propician –cada uno a su manera y de

acuerdo con las circunstancias de publicación y recepción de las que emergen– la

construcción de espacios de resistencia y de reconstrucción de la memoria, a través de los

cuales los sujetos pretenden recuperar las tensiones políticas que se encuentran en las

bases de sus relatos. El análisis textual de los textos elegidos permitirá observar e

interpretar estas tensiones.

En cuanto al panorama plural de relatos, se observa que existen, por un lado,

testimonios de intelectuales, sujetos que fueron testigos de los campos y que luego

edificaron una trayectoria reconocida en algún sector del campo cultural. En el marco del

exilio republicano, se trata especialmente de quienes pudieron continuar de manera

exitosa su carrera en el exilio mexicano. La recuperación de las obras del exilio, así como

también el homenaje a estos escritores, son tareas que se vienen desarrollando con mayor

empeño en los últimos quince años en el espacio académico y en otros campos de

intervención sociocultural. De ese grupo de nombres y de textos, se han seleccionado dos:

Entre alambradas, de Eulalio Ferrer, publicado en 1987 en México y un año más tarde en

Barcelona, y Campo de concentración (1939), de Lluís Ferran de Pol, editado en 2003,

pero con un interesante recorrido en sus espaldas.

Por otro lado, han surgido también en estos últimos años un caudal de

publicaciones que, aun contando con espacios de recepción limitados, pretenden

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Por los caminos de la palabra 

344 

colaborar con la construcción de memorias emergentes que hasta ahora no habían hallado

sitio en el mapa de las representaciones discursivas de los campos y el exilio. La apertura

de espacios de publicación desde el ámbito asociativo –los centros de investigación

histórica o los archivos populares–, así como los empeños particulares de los

protagonistas y su entorno, han posibilitado la irrupción de versiones en la escena pública

que se proponen completar, pero sobre todo, resistir los discursos dominantes, ya sea

durante la dictadura o a lo largo de los años democráticos. En ocasiones, estos impulsos

entran en conflicto con la retórica de la “buena memoria” descripta por Vinyes, debido a

que buscan reflotar los conflictos ideológicos y políticos que participaron en la escena del

pasado, que colaboraron en la construcción histórica de las memorias y que continúan

vigentes en la actualidad.

Entre estas memorias se encuentran los testimonios de reivindicaciones políticas

de algunos colectivos marginados, como por ejemplo, los anarquistas. Es el caso de Entre

la niebla, de Abel Paz, publicada en 1993, una obra que forma parte de una serie de

cuatro volúmenes de memorias escritas por el autor, reconocido representante de la

ideología libertaria en España. Y también destaca la narrativa testimonial producida por

mujeres, que acometen la desafiante labor de contar los acontecimientos vividos por fuera

de la óptica masculina, una mirada que ha impregnado los relatos históricos y que las ha

relegado a un rol secundario y pasivo. La publicación de textos como Dones a l’infern

(2005), de Elisa Reverter; Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna (2006),

de Remedios Oliva Berenguer; o Memorias del exilio (2006), de Francisca Muñoz Alday,

entre otros, completa este escenario plural de voces.

El desafío del análisis textual será, entonces, examinar cuáles son las estrategias

narrativas comunes y específicas de cada texto que se ponen en acción y, desde esa

perspectiva, observar cómo participan en el debate acerca de la construcción de la

memoria del pasado español.

2.1. España comienza en los Pirineos, de Luis Suárez: la crónica de un recorrido

La visión diacrónica permite interpretar cómo se ha ido transformando el lugar

que ocupan los testimonios de los campos en la trama de discursos sobre el pasado

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

345 

español. Mientras que los textos publicados en los años cuarenta tenían por objetivo la

información y denuncia de la existencia de estos espacios concentracionarios en los que

los republicanos españoles vivían el epílogo de la guerra, hacia la década de los sesenta se

proponen como la posibilidad de construir una nueva historiografía, distante de los

discursos hegemónicos, en la cual tenía cabida la historia de los vencidos. La

historiografía franquista los había definido como enemigos, primero, y luego los hizo

invisibles, por lo que los testimonios de los campos restituyeron una parte de esa historia

que no había sido contada. En los últimos decenios, el afianzamiento del rol del testigo

como sujeto privilegiado para acceder al conocimiento histórico, sumado a nuevas

preocupaciones estéticas y expresivas en torno a la representación de la experiencia, han

conducido a los testimonios a un espacio mucho más cercano al modelo literario.

España comienza en los Pirineos de Luis Suárez ha sido editado tres veces en los

setenta años que median entre los acontecimientos y la actualidad, por lo que se convierte

en un testimonio ejemplar para revisar el recorrido trazado por los testimonios en cuanto a

los modos de intervención en el espacio público. La primera edición es del año 1944 y

apareció en México, en la editorial Moncayo. Se reeditó nuevamente en ese país

hispanoamericano en 1987, pero entonces por Pangea. Por fin, la tercera apareció en

España en 2008, a cargo de la editorial sevillana Renacimiento.

En cuanto al texto propiamente dicho, no se han registrado modificaciones de una

a otra edición. De hecho, el autor incorpora un prólogo en la edición de 1987 en el que

confirma que no ha efectuado ninguna corrección a la versión de 1944, premisa que

mantiene José Ramón López García, encargado de la edición española de 2008. Lo

significativo son los sentidos que aportan los elementos peritextuales, que ofrecen pistas

para interpretar desde dónde fueron leídas las diferentes ediciones, de acuerdo con el

contexto histórico y geográfico en el que surgieron.

En primer lugar, en cuanto a la apreciación del texto, la primera edición insiste en

el valor práctico del testimonio como herramienta de información, pero también de acción

directa, lo que lo instala –ya se ha analizado– en un paradigma periodístico. La nota de la

solapa, escrita por José Herrera Petere, deja constancia de que se trata de un texto que

“tiene la virtud de revivir y recordar, con vivos colores, algo que todavía no es historia y

está sangrando” (Suárez, 1944). La casi simultaneidad entre los hechos y el relato indican

su voluntad de exponer la situación de los republicanos exiliados ante la comunidad

internacional. El testimonio es, entonces, un instrumento de denuncia que aparece en

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Por los caminos de la palabra 

346 

México, un país que ocupa un lugar de privilegio en el imaginario del exilio español. En

un periódico mexicano, El Nacional, José Herrera Petere publicó una reseña del

testimonio de Luis Suárez en la que rescata y confirma su valor combativo: “un relato que

clama una vez más justicia” (Alba, 1996: 191).

No obstante, en la segunda edición ese valor práctico ya no tiene cabida, pues son

varias las décadas que median entre los acontecimientos y el momento de la publicación.

En la Advertencia, el autor recupera los motivos que alentaron aquella escritura,

nucleados en torno a la necesidad intempestiva de la denuncia. Sin embargo, desde su

presente en 1987 introduce un nuevo matiz que es la reflexión sobre las cualidades

estéticas de la obra. En un primer momento decide excusarse por las deficiencias técnicas

del relato y aduce que en esos años no contaba con los saberes necesarios para la

actividad escrituraria: “en cuanto a las formas, hemos querido pagar imperfección con

frescura, disparates literarios con espontaneidad, adecuaciones a nuevas interpretaciones

con la autenticidad del momento” (Suárez, 1987: 11). Lo interesante de estas reflexiones

no es tanto la valoración en sí misma, sino el cambio de perspectiva con respecto a su

propio texto. Si en la primera edición lo decisivo había sido la potencia de la crónica para

denunciar la realidad de los españoles en los campos, en esta segunda aquello ha

caducado y ha dado espacio a la preocupación por la expresión. Cobran sentido, entonces,

la recuperación del recuerdo y el valor del texto como elemento reconstituyente de la

identidad del sujeto. El centro de interés se ha movido de lo externo de los

acontecimientos hacia la intimidad del sujeto. El énfasis en el carácter colectivo de la

experiencia, señalado por Herrera Petere, ha virado hacia la importancia del individuo

como testigo de los acontecimientos y del testimonio como producto de esa

individualidad.

Este sentido continúa vigente en la tercera edición, aparecida en 2008, pero esta

vez en España. Desde hace algunos años, Renacimiento edita la colección Biblioteca del

Exilio, dedicada a la edición crítica de la literatura española exiliada. El objetivo es

contribuir a la recuperación de las voces de autores españoles cuya obra no era muy

conocida en España, aunque había sido publicada en los países de acogida. La edición del

testimonio cuenta con un extenso estudio preliminar de José Ramón López García, activo

integrante del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) y especialista en literatura

española del siglo veinte. Además de recorrer la trayectoria biográfica de Luis Suárez, el

estudio se completa con una propuesta de análisis textual, en el que se describen las

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

347 

estrategias narrativas utilizadas por el narrador (tratamiento del tiempo, recursos de estilo,

etc.), así como también los sentidos que se desprenden del texto en cuanto a la

construcción textual del espacio concentracionario. Asimismo, la edición ofrece la

bibliografía completa del autor. Todos estos son índices de mayúscula importancia para

destacar que, en los últimos años, se está efectuando desde el ámbito académico una

recuperación de los testimonios de los campos que, además, están comenzando a ser

considerados objetos de estudio de la crítica literaria.

En segundo lugar, es interesante la transformación que se opera sobre la imagen

del testigo-autor. La primera edición retrata a un escritor joven, impulsivo, poseedor de

una gran vitalidad y de un acentuado espíritu de lucha, al que se lo define como un

“combatiente del pueblo” (Suárez, 1944). José Herrera Petere insiste en sus nacientes

cualidades como periodista al caracterizarlo como “un relator apasionado, vivo, veraz”

(Alba, 1996: 191). Sin embargo, esa mirada se modifica en la segunda edición, en cuya

advertencia el autor mismo reflexiona sobre su condición de escritor. Describe a aquel

recién iniciado autor de 1944, del que recuerda su impetuosidad y apasionamiento en el

fragor de aquellos días tan cercanos a los sucesos relatados. Al recordar a aquél que fue,

asienta las bases del escritor maduro que es en su presente: “dado que es también el

primer peldaño de escritor donde la adolescencia se madura, desciendo a él sin convertir

la pluma en machete” (Suárez, 1987: 11). Asimismo, rinde homenaje a la hospitalidad de

México, “en cuyo seno legal y real habíamos penetrado para un nuevo nacimiento que de

larvario adquirió rotundo alumbramiento” (Suárez, 1987: 12). De este modo, recupera el

tema del exiliado en México y su renacimiento como un hombre nuevo. En el imaginario

del exilio republicano, México constituye un espacio amable en el que estaba al alcance la

posibilidad de reiniciar la carrera profesional y reconstruir los patrones de referencia de

una identidad que había sido cercenada por el destierro.

Esta segunda edición de 1987 incluye, además, un prólogo de Cuauhtémoc

Cárdenas, hijo de Lázaro Cárdenas, el presidente que abrió las puertas del país a los

intelectuales republicanos que escapaban de España. Por esos años, Cuauhtémoc

Cárdenas estaba construyendo una pujante carrera política en México que lo llevó a

fundar un partido político, el Partido de la Revolución Democrático (PRD), así como

también a ejercer el gobierno del Distrito Federal, cargo que llegaría en 1997. En ese

prólogo, el autor realza la acción de México y su acción benefactora hacia los

republicanos. Además, señala a Luis Suárez, quien ya contaba con una reconocida

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Por los caminos de la palabra 

348 

trayectoria en el ámbito periodístico, como uno de los protagonistas de aquel exilio y

como un señalado defensor de los valores republicanos.

La tercera edición de España… recoge nuevamente la imagen de exiliado

republicano ejemplar que se había construido en aquella segunda edición, constituida

principalmente por su positiva inserción en la sociedad mexicana152, pero también por su

lealtad al compromiso político con su país de origen153. La nota biográfica de la solapa

repasa la carrera profesional completa de Luis Suárez para destacar no sólo su carrera

periodística y militar en España, sino también la abundante y fecunda trayectoria

cumplida en México como escritor y, sobre todo, periodista. Se alude a importantes

entrevistas realizadas a diversas personalidades de la escena política y cultural

latinoamericana, tales como Diego Rivera, Lázaro Cárdenas y Ernesto “Che” Guevara,

entre otros, así como su presencia en numerosos acontecimientos ocurridos en América

Latina. También se enumeran los libros publicados, que ascienden a más de una decena.

En el estudio preliminar, además, se hace referencia continua a su autobiografía, titulada

Puente sin fin. Testigo activo de la historia. Memorias Parciales (2000), publicada en el

último segmento de su vida, tres años antes de su muerte, a través de la cual se refleja la

imagen de un escritor maduro que reflexiona acerca de su vida pasada y su intervención

en los acontecimientos políticos de su tiempo.

3. Los testimonios de los campos en la actualidad: la representación de la experiencia, el

“yo testimonial” y sus estrategias discursivas

Se ha mencionado que, dadas las características de los testimonios actuales y las

circunstancias históricas de las que emergen, estos textos apoyan la idea de que la

memoria de la guerra, la posguerra y el exilio es una memoria plural, fragmentada y

recluida en la dimensión privada de los sujetos que recuerdan. Es por eso que, ante la

                                                            152 “Puede afirmarse, pues, que Suárez ha sido un comentarista imprescindible y un testigo de excepción de la historia política mexicana del siglo XX” (López García, 2008: 18)

153 “Esta inserción plena en la sociedad mexicana no significó, en absoluto, ni un olvido de sus orígenes ni la ausencia de una constante preocupación por la situación política española” (López García en Suárez, 2008: 18)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

349 

cantidad de testimonios que circulan sobre la experiencia de los republicanos españoles

en los campos franceses, surgen significativas dificultades a la hora de agruparlos o

clasificarlos para su interpretación. Si tradicionalmente la crítica literaria había trazado

una línea imaginaria entre aquellos textos que ostentaban calidad estética y los otros, que

se presentaban como memorias sin pretensiones estéticas, en los últimos años esta

oposición se ha visto desdibujada y su efectividad ha caído notablemente. Entonces hoy

más que nunca el problema no está zanjado, pues conviven en el espacio de la recepción

una gran diversidad de testimonios que es necesario parcelar a la hora del análisis, para

reintegrarlos luego en las conclusiones sobre las representaciones actuales de la

experiencia concentracionaria.

Los textos seleccionados para el análisis responden a una clasificación lo

suficientemente arbitraria como para poder extraer de ellos la mayor información posible

que permita comprender los caminos elegidos por los testigos para escribir su experiencia

y para construirse como sujetos de la enunciación. Especial atención han merecido

aquellas características textuales que evidencian el proceso de reordenamiento de los

testimonios en un modelo muy cercano al paradigma literario. En primer lugar, se

abordarán las obras escritas por autores cuya carrera se desarrolló en el exilio mexicano,

entre las cuales se encuentran Entre alambradas (1988)154, de Eulalio Ferrer, y Campo de

concentración (1939) (2003), de Lluís Ferran de Pol. Éstas constituyen una muestra de la

memoria que, a falta de un mejor rótulo, se denominará “memoria intelectual”, y que es

alimentada especialmente por quienes vivieron en el exilio mexicano, a donde, se sabe,

desembarcaron muchos representantes de la intelectualidad española republicana, gracias

a las gestiones del entonces presidente Cárdenas. Han llamado particularmente la atención

de este estudio los procesos de elaboración y reelaboración de la experiencia en los textos,

así como también la decisiva importancia que posee la literatura en la construcción del

“yo testimonial”.

En segundo lugar, se propondrá un estudio de Entre la niebla (1993) de Abel Paz,

por su relevancia en el ámbito de las reivindicaciones históricas y políticas ejercidas por

colectivos que no participaron en los discursos hegemónicos del pasado de la guerra y el

exilio. En especial, el volumen se leerá a la luz del proyecto narrativo autobiográfico del

autor y en el seno de los valores ideológicos y morales que éste defiende, centrados en la

                                                            154 La imposibilidad de acceder a la primera edición mexicana de 1987 obliga a citar por la española de 1988.

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Por los caminos de la palabra 

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recuperación de la memoria anarquista. Desde ese lugar, se ha profundizado en los

mecanismos que pone en marcha para narrar su experiencia en los campos y los recursos

que emplea el narrador para construir su imagen, y la de su comunidad, en el testimonio.

En este sentido, las transformaciones del “yo” en el texto han aportado claridad sobre

estos temas.

En tercer lugar, se convocarán las voces femeninas, cuyas producciones

testimoniales han comenzado muy recientemente a marcar terreno en el mapa de las

representaciones testimoniales de los campos. Se comentarán los antecedentes y el

panorama actual de la escritura testimonial de las mujeres, aunque se hará especial

alusión a Dones a l’infern (2005) de Elisa Reverter, Éxodo. Del campo de Argelès a la

maternidad de Elna (2006), de Remedios Oliva Berenguer, y también a Memorias del

exilio (2006), de Francisca Muñoz Alday, puesto que se trata de voces representativas de

la memoria que reivindican. A través de estas obras, se intentarán dilucidar los objetivos

que alimentan estas publicaciones y responder preguntas relacionadas con cómo se

construye el sujeto femenino en los testimonios de los campos y cómo se vinculan las

mujeres con su propia vivencia pasada.

Aunque, como se dijo anteriormente, tal clasificación puede incurrir en el error de

la arbitrariedad o incluso en la injusticia, la intención que persigue es interpretar estos

textos como eslabones de una historia de las representaciones testimoniales de los campos

franceses, sin dejar de efectuar un acercamiento a la complejidad formal y de sentidos que

los envuelve en la actualidad.

3.1. La memoria intelectual: Entre alambradas (1987), de Eulalio Ferrer, y Campo de

concentración (1939) (2003), de Lluís Ferran de Pol

3.1.1. El testigo-escritor y las transformaciones textuales del testimonio

En los últimos veinte años, se ha registrado un incremento en la publicación de

testimonios sobre los campos de concentración escritos por testigos que cultivaron una

notable trayectoria profesional dentro del ámbito intelectual en los años posteriores a la

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

351 

internación. Se trata de sujetos que, luego de permanecer un tiempo en dichos campos,

lograron partir al exilio, en general hacia México, uno de los países que recibió a los

republicanos españoles y que, en muchos casos, les concedió la posibilidad de

recomenzar las actividades profesionales que habían sido interrumpidas por la guerra. Ya

por las circunstancias de publicación, ya por las lecturas que de ellos se han efectuado,

estos textos constituyen sólidos ejemplos de la reubicación de los testimonios de los

campos en del modelo literario. Dos de las obras más representativas de esta memoria de

los intelectuales lo ofrecen Entre alambradas y Campo de concentración (1939). Ambos

poseen ciertos puntos en común que vale la pena delinear para profundizar en el análisis.

La primera coincidencia atañe al recorrido biográfico de ambos autores. Eulalio

Ferrer nació en Santander en 1921 y a los dieciocho años la derrota republicana lo confinó

a los campos franceses, donde permaneció algunos meses en compañía de su padre,

primero, y luego solo. Gracias a las negociaciones con el gobierno mexicano, toda la

familia Ferrer pudo embarcar hacia el país hispanoamericano en 1939. Allí comenzó su

carrera periodística y, poco a poco, amasó una gran fortuna como publicista. Fundó en

1946 la agencia Asuntos Modernos, que en 1960 pasó a llamarse Publicidad Ferrer, cuyo

logro más celebrado fue haberse impuesto ante las empresas extranjeras en México.

También formó parte de la Academia Mexicana de la Lengua y publicó más de una

treintena de volúmenes sobre publicidad, comunicación, información y lenguaje, entre

otros.

Lluís Ferran de Pol, diez años mayor que el santanderino, también consiguió partir

hacia México, donde permaneció hasta 1948. Se había licenciado en Derecho en la

Universidad de Barcelona, pero en México trabajó como periodista en Excelsior, colaboró

en la fundación de revistas culturales en catalán –Full Català y Quaderns de l’exili– y se

licenció en Letras. En 1948 decidió regresar a Cataluña, donde ejerció su profesión de

abogado. Es así que ambos se desenvolvieron en el mundo cultural y se dedicaron a la

escritura literaria155 y de otras ramas, como la comunicación y la publicidad en el caso de

Eulalio Ferrer156. La internación en los campos franceses constituye una parte

                                                            155 Su obra narrativa está compuesta por varios títulos, tales como: Abans de l'alba (1954), La ciutat i el tròpic (1956), Érem quatre (1960), Miralls tèrbols (1966), Entre tots ho farem tot (1982) y El gegant i el rabadà. Neu al parc (1993).

156 La lista de publicaciones sobre publicidad, propaganda política y comunicación es muy extensa. Entre otros, se encuentran: Cartas de un publicista (1966), De la publicidad al publicista: documentos

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Por los caminos de la palabra 

352 

fundamental de estos trayectos de vida y es por eso que ocupa un lugar privilegiado en

sus respectivas obras. Asimismo, en los volúmenes testimoniales no se ahorran detalles

sobre estas prolíficas vidas. En la edición de 1988 de Entre alambradas se habla de la

“brillante carrera profesional y empresarial” (Ferrer, 1988) de Eulalio Ferrer, mientras

que en la primera nota de Campo… se alude a la carrera literaria de Ferran de Pol, pujante

desde su juventud.

Otra particularidad de estos dos testimonios tiene que ver con la relación entre el

momento de publicación y el de la escritura. Tanto en uno como en otro se señala que esta

última aconteció en simultaneidad con la experiencia vivida en 1939. Dice Eulalio Ferrer

en el prólogo que “las páginas de este Diario, rescatadas de mis papeles íntimos, han

dormido un largo sueño de 48 años” (Ferrer, 1988: 15), refiriéndose, sin lugar a dudas, al

momento de la escritura acaecido durante su paso por los campos, hecho que no cesará de

repetir y que cobra un sentido simbólico a lo largo del texto. Por su parte, Campo de

concentración (1939) es el resultado del trabajo de edición que Josep-Vicent Garcia i

Raffi cumpliera sobre las anotaciones del autor, fechadas en 1939. Parte de éstas fueron

publicadas por entregas en el periódico El Nacional de México, entre 1939 y 1940.

Nuevamente, tales notas fueron aprovechadas para De lluny i de prop, un volumen

publicado por la editorial barcelonesa Selecta en 1972, el cual recoge no sólo la narración

del paso por los campos, sino también otros relatos sobre el exilio mexicano y otras

reflexiones.

No obstante, en ambos casos, el testimonio de los campos como tema principal, y

como experiencia diferenciada y determinante en la biografía de los testigos, aparece en

sus producciones una vez que se ha consolidado públicamente la trayectoria profesional

de los autores. Su reconocimiento se convierte en el factor decisivo para concretar la

publicación de sendas producciones testimoniales. Esto invita a reconducir la reflexión no

sólo hacia el lugar de la experiencia en la vida y en la memoria de los testigos, sino sobre

todo hacia el rol que ocupan en el espacio público.

Los autores de estos testimonios adquieren categoría de sujetos ejemplares,

portadores de sólidos valores republicanos, quienes además de haber sobrevivido a los

horrores de la guerra y los campos, han conseguido con entereza reinventarse en el exilio

y reencauzar sus vidas hacia el éxito profesional. En el prólogo a Entre alambradas, se

                                                                                                                                                                                  y testimonios (1965), Por el ancho mundo de la propaganda política (1976), De la lucha de clases a la lucha de frases (1992), El Lenguaje de la publicidad (1994), Información y comunicación (1997).

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

353 

hace referencia al espíritu de superación que alimenta las páginas de Eulalio Ferrer y

agrega que el autor rescató de aquellas vivencias “asideros y claves para saber y poder

enfrentarse con fortaleza a la adversidad buscando salidas de futuro que no todos

pudieron encontrar” (Ferrer, 1988: 9). La pregunta que se impone –y que intentará

responderse a través del análisis de los textos– es si los mismos testigos colaboran en sus

obras con la construcción de esta figura de sujetos excepcionales y ejemplares o si, por el

contrario, se trata de una imagen que se les adjudica desde el exterior. Como adelanto a

una posible respuesta, el mismo Eulalio Ferrer alude a ello en el prólogo: “Son páginas

que ven la luz pública después de descubrir –y confirmar– que las muletas de la esperanza

ayudan a salvar las mutilaciones del destino” (Ferrer, 1988: 15).

Esta perspectiva optimista y superadora que asoma en el texto de Ferrer no puede

dejar de asociarse con una lectura política del contexto en que el volumen se edita, que, al

mismo tiempo, colabora con la reflexión acerca de cómo intervienen estas producciones

testimoniales en el espacio de la recepción. Entre alambradas aparece por primera vez en

España en 1988, en pleno gobierno socialista de Felipe González. Entre otros objetivos, el

narrador se propone honrar la memoria de su padre, internado en los campos y también

militante socialista. Entre líneas, el texto persigue otro objetivo que utiliza como escalón

la representación del pasado traumático de los campos, puesto que en paralelo al recuerdo

paterno, el testimonio constituye un homenaje a la ideología oficial, el Partido Socialista

Español. Esto se transparenta, por un lado, en las críticas que el narrador asesta al Partido

Comunista y su intervención en la Guerra Civil. Se dedica a recordar “las molestias,

primero, y la persecución, después, que sufrí en la 226 brigada mixta, por negarme a

apoyar las decisiones de la célula comunista” (Ferrer, 1988: 92). Por el contrario, el

narrador utiliza su texto para reivindicar la memoria de varios representantes socialistas,

entre los que incluye a Pablo Iglesias, sin disimular su inclinación hacia esta ideología.

De este modo, el texto de Eulalio Ferrer se inscribe en la defensa de los valores

republicanos, pero los conecta en ese acto con la doctrina del partido oficialista.

Por último, estos textos exhiben un proceso de escritura complejo que vale la pena

profundizar, ya que marcan una diferencia con sus precedentes. Tanto las reediciones, en

el caso del texto de Eulalio Ferrer, como el estudio de las sucesivas transformaciones

efectuadas por Lluís Ferran de Pol de sus notas originales, indican que estos testigos han

otorgado una importancia significativa a la reelaboración de la experiencia traumática de

los campos, lo que incide en la percepción que pueda tener el lector sobre la

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Por los caminos de la palabra 

354 

representación de dicho acontecimiento vital. En cuanto a esto, es necesario efectuar

algunas precisiones. Por un lado, en el caso de Campo de concentración (1939), el editor

se propone publicar el manuscrito escrito en 1939, nunca antes publicado como volumen

individual157. Sin embargo, en el estudio preliminar, se detiene a recuperar los procesos

de escritura y reescritura a los que fue sometido el texto. Así, Garcia i Raffi habla de

cuatro transformaciones textuales de los hechos vividos en 1939. La primera son las notas

originales; la segunda, las memorias halladas en el archivo del autor, tituladas Campo de

concentración, que consisten en la traducción al español y reescritura de las anteriores158;

la tercera, las entregas publicadas en el periódico mexicano El Nacional, entre agosto de

1939 y diciembre de 1940, las cuales constituyen una parte del total de las memorias; y la

cuarta, acaecida en 1973, la publicación de De lluny i de prop, que, ya se ha mencionado,

contiene no sólo relatos de los campos, sino también una miscelánea de textos sobre el

exilio mexicano, de impresiones de otras ciudades por las que pasó el autor, así como

también textos ensayísticos variados159.

Por otro lado, estas transformaciones también son sensibles en el caso de Entre

alambradas. La primera versión del testimonio es el supuesto diario al que se refiere

continuamente el autor, conservado durante más de cuarenta años hasta su publicación en

1987160. Este volumen y su reedición española en 1988 constituyen la segunda versión del

relato, aunque en el epílogo a la edición española confiesa haber incluido en ésta algunos

días que habían sido omitidos en la anterior. Eulalio Ferrer, ya reconocido en México

como publicista y escritor, se moviliza por el interés de dar a conocer su experiencia a los

lectores y de recordar a los compañeros de entonces. Aunque conserva el formato de

                                                            157 Hasta 2003, el manuscrito mecanografiado no había sido nunca publicado como libro independiente. El editor respetó las supresiones hechas por el autor, aunque en algunos casos las ha reproducido en notas a pie de página. Su intervención como corrector se ha reducido a la revisión ortográfica y a algunos aspectos de la puntuación y la sintaxis (Garcia i Raffi, 2003: 31-33)

158 Garcia i Raffi menciona que estas notas iban a constituir un volumen independiente titulado Proses d’exili que no llegó a concretarse durante la estadía del autor en México (Garcia i Raffi, 2000: 147). 

159 El mismo Garcia i Raffi propone una quinta versión del testimonio de Ferran de Pol en Un de tants (2009), antología que recoge una selección de textos ya presentes en De lluny… y también algunos fragmentos del inédito Dietari de l’Ebre, que había sido iniciado en 1938, y que se mantiene en el archivo del escritor, sito en la Biblioteca P. Fidel Fita de Arenys de Mar.

160 “En los campos de concentración de Francia, bajo el apremio paterno, escribí otro diario, interrumpido por la crueldad de los trabajos forzados, el cual sería la base de mi libro Entre alambradas, en sus dos ediciones, la mexicana de Pangea y la española de Grijalbo” (Ferrer, 1999: 14)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

355 

diario, en el prólogo alude a las diferentes acciones realizadas sobre el manuscrito

original, entre las que se encuentran reducciones de páginas, supresiones, ordenamientos

cronológicos y secuenciales, etc. La tercera transformación se le puede adjudicar a la

traducción al francés que Anna Fernández publicó en 1993, bajo el título Derrière les

barbelès: journal des camps de concentration en France, 1939. Por último, la cuarta

versión del relato concentracionario aparece en Páginas del exilio, publicado en México,

en el año 1999. Este volumen recoge muchos de los textos de Entre alambradas, pero

incorpora otros relacionados con la llegada del autor a México, su vida en el país

latinoamericano y otras narraciones derivadas de su trabajo, de su afición por la literatura

y de sus encuentros con personalidades de la cultura mexicana.

El recorrido por las diferentes modificaciones de los relatos testimoniales

evidencia que se trata de autores que han atravesado varios procesos de reescritura y

delata una perceptible preocupación de estos sujetos por las elecciones narrativas, por el

cuidado estético161 y también por la construcción de representaciones simbólicas en torno

a la experiencia vivida en el pasado, lo cual excede la mera intención de ofrecer un relato

“objetivo”, “referencial” y “verificable”. Esto se percibe, por ejemplo, en la lectura

comparada de Entre alambradas y el primer capítulo de Páginas de exilio, que es el que

trata el tema de la internación en los campos. Si bien sustancialmente el contenido

coincide, existen ciertas diferencias en el segundo volumen, entre las que se destacan

modificaciones y supresiones de relatos, obligadas por la reducción del espacio textual

dedicado a los campos. En primer lugar, varían los títulos de los relatos incluidos en

Páginas… con respecto a los de Entre alambradas. En segundo lugar, algunas secuencias

narrativas en Páginas… están desarrolladas en fechas diferentes en el otro volumen. Así

ocurre, por ejemplo, con el relato de un recuerdo que cobra gran trascendencia en el

relato, como lo es la adquisición de un ejemplar antiguo de Don Quijote. Mientras en

Entre alambradas, la relata el 2 de mayo, en Páginas… lo hace, significativamente, el 14

de abril. De tal modo, se puede pensar que existe cierta manipulación de la propia

experiencia en el relato escrito por el testigo, en respuesta a una intención específica, de

carácter político en este caso, que lo lleva a identificar un hecho simbólico muy

                                                            161 José María Naharro-Calderón advirtió esto y anunció que “[Entre alambradas] posee rasgos de texto corregido y adornado a posteriori, lo cual traiciona su inmediatez y apunta hacia una reconstrucción teleológica… [El autor] le añade un epílogo donde la interpretación histórica post hoc nos hace sospechar que también se ha trasvasado al diario” (Naharro-Calderón, 1998: 315-316)

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Por los caminos de la palabra 

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importante –su encuentro con el ejemplar cervantino- con una fecha altamente

representativa de la moral y de la ideología republicanas.

También en el testimonio de Lluís Ferran de Pol las transformaciones textuales

reflejan el proceso de reelaboración de la experiencia a través de la reescritura. Como

contrapartida, rescata la importancia de editar el manuscrito a fin de dar a conocer un

texto que “destaca per la falta de manipulació estilística motivada pel destinatari del llibre

i per la proximitat dels fets narrats” (Garcia i Raffi, 2000: 148). A diferencia de éste, el

editor explica que en De lluny i de prop el autor había realizado modificaciones generales

en sus textos sobre los campos, que son los que el editor reproduce en la edición más

reciente. Entre esas modificaciones destaca la eliminación de algunos fragmentos y varios

cambios en la organización de éstos, además de la introducción de comentarios políticos y

culturales varios (Ferran de Pol, 2003: 11). Efectivamente, aunque el contenido de la

narración es el mismo, persisten variaciones muy marcadas entre el texto de 1939 y el de

1973. Además de las mencionadas por Garcia i Raffi, es preciso apuntar la incorporación

de poemas que no aparecían en el texto de 1939 y que contribuyen con la elaboración

estética de la experiencia. Asimismo, destaca la introducción de secuencias narrativas

ausentes en la primera versión. Por ejemplo, en el primer capitulillo, “Adéu a la terra”, el

narrador inserta el relato de los momentos previos a la retirada, un modo de introducir y

enmarcar la anécdota de la retirada y los campos. Así también, en De lluny i de prop, el

autor critica el señoritismo de muchos intelectuales republicanos exiliados que gozaban

de ciertos privilegios, muy alejados de la realidad de los internados162. En “Carta desde

Inglaterra”, incluido en el texto de 1939 y publicado en el de 2003, el narrador transcribe

una carta de un compañero que ha recalado en la finca de un Lord inglés. En ella

menciona que lo más dramático de sus días es que “en la casita de que te hablé hemos de

dedicarnos –los cinco refugiados que vivimos en ella- a labores impropias… encender el

fuego, barrer, fregar los platos, hacer las camas” (Ferran de Pol, 2003: 106). En De lluny i

de prop, el narrador reflexiona ante la inconveniencia de leer la carta a sus compañeros en

el campo, junto a quienes sufre las necesidades más básicas, y se pregunta: “¿És que els

nostres intel·lectuals no tenen remei? ¿És que realment es creuen haver nascut amb la flor

                                                            162 Esta crítica a la actitud de los intelectuales ante el exilio y la internación recuerda a la ya efectuada por Celso Amieva en relación con la figura de Pau Casals, en Asturianos en el destierro (1977). Allí el narrador se refería a este grupo como elitista y selectivo, contrario a los valores republicanos que ellos mismos defendían (Amieva, 1977: 96-97)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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al cul?” (Ferran de Pol, 1973: 49). La crítica a los intelectuales que gozan de ciertos

privilegios en el exilio se vuelve más aguda en esta segunda versión del testimonio.

La importancia de visualizar estas transformaciones textuales radica en los

sentidos que se construyen a partir de las estrategias de representación textual. Si bien el

propósito de relatar fidedignamente los acontecimientos históricos sigue vigente en el

proyecto de estos autores, se suman a éste otros objetivos relacionados con la calidad

retórica del discurso. En el caso de Lluís Ferran de Pol, el autor practica disminuciones o

ampliaciones de secuencias narrativas y de datos sobre los campos, sujetas al trabajo de

construcción de la imagen del escritor exiliado, así como también al desarrollo de

reflexiones sobre la significación del exilio.

Algo similar ocurre en el testimonio de Eulalio Ferrer. Por ejemplo, sin poner en

tela de juicio la veracidad del relato, es curioso que el diario de Eulalio Ferrer se inicie

precisamente el 14 de abril de 1939, una fecha tan simbólica para la memoria republicana.

También llama la atención el relato sobre el encuentro con Antonio Machado, repetido en

Entre alambradas y en Páginas del exilio. Si bien se trata del mismo relato, hay algunas

pequeñas variaciones en la descripción del poeta. Como ésta, las diferencias sutiles de

redacción de uno a otro volumen son detalles que dan cuenta del proceso de reelaboración

del texto y que pueden poner en riesgo la exclusiva “referencialidad”, a favor de cubrir

otras necesidades narrativas.

3.1.2. Hacia un análisis de Entre alambradas y Campo de concentración (1939): el “yo

testimonial” y las estrategias de representación

La progresiva conceptualización de estos textos como “literarios” no sólo tiene

que ver con cómo han sido leídos y abordados por la crítica. Se halla íntimamente

relacionada, también, con los procedimientos narrativos y los recursos formales a través

de los cuales los propios textos construyen el “yo testimonial”. En resumidas palabras,

estos textos actualizan un perceptible acercamiento de los testimonios –en este caso,

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Por los caminos de la palabra 

358 

Entre alambradas y Campo de concentración (1939)163– al mundo de la literatura, una

aproximación que se establece en diferentes niveles.

En el nivel del argumento, los narradores describen las actividades de la lectura y

la escritura como parte fundamental de la rutina del campo de concentración. En el caso

de Entre alambradas, el narrador manifiesta que la escritura de apuntes –anécdotas,

reflexiones e impresiones– es uno de los ejercicios practicados con regularidad: “escribo

mi diario y he iniciado otra libreta de apuntes sobre escenas y tipos del campamento”

(Ferrer, 1988: 36). Esta práctica contiene un valor trascendental para el sujeto, porque se

trata no sólo de una apuesta al futuro y al impulso moral de relatar los hechos a la

comunidad164, sino también de una necesidad presente del testigo, para quien sus papeles

anotados se convierten en una herramienta catártica, indispensable para la sobrevivencia:

“Los traigo desde Barcelona; aumentaron en Figueres; han crecido en Argelès. Sin ellos

tendría una sensación menor de vida. Son como un certificado de fe de que vivo, de que

existo” (Ferrer, 1988: 81).

La lectura también ocupa un espacio importante en la vida de los internados

porque se convierte en un elemento que los devuelve a su normalidad, ya que los evade de

la situación anómala e inconveniente en la que se encuentran y, al mismo tiempo, les

ofrece un paliativo para combatir el tiempo detenido. El narrador de Entre alambradas se

dedica casi exclusivamente a establecer un paralelo entre su vida y la figura del Quijote,

cuyas aventuras lo acompañaron durante todo ese tiempo y del cual extrajo continuas

reflexiones. En Campo de concentración (1939) también se menciona esta actividad,

aunque amenazada por los dramas cotidianos: “Hago esfuerzos para distraerme. Tengo

los libros conmigo, los que me acompañaron en el frente, y trato de leer” (Ferran de Pol,

2003: 58).

                                                            163 Campo de concentración (1939) es el resultado de la edición de las notas tomadas por Lluís Ferran de Pol en los campos de concentración. Garcia i Raffi recuerda que el destino final de estas notas era la concreción de un proyecto narrativo de ficción titulado Saga del somni i l’amargor, que abarcaba desde la dictadura de Primo de Rivera hasta el exilio en México y el retorno a Cataluña. L’erm populós, según el crítico, era el título destinado a la reelaboración ficcional de Campos de concentración (Garcia i Raffi, 2009: 126). Este hecho puede ser uno de los factores de por qué el testimonio no fue publicado anteriormente. Quizás por esto mismo es posible encontrar en Campos… ciertas características vinculadas con la representación literaria, lo cual las habilita para acompañar algunas de las reflexiones del presente capítulo.

164 El narrador se refiere a sí mismo como “un archivo ambulante” (Ferrer, 1987: 76), destacando su rol como transmisor de los trágicos acontecimientos ocurridos a los republicanos exiliados y como portador de memoria en el futuro.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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También en el nivel del contenido es importante el espacio que los narradores

dedican a su afición por la escritura literaria. Y aquí destaca, por un lado, la inclusión del

poema “Silencio” en el texto de Eulalio Ferrer, supuestamente anónimo, que circula por

las bocas de los internados y del que se declara autor165. Se trata del retrato lírico de los

refugiados en los campos en el que se los describe, detrás de su aspecto vagabundo, como

activos luchadores y defensores de los valores republicanos. Se los compara con la figura

del héroe cervantino, el tópico más repetido en el texto de Ferrer. Además de este poema

que, según el narrador, era repetido por los compañeros, el testimonio recupera otras

poesías que formaban parte del repertorio de los campos, por ejemplo, homenajes a

dirigentes políticos, a partidos políticos y versos sobre la vida del campo en general. Esto

confirma lo que comenzaba a despuntar en textos previos acerca del valor poético que los

testigos le han atribuido a la experiencia concentracionaria y al espacio creciente que

ocupa en sus testimonios.

Por otro lado, en De lluny i de prop germinan las motivaciones literarias

prometidas en Campo de concentración. El narrador relata el embarque en el Sinaia,

aquel mítico buque que trasladó a cientos de españoles hasta tierras mexicanas. La

descripción del puerto de Sète en Campo…, dominada por imágenes de oscuridad y de

muerte, se nutre con algunos de los versos del poema Le cimetière marin (1920) de Paul

Valéry. La escena denota el sentimiento íntimo del testigo, que logra completar la

descripción de la escena en la alusión a los versos del poeta francés, que recupera entre

sus propias líneas: “Fragment terrestre offert à la lumière, / ce lieu me plaît, dominé de

flambeaux, / composé d’or, de pierre et d’arbres sombres, / où tant de marbre est

tremblant sur tant d’ombres… / La mer fidèle y dort sur mes tombeaux!”166 (Ferran de

Pol, 1973: 75). En la edición de 2003 la cita de estos versos se ha suprimido, pero el

editor la recuerda en una nota a pie de página y repone, en ese acto, la idea de que el autor

se inspiró en los versos del poeta francés para describir el paisaje que tenía ante sus ojos.

Cabe destacar que en Un de tants (2009), antología que recoge, entre otros, algunos de los

escritos que habían aparecido en De lluny…, el editor recupera “Adéu al cementiri marí”,

                                                            165 Descubro a Silvia que yo soy el autor de ese poema anónimo que tanto le ha gustado: ‘Silencio’. Son mis únicos versos… Pero ahora, después de oírlos a tanta gente, debo aceptar su paternidad” (Ferrer, 1988: 128)

166 Jorge Guillén ha traducido estos versos en una edición de 1970: “Trozo terrestre a la luz ofrecido, / me place este lugar: ah, bajo antorchas, / oros y piedras, árboles umbríos, / trémulo mármol bajo tantas sombras. / el mar fiel duerme aquí, sobre mis tumbas. (Valéry, 1970: 51)

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Por los caminos de la palabra 

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el texto en el que Ferran de Pol rememora los versos del poeta francés, fortaleciendo esa

vertiente literaria de la que se nutre el testimonio.

En cuanto a la relevancia de la literatura para la representación testimonial, el

nivel del contenido se conecta con el de la expresión, pues los testigos encuentran en la

tradición literaria soluciones narrativas para la representación de su experiencia personal.

En la cita de aquellos versos el testigo logra expresar de manera totalizadora las

impresiones que le produce la observación del puerto de Sète, la cual se mezcla con sus

recuerdos activísimos y presentes del campo francés. El hallazgo de elementos

pertenecientes a la tradición cultural y literaria para hacer efectiva la expresión

testimonial es una de las particularidades de estos textos. Lo advierte Garcia i Raffi en el

texto de Ferran de Pol, por ejemplo, cuando el narrador echa mano a la épica homérica

para describir el Canigó, un macizo montañoso de los Pirineos en la zona del Rosellón,

cuya vista estaba al alcance de los internados en el campo. Dice el narrador: “el contraste

de la luz y la sombra es fuerte como un pasaje de Homero. Sus faldas son negras,

enlutadas de oscura niebla. En cambio, la cima triunfa con su blanco de las brumas que no

pueden llegar hasta allá” (Ferran de Pol, 2003: 66-67). El editor ha visto la similitud con

la ley de contraste, uno de los elementos típicos de la poesía homérica, y recuerda, por

ejemplo, el viaje de Tetis al Olimpo en La Ilíada. Mientras que en un primer momento la

diosa acude a Zeus de manera voluntaria, luego Zeus reclama su presencia. Esto, más que

denotar la competencia literaria del testigo, interesa en la medida en que estos sujetos

hallan en el mundo de la literatura las claves para la representación de su propia

experiencia.

No sólo la descripción del espacio bebe de la tradición literaria, sino también la

configuración del “yo testimonial”. En estos textos, atravesados por la primera persona

que es el prisma desde el cual se accede a los acontecimientos, los narradores ensayan

diversos caminos para insertarse en su propio discurso y construirse como sujetos de la

narración. Este proceso está condicionado por los propósitos que persiguen, influidos, a

su vez, por las circunstancias socio-históricas en que se producen las publicaciones. Al

mantener una conexión muy cercana con el mundo literario, no sorprende que acudan a

los modelos tradicionales para construir el denominado “yo testimonial”. Entre estos

modelos, Cervantes y el Quijote ocupan un lugar protagónico y un capital simbólico de

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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gran alcance en las representaciones testimoniales de los campos167. Entre alambradas es

el texto que mejor refleja la identificación con los ideales quijotescos. Según Manuel

Aznar Soler, en este texto

los vencidos republicanos representan la belleza ética de una derrota digna, un idealismo

noble contra las miserias de la realidad. Y esa belleza ética y ese idealismo quijotesco

se fundamentan sobre los valores de la cultura republicana. Unos valores culturales que

defienden la dignidad humana, la integridad moral, la libertad, la solidaridad y la

tolerancia (Aznar Soler, 2001).

El narrador se postula a sí mismo como ejemplo de esos valores morales a través

de la narración de variados episodios en los que éstos se ponen en juego. Uno de ellos es

el de América, una muchacha que se presenta en el barracón de los hombres. Ante la

amenaza de su integridad moral, el narrador y un amigo la conducen hacia afuera, a pesar

de los reproches generales. Es precisamente sobre aquellos valores enunciados por

Manuel Aznar Soler que se asienta la construcción del “yo testimonial”. En primer lugar,

porque en la identificación con la figura cervantina el testigo se describe a sí mismo como

un sujeto resistente, capaz de superar la adversidad del mundo exterior. La lectura del

Quijote se le manifiesta como una instancia de aprendizaje, una analogía con su propia

vida. De ahí que reflexione: “Leerlo en un campo de concentración, como minutero de la

hora humana, como descubrimiento de los ideales que justifican la locura del genio para

convocar el gobierno de la razón” (Ferrer, 1988: 111). A través de la lectura del clásico, el

testigo intenta comprender su situación personal y poner en marcha diversas acciones,

vinculadas con la solidaridad y la tolerancia, para sobrevivir en el espacio hostil de los

campos. Esta imagen madura a lo largo de los años, hasta Páginas de exilio, en que el

testigo se exhibe como “un superviviente privilegiado que siente un compromiso solidario

                                                            167 El estudio de la presencia de Cervantes y el Quijote en la literatura española exiliada cuenta con importantes antecedentes, entre los que destaca el estudio de José Carlos Mainer, Moradores de Sansueña (2006). En este volumen, el autor analiza las razones históricas por las cuales ambas figuras se han convertido en “lugares de memoria” del exilio español, así como también su presencia en poetas, ensayistas y narradores exiliados. Asimismo, la revista Laberintos dedicó un dossier a las relaciones entre el Quijote y el exilio republicano, en el cual se publicaron diversos materiales sobre el tema, además de una breve antología a cargo de Manuel Aznar Soler, entre la que se puede leer algunos fragmentos de Entre alambradas de Eulalio Ferrer.

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Por los caminos de la palabra 

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con la vida y que procura ser fiel a los fundamentos morales de su origen” (Ferrer, 1999:

15)

En segundo lugar, la relación con el Quijote no se reduce al ámbito de lo privado,

sino que representa a todo el colectivo de los republicanos, como lo explica el narrador de

Entre alambradas, que se refiere a sus compañeros a través de la imagen del héror

cervantino: “en cada uno de ellos creo ver un gesto, una mirada, una ilusión de don

Quijote” (Ferrer, 1988: 54). Esta idea se refuerza y repite en Páginas de exilio, donde el

“yo testimonial” se refiere a los republicanos en similares términos: “Ese es nuestro

pueblo… El que alimenta nuestra fe de Quijotes. Porque nosotros no somos más que la

estampa auténtica del insigne Caballero de la Mancha, y como él, quizá crea el mundo

que vivimos locos… pero al fin moriremos cuerdos” (Ferrer, 1999: 52). Francie Cate

Arries, quien ha estudiado a fondo la presencia del Quijote en el texto de Eulalio Ferrer,

explica que el narrador busca representar su experiencia “in terms of a quixotic struggle

for spiritual survival, both for himself individually and specially for his larger Republican

community displaced behind barbed wire” (Cate Arries, 2004: 262). En la prosa de

Ferrer, el destino de los republicanos adquiere el carácter de gesta.

En tercer lugar, a la idea de resistencia se le suma el idealismo también como

medio de supervivencia. En este punto la comparación con el Quijote se hace explícita:

“Como Don Quijote, no se puede ser hombre de ideales sin un ánimo invencible” (Ferrer,

1988: 213). El narrador de Entre alambradas alaba el espíritu de libertad y de convicción

que impulsa al héroe de Cervantes168 y lo hace propio a través de la construcción de

imágenes idealizadas que abonan la confianza en el futuro. Como el Quijote, el narrador

de Entre alambradas también construye su Dulcinea, que se concentra, por un lado, en la

posibilidad de México como destino de libertad y salvación para los refugiados: “es un

nombre mágico que alienta el deseo y nos deslumbra con todas las intensidades de la

esperanza” (Ferrer, 1988: 64). Francie Cate Arries ha interpretado que el país

latinoamericano se configura en el discurso del refugiado como el mayor objeto de deseo

y esa pasión se deja ver en cada una de las alusiones a este espacio (Cate Arries, 2004:

267). Pero, por otro lado, la imagen idealizada de la mujer amada también se desarrolla en

la relación con Silvia, una amiga de su hermana con quien mantiene correspondencia

                                                            168 “Evidentemente su ideal más alto es el de la libertad. Y a él conduce todo el libro: desde Rinconete y Cortadillo hasta Pedro de Urdemalas; desde la Ilustre Fregona hasta Ginés de Pasamonte” (Ferrer, 1988: 198)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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amorosa. El deseo de un encuentro es uno de los motores de sus días: “Idealizamos esta

relación con esa capacidad de ilusión sentimental que atiza la distancia y vive dentro de

nosotros como una potencia secreta, en estado de alerta, lista a expresarse y a darse”

(Ferrer, 1988: 119).

Se ha explicado que Campos de concentración (1939) cabe en estas reflexiones

porque fue concebido con miras a un proyecto narrativo de ficción y publicado

póstumamente en una edición crítica que analiza sus componentes literarios. Siguiendo

esta línea, se destacan en este testimonio varios rasgos que lo acercan al paradigma

literario y que permiten responder la pregunta acerca de cuáles son las estrategias

narrativas que se ponen en marcha para contar la historia y para instalar al “yo

testimonial” en el discurso. El texto está estructurado en sesenta y nueve capítulos que

funcionan de manera independiente, pues cada uno de ellos posee un núcleo temático

sobre la vida de los campos y la preparación para la partida a México. También se dedica

el narrador a transcribir alguna que otra carta, o bien a introducir relatos intercalados con

otras historias, un procedimiento muy común en la narrativa testimonial a través del cual

es posible incluir la voz de otros testigos con los cuales el narrador compartió la

experiencia. Asimismo, todos los relatos están hilvanados con la presencia de la primera

persona, encargada de organizar y disponer el material narrativo, otro de los rasgos

distintivos de los testimonios concentracionarios.

En cuanto a las estrategias que se despliegan en el texto, sobresale el manejo de la

tensión dramática. Cabe recordar que una de sus transformaciones textuales fueron las

entregas al periódico El Nacional, entre 1939 y 1940, las cuales fueron interrumpidas por

el cambio de línea del periódico, que veía poco conveniente criticar las decisiones del

gobierno francés conforme avanzaba la contienda bélica mundial. Los textos de Ferran de

Pol poseían, entonces, un formato folletinesco, pues cada uno concentraba una anécdota o

un episodio del campo y creaba la expectativa para la lectura del siguiente. En el texto

original, editado en 2003, se registran algunas huellas de dicho formato. Un buen ejemplo

es el primer capítulo, que narra la despedida del testigo de su pareja en Barcelona. El

diálogo que se reproduce contiene una fuerte dosis de elisión que aumenta la tensión del

relato:

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Por los caminos de la palabra 

364 

- Tengo miedo- dice.

Y acerca mis palmas a su pecho… Todavía repite:

- Tengo miedo.

Nos abrazamos. Ella solloza y se aprieta contra mi uniforme de vencido. Sus besos son

amargos de lágrimas…

En la ventana queda sólo el fondo de árboles y prados (Ferran de Pol, 2003: 36)

Son líneas con una intensa fuerza poética, arraigadas en lo que no se cuenta, pero

se sugiere: la retirada y el abandono de España, que provocan en el sujeto un intenso

sentimiento de dislocación que hace eco a lo largo del texto. Si bien no se pierde el orden

cronológico de los acontecimientos, cada uno de los textos en que se divide el testimonio

goza de cierta independencia, así como también de su propia intensidad dramática. Se

trata de un testimonio que no se reduce a la información habitual de la vida de los

campos, sino que se detiene en aquellas anécdotas e impresiones que destacan por ser

episodios llamativos y particulares, que interesaron y afectaron particularmente al testigo.

Otro de los recursos empleados para la representación de la experiencia de los

campos es la utilización de metáforas y símiles, entre las que destacan las metáforas

zoológicas. Javier Sánchez Zapatero ha estudiado su frecuencia en la literatura

concentracionaria y ha propuesto que su uso deriva del “proceso de continua y progresiva

eliminación de los elementos constituyentes de la esencia del ser humano” (Sánchez

Zapatero, 2010b: 112). En Campos… esto se hace evidente en la comparación del testigo

con una bestia salvaje: “Mis manos sucias parecen patas de oso sobre el papel… Mi alma

araña –le han nacido zarpas– la superficie de los poemas que nada le dicen. Estoy en una

cárcel de bestialidad” (Ferran de Pol, 2003: 58-59). Es la imagen de un testigo que sufre

hasta casi asimilar corporalmente las consecuencias de la vida en los campos. Esta

sensación de metamorfosis de su cuerpo humano en animal le permite expresar el proceso

de des-subjetivación al que ha sido sometido, entendiéndolo como la inhibición paulatina

de los derechos cívicos y también humanos a la que los condena el campo. De este modo,

a través de las metáforas zoológicas, el narrador actualiza el lazo entre el espacio

concentracionario y el concepto de estado de excepción, en el cual todo orden jurídico ha

quedado suspendido para estos sujetos. Las necesidades sanitarias, las deficiencias en los

alimentos y la vivienda los han conminado a una situación de absoluta precariedad, al

tiempo que los ha acercado a las condiciones de vida de las bestias salvajes.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

365 

No solamente el cuerpo es depositario de esta identificación con los animales, sino

también el entorno que rodea al sujeto. Así, el espacio se transforma en su percepción,

pues las barracas no son tales, sino guaridas: “La tierra se ha calentado y los hombres han

podido salir de sus guaridas” (Ferran de Pol, 2003: 93); mientras que la escena de la

retirada le recuerda a un rodeo de toros, en el cual las bestias son los hombres y los

vaqueros, los guardias. Así consigue el narrador ilustrar las violentas escenas en que la

guardia francesa y senegalesa coaccionaba a los españoles: “Los vaqueros gritan, hincan

la espuela, acosan, persiguen. Las astas de los toros pierden su ritmo apacible… Por un

momento parecen querer resistir, pero, acaban por emprender veloz carrera los unos en

pos de los otros” (Ferran de Pol, 2003: 38). El trato hacia los internados también merece

la comparación con la vida animal. Para relatar la desafortunada rutina de la alimentación

en Saint-Cyprien, el narrador explica: “para decirlo con las palabras de los que se dedican

a criar animales, nosotros estábamos alimentados a régimen extensivo” (Ferran de Pol,

2003: 164), en alusión a la escasez de alimentos suministrados en pequeñas dosis a lo

largo del tiempo.

Otras comparaciones hacen reaparecer en este texto la relación entre la palabra

testimonial y la tradición literaria. Por un lado, aunque se trate de un texto escrito en

1939, el autor compara su propia experiencia con la de Oliver Twist, mítico personaje de

Charles Dickens, un niño que también sufrió las adversidades de la pobreza en un

ambiente hostil como lo era la Inglaterra del siglo XIX retratada en la novela homónima:

“Si nos quejáramos de nuestro plato de agua donde flotan unos escasos fragmentos de

patata y unos hilos de carne grasienta, seríamos seguramente reprendidos con dureza,

como lo fue el pobre Oliver Twist cuando pidió más sopa en la workhouse” (Ferran de

Pol, 2003: 84). Por otro lado, Garcia i Raffi ha percibido en algunas reflexiones acerca de

la prisión de los campos, influencias de La vida es sueño, de Calderón de la Barca,

cuando Segismundo, en la segunda escena de la Jornada Primera, reflexiona sobre la

libertad animal frente a la esclavitud humana. Dice el narrador: “Para nosotros, la

primavera es algo inaccesible. Está más allá, siempre más allá de los filos de las

bayonetas. Para nosotros, guardianes… Para los caballos, la libertad de los campos”

(Ferran de Pol, 2003: 117). Independientemente de si este guiño calderoniano es

intencionado o no, el detalle vale para pensar hasta qué punto estos testimonios son leídos

en la actualidad en clave literaria.

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Por los caminos de la palabra 

366 

En cuanto a la construcción del “yo testimonial”, sobresale en Campos… la

utilización del pronombre personal en plural, “nosotros”, tal como en los testimonios

publicados en los años cuarenta, un indicador de que el momento de la escritura ocurrió

casi en simultaneidad con la experiencia. Garcia i Raffi postula que este procedimiento

según el cual el “yo” se convierte en “nosotros” tiene por objetivo diluir la individualidad

del testigo en el colectivo de pertenencia (Garcia i Raffi, 2003: 15). Éste era uno de los

rasgos particulares de la narrativa testimonial de los primeros tiempos posteriores a los

acontecimientos, puesto que los testigos ensayaban en sus relatos diversas estrategias para

disimularse en la superficie textual y potenciar el valor “objetivo” e “impersonal” de sus

producciones.

Si bien es cierto que aquellos sujetos se proponían como representantes de una

comunidad cuya situación de opresión pretendían denunciar, lo cierto es que Campos de

concentración (1939) dista mucho de aquellos precedentes. En primer lugar, porque fue

concebido en primera instancia como notas personales del testigo que, aunque se

publicaron parcialmente por entregas, no fueron editadas en un volumen independiente en

aquellos años. En segundo lugar, por la intensidad con que se presenta la primera persona

que, lejos de desaparecer de la superficie textual y provocar desarticulación en el relato –

Argelès-sur-Mer, de Jaime Espinar, es un buen ejemplo–, es el eje central desde el que se

cuentan los acontecimientos. De hecho, los hombres y mujeres con los que se relaciona,

no aparecen identificados con nombres propios en el texto, quizás para salvaguardar sus

identidades, quizás para reafirmar su protagonismo. Además, este “yo testimonial” es la

llave de acceso para penetrar en el mundo privado e íntimo del testigo.

En cada uno de los testimonios analizados se han registrado los mecanismos que

disponen los narradores para instalarse en sus propios discursos. Con esta información, ha

sido posible pensar cómo elaboran lingüísticamente su experiencia los autores y en qué

posición se ubica con respecto a ella. Siguiendo la línea de otros testimonios, en

Campos… se delinea un sujeto testimonial acreedor de ciertos rasgos heroicos que lo

destacan con respecto al grupo de internados. Este heroísmo radica principalmente en los

valores morales –solidaridad, compañerismo, generosidad, etc.– que, a su juicio, se

encuentran en decadencia dentro de los campos, entre otras cosas, por la situación límite a

la que se ven restringidos los internados. Cuando sus compañeros están hambrientos, el

narrador manifiesta su solidaridad: “voy hacia los carritos donde los comerciantes fuerzan

su hartazgo con alguna fruta o golosina llevada a la boca con desgano. Mientras compro,

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

367 

pienso en ella. Sé que aprobaría y me voy cargado de regalos y más ligero de espíritu”

(Ferran de Pol, 2003: 88). Reparte entre todos sus bienes y recuerda a su compañera en

ese acto de integridad moral.

Así también, el texto es el espacio que el sujeto habilita para depositar su nostalgia

y su tristeza. Frente a un desafío, es él quien corre el riesgo, como por ejemplo, cuando

vende un despertador de dudosa utilidad a una mujer fuera del campo, con cuyas

ganancias compra tabaco para los refugiados. El logro de la hazaña repercute en su status:

“los amigos dan gritos en mi honor. El éxito ha sido completo” (Ferran de Pol, 2003:

115). El criterio para seleccionar las anécdotas del relato está definido por su carácter de

protagonista de los hechos y por su capacidad performativa, de la cual se enorgullece: “yo

me siento dichoso de ser un prestidigitador que, sin ayuda de polvos mágicos ni de varilla

milagrosa, puede obrar tan sonados prodigios” (Ferran de Pol, 2003: 89). Asimismo, en el

relato de estas acciones perviven ciertos guiños a la tradición picaresca hispánica, desde

la cual el héroe lograba sobrevivir gracias a su ingenio y a su capacidad para engañar a los

demás.

Su condición de protagonista de su propio texto, nacido con la función de registrar

notas personales, lo predispone a volcar en él sus sentimientos y emociones, todo un

espacio individual perfecto para la exploración introspectiva. El dolor del desarraigo, la

incertidumbre del futuro y los breves placeres vividos en el campo son temas que no se

ahorran en el testimonio y que provocan reflexiones existenciales en el sujeto. Una de

ellas tiene que ver con la necesidad de recuperar su intimidad. Cuando ocurre la

evacuación del campo de Agde, el narrador queda solamente en compañía de un hombre

dentro de la barraca y piensa: “¿cuánto tiempo hace que no había estado solo? Ni lo

recuerdo… He estado tanto tiempo fundido en la multitud, que la soledad es un placer

intenso” (Ferran de Pol, 2003: 126). Entre alambradas también registra esa necesidad del

testigo de volcar en las palabras la carga emotiva que lo invade. Un ejemplo válido de ello

es el espacio textual consagrado a describir la relación amorosa sostenida con Silvia, un

hecho que pertenece a la intimidad del sujeto testigo.

Todas estas características advertidas en las producciones de Lluís Ferran de Pol o

Eulalio Ferrer, quienes vivieron un exilio que les concedió el tiempo necesario para

reelaborar discursivamente la experiencia de los campos, se completan con otros relatos

que apelan a reflotar memorias emergentes y que contribuyen a delinear el panorama

complejo y polifacético de la representación testimonial en la actualidad.

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Por los caminos de la palabra 

368 

3.2. La memoria anarquista: la construcción de una contra-historia en Entre la niebla

(1993), de Abel Paz

3.2.1. En la búsqueda de reivindicaciones políticas

Se ha explicado que muchos de los testimonios publicados en los últimos tres

decenios están condicionados por la trayectoria personal de los testigos. Hasta aquí, han

sido objetos de estudio aquéllos cuyos autores cultivaron un desarrollo profesional en

ámbitos intelectuales o afines, especialmente en el exilio mexicano. Pero los recorridos

biográficos de los testigos son tan diversos como las producciones que cuajan en sus

plumas. De allí que en el panorama actual de las representaciones testimoniales coexistan

una multiplicidad de voces alentadas por variados objetivos. Una de esas voces son las

provenientes del movimiento libertario. Un trabajo estadístico, elaborado por Joël

Delhom en 2009, demuestra que en la década de los noventa los textos autobiográficos de

anarquistas españoles alcanzaron un alto nivel cuantitativo y cualitativo de

publicaciones169. Además de los acontecimientos revolucionarios previos a 1936, la

Guerra Civil, la resistencia antifranquista, la represión y la organización clandestina, la

experiencia de los campos franceses también está incluida en el inventario.

Entre la niebla, publicado en 1993 por Abel Paz, forma parte de un proyecto en el

que el autor insufla una fuerza poco común en la narrativa testimonial de los campos: la

reivindicación vigorosa de una ideología política, la libertaria en este caso. Mientras que

en la mayoría de los testimonios actuales el tiempo ha ejercido su acción erosiva en la

defensa y confrontaciones de posicionamientos políticos, o bien, éstos han sobrevivido

sólo como referencias nostálgicas, Entre la niebla se ubica en el extremo opuesto. Para el

narrador, la militancia política y la defensa de sus ideas anarquistas constituyen el mayor

centro de interés en este texto y en cada una de sus obras, ya sean ensayísticas o

                                                            169 Explica Joël Delhom que la memoria anarquista encontró su canal de difusión en esfuerzos editoriales de los propios autores o de entidades cercanas a los medios anarquistas, muchas veces de tipo asociativo. Mucho tiene que ver en esto la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, en la cual no sólo se puede acceder a una nutrida biblioteca anarquista, sino que también ha intervenido en la edición y archivo de testimonios y memorias libertarias, los cuales constan en el inventario del investigador (Delhom, 2009)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

369 

autobiográficas. La escritura se le presenta como el camino más fiable a través del cual

restituir la memoria libertaria a los debates sobre el pasado de la Guerra Civil, la

presencia de los españoles en los campos franceses y el exilio.

Abel Paz, pseudónimo de Diego Camacho Escámez, nació en 1921 en Almería. Se

crió entre jornaleros y no tardó en acercarse a las ideas anarcosindicalistas. Participó

desde muy joven en la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), en la

Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y en la Federación Anarquista Ibérica (FAI),

todos espacios en los que pudo dar rienda suelta al cultivo de su espíritu libertario. Luchó

en el frente junto al resto de los milicianos y en 1939 hubo de partir hacia Francia, donde

lo esperaban los campos de concentración. Regresó a España al cabo de un par de años,

pero fue encarcelado en dos oportunidades, por lo que, ni bien tuvo la posibilidad, escapó

nuevamente al país vecino. Allí participó del Mayo Francés e inició su labor

investigadora y ensayística. Permaneció en territorio galo hasta 1977, año en que regresó

a España y se estableció en Barcelona, donde falleció en 2009.

Definido como militante e historiador libertario, fue recién en los años sesenta

cuando Abel Paz dio inicio a su trabajo como investigador y escritor, siempre relacionado

con la reflexión política. En 1967 la Asociación Internacional del Trabajo le publicó

Paradigma de una revolución (19 de julio de 1936), con el cual comenzó a trazar su

camino en el ensayo político. Se lo conoce principalmente por la biografía de

Buenaventura Durruti, editada por primera vez en lengua francesa, con el título Durruti,

le Peuple en Armes (1972). El volumen cosechó un perceptible éxito editorial y fue

traducido a muchas lenguas –inglés, portugués, italiano, griego, etc.–, aunque recién en

1978 pudo aparecer en España la versión en castellano, bajo la responsabilidad de la

editorial Bruguera. Tanto la edición francesa como las demás habían sido reducidas, en

tanto es la española la primera versión que se ofrece completa al lector. En el prólogo de

1978, el autor deja entrever su estampa de investigador, de crítico incansable y de

corrector continuo de su propio texto. Durante los años transcurridos entre la edición

francesa y la española había hecho acopio de nuevos documentos que incluyó en esta

última y que, a su juicio, enriquecieron la investigación. Al explicar el proceso de

investigación, el autor defiende el valor del recuerdo y la palabra testimonial, así como

denuncia la ineficacia de otras fuentes historiográficas:

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Por los caminos de la palabra 

370 

Fuimos reuniendo informaciones y datos sobre nuestro personaje. Ante este primer

agrupamiento de notas, discursos, cartas y comentarios tuvimos la sensación de que

nuestra búsqueda no era satisfactoria… Cambiamos entonces de táctica… Los primeros

en abrirnos el archivo de sus recuerdos fueron Aurelio Fernández y Miguel García

Vivancos (Paz, 1978: 7-8)

La confianza en el testimonio impulsa, pues, su labor narrativa autobiográfica, que

no es más que un complemento de su trabajo como investigador. Lo confirma en

Chumberas y alacranes, sus memorias correspondientes a los primeros años de vida: “En

Chumberas y alacranes están presentes acontecimientos que impresionaron vivamente mi

juventud y, a la postre, resultaron decisivos para nuestra historia” (Chumberas, 1994). El

relato de su vida personal como excusa para hacer historia parece ser la consigna que

alimenta su escritura, idea que ofrece las primeras pistas acerca del lugar que ocupa en su

propio discurso como protagonista de los acontecimientos históricos. Pero esa historia a la

que se refiere no parte de la historiografía oficialista –ni de los discursos desarrollados

durante la dictadura, ni de los planteos reconciliatorios propuestos por el Estado durante

la transición–, sino que se construye desde la visión de un grupo político que, a juicio del

autor, no ha sido lo suficientemente reivindicado.

El proyecto autobiográfico de Abel Paz está constituido por cuatro volúmenes que

abarcan cronológicamente desde su nacimiento en 1921 hasta 1954. Sin embargo, el

orden en que fueron publicadas no respeta dicha cronología. El primero de ellos es Al pie

del muro, publicado en 1991 gracias a los esfuerzos conjuntos entre el autor y José Ricou,

al mando de la editorial Hacer. Relata éste su regreso a España en 1942 y todo el período

en que estuvo recluido en las cárceles franquistas, hasta 1954, año en que logró exiliarse

en Francia. A partir de 1993, es él mismo quien se hace cargo de la edición de sus libros,

dando vida a su editorial, Medusa, con la ayuda de militantes, amigos y simpatizantes

(Paz, 1994: 10). Ese año publica Entre la niebla, volumen que recoge las anécdotas

vividas entre 1939 y 1942, que incluyen el internamiento en varios campos de

concentración del sur de Francia. Al año siguiente, aparece Chumberas y alacranes, en el

que el autor recuerda su infancia en Almería y la precoz militancia en la CNT, hasta la

explosión de la Guerra Civil en Barcelona, señalado el 19 de julio de 1936, día en que el

pueblo se levantó en armas. Para la memoria anarquista, es ésta la fecha en que se crea el

mito fundacional, es decir, el comienzo de la revolución social y la posibilidad de

convertir en realidad el sueño del “comunismo libertario” (Alted, 2010: 187). Por último,

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

371 

publica Viaje al pasado, en 1995, donde relata los recuerdos de los tres años de Guerra

Civil. Sólo dos de estos tomos han sido reeditados: en 2000, Al pie del muro, por la

editorial Tot de Barcelona; y en 2002, la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo

Lorenzo hizo lo propio con Viaje al pasado. De las cárceles a los campos, de allí a la

infancia y el inicio de la guerra, y luego la guerra otra vez: los volúmenes se van

sucediendo así, sin cuidado por la disposición histórica de los acontecimientos, pero

respetando el aleatorio y caprichoso orden en que se manifiesta el recuerdo.

Hojear los volúmenes que componen este proyecto autobiográfico suministra

varias pistas para entrever no solo cuál es la imagen del autor que se construye a través de

ellos, sino también para desentrañar los objetivos que lo impulsaron a su consecución y

para comenzar a desandar los caminos que el propio autor transitó en su afán de escribir

su vida. Finalmente, estas líneas se orientan a reflexionar cuál es la concepción que el

autor posee de su propia obra y de su rol como testigo presencial de los acontecimientos

históricos más importantes del siglo veinte español.

En cuanto a los objetivos que se propone, cabe destacar que comenzó a redactar

sus memorias en una edad avanzada, surcando los setenta años. Para entonces, ya era

conocido como historiador y ensayista político, por lo que es recién desde su madurez que

enfrenta la tarea de la autobiografía, con las consecuencias que ésta conlleva. En Al pie

del muro deja constancia escrita de la fuerza que lo moviliza a la escritura. Lo hace en un

poético prólogo, en el cual simula un diálogo con Ricardo Santany, el nombre con el cual

fue apresado y que es él mismo, aunque en un tiempo pasado170. El contrapunto entre el

que fue y el que es entonces, devela la intención que persigue con estas primeras

memorias. “Serás tú quien defienda mi causa, la causa reivindicativa de nuestro pasado

histórico” (Paz, 1991: 10). El deber de consciencia consiste, entonces, en representar con

su discurso, a los compañeros que, junto a él, fueron encerrados en las cárceles

franquistas. El arcón de los recuerdos se abre para el autor en el capítulo traumático de las

cárceles franquistas, pero no se detiene allí, sino que actúa como puntapié para traer al

presente de la escritura, bajo el mismo mandato, todas las vivencias anteriores, desde la

Guerra Civil hasta el paso por los campos de concentración, los trabajos forzados. En la

última entrega de sus memorias, Viaje al pasado, el prologuista recuerda la deuda que el

autor había contraído con su alter ego y proclama su máximo resultado: “Abel Paz, al

                                                            170 José Enrique Martínez Lapuente deja constancia de ello en el prólogo a Viaje al pasado, donde relata que es éste el nombre que registra la ficha policial y antropométrica del autor (Paz, 1995: 12)

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Por los caminos de la palabra 

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rescatar del olvido la crónica de Ricardo Santany, ha creado una espléndida obra de

rebelión gracias a la memoria” (Paz, 1995: 13).

La indocilidad y la capacidad de resistencia son los dos rasgos a partir de los que

se construye la imagen del autor –tanto en sus propias palabras, como en las ajenas de sus

lectores y prologuistas–, avalada por los años de militancia y de investigación que carga a

sus espaldas. “Cuando se es yunque hay que aguantar y cuando se es martillo hay que

pegar” (Paz, 1993) son palabras del mismo autor con las cuales se presenta en Entre la

niebla, poniendo en evidencia cuál es el espíritu que anima la obra. En el prólogo a

Chumberas… se dice de él que “escribir, producir y vender los propios libros está en la

línea de reafirmación individual y encaja… en los principios más profundos del ser

libertario y autogestionario” (Paz, 1994: 11). Además del esfuerzo que supone actualizar

un pasado plagado de traumas, se trata de un hombre que se maneja de manera

independiente, desamarrándose de los vaivenes editoriales y logrando con ello una

muestra más de su lucha contra el statu quo de los circuitos habituales. Viaje al pasado no

solamente cierra este ciclo, sino que reflota los ideales defendidos por Abel Paz a lo largo

de su existencia, “vivida con ardiente pasión, con entrega generosa y verdadero

entusiasmo” (Paz, 1995: 13), que son las armas con las cuales se ha enfrentado a la tarea

de reivindicar la memoria libertaria.

Se ha argumentado que en la actualidad los testigos piensan sus textos

testimoniales desde un modelo literario, no sólo por las frecuente intertextualidad con

personajes y escritores de la más pura tradición literaria española y occidental, sino

también por las continuas referencias a su afición por la lectura y la escritura, una de sus

actividades habituales en los campos. Abel Paz, aunque con propósitos perceptiblemente

diferentes de los de testigos como Lluís Ferran de Pol o Eulalio Ferrer, también encuentra

lugar para vincularse con el ámbito literario. Pero lo hace a través de la crítica a las elites

culturales que lo conforman y cuyo discurso hegemónico ejerce acciones de inclusión y

exclusión. En el prólogo al primero de sus volúmenes autobiográficos, Al pie del muro, ya

plantea la problemática, sin ahorrar comentarios irónicos. En el diálogo imaginario con su

otro yo, se dice a sí mismo: “tú eres un escritor conocido, aunque ya sé que no muy

apreciado por quienes componen la República de las Letras… Perdón, quería decir la

Monarquía de las Letras” (Paz, 1991: 8). Esta crítica parece envolver un doble guiño: por

un lado, al concepto acuñado en los siglos XVII y XVIII para designar a la Europa culta y

sabia; y por otro, al título de la revista editada por la Asociación Colegial de Escritores de

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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España, activa desde 1980. De una u otra forma, el autor se ubica en la periferia de ambos

y decide ejercer una crítica en contra de algunos sectores de la intelectualidad

considerados elitistas, ya registrada en otros textos, como por ejemplo, en Campos de

concentración (1939), de Lluís Ferran de Pol. Desde su posición marginal reivindica su

legitimidad como escritor testimonial y como sujeto autorizado para ejercer el relato del

pasado, avalada por haberse cumplido luego de un “vasto proceso de elaboración de

recuerdos y experiencias” (Paz, 1995). Si subyace un proceso de elaboración, es porque

hay técnicas y recursos puestos en marcha, a fin de que la escritura no resulte solamente

un archivo de recuerdos, sino un producto acabado y complejo. Y el interés por lo

“literario” no solamente se manifiesta en el nivel de la expresión, sino también, como se

verá más tarde, en el del contenido, en su preocupación por contar la importancia que

tenía la literatura, las artes y la cultura en general para el movimiento libertario y para los

internados anarquistas en los campos.

La preservación de la “buena memoria”, a la que alude Ricard Vinyes y que ha

sido comentada anteriormente, construida a partir de los discursos reconciliatorios de la

transición, encuentra en testimonios como éste un bastión de resistencia. El narrador se

dedica sistemáticamente no sólo a criticar las acciones del franquismo durante la guerra y

la posguerra, sino también a desmontar muchos de los puntos principales sobre los que se

asientan aquellos discursos. Al mismo tiempo, el contexto de publicación y recepción de

las producciones de Abel Paz ponen de relieve que ni la maquinaria del Estado

democrático, ni la industria editorial, han tenido como prioridad la circulación de estas

memorias emergentes. Quizás, esto se deba a la suerte que ha corrido la memoria

libertaria, reticente a ser incorporada en retóricas del consenso y de la desarticulación de

los conflictos políticos. Sin embargo, también puede entenderse como una consecuencia

de la falta de políticas institucionales que promovieran la interpretación del pasado a

partir de las luchas sociales y políticas que lo construyeron.

3.2.2. Hacia un análisis de Entre la niebla

De los cuatro testimonios que componen la obra autobiográfica de Abel Paz, Entre

la niebla es el que interesa al presente estudio, dado que relata los años en los que el

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Por los caminos de la palabra 

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testigo permaneció internado en varios de los campos de concentración del sur de Francia,

entre 1939 y 1942. Está dividido en cuatro partes. La primera abarca el viaje desde

Barcelona a Marsella, donde se reencuentra con algunos compañeros de la CNT. En la

segunda, el narrador explica cómo fue conducido a Saint-Cyprien, la rutina en el campo y

la posterior huida a Argelès-Sur-Mer, en busca de sus amigos. Al cabo de un período, son

llevados nuevamente a Saint-Cyprien y algunos comienzan a ser alistados en las

Compañías de Trabajadores Extranjeros. En la tercera parte, comenta su traslado a

Chateau-Renault para trabajar como obrero en una compañía y profundiza en la mirada

que de ellos poseen los pobladores de la zona. La cuarta parte aborda el problema de la

ocupación nazi en Francia y relata las aventuras que hubo de atravesar para no ser

capturado. Huye de Chateau-Renault, trabaja en un viñedo, hasta que finalmente es

reclutado por los alemanes para colaborar en la construcción del Muro del Atlántico.

Logra escaparse a la zona libre, aunque sin fortuna, pues es apresado y encarcelado en las

inmediaciones de Marsella. Luego de transcurrir un tiempo allí, es liberado y planea el

regreso a España, que cumpliría una vez sustituidos sus documentos de identidad. Por lo

tanto, no sólo se trata de un testimonio concentracionario, sino que también incluye el

relato de la experiencia de los españoles en la Francia ocupada y memorias carcelarias,

que se complementan con las de los campos.

El objetivo general que persigue el texto es contar la experiencia personal para

contribuir con la elaboración de una “contra-historia” de la historia española desde el año

1936 hasta la actualidad, es decir, una versión proyectada desde la perspectiva de la clase

obrera que sea útil para desenmascarar los discursos oficiales construidos durante la

posguerra, pero también durante la transición democrática. En particular, el texto de Abel

Paz se enmarca en el proyecto global de la comunidad anarquista en el exilio, que

consiste en recuperar sus valores revolucionarios y su identidad colectiva, pues, en

palabras de Alicia Alted,

la interpretación que ha dado la historiografía académica a la manera como han vivido

esos acontecimientos los anarquistas, no ha coincidido, la mayoría de las veces, con la

visión que ellos tienen de su propia historia, de la que han querido dejar constancia a

través de escritos historiográficos, o bien mediante memorias, testimonios o recuerdos

(Alted, 2010: 189-190)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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No es otro el propósito de Abel Paz que proponerse como un representante del

colectivo libertario para reestablecer una verdad que ha sido falsificada o solapada en

todos los discursos del Estado, en todas sus versiones. En esto se asienta la memoria

militante anarquista que el autor construye a través de sus páginas. Por eso, las estrategias

de representación están enfocadas hacia esa dirección. En primer lugar, el narrador

pretende congregar en su discurso a todo el colectivo de pertenencia, que son aquellos

hombres y mujeres pertenecientes a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) o a las

Juventudes Libertarias, organizaciones en la que militó desde temprana edad. Debido a

esto, el testimonio es el espacio ideal para sumar la historia de otros compañeros a la

propia y autorizar sus voces. Se observa esta intención desde la dedicatoria, en la cual

recuerda a algunos, hasta en el cuerpo del testimonio, donde no sólo los nombra, sino que

también les cede la palabra, tamizada por su propio recuerdo e incorporada al texto

mediante el uso de comillas.

Asimismo, teniendo en cuenta que la publicación corrió a cargo del autor, las

decisiones editoriales abonan este acto de homenaje a la memoria libertaria, pues el

volumen incluye ilustraciones de dibujantes y pintores anarquistas, tales como Helios

Gómez (1905-1956), José García Tella (1906-1983) o Eleuterio Blasco Ferrer (1907-

1993). Éstas describen la retirada hacia Francia y los campos, así como también otros

episodios igualmente traumáticos de la memoria de los vencidos, como lo fue la masacre

en el puerto de Alicante el 1 de abril de 1939. Al igual que él, estos artistas habían sido

encarcelados en los campos franceses y, en el caso del primero, en el argelino de Djelfa.

También incorpora retratos de otros testigos, fotografías e ilustraciones que se incluyen en

las portadas de otras memorias concentracionarias. En total, el texto constituye un

llamamiento a la necesidad de eternizar el recuerdo de quienes atravesaron vivencias

similares a la propia. Al mismo tiempo, es la mejor oportunidad para privar de tal

reconocimiento a quienes no lo merecen. Así lo manifiesta en la cuarta parte del

testimonio, cuando relata la traición de un compañero a quien le habían confiado la tarea

de conseguir una suma de dinero proveniente del SERE para la compra de víveres. Ante

la magnitud de ese desengaño, el narrador sentencia: “ni su nombre deseo estampar en

esta memoria” (Paz, 1993: 136), dejando en claro que la negación de la palabra implica la

disolución del recuerdo y, por lo tanto, la inexistencia del sujeto.

En segundo lugar, la intención de aunar en el discurso a todo el colectivo de

pertenencia se hace explícito en la persona gramatical desde la que se ejerce el relato.

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Por los caminos de la palabra 

376 

Aunque la primera persona singular es visible a lo largo del relato, su continua sustitución

por el pronombre “nosotros” merece un comentario. A diferencia del uso generalizado del

plural en los testimonios publicados a mediados de los sesenta, cuando a través de aquél

se identificaba a todos los españoles republicanos recluidos en los campos, en Entre la

niebla el pronombre “nosotros” siempre se refiere a un grupo definido de anarquistas con

quienes el testigo comparte sus vivencias. En concordancia con los propósitos que el

mismo autor imprime en sus páginas, “la escritura testimonial hace así posible la

expresión de una memoria de grupo social, sin sacrificar por ello la peculiaridad de una

vida única en sus convergencias y divergencias con lo colectivo” (Delhom, 2009). La

sugerencia del testigo es, entonces, comprender que para el narrador la dimensión

individual y la colectiva son dos caras de la misma moneda y tanto una como la otra

componen la esencia del hombre, quien se complementa en su comunidad, mientras que,

al mismo tiempo, ésta lo completa como ser humano. De allí que el narrador haga un

excurso sobre lo que él entiende como individualismo, en una clara defensa a las ideas

defendidas por el anarquismo:

[El hombre] es sociable y busca en la organización con los demás el apoyo mutuo. Pero

la idea esencial, lo que persiste, es el afán de afirmación personal, ni superior, ni

inferior, trato igualitario. Este rasgo esencial del ser ibérico es por el que puede

explicarse su historia social, identificada con el anarquismo y reacio a todo

encuadramiento en partidos políticos por su estructura jerárquica (Paz, 1993: 71)171

Por último, el relato de las vivencias personales se intercala con el ensayo político.

Abel Paz, dedicado a ambos, concibe su obra testimonial como una herramienta para

desmontar, cuestionar y desmentir los discursos fosilizados sobre la Guerra Civil y los

campos franceses a lo largo de la posguerra y de la transición. En cuanto a la primera, el

narrador defiende la idea de que, además de fratricida, la contienda fue una consecuencia

de la lucha de clases: “Nunca, en nuestra guerra, fueron dos ejércitos enfrentados, sino

dos clases sociales: el proletariado y la burguesía. Nuestra guerra era la pura expresión de                                                             171 La vida en comunidad es uno de los temas frecuentes sobre los que reflexiona el narrador de Entre la niebla y una idea fuertemente defendida desde su perspectiva ideológica. Durante el relato de su estancia en Burdeos, comenta que “cuando se vive en colectividad existe una especia de coacción moral que, por un lado, frena las tendencias a los desvíos y, por otro, aporta aliento solidario del conjunto: ambas cosas cooperan a mantener viva una ética social en el comportamiento humano” (Paz, 1993: 173)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

377 

la lucha de clases” (Paz, 1993: 13). En cuanto a los segundos, reclama que, mientras la

bibliografía sobre los campos –ya extendida en el momento en que Entre la niebla se está

escribiendo– señala una y mil veces las condiciones desfavorables en que vivían los

españoles, así como la repartición de responsabilidades entre el gobierno franquista que

había derrotado a los republicanos y el gobierno francés que no los había recibido

adecuadamente, en ningún momento se alude a la vida en comunidad gestada en su

interior, el “alto nivel de sociabilidad” (Paz, 1993: 87) de los españoles. A partir de tal

observación, el narrador plantea que “la experiencia comunitaria de los campos de

concentración franceses suministra a los antropólogos datos para estudiar sociedades sin

autoridad ni Estado, pero ellos prefieren buscar rastros en otros lugares menos molestos

para la sociedad capitalista…” (Paz, 1993: 88).

Otra vertiente de la fuerza ensayística del testimonio es la crítica directa a dos

blancos: el Partido Comunista y los servicios de evacuación de exiliados, el SERE

(Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) y la JARE172 (Junta de Auxilio a los

Refugiados Españoles). La indisimulada posición anti-comunista del testigo se

transparenta en las numerosas invectivas propinadas a la organización de dicho partido,

así como también a su intervención en el conflicto bélico español y en los campos de

concentración. En el texto, los comunistas constituyen el opuesto categórico al ideal de

igualdad y solidaridad alentado desde el anarquismo. Para abonar estas reflexiones, el

narrador los denuncia abiertamente y descubre ante el lector algunas de sus peores

actuaciones. Por ejemplo, en Barcarès, los miembros de este partido poseían el mando del

campo173, lo cual les otorgaba un plus de ventajas sobre los demás internados. Otro

ejemplo es el favoritismo para con ellos en la selección de quienes embarcaban con

destino a México.

Como contrapartida y al hilo de las reflexiones anteriores, el testigo empuña su

testimonio como un arma eficaz para reivindicar histórica y moralmente la ideología

anarquista. Desde la mirada histórica, alude al abandono al que fue arrojado el

                                                            172 “La verdad era que esos organismos, aunque en ellos estuvieran representados republicanos y cenetistas, quienes en realidad hacían de ellos mangas y capirotes eran los comunistas, por el lado de Negrín, y los socialistas, por el lado de Prieto. La gran masa de exiliados languidecía en los campos abandonados a su suerte” (Paz, 1993: 73)

173 “El campo realmente estaba en manos de los ‘chinos’, los comunistas, pues casi todos los militares que habían aceptado la función de ‘responsables de islote’ eran miembros de ese partido” (Paz, 1993: 92)

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Por los caminos de la palabra 

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movimiento libertario en los últimos momentos de la Guerra Civil y a la marginalidad que

ocupó en los discursos construidos por las historiografías oficiales. Desde la perspectiva

moral, el narrador proyecta la representación textual de su experiencia desde la

recuperación de los valores sostenidos por el anarquismo: solidaridad, igualdad,

generosidad, tolerancia y amistad. Las anécdotas seleccionadas para el testimonio se

concentran en resaltar estas actitudes en cada uno de los sujetos que aparecen en el texto:

las intenciones de reorganización y reconcentración del grupo de pertenencia, la

costumbre de compartir los escasos bienes materiales y económicos obtenidos en los

campos y la repartición equitativa de los esfuerzos, entre otras. Estos principios son los

pilares sobre los que se asienta su posibilidad de supervivencia.

A diferencia de la mayoría de los testimonios observados anteriormente en este

capítulo, el momento de la escritura corresponde al presente de la publicación, es decir,

1993. Por lo tanto, la vivencia está condicionada por los vaivenes de la memoria y el

recuerdo es el elemento estructurador de la trama. Sin embargo, su fluidez debe ser

atemperada y controlada por el narrador, que se manifiesta preocupado por la coherencia

y la cohesión de su texto. Así es que en repetidas ocasiones se suspende el desarrollo de la

anécdota recordada a fin de dar continuidad al relato. Por ejemplo, en la narración de la

experiencia de trabajo en una Compañía de Trabajo Extranjero, que se completa con el

recuerdo de las aventuras de los españoles en los bailes del pueblo. Ante la aceleración

del recuerdo, el narrador se detiene para evitar el desorden y la disipación del relato: “En

aquel momento nadie había previsto la conducta de los reaccionarios del pueblo ante el

éxito de los españoles en el mundo de la danza y en el corazón de las danzarinas. Pero…

trataré más tarde de ello” (Paz, 1993: 124).

La memoria es un bien muy preciado para el testigo y se sirve de ella durante toda

la narración. De este modo, logra introducir no sólo su propia versión de los

acontecimientos, sino también la voz de sus contemporáneos. Así, por ejemplo, el lector

accede a las palabras de Germinal de Sousa, militante anarquista lusitano, en vísperas de

la caída de Cataluña, a través de las cuales predecía el futuro que les esperaba a los

españoles en Francia. El narrador las recuerda de memoria y asegura su veracidad: “He

citado de memoria porque en aquella reunión no había más taquígrafo que la memoria de

los asistentes… Y yo estoy seguro que en la retransmisión que he dejado escrita no he

traicionado la sustancia del discurso de Germinal de Sousa” (Paz, 1993: 17).

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

379 

Sin embargo, la capacidad de recordar tiene sus limitaciones y algunos recuerdos

se han vuelto vagos con el paso del tiempo: “de este viaje iniciado en el atardecer del día

25 de enero”, en referencia a la huida de España, “hasta que llegamos a la frontera, creo

que a primeros de febrero, los recuerdos que conservo en mi memoria son confusos” (Paz,

1993: 27)174. Lejos de ser un obstáculo para la representación, al prevenir acerca de las

deficiencias de su memoria, el “yo testimonial” encuentra el camino para dar fidelidad a

su relato. A veces, para mitigar las fallas de su propia memoria, el narrador acude a

algunas notas tomadas por aquellos años en que transcurrían los hechos. Pero lo hace

transparente al lector, para no traicionar su confianza175. Sin embargo, no todos los

efectos del paso del tiempo son negativos, pues la distancia temporal entre los hechos y el

acto de enunciación le confieren al testigo la posibilidad de la reflexión como derecho

propio: “Hoy, cuando redacto estas memorias, puedo calibrar bien aquel momento” (Paz,

1993: 19). Con la verbalización de la capacidad limitada del recuerdo, el narrador no está

más que confirmando que su relato es el resultado de un proceso de elaboración subjetivo,

supeditado a sus propias limitaciones y cuyo fin último es mucho más que ofrecer una

información al lector.

Esta insistencia en la elaboración memorística de la experiencia pasada conecta el

texto con el paradigma literario. Los últimos decenios confirman que esos discursos han

cumplido un giro que va desde el modelo historiográfico –imperante a mediados de los

sesenta y hasta bien entrado los años setenta– hasta el espacio de lo literario. El caso de

Abel Paz, aun teniendo en cuenta su intención de reivindicar históricamente a un grupo

político que se mantuvo en la periferia de los discursos oficiales, no es una excepción. En

sus páginas, la literatura –y junto a ella, el arte y la cultura en general– ocupa un lugar

preferencial, ya que utiliza recursos de auto-representación del sujeto en el texto que

aparecen en testimonios contemporáneos. Por ejemplo, la identificación del narrador con

el Quijote, que por otra parte, constituye uno de los símbolos recurrentes de la cultura

                                                            174 Se repite esta explicitación de la debilidad de memoria en otros puntos del relato, como por ejemplo, en el de uno de sus viajes por Francia: “No recuerdo cómo hicimos el viaje de Burdeos a Niort, capital del departamento de Deux Sèvres” (Paz, 1993: 139)

175 “La correspondencia, pues, nos ocupaba mucho tiempo porque nos esmerábamos en esa tarea. Retomo de unas notas que hace tiempo escribí con la intención de redactar un día lo que ahora estoy haciendo…” (Paz, 1993: 78). A continuación, el narrador describe la rutina de la escritura de misivas, así como también la importancia que tenía para los internados como único medio de comunicación con el exterior.

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Por los caminos de la palabra 

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anarquista176. Abel Paz integró en su primera juventud el grupo “Grupo Ácrata Quijotes

del Ideal”, que funcionaba paralelamente a los demás grupos y sindicatos libertarios. En

el texto, reaparece la imagen del personaje cervantino: “Caminando, caminando, nos

ocurrió lo que al Caballero de la Triste Figura y su escudero, tropezamos con la iglesia, es

decir, con el cura del pueblo que salía de su sacristía” (Paz, 1993: 194). El Quijote ocupa

un lugar protagónico en la representación simbólica que los internados construyen en sus

propios textos, debido a la fuerte identificación que éstos estrechan con el personaje

cervantino. Entre la niebla es un ejemplo de ello, pues el Quijote, como el narrador, es

sinónimo de resistencia y lealtad a su convicción, a pesar de ser censurado por su locura.

Las referencias literarias no se agotan en la mención al héroe cervantino. En el

texto, la escena de la retirada y el cruce de los Pirineos es descripta como una “caravana

nazarena”, en clara alusión a la novela homónima de 1944, escrita por otro testigo

también anarquista, Ángel Samblancat. Así como la inclusión de ilustraciones de otros

compañeros, el narrador recuerda en sus páginas la obra de autores que, como él,

transitaron la experiencia concentracionaria. Esto evidencia, por un lado, cierta

competencia literaria del autor, que se completa con la mención a numerosas obras

literarias, filosóficas y políticas a lo largo del texto; y por otro, la intención de difundir y

promocionar la literatura de los campos franceses, un capítulo que hasta el momento en el

que escribe no ha sido lo suficientemente leído ni estudiado.

Parte del trabajo del testigo en cuanto a su auto-representación en el relato consiste

en describir la afición de los anarquistas por la lectura y la creación literaria. Cuenta que

muchos libros fueron salvados en la retirada e hicieron de la internación un tiempo menos

duro. Al mismo tiempo, eran la excusa perfecta para dialogar y reflexionar en grupo:

Hubiéramos deseado disponer de una rica biblioteca para mejor nutrir las exigencias de

nuestros espíritus inquietos… Iban de mano en mano y aún había momentos en que

cualquiera de nosotros, al releerlos, encontrábamos en ellos pasajes que nos gustaba

comentar en voz alta” (Paz, 1993: 77-78)

El cultivo intelectual entraña uno de los baluartes más ponderados por el

anarquista retratado en su texto. Hasta alude al conocimiento del esperanto, lengua que se                                                             176 Explica Alicia Alted que “si había un ícono que sobresalía era, sin duda, el escritor Miguel de Cervantes. En todas las bibliotecas de los anarquistas no faltó nunca el libro El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” (Alted, 2010: 173)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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enseñaba en los ateneos y círculos culturales anarquistas porque simbolizaba el ideal de

universalidad alimentado por dicha ideología (Alted, 2010: 173). Del mismo modo, la

escritura literaria es una de sus fuertes inclinaciones, aunque el tiempo de la guerra, la

cárcel y los campos no permiten que le dedique el tiempo necesario. Sin embargo, a pesar

de todas esas desavenencias, la literatura se revela como un medio para sobrevivir. Lo

constata el mismo relato en el cual el narrador comenta que, mientras estuvo en la cárcel

francesa de Chavez, se consagró a la elaboración de una novela autobiográfica.

Desafortunadamente, asegura que tales notas fueron secuestradas por la policía, por lo

cual no ha quedado constancia de tal proyecto.

En cuanto al espacio textual dedicado a la expresión de los sentimientos, Entre la

niebla se diferencia de los textos contemporáneos. El tono ensayístico y político domina

el relato, en tanto la exploración de las emociones y el mundo íntimo del sujeto queda

subordinada a los propósitos reivindicativos generales de la obra. No obstante, el narrador

reserva algunas pinceladas al relato de algún que otro encuentro amoroso y a breves

detalles de su vida privada familiar. De este modo, todos los rasgos mencionados

contribuyen a delinear la imagen de este “yo testimonial”, que se define en su relación

con el colectivo al que pertenece, pero que no deja descuidada su esencia individual y su

calidad de sobreviviente heroico.

3.3. La memoria de las mujeres: participación de la voz femenina en la historia

testimonial de los campos

3.3.1. Antecedentes y panorama actual de la escritura testimonial femenina

Una rápida mirada al corpus de testimonios mencionados, comentados y

analizados en este estudio desde los años cuarenta hasta la actualidad, deja al descubierto

la clara mayoría de textos escritos por hombres. La razón de este vacío no debe atribuirse

de ningún modo a las consecuencias de algún errado criterio de selección, sino

simplemente al hecho –constatable y evidente– de que en las primeras cuatro décadas

transcurridas desde 1939 las mujeres han estado casi por completo ausentes en la historia

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Por los caminos de la palabra 

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del testimonio de los campos franceses, salvando algunos casos que deben ser

comentados. El problema estriba en que su escritura no ha sido una excepción de la

tendencia habitual a que la voz dominante esté en labios y plumas masculinos.

Tal conclusión no se desprende solamente de la falta de publicaciones referidas a

su experiencia en los campos franceses. Josebe Martínez, quien se ha dedicado al estudio

de la vida y la obra de reconocidas escritoras en el exilio mexicano, tales como Silvia

Mistral, María José de Chopitea, Luisa Carnés, entre otras, ha planteado que, si bien la

mujer intervino en la creación del territorio físico, es decir, en el proceso de adaptación al

nuevo espacio, no colaboró en la conformación del ideológico. Así, “su labor pertenece y

permanece en la infraestructura, en la base, en el terreno emocional y consuetudinario”

(Martínez, 2007: 34). Mientras que tal afirmación comienza a ser revocada gracias a los

estudios y debates sobre la presencia de las mujeres exiliadas en México, mucho queda

todavía por pensar acerca de su importancia en la construcción de los discursos sobre el

pasado de la Guerra Civil, el exilio, la internación y la resistencia.

El cambio de funcionalidad de los testimonios en los tiempos actuales colabora

con la reflexión acerca de la emergencia de la memoria femenina y su creciente presencia

pública. Se ha explicado que en los últimos años el estatuto del testigo ha derivado en la

construcción del sujeto-víctima, gobernada por la priorización de los factores afectivos y

los referentes emocionales del pasado, que adquieren una sobre-dimensión en las

narrativas testimoniales y que mantienen en las sombras las luchas políticas del pasado en

las que los sujetos intervinieron. Uno de los conceptos que delimita este rol de los testigos

es la “privatización de la memoria”, entendida como la reclusión e intervención de las

memorias circulantes en un ámbito íntimo y desprendido de la interpretación crítica del

pasado. Es por eso que, si los testimonios “periodísticos” de los años cuarenta y los

“historiográficos” de los sesenta y setenta se ubicaban en un terreno de intervención

pública –por fuera de todo determinismo, podría agregarse “masculina”, debido a la

hegemonía de autores-testigos masculinos–, los relatos testimoniales actuales lo hacen en

un espacio mucho menos definido, que se conecta con la exploración de la intimidad, de

las emociones y de los afectos, y que, por ese motivo, se acercan a un paradigma de tipo

“literario”. Dicho proceso de “literaturización” del testimonio, permitirá que se cuelen en

los textos contenidos que pertenecen al mundo subjetivo del testigo, así como también

numerosas relaciones con la tradición literaria, en la cual estas mujeres suelen encontrar

algunas soluciones narrativas.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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Es, entonces, en este espacio de la representación donde comienzan a marcar su

territorio las memorias femeninas. Se trata de un terreno que, si bien comienza a ser

transitado por la importancia que adquiere en la actualidad la reconstrucción subjetiva de

los acontecimientos, también habilita el surgimiento de la narrativa testimonial femenina

como un nuevo e indispensable espacio de intervención socio-política y, más necesario

todavía, como un polo de resistencia a los discursos conciliatorios construidos a partir de

la transición.

Si bien hasta mediados de los ochenta la memoria femenina de los campos

franceses era un tema por demás infrecuente, lo cierto es que en estos últimos veinticinco

años el número de publicaciones de testimonios escritos por mujeres que atravesaron

dicha experiencia ha crecido de manera exponencial. Especialmente, debido al impulso de

asociaciones e instituciones que colaboran con la construcción y reconstrucción de la

memoria histórica, los cuales, además, intentan subsanar la falta de proyectos integrales

de reivinidicación moral a los vencidos de la Guerra Civil, desde la transición y hasta la

actualidad. Además, el desarrollo en España de la Historia Oral también colaboró con la

apertura del espacio a voces que no habían tenido representatividad en los debates sobre

el pasado español, como es el caso de las mujeres177.

Sin embargo, conviene repasar los antecedentes de esta potente, aunque discreta,

eclosión editorial. Los primeros textos testimoniales pertenecen a mujeres vinculadas con

el mundo de la política y la cultura. Uno de los primeros y más relevantes es Cien días de

la vida de una mujer, de Federica Montseny, publicado en Toulouse por la editorial

Universo en 1949. Montseny, además de su sostenida militancia anarcosindicalista, llegó

a ser ministra de Sanidad y Asistencia Social del gobierno republicano en 1936. Aunque

la autora no pasó por los campos, este texto recoge episodios vividos durante la retirada

de 1939 y la posterior llegada a París, donde hubo de permanecer exiliada por varios años.

Cien días… fue reeditado en España y traducido al catalán luego de la muerte de Franco,

en 1977. El valor de estas memorias es doble, puesto que colaboró con la introducción de

                                                            177 Explica Cristina Borderías que “la historia oral se introdujo también, desde mediados de los ochenta, en nuevas temáticas y objetos que entroncaban con las llamadas de los historiadores sociales a la renovación historiográfica… desde una orientación sociopolítica, [los objetos de la historia oral] se adentraban en nuevos territorios: el trabajo, lo cotidiano, la familia, la emigración, la transmisión generacional, las culturas de grupo, las representaciones identitarias, y de forma especialmente destacada la historia de las mujeres” (Borderías, 1995: 123)

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Por los caminos de la palabra 

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la voz femenina en la reconstrucción del relato histórico y también marcó su participación

en la reivindicación de otra memoria marginada, la anarquista.

Los testimonios femeninos recientes que dan cuenta del paso por los campos

también encuentran antecedentes en la obra de autoras como Silvia Mistral o Isabel del

Castillo. La primera de ellas –escritora y crítica de cine– publicó en 1940 una obra

titulada Éxodo: diario de una refugiada española, un diario novelado que había aparecido

antes por entregas en la revista Hoy de México. Por su parte, Isabel del Castillo

incursionó en la escritura de memorias con El incendio. Ideas y recuerdos, publicado en

1954 por la editorial Americalée de Buenos Aires178. Hay que destacar que ninguno de los

dos se ajusta plenamente a los rasgos que se les adjudican a los testimonios en este

estudio. Por un lado, porque la experiencia concentracionaria no es el hecho central en el

relato, sino que se integra como una más dentro de una cadena de aventuras acaecidas en

el exilio. Por otro lado, la elaboración literaria y la sospecha de cierto nivel de

ficcionalización voluntario, los mantiene fuera del corpus. No obstante, la utilización de

la primera persona y el hecho de tratarse de textos escritos por mujeres en años muy

cercanos a la experiencia, bastan para sentarlos como precedentes de la escritura

testimonial femenina de los últimos tiempos.

Siguiendo la línea del tiempo, otros antecedentes salen a la luz entre 1973 y 1975.

Se trata de las memorias de dos escritoras reconocidas en el ambiente cultural y político

catalán. Una de ellas Aurora Bertrana, a quien se la conoció especialmente por sus relatos

de viajes, exóticos y abundantes en su biografía. Escribió Memòries fins al 1935 (1973),

el cual fue galardonado con el Premio Crítica de Memorias “Serra d’Or”. En 1975, luego

de su fallecimiento, se publicó la ampliación del volumen, titulado Memòries del 1935

fins al retorn a Catalunya, el cual abarca los tiempos previos a la guerra hasta el exilio y

el regreso a Barcelona en 1949. El mismo contiene dos apartados en el que se relata el

paso por Saint-Cyprien, Barcarès y Vernet. La otra autora es Teresa Pàmies, hija del

militante comunista Tomás Pàmies Pla y militante de las Juventudes Socialistas

Unificadas de Catalunya (JSUC) durante la Guerra Civil179. Además de su desempeño

                                                            178 En el capítulo correspondiente a las retracciones de la voz testimonial en la década de los cincuenta se aludió a que la veracidad de este texto fue puesta en duda, a pesar de la insistencia de la autora en reafirmarla. Sin embargo, dejando de lado esa polémica, no deja El incendio… de ser una antecedente de peso en la escritura femenina de memorias.

179 Desde los inicios de la Guerra civil participó en las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña y fue miembro fundador de la Aliança Nacional de la Dona Jove. Participó en diversas campañas

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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político, se dedicó a la escritura y produjo una extensa obra ficcional y autobiográfica. Su

paso por el campo de refugiados de Magnac-Laval quedó asentado en obras como Quam

érem refugiats, publicada en 1975, en la cual relata las duras adversidades a las que se

enfrentaron las internadas en estos centros de acogida y reflexiona acerca de los roles que

éstas ocuparon en la guerra y el exilio.

En resumen, las obras mencionadas hasta aquí pertenecen a mujeres puntuales que

ocuparon un rol notable en el espacio público y que incluyen en sus páginas buena parte

de sus trayectorias personales, en las cuales la guerra, los campos, la resistencia y el exilio

tuvieron una importancia capital. Sin embargo, la complejidad de la verdad histórica se

dimensiona en la consideración de los sujetos comunes, no necesariamente vinculados a

ámbitos políticos o culturales, para la construcción de los relatos del pasado. Dentro de

ese proceso, la actuación de las mujeres ha sido recluida a un lugar secundario; su imagen

ha sido con frecuencia la de sujetos inocentes y pasivos. La alusión a la inocencia de las

mujeres, asociada a su pasividad en el campo ideológico, es un lugar común reproducido,

incluso, en algunas de las obras escritas por mujeres. Es el caso de L’aiguamort a la

ciutat, una novela de Teresa Juvé publicada en 2004 por la editorial Rúbrica e incluida en

la colección “Cròniques de la memòria”. El editor aduce que a dicha colección “s’afegeix

el relat d’una de les situacions més escruixidores de quasevol guerra: l’exili de les dones i

dels fills dels combatents, convertits en la imatge més eloqüent de la derrota, l’exili dels

innocents” (Juvé, 2004: 3). Esto demuestra hasta qué punto esta imagen está tan aferrada

en los discursos sobre la guerra y el exilio republicano.

La memoria femenina, en consecuencia, se ha elaborado con fragmentos

desarticulados y supeditada a la masculina. Manuel Vázquez Montalbán lo diagnosticó en

la Presentación a De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas,

de Neus Català:

                                                                                                                                                                                  propagandísticas en apoyo a la República y participó en el Congreso Mundial de la Juventud por la Paz celebrado en Vassar College (EEUU) en 1938. Se casó con Gregorio López Raimundo, secretario del Partido Socialista Unificado de Cataluña y tuvo un hijo, Sergi Pàmies, también escritor. Tras más de treinta años de exilio en diversos países latinoamericanos y europeos, regresó a España en 1971 (Greene, 1993-2000: 102-103)

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Por los caminos de la palabra 

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La voz de la mujer se aplica no sólo a reivindicar una historia de las mujeres sino

también a plantear la historia vista por las mujeres, en función de que la hegemonía del

hombre les dictó un aparente papel pasivo, aparente digo porque los grandes

sufrimientos no distinguieron sexos. Sólo la apariencia de que las guerras las ganan o

pierden los hombres en los campos de batalla ha podido condicionar el prejuicio de una

Historia escrita sólo para censar reyes, fechas y guerreros (Vázquez Montalbán, 2000: 9)

En vistas a combatir este prejuicio y con el fin de comenzar a desmontar la

hegemonía masculina, se vienen concretando algunos proyectos editoriales impulsados

por mujeres que también fueron testigos de los acontecimientos. En lo que se refiere a la

experiencia de los campos franceses, a la que se le suma en algunos casos la deportación a

los campos nazis, se han publicado dos compilaciones de testimonios que vale la pena

comentar. Uno de ellos es Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio,

editado por Guillermina Medrano en 1993, en México. Se trata de un volumen que nuclea

las narraciones de más de una decena de mujeres que vivieron la Guerra Civil y la

posterior salida de España rumbo a diversos destinos en el exilio. Algunas pasaron por los

campos de Francia y dejaron en su relato constancia de ello. La inquietud principal de la

coordinadora fue recoger estos relatos, a fin de “mostrar la entereza y fidelidad de que fue

capaz la mujer española lanzada al exilio por defender el derecho a vivir bajo un régimen

republicano de libertad y justicia” (Medrano, 1993: 11). Las protagonistas son mujeres

comunes que no persiguen otro fin que el de dar a conocer sus vivencias desde su propia

perspectiva, que son además múltiples y variadas.

El otro volumen pertenece a Neus Català180 y es el mencionado De la resistencia y

la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, que apareció en el año 2000. En él

reúne testimonios de cincuenta mujeres que participaron en la resistencia y que fueron

conducidas a los campos alemanes. Ella misma sobrevivió al horror de Ravensbrück, a

donde había sido deportada por colaborar con su marido en la resistencia francesa, quien

fue, a su vez, enviado a Bergen-Belsen. El volumen surge, entonces, como un llamado de

atención y conciencia social a revertir el olvido de todas esas españolas “resistentes y

exterminadas” (Català, 2000: 19). Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la autora

ha trabajado en la recuperación de la memoria de las deportadas, labor que se ha

                                                            180 La autora fue militante de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña (JSUC) durante la Guerra Civil y, posteriormente, del Partido de los Comunistas de Cataluña (PCC).

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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fortalecido, a partir de 2005, con la creación de la Amical de Ravensbrück, una asociación

que hasta ahora ha recibido apoyo del gobierno y de otras instituciones, tales como el

Memorial Democrático y la Amical de Mauthausen, para dar continuidad al proyecto

iniciado por Neus Català181.

La lista de publicaciones testimoniales sobre los campos franceses se alarga

notoriamente en los últimos años. Y muchas de ellas se han concretado con ayuda

institucional. Entre otras, Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna (2006),

de Remedios Oliva Berenguer, Memorias del exilio (2006), de Francisca Muñoz Alday y

Crónicas de una vida (2009), de Benita Moreno García, han contado con el apoyo del

Arxiu de la Memòria Popular de La Roca del Vallès, que los ha recogido y ha promovido

su circulación. Otras forman parte de proyectos personales, aparecidos tras muchos años

de silencio, como es el caso de Dones a l’infern (2005) de Elisa Reverter. Otras autoras

siguieron la huella de Neus Català y han incluido en sus relatos la experiencia de la

deportación a Alemania, ya sea para trabajar o para ser recluidas en los campos nazis,

como por ejemplo Otilia Castellví en De les txeques de Barcelona a l’Alemanya nazi

(2003).

Aunque todavía quede largo camino por delante, este coro de voces femeninas –

variadas y heterogéneas– ha comenzado a trabajar por la revocación de la hegemonía

masculina en la representación discursiva de la experiencia concentracionaria. Sin

embargo, teniendo en cuenta el rol histórico de la mujer en los relatos del pasado, el

análisis no dejará de atender las señales que indiquen cuál es el lugar que ocupa la mujer

en su propio discurso, así como también cuál es la perspectiva desde la que están siendo

editados y leídos estos testimonios. Por fin, la interpretación de las estrategias que las

autoras emplean para contar los acontecimientos, así como la identificación de los

caminos a través de los cuales se insertan en el discurso, pretenden colaborar con la

construcción de una historia plural que contemple a todos los sujetos en igualdad de

condiciones.

                                                            181 Una lectura sugerida para conocer la vida de Neus Català en toda su complejidad, así como también la presencia y el rol de las mujeres en la retirada, en los campos franceses, en la resistencia y en los campos alemanes de la muerte, es el volumen de Mar Trallero, Neus Català. La dona antifeixista a Europa (2008).

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Por los caminos de la palabra 

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3.3.2. Dos testimonios femeninos: Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna

(2006), de Remedios Oliva Berenguer, y Dones a l’infern (2005), de Elisa Reverter.

La selección de estos volúmenes para profundizar en las características y sentidos

que guarda la escritura testimonial femenina de los campos franceses no es producto del

mero azar. La razón es doble: por un lado, se trata de dos voces representativas de dicha

escritura, pero, por el otro, entrañan dos maneras particulares de contar la vivencia y de

involucrarse con los acontecimientos vividos. Los puntos en común y los divergentes, por

lo tanto, contribuyen a completar el panorama de la narrativa testimonial en la actualidad,

en este caso, desde el prisma de la mirada femenina.

Los hechos contenidos en el relato son similares en uno y otro testimonio. En

ambos se relata la huida de España, unida a los sufrimientos del cruce pirenaico y la

reclusión en los campos franceses. En el caso de Éxodo…, la narradora escapó en

compañía de su familia –marido, padres, hermanos, etc.– y fue internada, junto a todos

ellos, en Argelès-Sur-Mer y luego en Saint-Cyprien. Dones a l’infern, por su parte, cuenta

la historia de una mujer que cruzó la frontera en soledad y que llegó al campo de Couiza-

Montazels, donde permaneció por varios meses. Sin embargo, mientras el destino de la

primera la condujo a la Maternidad de Elna, donde dio a luz a su hijo Rubén, y más tarde

la reunió con el resto de su familia en un pueblo minero, el de la segunda estuvo signado

por haber sido contratada para la educación de los hijos de una dama francesa. Ambas

regresaron a España y, con el correr de los años, decidieron publicar sus memorias. La

selección de anécdotas y comentarios está supeditada, naturalmente, a los propósitos,

intereses e historia particular de cada una de estas mujeres. Por eso, la lectura devela

notables semejanzas y sensibles diferencias que, al ser comentadas, componen la

reflexión acerca de los caminos elegidos por las testigos para la representación de su

experiencia.

El tiempo y los propósitos impresos en el texto son dos aspectos que juegan un

papel decisivo en el proceso de escritura, pues ofrecen datos válidos para pensar la

vinculación existente entre los sujetos y sus discursos. Las obras se han editado hace muy

pocos años, pero si Remedios Oliva Berenguer recuerda y escribe desde su presente de

2006 aquellos dramáticos sucesos de su juventud, Elisa Reverter opta por desempolvar un

viejo diario en el que, allá lejos y hace tiempo, en 1939, plasmara sus impresiones,

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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anécdotas y angustias recientes182. De ahí que la primera obtenga un texto condicionado

por los efectos de la memoria y tamizado por los filtros del recuerdo, mientras que la

segunda ofrece el manuscrito original, empapado de las prisas y las tensiones vividas en

esos momentos.

No obstante, vuelven a encontrarse en uno de los objetivos principales que

defienden sus textos: recordar a las mujeres de los campos, con quienes compartieron

angustias y desventuras en aquellos años. En Dones… es éste el objetivo principal, pues la

narradora explica que “volia fer una confessió completa de la vida que portàvem les

dones sotmesses a aquella tortura, aquell sofriment moral i físic que era una autèntica

punició, i que més aviat semblava una revenja intolerable” (Reverter, 2005: 61). Por su

parte, Éxodo… también es la oportunidad para la reivindicación moral de este grupo. Así

lo indica la narradora: “los recuerdos que tengo de mis compañeras de cautiverio son

recuerdos de personas que se negaban a bajar la cabeza y mantenían los ánimos” (Oliva

Berenguer, 2006: 96). Esta declaración de propósitos se ve reflejada en las imágenes que

se reproducen en la cubierta del volumen, así como también en las fotografías que

incluyen sus páginas:

Se trata, como explica el epígrafe, del grupo de madres con las cuales compartió la

experiencia de la maternidad en Elna. A su vez, se identifica a la autora en el grupo,

destacando su protagonismo, pero vinculándola con el colectivo al que el testimonio está

                                                            182 El texto al que accede el lector es el producto de un proceso de elaboración y reescritura de notas tomadas por la autora en el campo, cumplido al poco tiempo de su salida, en la residencia de una dama para la cual trabajó en Francia.

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Por los caminos de la palabra 

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dedicado. Las fotografías del interior reproducen los retratos de algunos familiares como

el padre, el marido, etc., pero también el del pequeño nacido en los campos y algunas

ilustraciones realizadas por la autora. Todos estos elementos gráficos colaboran con la

construcción de la atmósfera privada e íntima que reina en el relato, pero también con la

idea de que el texto pretende reponer un conjunto de imágenes que tiene por protagonistas

a las mujeres y que no ha formado parte estable de las fotografías conocidas sobre los

campos.

Las coincidencias en los propósitos de escritura se repiten en otros aspectos de los

textos. Uno de ellos es la imagen que construyen estas mujeres en sus propias

producciones. Ambos testimonios, fieles a la regla general, están planteados desde la

primera persona singular. Ellas mismas son las protagonistas de los hechos que relatan y

eligen anécdotas en las cuales sobresalen del resto por su impulso de supervivencia. En

Éxodo… la imagen de la narradora es la de una mujer que, en pos de salvaguardar a su

familia, desafía los mayores inconvenientes para conseguir trabajo y superar la situación

desfavorable en la que se encuentran. Cuenta que, luego de dar a luz a su hijo, consiguió

entrar a trabajar como costurera en una fábrica y llevarse consigo a sus padres e hijo. Esto

no era fácil, pues el director no aceptaba mujeres con niños. Ante esta limitación, la

narradora decidió hablar en nombre de todas las madres de la barraca y logró su

cometido. Sucesos similares recupera Dones…, especialmente cuando la narradora

recuerda un episodio en que se ve a sí misma frente a las autoridades del campo con el

objetivo de pedirle mejoras materiales y alimenticias para todas las internadas. El

testimonio no sólo relata este hecho, sino que transcribe su petición completa, cuyo centro

de importancia es que “sóc portadora d’un missatge d’aquestes dones sofrents” (Reverter,

2005: 192).

Lo importante de estos dos fragmentos presentados es que los relatos seleccionan

aquellas anécdotas en las que las narradoras se convierten en protagonistas y se

diferencian del resto de sujetos que las rodean. En resumen, en su condición de mujeres

luchadoras y resistentes, estas mujeres alientan y cultivan la capacidad para sobrevivir en

las peores circunstancias de su vida, lo cual les adjudica el valor de heroínas, pocas veces

reconocidas. Es la idea que motiva la publicación de estos textos y que queda explícita en

la voz de la narradora de Dones…, para quien la razón por la cual estas mujeres no

perdieron la vida en los campos es por “la nostra propia essència i força com a dones, que

sembla que encara avui són ben desconegudes pels homes” (Reverter, 2005: 145)

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Desde esa posición, cuyos rasgos heroicos son innegables, las narradoras ejercen

la autoridad para denunciar las ofensas cometidos contra sus semejantes y hacer de sus

relatos verdaderos manifiestos reivindicativos. Tales oprobios ocurrían en diferentes

niveles: desde el punto de vista laboral, la narradora de Éxodo denuncia que los directores

de las fábricas que utilizaban mano de obra barata de las refugiadas españolas, no sólo las

explotaban a cambio de poco dinero, sino que éste era aún menor que el que destinaban a

la mano de obra masculina. Las humillaciones también se extendían a lo moral. Elisa

Reverter recuerda en su testimonio la violencia con que los guardias franceses y

senegaleses trataban a las mujeres que pretendían ingresar en territorio francés. Más tarde,

también reflexiona sobre la actitud de los jefes de campo, que privaban a las internadas de

mínimos espacios de intimidad.

Una característica que registran la mayoría de los testimonios es la conciencia que

tienen los narradores de encontrarse sometidas a un duro proceso de des-subjetivación,

entendido como la paulatina pérdida de los derechos civiles, primero, y luego de los

derechos naturales del ser humano. “No nos trataban como a seres humanos” (Oliva

Berenguer, 2006: 123), sentencia la narradora de Éxodo… En otros textos testimoniales,

la confirmación de estar viviendo en un estado de excepción provocaba en los testigos el

uso de metáforas animales para describir su situación. Las mujeres también encuentran

efectivo este recurso y acuden a tales imágenes para ilustrar sus situaciones personales y

los de sus semejantes. Por ejemplo, el texto de Reverter, siempre atento al grupo de

mujeres con el que habita en el campo, confiesa: “temo que moltes d’aquestes dones,

plenes de nostàlgia, amb l’avorriment de cada dia a sobre, hora darrera hora, sense fer res,

i la misèria que es reflecteix en els seus cossos, arribin a embrutir-se”183 (Reverter, 2005:

76). O también en Éxodo…, cuando la observación de la gente en el campo se le presenta

a la testigo como un hormiguero humano (Oliva Berenguer, 2006: 45), o cuando compara

la clasificación de las personas como “machos, hembras y crías” (Oliva Berenguer, 2006:

77), en alusión a las divisiones de los campos.

Una estrategia para intentar comprender el lazo que estrechan las autoras con su

propia vivencia es detenerse en la selección de núcleos temáticos que conforman la

                                                            183 Queda constancia también en Éxodo… de este proceso de embrutecimiento que los acercaba ala condición de bestias salvajes. Ante el conocimiento de que la Segunda Guerra Mundial se había desatado, la narradora comenta: “Rodeábamos a los que tenían un periódico y escuchábamos la noticia una y otra vez; y en ese campo, acorralados como animales, hacíamos comentarios preguntándonos: ‘¿Qué será de nosotros?’” (Oliva Berenguer, 2006: 70)

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Por los caminos de la palabra 

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narración. En estos testimonios femeninos, llama la atención el desarrollo de anécdotas

felices que quiebran el relato dramático. Si bien no dejan de ser troncales aquellos

episodios que dan cuenta de los miedos, los miles de apuros –económicos, sanitarios,

alimenticios, etc.– y las angustias vividas en los campos, también son importantes

aquellos momentos en que el buen humor y la alegría significaban un recreo de las

penurias vividas. “Algunas veces hasta nos reíamos de nuestra desgracia” (Oliva

Berenguer, 2006: 47), dice la narradora en pleno cautiverio de Argelès-Sur-Mer. Algunos

testimonios masculinos también registran episodios humorísticos, como es el caso de

Entre la niebla, de Abel Paz. Se ha mencionado que el objetivo del autor es desmontar

varias de las “verdades” legitimadas en los discursos oficiales sobre los campos franceses,

entre otras cosas para reivindicar la memoria anarquista. Para ello, le es útil subrayar los

detalles de la buena convivencia entre los internados y destacar que “el humor no lo

habíamos perdido en ningún momento por negra que fuese nuestra suerte” (Paz, 1993:

116)

La vivencia de los campos franceses, sumado al exilio o a la vida en la posguerra

española, ha significado para estas mujeres un trauma con el que han convivido durante

décadas. La escritura –y el hecho de hacer pública su versión de los acontecimientos–

significa para ellas, además de una contribución a la memoria histórica, una herramienta y

una posibilidad para que esa herida acabe de cicatrizar y para que ese pasado logre

reintegrarse en su historia personal184. Por eso, todo lo contenido en el límite de esas

páginas es lo que, según ellas, debe ser contado. Las breves escenas divertidas, como por

ejemplo el golpe inofensivo que el hermano de la narradora se diera en la cabeza con la

lámpara en el testimonio de Remedios Oliva Berenguer; o la alegría inmensa del hijo que

llegaría185; o las noticias reconfortantes, tal como la aparición con vida de un amigo en

Dones… también deben ser recordadas como parte orgánica de esa vida y, por ese motivo,

encuentran sitio en la representación testimonial.

                                                            184 En otras memorias concentracionarias femeninas reaparecen con frecuencia estas anécdotas que recuperan momentos felices o divertidos vividos en los campos. Por ejemplo, en Crónicas de una vida (2009), de Benita Moreno García, la narradora recuerda a una compañera que intentaba hablar en francés para lograr que un guardia le permitiera ver a su esposo ingresado: “Un día nos reímos mucho, se acercó una señora y le dijo [al gendarme]: Mesie bu me dejé pasé a ver a mi maridé que está malalté? Convencidísima que lo decía en Francés” (Moreno García, 2009: 42)

185 “Para nosotros, a pesar de ser un momento poco adecuado, era una gran alegría; es que con la juventud las cosas se valoran de otra forma” (Oliva Berenguer, 2006: 51)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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Interpretar estos dos relatos femeninos no sólo implica encontrar las similitudes en

la elección de estrategias narrativas, sino también poner en evidencia que se trata de dos

expresiones particulares que construyen posiciones diferentes con respecto a la

experiencia vivida. El destinatario, real o ideal, que asoma en ellos es una pista inicial

para observar dónde radican tales diferencias. “Lo único que siento ahora es que Joan no

pueda leer este testimonio. Mientras lo estaba escribiendo, me parecía que se lo dedicaba

a él” (Oliva Berenguer, 2006: 135). Remedios Oliva Berenguer escribe un texto

puramente íntimo y privado, dedicado al marido muerto, quien fuera su compañero junto

al resto de sus familiares. Se trata de la experiencia personal, pero también de una crónica

familiar, en la que no le interesa cargar en la cuenta el contexto histórico de conflicto

bélico que entonces gobernaba la escena pública, ni comentar los problemas internos de

los partidos políticos en el campo de Argelès. Su recorte de lo vivido tiene a los

integrantes de su familia por protagonistas. Y es por eso que el testimonio está contado

desde su primera persona, pero también desde un “nosotros” definido y especial: “Aquella

noche dormimos en el camión, muy apretados, los cinco en el colchón atravesado, pero

dormimos a pierna suelta” (Oliva Berenguer, 2006: 39). Desde el inicio, todos los

integrantes de la familia están incorporados en la persona gramatical del texto. Excepto

cuando la testigo arriba a la maternidad de Elna, momento en el cual se refiere a las

mujeres con quienes allí se encuentra.

En cambio, la experiencia particular de Elisa Reverter cuaja en un texto que tiene

un norte distinto. La razón por la cual la testigo relata el cuidado celoso con que trata su

diario y la dedicada conservación a lo largo de los años, es la necesidad de sacar del

silencio su paso por los campos y comunicarse con su pueblo: “Mentre tingui sana

capacitat mental… jo espero continuar disposant lliurement de la meva voluntat de

comunicación amb el meu poble, encara que sigui a través d’un diari personal” (Reverter,

2005: 142). Se trata de un relato con una fuerte dosis de catalanismo, a través del cual la

autora no sólo defiende su condición de mujer, sino también su identidad nacional y la

resistencia de su pueblo ante la ofensa franquista.

En cuanto a lo primero, la elección del título adelanta dicho propósito, y lo ilustra

la persona gramatical desde la que se enuncia el relato. El “yo testimonial” se hace

colectivo para referir la presencia del grupo de mujeres con quienes vive en los

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Por los caminos de la palabra 

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campos186. En cuanto a lo segundo, el texto es un homenaje “a tots els qui en defensa de

la nostra Pàtria, Catalunya, varen sofrir passió, suplici, exili o mort durant els anys foscos

de la guerra civil espanyola, o de resultes d’ella” (Reverter, 2005: 5). Para dimensionar la

magnitud del drama y la participación del pueblo, la narradora no se ahorra comentarios y

reflexiones acerca de las noticias que circulaban sobre la situación internacional, que

corren paralelos al relato de la experiencia personal, la completan y la complementan. En

su vida personal, Elisa Reverter manifestó una constante preocupación y compromiso

políticos. Además de su pasión por la escultura, colaboró en la fundación del partido

Convergència Democràtica y estuvo a cargo del Patrimonio del Ayuntamiento de

Badalona durante el primer Ayuntamiento democrático.

Un estudio sobre la representación de los campos en estos textos escritos por

mujeres debe subrayar la importancia que adquiere el cuerpo en el relato, ya sea su

presencia o ausencia, y qué sentidos entraña la puesta en discurso de las manifestaciones

físicas. El texto de Elisa Reverter es, quizás, el que más elementos ofrece en este aspecto.

En Dones… el cuerpo es el verdadero testigo de los acontecimientos, pues la narradora

experimenta la vivencia a través del dolor físico. El sufrimiento se percibe desde la

dimensión corporal: “les mans se’m gelaven i m’ofegava; un calfred em pujava per

l’esquena i les cames em flaquejaven, ja no podía més, no tenia ni saliva a la boca”

(Reverter, 2005: 67). El cuerpo se resiente y se convierte en el espacio físico donde se

manifiesta la dislocación territorial y moral vivida por la testigo. El texto es la crónica de

la dislocación territorial y moral que vive el sujeto.

Asimismo, las huellas de esta expresión física quedan plasmadas en la superficie

textual. Pero también las posibilidades de supervivencia se hacen efectivas desde la

dimensión corporal. Para la narradora, la posibilidad de evadirse por un momento de la

situación ignominiosa en la que se encuentra, implica también ensayar la expropiación de

su propio cuerpo: “Quan el fred em congela les mans, i em deixa els dits tan blancs que

semblen de cera, quan la gelor em puja pel moll dels ossos fins al cervell… sento una

neccesitat imperiosa d’evadir-me” (Reverter, 2005: 86). El esfuerzo que implica desoír

los síntomas del cuerpo es, también, un esfuerzo de supervivencia.

                                                            186 “Aquestes són les dones que més o menys m’envolten. Entre tantes, i no n’he trobat ni una de coneguda; de fet ens acabem de conèixer, pero jo intento ser una bona companya per totes elles” (Reverter, 2005: 99), dice la narradora luego de presentar la galería de nombres con quienes mantiene relación en Couiza-Montazels.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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No es igual la percepción del cuerpo en Éxodo…. Aunque la testigo atraviesa un

embarazo y la maternidad en el exilio, el relato no hace especial alusión al dolor físico.

Por momentos pareciera reprimir la narración del cuerpo dolorido. Un ejemplo puede

verse en el siguiente fragmento, correspondiente a uno de los momentos más críticos del

testimonio:

Ya llevábamos siete meses rodeados de alambradas, vigilados por los militares, sin

comodidad alguna y muy mal alimentados. Estábamos hartos… Ya iba por el sexto mes

de embarazo y habríamos hecho lo que fuera para que nuestro hijo no naciera en el

campo (Oliva Berenguer, 2006: 69)

Ya sea por el tamiz del recuerdo o por las elecciones voluntarias de la testigo,

sorprenden las pocas referencias al sufrimiento o a las transformaciones físicas

experimentadas durante esos meses. Si acaso en algún punto del relato hace alusión a su

gordura, lo hace sobre todo para acentuar las deficiencias materiales que los rodeaban, ya

sea la falta de alimentos o de ropa. El testimonio no ingresa en la sensación física de la

testigo, sino que se queda en los márgenes exteriores y plantea el relato desde la

dimensión familiar.

3.3.3. Un testimonio más: Memorias del exilio (2006), de Francisca Muñoz Alday. El

imperio de la emoción y otras conexiones literarias.

La obra de Francisca Muñoz Alday comparte muchas características con los

testimonios femeninos contemporáneos, razón por la cual podría haberse incluido bajo el

título anterior. Sin embargo, existen algunas particularidades en este relato que aportan

mayor claridad a las consideraciones expuestas acerca de cómo interviene la voz

femenina en la interpretación del pasado y, también, sobre el lugar que ocupan en el mapa

de estas representaciones.

Se ha comentado que los testimonios actuales inciden en la exploración del mundo

interior del sujeto que escribe y, en ese acto, se embarcan en un proceso de

“literaturización”, el cual se vincula también con la construcción, a nivel social, del

sujeto-víctima. En la actualidad, los relatos del pasado están gobernados por referentes

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nostálgicos y afectivos que, en muchos casos, opacan las significaciones políticas de los

discursos. A partir de este modelo de representación se ha instalado una nueva versión del

testigo, la víctima, que promueve una lectura conmovedora y emocionada, peligrosamente

acrítica, pues, en ocasiones, equipara las diferencias entre vencedores y vencidos, o

victimarios y víctimas, y desactiva las potenciales discusiones políticas que se despliegan

entre las mallas del discurso. Sin embargo, también se debe destacar que dicho modelo ha

permitido y promovido la emergencia de otras voces antes inhibidas, que no formaban

parte integral de la trama narrativa sobre el pasado de la guerra, la posguerra, los campos

y el exilio.

Memorias del exilio se proyecta desde esta contradicción que opone los peligros

de la rentabilidad dramática de la narración a los beneficios que supone sumar unas

narraciones tradicionalmente relegadas por los discursos oficiales. El volumen fue

publicado por la editorial Viena, tras haber participado en el Premio Romà Planas y Miró,

convocado durante los últimos años por el Arxiu de la Memòria Popular la Roca del

Vallès. Esta editorial se comprometió con la publicación de testimonios inéditos y con la

difusión, entre otras, de memorias frecuentemente relegadas como la de las mujeres. Así

lo atestigua también el volumen de Remedios Oliva Berenguer, que corrió similar suerte.

Los elementos gráficos que acompañan al texto ofrecen directrices para inaugurar la

reflexión:

Aunque el epígrafe de la fotografía haga referencia a la presencia de “ciudadanos

evacuados” (Muñoz Alday, 2006), lo cierto es que la imagen solamente deja ver a un

grupo de mujeres y niños que, colmados de bolsas y maletas, intentan subir a un tren. El

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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predominio de mujeres, inidentificadas en esta foto, posiciona al lector en lo que se

dispone a abordar: unas memorias femeninas, escritas por una de las “inocentes” víctimas

del franquismo, como se las suele encasillar, que debieron huir de España para hallar

refugio en otro sitio. Así también, la fotografía ubica al lector en el centro del problema,

es decir, en el desplazamiento –el exilio–, que constituye núcleo temático esencial del

testimonio. La imagen de la partida recupera el dramatismo del episodio, un cuadro que

se completa con la información que se ofrece al dorso, en la contracubierta, donde se

define al texto como un “relato estremecedor” (Muñoz Alday, 2006), que movilizará al

lector por la crudeza de su contenido, por la injusticia de las acciones, en fin, que promete

hacer temblar las emociones de quien lo lea. Asociado con este rasgo del relato, la

presentación del texto apela a la “extraordinaria habilidad narrativa” de la autora, con lo

cual el binomio literatura-emoción queda planteado antes de comenzar la lectura.

Sin embargo, la singular génesis de estas memorias aporta otra perspectiva.

Explica la autora que su familia nunca regresó a España tras su huida en 1939. Luego del

paso por los campos y de algunos contratiempos vividos en Francia durante la Segunda

Guerra Mundial, se instalaron en Toulouse, donde Francisca prosiguió con su vida. En

1976, se licenció en Filología Española por la Universidad de Toulouse-Le Mirail, hecho

que dio lugar al nacimiento de estas memorias. Con motivo de la redacción del trabajo

final de carrera, Francisca Muñoz Alday propuso a sus maestros estudiar acerca de la

presencia de los republicanos españoles en Francia. Ese fue el curioso disparador de la

escritura, que consistió en reflotar un viejo recuerdo de infancia desde el final de la

Guerra Civil, a la retirada y a los años que ella y su familia vivieron en los campos de

concentración. La autora había nacido en 1926, por lo cual era muy joven cuando se

desencadenó la contienda.

El resultado de esta recuperación del recuerdo es un texto muy conectado con el

mundo emocional de una mujer que vivió en primera persona los acontecimientos que

narra, pero también con la dimensión reflexiva que supone colocarse en el centro de su

objeto de estudio. Por ello, no sorprende que incorpore al relato muchas de las

conclusiones actuales acerca de la gestión conflictiva de la memoria durante la etapa

democrática y las dificultades a las que se enfrenta la sociedad contemporánea en cuanto

a la recuperación del exilio republicano español187. Asimismo, tampoco llama la atención

                                                            187 En las últimas páginas, antes de dar por concluida su tarea testimonial, la narradora opina que “nuestra época de superinformación padece, a veces, de amnesia y es de temer que la tragedia del

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Por los caminos de la palabra 

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que, aunque se sabe protagonista de los acontecimientos, también se declara portadora de

una memoria heredada, por lo que dedica la redacción del testimonio a sus padres –una

generación anterior–, quienes tuvieron la responsabilidad de llevar adelante una familia

en el caos de la guerra y del exilio.

El relato está construido sobre las conexiones entre el mundo emocional de la

narradora y la literatura. Una indiscutible primera persona del singular domina el relato, la

cual se instala en el presente de la mujer madura que escribe, pero se desplaza hacia el

pasado, hasta la niña que vivió los acontecimientos. El relato adquiere, entonces, un tono

infantil, pues se posiciona desde la perspectiva de esa pequeña que no acababa de

comprender lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Ante ese desconocimiento, el relato

se ancla en las consecuencias afectivas del exilio, como por ejemplo, el abandono del

lugar de pertenencia y de los objetos que la rodeaban: “me costaba trabajo admitirlo, y

más despedirme de todo lo que me unía a la niñez, intuyendo el carácter definitivo de la

despedida” (Muñoz Alday, 2006: 15).

La descripción de la vida en los campos –en su caso, en el de Pont la Dame,

reservado principalmente para mujeres, niños y ancianos–, se tiñe también con estas

impresiones. Cuando se refiere a la comida, recuerda, con énfasis nostálgico, la que

antaño recibiera en su casa materna: “¡quién hubiese tenido las de Barcelona, limpias y

bien cocidas!” (Muñoz Alday, 2006: 66). Al relatar las actividades que se realizaban

durante la internación, menciona las reuniones en las que se entonaban canciones del

terruño “que conmovían profundamente a sus paisanos” (Muñoz Alday, 2006: 70). Otro

momento dominado por los efluvios de la emoción es el de la salida del campo para

reunirse con su padre y así poder establecerse toda la familia en Toulouse: “me dio una

pena tremenda despedirme de nuestras compañeras” (Muñoz Alday, 2006: 110).

Es interesante comprobar el grado de consciencia que posee la narradora en cuanto

a su proceso personal de elaboración del recuerdo, sometido a la erosión de la memoria y

a la recreación, luego de muchos años de vividos los sucesos. Así lo expone cuando

explica que, tras la salida de Pont la Dame, “la imagen del campo se fue borrando, o

escondiendo en un rincón de la memoria” (Muñoz Alday, 2006: 113). Para recobrarlo

debe poner en marcha otros procedimientos que exceden lo netamente referencial y que,

en cambio, se conectan con el mundo subjetivo y emocional.

                                                                                                                                                                                  exilio de varios centenares de miles de españoles figure entre los ‘olvidos’ de la historia” (Muñoz Alday, 2006: 155)

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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Una de las consecuencias de esa reelaboración es que el relato bebe de diversas

fuentes literarias. Pueden rastrearse algunos ejemplos en el nivel argumental, como es el

hecho de que la narradora explique que su vinculación con Francia y con la lengua

francesa había partido primeramente del conocimiento de su literatura, en especial, de la

lectura de Molière (Muñoz Alday, 2006: 16). Pero, sobre todo, las alusiones literarias

florecen en el nivel de la expresión, en los procedimientos que ejecuta la narradora para

contar la experiencia, los cuales encuentran soluciones en la tradición literaria hispánica.

Un ejemplo de esto es la utilización de fórmulas cervantinas, lo que recuerda el valor

simbólico que el Caballero de la Triste Figura poseía para los republicanos exiliados.

Ante la huida de Toulouse a causa del peligro de ser capturados nuevamente, la narradora

expresa: “Aquel pueblito de la Alta Garona, de cuyo nombre no quiero acordarme, me

resultó antipático desde el primer día” (Muñoz Alday, 2006: 133). Otro ejemplo es la

alusión al poema “La canción del pirata”, de José de Espronceda, con la que compara los

días en que los bombardeos interrumpían su sueño: “como el pirata de Espronceda, me

dormía, sosegada, arrullada por el rugido de los truenos y el resplandor de los

relámpagos” (Muñoz Alday, 2006: 14)188.

Memorias del exilio contribuye a entender las estrategias de representación de la

experiencia que desarrollan los testigos, tras varias décadas de haber vivido la

experiencia. Además, se destaca entre otros textos contemporáneos porque demuestra

claramente el imperio de la emoción como directriz desde la cual se plantea el testimonio.

De este modo, el proceso de “literaturización” de este testimonio radica en que, desde el

recuerdo, la experiencia aflora asociada a la nostalgia del pasado, a la emoción del

recuerdo y a las implicaciones de éste sobre el presente de la escritura. Para concretar el

relato, la narradora busca referencias en su bagaje de lecturas literarias, con las cuales

resuelve algunas de sus necesidades narrativas. El éxito de la narración se concreta,

entonces, en su carácter “estremecedor”, como anunciaba su contracubierta, y no en el

reflejo de tensiones o conflictos que podrían motivar otro tipo de reflexiones en el lector.

 

 

                                                            188 “La canción del pirata” es un poema de 1835, compuesto por el escritor José de Espronceda (1808-1842). Los versos que la narradora convoca en su texto son los siguientes: “y del trueno/ al son violento,/ y del viento/ al rebramar,/ yo me duermo/ sosegado,/ arrullado/ por el mar” (Espronceda, 1970: 228) 

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Por los caminos de la palabra 

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4. La representación del espacio en los testimonios actuales.

Los textos comentados en este capítulo han sido publicados entre cincuenta y

setenta años después de los acontecimientos que relatan, por lo que la erosión de la

memoria se convierte en ellos en un elemento de singular importancia. No obstante, la

relación que se teje entre el sujeto testimonial y el espacio concentracionario sigue

aportando elementos de suma relevancia para el análisis de este corpus, puesto que, como

sus antecesores, son también el efecto de una experiencia de desplazamiento territorial

involuntario, una dislocación que afectó sus patrones de referencia culturales y que

supuso, para muchos de ellos, el alejamiento prolongado de su espacios de pertenencia.

La escritura y también el hecho de hacerla pública significan para el sujeto la posibilidad

de suturar ese desajuste de la historia personal, causado por la huida forzada de España y

acentuado en muchos casos por una estadía extensa en el exilio. Es por eso que, ya sea en

textos escritos y editados en los últimos años, o en ediciones póstumas de testigos que

escribieron anteriormente su testimonio –es el caso del volumen de 2003 de Campo de

concentración, de Lluís Ferran de Pol–, la relación con el espacio sigue siendo decisiva

para interpretar los textos.

El proceso de dislocación territorial al que se vieron sometidos los republicanos

españoles ha llamado la atención de la crítica actual dedicada a los testimonios de los

campos franceses. Así lo prueba el libro Allez! Allez! Escrits del pas de frontera, 1939,

preparado por María Campillo. Este volumen reúne una recopilación de fragmentos de

testimonios, cartas, memorias, dietarios, entrevistas y otros géneros del “yo”, así como

también algunos textos ficcionales, escritos por sujetos –no sólo escritores y escritoras,

sino también periodistas, políticos, soldados, etc.– que atravesaron la frontera pirenaica en

1939. El motivo que los convoca es justamente el paso por la línea de la frontera y la

carga simbólica de la que se reviste este acto en los textos de los protagonistas. La línea

de frontera es, en algunos, una obsesión; en otros, la búsqueda de la salvación y la

seguridad, y en todos ellos la constatación de una nueva identidad asociada a la derrota.

En Memorias del exilio (2006), Francisca Muñoz Alday recuerda este momento

vivido en la frontera y, después de casi setenta años, identifica el paso de Le Perthus

como un punto de quiebre en su trayecto: “El paso de la situación de ciudadanos a la de

parias fue manifiesto en Le Perthus, cuando surgieron los primeros uniformes extranjeros

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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aullando órdenes en un francés que no era exactamente el de mis libros” (Muñoz Alday,

2006: 19). El comienzo de la pérdida de los derechos civiles ocurre en esa zona difusa de

la frontera y se confirma durante la estadía en los campos de concentración. Éste es sólo

un ejemplo que demuestra la importancia del episodio del cruce pirenaico, el cual marca

la primera estación del desplazamiento y, por consiguiente, del proceso de dislocación

territorial que supone, a su vez, la ruptura y el resquebrajamiento de los referentes de la

identidad del testigo. Este proceso se desarrolla, entonces, en el capítulo de los campos

franceses, por lo que la reflexión acerca del vínculo entre el sujeto y el espacio continúa

siendo válida.

Aunque los testimonios actuales se diferencien de sus precedentes en cuanto a los

objetivos y la concepción misma del texto, así como también en cuanto a los caminos

elegidos para contar la experiencia, hay que destacar que continúan vigentes muchas de

las representaciones del espacio y de la relación entre éste y el testigo que ya estaban

presentes en los previos. Un aspecto que había sido señalado y que constituye una de sus

características particulares, son los recursos que se ponen en marcha para describir los

sectores significativos de los campos. Esto se conectaba con el concepro de “espacio

lleno”, según el cual el campo podía entenderse como un espacio activo en el cual los

sujetos emprendían el camino de reconstitución de su identidad desarticulada.

Entre esos procedimientos, sobresale la alusión a los términos utilizados para

nombrar los sectores del campo, los cuales recuerdan toponímicos conocidos por los

internos. El “Barrio Chino” es el lugar por el que pasa una parte importante de los

refugiados republicanos y ni siquiera el paso de los años ha borrado de su recuerdo las

actividades que en este sector se desarrollaban. “Como si estuviéramos en el corazón de

Barcelona” (Ferrer, 1987: 32), recuerda Eulalio Ferrer en Entre alambradas, aunque en su

memoria guarda una imagen negativa de este lugar donde se gestaban pequeñas

transacciones comerciales, pero también acciones delictivas. Este acto de nombrar lo

desconocido con expresiones familiares supone para el sujeto un camino para aprehender

e integrar un espacio que le es ajeno por definición.

Otros nombres que rememoraban lugares de la ciudad apuntan en otra dirección.

En el texto de Ferran de Pol, el narrador recuerda la zona denominada “Avenida de la

Libertad”, un corredor existente entre las barracas en el campo de Saint-Cyprien, muy

transitado por todos ellos. No sin amargura, recuerda que “a lo largo de los campos de

Saint-Cyprien y paralela a ellos se extiende una faja de terreno de unos cuantos

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kilómetros de larga… Aunque toda ella esté circuída (sic) de alambradas esto no importa,

se la llama: La avenida de la Libertad. Grecia tuvo su Ágora, Roma su Foro, Bizancio su

Hipódromo”189 (Ferran de Pol, 2003: 70-71). Con similar ironía, enumera los nombres de

algunas barracas, a medio camino entre el humor absurdo y la angustia: “El Lido es el

nombre de la primera barraca; La Casa Blanca el de la segunda” (Ferran de Pol, 2003:

165). En estos casos, las características atribuidas a los campos, actualizadas en los textos,

son para el testigo no sólo un medio para nombrar lo desconocido, sino sobre todo una vía

para describir su zozobra en el cautiverio de los campos.

Sin embargo, también se ha aludido al concepto de “espacio vacío”, que entiende

el campo como un “no-lugar” y como el ejemplo mejor acabado del estado de excepción,

según el cual se ha suprimido para ellos el ordenamiento jurídico que regula los derechos

de los ciudadanos. Esto también aparece en los testimonios actuales, pues es justamente la

categoría de ciudadanos la que les ha sido extirpada. Remedios Oliva Berenguer lo

advierte con sorpresa al recibir la partida de nacimiento de su hijo Rubén en la

Maternidad de Elna:

Nos dieron también las partidas de nacimiento de los niños; al leerlas nos dio un

sofocón: procedían del Ayuntamiento de Elna y especificaban: ‘hijo de refugiados

españoles’. No lo considerábamos una deshonra, pero significaba que nuestros hijos ni

siquiera tenían domicilio (Oliva Berenguer, 2006: 91)

Evidencias como ésta, demuestran que los testigos son conscientes de haber sido

expropiados de un mundo “real” en el cual existían e interactuaban gracias a su categoría

de ciudadanos. Dentro de este sistema se encuentran cancelados como tales, por lo que su

universo se ha convertido en algo falsificado y artificioso. Así lo manifiesta Ferran de

Pol, para quien “todo esto es una locura. Estamos envueltos en alambradas que nos

sepultan en una vida artificial” (Ferran de Pol, 2003: 141). La salida, ocasional o

definitiva, de los límites demarcados por las alambradas significa para los testigos una

vuelta a la vida suspendida, que es lo mismo que un renacer como ciudadanos. En un

traslado de Saint-Cyprien a Barcarés, aquel narrador describía su sensación: “Todo lo que

vemos es cotidiano, vulgar si se quiere, pero, para nuestros ojos llenos de visiones de                                                             189 Abel Paz también lo registra en su texto: “Con tiempo despejado ya comenzamos a salir de paseo por la eterna avenida de la Libertad, nombre con el que se había bautizado en todos los campos el paseo original” (Paz, 1993: 110)

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arenales, de harapos, de púas de alambre, es una verdadera fiesta. Hemos renacido”

(Ferran de Pol, 2003: 161).

Sin embargo, no es constante la identificación del campo con un “no-lugar” en el

cual el sujeto se convierte en un ente pasivo, sino que, en ocasiones, es descripto y vivido

como un espacio activo de lucha, una continuación de los conflictos que se habían puesto

en marcha durante la contienda bélica española y una oportunidad para defender y hacer

resurgir las ideas que habían sido vencidas. El testimonio de Abel Paz, Entre la niebla, es

el que mejor representa esta postura. Planteado como un manifiesto reivindicativo de la

memoria anarquista, el testigo pretende redefinir el campo como un espacio en el que

sobrevivieron los valores ideológicos y morales del anarquismo que promovían la

solidaridad, el respeto y la tolerancia de todos para con todos. También es aquel lugar en

el que resurgieron las motivaciones para la reorganización de la actividad sindical, en

vistas a la reorganización de los objetivos políticos comunes190.

Todas estas características atribuidas a los campos franceses ya habían aparecido

en textos anteriores, a pesar de la variedad de intenciones que pudieran haberlos

alimentado en otros tiempos, por lo que constituyen características particulares de la

narrativa testimonial de los campos franceses. Ahora bien, ¿qué aportan de novedoso los

testimonios actuales en cuanto a la representación del espacio?

Por un lado, se ha explicado que, desde finales de los años setenta, los narradores

han dejado aflorar crecientemente la exploración de la subjetividad y la expresión de los

sentimientos. En los relatos la emoción fluye y permite abrir otras dimensiones en cuanto

a lo espacial. Además de los lugares ya conocidos –el cruce de los Pirineos, los campos,

los destinos del exilio– surgen otras posibilidades, como por ejemplo, el espacio onírico.

Los sueños de los testigos tienen importancia en sus relatos porque supusieron la

posibilidad de evadirse y de crear alternativas para la supervivencia. Al dejar constancia

de ello, consiguen otorgarle la importancia que tuvieron en su día. El narrador de Entre

alambradas se detiene en el relato de sus sueños, los cuales estaban compuestos por todos

                                                            190 Sirva como ejemplo este fragmento en el que el narrador explica la organización de grupos en los campos: “Los compañeros se agruparon por pueblos, comarcas o sindicatos, y otros, como nosotros, por grupos de afinidad. Cada una de estas unidades nombró un delegado y en el conjunto de todos ellos una comisión compuesta por varios compañeros a quienes se confiaba la tarea de enlazar con los comités del Movimiento Libertario, cuyos miembros, o parte de ellos, habían logrado instalarse en París” (Paz, 1993: 71)

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aquellos elementos que lo devolvían a su condición de sujeto y que lo vinculaban con su

historia personal:

Me tumbo a un costado de nuestra barraca. Se me acerca una nube de sueño. Por entre

ella, mirando a la orilla del mar, me brotan figuras humanas… Como suspendidos en el

aire, aparecen Antonio Machado y su madre; los veo dulcemente dormidos, cubiertos

con mi capote (Ferrer, 1988: 135)

Los sueños funcionan como puntos de evasión a través de los cuales los testigos

tienen la posibilidad fugaz e inasible de enajenarse y liberarse de la situación que los

oprime. Al mismo tiempo, a través de espacio onírico subliman sus deseos y esperanzas.

En Éxodo…, la testigo se atreve a soñar despierta: “Mientras cosía, soñaba en otro lugar,

era una gran felicidad” (Oliva Berenguer, 2006: 120). De ese modo, aunque de manera

efímera, consigue sentirse feliz.

A propósito de Éxodo…, otra de las novedades en cuanto a la representación de los

espacios aparecen justamente en los testimonios femeninos, pues describen nuevos

lugares que hasta ahora no habían sido frecuentes en los anteriores. Se trata de aquellos

espacios físicos ocupados por las mujeres, ya sean los campos destinados a ellas –tal

como el de Couiza-Montazels, descripto en Dones a l’infern, o el campo de Pont la Dame

al que se refiere Francisca Muñoz Alday–; las barracas familiares y la Maternidad de

Elna, donde Remedios Oliva dio a luz a su hijo. En cuanto a las mujeres en los campos, la

lectura de los testimonios masculinos destaca que, ya fueran “civiles” o “militares”, su

presencia era solamente ocasional y episódica. Varios de ellos incluyen el relato de la

separación entre hombres y mujeres que precedía la entrada a los campos. Lluís Ferran de

Pol se refiere a ello: “Los gendarmes tienen cuidado de separar a las últimas obstinadas.

Hicieron su camino con los hombres, confundidas con ellos, y ahora son separadas”; y

agrega: “este no es lugar para mujeres” (Ferran de Pol, 2003).

Las menciones y descripciones de los campos femeninos han sido con frecuencia

impregnadas con observaciones negativas, como en el texto de José Bort-Vela, en el cual

se alude a ellos como lugares de promiscuidad y confusión (Bort-Vela, 1977: 69). Así

también, la aparición de mujeres en estos espacios masculinos ha dado lugar a anécdotas

vinculadas con la prostitución y el escarnio. En Entre alambradas el narrador recuerda la

visita de una joven al campo de los hombres con el propósito de prostituirse para

conseguir dinero (Ferrer, 1988: 65). Esto implica que la imagen que el lector posee del

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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espacio concentracionario ha sido construida desde una perspectiva totalmente masculina,

lo cual denota el protagonismo de los hombres en la escena histórica y el evidente papel

pasivo de las mujeres en este ámbito.

Los testimonios femeninos han contribuido de manera decisiva en el

derrocamiento de esta imagen masculinizada del campo de concentración, justamente a

partir de la descripción y recuperación de la vida en los espacios reservados para mujeres,

niños, ancianos y enfermos. Dones a l’infern dedica una buena parte de su relato a la

descripción y organización del campo de Couiza-Montazels, donde solo se alojan mujeres

republicanas: “És una vella fàbrica, on des de fa temps no s’hi treballa… Deuria estar

abandonada fins que hi vam arribar nosaltres, les refugiades espanyoles” (Reverter, 2005:

70). Por su parte, Francisca Muñoz Alday describe un campo muy poco mencionado en la

bibliografía especializada, el de Pont la Dame, a donde ingresa junto a su madre y a su

hermano menor en junio de 1939. Antes de éste, cuenta sus días en un refugio situado en

Briançon, cuyas características eran notablemente diferentes a las del campo. Entre otras

razones, alude a la flexibilidad del régimen disciplinario y a la posibilidad que las

internadas tenían de trabajar en el pueblo cercano, como era el caso de su propia madre,

que fue empleada en un taller de modista (Muñoz Alday, 2006: 34).

También a través de la publicación de los testimonios femeninos han aparecido

otras espacialidades vividas y protagonizadas por mujeres, pero también compartidas con

hombres. Esto se observa en el texto de Remedios Oliva Berenguer, ya que una buena

parte de la acción se desarrolla en un sector de los campos destinado a las barracas

familiares. Allí convivían hombres y mujeres de distintas edades, así como también los

hijos, cuando no eran trasladados a otros sectores junto a sus pares. Aparece, entonces, el

espacio doméstico como una de las novedades de la representación testimonial. En

Éxodo… el considerable tiempo del relato destinado a la descripción de la barraca familiar

y de su organización, habla de la importancia que posee para el testigo la construcción y

reconstrucción del espacio propio, que es también el espacio familiar. Antes de ser

recluidos en el campo, habían hallado una casa y, aunque tuvieron que abandonarla, la

sola acción de acomodar el espacio provoca la felicidad de la narradora: “En cuanto

llegamos a la nueva casa me puse a limpiar como si hubiese olvidado nuestra triste

situación… Me sentía casi feliz” (Oliva Berenguer, 2006: 30). Ya en el campo, el relato

se demora en la narración de cada una de las reconstrucciones de la barraca y de las

mudanzas de uno a otro sector del campo, pues la sensación de angustia de la testigo pasa

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principalmente por la inestabilidad material de la vivienda. El único camino viable para

combatir los efectos de encontrarse en un “no-lugar” es la lucha por la organización del

espacio doméstico. Por eso, la posibilidad de mejorar el reducido espacio que les toca le

proporciona cierta felicidad e impulsa la actitud de supervivencia.

El último de los espacios descriptos en los testimonios femeninos es la Maternidad

de Elna. Esta institución fue inaugurada a principios de junio de 1939, gracias a las

gestiones de la enfermera suiza Elisabeth Eidebenz, con el apoyo de la Cruz Roja

Internacional, el Servicio Civil Internacional (SCI) y la Asociación de la Ayuda Suiza a

los Niños. El objetivo era asistir a las mujeres embarazas internadas en los campos del sur

de Francia y ponerlas a salvo de los peligros del parto provocados por la situación de

precariedad en que se hallaban191. En el texto de Remedios Oliva Berenguer, la

maternidad constituye la oposición perfecta al campo de concentración. Es un lugar

tranquilo y hermoso, donde la narradora puede dar a luz sin complicaciones. Allí reina un

clima de buena convivencia y solidaridad entre las madres hospedadas y también con el

personal de servicio. “Nos dimos cuenta de que era una hermosa residencia… La

simpática acogida por parte del director y la directora nos llegó al corazón. Al entrar,

quedamos embelesadas” (Oliva Berenguer, 2006: 79). Tal es la primera impresión de la

testigo, la cual avanza que la Maternidad contrasta totalmente con el campo en todo

sentido: material, humano y emocional.

La recuperación de estos espacios que no habían aparecido en textos anteriores no

sólo adquiere relevancia por su importancia historiográfica, que también la tiene, sino

sobre todo por el valor que adquiere su representación para los sujetos que los ocuparon.

Desde este punto de vista, los más significativos han sido los aportes de los testimonios

femeninos. Desde la descripción de los espacios, ellas han podido comenzar a reconstruir

una memoria que hasta ahora había estado bastante velada en los relatos hegemónicos.

Sin embargo, la apertura de las dimensiones espaciales en los testimonios femeninos

recuerda el modo de intervención que proponen los testimonios en la actualidad, en los

cuales se explotan los referentes emocionales y los factores afectivos, síntomas más que

evidentes de la cultura de exhibición de la intimidad que se activa en el seno de estos

relatos.

                                                            191 Para mayor información sobre los antecedentes, organización y mujeres que pasaron por la Maternidad, se sugiere la lectura de La maternidad de Elna. La historia de la mujer que salvó la vida a 597 niños (2007), de Assumpta Montellà.

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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Por otro lado, hay que recordar que varios de los autores han transcurrido muchos

años en el exilio y este hecho se manifiesta en sus textos. Especialmente en las

producciones de los que lograron exiliarse a México y continuaron allí su carrera

profesional. Por ejemplo, Lluís Ferran de Pol o Eulalio Ferrer, quienes además lograron

cierto reconocimiento allí, proyectan en sus obras una imagen idealizada del país

latinoamericano. “Es un nombre mágico que alienta el deseo y nos deslumbra con todas

las intensidades de la esperanza” (Ferrer, 1988: 64), exclama el narrador y coloca en su

anhelo por la partida el objeto de su deseo. México significa la vuelta a la vida después

del campo, la recuperación de una entidad que les ha sido arrebatada.

En otros casos, como en el de Francisca Muñoz Alday, esa posibilidad se cumple

en Francia, país en el que decidió residir permanentemente. Después de la Segunda

Guerra Mundial, su familia pudo reagruparse y, con lo años, prosperar en el país galo. Un

hecho vinculado con la dimensión espacial marca un cambio en su condición de

“refugiada” a la de residente permanente. Se trata de la compra de una casa en Toulouse,

adquirida por sus padres tras haber residido en viviendas humildes durante varios años.

Ante este feliz acontecimiento, la narradora recuerda un comentario de un conocido, que

les dio la enhorabuena porque “han dejado ustedes de ser refugiados” (Muñoz Alday,

2006: 150). La compra de la casa supone la posibilidad de re-arraigarse en el espacio del

exilio y de entenderlo como una nueva oportunidad de permanencia. De hecho, es desde

ese lugar externo a España que la narradora se propone la tarea de recuperar el recuerdo

de la infancia y someterlo a estudio y crítica.

Sin embargo, la idealización de los espacios del exilio se revierte y se resiente en

otros testimonios contemporáneos. Para algunos como Abel Paz, México simboliza los

sospechosos manejos de las instituciones dedicadas a la evacuación de exiliados y sus

negociaciones con el gobierno de Lázaro Cárdenas. La denuncia del favoritismo hacia

comunistas y socialistas lo lleva a rechazar de plano la intención de exiliarse en aquel

destino: “A nosotros la cuestión de emigrar a América no nos había preocupado nunca,

hasta el punto de que ninguno de nosotros se había tomado la molestia de llenar la

solicitud de embarque” (Paz, 1993: 85). En coherencia con los principios ideológicos que

defiende en su texto, el narrador busca revisar los relatos fosilizados del exilio español y

develar los resortes de la “intra-historia”, ocultos por aquellos mismos discursos.

Remedios Oliva Berenguer, sin un propósito tan explícito, también comenta sus

contradicciones a la hora de imaginarse el viaje a América: “Para nosotros, no existía otra

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forma de salir del campo. En realidad, no queríamos dejar Francia para irnos a América…

estando en Francia nos sentíamos cerca de España. Desde América, en cambio, costaría

trabajo regresar” (Oliva Berenguer, 2006: 69).

Todas estas consideraciones acerca de la construcción del espacio en los

testimonios actuales recuerdan que, para estos testigos, la motivación de la escritura ha

surgido a partir de una experiencia de dislocación que ha resquebrajado las bases sobre

las que se asienta su identidad. A su vez, la reaparición de estrategias ya presentes en

textos previos y la emergencia de nuevos procedimientos, e incluso, de novedosas

espacialidades, confirman la necesidad de continuar atendiendo a este problema central de

la representación.

5. Valor de los relatos actuales para la construcción de la historia del testimonio

Los testimonios de los campos franceses publicados en los últimos veinticinco

años dan forma al último eslabón de la cadena labrada en este estudio. Para dimensionar

su importancia y profundizar en el análisis textual, ha sido necesario tratar algunos de los

principales conflictos históricos que los atraviesan.

En primer lugar, se explicó la imponente presencia del testigo en la escena

pública, así como también su penetración en los productos culturales dedicados al estudio

del pasado español, que, además de la Guerra Civil, la posguerra y el exilio, incluye

también la internación de los españoles republicanos en los campos franceses. Luego de

revisar los discursos en los que éste aparece –historiografía, literatura, audiovisuales,

internet, etc.– el diagnóstico fue que la matriz testimonial se ha “sobre-legitimado” en el

espacio de la recepción.

En segundo lugar, se actualizaron algunos de los debates en torno a dicha sobre-

exposición de la intimidad y a la construcción de la memoria histórica, un concepto

conflictivo, pero productivo en términos teóricos, pues aún alimenta debates en pugna de

muchos historiadores y críticos. Se aludió al concepto de “privatización de la memoria”,

propuesto por Ricard Vinyes, para caracterizar un fenómeno que impregna la actualidad,

como es la multiplicidad de voces testimoniales, provenientes de diversos orígenes y con

plurales propósitos. Con tal término, el historiador se refiere al hecho de que los discursos

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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reconciliatorios de la transición no incluyeron un proyecto sistemático de reivindicaciones

morales. Debido a esto, las memorias de los vencidos han sido recluidas al ámbito de lo

individual y es en ese caos de memorias que se mueven los testimonios de los campos

franceses interesantes para este estudio.

Esta “privatización” proviene de las decisiones políticas tomadas durante la

transición, que dieron como resultado la construcción de una “buena memoria”. Dicha

retórica de consenso supone la garantía de un desarrollo democrático saludable a través de

la neutralización de las luchas políticas y sociales que participaron en el devenir histórico.

Al desarticular y descuidar los conflictos políticos en que los testigos intervienen, emerge

la figura del sujeto-víctima, de cuyas narraciones se privilegian los factores emotivos y las

referencias nostálgicas del pasado. Con la inhibición de las potenciales disidencias

ideológicas y políticas, se propicia la creación de lo que Ricard Vinyes ha denominado

“museos ecuménicos”, entendidos como áreas de disolución de memorias, orquestada por

las consignas del discurso de la reconciliación. Tanto la heterogeneidad de las voces

testimoniales que se dan a la tarea de escribir sobre la experiencia concentracionaria,

como la llamada “literaturización” de esas producciones –es decir, su evolución desde un

paradigma historiográfico en el que se insertaron a partir de mediados de los años sesenta,

hacia un paradigma literario que privilegia la dimensión subjetiva y la exploración de la

intimidad– se interpretaron a la luz de estas ideas.

En tercer lugar, se recuperaron otras razones y consecuencias por las cuales estos

discursos se reordenan en torno a un paradigma literario. En esta etapa reciente, la

“literaturización” del testimonio lleva a un extremo la exploración de la subjetividad y el

desarrollo de la dimensión emocional y afectiva. Esta evolución, que comenzara luego de

la muerte de Franco, ha seguido en marcha y sus rastros se confirman tanto en el contexto

de producción, como en el análisis textual. En cuanto al primero, uno de esos síntomas es

que han comenzado a ser definidos y descriptos con rasgos propios del campo literario,

así como también valorados por sus cualidades estéticas. Al mismo tiempo, muchos de

ellos han empezado a formar parte de los objetos de estudio de la crítica literaria, hasta el

punto de que, en la actualidad, se celebran premios literarios a la escritura de memorias y

testimonios. En cuanto a lo segundo, el análisis arroja como resultado que estos textos

han comenzado a transitar un camino de individualización de la experiencia, que supone

una profunda exploración de la subjetividad y la reserva de una gran porción del espacio

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Por los caminos de la palabra 

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textual dedicado a la expresión de los sentimientos y las emociones. Todos estos

elementos conectan el relato de los testigos con la expresión literaria.

Luego de abrir estas tres líneas de reflexión que atraviesan los testimonios de los

campos, el estudio se orientó hacia las estrategias de representación de la experiencia

concentracionaria. A fin de maximizar las posibilidades del análisis, los testimonios

seleccionados y procedentes, a su vez, de ese panorama de voces testimoniales múltiples

y diversas que se publican en la actualidad, se clasificaron en tres grupos. Por un lado, se

eligieron volúmenes escritos por testigos que transitaron una importante carrera

profesional en el ámbito cultural del exilio mexicano. En particular, Entre alambradas

(1988) de Eulalio Ferrer y Campo de concentración (1939) (2003), de Lluís Ferran de

Pol. El dato biográfico del exilio fue fundamental para entender los procesos de escritura,

reescritura y publicación de sus relatos. A través del recorrido por las transformaciones

sufridas por los textos, estos autores declaran que la fortaleza de sus producciones ya no

pasa tanto por la fidelidad y veracidad de lo que cuentan, sino por su vinculación

particular y subjetiva con las vivencias. El lector puede acceder, entonces, al cúmulo de

emociones y representaciones simbólicas que estos testigos, ayudados por el recuerdo,

plasman en sus testimonios. Las referencias halladas en el mundo de la literatura

colaboran con ese propósito, pues los narradores encuentran en la tradición literaria

soluciones válidas para los problemas de representación de su experiencia personal. En

este punto, las alusiones al Quijote, así como también a otros personajes literarios, son

indispensables para entender cómo se describe el sujeto de los campos. Asimismo, los

narradores activan recursos literarios singulares, como por ejemplo, el uso de las

metáforas zoológicas para cumplir con las exigencias de la representación.

Por otro lado, se tuvieron en cuenta textos testimoniales que reivindican memorias

emergentes, muchas veces solapadas en los relatos hegemónicos del pasado. Una de ellas

es la memoria anarquista, representada en este estudio por Entre la niebla (1993), de Abel

Paz. Su proyecto narrativo autobiográfico dejó al descubierto los propósitos de este autor,

cuyo objetivo era contar su experiencia personal para contribuir con la elaboración de

una “contra-historia” de la historia española desde el año 1936 hasta la actualidad. Por

eso, todas las estrategias narrativas tienen ese norte, ya sea la utilización del pronombre

“nosotros” en sustitución del colectivo de compañeros anarquistas con quienes comparte

la internación, ya sea las referencias literarias –también aquí– a las que echa mano para

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El testimonio de los campos franceses desde los años ochenta y hasta la actualidad

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describirse a sí mismo y a su comunidad, o bien la artillería de argumentos que pone a

disposición del lector para hacer de su testimonio un efectivo ensayo político.

Por último, pero no por ello menos importante, se trataron los testimonios

femeninos, manifestaciones casi ausentes, excepto contadas excepciones, de la escritura

testimonial de los campos. Para llegar al análisis de los textos seleccionados –Dones a

l’infern (2005), de Elisa Reverter, Éxodo. Del campo de Argelès a la maternidad de Elna

(2006), de Remedios Oliva Berenguer, y Memorias del exilio (2006), de Francisca Muñoz

Alday– se procedió a recorrer los antecedentes y el panorama actual de las voces

femeninas. Destacaron las producciones de mujeres vinculadas a la militancia política y al

mundo de las letras, pero se echaron en falta las de mujeres comunes que también

vivieron la experiencia de los campos. En los últimos años, sin embargo, ese espacio ha

ido llenándose y, aunque queda mucho por decir y discutir sobre la escritura femenina en

cuestión, este estudio ha avanzado algunas características.

Una de ellas es que la escritura femenina radicaliza el espacio reservado a la

exploración de las emociones y los afectos, una tendencia muy palpable en la narrativa

testimonial contemporánea. Asimismo, no sólo se ponen en marcha recursos narrativos

para contar la experiencia individual, sino también para dar voz al colectivo de

pertenencia. Desde este punto de vista, los relatos reproducen frecuentemente aquellos

episodios en los que asoman la nostalgia y los miedos, pero también la felicidad, el humor

y la alegría, todos ellos sentimientos constituyentes orgánicos de la vida en los campos.

Igual de relevante es la importancia que adquiere el cuerpo en los testimonios femeninos.

En algunos textos, como Dones a l’infern, éste es el verdadero testigo de la vivencia

traumática. A través de sus manifestaciones, las narradoras describen las necesidades

materiales sufridas, pero también la angustia, el dolor y la capacidad de resistencia.

Los testimonios de los campos son el resultado de una dislocación territorial. Esta

afirmación recorre las páginas del presente estudio y los textos actuales no están

exceptuados de su alcance. Por eso, la relación entre el sujeto y el espacio continúa siendo

una pregunta válida para profundizar el análisis. Muchas de estas consideraciones, ya

vigentes en testimonios anteriores, se actualizan en las producciones actuales. Entre éstas,

la percepción del campo como un “no-lugar” en el cual los derechos del ciudadano se

diluyen y éste queda reducido a un papel de pasividad absoluta; así como la posición

opuesta, que es la visión del campo como un lugar propicio para la reactivación de las

luchas mantenidas por los republicanos durante la Guerra Civil. Sin embargo, en los

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Por los caminos de la palabra 

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testimonios actuales se construyen nuevos significados en torno a la representación del

espacio. Por un lado, la apertura de los textos a la exploración de la subjetividad provoca

también la irrupción de nuevas dimensiones espaciales, como es el espacio onírico. En los

sueños, los testigos subliman los sentimientos, desventuras y anhelos de la vigilia. En

ocasiones, la posibilidad de ingresar en este espacio de la evasión los provee de nuevas

herramientas para la supervivencia.

Por otro lado, especialmente en los textos escritos por mujeres, aparecen espacios

que tradicionalmente no habían sido representados en los testimonios. Éstos son,

justamente, aquéllos en los que las mujeres tienen un protagonismo esencial, tales como

los campos destinados a la población femenina, las barracas familiares y, como cuenta

Remedios Oliva Berenguer, la Maternidad de Elna. Esta apertura de las dimensiones

espaciales descriptas en los campos y en las cuales los sujetos actúan e interactúan,

contribuye a completar, pero también a revisar, las representaciones hegemónicas,

muchas veces estáticas, del paso por los campos. La desmitificación de México como

espacio ideal para el refugiado es otra de las estrategias que algunos testimonios, el de

Abel Paz especialmente, utilizan para desmontar aquellos discursos fosilizados durante la

dictadura, pero también durante los años democráticos.

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LOS RECORRIDOS DE LA PALABRA TESTIMONIAL. ALGUNAS CONCLUSIONES

Los testimonios que se convocan en estas páginas repasan la historia española del

siglo veinte –y lo que va del veintiuno– que se desencadenó a partir de su peor crisis, la

Guerra Civil de 1936. Desde su finalización con la derrota republicana tres años más

tarde, cada una de estas plumas desafiaron la tarea de la escritura para dejar constancia de

uno de los capítulos más dolorosos de las consecuencias derivadas de la contienda: la

retirada del país, el cruce pirenaico y la internación en los campos de concentración

franceses.

El acercamiento a los textos presentes en el corpus despertó una pregunta que

poco a poco se fue transformando en el puntapié inicial de la investigación y, más tarde,

en su norte: ¿puede el análisis de los testimonios ofrecer elementos nuevos para repensar

los procesos históricos, políticos y sociales que se han dado en España, en los que ellos

mismos han intervenido, desde 1939 y hasta la actualidad? La respuesta a este

interrogante, actualizada ante cada nueva lectura, adquirió una estructura dialéctica: estos

relatos testimoniales han aportado saberes acerca de los acontecimientos pasados en sus

diferentes contextos de publicación y recepción, al mismo tiempo que las circunstancias

políticas y sociales desde las que han surgido, han influido en los procedimientos

narrativos que los testigos han puesto en marcha para representar la experiencia vivida.

Por este motivo, el estudio de los testimonios aquí planteado ha pretendido

inscribirse en una perspectiva genealógica que entiende el devenir histórico como una

serie de interpretaciones y no como una sucesión cronológica de acontecimientos

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Por los caminos de la palabra 

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(Foucault, 1994: 18). Para atender dicha perspectiva y efectuar el recorrido a lo largo de

esta historia testimonial, fue necesario ordenar los textos en torno a la noción de

“paradigma”, es decir, un esquema o modelo de interpretación en que se organizan una

serie de rasgos recurrentes y que se inscribe en un momento histórico-político

determinado. De este modo, se percibió que los textos escritos durante los primeros años

del franquismo se insertaban en un paradigma “periodístico”, puesto que su objetivo era,

sobre todo, ofrecer información fiable y denunciar los sucesos que estaban aconteciendo,

o que recientemente habían ocurrido, en los campos. Esta intención se retrae en los años

cincuenta con el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la estabilización del franquismo

en el poder, por lo que la representación testimonial se volcó hacia otras formas de

representación literaria, como por ejemplo la novela o la poesía.

No obstante, a mediados de la década de los sesenta la función testimonial de esa

línea de textos que no perseguían una intención literaria se restauró y este tipo de

volúmenes comenzaron a publicarse en España. Dichas producciones se proyectaban

desde un paradigma “historiográfico”, debido a que proponían una apertura de la

historiografía hegemónica y la incorporación de la voz de los vencidos en los discursos

sobre el pasado. Hacia la década de los ochenta los testimonios emprendieron un

desplazamiento hacia el paradigma “literario”, caracterizado por una creciente atención a

la elaboración retórica y por la apertura del espacio íntimo del sujeto –el mundo de los

afectos y las emociones– en el texto. Este proceso de “literaturización” sigue en vigencia

hasta la actualidad, entre otros motivos, debido al aumento exponencial de la exhibición

del testigo en el espacio público y al crecimiento, múltiple y heterogéneo, de las voces

que intervienen en la trama de discursos sobre el pasado de la guerra y del exilio.

La pertenencia de los testimonios a los paradigmas presentados no debe, de

ninguna manera, entenderse como una lectura cerrada que propugne interpretaciones

limitadas de los discursos y las circunstancias histórico-sociales en las que participan. Por

el contrario, la adscripción de los testimonios a aquéllos supone haber identificado ciertas

tendencias presentes en los relatos, que iluminan los distintos modos de intervención

social que éstos han perseguido en cada momento histórico. No se trata de encapsular los

textos en estructuras predeterminadas, sino de valorar los modelos que prevalecen sobre

otros en un momento histórico, según las funciones que desempeñan y los usos que de

ellos se hace en los espacios de la recepción. De ahí que sea perfectamente posible que las

huellas de los diferentes paradigmas postulados reaparezcan en un mismo momento

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

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histórico. Sin embargo, uno de ellos se manifiesta de manera más notoria, lo cual ofrece

pistas más perceptibles para entender el modo de intervención que persigue el texto.

En el primer capítulo, el objetivo fue delimitar el concepto de “testimonio”,

polisémico, problemático y poroso. Por un lado, la idea de la “estructura bífida” a la que

alude Jacques Derrida, según la cual el testimonio pretende ejercer un acto en el mismo

momento en que dice la experiencia (Derrida, 1998: 44) –o, en otras palabras: “dice a la

vez que hace”– amparó la concepción que este mismo estudio posee en cuanto al doble

interés de los testimonios de los campos franceses: contar una experiencia vivida en

primera persona y, al mismo tiempo, intervenir de algún modo en el espacio social de la

recepción. Por otro lado, la función que la escritura testimonial adquiere como reparadora

de la identidad resquebrajada –también conceptualizada como el valor terapéutico del

testimonio–, cobró un sentido especial en estos textos cuya génesis es una experiencia

traumática, el exilio y la internación en los campos, que el sujeto debe volver a articular

en su historia personal.

A partir del diagnóstico de que los textos que conforman el objeto de estudio no

han sido hasta ahora lo suficientemente abordados por la crítica literaria, se intentó

interpretar las posibles razones del posicionamiento académico con respecto a ellos. En

primer lugar, se explicó que la dictadura franquista inhibió la recepción y el desarrollo de

los estudios sobre los autores del exilio, principalmente a través del mecanismo de la

censura. Dicha censura repercutió en el modo de pensar el pasado, lo cual influyó de

manera determinante en los procesos de construcción de la memoria de la Guerra Civil y

del exilio republicano durante el período democrático, como así también en la

participación de la obra exiliada durante la reconstrucción de esa democracia.

En segundo lugar, se observó que la crítica y la historia literarias adoptaron, desde

los inicios de la recuperación de la cultura exiliada, un criterio estético para abordar ese

corpus tan heterogéneo, escurridizo y diseminado en diferentes espacios geográficos. Esto

trajo como consecuencia que se privilegiaran unos nombres sobre otros, al tiempo que

muchos escritores considerados de segunda o de tercera línea quedaran fuera de los

abordajes. El análisis de la obra escrita por renombrados intelectuales exiliados, tales

como Max Aub o Manuel Andújar, dejó descuidados otros posibles modelos narrativos

testimoniales que pueden aportar nuevos elementos de reflexión sobre las relaciones entre

experiencia y representación, aunque no respondan a las categorías estéticas dominantes.

Los testimonios del corpus se inscriben, en la mayoría de los casos, en esas otras

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Por los caminos de la palabra 

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posibilidades. Sin embargo, cabe destacar que, en los últimos años, este preconcepto ha

comenzado a rebatirse, lo cual ha provocado la ampliación del espectro de obras

consideradas por las disciplinas afines.

En tercer lugar, se identificó el lugar protagónico que los testimonios ocupan en

los estudios de orden historiográfico, especialmente a partir de los años ochenta, cuando

comenzaron a extenderse las metodologías vinculadas a la Historia Oral. Se recordó que

el interés de la investigación histórica radica en el saber, es decir, en el contenido

referencial que estos relatos pueden aportar para acceder al conocimiento del pasado, pero

no se detiene en los problemas de la representación, en explorar las relaciones entre el

lenguaje y la experiencia, o en analizar discursivamente las estrategias narrativas.

Por último, se reflexionó en torno a la influencia, ventajosa y desventajosa a la

vez, que ejercen los Holocaust Studies sobre el estudio de otras experiencias

concentracionarias, como por ejemplo la de los republicanos en los campos franceses. Sin

desmerecer los aportes teóricos que han emergido a partir de la narrativa testimonial de

los supervivientes de Auschwitz, no se debe perder de vista que, aunque se trate de

procesos políticos emparentados por las circunstancias históricas en las que se

desarrollan, ambas experiencias constituyen dos fenómenos sustancialmente diferentes.

La utilización de categorías de análisis construidas a partir de los testimonios de la

deportación, y no debidamente ajustadas a las circunstancias socio-históricas en cuyo

seno se produjo la internación de los republicanos, puede comportar el peligro de caer en

lugares comunes que dañarán la productividad de las reflexiones e impedirán una lectura

activa y crítica del pasado.

Una vez definido el concepto de “testimonio” y discutidos los problemas que

circulan en torno a los textos del corpus, el segundo capítulo se detuvo en algunos

aspectos históricos relevantes que intervienen en el análisis. Se ha explicado que los

testimonios aquí estudiados surgen como efecto de una experiencia de dislocación

territorial que rompió la continuidad de la vida de los testigos y que impactó en la

desarticulación de su identidad. La dimensión espacial cobra, entonces, una significación

particular en estos relatos. En este marco, el campo de concentración se erige como un

espacio privilegiado y problemático en el centro de estas producciones. Este capítulo se

propuso recuperar las circunstancias históricas, políticas y sociales que favorecieron la

apertura, la organización y el funcionamiento de los campos, las cuales aparecen

refrendadas en las palabras de los mismos testigos. Se efectuó un recorrido desde la

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

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primera secuencia que suelen desarrollar los textos, la retirada y el cruce pirenaico, hasta

el ingreso a los diferentes campos, la vida y las zozobras cotidianas y, en muchos casos, la

salida de estos espacios de reclusión. Tras el abandono de los campos, muchos testigos

relatan los itinerarios del exilio, la participación en la Resistencia antifascista durante la

Segunda Guerra Mundial, la deportación, o bien, el regreso a España.

En el seno de estas descripciones históricas, se hizo necesario abordar la trama

terminológica que envuelve a los campos franceses. Tanto en los testimonios como en la

bibliografía especializada, aparecen diferentes conceptos que aluden a estos espacios,

tales como: “campos de concentración”, “campos de internamiento” y “campos de

refugiados”. Este estudio adoptó el primero de ellos por dos razones fundamentales. La

primera, por fidelidad a la terminología utilizada con mayor frecuencia por los mismos

testigos en sus producciones escritas en lengua española, las cuales constituyen el corpus

seleccionado para el análisis. La segunda razón estriba en que dicha denominación

conecta directamente con dos conceptos vinculantes, “estado de excepción” y “universo

concentracionario”. Ambos aluden a que el campo constituye un espacio escindido del

ordenamiento jurídico y social, regido por leyes propias que desactivan los derechos

civiles –y también humanos– de los sujetos que se encuentran en su interior. A través de

este concepto, es posible entender el campo como una de las manifestaciones del

paradigma biopolítico actual, dentro del cual el poder político se apropia y controla la

vida de los sujetos.

La descripción de la vida cotidiana de los campos se detuvo en aquellos aspectos

que aparecen en los testimonios. Si los relatos dan cuenta de lo traumático de la

experiencia, entonces los aspectos vinculados a la dimensión espacial en que inciden,

pueden interpretarse como los puntos de conflicto que afectaron a los testigos y que

colaboraron con su sentimiento de dislocación territorial. Por lo tanto, el capítulo

sistematizó, apoyado por la palabra de los mismos testigos, mucha de la información

presente en la bibliografía acerca de la precaria infraestructura edilicia y sanitaria (falta de

agua potable, deficiencia de los sistemas de evacuación de desechos, etc.) de los campos

en las playas, así como también de los abiertos en el interior. Esto, sumado a otros

factores –el climático, por ejemplo– propició el desencadenamiento de enfermedades

varias, desde afecciones pulmonares, hasta problemas digestivos, pediculosis, entre otras,

e incluso, trastornos psicológicos, como la llamada “arenitis”, que sumía a los internos en

estados alucinatorios. La alimentación escasa y las diferentes estrategias para adquirir

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Por los caminos de la palabra 

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más comida es otro de los temas más recurrentes en los testimonios. Por ello, se

describieron las actividades comerciales que se llevaban a cabo dentro de los campos, así

como también las continuas estafas sufridas por los internos, ya sea por otros semejantes

o por los encargados de su vigilancia. La disciplina violenta impartida tanto por los

guardias franceses y senegaleses mereció un comentario particular dada la relevancia que

adquiere en los textos. Otros aspectos señalados fueron las ayudas recibidas desde el

exterior, ya sea de organizaciones humanitarias o de comités y partidos políticos; la

comunicación con el exterior, a través de la correspondencia, y la circulación de medios

de prensa en los campos. En cuanto a esto último, varios testimonios informan acerca del

acceso, muchas veces restringido, a los periódicos franceses de la época, en ocasiones

introducidos por partidos políticos como el Partido Comunista. Las actividades culturales

ocuparon una buena parte de la descripción de la vida cotidiana de los campos.

Los cuatro capítulos siguientes fueron dedicados al recorrido de la representación

testimonial de los campos franceses, cumplido a partir de la vinculación de los textos con

los tres paradigmas descriptos anteriormente: “periodístico”, “historiográfico” y

“literario”. Para interpretar ese trayecto histórico se atendió particularmente a algunos

elementos claves que intervienen en los textos. En primer lugar, a los propósitos de

escritura declarados por los autores, presentes no sólo en los mismos relatos, sino también

en los materiales que los acompañan: solapas, contracubiertas, ilustraciones, prólogos,

reseñas, comentarios, etc. Las conclusiones acerca de cómo conciben los testigos sus

producciones y en qué espacios pretenden intervenir llegaron, en buena medida, gracias a

este tipo de observaciones. En segundo lugar, los discursos lingüísticos y visuales del

orden de lo paratextual aportaron otra información decisiva para el recorrido histórico: el

dato de la recepción, a través del cual pudieron construirse reflexiones acerca de cómo

han sido leídos, interpretados y utilizados estos testimonios, así como también acerca de

cómo han influido las circunstancias políticas y sociales sobre la propia construcción

textual.

Por último, el planteo se completó con el análisis de los procedimientos narrativos

que los narradores despliegan en sus producciones testimoniales, los cuales se encuentran

condicionados por esos contextos en los que se inscriben. Se focalizó en dos aspectos

prioritarios: por un lado, dado que en todos los textos se construye un lugar de la

enunciación, se reflexionó en torno al modo en que los testigos se inscriben en el

discurso, es decir, en la construcción del narrador, también denominado “yo testimonial”.

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

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Ese lugar desde el que se construye el narrador está constituido también por los

desplazamientos y transformaciones que sufre ese narrador. Por otro lado, el estudio se

detuvo en las vinculaciones que el “yo testimonial” establece con el espacio en el que

ocurren los hechos narrados. Se trata de un corpus testimonial que surge como efecto de

una situación de desgarro o de dislocación territorial, provocada por la obligación de huir

de un espacio e ingresar en otro que es ajeno al sujeto de la enunciación, y que, además,

entraña una experiencia concentracionaria. Por ello, se prestó singular atención a la

representación del espacio y a los sentidos que se desprenden entre éste y el sujeto.

Ante la pregunta sobre qué aportó la perspectiva diacrónica del estudio a la

reflexión sobre la representación de la experiencia concentracionaria y, en un sentido más

general, a las consideraciones sobre cómo han intervenido estos discursos en los distintos

momentos del pasado español, se abren varias líneas: por un lado, en cuanto al rol del

testigo que transparentan los textos; por otro lado, en cuanto a los procedimientos

narrativos que se despliegan en cada etapa; y, por último, en cuanto a cómo se denominan

estos textos a los largo de los años. Esta última observación ha permitido seguir el

recorrido del concepto de “testimonio” en la narrativa española a partir de 1939 y también

calibrar la participación de estos textos en la conformación de un género específico, el

testimonial.

En primer lugar, estos testimonios reflejan los diferentes roles que ha ocupado el

testigo en la construcción de los discursos sobre ese pasado. Durante los primeros años

posteriores a la internación, los supervivientes se postulaban como denunciantes de una

situación de opresión que estaba siendo vivida por sus compatriotas, o lo había sido muy

recientemente. Los textos se proponían, entonces, como una intervención directa en el

espacio de la recepción, pues pretendían hacer llegar a los lectores una información que

todavía no formaba parte integral de los acontecimientos pasados y que, al mismo tiempo,

era desconocida en gran parte del mundo. Debe destacarse la inmediatez con que estos

sujetos emprendieron la tarea de la escritura, con un propósito solidario de dar a conocer,

e intentar revertir por medio de la denuncia, las condiciones injustas en las que se

encontraban sus pares. Sin embargo, el contexto de publicación y recepción de estos

volúmenes estaba muy ligado a los espacios en que comenzaron a desenvolverse los

exiliados republicanos en los países de acogida, por lo que no contaron con una llegada

masiva a un público lector más amplio. De este modo, la publicación de estos testimonios

en los años cuarenta constata el hecho de que la memoria del exilio republicano se

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Por los caminos de la palabra 

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comenzó a construir por fuera de los límites de la nación, sin confrontaciones con otras

memorias (Laborie y Amalric: 2003: 25), lo cual indica que la versión de una gran parte

de la sociedad, expulsada por la derrota, no se incorporó a las narraciones franquistas y

oficiales del pasado.

A mediados de los años sesenta los testigos emergen con la firme convicción de

ofrecer una historia no contada todavía en España: la de los vencidos. En medio de

circunstancias políticas delicadas, como lo fueron los últimos años del franquismo, estas

publicaciones libraron una dura batalla contra los condicionamientos de la censura y

también contra la utilización que de ellas hiciera el gobierno, que se encontraba en pleno

proceso de maquillaje público para intentar preservarse en el poder. De hecho, muchos de

los tópicos que el franquismo instauró para lavar sus culpas del pasado se reproducen

entre las páginas de estos textos, tales como la crítica al comunismo, la responsabilidad de

las autoridades republicanas que abandonaron al pueblo a su suerte, etc. Aún así, estos

sujetos, desvinculados en su mayoría de los ámbitos literarios, llevan adelante lo que

Wieviorka denominó la democratización de los actores de la historia (Wieviorka, 1998:

128), puesto que desde su condición de sujetos anónimos emprenden la tarea de

confrontar con discursos solidificados en el tiempo, de reivindicar al colectivo silenciado

al que pertenecen y de impulsar la tarea de “hacer memoria”.

Desde los años ochenta y hasta la actualidad, estos testigos han formado parte del

proceso de legitimación de la voz testimonial como elemento indispensable para la

construcción del pasado. La demanda social de testimonios ha fructificado en la

penetración del testigo en gran parte de la producción cultural sobre el pasado de la

guerra, la posguerra y el exilio republicano. Sin embargo, este proceso adquirió

particularidades específicas. Por un lado, se ha cuestionado la híper-exhibición del

testigo, puesto que el caudal de testimonios en circulación –en el que los de los campos

franceses participan activamente– ha permanecido recluido en ámbitos privados e

impregnado de valoraciones afectivas y referentes nostálgicos que lo han vaciado de

sentido político. Desde ese punto de vista, se puso en evidencia un cambio en la

funcionalidad del testimonio, puesto que mientras en etapas anteriores, estos discursos

proponían una instancia de intervención pública política –en los años cuarenta, denunciar;

luego, en las postrimerías del franquismo, reivindicar a un colectivo silenciado–, en la

actualidad los testimonios se inscriben en un modelo “literario” e intervienen en un

terreno difuso, que conecta con la exploración de la intimidad, de los afectos y con la

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

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reconstrucción subjetiva del acontecimiento, pero que, en la mayoría de los casos,

expropia el valor político que pueda extraerse de esas narraciones.

Por otro lado, sin embargo, este crecimiento exponencial de la presencia del

testigo en el espacio público, y la participación de instituciones gubernamentales y

privadas en la publicación de volúmenes de memorias, celebración de homenajes,

exposiciones, entre otras actividades, ha posibilitado la emergencia de voces que todavía

estaban inhibidas. En el caso de los testimonios de los campos franceses, se ha aludido a

la memoria de grupos políticos que no participaron en el juego democrático de la

transición, como es el caso del anarquismo, y a la memoria de las mujeres, la cual sólo

hace algunos años ha comenzado a tener mayor presencia en la reconstrucción del pasado.

En cuanto a la memoria anarquista, se observó que en un texto como el de Abel Paz,

Entre la niebla, los propósitos de escritura estaban adheridos a una motivación muy

personal, como era la reivindicación de la ideología libertaria, sostenida por el autor a lo

largo de su vida. Las voces femeninas, por su parte, han comenzado a trabajar en la

revocación de la hegemonía masculina en la representación del pasado.

En segundo lugar, otro aspecto que se puede pensar históricamente son los

procedimientos narrativos que los testigos ponen en marcha para construir el lugar de la

enunciación, es decir, para instalar el “yo testimonial” en el texto y ejercer, desde esa

primera persona, la representación lingüística de la experiencia concentracionaria. En

cuanto a esto, se ha advertido una profunda vinculación entre las circunstancias socio-

políticas en que estos testimonios se publican y los propósitos que imprimen estos sujetos

en sus producciones.

En los primeros textos, más apegados a los acontecimientos, se observó que los

testigos-narradores enfrentaban serios problemas para conseguir articular la experiencia

en torno al “yo”, lo cual se traducía en una perceptible inestabilidad de la primera persona

en la superficie del texto: desaparece y reaparece en el texto a través del desplazamiento

hacia el plural, el desdoblamiento en otras figuras, o bien, en la puesta en marcha de otros

recursos que lo excluyen, tal como la transformación del relato en diálogo o la

penetración de documentos periodísticos. Una de las razones de esta inestabilidad podría

radicar en la dificultad del sujeto de desapegarse de la reciente experiencia vivida. Otra de

las razones de la fragmentariedad textual estaba ligada a la voluntad del sujeto de

establecer su testimonio en un modelo periodístico, en el cual el sujeto desaparece, o se

disimula, para no traicionar la “objetividad” que persigue el relato.

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Por los caminos de la palabra 

422 

Luego de que en los años cincuenta la experiencia de los campos franceses se

volcara en otros moldes literarios, como la novela o la poesía, el surgimiento en España

de los testimonios pretendidamente “referenciales”, hacia mediados de los años sesenta,

introdujo nuevos elementos de reflexión en cuanto a los recursos narrativos empleados

por los testigos. Se observó que el “yo testimonial” manifiesta un mejor control del

material narrativo en la medida en que logra articular el relato en torno a sí mismo. El

testigo comienza a adquirir consciencia de su papel activo y protagonista en los sucesos,

lo cual repercute en los caminos que elige para contar su experiencia. Se advirtió, desde

este punto de vista, la apertura a la dimensión heroica del sujeto, según la cual el testigo

reconoce su valor como agente autorizado y legítimo para “hacer la historia”, al tiempo

que se establece como un sujeto ejemplar habilitado para participar en la construcción de

la memoria republicana.

Sin embargo, la voluntad de proponer su testimonio como una fuente fiable de

conocimiento histórico, hace surgir, otra vez, ciertos problemas en la sintaxis textual –

desajustes narrativos, correlaciones verbales endebles, entre otras–, secundadas por la

tensión entre el tono autobiográfico y el ensayístico-documental. Nuevamente ocurre el

desplazamiento hacia el pronombre “nosotros”, con la intención de representar en el

discurso a todo el colectivo de pertenencia, aunque con referentes más estables e

identificables que en los testimonios de la primera etapa. Así también, en el texto se

observan operaciones de acercamiento y alejamiento con respecto a lo que se está

contando, que repercuten en la construcción del narrador y en el uso de los tiempos

verbales. La tendencia general es que cuando el testigo se involucra con lo que está

contando y toma parte activa en el desarrollo de los acontecimientos, el testimonio se

colma de rasgos autobiográficos y la narración suele desplazarse hacia el presente. En

cambio, cuando la primera persona guarda distancia con el relato a través de la tercera

persona, el texto adquiere un tono documental e historiográfico, al tiempo que el relato se

expresa en tiempo pasado.

Los testimonios que se publican desde los años ochenta y hasta la actualidad han

transitado un proceso de desplazamiento hacia el modelo literario. Si en una etapa

anterior el acento estaba colocado en el contenido –el nivel argumental– y eso implicaba

el mantenimiento de cierta rigurosidad a la hora de cotejar lo dicho con otras fuentes

documentales de la época, los textos actuales abandonan estas preocupaciones. Los

narradores comienzan a manifestar evidencias de la importancia de la expresión, lo cual

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

423 

se traduce en un creciente interés por la forma, por los rasgos estilísticos y por la

explotación de la subjetividad del testigo-autor. Uno de los síntomas de esta

“literaturización” es que los testimonios dan cuenta de la vinculación de los sujetos con el

mundo literario, su afición por la lectura y también por la escritura, cuyas evidencias

suelen aparecer en la superficie textual. También se hacen frecuentes las alusiones a

personajes y autores pertenecientes a la tradición cultural y literaria. En este sentido,

figuras como el Quijote y Cervantes adquieren una importancia altamente simbólica en la

representación de la experiencia concentracionaria y en la construcción de la imagen del

testigo. La dimensión heroica del sujeto comienza a ser labrada desde modelos de héroes

presentes en la literatura. Así también, el poeta Antonio Machado reaparece con alta

frecuencia en las páginas de los testimonios, también como símbolo de la moral

republicana. Otro síntoma interesante es la constatación de que los textos han sido

sometidos, a lo largo de los años, a procesos de reelaboración y transformaciones

textuales que trasponen y transgreden las intenciones netamente “referenciales” u

“objetivas” de los testimonios. Por último, el giro decisivo hacia el modelo literario

también está amparado por la explotación de la subjetividad en estos testimonios. Desde

los propósitos enunciados por los autores –dedicatorias a personas con las que mantienen

vinculaciones afectivas cercanas–, hasta el relato de las emociones más íntimas, los

testimonios están, como nunca, conectados con el mundo individual y privado del testigo.

En tercer lugar, el recorrido diacrónico por los testimonios de los campos

franceses hizo visible las diferentes denominaciones que adquieren estos textos a lo largo

de los años, lo cual permite extraer algunas conclusiones no sólo acerca de cómo fueron

concebidos e interpretados, sino también sobre el trayecto del concepto de “testimonio” y

la participación de estos textos en la conformación del género. La primera etapa del

testimonio se caracterizaba por una evidente inestabilidad a la hora de clasificar estos

textos dentro de un género determinado. A muchos de ellos ni siquiera se los encuadraba

dentro de algún género, mientras que a otros es frecuente que se los denomine con

conceptos provenientes del mundo periodístico, tales como “crónicas” o “reportajes”. Las

vacilaciones de la clasificación se alimentan también de la penetración en estos textos de

diferentes formas discursivas, ya sea fuentes documentales o, incluso, otros géneros

literarios como el teatro, que alcanza su cota más alta en Alambradas…, de Manuel

García Gerpe.

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Por los caminos de la palabra 

424 

Conforme avanzaba el tiempo, los textos publicados en los últimos años del

gobierno franquista rediseñaron los criterios de clasificación. Palabras como “memorias”

y “testimonio” comenzaron a frecuentar tanto las ediciones de estos relatos, como los

textos –reseñas, comentarios, etc.– que los describían y criticaban. Sin embargo, todas

esas denominaciones derivaban en la idea de que estos textos fueron concebidos como

“documentos históricos”, es decir, discursos de relevancia historiográfica que

incorporaban una función ensayística por el papel relevante de la mirada del testigo como

representante y reivindicador del colectivo republicano.

En los últimos veinticinco años, una mirada retrospectiva a todos los textos

testimoniales que cuentan la experiencia de los campos de concentración revela que éstos

poseen características comunes que los hacen acreedores de un repertorio de temas

propios, seguidores de una serie de procedimientos recurrentes y, por lo tanto,

constitutivos de un género diferenciado, el testimonial. Tanto en las ediciones de los

textos, como en los demás escritos que los comentan y estudian, reaparece con mucha

frecuencia la palabra “testimonio” en alternancia con otras expresiones adscriptas al

campo de lo literario: “memoria”, “diario”, “autobiografía”, e incluso “egodocumentos”.

Esto indica que, en la actualidad, estos textos pueden inscribirse, con cierta comodidad,

en el mundo de los discursos autobiográficos a través del rótulo de “testimonios”,

estudiados desde los prismas de la teoría literaria.

Por último, se comentó anteriormente que la relación entre el sujeto y el espacio

conforma uno de los problemas a los que este estudio presta mayor atención, pues se trata

de un corpus que nace de una experiencia de deslocalización geográfica. También por la

naturaleza del objeto, el espacio privilegiado en estos textos es el “campo de

concentración”, aunque cobran relevancia otras dimensiones, tales como el cruce de la

frontera, los espacios del exilio y la España franquista, en aquellos textos escritos por los

que regresaron. De ahí que una de las preguntas vertebrales haya tenido que ver,

justamente, con cómo se ha representado discursivamente el espacio en las diferentes

etapas de los testimonios y, evidentemente, cómo se ha vinculado el sujeto en aquél. En

cuanto al campo de concentración, la revisión diacrónica de este problema en los textos

permite establecer una conclusión general: la representación de estos espacios ha estado

sostenida por la dicotomía entre la noción de “espacio vacío” y la de “espacio lleno”, dos

posicionamientos que interactúan constantemente en la narrativa testimonial de los

campos franceses.

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

425 

En las diferentes etapas de la representación testimonial los narradores han

alternado en sus textos estas dos concepciones del espacio. Por un lado, lo entienden

como un “no-lugar”, en el cual no pueden inscribir los rasgos de su identidad, y como la

expresión acabada del estado de excepción, en el cual se ha suspendido el orden jurídico

que protege sus derechos ciudadanos. A nivel textual, este posicionamiento frente al

espacio comienza en el cruce fronterizo, cuando los testigos comienzan a ser conscientes

de que el abandono del espacio de pertenencia comportará, al mismo tiempo, la pérdida

de una identidad. La frontera es un espacio de tránsito, inestable y vacío de significación,

que derivará en el estado de extrañamiento que produce en el sujeto el campo. Desde esta

perspectiva, los testigos se describen a sí mismos como sujetos desanclados y pasivos,

instalados en un lugar de pasividad e improductividad.

Para contrarrestar los efectos de esa enajenación, estos testigos ponen en marcha

una serie de procedimientos que les permiten, si no anular los efectos del extrañamiento,

al menos apropiarse parcialmente del espacio del campo. De ahí que se repita tan

frecuentemente el acto de nombrar algunos sectores con nombres y referencias conocidas,

como por ejemplo, las calles y edificios de Barcelona y de otras ciudades. La narración de

las instancias de reunión y organización de actividades políticas, culturales y artísticas en

los campos remite a esa necesidad del testigo de activar un proceso de identificación con

el grupo, pero también con el espacio que habita. De ahí surge la concepción del “espacio

lleno”, que entiende el campo como un espacio activo y productivo en el cual los sujetos

comienzan a atravesar el proceso de reconocimiento y reelaboración de su identidad.

Asimismo, el espacio concentracionario se interpreta como el puntapié inicial para la

reconstrucción de la memoria del exilio republicano.

Otra conclusión que se desprende de la representación del espacio en los

testimonios es la paulatina apertura de nuevas dimensiones desde los años cuarenta hasta

la actualidad, ligada siempre a las necesidades narrativas de las circunstancias de

publicación y recepción. En los primeros testimonios, muy próximos a los hechos

históricos que relata, los relatos se centran mayoritariamente en la llegada a los campos y

en los episodios que acontecen durante la estadía de los testigos. La intención de

documentar de la manera más objetiva posible estos espacios conduce a los narradores a

desplegar recursos como la descripción minuciosa de la vida en los campos, pero también

otros más arriesgados a nivel formal, tal como la escenificación del campo de

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Por los caminos de la palabra 

426 

concentración, en la cual el narrador suele desaparecer como intermediario entre la

anécdota y el lector.

Sin embargo, hacia los años sesenta, comienzan a incorporar algunas referencias

significativas. Por un lado, algunos recuperan los derroteros seguidos durante la Segunda

Guerra Mundial, haciendo evidente la relación entre la contienda española y los conflictos

internacionales. Otros incorporan los espacios del exilio, generalmente envueltos en un

halo de optimismo y esperanza, puesto que han significado la posibilidad de recomenzar

la vida después de los campos y de poner en marcha la escritura. Algunos, como es el

caso de Nemesio Raposo, cuentan el regreso a España, aunque las opiniones sobre el país,

gobernado entonces por Franco, aparecen suavizadas y notablemente controladas, como

lo evidenció el cotejo del texto con los informes de censura y otros textos del mismo

autor.

Con la irrupción del mundo subjetivo y privado de los testigos en la superficie

textual, ocurre una nueva apertura de los espacios representados en los testimonios.

Además de los campos y los lugares del exilio, afloran otras dimensiones espaciales que

se vinculan con las emociones y con las motivaciones particulares de los sujetos. Una de

ellas es el espacio onírico, donde se subliman los deseos y las necesidades de la vigilia.

En cuanto al exilio, continúa vigente la idealización de países receptores como México,

aunque emergen opiniones que se oponen a esa visión optimista y positiva. Los

testimonios femeninos hacen ingresar nuevos espacios, vinculados con la experiencia

femenina, que hasta el momento no habían formado parte de las representaciones

tradicionales del éxodo, el internamiento y el exilio.

Evidentemente, muchos problemáticas que plantean los textos y que se insinúan

entre estas páginas han quedado fuera de las reflexiones. Una de ellas tiene que ver con

otras dimensiones de la producción cultural que también incorporan al testigo como un

elemento de privilegio. De ahí que el recorrido por los testimonios de los campos

franceses se pueda completar, al menos en las últimas décadas, con una reflexión,

también diacrónica, acerca de cómo se ha utilizado la voz testimonial en las

representaciones audiovisuales, sobre todo en los documentales que desarrollan este tema.

Se podría partir de la idea de que el proceso de “literaturizacion” que viven los

testimonios escritos en la actualidad también se percibe en este otro soporte. De ahí que,

de manera paralela con la escritura, este proceso trae aparejada la legitimación de un

sujeto-víctima que se construye a partir de referentes nostálgicos y emocionales, lo cual

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Los recorridos de la palabra testimonial. Algunas conclusiones

427 

promueve en el lector una mirada fuertemente despolitizada y desvinculada de las luchas

y conflictos políticos que atravesaron esos sujetos en el pasado.

Otra temática que merecería una atención especial y que en esta oportunidad tan

sólo se sobrevuela es la relación entre el corpus concentracionario de los campos

franceses y otro conjunto de textos que relatan la experiencia de los españoles en los

campos nazis. Si bien desde hace ya algunas décadas la deportación de los españoles ha

dejado de ser un tema desatendido en el ámbito historiográfico, desde el análisis

filológico se advierten algunos huecos que deberían ser tenidos en cuenta. Partiendo de la

idea de que los mismos testigos incluyen ambas experiencias en el mismo proceso

político totalitario vivido en Europa durante el siglo veinte y de que en los últimos veinte

años han proliferado las voces de los testigos que vivieron la deportación en primera

persona, debería sistematizarse la relación entre ambos sub-sistemas narrativos a través de

una reflexión comparativa que aporte nuevas consideraciones acerca de la representación

de la experiencia traumática concentracionaria.

El abordaje de los testimonios que cuentan el paso por los campos franceses ha

procurado insertar esos textos en la trama de discursos testimoniales que se urde en los

sucesivos contextos históricos y políticos. De este modo, su coexistencia con diferentes

narrativas testimoniales de la guerra civil y de otras guerras, de otros campos, de otros

totalitarismos, e incluso, de otras experiencias de opresión, pone en evidencia que, lejos

de tratarse de un corpus aislado, estos textos constituyen un subsistema dentro de la

narrativa testimonial del siglo veinte y de lo que va del veintiuno. Por este motivo, las

posibles relaciones entre los testimonios de los campos franceses y esos otros corpus

testimoniales pueden echar luz sobre los problemas de la representación y sobre los lazos

que la narrativa testimonial estrecha con las circunstancias políticas, sociales y

económicas que en ella intervienen.

Todas estas líneas de análisis que se han abierto durante la lectura y la

interpretación de los testimonios de los campos franceses se reúnen en torno a la

constatación de que, en el devenir de la historia española del siglo veinte y de lo que va

del siglo veintiuno, estos textos han cumplido y cumplen un doble rol: al tiempo que

actúan como reflejo de los conflictos sociales, se erigen también como demandantes de

repuestas a esos conflictos que los atraviesan. Este estudio ha pretendido operar en esa

doble tensión, para subrayar ambas funciones y para reflexionar acerca de la

direccionalidad que han tomado en la actualidad la mirada hacia el pasado. Si en la

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Por los caminos de la palabra 

428 

actualidad la construcción y el uso de los testimonios tienden a proponer una reflexión

acrítica y defectuosa de ese pasado –ligada a componentes netamente subjetivos y vacíos

de sentido político–, la perspectiva histórica que defiende esta tesis ha propuesto la

alternativa de revisar ese pasado, contado a través de las voces de sus protagonistas, para

cuestionar de qué manera se están utilizando esas memorias y repensar cómo

aprovecharlas de cara a reflexiones futuras.

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429

BIBLIOGRAFÍA

La bibliografía analítica debe proponer un ordenamiento de las fuentes

fundamentales y secundarias que han alimentado las reflexiones. Sin embargo, en esta

oportunidad ha resultado dificultoso poder organizarla convenientemente sin que

desatienda los problemas que el mismo estudio señala y analiza. Por ese motivo, vale la

pena aclarar algunas decisiones en torno a la exposición y clasificación de la lista de

fuentes consultadas.

Los testimonios que conforman el corpus de obras fundamentales para esta tesis se

caracterizan por declarar su función netamente referencial, no mediada por una intención

literaria ni interesada por crear ficción a partir de la experiencia. Se ha explicado que ésta

es una de las razones por las cuales la gran mayoría de ellos han sido, al menos hasta los

últimos años, relegados de los objetos de estudio de la crítica literaria dedicada a la

recuperación de la cultura republicana exiliada. Aunque este estudio ha pretendido

superar la dicotomía entre “literario” y “no literario”, tal problema se presentó en el

momento de construir la bibliografía, dado que no era fácil encontrar otras categorías que

permitieran ordenar la heterogeneidad de los textos comentados y analizados en el estudio

monográfico. A fin de no contradecir los argumentos que aquí se defienden, la solución

propuesta ha sido dividir el corpus testimonial en dos partes: por un lado, se destacaron

los textos fundamentales sobre los que se basa el análisis, seguidos, respectivamente, por

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Por los caminos de la palabra 

430 

entradas en las que se mencionan otras obras de los mismos autores y artículos o reseñas

sobre su producción halladas en bibliografía contemporánea o posterior; y por el otro, se

reunieron –bajo el título de “Narrativa y poesía testimonial” – un conjunto de textos que

son comentados en la tesis y que, al mismo tiempo, apoyan el desarrollo de las

reflexiones.

Otro problema se presentó a la hora de clasificar volúmenes como los de Avel·lí

Artís-Gener o Eduardo Pons Prades, pues no se trata plenamente de testimonios

entendidos como relatos que surgieron a partir de la experiencia directa de los testigos-

autores, sino de textos en los que se conjuga su versión individual con la de otros testigos

que también participaron activamente y que se incorporan a los textos como fruto del

trabajo de investigación realizado. Estos textos se publican en los años setenta, momento

en el que los testimonios se inscriben en un paradigma historiográfico, dado que han

comenzado a construir una nueva historiografía atenta a la inclusión de la voz de los

vencidos. Estos discursos se proponen, entonces, como herramientas de conocimiento del

pasado y como una primera instancia de revisión de los discursos fosilizados por el

franquismo. Ambas publicaciones relatan en parte la experiencia personal, pero se nutren

de una gran cantidad de voces de otros testigos, que son la base del relato. Por el valor y

la significación que adquiere el concepto de “testimonio” entre sus páginas, se las

mantuvo en la lista de obras principales.

Para finalizar, ha de decirse que la bibliografía se divide en dos grandes partes:

fundamental y secundaria. En esta última, se han incorporado otras narrativas

testimoniales procedentes de experiencias distintas de los campos de concentración

franceses, desde algunas más cercanas, tales como las memorias de la Guerra Civil y de

las cárceles franquistas, hasta otras más remotas y distantes en el tiempo y el espacio,

como los testimonios latinoamericanos o los relatos testimoniales de la Guerra de

Marruecos. La intención ha sido reflejar en la bibliografía que la narrativa testimonial

concentracionaria a la que se refiere este estudio no constituye un universo aislado, sino

que forma parte de un sistema narrativo testimonial global que se ha desarrollado a lo

largo y a lo ancho del siglo veinte. Esto permite abrir una puerta a la posibilidad de

cotejar, desde un prisma comparatista, experiencias traumáticas y caminos de

representación, así como también semejanzas y diferencias en cuanto a los modos de

intervención que estos relatos persiguen

.

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Bibliografía

431 

I. Bibliografía fundamental

1. Testimonios de los campos de concentración franceses comentados

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Por los caminos de la palabra 

432 

2. Otras obras mencionadas de los mismos autores

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extraordinario de “Fragua Social” de Valencia, del 19 de julio de 1937. Barcelona:

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Bibliografía

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3. Reseñas y artículos sobre testimonios y autores comentados

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7. Audiovisuales

Camp d’Argelers. Dirigido por Felip Solé. Sant Joan Despí: Televisió de Catalunya, 2009

Exilio: el exilio republicano español (1939-1978). Dirigido por Pedro Carvajal.

Barcelona: S.A.V., 2002

Exilios. Refugiados Españoles en el Mediodía de Francia. Dirigido por Jean-Pierre

Amalric y Santos Juliá. Madrid: UNED, 1994

La guerra cotidiana. Dirigido por Daniel Serra y Jaume Serra. Barcelona: S.A.V., 2002

La guerrilla de la memoria: recuerdo de los maquis. Dirigido por Javier Corcuera.

Barcelona: S.A.V., 2003

Los niños de Rusia. Dirigido por Jaime Camino. Barcelona: S.A.V., 2002