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Prismas Revista de historia intelectual 10 2006

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PrismasRevista de historia intelectual

102006

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PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

Anuario del grupo Prismas

Programa de Historia Intelectual

Centro de Estudios e Investigaciones

Universidad Nacional de Quilmes

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Universidad Nacional de QuilmesRector: Daniel GomezVicerrector: Jorge Flores

Centro de Estudios e InvestigacionesDirector: Carlos Altamirano

Programa de Historia IntelectualDirector: Oscar Terán

PrismasRevista de historia intelectualBuenos Aires, año 10, Nº 10, 2006

Consejo de direcciónCarlos AltamiranoAdrián GorelikJorge MyersElías PaltiOscar Terán

Editor: Adrián GorelikSecretario de redacción: Alejandro BlancoEditores de Reseñas y Fichas: Martín Bergel y Ricardo Martínez Mazzola

Comité AsesorJosé Emilio Burucúa, Universidad Nacional de San MartínRoger Chartier, École de Hautes Études en Sciences SocialesFrançois-Xavier Guerra (1942-2002)Charles Hale, Iowa UniversityTulio Halperin Donghi, University of California at BerkeleyMartin Jay, University of California at Berkeley Sergio Miceli, Universidade de São PauloJosé Murilo de Carvalho, Universidade Federal do Rio de JaneiroAdolfo Prieto, Universidad Nacional de Rosario/University of FloridaJosé Sazbón, Universidad de Buenos AiresGregorio Weinberg (1919-2006)

En 2004 Prismas ha obtenido una Mención en el Concurso “Revistas de investigación en Historia y Ciencias Sociales”, Ford Foundation y Fundación Compromiso.

Diseño original: Pablo BarragánRealización de interiores y tapa: Silvana Ferraro

A los colaboradores: los artículos recibidos que no hayan sido encargados serán considerados por el Consejo de dirección y por evaluadores externos.

La revista Prismas recibe la correspondencia, las propuestas de artículos y los pedidos de suscripción en:Roque Sáenz Peña 180 (1876) Bernal, Provincia de Buenos Aires.Tel.: (01) 365 7100 int. 155. Fax: (01) 365 7101Correo electrónico: [email protected]

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Ín di ce

Ar tí cu los11 Circulación internacional y formación de una “escuela de pensamiento”

latinoamericana (1945-2000), Afrânio Garcia37 El caso Real: alternativas críticas americanas, Pablo Rocca55 Estado y política en el pensamiento terrateniente argentino de fines

del siglo XIX: las ideas de la Liga Agraria, Roy Hora79 Córdoba en el imaginario de lo nacional. La ciudad pensada

por Domingo F. Sarmiento, Joaquín V. González y Juan Bialet-Massé, Ana Clarisa Agüero

99 Un caso de orientalismo invertido: La Revista de Oriente (1925-1926) y los modelos de relevo de la civilización occidental, Martín Bergel

Argumentos121 Los hábitos de los intelectuales: respuesta a Ringer, Charles Lemert135 Trabajo de campo y teorización en la historia intelectual:

una réplica a Fritz Ringer, Martin Jay145 Contrarréplica a Charles Lemert y Martin Jay, Fritz Ringer

DossierLa ciudad letrada: hacia una historia de las élites intelectuales en América Latina

157 América Latina, ciudad, voz y letra, Claudia Gilman163 Intelectuales y ciudad en América Latina, Adrián Gorelik173 Las costuras de la letra, Gonzalo Aguilar177 La lección de escritura, Carlos Altamirano181 Una gesta antiépica, Beatriz Colombi185 La provocación de La ciudad letrada, Álvaro Fernández Bravo191 Reproches y anhelos del antiintelectualismo, Flavia Fiorucci e Inés Rojkind195 El árbol y el bosque: La ciudad letrada y su concepto de poder,

Florencia Garramuño

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199 Desdoblamientos especulares, Alejandra Mailhe205 Las letras del poder: apogeo y catástrofe, Jorge E. Myers209 Intelectuales en América Latina, Mariano Ben Plotkin

Lecturas215 El historicismo como idea y como lenguaje, Elías J. Palti223 Lecturas sobre Paul Groussac, Alejandro Eujanian

Reseñas231 Alberto Mario Damiani, Domesticar a los gigantes. Sentido y praxis

en Vico, por Andrés Crelier234 Gabriela Siracusano, El poder de los colores. De lo material

a lo simbólico en las prácticas culturales andinas. Siglos xVI-xVIII, por Diego H. de Mendoza

238 Eduardo Jardim de Moraes, Mário de Andrade. A morte do poeta, por Karina Vasquez

241 Eduardo Romano, Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistas ilustradas rioplatenses, por Sylvia Saítta

243 José Nun (comp.), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, por Inés Rojkind

247 Graciela Batticuore, Klaus Gallo y Jorge Myers (comps.), Resonanciasrománticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina (1820-1890), por Fernando Rocchi

253 Vanni Blengino, La zanja de la Patagonia. Los nuevos conquistadores: militares, científicos, sacerdotes y escritores, por Graciela Silvestri

257 Hernán Camarero y Carlos M. Herrera (comps.), El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo, por Gerardo Scherlis

262 Tulio Halperin Donghi, El revisionismo histórico argentino como visióndecadentista de la historia nacional, por Fernando J. Devoto

266 Sylvia Saítta (estudio preliminar), Contra. La revista de losfranco-tiradores, por Fernando Diego Rodríguez

270 Anahi Ballent, Las huellas de la política. Vivienda, ciudad y peronismo en Buenos Aires, 1943-1955, por Luis Alberto Romero

272 Marcela García Sebastiani, Los antiperonistas en la Argentina Peronista,Radicales y Socialistas en la Política Argentina entre 1943 y 1951, por Flavia Fiorucci

274 Mirta Varela, La televisión criolla (Desde sus inicios hasta la llegada del hombre a la Luna, 1951-1969), por Gonzalo Aguilar

277 Sabina Frederic y Germán Soprano (comps.), Cultura y política en etnografías sobre la Argentina, por Eduardo Rinesi

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Fichas283 Libros fichados: J. Locke, Ensayo sobre el Gobierno civil / C. Hilb, Leo

Strauss: el arte de leer. Una lectura de la interpretación straussiana deMaquiavelo, Hobbes, Locke y Spinoza / C. Altamirano, Para un programa de historia intelectual y otros ensayos / E. J. Palti, Verdades y saberes delmarxismo. Reacciones de una tradición política ante su “crisis” / B. Sarlo,Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión / M. E. Casáus Arzú y M. Pérez Ledesma (eds.), Redes intelectuales y formaciónde naciones en España y América Latina 1890-1940 / E. Pani y A. Salmerón(coordinadoras), Conceptualizar lo que se ve. François-xavier GuerraHistoriador. Homenaje / E. J. Palti, La invención de una legitimidad. Razón yretórica en el pensamiento mexicano del siglo xIx (Un estudio sobre las formasdel discurso político) / J. Pakkasvirta, ¿Un continente, una nación?Intelectuales latinoamericanos, comunidad política y las revistas culturales en Costa Rica y el Perú (1919-1930) / A. Gorelik, Das vanguardas a Brasília.Cultura urbana e arquitetura na América Latina / F. Aliata, La ciudad regular.Arquitectura, programas e instituciones en el Buenos Aires posrevolucionario,1821-1835 / R. Madero, La historiografía entre la república y la nación. El caso de Vicente Fidel López / D. Roldán (comp.), Crear la democracia. La Revista Argentina de Ciencias Políticas y el debate en torno de la RepúblicaVerdadera / M. Pía López, Lugones: entre la aventura y la cruzada / A. Bisso,Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial / O. Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero

Obituarios297 Gregorio Weinberg, 1919-2006, Luis Alberto Romero299 Reinhart Koselleck, 1923-2006, Javier Fernández Sebastián

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Artículos

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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Desde hace mucho las estadías en el extranjero han constituido una de las principales estrate-gias adoptadas por las capas dirigentes latinoamericanas para obtener “títulos de nobleza

intelectual” o competencias susceptibles de asegurarles un lugar destacado entre las élitespolíticas, intelectuales o económicas de sus países de origen. Uno podía viajar de joven, deadulto o ya viejo, en función de los capitales económicos, los conocimientos lingüísticos y loslazos sociales heredados de las generaciones anteriores, pero esta experiencia gozaba de par-ticular aprecio para considerar que un individuo tenía una “mente abierta” y de “amplios ho -rizontes”. Los estudios superiores en el exterior eran una referencia privilegiada, pues expo -nían a las personas a una lenta familiarización con otros estilos de vida, exigían la inversiónde energías en los conocimientos acumulados dentro de las instituciones metropolitanas encompetencia con los individuos originarios del lugar y a veces también demandaban el do -minio de lenguas no maternas. Pero las estadías más breves, para reciclarse y “enterarse de lasnovedades”, no eran despreciadas. La internacionalización de los procesos económicos, políti-cos y culturales vivida desde el final de la Segunda Guerra Mundial, así como la popularidadmás reciente del tema de la “globalización”, no hicieron sino acentuar el valor de las estanciasen el extranjero para acelerar o hacer posible la reconversión de las carreras económicas, cien-tíficas, artísticas o políticas. A lo largo de los últimos quince años, los estudios en el exteriorhan llegado a ser incluso una suerte de testimonio de la aptitud para la movilidad internacional,atributo considerado necesario en una época en que la “deslocalización” se ha convertido enuna moda. El estudio de la circulación internacional de los universitarios constituye, entonces,un punto de vista privilegiado para comprender las transformaciones sociales y culturales,sobre todo las mutaciones ocurridas en los diferentes dominios científicos.

Este artículo se propone analizar la importancia relativa de la circulación internacionalde los universitarios dentro o fuera del espacio latinoamericano. En efecto, la investigaciónrealizada con los doctorandos brasileños en el exterior1 muestra que la elección de otros paí-

* Versión original en francés: “Circulation internationale et formation d’une «école de pensée» latino-américaine(1945-2000)”. Traducción Horacio Pons.1 Este trabajo es el fruto de las investigaciones realizadas desde hace cinco años en el marco de una red internacionalque incluye el Centre de Recherches sur le Brésil Contemporain (CRBC), el Centre de Sociologie Européenne (CSE) y

Afrânio Garcia

Circulación internacional y formación de una “escuela depensamiento” latinoamericana

(1945-2000)*

École des Hautes Études en Sciences Sociales, París

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 11-35

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ses latinoamericanos es casi insignificante en comparación con otros destinos, dato que severifica en las ciencias sociales. Ahora bien, si sólo se tienen en cuenta estas cifras, parecedifícil imaginar el lugar ocupado por Santiago de Chile entre las décadas de 1950 y 1970–hasta 1973, año del golpe de Estado de Pinochet–, y atestiguado, sin embargo, en el análisisde las carreras emblemáticas de dos de los académicos brasileños más reconocidos en el pla-no internacional, el economista Celso Furtado y el sociólogo Fernando Henrique Cardoso. Así,comenzaremos por analizar las cifras de las dos últimas décadas correspondientes a los beca-rios brasileños que prosiguieron su formación en instituciones extranjeras. En una segunda par-te examinaremos el papel decisivo cumplido por la estadía en Santiago de Chile en las carre-ras y las innovaciones teóricas propuestas por Furtado y Cardoso. El examen de su inscripcióninstitucional en Chile –ambos disfrutaron de la jerarquía de funcionarios internacionales al ser-vicio de organismos ligados a la ONU– nos permitirá indagar en los efectos de las reestructura-ciones del campo político promovidas por los regímenes militares sobre el espacio de produc-ción y transmisión de los conocimientos de las ciencias sociales en América Latina.

1. Destino de los doctorandos brasileños en el plano internacional

La internacionalización creciente de las economías latinoamericanas –Brasil no fue unaexcepción– se aceleró desde el final de la Guerra Fría, con la caída del muro de Berlín en1989, pero este último movimiento prolonga en ciertos aspectos los objetivos proclamados ypromovidos por los gobiernos impuestos por los militares desde mediados de la década de1960. La liberalización del espacio público en la década de 1980 no estuvo acompañada porel fortalecimiento de los centros de decisión sobre los caminos futuros, ni en el plano nacio-nal ni en el plano regional, como lo muestra el estancamiento del Mercosur. Todas las ten-dencias parecen contribuir a convalidar la idea de que los procesos designados con el térmi-no “globalización”2 son inevitables, lo cual no puede sino legitimar las estrategias familiaresorientadas a dotar a las nuevas generaciones de títulos, diplomas y aptitudes, percibidos comoindispensables para afrontar la competencia profesional en los más variados ámbitos, desdeel medio empresarial o financiero hasta las carreras intelectuales y políticas. Efectivamente,en el caso brasileño –el único que profundizaremos aquí– las migraciones temporales ligadascon una formación doctoral o de especialista crecieron de manera considerable desde princi-pios de la década de 1950, pues a los deseos de las familias movilizadas por las inversiones

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el Centre d’Études des Mouvements Sociaux (CEMS), todos pertenecientes a la École des Hautes Études en SciencesSociales (EHESS), por un lado, e investigadores asociados a la Universidad de Campinas (UNICAMP), la UniversidadFederal de São Carlos (UFSCAR), la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) y la Universidad Federal deMinas Gerais (UFMG), por otro. La red se materializó en un proyecto de cooperación contemplado en el marco de losacuerdos CAPES-COFECUB, coordinados por Letícia Canêdo (UNICAMP) y Afrânio Garcia (CRBC/EHESS). Los prime-ros resultados de los trabajos colectivos acaban de aparecer en A. M. Almeida, L. Canêdo, A. Garcia y A. Bittencourt(comps.), Circulação internacional e formação intelectual das elites brasileiras, Campinas-San Pablo, Editora UNI-CAMP, 2004. Las series estadísticas analizadas aquí exigieron una gran tenacidad y un trabajo arduo bajo la direcciónde Letícia Canêdo.2 Dezalay y Garth (2002) estudiaron las batallas entre los diferentes componentes de las élites norteamericanas porla supremacía en las instituciones de formación universitaria de sus homólogos latinoamericanos: se trata de unacompetencia fundamental para comprender los modos de socialización de los agentes de los llamados procesos de“globalización”, sus categorías de pensamiento y sus acciones.

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escolares de su descendencia se agregaron políticas nacionales, e incluso de algunos estadosfederados, como San Pablo, de creación de agencias públicas destinadas a sostener la estan-cia de becarios en el extranjero. Esa acción del Estado como promotor de la formación de altonivel de los académicos brasileños, puesta en marcha hace ya más de medio siglo, pareceotorgar a este caso una configuración particular, cuyo conocimiento no puede generalizarse alos otros países de América Latina. Como por el momento no disponemos de datos equiva-lentes para los otros países estudiados en el marco del Programme International d’ÉtudesAvancées (PIEA) de la Maison des Sciences de l’Homme, nos limitaremos a realizar nuestroanálisis sobre la base exclusiva del caso brasileño.

Todo induce a creer que la morfología social de los estudiantes que viajaban al extran-jero sufrió un cambio considerable luego de la creación de las agencias estatales. Entre elsiglo XIX y el final de la Segunda Guerra Mundial, los estudios superiores en el exterior eranun virtual monopolio de las grandes familias –propietarios de plantaciones de posición aco-modada, grandes comerciantes dedicados a la importación y exportación, políticos importan-tes o altos funcionarios–, porque los costos económicos de la operación eran incomparablescon los ingresos de más del 95% de la población, a lo cual se agregaba la prolongada inver-sión en el aprendizaje precoz de idiomas extranjeros y un mínimo de familiaridad con los esti-los de vida de los centros cosmopolitas. Los miembros del clero católico constituían unaexcepción, pues los postulantes a los altos cargos eclesiásticos debían realizar sus estudios enRoma, donde la Iglesia se ocupaba de mantenerlos. El mecenazgo privado o público tambiénpermitió a contados artistas o científicos noveles completar su formación en Europa, comopuede constatarse en el caso de Cândido Portinari.3 El libro Minha formação (1998), del polí-tico y escritor Joaquim Nabuco (1849-1910), uno de los nombres más significativos de lacampaña por la abolición de la esclavitud (decretada en 1888), es una ilustración ejemplar deesa relación de las grandes familias con los centros políticos internacionales, sobre todoFrancia, Inglaterra y los Estados Unidos. El propio autor señala que eran pocos los miembrosdel parlamento imperial brasileño (1824-1889) que podían invocar su pertenencia a la cuartageneración de elegidos; su socialización infantil en un molino azucarero de Pernambuco nun-ca constituyó un obstáculo a su trayectoria internacional ulterior y a los usos diplomáticos a losque la consagró.4 Los estudios realizados por Gilberto Freyre en los Estados Unidos durante la

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3 La carrera artística del pintor Cândido Portinari, reconocido en la década de 1930 como paradigma de lo auténti-camente nacional, fue analizada por Sérgio Miceli (2002). El autor muestra que los retratos de familia de integran-tes de las élites permitieron a este descendiente de inmigrantes italianos hacerse de los capitales sociales necesariospara encontrar personas que lo apoyaran durante su estadía en Francia.4 La relación entre la concepción aristocrática de la política, asociada con la función intelectual –asunto de hom-bres de Estado, opuesto a la política de los profesionales representantes de los intereses locales– y el cosmopolitis-mo, se enuncia con claridad en ese libro del parlamentario monárquico, convertido en diplomático durante la pri-mera república brasileña: “Esto significa que mi ambición, en política, ha sido siempre de orden puramenteintelectual, como la del orador, el poeta, el escritor, el reformador. No hay, sin duda, ambición más alta que la delhombre de Estado, y ni se me ocurriría reducir a los hombres eminentes que merecen ese nombre en nuestro uni-verso político al papel de políticos profesionales; sin embargo, para ser un hombre de gobierno es indispensablefijar, limitar, restringir la propia imaginación a las cosas del país, y ser capaz de compartir, a falta de las mismaspasiones, al menos los prejuicios de los partidos, y hacer comulgar con ellos, de la manera más perfecta, la propiaexistencia, individuae vitae consuetudinam. Así, aun cuando hubiera tenido las cualidades necesarias –y no lastenía–, mi interés humano sin fronteras me prohibía la política. Políticamente, temo haber nacido cosmopolita. Nome sería posible reducir mis facultades al servicio de una religión local, renunciar a la capacidad que ellas poseende volcarse de manera espontánea hacia el mundo externo” (Nabuco, 1998, pp. 54-55).

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década de 1920, seguidos por estadías en Inglaterra, Francia y Portugal luego de su tesis demaestría, se inscriben en esa tradición de las élites políticas e intelectuales del Nordeste. Noobstante, la riqueza procurada por el cultivo del café fue aun más grande que las fortunas ama-sadas por los propietarios de molinos de esa misma región, y las trayectorias internacionalesde los linajes de los “barones del café”, como el de Eduardo Prado o su sobrino Paulo Prado,el mecenas de la semana de arte moderno de 1922, son características de las apropiaciones delas estadías internacionales para “modernizar” el espacio intelectual y político nacional.5

La Segunda Guerra Mundial actuó como revelador de los lazos entre la supremacía mili-tar y la investigación científica de larga data y provista, asimismo, de los dispositivos paratransformar los descubrimientos de la ciencia en innovaciones tecnológicas, aplicables a losmás variados dominios de la vida económica y cultural. No debe sorprendernos que la físicaatómica y la biología se hayan adelantado a los otros ámbitos del saber. En el Brasil fueronsobre todo los científicos pertenecientes a ambos sectores, aliados a algunos círculos de mili-tares de alto rango, preocupados por los nuevos campos de la competencia internacional don-de se jugaban los destinos de la soberanía nacional, quienes tomaron la iniciativa de propo-ner la creación de agencias nacionales para apoyar la formación de nuevas generaciones enlos centros científicos de mayor prestigio mundial. El establecimiento del CNPq (ConselhoNacional de Pesquisa) y de la CAPES (Coordenação de Aperfeiçoamente de Pessoal de NívelSuperior) en 1951, así como de la FAPESP (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de SãoPaulo), aseguró un flujo constante de estudiantes de doctorado hacia el extranjero, con pres-cindencia de las restricciones iniciales del patrimonio económico de sus familias de origen.6

Luego de esta época, el acceso a los estudios internacionales se amplió a todos aquellos que,terminado el segundo ciclo en el Brasil, podían presentarse a un concurso para obtener becasde tercer ciclo. Los menos dotados en recursos económicos podían hacer de los estudios cien-tíficos o de la formación artística un medio de incrementar sus posibilidades de éxito en carre-ras sustitutas, para no quedar prisioneros de los puestos subalternos de la función pública olos cargos inferiores de las empresas privadas. Puede plantearse la hipótesis7 de que esa aper-tura del acceso a los centros internacionales de excelencia científica y artística a nuevas capassociales, por lo general urbanas y ocupantes de posiciones intermedias en el espacio social,contribuyó a formar la primera generación de especialistas cosmopolitas. A largo plazo, eseproceso podría dar origen a una especie de fracción completamente nueva de la élite dirigen-te, obligada a fundar todas sus estrategias individuales en el capital intelectual y sólo en él,pues las familias que la componían disfrutaban al principio de un patrimonio económico y un

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5 El análisis de Levi (1977) sobre la familia de los Prado en San Pablo es ilustrativo de la relación entre enriqueci-miento material, formación intelectual de los jóvenes aspirantes a la gloria política e intelectual en la Facultad deDerecho, actividades políticas, promoción de la emigración europea y usos del cosmopolitismo como instrumentode revalorización de una capital percibida como un pequeño burgo provinciano.6 La creación de la CAPES en julio de 1951 apuntaba a promover la especialización de los docentes universitarios ysu formación permanente. El organismo se contaba entre las nuevas instituciones dirigidas por Anísio Teixeira –unode los más grandes reformadores de la enseñanza brasileña– desde la década de 1930, destinadas a modernizar elsistema educativo del país a partir de la escuela primaria. El establecimiento del CNPq en enero de 1951 estabadirectamente ligado al esfuerzo preparatorio para la instalación de la Comisión Nacional de Energía Atómica, ins-tancia de regulación de los estudios para determinar las reservas de materiales como el uranio, el torio, el cadmio,el litio, el berilio, el bario y el grafito, así como las condiciones de exportación (véase Abreu et al., 2001). En uncomienzo, la formación de científicos constituía un objetivo secundario del CNPq.7 Se trata de una hipótesis central del trabajo realizado por la red de investigadores mencionada en la nota 1.

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capital heredado de relaciones sociales bastante más reducidos que la élite tradicional. No essorprendente que el papel del Estado en la construcción del futuro de la colectividad haya sidoel motivo de ásperos debates, porque este instrumento de gestión de los destinos colectivospodía abrir otros tantos nuevos horizontes para profesiones basadas en los usos del capitalintelectual reconocido en el escenario internacional.

De todos modos, debemos matizar esta hipótesis, en función de las divisiones discipli-narias del saber y sus consecuencias institucionales y profesionales. En la década de 1950,sólo los estudiantes de ciencias exactas podían obtener becas doctorales o de especialización.Ese monopolio casi exclusivo se tradujo en una gran mayoría de estudiantes de física, biolo-gía y química. Los interesados en las ciencias sociales recién fueron incluidos en los progra-mas de apoyo de las agencias luego de 1966; paradójicamente, durante el gobierno de la dic-tadura militar. En un comienzo, los científicos vinculados a los dominios de las cienciasexactas y las autoridades de los organismos de financiamiento parecían considerar la prácti-ca de las ciencias sociales –en particular la sociología– como patrimonio de pensadores ensa-yistas que se expresaban por medio de una retórica característica de la verbosidad de los juris-tas, sin inclinación alguna por la reflexión acumulativa fundada en pruebas empíricas, en lacual el esfuerzo de constitución del material –de una base de datos, diríamos hoy– tenía tan-ta importancia como la redacción de los resultados de la investigación, si no más. Prejuiciosal margen, cuando las autoridades militares quisieron llevar a cabo una reforma en gran esca-la, con la creación de las formaciones doctorales de excelencia para favorecer el crecimientoeconómico, las becas se ampliaron a las ciencias sociales. En apariencia, también había moti-vos de orden político: asesores norteamericanos de las reformas afirmaban que la primacía delmarxismo y de las corrientes nacionalistas no podría mantenerse frente a la competencia inter-nacional en los Estados Unidos y Europa.

Dos cambios institucionales cronológicamente coincidentes crearon condiciones mate-riales favorables a la diversificación de los perfiles disciplinarios dentro de las ciencias socia-les brasileñas. También facilitaron la profesionalización de los especialistas y su inscripciónen el campo internacional. Por un lado, el otorgamiento de becas favoreció el traslado masi-vo de los doctorandos al extranjero, mientras que la creación de nuevas formaciones doctora-les en todo el país, a veces asociada con el establecimiento de centros de investigación, per-mitió la profesionalización de los docentes e investigadores, que en lo sucesivo podíandedicarse con exclusividad y de manera permanente a su trabajo. Así, la internacionalizaciónde la investigación se vinculó con la expansión y la diversificación de las instituciones consa-gradas a los estudios de punta y con el crecimiento de la cantidad de cargos, que hacía posiblela absorción de los nuevos postulantes.

Es preciso señalar que las maestrías y los doctorados quedaron sometidos a una evalua-ción periódica de su enseñanza y su producción científica, a cargo de la CAPES desde la déca-da de 1970; la opinión emitida por una comisión independiente de expertos se convirtió en uncriterio necesario para la asignación de becas a los doctorandos de todas las instituciones y laobtención de una serie de subsidios a la investigación.8 El control de calidad de los centros deformación e investigación, desde las ciencias exactas hasta las ciencias humanas y sociales,de acuerdo con un mismo patrón básico, marcó la vigorosa expansión de los estudios de doc-

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8 Para el estudio del proceso de institucionalización de las formaciones doctorales en el Brasil, véase Cury (2004).

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torado y contribuyó a difundir nuevos cánones e imperativos de la producción científica.Hubo una verdadera mutación de las condiciones de existencia de las ciencias sociales, por-que el aumento en el número de cargos para profesores e investigadores se asoció con la reva-lorización de la profesión gracias a la adopción de los principios rectores de la competenciacientífica internacional. El crecimiento de la circulación internacional de estudiantes brasile-ños derivó concretamente en la ampliación de los horizontes profesionales de quienes obte-nían sus doctorados en el exterior.9

El Cuadro 1 muestra la cantidad de cursos dedicados a las maestrías, doctorados y maes-trías profesionales (enseñanzas equivalentes a los DESS franceses)* actualmente en funciona-miento: se enumeran 1.944 centros de formación, casi un millar de los cuales cuentan con estu-dios de doctorado. Las cifras presentadas aquí se relacionan exclusivamente con los programasadmitidos por la CAPES; su número ascendería a 2.999 si se tomaran en cuenta todas las insti-tuciones que afirman haber establecido cursos de tercer ciclo. Como hecho notable, podemoscomprobar que del total de 1.944 centros, 506 (26%) corresponden a las “ciencias humanas” ylas “ciencias sociales aplicadas”; el desfase histórico entre las ciencias exactas, apoyadas des-de hace medio siglo, y las ciencias sociales, incorporadas a los programas oficiales en épocasmás recientes, se redujo en gran medida por el auge de las últimas en el pasado cercano.

Los cuadros 2 y 3 detallan las disciplinas incluidas en cada ámbito de conocimiento de lasciencias sociales o de las disciplinas asimiladas a ellas, para mostrar la diversidad de campos de

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9 Sería interesante consultar los balances de los conocimientos en ciencias sociales, organizados en el marco de laAsociación Nacional para los Estudios y las Investigaciones de Posgrado en Ciencias Sociales (ANPOCS), para teneruna imagen más precisa de la ruptura generada por la creación de las formaciones doctorales a mediados de la déca-da de 1960. Véase Miceli (comp.) (2000, 2002).* Sigla del diplôme d’études supérieures spécialisées, título profesional que se obtiene después de realizar unapasantía de un año de duración en una empresa. [N. del T.]

Cuadro 1: Formaciones doctorales

Número de cursos y formaciones

Disciplinas M D P M/D M/P D/P M/D/P Total

Ciencias agrarias 89 3 0 117 0 0 1 210Ciencias biológicas 47 1 2 126 0 0 4 180Ciencias de la salud 125 14 15 211 2 0 10 377Ciencias exactas y de la tierra 82 3 1 115 1 0 6 202Ciencias humanas 133 3 4 139 0 0 1 280Ciencias sociales aplicadas 123 1 21 69 0 0 12 226Formación en ingeniería 97 1 14 96 0 0 10 218Lingüística, letras y artes 49 0 0 59 0 0 1 109Otras 77 8 24 21 3 0 3 136Brasil 822 34 81 953 6 0 48 1.944

Fuente: CAPES (actualización: 6 de agosto de 2004).Referencias: M – maestría; D – doctorado; P – formación profesional (DESS); M/D – maestría/doctorado; M/P –maestría/formación profesional; D/P – doctorado/formación profesional; M/D/P – maestría/doctorado/formaciónprofesional.

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investigación y enseñanza antes analizados. Los datos correspondientes a 1996 indican que elconjunto de los programas de doctorado en “ciencias humanas” y “ciencias sociales aplicadas”empleaba a 2.472 docentes investigadores. Si tenemos en cuenta que a comienzos de la décadade 1960 las formaciones doctorales en esas disciplinas sólo se dictaban en la Universidad de SanPablo (USP) o en la Escuela de Sociología y Política del mismo estado, podemos hacernos unaidea de la velocidad de implantación de la enseñanza de tercer ciclo en el Brasil.

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Cuadro 2. Maestrías y doctorados reconocidos por la CaPes (ciencias humanas)

Número de cursos y formaciones

Ciencias humanas M D P M/D M/P D/P M/D/P Total

Antropología 2 0 1 9 0 0 0 12Arqueología 0 0 0 1 0 0 0 1Ciencias políticas 6 0 1 6 0 0 0 13Educación 45 0 0 28 0 0 0 73Filosofía 16 0 0 11 0 0 0 27Geografía 15 0 0 14 0 0 0 29Historia 12 0 1 21 0 0 0 34Psicología 21 1 0 24 0 0 0 46Sociología 12 2 1 20 0 0 0 35Teología 4 0 0 5 0 0 1 10Total 133 3 4 139 0 0 1 280

Fuente: CAPES (actualización: 6 de agosto de 2004).Referencias: M – maestría; D – doctorado; P – formación profesional (DESS); M/D – maestría/doctorado; M/P –maestría/formación profesional; D/P – doctorado/formación profesional; M/D/P – maestría/doctorado/formaciónprofesional.

Cuadro 3. Maestrías y doctorados reconocidos por la CaPes (ciencias sociales aplicadas)

Número de cursos y formaciones

Ciencias sociales aplicadas M D P M/D M/P D/P M/D/P Total

Gestión/turismo 30 0 17 9 0 0 5 61Arquitectura y urbanismo 7 0 0 7 0 0 0 14Ciencias de la información 4 0 0 4 0 0 0 8Periodismo 7 0 0 12 0 0 0 19Demografía 0 0 0 2 0 0 0 2Diseño industrial 2 0 0 1 0 0 0 3Derecho 37 0 0 15 0 0 0 52Economía 16 1 3 8 0 0 7 35Planificación urbana y regional 5 0 1 3 0 0 0 9Trabajo social 11 0 0 8 0 0 0 19Turismo 4 0 0 0 0 0 0 4Total 123 1 21 69 0 0 12 226

Fuente: CAPES (actualización: 6 de agosto de 2004).Referencias: M – maestría; D – doctorado; P – formación profesional (DESS); M/D – maestría/doctorado; M/P –maestría/formación profesional; D/P – doctorado/formación profesional; M/D/P – maestría/doctorado/formaciónprofesional.

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La creación de las agencias de apoyo a la investigación constituyó uno de los pilares de esecambio de escala de la comunidad científica brasileña; no obstante, no se señala con tanta fre-cuencia que el hecho de que las becas dependan únicamente de los organismos brasileños, conprescindencia de los lugares de destino, hace que el flujo de estudiantes sea menos sensible alas estrategias de los países de mayor avance científico que compiten por la supremacía inte-lectual. La generosidad de fundaciones internacionales como la Ford y la Rockefeller, entremuchas otras, así como los programas establecidos por los países europeos, como Francia, elReino Unido o Alemania –o la URSS en el pasado–, siempre tuvieron como requisito la obliga-ción del estudiante de elegir una institución de la misma nacionalidad que la agencia filantrópi-ca. Cuando el becario depende de un organismo de su país de origen, debe justificar la exce-lencia científica del laboratorio de su elección, pero la competencia ya no se segmenta según elpaís de recepción, pues todos los destinos son teóricamente posibles. Si bien el país de recep-ción sigue siendo un elemento decisivo, aunque sólo sea debido a las afinidades lingüísticas, deestilos de vida y hasta de religión, ya no es necesariamente el único elemento por considerar. Ensíntesis, la institucionalización de las agencias de financiamiento de los becarios desde hace másde medio siglo permitió el surgimiento en el Brasil de un sistema de cursos de doctorado dota-do de mecanismos de control de la calidad de la enseñanza, así como el intento de ampliar lasmodalidades de su inscripción en la competencia científica internacional.

El estudio de los destinos de los becarios brasileños sirve para revelar las jerarquías ylas escalas de valor vigentes en el punto de partida, en las que se privilegian los polos de exce-lencia reales o presuntos, pues todos los continentes están representados en el Cuadro 4.Como la selección de los becarios se hace por medio de un expediente sometido al examende un investigador acreditado, sin vínculos con el postulante, esas cifras objetivan tanto lajerarquía percibida por las nuevas generaciones como la de los directores de investigación.Hasta hoy, la investigación sobre la “circulación internacional de los universitarios” sólo pudoestablecer la lista completa de los becarios de la CAPES, el CNPq y la FAPESP para el período1987-1999 y, por lo tanto, el momento posterior al alejamiento de los militares del poder.Entre las 15.645 becas otorgadas para estudios en el extranjero, 3.739 estudiantes estaban ins-criptos en “ciencias humanas” (2.094) y “ciencias sociales aplicadas” (1.645), es decir un24% del total (véanse los cuadros 4 y 5). Ahora bien, es sorprendente comprobar que sólosesenta becarios fueron a países de América Latina, lo cual representa apenas el 1,6% de losestudiantes beneficiarios del apoyo brasileño a la circulación internacional. A título de com-paración, Portugal recibió por sí solo a 119 estudiantes y España acogió un número cincoveces más alto que toda América Latina (315); Canadá, destino reciente de los estudiantesbrasileños y en fuerte avance a lo largo de los últimos años, tuvo una cantidad equivalente aPortugal (114). La mayoría de los estudiantes se dirigieron a Francia (1.045), los EstadosUnidos (901) y Gran Bretaña (613); estos destinos mayoritarios concentran el 68% del total.

La discriminación por disciplinas permite ver en la práctica la diferente valoración atri-buida a los países de destino: en economía, los Estados Unidos y Gran Bretaña superan aFrancia, como una afirmación del predominio de los anglosajones en ese campo; el hechotambién se verifica en ciencias políticas, mientras que en derecho, sociología y antropologíaFrancia está a la cabeza. Así se explica que en el caso de las “ciencias sociales aplicadas” losEstados Unidos sean el destino principal y que Gran Bretaña pise los talones a Francia, en tan-to que este último país muestra una notoria supremacía en las “ciencias humanas”. La fuertevariación comprobable por disciplina –en derecho, España ocupa la segunda posición (véase

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el Cuadro 5), mientras que Alemania se ubica en ese mismo puesto en lo concerniente a lafilosofía (véase el Cuadro 4)– demuestra que la elección del establecimiento o el laboratoriode destino, y por consiguiente del país de residencia, es relativamente independiente de supeso económico o geopolítico. No por ello deja de ser cierto que, frente a estas cifras com-parativas, que objetivan las estrategias educativas de los doctorandos brasileños, los otros paí-ses de América Latina sólo ocupan un lugar muy marginal como destino elegido: en econo-mía, 3 de 522 (0,6%); en sociología, 11 de 331 (3,3%); en ciencias políticas, 4 de 182 (2,2%);en antropología, 3 de 163 (1,8%), y en historia, 9 de 260 (3,5%).

Si sólo nos atenemos a las tendencias actuales, podemos perder de vista que algunas delas teorías y las obras que constituyen referencias fundamentales de las hipótesis discutidasen las tesis brasileñas de doctorado en ciencias sociales de los últimos cuarenta años, fueronconcebidas, debatidas y publicadas en otros países de América Latina, sobre todo en Chile,pero también en México. Así sucedió, sin duda, en el caso de los conceptos de “desarrollo” e“industrialización por sustitución de importaciones” en el campo de la economía, forjados enel marco de los trabajos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL/ONU); otrotanto ocurrió con el concepto de “dependencia” en sociología y ciencias políticas. El examende las trayectorias intelectuales de Celso Furtado, que escribió toda la primera parte de suobra en Chile (entre 1948 y 1957), y Fernando Henrique Cardoso, al proponer en este mismopaís la categoría de “dependencia” para estudiar las sociedades y los estados latinoamerica-nos (entre 1964 y 1968), debe ayudarnos a comprender por qué un destino tan apreciado enla década de 1950, al extremo de atraer a la mayoría de los exiliados intelectuales brasileños,fue abandonado más adelante hasta ser casi olvidado en nuestros días.

¿Cómo explicar que Santiago de Chile, que aparecía como uno de los más grandes cen-tros cosmopolitas de América del Sur a mediados del siglo XX, haya perdido su jerarquía decapital de una producción original en ciencias sociales, que le confería prestigio mundial?Para tratar de responder este interrogante, nos aventuraremos a seguir una de las reglas delmétodo sociológico enunciadas por Émile Durkheim (1967, p. 109): los hechos sociales sólopueden explicarse a través de hechos sociales.

2. La CePaL y la construcción económica de las naciones latinoamericanas

La trayectoria intelectual y social del economista Celso Furtado es sumamente interesante pormás de un motivo; ni sus orígenes geográficos y sociales ni sus estudios de derecho durantela dictadura de Vargas lo predestinaban a desempeñar un papel de primer plano en el escena-rio continental y en la política brasileña antes de los cuarenta años. Ya he examinado en otraparte (Garcia, 1997) su carrera intelectual de fundador de la agencia de desarrollo de suNordeste natal, por lo cual me limitaré aquí a recordar ciertos momentos significativos de sutrayectoria y me concentraré en el período 1948-1958, cuando participó activamente en laconstrucción de las herramientas mentales –para utilizar la célebre expresión de LucienFebvre– y el prestigio intelectual y político de la Comisión Económica para América Latina.Sin lugar a dudas, junto al argentino Raúl Prebisch (cf. Love, 1998) y los chilenos JorgeAhumada, Aníbal Pinto y Oswaldo Sunkel, así como muchos otros, Furtado fue uno de losautores más fecundos en la elaboración de nuevas pistas y de hipótesis para pensar los obs-táculos al crecimiento económico de América Latina. Para emanciparse era preciso armarse

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de un parque industrial integrado y competitivo en escala internacional, que pudiera conju-garse con una distribución menos inequitativa de la riqueza y el ingreso nacional y allanarael camino a la democratización del espacio público. Las apuestas del concepto de “desarro-llo” eran muy grandes (cf. Sachs y Garcia, 1997).

Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto presentaron el abordaje sociológico de la“dependencia” como un intento de superar los límites de los conceptos de “subdesarrollo” y“centro-periferia”, en momentos en que los generales brasileños se habían arrogado el privi-legio de ser los únicos facultados para hablar en nombre de la “soberanía nacional”; pero laevolución del Chile democrático alimentaba además la esperanza de un crecimiento econó-mico beneficioso para los estratos populares. La sociología del espacio político debía permi-tir estudiar a los agentes sociales capaces de controlar el Estado e imprimir una orientaciónprecisa a su acción de promotor del desarrollo. La industrialización podía ser fomentada porestados autoritarios o estados democráticos, ser benéfica para los sectores desaventajados olos industriales asociados con empresas internacionales, favorecer la modernización de lasgrandes fincas o admitir reformas agrarias limitadas; en suma, diferentes vías de “desarrollo”eran posibles, y las luchas políticas (a través de elecciones o por otros medios) parecían deci-sivas para identificar a los grupos aliados susceptibles de “tomar el poder” y los usos quepodían hacer de éste. Como no todos los grupos y clases sociales tenían un peso equivalente,la dominación de unos sobre otros se presentaba en primer plano; el concepto de “dependen-cia” apuntaba a explicar de manera simultánea la subordinación entre las naciones y las rela-ciones de dominación dentro de cada una de ellas.

2.1. Fluctuaciones del comercio internacional y el manifiesto por la industrialización de América Latina: la respuesta de Celso Furtado al enigma del atraso latinoamericano

Nacido en 1920 en una ciudad mediana de la zona semiárida del Nordeste brasileño, hijo deun padre magistrado y una madre perteneciente a una familia de grandes terratenientes, CelsoFurtado cursó sus estudios primarios y secundarios en las capitales de los estados de Paraíbay Pernambuco. A los 19 años ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad del Brasil,en Río de Janeiro, durante la época del régimen autoritario de Getúlio Vargas, el “EstadoNuevo”, inspirado en la constitución polaca de Pilsudski y en el cual no había lugar para losdebates intelectuales. En 1943, al terminar los estudios superiores, Furtado obtuvo por con-curso un puesto bastante modesto en la burocracia federal y comenzó a desempeñarse demanera paralela como periodista independiente.

Ese mismo año el Brasil entró a la guerra junto a los Aliados y Celso Furtado se presentócomo voluntario; trasladado a Europa, combatió sobre todo en Italia. Esa experiencia modi-ficó profundamente su trayectoria social e intelectual: su participación en la ofensiva final,como oficial de las tropas brasileñas, le hizo tomar conciencia de la amplitud de la recons-trucción europea y, por lo tanto, de toda la economía mundial (cf. Furtado, 1985, pp. 13-38).El “panorama desolador” que tenía ante sus ojos imponía la movilización de los esfuerzoscolectivos en una escala sin precedentes; la reconstrucción de Europa sólo podía producirsegracias al Plan Marshall, concebido por los Estados Unidos para enfrentar la expansión de laURSS y reiniciar los intercambios económicos internacionales, “poniendo a disposición de lospaíses de Europa occidental el complemento de poder adquisitivo internacional y ahorro que

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necesitan para recuperarse” (ibid., p. 27). Los desafíos eran tan grandes que Furtado decidióvolver a Europa para hacer un doctorado en economía: “el mundo de mi generación seríamodelado por las fuerzas que pudieran imponerse en el proceso de reconstrucción de Europa,y sobre todo de Europa occidental” (ibid., p. 14).

En diciembre de 1946 se inscribió en el doctorado bajo la dirección de Maurice Byé, unespecialista en economía internacional refugiado en el Brasil durante el régimen de Vichy. Sutesis se ocupó de la economía colonial brasileña, y en particular de los movimientos de la eco-nomía azucarera enfrentados a la expansión del mismo cultivo en las posesiones caribeñasfrancesas. Es preciso señalar, de paso, que la mayoría de los economistas brasileños de la épo-ca eran autodidactas; habían salido de la escuela politécnica o las facultades de derecho y seformaron sobre la marcha como miembros de las innumerables comisiones de especialistas(cf. Loureiro, 1997) creadas durante el gobierno de Vargas (1930-1945) para hacer frente alos problemas del comercio exterior, el tipo de cambio, las inversiones en materia de energíay transporte, la política monetaria y fiscal, etc. En agosto de 1948, ya de regreso en el Brasil,Furtado retomó sus funciones en la burocracia federal y se incorporó a la Fundação GetúlioVargas, la institución responsable de la introducción de la contabilidad nacional (cálculo delproducto bruto interno, componentes sectoriales, etc.) y del cálculo del índice de precios, quejunto con otros datos estadísticos se publicaban en la revista Conjuntura Econômica, aún hoyen circulación, y cuyos trabajos se realizaban bajo la dirección del Ministerio de Hacienda.Los inicios de su carrera como economista se produjeron en los círculos dirigidos por dos delos principales representantes de la economía neoclásica, Eugênio Gudin y Octávio Gouveiade Bulhões. En 1948, este último estaba a la cabeza de la División de Estudios Económicos yFinancieros del ministerio y era presidente de la delegación brasileña de enlace con la “misiónAbbink”, enviada por el gobierno norteamericano para conocer la situación general de la eco-nomía del país. La presencia de esa misión suscitó la esperanza de que el Brasil fuera incluidoen los programas de ayuda estadounidense, para participar en la recuperación de la economíamundial promovida en Europa y Asia; en realidad, su meta se limitaba a estimar la capacidadde reembolso de las deudas contraídas con financistas norteamericanos, preocupados por suspréstamos en peligro. Los debates locales, marcados en parte por la ortodoxia de los partida-rios de la “división internacional del trabajo”, que asignaba a países como el Brasil la eternafunción de productores de bienes agrícolas para la exportación, y en parte por el marxismodogmático impuesto por el control estalinista de la Internacional Comunista, parecían muypobres al joven Furtado. Sobre todo porque a lo largo de la década de 1940 había podido com-probar en Europa la enormidad de los desafíos generados por la reestructuración de la econo-mía mundial y la obsolescencia de los paradigmas teóricos de la preguerra para pensarlos.

La Organización de las Naciones Unidas se aprestaba entonces a poner en marcha unaComisión Económica para América Latina con sede en Santiago y había solicitado al gobier-no brasileño que propusiera el nombre de un economista; la designación quedó en manos deOctávio Bulhões. Celso Furtado se presentó como candidato, pese a la desconfianza y hastala incredulidad de sus superiores:

Al enterarse de la noticia, Lewinshon [director de Conjuntura Econômica] juzgó con muchaseveridad las nuevas organizaciones especializadas que proliferaban alrededor de las NacionesUnidas. En efecto, ¿cómo desconocer la insignificancia del Banco Internacional de Recons -trucción y Desarrollo (BIRD) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) frente a la amplitud

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de los problemas padecidos por Europa? El Plan Marshall constituía el certificado de defun-ción de esas instituciones […]. Cuando hablé con el doctor Bulhões, éste se mostró sorpren-dido. La fundación Getúlio Vargas ofrecía enormes oportunidades, me hizo notar. Los eco-nomistas brasileños ya éramos muy pocos y en el país todo estaba por hacer […]. En esemomento, el economista José de Campos Mello, que trabajaba en la oficina de las NacionesUnidas en Nueva York, se presentó en la sede de la revista Conjuntura Econômica; había vivi-do un tiempo en Santiago, donde colaboró en el proceso de instalación de la CEPAL. Mello mehizo comprender que el proyecto no era viable, porque la Comisión había nacido en medio defuertes antagonismos. El gobierno norteamericano se había opuesto a su creación. Su man-dato era temporario y nadie suponía que pudiera sobrevivir (Furtado, 1985, pp. 50-51).

Además, el secretario ejecutivo de la comisión, el mexicano Martínez Cabañas, luego dehaberle dirigido una carta de invitación a solicitud de Bulhões, se mostró hostil al extremo deno enviarle el pasaje de avión con tiempo suficiente para presentarse. El joven economistatuvo que poner dinero de su bolsillo para solventar su misión al servicio de las NacionesUnidas. Aun cuando maticemos las palabras de Celso Furtado en sus memorias, debemosconstatar por fuerza que la misión que él mismo se había impuesto se fundaba en la motiva-ción de invertir sus energías en nuevas alternativas de trabajo relacionadas con la economíainternacional.10 Señalemos de paso que su tesis de doctorado, ya mencionada, se basaba en elestudio comparativo de la evolución de las plantaciones azucareras del Nordeste brasileño ylas Antillas francesas, pero que los estudios de la CEPAL lo obligaron a analizar las econo míaslatinoamericanas, sobre las cuales no tenía anteriormente ninguna experiencia. Lo indudablees que Furtado no se lanzó a recorrer un camino previsto de antemano, como muchos gran-des herederos;11 por el contrario, hizo apuestas arriesgadas que sólo rindieron frutos graciasa constantes esfuerzos por darles coherencia. Vista de cerca, su trayectoria tiene más bien laapariencia de un itinerario en zigzag, que oscila entre el mundo internacional y el universonacional pero permite, no obstante, la acumulación de prestigio intelectual y notoriedad comoexperto innovador en ambos planos.

En rigor, los inicios de la CEPAL parecen muy poco prometedores. Ante todo, por laausencia de un experto intelectual reconocido en el escenario internacional:

pero no fue fácil encontrar a alguien que estuviera a la altura de la tarea de dirección de lasecretaría ejecutiva. Las informaciones corrientes hacían circular el rumor de que la comisióntendría una vida breve; la disponibilidad limitada de economistas latinoamericanos reconoci-dos por sus aptitudes conspiró para que el cargo permaneciese vacante durante los meses deci-sivos de su instalación (ibid., 1985, p. 53).

El argentino Raúl Prebisch y el mexicano Víctor Urquidi, el delegado más joven entre losasistentes a la conferencia de Bretton Woods, habían declinado la invitación:

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10 Tal vez su casamiento en 1948 con Lucía Tosi, química de origen argentino, constituyó una razón adicional parainstalarse en Santiago de Chile en febrero de 1949.11 La oposición entre herederos y aspirantes permite comprender la evolución de muchos campos políticos de lasnaciones modernas; cf. Bourdieu (1979, 1989). De acuerdo con el sistema conceptual propuesto por Elias y Scotson(1997), que opone los outsiders a los established, la trayectoria de Furtado es bastante característica de los prime-ros, tanto en el espacio internacional como en la escena política nacional.

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finalmente apareció el nombre de Martínez Cabañas, sobre cuya actividad de economista nose sabía gran cosa. El estado de ánimo de los colegas latinoamericanos reclutados no era muydiferente: el cuerpo técnico de la CEPAL no superaba las diez personas […]. Yo me pregunta-ba cómo era posible que esos jóvenes, formados en las universidades norteamericanas, pudie-ran tener un horizonte de preocupaciones tan limitado. La mayoría pensaba buscar trabajo enlos Estados Unidos, si la CEPAL no duraba (Furtado, 1985, p. 55).

Para rematar la lista de decepciones iniciales, la comparación de los índices estadísticos delBrasil con los de otros países de América Latina generaba sentimientos de repulsa y humi-llación:

Para mí fue una verdadera sorpresa comprobar el atraso brasileño en América Latina […]todo lo que descubría me escandalizaba, pero apenas parecía sorprender a mis colegas; reciénentonces me di cuenta de la lamentable imagen de mi país en el extranjero. Trataba de conte-nerme para no traslucir mis sentimientos de humillación y repulsa. Era como si me hubiesedescubierto víctima de una trampa, y una pregunta me atormentaba: ¿cuáles son las razonesde ese atraso? (ibid., p. 57).

La llegada del economista Raúl Prebisch transformó el juego de arriba abajo. Miembro de lageneración anterior –había nacido en 1901 y pertenecía a una familia de propietarios de tie-rras de posición acomodada–, gozaba de un gran prestigio internacional, pues luego de orga-nizar los servicios estadísticos de la poderosa Sociedad Rural Argentina, destinados a defen-der los intereses de los criadores volcados al comercio exterior de la carne, creó en 1935 elBanco Central de la República Argentina, que dirigió hasta el golpe de Estado de junio de1943 (véase Love, 1998, pp. 295-303); a fines de la década de 1920 también había participa-do en arduas negociaciones con Gran Bretaña en torno del mercado mundial de la carne, yrepresentado a su país en conversaciones mantenidas con los Estados Unidos, Canadá yAustralia acerca de la posibilidad de controlar la oferta de trigo. Esta experiencia internacio-nal lo había llevado a demostrar que la evolución de los precios agrícolas, en comparacióncon los productos industriales exportados por Europa y los Estados Unidos, era desfavorablea los países periféricos (ibid., p. 301). Apartado por Perón de su cargo de alto funcionario,había vuelto a la Universidad de Buenos Aires y actuado como asesor de varios países lati-noamericanos. Llegado a Santiago también como asesor de la CEPAL, había preparado un estu-dio para la conferencia de La Habana; Celso Furtado calificó ese documento como un “mani-fiesto para la industrialización de América Latina”. La crítica se centraba en la “divisióninternacional del trabajo” como perpetuadora de una evolución de los términos del intercam-bio que iba en desmedro de los países exportadores de productos agrícolas. Para escapar a lasrestricciones de una posición subordinada, “los países periféricos debían adoptar el camino dela industrialización”, única vía de acceso a los beneficios del progreso técnico (Furtado, 1985,p. 62). Una vez leída esa comunicación, el entusiasmo de Furtado fue tan grande que solicitóa Prebisch permiso para traducirla al portugués; de su publicación se encargaría la fundaciónGetúlio Vargas. Así, el “manifiesto” fundador de lo que llegaría a conocerse como una escue-la de pensamiento latinoamericano apareció por primera vez en Río de Janeiro, obra de unautor y un traductor que acababan de conocerse en Santiago de Chile. Ese reputado econo-mista argentino, cuya carrera, a los 47 años, había quedado interrumpida en su país de origenpor el ascenso del peronismo, se convertía entonces en un líder intelectual que permitía al

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joven Furtado, de menos de treinta años, lanzarse a la teorización del “subdesarrollo”. Todasesas proclamas de intenciones se hicieron a una “proximidad distante” de los gobiernos lati-noamericanos sometidos a la hegemonía de los Estados Unidos en pleno progreso de laGuerra Fría.

La gran repercusión del texto de Prebisch en la conferencia de las Naciones Unidas cele-brada en La Habana lo convenció de prolongar su actividad en la CEPAL, donde se puso a lacabeza de un centro de investigación con mucha autonomía y compuesto por cuatro econo-mistas, entre ellos Furtado. Este grupo fue responsable de las monografías sobre la Argentina,el Brasil, México y Chile, que constituyeron la base del famoso informe de la CEPAL de 1949,presentado en la conferencia de Montevideo de mayo de 1950 (Naciones Unidas, 1951). Loscinco capítulos iniciales, redactados por Prebisch, exponían las ideas teóricas centrales delaporte de la comisión: el deterioro de los términos del intercambio a largo plazo demostrabaque el modelo del comercio internacional, centrado en las ventajas comparativas, era elegan-te desde el punto de vista formal, pero pecaba por sus hipótesis demasiado simplistas, que notomaban en cuenta las débiles elasticidades de precios e ingresos de los bienes agrícolas. Paraque el progreso técnico beneficiara a todos los países, era preciso que los latinoamericanos seembarcaran en un proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Luego de unnuevo éxito en Montevideo, Raúl Prebisch asumió el cargo de secretario ejecutivo de laCEPAL, en reemplazo de Martínez Cabañas. Su prestigio no dejó de aumentar, pero las tesissobre la participación activa del Estado en el proceso industrializador chocaron con la cre-ciente oposición de las delegaciones de los Estados Unidos y Gran Bretaña, fieles al credoliberal de un poder público autorizado, a lo sumo, a “crear un clima favorable a las inversio-nes internacionales”.

En la conferencia de México de 1951 se jugó la supervivencia de la comisión estableci-da tres años antes. Los Estados Unidos propusieron su absorción en el marco de la Organi -zación de los Estados Americanos (OEA), más dócil a sus pretensiones hegemónicas. Esos pro-yectos de liquidación de la autonomía de la CEPAL sólo fracasaron gracias al respaldo dado aésta por el Brasil, seguido por Chile. Prebisch consideró tan decisivo el enfrentamiento queencargó a Furtado la organización de una visita al presidente Getúlio Vargas, otra vez en elpoder en el Brasil desde 1950 por obra de las urnas. El encuentro fue un éxito: Vargas veía conmuy buenos ojos un movimiento de ideas en América Latina que era susceptible de significarun aval a su nueva política favorable a la industrialización. Prebisch, siempre juzgado como unhombre hostil por Perón y demasiado heterodoxo a juicio de Washington, podía contar con elapoyo de un Brasil emergente; a los 31 años, Celso Furtado se convertía, gracias a sus esfuer-zos intelectuales y políticos, en un importante mediador entre el espacio internacional y el uni-verso político brasileño. La sociedad política e intelectual entre los dos economistas había con-solidado un camino original para la CEPAL, y la había dotado de firmes cimientos diplomáticos.De vuelta en Santiago, Prebisch creó la División de Desarrollo Económico de la comisión, bajola dirección de Furtado. Debemos aclarar que el viaje a México le había permitido, además,establecer vínculos con José Medina Echavarría, sociólogo de origen español exiliado al finalde la Guerra Civil; la incorporación de este último encauzaría la reflexión de la CEPAL hacialas ciencias sociales. En efecto, la autonomización de una corriente de pensamiento atribuidaa la comisión supuso un prolongado y paciente trabajo de construcción institucional asociadocon la elaboración científica innovadora; poco a poco, la libertad de pensamiento echó raícesen una construcción política en escala internacional.

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No podemos hacer en este artículo una retrospectiva amplia de todos los trabajos reali-zados por Celso Furtado en Santiago de Chile como funcionario de las Naciones Unidas. Setrata, antes bien, de mostrar que esa estadía contribuyó a la creación de una institución inter-nacional capaz de reflexionar sobre otros destinos para los países de América Latina, en rela-ción con una nueva visión de la historia de la región y su posición subordinada con respectoa la evolución económica europea.12 La CEPAL no fue jamás el producto del mero voluntaris-mo de los gobiernos latinoamericanos deseosos de legitimar estados que actuaran como amostodopoderosos de las economías nacionales; pero tampoco fue un artefacto creado de pies acabeza por el genio de sus responsables, con prescindencia de las restricciones internaciona-les impuestas por la Guerra Fría. El estudio del encuentro de Raúl Prebisch y Celso Furtado,13

en momentos precisos de sus trayectorias sociales, permite dar razón de los capitales socialesinvertidos en esa empresa colectiva y las profundas motivaciones que la empujaban al éxito.

La incorporación a un equipo latinoamericano dio a Furtado los medios de ver que elestablecimiento de un parque industrial integrado proporcionaba a los distintos países un futu-ro colectivo independiente de los meros azares del comercio internacional; el Estado debíacoordinar las inversiones en industria pesada para evitar cuellos de botella paralizantes. Esnotable ver que a lo largo de ese decenio (1948-1958) las obras publicadas por Furtado bos-quejan una interpretación absolutamente original de la historia de su país,14 cuyo punto cul-minante es Formação econômica do Brasil, de 1959. El modelo explicativo de la historia desu país de origen sólo fue posible gracias a las cuestiones, métodos y conceptos adquiridosdurante su circulación internacional.15 Por otra parte, la CEPAL de la época de Prebisch yFurtado no era en absoluto un gabinete de investigación replegado sobre sí mismo: en la pri-

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12 En la introducción de los dos volúmenes de una antología de los textos más significativos del pensamiento dela CEPAL, Bielschowsky (1998) atribuye a esta institución la supremacía absoluta en la reflexión sobre la región: “LaCEPAL conmemora en 1998 cincuenta años de actividad. Durante todo este período, constituyó la principal fuentede información y análisis sobre la realidad económica y social latinoamericana. Y, aun más importante, fue el úni-co centro intelectual de toda la región capaz de generar su propio enfoque analítico, vigente durante medio siglo”(p. 15).13 Una de las características centrales para comprender el éxito de esa sociedad es, por un lado, la condición deheredero de Raúl Prebisch, con su carrera bloqueada por el ascenso del peronismo, y por otro la búsqueda de reco-nocimiento internacional del joven Celso Furtado.14 La publicación en el Brasil de obras sucesivas escritas en portugués permitía a Celso Furtado firmar textos quecontenían una interpretación original, sin el anonimato característico de los informes internacionales de la ONU. Así,mataba dos pájaros de un tiro; en otras palabras, el reconocimiento internacional de sus ideas se conjugaba con laacumulación de renombre nacional (cf. Furtado, 1954, 1956, 1957).15 Es menester señalar que en su primer libro Furtado estudia la dinámica de la economía colonial y los problemasligados con la transición hacia una economía industrial, y concluye con un alegato por la superación de las teoríasde los autores clásicos, neoclásicos y keynesianos: “Las observaciones precedentes ponen en evidencia que la cues-tión del desarrollo siempre ocupó un lugar subalterno en la ciencia económica. […] Según la escuela clásica, elestancamiento no constituye más que una reductio ad absurdum de los argumentos polémicos de Ricardo, inge-nuamente llevada a cabo por John Stuart Mill. En los neoclásicos, el estancamiento es una consecuencia de su inca-pacidad de formular una teoría realista de las ganancias. Por último, en los keynesianos está ligado a su negativa areconocer la necesidad de las modificaciones institucionales debido a la escasa sensibilidad de los mecanismos deprecios. […] El gran esfuerzo actual para llenar esa enorme laguna podrá abrir perspectivas completamente nuevasa la ciencia económica” (Furtado, 1954, pp. 245-246).

Este debate con el corpus teórico de la economía se inscribe como prolongación de la tradición iniciada por RaúlPrebisch en 1949, año del primer Estudio económico de América Latina (Naciones Unidas, 1951). Los cinco pri-meros capítulos escritos por Prebisch (ibid., pp. 3-89) anteceden a los estudios empíricos de las economías argen-tina, brasileña, chilena y mexicana, y proponen una reflexión sobre “el crecimiento, el desequilibrio y las dispari-dades: una interpretación del proceso de desarrollo económico”.

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mavera de 1951 el segundo viajó a los Estados Unidos para visitar las principales universi-dades –Harvard, MIT, Northwestern, Chicago– y cotejar sus problemáticas y sus herramientasde análisis con el modelo de los polos dominantes de la disciplina. En 1958, antes de decidirsu regreso al Brasil para asumir un cargo de director en el poderoso Banco Nacional deDesarrollo Económico (BNDE), Furtado residió durante bastante tiempo en la Universidad deCambridge, Gran Bretaña, invitado por Nicholas Kaldor.

Ese templo del keynesianismo mostraba una especial fecundidad en aquellos años; lasobras recientes de John Robinson y el propio Kaldor sobre la acumulación del capital susci-taban ardorosos debates, en los cuales participaban profesores como Piero Sraffa y AmartyaSen. Las teorías de John Maynard Keynes suministraron las hipótesis fundamentales deFormação econômica do Brasil, al dilucidar sobre todo los efectos de la política de defensadel ingreso de los propietarios de plantaciones frente a la crisis de los mercados cafetalerosen 1930; esta política económica, destinada a preservar la hegemonía de los productores,resultó ser, sin intención explícita de los responsables de su implementación, un formidablemecanismo de promoción de la industrialización por sustitución de importaciones. SegúnCelso Furtado, los ciclos de cultivos de exportación no habían generado vínculos entre las dis-tintas partes del territorio; la industrialización era “el instrumento que representa el cementode la nacionalidad” (Furtado, 1985, p. 70). Para el autor, la construcción de los engranajes dela economía brasileña y la construcción de la nación son las dos caras de una misma mone-da. La respuesta a la antaño incómoda pregunta –¿cuáles son las razones del atraso económi-co?– se hace evidente: la lejanía de los brasileños del centro de las decisiones en materia deinversiones productivas en el territorio nacional y su exposición a los caprichos del comerciointernacional. A juicio de Furtado, un experto en economía internacional, no se trataba de pro-vocar una ruptura de los lazos con la economía mundial,16 sino de utilizar los flujos comer-ciales internacionales para fortalecer la interdependencia de las empresas en el marco de lanación. ¿Dónde se tomarían las decisiones cruciales para el porvenir de todos? La respuestaes aun más contundente: en el Estado democrático, única instancia con mandato de la volun-tad colectiva.17

La caída de Perón en la Argentina motiva el regreso de Prebisch a la escena política desu país natal; aparecen entonces las primeras divergencias públicas con Furtado, sobre todoen lo concerniente a los instrumentos apropiados para combatir la inflación (Furtado, 1985,pp. 181-182). Tras el suicidio de Vargas en 1954, seguido por la elección de JuscelinoKubitschek ese mismo año, con un programa económico que retoma las propuestas del gru-po CEPAL BNDE creado en 1953, Furtado prepara su vuelta al Brasil luego de una estadía deun año en la Universidad de Cambridge.18 Desde su retorno en 1958 y hasta el golpe de

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16 Es asombroso que quienes hablan sin cesar de apertura de la economía brasileña al mercado mundial olviden con-siderar que dicha “economía” nació orientada justamente hacia ese mercado.17 En La gran transformación, Polanyi (1983) señala que los mercados locales y los mercados distantes existieron endiferentes épocas y diferentes sociedades, pero la creación de los mercados nacionales, correlativa del establecimien-to de los estados modernos, fue el origen de la interdependencia de los actos mercantiles realizados en distintos luga-res y distintos momentos. La interdependencia de las negociaciones funda la idea de un “sistema de mercados auto-rreguladores”. A criterio de Celso Furtado, la construcción de una economía nacional en el Brasil, en la cual estáimplícita otra relación con la economía mundial, es una obra consumada en el siglo XX, sobre todo después de 1930.18 Ricardo Bielschowsky (1988) estudió en profundidad los debates sobre el desarrollo económico entablados entre1945 y 1964.

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Estado de 1964, Furtado se convierte en uno de los principales personajes del espacio públi-co brasileño, en especial gracias a la creación de la agencia de desarrollo del Nordeste, laSuper intendência do Desenvolvimento do Nordeste (SUDENE), y más adelante el Ministeriode Planificación, como lo analizamos en otra parte (Garcia, 1997). El regreso de RaúlPrebisch y de Celso Furtado a la escena política de sus países no debilitó la influencia de laCEPAL,19 ya enraizada en Santiago, donde había contribuido a formar una nueva generaciónde economistas, entre ellos el chileno Oswaldo Sunkel. Seguramente no fue una casualidadque en la década de 1960 tantos intelectuales argentinos y brasileños, obligados a exiliarse acausa de unos golpes de estado militares que gozaban del amplio respaldo de Washington, eli-gieran como lugar de residencia la capital chilena.

2.2. El exilio político de los brasileños y la génesis de la teoría de la dependencia

Si Celso Furtado, Fernando Henrique Cardoso, Maria da Conceição Tavares, FranciscoWeffort y muchos otros, entre ellos los actuales alcaldes de San Pablo, José Serra, y Río deJaneiro, César Maia, se marcharon a Chile luego de 1964, no fue sin duda por falta de alterna-tivas en Europa y los Estados Unidos, como lo demuestra su carrera ulterior. La expansión dela red de instituciones internacionales con sede en Santiago –durante la década de 1960 la ciu-dad albergaba delegaciones de la OIT, la UNESCO y la FAO, así como la FacultadLatinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO– y el avance de las fuerzas políticas partidariasde trasladar a las clases populares los beneficios del desarrollo económico, ante todo conEduardo Frei, de la Democracia Cristiana, y luego con la Unidad Popular formada en torno deSalvador Allende, atrajeron a Chile a un número creciente de investigadores y estudiantes deciencias sociales de origen brasileño. Esa afluencia recién se interrumpió luego del 11 de sep-tiembre de 1973; entonces, los brasileños acompañaron a los demócratas chilenos al caminodel exilio.

Como lo hemos analizado en un artículo reciente (Garcia, 2004), Fernando HenriqueCardoso participaba de prestigiosos círculos internacionales de ciencias sociales mucho antesde tomar la decisión de exiliarse en abril de 1964. Nacido en Río de Janeiro en 1931 y perte-neciente a una familia de oficiales militares de alto rango –su abuelo fue edecán del segundopresidente de la república y terminó su carrera como mariscal; su padre fue general y dos desus parientes se desempeñaron como ministros de guerra en las dos presidencias de GetúlioVargas–, en 1949 ingresó a la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad deSan Pablo, donde trabajó sobre todo bajo la dirección de Florestan Fernandes y RogerBastide. Sus dos primeros libros se ocupan de la herencia de la esclavitud en el sur del Brasil,cuestión central en los debates del campo intelectual brasileño desde Casa Grande e Senzala,de Gilberto Freyre (1933). El resurgimiento del interés por esta problemática, luego de 1945,se debía a que la UNESCO había elegido al Brasil como un laboratorio de tolerancia racial, unaespecie de antídoto a catástrofes mundiales como la Shoah (cf. Chor Maio, 1997). Si Cardoso

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19 Prebisch permaneció en la secretaría ejecutiva de la CEPAL hasta 1963; a partir de entonces fue miembro delInstituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES), destinado a formar personal administrati-vo de alto rango de los estados latinoamericanos. En 1964 presidió la primera conferencia de la United NationsCommission for Trade and Development (UNCTAD) en Ginebra.

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no hizo estudios doctorales en el extranjero –su segundo libro, Capitalismo e escravidão noBrasil meridional, retoma la tesis de doctorado defendida en la Universidad de San Pablo–,fue sin duda porque pudo formarse con algunos sociólogos franceses que se contaban entrelos más prestigiosos de las décadas de 1950 y 1960: en primer lugar Roger Bastide y luegoAlain Touraine, a raíz de sus estudios sobre los obreros chilenos y de la creación de un cen-tro de sociología en San Pablo, dirigido desde el inicio por el joven Cardoso. Como conse-cuencia de la visita de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir al Brasil, en septiembre de1960, luego de su apoyo al cariz adoptado por la Revolución Cubana, Cardoso se convirtióen el traductor oficial del filósofo francés. Por lo tanto, no le fue necesario hacer largas esta-días en el extranjero para estar al corriente de los debates intelectuales que movilizaban a losprincipales pensadores del escenario mundial.20 Por otro lado, las numerosas invitaciones aocupar cargos políticos importantes reservados para la “joven esperanza”, hijo del militarnacionalista, elegido diputado en 1954 en representación de una alianza entre los laboristasde Vargas y el Partido Comunista de San Pablo, constituyen otras tantas demostraciones deque ya en esa época tenía abiertas de par en par las puertas de una carrera política. Sus ener-gías personales, sin embargo, se invirtieron en el ámbito universitario: cuando Roger Bastidevolvió a Francia, Florestan Fernandes, su director de tesis, asumió la titularidad de la cáte-dra de sociología de la Universidad de San Pablo, y Cardoso, por entonces de 24 años, fuedesignado profesor adjunto en esa misma materia. A continuación, este último privilegiócomo objeto de investigación un tema de gran resonancia política: ¿los empresarios –o laburguesía nacional, en la jerga de la izquierda marxista– serían capaces de dar al país un pro-yecto nacional de desarrollo? Esta investigación, llevada a cabo por medio de cuestionarios,sobre las actitudes y modos de pensamiento de los industriales brasileños le permitió redac-tar su tesis de habilitación, terminada en París gracias a la invitación de Alain Touraine(invierno de 1962-1963), pero defendida en la USP en 1963. Los fulgurantes inicios de sucarrera tropezaron con el golpe de Estado militar de abril de 1964; su renombre internacio-nal le aseguró la invitación de José Medina Echavarría para desempeñarse como titular de lacátedra de sociología del desarrollo en el Instituto Latinoamericano de PlanificaciónEconómica y Social (ILPES), vinculado con la CEPAL. Cardoso viajó a Santiago el 1º de mayode 1964, luego de un breve paso por la Argentina como huésped de los sociólogos GinoGermani y Torcuato di Tella.

En Santiago de Chile se encontró con un ambiente de trabajo muy favorable; asumió elcargo de director adjunto del ILPES, mientras su esposa y ex colega en la USP, Ruth LeiteCardoso, era designada profesora invitada de antropología en una de las universidades delpaís. Junto con Furtado, obligado como él a exiliarse, dictó un seminario con el fin de expli-car el fracaso brasileño: “el objetivo era hacer una revisión de la teoría de la CEPAL […] locual dio lugar a una experiencia muy rica; comprobamos que nuestros problemas no eran bra-sileños sino que afectaban a toda América Latina, y a continuación verificamos que se trata-ba de problemas estructurales” (Cardoso, citado por Leoni, 1997, p. 124).

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20 La condición de heredero de Fernando Henrique Cardoso, en comparación con las características sociales deaspirante de Celso Furtado, se manifiesta en dos relaciones diferentes con el mundo internacional y nos ayudará acomprender las convergencias de sus trayectorias durante el exilio chileno; también podría contribuir a explicar susdivergencias, cuando Cardoso fue elegido presidente de la república en 1994, gracias a la alianza con las élites tra-dicionales del Nordeste.

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En sus recuerdos autobiográficos, Celso Furtado se refiere a ese seminario en formamenos sumaria:21

En realidad, desde fines de la década de 1950 la CEPAL había entrado en una fase de pronun-ciada autocrítica. Las ideas sobre el desarrollo elaboradas durante los momentos de intensacreatividad (1949-1954) seguían siendo valederas, pero eran insuficientes para abordar unanueva problemática ahora visible en los países cuyos esfuerzos industrializadores habían teni-do más éxito […]. Propuse al ILPES la organización de un seminario para hacer una lecturacrítica de los textos “clásicos” de la CEPAL. Me tocó la tarea de presentar esos textos como unaporte al debate. Desde Ginebra, Prebisch acompañaba con atención nuestros pasos […]. Porprimera vez, un grupo de economistas y sociólogos se reunían para discutir la problemáticadel desarrollo y el subdesarrollo a partir de los textos teóricos producidos en América Latina,y los cotejaba con la experiencia vivida por la mayoría de los participantes […].

Hice notar las nuevas formas de concentración del poder económico, que generabandiferencias entre los conglomerados funcionales y geográficos. Estos últimos, conocidos ulte-riormente como empresas transnacionales, tenían un peso creciente en los nuevos sistemasproductivos de América Latina. Como disponían de tecnología ya amortizada y, en algunoscasos, de viejos equipos recuperados, las grandes empresas norteamericanas y europeas, pro-tegidas por las tarifas aduaneras, se beneficiaban con la rentabilidad de sus inversiones indus-triales pese al reducido tamaño de los mercados locales […]. Por la misma época FernandoHenrique Cardoso llegó a una conclusión similar al plantear el concepto de “internacionali-zación del mercado interno” […]. Por consiguiente, la industrialización no conduce a la auto-nomía de decisión y el desarrollo duradero, como el modelo de la CEPAL suponía de maneraimplícita. (Furtado, 1991, pp. 27-39.)

Si el Estado se convertía en un agente central de la promoción del desarrollo económico, elgolpe militar brasileño ponía de manifiesto que la competencia por el poder estatal no se limi-taba al juego de las preferencias electorales. Una fracción de las más altas autoridades mili-tares podía valerse del espíritu de cuerpo y de disciplina exigido por la profesión para arro-garse el monopolio de las decisiones concernientes a la “soberanía nacional”, intentandolegitimar su poder exclusivo por medio de la promoción del crecimiento económico. Luegode un breve período en que el estancamiento cumplió el papel de tesis central de la crítica alos golpistas, se impuso la evidencia de un rápido crecimiento aun más desigual, que profun-dizaba la jerarquía social ancestral del continente. Había llegado la hora de los debates sobrelas estructuras del Estado y las alianzas de clase susceptibles de imprimir una orientación alEstado promotor del desarrollo. La “teoría de la dependencia” es un producto de los debatessobre las transformaciones políticas y el perfil de las clases y grupos sociales participantes enel proceso de industrialización de América Latina; se prestaba entonces una atención particu-lar a las tensiones y los conflictos sociales e ideológicos suscitados por ese proceso. El pre-facio del libro Dependência e desenvolvimento na América Latina, la obra más conocida deCardoso (Cardoso y Faletto, 1970), explicita con claridad el lugar de la sociología frente a unaproblemática originada en los cuestionamientos planteados por los economistas.

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21 En Furtado (1991, p. 31) se presenta la lista de participantes en el seminario, dictado los miércoles a partir del 3de junio de 1964.

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El trabajo aspira a establecer el diálogo con los economistas sobre el desarrollo en AméricaLatina, para destacar la naturaleza social y política de ese proceso. Sin duda, nadie se oponea esta tesis. El problema consistía exactamente en mostrar de dos maneras más directas yespecíficas cómo se produce esa relación, y cuáles son las consecuencias de las combinacio-nes entre economía, sociedad y política en momentos históricos y situaciones estructuralesdiferentes (Cardoso y Faletto, 1970, p. 7).

Esa obra estudia los múltiples caminos de la industrialización en América Latina, cada unosostenido por clases y grupos sociales diferentes y con un papel variable del Estado según loscasos. La crítica de todo determinismo económico es radical; los autores destacan el papel deljuego complejo de alianzas y divisiones políticas entre los grupos sociales, así como del espa-cio público, en especial la variación entre regímenes abiertos o autoritarios. La novedad radi-ca en el intento de incluir en un solo modelo explicativo la dominación a escala internacionaly la configuración de intereses de las clases hegemónicas, que manejan las palancas delEstado para asegurar la promoción del camino deseado dentro de cada país. El discurso sobrelos diferentes intereses de clase en el plano nacional no puede hacer olvidar la posición subor-dinada de la nación en la economía mundial, así como la diferencia de poderes entre las nacio-nes no puede ocultar la diversidad de grupos y clases sociales víctimas (o beneficiarios) de untipo determinado de desarrollo económico. En resumen, ¿desarrollo económico para quién?Los autores tienen la palabra:

No hay relación metafísica de dependencia entre una nación y otra, un Estado y cualquierotro. Esas relaciones son concretamente posibles en virtud de una red de intereses y restric-ciones que ligan entre sí a grupos y clases sociales. Por eso es preciso determinar a través dela interpretación la forma asumida por esas relaciones en cada situación de dependencia, ymostrar los lazos entre Estado, clase y producción (Cardoso y Faletto, 1970, p. 140).

El libro señalaba además la posibilidad de un desarrollo del mercado interno que favorecieraa las empresas multinacionales, situación paralela a una distribución del ingreso nacional aunmás inequitativa; prolongaba de ese modo los análisis realizados por los economistas Mariada Conceição Tavares y José Serra en Santiago, sobre la complementariedad de las inversio-nes propiciadas por los militares y efectuadas ya fuera por las empresas públicas o por lasempresas multinacionales y brasileñas. La noción de dependencia permitía hacer hincapié enla multiplicidad de formas de dominación, tanto en escala internacional como en el planonacional, y destacaba el papel decisivo de la competencia política para introducir o mantenercualquier forma de desarrollo económico:

La especificidad de la situación actual de la dependencia estriba en el hecho de que los “inte-reses externos” penetran cada día más en los sectores que producen para el mercado inter-no (sin anular las formas previas de dominación) y, por lo tanto, se apoyan en alianzas polí-ticas sostenidas por poblaciones urbanas (Cardoso y Faletto, 1970, p. 142).22

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22 Barrington Moore demuestra en Social origins of dictatorship and democracy (1967) que aun los “países cen-trales” (Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Alemania, Japón) pueden atravesar transiciones democráticas o auto-ritarias, según las alianzas de clases hegemónicas concertadas a lo largo del proceso de transformación de las socie-dades tradicionales. El autor se aventura con prudencia a comparar las transiciones de Alemania y el Japón con las

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Las transiciones históricas de las economías de plantación a las economías industrializadas norecorren un único camino ni se asocian forzosamente con una distribución más equitativa delos frutos del crecimiento o con una igualdad más marcada en el escenario internacional.23 Elconcepto de dependencia permitiría, por lo tanto, integrar los hallazgos de los trabajos rela-cionados con las nociones de periferia y subdesarrollo y profundizar la reflexión, con el acen-to puesto en los procesos de dominación en diferentes escalas:

El reconocimiento de esas diferencias nos ha llevado a la crítica de los conceptos de subde-sarrollo y periferia económica y a valorar el concepto de dependencia como instrumento teó-rico apto para destacar tanto los aspectos económicos del subdesarrollo como el procesopolítico de dominación de unos países por otros y unas clases por otras, en un contexto dedependencia nacional (Cardoso y Faletto, 1970, p. 138).

Más que ninguna otra, esta obra aseguró la notoriedad de Fernando Henrique Cardoso en elplano internacional, sobre todo en el universo anglosajón. Su estadía en Chile le permitió ade-más terminar una investigación sobre los industriales argentinos, fundamento de su tesis enciencias políticas presentada en la USP en 1968. El 13 de diciembre de este último año, el golpede Estado dentro del golpe de Estado –con la proclamación del acta institucional Nº 5, que supri-mía los derechos cívicos más elementales, como el habeas corpus, y allanaba el camino a la tor-tura como técnica de neutralización de los adversarios– lo apartó de la cátedra de ciencias polí-ticas ganada por concurso. Si no volvió a exiliarse fue porque pudo crear un nuevo centro deinvestigación en ciencias sociales, el CEBRAP (Centro Brasileiro de Análise e Planejamento), conel apoyo financiero de la Fundación Ford. No nos ocuparemos aquí de sus actividades intelec-tuales a su regreso al Brasil ni de su reconversión a la política en la década de 1970 (Garcia,2004);24 nos limitaremos a señalar su estadía chilena como etapa crucial de su reconocimien-to internacional como sociólogo, así como de la elaboración de una nueva problemática sobre

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transiciones de los países latinoamericanos: “Sobre la base de un conocimiento insuficiente, que admito sin reser-vas, me atrevería a sugerir que la mayor parte de América Latina permanece en la etapa del gobierno autoritariosemiparlamentario” (Moore, 1967, p. 438).23 Forzado a exiliarse en 1964, Celso Furtado se sentía desorientado y decidió aceptar la invitación de la Universidadde Yale, en los Estados Unidos, para “profundizar el conocimiento del proceso dominación-dependencia en elmomento de la Guerra Fría, un proceso que había cambiado la historia del Brasil y marginado a quienes creían en eldesarrollo autónomo del país” (Furtado, 1991, p. 67). Esa estadía norteamericana fue de corta duración, pues los ser-vicios diplomáticos de la gran potencia unieron fuerzas con las autoridades militares brasileñas para limitar la circu-lación internacional de Furtado (1991, pp. 131-139), que viajó entonces a Francia para desempeñarse como profesoren la Universidad de París: “En Francia, las posibilidades de acción eran más grandes; no existía la separación entrevida intelectual y actividad política característica de los Estados Unidos. Por otra parte, en esa época, bajo la direc-ción de De Gaulle, los franceses procuraban recuperar influencia en la arena internacional” (Furtado, 1991, p. 143).

El exilio lo obligó a abandonar el papel de experto internacional y a concentrarse en las actividades universita-rias. Su llegada a Francia coincidió con un prestigio creciente de la economía del desarrollo y cierta difusión delTercer Mundo.24 Tampoco nos referiremos a la ruptura de las trayectorias convergentes de Celso Furtado y Fernando HenriqueCardoso entre las décadas de 1950 y 1980, ya evidente en 1994, cuando el segundo se alió a las oligarquías delNordeste para acceder a la presidencia de la república, en nombre de un programa neoliberal que otorgaba prepon-derancia a los capitales internacionales y a los mercados financieros en la coordinación de las inversiones de la eco-nomía brasileña. La justificación de su adhesión a la “globalización” según el G7, presentada como “aggiorna-mento de la teoría de la dependencia” para lectores carentes de memoria y de sentido crítico se encontrará enCardoso y Toledo (1998) y Cardoso y Soares (1998).

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la relación entre Estado y economía. Sin ninguna duda, los debates en torno de la dependenciano hicieron sino reforzar la afluencia a Santiago de Chile de doctorandos e investigadores acre-ditados, que procuraban trabajar en la CEPAL o en instituciones próximas a ella.

3. espacio público democrático y conocimientos acumulativos en ciencias sociales

El 11 de septiembre de 1973, el flagelo de los golpes de Estado latinoamericanos también lle-gó a Chile; el putsch del general Pinochet, apoyado por Washington, interrumpió el vigorosodebate latinoamericano y obligó a la mayor parte de los investigadores en ciencias sociales,nacionales o extranjeros, a abandonar ese país. En lo sucesivo, los investigadores latinoame-ricanos deseosos de proseguir sus reflexiones se instalaron sobre todo en Europa y, en menormedida, en los Estados Unidos y en Canadá. Dentro de la “división internacional del trabajointelectual”, la arriesgada apuesta sobre “América Latina”, hecha por jóvenes investigadorescomo Celso Furtado en 1948, resultaba cada día más costosa y las posibilidades de beneficiosculturales se reducían. ¿Cómo asombrarse de la decisión de las jóvenes generaciones de beca-rios de volver a los senderos ya transitados? Las condiciones sociales e intelectuales de lalibertad de pensamiento, lentamente acumuladas gracias a un esfuerzo tenaz, se evaporaronde la noche a la mañana.25 ¿Habrá prueba más convincente de que la fecundidad de las cien-cias sociales depende de un espacio público organizado sobre bases democráticas? o

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25 El lector podrá consultar con provecho el libro de Bielschowsky (1998), donde encontrará un estudio minuciosode la evolución del discurso de la CEPAL luego del alejamiento de Raúl Prebisch, Celso Furtado, Fernando HenriqueCardoso y muchos otros.

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1. Formaciones singulares

Cuando hacia 1940 el mundo parece derrumbarse, cuando parece que va a caer –de unmomento a otro– en manos del Eje, en el Uruguay se está procesando la salida que desmon-tará la dictadura inaugurada el 31 de marzo de 1933, nacida en ese contexto de crisis del capi-talismo y de creciente ola autoritaria. Aun a pesar de la represión del régimen encabezado porel doctor Gabriel Terra, en lo económico claramente satelital de los intereses de los EstadosUnidos y con simpatías por el fascismo, pudo subsistir un amplio margen para la circulaciónde ideas. Es más, los efectos de ese régimen, rechazado por la mayoría de la intelligentsia, alarga distancia fueron contraproducentes para la ideología y los intereses que lo inspiraron.De hecho, su comparecencia va a impulsar en el marco internacional la revisión crítica de lasituación uruguaya por parte de una izquierda que ultrapasaba, entonces, los márgenes delos partidos ortodoxos y que, tal vez, no hubiera alcanzado los niveles de debate que alcan-zó de no haber existido esa patología institucional. Dos publicaciones semanales dirigidaspor Carlos Quijano (Montevideo, 1900-México, 1984), Acción y, a partir de junio de 1939,Marcha, empezaron a insistir con algunas ideas directrices: antifascismo, antiimperialismo,Tercera Posición, antimilitarismo, socialismo nacional sin renunciar a las prácticas democrá-ticas. Para que esta propuesta tuviera cierto éxito hubo que esperar algunas décadas pero, porlo pronto, un grupo de jóvenes luego muy influyentes se iba formando en torno de este bre-viario en expansión, en el “taller” de ese periódico.

Pese al traumático golpe del ’33, pronto el país pudo reacomodarse en varias direccio-nes. Mientras tanto, Europa se inmolaba en una guerra terrible, con la obvia y subsiguienteparalización de su poderosa industria cultural; España, destruida por la guerra civil, yacía enmanos del franquismo; el Brasil atravesaba la experiencia autoritaria del Estado Novo; laArgentina iba a los tropiezos con los cuartelazos y las consecuentes censuras y persecucionesa sus intelectuales, situación esta última que se ahondó durante el peronismo. En el Uruguay

* Corresponde agradecer a los profesores Raúl Antelo y Maria Lúcia Barros Camargo, de la Universidade Federalde Santa Catarina (Florianópolis), quienes me encomendaron la escritura de una primera versión de este ensayocomo prólogo para una antología de textos de Real de Azúa, en vías de publicación, quienes gentilmente autoriza-ron la publicación en español.

Pablo Rocca

El caso Real: alternativas críticas

americanas*

Universidad de la República, Montevideo

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 37-53

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se restableció la normalidad institucional en 1942, cuando se produjo el que irónicamente sellamó “golpe bueno” de Alfredo Baldomir, quien, proveniente del gobierno terrista, se aliócon sus enemigos políticos más moderados (y con el apoyo del Partido Comunista) para des-montar el aparato legal de la dictadura. El pequeño país de economía agroexportadora se recu-peró con las ventas de sus materias primas y de alimentos procesados al ejército aliado duran-te la guerra mundial, lo cual dio un nuevo empuje al modelo distributivo en lo social,inaugurado con las ideas y las prácticas de José Batlle y Ordóñez, sobre todo en su segundapresidencia (1911-1914). Así, la estabilidad general se prolongaría hasta mediados de la déca-da de 1950, con un creciente apoyo del proyecto urbano con asiento en el sur del país.

Con todo, alrededor de 1940 la relación entre modernidad cultural y modernizacióncapitalista era asimétrica. En Montevideo había pocas librerías y aun muchas menos en laspequeñas ciudades del interior; contadas casas editoriales publicaban libros fuera de los deuso estrictamente escolar; la educación media aún era privilegio de un porcentaje estrecho dela población urbana del país; la concentración de las crecientes –bien que selectas– activida-des culturales capitalinas se focalizaba en pocas manzanas céntricas. A lo largo del siglo XIX,la “ciudad letrada”, de la que hablará Ángel Rama varias décadas más tarde, había montadoun verdadero sistema (museos, salas de conciertos, cenáculos, teatros, periódicos) fundado enlas apetencias y los gustos de los sectores oligárquicos, de los cuales se alimentaba.Paulatinamente, la cultura de masas –el tango, la radio, el cine, la prensa de actualidades, lasediciones baratas– había cambiado este panorama, modificaciones que venían preparándosedesde la reforma educativa del último tramo del siglo XIX, y el replanteo y la expansión de laeducación secundaria durante el primer batllismo en firme alianza con el ascenso de otrascapas sociales urbanas. Estos procesos provocaron, no sólo “una integración sólida y mejorenmarcada ideológicamente, sino también el ingreso de los sectores sociales emergentes, losgrupos medios que empiezan entonces su gesta política” (Rama, 1984, p. 159).

El semanario Marcha se benefició de algunas transformaciones fuertes en el campointelec tual uruguayo o, mejor, montevideano. Y acompañó críticamente este proceso con elmismo espíritu vigilante, y a menudo acrimonioso, con que se expresó la zona política delperiódico, cuyos redactores principales eran Quijano, Arturo Ardao y Julio Castro. Un país ar -mónico y fuertemente estatista pudo fundar o relanzar instituciones culturales oficiales,1 crearórganos educativos que tendieran a la profesionalización de los estudios culturales y artísticos:en 1946, la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República,2 en 1949,el Instituto de Profesores “Artigas”. Entonces se hizo posible adiestrar y captar un público declases medias, entre otras actividades y estructuras, con compañías de teatro independientes uoficiales, con la multiplicación de los ciclos de conferencias o de las exposiciones de pinturaen salones municipales o en el Taller Torres García, discutiendo en los cafés, creando revistasy –más tarde– casas editoriales que respondieron a facciones homogéneas en diálogo y, en con-secuencia, también en debate con otros grupos articulados en otras revistas.3 Nada o casi nada

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1 El Museo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional –con edificio nuevo y mejores dotaciones económicas–, laColección de “Clásicos Uruguayos”, el Instituto Nacional de Investigaciones Literarias, el “Archivo Artigas”, laComedia Nacional.2 Facultad que pertenece a la Universidad de la República, la única que existió hasta 1984, y que se encuentra enla órbita del Estado. Real de Azúa nunca trabajó en ella.3 Como, entre tantas otras, Clinamen (1947-1948), Escritura (1947-1950), Asir (1948-1959), Número (1949-1955 y1962-1964), Film (1953-1957), Deslinde (1956-1960). Para un panorama de esta época véase Pablo Rocca, 35 años

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de esto escapó a la recepción de los que hicieron Marcha, que fue una pieza clave para tra-mar una red de vínculos estables que sólo fueron posibles por afirmación de la especificidadde lo artístico, por la continuidad de una crítica independiente fomentada desde sus propiaspáginas culturales y con el crecimiento de otras, muchas veces como respuesta a su hegemo-nía. Al mismo tiempo, todo o casi todo este cuadro de relaciones de campo formaron a quie-nes se hicieron en el semanario, que supo acompañar esa metamorfosis profunda de la vidaso cial y cultural, al tiempo que su estrategia supuso la inteligente capitalización de una coyun-tura favorable en aquel país (en aquella capital que ya concentraba casi la mitad de la magrapoblación total), que podía jactarse de estar á la page, atento a la modernización de la indus-tria cultural en la que el cine fue una de sus llaves maestras, y que empezaba a producir suspro pios mecanismos activos.4

La mayoría de los jóvenes intelectuales uruguayos nacidos al filo de 1920 se formaronen la solidaridad con la España republicana, en la repulsa de los fascismos y, una vez que seestabilizó el mundo “central” y el “periférico”, en la progresiva búsqueda de una profundiza-ción del “primado de lo estético”, como dirá Bourdieu. No fue ésa la situación de Carlos Realde Azúa. Nacido en 1916 en una familia tradicional, su primera actividad pública se desarro-lló, con vehemencia y convicción, en las filas del mínimo grupo falangista de Montevideo.No sólo manifestó su adhesión al bando fascista en la guerra de España, sino que cuando éstahabía concluido participó en una serie de celebraciones de la victoria del ejército rebelde. Enese plan, dictó una conferencia en homenaje al fusilado fundador de la Falange Española, JoséAntonio Primo de Rivera, en la que predicó la necesidad de extender el catolicismo como nor-ma salvadora para la civilización occidental, fustigó al liberalismo, la masonería y el comu-nismo como tres caras del mismo fenómeno, disolventes de las raíces de la sociedad cristia-na. Con este grupo de certezas-lugares comunes de todo el pensamiento fascista, a pocosmeses de alcanzar la victoria, no es raro que exaltara a Francisco Franco como “caudillo cris-tiano sin apetitos bastardos y sólo una ansia quemante de servicio y grandeza” (Real de Azúa,1939, p. 18). Opiniones de este tipo, nada ocasionales sino fundadas en lecturas ya abundan-tes, condenaron al joven estudiante de derecho a la soledad en aquel Montevideo de casi masi-vas simpatías republicanas. O lo hicieron rodearse de pocos y nada ilustres integrantes de supequeño grupo. Pero esto tampoco duró mucho.

En medio del apogeo totalitario, en 1942 Real de Azúa fue invitado por el gobierno deFranco a un congreso sobre la hispanidad. Unos meses después, a su regreso de España, ladecepción sobre lo vivido fue tan grande que, sin demoras, publicó un libro, el primero de los

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en Marcha (Crítica y literatura en el semanario Marcha y en el Uruguay, 1939-1974), Montevideo, DivisiónCultura I.M.M., 1992; Pablo Rocca, “Marcha, las revistas y las páginas literarias”, en Historia de la literatura uru-guaya contemporánea, 1997, t. II.4 No puede descartarse, por cierto, la enorme contribución de los exiliados, algunos notables como Margarita Xirguy José Bergamín o, por temporadas, el poeta Rafael Alberti; las visitas de europeos de primera fila, como AlbertCamus, Juan Ramón Jiménez, Jean-Louis Barrault, Marcel Marceau, junto a otros no menos notables americanos(como Pablo Neruda o Cecilia Meireles), y en particular argentinos que buscaban un espacio que la censura pero-nista les bloqueaba. Por eso en Montevideo se pudo escuchar –y publicar en Marcha y en otros medios– a JorgeLuis Borges, Adolfo Bioy Casares, Rodolfo Mondolfo, José Luis Romero, Jorge Romero Brest. Los tres últimosdictaron numerosos cursos en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Menos advertidos, o menos celebradosentonces, fueron dos brasileños: Jorge Amado, quien pasó largas temporadas desde mediados de la década de 1930,Gilberto Freyre, quien visitó Montevideo en 1944 (Freyre, 2003).

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suyos: España de cerca y de lejos (1943). En ese texto empieza la rotación. En él se definecomo “un demócrata social y americano”, abjurando, en consecuencia, de su cercana devo-ción antidemocrática; reivindica a cada paso su catolicismo, pero ahora lo irrita ver a la Ig -lesia al servicio de una función represiva casi indiferenciada del Estado totalitario; reafirmasu anticomunismo –sin la furia de poco atrás– y su anticapitalismo de otrora, que había creí-do humanizable y aun superable desde el catolicismo integrista y corporativo. Se decepciona,también en este punto, porque no pudo ver en Franco la grandeza que le atribuyera en el 1939,a quien advierte luego de ver y vivir de cerca la experiencia dictatorial sin la menor voluntadpara quebrar el capitalismo sino, más bien, con toda la intención de profundizarlo. España decerca y de lejos rebasa la condición de ajuste de cuentas personales. Se trata de un extensoanálisis del país arrasado de posguerra, “uno de los primeros”, se jactó su autor en 1966 enuna polémica que mantuvo con Ardao, en la que no vaciló en reconocer –sin orgullo pero sindobleces– sus primeros pasos vinculados al falangismo (Real de Azúa, 1997, 3, pp. 950-954).

Si se observa su trayectoria posterior, pueden extraerse algunas enseñanzas de esta eta-pa primera, sorprendente en cualquier intelectual uruguayo de entonces. Para empezar, justa-mente, eso: la actitud vital de colocarse a contracorriente de la general sensibilidad, para elcaso de radicalismo liberal o socialista y, siempre, antifascista. De la actitud reactiva –ele-mento de gran significación psicológica que no puede descartarse– es posible pasar a las notasideológicas que le son permanentes: una conciencia americana que hacia 1940 se entroncacon la estrategia del “hispanismo” –en una línea que bien pudo fecundar el pensamiento deRodó– en conflicto con la sajonización creciente de la vida y la política y, sobre todo, comorespuesta a la gravitación cada vez mayor de los Estados Unidos. En otras palabras, Real deAzúa busca una “tercera vía” que rechace, simultáneamente, la deshumanización capitalistaque tiene en los Estados Unidos la mayor amenaza para América Latina y el materialismo ateosoviético.5 En esa formación se encuentra el fundamento de su profunda antipatía por el movi-miento inspirado en las ideas y la praxis de Batlle y Ordóñez, ya no sólo contra la perversióno la burocratización del proyecto político originario, sino incluso en las fuertes críticas al pri-mer paso de esa aventura política socialdemocrática avant la lettre, que en tanto liberal y anti-clerical abría el paso –en la interpretación de Real de Azúa– a formas de la dependencia y auna concepción basta de la vida, ajena a toda trascendencia. A partir de España de cerca y delejos, Real de Azúa no deja de pensar al margen de toda argumentación global y totalitaria,contra la rigidez y el esquematismo de cualquier ideología y de todo sistema, contra quienessólo ven, como dirá en 1966, “las líneas gruesas”, quienes carecen del “sentido del matiz” yno comprenden, así, “la función insustituible de lo complementario” (Real de Azúa, 1997, 3,p. 948). En este sentido, fue un libro capital que aún no ha sido estudiado en su contexto y ensus proyecciones americanas con la atención que merece.

Marcha pudo ser una puerta de entrada, o de reingreso, en la vida pública, una vez quese desembarazó de su fervor “nacional-sindicalista”. De hecho, eso ocurrió a su debido tiem-po, después de que se descontaminara de toda adherencia fascista para encauzarse, de modoincómodo, en las páginas de un semanario en que se fomentaba un “nacionalismo más amplioque el de la estricta área uruguaya [...] nacionalismo rioplatense y aun latinoamericano”,

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5 El ejemplo argentino, en particular el del peronismo, tiene un especial interés para el posicionamiento de Marchay para las reflexiones de Real de Azúa sobre el tercerismo. Véase, al respecto, Halperin (1987), Vior (2003).

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como caracterizó Real de Azúa las ideas de Quijano (Real de Azúa, 1964, t. II, p. 323). Unnacionalismo que, sin recetas fáciles pero sin genuflexiones, lo llevó a pensar, también al inte-lectual que entraba en la madurez, en la necesidad de una alternativa otra a los hechos y losdichos del imperialismo norteamericano.

2. De ciclos y yuxtaposiciones

Hasta 1947 Real de Azúa es casi invisible en la vida cultural uruguaya. Para esa fecha habíaobtenido su título de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de laUniversidad de la República –donde debió conocer a Quijano, quien era profesor de DerechoTributario–, y ya tenía una década de ejercicio de la enseñanza de la literatura, en educaciónsecundaria, en los prestigiosos y selectos cursos preuniversitarios del Instituto “AlfredoVásquez Acevedo”. De modo que el ingreso de Real de Azúa al campo cultural se produjocuando tenía 30 años cumplidos,6 edad elevada para la precoz generación uruguaya del “45”,como la bautizó Emir Rodríguez Monegal (1966). Una larga reseña del libro de EzequielMartínez Estrada sobre Sarmiento y un comentario crítico al plan editorial de obras america-nas diseñado por Pedro Henríquez Ureña para el Fondo de Cultura Económica de México sonlos dos textos en los que hay pistas de interés, como para leerlos en cuanto puentes o páginasde transición. En el primero, define su estrategia de entender la historia y la tarea crítica a tra-vés del pensamiento de Croce, que propone seguir sin ortodoxias:

Hay maneras un poco torcidas de interpretar la valiente consigna crociana de hacer historia“desde” el presente, iluminando e interpretando con nuestro “hoy” el curso humano. Peropor un cambio de signo, al principio invisible, los hombres llevamos el presente a la histo-ria [...] (Real de Azúa, 1947, t. I, p. 119).

En el segundo, reclama enfáticamente la participación en el plan editorial de textos de auto-res del siglo XIX que pertenecen a las distintas modalidades del pensamiento, incluyendo elcatólico –un reclamo nada usual entre sus compañeros de generación, quienes en su mayoríano participaban de esa confesión–, y que lo hace sugerir la necesidad de recoger los escritosde los personajes canónicos del dogma de la anterior centuria: los del arzobispo MarianoSoler (a quien llama, en forma casi vergonzante, “Soler”), los de “nuestro Larrañaga” y lasprosas de Zorrilla de San Martín (Real de Azúa, 1947, t. II, p. 121). Durante toda su vida, Realde Azúa llevó el presente a la historia y lo tiñó de sus convicciones más profundas que, ensustancia, nunca se desdibujaron. La experiencia del fascismo integrista y católico le dejó unverdadero horror a los dogmas, pero no por eso dejó de ser católico ni nacionalista latinoa-mericano y tercerista, incorporando a su pensamiento sólo algunos elementos del marxismoque, en todo caso, se potenciaron durante la década de 1960. Un pensamiento que sufrió,entonces, variaciones dentro de una suerte de cañamazo fundamental, pero que se fue alte-rando ante las circunstancias concretas de la vida cultural, en la que se sintió comprometido

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6 En verdad, había participado antes en periódicos falangistas de Montevideo, producción aún no relevada ni siquie-ra en la pionera y muy completa bibliografía de Sabelli y Rodríguez (1987, pp. 129-138).

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siempre, tanto que si en 1947 podía reclamar la representación uruguaya en un plan america-no fundándose, así sea indirectamente, en una idea de tradición nacional, una década más tar-de y con un estilo mucho más suelto negaría expresamente tal cosa, “porque no hay magiste-rios en el Uruguay ni opera en nuestra cultura una efectiva dialéctica”, a la par que reivindicaríade un modo también más laxo aunque con filiaciones inequívocas, los fueros del espíritu fren-te a “la laicización, [que] provoca inevitablemente la destrucción del sentido de trascendenciay la ruina de toda vivencia incondicionada de valor” (Real de Azúa, 1957, t. II, p. 21).

En “Ambiente espiritual del Novecientos”, de 1950, declaró un poco al pasar algo quebien puede servir de autodefinición o, mejor, de programa a ejecutar en un futuro que por pri-mera vez se le abría con sensatas posibilidades de realización: “quisiera ser aguja de navegardiversidades y no la artificiosa construcción de un corte realizado en la historia” (Real deAzúa, 1950, p. 15). Estas “diversidades” no encontraron, en efecto, un límite estricto en lasdiferentes disciplinas humanísticas. Se movió, más bien, en un campo intermedio entre la crí-tica literaria y cultural, la historia política, la historia de las ideas, las ciencias sociales y lasciencias políticas. Pero, en rigor, no hay trabajo suyo que no se intercale o no se interpenetrecon una u otra disciplina.

Si hubiera que esquematizar su trayectoria, parece bastante evidente que empezó a preo -cuparse por los estudios literarios y concluyó con una dedicación más exclusiva a las cienciaspolíticas.7 Pueden identificarse cuatro etapas en el conjunto de una obra que se hizo, sobretodo, sobre la base de colaboraciones en publicaciones periódicas (Marcha principalmente) yque prefirió retrasar su aparición en libros, la mayoría de los cuales salieron póstumamente:

1) Crítica literaria y cultural (de 1947 a 1960), con retornos entre los años 1965 y 1968,especialmente en el análisis de los observadores extranjeros del Uruguay. Para esta antologíacorresponderían a este grupo el citado “Ambiente espiritual del Novecientos” (1950) y “Lanovela hispanoamericana, un problema de caracterización” (1960).

2) Escritos sobre historia uruguaya y, en ocasiones, americana, sobre todo rioplatense(1960-1969).

3) Ensayos de tipo sociológico (1969-1972), como “Élites y desarrollo en AméricaLatina” (1969), comprendido en esta recopilación.

4) Escritos de ciencias políticas (1971-1977), la mayor parte de ellos en libro, sobre todoen un libro, también póstumo: El poder (1990).

Estas zonas no son más que una posibilidad de recorte, nada taxativo sino más bien ina-decuado, porque no respeta algo cada vez más pronunciado en los escritos de Real de Azúa:el espacio “híbrido” que problematiza los lugares de los géneros y de los discursos, como lomuestra el caso de “Los males de América Latina y sus claves: etapas de una reflexión”. Eso,mucho antes de que en América Latina se empezara a hablar del “cambio en la noción de lite-ratura”, para emplear la fórmula de Carlos Rincón, quien propuso reflexionar sobre las posi-bilidades de la integración del discurso literario a otras tipologías discursivas, y de éstas haciaaquél. O, mejor, propuso investigar con cuidado la posibilidad de disolver las fronteras estric-tas entre ficción y no ficción, entre “realidad producida y realidad relatada”.8 Formas que

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7 En rigor, en los primitivos escritos falangistas hay una preocupación obvia por la historia política y las ideas.8 “Al convertirse ahora la relación entre la narración no ficticia y la narración ficticia en un momento de la prácti-ca y en un problema para la teoría y la investigación literarias en Latinoamérica, el cambio de terreno que tiene así

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estaban modificándose sustancialmente no sólo por obra de las prácticas nuevas (el discursotestimonial que se desató con fuerza después de la Revolución Cubana, las voces de los“otros”), y por la incidencia de las lecturas de un giro teórico (Bajtin y el dialoguismo, desco -nocido en Occidente durante décadas, los posteriores escritos de Raymond Williams), sinopor efecto de las grandes transformaciones que en América Latina se habían operado entre elingreso a La Habana de Fidel Castro el 1º de enero de 1959 y la mitad de los años 1970, cuan-do las dictaduras militares arrasaron con toda expectativa de cambio social y, desde luego, contoda estructura cultural crítica. En todo caso, quedó un resquicio para las modalidades másahistóricas del estructuralismo, a las que Real de Azúa se acercó con la curiosidad intelectualde siempre, pero con una radical distancia teórica.

El paso de la modernidad a la posmodernidad no fue previsto ni, menos, profetizadopor la obra de Real de Azúa. Nada hay en sus páginas que tenga relación con la indagaciónde las mi norías étnicas o sexuales, aunque algo se puede vislumbrar en sus trabajos sobre la“microhistoria” y las mentalidades que la Escuela de los Annales colocaría en la agenda des-de fines de la década de 1950. En este último punto sintoniza con algunas líneas de trabajo deGilberto Freyre –a quien tanto admiró–: la jerarquización de las costumbres y las prácticasdomésticas de la vida cotidiana;9 la puesta en crisis de la idea cultural homogeneizante y euro-céntrica que durante toda la modernidad cimentó los procesos nacional-estatales y que, enton-ces, compartía la mayoría de la clase letrada. Un viaje de Freyre por el sur de América (Ríode la Plata y Paraguay) no le hizo tambalear el concepto de Estado-nación brasileño sobre elque ya había aportado sus interpretaciones mayores y revulsivas, pero sí le permitió ver otraszonas de América en las que lo europeo le forzaba la mano a lo “criollo”, aunque no creyóque ese difícil encuentro violentara las raíces “indo-americanas”, porque lejos de formar unaunidad racial, biológica o geográfica, esta América se le aparecía como un “archipiélagosociológico de proporciones continentales” (Freyre, 2003, pp. 48-49). Real de Azúa casi nose movió de Montevideo, después de su pasaje por la España franquista. Viajó a través de lostextos; con ellos muy pronto descubrió que era menester lograr un destino común más allá delas imposiciones de la modernidad capitalista e imperial, y que ese destino sobrepasaba loslímites nacionales.10 Si creyó en esa alternativa y en el cumplimiento último de una “autono-

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lugar nos obliga a partir de la anulación de cualquier separación tajante entre el campo de la ficción y el de la noficción, entre la realidad producida y la realidad relatada, concomitantes con una transformación de la noción de laliteratura” (Rincón, 1978, p. 409). Corresponde aclarar que el señalamiento de este texto de Rincón –quien, por sulado, evidentemente desconoce por completo las reflexiones de Real de Azúa–, fue indicado por la profesoraMónica Buscarons. El señalamiento fue anotado en oportunidad de un curso en la Maestría de LiteraturaLatinoamericana (“Historiografía y crítica literarias uruguaya, 1886-1969”) que dicté en 2003 en la Facultad deHumanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República). Habría que agregar que la posición deRincón entra en contacto con anteriores proposiciones similares en la obra crítica de Antonio Candido y al mismotiempo de Ángel Rama, de Antonio Cornejo Polar y de Roberto Fernández Retamar, y, un poco después, deAlejandro Losada, Ana Pizarro y Beatriz Sarlo, entre otros.9 No tiene punto de comparación la labor de Real de Azúa con la de Freyre en este plano, desde luego. Pero cabeconsignar que aun en breves textos, como el prólogo a la antología de artículos de Isidoro de María (Montevideoantiguo, Buenos Aires, Eudeba, 1965), o en sus numerosos trabajos –también escuetos– sobre los viajeros, rescatómás lo “privado” que lo “público” para el análisis de la vida social general, a la que nunca perdió de vista comoobjetivo epistemológico clave.10 Y, por cierto, a él corresponde la crítica –en ocasiones violenta– contra la que califica como la “tesis indepen-dentista clásica”, que no se resigna a admitir la dependencia e interdependencia del Uruguay y que aun defiende suautonomía total, contra la que Real de Azúa se insurge en su libro póstumo Los orígenes de la nacionalidad uru-guaya, Montevideo, Arca, 1990.

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mía sin atrasos”, no la vio tan cerca ni tan segura como esquemáticamente cree Neil Larsen,quien postula que, en bloque, reformistas y revolucionarios latinoamericanos pensaron de esamanera la historia y sus relaciones con el objeto literario/cultural (Larsen, 1999, p. 88). Comosea, el lugar de los objetos literario/culturales –robémosle a Larsen el sintagma– es impres-cindible para entender la relación que Real de Azúa tuvo con las formas y con la manera dever la realidad, de concebirla y definirla, en suma, al tiempo que proponía una lectura yuxta-puesta de las textualidades.

Desde un punto de vista algo convencional podría clasificarse dentro de la crítica lite-raria su “Introducción y Advertencia a la Antología del ensayo uruguayo contemporáneo”(1964), o “El problema de la valoración de Rodó” (1967), o los prólogos a Ariel y Motivosde Proteo del mismo autor (1977), o el ensayo sobre “El modernismo y las ideologías”(1977), todos estos textos que integran la presente antología. Desde otra mirada, hoy quizáse los podría ubicar dentro del más cómodo rótulo de “estudios culturales”, si bien el pri-mero de todos, en verdad, es un aporte teórico sobre el ensayo que no reconoce precedentes,por su exhaustividad, actualidad y rigor, en toda América. Desde una perspectiva todavíaalgo más amplia, se los podría situar en ese fértil margen común junto a las ciencias socia-les y políticas y la historia de las ideas en América. Taxonomías a un lado, está claro quenunca dejó de pensar el objeto o el problema que fuese sino bien adentro de categorías his-tóricas. O, mejor, en un ajuste complementario a la idea crociana, llevando la historia al pre-sente y el presente a la historia. El sitio que ocupa su paciente labor sobre los viajeros quese sintetiza en la detallada panorámica Viajeros observadores extranjeros del Uruguay: jui-cios e impresiones (1889-1964), de 1968, dice mucho sobre su manera fronteriza de conce-bir la escritura y la realidad. Las “visiones”, los relatos de viaje y las memorias de los extran-jeros sobre el Uruguay o sobre América –la lista incluye numerosas reseñas y extensosartículos desperdigados a lo largo de años– le permitió encontrar un punto de articulaciónentre historia y literatura. Bastante tiempo antes de que Hayden White machacara sobre lanaturaleza indistinguible del discurso histórico respecto del literario (1973; 2003), Real deAzúa estaba pensando no en que la escritura del historiador fuera un “artefacto literario”,pero sí en las posibilidades de mirar entre los intersticios de la maciza historiografía positi-vista, confiada ciegamente a la “verdad” de los hechos incontrovertibles y, sobre todo, a laexclusiva narración de los hechos políticos, militares o, si acaso, sociales. Por eso su resis-tencia a la erudición entendida como una escritura que no vibra con la materia que narra ypor lo tanto no sabe narrarla; no se trata, desde luego, de una diatriba contra la acumulaciónde información de la que da abrumadoras pruebas (“Una de las trampas de la erudición esperder de vista la relación de fines y medios, el alimentarse narcisísticamente de su propiaeficacia y su propia lucidez”, Real de Azúa, 1967, p. 72). Otra dimensión le mostraron lostextos de los viajeros: le permitieron superar la óptica exclusivamente nacional, le permitie-ron conseguir nuevas voces, testimonios y notas desasidas de las pasiones nativas. Y, tam-bién, productos estéticos que

sin querer hacer literatura, hoy están a cien codos más arriba que muchos que se creíanescritores y fueron festejados por tales y que, en ciertos géneros (a veces) lo eran. [...] Elescritor escribe para su tiempo [...] pero los viajeros escribieron mucho menos para loscontemporáneos ingleses que para lejanas y posteriores generaciones de Sudamérica (Realde Azúa, 1956, p. 31).

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Los viajeros epitomizan, así, una triple e intercalada pertinencia: histórica, testimonial, lite-raria. Un trípode que abre horizontes epistemológicos, como sólo en el correr de los últimosaños lo han visto –de esa manera– Mary Louise Pratt y Adolfo Prieto en sus respectivos y fun-damentales estudios sobre América y el Río de la Plata (Pratt, 1992; Prieto, 1996). Quienes,no obstante, ignoran la contribución de Real de Azúa.

En un trabajo del que sólo se han publicado algunos fragmentos, La respuesta estética:saber y placer del texto literario, Real de Azúa establece que “el crítico cabal es un creador[...] que ejerce una facultad casi inevitable en la vida espiritual: el juicio”. Aun más: el críti-co “orienta” y “dirige” al lector.11 Esta visión nació hacia 1960 o 1961, es decir, antes deconocerse por estas latitudes los textos de Barthes, de Foucault, de Derrida, de Bajtin, antes(por supuesto) de toda traza directa de posmodernidad, lo que explica su resistencia a publi-car el libro o el abandono del proyecto. Como fuere, esa idea del crítico se conecta con suextenso ejercicio vocacional de la enseñanza de la literatura en los niveles medio y, luego,superior. A esta pedagogía se puede sumar otra no menos eficaz y ampliamente comunicati-va: la que ensayó en el periodismo que hoy llamaríamos cultural, pero que en su época nadiese hubiera animado a llamar ni siquiera “periodismo” –sobre todo en relación con los escri-tos de Real de Azúa– sino “crítica”. Es decir, un discurso que se desprende de lo puramentecircunstancial en procura de una escala superior de contacto con un lector cómplice y, desdeluego, preparado, con el que se pretende entrar en diálogo sin olvidar los encuadres informa-tivos que activan la función fática. Dependiente de esta pedagogía mixta fue su constante pre-ocupación por los planes, programas y métodos de la enseñanza de la literatura en educaciónsecundaria y universitaria, así como las más generales políticas públicas relacionadas con ellibro y la cultura, tópicos sobre los que escribió abundantes artículos no sólo en Marcha sino,también, en publicaciones académicas como los Anales del Instituto de Profesores “Artigas”.

Toda esta labor obedece en buena medida a que nunca creyó en la autonomía de la obraliteraria. Sobran las pistas acerca de esta convicción en la sucesión continua pero esporádicaque fue entregando desde 1947. Él mismo lo confesó, casi como en un manifiesto, en unmomento crucial para el desarrollo de las alternativas de su pensamiento, en 1967, y nadamenos que al repasar los aportes sobre la obra de Rodó:

tengo que declararme militante contra el simplismo y la petulancia de circuir en la obramisma, avara, redondamente, en el estricto pasivo texto y texto sin operar, el área de unvalor presunta y exclusivamente estético. Y decirme adverso igualmente a la inevitableconsecuencia de lo anterior, que es el confinar a un extramuros de toda plenitud y todafruición cualquier aprecio que se origine de la incidencia de unos libros y de su autor enlos hombres, en el mundo, y en un lector determinado (Real de Azúa, 1967, p. 73).

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11 Conozco una versión completa de este texto casi totalmente inédito, depositado en fotocopias en el Programa deDocumentación en Literaturas Uruguaya y Latinoamericana (PRODLUL, Facultad de Humanidades y Ciencias de laEducación, Universidad de la República). Algunos fragmentos de este texto han sido divulgados en Cuadernos delCLAEH, Montevideo, Nº 42, 1987, con nota preliminar de Lisa Block de Behar, y en Brecha, Montevideo, Nº 292,5 de junio de 1991, con presentación de Óscar Brando. Asimismo, la precaria edición que divulgó apuntes de sucurso de Teoría Literaria, editada por el Instituto de Profesores “Artigas” en 1998, y con noticia de RobertoAppratto, incluye muchas observaciones de carácter teórico en relación con este campo específico (Real de Azúa,1998).

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“Aguja de navegar diversidades”: ni una exclusividad que implica exclusión ni la otra. Esalista de reparos y matizaciones no significa, por un lado, la negación de la preeminencia dellenguaje en la composición y en la posterior fruición lectora del texto. Al contrario, en unaocasión cercana, y a propósito del comentario de unos ensayos sobre literatura latinoameri-cana muy anclados en las nuevas líneas de la lingüística, recordó su molestia ante quienesdespachan “al lenguaje de un escritor con uno de los muchos parágrafos en que se desglosananalíticamente”. Aunque eso no lo inclina, sin vacilar, hacia la exploración semiótica o lasten dencias formalistas de la crítica, en cuanto concluye que trabajos del tipo que prologaservi rán “a la postre para una faena de esclarecimiento al mismo tiempo perentoria y delica-da” (Real de Azúa, 1969, pp. 9-10). Tampoco esa apreciación de la forma (del lenguaje) lolleva a cargar el otro plato de la balanza, al punto de confiar en el sentido o en el poder de lasideas, consciente como era “del muy limitado ámbito en que los libros –cualquier libro– influ-yen en la historia mayor de los hombres más allá de sugestionar a algunas cabezas de filo quees probable que después no los recuerden...” (Real de Azúa, 1962, p. 26).

3. Cuestión de estilo

Algo está fuera de discusión: en los no muy numerosos estudios sobre literatura de Real de Azúadomina más el criticism que la actitud de review, para apelar al distingo esclarecedor en lenguainglesa. Si se omite su breve pasaje por la fugaz revista Escritura, desde 1947 a 1949, nunca leinteresó ocupar el sitio de crítico “militante”, que sí ocuparon en distintos momentos sus cole-gas Emir Rodríguez Monegal o Ángel Rama o Carlos Martínez Moreno. Sus “juicios”, su voca-ción para “orientar”, se movieron, prioritariamente, entre los escritores que expresaron su gus-to o su placer estético, pero mucho más entre aquellos que fueron afines a su pensamiento.

Un caso singular en esa tarea no tan prolífica y harto diversa significa su larga afición-devoción por la obra de José Enrique Rodó, acerca de la que reflexionó en una docena de tex-tos a lo largo de cuatro décadas, es decir, de toda su vida intelectual. En Rodó pudo encon-trar la punta de una madeja de diversas tensiones que lo agobiaron desde el principio: lopolítico, lo social, lo estético y lo filosófico, en una América –en un Uruguay– nada genero-so con este tipo de especímenes de “varia elección”. Le interesa el fenómeno de un Rodó ele-vado, poco después de su muerte ocurrida en 1917, a mito nacional y americano, como elarquetipo del estilista a la usanza clásica que América quiso oponer a Europa para vencerla,mimetizándose con ella y tratando de mantenerse aparte, de construir otra formación; le inte-resa el político antibatllista en el que –tal vez– se vea identificado; le importa como un ejem-plo vivo del drama de pensar en un país que parece proteger la alta cultura pero termina porcondenar a su primera inteligencia a la modestísima tarea de corresponsal de guerra de unarevista de actualidades editada en la otra orilla del Plata; lo atrae la posibilidad de desentra-ñar los alcances de una fuerza que se hizo lugar común: el antimperialismo de Ariel (1900),el libro-emblema de un escritor de ideas harto conservadoras, su condena del utilitarismo yan-qui pero en privilegio de un ideal ateniense en la América mestiza, justamente un libro ema-nado en el país menos mestizo (menos americano, por tanto) de toda América Latina; lo atra-pa la hazaña de desenmascarar la operación con que el oficialismo batllista, que le habíanegado el pan y el agua, lo convirtió, en rápido gesto, en un icono local, en una estampa debronce repetida por todo rincón de la República.

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Si Rodó es indicio y síntoma de tantos problemas que, en casi todos los campos, abor-dó su crítico, en su vocación americana hay una serie de obras y de textos que vistos en for-ma particular o en una perspectiva panorámica se puede focalizar en algunos casos ejempla-res. Por ejemplo, en José Vasconcelos, reivindicado en su ferviente mensaje americanista yantinorteamericano de La raza cósmica (1925) y no –por cierto– en su ulterior acercamientoal nazismo (Real de Azúa, 1966). O el nacionalista Manuel Gálvez, católico y conservador,de multiformes opciones pero –en la lectura de Real de Azúa– uno de los pocos argentinosque en la década de 1920 puede ostentar una “ejemplar conducta americana”, tanto como unaobra irregularísima pero atada a su mundo, frente a, por ejemplo, “las edulcoradas trascen-dentalizaciones de un Eduardo Mallea” (Real de Azúa, 1962, p. 26), a quien también dedicóun largo ensayo (Real de Azúa, 1955), o frente a un Jorge Luis Borges, de quien pudo aqui-latar su perfección verbal pero al que resistió por su falta de tensión vital, por su extraña-miento del mundo “a su propia trayectoria histórica y personal” (Real de Azúa, Rama,Rodríguez Monegal, 1960, p. 17). Repasada esta serie, no es casual que le atrajera discutir asu complejo contemporáneo Ezequiel Martínez Estrada o estimar la labor del refinado (y ame-ricanista) intelectual chileno Ricardo Latcham, a quien frecuentó en Montevideo. Sus pocasincursiones en la cultura letrada brasileña, como un temprano artículo sobre Lins do Rego, lojuntan, asimismo, con el desvelo por divulgar una literatura poco conocida en el Río de laPlata (de eso se trata la mentada “función pedagógica”) con la tarea de encontrar una comúnraíz americana “en el rico conjunto de la novela popular y campesina de Brasil” (Real deAzúa, 1950, p. 22), aspecto similar que contempla, al pasar, en las primeras novelas realistasde Ciro Alegría (Real de Azúa, 1967).

Por esa búsqueda de la ambigüedad en la contingencia de la historia y de las ideas–nociones que tomó de Merleau Ponty y su “admirable libro” Humanismo y terror (Real deAzúa, 1997, 3, p. 955)– no es extraño que en sus lecturas literarias haya incursionado más enla prosa que en la poesía,12 y más en el ensayo que en la narrativa, y en esta última –sobretodo– cuando mucho tuviera que ver con las alternativas históricas locales o americanas. Esoexplica su indiferencia –que no es igual a incomprensión– por las formas de discurso más elu-sivos de la representación o de la mimesis referencial; esto explica, también, su silencio sobrela literatura del boom latinoamericano –estudiado y disputado por sus compatriotas Rama yMonegal desde distintos sitios–, al punto que el único y preliminar panorama sobre la narra-tiva latinoamericana de 1960 se detenga en el umbral de este “estallido”.13

Una obra de tan vastas ramificaciones y de preocupaciones intercomunicadas, un tipo depensamiento como el suyo, necesitó del ensayo como vehículo expresivo. Y puesto queencontró ambigüedades y espacios en blanco en la teorización del género que empleó, y en el

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12 Por lo demás, sus ideas sobre poesía contemporánea fueron, a juzgar por las poquísimas notas o menciones inter-caladas en artículos generales, las habituales entre los integrantes de la “generación del 45”: devoción por T. S.Eliot, respeto por el modernismo hispanoamericano, rechazo de las “varias clases de subpoesía [que] se refugianen instituciones neutras y gremializadas, presionando en masa al Estado por la publicación o el premio de sus poe-marios (es el cursi término en boga) [...]” (Real de Azúa, 1958, p. 30).13 Las profesoras Margarita Carriquiry y Graciela Franco, quienes fueran alumnas de Real de Azúa en el Institutode Profesores “Artigas” en la especialidad literatura, refirieron en 2003 –en el mencionado curso de la Maestría deLiteratura Latinoamericana de la FHCE– que Real de Azúa había comentado que prefería destinar sus energías alexamen de otras producciones escritas. El aluvión de novelas del llamado, por algunos, “boom” de la literatura lati-noamericana superaba sus posibilidades de lectura cuidadosa.

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que se transformó en único –hasta ahora– colector local (Antología del ensayo uruguayo con-temporáneo, 1964), se encargó de elaborar una serie de hipótesis sobre el ensayo, de las máscompletas por lo menos en lengua española, que carecía de aportes mayores en el rubro.14 Elprimer campo de prueba personal sobre el ensayo, en verdad, lo trazó en la polémica tor-mentosa que mantuvo con Alberto Zum Felde en Marcha (a lo largo de varios números de1955) y en un largo estudio que dio a conocer dos años después en la revista porteña Ficción(Real de Azúa, 1957). Sus conclusiones, que bien pueden ser definitivas (por lo menos no vol-vió a insistir en el punto desde un ángulo teórico) sitúan el género en “el filo de lo literario”,por frontera de “la Ciencia, la literatura y la filosofía”, cuyo hilo conductor es el pensamien-to “especulativo, teórico y expositivo” en tanto se trata de una “reacción contra lo dogmáti-co, pesado, riguroso, completo, final, excesivamente deliberado, [ya que] opta por el frag-mentarismo, la libertad, la opinabilidad, la improvisación, la mera tentativa”. Sin violencia,todas y cada una de esas observaciones pueden trasladarse al discurso de Real de Azúa.

Con sus imprevisibles cambios de frente y su predisposición al diálogo con los nuevoscampos disciplinarios, Real de Azúa dejó ideas en germen en conversaciones personales o enlas aulas. De eso dan testimonio muchos de los que fueron o se dicen sus discípulos.Imprevisibilidad de la que no podría hablarse en el trabajo de sus contemporáneos, como elhistoriador de las ideas Arturo Ardao, o como el musicólogo Lauro Ayestarán, o los mencio-nados críticos literarios que siempre siguieron líneas más o menos coherentes en su trabajo,por lo menos en las épocas en que coinciden con Real de Azúa en la escena cultural urugua-ya, antes del golpe de Estado reaccionario de 1973. Dialoguismo de corto y largo alcance.

Digresivo y arborescente en la oralidad, han escrito y siguen repitiendo sus amigos oalumnos. Algo semejante puede encontrarse en su escritura, aunque sólo sea una cuestión deestilo. Se sabe que cada objeto textual busca y construye a su lector, pues hay un sistema deescritura y un consiguiente sistema de lectura Real de Azúa. Una vez que se lo incorpora o quese agrega al mismo, se acorta la distancia, se establece un contacto que elimina las dificultadesde arranque. La arborescencia que puede sorprender, distraer o dispersar al lector no entrena-do puede, tal vez, producir el resultado contrario: abrir caminos, aun en medio de las enormesnotas al pie que se escapan hacia destinos que no estaban prometidos al comienzo, como ocu-rre con el prólogo a la edición oficial de El mirador de Próspero, de Rodó, en que a poco andarintroduce en las páginas X y XI dos notas (la 4 y la 5), que cubren nada menos que tres pági-nas, más de lo que se llevaba escrito de texto en cuerpo central. Sus artículos para los periódi-cos pocas veces se mantuvieron ajenos a este crecimiento. Sólo se abstuvo cuando tuvo queescribir algunos artículos en forma de fascículos para las colecciones populares de fines de losaños 1960, que tanto en la Argentina como en el Uruguay alcanzaron excepcionales niveles depúblico de capas medias, y una de las cuales codirigió (Capítulo Oriental. La historia de laliteratura uruguaya, 1968-1969). Pronto la abstinencia generó arrepentimiento y furia:

creo haber sufrido más que nadie ese tasajeo impío –me parece el término mejor– que des-garra un planteo que, bueno o malo, tiene alguna coherencia, en una serie de tiras abrevia-

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14 Véase este texto en la presente compilación. Nótese, de paso, la actualización teórica que Real de Azúa tiene en1964, cuando ya ha tomado contacto, por ejemplo, con los aportes de Theodor Adorno, tempranamente traducidosy publicados por editorial Ariel de Barcelona.

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das, de esquema tusado de todo pensamiento. [...] Todo esto me ha dejado un verdadero odiopor toda escritura con espacio tasado y la decisión de no consentir a ella por todo el resto demi vida.15

El estilo de Real de Azúa se despliega en frases extensas, con escasas pausas intermedias; unacuriosa mezcla del tono academicista que incluye variados arcaísmos y se alterna con la ima-ginación verbal más chispeante. Tanto puede crear vocablos o apropiarse de coloquialismos–habitualmente expulsados de la prosa “seria”– como refundar significados propios de disci-plinas científicas diversas, y todo esto en medio de una general dicción clásica. Si estasestructuras lingüísticas, ofrecidas en una sintaxis que ni lejanamente se atiene a la norma,obturan la placidez serena del proceso de la lectura u obligan al receptor a repasar fragmen-tos que pueden parecer oscuros, muestran al fin al escritor que con inventiva verbal exploralos caminos del neologismo, que construye imágenes de filosa ironía ubicada en el adverbioo en un adjetivo hiperbólico. Recursos como éste son típicos de su “antisolemnidad”, rasgoque Real de Azúa había estimado efectivo en la comunicación oral del caudillo blanco con-servador Luis Alberto de Herrera; una marca que, por su lado, era extraña a Rodó, a quienpueden corresponder muchas de las observaciones precedentes. Otras veces, sus giros verba-les o una sola palabra resultan poderosamente connotativos, al punto que aprovechan situa-ciones circunstanciales –que necesitan, por lo tanto, de un saber previo– para poner en prác-tica sutiles formas del humor.

Seguro de que la prosperidad uruguaya era un espejismo que, al retirarse, dejaría al des-nudo situaciones dramáticas, y que, en consecuencia, la única posibilidad era reencontrar undestino americano, por 1957 se acercó a una experiencia política que luego estimó decepcio-nante, pues se transformó en un populismo ultraconservador de la peor especie. Pero en aquelmomento de balance crítico y de soterrada fe, pensó que la uruguaya era una “cultura de repe-tidores, de consumidores y de espectadores, [lo cual] significa que muchas veces no lleguesiquiera a la conciencia de disyuntivas y de fatalidades” (Real de Azúa, 1957, t. I, p. 23).

4. ¿Cuál poder?

¿Cuáles eran esas “disyuntivas”, esas “fatalidades”? A responder esa pregunta dedicó toda suobra, especialmente su obra última, contigua a su progresivo acercamiento a la izquierda sinperder su matriz cristiana, después de una prolongada militancia en filas conservadoras o enopciones políticas más cercanas a la irracionalidad populista que a la racionalidad liberal omaterialista. En 1961 dio a conocer El patriciado uruguayo, un texto que, como ha notadoTulio Halperin Donghi (1987), es capital para la historiografía latinoamericana aunque abor-de específicamente el caso uruguayo, en la medida en que para examinar los mecanismos depoder logra desprenderse de toda categoría analítica romántica, así como de la aplicaciónortodoxa de la teoría clasista. Con ese libro se aparta de los supuestos habituales de trabajo

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15 Carta datada en Montevideo el 18 de abril de 1968, remitida al ensayista Washington Lockhart (Montevideo,1914-Mercedes, 2001), a la ciudad de Mercedes (Uruguay). Una fotocopia del texto me fue proporcionada por elprofesor Lockhart, en 1987, en la litoraleña ciudad donde residía desde 1934.

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de la historiografía americana para “navegar diversidades” ahora en aguas de la sociologíahistórica, pero poniendo especial énfasis en el estudio del poder y en la persistencia o la gra-vitación del pasado en el presente. Tres años después, en su ensayo sobre el batllismo, sinostentar las renovaciones teóricas de su libro anterior, consigue una intervención más directaen el campo político en momentos en que se precipita la crisis del orden liberal. Más que unestudio detallado sobre las tres décadas en que se desarrolló en el Uruguay la experiencia delbatllismo, a Real de Azúa le interesa “su dinámica política”, esto es, la ideología de ese fenó-meno particular lado a lado con la práctica y sus metamorfosis en el tiempo (Real de Azúa,1964, p. 7).

En El poder llegará a la culminación de sus reflexiones políticas. Ya no tanto en una rela-ción tan estrecha con la contingencia, sino en un intento de reflexión mayor sobre el proble-ma, a la vez que pensando sobre la política latinoamericana lejos de todo deduccionismoeuropeísta o yanqui. En rigor, un largo texto como éste fue pensado como manual auxiliarpara su curso de Ciencias Políticas que impartía en la Facultad de Ciencias Económicas de laUniversidad de la República, pero quiso que fuera un texto de ciencia política latinoameri-cana, lo cual lo llevó a integrar, o refundir, en el volumen varios ensayos que había dado aconocer en revistas desde mediados de la década de 1960. La más importante de todas estasfuentes, “Élites y desarrollo en América Latina”, viene a ser su interpretación más vasta ymeditada del problema cuando apenas está rompiéndose la ola del desarrollismo y cuando nose han apagado los ecos de la “Alianza para el Progreso”. En el caso Real el motor de todoestudio sobre el poder se afinca en la “verificación empírica de ingredientes doctrinales e ide-ológicos”, y aunque en sus enfoques puede advertirse escasa dedicación a las variables eco-nómicas, siempre subordinadas en su consideración a la fuerza motriz de las ideas y los pro-cesos sociales y culturales, en su libro último empiezan a conquistar más terreno.

Es posible que el informe de 1971 redactado ante la inminencia de las elecciones nacio-nales hasta entonces más delicadas de la historia del siglo XX, con el título “Política, poder ypartidos en el Uruguay de hoy”, sea el más rico insumo para una reflexión entre teórica ypráctica. Con torrencialidad, amargura e ironía, situado ante el descalabro del Uruguay demo-crático que, mal que bien, se ha mantenido erguido durante casi siete décadas –restando elparticular quinquenio autoritario terrista–, constituye un desafío para Real de Azúa, quien degolpe se planta ante un

ejercicio de la crítica sin el menor espacio disponible para hacer distancia entre la vida y elpensamiento, entre el deber de la militancia cívica y la voluntad de lucidez y objetividad, lospeligros de confundir la realidad y el deseo, el pronóstico y la esperanza son descomunales.¿Cómo negarlo? (Real de Azúa, 1988).

Si un artículo denso y extenso como éste fue un acto y un ejercicio ante la candente realidad,El poder vino a representar en sus procesos de escritura –ya que no en su recepción inmedia-ta, porque el libro se publicó doce años después de la muerte del autor– “la mutación en elvínculo entre el autor y el público” (Halperin Donghi, 1990, p. 14). Para decirlo con sus pro-pias, y agudas, palabras introductorias al primero de esos dos trabajos: entre uno y otro viveel tránsito de la “tentación de la especificidad” a la “tentación de la generalidad” (Real deAzúa, 1988, p. 9). Escritos a principios de la década de 1970, en medio de la escalada auto-ritaria que encuentra su ápice en la dictadura que se asentó en junio de 1973 y ante el fenó-

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meno de la masiva movilización obrera y estudiantil y la emergencia del fenómeno guerrille-ro, con esos trabajos Real de Azúa vivió otro pasaje del hacer crítico y de hacer crítica enAmérica: del periodismo cultural uruguayo en el alto y libre ejercicio de las ideas hasta el aco-so de la censura, del ruidoso clima de la polémica al silencio del retiro forzoso.

Carlos Real de Azúa murió en su plenitud intelectual, en 1977, y en medio de la más cru-da época de represión dictatorial, cuando por todo el contexto regional corría un idéntico airedenso e irrespirable. La mayor parte de su obra se conoció unos años después de la recupera-ción democrática, ocurrida en 1985. Se trata de la amplia antología Escritos (1987) prepara-da por Halperin Donghi, del referido libro El poder (1990), del vasto trabajo que los editorestitularon Los orígenes de la nacionalidad uruguaya (1990),16 del libro sobre la Universidad(1992), del enorme manuscrito redactado a principios de la década de 1960 titulado TerceraPosición, Nacionalismo revolucionario y Tercer Mundo (1997), de un par de compilacionesde trabajos sobre historia política uruguaya (Herrera, la construcción de un caudillo y de unpartido, 1994; Historia y política en el Uruguay, 1997), y aun de algunos materiales más“secretos” como las notas para un curso sobre política exterior uruguaya (1987), o para uncurso de Estética (1998), o su juvenil y exhumada obra sobre Ariel (2001). Juntas, todas estaspáginas que se han dado a conocer en poco más de una década por lo menos triplican las queel crítico publicó en un puñado de editoriales montevideanas y en un conjunto igualmentereducido de publicaciones periódicas, en general uruguayas, a lo largo de tres décadas.

Desde fines de la década de 1950 Real de Azúa fue un “intelectual faro” dentro deUruguay, por la condición proteica de su pensamiento, por su magisterio en las aulas, por suproverbial cordialidad de la que dan testimonio muchos de sus amigos y alumnos, por su cade-na de saberes que pocos –si acaso alguno– pudo emparejar. En cambio, fuera de su país hasido y continúa siendo un completo desconocido. Aun para los más enterados que, en todocaso, saben de algún solitario artículo como el que dedicó al “Modernismo y las ideologías”,publicado en Escritura, de Caracas, y vuelto a divulgar en Buenos Aires por Punto de Vista.Su fortuna parece estar condenada, por ahora, a las fronteras uruguayas o, mejor, a su ciudadde Montevideo, a la que llamó “la capital cada vez más grande de un país cada vez más peque-ño” (Real de Azúa, 1987, p. 52). o

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16 Doy fe de este título asignado por los responsables de la editorial Arca, entonces dirigida por el inolvidableAlberto Oreggioni (1939-2001), donde yo trabajaba en tareas técnicas en la editorial y tuve ocasión de examinar elcaótico y casi informe manuscrito de este libro. Debo aclarar, además, que no fui amigo ni alumno de Real de Azúa,a quien ni siquiera pude conocer.

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Este artículo examina algunos aspectos del ideario político de los grandes estancieros de lapampa de fines del siglo XIX. El análisis de las ideas que animaron a los fundadores de

la Liga Agraria constituye el punto de mira a partir del cual abordaremos este objeto de estu-dio. Esta asociación convocó a los dueños de las mayores fortunas territoriales de la nación ahacer sentir su presencia organizada en la arena política. El ruralismo político que la LigaAgraria propugnaba nació en el enrarecido clima que sucedió a la crisis del Noventa, cuandolas impugnaciones a la hegemonía del Partido Autonomista Nacional, sumadas a una crisiseconómica de inusitada profundidad, instaron a los liguistas a lanzar una campaña de agitaciónentre sus pares en la que una y otra vez insistieron en la necesidad de que los grandes propie -tarios rurales dejaran de lado su habitual apatía política e hicieran suyo el lugar central que,según creían, les correspondía en el gobierno de la nación. Y si bien es cierto que, luego deun comienzo por demás auspicioso, los liguistas sólo intermitentemente alcanzaron apoyosverdaderamente amplios entre los miembros del grupo al que aspiraban a movilizar (y quecuando lograron hacerlo, fue sólo para conducirlos por caminos que habitualmente termi-naron en callejones sin salida), las ideas que los inspiraban merecen ser analizadas con aten-ción. En efecto, su estudio permite avanzar en la reconstrucción del ideario político del seg-mento central de la élite socioeconómica argentina en un momento en el cual su prestigio einfluencia se hallaba en su punto más alto. No menos importante, el análisis de las ideas dela Liga Agraria, así como del eco que éstas encontraron entre los estancieros pampeanos,ofrece un excelente punto de partida para estudiar la relación entre la élite terrateniente, lapolítica y el Estado oligárquico.

En la campaña en la que convocaron a los estancieros a la acción, la Liga Agraria dioforma a un conjunto de argumentos destinados a legitimar la posición de preeminencia que,según afirmaban, los mayores productores de la riqueza argentina estaban llamados a ocuparen el gobierno de la república. En los escritos dados a conocer en su órgano de difusión, elBoletín de la Liga Agraria, así como en sus demás intervenciones en la escena pública, estosagitadores del mundo terrateniente nos han dejado valiosos testimonios a partir de los cualeses posible reconstruir sus percepciones sobre el lugar preciso que los grandes capitalistas rura-les ocupaban en la sociedad y la política del cambio de siglo, sobre cuáles eran los dilemasque enfrentaban, sobre qué senderos debían recorrer para darles solución. La imagen que sur-

Roy Hora

Estado y política en el pensamiento terratenienteargentino de fines del siglo xIx:

las ideas de la Liga Agraria

Universidad de San Andrés / CONICET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 55-77

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ge de estos textos, de cuya densidad conceptual y analítica no debe esperarse demasiado, es,sin embargo, mucho más rica que la que puede encontrarse en otras publicaciones rurales deesos años, y permite reconstruir aspectos decisivos del mundo de representaciones de la éliteterrateniente durante el momento dorado de la Argentina agroexportadora. En este sentido, noes exagerado afirmar que no hay mejor manera de aproximarnos a la forma mentis de los estan-cieros pampeanos que a través de un estudio de las ideas y las iniciativas de la Liga Agraria ydel eco que éstas encontraron en el grupo social al que esta asociación se propuso interpelar.

La Liga Agraria representa un capítulo decisivo de la historia de la élite terratenienteargentina. El hecho de que la Liga haya mantenido una activa presencia en la vida pública pormás de tres décadas –de la que los varios miles de páginas de su revista dan testimonio elo-cuente– ofrece un primer indicio de la importancia de una institución que el diario La Nacióncalificó como representativa de “lo más importante que tiene Buenos Aires en hacendados,comerciantes, industriales y agricultores”, y en cuyas filas, según observaba el vocero roquis-ta Tribuna, se contaban muchos de “los principales terratenientes de la provincia de BuenosAires”.1 Por otra parte, la Liga Agraria fue un activo participante en el proceso de discusióny elaboración de la política agropecuaria, y las autoridades del área repetidamente reconocie-ron la competencia de sus directivos en los temas de su especialidad. Teniendo en cuenta estosantecedentes, resulta sintomático que esta asociación no haya sido motivo de un estudio deta-llado. Y aunque las referencias a la Liga Agraria no faltan en la bibliografía especializada,éstas se limitan a menciones puntuales que no permiten forjarse una idea precisa acerca de laespecificidad de esta institución y del proyecto que la animaba.

No resulta sencillo ofrecer una explicación convincente de los motivos que dan cuentade este injustificado olvido. Aun cuando las tendencias hoy dominantes en la historia intelec-tual y de las ideas se han mostrado relativamente indiferentes al estudio de las representacio-nes de los sectores que coronaban la pirámide económica y social argentina, una explicaciónque se detenga en esta dimensión analítica es, a todas luces, insuficiente para dar cuenta deeste vacío historiográfico. No se trata, tampoco, de que la élite rural del cambio de siglo care-ciera de ideas dignas de ser analizadas; aun cuando la inmensa mayoría de sus integrantes fue-se poco propensa a dar publicidad a sus pensamientos –lo que convierte a las figuras que aquíanalizamos en personajes algo atípicos dentro del grupo al que pertenecían y al que aspirabana representar–, en las páginas que siguen tendremos oportunidad de observar que sus opinio-nes merecen tratarse con cierto cuidado. Considerando estas circunstancias, es posible afir-mar que la renuencia a explorar la historia de la Liga Agraria no puede desvincularse delhecho de que esta asociación se resiste a ser entendida en el marco de las hipótesis con lasque los investigadores suelen aproximarse al estudio de las élites sociales y económicas de laArgentina preperonista. Para muchos autores, la unidad entre Estado y las clases económica-mente preponderantes resulta la clave de bóveda para entender los rasgos principales del sis-tema de poder de ese período fundacional de la Argentina moderna. Sistematizada por pri-mera vez por intelectuales socialistas de comienzos del siglo XX, esta visión alcanzó su cenitdurante el período de apogeo de la historiografía revisionista, que interpretó el período queaquí analizamos a partir de una clave que enfatizaba la creciente divergencia de destinos entreuna élite gobernante tan poderosa como egoísta y un conjunto muy amplio de actores popu-lares que representaban a las fuerzas positivas de la nación. Esta imagen, que afirma la exis-

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1 Tribuna, 26 de julio de 1898, p. 2; La Nación, 8 de enero de 1893, p. 1.

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tencia de un régimen excluyente erigido a espaldas y en contra de las masas, ganó espacio enel ámbito académico desde las décadas de 1950 y 1960, y en la actualidad todavía goza dealgún predicamento.2

Aspectos centrales de la trayectoria histórica argentina no pueden ser abordados de for-ma satisfactoria sin reconsiderar las hipótesis que vertebran esta interpretación. En las últimasdos décadas, diversos estudios de historia política han sentado algunas bases para esta tarea,poniendo en entredicho las visiones que partían de la premisa de que la disputa por el poderen el siglo XIX se encontraba circunscripta al universo de las élites. Escritos bajo el influjo denuevas propuestas historiográficas que colocan el acento en la especificidad de las prácticasdel campo político, pero también de un clima signado por los procesos de democratizaciónque América Latina experimentó tras la crisis de los regímenes autoritarios que asolaron laregión en la década de 1970, estos estudios han revelado que la vida pública era más com-pleja e inclusiva de lo que las antiguas interpretaciones sugerían. Gracias a estos trabajos, hoyposeemos una mejor comprensión del funcionamiento del campo del poder (las formas departicipación pública, los partidos, sus dirigentes y militantes, la prensa política, etcétera).3

Hay que señalar, sin embargo, que este nuevo énfasis en la autonomía propia de las prác-ticas del campo político ha desplazado a un segundo plano la exploración de las relacionesentre sociedad (y en particular grupos sociales) y poder político. Y en aquellos casos en losque las vinculaciones entre la sociedad civil y la esfera del poder siguió constituyendo unobjeto de indagación, fue sobre todo desde la perspectiva que ofrecen, no las élites económi-cas y sociales, sino los sectores medios de las grandes metrópolis. En consecuencia, el lugarde las clases propietarias en el sistema de poder se ha visto algo desdibujado. Lo que es qui-zás más importante, estos estudios suelen dejar al Estado en un cono de sombra, en primerlugar porque le atribuyen un papel derivativo, y no pocas veces meramente represivo, en elproceso histórico. Este énfasis societalista es problemático. En efecto, algunos trabajos muyrelevantes indican que el Estado desempeñó muy temprano un papel decisivo en la trayecto-ria histórica de nuestro país, que desde la década de 1880 no hizo sino crecer en relevancia.4

Para alcanzar una mejor comprensión de nuestra historia política es conveniente, pues, rela-tivizar la premisa que sugiere que el estudio de la esfera del poder debe colocar el acento en

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2 Una evaluación de esta producción en Ezequiel Gallo, “Historiografía política: 1880-1900”, en AA.VV., Histo -riografía argentina (1958-1988). Una evaluación crítica de la producción histórica argentina, Buenos Aires, 1990,pp. 327-338.3 Entre los trabajos más conocidos se cuentan Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la moviliza-ción ciudadana, Buenos Aires, Sudamericana, 1997, y Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas. Los orígenesde la Unión Cívica Radical y la política argentina de los años noventa, Buenos Aires, Sudamericana, 2000. Paraun análisis, Paula Alonso, “La reciente historia política de la Argentina del ochenta al centenario”, Anuario IEHS,13, Buenos Aires, Tandil, 1998, pp. 393-418.4 El autor que más ha insistido en este punto es Tulio Halperin Donghi. Véase, por ejemplo, sus trabajos “BackwardLooks and Forward Glimpses from a Quincentennial Vantage Point”, Journal of Latin American Studies,Quincentennial Supplement, 1992; Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino, Buenos Aires, Editorialde Belgrano, 1982; y Una nación para el desierto argentino, Buenos Aires, Prometeo, 2005. El hecho de que elcosto de la reproducción institucional del Estado a lo largo de esa centuria no fuese inferior en términos per cápitaal de Gran Bretaña y otras grandes potencias económicas y militares del mundo constituye, sin duda, una eviden-cia significativa en este sentido. Al respecto, véase Tulio Halperin Donghi, Guerra y finanzas, p. 12; GonzaloRamírez, La tasa del impuesto en la Argentina y pueblos de Europa, Montevideo, La Razón, 1901, p. 301.

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las agrupaciones partidarias y en la sociedad civil y sus instituciones. En una sociedad en laque la presencia del Estado ha sido (y continúa siendo) tan central en la configuración delcampo del poder, profundizar nuestro conocimiento de los rasgos del Estado y de las vincu-laciones entre éste y la sociedad civil constituye una tarea tanto o más relevante.

El análisis de la Liga Agraria ofrece un buen punto de partida para avanzar por estecamino. Como veremos en las páginas que siguen, el mirador que nos ofrece el proyecto polí-tico que esta asociación bosquejó en la década de 1890, a cuyo análisis se aboca este texto,pone de manifiesto que las interpretaciones que enfatizan la unidad entre las élites económi-cas y la clase gobernante es producto de una construcción retrospectiva, que resulta incapazde captar aspectos decisivos tanto de la relación entre Estado y sociedad como de la expe-riencia política de los actores que se ubicaban en la cúspide de la pirámide social. Al mismotiempo, y pese a las limitaciones de una perspectiva interesada, en primer lugar, en movilizarvoluntades, estos voceros del ruralismo político advirtieron bien que el Estado constituía unactor central del campo del poder, cuya estructura, personal y orientaciones políticas refleja-ban la incidencia de una gama de fuerzas y factores que excedían la esfera de acción de la éli-te propietaria. Las ideas que articularon el proyecto de la Liga Agraria enfatizan todo un arcode tensiones que hicieron que el vínculo entre el Estado y la clase propietaria rural se revela-ra problemático y ocasionalmente conflictivo. Y ello a punto tal que estos agitadores del mun-do terrateniente denunciaron al Estado oligárquico como el único gran problema que enfren-taba una Argentina que en otros aspectos, como la organización socioeconómica, juzgabansaludable y vigorosa, y para nada dispuesta a poner en cuestión las prerrogativas de la rique-za y la gran propiedad.

el programa de la Liga agraria

El año 1880 constituye un verdadero parteaguas en la historia política argentina. Durante ladécada que se inauguró con el triunfo de Roca, la consolidación del Estado federal y la for-mación de una poderosa fuerza cuyos principales bastiones se hallaban localizados en el inte-rior de la república definieron los contornos de un nuevo escenario político. Todos los acto-res del campo del poder debieron acomodarse a este cambio, y redefinir sus relaciones con unEstado central que había crecido en poder y autonomía. En esos años, el proyecto que animóa la Sociedad Rural, la institución que hablaba en nombre de los grandes propietarios ruralesde Buenos Aires, se vio radicalmente modificado. El énfasis en la necesidad de que los terra-tenientes actuasen como líderes sociopolíticos del mundo rural, que había constituido una delas marcas distintivas del discurso ruralista desde la creación de la Sociedad Rural en 1866,gradualmente perdió relevancia, y fue progresivamente reemplazado por un acuerdo pragmá-tico con una nueva élite gobernante que, aun si tomaba distancia de los intereses más inme-diatos de las clases propietarias porteñas, de todas maneras les aseguraba a éstas mejores con-diciones para el desarrollo de sus negocios privados que las vigentes en cualquier otromomento del pasado. Este arreglo, que reflejaba el avance un Estado más independiente perotambién mejor preparado para apoyar el proceso de acumulación de capital, comenzó a per-der vigencia a fines de la década de 1880. Los agitados años que sucedieron a la caída deJuárez, caracterizados por una crisis tanto del sistema de poder como del escenario másamplio en el que tuvo lugar el formidable crecimiento económico de la década de 1880, ofre-

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cieron un suelo fértil para la experimentación política. De allí surgió el programa de activis-mo terrateniente que caracterizó a la Liga Agraria.5

Fundada en el invierno de 1892 por “hacendados influyentes de Buenos Aires, miem-bros los más conspicuos de la Sociedad Rural y de un gremio que ha elaborado una partecuantiosa de la riqueza y del poderío del país”,6 tres años más tarde la Liga Agraria inició lapublicación regular de un Boletín a través del cual comenzó a difundir sistemáticamente unprograma de acción que se fundaba a su vez sobre un diagnóstico de los problemas que afec-taban la producción agropecuaria y a la élite rural. Este proyecto aspiraba a enraizar los recla-mos de la élite propietaria en los dilemas de un escenario histórico cuyo arranque se fijaba enCaseros. Los liguistas (y el uso del plural se justifica en tanto no siempre resulta sencillodeterminar quiénes eran los autores de las colaboraciones, que muchas veces no llevan firma)propusieron una visión de esa etapa fundacional de la Argentina liberal que importaba unarestauración parcial del programa de ruralismo político que la Sociedad Rural en su momen-to había hecho suyo. Esta recreación era claramente selectiva. Antes que una visión compren-siva del pasado, se trataba de una “tradición inventada” a partir de la cual deducir ciertas con-clusiones sociales y políticas de relevancia para ese presente. Los liguistas describieron elperíodo que precedió a la consolidación de estructuras políticas nacionales, y en particular elmomento previo a 1880, como una suerte de edad dorada. La Arcadia a la que los hacendadosde la Liga Agraria deseaban regresar excluía toda referencia a los desafíos y los fracasos quesus predecesores habían enfrentado en ese período. Así, por ejemplo, la presencia amenazantede la frontera indígena, la arbitrariedad de la administración local, el carácter endémico y esca-samente institucionalizado del conflicto político, las dificultades de los primeros ruralistas paraconstituirse en representantes del interés terrateniente, los muy modestos progresos que porentonces podía exhibir el proceso de modernización ganadera, junto a otros temas que habíancausado honda preocupación entre los voceros terratenientes de la etapa de la OrganizaciónNacional, habían sido borrados del relato de estos estancieros. En cambio, ponían énfasis enaquello que veían como la principal virtud de ese tiempo añorado: una masiva presencia de losterratenientes en la conducción de los asuntos públicos de Buenos Aires.

Los liguistas consideraban el triunfo de Roca como el momento en el que el lazo orgá-nico entre el Estado y la clase propietaria rural se había fracturado. Al igual que en los rela-tos de otros actores que se identificaban con la causa de Buenos Aires, los liguistas argu-mentaban que la victoria del PAN había puesto fin a un régimen representativo dominado porpatricios de “proverbial honradez”, que habían constituido las figuras rectoras de una cultu-ra cívica a la vez intensa y distinguida. Pero señalaban, además, que ese cambio había sidoacompañado por una profunda redistribución de poder. Tras la victoria del PAN, una nuevaclase política había desplazado a “la clase holgada” del gobierno de la Primera Provinciaargentina. Federalizada la ciudad y colocada bajo la égida del poder central, la influencia delas clases propietarias en la política de la metrópolis se había poco menos que evaporado.Todavía más les preocupaba lo sucedido en la nueva provincia creada en 1880, donde se loca-

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5 Para el análisis de este proceso, remito a mi Los terratenientes de la pampa argentina. Una historia social y polí-tica, 1866-1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp. 46-60, y 129-140.6 Charles Leonardi, “La Liga Agraria”, Tribuna, 23 de septiembre de 1892, p. 1. Véase también Review of the RiverPlate, 3 de septiembre de 1892, p. 5.

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lizaban sus imperios territoriales. Desde el triunfo de Roca, sus cámaras se habían convertidoen “legislaturas híbridas y exclusivamente politiqueras, sin representación ni vinculación a losintereses del país”.7 De acuerdo con esta visión, el elenco político que desde entonces contro-laba la provincia estaba compuesto mayoritariamente por parásitos y arribistas que se ganabanla vida a costa del esfuerzo de los productores rurales, el verdadero basamento de la comuni-dad. Esta impugnación apuntaba en primer lugar a los hombres que habían dominado BuenosAires durante la década de hegemonía del PAN, pero también comprendía a las fuerzas mitris-tas y radicales que desde 1890 se habían sumado a la competencia por el poder, sin mayorbeneficio aparente para la calidad de las instituciones. Ante este escenario caracterizado por laconsolidación de una clase política a la que le negaba todo carácter representativo, la LigaAgraria deseaba retornar a una Legislatura otra vez dominada por los mayores hacendados, losdueños de “tres cuartas partes de la Provincia” pero que “carecen de voz y voto en el recintodonde se discuten y dictan las leyes que deben dirigir sus intereses y fomentar sus industrias”.8

Los debates sobre la reforma de la Constitución de Buenos Aires que se desarrollaron alo largo de la década de 1890 ofrecieron la oportunidad para que la Liga Agraria hiciera cono-cer sus puntos de vista sobre cómo retomar la senda virtuosa de la que la Gran Provincia nun-ca debía haberse apartado. En primer lugar, los liguistas solicitaron una reforma de las leyesque regulaban el sufragio, señalando la necesidad de volver más estricta las exigencias de pro-piedad y domicilio que debían cumplir aquellos que deseaban candidatearse a puestos electi-vos. Otro de sus reclamos se refería a la eliminación de las dietas parlamentarias, que en sumomento apoyaron sobre el prestigio de On representative government de John Stuart Mill.Esta demanda ya había sido formulada por Carlos Guerrero, una de las figuras más activas dela Liga Agraria, en una entrevista aparecida en el diario La Prensa a comienzos de 1893. Enesa ocasión, Guerrero expresó que “en la Liga domina la idea de que los puestos de diputa-dos y senadores sean honoríficos, como en los buenos tiempos de nuestros padres, para ter-minar con el mercantilismo político”.9 Algunos años más tarde, la Liga Agraria confirmabaesta perspectiva cuando señalaba que “el sistema de legisladores rentados se sigue practican-do entre nosotros, con una experiencia desastrosa para las instituciones libres y buena admi-nistración […] si el pueblo quiere que vuelvan a su Legislatura los patricios de otros tiemposse impone la supresión de la dieta”.10

En la Argentina, las dietas u otras formas de retribución a los parlamentarios provincia-les se volvieron corrientes en el último cuarto del siglo XIX, en particular en los estados másmodernos del país en términos políticos y sociales (que a su vez solían ser aquellos que con-taban con finanzas más prósperas). Para la década de 1890, Buenos Aires, Santa Fe, EntreRíos, Corrientes y Córdoba remuneraban el tiempo y el esfuerzo de sus legisladores. LaLegislatura de la primera de estas provincias era, por lejos, la más cara de la nación. En 1895,Buenos Aires destinaba más de un millón de pesos moneda nacional a afrontar las erogacio-nes de su Poder Legislativo, de los cuales $ 684.000 se imputaban al pago de las dietas de sus114 legisladores, y otros $ 353.000 a sueldos de empleados y gastos de funcionamiento. Las

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7 Boletín de la Liga Agraria (en adelante BLA), I:3, 1896, p. 33.8 BLA, I:9, 1897, p. 176, y pp. 208 y 209.9 La Prensa, 12 de enero de 1893, p. 5.10 BLA, I:3, 1896, p. 37.

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restantes cuatro provincias erogaban cifras comparativamente más modestas, que en prome-dio no superaban los $ 215.000.11 En el interior del país, en cambio, donde el dominio de lasoligarquías tradicionales estaba mejor implantado tanto en la sociedad como en la política, losrepresentantes no solían recibir emolumentos por sus servicios (en estas provincias, además,los gastos totales del Poder Legislativo eran poco menos que insignificantes: oscilaban entreel 2,4 % (Tucumán) y el 0,14 % (La Rioja) de los que afrontaba Buenos Aires). Esta distin-ción entre legislaturas rentadas y legislaturas honoríficas reproducía, de alguna manera, la quese daba en las sociedades del hemisferio norte, pues las dietas legislativas en el nivel provin-cial o local eran comunes en la social y políticamente más democrática Norte América, peroseguían siendo infrecuentes en la más jerárquica Europa.12 Teniendo en cuenta este panora-ma, parece tentador concluir que las propuestas de la Liga, que apuntaban a aumentar las res-tricciones a la participación de los no propietarios y a eliminar las remuneraciones en los car-gos legislativos, tenían por objeto obstaculizar la inclusión de voceros de los sectores mediosy subalternos en las instituciones de la república.

Esta manera de ver el problema –que coincide con la perspectiva dominante en la lite-ratura sobre la relación entre élites socioeconómicas y Estado en el período– no sólo resultaerrónea sino que también impide captar rasgos centrales de aquel orden político, y de la posi-ción que en él ocupaban los grandes terratenientes. En rigor, hasta después de la reforma elec-toral de 1912, los liguistas (así como en general el grueso de los grandes terratenientes pam-peanos) nunca temieron que sus posiciones y privilegios estuviesen sometidos a amenazasdesde abajo, a las que fuese necesario oponerse mediante la limitación, de iure o de facto, delos derechos políticos de los más desfavorecidos. Por el contrario, la Liga veía a los grupossubalternos como observadores pasivos de los choques entre las clases propietarias y los gru-pos gobernantes y sus clientelas electorales. Para estos estancieros, la memoria de las déca-das revolucionarias y del rosismo, cuando las clases populares se habían constituido en inter-locutores necesarios de todo proyecto de construcción del orden político, ya había caídocompletamente fuera de su horizonte. Los liguistas hacían suya una visión de la sociedad civilen la que ésta aparecía no como una esfera de competencia y antagonismo entre clases o gru-pos de interés, sino como un bloque sin mayores líneas de fisura, que en conjunto debía sopor-tar el peso de una clase política a la vez cara, ilegítima e ineficiente.

Este diagnóstico los instaba a solicitar, como el Sarmiento de la década de 1880, “queel extranjero tenga mayor intervención en nuestra vida pública, especialmente en el ordenmunicipal”, seguros de que de esta manera un elemento de orden y progreso se incorporaríade modo más pleno a la comunidad política.13 También les permitía tender una mirada con-fiada sobre el lugar que las clases subalternas estaban llamadas a ocupar en la escena políti-

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11 La Legislatura de Santa Fe invertía $ 264.000 m/n en dietas para sus 62 integrantes, y otros $ 62.600 m/n en gas-tos generales. Entre Ríos pagaba dietas por $ 181.440 m/n a sus 56 legisladores y afrontaba gastos de funciona-miento por $ 19.440 m/n. Córdoba abonaba $ 136.800 m/n en dietas a sus 71 representantes y gastaba $ 40.000 m/nen otras erogaciones. Finalmente, Corrientes destinaba $ 126.400 m/n a las dietas de sus 48 legisladores y unos $13.000 a gastos de la Legislatura. Véase Arturo B. Carranza, Presupuestos provinciales. Recursos y gastos.Presupuestos municipales, Buenos Aires, 1899, pp. 9, 14.12 Carranza, Presupuestos provinciales…, pp. 9, 87; Goran Therborn, “The rule of capital and the rise of demo-cracy”, New Left Review, 103, 1977, pp. 2-42.13 BLA, I:1, 1895, p. 1.

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ca. Significativamente, en el texto con el que inauguraban su Boletín, los liguistas se referíana organizaciones de trabajadores y productores agrarios del hemisferio norte de composiciónsocial muy diferente, pero en los que la presencia de las clases populares era muy visible(entre los que mencionaban a “los millares de ‘caballeros del trabajo’, y de miembros de laliga agraria de los Estados Unidos de América”, así como también a “los agricultores coali-gados en Francia, Bélgica y Alemania para la defensa de sus intereses”), como valiosos ejem-plos de una predisposición para la organización y la reivindicación colectivas por parte degrupos de productores de la que los hacendados de la pampa tenían mucho que aprender ynada que temer.14 Esta perspectiva, poco interesada en explorar los programas o las basessociales de las agrupaciones agraristas que en esos años se disponían a ingresar en la arenapolítica en los Estados Unidos y en Europa continental, cobraba sentido puesto que la socie-dad argentina era, para ellos, esencialmente armónica, y ninguno de los sectores que la com-ponían exhibía disposición alguna para cuestionar la preeminencia social y económica de losgrandes propietarios, ni los fundamentos sobre los que reposaba el orden social. De hecho, enuna fecha tan tardía como 1898 señalaban que “la idea socialista no ha traspasado aún los din-teles de algún reducido saquizami de los suburbios donde se reúnen sus secuaces”, lo quesugiere que cuando el siglo se cerraba no veían que la sociedad incubara fuerza alguna capazde poner en entredicho los derechos y las prerrogativas de las clases propietarias.15

Incluso su visión de los empresarios industriales, que algunos autores a veces señalancomo impugnadores de la hegemonía terrateniente, encajaba bien en esta descripción de unasociedad sin fracturas, presidida por los mayores detentadores del suelo argentino, sobre laque pesaba un orden político corrupto e ineficiente. Aun cuando en esos años de aceleradodesarrollo manufacturero la industria se tornó una presencia más visible en el escenario urba-no, los liguistas no formularon objeciones de consideración contra el crecimiento del sectorde transformación. Es cierto, sí, que estos estancieros en repetidas ocasiones levantaron susvoces para denunciar el proteccionismo aduanero. De todas formas, sus reclamos contra losprivilegios que la política comercial concedía a algunas industrias que competían con la pro-ducción importada (y a veces, también contra las concesiones de que gozaban las empresasferroviarias) nunca fueron tan airados como sus ataques contra el gobierno que los autoriza-ba. En general, sus denuncias se centraban en la legislación creada para promover “industriasartificiales y embrionarias que jamás harán la riqueza del país, en contraposición de las ver-daderas y espontáneas del país, la ganadería y la labranza”.16 En repetidas oportunidades, losliguistas describieron los emprendimientos que surgían al amparo del proteccionismo adua-nero como producto de ventajas obtenidas gracias a presiones políticas, que premiaban aempresarios ineficientes pero con influencia sobre los grupos gobernantes.17 En este sentido,argumentaban que “el campo de la producción debe ser pues tan libre como el de las institu-ciones para que el triunfador sea la expresión de la inteligencia, de la labor, atributos que solodeben ser discernidos á estas, como fruto de la imposición natural que ellas ejercen en la libre

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14 BLA, I:1, 1895, p. 1.15 BLA, II:15, 1898, p. 336.16 Ibid.17 Véase, por ejemplo, BLA, I:9, 1897, pp. 172-174. La Semana Rural, 30 de octubre de 1894, p. 170; BLA, I:12, 1897,pp. 231-238.

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e igual lucha por la existencia”.18 Como se advierte, en estas intervenciones que evocan temasdel liberalismo clásico resuenan también las referencias a Herbert Spencer –entonces quizásla principal guía intelectual para las clases propietarias del hemisferio norte–,19 cuya podero-sa autoridad abonaba los razonamientos que enfatizaban que, en aras del bien común y enhomenaje a la evolución y al progreso, el Estado no debía apartarse de su papel de guardiánde las leyes del intercambio mercantil.

Vistas en conjunto, las denuncias de la Liga contra las industrias “artificiales” con fluíanen una denuncia más amplia de las élites políticas que protegían empresas antieconómicas,impedían el juego irrestricto de las leyes del mercado y entorpecían el desarrollo de las acti-vidades más dinámicas del país. Y es que, tanto por razones económicas como políticas, elprincipal blanco de crítica de este discurso de fuertes resonancias liberales no era la sociedadsino el Estado, al que consideraba prisionero de una clase política cuyo carácter representati-vo impugnaba severamente. Para los liguistas, “el incentivo de la dieta excita á los más auda-ces y ambiciosos que no son siempre los de mayor representación, ni los más preparados áescalar esos puestos preocupándoles poco la naturaleza de los medios empleados, y aleja elelemento serio y representativo, por no poder competir su propia condición con semejantesintrigas y manipulaciones afectándose, por consiguiente, la respetabilidad é importancia deesos cuerpos” parlamentarios.20 Para recrear una mejor administración, pues, “las ambicionesde los politiqueros” debían ser contenidas, y para ello era necesario suprimir los puestos ren-tados que funcionaban como “la moneda electoral de los partidos, el vehículo de soborno yremuneración de los caudillos políticos”.21 En síntesis, los reclamos destinados a implemen-tar un sistema que restringiese la condición de elegible (esto es, el voto pasivo) estaban diri-gidos no a detener el avance de una sociedad en transformación sino a erradicar las preben-das y limitar la autonomía de una clase política que percibían a la vez como socialmenteinferior, moralmente irresponsable y políticamente peligrosa e ilegítima.

Hay que señalar, por cierto, que los propietarios rurales tenían algunos motivos valede-ros para considerar que sus puntos de vista e intereses (que en muchos casos se identificabancon los de los productores agrarios en su conjunto) no encontraban oídos lo suficientementeatentos en la clase gobernante. En numerosas ocasiones a lo largo de esos años, los liguistasalzaron sus voces contra las finanzas del Estado central. El volumen del gasto público, y elelevado nivel de endeudamiento externo (que se encontraban entre los más altos del mundoen términos per cápita), concitaron algunas de sus críticas. Éstas se hicieron especialmenteagudas en la primera mitad de la década de 1890, cuando la interrupción del crédito externoque sucedió a la crisis del Noventa se acompañó por un período de dificultades para la gana-dería. De todas maneras, y al igual que a la Sociedad Rural, a la Liga Agraria le resultaba aunmás preocupante el proteccionismo aduanero que la élite gobernante promovió con fuerzacreciente desde fines de la década de 1870, al que acusaban de sembrar de nubes el horizon-te de la economía de exportación. Esta inquietud no es sorprendente puesto que para la década

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18 BLA, I:9, 1897, p. 173.19 David Nasaw, “Gilded Age Gospels”, en Steve Fraser y Gary Gerstle (eds.), Ruling America. A history of wealthand power in a democracy, Cambridge, MA, y Londres, Harvard University Press, 2005, pp. 124-131.20 BLA, I:3, 1896, p. 37.21 Ibid.

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de 1890 la política comercial argentina se contaba entre las más proteccionistas del globo.22 Aeste respecto, el principal temor de los voceros terratenientes se refería a la posibilidad de quelas elevadas tarifas arancelarias y la protección concedida a la industria nativa concitaran repre-salias entre los socios comerciales del país, cerrando mercados para las expor ta ciones agrope-cuarias argentinas. El hecho de que un país que poseía una economía de expor tación tan diná-mica contase a la vez con un régimen de política comercial proteccionista revela bien lacomplejidad de los intereses que incidían sobre la formulación de la política económica. Paralos terratenientes, era claro que el origen del proteccionismo se vinculaba con el peso políticodel interior mediterráneo y de intereses industriales que, aunque no siempre contrarios a la eco-nomía de exportación, de todas maneras incidían negativamente sobre las posibilidades dedesarrollo de esta última.23

Los propietarios rurales también formularon críticas recurrentes contra las finanzas delEstado provincial y municipal. En este punto poco estudiado, es preciso formular algunasbreves aclaraciones, referidas tanto al peso relativo de las obligaciones tributarias como a suorientación. En primer lugar, hay que señalar que la administración de Buenos Aires no eranada austera. De hecho, el Estado bonaerense contaba con un presupuesto que oscilaba entreel 10 % y el 15 % del total de las erogaciones del Estado central, que era similar al de todaslas demás provincias reunidas. El notable tamaño del presupuesto bonaerense no resultabasólo de repartir el impuesto sobre una mayor población, o sobre una población más rica. Lapresión fiscal era, proporcionalmente, más alta. Así, por ejemplo, a comienzos de la décadade 1890, la presión fiscal per cápita triplicaba la vigente en Santa Fe o Entre Ríos, cuandonada sugiere que las diferencias de riqueza por habitante entre estas provincias fuesen tangrandes.24

¿Quién afrontaba el costo de ese Estado proporcionalmente más caro? En 1914, el sena-dor conservador Pedro Pagés afirmaba que “el régimen impositivo de la provincia de BuenosAires es uno de los que está más en armonía con los anhelos de las clases necesitadas, puesél gravita casi en absoluto sobre la tierra, el capital y la industria”.25 Los dichos del caudillougartista de Chascomús no eran mera retórica. Como las administraciones provinciales noparticipaban de las rentas federales ni estaban autorizadas a gravar el movimiento de mer-cancías por sucesivos fallos judiciales que declararon ilegales las contribuciones levantadassobre el tránsito de bienes (conocidos habitualmente como impuestos de guías), los presu-puestos locales tendieron a descansar sobre las contribuciones a la propiedad inmueble. EnBuenos Aires (aun más que en otras provincias), el gravamen sobre la tierra constituía el prin-cipal ítem de los ingresos del fisco, pues aportaba entre un tercio y la mitad de los ingresostotales. No debe pasarse por alto que los gobiernos del orden oligárquico bonaerense tendie-ron a imponer a la tierra gravámenes más pesados que los que caracterizarían a las adminis-traciones radicales que los sucedieron, que avanzaron por la senda de los impuestos al con-

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22 John Coatsworth y Jeffrey Williamson, “Always protectionist? Latin American tariffs from independence toGreat Depression”, Journal of Latin American Studies, 2004, 36:2.23 Roy Hora, “Terratenientes, empresarios industriales y crecimiento industrial en la Argentina: los estancieros y eldebate sobre el proteccionismo (1890-1914)”, Desarrollo Económico, 2000, 40:159.24 Gabriel Carrasco, Intereses nacionales de la República Argentina, Buenos Aires, J. Peuser, 1895, p. 596.25 Diario de Sesiones, Cámara de Senadores, Provincia de Buenos Aires, 15 de diciembre de 1914, p. 862.

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sumo y a la herencia (así, por ejemplo, en 1910 la tierra contribuía con el 56,6 % de los ingre-sos provinciales, contra un 32,9 % en 1925).26

Lo que es igualmente importante, estos ingresos solían destinarse en su mayor parte aafrontar gastos en rubros que interesaban poco a los terratenientes (y sobre los que ademásno tenían mayor control), que revelan que los legisladores y la burocracia provincial no siem-pre los tenían al tope de sus prioridades. Los estancieros repetidamente se quejaron del cos-to de la Legislatura provincial que, con erogaciones que hacia mediados de la década de 1890estaban por encima del millón de pesos, equivalía a dos tercios del presupuesto del dispen-dioso Congreso Nacional. Ese parlamento caro y poco respetado, repetidamente calificadocomo un reducto dominado por caudillos electorales y politiqueros de segunda categoría, ela-boraba un presupuesto en cuyas partidas tenían primacía, además de los gastos en sueldos ysalarios, las partidas destinadas a mejorar la calidad de vida de los habitantes de los pueblosy ciudades de la provincia. Así, por ejemplo, Buenos Aires gastaba proporcionalmente bas-tante más en educación y bastante menos en policía que otros estados provinciales.27

Este tipo de erogaciones indudablemente tenía un impacto muy reducido sobre las nece-sidades de la élite terrateniente o de sus empresas rurales. Residentes habituales de la CapitalFederal, los grandes hacendados tenían lazos tenues con el mundo urbano bonaerense, y noresulta sorprendente que les resultase desagradable financiar sus administraciones o pagar porsus progresos. Cuando se encontraban en la provincia, la sociabilidad de los señores de lapampa solía transcurrir dentro de los límites de sus estancias, que habían sido construidas paragenerar ingresos y muchas veces para ofrecer solaz a sus dueños, pero nunca para funcionarcomo escenarios de la vida social o política de la comunidad. Como productores, sus princi-pales reclamos no se dirigían hacia el medio circundante sino hacia el Estado federal (la polí-tica comercial, por ejemplo) o a las grandes compañías de transportes (en primer lugar, ferro-carriles); localmente, sus demandas básicas se referían a fuerza de trabajo y a una oferta deservicios que era atendida no por el poder público sino por la sociedad. Su gran reclamo sobreel Estado estaba referido al robo de ganado y, si atendemos a las quejas de los estancieros yal presupuesto relativamente reducido de la policía bonaerense, es posible concluir que lasmás de las veces éste no fue considerado con la atención que los terratenientes considerabannecesaria. Por todos estos motivos, los grandes propietarios veían los impuestos provincialesy locales como una contribución sin mayores contraprestaciones. Su pago se volvía más irri-tante por la extendida convicción de que sus contribuciones no sólo eran malgastadas sino quetambién servían para fines tan poco edificantes como fomentar “la empleomanía alimentan-do una porción de parásitos que se encargan de complicar las tramitaciones” o financiar lasmaquinarias políticas que dominaban la escena provincial.28

Para la Liga Agraria, entonces, la cuestión fiscal, tanto en el ámbito provincial como enla esfera federal, no era sino parte de un problema político mayor: la clase terrateniente habíahecho deserción de su derecho a regir los destinos colectivos, y con ello había permitido la

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26 Dirección General de Estadística de la Nación, Los impuestos y otros recursos fiscales de la nación y las pro-vincias en los años 1910 y 1924-1925, Buenos Aires, 1926.27 A mediados de la década de 1890, Buenos Aires destinaba unos $ 4.400.000 m/n a educación y $ 3.100.000 m/na policía; por su parte, Santa Fe destinaba $ 670.000 m/n a educación y $ 1.700.000 m/n a policía, y Entre Ríos$ 570.000 m/n a educación y $ 890.000 m/n a policía. Carranza, Presupuestos provinciales…, pp. 11 y 12.28 BLA, II:15, 1898, p. 327.

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consolidación de un sistema de poder que se hallaba a merced de una clase política de la queno podía esperarse nada bueno. Este diagnóstico se prestaba a imaginar soluciones optimis-tas que no siempre tomaban en cuenta la fortaleza política del orden oligárquico, que enmomentos más reflexivos incluso los propios liguistas solían señalar. Así, por ejemplo, lalamentable ausencia de espíritu público entre los propietarios y el dominio de la escena porvulgares arribistas, antes que producto de la existencia de un complejo sistema de poder, eranpercibidos como resultado de circunstancias “más accidentales que de carácter permanen-te”.29 Y por razones similares, atribuían la timidez política de los hacendados a que “los gre-mios [rurales] no se dan cuenta de la eficacia de sus propias fuerzas en las luchas electorales,ni en la conveniencia que habría en unirlas”, por lo que “el país aún no ha podido emanci-parse de la influencia de los caudillos políticos que lo gobiernan”.30 Para estos agitadores delmundo terrateniente, pues, la forma degradada que adoptaba la competencia electoral era con-secuencia del hecho de que “los espíritus más experimentados, elevados y cultos” se mante-nían alejados del gobierno de los destinos colectivos “por no competir su condición con lasintrigas y manipulaciones de los comités”, de los caciques y de las corruptas prácticas elec-torales que signaban a la república oligárquica.31 En tanto esta “falta de espíritu de asocia-ción” implicaba una suerte de renunciamiento voluntario, para los liguistas era claro que elmismo podía ser revertido. Y era ello lo que autorizaba un optimismo que se asentaba sobrela premisa de que el tiempo en el que los mejores miembros de la sociedad finalmente se deci-dirían a ocupar las posiciones de liderazgo, que les estaban reservadas por derecho propio,estaba cercano.

Esta perspectiva puede sonar extraña a quienes están acostumbrados a considerar que elorden político oligárquico se encontraba férreamente dominado por la clase propietaria. Estaafirmación merece analizarse con más atención de la que aquí podemos prestarle. Hay queseñalar, sin embargo, que gran parte de los líderes políticos del período pertenecían a losmejores círculos sociales, y de hecho los liguistas nunca dudaron de que personalidades comoCarlos Pellegrini o Bartolomé Mitre, o gobernadores como Guillermo Udaondo o Bernardode Irigoyen, merecieran el trato de iguales. Cuando consideramos las colectividades políticasque estos dirigentes presidían y frente a las que debían construir o validar sus liderazgos enlugares tales como la provincia de Buenos Aires o la Capital Federal, se advierte un panora-ma más complejo, en el que figuras provenientes de los sectores medios y subalternos ocu-paban posiciones muy visibles no sólo como espectadores sino también como parte integran-te de las fuerzas que disputaban el control del Estado. Y eran estas maquinarias políticas, cuyapresencia se actualizaba en cada contienda electoral, las que proveían muchos de los lideraz-gos en los niveles inferiores y medios de las estructuras partidarias y las que le otorgaban a lacompetencia por el poder el tono violento y plebeyo que las élites sociales de ese tiempo repe-tidamente denunciaron. Esta denuncia era relevante puesto que se refería no sólo al deplora-ble espectáculo que ofrecían muchas jornadas electorales sino también al hecho de que esosmecanismos de competencia interpartidaria tenían consecuencias negativas sobre la calidad yla legitimidad de los que eran elegidos a través de ellos.

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29 BLA, I:1, 1895, p. 3.30 BLA, I:1, 1895, p. 2.31 BLA, I:11, 1897, p. 208; BLA, I:1, 1895, p. 3.

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Niveles particularmente elevados de participación popular habían marcado la historia dela Argentina desde sus primeros pasos como nación independiente. Quizás convenga bosque-jar, en relación a este punto, tres momentos en su desarrollo, pues este ejercicio nos ayudaráa entender cómo se conformó el escenario que se desplegaba ante los ojos de los terratenien-tes del fin de siglo. Desde la Revolución de Mayo, las clases altas se habían revelado incapa-ces de contener la disputa por el poder dentro de su propio mundo. Las guerras de indepen-dencia y luego las civiles politizaron y movilizaron a las masas, sobre todo en Buenos Airesy las provincias litorales, resintiendo la disciplina del trabajo y erosionando la influencia y elprestigio de las jerarquías sociales nacidas durante la era colonial. De la crisis de indepen-dencia emergió un orden cuyas relaciones sociales y políticas acusaban una tonalidad plebe-ya que contrastaba con la que por entonces caracterizaba la vida pública de países vecinoscomo el Brasil o Chile, que experimentaron transiciones más apacibles entre la monarquía yla república. En esos años, el discurso republicano ofreció un instrumento mediante el cuallas clases subalternas legitimaron su presencia en el escenario político de la nueva nación; deese período data la sanción de un amplio régimen de sufragio masculino, que confería esta-tuto de ciudadanía a gran parte de los hombres adultos, con independencia de su patrimonioo sus calificaciones, y que constituyó un legado decisivo de la etapa revolucionaria a todo elsiglo XIX. La vasta movilización popular que caracterizó a esas décadas colocó la disputa porel poder en un terreno que desbordaba ampliamente las fronteras de las clases propietarias.Desde entonces, éstas debieron establecer relaciones con una dirigencia política cuya legiti-midad y modo de funcionamiento no estaban definidos por un debate interno a la élite.32

A lo largo de sus dos décadas de gobierno, Juan Manuel de Rosas realizó esfuerzos sis-temáticos para orientar y luego privar de autonomía a la vasta movilización plebeya que lohabía llevado al gobierno de Buenos Aires en 1829. Gracias al empeño y el talento que elRestaurador puso en ese proyecto, las élites liberales que lo derrocaron en 1852 se encontra-ron con mayores márgenes de maniobra para impulsar los ambiciosos proyectos de reformasocial e institucional de signo constitucionalista y liberal que caracterizaron el período de laasí llamada Organización Nacional. Como consecuencia de ese proceso de disciplinamientoque constituyó uno de los legados más perdurables del rosismo, así como de la mayor unidadde orientaciones que los grupos gobernantes exhibieron en esas décadas, desde Caseros laimportancia de la participación popular en la esfera política disminuyó. Y si bien en esos añosadquirieron mayor relevancia nuevas formas de acción política en las que la presencia popu-lar se convirtió en un ingrediente muy visible, en particular en la ciudad de Buenos Aires, éstasolía transcurrir por carriles que no afectaban la orientación de un proyecto de poder cuyosrasgos básicos se habían definido en una discusión de la que sólo los integrantes de los sec-tores dominantes habían participado, y de la que todo lo que sugiriera la divergencia de inte-reses u opiniones entre los de arriba y los de abajo se hallaba ausente.33

Este cuadro sufrió una nueva torsión luego de 1880. Desde entonces, la importancia delas figuras del interior en la vida pública nacional se incrementó abruptamente, y gracias a

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32 Tulio Halperin Donghi, De la revolución de independencia a la Confederación rosista, Buenos Aires, Paidós,1972; Ricardo Salvatore, Wandering paysanos: State order and subaltern experience in Buenos Aires during theRosas era (1820-1860), Durham, Duke University Press, 2003.33 Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización ciudadana, cit.; Halperin Donghi, Unanación para el desierto argentino, citado.

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ello el nuevo Estado que entonces cobró forma amplió significativamente sus bases políticas.Aunque herederos de una tradición señorial y jerárquica que hundía sus raíces en los tiemposcoloniales, y que mantendría plena vigencia en muchas regiones del interior hasta mediadosdel siglo XX, los hombres que descendieron de las provincias del oeste y del norte a ocuparpuestos de responsabilidad en el gobierno nacional provenían de hogares que, en compara-ción con los de una élite social porteña que en esas décadas había comenzado a gozar de unaprosperidad cada vez más evidente, eran extremadamente humildes. La velocidad con la quese enriquecieron algunos de los recién llegados a la Capital Federal no hizo sino confirmar, alos ojos de la opinión de Buenos Aires, que la actividad política era una ocupación especial-mente atractiva para los menos prósperos, capaz de ofrecer buenas oportunidades de hacerfortuna a los que poco tenían que perder. No sorprende, pues, que en esos años adquirieranmayor eco opiniones como la de Emilio Daireaux, que a mediados de la década de 1880 insis-tía en que “estando permitida la elevación (social) al mayor número no son los ricos ni losque tienen una profesión que los pueda enriquecer, los que piden algo a la política o se dedi-can a ella por medio del ejercicio de las funciones públicas; la política, a decir verdad, es lacarrera de los espíritus inquietos, turbulentos y ambiciosos”.34

La emergencia de una nueva fuerza política nacional y de un Estado que en esos añoscreció en poder y recursos institucionales trajo como consecuencia una pérdida de peso polí-tico de la élite socioeconómica porteña. Ésta, a su vez, se tornó más acusada como resultadode los cambios políticos e institucionales que desde 1880 reorganizaron el sistema de poder deBuenos Aires. La consolidación del PAN y la federalización de la capital aceleraron el proce-so de formación de una dirigencia provincial de base más decididamente local, cuyos lazoscon las élites sociales y económicas capitalinas se volvió más tenue que en décadas pasadas,y que de modo comprensible, a la vez que acumulaba mayor poder institucional, también suposacar provecho del proceso de enriquecimiento general que la economía agraria bonaerenseexperimentó en esos años. Desde la primera mitad de la década de 1890, cuando el PAN debióceder su predominio ante el avance de radicales y cívicos, que pasaron a controlar importan-tes porciones de las cámaras provinciales, el proceso de descentralización del poder políticose acentuó. Denuncias como las de La Nación, que afirmaba en 1896 que “los señores queconstituyen la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires […] en su mayor parteno poseen un metro de tierra”, reflejan algunas consecuencias de este proceso de crecienteautonomía de la política local respecto de la élite económica y social porteña.35 Y aunqueindudablemente interesadas, no puede negarse que esas acusaciones tenían cierto asidero enla realidad: en 1900, por ejemplo, el diario La Prensa sostenía que la mitad de los candidatosa la Cámara de Diputados por la facción radical “bernardista”, que entonces ocupaba elgobierno de la provincia, eran miembros de la policía y empleados públicos, directamentedependientes del empleo estatal para ganarse el sustento.36

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34 Emilio Daireaux, Vida y costumbres en el Plata, tomo 1: La sociedad argentina, Buenos Aires, 1888, vol. I, p.353. También La Prensa, 9 de agosto de 1892, p. 3.35 La Nación, 10 de octubre de 1896, p. 5. Argumentos similares en Ruy-Blas, “Combinaciones electorales.Políticos y no administradores”, El Economista Argentino, 30 de enero de 1892, p. 5; Melchor G. Rom, “Los suel-dos de los legisladores”, La Semana Rural, 1 de enero de 1905, p. 1418.36 La Prensa, 20 de marzo de 1900, p. 6; La Prensa, 26 de marzo de 1900, p. 5.

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Este escenario, caracterizado por la profundización del hiato entre la clase propietariaporteña y las estructuras de poder que gobernaban el territorio donde se hallaban radicadas lasprimeras fortunas del país, a la vez que por un mundo popular que había sido llamado alorden, constituía el horizonte a partir del cual se organizaba la reflexión de los hombres de laLiga. Los liguistas suscribían la posición que afirmaba que los intereses comunes debían sercustodiados por aquellos sujetos que estaban en condiciones de exhibir trayectorias de éxitosocial y económico, y por tanto afirmaban que la eliminación de las dietas legislativas tendríaun efecto saludable sobre la calidad de la vida pública. Estos voceros terratenientes no eranlos únicos que participaban de esta convicción. La Prensa (cuya simpatía por el radicalismopor entonces era abierta) sostenía que una reforma que eliminase las dietas era “indispensa-ble”, y la Review of the River Plate juzgaba, con la superioridad que era habitual en la pren-sa de habla inglesa, que las remuneraciones a los parlamentarios constituían “una tentaciónirresistible para la peor clase de hombres. Si éstas fuesen abolidas, quizás podamos tenergobernantes más responsables”.37 Figuras políticas de primera línea coincidían en aspectossustantivos con este diagnóstico. Julio A. Roca, que hablaba con conocimiento de causa, puessu riqueza no era independiente de los éxitos de su carrera política (al punto de que el término“atalivar”, inspirado en el nombre de su hermano Ataliva, se convirtió en la década de 1880 ensinónimo de negocios turbios con el Estado), se hizo eco de estas interpretaciones en diversasocasiones. En 1898, por ejemplo, en una carta al banquero Ernesto Tornquist le señalaba que“es un gran mal que tengamos un congreso tan bien rentado. Es la principal causa de los desór-denes y anarquías en las Provincias. Por algo es que las naciones más ricas y poderosas de latierra y que están mejor constituidas, tienen gratis o muy escasamente remunerados sus parla-mentos. Los representantes nuestros ó de los gefes de parroquias, tienen doble sueldo que losde los Estados Unidos!”38 Roca no parece haber hecho esfuerzo alguno para eliminar las die-tas legislativas. Y ello no sólo porque esto quizá habría sido visto como un retroceso en elcamino hacia una democracia más plena; también porque hubiese debilitado las bases sobre lasque se asentaban las maquinarias electorales sobre las que se apoyaba el orden político.

Dada la preferencia del liberalismo europeo y latinoamericano del siglo XIX por formasrestrictivas de representación, estos llamados a limitar la condición de elegible no deberíanverse como un hecho especialmente relevante. Al considerar la posición de los liguistas, sinembargo, conviene atender al conjunto de su planteo. Esta asociación (y más generalmente laclase terrateniente pampeana) no puede describirse simplemente como una fuerza contraria aldesarrollo de la participación popular en la escena política. En verdad, y pese a todo lo quese ha dicho sobre el carácter antidemocrático de los grandes propietarios, la evidencia histó-rica para este período sugiere algo bien distinto: antes que enemigos de la expansión del sufra-gio, los liguistas se contaban entre los que proponían su extensión. El contraste con otras cla-ses terratenientes del siglo XIX ofrece una guía posible para comprender los motivos queexplican esta posición. Aun a riesgo de volver sobre perspectivas analíticas hoy consideradaspasadas de moda, conviene señalar que el trabajo de Barrington Moore ofrece algunas suge-rencias de utilidad para entender la posición de los grandes hacendados argentinos en el sis-

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37 La Prensa, 24 de marzo de 1899, p. 3; Review of the River Plate, 6 de mayo de 1899, p. 9.38 Julio A. Roca a Ernesto Tornquist, 8 de abril de 1898, en Archivo Tornquist, Biblioteca Tornquist, Banco Centralde la República Argentina.

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tema de poder. A diferencia, por ejemplo, de los terratenientes del este del Elba, los estan-cieros de la pampa no dependían de acceso directo al poder político para extraer excedente,ya que se apropiaban de rentas y ganancias mediante puros mecanismos de mercado. En estesentido, se asemejaban más a los terratenientes británicos que a los alemanes.39 Su posiciónrespecto del poder político, sin embargo, era distinta de la de estos últimos. A diferencia dela poderosa élite británica decimonónica, los estancieros pampeanos carecían de mayor con-trol sobre el Estado, y percibían sus relaciones con el orden oligárquico como marcadas porla distancia, y algunas veces por el conflicto. Entre los estancieros argentinos predominaba laidea de que, mientras que sus lazos con el orden político eran débiles y no siempre armonio-sos, su posición en la sociedad no estaba sometida a cuestionamiento alguno. De estas premi-sas algunos de ellos concluían que el prestigio social de que gozaban podía servir, en un sis-tema electoral más limpio, como la principal base política de un proyecto de poder que lostuviera como protagonistas. Teniendo en cuenta este contexto, no debería sorprender que sussentimientos respecto de la democratización política fuesen menos hostiles de lo que habi-tualmente se supone.

La posición de la Liga Agraria frente al problema del sufragio ofrece una prueba palpa-ble de esta afirmación. De hecho, los liguistas se adelantaron por más de una década a las pro-puestas reformistas e inclusivas de Roque Sáenz Peña. En un artículo de 1899 firmado porLauro M. Castro, entonces editor del Boletín de la Liga Agraria, esta asociación hizo públi-ca una propuesta para instaurar un régimen de sufragio secreto y obligatorio, y también paraconceder derechos políticos a los extranjeros. En una época como la actual, en la que ciertanostalgia por la Argentina del ganado y de las mieses suele inspirar evaluaciones más positi-vas sobre sus grupos dirigentes que las que eran corrientes algunas décadas atrás, convieneadvertir que los liguistas estaban lejos de conformar una élite progresista que se disponía ale-gremente a renunciar a los privilegios que les aseguraba un orden tan favorable a la gran pro-piedad como el entonces vigente. En todo caso, su adhesión a los principios democráticos nohace más que confirmar hasta qué punto confiaban en que las clases subalternas, incluso siingresaban más plenamente en la escena política, seguirían careciendo de la capacidad paraorganizarse de modo independiente y, mucho menos, para proponer un proyecto de reformasocial que afectase los intereses del gran capital territorial. En rigor, los liguistas no oculta-ban que la opción de restringir el derecho al sufragio les resultaba más atractiva. De todasmaneras, nunca perdieron de vista que la nave del Estado argentino ya llevaba suficiente las-tre democrático como para tornar inviable cualquier propuesta que apuntase a restringir losderechos políticos. Por ello sostenían que “si este mal [el sufragio universal] no puede curar-se radicalmente puede por lo menos atenuarse”. Criaturas de una era de progreso, los liguis-tas expresaban una confianza no menor que la de los hombres del Partido Socialista en que la“educación práctica obligatoria que transforma al ciudadano en elemento consciente e inde-pendiente” lentamente colaboraría en este proceso de reforma. A corto plazo, sin embargo, loverdaderamente decisivo era sentar las bases de un sistema electoral que garantizase “el ejer-cicio del sufragio en una forma que asegura su tranquila y perfecta practibilidad”.40

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39 Barrington Moore, Social origins of dictatorship and democracy, Boston, 1966.40 BLA, III:6, 1899, pp. 143.

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La transparencia electoral constituía, pues, el punto clave de esta propuesta. Los hombresde la Liga confiaban en que un régimen de sufragio que garantizase elecciones honestas esta-ba destinado no a debilitar sino a reforzar el poder de aquellos que se ubicaban en la cumbrede la pirámide social, y a protegerlos mejor de las acechanzas provenientes de los que, graciasa medios fraudulentos, dominaban el Estado. En sus propias palabras, “la verdad del sufragioes el anhelo constante de los elementos representativos, de todas las fuerzas activas y produc-tores del país”. Para llevar este programa a la práctica, era necesario “constituir el sufragio enun deber, el cual, ningún ciudadano pueda evadirlo”, y asegurar a la vez “todo género de liber-tad y garantía para que vaya a depositar su voto, en la seguridad de que ninguna presión se ejer-cerá sobre él, que su vida y la integridad de su persona no corren peligro alguno y que nadiesabrá jamás por quien ha votado”; de esta manera, sería posible limitar el poder de “bandos ocamarillas (llamados abusivamente partidos)”, que manipulaban a las “turbas irresponsables yanalfabetas” para saldar sus diferencias.41 De modo similar a la reforma electoral que en 1874incorporó masivamente a los votantes rurales en Chile, la propuesta democrática e inclusiva dela Liga Agraria apuntaba a erosionar los lazos entre las élites políticas y sus clientes electora-les, en beneficio de las élites social y económicamente dominantes.42 En síntesis, este proyec-to de ampliación política, que anticipaba en sus puntos nodales el que triunfaría en 1912, notenía por fin abrir paso a formas más populares de gobierno. Por el contrario, apuntaba a con-ferirle a las clases propietarias una posición política más sólida.

Esta confianza en el papel rector que la clase propietaria rural estaba en condiciones deocupar en la política argentina podía reafirmarse al observar el lugar que los grupos social-mente predominantes, en particular los vinculados con la producción agropecuaria, desempe-ñaban en aquellas sociedades que solían ofrecer inspiración política a los hombres del Río dela Plata. En los Estados Unidos, esos años asistieron, tras más de dos décadas de ascenso, alas etapas finales de una poderosa agitación de signo agrarista. El momento culminante deeste movimiento se vivió en 1896, cuando la candidatura presidencial de William JenningsBryans amenazó trazar una línea de conflicto entre la población agricultora de los estados delcentro y del oeste y las élites urbanas del este.43 El escenario europeo, aunque en muchosaspectos distinto, no era sin embargo menos estimulante para estos ruralistas. No es necesa-rio suscribir todos los argumentos del conocido trabajo de Arno Mayer sobre la persistencia delAntiguo Régimen para aceptar que, al volver su mirada sobre Europa, el panorama que losterratenientes argentinos tenían ante sus ojos contribuía a reafirmar sus convicciones sobre ellugar de primacía que debían detentar las élites agrarias.44 En efecto, cerrado el ciclo revolu-cionario inaugurado por la Revolución Francesa, las estructuras jerárquicas heredadas del sigloXVIII, si bien debieron adaptarse a convivir con regímenes parlamentarios, de todas manerasse mostraron capaces de encauzar el avance muy perceptible pero de todas maneras poco rele-vante de la política democrática, a la que en muchos casos subsumieron bajo distintos siste-mas de democracia deferencial.45 En rigor, quizás el rasgo más notable de la evolución políti-

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41 BLA, III:6, 1899, pp. 143-144.42 José Samuel Valenzuela, Democratización vía reforma: la expansión del sufragio en Chile, Buenos Aires, IDES,1985, pp. 12-19, 106-121.43 Nasaw, “Gilded Age Gospels…”, cit., pp. 143-146. 44 Arno Mayer, The persistence of the Old Regime: Europe to the Great War, Londres, Pantheon Books, 1981.45 Antonio Aninno y Rafaelle Romanelli, “Nota preliminar”, Quaderni Storici, 69, 1988.

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ca del siglo XIX no fue tanto el avance de las formas populares de gobierno o el triunfo polí-tico de la burguesía como clase sino el proceso de reconstrucción de la primacía política delas clases propietarias (y en una Europa todavía predominantemente rural, ello significaba lasupervivencia de las élites agrarias), que se extendió sin grandes sobresaltos hasta 1914. GranBretaña, a la que algunos observadores argentinos solían mirar como modelo de orden políti-co, ofrece un ejemplo particularmente ilustrativo de este cuadro. En los años de 1890, luegode las reformas electorales de las décadas de 1860 y 1880, que ampliaron significativamenteel número de votantes, la política británica aún se hallaba dominada por una figura como lordSalisbury, cuya familia ya figuraba entre las poderosas del reino en el siglo XVI. Salisbury erala cabeza visible de un gobierno en el cual ocupaban posiciones muy visibles los miembrosde un reducido grupo de propietarios territoriales que podían movilizar en su favor los senti-mientos de deferencia social de una parte significativa de sus votantes. En la Europa quemiraban los hombres de la Liga Agraria, la victoria de un orden político fundado sobre la pri-macía del hombre común, o de las clases medias, todavía estaba fuera del horizonte, y en rigorsólo se abriría paso como consecuencia de la derrota militar en la Primera Guerra Mundial odel esfuerzo bélico destinado a impedirla.46

Este contexto internacional signado por la vitalidad política de las fuerzas rurales sinduda le otorgaba mayor credibilidad a las propuestas de activismo terrateniente que la LigaAgraria hacía suyas. Un elemento que singularizaba su programa es, como ya hemos señala-do, su énfasis en el período previo a 1880 como una suerte de paraíso perdido de la clase terra-teniente. Esta imagen se apoyaba, sin duda, sobre algunos aspectos que ningún relato de lapolítica de ese período puede ignorar. En aquel año memorable algunos estancieros que ha -bían tenido actuación pública en las décadas previas al triunfo del PAN debieron dar un pasoal costado, arrastrados por el derrumbe de las formaciones partidarias porteñas que hastaentonces había ocupado un lugar central en la política nacional. Otros, entre los que se con-taban muchos vástagos de las familias de la élite porteña, se sumaron a la guardia nacionalque recibió su bautismo de fuego (y conoció el amargo sabor de la derrota) en los Corrales yen Puente Alsina.47 De todas formas, el relato que ponía énfasis en la caída de una antigua éli-te terrateniente, a la que describía como una víctima del avance de un nuevo grupo gober-nante, hacía poca justicia al hecho de que los cambios que el triunfo de Roca precipitó no sóloeran más complejos sino que también afectaron, además del terreno político, a otras esferasde la práctica social. En particular, las transformaciones económicas y sociales que tuvieronlugar en esos años de veloz desarrollo agrario, que terminaron de dar forma a una élite terra-teniente más poderosa y más consciente de sí misma, se revelaron de especial relevancia paraentender por qué fue precisamente en la década de 1890 que los liguistas pudieron imaginarsu propuesta de activismo terrateniente. Un artículo publicado por Charles Leonardi en 1892en el diario Tribuna ofrece indicios sugerentes al respecto. Este colaborador habitual de losAnales de la Sociedad Argentina saludaba la constitución de la Liga Agraria afirmando que“es necesario que no permanezcan por más tiempo alejados de la dirección administrativa deinmensos intereses rurales los hombres que los han llevado a su apogeo actual”.48 En su tex-

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46 C. A. Bayly, The birth of the modern world, 1780-1914, Oxford y Massachussets, Blackwell, 2004, pp. 396-397. 47 BLA, IX:9-12, 1906, p. 160; Ricardo Hogg, Yerba vieja, Buenos Aires, 1945, vol. II, p. 45.48 Charles Leonardi, “La Liga Agraria”, Tribuna, 23 de septiembre de 1892, p. 1.

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to, Leonardi captaba bien que el ímpetu adquirido por la economía rural en la década de 1880constituía un ingrediente esencial en el proceso de consolidación que los sectores propietariosrurales habían experimentado en los años de afiebrada prosperidad que siguieron a la victo-ria de Roca, y que este elemento estaba en la base del proyecto de ruralismo político quecomenzó a bosquejarse cuando el horizonte de estabilidad y conformismo que había signadoesa década terminó por quebrarse.

Este panorama sugiere que aun si las invocaciones liguistas invitaban a recuperar la situa-ción previa al Ochenta, no parece del todo apropiado retratar a sus miembros como conserva-dores decididos a colocar ese novedoso instrumento político que era el sufragio secreto y obli-gatorio al servicio de un proyecto que miraba hacia el pasado. Y ello no sólo porque, comoseñalamos al principio, los principales rasgos de aquel tiempo dorado habían sido objeto de unafuerte estilización. Lo que no es menos importante, el contexto presente a partir del cual se defi-nía ese pasado como un paraíso perdido también había sido hondamente recreado. Y ello al pun-to de que muchos de los terratenientes que hacían suyo este programa de ruralismo políticocomo una suerte de regreso a las fuentes no tenían nada que conservar o que restaurar. De hecho,en más de un caso su inclusión en la categoría de grandes estancieros, y a veces también su inte-gración en los estratos superiores de la clase propietaria porteña, era tan reciente que vista a ladistancia resulta sorprendente cómo en apenas un par de décadas cobraron forma los rasgosbásicos de ese nuevo estereotipo que, desplazando aquel que concebía a los grandes propieta-rios como una suerte de encarnación de la barbarie rosista, ahora describía a los estancieros másdinámicos como empresarios modernizadores dignos de respeto y emulación, a la vez que comofiguras prestigiosas que contaban con antiguas y poderosas raíces en el campo.49

Un ejemplo notable de este veloz proceso de construcción de un nuevo tipo social –eldel estanciero modernizador– lo ofrece el propio Carlos Guerrero. A menos de medios siglode su muerte algunos académicos ya calificaban a Guerrero como integrante de una de las“familias más tradicionales” del país.50 El hecho es, sin duda, tan sorprendente como revela-dor. Miembro activo de la Sociedad Rural y presidente de la Liga Agraria, una de las perso-nalidades más destacadas del asociacionismo terrateniente desde la década de 1890 hasta sumuerte en 1923, Carlos Guerrero había tenido un origen muy humilde, cuyo recuerdo no debehaberse borrado del todo de la memoria de sus contemporáneos. Todavía en los años de suadolescencia, que transcurrieron durante la presidencia de Sarmiento, su padre había sidoretratado, con malicia pero sin faltar a la verdad, como “un extranjero pobre (ciudadano espa-ñol) […] dependiente y agente […] para negocios menores”.51 El ascenso de esta familia, ala vez económico y social, sólo había comenzado a cobrar impulso en la década de 1870,cuando los Guerrero entroncaron con los Álzaga y, tras de un muchas veces evocado crimenpasional, pasaron a heredar la inmensa fortuna territorial de uno de los miembros más pro-minentes de este clan. De esa fecha tan tardía data el ingreso pleno de la familia Guerrero enlos negocios rurales. Entre todos los hermanos Guerrero, Carlos se había destacado desdemuy joven por su vocación por la innovación ganadera y por su espíritu emprendedor (fue elintroductor de la raza Angus en el país), y ello le había asegurado un prestigio que excedía el

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49 He analizado este proceso en Los terratenientes de la pampa argentina, cit., pp. 22-46 y 61-127.50 José Luis de Imaz, Los que mandan, Buenos Aires, Eudeba, 1964, p. 87.51 Sucesión Martín de Álzaga, AGN, f. 8.

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campo de los expertos en la producción agropecuaria; ello se refleja, por ejemplo, en el tonosevero de un artículo de La Prensa aparecido en 1892 en el que se lo describía como “unhacendado conocido, de elevada posición social”.52 Los términos conceptuosos con los que elperiódico más importante del país se refería a Guerrero no pueden hacernos olvidar que paracuando la Liga Agraria apareció en el escenario porteño, esta figura señera del ruralismoargentino contaba con raíces en el campo y en la cúspide de la sociedad argentina que no seremontaban más allá de un cuarto de siglo. En este caso (que no era por cierto el único), unaaplicación estricta de las ideas que el propio Guerrero gustaba pregonar, que expresaban año-ranza por “los buenos tiempos de nuestros padres” y que hablaban de la necesidad de queretornaran al gobierno “los patricios de otros tiempos”, hubiese encontrado a este gran terra-teniente modernizador ubicado por fuera del círculo de los beneficiarios de este programa.

Este ejemplo pone de manifiesto cuán recientes eran las credenciales de algunos gran-des propietarios rurales y, al mismo tiempo, cuán poco importaba este hecho en una sociedaden la que la movilidad económica y social impactaba tanto a sus estratos superiores como asus clases trabajadoras. Sugiere, también, cuan distinta era la posición que ocupaban los voce-ros del ruralismo argentino del cambio de siglo respecto de la de las fuerzas agraristas quesurgieron en Europa en esos mismos años. Así, por ejemplo, la retórica de la poderosa Bundder Landwirte, la Liga Agraria alemana, hablaba de la agonía de la agricultura cerealera euro-pea y del temor despertado entre sus principales protagonistas por el despliegue de las fuer-zas que en esos años terminaban de dar forma a un mercado mundial de alimentos de climatemplado.53 Este proceso, que marcó el inicio de un tiempo de grandes dificultades económi-cas para las clases terratenientes europeas que no contaban con recursos minerales o rentasurbanas, o que no dieron el salto a la actividad industrial, encontraba a los estancieros argen-tinos en una posición no declinante sino ascendente. Sin duda, los reclamos de restauraciónvoceados por estos últimos eran producto de la misma dinámica que estaba sometiendo aenormes presiones al orden rural europeo en todos aquellos lugares en los que éste no se cobi-jaba tras las barreras del proteccionismo agrícola, pero mostraban el reverso de la moneda.Los mismos impulsos que del otro lado del Atlántico colocaban una inédita presión sobre laeconomía rural (señorial y campesina) permitían que los terratenientes de la pampa alcanza-sen niveles de prestigio y riqueza que les hubiesen resultado inimaginables a sus antecesoresde medio siglo atrás. Todo ello contribuye a reafirmar la idea de que, antes que evidencia dela resistencia de los grandes propietarios rurales a aceptar las consecuencias del cambio socio-económico, la imagen de una Arcadia a recuperar con la que los hombres de la Liga Agrariaintentaban seducir a sus congéneres e impactar a la opinión pública refleja su capacidad paraadaptarse a un nuevo escenario. Como toda Arcadia soñada en los tiempos modernos, el paraí -so que los estancieros de la Liga anhelaban reconquistar nunca había sido suyo. Pero el hechomismo de que precisamente en ese momento de su historia les fuera posible imaginar uncamino para recuperarlo –bajo la forma de una campaña destinada a colocar en su lugar a unaoligarquía política advenediza– revelaba la importancia de sus conquistas recientes, que colo-caron a los estancieros entre las élites rurales más ricas del hemisferio occidental.

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52 La Prensa, 18 de junio de 1892, p. 3.53 Gavin Lewis, “The peasantry, rural change and conservative agrarism: Lower Austria at the turn of the century”,Past and Present, 81, 1978, pp. 138-143; David Blackbourn, “Peasants and politics in Germany, 1871-1914”,European History Quarterly, 14, 1984, pp. 44-75.

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Conclusiones

Cuando el siglo XIX se cerraba, algunas figuras destacadas del mundo intelectual porteñocomenzaron a llamar la atención sobre las amenazas que pendían sobre aspectos centrales delprograma modernizador que las élites de la Organización Nacional habían impulsado a partirde Caseros. La crisis del Noventa, que sacudió al edificio social argentino hasta sus cimientos,otorgó una nueva hondura a las meditaciones de estas voces de acusadas inflexiones pesimis-tas. Las advertencias se referían, en primer lugar, a las dificultades de los grupos dirigentespara contener y encauzar las fuerzas modernizadoras que acompañaban el crecimiento econó-mico y la inmigración, cuyo despliegue traía como consecuencia fenómenos tales como la pér-dida de deferencia social, el avance del igualitarismo y la erosión de los sentimientos de per-tenencia a la comunidad nacional. De esta manera, se planteaba un conflicto que colocaba enveredas opuestas a la élite tradicional y a una sociedad que se movía al compás de los acelera-dos cambios sociales que signaron el ingreso de la Argentina en el siglo XX.54

Considerando el clima de acusado optimismo en el destino de grandeza que el país teníapor delante, que constituye una de las marcas distintivas del ideario de ese tiempo, la preguntapor el eco que estos augurios de tiempos oscuros alcanzaron entre los grupos política, econó-mica y socialmente predominantes merece explorarse con más atención de la que hasta aho-ra le ha sido prestada. En este trabajo hemos colocado el acento sobre estos dos últimos sec-tores, a los que (a la luz de las dificultades para establecer diferenciaciones demasiado nítidasentre ellos en esa etapa de vertiginosas transformaciones), hemos tratado como un único uni-verso. Considerando el lugar que ocupaban en la jerarquía social, todo sugiere que estos acto-res deberían haber sido particularmente propensos a considerar con gran seriedad las palabrasde quienes alertaban sobre las amenazas provenientes desde abajo. Vista desde la perspectivaque ofrecen las figuras que aquí hemos analizado, que alzaban su voz en nombre de la frac-ción más poderosa de la clase propietaria, la relevancia de los dilemas que inquietaban a inte-lectuales como Miguel Cané o a José María Ramos Mexía se revela, a todas luces, secunda-ria. En efecto, los grandes estancieros de ese tiempo y los que hablaban en su nombre rara vezformularon juicios que supusieran algún tipo de impugnación del formidable proceso detransformación económica y social que la Argentina experimentó en las cuatro décadas queprecedieron a los festejos del Centenario. Como lo sugieren las intervenciones de ese vocerode los intereses y los puntos de vista de los mayores propietarios del país que fue la LigaAgraria, a la hora de reflexionar sobre los problemas de la Argentina estos activistas del mun-do rural elegían posar su mirada sobre el Estado antes que sobre la sociedad civil.

Los grandes temas que inquietaban a los liguistas se referían a la falta de representaciónde las clases productoras en las instituciones republicanas, y al divorcio entre una comunidadde productores –presidida por los grandes terratenientes– y un elenco político autoritario ycorrupto, que se servía de un poderoso Estado en su propio beneficio. Desde su punto de vis-ta, los obstáculos que enfrentaba la producción rural eran, en gran medida, producto de falen-cias que se alojaban en la esfera del poder. Sin duda, importantes diferencias de tono y de énfa-sis distinguían al estridente discurso de estos agitadores terratenientes de otros provenientes del

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54 Para una elaborada presentación de esta perspectiva, véase Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.

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mismo espectro de la vida económica y social argentina, en general menos propensos a cues-tionar abiertamente a los poderosos de turno. Todos coincidían, sin embargo, en hacer suya unavisión que contraponía un tejido social vital y dinámico con un universo político donde se con-centraban los grandes males que aquejaban a la república. Para darle forma a esta premisa, eldiscurso de la Liga Agraria hacía uso de argumentos de una antigua tradición occidental quecolocaba en el centro de sus preocupaciones la corrupción del cuerpo político, cuyos ecos loca-les habían alcanzado singular vitalidad en los círculos políticos porteños en la década de 1880.La manera en que estos terratenientes encararon el problema de la ausencia de virtud republi-cana reflejaba, sin duda, la posición privilegiada que ocupaban en la esfera económica y social.A diferencia de otras vertientes de este discurso crítico, que explicaban el fenómeno de lacorrupción de los círculos gobernantes como resultado del materialismo que acompañaba alprogreso argentino, los hombres de la Liga Agraria ubicaron los motivos de esta caída en el“mercantilismo político” que campeaba en la esfera del poder, y lo formularon como una con-dena explícita del mecanismo político de la república oligárquica.

Lejos de solicitar el auxilio del poder público para encuadrar a una sociedad que reque-ría de programas de normalización impulsados desde el Estado, el discurso de la LigaAgraria invitaba a los ciudadanos a encolumnarse tras la guía de las clases propietarias rura-les con el fin de iniciar una cruzada destinada a recuperar derechos políticos conculcados poruna clase gobernante que fundaba su derecho a mandar sobre premisas y procedimientos ile-gítimos. Al adoptar este punto de vista, los liguistas hicieron suyo un conjunto de argumen-tos que ya en la década de 1880 había señalado que la emergencia de un poderoso Estado,que había cobrado autonomía de las élites económicas y sociales, constituía el desarrollopolítico más importante de la era que se inauguró con el triunfo de Roca.55 De hecho, losliguistas encontraron en los temas del liberalismo clásico, con su preocupación por la limita-ción del poder, valiosos argumentos con los que librar un combate de ideas con los gruposgobernantes de la república oligárquica. Pero también fueron más allá, puesto que se revela-ron capaces de invocar temas del discurso democrático, en tanto éste les ofrecía la posibili-dad de reflexionar sobre el problema de la formación del poder en términos que les resulta-ban atractivos. Confiados en la compatibilidad entre la extensión de los derechos ciudadanosy los sistemas de derechos de propiedad entonces vigentes, a la vez que convencidos de quecontaban con un prestigio social que podía traducirse en capital político, los terratenientes dela Liga Agraria formularon reclamos públicos en favor de la instauración de formas más hones-tas de participación popular en la competencia electoral, que incluyeron una propuesta desufragio secreto y obligatorio. Su proyecto de reforma electoral, que anticipó el de RoqueSáenz Peña, estaba orientado a quebrar el lazo entre las élites políticas y sus clientelas elec-torales, y a conferir a las clases propietarias una posición política más sólida y a la vez menosdependiente del capricho de los grupos gobernantes.

Promotores de un programa que bien puede calificarse como afín a la idea de democra-cia deferencial, los liguistas se veían a sí mismos como una élite prestigiosa en lucha contraun sistema de poder que favorecía el ascenso de figuras aventureras y escasamente represen-tativas. Bien mirado, se advierte que eran ellos, quizás más que los políticos del orden oli-gárquico, quienes merecen estos calificativos. Pues si la visión de la Argentina promovida por

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55 Tulio Halperin Donghi, Una nación para el desierto argentino, cit., pp. 143-151.

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estos agitadores terratenientes no parece haber sido tan distinta de otras que eran propias deese grupo social, es claro que muy pocos miembros de la élite propietaria estaban dispuestosa acompañarlos en una tarea cuyos beneficios no eran tan obvios, y que además parecía cual-quier cosa menos sencilla. Algunos años más tarde, un observador señalaba que, sumidas ensus asuntos privados, las personas de bien “no tienen tiempo para ocuparse de una actividadtan difícil y riesgosa como destronar a los políticos profesionales”.56 Ciertamente, en una cul-tura pública en la que la política, y particularmente la política electoral, gozaba de un presti-gio muy relativo, no sorprende que el grueso de los terratenientes de ese período no sintieseque cometía claudicación alguna cuando dedicaba el grueso de su tiempo y su esfuerzo aalcanzar otros objetivos, como la adquisición de riqueza y prestigio social, o el mero disfru-te del ocio. Pasada la difícil coyuntura que sucedió a la crisis del Noventa, la inédita prospe-ridad que bendijo a este grupo sin duda contribuyó a reforzar esa actitud. Hacia los años delcentenario, James Bryce advertía que, a diferencia de Chile, donde la actividad política eraparte integral del estilo de vida de la clase alta, en la Argentina “la política sólo interesa a lospolíticos […] la estancia, con su ganado y sus granos, y las carreras, con sus apuestas, son lasactividades que están siempre en la cabeza y en las conversaciones, y las que están moldean-do el carácter de la clase adinerada”.57

Sin duda, este renunciamiento era posible puesto que a lo largo de esos años los terrate-nientes confirmaron que una participación más activa en la vida pública no era sólo un pro-yecto difícil de llevar a cabo sino que además tenía poco que ofrecerles como clase. En efec-to, los liguistas no parecen haberse equivocado cuando argumentaban que no existía gruposocial alguno capaz de amenazar la supremacía económica y social de la clase propietariarural. Por tanto, la actividad política sólo podía resultarles atractiva a aquellos miembros dela élite económica y social que, además de una auténtica vocación por el poder, se hallabandispuestos a ingresar en un terreno plagado de obstáculos, y en el que debían codearse coti-dianamente con figuras de inferior condición. Ello resultó decisivo para determinar la suertedel programa de la Liga Agraria, que nunca lograría éxitos duraderos aun si no muchos estan-cieros pueden haber sentido algo de la aprehensión hacia las prácticas políticas de la repúbli-ca oligárquica que caracterizó el proyecto de esta asociación. El paso de la Liga Agraria porel escenario público argentino no fue, sin embargo, irrelevante. Y ello no sólo porque, aunquefrustrados sus proyectos más ambiciosos, de todas maneras los liguistas se adjudicaron unaserie de triunfos en temas específicos de la política agropecuaria de gran importancia para losempresarios rurales, y por los cuales fueron debidamente reconocidos sus congéneres quecarecían de vocación pública. También porque, a su manera, estos terratenientes contribuye-ron a dar fuerza al ideario antipolítico –crítico de las fuerzas partidarias y receloso del podery la autoridad del Estado– que, ya sea con inflexiones populistas o elitistas, constituye una delas corrientes más caudalosas que forman el río de la ideología argentina. o

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56 Gordon Ross, Argentina and Uruguay, South America. Observations and impressions, Londres, 1912, pp. 221, 345.57 James Bryce, South America. Observations and impressions, Londres, 1912, pp. 221, 345.

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[…] cuando Sarmiento describía en su libro una ciudad detenida en el tiempoexpresaba una opinión compartida por muchos. Cristalizado con la fuerza delsentido común un esquema interpretativo que acentuaba la bipolaridad entrela ciudad excéntrica y la ciudad mediterránea –laica una, clerical la otra– aca-baron por ser los tipos ideales de una contradicción que recorre desde la nochede los tiempos nuestra identidad nacional.

José Aricó

En 1989 José Aricó publicaba un texto llamado a reverberar en muchos de los intentos suce-sivos de pensar la especificidad sociocultural de Córdoba.1 Su fuerza, en parte, reposaba enla suerte de final de ciclo sugerido respecto de las representaciones hegemónicas de la ciudadurdidas por el siglo XIX. La noción de “ciudad de frontera” parecía capaz de alojar tanto elpasado que aquellas representaciones habían identificado con la colonia y la fortaleza cleri-cal, como un cierto optimismo ante la capacidad transformadora, modernizadora, que Aricóconsideraba un dato firme de la ciudad del siglo XX.2 Sobre un primer territorio modelado por

1 Se trata de “Tradición y modernidad en la cultura cordobesa”, intervención publicada en la revista Plural, Nº 13,Buenos Aires, 1989. El texto dialoga con otro de Antonio Marimón incluido en el mismo número bajo el título “Lacultura de lo imposible”, texto en el cual jalones intelectuales y editoriales de esa experiencia cultural local sonseñalados o sugeridos a partir de la preocupación por rastrear homologías entre agitación política y cultural.2 Es conveniente señalar que, para Aricó, la Córdoba moderna es una realidad del siglo XX. Difiere, en este senti-do, de las sucesivas consideraciones mediante las cuales la historiografía local ha intentado asir un proceso –el demodernización– sobre cuyos indicadores no hay consenso pero sobre cuya temporalidad las diferencias son meno-res: se trataría, en cualquier caso, de un fenómeno iniciado en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque no es estric-tamente este problema conceptual (en absoluto específico del caso cordobés) el que nos convoca, parece necesarioseñalar que el derrotero historiográfico local de nociones como modernidad o modernización ha prolongado bas-tante fluidamente ciertas representaciones decimonónicas de la ciudad no orientadas en un sentido histórico-críti-co. Algunas de ellas serán consideradas aquí, aunque debe quedar claro que su carácter de imágenes de combate,representaciones más o menos subjetivadas, o meramente imágenes producto de un afán proyectivo que debe pen-sarse como presente, no aconseja convertirlas en presupuestos del análisis histórico. Cf. Ana Clarisa Agüero, “Laciudad y su relato. Córdoba como unidad de análisis y de producción histórico-cultural”, IV Jornadas de HistoriaModerna y Contemporánea, Resistencia, 2004 (CD).

Horacio Crespo, por su parte, retoma la noción de “ciudad de frontera” y sugiere la problemática conceptual ehistoriográfica involucrada en el uso de las nociones de tradición y modernidad. A su juicio, parte de la especifici-dad local estaría dada por la marca barroca de la ciudad y por lo que ésta representa en tanto proyecto de una moder-nidad específica, no capitalista y doblemente reprimida (en su derrota por una modernidad atlántica más tardía y en

Ana Clarisa Agüero

Córdoba en el imaginario de lo nacional

La ciudad pensada por Domingo F. Sarmiento, Joaquín V. González y Juan Bialet Massé

Universidad Nacional de Córdoba

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 79-98

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el eje andino colonial, que había vinculado a Córdoba con la complejidad americana, otroterritorio en expansión –porteño, atlántico y europeo– parecía haberla empujado al tiempo deOccidente. Producto de esta interpenetración de formas, modelos y tradiciones culturalesdiversos, la ciudad emergía como arena de convivencia y de combate entre elementos depasado y de futuro, tensados ya en forma constitutiva.

Claro que esta mirada dislocada tenía antecedentes, especialmente entre aquellos refor-mistas que habían intentado torcer tanto unas imágenes ajenas como un estado de cosas decuyo carácter colonial habían llegado a convencerse. Respecto del repertorio imaginario dis-ponible, la Reforma introdujo una alteración significativa al consolidar y nacionalizar unaserie de representaciones conflictivas de la ciudad, representaciones que integraban el pasa-do rechazado a la vez que subrayaban la seriedad de los agentes de cambio. Adicionalmente,este ciclo de imágenes, a diferencia del anterior, resultaba inaugural en la medida en que reco-nocía sobresalientes artífices locales. Si la Reforma erosiona sensiblemente la sinonimia entreCórdoba y tradición (se entienda esto como residuo o como reserva), introduce también otrasimágenes, no necesariamente más justas. Imágenes que resaltan la autenticidad de esa ciudadrespecto de Buenos Aires y su sincronía con la historia mundial; imágenes que subrayan sucostado americano, universal y moderno en la medida misma en que presumen la muerte deEuropa y señalan a América como su relevo.3

La noción de “ciudad de frontera” de Aricó se inscribe en esa tradición reformista queconfía en la productividad cultural del conflicto entre lo viejo y lo nuevo y, como ella, eludeponderar antecedentes de otro cuño para esa Córdoba “docta”, “civil” y “laica” que habríacorroído los tipos ideales decimonónicos.4 En rigor, aun cuando careciera del sentido social-mente progresivo de la línea reformista, es claro que el propio juarismo representó, a sumodo, un factor erosivo de la identificación entre Córdoba, Iglesia y colonia. Siendo un pro-ducto endógeno, no logró contrarrestar el tono general que habían impuesto las miradas exter-nas, pero sí condicionó la ocurrencia y singularidad de algunas de ellas –Bialet Massé– es unejemplo muy sensible de esto.5

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su borramiento desde el positivismo reformista). La presencia fantasmática de ese reprimido jesuita, acaso halladodesmesuradamente nutritivo por Crespo, parece exigir una lectura atenta de los retornos a lo largo de un ciclomoderno tout court que, tanto Aricó como él mismo en textos anteriores, encuentran especialmente realizados enla segunda mitad del siglo XX. Horacio Crespo, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad defrontera’. Ensayo acerca de una singularidad histórica”, en Carlos Altamirano (ed.), La Argentina en el siglo xx,Buenos Aires, Ariel, 1999.3 El rescate reformista de la ciudad se opera a partir de énfasis diversos y a lo largo de varias décadas: SaúlTaborda certificando la muerte de Europa, Raúl Orgaz señalando la bifacialidad de Córdoba –que mira haciaambos lados de la frontera de Árico–, Deodoro Roca asumiendo la fractura respecto de Buenos Aires y defen-diendo que “La Argentina está en las provincias, en el resto de candor, de hospitalidad y lirismo que aun no hapodido sucumbir”. Deodoro Roca [1936], “Apuntes de un observador”, en Prohibido Prohibir, Buenos Aires, LaBastilla, 1972, pp. 21 y 22.4 José Aricó, op. cit., pp. 10 y 11.5 La vinculación entre juarismo y reformismo es subrayada incluso por alguien que, como Ramón J. Cárcano, nocelebra en perspectiva el evento reformista. A su juicio, la juventud liberal que, en los ochenta, constituía “el núcleode vanguardia, extremista y ardiente, activo y violento” es la que impulsa un creciente movimiento “innovador”.Luego, “se dividen las opiniones, aparecen las facciones, y se sostiene una lucha sorda, intransigente y reversiva,hasta culminar con el ruidoso y estéril estallido de 1918”. Ramón J. Cárcano [1943], Mis primeros ochenta años,Buenos Aires, Ediciones Pampa y Cielo, 1963, pp. 54 y 195, respectivamente. En otro registro, un trabajo centraly ampliamente documentado sobre el giro de siglo cordobés como el de Waldo Ansaldi permite ponderar el vigordel grupo de hombres que, incluso enfrentado en el seno del orden conservador, conducía la vida política e inte-

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Como puede advertirse, la elaboración imaginaria de Córdoba reconoce múltiples sus-tratos cuya complejidad ha resultado parcialmente absorbida por ciertos sentidos hegemóni-cos. El más poderoso de estos sentidos tiene su génesis en el siglo XIX, es producto de mira-das ajenas a la ciudad y, virtualmente, encuentra su actualización arquetípica en Sarmiento.Conforme ese sentido hegemónico, la ciudad expresaría una persistente premodernidad enclave colonial, monárquica y monástica, y representaría, por ende, la exacta contrafigura deuna Buenos Aires abierta, dinámica y moderna. Frente a esta imagen de sencillos fundamen-tos, la Reforma procura instalar un nuevo ciclo, insinuándose como sofisticación (al integrarlo viejo a un conflicto con fuerzas nuevas) o como relevo (al reemplazar estática por dinámi-ca social). Sucede que, más allá de la aparente simplicidad del esquema, hay subtendida unacuestión de proporciones. En efecto, la imagen decimonónica no parece tan elemental ni susformulaciones arquetípicas tan unívocas; por su parte, la propia contestación reformista, sién-dolo, parece haber requerido cierto empobrecimiento de la idea contrincante.

Considerando, entonces, que aquel primer ciclo de imágenes fuertes de la ciudad reco-noce demiurgos externos a ella, aquí nos proponemos avanzar sobre algunas de esas repre-sentaciones étrangeres que en parte urdieron, en su formulación o en sus reapropiaciones, laimaginación pre-reformista de la ciudad. Intentaremos inventariar los rasgos y los desplaza-mientos más notables de esa elaboración y cuestionar la univocidad de ciertas formulacionesque resultarían clave en la producción de un sentido común sobre la ciudad; sentido comúnque extrema sus elementos de antiguo régimen bastante más acá de la efectiva presencia deunos discursos, unos grupos y sucesos significativos en otra dirección. Puede ensayarse unrepertorio de esas representaciones que vaya desde aquéllas virtualmente más revulsivas ydistanciadas hasta otras más vivenciadas y, consecuentemente, más vacilantes. Los diagnós-ticos, diversamente sombríos, reposan en la común presunción de que existe un tránsito dese-able –aunque doloroso– para la ciudad, tránsito que iría de lo viejo a lo nuevo, de lo tradi-cional a un moderno desigualmente definido. La propia tematización de Córdoba sugiere susingular protagonismo en las querellas relativas al territorio y su destino. Al menos, sólo unprotagonismo tal pudo haber provocado ciertas imágenes (en este caso simultáneamente men-tales y literarias) como las que acusaron en ella, primero, una estacionaria Roma argentina y,luego, una gramsciana Turín argentina.

Hemos escogido tres figuras –Domingo Faustino Sarmiento, Joaquín V. González y JuanBialet Massé– y una porción de su obra para leer la cuestión. La elección puede, a nuestrocriterio, ampararse en una serie de consideraciones. En primer término, todas son figuras nolocales pero especialmente estimuladas por Córdoba, aun cuando entablaran con ella relacio-nes muy diversas.6 Si las menciones del Facundo deben leerse a la luz de los Recuerdos –en

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lectual de la ciudad en los ochenta. Waldo Ansaldi, Industria y urbanización, Córdoba, 1880-1914, tesis doctoralpresentada a la FFyH – UNC, Córdoba, 1991. Las dos primeras partes de esta tesis han sido publicadas como Unaindustrialización fallida. Córdoba, 1880-1914, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000.6 Sarmiento (1811-1888) es uno de los primeros en incluir en sus cartografías esta ciudad a la que, básicamente, lounen la fascinación y el desprecio. Sus imágenes (como representaciones de lo real y representaciones de posibles,como proyecto) expresan esa ambivalencia y logran imponer, en parte, un relato crucial en la geografía cultural dela nación. Joaquín V. González (1863-1923), riojano, llega a Córdoba hacia mediados de los años 1870 por lo queésta tenía de Meca cultural para el eje norteño. Monserratense y posterior alumno de la Facultad de Derecho yCiencias Sociales, vive su juventud en una ciudad de la que tendrá impresiones diversas conforme pasa el tiempoy aparece con mediana claridad el lugar que la historia le asigna en la vida pública argentina. Córdoba se presentiza

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que se evoca el viaje de niñez que constituye la única experiencia sarmientina de Córdobahasta ese momento– la relación de González y Bialet con la ciudad es radicalmente alteradapor su asentamiento en ella, temporario en el primer caso, definitivo en el segundo. Mientrasque la ciudad de Sarmiento es una ciudad nunca habitada, sometida a una distante memoriade infancia y a valoraciones siempre muy actuales, la ciudad de González da lugar a repre-sentaciones marcadamente cambiantes conforme se aleja de ella. La Córdoba revulsiva de1883, cuando el riojano estudia en su Universidad, puede ser objeto de nostalgia desde el ejer-cicio de funciones nacionales y aun celebrada en virtud del mismo fondo colonial maldecidoen los ochenta. En el caso de Bialet Massé, la ejecución del encargo estatal se sobreimprimea su mirada etnográfica y su pasión por la provincia. El mismo ánimo “fáustico” que impul-sara al juarismo a una obra pionera en el país como la del dique San Roque, tiñe toda su mira-da respecto de la potencialidad de una transformación local que considera en curso.7 Comohemos sugerido, esa transformación parece deber operarse contra la tradición pero, también,contra las imágenes sarmientinas. Y esto por el segundo elemento fuerte para nuestra elec-ción: hay una red textual subtendida entre nuestros personajes, red que entrelaza el Facundocon la imaginación de dos de sus lectores. La intertextualidad, expresa en González, es ape-nas solapada en las imágenes visuales que de la ciudad propone Bialet, casi tan vívidas comolas sarmientinas, aunque los campanarios muten en chimeneas para mejor marcar que el sitiode la tradición cede, está cediendo, al de la modernidad. Aricó acierta al considerar elFacundo un emergente discursivo de un consenso más amplio sobre Córdoba. Su mayor inte-rés, sin embargo, tiene relación con su repercusión efectiva en los prolegómenos de una cul-tura nacional y, por ende, con su carácter de excepcional vehículo de ciertas ideas comparti-das a la vez que de otras muy personales. Facundo dice al promediar el siglo lo que muchospiensan pero, también, diseña la imaginación de sus lectores.

Hay un último elemento que alienta el recorrido. El conjunto de textos analizados(más o menos polémicos, públicos o articulados con el poder estatal) corresponde amomentos diversos en los cuales no sólo la fisonomía de la ciudad real se altera sino, tam-bién, la evolución de la cuestión estatal y el equilibrio de las cuestiones relativas al espacionacional. Intervenciones de mediados del siglo XIX, de los años ochenta y de comienzos delsiglo XX constituyen el corpus principal de este trabajo. Al afán polémico del Facundo y alos matices de los Recuerdos, sucede una escritura más íntima que pública de González;luego su palabra oficial. Finalmente, la escritura tan administrativa como etnográfica deBialet Massé.

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en su intensa biografía, su profusa bibliografía y su casi inimitable carrera política. Finalmente Bialet Massé (1846-1907), catalán llegado a Córdoba en 1877, afincado en ella y rápidamente vinculado con su transformación urbanay con su sociabilidad político-cultural. Acaso en virtud de estas redes es convocado en 1904 por Joaquín V.González (entonces ministro del Interior) para realizar una de las expediciones arquetípicas de reconocimiento delpaís. De ella surge el Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas, en el cual la descripción sarmienti-na de la ciudad, intertexto fundamental, es sometida a una singular relectura.7 Y se trató de un expediente desolador para Bialet quien, involucrado en la ejecución del proyecto, se convirtiójunto al ingeniero Cassafousth en blanco de una oposición que lo envió a la cárcel arguyendo deficiencias técnicas–luego desmentidas– en el dique. Es Waldo Ansaldi quien retoma de Berman la idea de ánimo “fáustico” para carac-terizar al juarismo y su denodada voluntad de vencer la naturaleza por la técnica. Véase, Waldo Ansaldi, op. cit.

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sarmiento y la ciudad como recinto

[…] he sido el intérprete de los deseos de la parte pensadora de mi país.

Domingo Faustino Sarmiento

Toda clasificación es superior al caos; y aun una clasificación al nivel de laspropiedades sensibles es una etapa hacia un orden racional.

Claude Lévi-Strauss

Hasta donde sabemos por el propio Sarmiento, su primer contacto con Córdoba –y el únicohasta la escritura del Facundo– se remonta al año 1821 o 1822, cuando llega a la ciudad paraingresar al Seminario de Loreto, proyecto frustrado por motivos que Sarmiento no explicitaaunque algunos de sus biógrafos adjudican a una súbita enfermedad. En ocasión de ese viaje,presencia la misa en la Catedral referida en los Recuerdos, misa en la cual el cura jesuita noomite provocaciones al general Bustos, quien se encontraba en el templo. “Tengo presente laestructura del trozo oratorio a que aludo”8 dice Sarmiento en el texto publicado en 1850, refi-riéndose a una escena contemplada a los 10 u 11 años. Como muchas de las sarmientinas, lasimágenes son vívidas y, más que determinar su justeza –cuestionable por muy buenas razo-nes–, interesa atender al hecho mismo de que también en ese fondo vivencial distorsionado,incompleto y enormemente actualizado se apoyen muchas de las imágenes “fuertes” deCórdoba que, plasmadas en el Facundo, devuelven a la ciudad una mirada nada complacien-te y, ciertamente, tampoco aislada.

Todo Facundo está atravesado por pares de oposiciones que (como las establecidas entreciudad-campaña, cultura-naturaleza, organización nacional-caudillismo) tienden a polarizar lasposibilidades de clasificación de lo real y se condensan en el binomio “civilización-barbarie”.Dichas categorías funcionan como “tipos ideales”, como modelos y expectativas que sacrifi-can en gran medida los desplazamientos y las mixturas de lo real. Como forma dual y, en esesentido, algo salvaje de razonamiento, esas categorías ideales fracasan en la historia aunquesirvan a su análisis y expresen un horizonte proyectivo.9 En todo caso, Sarmiento no elige la

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8 Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de Provincia [1850], Buenos Aires, Eudeba, 1960, p. 105.9 Ambas aproximaciones sarmientinas al artefacto ciudad han sido señaladas por Adrián Gorelik. Es en un “doblesentido, analítico y programático, en el que la ciudad entra, casi como tópico, en el horizonte de sus intereses: paraSarmiento, una ciudad materializa el completo sistema en el que una sociedad y un estado se organizan, y una ciu-dad moldea –y por lo tanto puede cambiarla– a la sociedad que la habita”. Adrián Gorelik, La grilla y el parque.Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Buenos Aires, UNQ, 1998, p. 51.

En lo que hace a las categorías (cuyo carácter típico ideal ya ha sido señalado por Aricó), las distorsiones intro-ducidas por lo real contribuyen, sin duda, a la corrosión de su significado en el uso. En Sarmiento conviven, porejemplo, un uso acotado y otro amplio del término civilización: el uno en identidad con Europa y la modernidad,es decir, con un tipo de civilización; el otro, alusivo a cualquier formación cultural particular (cf. Carlos Altamirano,“Introducción” a Facundo o civilización y barbarie, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993, p. 29). Este uso genéricoparece claro en un pasaje que, en sentido contrario, intenta precisar hasta el estereotipo las diferencias entre ciudady campaña: “En la República Argentina se ven a un mismo tiempo dos civilizaciones distintas en el mismo suelo;una naciente que, sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza está remedando los esfuerzos ingenuos y popu-lares de la Edad Media, otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados dela civilización europea. El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campa-ñas”. Domingo F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie [1845], Buenos Aires, Eudeba, 1961, p. 49 (las cur-sivas son nuestras).

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binarización más simple sino que, caracterizado lo civilizado y lo bárbaro, admite una serie decombinaciones cuya dominante en un espacio social determinado parece recomendar el uso deuno u otro término. Precisamente, el drama de la pampa reside en la imposibilidad de disolverla dicotomía mediante la definitiva absorción de la barbarie por la civilización. La tendenciainversa le parece patente en el avance de la campaña sobre la ciudad, corporizado en las figu-ras de Bustos, Quiroga o Rosas. Así, en Facundo Sarmiento vacila entre la caracterización deesas ciudades típico-ideales (identificadas con la civilización en su sentido más estrecho) y lasdescripciones particulares que acentúan lo que de barbarie hay en ellas. Los mismos centros delos que se postula su carácter civilizado10 son objeto de primitivas descripciones (Córdoba ysu Universidad produciendo al salvaje-“sabio”-tirano Francia; Buenos Aires llamando a Rosas,“más hostil, si se puede, a las ideas, costumbres y civilización de los pueblos europeos”).11 Ajuicio de Sarmiento, ésta es una conjunción propiamente argentina de los términos y para queEuropa pueda comprenderla cree necesario (formidable autoinclusión en esa civilización, ensu doble carácter de nativo y traductor) atender a la excepcional geografía local, determinantede unas personalidades individuales y colectivas, de unos caracteres particulares.

Córdoba se le antoja una interrupción en el paisaje nacional. Depresión en el desierto, suterreno y su crecimiento parecen naturalmente limitados por las barrancas que la enmarcan:“sita en una hondonada […] se ha visto obligada a replegarse sobre sí misma” siendo “edifi-cada en corto y limitado recinto”.12 Esa geografía organiza una personalidad local,13 una cul-tura (cerrada y sombría) que, a su vez, se expresa en intervenciones urbanas que la emulan. Laciudad entera es un recinto en el que las formas y las conciencias citan al paisaje.

[…] el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio; el horizonte estáa cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, y en lugar de ir y venir por una callede álamos, espaciosa y larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo y lo vivifi-ca, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centroestá un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario. La ciudad es un claustroencerrado entre barrancas; el paseo es un claustro con verjas de hierro, cada manzana tiene unclaustro de monjas o frailes, los colegios son claustros; la legislación que se enseña, la Teología,toda la ciencia escolática de la Edad Media, es un claustro en que se encierra y parapeta la inte-ligencia contra todo lo que salga del texto y del comentario. Córdoba no sabe que existe en latierra otra cosa que Córdoba; ha oído, es verdad, decir que Buenos Aires está por ahí, pero, si locree, lo que no sucede siempre, pregunta: “¿Tiene Universidad? Pero será de ayer. Veamos:¿cuántos conventos tiene? ¿Tiene paseo como éste? Entonces eso no es nada” […].14

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10 “La ciudad es el centro de la civilización argentina, española europea; allí están los talleres de las artes, las tien-das del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos. La elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tienen allí su tea-tro y su lugar conveniente”, Facundo, cit., p. 29.11 Ibid., p. 14. Para Ana María Barrenechea, en Sarmiento hay siempre la idea de que el interior y Buenos Airespueden ser alternativamente buenos o malos con vistas a la civilización. Ana María Barrenechea, “Sarmiento andthe ‘Buenos Aires/Córdoba duality’”, en Halperin Donghi-Jaksic-Kirkpatrick-Masiello (eds.), Sarmiento author ofa nation, California, University of California Press, 1994, p. 68.12 Domingo F. Sarmiento [1845], Facundo, cit., pp. 101 y 29, respectivamente.13 “Los accidentes de la naturaleza producen costumbres y usos peculiares a estos accidentes, haciendo que dondeestos accidentes se repiten, vuelvan a encontrarse los mismos medios de parar a ellos, inventados por pueblos dis-tintos”, ibid., p. 38.14 Ibid., p. 103.

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El pasaje, célebre por la fuerza de sus recursos, instala una de las imágenes más duraderas deCórdoba y de su lugar en la cultura nacional. La hondonada, los claustros, el parque enrejadocon sus aguas quietas, resaltan la circularidad entre espacio físico y social. Si en el orden pro-yectivo se verá que la cultura puede y debe vencer al entorno, en el diagnóstico y en el juegoliterario los términos parecen intercambiables: tanto puede leerse que Córdoba deriva su clau-sura cultural de su ubicación entre barrancas como que su “parque” es cerrado porque así essu sociedad. En todo caso, la reproducción de la naturaleza –señalada respecto de laUniversidad y del paseo– expresan la provisoria victoria de ésta. El texto condensa bien loselementos estructurantes de esa imagen fuerte sarmientina, elementos que organizan tanto lapercepción de las propiedades sensibles como la intuición cultural y que redundan en unaserie de conceptos que entrarían en identidad con Córdoba: deprimida, cerrada, conservado-ra, clerical, jerárquica, contrarrevolucionaria. La ciudad expresa en grado sumo, por su geo-grafía y en sus formas urbanas, el modelo de civilización (en su sentido más amplio) “hispá-nico-argentino” al que Sarmiento contrapone un programa modernizador que encuentrafísicamente compatible con Buenos Aires. Esta oposición es medular porque, más allá de sujusteza analítica, instala una dicotomía durable entre la abierta ciudad-puerto, apta para lamodernización, y la hundida ciudad enclaustrada que no puede –que no podría– ver más alláespacial ni temporalmente.15 La historia viene en auxilio del topos del encierro permitiendocontraponer una ilustrada y revolucionaria Buenos Aires a una conservadora y contrarrevolu-cionaria Córdoba; se trata de un desplazamiento de la “pelea” entre civilización y barbarie enel interior de la civilización.16 Dentro de esa construcción quisiéramos señalar someramentetres aspectos relevantes: la diversa relación con el pasado leída en una y otra ciudad, la disí-mil ubicación de una y otra respecto de la Ilustración y la revolución de mayo y la inversiónoperada por Sarmiento del tópico “docta” con el que Córdoba gusta identificarse.

Respecto del primer punto, Buenos Aires parece tener el privilegio de carecer de pasa-do. Su historia colonial es la de su conversión en sede administrativa del Virreinato, conse-cuencia a la vez de un crecimiento y unas condiciones naturales que Inglaterra aprecia –des-de la orilla y en las invasiones– mejor que una embrutecida España. Entre la llanura y el río,“sin conciencia de sus tradiciones, sin tenerlas en realidad [es un] pueblo nuevo improvisado,y que desde la cuna se oye saludar pueblo grande”.17 Córdoba, por el contrario, tiene un pasa-do colonial, monástico, clerical, es decir, coherente con su paisaje. Es ese modo de ser de lacivilización, esa cultura, lo que se impugna en bloque porque instala las trabas más severaspara vencer la naturaleza y ver más allá de las barrancas. Y aunque ese pasado es objeto devaloraciones no exentas de contradicciones, Sarmiento exhibe una constante irritación ante suherencia y por ella declina toda nostalgia.

En lo que hace al segundo punto, Buenos Aires es señalada como una ciudad rápida-mente ilustrada y liberalizada –“la desespañolización y la europeificación se efectúan en diez

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15 Cf. Adrián Gorelik, La grilla…, cit. La condena al pasado es muy significativa dado el supuesto de que en elpasado colonial no hay nada que buscar. A diferencia de Norteamérica “Nosotros, al día siguiente de la revolución,debíamos volver los ojos a todas partes buscando con qué llenar el vacío que debían dejar la inquisición destrui-da, el poder absoluto vencido, la exclusión religiosa ensanchada”. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 122(las cursivas son nuestras).16 Cf. Tulio Halperin Donghi, “Facundo y el historicismo romántico”, en Ensayos de historiografía, Buenos Aires,El cielo por asalto, 1996, p. 26.17 Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., p. 108.

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años de un modo radical, sólo en Buenos Aires, se entiende”–18 y esto al calor del comercioilegal y las invasiones, punto de inflexión de la nueva conciencia. En sentido inverso, paraSarmiento Córdoba es parejamente contrarrevolucionaria, animosidad que puede, como lo hahecho, tomar las formas del realismo o las del caudillismo.19 Hay, entre el Facundo y losRecuerdos, ciertos cambios de énfasis respecto de las notas distintivas de la ciudad. Por la víabiográfica, Sarmiento encuentra en el Deán Funes una figura singularísima de transición. Es,como todos los hombres notables de la época revolucionaria, “el término medio entre la colo-nia y la República”.20 El retorno de su periplo europeo, cargado de una biblioteca “cual no lahabía soñado la Universidad de Córdoba”, introduce “el siglo XVIII entero […] al corazónmismo de las colonias” e inaugura, con ello, una suerte de época dorada de la Universidad:

Era Córdoba, entonces, el centro de luces y de las bellas artes coloniales. Brillaban suUniversidad y sus aulas; estaban poblados de centenares de monjes sus varios conventos; laspompas religiosas daban animado espectáculo a la ciudad, brillo al culto, autoridad al clero,y prestigio y poder a sus obispos.21

Funes, el individuo-bisagra que vuelve en el momento adecuado, articula un pasado colonialy un presente de orientación atlántica; puede así, especialmente desde sus cargos de rector delColegio de Monserrat y de canciller de la Universidad (1807), ser el artífice de una reforma,de un clima intelectual y de una generación a la cual Sarmiento pasa revista en tanto víctimadel realismo o de las luchas civiles.22 Y es este último marco el que, arrastrado definitiva-mente al pasado, Funes ya no ilumina porque no comprende; porque su época ha quedadoatrás y “hacía tiempo que había muerto en la opinión de sus contemporáneos”.23 Su decaden-cia vital expresa, a los ojos de Sarmiento, la decadencia de la propia revolución.24 Es la con-sideración de dos segmentos temporales diversos, antes que un cambio en la valoración de laciudad, lo que explica la distancia entre las versiones del Facundo y los Recuerdos.

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18 Facundo, cit., pp. 106 y 107.19 Durante la Revolución “Córdoba ha sido el asilo de los españoles, en todas las demás partes maltratados”; en loque hace al caudillismo, Bustos “crea un gobierno español sin responsabilidad; introduce […] el quietismo secularde la España…”, ibid., pp. 104 y 105.20 Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 102.21 Ibid.22 Ibid., pp. 111, 114. La Reforma propuesta por Funes en los estudios de derecho fue aprobada recién en 1814. Lamisma resultaba inusitada porque planteaba desde el comienzo la fusión de las formaciones en derecho civil y dere-cho canónico –dando una doble acreditación a los egresados– a la vez que incorporaba como materia común de -recho natural y de gentes, materia que había sido borrada de los programas españoles y del limeño como autode-fensa absolutista. Cf. Raúl Orgaz, Para la historia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,Córdoba, Editorial Assandri, 1950. 23 Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 125. Dice Sarmiento, con análogo dramatismo: “[…] hayhombres a quienes nada puede salvar de la muerte porque se ha modificado la atmósfera en la que se habían desen-vuelto”, ibid., pp. 120-121.24 Años después, en sus Comprobaciones históricas, Mitre (re)introduce análogamente su Historia de Belgrano…:“Este libro es al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una época. […] Combinando la historia conla biografía, vamos a presentar, bajo un plan lógico y sencillo, los antecedentes coloniales de la sociabilidad argen-tina, la transición de dos épocas, las causas eficientes de la revolución argentina…”, Bartolomé Mitre, “La socia-bilidad argentina. 1770-1794” [1876], en Obras Completas de Bartolomé Mitre, vol. IV, Buenos Aires, ediciónordenada por el Congreso de la Nación, 1940, p. 1. El texto fue incluido como Introducción a la Historia deBelgrano y la Independencia argentina desde su tercera edición, en 1876.

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Dispuestos conjuntamente, la mirada sarmientina gana profundidad histórica: con Funes ysus discípulos la ciudad ha perdido una chance ilustrada y revolucionaria a manos de la reac-ción promonárquica, primero, federal, luego. Insistir en estas variaciones parece relevantesobre todo porque desestabiliza en algo esa imagen “fuerte” del Facundo –tampoco mera-mente negativa– devolviéndola a un pensamiento que es, en sí, más dinámico. Vista desdesu ansiedad proyectiva, Córdoba es tan impugnable en la contrarrevolución como conBustos, pero puede ser rehabilitada en el momento-Funes o en la victoria de Paz en LaTablada. Con Funes, la Universidad brilla y “Muchos hilos de la trama, si no todos, [pasan]por Córdoba bajo la mano suave y entendida del doctor y deán […] centro natural de todoslos movimientos preparatorios para la revolución de la independencia”. Contra Funes, lacontrarrevolución, que era “La Edad Media [parapetada en los] numerosos claustros”,25 tuer-ce una situación alentadora e inicia un retroceso cuya actualidad Sarmiento exacerba en elFacundo. Así, “La lucha de ideas entre [Córdoba y Buenos Aires pasa] de la ciudad a la cam-paña, y el último representante del orgullo doctoral de Córdoba es hoy un pastor de ganado,gobernador federal” (p. 118).

Si la sede de esa chance perdida y principal víctima de su estrépito había sido laUniversidad (al igual que el Colegio de Monserrat, institución muy relevante en la constituciónde una identidad local), es su estado actual lo que convierte a ambos en centro, en tercer tér-mino, de una radical inversión valorativa. Las instituciones de saber que Córdoba tiene paramostrar (por tradicionales, por clásicas, por primeras) son equiparadas a un orden anterior dela cultura, casi bárbaro, que se impugna en conjunto. Sarmiento combina los términos y ponede relieve lo primitivo en lo docto, lo popular en lo culto, lo bárbaro en lo civilizado:26

Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no conoció la ópera, no tiene aún dia-rios y la imprenta es una industria que no ha podido arraigarse allí. El espíritu de Córdobahasta 1829 es monacal y escolástico; la conversación de los estrados rueda siempre sobre lasprocesiones, las fiestas de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas,recepción de las borlas de doctor.27

[…] el pueblo de la ciudad, compuesto de artesanos, participa del espíritu de las clases altas; elmaestro zapatero se daba los aires de doctor en zapatería y os enderezaba un texto latino altomaros gravemente la medida; el ergo andaba por las cocinas, en boca de los mendigos y locosde la ciudad, y toda disputa entre ganapanes tomaba el tono y forma de las conclusiones.28

A pesar de lo provocativo de estos pasajes del Facundo, los Recuerdos ayudan a atenuar laoriginalidad de la mirada. En efecto, allí Sarmiento cita un manuscrito –cuyo autor y dataomite– pleno en señalamientos de esa barbarie-culta que, desde la Universidad, parece exten-

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25 Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., pp. 111-113 (las cursivas son nuestras).26 El acento puesto en los movimientos tanto progresivos como regresivos del proceso civilizatorio constituye unaregularidad fuerte en Sarmiento. Rosas está en Buenos Aires para decir lo propio y la decadencia de las élites san-juaninas marca homología: “Bárbaros! Os estáis suicidando; dentro de diez años, vuestros hijos serán mendigos osalteadores de caminos”. Santa Fe le parece, asimismo, una aldea donde antes hubo una ciudad. Domingo F.Sarmiento, ibid., pp. 52 y 110, respectivamente.27 Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., p. 103.28 Ibid., p. 104.

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derse hacia las capas populares como signo de distinción expansiva pero irreparablementefalaz.29 Más allá de la constatación de que hay una imagen de Córdoba que, insistentemente,flota en el discurso social decimonónico, lo relevante es que Sarmiento se sirva de ella –dán-dole un alcance inédito– para marcar un contrapunto respecto de Buenos Aires y sugerir loslugares de ambas ciudades dentro de un espacio imaginado nacional. La diversidad del pai-saje y de las formas culturales parecen coagular en “partidos” que dividen la porción civili-zada (urbanizada) del país:

Córdoba, española por educación literaria y religiosa, estacionaria y hostil a las innovacionesrevolucionarias, y Buenos Aires, todo novedad, todo revolución y movimiento, son las dosfases prominentes de los partidos que dividían las ciudades todas […] No sé si en América sepresenta un fenómeno igual a éste; es decir los dos partidos, retrógrado y revolucionario, con-servador y progresista, representados altamente cada uno por una ciudad civilizada de diver-so modo, alimentándose cada una de ideas extraídas de fuentes distintas: Córdoba, de laEspaña, los concilios, los comentadores, el Digesto; Buenos Aires, de Bentham, Rousseau,Montesquieu y la literatura francesa entera.30

Estas imágenes son significativas porque estabilizan una topografía simbólica en la queCórdoba es definitivamente despojada de su antigua centralidad colonial. Ellas tienen la fuer-za de volver natural algo históricamente complejo y de larga duración. Si Córdoba ya no tie-ne la exclusividad universitaria en el Río de la Plata, si los circuitos económicos que la te níanpor centro han sido desarticulados y reorientados, si ya parece evidente –y el fracaso de laConfederación vendrá a confirmarlo– que no habrá Estado durable sin la preeminencia por-teña; bueno, en tal caso, aquí están estas imágenes que disuelven esa antigua centralidad aun-que permitan imaginar otras. Parte de esa naturalización es la idea sarmientina de que hayentre Córdoba y Buenos Aires “una antigua ojeriza” puesto que, a la segunda, “disputaba lasupremacía la docta ciudad central”.31 Pero, en el marco del Facundo, son también imágenessignificativas porque expresan el especial interés de Sarmiento por esta ciudad, revelador másque sus descripciones de la importancia otorgada a ella en el diseño material e imaginario dela futura nación. En efecto, sólo excepcionalmente la rehabilitación se hace expresa y ellosucede siempre de manera parcial: “[…] hay una circunstancia que la recomienda poderosa-mente para el porvenir, la ciencia es el mayor título para el cordobés, dos siglos de universi-dad han dejado en las conciencias esta civilizadora preocupación, que no existe tan honda-mente arraigada en otras provincias del interior”.32 Conviene no sobrestimar la fuerza de unrescate que alude a una cultura de universidad local antes que a la ciudad o a la instituciónen sí. Pero conviene también no eludir una formulación que abre una cesura respecto de otrasciudades argentinas, a la vez que el propio topos sobre el cual ésta y todas las menciones sar-mientinas de Córdoba reposan: la ciudad debe ser considerada, sea en tanto facticidad, frus-

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29 “El espíritu monástico –dice un manuscrito que consulto–, el aristotelismo y las distinciones virtuales y forma-les de Santo Tomás y de Scott, habían invadido los tribunales, las tertulias de señoras y hasta los talleres de los arte-sanos. Con pocas excepciones, los clérigos eran frailes, los jóvenes coristas y la sociedad toda un convento”.Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 106.30 Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., p. 111.31 Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia, cit., p. 117.32 Domingo F. Sarmiento, Facundo, cit., pp. 139-140.

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tración o posibilidad. El contraste con San Juan, respecto de la cual se reiteran en otra escalairritaciones semejantes, es absoluto; y esto sin contar con el borramiento de Salta. Lo claro esque Córdoba le parece un artefacto adecuado para desmontar tanto el pasado colonial comoel presente federal que rechaza, a la vez que un parámetro ajustado para juzgar la cultura y labarbarie de Buenos Aires.

Córdoba adquiere así una centralidad específica,33 aunque a la par se señale crudamen-te que el cambio no puede librarse a ella misma (precisa de reformas inducidas y de agentesilustra dos). Mucho de esta idea puede leerse en las intervenciones posteriores de Sarmientodes de la función pública. La creación de la Academia de Ciencias y del Observatorio Astro -nómico, la realización en Córdoba de la Exposición Industrial de 1871, la dotación de cientí-ficos y docentes extranjeros por él promovida sugieren que el vehemente desprecio por el ses-go que el paisaje y la colonia habían impuesto a la ciudad se funde con la centralidad otorgadaa la misma en un proyecto que admitía más de un centro. Esta centralidad reviste un ordendiverso a la de Buenos Aires y está inevitablemente unida a su carácter de encrucijada geo-gráfica pero también cultural; semeja la punta de lanza para la modernización societal delantiguo eje centro-norte.

Joaquín V. González. La ciudad entre la tragedia del origen y el optimismo del pasado

Joaquín V. González realiza sus estudios preparatorios y universitarios en Córdoba, ciudad ala que esa experiencia lo une con extraña hostilidad. Si esa hostilidad es expresa en un textomuy temprano, no más fluida parece su partida de la institución a la que reclama sus títulosrecién en 1890, cuatro años después de graduarse como licenciado y doctor en Derecho.34

Incluso cuando las representaciones de la ciudad producidas por el riojano admiten desplaza-mientos notables a lo largo de los treinta años en que se despliegan las intervenciones aquíconsideradas, el carácter universitario de Córdoba emerge como marca recurrente de la ciu-dad, hasta identificarse por completo con ella.35 Esa ciudad-universidad se despliega en un

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33 Para aceptar esta perspectiva no es necesario admitir con Barrenechea que Córdoba haya sido el “verdadero cen-tro” de interés de Sarmiento. 34 González adquiere ambos grados simultáneamente en 1886 (3/5/86) pero, aparentemente, no participa de la cola-ción, motivo por el cual en 1890 –y no sin la consulta respectiva sobre la veracidad de los grados– se revalidan yconceden los títulos con fecha 26 de marzo. Documentos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC,años de 1886 y 1890, folios 179 y 69, respectivamente.35 Conviene apuntar algunas de las particularidades de las fuentes principales de este apartado. Consideramos unescrito temprano, de 1883, inédito hasta la publicación de las Obras Completas, que pone formas académicas a surevulsión ante la ciudad y que expresa la posición aun muy marginal de quien lo escribe (estudiante de menos de20 años aun no “establecido” ni profesional ni socialmente en Córdoba). Los textos de 1903, 1904, 1913 y 1916constituyen todos manifestaciones públicas y en ejercicio de la función pública. Los tres primeros son discursosredactados para ser pronunciados en la Universidad Nacional de Córdoba en ocasiones diversas (la inauguraciónde la estatua al fundador de la misma, una colación de grados, su designación como miembro académico honora-rio de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales) mientras que el último es una carta personal-pública en la queresponde a su designación como miembro honorario de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba. Se consi-deran también un prólogo de 1910 y un capítulo de Hombres e ideas educadores (1912), dedicado a los colegiosde Monserrat y San Carlos. En los últimos casos González es ya una personalidad consagrada como funcionario,político y académico que vuelve a la ciudad de su juventud acreditado, entre otras cosas, por el ejercicio de losministerios del Interior y de Justicia e Instrucción Pública de la Nación y la presidencia de la Universidad de la

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terreno respecto del cual tenues variaciones literarias traducen valoraciones cambiantes.Puede ser sucesivamente un “pozo” o un “valle”, según quiera subrayarse su naturalezacerrada (en homología con la ciudad-claustro) o dulcificar su recuerdo apelando vagamentea su fertilidad y a la suavidad de sus contornos. En el primer caso la referencia al terreno,más peyorativa que topográfica, es una variación de aquella idea “fuerte” sarmientina queasimilaba barrancas a claustro, esto es, de la idea según la cual la cultura cita al entorno por-que no puede vencerlo. En el segundo, una alusión más estrictamente topográfica viene asugerir precisamente la más fluida relación entre naturaleza y cultura. Las figuras corres-ponden a distintos momentos de escritura y se enlazan con visiones alteradas del espaciolocal y nacional. Si la Universidad funciona como metáfora durable de la ciudad y su com-portamiento frente a la naturaleza es porque permite, en un caso, jugar con la idea de la suje-ción de la cultura a la natu raleza y, en el otro, con la de la alteración de la naturaleza por lacultura, lo que es también su conversión en paisaje. En términos estrictamente sociales –aunquetambién desigualmente valorados– la Universidad parece buena para decir la ciudad porquesiempre es capaz de expresar dos clases, unas “superiores” y otras “ignorantes”,36 ordenadassegún una distinción espacial entre un “adentro” y un “afuera” y articuladas según una jerar-quía de saber que asigna a cada una de ellas una misión histórica: a las primeras la direcciónpolítica, cultural y moral, a las segundas un proceso continuo de ilustración dependiente. Sejuzgue como se juzgue a las élites locales, la idea de que su sede está en los claustros y quedesde ellos empapan la ciudad de universidad –por épocas de manera despreciable, por épo-cas saludable– reitera también un tópico sarmientino.

Se ha hecho referencia a un escrito temprano (1883) en el cual González establece unacompleta identidad entre Córdoba y jesuitismo (anacronismo deliberado que insiste en lahomología entre la ciudad y el pasado de su Universidad), subrayando la marca de la Ordenque se habría desplegado casi naturalmente en una topografía desgraciada que la favorecía.Prolongando el malestar y casi la fórmula sarmientinos, sugiere que los jesuitas “encuentranque la ciudad de Córdoba es completamente adecuada para establecerse, tal vez porque su con-figuración topográfica tiene mucha semejanza con la naturaleza de la dominación que traíanconsigo, sombría y estrecha”.37 Terreno y dominación reverberan en los claustros en que losjesuitas desplegaran su acción hasta lograr “someter espiritual y materialmente a toda la ciu-dad y gran parte de la campaña” (p. 400).

La tragedia del origen se manifiesta en su actualidad: al influjo de la Compañía obede-ce “el sello de lentitud, de oscurantismo y enervamiento, que ha caracterizado [la] historialocal por espacio de tres siglos” (p. 397), “el sello imborrable de sumisión intelectual, que dis-tingue en la historia las sociedades que [como Córdoba] han recibido su espíritu” (p. 402).Como para Sarmiento, la expulsión de los jesuitas habría abierto un fugaz intermezzo para elsurgimiento de algunas vocaciones revolucionarias capaces de sobreponerse a la pesadaherencia y contrarrestar una reacción que, guiada por “ese espíritu falsamente religioso estuvo

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Plata por él creada. Algunas de las sugerencias centrales de este apartado han sido exploradas en Ana ClarisaAgüero, “Nación, historia nacional y continuo histórico en Joaquín V. González”, Cuadernos de Historia, Nº 6,Córdoba, CIFFyH-UNC, 2004.36 Joaquín V. González, “La Universidad de Córdoba en la cultura argentina” [1903], en Obras Completas, vol. XIII,Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata, 1935, p. 206.37 Joaquín V. González, “Córdoba religiosa” [1883], en Obras Completas, cit., vol. I, p. 398 (las cursivas son nuestras).

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a punto de hacer fracasar la revolución de mayo”.38 Jesuitismo y barbarie ya no son enGonzález el contraste entre un tipo de civilización y su ausencia, sino que funcionan comosinónimos resistentes dentro de una lectura según la cual la Orden dio “al salvaje las ideasmás absurdas de religión y de gobierno” a la vez que instaló “en el corazón de la virgenAmérica todos los vicios de que se hallaba infecta la Iglesia Católica” (p. 393). La descrip-ción de González, que reitera y extrema años después muchos de lo motivos de aquella ima-gen más fuerte y explícita en Sarmiento, intenta explicar el presente por el pasado, presu-miendo su identidad. En el carácter tradicional –esto es, clerical y monárquico–, “estrecho”,“sombrío” de la ciudad colonial residen su premodernidad estructural y su destino. Córdobaes la edad media, es la Contrarreforma y es lo culturalmente reactivo porque tiende siempre,como los jesuitas, a “oponer Aristóteles a Descartes” (p. 408). Impugnada desde la celebra-ción del progreso, la ciudad es objeto de una suerte de pesimismo cultural ante su inmanen-cia histórica.39

Esas imágenes de Córdoba, singularmente resistentes en la imaginación general delcambio de siglo y aun en la historiografía del siglo XX, parecen sustancialmente alteradas enlos textos posteriores de González. O mejor, no son tanto las imágenes las que se alteran sino

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38 Esta etapa es, de manera genérica, identificada con la coyuntura de emergencia de Funes y su grupo. Cf. JoaquínV. González, “Córdoba religiosa”, cit., p. 397.39 Idéntica relación con aquella imagen “fuerte” sarmientina de la ciudad guarda, aún en 1894, un texto publicadoen dos ocasiones por Lucio V. López. Aunque no es centro de nuestro trabajo, incluimos aquí un pasaje muy sig-nificativo en la medida en que ayuda a completar una secuencia de usos de esa imagen, en este caso ya muy adver-tida respecto de las variaciones literarias que podían justificarla. El texto es publicado en 1894 en La Nación(2/11/1894) e incluido –dado el mérito literario de este “cuadro de costumbres, lleno de vida y colorido” – en 1896en el segundo tomo de La Biblioteca. López procura narrar una anécdota vivida en Córdoba por su padre durantesu exilio de 1839 y que le fuera por él relatada; se trata de la hazaña de un bandido rural que, viéndose cercado porlas milicias, se lanza junto a su caballo a un precipicio en cuyo fondo corría un río y huye nadando. El episodio,presuntamente visto y silenciado por Vicente F. López, le parece a Lucio apto para la romantización de las figurasfuera del orden ensayada “por Byron, por Hugo, por Dumas, por Merimée, más tarde por Sarmiento entre nosotros”(p. 491). Así, claramente avisado sobre el vigor literario de ciertas escenas, Lucio López decide incluir, de maneraabsolutamente innecesaria a la economía del relato, una larga descripción sobre la ciudad de Córdoba que su padrehabía abandonado cuando se dirigía a Ascochinga, destinado a presenciar la anécdota. La intertextualidad con elFacundo es deliberada y, por encima de ella, hay sólo el denodado intento de ganar en vivacidad y lujo de descrip-ciones: “[mi padre] huía frecuentemente de la ciudad, inundada por su río desbordado, caldeada por el sol africanoal que le sirve de lente, enclavada en aquel hoyo en que Sarmiento la encontró […]. Probablemente, ya había regis-trado todo aquel vasto monasterio, especie de Escorial indígena, mezcla informe, pero intensamente característica,de todos los estilos de las villas y ciudades de la América española [bastardeados tanto el gótico como el morisco]peculiarmente en los pueblos del Alto Perú, en los mismos de Chile, por el artífice quichua, que ha puesto en todosestos frentes de iglesias y casas del otro siglo algo de la ingenua y rudimentaria inspiración de aquellos tenaces yanónimos constructores.

Córdoba, en el año 39, era una agrupación de iglesias, como lo seguirá siendo mientras el cosmopolitismo nola haga rebalsar en el Alto, con las construcciones barrocas y profanas que la individualizan. En el centro, la cate-dral, con sus lomos de rinoceronte fabuloso y el cabildo insípido, que parece, como todos sus congéneres, la deco-ración obligada de la Plaza Mayor, destinada a las ejecuciones capitales. Dos cuadras más lejos, la Compañía consus torres pardas, admirable como curiosidad sudamericana, en cuyos muros la cal mordiente de Malagueño ha uni-do lozas, ladrillos, bloques de granito y hasta enormes piedras, lamidas y redondeadas por la corriente secular delrío. Al oeste, el paseo Sobremonte con su inmenso estanque y su isla central de mampostería greco-romana, conque el virrey quiso remedar, tan luego en la ciudad graduada in ultroque, las maravillas de la Corte de Versalles.Alrededor, en fin, de toda la población, el suburbio, con sus habitantes pobres y sucios, sus casuchas de adobe o depiedra, y sus techos de paja; cavadas algunas en la greda viva del cerro, como las que se suelen ver todavía enAragón: la familia harapienta que se reproduce allí en el hacinamiento bohemio en el que vive…” (las cursivas sonnuestras). Lucio V. López, “El salto de Azcochinga”, en La Biblioteca. Revista mensual dirigida por P. Groussac,año I, t. II, Buenos Aires, pp. 483 y 484.

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la manera en que son articuladas con el proceso de transformación económico-social en gene-ral y con el de construcción de la nación, en particular. Las intervenciones consideradas a par-tir de 1903 presentan ciertos rasgos recurrentes que pueden sintetizarse como sigue: a) expre-san una visión de la modernización que acentúa sus aspectos problemáticos, con lo cual laidea de progreso se debilita como valor en sí mismo; b) exhiben una aguda preocupación porestabilizar una imagen de la nación y sus componentes así como por forjar una unidad ima-ginaria entre ellos; c) reconocen en el devenir histórico un elemento fundamental para la cons-trucción (material y simbólica) de esa unidad y reclaman, en esa medida, tanto una síntesissociohistórica como una narrativa capaz de expresarla; d) finalmente, y como resultado deesos desplazamientos, conllevan una revalorización del espacio Córdoba en tanto complejomaterial y cultural.

En lo que hace al primer punto, el debilitamiento de la identidad entre progreso y feli-cidad general (presupuesto del texto de 1883) es definitivo. En él incide la percepción delcarácter contradictorio de la inmigración y de la técnica que alimenta en González una espe-cie de desencanto social (ante la conflictividad que es su correlato) y cultural (ante la consta-tación del desajuste entre confort material y desarrollo espiritual). Consecuentemente, elrecurso al tópico “progreso” se ve sensiblemente disminuido en estos textos.

Atenuado el progreso como factor de elevación pública, resulta inminente la búsquedade otros elementos cohesivos de una realidad cuya amenaza más sensible parece la “disolu-ción” de la sociedad en una miríada de clases y nacionalidades diversas y aun enfrentadas.Este sedimento es el que se busca en la nacionalidad cuya construcción, para González, debecontemplar la diversidad de componentes para luego elevarse sobre ella a partir del legadocomún. Esa nacionalidad parece, conforme se rehabilita España, del todo compatible convariadas formulaciones míticas del mestizaje.40

En tercer término, la elaboración de ese legado común parece deber centrarse en la his-toria.41 Esta preocupación histórica (tanto por el proceso como por su relato), más sensible en

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40 Un ejemplo de esta recuperación de España, simultánea a la integración del legado indígena, es la referencia deGonzález al fundador de la Universidad de Córdoba: “Hijo de la tierra americana sentía quizá ese vago aleteo inte-rior de los grandes pensamientos o de las misteriosas profecías, innato, además, en los indígenas de un suelo vigo-roso, y le imprimió, en su lema heráldico el mandamiento, –ungido sin duda en el divino simbolismo delEvangelio– de hacer oír su nombre por todas las gentes. […] una nueva Patria aparece en el escenario del mun-do”. Joaquín V. González, “La universidad de Córdoba en la cultura argentina”, p. 281 (las cursivas son nuestras).Para Darío Roldán, es en El Juicio del siglo [1910] donde mejor se expresan algunos de los diagnósticos y propó-sitos de González, quien opera “como un puente entre el liberalismo antihispánico a la manera de Alberdi y elnacionalismo prohispano de Gálvez. De esta manera, también, descubre uno de esos hilos conductores donde asen-tar sólidamente un fuerte nexo entre el pasado y el presente: entre la historia y la política”. Roldán, Darío, “De lacerteza a la incertidumbre. El periplo de un liberal consecuente: Joaquín V. González (1910-1920)”, en Documentosdel CEDES, Nº 5, Buenos Aires, 1988, p. 5. En la medida en que se ha utilizado una versión digital del texto, la pagi-nación puede diferir ligeramente de la impresa.41 Según Darío Roldán, El juicio del siglo intenta responder a dos órdenes de cuestiones: por un lado, las estricta-mente políticas, que convocan a superar un pasado divisionista y signado por los intereses de partido. Por otro, lahistórica, que exige un tipo de búsqueda deductiva de “leyes constantes y periódicas”, ibid., p. 3. Los términos delpropósito histórico de González no son parejamente claros a lo largo de la etapa y conforme al diverso tipo de regis-tros en los que se pronuncia. Muchos de ellos parecen traducir una propuesta más cercana a –o al menos mixtura-da con– la de La tradición nacional [1888], donde el imperativo de un relato de pasado convive con la distinciónentre historia y tradición y la apelación al fondo de oralidad que se considera propio de ésta. Cf. Ana ClarisaAgüero, “Nación, historia nacional…”, cit., pp. 19-20.

Parece interesante, por otra parte, atender a algunas de las distancias gonzalianas respecto de Mitre, quien par-te del resultado e intenta explicarlo en un relato que oficie de historia. Aquello a explicar es la desigualdad regio-

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González conforme pasan los años, redunda en la tematización de la unidad del devenir tem-poral. Esto lo lleva a problematizar la relación pasado-presente-futuro y a buscar de continuovías posibles para una síntesis lógica e histórico-social (en el proceso) y para un relato (unahistoriografía) que la exprese y le permita realizarse. La presunción de una unidad espiritualy la idea de que la revolución de mayo ha cumplido cabalmente su rol de escindir pasado ypresente lo empujan en este sentido.

Todos los elementos señalados contribuyen, como se dijo, a una revalorización deCórdoba que no es posible atribuir sólo al carácter de las intervenciones aquí consideradas.En esa búsqueda de un sedimento común, fuertemente vinculada con la construcción de unanarración histórica, el espacio que sigue admitiéndose marcado por la herencia colonial y, enese sentido, tradicional adquiere un nuevo significado. Es precisamente en virtud de ese lega-do que Córdoba encuentra su lugar en la nación: como reserva de un pasado común hispano-argentino y como ciudad-universidad, sinónimo de cultura universal y potencialmente moder-na. La relectura del pasado cordobés, entonces, queda signada por la revisión de la etapacolonial, por un desplazamiento notable en la consideración del rol de Córdoba en laRevolución y por una valoración positiva de la singularidad local en vistas a la unidad histó-rica de unos orígenes y un destino nacionales. Desplazamientos todos que dialogan con laevocación nostálgica de la ciudad por quien cree encarnar al hijo pródigo, actualizado en cadauno de sus retornos:

Fundada esta Universidad entre las penumbras de un gobierno colonial sin luces ni orienta-ción [en ella] iba envuelto el germen de vastas reacciones cívicas no sospechadas, de revolu-ciones políticas incontrarrestables: iba en él […] la Revolución de Mayo, encendido el yun-que donde se forja la Nación Argentina, y con el seno nutrido de todas las ideas orgánicaslegadas por las emancipaciones anteriores, frutos a su vez, de aquellas doctrinas salvadas dela antigüedad en el asilo hermético de las ciencias medievales.42

La cita condensa varios de los desplazamientos referidos. La relectura de la etapa colonial,cuya valoración negativa se restringe ahora al (desaparecido) estado colonial en tanto se omi-te toda mención a la (vigente) Compañía de Jesús; la atenuación de ese pasaje histórico liga-da a que en él se gestaba su disolución; la simultánea rehabilitación de la antigüedad y la esco-lástica (la una como reserva intelectual y moral, la otra como guardiana de aquéllas); y,

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nal; lo que le permite explicarlo a grandes rasgos es la apelación a dos colonizaciones diversas. Como es evidente,la historia empieza allí (precisamente, objetará a González la inclusión de un pasado indígena en La tradiciónnacional). En tanto narrativa historiográfica temprana, comparte la tópica común sobre la ciudad y la remite a laespecificidad de su propia colonización, menos buena, más quichua, que la litoral. El interés puramente presentede la consideración –se busca suturar la diferencia para reconducirla a la unidad– tiene un correlato en la relativaausencia de toda referencia que exceda el espacio litoral, lo que necesariamente lo aleja de los ensayos tradicional-historiográficos de González –que lo admira–, también distanciados temporalmente. “Aún cuando la colonizacióndel litoral del Plata no siempre fue acertada en la elección de los lugares que se poblaron y en los medios que alefecto se emplearon, ella obedecía, empero, a un plan preconcebido que tenía en vista la producción, el comercioy la población. No así la colonización mediterránea del país, debida a la corriente del Perú, la cual, teniendo siem-pre presente su modelo, marchaba por instinto tras las huellas de la antigua civilización quichua desde Salta has-ta Córdoba, y fundaba sus ciudades al acaso, sin consultar las condiciones geográficas ni tener en mira ningunaidea económica para el futuro […] tenían una constitución distinta, siendo la consecuencia más notable de esto ladesigual distribución del progreso”. Mitre, Bartolomé, “La sociabilidad…”, cit., p. 17.42 Joaquín V. González, “La universidad de Córdoba en la cultura argentina”, cit., p. 282.

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finalmente, una identificación entre Córdoba y la Revolución que se vuelve estructural (ya noson algunos visionarios los que logran romper el yugo sino que Córdoba, al ser universitaria,debía ser ilustrada y revolucionaria). La especificidad de Córdoba la vuelve ahora adecuadapara operar la síntesis histórica entre ese pasado que se aloja en sus claustros y un presente,moderno, que ha encontrado también sitio en una Universidad que “atrae y asimila la cienciacon espíritu libre y abierto” (p. 281). En esa dirección, González encuentra que “[…] ningúninstituto argentino está mejor colocado que éste para realizar la restauración del vínculodisuelto entre el presente y el pasado, en cuanto al valor representativo de la nacionalidadmisma. La revolución ha roto, sin duda, el lazo político, pero no ha podido destruir el hechosocial y étnico sancionado por la sucesión de tres siglos”.43 De esta manera, Córdoba pareceencontrar su misión histórica en instalar una continuidad donde antes hubo una cesura de lacual la Revolución fue inevitable agente. Lo que antes se señalara como su tragedia apareceahora como su virtud: los clásicos pueden ser leídos no como signo de retraso sino comoreserva moral, la escolástica puede desentumecerse y ser puesta al servicio de la vida, la eta-pa colonial puede servir como memoria común de una dorada comunidad sudamericana quees también comunidad de raza:44

Pronto resonará sobre estos graves muros [de la Universidad] la campana anunciadora del ter-cer siglo de su historia viviente y dos épocas revivirán a su llamamiento, para confundirse,para reconstruirse en espíritu, para restablecer la unidad psicológica de una raza, y paramostrar a la patria los cimientos seculares de su hogar, que las vicisitudes de la guerra eman-cipadora pudieron cubrir de cenizas pero no destruir, para que reapareciesen un día a reani-mar en las conciencias la fe en el porvenir por la hondura de los cimientos en el pasado. […]Con el secreto de la antigüedad sobre la cual la patria nuestra puede levantar su edificio eter-no. […] quedará nuestra vieja Universidad como la guardadora augusta del fuego originario,custodia del legado fundamental del patrimonio primitivo, maestra y sacerdotisa de los cul-tos ancestrales y de la mística levadura generatriz de todas las transformaciones.45

Nuevamente, la Universidad condensa la ciudad y es su metáfora, en tanto la percepción delpaisaje se altera en la evocación de “la dulzura y atractivos de su ciudad y su valle” (p. 74).Todo esto acompañado de un continuo retorno sensorial, crucial para esa puesta en nostalgia.Cada regreso parece acercar a González a la verdad, a “aquellos años de Córdoba, impregna-dos de un perfume de alma, semejante al de los viejos armarios de familia, cuyas puertas, alabrirse después de una larga ausencia, envían al corazón un hálito de memorias amadas quelo expanden, lo marean, lo arrebatan, como una humareda de incienso en medio del acorde deun órgano lejano”.46 Años cuya oscura descripción sensorial contrasta con la de un clima inte-lectual –el de los ochenta– que parece definitivamente perdido. Años en que “era brillante el

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43 “La universidad de Córdoba en la cultura argentina”, cit., p. 286 (las cursivas son nuestras).44 Sobre la articulación de esta noción con el hispanismo característico de la generación del novecientos, véaseCarlos Altamirano, Beatriz Sarlo, “La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológi-cos”, en Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997.45 Joaquín V. González, “La Universidad de Córdoba en la evolución intelectual argentina” [1913], en ObrasCompletas, op. cit., vol. XVI, pp. 70 y 71 (las cursivas son nuestras).46 Joaquín V. González, “Prólogo” a Pensamiento y Acción de Angel Avalos [1910], en Obras Completas, op. cit.,vol. XV, p. 463.

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núcleo de hombres que hacían constelación, cátedra, núcleo atractivo e influyente, foco vívi-do de pensamiento, de lucha, de acción social y política. ¡Qué, si hasta del seno de los círcu-los eclesiásticos, como del fondo de una nube oscura, surgían resplandores que alumbrabanel camino a la dispersa juventud! [….] En la calle, los muchachos hervían de entusiasmo lite-rario, que desbordaba en veladas, en periódicos, en diarios; y la gran oda, la endecha aman-te, la prosa poética o la pieza jurídica, eran la preocupación del día” (p. 468). La tragedia delorigen cordobés y las disociaciones que entraña parecen resolverse en la sensacional alqui-mia en la cual tradición y modernidad (pensados como monaquismo y monarquismo y comotransformación técnica y republicana, respectivamente), pasado y presente, llegan a fundirseen una única y patriótica alma colectiva. De cara al porvenir, el desencanto es sorteadomediante un optimismo del pasado.

Juan Bialet Massé y la ciudad como energías en conflicto

Las imágenes de Córdoba elaboradas por Bialet Massé se hallan inevitablemente unidas a sufascinación por el paisaje y los recursos de la provincia en general. En toda ella el catalánencuentra energías que concibe en pleno despliegue a lo largo del cambio de siglo y es poresa especificidad que, aunque más sucintamente que a las figuras anteriores, no queremosdejar de tratarlo aquí. Ningún texto plasma como el Informe la imagen de una ciudad en pro-ceso de una transformación inducida, acelerada y profundamente contradictoria.

El estado de cosas es característico de una sociedad que evoluciona hacia una transformacióntotal en su manera de ser económica y que afloja los resortes mismos de sus rigideces tradi-cionales para que se infiltren elementos nuevos. Los contrastes no se pueden mantener pormucho tiempo.47

La voluntad y el optimismo modernizadores de Bialet carecen, sin embargo, de ingenuidad.Su propio viaje intenta desentrañar y dejar constancia (inscribir, como buen etnógrafo) de losaspectos más crudos de una implantación cuyos bemoles mostrara Europa antes que América.La idea de un progreso que es material y social aparece íntimamente ligada con el recurso ala ciencia, puesto que de ella se espera un saber que vuelva controlable lo real. Así, Bialetenfrenta cada espacio munido de un complejo positivo dentro del cual energía, inercia y dina-mómetro representan paradigmas de la actividad social (creativa y reactiva) a la vez que dela posibilidad de su mensura y control.48

Al describir Córdoba reformula varios de los tópicos recurrentes en la imaginacióngeneral sobre la ciudad a la vez que logra situarlos como representaciones relativas del pai-saje y la cultura locales. La perspectiva conflictiva parece desprenderse casi naturalmente dela contradictoriedad del proceso y resulta adecuada para enlazar sus relecturas a formulacio-nes dualistas anteriores.

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47 Juan Bialet Massé, Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas a comienzos de siglo [1904], 3 vols.,Buenos Aires, CEAL, 1985, p. 222.48 Cf. Javier Trímboli, Mil novecientos cuatro. Por el camino de Bialet Massé, Buenos Aires, Colihue, 1999.

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[Córdoba]…una ciudad hermosa, característica, concentrada, surcada por calles de pisosimposibles e insuperablemente sucias. Una sociedad culta, amable y distinguida; con trajemoderno, pero con ribetes de la nobleza del siglo XVI que la fundó; con el sentimiento supe-rior del arte bello, salones elegantes; todo esto en casas de fondos vergonzosos de suciedad,sobre un subsuelo de muladar podrido, en que se alojan todos los microbios posibles, quedevoran a los niños, como los ogros de la fábula. […] Universidad, colegios, conservatorios,escuelas normales y de agricultura, de todo y bueno, que irradia en la República; una alta inte-lectualidad, que se disipa en estériles discusiones de política bizantina, en ociosidades de cluby en vicios de confitería; espíritus democráticos con resabios de monarquía absoluta…49

Desde su perspectiva, la modernización es ese conflicto entre elementos tradicionales e inno-vadores que en Córdoba tienen por agentes, respectivamente, una oligarquía disminuida y unajuventud cuya liberalización es favorecida por el “espíritu moderno” que invade la Universidad(p. 220). Su deprecio por la élite improductiva es análogo al de ésta por los sectores implica-dos en las actividades prácticas. Entre ellos, Bialet rescata especialmente a los obreros y arte-sanos que, siendo representantes de una cultura del trabajo, logran experimentar un ascensosocial acorde con la época. Su mirada aprobatoria se acompaña de la insistencia en el origenmayormente criollo de esos grupos y, por ende, de una rehabilitación de la herencia hispánica.El criollo le parece el tipo más apto para cualquier tarea manual o intelectual con lo que la crí-tica –hasta el desprecio– del legado social de la colonia se restringe a la porción dominante, aesas presuntuosas y quietas élites sin sentido de la laboriosidad ni del progreso.

Sus imágenes de la ciudad, reforzadas por la virtualidad de fijar un movimiento,50 entra-ñan la reformulación de varios de los tópicos presentes en Sarmiento y en González. Uno deellos es el relativo a la religiosidad de la ciudad, cuestionada como una representación entreotras en la idea de una “reputación” creada (p. 280) y no necesariamente justa. En segundolugar, y acaso más significativo aquí, es la idea del paisaje y la cultura locales, de su relación,la que resulta completamente alterada. La ciudad ha superado las barrancas en términos espa-ciales (en su urbanización) pero también temporales, ya que ello representa un avance de lacultura sobre la naturaleza:

La ciudad se destaca dibujada, con las agudas agujas de sus templos, las siluetas de sus edi-ficios públicos, parques y plazas, ha roto las ligaduras de las barrancas y se desborda por losaltos; al sur, la Nueva Córdoba, continúa las calles que cortaba la barranca […] y el gran par-que de nueva Córdoba, con su lago artificial, se ve como una mancha de azulada plata, conel chalet de la escuela agronómica como un centinela encastillado, el vigía que anuncia unanueva era.

Al norte, Alta Córdoba, amojona con casitas para obreros, sus manzanas, y las hileras dearboledas marcan las calles. ¡Qué movimiento en aquel desierto de ayer! Locomotoras quemaniobran, unas que se van, otras que llegan por los cuatro rumbos, no se las oye, pero se lasve silbar, el penacho blanco del silbato lo demuestra. Las estaciones son ya insuficientes. Elerial se ha convertido en un edén…51

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49 Juan Bialet Massé, op. cit., pp. 219-220. 50 Y es el tipo de viaje realizado por Bialet, el carácter etnográfico de sus descripciones, su identidad con la cien-cia y la efectividad de su “estar allí” lo que proporciona gran parte de su fortaleza al Informe.51 Juan Bialet Massé, op. cit., p. 217 (las cursivas son nuestras).

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La cita sólo parece subrayar lo obvio, es decir, que la ciudad que ve Sarmiento no es la mis-ma que ve Bialet Massé y que, evidentemente, no la ven desde el mismo lugar. Pero lo inte-resante aquí es que Bialet necesite discutir todavía con una imagen cuya vigencia pone derelieve en ese acto y que esa imagen es, básicamente, aquella imagen fuerte sarmientina. Ladiversa percepción de la ciudad pero también la certidumbre de un combate –de imágenes ypor el imaginario– se expresan en la utilización de figuras altamente contrastantes. Ante unadescripción que acentuaba lo cerrado y sombrío, la oscuridad y confusión del terreno y la cul-tura, se instala otra que destaca una luminosidad que permite ver siluetas, perfiles y detallesy releer por completo el paisaje social: “Hace treinta años que oigo decir que la depresión deCórdoba es causada por su ubicación, entre barrancas, que no permiten levantar la cabeza yabarcar el horizonte, pero hace treinta años también que yo veo que eso es falso” (p. 240). Elseñalamiento temporal conduce al establecimiento de Bialet en Córdoba y comprende laexperiencia traumática del dique. Hombre ligado al proyecto juarista, que ciertamente com-partía en su afán técnico, Bialet había sido víctima precisamente de aquellas élites que juzga-ba retardatarias. Casi quince años después del expediente, el catalán insiste en la realidad deesa lucha entre lo viejo y lo nuevo y renueva su voto optimista. Sus imágenes anuncian unaciudad futura que imagina fruto del conflicto entre una herencia idealista y conservadora yunas fuerzas innovadoras técnicas y morales que le parecen destinadas a vencer. “¡Qué fe letengo a esa evolución! Lo he dicho en cien ocasiones. Córdoba es, por su situación topográ-fica, el corazón de la República, y por un fenómeno sociológico especial, la República enpequeño; allí nace y allí están los gérmenes del porvenir del país, en materia de trabajo comoen cualquier otra” (p. 222).

El optimismo de Bialet no debe oscurecer el hecho de que su decidido rescate, tanto dela ciudad como de la provincia, radica más en la perspectiva de articulación de naturaleza ytécnica que en su diagnóstico efectivo de la arena social en que los cambios habrían de ope-rarse. Su mirada es contemporánea al desencanto progresista de González, desencanto quehace fluido en este último el rescate de la herencia hispánica. Para el catalán, en cambio, lapotencialidad energética y la técnica están en el centro del optimismo por Córdoba, que es unoptimismo signado por una imagen de futuro que condena el pasado como algo que debe serdefinitivamente abandonado. Coincide en esto con las más belicosas imágenes sarmientinas,pero se aleja de ellas por una valoración presente que las pone en crisis. Juega literariamentecon el Facundo y su lectura invita a la revalorización del espacio en su conjunto y, en ese sen-tido, constituye una suerte de bisagra hacia la elaboración reformista de la ciudad.

a modo de cierre

El artículo ha intentado recuperar las imágenes de Córdoba elaboradas por tres personajes queformularon diagnósticos y proyecciones sobre su fisonomía y su lugar en un espacio estatal yen un imaginario nacional en vías de conformación. En los desplazamientos señalados entreunas y otras no quiere sugerirse un curso evolutivo sino sólo algunas de las posibilidadesabiertas para pensar esa relación en el cambio de siglo y algunas de las tensiones que éstassuponían. Las mismas conforman un repertorio que, montado sobre cierta tópica común, auto-riza valoraciones diversas conforme el momento de su formulación pero también conforme elánimo proyectivo que las alienta. Puede advertirse, en efecto, la existencia de dos núcleos de

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imaginación comunes, sujetos a valoraciones cambiantes: por un lado, para todos Córdobaestá en identidad con su pasado colonial, actualizado en diverso grado en un presente con-servador; por otro, para todos también, la resolución de la tensión entre naturaleza y cultura,entre barrancas y ciudad es crucial para el destino cordobés. Pese a esta relativa convivencia,se advierte también la desigual ponderación de los rasgos acordados conforme la tematiza-ción esté guiada por un “deseo” de futuro (el Sarmiento del Facundo, el joven González,Bialet Massé) o por una urgencia presente de pasado (el “segundo” González). En un caso, elpasado y sus connotaciones parecen deber ser borrados hasta en la más leve posibilidad deevocación; en el otro, la herencia antes impugnada puede ser rehabilitada como elemento dis-tintivo de la ciudad en el espacio nacional y como su necesario aporte a éste.

Siendo contemporáneas, las reválidas de Bialet y de González tienen distinto signo. Laprimera reivindica la ciudad como espacio originalísimo de un cambio que encuentra ya ope-rándose y que estima ha de barrer con el pasado colonial; la segunda monta el rescate preci-samente en la pervivencia de ese pasado, en el carácter inédito de reserva que reivindica paraCórdoba. Tanto uno como otro rescate son muy significativos, sin embargo, porque alimen-tan la crisis de aquella imagen radical de Córdoba como sede de la reacción y obstáculo a latransformación nacional que, imagen explícita y fuerte en el Facundo, excede ampliamenteen sus reapropiaciones las consideraciones sarmientinas.

Si se lee el Facundo en relación con los Recuerdos, se advierte la dirección de un pro-ceso que sigue el curso de la decadencia de la propia revolución. Se trata, en todo caso, deuna lectura que reconoce momentos de esplendor dentro de un esquema colonial más com-prensivo (esto es, marcado en los Recuerdos respecto de la última década del siglo XVIII y laprimera del XIX, es decir, del momento-funes) y momentos de retrogradación que juzga ina-ceptables a partir de 1820 y cuyos rasgos más revulsivos resalta con singular ferocidad en elFacundo. La de Sarmiento no es en absoluto una mirada plana sobre la ciudad, y el interésque lo guía tampoco expresa una actitud generalizada respecto de los núcleos urbanos exis-tentes.

Es el sentido común elaborado sobre las más corrosivas de aquellas imágenes el queresulta impugnado por las valoraciones que, en cierta medida, abren camino a unas autorre-presentaciones del espacio local –quizás no más justas pero sí más orgullosas– como las quecaracterizan el ciclo reformista. Imágenes que, en gran medida, deben luchar durante todo elsiglo XX con la fuerza residual de aquella cristalización de fines del siglo XIX, presente en lamirada que la nación (en gran medida identificada con su Capital) lanza sobre Córdoba.Pensar por qué, visto desde fuera, ese viejo complejo de representación y valoración hege-mónicas fue más resistente que sus “correcciones” valorativas (caso del segundo González ode Bialet) o sustantivas (caso de la propia Reforma, que no deja de colarse en este texto) esun convite sugestivo, sobre todo cuando esta imagen “premoderna” (lo que allí equivale a per-sistentemente colonial y regresiva, es decir, a la descripción y la valoración) reverbera inclu-so en la historiografía local contemporánea. Es, en parte, la propia simplicidad de la imagenlo que invita a pensar en su eficacia. o

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1A mediados de la década de 1920, y en consonancia con un fenómeno que es detectable poresos años en zonas variadas de la cultura occidental, es posible apreciar la emergencia de

un discurso novedoso en estratos significativos de los círculos intelectuales argentinos. En unmundo signado por la crisis cultural de alcances mayúsculos producida tras la Primera GuerraMundial, crisis que puede enunciarse en los términos de la problemática no sólo spenglerianade una “decadencia de Occidente”, tiene lugar, como movimiento conceptual complementarioa esa desestabilización del Occidente como modelo cultural hegemónico, la apertura a zonasque dibujan una nueva topología de las referencias y polos de positividad político-culturales.Desde comienzos de siglo, el modernismo cultural, prolongado luego en arielismo y multipli-cado por los círculos de la Reforma Universitaria en todo el continente, ha producido, comocontraparte de la nueva mirada negativa con que un primer antiimperialismo de raíces espiri-tualistas comienza a ver a los Estados Unidos,1 la afirmación de un discurso latinoamericanis-ta de vasto alcance en los espacios intelectuales del período. Pero junto con la emergencia deeste americanismo, otras referencias, relativamente más tenues, proyectan sobre el Oriente unamirada que rescata elementos asimismo positivos, en un movimiento de ideas que aquí deno-minamos orientalismo invertido, y que da tema a este trabajo. El “Oriente”, objeto difuso,ingresa así por primera vez en las consideraciones acerca de los valores que habrían de apun-talar, tras el derrumbe del liberalismo europeo occidental, una nueva era civilizatoria.2

* Este artículo, resultado parcial de una investigación de largo aliento que anhela culminar en la realización de mitesis doctoral, ofrece una versión del texto presentado en la mesa “Historia intelectual argentina y latinoamericanaen los siglos XIX y XX” en las X Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia que tuvieron lugar en laUniversidad Nacional de Rosario en septiembre de 2005. Allí pude disfrutar de los comentarios que me dispensa-ra Oscar Terán. Posteriormente, las generosas lecturas de Omar Acha, Ezequiel Adamovsky y Adrián Gorelikredundaron en observaciones siempre agudas que me permitieron enriquecer y ajustar el texto. Me veo obligado aseñalar, sin embargo, dado mi empecinamiento en sostener frente a ellos algunos puntos de vista, que la responsa-bilidad por eventuales errores me corresponde por entero.1 Cf. Oscar Terán, “El primer antiimperialismo latinoamericano”, en En busca de la ideología argentina, BuenosAires, Catálogos, 1986.2 Decimos que hablaremos aquí de “orientalismo invertido”, y el concepto merece una precisión inicial. En líneasgenerales, las referencias al Oriente que abordaremos se mantienen dentro del entramado discursivo que canónica-mente Edward Said fijó a la hora de definir el orientalismo: “Desde que ha existido en la conciencia de Occidente,Oriente ha sido una palabra que poco a poco se ha hecho corresponder con un vasto campo de significados, aso-

Martín Bergel

Un caso de orientalismo invertido

La Revista de Oriente (1925-1926) y los modelos de relevo de la civilización occidental*

Universidad de Buenos Aires

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 99-117

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La zona de discursividad que articula este orientalismo invertido en efecto surge sobretodo, aunque no exclusivamente, en torno de los espacios intelectuales que emergen en laArgentina –y en otros países del continente– en la estela de la Reforma Universitaria. Una desus cristalizaciones más caracterizadas la constituye la Revista de Oriente, nacida en 1925 delos círculos de un antiimperialismo cuyo origen reformista no impedirá su rápida extensiónhacia otras franjas de la cultura del período. Su principal mentor, Arturo Orzábal Quintana,una figura hoy apenas recordada, es uno de los intelectuales de mayor presencia de la décadaen los circuitos reformistas y de izquierda (su firma es detectable con gran frecuencia en laRevista de Filosofía y en Nosotros, entre otras publicaciones). La Revista de Oriente, contodo, tendrá vida breve –dejará de salir por problemas financieros al año de su aparición–, ysi retiene nuestra atención hoy es porque se nos aparece como un índice saliente de un dis-curso sobre el Oriente que sin embargo la excede, y cuyos contornos generales nos propone-mos aquí reconstruir.

2Las referencias orientalistas, que hemos de ver emerger profusamente en la década de1920, no eran sin embargo nuevas en la cultura argentina. Son bien conocidas las recu-

rrentes apariciones de motivos asiatistas en la escritura sarmientina, muy especialmente en elFacundo. En su propósito de conocer y brindar un marco explicativo a la vez que persuasivopara entender la barbarie que ha brotado de la pampa argentina domeñando las luces de lacivilización, Sarmiento acude continuamente al uso de analogías orientalistas.3 CarlosAltamirano ha estudiado el modo como la “cita orientalista”, ese mecanismo que apela a uncódigo plenamente establecido y familiar –a pesar de la lejanía del objeto real– en el horizonteintelectual del siglo XIX, es para Sarmiento uno de los principales modos de producir conoci-miento sobre el otro gaucho, a la vez que para evocar los resortes que trabajan produciendoel fenómeno del despotismo americano.4 El Oriente brindaba un acervo de recursos, algunosde los cuales podían ser utilizados para adornar el romanticismo literario que es una de las

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ciaciones y connotaciones que no se referían necesariamente al Oriente real, sino al campo que rodeaba a la pala-bra” (E. Said, Orientalismo [1978], Madrid, Debate, 2002, p. 274). El Oriente evocado por la serie de discursos quehabremos de explorar está presidido, en algunos casos, por una persistente voluntad de conocimiento. Y sin embar-go, si hemos de decir que esos discursos no desbordan las fronteras del orientalismo, es porque ellos no dejan deser proyecciones imaginarias –aun cuando se pretendan verdaderas– sobre su objeto. Con todo, el orientalismo alque nos referimos presenta una alteración radical en una de sus componentes fundamentales. Es conocido, a partirde la obra de Said, que la saga orientalista permitió devolver especularmente una imagen complaciente de la pro-pia cultura occidental, cuya superioridad relativa resultante del contraste producido a partir de su figuración comolo otro de Oriente ofició de justificación de la empresa de conquista de Asia y África. Ahora bien: el orientalismoal que nos referiremos no deja de serlo en cuanto representación del Oriente construida desde el Occidente –en estecaso, desde la periferia argentina–, pero su signo ha mutado por completo. Ante la crisis de Occidente, emergen porprimera vez referencias connotadas positivamente que colocan expectativas en el Oriente como territorio llamadoa abonar un proyecto de regeneración humana. He allí entonces un orientalismo invertido.3 El caso es bien conocido, por lo que nos limitamos aquí a citar unos pocos ejemplos extraídos de la edición delFacundo, Buenos Aires, Kapeluz, 1971. Sobre la educación en la pampa: “El progreso moral, la cultura de la inte-ligencia descuidada en la tribu árabe o tártara, es aquí no sólo descuidada, sino imposible” (p. 80); sobre el cau-dillismo: “El caudillo argentino es un Mahoma, que pudiera, a su antojo, cambiar la religión dominante y forjaruna nueva” (p. 108); sobre Facundo Quiroga: “Cuando predomina una fuerza extraña a la civilización, cuandoAtila se apodera de Roma, o Tamerlán recorre las llanuras asiáticas […]. Facundo, genio bárbaro, se apodera desu país” (p. 147).4 Carlos Altamirano, “El orientalismo y la idea del despotismo en el Facundo”, en C. Altamirano y Beatriz Sarlo,Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997 (2ª ed. ampliada).

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bien conocidas facetas del Facundo, pero que en general tienen como rasgo común el pre-sentar aspectos negativamente connotados.

Ahora bien, si a Sarmiento le parece tan natural y productivo el recurso a la imagineríaoriental, es porque las élites intelectuales decimonónicas en la Argentina procuraron inscri-birse explícitamente en el curso desplegado por la civilización occidental. “Europeos nacidosen América”, al decir de Alberdi, los letrados argentinos no podían sino compartir uno de losmecanismos más recurrentes de autoafirmación de la identidad europea, convertido en unasuerte de sentido común en el horizonte del liberalismo decimonónico. Sarmiento lo señalaexplícitamente en sus Viajes, al señalar, ahora ya en su visita a Argelia, que “nuestro Orientees la Europa, y si alguna luz brilla más allá, nuestros ojos no están preparados para recibirlasino a través del prisma europeo”.5

El recurso al orientalismo se prolongará a lo largo del siglo XIX, y en efecto permane-cerá como un rasgo cuanto menos implícito en los grupos letrados, precisamente hasta que lahegemonía cultural europea comience a ser cuestionada. Le va a corresponder al ensayo posi-tivista finisecular, a partir de su uso recurrente de la categoría de raza como modo de inter-pretación central de los fenómenos sociales, volver a hacer explícito el orientalismo. Así,cuando Carlos Octavio Bunge en Nuestra América procure establecer una sociología del cau-dillismo, tenido por principal flagelo del continente, y lo haga derivar de la pereza, rasgodominante de la psiquis del hombre de raza americana, volverá sobre las formas de la com-paración orientalista de cuño sarmientino:

No fue europea, ni siquiera española, la crueldad desplegada por el caudillaje argentino en lasluctuosas guerras civiles que, de 1820 a 1861, encenagaron la ¨Confederación Argentina […].Ante los orientales, exentos de esteticismo griego y de caridad cristiana, cuyos nervios sabensaborear toda la voluptuosidad del espectáculo del dolor ajeno, cuya imaginación es tanfecunda en descubrir los más agudos y prolongados suplicios, los europeos, en materia decrueldad son inocentes niños […]. Pero, en las venas de la plebe hispanoamericana, la sangreazul de los hidalgos godos corre mezclada a la oscura sangre de los indígenas, parientes leja-nos de los indomalayos […]. De ahí que las “muchedumbres criollas” hayan podido dar algu-na vez a sus desmanes un sello de verdadera “crueldad china”. De ahí que la fantasía orien-tal pudiera inspirar, por afinidad, los fabulosos suplicios que a los vencidos imponían loscaudillos y turbas semiindígenas que desolaron nuestras tierras en época no remota…6

El argumento racialista y hasta racista se ha extremado, y ahora la eficacia explicativa de estefactor permite a Bunge imaginar “una gota de sangre china” en el corazón de los lugarte-nientes rosistas. El determinismo racial se anuda al pesimismo biologicista, y así los motivosasiatistas adquieren un tono exasperado ante una realidad que aparece como fatídica. Noshallamos ante rasgos que pudieron ser modulados también por el Ingenieros más cerrada-mente positivista. En sus Crónicas de Viaje de 1905-1906, en un apartado titulado cristalina-mente “Las razas inferiores”, Ingenieros narra en los siguientes términos la llegada de su bar-co a las costas del África Occidental:

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5 D. F. Sarmiento, Viajes, Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1981, p. 239, citado en C. Altamirano, op. cit., p. 87.6 C. O. Bunge, Nuestra América [1903], Buenos Aires, Teorhía, 1992, p. 215.

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El espectáculo ya harto vulgar, de la turba de negros zambulléndose en el mar transparentepara atrapar una moneda, es indigno de ser descripto. El más elemental orgullo de la especiequeda mortificado al presenciar por vez primera ese ejemplo de laxitud moral ofrecido por lasrazas inferiores. Todos los ingenuos lirismos de fraternidad universal se estrellan contra estasdolorosas realidades […]. Los “derechos del hombre” son legítimos para los que han alcan-zado una misma etapa de evolución biológica; pero, en rigor, no basta pertenecer a la especiehumana para comprender esos derechos y usar de ellos…7

Aun cuando para Ingenieros la raza negra parece ubicarse en el último peldaño del escalafónde las razas, y por ello “los hombres de razas blancas, aun en sus grupos étnicos más inferio-res, distan un abismo de estos seres”,8 es dable suponer que en un mundo así organizado enestricta jerarquía de razas, las asiáticas aparecerán también –la frase recién citada parece alu-dir a ello– en una posición de subalternidad respecto de las europeas.

Hemos incorporado al África como referencia orientalista, y con ello no hacemos sinoreproducir uno de los rasgos salientes de este discurso: su imprecisión geográfica y cultural ala hora de mentar “el Oriente”, y su tendencia a “agrupar circunstancias muy diversas en grue-sas generalizaciones –en general definidas a partir de su carácter no-europeo–. Tal impreci-sión conlleva la dificultad de calificar de un modo inequívoco ciertas realidades ubicadas enuna situación de frontera respecto al par Occidente-Oriente: ejemplarmente, el caso de Rusia,alternativamente imaginada por Europa como parte de la barbarie asiática, como, sobre tododesde la segunda mitad del siglo XIX, incorporada en ciertas miradas –respaldadas en fenó-menos como la modernización de algunas ciudades rusas, o el auge y el refinamiento de suliteratura– al impulso civilizatorio europeo.9

Acaso sea por ello que otra de las figuras intelectuales destacadas dentro de la cuadrícu-la positivista finisecular ofrezca también una mirada ambivalente del fenómeno ruso. CuandoErnesto Quesada se decida a publicar en 1888 la serie de narraciones de viaje que titula Uninvierno en Rusia –libro que presenta jactanciosamente como “el primero en que un america-no del sur ha reunido sus impresiones por el vasto imperio ruso”– la visión que tenderá a pri-mar, sobre todo al visitar sus grandes ciudades, es la de una sociedad en pleno fermento moder-nizador.10 Si entonces esa mirada sobre Rusia aparece como gobernada por un impulsopositivo, no es sin embargo por un repentino gusto por lo exótico, sino porque al visitar SanPetersburgo Quesada se encuentra con rasgos típicamente europeos. Así, podrá decir que “bas-ta sólo pasearse por las calles de esta capital para comprender qué raíces profundas había echa-do aquí la influencia gala”;11 así, también, podrá mostrarse asombrado del espíritu moderno dela mujer rusa, superior al de sus congéneres europeo-occidentales y aun de Nueva York.12 Con

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7 J. Ingenieros, Crónicas de Viaje (Al margen de la ciencia), 1905-1906, en sus Obras Completas, Buenos Aires,Elmer Editor, 1957, vol. 5, pp. 116 y 117.8 Ibid., p. 117.9 Cf. Martin Malia, Russia under western eyes: From the bronze horseman to the Lenin mausoleum, Cambridge,Harvard University Press, MA, 1999.10 Dirá Quesada en la introducción a su obra: “Tengo la convicción de que la Rusia, cualesquiera que sean sus trans-formaciones, está llamada a desempeñar un papel importantísimo en Europa, y por ende en el mundo entero” (E.Quesada, Un invierno en Rusia, Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1888, pp. 10 y 11).11 Ibid., p. 177.12 “Desde que se penetra al territorio ruso llama la atención el aire resuelto de las mujeres de mejor aspecto, quefuman sus cigarrillos, caminan, conversan y ríen con el mayor desparpajo e independencia […] parecen desdeñar

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todo, como ha sugerido Oscar Terán, es posible pensar que si Quesada exhibe admiración porla modernización de San Petersburgo, es porque –en analogía implícita con Buenos Aires–encuentra en ella motivos para celebrarla en tanto “ciudad construida como símbolo de lamodernidad en una sociedad atrasada”.13 Como la Argentina cartografiada por Sarmiento,Rusia dejaría de ser una entidad unívoca para desdoblarse en una parte civilizada y otra atra-sada o bárbara; como en la Argentina de su tiempo, Quesada puede confiar en que la marchade la primera puede sojuzgar a la segunda, y así pronostica un futuro promisorio para esanación por la que no esconde sus simpatías.

Si estas impresiones de viaje de Quesada admiten entonces pliegues, ello se debe tantoa que su cientificismo nunca alcanzará las notas de unidimensionalidad racista que hemos vis-to en Bunge e Ingenieros (y así sus incursiones por el mundo de lo social admitirán un pesoexplicativo de factores diversos, como la economía, la raza, la psicología, etc.), como al par-ticular lugar de Rusia –sobre el que hemos de volver–, pasible de ser ubicada como extensióndel Occidente en el Oriente, cuando no sitio en el que alguna de sus dinámicas encuentra unamás completa realización. Todo ello no alcanza sin embargo a desbordar la mirada orienta-lista hegemónica, que, como hemos dicho, correrá paralela a la suerte del liberalismo.

3El cambio que nos interesa cernir en las representaciones sobre “el Oriente” sobreviene enefecto con la Primera Guerra Mundial. No es que algunos índices de esa mutación no se

anunciaran previamente: por ejemplo, en el ingreso de la teosofía como práctica y como filo-sofía de raigambre claramente oriental, que es posible fechar en los primeros años del siglo.14

Con todo, aun en este caso es la gran conflagración mundial la que viene a darle mayor pre-sencia a este fenómeno, en el que efectivamente se verán envueltas varias de las figuras de laizquierda reformista que habremos de tratar (empezando por Orzábal Quintana).

Como se sabe, en efecto, la gran guerra se presenta como la confirmación rotunda de losvisos que anunciaban el declive europeo, y que en el viejo continente habían hecho apariciónen las décadas previas en torno al tópico de la decadence. A pesar de ello, si en algunas figu-ras del elenco intelectual argentino la anterior admiración sarmientina por los Estados Unidoscomo verdadero faro civilizatorio se hallaba ya recusada cuanto menos desde fines de siglo(tanto por la creciente crispación causada por la amenazante injerencia de ese país en asuntosinternos de naciones del subcontinente, como por la extendida popularidad del tópico dematriz arielista que asignaba a su cultura el predominio de valores materialistas dignos de des-preciar), hasta 1914 la adscripción al horizonte europeo occidental no había sido en cambioobjeto de cuestionamientos.

La guerra entonces es la que precipita el viraje. A pocas semanas de iniciada formal-mente la contienda, Ingenieros publica su conocido texto “El suicidio de los bárbaros”, que

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el recato y la modestia tradicionales de su sexo, como si eso fuera anticuada gazmoñería. Cualquiera, después dehaber las visto con frecuencia, las creería más bien hombres que mujeres, y a pesar de la innegable belleza de mu -chas o de la involuntaria coquetería de otras, no traen a la memoria de ningún tipo de mujer del occidente de Europa,dejando muy atrás la más audaz flirtation de una despreocupada miss neoyorquina”. Ibid., pp. 140 y 141.13 O. Terán, “Ernesto Quesada: sociología y modernidad”, en Vida intelectual en el Buenos aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 210.14 Cf. Eduardo Devés Valdez y Ricardo Melgar Bao, “Redes teosóficas y pensadores (políticos) latinoamericanos,1910-1930”, Cuadernos Americanos (nueva época), Año XIII, vol. 6, Nº 78, México, UNAM, noviembre-diciembrede 1999.

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supone una considerable reversión de las certidumbres culturales que habían alumbrado nosólo su propio curso intelectual sino el entero pensamiento argentino y latinoamericano. Anteuna Europa “que ha resuelto suicidarse, arrojándose al abismo de la guerra”, Ingenieros nosolamente no duda en asignarle el rótulo de “naciones bárbaras” a aquellas que como Franciahabían sido siempre tenidas por vanguardia de la civilización, sino que se permite precoz-mente, en el mismo movimiento, ubicarlas en un pasado pronto a superar. En efecto, en estebreve texto Ingenieros anuncia un gesto que será retomado una y otra vez en la posguerra: vis-ta desde la Argentina, la guerra no parece un acontecimiento a lamentar demasiado, puestoque ha servido para desencadenar “el principio de otra era humana”:

La actual hecatombe es un puente hacia el porvenir. Conviene que el estrago sea absoluto paraque el suicidio no resulte una tentativa frustrada. Es necesario que la civilización feudal mue-ra del todo exterminada irreparablemente.15

Ciertamente, como apunta Terán, en el pensamiento occidentalista de Ingenieros esto no esmás que una fisura, y esta deriva nunca llegó a cristalizar los términos de un decidido antieu-ropeísmo.16 Pero puede decirse que su texto inaugura el movimiento de ideas que estamosanalizando, en tanto funda la posibilidad de, a un tiempo, desestabilizar las referencias cultu-rales hegemónicas, e imaginar la emergencia de otras nuevas que acudan a relevarlas. El peri-plo del último Ingenieros es en rigor coherente con estas premisas, puesto que en él desarro-llará tanto un antiimperialismo que supone la crítica del occidente capitalista, como la tomade partido por dos proyectos políticos llamados a regenerar la cultura de raíz: la ReformaUniversitaria y la saga latinoamericanista a la que da lugar –a cuyo abrigo Ingenieros se colo-ca tanto como es colocado por las juventudes universitarias en indiscutible posición de “maes-tro de la nueva generación”–, y la Revolución Rusa, a la que saluda como la aurora de unostiempos nuevos, y que será, como veremos, una de las llaves de entrada principales a la cues-tión del “Oriente”.17

Esa posibilidad entreabierta por Ingenieros es retomada por estratos significativos de lacultura intelectual argentina de los años 1920, sobre todo –aunque no solamente– en los círcu-los reformistas. Así, en 1925 un Carlos Astrada podrá prolongar el camino de debilitamientode Occidente como horizonte civilizatorio insuperable de su época:

El hombre blanco de occidente, en su absolutismo, estaba ya acostumbrado a razonar sobrela civilización o la cultura, refiriéndose exclusivamente a las que él pertenece, como si noexistiesen otras civilizaciones u otras culturas distintas a la suya […]. Esa tendencia exclusi-vista del pensamiento occidental, que Ortega llama, con propiedad, “monismo cultural”, havenido a ser corregida […]. Como consecuencia de esta necesaria rectificación, la mentali-dad de nuestro tiempo dilata el horizonte de sus búsquedas, se ejercita en una más fina e inte-gral percepción de los valores humanos, conquista, en suma, una nueva manera de pensar eluniverso histórico, que comprende y acepta como contenido de éste, en toda época, plurali-

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15 J. Ingenieros, “El suicidio de los bárbaros”, en Los tiempos nuevos [1921], Buenos Aires, Losada, 1990, p. 11.16 O. Terán, Ingenieros: Pensar la nación, Buenos Aires, Alianza, 1986, pp. 73 y ss.17 Sobre la última fase del pensamiento de Ingenieros véase O. Terán, Ingenieros: Pensar la nación, cit.; yAlexandra Pita, “Intelectuales, integración e identidad regional. La Unión Latinoamericna y el Boletín Renovación,1922-1930”, tesis de doctorado presentada en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, MéxicoD.F., enero de 2004.

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dad de civilizaciones –orbes independientes– con modalidades espirituales distintas y, tam-bién, con distintas propensiones vitales.18

Esa apertura a nuevos horizontes culturales dignos de enriquecer la experiencia humana en elplaneta es precondición de la nueva visibilidad que adquiere contemporáneamente el Oriente.Si lo es, además, es porque Astrada ha extremado los juicios con que el Ariel de Rodó suposembrar de dudas algunas de las certezas más férreas del liberalismo decimonónico hereda-do. Así, si Rodó se despegaba del positivismo del que era contemporáneo, para encadenar elsaldo benéfico que creía posible extraer de la ciencia al hecho condicionante de que ella estu-viera al servicio de ideales, para Astrada “la edad científica” ha traído aparejado “un notabledescenso de la vida del espíritu; el hombre occidental comienza a eclipsarse, transformándo-se en un tornillo de la gran máquina, en un autómata de la especialización científica”.Embebido en la reacción antipositivista que daba tono intelectual a la época, Astrada podíaconcluir que “la investigación científica en estas condiciones […] tiende fatalmente a meca-nizar el hombre; angosta su emotividad, mata su alma”.19

No sólo aquí está ausente el afán componedor que en Rodó no contraponía necesaria-mente ciencia e ideal; a diferencia del uruguayo, que en todo caso guardaba reparos para elmaterialismo antiespiritualista que creía ver gobernando la marcha de Norteamérica, aquí loque se enjuicia, de un modo tanto más lapidario, es un genérico “hombre occidental”.

Ese descentramiento de Occidente que hace Astrada no podía prescindir de una autori-dad intelectual de lectura obligada en la materia. Oswald Spengler había publicado en 1918 y1922 los dos tomos de La decadencia de Occidente, rápidamente convertidos en fenómenoeditorial. En la Argentina, le corresponde a Ernesto Quesada, a quien reencontramos ya jubi-lado luego de décadas de cátedra universitaria, la principal recepción de esta obra. En unaimportante conferencia en la ciudad de La Paz a comienzos de 1926 ante el presidente boli-viano y otras autoridades de lustre –conferencia que inmediatamente será publicada por laUniversidad Nacional de La Plata–, Quesada podrá saludar en Spengler al “gran pensador deeste primer tercio del siglo XX”. El autor germano, de un modo similar al realizado porSpencer respecto de Darwin más de medio siglo atrás, ha logrado exitosamente trasladar losmás avanzados desarrollos de las ciencias duras al campo de las humanidades. Así, el edifi-cio conceptual de Spengler, que “remodela actualmente los conocimientos humanos en lasdisciplinas morales, filosóficas e históricas”, se asienta en la aplicación de los principios deri-vados de la teoría de la relatividad de Albert Einstein.20

Es esa aplicación la que permite la desestabilización de Occidente que hemos visto pro-ducirse en el pensamiento de Astrada. Para Quesada, lejos de ser Spengler un pensador pesi-

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18 C. Astrada, “La deshumanización de Occidente”, Sagitario. Revista de Humanidades, Nº 2, La Plata, 1925, pp.194-196 (cursivas nuestras).19 Ibid., pp. 197 y 199. Proseguía Astrada su alegato anticientificista: “Nada más elocuente y aleccionador, a esterespecto, que la triste confesión que hace Darwin en su autobiografía. El ilustre autor de “El Origen de las Especies”comprueba, con dolor, que la continua y exclusiva consagración a un trabajo científico enteramente metódico yespecializado había anulado su imaginación, destruido su sensibilidad, hasta el extremo de que las obras deShakespeare, en lugar de deleitarlo, como en otro tiempo, le causaban fastidio y aburrimiento. Darwin se había“convertido” –según sus propias palabras– en una máquina de deducir leyes generales”. Ibid., p. 199.20 E. Quesada, “Spengler en el movimiento intelectual contemporáneo”, en Humanidades. Publicación de laFacultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, 1926, p. 31.

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mista –antes bien: su obra está pulsada desde “el más robusto optimismo”–, sus principiosrelativistas no hacen sino alertar acerca de la pluralidad e inconmensurabilidad de las civili-zaciones. Spengler, con una “erudición maravillosa”, ha colocado por primera vez en eviden-cia “una ley biológica universal”: ella indica que las civilizaciones, como los demás seresvivos, nacen, se desarrollan y mueren.21 El correlato de estas premisas es que ante el eclipsedel ciclo cultural occidental, otras civilizaciones ya se candidatean en su reemplazo. Y si,como veremos en un momento, Quesada podía señalar al Oriente entre esos candidatos, cul-minaba su alocución en tierras bolivianas salvando lo que intuía como un agujero del esque-ma spengleriano: el de no haber reparado en la riqueza del ciclo cultural precolombino. Así,a tono con el indigenismo en boga en las juventudes reformistas del Perú y de Bolivia,Quesada se permitía finalizar –en discrepancia con el ilustre pensador cuyas ideas glosaba–augurando que la posta del impulso civilizador habría de encarnarse en “un ciclo culturalamericano, pero no anglosajón, sino latinoamericano, con carácter netamente indianista.”22

Estas certidumbres acerca del fenecimiento de Occidente habrían de expresarse en unverbo más militante, cuando Alfredo Palacios –por lo demás influido también por las lecturasde Spengler–, ungido en maestro por las camadas de jóvenes reformistas del continente, seña-le en su conocido “Mensaje a la juventud Iberoamericana” de fines de 1924 la necesidad detomar otro camino que el que inevitablemente ha conducido a la debacle a la cultura europea:

Nuestra América hasta hoy ha vivido de Europa, teniéndola por guía. Su cultura la ha nutri-do y orientado. Pero la última guerra ha hecho evidente lo que ya se adivinaba: que en el cora-zón de esa cultura iban los gérmenes de su propia disolución. Su ciencia estaba al servicio delas minorías dominantes y alimentaba la lucha del hombre contra el hombre […].¿Seguiremos nosotros, pueblos jóvenes, esa curva descendente? ¿Seremos tan insensatos queemprendamos, a sabiendas, un camino de disolución? ¿Nos dejaremos vencer por los apeti-tos y codicias materiales que han arrastrado a la destrucción a los pueblos europeos? […].Volvamos la mirada a nosotros mismos. Reconozcamos que no nos sirven los caminos deEuropa ni las viejas culturas. Estamos ante nuevas realidades. Emancipémonos del pasado ydel ejemplo europeo, utilizando sus experiencias para evitar sus errores”.23

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21 E. Quesada, “Spengler en el movimiento intelectual contemporáneo”, cit., p. 34 y 35. En la visión de Spenglerque Quesada hace suya, se ha dislocado el tiempo continuo y acumulativo derivado de la creencia en una marchacivilizatoria única: “Antes de Spengler, jamás se habían estudiado los ciclos culturales anteriores con tal criteriomorfológico comparado, pues reinaba el concepto –un tanto infatilmente simplista– de que el pasado era una línearecta […]. Eso es perfectamente falso: no hay tal línea recta. La historia se compone de una serie de ciclos cultu-rales, es decir, de agrupaciones humanas que se desenvuelven con arreglo a condiciones de tiempo y lugar […] ysiendo sólo accidental el contacto con otros ciclos, pues lo más frecuente ha sido el desarrollo independiente decada uno”. Ibid., pp. 37 y 38.22 Ibid., p. 44. Es de sospechar que Quesada procuró obtener la simpatía de su auditorio en este alegato indigenis-ta, que por otra parte se ubica en las antípodas del pesimismo del positivismo racista de veinte años atrás: “Por eso,tengo para mí que en el despertar de las razas indígenas americanas […] ahí está el secreto del porvenir, que asom-brará al mundo en la forma del nuevo ciclo cultural, con otras orientaciones y distintos ideales de los sensuales ymateriales de este período de senilidad y chochez en que se va extinguiendo el ciclo actual […]”. Y luego: “[…] enun país mediterráneo como Bolivia, estupenda Suiza americana […] aquí, pues, debe estudiarse aquel gravísimoproblema sociológico mejor que en parte alguna, y aquí debería venir un sociólogo tan genial como Spengler, paraaplicar a esta situación su intuición de vidente, y poder darse cuenta de si, en el seno de nuestra América indígena,no palpitan ya los movimientos fetales de un nuevo ciclo histórico cultural, próximo a su alumbramiento […]”.Ibid., pp. 44 y 46.23 A. Palacios, “Mensaje a la juventud Iberoamericana”, en A. Palacios, Nuestra América y el Imperialismo Yanqui,Madrid, Historia Nueva, 1930, pp. 87 y 88.

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Podemos decir entonces que aquí hemos arribado a un punto de condensación en el cual eleuropeísmo ha podido ser finalmente recusado sin ambages. El correlato más extendido deeste proceso es el inflamado latinoamericanismo que se esparce por el continente. Pero juntoa él, se adivina también una luz tras los océanos: es el Oriente.

4Cuando Quesada expone entusiastamente el pensamiento de Spengler, junto al esquemarelativista que descentra el Occidente presenta una idea del alemán que se le antoja rele-

vante para apreciar mejor su mundo contemporáneo: es la que califica a ciertas culturas quese han estacionado en estado “de barbecho”. La expresión, extraída del lenguaje de los ciclosagrícolas, tiene como fin metaforizar el período “durante el cual descansa un pueblo que tuvouna cultura deslumbrante”. Eso es lo que ha sucedido, señala Quesada, con China, India,Egipto, entre otros casos. Pero, añade, “ese período de barbecho no puede ser eterno, y algu-na vez despiertan los pueblos”.24

He aquí entonces la presentación de un sintagma recurrentemente utilizado en los círcu -los intelectuales que retienen nuestra atención: se trata de “el despertar de Oriente”. Quesadamismo se sirve explícitamente de él:

La última conflagración mundial, al hacer entrechocarse en los campos de batalla de Europaa soldados de todas las razas, traídos de diversos continentes, y al llevar al mundo colonialfuera de Europa la lucha de las naciones blancas, ha contribuido a provocar el despertar asiá-tico y africano. Hoy la China fermenta, la India se agita, Marruecos se rebela, Siria se resis-te, y por doquier los pueblos invocan su propio destino para poner término al largo interreg-no del barbecho secular.25

La parábola se ha producido, y por primera vez el Oriente ingresa en la consideración del pen-samiento argentino como algo de signo distinto que el de la barbarie sarmientina o el even-tual exotismo romántico o modernista.

Esta rehabilitación del Oriente obedece en rigor a procesos que deben ser enmarcados enun cuadro que excede con creces el caso argentino. Sus variadas fuentes, no siempre fáciles deubicar con precisión, a menudo aparecen en una situación de entrelazamiento y superposiciónque parece haber tenido un efecto acumulativo de reforzamiento de ese nuevo lugar del Oriente.Una de esas fuentes, de las más vigorosas, indudablemente proviene de las lecturas realizadasdesde el mirador provisto por la Internacional Comunista. La Komintern había nacido en 1919en el afán inmediato de servir a la causa de la extensión de la revolución en territorio europeo.En su Primer Congreso Mundial de ese año, se dedicaban contadas referencias a las realidadesextraeuropeas, subsumidas en una genérica “cuestión colonial”. Todavía más, a Lenin le corres-pondió pulir una resolución que utilizaba el término “bárbaros” para designar a los soldados delos países coloniales.26 Pero en la medida en que las esperanzas en la revolución europeacomenzaron a esfumarse, cobró nueva importancia lo que a partir del Segundo Congreso de1920 empieza a llamarse “cuestión del Oriente”, tema que no hará sino acrecentar su impor-

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24 E. Quesada, “Spengler en el movimiento intelectual contemporáneo”, cit., p. 42.25 Ibid.26 Manuel Caballero, La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana, Caracas, Nueva Sociedad,1987, p. 42.

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tancia en los años sucesivos –respaldada en algunos referentes de peso, como las luchas revo-lucionarias del Kuomintang chino–, y que habrá de ocupar un lugar de relieve en las numero-sas ligas antiimperialistas que surgen a mediados de la década.27

En buena medida partícipe de ese extendido clima de ideas propiciado por el horizonteabierto con la Revolución Rusa, nace en Buenos Aires en 1925 la Revista de Oriente. En rigor,es estrictamente el país de los Soviets la ventana al tema oriental. La publicación es órganode la Asociación Amigos de Rusia, creada con la finalidad de dar a conocer al público argen-tino la marcha y las distintas facetas del experimento revolucionario ruso, al tiempo que enun terreno político-práctico aboga por conseguir el reconocimiento de la URSS por parte delEstado argentino. Rápidamente, sin embargo, se comprueba que en el discurso de la revistala palabra “Oriente”, invocada inicialmente para nombrar ese objeto de admiración sin treguaque se cifra en todos los aspectos del proceso revolucionario ruso, habilita un campo de des-lizamientos de sentido hasta desembocar en otros referentes geográficos convocados con elfin de concitar asimismo el interés y la simpatía del público lector. Así, el breve editorial delprimer número, titulado escuetamente “Propósitos”, podía justificarse en estos términos:

La última guerra europea ha acelerado el despertar de una nueva conciencia humana.Una tragedia tan inmensa no podía resultar estéril. Por encima de los escombros de laguerra, Rusia encarna hoy el anhelo universal de realizar una humanidad nueva y, poreso, frente a la política imperialista de Occidente representada por los Estados Unidos,es para nosotros el símbolo de una nueva civilización. Queremos recoger en nuestrashojas el esfuerzo que a la par de Rusia, se realiza en Méjico, Marruecos, China, la Indiay desde el fondo de las masas obreras y campesinas de todo el mundo para divulgarentre los obreros e intelectuales de nuestro país y de toda la América del Sud.28

Con todo, como lo prueba la misma composición y los colaboradores de la revista, la nuevaatención hacia el Oriente inaugurada por la Revolución Rusa está lejos de ser un efecto úni-co de las directivas emanadas de la Komintern. Si el enfoque doctrinario que campea en laRevista de Oriente está basado en un cierto marxismo, y el antiimperialismo del que se pre-cia es escudriñado ahora como un fenómeno de raíz fundamentalmente económica, la publi-cación abrirá sus puertas a figuras provenientes de un espectro ideológico que no se deja ses-gar en las orientaciones promovidas entonces por el Partido Comunista local –que provee sinembargo un número importante de los adherentes a la Asociación Amigos de Rusia–, desdeanarquistas como el pedagogo Julio Barcos, al Haya de la Torre en incansable exilio proseli-tista en la etapa de gestación del APRA, o el propio Mariátegui, pasando incluso por nombresde la vanguardia literaria como Alfredo Brandán Caraffa o el poeta ultraísta Jacobo Fijman(este último aportará un poema, “Sub-drama”, en el que se permite jugar con el nombre de la

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27 Cf. Ricardo Melgar Bao, “La recepción del orientalismo antiimperialista en América Latina: 1924-1929”,Cuadernos Americanos (nueva época), Nº 109, México, UNAM, enero-febrero de 2005.28 “Propósitos”, Revista de Oriente, Nº 1, Buenos Aires, junio de 1925. Nótese el parecido del editorial con la citaanterior de Quesada. Salvando un viejo leit-motiv de éste último (el despertar de los pueblos no occidentales debíadarse “por evolución y no por revolución”), que marca la distancia ideológica, la familiaridad de los términosempleados en ambos casos permite pensar en lo establecido de esas nociones en la constelación intelectual delperíodo.

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revista: “...Orientes y Occidentes / se quebrarán mis ejes / Lo sé”).29 Y es que, en rigor, la cajade resonancia provista por el antiimperialismo en la década de 1920 pudo atraer a una miría-da de intelectuales en tránsito, al tiempo que numerosas organizaciones a veces sólo lábilmen-te establecidas –en una época de una notable intensidad de contactos a escala trasnacional:redes, cartas, viajes, etc.– procuraban traducir en algo parecido a organización la extendidasensibilidad antiimperialista. El continente asiste así a una verdadera superposición de entida-des que se reclaman de ese credo: a la Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA), sólo par-cialmente hegemonizada por los comunistas –al menos hasta el Congreso AntiimperialistaMundial de Bruselas, a comienzos de 1927, figuras como Haya de la Torre o Vasconcelos ledan su apoyo–, hay que agregar, sólo en la Argentina, la Liga Antiimperialista chispista (pro-totrotskista), la Unión Latinoamericana (ULA) de Ingenieros y Palacios, y un desprendimientoulterior de ésta, la Alianza Continental impulsada por Orzábal Quintana en torno a la cuestiónde la soberanía del petróleo, además de la célula aprista de Buenos Aires que, liderada porManuel Seoane, se forma en 1927. Todo lo cual no viene sino a mostrar que el ingreso de lacuestión de Oriente, del lado de las izquierdas, está lejos de poder reducirse a las orientacionesde la Komintern, por lo demás de influjo reducido en el continente hasta fines de la década.

La propia trayectoria de Arturo Orzábal Quintana en los años 1920 ofrece un indicio deeste estado de situación. Nieto e hijo de militares de alcurnia, y con vínculos familiares tam-bién por parte de su madre con el presidente Figueroa Alcorta, Orzábal Quintana supo bene-ficiarse de la estadía obligada de su padre en París, a comienzos de siglo, donde fuera desti-nado a negociar la compra de armamento para el Estado argentino. Esa ciudad, junto a laexperiencia vívida de la guerra, parece haberle brindado el mirador mundial en cuyo diagra-ma quedó atrapado. Políglota y traductor –llegó a dominar siete lenguas, incluido el ruso, queaprendió especialmente en ocasión de su visita a la URSS en 1927–, Orzábal Quintana estudióen La Sorbona ciencias políticas, donde se doctoró con honores en 1917. De regreso a laArgentina, se enroló en los espacios reformistas, y fue colaborador cercano de Ingenieros.Orzábal Quintana fue, con toda probabilidad, uno de los especialistas de mayor prestigio dela época en política internacional. Desde las páginas de Nosotros, Revista de Filosofía yRenovación, entre otras publicaciones, fue fiscal implacable de la Sociedad de las Naciones,a la que podía saludar como avance necesario en un mundo cada vez más interdependiente,pero cuya realpolitik, del Tratado de Versalles en adelante, no cesó de fustigar.30

Como Ingenieros y otros jóvenes reformistas, Orzábal Quintana hizo gala en la décadade 1920 de un apartidismo que no le impidió compartir espacios intelectuales con comunis-tas, socialistas y aun radicales yrigoyenistas. En 1925, cuando bajo su iniciativa se crea la

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29 Citado por Horacio Tarcus, “Revistas, intelectuales y formaciones culturales izquierdistas en la Argentina de los‘20”, Revista Iberoamericana, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Pittsburg, 2004.Este artículo de Tarcus es el único que conocemos que considera en profundidad a la Revista de Oriente. Por lodemás, resulta evidente que, al presentarse bajo ese nombre, la revista procuraba establecer desde el inicio una rela-ción de complicidad con su público lector: la que se derivaba de la cita adulterada del nombre de la influyenteRevista de Occidente, editada desde 1923 por Ortega y Gasset. En todo caso, ese ademán de trasposición y réplicaimpostada pudo servir tanto para colocarse al amparo inicial de una revista ya conocida y de prestigio, como parasubrayar ese término que el nombre de reemplazo se proponía elevar a la consideración pública: precisamente, elOriente.30 Algunos de estos datos fueron gentilmente brindados por el hijo de Orzábal Quintana, Oscar Orzábal Quintana,en entrevista por e-mail realizada en julio y agosto de 2005.

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Asociación Amigos de Rusia, es al mismo tiempo secretario general y habitual conferencistade la Unión Latinoamericana. Pero una desavenencia con Palacios, en 1927, precipita su sali-da de esa organización. Es allí cuando funda la Alianza Continental, entidad en la que traba-ría relación con los “generales del petróleo” Alonso Baldrich y Enrique Mosconi.31 Todo locual nos ilustra tanto acerca de su periplo personal como de la maleabilidad de los espaciosantiimperialistas del período.

A Orzábal Quintana le parecía evidente que el mundo de posguerra asistía a una inter-nacionalización de la lucha política que traía el beneficio de organizar más transparentemen-te la escena contemporánea en dos grande bandos. De allí su interés en la Sociedad de lasNaciones, en la que veía la cúspide del poder mundial del imperialismo capitalista; de allítambién su expresa atención por su contracara, las luchas antiimperialistas, entre las que sedestacaban especialmente las provenientes desde el Oriente.32

“El despertar de Oriente”, entonces –tal un nombre mentado también por OrzábalQuintana–,33 podía comunicar una experiencia a la vez lejana y cercana a los ojos de la opi-nión pública reformista e izquierdista, en tanto, leída en clave de lucha antiimperialista, ser-vía para acrecentar un “nosotros” que, como negación del fenómeno imperialista, podía ima-ginar un continuum de las luchas de las juventudes americanas con las desatadas en elOriente. Si los círculos reformistas argentinos podían por entonces entonar un canto admi-rado al Haya de la Torre que se presentaba como leader americano antiimperialista y porta-dor de ideales nuevos llevados a la práctica con heroicidad, otro tanto ocurría con nombresmenos fácilmente pronunciables pero que producían similar empatía que la generada por elperuano, como el chino Sun Yat Sen o el marroquí Abd-el-Krim. Así, poco antes de morirIngenieros podía saludar a este último y equipararlo con San Martín o Bolívar,34 al tiempoque afirmaba que “todo latinoamericano que no sea partidario de Abd-El-Krim me parececontagiado e inoculado de imperialismo”;35 así, Orzábal Quintana podía erguirse contra “lacreen cia absurda de que los pueblos de Oriente son naciones bárbaras, incapaces de infla-marse espontáneamente por ideales superiores de justicia social” para saludar “la huelga deShangai y los magnos acontecimientos que de ella se están derivando”, fiel testimonio de “elmovimiento emancipador de Oriente”;36 así, también, el Mariátegui que podía fijar un pro-

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31 Cf. A. Pita, Intelectuales, integración e identidad regional…, cit., pp. 171-205. Véase además Raúl Larra,Mosconi, general del petróleo [1957], Buenos Aires, Ánfora, 1976.32 “Dos grandes fuerzas políticas dispútanse el gobierno de la sociedad humana, y esa lucha imprime, al momen-to mundial que nos toca vivir, caracteres de grandeza épica que no conoció, en grado igual, ninguna otra época dela historia. De un lado de la barricada está el imperialismo capitalista, que en Ginebra trata de unificar sus fuer-zas, y cuyo cuartel general está en Washington; pretende gobernar el mundo bajo el cetro de los magnates finan-cieros, mantener intangible el actual régimen social y anular todo intento revolucionario de los oprimidos. Frentea esa confabulación mundial de los poderosos, se alza el antiimperialismo, que en todos los corazones generosos,en todos los espíritus libres del universo recluta sus fuerzas, y cuya luz viene de Oriente, y cuya Meca es Moscú”(A. Orzábal Quintana, “El momento mundial y las luchas de Oriente”, Revista de Oriente, Nº 5, Buenos Aires,octubre de 1925) 33 Así se titulaba la última sección de su artículo “América Latina y la actualidad mundial”, Revista de Filosofía,Año 11, vol. 22, Nº 4, julio de 1925, reproducido en Revista de Filosofía (prólogo y selección de textos de LuisAlejandro Rossi), Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 1999.34 J. Ingenieros, “El mensaje de Abd-el-Krim”, Renovación, Año III, Nº 1, enero de 1925.35 En Repertorio Americano, San José, Costa Rica, 30 de noviembre de 1925, citado por Oscar Terán, JoséIngenieros. Antiimperialismo y nación, México, Siglo XXI, 1979, p. 115.36 A. Orzábal Quintana, “Hacia la libertad de China”, Revista de Oriente, Nº 2, Buenos Aires, julio de 1925.

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blema clave de su tiempo a través del aserto que diagnosticaba que “la civilización burgue-sa sufre de la falta de un mito”, parecía en cambio encontrarlo en esos pueblos del Orienteque amanecían de su letargo:

La somnolienta laguna, la quieta palude, acaba por agitarse y desbordarse. La vida recuperaentonces su energía y su impulso. La India, la China, la Turquía contemporáneas son un ejem-plo vivo y actual de estos renacimientos. El mito revolucionario ha sacudido y ha reanimado,potentemente, estos pueblos en colapso. El Oriente se despierta para la acción. La ilusión harenacido en su alma milenaria.37

5Según Edward Said, una de las funciones primordiales del discurso orientalista deOccidente estriba en establecer una relación de conocimiento sobre su objeto. El orienta-

lismo es un entramado discursivo de relativa coherencia compuesto tanto de “deseos, repre-siones, inversiones y proyecciones”,38 como de estrategias destinadas a producir efectos deverdad. De resultas de todo ello, el Occidente pudo crear una posición de enunciación y unlugar de autoridad sobre el Oriente, capaces de generar, concomitantemente, otro conjunto deefectos, esta vez de poder.

Hay que decir entonces que el orientalismo invertido que analizamos aquí guarda rela-ción con esa función de conocimiento. Prolongando el ademán inicial con que Ingenieros –yluego otros en su senda–, en serie sucesiva de textos escritos desde 1918, procuraba dar aconocer al público argentino y latinoamericano diversas facetas de la nueva realidad soviéti-ca, la Revista de Oriente supo organizar buena parte de sus contenidos en torno de la premi-sa de darse también a esa tarea. La Asociación Amigos de Rusia había establecido en su decla-ración de propósitos, como primer objetivo, “propagar en el ambiente intelectual y obrero delpaís la obra constructiva que se opera en la Rusia Soviética en el terreno político, económicoy cultural”.39 La Revista de Oriente, principal esfuerzo destinado por la Asociación a ese fin,daba lugar así a un abanico de textos derivado de un amplio conjunto de intereses: desde laliteratura y el teatro rusos, a la marcha de su economía; desde la construcción de nuevas ins-tituciones, al desarrollo de actividades recreativas o deportivas.40 Pero, como hemos visto, enlas páginas de la revista la cuestión rusa supo abrir las puertas a la consideración de otras rea-lidades del “Oriente”. Secciones como “Notas de Actualidad” o “Notas sobre Oriente” po díanilustrar acerca de fenómenos políticos, sociales y culturales de diversos países de Asia y Áfri-ca.41 En suma, puede decirse que la indudable función ideológica que soportaba el discurso

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37 J. C. Mariátegui, “La emoción de nuestro tiempo”, Sagitario. Revista de Humanidades, Nº 2, La Plata, julio-agos-to de 1925, pp. 178 y 191.38 E. Said, Orientalismo, cit., p. 28.39 “Asociación Amigos de Rusia”, Revista de Oriente, Nº 1, junio de 1925, p. 34.40 Citemos a modo de ejemplos algunos títulos de artículos sobre Rusia, varios de ellos traducidos de revistas euro-peas o soviéticas: “La educación en la Rusia soviética” (por el profesor mexicano Rafael Ramos Pedrueza, Nº 1,junio de 1925); “Las corrientes de la música rusa contemporánea” (sin firma, Nº 4, septiembre de 1925); “El régi-men de la fábrica soviética” (sin firma, Nº 5, octubre de 1925); “Las perspectivas económicas de la URSS para 1925-1926” (sin firma, Nº 5, octubre de 1925).41 Las “Notas sobre Oriente” del Nº 4, septiembre de 1925, se centraban por ejemplo en acontecimientos científi-cos y culturales. Se daba cuenta así de una “Expedición científica a China”, y, más abajo, en otro suelto, de“Valiosos descubrimientos arqueológicos en Armenia”.

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de la revista se entrelazaba con una también perceptible función cognitiva. Y dado que lasluchas antiimperialistas con las cuales se procuraba generar empatía acaecían en lugares leja-nos y a través de personajes desconocidos, ambas funciones, la cognitiva y la ideológica –laprimera al servicio de la mejor realización de la segunda–, podían en ocasiones presentarsesuperpuestas en el andamiaje de algunos artículos de la publicación.42

Junto a ello, la revista podía preciarse de publicar, en cada número, una importante can-tidad de fotos de esas realidades lejanas, debidamente situadas a través de epígrafes. El usode imágenes de calidad en las publicaciones gráficas constituía una innovación todavía rela-tivamente reciente,43 y para la revista podía significar un recurso valioso destinado a cubrirmás eficazmente sus propósitos –un recurso, por lo demás, ausente en la mayoría de las publi-caciones de la izquierda del período–. Así, la sección “Información Gráfica” podía dedicaruna página entera a la foto de la celebración del Día del Trabajador en Moscú, ofrecer unaimagen de Abd-el-Krim en la Guerra del Riff, o mostrar a Haya de la Torre arengando a ungrupo de obreros en Nidzi Norow, en su visita a Rusia, en escenas que se mezclaban con otrasde la vida fabril en Berisso, o la presentación de los jóvenes reformistas peruanos expulsadospor Augusto B. Leguía y recién arribados a la Argentina. Y es que la Revista de Oriente habíanacido como parte de un esfuerzo ambicioso por acercar esas escenas mundiales y disponer-las a un público no limitado en modo alguno al medio intelectual. Los veinte mil ejemplaresque la publicación declara haber impreso en su primer número, una cifra ciertamente muy sig-nificativa, son un indicador de ese anhelo.

Otro propósito de la Asociación Amigos de Rusia presentado en el acta de su nacimien-to fincaba en “solidarizarse y ayudar económicamente al estudiante y al obrero de cualquierparte del mundo que en sus luchas necesite de nuestra ayuda”.44 La Revista de Oriente tuvoocasión de ser vehículo de una campaña impulsada a tal fin, materializada en una colecta soli-daria lanzada para recaudar fondos para la causa de las luchas antiimperialistas de la China.45

Interesa de este asunto vislumbrar dos diferentes usos del Oriente pasibles de identificar enlos medios de la izquierda latinoamericana, que dan testimonio de las distintas relacionesentre intelectuales y política admitidas por dos derivas divergentes dentro del espacio comúnabierto por la Reforma Universitaria. La Revista de Oriente proponía, en efecto, un modelosolidarista de vinculación con las realidades que atraían su atención desde el Oriente y otraspartes del mundo. De este modo, no rebasaba los marcos fijados por Ingenieros a la hora dedar cuenta de los sucesos rusos: la tarea era apenas la de una difusión cultural de esas reali-

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42 Por caso, Orzábal Quintana abría con un pantallazo poblado de datos acerca de la historia china su artículo “Haciala libertad de China” (Revista de Oriente, Nº 2, julio de 1925); y otro tanto hacía otro miembro de la revista, OscarMontenegro Paz, para brindar un marco de inteligibilidad a su artículo “Siria y el levantamiento de los Drusos”(Revista de Oriente, Nº 5, octubre de 1925).43 Al respecto, cf. Eduardo Romano, Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primerasrevistas ilustradas rioplatenses, Buenos Aires, Catálogos, 2004.44 “Asociación Amigos de Rusia”, cit.45 “El pueblo chino, que como todos los pueblos del Oriente, va despertando de su sueño secular, ha resuelto termi-nar para siempre con semejante situación, y dirigido por los estudiantes y por los obreros capaces, se ha lanzado enuna cruzada libertadora que, bajo el nato del nacionalismo, tiene sus raíces en una verdadera lucha de clases. Losobreros de todas partes del mundo están ayudando económicamente a esta lucha, y en las principales ciudades delmundo se están levantando suscripciones a este fin. La Revista de Oriente, de acuerdo con los fines que defiende,cree indispensable dar a ese pueblo en lucha una prueba práctica de solidaridad, y por eso iniciamos esta suscripción.Esperamos su contribución!”. “Por los obreros y estudiantes chinos”, Revista de Oriente, Nº 2, julio de 1925.

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dades lejanas, a lo que podía sumarse extraordinariamente una colecta monetaria o –comotambién fue el caso– el envío de libros de autores argentinos para las campañas educaciona-les soviéticas. Distinto fue lo ocurrido con Haya de la Torre y la vía adoptada por el refor-mismo universitario peruano. Desde su exilio europeo, la imaginación orientalista de ese líderante todo político que era Haya podía expresarse en una lectura asimismo entusiasta del pro-ceso chino, pero para extraer de ella lecciones capaces de ser replicadas o adaptadas en su pro-pia futura acción revolucionaria. En una carta abierta a los estudiantes de La Plata, fechadaen Oxford el 22 de febrero de 1927, Haya se permitía presentar al APRA como una réplicaamericana del Kuomintang:

China, en su lucha gloriosa, nos está demostrando que contra el imperialismo es necesariounirse en un gran partido popular del frente único. El Kuomintang es la alianza antiimperia-lista de obreros, estudiantes, campesinos, intelectuales y clases medias. Estamos viendo cla-ramente que sólo un partido como el Kuomintang puede enfrentarse ventajosamente contra elimperialismo. Siempre he creído que China es nuestro ejemplo y que sólo organizando unaacción de frente único como la del Kuomintang podremos vencer […]. El Estado debe sercapturado por esa alianza o frente único antiimperialista, tal como lo está haciendo elKuomintang […]. El APRA ha venido llamando a esta unión desde 1924. El Kuomintang lati-noamericano debe representar la fuerza de juventud de nuestros pueblos que se unen y seaprestan a la gran jornada por su libertad.46

El texto concluía invitando a los estudiantes platenses a sumarse y desarrollar el APRA en laArgentina. La analogía orientalista en este caso no tenía como fin el conocimiento por com-paración que campeaba en las páginas del Facundo, sino el de generar un cierto efecto de ins-piración y de incitación a la acción a través de la presentación del entonces apenas incipien-te APRA a través de un ejemplo que, a pesar de su lejanía, era en ese instante más conocido.47

Aunque las características del medio reformista argentino llevaron a que una propuesta comoésta, en los años 1920, cayera en el vacío,48 el caso nos habla de los alcances de las resonan-

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46 “Mensaje a la juventud de La Plata”, reproducido en Luis Heysen, Temas y obras del Perú. A la verdad por loshechos, Lima, Enrique Bracamonte, 1977, pp. 38 y 39. Señala Pedro Planas que, en la medida en que Haya de laTorre procuró resaltar la originalidad del APRA, las referencias a la inspiración del Kuomintang para una políticapoliclasista de Frente Único desaparecieron en los libros en los que posteriormente el líder peruano compiló susescritos. Todavía más, Haya pudo presentar la relación invertida en sus términos: era el Asia quien en realidad sehabía inspirado en el modelo aprista. Cf. Pedro Planas, Los orígenes del APRA. El joven Haya, Lima, Ocurra, 1986,p. 57.47 Por esos años, en una de sus infatigables campañas por la unidad continental, Manuel Ugarte podía establecer,en tono de queja, que para las nuevas generaciones que habitaban los países latinoamericanos los sucesos chinosresultaban más familiares que lo que acontecía en las naciones vecinas: “hoy mismo nos unen con Europa maravi-llosas líneas de comunicación, pero entre nosotros estamos aislados. Sabemos lo que pasa en China pero ignora-mos lo que ocurre en nuestro propio continente” (M. Ugarte, La Nación Latinoamericana, Caracas, BibliotecaAyacucho, 1978, p. 4, cit. en Carlos Altamirano, “América Latina en espejos argentinos”, Para un programa de his-toria intelectual y otros ensayos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, p. 117).48 Sobre las pervivencias del arielismo y la dificultades del reformismo argentino de los años 1920 de plasmar enorganización política, véase Fernando Rodríguez y Liliana Cattáneo, “Ariel exasperado. Avatares de la ReformaUniversitaria en la década del veinte”, y Karina Vasquez, “Intelectuales y política: la “nueva generación” en los pri-meros años de la Reforma Universitaria”, ambos publicados en Prismas. Revista de Historia Intelectual, Editorialde la Universidad Nacional de Quilmes, Nº 4, 2000. En verdad, Haya formulaba esa proposición en la creencia deque, al haber ungido a un joven exiliado aprista, Luis Heysen, como presidente de la Federación Universitaria de

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cias positivas que por entonces podían imaginarse al evocar un fenómeno como el que teníalugar en la lejana China.

6Como varios integrantes del frente reformista y antiimperialista del período, OrzábalQuintana mantenía otro haz de relaciones con el universo del Oriente: el que provenía de

su interés por la teosofía. Fue también en su estadía en Francia cuando se inició en ella, y pocodespués trabó una relación amistosa con el líder espiritual indio Jiddu Krishnamurti, que seextendería por décadas. Orzábal Quintana fue traductor en simultáneo de las conferencias deKrishnamurti en su visita a Buenos Aires de 1935, y posteriormente fue también quien vertióal castellano varias de sus obras.

Estos datos nos sirven para introducirnos en una vía alternativa de acceso al interés porlos asuntos orientales, que sin embargo pudo a menudo solaparse a la que hemos visto surgirde la flema antiimperialista. Así como el Ariel de José Emilio Rodó supo construir, por con-traste con el perfil materialista y mecanicista que creía ver en la cultura norteamericana, untópico de larga duración acerca del talante idealista del hombre latinoamericano, el Orientepudo sin dificultades llegar impregnado de valores espirituales invocados en oposición aaquello que hemos visto presentar por Carlos Astrada bajo el nombre de “la deshumanizaciónde Occidente”.

Esta operación, que nuevamente parece haber tenido como precedente el caso ruso–cuya vida espiritual, proyectada sobre todo a través de su literatura, en las décadas finalesdel siglo XIX pudo despertar interés en un “alma rusa” libre de los factores que según ciertasmiradas decadentistas envilecían Occidente–, requirió de un modo más notorio de una media-ción europea. Si los encuentros, artículos y relaciones epistolares con Henri Barbusse pudie-ron incentivar en jóvenes intelectuales latinoamericanos el interés por el Oriente desde la venadel antiimperialismo,49 las triangulaciones promovidas por Romain Rolland o el condeKeyserling parecen haber hecho otro tanto desde un ángulo espiritualista. Tal el caso, porejemplo, de “El mensaje de la India” que Rolland podía proyectar en la revista platenseValoraciones editada por el grupo reformista “Renovación”:

¿Quién, en el desorden en que se debate la conciencia caótica de Occidente ha tratado desaber si las civilizaciones cuarenta veces seculares de la India y de la China, no tienen res-puestas que ofrecer a nuestras angustias, modelos acaso que ofrecer a nuestras aspiraciones?[…] Mientras en Occidente una fuerte y fría lógica separa lo no semejante y, entresacado, loencierra en compartimentos del espíritu distintos y definidos, la India, teniendo en cuenta lasdiferencias naturales de los seres y de los pensamientos, trata de combinarlos entre sí para res-tablecer en su plenitud la total Unidad.50

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La Plata –un hecho significativo: era la primera vez que un extranjero ocupaba tal cargo–, los estudiantes de esaciudad, por extensión, acogerían la entera propuesta del APRA. Sobre las tensiones de los exiliados peruanos frentea la doble demanda de los modelos reformistas peruano y argentino, cf., Martín Bergel, “Manuel Seoane y LuisHeysen: el entrelugar de los exiliados apristas peruanos en la Argentina de los veintes”, ponencia presentada en lasTerceras Jornadas de Historia de la Izquierda “Exilios latinoamericanos”, Buenos Aires, CEDINCI, 4 al 6 de agostode 2005.49 Por ejemplo, en Mariátegui o el boliviano Tristán Maroff, con quienes Barbusse estaba en contacto desde los pri-meros años de la posguerra. V. R. Melgar Bao, “La recepción del orientalismo antiimperialista…”, cit., p. 23.50 Romain Rolland, “El mensaje de la India”, Valoraciones, Nº 5, La Plata, enero de 1925.

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La reconquista de la armonía en un mundo fragmentado, el don de una nueva universalidadpreñada de paz y de amor: tales los núcleos del mensaje de redención espiritual provenientedel Oriente. Ya a Rolland le había tocado interceder, en carta dirigida a Carlos AméricoAmaya –director de Valoraciones–, para que “Renovación” invitara a uno de los apóstoles deesa prédica, el poeta hindú Rabindranath Tagore, quien visita el país en 1924. Y esta presen-cia parece haber dejado sus efectos: un año después, Carlos Astrada juzga oportuno citarlopara acordar con él que la civilización occidental “es una civilización científica, y no huma-na”. He allí lo que repone el mensaje del Oriente: por detrás de la técnica, el mercantilismo,la industria, esas “formas externas de la civilización”, es el hombre quien reaparece.51

Sin dudas, si ese humanismo, que en el caso de la India hacía gala de raíces ancestrales,pellizcaba un real de la experiencia de posguerra, cobrando ahora visibilidad, era porque sepresentaba como lo radicalmente opuesto al espíritu fratricida que había aflorado en la granconflagración bélica dejando tan hondas secuelas en la conciencia de Occidente. Así, desdeel Decanato de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de LaPlata, Alfredo Palacios podía extender una resolución de bienvenida a Tagore en la que salu-daba en él “una nueva concepción del hombre y la vida”, rica y necesaria en tanto “evange-lio de la paz y la espiritual fraternidad humana por encima de las diferencias accidentales derazas, castas y religiones”.52

7Hombres como Tagore, de un lado, y Rolland, de otro, estaban interesados en rehabilitarel Oriente en tanto contrapeso de las tendencias negativas adheridas a la heredada prepo-

tencia occidental. Pero no eran ciertamente antioccidentalistas. Ambos gustaban autorrepre-sentarse como puentes o nexos culturales funcionales al mutuo entendimiento del Occidentey el Oriente en camino de una nueva y universal conciencia humana. Mariátegui, por su par-te, sin entregarse a un mandato moral de esa especie, podía compartir con Tagore y Rollandque el despertar de los pueblos orientales debía enmarcarse en un cuadro más amplio regidopor un proceso complejo de interpenetración del Oriente y el Occidente:

Uno de los hechos más actuales y trascendentes de la historia contemporánea es la transfor-mación política y social del Oriente. Este período de agitación y de gravidez orientales coin-cide con un período de insólito y recíproco afán del Oriente y del Occidente por conocerse,por estudiarse, por comprenderse […] hoy que el Occidente, relativista y escéptico, descubresu propia decadencia […] siente la necesidad de explorar y entender mejor el Oriente.Movidos por una curiosidad febril y nueva, los occidentales se internan apasionadamente enlas costumbres, la historia y las religiones asiáticas […]. El Oriente, a su vez, resulta ahoraimpregnado de pensamiento occidental. La ideología europea se ha filtrado abundantementeen el alma oriental. Una vieja planta oriental, el despotismo, agoniza socavada por estas fil-traciones. La China, republicanizada, renuncia a su muralla tradicional. La idea de la demo-cracia, envejecida en Europa, retoña en Asia y África. La Diosa Libertad es la diosa más pres-

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51 C. Astrada, “La deshumanización de Occidente”, cit., pp. 196 y 197.52 “Por Rabindranath Tagore”, Renovación, Año II, Nº 12, Buenos Aires, diciembre de 1924. Agregaba la resolu-ción que la acción de Tagore “ofrece la perspectiva y la posibilidad de un porvenir fecundo y gozoso para la huma-nidad, sustituyendo el horizonte sombrío, que gravita sobre el mundo, de perpetua lucha fratricida; siendo ello con-cordante con el idealismo que alienta en el alma de nuestra América y sobre todo de la Argentina”.

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tigiosa del mundo colonial, en estos tiempos en que Mussolini la declara renegada y abando-nada por Europa.53

La transcripción de la cita permite comprobar que el despertar de Oriente que visualizaMariátegui continúa preso de los presupuestos del orientalismo clásico (invertido ciertamenteen sus valoraciones dominantes), y ello por dos razones. De un lado, de modo análogo a lo quesegún ciertas percepciones contemporáneas ocurre en Latinoamérica, si el Oriente resurge desus cenizas es porque allí ahora encuentran mejor realización atributos por excelencia de la tra-dición occidental: ora la democracia, ora la libertad, ora –agrega Mariátegui– otro productooccidental, el marxismo, que también fecunda el Asia. De otro lado, y complementariamente,si el Oriente es ahora ensalzado, ello no impide que pervivan los estereotipos caros al orienta-lismo: en la cita, típicamente, aun cuando agonizante, el del despotismo oriental.

Y sin embargo, llegados a este punto podemos señalar que del interior mismo del dis-curso que hemos denominado orientalismo invertido surgen tendencias prontas a hacer esta-llar algunas de las premisas básicas del orientalismo. Cuando en 1924 Abd-el-Krim dirige unconocido mensaje “a los pueblos de la América Latina en el centenario de Ayacucho”, hacealgo más que reforzar la nueva visibilidad de los fenómenos provenientes del Oriente:

Accediendo al gentil reclamo del grupo Renovación, de Buenos Aires, me dirijo con el cora-zón henchido de alegría a todos los latinoamericanos, en esta hora gloriosa en que celebranel centenario del hecho en armas que selló su independencia de un yugo extranjero […]. Elheroico pueblo marroquí lucha con los mismos ideales que impulsaron a Miranda y a Moreno,a Bolívar y a San Martín. Siempre hemos amado y admirado a esos héroes de vuestros pue-blos […]. Os hablo como hermanos, porque la sangre española que corre en vuestras venases en gran parte sangre árabe, como la de todos los españoles del sur de la península que salie-ron de Palos, de Sevilla, de Cádiz, para sembrar en vuestra América el alma árabe que resu-citó en los gauchos y en los llaneros […].”54

Tenemos aquí una magnífica muestra de la inversión valorativa que hemos venido mencio-nando: los gauchos, como querían Sarmiento y Carlos Octavio Bunge, guardan relación conla cultura y con la sangre árabe. Pero ése es un rasgo ahora digno de celebrar… No obstante,en este caso vemos emerger algo que va más allá del puro cambio de signo valorativo quehemos visto presidir el orientalismo invertido. Aquí, el nuevo prestigio con que aparece inves-tido lo oriental culmina por barrer con uno de los presupuestos del orientalismo a secas.Convocado por una revista argentina a ofrecer un mensaje de salutación, el líder marroquí dejade ser por un instante mero objeto de representación del Occidente. Sin duda las palabras queescribe están condicionadas por aquello que, podrá imaginar, procuran encontrar quienes loleen; aun así, en ese gesto de escritura propia se interrumpe la relación de poder que se halla-ba en la base del orientalismo en tanto discurso que sólo autorizaba la presencia del Orientecomo nombre occidental. En otros términos: las representaciones positivas del Occidente sobreel Oriente han culminado por considerar a Abd-el-Krim sujeto digno de enunciación. El

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53 J. C. Mariátegui, “El mensaje de Oriente” [1925], en La escena contemporánea, Lima, Biblioteca Amauta, 1959,pp. 190 y 191.54 “Mensaje de Abd-el-Krim a los pueblos de América en el centenario de Ayacucho”, Renovación, Año II, Nº 12,diciembre de 1924.

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monopolio de la palabra queda abolido; el “Oriente” reasume así, momentáneamente, susoberanía enunciativa.

Tanto o más importante que eso es otra abolición, al menos potencial, que se desprendedel interior del discurso orientalista invertido. El orientalismo era, en la consideración deSaid, una trama de significaciones heterogéneas internamente articulada en la producción deuna diferencia esencial: la que distinguía, como efecto de discurso, precisamente al Occidentedel Oriente. El antiimperialismo que emerge en estos años produciendo un nuevo “nosotros”atraviesa esa diferencia hasta disolverla. Cuando Orzábal Quintana decía:

Frente a la confabulación mundial de los poderosos, se alza el antiimperialismo, que en todoslos corazones generosos, en todos los espíritus libres del universo recluta sus esfuerzos, ycuya luz viene de Oriente […]. En Turquía triunfa con Mustafá Bernal y sus valientes com-pañeros. En China lucha bajo el estandarte del admirable Sun Yat Sen, que si dejó hace unaño la vida física, vive más intensamente que nunca en la memoria de millones de oprimidos.En la India amenaza, bajo el verbo sublime del Mahatma Gandhi, herir en pleno corazón alimperialismo británico. En Siria impulsa al indómito pueblo druso a desafiar al indolente des-potismo del gobierno de Painlevé. Y en nuestra América, finalmente, inspira la acción reno-vadora de la juventud […],55

no hacía sino producir lo que en el lenguaje de la filosofia política contemporánea de ErnestoLaclau llamaríamos lógica de la equivalencia, condición de posibilidad para la emergencia deun discurso articulador de cada elemento. La enumeración de términos equivalentes afecta-dos todos por el imperialismo (Turquía, China, India… pero también “nuestra América”), sus-pendía la distinción Oriente-Occidente, y anudaba cada uno de esos términos en una situacióncomún.

En la época, esa relación equivalencial o nuevo “nosotros” no se había consolidado aún enun nombre que la defina. Pero, aun así, encontramos numerosos vestigios de su presencia inno-minada.56 Luego de la Segunda Guerra Mundial, emergerá por fin con nombre rutilante: será elTercer Mundo. Y no casualmente, en ocasión de la Conferencia de Bandung de 1955, hito porexcelencia del tercermundismo, se invocará al Congreso Antiimperialista de Bruselas de 1927,emergente significativo del orientalismo invertido que hemos aquí analizado, como un antece-dente relevante para la constelación política que allí se anunciaba a la faz de la tierra. o

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55 A. Orzábal Quintana, “El momento actual y las luchas de Oriente”, Revista de Oriente, Nº 1, junio de 1925.56 Mencionemos por su carácter significativo uno de esos elementos: además de las evocaciones del Oriente que esposible hallar en los círculos político-intelectuales que hemos recorrido, las luchas antiimperialistas latinoamerica-nas tenían cotidiana presencia en algunos segmentos de la lejana China, como lo demuestra el hecho de que unaunidad de las tropas del Kuomintang llevara por nombre “División Sandino”. Refieren a este punto Rodolfo CerdasCruz, La hoz y el machete. La Internacional Comunista, América Latina y la revolución en Centroamérica, SanJosé, EUNED, 1986, p. 232, y Jussi Pakkasvirta, ¿Un continente, una nación? Intelectuales latinoamericanos, comu-nidad política, y las revistas culturales en Costa Rica y el Perú (1919-1930), San José, Editorial de la Universidadde Costa Rica, 2005, pp. 90 y 91.

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Argumentos

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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En la sección Argumentos de Prismas,Nº 8 (2004), se publicó el artículo de Fritz Ringer, “El campo intelectual, la historia intelectual y la sociología delconocimiento”, publicado originalmente en la revista Theory and Society, Nº 19. Este artículo motivó un debate, en la mismarevista, entre Charles Lemert, Martin Jay y el propio Ringer. La presente edición de Argumentos recoge ese debate.

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Hace casi veinte años fallé en mi primera lectura de The decline of the german mandarins,de Fritz Ringer. O acaso el libro me falló a mí. Por entonces yo quería algo que él no podía

darme. Lo que buscaba, lo buscaba por una buena razón, aunque insuficiente. Quería un libroque pudieran utilizar los estudiantes de un seminario de posgrado de teoría social. Y creía queellos comenzarían a simpatizar más con las teorías de Weber, Mannheim y los demás si cono-cían algo de la vida de esas personas excepcionales.

Años, muchos años después, tuve éxito donde antes había fracasado. Comprendí porqué The decline… es considerado como un libro significativo y su autor, como un impor-tante historiador intelectual. Comprendí también la razón precisa por la cual en una prime-ra lectura había sido incapaz de establecer una buena conexión con ese libro. Lo que yoquería por entonces era algo con respecto a lo cual Ringer, entonces y ahora, está en lasantípodas. Quería, y todavía quiero, cierto acceso a las ideas a través de la vida de esas per-sonas excepcionales. Ringer quería, y quiere, estudiar las ideas a través de los campos obje-tivos en los que se las recusa y, por lo tanto, se las difunde. En el artículo en cuestión dicelo siguiente:

Con demasiada frecuencia, los profesionales de la historia intelectual aíslan con fines deestudio a individuos o pequeños grupos, con el argumento de que éstos son representativoso influyentes; pero en apoyo de esta hipótesis sólo se ofrecen las pruebas más impresionis-tas. Si pretendemos ejercer un mayor rigor empírico en estas materias, la historia intelec-tual deberá encontrar la manera de establecer muestras y cartografías de los campos inte-lectuales, en vez de prejuzgar sobre la importancia de cualquier elemento perteneciente aellos.***

* Título original: “The habits of intellectuals: Response to Ringer”, Theory and Society, Nº 19 (3), junio de 1990,pp. 295-310. Traducción de Horacio Pons.** Miembro del Departamento de Sociología de la Wesleyan University.*** La cita corresponde a Fritz Ringer, “The intellectual field, intellectual history, and the sociology of knowledge”,publicado en Theory and Society, Nº 19 (3), junio de 1990, pp. 269-294 (p. 276) [traducción castellana: “El cam-po intelectual, la historia intelectual y la sociología del conocimiento”, Prismas, Nº 8, Buenos Aires, Editorial dela Universidad Nacional de Quilmes, 2004]. [N. del T.]

Charles Lemert**

Los hábitos de los intelectuales:respuesta a Ringer*

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 121-133

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¿Es esta diferencia entre nosotros una mera cuestión de gusto o, en vista del persistente inte-rés de Ringer en el método, un reflejo atenuado de mi fracaso juvenil, una ineptitud de mi par-te para captar un método suficiente?

Hoy creo, sobre todo después de leer su excelente artículo, que no se trata ni de una nide otra cosa. Me parece que hay métodos tan sensatos como el de Ringer, métodos que alien-tan las mismas certezas que él busca, sin el abrupto divorcio exigido por él entre el campo delas ideas y la vida, a veces excepcional, de quienes las pensaron y escribieron. Creo queRinger, en su razonable preocupación por el campo intelectual, ha prestado demasiada pocaatención a los hábitos únicos de los intelectuales.

En el pasaje antes citado, como en el artículo del cual procede, Ringer se basa en unaserie de supuestos que sostiene con firmeza, pero, me parece, no examina con suficiente dete-nimiento. Tiene razón, desde luego, al advertir contra las distorsiones provocadas por un enfo-que demasiado centrado en los individuos excepcionales. No ha considerado, sin embargo,que el objeto de su interés plantea, en realidad, no uno sino dos dilemas: una debilidad meto-dológica que reduce el estudio de campos complejos a una unidad de su composición, y algomuy diferente, un deseo natural y provechoso de escuchar las historias de individuos espe-ciales (intelectuales incluidos). La primera es una debilidad metodológica explícita no nece-sariamente asociada a la biografía; el deseo, por su parte, es lo que alimenta entre los lecto-res un difundido entusiasmo por los pormenores de la biografía intelectual. Uno puede, comohago yo, rechazar lo primero –el individualismo metodológico– y tener al mismo tiempo unapropiado interés personal y, creo, metodológico en lo segundo.

La primera prueba de la utilidad de esta distinción es que el mismo Ringer no puederesistirse a ella. Aunque manifiesta una enérgica oposición metodológica a la biografía, atri-buye a los individuos históricos excepcionales, no obstante, un estatus especial como “cole-gas mayores y guías” que “explicitan lo que en la mayoría de sus contemporáneos [menosexcepcionales] es implícito”. Así, el individuo excepcional cumple un papel en el esquema deRinger: un papel de cierta importancia pero incierta justificación.1

Esta base poco sólida en la que Ringer se apoya para pronunciarse contra la historia delos individuos excepcionales se muestra con la más explícita de las evidencias en su intento,audaz pero desconcertante, de introducir de manera retrospectiva a Bourdieu en una relaciónde larga data que él ha mantenido con Weber y Mannheim. En el comienzo de su artículo dicelo siguiente: “A mi entender, las preferencias metodológicas que pondré de relieve guiaron enconcreto mi enfoque aun en The decline of the german mandarins, aunque en ese momentono habría sido capaz de explicar con toda claridad su influencia”. Las preferencias metodo-lógicas que ahora se considera capaz de explicar son las que deduce de una lectura relativa-

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1 La importancia metodológica del individuo excepcional también es evidente al final del artículo. Tras reiterar sureivindicación de un estudio estadístico o probabilístico de los intelectuales, Ringer vuelve sin aviso al individuoexcepcional. “De tal modo, si esos sociólogos [del conocimiento] conocen su oficio, es improbable que confundanel pensamiento de los grandes pensadores esclarecedores con las opiniones corrientes en sus campos intelectuales;no es probable que desvaloricen la originalidad de los individuos creativos” (las primeras bastardillas son nues-tras). En este punto Ringer quiere defender la sociología del conocimiento contra la acusación de que se apoya endemasía en explicaciones ideológicas y relativiza por lo tanto todas las ideas. Es significativo, con seguridad, queresuelva aquí una incertidumbre de su teoría de las ideas mediante una doble apelación a los individuos creativos,tanto los intelectuales estudiados por él como los sociólogos del conocimiento que evitan el reduccionismo “si […]conocen su oficio”.

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mente reciente de Bourdieu, mientras que The decline… (publicado en 1969), en el que nohay mención a ese autor, se escribió bajo la intensa influencia de Weber y Mannheim.2 Creo,en primer lugar, que el método concreto de Bourdieu es demasiado celoso de sus prerrogati-vas para tolerar una vinculación de ese tipo y, en cualquier caso, que la lectura objetivista queRinger hace de este autor delata una preocupación por el método que lo lleva a un apropiadorechazo del individualismo metodológico y, al mismo tiempo, a un abandono poco oportunode los individuos excepcionales, sólo para verlos volver a entrar por la ventana.

En sustancia, Ringer se vale de Bourdieu para propiciar un método histórico muy tradi-cional y decididamente empirista.

No obstante, lo que me persuade de la conveniencia de las “muestras” y otros métodos cone-xos no es sólo el argumento del empirismo riguroso. También estoy cada vez más convenci-do de que los campos intelectuales deben estudiarse como campos. Se trata de entidades contodas las de la ley y no debe reducírselas a agregados de individuos.

Con cautela, Ringer decide yuxtaponer y no unir por completo su empirismo y el concepto deBourdieu, el campo. Tras declararse plenamente convencido en el primer aspecto, se acercacon ciertas precauciones a Bourdieu: “También estoy cada vez más convencido…” Pero eneste punto ha dado, sin reconocerlo del todo, un paso enorme. La frase siguiente reformula sudesestimación del individualismo metodológico: “[Los campos intelectuales son] entidadescon todas las de la ley y no debe reducírselas a agregados de individuos”. Ringer acierta alver el campo de Bourdieu bajo esta luz moderadamente durkheimiana, como cosas en sí, perose equivoca, me parece, al usar esa perspectiva para atacar los métodos biográficos. El hechode que los campos puedan ser entidades con todas las de la ley no implica como corolario queen ellos no hay lugar para el individuo.

El juicioso paso anterior del profesor Ringer, al comienzo de ese párrafo de la página276, cobra fuerza con rapidez hasta convertirse en la catarata de pensamientos imperfecta-mente conectados del final:

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2 El método y el contenido de The decline of the german mandarins son manifiestamente weberianos. “El tipo ideal quepropongo es el del ‘mandarín’. […] Mi decisión de aplicar el término a la clase académica alemana se inspiró pro-bablemente en el sorprendente retrato que Max Weber hace de los hombres de letras chinos” (Fritz Ringer, Thedecline of the german mandarins, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1969, p. 5) [traducción castellana: Elocaso de los mandarines alemanes, Barcelona, Pomares-Corredor, 1995]. De manera análoga, su oposición con-ceptual entre las posiciones de los mandarines ortodoxos y los modernistas parecería ser deudora de la dicotomíaweberiana entre tradicional y moderno. El papel de Mannheim en The decline… es de igual importancia: “Como loexpresó Karl Mannheim, ‘la burguesía moderna tuvo desde el principio una doble raíz social: por un lado los pro-pietarios del capital, por otro los individuos cuyo único capital consistía en su educación’” (ibid., p. 2). Si bienRinger renuncia a las ideas más generales de Mannheim, usa claramente esa referencia a Ideología y utopía, de esteautor, para dar forma al contexto social de los mandarines. Sorprendentemente, el pasaje de Mannheim sugiere ladistinción de Pierre Bourdieu entre capital económico y capital cultural. En The decline… no hay referencias aBourdieu, aunque en principio podría haberlas habido. Gran parte de sus trabajos sobre educación y cultura eranaccesibles en la década de 1960. Su primer artículo de amplia circulación sobre el campo de los intelectuales,“Champ intellectuel et projet créateur”, había aparecido poco tiempo atrás y se tradujo al inglés en 1969:“Intellectual field and creative project”, Social Science Information, Nº 8 (2), 1969, pp. 89-119 [traducción caste-llana: “Campo intelectual y proyecto creador”, en Marc Barbut et al., Problemas del estructuralismo, México, SigloXXI, 1967].

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Estudiarlos [los campos intelectuales] es, al menos en un inicio, apartar la mirada de las inten-ciones francas de textos individuales para concentrarse en los hábitos intelectuales comparti-dos y los significados colectivos. La ambición es considerar las fuentes desde un punto de vis-ta deliberadamente distante e impersonal. En todo caso, es preciso evitar una falsa sensaciónde identificación o familiaridad, capaz de impedir una interpretación y un análisis completosy autoconscientes. Después de todo, la meta consiste en parte en traspasar la superficie delpensamiento explícito y llegar al reino del preconsciente cultural, las creencias tácitas y lasdisposiciones cognitivas.

El lector queda aquí bañado en un torrente de conceptos que tienen una conexión aparente,aunque no obvia, con el tema de Ringer: textos, hábitos, interpretación, pensamientos explí-citos e implícitos, preconsciente cultural, disposiciones cognitivas. Los lectores de Bourdieureconocerán alusiones a su pensamiento (sobre todo hábitos y disposiciones), pero a la vez sesentirán un tanto disgustados por su uso indefinido. En este pasaje, el profesor Ringer procu-ra mantener su compromiso anterior con el lado objetivo de la dicotomía en torno de la cualha organizado su artículo. Así, pretende favorecer el significado textual inintencional com-partido, junto con el “punto de vista deliberadamente distante e impersonal” que, a su juicio,permite ir más allá de la superficie de los pensamientos para llegar a los significados verda-deros, pero no individuales.

De tal modo, la jugada de Ringer en el párrafo recién considerado aparece al final de laextensa primera sección, en la que, en forma retrospectiva, trata de reivindicar a Bourdieucomo recurso para una posición metodológica que desplegó antes de leerlo. Ringer quiere queel concepto bourdieusiano, el campo, consolide su duradera preferencia por una metodologíaempirista que aparece de manera un poco indistinta en The decline…, bajo la figura de unaaplicación del método ideal típico de Weber, y con vigor en obras más recientes.3 Sin embar-go, esta jugada, por muy atractiva que sea, no puede hacerse.

Al margen de lo que parezca ser, Bourdieu no es un empirista en el sentido de Ringer.4

Las diferencias entre ambos son más grandes de lo que este último sospecha o de lo que po -

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3 Véase, por ejemplo, Fritz Ringer, “On segmentation in modern European educational systems: The case of Frenchsecond education, 1865-1920”, en Detlef K. Müller, Fritz Ringer y Brian Simon (comps.), The rise of the moderneducational system, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 53-87 [traducción castellana: El desarro-llo del sistema educativo moderno: cambio estructural y reproducción social, Madrid, Centro de Publicaciones,Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992]. Además, The decline… utiliza de manera deliberada un tipo idealweberiano, el mandarín, y lo manipula con referencia a datos que, en el artículo en cuestión, se califican de mues-tra de las ideas vigentes en el campo académico alemán durante el período de Weimar, una muestra extraída en suinicio de una lectura de los discursos impresos de académicos alemanes de la época. El método consiste en usar eltipo ideal para recoger y representar datos. No puede decirse con certeza que esto es lo que Bourdieu habría hecho(véase más adelante).4 Como el pasaje analizado permite advertir con claridad, Ringer estima que el “empirismo riguroso” es un méto-do muy inclinado a utilizar técnicas de muestreo –es decir estadísticas– para deducir lo general de lo particular. Estoes perfectamente congruente con su objeción a las biografías de personas excepcionales, que, a su entender, nosuministran datos confiables con los cuales puedan hacerse inferencias válidas sobre la estructura general de uncampo intelectual. La lógica estadística de Ringer tiene un papel central en su rechazo de los individuos excepcio-nales en cuanto “dist[a]n mucho de ser ‘representativos’ de su mundo”, así como en su defensa de la sociología delconocimiento contra la acusación de reduccionismo. En este último respecto, Ringer afirma la pertinencia de esasociología para la obra de la historia intelectual: “muchas de las generalizaciones propuestas por los historiadoresson estadísticas o probabilistas. […] Una generalización causal que buscara los orígenes de los cambios en el com-portamiento electoral de un grupo en las modificaciones del ingreso familiar, por ejemplo, no tendría validez abso-luta o para cualquier individuo en particular; sería válida con cierto grado de probabilidad (en igualdad de las cosas

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drían parecer en una lejana comparación de sus intereses comunes en las estructuras de loscampos intelectuales.

Desde un punto de vista metodológico, Bourdieu intenta liberar a la sociología de laparafernalia del cientificismo, incluido el empirismo, y permitirle a la vez seguir siendo empí-rica de una manera congruente con la naturaleza reflexiva del conocimiento sociológico. Y loplantea con claridad en una temprana declaración explícita de intenciones metodológicas,Outline of a theory of practice [Esquisse d’une théorie de la pratique]:

A fin de eludir el realismo de la estructura, que sustancializa los sistemas de relaciones obje-tivas al convertirlos en totalidades ya constituidas al margen de la historia individual y la his-toria grupal, es necesario pasar del opus operatum al modus operandi, de la regularidad esta-dística o la estructura algebraica al principio de producción de ese orden observado, yconstruir la teoría de la práctica o, para decirlo con mayor precisión, la teoría del modo degeneración de las prácticas, que es la condición previa para establecer una ciencia experi-mental de la dialéctica de la internalización de la externalidad y la externalización de lainternalidad o, más simplemente, de incorporación y objetivación.5

El hecho de que las dos frases finales de Bourdieu no sean tan precisas ni tan simples comoél asegura no oscurece su evidente intento de hacer a un lado los realismos de la estructuraque derivan de una metafísica objetivista por la vía de los métodos empiristas. Bourdieu pro-cura explicar las estructuras generales con referencia, no a su existencia en el orden de lascosas (incluido el orden probable calculado por todas las lógicas estadísticas), sino a la dia-léctica de internalización y externalización por medio de la cual las prácticas concretas cons-tituyen la lucha de todos los campos sociales en cuyo marco los productores de conocimien-to social deben asumir una postura incierta y reflexiva.

La clave para comprender el método de Bourdieu es una comprensión previa y precisadel concepto de habitus. Este concepto sutilmente engañoso es el más original e importantede los que conforman su teoría social. El concepto de campo, en contraste, es más coherentecomo telón de fondo del habitus y no se trata, como lo da a entender el examen de Ringer, deun principio de generalidad sino de un límite conceptual dentro del cual se libra la lucha entreprácticas sociales rivales. El habitus es una idea más eficaz sobre cuya base Bourdieu creauna teoría de las estructuras única por su sensibilidad al enigma con el que las teorías de esetipo tropiezan con mucha frecuencia: ¿cómo sobrevive la agencia al poder de coacción de la

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restantes) y para el grupo en su conjunto” (p. 289). Sobre el estatus de la sociología científica de Bourdieu, RandallCollins sostiene, un poco en broma, que este autor es “el investigador de encuestas más exitoso del mundo”, y reco-noce al mismo tiempo que está poco interesado en los principios más elementales de la técnica de encuestas basa-da en estadísticas. Véase Randall Collins, reseña de Homo Academicus de Pierre Bourdieu, The American Journalof Sociology, Nº 95 (2), 1989, pp. 460-463.5 Pierre Bourdieu, Outline of a theory of practice, Cambridge-Nueva York, Cambridge University Press, 1977, p.72. Bourdieu mantiene esta concepción del habitus, aunque la refina un tanto. Véanse la seductora fórmula y la dis-cusión concomitante en Pierre Bourdieu, Distinction: A social critique of the judgement of taste, Cambridge,Harvard University Press, 1984, p. 101 [traducción castellana: La distinción. Criterios y bases sociales del gusto,Madrid, Taurus, 1991]. Véase también David Swartz, Culture and domination: Pierre Bourdieu and contemporarysocial theory, Chicago, University of Chicago Press, de próxima aparición. [El libro, al parecer, no se publicó conese título, pues el único registrado en los catálogos de diversas bibliotecas y de la propia editorial es Culture andpower: The sociology of Pierre Bourdieu, Chicago, University of Chicago Press, 1997.] (N. del T.)]

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estructuración? O, en términos de Bourdieu, ¿cómo elude la improvisación las regularidadesa las cuales queda atada una y otra vez?

El habitus, el principio generativo perdurablemente instalado de las improvisaciones regula-das, produce prácticas que tienden a reproducir las regularidades inmanentes en las condicio-nes objetivas de producción de su principio generativo, a la vez que se ajustan a las exigen-cias inscriptas como potencialidades objetivas en la situación, tal como la definen lasestructuras cognitivas y motivacionales que constituyen el habitus.6

La expresión “improvisaciones reguladas” capta de manera encantadora el propósito global dela teoría social de Bourdieu. Éste busca, sobre todo, practicar una sociología empírica librede las mezquinas restricciones de una ciencia irreflexiva, es decir del cientificismo. Esa acti-tud implica un compromiso filosófico explícito de anular las “falsas antinomias de la cienciasocial”, en especial objetivismo/subjetivismo, sobre las cuales se funda la infructuosa “opo-sición entre teoreticismo vacío y empirismo ciego”.7

Por lo tanto, lo que está en discusión en cualquier intento de apropiarse de las ideas dePierre Bourdieu es una reconsideración de los principios filosóficos más fundamentales de lasciencias sociales modernas. En el artículo comentado, Ringer no hace una movida tan drásti-ca. Sin lugar a dudas, no está obligado a hacerla si puede garantizar la integridad del mate-rial que sí toma de Bourdieu. No estoy seguro de que pueda.

Como se señaló antes, Ringer muestra una cautela inicial en su deseo de identificar supropio empirismo con el concepto de campo de Bourdieu. También se advierte una nítida cir-cunspección en el hecho de haber recurrido principalmente a esa noción de campo, un con-cepto que tiene mucha menos gravedad específica que habitus. De tal modo, Ringer corta elcampo de Bourdieu a la medida de sus objetivos en dos aspectos: en primer lugar, como unafigura teórica del discurso para sostener su argumento en favor de un enfoque generalizadory estadístico de la historia intelectual, y segundo, como un expediente retórico para afirmarla falta de representatividad de la biografía y otras historias de individuos excepcionales. Enuno y otro sentido, Ringer se mueve claramente dentro del marco mismo de la dicotomíaobjetivista/subjetivista que Bourdieu quiere soslayar. Desde la perspectiva de este último, elindividuo excepcional es un recurso, no una amenaza, porque la representación carece de inte-rés (más adelante diré más sobre esto).

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6 Bourdieu, Outline of a theory…, op. cit., p. 78. Compárese: “Cada agente, a sabiendas o sin saberlo y quiéralo ono, es un productor y reproductor de significado objetivo” (ibid., p. 79). Bourdieu y Giddens son, entre los soció-logos, quienes más han hecho por promover esa teoría de la recursividad. Véase Anthony Giddens, The constitu-tion of society, Berkeley-Los Ángeles, University of California Press, 1984 [traducción castellana: La constituciónde la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1995].7 Pierre Bourdieu, “Vive la crise! For heterodoxy in social science”, Theory and Society, Nº 17 (5), 1988, p. 777 [tra-ducción castellana: “¡Viva la crisis! Por la heterodoxia en las ciencias sociales”, en Poder, derecho y clases socia-les, Bilbao, Desclée de Brouwer, 2000]. En Bourdieu, el rechazo y la reconstrucción de la dicotomía son evidentesdesde sus primeros escritos teóricos. Además, se plantean de manera explícita al principio de Esquisse d’une théo-rie de la pratique, cuya primera edición es de 1972, libro en el cual el autor propone el primer enunciado explíci-to y la primera ilustración empírica de un esquema teórico que lo ligará (tal vez contra su voluntad) al movimien-to posestructuralista que elabora por entonces la hoy célebre crítica del esencialismo modernista.

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Si Ringer hubiera comenzado con el habitus, las dificultades inherentes al préstamo deelementos de Bourdieu se habrían detectado con anterioridad. Cuando el profesor Ringer exa-mina el habitus le atribuye un carácter objetivado poco feliz:

El habitus es una “estructura estructurante”. Es modelado y transmitido por el medio social einstitucional, así como por las prácticas y tradiciones de una cultura; a su turno, actúa paradar origen a patrones recurrentes de pensamiento.

Al hacer del habitus el sujeto y el objeto del modelado y la actuación, Ringer le concede unaentidad demasiado autónoma, una independencia que se deduce, presumo, de su tendencia aver el mundo y los métodos como si plantearan problemas al manejo de las relaciones entresujetos y objetos. Su habitus está decididamente del mismo lado que su interpretación delcampo, el lado de los objetos representados de manera coherente.

Bourdieu, en contraste, despliega el habitus con el expreso propósito de pensar de otramanera, más dinámica, las acciones del mundo social. Su interés no radica tanto en explicarlos campos objetivos o los hábitos mismos como las prácticas que tienen la curiosa y doblecaracterística de ser improvisaciones regulares. De allí la considerable diferencia en la des-cripción bourdieusiana del habitus:

Las estructuras constitutivas de un tipo particular de ambiente (por ejemplo, las condicionesde existencia características de una situación de clase) producen habitus, sistemas de dispo-siciones perdurables y susceptibles de trasponerse, estructuras estructuradas predispuestas afuncionar como estructuras estructurantes, esto es, como principios de generación y estructu-ración de prácticas y representaciones que pueden ser objetivamente “reguladas” y “regula-res” sin ser en modo alguno el producto del acatamiento de reglas, objetivamente adaptadasa sus metas sin presuponer una conciencia que apunte a fines o un dominio expreso de lasoperaciones necesarias para alcanzarlos y, siendo todo esto, colectivamente orquestadas sinser el fruto de la acción orquestante de un director.

El estilo retórico de Bourdieu tiene una finalidad teórica precisa. Su meta es rechazar la dico-tomía estructuras objetivas/intenciones subjetivas disolviéndola en una forma marcadamenterecursiva, y por eso la reiteración en la expresión “estructuras estructuradas predispuestas afuncionar como estructuras estructurantes” (una fórmula que Ringer corta y divide). La des-cripción de Bourdieu, entonces, es necesariamente compleja. Adopta la forma de“tanto/como; pero, ni/ni”. Los hábitos son, de tal modo, una suerte de embrague [shifter] teó-rico abierto, una caja negra conceptual en la que las prácticas pueden concebirse a la vezcomo regulares y desobedientes, pero ni objetivadas ni conscientemente previstas. “La acciónsocial –dice Bourdieu en otra parte– está guiada por un sentido práctico, lo que podríamos lla-mar ‘facilidad para el juego’”.8

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8 Bourdieu, “Vive la crise!…”, op. cit., p. 782. Pese a este pronunciamiento, uno tiene la impresión de que siBourdieu se transportara mágicamente de regreso al mundo de las dicotomías y se viera obligado de alguna mane-ra a elegir, optaría por el objetivismo en desmedro del subjetivismo. Ringer, con seguridad, no se equivoca al encon-trar simpatías objetivistas en él, pero las exagera.

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No valdría la pena molestarse por el trazado de esta demarcación, fina pero en últimainstancia dramática, entre la idea de Bourdieu y la interpretación correspondiente de Ringer,de no ser por el hecho de que la diferencia resulta considerable cuando se aplica al estudiohistórico de los intelectuales. Lo que está en juego es la afirmación de Ringer de que la teo-ría de Bourdieu puede ajustarse de manera retrospectiva a su The decline of the german man-darins. Yo creo que no se puede, y que no es preciso hacerlo. Ese libro hace muy bien lo quehace, pero hace algo diferente de lo que Bourdieu puede hacer y haría en un tipo similar deestudio.

The decline… presenta un excelente análisis de un campo intelectual de acuerdo con supropio punto de vista, sin reducir el juego de movimientos intelectuales más amplios a suspormenores. Ringer explica, de manera convincente y clara, que la naturaleza de las dos tra-diciones mandarinescas –ortodoxa y modernista– no era tanto una función de distintos com-promisos políticos o intelectuales como de relaciones diferenciales con su herencia intelec-tual común. “La verdadera diferencia entre los ortodoxos y los modernistas […] no está enuna escala política de derecha a izquierda, sino en un continuo que se extiende de la repro-ducción acrítica al dominio autoconsciente de una tradición intelectual. ”

En Ringer, la comprensión estructural de la relación diferente pero similar de los manda-rines de Weimar con la tradición define la línea narrativa más atrapante del libro: la ineptitudconfusa y a veces patética de esos mandarines, ortodoxos o modernistas, para impedir o siquie-ra retardar el ascenso del nacionalsocialismo. “El Tercer Reich triunfó entre los estudiantes dosaños antes de capturar el resto de la nación. Esta circunstancia […] debe afectar cualquier jui-cio considerado de la política académica alemana durante el período de Weimar.”9 El dilemade los mandarines ortodoxos es obvio, dada su postura más conservadora con respecto a la tra-dición. Los modernistas o adaptacionistas (el término es de Ringer) –incluidos los sociólogosmás conocidos: Weber, Troeltsch, Tönnies, Mannheim– estaban atrapados en sus consabidos einciertos compromisos con la modernidad. Así, “los ortodoxos proponían resolver este proble-ma por medio de una ‘revolución espiritual’; los adaptacionistas [modernistas] querían llegara algún tipo de conciliación entre modernidad y tradición. Debía haber una renovación delaprendizaje; el único interrogante era la forma que iba a tomar”.

El relato de Ringer evoca la patética incapacidad de los intelectuales mandarines. Losteóricos sociales acostumbrados a las consideraciones de la ambivalencia de Weber y el ses-go gemeinschaftlich de Tönnies sólo se sienten sorprendidos por la revelación de su ineptitudespecífica para modificar el destino de Alemania y el mundo bajo Hitler. De alguna manera,esos grandes hombres del canon teórico de nuestros días parecen torpes cuando se los com-para con las exigencias de su época política. Mannheim, por ejemplo:

Mannheim fue sin lugar a dudas uno de los más destacados rebeldes contra la ortodoxia man-darinesca, no obstante lo cual terminó por soñar con una síntesis y elevar a los intelectualespor encima del reino mundano de la ideología, en el que al parecer estaba sumergido el restode la humanidad. […] Era un rebelde y hasta un pensador que se sabía revolucionario. Perotambién era un mandarín.10

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9 Ringer, The decline…, op. cit., p. 251.10 Ibid., p. 434.

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La de Ringer es una historia importante, bien contada, y contada en un momento (1968-1969)en que muchos sentían que sus lecciones se aplicaban a un tipo diferente de caos en losEstados Unidos y en Europa. El único interrogante que debería plantearse al autor de la his-toria de los mandarines, a la luz de su artículo actual, es si su método le permitía hacer todolo que quería y necesitaba con los dilemas históricos que procuraba interpretar. En la conclu-sión de The decline… Ringer se hace dos preguntas, ambas aplicables en general a la respon-sabilidad social de los intelectuales: 1) ¿fueron los mandarines directamente responsables delascenso del nacionalsocialismo? Su respuesta es: no directamente, pero sí, indirectamente.“Fomentaron el caos, sin atención a las consecuencias.”11 Y 2) ¿hubo un resurgimiento de latradición mandarinesca a partir de 1945? Su respuesta: “es difícil decirlo; en líneas generalesme inclinaría a dudarlo”.12 Ambas preguntas, por supuesto, pueden plantearse con pertinen-cia en cualquier estudio del papel histórico de los intelectuales, sobre todo los intelectualesque Ringer estudió.13

Pero sus respuestas no son satisfactorias, y no lo son porque, me parece, su propio méto-do limitaba su visión. Al interpretar a los mandarines como posiciones generales en un cam-po estructurado, Ringer se comprometió a ver las cosas a través de los tipos que había com-puesto a la manera weberiana. De ese modo suprimía la variedad de diferencias específicas eindividuales entre los miembros del tipo general. En lo concerniente a los modernistas, porejemplo, era poco probable que los aportes únicos de grandes individuos (Weber incluido)que podían haber sido excepciones a la regla general influyeran en sus respuestas a los inte-rrogantes de la conclusión. Uno se pregunta si el fracaso de modernistas como Weber yMannheim no se asimila en exceso al fracaso más patente de los mandarines ortodoxos; y,correlativamente, si las diferencias entre los modernistas –las existentes, por ejemplo, entreWeber y Tönnies– no se disuelven con demasiada celeridad en los términos generales del tipo.Ése es el destino de las lógicas estadísticas generalizadoras, que, por definición, se ocupan delas tendencias centrales. Las implicaciones para la interpretación de Ringer quedan señaladasen la soltura con que, en los primeros momentos del relato, se identifica a los modernistascomo adaptacionistas.14 Si los modernistas, Weber incluido, se mostraron de hecho dispues-tos a trabajar dentro de la política republicana del período de Weimar, y por lo tanto a adap-tarse a ella, esa actitud determinó acaso de una vez y para siempre su destino político cuandose vieron frente al Tercer Reich. Empero, si se los define desde el comienzo como adaptacio-nistas, es inevitable que la interpretación ulterior no indague ni pueda hacerlo en la influen-cia excepcional, aunque ineficaz, que figuras de excepción podrían haber ejercido sobre lasfuerzas compensatorias que sí opusieron resistencia a los nacionalsocialistas. Así, la conclu-sión de Ringer ya estaba fijada por su metodología. Tras comenzar a estudiar los tipos gene-

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11 Ringer, The decline…, op. cit., p. 446. Desde luego, es más severo al juzgar a los mandarines ortodoxos. Sinembargo, como lo indica la evaluación de Mannheim antes citada, también hacía responsables a los modernistas.12 Ibid., p. 443.13 Habría que reconocerle el coraje intelectual necesario para plantearlas, así como la honestidad de sus respuestas(una honestidad que, como mínimo, debe de haber sido un tanto desgarradora, porque exigía un juicio severo, aun-que indirecto, contra sus propias fuentes intelectuales, Weber y Mannheim).14 “Un enfoque adaptacionista con respecto al nuevo régimen [republicano] […] bien podía brindar la oportunidadde ejercer influencia sobre él desde adentro, orientarlo hacia caminos convenientemente moderados y hacer quefuera lo más receptivo posible a las tradiciones culturales y políticas de la casta de los mandarines” (ibid., p. 202).

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rales en relación con la tradición, el autor debía juzgar a los modernistas –que, de acuerdo consu definición, estaban más dispuestos a abandonarla– como adaptacionistas, una caracteriza-ción muy capciosa.

No estoy calificado para decir si la respuesta a la primera pregunta de Ringer hubierasido diferente de haberse visto él menos forzado a asimilar las diferencias a las exigencias deltipo. Pero, como lector interesado, un lector que ha luchado con su libro y llegado a admirar-lo, creo que es atinado preguntármelo. ¿No sufrieron esas fuerzas de resistencia a los nazis,por imposibles que fueran sus circunstancias, la influencia, al menos parcial, del aspecto máscrítico del pensamiento modernista, tal vez de la crítica de la dominación planteada por Webero de su propósito político con respecto a un hecho y un valor tan cruciales para deslindar cam-pos?15 Y entonces, si hay aquí alguna evidencia, ¿no podría decirse que, en un sentido impor-tante, la fuerza del Tercer Reich fue independiente de todo lo que cualquier académico pudie-ra haber hecho?

Me siento un poco más calificado para comentar la segunda pregunta de Ringer en rela-ción con el resurgimiento de la tradición de los mandarines luego de la guerra. Es de presu-mir que Ringer estaba a punto de terminar The decline… el mismo año, 1968, en que apare-ció Conocimiento e interés de Habermas, un libro que representó el comienzo de una nuevaetapa para la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Aunque no exactamente posmarxista,el pensamiento de Habermas, según la evolución experimentada en las décadas de 1960 y1970, fue sin lugar a dudas neoweberiano y, en años recientes, apasionadamente modernis-ta.16 Si bien esta tradición de posguerra, por cierto una de las más importantes del pensa-miento político alemán contemporáneo, no significaba una mera reaparición del mandarinis-mo, tiene con seguridad una conexión intelectual importante con el ala más crítica de losmandarines modernistas.17 Así, si uno quiere plantear la cuestión de la historia de posguerrade los mandarines, parecería razonable considerar cuál fue ese desarrollo en relación con lastradiciones de Weimar, sobre todo porque el contenido intelectual de la renovada Escuela deFrankfurt sugiere muchos puntos de comparación positiva. La traída y llevada relación delpropio Habermas con la tradición, ya notoria en Conocimiento e interés, es justamente uno deesos puntos. Otro es la línea de influencia que, desde Weber y a través de Jaspers, llega has-ta Hannah Arendt y su actitud aparentemente modernista (esto es, también ella, compleja, sino discutida) con respecto al tema de la resistencia y la colaboración judías durante elHolocausto según lo aborda en Eichmann en Jerusalén (1963).18 Habría que tener en cuentaestas consideraciones si uno quiere, como Ringer, interrogar el destino de posguerra de la tra-

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15 Véase Alvin Gouldner, “Anti-Minotaur: The myth of value-free sociology”, Social Problems, Nº 9 (3), invierno de1962 [traducción castellana: “El antiminotauro: el mito de una sociología libre de valores”, en Irving L. Horowitz(comp.), La nueva sociología: ensayos en honor de C. Wright Mills, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1969].16 Richard J. Bernstein (comp.), Habermas and Modernity, Cambridge, The MIT Press, 1985 [traducción castella-na: Habermas y la modernidad, Madrid, Cátedra, 1988], y Jürgen Habermas, The philosophical discourse ofModernity, Cambridge, The MIT Press, 1987 [traducción castellana: El discurso filosófico de la modernidad,Madrid, Taurus, 1991].17 Véase Martin Jay, Dialectical imagination, Boston, Little, Brown, and Co., 1973, pp. 294-295 [traducción cas-tellana: La imaginación dialéctica. Una historia de la Escuela de Francfort, Madrid, Taurus, 1974], donde seencontrará un análisis de las relaciones, luego de la guerra, entre la Escuela de Frankfurt y los mandarines deRinger. En resumidas cuentas, el autor estima que la conexión, si bien evidente, no era fuerte.18 Véase Elisabeth Young-Bruehl, Hannah Arendt: For love of the world, New Haven, Yale University Press, 1982,cap. 8 [traducción castellana: Hannah Arendt, Valencia, Alfons el Magnànim/Generalitat Valenciana, 1993].

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dición mandarinesca. Probablemente no surgieron por buenas razones metodológicas. Lafuerza del tipo –el mandarín– depende de su relación con un campo histórico específico. Sise cambia el campo el tipo pierde fuerza. De manera alternativa, si el habitus, que vigoriza-ba a los mandarines modernistas, hubiese sido la primera inquietud de Ringer, el movimien-to único y excepcional de ideas e individuos podría haber modificado sus interpretaciones.

El estudio de los intelectuales, sea histórico o sociológico, es el estudio de un tópicopoco común, y que es poco común de una manera que plantea exigencias especiales a quie-nes los estudian. Los intelectuales se cuentan entre esos fenómenos particulares muy suscep-tibles de entender y quizá describir sus propias acciones. Ése es el atributo identificado en elpasaje de Shils citado por Ringer en la sección de su artículo sobre las “culturas académicas”.“Esa necesidad interior de ir más allá de la pantalla de la experiencia concreta inmediata mar-ca la existencia del intelectual en todas las sociedades.”19 En otras concepciones menos idea -lizadas del intelectual se haría referencia a ese rasgo como las capacidades reflexivas de éste.Al margen de todo lo demás que los intelectuales sean o no, suele esperarse verlos entre losactores más capaces de interpretar sus propias ideas en relación con las circunstancias. Elhecho de que pocas veces, quizá casi nunca, logren cumplir este criterio de su vocación nosignifica que no se trate de un atributo único de ésta.20 Esa condición, si coincidimos en ella,debe afectar el modo de estudiar a los intelectuales.

La naturaleza reflexiva del trabajo intelectual, sea real o potencial, pone serios obstácu-los a cualquier descripción objetivista o generalizadora de ese trabajo. El hecho de que losintelectuales, sobre todo los de inclinaciones teórico sociales como Weber y los mandarinesmoderados, proporcionen de manera regular aunque inconsistente caracterizaciones de suspropias ideas, implica la imposibilidad de suprimir por completo el estudio de intelectualesexcepcionales o, correlativamente, de los rasgos excepcionales del pensamiento de cualquierintelectual.21 La omisión de las dimensiones excepcionales y rigurosamente individualistas decualquier movimiento intelectual no puede sino reducir ese movimiento a sus característicascomunes y marginar justamente los aspectos reflexivos e irreconciliados que pueden ser losrasgos más distintivos de la vida y la obra de un intelectual. En términos más específicos, unaconsideración insuficiente de las ideas reflexivas características de un intelectual hace difícil

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19 Coherente con su interpretación objetivista de Bourdieu, Ringer, en la extensa sección en que se cita el pasaje deShils, procura asimilar la noción de capital cultural de aquél al estatus social de Weber. Su finalidad explícita eneste punto, una finalidad con la cual coincido, es ampliar la comprensión de los intereses de un intelectual, de lopuramente económico a lo cultural. No obstante, esto también sigue siendo una interpretación objetivista. Ringersostiene que la elección subjetiva de creencias que influye sobre las posiciones intelectuales es una decisión racio-nal tomada en un rol social determinado por “el lugar objetivo de los intelectuales en el sistema de relaciones socia-les jerárquicas”. La elección subjetiva es determinada, entonces, por las relaciones objetivas, por más que la modi-fiquen las creencias preconscientes. Esas creencias, destinadas a reflejar el elemento subjetivo, se modelan en formaobjetiva. Aunque Ringer admite que los roles sociales sólo son “configurados en parte por las condiciones objeti-vas”, su examen no deja en claro cómo se originan los esquemas conceptuales subjetivos, o las creencias, con pres-cindencia de dichas condiciones. Aquí vuelven a quedar ilustrados los problemas implicados en el intento de resol-ver la ironía de las improvisaciones reguladas desde el interior de la dicotomía objeto/sujeto.20 Véase Alvin Gouldner, The future of intellectuals and the rise of the new class, Nueva York, The Seabury Press,1979 [traducción castellana: El futuro de los intelectuales y el ascenso de la nueva clase, Madrid, Alianza, 1980].David Swartz ha propuesto una interesante comparación del elemento reflexivo en “Reflexive sociology: A com-parison of the theories of Pierre Bourdieu and Alvin Gouldner”, trabajo inédito presentado en la AmericanSociological Association, San Francisco, 1989.21 Véase la nota 1.

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dar respuesta a las mismas preguntas reflexivas que uno quiere plantear al evaluar una idea oun movimiento. Si fracasó, ¿por qué? Si sobrevivió, tal vez en otra forma, ¿cuáles podrían serlos caminos subterráneos de supervivencia?22 Se trata de preguntas que Ringer, con buenasrazones, formula al final de The decline…, y para las que sólo propone respuestas parcial-mente satisfactorias porque, en mi opinión, su habitus metodológico lo inclina a lo general ylo aparta de lo único.

Tal es, entonces, la diferencia crucial entre Ringer y Bourdieu. Homo Academicus, deeste último, un estudio del mismo tipo que The decline…, produce contenidos empíricos muydiferentes. El más sorprendente contenido visual de ese libro es una serie de gráficos que tra-zan en dos dimensiones la posición relativa de cada intelectual y sus propiedades personales,políticas y profesionales. Los gráficos, sin embargo, no resumen. Describen el espacio de dis-persión en el que las diferencias entre los intelectuales (más o menos poderosos, más vie-jos/más jóvenes; cuerpos docentes más prestigiosos/menos prestigiosos, etc.) son el centro dela atención. Así, una serie de representaciones gráficas del campo de los académicos parisi-nos en 1968 incita al lector a considerar a la vez la estructura general del campo y las dife-rencias decisivas entre intelectuales famosos y no tan famosos, unas diferencias que se inter-pretan como constitutivas del campo. El efecto visual corresponde en Bourdieu a su precisacomprensión metodológica de los dos aspectos de cualquier individuo concreto estudiado:

Así, estrictamente hablando, el Lévi-Strauss construido, procesado y producido por el análi-sis científico no tiene la misma referencia que el nombre propio que utilizamos en la vidacotidiana para designar al autor de Tristes tropiques; en un enunciado corriente, “Lévi-Strauss” es un significante al que puede aplicarse el universo infinito de predicados corres-pondientes a las varias diferencias susceptibles de distinguir al etnólogo francés no sólo detodos los demás profesores, sino también de todos los otros seres humanos, y que crearemosen cada caso como una función del principio de permanencia implícita que las necesidades oexigencias de la práctica han de imponernos.23

En otras palabras, el estudio bourdieusiano de un campo intelectual procura desplegar y dis-cutir la similitud y las diferencias de sus miembros; o, desde el punto de vista de cualquierintelectual específico representado, su estatus como improvisador regulado en dicho campo.Ésa es la consecuencia del concepto de habitus de Bourdieu. El campo está compuesto de talmanera que refleja las prácticas únicas de los individuos por cuyo conducto la estructuraciónde las estructuras está recursivamente atada, sin posibilidad de separación analítica, a lasestructuras estructuradas presentes en ellas como disposiciones. Los individuos excepciona-les y las excepciones individuales son una parte primordial del cuadro.24

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22 Por ejemplo, Alan Sica, Weber, irrationality, and social order, Berkeley-Los Ángeles, University of CaliforniaPress, 1988, explica el interés de Weber por la irracionalidad en la vida social, y su incapacidad para explicarla, enfunción de una serie de factores muy individuales, entre ellos la tensión intrapsíquica, el amor a la música y unalisa y llana frustración.23 Pierre Bourdieu, Homo Academicus, Stanford, Stanford University Press, 1988, p. 22.24 La de Bourdieu no es la única alternativa a la propuesta de Ringer. Hay otras que, en diversa medida, respetanlos rasgos únicos de la biografía en el estudio de los campos. Ciertas formas de biografía propiamente dicha, asícomo de biografía grupal, entre ellas Sam Bass Warner, The province of reason, Cambridge, Harvard UniversityPress, 1984, se interesan en forma muy explícita en el campo desde el punto de vista de individuos únicos. Las bio-grafías grupales más literarias tienen en gran parte el mismo propósito: por ejemplo, Phyllis Rose, Parallel lives:

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Uno de los hábitos del propio Bourdieu es el de prestar atención reflexiva a sí mismo en todossus escritos. Se siente su presencia junto al escenario, mientras murmura en forma audible susentido de la posición en el campo de las cosas. En Homo Academicus dice lo siguiente: “Elescritor ocupa una posición en el espacio descripto: él lo sabe y sabe que el lector lo sabe”.25

Pocos estudios de intelectuales son obra de intelectuales que disfrutan de una influencia deimportancia similar a la que él ha tenido en el campo que estudia. No obstante, Bourdieu,como estudioso de los intelectuales, sólo difiere del resto por una cuestión de grado. Cuandolos intelectuales estudian a intelectuales, ¿no se da el caso de que deban incorporarse a lasituación única de los estudiados? ¿Y no son las exigencias reflexivas de esta relación acadé-mica tanto más severas debido a que el mismo trabajo intelectual es intrínsecamente reflexi-vo, cualquiera sea su tema? Si es así, parecería necesario que los sociólogos e historiadoresde los intelectuales se empeñaran en una comprensión empática de las características únicase inasimilables de las personas a quienes estudian. La comprensión empática de lo único fue,es justo decirlo, uno de los aspectos contradictorios e irreconciliados del método, positivo enúltima instancia, de otra de las fuentes del profesor Ringer, Max Weber. Debemos estudiar loscampos, sin duda; pero no sin prestar una atención primordial a los hábitos excepcionales delos individuos, grandes o comunes y corrientes. o

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Five victorian marriages, Nueva York, Alfred Knopf, 1983. Sobre la relación entre biografía y teoría social, véaseCharles Lemert, “Whole life social theory”, Theory and Society, Nº 15 (3), mayo de 1986, pp. 431-432. Formas deinvestigación prosopográfica menos radicales que la de Bourdieu, como las utilizadas en la sociología norteameri-cana de la ciencia, también pueden emplearse para identificar los rasgos únicos y reflexivos de aportes individua-les a la evolución de las ideas. “Episodic memoir”, de Robert Merton, sobre el desarrollo de la sociología de la cien-cia, es un excelente ejemplo. Véase Robert Merton, “Episodic memoir”, en Robert K. Merton y Jerry Gaston(comps.), Sociology of science in Europe, Carbondale-Illinois, Southern Illinois University Press, 1977, pp. 3-144.Y acerca del papel del indicio único en las ciencias sociales, véase Carlo Ginzburg, “Clues: Roots of a scientificparadigm”, Theory and Society, Nº 7 (3), 1979, pp. 273-288.25 Bourdieu, Homo Academicus, op. cit., p. 24.

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Como acompañamiento del reciente renacer del interés en la historia intelectual se ha sus-citado una vigorosa discusión, de creciente sofisticación teórica, sobre sus métodos y fun-

damentos teóricos. Gracias a la asimilación de lecciones de la filosofía, la antropología, la crí-tica literaria, la sociología y otros campos relevantes, historiadores como Quentin Skinner,Hayden White, Dominick LaCapra, James Clifford y Roger Chartier se han convertido en legí-timos participantes de los debates culturales más amplios de nuestros días. Es particularmentegratificante ver a Fritz Ringer unirse a ellos, pues desde hace mucho se lo reconoce como unmagistral representante del oficio del historiador intelectual. Quienes han tenido la suerte deestudiar con él, como fue mi caso a mediados de la década de 1960, así como aquellos que sólolo conocen a través de sus libros ejemplares, The decline of the german mandarins y Educationand society in modern Europe,1 no pueden sino dar la bienvenida a su intervención.

El precoz entusiasmo de Ringer por Weber y Mannheim aún es notorio en este nuevoartículo, pero ahora su argumento también recurre a Bourdieu y la literatura reciente sobre lareconstrucción racional en la historia de la ciencia. Los resultados son una animosa defensade la historia intelectual como estudio de los “campos del conocimiento” socialmente consti-tuidos, que, no obstante, se resiste a reducir el contenido intelectual a un reflejo irracional delas relaciones de poder existentes dentro o fuera de esos campos. Comparto muchas de lasinclinaciones de Ringer, pues con frecuencia estructuré mi propio trabajo teniendo presentesesos campos del conocimiento y defendí las implicaciones racionalistas de nuestra disciplina,razón por la cual lo que sigue será, más que una crítica fundamental, un desafío fraterno enprocura de fortalecer argumentos que en general me parecen convincentes. De hecho, micoincidencia tan frecuente con la posición de Ringer me llevará a pasar por alto los puntosfuertes del artículo para concentrarme exclusivamente en las áreas que, a mi juicio, requieren

* Título original: “Fieldwork and theorizing in intellectual history: A reply to Fritz Ringer”, en Theory and Society,Nº 19 (3), junio de 1990, pp. 311-321. Traducción de Horacio Pons.** Miembro del Departamento de Historia de la Universidad de California en Berkeley.1 Fritz K. Ringer, The decline of the german mandarins: The german academic community 1890-1933, Cambridge,MA, Harvard University Press, 1969 [traducción castellana: El ocaso de los mandarines alemanes, Barcelona,Pomares-Corredor, 1995], y Education and society in modern Europe, Bloomington, Indiana, Indiana UniversityPress, 1979.

Martin Jay**

Trabajo de campo y teorizaciónen la historia intelectual:

una réplica a Fritz Ringer*

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 135-143

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mayor desarrollo, aclaración y tal vez revisión. Dedicaré las primeras observaciones a lasimplicaciones de la lectura “objetivista” que Ringer hace de la metodología de Bourdieu; acontinuación me ocuparé del espinoso problema de la relación entre la sociología del conoci-miento y el relativismo cognitivo.

Aunque los campos intelectuales, en la caracterización de Ringer, no pueden concep-tualizarse como los objetos exclusivos o más fundamentales de la investigación históricaintelectual, son sin duda de considerable valor para comprender la constelación inarticuladao semiarticulada de fuerzas, tanto sociales como culturales, que sirven de base a cualquierproyecto intelectual individual y hasta colectivo. Nos ayudan a fundar y situar la teorizaciónreflexiva de lo que Alvin Gouldner llamaba “cultura del discurso crítico” en su contexto pre-rreflexivo o, para utilizar los términos de Ringer, preconsciente. Como el “mundo de la vida”de los fenomenólogos o la “episteme” de Foucault, la noción de habitus de Bourdieu nos lle-va a considerar el horizonte o telón de fondo de prácticas, supuestos, hábitos y prejuiciostácitos que constituyen la matriz doxológica de la cual surge un pensamiento más conscien-te de sí mismo. Nos fuerza, asimismo, a registrar las coacciones institucionales, por ejemplolas impuestas por los sistemas educacionales que Ringer ha explorado con tanta maestría,que estimulan, influyen y limitan la creación y recepción de ideas, aun de las más obvia-mente creativas. Y nos ayuda, por último, a evitar un intencionalismo ingenuo que procurareducir el significado de las ideas a las intenciones subjetivas de quienes les dan origen oadhieren a ellas.2

La concentración en los campos o habitus intelectuales –Ringer no siempre aclara lasdiferencias entre ambos conceptos– puede contribuir a llevar a cabo todos esos objetivos, peroun apoyo demasiado excluyente en tal método tiene un costo, que la defensa de Ringer acasosubestima. En primer lugar, como lo indica la metáfora espacial del campo, su postura supo-ne tácitamente que una entidad sincrónica debe inspeccionarse o cartografiarse como unaGestalt estructural o relacional. Cuando Ringer dice que “en un momento y un lugar deter-minados, el campo intelectual […] es una configuración o una red de relaciones”, revela lasimplicaciones atemporales de la metáfora, que se fortalecen cuando habla de “posiciones” encampos o “haces” de textos, cuya distribución el historiador puede cartografiar y cuyos per-files puede “circunscribir”.

Ringer admite, desde luego, que “los propios campos intelectuales pueden cambiar” y,en efecto, el título mismo de su primer libro, con la referencia al ocaso, introduce un elementodiacrónico en su exposición. Pero su artículo privilegia, no obstante, una epistemología máscomúnmente asociada al análisis sincrónico que al análisis diacrónico: la del observador dis-tanciado que contempla con desapasionamiento un objeto desde lejos. Aunque en un momen-to de su argumentación reconoce que un habitus “es una de esas entidades que nunca están alalcance de la observación directa”, en otro lugar insiste, empero, en que los campos debenconsiderarse como “objetos independientes de investigación empírica”, susceptibles de exa-

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2 Ringer introduce la obra de Quentin Skinner en su examen de la intencionalidad, pero subestima su complejidad.En vez de buscar el sentido de un texto en el “proyecto subjetivo” del autor, Skinner sostiene en forma explícitaque ese sentido trasciende la motivación subjetiva. El objetivo previsto, afirma, sólo es un acto ilocutivo, que elautor intenta realizar al escribir el texto. Esos actos, agrega, pueden atribuirse a la intencionalidad y ser recupera-dos como tales por el historiador, mientras que no es posible hacer otro tanto con los múltiples sentidos del texto.Véase su dilucidación de este aspecto en James Tully (comp.), Meaning and context: Quentin Skinner and his cri-tics, Cambridge, Inglaterra, Polity Press, 1988, pp. 270-271.

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minarse “desde un punto de vista deliberadamente distante e impersonal”. Al aducir esto, escongruente con su idea de que el pensamiento original es una suerte de esclarecimiento, “unaconquista de distancia analítica con respecto a los supuestos tácitos de un mundo cultural”.

Uno podría, claro está, intentar mantener esa distancia con respecto a un proceso dia-crónico y no a un campo sincrónico, y tratar de examinar esos viejos rubros principales de lahistoria de las ideas, las “corrientes” o los “movimientos”. Pero los supuestos epistemológi-cos serían los mismos: el observador distante que inspecciona un objeto claramente visibledesde lejos. Tenemos aquí la característica dicotomía sujeto/objeto, un elemento tan tenaz delpensamiento moderno desde Descartes. No es éste el lugar adecuado para lanzar una críticamás del cartesianismo. Baste con plantear la sencilla observación que ese enfoque tiende aignorar, en especial cuando campos atemporales son el objeto privilegiado de indagación: laimportancia de la reconstrucción histórica del pasado como relato.3

En tiempos recientes, los historiadores han prestado mucha atención al valor y lasimplicaciones del relato; lo han hecho sobre todo aquellos desilusionados con un enfoquefrancamente teórico o cuantitativo del pasado. En ocasiones, la celebración de la narraciónha servido para encubrir otros objetivos, como el restablecimiento de una historiografía polí-tica dedicada a los grandes hechos memorables, en desmedro de una historiografía socialinteresada en la vida de las masas anónimas. Pero en otras oportunidades implicó una sensi-bilidad creciente al hecho de que los relatos del historiador son irreductibles a la mera recu-peración de un pasado ya preestructurado y que está a la espera de que un observador desin-teresado lo recapture “tal como es”. En este aspecto, la obra de Paul Ricœur y Hayden Whiteha sido de especial eficacia para hacernos ver que la narración tiene una dimensión cons-tructiva ineludible que vincula la historia con la literatura y no con la ciencia, tal como éstasuele entenderse.4

Aunque el carácter literario de nuestras reconstrucciones no deba significar por fuerzala eliminación de todas las diferencias entre narración histórica y ficción, como temen algu-nos alarmistas, es cierto que rodea de una fuerte sospecha el supuesto de un observador dis-tante que contempla un objeto desde lejos. De hecho, la propia obra de Ringer demuestra conclaridad este aspecto, pues la decisión misma de urdir la historia de los mandarines alemanescomo un “ocaso” cuyo fin se sitúa en el fatídico año de 1933 delata una conciencia históricaformativa que va más allá de la simple observación de un campo intelectual desde una dis-

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3 En nuestros días se acepta en forma generalizada que aun Descartes narrativizó su exposición de un método noto-riamente no narrativo de indagación. Véase, por ejemplo, Dalia Judovitz, Subjectivity and representation inDescartes: The origins of Modernity, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1988.4 Paul Ricœur, Time and narrative, dos volúmenes, traducción de Kathleen McLaughlin y David Pellauer, Chicago,University of Chicago Press, 1984-1985 [traducción castellana: Tiempo y narración, 1, Configuración del tiempoen el relato histórico, y Tiempo y narración, 2, Configuración del tiempo en el relato de ficción, Madrid,Cristiandad, 1987], y Hayden White, Metahistory: The historical imagination in nineteenth-century Europe,Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1973 [traducción castellana: Metahistoria. La imaginación histórica enla Europa del siglo xIx, México, FCE, 1992]; Tropics of discourse: Essays in cultural criticism, Baltimore, JohnsHopkins University Press, 1978, y The content of form: Narrative discourse and historical representation,Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1987 [traducción castellana: El contenido de la forma: narrativa, dis-curso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992]. Debemos agregar la salvedad “la ciencia, tal como éstasuele entenderse”, porque en los últimos tiempos ciertos comentaristas también han hecho hincapié en su dimen-sión narrativa. Véase, por ejemplo, Alasdair MacIntyre, “Epistemological crises, dramatic narrative, and the philo-sophy of science”, en Gary Gutting (comp.), Paradigms and revolutions: Applications and appraisals of ThomasKuhn’s philosophy of science, Notre Dame, Indiana, University of Notre Dame Press, 1980.

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tancia olímpica.5 Del mismo modo, la evidente identificación de Ringer con el grupo de man-darines que llama “modernistas”, en detrimento de los “ortodoxos”, hace que su exposicióndelate en forma inevitable una inmersión más comprometida en su material de lo que parece-ría saludable en función del método de distanciamiento que él defiende en ese artículo.

A decir verdad, sobre la base de los principios de Bourdieu difícilmente podría ser de otramanera, pues el historiador está inserto en forma ineludible en un habitus cuyos supuestos táci-tos se resisten a una plena tematización y crítica.6 Por ese motivo, la noción de “fusión de hori-zontes” de Gadamer, con la que Ringer nunca se sintió del todo cómodo, expresa lo que él mis-mo hace concretamente como historiador, con mayor exactitud que la idea de una observaciónobjetiva desde lejos. Aun su artículo muestra los efectos del relato constructivista cuando Ringergeneraliza al decir que “el pensamiento original y coherente es una especie de esclarecimiento,una emergencia hacia la claridad, una conquista de distancia analítica con respecto a los supues-tos tácitos de un mundo cultural”. Pues esa definición del progreso hacia la luz en virtud de ladesvinculación de los lóbregos supuestos del mundo cultural no tematizado se basa en una delas más viejas construcciones tropológicas de la tradición occidental, al menos tan antigua comola caverna de Platón. Los críticos de esta versión heliocéntrica y oculocéntrica de la verdad encuanto esclarecimiento progresivo, como Merleau-Ponty y Heidegger, solían salir a la palestracon diferentes relatos que destacaban, en cambio, las virtudes de la inmediación, el involucra-miento y la cercanía. Para ellos, la búsqueda cartesiana o positivista de lucidez y perspectivasería un desventurado desvío en una historia cuyo telos debe ser el restablecimiento de la inmer-sión en el Ser. El quid no es aquí que sus alternativas sean por fuerza mejores; radica simple-mente en decir que Ringer no puede escapar a un momento narrativizador ni siquiera en sus pro-nunciamientos de apariencia más directa sobre “el trabajo de esclarecimiento”.

Los inconvenientes de su modelo objetivista también surgen cuando Ringer estudiacómo deben los historiadores intelectuales manejar los residuos textuales dejados por el pasa-do. En este punto invoca el modelo de la traducción como la metáfora más adecuada de lo quehacemos. Aunque yo coincidiría en que la traducción es sin duda sugerente en términos heu-rísticos como un modo de conceptualizar la comunicación,7 debo señalar que no logra tomarnota del papel inevitable de la sinopsis, la paráfrasis y el reensamblaje en cualquier acto deinterpretación. Afirmar que debemos “‘casar’ una secuencia de frases del texto con unasecuencia coherente de frases claras en nuestro propio lenguaje” es ignorar la “construcción”que se deduce de manera inexorable de nuestra familiarización con los argumentos y su nue-va descripción en términos que nos son propios.

Como Dominick LaCapra ha sostenido con frecuencia, no podemos eludir la esenciali-zación de los textos que interpretamos, y omitimos y marginamos calladamente los elemen-

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5 La decisión de poner fin a su relato con la victoria nazi, por ejemplo, ha sido cuestionada como prematura por uncrítico eminente, a cuyo juicio los mandarines todavía tenían gran vigencia luego de 1945. Véase Jürgen Habermas,Philosophisch-politische Profile, Frankfurt, Suhrkamp, 1971, p. 240 [traducción castellana: “Los mandarines ale-manes”, en Perfiles filosófico políticos, Madrid, Taurus, 2000].6 En realidad, el mismo Bourdieu es explícito en lo concerniente a la mezcla de distancia objetiva y proximidadhabitual que constituye el habitus del académico. Véase su Outline of a theory of practice, traducción de R. Nice,Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1977, pp. 2-4.7 En George Steiner, After Babel: Aspects of language and translation, Londres, Oxford University Press, 1975 [tra-ducción castellana: Después de Babel: aspectos del lenguaje y la traducción, México, FCE, 1995], se encontrará unanálisis de vasto alcance del modelo traductivo de la comprensión.

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tos del original que estimamos insignificantes, repetitivos o, sin más, demasiado ajenos paradomesticarlos.8 Los textos y las acciones pueden estar “objetivamente dados”, como Ringerargumenta, al menos en el sentido de que no los urdimos en nuestra interioridad. Pero lo quehacemos cuando les atribuimos un significado para nosotros mismos va bastante más allá deuna traducción literal de una lengua a otra. Ningún distanciamiento negador de sí mismo, porgrande que sea, nos dirá qué decisión tomar en ese proceso; nuestros prejuicios, en el sentidoque Gadamer da a este término, intervienen por necesidad de una manera que no podemosponer por entero entre paréntesis, aun cuando seamos capaces, al ponerlos en primer plano,de problematizarlos en algún aspecto.

El problema se agrava si nos tomamos en serio la exhortación de críticos literarios y filó-sofos lingüísticos cuando nos instan a responder a los múltiples niveles y efectos de los tex-tos, tanto ilocutivos como locutivos, tropológicos como referenciales, retóricos como lógi-cos.9 En contra del argumento de Ringer, la interpretación hermenéutica, que procura captarel sentido inherente de un texto, y la explicación, que da razón de las fallas de la significaciónmediante el recurso a un contexto ambiental cuyo carácter significativo se supone evidentepor sí mismo, acaso no basten. Tal vez sea útil, en efecto, una tercera estrategia que descons-truccionistas como Paul de Man y J. Hillis Miller se complacen en llamar “lectura”.10 El tér-mino implica respeto por los modos múltiples, elusivos y a veces contradictorios como lostextos significan y al mismo tiempo confunden la significación, exigen sinopsis parafrásticasy las impiden, “dicen” una cosa y “quieren decir” posiblemente muchas otras. Al negarse areducir las operaciones del lenguaje a ideas, intenciones o, con la venia de Ringer, expresio-nes de las relaciones en un campo intelectual, la lectura sigue en este sentido un imperativoético: la resistencia a un cierre prematuro basado en una creencia injustificada en la transpa-rencia del lenguaje y la plenitud del significado que éste transmite. En vez de compartir laoptimista versión igualitaria de Ringer de la traducción como un “apareamiento” exitoso, losexponentes de la lectura convalidan así la idea de Walter Benjamin de la tarea del traductorcomo la defensa de la diferencia alegórica entre el original y la copia.11

Provocaríamos un grave empobrecimiento en la historia intelectual, desde luego, si laredujéramos exclusivamente a la lectura en este sentido y, así, la fundiéramos por completocon ciertas modalidades de crítica literaria. Pero con seguridad debe prestarse alguna atenciónal nivel de complejidad textual, que se niega a disolverse en el campo intelectual del cual sur-gen, de un modo u otro, los textos. En realidad, justamente porque los textos pueden versecomo el ámbito de impulsos antagónicos, es muy posible considerar que emergen de varioscampos rivales o superpuestos, en vez de limitarse a ejemplificar un habitus unificado. Lo

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8 Véase, por ejemplo, Dominick LaCapra, Rethinking intellectual history: Texts, contexts, language, Ithaca, CornellUniversity Press, 1983.9 Podrá encontrarse un sumario reciente de esta literatura en Robert F. Berkhofer, Jr., “The challenge of poetics to(normal) historical practice”, en Poetics Today, Nº 9 (2), 1988, pp. 435-452.10 Véanse, por ejemplo, Paul de Man, Allegories of reading: Figural language in Rousseau, Nietzsche, Rilke andProust, New Haven, Yale University Press, 1979 [traducción castellana: Alegorías de la lectura. Lenguaje figura-do en Rousseau, Nietzsche, Rilke y Proust, Barcelona, Lumen, 1990], y Joseph Hillis Miller, The ethics of reading:Kant, De Man, Eliot, Trollope, James, and Benjamin, Nueva York, Columbia University Press, 1987.11 Véanse, en especial, las observaciones de De Man en su crítica de la hermenéutica de la recepción defendida por HansRobert Jauss, “Reading and history”, en The resistance to theory, prefacio de Wlad Godzich, Minneápolis, Universityof Minnesota Press, 1986, pp. 61 y ss. [traducción castellana: La resistencia de la teoría, Madrid, Visor, 1990].

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mismo puede ser válido para algunos intelectuales, a quienes, como he tratado de argumentaren el caso de Adorno, puede concebírselos como ocupantes del punto nodal en un campo oconstelación de fuerzas de impulsos opuestos.12

Como Samuel Weber ha sostenido al criticar el alegato de Stanley Fish en favor delpoder determinante de las “comunidades interpretativas” (que comparten muchas de lascaracterísticas de los campos de Bourdieu),

el término “institución” no puede entenderse como referencia a un sistema autónomo, unifi-cado y determinable de creencias y supuestos. Antes bien, marcará el choque de esas creen-cias y supuestos. El hecho de sostener que ese conflicto exige un terreno común, aunque setrate de un campo de batalla, no resuelve nada, porque sólo equivale a afirmar que, a fin deque haya conflicto, debe haber contacto, y que esto implica a su vez un espacio instituciona-lizado estructurado. Con ello, sin embargo, no se nos dice una palabra sobre las fuerzas y fac-tores que delimitan ese espacio.13

Así, si pasamos con demasiada rapidez del nivel de la complejidad textual al contexto pre-suntamente previo de una institución, un campo o un habitus coherente, quizá no podamosreconocer la inestable coexistencia de varios contextos antagónicos, que van más allá de lasubdivisión de uno de ellos en una lucha ortodoxa y heterodoxa destructiva.

Por todas estas razones, el giro objetivista que Ringer imprime al estudio de los camposintelectuales me parece inadecuado. A decir verdad, por momentos él admite eso mismo, porejemplo cuando sostiene que “mientras que el pensamiento de los autores estrictamente repre-sentativos no es sino un objeto de estudio para nosotros, los pensadores creativos se nos unencomo colegas mayores y nos guían hacia su mundo”. En otras palabras, ayudan a formar losprejuicios de nuestro propio habitus. Pero luego Ringer concluye con demasiado apresura-miento que “no hay contradicción en la tesis de que la exploración de los campos intelectua-les y el estudio de los grandes textos esclarecedores deben proceder de manera interactiva sila aspiración es el avance de la historia intelectual”. Pues el estudio de esos grandes textos y,en rigor, la decisión de valorarlos como tales, se realizan dentro de un campo (o campos)específico(s), cuyos presupuestos no podemos trascender por entero en nombre de una vigi-lancia neutral. Si no una contradicción, hay por cierto una tensión, que Ringer ha soslayadocon excesiva rapidez.

Acierta, sin embargo, al oponerse a una conclusión característica de la sociología vulgardel conocimiento que alguien podría extraer de estas observaciones. Las ideas y los textos,reconoce Ringer con prudencia, no son meras expresiones o reflejos de los contextos que losdefinen; también tienen la capacidad de criticar y trascender sus habitus, así como de llegara ser significativos para miembros de distintos contextos. Por lo tanto, situarlos en sus cam-pos intelectuales generativos o destacar su recepción en otros no es negar su contenido de ver-dad o sus pretensiones de racionalidad. Por mucho que nuestros campos intelectuales nos cir-cunscriban, podemos intentar una reconstrucción racional del pasado, que se funde en el

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12 Martin Jay, Adorno, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1984 [traducción castellana: Adorno, México,Siglo XXI, 1988].13 Samuel Weber, Institution and interpretation, prefacio de Wlad Godzich, Minneápolis, University of MinnesotaPress, 1987, p. 37.

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supuesto de la existencia de algo común para personas de diferentes momentos y otras cultu-ras. La inconmensurabilidad radical convierte en una imposibilidad cualquier intento de ocu-parse de la diferencia, tanto histórica como presente. Después de todo, los horizontes sólopueden fundirse si en los habitus originales en cuestión no sólo hay diferencia sino tambiénmismidad.

Es necesario, empero, ser claros con respecto a una distinción que el argumento deRinger disuelve: la existente entre decir que una creencia es verdadera y afirmar que nuestradescripción de una creencia (cuya verdad o falsedad ponemos entre paréntesis) es histórica-mente cierta. Tradicionalmente, los detractores de la sociología del conocimiento la han acu-sado de negar el valor de verdad de las ideas, por situarlas en contextos históricos finitos yrelacionarlas con grupos sociales específicos. Para quienes creen que la verdad es trascen-dente, universal y absoluta, ese método sólo puede conducir al relativismo cognitivo. Ringersugiere que no debemos llegar a esa conclusión si suponemos la racionalidad de las creenciasque examinamos. “Debemos empezar por suponer –nos dice– que las creencias que encon-tramos se deducen de observaciones confiables y un razonamiento sólido.” Luego apela a lanoción de reconstrucción racional de Lakatos y sostiene que las irracionalidades empíricasdeberían conceptualizarse como desviaciones de la norma.

Sin embargo, esta exhortación, ya anticipada por Max Weber en un famoso argumento deThe theory of social and economic organization,14 es problemática como guía para juzgar elcontenido de verdad de las creencias, como Ringer sugiere.15 Pues es evidentemente posibleque las personas registren de manera fiel lo que observan y luego hagan un razonamiento lógi-co sobre las implicaciones y, no obstante, den con ideas que, en un momento ulterior, califica-ríamos de falsas. Consideremos el conocido caso de la concepción geocéntrica del universosostenida por los astrónomos precopernicanos. Sin lugar a dudas, las observaciones que ha cían,sin contar con telescopios, eran “sólidas”: el Sol, después de todo, parece girar alrededor de laTierra. Y su aptitud para utilizar la lógica aristotélica no era en absoluto inferior a la nuestra.No obstante ello, desde nuestro punto de vista actual juzgamos con toda evidencia que sus ide-as eran falsas en términos cognitivos. En este caso, contra lo que sostiene Ringer, las “buenasrazones” no condujeron a “creencias válidas”. Tampoco es obvio que validez y verdad seansimplemente sinónimas. Lo que la reconstrucción racional puede hacer es informarnos de losprocedimientos empleados para cerciorarse de las creencias, que luego podemos juzgar de con-formidad con una u otra norma de comprobación de la validez racional, pero en realidad esincapaz de permitirnos juzgar el contenido de verdad por sí mismo.

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14 Max Weber, The theory of social and economic organization, edición establecida por Talcott Parsons, traducciónde A. M. Henderson y Talcott Parsons, Nueva York, Oxford University Press, 1947, p. 92 [traducción castellana:“Teoría de la organización social y económica”, primera parte de Economía y sociedad. Esbozo de sociología com-prensiva, México, FCE, 1944]. Weber habla aquí de la acción racional como un tipo, en el que “racional” se defineen términos instrumentales. Los valores o creencias últimas, admite, quizá no se ajusten a ningún modelo de racio-nalidad.15 Existe, desde luego, el interrogante más cósmico de qué constituye la verdad, una categoría que en modo algu-no cae por su propio peso. Así, algunos filósofos, como Heidegger, defienden una noción aletética contra la ideaapofántica que Ringer propicia de manera implícita: la verdad como revelación o desocultación y no como propo-siciones que corresponden al mundo. Como es evidente, no es éste el lugar adecuado para discutir ese problema,tarea que, de todos modos, toca más al filósofo que al historiador intelectual.

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Aun menos puede ayudarnos cuando escribimos las historias del pensamiento en camposque están a mayor distancia de la historia de la ciencia que aquellos que Ringer suele discutir.Las áreas de la iniciativa intelectual que por lo común denominamos humanidades o artes sondifíciles de reconstruir en términos de resolución de problemas basada en “observaciones con-fiables y un razonamiento sólido”. Aunque puedan ocuparse de objetos con un contenido deverdad –al menos así lo han afirmado filósofos como Adorno y Heidegger– y tal vez tenganhistorias que fueron sometidas a alguna forma de racionalización –como Habermas ha procu-rado demostrar–, es discutible que el mismo método que utilizamos para interpretar a Galileoy Darwin funcione con Goethe y Baudelaire. La diferencia será especialmente clara si recono-cemos la acrecida importancia de la lectura, en el sentido antes descripto, en la interpretaciónde los textos humanistas (la diferencia no es absoluta, como el análisis retórico de la ciencia hapuesto de manifiesto, pero pese a ello existe).16

Que Ringer invoque la tesis de Davidson de que la razón de alguien para sostener unacreencia puede ser una causa del hecho de sostenerla no nos es de mucha ayuda para salir deese dilema. En primer lugar, da por descontada la aptitud misma de reaprehender la motiva-ción intencional de un agente, que el énfasis de Ringer en los campos intelectuales anónimospretendía hacernos superar. Segundo, supone que la racionalidad del pensador original estáconectada de alguna forma con la validez de la creencia que sostiene, cosa que, como hemosvisto en el caso del pensamiento precopernicano, no sucede necesariamente. Y por último,omite tomar en cuenta la disparidad entre la lógica consciente del creyente y la lógica incons-ciente de la creencia, que sólo puede ser evidente en retrospectiva para las siguientes genera-ciones. Un ejemplo obvio sería la tesis de Weber sobre la relación entre la ética protestante yel espíritu del capitalismo, que combina dos tipos de racionalidad, una para el actor y deriva-da de su campo intelectual y otra para el historiador y derivada de su interpretación de las con-secuencias imprevistas de dichas creencias.

Esta consideración final nos lleva al segundo tipo de verdad implicada en el relato delhistoriador intelectual: la verdad de su descripción en relación con algo llamado “pasado”.Aquí suspendemos todo interrogante acerca del contenido de verdad de las ideas de pensado-res anteriores y nos concentramos, en cambio, en la veridicidad de nuestras reconstruccionesde su desarrollo, propagación, recepción, influencia, etc. En este punto, el dispositivo heurís-tico de la reconstrucción racional, entendido como un tipo ideal casi siempre realizado demanera imperfecta en la práctica, puede ser más útil que en el caso anterior. Pues nos permi-te, en efecto, salvar de alguna manera la brecha entre nuestro contexto y el de esos pensado-res, para encontrar un modo de fusionar horizontes que, de lo contrario, estarían demasiadoapartados para reunirse en algún aspecto significativo. Aunque se nos apremie para juzgar elvalor de verdad de las ideas, podemos suponer alguna comunidad de normas en el modo comopersonas de diferentes épocas llegan a sostenerlas. Por erróneo que sea privilegiar nuestra ver-sión de la razón como la norma universal, hay en diferentes culturas dimensiones superpues-tas de lo que llamamos racionalidad que nos permiten tender puentes entre el pasado y el pre-sente. Ringer acierta, entonces, al instarnos a atribuir a todos los seres humanos la capacidad

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16 Se hallarán análisis de la dimensión retórica en el discurso de las ciencias naturales y las ciencias sociales en JohnS. Nelson, Allan Megill y Donald N. McCloskey (comps.), The rhetoric of the human sciences: Language and argu-ment in scholarship and public affairs, Madison, University of Wisconsin Press, 1987.

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de razonar y a rechazar la relegación de otras culturas y otras épocas (así como, podríamosagregar, otras razas, géneros, etc.) a lo “otro” de una razón reducida a nada más que unaexpresión del imperialismo conceptual de nuestra cultura. De hecho, como he sostenido enotra parte,17 nuestra capacidad misma de parafrasear y reproducir ideas de otras épocas y cul-turas sugiere un tipo de racionalidad comunicativa que trasciende tiempos y lugares.

También es menester, sin embargo, tomar en cuenta la otra cara de la moneda. Esto es,necesitamos exponer nuestro concepto de racionalidad a la experiencia de otras culturas y otrosperíodos. El modelo tácito de Ringer de esclarecimiento, dicotomización sujeto/objeto, objeti-vidad distanciada, etc., debe entenderse como una versión de la racionalidad que, según nosmuestra la historia, no es en modo alguno universal. En efecto, una de las funciones másimportantes de la historia intelectual, en contraste con las filosofías ahistóricas que presuponenla equivalencia atemporal de problemas eternos, es mantener viva la ajenidad de otras cultu-ras, a fin de deshacernos de la arrogante y peligrosa idea de que nosotros representamos lanaturaleza humana o la sabiduría acumulada de la especie. Una manera de hacerlo consiste enresistirse a suponer que somos capaces de ser observadores plenamente objetivos que contem-plan en forma desapasionada un campo intelectual desde arriba, o traductores escrupulosos defrases de una lengua a otra. Aunque esas ficciones tengan por momentos alguna utilidad, tam-bién tienen sus costos, que una historia intelectual crítica, abierta a los retos de la teoría con-temporánea, puede ayudarnos a evitar. Si nos mantenemos al margen de la refriega, como losmandarines que Fritz Ringer nos ha hecho conocer, sólo tendremos el ocaso como destino; loshistoriadores intelectuales disfrutarán de muchas probabilidades más de prosperar si participande los vivaces debates culturales de la hora. Nuestro campo intelectual está hoy más allá de losestrechos límites disciplinarios de una época anterior; nuestro habitus es algo más que la socio-logía del conocimiento, incluso según la ejercen maestros como Fritz Ringer. o

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17 Martin Jay, “Two cheers for paraphrase. The confessions of a synoptic intellectual historian”, en Fin-de-siècleSocialism and other essays, Nueva York, Routledge, 1988 [traducción castellana: Socialismo fin-de-siècle, BuenosAires, Nueva Visión, 1990].

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Debo agradecer a Charles Lemert y Martin Jay las molestias que se han tomado con miartículo, así como los interesantes problemas que han planteado. Ansioso por responder

de la manera más concisa posible, comienzo por ocuparme de dos críticas de Lemert queparecen reflejar una comprensión insuficiente de mi posición. En primer lugar, Lemert sos-tiene que mi enfoque hace caso omiso de lo biográfico. Tanto él como sus estudiantes, dice,quieren tener “acceso a las ideas a través de la vida de […] personas excepcionales” y “escu-char las historias de individuos especiales”. Y se refiere a mi “enérgica oposición metodoló-gica a la biografía”, aunque no soy consciente de tenerla. He citado en términos aprobatoriosun vigoroso ejemplo de biografía intelectual y señalé que el estudio de los grandes textos ylos campos debe llevarse a cabo de manera interactiva. Sólo propuse que: a) los campos inte-lectuales se estudien por derecho propio, y b) las biografías tienen mayores probabilidades deser coherentes cuando se basan en estudios previos de los campos pertinentes. No adviertocontradicción alguna entre el concepto de campo intelectual y mi interés especial en los inte-lectuales que propusieron una dilucidación creativa de las tradiciones en que se inscribían.“Los campos pued[e]n ser entidades con todas las de la ley”, establece Lemert, pero eso “noimplica […] que en ellos no hay lugar para el individuo”. Estamos completamente de acuer-do, sobre todo porque los campos son redes de posiciones individuales. La única posible dife-rencia que percibo entre ambas posturas es que yo me preocupo menos por las “historias deindividuos excepcionales” que por las exposiciones coherentes de sus ideas.

La segunda acusación de Lemert es que la falta de atención a las diferencias individua-les suscitó graves deficiencias en mi The decline of the german mandarins. La “línea narrati-va más atrapante” de ese libro, escribe, es “la ineptitud […] de esos mandarines, ortodoxos omodernistas, para impedir […] el ascenso del nacionalsocialismo”. Acierta al afirmar que yodetecté actitudes ambivalentes hacia la modernidad aun entre los modernistas, que creían, noobstante, que una “adaptación” parcial a la modernidad y la democracia (no al racismo y el

* Título original: “Rejoinder to Charles Lemert and Martin Jay”, en Theory and Society, Nº 19 (3), junio de 1990,pp. 323-334. Traducción de Horacio Pons.** Miembro del Departamento de Historia de la Universidad de Pittsburgh.

Fritz Ringer**

Contrarréplica a CharlesLemert y Martin Jay*

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 145-153

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totalitarismo) era ineludible si se pretendía mantener la vigencia de los valores perdurables desu herencia:

En la conclusión de The decline… Ringer se hace dos preguntas, ambas aplicables en gene-ral a la responsabilidad social de los intelectuales: 1) ¿fueron los mandarines directamenteresponsables del ascenso del nacionalsocialismo? Su respuesta es: no directamente, pero sí,indirectamente. “Fomentaron el caos, sin atención a las consecuencias.” Y 2) ¿hubo un resur-gimiento de la tradición mandarinesca a partir de 1945? Su respuesta: “es difícil decirlo; enlíneas generales me inclinaría a dudarlo”.

En términos más específicos, Lemert se pregunta “si el fracaso de modernistas como Webery Mannheim no se asimila en exceso al fracaso más patente de los mandarines ortodoxos”y también si, “en un sentido importante, la fuerza del Tercer Reich [no] fue independientede todo lo que cualquier académico pudiera haber hecho”. Sugiere, además, que pasé poralto la continuidad del modernismo mandarinesco en la obra de Jürgen Habermas y otrosdesde 1945.

En respuesta, podría citar pasajes de The decline… que especifican no sólo la divisoriafundamental entre los modernistas y los ortodoxos, sino también las marcadas diferencias deopinión dentro del campo modernista. Por otra parte, intenté sin duda mostrar toda la energíacon que Weber, Troeltsch, Tönnies y otros se opusieron a las posiciones más peligrosas adop-tadas por sus colegas ortodoxos. Sin embargo, dejo estos detalles a un lado para centrarmeúnicamente en la caracterización que hace Lemert de mi conclusión. En un texto de unas cua-trocientas cincuenta páginas, esa conclusión ocupa apenas quince, en gran parte dedicadas aresúmenes de los sucesos institucionales posteriores a 1933, incluida la emigración intelec-tual. La reacción de los académicos alemanes ante el nacionalsocialismo y la cuestión de laresponsabilidad intelectual se abordan en dos pasajes que totalizan ocho páginas (437-439 y444-448), mientras que el problema de la continuidad o discontinuidad luego de 1945 es tra-tado en un párrafo explícitamente especulativo (pp. 443-444). Esto es así por una buena ysuficiente razón, a saber, que mi tema es una “muestra” de textos escritos entre 1890 y 1933,no después de ese año y menos aun con posterioridad a 1945.

No obstante, me gustaría corregir en varios aspectos la descripción de mi conclusión talcomo Lemert la expone. Mi tratamiento de la situación de los mandarines ortodoxos en 1933sugiere que con anterioridad éstos se habían privado de armas eficaces contra ciertas formasde irracionalismo y falso “idealismo”:

Los miembros ortodoxos de la comunidad académica habían hecho todo lo que tenían a sualcance para vilipendiar el régimen social y político vigente. ¿Qué habían dicho de su propiaépoca que ahora pudiera utilizarse en su defensa? […] ¿Qué podía decir un mandarín ortodo-xo para convencer a los entusiastas [estudiantes nazis] de que el suyo era un tipo equivocadode “idealismo”? […] ¿Sobre qué base podría plantearse un argumento contra la sinrazón?

Max Weber estaba muerto y un solo Karl Vossler no bastaba. Los Mannheim y los Asterno tenían posibilidades de ser escuchados (p. 438).

En este punto, la crítica sólo apunta de manera explícita a los ortodoxos. Las últimas dos fra-ses identifican a los críticos modernistas y radicales de la ortodoxia mandarinesca comopotenciales protectores de la razón, que por desdicha constituían una pequeña minoría.

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Lemert duda de que un académico hubiese podido hacer mucho para prevenir la catás-trofe. Mis reflexiones paralelas dan inicio a un párrafo que también proporciona un contextoa mi observación sobre el “fomento del caos”:

Hitler no llegó al poder porque esta o aquella doctrina explícita disfrutara de aceptación gene-ralizada en Alemania. Las controversias académicas de esos días sólo contribuyeron en for-ma indirecta a generar los problemas de la república de Weimar. Los mandarines ortodoxosno deseaban activamente el triunfo del Tercer Reich. […] Su responsabilidad fue más […]negativa que positiva. […] Pero su responsabilidad, no obstante, fue grande. […] Cultivaronde manera intencionada un clima en el que cualquier movimiento “nacional” podía presen-tarse como el “renacimiento espiritual”. Fomentaron el caos, sin atención a las consecuencias.Acaso sea una necedad suponer que un grupo de intelectuales puede fijar el rumbo de unanación. […] Pero los mandarines desertaron incluso de la responsabilidad intelectual (p. 446).

En estas frases no hay nada que sugiera un fracaso de la minoría modernista, y hasta la res-ponsabilidad de los ortodoxos se limita con más cuidado de lo que Lemert sugiere.

Esto también es válido para el párrafo especulativo sobre la posguerra:

Es difícil decir si desde 1945 se produjo un renacimiento genuino de la tradición de los man-darines; pero en líneas generales me inclinaría a dudarlo. […] En el fondo, los intelectualesalemanes se han adaptado a la era de las masas y las máquinas. El régimen de Hitler y el augeeconómico de posguerra marcaron una diferencia. La cultura de los mandarines se ha con-vertido en un recuerdo lejano, aunque atesorado. Los problemas y dilemas de la modernidad,desde luego, seguirán ocupando a las personas reflexivas en Alemania y otros lugares. Perocon toda probabilidad, la generación más joven de intelectuales alemanes terminará porencontrar una nueva terminología para abordar estas cuestiones (p. 444).

Las dos últimas frases podrían aplicarse a Habermas, así como a algunos de los principaleshistoriadores alemanes de nuestros días. Es de esperar, por supuesto, que haya algunas hue-llas del pasado en la obra de los intelectuales de la Alemania contemporánea. Las tradicionescambian, a veces en forma muy exhaustiva, pero no se evaporan sin más. Lemert tiene razón,probablemente, al destacar el modernismo de Habermas; ¡pero la influencia de éste en la vidaintelectual alemana de hoy muestra, en realidad, cuántas cosas han cambiado desde 1930!Más importante aun, el recurso de Lemert a Habermas para cuestionar mi párrafo especula-tivo es un perfecto ejemplo de los errores de un enfoque exclusivamente individualizante dela historia intelectual. ¿Cómo podremos él y yo comenzar siquiera a aclarar la discrepanciaentre ambos sin hacer algún tipo de referencia a concepciones mayoritarias y minoritarias,posiciones dominantes y heterodoxas?

Mi interlocutor podría responder que no objeta tanto el concepto de campo intelectualen cuanto tal como mi descripción inadecuada de éste. En la parte central de su artículo, enefecto, Lemert contrasta, en términos desfavorables para mí, mi posición con las teorías mássofisticadas de Pierre Bourdieu que, no obstante, han inspirado mis puntos de vista. En prin-cipio, admite que tengo derecho a hacer míos ciertos aspectos selectos de la obra de Bourdieusin seguirlo hasta en el más mínimo de los detalles. Esto me parece importante, porque soyconsciente de haber hecho una selección que se ajusta a lo sugerido por él. Para ser sincero,yo no podría, en realidad, estar a la altura del virtuosismo de las formulaciones de Bourdieu.

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Por otra parte, cuando trato de enunciar problemas difíciles, suelo aspirar a la simplicidad yla claridad aun a costo de la complejidad; quiero creer que esa estrategia invita a una elabo-ración o revisión ulteriores, y no es el preludio de la confusión y la frustración definitiva.Lemert, en consecuencia, podría tener parte de razón cuando afirma a) que simplifico en exce-so a Bourdieu, y b) que mis versiones sumarias de los conceptos de éste no están a la alturade las exigencias de la historia intelectual. ¿Puede decirse algo en mi defensa?

La caracterización de Bourdieu expuesta por Lemert, que convierte lo ya difícil en algoabsolutamente elusivo, no simplifica mi tarea. Según él, Bourdieu “no es un empirista en elsentido de Ringer”; “intenta liberar a la sociología de la parafernalia del cientificismo, inclui-do el empirismo, y permitirle a la vez seguir siendo empírica de una manera congruente conla naturaleza reflexiva del conocimiento sociológico”. Bourdieu “procura explicar las estruc-turas generales con referencia […] a la dialéctica de internalización y externalización pormedio de la cual las prácticas concretas constituyen la lucha de todos los campos sociales encuyo marco los productores de conocimiento social deben asumir una postura incierta y refle-xiva”. Aunque su concepto de habitus es “sutilmente engañoso”, su referencia a las improvi-saciones reguladas “capta de manera encantadora el propósito global de [su] teoría social[…]. [Bourdieu] busca […] practicar una sociología empírica libre de las mezquinas restric-ciones de una ciencia irreflexiva”. Con un pensamiento “dinámico”, “su meta es rechazar ladicotomía estructuras objetivas/intenciones subjetivas disolviéndola en una forma marcada-mente recursiva”.

No es posible explicar aquí todo lo que Bourdieu quiso decir en los pasajes citados porLemert. Un problema que éstos abordan es la dificultad enfrentada por el científico social quenecesita describir prácticas que para los participantes no implican la observancia de reglasexplícitas y que, en consecuencia, se falsifican de algún modo al enunciarse. Otra paradojaanalizada por Bourdieu es la espontaneidad experimentada con que los miembros de una cla-se social, por ejemplo, reproducen los patrones de pensamiento y comportamiento que sonestadísticamente característicos de ellos. Su concepto de habitus lo ayuda a enfrentar estascuestiones. A Lemert no le gusta mi breve descripción de ese término; dejo al lector, empero,la tarea de compararla con la extensa cita presentada por él. (Sea como fuere, el habitus esmás una disposición que un “hábito”.) Permítaseme agregar, por último, que Bourdieu creesin duda en las relaciones sociales objetivas, que es un gran estadístico y que algunos de lospasajes más difíciles de sus escritos tienen mayor pertinencia inmediata para el estudio (antro-pológico) de las prácticas que para el análisis de textos.

¿Qué pasa, sin embargo, con la sugerencia de Lemert de que Bourdieu ha logrado superaruna falsa dicotomía entre estructuras objetivas e intenciones subjetivas? Sin explicarse del todo,mi interlocutor contrasta además el (mal) empirismo y “las mezquinas coacciones de una cien-cia irreflexiva” con una alternativa “dinámica” en que “los productores de conocimiento socialdeben asumir una postura incierta y reflexiva”. Ahora bien, aunque la postura de Bourdieu nun-ca ha sido “incierta” sobre nada, es verdad que logra inducir en el estudioso de las prácticassociales una postura reflexiva que parece estar en conflicto con mi énfasis en la “objetividad”.Lemert no es en modo alguno el único colega que se manifiesta insatisfecho con mi “objetivis-mo”. Mis críticos tal vez no siempre consigan explicar bien sus objeciones, pero pese a ello esprobable que yo deba tomarlos en serio. Quizá Martin Jay me ayude a aclarar la situación.

En efecto, el tema central del rico e incitante comentario de Jay es la imagen que yotransmito del “observador distanciado que contempla con desapasionamiento un objeto des-

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de lejos”. Tras reflexionar sobre cómo llegué a esa imagen, recuerdo que hay dos usos comu-nes de la palabra “objetivo”. Uno de ellos interviene en mi convicción de que en nuestrasexplicaciones debemos aspirar a la “objetividad”. Un poco más adelante volveré a este senti-do del término. La otra variante de la palabra se refiere a la “objetivación” de las creencias enhuellas materialmente accesibles. He recurrido a ella al hacer hincapié en el carácter “objeti-vo” de los textos que interpretamos, y tiendo a considerar también que las acciones estánobjetivamente inscriptas en los comportamientos externos y sus efectos. Quentin Skinner yotros eminentes filósofos de la historia creen que nuestra comprensión de los textos en suscontextos originales debe apuntar a la recuperación de las intenciones de su autor. Yo prefie-ro concentrarme en las intenciones y creencias (o razones) que están objetivamente presentesen los textos, no sólo porque esto me suena más económico, sino también porque soy muyreceloso de la veta subjetivista de la hermenéutica romántica, según la cual se supone que elintérprete se identifica con los autores de los textos o reproduce sus experiencias vividas. Nosería tarea sencilla hacerme abandonar este aspecto de mi “objetivismo”, y colijo que Jay, enrealidad, no pretende que lo haga.1

Otra manera de resistir la tentación “identificacionista” de la hermenéutica románticaconsiste en cultivar una apreciación de la diferencia o “distancia” entre los intérpretes y susculturas, por una parte, y los autores y sus campos conceptuales, por otra.2 Jay se refiere enun punto a la preservación de la “ajenidad de otras culturas”, y eso es casi exactamente lo quequiero decir. He comprobado que los estudiantes sólo pueden comenzar a leer con cierto gra-do de comprensión cuando dejan de ver los contenidos de sus textos como “naturales”, ine-vitables e inmediatamente accesibles. Deben aprender a forjar algo así como una capacidadpara la sorpresa que no tiene nada que ver con la desconfianza. La postura es difícil de trans-mitir, sobre todo porque no queremos fortalecer la creencia paradójicamente antagónica de losestudiantes de que la mayoría de los textos están demasiado fuera del mundo para concernir-les. En suma, la perspectiva “distante” que recomiendo es en términos estrictos un dispositi-vo heurístico, una ayuda para la conceptualización deliberada y no para la empatía intuitiva;no es una expresión de indiferencia o de olímpico desapego.

No obstante, no puedo aceptar del todo el énfasis de Jay en el elemento constructivistao “narrativo” de la representación histórica. Él señala que el estudio de los campos como con-figuraciones debe ser primordialmente sincrónico (no atemporal); pero por mi parte no veodificultades en complementar un enfoque inicialmente estático con un análisis diacrónico delas relaciones cambiantes. Prefiero el concepto de tradición al de “corriente” o “movimien-to”; coincido, no obstante, en que las posiciones, las tradiciones y los campos intelectualestienen historias (parcialmente) racionales, que los ayudan a ser lo que son. Mis reservascomienzan con el contraste favorable que Jay desea establecer entre la narración y la “merarecuperación de un pasado ya preestructurado y que está a la espera de que un observadordesinteresado lo recapture ‘tal como es’”. Creo en un pasado histórico real, aun cuando sigo

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1 Jay puntualiza que, por medio de la contextualización, Skinner sólo procura recuperar la fuerza ilocutiva del tex-to, pero no veo esta salvedad como un cambio radical en las dimensiones del problema. Donald Davidson sí insis-te en que la explicación de una acción debe identificar la razón real del agente para llevarla a cabo, pero en lo con-cerniente a los textos esta saludable estipulación podría cumplirse a través de las intenciones detectables en ellos.2 En la interpretación de las prácticas, la supresión de las diferencias entre el observador y el participante es, comoseñala Bourdieu, particularmente peligrosa.

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a Max Weber al reconocer que nuestros intereses culturales e inquietudes morales puedenguiarnos con propiedad a la hora de seleccionar entre un número potencialmente infinito deobjetos y cuestiones posibles de estudio. De ello no se deduce que nuestras explicaciones cau-sales no reflejen otra cosa que preferencias literarias; por el contrario, considero que los rela-tos coherentes son análisis causales de resultados moralmente significativos. Cuando se mepregunta por qué tramé la historia de los mandarines alemanes luego de 1890 como un trági-co ocaso, me veo en la obligación de ofrecer pruebas de que en realidad ellos perdieroninfluencia junto con otras ventajas, expresaron su consternación ante esa situación y a partirde 1945 no recuperaron del todo su anterior preeminencia.3 Y si me preguntan por qué Thedecline… termina en 1933, puedo reconocer con toda libertad que el surgimiento del nacio-nalsocialismo representa una gran inquietud moral para mí y para otros. Pero se trató tambiénde un resultado de procesos causales y lo que escribo sobre ellos debe aspirar a la verdad. Enotras palabras, el giro a la literatura que ha cautivado a tantos de mis colegas me parece unaaberración. En términos más generales, la revulsión contra el “positivismo”, muy amplia y dediversidad interna, sólo me parece justificada en la medida en que se dirige contra el “mode-lo de ley general” en su forma “nomológico deductiva”. Abandonar el compromiso tradicio-nal del historiador con el análisis causal singular también es, creo, invitar a la incoherencia yla desmoralización.4

Los puntos de vista de Jay y los míos convergen una vez más cuando pasamos a la inter-pretación tal como la describen Max Weber, Hans-Georg Gadamer y partidarios anglonortea-mericanos del modelo de racionalidad como Martin Hollis y Steven Lukes. Jay señala con tinoque la interpretación depende del supuesto de una racionalidad compartida, aunque ese supues-to sea puramente heurístico. Sirve como punto de partida, pero a la larga es reemplazado poruna percepción más plenamente articulada de la relación entre los dos “lenguajes” en cuestión.Remito una vez más a la traducción como una metáfora de la interpretación, aun cuando acep-to la sugerencia de Jay de que la primera no es, sin duda, literal. La redescripción del argu-mento de un autor con nuestros propios términos implica una construcción activa de nuestraparte que la metáfora de la observación distanciada no vierte de manera adecuada. Ése es otromotivo para resistirme a la visión de la interpretación como una unión contemplativa de almas.

La interpretación tampoco se limita a la reconstrucción de lo racional. Como Weber pun-tualizó hace ya mucho tiempo, lo irracional puede y debe entenderse y explicarse como unadesviación de lo racional.5 Una interpretación “salva la brecha” entre el lenguaje del inter-pretado y el lenguaje del intérprete al postular “correcciones” o “traductores” específicos queindican cómo podemos pasar del primero al segundo o a la inversa. En una “triangulación”relativamente simple podemos alcanzar desde nuestra posición los puntos de vista de los

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3 Debe darse por descontado que utilizo aquí términos muy sumarios. En una reseña generalmente comprensivacitada por Jay, Habermas puntualizó, en verdad, que la transformación de posguerra de las universidades alemanasno comenzó en sustancia hasta alrededor de 1956. Esto puede ser cierto; sin duda, él está en mejor posición que yopara emitir un juicio de esa naturaleza. Adviértase, sin embargo, que se refería a la supervivencia de la vieja “uni-versidad de los profesores titulares”, no a la continuidad del mandarinismo modernista sugerida por Lemert.4 He intentado evitar repetir las notas de mi artículo principal, pero haré una excepción en este caso: véase tambiénFritz Ringer, “Causal analysis in historical reasoning”, en History and Theory, Nº 28, 1989, pp. 154-172.5 Véase, por ejemplo, Max Weber, “Roscher und Knies und die logischen Probleme der historischenNationalökonomie”, en Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre, 4ª ed., Tubinga, Mohr, 1973, pp. 127-133[traducción castellana: “Roscher y Knies y los problemas lógicos de la escuela histórica de economía”, en El pro-blema de la irracionalidad en las ciencias sociales, Madrid, Tecnos, 1985].

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astrónomos geocéntricos precopernicanos si “sustraemos” las observaciones y consideracio-nes racionales accesibles para nosotros, pero no para ellos; el hecho de que aquí la “correc-ción” sólo abarque datos y consideraciones racionales en relación con un universo físico com-partido identifica el ejemplo como un caso puro de reconstrucción racional. La mayoría de las“traducciones”, desde luego, son mucho más complicadas. En la exposición weberiana de laética protestante, por ejemplo, una interpretación esencialmente racional de ciertas creenciasprotestantes se complementa con una hipótesis causal acerca de las consecuencias psicológi-cas de dichas creencias en determinados tipos de ambiente. He sugerido que “traductores”engloba con frecuencia elementos “tradicionales” e “ideológicos”. Weber insistía en que lainterpretación está íntimamente ligada a la explicación causal, o que es una forma de expli-cación causal (singular) con todas las de la ley.

Buscada de manera deliberada, la traducción tenderá a esclarecer ambos lenguajes encuestión. En cuanto ciertas obras proponen descripciones particularmente lúcidas de los supues-tos culturales que procuramos entender, incluidos los nuestros propios, tal vez las califiquemosde grandes textos. Los juicios relevantes pueden ser controvertidos, pero creo que es posibledefenderlos en casos particulares. Jay estima que mi énfasis en el esclarecimiento racional esuna forma especial de narración, una historia optimista sobre el movimiento hacia la ilustración.En cierto sentido tiene razón; pero no puedo aceptar la sugerencia de que mi recurso a ese mode-lo es gratuito o puramente “literario”. Gran parte de la historia, como me he esforzado muchopor mostrar, no puede entenderse como una historia de la razón; la perspectiva del “esclareci-miento” sólo es apropiada en la medida en que existe la posibilidad de caracterizar en formaadecuada el movimiento de las creencias por medio de la técnica de la reconstrucción racional.Sin embargo, en cuanto “funcionan” efectivamente, las conceptualizaciones racionales del cam-bio intelectual sugieren de manera legítima y necesaria el telos del “progreso”. Esto es casi tanclaro en la descripción de la tradición de Gadamer como en la historia de la ciencia racional-mente reconstruida por Lakatos. Puede decirse que las tradiciones preservan los antecedentesque ellas relativizan y trascienden. También en el “perspectivismo” de Mannheim los puntos devista parciales de un sistema social pueden perpetuarse como elementos en una “síntesis” másabarcativa. La consecuencia es que la interpretación puede llevar a una ampliación de nuestroshorizontes o que la “sabiduría acumulada de la especie” no es sólo una figura discursiva. Seacomo fuere, no veo cómo podría urdirse la historia del pensamiento para celebrar las “virtudesde la inmediación, el involucramiento y la cercanía”.

Otra de las cuestiones serias planteadas por Jay tiene que ver con la posible compleji-dad de campos y textos. Mi interlocutor siente que soy poco claro en lo concerniente a la dife-rencia entre el habitus y el campo; pero su observación más importante es que el contextorelevante para un texto puede consistir de múltiples campos y no de uno solo. Cita asimismo“la exhortación de críticos literarios y filósofos lingüísticos cuando nos instan a responder alos múltiples niveles y efectos de los textos, tanto ilocutivos como locutivos, tropológicoscomo referenciales, retóricos como lógicos”. Además de la interpretación hermenéutica y laexplicación contextual, Jay recomienda una “tercera estrategia” de “lectura” tal como la con-ciben Paul de Man y otros autores:

El término [lectura] implica respeto por los modos múltiples, elusivos y a veces contradicto-rios como los textos significan y al mismo tiempo confunden la significación, exigen sinopsisparafrásticas y las impiden, “dicen” una cosa y “quieren decir” posiblemente muchas otras.

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Idea que me recuerda la contraposición que David Harlan ha planteado entre el contextualis-mo radical de Quentin Skinner y J. G. A. Pocock y la perspectiva de los posestructuralistas:

Para Derrida, Michel Foucault, Paul de Man y otros, el lenguaje es un sistema autónomo queconstituye en vez de reflejar; es un juego de autotransformaciones imprevistas y autoanunciosirrestrictos y no un conjunto de significados estables y referencias externas.6

Harlan contrasta, en efecto, el contextualismo histórico con las reconstrucciones activas de tex-tos filosóficos anteriores que hacen Noam Chomsky y P. F. Strawson, en las que ideas de valorperdurable son “rescatadas” de los errores y las limitaciones impuestos por sus contextos ori-ginales. Identifica además el contextualismo radical con el énfasis de Skinner en la recupera-ción de las intenciones autorales, que establece la fuerza ilocutiva de los textos que las repre-sentan. Vale la pena destacar asimismo otra de sus sugerencias: “la mayor parte de loshistoriadores […] creen epistemológicamente imposible entender a los muertos según nues-tros puntos de vista a menos que antes los entendamos según los suyos”.7

Yo creía haber dejado en claro que el habitus es un principio generativo: engendra posi-ciones intelectuales, así como prácticas; el campo, en contraste, es una constelación de posicio-nes intelectuales. También traté de dar cabida a la posible presencia de subcampos dentro deun campo más grande. Así, el debate actual sobre las alternativas en la historia intelectual pue-de describirse como un campo con todas las de la ley; pero también tiene un lugar en el cam-po más abarcativo de la historia en general, que a su vez cabe en un sistema intelectual aunmás amplio. Puede haber discontinuidades entre subcampos, entre las inquietudes de los his-toriadores intelectuales y las de los planificadores “estratégicos”, por ejemplo. En el nivelsocial, además, el mundo de los intelectuales puede exhibir diversos tipos de articulacionesinternas; tal vez haya diferencias de rol entre los académicos y los escritores independienteso entre los científicos sociales y los críticos literarios, para mencionar sólo dos ejemplos.Mientras el carácter relacional insoslayable de las posiciones intelectuales se entienda conclaridad, me parece, los conceptos de Bourdieu pueden aplicarse, con cierta flexibilidad, a unavariedad de alternativas empíricas.

La cuestión de la “lectura”, empero, es más ardua, y más problemática para mí. No soyun contextualista radical según la definición de Harlan, dado que no insisto en recuperar lasintenciones autorales que se encuentran “detrás” de los textos. Estoy interesado en las inten-ciones y razones objetivamente presentes en ellos y sospecho que la relación de un textodeterminado con su campo puede ser “ilocutiva” en algún sentido. Viene al caso lo queSkinner escribió sobre El Príncipe de Maquiavelo, y lo mismo ocurre con la “inversión” dela ortodoxia mandarinesca llevada a cabo por algunos de sus críticos radicales. Tampoco que-rría excluir la posibilidad de contradicciones internas, ambivalencias y hasta elementos auto-contestatarios en los escritos que interpretamos. Por otra parte, no creo que sea “epistemoló-gicamente imposible entender a los muertos según nuestros puntos de vista a menos que anteslos entendamos según los suyos”. A decir verdad, lo contrario está más cerca de mi posición.

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6 David Harlan, “Intellectual history and the return of literature”, en American Historical Review, Nº 94 (3), juniode 1989, pp. 581-609, en especial p. 585.7 Ibid., p. 603.

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La interpretación comienza con la postulación de posibles “traducciones” que “tendrían sen-tido” desde nuestro punto de vista. Esas posibles traducciones se “comparan” luego con el ori-ginal antes de aceptarlas, rechazarlas o modificarlas según sea necesario. Éste es, por supues-to, un modelo simplificado de lo que verdaderamente pasa. En realidad, los elementos delproceso interpretativo no están tan claramente separados entre sí y proceden, en cambio, demanera interactiva y simultánea. Aun para los historiadores, empero, reconstrucciones racio-nales como las que Harlan adjudica a Chomsky y Strawson son de mucho mayor interés quelas descripciones meramente sinópticas. Por frecuentes que sean, sobre todo en los libros detexto, las descripciones “puras” pueden tratar de evocar “en forma directa” los textos “segúnsus propios puntos de vista”, pero eso es “epistemológicamente imposible”. Al disolver laempresa interpretativa en una especie de remedo, esas “reproducciones” acríticas eliminan lanecesidad tanto de la reconstrucción racional como de la explicación contextual. Si eso eshistoria intelectual, larga vida entonces a la filosofía y la crítica literaria.

Por otro lado, sigo siendo un tanto escéptico en lo que respecta al proyecto de la “lectu-ra”, aunque lo conozco poco. Adhiero a alguna forma de contextualismo histórico. Compartola opinión de Bourdieu de que los textos tienen “propiedades posicionales”, que toman de loscampos intelectuales en que se originan o se perpetúan. Tengo, por otra parte, la incómoda con-ciencia de que la interpretación, tal como la conciben Gadamer y otros, depende hasta ciertopunto de la aspiración del intérprete de maximizar la consistencia interna de un texto dado. Megustaría invertir la advertencia de Jay contra un paso demasiado rápido del texto al contexto ydesaconsejar una adopción apresurada de la hipótesis de los significados múltiples o autocon-testatarios. Si se me apremia con respecto a esta cuestión, sólo puedo abroquelarme en unadefensa del empirismo. En síntesis, quiero que me muestren que los significados múltiples apa-rentemente puestos de manifiesto por una “lectura” desconstruccionista tienen una presenciaconcreta en el texto examinado. No podría aceptar en ninguna circunstancia la reducción de lostextos a estímulos más o menos neutrales para el libre accionar de refutaciones y reinterpreta-ciones porfiadas e incesantes. Pero tal vez nadie pretenda hacer nada semejante.

De este modo cierro el círculo para volver a la idea del historiador como un observador“objetivo”, que parece molestar tanto a Jay como a Lemert. He indicado algunas de las mane-ras como me gustaría circunscribir la imagen de una “contemplación desapasionada de unobjeto desde lejos”. He dicho que, en cierto sentido, los historiadores constituyen los objetosde sus investigaciones a la luz de sus intereses. En términos aun más enfáticos, insistí en elpapel activo del intérprete a la hora de postular “traducciones” posibles. He rechazado lasugerencia de que no podemos alcanzar una apropiación racional de un texto mientras no loentendamos plenamente “desde su propio punto de vista”. Y no obstante ello, quiero persistiren mi defensa weberiana de la “objetividad”. Aquí, la palabra significa simplemente que lasproposiciones formuladas por los historiadores, sus interpretaciones así como sus pretensio-nes causales singulares, se proponen ser intersubjetivas e incontrovertibles en principio. Lamuy alta probabilidad de que el día de mañana e incluso hoy, como Weber no dejó de inten-tar aclarar, mis perspectivas se consideren distorsionadas o limitadas, no debilita en modoalguno la significación de la “objetividad” como principio regulador del discurso académico.Denme descubrimientos empíricos o consideraciones racionales que verdaderamente hablenen contra de mis puntos de vista, y los modificaré. Sin un acuerdo tácito en ese sentido, nues-tra discusión sería vana. o

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DossierLa ciudad letrada: hacia una historia

de las élites intelectuales en América Latina

Ponencias e intervenciones realizadas en laJornada “La ciudad letrada: hacia una historiade las élites intelectuales en América Latina”,realizada en mayo de 2005 en la UniversidadNacional de Quilmes.

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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Los textos que publicamos tuvieron origen enla discusión realizada en la Jornada “Laciudad letrada: hacia una historia de las élitesintelectuales en América Latina”, organizadapor el Grupo Prismas (Programa de HistoriaIntelectual, Centro de Estudios eInvestigaciones, Universidad Nacional deQuilmes), el 19 de mayo de 2005. Lapropuesta de la convocatoria fue la lectura dellibro de Ángel Rama, La ciudad letrada,como disparador para iniciar una discusiónsobre caminos posibles en la realización deuna “Historia de los intelectuales en AméricaLatina”, proyecto que entonces comenzababajo la dirección de Carlos Altamirano. Paraorganizar el debate, se realizó una aperturacon dos presentaciones, a cargo de ClaudiaGilman y de Adrián Gorelik (cuyos textosreelaborados abren este Dossier), y a partir deallí se discutió libremente. Luego de lareunión, y a la luz del interés y la originalidadde muchas de las intervenciones, se convocóa los participantes a que pusieran por escrito,en muy breves textos, los principales puntosde vista expuestos por cada uno. Los textosque siguen a los dos de apertura son los dequienes aceptaron el envite en esascondiciones. Participaron de la reunión:Gonzalo Aguilar, Carlos Altamirano,Alejandro Blanco, Beatriz Colombi, ÁlvaroFernández Bravo, Flavia Fiorucci, FlorenciaGarramuño, Claudia Gilman, Adrián Gorelik,Alejandra Mailhe, Ricardo Martínez Mazzola,Jorge Myers, Elías Palti, Mariano Plotkin,Inés Rojkind, Hilda Sabato y Oscar Terán.

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Un lector habituado a la insistente definicióndel intelectual que Ángel Rama formula desdelas páginas del semanario Marcha en la dé-cada de 1960, podría pensar que La ciudadletrada es un libro cuya autoría ha sido erró-neamente atribuida al crítico uruguayo. Eselector no es necesariamente un obcecado niun nostálgico: busca una coherencia que, dehecho, no encontrará entre esas dos versionescontrapuestas del intelectual de uno y otroRama. En efecto, quien repitiera en varias oca-siones que el intelectual es el único capaz deoperar la palingenesia de la sociedad, seaboca, en La ciudad letrada, a vincular fuer-temente la figura del letrado con una dobleposesión (saber y poder) que lo convierte enuna figura que reproduce toda forma de do-minación, en cualquier período histórico quese considere. Llama la atención el hincapiéde Rama en caracterizar al mundo le tradocomo servidor, sin fisuras, del statu quo y cau -sante de la separación (sobre la que habre -mos de volver luego) entre la ciudad letraday la ciudad que denomina real. En otras pa-labras, entre un universo aparentemente to-dopoderoso y otro que se define por la ca-rencia absoluta de poderes, replicada en unaextraña oposición entre lo letrado y lo oral,como si sólo los intelectuales se sirvieran dela letra y los ciudadanos (categoría a la que,curiosamente, no pertenecerían los letrados)

sólo de lo oral.1 No era necesario llegar tanlejos al enfatizar la condición de siervos delpoder de los letrados. Como dice ZygmuntBauman: “Cual quiera sea la estructura de do-minación reflejada y servida por un conceptodado, todos esos conceptos son acuñados orefinados o pulidos lógicamente, no por ellado dominante de la estructura en su con-junto sino por su parte intelectual”.2

Lejos estamos de la autonomía del conoci-miento y de la criticidad intelectual que eran,para Rama, las cualidades que convertían alintelectual en un actor privilegiado del cambiosocial. Cerca, en cambio, del espíritu latinoa-mericanista que animó siempre a Rama. Eneste caso, su ambición mayor de pensar un ob-jeto decididamente continental y no abando-nar, para bien o para mal, en ningún momentolos alcances siempre latinoamericanos de su

1 Sin embargo, Rama intuye correctamente que si bienlos intelectuales sirven a un poder, también constituyenun poder (La ciudad letrada, Montevideo, Arca, 1995, p.36) aunque no desarrolla las consecuencias de su intui-ción. De haber considerado todas las consecuencias deesa constatación, la “ciudad letrada” se haría más densa,más llena de matices y, seguramente, más verdadera si seanalizaran las diversas funciones y los comportamien-tos que esa oscilación entre servidumbre al poder y po-der propio dejaron como huella tanto en la propia ciu-dad letrada como en la ciudad denominada real.2 Zygmunt Bauman, Legisladores e intérpretes, BuenosAires, Universidad Nacional de Quilmes, 1987, p. 30.

América Latina, ciudad, voz y letra

Claudia Gilman

CONICET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 157-161

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estudio. Es verdad que en muchos casos lo haceforzando sus argumentos: la capacidad de ins-titucionalización de los letrados no es exclu-siva de América Latina sino de los letrados mis-mos, como también lo es la posesión delmonopolio de lo simbólico y la entronizacióndel conocimiento en el corazón mismo de lalegitimidad de cualquier forma de superiori-dad social.

Lo mismo vale para la afirmación de que losletrados fueron los únicos ejercitantes de la len-gua en un medio fundamentalmente oral3 yocuparon el lugar de los estamentos religiososcuando la autoridad de éstos comenzó a de-clinar. Ese fenómeno no es particularmente la-tinoamericano y se lo puede encontrar descriptoen cualquier historia de la formación de la éliteintelectual.4 El problema reside, en la apretadacontinuidad, en el marco histórico y respetuosode la cronología que Rama desea dar a su dis-curso. Su método argumentativo se aparta detoda analítica de la ruptura, el corte, el límiteque no estén dados por acontecimientos “ma-yores”: la colonización, las guerras de eman-cipación, los festejos del Centenario, etcétera.

Perdiéndose en la Gran Historia, Rama pre-fiere no apartarse de esos hitos para pensar enla historia de la constitución de la ciudad le-trada misma, a la que obliga a acompañar a losgrandes procesos, a los hitos de la historia deAmérica Latina. Se tiene la impresión de queRama sostiene fuertemente algunos hilos del

relato histórico, sin prestar atención a una ma-deja no tan coherente. Lo mismo sucede en lapoco cambiante identidad de lo letrado: se in-tuye sin embargo en el discurrir de Rama laposibilidad de una analítica de ese universo ca-racterizado por la posesión de la letra cuandocomienza a pensar en los asedios letrados con-tra la ciudad letrada. Pero esa analítica no sefrasea en toda su complejidad, lo que aplanael concepto mismo de ciudad letrada.

Pocas dudas caben acerca de la importan-cia de los aportes de Ángel Rama a la críticalatinoamericana, incluso a su misma existen-cia. Presumimos que las debilidades episte-mológicas, históricas y valorativas de La ciu-dad letrada son efecto del carácter póstumo einacabado del ensayo. A diferencia de cualquiertexto de Kafka, en este caso, el inacabamientono es intrínseco a la estructura de la argumen-tación. Aquí nos encontramos con una obra enprogreso, que seguramente, de haber podidoser continuada plenamente, habría revisado susinconsistencias o, por lo menos, las habría iden-tificado como lo problemáticas que realmenteson, lo cual no es poco, dada la naturaleza com-pleja de los objetos considerados y de su puestaen relación, más compleja todavía.

Sea como fuere, el libro proporciona ele-mentos sumamente valiosos para quienes es-tán convencidos de que es preciso pensar lahistoria intelectual del continente por fuera dela mediación que imponen las fronteras na-cionales, por el esfuerzo en la construcción deconstelaciones significantes que unen mate-riales tan heterogéneos y por la sagaz pro-puesta de realizar el estudio comparativo dedos periferias. No otra cosa propone Rama alreferirse, en varias oportunidades, a las dife-rencias entre los desarrollos históricos deAmérica Latina en relación con los de losEstados Unidos de América. La sacralizaciónde la escritura en América Latina, por ejem-plo, está relacionada con el carácter sagradode las Escrituras para el catolicismo. Contrariosensu, el protestantismo, responsable de la

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3 Rama dice, textualmente, en “un medio analfabeto”.Expresión en extremo sintomática, ya que la caracteri-zación “analfabeto” indica una visión del Otro desde elpunto de vista de la letra, como ausencia. En algún sen-tido, se le podría aplicar a Rama lo que dice de JoséHernández: que su instrumental “denota la distancia queexiste entre el investigador y el objeto observado, entredos diferentes mundos a los cuales pertenecen” (La ciu-dad letrada, op. cit., p. 71). Muchas de estas hipótesis so-bre las relaciones entre oralidad y escritura provienende iluminadoras conversaciones con Julio Schvartzman,un especialista en el tema.4 Cf. Alvin Gouldner, El futuro de los intelectuales y elascenso de la nueva clase, Barcelona, Alianza, 1980.

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Reforma, implica fundamentalmente la librelectura de la Biblia. No es un detalle menory revela que una de las principales líneas deinvestigación para iluminar la historia lati-noamericana es cotejarla con la estadouni-dense, al menos en cierto momento de ambosdesarrollos. Debemos destacar, también, elesfuerzo por introducir la problemática ora-lidad y escritura para pensar las relaciones depoder y en ampliar el universo letrado, par-tiendo de la constatación (a la que adherimos)de que la literatura es sólo una porción de laproducción letrada.

Resulta penoso, y quizá poco ético, evaluarentonces la obra de Rama, tal como la dejó,en su calidad de borrador de un libro que sinduda habría perfeccionado. Sin embargo, dadoque la convocatoria de este seminario nos con-vidaba a realizar esa evaluación, asentamoslos problemas de conciencia sin, por ello, per-mitir que nos impidan el análisis de La ciudadletrada, especialmente en lo que tiene de per-fectible.

Otra cuestión que Rama no logra resolveren esta obra es la vacilación categorial del con-cepto “ciudad letrada” (entre un significadoespacial y una metáfora). De hecho, su empleono se corresponde, a diferencia de las otras ti-pologías de ciudad, a un período concreto. Enalgún momento se torna equivalente de la no-ción de “república de las letras”. No es ésa laúnica razón por la que el concepto de ciudadletrada pierde efectividad y traba, en el texto,el desarrollo de la noción de agencia. ¿Quiénesson, cuando no se los nombra individualmente,miembros de ese conjunto evasivo e indife-renciado? Rama se mueve en un campo de abs-tracciones que terminan sin encarnarse: de lahipótesis según la cual los conquistadores noreprodujeron el modelo de las ciudades me-tropolitanas de las que habían partido, Ramaconcluye que sus modelos no fueron reales sinoideales. Ese carácter ideal resulta, según Rama,del hecho de haber sido concebido “por la in-

teligencia”. Por esa fisura se inaugura una opo-sición entre “real” e “ideal” que, en verdad,limita el análisis.

Concebida por la inteligencia, la ciudad or-denada no es menos real que la que habría sur-gido partiendo de los modelos metropolitanos.Al calificar de “ciudades irreales” las urbes delcontinente, en Rama resuena el eco “irracio-nalista” de Martínez Estrada, pero no su men-saje. Al compactar en un único concepto (“laciudad letrada”) el problema de la agencia, eltexto pierde la eficacia de la recolección em-pírica, especialmente en enunciados del tipo:5

1) “Poco podía hacer este impulso para cam-biar las urbes de Europa, por la sabida frus-tración del idealismo abstracto ante la concretaacumulación del pasado histórico, cuyo em-pecinamiento material refrena cualquier librevuelo de la imaginación” (p. 18);

2) “[…] la época barroca es la primera en lahistoria europea que debe atender a la ideolo-gización de muchedumbres” (p. 34);

3) “El discurso barroco […] compone uncoruscante discurso cuyas lanzaderas son lasoperaciones de la tropología que se sucedenunas a otras animando y volatilizando la ma-teria” (p. 38).

Buscamos lo real, pero es justamente lo quela ciudad letrada busca ocultar. El texto deRama parece mimetizarse con ese oculta-miento. De lo real sólo dirá que es real, peromuy poco describe ese real tan elusivo parael autor como para los miembros de la ciudadletrada. Por otra parte, ¿de dónde proviene esereal, esa ciudad real que se opone o desen-cuentra con la ciudad letrada? ¿Cómo se cons-tituyó, quiénes la integran? Si son como elsigno lingüístico, como dice Rama, una debe-ría actuar en el orden del significado y otra enel orden del significante. Por lo tanto, si con-sideramos que el proceso de significación toma

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5 Todas las citas corresponden a La ciudad letrada, op. cit.

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el habla y la lengua, si la significación une, ne-cesariamente, significado y significante, no po-demos concluir, con Rama, que la ciudad le-trada “actúa preferentemente en el campo delas significaciones”, ya que la significación es,precisamente, lo que une significado con sig-nificante. Si ése es el campo de la ciudad le-trada, entonces no debemos oponer la oralidada la escritura in toto, ya que hay marcas de am-bas en ambas. En otras palabras, el universooral no se define meramente por la falta deescritura sino por sus propios rasgos positivos.Sólo la confrontación, en sociedades donde co-existen ambas formas y la escritura tiende a serdominante, produce la problemática prefija-ción “-a” (analfabeto) o “-i” (iletrado). Estosupone que, necesariamente, en el proceso des-cripto por Rama, la alfabetización creciente,la incorporación de nuevos lectores y letra-dos al sistema inicial de la “ciudad ordenada”,debe generar nuevas relaciones y oposicionesen lugar de congelarse en una diferencia pri-mera y cuasi ontológica. Si eso sucede en Laciudad letrada es debido a un pesimismo his-tórico que tiende a pensar la continuidad demanera reproductivista, sin alternativas de cam-bio, a la manera de Althusser: “El combate con-tra la ciudad letrada que encaraba José PedroVarela, resultó en la ampliación de sus basesde sustentación y en el robustecimiento de laescritura y demás lenguajes simbólicos en fun-ción de poder”.6

La apertura a un sistema consolidado de po-der puede pensarse a partir de complejizar laoposición oral/letrado, lo que derivaría en unanálisis completamente distinto de la obra deJosé Hernández, considerada sólo del lado“apropiador”, más allá de sus usos.

En el enfrentamiento abstracto entre real eideal, también perdemos, paradójicamente, devista el objeto supuestamente central del li-bro de Rama. Pese a que encabeza cada título

de capítulo, extrañamos la presencia de la ciu-dad. Excepto al referirse a la construcción endamero o al analizar el modo de clasificaciónde las calles y sus nomenclaturas, no encon-tramos ni descripta ni presente ninguna ciudadlatinoamericana concreta o, para usar los tér-minos de Rama, real.

En más de un sentido, el libro constituye unavariante académica del antiintelectualismo quese opone, de manera igualmente poco analí-tica, a la variante heroica del intelectualismo,expresada, por ejemplo, en Representacionesdel intelectual, libro en el que Edward Saidpasa revista y recopila (de las fuentes más di-versas y contradictorias) todas aquellas ca-racterísticas positivas que convierten al inte-lectual en un prócer de la sociedad.7 Una y otraperspectiva subrayan sólo un aspecto y opacanlos restantes.

Algo similar ocurre con el intento por his-torizar la configuración de una relación sin ma-tices entre poder e impotencia en el mundolatinoamericano, evidente en la manera de en-carar la relación entre oralidad y escritura quehace que ambos términos terminen funcio-nando como opuestos equivalentes a la dis-tinción (que no se explica) entre real e idealo, en otras zonas, entre verdadero y precario.

El libro se atrinchera en un sistema de opo-siciones que lo debilitan: el poderío letrado(y también su impotencia, de la que poco sehabla) dependen de una semiosis que va másallá de la letra: existe un oral en el universo le-trado, un sistema de relaciones, gestos, accio-nes, sociabilidades y, también, reivindicacio-nes letradas de lo oral (como en la obra del IncaGarcilaso) y oposición letrada a lo letrado(como en el caso de los graffiti contra Cortés,que no son, como piensa Rama, “depredato-ria apropiación de la escritura”, sino, funda-mentalmente, escritura). La idea de escritura

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6 La ciudad letrada, op. cit., p. 66.

7 Edward Said, Representaciones del intelectual, Bar -celona, Paidós, 1996.

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contra otra escritura clandestina8 debilita la ar-gumentación de Rama y abre la pregunta porel funcionamiento del poder o, en todo caso,por las distintas legitimidades de las distintasescrituras. Del otro lado, lo oral tampoco estan macizo: la disputa por el derecho a hablarjerarquiza las diversas oralidades, demostrandoque no existe sólo una y que esa única tengacomo único enemigo a la escritura.

¿Es la condición de intelectual lo que opacapara Rama la posibilidad de definir o dar car-nadura a ese real, en el caso de la oposición en-tre letrados y no letrados? Es posible. Pareceríaque Rama quiere evitar la tentación “objeti-vista” (e incluso “vanguardista”) de pensar quepuede hablar en nombre de los Otros, las ma-yorías,9 más reales, menos privilegiados, a

quienes la existencia de la ciudad letrada im-pone un silencio que no permite escuchar loque dicen y, en el caso del desarrollo de Rama,tampoco lo que escriben (qua escrito), por-que sabemos que en algún momento del de-sarrollo histórico del que se ocupa Rama, laciudad real es, a la vez, letrada y oral.

¿Cuál es la naturaleza de su realidad, de sucondición letrada y de su oralidad? ¿Cómo mo-difica esa transformación a la “ciudad letrada”conceptualizada por Rama?

El cambio de perspectiva del propio Rama,¿es el producto de la decepción de los idealesutópicos de la época de los sesenta y setentao es un efecto del método expositivo que hacede La ciudad letrada un libro en el que se pos-tulan hipótesis contradictorias respecto de lasenunciadas en el pasado y de la “ciudad le-trada” misma, un espacio donde ni siquiera ha-bría un lugar para el propio Rama?

Más allá de cualquier crítica, responder esasy otras preguntas que el libro de Rama pro-pone, es un gran desafío para pensar la histo-ria cultural latinoamericana y no hay razonesvalederas para subestimar el intento. o

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8 “[…] el afán de libertad, transitaba por una escrituraevidentemente clandestina, rápidamente trazada en la no-che a espaldas de las autoridades […]”, La ciudad le-trada, op. cit., p. 51.9 “La ciudad escrituraria estaba rodeada de dos anillos,lingüística y socialmente enemigos, a los que pertenecíala inmensa mayoría de la población”, La ciudad letrada,op. cit., p. 45.

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La ciudad letrada presenta a los intelectua-les y la ciudad en América Latina entrelaza-dos en un sistema de doble relación. Entreellos, la relación es la analogía, ya que la ciu-dad ha sido creada (y va a seguir funcionandoa lo largo del tiempo) con la misma lógica dela razón moderna europea que los intelectua-les portan y ambos se encargarán de imponeren América, alimentándose mutuamente enesa tarea. Desde ellos, la relación es la domi-nación: la de la ciudad sobre las regiones in-teriores y la de los intelectuales sobre las cul-turas orales de los pueblos nativos (y, luego,de los sectores populares). Me propongo aquíponer en contraste esa posición con la que apa-rece en otro trabajo del propio Rama, La trans-culturación narrativa en América Latina, parapresentar luego una tipología más abierta delas relaciones entre intelectuales y ciudad enAmérica Latina.

ISon varios los autores que han señaladoque La ciudad letrada da una versión ahis-

tórica y unívoca de los intelectuales y de laciudad: porque en la figura del letrado se uni-formizan quinientos años de historia social,política y cultural de los intelectuales, porqueese letrado aparece exclusivamente comorealización y agente del poder que impone elorden de la racionalidad europea sobre la

experiencia sensible del continente america-no, y la ciudad, como la encarnación materialde ese orden, lugar de producción y reproduc-ción del poder.1 Partiendo de esas críticas, enesta primera parte enfocaré dos cuestionesdesde el punto de vista de las relaciones entreintelectuales y ciudad: el modo en que La ciu-dad letrada radicaliza una serie de posicionesantiintelectuales y antiurbanas que si bien tie-nen antecedentes en la obra de Rama, lleganen este libro a un paroxismo difícil de expli-car a través de ellos; y el modo en que se ubi-ca exactamente en la rompiente entre dos épo-cas en relación con el lugar que la reflexiónsobre la ciudad latinoamericana ocupa en lacultura.

La ciudad letrada ha sido leída, por lo ge-neral, en continuidad con la trayectoria ideo-lógica e intelectual de Rama. Por ejemplo,Mabel Moraña ha colocado en un mismo plano

1 Las principales críticas han sido desarrolladas, entreotros, por Julio Ramos, Desencuentros de la moderni-dad en América Latina, México, FCE, 1989; CarlosAlonso, “Rama y sus retoños: Figuring the ninetennthcentury in Spanish America”, Revista de EstudiosHis pánicos 28, 1994; y Mabel Moraña, “De La ciu-dad letrada al imaginario nacionalista: contribucio-nes de Ángel Rama a la invención de América”, en B.González Stephan, J. Lasarte, G. Montaldo y M. J.Daroqui (comps.), Esplendores y miserias del siglo xIx.Cultura y sociedad en América Latina, Caracas, MonteÁvila, 1994.

Intelectuales y ciudad en América Latina

Adrián Gorelik

Universidad Nacional de Quilmes / CONICET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 163-172

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La ciudad letrada y Transculturación narra-tiva en América Latina, mostrando cómo com-parten una visión del dualismo campo / ciudadque repropone las tesis dependentistas del “co-lonialismo interno”, filiadas en una versión delarguísima duración en América Latina, queidealiza lo rural como reducto resistente de lopopular y de lo genuinamente nacional e im-pugna lo urbano como centro de dominio e irra-diación de proyectos civilizadores foráneos.2

La teoría de la transculturación estaría infor-mada, así, por una perspectiva nacional-po-pulista que La ciudad letrada vendría a coro-nar, dedicándose cada uno de los libros alanálisis de una de las dos caras de la ecuacióncampo (región) / ciudad.

Sin embargo, aun coincidiendo en que losdos libros de Rama comparten una filiaciónideológica general, es posible encontrar enTransculturación narrativa… una versión ma-tizada de los intelectuales latinoamericanos ydel conflicto modernizador que anida en larelación campo / ciudad. En primer lugar, por-que en Transculturación narrativa… el escri-tor aparece ya no exclusivamente como partede una clase letrada que ejercita y posibilitael dominio sobre su sociedad, sino tambiéncomo un “genial tejedor en el vasto taller his-

tórico de la sociedad americana”.3 Y aun si estoquisiera interpretarse como una definición ex-cluyente de los escritores regionalistas, que enel contexto de la cita no lo es, Rama se preo-cupa por aclarar más adelante que la propia po-sibilidad de las operaciones transculturadorasdel regionalismo “fueron ampliamente facili-tadas por la existencia de formaciones cultu-rales propias a que había llegado el continentemediante largos acriollamientos de mensajes”,en especial, la existencia de un sistema litera-rio común hispanoamericano construido du-rante el período de modernización (1870-1920)que permitió “el diálogo entre el regionalistay el modernista”.4 En segundo lugar, más im-portante aun, porque la riqueza del panoramatrazado en Transculturación narrativa… des-cansa en que la noción de transculturación,tal cual la formula Rama, permite en sí mismauna comprensión dialéctica, de doble mano,de todo contacto cultural (también del que sub-tiende la relación de los escritores urbanos conlas culturas metropolitanas), que supone unaruptura radical con las visiones maniqueas delconflicto cultural típicas del dependentismo.

A diferencia del enfrentamiento sin res-quicios entre el mundo letrado y el mundo“real” presentado en La ciudad letrada,Transculturación narrativa… puede sosteneruna visión crítica del rol de la ciudad frente ala región, pero ofrecer al mismo tiempo el pa-norama mucho más complejo de una cadenadis continua de conflictos, que en cada una desus estaciones permite asomar la densidadde las diversas instancias del proceso transcul -turador, esa serie dinámica y creativa de pér-didas, selecciones, incorporaciones y redes-cubrimientos desde y sobre las culturas queentran en contacto. De tal modo, mientrasTransculturación narrativa… puede leersecomo una pieza central de los intentos más agu-

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2 Mabel Moraña, “Ideología de la transculturación”, enM. Moraña (ed.), Ángel Rama y los estudios latinoa-mericanos, Serie Críticas, Pittsburgh, InstitutoInternacional de Literatura Iberoamericana, 1997. Enel mismo libro puede verse otro análisis que tambiénpone ambos textos de Rama como estaciones de unmismo marco interpretativo: Françoise Perus, “A pro-pósito de las propuestas historiográficas de Ángel Rama”.Como se sabe, aunque Transculturación narrativa… yLa ciudad letrada tuvieron una publicación casi simul-tánea (en 1982 y 1984 respectivamente, el segundo des-pués de la trágica muerte de Rama), mientras el pri-mero reúne trabajos que recorren casi toda la década de1970, las primeras versiones del segundo fueron elabo-radas a partir de 1980; véanse Ángel Rama,“Agradecimiento”, en La ciudad letrada, Montevideo,Arca, 1995, y “La ciudad letrada”, en Richard Morse yJorge Enrique Hardoy (comps.), Cultura urbana lati-noamericana, Buenos Aires, CLACSO, 1985).

3 Ángel Rama, Transculturación narrativa en AméricaLatina, México, Siglo XXI, 1982, p. 19.

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dos de los años setenta por refinar los análisisde la producción cultural latinoamericana sineliminar sus dimensiones sociales y políticas–esos intentos entre los que habría que com-putar la obra de Antonio Candido y el debatebrasileño sobre “el lugar de las ideas”–,5 Laciudad letrada supuso un retroceso a posicio-nes más rudimentarias sobre los conflictos cul-turales del continente.

Tratándose de un crítico tan agudo, no dejade ser curioso que Rama haya hecho ese mo-vimiento de retroceso con la guía de Foucault,anticipando un fenómeno que sería muy comúnen los Cultural Studies norteamericanos: la uti-lización de teorías sofisticadas para reflotar po-siciones convencionales. Rama hace un usomuy peculiar de Foucault en La ciudad letrada,produciendo un doble forzamiento teórico: laconversión del análisis de la episteme modernaen una crítica política de su utilización comoinstrumento de dominación de clase; y, espe-cialmente, la confianza en la existencia, en elrevés de esa episteme, de un universo resistentea ella, la “ciudad real”, que Rama postula ya nocomo horizonte utópico, sino como antítesisefectiva de la ciudad letrada –antítesis difícilde encontrar en Foucault, excepto que se tratede la ciudad de los niños o los locos.

Oscar Terán explicó el sentido que tuvo la“estación Foucault” para un grupo de intelec-tuales de izquierda que, a fines de la década de1970, debía procesar la crisis del marxismo y

de la política creyendo, en primera instancia,que podía integrar a Foucault a sus propias tra-diciones críticas sin demasiados conflictos.6

No sería difícil incorporar al último Rama aese contingente. Aunque para entender la pe-culiar versión antiintelectual y antiurbana desu propia “estación Foucault”, quizás sería máspreciso analizar a Rama dentro de un contin-gente aun más restringido: el de los intelec-tuales uruguayos que, perteneciendo a la cul-tura letrada posiblemente más asentada delcontinente y que más éxitos sociales podía ex-hibir desde el batllismo hasta los años sesenta,comienzan en la década de 1980 a reivindicarel suelo “bárbaro” sobre cuya represión aque-lla cultura se habría edificado, en una críticamasiva a la modernidad y sus logros. Me re-fiero, por ejemplo, a José Pedro Barrán en suHistoria de la sensibilidad en el Uruguay, o ala defensa tardía del populismo radical deRichard Morse que llevaron adelante FelipeArocena y Eduardo de León en la edición mon-tevideana de los debates brasileños sobre Elespejo de Próspero.7

Es claro que la última obra de Rama se es-taba escribiendo todavía en el clima opresivode la frustración política en que derivó la ra-dicalización setentista, ante la evidencia trá-gica de las dictaduras. Y desgraciadamente, esimposible saber cómo hubiera avanzado supensamiento, cómo hubiera pasado esa primera“estación Foucault” si hubiese tenido queafrontar el nuevo momento de las transicionesdemocráticas que se abría en la región, con sunueva agenda cultural e ideológica. Pero locierto es que la búsqueda de Rama de una “sa-lida del modernismo” –en los términos pues-

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4 Ibid., pp. 55 y 56.5 Sobre la relación entre Candido y Rama véase el exce-lente trabajo de Gonzalo Aguilar, “Ángel Rama y AntonioCandido: salidas del modernismo”, en Raúl Antelo (ed.),Antonio Candido y los estudios latinoamericanos, SerieCríticas, Pittsburgh, Instituto Internacional de LiteraturaIberoamericana, 2001. Sobre el debate brasileño acercade “el lugar de las ideas”, véase la edición en castellanorealizada por Florencia Garramuño y Adriana Amante enAbsurdo Brasil. Polémicas en la cultura brasileña,Buenos Aires, Biblos, 2000, donde reproducen los tex-tos ya clásicos de Roberto Schwartz, “Las ideas fuerade lugar” (1973), y Silviano Santiago, “El entrelugardel discurso latinoamericano” (1971).

6 Oscar Terán, “La estación Foucault”, en Punto de Vista,Nº 45, Buenos Aires, abril de 1993.7 Véanse José Pedro Barrán, Historia de la sensibilidaden el Uruguay (dos tomos), Montevideo, Ediciones dela Banda Oriental, 1989-1999; y Felipe Arocena yEduardo de León (eds.), El complejo de Próspero.Ensayos sobre cultura, modernidad y modernización enAmérica Latina, Montevideo, Vintén Editor, 1993.

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tos por Aguilar–, radicalizada de tal modo enLa ciudad letrada, pudo leerse en los añosochenta como un diagnóstico pesimista res-pecto de las posibilidades de la democracia.8

Y este funcionamiento desanclado de susuelo setentista, en el momento tan diverso quese abrió en los años ochenta, nos permite verel modo en que La ciudad letrada se ubica enla rompiente entre dos épocas en relación conel lugar que la reflexión sobre la ciudad lati-noamericana ocupa en la cultura. Tambiéndesde el punto de vista del pensamiento urbanoel libro se afirma en el suelo de ideas seten-tista: ese proceso de experimentación y debateque llevó a la cultura urbana latinoamericanade la confianza plena en la modernidad de losaños cincuenta y sesenta, a su completo re-chazo. En este sentido, las relaciones entre Laciudad letrada y la obra de Morse son muy in-tensas, ya que Morse había producido con co-herencia y originalidad el doble giro que formóese suelo setentista del pensamiento urbano:el giro populista, que llevó la ruptura con la te-oría de la modernización a las últimas conse-cuencias –América Latina no sería el lugar delcambio sino un refugio de los valores que elmundo occidental habría perdido o bien no ha-bría tenido nunca–, y el giro cultural, que enpleno dominio de la planificación criticó la tec-nificación del pensamiento urbano y reivin-dicó la literatura y el ensayo como fuentes másconfiables para comprender la ciudad. 9

Pero el clima cultural antiurbano que acom-pañó el proceso de radicalización política enSudamérica desde fines de la década de 1960,va a modificarse sustancialmente en los ochen -ta. Por eso termina siendo más “contemporá-

neo” un libro como Latinoamérica: las ciu-dades y las ideas de Romero, escrito tambiéna lo largo de las décadas de 1960 y 1970 endiálogo con esa novísima perspectiva de his-toria cultural urbana que abrió Morse, peroen posiciones antagónicas: mientras Morse, yluego con él Rama, denuncian en esa moder-nidad urbana el some timiento de los estratosesenciales de las culturas populares, Romeroasume la imposición modernizadora de la ciu-dad en América como la base a partir de la cualimaginar toda transformación progresista.10

Los nuevos paradigmas del pensamiento ur-bano latinoamericano en los años ochenta vana recuperar ese “optimismo urbano”, dándoleuna nueva vigencia al giro cultural de Morse,pero no al populista, y menos aun en su acep-ción antiurbana.

Autores como Julio Ramos, Beatriz Sarlo,Carlos Monsiváis, Néstor García Canclini,Nicolau Sevcenko, desde la crítica literaria ola crítica cultural, evidencian en los añosochenta el retorno del interés por la ciudadcomo clave de la peculiar modernidad latino-americana, instalando la cultura urbana mo-derna en el núcleo de todo pensamiento sobrela región, en el mismo momento en que las ciu-dades eran objeto de ideas urbanísticas que po-nían el acento en la vitalidad social y políticade la vida urbana a través de la recuperación desu espacio público. No se trata ya, desde luego,de la confianza funcionalista en la rela ción ciudad / modernización, a la manera del pen-samiento urbano de los años sesenta, sino deuna acepción de la modernidad urbana comopieza fundamental de la cultura latinoameri-cana –tanto letrada como popular–, su resul-tado y su cifra. Y, en ese marco, La ciudad le-trada va a experimentar su segundo desacople,quedando en un lugar curioso, ya que sus cla-ves teóricas le darán, especialmente en el

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8 Gonzalo Aguilar, “Ángel Rama y Antonio Candido: sa-lidas del modernismo”, op. cit.9 He analizado estos temas en “A produção da ‘cidade la-tinoamericana’”, Tempo Social. Revista de sociología daUSP, vol. 17, Nº 1, San Pablo, junio de 2005; y “La ‘ciu-dad latinoamericana’ como idea”, Punto de Vista, Nº 73,Buenos Aires, agosto de 2002.

10 José Luis Romero, Latinoamérica, las ciudades y lasideas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976.

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campo de los estudios literarios latinoameri-canos de la academia norteamericana, con sumezcla de sofisticación y arcaísmo, la actua-lidad que sus posiciones historiográficas e ide-ológicas no podían darle en otros campos.

IINo es fácil encontrar formulacionesexplícitas sobre el carácter de la relación

entre intelectuales y ciudad en AméricaLatina, pero en los últimos treinta años se haproducido suficiente literatura sobre el temacomo para que podamos acordar algunascondiciones básicas para ella.

La condición de partida, con la que La ciu-dad letrada coincide, es que sin la ciudad nopuede existir el intelectual. Como el de Rama,también el título de Romero es más que unadescripción del tipo de relación que le interesaestudiar: “las ciudades y las ideas” es un pos-tulado que sostiene que la actividad reflexivasobre la realidad que caracteriza la moderni-dad (es decir, la “historia”) nace y transcurreen las ciudades, y que es desde ellas desdedonde se pensó y definió el continente ameri-cano –incluso cuando lo hizo contra ellas–. Ladiferencia fundamental entre Romero y Ramaen la presentación de esa relación, en todo caso,es que, para Romero, los proyectos intelec-tuales nunca logran sus fines cabalmente: siel rol “ideológico” de la ciudad fue confor-mar una nueva realidad en tierra desconocida,en su propio cumplimiento debe leerse más elfracaso de las orientaciones intelectuales quebuscaban moldearla, que su éxito. Y es esa con-vivencia tensa entre representaciones y reali-dades, entre lo que queda del designio pro-yectual, incompleto y desmentido, y la propiarealidad que en su fracaso llegó a constituir, loque le da carnadura histórica a la relación en-tre intelectuales y ciudad en Latinoamérica,las ciudades y las ideas.

Por otra parte, si el intelectual no puede exis-tir sin la ciudad no es porque entre ambos guar-den una relación analógica o porque coincidan

en ser representantes y reproductores del po-der –aunque también puedan serlo–, sino poruna cualidad histórica y sociológica: es en laciudad donde se hacen posibles ciertas condi-ciones de existencia del intelectual, como elmercado cultural (especialmente la prensa yel mercado del libro), un público en amplia-ción y la consiguiente tendencia hacia la pro-fesionalización de la actividad letrada. No setrata de continuar suscribiendo el mito inte-lectual del “intelectual crítico” –cuyo des-montaje fue evidentemente uno de los objeti-vos primarios de Rama en La ciudad letrada–,pero sí entender con la sociología de la culturade los últimos treinta años, que el intelectualrompe con el letrado en su nueva posición deprofesionalización por fuera del Estado –lo queestá sin dudas en el origen de su autorrepre-sentación como crítico del poder–. El intelec-tual surge como parte del proceso de densifi-cación de un espacio público burgués, sóloposible en una ciudad cuyas funciones cultu-rales se complejizan y cuyo recorte del Estadose cumple tanto en el funcionamiento cre-cientemente autónomo del mercado como enla consolidación de un entramado institucio-nal propio de la sociedad civil. Como sabemos,en la ciudad colonial no existen estas condi-ciones; allí el escritor se confunde con el sa-cerdote, el licenciado y el funcionario, todosellos enredados directamente en las tramas delpoder y la administración, lo que obliga a unaperiodización primaria que diferencie entre le-trado e intelectual, cuya ausencia en La ciudadletrada ya fue señalada por varios autores.

En segundo lugar, entonces, la existenciadel intelectual recién comenzará a hacerse po-sible, en algunas ciudades latinoamericanas,a medida que avance el siglo XIX, y no sin am-bigüedades y conflictos. Aquí se hace nece-saria toda una serie de precisiones sobre laexperiencia latinoamericana que la va dislo-cando respecto del modelo canónico europeo.Por una parte, porque, como mostró JulioRamos, la modernización se cumple en Amé -

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rica Latina sin una completa autonomizaciónde los campos, lo que se percibe con claridaden la relación de larga duración entre literaturay política.11 Por otra parte, porque, como mos-tró José Guilherme Merquior, mientras enEuropa la crítica a las consecuencias de la mo-dernización define desde el romanticismo laautonomía crítica de los intelectuales, enAmérica Latina la literatura crítica estará pormucho tiempo comprometida con el ideal dela modernización.12

Me interesa detenerme en esa afirmación deMerquior, porque procede por un tipo de ra-zonamiento en inversión que, para entender lasespecíficas condiciones de desarrollo intelec-tual latinoamericano, trabaja en negativo afir-maciones clásicas del pensamiento europeo. Yaquí quiero sugerir, justamente, que las líneasprincipales de reflexión sobre las relacionesentre intelectuales y ciudad en América Latinapodrían reconstruirse como una serie de in-versiones de clásicos. Pero no me refiero altipo de inversiones que buscan un “elogio dela barbarie” –aunque alguno de los autores enque me baso, como Morse, sí lo haga–, o de-nuncian la incorporación de la modernidad oc-cidental como máscara y simulacro, actitudestípicas del “latinoamericanismo” que la me-jor literatura crítica sobre la modernidad lati-noamericana, en los años ochenta, ha des-montado con agudeza.13 Las inversiones queme interesan no buscan afirmar la indepen-dencia del pensamiento en estas tierras ni ca-ricaturizarlo, sino entender la especificidad de

una experiencia histórica que requiere de ins-trumentos conceptuales adecuados, para cuyaelaboración no se vacila en acudir a los clási-cos occidentales, recuperados en toda su pro-ductividad. Tomo, entonces, una triple inver-sión de caracterizaciones muy clásicas de lasociología urbana occidental, que se producena través de la idea de “ciudad artificial” y dela comprobación, en la ciudad latinoamericana,de la ausencia de la “tragedia de la moderni-dad” y de la “urbanización sin modernización”:inversiones de representaciones sobre la ciu-dad que impactan nuestras representacionessobre la cultura intelectual.

Ciudad artificial (invirtiendo a Pirenne). Laprimera inversión trabaja sobre la clásica figurade la “ciudad orgánica”. Es una figura que sir-vió para caracterizar la ciudad europea queemergió de la “revolución urbana” en la bajaEdad Media, la ciudad medieval que constituyóel modelo más influyente con el que, despuésde tantos siglos y de tantas transformaciones,la cultura occidental se sigue representando laidea de “ciudad”. Una figura que sistematizóejemplarmente Henri Pirenne en sus textos,en el marco de ideas de la antropogeografíafrancesa, mostrando la ciudad como un puntode intensificación de las funciones socioeco-nómicas de una región, base de formación so-cioespacial de un ser colectivo.

Casi desde el mismo momento en que esaidea de “organicidad” se formalizaba en el pen-samiento europeo, se hizo bastante habitual endiferentes pensadores latinoamericanos la de-nuncia de la “artificialidad” de la ciudad lati-noamericana, su sentido político y burocrático,como un desvío desafortunado respecto del pa-trón seguido en Occidente, que desnaturalizabala idea misma de ciudad. Juan Álvarez escri-biendo sobre Buenos Aires y Jorge Basadre so-bre Lima, entre otros ejemplos, propusieron enlas primeras décadas del siglo XX la figura dela “ciudad artificial” para mostrar la funciónparasitaria de esas ciudades frente al hinterland

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11 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad enAmérica Latina, op. cit.12 Jose Guilherme Merquior, “Situación del escritor”,en César Fernández Moreno (coord.), América Latina ensu literatura, México, UNESCO-Siglo XXI, 1972.13 Véanse, entre otros, Roberto Schwarz, “Nacional porsubstracción”, en Punto de Vista, Nº 28, Buenos Aires,diciembre de 1986; José Joaquín Brunner, El espejo tri-zado. Ensayos sobre cultura y políticas culturales,Santiago de Chile, FLACSO, 1989; Néstor García Canclini,Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de lamodernidad, México, Grijalbo, 1990.

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económico-social que dominaban, una idea dela que van a ser deudoras muchas de las críti-cas urbanas de la ensayística de los años treintay cuarenta, como puede verse en EzequielMartínez Estrada o en Bernardo Canal Feijoo.14

Pero será Richard Morse, lector agudo de latradición ensayística latinoamericana desde ladécada de 1950, quien comenzará a formularesa caracterización como una inversión ex-plícita de Pirenne y a extraer una cantidad deconsecuencias teóricas e historiográficas deesa operación. Hay un texto muy tempranode Morse, titulado justamente “La ciudad ar-tificial”, en el que anticipa muchas de sus pro-posiciones más conocidas.15 Si la ciudad me-dieval teorizada por Pirenne tenía un carácter“centrípeto”, es decir, había surgido como pro-ducto de una canalización novedosa de las ener-gías de la región que la economía feudal no po-día ya contener –transfiriendo recursos de lasactividades extractivas hacia la producción in-dustrial y el comercio–, la ciudad latinoame-ricana había tenido un efecto “centrífugo”, esdecir, había sido no sólo la implantación de unobjeto extraño a las realidades sociales y eco-nómicas del territorio americano, sino que ha-bía funcionado además como un trampolín parael asalto a las riquezas del interior del conti-nente –transfiriendo recursos desde la ciudadhacia la explotación del suelo–. Y es este ca-rácter de puente de trasbordo de riquezas y per-sonas con el interior lo que convirtió a las ciu-dades en apéndices burocráticos del campo,volviendo heterogénea su realidad social y cul-tural, ya que si es indudable que la ciudad do-minará y moldeará el campo desde sus patro-nes culturales modernos, a su vez, la centralidadde las funciones económicas del interior rein-

troducirá permanentemente en la ciudad ras-gos rurales, inficionándola de relaciones so-ciales tradicionales y de patrones culturalespremodernos.

En lugar del recorte natural entre campo yciudad típico de la modernidad europea, lo quesurge entonces es una realidad sui generis, uncampo urbanizado y una ciudad ruralizada quemodifican todos los parámetros supuestos. Esteseñalamiento del carácter anfibio de la ciudadle da cauce analítico a la frustración con la mo-dernidad de todo el ensayo del siglo XX:“Facundo va en tranvía”, denunciaba ya RicardoRojas para mostrar que el enfrentamiento en-tre civilización y barbarie se había radicadodentro de la ciudad; y respalda la visión dia-léctica de la función intelectual que mencio-namos en Romero. El fracaso permanente delos proyectos ideológicos se debe a que losintelectuales no sólo van a tener que lidiar conuna realidad cuya consistencia se les escapa,sino que serán cada vez más el producto deella: aun representando la metrópolis, aun bus-cando convertir la ciudad en su bastión, el in-telectual será irremediablemente penetrado porlo “otro” del territorio y la cultura “interior”que había pretendido inútilmente excluir.

Modernidad sin tragedia (invirtiendo aSimmel). La segunda inversión, que encon-tramos diseminada en muchos autores, es laque plantea una distancia de la conciencia trá-gica europea sobre su modernidad: aun cuandose inspiraran en los ideólogos de la “decaden-cia de Occidente”, lo habitual entre los auto-res latinoamericanos fue que invirtieran demodo optimista sus consecuencias para estastierras “jóvenes”, donde el futuro parecía unaposibilidad abierta. Pero no se trata solamentede una cuestión que enfrenta decadencia (eu-ropea) y juventud (americana): “Hacia finesde siglo XIX –señala Merquior– la sociedad la-tinoamericana se distingue por una curiosa asi-metría entre el subdesarrollo económico y elrefinamiento intelectual, o mejor, de los inte-

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14 Cf. Juan Álvarez, Buenos Aires, Cooperativa editorial“Buenos Aires”, Buenos Aires, 1918; y Jorge Basadre,La multitud, la ciudad y el campo en la historia del Perú,Lima, Imprenta A. J. Rivas Berrio, 1929.15 Richard Morse, “La ciudad ‘artificial’”, en Estudios ame-ricanos, vol. XIII, Nº 67 y 68, Sevilla, abril-mayo de 1957.

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lectuales”.16 Aquí aparece la razón de la per-vivencia ilustrada del optimismo moderniza-dor: lo que se invierte para los intelectuales la-tinoamericanos es la percepción de la relaciónentre cultura objetiva y cultura subjetiva. Sipara Simmel una de las principales fuentes dela tragedia de la modernidad es el contraste,evidente por antonomasia en la metrópolis, en-tre una cada vez menor cultura subjetiva frentea una cada vez mayor cultura objetiva, en lasmetrópolis latinoamericanas, en cambio (dondeel pensamiento de Simmel, primero a travésde la ensayistica y después de la sociología ur-bana de Chicago, mantuvo actualidad durantetodo el siglo XX), las lecturas simmelianas en-frentarán la evidencia de que la cultura obje-tiva nunca llegará a la intensidad requerida porla experiencia del shock. La tragedia que lasmetrópolis latinoamericanas vuelven evidentea los ojos de los poseedores de la refinada cul-tura subjetiva es la del abismo social, que ellosproponen salvar con más modernización, condosis siempre mayores de cultura objetiva.

Es en este punto, posiblemente, donde laciudad entra más francamente como parte deun programa intelectual latinoamericano: uti-lizar la modernidad como vía de acceso a lamodernización. “Inventar habitantes con mo-radas nuevas” fue la consigna de Sarmientoque con mayor capacidad de síntesis muestrala circularidad de esta convicción iluministasobre las virtudes de la modernidad urbana.Esto significa que, en América, la modernidadse impuso como parte de una política delibe-rada para conducir a la modernización, y enesa política la ciudad fue el objeto privilegiado,como si en los proyectos intelectuales hubieseperdurado la función que buscó cumplir la ciu-dad desde la conquista: ser una máquina capazde inventar la modernidad, extenderla y re-producirla en territorios vírgenes de ella. En

las repúblicas independientes, la ciudad fun-cionó como el espejo “civilizado” en el quebuscaba prefigurarse la constitución de las na-ciones y los estados a su imagen y semejanza;en los procesos de desarrollo, un siglo después,fue el “polo” desde donde expandir la moder-nidad acelerando el “continuo rural-urbano”para convertir a todos los habitantes de la na-ción en individuos social, cultural y política-mente modernos. De aquí se desprende un vo-luntarismo modernizador en los intelectualesque en el siglo XX va a hacer pendant con elconstructivismo desarrollista del Estado-na-ción, y que en todo el ciclo tiene dos ciudadesemblema: Argirópolis y Brasilia, prefiguracio-nes intelectuales en busca de una moderniza-ción articulada de la nacionalidad a través dela modernidad urbana. El shock metropolitanono va a ser cuestionado por estos proyectos in-telectuales, sino convertido en un objeto de de-seo: la ciudad moderna será la fuente imagi-naria de una política de shock modernizadorpara todo el territorio.

Urbanización sin modernización (invirtiendoa Weber). Es evidente que el “optimismo ur-bano” que surge de la anterior inversión sim-meliana es lo más próximo a la articulaciónciudad / intelectuales que critica Rama en Laciudad letrada; la diferencia que es importanteestablecer con esa crítica, en todo caso, es queel ejercicio de tipificación que suponen estasinversiones no nos oculta el hecho fundamen-tal de la interpenetración de las diferentes ver-tientes intelectuales –y de sus diferentes esta-dos de ánimo respecto de la ciudad–, como seve con claridad en la última inversión que pre-sentamos aquí, la que desarma la relación quehabía presentado Max Weber entre urbaniza-ción, industrialización y burocratización en elanálisis del surgimiento de la modernidad oc-cidental. Esta inversión comienza a plantearsedesde la década de 1950, en el mismo apogeode los estudios sociológicos de matriz funcio-nalista sobre la “explosión urbana” latinoa-

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16 Jose Guilherme Merquior, “Situación del escritor”,op. cit.

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mericana, centro de la atención académica ypolítica del período. Y podría decirse que buenaparte del análisis de la ciudad latinoamericanase hizo en ese momento bajo un doble estímulo:de la teoría de la modernización, que le daba ala ciudad un rol central como agente inductordentro de aquella tríada weberiana; y del des-cubrimiento de la inadecuación de esa mismateoría para el caso de la ciudad latinoamericana,ya que ésta era un ejemplo histórico inmejora-ble de que entre esos tres fenómenos no habíauna relación de necesidad. Si lo formuláramosdel modo en que luego se reflexionó sobre lateoría de la modernización, diríamos que la ex-periencia de la ciudad latinoamericana permi-tió advertir tempranamente que aquello queWeber había estudiado como un proceso his-tórico-cultural occidental (la modernidad), sehabía convertido en la Segunda Posguerra enun complejo técnico de difusión de la civiliza-ción industrial-capitalista como modelo de de-sarrollo universal (la modernización).17

Al mismo tiempo que usaban los instru-mentos derivados de la teoría de la moderni-zación, y con el impulso de su optimismoacerca del rol que la ciudad podría tener en eldesarrollo de la nación, los teóricos de la ciu-dad latinoamericana comenzaron a advertir quealgunos de sus postulados condenaban la rea-lidad de la urbanización del continente al lu-gar de la patología: nociones como “sobreur-banización” o “primarización”, entre las másutilizadas del período para caracterizar la ciu-dad latinoamericana, sólo ganan inteligibili-dad si se recortan contra el patrón “normal” dela urbanización europea. La primera noción se-ñala el desafasaje entre las tasas de urbaniza-ción y las de industrialización, y la segunda, lapresencia dominante de grandes ciudades encada territorio nacional, contracara exacta delmodelo europeo formado por ciudades pe-queñas y medianas articuladas en redes terri-

toriales homogéneas. Incluso los intentos másambiciosos por recolocar esas comprobacio-nes en un marco general de la teoría de la mo-dernización, como los de Gino Germani o losestudios de la CEPAL de las décadas de 1950 y1960, eran muy conscientes de los límites dela empresa, las dificultades de dar cuenta enesos marcos teóricos de los rasgos decisivosde los paisajes urbanos que estudiaban, ca-racterizados por “la supervivencia de gran partede las estructuras productivas y comercialestradicionales; la expansión de la población ocu-pada en la prestación de servicios; el mante-nimiento de los patrones familiares tradicio-nales; la expansión de las poblaciones urbanasmarginales”.18 La propia noción de “transi-ción”, fundamental en la sociología urbana deChicago, utilizada en los primeros estudiossobre la ciudad latinoamericana para entenderlos procesos de integración de la poblaciónmigrante a la vida urbana, mostraba su ina-decuación: a diferencia de lo ocurrido conlos inmigrantes polacos del famoso libro deThomas y Znaniecki, los migrantes latinoa-mericanos que se aglomeraban en las villasmiseria, las barriadas y las favelas, no sólo pa-recían no experimentar en la ciudad el sín-drome de desorganización y anomia supuesto,sino, especialmente, parecían transformar sufamilia tradicional y su cultura rural en re-cursos exitosos en la adaptación a la moder-nidad urbana.19

Como se ve con claridad hasta aquí, la com-probación de la urbanización sin industriali-

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17 Véase Jürgen Habermas, El discurso filosófico de lamodernidad, Buenos Aires, Taurus, 1989.

18 CEPAL, “El impacto de la urbanización sobre la socie-dad”, en Gino Germani (comp.), Urbanización, desa-rrollo y modernización, Buenos Aires, Paidós, 1976, pp.280 y 281.19 Cf. Oscar Lewis, “Urbanization without Breakdown:a Case Study”, The Scientific Monthly, Año LXXV, Nº 1,julio de 1952; y José Matos Mar, “Las barriadas limeñas:un caso de integración a la vida urbana” (1959), en PhilipHauser, La urbanización en América Latina, BuenosAires, Solar/Hachette, 1967. El libro de Thomas yZnaniecki es The polish peasent in Europe and America,Chicago, 1918-1920.

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zación combina elementos de las dos inver-siones que vimos antes: la ausencia relativa deindustria explica en buena medida tanto la ar-tificialidad de la ciudad latinoamericana comola falta del carácter trágico de su modernidad,mostrando que los respectivos “pesimismo”y “optimismo” que surgen de esas posicionesestán muy mezclados en las relaciones histó-ricas entre intelectuales y ciudad en AméricaLatina. Pero el aspecto más específico de estatercera inversión apunta a otra cuestión: el ca-rácter “de servicios” de la ciudad, que, a dife-rencia de los servicios terciarios de las metró-polis avanzadas, se articula en América Latinacon la sobrevivencia de rasgos culturales tra-dicionales tanto en la cultura popular (lo quedaría lugar a la célebre expresión de OscarLewis, “cultura de la pobreza”), como en lacultura establecida y de los intelectuales: la“robusta sobrevivencia de costumbres seño-riales”, de acuerdo a Merquior. Esa sobrevi-vencia que, en la figura del “favor”, analizóRoberto Schwarz como sostén implícito de lavida intelectual brasileña del siglo XIX, y queen otros aspectos marcará también a las van-guardias estéticas, cuya tarea principal fue,como se ve tanto en Borges como en Máriode Andrade, la construcción de una lengua na-cional, base del compromiso modernista, yaen los años treinta, con los nuevos roles del es-tado nacionalista benefactor. Las vanguardiasfueron exitosas en América Latina porque es-tuvieron dispuestas a disputar con los sectorestradicionalistas el lugar desde donde construiruna tradición, produciendo esa “paradojal mo-dernidad […] de proyectar para el futuro lo queintentaban rescatar del pasado”.20 Como se ve,

el centro no está ya puesto en la penetraciónde hábitos rurales en la cultura urbana, comoocurría en el tópico de la “ciudad artificial”,sino en la extensión en toda la sociedad de unaactitud cultural que combina futuro y pasado,tradición y vanguardia, con un sentido de latemporalidad bastante diferente del que pro-dujo, en las teorías clásicas, la sociedad mo-derna-capitalista.

Por supuesto, esas teorías clásicas no han ce-sado de ser revisadas y relativizadas en losestudios sobre la propia experiencia históricaeuropea: con este ejercicio de inversión no sepretende desconocer su estatuto actual en eldebate teórico, sino entender el estímulo quehan significado para el desarrollo de los ima-ginarios intelectuales sobre la ciudad latinoa-mericana. Bien leído, este juego de inversio-nes permite una entrada tangencial (a través dela ciudad) a dos de las cuestiones intelectualesque con mayor persistencia recorren AméricaLatina en los siglos XIX y XX: la cuestión del“vacío”, como metáfora de la necesidad derenovación radical de una sociedad tradicio-nal y de apropiación de una naturaleza ame-nazante, y como “ausencia” de identidad (lacuestión de la relación crítica entre ciudad ycampo, y entre cultura letrada y cultura popu-lar); y la cuestión de la modernización pensadacomo reforma nacionalizadora desde arriba (lacuestión de las relaciones entre los intelec-tuales y el Estado). Es decir, también permitever bajo una luz diferente la propia empresaintelectual de Ángel Rama en La ciudad le-trada, como pieza en un tablero de larga du-ración en la cultura latinoamericana. o

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20 Ronaldo Brito, “O trauma do Moderno”, citado porCarlos A. F. Martins, “Identidade nacional e estado noprojeto modernista. Modernidade, estado, tradição”, enOculum, Nº 2, Campinas, FAU-PUCCAMP, septiembre de1992. Desarrollé este aspecto de las vanguardias latino-

americanas en Das vanguardas à Brasília. Cultura ur-bana e arquitetura na America Latina, Belo Horizonte,UFMG, 2005.

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En 1964, Ángel Rama publica en la revista Casade las Américas el ensayo “Diez problemas parael novelista” impulsando la renovación de la es-critura narrativa y la modernización de la lite-ratura. En consonancia con su trayectoria pre-via, Rama sintetizaba magistralmente lospostulados de lo que podría denominarse unaizquierda intelectual ilustrada que ponía elacento en la función modernizadora y pedagó-gica de la escritura, y en los letrados (narrado-res, pensadores, cientistas) como sus agentesprivilegiados. Veinte años después, cuando yahabía muerto, sale publicado en una editorialhispano-norteamericana La ciudad letrada, li-bro en el que los planteos del texto de 1964 en-cuentran un rechazo radical: la modernizaciónes sometida a una dura crítica, las ambicionespedagógicas de los sectores ilustrados son pues-tas en relación con las formas de dominación yla escritura es definida como un agente del po-der. ¿Qué fue lo que sucedió entre un texto yotro en el pensamiento de Ángel Rama?

Por supuesto que no deberían descartarse enla respuesta a este interrogante la implantaciónde las dictaduras militares en casi todo el con-tinente, los avatares de la Revolución Cubanay el fracaso de las políticas progresistas du-rante la década de 1960. Sin anular esta pers-pectiva, creo que también es posible dar al-gunas respuestas a partir de la trayectoria delpropio crítico.

La ciudad letrada corre el riesgo de la sim-plificación, aunque este hecho parece impor-tarle menos a su autor que continuar con unproyecto latinoamericanista. Todavía en 1983,en las reuniones que se hicieron en Campinaspara encarar una historia de la literatura delcontinente, Ángel Rama expresa que “AméricaLatina sigue siendo un proyecto intelectualvanguardista que espera su realización con-creta”.1 Esta idea de la vigencia de un “pro-yecto” autoriza, en cierta medida, el panoramaque presenta La ciudad letrada ya no solamentecomo saber crítico sino también como pro-puesta política. Mediante esfuerzos admirablesy también simplificadores, Rama sintetiza laplural situación urbana continental en el con-cepto de “ciudad letrada” como si la inestabi-lidad y la heterogeneidad latinoamericanas pu-dieran ser despejadas mediante las operacionesde la crítica. Paradójicamente, la letra, que espuesta bajo sospecha, es la que permite amal-gamar y articular las diferencias entre ciuda-des construidas en situaciones radicalmentedistintas (el texto comienza proponiendo un“modelo urbano de secular duración” que iríadesde la destrucción de Tenochtitlán a la cons-

1 Ana Pizarro (coord.), La literatura latinoamericanacomo proceso, Buenos Aires, CEAL, 1985.

Las costuras de la letra

Gonzalo Aguilar

CONICET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 173-176

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trucción de Brasilia). Esta mirada panorámicatambién admite otra interpretación: es el pro-ducto de la situación diaspórica del propioRama, quien había abandonado el Uruguay en1972 (ya para ese entonces había dictado cur-sos en Puerto Rico, Colombia y Venezuela)radicándose en Venezuela, país que le concedela nacionalidad en 1977 ante la negativa de ladictadura uruguaya de concederle su pasaporte.2

El mismo año en que le conceden la naciona-lidad venezolana, comienzan los viajes a di-versas universidades norteamericanas (Stanford,Maryland, Princeton), con los conocidos pro-blemas con las autoridades migratorias de esepaís hasta que finalmente se ve obligado a aban-donarlo en 1983.

En estas transformaciones que se observansi uno confronta los ensayos de entre 1964 y1984, uno de los momentos clave se produceen 1969 cuando Rama propone el género tes-timonio como categoría en el concurso de Casade las Américas, comenzando la búsqueda deuna formación literaria alternativa a la que ha-bía producido la narrativa del boom (“el boom–declara entonces– establece expresamente unrecorte empobrecedor de nuestras letras que de-forma y traiciona”). A partir de entonces, Ramacomienza a construir laboriosamente esa al-ternativa que se puede ver concluida simbóli-camente con su último texto, publicado en 1985:“La narrativa de Gabriel García Márquez: edi-ficación de un arte nacional y popular”. Lasdos piezas más ambiciosas y acabadas de esteviraje son La transculturación narrativa enAmérica Latina, cuyos primeros textos son re-dactados en 1974, y La ciudad letrada, que tra-tan, respectivamente, sobre una cultura litera-ria alternativa a la dominante y sobre lascomplicidades de la letra con el poder. Las di-ficultades que se le planteaban a Rama si que-ría seguir dentro de la órbita del modernismo

literario se ven claramente en un artículo es-crito en 1973, “Las dos vanguardias latinoa-mericanas”,3 donde Rama se propone forjaruna “vanguardia” alternativa a la modernistaapoyándose en las figuras de Roberto Arlt yCésar Vallejo. Sin embargo, el proyecto pare-cía conducir a un callejón sin salida en la me-dida en que la crítica quedaba apegada –comolo había estado en los años de 1960– al con-cepto de “vanguardia”, que era de raigambrecosmopolita.4 Transculturación entonces, envez de vanguardias, es la posibilidad de pen-sar en otra modernidad posible.

El interés por el testimonio, por la novelapolicial de Rodolfo Walsh, por el teatro deAriano Suassuna, por la investigación de lasraíces etnográficas en García Márquez (antesque su faulknerismo) son parte de una mismainquietud: cómo definir el corpus de una lite-ratura que pueda pensarse fuera de las forma-ciones dominantes o, para decirlo con palabrasde Antonio Candido, por fuera de las “racio-nalizaciones ideológicas reinantes”.5 En su ar-tículo sobre Walsh, Rama reflexiona –con apo-yos teóricos en Pierre Bourdieu, Darcy Ribeiroy Antonio Gramsci– sobre la posibilidad deconstruir esta serie alternativa que, si en cier-tas áreas se cimentaba en la presencia indígena,en “sociedades transplantadas” (el término esde Darcy Ribeiro) como la argentina o la uru-guaya exige otro instrumental teórico.6 La po-

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2 Cronología y bibliografía de Ángel Rama, Monte -video, Fundación Ángel Rama, 1986, p. 55.

3 Publicado en Maldoror, Nº 9, 1973, pp. 58-64, yreproducido en La riesgosa navegación del escritor exi-liado, Montevideo, Arca, 1995.4 En su compilación Más allá del boom: literatura ymercado (Buenos Aires, Folios, 1984), Ángel Rama seenfrentó con este tipo de crítica que celebró la moder-nización de la narrativa latinoamericana en el boomliterario y que utilizó los términos de “vanguardia”,“ruptura”, “revolución”, “tecnificación narrativa”. Elmismo Rama había participado, con sus escritos, en laconsagración del boom.5 Antonio Candido, O discurso e a cidade, San Pablo,Duas Cidades, 1993, p. 51.6 Este texto es producto de varias versiones y la nota dela edición de Clase y literatura social (Buenos Aires,Folios, 1983) advierte sobre su redacción en 1974, lo

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sición de Gramsci, con sus escritos sobre la no-vela policial, lleva a Rama a postular la exis-tencia de un uso popular y de resistencia delgénero al que denomina “novelas policiales delpobre”.7 Es tan fuerte esta necesidad de cons-truir series alternativas (es decir, no deriva-das de las formaciones letradas hegemónicas)que en el ensayo se lee:

Como ningún otro país de América Latina,la Argentina ha llevado tan a fondo el pro-ceso educativo nacional y ha controlado consin igual mano férrea y enguantada los ins-trumentos de la comunicación masiva, con-cediendo primacía al adiestramiento cul-tural para internalizar un sistema de valores,que pudo creerse, desde los sectores mediosconformados por ese proceso desde la in-fancia, que el universo de las aulas, la pa-labra escrita o las imágenes impuestas, cons-tituía la totalidad social, reemplazaba lassingularidades de la realidad, sus variacio-nes, sus anacronismos, sus irregularidades,sus sabores peculiares, sus remanencias.Pudo creérselo además porque una de lassabidurías del proyecto oficial de la cultura

dominante consistió en no negar ni igno-rar (como hicieron las culturas andinas dedominación) a los productos de las subcul-turas, sino que los integró al plan de en-cuadre ideológico, claro está que neutrali-zándolos y despojándolos de sus violenciasreivindicativas, tarea para la cual prestóayuda, tal como ocurriera en la cultura eu-ropea, la sobrevaloración de la apreciaciónestética en desmedro de la capacidad refe-rencial de la literatura. De José Hernándeza Gabino Ezeiza, del pericón al tango, delgaucho al compadrito, de Florencio Sáncheza los saineteros, todo producto de las sub-culturas fue molido en la rueda del plan dela dominación. Para esa realización, tantomás aguda y clarividente que la ineficaz ten-dencia a imponer miméticas apropiacio-nes de los modelos europeos, se contó conun equipo intelectual de excepción: pién-sese en lo que Sarmiento hizo con la figurade los caudillos rurales, Mitre con la histo-ria de la emancipación, Lugones con la li-teratura gauchesca, Borges con el compa-drito y el universo suburbano.8

Las tres líneas básicas de la postura teóricade Rama se perfilan en este ensayo. En pri-mer lugar, la construcción de dos formacio-nes culturales a las que llama “dominada” y“oficial”, y la inclusión en esta última de losletrados, más allá de su posible heterodoxia.La segunda pieza de este esfuerzo por salirsedel modernismo “tradicional” está en la in-versión que lleva a cabo del modelo derridea -no con el fin de demostrar que, en la historiacultural latinoamericana, es la escritura, y nola oralidad, la que está aliada con el poder (nohabría logocentrismo sino grafocentrismo).Finalmente, la inclusión casi fatal de los le-

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que explica la entusiasta frase final sobre “el tumultuo-so río de estas culturas [las populares] en el momentoen que acometen una nueva instancia del ascenso alpoder” (p. 230) en la que es inevitable no advertir lainfluencia de la retórica de Walsh.7 La posición de Gramsci también se lee, en filigrana,en la constitución de las historias (de la literatura) alter-nativas: “La historia de los grupos sociales subalter noses necesariamente disgregada y episódica. No hay dudade que en la actividad histórica de estos grupos hay unatendencia a la unificación, aunque sea a niveles provi-sionales; pero esa tendencia se rompe constante mentepor la iniciativa de los grupos dirigentes y, por tanto,sólo es posible mostrar su existencia cuando se ha con-sumado ya el ciclo histórico, y siempre que esa conclu-sión haya sido un éxito. […] Todo indicio de iniciativaautónoma de los grupos subalternos tiene que ser deinestimable valor para el historiador integral”,Antología, México, Siglo XXI, 1992, p. 493. Rama es,de todos modos, más optimista que Gramsci y si en1974 habla del “tumultuoso río”, en la nota de 1977habla, a propósito de la dictadura de Videla, de “uno desus períodos regresivos” (op. cit., p. 195).

8 Ángel Rama, Literatura y clase social, op. cit., p. 202.Esta dominación tan férrea y exitosa hace, según Rama,que la irrupción de la cultura popular en la Argentinaadquiera, a menudo, formas “grotescas, casi en el lími-te de la irrisión” (p. 203).

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trados en la formación cosmopolita que si aprincipios de la década de 1970 –con ecos dela polémica entre Cortázar y Arguedas– habíaenfrentado a los transculturadores, en el textosobre Walsh adquiere unos rasgos homogé-neos que persistirán hasta la redacción de Laciudad letrada. Como corolario de esta pers-pectiva, la cultura dominante es un “proyectooficial”, hubo un “plan de encuadre ideoló-gico” y Sarmiento, Lugones, Mitre y Borgesforman un “equipo intelectual”. Habituados auna historia cultural que ha hecho tanto hin-capié en las discontinuidades de los aconte-cimientos y en la historicidad de las ideas, estapropuesta de Rama es, además de limitada,inaceptable. Y así y todo, La ciudad letrada–construido con matices a partir de este su-puesto– ha sido uno de los libros más influ-yentes de los años noventa. ¿Hay que atri-buir esto a su carácter consolatorio o a laseducción que ejercen los esquemas senci-llos y que parecen ayudar a leer todo? ¿O talvez hay que atribuir su éxito a que, inadver-tidamente, la crisis que se analiza en el libroencuentra un apoyo inesperado en el descu-

brimiento que hace la crítica de los mediosmasivos? Rama, quien murió en 1983, no po-día saber que la ciudad mediática exige unareescritura de la ciudad letrada y de los su-puestos que orientan su construcción.

Libro amargo contra uno de los mitos de laizquierda latinoamericana (la actividad civi-lizadora en manos de los letrados), La ciudadletrada es inmune, de todos modos, a los arran-ques populistas, nacionalistas y antiintelec-tualistas con los que ciertos sectores de la iz-quierda, en ese mismo período, buscaban unasalida a su impotencia regenerativa. Esta in-munidad tal vez habría que buscarla en el he-cho de que Rama fuera uno de los ejemplosmás espléndidos de una sociedad (la uruguaya)que había apostado por la ilustración comollave del cambio, o habría que identificarlaen el punto de partida gramsciano de que, másallá de las costuras de la letra, “la historia delos grupos sociales subalternos es necesaria-mente disgregada y episódica”. Tal vez hay unarazón más evidente: el ensayista jamás olvi-daba que su mejor arma crítica seguía siendo,pese a todo, la letra escrita. o

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Una hipótesis sobre la historia de las élitesculturales en América Latina guía el ensayode Angel Rama, La ciudad letrada: desde lafundación del régimen colonial hasta lamayor parte del siglo XIX ellas formaron par-te del sistema de poder. En la visión del críti-co uruguayo sobresale, antes que nada, la lar-ga supervivencia del papel social de losletrados. ¿Cuál ha sido la función de las éli-tes cultivadas dentro del sistema de poder?Producir discursos de legitimación del ordensocial, incluida la definición de la culturalegítima, que no es otra que la de los mismosletrados. Sobre el fondo de esta prolongadacontinuidad que liga a la gente de saber conla estructura de la dominación social, se des-pliegan los cambios o discontinuidades en lasmodalidades de ese papel social y los discur-sos correspondientes de legitimación: porejemplo, el cambio del discurso religioso dedominación a los discursos ideológicos mo -der nos. De la empresa de evangelizar se pasaa la de educar. La razón de la dilatada con - servación de su preeminencia residió en quedurante siglos las minorías letradas retuvie-ron el monopolio de la escritura en una socie-dad analfabeta.

Esta función, nos dice Rama, resultó encierto modo anticipada ya en el estableci-miento del espacio propio del grupo letrado,la ciudad, que en América Latina fue, desde

el comienzo, un fruto de la inteligencia. Laciudad no sólo fue un instrumento central dela conquista, sino que su representación pre-cedió a su existencia:

Una ciudad, previamente a su aparición enla realidad, debía existir en una represen -tación simbólica que obviamente sólo po -dían asegurar los signos: las palabras, quetraducían la voluntad de edificarla en apli-cación de normas y, subsidiariamente, losdiagramas gráficos, que las diseñaban enlos planos, aunque con más frecuencia, enla imagen mental que de esos planos teníanlos fundadores, los que podían sufrir correc-ciones derivadas del lugar o de prácticasinexpertas (Rama, 1984, p. 16).

A partir de este dato inaugural, el argumentoy el relato con que Rama da desarrollo a suesquema interpretativo encadenan una seriede dicotomías. No sólo la más examinada einterpretada, la oposición entre ciudad ycampo, sino otras, más o menos conectadasentre sí: orden y desorden, cultura escrita ycultura oral, ciudad formal (o letrada) y ciu-dad real, etcétera.

Se trata de una hipótesis fuerte. Rama nola funda en datos nuevos, desconocidos hastaque él los pusiera ante la vista. Es la perspec-tiva del análisis lo que les confiere nuevorelieve y una visiblidad diferente a hechos

La lección de escritura

Carlos Altamirano

Universidad Nacional de Quilmes / CO NI CET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 177-180

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socioculturales que no eran ignorados. En lasnotas que acompañan el ensayo, el autor nosólo consigna sus fuentes, sino también a losautores de los que La ciudad letrada ha toma-do además de informaciones algunas ideas ysuge rencias: Michel Foucault, José LuisRomero, Emmanuel Wallerstein, RichardMorse… Entre esas indicaciones de nombresy libros se echa de menos la referencia aTristes Trópicos, más concretamente al capí-tulo XXVIII, “Lección de escritura”, del librode Claude Lévi-Strauss. Parece improbableque un lector alerta y omnívoro como Ramahaya dejado escapar la célebre obra de viajesdel maestro de la antropología estructuralista.Como quiera que haya sido, creo que ningúnotro texto como el de Lévi-Strauss se hallamás cerca del núcleo de la hipótesis que estáen la base de La ciudad letrada.

Recordemos brevemente aquella lecciónde escritura que Lévi-Strauss cuenta haberrecibido en medio de la selva brasileña deljefe de una banda mambiquara, el grupo indí-gena que estaba estudiando. El antropólogohabía repartido entre los miembros del grupohojas de papel y lápices. La distribución deestos elementos no tenía otro objeto que el deasegurarse benevolencia, informaciones yservicios de los mambiquara, pues éstos noconocían la escritura ni practicaban casi eldibujo. A los pocos día pudo observarlos tra-zando líneas onduladas en el papel, es decir,imitando sus movimientos al escribir. Para eljefe el regalo de papel y lápiz no resultó sufi-ciente, sin embargo, y le pidió una libreta denotas como aquella en que el antropólogoescribía. Ya en posesión de ella, el jefe se sin-tió equiparado al observador blanco:

Él no me comunica verbalmente las infor -maciones, sino que traza en su papel líneassinuosas y me las presenta como si yodebiera leer su respuesta […] está tácita-mente entendido entre nosotros que sugalimatías posee un sentido que finjo des-

cifrar; el comentario verbal surge casiinmediatamente y me dispensa de reclamaraclaraciones necesarias” (Lévi-Strauss,1970, p. 293).

Y ante su gente reunida en asamblea, el caci-que representó ese juego: “sacó de un cuéva-no un papel cubierto de líneas enroscadas quefingió leer, y donde buscaba, con un titubeoafectado, la lista de objetos que yo debía daren cambio de los regalos ofrecidos: ¡a éstepor un arco y flechas, un machete! ¡a esteotro, perlas por sus collares…!” (ibid.).

¿Qué había captado el jefe mambiquara?Que la escritura acrecienta el prestigio y elpoder de un individuo sobre otro:

Un indígena aún en la Edad de Piedra habíaadivinado […] que el gran medio para en -tenderse podía por lo menos servir pa raotros fines. Después de todo, durante mile-nios, y aún hoy en una gran parte del mun-do, la escritura existe como institución ensociedades cuyos miembros, en su gran ma -yoría, no poseen su manejo (ibid., p. 295).

Lévi-Strauss enlaza la enseñanza que conte-nía el episodio con una observación de alcan-ce más general acerca del nexo entre escritu-ra y civilización: “El único fenómeno queella ha acompañado fielmente es la forma-ción de las ciudades y los imperios, es decir,la integración de un número considerable deindividuos en un sistema político, y su jerar-quización en castas y clases” (ibid., p. 296).No olvida, por supuesto, que la escrituraposee también funciones intelectuales, perolas registra como un efecto accesorio: “Elempleo de la escritura con fines desinteresa-dos para obtener de ella satisfacciones inte-lectuales y estéticas es un resultado secunda-rio, y más aun cuando no se reduce a unmedio de reforzar, justificar o disimular elotro” (ibid.).

No quisiera exagerar y atribuir a Rama,lisa y llanamente, los juicios de Lévi-Strauss.

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Pero creo que no resulta difícil reconocer lasafinidades. También para el Rama de La ciu-dad letrada la escritura es un poder, y en larelevancia que otorga a esta dimensión socio-política de la cultura escrita aparece lo queentiendo como la mayor y más provocativanovedad de su ensayo. ¿No sabíamos acasoya que a lo largo de siglos, durante la coloniay aun después, en nuestro subcontinente laliteratura y, más en general, la escritura, cons-tituían el núcleo de una cultura minoritaria?¿O que en esa sociedad analfabeta y plurilin-güe otra cultura circulaba oralmente o semanifestaba en la música, las artes plásticas,en la artesanía y en las comidas? Incluso quie-nes no éramos versados en la materia podía-mos enterarnos de ello leyendo con atenciónesa proeza de conocimientos y concisión quees la Historia de la cultura en la América his-pánica, de Pedro Henríquez Ureña, publicadaen 1947 e incontablemente reeditada desdeentonces. La perspectiva que introduce La ciu -dad letrada coloca aquellos datos bajo unanueva luz, al poner de relieve la configuraciónde poder en que se inscribían las dos culturasy sus respectivos portadores. El lugar emi-nente del grupo letrado, escribe Rama,

se debió a la paradoja de que sus miem-bros fueron los únicos ejercitantes en unmedio desguarnecido de letras, los dueñosde la escritura en una sociedad analfabetay porque coherentemente procedieron asacralizarla dentro de la tendencia grama-tológica constituyente de la cultura euro-pea (Rama, 1984, p. 41).

De modo que, aun cuando las realizacionesde la cultura de los dominados despertara enocasiones la admiración e incluso la protec-ción de quienes estaban en posesión de lacultura letrada, aquella otra no dejaba de seruna cultura dominada.

En contra del análisis marxista corriente,que concibe a las élites culturales como repre-sentantes, más o menos disimuladas, de clases

definidas en términos socio-económicos,Rama subraya, en la estela de Karl Mannheim,el margen de autonomía de los grupos inte-lectuales. Esas élites, observa, no deben serconsideradas como simples mandatarias deotros poderes (instituciones o clases socia-les), porque se perdería de vista “su peculiarfunción de productores, en tanto concienciasque elaboran mensajes, y, sobre todo, suespecificidad como diseñadores de modelosculturales, destinados a la conformación deideologías públicas” (ibid., p. 38). En otraspalabras: ellas no sólo secundan a un poder,sino que también son dueñas de un poder.

Entiendo que bastan estas pocas indicacio-nes para ver la variación que La ciudad letra-da introducía en una tradición con la que elpropio Rama estaba ligado, la del america-nismo. Me refiero a esa empresa intelectualde estudio y erudición destinada a rescatar yrevalorizar los legados de la historia culturalhispanoamericana (el legado indígena, elcolonial y el de las construcciones intelectua-les y artísticas de la era independiente) y queen el siglo XX tiene sus grandes nombres enPedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes,Mariano Picón Salas. La vocación de laempresa no era conservadora. Se la concebíacomo parte de una promesa utópica, la “uto-pía de América”, que buscaba en el pasado nosólo valores a salvar del olvido, sino tambiénlos elementos que anunciaban o preparabanlo que debía ser su originalidad moderna.Ahora bien, dentro de esta tradición lasexpresiones de la escritura eran hechos civi-lizadores y las minorías letradas aparecíancomo élites salvadoras. Leamos sólo estepasaje de Henríquez Ureña:

La barbarie tuvo consigo largo tiempo lafuerza de la espada; pero el espíritu la ven-ció, en empeño como de milagro. Por esohombres magistrales como Sarmiento,como Alberdi, como Bello, como Hostos,son verdaderos creadores o salvadores de

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pueblos, a veces más que los libertadoresde la independencia (Henríquez Ureña,1952, p. 25).

Aunque sus principios ideológicos eranotros, más radicales que los del liberalismoque había animado el pensamiento de losmaestros del americanismo, la obra críticade Rama en relación con la literatura y lacultura latinoamericanas se conecta con esatradición. También su labor al frente de laBiblioteca Ayacucho, emprendimiento ame-ricanista por excelencia. La ciudad letrada,sin embargo, introduce un sacudimiento, esdecir, algo más que la sola radicalización deaquella empresa (que ya tenía, por otra par-te, su ala izquierda). Lamentablemente, yano sabremos cómo hubiera continuado Rama

lo que sólo está en esbozo en el ensayo. Sumuerte nos ha privado de las contribucionesque hacía esperar ese breve libro, que con-tiene en germen la posibilidad de una histo-ria renovada de la cultura y las élites intelec-tuales en América Latina, una historia tal vezmás ambivalente que la que deja entrever Laciudad letrada. o

Bibliografía

Henríquez Ureña, Pedro (1952), Ensayos en busca denuestra expresión, Buenos Aires, Raigal.

Lévi-Strauss, Claude (1970), Tristes trópicos, BuenosAires, Eudeba.

Rama, Ángel (1984), La ciudad letrada, Montevideo,FIAR.

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Una abundante bibliografía crítica, de la queno podría dar cuenta ni siquiera sumariamenteen este contexto, se ha producido en los últi-mos años sobre La ciudad letrada. En ella secoloca en el centro de la discusión, y en tér-minos altamente polémicos, la representacióndel intelectual latinoamericano postulada porRama.1 Este trasfondo orienta en alguna me-dida mi intervención, que se detiene en algu-nas de las elecciones de Rama, intentando des-trabar su lógica. Considero que la lectura quehace Rama está articulada sobre un modelosubyacente, donde México hace las veces decaso testigo. De esta confrontación, derivo lahipótesis de una tensión irresuelta en la obracrítica de Rama, en lo que hace a la figura-ción del intelectual, entre la “gesta del mes-tizo” y la “gesta del letrado”. Postulo, por úl-timo, que ciertas omisiones del ensayo (elletrado fuera de la “ciudad letrada”, el letradotransculturador) son resultantes de una pro-puesta historiográfica reticente a cualquier di-rección edificante.

1. México como caso testigo

Si bien Foucault establece la marca teóricadominante, como ha sido ampliamente se-ñalado, es la conjunción de este pensamientocon los planteos de José Maravall en La cul-tura del Barroco, lo que provee el eje de co-ordenadas donde se asienta la tesis de partidadel ensayo de Rama, es decir, la ciudad le-trada como emergente de la política dirigistade la ciudad barroca. De este modo, el sec-tor letrado criollo es consecuente con los ob-jetivos del Estado virreinal, y acaso ningúnejemplo resulta más a propósito que los ar-cos triunfales de Sigüenza y Góngora y SorJuana Inés de la Cruz en Nueva España de-dicados a la llegada de los virreyes de LaLaguna. A mi modo de ver, para sostener sushipótesis, Rama acude de continuo a una tra-dición de larga duración como la mexicana,proyectándola como exempla a toda AméricaLatina. La matriz mexicana se percibe en losestudios de caso que hacen las veces de pruebade sus argumentaciones (Bernardo de Bal -buena, Sor Juana, Sigüenza y Góngora, JuanJosé Tablada, Justo Sierra, Mariano Azuela).La constatación no sorprende, ya HenríquezUreña había señalado el carácter compacto deesta cultura en el contexto hispanoamericano:“México es el único país en el Nuevo Mundodonde hay tradición larga, perdurable, nunca

1 Una importante recopilación de artículos críticos so-bre la obra de Rama fue editado por Mabel Moraña enÁngel Rama y los estudios latinoamericanos, Pittsburgh,Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 1997.También tengo en cuenta las contribuciones de JulioRamos, Carlos Alonso, Rolena Adorno, entre otros.

Una gesta antiépica

Beatriz Colombi

Universidad de Buenos Aires

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 181-183

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rota”.2 Sumado a esta continuidad –rasgo im-prescindible para sustentar la cohesión del plan-teo–, Rama destaca la vocación de poder delsector letrado sosteniendo que “pocos paísescomo México revelaron en América Latina lacodicia de la participación intelectual en el po-der”,3 e insistiendo, más adelante, en el papelguía de México en América Latina (La ciu-dad letrada, p. 148). De este modo, México seconvierte a lo largo del ensayo en el caso tes-tigo que permite transitar desde la “ciudad or-denada” del primer capítulo hasta la “ciudadrevolucionaria” del último (se recordará queel libro abre con Tenochtitlán y cierra conAzuela). Tanto en México como en los paísescon tradiciones virreinales fuertes, comoColombia y el Perú, es “donde había encon-trado sus formas plenas la concepción de laciudad letrada” (La ciudad letrada, p. 175),por eso el ensayo evita la puesta a prueba enotras áreas culturales, como el Caribe o el ConoSur, al menos en la etapa colonial. Por eso tam-bién, y llegado al período de la modernización,Rama debe dividir los modos operativos de laLa ciudad letrada en dos polos, México y elRío de la Plata, caracterizado el primero por elelitismo del equipo letrado, y el segundo porla democratización de su clase intelectual.

Pero para ir un poco más lejos en la preguntapor la impronta mexicana, es oportuno consi-derar un trabajo previo a La ciudad letrada,“La señal de Jonás sobre el pueblo mexicano”(1980) consagrado al estudio de la conforma-ción de la nacionalidad en la colonia. El textocontiene un argumento que quiero rescatar aquí.Éste consiste en depositar en un “grupo in-tersticial”, la plebe, compuesto por mestizos,indios, negros, criollos pobres, aventureros ymulatos, la capacidad de operar el “esfuerzotransculturador” que llevaría a la conforma-

ción de los valores protomexicanos, restandoimportancia al protagonismo usualmente atri-buido al sector criollo en esta empresa. DiceRama al respecto:

En ellos encontramos algo bastante más im-portante que la tan mentada criollidad. Ésta,fue la ideología con que un sector superior dela sociedad (primero invocando sus irrisoriosderechos hidalgos y luego por bases econó-micas muy firmes) procuró desalojar o, másbien, compartir con los españoles el mando ylos beneficios coloniales, manteniendo sincambio excesivo la estructura económica y so-cial, por lo cual se tiñó, desde el comienzo,de una irracional nota de xenofobia que dela-taba su insuficiencia.4

Es en este texto donde Rama establece la crí-tica al grupo de los “criollos señoriales”, res-ponsables de una representación devaluada ydespectiva del “bajo pueblo”, no obstante y pa-radójicamente, estos criollos se harán luegoeco de la formaciones e “invenciones” pro-puestas por la plebe.5 La confrontación entreLa ciudad letrada y “La señal de Jonás” (queopera casi como su pre-texto), permite anali-zar las variantes que ofrece Rama para pensarla dinámica letrada en sociedades colonizadas.Una de estas alternativas es la “gesta del mes-tizo”, donde ganan peso los procesos de re-sistencia, desarticulación, adaptación, apro-piación, y transculturación, en la línea queconduce a Transculturación narrativa enAmérica Latina (1982). Mientras que la se-gunda alternativa es “la gesta del letrado” omás propiamente, la “anti-gesta”, ya que sellega a ella a través de la estigmatización delsector criollo, que conduce a La ciudad letrada.En esta segunda instancia, impera el disposi-

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2 Pedro Henríquez Ureña, La utopía de América, Caracas,Ayacucho, 1978, p. 3.3 Ángel Rama, La ciudad letrada, Montevideo, FundaciónInternacional Ángel Rama, 1984, pág. 128.

4 Ángel Rama, La crítica de la cultura en América Latina,Caracas, Ayacucho, 1985, p. 21.5 El ejemplo que introduce es paradigmático, “Alborotoy motín de los indios de México” de Carlos de Sigüenzay Góngora.

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tivo disciplinario y ordenador, las jerarquíasy la racionalización, la cooptación por el po-der y el Estado.

2. el relato, las selecciones

La ciudad letrada propone un sistema expli-cativo del accionar de las capas letradas desdela colonia hasta el siglo XX, lo que constituyeun arco histórico consecuente con su intenciónde escribir una historia de la cultura en AméricaLatina, proyecto en el que Rama trabaja durantelos últimos años de su vida.6 La pregunta quepuede formularse en este punto es cómo inte-grar los diferentes relatos que obedecen a re-gímenes diferenciados. Así, en la “Autonomíaliteraria americana”,7 el relato historiográficoobedece a una pauta de gradual conquista deuna expresión autónoma por parte del sector,en una narración de tipo progresivo y opti-mista (casi deudora del utopismo de PedroHenríquez Ureña), según la cual Andrés Belloprepara el camino a los modernistas. La ciu-dad letrada también se aparta del relato tipo“síntesis superadora”, como la propuesta parael conflicto entre región y modernización enTransculturación narrativa en América Latina.Otros gestos de selección se hacen evidentesa lo largo del ensayo. Como la concepción te-rritorializante de la cultura que soslaya el ex-tramuro, en particular, la ausencia de una ar-ticulación entre la ciudad letrada y los letradosfuera de la ciudad, es decir, la dinámica entreexilio, extranjería, migración y “ciudad le-

trada”. Martí y Blanco Fombona, objeto de susinvestigaciones desde esta perspectiva en otroscontextos, son los únicos casos aludidos concierto detenimiento. No obstante, el tema ocupóa Rama –él mismo un intelectual desplazado–en su artículo “La riesgosa navegación del es-critor exiliado”,8 que podría ser pensado comoun capítulo complementario, y al mismo tiempopolémico respecto del planteo fuertemente te-rritorial de la La ciudad letrada.

Podríamos preguntarnos ¿dónde ha que-dado el intelectual transculturador, dónde la“gesta del mestizo”, dónde la “riesgosa na-vegación” del extraterritorial? Enfrentado a latradición redentorista de los intelectuales y desu historiografía, a la habitual sacralizacióndel escritor en nuestra cultura, Rama eludeen La ciudad letrada cualquier elemento épico–la escritura como “gesta” o “riesgo”– para es-tablecer una narración despojada de ejempla-ridad. Aun a riesgo de confrontarse con sus pro-pias formulaciones en este campo. La idea melleva a una cita de Real de Azúa en su prólogoa la edición de Ariel, donde dice: “Ariel con-densaba con suma destreza la imagen más be-névola, más ennoblecida que el ethos prospec-tivo de la intelligentsia juvenil latinoamericanay española podían tener de sí mismos”.9 Si Arieles un espejo donde se refleja, admira y auto-gestiona la intelectualidad de América Latinaen el 900, La ciudad letrada es un espejo rotoo convexo donde la imagen impide cualquieridentificación autocomplaciente. o

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6 En 1982 obtiene la beca Guggenheim para la elabora-ción de una Historia de la cultura latinoamericana (1810-1900).7 Prólogo de Clásicos Hispanoamericanos, Volumen I,Barcelona, Siglo XIX-Círculo de Lectores, 1983.

8 Publicado en Nueva sociedad, Nº 35, 1978. Rama cues-tiona las fronteras jerárquicas establecidas entre migra-ción y exilio y sostiene que la movilidad del equipo in-telectual ha permitido la “percepción del conjunto” enAmérica Latina.9 Carlos Real de Azúa, Prólogo a Ariel, Caracas,Ayacucho, 1976, p. XX.

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La ciudad letrada fue un libro leído con ciertalentitud, y sometido a una extendida recep-ción crítica desde su publicación póstuma en1984 por Ediciones del Norte de Hanover, NewHampshire, Estados Unidos. Sólo once añosmás tarde, en 1995, llegaría la primera ediciónlatinoamericana publicada en Montevideo porediciones Arca. Debido a las condiciones depublicación (ninguna de las dos editoriales per-mitió una distribución masiva), pero quizás nosólo a ello, su circulación tuvo lugar princi-palmente en la academia norteamericana du-rante el apogeo y ocaso del latinoamericanismoy los estudios de área.1

Una de las críticas más frecuentes al librocuestiona el binarismo y la homogeneidad dela categoría de letrado –políticamente inco-rrecta– que atraviesa el argumento. Según estaobjeción, el letrado latinoamericano resulta unaconstrucción plana y monolítica que la mismapublicación y circulación del ensayo entreAmérica Latina y los Estados Unidos vendríaa desmentir. Situado en una tradición que in-cluye a Pedro Henríquez Ureña y a AntonioCornejo Polar en ambos extremos –intelectua-

les migrantes y visitantes frecuentes de la aca-demia norteamericana–, Rama construye un su-jeto para su argumento que si bien es regional(y allí fuerza las analogías entre contextos la-tinoamericanos desiguales entre sí), resulta ins-cripto en una representación esencialista, rei-ficadora y homogeneizante del letrado. De estemodo, no desarrolla antagonistas o alternativaspara esa figura consagrada como hegemónicay sin contrincantes, algo tosca, sin matices nivariaciones. Rama incluye pocos ejemplos deletradas mujeres. No menciona, por ejemplo,el poema de Sor Juana Inés de la Cruz dondeson criticados justamente los letrados acusa-dores, ni habla de letrados de origen indígenao mestizo, como el Inca Garcilaso de la Vega,ni se detiene en otros letrados y letradas colo-niales que hablaron desde posiciones más am-bivalentes, híbridas, y que escribieron menossumisos al poder que los ejemplos analizadosen el libro.2 El letrado latinoamericano sería,así, menos uniforme –tanto entre pares comocon respecto al mundo que lo rodea– de lo queel libro reconoce, impugnan los críticos.

1 Román de la Campa señala que hasta el año 1999 eranescasos los ecos de La ciudad letrada en el campo crí-tico latinoamericanista norteamericano: apenas seis ar -tículos sobre el libro, donde convivían la celebración conla crítica. Véase Latin Americanism, Minneápolis,University of Minnesota Press, 1999, p. 122.

2 La influencia del libro de Claudio Véliz, The centra-list tradition of Latin America es explícita y ayuda a com-prender una visión desconfiada de los intelectuales, queopone el centralismo autoritario latinoamericano, del cuallos letrados serían un engranaje fundamental, a la pre-sunta apertura liberal anglosajona.

La provocación de La ciudad letrada

Álvaro Fernández Bravo

Universidad de San Andrés / CO NI CET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 185-189

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El libro tuvo un timing poco feliz: se publicóinconcluso poco antes de la explosión del su-balternismo, la crítica feminista, los estudiosqueer y, como la gran mayoría de los estudioslatinoamericanos pensados desde la región(aunque no resulta fácil asignar una locacióngeográfica a la enunciación), ignora los deba-tes sobre la raza al privilegiar la figura de unactor masculino, blanco o mimetizado con laminoría blanca, europeizante y miembro dela élite. Las lecturas críticas del ensayo durantelos años de 1990 abrevan en la doctrina de ladiversidad y la minoría para atacar su catego-ría central: el intelectual latinoamericano.

La imagen del letrado formulada por Ramano deja de resultar paradójica, ya que en tantocontribución al latinoamericanismo y por sucirculación, La ciudad letrada como libro sesitúa en un espacio internacional, intermedio,es producto de los sucesivos exilios de su au-tor e incluso su expulsión de los Estados Unidosrefuerza una idea donde la analogía letrado =ciudad/nación podría ser menos rígida que losugerido en el ensayo. Es decir, existe una ten-sión entre la construcción del letrado como su-jeto de la élite, de espaldas a la ciudad real, yla tradición donde el mismo Rama se inserta,menos dura, estable y arraigada. La genealo-gía de Martí, Darío, Sarmiento, Sílvio Romeroy Vasconcelos es nómade y en conflicto con lacultura oficial y dominante; en sus mejores mo-mentos observa la ciudad desde fuera de ellao en una posición marginal y opositora (el me-jor Sarmiento y el mejor Martí son los que es-criben desde el exilio y enfrentados con los re-gímenes políticos dominantes en sus países).Por esa razón, La ciudad letrada fue leído comoun texto homogeneizante, cerrado, que apelaa un concepto de letrado casi inmutable, acu-sado incluso de deshistorizar y negar varia-ciones a la figura del letrado,3 que conserva

durante casi todo su derrotero los mismos ras-gos recurrentes que Rama le atribuye, marca-dos por el pasado colonial, rasgos jerárquicos,elitistas y alejados de la ciudad real.

Creo sin embargo que para hacer justicia asu argumento habría que leer La ciudad letradano como un libro sino como un manuscritoinconcluso. Román de la Campa lo describecomo un ensayo en el doble sentido de la pa-labra: una prueba (en el sentido de una pruebade imprenta) y una práctica previa a la repre-sentación teatral. Es bastante obvio que los pri-meros tres capítulos están mejor armados (yson también más provocativos) que los últi-mos tres, donde se observan algunos errores.Quisiera entonces pensar la condición in-completa y ‘en progreso’ como uno de los ras-gos que lo definen y lo convierten en un li-bro fructífero: por sus intersticios ingresaronquienes discutieron sus hipótesis, señalarondisensos y abrieron un diálogo crítico que per-mite entender la presencia iterativa del libroen el horizonte de los estudios literarios lati-noamericanos, aun a más de veinte años de supublicación.4 La desacralización de la escri-tura (su demonización, como dice Alonso),percibida como locus privilegiado del poder,resultó una provocación que anticipó hastacierto punto el itinerario del campo en las dé-cadas siguientes.

Las críticas podrían agruparse del siguientemodo: en primer lugar, aquellos que impug-naron la construcción homogénea de la ciudadletrada, cuyas grietas internas, voces oposito-ras y heteronomía resultan aplanadas en el en-

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3 Carlos Alonso, “Rama y sus retoños: Figuring the ni-neteenth century in Spanish America”, Revista de Estudios

Hispánicos, mayo de 1994, pp. 283-291, originalmentepresentado en el congreso de la Modern LanguageAssociation, Toronto, 1993.4 Véanse por ejemplo el libro editado por Mabel Moraña,Angel Rama y los estudios latinoamericanos, Pittsburgh,Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 1997,y el número de Estudios: revista de investigaciones lite-rarias y culturales, Nº 22-23 consagrado a Ángel Ramaeditado por Alicia Ríos, Caracas, Departamento de Lenguay Literatura, Universidad Simón Bolívar, 2003-2004.

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sayo. Dentro de este grupo de críticas se alojauna desconfianza hacia el modelo circular-in-manente (la teoría de los anillos concéntri-cos) que asigna una posición central, radial einvariable al letrado latinoamericano. En se-gundo lugar, los que denuncian la hegemoníade la letra impresa sobre otros discursos disi-dentes no letrados (escritos mestizos, indíge-nas, iconografía, cultura visual y oral, arraba-les de la ciudad letrada, mujeres). Esta críticaproviene de una posición que tuvo auge en losaños noventa, que desconfiaba de la literaturaen tanto instrumento del poder y proponía otrosgéneros paraliterarios (testimonio, crónica, en-sayo, no ficción, artes visuales) como una am-pliación y mutación radical del objeto tradi-cional de la crítica literaria. La literatura fueobjeto de sospecha durante el fulgor de los es-tudios culturales y en este sentido Rama puedeser considerado un precursor involuntario porlas respuestas que su libro despertó. Por último,están aquellas críticas que desconfían del pre-supuesto de la autonomía literaria asociada conla profesionalización que tuvo lugar, segúnRama, durante la modernización finisecular(capítulo IV). Volveré sobre esta perspectivaluego, pero anticipo que como en muchos mo-mentos del ensayo, resulta difícil identificaruna posición nítida de Rama sobre esta cues-tión; la condición inconclusa del texto permiteinferir matices rudimentarios y el problema dela autonomía opera más como un campo de re-flexión sobre la relación literatura-política –ypor ello mismo sería productivo en las nume-rosas contestaciones que generó– que comouna declaración sobre el problema.

A diferencia de Transculturación narrativaen América latina, mucho más citado y dis-cutido por la crítica tanto en América Latinacomo fuera de ella –a pesar de los supuestosde reconciliación racial que subyacen en su ar-gumento–, La ciudad letrada tuvo una fortunalenta pero persistente, y gran parte de las crí-ticas que se le formularon son un terreno dondese puede reconocer el estado de la crítica en

cada momento.5 Es por eso quizá y por los‘huecos’ productivos habilitados en el texto,que el ensayo continúa convocando lecturasque lo discuten y buscan corregirlo o produ-cir un suplemento. Es decir, mi hipótesis es quemuchas de las preguntas por objetos no trata-dos y aspectos metodológicos cuestionados seencuentran ya respondidas (aunque no des-plegadas) en el libro; el ensayo invita a sus lec-tores a polemizar con él e instala una agendaque no ha sido abandonada por completo. Siel libro hubiera sido publicado algunos añosdespués –especulo– seguramente muchas delas ideas en él contenidas, pero no desarrolla-das, habrían anticipado las críticas que luegose le formularon.

Me gustaría detenerme en tres críticas re-presentativas de estos tres disensos: la críticacolonial (Rolena Adorno; objeto), la lecturaposcolonial –el impacto del subalternismo olos márgenes frente al centro privilegiado enel libro– (John Beverley; hegemonía de la le-tra) y el problema de la autonomía –la relaciónliteratura-política (Julio Ramos)–.

En el año 1987 Rolena Adorno publicó unode los primeros artículos que leyó La ciudadletrada a partir de su temprano interés en la li-teratura colonial.6 El campo de la literaturacolonial estaba entonces recibiendo un fuerteimpulso, a partir de la obra de la propia Adornoy de Walter Mignolo. En ese artículo, Adorno,además de celebrar la atención por el objeto –loque indica la sintonía de Rama ante un campoemergente– puntualizaba algunas precisionesdesde la posición de alguien con pericia en elárea. El trabajo de Adorno sobre la obra del cro-nista indígena Guaman Poma de Ayala le im-pedía suscribir ciertas afirmaciones del crítico

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5 Vale recordar la publicación de Transculturación na-rrativa en América latina por Siglo XXI de México en1982; luego fue reeditado por la Fundación Ángel Ramade Montevideo.6 Rolena Adorno, “La ciudad letrada y los estudios colo-niales”, Hispamérica, Año XVI, Nº 48, diciembre de 1987.

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uruguayo que atribuían un poder incontestado,absoluto a la élite letrada en el mundo colonial.Como lo señalaría luego John Beverley, nu-merosos textos indígenas y mestizos que con-testaban la hegemonía letrada desde los bordesde la ciudad habían sido ignorados en el en-sayo. Adorno trabajó en su propia investiga-ción no sólo con el texto escrito –la crónica deGuaman Poma– sino también con la iconogra-fía y los textos indígenas situados en el exte-rior del ejido urbano, que desafiaban el canonletrado y quedaban fuera del interés (o del co-nocimiento) de Rama. La objeción de Adornopuede reconocerse en esta cita:

Al enfocar la relación entre la ciudad le-trada y los marginados por ella, sería fácilconcentrarse en la relación antagonista ydejar de lado las diferencias inherentes delas fuerzas de oposición. Sabemos, sin em-bargo, que la concordia y unanimidad ideo -lógicas no caracterizaban ni la esfera de lasociedad dominante, ni la de la dominada.Por el contrario, el concepto de ciudad le-trada se refiere a un conjunto de prácticasy de mentalidades que no formaban un solodiscurso ideológico, sino que eran polivo-cales (p. 4).

El cuestionamiento apunta sobre todo al bi-narismo monolítico que recorre el ensayo. Sinduda, lo que Adorno extrae de Rama no es tanevidente en el libro. Subraya la necesidad deleer una polifonía de la que La ciudad letradano da cuenta y explorar no sólo la oposiciónentre la ciudad y el mundo exterior, sino la frac-tura interior, los restos no urbanos, semiletra-dos, que convivían y dialogaban con la escri-tura urbana. Al enfocarse casi exclusivamenteen la clase letrada, que todavía en la década de1980 conservaba un prestigio declinante comoobjeto de análisis, Rama desatiende a los in-dígenas (como el mismo Guaman Poma), lasvoces impuras –las lenguas menores que, pa-radójicamente, había leído en su libro anterior,Transculturación narrativa, aunque como ma-

teria manipulada por la cultura alta, integrán-dola en un orden superior. En síntesis, La ciu-dad letrada ratifica un canon que en ese mo-mento comenzaba a ser sometido a unadesconstrucción sistemática. Aunque Rama serefirió a la diglosia (p. 43) como un rasgo de-finitorio de la ciudad letrada, así como atendióbrevemente a la cultura oral, el grafitti, la li-teratura gauchesca, el tango y el corrido me-xicano –todos productos de la cultura popularno elitista– estas referencias tienden a confir-mar las fronteras entre la ciudad y el mundoexterior sin reconocer grietas en el interior dela muralla divisoria y terminan por negar fuerzaa la disidencia crítica (p. 79). El orden letradosiempre acaba por imponerse. El ejemplo deGuaman Poma queda entonces fuera de la ma-triz crítica construida en el libro.

La lectura de John Beverley, aunque titulaun capítulo de su libro “Transculturation andsubalternity: The ‘Lettered City’ and the TúpacAmaru rebellion”, considera La ciudad le-trada como una crítica del concepto de trans-culturación, mucho más problemático que ellibro que nos concierne.7 En rigor, Beverleyreconoce que La ciudad letrada pone de ma-nifiesto el carácter elitista de la cultura impresay lee el libro como una crítica del mucho másequívoco y teleológico –“optimista”– Trans -culturación narrativa. Si la teoría de la trans-culturación suponía una fusión superadora ymodernizante, La ciudad letrada, sólo dos añosdespués, rechaza la síntesis y proclama la per-sistencia de una división irreconciliable. Encierto sentido, Beverley se muestra más incó-modo con la teoría de la transculturación quecon las ideas de La ciudad letrada, porque en-tiende que para demoler el canon primero espreciso construirlo. En este sentido, encuentraque Rama, como Candido, identifica en su li-bro la cultura impresa con la cultura de la élite,

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7 John Beverley, Subalternity and representation:Arguments in cultural theory, Durham, Duke UP, 1999.

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cosa que él mismo había comprobado enNicaragua. Es decir, Beverley rescata crítica-mente el libro a partir de su negatividad. Esavisión pesimista de la letra urbana, aunque in-suficientemente desarrollada debido a su ca-rácter interrumpido, permite reconocer ciertadecepción embrionaria ante la todavía flore-ciente producción cultural urbana, a la que, noobstante, critica y consagra, al no acompañarlade otras manifestaciones culturales no letra-das y no urbanas capaces de desafiar su poder.

Por último, una breve reflexión sobre el pro-blema de la autonomía. Mucho se ha escritosobre esta cuestión en América Latina pero creoque el argumento de Rama ocupa un lugar fun-dador y problemático a la vez. Julio Ramos pa-rece dialogar en forma continua con La ciudadletrada en Desencuentros de la modernidad enAmérica latina. Allí marca disensos, discute lafalta de matices, cuestiona los linajes dema-siado gruesos (Sarmiento y Rodó) y proponerecorridos alternativos. A pesar de sus impug-naciones, el diálogo con Rama resulta un dis-parador indispensable. El centro de su dife-rencia parece ubicarse en el problema de larepolitización y en el impacto de la autonomíasobre el lugar del letrado como hombre pú-blico, posición que el escritor nunca terminade abandonar. En contraste con Rama, el crí-tico puertorriqueño ve el escenario de crecientemarginación asociado con el mercado e iden-tifica también una posición ambivalente frentea la autonomía, que resulta en Martí perseguiday rechazada al mismo tiempo, deseada y te-mida, fundamentalmente por la pérdida de po-der que conlleva, y por el peligro de despoli-tización que entraña. Así, el surgimiento denuevas oportunidades profesionales no apa-cigua la avidez de intervención pública, tansólo cambian los recursos y efectos de esa in-tervención. La poesía convive con el perió dico

y la emergencia de un mercado laboral indicaun nuevo estadio de la relación entre mundointe lectual y mundo político. Pero también aquíRama, a pesar de lo sinuoso de su argu mento,se anticipa al plantear una crítica del mismotenor al concepto de literatura pura de Hen -ríquez Ureña (cap. V). No obstante, el desin -terés de La ciudad letrada por la marginalidadinterna o externa, por la barbarie, y su vindi-cación del ingreso de las clases medias en laciudad como prueba de la apertura demuestranlos límites de su proyecto intelectual.

La fragmentación y la heterogeneidad, encontraste con la recurrencia y unidad del letradode La ciudad letrada, marcan un disenso quesin embargo resulta insuficiente para negar ladeuda de Ramos con La ciudad letrada. Unadeuda que proviene, como en los casos ante-riores, más del desvío que de la sucesión. Laidea de la cultura latinoamericana como tota-lidad contradictoria que Antonio Cornejo Polarenunciaría algunos años más tarde, y que Ramaevita pero que sin embargo también se insinúaen su ensayo, es la última estación de la pro-vocación polémica que el libro despertó en tantoestudio de la corporación letrada y su compli-cidad con el privilegio. Acaso la degradaciónincontenible de las condiciones de vida urbana,la irrupción de la violencia y la marginalidaden su seno, tal como las reconoció Sarmientoen el siglo pasado, y como las vemos repre-sentadas hoy en el cine y en la literatura, habi-liten una nueva instigación para continuar in-terrogando la relación entre la cultura y susbordes. Esos bordes acaso demasiado imper-meables y duros en la visión de Rama, que seencuentran dentro de la ciudad y también fuerade ella, o incluso en sus fronteras internas, aque-llas que alojan lo que resiste a ser asimilado porseducción de la letra escrita y la desafía, irre-ductible, desde adentro de sí misma. o

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La ciudad letrada abreva en uno de los tópi-cos más invocados por el antiintelectualismo:la connivencia del intelectual con el poder.Pero como intentaremos mostrar en esta breveintervención, este argumento no se proponeanular el protagonismo intelectual, sino por elcontrario reafirmarlo. Según Rama, en sus múl-tiples metamorfosis históricas, el letrado haasumido en América Latina la impugnable ta-rea de servir y a la vez reproducir el poder.Actividad que se arroga por la posesión de unmonopolio y su simultánea sacralización: la dela letra en medio de una sociedad analfabeta.Es así como aquellos que deberían ser agen-tes de cambio –los intelectuales– aparecen aso-ciados con la tradición en una región asoladapor perennes desigualdades. La letra y sus eje-cutantes tienen además la concomitante fun-ción de asfixiar la heterogeneidad cultural.Lo otro, lo híbrido, lo subal terno, lo rural –lo“oral” en la terminología del uruguayo– quedapor lo tanto encor setado en los moldes dise-ñados por una élite culta, que es por antono-masia urbana. El antiintelectualismo de Ramase funda en la creencia en la omnipotenciatransformadora de la letra: el intelectual es ca-paz de “arrasar” con todo aquello que seoponga a su hegemonía.

Rama observa los “abusivos privilegios” delletrado como una constante tanto históricacomo regional, tesis que se sostiene en la laxa

definición de letrado que el autor invoca (p. 62).El letrado es –en un axioma rayano en lo tau-tológico– el “ejercitante de la letra” (p. 37). Laciudad letrada está compuesta entonces por una“pléyade” de actores que tenían tan sólo comoúnica peculiaridad común una destreza: la de“manejar la pluma” (p. 32). No es sino el ca-rácter poco específico, binario y de endeblehistoricidad intrínseco a esta definición de le-trado el que permite a Rama proponer una inal-terable relación entre el poder y el intelectual.A lo largo de los años, las décadas e inclusolos siglos, hay un rasgo que caracteriza a la ciu-dad letrada de Rama: su capacidad de re-constituirse, sabiendo aprovechar “en su pro-pio beneficio” las condiciones creadas por loscambios sociales que se van sucediendo (p.64). Esa habilidad para permanecer a travésdel tiempo y las transformaciones se funda,ante todo, en la tendencia que (aun cuando sepresente en algunos casos recubierta de espí-ritu crítico) lleva a los letrados a “ponerse alservicio” de los poderosos de turno (p. 65). Asísea en las revoluciones de la independencia acomienzos del siglo XIX o en ocasión de laReforma Universitaria, más de cien años des-pués, el modelo de comportamiento desple-gado por los intelectuales se reproduce “conescasas variantes” (p. 63). Impulsados por lafrustración que generaba la insuficiencia de es-pacios, los nuevos grupos sociales en ascenso

Reproches y anhelos del antiintelectualismo

Flavia Fiorucci e Inés Rojkind

Universidad Nacional de Quilmes

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 191-193

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(criollos en 1810, jóvenes de clases mediasen 1918) aspiraban a realizar una “sustituciónde equipos” (p. 65), es decir, a ocupar ellostambién, una vez desplazados los antiguos mo-nopolizadores de cargos y profesiones, un “si-tial junto al poder” (p. 126).

Al igual que ocurre con otras característi-cas distintivas de la ciudad letrada, los oríge-nes de ese paradigma –como lo denominaRama– pueden remontarse a la época de la co-lonia, pero es en el contexto de las revolucio-nes independentistas cuando cristalizan demodo definitivo los contornos de una conductaletrada signada por el afán de infiltrarse en elpoder. Y es también entonces que se patenti-zan las consecuencias que tal modelo acarreay que habrán de reiterarse de ahí en más, acom-pañando las mutaciones experimentadas porlas sociedades latinoamericanas en el siguientesiglo y medio. Indefectiblemente, las expec-tativas y los afanes de los intelectuales termi-nan por convertirse en un obstáculo que inhibeel pleno desenvolvimiento de las potenciali-dades más radicales (democratizadoras e igua-litarias) contenidas en los procesos de cam-bio social.

La perspectiva de Rama se articula alrede-dor de una postulada continuidad que requiereser sometida a revisión. Tal como demuestraJulio Ramos, la relación ambigua que a lo largodel siglo XIX y hasta entrado el siguiente man-tuvieron las letras con la política es algo quedebe ser explicado e historizado. No se tratasólo y siempre de la preeminencia de los víncu -los con el poder. Así caracterizada, la figuradel letrado pierde densidad analítica y si bientiene el mérito innegable de subrayar un as-pecto específico del campo literario en AméricaLatina (como lo es, en términos de Ramos, laimposibilidad de su completa autonomizaciónde la política), dificulta la comprensión de lasrazones que, en cada momento, produjeron talimposibilidad, así como de los alcances quetuvo en las diversas épocas. La relación entreintelectuales, poder y política no se mantuvo

inalterable. El escritor moderno del novecien-tos no puede ser equiparado, desde esa pers-pectiva, con el letrado de las décadas que si-guieron a la independencia. El lugar que unoy otro ocupaban respecto del Estado y de laélite dirigente era diferente, como lo eran tam-bién –por eso mismo– el significado, la fun-ción social y las vías de legitimación que po-seían las letras y la literatura.1

La figura del letrado propuesta por Ramano sólo carece de espesor histórico, sino quese funda en una oposición artificial: lo oral ylo escrito. La “ciudad letrada” ejerce según esteautor una suprema hegemonía que termina pordesintegrar “las culturas rurales” (vehículos delo oral) con sus “pautas educativas” (p. 71). Elletrado sólo parte al encuentro de ese mundo(el de la oralidad) cuando, animado por inte-reses “científicos”, se aboca a “recoger [susvestigios] en el momento de su desaparición”y “celebra mediante su escritura su responso fi-nal” (p. 71). Incorporación y aniquilación sonlas caras de un mismo proceso –el de cons-truir la nación– que adolece en la lectura deRama de tensiones y/o resistencias. Unos y otrosestán dotados en esta oposición binaria de unahomogeneidad que sorprende. Si lo escrito sepropone y consigue con eficacia desmantelarlo oral, la oralidad se somete pasivamente alsometimiento del imperio de la letra. La in-maculada impermeabilidad y hegemonía de laletra que Rama nos propone borra las especi-ficidades de la modernización latinoamericana,donde lo “otro” se cuela y pervive aún en la po-tencia rectificadora del proyecto civilizatorio.

El antiintelectualismo de Rama no es esen-cialista, no es hostil a la vida espiritual o a lafigura del intelectual per se. Tampoco es el pro-ducto de una figura marginal dentro del campoen busca de reconocimiento. Las diatribas de

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1 Julio Ramos, Divergent modernities culture and poli-tics in nineteenth century Latin America, Durham, DukeUniversity Press, 2001, pp. 58-62.

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Rama contra los cultos se entienden mejor comocorolario de una desilusión coyuntural. La ciu-dad letrada es un libro en el que, pese a su frá-gil historicidad, la marca temporal no está au-sente. Por el contrario, el texto –como advierteGonzalo Aguilar– remite a la presencia de uncontexto de enunciación: el de la crisis de la de-mocracia latinoamericana.2 La década de 1970,signada por los golpes autoritarios, desmintióel voluntarismo planificador del (hasta el en-tonces vigente) ideal desarrollista. La reali-dad cuestionaba la ideología del progreso, laidea de modernidad misma, y hacía ineludi-ble interrogarse sobre la responsabilidad dequienes habían colaborado para construir y/olegitimar ese orden social desea ble. Para Ramano había dudas: el triunfo de la ciudad letradahabía significado el necesario fracaso de todoproyecto en verdad revolucionario. ¿Cómo sa-lir de las coartadas inventadas por los letrados?¿Cómo construir una praxis intelectual capaz

de superar las trampas impuestas por el impe-rio de la letra? El trabajo de Rama va perdiendoen especificidad y ganando en abstracción ensus páginas finales, por lo que es difícil en-contrar una respuesta taxativa a este interro-gante. Si es factible vaticinar que al intelectualcómplice lo sucederá el intelectual revolucio-nario, como de hecho asume Rama, ello úni-camente ocurrirá una vez que sean invertidaslas lealtades de La ciudad letrada. Liberadode sus ataduras con el poder, el nuevo inte-lectual deberá elaborar “modelos de discur-sos pero para la participación de las mayoríasy no para su sujeción”.3 En un obvio corola-rio, los reproches antiintelectuales contienenun programa para los cultos: aquello que laletra había estrujado (lo oral) debía ahora, através de la misma letra, ser rescatado. Vemosque el recorrido de Rama se cierra finalmentereafirmando el rol prominente del letrado, sincuya intervención no hay transformación so-cial posible. o

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2 Gonzalo Aguilar, “Ángel Rama y Antonio Candido: sa-lidas del modernismo”, en Raúl Antelo (ed), Cándido ylos Estudios Latinoamericanos, Pittsburgh, Universidadde Pittsburgh, 2001, pp. 69-94.

3 Pablo Rocca, “Notas sobre el diálogo intelectual Rama/Candido”, en Antelo (ed.), Candido…, op. cit., p. 61.

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Uno de los problemas de La ciudad letradade Ángel Rama podría ser planteado a partirde la antigua disputa entre los estudios tex-tualistas y los estudios más sociológicos de laliteratura. Una atención más detenida al textomismo –podría proponer este planteo dicotó-mico–, al tipo de construcción y de legitimi-dad que los letrados construyeron en sus tex-tos, podría haber hecho que La ciudad letradano perdiera la especificidad de las propias prác-ticas de los intelectuales en una concepción de-masiado homogeneizadora sobre el lugar delos mismos en distintos momentos de la his-toria latinoamericana, ni desconociera la acti-vidad de algunos letrados que funcionaron porafuera de esa fortaleza de poder que fue la ciu-dad letrada. Sin dudas, algo de eso hay, y qui-zás el mayor éxito de lectura que tuvo La trans-culturación narrativa de América latina sedeba, no tanto a la formulación de un conceptoteórico que tendría múltiples usos –aunque tam-bién críticas– para el análisis de las culturas la-tinoamericanas, porque de hecho también elconcepto téorico de los letrados y de la ciu-dad letrada ingresó en múltiples formulacio-nes, sino al análisis detenido y productivo, ex-haustivo y no meramente fragmentario, dealgunos textos fundamentales del canon lati-noamericanista.

Esa vieja disputa, sin embargo, parece unpoco pobre para apreciar tanto las ventajas

como las virtudes del texto de Rama. Y qui-zás hasta habría que proponer que fue la mismaLa ciudad letrada uno de los textos funda-mentales que formó parte de la gran masa detextos de crítica literaria latinoamericanista quepuso, junto con otros, bajo una luz de sospe-cha esa polaridad. Porque la elaboración delconcepto de ciudad letrada le permite a Ramainsertar los textos –es cierto que demasiado po-cos, y es cierto que desde una visión, por mo-mentos, un tanto generalizadora– en una tramacultural más amplia que los explica y a la queellos mismos explican y a su vez problemati-zan: El periquillo sarniento de FernándezLizardi o Primero Sueño de Sor Juana ingre-san en su texto como receptáculos y cataliza-dores de conflictos que son culturales antes quetextuales, y que encuentran en esos escritos nosólo el sitio de su manifestación –su archivo–,sino también un espacio productivo de ideo-logías y de transformaciones. Y la gran ven-taja que esta perspectiva trae para el análisiscultural es que permite distanciarse de las au-topercepciones producidas por los propios in-telectuales: de allí, también, el fuerte anti-in-telectualismo de la mirada de Rama.

Entiendo por lo tanto que esa vieja disputaentre textualistas y sociológicos, por un lado,ha sido exitosamente resuelta en algunos en-sayos de crítica literaria que con magistral equi-librio han logrado iluminar zonas de la cultura

El árbol y el bosque: La ciudad letrada

y su concepto de poderFlorencia Garramuño

Universidad de San Andrés / CO NI CET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 195-197

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latinoamericana hasta entonces en sombra gra-cias al análisis de textos y poemas desde unaperspectiva hasta cierto punto similar –si to-mamos en cuenta sólo esa pretensión de in-sertar el texto en una trama cultural– a la pre-tensión culturalista de Rama. Y, además, queresuelve en una dicotomía metodológica algoque sin embargo no es del orden de la meto-dología –que se analice más, o menos, el texto–sino de los principios teóricos en los que esemétodo se sustenta.

La por momentos excesiva homogeneiza-ción de experiencias y textos disímiles y sudesconocimiento de las diferencias que atra-viesan esas culturas y se rebelan frente al prin-cipio homogeneizador no deriva en La ciu-dad letrada tanto de que analiza muy a vuelode pájaro los textos de esos intelectuales cu-yas posiciones sociales quieren verse refle-jadas en sus textos, sino de una concepcióndel poder, y de la relación entre intelectualesy poder, por momentos demasiado rígida yestática.

Es precisamente esa relación entre intelec-tuales y poder la que Rama se propone estu-diar –siguiendo en esto una larga tradición deanálisis de los intelectuales, impulsada sin dudapor el concepto mismo de intelectual comoun concepto claramente ligado con el poder yla política desde sus primeras formulaciones–.Esa delimitación de su estudio se manifiesta,en primera instancia, en su definición del con-cepto de ciudad letrada. Dice Rama, en su yaclásica definición:

En el centro de toda ciudad, según diversosgrados que alcanzaban su plenitud en lasciudades virreinales, hubo una ciudad le-trada que componía el anillo protector delpoder y el ejecutor de sus órdenes.1

No sólo en esa formulación la relación con elpoder es definitiva, sino que sobre todo es ellamisma definida: se trata de una relación entreintelectuales y poder en el que éstos se definencomo protectores y ejecutores de las órdenesdel poder. No se trata de una relación simplistay determinista, sin embargo: Rama complejizaun poco la cuestión y propone una relación másfluida entre intelectuales y poder, proponién-dose investigar también los circuitos y las ins-tituciones de poder que los mismos intelec-tuales crearon e imaginaron.2 La concentraciónen esa relación pauta, también, la estructura-ción de los capítulos del libro y se convierteasí en el que podría denominarse el principiohistorizador de La ciudad letrada: de la ciu-dad escrituraria a la ciudad revolucionada, loque se persigue es la forma en la que va ma-nifestándose de maneras diferentes esa rela-ción entre intelectuales y poder, y el poder delos intelectuales. En todos estos casos, Ramaprivilegia lugares positivos del poder –la par-ticipación de los letrados en el Estado, la uni-versidad, las instituciones educativas– por so-bre otras formas de circulación del poder delas ideas, más dispersivas y tal vez menos per-ceptibles a primera vista.

Desde esta concepción teórica del poder, unode los problemas que surgen del texto de Ramasi se lo piensa como una historia de los intelec-tuales no es simplemente que se centra en ellugar social del intelectual o letrado con res-pecto al poder, desconociendo ciertas estrate-gias textuales que, en determinados momentos,y a pesar de la participación de esos letradosen esas estructuras positivas del poder, podrían

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1 Ángel Rama, La ciudad letrada, Hanover, Edicionesdel Norte, 1984, p. 25.

2 Cf. La ciudad letrada, op. cit., p. 30: “Con demasiadafrecuencia en los análisis marxistas, se ha visto a los in-telectuales como meros ejecutantes de los mandatos delas Instituciones (cuando no de las clases) que los em-plean, perdiendo de vista su peculiar función de produc-tores, en tanto conciencias que elaboran mensajes, y,sobre todo, su especificidad como diseñadores de mo-delos culturales, destinados a la conformación de ideo-logías públicas”.

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llegar a minar ese poder. No es sólo que inte-lectuales asociados con el Estado pudieron a pe-sar de sus acciones estatales negociar en sus tex-tos operaciones que podrían haber ido en contrade ese poder, sino sobre todo que desde estaconcepción teórica se desconoce el poder deciertas ideas producidas por intelectuales –o es-critores, o artistas– al margen del Estado y desus instituciones; ideas que sin embargo ad-quirieron un poder muy fuerte en las culturasde sus épocas, quizás no tanto visibles en sí mis-mas en el momento mismo de su gestación, perosí en la incidencia que éstas tuvieron en otrosintelectuales y artistas o en la definición de unclima cultural e ideológico. Dos ejemplos máso menos contemporáneos: la importancia deMacedonio Fernández y sus ideas para las ela-boraciones posteriores de Borges y de la van-guardia argentina de los años 1920, y la genialcristalización de un modernismo antimodernistaen Lima Barreto, que se manifestó, también,más allá de él mismo y que supo condensar, ade-más, toda una larga tradición de crítica a la mo-dernidad que formó parte importante de la cul-

tura brasileña moderna desde por lo menos fi-nes del siglo XIX.3 El gran riesgo, entonces, esperder de vista cómo el poder –estatal o cultu-ral– se construye también a partir de esas otrasposiciones e ideas marginales, y perder de vistael funcionamiento a menudo dispersivo y frag-mentado de las ideas y del poder.

Esa limitación, sin duda de grandes conse-cuencias en el texto de Rama, no debe ser con-fundida con una limitación metodológica; per-cibir mejor sus orígenes teóricos puede llegara ser importante en el momento de pensar unahistoria de los intelectuales latinoamericanos,no sólo para reflexionar sobre qué otras zo-nas deben ser incorporadas, sino también parapoder recuperar el legado de Rama de una ma-nera productiva. o

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3 Uno de los clásicos de la cultura latinoamericana –ci-tado por el propio Rama–, Os Sertões de Euclides DaCunha, condensa de forma luminosa esta autocrítica re-flexiva de la propia modernidad a algunos de sus princi-pios fundadores.

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¿En qué medida La ciudad letrada de ÁngelRama desarrolla una perspectiva excesivamentereproductivista del papel de la élite letrada?¿Qué espacio queda entonces, en ese texto, paraexplicar las prácticas letradas que resisten, al-teran y/o anulan la hegemonía? Y por último,¿cómo interpretar las contradicciones de la pro-pia escritura de Rama, que ensaya hipótesis di-versas (cuando no opuestas) en dos textos–como La ciudad letrada y Transculturaciónnarrativa en América Latina–,1 producidos enel mismo período? Nuestras notas indagan entorno de estos interrogantes, buscando ilumi-nar algunas tensiones teóricas.

Es evidente que una hipótesis central enLa ciudad letrada consiste en sostener que losletrados juegan un papel imprescindible en lareproducción del orden social y político, for-jando un espacio cultural que acompaña y re-fuerza el poder de la clase dirigente. ParaRama, la élite letrada latinoamericana desa-rrolla una relación doble, de dependencia perotambién de reproducción respecto del poder.Ese vínculo, que se origina en la conquista yse consolida en la colonia, se mantiene a lolargo de la historia del continente.

El grafo- y el urbanocentrismo constituiríanlos trazos centrales de esa praxis reproductiva.

La ciudad letrada –que se autorrepresenta comouna suerte de clase sacerdotal consagrada aldominio de los signos–2 se reproduce a símisma y juega un papel central en la repro-ducción del poder, en la medida en que, ejer-ciendo papeles políticos y culturales funcio-nales a las clases dirigentes, interviene en laarticulación de diversos discursos y prácticasde teatralización de la dominación.

En especial, Rama sostiene que en AméricaLatina los letrados son funcionales al poderdesde la fundación de las primeras ciudades,donde el diseño de los planos urbanos en da-mero permite concretar el deseo de un orden,espacializando “plenamente” la rígida jerarquíasocial. Rama advierte que el letrado juega unpapel clave no sólo en la posesión del terri torioo en la fundación de ciudades, sino tambiénen la dominación de los actores subalternos, gracias a la ventaja que le otorga el dominiode la palabra escrita en una sociedad ses gadapor el analfabetismo. La concreción de utopíasurbanas fundadas en el racionalismo clásico–ya más difícilmente realizables en las ciuda-des europeas–, y la disposición de territorios en-teros o de grandes masas sociales por el poderperlocucionario de la escritura, permitiría a los

1 Véase Ángel Rama, Transculturación narrativa enAmérica Latina, México, Siglo XXI, 1987.

2 Para Rama, en ese carácter “sacerdotal” del grupo le-trado resuenan tanto el origen eclesiástico del mismo comola autoidentificación con el supuesto desinterés material.

Desdoblamientos especulares

Alejandra Mailhe

Universidad Nacional de La Plata / CONICET

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 199-203

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letrados concebir el continente americano comoun espacio utópico privilegiado donde el or-den teórico de los signos o el de la ideología po-drían imponerse sobre la realidad material.Aunque esa fantasía es exacerbada por el pen-samiento barroco, Rama sugiere que persistecomo un fuerte trazo de la mentalidad de las éli-tes intelectuales a lo largo de la historia deAmérica Latina. En este sentido, Rama concibeimplícitamente al letrado barroco como un mo-delo paradigmático que lleva al límite el idea-lismo típico del elitismo letrado. Y explorandocríticamente las raíces de ese idealismo, Ramadescubre sutilmente un origen posible (en elAbsolutismo monárquico y en la ideología ba-rroca) para las conceptualizaciones recurren-tes de América Latina como el territorio por an-tonomasia en el que se plasma la fantasía elitistade una suerte de omnipotencia de los signos.

Ahora bien, además de señalar críticamentela confianza letrada en el poder de lo simbólicocomo instrumento de dominación, Rama nodeja de ser él mismo un letrado culturalista ins-cribiéndose así en esa tradición de pensamientoletrado, al confirmar la eficacia de la creenciaen el poder de los signos. Lejos de ser una con-tradicción teórica, creemos que esta situaciónpermite entender las torsiones que ensaya Laciudad letrada para no caer en una simplifica-ción del proceso complejo de dominación cul-tural. Meditando implícitamente sobre el papelde la ideología en la construcción social de larealidad, contra lo que postularía una perspec-tiva marxista más mecánica, Rama critica elmodo en que lo simbólico ha formado partede la ideología hegemónica, pero al mismotiempo no deja de reconocer el modo especí-fico (y la eficacia) con que lo simbólico inter-viene moldeando lo real, en una relación de in-terdeterminación. Así, la crítica a la ciudadletrada rompe con el contenido elitista perono con esa suerte de “fe barroca” en el poderde los signos. Y en este punto La ciudad letradase distancia sutilmente del ensayo previo deJosé Luis Romero –y base del de Rama–,

Latinoamérica: las ciudades y las ideas,3 puesaquí Romero problematiza menos la relaciónentre base material e ideología, dejando entre-ver, en sus ejemplos extraídos del campo de lacultura, hasta qué punto presupone una rela-ción de determinación más transparente y uni-direccional de la primera sobre la segunda.

En La ciudad letrada ese juego de legitima-ción recíproca entre poder político y ciudad le-trada (y entre centro metropolitano y periferiacolonial) recorta por contraste una exterioridadextremadamente polarizada: la de los sectorespopulares urbanos y rurales, poseedores de cul-turas populares predominantemente orales y –entanto que dominadas– marcadas por altos ni-veles de fragmentación y heterogeneidad.

En este aspecto Rama vuelve a mostrarseatento a las mediaciones que hacen a la es-pecificidad de la dominación cultural, puesdesde su perspectiva esa fractura social se re-fracta de manera particular en el orden dellenguaje, a través de la diglosia que contra-pone una lengua culta escrita y basada en lanorma peninsular, frente a las muy diversasoralidades populares, sesgadas por la mezcla,la fragmentación y la inestabilidad típicas delas manifestaciones devaluadas. En el abordajede esta cuestión reaparece la tensión irresuelta,ya señalada, entre continuidad y ruptura delelitismo letrado: por una parte, Rama advierteque por siglos la pertenencia a la clase diri-gente se mide tanto por la posesión de bienesmateriales como por el manejo de la lengua pe-ninsular (índice relevante del prestigio de laalta cultura europea), y que la ciudad letradaasume una actitud purista y defensiva frente alas amenazas de contaminación cultural de laplebe urbana y de las poblaciones rurales, es-pejando así en el orden lingüístico las estrate-gias de exclusión que consolidan el disposi-tivo de control social. Sin embargo, Ramatambién admite que ya en la colonia emerge,

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3 Véase José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudadesy las ideas [1976], Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.

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entre los letrados hispanoamericanos, una vo-luntad creciente de diferenciación cultural res-pecto de la metrópoli, obligando a que éstosejerzan una clara función de mediación cul-tural, incluyendo materiales populares en eldiscurso dirigido a las élites. Esta incipienteapertura “americanista” preanuncia el modelomoderno del intelectual transculturado talcomo lo concibe el propio Rama en Trans -culturación narrativa en América Latina, eimplica el reconocimiento del modo en queciertas producciones barrocas (como las deJuana Inés de la Cruz o Sigüenza y Góngora),y posteriormente románticas (como las de Joséde Alencar en sus ficciones indianistas) ini-cian una tibia desjerarquización lingüística ycultural. Rama también percibe esa lenta de-mocratización de lo simbólico en la primeramitad del siglo XIX, a partir de la emergenciade una narrativa destinada al público popular(bajo el modelo paradigmático de Fernándezde Lizardi) o a través de los proyectos de re-forma de las lenguas americanas (como en loscasos de Simón Rodríguez, Domingo F.Sarmiento o José de Alencar). Es evidente queen estas propuestas –que buscan suturar lasfracturas entre escritura europea y oralidadespopulares/americanas– radican para Rama losgérmenes de las operaciones transculturado-ras “desde arriba” que explora él mismo enTransculturación narrativa… Pero el ensayistano explicita en La ciudad letrada ese linaje,que habría llevado a reconocer en qué medidala reproductividad supone el ejercicio de unalibertad creativa capaz de suscitar también ladisidencia o incluso la contrahegemonía.4 SiRama confirma el peso de lo simbólico sobreel orden material, ¿por qué subestima la de-sestabilización ideológico-política de los pro-

yectos lingüísticos que desjerarquizan los po-los diglósicos, buscando romper con el elitismopolítico y cultural? En ese sentido, La ciudadletrada vuelve a caer en la trampa de una crí-tica ideológica de la ideología.

También frente a la modernización de fi-nes del siglo XIX Rama asume una perspec-tiva escéptica, pues subraya que la amplia-ción de la ciudad letrada y su incipienteautonomización sufren el contrapeso de losnuevos lazos de dependencia respecto del po-der. Así, por ejemplo, si la creación de lasdiversas academias de la lengua en entresi-glos constituye un nuevo repliegue de la ciu-dad letrada ante renovadas amenazas de con-taminación cultural, incluso la ReformaUniversitaria es pensada como una mera re-novación generacional más que como unatransformación profunda de las pautas que ri-gen el elitismo letrado.

Esas irresoluciones teóricas del ensayo seagudizan en los capítulos finales, tanto por elinacabamiento del texto como por la presiónde las historias personal y colectiva más re-cientes, elementos que parecen incidir en lamayor dificultad del ensayo para explicar lasaporías que atraviesan los populismos políti-cos y culturales en las últimas décadas abor-dadas por el texto (las de 1960 y 1970).

Frente a la perspectiva continuista asumidapor La ciudad letrada, en Las máscaras de-mocráticas del modernismo Rama concebíala modernización de entresiglos como una ins-tancia capaz de quebrar en parte el elitismoletrado, modificando las reglas del campo cul-tural para democratizarlo.5 En Transculturaciónnarrativa… sugiere incluso que las obras pos-teriores de José María Arguedas, José CarlosMariátegui, Mário de Andrade o GuimarãesRosa (a su vez inspirados en la hibridez ex-trema de las culturas coloniales) devienen ver-daderos “puntos de llegada” que retoman,

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4 Ese vínculo ha sido explicitado luego con detalle porotros críticos contemporáneos. Véase por ejemplo la“Introducción” de Jorge Schwartz a Las vanguardiaslatinoamericanas. Textos programáticos y críticos [1991],México, FCE, 2002.

5 Véase Ángel Rama, Las máscaras democráticas delModernismo, Montevideo, Arca, 1986.

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ahondan y resuelven algunos de los proyec-tos sincretizadores ensayados por los letradosdisidentes del siglo XIX. Como se sabe, en esteúltimo texto Rama sistematiza y expande elconcepto de “transculturación” heredado delContrapunteo cubano del tabaco y el azúcarde Fernando Ortiz, aplicándolo ya no al con-tenido de prácticas y discursos gestados a lasombra de la colonización cultural, sino a cier-tos procedimientos formales por medio de loscuales esa transculturación se tematiza en lasobras de arte culto. Así, considerando variasobras producidas por intelectuales latinoame-ricanos de vanguardia, Rama teoriza sobre elmodo en que las estructuras narrativas, las cos-movisiones, las concepciones del tiempo y delespacio, los registros lingüísticos y los suje-tos de enunciación –entre otros elementos–aparecen sesgados por la transculturación. Así,por ejemplo, para Rama las ficciones trans-culturadas no sólo recuperan sustratos míticoslatentes, sino que también reconstruyen los me-canismos mentales generadores del pensa-miento mítico. En la lengua, en la estructuraliteraria y en la cosmovisión, los productos queen general resultan de esos contactos cultura-les no pueden asimilarse ni a las creaciones ur-banas anteriores ni al regionalismo, al tiempoque absorben largos procesos previos de mes-tizaje cultural. En este sentido, las produccio-nes del siglo XIX que intentan abrirse inci-pientemente a la transculturación funcionanaquí como anticipaciones de las síncresis rup-turistas operadas luego por la vanguardia.

Sin desconocer las críticas que pueden efec-tuarse a Transculturación narrativa…, y es-pecialmente la torsión conceptual a la que essometida la noción de “transculturación”,6

mientras en este texto Rama subraya la rupturaideológica de los textos transculturados, en Laciudad letrada, aunque percibe algunas ins-tancias de quiebre que jaquean desde adentroel elitismo letrado, obtura la concepción de unateleología conducente a su superación. En esteensayo los apartamientos o los atentados con-tra la norma euro- y grafocéntrica irrumpencomo estallidos esporádicos, continuamenteneutralizados por el restablecimiento del or-den hegemónico.

En la elaboración de esta perspectiva nega-tivamente continuista tal vez juegue un papelimportante la combinación de las variables le-trada y urbana puestas en juego al definir su no-ción de “ciudad letrada”. En este sentido, sinponer en cuestión la naturaleza eminentementeurbana del letrado, puede pensarse que Ramapotencia el etnocentrismo intelectual al desta-car también su urbanocentrismo, detectando ladebilidad de perspectivas letradas y urbanas nourbanocéntricas, en contraste con otras tradi-ciones culturales, como el trascendentalismonorteamericano (que él mismo cita en La ciu-dad letrada) o la síntesis integradora entre in-terior y ciudad en las obras de los escritorestransculturados abordados en Transculturaciónnarrativa… (en este sentido, tal vez la lec-tura de Latinoamérica: las ciudades y las ideasde José Luis Romero deje huellas profundasen la escritura de Rama, más allá de las citasdel ensayo argentino o incluso de la recupe-ración de algunas de sus principales hipóte-sis, pues también Romero reconoce la conti-

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6 De hecho, uno de los aspectos más cuestionados en esteensayo se refiere al modo en que Rama tiende a reducirla heterogeneidad de las culturas latinoamericanas a unsolo sistema literario culto, olvidando los sistemas quese sitúan al margen de la modernización. En esta direc-ción, pueden hacerse varias observaciones críticas al modoen que recrea el concepto orticiano de “transculturación”.

Así por ejemplo, Cornejo Polar cuestiona la extensiónexagerada del término en la teoría de Rama, al extrapo-lar al campo de la alta cultura el concepto originalmentepensado para dar cuenta de las respuestas producidas“desde abajo” frente a la dominación cultural, lo que con-duciría a reducirlo a una mera variación de la categoríade “mestizaje”. Véase Antonio Cornejo Polar, “Mestizajee hibridez: los riesgos de las metáforas”, Humanitas, AñoXXI, Nº 27, Facultad de Filosofía y Letras, UNT, 1995.

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nuidad histórica de la contraposición entre ciu-dad e interior, que deviene en la cristalizaciónde dos ideologías opuestas plasmadas en la di-cotomía “civilización” vs. “barbarie”).

Si en La ciudad letrada Rama focaliza elvínculo del mundo letrado con el poder, ob-serva con poco detalle la especificidad de lasproducciones culturales, ya que no se detieneen el análisis en profundidad de la ideologíacontenida en los textos citados. Aunque sincaer en una reducción de los discursos a me-ros reflejos de la estructura –lo que sería im-posible dada la aguda perspectiva crítica deeste autor–, el ensayo no resuelve una cuestióncentral que se sitúa en un punto de clivaje en-tre la historia de las ideas y la historia intelec-tual: el problema de cómo articular producti-vamente un análisis de la praxis de los letradosen los campos cultural y político con un aná-lisis de los propios textos, respetando la espe-cificidad de esos objetos culturales para que,sin desconocer las mediaciones que intervie-nen entre los órdenes extra- e intratextual, am-bos se iluminen recíprocamente.

Frente al enfoque ideológico-político de Laciudad letrada, en Transculturación narra-

tiva… Rama sí enfatiza el análisis de los con-tenidos estéticos e ideológicos implícitos en uncorpus específico de textos; frente a la longuedurée postulada en La ciudad letrada (que aca-rrea el riesgo evidente de cristalizar ciertas ca-tegorías conceptuales –como la de “letrado”–,volviéndolas transhistóricas), aquí la diacro-nía es acotada a la tensión entre regionalismoy vanguardia en la primera mitad del siglo XX.

Al definir una historia de la “ciudad letrada”(que para Rama es también necesariamente unahistoria del vínculo problemático de la élite le-trada con los sectores populares y sus cultu-ras “heréticas”), Rama enfrenta la dificultadteórica de explicar la tensión entre reproduc-ción y puesta en crisis del orden del poder. Elproblema no es resuelto, pero la solución pre-caria que parece adoptar, conscientemente ono, consiste en separar los movimientos anti-téticos en dos escrituras polarizadas que se es-pejan y repelen recíprocamente. Desde esepunto de vista, La ciudad letrada es ilegiblesin la complementariedad conflictiva de Trans -culturación narrativa…, aunque ese desdo-blamiento especular cuestione los límites de launidad de la obra. o

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Precisar los nítidos contornos del contenido deun libro inconcluso es siempre ardua y dubi-tativa tarea. Sobre todo cuando los años hansido inclementes con los valores, creencias yesperanzas ideológicas que lo animaban y leimprimían un sentido. La ciudad letrada, esemagnífico libro de Ángel Rama que, como Elespejo de Próspero de Richard Morse, defi-nió un momento muy específico de la refle-xión académica acerca del lugar de los inte-lectuales en América Latina, de su relación conlas vísceras constitutivas de sus sociedades yde los modos en que el poder las configurabay reconfiguraba, ha envejecido mal. Libro in-completo debido a la prematura muerte de suautor, es también un libro cuyos argumentoscentrales han sido erosionados por la tormentaincesante de la historia. Conviene por ello ha-cer el esfuerzo por recuperar el sentido quetuvo en el momento de su aparición, y anali-zar ese sentido a la luz de nuestra propia si-tuación contemporánea.

La metáfora central de la ciudad, habitadapor resonancias de profundo impacto simbó-lico desde la antigüedad clásica en adelante–ya que la civitas de los romanos, como la

polis de los griegos, encarnaba el orden for-mado por los civi, los polites, los ciudadanos–opera a través de sucesivas modulaciones ideo -lógicas como el hilo conductor de este ensayo–de cuyas páginas no estuvieron ausentes nilos ecos de Said, Clifford Geertz o Williams nilos dispositivos teóricos, tanto más centralespara la estructuración del argumento de Rama,elaborados por Michel Foucault–. Siguiendola pista señalada por este último autor, Rama,en el comienzo de su libro, resumía el núcleocentral de su propuesta:

Las ciudades, las sociedades que las habi-tarán, los letrados que las explicarán, se fun-dan y desarrollan en el mismo tiempo en queel signo “deja de ser una figura del mundo,deja de estar ligado por los lazos sólidos ysecretos de la semejanza o de la afinidad alo que marca”, empieza “a significar den-tro del interior del conocimiento” y “de éltomará su certidumbre o probabilidad”.

Los letrados, presentes en el ámbito colonialdesde el inicio de la Conquista, constituían elsector social formado por quienes se habíanespecializado en el empleo y la interpretación

Las letras del poder: apogeo y catástrofe

Jorge E. Myers

Universidad Nacional de Quilmes / CONICET

Había escrito que una ciudad sucede a otrapero hallé demasiadas para mi memoria.

Antonio José Ponte

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 205-208

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de ese nuevo universo formado por el signo,y habría sido por ello que, convertidos en losartífices de los esquemas mediante los cualesel poder se legitimaba y la sociedad se repre-sentaba a sí misma, una de las marcas estruc-turales profundas en la historia latinoameri-cana debió haber sido, según Rama, aquella dela relación íntima, simbiótica, entre el poderpolítico y los intelectuales, es decir, los espe-cialistas de la palabra. La indagación de Ramabuscaba develar los modos –visibles e invisi-bles– mediante los cuales la palabra, la escri-tura, la representación simbólica de una so-ciedad, conformaba, moldeaba y reconfigurabael orden en las naciones latinoamericanas: “Lapalabra clave de todo este sistema es la pala-bra orden, ambigua en español como un DiosJano (el/la) […]”.

Ambicioso en cuanto a su voluntad de ge-neralización, el hecho de haber quedado estelibro sin terminar en 1984 implica que los se-ñalamientos de sesgos, de matices, que el én-fasis sobre las diferencias particulares que leimprimen una identidad diferenciada a cadaregión y a cada época histórica, necesariamentehan debido permanecer en estado de croquis.Si la idea central que lo animaba era la de ex-plorar la relación entre las élites letradas y laestructuración del poder –social, político, eco-nómico, pero sobre todo simbólico– enAmérica Latina, la versión final que ha que-dado enfatiza más los elementos de continui-dad histórica que los de ruptura, por más queel esfuerzo por tipificar períodos y figuras es-pecíficas de intelectuales permanezca comouna de las marcas más notables de este tan su-gerente escrito. El aspecto más contundentedel argumento –y también, qué duda cabe, elmás problemático– es el señalamiento hechopor Rama de los efectos de longue durée quehabría generado la arquetípica relación entreel letrado y los representantes de la Corona (es-pañola o portuguesa) en las Américas. Ciertoscambios importantes son señalados, sin em-bargo, a lo largo del texto: ellos, para decirlo

en términos muy abreviados, habrían servidopara impulsar el tránsito del letrado al serviciodel poder político –estuviera éste representadopor virreyes o caudillos– al letrado portador deun pensamiento crítico –aquéllos de un sigloXX marcado por esfuerzos de reforma y de re-volución–. En evidente diálogo tanto con losaportes de Richard Morse cuanto con La -tinoamérica, las ciudades y las ideas de JoséLuis Romero, Rama retomaría en la secciónmás importante de su libro (los capítulos cuartoy quinto) ciertos núcleos temáticos que habíancontribuido a delinear su interpretación del mo-dernismo literario –quizás la zona más rica ydecisiva de su vasta y ecléctica produccióncomo crítico literario, razón por la cual es acon-sejable completar la lectura de este capítulocon la de su prólogo a la edición BibliotecaAyacucho de Rubén Darío–: la relación entrela modernización impulsada por las reformasliberales que marcaron la segunda mitad delsiglo XIX, la urbanización veloz a que ellas die-ron lugar, y la emergencia de los sectores me-dios en aquellas sociedades antes escindidasen apenas dos mitades –las élites letradas y lasmasas analfabetas–, por un lado; y, por otrolado, el modo en que ese panorama de cre-cientes transformaciones socioculturales ha-bía subtendido la simultánea emergencia, enlas principales naciones de la región, de una li-teratura propiamente tal y de un pensamientocrítico. Es aquí donde se percibe el mayor es-fuerzo por dotar de espesor histórico a su des-cripción de “la ciudad letrada” y, sobre todo,a la figura arquetípica del letrado.

Trunco el último capítulo del libro, se in-tuye de todos modos que el análisis crítico dela relación entre los intelectuales y los caudi-llos revolucionarios –esbozado a partir de lacélebre novela de Mariano Azuela– estaba ha-bitada por la sombra de la Revolución Cubanay la compleja y también crítica relación queRama había llegado a tener con ella. Lamen -tablemente, la ausencia de los restantes capí-tulos no nos permite aseverar cuál habría sido

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en efecto el curso de su argumento acerca dela posterior evolución de la ciudad letrada, nicuál era su análisis de la situación contempo-ránea de la misma. Otros escritos ofrecen, sinembargo, alguna intuición acerca de la direc-ción que tomaba su reflexión: en un texto es-crito una década antes, “Rodolfo Walsh: la na-rrativa en el conflicto de las culturas”, porejemplo, Rama había indicado de un modo fi-namente matizado cuáles eran los riesgos enque incurría un escritor de la “cultura domi-nante” que ponía su pluma al servicio de la“cultura dominada”, empleando por momen-tos un lenguaje que sugería que se asistía enla Argentina a una nueva modalidad de la trahi-son des clercs. En ese texto, donde son los ries-gos políticos del momento los que aparecensubrayados, así como en otros, donde apareceen cambio una clara conciencia de la erosióna que estaba siendo sometida la “ciudad le-trada” por la expansión irrefrenable de los nue-vos medios de comunicación, puede apreciarseque uno de los posibles capítulos finales de esteensayo de tan incompleta arquitectura haya es-tado referido a la crisis de la ciudad letradaen la época contemporánea. Es difícil imagi-nar que una reflexión de esa naturaleza hayaestado ausente en un libro escrito por quien,algunos años antes, había firmado la siguienteobservación, en referencia a los escritores delllamado “Boom literario”:

El estruendo público conquistado por losnarradores […] los ha neutralizado y des-figurado, y aquí debe verse la acción di-solvente del “medio” informativo que cum-ple con sus propios proyectos y no se colocaal servicio del mensaje específico del es-critor: toma de él los elementos que sirvena su tarea, elementos fragmentarios con loscuales construye un discurso diferente, ade-cuado a sus propios fines, y por lo tantotritura lo original del mensaje del escritor.[…] El escepticismo y el solipsismo bor-giano se adecuan como un guante a estastendencias disolventes. No intentan luchar

contra ellas y simplemente nadan en susaguas. Los escritores que ven sus peligrospero que, forzadamente, deben manejarsecon estos poderosos intermediarios, sufrende desgarramientos y tratan de desarrollarvías paralelas por las cuales salvar valorespermanentes. En todo caso, nunca me hanparecido más solos los narradores latinoa-mericanos que en esta hora de vastas au-diencias. Pertenecen a todos, pero no per-tenecen a nadie.

Nuestra situación contemporánea, en este som-brío y desencantado 2006, este Trauerspielmarcado por regresiones, estancamientos y elcolapso progresivo de horizontes de futuro,ofrece un panorama aun más desolador queaquel que llegó a conocer el eximio crítico uru-guayo: la ciudad letrada ya no existe, ni enAmérica latina ni en cualquier otra parte delmundo. Sus antiguas funciones, sus tareas delegitimación y representación, han sido asu-midas por la ciudad mediática, la ciudad ima-gética. La imagen –en este momento culmi-nante de un arco temporal que comienza conla invención del primer medio de reproducciónmecánico, el daguerrotipo– ha anulado la pa-labra. Los letrados –que somos los únicos quepodemos entablar un diálogo con un textocomo el de Rama– aún existimos, pero hemossido condenados a habitar en las sombras de lanueva sociedad que esta última y más radicalfase de la modernidad ha cincelado. El vínculonecesario entre los expertos del signo y los ex-pertos del dominio ha sido roto de distintas ma-neras: no sólo vivimos en una sociedad domi-nada por la proliferación exuberante de losmedios de comunicación masivos, sino quetambién habitamos una cultura marcada poraquello que Andreas Huyssen ha llamado, enun texto bello y perspicaz, la hipertrofia deldiscurso de la memoria, y en naciones cuyovínculo con el pasado, el presente y el futurose ha vuelto progresivamente desterritoriali-zado como resultado de los procesos de glo-balización cultural de tan incierta consecuen-

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cia futura. Es por ello que un ensayo como elde Rama, cuya crítica al rol ejercido por los in-telectuales en la historia de América Latina nopuede inscribirse bajo ningún punto de vistaen la estela de los discursos “anti-intelectua-les” de tan abundante proliferación en paísescomo los de ambas riberas del Plata, puede pa-recer ahora quizás demasiado unilateral ensu señalamiento de las funciones del intelec-tual en el ejercicio de la dominación, dejandode lado quizás también de un modo excesivoaquellas otras funciones que también le in-cumbieron a lo largo de la historia, como lasde guardián y adaptador de los valores del pa-sado, cuyo transporte hacia el presente y el fu-turo le correspondía. Esta impresión, proba-blemente inevitable para las lecturas actuales,no debería sin embargo obturar el hecho deque la noción misma de “ciudad letrada”, talcual ella fue desarrollada por Rama en su li-bro homónimo, constituye una importantepista teórica para el análisis histórico del pa-

sado cultural latinoamericano. Más aun, ya hademostrado su profunda utilidad heurística enmúltiples ocasiones, como en La fortalezadocta, notable reinterpretación de la culturacolonial mexicana, de Magdalena ChocanoMena. Finalmente, para concluir una apre-ciación sombría con una nota más optimista,la riesgosa navegación de Ángel Rama a tra-vés de las sucesivas encarnaciones de la ciu-dad letrada constituye un lúcido ejemplo paraquienes deseamos desentrañar las nuevas ysiempre más complejas urdimbres que defi-nen la actividad letrada en nuestra propiaépoca. Si toda interpretación es, en algún sen-tido, una navegación riesgosa y que además,para ser sostenible, debería poner en juego lavida de quien la desarrolla, podemos concluircon la cita virgiliana que tanta resonancia nosólo en su obra, sino también en su vida, tuvo:si deseamos alcanzar la “incierta ribera” delsevillano poeta de las Soledades, vivere nonnecesse, navigare necesse. o

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La noción de intelectual, polisémica y de fron-teras siempre difusas, ha probado ser una ca-tegoría particularmente compleja para el aná-lisis histórico. Un dato que agrega una dificultadadicional a esta complejidad es el hecho de queel intelectual es a la vez objeto y sujeto del aná-lisis. Norberto Bobbio señala algo que pareceuna obviedad pero que está lejos de serlo: sonlos intelectuales los que hablan de intelec-tuales y, por lo tanto, el propio concepto de in-telectual sería a la vez, en términos que soncaros a los antropólogos, una “categoría nati -va” y una “categoría analítica”. Cabría enton -ces preguntarse si la obsesión que algunosintelectuales han mostrado recientemente porotros intelectuales del pasado o del presenteno tiene algo de ejercicio narcisista y de au-tolegitimación.

En América Latina los intelectuales o, másen general, las élites culturales han ocupadoun lugar central en el proceso de conformaciónde las naciones. Pero mientras hace sólo al-gunas décadas, muy pocos intelectuales lati-noamericanos pertenecientes a esa franja quepodría caracterizarse como “de izquierda,” omás en general como progresista, se hubieransentido orgullosos de ser identificados comotales (otros sujetos sociales en los que la

Historia había depositado el destino de laRevolución, sin duda tenían una reputaciónmayor), más recientemente el intelectual lati-noamericano ha adquirido un prestigio –al me-nos entre ellos mismos– inesperado años atrás.

¿Cómo pensar los vínculos entre intelec-tuales y ciudades en América Latina? Estas úl-timas son a la vez construcción y condición deposibilidad para la labor de los primeros. Hacepoco más de un cuarto de siglo se publicabaLa ciudad letrada de Ángel Rama, un textodonde esta problemática era planteada en todasu riqueza. La ciudad letrada, junto con el li-bro de José Luis Romero, Latinoamérica, lasciudades y las ideas, editado sólo unos pocosaños antes, han inspirado a una generación dehistoriadores y críticos latinoamericanos quehan tomado la ciudad, a los intelectuales y lasideas como centros de su atención. Se trata, sinembargo, de textos muy diferentes y las dife-rencias no se limitan a las dimensiones de am-bas obras: menos de doscientas páginas el li-bro de Rama, casi cuatrocientas en letraapretada el de Romero. Los títulos mismos delos dos libros y una rápida mirada a sus índi-ces de contenido nos dan una idea de la dis-tancia que separa a ambos proyectos. MientrasRomero se propone analizar “las ciudades” y“las ideas” en plural, Rama prefiere centrarsu atención en “la ciudad letrada” en singu-lar. La mirada de Romero se posa sobre un do-* Agradezco los comentarios de Sylvia Saítta a estas notas.

Intelectuales en América Latina

Mariano Ben Plotkin*

IDES / CONICET / Universidad Nacional de Tres de Febrero

Prismas, Revista de historia intelectual, Nº 10, 2006, pp. 209-212

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ble objeto que es a la vez múltiple –se trata delas ciudades “y” las ideas y ambas multiplica-das en el desarrollo histórico de AméricaLatina–; Rama, por su parte, construye un ob-jeto único: la ciudad letrada, idéntica a sí mismae inserta en una temporalidad de longue duréeque se mueve de manera asincrónica respectode la temporalidad plenamente histórica de la“ciudad real”. Por otro lado, la preocupaciónde Rama está menos centrada en las ideas ensí que en el lugar ocupado por quienes las ge-neran y difunden, es decir, por los intelectua-les, y en el locus simbólico en el que desen-vuelven sus vínculos con el poder: precisamentelo que Rama llama la “ciudad letrada.”

El texto de Rama comienza con un párrafo quecondensa bien los problemas que serán desa-rrollados a lo largo del libro, entendiéndoseaquí la palabra “problema” en su doble acep-ción: como núcleo central de la cuestión a tra-tar y como aspecto problemático o no resueltodel todo. Entre la remodelación de Tenochtitlány la construcción de Brasilia, Rama encuen-tra una continuidad: la ciudad ha sido enAmérica Latina un “parto de la inteligencia”,“el sueño de un orden” que encarnó, en estecontinente, mejor que en ninguna otra parte delmundo. Esta hipótesis inicial que será desa-rrollada a lo largo del texto, y que en realidades más un a priori ordenador que una verda-dera hipótesis verificable por medio de la evi-dencia empírica, ofrece una rica cantera de pre-guntas y programas de investigación; sinembargo, y al mismo tiempo, pone en eviden-cia los elementos más discutibles del proyectode Rama: ¿cómo insertar en la historia esa en-tidad casi a-histórica o, mejor dicho, transhis-tórica que se mantiene idéntica a sí mismadesde México hasta el Brasil y desde el sigloXVI hasta el XX? Si la ciudad encarna un sueño,¿se trata del sueño de quién? La historia quenos cuenta Rama es, en buena medida, una his-toria sin agencia y casi sin temporalidad (o conuna temporalidad problemática), es decir, casi

sin historia: “La ciudad letrada quiere ser fijae intemporal como los signos, en oposiciónconstante a la ciudad real que sólo existe enla historia y se pliega a las transformacionesde la sociedad”.1 Los sujetos de esta historiano terminan de delinearse con precisión, y laciudad letrada parecería cobrar autonomía res-pecto de los letrados que la ocupan o que quie-ren ocuparla. Estos últimos también confor-man un sujeto ubicado casi por fuera de lahistoria; como señala Julio Ramos, “paraRama, aun el escritor de fin de siglo [XIX] con-tinuaba siendo un letrado, y en este sentido(gramsciano), un intelectual orgánico del po-der”.2 El intelectual de Rama legitima y estácerca del poder, poder real durante la colonia,poder caudillista luego de la independencia yfinalmente poder político en sentido moderno(es decir vinculado con los partidos políticos).Cambian los personajes pero no la naturalezade los espacios que ocupan, y es por eso quelos capítulos de libro están ordenados (salvolos primeros) de una manera que sólo de formamuy difusa se corresponde con una cronología.

Sin embargo, a medida que nosotros (yRama) nos acercamos al presente, la historia(y las categorías necesarias para explicarla)se complejiza. Aparecen sujetos nuevos y loslímites entre la “ciudad real” y la de los signosse vuelve más difusa. Es por eso que Ramacambia el registro de su análisis, y es por esoque se anuncia en el texto un cambio en el án-gulo de aproximación: el autor nos informa quepasará de la “historia social” a la “historia fa-miliar” (p. 114). Pero el cambio de registrono se agota ahí. A medida que el presente se vahaciendo presente, la velocidad de los hechosparece ir acelerándose al tiempo que el con-texto va tomando preeminencia sobre “los sig-

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1 Ángel Rama, La ciudad letrada, Montevideo, FIAR,1984, p. 632 Julio Ramos, Divergent modernities. Culture and poli-tics in nineteenth-century Latin America, Durham, DukeUniversity Press, 2001, p. 59.

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nos” que definían a la ciudad letrada. Y así lascontinuidades –que el autor postula más quedemuestra– se tornan más difíciles de soste-ner en los capítulos finales, donde encontramosa los letrados enfrentando la competencia de-sestructurante de jerarquías de los “literatos”más especializados, y con la aun más deses-tructurante de los nuevos sectores emergentesque comenzaban a encontrar en la universidad(cabe aclarar, apenas tratada por Rama) una víade ascenso social. En esta nueva situación elintelectual ya no es solamente el intelectual or-gánico; aparece el intelectual crítico, es decir,aquellos que desde (¿afuera?) de la ciudad le-trada critican el poder en vez de servirlo.

Llegado a este punto, es hora de preguntarse porla productividad de un análisis de los intelec-tuales que, como el que lleva a cabo Rama, cen-tra su atención en las continuidades más queen los cambios. ¿Cómo caracterizar a este su-jeto resistente a las definiciones? Si el intelec-tual es aquel que ocupa un lugar particular en lasociedad –una zona de producción y sobre todode difusión de ideas y símbolos–, notamos quese trata de un sujeto esencialmente histórico, yno sólo porque la identidad de aquellos que ocu-pan este espacio va cambiando, sino porque lamanera en que se conceptualiza este espaciomismo también es producto de la evolución his-tórica. Y no me estoy refiriendo solamente a lossiempre complicados vínculos entre intelectua-les y poder –que desde luego se han desarro-llado de manera muy diferente, por ejemplo, enpaíses tan cercanos como el Brasil y la Argen -tina, y aun en la Argentina misma de manerabien diversa antes y después de 1945–, sino aaquellos elementos más específicos que cons-tituyen el campo intelectual: los mecanismos delegitimación y consagración, las formas de de-finición de “insiders y outsiders” (en términosde Norbert Elias), las maneras y los vehículosconcretos de intervención, y la posición frentea otros poderes no necesariamente políticos, ta-les como el mercado.

Es claro que el hecho de que todos los queparticipamos en el seminario que dio origen aestas notas ganemos nuestro sustento (al me-nos parcialmente) trabajando en esas institu-ciones que en América Latina han estado pro-fundamente imbricadas en el tejido urbano, lasuniversidades, o como investigadores del CO-NICET (o ambas cosas a la vez), no parece serun dato menor entre los elementos que han de-finido el lugar del intelectual en las últimas dé-cadas. Incluso aquellos géneros de interven-ción de intelectuales que parecerían ser másinmunes a los cambios ocurridos dentro delcampo, tales como el llamado “ensayo de in-terpretación”, muestran claramente que estainmunidad no es tal. Si ya en los años 1960,Arturo Jauretche se posicionaba frente a lasnuevas ciencias sociales desde una actitud dedesdén, al mismo tiempo se sentía forzado amostrar a cada paso que el conocimiento quetenía acerca del objeto de su desprecio dis-taba mucho de ser sumario. Más recientemente,basta ojear cualquier “ensayo de interpreta-ción” publicado en los últimos años en AméricaLatina para encontrar una profusión de citasde autores nacionales y extranjeros ya consa-grados cuyos aportes teóricos contribuyen alegitimar la argumentación del ensayo en cues-tión, citas que sólo en contadas ocasiones seencontraban presentes en ensayos de genera-ciones anteriores (y el elaborado aparato crí-tico con el que Gilberto Freyre se vio tempra-namente forzado a engrosar las sucesivasediciones de su Casa grande e senzala sólo pa-recería corroborar lo que estoy diciendo).Parece evidente que resulta difícil entender ellugar cambiante del intelectual en las socie-dades sin hacer referencia, por un lado, a laevolución del marco institucional en el que letoca actuar, y por otro, a la dimensión material(por llamarla de alguna manera) de sus inter-venciones: libros, revistas, medios masivos.

Asimismo, la diferenciación y la relativa au-tonomización (y enfatizo lo de relativa parti-cularmente para el caso latinoamericano) que

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se produjo dentro del campo intelectual a par-tir de las últimas décadas del siglo XIX ha dadolugar al surgimiento de un nuevo tipo de inte-lectual vinculado con el poder, que, de algunamanera, ha venido a reemplazar en esa posi-ción a los letrados a los que, por otro lado, seles parece bastante poco. Si una de las carac-terísticas que identifican al intelectual es su ca-pacidad de intervenir en cuestiones generalesde la sociedad, legitimando esa intervenciónen la posesión de ciertos saberes o en la ocu-pación de una posición determinada en elmundo de los saberes,3 cualquier argentino (o

brasileño, o mexicano) ha sido testigo de lasconsecuencias que sobre la vida cotidiana hantenido las intervenciones de un nuevo tipo deintelectuales (usualmente no reconocidos comotales aunque también intervienen en la cosa pú-blica legitimados por sus saberes o sus posi-ciones dentro del mundo de los saberes) queforman parte de esa también difusa constela-ción conocida como “expertos”. Diferenciacióny especificidad creciente en los discursos, uni-versidades renovadas, saberes técnicos, me-dios masivos de difusión, todos ellos han ge-nerado a lo largo del último siglo (o incluso unpoco más) nuevas formas de legitimación yhan redefinido el lugar de los intelectuales yde las ideas, transformando la “ciudad letrada”hasta tornarla casi irreconocible. o

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3 Véase, por ejemplo, Pascal Ory y Jean-François Sirinelli,Les intellectuels en France, de l’affaire Dreyfus à nosjours, París, Armand Colin, 1992, pp. 8-10.

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Lecturas

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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La emergencia del historicismo, se afirma, abrióuna brecha en el pensamiento occidental que seprolonga hasta el presente, y que delimita doshorizontes conceptuales incompatibles entre sí. Auna visión de tipo atomista, que concibe lassociedades como integradas por individuosoriginariamente libres, autónomos e iguales,ligados exclusivamente por vínculoscontractuales voluntarios, se le opondrá a partirde entonces un concepto social organicista queimagina a las mismas como totalidadesfuncionales articuladas a partir de vínculosobjetivos, independientes de la voluntad de susmiembros. Tal oposición, que recorre toda lahistoriografía de ideas, cobraría pronto clarasconnotaciones ético-políticas.

Inicialmente, sin embargo, el historicismo noaparecería como portando un sentido políticounívoco. A lo largo del siglo XIX y comienzosdel siglo XX se destacaría, en cambio, el logrointelectual que éste supuso, el cual permitiríasuperar la visión abstracta de lo social heredadade la Ilustración que desconoce la naturalezahistórica de las formaciones humanas, ignorandoasí las condiciones particulares que determinancada forma de vida colectiva. Esta perspectiva,que encuentra su formulación más sistemática enla obra de Friedrich Meinecke, El historicismo ysu génesis (1936), en la segunda posguerra será,sin embargo, rápida y drásticamente desplazadapor una visión mucho más cruda y negativa dellegado historicista, destacando las consecuenciasperversas de su tendencia antirracionalista.Distintos autores creerán ver entonces en elpensamiento de Herder (el “padre fundador” delhistoricismo) ya “prefigura(da) la teoríahitleriana de Blut und Boden”.1 Se afirmará asíen la disciplina la doble ecuación entrehistoricismo (u organicismo) y autoritarismo, porun lado, e iluminismo (o atomismo) ydemocracia, por otro.2

La entera historia intelectual moderna sevolverá de este modo perfectamente legible. El

organicismo historicista y el atomismo iluministaconstituirán los polos en torno de los cuales ella,supuestamente, oscilará. Nada escapará a estaoposición que la recorre de principio a fin. Todosistema de pensamiento habrá de definirse o biencomo racionalista-atomista-iluminista (y, enconsecuencia, orientado en un horizontedemocrático) o bien como organicista-irracionalista-historicista (y, por lo tanto,marcado por tendencias autoritarias), o bien,eventualmente, como una mezcla en dosisvariables de historicismo e iluminismo. Lacontingencia en la historia se inscribirá, pues,dentro de un marco de opciones determinadas apriori. Las únicas discusiones a que esteesquema interpretativo dará lugar, en fin,referirán a dónde situar las ideas de un autordado dentro de esta grilla (es decir, cuániluminista o cuán historicista es supensamiento).3

Por detrás de esta perspectiva subyace, enúltima instancia, un modo característico deproceder intelectual que es el propio de latradición de la filosofía política, pero quetambién impregna y articula la entera historia de

1 Max Rouché, La Philosophie de l’Histoire de Herder, París,Faculté des Lettres de l’Université de Strasbourg, 1940, p. 25.2 Si bien persistirá una línea de pensamiento, en cuyo límiteextremo se sitúa la Dialéctica del Iluminismo (1944) deTheodor Adorno y Max Horkheimer, que resistirá aún aidentificar llanamente al historicismo organicista con elautoritarismo político –e, inversamente, al iluminismo con elideal democrático–, ésta no llevará a los historiadores acuestionar esta dicotomía, la que se afirmará en la disciplinacomo una suerte de verdad indisputable.3 Según señala, por ejemplo, Isaiah Berlin, “para Herder todoslos grupos son colecciones de individuos; su uso de lo‘orgánico’ y el ‘organismo’ es aún puramente metafórico”[Isaiah Berlin, Vico and Herder. Two studies in the history ofideas, Londres, The Hogarth Press, 1976, p. 198]. Está claro,sin embargo, que esta perspectiva pivotea aún sobre la basede la dicotomía racionalismo/historicismo, la cual semantiene así intangible.

El historicismo como idea y como lenguaje

Elías J. PaltiUniversidad Nacional de Quilmes / CONICET

Acerca de Jeffrey Andrew Barash, Politiques de l’histoire. L’historicisme comme promesse et commemythe, París, PUF, 2004, 256 páginas

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“ideas”. Como señala Quentin Skinner, elsupuesto implícito en este enfoque es lapresencia de ciertas preguntas perennes querecorren toda la historia político-intelectual, yque son las que permiten ordenar las diversascorrientes de pensamiento como tejiendo unaespecie de diálogo sub especie æternitatis.

La crítica de este procedimiento intelectualpor obra, especialmente, de la llamada “Escuelade Cambridge”, cuyas figuras másrepresentativas son Skinner y J. G. A. Pocock, yla escuela alemana de historia de conceptos oBegriffsgeschichte, cuyo lineamientos básicosfueron fijados por Koselleck, habrá de minardecisivamente los fundamentos metodológicosen que estas perspectivas dicotómicas se fundan.La “nueva historia intelectual” abandonaráentonces los marcos fijados por la antiguatradición de historia de ideas. Como señalaPocock:

El cambio producido en esta rama de lahistoriografía en las dos décadas pasadas puedecaracterizarse como un movimiento que lleva deenfatizar la historia del pensamiento (o, máscrudamente, ‘de ideas’) a enfatizar algodiferente, para lo cual ‘historia del habla’ o‘historia del discurso’, aunque ninguno de elloscarece de problemas o resulta irreprochable,pueden ser los mejores términos hasta ahorahallados.4

El paso de una historia de las “ideas” a unahistoria de los “discursos” o de los “lenguajespolíticos” señalará una verdadera revoluciónmetodológica en la disciplina, redefiniendo sumismo objeto. En efecto, un lenguaje político nose reduce a ningún conjunto de ideas, principioso valores, puesto que consiste en un modocaracterístico de producir las mismas. Unahistoria de los lenguajes políticos nos remite asía un segundo nivel de discurso, a los modos deproducción de las ideas. En definitiva, son lasformas de su articulación (el tipo de aparatoargumentativo particular o estructura quesubyace por debajo de las ideas desplegadas enla superficie textual) las que historizan eidentifican cada orden de discursividad dada. Adiferencia de las “ideas”, las cuales puedenaparecer en los más diversos contextosintelectuales, los lenguajes políticos son, enefecto, entidades plenamente históricas. Éstos sesostienen en una serie de supuestoscontingentemente –y, por lo tanto, siempre

precariamente– articulados, por lo que el sentidode sus categorías axiales no puede trasponersemás allá del universo discursivo particular dentrodel cual estos supuestos mantienen su eficaciasin violentarlo (i.e., reduciéndolo a una serie demáximas más o menos triviales descubribles, enefecto, en los marcos conceptuales másdiversos).

En última instancia, la llamada nueva historiaintelectual responde a una exigencia de rigorconceptual que no es ajena a la antigua historiade ideas, pero que ésta nunca puede satisfacerdada la propia naturaleza de los objetos con quetrata, los cuales han sido concebidos ellosmismos mediante procedimientos ahistóricos.5

Lo que ésta busca, en definitiva, es no tanto, osolamente, entender qué dijo un autor (loscontenidos manifiestos de su discurso) sino,fundamentalmente, cómo fue posible para éstedecir lo que dijo, reconstruir el suelo categorial yconjunto de supuestos que subyacen a un ordende discursividad dada y cómo éstos se fuerontorsionando históricamente dando lugar así a laemergencia de nuevas constelacionesintelectuales.

el historicismo como idea

Politiques de l’histoire de Jeffrey Andrew Barashes una genealogía del historicismo, desde susorígenes hasta sus derivaciones recientes,buscando señalar las discontinuidades quejalonan su trayectoria. Fundamentalmente, lo quedicho autor se propone mostrar es que no existeuna relación directa entre el pensamientohistoricista y las tendencias autoritarias que loimpregnaron en el curso del último siglo. Éstassólo se producen como resultado del

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4 J. G. A. Pocock, Virtue, commerce and history, Cambridge,Cambridge University Press, 1991.5 Las “ideas” son, en efecto, ahistóricas, por definición. Susignificado puede establecerse con independencia de sucontexto particular de enunciación. Lo que las historiza, entodo caso, es una circunstancia externa a las mismas: suaparición o no en un contexto dado, pero ellas mismas no sonentidades propiamente históricas. De allí que, considerados ensí mismos, los sistemas de pensamiento (los tipos ideales)aparezcan como entidades lógicamente integradas yautocontenidas (y, en consecuencia, perfectamente definiblesa priori). La contingencia es algo que les viene a éstasúnicamente desde fuera, de su “contexto externo”.

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deslizamiento (dérapage) producido por laintroducción de una cierta teoría de la Verdadque no existía en, y, que, en última instancia eraincompatible con los fundamentos delhistoricismo decimonónico. Desde estaperspectiva, Barash lee retrospectivamente suderrotero para descubrir cómo es que se produjoesta inflexión político-conceptual.

El libro consta de dos partes, con cincocapítulos cada una, varios de ellos escritosoriginalmente como artículos independientesentre sí, pero que guardan una estrechavinculación. En su conjunto narran lasvicisitudes del pensamiento historicistacomenzando por Herder y Wilhelm vonHumboldt y culminando con Cassirer, Heideggery Strauss (y, aun más allá de él, con Arendt).

En el capítulo inicial, Barash discute lasinterpretaciones que señalan la presencia de unafisura que separa la obra temprana de Herder enBückeburg de sus escritos posteriores enWeimar. Mientras que en la primera, que seencuentra mejor representada en También unafilosofía para la historia de la humanidad(1774), Herder afirma la particularidadirreductible de las diversas culturas y naciones,en los segundos, que alcanzan su síntesis másacabada con Ideas de una filosofía de la historiauniversal (1784), en una vena ya más claramenteracionalista realinea esta pluralidad cultural en ladirección de la realización progresiva de valoresuniversales. Como señala Barash, los intérpretesde su pensamiento pierden así de vista lapresencia ya en su obra temprana de la idea deun designio providencial que anudasubterráneamente la diversidad demanifestaciones culturales. Su filosofía posterior,que enfatiza la unidad de la historia, no habría,pues, que comprenderla como una recaída en unconcepto mecanicista, sino sólo como undesarrollo de este espíritu universalista propiodel pensamiento historicista, en su conceptooriginal (y que sólo muy posteriormente habrá deextinguirse). Entre ambos momentos de sutrayectoria intelectual habría, en fin, diferenciassólo en cuanto a acentuaciones.

El capítulo segundo, dedicado a analizar laobra de Friedrich von Gentz (1764-1832),traductor al alemán de Reflexiones sobre laRevolución Francesa de Edmund Burke, seorienta a destacar la originalidad de supensamiento, en la medida en que se aparta de sufuente para introducir en ella una premisa que le

era por completo extraña. Al postuladohistoricista que organiza la obra de Burke, queafirma la unidad y la continuidad del ordennatural de los acontecimientos, y resulta en unavisión estática de la historia, Gentz le superponeun concepto de matriz iluminista que sostiene elcarácter progresivo de la historia. Esto leconferirá, dice, un carácter paradójico a supensamiento, conservador y progresista al mismotiempo.

En el capítulo tres Barash nos introduce, apartir del análisis de la obra de Wilhelm vonHumboldt (1767-1835), en el núcleo de laproblemática fundamental que, según entiende,yace por debajo del concepto historicista: lacuestión del relativismo. Aquí también, dice, seimpone una distinción. Frente a ciertaingenuidad epistémica propia del “racionalismoabstracto” de la Ilustración, el pensamientohistoricista enfatizará las limitaciones de la razónhumana. En Humboldt, el relativismo historicistadecimonónico alcanza su formulación másprecisa. La búsqueda de su raíz ya no nosconducirá, como en Burke (quien, en este punto,continúa la tradición ilustrada), a un supuesto decarácter antropológico: el poder de las pasionespara ofuscar la razón, sino que resultará de unapremisa objetiva: la complejidad inherente a todarealidad histórica, que nunca se deja reducir a unorden de conceptos necesariamente abstractos ygenéricos. Esto conduce a una conciencia másrigurosa de la especificidad de los fenómenoshistóricos, sin que suponga necesariamente unarenuncia a la búsqueda de conexionestranshistóricas que articulen esta pluralidad demanifestaciones epocales en una unidad desentido. El principio que liga a todas ellas es, aligual que en Herder, el de la formaciónprogresiva (Bildung) de la humanidad. Endefinitiva, el historicismo sólo busca desarticularlas perspectivas teleológicas y rescatar lacontingencia y el cambio como una dimensiónintrínseca a la historia. En el caso específico deHumboldt, a este primer objetivo se adicionaotro: la advertencia contra los límites de lavoluntad racionalista abstracta se orienta, enúltima instancia, a prevenir las pretensiones deomnipotencia del Estado y a la defensa de laslibertades individuales.

Llegamos así al capítulo central del libro (elcuarto), dedicado a contrastar el conceptohistoricista de dos figuras cruciales en eldesarrollo de esta tradición: Leopold von Ranke

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(1795-1886) y Heinrich von Treitschke (1834-1886). Entre uno y otro, dice Barash, se produceun giro fundamental en el modo de concebir laidentidad nacional alemana, en cuyo centro seubica una inflexión producida en el seno delpensamiento historicista. Esta inflexión nosdevuelve a la problemática del relativismo. ParaRanke, coherente con la tradición historicistadecimonónica, la relatividad de todo juiciohistórico deriva de la complejidad de losprocesos históricos singulares. La razón humanasólo puede acceder a los principios derivados,sin llegar nunca a acceder a la coherencia últimaque los liga. Pero esto presupone aún la idea deuna unidad más profunda, la cual, aunqueinaccesible al pensamiento, brinda el principioúltimo para su inteligibilidad. Podemos decir,aunque Barash no le exprese exactamente así,que, para éste, el de Ranke es un relativismoepistemológico, no ontológico, como el deTreitschke. En efecto, con éste el historicismoproduce un vuelco del cual sale convertido enuna forma de relativismo radical que renuncia atoda referencia a valores trascendentes, es decir,a un universo de normas situadas más allá de larealidad empíricamente dada. Perdida estainstancia de universalidad subyacente a losfenómenos particulares, no se podría evitar ya larecaída en lo que Arendt llamó “nacionalismotribal”. La historia se vería entonces reducida auna tarea puramente instrumental; lo quejustifica la escritura histórica es su eficaciapráctica. Toda consideración histórica se verá asísubordinada a los intereses políticos nacionales;la retórica desplazará de su centro a la búsquedade verdad.

El capítulo quinto, con que culmina estaprimera parte, ilustra esta apelación instrumentalal pasado propia de esta nueva forma dehistoricismo en la lectura claramente “capciosa”que realiza Carl Schmitt de la obra de Hobbes.Según muestra Barash, en su objeto de fundar enaquél su propio concepto de soberanía Schmittsimplemente ignorará la noción que atraviesa yarticula toda la obra de Hobbes: la de ley natural.

La segunda parte del libro analiza másespecíficamente las consecuencias en elpensamiento histórico del siglo XX de estainflexión conceptual, así como algunas de lasreacciones que ella suscitó. Esta razóninstrumental, que para Hermann Heller (1891-1933) permeará por igual en el siglo XX tanto elpensamiento de la izquierda revolucionaria como

el de la derecha reaccionaria, sólo encubre suvacío ideológico. Ésta será incapaz, pordefinición, de servir de fundamento a unacomunidad de valores. En última instancia, ellasólo prolongará, de manera exacerbada, elformalismo liberal-positivista. Es la interdicciónliberal-positivista a toda pretensión denormatividad del Estado de derecho la que abriráeventualmente las puertas a las más disparatadaselaboraciones teóricas abstractas construidassobre la base de alguna particularidad histórica,de las que el fascismo es sólo su expresión máspatética.

En su obra Sentido e historia, Karl Löwithavanza, para Barash, en una línea análoga a la deHeller. Como muestra en el capítulo séptimo, laidea de Löwith de la política moderna como unamera versión secularizada de las escatologíascristianas, que toma de Schmitt, busca, sinembargo, a diferencia de éste, revelar ladegradación moderna del espíritu cristianooriginario, de la cual la teoría decisionista deSchmitt es, justamente, su expresión última,llevada al límite del irracionalismo. Tras estaderiva autoritaria, Leo Strauss descubre, a suvez, el estatuto problemático del relativismomoderno, en el cual se ha perdido ya el ideal devida cuya búsqueda presidió el relativismoantiguo.

Los dos últimos capítulos están dedicados a lacrítica del pensamiento de Heidegger. Lapolémica entre Cassirer y Heidegger producidaen Davos sirve a Barash para ilustrar su propiaidea respecto de los dos modos opuestos deconcebir la continuidad y la funcionalidad de ladimensión mítica en el pensamiento racionalistamoderno, esto es, como un modo de consolidarlos lazos sociales y sólo como una forma demanipulación, respectivamente. En su afán dedar sentido al mundo, para Cassirer, la cienciasólo prolongará los contenidos implícitos en elpensamiento mágico. A pesar de susprocedimientos opuestos, entre ciencia y mitohabría una continuidad esencial provista pordeterminaciones antropológicas másfundamentales, puesto que definen la naturalezadel hombre en tanto animal simbólico.

En esta apelación a la idea de una concienciaen general Heidegger descubre el sustratoneokantiano del pensamiento de Cassirer, que lovuelve incapaz de dar cuenta de la radicaltemporalidad del Ser. Sin embargo, comoseñalara Arendt, de este modo, Heidegger

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perdería de vista la distinción entre la ideametafísica de eternidad y la búsqueda política deestabilidad (cuyo paradigma Arendt encuentra enel mundo preclásico; más específicamente, en laansiedad de Homero por hallar constancia en unmundo siempre cambiante e imprevisible). Enfin, Heidegger y Arendt ilustran, para Barash, losdos desemboques opuestos a los que una mismaconciencia historicista de la radical temporalidadde los fenómenos históricos terminaríaeventualmente por conducir: uno, que encuentrasu término en Heidegger, en el cual todaexistencia pública aparecerá comonecesariamente inauténtica; otro, que culmina enArendt, que, por el contrario, en oposición tantoa las perspectivas teleológicas del racionalismoabstracto como a los deslizamientos relativistasdel historicismo, terminará confiriendo laprioridad ontológica a la acción.

Como vemos, el seguimiento de unatrayectoria de dos siglos de pensamientohistoricista le permite a Barash desmontar ladoble ecuación (historicismo = autoritarismoversus iluminismo = democracia) sobre la quepivotea toda la tradición de historia de ideas yrevelar algunas de las simplificaciones históricasa que la misma conduce. Politiques de l’histoirerepresenta así una contribución importante a lahistoria intelectual. Sigue siendo, sin embargo,un texto de historia de “ideas”. De hecho,aunque su perspectiva es más sofisticada y sutil,se enmarca aún dentro del sistema deoposiciones que fundan esta tradición. Estambién por ello justamente que se vuelven en élmás claramente manifiestas sus limitacionesinherentes, las cuales remiten, en últimainstancia, a problemas de índole epistemológicamás general.

el historicismo como lenguaje

El análisis que hace Barash del pensamiento deHerder descubre ya una primera limitacióninherente a la historia de “ideas”. Como señala,La afirmación de que en Ideas Herder abandonasu historicismo inicial para recaer en unaconcepción mecanicista de la historia (las únicasalternativas posibles que la historia de ideasalcanza a reconocer) resulta insostenible. Peroesto no quiere decir que no se hubiera producidoentonces un desplazamiento fundamental en suhorizonte conceptual. Para descubrirlo, sin

embargo, es necesario traspasar el nivel de loscontenidos explícitos de su discurso histórico(cuán universalista o cuán relativista era éste) yanalizar cómo se recompuso el sustratocategorial sobre el que el mismo se fundaba.6 Endefinitiva, si dicho autor no encuentra más quediferencias de grado en la trayectoria intelectualde Herder es porque el propio esquemainterpretativo, salvo para el caso poco probablede un autor cuyas ideas se hubieran desplazado deun polo a otro de la antinomia de base queorganiza dicho esquema, no permite reconocermás que distinciones en cuanto “acentuaciones”.

Ello tiene, a su vez, un fundamentoepistemológico preciso: los enfoques centradosen las “ideas” llevan a tomar por atributossubjetivos lo que son, en realidad, un conjuntode premisas socialmente compartidas, puesto quedefinen y organizan una forma determinada dediscursividad. La consecuente incapacidad paraencontrar los rasgos que particularizan elpensamiento de un autor, y que no se reduzcanmás que a diferencias de grado, obliga así, en elmomento de intentar establecer distinciones, amagnificar diferencias, en verdad, sutiles. Laoposición que establece Barash entre Burke yGentz es un ejemplo. No es cierto que Burkerechace toda idea de progreso histórico. Éstesólo oponía a la ansiedad jacobina por rupturasviolentas la idea de la historia como un procesoevolutivo natural, siguiendo una secuenciagradual y progresiva (que es también, de hecho,el supuesto que organizaba toda la perspectivahistórica de Gentz). Como afirmaba en susReflexiones sobre la Revolución Francesa,“mediante un progreso lento, pero biensostenido, el efecto de cada paso dado esvigilado; el éxito o el fracaso del primero, arrojaluces que nos sirven para dar el segundo”.7

No hay nada paradójico, por otra parte, enesta voluntad de “conservar y a la vez reformar”,según pedía Burke.8 No es otra cosa que la

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6 Al respecto, véase Palti, “The metaphor of Life. Herder’sPhilosophy of History and uneven developments in late-enlightenment natural sciences”, History and Theory,XXXVIII.3, 1999, pp. 322-348 [traducción castellana: en Palti,Aporías. Tiempo, Modernidad, Historia, Sujeto, Nación, Ley,Buenos Aires, Alianza, 2001, pp. 133-192].7 Edmund Burke, Reflexiones sobre la Revolución Francesa yotros escritos, Buenos Aires, Dictio, 1980, p. 263.8 Ibid.

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definición misma del concepto evolucionista quepresidió el desenvolvimiento del pensamientohistórico europeo hasta que la crisis del fin delsiglo XIX vino a desbaratar los presupuestosteleológicos que se encontraban en su base. Endefinitiva, el mismo tipo de enfoque que lleva,por un lado, a perder de vista las alteracionesocurridas en el nivel de los supuestos quearticulan un determinado tipo de discursohistórico, conduce, por otro lado, a descubrircontradicciones que son, en verdad, sóloaparentes. Nuevamente, esto no quiere decir queno hubiera diferencias fundamentales nicontradicciones ciertas en el pensamiento de losautores que analiza Barash. Sólo que paradescubrirlas es necesario traspasar la superficiede los contenidos manifiestos de los discursos ypenetrar la lógica que los articula (y tambiénaquellos puntos de fisura por los que habráneventualmente de quebrarse).

Encontramos aquí aquel problemametodológico de base que llevó a la historia deideas a su crisis, y que también resiente elenfoque de Barash: la confusión entre ideas oideologías y lenguajes subyacentes. Es estamezcla entre niveles de lenguaje la que lo lleva asacar conclusiones erradas, infiriendotransformaciones de índole conceptual, queremiten, por lo tanto, al plano del subsuelocategorial de un discurso (los modos de suproducción), a partir de cambios en los modoseventuales de su articulación. El análisis querealiza del pensamiento de Treitschke muestraesto claramente. Como afirma Barash, ésteseñala, en efecto, la emergencia de un nuevomodo de concebir la identidad nacional alemana.En este sentido, su obra historiográfica marca unhito de consecuencias cruciales. En su intento dedar cuenta de este quiebre conceptual, Barash loremite, sin embargo, a un plano en el cual, parapoder descubrir un fundamento preciso de índoleintelectual a este giro político (i.e., referir elmismo a la emergencia de un determinadoconcepto de verdad) debe forzar las categorías deanálisis en juego.

En primer lugar, cabe señalar, el relativismohistórico de Treitschke no parece guardarproporción alguna con su perspectivanacionalista extrema. El mismo se limitaba aseñalar algo que ya formaba parte del sentidocomún de su tiempo: que las ciencias humanas,aunque deben seguir un método riguroso, nopueden aspirar a alcanzar el mismo grado de

exactitud que las ciencias naturales. Y ello por lasencilla razón de que, mientras que en lassegundas el objeto les viene dado, en lasprimeras es el propio investigador el que debeconstruirlo, es decir, debe fijar algún criterio quele permita discernir entre la masa deacontecimientos aquellos que portan algunasignificación histórica. Como afirmaba en suslecciones publicadas en 1897-1898 bajo el títulode Politik:

El estudioso de la política, por lo tanto, debeseguir los métodos de la historia científica yextraer conclusiones de las observacionesempíricas. Pero estos métodos son mucho máscomplicados que la forma llana de alcanzarconclusiones propia a las ciencias naturales. Yavendrá el tiempo en que se ponga fin a laabsurda rivalidad entre las ciencias morales y lasciencias físicas. Las primeras tienen una funciónmás elevada e ideal que cumplir, y por estamisma razón deben permanecer inexactas. Lasmismas no pueden aspirar más que a unaaproximación a la verdad. El historiadorcientífico debe trabajar retrospectivamente apartir de los resultados, que son los elementos desu oficio. Aquí yace su mayor dificultad. En sunarrativa debe hacer aparecer que lo que vienedespués se sigue de lo que le precedió, mientrasque en la realidad procede a la inversa. Él no escapaz ni está dispuesto a hacer figurar todos losacontecimientos que ocurrieron en la realidad,por lo que antes de afrontar la descripción de unperíodo debe aclarar en su mente cuáles de ellostienen importancia para la posteridad, un sentidopara el tiempo por venir. Si la historia fuera unaciencia exacta, el futuro de los gobiernos se noshabría de revelar.9

En todo caso, no es cierto que el relativismohistórico, aun en sus versiones más radicales,tenga necesariamente consecuencias políticasautoritarias. Como veremos, no existe unacorrelación estricta entre perspectivas históricasy posturas políticas. Y esto nos conduce a aquelotro problema propio de la historia de ideas conque el texto de Barash nos confronta: las fuertestendencias normativistas que impregnan losanálisis histórico-intelectuales de dicha tradición.

La composición de Politiques de l’histoire seordena toda en función de dos hipótesis

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9 Heinrich von Treitschke, Politics, Nueva York, Harcourt,Brace & World, Inc, 1963, ed. de Hans Kohn, p. XXI.

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fundamentales. La primera es la ya mencionadaexistencia de una relación estrecha entrerelativismo histórico (en un sentido “fuerte” deltérmino, ontológico, es decir, la imposibilidad depercibir principio alguno que dé sentido a lahistoria como algo que deriva no meramente denuestras limitaciones intelectuales sino de sunaturaleza objetiva), que abre las puertas a unavisión instrumental de la escritura histórica, y alautoritarismo político. La segunda deriva deaquélla: la necesidad, para evitar el relativismo yla consiguiente recaída en el totalitarismo, deremitir la secuencia de acontecimientosparticulares a valores universales que lostrasciendan como tales y le confieran una unidada su transcurso. Ahora bien, aunque desde unaperspectiva política opuesta, no era muy distintolo que afirmaba Treitschke.

En efecto, también para éste el objetoprimordial del estudio de la historia era eldescubrimiento de las leyes objetivas quepresidirían su evolución. No era otro, en fin, elsignificado de su máxima de que la política no essino “historia aplicada”. Según afirmaba:

La tarea de la Política tiene tres dimensiones.Ésta debe primero tratar de descubrir, a través dela contemplación del cuerpo político real, cuál esla idea fundamental del Estado. Luego debeconsiderar históricamente lo que las nacionesbuscaron en su vida política, qué crearon, quélograron y cómo lo lograron. Esto nos conduciráa nuestro tercer objetivo, el descubrimiento deciertas leyes históricas y la postulación dealgunos imperativos morales. Así entendida, laPolítica deviene historia aplicada.10

Lejos de tratarse de un uso instrumental de lahistoria, para él, los valores que impulsaba eranel resultado de una corroboración empírica: no setrataría de un mero postulado sino de unaconstatación objetiva.

Si, después de todo –concluye Treitschke– elhistoriador se ve obligado permanentemente aadmitir que las verdades son sólo relativas,también descubre que hay, afortunadamente,unas pocas verdades absolutas en las cualespuede confiar. Así podemos deducir de lahistoria política que el poder reside en el Estado,que en la comunidad civil debe existir ladistinción de clases, etc. Y así como hemoslogrado hallar algunas fórmulas científicasabsolutas, también hemos podido verificar laverdad de algunas ideas éticas.11

Según señalan algunos de los autores que elpropio Barash cita, el historicismo sería, endefinitiva, la forma, típicamente moderna, denegación histórica de la política, elencubrimiento de las propias posturasideológicas bajo el velo de una verdad objetiva.Para algunos de ellos, no sería el relativismosino, justamente, este afán de verdad el que seencontraría en la base los totalitarismos del sigloXX (lo que sólo muestra la dificultad deestablecer relaciones inequívocas entreperspectivas históricas e ideologías políticas).12

En todo caso, lo que se revela aquí es que, másallá de su nacionalismo, Treitschke seguía siendoun hombre del siglo XIX. Por debajo de suconcepto historicista subyacía aún una visiónteleológica de la historia (la idea de que lamisma se orienta espontáneamente a larealización de ciertos valores universales)típicamente decimonónica. Y esto nos devuelveal plano de los lenguajes políticos de base.

La quiebra de los supuestos teleológicosimplícitos en las visiones evolucionistas de lahistoria del siglo XIX es un fenómeno que no serelaciona con una ideología política particular,sino que cruza el conjunto del espectroideológico (puesto que se instala en el nivel delsuelo categorial que define las condiciones de suarticulación).13 De hecho, tampoco Barash habríaya de compartirlos. Esto se expresa en sudiscurso en el hecho de que éste ya no podráexplicar cómo se concilian sus dos hipótesisantes citadas.

En definitiva, no hay modo de extraerorientaciones normativas sustantivas deldesenvolvimiento objetivo de la historia sinreintroducir al menos una forma debilitada de

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10 Ibid., p. XIX.11 Ibid., p. XXIV.12 En definitiva, dada su indeterminación semántica, unmismo lenguaje bien puede dar lugar a muy diversas –y aunencontradas– ideologías políticas (e inversamente, una mismaideología política bien puede responder, sin embargo, a muydiversos universos conceptuales). De allí la necesidad de ladistinción entre niveles de discurso, dado que los cambios enlas ideas de los actores pueden esconder la permanencia delos lenguajes políticos subyacentes, así como la persistenciaen el nivel de las ideas puede ocultar alteraciones cruciales enel nivel de los presupuestos conceptuales en que las mismasse fundan.13 Véase Palti, “El ‘retorno del sujeto’. Subjetividad, historiay contingencia en el pensamiento moderno”, Prismas, Nº 7,Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional deQuilmes, 2003, pp. 27-50.

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teleologismo, esto es, afirmar que el postuladode la existencia de ciertos valores trascendentes alos contextos particulares es una especie deprincipio regulativo de la razón, un a priori parala inteligibilidad histórica y, al mismo tiempo, unimperativo moral, dado que sólo él puedeprevenir el uso instrumental de la historia confines antidemocráticos. Pero, en tal caso, la tareahistoriográfica perdería todo sentido, seconvertiría en una inmensa tautología, sóloterminaría hallando en su punto de llegadaaquello que ya se encontraba en su punto departida como su premisa. Si Barash aspira a quela historia sea una empresa objetiva y evitar asíla recaída en el relativismo, no podría descartar apriori, pues, que la misma eventualmenteconduzca a conclusiones distintas a las que élespera, es decir, que si la misma descubre, enefecto, la existencia de valores presidiendo sutranscurso, éstos puedan no ser el pluralismo y la democracia, como él propone, sino, comopensaba Treitschke, el autoritarismo, ladistinción de clases, la voluntad de poder, etc. En todo caso, el punto es que, quebrados lospresupuestos teleológicos, ambos postulados nopueden ya sostenerse simultáneamente.

Más allá de las inconsistencias a queconduce, el problema que este deslizamientodel plano histórico al plano normativo plantea,desde un punto de vista estrictamentehistoriográfico, es que, como vimos, lleva adislocar los objetos que analiza a fin dehacerlos encajar dentro de la grilla dicotómicasobre la que descansa la historiografía de ideas.

El afán de comprensión histórica se ve asísubordinado al objetivo de hallar las bases desustento conceptuales del totalitarismo moderno(el viejo juego de hallar el huevo de laserpiente). Como señala Barash, nuevamente,respecto de Treitschke, éste, dice, “encuentrainaceptable la distinción entre historiografía ypolítica” (p. 131). Sin embargo, esta confusiónde esferas se relaciona menos con sus ideaspolíticas que con un modo de procederintelectual propio de la filosofía política, y quela historiografía de ideas habría de heredar deella. En definitiva, en su base se encuentra uncierto modelo analítico que permite inferirconsecuencias políticas determinadas a partir deperspectivas históricas dadas. De allí que, en lamedida en que el enfoque de Barash permaneceen el plano de los contenidos manifiestos de losdiscursos, que su crítica se despliega en elplano estricto de la superficie textual de ideas,tampoco él habría de distinguir ambas esferasclaramente, haciendo que sus análisis histórico-filosóficos se confundan con una crítica de lasideologías. Éste habrá así de reproducir en supropio texto el mismo tipo de deslizamientoconceptual que cuestiona en Treitschke. Y ellodemuestra que no basta con cuestionar losmarcos dicotómicos propios de la tradición dehistoria de “ideas” para superarlos y evitar larecaída en su mismo tipo de lógica binaria, sinoque, para ello, es necesario penetrar y corroercríticamente la serie de supuestos de ordenepistemológico sobre los que tales marcosconceptuales se fundan. o

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Las preguntas que podrían formularse respectode las reediciones de textos que fueron escritosen contextos sociales, políticos y culturales cuyaalteridad respecto de nuestra época no es precisorepasar aquí, residen en cuáles son los criteriosque dirigen esos catálogos, quiénes y por quéelevaron ciertas obras y autores a la categoría declásicos; quiénes deberían habitar legítimamenteel canon de una historia de la cultura literariaargentina. Estas preguntas, contestadas a veceselípticamente, no se reclaman imprescindibles enlos casos de libros citados, criticados,combatidos, revisitados en diversos momentos alo largo de nuestra breve historia intelectual.Pero en el caso de Paul Groussac, cuya ausenciaen una historia de la literatura provocaríaprobablemente menos desvelos que su presencia,un ensayo de respuesta se torna indispensable.

En los últimos años la figura intelectual dePaul Groussac, el polígrafo francés que vivió en laArgentina entre 1868 y 1929, ha sidofrecuentemente evocada a través de estudiosmonográficos centrados en su personalidad y suvasta obra, investigaciones que se concentraron enregiones específicas de su producción intelectual,sobre todo como crítico literario e historiográfico,y la reedición de algunas de sus obras precedidaspor estudios destinados a establecer claves delectura pertinentes para textos en los que primauna notable diversidad respecto de los temas, losgéneros y los contextos de producción.1

Parece haber concluido así un ciclo en el queobra y personaje habían quedado opacados en elmarco de las transformaciones que se operaronen el país a partir de la Segunda Guerra Mundial.La última ocasión para su instalación comoreferente, al menos, de las vertientesantiimperialistas de los años 1930, se produjocon motivo de la ley 11.904 de 1936 queestablecía su estudio sobre las islas Malvinas,publicado en 1910, como texto de lectura

obligatoria en las escuelas públicas.2 Podríahaber sido también la ocasión para recuperar susentencia resignada sobre la amenaza que losEstados Unidos representaban para los pueblosamericanos, sobre todo después de la PrimeraGuerra Mundial.

Pero esos escasos lazos con algunos de lostópicos del debate político e intelectual de ladécada de 1930 no alcanzaron para reivindicar aun personaje tan respetado como incómodo parala cultura argentina, no sólo por su origenfrancés sino también por su aristocratismopolítico e intelectual, su agnosticismo y surecusación de toda herencia cultural nativa.Rasgos de su obra que lo tornaron inclasificablepara cualquier proyecto de reconstrucción de unatradición literaria o historiográfica nacional.

De todos modos, ya en la década de 1920, ellugar que había logrado conquistar como faro dela cultura argentina comenzaba a ser disputadopor la emergencia de empresas colectivas y denuevos dispositivos institucionales quecontrariaban su autoridad individual yomnipresente en el campo literario ehistoriográfico. Fue éste el momento propiciopara los reconocimientos y homenajes que losnuevos escritores le brindaban al último de los notables. Precisamente cuando el impacto de sus juicios dejaba de hacer mella en la virtud de sus víctimas.

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1 Nos referimos a un conjunto de reediciones o selecciones detextos de Groussac que justifican estas páginas: PaulGroussac, El viaje intelectual, Buenos Aires, Simurg, 2005,con prólogo de Beatriz Colombi; Paula Bruno (Selección yEstudio Preliminar), Travesias intelectuales de Paul Groussac,Buenos Aires, Editorial de Universidad Nacional de Quilmes,2004; Paul Groussac, Los que pasaban, Buenos Aires, Taurus,2001, cuyo Estudio Preliminar estuvo a mi cargo.2 Paul Groussac, Les illes Malouines. Nouvel exposé d’unvieux litige, 1910.

Lecturas sobre Paul GroussacAlejandro Eujanian

Universidad Nacional de Rosario

Su físico estaba en íntima relación con su carácter:hombros puntiagudos, facciones angulosas, nariz afi -lada. Todo en él eran puntas y aristas.

Manuel Gálvez, Amigos y maestros de mi juventud

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Él mismo uno de Los que pasaban yprotagonista elusivo de ese relato entreautobiográfico y testimonial, era homenajeado en1919 por la revista Nosotros en un banquetecuando todavía quedaban los ecos de la críticaque algunos jóvenes historiadores de la “nuevaescuela histórica” le habían dirigido desde lapublicación. Pocos años después, algunos dequienes habían cuestionado su autoridad loincluirían en su propia genealogía. En efecto,Rómulo Carbia en su Historia crítica de lahistoriografía argentina de 1925 reconocía losméritos de Groussac en el campo de la crítica dedocumentos, en un momento en el que no losmotivos, pero sí el lugar relativo desde el cualhabían polemizado, se había modificadoradicalmente, en favor de la nueva generación.3

Aun así, para los mismos años, la Universidad deCórdoba le negaba un doctorado Honoris causacon el argumento, presentado ante el ConsejoSuperior de la Universidad por Raúl Orgaz, queexponía las causas por las cuales Groussac antesque promover los estudios históricos en el paíslos había obstaculizado.

Finalmente, con motivo de su muerte el 27 dejunio de 1929, la revista Nosotros reunía en unnúmero extraordinario a diversas generacionespara brindar un homenaje póstumo en el queparticiparon Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges,José Luis Romero, Ricardo Levene, AlejandroKorn, Alberto Gerchunoff, José Bianco yRoberto Giusti, entre otros, destacando su laborde ensayista, crítico, dramaturgo, novelista,publicista, historiador y promotor cultural.4

Así, después de un largo ostracismo salpicadopor la publicación de algunos trabajos destinadosa la exaltación de su figura antes que al estudiode su obra y de su acción, la pregunta quesubyace a esta proliferación de reediciones desus ensayos, y no de sus novelas y estudioshistóricos más ambiciosos, es: ¿a qué se debeeste renovado interés por la obra de unintelectual cuya mirada sobre el país, su culturay su historia fue generalmente excéntrica yesporádicamente apasionada?,5 ¿cuál puede serel legado de quien practicó en solitario unestudiado desdén por la cultura y la políticaargentina? Quien, por otro lado y como otrosintelectuales de su generación, no se nutrió dediscípulos sino de ocasionales contrincantes.

En rigor, las editoriales tanto comercialescomo académicas han incluido las reediciones declásicos de la cultura nacional en sus catálogos

sobre todo desde la crisis que sacudió al país afines del 2001. Catálogos que exceden el registronacional y popular en el que se ubican entreotros los libros de Raúl Scalabrini Ortiz, ArturoJauretche o Rodolfo Puiggrós, que se reubicarondespués de años en las vidrieras de librerías noespecializadas en la variedad de “raros yusados”. Pero, en un sentido más amplio, se hanreeditado un conjunto de libros cuyos autorestienen en común compartir el ensayo comogénero y el análisis crítico de la historia y lacultura nacional como objeto. Probablementecomo parte de una búsqueda de las claves quepermitieran encontrar la explicación de los malesde la Argentina contemporánea en quienesexpresaron más acabadamente lascontradicciones de la Argentina moderna.

Seguramente, un destino irónico para elpropio Paul Groussac. Quien insistió en señalarla pobreza del medio en el que se dedicó a dictarsentencia parece ser la cifra para comprender lapeculiar conformación cultural del país entrefines del siglo XIX y comienzos del XX. Si nosatenemos a los trabajos que le fueron dedicadosen los últimos años, en todos aparece unesfuerzo por vincular aspectos biográficosreferidos a su intervención en la esfera públicacon escritos en los que es posible detectarindicios respecto de su peculiar percepción decuál era su lugar en ella.6

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3 Rómulo Carbia, Historia crítica de la historiografíaargentina, Buenos Aires, 1940.4 Nosotros, Nº 242, Buenos Aires, julio de 1929; en un registro similar: AA.VV., Centenario de Groussac. 1848 –14 de febrero– 1948, Buenos Aires, Coni, 1949.5 La particular tensión entre su origen, la Argentina y susexpectativas es señalada por Tulio Halperin Donghi: “Lasospecha de que la posición eminente por él alcanzada en lavida intelectual argentina era comparable a la de un soberanodel país de los ciegos no sólo no contribuyó a hacer másbenévolo su reinado; agregó una dimensión nueva y aun másproblemática a la relación entre Groussac y la Argentina, lapasada como la presente. Ella mantenía constantemente vivaen el historiador la conciencia de que una inmadurez históricaa la vez atractiva e irritante era el rasgo dominante de esahistoria argentina que el destino le había condenado aexplorar”, en “La historiografía: treinta años en busca de unrumbo”, Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo (comps.), LaArgentina del ochenta al centenario, Buenos Aires,Sudamericana, 1980, p. 839.6 Algunos de esos trabajos son: Paula Bruno, Paul Groussac.Un estratega intelectual, Buenos Aires, FCE, 2005; MiguelDalmaroni, “Literatos y Estado (Payró, Groussac, Lugones)”,en Noé Jitrik (comp.), Las maravillas de lo real. Literaturalatiniamericana, Buenos Aires, Universidad de BuenosAires, FFyL, Instituto de Literatura Iberoamericana, 2000,

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Emerge así una figura que utiliza la escrituracomo un instrumento para construir el medio enel que se inserta siempre en tensión. Así, alasignarle rasgos que resaltan una incomodidadque resulta de sus dificultades para adaptarseplenamente a él, describe como pocos lascontradicciones que atraviesan el escenario en elque despliega su acción. En este sentido, lasinvestigaciones referidas al “profesor francés”,retomando el tono sarcástico de LeopoldoLugones, se estructuran de acuerdo con lossiguientes tópicos: los vínculos sociales,intelectuales y políticos que mantuvo con losmiembros de la llamada “generación del 80”; la imagen de intelectual de la que fue portadoren un contexto de redefinición de las relacionesdel escritor con el Estado y el poder político; su actuación en la esfera pública, que resulta de su intervención en empresas culturales ypolíticas que, en algunos casos, él mismoimpulsó; su función como crítico más que sudesempeño como historiógrafo y literato; laambivalente relación que entabló con laArgentina y con Francia.

Hace tiempo que el rótulo de “generación del80” ha dejado de cumplir para la historiaintelectual una función comprensiva respecto delclima de ideas predominante en el último cuartodel siglo XIX. Sin embargo, ello no deberíacontribuir al abandono de la pretensión deseñalar las diferencias en un contextoenglobante, como lo propone Oscar Terán con lanoción de “cultura científica”, que remite a“ciertos esquemas de percepción y valoración dela realidad” que son compartidos por aquellosque “reconocen el prestigio de la ciencia comodadora de legitimidad de sus propiasargumentaciones”.7

En este colectivo podría sin duda incluirse aPaul Groussac, menos restrictivo que el depositivista para quien entiende que elconocimiento en las ciencias sociales es siempreprovisorio y conjetural.8 Al mismo tiempo,comparte con otros miembros de esa generación,en un sentido más táctico que estratégico, unaderiva neohispanista que lo lleva a revalorizar lalengua castellana, aproximándose así a laposición que sostuvo Ernesto Quesada en eldebate que promovió el libro de Lucien Abeille,Idioma nacional de los argentinos. Aunque en sucaso, la recuperación de la herencia hispanaestuviera motivada menos por la amenaza delaluvión migratorio que por la que representaba el

expansionismo norteamericano, anticipando aRodó en su caracterización de Calibán, comosigno de una sociedad en la que predominaba lamediocracia, el afán de lucro y el materialismo.9

Comparte también, con esa generación, unsentimiento de divorcio entre los principiosdemocráticos y liberales, que defendió desde eldiario Sud América, como percibió en sumomento José Luis Romero.10 Lo que explica suapoyo a la candidatura de Roque Saenz Peña a lapresidencia como inspirada por viejassolidaridades y no por compartir las mismasconvicciones respecto del rumbo que debíatomar bajo su dirección el país.11

Sin embargo, como bien señala Paula Bruno,mantuvo notables diferencias con otrosreferentes intelectuales del período que resultan,entendemos, del lugar en el que instaló el atriodesde el cual se dedicó a predicar como unsacerdote laico. Esto nos lleva al segundo de lostópicos mencionados. El de la construcción deuna imagen de intelectual en el proceso detransformación de las prácticas culturales y deredefinición de las relaciones del escritor con elEstado y el poder político.

Carente de una educación formal, Groussacllega al país con un escaso material cultural ysimbólico que, sin embargo, potencia como

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pp. 123-132; Verónica Delgado y F. Espósito, “PaulGroussac: los intelectuales, la sociedad civil y el Estadoliberal”, en Orbis Tertius. Revista de teoría y críticaliteraria, Nº 6, 1998, pp. 41-51 y “La lección de PaulGroussac en La Biblioteca: la organización cultural”, enTramas, Nº 10, 1999, pp. 97-105; Alejandro Eujanian, “PaulGroussac y una empresa cultural de fines del siglo XIX: larevista La Biblioteca”, en AA.VV., Historia de revistasargentinas, Buenos Aires, AAER, 1997, pp. 9-44; AlejandroEujanian, “Paul Groussac y la crítica historiográfica” y“Método, objetividad y estilo en el proceso deinstitucionalización”, ambos en A. Cattaruzza y A. Eujanian,Políticas de la historia, Buenos Aires, Alianza, 2003.7 Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo(1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, BuenosAires, FCE, 2000.8 “En los estudios sociales, no podemos, no debemos aspirarsino a una probabilidad cada vez mayor en la conjetura”. Cf.Paul Groussac, “La paradoja de las Ciencias Sociales”, en LaBiblioteca, año I, t. II, 1896, pp. 309-320.9 Paul Groussac, Del Plata al Niágara, Buenos Aires,Administración de La Biblioteca, 1897; Paul Groussac,España y Estados Unidos (Conferencia pronunciada en elTeatro de la Victoria de Buenos Aires el 2 de mayo de1898)”, en Viaje intelectual, t. I, citado.10 José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina,Buenos Aires, FCE, 1997, p. 205.11 Paul Groussac, Los que pasaban, citado.

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resultado de una adecuada combinación devínculos privados y el estatus cultural que suorigen le proporcionaba en un ambiente en elque Francia era el destino del horizonte deexpectativas que nutría los anhelos civilizatoriosde las élites. Por otro lado, la ausencia deinstituciones que regularan los procesos deformación y ascenso en una carrera profesional yen la burocracia estatal, facilitaba el acceso a lasélites culturales de aquellos a quienes se lesabrieran las puertas de los círculos de notablesque habitaban espacios como el queproporcionaba el Colegio Nacional de BuenosAires. Allí, el recién llegado entabla contacto conPedro Goyena y Juan Manuel Estrada, quienespromueven su acceso a las páginas de la RevistaArgentina, y accede al despacho de NicolásAvellaneda, ministro de Sarmiento y futuropresidente, quien le ofrece un cargo de profesoren el Colegio Nacional de Tucumán yposteriormente de inspector de Escuelas.

Inversamente, cuando ya había conquistadouna posición de prestigio intelectual en el país,su retorno a Francia, también con adecuadascartas de presentación, no cubre sus expectativas.En su tierra natal, que contaba sobre todo desdela instalación de la Tercera República con uncampo cultural más institucionalizado yprofesional, el trato con Alphonse Daudet y elacceso al círculo de Victor Hugo no fueronsuficientes para promoverlo a posicionesanálogas a las que conquistó en una Argentinaque, a su retorno, lo esperaba para cubrir elcargo de director de la Biblioteca Nacional, queantes habían ocupado José Mármol, VicenteQuesada y Eduardo Wilde.

En la Argentina, Groussac construye suimperio en un ambiente signado por un vacíoinstitucional propio de un Estado enconstrucción. Sin embargo, este self made man,que como otros escritores de su generaciónconserva su condición de polígrafo, insiste enuna necesaria profesionalización de losescritores, cuyo doble sentido remite a virtudesde las que carece pero cuya ausencia condena alos intelectuales americanos: distanciamiento dela política y una mayor especialización. Juicioque no condice con el que formula respecto de L. Burdeau, joven filósofo de familia humilde yde origen provinciano, traductor de Spencer ySchopenhauer, cuya carrera remata comofuncionario de la Tercera República.12 Es que si,como señala Patrice Vermeren, Burdeau era el

paradigma de una generación de profesores queconquistaron posiciones no por su condición deherederos sino por su calidad intelectual y sucompromiso con la República, Groussac en laArgentina era, en cambio, miembro de un círculode herederos, y su propia herencia la tradicióncultural francesa.

Pero aquí Groussac se sentirá víctima de loslazos que unían política y cultura, cuando laintromisión del poder político en una disputahistoriográfica que mantuvo con Norberto Piñerolo lleva a clausurar la empresa que había iniciadocon la revista La Biblioteca. Sin embargo,cuando a comienzos de siglo las condicionespara alcanzar una mayor especialización yautonomización de la labor intelectual sean másfavorables, no será el mentor del proceso deinstitucionalización que se inicia con la creaciónde la Facultad de Filosofía y Letras, sino uno desus principales críticos. En tanto que dichoproceso sentaba las bases para cuestionar, desdeotro lugar, los principios de legitimidad sobre loscuales había construido su autoridad.

Esa autoridad se nutre de la superioridad quele otorga el ser portador de una tradición culturalsobre la cual afirma sus juicios sobre laArgentina que, en Del Plata al Niágara así comoen los textos reunidos en Viaje intelectual y laselección que realiza Paula Bruno, se extiende alresto del continente, a los Estados Unidos y auna Francia que le resulta ya casi tan ajena comolos otros destinos de sus viajes. Pero, cómojuzgar a Francia sin poner en entredicho supropio capital cultural. Precisamente, afirmandosu pertenencia a una tradición que en su propiopaís se veía amenazada por la vulgarización y lamediocridad.

Por ello puede extenderse a todos sus destinosla peculiar mirada que David Viñas devela en suviaje a los Estados Unidos: “su mirar es unamezcla de lateralidad y espionaje que a lo largode su itinerario le permitirá mantener unadistancia”.13 Su juicio crítico se funda en esameditada distancia. Es esa ajenidad la queorganiza su dispositivo crítico antes que unmétodo asentado en el trípode taineano de la

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12 Patrice Vermeren, “Groussac, la República de los filósofosy la Biblioteca de la Nación”, en La Biblioteca, Nº 1, verano2004-2005, pp. 110-115.13 David Viñas, De Sarmiento a Dios. Viajeros argentinos aUSA, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 103.

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raza, el medio y el momento. En este sentido,nadie mejor que él definió en uno de sus librossu relación con las cosas de este mundo: viajerointelectual.

Desde ese lugar impuso su condición decrítico y desde allí impartió una política delgusto y el estilo de tono aristocrático que, a lavez que pretendía disciplinar, lo presentaba comoun escritor outsider y él mismo indisciplinablepor los nuevos canales culturales que emergen acomienzos del siglo XX.

Así, Paul Groussac se presenta como unaautoridad excesivamente individualista comopara ser concebido como un “estratega cultural”.En todo caso, es promotor de empresasculturales que, como en el caso de los Anales dela Biblioteca, son poco más que espacios paraexponer públicamente sus diversos interesesintelectuales. La Biblioteca, en cambio, puedeser un contraejemplo por su carácterpretendidamente colectivo. Sin embargo, pocoimporta su destino cuando siente amenazado suderecho a impugnar la obra de un autor por el

mismo poder que la financia. Por otro lado, lejosdel modelo que aspiraba alcanzar, la Revue dedeux mondes, la revista La Biblioteca cuenta a supesar con una tradición nativa iniciada por laRevista del Paraná y seguida por la Revista deBuenos Aires, entre otras, con las cualescomparte similares objetivos y condiciones deproducción.

En definitiva, las lecturas de los textos queGroussac escribió para un público letradoargentino han promovido, en su desmesura, unaestrategia interpretativa centrada antes que en lapretensión de dotarlos de una coherencia que sesostenga en un dilatado ciclo intelectual yatraviese la diversidad de géneros, temas ycontextos de producción, en señalar a partir deellos sus incertidumbres, incorrecciones, dudas ypuntos ciegos. Es en estos registros donde serevelan las contradicciones de la particularconfiguración de la cultura argentina de entresiglos. Propias, por otro lado, de los avatares deuna modernidad que, tempranamente, le despertóescasas esperanzas. o

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Reseñas

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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Alberto Damiani aborda en estelibro la obra de GiambattistaVico de manera integral ysistemática guiado por elobjetivo de señalar surelevancia política. El pensadornapolitano, nos recuerda elautor, se opuso desde tempranoa las filosofías que desatiendenlos asuntos civiles, y pensó queel sentido de la teoría no es otroque su aplicación a estosasuntos.

La lectura política espropuesta desde el propio título,que evoca la imagen de unosgigantes a los que es precisodomesticar. Según Vico, lacivilización se forjó desde laanimalidad propia de unos seresque se aislaron y desarrollaron“desmesuradamente sus carnesy huesos”; se trataba de“hombres de robustas fuerzascorporales, que, aullando yrugiendo, expresabanviolentísimas pasiones”producto de una desenfrenadalibertad bestial. Los gigantes,aquellos seres que no sólo Vicosino el imaginario colectivo deuna época supuso comoantecedentes del hombrecivilizado, representan labarbarie desde la que el hombreconstruyó su medida humanacreando las instituciones.

Sin embargo, y he aquí elsentido político que Damianibusca resaltar, esta barbarie noforma parte de una etapa delpasado –un tanto pintorescapero felizmente superada– sinoque representa un peligrolatente para las naciones

modernas. Vico, enfatiza elautor, no se interesó porinvestigar los corsi y recorsi delas naciones para elaborar unafilosofía de la historia conformea su naturaleza común ydescubrir así la historia idealeterna subyacente. Por elcontrario, su interés de fondofue desarrollar herramientasfilosóficas que permitieranadvertir y oponerse a ladecadencia que se cierne sobrelas propias naciones modernas.

El libro de Damiani intentademostrar esta tesisinterpretativa de manera eruditay metódica, dirigiéndoseespecialmente contra quienesven en el pensador napolitanouna filosofía de la historiaindiferente a la urgencia de lopolítico, o bien lo leen desde lasperspectivas biográfica ohistoriográfica. En tal sentido,no pretende aislar y sacar a laluz las resonancias políticas deuna obra más amplia, sinoreconstruir esta dimensión paramostrar su carácter central,especialmente desde laperspectiva de las sucesivasversiones de la Scienza Nuova,y, cuando la interpretación asílo requiere, de textos anteriores.Dado que el objetivo de laciencia viquiana es “orientar elgobierno racional del mundocivil mediante el conocimientode sus condicionesantropológicas, institucionalesy lingüísticas”, Domesticar alos gigantes recorre en cada unade sus secciones los conceptosde gobierno, lenguaje,

racionalidad y ciencia enconexión con el eje político quese busca resaltar.

La primera parte,“Antropología y política”, seocupa de la definición de lanaturaleza humana en tantobase conceptual de ladimensión política. Se muestraallí cómo en obras anteriores ala Scienza Nuova se perfila unavisión antropológica metafísicadesligada de las condicionesinstitucionales. El hombre escaracterizado a partir de sumente imperfecta, en oposicióna la mente divina. Damianiexplica cómo esta perspectivaes dejada de lado en la obramás célebre del pensadorestudiado, donde la naturalezahumana se representa comoesencialmente conformada porlas condiciones sociales,culturales y políticas que elmismo hombre establece.

Resulta interesante, en estepunto, la ubicación de Vico enel debate moderno acerca delestado salvaje. A diferencia deotros autores clásicos, elpensador napolitano sostieneque el hombre no parte de unestado presocial sino que, comohicimos mención, cae en élluego de que algunos miembrosde la especie se aíslan y setransforman en monstruososgigantes. La vuelta a lacivilización se producemediante la recuperación de ladimensión religiosa –en unprincipio, bajo la forma deltemor al trueno–, el matrimonio–donde se plasma la

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Alberto Mario DamianiDomesticar a los gigantes. Sentido y praxis en VicoRosario, UNR Editora, 2005, 412 páginas

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transformación de las pasionesanimales en humanas– y lasepultura, que expresa lacreencia en la inmortalidad. Elproceso educativo que imponecertezas se desarrolla alprincipio como una verdaderadomesticación llevada a cabopor instituciones sanguinarias,hasta que la mente deja de estarinmersa en los sentidoscorporales y el hombre interiorrecupera el dominio de laspasiones.

Así, en parte oponiéndose ala noción cartesiana de certeza,Vico desarrolla la idea de unsensus communis, según la cualexisten certezas básicas que handado lugar en todas lasnaciones a las institucionesbásicas del mundo civil. Estasinstituciones se suceden demanera necesaria siguiendo unorden ideal eterno de carácterprovidencial cumplido “aespaldas” del libre albedrío. Enun desarrollo siempre igual dela naturaleza humana, algobierno patriarcal le sigue unoaristocrático –donde la relaciónde mandato y obediencia puedellamarse propiamente“política”– y finalmente losestados democrático ymonárquico, en los que sedespliega la igualdad entre los hombres.

Al estudio de las relacionesentre antropología y políticaDamiani integra la siguientesección del libro, “Política ylenguaje”, que se ocupa antetodo de las primeras obras delautor investigado. En ellas seadvierte una clara oposición alas consecuencias de aplicar elmétodo cartesiano en el ámbitode la educación, lo cualfomentaría de modo unilateral yprecipitado la actitud crítica.Vico defiende, por contraste, laimportancia del arte de

descubrir argumentos (tópica) ydel de persuadir, esencial parala vida civil porque produce elsentido común y el consensoindispensable para todainstitución. Mientras que lacerteza producida por lapersuasión permite elestablecimiento firme de lasprimeras instituciones, lapérdida de certezas implica ladisolución de esas institucionesy de la propia naturalezahumana. La crítica racional quepone un límite a la persuasióndebe ser compensada, entonces,por una retórica persuasivareconstructora de certezas.

De acuerdo con lainterpretación de Damiani, ellenguaje posee en Vico un lugarcentral para la estructuración dela dimensión política. La propiamitología, en correspondenciacon esto, ya no es consideradaun mero estudio de la sabiduríade los pueblos primitivos, sinouna investigación de cómoéstos dieron sentido a suexperiencia. Al articular lasideas que expresaban unaexperiencia colectiva y queconformaron un lenguajeoriginario, los mitospermitieron dar a luz lasprimeras instituciones, por loque constituyen el primerproducto de la civilización. Laciencia que estudia los troposde este lenguaje (la “nueva artecrítica”) representa nada menosque la “llave maestra” de la“nueva ciencia”.

La tercera parte, “Política yracionalidad”, se detieneprimero en la oposición de Vicoal derecho moderno, el cual haprescindido del concepto deprovidencia divina y, en talmedida, no ha podido explicarel paso del estado salvaje alestado político. En contra deesto, Vico defiende el carácter

histórico de la naturalezahumana, su lenta conformaciónmediante una educaciónreligiosa y legal. En el curso dela historia –del cual ya hicimosmención– la aristocracia sucedeal patriarcado y es sucedida porla república, donde reina la ideade equidad natural y donde, dela mano de la experienciademocrática, surge la propiaracionalidad. Pero cuando lasinstituciones dejan de encauzarlos intereses egoístas y deplasmar la equidad, el sentidocomún pierde verosimilitud y lanaturaleza humana vuelve aacercarse a la barbarie. Laspasiones vuelven a tomar eldominio, aunque ahora llevan elsello de los vicios propios de lacivilización. Vico llama“barbarie de la reflexión” alproceso intelectual de rebeldíafrente a las instituciones quedesemboca en esta nuevatiranía de las pasiones. En estenuevo contexto de barbarie, lapalabra ya no persuade. Lasciudades se convierten enselvas por las que vaganpersonas incomunicadas, ajenasa cualquier sentido común,solamente orientadas porpasiones y caprichos,descripción –si se permite lacomparación– similar a laimagen muchas veces esbozadade nuestras sociedadescapitalistas.

Vico imagina una historiaideal eterna de carácter cíclico,de modo que a la recaída en labarbarie le sigue unresurgimiento del proceso deinstitucionalización yhumanización, proceso que seve ilustrado por las nacionesantiguas y las modernas. Pero,como subraya Damiani, laScienza Nuova no es unadoctrina que fomente laresignación frente a un curso

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histórico predestinado, sino quealienta la acción política entanto permite pensar estrategiasque demoren indefinidamenteel destino ineludible.

La última sección del libro,“Ciencia y política”, exponecon cierto detalle la oposiciónde Vico a la matematizacióncartesiana de la naturaleza y almétodo racionalista en general.Este último desestima elestudio de lo humanoprincipalmente porquedesatiende la eficacia del librearbitrio, el cual no permitedescubrir leyes universales yverdades indubitables. Frente alideal cartesiano y susconsecuencias pedagógicas,Vico propone volver al hombreprudente que tiene en cuenta loparticular y estáverdaderamente capacitadopara la vida política. Comorevela Damiani, el pensadornapolitano no rechaza el idealcientífico sino el modelodieciochesco de las cienciasnaturales como paradigmaexclusivo de ciencia. LaScienza Nuova toma comoobjeto de estudio el mundohistórico prescindiendo de lospresupuestos naturalistas yorientándose con la idea de quetoda obra humana puede serestudiada científicamenteporque es un producto humano.

El latiguillo viquiano“verum ipsum factum” significaprecisamente que lo que fuehecho por los hombres puedeser, por ende, conocido.Damiani examina las distintasfunciones y los problemas

interpretativos y gnoseológicosa los que da lugar este principioen diversas obras, subrayandola función central que tiene enla Scienza Nuova. El mundoilustrado representa, para elautor de este estudio, el interésprimordial y práctico de Vico,cuyas descripciones de lacrueldad y la barbarie no tienenotro fin que mostrarcrudamente las dimensiones deun peligro inminente. Losprincipios descubiertoscientíficamente están enfunción de orientar el gobiernosobre la base de unaconcepción del hombre comolibre. La faz “activa” de estaciencia se vuelca, entonces,sobre la educación y la política,y apela a la comunicaciónracional sobre los principiosdel mundo civil con el fin depreservar las institucionesilustradas.

Esta manera de acercarse ala obra de Vico permiteadivinar en el propio Damianiuna perspectiva ilustrada y unamirada desde la situacióncontemporánea, lo cual nooculta las virtudes académicaso “inactuales” de este estudio.Con respecto a esto último, elautor respeta la terminología yen gran medida el idioma deVico, ya que casi todas las citasestán trascriptas en su lenguajeoriginal –todavía accesible paralos lectores de lenguaespañola– y traducidas al pie.La reiteración de las tesisprincipales, en un estilo claro yfluido, permite relacionarfácilmente las diversas

secciones y articular unconjunto progresivamentemayor de conceptos. El aparatoerudito se expone en notas alpie, donde se incluyendiscusiones interpretativas y uncuerpo nutrido de referenciasclásicas y contemporáneas, sininterrumpir el curso de las tesisprincipales. Cierran la ediciónuna completa bibliografía sobreVico y los estudios críticos másdestacados, así como un índicede nombres.

Como resaltamos, el carácterriguroso e informado de esteestudio no va en detrimento desu interés por revivir laproyección práctica de la obraabordada. Los gigantes ateos yasociales de Vico puedenprovocar una sonrisa, en tantoel motivo no forma parte denuestro trasfondo de creencias.Sin embargo, no resultainverosímil asociar elcrecimiento desmedido de loscuerpos en nuestras sociedadesopulentas con el crecienteaislamiento individualista y lapérdida de la cultura ilustrada.En todo caso, más allá de lasimágenes que la ilustren y delas figuras en las queefectivamente se encarne,resulta claro que la barbarie noes un peligro conjurado, y unestudio profundo de la obra deVico como el que proponeDamiani arroja luz sobre estaproblemática.

Andrés CrelierUNLP

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Si hubiera que definir el marcodisciplinario y el tema del librode Gabriela Siracusano–doctora en Filosofía conorientación en Historia del Arte,investigadora del CONICET ypresidenta del Centro Argentinode Investigadores de Arte–,como primera aproximaciónpodría decirse que se trata deuna obra de historia culturalque enfoca sobre las prácticas ylos saberes vinculados con elarte colonial de la regiónandina.

En cuanto a sus objetivos, Elpoder de los colores se proponedilucidar los sentidos y lasfunciones de las imágenescomo recurso exitoso en laempresa catequizadora que seinicia con la dominaciónespañola en América. Ahorabien, a las pocas páginas decomenzada la lectura, secomprende que la empresa quesupone este libro es mas biencompleja y que, en últimainstancia, se trata de indagar lacolisión de dos cosmovisionesen las dos caras –la visible y lamicroscópica– de esa zona decontacto que es el sustratomaterial de los colorespresentes en el arte colonial, yque esto involucra el análisis deprácticas de representación,modos de percepción, códigosde legibilidad, concepcionesontológicas, tradiciones deconocimiento y prácticas depoder.

Ya en las primeras páginas,en la sección “La materia como

documento”, la autora explicaqué es un análisis estratigráficode telas y capas pictóricas, enqué consisten las técnicas decromatografía gaseosa y líquiday de espectroscopía de masa.Esta mirada del laboratorio,puesta en clave histórica parafuncionar como radiografía delpasado, será una de lascondiciones de posibilidad parala “excavación” y la“exhumación” de los sentidosimplícitos en la materialidad dela imagen.

Y es justamente esta miradahistórico-arqueológico-químicala que abre la cuestión delsustrato material del artecolonial hacia cuestionesvinculadas con rutas deabastecimiento de cada uno delos pigmentos, resinas y aceitesempleados en los talleres de losartesanos y los pintores de laregión andina, con laposibilidad de su manufacturalocal, con los grados detecnología adquiridos en laregión y con los numerosostérminos para designarlos–incluyendo los vocabloseuropeos e indígenas y susconnotaciones mágicas ocurativas– y, por lo tanto, conlos laberintos terminológico-semánticos, que incluyenconfusiones y deslizamientosde sentido. Esta compleja tramapermite comprender por quéalgunas sustancias cargan conlas propiedades físicas ysimbólicas de otras –como diceSiracusano, “desfasaje

enunciativo, producto decontradicciones ydiscontinuidades que asaltanestos enunciados anclados en la materia”–.

De esta forma, el mapa denavegación que plantea laautora conduce naturalmente acuestiones vinculadas con la“historia natural” de los siglosXVI al XVIII, empresa deconocimiento montada sobreuna fuerte tradición deconservación de una memoriatextual, práctica de laclasificación, de la descripcióny del catálogo, intento decodificación de la diversidadinfinita del mundo en lapalabra, que en Europa seremonta a Aristóteles,Teofrasto, Vitruvio, Plinio oDioscórides y que atraviesasiglos hasta Biringuccio,Agrícola o Della Porta. De estaforma, toman un lugarprotagónico la farmacopea, lamineralogía, la alquimia, lasprácticas de curar, la astrología,la magia y los intereses queestas tradiciones deconocimiento enfocaron sobrelos mismos materiales que seemplean en el taller delartesano y del artista. Es decir,la historia de la ciencia (comohistoria cultural y como historiade las ideas científicas) tambiénes una fracción relevante de latrama del libro. En este sentido,es posible afirmar algo que enmuchas otras obras surge comouna consecuencia codiciadaaunque forzada, esto es, que las

Gabriela SiracusanoEl poder de los colores. De lo material a lo simbólico en las prácticas culturales andinas.Siglos xVI-xVIII

Buenos Aires, FCE, 2005, 366 páginas

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tradicionales oposiciones entrearte y ciencia “no han hechomás que confundir y ocultar losverdaderos lazos que las unen”.

Desde este punto de vista, elperíodo que enfoca el libro–siglos XVI al XVIII– es crucial.En el siglo XVI están tomandoforma en las primerassociedades “científicas” nuevasprácticas de interrogación de lanaturaleza que se desarrollan enescenarios que se parecenmucho a los talleres de losartesanos, donde hay hornos,calderos, instrumentos para elpreparado de hierbas o para ladestilación de productosquímicos, lugares donde ya sehabla de “experimento”,aunque en realidad hay quepensar más bien en lo que hoyllamaríamos elaboración ypuesta a prueba de “recetas”,práctica que el historiadorWilliam Eamon llama el“eslabón perdido” entre los“secretos” medievales y losexperimentos baconianos,porque si bien se trata en granparte de la elaboración derecetas, se aplican sin embargoestrategias de manipulación yobservación queretrospectivamente aparecencomo estadio intermedio en elcamino de construcción de unapráctica posterior que sellamará “ciencia experimental”.Es en este marco que el libro deSiracusano trata también lacuestión del estatus social delas artes mecánicas, el lugarservil de estos saberes y elproceso de desvinculación deesta condición de pocoprestigio social por medio deuna estrategia discursiva queenfatizó el componenteespeculativo y racional y queocultó en un segundo plano losaspectos de manualidad ymanipulación de la materia.

Como dice la autora: “Lavictoria del disegno sobre lapraxis”.

Ahora bien, planteado elmarco sociocultural amplio, esclaro que el escenario no esEuropa, sino la América andina,por eso esta compleja trama dearte y ciencia, una vezcomprendida en el casoeuropeo, debe ser investigadaen los manuales de arte quecircularon por Hispanoamérica,como los Diálogos de lapintura (1633) de VicenteCarducho, el Arte de la pintura(1649) de Francisco Pacheco, oel Museo pictórico y escalaóptica (1715-1724), de AntonioPalomino de Castro y Velasco,y en la tradición de historianatural producida por viajeros,cronistas, catequizadores onaturalistas que visitaronAmérica. Al respecto, señala laautora que

rasgos como la curiositas, lasprácticas de observación ydescripción de fenómenosnuevos, y la apertura a laexperimentación preparan elcamino hacia una praxiscientífica y mecanicistamoderna, impregnada –entodo el reino español– de unafuerte impronta religiosa einquisitorial.

Por ejemplo, en las obras deGonzález Fernández de Oviedo,Bernabé Cobo, Bernardino deSahagún o José de Acosta dantestimonio de un modusoperandi renacentista, donde esevidente una mirada ampliadade la naturaleza, a la vez quecierto desajuste con la tradiciónclásica europea, ambosdesplazamientos comoconsecuencia del impacto delpaisaje americano sobre latradición de historia naturaleuropea.

¿Cómo se fue entrelazandoesta historia del conocimientocon el uso de los colores entierras andinas? A modo deejemplo, digamos que la fuertevinculación entre el arte dehacer colores y laexperimentación petroquímicay metalúrgica de raíz herméticaes analizada con detalle en Elarte de los metales (1640), deÁlvaro Alfonso Barba, querealizó su magisterio sacerdotalen Potosí. Barba advierte a losque trabajan en las minas sobrelos metales que se puedenextraer en la zona y los coloresque los identifican –elalbayalde, el lapizlázuli, lacaparrosa, el oropimente, etc.–y advierte también sus virtudesvinculadas con “la medicina delcuerpo humano”. Así, loscolores aparecen conectados alos cuatro elementos, loshumores, el zodíaco, la tríadaalquímica o la influencia de losastros en la producción de losmetales y los colores.

Toda la gama de poderesocultos de los objetos físicos–piedras, metales, plantas,animales y astros–,comprendida como un juego decompatibilidades y rechazos, ode simpatías y antipatías, esllevada a la paleta del pintor. Aesta tradición de historia naturalse superpone la circulación delibros de secretos por España yAmérica. En este punto, unodescubre que la manera de irtejiendo la trama argumentaldel libro tiene algo de novelapolicial, de actividaddetectivesca, donde los cruces“casuales” –casuales peroinexorables– con algunosejemplares claves permitieronestablecer cronologías ygenealogías textuales, como esel caso del libro de BernardoMontón, Secretos de artes

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liberales y mecánicas (1734) yla dilucidación de su“parentesco” con GiambatistaDella Porta.

Luego de rastrear los lazosentre pigmentos, metalurgia yalquimia en las prácticaseuropeas y americanas delperíodo colonial, el libro sededica a las cualidades queconectaban muchas sustanciascon el dolor físico, con elvínculo entre los colores y lasartes de la curación (algo quepodríamos llamar “historia de la medicina enHispanoamérica”). Primero enla tradición europea, luego en laactividad de boticarios,cirujanos y barberos enSudamérica. Menciono un soloejemplo, por razones debrevedad: cuando Siracusanoprimero descubre y luegodescribe la manera en que elpadre Bernabé Cobo, comoejemplo de este cruce entrecolores y farmacopea en elVirreinato del Perú, combinasus conocimientos deDioscórides con prácticascurativas registradas en tierrasandinas. Para Cobo, entre lospigmentos minerales, los decolor verde eranparticularmente aptos para lacuración. Siracusano ya nosexplicó al comienzo del librotodo lo necesario sobre elcardenillo. Dice Cobo ahorasobre el cardenillo que:

[…] echados sus polvos encualquiera llaga cancerosa opestilencial, aunque seanlandres, consumen lamalicia, corrigen loshumores, desecan ymundifican la llaga de talmanera […].

Finalmente, aclarando que lamirada del nativo llega a

nosotros tamizada por la miradade los autores españoles, salvocasos complejos como el deFelipe Guamán Poma de Ayala,el libro se dedica a la relaciónentre colores, cuerpo y alma enlas sacralidades andinas, dondese analizan los colores enrelación con los quipus–instrumentos mnemotécnicosempleados para el cálculo, elregistro de acontecimientos y elestablecimiento de jerarquías–,el arco del cielo (el arco iris) yla curación por colores.

Otras formas de curacióndonde entran en juego loscolores estuvieron vinculadascon objetos rituales, como lasplumas de los guacamayos,papagayos y loros, avesparlantes que el advenimientodel cristianismo a suelosudamericano asoció con elParaíso y con los ángeles. Aúnbajo la marca de la fuerzainquisitorial, en Españaconvivían el culto oficial consupersticiones, hermetismo ycultos populares o heréticos.América recibió este legado yle aportó un nuevocomponente: la presencia deprácticas religiosas quetampoco podían resumirse en elculto oficial de los Incas. Ellibro muestra que las estrategiasreligiosas y políticas paraneutralizar esta realidad fueronvariadas y no del todocontroladas.

La presencia del indígena enlos talleres de Cuzco, Lima yPotosí le dio matices propios ala dinámica de los gremios deartesanos y artistas, donde jugóun papel activo el sentido deloficio del pintor en la regiónandina antes de la llegada delos españoles, también regidopor pautas político-religiosas.Siracusano analiza de quémanera esta herencia interactúacon la demanda de producción

de imágenes de la empresacatequizadora de losconquistadores, portadora de supropia retórica de la visualidadque busca despertar devoción yempatía emocional a partir decódigos europeos.

Volviendo al taller delartesano-artista, dice el libro deSiracusano: “¿Podían el uso yla mezcla de los pigmentos,provenientes de minas o zonasvolcánicas, limitarse a unapráctica simple y mecánica?” Yresponde que el uso deloropimento (sulfuros dearsénico), sin contacto conaquellas sustancias quehubieran resultado antipáticascomo el bermellón (mercurio),o el verdigris o cardenillo(acetato de cobre), o, por elcontrario, la presencia amigablede minio y hematite (plomos yhierros), demuestran que

quienes tomaron estasdecisiones conjugaron praxisy conocimiento –el hacer y elsaber– mediante apropiacionesque deben haber combinado lalectura silenciosa o en voz altade manuales y libros desecretos, con el intercambiooral y experiencial de aquellosoficios que también requerían,en las “cocinas” de sustalleres, de estas recetas pararealizarlos –los que trabajabancon metales, los alquimistas,los boticarios, los especieros,los médicos, los barberos.

Finalmente, sobre el final setermina de establecer el vínculoentre las bases materiales de lospigmentos y su significaciónsimbólica en el proceso deevangelización, demostrando que

más allá del pretendidocarácter representativo de lasimágenes devocionales, susbases materiales –los

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pigmentos y sus mezclas–fueron entendidos comoportadores de poder divino nosolo por las culturas a lascuales iban dirigidas sino poraquellos que las construyeroncon fines catequizadores.

Si luego de este panoramavolvemos a la introducción,pueden comprenderse en sudimensión expresiones como:“Los colores son ‘aventurasideológicas de la historiamaterial y cultural deoccidente’”, expresión que laautora toma de Louis Marin. Oalgunas de las búsquedas que sepropone el libro, cuando leemos:

[…] en la Sudamérica colonialel uso de los materialespictóricos tuvo unasignificación que excedió lasimple aplicación automáticade técnicas artísticas europeasadquiridas

y la

idea de una comunión no sóloentre prácticas científicas yartísticas, sino también […]entre dos campostradicionalmente disociados:

el de la praxis y el disegno, enel sentido “vasariano” deltérmino.

O cuando, tomando el conceptode idolatría de Serge Gruzinski,Siracusano sostiene que sepropone desmontar lasprácticas vinculadas a laidolatría a partir de sumaterialidad, y agrega que:

Entender a la idolatría comoun elemento que organizó larelación con lo real, comosaber y como práctica ligadosa los objetos materiales, nospermite afirmar que el color,ya sea como presenciacromática o –lo que es mássingular– como pura materiaen forma de polvos, ocupó unespacio en el sistema desacralidades andinas.

Así, Siracusano sostendrá queen estos polvos de coloresprovenientes de minas ymontañas, ellas mismastambién entendidas comoespacio de lo sagrado, fueronprotagonistas de numerososrituales que sólo algunos pocospudieron advertir. Es decir, quetodo lo que se promete en la

introducción, que no es poco, esefectivamente indagado a lolargo del libro.

Finalmente, hay un rasgo nomenor que resulta evidente enEl poder de los colores: unapreocupación por el lector, unadimensión didáctica muycuidada y trabajada quetransmite una sensación detransparencia a lo largo de todoel libro. Tal vez esta cualidadesté vinculada con unaepistemología implícita, tantoen la escritura como en laestructura del libro, algo comouna confianza en que consuficiente pulido, selección defuentes y un orden adecuado esposible ser tan claro como eltema abordado lo permita. Esdecir, un cuidado por no sumaropacidades y pliegues a los queya son propios del pasado. Elresultado no es sólo un rigurosoestudio de notable consistencia,sino un aporte denso a lacomprensión de las prácticasculturales andinas.

Diego H. de MendozaUNSAM

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Este bellísimo libro, que abordael análisis de los últimos añosde la vida y la obra de Mário deAndrade, curiosamente se abreevocando los comienzos de lacarrera intelectual del propioautor, momento en el cual lavuelta del viaje juvenil a Europacoincide con la efervescencia dela vida cultural brasileña en loscomienzos de los años setenta.Para Eduardo Jardim, eseretorno al Brasil permitió elcontacto directo con lo queconstituyó “el último capítulode la historia del modernismobrasilero”, del modernismoentendido en sentido ampliocomo el imperativo deincorporar al Brasil con suparticularidad en el conciertouniversal de las nacionesmodernas, imperativo que–según el autor– define el arcode preocupaciones de losintelectuales brasileños desde elúltimo cuarto del siglo XIX hastala penúltima década del sigloXX. De manera muy sutil, laconciencia del agotamiento deesta experiencia modernistapenetra en el análisis y en lamirada que el libro sostienesobre Mário, como si lasdesilusiones, los temores, lasensación de fracaso que acosóa este autor en los últimos añosde su vida pudiera ser un puntode partida para reflexionar sobrelo que Eduardo Jardim llama“nuestra propia indigencia”.

El primer capítulo del librocomienza con la llegada deMário de Andrade a Río deJaneiro en 1938, después de la

frustrada experiencia en elDepartamento de Cultura deSan Pablo. Siguiendo lacorrespondencia que se iniciaen este año, Eduardo Jardimnos muestra al poeta, frente asus interlocutores, dominadopor una angustia profunda queno consiguió aplacar en losúltimos años de su vida, “unatristeza que no se esclarece, queno dice bien qué es ni por qué”.Ataques de pánico, fobia,malestar, noches de alcohol yde insomnio, fantasías desuicidio. La voz de Mário en lascartas se cruza con las de susamigos, que después de sumuerte intentan relativizar oexplicar las causas de esemalestar. Ciertamente, lasdificultades económicas, lasenfermedades, la situaciónpolítica adversa durante esosaños ponen en contexto esasituación personal. Pero elanálisis de Eduardo Jardimavanza identificando lacentralidad que tenía para lavida personal de Mário suvocación de artista, vocaciónque supone una acciónespecífica y se define como talhacia mediados de los añosveinte, entrando en crisis sobreel final de los treinta. En estesentido, Jardim retoma elcamino recorrido por elmodernismo, entendido estavez ya no en sentido amplio,sino como un capítuloespecífico de esa urgenciamodernizadora que alentó a losintelectuales durante casi unsiglo: para mediados de la

década de 1920, los jóvenesque planteaban la necesidad deuna “actualización de lacultura” comienzan a entenderesta tarea como un “programade abrasileiramento de las artesy de la producción cultural engeneral”. Es decir, el ingreso alcanon de la cultura occidentales concebido a partir de laafirmación de los rasgosculturales locales; sólo laexploración y el conocimientode lo particular habilitan laconstrucción de un universalauténtico. En el caso de Máriode Andrade, este horizonte depreocupaciones se traduce en suinterés por las manifestacionesde la cultura popular y elfolklore, considerados como“tradiciones móviles” quemantienen inalteradosdeterminados contenidos a lolargo del tiempo. La misión delartista sería explicitar y ponerde relieve esos contenidos,contribuyendo así de formadecisiva a la consolidación deuna identidad nacional. Talcomo destaca Moraes, estaperspectiva prioriza elsignificado colectivo del arte,como una actividad capaz dereligar a los miembros de unacomunidad dada. Si el arteadquiere esta dimensiónreligiosa, el artista, “comoprincipal oficiante de ese culto–dice Jardim– tiene unaimportancia reconocida portodos”. En este sentido, elanálisis del final deMacunaíma, donde el escritoraparece como el personaje

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Eduardo Jardim de MoraesMário de Andrade. A morte do poetaRío de Janeiro, Civilização Brasileira, 2005, 155 páginas

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capaz de articular esa historiade los “tiempos de antes” con eltiempo del lector, estaríamostrando cómo funciona esaparticular mediación en la quese realizaría la vocación delartista.

Según Eduardo Jardim, esposible percibir para 1938profundas alteraciones en esecuadro que suponía una cadenaentre el papagayo –testigo delos tiempos de antes–, elescritor –que puede contar unahistoria– y el público –quepuede deleitarse y reconocerseen ella–. La falta dereconocimiento social lo inducea constatar la quiebra de esevínculo que aseguraba unsentido a su vocación. La salida–precipitada por los cambiospolíticos– del Departamento deCultura de San Pablo, el“exilio” en Río ocupandocargos relativamentesubalternos, son hechos quellevan a Mário a cuestionarsehasta qué punto sus elecciones–o, como dice en muchas de suscartas, su “sacrificio” de unaobra exclusivamente estética–había rendido algún fruto. A esaduda terrible corresponde–según Eduardo Jardim– elsentimiento de extremaangustia que lo atormentó enlos últimos años de su vida.

Este primer capítulo, dondeJardim construye un análisisque conecta la intimidad delpoeta con la redefinición de lafigura del intelectual queproduce el modernismo en ladécada de 1920 y las dudas queesta misma suscita una vezavanzado ese proceso, se cierraanunciando las tres solucionesque exploró Mário de Andradecon el fin de encontrar unasalida a esa situación: a) lareorientación de la técnicaartística; b) la politización del

arte; y c) la experienciaestética.

La primera de ellas,concebida durante lapreparación del curso deFilosofía e Historia del Arte enla Universidade do DistritoFederal (1938), es el eje delcapítulo siguiente, tema que yahabía sido objeto de estudio enun libro anterior del propioJardim de Moraes, Límites doModerno. O pensamentoestético de Mário de Andrade(Río de Janeiro,Relume/Dumará, 1999). Estapropuesta parte de unaevaluación negativa de lasituación del artista en elmundo contemporáneo,situación que se arrastra desdelos comienzos de lamodernidad: la pérdida delsignificado social del arte sevincula con la autonomizaciónde la esfera estética. Alconstituirse como un valorautónomo, la búsqueda de labelleza se separa del conjuntode la vida social, liberando alartista de la necesidad desometerse, ya sea a otrosvalores sociales superiores, yasea a la propia materia con laque está trabajando. De ahí, laexacerbación de la figura delindividuo, que condujo a lo queMário llama “el desvíoformalista”, es decir, elexperimentalismo que –ya seaen la música o en las artesplásticas– se cree libre derespetar exigenciasprovenientes del propiomaterial. Sin embargo, tal comosubraya Eduardo Jardim, larevolución moderna para Márioes irreversible, es decirresultaría imposible encontrarprincipios orientadores queunifiquen las diversas yfragmentadas esferas de laexperiencia. El reencuentro del

arte con su vocación social nopuede apelar al recurso de losvalores tradicionales, ancladosen un mundo premoderno, yaperdido para siempre.Atendiendo a laspotencialidades actuales, lapropuesta de Mário se centra enla adopción de una “actitudestética”, caracterizada por lasupresión del propio interés y lasubordinación del gesto creadordel artista a las posibilidades–concretas, múltiples, perolimitadas– de la materia. Eneste sentido, Jardim destaca queel poeta otorga a estareorientación técnica, por lacual la fuerza de la materia seimpondría al gesto del artista,una dimensión ética. Si enLímites do Moderno, eldetallado análisis del conceptode “actitud estética” culminaubicando a Mário en elhorizonte de preocupaciones delas vanguardias de entreguerras–marcado por el rechazo a lafigura del artista burgués, elantiindividualismo, elantiformalismo, y la búsquedade un encuentro entre “el arte yla vida”–, en A morte do poeta,ésta es considerada más biencomo uno de los caminos queenfatiza la destrucción del “yo”,de la propia interioridad, sedede la angustia.

La segunda vía –tal como lapresenta Jardim–, la salida porla politización del arte, esquizás el más trágico de loscaminos explorados por Máriode Andrade. Esa tragedia tieneque ver con la tensión entre, porun lado, el imperativo deencontrar una vía interna parareconducir el arte a suverdadera vocación colectiva–y la reorientación de la técnicaartística apunta a este fin–, ypor otro, la urgencia de laacción como camino para

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superar el sopor o el marasmoque habría invadido los círculosintelectuales ante los inusitadosacontecimientos nacionales einternacionales que marcaronlos comienzos de la década de1940. Y ahí Mário oscila entrela crítica despiadada a losjóvenes escritores politizados–que, descuidando la técnicaartística, sobrevaloraban elmensaje– y la críticadespiadada a sí mismo y almovimiento modernista, porhaberse mantenidoesencialmente apolítico, y, enese sentido, individualista einactual. Tal como subrayaJardim, en las décadas de 1930y 1940 el compromiso políticoapareció como una opciónrelevante para intelectuales yartistas de diversas partes delmundo. Concebida como elllamado a ocupar un lugar en elcombate de los tiempos,particularmente en estosúltimos años, la opción delcompromiso políticoalternativamente sedujo yatormentó a Mário, quien jamáspudo adherir a ellacompletamente.

La última opción, exploradacomo posible salida de laangustia, es la que presentaJardim en el capítulo cuatro: laexperiencia o la fruiciónestética, concebida como unestado de contemplación,pasividad, aniquilamiento del

yo y de la acción queconduciría a una especie de“comunión” espiritual (ysensual) con el mundo. A fin deprecisar este camino, Jardimrecuerda que en variasocasiones Mário se refiere a labi-vitalidad de dos fuerzasantagónicas que conformaríansu personalidad: la sensualidad,el instinto o el deseo quecomandaban la “vida de abajo”,opuestos a la inteligencia y elsentido moral que dominaban la“vida de arriba”. Esta última esla que incita a la acción(artística, social, política ymoral), mientras que la anteriorse deja llevar y es más bienpasiva. Partiendo de este punto,Jardim realiza un recorrido poralgunos textos de Mário dondela definición del placer estético,en la medida en que estáasociado a los sentidos aparececonectado, en mayor o menormedida, con aquella pasividad,con el abandono o la entrega desí mismo a una experienciacontemplativa del mundo.Eduardo Jardim inscribe uno delos últimos poemas de Mário,“Meditación sobre el Tietê”, enesta dirección del pensamientoestético, línea que contrastasignificativamente con elactivismo de otros textos delperíodo. Según señala Jardim,en su construcción en antítesis,el poema muestra la tensiónentre las exigencias morales

que lo incitaban a la acción(artística y política) y el deseode entregarse a un placer odeleite puramente estético. Alfinal del brillante análisis delpoema –donde aparecenconjugados los sentimientos deimpotencia, de fracaso y dejúbilo–, el libro se cierra muysobriamente recordando queMário murió dos semanasdespués de terminar el poema.

Indudablemente, A morte dopoeta se destaca por unconocimiento sólido yexhaustivo de la obra de Máriode Andrade, que le permiteponer en conexión diversosmateriales y unir en una mismatrama la intimidad, el gestopúblico y el contexto–conceptual e histórico– enque ese gesto cobra sentido.Pero más aun A morte do poetase destaca por la figura que,con singular sutileza,construye de Mário deAndrade: un intelectualangustiado, tensionado poropciones contradictorias entrelas que no acierta a decidirse,desesperado por lo quevislumbra como su fracaso, ysin embargo… tansingularmente heroico, tansingularmente humano.

Karina VasquezUBA / UNQ

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“Cualquier elección tiene suhistoria, cuando se inscribedentro de una trayectoriaintelectual de investigación”,revela Eduardo Romano alcomienzo de su Revolución enla lectura. Y, en efecto, sonpocos los investigadoresliterarios que, como Romano,han mantenido, a lo largo deltiempo, una postura crítica tancoherente consigo misma.Porque desde finales de ladécada de 1960, cuando publicasu primer artículo crítico sobreDon Segundo Sombra deRicardo Güiraldes, Romanocentró sus trabajos deinvestigación en los procesosde formación y transformaciónde la cultura popular en laArgentina, en relación con loscruces y diálogos que lopopular establece con latradición criolla, el periodismoescrito, los medios masivos decomunicación, la cultura “alta”.Esta mirada sobre algunos delos procesos culturalesconstitutivos de la culturapopular urbana encontró suforma en los años 1970: enartículos publicados en larevista Crisis, en prólogos,antologías y capítulospreparados para la Historia dela literatura argentina dirigidapor Susana Zanetti en el CentroEditor de América Latina,Romano se propuso la tarea dereleer la historia de la literaturaargentina a partir de larevaloración de génerosmenores como la historieta, elteatro criollo, el radioteatro, las

letras de tango o la literaturapolicial, y de los productos dela industria cultural.

Su trayectoria intelectual deinvestigación estuvo siempreguiada por la búsqueda de lareformulación del conceptomismo de cultura a través delanálisis de los fundamentosteóricos, ideológicos y estéticosde la cultura popular. Susartículos críticos, sus librosLiteratura/cine argentinossobre la(s) frontera(s), Lashuellas de la imaginación (encolaboración) y Voces eimágenes en la ciudad.Aproximaciones a nuestracultura popular urbana, y lapreparación de numerosasantologías de poesía, letras detango y cuentos argentinos,subrayan así que su miradasobre los procesos deformación de la culturanacional se ha mantenido fiel así misma a lo largo de losúltimos cuarenta años.

Revolución en la lectura. Eldiscurso periodístico-literariode las primeras revistasilustradas rioplatenses es,entonces, uno de los resultadosde muchos años deinvestigación dedicados alestudio del rol particular quejuegan la cultura popular y lacultura alta en la conformaciónde los medios masivos, en unanálisis que busca integrar nosólo los aspectos culturales sinotambién las cuestionesformales, económicas ylaborales que influyen odeterminan la producción

cultural. En este sentido,Romano incorpora lasperspectivas de análisis deGerard Genette y RogerChartier, quienes acentúan laimportancia del soportematerial como una de lasinstancias decisivas para lacomprensión de los modos deleer y la atribución de sentido alo leído.

El primer propósito del libroes reconstruir los orígenes deldiscurso periodístico-literario, afines del siglo XIX y comienzosdel XX, en el ámbito rioplatense.El enfoque adoptado es, por lotanto, regional –y no nacional–pues Romano considera que,desde el punto de vistahistórico-cultural, Buenos Aires,Montevideo y sus áreas deinfluencia integraban un bloquehomogéneo y compartían unmismo público. El centro deltrabajo está puesto en el estudiode las revistas ilustradas quecircularon por ambas orillasentre 1880 y los primeros añosdel siglo XX, por un lado, y en eléxito de Caras y Caretas enBuenos Aires, y de Rojo yBlanco en Montevideo, porotro, publicaciones que Romanoconsidera centrales en laconstrucción de una nuevadiscursividad y en la asignaciónde nuevas funciones a la lecturaliteraria.

El libro revisa losantecedentes de las revistasilustradas a través del estudiode los Almanaques publicadosen la década de 1880 y de lossemanarios ilustrados de los

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Eduardo RomanoRevolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistasilustradas rioplatensesBuenos Aires, Catálogos/El Calafate, 2004, 447 páginas

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años 1890 –principalmente LaIlustración Sud-Americana(1892-1905) y Buenos Aires(1895-1899). Tanto losAlmanaques como lossemanarios determinan unnuevo régimen de lectura queanticipa los procesoscomunicativos de Caras yCaretas (1898) de BuenosAires, y de Rojo y Blanco(1900) de Montevideo: laconjunción de lo icónico con loverbal. En este sentido, alfusionar imágenes artísticas,fotográficas y caricaturescascon palabras que cubrían desdela información hasta laliteratura, el periodismoilustrado provoca “unaverdadera revolución en lasformas de leer” y propicia“zonas de encuentro para loslectores con acreditadacompetencia y los pocosduchos en tal práctica”. ConCaras y Caretas –sostiene unade las hipótesis más fuertes dela investigación– se asiste alnacimiento de la revistailustrada popular querevoluciona el régimen delectura anterior. Y esto es asíporque Caras y Caretas creó unsoporte de lectura atractivo ydinámico, porque concitó amultiplicidad de lectorespertenecientes a clases socialesdiferentes, y porque supofusionar la herencia de lasinnovaciones introducidas porlas publicaciones ilustradas conlo más atrayente de la prensasatírico-política. Caras yCaretas tradujo en palabras yen ilustraciones la realidad detodos los días, mezclandoimágenes artísticas, fotografíasy caricaturas con textos quecubrían desde la informaciónhasta la literatura, y donde secombinaba lo cómico con loserio, lo curioso con lo

tremendo, lo culto con lopopular. De este modo, impulsóen el discurso periodístico-literario cambios duraderos quereaparecen tanto en las revistasculturales de los años 1920como en los suplementossemanales de los grandesdiarios.

A su vez, las revistasilustradas populares tambiénanticipan la aparición denuevos intelectuales –losescritores-periodistas– queescriben en condicionesinéditas de trabajo intelectualen diarios y revistas, y laconversión de los lectores enescritores-colaboradores, unode los aspectos más interesantesdentro del proceso general dedemocratización cultural de laépoca. El análisis delsurgimiento de la figura delescritor-periodista es uno de losgrandes hallazgos de estainvestigación. Se trata de los“nuevos” intelectuales que,hacia finales de siglo XIX ycomienzos del XX, seincorporan a un incipientemercado cultural pautado porcondiciones “inéditas” detrabajo intelectual. José S.Álvarez, Horacio Quiroga,Francisco Grandmontagne,Roberto J. Payró procesaronlingüísticamente losvertiginosos cambios quetransformaban a diario lasconvenciones sociales, políticasy culturales en un momento enel que “los gustos y saberes delpobre comenzaban a definir unespacio propio, localizado enlas antípodas de lo que la elitejuzgaba respetable yprestigioso”.

En el marco de un análisismuy minucioso de losmateriales gráficos y escritos deCaras y Caretas, Romano sedetiene en las colaboraciones

literarias para afirmar que en larevista coexisten, y a vecespolemizan entre sí, elnativismo, el reformismo y elesteticismo modernista.Consecuentemente, retoma ydesarrolla un modo desistematizar la literaturaargentina ya presente en sustrabajos anteriores, queconsidera la existencia de trespoéticas dominantes: la poética“nativista” –que se consolidahacia 1880 con La tradiciónnacional de Joaquín V.González– cuyo núcleoideológico apunta a manteneruna identidad criolla vinculadacon el medio rural; la poética“reformista” –cuyo mejorexponente es Roberto J. Payró–que sostiene que la literaturamodifica a quien la lee; y, porúltimo, la poética “esteticistamodernista” que, si bienpresupone la autonomía de laliteratura, nacecoincidentemente con laprofesionalización del escritorque vende su escritura comouna mercancía.

Con Revolución en lalectura, Eduardo Romanorealiza una verdaderacontribución al conocimientode una etapa fundamental de laprensa periódica rioplatense.No sólo proporciona unadocumentación muy precisasobre publicaciones que habíansido ignoradas por las historiasdel periodismo, sino que realizaun cuidadoso estudio sobre losorígenes del discursoperiodístico-literario, que signó,en más de un sentido, el futurode la prensa popular en laArgentina.

Sylvia SaíttaUBA / CONICET

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Debates de Mayo agrupatrabajos escritos por un amplioelenco de autores provenientesde diversas disciplinas dentrodel campo de las humanidades yde las ciencias sociales. Losartículos, dieciocho en total,están organizados en apartadosque procuran abordar temas yproblemas vinculados con laRevolución de Mayo y con lasmaneras de recordarla,interpretarla y celebrarla.Nación, Estado, república,ciudadanía y democracia sonalgunos de los tópicos que, deun modo u otro, se reiteran enlos textos, pero laspreocupaciones de los autoresvarían considerablemente, tantocomo las perspectivas enfunción de las cuales exponensus argumentos. El resultado esun libro en múltiples aspectosheterogéneo, con elinconveniente de que esaheterogeneidad, que pormomentos se torna interesante yhasta estimulante para el lector,en otros tramos lo desorienta.

En efecto, el riesgo de que ladisparidad resulte en eldesconcierto no es un datomenor y ello no solamentevuelve una tarea complicada lade pensar la compilación comouna unidad, sino que, asimismo,puede terminar operando endetrimento del valor que, sinduda, poseen buena parte de lascontribuciones que la integran.Precisamente por eso, esimportante efectuar el ejercicio–posible y legítimo, por otraparte– de rescatar un sentido

que, aun a través de laheterogeneidad, recorre el libroy repercute en varios de losartículos. En la búsqueda de esesentido, lo primero que hay querecordar es que la compilaciónrecoge ponencias que fueronpresentadas en mayo de 2005durante unas jornadasconvocadas por la Secretaría deCultura de la Nación. José Nun,impulsor de la iniciativa, abriódichas jornadas con un discursoque, además de contener unapropuesta para hacer delBicentenario el motivo y laoportunidad de un esfuerzo deautorreflexión, era también unaexhortación a fin de que lasociedad argentina y, ante todo,los intelectuales orientarandicha reflexión en unadirección específica. Laintervención de Nun (incluidaen el libro a modo deintroducción) era, en realidad,“una invitación a hablar delpasado y del presente paraconstruir desde ahora ese futuroque denominamosBicentenario” (p. 13).Evocando la figura del festivalelaborada por Durkheim, Nunofrecía transformar laconmemoración en

un gran momento deentusiasmo colectivo, deefervescencia de la sociedad,que la hace revisar sus valoresy normas, que la hacecuestionar lo que daba pordescontado (p. 14).

Justamente, esa disposición acuestionar lo dado es la que, en

dosis, formas y sentidosdiversos, se reitera en muchasde las participaciones queconforman los Debates deMayo. Los textos (aunque, valela pena insistir, no todos)exhiben, cada uno a su manera,más o menos explícitamente,las marcas de un modo depensar que se alimenta delempeño por desnaturalizarprocesos, desmitificarconceptos, develar tensiones eimpedir simplificaciones. Unprimer grupo de trabajos locomponen aquellos que tienencomo referente la empresa queen los últimos años encararonlos historiadores con elobjetivo de desarmar la versióncanónica que situaba en laRevolución de Mayo losorígenes de la nación argentina.Hoy, por el contrario, se sabe yse reconoce que –tal comoseñala Jorge Myers en suartículo– ese significadoatribuido a 1810 fue “unaconstrucción a posteriori, unaconstrucción deliberada” (p.74), que comenzó a edificarsebajo el influjo del movimientoromántico y que, como lanación misma, fue tomandoforma a lo largo del siglo XIX.Ciertamente, como BeatrizBragoni apunta y Myersacuerda, fue el acceso a ciertosenfoques y nocionesdesarrollados por lahistoriografía europea (enespecial, el concepto deinvención de la nación) lo que,en el marco del debate másgeneral acerca de las naciones

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José Nun (comp.)Debates de Mayo. Nación, cultura y políticaBuenos Aires, Gedisa, 2005, 317 páginas

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y el nacionalismo, posibilitódesmontar el mito genealógicofabricado alrededor de larevolución.

Por un camino alternativo,aunque complementario,condujo José CarlosChiaramonte susinvestigaciones acerca de lasformas de identidad políticavigentes en el Río de la Platahacia 1810. El análisis delvocabulario político de losactores le permitió comprobarla ausencia de unaidentificación nacional acomienzos del siglo XIX.Chiaramonte repasa aquí, en sucontribución a los Debates, lalabor realizada a fin de corregirerrores y anacronismosproducidos por la historiografíaque, promotora del mito de lanacionalidad originaria, habíabasado sus aseveraciones enmúltiples “olvidos históricos”(p. 30). En esa misma línea seinscribe el trabajo presentadopor Marcela Ternavasio. Lapropuesta de la autora consisteen examinar el “esfuerzoretórico” practicado por loscriollos rioplatenses parafundamentar primero surechazo a la Constitución deCádiz y para legitimar despuéssu posición insurgente (p 79).Nuevamente, ese ejercicioanalítico lleva a refutar lossupuestos de las explicacionesmás clásicas: la concienciaseparatista no asumió en 1810una forma nacional, en elsentido esencialista deltérmino; el tema de larepresentación fue, en cambio,el motivo predominante enaquella instancia inicial. Talcomo muestra Elías Palti, sinembargo, no son únicamentelas interpretaciones canónicaslas que pueden convertirse enblanco de objeciones. En su

opinión, “la versiónrevisionista merece también serrevisada”, para prevenir que sedeslice hacia “una suerte deteleología inversa a la épica”(p. 93). Aun cuando la naciónmoderna no fuera todavíaconcebible, advierte Palti,emergía ya entonces “comoproblema”. La fragmentaciónpolítica no era el resultadoinevitable de la desaparicióndel virreinato.

Por otra parte, un momentoque indefectiblemente hay quetransitar con rumbo alBicentenario es, por su puesto,1910. Y también en este caso,como observa Hilda Sabato ensu intervención, es necesarioprescindir de lasinterpretaciones reduccionistasque oscurecen lasambigüedades y los matices delproceso histórico. Esto porque,siguiendo a Fernando Devoto,las fiestas del primerCentenario deben ser vistas endos perspectivas temporales:no tan sólo la coyuntura, sinoigualmente la “apoteosis” deuna secuencia que arranca en1880 (p. 188). Desde ese puntode vista, entonces, yrecuperando el señalamiento deSabato, aquello que de manerasimplista suele plantearse comouna operación denacionalización impuesta desdeel Estado con una intenciónmonolítica, debe ser visto –enrealidad– como un proceso noexento de debates, resistenciasy negociaciones. En esesentido, el artículo de Lilia AnaBertoni confirma que elmodelo de naciónculturalmente homogéneo,preponderante en el climaexaltado de los festejos delCentenario, no se impuso si noluego de suscitar profundosconflictos que manifestaban, a

su vez, la existencia de otrasconcepciones alternativasacerca de cómo se definía lanación y cómo debíaentenderse el patriotismo.

Con un criterio semejante,es decir, rehuyendo lassimplificaciones, correspondeabordar los otros dos grandestemas que dominaban la escenahacia 1910: la situaciónpolítica y la cuestión social.Por un lado, la participación deNatalio Botana viene a recordarque el debate político excedíaen mucho la imagen quepretende limitarlo a laconfrontación entre una élitedominante uniformementeaferrada al poder y unasmayorías populares queclamaban por la ampliación delsufragio. Al explorar losderroteros cursados por lasideas regeneracionistas yreformistas, Botana va dandocuenta de los diversossignificados que en lasdivididas filas gubernamentalesy en el también fragmentadoarco opositor se le asignaban aconceptos como república,democracia y sufragiouniversal. Por su parte,Fernando Devoto se refiere alclima de conflictividad socialque acompañó la celebracióndel Centenario, pero pararemarcar el hecho de que pordetrás de la sensación de“amenaza”, lo que se revelabaera la debilidad delanarquismo, “pasible de quedaraislado ante la oleada celeste yblanca” (p. 189).

No deja de resultarproblemático, como decíamosal comienzo, comprobarllegado este punto que algunasintervenciones en los Debatesno consiguen sustraerse a latentación de incurrir en losmencionados anacronismos y

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reduccionismos. En esesentido, es de lamentar –porejemplo– que José PabloFeinmann declare, en abiertacontradicción con lascomplejidades que otrostrabajos de la compilaciónevidencian, que entre 1880 y1910 la Argentina se organizó“como una naciónprofundamenteantidemocrática” en la que losinmigrantes

no son integrados sino que sono bien expulsados por la Leyde Residencia, o bienconchabados en distintostrabajos y se les niega elsufragio universal, conquistaque logra fundamentalmenteHipólito Yrigoyen (p. 112).

Más cuidadoso, Eduardo Rinesisubraya la imposibilidad depensar la nación como unacategoría inmanente y, sinembargo, no alcanza adesnaturalizar, analizándola encontexto, la noción dedemocracia.

Hablar deconmemoraciones y de lossentidos que los actores tejenen torno de ellas supone, comobien indica AlejandroCattaruzza en su artículo,atender a loscondicionamientos, lasexpectativas y los valoresdentro de los cuales esosactores enmarcan sus accionesy sus juicios. En 1910, la fe enla modernización y en elprogreso indujo a loscontemporáneos a celebrar nosólo las transformaciones yaocurridas sino asimismo lasque, aparentemente de unmodo inexorable, seanunciaban para el inmediatoporvenir. Margarita Gutmananaliza una selección de

imágenes de Buenos Aires(ciudad capital y metrópolimoderna) en las que, apropósito de las fiestas delCentenario, se percibenelementos de esa “imaginacióndel futuro”, en particular losque aludían a los adelantostecnológicos urbanos (p. 159).Evidentemente, allí no seagotaban las significacionesasignadas al aniversario. Bajola forma de huelgas yatentados, la protesta social–sostiene Gutman– operócomo la “contracara” delfestejo.

En cualquier caso, esacomprobación no hace másque convalidar la afirmaciónde Cattaruzza: lejos de serunívoco, el sentido de unaconmemoración confrecuencia se vuelve objeto dediscusiones y luchas quetienen, además, clarasconnotaciones sociales ypolíticas. Tal es, en efecto, elpunto de partida del trabajo deAlejandro Grimson y MirtaAmati. Los rituales y lossímbolos nacionales son, enpalabras de los autores, “unlugar de naturalización de lossentidos de la nación” (p.204). De ahí la importancia de“historizar” esos significados,porque “el ritual se imbrica enun tiempo históricoespecífico” y expresa, enconsecuencia, las tensionesque lo traspasan (p. 210).Sobre la base de esaspremisas, Grimson y Amatibuscan identificar algunos de los significados de “lonacional” encerrados en las celebraciones del 25 deMayo, entre 1960 y laactualidad.

Por su parte, PabloAlabarces y Horacio Gonzálezprocuran situar sus respectivos

artículos en la línea marcadapor Grimson y Amati.Alabarces se proponeintroducir “lo popular” en eldebate sobre la nación y lonacional, argumentando que“esa presencia de lo popularrepone espesor democrático alrelato de la patria”, pero sinque sea evidente –al parecer,tampoco para el propio autor–cómo entender dichasclasificaciones (p. 239).González, en tanto, despliegauna serie de reflexiones quegiran alrededor de la idea de la“supresión de honores” en laevocación de una fecha patria.Las pompas y, en general, las“elaboracionesantidemocráticas” tienen queser suprimidas, para instalar, encontrapartida, textos eimágenes con los que construir“momentos dramáticos deconjugación y deaglutinamiento de voluntades”(p. 245). Sin embargo, nosiempre se alcanza a discernircon claridad cuáles son lositinerarios por los queGonzález hace discurrir susconsideraciones.

Ahora bien, si retomando lacuestión del carácterpolisémico que poseen lascelebraciones nos preguntamospor los sentidos que habrá detomar el Bicentenario, lareferencia al presente aparececomo ineludible. Un presenteque Maristella Svampa definecomo de transición, luego deuna década de hegemoníaneoliberal. Es indispensable,indica Svampa, profundizar el“efecto desnaturalizador” quecomportó la crisis de 2001, afin de restituir a lastransformaciones operadas enla década de 1990 su“verdadero carácter social, estoes, conflictivo y

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contradictorio” (p. 268). Tantoella como Inés Pousadelaapuntan a subrayar que lareestructuración del Estado yla expansión de modelosrestringidos y excluyentes deciudadanía no son los efectosnaturales de una evoluciónsupuestamente inevitable. En

consecuencia, también cabepensar que podrían no serirreversibles.

El esfuerzo por cuestionarlotodo, pasado y presente,interpretaciones, relatos yrepresentaciones, subyace –porlo tanto– al desenvolvimientode este libro y constituye, por

eso mismo, una clave enfunción de la cual poder hacerun acercamiento provechoso alos Debates de Mayo.

Inés RojkindUNQ

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Es éste un libro de consultaineludible para quienespretendan conocer la historia dela Argentina en el siglo XIX.Este trabajo reafirma laimportancia que ha tenido en lahistoriografía de los últimosaños la primera mitad del sigloXIX. Una década atrás, esteperíodo ostentaba la triste famade ser uno de los períodosmenos conocidos de la historiaargentina; hoy, en cambio, esuno de los campos más fértilesen la investigación sobrenuestro pasado. Las nuevasinvestigaciones rescatan viejoshallazgos que las modashistoriográficas habían dejadollamativamente en el olvido a lavez que proponen una novedadinterpretativa.

Gracias a MarcelaTernavasio hemos aprendidoque el sufragio universal nollegó con la ley Sáenz Peña sinoque ya existía en la década de1820. En su libro La revolucióndel voto: políticas y eleccionesen Buenos Aires, 1810-1852,publicado en 2002, Ternavasiologró sintetizar años deinvestigaciones en las cuales serevelaba que el gran problemapolítico argentino del siglo XIXno fue el de la legitimidad entérminos de quién era elsoberano y quién votaba, sino elde la lucha facciosa entre lasélites, como bien habíacomprendido Alberdi al lanzarsu proyecto constitucional.Además de las fuentesoriginales, Ternavasiocontinuaba una estrategia

historiográfica aplicada conagudeza por Tulio HalperinDonghi en su Proyecto yconstrucción de una nación: laconsulta de documentos queestaban a la mano pero quenecesitaban de una lecturainteligente para mostrar cuánequivocadas habían sido susinterpretaciones. Los textos queEmilio Ravignani publicó en suHistoria constitucional de laRepública Argentina de 1927 yen su monumental AsambleasConstituyentes Argentinas1813-1898, con siete tomospublicados entre 1937 y 1939,resultan una mina de oro para elojo que pretende hacer historiaen serio. Una sociedad másparecida a la del norte y el oestede los Estados Unidos y lejanade Europa y Chile desplegabauna vida pública en la década de1820 que Rosas iba a congelar,pero no a revertir, a partir de susegundo gobierno en 1835.

Gracias a Jorge Myershemos descubierto un Rosasmás republicano de lo quesospechábamos. Como lomuestra en su libro Orden yvirtud: el discurso republicanoen el régimen rosista, publicadoen 1995, lejos de intentar volveral Ancien Régime, Rosas seconvirtió –a su manera– en elcontinuador de la tradiciónrepublicana que había iniciadola revolución de mayo. El títulode Restaurador de las Leyes,como señala Myers, no serefiere a construccionespolíticas coloniales ni a latrasnochada Constitución

corporativa de 1819, sino a lasinstituciones creadas por la“feliz experiencia” en laprovincia de Buenos Aires, cuyalegitimidad era innegable y quehabían sido subvertidas porLavalle en el golpe de Estadodel 1 de diciembre de 1828, queterminó en el fusilamiento delgobernador legítimo Dorrego.De nuevo, la comparación conlos Estados Unidos resultaineludible y así lo indica Myerscon la obsesión del discursorosista por el republicanismoromano bajo figuras ejemplares,como Cincinato, o maléficas,como Catalina. Si bien en el Ríode la Plata no hubo ciudadesfundadas con el nombre de esoshéroes lejanos (como sí ocurriócon Cincinnati en los EstadosUnidos), la fuente en dondeabrevaron era indudablementesimilar.

Las similitudes entre losEstados Unidos y el Río de laPlata aparecen leyendo lostextos de la época. Como hamostrado Natalio Botana en sulibro La tradición republicana,publicado en 1985, el modelodel primer país recorre las ideasde los hacedores de laArgentina, desde Alberdi alcopiar la constitución, hastaSarmiento al proponer undesarrollo económico y culturalque encontró en América delNorte después de haber vistocon horror los contrastessociales de Europa.

Resonancias románticas seadentra en un territorio todavíapoco explorado para la primera

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Graciela Batticuore, Klaus Gallo y Jorge Myers (comps.)Resonancias románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina (1820-1890)Buenos Aires, Eudeba, 308 páginas

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mitad del siglo XIX: el de lahistoria cultural. Loscompiladores ofrecen un buenmapa de las investigacionesrecientes sobre el tema. ¿Quécaracteriza el “momento”romántico y cuáles fueron susinfluencias o “resonancias”?, sepreguntan. Una de lasrespuestas llega a través de loque Agnes Heller llamó“principio organizacional”, elperíodo que, entre unosparéntesis falsamente ingenuos,alerta al lector atento acerca dequé hipótesis se desarrollaránen la obra. Principiosorganizacionales diferentes enhistorias de la RevoluciónFrancesa –como (1750-1793)(1789-1793) (1789-1795)(1789-1815) o (1750-1815)–nos indican, antes de leer ellibro, cuál es la opinión delautor sobre el carácterrupturista o continuista delproceso revolucionario y hastadónde puede incluirse en elmismo a Robespierre o aNapoleón.

En Resonancias románticas,los años 1820-1890 superan laque suele reconocerse como laetapa central del movimientoromántico en la Argentina, alque se considera reciéntriunfante con la Generación de1837 y decadente con el avancedel positivismo en la década de1880. Lo característico delromanticismo es, como muestrael libro, tanto la diferenciacomo la continuidad conrespecto al iluminismo que loprecede y al positivismo que losigue. Quien encuentre un airede tinieblas y un romanticismoteñido de una paleta de coloresimpuros no habrá hecho másque comprender la esencia deesta obra.

Resonancias románticas sedesarrolla en torno de cuatro

ejes: la literatura, surepresentación pública, el viajey la patria. Allí aparecen losprototipos de la figuraromántica: artistas engreídos alos que les resulta difícilentablar el diálogo con elpúblico que habían imaginado,embelesados por lo exótico yproclives a unir el arte con elnacionalismo. Como biensostuvo Gwen Kirkpatrick ensu capítulo “Romantic Poetry inLatin America” del libroRomantic Poetry, compiladopor Angela Esterhammer en2002, en América Latina elromanticismo encuentra unaligazón con la políticainusitadamente fuerte. Estaligazón se comprende bien enResonancias románticas, queestudia fenómenos artísticos yliterarios en un diálogoconstante con un contextohistórico que, en el caso de laArgentina, era nada menos queel de la construcción de unEstado, de una nación y de unalegitimidad rota con laindependencia.

El artículo de Jorge Myers,“Los universos culturales delromanticismo: reflexiones entorno a un objeto oscuro”,presenta una síntesis –productode una vasta cultura– y unmarco para analizar elromanticismo argentino en elcontexto mundial ylatinoamericano, al que el autorllama con certeza una “hoja deruta tentativa”. Myers brindauna guía para comprender elromanticismo, al quecaracteriza como una pasión enla que se conjuga el afán por elindividualismo con unfenómeno que no es sólocultural sino que es vividocomo “una forma de vidatotal”. Lejos está Myers deatarse a una definición; su feliz

caracterización delromanticismo como un“fenómeno oscuro” ya nosindica con qué nos vamos aencontrar en el resto del libro.

La crítica literaria sedespliega en esa “oscuridad” enla primera sección del libro“Una cultura literaria. Elpúblico, los escritores y lacrítica”. El análisis sobre lacaricatura que realiza ClaudiaRomán ofrece una vía para lainterpretación de la iconografíaantirrosista de la mano de dosperiódicos enfrentados con elRestaurador: El Grito Argentinode 1839 y Muera Rosas de1841-1842. El estudio de lasimágenes resulta crucial paraentender el fenómeno delrosismo y resultaría de granutilidad contar con másestudios sobre el lado oficial desu producción, un área queestudió desde una perspectivarevisionista Fermín Chávez enRosas, su iconografía, una obrapublicada entre 1970 y 1972 dela que todavía pueden extraerseelementos útiles pero quenecesita de unareinterpretación.

El duro trance que sufrió lageneración del 37 con la derrotade 1840 es abordado por ElíasPalti en “Rosas como enigma”.El título no puede ser másapropiado; a partir de laderrota, el partido unitario yano vuelve a ser una alternativapolítica. “Destruida todaoposición, borrada todaposibilidad de derribar lo que sehabía convertido en ‘una tiraníasin nombre ni ejemplo’, seimponía al menos una reflexiónsobre lo ocurrido”, señala conagudeza Palti. Son justamentelos que pueden extraerlecciones de la historia quienesvan a liderar el procesotransformador, transformándose

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ellos mismos de seguidores deliluminismo en cultores de unromanticismo que los obligabaa conocer y aceptar elementosque creían negativos de laArgentina pero frente a loscuales podía hacerse cualquiercosa menos ignorarlos. Elresultado más atractivo es elviaje romántico que Sarmientohace en el Facundo y con elcual termina el capítulo. Seríatambién interesante analizar enuna sintonía similar los escritosoportunistas que hacen lloversobre la figura de Urquiza unliderazgo pasional y cultural enel que el gobernador entrerrianose va a sentir cada vez máscómodo. En este abanicosiempre pragmático confluyenel Dogma Socialista deEcheverría con la dedicatoria aUrquiza y la conclusión del finde los partidos unitario yfederal y las más pedestres peromás efectivas sugerencias pararegresar a Buenos Aires en losúltimos años de un rosismo queya no mostraba sus dientes,como el Llamado a losemigrados argentinos para quevuelvan a la patria que losreclama que Claudio Martínezescribió en Valparaíso en 1849.

El complejo entramado deinfluencias extranjeras queanaliza Álvaro FernándezBravo en su artículo “Un museoliterario. Latinoamericanismo,archivo colonial y sujetocolectivo en la obra de JuanMaría Gutiérrez (1846-1875)”encuentra una atractivainterpretación en el estudio deun género literario que resultacasi sinónimo delromanticismo: la poesía. Si bienconocemos bien a José Mármolpor Amalia, seguramente elescritor se habría vistodecepcionado por elrelativamente escaso interés

que sus seis Cantos deperegrino despiertan en laactualidad. Acierta FernándezBravo al poner en contextohistórico su análisis así comoen la elección de Juan MaríaGutiérrez como el hombre queintenta rescatar un pasadocultural. Pocos dudarán enconsiderarlo, junto con JuanCruz Varela, el fundador de lahistoria de la literaturaargentina. El análisis de quienrescató de manera literal partede la literatura argentina (nopodríamos leer El matadero deEcheverría de no haber sido porsu iniciativa) en torno de laAmérica poética: primeraantología de la líricaamericana nos permitereconocer una agenda másambiciosa que la emprendidapor Ricardo Rojas a principiosdel siglo XX y marca ladiferencia entre proyectoscosmopolitas y otros máslocales, que sólo podían surgircuando la Argentina fuera algomás que un país imaginado.

Graciela Batticuore examinaen su artículo “La lectura, losescritores y el público. 1830-1850” el espacio de quienesproducen literatura y quienes laleen como un mundo decambios y superposiciones enel que se mezcla la vieja culturadel salón del Ancien Régimecon el espacio público burguésy masculino. Este trabajoanaliza uno de los tantosconflictos que la Generacióndel 37 sufría; mientras fueranemigrados podían hacer usoindiscriminado de su libertadpara escribir, pero en tantoquisieran que sus escritostuvieran influencia en el mundopolítico debían ceder encreación artística para ganar enredacción pragmática que uncaudillo como Urquiza pudiera

considerar de utilidad. Estafatídica encerrona puedecompararse con un aspecto quela autora conoce bien: el papelde la mujer en la literaturaargentina del siglo XIX.

Batticuore ha publicadorecientemente La mujerromántica. Lectoras, autoras yescritores en la Argentina:1830-1870, un librofundamental para la historia dela literatura argentina, que hamerecido el Primer Premio deEnsayo del Fondo Nacional delas Artes. En La mujerromántica Batticuore continúasu análisis de Juana ManuelaGorriti, que mostró en otraspublicaciones, y amplía elconjunto a Mariquita Sánchezde Thompson, EduardaMansilla y Juana Manso. Alestudiar la inserción de la mujeren el ámbito público-literariocomo lectora y escritora,Batticuore encuentra la mismadisyuntiva entre libertadcreadora y pragmatismo. Sibien Mariquita podía noresponder a ese dilema por suedad avanzada y EduarditaMansilla por su matrimonio conun diplomático que vivía unaresidencia dorada en losEstados Unidos, Juana Mansoproducía como parte delproyecto sarmientino depolítica educativa y Gorritidebía resignar su afán creativofrente al pago de la compañíade seguros La Buenos Airespara publicar por encargo Oasisen la vida en 1888, unasoporífera novela plagada delugares comunes y escrita sinentusiasmo.

La segunda parte del libroestá dedicada a “Escenariosporteños. Teatro ysociabilidad”. La distinción queBatticuore realiza sobre elpueblo real y el público

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imaginado por los escritores seenlaza con el artículo de KlausGallo “Un escenario para la‘feliz experiencia’. Teatro,política y vida pública enBuenos Aires. 1820-1827” queabre esta sección. Galloremarca la importancia que elteatro y su propuesta estéticatuvieron en la “felizexperiencia” de la provincia deBuenos Aires. El autorencuentra en el teatro un objetode estudio que se complementacon su larga investigación sobrela influencia que las ideas deJeremy Bentham ejercieron enla década de 1820 en el Río de la Plata. Así, el teatro resultacrucial para una ideología queno se aleja de la ilustración yconsidera el valor educativo delespectáculo sobre unapoblación que todavía tiene queaprender a gozar de losbeneficios del liberalismo. Lasconclusiones de Gallo nosofrecen una doble ventaja: elanálisis comparativo en elcontexto latinoamericano y elalejamiento de la trillada ideade ruptura en unarepresentación que pasaba, sintransiciones, del autosacramental al teatro laico.

Esta perspectiva seenriquece con los otros trabajosde la sección. Beatriz Dáviloestudia en “La élite de BuenosAires y los comerciantesingleses: espacios desociabilidad compartidos. 1810-1825” la mirada de los viajerosde ese origen sobre las tierrasque visitan. Resulta interesantela forma en que la autoratrabaja con la categoríafrancesa de “sociabilidad” quela historiografía inglesaconsideraría una inútilcomplejidad europea. Dávilorealiza un trabajo adecuado encuanto a cómo el inglés logró

convertirse en el modelo socialde las élites locales.Doblemente interesante resultaleer este artículo junto con laspercepciones que los propioslocales tenían de los ingleses,como los edulcorados recuerdosque Mariquita Sánchez deThompson guardaba sobre lasinvasiones inglesas y quepublicó en Recuerdos delBuenos Aires virreinal.

El artículo de EugeniaMolina “Civilizar lasociabilidad en los proyectoseditoriales del grupo románticoal comienzo de su trayectorias(1837-1839)” acierta alconsiderar en conjunto unapublicación que todavíaaparecía en la Buenos Airesrosista –como La Moda deAlberdi– con otra nacida comoresultado del exilio enMontevideo, El Iniciador deAndrés Lamas. Esto no es unaarbitrariedad. El Iniciador seconsideró a sí mismo comocontinuador de la malogradapublicación porteña y MiguelCané, emigrado desde 1834 enla Nueva Troya, llamó aAlberdi para que colaborara enel mismo. Trabajar a caballo dedos experiencias tan distintasenriquece el conjunto detrabajos de este libro. Y noresulta menor que Molinaconsidere estas publicacionesparte del conjunto civilizador,de la enseñanza del buen gustoy las buenas maneras quetransforma a La Moda de unapublicación extravagante en ejede un proyecto cultural.

La segunda sección del libroencuentra su remate en elartículo de Martín Rodríguez“Rosas y el teatro rioplatense(1835-1852)”. Al leerlo juntocon el de Klaus Gallo se puedecomprender el papel docentedel teatro y la crítica teatral en

los proyectos de formación deuna cultura local liberal.Aquellos que escriben en elexilio durante la época deRosas ya no pueden poner enpráctica sus ideas sobre el papeldel escenario, como ocurríadurante la “feliz experiencia”;sólo alcanzan a plantear cuál vaa ser el lugar del teatro enproyectos que sobrevendráncon la caída o la transformaciónde Rosas. Y es justamente en lasintonía de intelectuales quedejan de ser ilustrados parapasar a ser románticos dondeencontramos, de nuevo, elmayor aporte historiográfico.

La tercera sección del librose denomina “Travesíasrománticas. El viajero argentinoen sus relatos”. La idea delviaje intelectual es apropiadapara analizar el romanticismo,atrapado por la atracción de loexótico, tanto en países lejanoscomo en la propia Argentina,donde toma el nombre de“barbarie”. Es un mérito de loscompiladores haber puesto elartículo de Adriana Amante“Brasil: el oriente de América”como iniciador de la sección.La imagen del Brasil en el Ríode la Plata ofrece un campofértil para analizar laesquizofrenia en la que gustabamoverse el romanticismo. Sibien era un país independiente,difícilmente se lo considerabaamericano por su sistemamonárquico, que lo convertíaen un apéndice de una Europaque producía opinionesopuestas en un mismo escritor.Aquí cabría preguntarse cómoveían los románticos argentinosgeografías americanasgobernadas por una repúblicapara poder establecer hastadónde existía una distanciaintelectual tan importanterespecto del Brasil. Amante

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ofrece una posible respuestacon la posibilidad comparativaque trae la aplicación decategorías en boga, como lainfluencia de los climas deMontesquieu, que resume enuna deliciosa cita de MiguelCané sobre Tucumán, “elespacio no hostil que encuentrael romanticismo argentino en supropia nación”.

La sección continúa con elartículo de Darío Roldán“Sarmiento y el viaje aArgelia. Entre el inmovilismoy la utopía social.” Si bien losViajes de Sarmiento han sidoestudiados con profundidad, elcentro ha sido puesto en losrealizados a Europa y losEstados Unidos. La visión deSarmiento sobre Argeliarepresenta un engranaje paraformar su concepción sobre elmundo deseable al que deberíaparecerse la Argentina futura.Sin duda en Sarmiento laexperiencia africana no tuvo laimportancia y el entusiasmoque Sylvia Saítta ha mostradoen las Aguafuertes africanasde Roberto Arlt; y la diferenciano sólo es la separación de casiun siglo de distancia. En elmismo lugar visitado por suadorado Alexis de Tocqueville,Sarmiento encuentra que lareligión ocupa un lugarinusitado en la vida social,como bien destaca Roldán. Sinembargo, distintas experienciasreligiosas movían a quienesleían la Biblia en los EstadosUnidos y a los fieles del Coránen Argelia. Resulta clave paraapreciar la riqueza del aportede Roldán en la formación delproyecto sarmientino releer eltrabajo que Carlos Altamiranopublicó en 1994 con el títulode “El orientalismo y la ideadel despotismo en elFacundo”.

El artículo de BeatrizColombi “Sarmiento:Orientalismo, españolada yprisma europeo” continúa eltema abordado por Roldán.Justamente, una cita deSarmiento que este autorintroduce en su trabajo nospermite comprender elrealizado por Colombi “NuestroOriente es la Europa y si algunaluz brilla más allá, nuestrosojos no están preparados pararecibirla, sino a través delprisma europeo”. Colombimuestra de manera inteligentecómo en la historia losadjetivos son categoríasrelativas; la hispanofobia deSarmiento cede ante elespectáculo brindado por losberberiscos. Si en Argelia nohay nada que tomar más que laimagen del déspota en camello,en España Sarmiento encuentra,aunque sea a su pesar, rastrosde un mundo no tan alejado. Yla paradoja de hispanofobiacomo hispanidad señalada porUnamuno vuelve a contribuir auna mejor comprensión delfenómeno romántico.

El libro termina con unasección sobre “La patriafigurada. Perspectivas ypaisajes”, que se abre con elartículo de Graciela Silvestri“Errante en torno de los objetosmiro. Relaciones entre artes yciencias de descripciónterritorial en el siglo XIXrioplantense”. Silvestri trabajasobre un territorio que le esbien conocido: la relación entrearte, ciencia, tecnología yproyecto. Ya no sondescripciones costumbristas,como ocurría en el artículo deBeatriz Dávilo, sinoobservaciones que pretendenser científicas las que leinteresan a Silvestri. Lacuriosidad obsesiva, que es uno

de los elementos centrales delromanticismo, se despliega endos esferas: la del conocimientoin situ de la geografía y laposibilidad de volcarla demanera moderna para el lectormediante el uso de lacartografía. Los casos tomadospor Silvestri nos permitenrealizar un recorrido de un sigloentre los viajeros científicos dela colonia borbónica hasta elarte sublime clásico que lleva aBlanes a pintar a Roca como elhéroe de la “conquista deldesierto”. En el medio de estelargo período se encuentran losrománticos, intelectuales que–como dijo Halperin Donghi–consideraban a la Argentina enla que podían ejercer suinfluencia después de Caseroscomo un mapa ideal alejado deuna realidad que desconocían ya la que iban a tener queenfrentarse cuandodescubrieran que sólo pocosríos eran navegables y que lasmontañas no eran minas a cieloabierto preñadas de mineralesvaliosos.

En “Literatura ydocumentalismo en la narrativaexpedicionaria del desierto”,Claudia Torre nos muestracómo esta idea de la geografíaperdura más allá del momentoromántico. De manera acertada,Torre utiliza el diario delcapellán de la expediciónAntonio Espinosa, una lecturaineludible para los que seinteresan en el tema, como unejemplo del estilo inventarial yburocrático que los informesdel Estado ofrecen. Pero paraconsiderar cuán diferente es elnuevo enfoque documentalresulta más interesante leer esteartículo en el contexto de lascrónicas territoriales de largadata, como las de Féliz deAzara o Pedro Andrés García.

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Fernando Aliata analiza en“La acción del DepartamentoTopográfico y las Comisiones deSolares en la Consolidación delos poblados bonaerenses.Dolores entre 1831 y 1838” uncaso que enriquece las hipótesisesbozadas por Silvestri: laciencia aplicada en torno de latierra pampeana, que sedesconoce y es preciso mensurarpara poner en explotación. Elperíodo analizado por Aliata esel del traspaso de la propiedadestatal a la privada, un procesoque el autor detalla. Por un lado,el desconocimiento de la tierrarecientemente ocupada lleva auna práctica de ensayo y errorinterrumpida por la llegada delmalón. Por otro lado, lainteracción entre política yeconomía se muestra en laforma en la que los trabajos delas Comisiones de Solaresbenefician, de maneraprevisible, a quienes la integran.

En “¿Muralla o boulevard?Formas para una nueva capital(1853-1888)” Claudia Shmidtrealiza un excelente trabajo decontextualización histórica delromanticismo. La “cuestióncapital” que dividió a laArgentina hasta 1880 encuentraen el artículo de Shmidt unahistoria urbana como parteinseparable de un fenómenopolítico que se desarrolló bajoel ruido de las armas. Por elloresulta sugerente cómo seaplican categoríasoriginalmente militares más alláde la obvia “muralla” al“ensanche” y “boulevard”.Todas ellas están contenidas enla lucha entre la provincia deBuenos Aires y el Estadocentral que continúa en ladécada de 1880 cuando laCapital Federal incorpora en1886 a Belgrano y Flores;

Shmidt indica que este traspaso,usualmente considerado comouna nota al pie, adquiere losribetes de una verdaderabatalla. Además, el trabajo nosmuestra cómo se superponenviejas y nuevas concepcionesculturales; la construcción deuna muralla para la ciudad deBuenos Aires, que un políticode vieja estirpe como CarlosTejedor promueve en medio deun mundo que las tumba, tienetanto de resabio románticocomo de estrategia paraenfrentar al ejército nacional.

El artículo de LauraMalosetti Costa “¿Un paisajeabstracto? Transformaciones enla percepción y representaciónvisual del desierto” le pone unbroche de oro al libro. Laautora de Los primerosmodernos, Arte y sociedad enBuenos Aires a fines del sigloxIx retoma la atmósfera deconceptos generales que Myersutilizó para abrirlo. El eje deeste artículo es la construcciónhistórica del paisaje. Para ello,Malosetti analiza la distanciaentre percepción yrepresentación y la funciónsocial de las imágenes. Lareferencia a la obra de ErnstGombrich rescata un clásicocuya relectura siempre resultafructífera (en este caso,probablemente valga la penavolver a hojear su ensayo sobreel arte y la ilusión: un estudiode la psicología de larepresentación pictórica). “Pararepresentar la inmensidad esnecesario tender la vista desdeun punto elevado, la mirada aras de suelo no produce lamisma impresión”, señalaMalosetti. Y aquí nosencontramos con uno de lostemas que atravesó elromanticismo en general y el

argentino en particular. ¿Hastadónde es la mirada deSarmiento en Facundo elevadau horizontal? ¿Cuáles fueronlos límites que los románticosconversos establecieron frente asu pasada ideología iluminista?

Resonancias románticastiene muchos méritos que ya sehan señalado en esta reseña.Pero en el balance es necesariofelicitar a los compiladores porel armado de un libro cuyalectura pasa de un artículo aotro de la mano con el puentede plata de alguna pregunta, dealguna inquietud o de algunahipótesis. El libro seguramentese convertirá en un clásico delos estudios de historia culturalargentina. Su lectura permitecomprender las contradiccioneslógicas de una etapa detransición, que encuentran sóloun ejemplo en EstebanEcheverría, una figuraemblemática del romanticismo,que escribe El matadero conuna estética más realista queromántica y se lamenta en elDogma socialista del votouniversal de 1821 al queconsidera la fuente de la derrotadel partido unitario. El libro nosobliga a pensar que losprocesos históricos son máscomplejos de lo que parece aprimera vista y que es necesarioreexaminar las propiascontradicciones de la Argentina.Y quien desee establecercomparaciones con el resto delmundo, encontrará en suspáginas una interpretación útily desafiante para los estudiossobre el romanticismo en elmundo.

Fernando RocchiUTDT

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La seducción de la Patagonia

Al finalizar el primer capítulode su libro, Vanni Blenginodescribe el conocido cuadro deluruguayo Juan Manuel Blanesen el que el general Rocaaparece, con la mirada perdidaen el vasto territorio patagónicoque ya está al alcance de lamano, rodeado de militares,científicos y, en un extremo delplano, sacerdotes salesianos ydoblegados indígenas. No sé siel cuadro, con su notablerealismo fotográfico, le sugirióal autor la elección de losactores a través de cuyasacciones relatará este tardío yfascinante episodio de laconquista del espacioamericano, pero es muysugerente pensarlo así: estaespecie de tableau vivant dictalas líneas de un texto. Blenginonota, con acierto, la ausenciadel colono inmigrante entre lospersonajes representados, todoscon innegable densidadsimbólica a la vez quetestimonial: los supuestosdestinatarios de la tierra, losadelantados de la civilizaciónpacífica, aparecen ya excluidos,como en la práctica inmediatalo fueron. Blengino no avanzasobre esta figura ausente,aunque al final de su libroreintroduce algunos aspectosdel impacto inmigratorio en larepública. Blengino decide, megusta pensar, a partir de estanotable producción artística –talvez no notable en términos

específicos de la disciplinapictórica, pero síindudablemente en términoshistóricos: como grabadopermanece en los billetes debanco.

Vanni Blengino, profesor deliteratura hispanoamericana enla Universidad de Roma, hapublicado antes del libro quenos ocupa Oltre l´Oceano. Gliimmigranti italiani in Argentina(Roma, Edizione Associati,1990), así como otros trabajossobre el tema. Pero laarticulación que privilegia estavez es la de la ciencia, latécnica militar y la iglesia conla esfera literaria. Los mismosprotagonistas –ingenieros,naturalistas, militares osacerdotes– son analizados através de sus testimoniosliterarios. La deuda con laliteratura está declarada desdeel título –el escritor toma ellugar invisible, pero no menosdecisivo, del artista queconforma el panorama–. Pero,aunque la palabra escrita esprivilegiada, no es posible decirque Blengino se encierre en unalógica puramente textual. Lostextos, la mayoría clásicos de laliteratura de viaje y las crónicasdecimonónicas, son analizadostanto en sus estrategiasespecíficas como en el contextoen que fueron producidos.

Queda claro que se trata deun libro escrito inicialmentepara un público europeo, quehoy se fascina con la Patagonia.Resulta difícil abstraerse de

esta fascinación, especialmenteal recordar los episodios quehacen mundo con problemasactuales: los viajes de losnaturalistas, los big slothscuyos restos aún permanecenencerrados en extensas tierrascasi vírgenes, y que entoncescomo hoy sugieren la presenciade la prehistoria –tema que elautor no deja de señalar, laavidez de “vacío” en un mundolleno y la consecuente preguntasobre la construcción culturalde ese vacío, los “pueblosoriginarios” cuya alteridad nofue mellada porquedesaparecieron sin dejarrastros, y, sobre todo, lasituación de frontera, eseespacio móvil e informe a cuyoconjuro alude la zanja deltítulo, y que es el eje de laspreocupaciones del autor.Baudrillard resume así lafascinación europea por laPatagonia: “una región deexilio, un lugar dedesterritorialización […] ladesolación de las desolaciones[…] viajar a la Patagonia, porlo que imagino, es como irhasta el límite de un concepto,como llegar al fin de las cosas.”La idea de vacío, no-territorio ylímite último hace mundo conlas preguntas actuales acerca dela posibilidad de lo informe, loajeno a la milenaria ansiedad deforma occidental. Es en estepunto en el que el libro cede alaire de los tiempos: cuando porejemplo, previsiblemente,remarca la necesidad en las

Vanni BlenginoLa zanja de la Patagonia. Los nuevos conquistadores: militares, científicos, sacerdotes y escritoresBuenos Aires, FCE, 2005, 216 páginas

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memorias de campaña decontar minuciosamente, decalcular, describir cadamunición, cada planta, cadamatrimonio y bautismo, todosigualados por el número,anotando la hora y el díaprecisos de cadaacontecimiento. La voluntad dedar forma, que implica para latradición occidental medida ylímite, tiene en estas prácticassu más pálido ejemplo.

Si tales son las coordenadasen las que se inscriben lasinvestigaciones sobre laPatagonia, especialmente lasproducidas en el marco de losestudios poscoloniales, y si,como requerimiento editorial,la investigación debía resumirseen un texto legible para unpúblico amplio que ignora lascaracterísticas locales, no esdable esperar una discusiónhistórica detallada, y sí encambio la recurrencia a fuentesy documentos, como estecuadro de Blanes, tantrabajados en nuestrahistoriografía. También seespera en el género que laseducción de ciertos temas seaacentuada. Se trata de ungénero de divulgación queresulta problemático para losasuntos sudamericanos: notermina de satisfacer alespecialista o al conocedorlocal del tema, y el públicoculto –europeo– al que vadirigido en primera instanciacarece en ocasiones de lasmínimas nociones histórico-geográficas acerca de esteapartado Sur. Revisando lascríticas periodísticas, me llamóla atención una que hacíatranscurrir la zanja de Alsinadesde “el Atlántico a losAndes”, error geográfico deninguna manera atribuible allibro. Pero Blengino sortea con

elegancia esta limitación degénero, de manera que muchosfragmentos del libro seconstituyen en un aporteespecífico para el desarrollohistoriográfico local.

Esto se debe en parte a que, apesar de su inicial aire de familiacon los estudios matrizados porel enfoque poscolonialnorteamericano, el trabajo deBlengino es de agradable yvariada lectura, sin laexplicitación del aparatajeformal que lleva, las más de lasveces, a constatardecepcionantes lugares comunesen los testimonios de referencia.Pero también se debe a laelección de los actores y a ladescripción más compleja de susprácticas, actores que pordiversos motivos han sidoeludidos en los estudios locales.Me refiero en particular a losmilitares (ingenieros civiles“enganchados” en el ejército, omilitares de carrera) y a lospadres salesianos, ambosenfocados, como sugiere eltítulo, alrededor de sus accionesy sus discursos sobre la frontera.

El tema de la frontera, y delos vastos espacios vacíos pordetrás de ella, fue tratadolocalmente con escasacomplejidad. Sólo recientementepodemos contar conpublicaciones basadas eninvestigaciones sistemáticas y enencuadres más abiertos que elsugerido por transcripcionesmetafóricas. Abundanreediciones de viajeros ytrabajos de historia local depueblos, estancias ycomunidades indígenas; pero eltema del desierto y su conquista,al ser favorito de los estudiosliterarios, poco ha dejado en loreferente a la historia tout court.La mayor parte de los trabajosse ha situado, invirtiéndola, en la

perspectiva dual del Facundo.Los aportes más significativosse encuentran en los estudioseconómicos (a pesar de suestrecha metodología), y en loslindes de la historia, en lascontribuciones de laantropología, la arqueología, laincipiente –en la Argentina–historia de la ciencia. Pero entodos los casos, lo que ha sidocancelado, al tomar soloaspectos parciales, es lo queBlengino identifica y queconstituye la fuerza del libro: eldominio concreto del espacio,bastante más complejo que lodeducido a través de unametáfora o un padrón. En elavance de la civilización sobre elvacío los protagonistasdecimonónicos eran el ingenieroy el militar, modelandodecididamente la geografía –yambas historias, la del ingenieroy la del militar, están en pañales,todavía sujetas a estudiosamateur, fuertementeideologizados, realizados engeneral por profesionalesprácticos de alguna de las dosesferas–. Para avanzar en elespacio de la frontera y más allá,Blengino desgrana lentamentelos textos de actores que, aunqueconocidos, no fueron objeto deestudio detallado. La distanciatiene a veces sus ventajas: lazanja de Alsina no sólo estomada en el texto comometáfora, sino también comoincreíble –casi desopilante–realización.

Aunque bien conozcamos la“zanja de Alsina”, es escasa laliteratura que se ha dedicado aexplicar tan atrabiliaria decisión.El autor acierta al enfocar elmotivo que dará título al libro (lazanja no está en la Patagonia,pero se trata de una acertadalicencia retórica, ya que el“vacío” comenzaba, en el siglo

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XIX, en Buenos Aires). Sinembargo, el tratamiento que leotorga a este límite material es,podríamos decir, plano. Sedetiene excesivamente en larecurrida metáfora de la murallachina, con que el periodismo dela época combatió la propuestadel ministro de Avellaneda.Blengino agrega otracomparación, igualmenteanacrónica: la muralla deAdriano, ignorando que foso ymuro de tierra, puntuado pormiradores, resultaba la prácticade defensa característica de lasestancias. No se detiene enmostrar el avance técnico querepresentó el telégrafo adosado ala línea; tampoco señala el hechode que no resultaba tan extrañoen la época, por repetidaexperiencia, que se le ocurriera aalguien colocar un obstáculo nopara la entrada, sino para la salidade los indios, con su botín deanimales y cautivos –ambosrubros, como ha sido notado, deimportancia económica yestratégica–. Tampoco explora afondo la base psicológica queimplicaba una frontera definida,teniendo en cuenta que, según losregistros de la época, el aspectomás temido, el que parecíaatentar con mayor persistenciacontra la civilización, era laambigüedad de una zona sinforma, mestiza, de inciertocontacto, sin límites de propiedad–sin límites: sin forma–. Noasustaba el buen salvajeincontaminado: asustaba el indioa caballo, que había mejorado lasprácticas de agricultura,cambiado su estrategia guerreradesde los primeros contactos conel español, aprendido la astucia yla mentira de sus dominadores,aprendido, como Calibán, sulengua.

En el plano militar de laconquista del desierto,

Blengino saca provecho de lareflexión sobre las tácticas y lasestrategias adoptadas. Sinembargo, también aquí puedeobjetársele cierta liviandad ensus conclusiones. Aunquecomenta las diferencias entre laposición defensiva de Alsina yla guerra de exterminio deRoca, no reconoce las raícesborbónicas e ilustradas deaquélla. La guerra romántica,que Napoleón inició en lapráctica, Clausewitz teorizó ensus bases generales y VonMoltke ancló en laadministración del estadoprusiano, implicó en su versiónrioplatense mucho más que laconquista de la Patagonia. Parano avanzar en el siglo XX, laintroducción casi intempestivade la guerra moderna implicócambios centrales para el país,desde la cuadrangulación de lapampa y la consecuente entregarápida de grandes extensionesde tierra a quienes habíansolventado la guerra, hasta laalianza, apenas ensayadaanteriormente, de ciencia,técnica y aparato militar, quepronto se revela clave en unaspecto central de laformalización del territorio: lacartografía. Aun así, el hecho deque Blengino se detenga en lazanja coloca como hecho físicoy técnico, no sólo metafórico,un episodio cuyo fracaso loarrojó fuera de la historia.

De mayor interés resulta eltrabajo con los documentossalesianos. También en estoBlengino corre con la ventaja dela distancia –en particular elhecho de que Don Bosco, cuyossueños proféticos impulsaron asus discípulos al viajeamericano, fuera italiano. Aquísí, a diferencia de los otroscasos tomados, abunda enbibliografía secundaria que no

conocemos. Escaso tratamientose le ha otorgado en el país a lacomponente religiosa de laconquista decimonónica. Para lahistoriografía nacional,canónica, no sólo resultaronidénticos por su misión de fe unsalesiano, un franciscano o unjesuita, sino que fueron losjesuitas, a través de sus propioshistoriadores, quienesadquirieron un lugar deprivilegio intelectual. Lahistoria menuda de lasdiferentes órdenes queda comoanécdota o panegírico. Y sinembargo hoy, que tan de modaestá la historia popular, no dejade resultar notable el retiro delcuadro del beato cuya efigietodavía se llevaba en medallitashace cuarenta años paraconseguir novio o aprobar unexamen: Ceferino Namuncurá,educado por los salesianos ymuerto joven en olor desantidad. Blengino, recordandoel panorama de Blanes, recolocaa los misioneros no sólo enlugar importante sino tambiénen una sensibilidadparadójicamente positivista,contando “conversiones”,bautismos y casamientos al pasodel ejército que los salesianosacompañaban, con suoptimismo a toda prueba ante elfuturo de los bienes venturososen esta tierra (leído con femisional, Don Bosco sueña lascanteras de petróleo en el Sur).

El último capítulo del libro,dedicado exclusivamente a laliteratura de ficción, culmina yreúne los diferentes relatos enun vasto y variado panorama.Contra lo que puede esperarsepor la especialidad del autor, noes éste el capítulo de mayorinterés. Por el contrario, es elque más se resiente de lapráctica de los estudiosculturales de evitar casi todo

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contacto con el debate local,leyendo los textos de referenciacomo si jamás hubieran sidotrabajados en un plano mássofisticado que el de unprólogo. Si existe un debateintelectual relevante en laArgentina es el anclado en elcampo literario, que hacedécadas incursionó en este tipode textos (crónicas, memorias,artículos periodísticos enentregas, relatos de viaje) conhipótesis fuertes y encontradas.Y si estos textos aparecendispersos, de difícil acceso parael lector extranjero, no lo estánaquellos que han trabajado a losclásicos de la literaturarioplatense, que Blenginoaborda: desde FlorencioSánchez hasta, por supuesto,Borges. Su único interlocutorparece ser David Viñas –quienmerecidamente ocupa un lugarfundamental en el trabajo de laliteratura de frontera, con sulibro de 1982– y con quienestablece algunas discrepancias.De esta tradición muy rica deestudios, pero altamenteideologizada, parten algunosparalelos indiscriminados, talcomo la conexión entre larepresión obrera de la Patagoniaen la década de 1920 o lasmatanzas de elefantes marinoscon la conquista del desierto–más generalmente, con latragedia de la civilización enestas tierras–. Blengino tambiénsucumbe a las sugerentescomparaciones que el espacioimpone en la reflexión acercadel trabajo literario: “la zanja dela literatura”, la “fronterainvisible” o “muchos sur” sonalgunos de los subtítulos: lodecible es la frontera de laliteratura. (Todos sucumbimos aesta fascinación.) En suma, ytambién debido a un exceso deambición en la cantidad de

textos revisados, la última partedel libro se cierra como unaespecie de clase para alumnosromanos, siempre correcta, peronada innovadora.

Pero más allá de las críticas,no quiero dejar de destacar laobjetividad y sobre todo lacomprensión que el autor exhibeen la descripción de estosasuntos humanos, comprensióntan escasa en los estudiosculturales. Aunque Blengino nodeja de escandalizarse ante lasacciones brutales del ejército, elacomodamiento de losingenieros, el silencio ante laesclavitud a la que sonsometidos los indígenas, nopuede no colocarse en el difícillugar de quienes no podíanescapar del clima de ideas de laépoca –ni siquiera losmisioneros, que aceptan conrenuencia pero sin resistencia laprimacía de la espada–. Asípuede (a diferencia de Viñas)ponderar las diferentes actitudesante el proyecto de dominio,calibrar las acciones particulares,muchas veces atravesadas porproblemas de conciencia,especialmente para quienesconocieron de primera mano,como Moreno, la vida más alláde la frontera. Ninguno de ellos–Ebelot, Moreno, Costamagna oMansilla– podía dejar de lado laidea de civilización, queconsideraban un valorinalienable al mismo tiempo que,con mayor o menor eficaciaretórica, o con mayor o menorconvicción, no pudieron dejar deconstatar los desmanes delprogreso –y en este sentidoresultan más nobles y creíblesque quienes hoy, desde suslugares seguros, dicen lamentarel triunfo civilizatorio ydenuncian anacrónicamente todoreparo, que suponenconsolatorio–.

Blengino observa, en estesentido, una perspectivaprofundamente histórica –lanecesidad de ubicar a suspersonajes en la posibilidad de laépoca– y también ética. Resultaelocuente su defensa del PeritoMoreno, quien, sabemos, no sóloevitó en sus memorias subrayarsus propias cualidades heroicas,sino que, como realza Blengino,intentó dentro del horizonte delmomento –cientificista,naturalista– preservar algunosvalores: pocos episodios másconmovedores que aquel en quevisita a su viejos amigos indios,antes valientes caciques y ahoracautivos humillados, pararegresar a su estudio deprimidoante las “ganancias” de lacivilización. No tenemos por quépensar que se trata sólo de unrecurso retórico: se trata de unproblema humano que no sereduce al positivismodecimonónico. Blengino lo sabe:es la introducción de ladimensión ética, el intento decomprensión tanto de justos (“el buen salvaje”) y pecadores(los emisarios de la civilización),lo que lo separa de las lecturashoy más habituales. Finalmente,como bien subraya el autor en suparalelo entre salesianos ymilitares, la común visióncristiana de positivistascientíficos, militares orgullosos yreligiosos bienintencionadoslleva a interpretar esta tierracomo lugar de misión, uncomplicado mandato occidentalque sólo ahora, casi a un siglo ymedio de los episodios queBlengino narra, es posibleobservar en el despliegue de susterribles consecuencias.

Graciela SilvestriUNLP / CONICET

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En los últimos años lahistoriografía argentina hamostrado un creciente interéspor el socialismo argentino. Lacompilación dirigida porHernán Camarero y CarlosHerrera da cuenta de esta nuevaproducción reuniendo lascontribuciones de una buenaparte de los investigadores queactualmente trabajan sobre estaorganización, dando lugar a unaobra que constituye,seguramente, la más ambiciosade las publicaciones encastellano dedicadas al análisisdel Partido Socialista. Sin lapretensión de ofrecer unahistoria integral, este volumenofrece sí una pluralidad deaproximaciones a través de lascuales busca –y logra en granmedida– cubrir los nudosproblemáticos centrales de laorganización desde sufundación hasta los años sesenta.

La introducción, a cargo delos compiladores, constituye unnotable esfuerzo de síntesisdonde desfilan losacontecimientos, los procesos ylas problemáticas centrales delos 110 años de vida del PartidoSocialista. La revisiónbibliográfica, segunda parte delestudio inicial, que da cuenta decasi todo lo publicado sobre elpartido, es, desde supublicación, de consultaindispensable para losinvestigadores en el campo.

No obstante lo plural ydiverso de los enfoques y laspreocupaciones abordadas en

cada uno de los 14 artículos quejunto al estudio introductoriocomponen la obra, surgeclaramente del conjunto laimagen de una organización enpermanente debate acerca de supropia identidad socialista.Dichas discusiones refieren alfin mismo de su existencia –enqué consistiría realmente elsocialismo en este país y quédebería hacerse para alcan -zarlo–. Los cuestionamientosparten, más concretamente, delas dificultades que encuentra elpartido para hallar su lugar enel marco de un sistema políticoque nunca terminó de adecuarsea sus expectativas, negándole elrol protagónico que –deacuerdo con la Historia– lecorrespondería, así como de laincapacidad de forzar, por suspropios medios, a ese sistemapolítico a estructurarse en lostérminos por ellos pretendidos(partido burgués versus partidoobrero).

el socialismo a través de sus conflictos y sus debatesinternos

Camarero y Herrera sostienenque, probablemente, la maneramás adecuada para abordar lacomplejidad del PS consista en“reconstruirla a partir de susconflictos internos”. Lastensiones permanentes a las queestuvo sujeta la teoría y lapraxis de la organizaciónconforman

un entramado característicoque permite comprender lahistoria del partido […] comosi su funcionamiento se cifraraen la interacción entre unaformación altamenteestructurada… y unpermanente cuestionamientointerno de su accionar.

Y es que, tal como lo confirmaexplícitamente DanielCampione en su artículo sobrelos antecedentes de lafundación del Partido SocialistaInternacional, el férreo controlque las direcciones partidariaspretendieron ejercer sobre elconjunto de afiliados socialistasno fue óbice para el desarrollode fluidos debates sobre elsentido y la marcha de laorganización.

Repasaremos brevementevarios de los trabajos paraluego detenernos en lo que,entendemos, constituye elaporte más interesante para lahistoria intelectual, los análisisque el volumen presenta de lasdiferentes respuestas a lasgrandes transformaciones que,desde fines de los años veinte,ponen en jaque los tradicionalesesquemas interpretativos delmovimiento socialista.

Una de las grandescuestiones del debate internorefiere a la posibilidad dealianzas con fuerzas burguesasreformistas. El tema –abordadopor Aricó en su Hipótesis deJusto– es retomado aquí porRicardo Martínez Mazzola paradetenerse en los años del

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Hernán Camarero y Carlos M. Herrera (comps.)El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un sigloBuenos Aires, Prometeo, 2005, 413 páginas

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segundo gobierno de Roca. Elautor advierte una actitudambigua entre los socialistas.Varios de ellos celebran una yotra vez la posible emergenciade partidos reformistas. Muypronto, sin embargo, denuncianla insinceridad de cada uno delos proyectos planteados comointentos de renovación política.El autor reconoce allí unelemento poco evaluado en losanálisis sobre el PS: la“incomodidad ante elacercamiento”. El temor a verseamenazado en la identidadincita a buscar la diferencia enlos potenciales aliados. Si enteoría se promueve una políticade alianzas, lo que se imponeen la práctica, en los albores dela organización, es lareafirmación de la propiaidentidad.

El capítulo de MarinaBecerra se inserta en el marcodel problema de la constituciónde una identidad socialista declase en una sociedadcosmopolita, a la que el Estadobusca integrar desde políticaseducativas con eje en la idea denación. En el contexto de lacelebración de la fiesta del 9 dejulio en una escuela socialistade La Banda, Santiago delEstero, pueden observarse lastensiones suscitadas en torno alos modos de articular laidentidad socialista con laparticipación en el festejopatriótico. Al respecto, noexagera Patricio Geli alsostener que la cuestiónnacional fue la gran pesadilladel movimiento socialista engeneral. Si éste supo lidiar conla cuestión democrática yciertamente con la cuestiónsocial, nunca pudo resolver latensión entre su identidad declase –internacionalista– y supresencia y desarrollo efectivo

en el marco de un Estadonación, un sistema políticonacional y una clientelaciertamente nacional también.En definitiva, la incorporacióna los distintos sistemas políticosnacionales lleva a lossocialismos locales aconvertirse en máquinaselectorales nacionalmentediferenciadas.

La relación entre lamilitancia por el sufragiofemenino y el PartidoSocialista, que transcurre desdela estrecha vinculación hasta elparadójico rechazo a su sanciónen 1947, es analizada por DoraBarrancos. Hernán Camareroestudia en detalle las relacionesentre el PS y la ConfederaciónObrera Argentina, aportandoasí, desde el estudio de un caso,a la comprensión de la“tradicionalmente esquiva yvolátil” ligazón entre PS ymovimiento obrero. La mayorcentral de su tiempo, la COA,supo tener con el PS, a partir delrecíproco reconocimiento deautonomía, relaciones másarmoniosas que las que elpartido hubiera tenido concualquiera de las anterioresfederaciones obreras. Elloconduce a una sugerentedigresión final acerca de en quémedida era el vínculo entresocialismo político e ideologíasindicalista una tensiónirresoluble. Iñigo Carreraretrata el clima de violencia enel que se desarrollaba laactividad política a comienzosde la década de 1930, signadopor los numerosos ataques porparte de grupos paramilitareshacia los socialistas. Ladecisión de éstos de conformargrupos de autodefensa, que enlos hechos fueron bastante másallá del proclamado objetivo dedefender sus locales, actos y

elecciones, aparece como unainteresante novedad en lahistoria de un partido (casi)siempre refractario al uso de laviolencia. Osvaldo Gracianoaborda un tema tan ampliocomo poco explorado: elvínculo entre PS y universidad.Más allá del discurso reformistadel 18, los socialistas pensaronhacia la década de 1930políticas específicas referidas ala universidad, que no sóloreferían a su lugar políticoinstitucional, sino queplanteaban la reformulaciónacadémica y científica,enfatizando el lugar de lainvestigación y de la formaciónhumanista frente a launiversidad técnica yprofesionalista. El autor sedetiene en las experienciasdisruptivas de Palacios al frentedel decanato de la Facultad deCiencias Jurídicas de laUniversidad de La Plata y de lapresidencia de esa mismauniversidad.

Los turbulentos años treinta

Mientras la conducciónpartidaria permanecía aferradaal axioma del librecambio,diversos núcleos de afiliadoscomienzan a explorar nuevossenderos bajo la influencia deautores y corrientes extranjeros.Los trabajos de Leticia Prislei yJuan Carlos Portantierocoinciden en el análisis de estefenómeno. El primero exploralos itinerarios que recorren–“en una época abierta a losrevisionismos”– intelectualessocialistas que más tardeprotagonizarían la ruptura delsocialismo independiente.Muchos de ellos se aproximanen la década de 1920 a la obrade Henry George. Encuentran

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allí el “neoliberalismo”,sostenido “en el viejo y sólidotronco del liberalismo clásico”en su concepción filosófica,pero decidido a lograr laigualdad social por medio de laapropiación de la renta delsuelo por parte del Estado. Lacrisis de la década de 1930conduce a una reformulacióndel concepto de Estado. Árbitrosoberano antes que instrumentode clase, puede pensarse, ya sinnecesidad de rodeos, en laparticipación en su conduccióndesde el gobierno. En dichocontexto, coinciden los trabajosde Prislei y Portantiero, lostextos del socialista belga Henride Man tendrán particularimpacto, planteando una nuevacaracterización del socialismobasada en una fuerte presenciadel Estado en un sistemaeconómico que se acepta comomixto. Para Prislei, el PSI pudopensarse en ese marco como unposible Partido PopularNacional, capaz de alcanzar elaparato del Estado para realizarreformas estructurales. Acaso,coinciden nuevamente en lasugerente pregunta la autora yPortantiero, sean los principalesreferentes del PSI (de Tomaso yPinedo), quienes mejorentiendan dentro del campo delsocialismo argentino loscaminos que, frente a losacontecimientos en curso,comienzan a tomar lossocialistas de otras latitudes. Nosólo en cuanto a la orientacióneconómica sino también en labúsqueda de un progresismoque pudiera gobernar junto aotras fuerzas políticasmodernizantes (una vez más, lacuestión alianzas en debate).

Portantiero, quien retomaaquí los temas de supublicación en el Nº 6 dePrismas, destaca la presencia

de un viraje completo en laconcepción del socialismoeuropeo ante el avance delfascismo y la crisis económica.Frente al primero, se consolidala propuesta del frente popular.Como consecuencia de lasegunda, se abandona ellibrecambio para adoptar laidea del intervencionismo y laplanificación, para conducirlahacia los fines socialistas.Aunque estos desafíos sepresentan con toda claridadpara el PS argentino ante ladictadura de Uriburu y la crisiseconómica, la vieja guardia(Repetto-Dickmann) sostuvo laestabilidad monetaria y ellaissez faire como dogma. Larevisión de las viejas tesisprovino, en cambio, de ungrupo de dirigentes influido porlas corrientes orientadas a laplanificación, muyespecialmente del yamencionado de Man y su Plandu Travail de 1933, perotambién de los ingleses H.Laski, H. Cole y S. Cripps. Esla Revista Socialista, publicadadesde junio de 1930, la que, sindejar de ser orgánica delpartido, expone las nuevasideas, ante la “clara indiferenciade la dirección del partido”. Elgrupo, donde destaca eleconomista R. Bogliolo,desarrolla un discurso madurohacia 1935: abandono de lasreformas redistributivas porreformas de estructura deproducción, nacionalización delcrédito y de las industriasbásicas, desarrollo del mercadointerno, creación del consejoeconómico y social. “¿Patrónoro y librecambio?”, publicadopor José Luis Pena, será la obraque sintetice hacia 1936 lastesis del grupo. Mientras tanto,desde mediados de la década de1930 se impone la búsqueda del

frente popular y se fortalece lapostura antiimperialista.

El XXIV congreso del PS, en1938, sintetiza todo esteproceso de cambios, quetermina siendo apoyado inclusopor la vieja guardia. El trabajode Portantiero comprueba asíque el supuesto estancamientodel PS durante esa década no estal y que, empujado por unanueva camada de dirigentes, elpartido comienza a darrespuestas efectivas ante loscambios. Sin embargo, elantifascismo ganará pronto ellugar principal en el discursopartidario, rezagando laspropuestas de redefinición delrol del Estado. Esasabandonadas “banderas queestaba comenzando a izar”serán tomadas y usufructuadaspor otras manos.

Pero si el final del trabajo dePortantiero sugiere que lacentralidad adjudicada por elsocialismo al antifascismoimplicó el menoscabo de unabandera que sería clave para lagran masa del pueblo, elartículo de Andrés Bissodemuestra en cambio que,durante el período 1938-1943,ese discurso antifascista,reelaborado en clave nacional,sería una herramienta altamenteexitosa. Tanto para cohesionarinternamente al partido–siempre tan proclive a lafragmentación– bajo un halo deépica y heroísmo, como paraganar ascendiente sobre lossectores medios de orientaciónliberal de la Capital Federal. Esprecisamente como partidodefensor de la democracia –yclaramente no como partidoobrero y socialista– que el PSobtiene el triunfo electoral de1942 en la ciudad. Peroevidentemente, como tambiénadvierte el autor, esa misma

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apelación no sería suficiente en1946, no ya para enfrentar aPerón sino incluso paramantener su condición departido popular en el bastióncapitalino

el peronismo y después

La defensa de las institucionesliberales de la democraciarepresentativa había constituidosiempre un componente centralen las corrientes dominantesdel socialismo argentino.Desde la segunda mitad de losaños 1930, sin embargo, estosvalores devienen, en el marcode la disyuntiva democracia-totalitarismo, el eje central deldiscurso socialista. Lacontribución de Carlos Herreraaborda el modo en queAmérico Ghioldi guía alsocialismo argentino en esadirección, absolutizando lalucha contra la tiranía en unanálisis que prescinde de lasestructuras económico-sociales.Este esquema analítico llevaráa un particular entendimientodel fenómeno peronista. Larespuesta a la adhesión de lossectores populares a Perón seconcentra en la distinción entreuna masa inculta frente a laclase obrera inteligente yesclarecida; no hay relacionessociales sino “actitudesmentales”. Habrá quien dentrodel partido proponga una visiónalternativa. Julio V. Gonzálezobserva que el peronismo hacumplido gran parte delprograma mínimo del PS. Setrataría, entonces, deaprovechar la oportunidadhistórica para plantear unprograma máximo desocializaciones, reconociendoel grado de madurez de la claseobrera. Pero para el

ghioldismo, frente al régimentotalitario no hay políticaposible fuera del combatefrontal. Su posición es lapredominante en el partido.Consecuencia de ello es elapoyo cerrado al golpe y lacerteza de que la tarea de lossocialistas consiste, una vezmás, en reeducar a las masasmanipuladas por la demagogia.Si de algún modo Ghioldipretende continuar la tradiciónjustista del partido comoeducador, mientras que lo queestaba en la mira en laconcepción de Justo era lademocratización integral de lasociedad, en Ghioldi lademocracia queda reducida asu sentido institucional. Pocoparece quedar del socialismomás allá del civismo.

Los trabajos de CeciliaBlanco y María Cristina Tortti,finalmente, echan luz sobre elcallejón en el que ingresa unPartido Socialista que, a fuerzade defender los valores de lademocracia liberal ha perdidosu vínculo con las masas, asícomo sobre los intensos debatesque preceden y acompañan lafragmentación del partido desdefines de la década de 1950.

Probables deficiencias y comentarios finales

Es notorio, como destacanCamarero y Herrera, que lainvestigación académica sobreel socialismo está abordandoproblemas nuevos, observandoaspectos antes inexplorados.Este volumen es valiosa pruebade ello. Particularmentenovedosa resulta laaproximación a procesos yacontecimientos posteriores a ladécada de 1930, los que hastafecha reciente habían sido en

gran medida ignorados por lahistoriografía.

El volumen no pretende –nopodría– cubrir en toda suextensión y complejidad lahistoria del socialismoargentino. Quedan, porsupuesto, y como también loafirman los compiladores,muchos temas por indagar (porejemplo, la crucial relaciónpolítica con el yrigoyenismorecibe aquí muy escasaatención). Pero, en cualquiercaso, podría señalarse que larelación con otrosemprendimientos similares endiferentes latitudes no concitaaquí mayor consideración, yalgunos de los trabajos adolecende la ausencia de un marcocomparativo. Cabe preguntarsecuánto hay de específico en lapermanente disputa interna queaquí surge como rasgo del PSargentino, ¿no son los partidoscon fuerte contenido ideológico,y especialmente cuando estánprovistos de una direccióncentralizada pero que permitepor diferentes medios eldesarrollo de la disidencia,altamente propensos a losconflictos entre dirigencia ybases? ¿Qué hay de específicoen la primacía de una corrientesocialdemócrata reformistasiempre interpelada y fustigadapor minorías de izquierda?, ¿noes ése el caso de la mayoría delos socialismos de la IIInternacional? ¿No son lasminorías que reclamandemocratización interna yacusan a la dirección detraicionar los principios unaconstante en la historia de lospartidos programáticos? ¿Ycuánto de particular hay en lacompleja articulación delsocialismo clasista einternacionalista con losprocesos de consolidación de

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los estados nacionales por unlado y con los valores delliberalismo político y filosóficopor el otro?

Cabe asimismo mencionarque el valioso contenido delvolumen contrasta con ciertadesaprensión en la edición.Problema recurrente enrecientes ediciones de

Prometeo, el texto abunda enerrores ortográficos y en frasesde deficiente redacción que enocasiones terminan por resultarininteligibles.

Ello, por supuesto, no obstaa que, tal como surge de lasanteriores líneas, El PartidoSocialista en Argentinaconstituya un aporte

indispensable para el estudio yla comprensión de la historia deesta organización fundamentalde la izquierda políticaargentina.

Gerardo ScherlisUBA

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La editorial Siglo XXI harepropuesto a los lectores trestextos de Tulio Halperinpublicados entre 1976 y 1997.El título del libro, quereproduce el del primero de lostres artículos, no da cabalcuenta de su contenido. La obratrata, en realidad, dos temasdiferentes. El primero es,efectivamente, una reflexión deconjunto sobre el revisionismoargentino. El segundo, encambio, que integran los dostrabajos restantes, constituye unanálisis acerca de estudiossobre la época de Rosas que lesirven a Halperin paradesarrollar ideas e hipótesis,polémicas o interlocutorias, conlos autores de los mismos(Carretero, Myers, Raed,Sampay), ninguno de los cualespuede ser incluido entre losautores revisionistas.

El criterio de selección delos artículos incluidos resultaalgo sorprendente si se observaque no forma parte de lacompilación otro más extensoestudio de Halperin sobre elrevisionismo, publicado enforma de libro, por la mismaeditorial, en 1970. Ciertamente,la confrontación de los dostextos específicos sobre elrevisionismo hubierapresentado superposiciones ycontinuidades (sobre todoporque reposan sobre unsemejante corpus de obras yautores analizados) perotambién no pocas diferencias ycomplementariedades.Seguramente, la operación de

incluir ambos podía requerirvolver sobre ellos y suprimir lasmás visibles de aquellassuperposiciones. Nada hay queobjetar aquí de todos modos;finalmente, la opción deescoger unos textos y no otroscorresponde al autor o al editor.Sólo se puede observar quedesde el punto de vista de loslectores interesados, sea en elrevisionismo, sea en el periplointelectual de Halperin, laoperación de fusionarlos paralos primeros o de superponerlospara los segundos hubiera sidomás iluminadora.

En el largo artículo que abrela presente compilación, “Elrevisionismo históricoargentino como visióndecadentista de la historianacional”, escrito en 1983 (y elmomento es aquí significativo),Halperin reproponeformalmente el esquemapresentado en el libro de 1970.El nacimiento del revisionismoes establecido en 1934 con lapublicación del libro de loshermanos Irazusta, LaArgentina y el imperialismobritánico. Esa elección permitea Halperin resaltar, en primerlugar, la conexión entre historiay política que es para él laoperación fundante delrevisionismo. Si, en cambio, sehubiese querido priorizar ladimensión exclusivamentehistoriográfica delrevisionismo, visto como unasimple relectura del pasadonacional, la cronología hubierapodido retrotraerse, ya que es

bien claro que la mayoría de lostemas históricos que elrevisionismo va a plantear, endisidencia con la historiaoficial, ya están presentes desdemucho antes, como el mismoHalperin señala en las páginasiniciales de su segundacontribución. Sin embargo, sien un Saldías o en un Quesada,por ejemplo, la reevaluación deRosas está ya plenamenterealizada, con argumentos queno son diferentes de la mayoríade los que emplearían losrevisionistas, no es menoscierto que en ellos no existedesde esa revisión del pasadoninguna disidencia sustantivacon el orden ideológico vigente.En este sentido, la operacióndel revisionismo es, en sunovedad, la paralela revisióndel pasado y del presente, asícomo la instrumentalización delprimero en función delsegundo. En otras palabras, lasubordinación de la tareahistoriográfica a la tareapolítica. Ciertamente, tampocoesta operación eracompletamente nueva en elámbito rioplatense. Como hamostrado la reciente tesis deLaura Reali, el paralelismoentre operación histórica yoperación política (con unaposición más equilibrada entreambas) y con influencias ytemas no diferentes en muchospuntos a los de los revisionistas,había sido llevado a cabo porLuis Alberto de Herrera desdeLa Revolución Francesa y SudAmérica (1910) hasta El drama

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Tulio Halperin DonghiEl revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacionalBuenos Aires, Siglo XXI, 2005, 90 páginas

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del 65. La culpa mitrista(1926), obras que gozaron deuna aceptación significativa decorresponsales argentinos,desde Ernesto Quesada a DardoCorvalán Mendilaharsu, ydespertaron la vigilantehostilidad de La Nación. Sinembargo, más allá de la quizásinútil búsqueda de precursores,la opción elegida por Halperinparece la más plausible.

Partir de la obra de losIrazusta le permite a Halperin,adicionalmente, filiar esarevisión con la derechamaurrasiana francesa y desdeahí postular el “decadentismo”que domina el momentofundante del revisionismo. Enambos casos, la declinación eraatribuida a la incapacidad de lasélites políticas de llevaradelante políticas nacionales,dadas sus perspectivasideológicas abstractas o suenfoque antipatriótico, idea estaúltima que en Maurras tiene unpreciso antecedente en lapolémica de Fustel conMommsen.

La filiación propuesta porHalperin de la obra de losIrazusta y de Ernesto Palaciocon la mirada de CharlesMaurras es irreprochable. Unareserva opinable podría surgir,en cambio, en la filiación,sugerida al pasar, de la lecturadecadentista maurrasiana con laobra de Hipólito Taine y más enespecial con susconsideraciones sobre el“espíritu clásico”.Efectivamente, aunque Tainepensador es una de las mayoresfuentes en las que abreva lalectura decadentista deMaurras, no es de ningún modola única (como la monumentalobra de Victor Nguyen hamostrado) ya que esaperspectiva estaba

extensamente presente en elpensamiento francés luego de1870 y aún antes (piénsese enTocqueville y Quinet luego dela revolución de 1848).Asimismo, puede argumentarseque la filiación taineana de esadecadencia en el “espírituclásico” no dejó de suscitarexplícitas reservas en unMaurras necesitado derecuperar el clasicismo encontraposición al romanticismo,fuente según él de todos losmales, lo que lo obligaba abuscar en otro lugar el origende los problemascontemporáneos: Rousseau antetodo, pero aún más atrás, en elindividualismo germánico, enel calvinismo y aun más allá, enel Antiguo y en el NuevoTestamento. Finalmente, ladecadencia francesa eraatribuida por Maurras alindividualismo y al atomismodel pensamiento moderno y nosólo a la ideología antinacionalde las élites, tema muchomenos presente en susseguidores argentinos, enespecial en los Irazusta. Contodo, lo que quizás más seextraña en la reconstrucciónque hace Halperin del temadecadentista en el revisionismoes la ausencia de cualquierreferencia a otras lecturas deese tenor presentes en laArgentina precedente, y másaun en la de la década de 1930,que podrían sugerir un lentoconformarse de un clima dereflexiones con el que losprimeros autores revisionistas,si no podían ser estrictamentefiliados, no por ello dejaban deinteractuar.

Ciertamente, Halperin noresume su mirada delrevisionismo en su relacióntributaria con la derechafrancesa (con respecto a la cual

no deja de señalar importantesdiferencias de sus seguidoresargentinos) y pronto agregaotros motivos que aportan losnuevos reclutas de la corriente,desde el iberoamericanismo deScalabrini, al fascismo de unJosé María Rosa. Esaheterogeneidad de motivospuede convivir gracias al nivelde generalidad de las lecturasdel pasado en las que, en todoslos casos, la dimensiónideológica es la dominante parajuzgar los comportamientos dehombres y grupos en la historiaargentina. Asimismo, de los dosnúcleos básicos en torno de losque se articula el revisionismo–la crítica al ideal democráticoy la crítica al imperialismo,entendido como un fenómenopolítico más que económico,cuya influencia en la Argentinahabría derivado de la cegueraideológica de sus gruposdirigentes–, es seguramenteeste último el que mejor sepresta a esa convivencia defiguras conformadas en tornode matrices tan diferentes. Elmismo tema (y las opcionespolíticas) permite luego integrara los nuevos reclutas queproceden de un marxismo máso menos digerido según loscasos (Puiggrós, Ramos,Astesano, Ortega Peña yDuhalde), acerca de los cualesHalperin no deja de señalar lasenormes distancias que losseparan de los primeros, sinnegarse, sin embargo, aconsiderarlos dentro de esamisma tradición.

La lectura de Halperin, acuya riqueza proverbial dematices y perspectivas no hacejusticia el breve resumenprecedente, va asimismo másallá y no deja de establecer conprecisión las distintas fases delrevisionismo y los cambios que

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muchos de sus cultoresproponen a lo largo de los años,en diálogo con las mudanzaspolíticas de la Argentinacontemporánea. Finalmente, elensayo, que empieza ya con unlapidario juicio de conjuntosobre el aporte historiográficodel revisionismo, culmina conotro no menos devastador entanto lo disuelve en el seno delas distintas lecturas poéticasdel pasado argentino.Ciertamente, esta severidad esbien comprensible, vista la casiinevitable irritación queproducen tantos autores de unatradición cuya debilidad no estánecesariamente en suspremisas, sino en la forma enque el discurso histórico sedesarrolla a partir de ellas. Esdecir, en el simplismo de susconstrucciones, en el tonoabogadil de las mismas, en laausencia de todo modernocriterio metodológico. Aunqueaquí quizás hubiera sido posibleestablecer diferencias ogradaciones más marcadasentre las mismas, como ocurreen el libro de Halperin de 1970.Por ejemplo, la identificaciónde género propuesta porHalperin entre la Historiaargentina de Ernesto Palacio yla Vida política de Juan Manuelde Rosas, de Julio Irazusta,hace poca justicia a esta última.Mientras la primera es desdeluego un ensayo basado enfuentes secundarias, la segundaes una sólida obra que más alláde su arcaísmo metodológico(aunque aquí, junto a Carlyle,habría que agregar a otroshistoriadores decimonónicos)reúne todos los requisitosexigibles en la historia erudita(aunque no se proponga ser tal).Es decir, la compulsa de unenorme corpus documental queincluía la gran mayoría de las

fuentes primarias disponibles yun uso crítico de las mismas.Que ello fuese utilizado con elpropósito de vindicar a Rosases indudable, pero no era tandiferente del uso que realizabanmuchos cultores de la historiaacadémica. Que el textoabusase del empleo de laanalogía es no menosverificable y ello da a la obraun tono poco actual (pero unaquerella de antiguos ymodernos en sedehistoriográfica no hace quizáentera justicia a los aportes quelos primeros hicieron y de cuyariqueza de perspectivas tantouso, antes implícito, ahoraexplícito, ha realizado lahistoriografía contemporánea).En cualquier caso, el resultadode la voluminosa historia deIrazusta no puede compararseen tanto operaciónhistoriográfica con el quebrinda el inteligente ensayo dePalacio, éste sí mucho máscercano del ejemplo de lahistoria que Philippe Arièsllamó “capeta”, es decir, la delos historiadores cercanos a laAcción Francesa.

En cualquier caso, elproblema no es tanto el de unalectura más matizada sino el deobservar que si las cosas estánefectivamente así, ¿qué puedebrindarnos una explicaciónconvincente de tantascarencias? Es aquí cuando elretorno al libro de Halperin de1970 brinda perspectivasiluminadoras ausentes en el de1983. Ellas parten de hacerdialogar a la historiarevisionista con la historiaacadémica, no sólo porque,como observó el gran ArnaldoMomigliano, los enemigos y losmaestros casi siempre separecen, ni tampoco porque unahistoria interpretativa basada en

materiales secundarios reposaen demasía en la calidad deéstos, sino también porque esasubalternidad de muchosrevisionistas hacia el modo dehacer historia por parte de la“Nueva Escuela” fue muyvisible. Recuérdesesimplemente que el Instituto deInvestigaciones Históricas“Juan Manuel de Rosas”copiaba literalmente su nombredel Instituto homónimo quedirigía Emilio Ravignani en laFacultad de Filosofía y Letras yque su publicación, Boletín,también. Asimismo, otrosautores no analizados porHalperin en su breve ensayo, deGabriel Puentes a FermínChávez, se esforzaban por dotara sus libros del mismo ropajeformal erudito que loshistoriadores académicos. Quelos resultados fuesen menosfelices, sea. Que el móvilpolítico estaba en muchos deellos en primer lugar, también.Sin embargo, la interacción conla Nueva Escuela nos daalgunas posibles pistas parapensar los límites del primerrevisionismo. Como concluía elmismo Halperin en 1970, dandovuelta una afirmación deErnesto Palacio, que elrevisionismo hubiese surgidoen tiempos en los que reinabaRicardo Levene no dejaba deser significativo… Lo quesugería que los límites delrevisionismo estabansubsumidos, al menos en parte,en los de toda una época de lahistoriografía y de las cienciassociales argentinas y en losbajos estándares que ella fijaba.Obsérvese, por ejemplo, queDefensa y pérdida de nuestraindependencia económica fuecobijado en una publicación“especializada”, la Revista deEconomía Argentina, o

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compárese ese libro, sin dudaelemental, con la HistoriaEconómica Argentina, que uneminente profesor de laFacultad de CienciasEconómicas con aspiracionesneoclásicas, Luis RoqueGondra, publicócontemporáneamente, yrápidamente se percibirán loslímites generales de unaestación historiográfica.

Desde luego, que hubieseexistido una más consistentetradición profesional o inclusouna tradición eruditaalternativa, a la manera porejemplo de la escuela católicaen Francia agrupada en laRevue de QuestionsHistoriques, opuesta a la de laRevue Historique, o siquieraalgo aproximable al nivel deesta última, no sugiere que losresultados hubiesen sidonecesariamente diferentes enlas figuras principales de esacorriente y tal vez tampoco enesa segunda línea revisionistamás atraída hacia lasposibilidades que brindaba lacarrera académica (comodesconsoladores ejemplos

actuales muestran). Sugiereapenas que, tal vez, hubieranpodido serlo y que algunosproblemas del revisionismopueden ser colocados tambiénen el débito de suscontrincantes, sin que ellosignifique tratar de equipar elnivel de unos y otros.Finalmente, la inspiraciónmaurrasiana más una sólidaformación profesional podía darlugar en Francia, por ejemplo, auna obra tan consistente comola de Raoul Girardet.

La segunda parte del librode Halperin viene a mostrarnosen sus propias reflexiones lasmuchas posibilidades quepueden emerger de lainterlocución con una formamucho más refinada y complejade hacer historia de las ideas ohistoria de los discursospolíticos como la por élcultivada. Su admirablereflexión acerca delpensamiento político de Rosas,en explícita confrontación conla propuesta por Sampay,brinda tantas nuevasperspectivas metodológicaspara encarar el análisis de una

figura que no es un teórico de lapolítica sino un políticopráctico pero que, sin embargo,no deja por ello de esbozar unareflexión cuyas raíces puedenser rastreadas. No menosiluminador que su diálogo conla obra de Myers, quecomplejiza el papel del discursorepublicano clásico en susuperposición con otrosdiscursos a él subordinadospero de ningún mododesdeñables.

En suma, se trata de un libroen el cual la maestría que esdable requerir al mejorhistoriador argentino aparece enplenitud. Ello no invita a laaquiescencia discipular sino aintentar un diálogo. Comoseñaló alguna vez DelioCantimori, cuanto más nosatrae una obra más debemosesforzarnos por discutir conella, a riesgo de revelar alhacerlo nuestras propiaslimitaciones.

Fernando J. DevotoUBA

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La Universidad Nacional deQuilmes vuelve a poner adisposición de losinvestigadores de la cultura y dela política en la Argentina delsiglo XX una obra de gran valor:la edición completa de la revistaContra. Se trata de un nuevologro de la colección “LaIdeología Argentina”, dirigidapor Oscar Terán. La primerareflexión que la publicaciónmotiva es la evidencia delcuidado técnico con que se haencarado la realización delvolumen, donde se reproducencon precisión los textos y lasimágenes de la revista. En estemismo orden, debemos recibircon júbilo este libro por sucondición de pieza materialdesde ahora insustituible en lasbibliotecas de las universidadesy en los anaqueles de losestudiosos. Esto debe ser puestode relieve ya que hasta ahora losesfuerzos por editar en formacompleta y/o facsimilar estosdocumentos de nuestro pasadoque constituyen las llamadasrevistas de “pequeño formato”han sido escasos y dispersos.Contra ejemplifica el caso demuchas revistas que como ellase encuentran disponibles enpocos repositorios, esperando elmomento de renacer al debatede los investigadores y delpúblico en general, liberándosede un olvido injusto o, lo que espeor, de un uso restringido alpequeño círculo de susatesoradores.

Si la edición cuida hasta ensus mínimos detalles la

reproducción del original, laelección de quien ha tenido a sucargo la presentación no pudohaber sido más acertada: SylviaSaítta. Esta investigadora hafrecuentado los textos y losdocumentos sobre estemomento particular de lacultura argentina en otrostrabajos y presumimos que elabordaje que ha hecho de larevista Contra constituye unaestación intermedia entre susconocidas investigaciones sobreRoberto Arlt y sobre el diarioCrítica y futuros trabajos dondela izquierda intelectualargentina será protagonistacentral.

Saítta recorre con sugerentespreguntas esta original empresaconcebida y dirigida por RaúlGonzález Tuñón, cuyos cinconúmeros se publicaron enBuenos Aires entre los mesesde abril y septiembre de 1933 yen la cual colaboraron una seriede intelectuales vinculados conel director desde los tiempos dela revista Martín Fierro:Nicolás Olivari, CórdovaIturburu, Ulises Petit de Murat,Pablo Rojas Paz, su hermanoEnrique. A ellos se suman unagran cantidad de colaboradores,entre los que destacan aquéllosprovenientes de un amplio arcode la izquierda intelectual,convocados, como bien señalala autora, sin ánimo sectario:Leonardo Estarico, NydiaLamarque, José Gabriel,Amparo Mom, BernardoGraiver y Julio Payró.Trayectos y estilos diferentes

que imprimieron a la revista unespecial dinamismo y unariqueza estética que superóencorsetamientos ideológicos oformales.

En el breve tiempo de supublicación, Contra buscóconstituirse en un espacio dereagrupamiento de muchos delos jóvenes intelectuales queanimaron el campo culturalporteño en la época “clásica” denuestra modernidad literaria,los años que van de 1922 a1928. Fue entonces cuandoflorecieron las publicacionesmás características de estemovimiento: Prisma, los dosmomentos de la revista Proa,Martín Fierro, Inicial,Valoraciones, Sagitario; y en elcostado de la literatura social,identificado con el llamadogrupo de Boedo: LosPensadores, Claridad, ExtremaIzquierda, La Campana de Paloy otras. Estas revistas, por susafinidades, por susenfrentamientos y muchasveces por variablescombinatorias de ambassituaciones, configurarondurante aquellos años unsistema o constelación estéticosignado por la ávida búsquedade lo nuevo y por la polémica.

Hacia 1928 casi todas ellashabían desaparecido, y hastacomienzos de la décadasiguiente parece establecerse unhiato, un momento derecomposición de situacionespersonales y de gruposintelectuales, espacio cubiertoapenas por discontinuos

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Sylvia Saítta (estudio preliminar)Contra. La revista de los franco-tiradoresBuenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2005, 486 páginas

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intentos, como el de AlbertoHidalgo y su efímera perodensa revista Pulso, que publica6 números durante 1928, o eldel incansable SamuelGlusberg, quien entre 1928 y1932 publica cuarenta y tresnúmeros de La Vida Literaria,revista de singular valor quereúne de forma un tantoecléctica un arco deintelectuales que van desdeLugones hasta Mariátegui,pasando por Borges y EnriqueBanchs.

En efecto, hacia fines de1928, casi todas aquellasrevistas de nuestra primeramodernidad literaria han dejadode circular. No fueron sólo lasdificultades económicas ni eldestino fatal al que parececondenado este tipo depublicaciones las causas quedeterminan su cierre. Unaforma de intervención político-cultural propia de los jóvenesintelectuales de la década de1920 está tocando a su fin. Pordelante queda para ellos o bienel camino de laprofesionalización en el campoestético o académico o, enciertos casos, la incorporación ala política –que nunca hadejado de estar presente enforma evidente o sugerida–dentro de las estructuraspartidarias. Aquelloslaboratorios de ideas queconstituyeron las revistas de losaños 1920 dejarán paso a otrosagrupamientos intelectuales, aotras experiencias, máspautadas por las eleccionespolíticas o por el designio de loque se daba en llamar el “artepor el arte”.

Contra aparece entonces enun campo intelectual y políticoseveramente modificado, tantoen lo nacional, donde ya nofulge la “primavera alvearista”

que vio nacer a nuestrasvanguardias, como en lointernacional, donde la políticade Frente Único –político perotambién cultural– habíaquedado sepultadaprecisamente en aquel año de1928 en términos que muy biendescribe los primeros versos deaquel poema de Maiakovskique trae el último número deAmauta, aparecido luego de lamuerte de su creador, JoséCarlos Mariátegui:

¡Adelante! ¡Marchemos!¡Marchemos!¡Basta ya de frases y deparches!¡Hay que poner fin a lacháchara frívola!¡Tiene la palabra el CamaradaMáuser! […].1

Entonces, si como bien nos diceSaítta la revista de GonzálezTuñón “fue el primer programaestético-político colectivo quevinculó vanguardia estética convanguardia política en laArgentina”, esta vinculación nopodía sino ser problemáticadesde la misma definición desus términos. Problemáticaporque el escenario de lasvanguardias estéticas ya no eraaquel espacio entre burlón yfestivo de los años 1920 y susactores iniciales ensayabancaminos diversos y hastadivergentes, y problemáticaporque en el aspecto políticootros eran y quizás más graveslos temas sobre los que sesolicitaba el alineamiento de losintelectuales. Ya no bastabapronunciarse contra la GranGuerra o alienarse con lospostulados de la ReformaUniversitaria y sus proclamaspacifistas y americanistas,donde campeaba un anhelo untanto vago de redención social;

la crisis económica mundial, elascenso del fascismo y eldesarrollo de su faz guerrera, lacrisis política argentina abiertapor el golpe de 1930 y ladefensa sin fisuras de la UniónSoviética conducida por Stalinfrente a las amenazas de unaguerra imperialista en su contra,eran algunos de los tópicossobre los que la dirigencia delcomunismo argentino einternacional solicitaba unalineamiento inequívoco. Elarte como arte de propagandaera la forma en que se pensabaa los intelectuales formandoparte de esta revoluciónmundial.

Si las discusiones en losaños 1920 entre publicaciones o“sistemas” de ellas eran partesustancial del funcionamientodel campo cultural, en estearranque de la década de 1930,y dentro del espacio de laizquierda, Contra aparece comoun boxeador en el centro delring, peleando contra su propiasombra. No porque le faltarancontrincantes: Sur, Criterio,Bandera Argentina y hastaClaridad pudieron serlo, y dehecho lo fueron, pero suprincipal problema, el quecruza toda la publicación, es elde conciliar su genuinavocación vanguardista con lapertenencia al espacio de larevolución comunista mundial–entonces ineluctable–, unespacio donde la sospechaantiintelectualista ganaba cadavez más y más presencia. Laprimera parte del ensayointroductorio de Saítta dacuenta de las dificultades queTuñón tendrá para llevar

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1 Amauta, Nº 32, agosto-septiembre de1930, p. 52.

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adelante su proyecto,encuadrando las mismas en losdebates internacionales sobre larelación entre arte y revoluciónsocial. En el caso de Contra,esa tensión se dio entre ungrupo de intelectualesprovenientes de lasexperiencias de vanguardia dela década anterior y laortodoxia del PartidoComunista local, cuya voz en larevista se reitera como unpoderoso superyó ideológico,papel que asume Carlos Moog,referente cultural oficial del PCArgentino.

Toda la revista se convierteentonces en un centro dereflexión continua sobre laconflictiva relación entre el artey la política, lo que sin embargono priva a Tuñón de conseguirque por momentos parezcarevivir en sus páginas aquelespíritu lúdico delmartinfierrismo, especialmenteen su sección “Recontra”.

En este sentido, laintroducción de Saítta es degran utilidad para elinvestigador, ya que la autoraanaliza con rigor el pasaje delos modelos periodísticos desdeel martinfierrismo hastaContra, con la estaciónintermedia de laprofesionalización que significópara muchos de estos escritoresel diario Crítica. Aun más alláde estos aspectos en principiosólo formales, para Saítta

Es en Crítica, entonces, dondeGonzález Tuñón y CórdovaIturburu inician el debatesobre el rol del escritorrevolucionario; es en Críticadonde se diseña el “nosotros”político y literario queidentificará a Contra; y es enCrítica donde González Tuñónse apropia de la tradición de larevista Martín Fierro al

disputarle (y negarle) a Suresa herencia.2

De todas formas, aun cuandoesta apreciación es justa, losresultados obtenidos por estanueva formación deintelectuales encabezada porTuñón son inestables. Acasoesa inestabilidad estaba yainscrita en la bajada delnombre, Contra era una revistade franco-tiradores, sus autoresno se pensaban desfilando enlas ordenadas filas del ejércitocomunista internacional, sinoque se veían a sí mismos comola vanguardia independiente delmismo.

Bajo el lema “Todas lasescuelas. Todas las tendencias.Todas las opiniones” elproyecto de Tuñón dio cabida avoces disonantes con la posturaoficial del Partido Comunista,que sostenía que sólo podíadarse un arte puro en una futurasociedad comunista y que a ladictadura del proletariado comonecesaria etapa previa alcomunismo le correspondía unarte proletario que, porejemplo, tuviese lacontundencia y la sonoridadque Nydia Lamarque encuentraen “Los cantos de la URSSvictoriosa”.3

Encontramos la posturadisonante en intervencionestales como las de Julio Payró yOliverio Girando, que postulan,en los terrenos de la plástica yla lírica, la independencia delartista con respecto a cualquierideología que pueda solicitar sudisciplinamiento estético.

El estudio preliminar nosguía entonces por diferentesetapas de esta polémica entrearte puro y arte revolucionario.Especialmente el debate queabre la presencia de Siqueirosen Buenos Aires, a la que

Contra le dedica su tercernúmero. A partir de allí seabren en la revista diversasintervenciones donde sedestacan la propia de Tuñón yla de Julio Payró, quien,convocado a opinar, sostieneque Siqueiros es valiosoporque es un gran artista, másallá de su ideología. El casoSiqueiros deviene en unaencuesta titulada: “¿El artedebe estar al servicio delproblema social?”, a la queresponden Nydia Lamarque,Luis Waissmann, Jorge LuisBorges, Oliverio Girondo,Tuñón y Córdova Iturburu. Laintervención irónica y hastaburlona de Borges y la duraréplica de Córdova Iturburuhacen que la encuesta acabeabruptamente. Como señalaSaítta, aquí quedan marcadoslos límites del modelo deintervención elegido: laparodia y la picardíamartinfierrista debíancircunscribirse a la contratapay no desplazarse hacia elcorazón del problema que losacuciaba: el arte y su relacióncon la revolución social.

Pero además de este núcleoproblemático, la revista ofreceotras entradas posibles, comosiempre ocurre en laspublicaciones de pequeñoformato cuando éstasrepresentan a una formacióndeterminada de intelectuales.Sus páginas albergan unmicrocosmos de los temas quese encuentran en el aire de la

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2 Sylvia Saítta, presentación a Contra.La revista de los franco-tiradores,Buenos Aires, Editorial de laUniversidad Nacional de Quilmes,2005, p. 21.3 Nydia Lamarque, en Contra, op. cit.,pp. 182-191.

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época. Los artículos sobreVlamink de Julio Payró y el deLeonardo Estarico sobre laperspectiva en las artes visualesiluminan sobre temas yproblemas por entonces deactualidad para los artistasplásticos. A su vez, lascolaboraciones de AmparoMom sobre moda y feminismopodrían constituir por sí solasuna pequeña antología. Lascolaboraciones de estaintelectual, junto a los poemasde la entonces compañera deSiqueiros, la poeta uruguayaBlanca Luz Brum, le dan unavoz a la mujer dentro delproyecto de Tuñón.

Por último, lasintervenciones del poeta ydramaturgo Bernardo Graiver

–administrador de la revista–sobre el teatro de vanguardia yel teatro proletario nos acercana las ideas de un animadorcultural de extraño perfil ylarga permanencia en la culturaargentina, al que todavía se ledebe una biografía intelectualen regla.

El investigador y aun elcurioso que quiera abordar elestudio de la cultura argentinaen la década de 1930reconocerá que esta edición deContra se hacía indispensabley, al recorrerla, agradecerá laguía que el erudito estudiopreliminar de Sylvia Saítta le haproporcionado. Lainvestigación que quedaplasmada en la introducciónviene asimismo a sumarse a los

aportes que desde hace untiempo han replanteado lasmiradas sobre lo que seconsideraba el desierto de la“década infame” y donde losestudios sobre la izquierdapermitieron abrir un mundo dedebates y enfrentamientosinternos antes opacados,iluminando riquezas y maticesque la historiografía no nosreveló en el pasado, poniendoen escena a actores de la culturay de la política hasta ahorapoco conocidos o sumariamenteencasillados.

Fernando DiegoRodríguezUBA

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Este estudio de Anahi Ballentsobre las políticas de vivienda,el Estado y la ciudad de BuenosAires durante el primerperonismo provoca unapregunta: ¿Qué puede tener quever la “revolución peronista”con los chalés californianos delos barrios de viviendaspopulares, que parecen sacadosde una película de Walt Disney?¿Cómo puede relacionarse esamisma revolución con losmonobloques de viviendas,como el barrio Los Perales, ocon el edificio de la FundaciónEva Perón, hoy Facultad deIngeniería, cuyo estiloneoclásico ha hecho pensar enlas construcciones de laAlemania nazi?

Es una pregunta deconexión, de entronque, derelación entre lo político y loestético. Sobre cuestiones deeste tipo abundan las respuestassimples; Ballent ofrece unacompleja y elaborada. Por unlado está la dinámica delproceso político, la llamada“revolución peronista”, y juntocon ella la acción del Estado,–entre los impulsos delmovimiento político y suprocesamiento por laburocracia–, y también losdiscursos que la explican y quea la vez la constituyen. Del otro,la acción de los diseñadores ylos constructores de viviendas–un grupo que incluye tanto elgenio creador individual comoel ejecutor de una disposiciónestatal–, sus diferentes saberestécnicos y el conjunto de

modelos arquitectónicosdisponibles, que son parte delmovimiento internacional. Enun contexto político que, conRaymond Williams, aparececomo “impulso y límite”, esostécnicos producen un resultado,o mejor dicho un conjunto deresultados, que en este caso vandel citado chalé californiano, alos monobloques modernistas oel templo griego, tan variadocomo el contexto político enque se desarrollan pero, sinembargo, con alguna íntimacoherencia.

En este libro hay unapostulación teórica, y tambiénuna destacable capacidadprofesional para desarrollarla.El primer saber de AnahiBallent, el del arquitecto, lahabilita para mirar las cosasdesde el resultado: las casas,sus autores directos y susimperativos profesionales. Susegundo saber, el delhistoriador, la lleva a recorrer elcamino inverso: partir delEstado, sus políticas y susdiscursos, y concluir en lasviviendas. El resultado essatisfactoriamente complejo. Nireduccionismo político niautonomía estética: la viviendaes símbolo de un procesopolítico y también uno de susinstrumentos.

Vale la pena subrayar apenasdos aspectos del contenido de unlibro complejo. Nonecesariamente aquellos másimportantes para la autora, perosí los que mejor permitenensamblar sus aportes con otros

estudios, y obtener una imagencada vez más densa y complejade los años peronistas. Aunquesu centro está en el período1945-1955, Anahi Ballent haexaminado muy cuidadosamentela década anterior, y másacotadamente, lo que ocurredesde fines del siglo XIX, pues elproblema de la vivienda es partecentral de la llamada cuestiónsocial, y alrededor de él serealizan propuestas y searticulan discursos. Lo singularde la década de 1930 es lainstalación de la cuestión de lavivienda, y sus temas anexos, enla agenda política, la elaboraciónfina de las distintas alternativas,e inclusive el desarrollo de lasagencias estatales pertinentes. Ala vez, es notoria en esos años lafalta de una acción estatalconsecuente, en parte pordespreocupación de losdirigentes, en parte porincapacidad política paradesanudar los interesesimplicados.

Muchos han llamado laatención, en distintos campos,sobre esta situación, quecontrasta con la actividad de laacción estatal desde 1943,cuando comienza a ejecutarse,con celeridad, mucho de lo queya había sido pensado. Así lo haseñalado recientemente SusanaBelmartino respecto de lasinstituciones de salud. Esto lepermite a Anahi Ballentcontextualizar la llamada“revolución peronista”. Lo hacecon fineza, combinando lo quehay de continuidad con lo que

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Anahi BallentLas huellas de la política. Vivienda, ciudad y peronismo en Buenos Aires, 1943-1955Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes/Prometeo 3010, 2005, 273 páginas

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hay de cambio. Se trata de laasí llamada “voluntad política”del peronismo, pero también delas capacidades estatales paraponerla en práctica, un terrenodonde en esos diez añosperonistas se innovamuchísimo.

Por otra parte, el texto estárecorrido por el proceso socialque considero central en la largaprimera mitad del siglo XXargentino, hasta los años de1960: el de la inclusión social,la integración, la movilidad y loque en un cierto sentido puedellamarse la democratización dela sociedad. Unademocratización que larevolución social peronistaaceleró, hasta el punto detornarla crispada y conflictiva,sin por eso modificar su sentidoprincipal hacia la integración.En este libro, la inclusión serefiere a dos derechos. Por unlado, el de la vivienda, elclásico tema de la “casapropia”, presente en cualquiernarrativa sobre los procesossociales del siglo XX. Por otro,el “derecho a la ciudad”, que serelaciona con el proceso deconstitución de Buenos Aires, laformación de los nuevosbarrios, en el contexto de unaconfiguración homogeneizadora–la “cuadrícula” que estudióAdrián Gorelik– y con lapreocupación acerca de cómopodrían extenderse esosbeneficios, asociados con unavida civilizada.

Sobre esta problemáticaclásica, Anahi Ballent planteaun ángulo de visión singular.Las políticas estatales oscilaronentre dos opciones. Una era lade construir barrios de casaspopulares, lo que significabamodificar fuertemente la ciudadexistente. Otra, la de facilitar, através del crédito estatal, que

cada ciudadano repitiera lahistoria de la casa propia. Estoúltimo, en el contexto de unaciudad con un diseño y unatraza muy fuertes y llenos designificaciones, implicaba tantoratificar ese diseño comoextender sus beneficios,postergando para el futuro lacuestión acerca del límiteposible de esa extensión.

Existen antecedentes depolíticas sobre la relacióndeseable entre individuo,familia, vivienda, que veníansiendo largamente discutidas,en la Argentina y en el mundo;se recuerdan en el texto laspropuestas católica y socialista.Esto conduce a otra discusiónimportante dentro delperonismo. En un caso, lavivienda es una reivindicaciónsocial; se trata del reclamo deun derecho, del que algunosgozan, por parte de quienes,privados de ellos, integran lamasa de los no privilegiados,los desheredados, el pueblo. Enotro caso, la vivienda esconsiderada un instrumento deordenamiento social, deintervención del Estado pararegular y canalizar losconflictos de la sociedad.

Es fácil relacionar esto conun tema del peronismo: sus“dos almas” o dos campanas.La plebeya, en clave dedemanda de rápida inclusión yde cuestionamiento delprivilegio, y la estatal, en clavede organización comunitaria yarmonía. Dentro de este tópicoclásico, Anahi Ballent apunta elinterés de una de sus variantes.El secreto del peronismo estáen su capacidad paraimpulsarse en una tensión, quepor eso debe ser siemprerecreada. Un planteo homólogoal que se ha hecho en otroscampos como las relaciones

laborales o, por ejemplo, lacuestión familiar, en el recientelibro de Isabella Cosse sobre elorden familiar.

Hace unos cuarenta años, loshistoriadores sociales aspirabana dar cuenta, de algún modo, dela totalidad. En ese puntocoincidían el marxismo, laEscuela de Annales y las teoríasde desarrollo, que eran losparadigmas fuertes. Hoy pocoscreen en esos paradigmas, y porotra parte ha habido unprodigioso desarrollo, tanto delos objetos de la investigaciónhistórica como de lasperspectivas y métodos, quedesborda cualquier ilusión deuna “síntesis histórica”. Creo,sin embargo, que la totalidadpermanece, al menos comoaspiración u horizonte, quizácomo fantasía, siempre más alláde lo que efectivamente sepuede conocer, pero capaz deimpulsar los muchos sentidosde cada cosa específica. Frentea infinitas historias particulares,subsiste la inquietud acerca decómo poner juntos losfragmentos. Y esto es posiblecuando, desde un conocimientoespecífico, las preguntas con lasque ese fragmento ha sidoconstruido lo trascienden yapuntan a otros planos, a lasarticulaciones, las conexiones,o, como decía José LuisRomero, a los “entronques”.Creo que es el caso de esteejemplar estudio de AnahiBallent y, diría, de las obras queen paralelo han producidoFernando Aliata, GracielaSilvestri y Adrián Gorelik sobrela historia de Buenos Aires.

Luis Alberto RomeroUBA / UNSAM /CONICET

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El peronismo es claramente unade las tramas más visitadas porla historiografía argentina. Sinembargo, aquello que fue sureverso (el antiperonismo),permanece como un temaescasamente explorado por laliteratura. El olvido esinjustificado: el proceso abiertopor el surgimiento de estemovimiento, el profundoantagonismo que el mismoinstauró en la vida políticavernácula, no se entiende en sutotalidad si no se tienen encuenta –como sostiene la autoradel libro aquí reseñado– “lasideas, las acciones y losconflictos de quienes se leopusieron” (p. 12). En estesentido, Los antiperonistas enla Argentina peronista,radicales y socialistas en lapolítica argentina entre 1943 y1951 aborda un interroganteimportante si se quiere entenderla historia política nacionalposterior a 1945. El mismo sepropone concretamente“describir qué pasó con losradicales y socialistas durantelos años de la Argentinaperonista y cómo [éstos]expresaron su oposición algobierno” (p. 13). Está animadoademás por la voluntad dedirigir el debate académicohacia una zona que hadespertado exigua atención enla historiografía local: elanálisis de la oposición.

El trabajo está dividido encinco capítulos ordenadostemática y cronológicamente yuna conclusión general. El

primero de los mismos secentra en los tiempos previos alproceso eleccionario de 1946, yse detiene en el análisis de laUnión Democrática. SegúnGarcía Sebastiani, estaparticular alianza electoral quereunió entre otros a partidos detradiciones políticas disímilescomo el Socialista, el Radical yel Comunista con vistas aoponerse al peronismo, debeentenderse como producto de“una serie de antecedentes deentendimiento inter partidarioque estaban presentes desde ladécada anterior” (p. 75). En laspáginas que se dedican a estetópico la autora desmenuzatanto las discusiones y losdebates que esta alianza suscitóentre los partidos que laintegraban como en el interiorde los mismos. Es decir quedichas discusiones, lasdificultades que tuvieron estasfuerzas políticas paramaterializar un acuerdo de talnaturaleza, nos hacen sospechardel grado de “entendimiento”precedente. El segundo capítuloestudia en detalle el accionardel radicalismo en la Cámara deDiputados de la Nación. Segúnla autora, el Congreso seconvirtió en el período “en elespacio institucional en el quela oposición radical tuvo quedesarrollar su estrategia políticacontra el peronismo” (p. 121).El trabajo muestra queperonistas y radicalesestuvieron de acuerdo enalgunos temas aun cuando laconfrontación fue la nota

distintiva de las relacionesparlamentarias. Esto mismolleva a García Sebastiani adesestimar la paternidadexclusiva del peronismo dealgunas de sus leyes másconspicuas como, por ejemplo,la del sufragio femenino. En laspáginas finales de esta sección,se presta particular atención a laexpulsión de los diputadosradicales de la Cámara. Lasdestituciones son leídas comola expresión “más visible” delconflicto político-institucionalque enfrentó al gobierno con laoposición durante la etapaperonista (p. 113).

El tercer capítulo se dedica auna fuerza política para la cuallos comicios electorales de 1946fueron particularmentenegativos: el Partido Socialista.Las elecciones de 1946 no sólodespojaron al socialismo derepresentación institucional enel Congreso, sino quesignificaron un desafío difícil desobrellevar para un partido quedefinía su identidad en torno dela defensa de los intereses de lostrabajadores. A través delanálisis de sus publicaciones yde los debates partidarios,García Sebastiani intentamostrar cómo el PS, pese ahaberlo discutido, no logró“potenciar transformaciones enel interior del partido pararecobrar la credibilidad políticaperdida” y siguió estandocondicionado “por métodos depropaganda y de organizaciónproselitista”, que no estaban“ajustados” a las demandas de

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Marcela García SebastianiLos antiperonistas en la Argentina peronista, radicales y socialistas en la política argentina entre 1943 y 1951Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005, 296 páginas

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la realidad política (p. 270). Eltrabajo vislumbra en lasquerellas internas de esos añossíntomas tempranos de futurasdiscrepancias y rupturas. Elcuarto capítulo se desliza haciauna dimensión subnacional.Iluminando las distintasestrategias, las tensiones y losconflictos del radicalismo de laprovincia de Buenos Aires, ellibro pretende dar cuenta decómo los líderes de la corrienteintransigente de la UCRbonaerense fueron losencargados de actualizar dichopartido político luego de laReforma Constitucional de1949. La última sección dellibro describe las circunstanciasparticularmente “desventajosas”en medio de las cuales, amediados de 1951, seresolvieron las candidaturaspara presidente y vicepresidentede la Nación de los distintospartidos políticos (p. 247). Auncuando, según la autora, lospartidos eran conscientes de susescasas posibilidades de éxitoen dicha contienda electoral, laimportancia que le otorgabanradicaba en la posibilidad demedir las fuerzas de unos yotros. Para García Sebastiani,dicha campaña electoralconstituye el punto de partida delos “rasgos definitorios delcontenido de la luchabipartidista en la políticaargentina” (p. 246).

El aporte de este libro radicaen su invitación a reflexionarsobre ciertos tópicos, en lamirada dirigida a zonas menosexploradas por la literatura: laoposición, sus estrategias, losconsecuentes conflictosintrapartidarios. Temas,además, que García Sebastianiobserva con tino en unadimensión temporal. La autorarestituye entidad histórica a unsector de los “otros” de laArgentina peronista. Pone bajola lupa a la oposición entiempos donde el peronismoparece dominarlo todo y nosdevuelve la imagen de unbloque que dista mucho de sercompacto. El texto nos obliga apensar cómo el peronismoimpactó y modificó a aquellospartidos que estaban en laoposición. Estos aciertosquedan deslucidos, sinembargo, por un abordajedemasiado atravesado por lasfuentes utilizadas. Laminuciosidad del trabajo, lapuntillosa reproducción dediscusiones, discursos yrupturas, opaca el análisis yenreda al lector. Creemos quelos artículos publicados por laautora en varias revistasacadémicas hacen mejorjusticia a su propuesta. El libroestá habitado por una fuertepreocupación por loinstitucional. García Sebastianihace de dicho nivel el foco de

su análisis, concentrándose endescribir el impacto que elperonismo tuvo en el desarrolloinstitucional de los partidospolíticos opositores. Pero auncuando nos parece importanterescatar este horizonte deanálisis en el estudio delperonismo, resulta a vecesexcesiva la primacía que eltexto otorga a la dimensióninstitucional del conflictopolítico: los elementos másideológicos y menoscoyunturales de los discursossólo aparecen en formaintermitente. Por otra parte, eltrabajo otorga un espaciomarginal a las vinculaciones yactividades de estos políticos enotros ámbitos de “sociabilidadantiperonista” que no sean lospartidos. No hay, por ejemplo,una discusión sobre lasempresas de estos políticos eninstituciones propias del campointelectual, terrenos dondetambién se jugaron (sobre todopara el caso de los socialistas)sus estrategias de“supervivencia”. No hay dudassin embargo de que quienbusque una descripción de laUCR y el PS en los primerosaños de la Argentina peronistala encontrará en este libro.

Flavia FiorucciUNQ

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Aunque termina con laparadójica afirmación de que latelevisión argentina resulta un“objeto inasible”, La televisióncriolla de Mirta Varela sostieneuna narración articulada que seextiende desde los comienzosdel medio en nuestro país, en1951, hasta la transmisiónsatelital de la llegada delhombre a la luna en 1969. Pesea que en su superficie puedeleerse como una historiacultural de la televisión, estelibro es, por la preocupaciónintelectual que lo domina, unaindagación sobre la modernidaden la Argentina. O mejor, unareflexión sobre la modernidadque, en contacto con la pantallatelevisiva, nos entrega imágenesinéditas, deseos no historiados,aristas no sospechadas. Así,cuando Varela cita la frase deDoña Petrona “lo más modernoque hay en la cocina”, consigue,por una serie de superposicioneshistóricas y de recorridossociológicos, un espesor de lacita en el que hace convivir lossueños de los pioneros, lasutopías técnicas y la “fachadamodernizadora” a la que sólo esposible acceder por la culturamaterial –inasible, no loolvidemos– de la televisión. Alas innumerables renarraccionesde la modernidad quecomenzaron a sucederse desdela década de 1980, La televisióncriolla suma la virtud depostular que la banalidad de latelevisión es significativa paraentender diversos procesoshistóricos.

Por su riqueza conceptual,por su investigación sostenida,por el carácter experimental desu búsqueda, por la renovaciónque supone en los campos desaber que atraviesa, el libro deMirta Varela se suma a todas lasinvestigaciones de los últimosaños que, siendooriginariamente tesis dedoctorado, renovaron el campode la crítica cultural argentina ymarcaron la emergencia de unanueva camada de críticos.Construyendo nuevos objetos apartir de corpus raramenteinvestigados, estos trabajos secaracterizan por detenerse enlas prácticas culturales yarticularlas en una exposiciónde largo aliento marcada por elgiro teórico que en su momentoBeatriz Sarlo y CarlosAltamirano dieron a conocerbajo el concepto de“sociocrítica”. Obsesionadoscon el pasado histórico (casitodos estos libros organizan sumaterial cronológicamente), enla mirada distanciada y en redesculturales que produce lasociocrítica, estos autoresencontraron una manera devolver a narrar la modernidad.

Aunque en su lectura sepresentan como narracionesacadémicas y a la vez amenas,estos textos no hubiesen podidoescribirse sin la discontinuidadviolenta que trazan con suobjeto. Y éste es tal vez el datomás importante en lo que hacea su construcción y a sunaturaleza renovadora ypolémica. A diferencia de la

crítica denuncialista, que nodejaba de hablar del pasadocomo si fuera idéntico alpresente, o de la críticatextualista, obsesionada conaislar y celebrar su corpus, estacrítica puede escribirse porqueese pasado resulta radicalmenteajeno y alejado: más que unmundo propio, un jeroglíficoque se intenta descifrar. En elcaso de La televisión criolla, setrata de la discontinuidadirrevocable que existe entre elpresente en el que vivimos y elsueño de modernidad de lospioneros, de las vanguardias ode los mismos medios masivos,que marcó buena parte delsiglo XX argentino. Sinembargo, no hay queinterpretar esta relaciónvertiginosa con el pasado comoun efecto de época: laparticipación limitada de todosestos libros en el mercado no sebasa meramente en su supuestajerga académica que ya nodebería molestar a cualquierlector de periódicos, sino enque su tono se resiste, sinampulosidad, a la evocaciónnostálgica que hoy es moda.Desde los libros de divulgaciónhistórica (entre los que secuenta casi todo lo escritosobre televisión) a lostestimonios de rememoraciónpolítica, en todos resuena ellamento por lo que no fue, conlas siguientes ficciones deconsolación y de acusaciones adestiempo. En cambio, estostrabajos de crítica culturalproducidos en la academia

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Mirta VarelaLa televisión criolla (Desde sus inicios hasta la llegada del hombre a la Luna, 1951-1969)Buenos Aires, Edhasa, 2005, 301 páginas

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narran el pasado para exhibirde un modo mucho másefectivo y verosímil sufuncionamiento: antes que latibia consolación queproporciona la identificación,se busca la lucidezdesencantada que puedeproporcionar el distanciamientoy la observación. Volver anarrar la modernidad para verqué es lo que la puso enmovimiento y generó uno delos mitos más duraderos delúltimo siglo.

Si la mirada distanciada(sádica, podríamos decir) queVarela construye sobre ese“objeto inasible” que es latelevisión la preserva tanto delnarcisismo denuncialista comodel entusiasmo masoquista, lafascinación que le producen losmateriales que tiene a manoparecen arrojarla sinmediaciones al espaciocatódico. La escritora parecesentir cierto placer perverso ofácil en poner los nombres dePiluso o de Violeta Rivas allado de los menos conocidos deRoger Silverstone o DavidMorley. Pero si algo impide quela distancia colapse en lahipnosis televisiva, es –ademásdel temperamento propio dequien debe investigar– suhumor intelectual. Este humorsolapado surge del choque de laobservación detallada con laevanescencia de su objeto y esmuy distinto del humor físico yparódico de la televisión. Enunas páginas divertidas einteligentes, Varela pareceproponerse el desafío deescribir unas nuevas mitologíasa la Barthes pero ancladas en elimaginario argentino. Lasdescripciones de la vincha, elspray y los bucles de lospeinados femeninos, del whiskyde los ejecutivos o de las

estrategias de persuasión deDoña Petrona C. de Gandulfoponen en escena no sólo laeficacia del método barthesianosino la perspicacia de unamirada –la de la propia Varela–que se posa sobre aquello en loque nadie se había fijado y quemás significativo es cuanto másimperceptible se mantiene. Enla página 136 se lee, porejemplo, que

los peinados exhiben el desdénpor lo natural y por lanaturalidad al tiempo queinstalan lo ostentosamenteartificial como norma

y, un poco más adelante, que

las cabezas de las clases bajas(aunque no son representadaspor “cabecitas negras”) nuncason esféricas. Son, en últimainstancia, de volumenlimitado.

Estos alardes de inteligenciaobservadora no son del todoinocentes: al detenerse en esosdetalles marginales o lateralesde las imágenes televisivas,Varela rechaza el tipo de lecturahabitual que se hace en losestudios sobre los medios: labúsqueda, en la televisión, deformatos que la anteceden,como por ejemplo la lecturadesde los géneros o desdeformas populares de expresión(el circo o la radio) que secontinuarían en la televisión.En vez de alentar esta lecturade confrontación y,subsidiariamente, considerar ladiferencia como contraste oreformulación, la mirada deVarela busca la invención, elhacer propiamente televisivoque no admite un afueradignificador. Así, en su lecturadel peinado se busca el artificiocon el que la televisión produce

un efecto que compite o sesuperpone a lo real. Estasmitologías, entonces, fundanuna mirada que no busca trazargenealogías homogeneizadoras,sino que se posa sobre losingular, específico ydiferencial que se constituyóhistóricamente.

La televisión criolla seescribe contra tres paradigmasteóricos que han marcado elacercamiento a la televisión enla crítica culturallatinoamericana. En primerlugar, contra la herenciapopulista que tuvo la virtud deconsiderar dignos de análisisobjetos habitualmentedespreciados por la crítica. Estacorriente, sin embargo,obsesionada con la vindicaciónde lo popular, tomabadecisiones metodológicasdiscutibles y tendió aconsiderar la cultura popularcomo algo que arrasaba ydignificaba todo lo que se leponía a su paso (en realidad,ambas dimensiones erancomplementarias, la inclinaciónpopulista determinaba deantemano el recorrido por losarchivos). Trabajos sin dudapioneros como los de AníbalFord, Eduardo Romano y JorgeRivera encuentran una inflexiónen el trabajo de Varela, queelabora de un modo mucho máscomprensivo y abarcativo lasdistribuciones culturales. Véasepor ejemplo esta afirmaciónsobre las ‘estrategias’ delconsumidor y confróntesela conla celebración que hacen Ford yOscar Landi de las antenascaseras hechas con cacerolas:“el placer ya no surge del ‘saberhacer’ manual, sino del gustopor el último consumo de modade los adelantos” (p. 56). Esotra imagen de lo popular –enla que participan lo mediático y

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lo masivo de la televisión– laque nos entrega este estudio.

En segundo lugar, Varelatoma distancia de aquellaslecturas que se hicieron en losaños de restauracióndemocrática (principalmente elinfluyente De los medios a lasmediaciones, de Jesús Martín-Barbero) y que acentúan laexpresión de lo democrático yde lo popular en los medios.Estos trabajos fueron productode una euforia que, en la décadade 1990, declinóirremisiblemente: la democraciay lo popular, pese a los augurios,no se volvieron a encontrar ymucho menos en los mediosmasivos. Este escepticismo estáescrito en La televisión criollacon tinta invisible y Varela sedirige a la historia del mediopara ver cómo se fueronproduciendo sus encuentros conla política, como cuando esinaugurada la televisión –un 17de octubre de 1951– o con lasjornadas del Cordobazo.

Finalmente, Varela prescindede la teoría de la manipulación,que, si bien ya fue bastantedesacreditada en el campo de lasteorías de la cultura, necesitabaeste rechazo porque el conceptoestá muy presente en casi todoslos discursos críticos sobre latelevisión del período estudiado(aunque en general para lacrítica se tratara, como lomuestra la autora, de un objetoinvisible). Sin embargo, elrechazo de este paradigmaadquiere una necesidad mayor si

se piensa en el concepto queVarela opone a esos tresparadigmas: el de “industria dela cultura”. No hay en esteconcepto ni una reivindicaciónde la Escuela de Frankfurt ni unintento de subsumir a latelevisión directamente a ladominación de clases. “Industriade la cultura”, además de anularla esperanza de la televisióncomo “cultura popular”, articulalos argumentos maestros dellibro: la modernización comoparticipación efectiva en unanueva actualidad transnacional,la incorporación de lo hogareñoen el dominio tecnológico y lafabricación de una imagen denación:

Las relación técnica / progreso/ nación que había ocupado unlugar importante en nuestracultura –se lee en la página36–, se resquebraja; y latelevisión pasa a ser unaprueba de ello. Todos losintentos de los medios gráficospor minimizar u ocultar estehecho, no hacen más queponerlo en evidencia.

Con audacia, la autora tomaeste término y lo redimensionaen las prácticas culturalesnativas: la del sueño de un paísindustrial y modernizado.“Industria cultural” sería, así,una realización desviada ydistorsionada de ese sueño.

Con la televisión se extinguela ilusión de un proyecto deindustria cultural nacional que

había sido motor de laconstrucción de redes de radioy estudios de cine (p. 175).

Como no hay en el libropretensión de exhaustividad, noes recomendable señalar huecosu omisiones; sin embargo, habríados acontecimientos que exigenseguir siendo pensados: el papelde la ley de 1957 que marcó unperfil de la televisión y,principalmente, entregó el canalestatal a los vaivenes delmercado, y la importancia delgiro que significó a fines de ladécada de 1960 la entrada decapitales nacionales, hechoscontemporáneos al Cordobazo ya la llegada del hombre a la luna(dos hechos en cambio que,justificadamente, el libro analizacon exhaustividad y rigor). Másallá de estos aspectos que nuevostrabajos de investigación deberánvenir a iluminar, la narracióncrítica que nos entrega MirtaVarela establece un nuevo gradocero de los estudios sobre latelevisión argentina y estableceun marco que ningún trabajofuturo sobre el tema deberíaignorar. Habrá que leer este libropara ver cómo era la modernidadque se transmitía por televisióny, también, para saber en quéconsistían realmente losflequillos y los batidos de lasmellizas Cora y Candy.

Gonzalo AguilarCONICET

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A fines de la década de 1960,Florestan Fernandes editó unamonumental obra en cuatrovolúmenes alrededor de lostérminos de la dicotomía quehabía planteado FerninandTönnies en su clásicoGemeinschaft und Gesellschaft,de 1887. El primer volumen setitulaba, precisamente,Comunidade e Sociedade. Elsegundo, Comunidade. Eltercero, Sociedade. El cuartovolumen –que recogíacolaboraciones de sociólogos,antropólogos, historiadores yensayistas brasileños comoDarcy Ribeiro, Caio PradoJúnior, Gilberto Freyre, OtávioIanni, Héglio Jaguaribe,António Candido, FernandoHenrique Cardoso y CelsoFurtado– se titulabaComunidade e Sociedade noBrasil, y tenía un subtítulosugerente: Leituras básicas deintrodução ao estudo macro-sociológico do Brasil. Elvolumen considera sucesiva ysistemáticamente un conjuntode formaciones comunitariastípicas (la aldea tribal, lapequeña comunidad, las villas,la ciudad tradicional…) y seplantea después la tarea decomprender la gestación,evolución y estructura de lasociedad nacional brasileña ylas relaciones entre esta“sociedad nacional” y losfenómenos de desarrolloeconómico, demográfico ycultural en un contexto defuerte sobredeterminación delos sistemas locales y

nacionales de poder por lahistoria de las formasespecíficas de integración de laeconomía brasileña a laeconomía mundial.

Tres décadas y media mástarde, el libro que ahoratenemos entre manos tambiénse propone volver a recorrer elitinerario conceptual que lleva–como reza uno de lossubtítulos de la Introducciónque suscriben loscompiladores– “de la aldea a lanación”, si bien en unaperspectiva que es ahora muydistinta de la que animaba elclásico trabajo de Fernandes.Porque de lo que se trata aquíno es tanto de construir esamirada “macro-sociológica” enla que se empeñaba el autor deA revolução burguesa noBrasil, sino de formularse lapregunta acerca del lugar, laspotencialidades y los límites deuna específica disciplinauniversitaria (la antropologíasocial) a la que, en la “divisióndel trabajo intelectual” operanteen la organización de nuestrasciencias sociales, le ha quedadoreservado un campo de trabajomucho más asociado con elpolo de la “comunidad” y de lo“micro” que con el de la“sociedad” y de lo “macro”. Loque pone en el centro de laspreocupaciones de loscompiladores –y de la mayorparte de los autores por ellosconvocados– las preguntas porla propia pertinencia de estaserie de asociaciones, por losproblemas vinculados con la

construcción de “escalas deanálisis” y con lageneralización de hipótesislocalmente situadas, y, demanera más general, por laposibilidad de la antropologíade contribuir a la comprensióny a la discusión de los grandesproblemas nacionales.

Grandes problemasnacionales en cuyaidentificación y exploración laantropología puede, sin duda–ésa es la apuesta que aquí sehace, con mucha fuerza yexcelentes argumentos–, tenerun papel importante, acondición de que se atreva a darel paso que le permita ampliarsu campo de problemas másallá del restringido universo delas poblaciones “subalternas” alas que tradicionalmente halimitado su interés y encarar elestudio de los modos en los quemuy distintos tipos depoblaciones (políticos,burócratas, intelectuales,profesionales) traman susrelaciones, complejas ydiversas, con el Estado, laproducción, los medios decomunicación, los mecanismosde construcción de hegemoníasy las formas de definición de laidentidad nacional y de lamemoria colectiva. De maneraque si por un lado se trata depostular, como lo hace Fredericen su artículo, la posibilidad deampliar el alcance de losestudios etnográficosrechazando la reificación de lo“micro” y las miradas cerradasy homogeneizantes sobre la

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Sabina Frederic y Germán Soprano (comps.)Cultura y política en etnografías sobre la ArgentinaBuenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2005, 341 páginas

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comunidad (sobre la ideamisma de comunidad), por otrolado se trata de permitir a losestudios etnográficos jugar unpapel diferente del quetradicionalmente se les hareservado poniéndolos alservicio de la iluminación delos muy diversos sistemas decruces y sobredeterminacionesen el seno de los cuales sedefine la propia identidad de losactores sociales y políticos.

Así, Jorge Pantaleón estudialos mecanismos a través de loscuales fue construida, hacesesenta años –en un contextosignado por la crecientepresencia organizadora delEstado nacional, el desarrollode la planificación comodisciplina científica y lacentralidad de la dicotomíaperonismo/antiperonismo– la“región” del noroeste argentino,que no por no preexistir alconjunto de prácticas de losactores que la re-creanpermanentemente deja deorganizar fuertemente susrepresentaciones. Por su parte,Beatriz Ocampo y Carlos Kuzdiscuten el papel de dos activosintelectuales en la forja de unaidentidad cultural“santiagueña”, asociada, enBernardo Canal Feijóo, a labúsqueda de una identidadnacional más genuina que laque proponía el modelo de loshombres del 37 y del 80 (y a laconsiguiente lucha contra laidea que ese modelo habíaconstruido sobre “el interior”),y en Domingo Bravo, a larecuperación del bilingüismocomo expresión de la doblepertenencia de los santiagueñosa la nación argentina y a unatradición cultural propia. Lasituación es análoga a la de losjudíos argentinos cuya “dobleidentidad” estudia Emmanuel

Kahan (quien también se ocupadel rol de un núcleo de“productores de cultura”especialmente significativo: elde los redactores de la revistaNueva Sión durante los mesesdel affaire Eichmann): en todosestos casos, lo que tenemos esla permanente tensión entre unpoyecto nacionalizadorpromovido por el Estado y eldesarrollo de diversasidentidades socialesparticulares.

Pero no se trata sólo de lasformas que asume la tensiónentre identidades particulares yvocación estatal por laconstrucción de una identidadnacional uniforme, sinotambién de los modos en quelos actores van construyendo supropia identidad, definiendo sulugar y tejiendo sus relacionescon los otros a través del uso–alternativo o simultáneo– decategorías que remiten adiferentes formas dedelimitación y organización desus comunidades depertenencia. Así, Sopranoestudia, a partir del análisisetnográfico de una serie deactos desarrollados pororganizaciones peronistasmisioneras durante la campañaelectoral de 1999, las manerasen las que los sujetos,nombrándose y nombrando susgrupos de referencia(“argentinos”, “misioneros”,“peronistas”, “mujeres”,“mujeres peronistas”), diseñany ponen a funcionar susesquemas de clasificación delmundo, construyen relacionesde alianza o de antagonismo,generan o buscan generarconsensos y legitimanorganizaciones, jerarquías yliderazgos. No menoscomplejos son los sistemasidentificatorios puestos en

juego en la ONG de “mujeresmercosureñas” estudiada porLaura Rodríguez, cuyo trabajorevela los muy sugestivosmodos en que algunas de lasmilitantes de esta organizaciónarticulan las “cuestiones degénero” con las de la nación, laregión y la “frontera”, con laidentidad provincial“misionera” y con la tradicióndel peronismo.

El problema de la relaciónentre lo local y lo nacional escentral en el trabajo de JulietaGaztañaga sobre la historia dela construcción de consensosalrededor de la necesidad de laconstrucción del puenteRosario-Victoria, que lepermite adicionalmente a laautora una sugestiva reflexiónsobre la propia idea de “puente”como “metáfora conceptual”para pensar este tipo dearticulación entre distintosniveles de análisis. Igualmenteinspirador resulta el análisis deVirginia Vecchioli sobre otrotipo de metáforas: las que demanera no poco problemáticahan poblado el discurso de lasluchas por los derechoshumanos de referencias almundo primario –y “natural”–de los lazos de sangre,tendencia contra la cualVecchioli invita a recuperartanto la identidad política (y nola de puras “víctimas”) de losmilitantes del pasado como elcarácter también político de lalucha de los organismos dederechos humanos del presente.Está en juego aquí, desde luego,el problema de la relación entreese pasado y este presente, ypor eso la cuestión de lamemoria adquiere unaimportancia primordial. Eltrabajo de Sergio Visakovsky laaborda como parte de unejercicio de reflexión sobre una

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investigación propia acerca deun importante centro de saludmental de la Argentina y sobrela tarea de la antropologíafrente a los modos en que lospropios protagonistas de lahistoria tienden a –en todos lossentidos de la palabra–interpretarla.

Lo que en cierto sentido noes más que una dimensión deun problema más general: el dela tarea de la antropologíafrente al modo en que losactores interpretan el conjuntode sus historias, de sus vidas,de sus relaciones y del mundo.De eso se trata, en realidad,todo a lo largo de estacompilación: del permanentecareo, de la permanente

confrontación y ajusterecíproco entre lasperspectivas de los actores ylas teorías del antropólogo–entre las “teorías nativas” y la“teoría social”–, único modode dar cuenta, en sociedadesnacionales complejas como lanuestra, de las múltiples eintrincadas relaciones entrecultura y política a las quealude el título del libro. Y quesi por un lado exigen tener unojo atento a los movimientos ylas estrategias integradorasdesplegadas desde el Estadonacional, por el otro ladoreclaman tener en cuenta nosólo que ese Estado nacional–como escriben loscompiladores– es una entidad

compleja en permanenteproceso de definición, uncampo de fuerzas múltiplesque, lejos de poder presentarsealguna vez como plenamenteconstituido, está todo el tiempore-produciéndose y re-estructurándose, sino tambiénque ese Estado nacionalsiempre dinámico y cambiantees significado y resignificado acada paso –como lo revelan lasetnografías recogidas en estelibro– por los más diversos yheterogéneos actores sociales ypolíticos.

Eduardo RinesiUNES

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Fichas

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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La sección Fichas se proponerelevar del modo más exhausti-vo posible la producción biblio-gráfica en el campo de la histo-ria intelectual. Guía denovedades editoriales del últi-mo año, se intentará abrir cre-cientemente a la produccióneditorial de los diversos paíseslatinoamericanos, por lo gene-ral de tan difícil acceso. Así,esta sección se suma comocomplemento y, al mismo tiem-po, base de alimentación de lasección Reseñas, ya que de lasFichas saldrá parte de los librosa ser reseñados en los próximosnúmeros.

Las fichas son realizadas por Martín Bergel y RicardoMartínez Mazzola. En estenúmero han contado con lacolaboración de AlejandroBlanco y Adrián Gorelik.

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John LockeEnsayo sobre el gobierno civilBuenos Aires, Editorial de laUniversidad Nacional deQuilmes / Prometeo 3010,2005, 295 páginas

A primera vista puede parecerinsólito consignar entre lasnovedades la reedición de unclásico publicado por primeravez en 1690. Sin embargo, cre-emos que la reciente edición alcuidado de Claudio Amor yPablo Stafforini –que abre laSerie Clásica de la ColecciónPolítica de la UniversidadNacional de Quilmes– mereceseñalarse. No sólo por la cuida-da traducción que –tomandocomo base el texto normalizadopor Peter Laslett– hace visibleslas elisiones del texto inglés;sino principalmente por elinmenso trabajo de intertextua-lidad que los editores introdu-cen en las notas al pie. Esospies de página ponen el textoen relación con el contextopolítico de la época, en particu-lar con las posiciones de loswhigs durante la crisis de losEstuardo; precisan las fuentes–bíblicas, clásicas, relatos deviajeros– de las que Locketoma sus ejemplos, y reconstru-yen los vínculos que el textomantiene con textos anterioresde Locke, con autores anterio-res en los que se apoyaría–como Pufendorf o los “sorbo-nistas”–, discutiría –como los“tomistas”– o se apoyaría y dis-cutiría –como ThomasHobbes–.

Pero en las notas los edito-res no sólo establecen un diálo-go entre Locke y sus anteceso-res o contemporáneos sino quetambién señalan los puntos quefundan interpretaciones “neo-lockeanas” posteriores, ya sean“libertarias” como la deNozick, o “republicanas” como

la de Pettit. Respetuosos de surol, los editores parecen evitartomar partido por una interpre-tación en particular; sin embar-go, podemos aventurar que,cerca del final, algunas inter-venciones arman una posiblelectura que da cuenta de laposición de Locke ante el grantemor del liberalismo posteriora la Revolución Francesa: latiranía de la mayoría. Subrayanque para enfrentarla no existi -rían mecanismos en la máquinainstitucional lockeana, que adiferencia de la propuesta porlos “federalistas” no incluyepoderes contramayoritarios quedefiendan a las minorías, ytampoco parece sostenible quepueda apelarse legítimamente aun derecho de rebelión oponi-ble a la soberanía de la mayo-ría. Estas ausencias no seríanvacíos sino consecuencias delhecho, turbador para el libera-lismo posrevolucionario, deque el contrato pone en movi-miento un proceso de conver-sión de sujetos individuales enun sujeto colectivo, procesoque no parece tener marchaatrás.

Claudia HilbLeo Strauss: el arte de leer.Una lectura de la interpreta-ción straussiana deMaquiavelo, Hobbes, Locke y SpinozaBuenos Aires, FCE, 2006, 356 páginas

El título ya lo declara: el librotrata de la lectura y de la “per-plejidad” que ésta suscita cuan-do se trata de seguir, e interpre-tar, a un autor que hizo de laduplicidad de la “escritura”–exotérica y esotérica– uno delos elementos centrales de sureflexión. Para reconstruir estalectura Claudia Hilb se proponeleer a Strauss del mismo modoen que éste leyó a los filósofospolíticos que abordó: suponien-do coherencia en su obra einterpretando que las contradic-ciones, lagunas y oscilacionesno serían errores sino clavesque, invisibles a los ojos de lamayoría de lectores exotéricos,serían reconocidas por los ver-daderos buscadores del conoci-miento. Este modelo de lecturaque Hilb adopta para seguir aStrauss en su abordaje de los“autores de la primera ola de lamodernidad” –Maquiavelo,Hobbes, Locke y Spinoza– daal libro un aire de novela detec-tivesca, cargada de pistas yatribuciones que se desmientenunas a otras llegando a ¿apa-rentes? callejones sin salida.

Esta mirada descentradapermite, como subraya la auto-ra, iluminar la obra de estosautores clásicos dando lugar ainterpretaciones fuertementenovedosas y provocativas–como aquella que invierte elargumento de Hobbes acusán-dolo de que es su modelo y nola filosofía clásica el que másfácilmente puede desatar elBehemoth de la anarquía, o laque hace de Locke el más fiel

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discípulo de la ética maquiave-liana–. Sin embargo, volviendoa la imagen detectivesca, laprincipal sorpresa se reservapara el final. Pido perdón porrevelarlo. La autora explica quepara Strauss no sólo la mejorforma de gobierno, la del filó-sofo-rey, es imposible, sino quela mejor forma posible, la delos gentilhombres, no se apoyaen la moralidad sino en eldeseo de riqueza, cuya justifi-cación descansaría tan sólo ensu contribución a hacer posiblela mejor vida: la del filósofo.Pero las revelaciones no acabanaquí, ya que la autora muestraque Strauss cuestiona la posibi-lidad de demostrar teóricamen-te la existencia de un ordenabsoluto que funde la posibili-dad de la filosofía, de modoque la opción por esta posibili-dad es un acto de voluntad, una“apuesta” por una vida regidapor el “eros filosófico”. Unapregunta queda apenas esboza-da: esta “decisión” por la filo-sofía ¿no remite al pluralismode los valores que Strauss tantobuscó superar?

Carlos AltamiranoPara un programa de historiaintelectual y otros ensayosBuenos Aires, Siglo XXI, 2005,133 páginas

Carlos Altamirano agrupa eneste breve libro cinco artículosque brindan testimonio de susostenido esfuerzo por desarro-llar el campo de la historia inte-lectual en la Argentina. Se tratade un empeño que viene reali-zando tanto en el nivel de lareflexión teórico-metodológica,como en la investigación pro-piamente histórica. En los ensa-yos reunidos en este volumen(en su mayoría publicados conanterioridad), esa dobleimpronta tiene ocasión demanifestarse, primero, en eltexto inicial que presta su títuloa la compilación, en el que sedespliega un haz de nocionesdestinado a bosquejar algunoslineamientos programáticospara la práctica de la subdisci-plina; y luego, en los cuatroartículos restantes, que se pre-sentan como ejercicios dediversa factura en los que elautor lleva a canteras históricasvarios de los procedimientosdel programa antes esbozado.Así, por caso, si la historia inte-lectual mentada por Altamiranoencomienda desarrollar unadimensión de análisis que sepacontener –según afirma en elartículo de apertura– “el tipo dedisposición que se cultiva en lacrítica literaria”, en el texto“Introducción al Facundo” sesirve de estrategias de ese estilopara acometer el plus de sensi-bilidad literaria que no sólo sir-ve de soporte de las ideas delclásico sarmientino sino queproduce efectos de sentidoespecíficos. O, de igual modo,la “perspectiva pragmática” queinvoca, que exige colocar lostextos y las ideas analizados en

una determinada trama históri-ca de significaciones puede serreencontrada en el modo enque, en otro de los artículos,Altamirano filia la idea medu-lar de la “Argentina aluvial” deJosé Luis Romero en el magmaque da origen al “ensayo deinterpretación nacional” en losaños 1930. El libro se completacon dos textos de similarestructura, en los que dos temas–el del hiato entre intelectualesy pueblo en un caso, el “temalatinoamericano” en otro– sonperseguidos en las diversasmodulaciones que a lo largo devarias décadas los sostuvieroncomo objeto continuado dereflexión para las élites intelec-tuales argentinas.

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Elías José PaltiVerdades y saberes del marxis-mo. Reacciones de una tradi-ción política ante su “crisis”Buenos Aires, FCE, 2005, 232 páginas

En este ambicioso trabajo ElíasPalti busca adentrarse en la“crisis del marxismo”, que essólo un ejemplo, aunque decisi-vo, de la crisis de la política.No es ésta una crisis parcial, nisiquiera una crisis terminal, queaunque sin solución aparentemantiene su vigencia en eltiempo, sino una crisis final,una situación abismal que nospone ante la necesidad, trágica,de aferrarse a certidumbres quese reconocen ya no comoinfundadas sino como imposi-bles. Para abordar esa crisisPalti comienza analizando lasposiciones sostenidas por PerryAnderson, quien estaría dis-puesto a abandonar la Verdaddel marxismo para conservar suSaber, explicando teóricamentesu imposibilidad como prácticapolítica. El punto de llegadapresentará una perspectivaopuesta en la obra de AlanBadiou, quien considera quepara salvar su Verdad debe serdestruido como saber: el mar-xismo se salvaría como prácticapolítica admitiendo que no pue-de dar cuenta de la realidad nide su situación.

Pero ¿cuál es la Verdad delmarxismo? Palti responde par-tiendo de la obra de NahuelMoreno –para quien sólo habríauna política marxista a partir dela postulación de que el triunfodel capitalismo es, a la vez,imposible y algo contra lo quese debe luchar–; para pasar a lapolémica entre Ernesto Laclau–que postula el carácter relacio-nal de toda identidad que, enuna totalidad sin centro, noconduce a una deriva relacional

porque dichas fallas son cerra-das, míticamente, por la deci-sión que surge de los actos desubjetivación– y Slavoj Zizek–quien niega que la incompleti-tud de los sistemas socialessuponga una dispersión deantagonismos y que existe unpunto nodal de contención,definido por el contenido espe-cífico que debió ser reprimidopara que emerja esa forma deuniversalidad–. Las dos posi-ciones, explica Palti, se sitúanen una “impasse conceptual”–derivado de la decisión políti-ca que sutura un indecidible,que la discursividad sea condi-ción del vacío o viceversa– quees desplegado por Badiou,quien afirma que la existenciade una fisura estructural es unacondición de posibilidad delacontecimiento pero que la pro-ducción de éste implica algomás, una “intervención” queintroduzca en la situación algoinnominable en ella. Este actode nominación no se apoyaríaen ningún saber sino en unaapuesta aun más trágica que lade Pascal, ya que no se funda-ría en la ignorancia sino en unacerteza: sabemos que no existeel Absoluto y sin embargoapostamos por él.

Beatriz SarloTiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo.Una discusiónBuenos Aires, Siglo XXI, 2005,168 páginas

En este incisivo ensayo, BeatrizSarlo saca a relucir las armasde la crítica filosófica y culturalpara acometer algunas de lasformas en que circulan el saberhistórico y las imágenes delpasado en la Argentina de nues-tros días. Frente al tópico quequiere ver en la contemporanei-dad una pura cultura de lo ins-tantáneo, Sarlo prefiere interro-gar, en diálogo y recuperacióndel Nietzsche crítico del histo-ricismo, los modos mediantelos cuales el pasado no cesa deacosar al presente. Se internaasí en la “industria de la memo-ria”, el pasado hecho mercancíagracias al concurso de una his-toria extraacadémica cuyo éxitoen términos de mercado –capazde suscitar la envidia de unahistoriografía profesional prestaa sacrificar ardor y creatividaden función de satisfacer condemasiado escrúpulo las legali-dades internas a su campo–obedece tanto a la linealidadsimplificadora de las hipótesisque organizan su relato, comoal modo en que se afana en darrespuestas que tiendan a coinci-dir con las expectativas y elsentido común del gran públi-co. De esta madeja están cons-truidas muchas de las miradassobre el pasado reciente argen-tino. Pero el tema central dellibro no estriba tanto en lascondiciones de producción ycirculación de la historia, comoen sus propias bases epistémi-cas. Según la autora, tanto ensede académica como fuera deella, sea bajo el formato de lahistoria oral, las historias queexploran los detalles de la vida

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privada o las memorias militan-tes, asistimos a una fiebre deltestimonio, presentado comoíndice suficiente del cual extra-er la verdad de los aconteci-mientos pretéritos. La prolifera-ción de esta modalidad, querevela una suerte de hegemoníaepistémica del yo, merece, ajuicio de Sarlo, el nombre de“giro subjetivo”. Y son los ejesciegos de esas miradas queconfían en la inmediatez y en latransparencia de la experienciahecha relato verídico y preten-dido conocimiento del pasado,los que la autora busca iluminarpara poder someterlos a crítica.Ese gesto, que no elude elrodeo teórico a través de figu-ras como Benjamin o Derrida,tiene aun en su sofisticación unevidente ángulo político: y esque en el libro late la sospecha,de manera no siempre explícita,tanto sobre las versiones querecuperan acríticamente lamemoria heroica de los años1970, como, en su reverso,sobre aquellas que al descansarpuramente en el valor de lo tes-timonial acaban por ofrecer uncuadro histórico incompleto, amenudo despolitizado y livianoen densidad ideológica.

Marta E. Casáus Arzú yManuel Pérez Ledesma (eds.)Redes intelectuales y formaciónde naciones en España yAmérica Latina 1890-1940Madrid, UAM Ediciones, 2005,450 páginas

Los trabajos reunidos en estelibro son el resultado de unSeminario que, con el mismotítulo, se celebró en laUniversidad Autónoma deMadrid en octubre de 2002.Como su título lo indica, elcentro de las intervencionesgiró en torno de dos cuestionesprincipales. Por un lado, unexamen de los procesos históri-cos desde la perspectiva abiertapor el estudio de las redessociales, intelectuales y políti-cas frente a un tratamiento másestático de parte de la historiasocial tradicional. Por el otro,el estudio de las naciones comoconstrucciones culturales ypolíticas o como “comunidadesimaginadas”, frente a unavisión tradicional inclinada aver en aquéllas realidadesintemporales. El libro consta decuatro secciones. En la primerade ellas se examinan las trans-formaciones experimentadaspor el espacio cultural hispáni-co tanto en el plano del pensa-miento filosófico como políti-co, y, en especial, elsurgimiento de un nuevo len-guaje político y su papel en laconformación de la esferapública. En la segunda, se estu-dian las redes sociales, intelec-tuales y políticas y su relacióncon la configuración de espa-cios públicos y circuitos desociabilidad. La tercera secciónexplora el papel de los imagi-narios nacionales en la forma-ción de las naciones, así comoel surgimiento del corporativis-mo y el nacionalismo españolesen el contexto de la crisis del

Estado liberal y su impacto enLatinoamérica. Finalmente, lacuarta sección presenta tresestudios de caso que abordanlas trayectorias de viajeros inte-lectuales, quizá no tan conoci-dos como Alfonso Reyes yOrtega y Gasset, pero no poreso menos influyentes, talescomo Concepción Gimeno deFlaquer, Belén Sárraga y CésarFalcón.

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Erika Pani y Alicia Salmerón(coordinadoras)Conceptualizar lo que se ve.François-xavier GuerraHistoriador. HomenajeMéxico, Instituto Mora, 2004,554 páginas

Este libro reúne los trabajos enhomenaje a un historiador que,como François-Xavier Guerra,ocupa ya un lugar central en larenovación de la historia políti-ca que ha tenido lugar en lasúltimas dos décadas. En efecto,su original enfoque sobre elproceso que caracterizó la tran-sición del Antiguo Régimen ala modernidad, tanto como susinvestigaciones relativas a lastransformaciones políticas yculturales experimentadas enIberoamérica hacia fines delsiglo XVIII y durante la primeramitad del siglo XIX, han marca-do la historiografía del períodoy han sido fuente de inspiraciónpara numerosos estudios espe-cíficos sobre diferentes regio-nes. De los trabajos aquí reuni-dos, algunos de ellos se ocupanen particular del legado del his-toriador, mostrando la fertilidaddel enfoque de Guerra para elestudio de la historia deIberoamérica, mientras queotros, adoptando el caminoabierto por él, exploran nuevosterritorios temáticos y concep-tuales. El libro está dividido entres secciones. En la primera deellas, se examinan las obrasfundamentales del historiador ysus principales innovacionesconceptuales. En la segunda, seexploran diversas dimensionesde la cultura iberoamericana(las prácticas epistolares, elmundo de las editoriales, lasfestividades y los calendarios,entre otros) y su papel en laconformación de la identidad yla memoria. La tercera secciónpresenta tres estudios que se

ocupan de los problemas relati-vos al Antiguo Régimen y lamodernidad, mientras que lacuarta examina algunos de losconceptos y métodos constituti-vos de la perspectiva historio-gráfica de Guerra. Cierra ellibro una semblanza del histo-riador y de su trayectoria reali-zada a partir de testimonios delpropio Guerra, como de aque-llos que lo conocieron.

Elías José PaltiLa invención de una legitimi-dad. Razón y retórica en elpensamiento mexicano del siglo xIx (Un estudio sobre lasformas del discurso político)Buenos Aires, FCE, 2006, 544 páginas

En este trabajo Elías Palti sepropone la inmensa tarea dereconstruir las transformacionesde los lenguajes políticos de casiun siglo, el XIX, de historiamexicana. Pero la enormidaddel esfuerzo es amplificada porel hecho de que el autor, luegode subrayar las limitaciones delenfoque atemporal y apriorísticode la historia de las ideas, sepropone abordarlo con un arse-nal conceptual, el de la “historiade los lenguajes políticos” desa-rrollado por Pocock y la “escue-la de Cambridge”, que tambiénse propone perfeccionar.

La ligazón entre los dosregistros se deja ver en cadauna de las partes en que sedivide la obra. En la primera, laminuciosa reconstrucción decómo en el México indepen-diente fueron tematizadas lasaporías de la política seculari-zada –de la percepción de queno había fundamentos paraestablecer la legitimidad de ungobierno dado, a la concienciade que todo orden legal se sus-tentaba en un hecho exterior ala Ley, y el final reconocimien-to de que esa exterioridad noestaba limitada a un momentooriginal “prepolítico” sino quepermanecía y contaminaba todala vida política, que así perdíasu diferencia con la guerra– dapaso a una explicación de esastransformaciones no por la acu-mulación de intervencionesindividuales de “filósofos poe-tas”, como lo haría Pocock,sino por un previo socavamien-to de las premisas de una forma

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de discursividad, lo que permi-tiría tematizar sus puntos cie-gos. La mutación de paradig-mas se explicaría por lassucesivas redescripciones a lasque los actores se vieron forza-dos por las nuevas, y liminares,condiciones de enunciación alas que los enfrentó la políticamexicana.

La misma dimensión polé-mica se encuentra en la segun-da parte del trabajo. Allí Paltiargumenta que la consolidacióndel positivismo en México,lejos de significar el regreso amodos pre-seculares de pensarlo social, habría implicado elarribo a un nuevo “umbral dehistoricidad” caracterizado porla tematización de lo que elparadigma contractual no perci-bía: el carácter social y produ-cido de los sujetos políticos.Esa postulación de umbrales dehistoricidad irrebasables impli-caría una forma de irreversibili-dad temporal que –al revelarlas aporías presentes en sussupuestos no tematizados– haceimposible la recuperaciónactual de discursos como elrepublicano, que sostiene, alprecio del anacronismo,Pocock.

Jussi Pakkasvirta¿Un continente, una nación?Intelectuales latinoamericanos,comunidad política y las revis-tas culturales en Costa Rica yel Perú (1919-1930)San José, Editorial de laUniversidad de Costa Rica,2005, 236 páginas

Este estudio del finés JussiPakkasvirta procura dar cuentade las tensiones derivadas de lacoexistencia conflictiva de dosdimensiones identitarias super-puestas en el discurso de losintelectuales latinoamericanis-tas de los años 1920: la nacio-nal y la continental. Para ello,explora dos casos de revistasque cumplieron un papel deprimer orden en el diseño de latrama cultural de ese período:Repertorio Americano, enCosta Rica, y Amauta, en elPerú. En el caso de la primera,dirigida por Joaquín GarcíaMonge, el autor constata cómo,a pesar de sus apelacionesantiimperialistas y latinoameri-canistas y de haber cumplidoun papel excepcional en el teji-do de lazos en el nivel conti-nental, la revista se ocupó asi-mismo de proyectar un discursosobre las singularidades nacio-nales costarricenses (esencial-mente, en torno del mito de unanación laboriosa, pacífica ycivilizada que contrastaría conel resto de las repúblicas cen-troamericanas), en una venaque no se diferenciaba de laimaginería nacionalista alimen-tada por entonces desde elEstado. En el caso de Amauta,aun a pesar de haber dado cobi-jo a varios autores que menta-ban la unidad continental, a jui-cio del autor tampoco ellatinoamericanismo alcanzó acristalizar los términos de unproyecto acabado. Tanto enCosta Rica como en el Perú, en

definitiva, las utopías continen-talistas de la década de 1920tendieron a disiparse toda vezque no alcanzaron a atravesarel umbral de la apelación retó-rica. Frente a esas utopías, des-puntados los años 1930 elnacionalismo tendió a consoli-darse como discurso hegemóni-co y como opción realista entrelos intelectuales.

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Adrián GorelikDas vanguardas a Brasilia.Cultura urbana e Arquiteturana América LatinaBelo Horizonte, Editora UFMG,2005, 190 páginas

Reuniendo historia de la arqui-tectura e historia de la ciudad apartir del prisma de la historiacultural, el libro de Gorelikofrece una nueva visión de lahistoria de las vanguardias esté-ticas y culturales en AméricaLatina. El libro se organiza apartir de una introduccióngeneral en la que desarrolla susprincipales hipótesis sobre elpeculiar carácter de las van-guardias en América Latina: nose trataría de manifestacioneslocales de la “influencia” euro-pea (más o menos ajustadasconceptualmente, más o menosdesplazadas temporalmente),sino de la realización de una delas pulsiones fundamentales dela “dialéctica constructiva” dela vanguardia. Así, discute lacaracterización clásica (Bürger)de las vanguardias históricas(definidas por su negatividad,su carácter destructivo, su com-bate a la institución y a la tradi-ción, y su internacionalismo),y, a la vez, encuentra enAmérica Latina un especialterritorio de desarrollo de suscomponentes constructivos, labúsqueda de capturar la identi-dad nacional, y para lograrlo, elapoyo en el Estado, promotorfundamental de los impulsosvanguardistas y, más aun, delas propias condiciones quehicieron posible la emergenciade la vanguardia en los paíseslatinoamericanos. Gorelik ana-liza las razones y las conse-cuencias de esa inversión con-ceptual en términos de laproducción cultural de las van-guardias latinoamericanas, y, apartir de allí, en los tres capítu-

los del libro analiza su desarro-llo en tres episodios configura-dos como un periplo entre ciudades y como un recorridopor tres momentos clave delsiglo XX: Buenos Aires en lasdécadas de 1920 y 1930;México en las décadas de 1930y 1940; Brasilia en las décadasde 1950 y 1960. En BuenosAires analiza el ciclo que va delas aproximaciones borgianas alarrabal, a la construcción de unmodernismo oficial en la déca-da de 1930. En México, lareconfiguración del campo delas vanguardias durante el car-denismo a través de la especiallente que ofrece la presencia deuno de los vanguardistas euro-peos más importantes del perío-do, Hannes Meyer, segundodirector de la Bauhaus. En eltercero, finalmente, todo el epi-sodio del proyecto y construc-ción de Brasilia como punto dellegada de un ciclo de lamodernidad brasileña. El hiloconductor, lo que le permite aGorelik hablar de vanguardiasen América Latina como unaexperiencia articulada, es, sinduda, la alianza decisiva queéstas establecen con el Estado;una alianza que encontrará for-mas completamente diferentesen la Argentina, México y elBrasil, pero que estructura lapropia condición de las van-guardias latinoamericanas.

Fernando AliataLa ciudad regular.Arquitectura, programas e ins-tituciones en el Buenos Airesposrevolucionario, 1821-1835Buenos Aires, Editorial de laUniversidad Nacional deQuilmes, 2006, 303 páginas

Este libro es el producto de latesis doctoral de FernandoAliata sobre la ciudad rivada-viana, defendida en el año2000, pero cuyos avances yprincipales hipótesis fueron unade las fuentes, a lo largo detoda la década de 1990, de larenovación de la historia políti-ca y social de la primera mitaddel siglo XIX argentino. A esarenovación Aliata le ofrece unaformulación completamentenovedosa de los escenariosmateriales e institucionales enque se desenvolvía la política yla sociedad de Buenos Aires.Frente a las visiones tradiciona-les de la Buenos Aires anteriora 1870 como la “Gran Aldea”–una visión formulada por losmemorialistas que buscabanrecuperar la ciudad de la infan-cia, arrasada por la moderniza-ción posterior a 1880 que ellosmismos habían propiciado,pero que curiosamente pervivióhasta las hipótesis históricasmás recientes–, Aliata muestrauna Buenos Aires enormementecompleja, en tres planos entre-lazados: el rol de la ciudad enlos discursos políticos de la éli-te revolucionaria, la propiaestructura urbana que se trans-formaba en impulsos de creci-miento y modernización, y lasrepresentaciones de la gestióntécnica y profesional que seorganiza durante el gobiernorivadaviano, pero continúainterviniendo en la ciudaddurante buena parte del sigloXIX. La idea de “ciudad regu-lar” surge, justamente, de la

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combinación entre el ideariopolítico (la construcción de unasociedad ilustrada, con espaciosde sociabilidad y política queden cuenta de su íntima racio-nalidad) y el ideario técnico(proveniente fundamentalmentede la reorganización napoleóni-ca de los saberes urbanos). Y, almismo tiempo, la idea de “ciu-dad regular” debe lidiar aquícon la regularidad histórica dela matriz colonial de la ciudady el territorio, tan diferente dela estructura medieval europeacontra la que estas nuevas ideashabían buscado recortarse. Unade las características principa-les del libro de Aliata, y segu-ramente su aporte decisivo, esla articulación precisa y origi-nal entre discursos –que a suvez tienen lógicas completa-mente diferentes entre sí, comoes el caso de los políticos y lostécnicos–, dinámicas institucio-nales –el espacio público, lasdimensiones espaciales de larepresentación política– y reali-dades materiales –urbanas yarquitectónicas–. La lectura queofrece de realidades tan diver-sas como los proyectos para lacapitalización de Buenos Aires,el edificio de la Legislatura o lafachada de la Catedral, muestrauna capacidad interpretativapoco común en la historia de laarquitectura y en la historiaurbana, mostrando que desdeellas es posible reorganizartodo el saber histórico de unperíodo.

Roberto MaderoLa historiografía entre la república y la nación. El casode Vicente Fidel LópezBuenos Aires, Catálogos, 2005,232 páginas

Roberto Madero propone eneste libro un novedoso conjuntode perspectivas que busca com-plejizar las imágenes cristaliza-das en torno de los modos dehistoriar de quien fuera una delas figuras fundacionales de lahistoriografía argentina:Vicente Fidel López. Maderoprocura desestabilizar el lugarde “mal historiador” que la his-toria de la historiografía argen-tina canónicamente le ha reser-vado a López en su contiendacon Mitre, en particular debidoa su desdén por los documen-tos. Frente a ese juicio, el autorde este libro busca restituir his-toricidad al tema, reinscribien-do las prácticas de escriturahistórica de López en las másabarcadoras que dan cuerpo ala figura del letrado. Así, el pri-vilegio de la tradición oral y losrelatos y memorias de miem-bros de la élite, como instru-mentos legítimos para lareconstrucción del pasado,deben leerse como un resultadode la mayor autoridad que a losojos de López surge del testi-monio directo de las figuraspatricias a las que tiene naturalacceso; o, de un modo similar,la manera de juzgar hechos pre-téritos con arreglo a los modosde la casuística –selección yjuzgamiento de diversos testi-monios en función de extraeruna verdad sin la cual no seconstituye un hecho– no es sinouna extensión de los hábitos delletrado, entre los que el proce-samiento de la realidad en tér-minos jurídicos y el peso otor-gado a la ley resultanconfigurantes del modo de

aproximación a la historia deLópez. Esta relativización delparadigma –frecuentado porMitre– de una verdad objetivapasible de ser extraída de losdocumentos, se continúa enLópez en un apaciguamiento dela mirada romántica y organi-cista que asediaba sus escritosanteriores a 1880, y que cierta-mente preside la mirada de sucontrincante. Un corolario deello, que Madero escruta en susmatices, es la diferencia entrela historia mitrista –historia quees inevitablemente la historiadel despliegue necesario de unanación– y la de López, en laque el marco de análisis ya nolo ofrece la nación sino unarepública elitista y porteñocén-trica que los diversos registrosde escritura deben ayudar aconsolidar políticamente.

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Darío Roldán (comp.)Crear la democracia. LaRevista Argentina de CienciasPolíticas y el debate en tornode la República VerdaderaBuenos Aires, FCE, 2006, 329 páginas

La Revista Argentina deCiencias Políticas fue unaimportante empresa intelectualque entre 1910 y 1928 analizólas profundas transformacionespolíticas que sufría la Argentina,a la vez que intentó presentar unnuevo abordaje que alejaba elanálisis de los fenómenos políti-cos de la perspectiva de losactores inmediatos. La empresaera plural –como muestran losartículos en torno del abordajede la cuestión municipal, la edu-cación universitaria o los deba-tes económicos–, pero en sucentro se encontraban las preo-cupaciones por una ReformaPolítica, a la que se negaban aidentificar con una “mera refor-ma electoral”.

Es en este trabajo de dife-renciación donde la compila-ción se asocia con buena partede la mejor historia política eintelectual: los miembros de laRevista no son inmersos en un“espíritu reformista” indiferen-ciado ni sus propuestas son vis-tas como meras variantes de laReforma efectivamente implan-tada. El artículo de Roldán seesfuerza por señalar que susmiembros cuestionaban no sólola propuesta de Sáenz Peñasino su planteo del problema:para ellos, la cuestión funda-mental no era la de la legitimi-dad, ligada a la escasa partici-pación electoral, sino la de larepresentación de interesessociales que no encontrabanadecuada expresión política.Por ello, la solución no podíaprovenir de la extensión delsufragio, sino de la realización

de un conjunto de reformas queestablecieran un gobiernorepresentativo que daría lugar ala manifestación de los diferen-tes intereses sociales, evitandoel riesgo de la erección de unpoder trascendente apoyado enalgo tan inasible como la apela-ción al “pueblo”.

Esta desconfianza hacia lapolítica de masas también eramodulada en una segundadimensión al abordar la pres-cripción de un necesario tránsi-to hacia la formación de “parti-dos de principios”. El planteoheredaba una pretensión capa-citaria que, no pudiendo colo-carse ya en la calificación delsufragio, se situaba en la selec-ción de la agenda: los “princi-pios” que debían –en la particu-lar concepción científica de laRevista, donde lo prescriptivosobrepasaba lo descriptivo–guiar las nuevas fuerzas eranlos que los ilustrados definierancomo importantes. Sería estamirada “ilustrada” la que nopermitiría percibir la importan-cia articulatoria de esos nom-bres, así como de los rituales ysímbolos con que se llevabaadelante la política realmenteexistente.

María Pía LópezLugones: entre la aventura y la cruzadaBuenos Aires, Colihue, 2004,216 páginas

El prolongado asedio a la figu-ra de Lugones que despliegaMaría Pía López en este librose presenta fraccionado en trespartes configuradas a partir deaccesos a su obra y a las cir-cunstancias de su vida de diver-so tenor. En la primera de esaspartes se interrogan ciertasconstantes del modo de serintelectual de Lugones: desdesu elitismo y su voluntad deconstruir diferencia y jerarquía,modulados en clave ya moder-nista, ya autoritaria, hasta elgesto del legislador que desdelas alturas procura instaurar elorden y diseñar programas,sean éstos para Roca o para eluriburismo. Este examen delintelectual de Estado que habitaen Lugones devuelve en lamirada de la autora la imagende una figura trágica, acosadapor el fracaso y la soledad. Enla segunda parte, en cambio, elcamino elegido para recorrer laproducción lugoneana es otro ymás clásico: reside en recons-truir sus diversos posiciona-mientos políticos. Con todo,aquí no se trata apenas de repa-sar un itinerario que se despla-za unívocamente de izquierda aderecha, sino de ofrecer unaimagen complejizada de esaparábola a partir de desentrañarlos pliegues que subtendieroncada toma de posición. Así,sale a relucir el aristocratismode su “momento socialista”, olos diversos planos y recons-trucciones retrospectivas de suroquismo, además del vitalismoque alimenta su acercamientoal fascismo italiano en la déca-da de 1920. Finalmente, la últi-ma parte del volumen, la más

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rica desde la perspectiva de unahistoria de los espacios intelec-tuales, reconstruye tanto lassucesivas operaciones de con-sagración que instalaron aLugones en el centro del cam-po cultural, como las conflicti-vas relaciones con los círculosde la “nueva generación” delos años 1920. De Rubén Daríoa los momentos de cercanía ylos de tensión con ManuelGálvez, pasando por su rela-ción con Nosotros, primero, ysobre todo luego con las revis-tas reformistas y las de van-guardia, los vínculos inestablescon esa figura inevitable queera Lugones son así examina-dos en sus pormenores.

Andrés BissoAcción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundialBuenos Aires, Prometeo, 2005,394 páginas

El libro de Andrés Bisso, querecoge el resultado de unametódica investigación corona-da en la realización de su tesisdoctoral, ofrece una sólida einformada reconstrucción de uncapítulo poco recorrido de lahistoria política argentina delsiglo XX. Su objeto es la agru-pación antifascista AcciónArgentina –desde las condicio-nes que hacen posible su surgi-miento hacia fines de la décadade 1930, a su disolución en elmarco de la derrotada UniónDemocrática en 1946–, inquiri-da en una pluralidad de regis-tros tales como sus orígenes, suhistoria, su composición, sudiscurso, sus prácticas políticas,su capacidad de movilización,la naturaleza de la representa-ción de sus elencos dirigentes,el desarrollo en comarcas yterritorios del interior del país,entre otros. Al reponer esta his-toria, el autor desarrolla tam-bién una serie de problemasque exceden el marco de laagrupación que estudia. Asíocurre, por ejemplo, con lasconsideraciones sobre el singu-lar momento de condensaciónde las tradiciones socialista yliberal (incluso, en algunoscasos, liberal-conservadora),posibilitado por la capacidad dearticulación ofrecida por el dis-curso antifascista; como, tam-bién, por el estudio de losdiversos aterrizajes de ese dis-curso de origen global en temasnacionales o locales, como lalucha contra el fraude electoral,o su entrelazamiento con moti-vos cívicos o de participaciónciudadana. El cuadro que se

obtiene así del libro es el de undiscurso que supo traducirse enprácticas eficaces a la hora demovilizar demandas democráti-cas desde la sociedad, en espe-cial en los años de fraude ygobiernos militares, pero que sereveló incapaz de articular unaopción política exitosa y dura-dera en momentos en que antesí cobraba vida el fenómenoperonista.

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Omar AchaLa trama profunda. Historia yvida en José Luis RomeroBuenos Aires, Ediciones ElCielo por Asalto, 2005, 193páginas

Omar Acha ha escrito el primerlibro en nuestro medio entera-mente dedicado al análisis de laobra y las ideas de José LuisRomero, una figura que se havuelto fundamental en la histo-riografía argentina pero que, almismo tiempo, sigue siendonotablemente ignorada en susmatices y complejidades. Laempresa de Acha, en este senti-do –empresa que configura ensí misma una original hipótesisde lectura–, es la de reponer aRomero como intelectual, parapoder entenderlo como historia-dor. Ya que las claves de suobra, nos dice, se encuentran enla visión romeriana sobre la cri-sis de la sociedad argentina–como parte de la crisis de lasociedad occidental–. Paraseguir esas claves, Acha indagasimultáneamente en algunosepisodios de la biografía deRomero, en el sentido de algu-nas de sus empresas culturales,de algunos de sus textos funda-mentales y de algunos de losconceptos fuertes que domina-ron su pensamiento historiográ-fico. En capítulos sucesivosanaliza la concepción historio-gráfica de Romero, su trayecto-ria en el socialismo argentino,la revista Imago Mundi, su tra-bajo sobre la “mentalidad bur-guesa”, sus lazos con el ensayocomo género (de escritura ycomprensión de la realidad), laimportancia de los temas urba-nos como enlace entre lamodernidad occidental y elmundo latinoamericano. Y esen este último tema donde ellibro de Acha parece adquirir,al mismo tiempo, mayor origi-

nalidad, mayor claridad ymayor fuerza. Luego de unaprimera mitad un poco oscura,en la que no es fácil distinguirlos aportes, Acha se concentraen seguir una hipótesis, la deque Romero quería escribir elFacundo del siglo XX. No setrata de una hipótesis originalen sí misma, ya que el propioRomero dejó diseminadas hue-llas de esa voluntad, pero Achala trabaja con una profundidady una agudeza interpretativamuy poderosas. A partir de esaidea, el libro se estructura yrealiza sus aproximaciones másiluminadoras, en especial, sobrelas relaciones de Romero con latradición ensayística, desdedonde Acha lee Latinoamérica:las ciudades y las ideas de unamanera completamente novedo-sa. Así, este clásico encuentrasu “pasado”: no sólo en el inte-rés de Romero por la urbaniza-ción burguesa europea, no sóloen los magníficos textos y cla-ses sobre itinerarios urbanos (lamayor parte de ellos inéditos, yque tienen un excelente lectoren Acha), sino también en lalaboriosa construcción deRomero de un lugar desde don-de reponer el ensayo argentinoy latinoamericano como clavede interpretación, mostrandoque Latinoamérica… es el punto de llegada y realizaciónde un completo programa inte-lectual y político en torno del cual pivota el sentido delRomero historiador, su “tramaprofunda”.

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Obituarios

PrismasRevista de historia intelectual

Nº 10 / 2006

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Reseñar los aportes de Gregorio Weinberg a la cul-tura argentina supone mencionar una gran cantidadde campos de actividad, tan vastos fueron sus in-tereses y tan variados los escenarios donde lo hevisto desarrollar una actividad siempre tesonera einfatigable. Historiador, pedagogo, editor, profesor,consultor: Gregorio Weinberg fue cada una de esascosas –siempre de una manera singular– y tam-bién otras muchas, pues no hubo empresa culturalen la que no haya participado o militado, trabajandosiempre, hasta el último día de su vida.

Fue indudablemente un excelente historiador,un buceador en el campo de la historia de las ideasy de su relación con los procesos sociales y políti-cos. Hay una, entre sus muchas contribuciones, enla que puede verse todo su oficio, su talento y suposición de intelectual. Se trata de su admirable es-tudio sobre Mariano Fragueiro, ese “pensador ol-vidado”, contemporáneo de Sarmiento y de Alberdi,que él supo recuperar. La obra impresiona por laerudición y la pulcritud. Pero, sobre todo, por su ca-pacidad para reconstruir el pensamiento de un hom-bre en su contexto: las condiciones en que fue ela-borado (Fragueiro, como Weinberg, no era unpensador solitario, sino un militante) y el marco delas discusiones con otros que, con igual pasión, ofre-cían alternativas distintas para el país. Weinberg co-loca a Fragueiro en una encrucijada de la Argentina,un momento en que había distintos caminos posi-bles, alternativas y combates. Fragueiro perdió, escierto, pero dio un combate, y nos recuerda, siglo ymedio después, que vale la pena darlos.

Fue también un especialista en problemas edu-cativos, que examinó desde el presente y desde elpasado. Su conocido libro Modelos educativos enla historia de América Latina es, a la vez, una re-construcción histórica y una propuesta de desarro-llo educativo y social. Como obra de historia, mos-tró la íntima relación entre las ideas, la sociedad, lapolítica en general y las políticas educativas. Lo hizode una manera ambiciosa, en un escenario latinoa-mericano diverso y difícil de reducir a un esquemacomprensible. A la vez, Weinberg expuso las alter-nativas, los caminos diferentes, en el pasado y tam-bién en su presente, pues este libro –como toda suobra– era altamente propositivo. Weinberg teníaun proyecto para su país, sabía que era difícil. Pero,

como Sarmiento, estaba convencido de que las con-tradicciones se vencen a fuerza de contradecirlas.

Gregorio Weinberg fue un editor de la estirpe dequienes, como José Ingenieros o Ricardo Rojas,asumieron que una tarea del intelectual consisteen oficiar de mediador entre el saber de los espe-cialistas y el mundo de los lectores. Esa tarea im-plica no sólo el esfuerzo material de poner los li-bros al alcance de todos, sino un trabajo deorganización del saber, de ordenación, de selección.Weinberg perteneció a un mundo mágico, que hoymiramos con nostalgia, de intelectuales volcadosa esa tarea. Es conocida su contribución en la mo-numental Historia Científica y Cultural de laHumanidad y en la Historia de América Latina queeditó la UNESCO. Podría señalarse la edición de al-gunas traducciones importantes: a través de él seconocieron por primera vez en castellano los es-critos de Gramsci. Pero vale la pena detenerse enlo que sin duda fue su criatura más preciada.

¿Cuándo se hará el balance de El pasado ar-gentino, de Dimensión argentina, de Nueva di-mensión argentina, esas maravillosas coleccionesque publicaban Hachette y Solar, y que Weinberg,con insólito brío juvenil, había retomado reciente-mente? Allí conocimos o recuperamos a los “via-jeros” y a aquellos “clásicos” que, por uno u otromotivo, no eran incluidos en ediciones más canó-nicas. Agregó, además, estudios monográficos no-vedosos, que terminaron convirtiéndose ellos mis-mos en clásicos de nuestra bibliografía, como lasobras de Horacio Giberti o Adolfo Dorfman. Todoello en una “colección”, es decir, la propuesta de unplan de lectura, de calidad garantizada, en edicio-nes de asombrosa prolijidad, con cuidados estudiospreliminares, en la que muchos nos hemos formado.

Gregorio Weinberg fue un profesor universita-rio excepcional. Lo sé bien, pues fue mi primer pro-fesor en la Universidad de Buenos Aires y en susclases comencé a conocer y valorar la historia de lacultura. Particularmente, ha dejado una huella en-tre los estudiantes de Ciencias de la Educación dela Universidad de Buenos Aires. No sólo les enseñóhistoria de la educación –desde su perspectiva, quecombinaba la historia de las ideas con la de la so-ciedad–, sino que aportó a esa disciplina –dondees usual acentuar los aspectos instrumentales– una

Gregorio Weinberg, 1919-2006

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perspectiva humanista e integral. Es fácil recono-cer el “efecto Weinberg” en un segmento bien de-finido de sus graduados, aquel que hoy ocupa lasposiciones más significativas en esa especialidad.

Fue, de a ratos, lo que suele denominarse –nosiempre de manera apreciativa– un “experto in-ternacional”. Trabajó mucho tiempo en CEPAL, enSantiago de Chile, y luego en la UNESCO. Suele pre-dominar en ese medio, por exigencias del contexto,una manera “técnica” y no irritativa de expresarse,y también una manera algo aséptica y generaliza-dora de pensar. Nada de esto le ocurrió a Weinberg,a quien la Argentina le dolió en cada línea, en cadapalabra. Transitó por el mundo de los expertos in-ternacionales sin perder un ápice de su condiciónde militante cultural, suerte de don Quijote siem-pre listo para “enderezar entuertos”. Ganó en esetránsito una perspectiva ecuménica singular y en-vidiable, que le permitía pensar los problemas ar-gentinos a la luz de los universales.

Todo eso fue Gregorio Weinberg, pero, antetodo, fue un maestro y un intelectual comprome-tido con su tiempo. Lo observó y vigiló, con unfuerte espíritu crítico, y a veces con un mal hu-mor que no empañaba su optimismo radical. Fueun intelectual que cuidó celosamente su indepen-dencia, que se habituó a esa suerte de marginali-dad relativa, tan recomendable para quienes quie-ren conservar la mente abierta. Fue, básicamente,

un disidente, en una sociedad que finalmente de-bió reconocerlo. Pero, especialmente, fue un inte-lectual comprometido con las buenas causas. Creyó,como pocos lo hacen hoy, en el progreso, en la ra-zón, en la educación, en el hombre y en su capa-cidad para construir, con su razón y su voluntad,un mundo mejor. Más aun, vivió convencido deque podía discernirse, más allá de todo relativismo,qué cosa era un mundo mejor. Creyó que todo esose integraba en un proyecto, quizás una utopía, ala vez humanista y socialista, capaz de desarrollarhasta sus últimas consecuencias los valores ela-borados por la cultura occidental.

Sin duda, también fue un maestro, en ese sen-tido tan amplio que la gente de mi generación –queen un momento, hace treinta o cuarenta años, sequedó sin ellos– aprendió a apreciar. Alguien quesiempre estuvo, y siempre en el lugar correcto,cuando otros faltaron o fallaron. Alguien a quienmirar, para ubicarse; alguien a quien consultar. Yeso no sólo por su saber o sus ideas sino por sus va-lores, no declarados sino mostrados con su con-ducta. Gregorio Weinberg fue una persona íntegray esto está en la esencia de su personalidad de in-telectual y maestro.

Luis Alberto RomeroUBA / UNSAM / CONICET

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El pasado 3 de febrero falleció en Bad Oeyn hausen(Alemania) Reinhart Koselleck. Había nacido enGörlitz –junto a la frontera polaca– el 23 de abrilde 1923, y su vida y su obra sólo se entienden so-bre el telón de fondo de la convulsa historia del si-glo XX.

Su primera juventud estuvo profundamente mar-cada por los horrores de una época de insólita cruel-dad e intensidad emocional, como lo fue el régimenhitleriano y la Segunda Guerra Mundial. Incorporado“voluntariamente” al Ejército alemán, antes de cum-plir los 20 años fue herido en Stalingrado, al sufrirel aplastamiento de un pie por un carro blindado (unaherida que le salvaría la vida). Prisionero en uncampo de concentración en Karaganda (Repúblicasoviética de Kazajstán), fue liberado al final de laguerra, en octubre de 1945, y luego pasó aAuschwitz. En aquel escenario de crímenes inde-cibles, símbolo y cifra del III Reich, le tocó des-montar algunas instalaciones y barracones dondecientos de miles de seres humanos habían sido ha-cinados poco antes a la espera de ser extermina-dos.

Tras un período de reeducación en el castillode Göhrde (Dannenberg), en el transcurso del cualconoció a Eric Hobsbawm (entonces miembro delbritánico Royal Army Educational Corps), entre losaños 1947 y 1953 cursó estudios de historia, filo-sofía, derecho y sociología en las universidadesde Heidelberg y Bristol.

Entre sus maestros durante esa primera fase for-mativa destacan Hans-Georg Gadamer y CarlSchmitt –con quienes, más allá de sus discrepan-cias concretas, siempre se reconoció en deuda–,Karl Löwith, Alfred Weber y Werner Conze. Y esque para asomarse a las raíces de la impresionanteobra de Reinhart Koselleck, no basta con atenderal contexto histórico-político inmediato: es nece-sario sobre todo no perder de vista la poderosa, plu-ral y a veces inquietante tradición intelectual ale-mana en que aquélla se inserta (tradición que tieneen Martin Heidegger uno de sus ineludibles pun-tos de referencia en el siglo pasado). Historia so-cial, política y del pensamiento, hermenéutica fi-losófica, semántica histórica, derecho público, teoríasociológica, ciencia política, componen un amplioabanico de disciplinas que en diferentes momentos

y medidas contribuyeron a la formación del profe-sor Koselleck. Si a esa formación multidisciplinary a ese rico sustrato filosófico unimos su perennecuriosidad intelectual, se comprende mejor que elsabio alemán haya moldeado una obra variada y di-fícil de clasificar, una obra cuya catalogación su-pone un desafío para quien se empeñe en hacerlaentrar en una sola especialidad o área de conoci-miento.

Es indudable, sin embargo, que toda su dila-tada labor profesional pivota sobre un eje medu-lar: la historia. Koselleck percibe como pocos laenorme complejidad de la noción de historia, y,sobre todo, su carácter irremediablemente histórico.Advierte que lo que actualmente llamamos histo-ria es un producto intelectual bastante reciente.Extraño concepto con pretensiones de “ciencia” queen cierto momento, hace poco más de dos siglos,comenzó a ser usado cada vez más, de un modo au-tosuficiente, para referirse al conjunto de la expe-riencia humana de todos los tiempos. Koselleck ob-serva, además, que el surgimiento de ese nuevoconcepto de historia –de ese poderoso “singular co-lectivo”– es indisociable de una nueva experien-cia del tiempo propia de la modernidad. Una nuevaforma de percibir, en suma, las relaciones entre esasdos magnitudes intangibles que llamamos pasadoy futuro, dos dimensiones del tiempo que guardanentre sí un equilibrio inestable y asimétrico, peroque en todo caso únicamente existen para noso-tros –sólo son pensables– desde un presente que nosparece siempre el presente (pues, obviamente, tantoel futuro como el pasado sólo pueden vivirse en pre-sente).

Sus reflexiones sobre el concepto de la historiaconstituyen en cierta manera la piedra angular deun vasto proyecto de historia conceptual, el mo-numental Geschichtliche Grundbegriffe: historis-ches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache inDeutschland, de casi siete mil páginas, que desa-rrolló en compañía de sus colegas y maestros OttoBrunner y Werner Conze a lo largo del último ter-cio del siglo pasado. Pese a las críticas recibidas,y a las polémicas ideológicas a que tal empresadio lugar (una de las más resonantes, con JürgenHabermas), el Geschichtliche Grundbegriffe cons-tituye sin duda el hito inaugural en el despliegue de

Reinhart Koselleck, 1923-2006

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la historia conceptual, que ha inspirado y continúainspirando, dentro y fuera de Ale mania, numerosasmonografías y diferentes programas de investiga-ción en semántica histórica, historia de los discur-sos e historia conceptual.

Pese a su importancia, la contribución kose-lleckiana a la teoría y la práctica de la Begriffs -geschichte no es el único ámbito historiográficoen el que este eminente académico ha realizadoaportes de primer orden. Antes de ocuparse de lahistoria conceptual, en 1959Koselleck había pu-blicado la que cinco años antes fue su tesis de doc-torado en la Universidad de Heidelberg. Me refieroa Kritik und Krise. Eine Studie zur Pathogenese derbürgerlichen Welt, tempranamente traducida al es-pañol con el título Crítica y crisis del mundo bur-gués (Madrid, Rialp, 1965), una importante mo-nografía sobre la dialéctica entre absolutismo,ilustración y revolución, en la que se ocupó tam-bién de la aparición de las modernas filosofías dela historia.

Otra de sus obras principales que hasta el mo-mento permanece inédita en español es Preussenzwischen Reform und Revolution. AllgemeinesLandrecht, Verwaltung und soziale Bewegung von1791 bis 1848 [Prusia entre reforma y revolución,1791-1848], publicada por primera vez en 1967,un estudio sobre los procesos de modernizacióndel Estado prusiano desde fines del siglo XVIII hastamediados del XIX que un año antes había sido sutesis de habilitación, donde combina historia so-cial, historia política e historia del derecho cons-titucional.

Mencionaremos, en fin, otras tres obras igual-mente fundamentales, aunque de muy distinto ca-lado y objetivos. La primera es un conjunto de en-sayos de carácter metodológico, publicado en 1979bajo el título Vergangene Zukunft. Zur Semantik ges-chichtlicher Zeiten [Futuro pasado. Para una se-mántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós,1993], donde se explican algunas categorías bási-cas y se proporcionan al lector algunos instrumen-tos heurísticos esenciales de la Begriffsgeschichte.

También merece destacarse su intento de esta-blecer, en diálogo con Gadamer –pero también enpugna con la premisa heideggeriano-gadamerianade la “panlingüisticidad” del mundo histórico–,las bases antropológicas de una teoría de la histo-ria, esto es, de una Histórica. En efecto, en su fa-mosa conferencia de Heidelberg, en febrero de 1985,en ocasión del octogésimo cumpleaños de su ma-estro, Koselleck pone el acento en la historicidade, inspirándose, entre otros, en C. Schmitt, intenta

pensar, más allá de la propia hermenéutica y desdeun punto de vista metahistórico, las condicionestrascendentales de posibilidad de todas las historias(Historia y hermenéutica, publicado en castellanopor J. L. Villacañas y F. Oncina junto con la ré-plica de Hans-Georg Gadamer, seguida de otro textodel mismo autor, Barcelona, Paidós, 1997; ed. ori-ginal alemana: Hermeneutik und Historik, 1987).

Por último, destacamos otra colección de ensa-yos reunidos bajo el poético título Zeitschriften(2000), que han sido vertidos al español de maneraparcial en dos publicaciones sucesivas. Primero,en Los estratos del tiempo: estudios sobre la histo-ria (Barcelona, Paidós, 2001), precedido de una cla-rificadora Introducción de Elías Palti.

Recientemente, Faustino Oncina ha traducido ypublicado otros dos artículos extraídos de la edi-ción original del mismo libro Zeitschriften, bajo elrótulo Aceleración, prognosis y secularización (Va -lencia, Pre-Textos, 2003), en cuya Introducción el fi-lósofo español insiste muy oportunamente en la vo-luntad koselleckiana de poner coto a lo que el alemánentiende como patologías de la modernidad, recor-dando, por otra parte, como señalaran, entre otros,J. Habermas en los años 1970 y G. Aly o J. Van HornMelton a mediados de la década de 1990, el pasadoinequívocamente reaccionario –y en ciertos casospronazi– de algunos de los inspiradores y pionerosde la Begriffsgeschichte. Koselleck, en particular,ha insistido muchas veces en que el creciente di-vorcio entre pasado y futuro que trajo consigo larevolución, bien perceptible en el sentimiento deaceleración histórica que se apoderó de las gentesa finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, cons-tituye “el aspecto crucial de la experiencia modernadel mundo”. Y es evidente que el propio Koselleck,un hombre de fondo indudablemente conservador,simpatizó poco con un tipo de sociedad donde sevive cada vez más rápido, un mundo desquiciado ylleno de riesgos que apenas tiene tiempo para deli-berar sobre el rumbo a seguir en cada momento.

Durante su visita a España, en abril de 2005, tuveocasión de disfrutar –en compañía de su hijaKatharina (perfecta hispanohablante)– de su chis-peante conversación y de su trato amable y cálido.Ni su edad avanzada ni sus dificultades de loco-moción como consecuencia de la antigua lesiónen los pies que recibió en el frente ruso fueron obs-táculo para que durante su breve estancia en Madrid(que no pasó desapercibida para la prensa) desa-rrollara una insólita actividad. Además de la es-pléndida conferencia que nos ofreció en el Centrode Estudios Políticos y Constitucionales, del vivo

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debate subsiguiente y de varias entrevistas y en-cuentros con diversos colegas, aprovechó su pasopor la capital de España para visitar los principa-les museos, y tomar gran cantidad de fotografías demonumentos de la ciudad y sus alrededores. En eseexhaustivo trabajo de campo, con vistas a una am-plia investigación que tenía en curso sobre esta-tuaria ecuestre urbana y memoriales de guerra enEuropa y en América, hay que inscribir asimismosu visita al monasterio de El Escorial y al Valle delos Caídos. De camino hacia Bilbao, a través de una

Castilla luminosa, fría y primaveral, hicimos algu-nas paradas en la provincia de Segovia y en la ciu-dad de Burgos. Su curiosidad desbordante y el tonoirónico y a veces escéptico de sus palabras, siem-pre fue compatible con un enorme respeto hacia susinterlocutores, con la moderación de sus opinio-nes y aun con cierta contención en su manera de ar-gumentar.

Javier Fernández SebastiánUniversidad del País Vasco (Bilbao)

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Se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2006 en Altuna Impresores,

Doblas 1968, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.