primeras paginas como criar perro perfecto
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Traducción de Ana Isabel Robleda
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Título original: How to Raise the Perfect Dog Through Puppyhood and Beyond© 2009, César Millán y Melissa Jo Peltier© Traducción: 2010, Ana Isabel Robleda© De esta edición: 2011, Santillana Ediciones Generales, S.L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España)Teléfono 91 744 90 60www.puntodelectura.com
ISBN: 978-84-663-1547-0Depósito legal: B-4.069-2011Impreso en España – Printed in Spain
© Diseño de cubierta: Cristina MacarroFotografía de cubierta: © Michael Reuter
Primera edición: marzo 2011
Impreso por
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
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Introducción
Hace varios meses, al entrar un día en nuestras oficinas de César Millán
Inc., me encontré con que todo el personal se hallaba arremolinado ante
la pantalla de un ordenador, embelesados y entre exclamaciones de «¡ooh!»
y «¡aah!». Me abrí paso para ver por qué tanto alboroto y allí, frente a mí,
en imágenes un tanto borrosas, se perfilaba una camada de seis adorables
cachorritos de shiba inu, tres hembras y tres machos, que jugaban los
unos con los otros sobre una camita para perros. Cuando supe que se
trataba de un vídeo en tiempo real, me quedé fascinado e impresionado.
Al parecer los criadores, una pareja de San Francisco, habían colocado
junto a la cama una cámara de vídeo a modo de intercomunicador igual
a los que se usan para los bebés pero con imágenes con el fin de poder
tener vigilados constantemente a los cachorros. Los empleados de la em-
presa de Internet que habían organizado la transmisión de las imágenes
quedaron prendados de los cachorros y comenzaron a enviar el enlace
a sus amigos. Las imágenes, debido a la naturaleza de la red, comenza-
ron a ser vistas por millones de personas en más de cuarenta países, que
quedaron pegados a sus monitores contemplando aquel fenómeno case-
ro que acabó siendo conocido como Puppycam. En un periodo económi-
co difícil como el que atravesamos, quienes vieron las imágenes de los
cachorros dijeron que les habían transmitido calma, que habían conse-
guido apartarlos de sus preocupaciones durante unos instantes y habían
ejercido un efecto positivo en su bienestar mental. Una vez que los cacho-
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rros crecieron y dejaron de ser grabados, fueron sustituidos por otros
cachorros y sus monerías.
Sean cuales sean tu formación, tu idioma, tu raza, tu credo o tu re-
ligión, tendrías que estar hecho de piedra para que las gracias de los
cachorros no te conmuevan. Su aparente indefensión y sus adorables
y torpes intentos de explorar el mundo desconocido que los rodea des-
piertan automáticamente en nosotros el instinto maternal que la natura-
leza ha implantado en lo más profundo de nuestros genes, tanto femeni-
nos como masculinos, y tanto en niños como en adultos. Y como muestran
los testimonios facilitados por los amantes de la Puppycam, prendarse de
ellos es además bueno para nosotros. Los cachorros nos acercan a nues-
tra naturaleza animal, inocente y natural. Nos liberan del estrés, mejoran
nuestra salud y nos recuerdan que la verdadera felicidad reside sólo en
el momento. Querer y criar a un cachorro puede ser una de las experien-
cias más enriquecedoras y gratificantes que se puedan tener en la vida.
Y una vez que el cachorro alcanza la edad adulta, el lazo que se crea
durante los primeros ochos meses, que es el periodo que yo defino como
la infancia, puede materializarse en la clase de relación que os sostendrá
a lo largo de la vida de tu perro y más allá.
Sin embargo, el hecho de que se nos ablande el corazón cada vez
que vemos un cachorro no nos cualifica para criar a uno de ellos. Por eso
he decidido escribir este libro.
¿Qué tienen los perros que nos hacen pensar que las habilidades
necesarias para criarlos se desarrollarán tan fácilmente como las que em-
pleamos en la educación de los cachorros humanos? ¡No conozco a muchas
personas que se crean capaces de criar a un bebé de elefante, de leopardo
o de delfín que las casualidades de la vida pudieran poner en sus manos!
Estoy seguro de que prácticamente todo el mundo diría que no se puede
criar a un bebé de foca, un polluelo de loro o a un ballenato del mismo modo
que se cría a un niño humano. Las personas hemos aprendido que ni siquie-
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21Introducción
ra nuestros primos más cercanos, los grandes primates, son una versión
más peluda de nosotros mismos. Hace poco leí un libro desgarrador titulado
Nim Chimpsky: The Chimp Who Would Be Human («Nim Chimpsky: el chim-
pancé que quería ser humano»), de Elizabeth Hess, acerca de un experimen-
to llevado a cabo en la década de 1970 mediante el que se pretendía ense-
ñar a un chimpancé el lenguaje en un contexto social, apartándolo de su
madre a una temprana edad y ubicándolo en una familia humana de eleva-
da posición social que vivía en Manhattan. Aunque Nim sobresalió en el
aprendizaje del lenguaje de los signos y pudo comunicarse con él durante
toda su vida, su naturaleza animal pronto desbordó a los miembros humanos
de su familia de adopción, que se vieron obligados a abandonarlo. El res-
to de su vida fue una existencia triste en tierra de nadie, entre casas de
adopción y centros de investigación sobre primates, y nunca consiguió saber
si era un chimpancé, un humano o un ser a medio camino entre ambos.
Una de las reglas por las que me guío en la vida es que debemos
respetar a los animales por los seres que son, no como los compañeros
casi humanos que desearíamos que fueran. Para mí desarrollar un ver-
dadero lazo de unión con un animal significa celebrar y honrar su natura-
leza animal primero antes de invitarlo a ser nuestro amigo, nuestra alma
gemela o nuestro hijo.
Aunque los cachorros pueden parecernos bebés humanos sin el don
de la palabra, lo cierto es que son primero perros. Criar un cachorro para
hacer de él un perro equilibrado y saludable requiere un proceso bien dis-
tinto del necesario para hacer de un bebé un adulto feliz y confiado. Por
mucho que nos gustaría que lo fueran, los cachorros no son el equivalente
canino de los bebés, menos aún en el momento en que nos hacemos car-
go de ellos. Mientras que los bebés son criaturas básicamente indefensas
durante muchos meses, los cachorros llegan al mundo como máquinas
diminutas de supervivencia que revelan su verdadera naturaleza animal
casi inmediatamente después de nacer. Un cachorro con tres días de vida
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ya luchará por reafirmar su dominancia sobre sus hermanos apartándolos
a empellones de la teta de su madre. Cuando cumple entre dos y tres se-
manas, el mismo cachorro será ya capaz de caminar solo y se esforzará
por establecer su posición dentro de la manada. Cuando un criador respon-
sable decide que el cachorro está listo para ser separado de su madre y sus
hermanos, lo cual ocurrirá aproximadamente a los dos meses, el animal
estará años por delante, en lo que a desarrollo se refiere, de lo que lo es-
taría un bebé humano a esa misma edad. Cuando adoptamos un cachorro
de dos meses, no se trata ni mucho menos de una criatura indefensa, aun-
que a veces nosotros nos empeñamos en verlo así y lo tratamos de acuer-
do con esa noción. Al hacerlo muchos de los dueños se desentienden
o menoscaban la verdadera naturaleza del cachorro: su esencia perruna.
Cuando mimamos a nuestros cachorros tratándolos como si fueran
bebés, es decir, llevándolos siempre en brazos como si fueran un bolso,
concediéndoles todos los caprichos, permitiéndoles la clase de libertades
que nunca le permitiríamos a un niño en crecimiento, estamos obstaculi-
zando su progreso desde el comienzo mismo. Sin quererlo estaremos
alimentando su miedo, su ansiedad, la agresividad o la dominancia. Po-
demos condenar a nuestros perros a una vida de inestabilidad o estrés.
Anteponiendo nuestra satisfacción psicológica a las verdaderas necesi-
dades del desarrollo de un perro, conseguiremos que sin querer aparezcan
en ellos dificultades de comportamiento.
En mi experiencia suele ser la falta de conocimiento la que induce
a los amantes de los perros con las mejores intenciones a cometer errores
cruciales. Todos los dueños de perros a los que he conocido sólo querían
lo mejor para sus mascotas. En este libro espero ofrecer distintas estra-
tegias para ayudar a los propietarios a mantener la verdadera identidad
de sus canes en lugar de transformarlos en sus bebés.
Una de las cosas fundamentales que hay que tener en cuenta sobre
su infancia es que se trata del periodo más corto de su vida. Un cachorro
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lo es desde su nacimiento hasta los ocho meses; a continuación pasa a la
adolescencia, que dura de los ocho meses a los tres años. Con la ade-
cuada nutrición y los pertinentes cuidados veterinarios la vida de un perro
en la actualidad puede durar entre diez, doce y dieciséis años, incluso
más1. Con demasiada frecuencia he visto a personas enamorarse de las
monerías de un cachorro y después perder interés por él o, lo que es peor,
lamentar ser propietario del perro adulto en el que se va a convertir. Esto
me destroza el corazón. Tengo la firme convicción de que, cuando invita-
mos a un perro a nuestra vida en cualquier edad, estamos contrayendo
una importante responsabilidad con el bienestar del perro a lo largo de
toda su existencia. Ser propietario de un perro debe ser una experiencia
feliz y no una fuente de estrés. Por supuesto requiere determinación y com-
promiso en la etapa más temprana, pero trabajar en firme a lo largo de
ese periodo devolverá con creces a lo largo de los años de convivencia
con el can el esfuerzo realizado. Los perros nos enseñan a disfrutar del
momento, a no obsesionarnos con el pasado o el futuro. Nos enseñan que
las alegrías sencillas (jugar en el suelo, correr por el parque, lanzarse a la
piscina, tumbarse sobre la hierba a tomar el sol) siguen siendo lo mejor
que la vida puede ofrecernos. Y nos ayudan a experimentar una conexión
más profunda no sólo con los animales sino con el resto de humanos
presentes en la vida, incluso con nosotros mismos.
Si estás seguro de querer comprometerte con un perro de por vida,
tendrás ante ti una verdadera e increíble oportunidad: la de crear y moldear
al perro con el que tu familia siempre habrá soñado, así como hacer cre-
cer a otro ser haciendo de él todo lo que la naturaleza le tenía destinado.
Los cachorros han sido programados a través de su ADN para aprender
reglas y límites de las sociedades en las que viven. Si sabes comunicar
con claridad las reglas de la familia al cachorro desde el primer día, podrás
hacer de él un compañero que te respetará, confiará en ti y se unirá a ti
a un nivel que nunca imaginaste. Pero, al igual que los niños, los perros
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están constantemente observando, explorando y trabajando para intentar
determinar cómo encajar en el mundo que los rodea. Si les enviamos
constantemente las señales equivocadas en los primeros momentos de
nuestra relación, será mucho más difícil rehabilitarlo una vez haya asimi-
lado esos malos hábitos.
A lo largo de mi vida he criado cientos de perros a partir de muchas
y distintas etapas, pero cuando decidí escribir este libro quería asegurar-
me de estar siguiendo el proceso a través de varios cachorros desde su
nacimiento hasta la edad adulta. Todos los perros que he rehabilitado
o adoptado, todos los cachorros que he criado me han ayudado a com-
prender mejor la naturaleza de los perros y cómo podemos ofrecerles la
vida mejor y más equilibrada posible.
Confío en que los viajes particulares de cada uno de los animales
que aparecen en este libro ayuden a plasmar en hechos reales algunos
de los conceptos que vamos a tratar.
¿Se puede criar de verdad al «perro perfecto»? Estoy convencido
de que es así, y lo estoy porque creo que la naturaleza deposita la fórmu-
la para alcanzar la perfección dentro de todos los organismos que crea.
Como seres humanos nos gusta pensar que podemos perfeccionar la
naturaleza, y es posible que lo consigamos en algunos ámbitos, pero en
lo que se refiere a criar perros la naturaleza lo hizo bien desde el principio.
Dejemos de reinventar la rueda y empecemos a aprender de los mejores
profesores: los perros.
Nota s
1 La esperanza de vida de los perros varía en función de su tamaño: las razas de menor ta-maño tienen una esperanza más larga (de doce años o más) que las más corpulentas (aproxi-madamente diez años). Humane Society de Estados Unidos, Dog Profile. http://www.hsus.org/animals_in_research/species_used_in_research/dog.html.
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1 Os presento a los cachorros: Junior, Blizzard, Angel y Mr. President
Cuando comencé a madurar el proyecto de escribir un libro sobre el modo
de criar un perro perfecto, decidí que quería que tuviera un toque personal
y que transmitiera una sensación práctica. Según mi experiencia es más
fácil enseñar utilizando ejemplos de la vida real. A lo largo del tiempo he
criado muchos perros, pero quería poder refrescarme las distintas etapas
por las que pasan los cachorros mientras escribía acerca de ellos con el
fin de estar en completa sintonía con los comportamientos que iba a des-
cribir. Para ello decidí criar a cuatro cachorros de distintas razas en mi
casa y en el entorno de mi manada: un pitbull, un labrador retriever, un
bulldog inglés y un schnauzer miniatura, siempre siguiendo mis principios
en psicología canina. Quiero demostraros a vosotros lectores que si cria-
mos a un cachorro del modo más natural posible evitaremos problemas
y dificultades de comportamiento que de otro modo requerirían interven-
ciones serias en el futuro. Mi objetivo nunca ha sido rehabilitar perros, sino
criarlos equilibrados y demostrar a los propietarios cómo se puede man-
tener el equilibrio natural que la Madre Naturaleza les dio al nacer. A tal
efecto escogí perros con un determinado nivel de energía innato, lo que
yo llamo nivel medio de energía, el nivel adecuado para un dueño inex-
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perto. En el capítulo siguiente hablaremos más de cómo elegir un deter-
minado nivel de energía, pero almacena este concepto en el fondo de la
memoria para que podamos seguir avanzando en la aventura de conocer
a los cachorros.
Junior,elpitbull
A pesar de que mi pitbull Junior apareció por primera vez en mi
anterior libro, Uno más de la familia, sigo considerándolo el más impor-
tante de los cuatro cachorros cuyos primeros pasos en la vida voy a rela-
tar aquí.
Cuando comencé a escribir este libro, Junior tenía poco más de un
año y medio, es decir, que estaba en plena adolescencia canina, un pe-
riodo que suele durar desde los ocho meses hasta los tres años. Desde
el día en que lo traje a casa las cámaras de El encantador de perros y las
mías propias han registrado cada día de sus avances, desde que era un
torpe cachorrito hasta el adolescente enérgico, confiado y sereno que es
hoy. Hay muchas lecciones maravillosas del crecimiento de Junior que voy
a estar encantado de compartir contigo.
La decisión de adoptar un pitbull, utilizarlo como modelo y que estu-
viera a mi lado en la tarea de rehabilitar perros inestables estuvo cargada
de un gran significado para mí. En Estados Unidos se carga a esta raza
con el sambenito de la culpa, lo cual es en mi opinión un delito. Los pitbull
son ante todo perros, no animales salvajes, perros domésticos como cual-
quier otro. Por supuesto no son siempre la mejor elección para todas las
familias, pero al culparlos de todos los horribles incidentes que aparecen
en las noticias estamos olvidándonos de que hemos sido precisamente los
humanos quienes hemos seleccionado las características que adornan la
raza y que ahora vilipendiamos. Somos nosotros los responsables de estos
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canes. A lo largo de los siglos hemos manipulado genéticamente la raza
para que nos ofreciera unas mandíbulas fuertes, potencia y resistencia
implacables y alta tolerancia al dolor. Ésas son las características impresas
en su ADN. Pero ni siquiera en el mundo de los perros el ADN marca su
destino. Los pitbull no son perros que nazcan siendo agresivos con otros
perros o con las personas, somos nosotros quienes los hacemos así. Cien-
tos de miles de pitbull languidecen en perreras y refugios por todo el país
porque sus dueños los condicionaron para que fueran chicos duros hasta
que se vieron desbordados por ese mismo carácter que habían fomentado.
Muchos de estos animales cuyo destino es la eutanasia fueron criados para
enfrentarse en peleas ilegales y después, cuando el resultado no reportó
a su dueño suficientes beneficios, fueron abandonados en las calles. De-
bidamente socializados y criados con las mismas reglas estrictas y los
mismos límites que impondría su manada en el medio natural, los pitbull
son, según me dicta la experiencia, unos compañeros magníficos.
Los atributos que tanto se han difamado pueden ser canalizados
y proporcionar los resultados más positivos. Por ejemplo, la determina-
ción y la resistencia innatas en ellos pueden transformarse en lealtad in-
quebrantable y paciencia. Un pitbull equilibrado tiene la capacidad de
esperar con tranquilidad y sin faltar al respeto durante largos periodos
de tiempo hasta que su dueño le da una nueva orden o una directriz que
seguir. Con los niños o con cachorros más pequeños los pitbull pueden
ser la personificación de la canguro alegre e indulgente ya que su cuerpo
está construido para soportar sin dificultad el pataleo, los empujones y los
tirones que los pequeños de ambas especies son especialistas en propi-
nar. Un pitbull bien socializado y equilibrado soportará todas las trastadas
infantiles con estoicismo y buen humor. Yo estoy criando a Junior más para
ser «perro» que para ser «pitbull», y entre él y mi pitbull de mayor edad,
Daddy, creo que podré hacer cambiar de opinión a cualquiera que tenga
prejuicios contra su raza.
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Cualquier lector que haya visto mi programa de televisión es proba-
ble que esté familiarizado con los ojazos verdes y el cuerpo macizo y do-
rado de mi más fiel compañero Daddy. Con casi dieciséis años Daddy
ha experimentado todo lo que un perro moderno se atrevería a soñar: ha
viajado por todo el país conmigo e incluso ha caminado sobre la alfombra
roja en la entrega de los premios Emmy. Su propietario original, el rapero
Redman, solicitó mi colaboración con Daddy cuando no era más que un
cachorro juguetón de tres meses, el mejor momento sin duda para empe-
zar a condicionar su mente. El animal resultó ser un alumno receptivo
tanto ante otros perros como con los humanos, y de adulto ha llegado
a ser el mejor modelo de una raza tan vilipendiada como la suya. Tiene
una verdadera legión de admiradores, ¡e incluso su propia página en
Facebook! Sin duda se merece su reputación. En la actualidad me perte-
nece ya legalmente y ambos compartimos un lazo de unión que va más
allá de lo que la naturaleza o la ciencia pueden explicar. Creo que hemos
conseguido una comunión ideal entre humano y canino, una unión que
me gusta utilizar como ejemplo con mis clientes para demostrarles que esta
clase de saludable compañerismo con su mascota es algo muy real y que
está también a su alcance.
En muchos de los episodios de El encantador de perros en los que
se ha requerido mi ayuda para tratar a perros inestables Daddy se ha
ganado su merecido respeto como mi mano derecha canina. Pero en
muchas otras ocasiones ha terminado siendo mi maestro y yo he acaba-
do siguiéndolo a él y acatando sus sugerencias de cómo seguir adelante,
y no al contrario. Daddy posee esa rara calidad que no se puede obtener
de no ser a través de la experiencia y de años de permanencia en este
planeta: la verdadera sabiduría. Posee una energía tan equilibrada que
a veces basta con su presencia para que un perro desequilibrado cambie
de actitud. En otras ocasiones, si no estoy seguro de cómo proceder en
un caso, llevo a Daddy conmigo y observo con detenimiento cómo se
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29Os presento a los cachorros: Junior, Blizzard, Angel y Mr. President
comporta. Uno de los puntos más importantes en los que baso mis ense-
ñanzas, y que quiero recalcar particularmente en lo que se refiere a edu-
car a un cachorro, es que un perro adulto y equilibrado puede enseñarte
más acerca de cómo «entrenar a un perro» que cualquier libro, manual
o vídeo. Daddy no tiene títulos o certificados que colgar de la pared de su
caseta, pero es el maestro absoluto en la rehabilitación de perros.
Como perro de edad avanzada, Daddy sigue disfrutando como hacía
de cachorro de los pequeños momentos de la vida, pero lo avanzado de
su edad le está pasando factura físicamente. Hace poco que he empeza-
do a asimilar el hecho de que no podrá seguir desempeñando para siem-
pre el papel de mi mejor amigo, colega, adlátere y encantador de perros.
En ocasiones he oído decir a algún amante de los perros refiriéndose a la
falta de un compañero canino que «nunca encontraré a otro como él»,
o «nunca podría querer así a otro perro porque ningún otro podría ser tan
maravilloso». Por supuesto es cierto que nunca habrá otro perro exacta-
mente igual que Daddy, pero cuando titulé este libro Cómo criar al perro
perfecto no lo hice sólo por puro efectismo. Estoy convencido de que es
posible criar a otro perro para que resulte ser tan equilibrado, estable,
educado y perfectamente sincronizado conmigo como lo ha sido Daddy.
Y tenía un plan para conseguirlo: que fuese precisamente él quien entre-
gara el testigo de su excelencia a la siguiente generación ayudándome
a criar a su sucesor ideal.
Entregareltestigo
Un amigo de toda la vida, técnico veterinario que comparte conmi-
go el lugar de nacimiento (Sinaloa, México), comparte también mi filo-
sofía en cuanto a la crianza de perros, además de ser dueño al igual
que yo de una hembra de pitbull, que es un animal sereno y equilibrado,
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un despreocupado perro de familia que siempre ha sido la niñera ideal
para los pequeños de la casa. Mi amigo me contó que había criado de un
modo selectivo a su perra, que acababa de tener una camada de ca-
chorritos. Consciente del retiro inminente de Daddy y de la preocupa-
ción que ello me generaba, me invitó a ir a echarle un vistazo. «Quién
sabe», me dijo. «A lo mejor encuentras entre los cachorros al siguiente
Daddy».
Cuando mi perro y yo llegamos a casa de mi amigo a conocer a la
camada, me alegró comprobar que la perra, a pesar de su reciente ma-
ternidad, seguía mostrándose tan afectuosa, delicada y sumisa con los
niños de la casa como yo recordaba. Su temperamento era el ideal para
formar parte de una familia y, por otro lado, se mostraba como una madre
activa, alerta y atenta con sus cachorros. El temperamento del progenitor
de un cachorro es vital porque es precisamente ese rasgo el que se trans-
mite de generación en generación. Mi amigo me enseñó una foto del
padre, un can bien educado, sano y además campeón de exposiciones.
Aunque no iba a poder conocerlo en persona porque había vuelto a su
ciudad natal, sé que un perro de exposición debe tener por definición
cierto grado de autocontrol, paciencia y estabilidad, además del resto de
características que adornan a un perro casero. Contemplando todos aque-
llos cachorritos torpes y amorosos de ocho semanas, uno de ellos llamó
inmediatamente mi atención: era gris con una mancha blanca en el pecho
y tenía unos ojos de expresión dulce y color azul profundo. Es lo que se
conoce por pitbull azul. Pero lo que más me atrajo de él fue su energía.
Aunque no se parecía físicamente a Daddy, su porte sereno me lo recor-
dó de inmediato.
Sentí una atracción inmediata hacia ese cachorrito en particular,
pero no era yo el perro más experimentado en aquella habitación. El tra-
bajo era perfecto para Daddy. Cualquier perro puede decirte mucho más
que nadie acerca de otro animal (¡ya sea perro, gato o humano!) que un
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humano, razón por la cual siempre me tomo muy en serio el instinto de
mis perros. De hecho, suelo llevarme a Daddy o a cualquier otro de los
más equilibrados canes de mi manada a las reuniones de trabajo para ver
cómo responden ante las personas con las que me encuentro por prime-
ra vez. Si uno de mis compañeros más despreocupados, serenos y sumi-
sos adopta una actitud inexplicablemente esquiva o si ignora o evita a una
determinada persona, siempre procuro estar alerta. Es posible que el
animal esté intentando decirme algo que yo necesite saber.
Acompañé a Daddy a la sala en la que estaba aquel puñado de ju-
guetones pitbull, y la imagen fue como la de un digno mandatario entran-
do en un aula de jardín de infancia. Uno de los cachorros intentaba llevar
la voz cantante y establecer su dominación sobre los niños de la familia
subiéndose en ellos y mordiéndolos, así que probé a presentárselo a Daddy.
Su reacción fue gruñirle y alejarse de él. A su edad no anda uno con la
paciencia o la energía de sobra para aguantar a jovenzuelos maleducados
o avasalladores. Otro de los cachorros que elegí, un tipo con un nivel más
bajo de energía, tampoco le interesó y decidió ignorarlo sin más. Los pe-
rros de cierta edad no malgastan su preciada energía en cachorros que
los molestan. ¿Cómo reaccionaría entonces Daddy ante el cachorro gris
que me había robado la cartera? Recé para que nuestra energía y nues-
tro instinto estuvieran en la misma longitud de onda en aquella decisión
tan importante.
Alcé al pequeño asiéndolo por la piel del cuello y le presenté su
trasero a Daddy, quien de inmediato demostró interés. Lo olfateó a con-
ciencia y a continuación me hizo un gesto con la cabeza para que lo
dejara en el suelo. Cuando lo hice, el cachorro bajó la cabeza en señal de
sumisión y buenas maneras ante Daddy. Estaba claro que con tan sólo
ocho semanas su madre ya le había enseñado los fundamentos de la
etiqueta canina: respeto por los mayores. Daddy siguió olisqueándolo,
dejando claro que había atracción entre ellos. ¡Pero lo más increíble ocurrió
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a continuación! Cuando mi perro terminó de investigar al cachorro y quiso
alejarse, el pequeñín lo siguió sin dudar. Desde aquel instante quedé
convencido de que aquel montoncito gris de pelo iba a ser el hijo espiritual
de Daddy, y que Norteamérica iba a tener en breve otro modelo de pitbull
sereno y educado en el que mirarse.
CómohacerparanocriaraunMarley: Blizzard,
ellabradorretriever
Marley y yo, el libro escrito por John Grogan, estuvo en la lista de
los más vendidos del The New York Times durante cincuenta y cuatro
semanas. Posteriormente fue adaptado y trasladado al cine y recaudó
más de doscientos quince millones de dólares por todo el mundo e inclu-
so generó una secuela titulada (¡para horror mío como encantador de
perros!) Los perros malos son más divertidos. Mediante las palabras sen-
tidas y evocadoras de Grogan Marley ha llegado a ser el símbolo de una
de las razas más populares como perro de compañía en Norteamérica:
el labrador retriever. Los labradores son el número uno de perros de com-
pañía en el país por su amabilidad, su energía y su desenfado, y Marley
era el compendio de ese mismo comportamiento desenfadado, exuberan-
te y lleno de vitalidad. El problema es que llevaba ese comportamiento
demasiado lejos, hasta el extremo de estar permanentemente fuera de
control. «Marley», escribe John Grogan «era un alumno desafiante, duro
de entendederas, desenfrenado, distraído, víctima de su propia energía
incontenible... Tal y como lo definió mi padre cuando Marley intentó con-
sumar el matrimonio que había decidido contraer con su rodilla, a este
perro le falta un tornillo».
Marley me proporcionó la inspiración necesaria para adoptar a un
labrador amarillo como segundo perro cuya infancia narrar en este libro.
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A pesar de lo que reí y lloré leyendo el libro de John Grogan en memoria
de Marley, y a pesar de lo agradecido que me siento por haber podido
trabajar con la familia Grogan y el labrador que tienen en la actualidad de
nombre Gracie, quise ofrecer una perspectiva distinta de la vida de un
labrador retriever. En otras palabras: quería ser yo quien escribiera el si-
guiente capítulo de cómo no educar al siguiente Marley.
Solicité la ayuda de Crystal Reel, la intrépida investigadora de la
productora de El encantador de perros, MPH Entertainment, para que
me ayudase a encontrar el cachorro perfecto. Aunque existe una ingente
cantidad de criadores de labrador en el sur de California, decidimos apo-
yar a una de las excelentes organizaciones de rescate de esta misma
zona y que salvan a diario perros perdidos o abandonados. Crystal se
puso en contacto con Southern California Labrador Retriever Rescue,
una organización con once años de antigüedad y sin ánimo de lucro cuya
misión es rehabilitar y buscar hogar para los labradores y educar en el
conocimiento de estos maravillosos animales. Durante varias semanas
Crystal coordinó con Geneva Ledesma, voluntaria en la organización, el
examen de varios cachorros potenciales. Al final seleccionamos a dos,
y Geneva y Valerie Dorsch, otra de las voluntarias, accedieron a llevarlos
al primer Centro de Psicología Canina que tuvimos en el centro de Los
Ángeles.
El mes de octubre aún puede parecer pleno verano en el sur de
California, pero, cuando abrí las puertas de mi Centro de Psicología Ca-
nina más urbano, una fresca brisa matinal suavizaba el calor. Fue así como
conocí a los dos candidatos de labrador entre los que tendría que elegir
a mi Marley. Geneva y Valerie traían a ambos con la correa. El primero,
un delgado y fuerte cachorro de labrador negro, había sido recogido cuan-
do vagaba perdido en un campo. El otro, un labrador amarillo como el
famoso Marley, había sido entregado en un refugio con dos de sus her-
manos de camada. Ambos eran machos de unos dos meses y ambos eran
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Cómo criar al perro perfecto3
preciosos. Acababan de recibir la segunda tanda de vacunas así que sus
expedientes médicos estaban en orden a pesar de que habían sido res-
catados de la calle.
Dado que el objetivo de este proyecto era la prevención y no la in-
tervención, quería escoger a un cachorro con una inclinación natural a la
sumisión y la calma y criarlo para que siguiera siendo así de modo que
pudiera llegar a ser el perro ideal de una familia. Fue cuestión de segun-
dos decidir que el amarillo sería el elegido. Lo vi olfatear un poco a su
alrededor con curiosidad contenida y después sentarse con tranquilidad
sobre las patas traseras. Unos minutos más tarde se tumbaba plácida-
mente en el pavimento caldeado por el sol. El negro, sin embargo, se
comportaba con recelo y se mostraba nervioso y sobreexcitado. Nos daba
la espalda y tiraba hacia atrás de la correa. Habría podido trabajar con
él y rehabilitarlo sin grandes dificultades, pero para este libro quería algo
diferente: quería utilizar el equilibrio natural con que la Madre Naturaleza
dota a los perros y mostrarte a ti, lector, cómo alimentar y mantener ese
estado.
Valerie y Geneva se sorprendieron de que escogiera al labrador
amarillo porque pensaban que me atraería más el otro cachorro más
activo. «El amarillo me parecía muy perezoso», comentó Valerie. A pesar
de la experiencia que les respaldaba tras haber tratado mucho tiempo con
perros, no habían distinguido una energía nerviosa de otra juguetona.
Cuando les señalé los signos de esa energía nerviosa que mostraba el
cachorro negro, Geneva comprendió de qué hablaba. «¿Puedo pregun-
tarte cómo llegan a estar así?», inquirió. «¿Es que nacen ya así?». Le
expliqué que a veces los cachorros padecen experiencias que los asustan
y que hacen de ellos animales inseguros, sobre todo si no tienen una
madre atenta o un líder de la manada que los guíe en esa experiencia del
modo correcto. Un perro normal ha de mostrarse curioso aunque en un
principio pueda manifestar esa curiosidad con reservas. Cuando obser-
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vamos una conducta excesivamente tímida y temerosa, nos encontramos
ante una bandera roja en potencia.
Algunos cachorros nacen débiles o asustados, los renacuajos de la
camada, y la verdad es que en un hábitat natural lo más probable es que
no hubieran sobrevivido. Como humanos solemos sentirnos mal por ellos,
pero tenemos que aprender a ayudarlos a sobreponerse a ese estado men-
tal. De no hacerlo, de sentir sólo lástima por ellos, estaríamos fomentando
esa conducta. Es un acto maravilloso rescatar perros que se encontraban
perdidos en el ámbito físico, pero tenemos que aprender a rescatarlos del
miedo que los atenaza en el ámbito psicológico. Ningún perro debería tener
que vivir toda su vida atemorizado, y esa clase de rehabilitación ha de em-
pezar por nuestra propia energía, serena y firme. Es fácil acercarnos a un
cachorro nervioso y decirle: «¡Vamos, cariño! ¡No pasa nada! ¡Tranquilo!».
Creemos que bañándolo en amor y rodeándolo de comodidades podemos
ayudarlo, pero en el caso de un cachorro nervioso semejante actitud sólo
logrará acrecentar su ansiedad o su excitación. Mostré a Valerie y a Gene-
va cómo se podía usar el olor para distraer al cachorro negro y ayudar a su
cerebro a salir de ese estado negativo y nervioso. Pasé ante su morro una
lata de comida orgánica para perros pero teniendo cuidado de no invadir
su espacio. Bastó con que el aroma le llegara a la nariz para que el joven-
cito prestara atención, se sentara sobre las patas traseras y relajara las
orejas. No utilicé palabra alguna. No lo acaricié. Manteniéndome sereno,
fuerte y en silencio y distrayendo su olfato, es decir, su sentido más desa-
rrollado, conseguí sacarlo de su ansiedad.
«Lo cierto es que este chiquitín amarillo», continué, «en manos de
un dueño que no le proporcione reglas ni límites, que sólo le dé afecto,
afecto y afecto, podría acabar tan sobreexcitado o nervioso como el negro.
Mi objetivo es nutrir el estado natural y sereno que poseen durante los
ocho primeros meses de su vida. A los ocho meses se termina la infancia
y llegan a la adolescencia, que es el momento en el que empiezan a de-
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safiar, pero si se los ha criado estableciendo reglas y límites siempre sa-
brán cómo recuperar ese equilibrio».
Mientras charlaba con las damas del Southern California Labrador
Retriever Rescue, mi pequeño Marley había aguardado tan relajadamen-
te que el sol lo había hecho caer en un profundo y pacífico sueño. Volví
a echar mano de la lata de comida. «Con los cachorros en ocasiones
podemos crear una reacción de nerviosismo o miedo si los sobresaltamos
mientras duermen», expliqué. Moví de un lado al otro la lata de comida
ante su morro pero no se despertó hasta notar un empujón que le dio el
otro labrador al pasar junto a él atraído por esa misma comida. «¿Os
habéis dado cuenta de que no se ha despertado sobresaltado? Es un
comportamiento normal entre cachorros de la misma manada el empu-
jarse, pisarse o despertarse los unos a los otros, de modo que he desper-
tado su cerebro de un modo familiar y no asustándolo, puesto que mis
manos no le son aún conocidas».
Una vez tomada la decisión me dispuse a presentar al nuevo cacho-
rro ante la manada, pero puesto que para los cachorros las primeras
impresiones son siempre importantes tenía que hacerlo bien. Atraído por
la comida, nuestro Marley en miniatura me siguió tan feliz hacia la zona
interior del Centro de Psicología Canina, hasta la valla misma tras la que
la manada esperaba alborozada a su miembro más joven; el pequeño la
olfateó con cuidado y luego comenzó a mover el rabo. De haberse mos-
trado demasiado excitado o demasiado descarado la manada lo habría
percibido como negativo, pero el jovencito mantuvo la cabeza agachada
en señal de respeto. Estaba preparado.
Quiero insertar aquí una pequeña nota sobre salud y seguridad en
cachorros (un asunto que consideraremos con mayor profundidad en los
siguientes capítulos). Antes de presentar al nuevo labrador a mi manada,
las señoras del SCLRR y yo teníamos que estar seguros de la buena
salud del cachorro para que la salud del resto de mis perros quedase
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protegida. Las voluntarias del SCLRR se habían asegurado antes de que
los dos cachorros candidatos estuvieran saludables y que hubieran reci-
bido sus dos primeras tandas de vacunas. Aun a pesar de las vacunacio-
nes, el sistema inmunitario de un cachorro está en periodo de desarrollo
hasta los cuatro meses, y es durante esta etapa crucial de su vida cuan-
do aún son susceptibles a las enfermedades, particularmente al parvo-
virus. El parvo se transmite a través de las heces de perros infectados.
Por tanto, antes de que el SCLRR firmase el permiso en virtud del cual
yo podría elegir a un cachorro para que interactuara con mis perros, que-
rían que yo verificara que todos los perros del centro estaban al día en
sus vacunas, que nuestras instalaciones estuvieran en las debidas con-
diciones sanitarias y que no habíamos tenido ningún brote reciente de
parvo o de otras enfermedades contagiosas. Una vez que todo estuvo
comprobado, dieron su aprobación. En este caso se aunaban los esfuer-
zos de la organización de rescate y del que iba a ser su nuevo propietario
por preservar la salud y el bienestar del cachorro. Debemos mostrarnos
cautos especialmente en este periodo de la vida de un cachorro en el que
su sistema inmunológico aún está en desarrollo, pero al mismo tiempo
tampoco debemos privarlo de una socialización normal, que es igualmen-
te importante para su bienestar general.
Con una mano lo agarré por la piel del cuello y lo sostuve en alto.
Este gesto lo relajó de inmediato, aunque soportaba el peso de su cuerpo
con la otra mano puesta bajo sus cuartos traseros. Después lo acerqué
al suelo y lo presenté tal y como lo habría hecho su madre. Tenía el rabo
parcialmente entre las patas como muestra de cierta ansiedad, así que
esperé a que se relajara antes de dejarlo en el suelo. Los otros perros lo
olfatearon con delicadeza y lo aceptaron de inmediato. En diez minutos
andaba ya explorando tranquilo y feliz su nuevo entorno. Aquel mucha-
chuelo podía parecerse al Marley literario y cinematográfico, pero iba a te-
ner una experiencia muy distinta en la vida.
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