prieto - el movimiento de liberación contemporaneos en américa latina

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El movimiento de liberación contemporáneo en América Latina Alberto Prieto Rozos Edición: Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1985. Lengua: Castellano. Digitalización: Koba. Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/

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Prieto - El Movimiento de Liberación Contemporaneos en América Latina

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Page 1: Prieto - El Movimiento de Liberación Contemporaneos en América Latina

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Alberto Prieto Rozos

Edición: Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1985. Lengua: Castellano. Digitalización: Koba. Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/

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Índice INTRODUCCIÓN. ................................................. 1 1. ANTECEDENTES. ............................................ 5 Proyecciones europeas. ........................................... 5 Inglaterra y el problema de la esclavitud. ............... 8 Expansión territorial de Estados Unidos............... 11 Resistencia chicana. .............................................. 15 Agresión francesa contra México. ........................ 19 2. LA ÉPOCA DEL IMPERIALISMO. ............... 23 Modalidades De La Penetración Europea. ............ 23 Intervencionismo yanqui y resistencia popular. ... 27 Balance de la penetración foránea en 1914. ......... 34 3. INICIO DE LA CRISIS GENERAL DEL CAPITALISMO. .................................................. 37 La Gran Revolución Socialista de Octubre y sus repercusiones en América Latina.......................... 37 Cambio en la correlación de fuerzas entre los imperialistas. ......................................................... 43 La crisis de 1929 y sus consecuencias. ................. 45 4. RESPUESTAS POPULARES A LA DEPRESIÓN DE 1929. ............................................................... 46 Sandino y su lucha contra la ocupación yanqui. ... 46 Sublevación popular de 1932 en El Salvador. ...... 49 La llamada República Socialista de Chile. ........... 51 El derrocamiento de Gerardo Machado en Cuba. . 52 Ascenso del patriotismo militar pequeñoburgués en Bolivia y Paraguay................................................ 55 5. FRUSTRACIONES REVOLUCIONARIAS DURANTE LA SEGUNDA ETAPA DE LA CRISIS GENERAL DEL CAPITALISMO. ...................... 59 Segunda guerra mundial y soberbia yanqui. ......... 59 La violencia en Colombia. .................................... 62 Transformaciones y guerras civiles en Costa Rica y Paraguay. .............................................................. 64 frente Popular y “ley maldita” en Chile. ............... 66 Claudicación de la cúspide del MNR en Bolivia. . 68 Derrota de la proyección demócrata-popular de Jacobo Arbenz en Guatemala. .............................. 69 6. AMÉRICA LATINA BAJO EL INFLUJO DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. ................................. 71 Características de la tercera etapa de la crisis general del capitalismo. ..................................................... 71 Posiciones económicas del imperialismo. ............ 73 El nacionalismo revolucionario. ........................... 75 Reveses progresistas en Chile y Argentina. .......... 80 Procesos revolucionarios en el Caribe y Centroamérica. ...................................................... 83 Epílogo. ................................................................ 88

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EL MOVIMIE"TO DE LIBERACIÓ" CO"TEMPORÁ"EO E" AMÉRICA LATI"A. Introducción. A partir de la conquista de América por los

españoles, nuestro continente ha tenido dos tareas básicas: lograr su plena independencia y hacer la revolución. Ninguna de las dos excluye ni sustituye a la otra, aunque muchos pudieran entenderlo así. Nuestra primera epopeya emancipadora cuya

síntesis es la figura de Simón Bolívar, eliminó la dominación de las seculares metrópolis coloniales y pareció insertar a nuestros pueblos en la vía del progreso y del desarrollo autónomo; apenas faltaba medio siglo para el surgimiento del tenebroso imperialismo. Pero, en realidad, desde la proclamación de su independencia, América Latina se vio obligada a enfrentar los intentos recolonizadores de España, las agresiones de Francia, la dominación económica de Inglaterra y -sobre todo- la expansión territorial de Estados Unidos. Entonces se hizo necesario emprender nuevas gestas, cuya cima representan las luchas de los negros contra la esclavitud, la resistencia de los chicanos a la anexión norteamericana y el constante batallar de Benito Juárez en defensa de la soberanía mexicana y en favor de la revolución.

El movimiento de liberación contemporáneo en

América latina es un libro que parte del minucioso recuento de la problemática mencionada, con el propósito de brindar al lector el necesario conocimiento de los antecedentes acaecidos antes de la época imperialista. De esa forma se pretende facilitar la comprensión de los mecanismos de dominación empleados en contra nuestra por los países capitalistas desarrollados, a mediados del siglo XIX. Y explicar las causas materiales por las cuales se engendró en América Latina contra el imperialismo, ya a finales de la propia centuria, un poderoso pensamiento demócrata-revolucionario cuya figura cimera, sin duda, es José Martí. El movimiento de liberación contemporáneo en

América Latina surgió en la época de la crisis general del capitalismo, condicionado por el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre; tiene como pilar básico a los trabajadores. Por esta razón podemos afirmar que este libro es continuación y contrapartida, a la vez, de La burguesía

contemporánea en América Latina, cuyo propósito es mostrar el ascenso y la decadencia de dicha clase

social en nuestro subcontinente. En contraposición con la omnímoda hegemonía burguesa, y agobiadas por las devastadoras consecuencias de la terrible depresión de 1929, las masas populares se lanzaron por primera vez en nuestra historia a tomar ellas mismas el poder político y adelantar sus propias respuestas a los problemas dé la sociedad. Nadie representa mejor ese audaz esfuerzo que Augusto César Sandino, verdadero padre del movimiento de liberación latinoamericano contemporáneo, no obstante al haber a su lado hombres de la talla de Farabundo Martí, auténtico marxista-leninista y líder del heroico proletariado salvadoreño. Era la hora en la cual los más avanzados

intelectuales revolucionarios, como Mariátegui, Mella y Martínez Villena, se unieron a los humildes y explotados en las filas de los recién creados partidos comunistas. Sin embargo, aún era frecuente que las tácticas

trazadas por estas esforzadas organizaciones políticas para lograr la revolución agraria y antiimperialista, no atrajeran en un frente unido a los demás sectores comprometidos con el progreso; con frecuencia practicaba el desconocimiento de los dirigentes de los otros partidos, con lo cual se descartaba la posibilidad de constituir gobiernos nacional-revolucionarios encabezados por figuras ajenas al movimiento obrero. Esta verosimilitud sólo se concretó en el México de Lázaro Cárdenas, que rechazó al imperialismo y llevó a su culminación el proceso democrático-burgués iniciado con la lucha armada emprendida en 1910. En lugar de esas transformaciones, en muchos de

los otros países de América Latina se instituyeron regímenes nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses -se diferenciaban por su actitud respecto al mercado interno, debido a la existencia o no de grupos industriales autóctonos-, que a su vez trataban de incorporar a diferentes capas proletarias ignorando a sus verdaderos representantes políticos. Surgió así el llamado populismo, cuyas implicaciones aún se manifiestan en algunas repúblicas latinoamericanas; bajo la égida de carismáticos caudillos encabezaron la inconformidad con el imperialismo hasta finales de la segunda etapa de la crisis general capitalista. Por eso, en general consideramos a esas dos décadas, finalizadas con el

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desembarco del “Granma”, como un período de frustraciones revolucionarias en nuestro continente. El ascenso popular traído consigo por las victorias

soviéticas y demás fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, provocó la caída de algunas odiadas tiranías de América latina, pero no logró estructurar un bloque de poder capaz de realizar las dos imperiosas tareas que las necesidades del progreso histórico planteaban ante nuestros pueblos. Se debe incluso decir que, tras la derrota del Eje fascista, el poderío del Imperialismo yanqui en Latinoamérica alcanzó -luego del agotamiento del nacionalismo burgués- su máximo esplendor; Estados Unidos impuso el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Organización de Estados Americanos (OEA), como evidencias irrebatibles del alcance de su soberbia y dominación. No pudieron la violencia en Colombia, ni la insurrección minera en Bolivia, ni los forcejeos de Guatemala durante la presidencia de Jacobo Arbenz -muestras, en suma, de la creciente vitalidad y persistente heterogeneidad del movimiento de liberación-, alcanzar la ansiada meta de vencer al imperialismo y construir una sociedad superior. En Colombia, la barbarie entre los partidos liberal

y conservador y la visión localista de la lucha, no permitió -no obstante los esfuerzos del Partido Comunista- que los combates constituyeran un factor decisivo para lograr la emancipación nacional. En Bolivia el alzamiento armado de los mineros, fuerza motriz de la revolución, pareció conceder un carácter democrático-popular al proceso transformador. Sin embargo, la inexperiencia de los obreros los condujo a entregar el poder al llamado Movimiento Nacionalista Revolucionario, organización carente de una dirigencia política decidida, capaz y firme, dispuesta a encauzar al país hacia su definitiva liberación; los cambios efectuados por el gobierno del MNR en las formas de propiedad y en las relaciones de producción, no se desarrollaron en concordancia con los verdaderos intereses de los trabajadores, sino con el propósito de modernizar el capitalismo en beneficio de unos pocos aprovechados. En Guatemala, los empeños de Jacobo Arbens y del grupo revolucionario que lo rodeaba, por realizar la Reforma Agraria y enfrentar la ofensiva imperialista, chocaron con la traición de un ejército no depurado -a pesar de haber sido decapitado el reaccionario generalato-, y con la inercia de la mayoría de la población; al no haberse abolido la opresión cultural sufrida por las tribus mayas, sus miembros no se incorporaron a la prometedora revolución. En 1956, América Latina se hallaba en un punto

crucial de su historia. Se encontraban agotadas las posibilidades del nacionalismo burgués en Argentina, Brasil y México, a la vez que se habían frustrado los procesos democráticos de Bolivia y Guatemala. En

consecuencia, el imperialismo norteamericano estableció su hegemonía en el continente, y lo demostró al convocar en aquel año una conferencia en Panamá de todos los presidentes del hemisferio. Pensaban los yanquis que su dominio sobre nuestras repúblicas sería eterno. No contaban con un pequeño grupo de revolucionarios que, el 2 de diciembre de 1956, desembarcó al sur de los territorios orientales de la más grande de las Antillas. Traían el enorme legado histórico de Simón Bolívar, Benito Juárez, José Martí, Augusto César Sandino, Julio A. Mella, Lázaro Cárdenas, y estaban nutridos también de las fracasadas experiencias revolucionarias de Bolivia y, sobre todo, como expresó Ernesto Guevara sobre Guatemala: “la democracia que sucumbió, el ejemplo que nos diera y la apreciación correcta de todas las debilidades que no pudo superar aquel gobierno, para ir nosotros a la faz de la cuestión y decapitar de un solo tajo a los que tienen el poder.”1 Así, el movimiento de liberación latinoamericano,

más fogueado, con nuevas tácticas y bríos, e ideas científicas se revitalizó; el primero de enero de 1959, con fuerza indetenible, triunfa la Revolución Cubana conducida por Fidel Castro Ruz. La Revolución Cubana significó un gigantesco

paso en la historia del continente americano, y un acontecimiento extraordinario en el desarrollo del movimiento revolucionario mundial, pues inició una fase nueva en las luchas de los oprimidos: la tercera etapa de la crisis general del capitalismo. Cuba fue, en la práctica, el primer país en demostrar el cambio en la correlación de fuerzas en el orbe en favor del socialismo. También evidenció los rasgos de la lucha de clases en esta tercera fase, cuando se unen con los humildes nuevos sectores sociales. Otra peculiaridad de esta etapa es que en la misma no existe una barrera infranqueable entre el período democrático-popular y el socialista; el elemento decisivo y definitorio de dicho proceso es la cuestión de quiénes lo dirigen, en manos de qué sector social se encuentra el poder político. De esta manera, amplias perspectivas de liberación nacional se abrieron a millones de explotados de Asia, África y América Latina, quienes inspirados en el ejemplo cubano emprendieron renovados combates contra la opresión colonial e imperialista. El triunfo de la Revolución Cubana influyó en las

conciencias de los más audaces, y en el propio año 1959 hubo héroes que se lanzaron a la lucha armada con el propósito de reproducir la victoria antillana: se inició la resistencia activa frente al gobierno oligárquico en Argentina; renació el combate guerrillero (Tolima, Caldas, Valle) en Colombia; se produjo un desembarco de patriotas en Panamá; exiliados políticos invadieron Paraguay; y grupos

1 Ernesto Guevara: Al Primer Congreso latinoamericano

de Juventudes, en Obra Revolucionaria, Editorial ERA. México D. F. 1967, p. 309.

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revolucionarios se introdujeron en República Dominicana por las costas del país. En 1960 los sandinistas -animados por Carlos Fonseca Amador- atacaron los cuarteles policiales de Jinotepe y Diriamba; mientras, en Paraguay, los insurrectos se lanzaron contra la importante base naval cercana a Asunción. Sin embargo, en esta nueva fase del batallar

revolucionario -tercera etapa de la crisis general del capitalismo-, en los duros enfrentamientos frente a la reacción y contra el imperialismo, se unen otras capas sociales a los explotados. Como escribe Carlos Rafael Rodríguez: “Hizo falta la prueba irrebatible de la revolución cubana de Fidel Castro, para qué se comprendiera el papel singular de la pequeña burguesía latinoamericana.”2 En efecto, ya en el año 1960, contingentes de

militares progresistas se sumaron al combate iniciado por los oprimidos; el 13 de noviembre, en Guatemala, oficiales del ejército se sublevaron en la base de Zacapa y ocuparon toda la región hasta Puerto Barrios. Se destacaron en el alzamiento los jóvenes revolucionarios Luis Augusto Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa. Semanas después, el 21 de diciembre, en Venezuela se produjo la sublevación militar de La Guaira. A partir de entonces en la historia latinoamericana se entrelazaron los combates guerrilleros y los pronunciamientos en el seno de las fuerzas armadas regulares. Se pueden citar al respecto, por ejemplo: en 1961, -en Haití, el desembarco revolucionario dirigido por Jacques Stephan Alexis; en Venezuela, dos sublevaciones de efectivos del ejército (Caracas, 20 de febrero; Barcelona, 26 de junio). En 1962, en Ecuador, aparecieron guerrillas en Santo Domingo de las Coloradas, a noventa kilómetros de la capital; en Guatemala el movimiento guerrillero se hizo sentir (marzo) en Izabal, Sierra de Minas y Baja Verapaz; mientras, elementos de la fuerza aérea se sublevaban (noviembre) en la capital; en Venezuela se rebelaron dos bases navales (Carúpano y Puerto Cabello) y una área (Boca del Río), a la vez que las guerrillas de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) surgían en Charal y Falcón. En 1963, en Argentina aparecieron grupos

guerrilleros en las provincias de Córdoba, Jujuy y Salta (dirigidas por Jorge Ricardo Masetti); en Colombia se crearon las llamadas zonas de autodefensa, en el norte de Tolima y en el sur de Cundinamarca; en Guatemala se fortalecieron los frentes guerrilleros de Izabal (Yon Sosa) y de la Sierra de las Minas (Turcios Lima); en Perú surgió el Ejército de Liberación Nacional, en cuyas filas murió (15 de mayo) el poeta Javier Heraud; en República Dominicana el Movimiento Revolucionario 14 de

2 Carlos Rafael Rodríguez: Cuba en tránsito al socialismo, Editorial Siglo XXI, México, D. F., 1978, p. 232.

junio inició la lucha armada rural; en Uruguay, las guerrillas urbanas realizaron sus primeras acciones, en el departamento de Colonia, dirigidas por Raúl Sendic; en Venezuela, Fabricio Ojeda se fugó de la prisión y asumió el mando de un frente guerrillero, a la vez que se constituía el órgano político del mando revolucionario, llamado Frente de Liberación Nacional (FLN) En 1964, en Haití, se produjeron desembarcos

(junio y agosto) de jóvenes que iniciaron las actividades combativas de las Forces Armées Révolutionnaires d'Haiti; en Venezuela surgieron los focos guerrilleros de El Bachiller y Los Andes. En 1965, en Brasil se produjo, a finales de año, un levantamiento armado militar (en el sur); en Colombia el Ejército de Liberación Nacional realizó sus primeras acciones armadas y sumó a sus filas (en diciembre) al sacerdote católico Camilo Torres, mientras a los cuatro meses se constituían las Fuerzas Armadas. Revolucionarias de Colombia (en Caquetá, Hirila, Cauca, Tolima y Valle); en Perú, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria inició en junio su etapa de insurrección en la zona de la Sierra: las guerrillas Pachacutec y Túpac Amaru, al mando de Luis de la Puente Uceda y Guillermo Lobatón, alcanzaron victorias en Valle de la Concepción y Junín; en Uruguay surgió el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. En República Dominicana, junto a sectores

populares se sublevaron (24 de abril) militares progresistas, entre los cuales se destacaba el coronel Francisco Caamaño Deñó. El alzamiento de estos jóvenes oficiales dominicanos, que para mantener el régimen constitucional y democrático tomaron la revolucionaria decisión de distribuir armas a las masas populares, significó un paso trascendental -en el proceso de rebeldía latinoamericana inaugurado seis años atrás; elegido Presidente de la República por las dos Cámaras, Caamaño llamó a luchar contra los yanquis e inició así un fenómeno político nuevo -síntesis de las distintas tendencias progresistas en puja-, que fue denominado nacionalismo revolucionario. Aplastada la creadora y fugaz experiencia por una invasión estadounidense, la novedosa corriente auspiciada por inquietos oficiales antiimperialistas no resurgió sino tres años después. En la Habana (1967) tuvo lugar la Conferencia de

Solidaridad de América latina; la misma planteó que en nuestro subcontinente existen condiciones socioeconómicas y políticas para crear, con el desarrollo de la guerra popular, situaciones revolucionarias, en dependencia de las concepciones ideológicas y capacidades organizativas de las vanguardias. En la clausura de dicha actividad, el 10 de agosto de 1967, el Comandante en Jefe Fidel Castro afirmó:

Este continente trae en su vientre una revolución, tardará más o menos en nacer, tendrá

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un parto más o menos difícil pero inevitable. Nosotros no tenemos la menor duda. Habrá victorias, habrá reveses, habrá avances, habrá retrocesos; pero el advenimiento de una nueva era, la victoria de los pueblos frente a la injusticia, frente a la explotación, frente al imperialismo, cualesquiera que sean las concepciones equivocadas que puedan tratar de entorpecer el camino, es inevitable.3 El asesinato de Ernesto Che Guevara el 8 de

octubre de 1967, en Higueras (Bolivia), quien combatía por la revolución al frente de una guerrilla internacionalista, anunció, sin embargo, un relativo reflujo de la lucha armada. Fue entonces que resurgió, poderosa, la corriente nacionalista revolucionaria de los militares progresistas; en el mes de octubre de 1968, en Perú (Juan Velasco Alvarado) y Panamá (Ornar Torrijos), las respectivas fuerzas armadas tomaron el poder político con el propósito de enfrentar al imperialismo y transformar las estructuras socioeconómicas internas en cada uno de los dos Estados. Se fortalecía, por vías inesperadas, el movimiento de liberación en América latina. El frente antiimperialista latinoamericano pronto

se vio engrosado con la victoria electoral de la Unidad Popular en Chile (1970). De inmediato el presidente Salvador Allende puso en práctica un brillante programa de transformaciones económicas que, no obstante, olvidó el problema político-militar de la revolución; las tradicionales fuerzas armadas permanecieron intactas, lo cual garantizó en 1973 a los generales traidores una victoria bastante rápida y fácil. Casi paralelamente, en Argentina, el candidato peronista (Héctor Cámpora) triunfó en los comicios con una progresista concepción económica; incluía nacionalización de la banca y del comercio exterior, así como una Reforma Agraria. La propia derecha peronista, sin embargo, reaccionó con tal violencia a la gestión del nuevo presidente, que éste renunció a su alta dignidad. En las elecciones de septiembre triunfó el binomio integrado por Juan Domingo Perón y su tercera esposa, candidatura que había recibido el apoyo del Partido Comunista. Pero el 1º de julio de 1974 murió el hombre que logró la hegemonía en la política argentina durante treinta años. Y su viuda-vicepresidenta ocupó el Ejecutivo atrapada por la corrupta derecha del Partido Justicialista, lo cual facilitó que a los dos años el reaccionario ejército la defenestrara del poder. Entonces, como en Chile, el fascismo se adueñó de Argentina. La Revolución Cubana consolidada, el auge de la

lucha en América Latina, la incorporación de nuevos sectores sociales al frente antiimperialista, fueron elementos que indujeron a los partidos comunistas de

3 Fidel Castro Ruz: Discurso de clausura de la

Conferencia de Solidaridad de América Latina, en periódico Granma, La Habana, 11 de agosto de 1967, p. 2.

América Latina y del Caribe a celebrar una conferencia en Cuba a mediados de 1975. En dicha reunión se concluyó4 que el proceso económico latinoamericano estaba caracterizado por una vinculación tan estrecha de las altas burguesías criollas con el imperialismo, que de hecho se integraban a su mecanismo de dominación. No obstante, en el cónclave se aclaró que dicha realidad histórica no implicaba, la inexistencia de sectores de la burguesía capaces de tener intereses contradictorios con los imperialistas, y que pudieran adoptar posiciones convergentes con las del proletariado, los campesinos y demás grupos explotados de la población en lucha por la conquista de la independencia económica y la completa soberanía nacional. Dichos sectores burgueses pueden, por tanto, participar en la unidad de acción democrática y antiimperialista junto con las fuerzas populares. Sería erróneo sin embargo, ignorar los límites y vacilaciones de estas capas burguesas en lo concerniente a su participación en el proceso contra el imperialismo. En América Latina, la burguesía perdió hace

tiempo la posibilidad de desempeñar el papel dirigente que ya pertenece al proletariado; los opulentos no pueden conducir hasta el final la nueva batalla independentista. La incorporación de fuerzas y organizaciones representativas de dichos burgueses al amplio frente de lucha antiimperialista y antioligárquica posee una considerable importancia, pero jamás se debe realizar a expensas de la alianza esencial de obreros, campesinado trabajador y capas medias, ni sacrificando la independencia de clase del proletariado en beneficio de compromisos coyunturales. Es posible que en el contexto de las batallas que

libran los pueblos latinoamericanos en defensa de las instituciones democráticas, los referidos sectores se unan al frente progresista; la plena liberación nacional, que entraña la derrota y eliminación de las oligarquías dominantes, está vinculada de manera indisoluble al esfuerzo por la conquista de una democracia auténtica. La abolición de los derechos democráticos de la clase obrera y del pueblo, el empleo de las tropas contra el movimiento obrero, la implantación de brutales tiranías, han sido ingredientes consustánciales a la táctica seguida por el imperialismo y las oligarquías en la lucha por mantener su dominio en el subcontinente. En consecuencia, no se puede ser indiferente ante la suerte que corran situaciones relativamente democráticas, aunque no se correspondan con esa, verdadera y más profunda democracia que los revolucionarios desean conquistar. Al mismo tiempo, los combatientes por el progreso no deben aceptar

4 Declaración de la Conferencia de los Partidos

Comunistas de América Latina y del Caribe, en Granma, La Habana, 16 de junio de 1976, p. 4.

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que la defensa de la democracia burguesa frente a la amenaza fascista implique la renuncia al avance social, ni la aprobación de un injusto estado de cosas. La unidad en la lucha democrática, más amplia en

sus marcos que la unidad revolucionaria antiimperialista, se enlaza de manera dialéctica con la misma. Por eso, el camino de las transformaciones revolucionarias de América Latina supone una lucha conjugada, constante, en que el combate al fascismo, la defensa de la democracia y la lucha contra el imperialismo y las oligarquías, así como por la participación efectiva del pueblo en la definición de la vida política, se desarrollan como partes de un mismo proceso. Las sagaces proyecciones analíticas expresadas en

el trascendental documento de los comunistas latinoamericanos comenzaron a convertirse en realidad en 1979, cuando en la isla de Granada, el 13 de marzo, el New Jewel Movement (fuerza política dirigida por Maurice Bishop) efectuó un ataque a la sede del ejército y en una hora lo capturó. Como expresó el Comandante en Jefe: un Moncada exitoso iniciaba una gran revolución en ese pequeño país. Poco tiempo después, en Nicaragua, la lucha armada sandinista de veinte años de duración derrocaba la tiranía despótica de los Somoza, y situaba en el poder a la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que nacionalizó todos los bienes de los somocistas, así como la banca, la minería, el comercio exterior y las tierras ociosas. Desde el mismo victorioso 19 de julio -que estimuló la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala-, la Nicaragua orientada por el FSLN se convirtió en el más importante partícipe del movimiento de liberación latinoamericano, luego del triunfo de la Revolución Cubana. Ese extraordinario mérito le enfrentó en su contra al imperialismo y a la reacción centroamericana. Incluso desde la lejana Buenos Aires la Junta Militar fascista enviaba sus agentes para tratar de desestabilizar al sandinismo. No obstante, la movilización popular argentina y la Guerra de las Malvinas provocaron el desplome del criminal equipo entronizado en el Gobierno durante siete años. A la vez, el decidido apoyo brindado durante el conflicto por el imperialismo yanqui a su aliado inglés, quebró la vigencia del TIAR y la OEA, donde ocurrió el ionsólito hecho de que Estados Unidos se encontrase en minoría. Un año después, el desvergonzado ataque Imperialista a la minúscula Granada volvía a evidenciar el aislamiento en América latina del Gobierno de Washington. Como señalara el Comandante en Jefe Fidel Castro, el 1º de enero de 1984:

El sistema de dominio imperialista en América Latina está en crisis. Las dictaduras militares de derecha en Chile, Argentina, Uruguay y otros países, último recurso del imperialismo y el capitalismo, han fracasado estrepitosamente, llevando a esas naciones a la ruina y el colapso

económico. Del “milagro brasileño” no queda más que 100 mil millones de dólares de deuda externa y las constantes noticias de calamidades sociales: desempleo, hambre, inflación, descenso del nivel general de vida, mortalidad infantil, enfermedades y asaltos de mercados por el pueblo. La llamada democracia representativa burguesa está en crisis también, ahogada por la ineficiencia, la corrupción, la impotencia social, las deudas impagables y la ruina económica. Crecen el desempleo, la inseguridad y el hambre como una plaga. Atrás han quedado las ilusiones reformistas y los desprestigiados y onerosos remedios de las Inversiones transnacionales. Los cambios estructurales y sociales son inevitables. Más tarde o más temprano se producirán y serán más profundos cuanto más honda e insalvable sea la crisis, que no es simplemente coyuntural.5 Sin embargo, de ese apasionante problema nos

ocuparemos en otro libro; La burguesía

latinoamericana en crisis (1979-1984) será la verdadera culminación de esta obra, iniciada al publicarse en 1983 su primera parte bajo el título de: La burguesía contemporánea en América

latina. 1. A"TECEDE"TES. Proyecciones europeas. Aún antes de la época imperialista, América

Latina vio amenazada su independencia por los peligros provenientes del exterior. Se puede mencionar, por ejemplo, que la España absolutista incluso después de su derrota en Ayacucho, mantuvo ilusiones sobre una reconquista americana. A tales fines promovió en 1829 una expedición contra México. Vencido con facilidad ese intento, y muerto el reaccionario Fernando VII en 1833, el gobierno de Madrid comprendió que marchaba contra la historia. Por ello firmó con la República mexicana, en 1836, un tratado para reconocer su independencia. Años después, entre 1840 y 1847, acuerdos similares fueron rubricados con Ecuador, Chile, Venezuela y Bolivia; mientras, con algunos otros Estados que habían sido colonias suyas, España estableció limitadas relaciones comerciales. En el lapso restante de la primera mitad del siglo

XIX la antigua metrópoli ibérica se abstuvo de cualquier acción de importancia en sus vínculos con América Latina independiente, excepto en el caso del respaldo brindado al depuesto presidente Juan José Flores. Este retrógrado general, opuesto al régimen liberal ecuatoriano de Vicente Ramón Roca (1845-1849), pretendió regresar al poder por medio de una famosa y fracasada expedición que gozó del apoyo español; su objetivo final era entronizar en el país 5 Fidel Castro Ruz: Discurso conmemorativo del XXV

Aniversario del Triunfo de la Revolución, en Granma, la Habana, 2 de enero de 1984, p. 3.

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una monarquía hispanizante. Durante la Guerra Civil de los Siete Años (1833-

1840) los liberales “isabelinos” realizaron en España una empresa transformadora; la misma significó el triunfo de la revolución burguesa contra los “carlistas”, los cuales defendían el absolutismo. Expulsado de la Regencia el progresista general Baldomero Espartero (1840-1843), los grupos menos avanzados del liberalismo ocuparon el Gobierno. Así, a partir de 1843, España vivió la “gran etapa moderada”, que durante un cuarto de siglo vinculó la plena libertad de las propiedades burguesas con los principios de cierto autoritarismo estatal. Ese régimen auspició las aventuras recolonizadoras de Chile, Perú y Santo Domingo durante doce años (1856-1868). Francia, muy comprometida con Fernando VII

luego de la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, compartió la óptica de España en lo referente a nuestra región6; esperaba recibir por su posición algún tipo de recompensa. Además, por cuenta propia, en 1825 efectuó en el Caribe dos agresiones. Una, menos afortunada, se estrelló contra la porción venezolana de la gran Colombia, de Bolívar; la otra, exitosa, escogió al pequeño Haití como objetivo; el cavernícola Borbón que reinara bajo el título de Carlos X pretendía imponer a la excolonia una cuantiosa indemnización por concepto de las antiguas plantaciones francesas expropiadas. Para lograr sus propósitos el gobierno de París envió una poderosa escuadra para bloquear las costas haitianas y amenazó con bombardear sus puertos. Ante ese peligro, el tirano Boyer cedió; firmó el Acta conocida como Ordenanzas de 1825 que concedía a Francia aranceles aduaneros reducidos a la mitad, así como la cláusula de “nación más favorecida”; se reconoció también una deuda con la ex metrópoli ascendente a 150.000.000 de francos cuyo primer pago que representaba el 20 por ciento del total, debió efectuarse de inmediato. Con el objetivo de enfrentar dicha erogación, el Estado haitiano recurrió a los banqueros franceses, quienes en noviembre de ese mismo año le otorgaron un oneroso empréstito ascendente a 24.000.000 de francos. La diferencia entre esta suma y el desembolso a realizar se debió sufragar con el envío a Francia de todo el oro y la plata existentes en el país. Otra aventura francesa, esta vez contra Brasil, que

salía de la Guerra Cisplatina, tuvo lugar en 1828; la Corte de París juzgó apropiado ese momento para exigir astronómicas reclamaciones por concepto de daños causados a sus buques fondeados en la bahía de Montevideo, durante el referido conflicto bélico. A principios de julio, la flota del almirante Roussin se presentó frente a Río de Janeiro y profirió

6 Pierre Renouvin: Historia de las relaciones

Internacionales. Ediciones Aguilar, S. A., Madrid, 1969, t. II, vol. I (El Siglo XIX).

múltiples amenazas. Pedro I, temeroso de verse envuelto en otra conflagración satisfizo todas las exigencias francesas no obstante las enormes dificultades que sufrían las exhaustas finanzas imperiales. La revolución de 1830 en Francia introdujo

reorientaciones en la diplomacia de París; se inició el reconocimiento de las repúblicas latinoamericanas. Sin embargo, en 1838 Francia atacó a México. El 21 de marzo la flota agresora bloqueó el importante puerto de Veracruz y bombardeó la fortaleza de San Juan de Ulúa. Esta embestida tuvo como excusa el rechazo gubernamental a satisfacer reclamaciones de comerciantes franceses radicados en tierras mexicanas, afectados durante conflictos armados internos: el conjunto de los hipotéticos daños resultaba demasiado abultado: 600.000 pesos. Pero el Gobierno de México, que por cierto no disponía de la referida suma, rechazó las inaceptables pretensiones. Francia acometió la llamada Guerra de los Pasteles; esta contienda preocupó a Inglaterra, pues México tenía una considerable deuda con Albión. La mediación británica logró la paz y el cese del bloqueo francés; a cambio, el agredido debía satisfacer con posterioridad las exigencias monetarias del agresor. De nuevo, en 1838, pero esta vez en el Río de la

Plata, Francia intervino con sus fuerzas militares. En la guerra civil uruguaya que enfrentaba al equipo gubernamental de los ganaderos -denominados “blancos” en política- y a los comerciantes -“colorados”-, el tirano argentino Juan Manuel de Rosas brindó ayuda a los primeros, mientras la monarquía francesa apoyaba a los rebeldes. Las opuestas actitudes estaban motivadas por la diferencia de intereses entre Buenos Aires y París en lo relativo al comercio platense; Francia, no tenía importantes establecimientos en la capital argentina, pero se encontraba bien asentada en Montevideo. Desde esta ciudad, en buques de cabotaje, los mercaderes franceses reexportaban sus productos hacia el vecino país con grandes beneficios. Con el propósito de impedir esos negocios,

contrarios a las conveniencias de la burguesía porteña del monopolista puerto bonaerense, Rosas aumentó en un 25 por ciento los derechos arancelarios de los artículos europeos procedentes de la urbe rival. Esta disposición sólo afectaba a Francia, pues los comerciantes de Inglaterra tenían sólidas raíces en Buenos Aires. Por esa razón, una escuadra francesa zarpó hacia Río de la plata con el objetivo de abrir el Paraná y el Uruguay a la libre navegación. La guerra desembocó en definitiva en un equilibrio de fuerzas, debido al cual ambas partes se vieron precisadas a ceder. Según el Tratado Mackau-Arana, el 29 de octubre de 1840, los franceses devolvieron a Argentina la isla de Martín García y levantaron el bloqueo; Rosas les otorgó el

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tratamiento de nación más favorecida. Era la típica demanda del capitalismo de libre concurrencia imperante en Europa, caracterizado por la exportación de mercancías. No obstante estos pequeños logros, a lo largo de

la primera mitad del siglo XIX, Francia mantuvo en la América Latina una posición de segundo orden, no acorde con sus fuerzas. Quizás ello se explique debido a que los principales campos de acción de su burguesía eran Europa, Asia y África. Su comercio con nuestro subcontinente, al ser derrocada en 1848 la monarquía de Orléans, apenas totalizaba la cifra de 38 millones de dólares. Cuando en 1823 Francia reimplantó el

absolutismo fernandino en España, Inglaterra envió a Estados Unidos un memorándum donde planteaba su posición sobre América Latina. La misiva, enmarcada en el contexto de las amenazas proferidas por la Santa Alianza contra la independencia latinoamericana, perseguía en realidad otro objetivo; el Gobierno de Londres quería impedir cualquier ulterior expansión de los norteamericanos, semejante a la ya realizada contra la Florida. Como se sabe, la respuesta estadounidense a dicho sondeo de lord Canning se expresó en la macabra Doctrina Monroe. El fracaso del referido empeño no impidió a los británicos establecer relaciones diplomáticas con los nuevos Estados latinoamericanos; con algunos de los cuales firmaron importantes acuerdos comerciales: Buenos Aires (1825), Colombia (1825), México (1826) y Brasil (1827); este acuerdo tuvo un significado distinto, pues representaba una ratificación del vigente desde el año 1810. En 1825, del total de 80.000.000 de dólares

comerciados con la América latina, Inglaterra negoció la cuarta parte con Brasil debido a los tradicionales vínculos mercantiles anglo-brasileños; este país constituía el tercer mercado de Gran Bretaña en el mundo, superado sólo por Estados Unidos y Alemania. Respecto a las características de esa agresiva política mercantil inglesa, Engels escribió:

La separación de las colonias sudamericanas de sus metrópolis europeas, la conquista por Inglaterra, de todas las colonias francesas y holandesas de más valor y la dominación gradual de la India, convirtieron a los pueblos de todos estos territorios en consumidores de mercancías inglesas. Así, Inglaterra completó el proteccionismo que practicaba en su mercado interior por el librecambio que impuso a sus consumidores, donde pudo en el extranjero; y, gracias a esta feliz combinación de los dos sistemas, cuando se terminaron las guerras, en 1815, se encontró en posesión del monopolio real del comercio mundial con relación a todas las

ramas importantes de la industria...7 Esa creciente penetración mercantil se efectuó en

América latina mediante eficientes mecanismos, basados en numerosas sucursales de las más importantes casas comerciales británicas; dichos establecimientos abundaban, por ejemplo, en Veracruz, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires y Valparaíso. La superioridad económica de Inglaterra no se

reflejó sólo en el intercambio de mercancías; también se evidenció en el temprano control alcanzado por los bancos de esa nación sobre las finanzas latinoamericanas8. Esta lamentable dependencia se había originado en la necesidad de las burguesías patrióticas de recibir suministros foráneos con vista a combatir las metrópolis absolutistas. En dichos tiempos sólo la Gran Bretaña prestaba dinero a los independentistas para la adquisición de armas y abastecimientos requeridos por su lucha. En consecuencia, todos los nacientes Estados latinoamericanos -excepto Paraguay y Haití- recurrieron a los banqueros de Londres, quienes les prestaron cerca de 20.000.000 de libras esterlinas, es decir, unos 100.000.000 de dólares. Después resultó difícil escapar del ciclo infernal; el servicio de los altos intereses de la deuda externa, así como el pago de elevados sueldos a militares y demás funcionarios estatales, exigieron nuevos empréstitos. Esa era una de las consecuencias de la política antiabsolutista de reducción de impuestos aplicada tras el logro de la independencia. De esta manera, ya en 1825 -cuando tuvo lugar el crack de la Bolsa de Londres- dichos préstamos totalizaban alrededor de 25.000.000 de libras esterlinas. La llegada de capitales ingleses enfilados a

reactivar minas y adquirir tierras, junto con la práctica de reinvertir parte de las ganancias logradas por los negociantes británicos en nuestro subcontinente, provocó el rápido ascenso de las inversiones inglesas en América Latina. En 1830 esa cifra se situaba en los 40.000.000 de libras esterlinas. Al conceder un préstamo, la banca londinense exigía garantías como rentas de aduanas, minas y tierras. Una idea de la importancia alcanzada por el capital inglés colocado en los Estados latinoamericanos se observa cuando en 1833 el conjunto de las inversiones realizadas en la industria textilera británica ascendía a 34 millones de libras esterlinas.9 Las exportaciones de tela representaban, en esos

7 Federico Engels: El proteccionismo y el librecambio, en Acerca del colonialismo, Editorial Progreso, Moscú. p. 272 (Fragmento del artículo). 8 Fred J. Rippy: Rivairy of the United States and Great

Britain over Latin America: 1808-1830, The John Hopkins Press, Baltimore, 1929, pp. 303-304. 9 C. K. Webster: Britain and the independence of Latin

America. Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires 1944, t. II (Acápite Joans).

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momentos, prácticamente la mitad de todas las ventas de Inglaterra al extranjero. Tales negocios explicaban el carácter específico del interés bancario de Gran Bretaña hacia América Latina, muy distinto de la índole de los Estados Unidos e incluso Francia. Sin embargo, a mediados de la década del treinta, la coyuntura económica inglesa varió. Se iniciaron las grandes inversiones en el desarrollo ferrocarrilero británico, lo cual motivó una disminución notable de la afluencia de capitales ingleses hacia América latina. Dichas inversiones treinta años más tarde regresaron con un contenido muy diferente: el monopolista. Comenzaba así la época del imperialismo. Aunque Inglaterra centró sus intereses en el

comercio y las finanzas latinoamericanas, no pueden obviarse sus operaciones militares contra Argentina y Brasil10. El conflicto con aquella se inició cuando en 1843 los triunfos bélicos de Rosas pusieron en peligro la supervivencia de la República Oriental del Uruguay, así como la libre navegación existente de hecho -no de jure- por el Plata y sus afluentes. El Gobierno de Londres no estaba dispuesto a ver en peligro las ventajas logradas desde hacía quince años para su desarrollo mercantil. Gracias a las mismas, los británicos eran propietarios de unas ochenta estancias y cuarenta casas comerciales en la provincia de Buenos Aires. Inglaterra y Francia, de mutuo acuerdo,

bloquearon el puerto monopolista argentino; lograron que el almirante inglés Brown, de la flota bonaerense, les entregara los navíos bajo su mando y ocuparon la estratégica isla de Martín García. No obstante esos reveses, los argentinos resistieron y llegaron a infligir a los agresores derrotas como la de Quebracho. En este relativo equilibrio de fuerzas se

encontraba la guerra cuando la oleada revolucionaria de 1848 sacudió Europa. Británicos y franceses arriaron pendones y desplegaron velas para retornar al viejo continente, la paz se firmó mediante dos tratados, los cuales reconocían la exclusiva jurisdicción de Buenos Aires sobre los ríos interiores del Plata. La pugna con Brasil tuvo otro contenido. En 1842

los británicos enviaron a Río de Janeiro una misión para rehacer el caduco e ineficaz Tratado de 1826, según el cual se prohibía la Trata. Pero la misión no prosperó, pues su aprobación afectaba la base económica del Brasil, sustentada en la esclavitud. Irritada, Gran Bretaña emitió el 8 de agosto de 1845, el llamado Aberdeen Act, que ordenaba el enjuiciamiento de los negreros por tribunales

10 En 1825, Brasil constituía, por sí solo, el tercer mercado de Inglaterra, superado únicamente por Estados Unidos y Alemania. Ver D. C. M. Platt: British diplomacy in Latin

America since the Emancipation. Separata de Inter American Economic Afairs, 1962, vol. 15, No. 4, p. 21.

británicos. Esta medida implicó un cambio notable, pues hasta entonces a los traficantes de esclavos atrapados les juzgaba una benévola comisión mixta anglo-brasileña, la proclama, sin embargo, no surtió efecto alguno. El tráfico de africanos hacia el Brasil mantuvo su ritmo creciente; entre 1846 y 1849 al imperio sudamericano entró un promedio de 50.000 esclavos anuales. La mofa a su edicto decidió a Inglaterra a respaldarlo con la fuerza, pues era evidente que por sí solo nada valía. Se despachó (1850) una flota patrullera al Atlántico para apresar a los buques negreros; mientras, otra navegaba hacia Río de Janeiro con el propósito de inspeccionar in situ los barcos que llegaban a dicho puerto. Las convincentes medidas persuadieron al Gobierno brasileño sobre la pertinencia de firmar el tratado propuesto por los británicos. Terminó así este litigio muy parecido al anglo-español surgido con respecto a Cuba en la década del cuarenta, ya que la metrópoli ibérica no cumplía los pactos entre ambas potencias rubricados en 1817 y 1835 según los cuales se prohibía la Trata. Inglaterra y el problema de la esclavitud. Al terminar las guerras napoleónicas, en todas las

Antillas -excepto Haití- subsistía la dominación colonial europea. Dichas posesiones mantenían una estructura económica similar, cosechaban productos semejantes, utilizaban fuerza de trabajo esclava, y dependían del comercio exterior. Después del Tratado de Viena (1815), sin embargo, los territorios caribeños de Inglaterra experimentaron un profundo proceso de transformación; en la metrópoli los intereses industriales se distanciaban de los comerciales. Entre ambos la índole de los negocios difería mucho, pues aquéllos vivían de la plusvalía y éstos de su preponderancia en la esfera de la circulación: los primeros, por lo tanto, deseaban expandir sus mercados; mientras, los segundos sólo querían mantener su control sobre determinadas mercancías muy codiciadas como, por ejemplo, la mano de obra africana. Todo ello explica los motivos de la visión

diferente de la burguesía industrial inglesa con respecto al comercio con la esclavitud; consideraba la abolición como un medio para vender más productos, lo cual le convertiría en ganancias monetarias una parte mayor del plusproducto arrebatado a los obreros en sus fábricas. Por eso, en la capital austriaca, los industriales presionaron para prohibir por medio de una cláusula el tráfico Interoceánico de esclavos. Este tratado será más tarde complementado por Inglaterra con acuerdos bilaterales entre España y Brasil; en América sólo las plantaciones esclavistas de Estados Unidos poseían mayor importancia que las de Cuba, y el Imperio de los Pedro. Al mismo tiempo, Gran Bretaña suprimió hacia sus propias colonias el horrible tráfico de

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africanos que antes tanto auspiciara. Luego, Londres continuó la liberación de sus proyecciones al derogar en 1822 el Acta de Navegación emitida por Cronwell. Engels valoró la nueva práctica de la siguiente manera:

La libertad de comercio significaba la transformación de toda la política financiera y comercial Interior y exterior de Inglaterra en consonancia con los intereses de los capitalistas industriales, clase que hablaba ahora en nombre de la nación. Y esta clase puso seriamente manos a la obra. Fueron eliminados sin piedad todos los obstáculos que estorbaban la producción industrial. Se reorganizaron totalmente las tarifas aduaneras y todo el sistema de impuestos. Todo quedó subordinado a un fin único, pero de la mayor importancia para los capitalistas industriales: reducción del precio de todas las materias primas y, particularmente, de todos los medios de subsistencia de la clase obrera, reducción de los gastos en materias primas y mantenimiento de los salarios a un nivel bajo, si no descenso de los mismos. Inglaterra está llamada a convertirse en “el taller del mundo”; los otros países debían de ser para ella lo que era Irlanda: mercado de venta para sus productos industriales y fuentes de materias primas y víveres. Inglaterra, gran centro industrial del mundo agrícola, sol industrial, alrededor del que girasen en número siempre creciente satélites productores de trigo y algodón. ¡Qué magnífica perspectiva!11 El Parlamento inglés liberó en 1834 a los esclavos

menores de edad y a los mayores los declaró “emancipados”. Según dicho status los ex esclavos debían trabajar sin sueldo y de forma obligatoria en las mismas plantaciones de antaño durante cuatro años; al cabo de ese período serían libres. En compensación los parlamentarios británicos dispusieron la entrega de 20.000.000 de libras esterlinas a los dueños de los 668.000 esclavos del Caribe inglés; la mitad de los mismos se encontraba en Jamaica. Los pactos contra la Trata no fueron respetados

por los gobiernos de Madrid y Río de Janeiro; por esta razón pronto en los dominios caribeños de Inglaterra, los costos de producción azucarera fueron mayores que en Cuba. En esta colonia española algunos como José Antonio Saco en sus meditaciones Sobre la diferencia entre el costo de la

mano de obra libre y la esclava, manifestaba al respecto:

De cuantos motivos se alegan para continuar el contrabando africano, éste es el único que tiene alguna apariencia de verdad; y no vacilo en

11 Federico Engels: Acerca del colonialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, p. 271.

confesar francamente, que al bajo precio en que se venden en Cuba los esclavos introducidos de África, el hacendado saca más provecho del trabajo de ellos que del de libres jornaleros (...). ¿Por qué son caros en Cuba los jornales de los labradores? Porque hay pocos que se dedican al cultivo de los campos en clase de jornaleros (...). De que los jornaleros de brazos libres sean algo más caros que el servicio de los esclavos, no se infiere absolutamente que sin ellos ya no se puede hacer azúcar. Para esto debería probarse, que los jornales son tan crecidos, que necesariamente han de arruinar al hacendado; y mientras no se suministre esta prueba, la cuestión cambia de naturaleza, viniendo a quedar reducida, no a la ruina inevitable del hacendado, sino a la mayor o menor utilidad pecuniaria que momentáneamente sacaría según que emplee, ya esclavos, ya jornaleros.12 En realidad, José Antonio Saco se acercó mucho a

la génesis del problema; la falta de fuerza de trabajo disponible encarecía mucho su costo, pues su precio en el sistema capitalista lo determina la correlación entre la oferta y la demanda. En dicho sistema social, la mano de obra se vuelve más barata al existir una masa de desempleados que cumple las funciones de una superpoblación relativa. Como expresó Carlos Marx:

El exceso de trabajo de los obreros en activo engrosa las filas de su reserva, al paso que la presión reforzada que ésta ejerce sobre aquéllos, por el peso de la concurrencia, obliga a los obreros que trabajan a trabajar todavía más y someterse a las imposiciones del capital. La existencia de un sector de la clase obrera condenado a ociosidad forzosa por el exceso de trabajo impuesto a la otra parte, se convierte en fuente de riqueza del capitalismo individual y acelera al mismo tiempo la formación del ejército industrial de reserva, en una escala proporcionada a los progresos de la acumulación social (…). A grandes rasgos, el movimiento general de los salarios se regula exclusivamente por las expansiones y contracciones del ejército industrial de reserva, que corresponden a las alternativas periódicas del ciclo industrial. No obedece, por tanto, a las oscilaciones de la cifra absoluta de la población obrera, sino a la proporción oscilante en que la clase obrera se divide en ejército activo y ejército de reserva, al crecimiento y descenso del volumen relativo de la superpoblación.13 Es decir, la inexistencia del ejército laboral de

12 José Antonio Saco: Sobre la diferencia entre el costo de

la mano de obra libre y esclava, en El movimiento obrero

cubano. Documentos y Artículos, Editorial de Ciencias Sociales, la Habana, 1975, p. 11 y ss. 13 Carlos Marx: El Capital, Ediciones Venceremos, La Habana, 1962, pp. 580 y ss.

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reserva era la que motivaba altos jornales a los trabajadores agrícolas. Saco tenía razón, pero sólo parte de ella, pues faltaba a su análisis un elemento introducido por Marx: la tierra. La existencia de enormes territorios colonizables

impedía a la fuerza de trabajo esclava -aunque abundase- poder convertirse, con el consentimiento de los plantadores, en asalariada; los esclavos no aceptarían la clásica o normal explotación burguesa, al tener la posibilidad de vivir sobre la base de su trabajo personal y libre en alguna tierra. Sobre ese tema Carlos Marx explicó:

... en las colonias (…) no basta que una persona posea dinero, medios de vida, máquinas y otros medios de producción, para que se le pueda considerar capitalista, si le falta el complemento: el obrero asalariado, el otro hombre obligado a venderse14. Esta aclaración Marx la hacía porque: “la

economía política confunde fundamentalmente dos clases harto distintas de propiedad privada: la que se basa en el trabajo personal del productor y la que se funda sobre la explotación del trabajo ajeno. Olvida que la segunda no sólo es la antítesis directa de la primera, sino que, además, florece siempre sobre su tumba.”15 Y añadía: En las colonias (...) el régimen capitalista

tropieza por todas partes con el obstáculo del productor que, hallándose en posesión de sus condiciones de trabajo, prefiere enriquecerse él mismo con su trabajo a enriquecer al capitalista. En las colonias, se revela prácticamente, en su lucha, el antagonismo de estos dos sistemas diametralmente opuestos16. ... mientras el obrero pueda acumular para sí,

como puede hacerla mientras conserva la propiedad de sus medios de producción, la acumulación capitalista y el régimen capitalista de producción serán imposibles. Falta la clase de los obreros asalariados indispensables para ello17. ¿Cómo resolverían los burgueses esta dificultad,

que entorpecería el desarrollo del capitalismo en caso de ser liberados los esclavos? El propio Carlos Marx responde:

No hay más que asignar a la tierra virgen, por decreto del gobierno, un precio independiente de la ley de la oferta y la demanda, un precio artificial, que obligue a (...) trabajar a jornal durante mayor espacio de tiempo, si quieren

14 Carlos Marx: El Capital, Ediciones Venceremos, La Habana, 1962, pp. 702. 15 Carlos Marx: El Capital, Ediciones Venceremos, La Habana, 1962, pp. 701. 16 Carlos Marx: El Capital, Ediciones Venceremos, La Habana, 1962, pp. 701. 17 Carlos Marx: El Capital, Ediciones Venceremos, La Habana, 1962, pp. 701.

reunir el dinero necesario para comprar tierra y convertirse en labradores independientes. El fondo que se formaría con la venta de los terrenos a un precio relativamente inasequible para los obreros; es decir, el fondo de dinero que se arrancaría a su salario, violando la sacrosanta ley de la oferta y la demanda; podría ser invertido por el gobierno, al mismo tiempo, a medida que se incrementase, en exportar a las colonias a los desarrapados de Europa, con lo cual los señores capitalistas tendrán siempre abarrotado su mercado de jornaleros18. Resulta evidente, gracias a la explicación de

Marx, que los plantadores se opondrían a la abolición de la esclavitud en caso de haber tierras libres y no existir un ejército laboral de reserva. Mientras perdurasen esas condiciones, la cuota de su ganancia lograda con esclavos sería mayor que la susceptible de obtener mediante el empleo de asalariados. En Jamaica, los ex esclavos marcharon en masa

hacia las tierras desocupadas con el objetivo de asentarse en las mismas. Luego, en pequeños lotes, se dedicaron a cultivos de autoconsumo; se negaban a vender su fuerza de trabajo a los antiguos amos. Los plantadores, para atraerlos les ofrecían altos salarios; incluso corrían el riesgo de afectar muy seriamente cualquier posible ganancia. Esta situación y las discusiones suscitadas a su alrededor, motivaron el siguiente comentario de Carlos Marx:

En el Times, el propietario de una plantación en las Indias Occidentales lanza un grito de rabia enteramente encantador. Con la mayor indignación moral, este abogado -que habla en favor del retorno de los negros a la esclavitud- explica cómo los quashees (negros libres de Jamaica) no producen más que lo estrictamente necesario para su consumo; al lado de este “valor de uso”, ellos consideran que el verdadero lujo es la pereza, la vida fácil y ociosa; se burlan de la caña de azúcar y del capital fijo invertido en las plantaciones; expresan un placer travieso y ríen bajo capa cuando los plantadores quiebran, y llegan hasta a explotar el cristianismo que se les ha enseñado para dar más color a su espíritu de malicia y a su indolencia. Han dejado de ser esclavos para convertirse no

en asalariados, sino en campesinos autosuficientes y trabajan para su escaso consumo individual. El capital como tal no existe respecto a ellos, porque la riqueza autónoma supone el trabajo forzado inmediato (esclavitud), o el trabajo forzado bajo forma mediata (asalariada).19 El abolicionismo propugnado en el Caribe por los

18 Carlos Marx: El Capital, Ediciones Venceremos, La Habana, 1962, pp. 708. 19 Carlos Marx: Fundamentos de la crítica de la economía

política, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, t. 1, pp. 233-234.

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intereses que entonces primaban en Londres, condujo a un grupo de plantadores de Jamaica a soñar con la independencia política de la Isla, mientras otros se inclinaban en favor de la anexión a Estados Unidos. En contraste con estas dos reaccionarias tendencias, los Free Colored eran los súbditos más fieles de Inglaterra, lo cual sin lugar a dudas dificultaba el ascenso de la propia nacionalidad; los sectores más humildes creyeron la propaganda gubernamental de que la metrópoli velaba por su felicidad. Incluso en 1848 se desarrolló un fuerte movimiento popular que exigía la disolución de la Asamblea Local Autónoma, controlada por los blancos. El Parlamento londinense aprovechó la crítica

situación económica de los plantadores, para emitir el West Indies Incumbered Estates Court Act.; la misma propiciaba la penetración del capital británico en la colonia. Mediante dicha ley los comerciantes ingleses que de manera tradicional habían refaccionado las cosechas a cambio de consignarlas, recibían la prioridad de apropiarse de las plantaciones en quiebra20. De esta manera, muchas propiedades pasaron a manos de compañías metropolitanas; éstas designaban a administradores para dirigirlas. A la vez, las referidas entidades londinenses se agruparon en un consorcio llamado British West Indies Merchants; el mismo alcanzó la potestad de trazar la política a seguir con respecto a los productores independientes de la Isla. Así, las materias primas de Jamaica vendidas en Gran Bretaña mantenían siempre un precio fijo, más bien reducido, no obstante las fluctuaciones alcistas de sus cotizaciones en el mercado, la dependencia llegó al extremo de que los propietarios no asociados al monopolio, además de verse obligados a venderles sus cosechas, debieron abandonar sus cultivos no azucareros para sólo dedicarse a dicha gramínea. Pero además, la entidad monopolista introdujo en la isla inmigrantes asiáticos con el propósito de crear el ejército laboral de reserva; al mismo tiempo se dedicó a expulsar de sus lotes de autoconsumo a los campesinos negros, con vistas a disponer de mayores extensiones de tierras para sus siembras. Estas prácticas fueron la causa de la miseria de múltiples estratos humildes jamaicanos; ellos encontraron una respuesta en la gran insurrección popular del 9 de octubre de 1865, en Morant Bay, dirigida por Paul Bogle y George Gordon. Sobre estos sucesos Carlos Marx escribió el 20 de noviembre de 1865 a Federico Engels:

La historia de Jamaica caracteriza bien la ruindad de los “true Englishment” (...). Mas, dice el bravo Times, “estos damned rogues enjoyed all the liberties of Anglo-Saxon Constitution”. Es decir, enjoyed the liberty, de pagar el impuesto de

20 Eric Williams: Capitalism and Slavery, André Dutsch, London, 1967.

sangre para procurar a los plantadores los medios de importar culíes y de restringir así al mínimo su propio mercado de trabajo. Y estos delicados perros ingleses protestaron

contra el beast Butler por haber ahorcado a un hombre y no haber permitido a las explantadoras amarillas, cargadas de diamantes, escupir a la cara a los Federal Soldiers. Para mostrar del todo la Hyprocrisy inglesa no faltaba otra cosa, después de la guerra americana, que el asunto de Irlanda y las Jamaica butcheries.21 De inmediato Engels le respondió el 1º de

diciembre de 1865: Cada correo nos trae noticias de las infamias

mayores de día en día, cometidas en Jamaica. Las cartas de los oficiales ingleses sobre sus heroicidades contra los negros inermes son inapreciables. El espíritu del ejército inglés ha aparecido aquí; al fin sin el menor reparo. The soldiers enjoy it. Hasta el Manchester Guardian se ha visto compelido esta vez a intervenir contra las autoridades oficiales de Jamaica.22 ¿Qué representaban los sucesos de Jamaica de

mediados del siglo XIX? Como la gran sublevación popular de la Guayana Inglesa (Guyana) iniciada en febrero de 1856 por John Oir, la rebeldía acaudillada por Gordon reflejaba la existencia de una colectividad social históricamente formada, con un mismo idioma y una conciencia y ética propias -diferentes de las metropolitanas- que se manifestaban en expresiones culturales exclusivas del Caribe. Sin embargo, a diferencia de Hispanoamérica, donde en general la burguesía patriótica dirigió los conflictos emancipadores de las ascendentes nacionalidades, en las colonias caribeñas de Inglaterra dicho liderazgo fue siempre tomado por los pequeñoburgueses que, apoyados por las clases explotadas, iniciaron su larga marcha hacia la Independencia. Expansión territorial de Estados Unidos. Desde principios del siglo XIX Estados Unidos

invadió con regularidad los territorios septentrionales del Virreinato de Nueva España. Hasta 1810, las autoridades colonialistas hispanas pudieron con facilidad enfrentar dichas tropelías. La situación cambió al iniciarse las guerras mexicanas de independencia; las tropas metropolitanas se vieron obligadas a abandonar las fronteras norteñas con el propósito de combatir a los patriotas sublevados en el Valle del Anáhuac. Entonces los estadounidenses aprovecharon la coyuntura para tratar de alcanzar sus geófagos objetivos. El más célebre de los nuevos ataques contra México ocurrió en 1813, cuando los norteamericanos capturaron la villa de San Antonio de Texas, de la cual huyeron en agosto tras su derrota 21 Carlos Marx: Acerca del colonialismo, ed. cit. p. 284. 22 Federico Engels: Acerca del colonialismo, ed. cit., p. 285.

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en el río Medina23. Luego, a pesar de que Estados Unidos reconoció en 1819 la frontera sobre el Río Sabina, las incursiones continuaron hasta que desde Madrid se autorizó a cientos de aventureros norteamericanos a establecerse en Texas. Ni siquiera la sustitución de las autoridades coloniales por las independentistas provocó un cambio de actitud en el Gobierno de Washington; en 1823 Itúrbide se vio impelido a ratificar la aquiescencia de la antigua metrópoli. Por eso, más tarde, durante su presidencia (1824-1829), Guadalupe Victoria insistió ante Simón Bolívar para lograr que el Congreso de Panamá (1826) estableciera una liga militar defensiva. En el verano de 1825 el presidente John Quincy

Adams decidió extender las fronteras de Estados Unidos hacia el Río Grande24. Con tales objetivos se instruyó a los agentes norteamericanos en México para adquirir cuanta tierra tejana fuera posible25. Conscientes de esta situación, los inmigrantes estadounidenses juzgaron oportuno rebelarse en Nacogdoches con el objetivo de separar a Texas de México. Sin embargo, la Freedonian Republlc Revolt -como se llamó la intentona- fue demasiado prematura; la correlación de fuerzas estaba aún favorable a los mexicanos quienes la derrotaron en febrero de 1827. Las relaciones entre ambas partes se tornaron más

tensas en 1828, al caducar las exenciones tributarias de los recién llegados; se hicieron muy difíciles cuando en enero de 1829, Vicente Guerrero -nuevo presidente de México- abolló la esclavitud. Esta medida revolucionaria propinaba un golpe mortal a los intereses de los inmigrantes, sobre todo los que explotaban fuerza de trabajo esclava. Meses más tarde, en abril de 1830, el Congreso mexicano prohibió el asentamiento de inmigrantes en las zonas fronterizas; decretó fuertes medidas a la introducción de esclavos en el país, y dispuso que se exigiera pasaporte a quien deseara entrar en la República. A partir de aquel momento, los designios separatistas auspiciados por Estados Unidos fueron muy fuertes; para los norteamericanos resultaba demasiado riesgoso que las tierras de Texas continuaran bajo la soberanía de México. Con el objetivo de arrebatar Texas a la República

mexicana considerando que Estados Unidos había renunciado a dichos territorios mediante el tratado de 1819, el presidente Andrew Jackson se reunió en Washington con el aventurero Samuel Houston, antiguo subordinado suyo durante la operación militar anexionista de la Florida. En 1832, aquél,

23 Ramiro Guerra: La expansión territorial de Estados

Unidos contra América Latina, Ediciones Venceremos, La Habana, 1964, p. 200. 24 Fred Rippy: Rivalry of the United States and Great

Britain over Latin America: 1808-1830. ed. cit., p. 91. 25 Fred Rippy: Rivalry of the United States and Great

Britain over Latin America: 1808-1830. ed. cit., p. 100.

después de haber instruido a éste sobre los planes a realizar, le costeó el viaje a Texas. Antes de partir, Houston le prometió: “Seré Presidente de una gran República. Y habré de traerla a los Estados Unidos.”26 Confiado en el futuro decurso de los acontecimientos, Jackson cuidó mucho que su Gobierno apareciera como ajeno a los sucesos planificados. Todo se reducía ya a esperar el momento apropiado para desatar la acción. La coyuntura se presentó en 1836, cuando en

México existía un profundo malestar contra el régimen conservador de Santa Anna. En efecto, un año antes el venático Presidente había decretado la centralización de las rentas percibida por los antiguos gobiernos federales; meses después dictó las llamadas Siete Leyes Constitucionales. Dicho Código estipulaba -entre otras medidas- una rígida administración centralizada, la obligatoriedad de ser católico y un alto censo para ser congresista. La dictadura conservadora de Santa Anna

enfrentó la resuelta oposición de las corrientes progresistas de México. En Zacatecas -ubicada en el centro del país-, por ejemplo, tuvo lugar una poderosa insurrección. Pero el Gobierno la aplastó al concentrar contra ella grandes efectivos militares. En las regiones situadas al norte y sur de México, la rebelión contra el régimen reaccionario adoptó otras formas: dichos territorios decidieron separarse de manera temporal de la República, mientras en ella no se restableciera el sistema federalista liberal. Este procedimiento evidenciaba una importante realidad: no existían vínculos económicos indisolubles entre todas las regiones mexicanas. Aún las mismas tenían la facultad de separarse o unirse según el grupo que ocupase el Gobierno; aún la República no había alcanzado la unidad imprescindible, para unir en un haz indestructible sus diversas partes. Cierto es que en México existía ya una colectividad social históricamente formada: ésta poseía comunidad de idioma, territorio y psicología manifestada en valores culturales propios, diferentes de los demás. Pero debido a la carencia de una vida económica común, rasgo muy difícil de alcanzar y primordial de la nacionalidad, esta colectividad no había completado su desarrollo. Esto permitió que en Yucatán, no obstante las múltiples ofensivas militares de Santa Anna, el circunstancial separatismo se mantuviera hasta 1846, cuando el federalismo fue establecido. En California, los sucesos se desarrollaron de

forma parecida; allí el gobernante conservador se vio obligado a huir ante el avance del liberalismo en armas. Se estableció entonces un gobierno independiente con el respaldo de los fortalecidos rancheros, en cuyas manos se encontraban casi todas las tierras de las misiones religiosas secularizadas que se mantuvo en el poder hasta 1840. En esa fecha, 26 Ramiro Guerra: La expansión territorial de Estados

Unidos contra América Latina, ed. cit., p. 201.

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la Alta California se reincorporó a la República a cambio de ciertas concesiones. En Nuevo México, no obstante ser mayor el equilibrio de fuerzas entre conservadores y liberales que en California, el Gobernador nombrado por Santa Anna pereció a manos de los insurrectos federalistas. La rebelión liberal de 1835 no pretendió

establecer un gobierno independiente; los nexos económicos de la ascendente burguesía -comerciantes y ganaderos- tenían solidez con el resto de México y, en especial, con Chihuahua. Por eso, la acción política de los simpatizantes con el federalismo se orientó por cauces moderados; los burgueses establecieron un pacto con sus enemigos de clase neomexicanos -los terratenientes- y con éxito buscaron el reconocimiento oficial de Santa Anna. Esta mesurada gestión gubernamental obtuvo también el respaldo de la pequeña inmigración estadounidense, demasiado débil desde el punto de vista numérico para actuar por sí sola en busca de objetivos propios, diferentes de los de sus congéneres liberales oriundos del país. En Texas, los acontecimientos emprendieron

rumbos muy distintos, aunque tuvieron un inicio semejante; el gobierno centralista y conservador impuesto por Santa Anna fue también rechazado por los liberales, que de manera similar a los de Yucatán y California proclamaron, el 7 de noviembre de 1834, su separación temporal de la República, en espera del restablecimiento de la Constitución de 1824. Pero en este caso los ingenuos federalistas de Texas no vislumbraron que el respaldo de los inmigrantes estadounidenses a su postura escondía una intención aviesa: segregar de modo definitivo el territorio tejano con el objetivo de incorporarlo a Estados Unidos. Para cumplir estos fines un considerable número de bien apertrechados norteamericanos en busca de botín, atraídos por Sam Houston y sus ofertas de rápido enriquecimiento, penetraban de forma constante e ilegal en la provincia, donde las tropas despachadas contra el rebelde liberalismo local fueron derrotadas en 1835. Con el propósito de lavar esa afrenta, el dictador marchó meses más tarde hacia allá al mando de un nuevo ejército. Los federalistas no perdían el tiempo; reagruparon

sus fuerzas y las colocaron bajo la jefatura de Houston, por ser este individuo quien más hombres, armas y recursos aportaba. La primera batalla se inició a finales de febrero en la antigua misión franciscana de El Álamo. En ese lugar un contingente de recién llegados inmigrantes a las órdenes de William Travis y un destacamento de oriundos de Texas, comandado por el capitán Juan Seguín, defendían el bastión donde ondeaba la bandera mexicana. Este reinicio de los combates fue aprovechado por los estadounidenses para forzar el curso de los hechos. Se las arreglaron para proclamar la independencia definitiva de Texas el 2 de marzo

de 1836 con uno de los suyos como Presidente Provisional. Este gesto no impidió a las tropas del gobierno conservador tomar San Antonio el 6 de marzo, y que El Álamo cayera en manos de Santa Anna al siguiente día. La muerte de todos los defensores de la misión

propició que los estadounidenses lanzaran el lema “Remember the Alamo”. A partir de ese grito de guerra la leyenda se empezó a tejer; buscadores de fortuna caídos en aquel combate, fueron transformados en patriotas norteamericanos que dieron sus vidas por Texas. Al mismo tiempo los norteamericanos tuvieron buen cuidado de olvidar la presencia de nativos de México en el bando de la defensa, perjudicaba al mito lanzado, pues éstos únicamente habían luchado por el federalismo liberal. La ulterior captura (21 de abril) de Santa Anna, y el trueque de su libertad personal a cambio de la entrega de Texas, son conocidos. El éxito aumentó la voracidad expansionista de

los norteamericanos; a partir de ese instante se propusieron repetir la experiencia tejana en la Alta California. A la vez, los esclavistas maniobraron para incorporar a Texas como nuevo Estado Federal de la Unión. Por fin, en 1845; las condiciones internas estuvieron creadas: el 29 de diciembre, el Congreso en Washington decretó la ilegal anexión. La medida estuvo acompañada de despliegue de un poderoso ejército; a los cuatro meses, el 25 de abril de 1846, sin declaración previa de guerra, invadió México. Por mar, la flota estadounidense capturó Veracruz no obstante la heroica resistencia de los patriotas. Tras la decisiva batalla de Cerro Gordo, el 18 de abril de 1847, en las inmediaciones del estratégico puerto, los agresores vislumbraron la posibilidad de avanzar hasta el Valle de México. No obstante, tendrían que guerrear aún muy duro en Molino del Rey y en el Castillo de Chapultepec, donde el 13 de septiembre, jóvenes cadetes prefirieron inmolarse en holocausto antes que rendirse al invasor. Al día siguiente las tropas norteamericanas

ocuparon la capital mexicana. El vencedor impuso su injusta legislación, plasmada en un tratado firmado el 2 de febrero de 1848 en la villa de Guadalupe-Hidalgo. Mediante dicho tratado aproximadamente la mitad del territorio de México se la apropiaba Estados Unidos27. El colmo del cinismo tuvo lugar cuando el gobierno de James K. Polk entregó al de México 15.000.000 de dólares a manera de compensación. Como en el caso de la Florida, intentaban convertir el robo de territorios en simple operación comercial. Durante la guerra contra México, seguro de su

victoria militar, Estados Unidos gestionó (1846) el control de varias posibles vías interoceánicas en 27 Agustín Cué Cánovas: Historia social y económica de

México (1521-1854), Edición Revolucionaria, La Habana, 1963, p.215.

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Centroamérica; guardaba el propósito de facilitar la comunicación y el tráfico mercantil entre sus costas del Atlántico y los puertos de la Alta California en el océano Pacífico. Con este objetivo los norteamericanos impusieron a Nicaragua (diciembre de 1846) el Tratado El Hise-Squier; a Nueva Granada (Colombia) el Mallarino-Bidlack.28 El primero concedía a los estadounidenses el derecho exclusivo de construir un canal entre ambos océanos; el segundo, les otorgaba -bajo la cláusula de país más favorecido- la facultad de transitar con libertad por una zona del istmo de Panamá. Luego de su victoria militar sobre México,

Estados Unidos presionó a Nicaragua para canalizar el río San Juan; asimismo para que otorgara a la Cornelius Vanderbiit Steamship and Freight Company la exclusiva concesión de navegar a través de dicha vía fluvial desde el mar Caribe hasta el lago Nicaragua; las mercancías así transportadas sólo tendrían que cruzar la estrecha, aunque abrupta faja del terreno del istmo de Rivas, para llegar al Pacífico29. Estos triunfos se complementaron en 1850 con un permiso de Nueva Granada; el mismo autorizaba a la norteamericana Panamá Railroad Company la construcción de un ferrocarril por la franja de libre tránsito antes concedida, y cuyo tendido debía comenzar en mayo del propio año. La urgencia por iniciar dicho trabajo estaba motivada por la constitución previa de dos compañías estadounidenses de vapores; la del Pacífico cubría la ruta de San Francisco (California) a Ciudad Panamá; mientras, la del Atlántico navegaba entre Nueva York y la desembocadura del río Chagres. Sólo faltaba la apropiada vinculación ferrocarril era en Panamá de ambos puertos, para completar el ininterrumpido nexo entre las costas este y oeste de Estados Unidos. Los avances estadounidenses en la región

centroamericana fueron tomados por Inglaterra como una amenaza para sus intereses comerciales y sus propias posesiones en el Caribe; Londres decidió presionar a Washington desde sus enclaves coloniales en Belice, la Mosquitia y Jamaica. Fue entonces que ambas partes, en virtud del equilibrio de fuerzas alcanzado en el área, firmaron, el 19 de abril de 1850, el Tratado Clayton-Bulwer. Ese acuerdo suspendió cualquier actividad canalera unilateral; estableció la coparticipación explicita en los asuntos de Centroamérica. Sin embargo, los pícaros norteamericanos no pensaban cumplir el espíritu del pacto. Decidieron respetar la forma y vulnerar el contenido. A tal fin recurrieron a los

28 Ver Manuel Medina Castro: Estados Unidos y América

latina, Casa de las Américas, La Habana, 1968. 29 Un buen análisis de este libro se encuentra en la conocida obra de Gregario Selser: Sandino, general de

hombres libres, Imprenta Nacional de Cuba, La Habana. 1960, t. I.

eficaces métodos de la operación anexionista de Texas. Sólo que en vez de Houston emplearon a un émulo suyo: William Walker. Aunque este aventurero había fracasado en varios intentos de rapiña contra México, como en Baja California (1853) y Sonora (1854), seguía con el control de un poderoso equipo filibustero llamado Falange Americana. Movilizable por el mejor postor, dicha fuerza terminó por convertirse en el factor decisivo del poder en Nicaragua, vital para los intereses canaleros de Estados Unidos. Con el apoyo del embajador norteamericano,

Walker se autoproclamó “Presidente” de Nicaragua, el 12 de julio de 1856. El apresurado reconocimiento diplomático estadounidense fue seguido por un torrente de medidas emitidas por el mercenario, que preparaban el camino hacia la anexión; restableció la esclavitud: oficializó el idioma inglés; repartió tierras entre los miembros de su Falange; expulsó del país al Cónsul británico llegó incluso a invadir la Mosquitia con el objetivo de impedir desde allí cualquier réplica del temible rival europeo. No obstante, la derrota de los mercenarios no sería propinada por Inglaterra, sino por los patriotas de Centroamérica; unidos los vencieron en mayo de 1857. Después de haber sido recogido por un buque norteamericano, el vapuleado Walker rehízo su pandilla y volvió a las fechorías. Sin embargo, de nuevo fracasó en otros dos intentos: Punta Arenas, Nicaragua (1857) y Trujillo, Honduras (1860). En ésta, su última estampida, fue apresado por un navío de la armada británica; el mismo lo entregó a las autoridades de Honduras, donde fue fusilado el 12 de septiembre de 1860. El presidente Polk auspició en 1848 la compra de

Cuba a España por 100.000.000 de dólares. Pero la venta fue rechazada por el Gobierno de Madrid. Entonces Estados Unidos acometió una operación anexionista similar a la de Texas, cuya figura central era Narciso López la fortuna de este aventurero cambió al recibir el apoyo de políticos esclavistas norteamericanos tan destacados como Jefferson Davis y el general Quitman, futuro Presidente de los escisionistas Estados Confederados de América y Gobernador de Misisipi, respectivamente. Gracias a ellos López reunió 600 estadounidenses y con éstos desembarcó, el 19 de mayo de 1850, en Cárdenas, donde el empeño fracasó debido a la abulia de los lugareños. Un año más tarde, otra expedición, semejante, secundada por cientos de norteamericanos al mando del coronel William L. Crittenden, finalizó en una debacle militar, tras la cual López fue conducido al garrote vil. Antes de su Guerra Civil, la última agresión de

Estados Unidos contra América Latina tuvo lugar en Paraguay. Sin embargo, ésta se diferenció por su contenido de todas las anteriores; fue promovida por la burguesía yanqui (norteña); la misma pretendía obligar al Gobierno de Asunción a abrir las puertas

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del país a su comercio y capitales. El conflicto se gestó cuando en el Paraguay, única república rioplatense en escapar de la influencia británica, se le permitió a los negociantes de Rhode Island -muy vinculados al Secretario de Estado, James Buchanam- realizar inversiones en esa nación. En muy poco tiempo, no obstante, se evidenció el efecto negativo de esa práctica; entonces el presidente Carlos Antonio López expropió dichos intereses, la decisión paraguaya no tuvo mayores consecuencias hasta que Buchanam ocupó la presidencia (1857-1861), desde la cual ordenó un ataque naval contra Asunción, la mayor flota de guerra organizada hasta ese momento por Estados Unidos -20 buques con 200 cañones y 1.500 tripulantes- zarpó en 1859 contra el Paraguay. Sólo la firme postura mediadora del presidente de la Confederación Argentina, Urquiza, evitó el estallido de las hostilidades. Desde 1825 Estados Unidos se situó detrás de

Inglaterra en lo concerniente al intercambio mercantil con América Latina. De los 20.000.000 de dólares de su comercio (1830) con los latinoamericanos, los estadounidenses realizaban 9.000.000 con Cuba pues importaban mucha azúcar; 4.250.000 con Brasil; el resto se dividía así: Río de la Plata, 2.000.000; Colombia, 1.500.000; Perú, 500.000 y Chile, 250.000 dólares. Los negocios entre ambas regiones del continente eran menores que los efectuados por Gran Bretaña con América Latina, debido al mayor potencial de la industria inglesa en relación con la norteamericana, sobre todo en la entonces decisiva rama textil. Estos aspectos eran básicos pues a cambio de las

ventas de alimentos y materias primas latino-americanas, se importaban telas y otros productos manufacturados que los estadounidenses sólo vendían al extranjero en pequeñas cantidades; y eso gracias a la reexportación. Otro elemento que disminuía las proyecciones de Estados Unidos hacia el extranjero estaba dado por su violenta expansión territorial hacia el Oeste; los agresores ampliaron su mercado interno con tierras y poblaciones antes situadas fuera de sus fronteras, lo cual les evitaba verse obligados a comercializar sus mercancías en el exterior. Resistencia chicana. El Tratado de Guadalupe-Hidalgo del 21 de

febrero de 1848, sentenció la separación de los habitantes del norte de México -incluso lo de Texas- de sus hermanos; aquéllos fueron así anexados a un país racista y hostil, de cultura, tradiciones e idioma diferentes, los chicanos -así denominados en lo adelante- comenzaron de ese modo a ser extraños en los territorios que siempre habían sido suyos; aunque los representantes del Gobierno mexicano lograron incluir en el acuerdo tres artículos para garantizar a los anexados sus propiedades, religión y libertades

políticas, desde el primer momento se inició un proceso de multifacético despojo, vejámenes y desprecio. La oposición a este proceso adquirió formas

distintas. Unos crearon y mantuvieron núcleos de resistencia cultural, pasiva. Otros recurrieron a la lucha armada. Tal vez haya sido en Texas donde la virulencia del conflicto adquirió sus rasgos más notables; allí, entre 1840 y 1859, todas las grandes concesiones mexicanas de tierra (excepto una) pasaron a manos estadounidenses, las formas de adquisición de las tierras a sus tradicionales dueños fueron diversas: con frecuencia se hacía desconocimiento de los antiguos y títulos de pertenencia; también se expulsaba o intimidaba a los viejos poseedores; en algunas oportunidades sencillamente se les asesinaba, los principales beneficiarios fueron recién llegados como Charles Stillman, Richard King, Mefflin Kennedy o la familia de los Armstrong, que despojaron de sus bienes a cuanto chicano se interpuso a sus intereses. El primero -comerciante neoyorquino- auspició la ciudad de Brownsville mediante todo tipo de tropelías, abusos y expoliación contra los vecinos de la zona. El segundo, más ladrón, socio de aquél, llegó a poseer más de 600.000 acres de tierra; las posesiones de la viuda superaron el millón. Tales fueron los inicios del famoso King Ranch. El tercero, ex capitán del segundo en un buque de vapor, sumó a su control del negocio de navegación fluvial por el río Grande, el del robo de tierra y ganado. En otras ramas económicas como la

transportación terrestre, los recién llegados también lograron la supremacía; recurrían a cualquier procedimiento, pues su fuerza y ley los amparaban. Ese fue el caso de la llamada Guerra de las Carretas que estalló en el segundo semestre de 1857; los norteamericanos, que no lograban superar la eficacia de sus competidores chicanos en el servicio prestado entre la ciudad de San Antonio y la zona costera; formaron con la anuencia de las autoridades grupos armados para terminar con sus rivales. Así, quedaron dueños del negocio. Atrocidades como ésta y otras, exacerbaron los ánimos de los autóctonos, que cada vez con mayor frecuencia recurrieron a la lucha armada para defender sus derechos. Fue en Brownsville y sus cercanías donde brotó el

principal movimiento guerrillero chicano de Texas contra las fuerzas de ocupación. El más destacado adalid de aquella gesta fue Juan Nepomuceno, Cheno, Cortina y Cavasos quien se alzó en la propiedad de su madre -Rancho del Carmen- el 13 de septiembre de 1859, al frente de cientos de hombres. Dos semanas después, el 30 de octubre de 1859, tras ocupar la mencionada ciudad, Cortina emitió una proclama en la cual anunciaba la decisión de luchar contra los que “se habían confabulado para formar, por así decirlo, una inquisición pérfida para

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perseguirnos y robarnos sin motivo y sin que hubiésemos cometido otro delito que tener origen mexicano”. Su bastión fundamental se encontraba en el territorio comprendido entre los ríos Bravo y Nueces, donde contaba con el respaldo de casi toda la población chicana en su inmensa mayoría. En dicha zona venció los esfuerzos de los Rangers of Texas -llamados popularmente “Rinches de la Kineña”, porque en realidad seguían órdenes emanadas del King Ranch- por atraparlo, por lo cual fueron enviadas hacia la región en febrero de 1860 tropas federales. Estas, al mando del general Robert E. Lee -futuro jefe militar de los sureños Estados Confederados de América- tampoco lo pudieron capturar. Tan famoso llegó a ser Cortina, que en ambos lados de la frontera múltiples corridos cantaron su valentía.30 El estallido de la Guerra Civil o de Secesión

(1861-1865) cambió las proyecciones de la lucha de resistencia chicana en Texas. Muchos comprendieron que resultaba imposible continuar solos aquel batallar. Por lo tanto, se sintieron inclinados hacia la causa norteña; en definitiva, los yanquis también se manifestaban contrarios al sistema esclavista impuesto en el sur del país por los plantadores. Entonces -mientras Cortina marchaba a México- algunos de los que habían combatido contra los Rangers y las tropas federales se volvieron guerrilleros unionistas. Quizás, entre éstos, el de mayor relevancia haya sido Octaviano Zapata, muerto en acción. Las ilusiones provocadas por el triunfo de las tropas del norte pronto se desvanecieron. Ya en 1870 resurgían las guerrillas por las zonas aledañas al río Bravo, pero todas fueron aplastadas. Es probable que uno de los últimos combates de dicha epopeya fuese el famoso de Palo Alto, en 1875, pues la llamada Guerra de la Sal -tres años después-, en El Paso, tuvo orígenes diferentes; fue motivada por la disputa sobre la propiedad de unos yacimientos salinos explotados por chicanos desde hacía dieciséis años. A pesar del usufructo ejercido durante aquel considerable lapso, un grupo de aventureros norteamericanos fue apoyado por las autoridades estatales en su reclamo de posesión; argüían que las minas no habían sido inscritas en los registros legales de modo apropiado. Sin embargo, también la rebelión popular que encabezara Chico Barela para protestar contra este arrebato, fue pronto aniquilada. California fue el segundo territorio arrebatado a

México (1850) que se proclamó Estado Federal31; una extraordinaria afluencia de recién llegados en

30 Matt S. Meier y Feliciano Rieviera: The Chicanos: a

History of Mexicans Americans, Hill and Wang, New York, 1972 31 Ver Centro Chicano de Comunicaciones: 45 años del

pueblo chicano, Chicago Conmunications Center, Alburquerque, 1976.

buscada oro, también había en este caso alterado el balance demográfico entre chicanos y estadounidenses. La evidente superioridad numérica de los anglófonos hizo perder el temor de cualquier posible influencia de los hispanoparlantes sobre las nuevas estructuras de poder, en aquella región. Para culminar la supremacía norteamericana, las flamantes autoridades estaduales proclamaron una legislación con el claro objetivo de perjudicar a los autóctonos californianos. Así, en 1851, todos los chicanos fueron excluidos del Senado estatal; se promulgó una Ley Agraria que establecía los mecanismos para despojar de sus tierras a los chicanos; se decretaron impuestos especiales para los mineros hispanoparlantes, calificados de “extranjeros”; dejaron de publicarse las leyes en español, mientras los juicios se celebraban en inglés; se prohibió la educación escolar (1855) de los chicanos en su lengua materna; se discriminó la cultura tradicional, que fue estigmatizada. El veloz proceso de expropiación se evidencia en

un dato; en 1870 los chicanos apenas conservaban la quinta parte de las propiedades poseídas en el momento de la anexión. Tampoco por aquella época había funcionarios de habla hispana. Todo debía norteamericanizarse, tarea facilitada por el vínculo ferroviario (1869) entre San Francisco y el este del país. La resistencia chicana en California tuvo dos

vertientes: la armada y la cívica. La primera fue dirigida por hombres como Joaquín Murrieta (1850-1853), y Tiburcio Vázquez (1852-1875); ambos atacaban ranchos, tiendas, diligencias y repartían el fruto de sus operaciones entre los campesinos pobres. Vázquez, cuya base social de apoyo se encontraba en el Valle de Salinas, había nacido en Monterrey; los chicanos de California lo consideraban su héroe popular; como Murrieta, fue asesinado por las autoridades estatales norteamericanas. La oposición cívica a los ocupantes puede sintetizarse en la figura de Francisco P. Ramírez, joven californiano que publicó El Clamor Público (1855-1859). Este periódico chicano denunciaba las injusticias, arbitrariedades y despojos auspiciados por los funcionarios del nuevo Estado federal; llegó incluso a criticar la aventura filibustera de William Walker contra Nicaragua. Nuevo México representó una situación por

completo distinta para los anexionistas. Por número y enrizamiento, los hispanoamericanos presentaban allí una estructura de poder mucho más difícil de vulnerar, fuese en los aspectos demográfico y económico o en el político32. Las pugnas entre ambos grupos se originaron de inmediato después de la ocupación, pues se depuso a las autoridades neomexicanas; se designó en su lugar a miembros de 32 Ver Julián Nava: Mexicans Americana: Past, Present

and Future, American Book Company, New York, 1973.

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la minoría estadounidense residente en Santa Fe. El nuevo Gobernador nombrado fue Charles Bent, comerciante y propietario de tierras que vivía en dicha ciudad. Entonces, los miembros más notables de la sociedad neomexicana iniciaron una conspiración encabezada por Diego Archuleta y Antonio José Martínez, cura párroco de Tao. Los preparativos insurreccionales fueron

descubiertos, pocos días antes de la Navidad de 1846, fecha escogida para el alzamiento. Este fracaso no marcó el final de la resistencia contra los ocupantes; sólo significó que su dirección pasara a manos de los humildes. Dichos sectores organizaron una rebelión cuyo inicio sería señalado por el ajusticiamiento del gobernador Bent. Tras esta acción, ocurrida el 19 de enero de 1847 y realizada, por los campesinos Pablo Montoya y Tomasito Romero, tuvo lugar una importante sublevación. Para liquidarla, los estadounidenses asesinaron a varios cientos de chicanos y ahorcaron a quince dirigentes capturados. Aquel brote de rebeldía popular hizo que los

neomexicanos ricos se preocuparan por su status. Temían, de una parte, que la movilización de las masas pudiera desembocar en una lucha clasista contra todos los explotadores, incluidos ellos mismos; deseaban, por la otra, llegar a un entendimiento con los norteamericanos para compartir de alguna forma el poder. A su vez, los inmigrantes estadounidenses -una minoría en aquella región- necesitaban por el momento asociarse con los tradicionales detentores de la autoridad en Nuevo México. Debido a estas razones surgió el Círculo de Santa Fe, poderosa agrupación que unía los intereses de quienes se encontraban en la cúspide de la sociedad neomexicana. Así, la supremacía demográfica y económica chicana frente al dominio militar y político norteamericano, se reflejó en una situación de equilibrio en la superestructura. Por eso, Nuevo México sería considerado territorio colonial -“federal” se decía en términos oficiales- hasta 1912. La referida denominación implicaba que a los

funcionarios de mayor importancia -gobernador, secretarios (especie de ministros), jueces federales- se les designaba desde Washington, pues era la única manera de mantener el control anglosajón en aquellas tierras donde predominaban los hispanoamericanos; en cambio, dada la importancia socioeconómica de los neomexicanos, se les permitió tener una Asamblea Territorial (1851), con una Constitución propia; ésta prohibía la esclavitud; tenían un “Delegado” que los representara en Washington, capital de la República. Los chicanos mantuvieron el dominio indiscutible de la legislatura neomexicana hasta 1891, época en la cual el español aún se utilizaba en las deliberaciones. También evitaron hasta esa fecha la norteamericanización de las escuelas de la región. Incluso durante los primeros años de ocupación, en dicha Asamblea descollaron

hombres como Diego Archuleta y Antonio José Martínez, aunque el control de la misma siempre estuvo ejercido por políticos que respondían al Círculo de Santa Fe. Al estallar la Guerra Civil, las tropas confederadas

invadieron Nuevo México desde Texas. Era una antigua ambición de los tejanos; en 1841 ya habían intentado sin éxito una operación militar del mismo cuño. Con su ofensiva de 1861, los efectivos sureños sólo pudieron ocupar la mitad meridional de Nuevo México; la resistencia chicana impidió entonces cualquier avance ulterior. Un nuevo y mayor ejército reinició el ataque en el primer trimestre del año siguiente: logró ocupar las ciudades de Albuquerque y Santa Fe. Sin embargo, en el Paso Glorieta, el contingente neomexicano comandado por Manuel Chávez destrozó a los invasores; los obligó a refugiarse en Texas. Al finalizar el conflicto más de cinco mil chicanos de Nuevo México servían en las filas unionistas. Después de la Guerra de Secesión, las relaciones

entre norteamericanos y neomexicanos no experimentaron alteraciones de mayor envergadura a lo largo de casi una década. El desplazamiento de emigrantes sureños hacia las tierras de Nuevo México acabó por provocar sangrientos choques, la llegada de ganaderos estadounidenses a las llanuras de Nuevo México generó violentas luchas por los pastos. El origen de los conflictos se hallaba en las ambiciones norteamericanas de cercar las tierras comunales donde pacían las ovejas de los chicanos. Esa pugna, así como las disputas entre las distintas bandas norteamericanas, puede ser sintetizada en la llamada Guerra del Condado de Lincoln (1876-1878). Dicha villa, antes conocida como la Placita, fue asolada por los enfrentamientos entre facciones; éstos contrataban pistoleros -como William Bonnie, alias Billy the Kid- para asesinar a sus rivales. Las tropelías duraron hasta que Juan Patrón, dirigente chicano, organizó una milicia local; la misma restableció el orden y liquidó a los malhechores, como fue el caso del famoso Kid (julio de 1881). El establecimiento del ferrocarril en la década de

los años ochenta, constituyó el elemento que, de manera definitiva, empezó a socavar la prepoderancia económica de los chicanos de Nuevo México. Por esa vía arribaban miles de estadounidenses cuyo principal interés se encaminaba hacia la minería (oro, plata, carbón, cobre). En esta actividad pronto se desarrolló la discriminación racial, antes desconocida en aquel territorio; a los chicanos se les pagaba salarios inferiores a los recibidos por los norteamericanos que realizaban el mismo trabajo; por otra parte, se les obligaba a vivir en áreas segregadas. Dichas prácticas racistas cobraron auge, como escribió The Chicago

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Tribuna en 188933, porque “para los estadounidenses la población de Nuevo México no era ¡norteamericana!, sino greaser -es decir, grasienta-, ignorante de nuestras leyes, modos, costumbres, idioma e instituciones”. El despojo de los chicanos se aceleró a partir de

1891, cuando en el territorio se estableció un Tribunal de Tierras (Court of Private Land Claims for New Mexico, Colorado and Arizona), dedicado a establecer una hipotética nueva legalidad sobre las referidas propiedades. Como era de suponer los neomexicanos, aglutinados en la Alianza Federal de Mercedes para defender sus propiedades, perdieron las cuatro quintas partes de los suelos que poseían. Desde ese momento, infinidad de pequeños campesinos y criadores de ovejas, se convirtieron en jornaleros de los norteamericanos; estos últimos se metamorfoseaban en importantes latifundistas. Aventureros como Thomas B. Catron y Stephen

B. Elkins -para nombrar sólo dos- se transformaron en gigantescos propietarios, dueños de millones de acres cada uno. Se multiplicaron las organizaciones secretas de resistencia; la más famosa fue Las Gorras Blancas, que llegó a nuclear a cientos de chicanos. Luchaban frente a los estadounidenses en general y contra manifestaciones específicas de su presencia, como los cercados y el ferrocarril; cortaban las alambradas, que impedían el libre desplazamiento de las ovejas, y levantaban los raíles para dificultar el arribo de más norteamericanos. En 1891, el Congreso Federal proclamó “bosques,

parques y reservas nacionales” a más del 50 por ciento de todo Nuevo México; eran tierras comunales casi siempre dedicadas al pastoreo ovino, en cuyas superficies se prohibió pacer a estos rebaños. La consecuente caída de la producción lanera arruinó a numerosos dueños de ovejas y motivó un gran desempleo entre los que la procesaban, en su mayoría chicanos. El deterioro de la economía y la proletarización de

enorme cantidad de neomexicanos hispanoparlantes, auspició la aparición (1890) de dos fenómenos supraestructurales nuevos. Entre los explotados surgió en esa fecha un gremio o primitiva asociación sindical, que bajo el nombre de Los Caballeros del Trabajo encabezaba Juan José Herrera; también se constituyó el Partido del Pueblo Unido; el mismo pretendía aglutinar a los chicanos para la lucha política legal. De uno de sus principales líderes, Pablo Herrera, así como del otro Herrera (Juan José), los estadounidenses presumían que había dirigido las actividades subversivas de Las Gorras Blancas. Al menos existían sospechosas coincidencias: las tres organizaciones poseían fuertes bases de apoyo en el condado de San Miguel, cuya capital era Las Vegas.

33 Ver Rodolfo Acuña: América ocupada: los chicanos y

su lucha de liberación, Ediciones ERA, México D. F., 1976.

El área de La Mesilla, rica en yacimientos de cobre y plata, fue incorporada a Estados Unidos en 1853, como consecuencia de la operación anexionista conocida bajo el eufemístico nombre de Gadsden Purchase. La ciudad de Tucson era su principal centro urbano; allí vivían numerosos neomexicanos34. Estos habían huido de sus tierras al ocurrir la ocupación norteamericana, durante la guerra de rapiña un lustro antes. A pesar de que la nueva línea demarcatoria la separó de Sonora, Tucson continuó orientando su comercio hacia dicha región. Tan importantes eran esos vínculos que el peso mexicano primó en su circulación monetaria hasta principios de la década del ochenta, cuando se estableció el ferrocarril estadounidense. Previo este acontecimiento, los equipos y abastecimientos para las minas de Nuevo México debían ser desembarcados en el puerto sonorense de Guaymas, para ser llevados con posterioridad en carretas -junto con ropas, comida y otros elementos imprescindibles- hasta sus lugares de destino, cruzando la frontera. Mexicanos -por ejemplo: Esteban Ochoa, Jesús Carranza y José M. Castañeda- dominaban el negocio del transporte, aunque empezaban a enfrentar la rivalidad de estadounidenses como Michael Goldwater. La importancia mercantil de Sonora impulsó a

algunos aventureros norteamericanos a intentar en dicho territorio una repetición de su exitosa experiencia tejana. Henry Grabb y sus filibusteros, por ejemplo, penetraron en Sonora en 1857. Pero fueron hechos prisioneros y ejecutados. La actuación mexicana fue calificada de brutal por el presidente de Estados Unidos, James Buchanam, quien solicitó del Congreso Federal que aprobara la ocupación de Sonora y Chihuahua. Mientras tanto, entre sus colegas, el ahora senador Sam Houston hacía campaña para convertir a México en protectorado estadounidense. Sin embargo, los tiempos habían cambiado, y la poderosa fuerza naval que Buchanam envió (1859) contra Guaymas se retiró sin lograr triunfo alguno. A finales de la década del cincuenta, chicanos de

California exploraron en busca de oro los terrenos alrededor a la confluencia de los ríos Gila y Colorado; allí descubrieron buenas vetas. Esta noticia atrajo a muchos norteamericanos, que pretendieron desplazar a los hispanoparlantes de las riquezas encontradas; de este modo, las relaciones entre ambos grupos sociales se hicieron muy tensas. Ante semejante coyuntura, Washington temió que los chicanos de Nuevo México desearan extender su influencia económica hasta los referidos parajes. Por eso se decidió crear en 1863 el territorio federal de

34 Ver Jean W. Moore y Alfredo Cuéllar: Los mexicanos

de los Estados Unidos y el movimiento chicano, Fondo de Cultura Económica, Ciudad México, 1972.

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Arizona -que incluía la Mesilla-35, separado de Nuevo México. No obstante esta medida, el equilibrio demográfico y económico no fue roto de inmediato en favor de los estadounidenses; los chicanos con tesón defendían sus propiedades. Entonces aquéllos recurrieron al fraude para invalidar los títulos de estos, cuya discriminación opresiva se completó con la construcción del ferrocarril y el consecuente arribo de numerosos norteamericanos. Agresión francesa contra México. El triunfo de la rebeldía regida por el Plan de

Ayutia, derrocó de manera definitiva la tiranía feudalizante de Santa Anna; abrió en México la posibilidad de realizar una revolución. Pero el Partido Liberal, que había surgido como principal fuerza política del país, formó un gobierno en cuyo seno había dos tendencias, la de los “puros”, auspiciada por la pequeña burguesía que anhelaba multiplicar las propiedades; comprendía a Juárez -ministro de Justicia, Instrucción Pública y Asuntos Eclesiásticos- y a Ponciano Arriaga e Ignacio Ramírez. Estos dos últimos defendían un “liberalismo social”, que exigía la participación de los asalariados en las ganancias de las empresas, y representaba una mezcla de preceptos liberales con el Proudhonismo la corriente “moderada”, a su vez, representaba a la burguesía y se encontraba dirigida por el general Ignacio Comomfort. Este individuo, Ministro de la Guerra estaba opuesto personalmente a privar al clero del voto y a reformar el ejército tradicional. Entre ambas posiciones surgió una puja política cuyo frecuente resultado era neutralizarse mutuamente; ello desilusionó a muchos. Así, por ejemplo, Melchor Ocampo renunció al poco tiempo a su cargo como Ministro de Gobernación. Juárez se negó a seguir dicha conducta, y ofreció la siguiente explicación: “Lo que más me decidió a seguir en el Ministerio fue la esperanza que tenía de poder aprovechar una oportunidad para iniciar alguna de tantas reformas que necesitaba la sociedad para mejorar su condición, utilizando así los sacrificios que habían hecho los pueblos para destruir la tiranía que los oprimía.”36 En efecto, él sabía que no son eternas las

coyunturas históricas en las cuales un triunfo militar es susceptible de ser transformado en revolución. En la lucha política entre las orientaciones “pura”

y “moderada”, Juárez tomó la iniciativa e hizo aprobar, el 25 de diciembre de 1855, la ley que lleva su nombre; según la misma se suprimían los fueros eclesiásticos y militar; a partir de ese momento los miembros de ambos grupos sociales estarían

35 Territorio arrebatado a México en 1853, bajo el eufemístico nombre de “Gadsden Parchase”. 36 Ver Glenn W. Price: Los orígenes de la guerra con

México, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1975.

sometidos a la misma legislación que los civiles de la población. Luego, el radical Ministro propuso la disolución de las fuerzas armadas profesionales, como única garantía para evitar un retorno al pasado. El choque de intereses adquirió entonces dimensiones colosales. Los conservadores se levantaron en armas al grito de “religión y fueros”. Juan Álvarez renunció a la presidencia en favor de Comomfort, y éste formó un nuevo gabinete sin Juárez, pero cedió ante los “puros” al convocar una Asamblea Constituyente. Mientras Juárez marchaba a Oaxaca a devolver a los liberales el gobierno usurpado por los reaccionarios, su ley se convirtió en el Congreso en piedra angular de la futura Constitución. Dicho estatuto pronto fue secundado por el que auspiciaba Miguel Lerdo de Tejada; el mismo decretaba la desamortización de los bienes del clero y las colectividades -fueran eclesiásticas o civiles tales como las comunidades agrícolas indígenas (resguardos)- sin expropiar las tierras, pues sólo obligaba a sus poseedores a venderlas; solamente tenía por objetivo introducir dichos dominios en la circulación mercantil. Después se liquidaron las aduanas internas; se prohibieron los gremios feudales; se abolieron los privilegios y títulos nobiliarios; se suprimieron todos los monopolios y estancos. Aprobada la nueva Constitución, el 5 de febrero

de 1857, se realizaron elecciones para el cargo de Presidente de la República, así como para el de Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que implicaba también la Vicepresidencia del Estado. Aquel puesto fue ocupado por Comomfort, y éste por Juárez, quien a la vez recibió la cartera más importante: el Ministerio de Gobernación. Sin embargo, las pugnas entre los dos bandos -simbolizaban ambas corrientes del liberalismo-, fueron en ascenso en la medida que los “moderados” se hacían más tolerantes respecto de los trajines conspirativos de la Iglesia Católica y los terratenientes feudales. El general Zuloaga, hombre de confianza de

Comomfort, encabezaba un complot estructurado según el reaccionario Plan de Tacubaya; éste contemplaba el derogamiento de la recién emitida Constitución. En la mañana del día 17 de diciembre ocurrió el golpe militar, tras el cual Juárez fue enviado a la cárcel. La adhesión del ingenuo Presidente al movimiento no refrenó a los conservadores, quienes lo desplazaron por completo del poder al cabo de las dos semanas, el 11 de enero de 1858. Avergonzado de sus errores, el depuesto Comomfort decidió evidenciar su arrepentimiento liberando a Juárez, quien se fugó de la capital para establecer la sede del gobierno legal en Guanajuato. Allí fue reconocido como Presidente de la República por diez gobernadores liberales. Se inicio así una guerra civil de tres años de duración en la cual Juárez

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dirigió las fuerzas de la revolución. A partir de ese momento el desplazamiento físico de Juárez fue constante, incluso al riesgo de la propia vida. En Guadalajara, por ejemplo, la escolta presidencial se rebeló al grito de “¡Muera la Constitución!"; Juárez estuvo a punto de ser fusilado en compañía de los principales miembros de su gobierno. Sólo la atinada arenga pronunciada por Guillermo Prieto -Ministro de Hacienda, parte del grupo que debía ser ejecutado- a los soldados que les apuntaban, impidió el cumplimiento de la voz de fuego; los amotinados, conmovidos, depusieron las armas, Y Juárez con su Gabinete recobró la libertad. Transcurrido un tiempo, y con el propósito de establecer la sede constitucional en el punto más estratégico, el Gobierno se trasladó hacia Veracruz, puerto que junto a los territorios norteños representaba un bastión liberal. Fue en ese momento cuando Juárez decidió profundizar el proceso revolucionario; nacionalizó, el 12 de julio de 1859, sin indemnización los bienes del clero para financiar la Guerra de la Reforma; separó la Iglesia del Estado; exclaustró a monjas y frailes; extinguió las corporaciones eclesiásticas; transformó el matrimonio en acto contractual reversible y laico; instituyó el registro civil; secularizó cementerios y fiestas públicas, y dictó la libertad de cultos, en diciembre de 1860. Gracias a estas disposiciones se eliminó la base material del poderío clerical en México; se estableció la soberanía estatal en todo lo concerniente a la vida del país. También declaró nulo el Tratado Mont-Almnte, mediante el cual los conservadores aceptaban una cuantiosa deuda monetaria con la ex metrópoli, a causa de los supuestos daños que los insurgentes les infligieron durante su lucha en favor de la independencia; a cambio, el Gobierno de Madrid les entregaba navíos de guerra, armas y pertrechos. Luego Juárez alcanzó el triunfo. En coche abierto, sin sombrero y vestido de

negro, Benito Juárez entró victorioso en Ciudad México el 11 de enero de 1861. Apretaba en sus manos un pliego donde poco antes había escrito: “A cada cual, según su capacidad y a cada capacidad según sus obras y educación. Así no habrá clases privilegiadas ni preferencias injustas, (...). Socialismo es la tendencia natural a mejorar la condición o el libre desarrollo de las facultades físicas y morales.”37 Reinstalado en la capital el Gobierno

Constitucional, Juárez multiplicó las medidas transformadoras; decretó la secularización de los hospitales y demás establecimientos filantrópicos administrados por el clero, junto con las fincas, capitales y rentas a ellos adscriptos; convirtió en escuelas trece conventos de la capital; permitió que

37 Sobre Benito Juárez existen muchas biografías. Pueden consultarse Héctor Pérez Martínez: Juárez, Guaimas, la Habana 1973; Rafael de Zayas Enríquez: Benito Juárez.

Su vida, su obra, SEP, México, 1972.

en otro los artesanos fundaran el centro cultural Gran Familia Artística, transformado al cabo de unos meses en gremio llamado Círculo Obrero. Electo a la presidencia de la República -en

propiedad, por primera vez-, Juárez se ocupó de la economía del país, destrozada por años de guerra civil. En especial resultaba agobiante la situación de la deuda externa, muy abultada a causa del prolongado período de despilfarro gubernamental de los conservadores; casas bancarias de París exigían el pago de los enormes pasivos contraídos por Santa Anna y sus émulos; compañías comerciales de Londres insistían en recibir compensaciones por las pérdidas sufridas durante el conflicto bélico interno; Madrid reclamaba indemnizaciones para los súbditos suyos, expropiados por colaborar con los golpistas. Sin embargo, dada la objetiva incapacidad del erario mexicano para enfrentar tales erogaciones, Juárez ordenó, el 17 de julio de 1861, el receso por dos años de cualquier pago por dichos conceptos. La respuesta del capitalismo expansionista

europeo no se hizo esperar. Reunidos en la capital británica, los representantes de Francia, Inglaterra y España acordaron, el 31 de octubre de 1861, una agresión tripartita contra México; la misma se inició el 10 de diciembre mediante el bloqueo de Veracruz38. Marx la enjuició así: "La propuesta intervención en México de Inglaterra, Francia y España es en mi concepto una de las empresas más monstruosas que se hayan registrado en los anales de la historia universal (...) se trata sencillamente de crear una nueva Santa Alianza y de aplicar a los Estados americanos el principio, según el cual la Santa Alianza se consideraba llamada a intervenir en los asuntos internos de los países.”39 Las nuevas amenazas provenientes del exterior

reavivaron la solidaridad entre los latinoamericanos; una vez más se evidenció que éstos sólo podían contar con su mutua ayuda. Esa realidad se había puesto ya en relieve al tener lugar la aventura filibustera de William Walker contra Nicaragua, cuando los ejércitos centroamericanos vencieron al invasor, coaligados y con el activo respaldo económico de la República del Perú presidida por el general Ramón Castilla. El peligro recolonizador se convirtió en acicate para los proyectos de unidad latinoamericana, que languidecían después de la muerte de Simón Bolívar. Por ello, en el propio 1856. Perú, Chile, y Ecuador firmaron un Tratado de Unión Continental abierto a los demás Estados hispanoamericanos, así como al Brasil; el mismo estipulaba cláusulas comerciales, monetarias, y de

38 Ver Christian Schefer: Los orígenes de la intervención

francesa en México (1858-1862), Editorial Paraná, México, 1963. 39 Carlos Marx: Apud: Belenki, A.: La intervención

extranjera en México (1861-1867), Ediciones de Cultura Popular, México D. F., 1976, p. 56.

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colaboración militar en caso de producirse un ataque armado desde el extranjero. Consciente de la gravísima amenaza que pesaba

sobre México, el Perú invitó al gobierno de Juárez a asociarse al referido pacto unitario, lo cual se realizó el 11 de junio de 1862. En contraposición, Estados Unidos se dispuso a obtener beneficios de las dificultades mexicanas; se ofreció a sufragar durante cinco años el interés anual del 3 por ciento sobre la deuda: cuyo servicio estaba en temporal suspensión a cambio de la ulterior devolución de dichas sumas, pero mediante el pago de un interés del 6 por ciento y mediando la garantía de todas las tierras públicas y minas existentes en los territorios mexicanos de Baja California, Chihuahua, Sonora y Sinalva. ¡Menudo negocio! A la menor dificultad financiera que México enfrentase al cabo de seis años, Estados Unidos, se apropiaría de manera definitiva de dichas incalculables riquezas. Al comenzar el desembarco de los contingentes

enemigos, el Gobierno mexicano ordenó el repliegue de sus efectivos hacia Córdoba con el objetivo de ganar tiempo y entablar negociaciones. Estas fueron bastante fructíferas, pues se logró que las tropas de Inglaterra y España se retiraran; permanecieron a partir del mes de abril de 1862 las fuerzas imperiales de Francia como únicas agresoras. Luego se dictó una movilización general de todos los hombres comprendidos entre los veinte y sesenta años de edad; se dispuso la creación de guerrillas en la retaguardia del enemigo; se anunció la confiscación de las propiedades de quienes colaboraran con los invasores. Aunque formalmente Napoleón III exigía

86.000.000 de francos para detener su acometida, en realidad él deseaba establecer en México un Estado vasallo desde el cual expandirse por América Latina. El ejército francés decidió marchar sobre la

capital mexicana por la vía de Puebla, con la creencia de que su avance sería un paseo militar. Pero la complacencia colonialista se acabó el 5 de mayo en esta ciudad, donde los patriotas le propinaron una contundente derrota. El desequilibrio de fuerzas, sin embargo, era enorme; los Invasores se veían de continuo reforzados por el apoyo del clero y los conservadores. Por eso, el 29 de mayo, Juárez debió tomar una terrible decisión; anunció que los poderes del Estado abandonaban la capital para trastadarse a San Luis de Potosí. La vanguardia agresora hizo su entrada en Ciudad México, el 7 de junio de 1862, acompañada de los más connotados reaccionarios del país. Una vez celebrado un Te Deum en la Catedral, el jefe militar francés expidió un decreto; anunciaba la creación de una Asamblea de Notables cuyas funciones serían orientadas por una Regencia integrada por tres hombres: Juan Nepomuceno Almonte, Mariano Salas y el arzobispo Pelagio Antonio Labastida. Estos publicaron de inmediato el

siguiente edicto: La Nación mexicana adopta por forma de

gobierno la monarquía, hereditaria, con un príncipe católico. El soberano tomará el título de Emperador de México. La corona imperial de México se ofrece a S.A.I. y R. el príncipe Fernando Maximiliano, Archiduque de Austria, para él y sus descendientes. En el caso de que por circunstancias imposibles de prever, el Archiduque Fernando Maximiliano no llegase a tomar posesión del trono que se le ofrece, la Nación mexicana se remite a la benevolencia de S. M. Napoleón III, Emperador de los franceses, para que le indique otro príncipe católico40. Ante semejante entreguismo y desfachatez, Juárez

se dedicó a unir las filas de los liberales con el propósito de brindar a sus fuerzas el mayor respaldo posible; olvidó algunos agravios pasados, y decidió atraer a su lado a la mayor cantidad posible de “moderados”. Escogió, por eso, al general Ignacio Comomfort como Ministro de la Guerra; el mismo le sirvió con lealtad hasta su asesinato. Muchos de dicha facción, desafortunadamente, no tendrían la actitud de éste, y se dejarían seducir por la hábil demagogia de los adictos al Imperio. En efecto, tras recibir la bendición del Papa, Maximiliano -lejano descendiente de Carlos I de España y V de Alemania- desarrolló una intensa campaña de requiebros encaminada a dividir el campo patriota y neutralizar a los enemigos de la Corona. A tal efecto le escribió incluso a Juárez, quien le respondió con la siguiente carta:

A Maximiliano de Habsburgo, desde Monterrey, el 28 de mayo de 1864. Muy respetable señor: Me dirige usted particularmente su carta del 22

del pasado, fechada a bordo de la fragata “Novara”, y mi calidad de hombre cortés y político me impone la obligación de contestarla, aunque muy de prisa y sin una redacción meditada, porque ya debe usted suponer que el delicado e importante cargo de Presidente de la República absorbe todo mi tiempo, sin dejarme descansar de noche. Se trata de poner en peligro nuestra nacionalidad, y yo, que por mis principios y juramentos soy el llamado a sostener la integridad nacional, la Soberanía y la Independencia, tengo que trabajar activamente, multiplicando mis esfuerzos, para corresponder al depósito sagrado que la Nación, en el ejercicio de sus facultades, me ha confiado; sin embargo, me propongo, aunque ligeramente, contestar los puntos más importantes de su citada carta. Me dice usted que, abandonando la sucesión de un trono de Europa, abandonando a su familia, sus

40 Carlos Marx: Apud: Belenki, A.: La intervención

extranjera en México (1861-1867), Ediciones de Cultura Popular, México D. F., 1976, p. 56.

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amigos, sus bienes y, lo más caro para el hombre, su patria, se han venido usted y su esposa doña Carlota a tierras lejanas y desconocidas sólo por corresponder al llamamiento espontáneo que le hace un pueblo que cifra en usted la felicidad de su porvenir. Admiro positivamente, por una parte, toda su generosidad, y por otra parte, ha sido verdaderamente grande mi sorpresa al encontrar en su carta la frase: llamamiento espontáneo, porque yo ya había visto antes que, cuando los traidores de mi patria se presentaron en Comisión por sí mismos en Miramar, ofreciendo a usted la corona de México, con varias cartas de nueve o diez poblaciones de la Nación, usted no vio en todo eso más que una farsa ridícula, indigna de ser considerada seriamente por un hombre honrado y decente. Contestó usted a todo eso exigiendo una

voluntad libremente manifestada por la Nación y como resultado de sufragio universal: esto era exigir una imposibilidad; pero era una exigencia propia de un hombre honrado. ¿Cómo no he de admirarme ahora viéndole

venir al territorio mexicano, sin que se haya adelantado nada respecto a las condiciones impuestas; cómo no he de admirarme viéndole aceptar ahora ofertas de los perjuros y aceptar su lenguaje, condecorar y poner a su servicio a hombres como Márquez y Herrán, y rodearse de toda esa parte dañada de la sociedad mexicana? Yo he sufrido, francamente, una decepción; yo

creía a usted una de esas organizaciones puras, que la ambición no alcanza a corromper. Me invita usted a que vaya a México, ciudad a donde usted se dirige, a fin de que celebremos allí una conferencia, en la que tendrían participación otros jefes mexicanos que están en armas, prometiéndonos a todos las fuerzas necesarias para que nos escolten en el tránsito, y empeñando, como seguridad, su fe pública, su palabra y honor. Imposible me es, señor, atender a ese

llamamiento, mis ocupaciones nacionales no me lo permiten; pero si en el ejercicio de mis funciones públicas yo debiera aceptar tal invitación, no sería suficiente la fe pública, la palabra y el honor de un agente de Napoleón, de un hombre que se apoya en esos afrancesados de la nación mexicana, y del hombre que representa hoy la causa de una de las partes que firmaron el Tratado de La Soledad. Me dice usted que de la conferencia que

tengamos, en el caso de que yo acepte, no duda que resultaría la paz, y con ella la felicidad del pueblo mexicano, y que el Imperio contará en adelante colocándoseme en un puesto distinguido, con el servicio de mis luces y el apoyo de mi patriotismo. Es cierto, señor, que la historia contemporánea registra el nombre de grandes

traidores que han violado sus juramento y sus promesas; que han faltado a su propio partido, a sus antecedentes y a todo lo que hay de sagrado para el hombre honrado; que en esas traiciones el traidor ha sido guiado por una torpe ambición de mando y un vil deseo de satisfacer sus propias pasiones y aun sus mismos vicios; pero el encargado actualmente de la Presidencia de la República, salido de las masas obscuras del pueblo sucumbirá -si en los juicios de la Providencia está determinado que sucumba-, cumpliendo con su juramento, correspondiendo a las esperanzas de la Nación que preside y satisfaciendo las aspiraciones de su conciencia. Tengo necesidad de concluir por falta de

tiempo, y agregaré sólo una observación. Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la Historia. Ella nos juzgará. Soy de usted seguro servidor. [Benito Juárez] Maximiliano firmó, el 10 de abril de 1864, el

Tratado de Miramar con Francia, mediante el cual el Imperio Mexicano reconocía una deuda de 34.6000.000 de francos con Napoleón III; se comprometía a sufragar todos los gastos de las fuerzas de ocupación; después, restableció el peonaje abolido por Juárez; ello significó reimplantar la servidumbre hereditaria por deudas, de una a otra generación; volvió a implantar el centralismo conservador. Este empuje imperial al principio pareció

incontenible, las defecciones en el partido republicano, así como la conjunción de franceses, terratenientes y el clero, se combinaban para arrinconar a Juárez sin cesar hacia los confines del país. En más de una oportunidad el propio Presidente estuvo a punto de perder la vida. Se desplazaba de forma constante en medio de múltiples peligros. Vivía, en la práctica, en un carruaje. Buena parte de las vicisitudes de entonces las reflejó en la correspondencia a su yerno, el cubano Pedro Santacilia, casado con Manuela, el cual acompaña a doña Margarita y a todas las hijas de Juárez, en el exilio. A él, por ejemplo, el 6 de abril de 1865 escribió: “No hay más arbitrio, por lo visto, que seguir la lucha con lo que tenemos, con lo que podamos y hasta donde podamos. Este es nuestro deber: el tiempo y la constancia nos ayudarán.”41 Otras veces, en su epistolario, Benito Juárez

analizó la evolución política del país: La situación del Archiduque no puede ser más

41 Ralph Roeder: Juárez y su México, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1972, p. 23.

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comprometida. Traicionó al clero, adoptando a medias las leyes de Reforma, y no ha logrado atraerse al partido liberal. Sólo está rodeado de la facción moderada, que ha perdido a todos los gobiernos y a todos los hombres notables que se han sometido a su dirección. Márquez ha sido separado del mando, lo mismo que Vicario. Esta medida, y la parte activa que Maximiliano está dando a la facción moderada en la política, tiene muy disgustados a los clérigos y a los conservadores, que sólo son empleados en comisiones insignificantes. De los jefes de las fuerzas auxiliares que Maximiliano ha mandado disolver, unos se pasan a nuestras filas con su gente, como Fragoso, Martínez y Valdéz, y otros se retiran de la escena, como Vicario, de lo que resulta que nuestras guerrillas se han aumentado considerablemente y tienen en continuo jaque al enemigo, principalmente, en los estados de México, Puebla, Michoacán y Jalisco. En el aislamiento en que se ha colocado austriaco sólo el dinero podría aplazar su derrota; pero en este respecto es más desesperada su situación. El ejército francés y sus aliados locales, sin

embargo, pudieron por un tiempo adicional mantenerse a la ofensiva. Y el 3 de agosto de 1865 el Presidente se vio obligado a retirarse de Chihuahua rumbo a El Paso, hoy Ciudad Juárez, a donde llegó doce días más tarde. Sería su último repliegue, pues la acumulación de fuerzas patrióticas era grande por doquier; estaban muy fortalecidas por las disposiciones de Juárez de fraccionar las haciendas y repartirlas entre los peones con el propósito de interesar a los indígenas en la lucha. A esta política se sumaron las dificultades de Napoleón III en Europa, que en conjunto produjeron un cambio en la correlación de fuerzas. La retirada del vapuleado contingente colonialista se precipitó debido a la tensión que se gestaba entre los gobiernos de Berlín y París. En aquellas circunstancias Carlos Marx escribió: “Tengamos en cuenta que el Partido Liberal, dirigido por Juárez, Presidente oficial de la República, actualmente lleva la delantera en casi todos los puntos del país; que el Partido Católico encabezado por el general Márquez, sufre derrota tras derrota y que las bandas de forajidos organizadas por ellos han sido rechazadas hacia las montañas de Querétaro.”42 El avance de Benito Juárez, de ese modo, se hizo

incontenible; de El Paso se trasladó a Chihuahua y después más allá, siempre rumbo al sur. El 1º de enero llegó a Durango; allí escribió: “Ya veremos si Maximiliano es tan bueno que pueda hacer frente con buen éxito al empuje de los republicanos teniendo a su retaguardia a nuestro buen Porfirio.”43 El 42 Carlos Marx: Apud: Belenki, A.: La intervención

extranjera en México (1861-1867), ed. cit., p. 41. 43 Ralph Roeder: Juárez y su México, ed. cit., p. 211.

emperador no pudo. Supo que el cuerpo expedicionario francés se aprestaba a culminar su evacuación en mayo de 1867; desesperado, se aprestó a salir del país. Abandonó la capital del Imperio y llegó hasta Orizaba; allí recibió una funesta noticia. Su hermano, el Emperador de Austria, Francisco José, le prohibía la entrada en sus dominios y había ordenado que se le aprehendiera si osaba penetrar en los territorios de la corona bicéfala. ¡Nada le quedaba por hacer; en Europa se negaban a darle más ayuda, y su consternada esposa allá enloquecía! Entonces, Maximiliano se refugió en Querétaro junto con Márquez, el general otomí Tomás Mejía y Miguel Miramón. Poseían un ejército de diez mil hombres y confiaban en que la plaza resultaría inexpugnable. Pero no resultó así. El día 15 de mayo, las tropas de Juárez

irrumpieron en la ciudad. Fuera de sí, y acompañado de Mejía y Miramón, el Emperador se dirigió al galope hacia el cerro de Las Campanas, donde lo atrapó la artillería republicana. Vencidos, los fugitivos hicieron ondear un triste pendón blanco. Al rendirse, Maximiliano aún ilusionado con salvar la vida, solicitó para él y su séquito un permiso para salir de México. No podía ser. Eran reos de gravísimos delitos contra la Nación; en pocos días el Consejo de Guerra dictó sentencia de muerte, debido a los enormes cargos contra ellos acumulados. El 19 de junio de 1867 los tres fueron ejecutados. Así terminó el Imperio. 2. LA ÉPOCA DEL IMPERIALISMO. Modalidades de la penetración europea. Una de las peculiaridades del capitalismo en los

países desarrollados, en los inicios de la segunda mitad del siglo XIX, fue el colosal incremento de la industria y el rapidísimo proceso de concentración de la producción en empresas cada vez mayores. Esa tendencia condujo a la aparición de los monopolios, fenómeno que liquidó la libre concurrencia y dio inicio a la época imperialista. Al respecto, en la obra de Vladimir Ilich Lenin, El Imperialismo, fase

superior del capitalismo, se puede leer: “El verdadero comienzo de los monopolios contemporáneos lo hayamos, a lo sumo, en la década de 1860. El primer gran período de desarrollo de los monopolios empieza con la depresión internacional de la industria en la década del setenta, y se prolonga hasta principios, de la última década del siglo.”44 De regreso a la problemática monopolista se debe

advertir -como señaló Lenin- que una de sus características es la de requerir enormes inversiones de capital, para las cuales resultaba insuficiente incluso el circulante de los grandes magnates. Esta situación hizo necesario atraer el dinero ajeno 44 Vladimir Ilich Lenin: El imperialismo, fase superior da

capitalismo, en Obras escogidas en doce tomos, Editorial Progreso, Moscú, t. V, p. 387.

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mediante la creación de nuevas compañías anónimas. Por dicha razón, el papel de los bancos, antes bastante modesto, se incrementó de manera extraordinaria; de entidades de depósitos, que otorgaban créditos a largo plazo con la garantía de bienes inmuebles, se trocaron en empresas de gigantescos recursos; los mismos se invirtieron con frecuencia en la industria. Surgió así el capital financiero producto de la fusión del bancario con el industrial. A su vez esta omnipotencia monopolista engendró

el llamado excedente de capital; éste al no tener posibilidades de inversión en su propio país, se exportaba hacia el extranjero en búsqueda de nuevas ganancias. Este novedoso fenómeno constituyó un rasgo típico del recién surgido imperialismo. Una de sus principales diferencias con la fase anterior fue la siguiente: en el capitalismo de libre concurrencia se exportaban, sobre todo, productos para realizar el cambio de la forma mercantil por la monetaria en el exterior; en la época imperialista se remiten capitales para realizar la producción de plusvalía en el extranjero. Vladimir Ilich Lenin sintetizó así la metamorfosis: “Lo que caracterizaba al viejo capitalismo, en el cual dominaba plenamente la libre competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la exportación de capitales”.45 Este proceso, según escribió el propio Lenin, se

puede efectuar de distintas maneras, tanto por la forma material de concretarlo, como por el tipo de inversión a que se destine. Al exportarse dinero se puede efectuar la operación bajo características empresariales -compra de tierras, minas, bancos, comercios, transportes- o usureras -cuando se destina a préstamos o empréstitos y se percibe un interés-. Al enviarse capital en forma de mercancías, el objetivo perseguido es organizar compañías de producción o de transporte, propias, en el extranjero. Inglaterra poseía en 1862 unos 800.000.000 de

dólares invertidos en el extranjero; una década más tarde esa cifra se había cuadruplicado46. De esta cantidad, el 20 por ciento se encontraba en América Latina. Dichos capitales se desglosaban en dos acápites. Empréstitos -más de 400.000.000- concertados con los gobiernos latinoamericanos, e inversiones directas cuyo total representaba un 36 por ciento del conjunto las tres cuartas partes de aquéllos se concentraban en Perú (159.000.000), Brasil y Argentina; mientras la mitad de éstas se encontraban en Argentina y Brasil. En 1885, el total

45 Vladimir Ilich Lenin: El imperialismo, fase superior da

capitalismo, en Obras escogidas en doce tomos, Editorial Progreso, Moscú, t. V, p. 431. 46 Vladimir Ilich Lenin: El imperialismo, fase superior da

capitalismo, en Obras escogidas en doce tomos, Editorial Progreso, Moscú, t. V, p. 432.

de las remisiones de dinero británico a nuestro subcontinente alcanzó los 835.000.000 de dólares, el 50 por ciento repartido entre Argentina, Brasil y el México de Porfirio Díaz. Sin embargo, desde el punto de vista del tipo de actividad, los ingleses entonces preferían ya la inversión en la infraestructura, seguida de la esfera productiva. En síntesis: ferrocarriles, 91.500.000 dólares; empresas de navegación, 35.000.000 de dólares; haciendas de ganado ovino 15.000.000 de dólares; compañías varias -agua, gas, electricidad-, 37.500.000 dólares. Aunque el acápite de los bancos sólo absorbía 19.500.000 dólares, dicho sector cumplía importantes funciones como inversionista: sus incipientes homólogos de América Latina casi siempre aun sólo fungían como cajas de depósitos y centros de crédito o emisión de moneda. Esta limitación permitió en poco tiempo a los

británicos expandir sus redes financieras por nuestras repúblicas, donde en la década de 1880-1889 poseían múltiples filiales de once instituciones bancarias de primer orden: London and River Plata Bank; Maua and Me Gregor Bank; London Bank of South America; Oriental Banking Corporation of London; Mexican Bank; London Bank of Mexlco and South America; Cortes Commercial and Banking Company Limited; Bank of Tarapaca; Anglo South America Bank.47 El principal bastión del imperialismo inglés en

América Latina en 1875 fue Argentina; sus inversiones directas allí ascendían a 70.500.000 dólares, distribuidos en los siguientes rubros: ferrocarriles 33.000.000 de dólares; haciendas de ganado ovino 12.500.000 dólares; bancos, 8.000.000 de dólares; empresas comerciales, 7.500.000 dólares; servicios públicos, tranvías y telégrafos 5.500.000; minas, 1.500.000; varios, 2.500.000. Además, los británicos habían concertado con los gobiernos argentinos nueve empréstitos; los mismos totalizaban 64.500.000 dólares. Nueve años más tarde, los capitales Ingleses comenzaron a imponerse en el negocio de los frigoríficos, como el River Plate Fresh Meat and Company limitad y la James Nelson and Sons limited. Entonces, en el año 1886, los británicos poseían más de 6.000 kilómetros de vías férreas en Argentina. Brasil superaba, en 1875, a Argentina respecto al

volumen de los empréstitos ingleses recibidos: 96.400.000 dólares. A su vez, las inversiones directas británicas en el imperio esclavista (60.400.000 dólares) se podían ordenar, según su importancia, del modo siguiente: ferrocarriles, servicios públicos -agua, gas, telégrafo-, empresas mineras, compañías de navegación, compañías de seguros y bancos. No obstante, en contraste con aquella República, esta monarquía sudamericana sufría una creciente 47 David Joslin: La banca británica en América Latina, Universidad de la República, Montevideo 1968, Nº 27.

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inestabilidad, que terminó por derrumbarla. Después vino un tormentoso período; para los capitales ingleses el mismo sólo terminó en 1898 cuando el Gobierno brasileño firmó el llamado Funding Loan con la London and River Plate Bank, mediante el cual se consolidaban las deudas anteriores en un nuevo empréstito ascendente a 50.000.000 de dólares. En garantía, Brasil alienó navíos de guerra, vías férreas estatales y otros bienes propiedad de la nación48. En Chile, hasta la Guerra del Pacífico, los

intereses imperialistas de Inglaterra fueron de tres tipos, los comerciales, representados sobre todo por la Pacific Steamship Navegation Company limited, los usureros, bajo la forma de diez empréstitos -en 1879 ascendían a unos 60.000.000 de dólares-; los productivos (7.500.000 dólares) invertidos en la industria salitrera que en 1882 controlaban en el 70 por ciento. Además había ferrocarriles propiedad de los británicos.49 Francia, a los dos años del fracaso de la aventura

de Napoleón III en México, efectuó su primera operación financiera de envergadura en América Latina. El 17 de agosto de 1869, una importante entidad parisina firmó con Perú un contrato de consignación referente alguno. La firma imperialista en cuestión fue la casa Dreyfus Frères, constituida específicamente para monopolizar dicho negocio; contaba con el apoyo financiero de uno de los más poderosos bancos del mundo; se trataba de la Société Générale de París, que facilitó el capital necesario para adquirir 2.000.000 de toneladas del fertilizante al precio de 6 dólares cada una. A cambio, el llamado Contrato Dreyfus destacaba la obligación de los franceses de atender la considerable deuda externa peruana, cuyo servicio anual alcanzaba la cifra de 5.000.000 de dólares. Similares intereses financieros, agrupados esta vez en la Dreyfus Schelles et Compagnie, otorgaron casi al mismo tiempo un empréstito por 10.000.000 de dólares al Gobierno conservador de Honduras. Todo parecía indicar que la penetración del

imperialismo francés en nuestro subcontinente seguiría su curso ascendente, cuando estalló en Europa la Guerra franco-prusiana. Ésta colocó al capital financiero de Francia en serios aprietos; además debilitó su presencia en ultramar. Un ejemplo de dichas consecuencias se puede apreciar en Perú, donde el Gobierno canceló en 1872 la operación con la Dreyfus, debido a la incapacidad de satisfacer sus compromisos.50 Francia reinició sus actividades imperialistas en

48 David Joslin: La banca británica en América Latina, Universidad de la República, Montevideo 1968, Nº 27. 49 Hernán Ramírez Necochea: Historia del imperialismo

en Chile, Edición Revolucionaria, La Habana, 1966. 50 Ernesto Yepes del Castillo: Perú 1820-1920, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1972.

América Latina durante el segundo lustro de la propia octava década del siglo XIX, al constituirse en París la Société Civile Internationale du Canal interocéanique, presidida por Ferdinand de Lesseps, el famoso realizador del Canal de Suez. Esa compañía pudo trazarse el objetivo de construir una vía a nivel -sin esclusas- entre el mar Caribe y el océano Pacífico, porque los franceses no estaban concernidos por el Tratado Clayton-Bulwer; el mismo prohibía a británicos y estadounidenses cualquier intento parecido sin el mutuo consentimiento previo. Aunque favorecida por este acuerdo entre ambos

rivales anglófonos, la operación financiera de Lesseps se vio comprometida desde sus inicios por turbios manejos; al poco tiempo los mismos hicieron necesario reestructurar la entidad con nuevos capitales. Así, en lugar de la anterior, surgió la Compagnie Universelle du Canal lnterocéanique de Panamá; ésta obtuvo en 1880 de Colombia la concesión, compró el ferrocarril Panamá Railroad Company, así como todas sus instalaciones a Estados Unidos en 12.000.000 de dólares. El imperialismo francés consideró prudente crear

de manera complementaria a su empeño canalero, un área bajo su influencia en el Caribe51 A tal efecto, entre 1875 y 1880, los financieros del Crédit Général Français otorgaron un importante empréstito al Gobierno de Port-au-Prince; luego fundaron en dicha capital la Banque Nationale d'Haiti; la misma obtuvo en esta República la administración del erario público; en 1878, la Société Eslonges concedió un trascendental préstamo a Costa Rica; en 1881, la Conpagnie Universelle obtuvo del Ejecutivo dominicano la autorización para utilizar una bahía del país como base de aprovisionamiento; siete años más tarde los inversionistas de París inauguraron la pujante Banque Nationale de Santo Domingo. Entonces, el poderío de Francia en la región no se podía despreciar: además de las nuevas posiciones ocupadas contaba con sus tradicionales colonias de Guadalupe, Martinica y Guyana. El espejismo francés en el Caribe empezó a

derrumbarse por su propio inicio: el Canal de Panamá. En 1889, el proyecto de Lesseps entró en crisis al evidenciarse como técnicamente imposible la construcción de un canal sin esclusas; para éstas no había dinero. De nuevo se decidió inyectar más capitales mediante otra reorganización; surgió la Nouvelle Compagnie du Canal de Panamá en el lugar de su antecesora. Sin embargo, los despilfarros y la mala administración condujeron a la quiebra de esta empresa a principios de 1893. A partir de ese momento, la política francesa

hacia América Latina varió; París relegó a un plano 51 Pierre Renouvin: Historia de las relaciones

internacionales, Ediciones Aguiar, S. A., Madrid, 1969, t. II, vol. I (El Siglo XIX).

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posterior sus esfuerzos en nuestras tierras para concentrarse en otros continentes, donde pudiera construirse un verdadero imperio colonial acorde con los anhelos de sus hegemónicos círculos financieros. Por esto Francia aceptó en América Latina el papel de socio menor en los países controlados por el imperialismo británico, excepto en Haití, pues allí quería preponderar; en esa República, a finales de siglo poseía casi todos los ferrocarriles, la mayor parte de los servicios públicos y controlaba su exiguo comercio exterior. En contraste, del otro lado de la frontera, sus intereses empezaron a perder terreno; en 1899 vendieron a los yanquis la Banque Nationale de Santo Domingo. El golpe de gracia a su influencia caribeña se produjo a los tres años, cuando los financieros de París negociaron con los estadounidenses el traspaso de la vieja concesión de Lesseps. Entre los factores que impulsaron a Francia a

buscar tal entendimiento se encontraba su creciente rivalidad con Alemania; las ambiciones germanas se temían en París. La puja de ambas potencias se evidenció en múltiples lugares, incluso en Haití; allí, durante la guerra civil de 1902, Paris respaldó a los plantadores y comerciantes mulatos del Sur; mientras, Berlín apoyaba -incluso con sus buques de guerra- a los terratenientes negros del Norte, quienes en definitiva ocuparon el poder. Al variar el fiel de la balanza y retomar el gobierno los burgueses meridionales (1908), ya Francia no actuó más sola en Haití; la Banque de l'Union Parisienne otorgó un empréstito de 4.500.000 dólares a Port-au-Prince en asociación con prestamistas de Wall Street. Alemania, en 1872, envió una flota de guerra

contra Haití, con el pretexto de que sus comerciantes habían sufrido pérdidas en esa República por valor de 15.000 dólares durante disturbios locales52. La verdadera intención de ese despliegue de fuerzas era, sin embargo, demostrar que los tiempos de la superioridad francesa sobre dicha parte de la Isla habían terminado. Después, el gobierno de Bismarck trató (1873) de comprar a Dinamarca las Islas Vírgenes, pero fracasó; un viejo acuerdo franco-danés señalaba que para alterar el status de dicho archipiélago, era necesario que París otorgara su consentimiento. Alemania dio su primer paso de importancia en

América Latina en 1880, cuando empezó a invertir capitales en Guatemala; erigió una empresa eléctrica en la capital; desarrolló numerosas plantaciones de café en la zona de Cobán. Luego construyó una vía férrea y despachó hacia esa República centroamericana un flujo de emigrantes. Casi al mismo tiempo, la Guerra del Pacífico abrió a los imperialistas alemanes insospechadas perspectivas en

52 Pierre Renouvin: Historia de las relaciones

internacionales, Ediciones Aguiar, S. A., Madrid, 1969, t. II, vol. I (El Siglo XIX).

el derrotado Perú; la arruinada Sociedad Agrícola Casa Grande pasó a manos de la Gildemeister Cornsbush, importante firma sucursal en Lima. En el victorioso Chile, no obstante, esta penetración se debió a la política antinglesa del presidente Balmaceda (1886-1891), quien concertó (1889) un empréstito por 7.500.000 dólares con el Deutsh Bank, de Berlín. A partir de entonces, las inversiones alemanas crecieron, al extremo de que en la década siguiente dichos intereses controlaban ya el 16 por ciento de la industria salitrera chilena. La política de aprovechar las dificultades

latinoamericanas de las potencias imperialistas rivales, volvió a dar frutos a Alemania con motivo del litigio fronterizo entre Inglaterra y Venezuela respecto a una amplia franja de Guayana británica (Guyana); el Gobierno de Caracas, disgustado por el respaldo dado por Estados Unidos a Londres en dicha pugna, concertó (1896) con los banqueros de Berlín un fuerte empréstito; los instó a construir una vía férrea entre la capital y Valencia. La influencia alemana en Venezuela llegó a ser notable debido al triunfo de la insurrección financiada por el rico cafetalero Juan Vicente Gómez, que había estallado en marzo de 1889, en el Tachira, dirigida por Cipriano Castro; los alemanes casi monopolizaban ya las compras del café de Los Andes, que luego vendían en Europa. Pero el ascenso económico alemán sobre Venezuela duró poco; en 1902, el presidente Castro suspendió el pago de la deuda externa debido a la crisis del erario público. Por supuesto, esa medida puso en crisis las relaciones entre ambos países. Alemania buscó entonces la concordia con Inglaterra, para presentar juntos, el 7 de diciembre de 1902, un ultimátum a Venezuela. Al ser rechazado éste, buques de esos dos Estados europeos -con algunos navíos italianos de refuerzo- bombardearon las costas de la septentrional República sudamericana, la mediación interesada de Estados Unidos sólo sirvió para obligar a Venezuela a pagar las gruesas sumas exigidas por los acuerdos. Obsesionada por el Caribe como todas las

potencias imperialistas, Alemania decidió imponer su primacía en algún país del área. Pana ello escogió a Haití. Hacia allí envió (1897), en alarde de fuerza, una flota de guerra, con el propósito de desprestigiar al Gobierno filo francés de Port-au-Prince. Esta política se revirtió en apoyo directo a sus protegidos, al sublevarse los terratenientes negros del Norte (1902). Entonces la Marina alemana llegó incluso a hundir buques haitianos con provisiones para los ejércitos dirigidos por la burguesía mulata meridional. El triunfo rebelde fue acompañado por la irrupción de la banca y el comercio germanos en Haití, donde preponderaron hasta 1908. En Uruguay, Alemania alcanzó en 1903 la

influencia en el comercio mayorista, entre cuyos establecimientos de importancia se encontraba la

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hamburguesa Compañía Mercantil Staud. Esta situación se debió a que los alemanes seleccionaron a Montevideo como centro de sus negocios sudamericanos; desde allí reexportaban sus mercancías hacia Brasil, Paraguay, Bolivia y Argentina. Poseían, además, parte de la amplia red capitalina de tranvías; contaron en dicha ciudad con el poderoso Banco Alemán Trasatlántico, filial del Deutsch Reich Bank. Desde Uruguay, dicha entidad financiera se extendió al Perú (1905); mientras, el Disconto Beseilschaft respaldaba a la empresa Theodor Wille en el otorgamiento de un importante empréstito a Brasil. Intervencionismo yanqui y resistencia popular. En Estados Unidos, finalizada la Guerra de

Secesión, la burguesía industrial yanqui se lanzó a un desenfrenado proceso de inversiones de capitales en las regiones del Sur y el Oeste de la Unión. Una de las más importantes obras de ese período -llamado de la “Reconstrucción”- fue el primer ferrocarril intercontinental: el Union Pacific (1869); representaba la vinculación del país “costa a costa.”53 Surgió entonces, en realidad, el mercado nacional unificado. Por esa razón y durante algún tiempo, los estadounidenses relegaron a un segundo plano la comunicación interoceánica de Panamá. El auge económico ocurrido a partir del proceso interno señalado, implicó que los capitales y la producción se concentraran y centralizaran a un ritmo vertiginoso; empezó el surgimiento de los monopolios. El énfasis de la burguesía industrial yanqui para

lograr el rápido dominio de los enormes territorios colocados a su disposición en Estados Unidos, provocó el veto de los representantes de dicho sector social en el Congreso a los prematuros esfuerzos de expansión política exterior llevados a cabo por los presidentes Andrew Johnson (1865-1869) y Ulises Grant (1869-1877). El primero, en 1865, había intentado comprar a Dinamarca por 7.500.000 dólares las islas de Santo Tomás y San Juan, pertenecientes al archipiélago de las Vírgenes. La operación tenía doble propósito: estratégico y comercial. Con dichas posiciones los norteamericanos lograrían una importante base de intervinculación entre el mar Caribe y el océano Atlántico; al mismo tiempo se convertirían en los abastecedores de productos para el notable intercambio mercantil sostenido por las referidas posesiones danesas con los circundantes territorios caribeños. Frustrado ese intento, Johnson trató en 1866 la

anexión de República Dominicana; para ello, su secretario de Estado, William H. Seward, viajó hacia allá el 15 de enero con el objetivo de formalizar el 53 Ver R. M. Robertson: Historia de la economía

norteamericana, Editorial Bibliográfica, Buenos Aires, 1955.

acuerdo. Sin embargo, la insurrección del general Gregorio Luperón puso en crisis las negociaciones, al provocar la renuncia del presidente Buenaventura Báez, aunque al retornar éste al poder los contactos se reiniciaron; el 29 de noviembre de 1869, el enviado del presidente Grant, general Orville E. Babcok, firmó con Báez la anexión. De nuevo la rebeldía de Luperón volvió a colocar en aprietos el acuerdo rubricado, por lo cual la J. Cooke and Company of New York se apresuro a otorgar un empréstito al mandatario dominicano en apuros. ¡La decepción en la Casa Blanca fue grande cuando en julio de 1871, el Congreso rechazó el tratado en Washington! Aunque la anexión había fracasado, Grant logró, el 28 de diciembre de 1872, obtener por 99 años la estratégica bahía de Samaná para su Marina de Guerra. No obstante, la lucha de Luperón triunfó en 1873 y con ella se anuló la cesión.54 A pesar de que Estados Unidos comenzó a

rivalizar en 1880 con Inglaterra debido al volumen de su producción industrial -cada uno totalizaba el 28 por ciento del conjunto mundial-, durante las décadas finales del siglo XIX, aquel país aún recibía considerable flujo de capitales extranjeros, pues carecía de propios suficientes. Los trabajos de preparación agrícola, las tareas de irrigar las tierras, la metalurgia y los textiles recibieron parte de sus inversiones foráneas; fue sobre todo el tendido de ferrocarriles el cual absorbió la mayor porción (25 por ciento). Por esa causa, las proyecciones norteamericanas hacia el exterior tuvieron durante un tiempo carácter premonopolista; fueron realizadas por ambiciosos capitalistas individuales; operaban sobre todo en el área del Caribe, donde incrementaron sus intereses en el transporte -ferrocarril y líneas navieras-, plantaciones, comercio y minas. Una incongruencia en la orientación caribeña de estos yanquis fue la de Henry Meiggs y su sobrino Minor Cooper Keith, quienes en 1871 se lanzaron al Perú a construir la vía férrea entre Lima y Oroya. No obstante, en poco tiempo esa anomalía geográfica fue corregida; Meiggs se concentró en sus intereses centroamericanos, iniciados también en 1871 por Costa Rica.55 En Guatemala, algo después, la U.S. Grant and

World obtuvo la concesión para conectar esa República con la red ferrocarrilera meridional de México, en parte construida también por inversionistas estadounidenses; éstos aprovechaban los favores de Porfirio Díaz hacia su vecino del Norte. Después, en Costa Rica, Keith obtuvo concesiones que le entregaban 324.000 hectáreas sobre el Atlántico; extendió su control sobre otras vías férreas, gracias a lo cual fundó la Costa Rica

54 Manuel Medina Castro: Estados Unidos y América

Latina, Casa de las Américas, La Habana, 1968, p. 357. 55 Ver Watt Stewart: Keith y Costa Rica, Editorial Costa Rica, San José, 1967.

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Railway Company. Estos éxitos indujeron a Meiggs a deshacerse de sus intereses ferrocarrileros en Perú, y a concentrarse con su sobrino en los negocios centroamericanos. También, para operar en la región caribeña, surgió la Boston Fruit Company, cuyos lejanos antecedentes se remontaban a 1876, cuando Lorenzo Row Barker -propietario de la Standard Steam Navegation Company- controlaba el comercio del banano en la zona. En 1885, Row se asoció con otros capitalistas

agrupados en la Andrew Preston Seavern's and Company, para crear aquella entidad, cuya esfera de acción fue pronto Jamaica, Cuba y Santo Domingo. La aparición de estos nuevos vínculos comerciales estadounidenses se insertaron dentro de la realidad económica yanqui, cuyos volúmenes de intercambio con Latinoamérica durante aquellos años superaron los de Inglaterra, sobre todo, en la región caribeña que abarca México, Centroamérica y Cuba.56 La evaluación desacertada de las posibilidades

objetivas de Estados Unidos en América Latina llevó, en 1881, al secretario de Relaciones Exteriores, James Gillespie Blaine, a lanzarse en un azaroso proyecto. Consistía en tratar de aprovechar la Guerra del Pacífico -lanzada por Chile contra Bolivia y Perú con el apoyo del imperialismo inglés- para obtener beneficios unilaterales; con tal propósito, Estados Unidos acometió negociaciones secretas con el Presidente tolerado en el Perú por el ejército de ocupación chileno, con vista a obtener de la derrotada República el puerto de Chimbote e instalar en el mismo una base naval. Esta contaría con el estratégico carbón de minas cercanas, que se unían a la importante rada por medio de un ferrocarril. No obstante, todo el acuerdo se frustró, al enterarse los ocupantes chilenos de dichos trajines. Semanas después, Blaine abandonó la dirección de la maltrecha cancillería yanqui.57 En su auxilio vinieron a partir de 1885 propagandistas: John Fiske, Joslah Strong, John Burgess, Alfred Mahan; reclamaban extender la influencia yanqui por todo el mundo y, en especial, sobre América Latina. A dicha corriente respondió el Panamericanismo,

lanzado en 1889 cuando la pujanza militar y el poderío económico exterior de Estados Unidos aún eran pequeños; su flota sólo ocupaba el sexto lugar en los océanos, y sus capitales invertidos en el extranjero apenas superaban los 700.000.000 de dólares; la mitad prácticamente se encontraba en el Caribe, incluido México. Por eso, en Estados Unidos surgió el criterio de que, por el momento, la rivalidad interimperialista debería ser llevada adelante mediante formas diplomáticas. Fue precisamente Blaine, otra vez en la Secretaría de Estado, a quien se

56 Sobre este tema puede consultarse, Charles David Kepner y Jey H. Soothil: El imperio del banano, Ediciones Especiales. La Habana, 1961. 57 Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 587.

encargó de poner en práctica la nueva política. Convocada por los yanquis, la Primera Conferencia Panamericana se inició el 2 de octubre de 1889 y se extendió durante ocho meses. Sobre la misma José Martí escribió:

Congreso que llaman aquí de Pan-América, aunque ya no será de toda, porque Haití, como que el gobierno de Washington exige que le den en dominio la península estratégica de San Nicolás, no muestra deseos de enviar sus negros elocuentes a la conferencia de naciones; ni Santo Domingo ha aceptado el convite, porque dice que no puede venir a sentarse a la mesa de los que le piden a mano armada su bahía de Samaná.58 Luego añadió: Jamás hubo en América, de la independencia

acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América hacen a las naciones americanas de menos poder (...) ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.59 Con motivo de la Conferencia Monetaria de las

Repúblicas de América, desprendimiento de la primera reunión Panamericana, Martí concluyó:

Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: “esto será nuestro porque lo necesitamos”. Creen en la superioridad incontrastable de “la raza anglosajona contra la raza latina”. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india que exterminan (...). Mientras no sepan más de Hispano América los Estados Unidos y la respeten más (...), ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispano América a una unión sincera y útil para Hispano América? ¿Conviene a Hispano América la unión política y económica con los Estados Unidos?60 Los resultados de la Primera Conferencia

Panamericana -y sus secuelas-, en definitiva, fueron modestos; sólo se acordó la creación de un Buró Comercial que, entre otras cuestiones, debía recoger información económica.61 Para alcanzar mayores logros diplomáticos, los yanquis debían convertirse en una gran potencia naval, por lo cual, en una

58 José Martí: Obras completas en dos tomos, Editorial Lex, La Habana, 1953, t. II, p. 118. 59 José Martí: Obras completas en dos tomos, Editorial Lex, La Habana, 1953, t. II, p. 130. 60 José Martí: Obras completas en dos tomos, Editorial Lex, La Habana, 1953, t. II, p. 262. 61 Ver Alonso Aguilar Monteverde: El Panamericanismo, Cuadernos Americanos, México D. F., 1968.

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década (1890-1899) pasaron del sexto al cuarto lugar. Siete años después ocuparon ya el segundo escalón. A pesar de no haber alcanzado sus objetivos con

el cónclave iniciado el 2 de octubre de 1889, Estados Unidos se vio precisado aún a persistir durante algún tiempo en su expansión por el área caribeña mediante pacíficas formas económicas. Así, al iniciarse la nueva década, ya habían convertido a Cuba en su primer mercado exterior. Además, la industria refinadora de azúcar, en proceso de monopolización, comenzó a invertir capitales en esa colonia española. Al cabo de un lustro (1895), los estadounidenses habían colocado unos 50.000.000 de dólares en centrales azucareros y minas cubanas. Esta cifra, junto con las pequeñas cantidades situadas en Puerto Rico, representaban el 7 por ciento de todo el capital yanqui entonces exportado. Sin embargo, el país que atraía las mayores inversiones de Estados Unidos era México; absorbía alrededor de las dos quintas partes de las referidas exportaciones monetarias. Dichos intereses controlaban ferrocarriles, tierras, fábricas y minas, entre las cuales se destacaban los importantes yacimientos argentíferos de San Luis de Potosí. Por su importancia, asimismo alcanzaban notoriedad los intereses norteamericanos en Centro América. En Costa Rica (1893), Keith implantó su Tropical Trading and Transport Company, que poseía 27 plantaciones de banano, ferrocarriles y tranvías (en San José y Heredia). Incluso los negocios del agresivo empresario pasaron también en aquellos momentos (1890) hacia Colombia, donde estableció la Snyder Banana Company of Panama y la Santa Martha Colombian Land Company ambas dedicadas a la exportación de plátanos cosechados en sus propiedades. Estos fueron los primeros capitales yanquis de importancia invertidos en dicho país norandino, en su región caribeña; con anterioridad, los Estados Unidos apenas habían colocado 150.000 dólares, en la navegación fluvial de! Magdalena. Sin embargo, las condiciones aún no estaban

maduras para que los norteamericanos realizaran su esfuerzo principal en América del Sur. Sus mayores empeños se concentraron aún en los países antes señalados, así como en las débiles y aisladas repúblicas de las Antillas, es decir, Haití y República Dominicana. Contra la primera, en 1891, enviaron una escuadra a exigir la entrega del Môle Saint Nicolas, lugar donde pretendían instalar una poderosa base naval. El esfuerzo, no obstante, resultó infructuoso. El rechazo haitiano, respaldado por otras potencias imperialistas, resultó imposible de vencer. Gran éxito, en contraste, lograron los intereses económicos yanquis en la vecina nación dominicana; la compañía holandesa Westendorp and Company of Amsterdam, que concertó empréstitos con el pequeño país, y a cambio aún controlaba sus aduanas, quebró. Entonces la entidad capitalista norteamericana Smith, Weed, Brown and Welles -desde antes vinculada con

la Westendorp- adquirió la arruinada empresa y la transformó en la Santo Domingo Improvement Company que heredó todos los privilegios de su predecesora.62 En la Sudamérica con costas caribeñas fue en

1894 cuando Estados Unidos llevó a cabo sus primeros grandes empeños políticos; esa destacada participación internacional tuvo lugar con motivo del litigio fronterizo entre Venezuela y Guayana, colonia de Inglaterra. Dicho conflicto surgió cuando en la zona de Yurvari -Guayana venezolana apetecida por Gran Bretaña- fueron descubiertos ricos yacimientos de oro. La pugna se agravó, además, al reclamar los ingleses la libre navegación por el Orinoco y la posesión de su desembocadura. En esas circunstancias, los yanquis creyeron ver la oportunidad apropiada para convertirse en los interlocutores de toda América ante Europa, razón por la cual Richard Olney, secretario de Estado en Washington, emitió el 20 de julio de 1895 su célebre nota en la cual decía: “En la actualidad los Estados Unidos son prácticamente soberanos en este Continente, y su Fiat es la ley en los asuntos en que intervienen.” Pura baladronada, los yanquis sólo aspiraban a que los británicos los aceptaran como principales dialogantes del hemisferio.63 El segundo paso de importancia en la Sudamérica

con costas al Caribe también lo dieron los norteamericanos aquel mismo año, esta vez en Colombia; en dicha República fracasaron los intentos de llevar adelante el proyectado canal de Lesseps, al quebrar, el 4 de abril de 1893, la Nouvelle Compagnie. Entonces el Gobierno de Washington se dirigió al de Bogotá con el propósito de que éste aceptara la presencia de sus capitales en sustitución de los franceses. No obstante, el equipo gubernamental colombiano rechazó las condiciones de la propuesta estadounidense. De nuevo los yanquis se vieron obligados a esperar la llegada del momento oportuno. Este se presentó con la victoria de Estados Unidos sobre España, ratificada mediante el Tratado de París (diciembre de 1898); el mismo estableció la entrega a sus nuevos dueños de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam e islas Ladrones. En Cuba, el Gobierno interventor militar de

inmediato instituyó los mecanismos que permitieran la ilimitada penetración imperialista en la isla, aunque reconocieron a los cuatro años, la existencia de una República neocolonial, limitada en su soberanía por la espurrea Enmienda Platt. En Puerto Rico, los yanquis derogaron la Carta

Autonómica vigente, entre cuyas facultades se encontraba el derecho de ratificar tratados comerciales y fijar aranceles. Después -como en Cuba-, se produjo la violenta penetración de las

62 Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 395. 63 Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 395.

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compañías imperialistas en el agro puertorriqueño; pretendían reorientarlo hacia el monocultivo de la caña de azúcar. A partir de esas acciones, para todos resultó evidente que la superioridad en el Caribe se desplazaba del lado yanqui. El colofón a la nueva correlación de fuerzas en la zona fue el surgimiento en 1899 de la temible y agresiva United Fruit Company. Este monopolio se gestó al entrar en graves dificultades financieras The Hoadles and Company of New Orleans, que comercializaba los bananos de Keith en la región meridional de Estados Unidos; entonces, este capitalista se asoció con la Boston Fruit Company de Arthur-Preston; poseía importantes plantaciones en el Caribe y emergió como Presidente de la United Fruit Company. No obstante Keith fungir como Vicepresidente de la referida entidad, su poderío era creciente, pues antes de finalizar el siglo XIX inauguró la Costa Rica Electric Light and Traction Company, dueña también de un banco, plantaciones de azúcar en Cartago, y todos los ferrocarriles que desembocaban en la costa caribeña de esa República. Estos se vinculaban allí con la Flota Blanca -subsidiaria de la United Fruit Company-, que había iniciado sus operaciones en la región y ya era hegemónica en la comercialización del banano producido en Jamaica. La vecina isla de La Española escapaba, sin

embargo, a sus tentáculos; en Haití casi no había intereses norteamericanos, sólo 1.100.000 dólares concedidos en empréstitos en 1870. En República Dominicana otros monopolios yanquis predominaban: la Clyde Steamship Company en la transportación marítima; la Santo Domingo Railway Company en los ferrocarriles, y la Santo Domingo Improvement Company que poseía los mejores centrales azucareros del Este, controlaba la deuda exterior del país: 2.000.000 de dólares; había comprado a los franceses la Banque Nationale de Saint Domingue64. Estados Unidos, preponderante ya sin lugar a

dudas en el Caribe, indujo a Gran Bretaña a suprimirle el freno que significaba el Tratado Clayton-Bulwer. El Gobierno de Londres accedió por que en aquellos momentos mantenía fuertes pugnas interimperialistas con Alemania; se veía en la necesidad de dejarles libres las manos a los norteamericanos en la región con el objetivo de ganarlos como aliados en el conflicto que ya se avizoraba con el Kaiser. El Tratado Hay-Pouncefote, del 18 de noviembre de 1901, que derogaba el antes citado, autorizaba a Estados Unidos a construir un canal interoceánico, con sus fortificaciones correspondientes, bajo su exclusivo control. Por eso, el 28 de junio de 1902, el presidente Teodoro Roosevelt (1901-1909) pudo autorizar la compra en 40.000.000 de dólares de la vieja concesión francesa

64 Manuel Medina Castro: ob. cit., p. 395.

de Lesseps.65 Desde ese momento, el principal objetivo yanqui fue lograr la pacificación de la provincia del istmo, donde el general cholo, Victoriano Lorenzo, lideraba la lucha de la ascendente nacionalidad panameña bajo el lema “Tierra, Sal y Patria”. Fusilado el heroico combatiente, el 15 de mayo de 1903, Estados Unidos consideró eliminadas las dificultades para lograr su canal. ¡Cuál no sería la desilusión sufrida cuando el Congreso de Colombia se negó, el 12 de agosto de 1903, a ratificar el proyecto de tratado canalero firmado por su Embajador en Washington! El vejaminoso borrador preveía la concesión a

Estados Unidos de una zona canalera de 16 kilómetros de ancho, que disfrutarían durante 99 años, a cambio de 10.000.000 de dólares y anualidades de 250.000 pesos. Además en uso de sus atribuciones, el poder legislativo colombiano vetaba la compra de la compañía francesa por Estados Unidos. Roosevelt reaccionó con violencia. Se dispuso a utilizar el creciente sentimiento nacional de los panameños para arrebatar el Istmo a Colombia, y entregar la nueva República a la burguesía local que anhelaba las migajas de la zona del canal, pues sus ventas dependían del negocio interoceánico. El 19 de octubre de 1903, el Presidente norteamericano despachó sus escuadras en ambos océanos hacia las aguas de Panamá, única vía de acceso al istmo debido a la existencia de impenetrables selvas en el Tapón de Darién; el 4 de noviembre, al establecerse en Ciudad Panamá una Junta de Gobierno organizada por los comerciantes de la provincia, los marines desembarcaron para impedir cualquier acción de las fuerzas armadas colombianas.66 A los dos días, Roosevelt reconoció a la nueva República; el 18 de noviembre le impuso el Tratado Buneau-Varilla; era la versión panamericana de la Enmienda Platt; mediante dicho acuerdo, el ferrocarril interoceánico y el canal formaban parte de una zona colonial entregada a perpetuidad a Estados Unidos que, además, podía intervenir militarmente en la nación istmeña cuando lo estimara pertinente. El indiscutible éxito de su política en Panamá,

sumado a los ya alcanzados en Cuba y Puerto Rico, indujo al Gobierno de Estados Unidos a endurecer sus posiciones en el Caribe frente a sus rivales imperialistas de Europa. Poco antes, el propio Roosevelt aún había actuado con timidez ante el bombardeo (diciembre de 1902) a las costas de Venezuela de la flota anglo-alemana-italiana. Los agresores europeos reclamaban así el inmediato pago de los intereses a sus empréstitos, cuyo servicio había sido temporalmente suspendido por el presidente

65 Ramiro Guerra: La expansión territorial de Estados

Unidos contra América latina, Ediciones Venceremos, la Habana, 1964, p. 174. 66 Ver Gregorio Ortega: Panamá, Ediciones Venceremos, La Habana, 1964.

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Cipriano Castro. Entonces al Gobierno estadounidense se limitó a ofrecer de nuevo su mediación ante los belicosos acreedores; una vez aceptada su propuesta, se inclinó del lado de ellos; los Protocolos de Washington (febrero de 1903) obligaban a Venezuela a pagar las reclamaciones que se le exigían con la anuencia de Estados Unidos. Sin embargo, en 1904 la situación ya era

diferente. Con el dominio de tres puntos estratégicos en el Caribe y una flota casi considerada la segunda del mundo, Roosevelt asumió una posición rígida: durante su mensaje anual al Congreso formuló su famoso Corolario67. Con este anuncio Roosevelt esbozaba la “Política del Gran Garrote”, Big Stick, según la cual Estados Unidos se atribuía el derecho de intervenir en los países de América latina que estimase pertinente, bajo el pretexto de depurar las finanzas de las repúblicas con dificultades en sus compromisos externos.68 El Colario fue expuesto debido a la presencia frente a las costas dominicanas de buques de guerra alemanes, franceses, italianos y holandeses; los mismos fueron enviados a intimidar al Gobierno de Santo Domingo por la preferencia que la Santo Domingo Improvement Company daba al pago de las deudas con los estadounidenses. Su anuncio tuvo para Washington un carácter muy oportuno; en aquellos mismos instantes el Gobierno dominicano retiraba a dicha compañía el derecho a recaudar los impuestos, a cambio del pago de 4.500.000 dólares y se aprestaba a establecer su propio control sobre las finanzas. En virtud de la nueva política del imperialismo yanqui, las aduanas retornaron al dominio de Estados Unidos, el cual se apropió del 55 por ciento de lo recaudado, y sólo entregó el resto al fisco de la república antillana. En Centroamérica, mientras tanto, la importancia

económica de Estados Unidos también iba en ascenso. En Honduras, donde con anterioridad los yanquis sólo poseían (desde 1878) los yacimientos de plata de San Jacinto -entregados a la New York and Rosario Mining Company-, lograron importantes posiciones desde 1902. En dicho año, los hermanos Vaccaro de New Orléans invirtieron en plantaciones de banano, sobre todo en la región del puerto caribeño de la Ceiba. Luego, el capitalista William F. Streisch obtuvo una importante concesión en la zona occidental de Cuyamel, que al poco tiempo vendió a su coterráneo Samuel Zemurray; éste dio gran impulso al cultivo del plátano con el objetivo de exportarlo hacia Estados Unidos. Entonces, la cifra total de intereses de Estados Unidos situados en Honduras era aproximadamente de unos 2.000.000 de dólares.

67 Ver Gregorio Ortega: Panamá, Ediciones Venceremos, La Habana, 1964. 68 Ver Pelegrín Torras: Colonialismo y subdesarrollo en

América Latina, Imprenta Universitaria, La Habana, 1967, 4 t.

En Guatemala (1904), la United Fruit Company logró que el dictador Estrada Cabrera le entregara gratis durante 99 años, los principales ferrocarriles -en estado de quiebra- del Sur del país, así como el muelle de Puerto Barrios y sus áreas circundantes. Además, la United Fruit Company obtuvo, sin costo alguno, 1.500 caballerías de la mejor tierra; en las mismas surgieron las grandes plantaciones de bananos de Quirigua y Virginia. Después, el avance de la United Fruit Company siguió de manera inexorable en Centroamérica. En Costa Rica, en 1905 -donde los yanquis habían invertido algo más de 4.000.000 de dólares-, la United Fruit Company se apoderó de todos los ferrocarriles del país. Al poco tiempo (1908), la misma empresa imperialista logró unir su red ferroviaria en Guatemala con la existente en El Salvador mediante la construcción de un ramal que las conectara.69 Así las inversiones yanquis en Guatemala se elevaron a la cifra de 10.000.000 de dólares. El presidente yanqui, William Taft (1909-1913),

introdujo en la política exterior de Estados Unidos hacia las repúblicas caribeñas, una modalidad nueva denominada la Diplomacia del Dólar.70 Consistía en la promesa del Ejecutivo de ayudar a los monopolios norteamericanos para que invirtieran en el Caribe, y controlaran las finanzas de las naciones situadas en esa región. Su primera puesta en práctica se efectuó contra Nicaragua, a la cual en 1909 los estadounidenses pretendieron imponerle un tratado que implicaba aceptar un préstamo de 15.000.000 de dólares para nivelar sus finanzas. A cambio, Estados Unidos anhelaba obtener el derecho exclusivo para construir por el río San Juan y el lago Nicaragua un canal interoceánico; también exigían el paso a sus manos del control de la hacienda pública y de las aduanas. La influencia del Gobierno estadounidense en

Nicaragua, sin embargo, era muy limitada; sus intereses apenas totalizaban 1.000.000 de dólares; la mayor parte se encontraba en manos de La luz y Los Angeles Mining Company, dueña de minas de oro. Al ver rechazado su proyecto por el presidente liberal José Santos Zelaya, los yanquis auspiciaron una sublevación de los conservadores; fondearon sus buques de guerra en aguas nicaragüenses; rompieron relaciones con el Gobierno de Managua, y enviaron -a mediados de diciembre, por la Secretaría de Estado- un ultimátum para que renunciara el mencionado mandatario de la República. Éste, con el objetivo de no convertirse en un obstáculo ante cualquier posible arreglo, abandonó el Ejecutivo. Pero ni siquiera dicho sacrificio político favoreció a las débiles fuerzas pro estadounidenses acorraladas

69 Manuel Galich: Guatemala, Editorial Casa de las

Américas, La Habana. 1964. 70 Scott Nearing y Joseph Freeman: La diplomacia del

dólar, Librería Franco-Americana, México D. F. 1926.

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en Bluefield, próximas al descalabro final. Entonces desembarcaron los marines norteamericanos, cuya acción permitió el triunfo conservador en agosto de 1910. En estas circunstancias Estados Unidos impuso a

Nicaragua el Acuerdo Dawson, de carácter secreto; el mismo debía ser aceptado para obtener el reconocimiento del Gobierno de Washington.71 Dicho tratado implicaba colocar en la Presidencia de Nicaragua a hombres favorables a Estados Unidos; establecía el compromiso de sólo negociar empréstitos con los banqueros yanquis, cancelaba cualquier concesión ya otorgada a empresas europeas, eliminaba de los cargos públicos a todos los partidarios de Zelaya. Aceptados los “acuerdos”, en 1911, el nuevo presidente de la República -Adolfo Díaz, hasta entonces contador de La luz y los Angeles Mining Company-, firmó el Tratado Knox-Castillo; según el mismo se aceptaba de Estados Unidos un empréstito; a cambio -en garantía- se les entregaban los ferrocarriles y las aduanas del país. ¡Menudo negocio! Luego, en 1912, los banqueros yanquis compraron en Londres la deuda externa de Nicaragua; se convirtieron en los únicos acreedores de esa expoliada nación centroamericana. Esta oprobiosa dependencia condujo a una

insurrección popular entre cuyos líderes descollaba el general Benjamín Zeledón. Con el objetivo de derrotarla, Estados Unidos desembarcó entonces de nuevo sus tropas en Nicaragua y a finales de agosto, tras bombardear Masaya y Managua, las ocuparon. Muerto Zeledón, el 4 de octubre de 1912, en desigual combate, los efectivos militares norteamericanos mantuvieron su ocupación de manera ininterrumpida hasta 1925. Gracias a la presencia de sus soldados, Estados Unidos impuso a Nicaragua el Tratado Bryan-Chamorro; éste le otorgaba exclusivos derechos de propiedad para la construcción de un canal lnteroceánico; les arrendaba por 99 años algunas islas del Caribe; los facultaba a instalar en el Golfo de Fonseca -compartido con El Salvador y Honduras- una base naval. La segunda puesta en práctica de la política de la

Diplomacia del Dólar se puso en marcha contra Honduras, en 1910, cuando Estados Unidos pretendió imponer a dicha república el Acuerdo Knox-Paredes; éste implicaba aceptar un empréstito de 10.000.000 de dólares de la banca Morgan; la intervención de las aduanas nacionales en “cobranza compulsiva”; renegociar la deuda hondureña con Inglaterra para que Estados Unidos se convirtiera en su único propietario. Mas el Congreso de Honduras rechazó tan vejaminosas condiciones y no ratificó el referido Tratado.72 Entonces el gobierno de Taft maniobró

71 Ver Gregorio Selser: Sandíno, general de hombres

libres. Imprenta Nacional de Cuba, La Habana. 1960, t. I. 72 Charles David Kepner y Jey H. Soothil: El imperio del

banano, ed. cit.

para que la Cuyamel Fruit Company de míster Zemurray auspiciase una sublevación. Los complotados recibieron el barco “Hornet”, recursos bélicos y abastecimientos, con los mismos ocuparon la Ceiba, Trujillo e islas de la Bahía; además, Estados Unidos envió a los acorazados “Tacoma” y “Marieta” hacia aguas hondureñas. Así, Manuel Bonilla, asociado de los norteamericanos, ocupó la Presidencia de la República, el 8 de enero de 1812, y, en gratitud, permitió la penetración de mayores intereses norteamericanos; la United Fruit Company se estableció en Honduras; compró a la Cuyamel el derecho a construir la red ferroviaria luego conocida como Tela Railroad Company; invirtió en nuevas plantaciones bananeras; obtuvo que el Puerto Herrera fuese declarado “zona libre” durante diez años (1915). Al final de esas concesiones, los capitales yanquis invertidos en el país superaban la cifra de 10.000.000 de dólares. En Costa Rica, mientras tanto, Estados Unidos

lograba en 1911 que la United Fruit Company impusiera la consolidación de la deuda externa republicana en su exclusivo beneficio; a cambio se apoderaba de las aduanas. Los notables avances de esta penetración imperialista permitieron unificar a la United Fruit Company en un solo monopolio -el international Railways of Central America (IRCA)- la red ferroviaria que poseía en Honduras, Costa Rica, El Salvador y Guatemala. En estos dos últimos países la International Railways of Central America era la única empresa ferrocarrilera existente. A partir de entonces la IACA y la Flota Blanca, en combinación, aplicaron la llamada “Política de Rechazo”. La misma consistía en negarse a transportar los productos de sus rivales y de quienes no se sometieran a sus condiciones.73 Dicha práctica, por supuesto, implicó la ruina de múltiples pequeños y medianos propietarios nacionales, y permitió la veloz ampliación de las plantaciones fruteras de la United Fruit Company. En los prolegómenos de la Primera Guerra

Mundial, aprovechando que las potencias imperialistas europeas se encontraban enfrascadas en los preparativos bélicos del conflicto, el presidente yanqui Woodrow Wilson se dispuso a barrer con las posiciones de los rivales de Estados Unidos en el Caribe y zonas adyacentes. Por eso, los norteamericanos lanzaron una agresiva operación militar contra México; en aquellos momentos allí se incrementaban las inversiones inglesas apoyadas por un tirano gobierno filobritánico. Para alcanzar sus objetivos, Estados Unidos ocupó el 21 de abril de 1914, el puerto de Veracruz, con el objetivo de impedir que por mediación del mismo Inglaterra continuara el envío de suministros a su aliado gubernamental mexicano. 73 Ver Francisco Gamboa: Costa Rica, Monografía, Enciclopedia Popular, La Habana, 1963.

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La victoria de las fuerzas revolucionarias de Emiliano Zapata y Pancho Villa, que entraron en Ciudad México el 24 de noviembre de 1914, no significó la instalación de un gobierno simpatizante con la ocupación de Veracruz por los norteamericanos. Estos, por lo tanto, se vieron obligados a desistir de su acción; abandonaron de manera definitiva el estratégico puesto y sus alrededores. La segunda operación de envergadura del

presidente Wilson se realizó contra Haití, pequeña República donde los franceses venían asociando a los estadounidenses a sus negocios, ante las crecientes presiones sufridas por parte de los alemanes. Esta vinculación había aumentado en 1908, cuando Francia incorporó a dos bancos norteamericanos -la Speyer and Company y The National City Bank of New York- a un gran empréstito, luego, la penetración monopolista yanqui se hizo mayor cuando lograron imponer el Contrato McDonald; el mismo les entregaba la construcción del ferrocarril de Port-au-Prince a Cap Haitien, así como el control de los ya agrupados bajo la Haiti National Railroad Company. Esta operación constituyó un gran éxito para la United Fruit Company; así pudo extraer del país con mayores facilidades los bananos que compraba, y casi monopolizar su comercialización. Sin embargo, incluso con dichos avances, los

norteamericanos no preponderaban aún con su influencia sobre esta nación; carecían de un importante aliado interno que defendiera sus intereses. Por eso, al producirse una guerra civil en el país a principios de 1914, Estados Unidos se apresuró a ofrecer a las tropas sureñas su apoyo a cambio de la entrega de las aduanas. Pero la situación internacional respecto de este asunto se complicó al exigir los alemanes una participación en cualquier futuro control extranjero sobre las referidas aduanas, las dificultades alcanzaron su cenit cuando los franceses, poseedores de la Banque Nationale d'Haiti, trazaron una política propia al respecto. Ante esa coyuntura, los efectivos bélicos del Norte -llamados “cacós”- ocuparon el poder en la capital, el 7 de noviembre de 1914. Los norteamericanos entonces comunicaron a esas fuerzas victoriosas, que sólo establecerían relaciones con ellas, a cambio de la entrega de las aduanas, la Banque Nationale y la bahía de Saint Nicolas. Al ver rechazadas sus pretensiones, los marines

desembarcaron, a mediados de diciembre; penetraron en la Banque Nationale y sustrajeron todas las reservas monetarias de la República; con ello se paralizaron las operaciones internacionales del país y se propinó un duro golpe al prestigio de su Gobierno, el cual temporalmente perdió el poder.74 Sin 74 Ver el completo estudio de Susy Castor: La ocupación

norteamericana de Haití y sus consecuencias, 1915-1934, Siglo XXI, México, 1971.

embargo, los “cacós” reaccionaron; volvieron a ocupar la capital bajo la orientación de una dirigencia pequeño-burguesa que había proclamado su oposición al “Contrato McDonald” y demás exigencias yanquis. En vista de la nueva situación Estados Unidos

desembarcó un gran contingente militar, el 28 de julio de 1915; ocupó Port-au-Prince; obligó a la Asamblea Nacional a elegir presidente a un hombre que los favorecía; impusieron al país una “versión haitiana” de la Enmienda Platt; se apoderaron de las aduanas y disolvieron las fuerzas armadas nacionales. Después, los invasores establecieron su control sobre los telégrafos, teléfonos; gravaron la nación con un empréstito de 3.000.000 de dólares. Con el objetivo de legalizar todos estos actos, el subsecretario de Marina de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, elaboró una nueva Constitución (1917), de acuerdo con la cual se suprimió la tradicional cláusula haitiana que prohibía a los extranjeros poseer tierra en el país; se restableció la corveé o trabajo obligatorio gratuito para el mantenimiento de caminos o carreteras. El Congreso de Haití manifestó su oposición al

espurio texto y se negó a ratificarlo. Entonces las tropas de ocupación lo disolvieron, el 19 de junio de 1917; pero en breve lapso se vieron obligados a enfrentar la lucha armada popular reiniciada por los “cacós”, a cuyo frente se encontraba entonces el heroico Charlemagne Peralté.75 La tercera acción de gran magnitud ordenada por

el presidente Wilson en la zona caribeña fue lanzada contra Santo Domingo. Aunque esa nación se encontraba bajo el creciente dominio financiero de Estados Unidos -en 1907 la banca yanqui impuso a República Dominicana un empréstito de 20.000.000 de dólares a cambio de los cuales se apropió de las aduanas del país por cincuenta años-, los mecanismos de poder, sobre todo el ejército, escapaban a su influencia; por otra parte, el control alemán sobre determinados sectores de la economía, era importante. Debido a ello, en 1916, en plena Primera Guerra Mundial, y en momentos en que su ocupación de la vecina Haití avanzaba exitosa, Estados Unidos decidió presentar al Gobierno dominicano un ultimátum para cambiar en su favor la correlación de fuerzas en esta República. Este documento centraba sus exigencias en la

disolución de los efectivos armados de Santo Domingo, para constituir otros estructurados y dirigidos de manera directa por oficiales norteamericanos. El Presidente dominicano de turno aceptó las vejaminosas condiciones, razón por la cual el ejército lo expulsó del cargo, el 7 de mayo de 1916. Como represalia, los marines yanquis 75 Ver el completo estudio de Susy Castor: La ocupación

norteamericana de Haití y sus consecuencias, 1915-1934, Siglo XXI, México, 1971.

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desembarcaron de inmediato por San Jerónimo y avanzaron sobre la capital. Además, el 13 de mayo, una flota de guerra estadounidense amenazó con bombardear la ciudad de Santo Domingo si las tropas nacionales estacionadas allí no se rendían en un plazo de cuarenta y ocho horas. Para evitar una masacre, las fuerzas patriotas abandonaron la plaza y se internaron en el Cibao.76 Contra ellos, los invasores enviaron importantes destacamentos; mientras, su artillería cañoneaba Puerto Plata -que rechazaba la rendición-, y la Infantería de Marina veía su avance obstaculizado por una inesperada resistencia en varios puntos, sobre todo, el Altamira. A la par, Estados Unidos exigió del nuevo presidente -Francisco Henríquez Carvajal-, electo por el Congreso dominicano, la firma de un tratado mediante el cual se aceptaran sus demandas. Rechazados sus abominables planteamientos, las

fuerzas ocupantes depusieron al digno Mandatario, el 29 de noviembre de 1916; disolvieron el Congreso; establecieron la ley marcial; decretaron la censura de prensa; prohibieron los partidos políticos, e implantaron su administración directa sobre al desdichado país. Luego, el Gobernador Militar yanqui declaró la guerra a Alemania y expropió sus bienes en la pequeña República antillana; modificó las tarifas arancelarias en beneficio de Estados Unidos; inició la creación de una llamada Guardia Nacional -a cuyo frente quedaría Rafael Leónidas Trujillo-, destinada a combatir junto con los marines contra las guerrillas populares que luchaban en el oriente de la isla. Estas eran denominadas “gavilleros” por los ocupantes y sus aliados. Balance de la penetración foránea en 1914. Al estallar la Primera Guerra Mundial, aunque la

producción fabril de Inglaterra sólo representaba ya el 14 por ciento de la del mundo, dicha nación seguía ocupando el primer lugar entre los imperialistas; sus exportaciones de capital ascendían a más de 900.000.000 de dólares al año; totalizaban unos 15.000.000 repartido por casi todo el mundo. La distribución geográfica de estos intereses era la siguiente: Europa, menos de 800.000.000 de dólares; Asia-África-Oceanía 6.000.000.000 de dólares, es decir, que en sus colonias invertía el 40 por ciento y en toda la América la mitad de sus inversiones en el extranjero, distribuidas de manera equitativa entre Latinoamérica y los demás países del hemisferio. En el mundo los tres países con mayor volumen de capitales ingleses eran: India -que entonces incluía Paquistán, Bangla-Desh y Ceilán-, 1.900.000.000 dólares; Sudáfrica, 1.850.000.000 dólares; Argentina, 1.555.000.000 dólares, pero con la peculiaridad de ser el único de éstos en disfrutar de una aparente independencia estatal. 76 Ver Melvin Knight: Los americanos en Santo Domingo, Listín Diario. Santo Domingo.

América Latina absorbía en 1914 más de 3.700.000.000 dólares invertidos por los británicos, orientados -geográficamente- de la siguiente manera según el orden de su importancia: Argentina, Brasil, 720.000.000 de dólares; México, Chile, 305.000.000 de dólares; Uruguay, 180.000.000 de dólares; Venezuela, 40.000.000 de dólares; Bolivia, 16.000.000 de dólares. En Paraguay, los 16.000.000 de dólares ingleses tenían la peculiaridad de formar parte de sesenta y ocho compañías anglo-argentinas, que poseían 10.000.000 de hectáreas en el Chaco-Boreal. En nuestro subcontinente, desde el punto de vista sectorial, primaban los servicios públicos, en primer lugar ferrocarriles -cuyas vías, por ejemplo en Argentina, tenían 28.000 kilómetros de extensión- y bonos gubernamentales con un 79,8 por ciento del total; sólo el 6 por ciento se encontraba situado en las industrias de transformación. Aunque en 1914 la producción industrial de

Estados Unidos representaba el 38 por ciento de la de todo el mundo, su importancia no era grande como imperialismo; éste tenía en su territorio inversiones europeas por valor de 5.500.000.000 dólares; en el exterior apenas poseían unos 3.770.000.000 de dólares, de los cuales el 49 por ciento estaba en el Caribe -incluido México-, el 5 por ciento en Sudamérica, y lo demás (2.000.000.000 de dólares) repartido por el resto del planeta. En síntesis, las inversiones de Estados Unidos fuera de sus fronteras casi no representaba el 50 por ciento de las francesas o de las alemanas; no ascendían a más de la cuarta parte de las británicas. En el Caribe, los yanquis ostentaban la

hegemonía; además de sus capitales poseían colonias -Puerto Rico y la Zona del Canal-, semicolonias -Cuba y Panamá-, protectorados -Nicaragua, Haití y Santo Domingo-; controlaban casi todas las aduanas y deudas externas de los países de la región. En resumen, como alertó José Martí, al dominar a Cuba Estados Unidos se extendió por el Caribe, con esa fuerza más empezaban a abalanzarse sobre el resto de América Latina. En el Caribe, Estados Unidos contaba con

1.500.000.000 de dólares en inversiones, distribuidos así: México, 880.000.000; Cuba, 515.000.000; Centroamérica, 112.000.000 -Guatemala 69.000.000; Costa Rica, 7.000.000; Nicaragua, 4.000.000-, y en la Zona del Canal -bajo su control inauguraba, el 15 de agosto de 1914, la multimillonaria vía interoceánica. En Sudamérica, la influencia y poderío del

imperialismo yanqui no alcanza la misma notoriedad; la preponderancia británica en el área dificultaba su avance. En América del Sur, Estados Unidos apenas había invertido unos 200.000.000 de dólares, repartidos de manera desigual: en Chile, 100.000.000 -Braden Cooper Company (El Teniente), Chile Exploration Company (Chuquicamata) Anaconda, Kennecott Cooper Company-, sobre todo en minería;

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en Perú tenía invertidos 80.000.000 de dólares -International Petroleum Company (subsidiaria de la Standard Oil) dueña de los yacimientos de La Brea y Fariñas, Peruvian Mining Syndicate (luego Cerro de Pasco Mining Corporation) poseedora asimismo de la Peruvian Railway Company; la misma casi monopolizaba los ferrocarriles; y Grace, antes inglesa; en Bolivia, un empréstito de la Speyer and Company. Del otro lado de Los Andes los intereses norteamericanos tenían un carácter aún más incipiente, aunque empezaban a poseer relevancia en Argentina; al cesar las exportaciones de carne de Estados Unidos -debido a la ampliación del mercado interno-, la US Armour compró (1907) el famoso frigorífico La Blanca, y la Compañía Swift, el La Plata Cold Storage, con el propósito de mantener sus ventas hacia la Gran Bretaña. En Uruguay, los yanquis habían iniciado sus

operaciones, pero con mayor retraso (1911): la Standard Oil Company, el National City Bank of New York, y la Lone Star Cemenent Corporation. En otras repúblicas sudamericanas, los capitales estadounidenses eran minúsculos; Paraguay, Colombia y Venezuela contaban con 3.000.000 de dólares cada uno. Sólo en Ecuador las inversiones norteamericanas alcanzaban una importancia superior, ascendente a 10.000.000 de dólares; la mitad del capital de la Guayaquil and Quito Railway Company les pertenecía; mientras el resto era propiedad de ese Estado norandino. Por esto, en la obra de Vladimir Ilich Lenin, El imperialismo, fase

superior del capitalismo, se puede leer: Los capitalistas norteamericanos envidian a su

vez a los ingleses y alemanes: “En América del Sur -se lamentaban en 1915- cinco bancos alemanes tienen 40 sucursales; cinco ingleses, 70 sucursales (…) Inglaterra y Alemania, en el transcurso de los últimos veinticinco años, han invertido en Argentina, el Brasil y Uruguay cuatro mil millones de dólares aproximadamente; como resultado de ello disfrutan del 46 % de todo el comercio de esos tres países.”77 El imperialismo alemán tenía invertido en Europa

-Rusia, Italia, Austria-Hungría, Rumania, Serbia- aproximadamente el 50 por ciento de sus casi 7.000.000.000 de dólares exportados en capital, al iniciarse la Primera Guerra Mundial. Asia, África y Oceanía -en especial Turquía- habían recibido un 20 por ciento y aunque el interés por América Latina crecía con rapidez, aún sólo captaba el 13 por ciento de dichas cifras. En Argentina y Brasil, Alemania contaba -en cada uno- con 250.000.000 de dólares, situados en una diversidad de industrias y negocios; en México, poseía unos 80.000.000 (1910); en Uruguay, 37.000.000; en Chile dominaba una parte

77 Vladimir Ilich Lenin: El imperialismo, fase superior del

capitalismo, ed. cit., t. V, p. 426.

de la industria salitrera. En contraste, en Perú, Ecuador y las naciones del

Caribe, dichos capitales habían sido invertidos con preferencia en plantaciones y en el comercio derivado de ellas. Así, en Guatemala, poseían bienes por un total de 80.000.000 en diversos servicios; preponderaba en el comercio y la banca -monopolizados por ella en sus tres cuartas partes-, y sobre todo, en las plantaciones de café, de cuyas producciones era dueña en un 60 por ciento, También, en la vecina Honduras el poderío alemán impresionaba: 170 latifundios cafetaleros asentados en la región de Amapa; los mismos producían el 40 por ciento del total de las exportaciones del país. En dicho puerto del Pacífico, los germanos eran propietarios de importantes entidades de comercios, líneas navieras, de transportes locales y bancos. En Costa Rica tenían algunas compañías de servicios; en República Dominicana el 25 por ciento del intercambio total se efectuaba con Alemania, cuyas casas de Hamburgo, además, monopolizaban el comercio de tabaco; en Venezuela y Colombia -por sus inversiones- ocupaba el segundo lugar con unos 22.000.000 y 15.000.000 respectivamente, ubicados en empresas de servicios y comercio. En Ecuador, los alemanes casi disfrutaban del monopolio exterior, gracias a una hábil política financiera que brindaba créditos a los comerciantes y plantadores de Guayaquil; ellos facilitaban dinero a menor interés que el tradicionalmente cobrado en este país norandino. Además, los súbditos de Alemania adquirieron plantaciones en las cuales cultivaban el cacao en gran escala y con alta productividad. En resumen, el comercio germano-latinoamericano se incrementaba con celeridad; debido a su volumen ocupaba el tercer lugar -después de Estados Unidos e Inglaterra- al controlar el 16,4 por ciento de nuestras exportaciones y el 12 por ciento de todas las importaciones del subcontinente. Hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, al

importantísimo mercado financiero de París afluían, cada año, unos 1.000.000.000 de dólares -fruto del ahorro de los pequeños propietarios, centralizado en la banca- cuyo 26 por ciento marchaba al extranjero, sobre todo, casi dos tercios, hacia Europa; en el imperio del Zar, los inversionistas franceses tenían 2.300.000.000, y en el Imperio Austro-húngaro, 440.000.000. De los 1.600.000.000 de dólares exportados hacia África-Asia-Oceanía (que absorbía el 20 por ciento del total), sólo en Turquía había 500.000.000. En América Latina se encontraban 1.200.000.000,

apenas el 17 por ciento de los más de 7 mil millones en capitales franceses en el mundo. Por todo lo antes expuesto se comprende que, en los intereses imperialistas de Francia, primaba la banca; sus prácticas usureras se vinculaban de manera muy estrecha con las orientaciones gubernamentales; las

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mismas dirigían dicho dinero hacia los empréstitos de Estado para después utilizarlos como arma política. Esta costumbre reflejaba la creciente debilidad de la industria francesa, cuya producción (1913) sólo representaba ya el 6 por ciento de la de todo el planeta. En nuestro subcontinente, los principales países con inversiones francesas eran, Brasil, 675.000.000 -donde tenían algunos ferrocarriles-; México (1910), 421.000.000; Argentina, 386.000.000; Uruguay, 37.000.000; Venezuela, 20.000.000. Bolivia y Costa Rica también habían concertado préstamos con bancos parisinos como el Crédit Mobilier Français. Por último, es interesante destacar que únicamente en México preponderaban los capitales franceses ubicados en industrias y bancos, aunque en Chile la situación se asemejaba, pero con intereses nucleados alrededor del salitre que dominaban en un 15 por ciento. En América Latina las inversiones de los cuatro

principales imperialismos, junto con los capitales de algunos otros como Italia -famosa, por ejemplo, por sus intentos de presionar militarmente el cobro del empréstito Cerrusti, a Colombia en 1898- y Japón, ascendían a unos 8.800.000.000 de dólares en las naciones formalmente soberanas de Latinoamérica. Aunque sin constituir colonias ni tampoco llegar a ser protectorados -salvo determinados casos en el Caribe-, ese monto reflejaba una completa dependencia, caracterizada por Vladimir Ilich Lenin de la siguiente manera:

Puestos a hablar de la política colonial de la época del imperialismo capitalista, es necesario hacer notar que el capital financiero y la política internacional correspondiente (...), originan abundantes formas transitorias de dependencia estatal. Para esta época son típicos no sólo los dos grupos fundamentales de países -los que poseen colonias y las colonias-, sino también las formas variadas de países dependientes que desde un punto de vista formal gozan de independencia política, pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática. Una de estas formas, la semicolonia, la hemos indicado ya antes. Modelo de otra forma es, por ejemplo, la Argentina. La selección es magnífica; ningún Estado en

aquellos tiempos podía ejemplificar tan bien como Argentina la dependencia de un país, formalmente soberano, con el imperialismo. No es difícil imaginar los fuertes vínculos establecidos entre el capital financiero de Inglaterra y la burguesía agro-exportadora de Argentina, círculo dirigente de su vida económica y política. Por el cúmulo de las inversiones imperialistas en su territorio, Argentina ocupaba en 1914 el primer lugar en América Latina. La cifra de unos 2.400.000.000 de dólares, de los cuales cerca de 1.555.000.000 pertenecían al imperialismo inglés; luego se situaba Francia con

386.000.000 y Alemania con 250.000.000. En Buenos Aires, seis grandes bancos extranjeros -cuatro ingleses, uno alemán y otro italiano eran los más notorios agentes imperialistas; el más antiguo, The London and River Plate Bank distribuyó a sus accionistas, en el período de 1910-1913, un dividendo medio del 20 por ciento. En lo concerniente a los empréstitos de la República Argentina, la parte de los capitales ingleses llegaba, aproximadamente, al 50 por ciento. También, los ferrocarriles, explotados en su inmensa mayoría por sociedades particulares, eran propiedad de compañías inglesas en sus cinco sextas partes; dichas empresas importaban de Gran Bretaña el material y el carbón; empleaban como cuadros superiores a técnicos ingleses, y lograban importantes ganancias. El dudoso privilegio de ocupar el segundo lugar

por el monto de los capitales extranjeros invertidos dentro de sus fronteras, se lo disputaban Brasil y México. En este último país, las inversiones yanquis ascendían a 880.000.000 en ferrocarriles, explotaciones mineras o petrolíferas, e incluso en empresas agrícolas. Una aguda pugna había enfrentado en las tierras mexicanas al imperialismo norteamericano con el inglés; su trasfondo específico era el problema del petróleo. México ocupaba en aquella época el tercer lugar en la producción mundial; con una parte de esas exportaciones, Gran Bretaña aseguraba el abastecimiento de sus navíos de guerra. Al respecto, en julio de 1913, Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo se manifestó con ferocidad en la Cámara de los Comunes; debido a la rivalidad entre las grandes compañías petrolíferas, cada imperialismo apoyaba a uno u otro gobernante mexicano, según éstos se manifestaran respecto a sus correspondientes proyecciones en política económica. Sin embargo, cuando la diplomacia yanqui

protestó por el respaldo brindado por los británicos al gobierno de Huerta, Inglaterra reflexionó y terminó por ceder (en noviembre de 1913); como decía un importante periódico londinense adepto al Gobierno británico: “todo el capital inglés en México no podría compensar ni siquiera el solo riesgo de perder la amistad americana”. A cambio del gesto inglés, Estados Unidos prometió revisar en beneficio de los intereses británicos la tarifa concerniente a los derechos de paso por el Canal de Panamá. El trato fue sellado mediante la ocupación yanqui de Veracruz (abril de 1914); la misma proclamó una vez más al mundo la supremacía estadounidense en el área caribeña. A manera de comparación se puede señalar que, en aquellos mismos tiempos, las inversiones de Francia y Alemania sólo representaban el 20,6 por ciento y 3,5 por ciento respectivamente, de los capitales extranjeros colocados en México. En Brasil, la magnitud de la penetración

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imperialista, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, se expresa en las siguientes cifras: cerca de 2.000.000.000 de dólares invertidos en el país, en su mayor parte en valores, títulos del Estado. Se estima que de esa cantidad 720.000.000 correspondían a Inglaterra; 675.000.000 a Francia -que poseía en Brasil sus mayores intereses en la región-; 250.000.000 a Alemania -invertidos sobre todo en las áreas sureñas, de gran inmigración germana-, 50.000.000 a Estados Unidos, y el resto, a otras naciones. De esta manera, Brasil constituía, después de Argentina y México, el centro del interés imperialista en América Latina. Desde el punto de vista de las inversiones directas

se debe señalar que los capitales foráneos se concentraban en primer lugar en los ferrocarriles; en Brasil, el Estado había concedido a sociedades particulares la mayoría de dichas vías. Así, las grandes líneas convergentes hacia Río de Janeiro eran inglesas; una compañía belga explotaba las de Río Grande do Sul; una empresa francesa las de Bahía. Por aquella época, además, los recursos brasileños en manganeso y en hierro comenzaban a ser descubiertos; fueron los ingleses quienes, en Minas Geraes -cuyas reservas eran considerables-, invirtieron capitales y explotaron los yacimientos. La principal propietaria de dichas inversiones fue la British Itabira Iron. En lo concerniente al comercio exterior del café, ingleses y alemanes mantenían una notable ascendencia; a veces la misma se tornaba en aguda rivalidad. El cuarto y quinto lugares en lo relacionado con la

penetración imperialista, los ocupaban Cuba -Estados Unidos 515.000.000; Gran Bretaña 216.000.000- y Chile. En esta última nación, los ingleses tenían 305.000.000 y los estadounidenses 110.000.000; pero el Estado poseía la mayoría de los ferrocarriles, salvo tres de innegable importancia: la línea que comunica Taena con Arica, la que enlaza con la costa los yacimientos de nitratos; y la que cruzaba con destino a Argentina la cordillera de Los Andes. Además, los propios yacimientos de nitratos, que constituían el más importante producto de exportación y el principal ingreso presupuestario, en un 60 por ciento se encontraban en manos de sociedades extranjeras: 32 inglesas, 3 alemanas, 1 americana; por su parte, los franceses controlaban intereses equivalentes al 15 por ciento de la industria. Perú con capitales extranjeros bastante menores

que los existentes en Chile, totalizaba, sin embargo, poco más de 300.000.000 de dólares, distribuidos de la siguiente manera: Inglaterra, 166.000.000; Estados Unidos, 80.000.000; seguidos a cierta distancia por Alemania y Holanda. Después se situaba el pequeño Uruguay, escasamente poblado; acaparaba unos 274.000.000 -quizás por poseer la mayor densidad ferrocarrilera en América Latina-, en su mayor parte de Gran Bretaña (180.000.000), seguida por Francia

y Alemania, cada uno con 37.000.000; Estados Unidos poseía menos de 20.000.000. Guatemala era la única República latinoamericana donde predominaban las inversiones alemanas; del total de 150.000.000 invertidos por los extranjeros, las mismas representaban más de la mitad, con 80.000.000; Estados Unidos, su más cercano rival, sólo poseía 69.000.000. Ninguno de los otros Estados del subcontinente

alcanzaba el centenar de millones en inversiones extranjeras en su territorio; por orden de importancia eran Venezuela, que empezaba a sufrir el saqueo de su petróleo, con 85.000.000 -desglosados en 40.000.000, Gran Bretaña; 22.000.000, Alemania; 20.000.000, Francia; 3.000.000, Estados Unidos-; Colombia, poseedora de pocos ferrocarriles: 55.000.000 -cuyo monto correspondía sobre todo a Gran Bretaña con 34.000.000; Alemania con 15000.000; Estados Unidos, 3.000.000-; Ecuador, 30.000.000 -también predominaba Inglaterra con 15.000.000, seguida de Estados Unidos 10.000.000 y Alemania, 5.000.000-; Costa Rica, con 22.000.000 -en la práctica sólo tenía inversiones directas yanquis-. En Bolivia -también con pocos ferrocarriles- la situación se invertía, pues de 20.000.000, los ingleses poseían 16.000.000. Una idéntica correlación de fuerza entre imperialistas existía en Paraguay; 16.000.000 de los 20.000.000 habían sido invertidos por británicos; Estados Unidos sólo contaban con 3.000.000. Pero, en Honduras (10.000.000), El Salvador (7.000.000) y Nicaragua (4.000.000) los únicos capitales foráneos pertenecían a los yanquis. Quedaban Haití y Santo Domingo; los mismos sufrían las consecuencias de agudas pugnas interimperialistas. No obstante, la hegemonía sobre dichas repúblicas se definió al estallar la Primera Guerra Mundial, ésta fue aprovechada por los estadounidenses para imponer sobre aquéllas su “protectorado”. 3. I"ICIO DE LA CRISIS GE"ERAL DEL

CAPITALISMO. La gran Revolución Socialista de Octubre y sus

repercusiones en América Latina. Los trabajadores, pilar básico del movimiento de

liberación nacional contemporáneo, crearon sus primeras organizaciones en América Latina a mediados del siglo XIX. Fueron los artesanos quienes las hicieron surgir, con el objetivo de enfrentar la difícil situación creada por la creciente penetración de las manufacturas foráneas. No transcurrió mucho tiempo hasta que las asociaciones artesanas atrajeran a sus filas a los más aguerridos obreros del incipiente proletariado latinoamericano. La estructuración de esta clase adquirió

importancia con el masivo empleo de fuerza laboral asalariada en los saladeros, salitreras, el tendido y funcionamiento de vías férreas, así como otros

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sistemas de comunicación y transportes, explotaciones mineras, frigoríficos, instalaciones portuarias, y gracias al crecimiento de las industrias textiles y alimentaría. Dicho proceso tomó Impulso después, cuando en la economía agropecuaria en proceso de expansión se abolió la esclavitud; una parte de esa mano de obra integró las filas de los obreros agrícolas. Sin embargo, esos elementos no se caracterizaban por el desarrollo de su conciencia proletaria; por ello el aporte político e ideológico de los trabajadores europeos inmigrantes a Latinoamérica fue trascendental; éstos llegaban a nuestra región con relevante experiencia de la lucha de clases, adquirida en las oleadas revolucionarias que sacudieron al Viejo Mundo. La derrota de la Comuna de París, en especial, provocó la expatriación de miles de franceses, muchos de los cuales encontraron refugio en diferentes países de América Latina. En su origen, la mayoría de las sociedades de

artesanos y obreros adoptaron la forma de organizaciones mutualistas, partidarias del seguro social basado en una colaboración voluntaria entre sus miembros. Así se agrupaban los trabajadores con el propósito de ayudarse, mediante cajas de socorros mutuos, con fondos para accidentes y enfermedades, o destinados a proteger viudas y huérfanos. Algunas llegaban incluso a establecer cooperativas de producción y consumo; a la vez se esforzaban por superar culturalmente a sus integrantes. Quienes defendían estas prácticas con frecuencia pensaban transformar la sociedad al dotar a los proletarios de capitales propios; creían haber encontrado un medio para evitar la explotación de la burguesía. Pero el cooperativismo constituyó un fracaso total; los asalariados carecían de suficientes recursos para estructurar sus propias empresas; la competencia burguesa terminó por liquidarlo. El mutualismo, en cambio, obtuvo éxitos en lo concerniente a la ayuda a los necesitados; durante años representó la principal forma de organizarse el naciente proletariado. Los sindicatos primero surgieron en las regiones

de América Latina donde el capitalismo crecía con mayor rapidez: Argentina, México, Chile, Uruguay; su finalidad era preparar las huelgas y defender las distintas reivindicaciones de la clase obrera. En algunos casos nacieron con la apariencia de sociedades de resistencia, Influidas en alguna medida por las ideas anarquistas sembradas en las asociaciones mutualistas. De esa manera, además de sus tradicionales funciones, éstas comenzaron a dirigir paros laborales, emitir protestas por los atropellos, y elaborar pliegos de demandas. El anarcosindicalismo, manifestación anarquista

en la época del imperialismo, se convirtió a finales del siglo XIX en la corriente más importante del movimiento obrero latinoamericano; se apoyaba en los sindicatos, a los que tildaba de ser la principal y

superior organización proletaria; rechazaba la necesidad de un partido político para realizar la transformación socialista de la sociedad. Otra limitación de esa tendencia era el mentís que hacía de la nacionalidad, fenómeno objetivo al cual no otorgaban relevancia alguna. A pesar de estas insuficiencias, el anarcosindicalismo desempeñó un papel positivo en América Latina, al incentivar la lucha huelguística, impulsar la propaganda anticapitalista, y constituir centrales sindicales como la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), en 1904; la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU), en 1905; la Federación Obrera Regional Brasileña (FORB), en 1906; la Casa del Obrera Mundial en México (1912), y la Federación Obrera Regional. Peruana (FORP), en 1913. La difusión de las ideas de Carlos Marx y

Federico Engels, así como la fundación de organizaciones políticas proletarias, se inició en la octava década del siglo XIX; ambas prácticas estuvieran relacionadas o de manera directa con las actividades de la Asociación Internacional de Trabajadores, más conocida como Primera Internacional; la misma existió desde 1864 hasta 1876, y contó con secciones suyas en diversos países latinoamericanos. Un nuevo ascenso del movimiento obrero se produjo cuando, con la participación de Federico Engels, se constituyó en 1889 la Segunda Internacional. Pronto en América Latina surgieron los dos primeros y duraderos partidos socialistas, el de Argentina (1896); el de Chile (1906), que fundaron la Unión General de Trabajadores (1903), y la Federación Obrera de Chile (1909), respectivamente. Entonces, en todos los órdenes, el dirigente proletario más destacado del Cono Sur fue el chileno internacionalista Luis Emilio Recabarren. La mayoría de los partidos socialistas

latinoamericanos pronto manifestaron las mismas debilidades y oportunismo que la Segunda Internacional; sus cabecillas se despreocuparon de los problemas del campesinado y el proletariado agrícola. Pocas de dichas organizaciones fueron tan lejos como el Partido Socialista Argentino; éste llegó a aplaudir las intervenciones norteamericanas en el Caribe. Por eso no podía extrañar que casi todas estas agrupaciones políticas carecieran de una sólida base social; además sufrían la ausencia de una verdadera aristocracia obrera en América Latina. Esto, unido al desprecio que la socialdemocracia europea manifestaba por los trabajadores de las colonias y protectorados, determinó la declinación de esa corriente. Antes de su ocaso, no obstante, se puso en

dramática evidencia la falta de un verdadero partido marxista; tal vez como nunca, la Revolución Mexicana padeció la insatisfecha necesidad de un movimiento proletario capaz, decidido y firme, que al menos impidiese a la ascendente burguesía

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nacional lanzar a los obreros contra sus naturales aliados de clase: los campesinos. En el proletariado mundial existía y actuaba también otra tendencia, verdaderamente revolucionaria, cuyo portador más consecuente era el bolchevismo; éste surgió en Rusia bajo la dirección de Vladímir Ilich Lenin. Debido a estos auspicios, en América Latina -como reflejo de la lucha obrera contra el oportunismo en todas partes- los militantes más avanzados de los partidos claudicantes, crearon los Centros de Estudios Sociales, germen de los futuros núcleos políticos leninistas.78 El triunfo de la Gran Revolución Socialista de

Octubre abrió una nueva etapa para toda la humanidad. A partir de ese momento cambió de manera radical el desarrollo mundial; se inició la sustitución de la formación capitalista por la comunista; se inició la primera etapa de la crisis general del capitalismo. El trascendental acontecimiento ocurrido en Rusia, en 1917, conmovió de modo profundo a la clase obrera y en general a las masas populares latinoamericanas; irradió la luz del marxismo-leninismo hasta los más recónditos rincones del continente. En muchos países de América latina, la

revolución bolchevique impulsó la diferenciación, que ya se venía produciendo, de ciertos sectores de izquierda en el seno de los partidos socialistas y en las organizaciones sindicales existentes, llegó la hora cuando en el movimiento obrero hacían crisis las ideologías reformista y anarquista junto con la bancarrota de la Segunda Internacional. Así, la repercusión de la Gran Revolución Socialista de Octubre en nuestro continente se vinculó con los procesos internos, que en cierta manera se venían gestando en el movimiento obrero latinoamericano. La Gran Revolución Socialista de Octubre ejerció

una notable influencia en todos los sectores progresistas de América Latina, desde la clase obrera hasta otros grupos sociales como los integrados por intelectuales y estudiantes. La magnitud de ese impacto se reflejó ante todo en un despertar democrático y nacional; en una intensificación de las luchas de reivindicación de los trabajadores. Por primera vez en la historia de este continente, la clase obrera irrumpía de forma activa en la arena política, ya no sólo para exigir mejoras de sus condiciones de vida y trabajo, sino para algo mucho más importante: luchar por el establecimiento de libertades democráticas, por la eliminación de los latifundios y de la gran propiedad terrateniente y en pro de la liberación económica nacional frente a la dominación del capital extranjero. Los obreros de América Latina manifestaron de

78 Ver Sergio Guerra y Alberto Prieto: Cronología del

movimiento obrero y de las luchas por la revolución

socialista (1850-1916), Casa de las Américas, La Habana, 1975.

diversas formas su simpatía, apoyo y solidaridad hacia la Patria de Lenin, a partir del mismo momento en que se conocieron los acontecimientos de Rusia. Durante los años subsiguientes a la Primera Guerra Mundial, el movimiento de respaldo a la revolución bolchevique movilizó a miles de trabajadores; se convirtió en una de las formas más importantes de lucha del proletariado latinoamericano para contribuir así a afianzar la conciencia clasista de los obreros. La Revolución de Octubre encontró fervientes

partidarios y entusiastas propagandistas en los periódicos y revistas socialistas e incluso en la prensa anarquista -a veces por ignorancia del verdadero carácter de la revolución bolchevique y, en otras, por un espontáneo proceso de admiración hacia el proletariado ruso-, con la publicación de decretos y documentos soviéticos y artículos de Vladímir Ilich Lenin y otros dirigentes bolcheviques. Personalidades, intelectuales como el brasileño Lima Barreto, líderes campesinos como Emiliano Zapata en México, o pensadores anarquistas de la talla de Ricardo Flores Magón, saludaron entusiasmados los acontecimientos de Rusia. La activa propaganda revolucionaria desarrollada

en toda América Latina desde 1917, sobre la base de los éxitos del Estado soviético, incidió de manera considerable en el fortalecimiento del internacionalismo y la conciencia clasista entre los trabajadores, y sobre todo, en la creación de las premisas para la formación de los partidos obreros marxista-leninistas. Bajo la influencia directa de la Gran Revolución

Socialista de Octubre y de las enseñanzas de su genial conductor Vladímir Ilich Lenin, se produjo en América Latina el gran salto cualitativo en la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, como resultado de la conjugación del movimiento obrero con su teoría revolucionaria: el marxismo. La expresión más acabada de ese proceso fue de manera indudable la fundación de los partidos comunistas. En los países latinoamericanos donde existían

organizaciones socialistas -tal es el caso del Cono Sur y en cierta forma de México-, éstas se dividieron o radicalizaron entre 1918 y 1920; de los sectores leninistas surgieron partidos de nuevo tipo; con rapidez se afiliaron a la Tercera Internacional. Una segunda etapa se desarrolló en forma más o menos semejante entre 1928 y 1930 en Colombia, Perú y Ecuador. En otros países del continente como Brasil, Paraguay y varios de América Central, gran número de obreros revolucionarios abandonaron de forma definitiva las filas del anarquismo y del sindicalismo; abrazaron las banderas del comunismo científico. Formas hasta cierto punto peculiares adoptó la fundación de partidos obreros marxistas, en Cuba (1925); Bolivia (1928); Panamá (1930); Venezuela (1931); Puerto Rico (1933) y Haití (1934) países

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donde los obreros radicalizadose intelectuales revolucionarios se fusionaron en el Partido Comunista, en general con la ayuda solidaria de organizaciones hermanas dotadas ya de una mayor experiencia. Personalidades descollantes en todo este proceso fueron, en el Cono Sur, Luis Emilio Recabarren; José Carlos Mariátegui en Perú y Julio Antonio Mella, en Cuba y México. La fundación de los partidos comunistas en

América Latina respondió a necesidades objetivas de la clase obrera; constituyó al mismo tiempo, la expresión más alta de la madurez y del desarrollo político e ideológico alcanzado por la vanguardia del proletariado latinoamericano. Desde su fundación, los partidos comunistas

latinoamericanos se afiliaron a la Tercera Internacional, fundada por Vladímir Ilich Lenin, en marzo de 1919; como es conocido, el Comintern -nombre con el cual se conoció a la Internacional Comunista- surgió como un gran partido mundial; en el mismo, cada organización nacional constituía propiamente una sección. Todas las decisiones de los órganos centrales de la Tercera Internacional -aplicando los principios del centralismo democrático-, eran de obligatorio cumplimiento para los partidos miembros. Este y otros requisitos de admisión se recogieron en las famosas “21 Condiciones”, elaboradas por Vladímir Ilich Lenin y aprobadas en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en Moscú, en 1920. La Tercera Internacional se enfrascó en una tenaz

batalla contra los partidos y organizaciones oportunistas y reformistas socialdemócratas y contra las corrientes anarquistas; activó en cada país la formación de partidos obreros, revolucionarios, como paso imprescindible para marchar a los combates de clase del proletariado y la toma del poder político. Esa tarea histórica no podía realizarse de otra manera; abarcó también a los primeros partidos comunistas de América latina. Ya durante sus primeros años de existencia los

partidos comunistas latinoamericanos, siguiendo las orientaciones emanadas de la Tercera Internacional, utilizaron las más diversas formas de lucha. Por entonces, el movimiento comunista internacional hacía énfasis en la necesidad de desplegar una intensa labor entre las masas populares, con el objetivo de conquistar una sólida influencia en las más amplias capas trabajadoras. Como Vladímir Ilich Lenin había expuesto en La enfermedad infantil del

izquierdismo en el comunismo (1920), la actuación de los comunistas en los sindicatos reformistas y en los parlamentos burgueses -incluso el reconocimiento de la posibilidad de acuerdos con otras fuerzas- no era en modo alguno síntoma de oportunismo político; por al contrario, una faceta más del trabajo revolucionario, siempre y cuando no se convirtiera en un fin por sí mismo y estuviera supeditada a los

objetivos fundamentales de lucha de la clase obrera. Esta línea fue desarrollada con amplitud en los congresos Tercero (1921) y Cuarto (1922) de la Internacional Comunista y aplicada de manera consecuente por los partidos marxista-leninistas de América Latina. Era la táctica conocida como del “frente único obrero”, fórmula principal del trabajo proletario para atraer a las masas y luchar por la toma del poder para el proletariado. Fue a partir del Sexto Congreso de la

Internacional Comunista, celebrado en 1928, que la anterior línea política varió, en consonancia con los cambios ocurridos en la situación mundial. Eran los años de la estabilización parcial del capitalismo, que colocó al movimiento comunista internacional ante dificultades hasta entonces no previstas. La cooperación con organizaciones socialistas había provocado en muchos países que los socialdemócratas de derecha desarmaran al proletariado con su política colaboracionista con la burguesía; ahondaban la división y creaban en los trabajadores falsas ilusiones con respecto a la lucha parlamentaria y a las posibilidades de utilización de las instituciones burguesas. Las campanas contra los comunistas y las concesiones a la reacción realizadas por estas fuerzas, en gran medida condujeron al ascenso experimentado por el fascismo; facilitaron la preparación de su ofensiva contra el movimiento obrero. En estas circunstancias históricas se enmarca el

cambio de táctica del movimiento comunista internacional; reaccionó contra la política de colaboración de clases de la socialdemocracia y las desviaciones oportunistas de derecha detectadas en algunos partidos comunistas. El viejo lema de “gobierno obrero y campesino” se convirtió en sinónimo de dictadura del proletariado. La consigna “clase contra clase”, adoptada en un ambiente de agudización de la lucha entre el proletariado y la burguesía, fue enarbolada por la Internacional con el objetivo de oponerse a la coalición de la socialdemocracia con los partidos burgueses: apartaba a los obreros de la política conciliadora de los reformistas, aunque en algunas partes dio por resultado cierto menosprecio hacia las capas trabajadoras no proletarias. La indignación por la traición de los líderes reformistas de derecha llevó al criterio erróneo de caracterizar a toda la socialdemocracia como socialfascistas, ello impidió la posibilidad de concretar el anhelado frente único proletario, ahora denominado Bloque Obrero Campesino. Era la época en que se desarrollaba la política de

“bolchevización” de los partidos comunistas: la misma desempeñó en sentido general un importante papel en la superación del oportunismo de derecha y en la lucha contra el trotskismo -iniciada en el Quinto Congreso de la Tercera Internacional efectuado en

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1924-, así como en la formación de auténticos cuadros revolucionarios de la clase obrera. Esa táctica se mantuvo hasta el Séptimo Congreso de la Internacional Comunista, realizado en el verano de 1935. La aplicación de estos métodos de lucha

revolucionaria, no obstante las limitaciones apuntadas, impulsó el desarrollo del movimiento obrero y comunista en América Latina; produjo importantes progresos a finales de los años veinte. Se aceleró la crisis de la vieja dirección reformista y anarcosindicalista en las organizaciones obreras y federaciones nacionales; este proceso estuvo acompañado por la creación de sindicatos revolucionarios. Gracias a ellos se dieron pasos firmes para establecer la unidad de acción entre los sindicatos clasistas en muchos países de América Latina. En la misma medida en que crean las

organizaciones sindicales clasistas en los países de América Latina, surgía la necesidad de lograr la unión subcontinental del movimiento obrero revolucionario. La idea de la unidad en el sindicato de industria y en la federación local y finalmente en la central nacional, se coronaba en el proyecto de la integración proletaria latinoamericana e internacional. A escala mundial, este esfuerzo había dado frutos con la formación de una gran sindical clasista -creada en Moscú en 1921 con el nombre de Internacional Sindical Roja-; la misma luchaba contra las organizaciones auspiciadas separadamente por la socialdemocracia, la Iglesia Católica y los anarquistas. En el plano continental, estas corrientes diversionistas no habían logrado muchos éxitos en sus intentos por organizar una asociación sindical que abarcara a toda América Latina. En diciembre de 1918, auspiciada por la central

reformista norteamericana American Federation of Labor (AFL) y la Confederación Regional Obrera de México (CROM), se había formado en Laredo. Texas, la Confederación Obrera Panamericana (COPA). La COPA estaba destinada por sus fundadores a intentar convencer a las masas del supuesto papel progresista desempeñado por el capital extranjero en América Latina; sembraba en el movimiento obrero, el reformismo al servicio de las patronales y de las entidades y consorcios imperialistas. En su fundación habían participado 72 delegados, de los cuales 45 eran de Estados Unidos, 21 de México y 5 de Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Colombia. Más tarde se integraron algunas sindicales reformistas de Cuba, Honduras, Puerto Rico, Nicaragua y Bolivia: En realidad, la COPA nunca llegó a obtener respaldo en América Latina -salvo cierta influencia en el Caribe y Centroamérica- y sólo llegó a incluir dos centrales nacionales, la CROM y la AFL; desapareció finalmente sin mayores glorias, en 1934.

La socialdemocracia también intentó extender su influencia sobre el movimiento obrero latinoamericano; se aprovechaban los nexos históricos existentes entre este continente y España. En 1928 la Federación Sindical Internacional de Ámsterdam (socialdemócrata), realizó en Buenos Aires un cónclave -ya en 1919 se había celebrado un Congreso Continental Socialista en la misma ciudad- en el cual se fundó la efímera Confederación Obrera Ibero-Americana, con la participación de cuatro delegados pro gubernamentales de Venezuela, Cuba, Uruguay, España y la Confederación Obrera Argentina. Con vista a lograr la unidad del movimiento

obrero latinoamericano, y para enfrentar la penetración de los sindicatos amarillos de origen europeo o norteamericano, las organizaciones clasistas de nuestro continente, empezaron a coordinar sus acciones al final de los años veinte. En una reunión efectuada en Moscú, después de terminada la conmemoración del 7 de noviembre de 1927, representantes obreros de Argentina, Colombia, Cuba, México, Uruguay, Chile y Ecuador, acordaron aunar sus esfuerzos en favor de la unidad de los trabajadores. En abril de 1928 los sindicatos de América Latina, que ya se orientaban por los principios del sindicalismo revolucionario sustentados por la Internacional Roja, crearon un Comité Pro Confederación Sindical Latinoamericana; en septiembre lanzó la convocatoria a un Congreso subcontinental. Antes de llegar la fecha de celebración de dicha asamblea obrera, el Comité Pro Confederación Sindical Latinoamericana, recogiendo un llamado de la Unión Obrera del Paraguay, convocó a una Conferencia Sindical contra los peligros de guerra en El Chaco, al agravarse el conflicto entre los gobiernos de Paraguay y Bolivia, encendido por las rivalidades interimperialistas. La Conferencia inaugurada el 25 de febrero de

1929, denunció a los provocadores imperialistas del diferendo de El Chaco y la culpabilidad de los gobiernos oligárquicos de ambos países; condenó la propaganda chovinista para azuzar la guerra; llamó a la clase obrera y a las masas populares a oponerse a las pretensiones imperialistas. En el período entre la convocatoria del Congreso y su celebración, se aceleró en América Latina la lucha en favor de la unidad sindical y la formación de centrales nacionales orientadas por los principios revolucionarios. Así, se crearon entre otras la Confederación General del Trabajo del Uruguay (CGTU), la Confederación General del Trabajo (CGT) en Brasil; la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM). Por fin, en mayo de 1929, se constituyó en

Montevideo la Primera Conferencia Sindical Latinoamericana. Fue un acontecimiento sin precedentes en la historia del proletariado

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latinoamericano; dio Inicio a una era de solidaridad y de coordinación efectiva de las relaciones entre las organizaciones obreras del continente. La comunidad de intereses y problemas de las masas trabajadoras de América Latina permitió sentar las bases para la asociación de sus sindicatos nacionales sobre la base de un programa revolucionario; éste adoptó el nombre de Confederación Sindical Latinoamericana (CSLA). Se convirtió así en la primera organización continental de la clase obrera con una definida orientación clasista, acorde con los principios del sindicalismo revolucionario; alzó la bandera de la lucha por el marxismo-leninismo, contra la dominación imperialista. En el Congreso Constituyente de la CSLA estuvieron presentes representantes de 10 sindicatos nacionales, 2 federaciones regionales y 3 federaciones locales de México, Colombia, Cuba, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Perú Guatemala, Venezuela, El Salvador, Panamá, Brasil, Argentina, Costa Rica y Paraguay. Las organizaciones y centrales sindicales

adheridas a la esta dirigieron, durante el período comprendido hasta 1935-1936, importantes luchas obreras que captaron al movimiento revolucionario, la simpatía de miles de trabajadores latinoamericanos, apartándolos de las funestas influencias del reformismo y el anarquismo. Finalizado el cónclave sindical, se efectuó en

Buenos Aires (1º al 12 de junio de 1929), la Primera Conferencia de los Partidos Comunistas de América Latina; la misma contó con la asistencia de 38 delegados. Allí se tomó el acuerdo de solidaridad con la Unión Soviética; se analizó el carácter del proceso revolucionario en nuestro continente. Se llegó a la conclusión de que la revolución en América Latina tendría un carácter antiimperialista, agrario y democrático. En la reunión se encontraban representantes de las organizaciones marxista-leninistas de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. De los partidos comunistas existentes en América Latina sólo el de Chile no pudo participar en la actividad; sus delegados fueron víctimas de la represión policial del régimen de Ibáñez. Unos meses después de concluida la Conferencia

de los Partidos Comunistas de América Latina, comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de la crisis económica de 1929-1933. La depresión se desarrolló teniendo como trasfondo la crisis general del sistema capitalista. Al calor de los efectos de la depresión proliferaron en América Latina una serie de movimientos nacionalistas, sublevaciones populares, revueltas campesinas y fallidos intentos revolucionarios que estremecieron el continente de un extremo a otro. Entre ellos pueden mencionarse la sublevación de los trabajadores salvadoreños en 1932; los experimentos seudosocialistas en Chile,

bajo la égida de Marmaduke Grove, que condujeron a la implantación de la efímera "República Socialista" (1932); la huelga general obrera que derribó a la dictadura de Gerardo Machado en Cuba, en 1933; las victorias del movimiento liberador de Nicaragua en contra de la ocupación norteamericana, que se desarrollaron hasta la muerte de Sandino (1934) y la revuelta popular de la Alianza Nacional Liberadora de Brasil (1935), dirigida por Luis Carlos Prestes. La reacción y el imperialismo trataron de frenar el incremento de las luchas populares mediante la intensificación de los más sangrientos métodos de represión. En el campo internacional se vivían los días

amargos de la consolidación del fascismo en Italia y el ascenso al poder de Adolfo Hitler en Alemania. En medio de una nueva depresión económica que conmovió al sistema capitalista, a finales de los años treinta, el eje nazi-fascista amenazaba con una nueva conflagración mundial; las grandes potencias occidentales trataban de desviarla contra la Unión Soviética. Estas circunstancias condujeron objetivamente a las fuerzas progresistas y democráticas a tratar de lograr la unidad del movimiento obrero, con vista a conjurar los peligros que se cernían sobre la humanidad. Como parte de una vasta campaña internacional, en América Latina se desplegó, encabezado en primera fila por los partidos comunistas, un gran movimiento de masas encaminado a evitar la guerra y detener el avance del fascismo. En la labor de unir a todas las fuerzas patrióticas y democráticas del continente tuvo importante significado la Segunda Conferencia de los Partidos Comunistas de América latina, efectuada en Montevideo en octubre de 1934; particularmente también, el Séptimo Congreso de la Tercera Internacional, que se reunió en Moscú, en julio de 1935. En la Segunda Conferencia de los Partidos

Comunistas de América Latina, los representantes de las diferentes organizaciones marxista-leninistas llegaron a la conclusión de que la revolución social en nuestro continente se hallaba íntimamente vinculada a la lucha de liberación nacional. Allí se acordó luchar por la consecución de un amplio frente popular antiimperialista, destinado a combatir la opresión extranjera y lograr reivindicaciones antifeudales y democráticas. Los acuerdos del Séptimo Congreso de la

Internacional Comunista alcanzaron una importancia decisiva con vista a detener la ofensiva de la reacción y el fascismo. Partiendo de los intereses nacionales y democráticos, y teniendo en cuenta la experiencia acumulada por el movimiento revolucionario, los comunistas acordaron exhortar a todas las fuerzas patrióticas a constituir frentes populares con la finalidad de impedir el avance fascista y servir de catalizador en las luchas por la realización de

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profundas transformaciones económicas y sociales junto con el desarrollo de un avanzado programa antiimperialista. A raíz de iniciarse la sublevación falangista de

España en 1936 -apoyada por la Italia fascista y la Alemania hitleriana, con la complicidad de potencias occidentales-, los trabajadores de América Latina se pronunciaron de manera revuelta en favor de defender la República Española. Con este objetivo recaudaron fondos; enviaron medicinas y alimentos; sobre todo, organizaron brigadas de voluntarios que marcharon hacia España a defender, con las armas en las manos, al pueblo español de las garras del fascismo, en el marco de una potente ola de solidaridad mundial encabezada por la Unión Soviética y el movimiento comunista internacional. Los resultados de los combates de clase y la lucha

contra el fascismo y el imperialismo, mostraron al proletariado latinoamericano la importancia de las acciones conjuntas con las organizaciones sindicales progresistas y otras fuerzas democráticas y antiimperialistas; fortalecieron con ello los esfuerzos en pro de la idea de unificar el movimiento obrero. En varios países de América latina se lograron firmes avances en este sentido; surgieron centrales sindicales nacionales; las mismas incorporaron en un solo torrente a la inmensa mayoría de la clase obrera. Este proceso fue preparando las condiciones para integrar el movimiento sindical de toda América latina sobre bases unitarias y democráticas. Como compartía estas tesis, el Comité Ejecutivo de la Confederación Sindical latinoamericana (CSLA) acordó disolverse en 1936, para dar paso a una organización sindical mucho más amplia, destinada a ocupar un lugar cimero en el enfrentamiento con la reacción fascista, en la lucha contra el imperialismo y en el combate contra las amenazas de una nueva conflagración mundial. Con ese objetivo se reunieron en septiembre de

1938, en México, los representantes de las organizaciones sindicales más importantes de 13 países latinoamericanos, entre ellos, socialistas, comunistas, sindicalistas y católicos. En la reunión se creó la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), con la participación como fundadores de las centrales sindicales de Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Entre los acuerdos aprobados en el Congreso Constituyente de la CTAL proclamaba: “la principal tarea de la clase trabajadora consiste en lograr la plena autonomía económica y política de las naciones latinoamericanas y en liquidar las supervivencias semifeudales…”79

79 Ver Sergio Guerra y Alberto Prieto: Cronología del

movimiento obrero y de las luchas por la revolución

Al combinar la lucha de la clase obrera por sus reivindicaciones con los objetivos generales de la liberación nacional de América latina, muy pronto la CTAL conquistó un gran prestigio entre los trabajadores del continente; aumentó de manera extraordinaria su fuerza y combatividad. innegabremente, la CTAL desarrolló un gran papel en la lucha contra el fascismo, la guerra y la reacción. Cambio en la correlación de fuerzas entre los

imperialistas. En 1917, América Latina se encontraba

completamente dominada por los imperialistas, fuesen yanquis o europeos. Entre ellos, la correlación de fuerzas varió a finales de la Primera Guerra Mundial y en los años de reconstrucción posbélica. Influyó mucho en ese fenómeno, que los países del Viejo Continente no recuperasen por completo los niveles productivos existentes antes del gran conflicto, hasta 1925. Salvo en lo concerniente a Alemania, cuyo caso resultó el más dramático, la referida cima de producción sólo se alcanzó en 1927, poco antes del famoso crack. Mientras, la economía estadounidense creció de manera desenfrenada, debido a las inmensas ganancias obtenidas por los monopolios yanquis durante la guerra de 1914-1918, la capacidad productiva de los consorcios norteamericanos en nada se afectó por la conflagración. Al contrario, aquélla se desarrolló gracias a las dificultades y destrucciones experimentadas por los rivales europeos. Con su fuerza incrementada, los monopolios de Estados Unidos se lanzaron a la conquista de las regiones latinoamericanas donde los capitales ingleses aún eran fuertes, sobre todo, en el Cono Sur y Brasil; los intereses de los otros dos imperialismos europeos casi habían desaparecido en nuestro subcontinente. Alemanes y franceses vieron sus posiciones

económicas muy debilitadas durante la gran contienda y años inmediatos posteriores. En el primer caso, esto se debió a que muchos países de América Latina declararon la guerra al Káiser; confiscaron los bienes alemanes durante las hostilidades; luego, dispusieron de ellos en virtud de las cláusulas del tratado de paz firmado en Versalles; -este procedimiento facilitó, como sucedió en Uruguay, que los yanquis se apoderaran de las antiguas inversiones de Alemania. Incluso, en muchos países latinoamericanos que permanecieron neutrales -México, Venezuela, Colombia, Argentina y Chile-, los alemanes debieron rematar algunos de sus negocios para hacer frente al pago de las deudas, impuestas tras su capitulación... Francia, por su parte, aunque resultó vencedora,

sufrió durante la contienda dificultades parecidas a

socialista en América Latina (1917-1939), Casa de las

Américas, La Habana, 1977.

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las de su enemiga; carente de divisas o exportaciones para mantener sus compras en América Latina, entregó algunos de sus intereses a las burguesías locales a cambio de las materias primas que ellas tradicionalmente le vendían. Sin embargo, fue a los yanquis a quienes los franceses, traspasaron la mayoría de sus bonos y empréstitos concertados con las naciones latinoamericanas: con dichos recursos sufragaban los insumos bélicos adquiridos en Estados Unidos. Además, finalizada la guerra, Francia sufrió serias crisis monetarias -como la de 1925-1926, cuando se devaluó el franco- que provocaron masivas repatriaciones de capital e incrementaron la tendencia a liquidar sus inversiones en Latinoamérica. Los imperialistas yanquis resultaron ser, en

definitiva los grandes vencedores de la Primera Guerra Mundial: la aprovecharon hasta sus últimas consecuencias. Durante el quinquenio 1914-1919, sus intereses aumentaron en un 50 por ciento en América Latina; allí al mismo tiempo erigieron una vasta red de filiales bancarias, con el objetivo de enfrentar con éxito la tejida por los británicos durante el siglo XIX. De esa manera, en 1920, y sólo con referencia al National City Bank of New York, dicha entidad había inaugurado sucursales en Río de Janeiro, Sao Paulo, Santos, Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Caracas y La Habana. Si deseáramos tener un panorama completo, tendríamos que mencionar las profusas dependencias del International Banking Corporation, de la Banca Morgan, el Chase Manhattan Bank (de Rockefeller), y otras conocidas instituciones financieras más. Esa extraordinaria difusión bancaria estadounidense permitió que, en 1925, más del 70 por ciento de las transacciones comerciales latinoamericanas se efectuaran en dólares y tuvieran sus centros de liquidación (clearing), en Walt Street, Nueva York. Así también se reflejaba el ascenso del intercambio comercial de Estados Unidos con América Latina; en 1920, el comercio mutuo ascendió a 5.300.000.000 de dólares. En comparación, el sostenido con Inglaterra apenas totalizaba los 2.025.000.000 de dólares. Por supuesto, los volúmenes de las transacciones realizadas con Alemania y Francia resultaban irrisorios. Como si toda esa penetración fuese poca, los yanquis establecieron un complejo sistema de cables, teléfonos, líneas navieras y aéreas; en breve tiempo vincularon los principales centros latinoamericanos con los estadounidenses. Pero los casos más dramáticos de dominación del

imperialismo yanqui tuvieron lugar en las naciones latinoamericanas ocupadas por las fuerzas armadas de Estados Unidos. En Haití, por ejemplo, los norteamericanos expulsaron de sus predios a miles de campesinos; por esa vía las compañías imperialistas se apropiaron de unas 100.000 hectáreas de tierra, tras suprimir la tradicional y patriótica disposición que prohibía a los extranjeros poseer suelo cultivable

haitiano. Después, para dotar a sus recién adquiridas plantaciones de los indispensables caminos, las autoridades militares yanquis restablecieron la corveé; esa práctica feudal obligaba a los desposeídos a trabajar gratis, varias semanas del año, en la construcción y mantenimiento de carreteras. Sólo mediante el pago de gruesas sumas se excluía a los ricos de esas arduas tareas. En la vecina República Dominicana, los ocupantes norteamericanos crearon asimismo, en 1920, un Tribunal de Tierras; el mismo dictó nuevos deslindes; los consorcios azucareros estadounidenses necesitaban apoderarse de las tierras de miles de pequeños campesinos. Así, más de 500.000 acres pasaron a manos de los intervencionistas; también se hicieron dueños de la más importante empresa agrícola local: el central “La Romana”. En Puerto Rico, paralelamente, el azúcar de los trusts yanquis empleaban en 1929 el 44 por ciento del área en la Isla con posibilidades de ser cultivada. En Nicaragua, mientras tanto, el régimen títere instaurado por los invasores norteamericanos acometió la tarea de vender grandes extensiones de tierra fiscales a latifundistas criollos y entidades financieras extranjeras. En Guatemala, en 1924, se entregó a la United Frult Company (UFCO) las márgenes del río Mataguá; se expulsó de sus predios a los pequeños campesinos de Izabal. El secretario de Estado norteamericano, Hughes,

expuso, en agosto de 1923, la política imperialista de Washington hacia América Latina de la siguiente manera: “todos los problemas deben resolverse con inversiones de Wall Street”. Dicho funcionario sólo emitió dos precisiones. No se otorgarían préstamos públicos; los capitales exportados desde Estados Unidos deberían ser privados. Las inversiones norteamericanas disfrutarían de garantías oficiales, así como de ganancias apropiadas. Esta práctica produjo a Estados Unidos tantos éxitos que hacia 1929 dicho imperialismo alcanzó al británico en el monto de sus intereses en América Latina. Los capitales yanquis se elevaron a 5.587.000.000 de dólares; sus banqueros se convirtieron en nuestros principales acreedores; controlaban empréstitos por un total de 2.175.000.000, mientras los ingleses no excedían los 650.000.000 de dólares. Esa puja inversionista reflejaba la tensa rivalidad existente por lograr la supremacía imperialista sobre América del Sur. En aquélla, los monopolios de Estados Unidos conquistaban fuertes posiciones económicas en Venezuela, Colombia y Bolivia; en cambio, Gran Bretaña preponderaba aún en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Entre los aspectos que facilitaron el auge

norteamericano se debe mencionar la terminación de la llamada “Era del Ferrocarril”; la ventaja tomada en la construcción de sedanes y camiones por Detroit, despojó a Inglaterra de su tradicional supremacía en

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la esfera del transporte. El nuevo sistema de transporte de personas y carga exigía invertir menos capitales en la infraestructura; el costo de construcción de carreteras y compra de vehículos automotores era mucho más bajo, que el exigido por las vías férreas y locomotoras o vagones. Además, el procedimiento norteamericano mostraba mayor ductilidad en su empleo diario; al mismo tiempo aparecía como una modalidad del progreso. Al recuperar la industria europea sus volúmenes

productivos prebélicos, a finales de la tercera década del siglo XX, se generó en el mundo capitalista una crisis de superproducción de una magnitud antes nunca vista. Se evidenció entonces la diferencia existente entre las posibilidades de la agricultura e industria yanquis de producir, y la de consumir dichas mercancías en Estados Unidos y territorios dependientes de esa nación. Ese pronunciado desequilibrio condujo al violento colapso cuya primera manifestación externa fue, la increíble caída de precios en la Bolsa de Nueva York, en octubre de 1929. Dicho estremecimiento era la expresión financiera de un fenómeno mucho más profundo: la progresiva parálisis del aparato productivo, no sólo en Estados Unidos, sino también en los demás países desarrollados del capitalismo. En síntesis; el único país no afectado en el mundo por la crisis de 1929, era la Unión Soviética. La crisis de 1929 y sus consecuencias. La caída en octubre de 1929 de los precios de las

acciones y de los bonos en la Bolsa de Nueva York, es decir, el derrumbe del más importante mercado de valores en Estados Unidos, dio Inicio a la mayor crisis periódica en la historia del capitalismo. Sus manifestaciones más agudas se produjeron a finales de 1932 y principios de 1933; en tres o cuatro años, la producción industrial del mundo capitalista disminuyó entre el 30 o 40 por ciento. A la vez, las inversiones imperialistas en los países colonizados y dependientes mermaron; Estados Unidos., Gran Bretaña y Francia, que hasta entonces enviaban -sumados los tres- cerca de unos 3.300.000.000 de dólares al año, durante la gran depresión cesaron sus exportaciones de capital; hicieron regresar a sus bancos alrededor de la mitad de dicho monto, como media anual. Además, la tradicional división internacional capitalista del trabajo sufrió un rudo golpe; la demanda de productos primarios perdió su dinamismo como reflejo del estancamiento económico de las metrópolis industrializadas. En consecuencia, entre 1929 y 1933 las exportaciones mundiales disminuyeron en una cuarta parte por su volumen físico, y en un 30 por ciento en lo concerniente a los precios de los productos comerciados. En total, el valor del tráfico mercantil internacional cayó en más del 50 por ciento. Como resultado de esta profundísima crisis originada por

los países capitalistas desarrollados, los territorios coloniales y dependientes la conmoción llegó por mediación del comercio exterior; no poseía un carácter interno. En América Latina, los resultados de la crisis

desatada en octubre de 1929 fueron devastadores; en tres años, las exportaciones de nuestras mercancías se redujeron en las dos terceras partes. En virtud de esta caída, y teniendo en cuenta el aumento de la población, la merma experimentada en la capacidad de importar -durante el mismo período- fue del 37 por ciento. Sin embargo, con el cese formal de la depresión, el intercambio latinoamericano con el exterior no recuperó las cimas conocidas antes del inicio de la crisis; en el lustro comenzado en 1934, nuestras importaciones fueron un 27 por ciento más bajas que durante el quinquenio transcurrido hasta la gran quiebra de la Bolsa. Las secuelas del famoso descalabro cíclico

capitalista golpearon de inmediato a los sectores populares; el salario de los indefensos obreros agrícolas disminuyó un 70 por ciento, mientras que el del proletariado industrial -gracias a la activa resistencia sindical- sólo se redujo a la mitad. En contraste, en los países donde la mayoría de los habitantes aún no habían alcanzado el capitalismo -como en Bolivia, Perú y Ecuador-, la sacudida económica no tuvo repercusiones tan fuertes; los campesinos aún sumidos en una primitiva autosuficiencia agraria, no conocieron el desempleo ni las miserias de quienes se encontraban de una u otra manera vinculados al mercado burgués. Pero en las naciones dependientes, caracterizadas por las grandes empresas exportadoras de materias primas agrícolas o mineras, la contracción del comercio exterior implicó el paro laboral de millones de personas, sin que la parálisis de la economía estuviese motivada por causas internas. Se hizo entonces más evidente para todos que, al vender menos al extranjero, disminuían las posibilidades de importar, con lo cual se afectaba el ya precario nivel de vida de las masas. A pesar de la toma de conciencia popular: sobre el

origen de sus males, las burguesías agro y minero exportadoras no encontraron otra solución de su dependencia que estrechar alianzas con las metrópolis imperialistas; no se tomaron medidas para controlar las importaciones; tampoco se dictaron leyes contra la fuga de divisas; se mantuvieron estables las monedas. De esta manera, la desocupación se hacía mayor y las estructuras económicas no se transformaban; si acaso lo hacían en una medida menor que sus posibilidades; esos gobiernos aducían lo no viable de cualquier defensa contra la crisis; afirmaban que el remedio de ésta sólo podían encontrarlos las propias metrópolis imperialistas. Dichas dirigencias sólo soñaban con recuperar los mercados perdidos una vez que la

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depresión finalizara; pensaban retornar al esplendor perdido cuando pudiesen otorgar mayores facilidades al capital foráneo. En medio de semejante fatalismo e indolencia, la miseria popular se multiplicaba; en Chile -la nación más afectada después de Cuba- el comercio exterior mermó un 85 por ciento; el producto per cápita descendió a la mitad; en El Salvador las ventas de café al extranjero apenas sumaban el 25 por ciento de sus valores tradicionales. En ausencia de una respuesta burguesa al hambre popular, en esas trajinadas repúblicas las capas humildes tomaron la iniciativa; mediante una serie de violentas explosiones sociales marcaron hitos en la historia de América Latina. Hubo, sin embargo, algunos países

latinoamericanos -donde los sectores manufactureros de la burguesía nacional alcanzaban cierto desarrollo-, en los cuales grupos de industriales aliados con otras fuerzas, sobre todo pequeño-burguesas, se lanzaron a tomar el poder; deseaban desplazar del gobierno a quienes se vinculaban con el maltrecho imperialismo, para erigir regímenes capitalistas autónomos basados en el nacionalismo. Por eso, en la década del treinta, a partir de sus conocidas prácticas reformistas, la burguesía nacional evolucionó hasta las posiciones de un activo nacionalismo. Aunque esa transformación no alcanzó la trascendencia del proceso ideológico experimentado por los sectores de avanzada de la clase obrera, el nacionalismo burgués añadió al frente antimperialista las fuerzas de un estrato que hasta entonces no había luchado, en verdad, contra los monopolios foráneos. Esto no quiere decir, por supuesto, que toda la burguesía asumiera las posiciones de sus más audaces núcleos industriales, cuyos más notables representantes fueron -sin lugar a dudas- Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas, y Juan Domingo Perón; los comerciantes vinculados al comercio exterior, los dueños de minas y latifundios ganaderos o plantaciones, continuaron interesados en vincularse al mercado internacional. Dicha dependencia les impedía incorporarse a la corriente que propugnaba el logro de la auténtica independencia mediante un genuino movimiento de liberación nacional. 4. RESPUESTAS POPULARES A LA

DEPRESIÓ" DE 1929. Sandino y su lucha contra la ocupación yanqui. En Nicaragua, tras décadas de gobierno

conservador, el Partido Liberal encabezado por José Santos Zelaya tomó el poder, el 25 de julio de 1893, mediante una insurrección mal vista por Estados Unidos. A partir de entonces, en el país se proscribieron los rezagos feudales en la base económica; se impuso una legislación burguesa en la superestructura; se pretendía dar paso al “capitalismo agrícola nicaragüense”, cuyos principales impulsores eran los dueños de las plantaciones de azúcar y café

en la costa del Pacífico. Pero quizá el factor que más prestigio dio al nuevo Presidente fue la exitosa reincorporación a la República de la Costa de los Mosquitos, ocupada desde tiempos de la colonia por Inglaterra. En 1903, Zelaya inauguró una política antiyanqui; Se puede resumir en tres puntos: rechazo de las concesiones financieras antes otorgadas a capitalistas estadounidenses; suscripción de empréstitos con bancos ingleses; intentos por construir un canal interoceánico con la ayuda de Japón y Alemania que poseía muchos intereses cafetaleros en Nicaragua. Esas proyecciones no tenían perspectivas en el

Caribe, donde los norteamericanos habían logrado la hegemonía. Esto se evidenció con la sublevación conservadora -apoyada por algunos liberales disidentes- de octubre del año 1909, subvencionada por las compañías yanquis. Después tuvo lugar el colofón, con la ruptura de las relaciones de Washington con Managua, y la exigencia estadounidense de que Zelaya renunciara. Aunque el Presidente aceptó sacrificarse,80 los norteamericanos se alarmaron con las inminentes perspectivas de que sus protegidos perdiesen la guerra civil; se hallaban acorralados en Bluefields; las tropas gubernamentales preparaban la ofensiva final. Entonces los marines desembarcaron para defender a sus agentes locales y empujarles hasta la capital. Allí, conservadores y estadounidenses firmaron los espurios Acuerdos Dawson. Un levantamiento popular en reclamo de

elecciones ocurrió a mediados de 1912; entre los más célebres dirigentes se encontraban Benjamín Zeledón, caudillo de diversos grupos progresistas. Pero las derrotas conservadoras allanaron el camino para una nueva intervención yanqui; sus tropas ocuparon a finales de agosto las ciudades de Masaya y Managua. Frente a la reeditada ocupación foránea se alzó la figura de Zeledón quien pereció en el combate de El Arroyo, el 4 de octubre de 1912, contra los invasores. El Partido Conservador mantuvo el control del

Estado nicaragüense gracias a la constante presencia militar norteamericana; a cambio de su respaldo, Estados Unidos impuso la firma, el 5 de agosto de 1914, del Tratado Bryan-Chamoro. Este concedía a Estados Unidos derechos de propiedad sobre una futura vía canalera; les entregaba algunas islas del Caribe -por 99 años-; las facultaba para construir una base naval en el Golfo de Fonseca. La inesperada muerte (1923) del presidente Diego M. Chamorro, sin embargo, entregó el poder al sustituto legal (Bartolomé Martínez), el cual rompió con la política entreguista de su predecesor; canceló las deudas de Nicaragua con los banqueros estadounidenses;

80 Ver del propio José Santos Zelaya: Refutación de las

afirmaciones del presidente Taft, en Revista Casa de las

Américas, La Habana, 1975, No. 88, p. 106.

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recuperó los ferrocarriles entregados en garantía de préstamos; adquirió de manos foráneas el Banco Nacional; realizó una apertura democrática al convocar a elecciones presidenciales. En dichos comicios triunfó la candidatura “transaccionista” liberal, que venció la de Emiliano Chamorro y obtuvo la retirada, el 3 de octubre de 1925, del país de las fuerzas armadas yanquis. Al mes, no obstante, el disgustado y ambicioso Chamorro se levantó en armas; se autoproclamó Presidente. La mediación norteamericana a bordo de un acorazado puso fin al conflicto entre ambos bandos; entregó interinamente la presidencia al siempre fiel agente imperialista Adolfo Díaz.81 Pero no todos los liberales aceptaron el resultado dispuesto desde Washington; Juan Bautista Sacasa organizó en el extranjero una expedición; entregó el mando militar a José María Moncada; desató la llamada Guerra Constitucionalista. Augusto César Sandino nació en Nicaragua en

1895; desde niño trabajó como obrero agrícola en las plantaciones de café. Después marchó a México; allí se politizó en contacto con el proletariado de la Huasteca Petroleum Company, en Veracruz. Al tener noticias de la rebeldía liberal, Sandino regresó a Nicaragua (junio de 1926); se dirigió a la mina de San Albino, propiedad de La Luz y Los Angeles Mining Company, donde esperaba formar una vanguardia que lo respaldara en la lucha por la soberanía nacional.82 Así, dentro del constitucionalismo surgieron dos tendencias:83 la encabezada por Sacasa y Moncada; sólo tenían por objetivos ocupar el poder y enriquecerse, y la democrática popular. Integraban esta corriente, campesinos, pequeños productores expropiados, trabajadores de las plantaciones de banano y de los aserríos del litoral caribeño, así como obreros de las minas, representantes del núcleo más coherente y concienciado del incipiente proletariado nicaragüense. Augusto César Sandino, dirigente demócrata-revolucionario, llegó a ser el verdadero líder de esa aguerrida masa social. Estados Unidos, al ver en peligro la subsistencia

del Gobierno títere conservador, desembarcó sus tropas otra vez en Nicaragua, el 24 de diciembre de 1926. Después, para simular neutralidad, los yanquis decretaron el desarme generalizado de los contendientes. Los caudillos liberales acataron la orden de los invasores mediante el Tratado de Tipitapa, firmado el 4 de mayo de 1927. Pero

81 Sergio Ramírez: Breve historia contemporánea de

Ficaragua, en Revista Casa de las Américas, La Habana. 1979, No. 117, p. 22. 82 Humberto Ortega: 50 años de lucha sandinista, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1980, p. 76. 83 Wheelock Román, Jaime: Imperialismo y dictadura,

crisis de una formación social, México D. F., Editorial Siglo XXI, 1975.

Sandino rechazó el vergonzoso pacto; exigió la inmediata retirada de los norteamericanos; declaró: “los dirigentes políticos, conservadores y liberales, son una bola de canallas, cobardes y traidores, incapaces de poder dirigir a un pueblo patriota y valeroso. Hemos abandonado a esos directores y entre nosotros mismos, obreros y campesinos, hemos improvisado a nuestros jefes”84 Luego, dicho aserto fue completado por su

Manifiesto Político del primero de julio de 1927, en el cual proclamó:

Soy nicaragüense y me siento orgulloso de que en mis venas circule, más que cualquiera, la sangre india americana, que por atavismo encierra el misterio de un patriota leal y sincero; el vínculo de la nacionalidad me da derecho a asumir la responsabilidad de mis actos en las cuestiones de Nicaragua, y, por ende, de la América Central y de todo el Continente de nuestra habla (…) mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y el nervio de la raza, los que hemos vivido postergados y a merced de los desvergonzados sicarios que ayudaron a incubar el delito de alta traición.85 El proceso sandinista de organización autónoma

de las fuerzas populares, logró un triunfo al estructurarse, el 2 de septiembre de 1927, el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua; al mismo se incorporó el 22 de junio de 1928, el destacado revolucionario salvadoreño Farabundo Martí -dirigente desde 1925 de la Federación Regional de Trabajadores de El Salvador-; pronto Farabundo Martí se convirtió en secretario de Sandino. En el propio año de 1928 se constituyó el Partido de los Trabajadores de Nicaragua; junto al Laborista -agrupaba a la pequeña burguesía-86 y otras agrupaciones más, y, por invitación de Sandino, unificaron sus acciones con las del Ejército Defensor; formaban parte -al decir de aquél- “de las organizaciones que hacen oposición a la política intervencionista y a cuanto venga en detrimento de la soberanía nacional”.87 En salvaguarda de ésta, Sandino anunció, el 4 de agosto de 1928:

...es con los pueblos de la América Hispana con quienes hablo. Cuando un gobierno no corresponde a las aspiraciones de sus connacionales, éstos, que le dieron el poder, tienen el derecho de hacerse representar por hombres viriles y con ideas de efectiva

84 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, Casa de las Américas, La Habana, 1980, p. 44. 85 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, Casa de las Américas, La Habana, 1980, p. 75 y ss. 86 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, Casa de las Américas, La Habana, 1980, p. 312. 87 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, Casa de las Américas, La Habana, 1980, p. 133.

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democracia, y no por mandones inútiles, faltos de valor moral y de patriotismo que avergüenzan el orgullo de una raza. Somos noventa millones de hispanoamericanos y sólo debemos pensar en nuestra unificación y comprender que el imperialismo yankee es el más brutal enemigo que nos amenaza y el único que está propuesto a terminar por medio de la conquista con nuestro honor racial y con la libertad de nuestros pueblos. Los tiranos no representan a las naciones y a la

libertad no se le conquista con flores. Por eso es que, para formar un Frente Único y contener el avance del conquistador sobre nuestras patrias, debemos principiar por damos a respetar en nuestra propia casa (…). Los hombres dignos de la América Latina debemos imitar a Bolívar, Hidalgo, San Martín, y a los niños mexicanos que el 13 de septiembre de 1847 cayeron acribillados por las balas yankees en Chapultepec, y sucumbieron en defensa de la Patria y de la Raza, antes que aceptar sumisos una vida llena de oprobios y vergüenza en que nos quiere sumir el imperialismo yankee.88 En julio de 1929, en compañía de algunos

miembros de su Estado Mayor,89 Sandino llegó a Mérida, México. Su objetivo era mejorar el apoyo del Comité “Manos fuera de Nicaragua”, fundado en México desde 1927; el mismo funcionaba en coordinación con el Comité Continental Organizador de la Liga Comunista de las Américas y con el Partido Comunista Mexicano; entre sus miembros figuraban el dirigente cubano Julio Antonio Mella y el destacado muralista mexicano Diego Rivera, quien dirigía el periódico El Libertador. En contraste con la ayuda popular recibida, el circunstancial presidente de México, Emilio Portes Gil, se negó a recibir a Sandino. Este a su vez le escribió:

Me encuentro muy pensativo desde que he comprendido que se me niega disimuladamente una entrevista con usted. No desconozco las consecuencias que le

88 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, Casa de las Américas, La Habana, 1980, p. 125 y ss. 89 El Estado Mayor de Sandino era internacionalista; además de Farabundo Martí, en él participaba, por ejemplo, el venezolano Carlos Aponte, quien años más tarde diera su vida en Cuba junto a Antonio Guiteras. No es de extrañar esa composición latinoamericana del máximo órgano revolucionario, pues reflejaba el pensamiento de Sandino, que decía: “Soy hijo de Bolívar” (Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de Sandino, ed. cit., p. 122); “Mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo” (Ibíd., p. 75); “No será extraño que a mí y a mi ejército se nos encuentre en cualquier país de América latina donde el invasor fije sus plantas en actitud de conquista” (lección de Formación Política: Biografía y

pensamiento político de Sandino, Ejército Popular Sandinista, 1980, p. 9).

sobrevendrían de los Estados Unidos de Norteamérica a México con motivo de mi entrevista con usted; pero tampoco desconozco hasta dónde México ha sabido y sabrá mantenerse ante las insolentes pretensiones de los Estados Unidos de Norteamérica, principalmente en el cumplimiento de un deber, como es el que México tiene de no permitir que la piratería yanqui colonice Centro América.90 La nueva coyuntura creada por la profundísima

crisis cíclica del capitalismo -iniciada en octubre de 1929- coadyuvó a radicalizar la lucha sandinista; ésta, además de antiimperialista, adquirió un carácter antioligárquico e incluso antiburgués. Esa realidad se evidenció en el Manifiesto del 26 de febrero de 1930 publicado por Sandino en México, poco antes de su retorno a Nicaragua:

Hasta el presente nuestro Ejército reconoce el apoyo que los sinceros revolucionarios le han prestado en su ardua lucha; pero con la agudización de la lucha, con la creciente presión por parte de los banqueros yanquis, los vacilantes, los tímidos, por el carácter que toda la lucha, nos abandonan, porque sólo los obreros y campesinos irán hasta el fin, sólo su fuerza organizada logrará el triunfo.91 El regreso de Augusto César Sandino a Nicaragua

revitalizó la lucha armada. Hacia noviembre de 1930, las columnas rebeldes avanzaban sobre el departamento de León, vecino de Managua; ello provocó el pánico del Gobierno. El 31 de diciembre, todo un destacamento invasor yanqui resultó muerto en combate con los sandinistas; este hecho sacudió la opinión pública estadounidense. El Secretario de Estado norteamericano declaró entonces que las tropas intervencionistas serían retiradas, luego de las elecciones presidenciales de 1932 en Nicaragua. Claro, los ocupantes pensaban dejar en su puesto a la Guardia Nacional títere; en su oficialidad descollaba Anastasio Somoza. Antes de llegar ese momento, la ofensiva

sandinista rumbo Norte, en dirección a la costa atlántica, puso en crisis la ocupación; fueron liquidadas las propiedades de algunas compañías norteamericanas; se derogaron las odiadas leyes de medición que habían permitido el desalojo campesino; fueron devueltas las tierras usurpadas a los pequeños propietarios. Se inició de esa forma el proceso gradual de reconstitución de una capa de productores -campesinos minifundistas- dedicados en su mayoría a los cultivos de subsistencia.92 El creciente peligro de un triunfo revolucionario indujo

90 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, ed. cit. p. 171. 91 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, ed. cit. p. 186. 92 Agustín Cueva: El desarrollo del capitalismo en

América Latina. Siglo XXI, México D. F., 1977, p. 151.

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a los ocupantes a desconocer al incapaz detentor del Poder Ejecutivo que representaba al protectorado, y entregar el verdadero Gobierno a un oficial suyo: el comandante de la Marina, Calvin B. Matthews. Al mismo tiempo, Estados Unidos se dedicó a fortalecer la oligarquía hondureña con el propósito de que se lanzara al combate contra Sandino a través de la frontera, quien replicó, el 30 de marzo de 1931, con la siguiente advertencia:

1º Si el Gobierno hondureño envía sus ejércitos a combatirnos para provecho del yanqui en las Segovias, proclamaremos la Unión Centroamericana, regida la acción por obreros y campesinos de Centro América podremos defender... (roto) ...americanos. 2º Tomaremos como campo de operaciones

todo el territorio Centroamericano, para combatir a los ejércitos yanquis y a los aliados de ellos en Centro América. También nosotros contaremos con todos los obreros y campesinos para combatir la política yanqui en Centro América. 3º Nuestro movimiento de Unión

Centroamericana quedaría desligado de los elementos burgueses, quienes en todos los tiempos nos han querido obligar a que aceptemos las humillaciones del yanqui, por resultarles más favorables a sus intereses burgueses.93 La guerra sandinista de liberación nacional

adquirió en 1931 y 1932 dimensiones extraordinarias: sólo el departamento capitalino permanecía fuera del radio de acción directa de las columnas rebeldes; las mismas amenazaban la propia supervivencia del sistema impuesto por los estadounidenses y sus cómplices locales. Con esas perspectivas, el 27 de agosto de 1932, Sandino emitió esta circular: “Nuestro Ejército se prepara a tomar las riendas de nuestro poder nacional, para entonces proceder a la organización de grandes cooperativas de obreros y campesinos nicaragüenses, quienes explotarán nuestras propias riquezas, en provecho de la familia nicaragüense en general.”94 El inminente peligro del triunfo de una revolución

social condujo a los norteamericanos a realizar concesiones. Decidieron entonces recurrir a una figura poco mancillada con los compromisos y politiquería de las décadas de intervención: Juan Bautista Sacasa. Tras las elecciones -organizadas por las fuerzas invasoras en las áreas ocupadas- efectuadas en noviembre de 1932, los yanquis entregaron la Presidencia al viejo liberal; en enero de 1933 retiraron su último contingente militar de Nicaragua; detrás quedaba la Guardia Nacional al mando de Somoza. De inmediato, el nuevo Gobierno designó una “misión de paz”; la misma invitó a

93 Augusto César Sandino: El pensamiento vivo de

Sandino, ed. cit., p. 204. 94 Carlos Fonseca: Sandino, guerrillero proletario. Editorial Educa, San José, 1974, p. 24.

Sandino a la capital para discutir los términos de un acuerdo nacional, pues desde el 5 de enero de 1929, éste había anunciado sus condiciones para cesar la lucha armada: retiro de las tropas yanquis de ocupación, nulidad de los empréstitos leoninos impuestos por la banca de Wall Street; revocación del Tratado Bryan-Chamorro y de los derivados de él; rechazo de cualquier intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de Nicaragua.95 La llegada de Sandino a Managua, el 2 de febrero, fue apoteósica; las multitudes lo aclamaron desde el aeropuerto hasta la Casa Presidencial. Pocas horas después se firmaba el convenio

pacificador; además, el mismo establecía el desarme total del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional; este error arrebató la vida a la mayoría de sus miembros. Así, mientras Sandino emprendía el regreso a sus montañas, por doquier empezaron a llegar las interminables columnas de hombres disciplinados, cubiertos de polvo, sin zapatos, sudorosos, con la bandera roja y negra a su frente; entregaban sus armas para cumplir el pacto acordado. Los constantes atropellos y represiones sufridas

por los antiguos combatientes rebeldes indujeron a Sandino a denunciar ante el Presidente dichas actividades, y exigir su cese. Por eso, junto con sus más cercanos compañeros, marchó hacia la capital. Antes de partir, el Héroe Nacional de Nicaragua declaró: “Yo de un momento a otro muero. No cumplieron los compromisos del arreglo de paz. Nos están asesinando a nuestros hermanos en todas partes. Voy a Managua: o arreglo la situación o muero, pero esto no es de quedarse con los brazos cruzados.”96 Sandino tenía razón. El 21 de de febrero de 1934,

Somoza declaró en una reunión de altos oficiales de la Guardia Nacional: “Vengo de la Embajada americana, donde acabo de sostener una conversación con el embajador A. B. Line, quien me ha asegurado que el Gobierno de Washington respalda y recomienda la eliminación de Augusto César Sandino, por considerarlo un perturbador de la paz del país.”97 Ese mismo día, después de haberse entrevistado

con el Presidente, Sandino fue asesinado. Cientos de sus hombres en las colonias agrícolas del río Coco le siguieron en el martirologio. Sublevación popular de 1932 en El Salvador. Durante tres lustros, El Salvador padeció la

“dinastía de los Meléndez”; ésta representaba la cúspide de la burguesía agroexportadora de café.

95 Gregario Selser: Sandino, general de hombres libres, t. II, p. 182. 96 Humberto Ortega: 50 años de lucha sandinista, ed. cit., p. 115. 97 Gregario Selser: Sandino, el guerrillero, en Revista

Casa de las Américas, la Habana, 1968, No. 49. p. 24.

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Pero, en 1927, una vez electo presidente, Pío Romero Bosque se negó a cumplir las órdenes de quienes lo auspiciaron al Gobierno; levantó el estado de sitio; propició la vigencia formal de las libertades y derechos democráticos; propugnó algunas medidas de carácter social, aunque reprimió el ascendente proletariado, cuyas características pueden ser resumidas así:

En la década del 20 y principios del 30, el desarrollo de la clase obrera era sumamente débil en el país, tanto en cantidad como en calidad. En la composición orgánica de la clase obrera, el sector obrero industrial representaba un porcentaje ínfimo. Predominaba de manera aplastante el sector de los operarios de pequeños talleres semiartesanales y, en segundo lugar, los operarios concentrados en grandes talleres manufactureros (de zapatería, carpintería, panadería, etc.) sin maquinaria industrial pero con división de las operaciones laborales que, como se sabe, es propio de la fase de transición entre el taller artesanal y la fábrica industrial. Y, en el campo, en el sector de los jornaleros agrícolas predominaba el semiproletariado (campesinado pobre que vende su fuerza de trabajo durante una parte del año).98 Bajo el clima de apertura política creado por el

gobierno de Romero Bosque, en El Salvador surgió una agrupación opositora con arrastre entre las masas. Era el Partido laborista creado por el carismático líder de la pequeña burguesía, Arturo Araújo; éste adelantaba superficiales proposiciones de reforma social, atractivas para muchos sectores urbanos debido al contexto en que se emitían. Esas capas le brindaron su irrestricto apoyo después que la terrible crisis de 1929 golpeó al país. Con ese respaldo, Araújo ganó los comicios presidenciales; ocupó el Ejecutivo salvadoreño el 1º de marzo de 1931. Paro las tímidas reformas dirigidas a los habitantes de las ciudades en nada aliviaban las penurias de los pobladores rurales; los mismos sufrían el peso mayor de la gran depresión; la estrepitosa caída de los precios del café implicó el multitudinario despido de jornaleros; sus salarios en los esporádicos momentos de trabajo no volvieron a superar la cota de 1 centavo de dólar la hora laborada.99 Por su parte, los pequeños y medianos campesinos se endeudaron; luego empezaron a perder sus tierras a manos de los prestamistas, que las embargaban cuando aquellos no pagaban los plazos estipulados. Este desespero fluyó entonces como un torrente hacia la única fuerza revolucionaria en El Salvador: el Partido Comunista.

98 Benedicto Juárez: Debilidades del movimiento

revolucionario, de 1932 en El Salvador (Mimero), p. 2. 99 Siman Jacir, Ana Evelyn: El Salvador, acumulación de

capital y proceso revolucionario (1932-1981), La Habana, Palacio de las Convenciones, 1981.

Fundado el 28 de marzo de 1930, entre sus principales dirigentes se encontraban Farabundo Martí, Luis Díaz y Miguel Mármol; desde el inicio éstos supieron imprimirle una actitud combativa que le granjeó el sólido respaldo de las masas trabajadoras urbanas y rurales, cuyos rasgos marcaron su fisonomía. No obstante encontrarse en su primera fase de desarrollo, sin núcleos o células organizadas con solidez, el Partido se puso al frente de los humildes para tratar de orientarlos en su ascenso hacia las batallas por el poder estatal. Pero a la vez que se esforzaba por crecer y consolidar su estructura interna, la incorporación torrencial de nuevos militantes, sobre todo en el campo, dificultaba los esforzados empeños disciplinadores de los cuadros. La desconfianza oligárquica hacia el gobierno de

Araújo, que aislado languidecía en medio de la terrible crisis y creciente malestar social, condujo al golpe de Estado militar del 2 de diciembre de 1931; tras el mismo asumió la presidencia el general Maximiliano Hernández Martínez. Este brutal defensor de los Intereses de la alta burguesía no pudo, sin embargo, afirmar de inmediato su garra sobre el país; el clima electoral había prendido en los salvadoreños; nadie se atrevía a suprimir los comicios municipales convocados para el 10 de diciembre. En las urnas, las fuerzas reaccionarias recibieron el rechazo popular; mientras, las progresistas experimentaron un avance general; incluso, en la capital, los votos recibidos por el Partido Comunista disputaron hasta el último instante el segundo lugar. Pero dondequiera que los resultados favorecieron a esta organización revolucionaria, el Gobierno anuló las elecciones. De esta forma, la ira de los pobres llegó hasta la vehemencia. El Partido Comunista comprendió que no podía abandonar al pueblo en su espontáneo propósito de llevar a cabo la insurrección armada; no obstante su propia incipiente estructura decidió abordar una de las tareas históricas más grandes y complejas; preparar y dirigir la rebelión de las masas hacia la toma del poder político. La dirección del Partido Comunista de El

Salvador, encabezada por Farabundo Martí, se reunió en secreto el 7 de enero de 1932 para confeccionar los planes de la sublevación. Primero se fijó como fecha del levantamiento el 16 del propio mes; luego, éste se difirió 72 horas; por último, se acordó que tuviera lugar el 22 de enero. Esta postergación de los acontecimientos parece que dio tiempo al Gobierno para enterarse de los sucesos que se avecinaban; los cuerpos represivos o militares tomaron la delantera: desataron una ofensiva que, permitió la captura de muchos dirigentes, incluido Farabundo Martí. Sin amedrentarse por los fuertes golpes recibidos,

los revolucionarios se alzaron en el momento acordado en la región occidental del país. Gobiernos

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de obreros y campesinos se instalaron durante varios días en los poblados de Tacuba, Sonsonate, Juayúa, Zonzacate, Izalco, Nahuizalco y otros más. Pero armados por el imperialismo yanqui, el ejército y la aviación masacraron a los casi inermes rebeldes. La cárcel no salvó a Farabundo Martí de la muerte; fue fusilado el 7 de febrero de 1932. Como él 30.000 personas fueron asesinadas en la inhumana represión.100 La llamada República Socialista de Chile. Chile fue uno de los países latinoamericanos más

afectados por la gran crisis cíclica del capitalismo en 1929.101 La caída vertical de sus exportaciones que disminuyeron en un 85 por ciento, afectó la balanza de pagos y casi anuló sus compras al exterior. Desde entonces, el desempleo creció; se multiplicaron las quiebras de comercios; se paralizaron las obras públicas. En esa coyuntura el presidente de la República, Carlos Ibáñez, disolvió el Parlamento; en su lugar designó un dócil Congreso, con individuos que le ofrecían alguna simpatía o seguridad. A la vez, el hombre fuerte de Chile se apartó del imperialismo inglés para acercarse al norteamericano. Pero estas maniobras nada resolvieron; en 1931 el descontento social se convirtió en incontenible movimiento de repulsa al régimen personalista. En dichas circunstancias, Ibáñez tuvo que

renunciar al poder, el 26 de julio de 1931, que entregó a un ministro de su último gabinete: Juan Esteban Montero. Legalizado -en unas rápidas elecciones, el nuevo Presidente creyó que podría detener la oleada de exigencias y reivindicaciones populares gracias a un retorno al tradicional orden constitucional burgués, y mediante el regreso de los exiliados. Su ingenuidad desapareció el 23 de agosto de 1931, cuando empezó una huelga general convocada por la FOCH, organización sindical entonces dirigida por el esforzado luchador comunista Elías Lafferté.102 Unos días más tarde, una nueva sacudida estremecía la nación: la Marina de Guerra se había sublevado. La escuadra chilena fondeada en el puerto de

Coquimbo se rebeló el 1º de septiembre; el movimiento sedicioso pronto se extendió al resto de la flota, anclada en las bahías de Talcahuano y Valparaíso. Pero la insurrección naval no prosperó; los bombardeos indiscriminados de la aviación la derrotaron. Este desbalance de los enfrentamientos entre distintas ramas de las Fuerzas Armadas no

100 Roque Dalton: Las historias prohibidas de Pulgarcito. Editorial Siglo XXI, México, 1979. 101 Sergio Guerra y otros: Crónicas latinoamericanas, ed. cit. 102 Sergio Guerra y Alberto Prieto: Cronología del

movimiento obrero y de las luchas por la revolución

socialista en América Latina y el Caribe (1917-1939), Casa de las Américas, la Habana, 1980.

eliminó, por supuesto, la intranquilidad social; en el mes de diciembre se produjeron en Copiapó y Vallenar, graves choques entre los desempleados y los cuerpos represivos. Después continuó la proliferación de huelgas obreras y motines o conspiraciones militares. Al mismo tiempo alcanzaron gran importancia las ocupaciones de latifundios y tierras ociosas, protagonizadas en las regiones meridionales por el campesinado desposeído y los jornaleros sin trabajo. A mediados de 1932, en el seno de las Fuerzas

Armadas cobró vigor un complot encabezado por el coronel Marmaduke Grove, llamado Comodoro del Aire, luego de los sucesos de Coquimbo. El objetivo del jefe de la aviación era instaurar un sistema de gobierno que permitiera al Estado dirigir la caótica economía nacional; mejorar la terrible situación de los trabajadores. Para alcanzar este objetivo Marmaduke estableció contactos con grupos socialistas; entre los mismos sobresalía el denominado Nueva Acción Política, dirigido por Eugenio Matte Hurtado. Pero al enterarse de la conspiración, el Gobierno destituyó de su alto cargo a Grove; éste a su vez encontró un baluarte revolucionario en la Escuela de Aviación; desde allí se puso en contacto con sus simpatizantes en los distintos campamentos o guarniciones. De esa forma logró que bastantes efectivos del ejército pasaran a su bando; tras esta situación el presidente Montero se vio obligado a renunciar. En su lugar se estructuró una Junta integrada por Eugenio Matte Hurtado, Carlos Dávila y el general Arturo Puga, cuyo ministro de Defensa fue el propio Marmaduke. Enseguida, el nuevo órgano de poder decretó la “República Socialista de Chile”. A las pocas horas de instalarse en el Ejecutivo, la

Junta dictó sus primeras medidas; al 5 de junio prohibió el desalojo de los inquilinos con escasos ingresos; ordenó la devolución a sus legítimos dueños de los utensilios de trabajo y objetos indispensables para la vida empeñados en las Cajas de Créditos. También se repuso a los maestros cesanteados; se amnistió a los marinos encarcelados por la referida sublevación de la Armada. Después se empezó a perfilar una legislación en extremo peligrosa para la oligarquía y el imperialismo; se emitieron decretos que otorgaban poderes al Gobierno para hacer caducar las concesiones mineras y transformar el Banco Central (privado) en estatal. A la vez se comenzó a hablar de extender el control del Estado a los sectores claves de la economía interna y al comercio exterior; asimismo imponer altos gravámenes a las grandes fortunas. Por su parte, los militantes comunistas convirtieron el local de la casa universitaria en sede del Consejo de obreros y Campesinos. El embrionario proceso transformador tenía, sin

embargo, puntos muy débiles; en su propio seno, en

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la cúspide misma, operaba la contrarrevolución. En efecto, Carlos Dávila, jurista de largo historial panamericana, conspiraba desde el Ejecutivo con el propósito de impedir la radicalización; mientras el Partido Conservador pedía a Estados Unidos que invadiera Chile, el taimado tránsfuga juntista conspiraba con los altos mandos de las fuerzas armadas, para frustrar los anhelos de las mayorías. Así, el 16 de junio de 1932, a sólo 11 días de proclamada la “República Socialista”, un golpe de Estado militar detuvo el avance del país. En un desesperado intento por unir a las masas, desde el Palacio Presidencial (La Moneda), Marmaduke Grove se dirigió por radio a los trabajadores; al final de su emotivo llamado fue apresado por los golpistas y enviado junto con Matte Hurtado a un campo de concentración en la isla de Pascua. Luego, el reaccionario gobierno de Dávila persiguió con saña a los dirigentes populares; tomó crueles medidas represivas contra la población; se implantó el toque de queda y Santiago fue puesta bajo la ley marcial; se dictó una férrea censura de prensa; quedaron abolidas las libertades sindicales y políticas. De esa forma, el terror blanco se apoderó de la nación. El derrocamiento de Gerardo Machado en

Cuba. En el contexto de la gran depresión de 1929, la

crisis económica de Cuba quizás haya sido una de las más profundas del mundo, y con seguridad, la mayor de América Latina;103 ya antes de la referida conmoción financiera, en el país caribeño se sentían los efectos de la superproducción azucarera; el crack bursátil encontró a la República sin defensas. La realidad material cubana se agravó cuando en 1930 Estados Unidos impuso una tarifa proteccionista al dulce producto exportado por la isla.104 Pero dado que el capital yanqui poseía el 60 por ciento de las capacidades productoras del dulce cubano -que en más de sus tres cuartas partes se vendía al mercado norteamericano-, se creó una comisión mixta para analizar la paralización de esta industria azucarera. En las reuniones, el representante del Chase National Bank of the City of New York -del grupo Rockefeller- propuso el siguiente proyecto de medidas:105

1º Segregar un millón y medio de toneladas al producto cubano para venderlas a lo largo de un lustro fuera de Estados Unidos. 2º Limitar las exportaciones azucareras de

Cuba hacia Estados Unidos hasta 1934, y participar después en los aumentos de consumo

103 Lionel Soto: La revolución del 33, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977. 104 Julio Le Riverend: Historia económica de Cuba, Edición Revolucionaria, La Habana, 1971. 105 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 273 y ss.

que tuviesen lugar en este país. 3º Las áreas azucareras de Estados Unidos y

sus colonias -Puerto Rico, Filipinas y Hawai- mantendrían hasta 1933 el nivel de sus producciones en la cima alcanzada tres años antes, con derecho a incrementarlas más tarde sin superar el 56 por ciento del abastecimiento del mercado yanqui. El Plan Chadbourne -nombrado así por el apellido

de su progenitor- fue prohijado sin el menor titubeo por el gobierno de Gerardo Machado. De esta forma, la burguesía azucarera cubana contribuyó a comunicarle a la crisis económica una pavorosa agudeza; acercó el estallido revolucionario que se gestaba contra el tirano, instalado en la Presidencia desde 1925. A medida que la depresión avanzaba en Cuba, los

esfuerzos del Partido Comunista por llevar el aliento de la lucha a las masas laboriosas, y organizarlas para esos fines, se abrían paso. A la vez, bajo su dirección, en diciembre de 1932, se constituyó el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera; éste aglutinó al mayor contingente proletario de la isla. Con esta fuerza estructurada, al comenzar la zafra de 1933, se desató un importante movimiento huelguístico cuyas repercusiones más intensas se produjeron en la provincia de Las Villas y también las hubo en la zona oriental de Manzanilla donde se hallaban los centrales “Mabay”, “Niquero”, “Isabel” (“Media Luna”), “Romelia” y “Esperanza”;106 se llegaron a sostener, incluso, encuentros armados con la Guardia Rural en la zona villaclareña de Nazábal107. Estos éxitos permitieron que al final de la zafra de 1933 el Partido Comunista planteara: “La victoria de la Revolución Agraria y antiimperialista, será lograda mediante la alianza de la clase obrera y del campesinado, arrastrando a las capas pobres de la pequeña burguesía urbana, bajo la hegemonía del proletariado.”108 Después se establecía que habría de constituirse

“un gobierno soviético (de Consejos Obreros, Campesinos y Soldados) como prerrequisito para la transformación de esta revolución en la revolución proletaria”.109 Al respecto, el destacado historiador cubano Lionel Soto explica:

Las tácticas esbozadas para conseguir la revolución agraria y antiimperialista -que no eran de exclusivo pequeño nacional, sino que se atenían, en general, a las tácticas trazadas por la Internacional Comunista- llevaban un sello que, difícilmente, atrajera a un frente unido con la clase obrera y el PC a los sectores de la pequeña burguesía urbana y rural, es decir, a la masa de colonos, estudiantes, pequeños comerciantes e

106 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 157. 107 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 160. 108 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 164. 109 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 164.

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industriales, etc. El PC proponía el “frente único por la base” y, prácticamente, desconocía a los dirigentes -buenos o malos- de todos los demás organismos que no estuvieran dirigidos por los comunistas y sus aliados. Su concepto de “arrastrar” a las capas pobres de la pequeña burguesía, no cuadraba muy bien con las realidades (...). En una palabra, el PC sólo concebía dos momentos de poder: el de la oligarquía y el de clase obrera en alianza con los campesinos, etc., bajo la dirección del PC. En consecuencia, no entraba en sus cálculos la posibilidad de un Gobierno de la pequeña burguesía; un Gobierno del nacional reformismo con incrustaciones antiimperialistas.110 Lionel Soto concluye: Por otra parte, la tesis de la formación de

“soviets de obreros, campesinos y soldados” y del “gobierno soviético”, desde el mismo instante de tomar el poder para llevar a cabo la revolución de liberación nacional, empavorecía a la pequeña burguesía urbana y a no pocos campesinos, incluso, pobres. A más, que la propia palabra “soviet” constituía una desventaja semántica y traía el perfume de algo extraño y tremendo. La tesis de la insurrección armada sostenida por el PC, igualmente, adolecía de todos los defectos anteriores, pues se basaba esencialmente en el armamento de los obreros en sus fábricas aisladas unas de otras y en el posible levantamiento en su favor de sectores de soldados y marinos -en reminiscencia de la Revolución rusa- y no en la creación de grupos armados que obedecieran a sus leyes militares autónomas y que constituyeran un verdadero ejército popular.111 Mientras se gestaba y estallaba el movimiento del

proletariado azucarero y de otros sectores del trabajo, los organismos políticos de la oposición burguesa y pequeñoburguesa se acercaban. A finales de marzo de 1933, después de estremecedoras huelgas, manifestaciones y “marchas de hambre”, en Miami (Estados Unidos) dichos elementos -aglutinados en la Junta Cubana de Oposición- dieron a conocer un manifiesto que, entre otras cuestiones, decía:

...sólo anhelamos propender al establecimiento de un gobierno provisional que propicie campo de derecho a todos los ciudadanos, sin distinción de sus anteriores opiniones, a fin de que Cuba elija, en comicios intachables, sus legítimos representantes, y éstos decidan, como apoderados inexpugnables, la marcha futura de la República bajo los principios consagrados por el esfuerzo de heroicas generaciones, de soberanía y democracia.112

110 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 169. 111 Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., t. II, p. 170. 112 Citado por Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., p. 172.

El manifiesto de la Junta no podía ser más conservador; nada en él traducía el menor espíritu transformador. En esa coyuntura, Antonio Guiteras precipitó la realización de planes insurrecciónales en Oriente en conexión con el Directorio Estudiantil Universitario, que nucleaba a la porción más radical y revolucionaria de la pequeña burguesía urbana; organizó grupos de acción en San Luis, El Caney, Santiago de Cuba, Holguín, Victoria de Las Tunas, Bayamo, Manzanillo y otras ciudades. Pero el alzamiento del 29 de abril de 1933, fracasó. Fue entonces cuando los trabajadores de los ómnibus urbanos tomaron la iniciativa en la lucha antimachadista, al declararse en huelga el 5 de julio. Después vino la avalancha. A los doce días cerró el comercio de La Habana, Santiago de Cuba y demás ciudades; los comerciantes, unidos a grupos industriales, efectuaron una concentración en la capital para esgrimir un pedido de amnistía fiscal junto con otras reivindicaciones. El 19, los maestros se manifestaron en todo el país contra la rebaja de sueldos y el atraso en sus pagos. Siguieron protestas de empleados públicos y huelgas locales, así como demostraciones de obreros, estudiantes y hasta veteranos de la Guerra de Independencia. En fin, se avizoraba una situación revolucionaria

cuya posibilidad objetiva radicaba en la explosiva conjunción de la violenta crisis económica con la prolongada opresión política. Las potencialidades subjetivas se desprendían del alto grado de politización de las clases populares, especialmente urbanas -proletariado y pequeña burguesía- en las cuales los sentimientos antinjerencistas, antiimperialistas y nacional liberadores, habían cobrado enorme fuerza junto a la creciente conciencia de que la fuente de sus miserias materiales provenían, sobre todo, de la explotación sufrida a manos de los monopolios yanquis. De ese modo, la sociedad cubana se encontraba madura para la explosión revolucionaria. La huelga general política de todo el pueblo,

encabezada por la clase obrera bajo la conducción del luchador comunista Rubén Martínez Villena, paralizó el país a partir del domingo 6 de agosto de 1933. Al día siguiente tuvo lugar la más grande masacre del machadato; las masas se habían adueñado de las calles y se dirigían al Congreso -a menos de ocho cuadras del Palacio Presidencial- cuando la policía atacó de manera salvaje a la muchedumbre. Hubo dieciocho muertos y casi cien heridos. Pero la matanza enardeció los ánimos en vez de amilanarlos; repercutió hasta en los más recónditos lugares de la república. Al mismo tiempo, el Gobierno de México

comunicó al de Estados Unidos que una intervención unilateral en Cuba no sería aprobada por América Latina. El día 11 de agosto algunos batallones del ejército se rebelaron; dicho gesto sólo tenía por

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objetivo distanciar del Presidente al más firme apoyo del régimen, cuya autoridad se desmoronaba debido a la huelga general. Por fin, el 12 de agosto de 1933, Gerardo Machado renunció; se dio a la fuga hacia el extranjero. En impresionante movilización las masas se lanzaron entonces por toda la isla a hacer justicia por su cuenta. Tres días duró la incontrolable situación. El derrocamiento de Machado obligó a la nueva

jefatura militar a destituir mandos, rebajar de servicio, retirar o expulsar, e incluso detener y enjuiciar a decenas de oficiales notorios por sus faenas criminales durante la tiranía. Por supuesto, dicha depuración quebrantó la disciplina y autoridad antes existente en las Fuerzas Armadas; a partir de ese momento afloraron múltiples contradicciones entre la oficialidad y la tropa acaudillada por los sargentos. Por esto, en Cuba se debilitaron el Estado oligárquico y el poder político del imperialismo. Sobrevino entonces un período de dispersión de las fuerzas más reaccionarias, y un dominio de la escena pública por parte de las clases populares; el efímero gobierno presidido por Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, hechura grotesca de los imperialistas yanquis -mediante la obra de su agente diplomático, míster Summer Wells-, era la estampa absoluta del desprestigio. Las características de esa interinatura fueron descritas de esta manera por la Central Sindical cubana:

... bajo la dirección revolucionaria de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, y del Partido Comunista, han arrancado las masas en los sectores más importantes de la lucha sus demandas inmediatas, que deben mantenerse firmes ante el Gobierno Provisional, que sustituye al régimen criminal de Machado como representante también de los intereses de nuestros verdugos y explotadores113. En dichas circunstancias el Directorio Estudiantil

Universitario era el movimiento político capaz de nuclear a los sectores de la población ajenos a la oligarquía y al Partido Comunista; en su dirigencia se producía una evolución hacia posiciones de izquierda, cuyo “Programa Estudiantil” también correspondía al mínimo exigido por las fuerzas proclives al nacionalismo. En síntesis, esa organización esgrimía un moderado proyecto transformador democrático-burgués con matices antiimperialistas; el mismo podía representar una apertura apoyable por los revolucionarios consecuentes siempre que explicaran al pueblo sus limitaciones La crisis política originada en el machadato tuvo

un desfogue a medias en los sucesos del 12 de agosto y días inmediatos posteriores; nadie estaba satisfecho, y mucho menos la clase obrera y las 113 Citado por Lionel Soto: La revolución del 33, ed. cit., p. 396.

masas pequeñoburguesas de las ciudades; constituían las fuerzas sociales más despiertas, politizadas y dispuestas a la acción. A esta realidad se debe añadir que el desajuste económico era espantoso; los campesinos pobres y medios -e incluso no pocos ricos- se debatían en la miseria o en la ruina; la débil e irrelevante burguesía nacional vivía al borde de la bancarrota; inclusive los sectores menos enriquecidos de la burguesía agroexportadora habían perdido parte de sus propiedades o pendía sobre ellos el azote de las hipotecas vencidas. Por supuesto, dicho caos originaba convulsiones

permanentes que el gobierno de Céspedes no podía siquiera mitigar; se requerían medidas profundas que beneficiaran a las clases trabajadoras para ver la efervescencia declinar. Pero aquéllas no podían ser tomadas sin que elementos populares tomasen las riendas del Estado; se había creado una situación revolucionaria. En este contexto la insubordinación (4 de septiembre de 1933) de los alistados -expresión neta del movimiento de masas que profundizaba su influjo y se hacía cuerpo en las filas del Ejército y de la Marina de Guerra- se convirtió en acto revolucionario al abrazar el programa del Directorio Estudiantil Universitario. Uno de los actores de dichos sucesos, Ramón Grau San Martín, los describió de la siguiente manera:

Todos los sectores netamente revolucionarios protestaban de la nueva violencia que se hacía sobre la voluntad popular. Nadie hubiera podido predecir que aquel descontento profundo hijo de la frustración de los objetivos revolucionarios, iba a culminar en un verdadero golpe de Estado. Y fue así, sin embargo. La más asombrosa peripecia se produjo el 4 de septiembre, a los veinte días de constituido el gobierno mediacionista. Los sargentos conspiraban en las muy desunidas y desorientadas filas del Ejército. El momento era propicio, y ellos, hablando a los soldados de reivindicaciones baladíes, los estaban haciendo conspirar. Así fueron eliminados los oficiales del Ejército y sustituidos por los sargentos. Temían éstos, sin embargo, la gran repercusión civil que podía tener su gesto. Por eso fueron a buscarnos y a solicitar que formáramos un gobierno. Así se constituyó el gobierno provisional, colegiado, la Pentarquía, del cual formé yo parte, que trató de llevar a cabo la implantación de los principios revolucionarios.114 La insubordinación de la tropa descubrió un

desacato general a todas las autoridades constituidas, en un acto carente de miras de fondo propias. Por eso, los gestores de la rebeldía castrense se acogieron al ideario estudiantil, cuyos dirigentes sin éxito habían buscado por otras vías la forma de dotarse de una fuerza armada. El inopinado encuentro selló el

114 Lionel Soto: La revolución del 33, ad. Cit. t. 3, p. 70.

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pacto que dio vida a un Gobierno revolucionario pequeñoburgués; el Partido Comunista, que había esgrimido la consigna de “Soviets de obreros, campesinos y soldados”, era una fuerza aislada de las organizaciones de la pequeña burguesía. Además, aunque la oligarquía no podía ya gobernar, el proletariado no poseía aún la fuerza suficiente para asaltar el poder estatal. El gobierno colegiado de la Pentarquía -a pesar de

sus inconsecuencias- era pequeñoburgués; se había instaurado en contra de la voluntad del imperialismo y de la oligarquía115. Pero la Pentarquía, debido a su heterogeneidad, llevaba en su seno los gérmenes de su disolución. Junto a esto, la flagrante amenaza de intervención yanqui -cuya escuadra rodeó la isla-, las conspiraciones de la desplazada oficialidad, y las vacilaciones o temores de algunos pentarcas, llevaron al Gobierno colegiado a su final. Sólo Ramón Grau San Martín se dispuso a jugarse el todo por el todo; aceptó, el 10 de septiembre de 1933, la proposición del Directorio Estudiantil Universitario de ocupar la Presidencia. Su Gobierno representó un escalón más elevado del avance revolucionario pequeñoburgués. La posición más espinosa y comprometedora del

Gabinete (Secretario de Gobernación) la ocupó Antonio Guiteras Holmes, el dirigente más definido y audaz de la extrema izquierda pequeñoburguesa, o sea, la parte nacional revolucionaria de esta clase. El primer acto gubernamental fue trascendente: repudio a los preceptos de la Enmienda Platt, como muestra de la voluntad antiimperialista que respondía a las más profundas aspiraciones de la nación cubana. Pero el ala derechista de la pequeña burguesía existía; representaba el capitulacionismo, así como la entrega a la oligarquía y al imperialismo; la dirigía Fulgencio Batista, quien había ganado el liderazgo del movimiento militar del 4 de septiembre tras arrebatarlo al honesto y revolucionario antiimperialistaa Pablo Rodríguez. El triunfo de aquel sargento-mayor se debió a que expresaba mejor la voluntad de la masa de alistados; tenía todos los defectos y deformaciones de una Institución concebida para reprimir, así como todos sus vicios tradicionales de latrocinio y depravación. Luego, Batista alió al ejército con los pequeñoburgueses del ABC -organización de ideología facistoide- que en razón de malversaciones y negocios sucios cambiaron de clase y se metamorfosearon en parte del bloque encabezado por la burguesía dependiente del imperialismo. En la puja por el poder, las fuerzas con rapidez se

polarizaron alrededor de las dos tendencias extremas, capitaneadas por Batista y Guiteras; Grau quedó en el medio -a veces equidistante-, aunque en la mayoría de las oportunidades se dejó arrastrar por la

115 Lionel Soto: La revolución del 33, ad. Cit. t. 3, p. 83.

izquierda116. De este modo se emitieron los decretos más avanzados y resueltos del Gobierno: leyes sobre el trabajo -jornada de ocho horas, retiros y seguros por accidentes-, contra la usura, así como acerca de la rebaja de las tarifas del fluido eléctrico. Después se extendieron las funciones y el carácter constitucional de los Tribunales de Sanciones, para propender la expropiación de los bienes malversados por los machadistas. Por último, el 14 de enero, por orden de Guiteras, se intervino la “Compañía Cubana de Electricidad”, subsidiaria del monopolio norteamericano Electric Bond and Share Company. Sin embargo, el Secretario de Gobernación -que

además tenía plena conciencia de la necesidad de constituir una fuerza armada verdaderamente revolucionaria y confiable para quienes perseguían objetivos nacional-liberadores- no tuvo ya tiempo para alcanzar sus propósitos; en esos momentos Batista conminaba a Grau para que dimitiera. Y a las 4:30 de la tarde del 15 de enero de 1934, el ingeniero Carlos Hevia asumió la Presidencia de la República. ¡En esencia se había producido un golpe de Estado contrarrevolucionario sui géneris! De tal modo se estrenó el batistato, caracterizado por la entrega total al imperialismo yanqui y por el más crudo terror antipopular, así como por los robos y malversaciones. Ascenso del patriotismo militar

pequeñoburgués en Bolivia y Paraguay. Los antecedentes de la Guerra del Chaco

conducen hacia los intereses petroleros del imperialismo yanqui. Estos se habían asentado en la meridional zona trasandina en 1922, al poco tiempo de haberse descubierto el codiciado oro negro en los departamentos bolivianos de Santa Cruz, Tarija y Chuquisaca. Cinco años más tarde, la Standard Oil Company of New Jersey controlaba en ese país diecinueve áreas petrolíferas; las más importantes eran las de Bermejo, Catamandi y, sobre todo, Sanandita y Camiri, cuyos ricos yacimientos animaron a los monopolios norteamericanos a construir sendas refinerías. Existía, sin embargo, un gran obstáculo para la masiva exportación del petróleo ubicado en los límites del Chaco: la mediterraneidad de Bolivia. El desarrollo técnico de entonces no permitía aún constituir un oleoducto a través de Los Andes y que desembocara en las costas del Pacífico. Por eso, la Standard urgió al Gobierno boliviano a solicitar a Argentina permiso para construir uno, hasta cualquier puerto profundo en el río Paraná. Pero el imperialismo inglés no deseaba facilitar los progresos de su poderoso rival; aprovechó la influencia que había recobrado en Buenos Aires tras la presidencia de Irigoyen para

116 Lionel Soto: La revolución del 33, ad. Cit. t. 3, p. 97 y ss.

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oponerse a la referida petición. Con estas instrucciones, Yacimientos Petrolíferos Fiscales rechazó la demanda. Además, dicho organismo estatal -rector de esa actividad económica-, aumentó los impuestos sobre el petróleo boliviano con el propósito de hacer incosteable su venta en Argentina. La negativa sólo dejaba como solución, que la Standard exportase el oro negro a través de las aguas del río Paraguay. Estas llegaban a Bolivia sin el caudal y profundidad suficientes, que permitieran su empleo por petroleros o chalanas remolcadoras. Por lo tanto, la Standard necesitaba la autorización de Asunción para colocar los tubos de su oleoducto hasta un apropiado puerto fluvial paraguayo. A la vez anhelaba que este Gobierno le otorgara el derecho de prospección sobre El Chaco, donde se presumía la existencia de grandes mantos petrolíferos. Pero el Gabinete gubernamental asunceño, también sometido a la tutela de los imperialistas británicos denegó asimismo cualquier entendimiento con los consorcios norteamericanos. La crisis de 1929 sacudió con vigor la economía

de Paraguay; estallaron grandes huelgas e imponentes manifestaciones de obreros y desempleados; los mismos protestaban por la indolencia oficial ante la miseria sufrida por las masas. En represalia, el presidente de ocasión, José P. Guggiari, ametralló a los estibadores de Puerto Pinasio; disolvió los sindicatos; el 23 de octubre de 1931 ordenó una matanza de estudiantes. En ese clima de represión y violencia se efectuaron comicios generales; su resultado en nada ayudó a resolver las cuestiones materiales ni a calmar la inquietud social. Por el contrario, el nuevo presidente, Eusebio Ayala, cada vez se inclinó más por desviar la atención popular de sus verdaderos problemas y hacia el sensible tema de límites en la indefinida frontera con Bolivia; esperaba de esa forma evitar el estallido revolucionario de los estratos humildes y clases explotadas. En Bolivia,117 mientras tanto, la gran depresión

cíclica del capitalismo afectó mucho los ingresos del Estado, así como el nivel de vida del proletariado minero y de los empleados urbanos; sus actividades se vinculaban con las exportaciones hacia el mercado mundial. En estas circunstancias los obreros y la pequeña burguesía citadina exigieron una política de protección a sus intereses. En cambio, la gran burguesía minera -conocida como “La Rosca”-, cuyo núcleo principal lo componían los “tres barones del estaño” -Carlos V. Aramayo, Mauricio Hoschild y Simón Patiño-, deseaba descargar sobre los pobres el peso de la terrible crisis. Ante esta disyuntiva, el presidente Hernán Siles preparó una legislación fiscal para elevar los impuestos a las ganancias de las

117 Ver Sergio Guerra y Alberto Prieto: Crónicas

latinoamericanas, Casa de las Américas, La Habana, 1975.

compañías mineras. La cúspide oligárquica preparó entonces un golpe de Estado; el mismo entregó el Gobierno a una Junta Militar. Esta celebró unas rápidas elecciones basadas -como siempre- en el elitista voto censitario; devolvió el 5 de marzo de 1931, el mando a dos políticos tradicionales: Daniel, Salamanca, presidente; Luis Tejada Sorzano, vicepresidente. Pero, como en el Paraguay, nada cambió en Bolivia tras los comicios. Entonces, frente a la creciente ira de asalariados y pequeños propietarios, las nuevas instancias de poder agitaron de manera demagógica las consignas de reclamar un beneficioso trazado de la imprecisa frontera con la vecina república rioplatense; pensaba eludir, de esa manera, cualquier explosión social. La creciente rivalidad entre los gobiernos de

Bolivia y Paraguay encontró el interesado apoyo de los imperialismos yanqui e inglés, respectivamente; este último se manifestaba mediante sus agentes en el equipo gubernamental de Argentina; en julio de 1932, el ministro argentino de la Marina, Pablo Casal, expresó el respaldo de su país al Paraguay en la cruel guerra iniciada en El Chaco. Dicho conflicto había estallado un mes antes alrededor del fortín Pitiantusa en el área de 160.000 kilómetros cuadrados que conforma El Chaco. En éste, salvo unas pocas colinas, no existe una

simple altura superior a los 50 pies. Por su parte, el subsuelo a 1,5 metros de la superficie de arena y marga, es un lecho de arcilla que parece ser absolutamente impermeable; durante la estación lluviosa, una vez saturado de agua el suelo, se forman extensos lagos temporales de dos a cuatro pies de profundidad. En tiempos de seca, en contraste, el precioso líquido es muy es caso; su aprovisionamiento se convierte en un problema muy serio. Esto motivó que los combates por los oasis se convirtieran en luchas muy sangrientas; cuando un contendiente se vea obligado a ceder ante el otro, previo su abandono del lugar, envenenaba los pozos con ácidos tóxicos. En esas condiciones combatían ambos ejércitos; pronto los mismos recurrieron a un sistema de profundas trincheras cuyo más alto exponente fue la línea Nanawa-Gondra-Arce-Herrera-Toledo. En enero de 1934, las tropas paraguayas habían

avanzado casi hasta Ballivián -en la margen septentrional del río Pilcomayo- a 400 kilómetros del frente original de guerra. Dicho baluarte para la fortaleza más poderosa de El Chaco; protegía el principal punto de abastecimiento de las fuerzas bolivianas; Villa Montes, situada a unos 320 kilómetros hacia el norte, se encontraba en las primeras estribaciones de los Andes, la pérdida de esa estratégica posición implicaría la pérdida de El Chaco por Bolivia; vería amenazados sus yacimientos en manos de la Standard, la toma de Ballivián en noviembre por los paraguayos les abrió

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el camino hasta el río Parapití, cerca de cuyas márgenes se encontraba Camiri, con sus pozos y refinería de petróleo. Entonces, el imperialismo yanqui trocó su abundante ayuda militar -camiones, aviones “Curtiss-Wright”, cañones- en frenéticas gestiones diplomáticas, que abocó a los contendientes al armisticio del 12 de julio de 1935. El combate entre monopolios petroleros

estadounidenses y británicos se desplazó después a la mesa de negociaciones; en la Conferencia de Paz celebrada en Buenos Aires, cada parte esgrimía sus reivindicaciones para delimitar las futuras fronteras. Esa era la situación cuando en junio de 1936, Spruille Braden, representante de Washington en dicho cónclave, informó que según las últimas investigaciones geológicas de la Standard, en la zona de El Chaco, ocupada por Paraguay, no había petróleo. Añadió que, en caso de existir, estaría a tal profundidad, que su extracción no resultaría beneficiosa para los consorcios. Desde ese momento, los norteamericanos moderaron su respaldo a las exigencias bolivianas; en conclusión, dos tercios del territorio en disputa pasó al Paraguay; mientras, los campos petrolíferos y el anhelado Puerto Suárez quedaron al servicio de la Standard establecida en Bolivia. ¿El costo de la pugna? ¡Ciento veinte mil muertos latinoamericanos! Las derrotas de Bolivia durante la guerra crearon

una temprana efervescencia política en el seno de sus fuerzas armadas. Esa inquietud se manifestó el 27 de noviembre de 1934 al ser derrocado el presidente Salamanca por la oficialidad joven. Una vez terminado el conflicto, dicha intranquilidad se multiplicó por las noticias que informaban acerca del papel desempeñado por la Standard en el desencadenamiento de las hostilidades. En consecuencia se ordenó una amplia investigación al efecto; la misma puso al desnudo la podredumbre de las altas esferas gubernamentales y su connivencia con el conocido monopolio yanqui. Pero el descontento no se manifestaba sólo en el ejército; las masas pequeñoburguesas llevaban a cabo una serie de manifestaciones que, junto a las huelgas obreras, culminaron en el gran paro general del 10 de mayo de 1936. Los jóvenes oficiales bolivianos, en gran parte de

extracción pequeñoburguesa, se dispusieron a convertir en fuerza su disgusto; para alcanzar ese objetivo, se estructuraron en logias militares; la más importante fue la “Mariscal Santa Cruz”. Encabezada por el coronel Germán Busch, quien dirigió la rebeldía militar que el 17 de mayo de 1936 depuso al presidente Tejada Sorzano y entregó el poder al también coronel David Toro. De esta manera, en el país terminó la llamada “República liberal”. No obstante, al frente del Ejecutivo, Toro no dispuso las avanzadas medidas que de él se esperaban; se enredó en los litigios que oponían a los distintos grupos

burgueses; sólo efectuó algunos cambios en la superestructura. Así, creó la Secretaría de Trabajo -para ocuparse de los asuntos laborales-; prohibió las organizaciones políticas de la oligarquía; auspició el surgimiento del gubernamental Partido Socialista. También permitió (agosto) la organización de asociaciones campesinas y sindicatos proletarios, que luego se aglutinaron en la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia. Sin embargo, el empuje progresista reclamaba

mayor audacia; Toro entonces fue animado a dar vida a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos; ello, por otra parte, no implicaba la monopolización de esa trascendente actividad económica. Dicha institución estatal sólo fue encargada de hacer cumplir el decreto del 20 de junio de 1921; el mismo estipulaba que ninguna concesión petrolera podía abarcar más de 100.000 hectáreas, ni otorgarse por un plazo mayor de 55 años. Al poco tiempo se evidenció, no obstante, que llevar a la práctica la referida ley conducía en realidad a despojar a la Standard de casi todas sus propiedades en la república. Por esto se emitió, el 13 de marzo de 1937, la “Resolución Suprema”; ésta declaraba caducas todas las concesiones de ese monopolio; revertía sus bienes al Estado. ¡Era una típica medida nacionalista que afectaba al imperialismo; la Standard perdió 31 pozos de petróleo, 2 refinerías, y 7.000.000 de hectáreas! El nacionalismo pequeñoburgués del coronel

David Toro no implicó, sin embargo, transformaciones democrático-burguesas ni preocupación alguna por el mercado interno y su ampliación; tampoco existía en Bolivia ni siquiera una potencial burguesía nacional que auspiciara dichos cambios. A pesar de ello, los sectores más avanzados de la pequeña burguesía eran conscientes de que no saldría de su estancamiento y atraso social si no afectaba la obsoleta base económica; las medidas supraestructurales no eran suficientes para garantizar el éxito de esa compleja tarea. Esta comprensión condujo al coronel Busch a separar a Toro de su alto cargo, que personalmente ocupó. Una vez proclamado Presidente (1938), Busch dictó una Constitución que reivindicaba la propiedad estatal sobre las riquezas naturales; mencionaba funciones sociales para las propiedades privadas; reconocía el derecho de los campesinos a sus ancestrales tierras comunales. También se promulgó el primer Código de Trabajo; se creó el Banco Minero -dirigido por Víctor Paz Estenssoro- con el propósito de proteger y fomentar la pequeña minería; se disolvió el reaccionario Congreso; se estableció el monopolio estatal sobre las divisas extranjeras como medio de controlar el comercio exterior. ¡Comenzaba el importante proceso de transformación social cuando -misteriosamente- en el Palacio Presidencial, apareció muerto de un balazo, el 23 de agosto de 1939,

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Germán Busch! Entonces se evidenciaron con toda su fuerza las debilidades de un movimiento progresista apoyado sobre todo en la preeminencia del ejército tradicional; mediante la disciplina cuartelaria los mandos superiores recuperaron su dominio sobre la tropa; clausuraron las hermosas perspectivas que se abrían paso para los humildes. El renovado dominio político de La Rosca sobre

Bolivia fue puesto en peligro por la aparición de nuevas fuerzas populares. La primera (julio de 1940) fue el Partido de Izquierda Revolucionario, autoproclamado marxista-leninista; llegó a controlar un sector considerable del movimiento obrero boliviano a pesar del rumbo pequeñoburgués de sus dirigentes y de sus errores tácticos. La segunda, el 10 de mayo de 1942, fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido de la pequeña burguesía influida por el Aprismo; dirigido por Víctor Paz Estenssoro no proyectaba grandes transformaciones sociales como el PIR; su programa proponía supeditar la gran minería al Estado en vez de nacionalizarla; reglamentar el trabajo de los aparceros en lugar de realizar una Reforma Agraria. La tercera fue la logia militar Razón de Patria (RADEPA), heredera de la creada por Busch; funcionaba con importantes núcleos opositores sobre la base de una plataforma común: control estatal de la minería. Los planes empezaron a cumplirse cuando el 20

de diciembre de 1943 el Gobierno oligarca fue derrocado; en el Ejecutivo se asentó el mayor Gualberto Villarroel. Ese militar enseguida enfrentó la hostilidad del imperialismo norteamericano; éste lo tildó de totalitario; suspendió las relaciones comerciales con Bolivia y canceló cualquier negociación futura concerniente a las ventas de estaño a Estados Unidos, el principal comprador de dicho mineral. Con el propósito de evitar las consecuencias del tácito bloqueo económico, Villarroel convocó a elecciones parlamentarias el 2 de julio de 1944; fueron ganadas por el MNR. Entonces el nuevo Congreso eligió a Villaroel como presidente de la República; éste integró su gabinete con muchos miembros de ese partido. De inmediato se fundaron el Ministerio de Trabajo y Previsión Social y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, encabezada por un ex perforista de Catavi: Juan Lechín. Luego se reconoció a la Unión Soviética; además, casi se estableció el monopolio del Ministerio de Hacienda sobre las divisas del país. Más tarde se expropiaron todos los yacimientos auríferos de Carlos V. Aramayo, principal burgués de la República junto a Mauricio Rochshild y Simón Patiño. Por último, tras efectuarse (abril de 1945) el Primer Congreso indígena, Viilarroel suprimió las relaciones feudales de producción sufridas por el campesinado mediante servicios personales o renta en trabajo. ¡Al fin se

atacaba en Bolivia la base económica medieval! En el propio mes se anunció la acometida de una Reforma Agraria por la zona de Tarbuco. El conjunto de esas transformaciones democrático-burguesas -puesto que en algunos acápites afectaban a la cúspide capitalista-, nutrieron la nueva y progresista Constitución boliviana de 1945. Pero las buenas intenciones gubernamentales no estaban acompañadas del efectivo control de los principales recursos económicos de la nación; la alta burguesía y los terratenientes no fueron afectados de manera sensible en sus ingresos, por ello pudieron acometer gestiones desestabllizadoras. También, la incomprensión de algunos movimientos de avanzada, aún poco acostumbrados a presenciar el florecimiento de insospechadas tendencias patrióticas en el seno de las tradicionales fuerzas represivas, ayudaron a debilitar la gestión de Villarroel. Así la oposición oligarca se unió al descontento de la alta oficialidad; junto con una huelga de maestros -convocada por el PIR-, puso al Gobierno al borde del desplome. La derecha, acaudillada por Aramayo, pasó a la

ofensiva con asaltos armados, el 13 de junio de 1946, al cuartel de Calama y la base aérea de El Alto; aunque fracasados, dichos ataques lograron galvanizar a los heterogéneos opositores. La conducción del proceso transformador comenzó a escaparse de las manos de Villarroel, cuando alocados oficiales jóvenes atacaron a balazos, el 19 de julio de 1946, a unos manifestantes del aristocrático barrio de Sopocachi. Aunque eran de ricos, el efecto producido por los cadáveres regados en las calles aledañas a la Plaza Murillo fue terrible; las discrepancias en el seno de las Fuerzas Armadas se agigantaron; el rechazo a las insensatas muertes devolvió el dominio de la tropa a la vieja oficialidad conservadora. Después se obligó a Villarroel a renunciar. Pero cuando éste redactaba su dimisión, una iracunda turba sedienta de venganza asaltó el palacio del Ejecutivo; asesinó al Presidente; lo lanzó por un balcón, y por el pavimento arrastró su cadáver, cuyos restos luego fueron colgados de una farola. A partir de entonces el terror oligarca se adueñó de Bolivia. En Paraguay,118 durante la Guerra de El Chaco, el

Gobierno liberal recurrió al reclutamiento de amplísimos sectores de la población con el objetivo de sustituir las bajas provocadas por el conflicto. Ese procedimiento abarcó incluso -como en Bolivia- determinados estratos de la oficialidad, repuesta con jóvenes procedentes de la pequeña burguesía. Estos pronto se sintieron émulos o herederos de la gesta encabezada por el mariscal Francisco Solano López; generaron sentimientos contrarios al “legionarismo

118 José Félix Estigarribia: The Epic of the Chaco War

(1932-1935), Marshal Estigarribia's Memories, The University of Texas Press, Austin, 1937.

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traidor y entreguista”, como denominaron a quienes gobernaron respaldados por los intereses extranjeros, después de la epopéyica Guerra de la Triple Alianza. Por eso, una vez firmada la paz, el presidente Ayala comenzó a desmovilizar a todos los participantes de dicha tendencia. Entre esos ex combatientes se encontraba el coronel Rafael Franco,119 el más destacado, eficaz y temerario jefe de división paraguayo; éste dirigía una asociación de veteranos. La repulsa de los militares a la política de

licenciamientos condujo a la “Revolución de Febrero” (17 de febrero de 1936), como los efectivos sublevados denominaron a la insurrección acaudillada por los jóvenes oficiales. Derrotados los cuerpos que ofrecieron resistencia, el Presidente y los máximos jefes del ejército fueron expulsados del país; se constituyó una Junta Provisional dirigida por Franco. Desde el poder, éste trató de aglutinar a las masas en la Unión Nacional Revolucionaria; disolvió el Congreso; ilegalizó al Partido Liberal; derogó la Constitución de 1870; en el centro de la capital erigió un monumento a los beneméritos del Paraguay, al que trasladó las cenizas de Solano López junto con los restos del Soldado Desconocido de la Guerra de El Chaco. Al mismo tiempo se emitió una ley de Reforma

Agraria destinada a liquidar los latifundios con sus inmensas extensiones Improductivas, casi siempre en manos de compañías extranjeras; se pensaba entregar a los veteranos y a los campesinos sin tierras, pequeñas fincas, cuyas producciones recibirían precios decorosos fijos y el respaldo del recién organizado Crédito Agrícola Estatal. Después, Franco creó el Ministerio de Salud Pública; dispuso la asistencia médica obligatoria en los centros fabriles; inauguró 400 escuelas primarias; instituyó el Departamento Nacional del Trabajo -el cual atendía los conflictos con los patronos-; implantó el máximo de 8 horas diarias de labor para todos los asalariados; aumentó los sueldos en un 50 por ciento; auspició los sindicatos, que celebraron, el 15 de abril de 1936, un Congreso unitario en la capital, donde participaron de manera muy activa dirigentes obreros comunistas; forjaron la Confederación de Trabajadores del Paraguay. Después se anunció la nacionalización de los recursos naturales del país. Pero el incipiente proceso transformador democrático-burgués fue frustrado por la sublevación (13 de agosto de 1937) del sector aún controlado por la reaccionaria oficialidad liberal; al triunfar, los oligarcas establecieron el estado de sitio; persiguieron a los militares “febreristas”, y proscribieron todas las organizaciones populares.

119 Rafael Franco: El vencedor del Chaco, coronel R.

Franco, escribe para Marcha, en Hugo Alfaro: Antología

de Marcha (1939). Montevideo, 1970, pp. 165-173.

5. FRUSTRACIO"ES REVOLUCIO"ARIAS DURA"TE LA SEGU"DA ETAPA DE LA CRISIS GE"ERAL DEL CAPITALISMO.

Segunda guerra mundial y soberbia yanqui. En 1939 comenzó otra Guerra Mundial que dio

inicio a la segunda etapa de la crisis general del capitalismo. Seis años después, tras cruentas batallas en las cuales la Unión Soviética llevó el peso fundamental de la lucha, las potencias fascistas fueron derrotadas. Se crearon entonces las condiciones para que numerosos países se desprendieran de la cadena de explotación imperialista. El logro más trascendental de la humanidad en este proceso fue el surgimiento de la comunidad socialista mundial, que redujo de manera considerable las zonas dominadas por el capitalismo. Hitos que culminaron dicha etapa fueron las históricas victorias de los pueblos de Corea (1953) y Viet-Nam (1954) frente a los intentos imperialistas por hacer refluir el sistema del socialismo. Todos estos hechos propiciaron la desintegración del régimen colonial, e hicieron más inestable la economía capitalista. Tres importantes crisis cíclicas golpearon a las puertas de los norteamericanos; el país se había convertido en el principal bastión del imperialismo, en la cabeza de la reacción mundial. En 1948, una recesión de 11 meses provocó un descenso del 10 por ciento en la producción industrial yanqui; el mismo implicó una tasa de desempleo ascendente al 8 por ciento. Cinco años más tarde otro reflujo -de trece meses de duración- asoló con una intensidad similar a la economía estadounidense. En 1958, aunque breve tiempo, una nueva crisis capitalista impuso un descenso del 13 por ciento en el volumen de los productos industriales fabricados; estuvo acompañada del creciente desempleo; el cual alcanzó al 7,5 por ciento de toda la fuerza de trabajo. Con el propósito de enfrentar las devastadoras consecuencias de esas catástrofes sociales, los imperialistas recurrieron a la llamada Guerra Fría, a la militarización de la economía, al fortalecimiento del capitalismo monopolista de Estado. ¡Era un vano empeño por alterar el inevitable ciclo del modo de producción capitalista! En América Latina, la Segunda Guerra Mundial y

sus secuelas provocaron cambios considerables en la influencia de los distintos imperialismos. El alemán, desde el inicio de la contienda, fue el más perjudicado. Esta realidad se evidenció con particular pujanza en el caso de Brasil; a pesar de los estrechos vínculos desarrollados con el Reich, se pronunció en 1941 en favor de los aliados; entró en la guerra. Al contravenir su anterior política externa, el régimen de Vargas autorizó a Estados Unidos a construir bases aéreas en las costas brasileñas; desde las mismas se ampliaba el radio de acción contra los submarinos alemanes. A cambio, los yanquis pagaron gruesas

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sumas, utilizadas en gran parte en la compra de medios de producción destinados a la acería de Volta Redonda. Como se sabe, a partir de 1943, un cuerpo expedicionario brasileño participó en los combates antifascistas de Italia. México declaró la guerra a las potencias del Eje

en mayo de 1942. A diferencia de Brasil, en territorio azteca existían inversiones directas alemanas; la República no había roto sus relaciones con el Káiser durante la Primera Guerra Mundial. Como era de esperar, los 35.000.000 de dólares que representaban la totalidad de los capitales germanos en suelo mexicano, fueron de inmediato secuestrados. México también participó con sus Fuerzas Armadas -la aviación- en los combates del conflicto bélico mundial; lo hizo en el frente del Pacífico, contra el Japón.120 Después del estallido de la guerra, ninguna

república latinoamericana persistió tanto en mantener sus vínculos con Alemania como Argentina. El Gobierno de esta burguesía agroexportadora se oponía al establecimiento de bases yanquis en las costas de Uruguay; entonces Washington negociaba con Montevideo. Dicha orientación se acentuó tras la muerte del presidente Roberto Ortiz. Al respecto dice el destacado historiador latinoamericanista de la República Democrática Alemana, Klaus Kannapin: “Con el archirreaccionario Castillo se situó a la cabeza del gobierno argentino un hombre que favorecía notoriamente a los nazis y que les brindó la posibilidad de utilizar a Argentina como punto de apoyo para toda una política en le América Latina.”121 El ya activo comercio germano-argentino

continuó su dinámico intercambio, aunque en gran parte fue realizado por terceros países, en especial España. Ni siquiera el rompimiento de relaciones con Alemania en enero de 1943, del tradicionalmente neutral Chile -y el secuestro de los 85.000.000 de dólares allí colocados en inversiones directas- alteró “la política pro fascista de neutralidad de Castillo”122. Por el contrario, el Presidente pensaba imponer como sucesor suyo al desconocido político conservador de Salta, Robustiano Patrón Costas. Este magnate azucarero del noroeste argentino estaba muy vinculado con el capital financiero alemán, en especial, con el consorcio Thyseen y la Compañía Staudt.123 Ello garantizaba la permanencia de una misma orientación política. Pero la oligarquía

120 En Guardia, Nueva York, diciembre de 1945, No. 4. 121 Klaus Kannapin: Sobre la política de los nazis en

Argentina de 1933 a 1943, en Hitler sobre América Latina, Fondo de Cultura Popular, México D. F., 1968, p. 152. 122 Klaus Kannapin: Sobre la política de los nazis en

Argentina de 1933 a 1943, en Hitler sobre América Latina, Fondo de Cultura Popular, México D. F., 1968, p. 157. 123 Luis V. Sommi: Los capitales alemanes en Argentina, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1945, p. 12.

agroexportadora argentina fue desplazada del poder mediante el golpe militar del 4 de junio de 1943, auspiciado por la burguesía nacional. A partir de entonces comenzó un complejo proceso de pugnas en el gabinete castrense; las mismas se agudizaron cuando bajo presión yanqui el Gobierno bónaerense se vio obligado a romper (enero de 1944) relaciones con las potencias del Eje. Un año más tarde, Argentina declaraba la guerra al Reich; secuestraba los 540.000.000 de dólares en inversiones alemanas directas colocados en el país. Dichas propiedades pasaron al DINIE que, junto con YPF, formaron un poderoso sector industrial de capitalismo de Estado. Así, antes de finalizar la guerra, los intereses germanos quedaban liquidados por completo en América latina. El imperialismo inglés fue golpeado con dureza

por la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas. En Latinoamérica, aunque ya desde la década del treinta muchas inversiones británicas habían sido expropiadas -mediante compensación-, como fue el caso de los ferrocarriles en México y en Brasil, a partir del final de la conflagración ese proceso se aceleró. Los Estados latinoamericanos poseedores de cientos de millones de libras esterlinas entregadas por Inglaterra durante el conflicto -a cambio de alimentos y estratégicas materias primas- enfrentaban en la posguerra la negativa británica de aceptar su propia moneda como medio de pago internacional. Finalmente, el Gobierno laborista inglés se vio obligado a llegar a un acuerdo. Gran Bretaña traspasó sus intereses -los ferrocarriles representaban un 40 por ciento del total; los bonos casi el 30 por ciento-, a manos de estas repúblicas; aceptó en compensación el dinero bloqueado en las arcas fiscales de América latina la medida tuvo especial connotación en países como Argentina y Uruguay; allí hasta entonces, los capitalistas de Londres mantenían decisiva importancia. Después, a cambio de exportaciones imprescindibles para Inglaterra -trigo y carne-, compañías eléctricas, de agua, gas y otras, pasaron a fortalecer los ya poderosos sectores de capitalismo de Estado nacional. De esta manera, las inversiones directas británicas en Latinoamérica, en 1940, totalizaban 774.000.000 de libras esterlinas -el total de capitales ingleses en nuestro subcontinente representaba entonces unos 1.000.000.000 de dólares menos que once años atrás- ascendieron en 1950, escasamente, a 270.000.000; además se trataba de libras muy depreciadas en relación con el dólar. Nueve años más tarde, las referidas inversiones habían disminuido un 20 por ciento adicional. En resumen, el imperialismo inglés en América latina, como sus congéneres europeos, estaba liquidado. Estados Unidos, apenas iniciada la Segunda

Guerra Mundial, logró que en Panamá se efectuara la Primera Reunión de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores de las Américas. Su principal

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consecuencia fue el compromiso arrebatado a los gobiernos latinoamericanos, de contribuir a la economía de guerra yanqui con el suministro de abundantes materias primas a precios estables y bajos. Se crearon, de esa manera, enormes reservas federales estadounidenses; una vez terminado el conflicto servirían de mecanismo, de chantaje contra los países agro y minero exportadores del continente. En junio de 1944, al acercarse el final de la

guerra, Estados Unidos logró la firma en New Hampshire de los acuerdos de Bretton Woods; los mismos transformaron a su moneda en la divisa capitalista por excelencia; aquélla se situó, como equivalente del oro, que se hizo convertible a razón de 35 dólares la onza. Aunque en función del precioso metal se apoyaba la validez del papel fiduciario norteamericano, en realidad se concedía a éste el privilegio de servir de patrón para establecer el precio de los productos en los mercados internacionales, así como los tipos de cambio. Después una vez celebrada la Reunión de Crimea, los yanquis convocaron a una nueva Conferencia Panamericana en la Ciudad de México; la misma duró desde el 21 de febrero hasta el 8 de marzo de 1945. En ella míster Clayton, secretario de Estado adjunto del Gobierno de Washington, presentó un proyecto de Carta Económica para las repúblicas americanas basado en tres puntos cruciales; un plan de estabilización fiduciaria dirigido por el Fondo Monetario Internacional; liberalización de las barreras arancelarias impuestas al comercio internacional por las altas tarifas aduaneras; adopción de medidas destinadas a favorecer las inversiones de capital yanqui en América Latina. Estas proposiciones fueron calificadas por el Primer Congreso Nacional de las Industrias Transformadoras de México, de la siguiente manera: “El Plan Clayton (...) no es más que un plan de establecimiento del dominio mundial y de abolición de la competencia y de la libertad. En él se atribuye a los Estados Unidos el papel de metrópoli, en tanto que los demás Estados quedan en la posición de satélites. Sólo los Estados Unidos defienden este neoliberalismo.”124 En definitiva dicho proyecto fue rechazado por

los latinoamericanos; los estadounidenses se vieron obligados a conformarse con lo acordado en el Acta de Chapultepec. Esta comprometía a los firmantes, tanto para el período bélico en curso como para la posguerra, a instituir un Estado Mayor General Interamericano unificado: continuar el suministro de recursos, insumos, y materias primas estratégico-militares, para los yanquis; la acción conjunta de todos los países del continente en cualquier

124 Richard F. Behrendt: Inter-Americ8n Economic

Relations. Problems and Prospects, New York (s. e.), 1948, p. 54.

contienda.125 Las consecuencias de aquella reunión fueron ampliadas por la Conferencia de Río de Janeiro inaugurada el 15 de agosto de 1947; tenía por finalidad la firma de un tratado de “asistencia recíproca” con el objetivo de enfrentar cualquier amenaza exterior. Tras vencer la oposición argentina, los participantes acordaron que una agresión contra cualquier territorio bajo soberanía de una república americana constituía un ataque contra todas las demás. Dicho acápite representaba una terrible trampa; Estados Unidos contaba con múltiples enclaves militares y coloniales fuera del ámbito continental. Pero fue aprobado así. Los yanquis completaron sus sistemas de

dominación hemisférica en la Novena Conferencia Panamericana, efectuada en Bogotá del 30 de marzo al 2 de mayo de 1948. En ella se institucionalizó la hegemonía estadounidense no obstante las combativas protestas del estudiantado latinoamericano, cuyos representantes -entre los cuales descollaba Fidel Castro- se personaron en la capital colombiana para censurar la espuria reunión. Al final de las claudicantes sesiones quedó oficialmente constituida la Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington. Un año más tarde, en el discurso inaugural de su segundo período de gobierno, el presidente Truman anunció el programa del llamado Punto IV. Su contenido político se reducía a proclamar la posibilidad de alcanzar algún progreso por parte de los países sin industrializar, mediante el otorgamiento de privilegios y garantías a las inversiones yanquis. El objetivo económico imperialista residía en explotar la barata fuerza de trabajo latinoamericana, para incrementar las ganancias de sus monopolios. Fue un propio estadounidense, el profesor Carl MacGuire, quien hizo la siguiente síntesis, una de las más acertadas hechas a dicho proyecto: “la política norteamericana de asistencia al mundo subdesarrollado, conocida bajo el nombre de Punto IV es, principalmente, un plan tendente a reforzar el poder de los Estados Unidos en la lucha mundial contra el comunismo”.126 A partir de entonces, un inusitado auge fue

conocido por los capitales norteamericanos en nuestro subcontinente. Si las inversiones directas yanquis ascendían en 1943 en América Latina a 2.800.000.000 de dólares -en total colocado por los estadounidenses superaba los 6.100.000.000-, en 1950 oscilaban alrededor de los 4.400.000.000 y nueve años después la cifra era de unos 8.200.000.000. Al mismo tiempo, el desbalance comercial entre Estados Unidos y Latinoamérica

125 G. Deborin: La Segunda Guerra Mundial, Editorial Progreso. Moscú, 1977, p. 442. 126 Carl Mac Guire: Point and the national Power of the

U.S., en American Journal of economic and social

Sciences, April, 1952.

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alcanzó magnitudes alarmantes; el saldo favorable a los norteamericanos ascendió a 35.000.000.000 de dólares entre los años de 1951-1957. Difícil sería encontrar una situación de mayor dependencia. Durante la Segunda Guerra Mundial la

producción de las industrias en América Latina creció en un 40-50 por ciento;127 la renta nacional del conjunto de estos países ascendió de 9.000 millones de dólares, hasta 17.000.000.000128. Como es lógico, este desarrollo económico vino acompañado del fortalecimiento de las posiciones de la burguesía nacional; implicó la multiplicación de la clase obrera, de los asalariados en general. Finalizado el sangriento conflicto, el nacionalismo burgués latinoamericano continuó su cosecha de triunfos durante un lustro, hasta que las producciones de las industrias locales en Argentina, Brasil y México, satisficieron las respectivas demandas solventes de sus mercados internos. Como entonces el capitalismo en dichos países se

encontraba en la fase de la libre competencia, el ulterior crecimiento de las empresas individuales estaba vinculado de manera directa con el descenso en los costos de producción. Estos tenían que ser inferiores a la media de la rama para garantizar a los propietarios la obtención de ganancias extraordinarias. El afán de obtener cuotas y masas de plusvalía cada vez mayores, incrementó la competencia entre los capitalistas de cada república. Numerosos pequeños y medianos productores quebraron; se aceleró el proceso de concentración de la producción. Con el fin de retrasar la ruina de los más débiles fabricantes, algunos regímenes nacionalistas promovieron tratados de unión económica con Estados vecinos. Pensaban retardar las consecuencias de las inexorables leyes económicas del capitalismo, al ampliar las fronteras a sus producciones. Brasil firmó un acuerdo con Perú; la Argentina varios, que comprendieron a Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay. México, en contraste, se esforzó por aprovechar las consecuencias de la Reforma Agraria que había incorporado a nuevos sectores sociales al consumo. Aquellos dos gobiernos, que respondían a la burguesía nacional, descubrieron, sin embargo, que ir más allá del territorio propio en la época del imperialismo resultaba una tarea muy difícil. Los capitalistas latinoamericanos no pudieron competir con los consorcios imperialistas yanquis; los mismos hacía tiempo que dominaban los otros mercados del continente.129 Los cambios estructurales en la producción

condicionaron la creciente importancia de las grandes

127 Anatoli Glinkin: ob. Cit., p. 131. 128 Anatoli Glinkin: ob. Cit., p. 131. 129 Nlkolai Zaitsev: ALALC, paso por dificultades y

contradicciones, en América Latina, Instituto de América Latina, Moscú, 1976.

empresas; éstas a su vez empezaron a obtener superganancias; ello enfatizó la concentración del capital. Al mismo tiempo, los proyectos de ampliar las industrias requirieron tales magnitudes de inversiones que, frecuentemente, ni los más poderosos burgueses alcanzaron a obtener tan considerables sumas; resultaba imprescindible centralizar mayores capitales. La necesidad de atraer recursos ajenos motivó la fundación de compañías anónimas, y que se recurriera al sistema crediticio dominado por unos cuantos bancos. Además, la venta de acciones, el carácter sistemático y permanente de los vínculos con determinadas firmas bancarias, proporcionó sensibles ventajas a los grandes industriales; les garantizó amplio financiamiento a largo plazo. Los bancos, a cambio, enviaron a sus representantes a los órganos de dirección de las entidades industriales con las cuales se relacionaban. La fusión del capital bancario con el industrial provocó el control de unas pocas compañías sobre gran parte de las inversiones en las principales ramas, con lo cual se destruyó la libre competencia. En los países latinoamericanos de mayor avance

capitalista empezaron así a surgir los monopolios criollos130 debido a la pujanza de los más poderosos integrantes de la antigua burguesía nacional, que desaparecía al transformarse en monopolista. Sin embargo, en América Latina, a diferencia de lo ocurrido en las naciones imperialistas, el crecimiento de la industria se produjo de manera preponderante en el Sector II, dedicado a los bienes de consumo; los distintos empeños por hacer surgir fábricas de medios de producción lograron éxitos muy limitados. Los problemas de tecnología y financiamiento representaron valladares casi insuperables; la industria pesada exige enormes inversiones -la parte de las materias primas y el papel de las instalaciones y equipos de alto precio son muy importantes-, y le es inherente una rotación de capital más lenta. Para continuar su proceso de crecimiento capitalista, los monopolios criollos requerían asociarse con los grandes trusts del imperialismo y obtener de esa manera financiamiento, medios de producción con tecnología moderna, y posibilidades de vender en otros mercados; los nacionales resultaban ya demasiado limitados.131 Los monopolios criollos retiraron entonces su respaldo a los gobiernos nacionalistas burgueses, que periclitaron. La violencia en Colombia. Frustrada la plausible tentativa transformadora de

130 Enrique Galois Mendoza: Los monopolios bajo las

condiciones del capitalismo dependiente, en América

Latina, Instituto de América Latina, Moscú, 1976. 131 Boris Koval: La revolución científico-técnica y

América Latina, en América Latina, Moscú. 1977.

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López Pumarejo,132 debido a la debilidad de la burguesía nacional y su reticencia a recurrir a las masas, el Partido Liberal enrumbado por los grandes comerciantes y burgueses del agro osciló hacia la derecha. Esto se patentizó en la candidatura de Eduardo Santos, hombre cuya misión residía en deshacer desde la Presidencia toda veleidad reformista; estaba autorizado a impulsar el desarrollo de la infraestructura e industria nacionales. Esa tendencia fue beneficiada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial; la misma propició el auge manufacturero mediante la práctica de sustituir importaciones. También durante su cuatrienio Santos se caracterizó por realizar una política obrera divisionista, cuya culminación se alcanzó al escindirse la unitaria Confederación Sindical de Colombia, creada (1936) durante el mandato de su predecesor. Ese tipo de maniobra provocó una reagrupación de fuerzas en el liberalismo; de nuevo la izquierda dirigida por Gaitán apoyó los deseos de López Pumarejo de retornar a la Presidencia, que volvió a ocupar en 1942 gracias a una campaña electoral nacionalista, llena de promesas sobre inmediatos cambios sociales. La derecha del partido, aliada con los

conservadores, se le opuso; esto facilitó un golpe de Estado militar, el 10 de julio del año 1944. No obstante, la movilización popular provocó el fracaso de la asonada castrense; López regresó al Ejecutivo; sin embargo, allí descubrió que no podría gobernar; los tradicionales mecanismos de poder se manifestaban en su contra; él no estaba decidido a recurrir al pueblo para llevar a Colombia hacia la renovación. Por eso, en 1945, renunció a su alto cargo; el mismo fue ocupado por el conciliador Alberto Lleras, quien obtuvo el jubiloso respaldo del archirreaccionario cabecilla del Partido Conservador: Laureano Gómez. Desde entonces, la Asociación Nacional de Industria ganó en importancia suprapartidista; empezó a nuclear a los principales dueños de fábricas sin prestar miras a cuál organización política pertenecían. Así se llegó a las elecciones de 1946; en las mismas los conservadores presentaron la Candidatura de Mariano Ospina y Pérez, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros. Frente a él, los liberales acudieron a los comicios divididos; la derecha propuso la figura de Gabriel Turbay; mientras, la izquierda esgrimía al popularísimo Jorge Eliecer Gaitán. Este se había convertido en el terror de la oligarquía con un avanzado programa transformador democrático-burgués; el cual planteaba Reforma Agraria, capitalismo de Estado y mejoras para los sectores urbanos humildes; como empezara a comentar el

132 Antonio Gaitán: Gaitán y el camino de la revolución

colombiana; responsabilidad de las clases, las

generaciones y los partidos, Ediciones Camilo, Bogotá, 1974.

pueblo durante la campaña presidencial: “El hambre, la miseria, la desnutrición, el paludismo, la anemia, la ignorancia, no son liberales ni conservadores, sino producto de la oligárquica opresión.”133 Al ocupar la Presidencia, Ospina Pérez estaba

encargado de hacer refluir el ascenso de las masas. A tal efecto durante sus dos primeros años de gobierno, las fuerzas represivas asesinaron a unas 15.000 personas; a la vez, se multiplicaba el desalojo campesino y se tornaba habitual la intervención de los sindicatos orientados por el Partido Comunista. La cima de este proceso se alcanzó en abril de 1948, cuando en Bogotá tenía lugar la Conferencia Panamericana encargada de constituir la neocolonial Organización de Estados Americanos (OEA); de manera paralela, los dirigentes estudiantiles llegados de toda América Latina -entre los cuales descollaba Fidel Castro- protestaban por dicho evento. ¡En ese tenso contexto el 9 de abril Gaitán fue asesinado!134 La autodefensa campesina generada desde 1946

para resistir los atropellos conservadores, se convirtió en lucha indiscriminada a lo largo de todo el país a partir de la muerte del progresista caudillo liberal. En Colombia, ante el horrible crimen hubo una espontánea y violentísima135 respuesta popular cuya máxima expresión se produjo en la capital de la República: ¡El “bogotazo” entró en la historia como símbolo de la furia ciega y desesperación de las masas no conducidas hacia la revolución por una vanguardia política! Durante las heroicas jornadas de revuelta, el pueblo, no obstante estar desorganizado, tomó el poder en la mayoría de los municipios y formó juntas locales de gobierno. Pero al carecer la desconcertada avalancha de rebeldía liberal de una conducción decidida a transformar la estructura socioeconómica -que disfrutaban por igual los oligarcas de ambos partidos tradicionales- los choques con frecuencia se convirtieron en feroces enfrentamientos por simples cuestiones de rótulos, sin poner en peligro la esencia de los intereses de los ricos y poderosos explotadores. Con el propósito de recuperar las posiciones

perdidas, la represión conservadora fue en extremo brutal en amplias zonas; ello condujo al fortalecimiento y proliferación de las hasta entonces incipientes guerrillas rurales. Muchos se alzaron con los liberales, porque era la única manera de sobrevivir la violencia gubernamental; combatían la misma con altas dosis de iguales procedimientos. La barbarie fue sobre todo devastadora en Tolima, Huila, Boyacá, Meta, Casanare, San Martín, Ouindio, Risaralda, norte de Chocó y sur de

133 Diego Montaña Cuéllar: Colombia, país formal y país

real, Ediciones Pueblo Unido, Bogotá, p. 158. 134 Gilberto Vieira: 9 de abril: experiencia del pueblo, Eds. Sudamérica, Bogotá, 1973. 135 Germán Guzmán Campos: La violencia en Colombia, Eds. Progreso, Cali, 1968.

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Córdoba así como parte de Bolívar. Es decir, la zona andina ocupada desde el Cauca hasta la parte septentrional de Santander y el territorio de los Llanos orientales; sólo escaparon la mayoría de las áreas de la Costa Atlántica y Nariño. Los combatientes se encuadraban dentro de la guerrilla; comandaban quienes habían establecido las acciones de armas; designaban jefes; otorgaban grados; castigaban; distribuían el botín; juzgaban; adoctrinaban; pactaban. En fin, dichas jefaturas constituían los órganos dirigentes fundamentales de las guerrillas colombianas, de las cuales en la primera etapa de la lucha (1948-1953) hubo trece; había departamentos -como Tolima, por ejemplo- donde existían tres comandos diferentes simultáneos. El Partido Comunista se esforzó mucho por

lograr que las guerrillas abandonaran su visión localista de la lucha, y la elevaran a niveles cualitativos superiores para llegar a representar un factor decisivo en la emancipación del pueblo colombiano. A tal efecto, los destacamentos del movimiento de autodefensa animado por dicha militancia en la región meridional de Tolima -así como en Viotá, donde gracias a su influjo se organizó un amplio frente de masas contra la represión y el bandolerismo-, colaboraron con eficacia en la realización de la Conferencia Nacional de guerrilleros efectuada en Boyacá (1952). A ella asistieron representantes de la mayoría de los grupos; éstos emitieron una plataforma destinada a vincular la lucha armada con la Reforma Agraria y con la formación de gobiernos populares en las zonas controladas por las guerrillas. Pero estos acuerdos, en definitiva sólo fueron aplicados por los núcleos alzados más progresistas; los otros mantuvieron sus conocidos rasgos habituales. Aquéllos sostuvieron el Segundo Congreso de guerrilleros, el 18 de junio de 1953; nombraron a José Guadalupe Salcedo Uda, comandante supremo de las fuerzas revolucionarias del llano;136 reorganizaron los comandos de zonas, así como los propios núcleos armados y el servicio de estafetas. Luego se emitió una reglamentación jurídica; la misma abarcaba aspectos militares, civiles, penales, y otros muy variados. La violencia puso en crisis al tradicional sistema

oligárquico en Colombia; las inauditas bestialidades gubernamentales provocaron grandes migraciones hacia las ciudades -Bogotá, Cali, Ibagué, Medellín, Pereira, Armenia, Cartago, Palmira, Chaparral, Neiva, Líbano, y Girardot-, cuyo crecimiento fue descomunal y súbito, con todos los graves problemas sociales que de esto se desprenden. También, dicha corriente humana motivó la

136 Eduardo Franco Iraza: Las guerrillas del llano;

testimonio de una lucha de cuatro años por la libertad, Bogotá D. E., (s. e.), 1959.

colonización espontánea de áreas como El Pato y Guayabero, en Meta, o Marquetalia en Tolima, así como fuertes desplazamientos humanos hacia la vecina república de Venezuela. El sistema capitalista, puesto al borde de la

catástrofe en Colombia por el salvajismo del gobierno conservador de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta, fue revitalizado gracias al golpe de Estado militar del 13 de junio de 1953; el general Gustavo Rojas Pinillas, quien impuso su dictadura personal anunció ,el propósito de poner término final a la violencia con los lemas: "¡No más Sangre!”; “¡No más Depredaciones!”; “Paz, Justicia y Libertad para Todos!” Así, bajo el manto del apartidismo, salvaba al régimen social; sus consignas resultaban atractivas para las agobiadas masas, que no veían perspectivas mejores en la insensata lucha entre liberales y conservadores. Por eso, la hábil prédica pacifista condujo a la desmovilización de muchos grupos alzados; mientras, otros degeneraban hacia el más característico bandidismo. Se puede decir que las muy concienciadas guerrillas del sur de Tolima fueron en la práctica las únicas en continuar el combate con claros objetivos políticos; éstos correspondían a los principios de la lucha de clases y de la emancipación nacional; esta vez ellas debieron enfrentar no sólo las furiosas embestidas del ejército, sino también las de sus recién encontrados socios, provenientes de los claudicantes destacamentos liberales. Por ello, mientras Rojas Pinillas se satisfizo con detener la pugna entre los partidos Liberal y Conservador -que en 1954 concurrieron a un gran “debate nacional”-, persiguió con saña al ilegalizado Partido Comunista cuya militancia sólo representaba a los sectores oprimidos de la sociedad colombiana. A la vez, la ambición personal del

autoproclamado presidente se extralimitó, al tratar de formar con sus acólitos y allegados un nuevo partido burgués para romper el monopolio político de los otros dos. Este fenómeno supraestructural se unió con la parálisis económica provocada por la caída, en 1955, de los precios del café exportado; decidió a las cúpulas liberal y conservadora a entenderse; a principios de 1957, una y otra lanzaron el manifiesto conjunto denominado “Pacto de Marzo”; en el mismo se mostraban inconformes con Rojas Pinillas y sus proyectos. Ese rechazo facilitó que poco después, el 10 de mayo de 1957, diera al traste con su gobierno personalista. Luego, el 4 de octubre del propio año, ambos partidos oligárquicos estructuraron un “Frente Nacional”; éste implicaba un duradero acuerdo político entre los grandes explotadores de la nación. Transformaciones y guerras civiles en Costa

Rica y Paraguay. La crisis de 1929, que provocó el desplome de

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los precios internacionales del café, se inició durante el gobierno de Cleto González (1928-1932). Entonces, mientras muchos pequeños propietarios de la Meseta reconvertían sus cultivos hacia el autoabastecimianto, el Estado duplicó el impuesto pagado por las exportaciones de bananos, que no decayeron -como se sabe- durante la gran depresión. Esta aún se mantenía cuando Ricardo Jiménez retornó a la Presidencia con su tradicional gestión democrática; durante su cuatrienio, si Partido Comunista llegó a tener dos diputados (Manuel Mora Valverde y Efraín Jiménez); dirigió la exitosa huelga (1934) de Puerto Limón contra la United Fruit Company, la cual se vio forzada a establecer un salario mínimo y a reducir la jornada laboral en sus plantaciones. También, Jiménez se destacó por su oposición (1935) a la implantación del poderoso monopolio yanqui en el litoral del Pacífico cuando éste adujo que sus tierras caribeñas se encontraban agotadas. A la vez su gobierno concertó, en 1936, un importante acuerdo con Alemania. Ésta vendió a Costa Rica medios de producción industrial a cambio da café mediante el trueque compensado. Así se auspició el ascenso de la burguesía nacional en el país. El presidente León Cortés mantuvo una

orientación gubernamental semejante a la de su predecesor hasta 1938, cuando los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial provocaron el cese de los notables nexos comerciales con el Reich.137 Entonces, toda la política se reestructuró; Cortés permitió a la United Fruit Company extenderse a la costa del Pacífico; reprimió al movimiento obrero; introdujo el fraude en las urnas en perjuicio del Partido Comunista. Con el propósito de detener esa ofensiva conservadora, esta fuerza política adelantó un programa electoral mínimo y de alianza con todas las organizaciones democráticas; el mismo, en principio fue aceptado por Ricardo Jiménez, quien anhelaba regresar a la primera magistratura. Pero, en definitiva, el anciano ex presidente retiró su candidatura ante las amenazas proferidas por León Cortés y la reacción. Rafael Calderón Guardia, que dirigía la tendencia

socialcristiana auspiciada por la burguesía nacional en el seno del Partido Republicano Nacional (PAN), resultó triunfador en los comicios de 1940. Durante los dos primeros años de su mandato, este hábil político congeló los arrendamientos y alquileres; practicó la intervención estatal en la economía mediante la regulación que algunos precios; impulsó obras públicas; realizó cambios en el sistema impositivo; organizó el Crédito Rural, así como la Seguridad Social; creó la Universidad de Costa Rica;

137 Theodore S. Greedman: The political development of

Costa Rica (1936-1944); politics of an emergin welfare

state in a patriarcal society, University of Maryland. Annapolis. 1971.

prometió viviendas para las masas citadinas. En ese favorable contexto, el Partido Comunista

sugirió un ambicioso programa transformador en 1942 que comprendía: Consejo de Producción para fijar todos los precios, almacenes estatales con funciones de intermediarios entre productores y consumidores, cooperativas agrícolas, créditos a las industrias, aranceles proteccionistas, ley sobre las rentas, sistema de tratados comerciales centroamericanos, nacionalizar los servicios públicos y las tierras abandonadas por la United Fruit Company, moratoria de la deuda externa, seguridad social generalizada, ley sobre el inquilinato, Reforma Agraria, y secuestro -debido al estado de guerra- de las inversiones alemanas. Esta propuesta mínima, que se acercaba al máximo de la posible práctica gubernamental, facilitó el entendimiento entre el Partido Comunista y el Partido Republicano Nacional. Ambas fuerzas políticas, juntas, propiciaron una reforma constitucional que en el propio año 1942 aprobó los principios siguientes: garantías sociales, control estatal sobre la economía, derecho de todos al trabajo, cooperativas, salarios mínimos, sindicalización generalizada. En 1943, los cambios democrático-burgueses se

profundizaron, al constituirse la Caja de Seguro Social y emitirse un Código de Trabajo; el mismo implicaba la existencia de tribunales laborales, una ley de protección a inquilinos y, sobre todo, la llamada “Ley de Parásitos”; esta regulación agraria autorizaba al Estado -mediante una indemnización a los antiguos dueños- a ocupar las tierras incultas para luego distribuirlas; a la vez, permitía a quienes sin títulos de posesión cultivaban parcelas, a convertirse en propietarios. En el propio año, esa medida fue respaldada con la creación de un banco de créditos para los pequeños propietarios. Dentro del Partido Republicano Nacional la

reacción contra el “calderonismo” la dirigió el ex presidente León Cortés; junto a sus simpatizantes creó el Partido Democrático, que retornó las viejas banderas liberales. A la vez, fuera de esas agrupaciones políticas, se desarrollaba otro tipo de oposición, terrorista, encabezada por el caudillo de una burguesía agraria exportadora de nuevo tipo, anticomunista y pro norteamericana, que se fomentaba al sur de la capital: José Figueres.138 Pero en las elecciones de 1944 triunfó el Bloque de la Victoria, integrado por el Partido Republicano Nacional y el Comunista, redenominado Vanguardia Popular; obtuvieron dos tercios de los votos. El nuevo presidente, Teodoro Picado, entonces estableció la Tesorería Nacional, una Junta de Control sobre el Comercio, para supervisar los

138 Hugo Navarro Bolondi: José Figueres en la evolución

de Costa Rica, Imprenta Quirós, México D. F., 1963.

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precios durante la guerra, impuestos sobre la renta, y Juntas Rurales de Crédito con el propósito de beneficiar a la pequeña burguesía; también auspició el desarrollo de cooperativas agrícolas e industriales, dirigidas a aglutinar a campesinos y artesanos, respectivamente. En febrero de 1947, los partidos Republicano

Nacional y Vanguardia Popular propusieron el retorno a la Presidencia, al siguiente año, de Rafael Calderón Guardia; éste prometía realizar la Reforma Agraria. Frente a su candidatura, la oposición legal adelantó la figura de Otilio Ulate, perteneciente al derechista Partido Unión Nacional, respaldado por el Democrático -cuyo líder, León Cortés, acababa de morir- y el recién constituido Social-Demócrata. Pero las fuerzas acaudilladas por José Figueres no deseaban la realización de comicios; temían una victoria progresista. Por eso exacerbaban los choques callejeros -sobre todo en Cartago-; promovían lock-outs patronales; desataban actos vandálicos por doquier. En medio de ese clima de terror blanco, el exceso de celo democrático de Picado le hizo ceder ante las inadmisibles exigencias de los partidarios de Ulate; en desafortunado gesto conciliador accedió a crear un Tribunal Electoral controlado por la oposición. También el Presidente les concedió a sus enemigos el derecho a que la fuerza pública de inmediato fuese controlada por el candidato proclamado vencedor por dicha instancia. Como era de suponer, desde el inicio el referido tribunal actuó con alevosía; impidió que 20.000 ciudadanos obtuvieran sus cédulas. Después, la propia noche de los comicios se proclamó vencedor a Ulate; al día siguiente, el 9 de febrero de 1948, un gigantesco y misterioso incendio devoró buena parte de los documentos acumulados en la mencionada sede electoral.139 Calderón clamó que había fraude; estableció un recurso ante el propio tribunal, que se dividió y fue incapaz de llegar a decisión alguna; mientras, las calles de San José se estremecían al paso de miles de manifestantes que gritaban “¡Queremos votar!” El caso se trasladó entonces al Congreso Nacional, que el primero de marzo anuló las elecciones. Esa era la excusa esperada por Figueres, quien había estructurado un diversionista y autotiitulado Movimiento de Liberación Nacional, que el 12 de marzo de 1948 se sublevó en las montañas sureñas de San José y Cartago. La guerra civil duró cuarenta días y provocó dos mil muertes. Después se ilegalizó a Vanguardia Popular; se reprimieron los sindicatos revolucionarios; se proscribieron las verdaderas organizaciones de masas; había triunfado José Figueres. En Paraguay, la dictadura militar implantada por

el general Higinio Moríñigo en 1940, reprimió a las organizaciones sindicales y estudiantiles; proscribió 139 John Patrick Bell: Crisis en Costa Rica; the 1948

revolution, Institute of Texas Press, Austin, 1971.

las agrupaciones políticas de la pequeña burguesía, así como las de la burguesía liberal.140 Pero a los cuatro años, cuando el tirano creía consolidado su despótico régimen, las demandas universitarias para que se convocara a una Asamblea Constituyente conmocionaron al país. La violencia gubernamental no logró acallar las reivindicaciones progresistas; las mismas desembocaron en la huelga obrera general de 1944. Aunque la vigorosa acción dio muestras de la combatividad proletaria, el paro no logró socavar las bases que sustentaban a Moríñigo; sólo el peligro de fraccionamiento del ejército, debido a las exigencias en junio de 1946 de la joven oficialidad “institucionalista”, obligó al Presidente a que relegara sus prácticas personalistas. Se constituyó entonces un gabinete ministerial en el cual participaron algunos de estos oficiales, así como miembros de los partidos “colorado” y “febrerista”. A la vez, se autorizó el regreso de los exiliados, entre los cuales había numerosos dirigentes comunistas. A partir de ese momento marcharon en ascenso los movimientos obreros y estudiantil, orientados por un Consejo de Trabajadores y la Federación Universitaria. Los sentimientos de que la República avanzaba hacia rumbo democrático parecieron afirmarse con la convocatoria a la anhelada Asamblea Constituyente. Ese luminoso porvenir quedó, sin embargo, trunco cuando el 13 de enero de 1947 el Presidente expulsó a los “febreristas” de su equipo de gobierno; impuso el estado de sitio; desató una indiscriminada represión. Lo que ese día no imaginaba Moríñigo era que la oficialidad “institucionalista” respondería a su arbitrario acto con una sublevación; el 7 de marzo, el campamento ubicado en Concepción se rebeló bajo el mando del teniente coronel Fabián Saldívar Villagra. También se alzaron los marinos estacionados en el puerto fluvial de Asunción; allí obreros, estudiantes y miembros de la pequeña burguesía, dirigidos por militantes comunistas, febreristas, e incluso algunos liberales, se incorporaron a las filas insurrectas. Se inició así una sangrienta guerra civil; el comando supremo antigubernamental recayó sobre el ex coronel Rafael Franco, símbolo de las transformaciones democrático-burguesas. Sin embargo, la correlación de fuerzas, a pesar del amplio apoyo popular al bando progresista, cada vez se tornó más favorable al tirano gracias a la ilimitada ayuda externa que éste recibió. De esta forma la reacción triunfó militarmente en agosto. Frente Popular y “ley maldita” en Chile. En Chile, a finales de la primera mitad de la

década del treinta avanzaba el complejo proceso de reestructurar las fuerzas populares, enriquecidas con 140 Hugo Campos: Panorama de Paraguay, (s. 1), ALAS, 1970.

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el surgimiento del Partido Socialista, el 19 de abril de 1933, dirigidas por Marmaduke Grove y Eugenio Matte.141 La difícil tarea reorganizativa experimentó un brusco empuje con la gran huelga ferrocarrilera desatada en febrero de 1936; a su alrededor se generó un importante movimiento unitario de solidaridad; luego, su potencia creció al extremo de obligar al régimen oligarca a suprimir la antidemocrática legislación vigente desde el derrocamiento de la efímera “República Socialista”. Esos logros de la clase obrera se consolidaron al constituirse la Confederación de Trabajadores de Chile, el 24 de diciembre de 1936; la misma aglutinó los efectivos de las antiguas centrales anarcosindicalista, comunista y socialista. El inconmensurable éxito unificador fue seguido

del reagrupamiento partidista en la nación: la otra vez ascendente burguesía nacional junto con la pequeña burguesía comprendieron que el sólido respaldo proletario era el elemento político capaz de impulsar la definitiva expulsión del poder de la vieja burguesía minera, aliada con los grandes propietarios de tierra y los comerciantes portuarios. Surgió así, en 1937, el Frente Popular integrado por los partidos Radical, Socialista y Comunista; bajo la candidatura de Pedro Aguírre Cerdá prometía realizar importantes transformaciones democrático-burguesas. En los comicios de 1938, el bloque progresista obtuvo más de la mitad de los votos; de esa manera abrió el camino a los anhelados cambios socioeconómicos. El presidente Cerdá formó un gabinete con

radicales y socialistas -entre los cuales sobresalía el Ministro de Salubridad doctor Salvador Allende-, que propició el florecimiento de las libertades públicas, así como de la asistencia social; desarrolló el capitalismo de Estado; en 1939, se creó la Corporación de Fomento (CORFO), entidad autónoma encargada de respaldar la práctica de sustituir muchas importaciones por productos nacionales. De esa forma surgieron fábricas privadas de neumáticos, manufacturas de cobre, industrias textiles, alimentarías y otras; a la vez, aparecieron empresas estatales de petróleo, metalurgia, electricidad y varias más, en sectores que exigían grandes inversiones, como por ejemplo la industria pesada. El brillante resultado industrializador se puede reflejar en cifras: entre 1941 y 1946, la economía chilena creció al respetable ritmo del 11 por ciento anual. Además, el Gobierno del Frente Popular procuró eliminar la aparcería y demás formas semifeudales de explotación aún existentes en distintas áreas rurales; dio impulso a la modernización del agro; se implantaron sistemas de irrigación; se fomentaron nuevos cultivos -como el

141 Sergio Guerra y Alberto Prieto: Crónicas

latinoamericanas, ed. cit.

de la remolacha-; se importaron 12.000 tractores; se ofrecieron créditos a los campesinos. El programa “frentista” se cumplía de manera satisfactoria cuando de manera súbita e inesperada el presidente Aguirre Cerdá enfermó; el 25 de noviembre de 1941 murió. En la nueva campaña electoral para elegir al

sustituto del fallecido mandatario, la burguesía nacional y una parte de la pequeña burguesía cambiaron de actitud hacia el proletariado; controlaban ya el poder político; su concordato con los obreros, que mantenían el impulso transformador de la sociedad, se les hacía cada vez más insoportable. Por eso, los sectores más moderados dentro de los partidos Socialista y Radical promovieron la ruptura del Frente Popular, al defender la formación de una llamada Alianza Democrática; ésta se alejaba de la izquierda -representada por el Partido Comunista- para acercarse al centro-derecha; a la nueva coalición, también se integraron grupos liberales y miembros de Falange Nacional -desprendimiento de la juventud del Partido Conservador, muy influida por las doctrinas reformistas del catolicismo, dirigida por Eduardo Frei y Bernardo Leighton-, cuyo candidato, Juan Antonio Ríos, obtuvo la victoria y ocupó el Ejecutivo en abril de 1942. El nuevo Presidente sólo tuvo tiempo de crear la

Controlaría General de la República (1943); víctima de un mal incurable debió entregar la primera magistratura de la nación a Alfredo Duhalde. Este destacado representante del ala derecha del radicalismo se distinguió por perseguir las organizaciones revolucionarias; logró dividir la Confederación de Trabajadores de Chile. Duhalde con éxito llevaba a cabo su política antiobrera, cuando también falleció. Entonces, el Partido Comunista apoyó las aspiraciones presidenciales de Gabriel González Videla -miembro del radicalismo-; éste prometía desenterrar la política del Frente Popular. Así, aquél pudo ganar los comicios en contra de las candidaturas independientes lanzadas por los partidos Conservador -con el respaldo de Falange Nacional-, Liberal y Socialista. Aunque en un principio González Videla incluyó en su gabinete a tres comunistas, desde el inicio de su mandato se esforzó por sustituirlos con liberales; con los mismos logró al fin un pacto; a los seis meses de su gobierno, el 16 de abril de 1947, el Presidente expulsó a los ministros comunistas; ordenó la represión de las organizaciones obreras y el asalto de sus locales; dispuso que en la noche del 21 de octubre de 1947 más de un millar de dirigentes proletarios fueran lanzados al campo de concentración de Pisagua142. Después, se legalizó la

142 Sergio Guerra y Alberto Prieto: Crónicas

latinoamericanas, ed. cit.

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feroz represión al emitirse, el 3 de abril de 1948, una “Ley de Defensa de la Democracia”. Ésta redujo las libertades constitucionales; proscribió el Partido Comunista; anuló el derecho a la huelga; rompió relaciones con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y otros países socialistas. ¡Se frustró así el progresista proceso transformador! Claudicación de la cúspide del M"R en

Bolivia. Tras el asesinato de Gualberto Villarroel, los

oligarcas depuraron al ejército y reprimieron al único partido que le había brindado su apoyo: el MNR143. Ante las masas entonces creció el prestigio de esa organización política, convertida en heredera visible de la progresista gestión del despedazado mayor. Entusiasmada por ese respaldo popular, la militancia del MNR se sublevó el 27 de agosto de 1949; llegó a controlar las ciudades de Cochabamba, Potosí, Vallegrande, Camirí, así como la de Santa Cruz; allí estableció una Junta de Gobierno que se sostuvo durante veinte días. Pero la rebeldía no se adueñó de las minas ni de la capital, razón por la cual dicho intento pudo ser vencido. Fue en ese contexto que el inconsecuente Partido de Izquierda Revolucionario, entró en definitiva crisis; un grupo de jóvenes -entre los cuales se destacaban Sergio Almaraz, Jorge Ovando e Inti Peredo- se apartó del PIR y fundó el Partido Comunista de Bolivia. Con el propósito de separar al MNR de la línea

insurreccional, el Gobierno boliviano autorizó la participación de esa fuerza política en los comicios de 1951; confiaba que los principios vigentes de voto censitario y alfabeto garantizarían el triunfo de los divididos partidos tradicionalistas. ¡Cuál no sería su sorpresa al constatar que, a pesar de todo, las urnas arrebataban a éstos la victoria! Ante la inesperada debacle, el Presidente en funciones, Mamerto Urriolagoitía, se negó a aceptar los resultados electorales; entregó el poder a una Junta Militar. Ésta, sin embargo, no resultó homogénea; sus integrantes se dividieron en tendencias; algunos incluso plantearon formar un Gobierno cívico-militar en el que interviniera el MNR. En medio de la parálisis gubernamental sucedió

lo imprevisible. ¡Se produjo la insurrección de los mineros! Era el 9 de abril de 1952144. Enseguida los carabineros se unieron a los obreros organizados en milicias armadas; entablaron combate con el ejército profesional. Los efectivos de éste fueron barridos en Papel Pampa y San José de Oruco; mientras, los regimientos que avanzaban desde el sur fueron detenidos y dispersados. Después de tres días de encarnizadas batallas por la capital, el jefe de los

143 Sergio Guerra y Alberto Prieto: Crónicas

latinoamericanas, ed. cit. 144 Sergio Guerra y Alberto Prieto: Crónicas

latinoamericanas, ed. cit.

efectivos oficialistas se vio obligado a capitular, en Laja, cerca de La Paz. ¡Comenzaba la revolución! La primera medida del Gobierno asumido por el

MNR fue la de disolver el derrotado ejército nacional para sustituirlo por uno propio, integrado por las milicias obreras y campesinas, así como por los militares que se sumaron a las filas populares. Luego se dictaron leyes de beneficio social como un aumento salarial del 40 por ciento, precios máximos para los productos de primera necesidad, y congelación de alquileres. También et triunfo popular permitió alcanzar la ansiada unidad sindical; se creó un solo sindicato por fábrica o mina, una federación proletaria en cada industria, y una central única de trabajadores: la Confederación Obrera de Bolivia. Esta poderosa organización clasista exigió la nacionalización de la gran minería; por ello el MNR decretó, el 2 de junio de 1952, el monopolio estatal sobre las exportaciones de minerales; fundó el 2 de octubre de 1952 la Corporación Minera de Bolivia; expropió el 31 de octubre de 1952, dieciséis grandes empresas mineras, en las que estaban asociados los “barones del estaño” con los monopolios yanquis, dueños del 30 por ciento de las acciones. Las restantes explotaciones quedaron en manos privadas; eran treinta y seis calificadas da medianas y quinientas pequeñas; en total producían el 20 por ciento del estaño boliviano. Luego, la agitación revolucionaria se extendió a las zonas rurales; allí los campesinos que sufrían la aparcería y servidumbre comenzaron a ocupar las haciendas. La incontrolable efervescencia sólo logró ser

calmada el 2 de agosto de 1953, al emitirse la ley de Reforma Agraria. Aunque se formaron algunas cooperativas sobre la base de las antiguas comunidades agrícolas, el proyecto distribuidor de tierras era típicamente minifundista; tampoco afectaba las grandes propiedades cuyos dueños hubieran invertido capitales. De esta forma se creó un amplio sector de la población que tendió al autoconsumo, pues poco producía para el mercado; menos aún compraba en él. La transformación de la sociedad encabezada por

el MNR no tuvo un carácter democrático-popular; el área de propiedad estatal surgida no se creó en interés de los trabajadores ni para contrarrestar el desarrollo del capitalismo. La administración de los yacimientos mineros nacionalizados tuvo un claro carácter diversionista y pequeñoburgués; el Presidente de la República seleccionaba a su criterio siete miembros del Ejecutivo de la Comibol -y otros organismos semejantes-; sólo escogía dos de una lista presentada por el sindicato minero. A esta ficción se llamaba “cogobierno obrero”, destinado a ilusionar al proletariado con un poder que no poseía. El mismo propósito cumplía la designación de tres ministros de extracción obrera para las carteras de Minas, Obras Públicas y Trabajo. En realidad la

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cúspide pequeñoburguesa del MNR, enquistada en el aparato estatal (ministerios) o en las dependencias económicas autónomas -Comibol, VPFB, ferrocarriles, Corporación de Fomento y otros servicios públicos administrados por el sistema de “cogobierno”-, una vez que eliminó las reminiscencias feudales, expropió a la cúpula burguesa de la minería; estableció el voto universal; reconoció la existencia legal de los idiomas quechua y aymará; consideró terminada la revolución. Por delante sólo quedaba contener la rebeldía

obrera; mantener la alianza con el vasto y dócil campesinado minifundista; enriquecerse aunque fuera mediante malversaciones, negocios sucios o peculado; anhelaban transformarse en burguesía propiamente dicha. ¡Una de las peculiaridades del proceso transformador democrático-burgués boliviano fue, el no estar dirigido por la burguesía nacional; ésta en la República del Altiplano, nunca ha existido! Por eso tampoco alcanzaron profundidad los aspectos nacionalistas, de esa atemperada revolución; como la referida pequeña-burguesía no pugnaba con los imperialistas por el mercado interno, pronto hubo una confluencia entre ambos intereses. La visita de Milton Eisenhower -hermano del

Presidente norteamericano- a Bolivia en 1953 inició el entendimiento entre la dirigencia del MNR y el imperialismo yanqui; el 6 de noviembre se firmó en Washington un llamado Convenio de Asistencia Económica, gracias a cuyos subsidios se llegó a sufragar el 40 por ciento de los gastos del presupuesto boliviano. ¡Como ironía, en esas condiciones Víctor Paz Esrenssoro firmó una pomposa “Acta de Independencia Económica”! Ese mismo año (1953) se rompió el monopolio petrolero estatal de VPFB al entregar el Gobierno del MNR una concesión a la Glenn McCarthy. Luego, el MNR votó contra la Guatemala de Arbenz en la OEA; al año, el 26 de octubre de 1955, aprobó el denominado Código Daverport; éste derogaba la conocida Ley del 21 de junio de 1921; dividía al país en cuatro zonas petrolíferas: una para YPFB y el resto para los consorcios imperialistas. El claudicante proceso se aceleró durante la

presidencia (1956-1960) de Hernán Siles Suazo; se aceptaron las entreguistas condiciones crediticias del Fondo Monetario Internacional; las mismas implicaban prácticas económicas neoliberales como autorizar inversiones extranjeras; devaluar la moneda; cesar el control estatal sobre el comercio exterior; congelar los salarios obreros. No podía sorprender, por lo tanto, que la Central Obrera Boliviana abandonara sus ilusiones respecto al “cogobierno” y pasara a la oposición; desde ésta desató (1959) las primeras grandes huelgas proletarias a partir del triunfo de la insurrección siete años atrás. Para enfrentar la renovada virulencia de

los trabajadores, el MNR auspició la enemistad hacia éstos de los campesinos minifundistas -que mantuvieron sus milicias armadas-; mientras, planeaba el despojo a los mineros de sus viejos fusiles; se apresuraba a reconstituir el ejército profesional susceptible de aplicar violentas medidas contra las masas populares. Después, la historia es conocida; Paz Estenssoro retornó a la Presidencia (1960-1964); rompió relaciones diplomáticas con la Revolución Cubana; rechazó una oferta soviética de ayuda; integró la “Alianza para el Progreso”; reprimió con crueldad las manifestaciones de los obreros. ¡La claudicación era total! Derrota de la proyección demócrata-popular

de Jacobo Arbenz en Guatemala. La profunda crisis cíclica del capitalismo iniciada

en 1929 provocó el desplome de los precios del café exportado por Guatemala; ello implicó la paralización de su economía, el desempleo, y el auge del movimiento popular de protesta. Con el objetivo de contener la movilización de las masas, la burguesía agroexportadora aliada con el imperialismo yanqui situó en el poder, en febrero de 1931, al general Jorge Ubico; éste desató una feroz persecución contra los obreros y demás estratos humildes o democráticos de la sociedad. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, el tirano se asoció aún de manera más estrecha con Estado Unidos; le permitió implantar bases militares en territorio guatemalteco. La existencia de una activa oposición a la

dictadura personalista de Ubico se hizo evidente en 1940; las fuerzas represivas descubrieron una conspiración dirigida por el profesor universitario Carlos Marín y el coronel Pedro Montenegro. La alarma gubernamental por este descubrimiento se comprende al saber que ambas personalidades fueron fusiladas. A partir de ese momento se creó un abismo entre la pequeña burguesía urbana y el entreguista régimen. La aparición, a los dos años, de las primeras organizaciones estudiantiles reflejó el ascenso del nuevo núcleo impulsor de la rebeldía; la Juventud Médica y la de Derecho -dirigidas por Julio César Méndez Montenegro, José Fortuny, Manuel Galich y Alfonso Marroquín- gestaron la forja de la Asociación Estudiantil Universitaria; la misma encabezaría la parte más efervescente de la lucha antigubernamental. En la quinta década del siglo XX, Guatemala era

un país de economía agraria; el 60 por ciento de los habitantes vivía en los campos; las nueve décimas partes de esa población rural aún se agrupaba en distintas tribus -por ejemplo, achí, ixil, mam, kanjobal, quiché, kekchies, chuj, cackchiquel- de origen maya; el resto se componía de “ladinos” (mestizos). La mitad del campesinado no poseía tierra alguna; el 76 por ciento de los propietarios

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rurales sólo ocupaba el 10 por ciento del suelo cultivable; el 2,2 por ciento de los dueños dominaban el 70 por ciento de la superficie total del país. Ninguno de ellos tenía la importancia de la United Fruit Company; por sí sola controlaba el 15 por ciento de los fértiles campos guatemaltecos; apenas tenía la mitad de sus extensos medios en producción. Los estertores acometieron al régimen de Ubico,

el 25 de junio de 1944, cuando grandes manifestaciones se efectuaron en las principales ciudades de la República; al día siguiente se inició una huelga general; la misma duró hasta el 1º de julio. En esa fecha, el tirano renunció en favor de una Junta Militar presidida por el general Federico Ponce; el mismo convocó a elecciones generales. Para los comicios se inscribieron el oficialista Partido Liberal con el propio Ponce como candidato, y el Frente Popular Libertador -auspiciado por los estudiantes- que respaldaban a Juan José Arévalo. Pero al constatarse el apoyo masivo recibido por el aspirante progresista, Ponce retornó a los crueles métodos represivos del “ubiquismo”. ¡De nuevo entonces se decretó, el 16 de octubre de 1944, una huelga general seguida a los cuatro días de una sublevación militar encabezada por el honesto capitán Jacobo Arbenz y el oportunista mayor Francisco Javier Arana! Esta confluencia de factores derrocó al reaccionario Ponce; tras ello se creó una junta Revolucionaria compuesta por Arbenz y Arana junto al civil Jorge Toriello;145 ésta celebró en noviembre las anheladas elecciones. El período presidencial de Juan José Arévalo

(1945-1951)146 se caracterizó por la vigencia de la legalidad constitucional, la emisión de reglamentos laborales progresistas, el respeto a las organizaciones proletarias recién surgidas; durante su mandato se permitió la creación de la Central de Trabajadores de Guatemala; se reconoció a la Unión Soviética; se aprobó un Código de Trabajo para los obreros no agrícolas; se dictaron leyes de seguridad social. Con el propósito de facilitar el desarrollo de la casi inexistente burguesía nacional, se constituyó un Instituto Nacional de Fomento a la Producción, así como un Banco Nacional que otorgaba créditos a la pequeña burguesía urbana. También se publicó el famoso Decreto 469; el mismo implantaba un control sobre las concesiones de petróleo a empresas extranjeras. La observancia de la legislación en vigor permitió que durante la democrática presidencia de Arévalo, un grave conflicto laboral explotara entre la United Fruit Company -que se negaba a cumplir las nuevas leyes sociales-, y la

145 Guillermo Torrielo Garrido: Guatemala, más de 20

años de traición, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981. 146 Juan José Arévalo: Escritos políticos y discursos, Ed. Cultural, la Habana, 1953.

CTG en alianza con la no legalizada Confederación Nacional Campesina. El respaldo de Arévalo a la Constitución provocó el disgusto del poderoso monopolio imperialista; en secreto financiaba un retrógrado complot dirigido por el coronel Francisco Javier Arana; el mismo se sublevó el18 de julio de 1949, pero fue derrotado y muerto. Guatemala debía efectuar comicios para escoger

al nuevo Presidente de la República en un caldeado contexto político; el panorama se caracterizaba por el fraccionamiento electoral. En 1950, la CTG se manifestó en favor de Jacobo Arbenz, candidato del recién fundado Partido Acción Revolucionaria en cuyo seno existían núcleos marxista-leninistas. A su vez, el Frente Popular Libertador estaba dividido en dos tendencias; la de izquierda era dirigida por el secretario general de dicha organización, Manuel Galich; la moderada, respaldaba las aspiraciones de Víctor Giordani. Como ninguno de los tres representaba a la reacción, la oligarquía y el imperialismo recurrieron a un émulo de Arana: el también aventurero y coronel Carlos Castillo Armas. Este se sublevó el 5 de noviembre de 1950, poco antes del día de la votación; fue derrotado como su predecesor; únicamente salvó la vida para futuras fechorías. Luego, la derecha sufrió otro golpe; Galich147 renunció a su candidatura; urgió a sus simpatizantes a votar en favor de Arbenz. La izquierda unida arrasó el 10 de noviembre en las urnas; obtuvo el respaldo de dos tercios de todos los electores. El coronel Jacobo Arbenz ocupó la Presidencia el

15 de marzo de 1951; desde ese día hizo patente su convicción sobre la necesidad de que el país marchase hacia proyecciones demócrata-populares; en dicho año, el 4 de abril de 1951, se organizó el Partido Comunista -después conocido como Partido Guatemalteco del Trabajo-; se rechazó junto con Argentina y México la exigencia formulada por los yanquis en la Cuarta Reunión de Consulta de la Organización de Estados Americanos de que las repúblicas latinoamericanas enviasen tropas a la Guerra de Corea. Se construyó una carretera hasta el Atlántico para

evitar el monopolio del transporte a manos de la IRCA. El año siguiente fue catastrófico para la oligarquía y el imperialismo; el 17 de junio de 1952, se emitió la Ley de Reforma Agraria; la misma contemplaba la expropiación -mediante el pago en bonos a largo plazo- de todas las tierras no cultivadas y las arrendadas bajo principios no capitalistas por los terratenientes; se eliminaba de esta forma el acaparamiento de suelos; éste forzaba al campesinado desposeído a vender muy barata su fuerza de trabajo, así como cualquier manifestación

147 Manuel Galich López: ¿Por qué lucha Guatemala?

Arévalo y Arbenz: dos hombres contra un imperio, Ed. Elmer, Buenos Aires, 1956.

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semifeudal que subsistiese por ejemplo, la aparcería con o sin la obligatoriedad de prestar servicios personales. Al mismo tiempo se creaba un Banco Agrario Nacional encargado de conceder créditos a los campesinos que fuesen beneficiados por el otorgamiento de parcelas. Por eso, la United Fruit Company, casi todos los terratenientes y los grandes burgueses del agro -que también poseían muchos predios ociosos- se alarmaron en extremo y llamaron a derrocar al régimen, tildado de ser comunista. Entonces, el imperialismo yanqui bramó; los poderosos hermanos Allen y John Foster Dulles -aquél, Director de la CIA; éste, Secretario de Estado- eran muy importantes accionistas del monopolio afectado. También, en 1953, fue un año de logros revolucionarios; se expropiaron a la UFCO, 1.859 caballerías (92.386 hectáreas); se inauguró el puerto de Santo Tomás para escapar al monopolio portuario de la United Fruit Company; se construyó la hidroeléctrica de Marinalá con el propósito de eludir el dominio monopolista sobre la generación de energía, disfrutado por la Electric Bond and Share Company. Al producirse en ésta y la IRCA graves conflictos laborales con sus respectivos trabajadores, el Gobierno intervino ambos consorcios imperialistas. La réplica reaccionaria no se hizo esperar; el 29 de marzo de 1953 se produjo un levantamiento derechista; la precipitada acción del cuartel de Sololá, fue derrotada. Los acontecimientos de 1954 se iniciaron de

manera dramática; en enero, el régimen de Jacobo Arbenz presentó al mundo las irrebatibles pruebas de la conjura de la Agencia Central de Inteligencia contra Guatemala; de acuerdo con el tirano de Nicaragua (Somoza) y el Gobierno de turno en Honduras, el imperialismo yanqui entregaba al mercenario Carlos Castillo Armas 250.000 dólares mensuales, en dinero, armas y abastecimientos, con el propósito de organizar un autotitulado “Ejército de Liberación”; con el mismo, detener las transformaciones progresistas. En respuesta a esas maquinaciones, el proceso revolucionario guatemalteco se radicalizó, al expropiar a la United Fruit Company otras 1.558 caballerías (65.560 hectáreas) de tierra ociosa. A su vez, Estados Unidos logró en marzo, que la Décima Conferencia Interamericana emitiera una resolución anticomunista,148 con los votos adversos de

148 El texto en cuestión decía: “La dominación o control da las instituciones políticas de cualquier Estado americano por el movimiento comunista internacional, extendiendo a este hemisferio el sistema político de una potencia extracontinental, constituiría una amenaza a la soberanía e independencia política de los Estados americanos, haciendo peligrar la paz en América y suscitaría un encuentro de consulta para considerar la adopción de una política apropiada en acuerdo con los convenios vigentes.”

Argentina y México; en realidad, la misma sentenciaba a muerte al régimen de Jacobo Arbenz. Después, sólo se debió esperar hasta el 18 de junio para empezar la invasión acaudillada por Castillo Armas; una semana después, los aviones suministrados por la Agencia Central de Inteligencia bombardearon la capital y otras ciudades. El Presidente deseó armar al pueblo; gran parte

de la oficialidad se opuso, además exigió que los elementos revolucionarios fuesen expulsados del Gobierno. Se pagaba así el trágico precio de no haber depurado las Fuerzas Armadas, aprovechando el apoyo popular generado por los cambios sociales y la política nacionalista. También, en ese momento, se manifestaron las nefastas consecuencias de no haber incorporado a la mayoría de la población al prometedor proceso iniciado en el país; no se abolió la opresión cultural sufrida por los miembros de las tribus mayas, no integradas de manera equitativa a la sociedad tras las reformas liberales. En esas aciagas circunstancias, el 29 de junio, Jacobo Arbenz no encontró más solución que renunciar a la Presidencia y exiliarse en la Embajada de México. Después se desencadenó sobre Guatemala una desenfrenada represión.149 6. AMÉRICA LATI"A BAJO EL I"FLUJO

DE LA REVOLUCIÓ" CUBA"A. Características de la tercera etapa de la crisis

general del capitalismo. La Revolución Cubana significó un gigantesco

paso en la historia del continente americano; fue un acontecimiento extraordinario en el desarrollo del movimiento revolucionario mundial,150 pues inició una nueva fase en el batallar de los oprimidos: la tercera etapa de la crisis general del capitalismo. Cuba fue, en la práctica, el primer país en demostrar el cambio en la correlación de fuerzas en el orbe en favor del socialismo. También evidenció los rasgos de la lucha de clases en esta tercera fase, cuando se juntan con los humildes nuevos sectores sociales. Al respecto, el doctor Carlos Rafael Rodríguez señaló: “Hizo falta la prueba irrebatible de la revolución cubana de Fidel Castro, para que se comprendiera el papel sin guiar de la pequeña burguesía latinoamericana.”151 Otra peculiaridad de esta etapa, es que en ella no existe una barrera infranqueable entre el período democrático-popular, y el socialista; el elemento decisivo y definitivo de dicho proceso es la cuestión de quiénes lo dirigen; en manos de qué

149 Luis Cardoza y Aragón: La revolución guatemalteca, Ed. Cuadernos Americanos. México, 1955. 150 Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado en la sesión

solemne de la Asamblea Facional del Poder Popular por

el XX Aniversario de la victoria de la Revolución, en Granma, La Habana, 2 de enero de 1979. 151 Carlos Rafael Rodríguez: Cuba en tránsito al

socialismo, Siglo XXI, México, 1978, p. 232.

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sector social se encuentra el poder político. Así, amplias perspectivas de liberación nacional

se abrieron a millones de explotados de Asia, África y América Latina; inspirados en el ejemplo cubano emprendieron renovados combates contra la opresión colonial e imperialista. Estos éxitos se explican, en el plano internacional, por la potencia militar y económica alcanzada por la comunidad socialista mundial, sobre todo, la Unión Soviética; el poderío de la patria de Lenin -como se demostró en la Crisis de Octubre-, arrebató la iniciativa al imperialismo. A partir del triunfo de enero de 1959, los imperialistas yanquis se lanzaron contra la Revolución Cubana, que había realizado la Reforma Agraria. Sobre ella, el Comandante en Jefe Fidel Castro dijo:

La Ley de Reforma Agraria (…) constituyó un paso que consolidaba definitivamente esa alianza de obreros y campesinos. Aquella Ley liberaba por igual al aparcero, al arrendataria, al precarista; los liberaba del pago de la renta, de la entrega obligatoria de una parte considerable del fruto de su sudor, gratuitamente a un señor propietario que nunca iba por allí. Liberaba al campesino de la explotación directa de los terratenientes, pero liberaba al obrero agrícola también de la explotación directa de los capitalistas. No hay que olvidarse de que la Ley Agraria no sólo fue una ley para los campesinos: fue también una ley para los obreros agrícolas. Porque los obreros agrícolas eran explotados miserablemente en las plantaciones arroceras, en las plantaciones cañeras.152 Después se nacionalizaron los principales bancos

y compañías extranjeras; se estatizaron unas 400 empresas propiedad de ciudadanos del país. Para defender dichas medidas -que en la segunda mitad de 1960 adquirieron carácter socialista-,153 se constituyeron Comités de Defensa de la Revolución y milicias populares. En síntesis,se marchaba hacia la dictadura del proletariado, que Vladimir Ilich Lenin definió así:

152 Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado en la Plata

con motivo del XX Aniversario de la Reforma Agraria. Ediciones DOR, la Habana, 1979. 153 La propiedad social dominante en el socialismo parece reproducir la propiedad comunal de la sociedad primitiva pero apoyada en una riqueza material y espiritual completamente nueva e infinitamente superior. Vladimir Ilich Lenin recalcó este Importante rasgo de la dialéctica al escribir; “Es un desarrollo que parece repetir las etapas ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (la ¡negación de la negación!); un desarrollo que no discurre en línea recta, sino en espiral”. (Vladimir Ilich Lenin: Marx, Engels y el marxismo, Editora Política. La Habana. 1963, p. 18). Así, al rechazar a la sociedad dividida en clases, la humanidad culmina la evolución de las sucesivas formaciones socioeconómicas, y avanza hacia el comunismo.

la dictadura del proletariado es una forma especial de alianza de clases entre el proletariado, vanguardia del pueblo trabajador, y las numerosas capas no proletarias del pueblo trabajador: la pequeña burguesía, los pequeños propietarios, el campesinado, la intelectualidad, con la mayoría de todas estas capas no proletarias; una alianza entre clases que difieren económica, política, social e ideológicamente.154 En sus intentos por derrocar el poder

revolucionario, Estados Unidos eliminó el suministro de combustible a Cuba; suprimió la cuota azucarera de la Isla en el mercado norteamericano; impuso un bloqueo económico absoluto contra la pequeña República; alentó la organización de atentados y sabotajes; y equipó bandas de alzados contrarrevolucionarios. El fracaso de estos empeños, debido a la actitud decidida y firme del pueblo cubano y de su dirección revolucionaria, así como por la pronta, decisiva y fraternal ayuda de la Unión Soviética y de otros países socialistas, indujo al imperialismo yanqui a preparar la Invasión mercenaria de abril de 1961. Sin embargo, Playa Girón se convirtió en una

gran victoria para la Revolución. Rabioso por su derrota, el Gobierno de Estados Unidos llegó a considerar con mucha seriedad el recurso de la agresión directa; los pasos siguientes lo condujeron a la Crisis de Octubre de 1962, cuyos resultados -en definitiva- fueron un éxito de las fuerzas del socialismo.155 Desde los meses siguientes al triunfo de la

Revolución Cubana, el imperialismo yanqui comenzó la búsqueda de una alternativa burguesa para América Latina. En la Conferencia de Bogotá (septiembre de 1960) Estados Unidos definió la colaboración entre el capital imperialista y las burguesías criollas. Éstas pondrían el 51 por ciento de las inversiones -en edificios, infraestructura y otros recursos obtenibles localmente- y en teoría controlarían las empresas. El resto -medios de producción importantes tecnología- sería aportado por las transnacionales. Dichos proyectos tomaron cuerpo un año más tarde cuando, en la Conferencia de Punta del Este (agosto de 1961), Estados Unidos auspició la Alianza para el Progreso.

154 Vladímir Ilich Lenin citado por Carlos Rafael Rodríguez: Vigencia del leninismo, en El Caimán

Barbudo, la Habana, No. 159, p. 18. En la primera parte de dicha conferencia el doctor Carlos Rafael Rodríguez también recordó la trascendente frase de Lenin “el marxismo no es un dogma, el marxismo es una guía para la acción”. Ver El Caimán Barbudo, La Habana, No. 158, p. 18. 155 Plataforma programática del Partido Comunista de

Cuba, DOR, La Habana, 1976.

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El programa, de carácter liberal reformista,156 apuntaba sus dardos contra las tradicionales dictaduras personalistas del continente; los teóricos norteamericanos achacaban a esas tiranías las causas del avance revolucionario latinoamericano; no comprendían la esencia de la lucha de clases. El mencionado programa contemplaba, igualmente, una serie de cambios socioeconómicos con el objetivo de modernizar el capitalismo. Pero la práctica demostró en poco tiempo, que la Alianza para el Progreso estaba llamada a fracasar debido a la enconada resistencia de los tradicionales grupos de poder en América Latina, así como por la oposición de los más agresivos consorcios monopolistas yanquis. El nuevo esquema de dominio imperialista para nuestro subcontinente fue mucho más tenebroso; Estados Unidos de nuevo recurrió a su vieja política de intervenciones militares -como en República Dominicana, en 1965-; mientras los monopolios criollos asociados con las transnacionales esgrimieron el supremo recurso burgués: el fascismo. Posiciones económicas del imperialismo. En contraste con los avances del movimiento

revolucionario mundial, tres grandes crisis económicas -sin contar la iniciada a finales de 1980- sacudieron en esta etapa al capitalismo. Una, de 1960 a 1961; otra, entre 1969 y 1970. La más extensa y profunda ocurrió de 1972 a 1975; ello implicó una merma del 14 por ciento en la producción industrial y tasas de desempleo superiores al 8 por ciento. Pero, además, el comportamiento de ésta difirió mucho de las precedentes; mostró las vicisitudes productivas del capitalismo; al revés de lo ocurrido siempre, lejos de caer, los precios aumentaron. Comenzaba la estanflación. Por otra parte, los efectos de dicha crisis

trascendieron los marcos de las economías nacionales; todo el sistema de relaciones económicas entre los países capitalistas se afectó; la inflación galopante revelaba el altísimo grado de monopolización alcanzado en ellos; ponía al desnudo la política de “crédito barato” a la cual recurrió el capitalismo monopolista de Estado en las naciones imperialistas para estimular el crecimiento industrial. Por eso, dichas prácticas reflejaban el fortalecimiento de las transnacionales en relación con los demás consorcios; ellas controlan un tercio del producto bruto y casi tres quintas partes del comercio en el área capitalista. Esta información no sorprenda cuando se sabe que a las cerca de seiscientas cincuenta existentes corresponde el 90 por ciento de las inversiones en el exterior, y casi los 156 L. Klochkovski y otros: Economía de los países

latinoamericanos, Editorial Progreso, Moscú, 1978, p. 138.

cuatro quintos de los desembolsos privados en investigaciones científicas. Por esto, en decenas de Estados, cada transnacional posee filiales con importante potencial productivo; las mismas se articulan y dirigen desde un centro único que decide la política a seguir de acuerdo a sus egoístas intereses, sin tomar en cuenta las necesidades de país alguno; esta práctica proporciona a las transnacionales considerables ventajas competitivas en la lucha contra los demás monopolios. A principios de la tercera etapa de la crisis

general del capitalismo, -en 1961, de los 18.000.000.000 de dólares en todo tipo de inversiones extranjeras situadas en América Latina, más del 75 por ciento pertenecían a Estados Unidos. Inglaterra poseía unos 2.500.000.000 y la República Federal de Alemania, así como Francia, escasamente 400 cada una. Entre el referido año y 1972, las transnacionales yanquis invirtieron en el subcontinente 4.200.000 de dólares adicionales; les significaron en el mismo lapso remesas hacia sus casas matrices ascendentes a 13.000.000.000 de dólares. Pero tener una visión de la importancia de las repúblicas latinoamericanas para el imperialismo estadounidense implica, en esta época, realizar un esbozo mundial. Con este objetivo es conveniente señalar que entre 1966 y 1975 Estados Unidos exportó 44.245.000.000 de dólares a las naciones capitalistas. De esta cifra, el 35 por ciento se dirigió hacia los países subdesarrollados; de dicha parte, la mitad correspondió a América Latina. Como contrapartida, los norteamericanos obtuvieron en nuestro subcontinente, el 16 por ciento de sus ganancias, es decir, poco más de la mitad de los beneficios alcanzados en Estados con bajo desarrollo económico. Desde el punto de vista sectorial, y en relación con el resto del llamado Tercer Mundo, las transnacionales estadounidenses tenían situado en Latinoamérica el 82 por ciento de sus capitales en manufacturas, el 68 por ciento el colocado en minería y el 30 por ciento de sus inversiones petroleras. En definitiva, en 1975, las inversiones yanquis en América Latina representaban el 64 por ciento del total situado por Estados Unidos en los países subdesarrollados. Aunque desde el punto de vista geográfico, las

inversiones yanquis en América Latina sólo representaban en 1975 el 17 por ciento de sus capitales exportados -en 1950 era el 39 por ciento-, en volúmenes globales habían ascendido; más del 80 por ciento de todos los montos foráneos ubicados en las repúblicas latinoamericanas les pertenecían. Los 61.000.000.000 de dólares en inversiones yanquis se encontraban, entonces, muy por delante de los 3.000.000.000 japoneses -dos tercios colocados en Brasil-, de los 2.000.000.000 alemanes (RFA), o de los ingleses, reducidos a 1.500.000.000 por la nacionalización petrolera en Venezuela. Un rasgo

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interesante de la exportación de capital norteamericano en esta etapa, fue la creciente participación del Estado imperialista; sus dineros representaban a finales del citado año poco menos de la mitad de las inversiones directas yanquis en América Latina. Otras manifestaciones nuevas en las

exportaciones de capitales fueron el incremento de las llamadas inversiones de cartera, así como el de los créditos a las ventas hacia el exterior. El aumento de las primeras está ligado sobre todo al auge de las compañías anónimas latinoamericanas asociadas con las transnacionales. El crecimiento de la segunda forma está vinculado con la exportación de mercancías a plazo diferido a cambio de altas tasas de interés; ello suscita el rápido incremento de las deudas de América Latina; empeora su situación monetario-financiera. Debido a ambas modalidades, sólo el 36 por ciento del total de capitales estadounidenses colocados en nuestro subcontinente correspondía, en 1975, a inversiones directas. También con el objetivo de imponer a las repúblicas del hemisferio su control, los norteamericanos utilizaron a organizaciones supranacionales controladas por ellos como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Monetario Internacional. Este se empeñó en imponer programas llamados de estabilización económica y fiscal -en realidad implican la abolición de los controles aduaneros y monetarios-, antes de otorgar los préstamos solicitados; obligó a implantar la libre cotización de las monedas nacionales; se efectuase la liquidación de las empresas estatales no rentables; se redujeran los gastos fiscales de fomento económico; se congelaran los salarios; se dirimiera en favor de los monopolios cualquier litigio. A partir de 1959, el acelerado incremento de los

capitales imperialistas colocados en América Latina, estuvo condicionado por varios factores. El avance de la revolución científico-técnica, el progreso de la concentración del capital y de la producción en los países capitalistas desarrollados, la mayor internacionalización de los vínculos económicos mundiales, constituyeron elementos que reforzaron el afán de expansión exterior propio del imperialismo. La apertura de nuevos sectores económicos latinoamericanos a los capitales yanquis, amplió las posibilidades de invertir; el alto grado de monopolización de los recursos naturales y de las fuentes de materias primas significaban dificultades para que en estas ramas se incrementase la penetración imperialista. Esta se desplazó en el período estudiado, hacia las manufacturas; en las mismas la inversión estadounidense creció al 11,5 por ciento anual. Por eso, en 1975, el 44 por ciento de los capitales yanquis, y el 73 por ciento de los situados en las manufacturas, se encontraban invertidos en los tres países de la región con mayor

desarrollo industrial; Brasil, México y Argentina fabricaban en el mencionado año el 78 por ciento de toda la producción de las industrias latinoamericanas157. La gigantesca penetración imperialista en

América Latina provocó que buena parte de las repúblicas del subcontinente apoyaran, en septiembre de 1974, en la Asamblea General de Naciones Unidas, la creación de la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados; la deseaban utilizar como instrumento efectivo hacia el establecimiento de un nuevo orden económico internacional. Los eslabones fundamentales serían un Programa de Acción para la Cooperación Económica; otro, llamado Programa Integrado para los Productos Básicos, y un Fondo Común. El primero consistiría en proyectos de colaboración en la esfera de la economía entre los países subdesarrollados. El segundo perseguiría regular y reestructurar el mercado de productos básicos; eliminar el deterioro de las relaciones de intercambio cada vez más injustas existentes entre las exportaciones de los países capitalistas altamente industrializados, y las de los que poseen un menor desarrollo. El tercero, sin cuya existencia sería imposible llevar a cabo el anterior, representaría el respaldo monetario y jurídico para establecer un índice a los precios movibles de los productos comerciados internacionalmente; los financiaría en caso de alguna fluctuación en las cotizaciones; se planteó que, en un inicio, el Fondo contara con 600.000.000 de dólares para quintuplicar esta cifra después. Quizá sea posible que, de alcanzarse estos

objetivos, se facilite al denominado Tercer Mundo la diversificación de sus rubros exportables; amplíe sus mercados foráneos; incremente sus ingresos provenientes de las ventas al exterior; renegocie su deuda externa; obtenga una adecuada transferencia tecnológica; control de las actividades de las transnacionales; vea instituir un nuevo sistema monetario entre las naciones. Quizá dicho orden económico permita avanzar hacia la auténtica emancipación basada en la justicia, la igualdad, el interés común y el intercambio en términos equivalentes.158 Tal empeño representaría, en ese caso un peldaño más en los esfuerzos por alcanzar el bienestar de los pueblos latinoamericanos; para continuar su marcha hacia el desarrollo, los mismos deben poner fin a la dominación imperialista y a la expoliación de sus riquezas por los monopolios extranjeros; implantar la coexistencia pacífica entre

157 L. Klochkovski y otros: Economía de los países

latinoamericanos, Editorial Progreso, Moscú, 1978, p. 175. 158 Luis Manuel Arce: Los Fo Alineados y el Fuevo Orden

Económico Internacional, en Granma, la Habana, 17 de marzo de 1979. p. 5.

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Estados, el respeto mutuo, y la paridad de derechos. Sólo así lograrán la verdadera independencia, importante avance en el camino de la revolución. El nacionalismo revolucionario. En República Dominicana la horrible tiranía de

Rafael Leonidas Trujillo, con tres décadas de existencia, se estremeció al triunfo de la Revolución Cubana; las contradicciones internas del régimen se agravaban debido a la colusión de un sector de la burguesía con las demás fuerzas opositoras. Esta realidad se unió con las proyecciones liberales reformistas auspiciadas por la llamada Alianza para el Progreso, que reflejaban el nuevo enfoque del imperialismo norteamericano hacia las tradicionales dictaduras personalistas del continente. Ante el peligro de que un movimiento popular semejante al cubano eliminase al tirano, sectores derechistas de la burguesía asesorados por la Agencia Central de Inteligencia dieron muerte a Trujillo, el 30 de mayo de 1961; creyeron así poder mantener su dominio sobre el país. Pero la movilización de los sectores explotados, humildes y democráticos en la República hizo que los oligarcas desataran de nuevo la represión. Entonces, en contra de lo pensado por el imperialismo y sus aliados locales, el ímpetu renovador de la sociedad creció; no dejó otra alternativa a la familia de Trujillo que huir hacia Estados Unidos. A partir de entonces las masas se apoderaron de las calles; destruyeron todos los símbolos de la tétrica “Era del Benefactor”. Aunque el experimentado imperialismo yanqui rodeó las costas de la república con sus amenazadores buques de guerra, el combativo ascenso popular no se detuvo; el 28 de noviembre estalló una huelga general que puso fin al gobierno del presidente trujillista Joaquín Balaguer. El año de 1961 finalizó con buenos presagios; se

fundó el Frente Obrero Unido Pro Sindicalistas Autónomos; tras 20 años de exilio regresó al país Juan Bosch.159 Y el 1º de enero asumió el poder un Consejo de Estado; el cual confiscó todas las propiedades de la familia Trujillo. Ese fue un paso trascendental para el surgimiento de un Estado democrático; sólo en la industria, el tirano y su parentela poseían el 51 por ciento de todo el capital invertido; el 42 por ciento pertenecía a los imperialistas yanquis; el resto a la débil burguesía nacional. Pero este proceso progresista fue de pronto cortado por la insurrección del general Rodríguez Echavarría; el mismo apresó al Gobierno; derogó las disposiciones antitrujillistas. Entonces las hasta ese momento monolíticas Fuerzas Armadas se dividieron; una parte se opuso al golpe de Estado y arrestó al cabecilla; mientras, Joaquín Balaguer se

159 Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El

Caribe, frontera imperial, Alfaguera, Madrid, 1970.

asilaba para ir al exilio. Después se convocó a elecciones en las cuales triunfó -gracias al apoyo de la pequeña burguesía y el proletariado- (el 20 de diciembre de 1962), el candidato del Partido Revolucionario Dominicano, Juan Bosch; éste derrotó al de la burguesía nacional (Viriato Fiallo), aglutinada en la Unión Cívica. Aquél ocupó la Presidencia el 27 de febrero y en abril publicó la nueva y democrática Constitución del país; su vigencia por desgracia fue corta; un golpe militar lo derrocó, el 25 de septiembre de 1963; entregó el poder a un reaccionario triunvirato. Contra éste se desataron en octubre violentas manifestaciones estudiantiles; en noviembre, el Movimiento Revolucionario 14 de junio inició la guerra de guerrillas.160 Pero fue en mayo del año siguiente cuando la mayoría de los habitantes pasó a la oposición activa; la Central Sindical de Trabajadores Dominicanos (FOUPSACESITRADO) declaró una serie de huelgas contra el régimen, la réplica de éste consistió en decretar el estado de sitio y desencadenar la más cruel represión. De nuevo, en esas adversas circunstancias, se hizo sentir la existencia de un sector progresista en el ejército. Jóvenes oficiales encabezados por el coronel Francisco Caamaño Deñó se sublevaron el 24 de abril de 1965; se unieron a las masas populares en defensa de la Constitución democrática. A la vez, en su contra, se produjo el levantamiento del general Elías Wessin y Wessin; éste se propuso restablecer el Triunvirato. El coronel Caamaño y sus compañeros tomaron

una decisión revolucionaria para mantener el régimen constitucional; entregaron armas a las masas populares. Con estas fuerzas se ganó el 28 de abril la batalla decisiva frente a Wessin y la reacción, cercada en la base militar de San Isidro. El imperialismo yanqui, sin embargo, no estaba dispuesto a permitir otro triunfo revolucionario en América latina; en la propia noche de la trascendental jornada del 28, el presidente norteamericano Lyndon Johnson, anunció el envío de grandes fuerzas de ocupación hacia República Dominicana; mientras, Wessin nombraba en su refugio un Gobierno títere con el propósito de abrogar todo vestigio de verdadera legalidad y bendecir el arribo de los invasores.161 El día 29, en contraste, Caamaño llamó a luchar contra los yanquis en los momentos en que desembarcaban los primeros miles de marines. El 5 de mayo, las dos cámaras del Congreso

eligieron al indomable coronel, Presidente constitucional del país. Pero la correlación de fuerzas se tornó adversa al nacionalismo

160 Franklin J. Franco: República Dominicana, clases,

crisis, comandos, Casa de las Américas, La Habana, 1966. 161 Gregario Ortega: Santo Domingo, 1965, Ediciones Venceremos, La Habana, 1965.

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revolucionario dominicano, cuando el 5 de mayo de 1965, la espúrea Organización de Estados Americanos bendijo la intervención de los 42.000 soldados estadounidenses. A partir de ese momento, la resistencia patriota se tornó desesperada; no encontró otra alternativa que aceptar un alto al fuego el 20 de mayo. A los tres meses (31 de agosto) un “Acta de Reconciliación” se firmó entre ambas partes; se entregó la Presidencia provisional a Héctor García Godoy. Después, los invasores desarmaron a las milicias constitucionalistas; quedó el camino abierto para que los reaccionarios desataran contra los demócratas una cruel represión. En Perú, las tensiones sociales se agudizaron

durante el año de 1963; manifestaciones estudiantiles, huelgas obreras y -sobre todo- las “invasiones” de haciendas por campesinos -en buena parte pertenecientes al pueblo quechua- sacudieron al país. Se considera que sólo en el mes de octubre no menos de 300.000 campesinos -comuneros y aparceros- así como trabajadores sin tierra, participaron en dichas “ocupaciones”.162 Este fue el contexto en el cual se abordó la lucha armada revolucionaria (mayo de 1963), al iniciar el Ejército de Liberación Nacional sus acciones combativas. Más tarde, a mediados de 1965, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria fundó la guerrilla Pachacútec, encabezada por Luis de la Puente Uceda. A finales de este año se creó un Comando

Nacional de Coordinación entre el MIR y el ELN, guiado por Héctor Béjar. La represión de las fuerzas armadas fue eficaz; se anotó logros extraordinarios; el 23 de octubre cayó en combate Luis de la Puente; al año siguiente (1966), Béjar fue hecho prisionero. Pero, al mismo tiempo, en el ejército, cuya oficialidad en parte era de extracción popular -debido a la restringida cantidad de oligarcas disponible-, a causa de las luchas se produjo una interesante evolución; quienes tenían una procedencia humilde, “cholos”, tomaron una óptica apropiada de los males del país; valoraron la verdadera opinión de las masas sobre el estado de la República; comprendieron la acción depredadora de la oligarquía y el imperialismo. Al mismo tiempo, el ambiente político peruano se enrarecía; para satisfacer las exigencias del Fondo Monetario Internacional, el Gobierno devaluó la moneda en un 40 por ciento; de continuo, gentes de avanzada denunciaban, los escándalos administrativos y la corrupción de los funcionarios del presidente Fernando Belaúnde Terry. La situación se hizo insostenible al hacerse pública una monumental estafa, fraguada en contubernio con la International Petroleum Company; se había acordado que la República indemnizara a dicho monopolio

162 Sergio Guerra: Crónicas latinoamericanas. ed. cit.

imperialista, porque devolvía al Estado los pozos de petróleo de la Brea y Pariñas ilegalmente explotados desde 1923. En 1968, las fértiles tierras costeñas del Perú

estaban acaparadas por las plantaciones de algodón y caña de azúcar. También en esta zona se encuentra toda la industria fabril del país -concentrada en un 80 por ciento en Lima-, así como las principales ciudades; en total, en dicha área vivían unos 4.000.000 de personas. La región de cordilleras -conocida como La Sierra-, en contraste, es un laberinto montañoso con cumbres nevadas y valles profundos e inmensos altiplanos conocidos por jalcas; mientras, en las partes elevadas la vegetación es mínima, en las profundas hondonadas la floresta resulta impenetrable. Estas serranías constituyen la zona más extensa y poblada de la República; unos 7.000.000 de personas trabajaban en la agricultura, fuese en las atrasadas comunidades agrícolas quechuas (ayllús), o en las tradicionales haciendas de los terratenientes feudalizantes, cuyas prácticas gamonalistas las contraponían a aquéllas. Al mismo tiempo, los mayores centros mineros se ubican en la Cordillera; allí los monopolios extranjeros explotaban a unos 200.000 trabajadores -muchos eventuales- procedentes de las vecinas áreas rurales. La Selva, por último, es una extensa región despoblada -unos 300.000 seres humanos- en la cual las ríos surgen como vías de acceso; su vegetación es muy abundante; diversos poblados han surgido en las confluencias de los ríos; en ellas, gentes se dedican al comercio de maderas, plantas medicinales, pieles y animales salvajes. La Fuerza Armada de Perú, dirigida por el

general Juan Velasco Alvarado, depuso a Belaúnde Terry, el 3 de octubre de 1968. Desde el primer instante demostró que su acción no reflejaba la aspiración de realizar un golpe de tipo tradicional; no se invocó el “peligro comunista”; se hicieron llamados a rescatar la dignidad nacional violada por el imperialismo yanqui. Esta postura se confirmó a los seis días, cuando tropas del ejército ocuparon los yacimientos de La Brea y Pariñas; sin pago alguno los revertieron al patrimonio estatal. Se iniciaba así la gestión del gobierno nacionalista revolucionario de los “generales cholos”. Un paso trascendental que definió el profundo

proyecto transformador (el Plan Inca), del equipo gubernamental encabezado por Velasco Alvarado, se dio el 24 de junio de 1969 al emitirse una radicalísima ley de Reforma Agraria: De ella, el propio Presidente peruano dijo:

Hoy en el Día del Indio, día del campesino, el Gobierno Revolucionario le rinde el mejor de todos los tributos al entregar a la Nación entera una Ley que pondrá fin para siempre a un injusto ordenamiento social que ha mantenido en la pobreza y en la iniquidad, a los que labran una

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tierra siempre ajena, y siempre negada a millones de campesinos. Lejos, pues, de las palabras de vanos homenajes, el Gobierno Revolucionario concreta en un instrumento de inapelable acción jurídica por el que tanto se ha luchado en nuestra Patria. De hoy en adelante, el campesino del Perú no será más el paria ni el desheredado que vivió en la pobreza, de la cuna a la tumba, y que miró impotente un porvenir igualmente, sombrío parar sus hijos. A partir de este venturoso 24 de junio, el campesino del Perú será en verdad un ciudadano libre, a quien la Patria, al fin le reconoce el derecho a los frutos de la tierra que trabaja, y un lugar de justicia dentro de una sociedad de la cual ya nunca más será, como hasta hoy, ciudadano disminuido, hombre para ser explotado por otro hombre.163 La revolucionaria ley agraria no se limitó a

finalizar con el injusto sistema de tenencia de la tierra y llevar a cabo una equitativa distribución en favor de quienes la trabajaban; además, se pronunció por preservar la integridad de las grandes unidades productivas, muchas de las cuales poseían carácter agroindustrial, así como estimular la organización de cooperativas en las antiguas comunidades agrícolas y entre los campesinos que recibieron parcelas. Este proceso estuvo además acompañado (1974), por el surgimiento de la Confederación Nacional Agraria, y por la oficialización de la lengua del pueblo quechua como segundo idioma oficial de Perú; lo habla la tercera parte de las personas; en muchas zonas andinas es el único utilizado. El nacionalismo revolucionario de los militares

peruanos no limitó sus medidas antiimperialistas a la conocida confiscación petrolera; se expropiaron los complejos azucareros de propiedad yanqui, así como la International Telegraph and Telephone Company (lTT), en 1970. A los tres años, el 31 de diciembre de 1973, llegaba también a su final la presencia de siete décadas del poderoso monopolio norteamericano Cerro de Pasco Minino Corporation; el mismo explotaba a 16.000 trabajadores; producía el 32 por ciento del mineral exportado; tenía utilidades anuales superiores a los 22.000.000 de dólares. Fue entonces que en Perú el capitalismo de Estado adquirió una importancia extraordinaria; las inversiones públicas superaron a partir de este año, el 50 por ciento de todas las realizadas en el país. Aparecieron desde ese momento empresas estatales como PETROPERÚ; MINEROPERÚ; HIERROPERÚ; ELECTROPERÚ; SIDEROPERÚ; PESCAPERÚ; ENAFERROPERÚ; ENTELPERÚ; AEROPERÚ y otra más que totalizaban el número de cincuenta. Si se toma en cuenta las que poseían más de la mitad de su capital en manos estatales, la

163 Juan Velasco Alvarado: Perú, un ejemplo para América

Latina, Perú Graph Editores S. A., Lima, 1969, p. 8.

cifra alcanza 145, sin contar cualquiera que mantuviera un porcentaje inferior. El Estado también controló en la banca una gran proporción, al incorporar a su propiedad el Banco Popular del Perú -antes perteneciente al grupo financiero Prado- así como otras pequeñas entidades más. Las transformaciones de la sociedad peruana

superaron su carácter democrático-burgués, en el transcurso del año 1974, cuando las leyes sobre propiedad social y la prensa fueron emitidas; dada la índole de dichas medidas, el proceso revolucionario comenzó a adquirir rasgos democrático-populares. La primera ley fue revelada el primero de mayo en una concentración por el día de tos trabajadores; en ella se estableció el avance sui generis hacia la desaparición de las compañías privadas en Perú; el Gobierno concebía la actividad económica como inherente -en primer lugar- al sector social; luego se situaba el área estatal -industrias y servicios básicos-; la tercera prioridad se otorgaba a las empresas capitalistas, cuya esencia se deseaba transformar mediante la creciente participación de sus trabajadores en la propiedad; sólo se dejaban incólumes, los intereses de la pequeña burguesía. Casi es innecesario recordar que esta ley fue

calificada como “muy positiva”164 por la Confederación General de Trabajadores del Perú y la Central de Trabajadores de la Revolución Peruana. Poco después, el 27 de julio de 1974, se publicó el segundo trascendental decreto; el mismo dispuso la entrega a diversos sectores laborales de los diez principales periódicos burgueses del país. Como es lógico, mientras las agrupaciones de periodistas peruanos respaldaban la revolucionaria medida, la pro imperialista Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la atacaba con ferocidad. A partir de estas audaces disposiciones revolucionarias, la burguesía nacional se incorporó al campo de la contrarrevolución, auspiciado por la CIA; en tanto los industriales creyeron que los cambios sólo se dirigirían contra los rezagos feudales o la burguesía exportadora, apoyó las transformaciones. Al comprender que el núcleo gobernante encabezado por Velasco Alvarado deseaba trasgredir estos límites, se sumó a la oposición. Así, en 1975, la escalada contrarrevolucionaria se multiplicó, al punto de organizar y ejecutar acciones tales como la huelga de la Guardia Civil en Lima, atentados contra dirigentes gubernamentales, y el gran incendio del Centro Cívico de la capital. Era evidente que la lucha de clases se agudizaba;

para consolidarse, la revolución debía abocar a un régimen de fuerte participación popular. Sin embargo, la organización SINAMOS, no obstante las buenas intenciones de su orientador general

164 Confederación General de Trabajadores del Perú, Folleto Testimonio, Lima, 1978, p. 4.

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Leónidas Rodríguez, no fue capaz de canalizar la efectiva estructuración de las masas con las diversas instancias del poder. Fue el propio Leónidas Rodríguez -más tarde fundador y Presidente del Partido Socialista Revolucionario- quien al respecto trazó la siguiente síntesis valorativa:

Durante el período del general Velasco Alvarado, de 1968 a 1975, se dieron cambios económicos y sociales muy importantes. La reforma agraria acabó con los latifundios existentes desde la independencia; se estimuló el desarrollo de empresas colectivas en el campo y se nacionalizó el cobre, el hierro, y el petróleo. El comercio exterior pasó a manos del Estado, hubo una reforma empresarial y se nacionalizaron los grandes servicios de comunicación y transporte, como los ferrocarriles. Igualmente se creó un importante sector de propiedad social (...). Las grandes masas, antes marginadas, se movilizaron entonces y tuvieron un papel destacado en los proceso de cambio social (…). Surgieron las cooperativas campesinas, las sociedades agrícolas de interés social y las comunidades industriales. Era un país en asamblea permanente. Evidentemente, hubo una elevación de la politización de las masas, aunque quizás no la deseable y, suficiente.165 En 1975, enfermó de gravedad el general Juan

Velazco Alvarado. Este infortunado hecho casual debilitó el control ejercido por los “generales cholos” sobre las Fuerzas Armadas peruanas; debido a la heterogénea composición de las mismas, grupos armados de la oficialidad menos avanzada efectuaron un sutil golpe de Estado, el 29 de agosto de 1975. Desde ese momento, los militares de izquierda fueron marginados; se subordinó el país a los dictados del Fondo Monetario Internacional; se incentivó la participación del gran capital en las industrias y la economía de exportación. El nuevo equipo gubernamental, presidido por el general Francisco Morales Bermúdez, retornó a las prácticas represivas contra los obreros en huelga; clausuró locales sindicales; frenó el desarrollo de la Reforma Agraria -en menos de seis años se habían adjudicado casi 7.000.000 de hectáreas de tierras a cientos de miles de campesinos- y disolvió la Confederación Nacional Agraria; muchas empresas volvieron a la esfera privada; se limitó el control del Estado sobre el comercio exterior; se derogó el Estatuto sobre la prensa. Entonces surgió el descontento generalizado en el país, provocado por la pérdida de las más trascendentales conquistas revolucionarias, el alto costo de la vida y la ofensiva patronal. Esa triste situación de paulatino retroceso al pasado provocó, el 27 de febrero de 1978, la primera huelga general en casi diez años; a pesar de la dura represión la 165 Leónidas Rodríguez Figueroa: Entrevista, en tabloide semanal, En Rojo, Lima, 18 de enero de 1980, p. 2.

misma duró cuarenta y ocho horas. También, debido al disgusto oficial ante esa combativa actitud de los trabajadores, se permitió una agresiva política a los sectores más reaccionarios contra la Revolución Cubana. Sus prácticas suscitaron el siguiente comentario del Comandante en Jefe Fidel Castro:

No podemos olvidar que en el Perú fue la Marina de ese país -la Marina de ese país y lo sabemos, creo que no se atrevan a discutirlo- la Marina de ese país, agentes a sus órdenes, los que hundieron nuestros dos barcos pesqueros, Río Jobabo y Río Damují, una increíble provocación. Pero, además, tampoco debemos olvidar cómo el convenio de pesca existente entre Cuba y Perú que llevaba tiempo, funcionaba perfectamente bien, que era útil, muy útil para los peruanos, pues ayudaba a producir alimentos para los peruanos y ayudaba también a producir alimentos para nosotros, fue cancelado unilateralmente, también en virtud de las imposiciones de la Marina, y para fraguar convenios particulares en virtud de los cuales un individuo, sin poner nada, nada más que con poner el nombre, se convertía en millonario. No podemos olvidar cómo el gobierno del Perú incumplió el contrato de la construcción de veinte atuneros que concertamos con ellos, en relación con lo cual nuestro país se gastó por otro lado decenas de millones de dólares en una planta de procesar pescado y sin embargo, ni siquiera fue cumplido el contrato, no fueron construidos los atuneros, y nos quedamos nosotros con la planta procesadora y sin los atuneros. Todo esto va teniendo su historia y sus

antecedentes, lógicamente que estas cosas fueron enfriando las relaciones que en un tiempo fueron cálidas y estrechas con el Gobierno Revolucionario de Velasco Alvarado, relaciones que se abrieron en aquellos días difíciles del Perú, a raíz del terremoto cuando nuestro pueblo a un llamado de la Revolución, a pesar de que no existían relaciones diplomáticas, realizó cien mil donaciones de sangre en diez días, se ofrecieron nuestros médicos y nuestras enfermeras, y se ofrecieron nuestros obreros de la construcción y se ofreció nuestra pueblo para ayudar al pueblo hermano de Perú.166 En Panamá, las protestas contra la presencia

norteamericana en la llamada Zona del Canal se incrementaron después del triunfo de la Revolución Cubana; en 1962, los estudiantes realizaron grandes demostraciones contra dicho enclave colonial. Al cabo de un año, las masas populares organizaron la Marcha del Hambre; en la misma miles de manifestantes provenientes de Colón cruzaron el

166 Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado con motive del

1º de mayo de 1980, en Granma, La Habana, 2 de mayo de 1980.

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istmo a pie con el propósito de plantear sus demandas económicas al gobierno de turno; reclamar la soberanía panameña sobre la importante vía interoceánica. En este agitado panorama de crecientes luchas por lograr la plena independencia del país, el 9 de enero de 1964, los “zonians” -residentes estadounidenses en la usurpada franja canalera- realizaron una infame provocación; izaron la bandera yanqui en una escuela secundaria, sin que a su lado ondeara -como se estipulaba según los acuerdos vigentes- la panameña. Grupos de ofendidos jóvenes penetraron entonces en la zona para hacer efectivos sus derechos en lo concerniente a la enseña nacional. Al día siguiente, las tropas imperialistas agredieron de manera salvaje a los indignados manifestantes, con el horrendo saldo de veintiún muertos y quinientos heridos. Los panameños no podían continuar siendo los

mismos después del monstruoso crimen. El propio Gobierno lacayo de la República así lo comprendió; para cubrir las formalidades, se rompieron relaciones diplomáticas con Washington; se pidieron modificaciones básicas al espúreo tratado canalera de 1903. Estas tímidas medidas no calmaron el descontento de las masas; incluso, algunos sectores de vanguardia emprendieron la heroica tarea de iniciar la lucha guerrillera en la montañosa región de Ciri Grande. En represalia, la burguesía comercial y bancaria gobernante ordenó a la Guardia Nacional perseguir con ferocidad a los elementos progresistas; a la vez, llegaba a un rápido entendimiento con Estados Unidos y de nuevo se intercambiaban embajadores. En 1968 Panamá soportaba cuatro tipos de

dominación foránea.167 La Zona del Canal era un enclave de tipo colonial clásico; en la misma el imperialismo yanqui controlaba todas las instancias económicas y supraestructurales; poseía importancia vital para la economía del país; generaba alrededor del 20 por ciento del producto interno bruto; daba empleo a unos 20.000 panameños; constituía, por lo tanto, la principal fuente de trabajo de istmo. La República, en segundo lugar, se había

convertido en paraíso fiscal y plataforma de servicios para las transnacionales, las cuales utilizan a Panamá como base de sus “Paper Companies” -compañías inscritas por razones legales, fiscales, y de costos, pero sin actividad productiva alguna en la nación- de forma semejante a la práctica de los armadores con la “bandera de conveniencia” para sus flotas; no existen impuestos a las reexportaciones, ni sobre los beneficios realizados en el exterior de las fronteras nacionales. De esta manera, la siguiente fuente laboral en Panamá era la Zona Libre de Colón, constituida en 1948 a

167 Xavier Gorostiaga: Panamá no es solamente un canal, en Tareas Nº 42, Panamá, abril-agosto de 1978, p. 11.

sugerencia del Departamento de Comercio de Estados Unidos; en ella tienen empleo 15.000 ciudadanos. Así, en solo 34 hectáreas de superficie funciona para las transnacionales un lugar de almacenamiento y ensamblaje; entre los sitios similares del mundo sólo es superado por Hong Kong; tiene 600 firmas registradas, éstas realizan cerca de 1.000.000.000 de dólares al año, de intercambio mercantil. A este segundo enclave se añade el Centro Financiero Internacional; el mismo funcionaba con 74 bancos internacionales dedicados a seguros, inversiones y actividades semejantes; el 80 por ciento de las operaciones se dirigían al exterior; nueve décimas partes de los depósitos provenían del extranjero; mientras, la República no contaba con banco central ni moneda nacional verdadera -el Balboa no se imprime- para su millón y medio de habitantes. Desde el punto de vista productivo, en el país

sólo tenían relevancia la Compañía de Fuerza y Luz -subsidiaria del monopolio Boise Cascade- y la United Brands; ésta engloba a la United Fruit Company, que alcanzaba especial pujanza en las apartadas provincias de Chiriquí y Boca del Toro; allí poseía latifundios, ferrocarriles, muelles, bosques y tierras baldías en condiciones excepcionalmente privilegiadas, en un enclave no articulado con el resto de la economía panameña. Por esta razón, el fuerte y combativo proletariado de dichas plantaciones bananeras se veía alejado del resto de la clase obrera istmeña. La Guardia Nacional de Panamá adquirió mayor

nivel de conciencia en la contradicción a que fue lanzada por el Gobierno con las masas populares; las mismas exigían el respeto a la soberanía del país; dirigida por Omar Torrijos, derrocó al presidente de turno el 11 de octubre de 1968; disolvió el nada representativo Congreso de la República. El teniente coronel Manuel A. Noriega, jefe de inteligencia del ejército panameño, definió así dicha acción:

Torrijos concibió que el golpe de 1968 dado por los militares no debía ser para el usufructo de los comandantes y jefes (...). Por consiguiente los militares deberían dirigir una administración pública honesta, que produjera dividendos al pueblo (...). y con estos esquemas mentales, con esta concepción positiva trazó el nuevo azimut de la Guardia Nacional (...). La Guardia Nacional en todos sus escalones, desde el guardia raso hasta el Teniente Coronel pasa por los laboratorios de la concienciación revolucionaria, de la sensibilidad social, de la familiarización con el problema nacional, por la aceptación del pluralismo ideológico (...). Al servicio de inteligencia le cabe también un papel importante en el proceso de cambio de pensamiento y la actitud de la oficialidad desde la época de los cazadores de brujas con la bandera del anticomunismo y la hoy

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equilibrada mentalidad de la aceptación del pluralismo ideológico.168 A su vez, sobre la Guardia Nacional, Omar

Torrijos expresó: “La oligarquización de un solo Teniente Coronel pone en peligro el proceso de cambios iniciado en 1968. La oligarquización de varios, lo liquida.”169 El Gobierno revolucionario de los militares

nacionalistas comenzó por suprimir, el 3 de marzo de 1969, todos los partidos políticos burgueses; decretó una amplia amnistía para los presos políticos. Esto provocó un intento de golpe militar derechista, que Torrijos derrotó gracias a su control sobre los cuerpos armados del país. También, en el propio 1969, se dictó una ley de Reforma Agraria destinada a expropiar las tierras baldías; organizar en ellas especies de cooperativas llamadas Asentamientos Campesinos, con el propósito de liberar de su marginamiento económico, social y político, a un sector mayoritario de la población rural del país; a la vez, mejorar el abastecimiento -por ejemplo de arroz- del mercado nacional. Según estos criterios, unas 7.000 familias habían sido beneficiadas. Al mismo tiempo, el Gobierno creó diversas

instituciones crediticias -MIDA, BDA, IMA, COAGRO y otras más- para ayudar a los asentamientos, así como a los pequeños y medianos productores. Junto a este progresista empeño el Estado también auspició otros, como el desarrollo de las ramas del cobre, pesquería, turismo e industrias agrícolas. Incluso, en 1972, el gobierno de Ornar Torrijos logró adquirir la Compañía Fuerza y Luz, para colocarla al servicio de la nación. Pero avance alguno pudo compararse a la vigorosa campaña acometida en todos los sentidos en favor de establecer la soberanía panameña sobre la Zona del Canal. Sin embargo, Omar Torrijos no concebía una simple reversión de la estratégica vía interoceánica a la República; siempre precisaba: “Si recuperamos nuestro territorio denominado Zona del Canal y nos limitamos a cambiar los letreros que dicen "no traspase" y que indican el dominio norteamericano, por otros letreros que digan "No entre, perro bravo", y que indican el dominio de unos cuantos propietarios; estaríamos adulterando el verdadero concepto de liberación nacional y desviando los verdaderos objetivos de las luchas que ha librado nuestro pueblo.”170

168 Manuel A. Noriega: Discurso del 25/X1/1977, en la

reunión de Jefes de Inteligencia del Continente

Americano, en Tareas No. 42, p. 3. 169 Omar Torrijos: Discurso sobre jubilaciones, retiros,

ascensos y promociones en la Guardia Facional en Tareas No. 42, p. 2. 170 Omar Torrijos: Discurso sobre jubilaciones, retiros,

ascensos y promociones en la Guardia Facional en Tareas No. 42, p. 2.

En la conocida situación de dependencia ante Estados Unidos, el Partido del Pueblo (comunista) llamó a todas las fuerzas del país a comprender que la contradicción fundamental de la nación panameña era con el imperialismo yanqui; explicaba que el principal lazo de sujeción habrá entrado en crisis: el colonialismo de la Zona del Canal. Argumentaba que en las condiciones específicas existentes, la forma más apropiada de eliminarlo eran las negociaciones; de responder éstas a las exigencias del pueblo panameño, se reforzaría la soberanía nacional; se facilitaría el combate por una liberación total. Siete años duraron las pujas diplomáticas entre

los gobiernos de Panamá y Estados Unidos; al final culminaron en el Tratado Torrijos-Carter (1977). Según éste, se abrogaba el de 1903; se estipulaba que en el plazo de 23 años -es decir, paulatinamente- todos los derechos jurisdiccionales pasarían a las autoridades istmeñas. No era el camino deseado, pero si el mejor posible; significaba el principio del fin de la ocupación imperialista en la Zona del Canal. Como dijeron los comunistas panameños: “La conquista de la descolonización es un triunfo legítimo del pueblo panameño, de las fuerzas antiimperialistas de Panamá, de las fuerzas progresistas del mundo y amantes de la paz y en lo personal, es el triunfo de la firmeza patriótica del General Torrijos, que ha sabido interpretar correcta y lealmente los deseos legítimos de su pueblo.”171 En Panamá, las masas populares aprobaron el

referido tratado en votación efectuada el 23 de octubre de 1977. Luego, el país marchó hacia una original forma de institucionalización: la Asamblea de Corregimiento y la elección del nuevo presidente (Arístides Royo). Cuando parecía que el horizonte político istmeño se despejaba, se impuso en Estados Unidos un equipo gubernamental de concepciones fascistas presidido por Ronald Reagan; éste, acérrimo enemigo del acuerdo firmado entre ambos países, de inmediato comenzó a sabotearlo. Después (1981), tuvo lugar la misteriosa muerte del general Omar Torrijos, en un sospechoso accidente de aviación. Así, de manera imprevista, surgió otro inesperado peligro a la tarea de eliminar la “quinta frontera” del seno de esta sufrida nación. Reveses progresistas en Chile y Argentina. Salvador Allende ocupó la Presidencia el 4 de

noviembre de 1970; comenzó a dar cumplimiento al programa revolucionario de la Unidad Popular. Se restablecieron relaciones diplomáticas con Cuba; se expropiaron 350 latifundios; se amplió el área de propiedad social; se nacionalizó el cobre -que producía el 10 por ciento del PNB y ofrecía las tres

171 Rubén Darío Sousa: El principio del fin de la

ocupación imperialista, Litografía Universal, Panamá, 1917, p. 38.

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cuartas partes de las divisas, con una productividad por hombre tres veces y media superior al promedio nacional-; se incrementó la producción Industrial. Este sector aumentó en el primer año de Gobierno popular al ritmo de 12,1 por ciento, tasa no conocida en el sexenio anterior. En la agricultura se afectaron 3.500.000 hectáreas

en los dieciséis meses iniciales de la Presidencia de Allende. Los extraordinarios avances alcanzados se reflejaron en el espectacular éxito logrado en las elecciones de abril de 1971, cuando la Unidad Popular obtuvo el 51 por ciento de los votos. Pero la reacción se recuperaba orientada por el imperialismo yanqui; éste redujo los créditos al Gobierno popular a sólo el 10 por ciento de los otorgados a su predecesor. Se iniciaba el bloqueo silencioso. Después, en el Congreso, la derecha acometió todo tipo de maniobras para dificultar las gestiones del Gobierno; lo acusaban de sobrepasar la legalidad. Empezaron después las manifestaciones de la aristocracia y el terror oligarca. Aunque la clase obrera se mantenía firme, las campañas mencionadas y la propaganda acerca del desabastecimiento hicieron mella en otras clases sociales. Esto se, unió al hecho de que la ley concerniente a las áreas de la economía, no logró ser aprobada en el Congreso. De esa forma, se facilitó a la reacción el asustar a las capas medias chilenas y preparar su paso al campo de los enemigos de la revolución.172 El cambio de simpatías se evidenció, en las elecciones de marzo de 1973; la Unidad Popular obtuvo el 44 por ciento de los sufragios. Al respecto, escribió el latinoamericanista soviético Yu. Krasin:

Una de las enseñanzas fundamentales de la revolución chilena consiste en que puso de manifiesto lo importante que es promover y realizar en la revolución programas concretos de transición con reformas que expresen las necesidades y los anhelos de las capas medias de la población. La no existencia en la Unidad Popular de posiciones comunes en torno a este problema, las acciones y consignas de los extremistas, el hábil aprovechamiento que la reacción hizo de las contradicciones que surjan en este terreno, son factores que hicieron en el momento decisivo apartar a gran parte de la pequeña burguesía urbana de la revolución y que aquélla se colocara al otro lado de las barricadas. Y, esto, a su vez, propició condiciones políticas para la realización del cuartelazo fascista.173 Las propias elecciones mencionadas también

reflejaron, sin embargo, que la reacción sería incapaz de revertir el avance del proceso sin la

172 M. Kudachkin: La experiencia de la lucha por la

unidad de las fuerzas de izquierda y las transformaciones

revolucionarias, Ed. Progreso, Moscú, 1978, p. 225. 173 Yu. Krasin: Revolución y reforma, en Socialismo,

Teoría y Práctica, Moscú, febrero de 1978, p. 39.

ayuda de los generales traidores, dominantes en las Fuerzas Armadas. El proletariado respaldaba decidido las transformaciones acometidas. Tal vez su realización completa, como expresó Vladímir Ilich Lenin: “no sería el socialismo, pero ya no sería el capitalismo. Representaría un paso gigantesco hacia el socialismo, un paso después del cual sería imposible, siempre y cuando se mantuviese una democracia plena, tornar al capitalismo sin recurrir a una violencia inaudita sobre las masas.”.174 El inicio de los trágicos acontecimientos

golpistas tuvo lugar el 29 de junio de 1973; unidades blindadas promovieron el “tancazo” contra el Gobierno constitucional. Aunque derrotado, el ejército chileno quedó incólume en sus mandos y estructura. Sobre este aspecto, el latinoamericanista soviético M. Kudachkin dijo: “no puede dejarse de tener en cuenta que el carácter de las instituciones heredadas del viejo régimen es clasista y que el desarrollo de la democracia está indisolublemente ligado a la lucha por el cambio de carácter de clase del Estado”.175 Al permanecer intactas las tradicionales Fuerzas

Armadas, la reacción, al sentirse segura, se desbordó. Asesinaron al Edecán presidencial; obligaron a renunciar a la jefatura del ejército al general Prats cuya trayectoria constitucionalista se conocía; se produjeron allanamientos, ultrajes y crímenes. Todo culminó con el ataque al Palacio de la Moneda; allí el presidente Salvador Allende murió combatiendo con las armas en las manos. Las causas profundas de aquellos acontecimientos también son analizadas por Kudachkin, quien escribió:

el imperialismo y la reacción chilena no pudieron derrotar a la revolución chilena ni por medio de las elecciones parlamentarias en marzo de 1973 ni por medio del sabotaje económico, la subversión y otros medios “pacíficos”. Ellos la derrotaron militarmente. Y precisamente, la Unidad Popular no estaba preparada para resistir en este terreno a la reacción (...) Los partidos de la Unidad Popular ni siquiera

tenían algún plan de lucha, de movilización de la clase obrera, de las masas populares contra la intervención armada de la reacción, lo que garantizó a los generales traidores una victoria bastante rápida y fácil.176 La historia de Chile no había conocido nunca tan

sangrienta represión. Desde los primeros momentos

174 Vladimir Ilich Lenin: La catástrofe que nos amenaza y

cómo combatirla, en Obras completas, Editora Política, La Habana, 1963, t. 25 p. 350. 175 M. Kudanchkin: La experiencia de la lucha por la

unidad de las fuerzas de izquierda y las transformaciones

revolucionarias, ed. cit., pp. 220-221. 176 M. Kudanchkin: La experiencia de la lucha por la

unidad de las fuerzas de izquierda y las transformaciones

revolucionarias, ed. cit., pp. 222-225.

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en que la Junta Fascista dirigida por el general traidor Augusto Pinochet ocupó el poder, quedó demostrado que ante nada se detendría para mantenerlo. “Que nadie se engañe -dijo el Partido Comunista de Chile-: se ha instaurado un régimen fascista, y el fascismo es la antidemocracia, es la dictadura terrorista contra la clase obrera, es la intolerancia y la persecución a todas las ideas progresistas.”177 En Argentina, a mediados de 1969, el rechazo a

la represiva militarización del régimen castrense se manifestaba de dos formas: guerrillas urbanas y huelgas obreras. El descontento popular llegó a su clímax en Córdoba; allí proletarios y estudiantes ocuparon los barrios céntricos de la ciudad. Onganía respondió con medidas drásticas; decretó el estado de sitio; intervino la CGT; clausuró órganos de prensa. Pero el auge de la lucha armada y de masas provocó su dimisión. El sustituto pretendió distanciarse del predecesor, mediante la anunciada reargentinización de la economía y la reorientación de la industria hacia el mercado interno. Dicho objetivo debía ser alcanzado mediante el estímulo a la demanda provocada por aumentos salariales, así como por el otorgamiento de mayores posibilidades crediticias a las constituidas con capital autóctono. No obstante, estas ventajas fueron bien aprovechadas por las compañías extranjeras asociadas con las nativas; habían pasado los tiempos en que podía auspiciarse contra el extranjero a la burguesía nacional. Esta no existía ya, pues transformado su sector más poderoso en monopolista, se encontraba aliado con las transnacionales. Sólo posiciones antimonopolistas y, por ende, antiimperialistas, podían sacar de la crisis a la nación. La práctica de crédito barato y el alza de los

precios internos de la carne -para limitar su consumo nacional y aumentar las exportaciones- desataron una vertiginosa espiral inflacionaria; la misma provocó la caída del poder adquisitivo popular. Hechos añicos los utópicos planes, el Presidente militar fue depuesto en 1971 por el jefe del Ejército; éste anunció la convocatoria a elecciones; comprendía que el recrudecimiento de la represión sólo conducía al auge de la lucha armada y a la radicalización de las fuerzas opositoras. Se levantaron entonces las prohibiciones que pesaban sobre los partidos políticos; se suprimió el Ministerio de Economía; se eliminaron los topes salariales para amortiguar el descontento de los trabajadores. A principios de la década del setenta, en

Argentina, donde ni siquiera representaban el 2,5 por ciento de las compañías fabriles del país los

177 Declaración del Partido Comunista de Chile, septiembre de 1976, en Tiempos Fuevos, Moscú, noviembre de 1976, No. 48, p. 29.

monopolios -nacionales y extranjeros- controlaban el 32 por ciento de la producción industrial. El 60 por ciento de dicho sector se encontraba dominado por las inversiones imperialistas. Como rasgo particular de esta República se debe subrayar, que el capital europeo era mayoritario (32 por ciento) frente al norteamericano (28 por ciento). Del total monopolista argentino, el 22 por ciento correspondía a intereses privados; mientras, el Estado poseía el 18 por ciento. Éste contaba con importante participación en las fábricas; tenía un alto control del suministro energético, del agua, transporte y comunicaciones. En la industria media -unos 10.000 empresarios, que empleaban entre 30 y 500 obreros cada uno-, a pesar de predominar los capitales autóctonos, se dependía en gran parte de los monopolios, debido al financiamiento y la tecnología; éstos controlaban las ramas más dinámicas y estratégicas de la economía; la pequeña burguesía industrial formaba, por su parte, un volumen importante de la producción manufacturera. Otra característica del desarrollo argentino es la conversión de algunos grupos de burgueses agropecuarios exportadores en núcleos financieros.178 En las elecciones de marzo de 1973 triunfó el

candidato peronista Héctor Cámpora; éste había esbozado una progresista concepción económica, la misma contemplaba la nacionalización de la banca, el comercio exterior, y una Reforma Agraria; la estructura social del campo era la siguiente: 3.900 latifundistas grandes detentaban el 36 por ciento de la tierra laborable; 226.000 haciendas ocupaban el 46 por ciento del suelo susceptible de ser utilizado; coexistían con 200.000 minifundistas propietarios del 3 por ciento de la superficie apta para cultivar. También había 152.000 familias de obreros agrícolas permanentes y 111.000 más que vivían del trabajo jornalero esporádico en los campos. Asimismo, Héctor Cámpora planteó la reimplantación del Artículo 40 de la Constitución de 1949; el cual estipulaba que todos los recursos naturales eran propiedad inalienable de la nación. Al asumir el poder, el nuevo Presidente derogó la

disposición anticomunista de ilegalizar las actividades de ese Partido; envió al Congreso importantes leyes concernientes a la economía. Entre las más importantes se encontraban las referidas a las inversiones extranjeras -las yanquis ascendían a 1.148.000.000 de dólares-, a la nacionalización de la banca, la reargentinización de la industria. Otra proponía la formación de monopolios estatales para exportar los granos y la carne, ventas al extranjero realizadas hasta entonces por compañías nativas y foráneas. Después, Argentina restableció relaciones

178 Konstantin Tarasov: Peculiaridades del desarrollo del

capitalismo monopolista en América latina, en Ciencias Sociales, Moscú, Nº. 3, p. 238.

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con Cuba socialista. La derecha peronista reaccionó con gran

violencia a la gestión de Cámpora; éste renunció a la Presidencia. En las elecciones de septiembre, triunfó el binomio compuesto por Perón y su tercera esposa, candidatura que había recibido el apoyo de múltiples organizaciones populares, entre las cuales se hallaba el Partido Comunista. Pero antes de cumplir un año de mandato, la precaria salud del Presidente se quebró; el 1º de julio de 1974 murió el hombre que había mantenido la hegemonía en la política argentina durante treinta años. La viuda-vicepresidenta ocupó el Poder

Ejecutivo en medio de una aguda pugna entre la corrupta derecha peronista -que representaba a los monopolios criollos aliados a las transnacionales europeas-, en el poder, y la izquierda partidaria del extinto mandatario. Esta división facilitó una nueva asonada castrense, en relación con la cual Schafik Jorge Handal escribió:

El golpe militar en Argentina, inicialmente dirigido, al menos en apariencia, contra la derecha peronista, no tardó en virar también contra la izquierda peronista y se ha ocupado, sobre todo, de bloquear y someter a control el movimiento obrero, de inmovilizar a los partidos políticos y ha iniciado el desmantelamiento de las organizaciones juveniles y organismos para la solidaridad internacional, al tiempo que el gobierno de Videla adopta más y más el programa económico brasileño y las bandas asesinas procreadas por la CIA incrementan impunemente su dantesca cosecha sangrienta, golpeando no sólo a la izquierda argentina, sino también a toda la emigración de la izquierda del Cono Sur concentrada en Buenos Aires en los últimos años. Toda esta derechización progresiva se adopta bajo el pretexto de la lucha contra las guerrillas (...), a las cuales se ha asestado golpes mortales, y no pensamos que, una vez terminada esa tarea, retornará fácilmente la nave del gobierno argentino a un puerto democrático, sino que continuará su marcha hacia el fascismo.179 Procesos revolucionarios en el Caribe y

Centroamérica. Granada, que experimentaba el abandono del

imperialismo en el Caribe inglés, fue tomada en consideración por la metrópoli británica al estallar la Primera Guerra Mundial; el Gobierno de Londres se dispuso a extraer de esta pequeña isla hombres y materias primas para el enfrentamiento con sus rivales. Nadie imaginaba que el contacto de esta tropa con los demás contingentes movilizados en otros confines sujetos al dominio de Inglaterra,

179 Schafik Jorge Handal: El fascismo en América, en América latina, Moscú, 1976, No. 4, p. 139.

empezaría a despertar a sus integrantes del letargo colonialista una vez que triunfara la Gran Revolución Socialista de Octubre. Al regresar de los campos de muerte europeos, los sobrevivientes encontraron pocos cambios en su tierra natal: hambre, miseria, falta de trabajo, ignorancia e insalubridad. Entonces, los veteranos, en buena parte de origen obrero, comenzaron a trabajar en aras de su propia organización. Ese ascendente movimiento proletario avanzó dirigido por T. A. Marryshow; el mismo estructuró la Grenada Workingmen's Association (Asociación de Trabajadores de Granada); impulsó la idea de crear una federación en el Caribe anglófono. Las crisis cíclicas del capitalismo en 1929-1933 y

1937-1938, estremecieron el dominio colonial en Granada: incorporaron nuevos sectores y capas sociales a los combates por el progreso y la libertad. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la población masculina de la isla se vio otra vez succionada por los intereses militares del imperialismo británico; desde 1939, nuevos contingentes de jóvenes fueron enviados a morir a lejanos campos de batalla. En estas circunstancias, el gobierno conservador de Churchlll se vio obligado a ceder; emitió el Trade Unions and Trade Disputes Ordinance (1943), legislación sindical mediante la cual se reconocía a las organizaciones obreras de las colonias los mismos derechos que a las de la metrópoli. Así pudieron surgir, con plena legalidad, la General Workers Union (Unión General de Trabajadores); y la Saint George's Workers Union, más tarde redenominada Grenada Workers Union; a las mismas se añadió en 1950 la Grenada Trade Union Congress. Todos esos sindicatos, sin embargo, sólo

aglutinaban a obreros urbanos; los rurales ninguno poseían. Fue en esas circunstancias que, en la sexta década del siglo, Eric Matthew Gairy movilizó a los efectivos del agro y ocupó su liderazgo; en julio de 1950 organizó su Grenada Manual and Mental Workers Union; desató exitosas huelgas en la industria azucarera. De ahí, este aventurero se desplazó hacia la política; fundó su Grenada People's Party (Partido del Pueblo de Granadal, más tarde convertido en el Grenada United Labour Party. Por su parte, la burguesía plantadora y comercial, dio vida al Grenada National Party; el mismo aprovechó el desprestigio del gobierno autonomista de Galry -debido a la corrupción que instituyó-, y, en 1961, lo desplazó del poder. Sin embargo, el GNP nada hizo por las masas populares; un lustro más tarde, el GULP reocupó los predios perdidos. Pero desde 1967 en adelante, Gairy se apartó de los humildes; se vinculó a los administradores y propietarios; gracias a la malversación y el peculado se convirtió en dueño de importantes bienes. Incluso llegó a ser miembro prominente de la Cámara de

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Comercio. Después convertido en tirano, sólo pensó en mantener sus funciones por medio de la más despiadada represión; sus bandas terroristas -Green Beasts y Mongoose Gang- ventajosamente emulaban con la asesina Tonton Macoutes de los Duvalier de Haití. De esa forma, Gairy se enemistó con los sindicatos, la juventud, la Iglesia e incluso con una parte de la burguesía. A mediados del siglo XX, en Granada había

19.736 asalariados -de los cuales 12.432 eran rurales-; unas 7.200 personas eran dueñas de sus medios de producción -pequeños comerciantes, artesanos, profesionales pobres-, y 625 grandes patrones. La principal actividad económica del país era la agricultura, cuyas tierras cultivables controlaban en el 45,6 por ciento propietarios poderosos -criollos y extranjeros-; el resto se dividía entre 1.200 pequeñoburgueses; 18.456 campesinos poseían -cada uno- menos de 10 acres. Durante los gobiernos del GNP y de Gairy, los

principales cambios socioeconómicos fueron la ruina de la industria azucarera y la concentración de la tierra aún en menos manos -50 propietarios dominaban el 43 por ciento de los predios-, y en 1972 sólo 8.000 personas trabajaban como asalariados en la agricultura, cuya participación en el PNB había descendido a sólo el 30 por ciento; mientras, casi 11.000 granadinos laboraban en el turismo, el comercio y las manufacturas. El New Jewel Movement -Movimiento de la

Nueva Joya- emergió como una realidad coherente en marzo de 1973, cuando lanzó un manifiesto con los siguientes puntos básicos: controlar los precios de la ropa, alimentos y otros artículos esenciales para la vida; desarrollar un programa concreto para mejorar las viviendas y la educación; así como la salud de las masas; redistribuir la tierra en la isla por medio de cooperativas con más de 45 acres de superficie; fomentar los cultivos alimenticios; implantar la educación gratuita y un sistema nacional de salud; crear un sistema de seguros y retiros para los asalariados; establecer sueldos mínimos; democratizar la estructura de la sociedad; sanear la administración pública; nacionalizar los bancos e instituciones conexas; crear un Consejo Nacional de Comercio Exterior. Las raíces de la Nueva Joya se encuentran en el

Black Power Movement -Movimiento del Poder Negro-, concebido en su origen -durante los años veinte- por el jamaicano Marcus Garvey y reactivado a finales de la séptima década del siglo por las prédicas del guyanés Walter Rodney; sus adeptos se manifestaron con fuerza en Granada en mayo de 1970. Después, en junio, Maurice Bishop y un grupo de revolucionarios urbanos de la isla, crearon un núcleo llamado FORUM, cuyo objetivo era divulgar la necesidad de realizar profundas transformaciones en la sociedad. Y en diciembre,

muchos de sus integrantes fueron arrestados por participar en protestas contra las prácticas represivas del régimen. Maurice Bishop fue liberado a finales de 1971 y

decidió auspiciar una organización con claros perfiles políticos: el Movement for the Advancement of Community Effort; más tarde -octubre de 1972- se transformó en el Movement for the Assembly of Peoples con el definido propósito de tomar el poder. Poco antes, en marzo de 1972, Unison Whiteman -quien también fue a la cárcel en diciembre de 1970- había constituido el Joint Effort for Welfare Educatlon and liberation (JEWEL) entre el campesinado y los obreros agrícolas, para arrebatar a Gairy su base social. La confluencia de objetivos entre ambos movimientos facilitó que en marzo de 1973 ellos se fundieran en el New Jewel Movement (NJM); el mismo se dedicó a ampliar de manera unitaria la oposición a la tiranía, sobre todo entre las filas del proletariado. Así, se elevó la conciencia de los trabajadores, campesinos y jóvenes; a la par, se sumaba a la pequeña burguesía; se ayudaba a escindir a la burguesía en partidarios y enemigos del personalista dictador. El trágico “Domingo Sangriento”, el 18 de

noviembre de 1973, marcó un giro en la historia de Granada; ese día estaba señalado por el NJM para comenzar una huelga general contra el régimen; las fuerzas represivas lograron antes capturar a Bishop, Whiteman y otros líderes del movimiento, que fueron torturados, la opinión pública entonces llevó a cabo una campaña de protesta cuya magnitud nunca se había conocido. A partir de estos acontecimientos, la demagogia política no sirvió más a Gairy, quien se apoyó de manera creciente en sus brutales bandas terroristas, armadas desde 1977 por Pinochet; impidió la participación de figuras opositoras, como Bishop y Whiteman, en el Parlamento de esta nación ya independiente (1974). En esas circunstancias, el NJM orientó preparar a sus más aguerridos militantes para la lucha armada; esperar la coyuntura apropiada para derrocar al tirano. Esta situación se presentó el 12 de marzo de 1979, cuando Gairy acompañado de sus principales ministros, marchó al extranjero en uno de sus acostumbrados viajes de placer; el Consejo Coordinador del NJM decidió realizar una insurrección a las 4 de la mañana del día siguiente. Así, en la madrugada del 13 de marzo, decenas de combatientes se lanzaron al ataque de la sede del ejército en True Blue; en una hora lo capturaron. Como el Comandante en Jefe Fidel Castro dijo: “un Moncada exitoso iniciaba una gran revolución en este pequeño país”.180

180 Al respecto se debe ver el excelente y exhaustivo ensayo de Richard Jacobs y Ian Jacobs: Grenada. The

Route to Revolution, Cuadernos Casa, La Habana, 1980, No. 22.

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Una vez en el poder, el movimiento de la Nueva Joya acometió el proceso transformador; se constituyeron las Milicias Populares y el Peaple's Revolutionary Army (Ejército Revolucionario); se establecieron estrechas relaciones con Cuba socialista; se nacionalizaron las propiedades de Galry. En virtud de ésas y otras medidas progresistas, el Estado ya poseía el 40 por ciento de la tierra cultivable, tres hoteles y diversas pequeñas empresas tales como restaurantes; además, monopolizaba la importación de insumos vitales como el azúcar y el arroz cuyos precios de venta habían sido disminuidos entre el 8 por ciento y el 20 por ciento. Al mismo tiempo se saneó y democratizó la administración pública; se había lanzado una vasta campaña contra el analfabetismo y en favor de mejores niveles en la educación; estudiaban en el nivel universitario 221 alumnos -antes del 13 de marzo de 1979 sólo había 3-; se abrieron escuelas de pesca y turismo. También, en el sector de la salud, fueron puestos en funcionamiento servicios gratuitos -con la ayuda internacionalista de médicos cubanos- en la capital (Saint George's) y el interior. En la economía se inauguraron fábricas para convertir productos del agro en mermeladas y conservas. El conjunto de esas medidas redujo el desempleo en un 20 por ciento (3.000) personas; hubiera disminuido mucho más con las voluminosas inversiones gubernamentales; éstas duplicaban la cifra de las realizadas por el depuesto tirano. Entre todos los nuevos proyectos el principal era el concerniente al aeropuerto Internacional de Point Salines, imprescindible para el ulterior progreso de este pequeño país. Nicaragua sufrió tras la muerte de Augusto César

Sandino más de veinte años de descenso revolucionario. Durante la primera década de dicho período, hegemonizado por el asesino Anastasio Somoza García, tuvo lugar una pronunciada reestructuración de la economía; en las exportaciones se redujo la importancia del café; creció la de los minerales como el oro y la plata. Además, se incrementó la dependencia en las compras estadounidenses; pasaron del 67 por ciento de todas las ventas nicaragüenses al extranjero en 1938, al 91 por ciento, seis años más tarde. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, tomó auge el cultivo del algodón; sus exportaciones aumentaron en 120 veces entre 1949 y 1955. A partir de ese momento, sin embargo, los precios mundiales de esta materia prima declinaron; la economía se estancó y luego cayó en crisis. Rigoberto López Pérez ajustició a Somoza García

en 1956, convencido de que su acción significaba "el principio del fin de la tiranía".181 Y así fue; al cabo 181 Rigoberto López Pérez: Carta-testamento, Sobretiro de

la Revista Casa de las Américas, La Habana, septiembre-octubre de 1972, No. 74.

de un año se inició una frustrada conspiración contra el régimen por parte de oficiales de la Fuerza Aérea de la Guardia Nacional, uno de cuyos integrantes, Carlos Ulloa, murió en Cuba combatiendo contra la invasión mercenaria en Playa Girón. En 1958, el veterano sandinista Ramón Raudales reinició la lucha armada en una gesta en la que ya participaba Carlos Fonseca Amador. La brutal represión somocista de la guerrilla del Chaparral, originó manifestaciones estudiantiles de protesta, como la muy conocida del 23 de Julio de 1959, enfrentada a balazos por la Guardia Nacional. La radicalización ideológica de los hombres de

vanguardia nicaragüense condujo en Julio de 1961 a la creación por Carlos Fonseca, Tomás Borge y Silvio Mayorga, del Frente Sandinista de Liberación Nacional, cuyo nacimiento rompió la hegemonía político-militar del régimen. Poco después, varias decenas de revolucionarios acometieron su preparación guerrillera gracias a la experiencia que le trasmitieron viejos sandinistas como Santos López. En 1963, esa militancia incursionó por las márgenes de los ríos Coco y Bocay; allí se combatió sin fortuna contra efectivos de la Guardia Nacional; era sólo un primer tanteo sobre las futuras tácticas a seguir. Se comprendió entonces que era necesario desarrollar primero estrechos vínculos con el campesinado, para conocer bien sus problemas y politizarlo después. Aunque dicha tarea no se practicó al acelerado ritmo que se proyectaba, durante dos años esa fue la principal labor realizada por los revolucionarios. Luego, en 1966, se volvieron a dar los pasos imprescindibles para reanudar la lucha armada; se preparó la base guerrillera de Pancasán, debido a cuya existencia el FSLN logró proyectarse hacia las amplias masas populares como la verdadera organización de vanguardia nicaragüense. El auge de la rebeldía popular contra el régimen

estimuló a la dirigencia de la burguesía desligada de Somoza -Pedro J, Chamorro, Ramiro Sacasa, Fernando Agüero-, a acudir a los comicios de 1967 como fuerza opositora del gubernamental Partido Liberal Nacionalista, para presentarse ante la nación como alternativa frente a la tiranía. Pero la culminación sangrienta de ese fraudulento proceso, el 22 de enero, motivó que la mayoría de los nicaragüenses no volviera a confiar en la posibilidad de una salida electoral; a partir de esa fecha, también Somoza y sus colaboradores optaron por subsistir en el poder sobre todo mediante prácticas militaristas. La relativa derrota de la guerrilla de Pacasán provocó la reorganización en 1969 del FSLN; se nombró a Carlos Fonseca, secretario general; se publicó el programa político, así como los Estatutos del movimiento. Entonces fue cuando Fonseca Amador en la Hora Cero escribió:

La fuerza que representan los partidos

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capitalistas por la influencia que todavía ejercen en la oposición, es necesario que se tenga en cuenta para trazar la estrategia del movimiento revolucionario. Hay que estar alerta contra el peligro de que la insurrección revolucionaria sirva de escalera a la fuerza reaccionaria de la oposición al régimen somocista... Los planteamientos anteriores no están en

contradicción con la posibilidad de desarrollar cierta unidad del sector antisomocista en general. Pero se trata de una unidad por la base, con los sectores más honestos de las diversas tendencias antisomocistas. Esto se posibilita aún más en razón del aumento de prestigio del FSLN y del creciente desprestigio que se suma al fraccionamiento de la dirección de los partidos capitalistas y similares. 182 El devastador terremoto que asoló Managua en

1972 propició el ulterior fortalecimiento del grupo económico presidido por Anastasio Somoza Debayle; como Director del Comité de Emergencia -y por lo tanto administrador de préstamos y ayuda internacional, planificador urbano, demoledor de edificios, gestor de bienes nacionales- reestructuró sus diversas empresas conexas al sector de la construcción; mientras, se dedicaba a organizar un poderoso conglomerado capaz de absorber todo el ciclo reconstructor; desde luego se trataba de la apropiación de centenares de millones de dólares que para dichos trabajos comenzaron afluir desde el exterior. Así, la familia Somoza acumuló una fortuna

superior a los 40.0000.000 de dólares; fundó su propia entidad financiera: el Banco de Centroamérica. Gracias a este potencial, la camarilla en el poder asociada con el multimillonario yanqui Howard Hughes rebasó en mucho las posibilidades económicas de los otros dos importantes grupos burgueses en Nicaragua; Somoza monopolizaba los transportes aéreos y marítimos; poseía las principales compañías de pesca, agroindustriales -vinculadas con la siembra de arroz y la cría de cerdos-, así como 51 ranchos de ganado, 46 fincas cafetaleras, 1 gran complejo azucarero basado en 8 plantaciones, e innumerables inversiones en industrias que producían para el Mercado Común Centroamericano. Como si esto fuera poco, las décadas de dominio gubernamental ponían en función del somocismo los recursos del Estado y sus entes autónomos, tales como el Banco Nacional, la Empresa de Luz y Fuerza, la Lotería, el Instituto de Seguridad Social, y otros más. El más poderoso grupo burgués rival de Somoza

se nucleaba alrededor del Banco Nicaragüense (BANIC), fundado en 1953 por los algodoneros y comerciantes de occidente -León y Chinandega- en

182 Carlos Fonseca Amador: Hora Cero, en Escritos, p. 72.

alianza con los industriales de Managua. Sus principales representantes eran Ramiro Sacasa, Pedro J. Chamorro y Rogar Lacayo, vinculados de una u otra forma con el tradicional Partido Liberal. Aunque al principio, durante el auge de los precios algodoneros, prevalecieron en su seno los intereses agrícolas, a partir de la década del sesenta, el grupo se orientó de manera preferente hacia los bienes raíces, la construcción de viviendas y, sobre todo, la industria manufacturera, con el propósito de aprovechar la existencia del Mercado Común Centroamericano; proliferaron entonces -en asociación con el Chase Manhattan Bank y el Morgan Guaranty Trust- sus inversiones en comercio y almacenes, fábricas procesadoras de alimento y bebidas, plásticos, pinturas, y medios de comunicación. Al mismo tiempo, el BANIC tuvo la habilidad de organizar un conjunto de instituciones de promoción social, bajo cuya fachada demagógica pretendía atenuar los efectos de su agresiva política de lucro.183 El Banco de América (BANAMÉRICA) -

constituido en 1952- nucleaba al otro grupo burgués desligado de Somoza; representaba a la burguesía oriental -sobre todo de Granada-, ganadera, comercial, así como productora de azúcar y bebidas alcohólicas. Su riqueza se remontaba al siglo XIX; por eso se le podía vincular al Partido Conservador muy afectado por el somocismo durante la cuarta y quinta décadas del siglo; sus más conocidas figuras eran Alfredo P. Chamorro, Ignacio Lacayo, Ernesto Fernández Hollman, y Carlos Gómez. Aunque al principio este banco surgió bajo los tradicionales preceptos de captar recursos para invertir en las actividades agropecuarias, pronto se asoció con el Wells Fargo Bank y el First National Bank of Boston; iniciaron, juntos, negocios de seguros y en la construcción. A pesar de la división agrupacional realizada, no

se debe pensar que dichos intereses constituían compartimentos estancados de la burguesía; existían nexos que los relacionaban, como la Compañía Azucarera Nacional, Sociedad Anónima -donde se hallaban asociados para exportar Somoza y BANAMÉRICA-, o Hacendados Unidos, Sociedad Anónima -compañía mixta Somoza y BANIC-, e incluso negocios conjuntos BANIC-BANAMÉRICA, cuyo más notorio vocero es el diario La Prensa. Este medio de difusión burgués transmisor de ideas, publicidad, promociones comerciales, e instrumento inductor del mercado capitalista, en sus comienzos hizo las veces de vocero ideológico y político de los intereses conservadores (BANAMÉRICA). Pero gradualmente, sus tradicionales propietarios -la

183 Jaime Wheelock Roman: Ficaragua: imperialismo y

dictadura, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1980.

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familia Chamorro Cardenal- se insertaron también en varios eslabones importantísimos del BANIC, tales como INDESA, FIRSA y NICAMAR. Por eso, en definitiva, y con el objetivo de minimizar los conflictos dentro de la propia clase, la burguesía nicaragüense estableció una serie de mecanismos federativos para regular los parámetros de explotación de los humildes; normaba precios; fijaba acuerdos productivos; distribuía mercados. De todas las asociaciones de ese tipo existentes en el país, ninguna podía compararse con el Consejo Superior de la Iniciativa Privada (COSIP), verdadero órgano central de los capitalistas. El año 1974 fue adverso para la tiranía; empezó

con la creación del UDEL por la burguesía oposicionista -disgustada por la monopolización que Somoza hacía del multimillonario negocio gestado alrededor de las consecuencias del pavoroso terremoto-; terminó con la toma, el 27 de diciembre de 1974, de la mansión fortaleza del importante ministro somocista José María Castillo. De esta forma se impulsó de nuevo la guerra revolucionaria; la misma adquirió más vida no obstante la división interna del FSLN (1974) y de la muerte en combate de Carlos Fonseca Amador, en noviembre de 1976. En el mes de octubre de 1977 dieron frutos los

esfuerzos del sandinismo para acelerar el derrocamiento revolucionario de la tiranía, y conducir a las masas populares en tanto que aguerrida vanguardia a la lucha frontal; las heroicas acciones de San Carlos, Cárdenas, Ocotal y Masaya fueron el inicio de una ofensiva militar ininterrumpida, que, enmarcada en la estrategia insurreccional, conduciría a la victoria. En ese mes de octubre, el combate de las columnas guerrilleras en las montañas del Norte -Estelí, Matagalpa, Waslala- recibió la fraterna compañía de la guerra en las ciudades. Al respecto el comandante Humberto Ortega dijo:

Con la experiencia desde octubre hasta Monimbó nosotros confirmamos que hay una voluntad de las masas para ir a la insurrección militar, pero que hace falta más organización militar, más organización de masas. Hace falta que maduren más las condiciones políticas, hace falta más agitación, hace falta más elementos de agitación superior, como es una radio clandestina. Hacía falta más que organizar las masas, movilizarlas para la guerra.184 El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, el 10 de

enero de 1978, dividió de manera definitiva a la burguesía; su sector comerciante efectuó en febrero un paro nacional de dos semanas; preparó las condiciones para que a UDEL se añadieran otras fuerzas tradicionalistas, y todas se aglutinaran en el

184 Humberto Ortega: 50 años de lucha sandinista, ed. cit. p. 31.

Frente Amplio Opositor. A la vez, surgió el llamado “Grupo de los Doce”; en la práctica sirvió de contacto entre aquél y el FSLN, cuyos ataques militares en los departamentos de Granada y Rivas, así como su toma del Palacio Nacional el 22 de agosto, alcanzaron amplísima repercusión. La insurrección popular de septiembre en León, Estelí, Masaya y Chinandega demostró que el somocismo no podía combatir en tantos frentes a la vez; por tal razón, recurrió al indiscriminado bombardeo de las cuatro ciudades. Un paso trascendental fue dado por el FSLN; el 9

de diciembre de 1978, publicó su comunicado a los nicaragüenses; informaba la decisión de unificar las tres corrientes -Guerra Popular Prolongada, Proletaria, e Insurreccional o Tercera Fuerza- del sandinismo, para impulsar la lucha armada revolucionaria hasta derrocar la tiranía. En marzo de 1979 quedó instituida la Dirección Nacional Conjunta, con estructuras únicas desde la base hasta el máximo nivel rector. Luego, se emitió un Plan General de la Insurrección; el mismo estableció seis frentes de combate -norte, nororiental, oriental, sur, interno y occidental-, cuya lucha debía estar acompañada por levantamientos populares en las ciudades. A partir de junio, cuando las masas encabezadas

por el FSLN denotaban mayor madurez y dominio de la situación político-militar, el imperialismo yanqui incrementó sus gestiones para mediatizar el triunfo de la revolución; se intentó primero en el seno de la OEA constituir una fuerza armada interventora; el surgimiento de un amplio frente antinjerencista185 latinoamericano frustró la maniobra. Después, el Gobierno de Washington pretendió adelantársele al FSLN en el empeño de expulsar a Somoza del poder, mediante acuerdos con el Partido Liberal Nacionalista y la Guardia Nacional; éstos permitirían preservar a ambos como salvaguarda futura del capitalismo. Sin embargo, la ofensiva generalizada de los

sandinistas en todos los órdenes, así como la terquedad de Somoza y su dominio sobre los instrumentos político y militar, hicieron trizas los nuevos proyectos imperialistas. Al final, derrotado por la lucha armada, Somoza decidió ceder y entregó la presidencia a Francisco Urcuyo Mallaños. Pero ya era demasiado tarde; las tropas del FSLN golpeaban los últimos reductos de la tiranía; los restos de la Guardia Nacional huían en desbandada. Así, el 19 de julio de 1979, los sandinistas tomaron la capital; en ella establecieron la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que inició el proceso revolucionario democrático popular;186 la

185 Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado el 26 de julio

de 1979, en Granma, la Habana, 27 de julio de 1979. 186 Antes del triunfo de la Revolución, por ejemplo, a la mitad de los dueños rurales sólo les pertenecía el 2 por

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nacionalización de todos los bienes de los somocistas -así como la banca, la minería, el comercio exterior y las tierras ociosas-; la existencia del Ejército Sandinista, de las milicias populares y los Comités de Defensa Sandinistas, así como la campaña de alfabetización -en la cual dos maestros del contingente internacionalista cubano fueron asesinados (1981) por las bandas contrarrevolucionarias-, la recuperación económica, son eslabones sólidos en la tarea de erigir la nueva sociedad. Al respecto, el Comandante en Jefe Fidel Castro afirmó:

No hay dos revoluciones iguales. No puede haberlas. Hay muchas similitudes en el espíritu, en el heroísmo, en el combate; pero los problemas nuestros no son exactamente los problemas de ellos; las condiciones en que se produce nuestra revolución no son exactamente las condiciones en las que se produce la revolución de ellos (...) Son condiciones diferentes las características en que se gesta esa lucha, la unidad de todo el pueblo que fue condición indispensable del triunfo, la participación de todas las capas sociales, la organización de diferentes movimientos populares que se unieron y que establece ciertos compromisos, que establece ciertas circunstancias. Es decir, que no van a ser exactamente iguales ni mucho menos, las cosas en Nicaragua y las de Cuba (...). La Revolución Nicaragüense ha sido la más

radical de las que se han producido después de la Revolución Cubana, revolución popular que contó con la activa participación de las masas agrupadas alrededor de su vanguardia el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que retornando las banderas de Sandino puso fin al régimen de opresión que vivía el país bajo la férrea dictadura genocida de la Dinastía de los Somoza (...). Fueron sabios también los sandinistas porque supieron unirse estrechamente en el momento decisivo, sólidamente, y la victoria está ahí, como fruto de toda la sabiduría con que han actuado.187 El triunfo revolucionario del 19 de julio de 1979

en Nicaragua conmovió al imperialismo yanqui; éste se dedicó a sacar conclusiones de su nueva y

ciento de la tierra laborable. En la actualidad, al sector estatal y a los pequeños propietarios les corresponden el 21 por ciento y el 14 por ciento, respectivamente. Además, debido a las referidas nacionalizaciones, en las empresas estatales labora cerca del 60 por ciento de los obreros industriales. Ver al respecto, Karen Jatchakerov: Un nuevo

día de Ficaragua, en Socialismo, Teoría y Práctica, Agencia de Prensa Novosti, Moscú, noviembre de 1981, pp. 103 y ss. 187 Fidel Castro Ruz: “Discurso pronunciado el 26 de julio de 1979”, ed. cit.

monumental derrota. Por eso, Washington decidió variar la fachada de la feroz tiranía militar que, dominada por los generales, sojuzgaba El Salvador; propició el establecimiento de una Junta de Gobierno el 14 de octubre (1979) en la cual participaran elementos del Partido Demócrata Cristiano -presidido por Napoleón Duarte- al lado de oficiales de menor graduación (coroneles). Pensaba de esa manera confundir a las masas y detener la creciente lucha popular. Pero los efectivos armados revolucionarios salvadoreños comprendieron la estratagema urdida por los imperialistas y las catorce familias oligárquicas opresoras de la nación; respondieron con la unificación en el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en alianza con el Frente Democrático Revolucionario (FDR); a la vez, extendían los combates por todas las comarcas de la República. En la vecina Guatemala, la masiva incorporación

del campesinado de origen maya a las filas guerrilleras, y la progresiva marcha de las organizaciones político-militares -Ejército Guerrillero de los Pobres; Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas; Fuerzas Armadas Rebeldes; y Partido Guatemalteco del Trabajo (Dirección Revolucionaria)- hacia la forja de un frente único contra la tiranía, avisoraban para Centroamérica, un futuro de victorias y liberación.

Epílogo. En El Salvador la Junta entró en crisis al año de

haberse constituido; el asesinato, el 24 de marzo de 1980, del Arzobispo de la capital monseñor Arnulfo Romero y Galdamez, por orden de los grupos ultraderechistas dirigidos por el mayor Roberto D'Abuisson, señaló el rompimiento de las comunidades cristianas de base con el gobierno presidido por Duarte. A partir de esa ruptura la acción guerrillera se incrementó; logró importantes éxitos durante 1981. En esas circunstancias, Estados Unidos urdió una estrategia nueva; concibieron un amañado proceso electoral para sustituir a la desprestigiada Junta; propiciaron la latinoamericanización de la guerra mediante la activa participación en ella de militares argentinos. Así, mientras el 28 de marzo de 198238 efectuaban las fraudulentas elecciones salvadoreñas, el comandante de la Revolución sandinista Daniel Ortega denunciaba ante el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, las prácticas desestabilizadoras llevadas a cabo en Centroamérica por la Junta Militar entronizada en Buenos Aires. El equipo gubernamental fascista argentino

compartía el criterio del imperialismo yanqui respecto a que un nuevo conflicto mundial estaba ya en curso, sobre el eje de fronteras ideológicas, sintetizadas en el lema “Contraposición Este-Oeste”. Dentro de esas concepciones se inscribía también,

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por supuesto, la sucia guerra contra la “subversión interna”. Pero en Argentina, el propio pueblo ponía en jaque a los sucesivos generales que ocupaban la Presidencia; a finales de 1981, el país se encontraba sumergido en la crisis socioeconómica y política más profunda de su historia. Lejos de haber sido aplastada, la movilización popular lograba niveles superiores de unitaria combatividad; alcanzaba barrios, fábricas, iglesias, grupos juveniles, universidades; incorporaba hasta algunos sectores de la burguesía. En ese contexto, a principios de noviembre, la

ilegalizada CGT llamó a los asalariados a manifestarse bajo la consigna “Paz, Pan y Trabajo”. Entonces se produjo, el 7 de noviembre de 1981, en Buenos Aires una impresionante marcha de decenas de miles de personas; significó el mayor desafío contra las Fuerzas Armadas en los siete años y medio transcurridos desde el golpe militar. La magnitud de la protesta obligó al presidente de turno (general Viola) a entregar el mando a su homólogo Leopoldo F. Galtieri, quien de inmediato anunció el congelamiento de todos los salarios; la entrega al capital imperialista de las riquezas del subsuelo; la entrega al sector privado de empresas estatales como las de petróleo (YPF), ferrocarriles, telecomunicaciones, agua y energía, u organismos del Estado tales como la Banca Nacional, la Junta Nacional de Granos y Carnes, el Instituto Nacional de Reaseguro. Para protestar contra el incremento del entreguismo gubernamental, al grito de “se va a acabar la dictadura militar”, las masas convocadas por la CGT fueron a la huelga; se lanzaron a las calles del país el 30 de marzo de 1982. En Buenos Aires, por ejemplo, las manifestantes se enfrentaron durante cinco horas con la brutal represión; la misma dejó un saldo de 2.000 detenidas y decenas de heridos graves. Se evidenciaba un abismo entre el pueblo y el Gobierno, tal vez ni siquiera salvable mediante algún suceso que produjese una conmoción nacional. El 2 de abril de 1982, 8.000 infantes de marina

argentinos desembarcaron en el enclave colonial británico formado por las islas Malvinas y sus dependencias, en maniobra verdaderamente destinada a desviar la atención popular de la crisis interna hacia los asuntos exteriores; se estimaba que si la ocupación se realizaba con un mínimo de violencia y contaba al menos con la neutralidad de Estadas Unidos, la aventura podría tener éxito y dar prestigio al régimen por haber satisfecho un justificado e histórico anhelo del país. La creencia de que el gobierno de Reagan

mantendría una actitud equidistante entre las partes en conflicto por el disputado archipiélago, se basaba en la ascendente cooperación yanqui-argentina en Centroamérica, y en la promesa de la Casa Rosada de apoyar la política norteamericana de “contención

del comunismo” en cualquier parte de América Latina. La Junta Militar argentina entendía que, para Estados Unidos, su colaboración en el subcontinente resultaba insustituible; confiaba, además, en la comprensión de la Casa Blanca; ésta debería darse cuenta de la efervescencia anticolonialista del pueblo argentino. Desde el principio, sin embargo, la posición del imperialismo estadounidense fue adversa para la justa causa argentina. Al decir del secretario de Defensa norteamericano, Caspar Weinberger, uno de los más cercanos colaboradores de Ronald Reagan:

...el conflicto británico-argentino podía tener una influencia negativa sobre el papel de Estados Unidos como líder de las potencias de la OTAN y estábamos bien conscientes de ello. Desde este punto de vista yo sostuve que debía darse a nuestro aliado británico toda nuestra ayuda militar y otros apoyos. Frente a la posibilidad de un fracaso de la política de Mrs. Thatcher en las Malvinas, para Washington era previsible una consecuencia: un futuro gobierno laborista en Gran Bretaña. De acuerdo con nuestro reciente análisis sobre Gran Bretaña llegamos a la conclusión de que el Partido Laborista es contrario al rearmamentismo nuclear en Europa que comenzará en 1983. Nosotros nos oponemos vigorosamente al

poder del Laborismo en Gran Bretaña. Para nuestra política es mucho más importante fortalecer nuestra influencia en Europa Occidental que el estar totalmente supeditados al Tratado de Río de 1947. Cualquier político norteamericano antepone la unidad de los aliados de la OTAN a la disputa de segundo grado iniciada por el gobierno argentino.188 El enfrentamiento bélico, en definitiva, fue un

desastre para Argentina, aunque sus pilotos hundieron buques de guerra británicos como el “Sheffield” y el “Ardent”, o averiaran otros tales como el “Argonaut”, el “Antrime”, el “Brilllant” y el “Broadword”; una comisión investigadora militar argentina realizó a posteriori el llamado Informe Rattenbach, éste planteaba una total irresponsabilidad y negligencia en la conducción del conflicto por parte de las Fuerzas Armadas. Ese documento probó que el Ejército no tenía un plan concreto para la defensa de las islas; los soldados fueron enviados al archipiélago mal equipados y deficientemente entrenados; la infantería sólo llevo víveres para cinco días y sus morteros no tenían proyectiles; la oficialidad se mostró reacia a abandonar sus comodidades y enfrentar los sacrificios propios del combate; la aviación a pesar

188 Caspar E. Weimberger: Conments of Secretary of

Defense on support to Great Britain, New Release Office of Assistant Secretary of Defense (Public Affairs) , Washington D. C., May 5 1982, No. 217-282.

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de sus éxitos, no estaba preparada para actuar en ese tipo de teatro y el 60 por ciento de sus bombas no estalló; la Armada se retiró del campo de batalla; se refugió en aguas seguras. Por último el informe demostró que los tres cuerpos armados se desempeñaron de acuerdo con concepciones totalmente distintas, sin la menor voluntad de mutua cooperación. La decisión del imperialismo yanqui de ayudar a

su aliado británico, obligó a la Junta Militar argentina a reorientar su política exterior y aceptar el apoyo de los Estados latinoamericanos y sus organizaciones -por ejemplo, SELA y ALADI-, el Movimiento de Países No Alineados -presidido en ese momento por Cuba-, y la comunidad de naciones socialistas. Inclusive en la OEA, por primera vez, Estados Unidos fue puesto en minoría; se aprobó una resolución la que respaldaba el reclamo argentino de soberanía sobre las islas; se apremió al Gobierno de Washington a levantar sus medidas coercitivas y cesar su colaboración militar con Inglaterra. Estos llamados no detuvieron a Estados Unidos; tampoco lograron poner en marcha las medidas defensivas previstas por el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Se evidenciaba una vez más la certeza de las palabras pronunciadas varios años atrás por el Comandante en Jefe Fidel Castro, cuando dijo:

Estados Unidos es ya una gran comunidad; los pueblos de América Latina y el Caribe tienen por delante la tarea histórica de formar la suya, como condición inexcusable de libertad, desarrollo y supervivencia. Y eso no podría lograrse jamás en indigna promiscuidad y mescolanza con Estados Unidos. Juntos nuestros pueblos, tendremos la fuerza

suficiente para darnos la seguridad y la garantía que no han ofrecido jamás ningún TIAR y ninguna OEA frente al dominio, las agresiones e injerencias.189 La nueva realidad internacional condujo a la

Junta Militar argentina a enviar un delegado a la Reunión del Buró de Coordinación de los No Alineados -dedicado a América Latina-, cuyas sesiones se iniciaron en Managua el 10 de enero de 1983. En ese cónclave el Gobierno de Buenos Aires contravino su política anterior, al adherirse al comunicado final; desvinculó el problema centroamericano del enfrentamiento Este-Oeste; condenó el injerencismo de Israel en el área; criticó las amenazas y agresiones contra Nicaragua; exhortó al imperialismo a cesar su inmiscusión en los asuntos internos de El Salvador. El giro de la nueva política exterior argentina -y

latinoamericana en general- fue explicado por Fidel

189 Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado con motivo del

XIX Aniversario del asalto al Moncada, en Granma, la Habana, julio de 1972.

Castro en su condición de Presidente del Movimiento de Países No Alineados en su discurso del 7 de marzo de 1983, ante la Séptima Conferencia Cumbre del Movimiento, efectuada en Nueva Delhi, cuando planteó:

…los sucesos de las Malvinas constituyeron un momento relevante en el desarrollo de una conciencia latinoamericana, en la fundamentación de la unidad de aquello que Martí llamó “Nuestra América”, como contraposición a “la otra América”, como él denominara “al Norte revuelto y brutal que nos desprecia”. La guerra colonial del Atlántico sur ha

constituido una lección imborrable para todos los latinoamericanos. Hizo evidente, como nunca antes, la verdadera cara del imperialismo de los Estados Unidos, su desprecio por los intereses de la América Latina y el contenido neocolonial que le atribuye al Tratado hipócritamente llamado de “Asistencia Recíproca” en que se sustenta la supuesta seguridad del hemisferio. Ese Tratado obligaba a los Estados Unidos a asociarse a los países de la América latina en defensa de los derechos soberanos de la Argentina. Desconociéndolo, Washington se unió a los agresores europeos de Latinoamérica. Como respuesta a esa identificación de los colonizadores, el episodio de las Malvinas sirvió para unir entre sí a los pueblos latinoamericanos. La creciente conciencia con que los gobiernos

y fuerzas políticas de la región se agrupan en defensa de sus intereses económicos comunes, la búsqueda de soluciones latinoamericanas para los problemas de la América latina y la creciente tendencia entre los países de la región a incorporarse al Movimiento de Países No Alineados, saliendo de la órbita imperial que antes los retenía, constituyen una esperanza para los combates futuros.190 Pocos meses después, en mayo de 1983, el

representante argentino ante la Organización de Naciones Unidas apoyó en el Consejo de Seguridad la iniciativa del Grupo de Contadora, tendente a encontrar una solución negociada al conflicto centroamericano. El surgimiento de ese conjunto de países, en noviembre de 1982, había sido precedido por la Declaración de México y Francia sobre El Salvador; la misma contó con el respaldo de la 68 Conferencia Interparlamentaria Mundial, efectuada en la Habana; significaba una importante ayuda en la búsqueda de una solución política justa al conflicto en esa pequeña nación de América Central; estaba de acuerdo con las posiciones que al respecto siempre había mantenido FMLN-FDR. También el

190 Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado ante la VII

Conferencia Cumbre del Movimiento de Países Fo

Alineados, en Granma, La Habana, 8 de marzo de 1983.

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entonces presidente de Panamá, Arístides Royo, planteó en el Período de Sesiones de la Asamblea de la ONU, efectuado en junio de 1982, la necesidad de crear una Conferencia de Cooperación de Centroamérica, para sentar las bases de una verdadera seguridad colectiva en la región. Incluso el gobierno demócrata-cristiano de Venezuela, hasta ese momento proclive a la política centroamericana de Washington, declaró, el 10 de julio de 1982, por mediación de su representante en la OEA, que la guerra de las Malvinas había puesto en evidencia que América Latina “no tiene fuerza para arrastrar a Estados Unidos mientras que Washington sí tiene fuerzas para involucrarnos en los conflictos Este-Oeste”. El Grupo de Contadora surgió así, de la nueva conciencia latinoamericana, dispuesto a evitar que Estados Unidos sustituyera su fracasada política de latinoamericanizar el conflicto de El Salvador; desestabilizar la Nicaragua sandinista, según la práctica de centroamericanizar el problema con ayuda de algunos regímenes títeres del área, en especial el de Honduras. Al respecto el Comandante en Jefe Fidel Castro

expresó: Yo estoy de acuerdo con los planteamientos

de Contadora de que se busque una solución política sobre la base del respeto a la soberanía de los países. Esto Implica que cada país tenga el régimen político que prefiera: si quiere ser capitalista, que sea capitalista; si quiere ser socialista, que sea socialista; si quiere un régimen mixto, un régimen mixto, si fuera posible un régimen mixto. Es decir, yo creo que el principio de la autodeterminación es esencial, el principio de la no intervención es esencial. Y creo que todos podríamos atenemos a ese principio; nosotros, Estados Unidos, todos los países de Centroamérica.191 El imperialismo yanqui insiste en mantenerse

ajeno al respeto del principio de la no intervención; ello se demostró de manera brutal en los trágicos sucesos de Granada. En ese pequeño país caribeño, a mediados de octubre de 1983., estallaron las contradicciones que desde varias semanas atrás y quizá durante meses surgían en el seno del Movimiento de la Nueva Joya. En la tarde del día 12 de octubre los adversarios

del primer ministro Maurice Bishop, quienes conspiraban en contra suya en el seno del Partido, alcanzaron una mayoría entre los integrantes del Comité Central; destituyeron a Bishop como dirigente principal de esa fuerza política gobernante; fue sometido a arresto domiciliario; parecía un conflicto entre personalidades e ideas respecto a métodos de dirección; sin embargo, estaban

191 Fidel Castro Ruz: Apud: Antonio Pérez Herrero, en Granma, La Habana, 19 de octubre de 1983.

presentes otros factores subjetivos. Pero una solución honrosa e inteligente al problema no se obtenía. Mientras, la población pedía impetuosamente la presencia de Bishop. Al término de una semana, los trabajadores declararon la huelga; se lanzaron a la calle en favor del líder arrestado. Desde ese instante, se precipitaron los dramáticos acontecimientos. Una masiva manifestación puso en libertad a

Bishop; tras él marchó hacia la principal instalación militar del país; sus jefes ordenaron masacrar al pueblo. Murieron junto con mártires anónimos, Maurice Bishop, Unison Whiteman y los mejores dirigentes de Granada. No obstante sus estrechos vínculos con Bishop, la

Revolución Cubana mantuvo una rigurosa política de abstención por completo de cualquier forma de injerencia en los asuntos internos del hermano país; se precisó, inclusive, que ningún paso precipitado sería dado con los numerosos médicos, maestros, técnicos de diversas especialidades y cientos de constructores internacionalistas, cuya colaboración en servicios e intereses económicos resultara vital para el pueblo granadino. Pero un comunicado del 20 de octubre de 1983 del Partido Comunista de Cuba, emitido al tenerse noticias del sangriento desenlace de la actividad divisionista en el seno del Partido de la Nueva Joya, alertaba: “Ahora el imperialismo tratará de utilizar esta tragedia y los graves errores cometidos por los revolucionarios granadinos para barrer el proceso revolucionario en Granada y someterla de nuevo al dominio imperial y neocolonialista.”192 Esta previsora aseveración resultó enteramente

cierta; la administración de Reagan, que despreciaba a Granada y odiaba a Bishop, encontró en su muerte el pretexto buscado desde hacía dos años para destruir el hermoso proceso revolucionario en la pequeña isla, símbolo de independencia y progreso en el Caribe. Ante la inminencia de un ataque imperialista, el

sábado 22 de octubre, en horas de la tarde, el Comandante en Jefe Fidel Castro envió el siguiente Mensaje a la representación cubana en Granada:

Considero que organizar una evacuación inmediata de nuestro personal en momentos en que se acercan los barcos de guerra norteamericanos podría resultar altamente desmoralizador y deshonroso para nuestro país ante la opinión mundial. Una agresión yanqui en gran escala contra

nosotros se puede producir en cualquier momento en Granada contra nuestros colaboradores; en Nicaragua contra nuestros médicos, maestros, técnicos, constructores, etcétera; en Angola

192 Partido Comunista de Cuba: Comunicado, en Granma, La Habana, 21 de octubre de 1983.

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Alberto Prieto Rozos

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contra nuestras tropas y personal civil, en la propia Cuba. Debemos estar siempre preparados y mantener la moral más alta frente a estas dolorosas posibilidades. Comprendo lo amargo que es para ustedes,

tanto como para nosotros aquí, arriesgar compatriotas en Granada después de los groseros errores del Partido granadino y los trágicos hechos a que dieron lugar. Pero nuestra posición ha sido diáfana y dignamente esclarecida de forma tal que fue acogida con gran respeto en todas partes. No es ahora en el nuevo gobierno de Granada en lo que debemos pensar, sino en Cuba, en su honor, en su pueblo y en su moral combativa. Creo que ante la nueva situación debemos

fortalecer nuestra defensa tomando en cuenta cualquier ataque sorpresivo yanqui. El peligro creado nos da una completa justificación para hacerlo. Si Estados Unidos interviene debemos defendernos enérgicamente, cual si estuviésemos en Cuba, en la zona de nuestros campamentos y áreas de trabajo más próximas; sólo si somos directamente atacados. Repito: sólo si somos directamente atacados. Así nos estaríamos defendiendo nosotros, no al gobierno y sus hechos. Si los yanquis desembarcan en la zona de la pista próxima a la Universidad y en los alrededores de la misma para evacuar sus ciudadanos, no interferirlos en lo absoluto.193 Con las primeras luces del amanecer del martes

25 de octubre comenzó la invasión imperialista. Tres horas después, sin previo aviso, tropas élites yanquis iniciaron el ataque contra el personal cubano. Este sólo contaba con las armas ligeras de infantería que desde hacía tiempo les habían sido asignadas por Bishop y la Dirección del Partido y el Gobierno de Granada, para poder defenderse en caso de una agresión estadounidense. A pesar de la absoluta desventaja numérica, técnica y militar, los colaboradores civiles internacionalistas lucharon con fervor y mantuvieron la moral alta; libraron una batalla por los pueblos pequeños y demás países de América Latina y del “Tercer Mundo”, y por su propia Patria, como si pelearan en una primera trinchera por la soberanía y la integridad de Cuba. La tenaz resistencia encontrada hizo lento el

avance de los norteamericanos; se vieron obligados a asaltar cada una de las posiciones defendidas. Contra el último reducto, donde al amanecer del 26 de octubre combatían menos de cincuenta cubanos, lanzaron efectivos de la 82 División Aerotransportada, traída de refuerzo con urgencia. ¡Y tardaron más de veinticuatro horas en reducir a ese pequeño grupo de héroes! Al finalizar la desigual contienda, decenas de

193 Fidel Castro Ruz: Mensaje, en Granma, 23 de octubre de 1983.

cubanos y un número indeterminado de granadinos habían entregado sus vidas por la libertad. Estados Unidos tejió un rosario de mentiras con el propósito de ocultar el número real de personas perecidas en los combates y en los criminales bombardeos contra objetivos civiles. Semejante empeño se explica por el deseo de presentar la invasión a Granada como un éxito inobjetable, pero también por la humillación que para ellos significó haber sufrido un crecido número de bajas en una operación calculada para ser realizada en cuatro horas y con una cantidad insignificante de pérdidas. Al contrario de lo que pensara el imperialismo

yanqui, y como dijo el Comandante en Jefe Fidel Castro:

Granada ha multiplicado ya la convicción patriótica y el espíritu combativo de los revolucionarios salvadoreños, de los nicaragüenses, de los cubanos. ¡Está demostrado que se puede combatir contra sus mejores tropas y que no se les teme! No debe ser ignorado por los imperialistas que encontrarán feroz resistencia donde quiera que agredan a un pueblo revolucionario. Ojalá que la pírrica victoria de Granada y la atmósfera triunfalista que los embriaga no los conduzca a graves e irreversibles errores. Las peculiares circunstancias de división entre

los revolucionarios y el divorcio con el pueblo que encontraron en la pequeña Granada, no las encontrarán en El Salvador, en Nicaragua ni en Cuba. Los revolucionarios salvadoreños, en más de

tres años de heroica lucha, se han convertido en combatientes experimentados, temibles, invencibles. Son miles de hombres que conocen el terreno palmo a palmo, veteranos de decenas de combates victoriosos, acostumbrados a luchar y vencer en proporción de uno a diez contra tropas élites entrenadas, armadas y asesoradas por Estados Unidos. Su unidad es más sólida e indestructible que nunca.194 La ofensiva del FMLN a finales de diciembre de

1983, probó la certeza de este análisis; el penúltimo día del año fueron ocupadas las instalaciones de la Cuarta Brigada de Infantería -la más importante del norte de El Salvador- en El Paraíso (Departamento de Chalatenango) luego de dos horas de intenso cañoneo guerrillero, y tras haber aniquilado veinticinco posiciones periféricas del cuartel. Las fuerzas gubernamentales sufrieron trescientas bajas entre muertos y heridos, así como doscientos prisioneros de guerra. El resto de la tropa, con sus oficiales, huyó en vergonzosa desbandada. Esta elevada moral y capacidad combativa

194 Fidel Castro Ruz: Discurso de despedida del duelo a

los héroes caídos en Granada, en Granma, La Habana. 16 de noviembre de 1983.

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revolucionaria, son fieles ejemplos de la creciente disposición de los pueblos latinoamericanos de combatir por un futuro mejor. Por eso, el Comandante en Jefe Fidel Castro afirmó el 1º de enero de 1984, en el XXV aniversario del triunfo de la Revolución Cubana:

Hoy Estados Unidos puede darse el lujo de invadir Granada, bloquear económicamente y amenazar a dos naciones pequeñas como Cuba y Nicaragua, y mostrar las garras y los dientes en El Salvador y Centroamérica, pero el sistema de dominio imperialista en América latina está en crisis, las dictaduras militares de derecha en Chile, Argentina, Uruguay y otros países, último recurso del imperialismo y el capitalismo, han fracasado estrepitosamente, llevando a esas naciones a la ruina y el colapso económico. Del “milagro brasileño” no queda más que 100 mil millones de dólares de deuda externa y las constantes noticias de calamidades sociales: desempleo, hambre, inflación, descenso del nivel general de vida, mortalidad infantil, enfermedades y asaltos de mercados por el pueblo, la llamada democracia representativa burguesa está también en crisis, ahogada por la ineficiencia, la corrupción, la impotencia social, las deudas impagables y la ruina económica. Crecen el desempleo, la inseguridad y el hambre como una plaga. Atrás han quedado las ilusiones reformistas y los desprestigiados y onerosos remedios de las inversiones transnacionales, los cambios estructurales y sociales son inevitables. Más tarde o más temprano se producirán y serán más profundos cuanto más hondo e insalvable sea la crisis, que no es simplemente coyuntural. Ni Cuba puede exportar la Revolución, ni Estados Unidas puede impedirla.195

195 Fidel Castro Ruz: Discurso con motivo del XXV

Aniversario del Triunfo de la Revolución, en Granma, La Habana, 2 de enero de 1984.