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Sarah McCarty - Promesas que Prevalecen

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Sarah McCarty - Promesas que Prevalecen

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Créditos

Traducido por el Equipo de Passionate Novels:

Traductores : Andrés, Charlotte, Ivette, Norma, Parchita y Teresa.

Correctores : Melissa y Sandy

Chicos, costó pero al fin el libro vio la luz. Gracias por su desinteresado yvalioso trabajo.

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Argumento

Territorio de Wyoming, 1870

Viuda y estéril, Jenna ve a la recién nacida abandonada en elumbral de su puerta como un regalo de incalculable valor digno decualquier sacrificio, y sabe que necesitará un marido para podermantener al bebé. Pero nada la ha preparado para el hombre quese ofrece para el puesto.

Grande y oscuro, exudando una intensidad letal, Clint McKinnelyle daría miedo incluso al mismísimo diablo, y por supuesto que leproduce temor, pero Jenna pronto descubre que el hombre detrásde esa terrible reputación es un hombre en el que se puede confiar.

Endurecido por las decisiones que ha tenido que tomar en su vida,Clint busca una razón para poder seguir viviendo. Y la haencontrado en Jenna Hennessy. Exuberantemente rellenita, dulce ytímida, le atrae en todos los sentidos. Y cuando ve que Jennapodría perder a la hija que tanto ama por la falta de un marido, daun paso al frente.

Llevar a Jenna a su hogar le proporciona a Clint la paz que nuncaha conocido, y aunque trata de descubrir los secretos que pueblanlas pesadillas de Jenna, se guarda una parte importante de símismo, porque sabe que ese matrimonio es temporal ya que haypecados que un hombre no puede esperar que su esposa perdone.

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Capítulo 1

Clint no podía creer que estuviera haciendo esto otra vez. Otro sábado, otra mujer.Otra excursión sin sentido a la Panadería del Tomillo Dulce en busca de una conexión queno iba a ocurrir. Él desde hacía mucho tiempo había renunciado a que alguna vezocurriera. Así que su búsqueda por una esposa era meramente un asunto de alinearcualidades e ir en busca de una mujer que se ajustara a ellas. En la misma forma queseleccionaba a una yegua para su programa de cría.

Él contempló a la joven a su lado. Ella sonrió, completamente esperanzada einocente. Tan pura que lo hizo sentirse anciano. Rebecca Salisbury era su últimaesperanza. Ella poseía todas las cualidades que una buena esposa debería tener, buenacrianza, buena educación y caderas anchas para un parto fácil. Sabía que no tendría conella el amor apasionado que su primo Cougar tenía con su esposa, pero sería confiable yuna buena madre. Sobre todo, ella no alteraría su tranquilidad con sentimentalismos. Élahuecó el codo de Rebecca en su palma y la ayudó a subir los escalones de madera hacia elpasillo. Paz, él había descubierto, era un artículo ganado a duras penas.

Los olores de la panadería lo envolvieron como un fragante abrazo, apaciguando sussentidos.

Rebecca hizo una pausa y lo esperó para que le abriera la puerta. Su sonrisa eratímida mientras él se estiraba sobre su hombro. Su respuesta fue un estiramientoautomático de sus labios, pero su atención estaba adelante de ellos, revisando la pequeñatienda abarrotada y a sus ocupantes, especialmente a la dueña.

Ella acaba de dar un paso afuera desde atrás del mostrador, su modo de andar mástorpe de lo usual. Él introdujo a Rebecca delante de él, observando a Jenna Henneseymientras lo hacía, notando las líneas de tensión en su cara, frunciendo el ceño mientras ellase detuvo con un jadeo, haciendo una pausa, su atención regresando hacia dentro. Sinduda controlando el dolor que todo este correr alrededor estaba provocando en su piernadañada.

¡Maldita sea! Él le había dicho a ella que contratara alguna ayuda.

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Supo en el minuto en el que ella lo vio. No fue obvio mientras ella mantenía sucabeza agachada y raras veces encontraba los ojos de alguien, pero el ligero sobresalto ensu cuerpo, y el sonrojo que surgió sobre sus mejillas fueron revelaciones involuntarias.

—Estaré en un momento contigo — dijo ella a través de la pequeña habitación. Suvoz, con su timbre ronco, cosquilleó sus sentidos como una atracción. A él no le gustaba laforma en la que ella podía deslizarse debajo de su calma, pero al mismo tiempo algunaparte perversa de él valoraba estos pequeños momentos de conexión. Como si Jennaalguna vez pudiera ser para él.

Su “Tómate tu tiempo” coincidió con el "gracias" de Rebecca.

Él observó como Jenna traía la bandeja de café y el postre a la pareja mayor decasados en la mesa del lejano rincón. Su saludo era cálido. El de ella era tranquilo y sinpretensiones como la mujer misma. Jenna Hennesey era dulce, tímida y la tentación másgrande contra la que él alguna vez hubiera luchado en su vida.

Jenna se rió de algo que la pareja mayor, los Jacobson, dijeron. Sus hoyuelosrelampaguearon, encendiendo ese salvaje centro de lujuria dentro de él que intentabaseguir conteniendo. Los Jacobson se rieron de nuevo. Habían venido para ayudar a su hijaa través de su convalecencia y se habían quedado. Eso estaba ocurriendo cada vez másfrecuentemente, probando la teoría de los fundadores del pueblo respecto de queCheyenne podría volverse civilizado después de todo.

—Ya se debe haber divulgado que Jenna sabe cocinar. —Rebecca dio un paso haciaatrás a él mientras un niñito se apresuraba a pasarla en su camino hacia el mostrador. Porun segundo, su trasero presionó contra su ingle. Hubiera sido agradable si su cuerpo leprodujera una mierda. Ella se sonrojó y se apartó. Él solamente asintió en respuesta a su“Disculpame”. Ella era bella y perfecta, pero lo dejó frío.

El niño alcanzó el mostrador y procedió a brincar de un pie al otro mientras esperabaa que Jenna lo notara. El pequeño Fred era la viva imagen de su pa, y a los seis se veíacomo si él tuviera el tamaño de su padre y constitución. Y su falta de paciencia.

—Ese es el niño de Cyrus, ¿verdad? —preguntó Rebecca.

— Sí. Una vez a la semana Gertie lo envía aquí por panecillos de canela.

La especulación extendida por todas partes era sobre lo que Cyrus le hacía a la mujerpara tener esa bendición. Gertie podría pellizcar un penique hasta que gritara.

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Tan pronto como Jenna notó al niño, ella bajó todo y se alejó de sus clientes, unasonrisa en sus suaves labios llenos, sus hoyuelos cobrando vida. La polla de Clint cobróvida justo junto con ellos. La mujer haría sonreír a un asesino.

Ella alisó el pelo del niño, el gesto tan suave y gentil que puso a Clint a sufrir. Élquería esa suavidad para él mismo, y el conocimiento de que no había mucho que lodetuviera de tomarlo alimentó su decencia. Jenna estaba sola en el mundo. Blancolegítimo. Y ella se lo debía. Todo lo que tenía que hacer era dar la orden, y ella sería suya.No había nada que lo detuviera sino su condenada conciencia. Hijo de puta, era un dolortener una conciencia.

—Sería agradable si ella pudiera hacer funcionar el lugar —murmuro Rebecca,observándolos—. Mi mamá dijo que ella pasó por un mal momento después de que sumarido murió.

Ella había tenido un tiempo más duro que eso cuando él estaba vivo, pero Clint no lomencionó. Ese era el secreto de Jenna. Un tinte de culpabilidad tecleó su concienciacuándo percibió la mirada admirativa que Rebecca le dirigió a él. Decía más claramenteque las palabras que ella lo consideraba material para marido. Él mentalmente sacudió lacabeza. Algunas mujeres verdaderamente no tenían sentido.

Él contempló a Jenna. Ella tenía valor, junto con la fuerza increíble que le permitióaguantar y rehacerse cuando las demás solo se hubieran dado por vencidas. El problemaera, que ella estaba demasiado a menudo extremadamente cansada por su gran corazón.Él frunció el ceño mientras ella envolvía algunas galletas en una servilleta y las deslizóhacia Fred. No había modo de que Gertie hubiera enviado más que el costo de lospanecillos con el niño. Ahora Jenna iba a dejar fuera el costo de las galletas y el costo de laservilleta. Todo porque era alguien de trato suave. Tan condenadamente suave que él nosabía cuánto tiempo más iba a poder mantener alejadas sus manos de ella. Él podía ser unhijo de puta, pero esperaba en serio que ella no estuviera demasiado lejos.

Jenna puso la bandeja en el mostrador, contuvo la ansiedad que siempre roía en sucalma cuando estaba alrededor de los McKinnely, esbosó su sonrisa más acogedora, y

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empezó a enfrentar a la pareja parada justo en el marco de la puerta. Eran un bello estudiode contrastes. El gran Clint McKinnely con su piel oscura y ojos más oscuros, y esa bocagenerosa, puramente masculina parado al lado de la alta y elegante hija del alcalde, con supiel clara, salpicada de pecas y de sonrisa fácil. De los dos, Rebecca era quien menos laintimidaba por lo que Jenna se enfocó en ella.

—Siento mucho hacerlos esperar pero si desean seguirme, su mesa está lista.

Rebecca sonrió y colocó su mano en el brazo de Clint.

—Gracias.

Clint no dijo nada, solamente siguió en su vigilancia. Jenna sabía que él estabamolesto por que ella no le había dirigido la palabra directamente, pero no lo podía hacer.El hombre la hacía un manojo de nervios, siempre observándola. Si él fuera un tipo másgentil de hombre, ella podría haber esperado su interés, pero Clint era tan agresivamentemasculino que se preguntaba por qué los infractores de la ley aun se molestaban enresistirse cuando él iba tras ellos. Ella sólo tenía que mirarlo para saber que él siempre sesaldría con la suya. En todo.

Ella lo culpó enteramente cuando tropezó. Cualquiera podría estar nervioso por serobservado tan fijamente. Aún así, hubiera estado bien si su peso no hubiera caído sobre supierna mala, y no hubiera escogido ese momento para colapsar. Detrás de ella escuchó aalguien quedarse sin aliento mientras se tambaleó en una mesa vacía. Por un segundo seagarró en el borde, pero entonces se ladeó por debajo de ella. Un minuto, ella estabacayendo y al siguiente estaba siendo jalada bruscamente contra la superficie dura de unpecho de buena musculatura. Ella inspiró profundamente mientras los olores de hombre,humo y pino pasaron rápidamente sobre ella. Clint la había salvado. Otra vez.

Su mano se deslizó abajo por su espalda, y ella mentalmente gimió. ¿Por qué habíaescogido hoy de todos los días no ponerse su mejor corsé? Al menos con ese corsé algo desu… amplitud hubiera sido contenido. Sus manos grandes se extendieron a lo largo de sucintura y la colocó lejos de él.

El calor emergió en sus mejillas.

—Lo siento.

—No hay daño. —Aunque él la había apartado a un pie de distancia, no la soltó. Susmanos en su cintura quemaron como el fuego mientras él la estabilizaba—. ¿Estás bien?

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—Estoy bien. Sólo tropecé.

—¿Tal vez deberías sentarte por un minuto? —sugirió Rebecca mientras Clint daba unpaso atrás sosteniendo afuera una silla, frunciendo el ceño con preocupación.

Jenna mentalmente suspiró. Estaba muy cansada de ser compadecida.

—Realmente, estoy bien.

La mirada que Clint lanzó debajo del ala de su sombrero le dijo que él tenía dudas.Ella lo ignoró.

—Si gustan tomar asiento estaré enseguida con ustedes. ¿Prefieren té o café?

La petición de Rebecca por té no fue más sorpresa que la petición de Clint por cafénegro. Ella recorrió la mirada a través del restaurante y presionó su falda en contra delnudo debajo de la cicatriz en su pierna. La cafetera lejos. Ella apretó los dientes y se dirigióhacia ella, esmerándose en suavizar su modo de andar. Logró regresar a la mesa sinincidentes. Antes de que pudiera colocar abajo la bandeja, Clint la tomó de sus manos y lapuso sobre la mesa.

—Necesitas descansar.

—Estoy bien.

—No estas haciéndome feliz.

Una semilla de temor se arraigó en su estómago.

—Lo siento.

Ella agachó su cabeza y esperó. Él no era su marido, pero era un hombre y ella erauna mujer sola. Él podría exigir cualquier cosa que quisiera y ella tendría que obedecer.Podía sentir la mirada de Rebecca así como también la de Clint. La bilis se elevó en sugarganta mientras ella esperaba por la decisión de Clint.

—¿Podríamos ver el menú? —preguntó Rebecca.

Jenna quiso moverse más que cualquier cosa, pero los años de entrenarse lacongelaron en el lugar hasta que Clint la liberó con un suspiro.

—Ve a traer los menús, Jenna.

La negra mirada de Clint la siguió mientras ella se alejaba. Ella tembló. Él era unhombre tan intenso. Él no había dicho lo que pensaba. Frunció el ceño mientras ella se

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acercaba a la mesa, y su mirada fija descendió. Por mucho que quisiera creer que era sufalda rosada, cortada para restarle importancia a sus generosas caderas, lo que atraía sumirada, ella sabía que las cosas no eran así.

Ella estaba cojeando. No había nada que pudiera hacer acerca de eso. Todo estenegocio extra, cuidando de lo que solían ser sólo mesas ocasionales era infernal para supierna. Ella se obligó a una zancada más normal. Era vano y sin sentido, pero no queríaverse débil frente a él. Ella se esforzó en abstenerse de jadear mientras el dolor acuchillabaarriba de su muslo.

—Aquí están las opciones de hoy, señor McKinnely. —Por la forma en que los ojos deClint se estrecharon, ella supo él no se había perdido la cualidad jadeante de su vozdespués de ese último paso. Si él supiera todo el dolor que tenía ella dentro, estaríafurioso. Desde que él había salvado su vida, había sido protector. Si no la ignorara porcompleto de otra manera, ella pensaría que él estaba arriesgando un reclamo. Pero hastaesta semana pasada, él nunca se había acercado a ella o le había hablado personalmente.Por lo cuál ella estaba eternamente agradecida.

—Señor McKinnely, ¿Jenna? —pregunto Clint, tomando el menú de su mano.

Dejar caer su mirada ante el tono desaprobador de Clint fue tanto instinto como erabuena educación. Clint tenía una forma de hablar que exigía esa conformidad. Ella apenasse detuvo de disculparse. Pero lo hizo. Ella no estaba con su padre, su marido, o su iglesiaahora. Era una mujer independiente.

Desde debajo de sus pestañas, ella vio a Rebecca dirigirle a Clint una mirada rápidamientras él leía el pequeño menú, captó un vislumbre de conclusión mientras miraba entreellos, y entonces la vio fruncir el ceño con desaprobación.

Jenna respingó. Rebecca no era la primera mujer en asumir que Clint tenía unarelación con ella. Él le había dado el dinero para su panadería y era un cliente asiduo,aunque si pensaran que ella era su amante, no sabía lo que pensarían acerca de que élhiciera su cortejo aquí.

Se humedeció los labios secos. No encontró la mirada de Rebecca mientras el calorcorría sobre sus mejillas. Luchó a través de su vergüenza por encontrar un tono como denegocios.

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—Se me terminó la sopa de pollo, pero tengo una rica carne a la cebadacompletamente lista para servir.

—Eso estará bien. —Clint miró alrededor—. El negocio se ve bien.

—Lo está.

Él se reclinó en su silla.

—¿Lo suficiente como para tener esa pierna dándote problemas?

El calor reptó en sus mejillas nuevamente. Ella deseó que no notara siempre susdebilidades.

—No más de lo acostumbrado.

—Estabas cojeando.

—Siempre cojeo.

Su ceño fruncido se profundizó.

—No tanto.

Ella se encogió de hombros.

—No hay más remedio.

Su negra mirada cortó la de ella, ilegible como siempre, mientras él dijo en un tonoperfectamente razonable de voz.

—Podrías dejar de apoyarte en ella. Levántala. Envuelve una toalla calientealrededor de ella.

Ella combatió el deseo instintivo de lanzarse a hacer como quería.

—Lo haré cuando deje de trabajar.

Su mirada parpadeó sobre su cara, sin duda dándose cuenta de cada señal delcansancio y esfuerzo que ella intentaba esconder.

—Eso no será hasta dentro de unas cuatro horas.

Fue una observación razonable en un tono razonable de voz, pero la censurasubyacente pinchó sus nervios.

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—Clint —interrumpió amablemente Rebecca—. Estoy segura que la señora Henneseysabe cuándo necesita descansar.

El "gracias" de Jenna coincidió con el “tal vez” de Clint.

Rebecca sacudió la cabeza, una reprimenda que Jenna no podría imaginar alguna vezdarle a un hombre.

—Estas avergonzando a la señora Hennesey.

Su mirada nunca dejó a Jenna.

—Tal vez.

Ningún tal vez sobre eso. Él lo estaba haciendo. Jenna se sentía lo suficientementeinferior delante de la perfecta Rebecca sin que él hiciera un alboroto sobre algo que nopodía evitar.

—No puedo darme el lujo de cerrar temprano.

Rebecca le dirigió a Jenna una mirada simpática.

—Honestamente Clint, a ninguna mujer le gusta señalar que está lisiada.

Jenna sujetó con fuerza el lápiz en su mano. Ella sabía cómo su cojera la hacía lucirpara los otros, pero no era una lisiada.

La mirada normalmente fría de Clint se enfrió mientras él se daba la vuelta haciaRebecca.

—Esa fue una condenada cosa insensible para decir.

Rebecca se sonrojó.

—Lo siento, no debería haberlo dicho.

Jenna le creyó. Rebecca era envidiablemente protegida y dulce, pero nuncadeliberadamente cruel. Ya sea que Clint no compartiera su opinión o que a él no leimportara, porque no relajó su expresión. El gran matón.

Jenna enderezó sus hombros y tomó aire. Si ella iba a ser una mujer independiente,no podía temer ponerse del lado de alguien cuando estaba siendo tratado injustamente ensu establecimiento. El lápiz le dio un mordisco a su palma como apuntaba fuera.

—Tú no lo mencionaste. El Señor McKinnely lo hizo.

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Clint se volvió muy quieto.

—¿Me estás desafiando?

El miedo se reunió en el estómago de Jenna como un peso de plomo. Tal vez tomareste puesto no era una idea tan inteligente. Ella agarró el lápiz entre sus dedos, vio eldesasosiego en la cara de Rebecca, y contuvo el almidón en sus rodillas mientras seobligaba a decir.

—Sólo creo que eres demasiado rudo.

Clint probablemente habría quedado más impresionado con su actuación si ellahubiera podido poner sus ojos más arriba que en el cuello abierto de su camisa. La verdadera, que ella estaba impresionada por haber conseguido dejar salir las palabras ante todo.Ella siempre había sido una mujer débil, aunque estaba aprendiendo a fingir fortaleza.

—Estoy seguro de que has oído las historias de cómo manejo un desafío —señalóClint, todavía usando ese tono razonable.

Los ojos de Rebecca se ampliaron.

Jenna deseó tener algo contra lo cuál apoyarse ella misma. Dejó caer su mirada haciala mesa. Clint se estiró por su taza para café. Su mano hacía parecer pequeña la taza.Bordes y cicatrices marcaban el dorso. Él no las había obtenido por ser suave o echarsepara atrás. Y ella acababa de decirle que estaba equivocado. Querido Dios, tal vez estabatan loca como Jack siempre había dicho. Ella mojó sus labios y logró decir.

—Lo he escuchado.

Clint arqueó su ceja y tomó un sorbo de su café. Las rodillas de Jenna temblaron,haciendo que la pierna doliera más, y un sudor frío brotó sobre su cuerpo. Ella le esperó aque él dijera algo. Nada.

Él solo se quedó allí, bebiendo su café y observandola. Su estómago se anudo. Enfocóla atención en el nicho oscurecido de su garganta, su latido tronando en sus oídos mientrasesperaba. Sobre la quinta pulsación, no lo pudo aguantar más.

—Sólo quiero decir, si a mí no me importa tal vez a ti no debería importarte.

Un sonido extraño retumbó en el pecho de Clint. Casi como un gruñido. El hielo dejósu mirada para ser reemplazado por un calor extraño. ¿Estaba enojado? La punta del lápizle dio un mordisco a su palma nuevamente.

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¡Querido Dios! pensó Jenna, si tú me pudieras enviar alguna ayuda, realmente la apreciaría.

—¿Pero qué ocurre si a mi me importa? —preguntó Clint, volviendo a poner la tazasobre la mesa.

—No sé por debería importarte.

Fuera de la esquina de su ojo, ella vislumbró un destello de blanco mientras Rebeccacubrió la mano de Clint con la de ella y dijo:

—Clint, estás contrariando a la señora Hennesey.

Jenna se quedó mirando el contraste, la mano de Rebecca tan suave y blanca y frágil,situada sobre la delgada, poderosa de Clint. Jenna le envidió a Rebecca la inocencia que laprotegía del conocimiento de con qué rapidez un hombre podría darle vuelta a una mujer.

—¿Estoy asustándote, Jenna? —le preguntó Clint en esa tranquila, “ inexpresiva" voz.

Jenna tragó saliva, consciente de que todos en el pequeño restaurante observaban laescena, presenciando su humillación. La campana sobre la puerta produjo un ruidodiscordante mientras se abría. Ella no levantó la mirada, pero sabía quién, mejor dichoqué, había entrado por la manera en que la puerta aporreó dos veces antes de cerrarse.

Dios la había oído después de todo. Él había enviado a su protector. Jenna abrió sumano hacia la nariz caliente que se deslizó debajo de su palma y hundió sus dedos en elpelaje negro del cuello del voluminoso perro. Mientras él se apoyaba contra ella un bajogruñido retumbante emanó de la garganta de Danny, claramente directo hacia Clint.

—¿Qué es eso? —Rebecca se quedó sin aliento retrocediendo.

La respuesta de Clint estaba llena de seca diversión.

—Mi perro.

—¿Estás seguro de que no es un poni? —La mano de Rebecca se deslizó de Clintmientras ella se alejaba lentamente.

—Estoy seguro. Arrojé una silla de montar sobre él una vez y aulló por horas. Nohubo mala interpretación en lo que era, después de eso.

La tensión en el cuarto se alivio mientras un par de hombres bufaron de risa. Jennapalmeó a Danny mientras él estaba sentado, teniendo cuidado de evitar la cicatriz de suquemadura, sabiendo que eran tan dolorosamente sensitiva como las de ella. Él apoyó su

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cabeza sobre su pecho, la baba de sus quijadas mojando a través del babero de su delantal.Ella no prestó atención. Danny era seguridad.

La silla de Clint rechinó mientras él se acomodaba y dobló sus brazos a través de supecho.

—¿Entonces Jenna estás desaprobando mi forma de tratar a la señorita Salisbury?

Ella agarró firmemente a Danny y luchó contra su cobardía. Ella había empezadoesto, y debería terminarlo con un “Sí” definitivo, pero no era fácil dejar salir la palabra.Clint podría desbaratar su negocio. Él podría vencerla contundentemente. Ella abrió laboca. Sus labios formaron la palabra, pero nada salió afuera.

—¿Qué fue eso? —preguntó Clint.

Ella cerró los ojos, la humillación inundándola ante su cobardía. Dentro de susbrazos, Danny se enderezó y un largo gruñido bajo, advirtiéndole tronó ante Clint.

—¿No se supone que estás afuera para proteger a mi caballo? —le preguntó Clint alperro, su ceja derecha ascendiendo con la pregunta.

Danny no se movió ni se calló. Jenna se inclinó y susurró en su oreja. Él se tranquilizóinmediatamente.

Clint observó mientras Jenna se doblaba hacia Danny.

Su piel era más blanca que el blanco, y sus ojos tenían esa mirada encantada que ledecía lo cerca que estaba de romperse. Ella estaba allí, su cuerpo deliciosamente llenomedio oculto por su perro, su orgullo alrededor de sus dedos, y él sabía que ella trataba dealcanzar la fuerza en la que confiaba. Sabía que ella la encontraría, también.

Maldición, él podía dejarla humillarse así de simple porque ella lo haría. En lugar deeso, se encontró queriendo deslizarse entre su silencio y determinación, queriendoofrecerle a ella una salida. El impulso decayó mientras Jenna lentamente se enderezaba.Sus brillantes ojos azules encontraron los de él por primera vez en los últimos cincominutos, antes de rendirse con inquietud.

—Danny es muy sensitivo —susurró ella.

Clint le dio al enorme perro, el cual parecía una cruza entre oso y sabueso, un golpeligero en su nariz.

—Él no está acostumbrado a serlo.

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Pero él era un condenado buen juez de caracteres, y se había inclinado a JennaHennesey directamente, yaciendo al lado de ella en esa construcción incendiándose, listopara morir por ella. Casi lo hizo cuando el techo de esa choza desastrada había caído conestrépito alrededor de ellos. Él todavía no sabía cómo habían salido de allí. Ella habíamostrado increíble fuerza interior esa noche. Aferrándose a pesar del tremendo dolor.Aferrándose cuando él pensó que ella se desmayaría, sabiendo que la perdería si moría.Cavando profundo cuando él se lo pidió. Él no había visto una lamida de esa increíblefuerza interior desde entonces, pero eso no quería decir que no estuviera allí.

Pura y simplemente Jenna Hennesey, era demasiado agradable para su propio bien.Casi un felpudo. A menos que ella pensara que alguien estaba siendo fastidiado. Entoncesclavaba sus talones y peleaba. Tranquilamente, sutilmente, pero con una voluntad dehierro que no se acobardaba. El infierno de eso era que ella lo jalaba de ambos modos. Deun modo él quería envolverla y abrazar toda esa suavidad cerca. De otro él quería tirarla alsuelo y enterrarse en toda esa exuberante fuerza femenina.

Ninguna era una opción. Jenna Hennesey había pagado bastante en su vida para seruna mujer. Engancharse con él sólo le daría más dolor. Jenna necesitaba un hombre llenocon ideales y esperanza por el mañana. Un hombre que pudiera reflejar el optimismo queella usaba como un estandarte. El de él desde hacía mucho tiempo se había secado.

—Ahora que nosotros hemos aclarado el desagrado, ¿podríamos tener nuestroalmuerzo? —preguntó Rebecca.

Jenna le dirigió una mirada agradecida, una que le mostró sus hoyuelos. Clint sintióla contracción familiar en su polla que siempre experimentaba ante la presencia de Jenna.Aplastando el despertar de su excitación le dirigió a Rebecca su mejor sonrisa. Ellaparpadeó y contuvo su aliento. Él había visto la reacción mil veces en mil mujeres. En sujuventud, estaba acostumbrado. Dentro de algunos años, él se aprovecharía de eso, peroahora… Infierno. Él miró en la cara expectante de Rebecca. Infierno, ahora él tenía pocouso para eso.

—Almorzar estaría bien.

Clint contempló a Jenna. Su cara redonda dibujada con tensión. Ella estabapreocupada. Él estaba dispuesto a apostar a que los dedos sepultados en el cuello delperro tenían los nudillos blancos. Maldición, ¿por qué se sentía siempre impulsado aempujarla? ¿Era tan superficial, tan vacío, que no podia manejar a una mujer que no

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cayera a sus pies? El conocimiento de que él probablemente lo era no aligeró su estado deánimo.

—Traeré la sopa. —Él miró a la apariencia orgullosa del perro.

—Y si tú no has destinado cada pedazo de esa torta de crema para Danny, tendré unarebanada de ella para llevármela.

Él podía decir por la súbita desilusión inundando la expresión de Jenna que ellahabía hecho justamente eso.

—Sólo ha quedado un pedazo —comentó arrastrando su voz.

Clint hubiera apelado a su caso, pero como si detectara que su pastel estabacorriendo peligro, Danny inclinó su cabeza atrás y dejó a la piel suelta alrededor de su carahundirse, dándole una mirada tan infortunada que Clint no se molestó en competir.

—Infierno.

Jenna besó la nariz de Danny.

—Lo siento.

Ella tropezó de nuevo mientras Danny dejó a su peso completo apoyarse contra ella.

—Debería estar acostumbrado para esta hora —mascullo Clint, atrapando a su muñecay estabilizándola.

—¿Acostumbrado a qué? —preguntó Rebecca, mirando sus dedos en la muñeca deJenna.

—A ser dominado por la astucia de un perro mestizo. —Él soltó a Jenna, notando coninterés el débil rosado tocando sus mejillas.

—Danny no es un perro mestizo. —Hubo ese indicio de acero entretejiéndose en lavoz ronca de Jenna que siempre provocaba una reacción puramente sexual en él.

—¿Entonces qué es él?

Ella no tuvo una respuesta, pero su boca suave se adelgazó con determinación. Tressegundos más tarde ella tuvo una.

—Él es especial.

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Él le concedería a ella eso. Le faltaba decidir si el perro era una bendición o unamaldición.

—¿Qué más hay en el menú?

Ella movió sus pies y se mordió los labios, algo que él había notado que hacía paradesahogar la dolencia.

—Experimenté hoy con una receta nueva.

—¿Sí? —Las cosas se ponían mejor. Los experimentos de Jenna eran siempre unaexperiencia que hacía caer mandíbulas.

— Sí.

—¿Qué hiciste? —preguntó Rebecca cautelosamente, poniéndose derecha yconservando los ojos en Danny todo el tiempo.

—Ensayé un pastel.

La boca de Clint ya se hacia agua.

—¿Chocolate? —preguntó él, aferrándose a la esperanza. Acostumbraba a hacer queJenna siempre horneara un postre de chocolate los sábados, pero entonces alguien habíareparado en que los postres nuevos siempre coincidían con sus visitas, y ella se habíadetenido. Él creía que ella no quería que pensara que estaba promoviendo subenevolencia.

Su “Sí” fue suave, y su mirada no encontró la de él. Su labio inferior se resbaló entresus dientes, forzando a sus hoyuelos a sobresalir. Su polla se volvió dura como una piedrarápidamente. Demonios, la mujer era demasiado bella para decirlo. Jenna no podía serpara él, pero a él le gustaría hundirse por una semana en esas curvas exuberantes de ella.Enterrar su cara en la hendidura profunda entre sus pechos y sumergirse en su perfume.Él apostaría a que ella sería suave y le daría la bienvenida en todas partes. El tipo desuavidad que alejaba la soledad de un hombre.

—Eso suena delicioso —suspiró Rebecca.

La cabeza de Jenna subió. Clint reparó en que ella no evitaba la mirada de Rebecca enla forma que evitaba la de él.

—Espero que sí. Tiene moca, nuez, crema de mantequilla relleno con un glaseado dechocolate oscuro. Podría ser demasiado por un poco.

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—El Chocolate nunca puede ser demasiado —contrarrestó Clint. Al mismo tiempo queRebecca gimió y preguntó:

—¿Hay alguna oportunidad de que estés contemplando corderos para el sacrificiopor probar esta receta nueva?

Las manos de Jenna se retorcieron en el pelaje de Danny.

—No te podría cobrar por él.

Clint juró en voz baja.

—Como el demonio que no podrías.

—Pero es sólo un experimento.

Ella se vio genuinamente angustiada, como si pagar por un postre que a él pudierano gustarle pudiera dejarlo en la quiebra.

—Te voy a decir algo, si no me gusta, no pagaré por él.

—Me gustaría probarlo, también —comentó Rebecca—. Mi mamá tiene en la cabezaque el chocolate es malo para el cutis, así es que nunca lo consigo a menos que lo haga aescondidas.

Eso la había decidido, Clint lo sabía. Jenna le traería a Rebecca el pastel, porque laúnica cosa que Jenna adoraba era el chocolate y estar sin él la ponía de mal humor. Era porlo qué él le había pagado a Eloise para que lo surtiera en su tienda y se lo vendiera a Jennaa una cuarta parte del precio. Ella nunca había estado en otro lugar para saber que elprecio que ella pagaba era demasiado bajo. Y hacía feliz a Clint saber que su dinero le dabaplacer a alguien.

Jenna soltó a Danny, envolvió las manos en su falda y se mordió los labios,mostrando esos hoyuelos otra vez. Él contuvo un gemido. Su hambre por Jenna se salíafuera de control.

—Lo sacaré, pero sólo si tú prometes que no te sentirás obligado a decir que te gustasi no es así.

—Estoy bastante segura que va a gustarme —le aseguró Rebecca a ella—. Es dechocolate después de todo.

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La gentileza en su tono mientras hablaba con Jenna la hizo subir una muesca en laopinión de Clint. Él se hizo la nota mental de encontrar la manera de deslizar chocolate enRebecca ahora y una vez más.

—Voy y vengo, entonces. —Jenna dio vuelta, respingando mientras su peso cayóencima de su pierna mala. Danny lloriqueó y se apoyó contra ella. Con aprobación, ellareconoció al vago rondando en la puerta y se frotó el muslo.

Clint sacudió la cabeza cuando ella invitó a entrar al vago antes de encaminarse a latrastienda, Danny presiono contra su costado, soportando su peso. Aun desde estadistancia él podía oler el whisky agrio y añejo emanando de la ropa sucia del borracho.Algún otro tendero no lo habría dejado entrar, pero Clint sabía que Jenna lo sentaría y lotrataría a cuerpo de rey, deshaciéndose en excusas con todos los que él ofendiera, pero nolo despacharía. Él hubiera apostado a que ella ni siquiera cobraría la cuenta, su corazónotra vez entrometiéndose con el negocio.

Clint hizo una nota mental para duplicar su propina. La mujer era demasiado suavepara su bien. Demasiado terca, también. Él podía distinguir por su cojera mientras ella seabría paso a través de la puerta de la cocina que su pierna la mataba. No había forma deque ella consiguiera llegar hasta el final todo el día sin un desastre, lo cual quería decir queno había manera de que él consiguiera dejar de preocuparse por la forma en quesucedería. Más demoró el pensamiento en formarse en su mente que lo que un impacto yun grito llegaran desde atrás de la puerta rebatible.

Hubo un momento de silencio ensordecedor, y entonces Danny aulló.

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CCaappííttuulloo 22

Clint saltó de su silla, sobre el mostrador y atravesó la puerta antes de que la últimanota del aullido misterioso desapareciera en la nada. La única vez que él había oídoaullando a Danny de esa manera, Jenna había quedado atrapada en aquella choza, con elfuego rugiendo alrededor.

Su primera impresión del cuarto fue de caos. Un anaquel estaba caído, el contenidoesparcido sobre la estufa y el mostrador, los fragmentos de cerámica rota esparcidos portodos lados. Entonces vio a Danny sentado al lado del anaquel derribado, con expresiónurgente. El anaquel subió y bajó. El corazón de Clint dejó de latir.

Él lanzó la estructura de madera al lado. Debajo de ella yacía Jenna. Ella puso elmáximo empeño en arrodillarse, pero luego se derrumbó otra vez. Él la agarró con unbrazo debajo de su torso antes de que cayera al suelo.

—¡Maldición!, ¿estás bien?

Asintió con la cabeza cuando él la volteó, deslizándose a sus rodillas y colocandolade espaldas.

—Eres como el demonio —refunfuñó, más para él que para ella. La expresión de ellase retorció por el dolor, con su cuerpo arqueándose sobre sus rodillas esforzándose porcontener la agonía. No podía soportar verla como estaba. La agarró por los hombros,sosteniéndola.

—Demonios, “Sunshine”, grita si quieres hacerlo, pero dime donde estas herida.

Ella no gritó. Sus uñas cortas atravesaron un poco los vaqueros de Clint hasta tocarsu muslo cuando ella jadeó.

—Mi pierna.

Un profundo gruñido salió de la garganta de Danny un segundo antes de queRebecca preguntara.

—¿Ella está bien?

Clint quiso hacerle eco al gruñido mientras observaba por sobre su hombro ydescubrió todas las caras mirando fijamente por la puerta. Jenna estaría mortificada. Un

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rápido vistazo hacia abajo le dijo que lo estaba. Sus brillantes ojos azules estabaninundados por las lágrimas.

—Está bien, pero si puedes decir a cada uno de los comensales que el restaurante seha cerrado por el resto del día, yo lo apreciaría. —Ignoró la violenta sacudida que Jennadió con su cabeza—. La señora Hennesey necesita descansar.

Maldición, llamarla por aquel nombre le sentó como gancho al hígado. Nunca debiócasarse con aquel bastardo brutal. Jenna se esforzó por levantarse. Él la dominó con lasimple colocación de una mano en su estómago.

Detrás de él oyó como Rebecca explicaba a todos, añadiendo un recordatorio para noolvidar pagar sus cuentas. Ella era una mujer eficiente, capaz. Sería una excelente esposapara cualquier hombre. Debajo de su mano el estómago suave y seductor de Jenna se agitómientras respiraba profundamente y jadeó.

—Jonás.

—¿Qué con él?

—Su cena.

—Él sin duda beberá como de costumbre.

Un pequeño chillido escapó de sus labios mientras daba tumbos contra él. Él laagarró y la sostuvo contra su pecho, apoyando la cara en su garganta y cada jadeo de sualiento que lo rasgaba por dentro.

—Voy a mirar tu pierna.

Bajando su mano sujeto con fuerza su falda y sacudió su cabeza.

—Jonás —jadeó otra vez. Él tiró de su muñeca. Ella sujetó con más fuerza su falda. Élpodría decir que lucharía contra él hasta que esto estuviera resuelto.

—Maldición, tienes que ser la mujer más obstinada. —Dio vuelta y gritó fuera de lapuerta—: ¡Rebecca!

Ella atravesó la puerta un segundo más tarde con las manos llenas de platos sucios.

—¿Sí?

—¿Esta aquí todavía ese borracho?

Ella echó un vistazo sobre su hombro.

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—Esta por salir, y estoy segura que él tiene un nombre.

Justo lo que necesitaba, dos mujeres compasivas y bobas.

—Jonás —Jenna jadeó de nuevo la última sílaba elevando el tono de su quejido.

—Sírvele un tazón de sopa y un postre, y lo dejas seguir su camino.

Rebecca no se movió inmediatamente. Clint echó un vistazo sobre su hombro. Ellamiraba directo a Jenna, no con compasión, sino interrogándola.

Él maldijo para sí, sabiendo que nada importante sería hecho hasta que las mujeres lohicieran a su modo.

—¿Qué tipo de postre le gusta a Jonás? —preguntó él a Jenna.

Tuvo que esperar por cuatro fuertes jadeos antes de que ella encontrara suficientealiento para contestarle.

—Chocolate.

¡Demonios!, primero su tarta para el perro y ahora su pastel para un borracho.

—Dale un pedazo de la torta de chocolate y dile que si los platos no regresan en unasola pieza lo sacaré de su escondrijo.

Jenna sacudió su cabeza otra vez cuando otro espasmo la sacudió.

—¿Qué demonios pasa ahora?

—Que coma aquí.

—No. —No habría forma de hacerla descansar si ella mantenía a alguien en la tienda.

—Entiende —gimió ella.

—Esto es lo que quiero que él haga. Que tome su comida en otra parte.

—Pienso que Jenna cree que alguien se la robaría —ofreció Rebecca, poniendo losplatos en el piso al lado de la puerta.

—¡Mil veces maldición!

Rebecca jadeó y Jenna gimió. Con un innecesario “Cuida de ella” para Danny, Clintentró disparado en el otro cuarto. Se quitó el Stetson con su banda distintiva, y lo ofreció aloprimido hombre—. Si alguien se mete contigo, le enseñas mi sombrero y le dices queentonces se meterá conmigo.

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En lugar de estar agradecido, el hombre miró en la dirección por la cual Clintacababa de venir.

—¿Está bien la señorita Jenna?

—Para ti es la señora Hennesey.

—No le gusta ese nombre.

Clint no sabía si se refería que a Jenna no le gustaba o si a él no le gustaba, pero yaque no le gustaba tampoco, no tenía mucho que discutir. Se paró allí sosteniendo elsombrero y esperó. Jonás estuvo de pie con los hombros rígidos como diciendo que él notomaría nada hasta que su pregunta fuera contestada. ¿Acaso todos estaban tratando deencontrarle su lado malo?

—Estará bien. Sólo tengo que cuidarla, y no me dejará hacerlo hasta que esté segurade que estás bien.

—Es una buena mujer. —Sus ojos cuando se encontraron con los de Clint sevolvieron repentinamente claros—. Usted tiene que cuidarla mejor.

Clint empujó el sombrero en las manos del hombre.

—¿Quieres mi protección o no?

Jonás asintió con la cabeza y alcanzó el sombrero.

Tan pronto como Jonás tocó el borde del ala, Clint giró sobre sus talones. Él noconfiaba en que Jenna lo esperara. La mujer tenía una bengala para atraer problemas.Como si aquel pensamiento diera a luz la realidad, Danny aulló. Jenna gritó. Y hubo otroespantoso entrechocar de cosas cayendo.

—¡Demonios, Jenna! —maldijo, atravesando la puerta—. Te dije que te quedarasquieta. —Estaba en el suelo agarrándose la pierna, su cara era una máscara de agonía yuna nueva pila de cacerolas se encontraba alrededor de ella.

—Rebecca —llamó él sobre su hombro mientras apartaba a base de puntapiés losescombros de su camino, entonces podría arrodillarse al lado de ella—. ¿Puedes traer aDoc por mí? Debe estar donde Perla. Dile que necesito el láudano.

—Iré enseguida —gritó ella desde el otro cuarto. Oyó la puerta exterior tintinear yluego cerrarse de golpe. Tal vez debería reconsiderar a Rebecca. Realmente le gustaba unamujer que sabía obedecer. A Diferencia de Jenna quién había estado negando con la

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cabeza desde que había mencionado al doctor y el láudano, sabía que terminaría pordiscutir con ella.

—Lo tomarás. —No podía soportar verla sufrir más tiempo del que ya lo habíahecho.

—No puedo —susurró ella, evadiendo su mirada.

Él tocó su mejilla, sabiendo lo que temía. La cólera huyó de él.

—No te dejaré tenerlo por mucho tiempo, Sunshine.

Le daría lo justo para que ambos terminaran con esto.

Poniéndose de pie, agarró una toalla del mostrador y la metió dentro de un tazón.Tomó del quemador el agua caliente para el té y la vertió en la toalla, empapándola. Elvapor se elevó alrededor de su cara. Tomó una jarra de agua del mostrador y vertió sólo lonecesario para empapar el borde.

—Esto va a doler, Jenna, pero es la forma más rápida de hacerte sentir mejor.

Él cubrió la mano con que agarraba su falda, apretó sus dedos, luego deslizó su manodebajo de la suya, recogiendo la falda en su palma, subiéndola sobre sus muslos,revelando debajo los bombachos raídos y los hoyuelos en sus regordetas y deliciosasrodillas. Antes de que pudiera detenerlo, él coloco la tela caliente sobre la llaga palpitantede sus muslos. Al mismo tiempo, la atrajo hacia sus brazos, ahogando su grito contra supecho, meciéndola mientras sus uñas se clavaban en su clavícula bajo su camisa. Con sumano libre, él aseguro mejor la toalla, y a continuación a través de los pliegues gruesos,comenzó a masajear los músculos anudados.

—Todo está bien, “Sunshine”. —Al principio ella se arqueó, lo araño más profundo,pero mientras el calor y el masaje hacían su trabajo, ella comenzó a relajarse—. Todo va aestar bien. —Sus uñas aflojaron la presión. Su aliento salió en un murmullo de suspulmones mientras se derrumbó contra él.

—Lo siento —susurró ella.

—¿Por qué? —preguntó él.

—Te rasguñé.

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—No es gran cosa. —Se recostó contra el mostrador y la acomodó totalmente en suregazo. Ella lo miró como si estuviera loco, luego bajó los ojos hacia su cuello donde aunpermanecían las marcas de sus uñas.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó Clint, ignorando la mirada y concentrándose ensu pierna, sintiendo la tensión disminuir de sus músculos como dijo que pasaría.

—Sí. —Se movió como si quisiera escaparse.

—¡Quieta allí! —La apretó contra él—. Sabes que tan pronto como uses esa pierna vaa hacerse insoportable otra vez. —Él sospechó que sería sólo un poco menos que esoahora.

Sus suaves y pequeñas manos se apretaron en sus costados.

—No puedo quedarme como estoy.

—¿Por qué no?

—Es impropio.

—Nadie nos ve.

—Eso no lo hace correcto.

—Por extraordinario que parezca, no estoy interesado en “lo correcto” en estemomento. —Forzadamente presionó su cabeza de nuevo contra su pecho. Danny gimoteó.Él le lanzó una mirada relampagueante—. Estoy más interesado en contener tu dolor hastaque Doc este aquí.

—¿Y si Doc nos ve como estamos?

La puerta se abrió de golpe y Doc entro a zancadas en el lugar, triturando la cerámicarota bajo sus botas, su pelo, como siempre, de puntas, sus ojos azul claro, compasivos.

—Él pensaría que su sobrino es un hombre condenadamente listo por mantener eldaño al mínimo.

Sobre la cabeza de Jenna, la mirada fija de Doc encontró la de Clint. La sonrisa en susojos le dijo que él era un maldito afortunado, también. A Doc siempre le había gustadoJenna.

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—¡Dijiste que no se pondría peor! —Jenna lanzó un grito. Empujó el pecho de Clintpara echar un vistazo a Doc. Clint lo permitió. Cuando ella tiró de su mano en su muslo, élsimplemente no hizo caso de sus esfuerzos y siguió con su masaje.

—Tu pierna no lo hará —replicó Doc, echando un vistazo en el área del desastre—.Pero no puedo decir lo mismo de tu tienda.

Los muslos de Jenna se tensaron sobre los suyos, y contuvo el aliento. Otro calambrela estaba atacando. Clint le ladeó la cara hacia la suya, sin permitirle evadir su mirada.

—Respira hondo conmigo, en este momento Jenna. No luches en contra. Eso sólo lohace peor. —Él pudo sentir la longitud de su muslo, definiendo la extensión del músculoimplicado, respiraba profundo con ella, deseando poder tomar el dolor por ella. Nomerecía esto. Cuando ella acompaso su respiración a la suya, comenzó a darle masaje.

—Eso es, Sunshine. Déjalo fluir a través tuyo. Déjalo ir, y deja a Doc hacer su tarea.

La tarea del doctor fue una reaplicación del paño caliente. Cuando quiso hacersecargo del masaje, Clint se resistió. Trato de mantenerse indiferente, pero la risa en los ojosde Doc le hizo saber que el hombre mayor sabía que era porque no podía soportar lasmanos de otro hombre sobre ella. Jenna descansó contra su pecho, presionando su oído ensu corazón y respirando como él lo hacia, tratando de hacer todo lo que le pedía. Podríadecir que la intensidad de este espasmo no tuvo nada que ver con la intensidad del último.Cuando se desplomó contra él, Clint cambió ligeramente, sólo lo suficiente para que lospechos de Jenna se aplastaran en su totalidad contra el suyo. ¡Maldición!, era algo.

El suave sonido de un corcho escapando de una botella la hizo enderezarse.

—Nada de láudano.

—Tienes que descansar y esos músculos tienen que relajarse —indicó Doc.

—Aplicaré las toallas calientes y masaje —respondió Jenna, empujando el pecho deClint en la creencia equivocada de que él le dejaría ir antes de que tuviera que hacerlo.

—¿Y cómo vas a llegar a las toallas? —preguntó él y continuó trabajando sobre losmúsculos dañados.

Bajó su barbilla.

—Saltaré.

Clint pudo verla saltar, perder el equilibrio, y caer de cabeza en el agua caliente.

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—No.

Ella apretó sus manos en su regazo.

—No quiero esto.

—Lo sé.

Esto la calló como había pensado, pero no disminuyó la terquedad en su expresión.Él contempló al doctor en busca de ayuda.

El doctor levantó una canosa ceja hacia él en respuesta. Clint suspiró. Por lo visto, yaque él había comenzado este argumento, él iba a tener que resolverlo.

—Necesitas esto, Jenna. —Alzó su barbilla y aunque fuera demasiado tímida paramirarlo a los ojos, él sería un tonto para subestimar su lealtad a la terquedad.

—Necesito mantener mi tienda abierta.

—Si tienes una noche de buen descanso podrás estar tan bien como la lluviamañanera, pero si sigues insistiendo en esto, estarás inactiva durante un mes.

Le molestó que ella mirara al doctor para confirmar. Él nunca le había mentido.

—Él tiene razón —estuvo de acuerdo Doc.

—Bien, descansaré.

Clint podría decir por la mirada evaluativa que lanzó alrededor de su pequeñacocina que sus definiciones de descanso eran como mundos aparte.

—Toda la noche —aclaró Clint.

—¡No puedo hacer esto! —jadeó Jenna.

—¿Por qué diablos no? Esto no es como si tuvieras una familia que cuidar.

Alzó la barbilla tercamente.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—No puedo decírtelo.

—Entonces creo que tendrás que seguir con mi plan.

—No eres mi marido.

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—No, no lo soy. Pero soy lo más cercano a tu protector, y esto me da cierto derecho.

—No necesito tu ayuda.

—Soy de una opinión diferente.

—¿Por qué siempre tienes que ganar? —Ella se agitó contra su mano, chocó con labarrera de su fuerza, y perdió.

—Porque de algún modo soy muy terco, supongo.

Danny gruño, Doc se rió, y Clint apretó su espalda contra su pecho.

—Esto es tan injusto.

—La vida es injusta. —La giró con cuidado en sus brazos—. ¿Dónde están lasescaleras que van hacia tu cuarto?

Hubo una pausa donde ella claramente consideró no decírselo, pero él atrapó sumirada, y la rebelión tuvo una muerte rápida. Con un tirón de su barbilla, indicó la cortinaen la esquina derecha. La sonrisa satisfecha que rondaba la esquina de su boca despertó susentido del desafío. Claramente, ella pensó que lo tenía entre la espada y la pared. Por qué,él no tenía ni idea, pero estaba razonablemente seguro que lo sabría bastante pronto.

—Prepárate. —Con cuidado puso sus manos bajo sus piernas, manteniéndola losuficientemente cerca de él, se puso de pie, y la sonrisa satisfecha en su cara desaparecióde golpe. Y luego entró en pánico. Los brazos de Jenna volaron alrededor de su cuello.

—No me dejes caer.

—No tenía intención de hacerlo. —Había algo muy satisfactorio en el hecho deperturbar a Jenna. Ella se agitó nerviosamente y sus defensas se vinieron abajo.

—Soy demasiado pesada.

—No lo eres. —No era un peso pluma como la esposa de Cougar. Elladefinitivamente era algo atractivo y exuberante que llenaba sus brazos, pero se sentía bienque estuviera allí—. Yo diría que tienes el peso justo.

Claramente no le creyó. Se mantuvo firmemente en sus brazos y mordisqueándose ellabio entre los dientes. Sus hoyuelos eran cuchilladas profundas en sus mejillas y cadaatisbo furtivo que tomaba de su expresión, buscando señales inminentes de caída, hizobrotar genuino humor en el alma de él.

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Hasta que llego a la cortina. Mientras Doc la apartaba para ellos, la sonrisa satisfechavolvió de nuevo a la cara de Jenna, y era fácil ver por qué. La escalera simplemente erademasiado estrecha para que él la subiera con ella en brazos.

—Supongo que tendremos que hacer las cosas a mi modo —dijo ella en un tono muyrespetuoso que no lo engañó ni un instante.

—¡Al diablo con eso! —Él la deslizo hasta que su peso descansó sobre su pierna enbuen estado. Antes de que ella pudiera recuperar totalmente su equilibrio, puso el hombroen su estómago y la levantó.

Estaba a medio camino de la estrecha escalera antes de que ella comenzara aquejarse. Incluso sus protestas eran suaves, los viejos escalones de madera chillaronmucho más alto que su voz. Había sólo dos puertas en lo alto de la escalera. La de laderecha estaba abierta. La escogió siguiendo un presentimiento. Se agotó. Los pesadospasos de Doc surgieron detrás de él, seguido del sonido seco de las garras de Danny.

Rodeó con la mirada el pequeño cuarto. Había un simple edredón en la cama, unasolitaria ventana, cuatro ganchos en la pared —dos de los cuales tenían unos vestidoscolgados— y un arcón al pie de la cama. Estaba inmaculado y ordenado, hablabaprofundamente de la carencia de algo verdadero en la vida de Jenna que resonó con elvacío que él sintió por dentro. De algún modo ellos eran como dos guisantes en una vaina.Feliz en el exterior. Vacío en el interior. Pero al menos ahora que su despreciable maridoestaba muerto, Jenna tenía la posibilidad de seguir adelante.

La dejó delante de la cama. Sosteniéndola por los hombros, él la equilibró hasta quese sentó. Su pelo se salía del moño y su cara estaba roja, ya fuera por estar con la cabezaabajo o por vergüenza, no lo sabía. No creía que tuviera importancia. Sus ojosrelampaguearon hacia sus piernas, y luego de manera errática hasta sus brazos antes deechar un vistazo para estudiar el suelo.

—Eres muy fuerte.

Él se acomodó la camisa y se encogió de hombros.

—Nah. Tú no eres tan pesada.

Ella se miró a si misma como comprobando que ellos hablaban de la misma persona,se sacudió el pelo de la cara y luego cruzó las manos en su regazo.

—Estaré bien ahora.

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Él no la dejaría sola.

—Esperaré a Doc para tomar una decisión.

Miró sobre su hombro, esperando que Doc estuviera allí, pero no estaba. La puerta através del pasillo crujió.

—Oh no. —Jenna se puso de pie y se movió. Clint la apresó contra él, tomándola enpeso antes de que diera el segundo paso.

Un bebé lloró.

Ella se puso rígida.

—¿Estás haciendo de niñera para alguien? —preguntó él, disfrutando de la vista desus curvas contra él cuando la depositó en la cama.

Jenna mordió su labio y sacudió la cabeza. El doctor atravesó la puerta, la botella deláudano sobresaliendo de uno de los bolsillos de sus pantalones y un bulto diminuto,cubierto con una manta sobre su hombro.

—Miren a quién encontró Danny quejándose en su… —él hizo una pausa ycontempló a Jenna para su confirmación. Ante su cabezada, él siguió—, su cama.

Doc palmeó el trasero del bebé.

—Tengo la impresión que necesita un cambio de pañal.

—Oh no —Jenna se deslizó al borde del colchón. Clint se movió hacia adelante,bloqueándola con su cuerpo.

—¿De quién es este bebé, Jenna?

Su barbilla se impuso obstinada, y no enfrentó su mirada fija.

—Mío.

Doc ni siquiera se detuvo ante la ridícula proclamación.

—Entonces supongo que ella quiere a su mamá.

—No puedes tener niños, Jenna —indicó Clint, retrocediendo cuando Doc le dio uncodazo en la panza. Jenna alcanzó el quisquilloso bulto. Por el nivel del ruido, el bebépreparaba el terreno para un buen gemido.

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Con voz tan suave como baja, Jenna pasó sus brazos alrededor del bulto que semovía.

—Ven aquí, cariño.

Doc retrocedió, su mirada fija se cerró sobre Jenna, quién acunó al niño como si ellafuera un milagro.

—Ella no puede tener niños —indicó Clint otra vez, olvidando el hecho de que Dochabría notado si había estado embarazada.

Doc se encogió de hombros.

—A veces Dios se encarga de estas cosas.

Jenna puso en la cama al bebé que ahora chillaba. Entre un manojo de gorjeos ytonterías suavemente dichas, Jenna desenvolvió al bebé.

—¿Es esto por lo qué dejaste recado que querías verme, Jenna? —preguntó el doctor.

—Sí —susurró Jenna—. Silencio pequeñita. —Ella alzó la vista hacia Doc, con susgrandes ojos oscuros preocupados—. Ella tiene una horrible erupción de pañal y no sécómo solucionarlo.

Le tendió un pañal empapado claramente esperando a que Clint lo tomara. Él lo hizo,dejándolo caer de inmediato, retrocediendo rápidamente cuando golpeó el suelo con unsonido acuoso. Ella lo recorrió con la mirada.

—¿Podrías traer algunos pañales limpios de su cuarto?

Él no estaba exactamente seguro de cómo lucia un pañal, pero viendo el líoempapado en el suelo buscaba cuadrados de la tela amarilla pálida. Cuando llego al otrocuarto fueron fáciles de encontrar. Estaban perfectamente doblados sobre el tocador. Alparecer, ella había cortado uno de sus tres vestidos. El único que no era de lana. El máscómodo. El que le hizo pensar en ella como una salida de sol andante. Recogió la pila depañales e hizo una pausa. Si necesitara cualquier prueba de que Jenna estaba tomando enserio al bebé, ya la tenía.

Cuando volvió al cuarto, Doc se inclinaba sobre la niña.

—Yo diría que tiene aproximadamente una semana de nacida. Todavía tiene sucordón umbilical. Saludable por el sonido de esos pulmones. Sólo precisa de unos cuantoscuidados y estará tan bien como la lluvia. ¿Dónde la encontraste?

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—La abandonaron en mi puerta trasera.

—¿No había nadie alrededor? —preguntó Doc, comprobando los ojos del bebé.

—No.

Doc colocó a la pequeña bajo su barbilla.

—Es una belleza, pero con certeza nadie la querrá.

Clint lanzó los pañales en la cama. Su “¿Por qué diablos no?” Coincidió con el de Jenna“yo la quiero”.

Clint le disparó una mirada. No había forma de que ella sola pudiera hacerse cargode un bebé.

Jenna se inclinó y besó a la criatura.

—Es sólo la niña más hermosa en el mundo.

Doc retrocedió, y Clint le dio su primera buena mirada al bebé.

Era algo que valía la pena ver. Y no para el débil de corazón. Grandes mechones depelo negro salían directamente de su diminuto cráneo. Su cara estaba roja y manchada,embrollada en otro grito. Pequeños granitos la cubrían por todas partes y sus puñosdiminutos se agitaron con desesperación. Su pequeño cuerpo era dolorosamente delgado,sus costillas asomando bajo su piel pálida, rojiza—marrón, y los huesos de su cadera eranprominentes. Más doloroso era la erupción sangrienta que cubría sus partes privadas.

Ella era una diminuta garrapata, en un triste estado de deterioro. India —que no erade buen agüero para su futuro. Su grito se detuvo ante el hipo. Ella abrió sus brillantesojos azules y lo miró pidiéndole ayuda, su labio inferior temblaba, resoplando dentro yfuera de sus encías. Sabía que era sólo un factor de mala visión, pero su mirada nebulosa yfija pareció solitaria.

Y bien, debería. Una niña mestiza de procedencia cuestionable no tenía una malditaoportunidad para encontrar un futuro. No sin algo aumentando la apuesta inicial. Cuandoél miró, Jenna acarició la pequeña cabeza, alisando los mechones sueltos de pelo,sonriendo cuando estos se soltaron como resorte de la seguridad de sus dedos. Laspequeñas piernas dieron puntapiés y se estiraron, y pareció que sus bracitos seextendieron hacia él en una súplica silenciosa. Como si la última de sus esperanzasdesapareciera con su carencia de respuesta, la diminuta cara se arrugó.

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—¡Maldición! —Él la levantó. Ella no era nada más que una cosa diminuta en susmanos. Un punto diminuto, indefenso, tembloroso con las circunstancias en contra y nadaentre ella y el enorme mundo malvado de afuera. Él la apoyo contra su hombro, usando sumano como una manta para calentar su cuerpo dolorosamente delgado. Ella le pilló elcuello de su camisa con la boca de capullo de rosa y comenzó succionar. Suestremecimiento se redujo a un pequeño temblor cuando descansó contra su pecho.

Desde la cama, Jenna lo miró cautelosamente. Detrás de él, Doc indicó lo obvio.

—Nadie va a querer a una niña mestiza en su medio.

Las manos de Jenna se cerraron en puños.

—Ellos no tendrán otra opción.

—Me temo que lo harán —respondió Doc con brusquedad.

Jenna elevo su barbilla y Clint vislumbró la fuerza que él sabía que ella abrigaba.

—Ella es mía.

—El decirlo no lo hace realidad a menos que tengas los músculos para apoyarlo. —Doc se encogió de hombros y dobló bruscamente un pañal en forma de triángulo sobre lacama—. Y mientras el pueblo sigue las formalidades para encontrarle un hogar, cuandonadie de un paso para reclamarla, las autoridades la despacharán a uno de aquellosorfanatos al este de aquí.

—¡No! —Jenna acarició la espalda de la niña, sus deditos aferrándose al borde de lapalma de Clint antes de adormecerse—. No dejaré que pase.

Clint ahuecó el pequeño fondo un poco firme en su mano. Aquellos orfanatos eranagujeros infernales, sitios sin ninguna esperanza. Si los niños sobrevivían, se convertían enesclavos de las fábricas. Sin futuro, sin pasado, sólo el infierno implacable del presente.Por el tiempo que durara.

Doc tendió sus manos hacia la niña. Clint la levantó, pero tan pronto como supequeño cuerpo perdió contacto con el suyo, ella comenzó a tensarse y jadear. Un vistazorápido hacia abajo mostró su labio inferior agitándose como una hoja al viento. Él la volvióa sujetar contra sí y se encogió de hombros ante la mirada perpleja de Doc.

—Ella todavía necesita un minuto.

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El doctor tocó el hombro de Jenna amablemente, cada línea en su cara con profundopesar.

—No te dejarán quedarte con ella Jenna, y sobre todo porque eres soltera.

Los grandes ojos azules de Jenna se centraron en el bebé. Las lágrimas lavaron subrillante color y rodaron por sus mejillas. Contra su hombro, la pequeña comenzó aquejarse continuamente. Clint la acunó en sus dos manos tomándola por la espalda, ymiró su cara. Con un pequeño sollozo con hipo, ella le devolvió la mirada, sus ojos demedianoche llenos de desolación. Él miró a Jenna, sus ojos llenos de pánico con la mismadesesperación, y finalmente miró a Doc.

Su tío no parecía triste o trastornado, sólo expectante, de la forma en que siemprehacía cuando esperaba que él hiciera lo correcto. Oh demonios, ellos estaban conspirandocontra él. Le dio la niña a Jenna, quien la agarró apretándola firmemente, sepultó su caraen el pequeño cuello de la nena y susurró.

—No los dejaré que te lleven.

—Entonces el punto fundamental es, que no tiene marido, no hay una maldita formaen que Jenna pueda conservar este Botón —dijo él, mirando a las dos mujeres unacompletamente crecida, la otra recién nacida, ambas demasiado buenas para ser verdad.

El “No” de Doc era una cuestión de hecho. El “Mírame” de Jenna era un gruñido dedeterminación.

Este gruñido de su pequeña y tímida Jenna quién nunca dijo “boo” a un fantasma, lemostró que debía querer muchísimo a la nena. Él le levantó la barbilla. Cuando la miradade Jenna no se elevó hasta la suya, le dio un toque a su nariz con su pulgar hasta que lohizo.

—Entonces supongo que estas completamente decidida a quedártela.

—Sí.

—Entonces necesitas un marido.

El pánico titiló sobre su cara decidida.

—Encontraré uno.

—¿Dónde?

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—Tiene que haber alguien.

Valientes palabras, pero ella tenía que saber, como él, que una mujer estéril con unniño mestizo y sin tierras o perspectivas de tenerlas encontraría pocos interesados, y pocosde aquellos serían del tipo que los padres del pueblo aprobarían.

Excepto tal vez un hombre mestizo con más dinero que sentido común, quenecesitara una razón para continuar más de lo que necesitaría su próximo aliento. Esa si élestuviera en el mercado para arrastrar a alguien tan agradable y amable como Jenna a suinfierno privado.

—Me parece que Clint está disponible y él ha hecho un verdadero espectáculo sobreestar en el mercado —indicó Doc amablemente.

Clint le disparó una mirada asesina. Jenna interceptó la mirada, y la débil y tenue luzde la esperanza se desvaneció de su cara. Él frunció el ceño. Ella no podía leer en él, nisiquiera el valor de un níquel falso. Obviamente pensó que él estaba enfadado por lasugerencia de Doc mientras que en realidad la parte poco escrupulosa y egoísta de él saltóante la oportunidad de hacerla suya, condenando sus buenas intenciones. Tener a Jenna ensu desolado mundo iluminaría algunos oscuros rincones. Hasta que ella aprendiera que élno tenía nada para dar, y todo ese optimismo se decolorara hasta convertirse endesilusión.

Jenna hundió su cara en el cuello del bebé y susurró.

—No soy su tipo.

—No era consciente de que yo tuviera un tipo.

Ella apretó a la nena con intensidad.

—Me parece por eso que el muchacho ha estado haciendo tantos cortejos. —Docofreció—. Porque no puede decidirse por ninguna.

Jenna estrechó a la nena contra sus amplios pechos. La pequeña gruñó en protesta, elsonido casi cubrió aunque no completamente su tranquila respuesta.

—Él merece algo mejor.

Ella acarició con intensidad desesperada la espalda de la niña antes de jurar.

—Pero encontraré a alguien.

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Clint no podía imaginar lo que ella tendría que sacar a luz si pensaba que él erademasiado para ella.

—No será necesario.

—¿Lo dices en serio hijo? —preguntó Doc.

Jenna se enderezó en la cama, su mirada aferrándose a la suya, sus labios apretadosentre sus dientes, luciendo tan insegura, tan desgarrada, tan condenada e inocentementeoptimista que le hizo daño mirarla. Él había pensado mantenerla alejada de su reputación.No parecía que esto fuera a pasar. Según su experiencia, el destino había hecho unacostumbre de travesear con sus buenas intenciones. No parecía que intentara detenerseahora. Siendo ese el caso, no tenía sentido ir en contra de la tradición. Él extendió la manoy dirigió su índice debajo del profundo pliegue del hoyuelo izquierdo de Jenna, descansósu pulgar contra aquella boca tentadora, y selló su destino al de él.

—Sí. Lo estoy diciendo en serio.

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Capítulo 3

Jenna estrechó a la pequeña Brianna contra ella y clavó los ojos en Clint. No podíaquerer decir lo que ella pensó que quiso decir. No podía querer decir que iba a casarse conella. Clint McKinnely era una leyenda. Las personas le temían y le admiraban a partesiguales. En la misma forma que lo hacían con su primo. Mestizo o no, no había una mujeren el territorio que no quisiera –o no se hubiera– arrojado ella o a su hija virgen a sus pies.Todas ofrendas sacrificadas a su riqueza y su fuerza.

Y había mucha fuerza. Miró hacia arriba, muy arriba, su cuerpo mientras estabadelante de ella. Era grande, la musculatura en sus muslos apretados contra sus pantalonesvaqueros, su pecho ascendiendo poderosamente de sus caderas delgadas. No se atrevió amirarlo a la cara. En lugar de eso, dejó a su mirada deslizarse a través de sus hombrosmacizos antes de viajar abajo sobre la protuberancia de su bíceps hasta que llego a loshuesos firmes de sus muñecas. La muñeca junto a la mano en su mejilla. Podría romper sucuello con un golpecito de esa muñeca, pero su agarre, aunque firme, no era furioso. Aúnasí, le preocupaba. Especialmente cuando acunó su mejilla y sus dedos se deslizaronalrededor para acariciar la base de su cráneo. Era todo lo que podía hacer para quedarsequieta. La ponía tan nerviosa.

Se mordió los labios y consideró sus opciones. Los McKinnelys eran fuertes,atrevidos, y posesivos. Todo el mundo sabía que una vez que un McKinnely reclamabaalgo como suyo, no había viaje de regreso, y si, desgracia para quienquiera que intentaratomarlo. Los hombres McKinnely eran duros, personas atemorizantes, pero cuandodecidían que algo era de ellos, removían cielo y tierra para protegerlo. Lo cual probabaaun más que Clint no podría querer decir lo que ella pensó que había querido decir. Nopodía reclamar a Brianna.

Brianna se inquietó otra vez. Su pequeño estómago sin duda vacío. Jenna la empujoligeramente, conteniendo un gemido cuando el movimiento hizo a sus músculosacalambrarse.

—¿Estás bien sobre esto, Jenna? —preguntó el doctor—. ¿Vas a casarte con elmuchacho?

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Muchacho. Contempló la anchura del pecho de Clint, su atención permaneciendomucho tiempo sobre el punto de su cuello, todavía oscuro por el chupeteo de Brianna. Sóloel doctor consideraría a Clint un muchacho. Ella forzó la respuesta detrás de sus labios,deseando ser más atrevida.

—No.

Sería demasiado humillante cuando Clint dejara saber al Doctor que él no habíaquerido decir sus palabras en la forma que habían sonado. No podría soportar que élsupiera cuánto quería el nombre McKinnely para Brianna. Cuánto quería para su nuevobebé la protección que ella nunca había tenido.

Para su sorpresa, no fue el Doctor el que contestó, sino Clint mismo. Su dedo sedeslizó debajo de su barbilla, los callos arrastrándose en su carne mientras inclinó su carahacia arriba, obligándola a encontrar la intensidad de su negra mirada profunda.

—Sí.

—No quieres decir eso.

Su mirada no vaciló, exigiendo su conformidad.

—No sucede a menudo que diga cosas que no quiera decir.

—¿Pero qué hay sobre Brianna?

—¿Es el nombre de ese Botón?

—Sí.

—¿Qué hay acerca de ella?

—Tú no puedes... —Intentó evadir su mirada. Él no lo permitiría, sujetándolacentrada con la punta de su dedo y la fuerza de su personalidad.

—¿No puedo qué?

—No la puedes querer.

Su ceja izquierda ascendió.

—¿Por qué no?

—¡Porque!

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Porque había sido abandonada. Sin valor a los ojos de la sociedad. Porque siempre severía más india que blanca. Como él lo era, pero el mundo era más duro con las mujeres, ytan intolerantes de las diferencias. Porque criar a una niñita mestiza no iba a ser fácil. Noera lo suficientemente estúpida para insultar a Clint abiertamente diciendo lo obvio así esque ella se asentó en:

—Porque sí.

—No es lo suficiente bueno.

Ella palmeó la espalda de Brianna mientras su quejido se volvió más insistente, ycambió su peso fuera de su pierna dolorida, jalando su barbilla libre del toque de Clint.

—Es mía. —Clavó duramente los ojos en las rodillas descoloridas de sus pantalonesvaqueros.

—Nadie te la está quitando.

Él estaba en lo correcto. Ella peleaba con todo lo que tenía para conservar a Brianna,pero el conocimiento de lo poco que en verdad importaba casi la abrumó abundantementede desesperanza.

El piso crujió. Las botas del doctor aparecieron a la vista un segundo antes de que susmanos capaces se deslizaran alrededor del pequeño pecho de Brianna. Él tiróamablemente. Inexorablemente. Jenna se agarró de Brianna hasta el último segundo,renuente a perder la protección de su cuerpo suave, confiándola a alguien aparte de símisma. Pero el doctor, con toda su calmada y ruda manera era un McKinnely, Y una vezque se colocaba sobre un curso de acción no era disuadido fácilmente. En dos segundos,abrazaba con suavidad a la niñita en sus brazos.

—Parece como que ustedes dos tienen cosas de las que hablar, y esta pequeñanecesita su pañal y su almuerzo. —Él trajo al bebé al nivel de los ojos. Ella se paralizó,clavando los ojos en su cara.

Clint se rió ahogadamente.

—No vayas a asustarla, doctor.

El doctor sonrió en la cara de la bebé.

—Ella no se asusta, sólo está admirando el parecido familiar.

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En ademán de darle la razón, Brianna gorjeó y pateó sus pies y agitó sus pequeñasmanos. Y su mirada pareció enfocada sobre los mechones veteados de gris del doctor quese erguían fuera de su cabeza en una manera que era muy parecida a Brianna.

Él la tranquilizó sobre su hombro, la posó arriba del pañal y preguntó:

—¿Tienes leche para ella?

Jenna apretó sus puños, no sólo contra el dolor devorando en su habilidad parapensar, sino también en la forma que los acontecimientos estaban girando sin control. Talvez sólo debería tomar a Brianna e irse. Empezar en alguna otra parte. ¿Pero con qué? Notenía ahorros. Ella se quedó con la mirada en esa demasiado delgada, pequeña caracuadrada y sintió un apretón de desesperación en su corazón. Y dónde podría llevar aBrianna que estuviera segura y fuera aceptada?

—¿Jenna? —advirtió el Doctor, todavía en espera de una respuesta.

—La leche está en la nevera escaleras abajo. Las botellas están en el gabinete másbajo. —Fuera de la vista para así no despertar sospecha. Así es que no se vería forzada atomar decisiones que no quería. Así es que no se vería forzada a pelear una batalla casidesesperada.

—Entonces la pequeña Brianna y yo iremos a conseguirnos un poco de comida.

—Permanece lejos de mi torta —advirtió Clint.

Su tono, como la quietud, como siempre tuvo un bajo tono que envió un dardo demiedo abajo por la columna vertebral de Jenna, y la tuvo alejándose lentamente. Dannylloriqueó y acarició su mano con la nariz. Clint le dirigió a ella una mirada evaluadora, y eldoctor… bueno Doc solamente sonrió ante el gruñido.

—Entonces sugiero que te vuelvas realmente dulce y convenzas a la señorita de queeres digno para tomarte como marido.

—Él no necesita casarse conmigo. —Su primer matrimonio había sido losuficientemente malo, pero al menos cuando estaba sobrio, Jack había sido dócil. Nuncapodría manejar a alguien como Clint. Clint la acuchilló con otra de esas miradas con elrabillo del ojo que envió un temblor extraño a través de ella. Avanzó trabajosamente deregreso a la cama. Su pierna inmediatamente se contrajo. El grito estaba más allá de suslabios antes de que lo pudiera reprimir.

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Clint juró en voz baja. Doc cambió a Brianna arriba y sacó la botella de láudano de subolsillo de atrás.

—Dejé el té en el otro cuarto.

Clint tomó la botella.

—Lo traeré.

—No demasiado —advirtió Doc.

—Lo sé.

Hablaban de ella como si no estuviera allí. Si no hubiera estado en semejante agonía,hubiera protestado más fuertemente, pero lo único que pudo elaborar fue un jadeado:

—No tomo láudano.

Los hombres continuaron como si no hubiera hablado.

—Una buena dosis de azúcar cubrirá el sabor.

Jenna agarró su muslo y tomó alientos profundos cuando los músculos debajo de susdedos se retorcían y contraían. ¡Oh, cielos! Esto dolía.

—No voy a tomar esa medicina.

La única respuesta que ella tuvo fue la mirada evaluadora de ambos hombres ante lamueca que no podía esconder.

Doc frunció el ceño.

—Cuídala bien.

—Nunca tendría intención de hacer cualquier otra cosa. —Clint dió un paso hacia lacama y su mano grande ahuecó el hombro de Jenna, estabilizándola contra su cadera duramientras jadeaba en otra oleada de agonía—. Tú cuidaras de mi hija.

Jenna sabía por la presión de sus dedos que no se había perdido su arranque ante suproclamación. La expresión de Clint ondeó a través de las lágrimas que no podía suprimir.Doc clavó los ojos en Clint un minuto, entonces sonrió y besó los cabellos de punta deBrianna.

—Nunca tendría intención de hacer cualquier otra cosa.

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Brianna pateó sus pies diminutos y succionó un oscilante aliento antes de soltar ungemido. Clint tocó su mejilla con su encallecido dedo delgado. Brianna inmediatamente sedio vuelta y atrapó la punta, chupando con todo lo que valía.

Doc la separó, frunciendo la cara.

—Aquí ahora, no quieres nada de eso. No cuando tenemos pastel y leche escalerasabajo.

El dedo de Clint cayó sobre el pecho de Brianna donde descansó oscuro y enorme. Éllo corrió sobre sus costillas. Sus labios llenos situados en una línea dura.

—Mejor aliméntala antes de que eche la casa abajo.

—Ella sólo tiene hambre —defendió Jenna rápidamente—. Usualmente es muybuena.

—Lo sé.

Clint movió su mano libre a través del hombro de Jenna, sus dedos estiradosacariciando su nuca. El gesto era extrañamente tranquilizador. Estaba aún tocando aBrianna, y por un único latido antes de que dejara caer su dedo del pecho de Brianna, éllas conectó a ambas.

Brianna gimió más fuerte. Jenna se disculpó otra vez.

—Es muy dulce normalmente, pero tiene hambre.

Clint encontró su mirada, la suya como siempre, oscura e ilegible.

—Lo sé.

—Y vamos a hacer algo al respecto ahora mismo. —Doc frotó la cabeza diminuta deBrianna, causando que sus salvajes mechones oscuros crujieran y ondearan cuando él sedio vuelta. Brianna subió otro decibel. Doc parecía estar completamente impertérrito, sóloacariciando su cabeza y murmurando—: Estoy de acuerdo pequeña. Hemos sidomantenidos demasiado tiempo deseando nuestra cena.

Estaba fuera de la puerta, Danny al lado de él, antes de que la última palabra seterminara, el gemido de Brianna flotando detrás. Su pequeño grito estaba lleno de matices,pero eran los tonos de desolación y confusión los que le dieron un tirón al corazón deJenna. Simplemente sabía cómo su pequeña niña se sentía y no quería oír eso en su vozotra vez. Jenna trató de pararse. Lo hizo una pulgada antes de que Clint la detuviera con

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su agarre en su cuello. Ella luchó contra su mano, gimiendo con el dolor pero sin permitirque la detuviera.

—Ella me necesita.

—Ajá.

—¡Déjame ir! —Sin importar si él la abofeteaba por eso, sólo necesitando llegar aBrianna, ella intentó golpearlo en la ingle. El esquivó el golpe, atrapándole el antebrazo ensu muslo. Ella miró hacia arriba. Tenía el ceño fruncido.

—Necesitas aprender a pelear.

Todavía podría oír el grito de Brianna. Le dio un jalón a su brazo. No parecía quesiquiera sintiera sus forcejeos.

—Déjame ir con ella.

—Primero, tengo que cuidarte.

No necesitaba que cuidaran de ella. Clavó los talones y empujó de nuevo. El dolorabrasó su pierna. Gritó. Él la dejó ir. Se dobló sobre si misma, agarrando su muslo.

—Ella me necesita —sollozó contra su pantorrilla.

Clint aflojó sus manos y quitó sus uñas de sus muslos. Sus dedos debajo de subarbilla trajeron su mirada a la de él.

—Sí, así es. —Su mano reemplazó la de ella en su muslo, cubriendo mucha más área,su calor fluyendo y traspasando su dolor—. Pero no ahora mismo.

Jenna apenas podía oír a Brianna ahora. Intentó sacudir con fuerza su barbilla libre.

—Sí, Ahora.

Clint mantuvo su barbilla justo donde la quiso. No tuvo ninguna elección sinoencontrar su mirada.

—No eres nada útil para ella así.

Ella le odió por señalar eso.

—Estaré bien.

—Mañana lo estarás.

—No soy una lisiada. —Todo lo que su vehemencia logró fue una elevación de ceja.

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—No, no lo eres, pero tienes bastante dolor, y no voy a dejar que continúe. —Susdedos empezaron un masaje gentil—. Respira, Jenna.

No se percató de que había estado conteniendo el aliento. Lo dejó ir con unestremecimiento, y él trabajó los músculos contraídos, pareciendo leer su intento con susmanos y anticipándose a la rebelión. Controlándola en la forma que controlaba todoalrededor de él.

—Cuando consiga que te resignes a esto, te voy a conseguir ese té, lo dosificaré conláudano, y vas a descansar hasta que tu pierna se recupere.

—¿Descansaré?

—Sí.

—¿Y quién se encargará de Brianna?

—Yo lo haré.

—¡No puedes encargarte de un bebé!

Su mirada oscura se dejó caer sobre sus pechos con una intensidad que la sacudió.

—Si tú la alimentaras, eso sería cierto, pero como no lo haces, creo que tengo esocubierto.

—No puedes querer hacer esto. —¿Qué hombre querría cuidar de un recién nacidoirritable, llorón?

—Necesita hacerse. —Lo que no le dijo fue acerca de cómo él se sentía.

El calambre estaba moderándose. Ella estiró su pierna sólo un poco, experimentando.

—¿Mejor? —preguntó Clint, sus ojos encontrando los de ella, inexpresivos comosiempre, sin revelarle cualquier cosa mientras sentía que él sabía todo acerca de ella.

—Un poco. —Todavía dolía, pero los dolores de puñalada se habían detenido.

—Bueno. Traeré el té en un minuto.

—No tomaré eso.

—Lo harás. —Él descendió poco a poco por su rodilla a la base de la cicatriz, y eldolor se disparó a través de ella. Cayó contra él, necesitando su fuerza sólo por este

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momento, esperando que se la diera como lo hizo una vez antes. Lo hizo, volteándola a finde que descansara más cómodamente contra él.

—Respira, Sunshine —susurró en su oreja—. Simplemente respira y déjame haceresto mejor.

—Tú lo empeoras —jadeó ella, su cabeza descansando débilmente sobre su hombro.Ella tomó aire e inhaló olor a pino y aire libre. Ella lo reconoció inmediatamente. Estabagrabado en su cerebro desde esa horrible noche seis meses antes cuándo él la habíatomado en sus brazos y había ahuyentado a sus demonios. Como él estaba haciendoahora.

—Solo por un minuto. —La simpatía en su voz socavó su control. Las lágrimasardieron detrás de sus párpados. Estaba tan débil que fue fácil apoyarse en él. Dejarloencargarse. Como si él lo supiera, su voz se volvió más suave, arrastrando las palabrasmás lento—. Sólo por un minuto más va a doler, Sunshine, y luego estarás mucho máscómoda.

El hacía que fuera difícil recordar que estaba aprendiendo a ser fuerte por una razón.

—¿Solamente porque lo dices así?

Su mejilla rozó la suya mientras él asentía, su voz tan convincente como siempre,coaccionándola a relajarse. A ceder. Para él.

—Sí. Porque lo digo así. —Sus dedos presionaron más profundo, trabajando lamisma magia en el músculo que su voz hacía en sus nervios. Aliviando y persuadiendo,pero en cierta forma autoritario. Su pierna se relajó y la aguda agonía se desvaneció a unpalpitante dolor.

—Ah. —El susurro de satisfacción flotó suavemente más allá de su oreja mientras elproblema se perdió—. Allí vas.

Él acarició su muslo a través de sus pantalones, de la parte superior de la cicatrizhasta abajo.

—Y después de una noche de descanso, estarás tan bien como nueva.

—¿Por qué es tan importante para ti?

—Soy tu marido, el padre de tu hija.

—El decirlo simplemente no lo hace así.

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Clint no dejó que su mirada vacilara de la de ella, pero una sonrisa tiró de la esquinade su boca.

—A menos que yo tenga el músculo para respaldar eso —terminó con la parte quehabía omitido—. Y Sunshine, tengo bastante músculo.

Sus grandes ojos azules se ampliaron ante eso, clavando los ojos en él en una mezclade consternación e incredulidad. A Clint no le importó. Él había estado lujurioso con lapequeña optimista voluptuosa desde el día que la había visto parada frente al negocio, lacabeza inclinada, seriamente escuchando un conjunto de instrucciones espetadas por sumarido. Ella se había visto tan suave, tan incitante, tan radiante con alguna clase deresplandor interior, que se hubiera caído de culo al piso, y estaba cansado de luchar contraeso. Cansado de pelear contra el destino que se mantenía arrojándola en su camino.Cansado de resistir el tímido y curioso anhelo, inconscientemente hambriento en sus ojoscuando ella lo miraba. Había sido un bastardo egoísta desde el día que nació. Estababastante cómodo en sus costumbres a los treinta. No tenía sentido intentar cambiar lascosas a estas alturas del partido.

Y quería a Jenna tanto como sabía que el infierno estaba en llamas. Sabía que sumarido había sido un bastardo. Sabía más de lo que alguna vez le diría a ella sobre el tema.En su experiencia, las mujeres tendían a casarse con la misma clase de hombre porsegunda vez. Tal vez por aquello de “malo conocido”. Podía ver a Jenna haciendo eso. Notenía sus pies sobre la tierra aún. Estaba asustada, hambrienta, y vulnerable en formas queni siquiera reconocía.

Jenna merecía algo mejor que la repetición de su primer matrimonio. Merecíaseguridad. Dignidad. Respeto. Él podría darle esas cosas.

Trabajó en la tirantez persistente debajo del tejido cicatricial, la carne suave y sana delos costados rozando las puntas de sus dedos, recordándole otra vez la lozanía que élcodiciaba. Deseo ardiente. Suprimió una mirada con el rabillo del ojo en su cara afligida,manteniendo su expresión vacía mientras dejaba que la realidad de su reclamo seasimilara. Él podía ser un bastardo egoísta, pero había tres cosas que sabía cómo hacerbien —matar, hacer el amor, y proteger lo que era suyo. Acababa de reclamar a esta mujery a esa pilluela de pelo de púas como suyas, delante de Doc. Le pertenecían ahora. Sufamilia. Él imaginó regresar a casa, con Jenna. Despertando con ella en su cama. Inhaló el

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perfume de rosas de su champú, y sintió una pequeña medida de paz en medio delrevuelo de adentro. Esto estaba bien.

—No tienes nada de que preocuparte —le dijo mientras ella cambiaba de posición denuevo.

Vio a su boca abrirse, e igual de rápido vio la cautela que había sido metida dentrode ella, suprimiendo la protesta. Ella bajó la mirada y su voz ronca emergió en un susurro.

—No tienes que casarte conmigo.

—No, no tengo que hacerlo. —Pero cuanto más reflexionaba sobre eso, más lo quería.Bajó los dedos a su rodilla, siendo especialmente gentil allí. Acariciando y apaciguando lamusculatura cansada, intentando aliviar la tensión en el resto de su cuerpo mientras ella seacomodaba. Sabía que le daba miedo su tamaño. Hasta ahora no podía distinguir si erasimplemente él o todos los hombres grandes, pero de una u otra manera, se desharía deese miedo.

—Puedo encargarme de Brianna por mí misma. —Sus dedos estaban enlazados másapretados que una cincha en su regazo. Su columna vertebral estaba derecha como unpalo, pero su barbilla doblada. Escondiendo la cara.

—No. No puedes. —Cortó su protesta con una sacudida de su cabeza—. Podríaspasar inadvertida por algunos años, ¿pero qué tal cuando ella crezca y los hombrescomiencen a pensar que ella es buen blanco por su color de piel? ¿Cómo la protegerásentonces?

Ella no tenía una respuesta preparada. Un vislumbre ocasional de azul le dijo que loentreveía por debajo de sus pestañas.

—¿Por qué te importa? —preguntó Jenna finalmente.

—Sospecho que por la misma razón que te importa a ti. Ella es pequeña e indefensa ynecesita que alguien este para ella. —Encogió los hombros y le dijo a ella la verdad—. Yanhelo tener mi propia familia.

—No quiero que ella sufra —dijo ella, revelando lo que él sospechó era su máximomiedo.

—Tampoco yo.

—Sufrirá mucho cuando te vayas.

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Le dio vueltas a eso por un momento.

—¿Por qué me iría?

—Te aburrirás. Encontrarás algo mejor.

Sospechó que la frase que realmente quiso usar fue “alguien mejor”. Sus nudillosbrillaron blancos debajo de su piel. Realmente no lo tenía en buen concepto. Él pusoambos pulgares a cada lado de su rodilla y comenzó a deslizarlos arriba de su muslo.

—Entonces imagino que será decisión tuya hacer que quiera quedarme.

Como él esperaba, sus manos ascendiendo de su muslo proveyeron un poco dedistracción.

—¿Qué estás haciendo? —Fue prácticamente un chillido.

—Relajando tus músculos.

—No tengo ningún músculo allí.

Sí, los tenía. Asombrosamente seductores, pero tendría que guardar esos para otrodía. Invirtió la dirección de sus manos, deteniéndose cuando acunó el tejido cicatricialáspero en sus palmas, apenas descansando sus manos en su carne suave, dejando al caloraliviar, el contacto poniéndola nerviosa. La quería muy consciente de él.

—¿Jenna?

Ella lo corto con una mirada rápida.

—Mírame. —Ella lo hizo, pero podía ver qué le costaba.

—Quiero una familia. Alguien por quien regresar a casa. No estoy buscando un amorgrandioso. Sólo quiero a alguien que pueda respetar. Alguien con quien pueda hablar.Alguien que piense sobre las cosas en la forma que yo lo hago. Alguien para formar unhogar.

—¿Y tú piensas que ese alguien soy yo? —No podría sonar más incrédula si él lehubiera dicho que el cielo era rosado con diseños de puntos café.

—Sí. —Él palmeó su muslo y se paró—. Quiero casarme contigo, Jenna. Quiero aBrianna como mi hija. Tú sólo tienes que decidir decir que sí.

Sus manos se retorcieron en su regazo.

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—No sé.

La confusión en su cara le dijo que no la engañaba. Honestamente nunca hubierapensado que él la consideraría.

—No he hecho un secreto que estoy buscando esposa.

Sus ojos se estrecharon en una involuntaria mueca de desagrado. La estudió más decerca.

—Sin duda alguna tenías que saber que estaba alrededor para invitarte a salir.

—¡Claro que no!

—¿Crees que escogería a una esposa sin al menos cenar con la mujer más bella en elterritorio?

—Nunca me preguntaste. —Sus dientes mordían preocupadamente sus labios, y sumirada se mantenía vacilante sobre su cara como si fuera en busca de pistas por suspensamientos.

—Te pregunto ahora. —Él se rehusó a dejarla apartar la mirada—. ¿Vas a casarteconmigo?

Ella empujó su falda abajo sobre sus muslos. Comenzaba a tener la idea de que noera él, sino el acto de tomar una decisión lo que la molestaba. Esperó unos buenos dosminutos mientras ella jugueteó con su ropa y la ropa de cama antes de farfullar.

—He estado casada antes.

—Lo sé.

—No soy una… virgen.

—No recuerdo que ese sea un requisito.

—No soy muy buena en situaciones sociales.

—No organizo muchas fiestas.

—Estoy gorda.

Ante eso, él inclinó su barbilla.

—Mírame.

Ella lo hizo, pero con renuencia y una gran cantidad de vergüenza.

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—Voy a hablar claro aquí porque ambos hemos estado lo suficientemente por aquípara saber esos asuntos. Soy un hombre normal con apetitos normales. Probablemente unpoco diferente que tu marido anterior en cuanto a eso.

Esa información no pareció apaciguarla. Deslizó sus dedos alrededor por el lado desu mejilla. Su piel era muy oscura contra la de ella.

—La verdad es Jenna Hennesey, que pronto será McKinnely, he estado deseandoardientemente tenerte en mi cama desde la primera vez que te vi.

El sonrojo huyó de sus mejillas sólo para volver en una llamarada brillante deescarlata.

—¿Lo has hecho?

Él no hubiera oído ese chillido diminuto si no hubiese estado escuchando tan decerca.

—Sí.

—Oh. —Una larga pausa y entonces—. ¿Te gustan las gordas?

—Siempre me has gustado tú, pero estabas casada y fuera de mi alcance. Ahora no loestás.

Realmente era tan simple como eso, pero aparentemente no para Jenna porque suexpresión fue de incredulidad a alarma en dos parpadeos de sus largas pestañas oscuras.Él suspiró y probó la suavidad de su piel con la yema de su pulgar.

—Tal vez lo mejor es que me digas que te tiene tan preocupada.

—No tenía planes de casarme otra vez.

—También imagino que no tenías planes de ser madre, pero las cosas cambian.

—Sí. Lo hacen.

—Y tú necesitas tomar una decisión.

—¿Ahora?

—Te puedo dar hasta que regrese con tu té.

La indignación relampagueó a través de su cara expresiva para ser rápidamenteencubierta.

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—Eso no es mucho tiempo.

—No soy un hombre paciente.

Ni uno estúpido. Él tenía la ventaja y tenía toda la intención de apresurarla.

—Oh.

En la sílaba suave, oyó la aceptación que a ella le faltó alcanzar. Él tocó el rizo en susien. La sedosa hebra rubia se atascó en sus callos. Él ladeó su mano y la dejó deslizarselibre. Ella era suya ahora. El conocimiento se deslizó dentro, en la vacuidad, avivándolo,causando ondas de… algo que se extendía. Él contuvo el sentimiento, enterrando todoexcepto la satisfacción de la posesión.

Ese era un sentimiento que no tenía interés en experimentar. Y mientras no pudieratener amor para darle a Jenna, la trataría mejor que cualquier hombre que ella alguna vezhubiera conocido. Mejor, ciertamente, que ese asno borracho con el que ella se habíacasado. Él la respetaría, por deferencia a ella, y se esmeraría en hacerla feliz. Y ningúnbastardo alguna vez pondría una marca en ella otra vez.

—Voy a traer tu té.

Dejó a su mano acariciar abajo por su mejilla. El calor de su piel era asombroso. Suspestañas revolotearon contra la parte de atrás de sus nudillos. Él se veía más cerca. Ella semantenía quieta de manera poco natural. Sin duda preguntándose lo que estabatramando. Sin duda esperando lo peor. Sin duda disponiéndose a escapar.

—Ni siquiera pienses en salir de esta cama antes de que regrese. —Su sobresalto ledijo no sólo ella lo pensó, sino que en su mente estaba a medio camino escalera abajo—. Lodigo en serio Jenna. Azotaré tu trasero si te atrapo fuera de la cama.

Una mirada asustada y se tranquilizó. Se quedaría hasta que regresara. Se fue a traersu té del cuarto a través del vestíbulo. Esta habitación estaba tan desnuda como la otra, sinmostrar ninguna de las chucherías femeninas que él estaba acostumbrado a ver en la casade una mujer. Desnuda de todos los variados objetos pequeños y cosas femeninas quehacían sonreír a una mujer y marcaban un lugar como suyo. Una mujer como Jennadebería estar rodeada de todas las bonitas, cosas delicadas que la hicieran sentirse especialy deseada. Tendría que ver que ella los tuviera.

La taza estaba sobre la caja de madera al lado de la cama. Mientras él la recogió, miróla gaveta forrada que Jenna usaba como cuna. Él corrió su mano sobre la manta colocada

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en la gaveta para servir de almohada. Estaba húmeda y tenía un débil olor a orina. Teníaque hacer algo al respecto, también. Brianna debía tener más necesidades que las quepodía pensar justo ahora. Por el aspecto de ese pelo y la fuerza de sus pulmones, parecíaque Brianna iba a ser una pequeña cosa exigente. Imaginaba el caos que Jenna y Briannaiban a descargar en su casa tranquila, ordenada, y sonrió. Él estaba, asombrosamente,esperándolo con anticipación.

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Capítulo 4

Decir algo aparentemente lo hacía así. Jenna estaba en la pequeña alcoba de lapequeña iglesia seis días más tarde y agarraba firmemente su ramillete en sus manos. Encuestión de tres minutos, podría estar casada con Clint McKinnely. No sabía si dar unsuspiro de alivio o si sufrir un colapso de terror. Estaba pensando en hacer ambas cosas.Ella nunca podría ganar una pelea con Clint. No verbalmente, y seguramente nofísicamente. El hombre era un gigante andante, y tenía más músculos que el herrero delpueblo.

Su primer marido había sido musculoso también, pero lento para reaccionar y paramoverse, dándole a ella tiempo si él se ponía malo. Clint, sin embargo, se movía con lagracia y la confianza de un depredador. Si ella corriera, él la atraparía. Su pecho se apretócon pánico ante el pensamiento. Ella cerró los ojos y respiró a través de su nariz.

Tenía que tener fe. Creer en lo correcto de esto. Creer que Dios no la habíaabandonado a ella o a Bri. Le había dicho a Dios que ella haría cualquier cosa si Él sólo lemostrara una forma en la que pudiera mantener a la pequeña Bri. Y entonces Clint estabaallí, ofreciendo matrimonio y seguridad. Si esa no era una respuesta a su oración ella nosabía lo que era. Tanto como no quería invocar la furia de Clint, ella sinceramente noquería molestar al Todopoderoso. Así es que sólo tenía que ser una buena esposa,imaginarse lo que Clint necesitaba, y entregarse a él. Y todo estaría bien.

Hubo un golpe suave en la puerta.

¡Oh, cielos! ¿Qué fue eso?

—¿Sí?

La diminuta esposa de Cougar miró a hurtadillas desde la puerta, sus ojos cafésbrillando tenuemente con excitación. Era fácil de ver por qué la amaba Cougar. Ellachispeaba de vida.

—¿Estás lista?

Tanto como alguna vez estaría.

—Sí.

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Jenna deseó que su voz sonara más fuerte, pero no quería ir caminando por el pasillodelante de todo el pueblo. No quería sentir sus miradas compasivas mientras cojeaba, oírlos susurros y la especulación de por qué Clint se casaría con alguien como ella. Habíaintentado convencer a Clint de una ceremonia rápida, privada pero sólo la miró con esosintensos ojos negros y dijo que él se enorgullecía de su familia y que no se casaría decualquier manera que expresara algo diferente.

¿Cómo podría discutir ella con eso? Él no comprendía lo horrible que era esto. Cómoodiaba estar en exhibición. Un hombre como él probablemente nunca había tenido unmomento inseguro en su vida.

Mara dio un paso dentro y cerró la puerta detrás de ella. Su sonrisa se desvaneció.

—¿Estás bien?

Jenna sostuvo el ramillete más apretado contra su cuerpo para esconder sus manostemblorosas.

—Sólo un poco nerviosa.

—¿Nerviosa bien o mal? —preguntó Mara mientras se acercaba, dando un pasoalrededor de la larga cola del vestido, enderezando el lado derecho.

Jenna abrió la boca para contestar y entonces la cerró. Realmente no sabía qué decir.

—No sé.

Mara dio un paso detrás de ella y entonces llego rodeando la parte de adelante otravez.

—Cielos que el hombre tiene ojo.

—¿Quién tiene ojo?

Mara levantó la mirada.

—Clint. —Ella tiró bruscamente de un pliegue de la cola en su lugar—. Eresabsolutamente bella.

Jenna tocó la falda blanca de raso de su vestido.

—¿Clint escogió mi vestido?

No era extraño que él se hubiera rehusado a dejarla regresarlo cuando ella habíadicho que era demasiado.

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—No sólo él lo escogió, tuvo que cabalgar dieciocho horas seguidas para traer la telaa tiempo para que Pearl y sus chicas lo hicieran ya que los buques cargueros no podíantraerlo hasta la próxima semana.

Jenna escondió sus manos en su ramillete. No lo había sabido.

—Le dije que el blanco no era apropiado para un segundo matrimonio.

Mara se rió.

—Apuesto a que a él no le importó.

Jenna negó con la cabeza.

—No.

—Descubrirás que estos hombres McKinnely no le prestan demasiada atención a losconvencionalismos.

Jenna agarró el ramillete tan fuertemente que los tallos hiriendo sus palmas.

—Él dijo que nunca había visto a una mujer más merecedora para vestir de blanco.

Mara sonrió.

—Ese es otro rasgo McKinnely. Ven lo que quieren.

Ella se sentía como un fraude.

—No soy inocente.

Mara dejó de travesear el vestido.

—Jenna, imagino que Clint sabe exactamente quién eres, y por la forma en la que élse mueve nerviosamente en el altar, está ansioso por reclamarte como suya.

Suya. Por mucho que pasara el tiempo, ella nunca se acostumbraría a ser de ClintMcKinnely. No podía hacer que su mente lo procesara más que lo que podía concebir aClint moviéndose nerviosamente.

—No tenía planes de casarme de nuevo —confesó Jenna.

Mara se inclinó para enderezar el otro lado de la cola, sus ojos canela brillandointermitentemente con diversión sardónica.

—Bien, tú estás un paso adelante de mí en el día de mi boda. No tenía planes decasarme para nada.

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Jenna había oído rumores.

—¿Es cierto eso de que Cougar te comprometió? —Jenna deseó regresar las palabrasa su boca tan pronto como salieron—. Lo siento. Eso fue grosero.

Eso era por lo qué ella nunca hablaba. Siempre decía cosas desatinadas.

Mara se rió y sacudió la cabeza mientras se enderezaba.

—Bastante. Estos hombres McKinnely pueden ser muy taimados para salirse con lasuya.

—Son persistentes.

—Eso, también. —Mara dio un paso atrás y puso las manos en sus caderasdelgadas—. Creo que estás lista.

Las rodillas de Jenna comenzaron a golpear y tomó otro aliento. Ella no iba nunca aestar lista.

Un golpecito abrupto en la puerta la salvó de tener que decir cualquier cosa, lo cualera bueno, porque el pánico la tenía también sin aliento para las palabras. Otro golpe en lapuerta y Mara estaba en movimiento. Jenna no podía ver quién estaba detrás de la puertau oír la conversación, pero no necesitaba instrucción para saber que las personascomenzaban a preguntarse dónde estaba la novia. Su estómago se anudo, sabiendo que elretraso le daba a los ciudadanos aun más razón para susurrar.

Mara se volvió hacia ella.

—¿Lista?

Jenna contuvo una oleada de náusea, tomó un aliento lento, y asintió con la cabeza.Mara abrió la puerta. Doc caminó a grandes pasos adentro, su pelo, por una vez,suavemente plano, una sonrisa en su cara amable.

—Ahora bien, es fácil de ver por qué Clint te llama Sunshine. Luces celestialmenteiluminada en ese vestido.

Ella había estado dudosa acerca del estilo, pero Mara y Elizabeth habían sidocategóricas acerca del corte del corpiño, que mostraba la parte superior de sus pechos.Habían ignorado sus protestas hasta que a ella no le había quedado nada más que estar deacuerdo. Ahora que el vestido estaba adaptado, tenia que admitir que aprovechaba bien

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sus pocos atractivos, pero simplemente pensar en todos esos invitados masculinosviéndola en él le causaba otra oleada de náusea.

Doc tomó su codo mientras ella se contoneaba.

—¿Estás completamente bien?

Ella se sacudió su debilidad y puso algo de almidón en su columna vertebral.

—Estoy bien.

—Te ves a un grito de distancia estar bien.

—Es toda esta espera —explicó, tendiendo la mano—. Me pone nerviosa.

Entre más pronto esto se haya acabado, mejor se sentiría. Eso esperaba.

Doc metió su mano en el doblez de su brazo y la palmeó.

—Entonces terminemos con la espera, porque la verdad sea dicha, si tú no bajas porese pasillo pronto, Clint vendrá a llevarte.

La puerta rechinó mientras Mara se escabullía.

—¿Él está muy disgustado? —preguntó Jenna.

Doc le envió una mirada que paso de confusión a entendimiento en un parpadeo.

—Él está muy ansioso.

Ella dudaba eso.

La música del órgano se expandió en una larga nota por el edificio. Era el momento.Ella tomó aire y pegó una sonrisa en su cara. Los temblores empezaron como siempre lohacían cuando se veía forzada a ser el blanco de las miradas. Sabía que Doc podía sentir suestremecimiento por la mirada aguda con la que él la observaba. Ella se quedó con lamirada fija directamente hacia adelante mientras el órgano comenzaba a tocar la marchanupcial. No avergonzaría a Clint por actuar débilmente en el día de su boda.

Doc empezó a caminar. Los tres pasos hacia la puerta pasaron demasiadorápidamente. Ella tuvo una oportunidad para otro aliento mientras Doc mantenía abiertala puerta. Ella lo tomó y lo sujetó. Podría hacer esto. Sólo un paso a la vez. Eso es todo loque ella necesitaba hacer. Meter un pie delante del otro, seguir la dirección de Doc, einmediatamente todo estaría terminado. Ella lo hizo hasta la parte superior del pasilloantes de que el desastre golpeara. Alguien había puesto una tela bella, blanca y trémula en

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el pasillo. Su zapatilla en su pierna buena se deslizó. El peso inesperado en su pierna malaenvió un dolor de puñalada a través de su muslo. Ella se detuvo abruptamente,sacudiendo con fuerza a Doc hacia atrás, casi cayendo, conteniendo su gemido a través depura fuerza de voluntad. Hubo un murmullo en el gentío mientras ella estaba allí inmóvil.Se requirió de toda su concentración para controlar el dolor. Cuando se desvaneció, fueconfrontada con una iglesia llena de asistentes curiosos.

—¿Piensa ella planear dejar a McKinnely en el altar? —Oyó a un hombre musitar.

—Valdría la pena emperifollarse toda sólo para ver eso —otra susurró detrás.

Ella levantó la mirada. Adelante de ella, no había nada sino una masa de personasclavando los ojos en ella, juzgándola. Esperando lo peor. Al final del pasillo permanecíaClint. Sus anchos hombros cuadrados y derechos. Su expresión impasible. Ella no sabía loque él pensaba, pero mientras estaba allí, podía imaginarse que los susurros alrededoraumentaban la especulación incontrolada. Adentro, la semilla diminuta de coraje que ellahabía tomando prestada se marchitó.

Cougar permanecía al lado de Clint, su impaciencia clara en su cara. Mientras sumirada tocaba la de él dorada, él sacudió la cabeza. Su largo pelo negro se mecióacentuando el tirón de su barbilla —una orden evidente para ponerse en movimiento. Unaorden que él esperaba que fuera obedecida.

Pero ella no podía. Dios la ayudara, ella no podía hacerlo. Ni siquiera podía soltar elaliento que había estado conteniendo mientras todo en ella se apresuraba hacia el pánico.

Doc palmeó su mano.

—¿Jenna?

Ella negó con la cabeza, sintiendo la tirantez en sus brazos, bloqueando su aliento.Oh Dios, no ahora. Por favor no ahora. Ella no podía hacerle esto a Clint. A sí misma. Ellano podía estropear su única oportunidad para conservar a Brianna.

La murmuración se convirtió en un rugido suave. Al lado de ella, Doc la alentaba asentarse, pero ella no podía hacer eso tampoco. No podía sentarse y estar casada. Ella teníaque conseguir atravesar el pasillo. Por Clint.

Hubo un murmullo más alto y entonces un repentino silencio ensordecedor,expectante. Ella levantó la mirada. Clint venía hacia ella, su pelo largo llameandoalrededor de sus hombros, sus largas piernas devorando la distancia entre ellos. Él no

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tenía cara de disgusto. Él no parecía nada. Él sólo seguía viniendo hacia ella. Cuandoestaba lo suficiente cerca para que ella pudiera ver las ligeras líneas de expresión de laesquina de sus ojos, ella cerró los de ella, aceptando la realidad —se había terminado.

Su “Ah, Sunshine” la alcanzo primero y entonces sus brazos se envolvieron alrededorde ella, jalándola dentro de la sólida fuerza de su pecho, tomando su peso fuera de suspiernas y haciéndola su responsabilidad.

—¿Demasiado pronto? —interrogó él contra su oreja.

Ella asintió con la cabeza y tragó saliva en un esfuerzo doloroso a responder. Nohabía querido fallarle.

—Shh. —Sus labios rozaron su oreja, expuesta por su pelo peinado hacia arriba—.Quiero que sólo te relajes, Jenna.

Ella intentó retorcerse lejos. Sus labios rozaron su sien. Su mano izquierda abierta enla base pequeña de su espalda.

—Nadie puede ver, Sunshine, así que quiero que descanses aquí contra mí yencuentres tu aliento.

Fácil para él decirlo. Sus jadeos sesaban, pero nada ocurrió.

—Jenna, cariño. —Un edredón no era tan suave como su voz profunda en esemomento—. Deberían dispararme.

¿Para que? Ella se preguntó con la única sección calmada de su cerebro. Sus dedosrozaron su mandíbula.

—Debería haber sabido que estar en exhibición te contrariaba.

Él cambió de posición, jalándola más cerca con su mano en su columna vertebralpara que sus faldas se doblaran alrededor de sus botas. Sus labios rozaron su mejilla.

—Respira, cariño. Por mí. Una sola vez.

Ella se puso rígida recordando la última vez que él había dicho eso. Él la jaló un pocomás cerca, pareciendo absorber su cuerpo entero en el de él mientras su risa jadeaba contrasu oreja.

—Ah, recuerdas eso, ¿verdad?

¿Cómo podría olvidársele?

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—Te prometo esta vez, cariño, ningún dolor. Tú sólo tomas este pequeño aliento, y elresto será un baile sobre el escenario.

Respiró con dificultad y el aire se atragantó fuera de sus pulmones, mientras élpermanecía allí como si toda la iglesia llena de testigos no tuviera importancia y cantabadulcemente disparates en su oreja. Ella intentó mirar debajo de su brazo para ver la clasede espectáculo que hacían, pero él no lo permitiría.

Él metió su cabeza contra su pecho y dijo:

—Las únicas personas que importan aquí eres tu y yo, y estoy muy bien con esto.

—¿Ella está bien?

Esa profunda voz arrastrada, lenta jaló su barbilla arriba. Los plateados ojos de AsaMacIntyre encontraron los de ella.

—Ella está bien, pero podría usar un minuto, si tú lo pudieras arreglar —contestóClint, su voz demasiado calmada para cualquier otro que oyera.

Asa le guiñó el ojo a Jenna y en un “ya veo" se paró y suspiró lo suficientementefuerte para que todo mundo lo oyera.

—Desearía tener una chica que quisiera un abrazo de mí lo suficiente como pararetrasar su boda por tenerlo.

Un lento goteo de risa siguió al pronunciamiento. Doc recogió el tema y corrió con él.

—Caray. Intenté ver a Dorothy antes de la ceremonia y ella me lanzó un zapato.

—¡Eso podría haber sido porque nos retrasamos y me estaba vistiendo en esemomento! —le dijo Dorothy.

—Eres un patán, ¿no es así Doc? —Una voz masculina que Jenna no reconocióembromó de buen humor.

—¡No estoy seguro de si te quiero atendiendo a mi mujer después de oír esto! —llamó otro.

—Ah caray, Jerome —la primera voz contrarrestó—. Sin ofensa para Fran, pero ellatiene más años en ella que el perro del viejo Ben. Si Doc fuera a conseguir algo dediversión, escogería a alguien más.

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—Ella está condenadamente guapa hasta el día de hoy —carraspeó Jeromeruidosamente.

Jenna, apoyándose contra Clint, escuchó el chacoteo y sonrió. Jerome tenía sesentaaños y amaba cariñosamente a su regordeta esposa. Todo el mundo lo sabía. Mientrascrecía, Jenna había esperado que un hombre la mirara en la forma que Jerome veía a Fran—como si el sol ascendiera y la luna se estableciera en sus ojos— pero desde hace muchotiempo había superado esa idea.

Los chistes continuaron. Un poco de su tensión se alivió.

—Esa es mi chica —susurró Clint. Su grueso pelo negro rozó sus mejillas y loshombros desnudos mientras sus labios se deslizaron a través de su cuello. Ella tembló antela sensación extraña. Contra su oreja, ella sintió la sonrisa de Clint—. Tú deja a Asa hacerlo que él hace mejor, y sólo concéntrate en darme ese bonito aliento profundo que te pedí.

Sorprendentemente, la respiración costó menos esfuerzo ahora, aunque ella todavíaestaba a la mitad del pasillo y todo el mundo aun observando.

Clint ahuecó su garganta en su mano.

—Eso es, Sunshine.

Sus dedos acariciaron desde su oreja hasta su hombro, lanzando una sensación deltemblor dentro de ella.

—Mírame.

Ella lo hizo. Siempre hacía lo que decía cuándo él usaba ese tono. Sus ojos eranprofundos, negros, insondables, y completamente autoritarios. Sus dedos se curvaronhasta que él frotaba su garganta con el dorso de su mano. Era la más ligera de las caricias.Ella la sintió hasta las puntas de los dedos de sus pies.

—Respira para mí.

Ella vaciló.

—Ahora. —Ella lo hizo, sin esperar nada, pero de manera chocante, obteniendo unaliento de aire frío, fresco. Su recompensa fue el relajamiento de su expresión y un regresode su abrazo. Ella puso las palmas contra su pecho.

—Estoy bien ahora.

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—Sólo para mayor seguridad, descansaremos aquí un poco.

—Estamos en medio de una boda.

—Desde que somos el centro de atracción, supongo que esperarán.

Sus manos en su espalda no la dejaron alejarse. Ella estaba agradecida de haberescogido un corsé firme. Lo podía sentir como un embutido, pero todo lo que Clint sentiríaera una silueta suave.

Como si leyera su mente, él golpeó ligeramente una de las costillas.

—Esto no puede ayudar a tu respiración.

El sonrojo se inicio en sus dedos y ardió sobre su cara.

—Sólo estoy nerviosa.

Una mirada rápida desde arriba demostró que él miraba ceñudamente ese trozo deinformación. Ella dejó caer su mirada a su garganta. Él tenía la piel más bella. El indicio derojo bajo del color moreno siempre la hacía querer mordisquear, solo un poco para ver sisabía tan ardiente y especiado como la canela a la que él le recordaba. Ella dejó caer sufrente contra su pecho. ¡Oh cielos! Ella estaba en la iglesia y tenía pensamientos carnales.Era tan mala como su padre siempre dijo.

—Me puedes dejar ir ahora. —Como siempre, a su voz le faltó la fuerza que ellaquería, así es que no estaba sorprendida cuando él solamente la sujetó.

—En un minuto.

—No me agarrotaré otra vez.

—Lo sé.

Ella frunció el ceño, presionando ligeramente con sus dedos. No había concesiónpara el hombre.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque sabes que estás a salvo conmigo.

—¿Lo estoy? —Salió más alto de que lo que ella anticipara, atrayendo la atención detodo el mundo de vuelta a ella.

—Se supone que guardas eso para el reverendo —gritó alguien.

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El pánico comenzó de nuevo, profundamente dentro de donde siempre empezaba.Un dedo se deslizó debajo de su barbilla, la piel áspera escarpando su carne más suave.

—Mírame.

Ella lo hizo.

—No vas a entrar en pánico.

—¿No lo haré? —Seguro se sentía así para ella.

—No. Tú vas a permanecer tranquila, y caminar conmigo hasta el frente de la iglesiay decir tus votos. Entonces vamos a conseguir algo de ese pastel de boda que la hija dePriscilla horneo.

—¿Lo haré?

—Sí.

—¿Y no voy a entrar en pánico? —Lo último lo dijo respirando con dificultadmientras miraba alrededor del brazo de él para ver a todos observándola otra vez.Especialmente Cougar. Su cara oscuramente bien parecida dura por la desaprobación.

Clint volteó la cara de ella de nuevo a la de él.

—No lo harás.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque te tengo.

Y así como así, él dio la vuelta, la metió en su costado como si fuera diminuta ydelicada, y serenamente echó a andar por el pasillo. A ella no le quedó nada más que ircon él. Su falda se movía alrededor de sus piernas, el brazo de él tomando la mayor partede su peso. Cuando ella tropezó, él le dio la vuelta para enfrentarla, llevando su mano asus labios, besando la palma, mirando dentro de sus ojos mientras la secundaba el restodel camino a su posición.

El suspiro que se levantó de las mujeres jóvenes en el grupo de gente le permitiósaber que el gesto se veía alocadamente romántico. En realidad, la había prevenido de caersobre su cara.

Él había hecho como había prometido. La había llevado al altar, en forma segura, suorgullo intacto. No debería haber estado sorprendida. Clint era conocido por ser un

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hombre de palabra. Su mano en su codo la estabilizó mientras ella afrontaba al reverendo.Los ojos en su espalda eran como el toque de un desconocido. Incómodo.

—¿Todo en su lugar ahora? —preguntó el reverendo Swanson. Clint elevó una ceja.

—Sí. — susurró Jenna.

Una tabla del piso rechinó mientras Cougar se inclinó alrededor de su primo. Suprofunda mirada dorada parpadeó sobre ella antes de que él se inclinara de nuevo Ypregunto por la orilla de su boca.

—¿Estás resuelto por completo sobre esto?

No se suponía que ella escuchara las palabras, pero lo hizo. Ella no miró a Cougar o aClint mientras él debatía su respuesta. Ella había visto las señales. Dios le había enviado aClint como una respuesta a sus oraciones. Si ella sólo creyera eso, todo estaría bien.

Cuando Clint contestó “Sí” en su voz profunda, ella dio un suspiro de alivio. Estabahaciendo lo correcto.

—Es hora de irnos, Jenna —dijo Clint dos horas más tarde.

Jenna agarró firmemente a Brianna un poco más cerca. Alimentada y cambiada, laniñita estaba casi dormida, y su gemido amortiguado le dijo que ella no apreciaba el gesto.

—Nos encargaremos muy bien de ella —prometió Mara. El hambre en su vozintranquilizó a Jenna.

Todos sabían que Mara deseaba un bebé tanto como sabían que Cougar temíaperderla al dar a luz. Ella no quería dejar a Brianna aquí. ¿Qué pasaría si no se la daban deregreso?

Cougar dio un paso adelante. Su pelo largo se deslizaba sobre sus hombros sólidosmientras él extendía la mano. Jenna apenas se contuvo de echar marcha atrás mientras élacarició de nuevo la pequeñez de Brianna.

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—La mantendré segura por ti —prometió él, sus dorados ojos oscuros. Todo elmundo sabía que una promesa de un McKinnely podría ser llevada al banco. Aún así,Jenna no podía dejarla ir.

—Está bien, Jenna —dijo Clint.

Pero no lo estaba. Una baba de salivación humedecía el hombro del vestido azul deviaje por el que se había cambiado.

—Creo tal vez deberíamos reconsiderarlo…

—Si vas a decirme otra vez que no necesitamos tiempo a solas —interrumpió Clint,una sonrisa rondando su boca—, estas gastando tu aliento.

—Cada pareja necesita algún tiempo para relacionarse —Dorothy, la esposa delDoctor, levantó la voz mientras se acercaba, la canasta que Jenna había empacado en sumano.

—Pero nosotros no...

Clint suspiró y le quitó a la bebé de sus brazos.

—Estamos casados, Jenna.

El reverendo Swanson dio un paso adelante, lamiendo el azúcar de sus dedos.

—Y en una de mis ceremonias más agradables, también, aunque lo diga yo mismo.

Clint pasó su lengua alrededor de su pulgar. El gesto era tan inconscientementesensual que Jenna dio una respuesta retardada al comentario. Algunas veces era difícil derecordar que este hombre alto, delgado, musculoso era un cristiano.

—No iba a decir que no estábamos casados. —Observó ella en agonía mientras Clintle pasaba a Brianna a Mara.

—No importa en qué excusa estuvieras trabajando —dijo él—, quiero estar solocontigo.

—Pero cinco días.

—Serán apenas suficientes para abrir mi apetito.

Los hombres se rieron. Jenna se sonrojó, y Dorothy le dio un palmetazo a Clint conuna toalla.

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—Si tu madre estuviera aquí lavaría tu boca con jabón.

Clint evadió un segundo golpe.

—Suerte para mí entonces que ella viva la vida fácil de vuelta en el este con Papá.

Dorothy le dio a Jenna la canasta.

—Tú sólo ignora a esos bufones, Jenna. Demasiados paseos por la puerta de atráshan confundido su cerebro.

La canasta pesaba una tonelada. Jenna cambió su agarre. ¿Clint había estadobebiendo? El sentimiento de que su vida se salía de control se intensificó.

—Mi tienda.

—Está en buenas manos con Lorie —contrarrestó Clint, tomando el caro mantogrueso de lana que él había insistido que ella necesitaba fuera del gancho junto a la puerta.

—Lorie es muy competente —dijo Mara, viéndose completamente natural meciendoal bebé diminuto en sus brazos. La imagen de la familia pequeña perfecta fue completadacuando Cougar dio un paso al lado de su esposa, y ella inmediatamente se relajó en elrefugio de su lado.

—¿Pero ella se acordará de alimentar a Harry? ¿Y de que Jonás tiene que comer en elrestaurante o alguien le quitará su comida?

—Estoy seguro que ella lo hará —contrarresto Clint, tendiendo su manto. Ella ignorósu sugerencia.

—Algunas veces los otros clientes se quejan.

—Puedo manejar las quejas —dijo Lorie llegando hacia ellos. Jenna miró a lacompetente mujer. Ella apostaría que podía. Lorie se veía del tipo que podría manejarcualquier cosa. Probablemente manejaría su tienda mejor que ella sin que un solo cabellorubio en su cabeza cayera fuera de lugar. Sus clientes probablemente ni siquiera laextrañarían.

—Tienes que acordarte de alimentar a Harry. Recién he comenzado a poner peso enél.

—Lo recordaré. Todos los días a la puesta de sol un plato de comida por la puerta deatrás.

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—Con leche. Asegúrate de que sea suficiente. No quiero...

—Que él pierda peso. —Lorie, Clint, Mara, Asa, Cougar, y Doc terminaron por ella.

Su diversión le pegó a ella como un golpe. Agachó la cabeza, su voz se bajó a unsusurro pero no podía dejarlo ir.

—Él sólo ha llegado tan lejos…

Probablemente pensaban que era ridícula por preocuparse por otro desecho, peroHarry le importaba y así también lo hacía Jonás aun si no eran particularmente lindosahora mismo.

El pesado peso del manto se situó en sus hombros, la pelusa corta en la capucharozando sus mejillas.

—Harry, Jonás, tu tienda, y la pequeña Brianna están en buenas manos, Jenna.

Las manos de Clint se demoraron después de que el manto fue acomodado, pero lacaricia de sus dedos no alivió el carácter definitivo de sus palabras. La vida que ella tancuidadosamente había construido para sí misma los últimos seis meses estaba ahorafirmemente al cuidado de otros, y ella era otra vez una esposa sin nada que llamar suyo.

Ella se salió del agarre de Clint y dijo la única cosa que podía.

—Gracias.

Puso la canasta en el piso, se encogió de hombros fuera del pesado manto, y lo pusode nuevo en el gancho. Ella trató de alcanzar el suyo viejo.

—¿Qué estás haciendo?

Ella recurrió a Clint.

—Disponiéndome a irme.

—Hace frío afuera.

—Lo sé.

—Necesitas un manto.

—Tengo uno.

—¿Qué tiene de malo el que acabas de traer?

Un ladrido de risa llegó del otro lado de la habitación, rápidamente seguido por:

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—Ésta va a ser buena.

Jenna deseó tener el valor de dirigirle a Asa una mirada furiosa por su interrupción,pero apenas se atrevía a irritar a ex pistoleros. Ella jaló su manto perfectamente en buenestado liberado de la capucha.

—Es nuevo —le dijo ella a Clint.

—Lo sé. Te lo compré.

—Está nevando afuera.

—Lo sé.

Ella abotonó los dos botones superiores de su manto, los demás había pasado muchotiempo desde que habían desaparecido.

—Se mojará.

—Se supone que se moje.

Ella alcanzó su bolsillo para sacar sus guantes tejidos.

—No voy a tener mi manto nuevo completamente mojado y cubierto de lodo.

Clint sacó los guantes de su mano y los lanzó sobre el tapete.

—No voy a dejar que mi esposa completamente nueva tenga frío.

—Este manto está bien.

—Ese manto es sólo adecuado para encender fuego.

—Hice este manto yo misma. —Tal vez no era elegante pero ella había economizadomucho y había ahorrado y había fregado para conseguir el dinero para el material. Habíapasado a través de cuatro inviernos muy bien.

—Buena la has hecho.

—Cállate Asa —gruño Clint.

Jenna añadió su mirada furiosa desde debajo de sus pestañas mientras el granpistolero se apoyaba con gracia indolente contra la jamba de la puerta.

—Sólo estoy tratando de señalar que no puedes ganar discutiendo con una mujersobre su ropa —mencionó Asa, fingiendo agravio cuando su esposa abofeteó su partecentral. Como si el puño de Elizabeth pudiera hacer mella en su gran cuerpo.

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Clint tendió su mano.

—No insulto tus ropas, Jenna. Sólo quiero que estés caliente.

Ella ignoró la orden en su mano extendida y metió el material delgado más cercaalrededor de ella.

—Estoy caliente.

Le pareció detectar un ablandamiento en sus ojos oscuros, pero entonces el vientoululó y agitó las ventanas del edificio. La mandíbula de Clint se apretó.

—No tan caliente como vas a estar si no me das ese manto.

—Oh esa podría ser una “noche de boda“ apropiadamente amigable —rió Asa.

—No estás ayudando —reporto Elizabeth claramente. Justo tan claramente mientrasque Asa contestaba:

—No sabía que estaba tratando de ayudar.

Un bufido amortiguado llego de Cougar. Jenna tenía una fuerte sospecha de que él seestaba riendo pero entonces palmeó su pecho y tosió. Sólo podía haber tragado mal.

Ella supo que iba a tener que admitir la derrota. Había sido lo suficientemente tontacomo para hacer una confrontación pública y ningún hombre cedía terreno cuando eraafrontado con una audiencia. Ella solía ser más lista que esto, pero seis meses de paz y esemomento en la iglesia aparentemente habían mitigado su inteligencia.

Ella desabotonó el manto. La aprobatoria inclinación de cabeza de Clint crispó susnervios mientras se lo daba. Esperaba que él lo tirara al piso. En lugar de eso, él lo dobló ylo colocó en la parte superior de la canasta.

—Gracias. — Él tendió el manto lujoso otra vez.

—¿Por qué?

—Por preocuparte por mí.

Ella clavó los ojos en él. ¿Él se preocupaba?

—De nada.

Jenna intentó no retroceder mientras él acomodaba la capucha debajo de su barbilla.Todo el manto estaba cubierto de pelusa suave. Era la cosa más lujosa que alguna vez

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hubiera visto, y se sentía tan bien como ella siempre había imaginado que la decadencia loharía.

Él tiró del manto alrededor de sus caderas. Ella se movió torpemente adelante. Élcolocó un par de mitones de lana en sus manos.

—Estos deberían mantener tus manos calientes.

Ella no supo qué decir. Quería estar resentida con él por imponerse, pero al mismotiempo, no pudo recordar un tiempo cuando alguien se hubiera preocupado por ella, ymucho menos se hubiera asegurado de que se encontraba a gusto. Le hacía sentirseextraña. Agradecida. A ella no le gustaba eso.

Jaló bruscamente los mitones. Estaba caliente, envuelta lujosamente, y rodeada porpersonas amables que le deseaban el bien. No fue nada como su primera boda. Nada comolo que ella estaba acostumbrada. Quería encontrar una esquina y esconderse. En lugar deeso, pegó una sonrisa en sus labios.

—Quiero darles las gracias a todos por venir y desearnos el bien.

—El placer fue nuestro—dijo Cougar, como si él no le hubiera estado advirtiendo aClint sobre ella sólo horas antes.

Clint se encogió de hombros en su abrigo, viéndose más grande que nunca debajo dela voluminosa lana. Él alcanzo su sombrero mientras su mano libre se acomodaba en suespalda. Ella estaba dando un paso hacia la puerta antes de que comprendiera que él nointentaba llevarla empujando. Él estaba sólo haciendo como cualquier otro varón en ellugar. Tocando a su mujer.

Oh cielos. Ella miró hacia arriba, muy arriba hacia sus profundos ojos negrosmientras la seguía hacia la puerta. Ella era su mujer ahora. Si había cualquier cosagarantizada para hacer a una mujer sentirse inadecuada, era saber eso.

—No se apresuren ahora. —El reverendo Swanson puso su plato vacío en la mesapequeña—. Ustedes no estaban planeando irse sin darnos una oportunidad de besar a lanovia, ¿verdad?

—Por supuesto que no —dijo Asa, apartándose del marco de la puerta. Se requiriósólo tres zancadas de sus largas piernas para cruzar el cuarto. Hubo algunas amablesbromas y atropellos y entonces una línea de hombres entre ella y la puerta.

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Oh cielos, odiaba esta parte de las bodas.

Ella miró hacia arriba. Clint miraba ceñudo a los hombres. Eso no facilitó sus nervios.Él tenía el ceño fruncido tan duro que medio esperaba que él le ordenara a los hombresdesistir, pero entonces su mano en la parte pequeña de su espalda la empujó haciaadelante mientras decía en una voz tensa:

—Terminemos con esto para que podamos llegar a nuestra celebración.

Los hombres aullaron, las señoras se rieron, y ella se sonrojó y perdió su voz. Clint laurgió hacia adelante otro paso, directamente al agarre del reverendo. Antes de quepudiera reaccionar él tenía sus manos, llevándola lejos de la presencia reconfortante deClint y de sus brazos. Un chillido pequeño flotó en el aire mientras su beso casto aterrizóen su frente junto con sus felicitaciones.

—¡Cuida su pierna! —advirtió Clint mientras el reverendo le dio un pequeñolanzamiento al siguiente hombre.

—La tengo. —No hubo mala interpretación en la voz arrastrada, profunda tansimilar a la de su marido, o la fuerza en los brazos que la atraparon y ligeramente la colocósobre sus pies, sujetándola por esa fracción de segundo que se requería para conseguir subalance. Entonces la luz fue bloqueada mientras Cougar se doblaba y su pelo largo caíaalrededor de ella. Había un suave perfume de salvia y entonces sus labios tocaron sumejilla izquierda. Ella se mantuvo perfectamente quieta, temerosa de moverse.

Él se inclinó más. Su aliento se atascó en su garganta. Sus labios revolotearoscercanos a su oreja.

—Mantén en alto la cabeza, Jenna McKinnely. —Hubo una pausa de luz y entoncesla oscuridad otra vez mientras él besaba su otra mejilla, dando un paso atrás—.Bienvenida a nuestra familia.

Ella tuvo un vislumbre breve de su cara bien parecida, seria antes de que fueramovida rápidamente a los brazos de otro hombre como si ella pesara nada más que unapluma. Sólo tuvo tiempo de absorber los acerados ojos grises iluminados con humor antesde que los labios firmes pasaran encima de los suyo. Ella se sobresaltó de nuevo yentonces gritó mientras un brazo duro se cerro alrededor de su cintura y la jalóbruscamente contra un torso más duro, y un gruñido retumbó a través del cuarto.

—¡Ve a besar a tu esposa, MacIntyre!

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Asa se veía completamente impasible. En verdad, él se veía a punto de estallar de larisa. Jenna no lo comprendía, pero una mirada rápida alrededor de la habitación mostró atodos en el mismo estado. Probablemente porque Clint la tenía colgando con los pies a seispulgadas del suelo.

—Por favor ponme en el suelo —susurró Jenna.

Él vaciló pero eventualmente hizo como le pidió. Él sin embargo no la soltó, sólomantuvo su mano escandalosamente extendida a través de su región abdominal,manteniendo su espalda presionada contra su frente.

Su erección era sólida contra su columna vertebral, definible aun a través de su ropay todo eso se hacía sentir. Ella contuvo su estremecimiento. Estaba bien familiarizada de laincertidumbre de los celos masculinos. Su esfuerzo por ver su expresión fue frustrado porla capucha del manto. Sin indicador con el cual trabajar, sin saber si él estaba furioso conlos hombres, pero la culpaba a ella por tentarlos, se acomodó para doblar sus manosenfrente de ella y esperar.

—¿Estás lista para irte, Jenna?

Ella tomó un aliento estabilizador.

—Sí.

Mara estaba parada un poco a su izquierda. Era todo lo que Jenna podía hacer parano arrancar a Brianna de sus brazos y correr. Como si él sintiera su batalla interior, lamano de Clint presionó un poco más duro antes de que él la metiera en su costado.

—Entonces vámonos.

Él inclinó su sombrero bajo sobre la cabeza y condujo a Jenna a través de la puerta.

—Todos saben dónde encontrarnos si nos necesitan. — Él se dio la vuelta y alcanzóla canasta—. Y si aprecian su vida, sugeriría que no nos necesiten.

Un ladrido de risa masculina puntualizó el golpe de la puerta.

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Capítulo 5

Clint le cerró la puerta a los restos de la risa de Asa. Enderezó el sombrero en sucabeza y miró a su esposa. Jenna estaba de pie esperándolo en el amanecer, frotándose losbrazos, su aliento ascendiendo en el viento en nerviosos soplos escarchados. Ella era suyaahora. Su esposa. Y él podría encargarse de ella en la forma en la que siempre habíaquerido.

—¿Frío? —preguntó él, dando un paso hacia ella.

Ella dejó de frotarse los brazos inmediatamente.

—Estoy bien.

Él ajustó la capucha alrededor de su cara y levantó su barbilla. Su dedo se deslizóentre el pelaje suave y su mejilla aún más suave. Él deseó que ella sonriera. No habíasonreído desde que él se había declarado.

—Me dejarás saber si tienes frío.

—Estoy segura que estaré bien.

Ella debería estarlo. Él había comprado el manto más caro que pudo encontrar,escogiendo el que complementaría su belleza exuberante, pero en lugar de estarencantada, ella parecía alterada. Aún parecía trastornada.

Él deslizó su mano detrás de su cabeza. El pelaje espeso delineando la capucha noestaba ni de cerca tan bien como la curva de su mejilla, la seda de su pelo. Él la atrajo a sucuerpo, poniendo su espalda al viento, tomando el embate con su cuerpo más grande,suspirando cuando ella le miró cautelosamente. ¿Pensaba que iba a convertirse en unmonstruo ahora que la ceremonia se había terminado?

—No va a ser tan malo estar casada conmigo, Jenna.

Él no se inquietó por su principio de sorpresa. En lugar de eso, usó ese momento deconfusión, sosteniendo su pulgar bajo su barbilla, sujetándola lista para el descenso de suboca. Tuvo mucho cuidado con ella, acomodando los labios gentilmente en los de ella,tratando de no asustarla, pero él necesitaba saborearla, para eliminar la imagen de la boca

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de Asa en la de ella. No importaba que Asa la hubiera besado simplemente para irritarlo.El hecho de que los labios de Asa habían tocado los de ella le volvía loco.

Su aliento resopló en su boca en una expulsión suave de asombro. Él la tomó, tansuya, saboreando la intimidad después de semejante largo tiempo de anticipación,moviéndose más cerca, siguiéndola mientras ella dio un paso atrás, casi gimiendo de lafrustración mientras las capas de su ropa le previnieron de la lozanía de su cuerpo.

Sus labios se apartaron debajo de los de él. Él aceptó la invitación, deslizando sulengua pasando la suave unión de carne húmeda en el calor más allá. Ella sabía tan bien.Tan condenadamente bien. Como el té y el chocolate anidado en una cálida cama húmedade pura esencia femenina. Ella se volvió floja debajo de él, relajándose contra la pared,dejándole hacer como le agradaba, su aquiescencia añadiéndole un aguijón más agudo asu ya ascendiente pasión. Ella era suya. Ella estaba dispuesta.

Un golpecito en la ventana le ayudó a salir de su hechizo. Dorothy le mirabaceñudamente a través de la ventana, la sonrisa paciente en su cara, de la clase que él estabaacostumbrado a ver aparecer cada vez que había dejado a su impaciencia aventajar a susentido común. Como ahora. Él besaba a su esposa en la entrada delantera de la casa deDoc con una audiencia a no más de diez pulgadas de distancia. Él aflojó su cuerpo del deella, acariciando la humedad de la esquina de sus labios rosados con su pulgar.

—Imagino que mejor guardaré eso para más privacidad.

Jenna tragó saliva dos veces y entonces asintió.

Él agarró su mano, sintiéndose casi feliz mientras la sacaba del refugio del saliente alborde de los escalones y dentro de los copos remolinantes de nieve. La agarró por lacintura y la meció fuera de las escaleras. Su boqueada pequeña cosquilleó su humor tantocomo su agarre frenético en sus hombros. Sería un día frío en el infierno antes de que él ladejara caer.

Los copos de nieve se aferraron a su capucha, y se quedaron en su nariz antes dederretirse en su piel. Él quiso lamerlas fuera de sus pestañas, sus mejillas. Él queríalamerla de pies a cabeza. Él la besó duro, y dejó su mano deslizarse de la de él mientras seencaminaba al granero, ansioso por llegar a casa.

—Clint. —Jenna dijo su nombre en esa jadeante voz pequeña, lo paró en seco amedio camino al establo. Él dio vuelta. Jenna estaba cerca de veinte pies detrás de él. Aun

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desde ahí él podía ver el calor sobre sus mejillas y los rápidos soplos de aire mientras ellajadeaba.

—No puedo continuar —le dijo mientras cojeaba pesadamente en su estela, la nieveresbaladiza haciéndole más difícil caminar.

Demonios. A él se le había olvidado.

—Lo siento.

Él se dio la vuelta y la encontró a medio camino, levantándola en sus brazos,teniendo otro de esos chillidos divertidos.

—Sujétate, Sunshine.

Él la atrajo sólo un poco, justo lo suficiente para tener sus brazos aferrándose a sucuello y su cara enterrada en su garganta. Él se mantuvo en movimiento hacia el granero,saboreando el calor de su aliento deslizándose por su piel. Después de esperar un año aJenna, él estaba repentinamente privado de su legendaria paciencia.

Él tuvo que ponerla en el suelo del establo. Tan pronto como sus pies tocaron elsuelo, ella se apartó, fusionándose con su manto y su pelo. Él sonrió mientras abría de lapuerta. Estaba preciosa cuando estaba azorada.

Él suspiró cuando vio el coche ligero justo dentro de la puerta del establo. Estabaadornado en más latas, papeles y confianza que cualquier despedida matrimonial que élalguna vez hubiera visto. Una mirada rápida en Jenna demostró que ella se había quedadoun poco aturdida.

—Parece como que todos tuvieron una parte en desearnos bien.

—Aparentemente. —Ella tocó una botella vacía de whisky colgando fuera de larueda—. Parece que pusieron bastante trabajo. —Su labio estaba entre sus dientes.

—¿Puedes conducir un coche ligero?

Ella le lanzó una de esas miradas inciertas como si él hiciera más que una preguntasimple antes de que ella enderezara los hombros.

—Puedo aprender.

—No es necesario. —Él sólo necesitaba sacar de entre manos otro plan.

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Él nunca conseguiría que su muy nervioso bayo permaneciera cerca de estamonstruosidad, pero se tomaría mucho tiempo para limpiarlo. Estaban perdiendo la luzdel día rápido.

—¿Puedes cabalgar?

Ella le miró y entonces a su caballo todavía esperando en el granero.

— No. —Había tristeza en su mirada.

—¿Aún quieres aprender?

—Ya no importa. —Ella miró hacia abajo al suelo.

No había inflexión en su voz ronca y sin poder ver su expresión él no tenía manerapara juzgar si ella estaba feliz con eso o no. La botella se meció en contra de la ruedamientras ella quitaba su mano.

—¿Por qué no tiene ya más importancia? —Él dio un paso adelante y estabilizó labotella.

—¿Qué?

—¿Por qué no importa más ya si tú quieres aprender a cabalgar?

—Oh. —Su mano alisó su muslo a través del manto—. Mi pierna es demasiado débil.

Clint apartó de un empujón una lata fuera del camino y se apoyó contra el bayo.

—¿Te conté sobre la vez que cabalgue a Ornery con una pierna rota?

Hubo un ligero movimiento de la capucha. Con un golpecito de sus dedos, él laempujó atrás. Jenna le dirigió una mirada sorprendida mientras la capucha se deslizóabajo por su espalda, sus ojos de un profundo azul por la tristeza.

—No puedo distinguir si estas diciéndome si o no.

—Oh. — Hubo una pausa—. dije que no.

—Pues bien, lo hice, y como pude cabalgarlo, esperaba que tú pudieras lograrcabalgar, si quisieras.

Otra de esas miradas tristes hacia Ornery.

—Probablemente me requeriría mucho tiempo aprender.

—No he notado que estemos cortos de eso.

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Ella encorvó los hombros y miró hacia abajo.

—No aprendo las cosas rápidamente.

—Soy conocido por mi paciencia. —Pero no esta noche. Esta noche él quería estar encasa tan rápido como fuera posible.

—No soy muy avezada. —Si su cabeza cayera un poco más abajo su barbilla estaríaposada en el suelo.

—Jenna, mírame.

Ella lo hizo, y aun en el crepúsculo descendente, él podía ver el hambre en ellamezclado con la incertidumbre. Ella quería montar tanto que lo podía saborear, ¿Así quepor qué estaba levantando tantas barreras?

—Te enseñaré a montar.

El deleite brilló intermitentemente a través de su cara antes de que ella lo sofocaracon cautela. Él descruzó los brazos y apartó con la mano el carruaje.

—Empezando esta noche.

La alarma reemplazó la cautela, y sus ojos volaron a los suyos.

—¿Esta noche? —repitió mientras él tomaba las riendas del caballo.

—Sip —él guió al caballo dócil que estaba preparado en su arnés al lado del cocheligero en un cubículo vacío, lanzándole algo de avena y palmeando su cuello antes decerrar la puerta del cubículo y señalar a Jenna arriba—. Ven conmigo.

Él podía sentir su mirada perforar su espalda, y podía oír su ligeramente disparejomodo de andar a tientas a través del establo. Hubo un golpe y una maldiciónamortiguada. Él la encontró frotando su frente, mirando furiosamente en el posteclaramente delante de ella.

—¿Estas bien?

—Sí. —Ella estiró adelante su mano como para confirmar donde estaba el poste.

—Sunshine, ¿tienes problemas viendo?

—Es sólo tan obscuro aquí dentro.

No para él.

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—Simplemente quédate dónde estás. —Él tranquilizó al caballo ruano delante de unapaca de heno, cambió el arnés de su cabeza a un cabestro, y se balanceó de regreso haciaella.

—Aquí. Toma mi mano.

Los dedos de Jenna se apretaron sobre los de él, con sólo un indicio de desesperación.Él hizo una nota mental de que ella carecía de visión nocturna.

—Así. —Ella siguió el tirón de su mano—. Hay un cubo a tu derecha.

—¿Puedes ver aquí dentro? —preguntó mientras le daba al cubo un espacio ancho.

Él la jaló adentro antes de que chocara con una pila de heno.

—Sip.

—Imagino que sólo soy yo entonces.

—¿Sólo tú qué?

—Sólo yo quien no puede ver por la noche. Siempre pensé que Jack estabasimplemente dotado de ese modo, pero imagino que soy la que es diferente.

—No es una gran cosa.

—Puede dificultar las cosas en el invierno. Me pierdo algunas veces. —Sus dedosapretados en los de él mientras entraban en una sombra.

Él se paró en seco. La agarró antes de que ella pudiera chocar violentamente contra ély levantó su barbilla, queriendo ver su cara.

—¿Perdida?

—Algunas veces las cosas se ponen confusas, especialmente cuando nieva.

—¿Y tú te perdiste? —Él podía sentir su piel calentarse debajo de sus dedos. Ella sesonrojó.

—Sólo un par de veces.

Su estómago se apretó ante el pensamiento. Los inviernos de Wyoming no eran nadapara estornudar.

—¿Sufriste daño?

—Sólo un poco de congelación.

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—¿Dónde estaba tu marido?

Ella no contestó. Probablemente porque era una maldita pregunta idiota. Cualquieraque conoció a Jack Hennesey sabía que él podría ser encontrado al pie de cualquier botella,gritando acerca de la maldad de la lujuria y la fuerza de la tentación mientras se revolcabaen ambos.

—No importa. Tengo una buena idea.

—Él era un “buen hombre” cuando no bebía —dijo ella defensivamente.

—Aceptaré tu palabra por eso. —Él nunca había visto al hombre sobrio, removió unrizo de su sien—. No te perderás otra vez.

—¿No lo haré?

—No —él no lo permitiría.

—Oh. —Él palmeó la grupa del bayo mientras daba un paso detrás de Jenna y cogiósu cintura en sus manos—. Extiende tus piernas.

Él la había llevado por el aire antes de que jadeara.

— ¿Qué? —Se había distanciado. Aunque ella había dicho que no captabarápidamente, fue lo suficientemente lista para arrojar su pierna sobre la silla de montar ytomar el cuerno en un agarre mortal. Ornery movió sus pies y ella gritó. Clint saltó arribadetrás de ella.

—No vayas a asustarte ahora o esta lección terminará antes de que empiece —murmuró Clint mientras la enlazaba más arriba contra él.

Ella palmeó una mano sobre su boca, cortando la protesta, y por la manera en quesus costillas se hincharon debajo de su mano, su aire.

—Respira, Sunshine —le ordenó mientras aplanaba la mano sobre su diafragma y lajalaba de nuevo contra él.

Ella lo hizo. Justo hasta que él codeo ligeramente a Ornery hacia la puerta. En eseinstante ella estaba de nuevo agarrando firmemente el cuerno y congelándose.

—La primera lección para montar un caballo es relajarse y armonizar con elmovimiento.

Su “Okay” fue un agudo chillido casi inaudible. Él no notó ningún relajamiento.

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—Jenna, no te dejaré caer. Ahora, relaja tu espalda y deja a tu peso llegar hasta mí.

Ella lo hizo, una fracción de pulgada a la vez, claramente lista ante la más ligera faltade atención para brincar de regreso a su estado petrificado. Finalmente, su cabeza sedetuvo debajo de su barbilla. El pelaje recortado de la capucha cosquilleó su nariz.

—Esa es mi chica. —Él la jaló un poco más cerca. El manto bloqueó cualquiersensación, pero simplemente el peso suyo en sus brazos era suficiente para tener a su pollaesforzándose—. Voy a deslizar mi mano debajo de tu manto ahora, para tener un mejoragarre —le advirtió a ella mientras desabrochaba los alamares de madera.

—¿Para qué? —Sus manos estaban de nuevo agarrando a muerte la perilla.

—Para que tú no estés tan nerviosa. —Y para que así él pudiera disfrutar del peso desus pechos magníficos en su antebrazo, pero no pensó que ella apreciaría oír eso. Éldeslizó su mano dentro del manto justo debajo de sus pechos. Pero él lo hizo. Hijo de puta,él lo hizo. Aún a pesar de que ella se había amarrado arriba apretada, él todavía podíasentir los bultos suaves estremeciéndose a cada paso que Ornery daba mientras él urgía alcaballo fuera del establo. Carajo, él no podía esperar a ponerla debajo de él. Esosmontículos regordetes, carnosos en su boca. ¿Eran sus pezones tan regordetes y deliciososcomo el resto de ella? Si los absorbiera un tiempo lo suficientemente largo y losuficientemente cuidadoso, ¿Se vendría para él? ¿Gritaría su nombre cuando la hicierallegar al clímax? ¿O suspiraría suavemente mientras su cuerpo se estremecía debajo del deél? Sin importar en qué forma ella se viniera, sería con su nombre en sus labios. Él seaseguraría de eso.

—¿Clint?

Ella estaba mirándolo, los copos de nieve esparciéndose en su pelo rubio, laaprensión en su cara. Él la sujetaba demasiado apretadamente. Clint dejó caer un beso ensu frente, sonrió ante su inspiración de aire, y relajó su agarre.

—Justo aquí, Sunshine.

—Puedo ir en el coche ligero.

—Me gustas donde estás.

—Oh.

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—¿Nada más que decir? —Hubo una pausa en la cual él en realidad la sintióreuniendo coraje. Carajo, Hennessy la había dejado con menos confianza de la debida.

—Sí.

—¿Qué?

—Necesito mi canasta.

Clint miró hacia el porche donde la habían dejado. Sería un reto agarrarla.

—Lo recogeremos después.

Ella se mordió los labios, pero no disintió. Él le dio un codazo a Ornery adelante. Ellavolvió la mirada atrás cuatro veces mientras pasaban la casa, pero no dijo una palabra queél pudiera haber tomado como de aceptación. Sobre la quinta vuelta de su cabeza, él paróa Ornery en seco.

—¿Qué hay en la canasta, Jenna?

—Nada de especial importancia. —Su voz fue un susurro de sonido, desnuda deinflexiones como si ella permaneciera tan neutral como era posible.

—¿Qué no es tan no importante?

—Es simplemente tu regalo de boda.

¿Simplemente?

—¿Me conseguiste un regalo de boda?

Su voz se descendió a casi inexistente mientras ella contestaba.

—Sí.

Ahora eso era una sorpresa. Las prometidas normalmente no les daban a sus maridosun presente. Y mucho menos las prometidas que se casaban por necesidad.

—¿Se conservará?

Ella agachó su cabeza.

—No es importante.

La forma que ella intentó hundirse dentro de sí misma le dijo que esto era muyimportante para ella. Lo suficientemente importante para que ella se preocupara por sureacción. Eso significaba que era personal. Él giró a Ornery.

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—¿Qué estás haciendo?

—Conseguir mi regalo.

—No hay necesidad. No es nada especial.

—Creo que veré eso por mí mismo.

Él alcanzó el porche. Con un chasqueo de su lengua, él arreó a Ornery. Jenna gritóagudamente y presionó su espalda contra su pecho mientras el caballo dio bandazossubiendo los escalones. Él la abrazó más apretada con un brazo mientras se inclinó ylevantó la canasta. Era pesada, y no por el manto raído que estaba encima.

—¿Qué hay en ella, Jenna?

—Sé cuánto te gusta el chocolate.

—¿El chocolate? —preguntó Clint, acercándose a la tapa—. Jenna, ¿me horneastealgo de chocolate?

Su “Sí” fue tímido, dulce, e incierto.

—Ah bebé, voy a amar estar casado contigo.

Ella claramente no sabía qué cosa hacer con eso, cambió de posición en la silla demontar, trayendo la plenitud de sus asentaderas contra la parte superior de su ejedolorido.

—Es simplemente algo pequeño.

—Sunshine, el más pequeño algo de ti puede tener a un hombre extasiado.

Incluyendo el más pequeño movimiento de su trasero en su polla. Mientras ella seenderezaba, la plenitud suave acarició su longitud. Él empujó arriba con su piernaderecha, prolongando la presión. Ella jadeó, pero no podría hacer nada sino dejarlodisfrutar de ella. A él le gustaba dulce y sumisa contra él. Besó la parte superior de sucabeza, y dio vuelta hacia casa.

Tan pronto como Ornery desaceleró para un paseo, él tocó con sus labios la oreja deJenna.

— ¿Tuve una oportunidad de decirte lo bonita que luces hoy?

Ella se puso ligeramente rígida y entonces se relajó.

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—No.

—Ahora eso es una lástima, porque eres bella.

—Gracias.

—Y tengo mucha hambre de ti.

—Oh.

—Lo que me trae a una pregunta. —Él movió su mano a su espalda debajo de sumanto, arrastrando sus dedos arriba de la multitud de botones cubriendo su columnavertebral.

—¿Qué?

—¿Qué tan renuente estás a que te desabotone este vestido y le de placer a esosbellos pechos tuyos mientras cabalgamos?

Ella estaba completamente renuente a esa idea, pero antes de que aun pudieraexpresar su opinión, Clint le desabotonó su vestido hasta su pecho. Ella estrechó la canastacontra ella y susurró su agradecimiento por el ocultamiento de su manto.

—¿Nada que decir?

Ella negó con la cabeza. ¿Qué podría decir? Él era su marido.

—Oh, me gusta eso.

Eso era su vestido colgándose fuera de sus hombros. Ella tomó comodidad en elhecho de que no había una buena cantidad de su carne expuesta, gracias a su camisola ysu pesado corsé. Pero entonces su mano se deslizó a través de su corsé. Los callos seengancharon en el material suave mientras atravesaba su costado hasta la plenitud de supecho. Interiormente, ella se encogió mientras su gran mano se abrió y se extendió a lolargo de sus curvas.

Ella era tan grande. Siempre había sido demasiado grande. Como una gran vacagorda que ninguna cantidad de presión y compresión alguna vez pudiera esconder.Especialmente cuando un hombre la sostenía en su mano. Como Jack lo había hecho.Como Clint estaba haciendo.

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Ella se preparó para aguantar el comentario mordaz que iba de seguro a llegar. Ellalos había oído desde que sus pechos habían surgido a la prominencia durante su doceavoaño. Algún día, ella sería insensible.

—¿Sunshine? —Los labios de Clint rozaron un lado de su cuello.

—¿Qué?

—Desliza tus brazos fuera de tu vestido.

—¿Aquí? ¿Lo dices en serio?

¿Hubo un golpecito de algo cálido y húmedo en su cuello, su lengua? Envióescalofríos abajo por sus brazos.

—Totalmente en serio.

—Pero estamos al descubierto.

—El manto te abriga.

—Ornery podría escaparse. —Jack había demandado mucho en sus necesidades,pero nunca como esto.

—No. —Los dedos de Clint se deslizaron de atrás para adelante a un lado de sucamisola, un susurro ligero, avanzando lentamente la tela de su vestido hacia adelante,liberando el camino para sus dedos.

—Él odia la nieve. Sólo andará pesadamente hasta la puerta del granero.

Ella se quedo sin excusas y desabotonó los puños de su camisa. El calor abrasó sobresu pecho y sobre sus mejillas en una oleada de vergüenza mientras deslizaba sus manosfuera lentamente. Detrás de ella, Clint rió ahogadamente.

Ella no quiso saber por qué, pero alguna parte suicida suya sólo tuvo que preguntar.

—¿Qué?

La respuesta fue un murmullo bajo, profundo de sonido contra su oreja.

—Nunca había sentido un sonrojo de mujer antes.

—No lo puedo remediar.

Él acarició con la nariz su cara en la curva de su cuello.

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—No quiero que lo evites. Sólo comento sobre los hechos. —Él presionó las riendasdentro de sus manos tan pronto como sus brazos estuvieron despejados—. Sujétalas.

—¿Qué estás haciendo?

—Liberando mis manos.

¿Estaba desquiciado?

—No puedo conducir a un caballo.

—Ninguna conducción va a ser hecha. Simplemente mantenlas estables.

Ella curvó sus dedos en la canasta y repitió lo obvio.

—No puedo conducir este caballo.

—Claro que puedes. —Contra su mano, ella sintió sus dedos relajándose. ¡Santocielo! ¡Él les iba a conseguir que ambos se mataran!

—Agárrate ahora.

Ella lo hizo, sujetando firmemente la canasta con sus antebrazos y agarrando lasriendas caídas con sus dedos enguantados. Alguien tenía que ejercitar algún sentidocomún.

—¡Estás loco!

Ella sintió su sonrisa deslizarse contra su pelo.

—No. Simplemente hambriento por mi mujer.

Su boca se acomodó en su hombro mientras su mano trabajaba debajo de su manto, yentonces antes de que ella pudiera tomar un aliento para protestar, él tuvo ambos pechosen sus manos. El algodón delgado de su camisola no hizo nada para disminuir el impactode su toque.

Sus manos eran duras, seguras, y firmes. No lastimando. No palpando. Simplementesosteniéndola, como sopesando sus bienes. En una agonía de suspenso, ella esperó suveredicto.

—Sunshine, eres un puñado agradable para un hombre.

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—¿No crees que soy demasiado grande? —Si él estaba siendo agradable, ellapreferiría saberlo por adelantado. Su risa jadeó sobre su cuello, levantando más carne degallina.

—Te sientes perfecta en mis manos.

—Oh.

—¿Nada más que decir? —preguntó él, su lengua deslizando una ruta de besos en supiel, mojada y caliente. Ella debería estar repulsada. No lo estaba. Tal vez era porque él nola abrumaba. Con excepción del potencial escape de Ornery, ella no tenía un sentido dedestino inminente que le abrumaba cada vez que las cosas se salían fuera de control.

—No.

El aire fresco sopló la carne que él había mojado. La excitación creció, y ella tembló.Él chupó la curva de su hombro.

—Hmm, hueles bien. Como aire fresco y rosas.

—Es el polvo.

—¿El polvo? —Jenna sintió el borde de sus dientes en el contorno de su cuello. Ella secontuvo mucho todavía. Él era muy grande detrás de ella. Muy intimidante.

—Mara me lo prestó —susurró ella.

—Me gusta.

—Gracias.

—Deberías tratar de conseguir uno.

—Oh, no podría.

Su boca se separó de su piel. Sus labios mordieron en su lóbulo mientras sus manosempezaron un masaje sutil en sus pechos. Ella se mordió los labios, toda su atenciónmoviéndose a sus manos.

—¿Por qué no?

—Es caro.

—Si lo quieres, consíguelo.

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Él decía eso ahora, cuando tenía sus manos en su cuerpo y meterla en la cama en lamente, pero ella sabía cómo cambiaban las actitudes cuando el deseo pasaba.

—Pensaré sobre eso.

El viento sopló, y gruesos copos suaves remolinearon en su cara. Ella parpadeó y seechó atrás. Directamente en el soporte indoblegable de su pecho. Él parecía arroparla,absorber su peso. Abrigarla. No era una mujer pequeña, pero Clint la hacía sentirse así porla simple razón de que él era tan grande. Y la manejaba tan cuidadosamente. No comoalgo que él poseyera, sino como algo que él apreciara. Ella no podía descifrarlo.

—Correcto, Sunshine, acurrúcate de nuevo aquí y déjame hacernos a ambossentirnos bien.

Clint sintió la pequeña rendición de Jenna en el modo en que descansó contra él, perohabía una agradable tensión zumbando debajo de su piel. Ella estaba haciendo lo que élpedía, pero era cautelosa. Clint deslizó sus palmas arriba de los pechos magníficos deJenna, poniendo tirante su agarre mientras tiraba muy ligeramente en su peso, disfrutandode su elasticidad suave mientras trabajaba su camino a sus picos igualmente suaves. Conuna curva de sus dedos meñiques, jaló abajo su camisola.

Deseó que el manto no estuviera en su camino para poder ver su color. Imaginabaque eran de un rosado suave, tal vez con un indicio de rojo sobre las puntas. Él exploró sustexturas con sus dedos índices, aprovechándose del inquieto movimiento de Jenna parafrotar las puntas sensibles. Eran planas. Insensibles.

Él no fue disuadido. Él nunca creyó que ella se encendería como una antorcha deinmediato. Por todas sus conversaciones, él nunca hubiera imaginado a Jenna tan suelta.Él la llamaría una buena cantidad de cosas —tímida, testaruda, dogmática, y raramentevaliente— Pero dar la vuelta sobre los talones no era un término que él colocaría en ella.Este paseo era más de una sesión “de reconocimiento” para ellos, pero ella fue un puñadotan dulce, era un reto recordar que sus experiencias de dormitorio hasta la fecha no lapodrían haber dejado entusiasta.

Ornery tropezó con una roca.

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Capítulo 6

Estaba casi obscuro para cuando llegaron a la cuadra. Clint se deslizó fuera deOrnery, y Jenna inmediatamente entró en pánico ante ser dejada sola sobre el gran bayo.Él puso una mano en su muslo y uno en el hombro del caballo, apaciguando a ambos consu toque. Cuando estuvieron más tranquilos, sostuvo sus manos arriba para ella.

—Deslízate aquí, Jenna.

Jenna le empujó la canasta en lugar de caer en sus brazos. Él la tomó y la puso en elsuelo. Toda la maniobra tomo solo dos segundos, pero para cuando él se enderezó, Jennahabía logrado quedar enredada, colgando a medias fuera del caballo. Fue fácil ver por quéno completó la maniobra. Su falda estaba atrapada en el cuerno de la silla, y ella no podíabalancear su pierna por encima para caer el resto del camino fuera.

—¿Necesitas un poco de ayuda? —preguntó Clint, mientras admiraba la vuelta de supantorrilla mientras estaba expuesta por su falda levantada.

Ella no contestó ni se movió. Él estaba acostumbrado a sus silencios. Creía que ellosquerían decir o que estaba nerviosa o avergonzada. Esta noche, era probablemente unpoco de ambos.

Ornery se movió de lado, incómodo por la colocación del peso. Jenna abandonó suparálisis. Ornery abandonó la complacencia. Con un bufido, él corcoveó. Sólo lo suficientepara dejar saber a Clint que no estaba feliz, pero fue suficiente para enviar a Jenna a unpánico completo. Ella soltó el cuerno para agarrar su falda. Un error, pero uno que Clinthabía anticipado. Él esperó, un cuchillo en sus manos. Sobre el siguiente brinco, ella setambaleó de vuelta a sus brazos. Con una mano él la sujetó en contra su pecho, y con laotra, cortó su falda suelta. Mientras ella yacía jadeando contra él, enfundó su cuchillo.

—Habría sido mejor si me hubieras dejado ayudarte.

—Sólo quería hacerlo yo.

Él colocó sus pies en el suelo.

—La independencia es algo bueno —él le dio la vuelta y empujó su pelo fuera de sucara, notando el brillo apenas perceptible de lágrimas en sus ojos—, pero necesita sertemplado por la inteligencia.

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Su mueca de desagrado era en su mayoría interna, pero se demoró en el parpadeo desus pestañas y ligero apretar de sus labios. Él metió otro mechón de cabello detrás de suoreja.

—Y la paciencia. Jenna, debes conseguir aprender a tener paciencia.

—Tengo paciencia.

—Algunas veces.

Ella no dijo más, pero él sabía que quería. Se preguntó si había habido un tiempocuando ella habría dicho más, antes de que el fuego dentro de ella hubiera sido sofocadopor la crítica y las palizas.

Ella dio un paso atrás. Él le permitió un pie antes de que enganchara una manodetrás de su cuello y la detuviera. Había un montón considerable de estiércol un pasoatrás.

—No pienso que seas estúpida, Jenna, pero pienso que eres impulsiva, y apreciaría sipudieras reprimir esa tendencia.

Ella agachó su barbilla.

—¿O qué?

Él levantó su barbilla. Ella pareció clavar los ojos en un punto justo al sur deencontrarse con su mirada fija. Con su falta de visión nocturna, era difícil saber si ellaevitaba su mirada o no acababa de saber dónde estaba.

—¿Me preguntas qué ocurrirá si no lo haces?

—Sí.

—Estaré descontento.

—Oh.

Él cogió su mano en la suya y la guió hacia donde Ornery se encontraba cercano a lapuerta del granero pacientemente esperando a que se le dejara entrar.

—No tienes que sujetar mi mano.

—¿Puedes ver dónde vamos?

—No.

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—Entonces sujeto tu mano. Y mira a la piedra allí.

—¿Dónde? —Su dedo del pie la golpeó, y ella tropezó.

Él la estabilizó.

—Allí mismo.

—Oh. —Una pausa—. Gracias. —Había una cierta nota en ese agradecimiento que logolpeó mal.

Su mano, tanto así más pequeña y más suave se meció en la suya. Le tomó unsegundo aclarar por qué, y entonces comprendió que ella furtivamente estaba tanteandocon sus dedos del pie, buscando más rocas. Él deslizó el picaporte de cuerda fuera delgancho de hierro que mantenía la puerta del granero cerrada.

—¿Jenna?

—¿Qué?

—No te dejaré caer. —Todo movimiento se detuvo.

—Gracias. —Esa nota apagada en su voz fue más fuerte ahora.

—De nada. Ahora acomodemos a Ornery. —Él agarró las riendas de Ornery justodebajo de la brida. Deslizó su mano arriba de su brazo a sus hombros antes de deslizarlahasta su cintura. Él no podía decir que ella se metió voluntariamente en su costado, pero lohizo. Él dió su primer paso pequeño, acomodándose a su zancada, pero no fue lo bastantepequeño para acomodarse a una parada en seco.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.

—Guiándote en el establo.

—No soy indefensa.

—Nunca dije que lo fueras.

—Puedo caminar por mí misma.

—Bien. —Él la soltó y guió a Ornery a lo largo del camino familiar a su cubículo.Detrás de él, escuchó a Jenna caminando con los pies arrastrados. La puerta del cubículorechinó mientras lo abría. Jenna se jadeó y se detuvo.

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Ornery empujó más allá de él, ansioso por tener su avena. Clint suponía que podríaencender la linterna por el cubículo pero él todavía podía ver apenas, y alguna parteperversa de él no quería hacer las cosas fáciles para Jenna. No cuando estaba tandeterminada para hacérselas difíciles para sí misma.

Allí hubo más arrastramiento de pies mientras él deshizo la cincha y quitó de encimala silla de montar y la manta. Él balanceó la silla de montar encima del borriquete con lafacilidad de la larga costumbre. Podría distinguir su contorno en la entrada. Ella habíallegado justo dentro del establo, sin duda pegada a la luz trémula llegando de afuera. Porla forma en que estaba agachada, creyó que revisaba el daño que su cuchillo había hecho asu vestido. Él removió su rifle de la vaina de cuero y lo apoyo contra el exterior delcubículo. Ella era una pequeña cosa testaruda.

La tapa de la caja de avena se abrió de golpe. Jenna saltó. Él escarbó afuera unamedida, apartó a codazos la nariz ansiosa de Ornery mientras reingresaba en el cubículo, yla echaba en el depósito de granos del caballo. Agarrando el cubo de agua, fue a la bombajusto detrás de la puerta y comenzó a bombear el agua. Todo estaba callado con esepeculiar silencio que viene con la primera nieve de invierno, amplificando los otrossonidos —el metal rechinando de la bomba, Ornery comiendo ruidosamente, y el chillidorepentino de Jenna. Un chillido que rápidamente se convirtió en un grito entrado enpánico.

—¿Jenna?

Ella no contestó, sólo gritó otra vez y comenzó a dar vueltas en círculos, golpeandocontra sus ropas. Él dejó caer el cubo. Se requirió de cuatro zancadas para llegar a su lado.Él la sujetó por los hombros, deteniendo su histérico girar. Se requirió un segundo paradescifrar lo que ella decía.

—Oh, no ratas. No ratas, no ratas, no ratas.

—No ratas, Sunshine. Gatitos. —Él arrancó a un gatito fuera de la parte trasera de sufalda y lo empujó en sus brazos.

Forcejeando contra él, ella pareció no escuchar. Él se echó al hombro al gatito, yagarró al bulto moviéndose debajo de su manto alrededor de su estómago. Ella lo agarró,también, sus uñas cortas escarbando en sus manos. El bulto maulló y siseó. Jenna gritó ypeleó. Él la ancló con una mano detrás de su cuello, la dejó para contener el bulto, e hizo elcorto trabajo de los botones en el manto. Cayó al piso, revelando la blancura de su piel y el

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problema. El gatito estaba metido en el pliegue de su blusa floja como si cayera por sucintura, atrapado por sus manos y el material.

—Déjalo ir, Jenna.

Su cántico se acorto a separados “nos” mientras forcejeaba para contener al pequeñogatito, el cual estaba igual de determinado a librarse.

Él agarró sus manos y las arrancó de su cuerpo. Ella repartió golpes con sus pies. Susojos relampagueaban blancos en la oscuridad.

—Nononononononononononono.

Sujetando ambas manos en una de él, jaló al gatito igualmente histérico de debajo delcorpiño, tironeo duro cuándo las afiladas pequeñas garras se agarraron al material. Tanpronto como el gatito estuvo libre, giró en su agarre. Él respingó mientras arañaba sucamino arriba de su brazo a la seguridad de su hombro.

—Eran sólo gatitos, Jenna. —Ella se estremeció debajo de su mano.

Él la jaló en su pecho y envolvió los brazos alrededor de ella.

—Sólo dos pequeños molestos, más—problema—de—lo—que—valen, gatitos.

Ella se acurrucó contra él como si quisiera ponerse debajo de su piel. Él envolvió losbrazos más apretados, sujetándola más duro.

—Sólo gatitos, Sunshine —repitió él.

Ella dio una última sacudida violenta, y entonces soltó su aliento encerrado.

—¿Gatitos?

—Sólo gatitos.

Ella se volvió floja. Él los condujo de regreso hasta que llego al lado del cubículo y lasentó en una paca de heno. Ella se resistió, sus manos suaves deslizándose sobre suestómago, doblándose alrededor de sus muslos mientras él extraía sus cerillos y encendíauno. Sus ojos eran enormes en su cara pálida mientras el fósforo daba una llamarada.Encendió la lámpara, sentándose al lado de ella mientras el resplandor se intensificaba,desabotonándose su abrigo y jalándola en el calor de su cuerpo. ¿Qué diablos la habíahecho tan temerosa de las ratas?

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Ella estaba todavía temblando, diminutos temblores pequeños que él sabía estabatratando de contener por la forma en que se tensaba sin embargo cada vez que ocurría.

—Te tengo, Sunshine. Estás a salvo. —Él ahuecó su cabeza en su mano y la acunócerca.

Ella se recostó contra él, su aliento llegando cálido y húmedo contra su pecho através de su camisa, los montículos de sus pechos llenos empujando contra su estómago, ysu mano izquierda deteniéndose contra su erección, la cual se desperezó abajo de sumuslo, desinteresada por el miedo vaciándose de su cuerpo. Sólo consciente de su olorfemenino y la tentación exuberante a sólo el grueso de la tela de distancia.

El maullido de gatitos en sus orejas. Uno se colgó en la curva de su cuello, y comenzóa asear su oreja. Él los sacaría a patadas si no supiera que sólo causarían un alborotoarrastrándose de nuevo arriba.

—¿Son tuyos? —El susurro suave sonó al nivel de su pecho.

Él estrujó al gatito fuera de su lóbulo.

—Ciertamente piensan así.

—¿Por qué?

—Caí en el error de alimentarlos cuando su madre los abandonó. —El gatito regresócon una represalia, determinado a tener su comodidad. Hubo otro silencio.

—Jack acostumbraba golpear violentamente sus cabezas sobre las rocas.

Eso no le asombró.

—Un sentimiento bastante folklórico por ahí.

Él estrujó al gatito lejos otra vez. El gatito clavó sus garras y empujó de nuevo.

Jenna no dijo nada, recostada contra él. El gatito se aprovechó de su distracción paraasegurarse a su lóbulo. En dos segundos estuvo lamiendo felizmente, chupando su oreja,como un bebé con una teta de azúcar. Él sabía por experiencia que si él lo jalababruscamente lejos de él tendría que escuchar hasta diez minutos de maullidos de protesta.Era más fácil sólo esperar a que se durmiera.

Jenna se movió contra él. Él miró hacia abajo para encontrarla mirando arriba conalgo parecido al asombro en sus ojos.

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—Tienes a un gatito chupando tu oreja.

Él respingó.

—Ella se dormirá pronto.

—Se ve incómodo.

—No es mi experiencia favorita.

—¿Quieres que te lo quite?

—¿Quieres oírla maullar por los siguientes diez minutos?

—No.

—Yo tampoco.

Ella clavó los ojos en él por tanto tiempo que él no sabía qué hacer de eso. Entoncesella parpadeó y la más pequeña de las sonrisas tocó sus labios.

—Eres un buen hombre, Clint McKinnely.

—Soy un bastardo egoísta, y harías bien en recordarlo.

Ella se deslizó fuera de la paca de heno, acomodándose entre sus muslos. La luz de lalámpara mostraba sus pechos desnudos en sombras doradas. Su polla se sacudió en suspantalones. Ella tuvo que haber sentido el salto de carne dura debajo de su palma abierta.Esperaba que ella se alejara sobresaltada, nunca esperó que sonriera. O el toque delicadode sus manos en los botones de sus pantalones.

—Jenna—

—¿Qué? —Ella no se detuvo de desabrocharlo.

—Hay una casa sólo algunas yardas de distancia.

—Bueno. —Ella desabrochó el último botón.

—Hay una gran cama vieja arriba con un colchón completamente nuevo asentadosobre ella.

—Bueno —repitió tirando de la pretina de sus pantalones vaqueros. Él alzó suscaderas para que ella la pudiera bajar con cuidado.

—¿Así que por qué estás desnudándome?

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Ella arrancó esas manos suavemente agresivas de su carne ansiosa y las dobló en suregazo.

—Lo siento. No comprendí…

A él le gustaba más ella con el brillo de confianza en sus ojos. Él agarró sus manos ylas volvió a poner en sus pantalones.

—No hay nada que comprender. —Él removió al gatito ahora dormido de su hombroy lo puso en la paca de heno—. Estaba sólo un poco sorprendido.

Ella había estado demasiado adelantada, comprendió Jenna. ¿Cuántas veces la habíaabofeteado Jack por asumir el mando? Ella sólo estaba tan emocionada de que él hubieraalimentado y abrigado a dos gatitos pequeños que había querido hacer algo igualmenteagradable para él.

Clint soltó sus manos. Por un momento no supo qué cosa hacer. ¿Estaría ofendido siella reanudara el tocarle? ¿Estaría disgustado si ella se detuviera ahora que habíacomenzado?

Sus manos se deslizaron arriba sobre sus muslos, sobre sus caderas delgadas, ydebajo de la tela azul gastada de sus pantalones. Él se movió. El material se abultómientras sus manos trabajaban debajo. Poco a poco él reveló la longitud sólida de su polla.Cada vez que ella pensaba, debía haber un fin, otra pulgada oscura, palpitante parecíasobresalir hasta que por fin la cabeza ancha se recargó pesadamente contra su musloespolvoreado de vello.

Ella se quedó con la mirada fija. No lo pudo evitar. Ella nunca había visto que elórgano de un hombre fuera tan grande. Nunca, alguna vez soñó que un hombre pudieraser constituido así. La polla que Jack tenía apenas libraba su bragueta. La de Clint no sólolibraba su bragueta, sino que alcanzaba el botón del cuerno del alce justo encima de suombligo. Era oscura, ancha, y coloreada con el mismo rojo como el resto de su piel. Unaparte de ella estaba horrorizada, pero otra parte suya, la parte vergonzosa que la habíainducido al mal camino en su juventud, quería tocarlo para ver cómo se sentiría debajo desus dedos. Por acariciar el poder que hervía debajo de su piel.

Como si supiera lo que ella pensaba, y los demonios con quienes ella combatía, Clintsujetó su longitud impresionante en su mano —acariciándola, haciéndola crecer aun más.

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—¿Es eso lo que querías, Sunshine? —El misterio profundo se mezcló con la noche,afilando su voz, arrastrando las palabras con tentación—. ¿Tenías curiosidad por cómo mevería yo? ¿Cómo estaba construido?

¿Cómo podía saber tanto acerca de ella en un tiempo tan breve? Ella agachó lacabeza, preparándose para aguantar la condenación que siempre llegaba con la honradez.

—Sí.

—Entonces ven a satisfacer tu curiosidad.

Había un largo camina arriba hasta su cara, pero ella necesitaba ver su expresión.Para comprender el motivo detrás de la invitación. Sus ojos encontraron los de ella. Sumirada era atenta, seria, y osadamente oscura con deseo. Él quería que ella lo tocara. Ellase relajó.

—Ven a tomar lo que quieras, Sunshine. Déjame sentir esos labios suaves en mi polla.—Él inclinó su polla hacia ella con tres largas caricias de su mano grande.

Sus muslos se flexionaron bajo sus manos mientras ella se inclinaba hacia adelante. Élera semejante hombre grande, tan fuerte. Y él era suyo. Ella haría bien el complacerlo.

La tela áspera de sus pantalones vaqueros raspó los lados de sus pechos mientrastocaba con su lengua la suave punta caliente.

—Sí, cariño. Eso es —gimió él, mientras presionaba su polla arriba dentro de sutoque.

Ella dejó a su lengua aplanarse contra él, midiendo el pulso de su hambre con suboca. Su mano ahuecó la parte de atrás de su cabeza, el peso solo jalándola adelante,encima de su polla.

—Bésalo, Jenna —gimió en esa baja voz arrastrada que hizo todo en su deseo porobedecer—. Dame una probada de qué tan dulce será amarte.

Ella lo hizo, relajándose. Él no era diferente a Jack en esto. Quería ser admirado.Alabado.

—Eres tan grande... —Ella no tuvo que fingir admiración en su voz mientras llovióligeros besos sobre la cabeza de hongo.

—No demasiado grande. —Su pulgar acarició la esquina de su boca—. Ábrete paramí, Jenna.

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Ella separó sus labios sólo un poco, embromándolo con la promesa del calor interior,sabiendo que aumentaría su placer. Él gruñó y se inclinó, llevando hacia adelante suscaderas. Frotó su polla sobre sus labios, de esquina a esquina, tocándole sus dientes,pareciendo disfrutar de su suave lengua deslizarse sobre la punta sensitiva.

—Ábrete, cariño.

Ella lo hizo, pero él era demasiado grande para sólo deslizarse adentro. Estiró susmandíbulas hasta donde pudo, trabajándole mas allá de sus dientes, sobresaltándosecuando accidentalmente le rascó, relajándose cuando él gimió en lugar de repartir golpes.

Cuando él estuvo acomodado contra su lengua, ella miró a hurtadillas arriba desdedebajo de sus pestañas. Sus hombros grandes se veían sólidos en el abrigo de lana,recostados contra el cubículo, su pelo negro meciéndose adelante, enmarcando su caraoscura, las sombras moldeando los afilados planos en el alivio extremo. Debajo de suspárpados bajos, sus ojos brillaban intensamente. Él la observaba haciéndolo pasar a suboca. Tocó sus labios con su dedo.

—Ahora esa es una vista bonita. Esos labios bellos estirados alrededor de mi polla.

Él iba a ser fácil de complacer. Ella sonrió como pudo y chupó ligeramente. Unamano se deslizó sobre su pelo y luego hasta sus hombros.

—Pasa rápidamente arriba un poco. —Ella lo hizo, tomando más de su polla en elproceso, la cabeza ancha llenando su boca demasiado. Por un horrible momento, pensóque se ahogaría. Sus dedos en su mejilla aquietaron su pánico.

—Cálmate, Sunshine. Respira a través de la nariz y relájate.

Ella sabía eso. Sabía cómo hacer esto. Jack había pasado la mayor parte de sumatrimonio enseñándole a hacer esto bien. Tomó una respiración lenta y forzó a sugarganta a relajarse. Sería tan útil si pudiera recordar todo eso ahora. Si ella complaciera aClint esta noche, tal vez su segundo matrimonio no tendría que ir de la forma del primero.

Ella lo trabajó más profundo en cortos pequeños golpes rápidos. Él era mucho másgrande que Jack, no podía estar segura de que estuviera complaciéndolo. Dándolesuficiente estimulación. Su dedo debajo de su barbilla la hizo saltar.

—Mírame.

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Ella lo hizo, temiendo lo que vería en su cara. Sorprendentemente, él no se veíaalterado, sólo muy… absorto.

—Mantén tus ojos en mí mientras me chupas. Quiero ver todo lo que sientes, todo loque piensas mientras me vengo.

Ella tuvo que confiar en sus cejas levantadas para comunicarla

—¿Por qué?

—Porque lo deseo.

Y su tono dijo que era eso. Ella tembló, pero sostuvo su mirada fija. Los ojos de Clintse estrecharon, y él juró.

—Demonios, lo siento. —Él se inclinó hacia adelante—. Me haces perder la cabeza.

Ella no tenía idea acerca de lo qué él hablaba.

—Sólo sostenme, cariño, mientras te acomodo. —¿Necesitaba ser acomodada?

Su tallo se despertó y se estremeció en su boca mientras él se encogía fuera de suabrigo y entonces el peso pesado y cálido de él se acomodo sobre sus hombros desnudos.Ella fue inmediatamente envuelta en el aroma húmedo de pino, humo, y hombre. Élpareció rodearla, su polla en su boca. Su perfume en las ventanas de la nariz. Su mano ensu pelo.

—Qué pena sin embargo, cubrir esos pechos magníficos.

¿Él pensaba que sus bestias eran magníficas? Ella recorrió la mirada abajo, pero todolo que podía ver era el tallo grueso de su pene y el borde ondulado del abrigo que él habíacolgado sobre sus hombros. Su dedo tocó su mejilla y ella inmediatamente trajo su miradade regreso a la de él.

Tocó el borde del abrigo y entonces acarició su pene gentilmente. Él era un hombretan atento. Ella envolvió la mano alrededor de su vara, maravillándose de que sus dedosno se encontraran, maravillándose en cómo latía con vida. Tocarlo había implicado tantomiedo mientras tenía en mente a Jack. Él podía ser volátil cuando estaba excitado, aunqueClint estaba prodigiosamente excitado, ella no sentía ninguna violencia en él. Él tenía elmando. Disfrutando de su boca, pero no al borde. Le dio a ella el coraje para experimentar.

Ella se ciñó el abrigo con una mano mientras con la otra bombeó en contrapunto almovimiento de sus labios. Retorciéndose ligeramente mientras se apartaba, remolineó su

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lengua sobre la punta antes de chupar fuertemente. Conservando sus ojos en los de élcomo le había mandado.

—Eso es Sunshine. —Sus parpados se resbalaron más abajo—. Haz eso otra vez.

Ella lo hizo y fue recompensada por el sabor picante de su placer. Pero no necesitabasaborear para saber que lo complacía. Ella lo podía ver en su cara, la manera en que susojos se estrechaban, y sus labios retrocedieron de sus dientes. Sus manos grandesderivaron arriba de sus hombros hasta que ambas estuvieron en su pelo. Tres tironesbreves y la masa gruesa cayó alrededor de sus hombros. Él pasó sus manos por las trenzaspesadas mientras se derramaban encima de su espalda y cara.

—Hijo de puta, eres hermosa —gimió él mientras su polla pulsaba otra vez.

Ella no lo era, pero por este momento en el tiempo si él pensaba así, ella estabacontenta. Su dedo tocó su mejilla y presionó, sintiéndose a sí mismo a través de su carne.

—Más rápido ahora, Jenna.

Ella lo complació, tomándolo más profundo, chupándolo más duro, al paso de latensión ruda de su respiración, el pulso que ella podía sentir latir justo debajo del satínsuave de la piel de su polla. Él era enorme, duro, tan hinchado con la necesidad de venirseque ella pensó, él debería desmoronarse, y todavía no le daba su semilla.

Ella redobló sus esfuerzos. Su aliento silbó a través de sus dientes y su cabeza cayóadelante, su pelo dándole marco a su cara oscura mientras los ángulos se agudizaban consu tormento. Entonces sus ojos se abrieron y se trabaron con los de ella, quemándola con laintensidad de su pasión. Su mano se deslizó sobre la suya, trabajando sus dedos libres,reemplazándolos con los suyo. Sosteniendo a su polla para el descenso de su boca.

—Abre el abrigo. Sólo por un minuto, Sunshine. Déjame ver esos pechos bellos tuyos.

Ella lo hizo, pero no pudo evitar sonrojarse. Ésto era tanto más íntimo que cualquiercosa que alguna vez hubiera hecho con Jack. El aire enfrió sus pezones jalándolosapretados. La boca dura de Clint se ladeó en una sonrisa.

—Pon tus manos debajo de ellos y levántalos, como si me los ofrecieras.

Ella tenía que moverse hacia adelante para hacer eso. Echándose atrás lejos de supolla mientras ahuecaba la parte inferior de sus pechos, insegura de lo que él quería. Élarqueó sus caderas, rescatando el terreno perdido.

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—Como una tímida pequeña esposa. —Él tocó su mejilla—. ¿Quieres que te diga quéhacer?

Ella zurró a su polla con su lengua mientras asentía con la cabeza.

—Quiero que finjas que esas son mis manos en tus pechos. Quiero que los acaricies ylos mimes y te des placer.

Oh cielos. Ella no tenía ni la más mínima idea de cómo hacer eso. Su mano grandeahuecó su barbilla, su pulgar presionando contra el bulto de su polla.

—Shh, no entres en pánico. Podemos preparar el terreno para eso. —Su voz fue ungruñido rudo—. No voy a durar mucho más tiempo de cualquier manera. Tu boca es másdulce que la miel.

El heno susurró mientras sus caderas se arqueaban, reflejando su necesidad.

—Tómame tan profundo como puedas, Sunshine. Lento y profundo, y me encargaréde lo otro.

Ella parpadeó mientras sus manos se cerraron sobre sus pechos. Estaban enormes yfrías. Muy frías. Ella tembló y él se rió, un sonido ronco profundo de placer y dolor. Apesar de que ella misma estaba llevando un abrigo, él era el único sudando. Sus caderas searquearon arriba, alimentándola con más de su polla.

—Esa es la forma. Sólo permanece relajada y tómala, Jenna. Todo lo que puedas.Lento y profundo.

Sus manos en sus pechos eran suaves sin ese perverso borde al que ella estabaacostumbrada, y su voz era tan suave mientras él preguntaba en vez de estrellarse contrasu garganta. Ella hizo lo mejor que pudo, tragando mientras él codeaba la parte de atrás desu garganta, sintiendo la presión dolorosa mientras él empujaba dentro, parpadeando deregreso las lágrimas y empujando hacia adelante, queriendo complacerlo, esperando queesta vez su matrimonio pudiera ser más amistad que cólera. Ella gimió de alivio cuando élechó marcha atrás. Su alivio fue de breve duración. Sus dedos se deslizaron hasta suspezones. Ella parpadeó, preparándose para el dolor retorcido que siempre llegaba cuandoun hombre ponía sus manos allí.

—Ah, cariño, tienes los pezones más bonitos. —Sus dedos acariciaron ligeramente,rítmicamente, los callos avanzando lentamente en su carne—. Son como guijarros

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delicados, sedosos de carne debajo de mis manos. Y tu boca. Demonios, Jenna, tienes unaboca increíble.

Él pellizcó sus pezones ligeramente. ¿Una advertencia? Ella no estaba tomandoninguna posibilidad. Lo tomó hasta la parte de atrás de su garganta, suprimiendo el deseode las nauseas, esforzándose en relajarse lo suficiente como para dejarlo entrar.

—Hijo de puta, vas a hacerme venir demasiado pronto —dijo él mientras presionabaotra vez, su polla pulsando con la caricia de su garganta contrayéndose.

¿Demasiado pronto? Sus mandíbulas ya dolían. Ella comprobó su expresión para versi él estaba serio. Él se rió profundo en su garganta. Un sonido perezoso.

—Quiero una oportunidad para jugar con estos dulces pezones antes de venirme —explicó él. Ella empezó. Él rodeó la carne empedrada con guijarros con su pulgar—. Nadademasiado duro. Tú no estás lista para eso. Tal vez simplemente una pequeña caricia alprincipio. Justo la suficiente cantidad para hacerlos ponerse derecho y prestar atención. —Él se marchó, no tan lentamente como antes, y su movimiento no tan suave. ¿Era su calmauna mentira?

—¿Te gustaría eso, Sunshine? —Él le siguió preguntando con una nota apremiante—.¿Te gustaría que le dé placer a tus pechos?

A ella le gustaría cualquier cosa que no trajera ese horrible dolor. Ella asintió con lacabeza mientras chupaba la punta de su polla. Un chorro de simiente caliente inundó suboca. Sus manos dejaron sus pechos para ahuecar su cabeza.

—Más tarde entonces. —Su voz fue una expresión ronca de sonido—. Más tarde, lesdaré placer hasta que grites, pero ahora mismo necesito tu boca.

Ella se la dio, tomándolo tan profundamente como pudo, mojar su eje con saliva,usando la superficie resbaladiza para facilitar las caricias fuertes de su puño.

Chuparlo duro, trabajarlo duro, tomarlo tan profundo dolía, y todavía no erasuficiente. Sus manos en su cabeza la urgieron más cerca, la instaron a ir sólo esa pequeñapizca más allá.

—Sólo un poco más, cariño. —Su polla presionó la parte de atrás de su garganta—.Un poco más y la tendrás toda. Vamos Jenna. Tómame. Tómame.

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Ella aspiró profundamente y lo hizo, gimiendo mientras él explotaba de pronto através de su resistencia por fin y mientras sus músculos convulsionaban una protestaalrededor de su venida, inundando su garganta con su semilla caliente, aferrándola a élmientras gritaba y corcoveaba. Él la sujetó tanto que ella comenzó a entrar en pánico,necesitando aire, y todavía él se seguía.

Ella cogió sus muñecas con sus manos. Con un “Jesús” rudo él la dejó ir. Ella quisoarrojarse al suelo y jadear por aire, pero tuvo mejor criterio. En lugar de eso echó mano decada pizca de control que tenía, jalo aire a través de su nariz, y cuidadosamente agarrócada lavado sedoso de su simiente, no derramando una gota, tragándola mientras senutría de los últimos restos de su placer, cimentando sus buenos deseos de la únicamanera en que ella sabía que funcionaban. Tomando una pequeña medida de orgullo ensu habilidad de hacer eso.

Finalmente, él la levantó a su pecho y envolvió los brazos grandes alrededor de ella.Los botones en su camisa se clavaron en sus pechos mientras besaba la curva de suhombro antes de que inclinara la boca sobre la de ella y la besó duro, su lenguaacariciando sus labios mientras su mano masajeaba a su dolorida garganta.

—Diablos, cariño. Nadie alguna vez me ha tomado así.

Concediéndome eso.

Él temblaba a su lado. En contra de su estómago, su polla se levantó dura, nodisminuida. Ella tocó su pecho alzándose. Ella le había hecho esto a él. Con nada más quesu boca había tomado su fuerza y le había dado gozo. Ella curvó sus dedos alrededor desu polla.

—¿Te gustaría que lo haga nuevamente? —Su voz era ronca por la tensión y laspalabras eran torpes mientras los cansados músculos de la mandíbula intentaron modularsílabas. Para su sorpresa, él negó con la cabeza.

—Suena como que a esa boca tuya no le vendría mal un poco de descanso. —Él tocóla esquina de sus labios con su pulgar y la sostuvo arriba para su inspección. Brillaba conhumedad. Muy lentamente, ella sacó su lengua y lamió su dedo por completo. Lasventanas de la nariz se ensancharon y sus párpados se crisparon—. Eres una pequeña cosacaliente, ¿verdad?

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Sonaba muy contento con esa conclusión. Él presionó su pulgar en contra de suslabios, frotándolo sobre el recubrimiento húmedo, su mirada oscura sosteniendo la suyamientras un extraño temblor de sensaciones relampagueó a través de su cuerpo. Sus ojosse estrecharon mientras él registraba el temblor. Su pulgar presionó un poco más duro.Ella cerró los labios alrededor y chupó, sosteniendo su mirada mientras hacía eso,observando el calor llamear nuevamente.

—Mierda.

Su polla llego completamente erecta. En un instante, él tuvo sus posiciones al revés.La paca espinosa de heno estaba debajo de ella, la pared detrás, y ante ella se levantó Clint,viéndose completamente pagano con su polla grande sobresaliendo afuera de la braguetaabierta de sus pantalones y su pelo largo suelto en torno a su cara exótica. Ella se movió deun tirón mientras él pareció caer adelante, esperando ser aplastada debajo de su peso, perohubo sólo un par de golpes en rápida sucesión por encima de su cabeza, y entonces elconstante empujón de su polla contra su boca.

Ella miró hacia arriba. Sus labios anchos se separaron en una sonrisa malvadamenteprimitiva.

—Una vez más para quitar el limite, y entonces será mi turno de hacerte gritar.

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Capítulo 7

Clint abrió la cesta que contenía su regalo de boda. El pastel estaba un pocomaltrecho, pero unas cuantas abolladuras no lo ponían fuera de circulación. No con lamanera en que Jenna podía tomar unos simples ingredientes y hacer que las papilasgustativas de un hombre pidieran misericordia. Por encima de su cabeza, escuchópequeños crujidos que indicaron el avance de Jenna alrededor del dormitorio. Él la habíadejado sola para cambiarse y prepararse para meterse en la cama mientras él traía subocadillo. Su miembro palpitó en sus vaqueros, tan impaciente como si no se hubieravenido dos veces y con fuerza en la garganta apretada de Jenna que él había pensado quesu cabeza explotaría.

Él agarró el cuchillo de la mesa. Maldición, ella tenía una boca que podría hacer a unhombre clamar por misericordia. Y aquel cuerpo. Ese cuerpo... haría caer de rodillas acualquier hombre… Colocó el cuchillo en medio del pastel y cortó una rebanada grande.Tenía tanta hambre de ella que se sintió como un mocoso que va detrás de su primermujer. Él sólo quería enterrarse en todo ese fuego exuberante una y otra vez hasta que ellaestuviera tan llena de su semilla que al ponerse en pie se derramara fuera. Quería marcarlapermanentemente como suya entonces ningún otro hombre podría propasarse con ella. Elque fuera su esposa no parecía ser suficiente. Con una demanda que nunca había conocidoantes, su cuerpo quería marcarla físicamente, haciendo obvio más allá de cualquier sombrade duda, a quien ella pertenecía. Tanto así que perdió la cabeza y comenzó su luna de mielen el granero.

Puso una segunda pieza de pastel en otro plato, enganchó un par de copas de vino ensu dedo y agarró la botella. Con suerte, el chocolate y el vino impedirían a Jenna pensardemasiado en ese “menos que romántico” comienzo de su vida juntos. Para un hombre conuna reputación entre las damas, no estaba caminando con el pie derecho hacia su esposa.

Danny gimoteó desde donde yacía en el centro del piso de la gran cocina. Clint notuvo que mirarlo para saber lo que quería.

—Olvídalo, compañero. Este es mi obsequio. —Danny recostó su cabeza en él y dejóque los músculos de su cara se hundieran. Clint resopló.

—Dejé de caer por esa mirada avergonzada hace aproximadamente un año.

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Pasó por encima del gran perro y Danny rodó, mostrando su estómago. Clint loacarició con la punta de su bota antes de salir. Esta vez su resoplido fue de disgustocuando las grandes quijadas del perro retrocedieron y se balanceó como un cachorro.

—Sabes, solía haber un tiempo cuando inspirabas miedo en la gente. —Danny gimiófeliz y meneó su cola. Clint sacudió su cabeza y abrió la puerta con su codo—. ¡Malditavergüenza, te autodomesticaste!

Él todavía sacudía su cabeza mientras subía las escaleras hacia el dormitorio. Sinduda alguna, iba a tener que conseguir otro perro para cuidar el lugar. La buena vida sehabía llevado rápidamente un perro absolutamente bueno. El revoltijo de patas detrás deél le dejó saber que Danny no le quitaba la vista al pastel de chocolate. Clint tocóligeramente la puerta del dormitorio con la punta de su bota. Oyó un agudo —“Oh”—seguido de un sonido seco cuando algo golpeó el piso. Estuvo a punto de dar un puntapiéa la puerta, pensando que Jenna se había caído, cuando oyó una serie de maldiciones. Unaesquina de su boca se arqueó hacia arriba. ¿Quién hubiera creído que su pequeño dulce,diría “boo” a un fantasma? Jenna podía blasfemar como un vaquero.

—¿Jenna?

—¿Qué? —El tono descontento levantó el otro lado de su boca.

—Abre la puerta.

—Sólo un minuto.

Algo le empujó el codo. Danny había serpenteado hasta él y miraba con expectaciónla puerta.

—De ningún modo, compañero.

Danny gimió y rasguñó el piso. La manija traqueteó. Danny se reanimó. Clint leempujó hacia atrás con su pie. Él no necesitaba que Jenna se conmoviera ante la miradasuplicante del perro y traer auditorio a su noche de boda. La puerta crujió y tuvo una vistaperfecta del lado izquierdo de su cara.

—¿Me dejaras entrar?

—No estoy completamente lista.

Tan nerviosa como se miraba, se imaginó que podría estar llegando hacia sunonagésimo cumpleaños y todavía estar de pie fuera de la puerta.

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—Sunshine, si estas tratando de ponerte hermosa, nunca te he visto menos quepreciosa.

—¿Incluso esa noche?

Él sabía de qué noche hablaba en aquel susurro. Nunca lo olvidaría o el pánico quehabía sentido al entrar corriendo en aquel infierno sabiendo que probablemente llegaríademasiado tarde.

—Sí. Incluso esa noche. —El único ojo que podía ver parpadeó una vez, dos veces,pero la puerta no se abrió. Cambió de mano la botella de vino ayudándose con su rodilla.

—¿Puedes decirme cuál el problema?

Su boca se movió. Tuvo un vislumbre de blancura antes de que sus dientes sehundieran en su labio inferior.

—Quiero apagar la lámpara.

Él necesitó un segundo para recordar que la había enviado escaleras arriba con uncomentario sobre que dejara la luz encendida entonces él podría verla reposar en aquellagran cama con aquella maravillosa melena de pelo esparcida a su alrededor.

—¿Por qué?

—Mara y Elizabeth me compraron un camisón de noche como regalo de bodas.

Aquello sonaba prometedor.

—No entiendo.

—Es demasiado corto.

Ahora había un hecho para reanimar al pene de un hombre.

—¿Cómo de corto? —Su voz cansina era un poco más intensa que normal.

Más de su labio inferior se deslizó fuera de su vista.

—Bastante corto para mostrar cosas que es mejor dejarlas cubiertas.

—De algún modo, no veo eso como un problema.

—Lo harás.

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Aquel susurro atormentado incrementó su seco sentido del humor. Mantuvo su tonotan gentil como le fue posible, considerando que él estaba más acostumbrado a usar su vozpara intimidar que para adular.

—Jenna, abre la puerta.

—¿Puedo apagar la luz primero?

—No. —Él no comenzaría este matrimonio creando barreras entre ellos.

Con un profundo suspiro, ella retrocedió, quedándose detrás del panel de maderacuando la abertura se ensanchó. Clint dio un paso a través de la abertura. Las copas devino tintinearon mientras con el codo empujaba la puerta.

Danny gimoteó y se arrastró a sus pies. Clint apoyo su hombro contra la puerta y lapresionó cerrando, dejando a Danny afuera. Se dio vuelta, para ver a Jenna en todo suglorioso esplendor. Y ella era gloriosa. Aquella melena de pelo gruesa, ondulada y largacayó por delante de sus hombros, enmarcando su cara suavemente redondeada yproporcionando el telón de fondo perfecto al atractivo fulgor rosa de su piel dejada tantentadoramente expuesta por el corpiño que apenas se aferraba a sus hombros. No podíaquitar sus ojos de aquellos hombros y esa tela blanca transparente adornándolos. Sólo unempujón con su dedo y se deslizaría hacia abajo de aquellos suaves brazos y dejaríaflotando aquellos pechos increíbles. Él tendría que impulsarlo de nuevo si se quedaracolgado en aquellas puntas rellenas, pero entonces flotaría hacia abajo a la ampliallamarada de sus caderas, agarrándola otra vez antes de que se deslizara bajando por susmuslos.

Su mirada se mantuvo fija en sus muslos, los cuales ella hacía todo lo posible poresconder detrás de los pliegues del dobladillo lleno de volantes del camisón. Sus muslosllenos de cicatrices.

—Ellas deben haber sacado la bata de mi valija.

Si hubiera podido desaparecer a través de la puerta, él no tenía dudas de que lohabría hecho. El rubor en sus mejillas clamaba por el roce de sus dedos. La agonía de lainseguridad en sus ojos azules lo ofendió. No tenía nada de que sentirse avergonzada.Como sus manos estaban llenas, él se inclinó. Ella esquivó a su cabeza. El beso aterrizó enalguna parte de su pelo. El perfume apenas perceptible de rosas embriagó sus fosasnasales.

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—Ah, Sunshine, ¿pensaste que me impactarías en el departamento de cicatrices?

Ella no pudo enfrentar su mirada penetrante, sólo se aferró a aquella manija como sifuera su salvavidas.

—Es diferente para un hombre.

—Te garantizo que coleccionarlas hace el mismo daño.

Ella levantó la mirada como sorprendida de que él pudiera comprender el dolor.Maldita fuera si él pudiera descifrarla.

—Eres hermosa, Jenna.

Él puso el vino y el pastel en el tocador. Detrás de la puerta Danny gimió. Jennaalcanzó la perilla.

—No te atrevas. —Ella dio un salto. Él suavizó su tono—. Nunca lo sacaremos deaquí si entra.

—Que daño...

Él hizo pliegues en la larga caída de su pelo detrás de su hombro.

—No me interesa tener auditorio esta noche. —El rubor se elevó de su pecho einundó sus mejillas cuando ella comprendió su significado.

—¿Pero seguramente después del granero? —Ella lucía tan condenadamenteadorable, tan inocente, aunque supiera que no lo era.

—Debo confesar que eso me encendió. —Por imposible que pareciera, el rubor sehizo más profundo.

—Pero Jack…

Él no quería oír sobre su primer marido. Sobre todo no durante su noche de boda.Deslizó su mano alrededor de su nuca.

—Hazme un favor, no le menciones. —Ella se estremeció al sentir la cólera en sutono. Él se tragó un “jamás” y añadió en un tono más suave—. Al menos no esta noche.

—Lo siento.

Un poco de la confianza en sí misma que había mostrado desde lo del granero,desapareció como si nunca hubiera existido. Pareció que se reconcentró en ella misma,

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encorvando sus hombros, y tanto como el movimiento lo permitió tuvo una vista clara desus pechos y acentuó el rico valle entre ellos, odió la mansedumbre que desplegóalrededor de ella como un escudo.

—No lo sientas, sólo no lo menciones.

—No lo haré.

Él suspiró. Otro tanto para su legendaria delicadeza. La separó de la puerta. Ella diotumbos contra él y lo agarró por su antebrazo. Sus palmas estaban húmedas. Estabanerviosa. Le rodeo la cintura con su brazo y la tomó en peso contra su pecho.

—Te siento tan bien en mis brazos.

—¿Ah si?

—Sí.

—Oh.

—Y soy un asno.

—¿Lo eres?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque estuviste casada y no tengo ningún derecho de resentirlo.

Ella tomó un poco de aliento y se estremeció.

—Sólo estoy tratando de hacer lo que tú quieres.

Tomó un puñado de su pelo y tiro su cabeza hacia atrás.

—Que tal si te relajas y me dejas ponerte al tanto de mis preferencias —ellaparpadeó, pero no discutió. Él no podía leer lo que continuaba detrás de sus ojos.Maldición, su padre y su primer marido le habían aplastado la vida.

—Esa fue una disculpa, Sunshine.

—Ah.

Sus pechos se apretaban en su estómago. Su aliento le quemó a través de la camisa.¿Cómo pudo ella alguna vez dudar que lo complacía? dio un paso atrás y se separó deella, extrañando inmediatamente sus suaves pechos y su ardiente aliento.

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—Ven aquí.

No le dio más opción que seguirlo. Con su mano en la nuca, ella fue obligada aseguirlo, como una sombra cautelosa. Cuando él llegó a la cama, los ojos de Jenna seensancharon. El pulso en su garganta se aceleró. Él apostaba su dinero que eran nervios yno deseo lo que le aceleraba el corazón.

La giró y le dio un leve empujón. Ella se sentó en la cama. Él notó que no dobló surodilla derecha.

—¿Te esta molestando la pierna? —Puso su mano sobre el muslo, pero no encontroninguna tensión.

—No.

El deseo reemplazó la preocupación. La tenía en su casa, en su cama, y su muslo bajosu mano. Había sólo una cosa que podría hacer de esa noche algo mejor.

—¿Quieres pastel?

—¿Pastel?

—Sí. —Aquel decadentemente delicioso pastel de chocolate que su esposa le habíahorneado. Como un presente. Para su marido. Se puso los pendientes que él habíacomprado para avergonzarla.

—Uhm…no.

—¿Te importa si como un poco? —Él lo quería todo, su esposa y su regalo.

—¿Ahora?

—Sí.

—Hazlo.

Si no estaba equivocado, había alivio en su voz. Por qué tendría que ser tímida ahoraque no estaban en el granero, eludiéndolo, pero claramente lo estaba haciendo. Él rozó susdedos sobre los remanentes de calor en su mejilla.

—Sonríe para mí, Sunshine.

Ella lo hizo, una tentativa contracción de los labios, pero lo suficiente para hacerrelampaguear aquellos hoyuelos. Él movió su dedo hacia uno de ellos. Mientras tanto ellano le quitaba los ojos de encima.

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Jenna tenía los ojos más grandes, la más suave de las pieles y la personalidad másvulnerable. Tendría que tener cuidado de dominar sus maneras alrededor de ella. Habíasido herida y necesitaba protección. Él podía dársela.

No sería capaz de dejarla sola. Era una fantasía andante con todas aquellas curvastan femeninas y él no era del tipo que daba rienda suelta a sus bajas pasiones. Pero élpodía darle un minuto para calmarse y algo para relajarla de lo que fuera que le estuvieraprovocando un ataque de nervios.

Sólo se necesitó un minuto para verter el vino en las copas y tomar su plato. Ellatodavía estaba sentaba donde él la había dejado, una tentadora mujer envuelta en unaespuma blanca, contemplándolo con amplios ojos aprensivos. Sin embargo, habíalevantado el edredón tan alto como había podido para cubrirse en lo posible sin realmentetener que acostarse.

—¿Es licor?

—¡No! Sólo un poco de vino. —Esperó que ella no fuera uno de aquellos abstemios.

—¡Puf! —Arrugó la nariz.

—¿No te gusta el vino?

—Mi padre lo hacía cada año con las manzanas que sobraban. —Ella observó lacostosa botella en el tocador como si fuera veneno.

—Pienso que podrías encontrar esto más placentero. —Clint había tenido un poco deaquel tipo de vino para él mismo. Él le tendió el vaso.

Ella lo tomó. Él se sentó a su lado, su cadera atrapando la de ella cuando el colchónse hundió deslizándola hacia él. Esa cercanía, su vista hacia su corpiño no teníaimpedimento. Le dio una mordida a su pastel, y ella tomó un sorbo de vino.

—Esto está bien. —Ella no pudo haber sonado más sorprendida.

—¿Pensaste que economizaría en mi noche de bodas?

Ella esquivó su penetrante mirada.

—No pensé…

Con un dedo inclinó el vaso de regreso hasta la boca de Jenna antes de lamer unamancha de glaseado de su pulgar.

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—No criticaba.

—Ah.

Ella tomó otro sorbo, esforzándose por parecer tranquila, pero podría decir que porel rubor en sus mejillas, y las miradas nerviosas que le dirigía, estaba aturdida.

Tomó otro trozo del pastel, disfrutando aquel gusto mientras saboreaba la realidadde su esposa. Ella era una pequeña cosa de apariencia modesta. Tan dulcemente tímida.Tan completamente pasiva, y aún sorprendentemente valiente cuando tenía que serlo.

Jenna cambió de posición ante su mirada fija y tomó un sorbo más grande. Siguiócontemplándola, sabiendo que esto la ponía nerviosa, deliberadamente manteniéndolafuera de equilibrio, entonces ella tendría que beber a sorbos el vino para disimular susnervios. Él miró su bebida, tranquilamente comiendo su pastel, saboreando el gusto delchocolate cremoso mientras observaba como el alcohol hacía su efecto. Se había imaginadoque no se necesitaría mucho para relajarla, y tenía razón. Para cuando el vaso estuvo vacíoella se inclinaba inconscientemente contra él, contemplando la pared.

—¿Jenna?

—¿Qué?

Él pasó su dedo alrededor de lo último del glaseado en su plato.

—¿Aún no estás lista para tu trozo de pastel?

—No. —Ella sostuvo la copa con ambas manos y mordió su labio.

—Entonces pienso que lo tomaré.

Ella le dio su copa vacía cuando él se puso de pie. Miró hacia abajo, en espera que lepidiera lo que quería. Ella no lo hizo, aunque miró de reojo la botella.

—¿Quieres otra copa de vino? —preguntó él.

Asintió con timidez.

—Por favor.

Él tomó la copa. Sus dedos rozaron apenas los suyos.

—Sabes que puedes tener lo que quieras, Jenna. No tienes que preguntarme.

—Gracias.

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Su conformidad no lo engañó. Ella estaba a una gran distancia de pedirle algo.

Llenó la copa a la mitad y lo trajo de vuelta con su pastel. Jenna se escabulló cuandoél se sentó. Clint le dio la copa. Ella fue cuidadosa, sus dedos no lo tocaron aun cuandocayera contra él cuando el colchón se hundió.

Tomó un sorbo y sonrió tímidamente.

—Esto es decadente.

—¿El vino?

—Comer en la cama.

Ella se había tragado su pene hasta su garganta en el granero, pero... ¿pensaba quecomer en la cama era decadente? Añadió esto a su lista de contradicciones.

—Supongo que lo es.

Ella sonrió, revelando aquellos hoyuelos que lo intrigaban.

—Pero es nuestra noche de bodas.

—El tiempo perfecto para ser decadente —estuvo de acuerdo Clint.

Puso su inconcluso pastel sobre el piso y colocó su brazo detrás de ella en la cama.Cayó sobre él sin un murmullo de protesta. Inclinó la copa sobre sus labios. Ellaamablemente tomó un sorbo. Él suavemente lo quitó de sus manos. Su —“No heterminado”—lo siguió cuando la colocó en el suelo. Él se enderezó y luego siguióinclinándose hacia atrás, tomándola con él hasta que aterrizaron en el suave colchón, suhombro sirviéndole de colchón a su cabeza.

—Te quiero relajada, pequeña, no inconsciente.

—¿Tratabas de emborracharme?

—Relajarte —reiteró él, poniéndose de lado. El edredón se deslizó de Jenna mientrasél metía su codo. Cuando miró hacia abajo, Jenna lo contemplaba, con dos débiles líneasentre sus cejas.

—¿Por qué me llamas “pequeña”?

Él alisó un rizo fuera de su mejilla y la giró un poco más en sus brazos.

—Porque lo eres. Eres suave, pequeña, y muy atractiva.

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—Soy gorda. —Dijo como si confesara un pecado.

Él deslizó su muslo sobre el suyo, asegurándose que su rodilla tomara la mayor partedel peso del lado contrario. Las sábanas crujieron cuando se apoyó sobre ella.

—Comparada conmigo, Sunshine, sólo un poquito. En cuanto a ser… gorda... Deslizósus dedos desde su mejilla, hacia abajo sobre la suave totalidad de su garganta, hasta quellegó al suntuoso y elegante hombro. La curva llenó su palma perfectamente.

—Nena, estas deliciosamente redondeada, haces que me duelan las muelas por lanecesidad de comenzar a mordisquearte. Quiero comenzar en las puntas de los dedos detus pies y gradual y completamente, saborear el camino de regreso hacia arriba.

Miró hacia abajo, a sí misma antes de volverse a él frunciendo el ceño.

—¿Estás seguro que no necesitas espejuelos?

El estallido de risa lo tomó por sorpresa.

—Estoy muy seguro. —Con un ligero movimiento de su pulgar, le giró la cara haciaél—. Sólo mirarte me hace sentir cachondo —susurró él, inclinándose hacia abajo.

—¿En verdad?

—En verdad. —La última sílaba sangró en su boca, yendo a la deriva en su aliento.Ella reposaba pasiva debajo de él—. Bésame, Jenna.

Obedientemente apretó los labios bajo los suyos. Si no supiera que había estadocasada, habría jurado que ella no sabía besar.

Él cosquilleó sus labios con su lengua, trabajando más allá de sus inhibiciones,acariciando su regordeta plenitud con la punta, cosquilleando en las esquinas hasta quejadeara y luego repitiendo el procedimiento en el otro lado por el simple hecho que legustó el modo en que ella se elevó contra él. Suavemente alivianó su lengua en elenvolvente calor de su boca. Al principio ella se congeló, contemplándolo con aquellosgrandes ojos azules, no comprendía, pero justo cuando él movió su lengua en la suya,pudo ver su cerebro trabajando. Entonces su lengua acariciaba la suya, sus manostentativamente subiendo hasta apretar sus hombros.

Él realmente disfrutaba de una mujer inteligente.

Ajustó el ángulo del beso, dándoles a ambos un mejor acceso. Él tiró de sus caderasapretándola un poco más hacia él, gimiendo en su boca cuando su muslo amortiguó la

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longitud dolorosa de su miembro. Maldición, él quería revolcarse en ella, su blandura, susuavidad, su dulce naturaleza para dar —quería meterla dentro de él y usarla para llenarel vacío donde sus emociones solían estar. Él besó sus labios, frotando su nariz contra lasuya.

—Ah Sunshine, me haces sentir hambriento.

—¿Lo hago?

—¿No puedes sentir cuánto? —Él realmente iba a tener que influir en su confianza.

El “Sí” que emitió fue susurrado. Sin duda era tímida, porque él mantuvo los ojosabiertos y los labios en los suyos, demasiado cerca para que una mentira le pasaradesapercibida.

—No sonó demasiado convincente. —El colchón crujió cuando él se sentó ahorcajadas sobre ella. Sosteniendo su peso en sus antebrazos, entalló su pene en la V entresus muslos, todavía manteniendo sus labios contra los suyos, capturando su jadeoahogado cuando ella comprendió su intención.

—Allí lo tienes, ahora puedes decir cuan hambriento me haces sentir

Ella asintió con la cabeza.

—¿Que tan hambriento?

—Mucho. —Él rió ante la persistente interrogación.

—Puedo ver que eres una mujer dura de convencer. —La besó profundamentemientras metia la mano entre ellos y desabrochaba sus vaqueros.

—Empuja un poco mis pantalones hacia abajo.

Lo miró con el ceño fruncido y luego obedeció. Necesitó unas cuantas pulgadas antesde que pudiera trabajar la difícil longitud de su pene libre. Atrapó su mano antes de queella pudiera retirarla y la trajo hacia él. Su aliento silbó a través de sus dientes cuando susdedos rodearon su eje, no encontrándose, pero apretándolo eróticamente cuando ella tratóde abarcarlo todo.

—¡Dios! ¡Podría venirme solo!

Su “¿es lo que quieres?” le acarició a lo largo de su pene con la atractiva posibilidad. ElSeñor sabía que él estaría capacitado para irse otra vez después, pero había tenido ya su

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placer dos veces haciéndola esperar el suyo. Él era un bastardo egoísta, pero no tanto.Sacudió su cabeza, curvó sus dedos alrededor de los suyos y se bombeó a través de supuño, una vez, dos veces sólo lo suficiente para poner su semilla en la punta de su pene yconfusión a su penetrante mirada.

La besó otra vez.

—Lo siento, Sunshine, me haces perder la cabeza.

—No me opongo.

—Yo si. —Sacó la mano de Jenna de en medio, y presionó un beso en el centro de supalma antes de regresarla a su hombro. Su pene se movió ligeramente en su muslo,oscilando de arriba abajo y esforzándose por acercarse más, de la forma en que él queríaacercarse. Se apartó, no sólo porque no sería capaz de alcanzar sus pechos, si no porqueestaba tan cerca de perder el control que no confiaba en él mismo. Ella simplemente erasólo la mujer más ardiente que había conocido alguna vez. Y tan inocentementeinconsciente de su atractivo. Ella lo volvía loco con los deseos conflictivos de tomarla a losalvaje, o arrastrarla al aislamiento y proteger aquella aura de inocencia. Incluso de él.

Sus pechos temblaron mientras su próximo aliento fue capturado en su garganta. Élmiró el zangoloteo descolorarse hasta convertirse en un suave resplandor de movimientoque se mezcló con su respiración. Su sangre palpitaba por sus venas. Él tocó la gasa delcorpiño que estaba colocada justo encima de su pezón. Aquel pezón suave, rosadopidiendo ser despertado. Tal vez él se conformaría sólo con un compromiso entre susdeseos conflictivos —poniéndola en un pedestal durante el día y revolcándose en susensualidad innata por la noche.

—¿Jenna?

—¿Qué?

—Vas a tener que confiar en mí. Eres una mujer condenadamente hermosa.

Le sacó el corpiño. El labio de Jenna se deslizó entre sus dientes. Sus dedos seapretaron en sus hombros con sus uñas cortas punzándolo. Se obligó a respirarregularmente, no queriendo ponerla más nerviosa. Estaba a una pulgada de tener aquelpecho atractivo en su boca cuando ella susurró su nombre.

Era su turno de preguntar.

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—¿Qué?

—No estoy lista.

¿Pensó que iba a saltar sobre ella?

—Lo sé, Sunshine, pero llegaremos allí.

Él rozó sus labios a través de su pezón. Su grito ahogado flotó en el aire sobre sucabeza. Sus palmas se apretaron a sus hombros. Él cambió de posición. El pelo de Clintcayó hacia adelante, deslizándose sobre las mejillas de Jenna, dejando su cara en lasombra, obscureciendo su expresión. Él bajó su boca hacia la suya. Sus labios se separaroninmediatamente respondiendo. Su lengua encontró la suya. Ella estaba suave e impacientey de todos modos lo empujó por los hombros.

—¿Qué pasa?

—Tengo que prepararme.

Obviamente, ella no hablaba de más besos.

—¿Qué más necesitas?

—Mi crema. Por favor déjame traer mi crema. —Lo empujó más fuerte. Él se inclinóhacia atrás.

Aquel “lo siento” fue dicho sin aliento cuando salió debajo de él.

—La dejé caer cuando llamaste a la puerta. Pienso que rodó bajo la cama.

Mientras hablaba Jenna se movía, el camisón ondeándole alrededor cuando cayó derodillas. Él se sentó. Su cabeza desapareció bajo la cama.

—¿Jenna?

—Lo siento. Está tan oscuro que no puedo encontrarla.

Él se recostó sobre su codo y admiró su trasero cuando este se meneó de acá paraallá. Si él estaba leyendo correctamente las señales, ellos estarían mucho másfamiliarizados en sólo unos minutos.

—No hay prisa. —El estruendo ligero del cristal a través de la madera desigual lealertó al hecho que ella había encontrado el tarro.

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Ella salió de debajo de la cama. Él acarició su trasero, apretando la nalga izquierda,tomándola en su palma, dándole de palmadas a aquella mejilla inferior ligeramente llenacuando ella apareció, apretando el tarro contra su pecho. Su mirada fija cayó sobre sutirante y estirado pene y luego de vuelta a su cara. Su mano libre frotó el golpe repentinoque se dio al ponerse de pie, preparada como para huir.

No era difícil leer su mente. Ella estaba preocupada de no poder tomarlo. Él sostuvosu mano. No sólo lo tomaría, se aseguraría condenadamente de que lo disfrutara.

—Dame el tarro, Jenna.

Ella mordió su labio y realmente dio un paso atrás. La agarró antes de que pudieradar otro, tirándola en su regazo, cambiando su peso, entonces su trasero amortiguó supene. Ella se meneó. La sensación se disparó hacia afuera reverberando contra suvoluntad. Tomó su muslo en su mano, extendiendo sus dedos para el máximo contacto. Éltomó el tarro de sus manos. Con seguridad ella era una pequeña cosa aventurera.

Le levantó la cara con un dedo.

—Bésame, Sunshine.

Ella lo hizo, usando sus labios y lengua sin vacilar, haciéndole preguntarse comopudo haber pensado alguna vez en su inexperiencia. La giró de modo que quedara con laespalda sobre la cama. Su pelo la rodeó en una nube de oro, acentuando el azul brillantede sus ojos sobre sus mejillas encendidas. Tomó su cabeza entre sus manos, liberándolahacia abajo, riéndose de la sorpresa en su cara. Él sostuvo el tarro.

—¿Estás segura que esto es lo que quieres para nuestra primera vez?

Ella asintió con la cabeza.

—Lo prefiero.

No hubo duda en ello. La lujuria que él había estado sosteniendo bajo una tapahermética explotó libremente. Tenía toda la noche para tener el resto de ella, pero ahoratenía una invitación abierta a su campo de juego favorito.

—Date la vuelta sobre tu estómago. —Su voz era ronca por el deseo que lodesgarraba. Ella lo miró con el ceño fruncido, pero se dio la vuelta, despacio, tan despacioque debía saber lo que estaba haciendo con él. Tenía que ser deliberadamente. De nuevopara su descaro le dio una palmada en el trasero, un suave manotón que la hizo caer en

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posición. Su trasero era magnífico, lleno y amplio, maravillosamente blanco. El casiimperceptible color rosa de la huella de su mano quedó en la nalga izquierda. Colocó sumano en la marca, una marca de carne oscura contra su piel pálida. Él engarzó sus dedosen toda la plenitud, haciendo cuatro surcos en aquella piel suave. Aflojó la presión. La pielsaltó atrás, resistente. Como ella.

Se puso de pie. La cama era alta, construida con sus especificaciones. Hecha entoncespara poder disfrutar de una mujer con comodidad estando de pie. Deslizó su mano bajo lacintura de Jenna. Con un tirón él la atrajo al borde de la cama de modo que sus piernasquedaran fuera de esta. Ella estaba lo suficientemente en alto que los dedos de sus piesrozaban el suelo. Estaría indefensa cuando él la tomara. Incapaz de hacer nada más queaceptar el placer que sonsacaría de su cuerpo. Maldición, le gustó el pensar en eso.

Jenna apoyó el torso en sus codos, y le disparó una de aquellas miradas sobre suhombro.

—No creo que esta sea la mejor manera.

—Lo es.

Él hizo estallar la cinta metálica que sostenía la tapa en su lugar y abrió el tarro. Teníaun ligero aroma a miel. Recogió un poco y lo frotó entre sus dedos. Parecía sersimplemente un lubricante perfumado y nada más. Él tenía algunas cremas dentro de sussuministros que a ella le podrían gustar más. Cremas que añadirían más placer.

Frotó la base de su espina con las puntas de los dedos.

—Nena, ¿te gustaría probar una de mis cremas esta vez?

—No. —Brincó contra su mano—. La mía funciona bien.

La tensión en sus músculos se extendió externamente.

—Shh, era sólo una idea. —Besó su nalga derecha, luego la izquierda, y luego elrosetón diminuto entre ellas.

Su chillido fue un jadeo que surgió de lo profundo. No había ninguna duda de suimpacto. ¡Maldición! Le habría gustado demorarse allí, pero estaba demasiado nerviosa.Su marido debió haber sido un ignorante hijo de puta.

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Se enderezó y se acercó a la cama. Su pene rozó su nalga derecha, presionando eloleaje exuberante, deslizándose externamente, su semilla dejando una señal brillante. Consu mano en medio de su espalda, él la sostuvo mientras bañaba el otro lado.

—Tienes un trasero hermoso, Jenna.

—Gracias.

—Menéalo para mí.

—¿Qué?

—Hazlo bailar para mí.

—No entiendo.

—Sí, entiendes. Úsalo para hacerme arder. Tiéntame, Jenna.

Hizo algunos contoneos tentativos. Él apoyó su pene en lo alto de su abertura,dejando que las vibraciones lo arrastraran llegando más allá de su control, bañándola ensu entusiasmo. No pudo evitar el gemido que se arrastró desde su garganta cuando ellaapretó sus nalgas, agarrando su pene en un beso íntimo.

—Haz eso otra vez, bebé. Besa mi pene con tu trasero otra vez.

Lo hizo. Él arremetió contra ella, su pene deslizándose entre sus nalgas, patinandosólo encima del pequeño rosetón rosado. Arrojó la tapa del tarro en la cama y cubrió susdedos.

—Quédate quieta ahora, Jenna. Sólo un poquito, y luego te daré el placer que haspedido por el tiempo que quieras. Con la fuerza que tú quieras.

Se mantuvo inmóvil, dócil, pero un poco tensa bajo su mano. Podía entender eso.Cuando una mujer se daba a un hombre de esta manera, ella ponía mucho en línea. Frotóla base de su espina dulcemente con su mano libre. Comenzó en lo alto de su pliegue, sólocon un ligero toque. Más como un pastoreo que como algo fulminante. No había ido másde una pulgada hacia su destino cuando la carne de gallina apareció. Su pene palpitócontra su muslo. Ah, ellos iban a tener tanta diversión.

—Aquí viene, nena. Simplemente quédate quieta. Todo lo que tienes que hacer esestarte quieta mientras trabajo con esta crema agradable y profundamente. Te tendré lista,entonces jugaremos, y luego te haré mía.

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Él alcanzó su ano. Ella se estremeció por dentro y por fuera. Maldición, ella erasensible. Ella se heló, excepto su trasero, que se apretó en un pequeño beso íntimo contrala punta de su dedo. Él la besó de nuevo, presionando su dedo en esa parte. Sus músculosse apretaron, resistiendo.

—Relájate, Jenna. Sólo relájate y empuja atrás para mí, nena. —Ella se meneó bajo susmanos. Él presionó más fuerte. Logró introducirse un poco. Su chillido casi le sacó sustímpanos.

—¿Qué haces?

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Capítulo 8

La dejó alejarse. Su dedo dejó su increíble refugio con un apesadumbrado chasquido.La agarró antes de que ella pudiera dejar la cama, arrastrándose a su lado. Dejándose caersobre su espalda, tiró de ella contra él, curvando su brazo de modo que cayera en supecho, su mejilla apoyándose naturalmente en la curva de su hombro. La cerró allí con subrazo alrededor de su cintura.

Contra sus costillas, podía sentir su corazón retumbando. Su fuerte latido hizo ecocon el suyo, pero él comenzaba a entender, no por los mismos motivos. Pasó su manoentre sus muslos, por los rizos elásticos, entonces entre sus piernas. Ella tembló, pero no seresistió. Como sospechó, estaba seca, sus pliegues suaves metidos fuertemente contra sucuerpo. Dudaba que la hubiera excitado en algún momento esa tarde, lo cuál trajo acolación algunas preguntas bastante serias.

Aspiró aire para tranquilizarse, ordenó a su miembro calmarse, y dijo en el tono másnormal que pudo encontrar.

—Sunshine, tenemos que hablar.

Ella se apretó más a él, su rodilla cavando en su muslo.

—No haré esto. ¡No lo haré!

Las palabras silbaron contra su hombro. Clint se apoyó en su antebrazo para vermejor su cara. Ella levantó su brazo, obviamente esperando ser golpeada. Un sentimientofrío, enfermo, se instaló en su estómago. Caramba, si él tuviera la intención de golpearla,no habría dejado ni rastro de ella. Él le bajó el brazo. Jenna lo fulminó con la mirada, con laexpresión tensa llena de miedo y desafío, cada músculo firme.

—¡Ah maldición, Jenna! ¿Qué demonios hicieron contigo?

El pánico llameó en sus ojos.

—Nada. Nadie me ha hecho nada.

Dudó seriamente de aquello, pero no iba a desperdiciar su noche de bodasdiscutiendo el punto.

—¿Para qué usabas la crema, Jenna?

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Su mirada rehuyó la suya.

—¡No para esto!

—Entiendo. ¿Entonces para que la usabas?

Hubo una larga pausa, y luego dijo en un susurro muy inestable.

—Así no dolerá tanto.

—¿Piensa que yo me forzaría dentro ti?

—No puedes forzarme.

Él miró la extensión de su brazo mientras se estiraba a través de su torso. Podríaobligarla a hacer cualquier maldita cosa que él quisiera sin siquiera sacar una gota desudor.

—¿Por qué?

—Soy tu esposa. Es mi deber satisfacer tus necesidades.

—Ah.

—Salvo eso. No lo hago.

—Ya lo dijiste.

—Lo digo en serio.

—Sé que lo es, pero eso todavía no explica por qué piensas que yo podría dañarte.

Parte de la tensión se alejó del cuerpo de ella cuando lo miró con el ceño fruncido.

—Eso siempre duele.

Él tocó el pliegue entre las cejas de Jenna.

—¿Te dolió en el granero?

Asintió con la cabeza, estudiando su expresión atentamente, sin duda esperando elmomento cuando él perdiera la paciencia y se encendiera contra ella.

—¿Entonces porque lo hiciste?

—Tú lo necesitabas y fuiste tan agradable con los gatitos, pensé que podría hacertefeliz.

—Pero te hizo daño.

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—¡Lo disfrutaste! —El resentimiento comenzó a sustituir su cautela.

Había un desafío en la declaración. Como si esperara que lo negara. Él pasó el dedopor el corto puente de su nariz, y luego lo deslizó de lado asi pudo tocar su mejilla.

—Sí, lo hice.

Le levantó la barbilla y esperó hasta que encontrara su mirada.

—No se supone que duela, Sunshine.

Ella no contestó, sólo miró fijamente a la izquierda de su oído y no hizo caso de él.Había una pose obstinada en su mandíbula que le comunicó más claramente lo que sabía yque no creería en ninguna declaración que la contradijera.

Él dejó su seguridad hundirse a través de su orgullo, la dejó bajar y entretejer a travésde su confianza hasta que la desagradable verdad fuera alcanzada. Independientementede sus motivaciones en el granero para hacer lo que ella había hecho, no había nacido deldeseo. ¡Maldición! Había estado tan seguro que podía manejar a Jenna, que al final nohabía manejado una sola cosa. Había confundido la complacencia por ansiedad ydesesperación por placer.

Tenía mucho por compensar.

Con la punta de dos dedos, giró su cara hacia él.

—Mírame, Jenna.

Lo hizo, con el desafío borrado de su cara. En su lugar una limpia expectativa. Comosi sólo esperara su orden, como si su felicidad estuviera centrada en complacerlo. Era unatécnica infernal de supervivencia. Una en la que él no caería otra vez, tampoco.

—Si algo de lo que hago alguna vez te lastima, debes pararme inmediatamente. Nomentir, no soportarlo. Me detienes.

El parpadeo en su mirada era de incredulidad, pero ella asintió con la cabeza.

—Estoy hablando en serio, Jenna.

—¿Cómo?

—¿Cómo me detendrás?

—Sí.

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—Todo lo que tienes que hacer es decírmelo, Sunshine. Sólo dímelo, y me pararé.

Que no creyera una palabra de lo que le dijo estaba claro en lo tenso y sutil de suexpresión. Sin embargo, su acuerdo fue inmediato.

—Bien.

—Esto es una orden, Jenna. —Él tenía un largo camino que recorrer con ella.

—Lo sé. —Ella no movió una pestaña cuando estuvo de acuerdo con aquella vozronca, tranquila.

—Bien.

Él pasó su mano a través de su garganta, maravillándose que ella le hubiera llevadohasta allí, preguntándose lo que aquel bastardo miserable con quien había estado casada lehabía hecho para lograr que fingiera tan bien. El silencio se prolongó.

—¿Dormiremos ahora? —preguntó ella, rompiéndolo. No había nada en su tono queindicara alguna preferencia.

—¿Estás cansada?

—¿Y tú?

¡Maldición, no! Era su noche de boda y estaba tan lujurioso como un macho cabrío.

—Un poco.

—Alimentaré el fuego.

El cuarto se enfriaba rápido. Ella se helaría en aquel pedazo de nada que llevabapuesto. La agarró antes de que sus pies desnudos tocaran el suelo.

—Lo haré yo.

Se deslizó de la cama, y empujó dentro de sus pantalones su todavía endurecidopene, mirando como ella se posaba nerviosamente en el borde. Cuando volvió dealimentar la pequeña estufa, todavía estaba en el mismo lugar, con el labio inferior entresus dientes.

—¿Qué pasa?

—Nada.

El suspiro se escapó antes de que él pudiera detenerlo.

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—Jenna …

Ella inmediatamente comenzó a masticar su labio.

—Tengo el sueño agitado.

—Me acostumbraré a ello —se encogió de hombros.

—Aparentemente puedo ser bastante escandalosa… —enroscó las manos en suregazo. La mirada que le dedicó fue demasiado rápida para descifrarla.

—¿Tratas de decirme que tienes pesadillas?

—No sé. Nunca recuerdo, pero Jack prefirió que yo durmiera en otra parte.

Sólo el sonido del nombre de aquel fulano lo metió en una furia asesina.

—Prefiero que duermas a mi lado.

—No iré lejos. Sé que una esposa debe estar disponible para la conveniencia de sumarido.

Bien, eso seguramente aclaró como ella miraba su lugar.

—Me alegra oírlo.

—Yo podría arreglar una cama en el suelo.

Él se quitó las botas. Los dedos de sus pies ya se erizaban por lo frío del suelo ¿y ellaquería dormir allí?

—No es necesario.

—Puedo ser bastante molesta.

—Lo resolveremos. —Él se quitó los pantalones y dejó caer su camisa en la silla allado de la cama. Los ojos de Jenna se abrieron plenamente cuando tomó conciencia de sucuerpo desnudo.

—Debes estar cansado.

Ah, ahora se encontraban en el quid del asunto. Sin duda ella vio a un hombrecansado, de mal humor como algo a ser evitado a toda costa. Le quitó el cobertor de susmanos, se deslizó en la cama al lado de ella y le dio un leve rozón con su cadera. Tanpronto como tuvo suficiente espacio, se acostó. El colchón se hundió, y ella rodó contra él.

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Se estremeció ante el contacto de las sábanas frías. La tomó en sus brazos, arrastrándolaencima de él a pesar de su resistencia.

—Parece que será un invierno frío.

Su “si” fue un chillido de acuerdo. Metió la cabeza de Jenna bajo su barbilla cuandocomentó:

—Esta noche y cada noche de aquí en adelante, Jenna, dormirás en mis brazos.

—Pero...

—Nada de peros.

—Mis sueños…

—Serán mi problema.

La suavidad de su estómago acunó su pene, acariciándolo con cada aliento. Por laextraña manera en que todavía ella se comportaba sabía que se debatía sobre lo que debíahacer al respecto.

—¿Jenna?

—¿Qué?

Su pelo se deslizó sobre sus costillas en un sedoso roce. Aspiró aire paratranquilizarse.

—Duérmete.

El grito en su oído lo sacudió despertándolo. Trataba de alcanzar su arma antes depercatarse de que no había una amenaza. Al lado de él Jenna gritó otra vez, se irguió degolpe, y sacudió a los demonios invisibles. Antes de que él pudiera hacer algo más quelevantarse con los codos, ella se balanceaba hacia él, la cama, la pared, todo el tiempoimplorando... pidiendo a alguien ayuda para alejarlos de ella.

Él se sentó y agarró sus manos. Ella se lanzó hacia atrás.

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—¡Jenna!

—¡Oh Dios, ayúdame!

—Jenna. Despierta, nena.

Ella se retorció ante su apretón.

—¡Aléjalos de mí! —La última sílaba se rompió en un grito.

Le agarró la cabeza justo antes de que se estrellara contra la pared alejándose de untirón de lo que fuera que la persiguiera en sus sueños. La tiró contra su pecho, anclandosus piernas con su muslo, sosteniendo sus brazos en sus costados con uno de los suyos.

—Haré lo que usted quiera, lo prometo —gimió ella.

Enganchó su barbilla en su mano.

—¿Jenna?

Su cabeza cayó hacia atrás, su garganta se arqueó y gritó con un horrible chirrido queel pelo de su nuca se erizó. Su cuerpo se sacudió contra el suyo. Su rodilla le acuchilló elestómago.

—Nononoooooo…

—¡Jesucristo! —Jenna no había bromeado sobre los sueños. La sacudió, tratando dedespertarla. Ella luchó con más ardor.

Los gritos cesaron tan súbitamente como empezaron. Ella se desplomó en sus brazos.Sus ojos se abrieron repentinamente y se fijaron perdidos en el techo. En un pequeñosusurro desesperado que le rasgaba el corazón con total falta de esperanza, ella suplicó:

—Por favor, alguien ayúdeme.

Clint le retiró el pelo de la cara. Ella por su parte se estremeció y se puso rígida.

—Soy yo, Sunshine.

—¿Clint?

—Aquí estoy.

Sus uñas cavaron desesperados surcos en sus antebrazos, pero su mirada fija no seapartó del techo. Ella todavía soñaba.

—No los dejes comerme, Clint.

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—Nunca, bebé.

—Por favor

—Te tengo aquí.

—No puedo mantenerlos lejos de mí. —Su voz se elevó con cada sílaba.

—Me haré cargo de eso. —Él comenzó a rozar su cuerpo con golpes cortos y duros,esperando estar haciendo lo correcto entonces ella creería que él estaba a cargo de lo quefuera.

—Todos se fueron ahora —le dijo él, poniendo tanta autoridad en su voz como pudo.

—Ellos volverán. —Jenna echó un vistazo por encima de su hombro—. Siemprevuelven.

—No los dejaré.

Su mirada se desvió hacia él.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—¿No lo olvidarás?

—No.

Se mantuvo absolutamente inmóvil, como sopesando el valor de su promesa,entonces se estremeció y se desplomó contra su pecho. Clint le retiró el pelo. Sus ojosestaban cerrados. Estaba dormida otra vez, agarrando su brazo como si temiera que ladejara. Sacó el edredón por encima de su cuerpo sudoroso, protegiéndola del frío,sosteniéndola tan apretadamente como ella necesitaba, sosteniéndola mientras la noche seextendiera, calmándola cuando se inquietara, sosegándola cuando gritara, sosteniéndolamientras la rabia que hervía dentro de él se enroscaba en un nudo de determinación.Cuando la mañana llegara, ellos iban a hablar.

Jenna murmuró en sueños. Él la besó suavemente en la parte superior de su cabeza.

Y cuando la mañana llegara, tendría el nombre del maldito que él iba a matar.

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—Te dije, que no me acuerdo.

—Y te dije que no te creo.

Jenna colocó el plato de filete, huevos, y patatas fritas delante de Clint.

—No hay nada que pueda hacer sobre el asunto.

Clint tomó su cuchillo y tenedor. Los instrumentos parecieron mortales en susgrandes manos.

—Puedes comenzar diciéndome su nombre.

Ella se alejó de la mesa.

—No sé de qué hablas.

—Era más que una pesadilla anoche, Jenna.

—No recuerdo nada de eso.

—Esperas que crea que no recuerdas un tiempo en tu vida cuando fuiste atrapada enalgún sitio con algo arrastrándose lentamente hacia ti.

Ella se estremeció con el pensamiento.

—No.

Clint tomó un trozo del filete, lo masticó, y tragó.

—No te servirá ocultármelo. Lo averiguaré.

—Cuando lo hagas, me lo podrás decir.

Él tomó otra porción, contemplándola sobre el tenedor. Masticó, y levantó una ceja.

—¿Realmente no recuerdas nada?

—No.

—¿Del sueño? ¿O qué lo causa?

—Ninguno.

—Entonces esto va a tomarme un poco más.

Ella limpió sus manos en la toalla.

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—¿Para qué?

—Alguien te hizo daño, Jenna. Quiero saber quien y por qué.

—Fue sólo un sueño.

—Es más que eso, sea que lo recuerdes o no. —Su tenedor tintineó en su platocuando él cortó un trozo de huevo.

—¿Puedes olvidarte de eso?

Sus ojos se estrecharon y su delgada mandíbula se elevó mientras colocaba sucuchillo y tenedor en el plato con deliberada cautela.

—No.

Ella envolvió su mano en la toalla azul descolorida e hizo acopio de coraje.

—Tal vez no quiero saber. Si es tan malo como dices, tal vez es mejor si se queda enel olvido.

Clint se inclinó atrás en su silla.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque quienquiera que sea todavía podría ser una amenaza.

—Eso es absurdo.

—¿Por qué?

—Porque... —Se negaba a creer que lo que había pasado antes podría repetirse otravez.

—Esa no es una respuesta.

—Nadie quiere hacerme daño. —Ya no.

—Acabas de decir que no recuerdas.

Y no lo hizo, pero cuando trataba de recordar, le dolía la cabeza y no podía respirar.Y esto la asustaba casi tanto como lo hizo ahora la expresión que apareció en los ojososcuros de Clint. Estaba tan frío y remoto. Inaccesible.

Hizo un gesto a su desayuno, esperando cambiar el tema.

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—¿Está todo bien con tu comida?

—Está bien. —Su expresión no se alivianó. En todo caso, se endureció más.

—¿Dónde está la tuya?

—Comeré cuando hayas terminado.

—¿Por qué?

Porque Jack siempre había insistido que lo hiciera así. Pero Clint le había prohibidomencionarle a Jack.

—Pensé que lo preferirías.

—Pensaste mal.

—Ah.

—¿Jenna?

La nota profunda en su voz le estremeció sus nervios. Le gustó su voz. Tenía tantafuerza, tanta calma. El simple hecho de escucharla calmó el pánico que a menudo llevabadentro.

—¿Qué?

—Siéntate y come.

—No prepare nada para mí aún.

—Tráeme un plato.

Su mirada le quemó la espalda mientras se acercó al aparador de roble. Trató deminimizar su cojera, pero sabía que no había manera de que no lo notara. Quería, sólo poruna vez, poder ser elegante. Tomó uno de los platos de fina porcelana del anaquel. Debidoa que se concentraba con intensidad, se sobrecompensó. Su dedo gordo del pie se enredóen la alfombra. Ella tropezó, se agarró del borde de la mesa, pero el plato —aquel hermosoplato azul floreado— salió volando. Por un segundo, no pudo moverse. Solamente sequedó de pie allí, mirando como el plato navegaba por los aires. Con un sentido decarácter definitivo, lo miró golpear el suelo, cerrando sus ojos cuando se rompió, sabiendoque no había excusa para su ruptura. Nada excepto su propia torpeza.

—¡Oh Dios!

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Clint estuvo de pie y la recorrió de un vistazo, con expresión ilegible. No habíapensado atraer la atención hacia ella misma. La exclamación simplemente se escapó.

Ella lamió sus labios secos.

—Era terriblemente caro, ¿no es así?

—No tengo idea. —Él se agachó y recogió los pedazos grandes. Los potentesmúsculos de sus muslos estiraron sus pantalones—. Pero no importa.

—Por supuesto que importa. —La próxima vez se enfadaría con ella, y si importaría.Él alzó la vista, cuando alcanzó una pieza bajo la mesa.

—Es sólo un plato, Jenna. —Colocó las piezas en la mesa.

—Trataré de no ser tan torpe otra vez.

Él la estudió.

—Puedes dejar caer cuantos platos quieras.

—Yo… —Ella no sabía que decir ante esto.

Él se enderezó y se encogió de hombros.

—¡Caramba! Si no te gusta lo que hay aquí puedes tirar el juego entero y comprarnuevos.

Se volvió. Jenna lo hizo con él, manteniéndolo en su línea de visión mientrascaminaba a su lado, agarrando con firmeza la mesa detrás de ella para tomar aliento. Suolor a limpio voló a la deriva hacia ella.

Sólo necesitó un paso para alcanzar el aparador. Fue un movimiento fluido sin tenerninguna de sus imperfecciones. El hombre era todo gracia masculina y fuerza. Se dio lavuelta hacia ella. Con su pelo atado en la parte de atrás con una correa de cuero, suspómulos tenían un relieve agudo, dándole un toque poderoso y salvaje a su aspecto.

Él era mucho más grande que su primer marido. Mucho menos previsible. No teníaidea que hacer con él. No sabía que esperar. Cuando él regresó con la delicada porcelanaen su delgada mano, contuvo la respiración y la sostuvo. No la liberó hasta que él pasó.Cuando él no hizo un comentario mordaz, o no le dio un revés con la mano, ella comenzóa relajarse. Tal vez realmente no era un loco.

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—Siéntate, Jenna. —La silla que retiró estaba en diagonal a la de él. Jenna no queríasentarse tan cerca de él.

—Debería terminar de barrer estas piezas.

—El desayuno estará frío para entonces.

Ella se encogió de hombros.

—No me hará daño perderme una comida.

—No me gustaría eso.

—¿El qué?

—Que pierdas tus comidas.

—Ah.

Deseando que no la observara con tanta atención, dio los pasos necesarios paraalcanzar la silla. Estaba bastante orgullosa de como logró minimizar su cojera dandopequeños pasos. Él todavía la miraba. Sus ojos oscuros tan inescrutables como siempre.Ella tuvo que darle la espalda para sentarse. Aguantó la respiración, cada sentido, cadaterminal nerviosa insoportablemente consciente de su presencia cuando él se paró detrásde ella. Tomó asiento. Durante un segundo nada pasó. Ella no respiró. Él no se movió.Entonces las puntas de sus dedos rozaron sus hombros y sus labios rozaron su pelo.

—Todo va a estar bien, Jenna. —Entonces él siguió diciéndole—. Gracias.

Se movió a su alrededor y dividió la comida de su plato por la mitad.

—¿Es esto suficiente?

—¡No, no podría comer tanto!

—¿Estás segura?

—La mitad de eso estará bien. —Consumir esa cantidad de comida significaría que niaún sus corsés serían capaces para introducirla en sus vestidos.

—Necesitarás mantener tu fuerza.

—¿Para qué? —Deseó que las palabras se le regresaran tan pronto como dejaron suboca. La expresión de Clint se suavizó con un toque de diversión.

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—Estamos en nuestra luna de miel, Sunshine. Tengo muchos planes. —Tomó asientoe hizo un gesto con su tenedor—. Come.

Era una orden. Ella comió, manteniendo la cabeza baja, llevando metódicamentecomida a su boca, con sus mejillas quemándose por la vergüenza. Por el rabillo del ojo,podía ver la diversión en la cara de Clint. Su risa era evidente en la leve elevación de suslabios y el elemental estrechamiento de sus ojos. ¿Por qué siempre actuaba como tontadelante de él?

Como la noche anterior. Ella había comenzado a esconderse detrás de la puerta comouna virgen ingenua, luego había perdido la crema, que condujo a otro malentendido. Ellano quería que Clint la viera como alguien de quien tenía que compadecerse. Quería que laviera como una mujer que él podía respetar. Al igual que Asa miraba a Elizabeth. ComoCougar miraba a Mara.

Empujó una pieza de patata a través del plato. Pero ella, no era para nada como Marao Elizabeth. Sus únicas habilidades eran cocinar y, por lo visto, decepcionar maridos.Estaba segura que el Cougar y Asa no se fueron a dormir insatisfechos en lugar deacostarse con sus mujeres. Dio a la patata otro empujón. Salió disparada del plato,aterrizando en el mantel. Cuando la recogiera, habría una mancha grasienta en la tela acuadros azules. Si no pudiera sacarla, sería sólo un ejemplo más de como ella estropeabatodo lo que tocaba.

—Jenna.

Ella no alzó la vista. Clint repitió su nombre con aquel bajo y profundo acento que sedeslizaba directamente debajo de sus defensas y la seducía robándole el sentido común. Éldio un toque a su plato con el tenedor. Ella alzó la vista para encontrarle contemplándola,sus ojos negros tan oscuros y profundos, ella estaba en peligro de caer dentro. ¿En que?No sabía, pero si cayera, no habría forma de volver y no estaba lista para recorrer uncamino sin retorno. Ya era bastante malo el haber aceptado casarse con el hombre. Clavó lapatata caída con su tenedor.

Clint arrancó el pedazo de patata de la punta del tenedor y lo puso de regreso en elplato de Jenna.

—¿Has terminado de comer?

—Sí.

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Él frunció el ceño y tocó su mejilla.

—¿Estas segura?

—Sí. —Tal vez si fuera más delgada Clint estaría más inclinado de ejercer susderechos. No, que ella lo deseara en particular, pero si no podía mantenerlo en su cama notendría la más remota posibilidad de un matrimonio pacífico. Su estómago escogió eseminuto para retumbar.

Él sacudió su cabeza, tomó el tenedor de su mano, recogió una pieza de huevo y loacercó a sus labios.

—Come.

Lo hizo inmediatamente, oyendo la orden de su voz, queriendo negarse, pero sinatreverse. Esperó que le diera el tenedor, pero no lo hizo. Sólo siguió presentándolebocado tras bocado para que masticara y tragara. Lo que hizo, mucho después del puntoen que estuvo llena. Y de todos modos él no paró. Tenía que estarla probando. Comprobarsi ella sabía como una buena esposa se comportaría. Ver lo bien que obedecía. Respiró porsu nariz para controlar las náuseas cuando masticó una pieza de carne casi cruda. Suestómago se tambaleó mientras él cortaba otro trozo. El jugo rojo sanguíneo goteó por losdientes del tenedor cuando acercó la carne hasta sus labios.

—Abre la boca, Sunshine.

Lo hizo, sus mandíbulas se separaron lentamente hasta que lo engulló. Ella loempujó hacia atrás por pura fuerza de voluntad. Sintió el lío sangriento en su boca. Inclusohasta pudo masticarla dos veces antes de que su estómago se rebelara.

Se levantó de un salto. Su silla cayó al suelo. No se volvió a mirar a Clint aunque looyó detrás de ella. No podía tratar con él ahora. No podía preocuparse por su represaliapor no obedecer. Apenas logró atravesar la puerta a tiempo. Golpeó la baranda del pórticoy el contenido de su estómago saltó del otro lado. Su corsé la partía en dos con cadaviolento tirón, comprimiendo sus costillas, cincelando sus caderas, privándola del alientoque necesitaba entre cada espasmo.

—¡Dios bendito Jenna! —Una de las manos de Clint la tiró contra él. Con la otra leagarró su frente. Ella lo arañó mientras se esforzaba por encontrar una posición que no ledoliera. Se enroscó para escaparse, enredó sus pies en su falda y terminó por vomitar entre

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ambos. Él juró y la dejó ir. Jenna alzó las manos, protegiendo su cara cuando tropezó endirección de sus pasos.

Su única esperanza era correr.

Él la tuvo en dos pasos. El grito se arrancó de su garganta. Clint la dañaría tanto quenunca sobreviviría a su venganza. Nunca. Él era demasiado grande. Demasiado frío.Demasiado implacable. Ella giró alrededor, no haciendo caso de las varillas del corsé quele magullaban su torso, y le hundió los dientes en su brazo. Él maldijo y la dobló haciaabajo. Ella se arrodilló bajo la presión, sabiendo lo que venía. Era mejor que la matararápidamente que vivir lo suficiente para castigarla a sus anchas. Él maldijo otra vez. Elsabor cobrizo de la sangre llenó su boca. Por la esquina de su ojo vio el destello de la luzdel sol sobre el metal. Se preparó para el dolor, una parte de ella contenta de que por fintodo terminaría, mientras que por el otro deseaba desesperadamente una posibilidad detener la vida que siempre había querido. La posibilidad de criar a su hija. Hizo caso omisode su lucha interior. Nunca importó lo que ella quisiera. Cerró los ojos y esperó.

Hubo un sonido seco cuando el cuchillo se hundió profundamente. Esperó que laexplosión de dolor la traspasara. Ver la luz venir hacia ella. Por los ángeles. Por el diablo.Por algo que hiciera que esto terminara. Simplemente que terminara.

Fuertes dedos fracturaron su mandíbula. Líquido caliente goteaba por su barbillacuando abrió los ojos. Por el rabillo del ojo, pudo ver su cuchillo oscilar en la baranda delpórtico cuando Clint cayó de rodillas delante de ella. No sabía que pensar de la expresióncon que la contempló. La mano en su muñeca derecha la mantuvo anclada a sus rodillas.Su pierna mala no le permitía tener acción para levantarse. Con su mano derecha él tocósu cara. Sangre manaba de la muñeca de Clint y se derramó en su pecho cuando él ahuecóla mano en su mejilla, los dedos del hombre al dorso de su cuello le impedían escapar.

—¿Qué diantre te hicieron, Sunshine?

Pena, fuerza, compasión, y calma colorearon las profundidades de su voz cansina ybaja.

No tenía una respuesta para darle. No sabía lo que él quería oír, entonces se arrodillóallí mismo enmudecida, con la pierna doliéndole casi tanto como su espíritu, y esperó.

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Capítulo 9

Ella no contestó su pregunta, y Clint no estaba sorprendido. Lo que fuera que habíapasado se había hecho con el paso del tiempo. Tuvo que serlo para crear semejantesreacciones reflejas, y sin duda, no era algo de lo que ella se enorgulleciera.

Bajo sus dedos él podía sentir los pequeños temblores corriendo a través de ella.Fríamente aceptó cuando pensó que él iba a matarla, pero ahora que estaba confrontadacon vivir, estaba aterrorizada. Él tomó la manga de su brazo sano y limpio tanto comopudo de su sangre completamente de su boca. Ella se arrodilló allí y lo dejó. Sin pelear. Sinimplorar. Simplemente aceptando. Hijo de puta, lo hacía querer salir afuera y matar aalguien.

—Ven aquí, bebé. Déjame calentarte. —Él la jaló en su pecho, necesitando ofrecerlesu consuelo aun si ella no lo tomaba. Necesitaba abrazarla—. Lo siento, Jenna.

Debería haber sabido que ella no podría comer de eso mucho, pero cada vez que élsubía el tenedor a su boca, había tomado la comida. La mastico. Comió como él le habíapedido. Como ella se había adiestrado para hacer. Continuo comiendo, él comenzaba asospechar, porque no le había dicho que se detuviera. Él alisó su pelo de su cara pálida.

—Parece como que voy a tener que cambiar mis costumbres por ti, Sunshine. De otramanera nunca vamos a conseguir que este matrimonio progrese.

—No te pedí que cambies. —La voz vino, pequeña y cautelosa, desde contra supecho.

No, ella no lo hizo. Pero tener a su esposa vomitando sobre él, mordiéndolo hasta elhueso, y entonces esperando que la matara, simplemente no era cómo había planeadopasar sus días. Dejó su declaración sin contestar.

—¿Suena un baño tan bueno para ti como para mí? —Él tomó su dificultad porrespirar como un “sí". —Entonces vayamos por uno.

Él se puso de pie, llevándola con él, sin perder su respingo mientras su pie derechorecibía su peso. Sin perder un segundo, la levantó en sus brazos. Ella chilló y arrojó susbrazos alrededor de su cuello. Ella olía a miedo, sudor, y vómito, pero sus brazos eransuaves alrededor de su cuello y su aliento húmedo en el hueco de su garganta. Él la

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levantó un poco más alto. Ella era una mezcla tan intrigante de fuerza y terror, salpicadacon los momentos más extraños de confianza. Como ahora. Ella necesitaba un protectormás que nadie que él alguna vez hubiera visto. Más aun que la pequeña Brianna.

Ella necesitaba que alguien la hiciera sentir segura, querida. Alguien que trajera laluz de nuevo en su vida. Sacó bruscamente su cuchillo fuera de la barandilla donde lohabía conducido para mantenerlo apartado de sus manos. Desafortunadamente para ella,estaba ineludiblemente comprometida con él.

—Si me pones abajo, abriré al agua —susurró ella.

—¿Que te parece que yo te cargue y veamos si la plomería funciona?

—¿La plomería?

—Sí. Doc y Cougar me convencieron de que necesitaba uno de esos nuevos cuartosde baño si tenía la intención de tomar una mujer.

Él se encaminó hacia la puerta trasera.

—He tenido el depósito calentándose desde que me levanté.

—¿El depósito?

—Un tanque grande de agua caliente.

Ella pareció dejar de respirar.

—¿Estás hablando de una de esas bañeras de lujo donde sólo giras una manija y todael agua caliente que quieras viene saliendo a raudales? ¿Del tipo que tienen en el catálogoen el almacén?

Él le sonrió a la incredulidad en su voz.

—Sí.

—¿Y la puedo usar?

Esta vez la incredulidad no lo hizo sonreír.

—La compré para mi esposa. —Su tono fue más duro de lo que debería ser, perodemonios, le disgustaba mucho cuando actuaba como si ella no fuera nada.

—Pero yo soy...

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Él recorrió la mirada abajo en ella y terminó su frase con la única verdad queimportaba.

—La única esposa que alguna vez tendré.

Él pateó la puerta abriéndola con su pie y entró en el calor de la cocina. La casa olía acomida, humo de madera, y esperanza. Difícil de creer que hubiera sido el escenario desemejantes momentos de caos antes. Él debatió sentarse en la cocina, pero la silla era muypequeña para lo que tenía en mente.

La sala, sin embargo. La sala tenía un sofá bastante grande que serviría bastante bien.Y estaba contigua al baño añadido. Él ignoró el endurecimiento de Jenna mientras pasabala forma repantigada de Danny en la entrada al vestíbulo. Él no había logrado mantener alperro apartado de la casa, pero lentamente le estaba enseñando a permanecer en losvestíbulos. Mientras bajaba al vestíbulo, oyó el chasquido de las uñas de Danny sobre elpiso de madera detrás de él.

Cuando llegó a la sala, usó su dedo meñique para deslizar la puerta diminutacerrada. Danny se tambaleó al piso con un suspiro malhumorado. La puerta se sacudiómientras su cuerpo macizo se situaba contra ella. Jenna se puso rígida en sus brazos conuna respiración cautelosa. La colocó muy cuidadosamente en el sofá, frotándose elantebrazo donde el acero de los soportes había mordido en él. Ella se quedó donde lacolocó, observándole desde sus amplios ojos azules, cada músculo tensado en caso él sevolviera irascible. Él tocó el cuello de encaje del simple vestido café. Se iba a volver algo,pero irascible no era bastante adecuado.

—Desabotona tu vestido. —Sus dedos fueron inmediatamente a la larga línea debotones forrados de tela. No hubo vacilación para demostrar resentimiento, aunque élsabía que ella tenía que sentir algo. Él corrió sus dedos abajo de un lado de su cara, yarriba a lo largo de la línea de su mandíbula hasta que su barbilla se balanceo sobre laspuntas de sus dedos—. Necesito verte, Sunshine.

Su mirada subió de golpe, como era usual demasiado rápido para leerla, pero habíaun temblor en sus dedos mientras trabajaba el tercer botón para soltarlo. Ella tenía miedo.Como mínimo, estaba nerviosa.

Él fue a la pequeña estufa de la sala y añadió algo más de madera. La habitaciónestaba tibia, pero no lo suficiente caliente como para sentirse cómoda desnuda. Y él laquería desnuda, antes y después de su baño. Especialmente después.

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Para cuando se volvió de nuevo a ella, se había desabotonado todos los botones hastasu estomago, revelando las cubiertas de algodón que permanecían debajo, y elabultamiento lleno de sus senos. Ella lo estaba observando debajo sus pestañas, sus dedoshaciendo una pausa mientras él se arrodillaba a su lado. Su aliento se atoro en su gargantamientras sus manos reemplazaban las de ella.

—Está bien, Jenna.

—Lo sé —susurró.

—¿Entonces por qué es que no respiras? —Él sonrió mientras los últimos dos botonescedían.

—Lo hago. Es sólo un poco difícil, sentarse con el sostén.

—Entonces quitémoslo de encima.

—Yo podría solo cambiar de postura. —La sugerencia fue ofrecida cautelosamente.Sin duda ella se desharía de su ropa sucia, rápida y eficazmente, con él fuera del cuarto,pero no iba a ocurrir de ese modo. Ella era su esposa. Necesitaba entender que si bien élllevaba la voz cantante, estaba aquí para cuidar de ella. La única forma que él supierahacer eso era mostrarlo.

—Me gusta así. Levanta. —Él extendió el vestido fuera de sus hombros, y golpeóligeramente la parte interior de su brazo blanco redondeado. Sus pechos oscilaron con elmovimiento, sus curvas completamente blancas impregnadas de rosa, abultándose sobrela parte superior de su camisola de algodón.

Él sostuvo su cabeza con su mano, deslizando una almohada decorada con borlitasdebajo. Sus grandes ojos azules estaban fijos en él con una mezcla de confusión ytrepidación, pero no discutió, no se resistió. Había algo muy seductor en la seguridad deque ella le dejaría hacer cualquier cosa que quisiera sin protesta. Él podía ver dónde podíatentar a un amante a ir demasiado lejos, a empujarla demasiado duro. Ella le daba a unhombre una licencia libre para desatar todos sus instintos más bajos con ese aire deaceptación, y lo tentaba a hacer eso con cada aliento que ella respiraba. Él desató sucamisola y extendió el material amplio. Sus pechos se levantaban blancos y llenos,temblando ligeramente con su aliento.

—Eres perfecta, Sunshine.

—No soy perfecta.

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Él sacudió la cabeza ante esa lacónica pequeña declaración.

—Sobre eso, no vamos nunca a estar de acuerdo.

Él metió la camisola debajo de sus grandes pechos. Sus pezones eran pequeños,graciosas pequeñas protuberancias sobre aréolas delicadas, rosa pétalo e infinitamentetentadores. Ella era perfecta, era exuberantemente invitadora, y él no quería nada más quesólo hundirse en ella.

—No quiero que entres en pánico, Sunshine, pero más tarde voy a querer besar tuspechos.

—¿Por qué entraría en pánico?

—Porque tú siempre pareces esperar lo peor. Pero ahora mismo voy a dejarte listapara tu baño.

—Puedo hacerlo por mi misma.

Ella podría, pero dejarla esconderse de él era algo que tenía pocos deseos de hacer.

—Es nuestra luna de miel y éste es el privilegio de un marido del que no estoydispuesto a prescindir.

—¿Desnudarme?

—Desnudándote. Bañándote. Secándote completamente. —Él se encogió dehombros—. Mimándote. —Ella clavó los ojos en él con sus labios separados,aparentemente sin palabras—. ¿Qué parte te confunde?

Ella no contestó. Él desabrochó los ganchos de su sostén. No fue fácil. Demonios queella misma se había rigidizado con una armazón más apretado que un ganso de Navidad.

Él elevó una ceja en ella.

—Imagino que no es la parte de desvestirte, no parecías excesivamente preocupadaanoche.

Sus manos se apretaron con fuerza en puños al lado de ella.

—¡No ando suelta!

—Nunca pensé que lo hicieras.

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Él deslizó el sostén aparte. Aun a través de su camisola él podía ver cómo el huesohabía mordido su piel sensible, el algodón humedecido y se había pegado a los surcosprofundos.

Ella tembló.

—¿Estas fría?

Ella negó con la cabeza.

—¿Nerviosa?

Su labio se deslizó entre sus dientes. Su asentimiento fue la maniobra másimperceptible de su cabeza.

—No hay necesidad de estarlo. Puedo ser nuevo siendo un marido, pero he estadoestudiando por mucho tiempo sobre qué hacer con una esposa.

—¿Lo has hecho?

—Sí. —Él se estiró por los alfileres en su pelo. Ella lo miró prevenidamente mientrasalfiler tras alfiler salió libre, y la masa pesada, ondulada se deslizó alrededor de su cara—.Mi propio ángel personal.

Ella tocó la herida descuidada en su muñeca.

—No mucho de un ángel.

—Un ángel con una mordida.

Él sonrió.

—Cicatrizará.

Él miró el mordisco, ya sé había formado costra con sangre seca y estabamagullándose.

—Bastante seguro, que pones tu marca en mí.

Su mirada fija se deslizó de la de él.

—Lo siento.

Él inclinó su cara de nuevo a la suya.

—Me gusta la idea de llevar tu marca.

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La confusión reemplazó a la preocupación. Él la dejó cavilar sobre eso mientras quele desabotonaba su camisola y la jalaba sobre su cabeza. Su pelo se enredó en los botonesantes de que él pudiera tirar de ella libre, dejándola con los brazos levantados sobre lacabeza y su torso en alto. Esos pechos llenos, con sus tentadoras puntas delicadas, estabanal mismo nivel. Con el más lánguido de los movimientos, él podría tener uno contra sulengua, conocer su sabor. La saliva inundó su boca y su polla se sacudió en sus pantalones.Todo lo que tenía que hacer era ser lo suficientemente bastardo para inclinarse haciaadelante, y podría tener lo que quisiera. Ella le había dejado. No lo combatiría. Se estaríaquieta y le dejaría hacer cualquier cosa que él quisiera.

Y probablemente moriría un poco durante el proceso.

Él tomó un aliento estabilizador, refrenó su lujuria, y desenredó su pelo de losbotones. Necesitaba mantenerse atrás con ella. Olvidar toda su gran charla y planes debase y comenzar de nuevo.

Cuando ella bajó los brazos, su cara y pecho estaban rojo remolacha. La únicaindicación de lo que quería hacer fue la contracción nerviosa de sus manos hacia suspechos, pero entonces colocó sus manos a sus lados, las palmas arriba, y bajó su mirada.

Él tomó sus manos y las cruzo sobre sus pechos, presionándolos en la parte superiorde sus brazos mientras su mirada volaba a la de él.

—Si tú no quieres mostrarme tu cuerpo, no tienes que hacerlo.

—Pero...

—Ningún pero. Excepto en una situación donde tú estés herida y haya unanecesidad, no te tocaré otra vez sin permiso.

—¡Tú eres mi marido!

—Sí lo soy, pero no violo mujeres.

—Soy tu mujer.

—Y una condenada tentadora, pero eso no cambia nada.

—No te puedo decir no.

Él tocó la curva llena de su labio inferior.

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—Sí, tú puedes. Es una palabra de una sílaba y realmente fácil para que la mayoríade la gente la saque.

Sus dedos se clavaron en sus brazos, su labio resbaló entre sus dientes, dejandotraslucir su confusión y revelando sus hoyuelos.

—Tú no entiendes.

—No, no lo hago. Pero nunca he forzado a una mujer, y no voy a empezar ahora.

Él se puso de pie. Hijo de puta, hacer lo correcto era doloroso.

—Lo cuál quiere decir, tanto como me gustaría de otra manera, te dejaré manejar tupropio baño.

Casi lo mató decir eso, también. Ella estaba tan tentadora, con sus brazos regordetesapretando sus pechos juntos y arriba, creando un valle que a él le gustaría explorar, sushoyuelos embromándolo desde la rojez de sus mejillas, y esos grandes ojos azulesresplandeciendo brillantes en su cara. Mientras observaba, una lágrima se deslizó fuera dela esquina del izquierdo y goteó por su sien para mezclarse poco a poco en el doradobrillante de su pelo, haciendo más oscuro un mechón.

—Voy a llenar la bañera. —Él dejó caer la manta sobre ella—. Tú sólo acuéstate aquíy relájate mientras la preparo.

—No te comprendo.

—Lo sé, y esa es una condenada vergüenza.

Ella estrechó la manta contra su pecho, haciendo saltar una mirada fuera de suerección mientras se enderezaba abajo de su muslo, y del indicio de humedad en la piernade sus pantalones vaqueros cerca de donde la cabeza de su polla descansaba.

—Te causo repulsión.

—Sabes que eso es una mentira.

—Te avergüenzas de mí.

Él admiró el sentido común que mantenía su cabeza alta mientras ponía al frente susconvicciones.

—No, difícilmente no.

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—Lo harás. —A él no le gustó la manera en la que sus ojos evadieron los de él. Él leinclinó la cabeza arriba.

—No lo haré.

—Tú no sabes...

—No necesito hacerlo —él la interrumpió, sosteniendo su mirada a través de purafuerza de voluntad.

—Pero...

Él la interrumpió con una sacudida de su cabeza.

—Aquí es donde mi ser mitad indio juega a tu favor. Fui criado blanco, pero muchasde las creencias de mi madre se me quedaron grabadas. Un ser, si tú lo dices, que essincero.

—¿Cómo cuando dijiste que era tu mujer y Brianna tu hija?

—Sí. —Él jaló su labio inferior libre de sus dientes, dejando a su pulgar deslizarse alo largo del recubrimiento interior húmedo—. Lo otro es, que todo lo que tú necesitashacer para comenzar de nuevo es poner un pie delante del otro y hacerlo.

—Eso es loco.

Él se encogió de hombros, acariciando la piel suave de su mejilla donde su hoyueloestaría si ella fuera feliz.

—Tal vez, pero seguro puede ser una filosofía útil si tú quieres agarrarla.

Él dejó caer su mano de nuevo a su lado. Ella no dijo una palabra o lo miró otra vez.Sólo se mantuvo retorciendo sus manos debajo de la manta y mordiendo su labio. Él diomedia vuelta y entro al baño.

Ella iba a tener que dejar el cuarto de baño en algún momento. Jenna sabía eso. Laúltima llenada de la bañera había agotado el agua caliente y aunque el aire rodeándolaestaba tibio y perfumado con el aceite de rosas de baño que Clint había vertido dentro, el

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agua misma se había enfriado. El problema era que no sabía lo que quería hacer cuandosaliera.

Ella nunca había escuchado sobre un hombre dándole a una mujer una eleccióncuando se refería a cualquier cosa. Su padre había regido su casa con mano dura y sumarido había hecho a su padre verse positivamente benevolente. Tener la protección delnombre de un hombre sin tener que sufrir las atenciones de un marido era el sueño decada mujer. Era su sueño. Ella sólo no podía sacudirse la sensación que era demasiadobueno para ser cierto.

Lo que significaba que tenía que pensar. Tenía que hacer esto funcionar para ella. Nosólo por hoy, sino continuar el camino, porque a partir de ayer era la señora de ClintMcKinnely, casado con uno de los más poderosos, respetados hombres en el territorio. Ellale había rezado a Dios por un milagro y él había escogido enviarle uno en la forma deClint, y no ofendería al Altísimo desairando su oferta. O tratándolo miserablemente. Locuál ella estaría haciendo si tomaba todo lo que envolvía ser la señora McKinnely sincontinuar hasta el final.

Ella se paró. El agua fluyó de su cuerpo en una cascada de sonido. Contempló lapuerta mientras agarraba una toalla disponible de los estantes, medio esperando que Clintllegara a través de ella como Jack siempre hizo. A Jack le había gustado atraparlavulnerable y desnuda. Como transformando su placer en humillación. Parecía apreciarmucho el poder que sintió cuándo lo hizo. Pero no hubo sonidos de pisadas y la manija nose sacudió.

Y ahora que reflexionaba sobre eso, no lo habría. En todo lo que contaba, Clint no eraasí. Él era un hombre duro. Un hombre peligroso, pero no era un matón. Las historiasacerca de su crueldad cuando se trataba de los criminales se habían extendido y lasmurmuraciones que le siguieron cuando él llego al pueblo fueron muchas. Tanto así queella sabía que él era duro con las mujeres, pero nadie alguna vez se quejó que tuviera unamano pesada, lo cual era más de lo que ella podía decir de Jack. Y él era justo. ClintMcKinnely era escrupulosamente justo.

Ella estrujó la melena espesa de su pelo y lo envolvió en una toalla. Tomó la segundatoalla y se secó los hombros. Saliéndose de la bañera, envolvió la toalla a su alrededor yprobó su conocimiento de Clint. Él era un tonto por pocas cosas. Él había abrazado aBrianna por dos minutos completos antes de que él estuviera bajo su hechizo. Le gustaban

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los gatitos y los alimentó en vez de matarlos. Y más importante aún, él toleraba su afecto.Había sido exigente en el granero, pero no cruel. Y en honor a la verdad, ella lo habíainiciado. Y anoche, él había tenido buen corazón, no golpeándola cuando ellairreflexivamente se le había negado. Ella podría hacerlo bastante peor. Temía que él eratan diferente en eso que ella no podía predecir lo que haría, y eso haría posible que ellainadvertidamente pudiera provocar su temperamento. Pero, si era precavida, y hacíacomo él le pedía, no habría razón para anticipar que perdiera su temperamento.

Jaló la toalla de su pelo. Y esta noche él había pedido el derecho a mimarla. Y lorechazo. Cerró los ojos. Su marido había querido ser amable con ella, y lo había rechazado.Oh Dios, ¿qué tan estúpida podría ser? Colgó la toalla en el gancho. Ella había rezado porque el Altísimo le enviara un marido, uno que fuera amable con ella, y cuando él lo habíaintentado, le había dicho no.

Ella tenía que arreglar eso. Atisbó la manija de la puerta. Se veía tan innocua. Unsimple picaporte negro de metal, pero si hiciera lo que pensaba, no habría viaje de regreso.No cambiaría de opinión. Ella se mordió los labios tan duro que trajo lágrimas a sus ojos.La manija se volvió borrosa y desenfocada.

Si hiciera esto, y Clint lo tomaba mal, no habría perdón. Ella se estiró a alcanzar laagarradera, la duda carcomiendo en su intestino. Nunca había sido atrevida y esto iba encontra de todo lo que le había sido enseñado, pero honestamente no sabía qué más hacerpara arreglar el desorden que había hecho. Ella giró la manija, alzó el picaportequedamente, dejó caer la toalla, y dio un paso a través de la puerta.

Clint estaba sentado en el sillón grande de cuero a la derecha del sofá. Sus antebrazosestaban posados en sus rodillas. Él acunaba una taza en sus manos. El olor a café llenaba elcuarto junto con un indicio de humo de leña de la estufa. Sobre la mesa ante él había unabandeja con una jarra de porcelana y otra taza. La luz brillante se derramó a través de lasventanas, el sol amplificado por la nieve recientemente caída. La luz dura acentuaba superfil de halcón, el conjunto sólido de sus labios, el conjunto duro de su mandíbula. Noparecía un hombre feliz.

Oh Dios, ésta era una idea tan mala. Un plan tan estúpido. Ella siempre salía conplanes estúpidos. Agarró la toalla. Clint levantó la mirada. La taza cayó de sus manos, ysus ojos —esos ojos negros— se iluminaron desde adentro con un calor abrasador.

—¿Jenna?

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Ella tragó saliva, todo su coraje se fue directamente con su voz. Se enderezó, la toallacolgando de sus manos. Permaneció allí mientras él la examinaba, lúcidamente conscientede cada bulto, cada cicatriz. Un plan tan estúpido. Él la llamó otra vez, su acento másprofundo, más ronco.

—Ven aquí, Sunshine.

Ella quería. Sabía que tenía que hacerlo, pero sus pies no se movían. Estabaparalizada en la puerta, el perfume suave de las rosadas sales de baño que había usadoflotaron en el aire alrededor de ella, incapaz de hacer nada sino inhalar cortos alientosduros y entrar en pánico.

Increíblemente, Clint sonreía. Una sonrisa genuina que suavizó su cara dura y lollevó de guapo a fascinante. Él rodó en toda su altura con una perezosa flexión de susmúsculos.

—¿Te comió la lengua el gato? —preguntó mientras llegaba hacia ella.

Tomó sólo diez pasos llegar a su lado. Ella lo supo porque los contó, intentandoenfocar la atención en cualquier cosa excepto en su corazón palpitando y su dificultadpara respirar. Esperaba que él se detuviera, pero no lo hizo. Él sólo continuar llegandohasta que ella estaba en sus brazos, su mejilla presionada contra los músculos duros de supecho y su cuerpo sonrojado contra el de él. Todo en lo que pudo pensar decir fue:

—Te cambiaste de ropa.

—Y tú perdiste las tuyas.

—Lo siento.

—¿Te importaría decirme por qué?

—Por favor no me obligues. —Su gran mano ahuecó su cabeza, empequeñeciéndola,abrumándola con la gentileza de su toque cuando ella esperaba aspereza.

—¿Puedo adivinar?

Ella asintió, el botón en su camisa raspando su mejilla. Cualquier cosa era mejor quetratar de hacer funcionar su voz otra vez.

—¿Estarás tratando de decirme que me quieres?

—Quiero que nuestro matrimonio funcione.

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Lo cuál no era algo exactamente igual, Clint lo sabía. Los músculos de Jenna erancomo roca bajo sus manos y ella se estremecía. Estaba asustada a muerte. Él sólo no estabaseguro de por qué.

—¿Así es que decidiste dar un paso aquí afuera y captar mi atención?

—Tú dijiste que no me tocarías. —Él no podría decir si estaba quejándose orecordándoselo.

—A menos que tú lo pidieras —acomodó.

Hubo una larga pausa y luego una verdad severamente croada

—No sé cómo pedir.

Él sospechaba que ella no sabía qué pedir de cualquier manera, pero éste era unprincipio y él le podría enseñar lo que necesitaba saber. Dejó a su mano deslizarse hacia labase de su columna vertebral, urgiéndola más cercana. Su carne era suave bajo sus manos.Un espacio sedoso, delicado, femenino que a él le gustaría recorrer con su boca.

—Apóyate en mí, bebé. —Ella lo hizo inmediatamente. Él se aprovechó de sudistracción para levantarla en sus brazos. Su chillido y su agarre lo hicieron sonreír—. Note dejaré caer, Sunshine.

—Pero...

—Sin peros. —Él le negó con la cabeza. Sus palabras no dieron resultado en unadisminución apreciable de su agarre, pero debido a que sujetarlo tan apretadamentemantenía sus senos aplastados contra él, no iba a quejarse. La toalla húmeda estaba hechauna bola entre ellos. La primera cosa que hizo después de situarlos en el sofá fuedescartarla—. No creo que necesitemos esto.

Para estar de acuerdo con todo eso, sus dedos estaban renuentes a dejarla ir. Élagarró el cobertor tejido fuera del respaldo del sofá y lo envolvió sobre ella. Parecióazorada por la pequeña consideración pero dejó ir la toalla. Él la lanzó con dirección a laestufa. Aterrizó en el piso de la madera dura.

—¡Oh no! —Jenna se enderezó en su regazo. Él tuvo que esquivar sus codos mientrasmetía la frazada alrededor de ella. Él reconoció ese tono. Lo había oído de Mara losuficientemente a menudo.

—¿Qué?

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Ella se inmovilizó, miró hacia él, a la toalla, y luego retrocedió ante él dejando caer sumirada.

—Nada.

Era obviamente algo. Ella prácticamente estaba encogiéndose.

—Dilo, Jenna.

—La toalla manchará la madera.

—Ah infierno. —Si Jenna sentía la mitad sobre las cosas de toda la casa de la maneraen la que Mara lo hacía, él no iba a conseguir llegar a ningún lado hasta que la toalla fueramovida. La deslizó encima del sofá y recogió la toalla del piso. Con un golpecito de lamuñeca la arrojó sobre el brazo de la silla de la sala. Una mirada rápida en Jenna lo tuvocomprobándola otra vez. Su labio estaba entre sus dientes y un ceño fruncía su frente. Hijode puta. Él la quitó de la silla y la colgó sobre la agarradera de la estufa. Si a ella no leagradaba eso era sólo demasiado condenadamente mal.

Él se dirigió de regreso al sofá, desabotonando su camisa. Por la manera en la queJenna se echó atrás en el asiento, él podía estar dejando a su impaciencia mostrarse.Trabajó en suavizar su expresión. No necesitaba haberse tomado la molestia. Ella le diouna mirada a su pecho, y todo el miedo abandonó su cara.

—¡Oh Mi Dios! —Sus ojos se agrandaron por el horror.

¡Demonios! Se había olvidado de las cicatrices.

—Lo siento. —Él comenzó a abotonarla de regreso. Ella estaba fuera del sofá y a sulado, sus manos desabotonando más rápido de lo que podría hacer.

—Nadie me dijo —susurró mientras separaba las mitades de su camisa. Sus manossuaves fueron infinitamente cuidadosas en su pecho. Ella lo contempló, sus ojosllenándose de lágrimas y piedad—. ¿Por qué no me dijo nadie?

—Porque no importa. —Y él no quería que importara ahora. Atrapó sus manos y lasarrancó lejos de su cuerpo.

Ella jaló bruscamente sus manos libres y le dio una palmada en su brazo.

—Por supuesto que importa.

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Él bajó la mirada hacia donde ella le había pegado. Pegado a él. Esta era la mujer quecomía hasta vomitar porque él le había ordenado que lo hiciera.

Ella trazó la ancha cicatriz arrugada que atravesaba diagonalmente su pecho yabdomen.

—¿Conseguiste estas esa noche? —susurró.

—Sí.

—Mi Dios. —Jenna clavó los ojos en esas cicatrices que cubrían su duro abdomen ypecho musculoso. Eran anchas, recientemente curadas, y tenían que haber dolido como eldemonio. Ella no podía imaginar voluntariamente soportarlas por cualquier razón. Muchomenos por salvarla. Cabalgó las cordilleras de la más grande como siguiendo las colinas yvalles de las tablas de músculo atravesando su abdomen hasta que desapareció bajo lapretina de sus pantalones vaqueros.

Nunca había pensado, ni siquiera una vez, que él hubiera sido herido salvándola.Nunca pensó eso porque ella no podía concebir un hombre haciendo algo tandesinteresado. Colocó su palma encima de la cicatriz, palpando la suavidad de la pielnueva, las cordilleras del perímetro y el calor y la fuerza del hombre debajo.

—Mi Dios.

Él había soportado el infierno por ella y nunca había dicho una sola palabra, ni habíapedido una cosa. Excepto la noche anterior cuando había pedido su confianza. Ella seinclinó hacia adelante y besó el más pequeño círculo de quemadura justo a la izquierda desu esternón. Él podría tener cualquier cosa que deseara de ella. Cualquier cosa porcompleto.

—¡Hijo de puta! —Las manos de Clint en sus brazos eran ásperas. No lastimando,pero no gentiles tampoco, mientras la colocaba lejos de él—. No quiero una malditagratitud jodida.

Las palabras la golpearon hasta que ella miró su cara. Su cara era como piedra, sinmostrar ninguna emoción. En su experiencia la única vez que un hombre escondía susemociones era cuando se sentía vulnerable. Por supuesto, su experiencia era limitada, y siella interpretaba esto mal, pagaría por el resto de su vida, pero tocó su pecho. Ella nopensó que interpretara esto mal.

—Clint.

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Él no la dejó ir, pero frunció el ceño.

—¿Qué?

—Quiero ser tu mujer.

—Ya lo eres.

—Tú verdadera esposa.

—¿Porque crees que entregar tu cuerpo va a compensar algunas cicatrices?

La irrisión en su tono la fustigó como un látigo.

—No. —Ella no estaba compensando nada. Dio un paso hacia atrás. Él no la dejó ir.Sólo la sujeto con una facilidad que envió temblores de pánico corriendo velozmentearriba por su columna vertebral. Él quería su libra de carne. Ella podía comprender eso.

—No tengo ninguna otra cosa que darte. —Ella tomó un aliento estabilizador—.Nunca te podré agradecer suficiente por lo que hiciste. —Ella apretó su agarre sobre lafrazada y enderezó los hombros. Se requirió de todo lo que tenía para encontrar sumirada—. Tú puedes tener cualquier cosa que quieras de mí.

—¿Cualquier cosa?

Su cara, su voz, su agarre —los tres eran tan implacable como el hombre en sí mismo.Su estómago se hundió. No habría fin para las demandas que él podría hacer, pero ellahabía dado su palabra.

—Sí.

—Entonces quiero tu confianza.

Ella no podía haber oído bien.

—¿Qué?

—Quiero tu confianza.

—Pero he hecho cada cosa...

Pero ella no lo hizo. Se le había negado la noche anterior. Su dedo debajo de subarbilla trajo su mirada a la de él.

—No quiero tu obediencia, Jenna.

Ella no creyó eso ni por un minuto.

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—No entiendo.

Su pulgar acarició cruzando su labio inferior. Era una caricia extrañamente posesiva,aún tranquilizadora.

—Quiero que confíes en mí encargándome de ti. —Él jaló la frazada de alrededor deella—. Empezando ahora.

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Capítulo 10

─No tengo nada más que darte.

Él había estado furioso hasta que ella susurró esa verdad. Ella había sostenido sumirada y le había ofrecido todo lo que tenía, dejándose a sí misma vulnerable de unamanera en la que él no podía concebir que alguna vez el mismo se volviera vulnerablepara nadie. Y había sido lo suficientemente bastardo para arrojarle de vuelta su oferta a lacara, atacándola donde él sabía que la lastimaría más.

Ella se creía a sí misma sin valor. Era como una herida abierta en su alma, y él habíaido por ello directamente, desquitándose con su eficacia usual. Y ella había estado allí,tomando eso como si lo mereciera. Como si cualquiera de esos disparates fuera la verdad.Él nunca se había odiado a sí mismo más que cuando había visto ese parpadeo deaceptación en sus ojos azules. Si viviera hasta tener cien años, nunca se perdonaría. Siviviera para tener doscientos, nadie alguna vez pondría esa mirada en sus ojos otra vez.

─¿Sunshine?

─¿Sí?

─¿Quieres atrapar ese lanzamiento?

─¿Qué?

─Ya sea que lo atrapes o eso vaya a golpear el piso.

Ella no se movió.

─No sé lo que quieres.

─¿Quieres estar desnuda frente a mí?

Ella se movió y evitó su mirada antes de finalmente admitir:

─Quiero complacerte.

─¿Y crees que tu cuerpo me complace? ─Él percibió el lanzamiento desde atrás.Tanto como ella permaneciera presionada contra él, estaría cubierta.

─No.

Él no había estado esperando eso.

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─No lo habría adivinado por la forma en la que siempre te quitas la ropa.

La mirada que ella le interceptó fue puramente defensiva.

─A los hombres les gusta eso.

─Eso es verdad.

─Los hace sentirse poderosos.

Si él no se equivocara, ese fue un tiro, aunque fue asestado en el tono más suave, máscortés, más inofensivo posible.

─Ahora es ahí donde estás equivocada. ─Él acurrucó sus dedos en su pelo,moldeando la palma en su cabeza, sosteniendola cuando ella la inclinó hacia atrás paramirarlo—. La vista de ti desnuda pondría a cualquier hombre de rodillas.

─No a ti.

─Especialmente a mí. ─Ella lo volvía débil en toda clase de formas.

─No anoche.

Esa fue una acusación.

—Anoche fue diferente.

─¿Cómo?

─Tú no estabas lista.

Ella cerró los ojos y descansó su frente contra su pecho.

─Por favor dime lo que quieres.

─Te quiero.

─¿Ahora?

─Sí.

Ella dio un paso hacia atrás y liberó el lanzamiento. Él lo atrapó y lo lanzó a travésdel sofá. Ella estaba delante de él, las manos dobladas por delante, un sonrojo ascendiendodesde su pecho. Ella no se había sonrojado anoche, lo cual quería decir que se sentíavulnerable ahora. Lo cual significaba que no se escondía detrás de un escudo de docilidad.Él veía a la Jenna auténtica. Él dejó caer su camisa al piso. Ella se quedó con la mirada fija,sus ojos yendo a sus cicatrices, siguiéndolas más abajo, zambulléndose debajo de la

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pretina de sus pantalones, ampliándose antes de despedirse de regreso hasta medir laanchura de sus hombros. Él imaginó que debía verse bastante intimidante para alguiencomo ella.

Él extendió su mano.

─Confía en mí, Jenna.

Ella colocó su mano pequeña en la suya más grande, su piel bella y delicada contra lade él, sus pechos magníficos meneándose con cada paso que dio mientras él la llevaba deregreso hacia el sofá.

Él se sentó mientras ella estaba parada, su peso balanceado cuidadosamente sobresus pies, equilibrada para la fuga. Con un tirón él la jaló a su regazo. Su cadera abrazó consuavidad a su polla. Su hombro se anidó debajo del de él y el perfume suave de rosasembromó su nariz. Ella volteó su torso al de él, puso sus brazos alrededor de su cuello ylevantó su boca. Él negó con la cabeza.

—No.

─¿Qué?

─No te quiero dándome lo que tú crees que necesito.

Ella frunció el ceño.

─¿Quieres que yo sólo me siente aquí?

─Sólo quiero que tú me des lo que sientes.

—Pero no siento nada.

─¿Jamás?

─No.

─Ahora eso es una condenada vergüenza.

─¿Debo suponerlo?

Él rozó la catarata húmeda de pelo de su frente.

—Si hago mi trabajo bien, deberías sentir un infierno entero.

Ella se movió, midiendo las palabras.

─Pero me dejarás usar mi crema.

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Él no podía culparla por no correr riesgos.

─Si tú quieres la crema llegado el momento, la usaré.

─¿Lo prometes?

─Lo prometo

Ella se relajó contra él.

─¿Qué hago ahora?

Él la dejó deslizarse de nuevo en sus brazos, su mano en su cabeza controlando sudescenso hasta que la tela verde profundo del sofá sirvió de almohada para su espalda.

─Tú sólo yace allí y déjame jugar.

─¿Y eso te hará feliz?

Él se sostuvo a sí mismo sobre ella, cerrando los ojos brevemente mientras las puntasde sus pechos presionaban contra su pecho lleno de cicatrices.

—Muy feliz.

El sol brillante reflejó la luz de la nueva nieve fuera iluminando su piel con una puraluz blanca, resaltando ese resplandor interior que siempre le embelesaba. Su aliento veníaen pequeños jadeos que provocaron que sus pechos temblaran mientras ella lo mirabacautelosamente. Él movió las caderas, deslizando su rodilla entre sus piernas. Ella se tensóinmediatamente.

─Cálmate, Sunshine.

Ella tomó aire y se aquietó.

─Eso es todo —susurró él contra su mejilla—. No hay nada que temer. Tú sólo confíaen mí para hacerte sentir bien.

No escapó a su atención que ella evadió su mirada ante esa declaración. Él besó sumejilla. Sus manos agarraron su antebrazo. Ella tenía muchísimo que aprender de él. Noera un hombre que despachara prontamente sus cercas. Él podría tomar tanto como ellanecesitara. Besó la punta de su nariz, sonriendo cuando sus ojos se cruzaron mientras ellaobservaba, besó su frente, y entonces cerró esos grandes ojos azules con un roce de suslabios a través de sus inclinadas pestañas oscuras. Cosquillearon sus labios mientrasagitaban una respuesta, pero se cerraron. Él besó los parpados delicados suavemente.

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─Allí vas. Simplemente enfócate en cómo te hago sentir.

Él la hizo sentirse pequeña, femenina, vulnerable.

El hormigueo de sensación explotó en algo más, algo caliente y demandante. Algoque hizo a sus pechos hincharse. Algo que la asustó. Ella empujó contra sus antebrazos.

Él no retrocedió, sino más bien la metió más cerca en su pecho, su boca. La metiódentro de ese sentimiento fuera de control, y lo nutrió con susurros calientes deaprobación mientras ella temblaba y se arqueaba.

─Esa es mi chica. Ve con eso.

¿Ir a dónde? Ella no tenía idea de lo qué él estaba haciendo, donde la estabatomando, qué esperaba que ella hiciera a lo largo del camino. Ella había esperado una faltade dolor, pero esta falta de control era algo enteramente diferente. Antes de que tuviera laposibilidad de estudiarlo, contenerlo, él se movía otra vez, sus labios rozando su mejilla enuna ligera serie de caricias de camino a su boca.

Fue con un sentimiento de alivio que ella lo sintió besar la esquina de su boca. Sabíaqué cosa hacer aquí. Él le había enseñado la noche anterior. Tan pronto como él besó laotra esquina, ella abrió su boca, deslizando sus manos sobre la protuberancia dura de susbíceps hacia la firmeza implacable de sus hombros. Su nariz rozó la de ella mientras élnegaba con la cabeza. Una hebra de su pelo se deslizó de su atadura y se deslizó a lo largode su mejilla.

─No lo apresures, cariño.

¿Apresurar qué? Como mujer casada, una mujer inteligente, ella había pensado quesabía todo acerca de las relaciones entre un hombre y una mujer, y cómo sobrevivirlas. Ellano sabía una cosa sobre esto. Sobre la forma en la que él podía hacer a su labio vibrar conel roce de su lengua, la forma que él podía hacerle atascar su aliento y retorcer el cuerposimplemente chupando el labio inferior dentro de su boca.

Su risa se mezcló con su jadeo. Un sonido masculino bajo de placer mientras su manose acomodaba debajo de su torso y sujetaba su pecho al de él. Ella se preparó paraaguantar la magulladura por venir, pero en lugar de eso él sólo la sostenía, dejándolaacostumbrarse a la sensación de él mientras él se acostumbraba a su sabor.

Gradualmente, sus músculos se relajaron, dejándolo soportar su peso, dejándolohacerse responsable de su posición. Su recompensa fue otro de esos murmullos

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aprobatorios antes de que él inclinara su boca a través de la de ella, y su lengua empujómás allá de sus labios separados en un empuje lento, fácil que embromó su aliento y suanticipación antes de culminar en un rizo perezoso alrededor de la de ella.

Él no parecía tener prisa, o hacer esfuerzos hacia cualquier meta en particular. Suboca en la de ella era suave, su mano en su espalda sosteniéndola, los dedos sobre sumejilla persuadiéndola.

Ella estaba rodeada de su esencia humeante, su fuerza, y su gentileza. Sus dedoscogieron la tira en su pelo y cuando ella jaló, su pelo se desparramó libre, deslizándosealrededor de su cara, bloqueando la visión del sol, encerrándola en el mundo sensual desu creación donde nada más existía excepto los frágiles nuevos sentimientos que élpersuadía de su cuerpo y disminuían su resistencia. Ella dejó caer la tira de cuero del peloen su espalda mientras, a través del impacto sometiendo a su cerebro, la realidad seempujó hacia el frente.

─¡Estas seduciéndome!

Fue una acusación jadeante a la que le faltaba cualquier fuerza auténtica. Clint reunióeso con la verdad. Su “Sí” fue fuerte en contraste, su diversión de alguna manera amableen lugar de burlarse.

─¿Es ese un problema?

Ella negó con la cabeza, sintiéndose tonta.

Él rozó su nariz con la suya.

─Debo hacerlo bien entonces.

Clint sonrió. Otra sonrisa auténtica que llevó su cara de apuesto a devastador, y másdel escudo que ella había levantado alrededor de su corazón se disolvió. Siempre habíaquerido verlo sonreír, sin soñar que ella en verdad llegaría a ser la misma en hacerloocurrir. Y aquí lo había hecho dos veces en una mañana. Ella tocó la esquina de sus labios.

─Estás sonriendo realmente. ─Él arqueó una ceja─. Tú nunca sonríes.

─Nunca te he tenido en mis brazos antes.

Ella se sonrojó. Podía sentirlo empezando en los dedos de sus pies y quemando sucamino sobre su pecho. Ella no podía evitarlo. La forma en la que él la miraba hacía todo

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parecer más íntimo. Más personal. Él la miraba como si ella fuera algo especial, lo cualsólo la hizo más conscientes de todas las maneras en las que no era.

─Debes decirle eso a todas las mujeres.

─No. No lo hago. ─Él no la dejaría apartar la mirada. Su sonrisa se había ido y en sulugar era el hombre que ella estaba acostumbrada a ver. El que no pedía cuartel ni lo daba.El que le entregaba la verdad sin disculpas o aceptación al decoro. Otro gran ramalazo deesperanza disparándose más allá de sus defensas. Tal vez ella realmente era bonita para él.Ella la aplastó inmediatamente como una tontería.

─Gracias. ─Su enfoque se intensificó. Ella se movió ansiosamente. Algunas vecesjuraba que él podía ver tan profundamente dentro de ella que no tenía secretos quequedaran. Su nariz rozó la de ella otra vez.

—Sunshine, alguien seguro que puso algunas nociones extrañas en tu cabeza.

—Lo siento. —Ella quería tanto darle lo que él quería, reaccionar en la forma a la queestaba acostumbrado. Su mano trabajo arriba por su espalda hasta que él ahuecó sucabeza, sus hombros soportados por su antebrazo.

—No hay por que disculparse. Simplemente quiero decir que tenemos algunas cosasque aclarar.

—¿Sólo algunas? —Él le sonrió ante su puñalada, ante el humor. Sólo una rareza desus labios, pero la hacía tan hambrienta por más. Él asintió con la cabeza.

—Lo principal siendo lo que pienso es que eres tan bella que estoy a punto devenirme en mis pantalones solo con mirarte.

—¿Realmente? —La desnudez de sus palabras la conmocionó. La posibilidad de ellasla intrigó. Él dejó caer su frente contra la de ella.

Este final le dio a ella sólo un vago sentido de su expresión, pero no había negación ala dureza de su respiración o el palpitar de su corazón.

—Realmente.

—Pero sólo nos hemos besado. —Ella sintió su encogimiento de hombros a todo lolargo de su torso, especialmente en sus pechos donde el vello de su pecho se arrastro ensus pezones.

—Tú eres un infierno de besadora.

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El cumplido calentó otro punto profundo en su interior que ella había pensado parasiempre congelado. Ella acarició su hombro y espalda, disfrutando de la escalera demúsculo flexionándose debajo de su toque.

—Puedo ir por mi crema.

Su “No” fue tan abrupto que la hizo saltar.

—No hay necesidad de esperar.

Él la besó duro.

—Será más dulce por la espera.

Ella no supo cómo sería posible eso, pero él era el hombre, y ciertamente sabía lo quea le gustaba.

—Bien. —Entonces porque ella era curiosa y porque sus labios en su cuello tenían asu corazón revoloteando y acelerándose preguntó—, ¿me permitirías, quiero decir megustaría...? —Clint se levantó y aflojo su cuerpo bajo el suyo mientras ella estaba buscandola manera correcta de pedirlo. El sofá crujió mientras él jalaba su brazo debajo de ella y sesostuvo con su brazo al lado de su pecho.

—Escúpelo, Sunshine.

Porque ella no había llegado a sacar cualquier acercamiento mejor lo hizo.

—¿Puedo tocarte?

Pareció que como si la pregunta se suspendiera entre ellos sin contestarla por unaeternidad mientras él estudiaba su expresión, y entonces se relajó y la sonrisa comenzó.Empezó en sus ojos, calentando sus fijas profundidades oscuras con luz mientras seextendía hacia el exterior por sus labios llenos con pura anticipación carnal.

—Sí.

—Gracias. —Otro sonrojo brotó desde los dedos de sus pies pero ella se mantuvofirme.

—Mi placer. —Sus manos rozaron sobre sus costillas a un lado de sus pechos.

Ella no pudo evitar su rigidez involuntaria. Su mirada se agudizó y sus ojos dejaronlos de ella y se dejaron caer a su pecho, yendo en busca de la causa de su ansiedad. En la

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luz brillante no pudo evitar sino notarlo y ella no quería que la viera de ese modo. Noquería que él lo supiera. Ella tiró de su pelo.

—Pensé que iba a conseguir tocarte. —Ella prefirió enorgullecerse de la cualidadseductora de su queja.

—En un minuto.

Él tenía manos increíbles. Con un toque podía tanto apaciguar como persuadir. Noera extraño que fuera el mejor entrenador de caballos en los alrededores. Pero ella nonecesitaba relajarse, necesitaba una distracción.

Su aliento siseó adentro y ella supo que era demasiado tarde. Cerró los ojos contra lapiedad que vería en los de él. La curiosidad. La repugnancia.

—Dime quién, Sunshine. —La punta dura de su dedo tocó ligeramente su seno justoa la izquierda de su pezón.

—No importa. —Ella miró hacia abajo. Todo lo que podía ver era la anchura oscurade su hombro extendiéndose a través de su línea de visión, y el negro pelo desparramadosobre la extrema blancura de su piel.

—Importa. —Él acunó la plenitud de su seno protectoramente en su palma. Lafrialdad de su mirada cuando él miró hacia arriba la hizo temblar.

—Estás asustándome. —Ella podía sentirlo retirándose de ella, de vuelta a ese lugarque no podía ir, donde nadie podía alcanzarlo.

—Tú no eres la que necesita estar asustada. —En contraste al gruñido letal en su voz,sus labios en su seno fueron infinitamente gentiles, calientes besos tranquilizadores de…¿disculpa?—. Dímelo, Jenna.

—No importa.

—¿Eso se debió a ese hijo de puta con el que tu padre te forzó a casarte?

—Es igual. Estoy contigo ahora. Nadie puede lastimarme. —Ella no podía resignarsea mentir. Acarició sus hombros.

Los músculos se tensaron duros como roca bajo sus manos. Los dedos de su manoizquierda le dieron un pellizco dolorosamente a su suave carne.

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—Mataré al hijo de puta que hasta piense en intentarlo. —La calma con la cual élmanifestó ese hecho la tuvo temblando otra vez.

Clint sintió el temblor a todo lo largo de su cuerpo. Se volteó sobre su costado,dejándolos a ambos encima del sofá, acogiendo dentro de sí su ansiedad mientrasintentaba reprimir la furia asesina hinchándose debajo de su piel, saliendo de su control,amenazando con hacerlo explotar desde el interior.

Su Jenna, su dulce Jenna gentil, había sido azotada. En sus pechos. Lo suficiente durocomo para dejar una cicatriz. Hijo de puta, no es de extrañar que ella hubiera sido tanobediente, ciegamente haciendo lo que él había pedido sin un murmullo. Ella tenía queestar aterrorizada de que eso pasara de nuevo. ¿Y no creía que importara?

Él dejó caer su frente hacia la de ella y aligeró su agarre sobre su seno. ¡Demonios! Élhabía estado apretando lo suficientemente duro para dejar una marca. Lo cual no lo hacíaun poco mejor que el bastardo que había liberado semejante salvajismo en ella.

—Lo siento, cariño.

—Está bien. —Ella siempre le decía eso pero él no lo creyó.

—¿Quieres tú hacer un alto?

Su polla se sacudió en señal de protesta, pero él contuvo el deseo egoísta de seguiradelante, obligándola a reconocerle tan diferente. Él sintió el calor de su rubor antes deque verlo.

—Yo...

—Está bien. —Él la acercó a su torso, necesitando abrigarla tanto como necesitabareclamarla. Ella lo desgarraba con su vulnerabilidad combinada con esa fuerza interior enla que confiaba para continuar—. Esto no tiene que ser todo a la vez.

Ella tragó tan duro que su cabeza topó su barbilla.

—No quiero detenerme.

—¿Qué? —Él no podía haberla oído bien.

—Nunca se ha sentido bien antes. Sé que es un pecado, pero sólo quiero… —El restode la frase se desvaneció en la nada.

—¿ Tú sólo quieres qué? —Sus manos se apretaron en una de él.

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—Sólo quiero saber cómo sería contigo.

—¡Mierda! —Él no estaba en condiciones de tomarla gentilmente. Era demasiadobruto, su cólera cociendo, hirviendo demasiado cerca de la superficie, mezclada con sulujuria en una mezcla volátil, imprevisible.

—Lo siento. —Ella se encogió lejos.

—Maldita sea, ven aquí. —Ella lo hizo inmediatamente, recostándose rígidamentecontra él. No se requería de un genio para aclarar por qué—. Jesús, nunca deberías habertecasado conmigo.

—Te dije que no era perfecta.

Él agarró su barbilla y la sacudió con fuerza hacia arriba.

—No hay una maldita cosa acerca de ti que no sea perfecta, pero hay un infernalmontón acerca de mí que debería mandarte gritando a refugiarte. Siendo el número unoque ahora mismo no estoy en condiciones de tomarte gentilmente. Como deberías sertomada. Como necesitas serlo.

En lugar de sobresaltarse, su barbilla subió.

—¿Quién lo dice?

—¿Quién dice qué?

—¿Quién dice que necesito ser tomada gentilmente?

—Yo lo hago. Tú deberías tener palabras suaves, gentiles toques, y toda la pacienciaque un hombre pueda reunir.

—¿Y tú no me puedes dar eso? —Ella se apoyo sobre él.

—No esta vez. No ahora.

—¿Por qué no?

—Porque tú eres mía, y has sido muy lastimada, y me vuelve loco pensar que noestaba allí para impedirlo.

—Y eso te hace querer lastimarme, también. —Ella lo dijo como si tuviera sentido.

—Ah mierda, cariño, no quiero lastimarte nunca. —Sus pechos se suspendieron auna pulgada de su boca mientras su mano pasó rozando su camino abajo de su estómago.

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—Pero me quieres.

—Sí.

—¿Sólo a mi?

—Sólo a ti.

Las puntas de sus dedos avanzaron lentamente debajo de la pretina de suspantalones vaqueros. Su estómago se contrajo de placer. Sus pechos se mecieron mientrasella se alzaba más alto. Su pezón rozó su boca. Él lo atrapó entre sus labios antes de quepudiera mecerse de regreso. Su aliento la dejó en una carrera. Él no la dejo ir, sólo lasostuvo en su boca, encontrando su mirada con la suya, advirtiéndole a ella de echarseatrás. Sus cejas se arquearon arriba. Él movió hacia atrás sus labios, dejándole a ella sentiry ver los dientes. Dejándola saber que él estaba serio.

Necesitándola para echarse atrás, para que él pudiera mantenerse sobre el pequeñopedacito de autocomplacencia que había dejado.

El miedo llameó en sus ojos. Su mirada se centro en sus dientes. Ella dejó de respirar.Si él no tuviera cualquier sentido de auto conservación en absoluto, la pellizcaría, le daríaese mordisco que la enviara a volar, pero él no pudo hacerlo porque en el tiempo que serequirió tomar la decisión, el miedo en sus ojos fue reemplazado con entendimiento.

—Está bien, Clint —susurró ella, inclinándose hacia adelante, dándole acceso a suspechos—. Está bien si necesitas lastimarme esta vez.

Su polla brincó y se tensó en sus pantalones ante su sumisión. El deseo espesó susangre hasta que resoplaba dolorosamente a través de sus venas. ¡Maldita ella! ¿Cómopodría hacerle esto? ¿Entregarse así? Sin contenerse, ¿sabiendo lo cerca del borde en que élestaba?

Él mantuvo su pezón trabado entre sus dientes mientras hundió sus dedos en su peloen la base de su cráneo y la arrastró sobre él.

Cuando ella estaba sentándose a horcajadas en su estómago, él le arqueó la cabezahacia atrás, forzando más de su seno dentro de su boca. Él la chupó duro, probablementedemasiado duro, pero la necesitaba, necesitaba su aceptación. Necesitaba probar lo quefuera que ella quisiera decir. Necesitaba esta culminación por años de hambre. Poresperar.

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Él enlazó su pezón con su lengua mientras se elevaba la atención. Lo mordió con suslabios, su mano libre moldeando su pecho para su gusto, jalándolo fuera de su cuerpo,hacia su boca, ordeñando una respuesta. Exigiéndola.

Y se la dio, en jadeos suaves y diminutos chillidos sorprendidos de placer. A ella nole gustaba cuando él usaba sus dientes. Sólo el indicio de ellos la sujetaba, pero lo amabacuando él usaba sus labios para pellizcar y machacar gentilmente sobre las pequeñasprotuberancias.

Ella gemía mientras él la chupaba, jalando duro sobre la punta sensitiva. Y le gustabacuando él trabajaba su pecho con sus manos al tiempo que tironeaba en sus pezones.Entonces se meció en su torso, inconscientemente frotando su coño sobre las cordilleras demúsculo. Él ahuecó los cachetes de su culo en sus palmas y se olvidó completamente dedirigirla lejos.

—Sube aquí, cariño. —Él se empujó con sus manos y se apresuró abajo sobre el sofáhasta que el brazo más bajo detuvo su progreso.

Ella sólo alcanzó tan lejos como su pecho antes de que se detuviera, solo lo suficientecerca como para embromarlo con el primer perfume de su pasión, pero muy lejos para quela saboreara. Y él necesitaba saborearla. Para saber cada pequeña cosa íntima acerca deella.

Él agarró su cintura y la subió a su lado. Ella estaba todavía tambaleante sobre suspies, tratando de conseguir su posición cuando él se sentó sobre el piso delante de ella ytomó sus manos en las suyas, reclinándose hasta que estaba boca arriba y ella estabainclinada sobre él. No fue el movimiento suave que él había planeado porque ella no teníaninguna pista de cual era su intención. Él sacudió la cabeza ante su falta de educación, ycon un tirón rápido, la hizo perder el equilibrio para que cayera. Su chillido terminóenterrado en su pecho mientras él le amortiguaba la caída.

—Móntame, Sunshine. —Ella hizo lo que ordenó, empujando su salvaje maraña depelo fuera de su cara mientras ella se arrodillaba encima de él. Él rozó la regordetahinchazón de su estómago en su camino hasta las puntas rojo oscuro de sus pezones,tomando la pequeña pizca de presión adicional contra su pulgar mientras ella inhalaba deun tirón.

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—Eso es —susurró él mientras su coño humedecía la carne de su estómago—. Sienteel placer. Esto no es un pecado, Jenna. Es la forma en la que se supone que es entrenosotros. Déjame mostrarte lo bien que debe sentirse.

Su cabeza se dejó caer atrás y la larga longitud de su pelo azotó sus muslos mientrasella sacudía la cabeza.

—¿Cómo puedes hacerme esto?

—¿Hacer qué?

—Hacerme olvidar.

—Práctica. —Él había tenido mucha práctica en olvidar—. Ahora, ven aquí.

Él jaló sus pezones. Ella se inclinó hacia adelante, atrapando su peso en sus manos enel piso al lado de su cabeza. Él acarició con las suyas abajo por su espalda, maravillándosede lo suave que era su toque. Tan diferente de él.

Por dentro y por fuera. Él trazó la línea de su columna vertebral con los dedosíndices de ambas manos hasta que terminaron en la suave carne de sus nalgas.

Él palmeo su culo, masajeando la entregada carne, hundiendo sus dedos profundo,levantándola mientras se apresuraba a moverse hasta abajo con un último tirón, él levantósus muslos sobre sus hombros uno a la vez para que ella se arrodillara sobre su cara.

—¿Clint?

Él sabía que estaba avergonzada. Dudosa. Lo sabía y no importaba. Ella tenía el coñomás bonito. Regordete y lujurioso como el resto de ella, los delicados labios inferioresapenas comenzando a desplegarse con su deseo. Sólo algunas gotas de humedadaferrándose a los rubios rizos.

Él recogió una gota perlada en su dedo. Brillaba tenuemente contra su carne oscura,tentándolo a buscar más, a provocar más. Él miró hacia arriba. Ella lo miraba hacia abajo.Él sostuvo su mirada mientras traía su dedo a su boca, doblando la lengua alrededor deesa gota picante, gimiendo en su garganta mientras su sabor se extendía a través de suboca. Hijo de puta, él había sabido que ella sería dulce en su lengua.

El rubor en sus mejillas se tornó escarlata mientras jadeaba. Él deslizó sus manossobre los huesos de sus caderas hasta que tuvo un buen agarre y la haló hacia abajo. Él la

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tironeó lo mas que pudo sobre su costado izquierdo, soportando el derecho para que ellano tuviera que hacerlo, dándole la bienvenida a su peso en su pecho mientras su coño rozósus labios. El miedo llameó en sus ojos azules. Su ser entero pareció retraerse. Él acariciósu cadera con una mano sosteniéndola aún con la otra.

—¿Qué es eso, cariño?

Su labio se deslizó entre sus dientes, pero ella no dijo una palabra, simplementesostuvo sus manos al lado de su cabeza y se afirmó. Él besó la parte interior de su muslo,arrastrando sus labios a través del tibio espacio sedoso, absorbiéndola primero,deteniéndose cuando el color se drenó de su cara.

—¿Qué pasa, Jenna?

—Por favor no lo hagas.

—¿No hacer qué?

—Sé que dije que estaba bien, pero por favor no me muerdas allí. Por favor.

Él aspiró profundamente y lo sostuvo, la furia hinchándose más alto que antes.Diablos, él pondría a su marido en el suelo otra vez si pudiera.

—No te morderé, cariño. Sólo quiero besarte un poco. Saborearte. Hacerte sentir bien.—Él besó sus pliegues, una vez, dos veces, tres veces, facilitándola dentro del pensamientode su boca allí, domándola con sus labios y sus manos hasta que ella se relajara encima deél.

—¿Es esto necesario? —le preguntó ella en esa voz chillante que lo hizo sonreír.

—Mucho.

Él la embromó con su lengua, explorando los pliegues con golpecitos leves,trabajando un poco más profundo cada vez hasta que alcanzó el centro interior húmedode su deseo. Sus boqueadas fueron constantes ahora, pero ya no de miedo. Su delicadacarne estaba hinchándose y su dulce canal lubricándose, provocándolo con su sabor único.Él quería más.

La jaló más cerca, exploró más profundo, azotándola más rápido. Su polla se sacudíay latía al ritmo de su boca.

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Él acarició con su cara más profundo entre sus piernas, buscando y encontrando suclítoris si se estuviera anidando. Él lo lamió gentilmente, aumentando gradualmente lapresión mientras ella se arqueaba contra él.

Fue recompensado mientras la pequeña protuberancia sensitiva se hinchaba contrasu lengua y un fresco chorro de crema recubrió sus muslos.

Quería comerla. Quería todo lo que ella tuviera que darle. Él quería que ella se lodiera a él, y quería tomarlo. Deslizó un dedo en su canal. Ella estaba muy ajustada, susmúsculos apretándose abajo sobre él inmediatamente. Él tomó su clítoris entre sus labios ylo chupó gentilmente mientras facilitaba su dedo adentro y afuera.

Su aliento llegó más rápido, roto por los quejidos incoherentes. Él levantó el paso, lapresión, conduciendo su deseo más alto, añadiendo otro dedo al primero. Él podía sentirsu pasión construyéndose, podría sentir su respuesta empezando a tomar el control. Sentirsu temor creciendo sin interrupción con eso en la tensión de sus músculos.

Ella jadeó y se apartó. Él gruñó y la jaló de regreso, sujetándola todavía para el látigode su lengua, la succión de su boca. Él la sujeto a él y bebió de su esencia mientras ella seconvulsionaba, sus uñas clavándose en sus hombros mientras lloraba su nombre. Él gruñóprofundo en su garganta cuando ella se dejo ir.

Él no terminaba aún. No había tenido ni de cerca lo suficiente de su dulzura aún. Ellagritó su nombre otra vez, otro fuerte clímax llegando sobre el primero, la últimaconsonante haciéndose pedazos en una nota de pánico mientras su coño ordeñó su dedo ysus jugos inundaron su lengua. El borde de dolor en su siguiente grito fue la única cosaque lo pudo separar de ella en ese momento.

Él los volvió sobre sus costados, metiendo la cabeza de ella encima de su hombromientras lloraba, acariciando su columna vertebral mientras besaba su mejilla, su cuello,su mandíbula.

—Está bien, bebé —susurró en su oreja mientras los enormes sollozos estremecían sucuerpo—. Está bien.

Y lo estaba. A pesar de que Jenna estaba llorando en vez de sonreír, a pesar de que supolla ansiaba alivio, por primera vez en años, todo estaba bien en su mundo.

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Capítulo 11

Ella no podía dejar de llorar. Era embarazoso, ridículo y estúpido, pero cuando Clintacarició su espalda y besó su cabello, más lágrimas se acumularon y cayeron.

―¡Ah Sunshine, tienes que parar!

Lo haría si pudiera.

―Lo estoy intentando.

Su voz era un sonido de patéticos hipidos, aguda entre sollozos.

―Vas a hacerme quedar mal. La gente dará un vistazo a tu cara y sabrá conseguridad que soy un verdadero hijo de puta.

Él no era un hijo de puta. Se acarició las cicatrices del pecho, sus dedos se deslizarona través del sudor alisando el músculo. Él era un hombre duro y, a veces, frío, pero era unhombre como ningún otro. Y era suyo. Otra ronda de lágrimas creció. Ella las sorbió ylimpió de su nariz. Era probable que fuera la primera vez que había llorado en años, notenía un pañuelo a mano.

Detrás del hueco de las puertas, Danny gimoteó. Debajo de ella, Clint gimió. Ella sedisculpó de nuevo, inhaló y se escondió profundizando en sus brazos. Había algo tansólido en ese hombre que no tenía nada que ver con todos esos fuertes músculos y huesos.Ella no podía acercarse lo suficiente. La hizo sentir femenina, delicada, y... deseada. Élgruñó cuando su codo golpeó sus costillas.

―¿Vas a llorar de esta manera cada vez que te corras?

Ella no tenía ni idea.

―¿Importa?

Su risa entre dientes repercutió alrededor de ella.

―No realmente. —Él pasó por debajo de ella, cogiéndola con el brazo cuando casi secayó fuera―. Sin embargo, yo podría elegir un lugar más cómodo para la siguiente ronda.

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Estaban en el suelo. O más correctamente, Clint estaba en el suelo y ella tumbadaencima de él.

―¡Debes estar congelado!

Se levantó a gatas. Él se lo permitió, cogiendo su mano cuando ella se apartó,acurrucándola a sus pies y arrastrando su espalda hacia sus brazos enderezándola.

El algodón de sus vaqueros raspaba su estómago mientras él la arropaba en suabrazo. Su erección latía, contra su cadera y muslo. Ella recordaba cómo la había poseídoesa mañana. Su ternura. Su consideración. Reprimió el reflejo de escapar lejos. En vez deeso, se frotó contra él, levantando su rostro para el descenso de su boca cuando él tocó sumentón con el dedo. Sus labios eran firmes y exigentes, su lengua buscando la de ella conla urgencia que pudo sentir tamborileando bajo su piel. Él la deseaba.

A ella le continuaba conmocionando que alguien como él pudiera desear a alguiencomo ella, pero lo hacía, y quería darle todo lo que necesitara. Todo lo que fuera. Comofuera.

Su mano bajó a su pecho. Ella tembló primero del contacto frío y luego de calorcuando él levantó su pecho para la caricia de su dedo pulgar. El fuego golpeaba su pezón,lentas chispas bailando de manera irregular sobre su torso, brillando y estremeciéndosetodo el camino hasta su coño, donde se unieron en una bola caliente de ávido estimulo.

Ella quería más. De la sensación. De él. Ella frotó su lengua contra la suya, depuntillas para acercarse. El antebrazo de él en la base de su columna vertebral anclándolacontra él mientras su beso era más audaz, más caliente. Más exigente. Se fue con él,uniendo los brazos alrededor de su cuello cuando él levantó sus pies del suelo, asombradaque pudiera hacerlo con un brazo, secretamente encantada de que podía.

Él arrastró sus labios de ella.

Ella agarró su cabello y tiró de él de nuevo.

―No.

Pasó por alto su protesta.

―Envuelve las piernas alrededor de mi cintura.

Debería haber estado aterrorizada de provocar tal tono en un hombre, pero no. Diosla ayudara si no lo hiciera. En lugar de eso, cada nota gutural silbaba como savia caliente a

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lo largo de sus terminaciones nerviosas, aumentando su calor como consecuencia principalde la misma hoguera. Envolvió las piernas alrededor de sus magras caderas, inclinándosehacia atrás para que él pudiera ver sus pechos, sonriendo cuando se relamió los labios. Laexpresión de él se endureció como el granito. Sus negros ojos abrasaron los suyos cuandose volvió, llevándola fuera de la puerta como si no pesara nada.

Estaban al pié de las escaleras antes de que ella encontrara la voz.

―¿Dónde vamos?

―Arriba donde te pueda amar bien.

―No puedo imaginarte haciéndolo mal.

La intrépida afirmación sencillamente salió fuera.

Los ojos de Clint llamearon y se tragó el aliento. Después estaba en movimiento otravez, girándoles para todos lados, reteniéndola. El brazo de él impactó primero en la pared,cogiendo la mayor parte del impacto y agarrándola dentro de la sólida pared de su pecho.Su boca descendió sobre la de ella, salvaje y hambrienta como si quisiera devorarla. Susdientes rasparon el cuello de ella mientras se arqueó y buscó abajo. Él sorbió por el lazo desu cuello y hombro mientras de una patada se quitó las botas y los pantalones, abriendopaso a una risa desde el interior. Ella no lo reconocía así. No se reconocía a sí misma así.Pero le gustaba.

La ancha cabeza de su polla se deslizó por las nalgas mientras gemía satisfecho. Suboca se volvió hacia la suya, y él la besaba de nuevo, posesivo mientras sus manos estabanen las caderas, su polla marcándola con el calor de su pasión, exigiendo que cediera y leaceptara.

Y lo hizo. La levantó, con una sonrisa maliciosa en su exótico rostro, y deslizó supolla entre ellos, la inclinó de modo que él montara su pliegue, la ancha cabeza agitandosu hinchado clítoris como lanzas a través de sus carnes, enviando fragmentos de luzvacilante hacia el exterior. Ella encogió la espalda y hundió el rostro en el cuello de élmientras subía la escalera, a cada paso empujando la longitud caliente de su eje a lo largode su ultra—sensible clítoris. Era pecaminoso, decadente y ella no quería que terminara.En el momento en que alcanzaron la cima de las escaleras ella estaba gimiendo y jadeando,su boca besando y chupando en el hombro en respuesta a las demandas de su cuerpo.

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Él entró en la habitación sin problemas, y dio un puntapié a la puerta cerrada. Supolla descendió y alcanzó donde estaban los tensos y apretados pliegues de su coño.

―¡Hijo de puta!

La acalorada maldición barrió más allá de su oreja mientras Clint capturaba unpuñado de sus cabellos en la mano y tiraba de su cabeza hacia atrás. El sabor salado delcuerpo de él permaneció en sus labios mientras le miraba fijamente. Ella mantuvo lamirada de él y lo lamió.

Él la lanzó, su masculina risa siguiéndola mientras ella chillaba y se sacudíabuscando apoyo. La suavidad del colchón la envolvió antes de hundirse primero hacia unlado y luego hacia el otro mientras Clint colocaba las manos al lado de sus rodillas, su pelobalanceándose hacia adelante entre ellos. Él empezó a deslizarse sobre su cuerpo, susmanos situadas con depredadora precisión a lo largo de ella cubriéndola. Todo lofemenino en ella estaba en estado de alerta. Aunque sabía que él estaba jugando, erademasiado grande, demasiado masculino para estar tendido tranquilamente. Ella se apoyóen sus codos y se balanceó hacia atrás.

―¿Clint?

Él sólo sonrió ampliamente y continuó aproximándose, flexionando sus bíceps concada movimiento, arrastrando su polla hasta el interior de su muslo en una caliente cariciade seda. El peso de la gran cabeza de su polla tiró de él hacia abajo.

Ella miró sobre su hombro. Salió corriendo de la cama. Los brazos de él atrajerontranquilamente sus caderas. Él se paró, sonrió abiertamente, y lentamente, lentamente bajósu cabeza, manteniendo su mirada todo el tiempo. Su cabello agrupado a ambos lados delos muslos, mientras su lengua, su perversa y talentosa lengua, se extendía hacia su coño.Él se meneó una vez, haciéndola temblar y arquear casi imperceptiblemente. Amplió susonrisa y a continuación fue lamiéndola, su lengua remolineo a través de sus espesoszumos, tocando su clítoris con cada paso, mientras sus ojos median cada respuesta que ellahizo. Era demasiado. Demasiado íntimo. Ella dejó que sus parpados se agitaran en lapróxima ola de pasión.

Un pellizco en su muslo los tuvo abiertos volando.

―Mira.

Ella no sabía si estar asustada o aliviada.

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―Me mordiste.

Él levantó una ceja hacia ella y chupó el área lesionada antes de lavarla con sulengua.

―No, Sunshine. Acabo de recibir tu atención.

Ella se frotó el interior del muslo. Él besó su mano, maniobrando la lengua entre susdedos, haciéndole cosquillas con la promesa de sensaciones.

―Pero ...

―Confía en mí, bebé.

Él la mantuvo con el poder de su personalidad, la profundidad de la emoción en susojos, la promesa de la pasión en su toque. Eso podría hacer de ella una mujer débil, suelta,pero ella quería ese placer con él de nuevo. Quería dárselo de vuelta a él. No importabacomo.

Ella quitó su mano y la puso sobre la cabeza de él. Su pelo era sedoso y fresco altacto, calmante contra el calor de su piel. Él se volvió y besó su palma. Sintiéndose audaz yatrevida, ella curvó sus dedos sobre su mandíbula. El inicio de su barba raspó su piel. Él separó y la miró sobre su mano. El calor bajo la pregunta en su mirada la chamuscó.

―Quiero que tú te sientas bien, también.

―Me siento muy bien ahora.

Su profunda voz arrastró de la forma en que siempre lo hacía, calmante yestimulante al mismo tiempo.

Ella sacudió la cabeza.

―No quiero tomar. Quiero dar.

―Cosita dulce, estás dándome el cielo ahora mismo.

―No te estoy dando nada. Sólo estoy echada aquí.

Él besó el camino hasta su estómago, cada pincelada de sus labios en su carneinfinitamente suave.

―Me estás dando tu confianza.

No era suficiente.

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―¿Por favor?

Besó la punta de cada pecho, chupó cada uno a su vez, antes de hociquear en el ladode su cuello.

―¿Y si hacemos un trato?

La pregunta sopló contra el delicado cordón de su cuello. Ella curvó los dedos sobresus hombros.

―¿Qué?

La cama se hundió, desplazándola a la derecha mientras él continuó su ascenso.

―Tú me perdonas esta vez, y yo te permito volverte loca después.

Su polla situada en la humedad de su vagina mientras su pelo caía sobre su rostro,ocultando su vista. Ella se movió atrás para nivelar su brazo izquierdo hasta que se unió alderecho de él, incluso con sus hombros.

―¿Perdonarte por qué?

―Mi impaciencia.

La explicación terminó en un siseo cuando él presionó contra ella.

―Oh.

Era grande. Sus dedos en su mejilla para calmar sus nervios. Él todavía tenía elcontrol. Sin embargo, querido Dios, era tan grande.

―Fácil, Sunshine.

El colchón crujía cuando él cambió su peso a su antebrazo. Estaba respirandodificultosamente, su aliento golpeando sus mejillas en rápidas inhalaciones. Él ahuecó laparte de atrás de su cabeza en la mano. Él olía a café, a ella y a ellos.

―Lo haré tan fácil como sea posible —susurró contra su boca―. Pero no puedoesperar más para estar dentro de ti.

Podía sentir su urgencia en el estremecimiento de sus músculos, el aumentomoderado de energía a través de él. Ella inclinó su cabeza hacia atrás en su puño, sabiendoque hacía lo correcto cuando él gimió y besó su garganta. Ella empujó el cabello de él haciaatrás para ver mejor su expresión. Era dura, casi salvaje, con el deseo desgarrándole. Porella.

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―Tú me necesitas.

El beso que él presionó en el hueco de su garganta fue violento con hambrereprimida. Y aún así se contuvo.

―Estoy dolorido por ti.

Ella nunca había conocido a nadie como él.

―Dame crema.

―Tú no necesitas crema.

Su risa era más que un gemido. Agarró su mano, arrastrándola hacia abajo entre suscuerpos hasta que sus dedos se hundieron entre sus piernas. Su carne estabaanormalmente suave y húmeda. Resbaladiza.

―Siente cómo estás lista para mí. La forma en que tu dulce coño está llorando pormí.

Sus dedos golpearon la cabeza de su polla. Ella envolvió su mano en la de él,captando el grueso tallo. Ella no podía envolver los dedos alrededor del liso y duromango, pero lo intentó, apretando lo que podía. Clint dejó de respirar, todo su cuerpoatrapado en una desesperada y expectante quietud. Su enorme polla saltó en su manocuando el cuerpo de él dio un tirón hacia abajo. La sensación resultante de carga en suvientre la hizo jadear y se arqueó instintivamente. Él empujó más fuerte contra ella. Sucarne se estremeció y dolió cuando sus músculos lucharon para dar cabida a su entrada.Un gemido desgarró su garganta.

―Hijo de puta. —El torso de Clint la golpeó abajo en el colchón, manteniendo sumovimiento―. No hagas eso, bebé. —Él arrastró su mano de encima―. Tienes que dejar aun hombre cierto control —él arrastró las palabras cuando sacó la mano entre ellos.

Sus ojos oscuros se mantuvieron en los suyos, sus fosas nasales se ensancharoncuando él capturó su aroma. Trajo sus dedos a la boca con intención deliberada, y cerrósus labios sobre los dos primeros. Él se estremeció, sus párpados bajaron, y sacudió supolla contra su apertura mientras su lengua lamía la parte inferior de sus dedos. Con sumirada centrada en ella, no había manera en que pudiera equivocarse de la respuesta de élpara nada más que el placer. Él chupó y luego paró, como si la saboreara, dejándolos rodara través de su lengua antes de tragar. Sus parpados se levantaron y sus pupilas quemaroncuando fue tras el tercer dedo de la mano.

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―Sabes tan bien, Sunshine. Me haces querer comerte desde el amanecer hasta elanochecer.

Esas palabras, pronunciadas con ese áspero acento, montaron sus nervios más duroque una caricia. A él realmente le gustaba ella. Como era. No había modo alguno en quenadie pudiera falsificar tanta pasión.

Los labios y la lengua de Clint trabajaron sus dedos, estirando las ocultasterminaciones nerviosas hasta que sintió como si él estuviera profundamente dentro deella, él fue lamiendo su vientre. El hormigueo se propagó hacia el exterior, creando en elladolor y palpitación tensa, con la necesidad de más.

―Eso es —le susurró Clint en ese profundo, oscuro tono―. Sólo relájate y déjameentrar.

Ella lo logró. Aunque sentía como si un resorte invisible estuviera enroscándose másy más apretado profundamente en el interior, su carne de mujer estaba actualmenterelajada contra él. Dándole la bienvenida. Con cada impulso de sus caderas, fue ganandouna fracción más de entrada. Y el cuerpo de ella clamaba por más. Más allá del sentido ymás allá de la razón, lo quería dentro de ella. Lo quería para llenarla.

Ella intentó subir. Para ayudar. Una simple flexión de sus caderas la mantuvo en sulugar.

―No —él besó su palma antes de ponerla en su hombro―. Sólo descansa y déjamehacer esto.

Era más fácil decirlo que hacerlo, especialmente cuando él llevó su gran mano entreellos y pasó la superficie rugosa de su pulgar en lo alto de su coño, justo sobre su clítoris.Él no hizo nada más que descansar allí mientras mantenía la presión de su polla contra elapretado anillo de músculo que custodiaba su paso. El camino interior instándole amoverse, a acoplarse, se hizo más fuerte.

―Clint, por favor.

Ella estaba tan vacía, y lo necesitaba para avanzar. Sus dedos. Sus caderas. Ella lonecesitaba para cubrir todos los lugares que habían estado vacíos durante tanto tiempo.

―Por favor, ¿qué? —Su voz era ronca y áspera. Él la necesitaba tanto como ella lonecesitaba a él.

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Ella mordió sus labios, y trató de descifrar todas las necesidades clamando poratención. Sus pezones dolieron contra su pecho. Su clítoris dolió contra su pulgar. Su coñodolió contra su polla. Cualquier lugar que su cuerpo tocara, las terminaciones nerviosasgritaron por atención. Estimulación. Ella no podía aislarlo a una necesidad por lo que logeneralizó en una sola orden.

―¡Muévete!

Aun cuando las palabras dejaron sus labios, ella no podía creer su atrevimiento, darleuna orden a un hombre. Pero no tenía que preocuparse. En lugar de tensarse, Clint reía deuna manera que enviaba escalofríos por su espina dorsal, y tuvo un poco de lo que queríacuando su pecho vibró contra sus pezones, dándoles una pequeña muestra por lo queestaban llorando. Sus ojos negros no se perdían nada, y menos aún su expresión desorpresa.

―¿Así? —Preguntó con pseudo inocencia mientras arrastraba el pecho a través deella, las ondas de músculo y tejido cicatrizal desgastaron deliciosamente sus pezones.Vinculando placer con deseo, enroscándose alrededor de su pecho, estrechando losmúsculos, dejándola incapaz de hacer nada, ni siquiera respirar, cuando las sensacionesazotaron a través de ella, calmando la intensificación de la dolorosa necesidad.

―O ¿así? —preguntó cuando trabajó suavemente el pulgar contra la capucha de suclítoris hasta que ella jadeó a continuación, sonriendo con una sonrisa tan perversa quehasta Satanás estaría celoso, sus dientes blancos destellando en su cara oscura, él frotó eselugar con deliberada lentitud, ahogando una risa cuando ella empezó a jadear, se reíacuando ella gritó, y la alentó cuando construyó un grito en su garganta.

―¡Oh te gusta! ¿No es verdad, Sunshine? ¿Te gusta mi pulgar sobre tu clítoris,frotando una y otra vez, dejándolo precioso y con hambre?

Oh ella lo hizo. Ella lo hizo. Él frotó el ansioso botón más fuerte esa vez. De prontouna pequeña sensación de dolor disparó a través de ella. Su cabeza golpeó en el hombrode él cuando su cuerpo dio una sacudida impotente.

La humedad chorreó por encima de sus muslos.

―Dámelo otra vez, bebé.

Como si tuviera otra opción. El toque que acompañó el profundo suspiro llevó elgrito desde su garganta. Era demasiado. Él era demasiado.

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Sin embargo, no fue suficiente. Nada de eso era suficiente. Ella quería alejarse.Empujar más cerca. Mendigar y golpearlo al mismo tiempo. Quería que él parara, y almismo tiempo que nunca llegara al fin. Lo necesitaba mucho de modo que no creíasobrevivir al deseo y él exactamente lo hacía peor, manteniendo implacablemente suscaricias mientras presionaba más duro contra ella, su enorme polla hacía demandas en laentrada de su cuerpo que no podía resistir. Con un duro golpe de su dedo pulgar la enviósobre el borde. En medio de los ecos de su grito, él se agitó dentro de ella.

La realidad astilló a medida que el dolor y el placer combinados en una ola desensación la lanzaron hacia su hombro. Ella le agarró con uñas y dientes, luchando porapoyarse en un mundo que consistía nada más que en la fragmentación de la emoción. Élgruñó, juró y apretó contra ella, haciendo eco de su grito en su oído, mientras ella seagarró abajo. Su gran cuerpo se estremeció sobre ella cuando la tiró hacia él, hacia sufuego. Su polla apretando más profundamente, tomándola, conduciéndola más lejos de loque sabía acerca de sí misma.

Y entonces se acabó. El torbellino desapareció como remolinos de niebla de lamemoria. Su cuerpo palpitaba con las réplicas mientras ella lentamente, lentamente sehundió de nuevo en la realidad y en los sollozos que la sacudían. Cuando abrió los ojos,Clint estaba mirando hacia abajo con su peculiar intensidad que la hizo encorvarincómoda.

Y ella inmediatamente hizo una mueca. Él estaba todavía en ella. Tan fuerte y tangrande como siempre. Más grande de lo que recordaba. Dio un primer apretón con losmúsculos de su interior. Tuvo que abortar el intento. Estaba estirada tan ajustadamente entorno a él que no había espacio para moverse.

Clint se desplazó sobre ella, a su alrededor, mientras se inclinó y besó sus labios.

―Gata salvaje.

Hubo una gran cantidad de satisfacción en su susurro.

Ella cerró los ojos y gimió cuando recordó como había sido de salvaje. ¿Realmente lehabía mordido? Se asomó a través de sus pestañas. Allí, sobre su hombro izquierdo, dosmarcas de media luna.

Las tocó muy suavemente mientras las lágrimas continuaban brotando.

―Me siento tan avergonzada.

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Sus dientes blancos destellaron hacia ella mientras capturó una lágrima con el dedo.

―Es tan solo una vergüenza si nunca lo vuelves a hacer.

Ella inhaló de vuelta otra lágrima.

―¿Te gustó?

―¿Tenerte salvaje en mis brazos? ¿Gritar mi nombre mientras prácticamenteestrujabas mi polla con tu placer? —Él borró una segunda lágrima―. Sí. Me gustó.

―Pero yo no te satisfice.

Oh Dios, ahora ella fue completamente patética.

Él dejó la limpieza de sus lágrimas. Por un segundo la miraba sin comprenderla.Entonces sonrió con una verdadera, totalmente natural sonrisa, una que tuvo años fuerade su cara y la hizo olvidar cuan peligroso podía ser.

―Sunshine, me corrí tan fuerte que mi corazón casi se detuvo. —Él situó su polla unpoco más profundo―. Estoy calentando para la segunda ronda.

―¿Segunda ronda?

Ella continuaba descubriendo dolores de la primera ronda. Tal vez no era suficientemujer para él. El pensamiento lanzó otro derramar de aquellas lágrimas sin sentido.

―Ah, tú vas a parar de llorar, ¿no? —preguntó Clint, lamiendo las lágrimas de susmejillas, besando sus párpados, entre gotas.

Ella sacudió la cabeza, cambió de idea, asintió, y, por último, admitió:

―¡No sé por qué!

Él sí. Jenna llegó como una mujer que no había conocido nunca un momento de paz.Vino como una mujer que había estado buscando toda su vida una oportunidad paradejarse ir.

―Voy a acostumbrarme a esto.

O se vuelven locos de la necesidad de detenerlos.

Clint trabajó su polla más profundamente en su acogedor coño.

―Hijo de puta, estás tan apretada, Sunshine.

―Lo siento.

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Él frotó la nariz con la de ella. Maravillándose en su locura.

—Jenna amor, no hay nada para lamentar. En la medida en que no te haga daño,apretado es bueno. En cuanto a las lágrimas, puedes llorar sobre mi todo lo que quierassiempre y cuando sean lágrimas de alegría. —Él borró un rastro de lágrimas con el pulgarmientras sacó de su coño hasta la punta de su polla―. Y estas son lágrimas de alegría,¿verdad?

Sus mejillas se volvieron de un profundo color rojo, pero le dio la verdad.

―Sí.

―Bien.

Él besó sus labios suaves, tomando su grito en la boca cuando se agitó dentro de ella,dejando que se mezclara con su aliento exhalado, sujetándola cuando apretóprofundamente, aceptando la verdad. Ella era caliente, apretada y completamente suya.

Ella de nuevo hizo una mueca de dolor. Él era definitivamente más de lo que estabaacostumbrada.

Él pinceló un beso sobre sus párpados.

―Sé que estás dolorida bebé, por lo que lo haremos agradable y fácil.

Sus uñas penetraron en su antebrazo cuando él se retiró. Frunció su ceño cuando élretrocedió de su atrayente calor, sus ojos oscureciéndose con una emoción que no pudodefinir.

―¿Demasiado?

Ella mordió su labio y sacudió la cabeza.

Él no confiaba en ella. Parecía como si quisiera tomar el dolor para hacerle feliz.

―¿Estás segura?

Ella asintió. Él se extendió entre ellos y se filtró a través de la húmeda maraña de susrizos hasta que tocó el estirado punto de su unión. ¡Maldición! Debía de estar dañándola.

Él juró y se retiró.

Sus rodillas vinieron alrededor de sus caderas. Su ―¡Oh no! era un lamentofemenino de pura angustia. Se paró y se reevaluó. La angustia de ella era la negación deuna mujer, no de alguien utilizado demasiado duro. Los dedos de ella apretaron sus

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brazos y levantó desesperadamente sus caderas hacia su polla. Sus medio asfixiadosgemidos rompieron su garganta. Ella lo quería. Lo necesitaba. Su corazón se hinchó con elconocimiento.

―Shh, bebé. Te lo daré de nuevo. —Lo hizo, gimiendo cuando sus paredes de sedaapretaron y arrastraron su polla cuando él resbaló dentro.

―¿Mejor? —Él apenas podía lograr sacar la palabra.

Su asentimiento era entusiasta, pero ese pleno labio superior, en el que él queríahundir sus dientes, estaba todavía escondido entre sus dientes.

Él encontró la fuerza para parar.

―¿Te duele, Jenna?

―Oh Dios —gimió ella―. No pares.

―¿Estoy haciéndote daño, bebé?

―Un poco, pero no me importa. Se siente tan bien. —Su espalda arqueada y sustobillos enganchados alrededor de su cadera en la creencia errónea de que sus músculosfemeninos iban a ganar una guerra contra los suyos.

Él curvó la columna vertebral por lo que podía mordisquear en su hombro, mientrasretenía lo que ambos tanto querían.

―¿Qué tan bueno?

―Tan bueno...

―Tan bueno, ¿qué?

Ella abrió los ojos y le miró mientras sus talones tamborilearon en su espalda.

―Tan bueno que voy a gritar si no me das lo que quiero.

Él pretendía considerarlo.

―No es mucho incentivo cuando tú lo vas a hacer de todos modos. ¿Qué más tienes?

Ella era tan ingenua que no percibió el gruñido de su garganta que indicaba lo cercaque estaba de perder el control. Y tan nueva en las bromas, llevando el juego tan lejos quela lanzó a un dilema con la incertidumbre. Por un largo momento, ella yació bajo él,claramente determinando qué debía hacer, y maldiciendo su pellejo, ella debería haber

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venido con las manos vacías, porque se fue suave y complaciente, e hijo de puta, unalágrima que podía ser de infelicidad se formaba en su ojo. Su boca se abrió. Él se anticipóal nada que sabía que era lo que saldría simplemente para rellenar los espacios en blancode ella.

―Supongo que podrías ofrecerme esos magníficos pechos tuyos. Que seguro que meinspiran.

Ella le miraba, incierta. Él tocó el final de su nariz, mezclando la ternura con la pasiónen una potente combinación.

―O puedes sonreír. Esos hoyuelos tuyos me calientan más que a un semental encelo.

Contó tres respiraciones antes de que ella bajara sus manos de sus hombroslentamente, tan lentamente que el sudor estalló en su frente, ahuecó las palmas de susmanos bajo sus pechos. Sus manos eran demasiado pequeñas para hacer un adecuadotrabajo con tanta generosidad, pero cuando acarició las puntas y empujó juntos aquellosmontículos llenos, levantándolos arriba y fuera, él maldijo cerca de correrse en el sitiocomo un muchacho novato. Cuando miró, la lengua de ella suavizó sobre sus labios, hastaque brillaron húmedos y rosados cuando sonrió, llevando sus hoyuelos al juego.

La lujuria le golpeó como una estampida, pisoteando todas sus buenas intenciones,todo su juego.

―Ahora lo hiciste, Sunshine. Podría haberlo logrado, pero impactándome con esos...—Él sacudió la cabeza y se apoyó en las manos de modo que estaban solamente unidospor las caderas. Polla a coño. Macho a hembra. Marido a esposa. Se sacudió el pelo lejos desus ojos―. Ahora estoy asustado de que estés dentro por esto.

Ella no parecía asustada, todo lo contrario. Aguardaba femeninamente ansiosa, conhambre. La forma en que había soñado que le miraría. La propiedad de ella en sus brazos,su cama, le golpeó como una maza.

―Hijo de puta, tú eres algo, Jenna.

―Yo podría decir lo mismo.

Sus manos acariciaron su pecho, persistiendo en la cicatriz, mientras sus tobillosestaban enganchados a su espalda. El aliento capturó las palabras de ella enganchándolasen su deseo, arrastrando su lujuria más allá de su control, envió sus caderas hacia ella, su

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polla arponeó profundamente. Su cabeza cayó. Las dudas que había acerca de su disfrutese disiparon por mucho tiempo, gimiendo.

―¡Siiiii!

Entonces para él eso fue todo. Los trozos del civilizado control que aferraba volarondelante de la fuerza de su pasión. Se condujo dentro de ella una y otra vez, embistiendomás profundamente con cada empuje, haciendo un lugar para él dentro de su cuerpo, suvida. Un lugar donde él no tenía que pensar, donde él podría sólo ser.

Ella gimió con cada impulso y arrojó sus caderas hasta encontrarse con él, tomandolo que él tenía que dar. Tomando el placer, el deseo, y en cambio, ella le dio calma, sussuaves brazos rodeando su cuello cuando le golpeó el clímax, anclándole a través de laviolencia de la erupción de su cuerpo, acariciándole en la secuela, sus lágrimas bañando sumejilla cuando él encontró paz.

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Capítulo 12

―Perfecto no vas a ninguna parte, Jenna —dijo Clint, chasqueando su lengua cuandoél dio marcha atrás al caballo castrado hacia las huellas de la pequeña calesa.

Jenna calló su inquietud y dobló sus manos en la cubierta de su manto.

―Lo sé. —Era su más profundo temor. Que Cougar y Mara quisieran retener aBrianna. O peor aún, que Brianna estuviera tan establecida que sería imposible llevarlalejos―. Estoy ansiosa.

Clint arrojó un puñado de heno en el suelo delante del caballo y luego se dirigió a surostro. El borde de su sombrero sombreó sus ojos, reservándola de determinar su estadode ánimo.

―¿Preocupada con respecto a qué?

―Todo en general. —Él inclinó la cabeza a un lado, estudiándola. Sin el beneficio deun sombrero como el suyo, y con su capucha bajada ella no tenía defensa contra sudetenido examen. Ella señaló al caballo―. ¿Podrías tenerlo enganchado antes de que secoma todo el heno?

Clint extrajo otro puñado de heno de la bala y lo echó al suelo con el resto y agarró lacorrea colgando bajo el negro vientre. Cuando empezó a tirar apretadamente, miró sobresu hombro.

―Tú sabes, Sunshine, un hombre inferior podría estar desalentado al ver a su esposacon tanta prisa para poner fin a la luna de miel.

―Me alegro de que tú no seas un hombre inferior.

Debido a que un hombre inferior sería correcto. Ella quería terminar la luna de miel yconsideró una bendición que el período de su mujer había hecho su poco frecuenteaparición esa mañana. Clint no era un hombre cruel, pero era muy exigente. Tomandotodo lo que ella ofrecía, aceptando cualquier cosa que ella le diera, nunca diciendo cuandoera suficiente. Él la puso tan nerviosa de esa manera. Ella no sabía lo que él quería y tal vezsi Brianna estuviera ahí, él estaría demasiado distraído para notar que no tenía una pista.

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―No hay nada que lamentar. —Él ató las últimas correas y, a continuación, tomó lasriendas y las ensartó a través de las guías antes de tirar de los extremos sobre el bordedelantero de la calesa.

―No es como si no tuviéramos cincuenta años o más para compensar la diferencia.—Él abofeteó la negra grupa y se dirigió a ella, sus largas piernas devoraron la distanciacon velocidad desconcertante―. Siendo ese el caso, ¿qué te tiene saliendo de tu pellejo?

El viento soplaba alrededor del granero, azotando el pelo en su cara. Él lo sacudió devuelta con una sacudida de su cabeza. El sol de la mañana rebotó frente al borde afiladode sus pómulos y la línea inflexible de su mandíbula. No había una pizca de inseguridaden el hombre.

Jenna apretó los pliegues del manto en sus manos.

―¿Qué pasará si no se acuerda de mí?

Él se sacó los guantes de cuero y escondió los puños en el bolsillo delantero de susvaqueros.

―Ella te va a recordar. —Podría haber sido su imaginación, pero voz arrastradaparecía más profunda, más suave. Ella centró la mirada en sus curtidos guantes colgandode su bolsillo. Había un pequeño desgarro en la parte de atrás de uno.

―Ella no puede. No tuvimos mucho tiempo juntas.

―Brianna no es estúpida. —Aquella flexibilidad de los músculos de su muslo podríahaber significado algo, podía estar incómodo o podría estar impaciente. El esfuerzo paramantener su nivel de voz hacía doler sus manos.

―Hice muchas cosas mal.

―Tú has hecho muchas bien. —El lado de su dedo debajo de su barbilla levantó sucabeza. Ella no podía dar un tirón de su mirada.

―¿Cómo lo puedes saber? —Fue apenas un susurro, pero él escuchó.

―No hay otra mujer en el territorio con un corazón más grande que tú, JennaMcKinnely. Brianna no va a olvidar algo como eso.

Ella capturó su muñeca en la mano. Su carne era fresca por la brisa. La salpicadurade pelos cosquilleaba su palma.

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―¿Estás seguro?

Él deslizó su mano alrededor de su cuello.

―Estoy seguro.

Ella soltó su muñeca, dejando deslizar sus dedos hasta la áspera tela de su chaquetade piel de oveja, hasta que descansaron encima del bulto duro de su bíceps, aferrándose ala seguridad de su mirada como si fuera un salvavidas. El descenso de su cabeza bloqueóel sol y luego sus labios estaban en los suyos, no con la pasión a la que ella estabaacostumbrada, solamente con un toque suave. Él estaba reconfortándola, se dio cuentacuando cepilló la boca de nuevo sobre ella. El viento azotó el largo de su pelo contra susmejillas, y ella se inclinó contra su pecho, confiando en que la apoyaría hasta el últimomomento posible, sintió una sensación de pérdida en los latidos de su corazón cuando élrompió el beso.

Clint la arropó a su lado con la misma facilidad con la que escondió un zarcillo decabello detrás de su oreja y dijo:

―Vamos a ir a por nuestra hija, Jenna.

Los treinta minutos que tardó en llegar a la casa de Cougar y Mara fueron los peoresde la vida de Jenna. Con cada vuelta de la rueda a lo largo de la carretera congelada yllena de baches creció más y más la convicción de que estaba haciendo algo equivocado.Mara y Cougar se casaron, por amor, y estaban desesperados por un niño. Podrían ofrecera Brianna cosas que ella nunca podría. Confianza. Seguridad. Dos cariñosos padres que seamaban mutuamente.

Ella sabía absolutamente que iba a hacer algo equivocado cuando se detuvo delantede la casa de Mara. Era una mansión. Una inmensa, extensa estructura de madera queintimidaba con su grandeza. Podía ver a Cougar viviendo aquí. Pero lo más importante,podía ver crecer a Brianna aquí. Segura. Respetada. Amada.

Ella capturó el brazo de Clint cuando él frenó.

―Si Brianna no se acuerda de mí, la dejaré aquí.

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Eso casi podría matarla, pero no iba a arruinar la vida de Brianna con sus deseosegoístas. Clint la miraba todo el tiempo, sus ojos negros ilegibles, y luego bajó con calmade la calesa. Una fina capa de hielo se resquebrajó bajo su peso. Todavía no había dicho niuna palabra cuando fue a su lado. Él sólo le tendió la mano.

Ella se puso de pie. La calesa dio una sacudida. Clint la cogió de la cintura y laestabilizó. Ella colocó automáticamente las manos sobre sus hombros. A través de supesado abrigo podía sentir sus músculos. Ella reunió valentía mientras él la bajaba. Tanpronto como sus pies golpearon el suelo dijo:

―Clint, quiero decírtelo.

―Te escucho. —Él la estabilizó para que encontrara el equilibrio. Fue poca cosa, peroél estaba siempre teniendo cuidado de las pequeñas cosas, y siempre la hacía sentir másimportante de lo que era probablemente.

―¿Por qué no suenas preocupado?

Él levantó su ceja hacia ella.

―Probablemente porque he venido aquí para llevar a mi hija a casa, y no me iré sinella.

Ella miró la casa, y retrocedió lejos de la realidad mientras el viento azotaba su mantoalrededor de sus piernas.

―Ella debe estar aposentada.

―Estoy seguro de que Cougar y Mara han tenido un estupendo cuidado de ella, peroes nuestra hija.

―Tú sigues diciendo eso.

―Probablemente, porque es verdad.

―Pero Cougar y Mara…

El dedo sobre sus labios silenció la dolorosa sospecha que la estaba devorando.

―Ellos tendrán hijos propios algún día —terminó por ella―. Niños que podráncrecer cerca como hermano y hermana con Brianna, pero Brianna es nuestra.

El viento soplaba de nuevo. Clint vio como sus palabras se clavaban en la pasadaconfusión de Jenna. Ella parpadeó cuando un mechón extraviado de cabello voló a sus

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ojos. Él lo alcanzó y lo quitó, dejando sus dedos permanecer en su sien mientras ellavisiblemente luchaba con sí misma. Y suspiró.

No tenía confianza, no creía que alguien la quisiera para nada, pero ese no era elmotivo por el que estaba dispuesta a dejar a Brianna allí. Él lo sabía. Estaba empezando aver cómo trabajaba su mente. Ella quería lo mejor para Brianna y sabía que Cougar y Maraestaban garantizados. En cambio, se veía a sí misma como la carta salvaje en la mezcla. Elpotencial de destrucción en la vida de la niña. Como si cualquier persona que pudieraamar tan profundamente, de manera tan desinteresada, nunca podría ser cualquier otracosa salvo la mejor.

―Quiero a nuestra hija, Jenna.

―¿En serio? —Ella rompió su corazón con la desesperada esperanza en su rostro.

―En serio. —Ella le estaba mirando, sin decir nada más, su expresión una mezcla deesperanza y miedo, sus dudas tan fuertes que podía oírlas. Él la acercó contra su pecho conla siguiente ráfaga de viento, girando un poco para tener la peor parte―. Os quiero aambas.

―No quiero arruinar su vida. —Ese regordete labio inferior de ella lo llevó a lalocura con su necesidad de mordisquearlo, lo deslizó entre sus dientes.

―Entonces te comportas como su madre.

En el minuto que las palabras salieron de su boca él se sintió diez veces pillado, peromaldita sea, le molestaba cuando ella se ponía a sí misma tan baja. Su mano sobre laespalda la mantenía lejos de retroceder.

―Brianna necesita a alguien que quiera adherirse a ella, Jenna, no a alguien quecorra en el minuto en que las dudas comiencen.

―Quiero ser su madre. —Nadie que escuchara la esperanza en su voz podíadesconfiar de ella.

―Entonces hazlo.

―¿Así como así?

Él asintió.

―Así como así.

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Ella llevó sus manos contra su pecho, su presión ligera. Ella se inclinó de nuevo. Élno le dio espacio, así que terminó arqueándose más sobre su brazo, exponiendo elvulnerable hueco de su garganta. Él se inclinó hacia abajo, aprovechando al máximo,presionando sus labios contra los rápidos golpes de su pulso.

―Vas a ser una madre maravillosa, Jenna.

―¿Lo seré? —Susurró por encima de su cabeza. Él besó el suave punto bajo su oreja.

―Sí.

Clint empujó atrás cuando su aliento se dificultó, justo lo suficientemente lejos parapoder ver sus ojos. Manchas de color azul profundo rompían el claro azul cielo de sus ojos.Sus sombras oscurecidas cuando empujaron las dudas.

―Yo la amaré tanto que nunca se sentirá sola.

―Tú lo haces. —Él no podía imaginar a alguien querido por Jenna sentirse solo.

―Voy a intentar amarte también. —Sus manos curvadas en su pecho tan fuerte quepodía sentir la presión a través de su abrigo. Él podía reconocer que ella lo decía en serio,y la parte de él que creía que hacía mucho tiempo que estaba muerta se agitó conesperanza. Él la aplastó.

―Dejé de ser amable hace mucho tiempo, Sunshine.

―¿Tú no quieres que te ame?

―No creo que eso sea algo que pueda ser forzado.

No quería discutir con él. Nunca había discutido con él, pero su barbilla se impuso enuna obstinada inclinación. Claramente tenía su propia idea sobre el tema, y aunque sabíaque debía decir algo para echar abajo los planes de ella, no lo hizo. Si estaba decidida aencontrar algo amable acerca de él, era lo suficientemente egoísta para tomar ventaja de sulado suave. Él finalmente lo arregló:

―Voy a estar contento con tu colaboración.

―¿Con qué?

Él deslizó su mano curvada por el cuello levantando su barbilla con el pulgar.

―Esto.

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Él trajo su boca a la suya. Sus labios se separaron de inmediato con el roce de sulengua, tentándolo con el calor húmedo de más allá. Él tiró de ella más estrechamente,presionándola más profundo. Ella se relajó contra él, aceptando su lugar, provocando sulujuria más alta con el conocimiento de que le permitiría hacer lo que quisiera a pesar deque los restos de su conciencia le pincharon con su vulnerabilidad.

―¿Debo echar a Bri para su siesta de modo que puedas volver y finalizar tu luna demiel?

La divertida cuestión cortó a través de la complacencia de Jenna con la eficiencia deun cuchillo. Ella pasó de estar relajada a ser un tablero rígido en el espacio de un latido delcorazón. Clint echó el aliento, presionando la cara de Jenna en el pecho.

―Ve a fastidiar a tu propia esposa, Cougar.

―Obtuve ese derecho. —Un chillido silenciado marcó la declaración.

Clint sacudió la cabeza. Para un hombre que pasaba cada momento de vigiliaasegurando que nada nunca perturbara un cabello en la pequeña cabeza de su esposa,Cougar había gastado una cantidad excesiva de tiempo fastidiándola. Mirando hacia abajola cara roja de Jenna, sus labios hinchados por su beso, comenzó a entender por qué. Habíaalgo muy tentador en una mujer atrapada entre la corrección y la pasión.

―Debemos ser justos —dijo Clint, corriendo el dorso de sus dedos sobre la mejillacaliente de Jenna, una sonrisa interior surgiendo a la vida cuando ella cerró sus ojos y seinclinó en su mano.

―Podrías darte prisa antes de que tu esposa se congele —advirtió Cougar.

―¿Tienes frío? —Clint arqueó una ceja hacia Jenna. Ella sacudió la cabeza, se sonrojóde nuevo, y tomó una respiración profunda. El viento soplaba y su cabello azotaba contrasu cara. Las hebras oscuras se destacaban claramente contra su pálida piel. Él las retiró desu rostro, dejándolo despejado una vez más―. Bien.

―Voy a poner el café —dijo Mara.

―Gracias. —Tan pronto como procesó el cierre de la puerta, Jenna dijo―, no megusta ese hombre.

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―Te acostumbras. —Clint besó la parte superior de su cabeza. Ella guardó silenciosobre el tema, pero arroparla a su lado no era tan fácil como antes, debido a la rigidez ensu columna vertebral. Él suspiró, dirigiéndola a la casa―. Cougar es un buen hombre,Jenna. Un buen amigo a tener.

―Él no me gusta.

―Él te gusta tanto como él me gusta a mí.

Ella se paró en seco.

―¿Qué significa eso?

―Exactamente lo que dije. —Ella no se movió, sólo lo miraba. Él suspiró y le dijo laverdad―. Soy un hombre posesivo, Jenna. No me gusta la idea de que un hombre te cojacariño, casada o no.

―Creo que estás bastante seguro. —Sus mejillas se sonrosaron de nuevo, y agachó labarbilla.

―Si prometes que no se te hinchará la cabeza, te daré unos datos para llenarla. —Élestaba más seguro dejándola creer que ningún hombre la encontraba deseable, pero cadamujer merecía saber que era especial, y más aún que la mayoría su Jenna.

Su única respuesta fue un poco perceptible.

―¿Qué?

Y con un destello de color azul en sus ojos. Él los puso de nuevo en marcha.

―Todos los hombres del salón hablan de ti.

―¿Ellos piensan que soy una inmoral? —Ella se puso rígida y se detuvo. Él sacudiósu cabeza hacia ella, enderezó su mentón, y besó sus fríos labios.

―Ellos pensaron que eras demasiado hermosa para resistirse.

Su boca formó un asustado.

―Oh.

Él la rastreó con su lengua antes de susurrarle:

―Y tuve que sangrar más de una nariz cuando hablaban de forma irrespetuosa.

―¿Otros hombres creen que soy bonita?

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Ella actuaba como si su mente no pudiera entender el hecho. Él seguramente estabadisparando en su propio pie, pero le mortificaba que no se viera a sí misma en la forma enque él la veía.

―Los hombres se ponían duros sólo con mencionar tu nombre.

Eso hizo que ella se pusiera de un rojo brillante.

Ella capturó su mano en la suya.

―Ninguno se acercó a mí.

―Estabas de duelo, y no era necesario un grupo de hambrientos hombresmolestándote.

―¿Los mantuviste lejos? —Sus suaves ojos azules le buscaron.

―Sí. —Maldición, ella era rápida. Él se preparó para su ira. Sus dedos le apretaron.

―Gracias.

―¿Por qué?

―No me habría gustado que hubiera hombres cortejándome.

¿Qué querría decir ella ahora?

―Te casaste conmigo.

―Sí. —Ella sonrió sólo lo suficiente para tener sus coquetos hoyuelos fuera de lavista y reanudó la marcha.

Para qué decirle nada.

―Esta casa es muy impresionante.

Ella puso el pie en las escaleras del porche, mirando la ornamentada red de vigas quesostenían el techo.

Él prefería hablar del Sí y cómo se sentía acerca de casarse con él.

―Cougar estaba en un estado de ánimo cuando la construyó.

―¿Qué tipo de estado de ánimo?

―El tipo de estado de ánimo de una 'patada' en los dientes.

Ella le miraba, después al edificio y, a continuación, volvía a él.

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―¿Quién le quiso pegar?

―Cualquiera de los que escupen sobre él ó lo miran por encima debido a su sangre.

Ella frunció el ceño.

―¿Alguna vez tienes ese estado de ánimo?

―Nah. —Ella obviamente no volvería atrás al respecto en los temas de hombres. Élcogió su codo y la ayudó en el primer peldaño―. Pero era diferente para mí. El padre deCougar lo arrastraba de aquí para allá, mientras que yo crecí aquí, cuando las cosas erantan pequeñas que todo el mundo que escupía en la distancia era familia.

―¿Así que te criaste feliz?

―Sí.

―¿Y Cougar?

―Él creció ruin. —La tensión en el brazo le dijo que había elegido mal el término―.Cougar no lo ha tenido fácil, Jenna, pero a causa de todo él puede destripar a un hombresin pestañear, es un hombre con el que puedes contar, y el hombre al que me dirijo cuandonecesito a alguien que vigile mi espalda.

―No le voy a ofender.

―Bien.

La tensión no dejó sus músculos. Él apretó su codo. Ella dio un paso. Él la arrastrócerca. Ella cayó contra su pecho con un grito asustado.

―Si alguna vez necesitas ayuda, Jenna, y no me puedes encontrar, irás a Cougar.

Ella parpadeó.

―Estoy segura de que no será necesario.

―Prométemelo, Jenna.

Él no tenía paciencia para la evasión. No en eso. Ella miró sobre su hombro a lapuerta y luego de vuelta a él. Él esperó que ella se reconciliara con su mente.

―Te lo prometo. —Lo dijo con esa atractiva, ronca voz que le puso duro en uninstante. Él la mantuvo cuidadosamente lejos. Si pasaba a través de la puerta con unaerección, Cougar no querría dejar de decírselo durante un mes.

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―Bien.

Ella dio vuelta, espalda recta, y marcharon hasta el escalón. Admiraba el balanceo desus faldas cuando llegó a la parte alta, adaptando sus vaqueros cuando su polla se engrosóy extendió hacia abajo por su muslo. Cuatro días más hasta que la regla de su mujeracabara y la pudiera tener. Ella cepilló sus manos sobre sus caderas, alisando la falda,haciéndole desear vehementemente deslizar sus palmas sobre la plenitud de sus nalgas.

Hijo de puta, nunca se lo haría. Él se acercó a su lado y apretó su culo a través de sumanto. Cuando ella saltó, abrió la puerta, haciéndola pasar a la calidez de la casa,sintiendo la misma sensación de calidez que se propagó fuera desde el interior cuandoentró en casa de su primo por primera vez como un hombre casado.

―¿Continuas planeando conservarla? —preguntó Cougar mientras pasaba a Clintuna taza de café una hora más tarde.

Clint tomó la taza y miró a través de la gran sala donde Jenna estaba sentada conMara, exclamando sobre el último truco de Brianna, que parecía estar sin rumbo agitandosu brazo sobre su cabeza.

―Dado que estamos casados, no veo que eso sea relevante.

―Siempre se puede anular el matrimonio.

―El matrimonio ha sido consumado. —Clint tomó un sorbo con cautela de cafécaliente.

―Si tiras el dinero suficiente en un problema, todo puede ser solucionado.

Leyendo entre líneas, Clint sabía lo que significaba. Cougar podría quedar enbancarrota si era necesario para liberar a Clint. Cougar sonrió y se encogió de hombroscuando se instaló en la silla de cuero rojo.

―Estoy feliz con mi matrimonio.

―Entonces, ¿por qué la cara larga?

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―No era consciente de que la tuviera.

―Uh—huh.

Se inclinó hacia adelante, sus codos descansaran sobre sus rodillas y dejó que el cafécolgara entre ellas.

―Creo que el marido de ella era el más grande hijo de puta que cualquiera denosotros pudiera adivinar.

―¿Por qué?

La pereza dejó a Cougar hasta que se sentó.

―Ella ha sido azotada.

―¡Jesús!

―Sí, ese fue mi pensamiento.

―Ese bastardo del marido murió demasiado pronto.

―En el momento en que yo estaba más interesado en la oportunidad de la venganza.

Clint reforzó el control sobre su taza y dejó atrás de nuevo la ira residual.

Las esquinas de los labios de Cougar se curvaron en una letal burla de sonrisa.

―Una maldita lástima que no puedas hacer algo por arriba y ponerlo en la tumbados veces. Esta vez no tan rápido, ni tan limpio.

―No estoy seguro de que eso resolviera nada. —Excepto tal vez darle una salida a larabia que se mantenía rampante en su lado escondido.

―¿No crees que él lo hiciera?

―No estoy seguro.

―¿Por qué no?

Él levantó la mirada, encontrando la de Cougar con la suya.

―Porque Jenna no me lo quiso decir.

Cougar gruñó y luego preguntó:

―¿Alguna posibilidad de que su padre lo hiciera? He oído que fue un verdaderoBiblia—golpeador con algunas nociones extrañas y una inclinación por la bebida.

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―Tal vez.

Clint se encogió de hombros.

―¿Pero no lo crees?

―No

Sintiendo que traicionaba una confidencia le dio a Cougar la verdad sin barnizar.

―Las cicatrices son en sus pechos.

―Maldita sea. —Después de una pausa Cougar dijo―. Un amante tomaría venganzade esa manera.

―Eso se me ocurrió. Más de una vez.

―Los rumores eran que Jenna no era la más fiel de las esposas.

―No vayas allí, Cougar.

Cougar levantó su ceño a la advertencia, encogió sus anchos hombros, y añadió:

―No es como si un hombre la pudiera culpar si se extravía.

―Si no quieres llegar a las manos, vas a tener que confiar en mí en esto. Jenna no esdel tipo de salir con otro hombre, no importa cuán mal fuera el matrimonio.

Clint reforzó su control sobre la copa, manteniendo la cabeza hacia abajo hasta que lanecesidad de estropear la cara a Cougar estuvo bajo control.

―Mis disculpas.

―Disculpa aceptada.

―¿Así que crees que quien lo hizo todavía existe?

―Sí.

Clint tomó un largo sorbo de café, dando la bienvenida al calor hirviente.

―Maldición.

Cougar tomó un sorbo de su propio café y miró a las mujeres.

―Me llevaría a la locura saber que Mara estaba en peligro y sin saber de qué, oquién.

―No soy el más tranquilo ahora.

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Clint vio como Jenna hablaba con Mara, claramente disfrutando el comienzo de unaamistad, pero continuando en el borde. Sus hombros estaban rígidos, como esperando elmomento para derrumbarse sobre ella. Maldición, deseaba que pudiera simplementerelajarse y dejarse ir.

―Sería más fácil si pudieras conseguir que te lo dijera.

―Eso no va a suceder pronto.

Jenna sonrió tímidamente ante algo que dijo Mara, sus hoyuelos aparecieron ydesaparecieron en sus mejillas. Su polla aumentó en atención, en espera con impacienciade otro vistazo.

Cougar rió y sacudió la cabeza.

―Sé lo que es esto. Me llevó un mes para engatusar a Mara en torno a mi forma depensar .

Clint le echó a Cougar una mirada incrédula.

―En la forma que lo recuerdo, Mara fue la que te persuadió.

―Lo que me recuerda. He estado esperando la oportunidad de pagarte de vuelta.

Cougar dejó su taza sobre la mesa baja de roble entre ellos. Su cabello largo pasósobre el hombro cuando arqueó de nuevo su ceja hacia él.

―¿Por qué? —Clint se sentó de vuelta en su silla y fingió inocencia.

Cougar pausó antes de soltar la taza.

―Por enseñar a la mujer cómo atar nudos.

―¿Qué infierno esperabas que hiciera? Ella vino a mí en busca de ayuda.

―Podrías haberla enviado a su casa.

―Por lo que tengo entendido, tú no la dejabas entrar en su casa, y esos hechos eranlos que ella tenía la intención de establecer.

―No era de tu incumbencia.

―Estás siendo un asno.

―Casi tanto como estoy seguro de que tú lo estás siendo ahora. —Cougar se sentó devuelta en su silla e hizo señales en dirección a la mujer.

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―Todo lo que he hecho es casarme con la mujer.

―Uh—huh. En el exterior parece ser que sí, pero Clint, te conozco desde los doceaños, y nunca nada es sencillo contigo.

Era el turno de Clint decir.

―Uh—huh.

―Como cuestión de hecho —Cougar continuó―, no me sorprende en absolutoaveriguar que has estado colgado por Jenna desde el principio y sólo buscabas una excusapara enganchar tu vagón al suyo.

―Ella es una buena mujer, y necesita ayuda. —Maldición, Cougar lo conocíademasiado bien.

―Hay un montón de buenas mujeres que necesitan ayuda. No te he visto casarte conninguna de ellas.

―Lo que sólo va a demostrar que tu teoría está vacía. —Probablemente porque mirara las otras mujeres no hacía que sus dientes tambalearan de dolor.

Cougar bajó la mirada a la ingle de Clint donde su erección palpitaba. La sonrisa delotro hombre fue lenta, y prometía futuras burlas.

―Tú debes mantener ese toro despejado. La verdad es que te casaste con JennaHennesey.

―McKinnely —corrigió Clint.

Cougar asintió y continuó:

―La verdad es que te casaste con Jenna por la misma razón por la que yo me casécon Mara.

―Y ¿cuál sería?

Cougar se rió. Se trató de un bajo, muy satisfecho de sonido que hizo que las mujeresmiraran, Mara con amor y Jenna cautelosa con la curiosidad. Clint suspiró. Realmentetenía que hacer algo acerca del miedo irracional de Jenna hacia Cougar.

Clint sonrió a Jenna, que de inmediato agachó la cabeza y se agitó con la manta deBrianna. Tuvo que esperar dos segundos antes de que ella levantara la cara roja y sonrierade nuevo.

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―Era la única manera de conseguir la paz mental —admitió Cougar, continuando suconversación―. La mujer tenía el maldito don para meterse en problemas.

―Por no hablar de que te hacía caminar doblado de hambre.

―Por no hablar de eso. —Esta vez la sonrisa de Cougar fue de ironía burlona.

―No tengo ninguna probabilidad de tener paz mental hasta que me entere que temeJenna.

―Esa es la verdad. —Cougar sacudió su pelo atrás y su risa desapareció. De repenteparecía tan intenso y peligroso como su mismo nombre. Clint suspiró. Figurándose queJenna elegiría ese momento para mirar por encima. Su control estrecho a Brianna y sumirada cuando fue devuelta a Clint era preocupada.

―¿Pusiste a alguien de guardia? —preguntó Cougar.

―Todavía no. Me preguntaba si tenías alguna idea de quién estaba libre. —Lasonrisa burlona de Cougar le hizo saber exactamente lo que tenía en mente antes de quedijera una palabra.

―Jackson está libre, y estoy seguro de que no le importaría mantener un ojo enalguien tan bonita como Jenna.

―Pensé que Jackson estaba atado con los cuatreros en el Rocking C —Clint nodeseaba que el guapo vaquero, cazarecompensas y de dulce hablar estuviera en ningúnlugar cerca de su esposa.

―No. Él lo llevó a cabo la semana pasada.

Maldición.

―¿Seguro que no necesita un descanso?

―Estoy seguro.

―Maldición.

Cougar se encogió de hombros.

―Si Jenna es leal como dices no tienes nada de qué preocuparte, a cerca de Asa, yo, otú, Jackson es el mejor que hay ahora porque el reverendo se encuentra fuera de lacomisión.

―Lo sé.

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―Estamos hablando de mi sobrina y cuñada, Clint. No estoy tomandooportunidades debido a tus celos y envidia.

―Ni yo. —Clint forzó las palabras entre sus dientes. Su mente sabía lo que eracorrecto, mientras que el instinto posesivo prohibía a otro varón estar en cualquier lugarcerca de Jenna.

―Jesús, ¿no puedes llevarla a la cama, trabajando esa magia que hace que todas lasmujeres caigan a tus pies, y envolverla alrededor de tu dedo?

Él lo deseaba.

―No es fácil.

―¿Por qué diablos no? Ella es tu esposa

―Y eso es lo que está esperando, que me convierta en un monstruo. La mujer notiene un gramo de confianza en su cuerpo.

―Entonces, ¿qué vas a hacer?

Clint agotó lo último de su café y escuchó el tranquilo murmullo de las vocesfemeninas, ver la expresión de Jenna cuando asintió a lo que decía Mara, queriendoalcanzarla y suavizar la tensión de sus hombros con los dedos, queriendo decirle que iba aestar bien.

―Me imagino estropeando su pasado y ver cómo lo toma.

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Capítulo 13

Consentir a Jenna era más fácil de decir que de hacer. La mujer tenía una profundadesconfianza hacia cualquiera que hiciera algo agradable por ella. Hacerse cargo de Bripara que ella pudiera disfrutar de un baño la puso nerviosa. Cocinar la cena para que ellapudiera bañar a Brianna provocó que se le cayeran las cosas. Pasear a Bri durante unacrisis de llanto hizo que mordiera su labio y ofreciera disculpas, alternativamente. Como sihubiera algo espantoso en un bebé que llora.

Clint apoyó el hombro contra la jamba de la puerta y miró a Jenna mientras ella sesentaba en la cama con Bri, meciéndola en sus brazos, alternando entre sonidos calmantesy extravagantes promesas. Estaba bastante claro que ambas estaban totalmente fuera decontrol. Era obvio que Bri reaccionaba a las señales de su madre, gritando durante lasfrenéticas promesas de Jenna, sollozando durante el tenso canturreo.

Él se apartó de la puerta.

—Aquí está la mamadera.

Jenna volvió hacia él aquellos frenéticos ojos azules y él sintió que se le estrujaba elcorazón, redoblando su latido cuando miró a Bri. Maldición, no le gustaba ver disgustadasa sus chicas.

—¿Qué pasa, Botón? —Brianna dio patadas y gritó otra vez, un ronco gemido queterminó en un gorjeo patético. Jenna frotó la comisura de su boca completamente abiertacon la mamadera.

—Aquí, Bri. Aquí está tu mama. —Un poco de la leche goteó dentro—. Tómala,dulzura, y te sentirás mucho mejor.

Bri estaba en obvio desacuerdo. Volteó la cabeza, dejando que la leche goteara por sutemblorosa barbilla. Jenna lo intentó otra vez. Bri gritó más alto, su cuerpo tan tieso comouna tabla en los brazos de Jenna.

—No la quiere.

Clint tocó la mejilla sonrojada de la pequeña.

—Sólo tiene un cólico, tesoro.

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—¡Está sufriendo! —Y Jenna claramente sentía que era por su culpa.

Prácticamente Clint podía ver los nudos formándose en su columna. Cubrió elhombro de Jenna con su mano.

—Está dando muestras de su gran temperamento.

—¡Es demasiado pequeña para tener temperamento!

—Uh—huh. —A su modo de ver, Bri tenía un tremendo carácter, pero podía darsecuenta de que no era un punto que Jenna quisiera concederle.

Jenna se movió dándole la espalda ligeramente, y reanudó el balanceo y laspromesas. Bri reanudó sus gritos. En la entrada, Danny gimoteó. Maldición, si quería algode paz, iba a tener que intervenir. Indicó al perro que se quedara en el lugar, mientras sequitaba la bota derecha. Antes de que golpeara el suelo, las promesas de Jenna a la niñahabían alcanzado cotas ridículas. Cuando llegó al punto de prometer devolverla a Maracon tal de que comiera, Clint había tenido bastante.

Su bota izquierda golpeó el suelo con un sonido metálico. El colchón se hundiócuando él se colocó detrás de Jenna. El repentino movimiento le consiguió un momento depaz, cuando la sorpresa hizo callar tanto a Jenna como a Brianna. Rodeó con su brazo lasuave cintura de Jenna, recogiendo la tela blanca de su camisón en la mano mientras lohacía. Un tirón y la espalda de Jenna descansaba contra su pecho, las suaves nalgasacunadas sobre su ingle. Él pasó sus tobillos sobre sus espinillas, manteniéndola en ellugar.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jenna en un chillido amortiguado.

Clint inclinó la cabeza para frotar su cuello. El aroma de rosas inmediatamente leenvolvió en su familiar abrazo.

—Ayudo a que te calmes.

Jenna se meneó contra él.

—No soy la que necesita calmarse.

Él la sostuvo en el lugar.

—No estoy de acuerdo.

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El resoplido de Jenna fue lo más cercano a una discusión que él le hubiera oídoalguna vez.

Ella volvió a frotar la boca de Bri con la mamadera otra vez. Bri arqueó su espalda ydejó salir un grito que debía provenir de los dedos del pie.

Jenna reanudó sus contorsiones. Clint permitió que intentara liberarse mientras él seestiraba alrededor de ella con sus brazos más largos y tiraba de la manta que envolvía aBrianna.

—Muchas veces, las mamás primerizas tienen dificultades para alimentar a sus bebés—comenzó él en tono de conversación—. Están nerviosas, y su leche no fluye.

—No tengo nada de leche.

Él le besó la mejilla ante la pena en su ronca voz.

—Pero sí estás nerviosa y es tarea de tu marido hacer las cosas más fáciles.

—¿Qué puedes saber tú sobre madres primerizas? —Su tono rayaba en lo insolente.

Él la besó otra vez por aquella muestra de coraje.

—Por un tiempo pensé ser médico y andaba pegado al Doctor siempre que tenía laoportunidad.

—¿Y en cambio te hiciste Sheriff? —Ella acercó la botella a los labios temblorosos deBri. La pequeña arqueó la columna y lloró. Jenna se sacudió contra él, como si contuvieraun sollozo.

—Más o menos. —La manta quedó suelta y él la sacudió abriéndola. Brianna se callóa mitad del gemido, sus ojos hinchados siguiendo el destello blanco. Él dobló la manta enun triángulo y la puso sobre la cama—. Acuesta a Bri en la manta, tesoro.

—Va a gritar.

—No lo harás, ¿verdad que no, Botón? —Él descansó su barbilla en el hombro deJenna. Brianna se chupó el labio y arrugó la nariz, claramente lista para convertirlo en unmentiroso.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Jenna mientras acostaba con cuidado a Bri.

—Algo que Dorothy me enseñó.

—Yo no sé nada. —El triste susurro era más doloroso que un gemido.

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—Mira y aprenderás. —Él hizo un doblez sobre el diminuto brazo de Brianna. Suantebrazo era apenas del ancho de su dedo. Sus ojos azul profundo le contemplaban contanta expectativa. Una oleada de sentimiento protector surgió de su interior mientrasenvolvía el borde de la manta alrededor de su frágil cuerpo. Haría pedazos a cualquierhombre que la lastimara—. Eso es, Botón. Simplemente permíteme acurrucarte aquí, y tesentirás mucho mejor.

El cuerpo de Jenna estaba extrañamente quieto contra él, mirando cada movimientoque hacía.

—El secreto, tesoro, es poner a Bri en un lugar donde ella se sienta segura. —Él doblóel otro brazo de Bri dentro de la manta, suavizando su toque gentil por miedo a romperlos delicados huesos—. Segura —añadió mientras metía la punta de la manta bajo lacadera opuesta—. Entonces no se preocupará tanto por cosas que no pueden tocarla.

Levantó la punta de abajo y la metió alrededor, envolviendo al bebé en un bultocómodo. Bri hipó y dejó salir un suspiro tembloroso. Él deslizó las manos bajo su cuerpo,asombrado como siempre de lo diminuta que era. Prácticamente cabía en su palma. Hizouna nota mental para consultar al Doctor y saber si ella estaba bien. No recordaba que losdemás bebés fueran tan pequeños. Él la devolvió a los brazos de Jenna.

—Creo que ella querrá tomar esa mamadera ahora. —Hubo un momento devacilación antes de que Jenna tensara la espalda y tomara a Brianna. Él rozó sus labiossobre su oído—. Esa es mi chica.

Esta vez cuando Jenna puso la tetina en su boca, Bri cerró sus labios alrededor deella. Una succión tentativa y luego ella se prendió a la mamadera igual a como habíaestado gritando antes. Como si no hubiera un mañana.

—¡Está tomando!

—Sí, lo está haciendo. —La mejilla de Jenna rozó la suya cuando ella trató devolverse para verle.

—Gracias.

—No hay nada que agradecer. Estamos en esto juntos.

Otro silencio mientras absorbía sus palabras, y luego ella se relajó contra él, unmúsculo por vez, con cautela confiándose a su cuidado. Él la acomodó un poco más arribaen su regazo. La lámpara sumía el cuarto en un resplandor amarillo, haciendo poco para

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apartar las sombras, creando la ilusión de un refugio cálido compuesto de ese momento,ese cuarto, esa cama. Clint tiró de Jenna un poco más cerca, sosteniendo por primera vez asu esposa y a su hija en sus brazos.

El fuego chisporroteó en la pequeña estufa panzona cuando él acarició la mejillasonrojada de su hija mientras ella bebía su mamadera, reconociendo un milagro cuando loveía. La semana pasada, había estado tratando de pensar en una razón para seguirdespertando cada mañana. Una que no tuviera nada que ver con cólera o violencia. Ahora,tenía dos de los motivos más dulces que un hombre podría esperar tener alguna vez. Yhabían caído en su regazo como dos ciruelas maduras. Si este fuera el último golpe desuerte que el buen Señor ponía en su camino, él moriría siendo un hombre feliz.

Se inclinó hacia adelante para conseguir una mejor vista. La manta rozaba la mejillade Brianna. Podía ver, por su ceño fruncido, que estaba molesta. La apartó con la yema deldedo. Sobre la mamadera sus ojos encontraron los suyos, y aunque el Doctor juraba quelos bebés no podían ver a esta edad, supo que ella le veía. Que Dios la protegiera, tenía laclara impresión de que ella le aprobaba. Y obtuvo una muestra de la incertidumbre con laque Jenna convivía a diario, ante la confianza y la fe depositadas en aquella mirada.

—¿Te asusta tanto como a mí? —preguntó contra el oído de Jenna.

Su respuesta fue un susurro sincero.

—Me hace sentir que puedo conquistar el mundo y al mismo tiempo, estaraterrorizada de no hacerlo bien.

Más o menos ese era el modo en que ambas le hacían sentirse.

—Preveo que tendremos que acostumbrarnos a ello.

Los dedos de Jenna bajaron desde la cadera de Brianna y tocaron el interior de surodilla. Fue apenas un roce, pero era uno de los primeros que ella le daba. Su toque fuecasi tan reconfortante como sus palabras.

—Serás un padre maravilloso.

—¿Es una convicción o más bien una expresión de deseos? —Su voz cansina no fuetan afable como había planeado.

Ella sacudió la cabeza.

—Eres fuerte y confiado y tienes muy buen corazón.

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—No has estado mirando lo bastante de cerca si esa es la impresión que tienes de mí.—Y cuando ella realmente viera la totalidad, tenía el presentimiento de que no estaría tansatisfecha con este arreglo.

Los apretados músculos de su mandíbula le alertaron del hecho de que, aunque ellano discutiera su opinión, no estaba de acuerdo. Había algo muy atractivo en una mujercon un matiz obstinado. Inducía a un hombre a desear fastidiarla para que revelara más deél, y luego continuar fastidiándola hasta engatusarla. Excepto que él no quería engatusarlapara que cambiara de idea. Deseaba fastidiarla para que revelara cuán profunda era suconvicción, lo que constituía una locura, porque su creencia no podía ser tan profunda.

Se conformó con la alternativa, disfrutar de la vista bajo el escote flojo de su camisón.Levantó el brazo, presionando hacia más arriba sus pechos, profundizando aquel atractivovalle. Su miembro, ya erguido, se levantó dolorosamente. Jenna no tenía la menor idea delo que él estaba haciendo. Le desconcertaba que una mujer casada dos veces pudiera sertan ingenua.

—¿Jenna, quieres saber cómo sería contigo si Brianna fuera nuestra y ésta fueranuestra primera vez juntos con nuestra hija? —Él besó su oído, sintiendo su tembloracariciar su pecho. La besó otra vez mientras llevaba sus manos hasta los diminutosbotones en el escote de su vestido. Ella se mantenía inmóvil, sin mirar a los lados, sin hacerun movimiento. Entonces, de manera muy sutil, asintió con la cabeza.

—Sería tan tierno, tesoro. Tan cuidadoso. —Deslizó sus manos dentro del escote delcamisón. Su piel era lisa y cálida contra la yema de sus dedos. Muy blanca contra laoscuridad de sus manos. Él acunó sus pechos en sus palmas. Ella se tensó, inclusomientras llenaba sus manos hasta desbordar.

—Ah, tesoro, tienes pechos hermosos.

—¿No piensas que estoy hecha una vaca? —La pregunta vino titubeante, revelandouna vulnerabilidad que él necesitaba calmar.

—Por si no lo has notado, soy un hombre grande. Una mujer pequeña estaría perdidadebajo de mí.

—A Cougar le gusta Mara, y él es tan grande como tú.

—Y a mí me gustas tú. —Él deslizó sus manos hacia las puntas, manteniendo laligereza en el roce.

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—Ah. —Claramente, ella no tenía una refutación para eso.

Él terminó la caricia rozando apenas sus pezones desnudos. Se retiró antes de queella pudiera terminar de tomar aliento. Lo hizo otra vez, deslizando sus manos por fuera,presionando un poco más, sonriendo mientras ella pretendía no notar lo que él hacía, peroestaba claramente atenta a cada matiz, como lo atestiguaba lo inmóvil que permanecía. Yel modo en que contenía el aliento cada vez que él se acercaba a sus pezones.

Como ahora. Estaban duros e hinchados, ansiosos por recibir su caricia. Él se la dio,un poco más fuerte, haciendo rodar los sensibles picos entre sus dedos antes de volver a laredondeada base.

—A veces —explicó él, apretando suavemente mientras sostenía en sus manos tantode su pecho como podía abarcar—, cuando una mujer está nerviosa y su leche no baja, sumarido puede ayudar a estimulándola. —El aliento salió tembloroso de sus pulmonesmientras él masajeaba la carne flexible en sus manos—. Hallando el roce y la presión justaspara lograr que ella se relaje. —Él pellizcó sus pezones, sonriendo cuando contuvo elaliento—. La leche de una mujer fluye mejor cuando ella está relajada.

—Pero no tengo nada de leche.

—Pero eres mi esposa, y esta es la primera vez que alimentamos a nuestra hija juntos,y quiero que tengas la experiencia completa.

Él centró sus pezones en sus palmas y apretó. La suculenta carne floreció en susmanos. Ella suspiró y su cabeza cayó hacia atrás contra su hombro. Le estaba dando másque su permiso. Le estaba dando su confianza. Él dejó que sus dedos acunaran los ladosde sus pechos, controlando su expansión igual que controlaba el momento.

—Eso es, tesoro. Reclínate atrás y déjame hacerme cargo de ti.

—Estoy alimentando al bebé.

—Y yo te estoy cuidando a ti.

Él hizo rodar sus pezones en sus palmas, inclinando su mano de modo que suspechos saltaran de nuevo a sus palmas. Eran pesados y llenos, y si el bebé no estuviera ensu regazo, él la habría girado y los habría probado. Él reanudó el movimiento de ordeñe,aumentando la fuerza en cada pasada, tomando como pista la agitación de su respiraciónhasta que, en el cuarto pase, capturó sus pezones entre pulgares e índices y los retorció,aumentando la presión hasta que gimió y se apretó contra él.

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—Ah, entonces es así —murmuró él, metiendo sus hombros bajo sus brazos,manteniéndola en el lugar para que recibiera el placer que quería darle—. ¿En ese punto?

Era una pregunta retórica. No necesitaba la prueba verbal de su placer. Elmovimiento involuntario de su cuerpo contra él, y su gemido sin aliento le dijo todo lo quetenía que saber.

Él lo hizo otra vez, hambriento de su respuesta, de sus quejidos de placer,sosteniendo la presión por un instante más, deleitándose en su franqueza con él.Necesitándola.

Con el rabillo del ojo, vio a Brianna apartarse de la mamadera.

—Pienso que Brianna necesita eructar. —Dejó que las palabras resbalaran por sucuello, igualmente complacido ante la piel de gallina que apareció.

Su cabeza se levantó de golpe.

—Oh.

Él relajó su apretón, deslizando sus manos abajo hasta que sólo sostuvieron lospesados senos otra vez. Sintió su rubor en las manos antes de verlo en sus mejillas. Ellasentó con cuidado a Brianna, sosteniéndola con una mano en el pecho. Briannapermaneció sentada, sus grandes ojos azules plenos de sorpresa, como si no estuvierasegura de cómo había llegado allí, se llenaron luego de inteligente curiosidad mientrasveía su mundo desde esta nueva posición. Clint no pudo suprimir una sonrisa. Ella era unpequeño diablillo.

Tres palmaditas en su pequeña espalda consiguieron que la niña eructara lo bastantefuerte como para hacer que Danny alzara la cabeza del suelo. Tan pronto como el ruidodisminuyó, la cabeza de Brianna se agitó y una esquina de su boca se elevó en unainequívoca expresión.

—¡Sonrió! —gritó Jenna, volviéndose hacia él—. ¿Lo viste? Ella sonrió.

—Claro que lo hizo —Clint besó la comisura de la boca de Jenna, mirando a Briannaagitarse en su manta, sus movimientos espasmódicos, su contagioso placer por ser capazde hacerlos—. Y después de un eructo nada menos. Esa niña va a ser una sinvergüenza,seguro.

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—¡No lo será! —Jenna besó a Brianna en su cara radiante mientas la niña se retorcíaen su manta y sonreía otra vez, esta vez consiguiendo incorporar ambas comisuras de laboca a la acción—. Ella es perfecta.

Clint miró la pequeña y rotunda cara, coronada por todo aquel pelo de punta ymeneó la cabeza. La niña tenía sinvergüenza escrito por todas partes.

—La verdad, eso sería una condenada lástima. —Cosquilleó la mejilla de Brianna.Ella instintivamente giró la boca abierta hacia su dedo, pareciendo un pichoncito—.Siempre he pensado que un poquito de desvergüenza es una cualidad atractiva en unamujer.

Jenna se congeló otra vez, de esa peculiar manera que él comenzaba a comprenderque significaba que ella estaba reflexionando.

—Es deber de la mujer someterse al hombre. —Ella soltó ese trozo de sabiduría comosi fuera un escudo.

Su —hmmm— fue evasivo cuando él besó un lado de su cuello.

—Seguir su consejo en todo. —Obviamente ella estaba citando preceptos escuchadosmuy a menudo.

Él retiró los alfileres de su pelo, y la pesada masa cayó en una cascada de seda entreellos, reuniéndose donde su pecho tocaba su espalda antes de deslizarse a cada lado.Maldita sea, a él le fascinaría envolverse en su pelo.

—¿Y si el hombre está equivocado?

—¿Qué? —Ella pareció impresionada.

—¿Y si el hombre está equivocado?

Hubo otra de aquellas largas pausas.

—La mujer debe confiar y rezar para que Dios provea una guía.

Esa debía ser la mierda más grande que él hubiera oído nunca.

—Tesoro, he conocido a muchos hombres en mi vida, y algunos de ellos no oirían unconsejo de Dios ni siquiera si él lo hiciera explotar en sus oídos. ¿Qué hace una mujerentonces?

En su voz hubo derrotado dolor cuando dijo:

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—Reza y hace lo mejor que puede.

—¿Eso fue lo que hiciste con tu primer marido, nena? ¿Rezar y aguantar?

Ella sacudió la cabeza.

—No fui una esposa muy buena.

Él simplemente la abrazó, porque nunca había sostenido a nadie que parecieranecesitarlo más.

—El hijo de puta no te merecía.

—Yo era voluntariosa y desobediente.

Él estaba harto de escucharla defender a ese pedazo de mierda sin valor.

—Él era un borracho y un matón, un bueno para nada.

—Era mi marido.

—Y por mi parte estoy contento de que esté muerto.

Ella no tenía una respuesta para eso. Brianna retorció la cara, claramente lista paradiscutir con su madre otra vez. Clint suavemente le dio un golpecito con el dedo en lamejilla. Él no podía permitir eso.

—Brianna quiere el resto de su mamadera, Jenna.

Ella saltó y apresuradamente apoyó a Brianna en su rodilla. Tan pronto como latetina tocó su mejilla la niña giró y se cerró sobre ella, succionando con vigor, pero sin elmatiz desesperado de antes.

—Come con fuerza —dijo Jenna, con placer en su voz.

—Sí, lo hace. —Probablemente fuera un momento inoportuno, pero Clint no podíasoportar el imaginar a Brianna creciendo para ser una sombra de la mujer que podría ser—. Va a ser una mujer fuerte, Jenna. No quiero que crezca pensando que tiene que besar elculo de cada hombre que encuentre.

—Nunca encontrará un marido si es voluntariosa.

—Entonces no lo hará, pero nadie va a decirle a mi hija que carece de valor.

—Tú eres un hombre. No entiendes cómo es. —Él le empujó la cabeza hacia atrás conun dedo bajo su barbilla, hasta que se apoyó en su hombro.

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—Tengo un vislumbre de cómo fueron las cosas para ti, pero no serán igual paraBrianna, porque no vamos a permitir que lo sean.

—¿No vamos a permitirlo? —Sus ojos se veían enormes cuando encontraron lossuyos.

—No. —Él acunó en la mano su mandíbula y volvió su cabeza de modo que lamejilla se apretara contra su clavícula—. Vamos a criarla para ser fuerte, para pensar y laprotegeremos de cualquier hijo de puta que trate de humillarla.

—No siempre podremos estar disponibles.

—Si no lo estamos, entonces Cougar o Asa se encargarán de patear algunos traseros.Y créeme, no has visto un culo pateado hasta que no has visto a aquellos dos emprender latarea con alguien.

—Había olvidado que… —Su voz se desvaneció en lo que podía haber sido una notade maravilla. Y esperanza.

—Bueno. Yo no. Brianna es una McKinnely ahora y nosotros cuidamos a losnuestros. Si no estoy disponible cuando haya necesidad, tiene una familia para ver porella. —Él besó sus labios, acariciando su mejilla, deseando que ella confiara en él—. Ytambién por ti.

—Gracias. —Ella agachó la cabeza esquivando su mirada. No había ningún aumentode confianza en sus palabras. Claramente pensaba que nadie movería un dedo pordefenderla. Él volvió a empujarla a encontrar su mirada.

—Tesoro, soy muy bueno en cuidar lo que es mío, y tú eres mía ahora.

—Lo sé. —Ella no parpadeó ni se estremeció.

—Quiero que seas feliz, nena. —Acarició su mejilla, cerca de la boca—. Quiero verestos hoyuelos al menos veinte veces al día.

Sus ojos se ensancharon un poco.

—¿Eso quieres?

—Sí, y no sólo porque me ponen duro. —Mientras su mente se enredaba alrededordel conocimiento de que él encontraba sus hoyuelos provocadores de lujuria, siguióadelante—. Puedes ser tan voluntariosa y desobediente como quieras, mientras que al finaldel día estés sonriendo.

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—¿Por qué? —Ella parpadeó dos veces.

Él frotó su nariz contra la suya.

—Porque he esperado mucho tiempo para tener una esposa a la que mimar yconsentir, y así como tú estás determinada a quitarle la diversión al asunto, yo lo estoy adivertirme.

—¿Lo estás?

—Sí. —Él descansó la frente en su sien—. No planeo conformarme con menos quefelicidad.

Ella no contestó enseguida. Su mirada abandonó la suya y ella permaneció tranquilacontra él. Cuando volvió a mirarlo a los ojos, su respuesta casi le rompió el corazón dentrodel pecho.

—No sé si sé cómo hacerlo.

Él la besó muy, muy suavemente en los labios.

—Entonces tal vez tendremos un poco de diversión averiguando eso juntos.

—¿Tú sabes cómo ser feliz?

La pregunta flotó entre ellos en el silencioso cuarto, y aunque él deseaba serelocuente y zalamero, descubrió que no podía serlo. No con ella, entonces le ofreció laverdad.

—Ya no.

Esta vez, cuando él rozó sus labios con los suyos, ella estaba lista para él,devolviéndole el beso tiernamente, guiada por ese generoso corazón suyo, susurrando ensu boca:

—Quiero hacerte feliz.

Las palabras pasaron por su sistema como una llamarada. Él la atrajo más arriba, lasostuvo más cerca, dando la bienvenida a su suavidad incluso mientras se sentíacompelido a protegerla de ella misma.

—Seré feliz conque tú lo seas.

Ella sacudió la cabeza, su boca apretada en una mueca rebelde, echó un vistazo aBrianna, y luego puso tentativamente la cabeza en su pecho otra vez.

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—Quiero más.

—Simplemente vas a tener que reconocer que en algunos aspectos estoy más allá dela redención.

—No. No lo acepto.

—Podrías no tener opción. —Él deslizó las manos sobre sus brazos. Sus músculosestaban tensos bajo sus dedos. Ella estaba asustada de enfrentarse a él, hasta en algo tandulce como su determinación de hacerle feliz. Ella era tan suave por dentro y por fuera, yaún así tan condenada e increíblemente fuerte en modos que él no podía serlo. Masajeó losmúsculos tensos, manteniendo la suavidad del toque.

—Siempre hay una opción. —Cómo podía creerlo, después de todo lo que le habíapasado, era uno de los misterios que la hacían ser quien era.

—No en esto.

—No seré feliz a menos que tú lo seas. —La obstinación teñía su ronca voz y luchabacontra el objetivo de su masaje. Él suspiró y puso los pulgares a ambos lados de sucolumna, justo en medio de los omóplatos y trabajó en la tensión acumulada allí.

—Está bien, nena. Qué te parece si acordamos que ambos trataremos defamiliarizarnos con la felicidad, pero ninguno esperará demasiado.

—Bien.

Ella realmente pensaba que él se conformaría con eso. Besó su cabeza, aspirando elaroma a rosas y a mujer. En modo alguno estaría satisfecho hasta que ella no sonrieradesde el alba hasta el anochecer. Bajó la mirada hacia la pequeña Bri. Sus ojos estabancerrados y sus labios flojos alrededor de la tetina. Un chorrito de leche goteaba por subarbilla.

—Está dormida —susurró él.

—Ah. Bueno. —Jenna hizo amague de levantarse. Él la retuvo con una mano en suhombro.

—La acostaré.

Él se deslizó a su alrededor, estirándose por encima de ella mientras posaba los piesen el suelo. Su pelo cayó balanceándose alrededor de su cara. Para su sorpresa, ella sonrió,tocando tentativamente los hilos oscuros.

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—Me gusta tu pelo —su susurro fue tan tímido como el roce en su pecho. La lujuriarebotó por su cuerpo como un disparo en un barril. No podía moverse. Su miembro dolíay palpitaba. Ella se inclinó hacia adelante y depositó un beso en el hueco de su garganta.Le quemó hasta los dedos de los pies. Tomó aliento. Eso no ayudó. Su voz arrastrada erauna ronca parodia de su tono normal.

—¿Eso por qué fue?

Ella bajó la mirada mientras susurraba:

—Eres un buen hombre, Clint McKinnely.

—Probablemente lo creería, si me hubieras mirado a los ojos cuando lo dijiste.

—Eres un buen hombre. —Ella buscó y sostuvo su mirada, pero con esfuerzo.

Ella tenía mucho que aprender sobre él. Clint deslizó sus manos debajo de Brianna, lalevantó, y sonrió a Jenna.

—Dímelo otra vez después de que acomode a Botón, y veamos a donde te lleva.

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Capítulo 14

Dímelo otra vez y verás lo que consigues.

Jenna mordía su labio y siguió el progreso de Clint a través de la habitación. Él hizouna pausa cuando el entarimado crujió bajo su peso, agitando ligeramente a Brianna paramantener su sueño. Ella nunca antes había visto a un hombre sostener a un bebé. Nuncasoñó que un hombre querría, pero parecía que Clint disfrutaba realmente de ello. Briannaera tan diminuta en sus enormes brazos, una mota contra su pecho. Él la sostenía cerca, nodemasiado apretada, pero con un instinto protector que gritaba "mía".

Ella no tenía dudas de que él moriría por Brianna.

Tanto como todos sus sentidos le decían de no desafiar a Clint y eso es lo que era, ellaiba a poner, un desafío. Con la boca seca y temblando en su camisón de noche, iba arepetir su declaración. Tan pronto él regresara a ella. Que con suerte, no sería antes de queconsiguiera alguna saliva en su boca, porque ahora mismo no sería capaz de gritar "fuego"si el cuarto estuviera en llamas.

Él la asustaba mucho. No porque fuera grande y pudiera hacerle daño. Le habíanhecho daño tantas veces que otra cicatriz no le iba a hacer mella, pero Clint podría hacerledaño profundamente donde el último de sus sueños se escondía. Parte de ella habríaquerido transmitirle aquellos sueños, pero no podía porque había cosas que él no debíasaber sobre ella si quería que él la respetara.

Clint volvió de depositar a Bri en el cajón que funcionaba como cama improvisadahasta que su nueva cuna llegara. Agarró una toalla limpia de la pila de la cómoda y laechó en la cama al lado de Jenna. Sus ojos negros ardieron sin llama, y el modo en quelevantó la esquina de su boca puso su trastornado corazón a latir aceleradamente. Losmagros, oscuros dedos de Clint fueron a los botones de su camisa blanca.

—Dímelo otra vez, Jenna.

El primer botón pasó su agujero. La mirada fija de él cayó en su pecho. Ladisposición de su boca fue de seria a sensual en un parpadeo. Ella miró abajo. ¡QueridoDios, sus pechos estaban expuestos hasta los pezones! El calor comenzó en su pecho y seelevó a sus mejillas. La sonrisita de Clint fue a la deriva por la tranquila habitación.

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Cuando ella miró hacia atrás, él estaba de pie sólo a dos pies de distancia, sus piernasligeramente extendidas, sus amplios hombros estableciendo un claro desafío. El últimobotón de su camisa quedó libre de su anclaje. Él enganchó los faldones detrás de susmuñecas y puso sus manos sobre sus magras caderas, exponiendo la dura, musculosaextensión de su torso, y el grueso aumento de su polla cuando se estiró abajo en su muslodebajo del deteriorado material de sus vaqueros.

—Dímelo otra vez, Sunshine. —Su cansina voz era profunda, ronca, persuasiva.

Jenna lamió sus labios secos y buscó el coraje para tomarle la palabra en sullamamiento. Ella holgazaneó, alzando la vista, su mirada fija lentamente subió por lossólidos músculos, duros como una roca planchando su estómago, paseando por las colinasy los valles de su abdomen hasta que alcanzó la pared sólida de su pecho. Las profundascicatrices donde fue quemado acentuaron el poder inherente en todo aquel densomúsculo. Ella forzó su fija mirada más arriba, remoloneando en el hueco de su gargantadonde la fuerza de su pulso desmintió su tranquila voz cansina. Y se quedó sin coraje.

—¿Si lo hago, me creerás descarada?

—Dime y lo averiguarás. —Él se encogió de hombros expulsando su camisa. Esta,cayó al suelo con un suave clic de botones de madera.

—Tú no eres Jack. —Ella apretó los dedos en su vestido, luchando con la necesidadde hacer lo que él quería, y los principios con los que había sido criada.

—No

—Tú no me engañarás

Él ladeó su cabeza como si lo considerara antes de admitirlo.

—Sólo en el Día de los Santos Inocentes, y sólo si me dejas pillarte desprevenida.

Sus manos fueron al cierre de los vaqueros que cabalgaban bajo sus caderas. Deshizolos dos primeros botones, revelando la línea oscura de vello como una flecha bajo suombligo. Su boca se quedó seca, justo cuando el impulso escandaloso de dirigir su lenguabajo el surco de músculos desde los huesos de su cadera barrió sobre ella. Hundir susdientes en aquella carne marrón rojiza, ver si él sabía tan bien como recordaba. Ladentellada de dolor en sus palmas la alertó del hecho que tiraba de su vestido con tantafuerza que estaba en peligro de rasgarse. Dominó su agarre y entró a tientas en la realidad.

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—Tengo la regla.

—Lo sé.

—No podemos.

—Así lo dijiste. —Él se encogió de hombros, y la indirecta más leve de una sonrisatocó su boca. El último botón en sus pantalones cedió el paso. La delgada línea de vello seensanchó en una gruesa mancha cuando él extendió el pesado material.

—Estoy sucia. —La vergüenza atascó su voz a un susurro. Su dedo bajo su barbillalevantó su cara. Ella no quería —no podía— hacer frente a sus ojos. Su pulgar rozó suslabios.

—Lo único que tener la regla significa es que estarás más caliente, más mojada, yserás capaz de tomarme más fácilmente. —Su pulgar rozó sus labios—. Y, Sunshine… —eltoque ligero en sus labios era una orden. Ella encontró su mirada fija, la mortificación laquemaba de adentro hacia afuera—. Tú no podrías estar sucia aunque te pasaras tres díasrevolcándote.

Puta. Hembra asquerosa. Las palabras pululaban por el pasado, golpeándola comoazotes. Ella tiró para liberar su barbilla y agachó su cabeza. Las manos fuertes en susbrazos la levantaron y la sacudieron arriba y hacia atrás mientras una profunda risamasculina la rodeó como un abrazo. Pasó tan rápido que ella no tuvo tiempo de gritar. Elcolchón amortiguó su aterrizaje. Ella agarró el frente cerrado de su vestido cuandofulminó con la mirada a Clint.

Él estaba parado a los pies de la cama, las dos manos en el borde del colchón, unarodilla firmemente plantada a la derecha de su pie. Él se inclinó hacia ella. Su pelo negrolargo se balanceó adelante, dando a su hermoso rostro un molde primitivo mientras alzabala vista a ella desde abajo de sus cejas. La risa y la lujuria brillaron sobre él en unacombinación seductora. Los músculos de sus hombros se doblaron en una intimidantedemostración de poder cuando descansó sus manos en el colchón a ambos lados de susrodillas.

—Dímelo otra vez, Sunshine.

Ella se apoyó en sus codos y se arrastró hacia atrás. Él colocó su rodilla en eldobladillo de su camisón, sosteniéndola allí cuando puso su otra rodilla sobre la cama,cerniéndose sobre ella oscuro y amenazante.

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—Dímelo —ordenó, su voz cansina tan atenta como su expresión. Sosteniendo sumirada fija, él bajó la cabeza, sonriendo ligeramente cuando pellizcó su muslo al nivel desu rodilla. Eso no dolió, pero hizo que toda clase de sensaciones alarmantes pasaran comoun rayo por ella. Tragó con fuerza y tiró del borde de su vestido mientras manteníafirmemente sujeta la blusa con una mano. Él sonrió con una sonrisa puramente predadoray siguió avanzando.

El miedo luchó con un extraño toque de entusiasmo cuando el colchón se hundió allado de su cadera y su cabeza bajó otra vez, esta vez dejándole la sensación de sus dientesarriba, en la parte interior de su muslo.

—Deja ir el vestido, Sunshine. —Ella dejó de tirar del dobladillo. Sintió su sonrisacontra su muslo, un breve alivio de la presión y luego sus dientes tocando precisamente elinterior del hueso de su cadera—. Deja ir la otra mano.

Lo hizo, de mala gana. Cuando él sintió que ella no sabía qué hacer con las manoscuando no protegían su modestia, dijo arrastrando las palabras:

—Ponlas sobre tu cabeza.

Ella lo hizo, poniendo instintivamente una dentro de la otra. Él se movió otra vez,envolviendo sus muñecas en su mano, fijando sus brazos al colchón.

La sostuvo cautiva, su cuerpo grande atrapando el suyo, su oscura mirada fijamanteniendo la suya. Él estaba encima de ella. Alrededor de ella. Cada aliento que ellatomaba hacía entrar su familiar esencia humeante en sus pulmones, atándolos juntos hastaque no hubo ninguna distancia entre ellos. Emocional o física. Ella era de él. A los ojos deDios. A los ojos de la ley. En las profundidades de su alma.

—¿Clint? —Ella no se sorprendió cuando él no hizo caso de la temblorosa pregunta,pero cuando bajó su cabeza y hociqueó al lado las solapas de su camisón, ella encontró lavoz—. ¿Qué haces?

—Limpiando el camino. —El pecado contra el cual predicaban en la iglesia no era tanperverso como su expresión.

—Estuvimos de acuerdo

—Estuve de acuerdo que no te haría el amor si tú no lo querías durante la regla —terminó por ella.

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—¿Entonces qué haces?

Él besó el valle entre sus pechos. Sus labios eran firmes y secos, su aliento húmedo,su barba de la tarde un delicioso raspado por dentro de sus pechos. Sus pezones seirguieron tensos cuando usó la barbilla para exponer totalmente su pecho izquierdo.

—Haciendo lo que deseas.

Ella debería haberlo visto venir, pero el hombre había podrido su cerebro al punto deno retorno. Cerró los ojos contra el alboroto de la sensación enjambrando sobre ella. Era laguarra que su padre la acusaba de ser. Y ella comenzaba a no preocuparse.

El calor húmedo envolvió su pezón, seguido de una succión suave. Chorritosdiminutos de placer tejieron por su torso tirando alambres invisibles de tensa necesidad.Ella se retorció y subió. La sonrisita profunda de Clint golpeó su sensible pezón conlatidos profundos del placer. Él frotó la base aspereza de su barbilla sobre su pezón,usando su barba para raspar ligeramente su punta sensible. Cada pase corto la hizo jadearpor el fuego que pasó como un rayo directamente a su matriz.

—Dímelo otra vez, Sunshine.

—¿Que te diga qué? —Ella se arqueó en su boca necesitando más. No podía recordarnada más allá del dolor en su pezón y la anticipación de su boca.

—Dime otra vez cómo soy de agradable. —Él la pellizcó con sus labios. Las chispasdestellaron detrás de sus párpados cuando lo hizo otra vez, no dándole tiempo parareaccionar, exigiendo una respuesta de ella, riéndose cuando lanzó un grito, chupandomás duro cuando ella subió. Él soltó su pecho con un suave pop. El aire frío bañó su pielhúmeda, haciéndola temblar.

—Vas a tener que estar tranquila, Sunshine.

—¿Qué? —El siguiente cepillado de su barbilla la hizo gritar otra vez. Ella no podíatomar una respiración completa. Su pezón dolió. Su coño palpitó. Sus labios bajaron sobrelos suyos justo a tiempo para coger su gemido.

—No queremos despertar a la niña —susurró él contra sus labios.

No. Ella no quería hacer aquello. No quería que nada interfiriera con esto. Clint lahacía sentir tan salvaje, y aún de alguna manera, tan increíblemente segura. Como si no

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hubiera nada de lo que ella podría hacer o decir que él no tuviera en cuenta. Como si ellapudiera confiar en él.

Sus labios separaron los suyos. Su aliento se mezcló con el suyo en un latido decorazón antes de que él deslizara su lengua en su boca, su gusto inundando sus sentidos.Él sabía a limpio, este hombre que la había sacado de las llamas, lejos de la muerte quehabía parecido tan atractiva, y la hizo vivir. Este hombre que podía hacerla sentir cuandoestaba entumecida, viva cuando ella quiso morir, y esperanzada cuando el sentido comúnle decía que se rindiera. Él sabía a poder y fantasía, y no podía resistirse.

Ella tocó su lengua con la suya. Él gimió y se apalancó sobre ella. Las cicatrices en supecho atormentaron sus aumentados pezones. Su mano se apretó en sus muñecas y élprofundizó el beso ahondando su lengua profundamente. Demandando. Recibiendo. Ellale dio todo lo que pedía, emparejando empuje con empuje, caricia con caricia.

Él rompió el beso. La respiración jadeante de ella era fuerte en la habitación. Ellacerró los ojos. El beso que él presionó en la esquina de su boca era increíblemente suave,en agudo contraste a la pasión violenta que podía sentir zumbando bajo su piel.

—Dímelo, Jenna —el pellizco que colocó bajo su barbilla no era tan tierno como losdemás. Se dio cuenta de que un poco de aquella tensión en él era de cólera. Ella tiró de susmanos. Él la dejó ir. Ella le dio lo que él quiso.

—Eres un hombre agradable, Clint McKinnely. —La tensión se levantó en su cuerpootra vez y la mirada fría rompió sobre su cara. Ella ahuecó sus mejillas en sus manos,allanando la tensión en su mandíbula con sus pulgares—. Sé que me has dicho que no tehe de ver como agradable, pero no puedo ayudarte. Tú eres agradable para mí, paraBrianna, y me haces sentir lo que nunca he sentido antes.

—¿Cómo? —Él dirigió la boca a la palma de su mano y cosquilleó el centro con sulengua.

—Especial. —Ella bordeó su mirada fija.

—Tú eres especial, Sunshine. —Hablaba suavemente de modo que cada palabrareanimara su alma, él encontró su boca con la suya, apareando sus labios a la manera en lacual a ella se le hacía familiar.

—Sólo para ti. —Las lágrimas brotaron.

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—Para cualquiera con medio cerebro —refunfuñó él profundamente en su garganta.

—¿Por qué no puedo sentir de la misma manera por ti?

—Porqué no es lo mismo.

—Sigues diciendo que soy tuya.

—Lo eres.

—Entonces eso te hace mío, también. —Era la declaración más valiente que ella habíahecho alguna vez. Las mujeres no contradecían a los hombres, y mucho menos establecíanreclamo de ellos. Ella cerró los ojos contra su propia temeridad. Los dientes de Clintprobaron la almohadilla de su pulgar en un pellizco agudo. Ella mantuvo los ojoscerrados.

—Mírame, bebé.

—¿Estás furioso otra vez? —Ella no iba a abrir los ojos si él estaba furioso.

—No. —Su pelo se deslizó sobre sus mejillas en una caricia suave cuando presionósu frente contra la suya.

Ella abrió los ojos y comprobó. Él no parecía furioso, sólo feroz y…divertido.

—Tal vez si fueras desagradable conmigo yo podría verte de manera diferente. —Sugirió ella, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. Él tocó su mejilla con el dedo.Era tan suave con ella.

—Trabajaré en ello.

—Y yo trabajaré pensar menos de ti —le arrastró hacia sí. Él sepultó la cara en lacurva de su cuello. Sus hombros temblaron bajo sus manos.

—Sunshine, tú eres algo. —La diversión en su voz calmó su preocupación.

—Estoy contenta que tú lo creas. —Y ella lo estaba. Más que alegre. Abrió sus palmasen su espalda, disfrutando de flexionar el músculo debajo de sus manos mientras él besabael camino debajo de su pecho hasta que llegó a sus pechos. Allí él tardó, dirigiendo suslabios sobre cada pulgada, levantando sus pechos entonces podría besar la parte oculta.Fragmentos de fuego golpearon todas las partes que su boca tocó. Sus uñas se cavaron ensu espalda. Su grito ahogado cuando él rizó su lengua alrededor de su pezón dibujó otrarisa de sus labios.

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—¿Quieres esto otra vez?

Ella asintió con la cabeza. Entonces a continuación se lo concedió, empujando suspechos juntos, haciendo entrar sus pezones en su boca, sorbiéndolos suavemente y luegomás y más duro trazando señales con su boca, manteniendo el ritmo con el agarre de susdedos. Cuando ella gimió, él los azotó con su lengua hasta que se retorció en la cama.

Ella se sintió desconsolada cuando él retrocedió, retirando su calor, pero no supasión. Aquello estuvo a punto de estallar entre ellos, formando un arco a través de ladistancia. Ella se agarró a sus hombros cuando él estuvo de pie. La contempló, la imagende una sonrisa en sus labios cuando se elevó sobre ella. Se movió para arrastrar el edredónsobre ella. Él sacudió la cabeza.

—Déjame mirarte.

Ella lo hizo, sintiéndose tonta yaciendo allí con sus manos intentando alcanzarlo y sucuerpo pidiendo su atención a gritos. Él la miró fijamente por tanto tiempo que ella no lopodía soportar. Necesitaba moverse, hacer algo. Recordó lo que él le había preguntadoantes. Cuando sus manos fueron a su cinturón, las suyas fueron a sus pechos.

Al principio ella sólo los sostuvo, pero cuando él juró y sus manos se congelaron ensu bragueta, el poder se precipitó por ella. Podía ser una simple mujer, no comparable aClint en musculatura, pero aquí tenía un poco de control. Ella dirigió las yemas de susdedos arriba y abajo de sus pechos, trazando dibujos en su lisa superficie. Los dardos delplacer la cogieron de improviso. Ella no había esperado eso, mordiendo su labio cuando elestremecimiento salió disparado de sus manos, experimentando con lo que se sentía bien.

—Hijo de puta, Jenna. Vas a hacerme correr.

—¿Qué hay de malo con eso? —preguntó ella, algún demonio poseyó su voz y pasólas palabras por delante de su precaución.

—Ni una maldita cosa. —Su boca reducida a una línea recta. El deseo esculpió susrasgos. Él empujó abajo sus pantalones. Ellos se engancharon con el incremento de supolla y juró otra vez, sacándola antes de darles un puntapié—. Sostén esos bonitos pechospara mí, Sunshine.

Ella lo hizo.

—Más alto —pidió él con voz profunda mientras bombeaba su polla en su puño. Ellano podía apartar sus ojos de la cabeza de su polla mientras aparecía y desaparecía en su

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puño. La cabeza era amplia y gorda, oscura de deseo y goteando de humedad. Por ella.Levantó sus pechos tan alto como podía de modo que tiraban de sus costillas. Clint asintiócon la cabeza.

—Ahora empújalos juntos. —Ella lo hizo, siguiendo su mirada fija, viendo lo que élveía. Los grandes montículos de sus pechos se elevaban alto, casi en su barbilla, lahendidura entre ellos parecía profunda y de algún modo, eróticamente invitadora—.Ofrécemelos, Sunshine.

Ella abrió sus dedos, descansando sus pechos en sus palmas, ofreciéndolos en unainvitación. Un músculo en su mejilla se sacudió. Un vistazo rápido abajo reveló otra gotade su semilla reluciendo en la cabeza de su polla. Ella lamió sus labios, recordando susabor, el modo que él había temblado contra ella cuando se había corrido.

—¿Lo quieres? —preguntó Clint, sus dedos oscuros enmarcando la nacarada gota.Un vistazo a su cara y sabía cuál sería su respuesta.

—Sí.

—¿Cuánto?

Ella contestó con la verdad.

—Quiero darte placer.

—Tú lo haces sólo respirando. —Él sonrió.

—De la forma que tú quieras —explicó ella. Él hizo una pausa, y la incertidumbreinundó su confianza—. Por favor.

—¡Shhh! —Su mano ahuecó su mejilla, calmándola instantáneamente—. Mantén tusmanos en tus pechos y no te asustes.

Ella mordió su labio antes de soltar.

—Nunca estoy segura que hacer.

—Tú estás seduciéndome maravillosamente.

—¿Yo? —Ella no podía decir que su sonrisa era suave, pero su, "Sí" lo erainfinitamente.

—Sin quitar las manos de tus pechos, corre rápidamente aquí al lado de la cama. —Era incómodo y ella se sintió tonta, pero cuando su cadera golpeó el borde del colchón, la

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sonrisa de él se fue y los duros planos de su cara se establecieron en ásperas líneas depasión. Un vistazo rápido mostró que de su polla se encontraba constantemente lubricada.Él se inclinó adelante, trayendo su polla más y más cerca hasta que la cabeza tocaba lapunta de su pecho, bañando el hinchado pezón en el sedoso calor mojado.

—Lámelo —manteniendo su fija mirada retenida con la apasionada de él, ella inclinósu pecho y bajó su boca. Cuando sus labios se separaron él susurró—. Despacio, bebé.Agradable y lento.

Ella siguió sus órdenes, sosteniendo su mirada fija mientras arremolinaba su lenguaalrededor del guijarro de su pezón, puliendo delicadamente la carne rosada, temblandocuando sus ojos llamearon y su apretón provocó espasmos en su polla. Cuando ella nopudo encontrar otra gota de fluido salado, se inclinó atrás. Él se apoyó, dándole al otropezón igual baño. No tuvo que decirle que hacer. Ella sabía lo que él quería y amabadárselo. Cada toma de aliento, cada parpadeo de sus ojos clavó su propia pasión hasta queel deslizamiento de su propia lengua sobre su carne comenzaba a parecer la de él.

La cama se hundió cuando él se arrodilló. Ella rodó hacia su muslo, alcanzandoaquella hermosa polla. Él agarró su mano y la trajo a su boca—. Todavía no.

—¿Por qué no?

—No quiero correrme aún.

—¿Estás cerca? —No podía creer las conversaciones en las cuales entraba con él.

— Tienes ese efecto en mí. —Su apretada sonrisa, giraba forzadamente sus labios. Encontraste, la sonrisa de ella vino fácilmente. Se dio la vuelta y besó el interior de su muslososteniendo su mirada fija.

—Me gusta eso.

El colchón se inclinó hacia abajo mientras sus manos bajaron por sus hombros.

—¿Te estás regodeando mujer? —Preguntó mientras se sentaba a horcajadas sobre sutorso. Ella mordió su labio cuando su pesada polla se arrastró a través de su estómago,poniendo a temblar su vientre.

—Sí.

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Él se rió mientras se sentaba sobre sus talones, la gruesa longitud de su polla echadacomo una marca vertical a través de sus costillas, la cabeza descansando en el valle entresus pechos. Sus manos quitaron las suyas de sus pechos.

—Yo me haré cargo aquí.

Ella cerró sus ojos cuando el calor áspero de sus fuertes manos envolvió sus pechos.Ella amó el modo en que la tocó. Toda la fuerza cubierta con la suavidad. Él apretó y surespiración se paró. Miedo mezclado con pasión cuando la presión aumentó.

—Abre tus ojos, bebé. —Ella lo hizo, rindiéndose automáticamente a la orden, sólopara caer en su pasión cuando él sacudió su cabeza—. ¿Quién te está tocando?

—Tú —susurró ella cuando él siguió apretando y soltando, cada vez sólo un pocomás fuerte que la anterior.

—¿Y quién soy yo?

—Clint.

—¿Entonces por qué tienes miedo?

—Yo no…

—Puedo ver y sentir tu tensión. —Él sacudió otra vez la cabeza, estirando sus pechoshacia arriba cuando los exprimió. Ella no tenía la respuesta que él quería oír—. ¿Te hizodaño Jack de esta manera?

Ella asintió con la cabeza. Ella mordía su labio mientras sus dedos se deslizabanhasta sus pezones. ¿Cómo podían las manos de un hombre sentirse tan bien cuando otrashabían parecido una violación?

Clint se lo había imaginado por el modo en que ella estaba tan tensa bajo sus manos.Intensamente excitada aunque nerviosamente expectante. Clint pellizcó ligeramente lospezones de Jenna. Inmediatamente se apretaron. Los músculos de su estómago sesacudieron bajo su polla, masajeando sus pelotas cuando tembló bajo él. Sus pechosestaban increíblemente sensibles. El más ligero de los tirones hacía sacudir su cuerpo.

—No soy Jack.

—Lo sé.

—No voy a hacerte daño.

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Ella asintió con la cabeza.

—Pero voy a hacer que te corras.

Sus ojos volaron muy abiertos, y parpadeó.

—¿Estás de acuerdo?

—Sí.

—Bien. Entonces acércate de detrás del biombo y prepárate para mí.

Ella se ruborizó encendidamente tan pronto como entendió el significado, pero hizocomo le había dicho, volviendo a la cama con la cabeza gacha y el pelo protegiéndole lacara. Tan pronto como se acercó lo bastante, él enganchó la mano detrás de su cuello, latiró a él, y la besó duro antes de ayudarla a recostarse en la cama.

—Acuéstate ahora.

Imposiblemente, su cara se hizo más roja. Él se rió, se arrodilló en la cama, y losreajustó hasta que las nalgas de ella se apoyaran en sus muslos y la longitud de su polla seacurrucara en los pliegues calientes, mojados de su coño. Ella parpadeó otra vez, aquelrechoncho labio inferior que se deslizó entre sus dientes, su expresión de dudosaexpectación.

—Haremos un lío —susurró ella.

—Para eso es la toalla —susurró él, inclinándose adelante hasta que los puntos durosde sus pezones se acurrucaron en su pecho de manera que su polla se acomodó másprofundo en el abrazo de su coño. Cuando ella jadeó y se arqueó bajo él, él liberó el labiode sus dientes y lo adentró en su boca.

Lo sorbió ligeramente, queriendo sonreír cuando sus ojos se abrieronconsiderablemente y ella se echó para atrás del modo que siempre hacía. Él se agarró, sindejarla retroceder de él o del placer que sintió, trabajando la palma de su mano detrás desu cabeza, inclinándola hacia atrás, soltando su labio el tiempo suficiente para murmurar.

—No luches contra ello, Jenna. Déjame hacerte sentir bien.

Sus ojos se cerraron. Ella huía de él otra vez.

—Abre los ojos.

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Lo hizo, de mala gana, todo el conflicto que sentía dentro se reveló cuando suspárpados se levantaron.

Ella era tan abierta y tan vulnerable. Le llenó de la necesidad de darle el mundo,queriendo al mismo tiempo abrigarla de ello. Él sondeó la esquina de su boca con sulengua. Contra la base de su polla, su apretado coño.

—Te gustó esto.

Ella asintió con la cabeza, un brillo de lágrimas en sus ojos.

—¿Por qué las lágrimas bebé? —Él capturó una en la esquina con su pulgar antes quepudiera desbordarse.

—Tú me haces sentir mucho.

—Sólo quiero que seas feliz.

—Esto me asusta.

—¿Por qué? —Él ahuecó su pecho en la mano, dándole la presión que él sabía queella disfrutaba.

—Tú lo quieres todo.

—Sí. —Él lo hizo. Acarició su pulgar sobre su coqueto pezón. Ella dio tumbos contraél, su coño montando a su polla con fuerza. Ella se sacudió otra vez. Sus uñas se clavaronen sus muslos cuando atravesó con su polla su acogedor nido. Él la quería indefensadelante de él. Quería su confianza, su inocencia, su esperanza, su pasión. Él lo quería todo.Cada matiz de ella.

—Tú me haces sentir demasiado —jadeó ella.

Él sacudió la cabeza, la ternura brotando para mezclarse otra vez con la lujuria.

—No te tomaré por delante de tus límites, Jenna.

—Ya lo haces.

—No. Acabo de tomarte más allá de tu miedo —murmuro limpiando otra lágrima desus ojos. Él se dobló contra su pecho.

—¿Cuál es la diferencia? —Susurró ella sobre su cabeza.

Él besó suavemente su pezón y sonrió.

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—Placer.

Él abrió su boca lo bastante para deslizar su pezón dentro. Su cuerpo entero se apretómientras ella esperaba. Alargó el momento, manteniéndola en el borde hasta que sualiento se apretara en su garganta y su coño pulsara contra su polla, derramando suszumos calientes sobre sus doloridas pelotas. Él rodeó su pezón con la lengua, surcando lasfascinantes protuberancias y crestas, explorando la pendiente en el centro. Ella seestremeció y trató de arquearse otra vez. Él la sostuvo en el lugar con su peso y los dedosen su pelo. En el momento en que se hizo con su amante, la única reacción que ella teníahacia su boca en su pecho eran suspiros de placer. Él besó hacia abajo el lado de su pecho.

—Te vas a correr para mí Jenna —murmuró él en el profundo valle. Ella mordió sulabio y rodeó su mirada fija. Él cogió una gota de transpiración en su lengua cuando goteóhacia abajo de la cuesta de su pecho—. Y luego otra vez, simplemente porque esto mecomplacerá.

—¿Y tú? —Su voz era un tenso tanteo de sonido.

—Me correré cuando tú estés satisfecha.

—Pero estás listo ahora.

Él estaba más que listo. Estar envuelto en su calor era pura tortura. Su polla dolió yuna corriente estable goteó más allá de su control, pero el paseo para sepultarse en ella noera nada comparado con su necesidad de esperar su flor para él. Verla perder el sentido desí misma, saber que ella había depositado su confianza en él, y saber que la había librado.Él quería esto más que su próxima respiración.

—Será mejor esperar. —Su coño apretó contra él y él presionó su boca abierta haciasu carne. Sus buenas intenciones cayeron en picado. Hijo de puta, ella iba a ser su muerte.Seguro que no iba a durar tanto como había esperado.

Como si ella sintiera esa pausa momentánea, tocó su pelo y susurró:

—Tú no tienes que esperar.

Ella era demasiado generosa, demasiado complaciente por ponerle primero. Suentregada naturaleza y su suave corazón se unieron con el lado egoísta de él para negarleel placer que ella merecía. Durante un momento, fue tentado. Pero sólo durante unmomento. Esta era su Jenna. Su cosa buena. Él era su marido. La única persona en elmundo con la que ella debería ser capaz de contar para ponerla primero. Y esta noche ella

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definitivamente venía primero. Caliente, con fuerza, y por largo tiempo. Y tantas vecescomo él pudiera.

—No intentes conversar de ello. He tomado mi decisión.

—¿La has tomado?

—Sí. Tú te corres primero. —Él probó la firmeza de su pecho con sus dientes. El calorque se levantó contra sus labios le dejó saber que ella había captado su significado.

—Me gusta la manera en que te mojas para mí. —Él arqueó su cabeza hacia atrás,besando el hueco de su garganta antes de volver a su pecho—. Y me gusta la forma en quecoges aliento cuando sientes mis dientes. La forma en que tiemblas cuando beso tuspechos. —Él besó su camino abajo en su clavícula antes de estampar un beso en la curvasuperior de su pecho. Bajó, sonriendo cuando ella tragó el aliento y lo sostuvo mientras élarrastraba su mano de la parte posterior de su cuello, hacia abajo al lado de su garganta, ya lo largo del canto de su clavícula hasta que cogió el pliegue de su brazo. Él permanecióallí un poco, divirtiéndose, revelando en primer plano la carne de gallina antes de rozar elpulgar a través del otro pezón.

—Pero sobre todo me gusta el modo en que tú te arqueas y gimes cuando tomo estospequeños y sensibles pezones en mi boca. —Ella realmente se arqueó más y gimió, agarrósu pelo y tiró de él más cerca. Estaba contento de complacer, tomando tanto como podía,amamantándose ligeramente al principio, no haciendo caso de sus demandas de más,manteniéndolo fácil hasta que un sudor fino estalló sobre su cuerpo, y ella tiraba de supelo mientras las dulces suplicas por más rompieron en sus labios. Contra la longitud desu polla, su coño tuvo espasmos con igual desesperación.

—Eso es, bebé —murmuró él, doblando sus caderas de modo que su eje acariciara enun deslizamiento liso a lo largo de su clítoris al tiempo de sus dedos—. Arde para mí.

—Te necesito ahora. —Ella sacudió su cabeza mientras mordía su labio.

—Quiero verte en llamas primero.

—Por favor.

Él alzó la vista. Sus labios estaban llenos y rojos de su mordida, sus mejillasenrojecieron, y sus ojos brillaron oscuros con una necesidad que tenía sus pelotas tirandoapretadas hacia arriba. Él le dio lo que ambos querían. El cambio de su ritmo, aumentandola presión de su mano y boca, considerando a partir de sus agudos quejidos cuando él

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tenía razón, conociendo desde su asombrado aliento y tensión interior cuando podía darlemás. Él azotó su pezón con la lengua antes de sorberlo con fuerza, atrayéndolaprofundamente a su boca, luego pellizcándole el otro pezón entre sus dedos ymanteniéndolo apretado mientras meneaba su pecho.

Su clímax los cogió de improviso. Sus piernas golpearon apretadas, su espaldaarqueada, y su aliento explotó de sus pulmones antes de que ella se doblara en él. Él laagarró contra su pecho, sosteniéndola cuando sus lágrimas inundaron su pecho y suszumos empaparon su ingle.

—Hijo de puta, Sunshine —refunfuñó él, levantando su cuerpo blando,sosteniéndola de un brazo bajo sus caderas mientras él colocaba su polla en la entrada desu coño que aún se movía crispadamente, bajándola suavemente en su eje, gimiendocuando su calor le chamuscó, levantando sus apretadas pelotas—. Es malditamentedivertido jugar contigo.

Ella le tomó enteramente en un fluido golpe, sus músculos que temblaban noofrecieron ninguna resistencia al firme empuje de su polla, estremeciéndose contra élcuando se asentó hasta la empuñadura, su cabeza cayó cuando la amplia base la extendióal límite.

Él besó el hueco expuesto de su garganta, probando la sal de su pasión y suslágrimas, sumiéndose en su calor y aceptación. No importa como vino a ella, ella le dio labienvenida con los brazos abiertos. Como ahora. Él la alzó otra vez y ella gimió unaprotesta, pero envolvió sus brazos alrededor del cuello.

—Y pensar —susurró él contra su oído cuando la bajó en la cuña gruesa de su pollaotra vez—. Que acabo de empezar.

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Capítulo 15

—Despierta dulzura, es hora de divertirse.

Jenna se removió con los ojos aun cerrados. Se estiró lánguidamente en la cama tibia,deleitándose en su suavidad y una noche completa de descanso. El hecho de que Briannano la hubiera despertado penetró en su complacencia.

Comenzó a moverse antes incluso de abrir los ojos.

—¡¡Bri!!

—Ella esta bien.

Clint la capturó contra su pecho mientras luchaba con las almohadas. Con la mejillaapoyada en su hombro, inhaló su esencia. Amaba la manera en que él siempre olía, atabaco y aire libre. La esencia era mas fuerte esta mañana, lo que implicaba que hacia yaun rato que llevaba levantado. Lo suficiente como para haber fumado un cigarrillo.

—¿Cuánto hace que te despertaste?

—Botón quería ver el amanecer.

—Yo la habría cuidado.

—Necesitabas dormir y ella esta decidida a tomar una siesta ahora así que anímate ydisfruta la paz.

Le acomodo la espalda en las almohadas que había apilado y le puso una taza de caféen la mano. Un mechón de pelo cayo sobre su ceja y ella se movió para quitárselo pero lamano de Clint intercepto la suya ocupándose de ello por ella como lo hacia siempre. Tomoun sorbo de su café. Estaba caliente e intenso con el toque justo de crema aunque solo teníaun par de cucharadas de azúcar. Ocultó su mueca tomando otro sorbo.

El colchón se hundió bajo el peso de Clint al sentarse en el borde.

—¿Estaba bien el café? —le pregunto, pasándole el brazo por la espalda yatrayéndola a su lado.

—Perfecto —se apoyó en su hombro—, gracias por ocuparte de Bri, y por el café.

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Él bebió un sorbo de café, sus negros ojos brillando de humor sobre el borde de lataza, alertándola sobre el hecho de que había algo que debería estar recordando.

—Tengo un motivo oculto.

Ella sacudió la cabeza. No había duda de que él querría un pastel de chocolate depostre esta noche.

Él bajo la taza revelando el filo predatorio de su sonrisa. Ella lo repensó. Tal vez algomás que un pastel de chocolate.

—¿Ya se ha terminado tu periodo? —lanzo la pregunta a la conversación como siestuviera hablando del pronóstico del tiempo.

Ella jadeó, el café yéndosele en la dirección contraria. Mientras se ahogaba y tosíaClint tomo la taza con una mano, la palmeo en la espalda con la otra y maldijo cuando laimpulsó hacia adelante. La segunda palmada fue mucho más suave, apenas empujándola.Ella mantuvo la cabeza abajo por un minuto luego de que las ganas de toser remitieran.Sabía que estaba roja como una remolacha. La taza ondeó bajo su nariz, con el vapor dellíquido caliente mezclándose con la humedad de sus ojos, el aroma calmándole losnervios.

—Perdón —se disculpo Clint—, debí haber sido mas suave con eso.

—Está bien —le dijo ella. No creía que tuviera que discutir el tema para nada. Tomola taza.

—¿Entonces ha terminado?

—Sí. —Había visto perros perseguir huesos con menos tenacidad.

—Bien.

Él sonrió ampliamente antes de llevarse la taza a los labios. Observó los músculos desu garganta trabajar mientras ingería el liquido dejando que su mirada vagara por su caramientras estaba distraído. Él era un hombre tan atractivo, con rasgos uniformes y labioscincelados. Solo con mirarle los labios sus pezones le cosquilleaban. Había sido raro, en eltiempo que habían pasado juntos estos últimos días, que esos labios no estuvieran en suspechos, mordisqueando y besando. Desde el momento en que él descubrió que podíahacer que ella tuviera un orgasmo de esa manera no había dejado de prestarles atención.Hasta el punto en que estaba dolorida.

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Él puso la taza en la mesa con un ruido seco y alzo una ceja hacia ella cuando ladescubrió mirándolo fijamente. El borde derecho de su boca se curvo en un gestoconocedor. Cada nervio en su cuerpo brincó en respuesta. No había nada, nada en estemundo más cautivante que Clint McKinnely cuando sonreía.

—¿Un penique por tus pensamientos?

Enterró la cara en su taza y sacudió la cabeza. Él suspiró y le dio uno de esos abrazosrápidos que la entibiaban hasta lo más profundo.

—Eres una mujer egoísta, Jenna McKinnely —no sonaba disgustado.

Clint se inclino hacia la izquierda, llevándola con él. Ella sostuvo su café y confió enque controlaría su descenso al colchón. El sonido de madera deslizándose sobre madera lellamo la atención pero Clint oculto su mano y ella no pudo ver lo que él había sacado de lagaveta del cabecero de la cama.

Él se erguía amenazante mientras ella yacía allí, su pelo cayendo alrededor de sushombros desnudos y una sonrisa perversa colgando de sus labios.

—Quédate aquí.

Como si tuviera otra opción con su gran mano posada en su estomago, anclándolaallí. Las sabanas crujieron mientras se daba vuelta y se deslizaba al suelo. Dado que lacama era alta, sus caderas quedaron al mismo nivel que los hombros de él. Su manodesapareció bajo el edredón mientras la sonrisa en su cara se ampliaba a sus ojos.

—Ahora si vamos a jugar de verdad.

Sus manos se cerraron en sus pantorrillas, apretando ligeramente antes de deslizarsehacia arriba y entre ellas. Los músculos de su garganta parecían que estaban conectadoscon los de su pierna, porque cada vez que acariciaba sus muslos su garganta se apretabatanto que era casi imposible tragar. Ella se aclaró la garganta y emitió una parodia de suvoz.

—¿Jugar con qué?

—Con juguetes.

—¿Juguetes?

Ella parpadeó y trato de concentrarse pero la mano de él se movió, la rugosasuperficie de su palma raspó los nervios sensibles hasta que sus nudillos peinaron los rizos

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que cubrían su sexo. Placer agudo, dulce e inesperado atravesó su cuerpo. Clint la sostuvoquieta para otro toque, tan ligero como una pluma e igualmente devastador. Era como sitodos los juegos de los últimos días hubieran sido pensados para culminar en este precisomomento.

La humedad inundó sus muslos y por un espantoso momento pensó que su periodohabía vuelto. Pero incluso cuando ella se puso rígida, Clint ya estaba sacándole la bata, laaspereza de su barbilla sin afeitar vagando por sus ya crispados nervios. No pudo evitar elsollozo que escapo de sus labios ni la humedad que se filtraba de su sexo mientras él laabría con sus dedos.

—Ah querida, te estás mojando para mí —su lengua lamió la suave carne interna—,adoro eso.

Eso era bueno porque ella no tenía otra opción.

Un ruido sordo penetró sus sentidos. La taza de café cayendo al suelo. Iba a ser undesastre pero no le importaba. No podría dado que Clint estaba trabajando en su clítoriscomo lo había hecho con sus pezones. Suaves y dulces besos seguidos de tiernas lamidas yuna serie de mordiscos que la tenían con los dedos cavando en el cobertor y sus dientesmordiéndose los labios.

—Dios querido.

—Solo tu y yo nena.

El deseo creció a través de ella como una maquina de vapor, ganando velocidad concada pasada de su lengua. Él tiro de sus caderas hacia su cara. Le picó su barba. Su lengualamía y ella gritaba llevando las manos al pelo de él. Las suaves hebras se enredaron ensus dedos mientras lo acercaba más.

—¿Qué es lo que quieres Jenna?

Ella lo quería a él. Más fuerte, más duro. Pero todo lo que pudo salir de su boca fueun roto “por favor”

—¿Por favor que? —su barbilla peinó su sexo, espolvoreando su clítoris consensaciones. Tan cerca de darle lo que necesitaba. Tan cerca. Él se detuvo.

—¿Demasiado?

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Ella sacudió la cabeza. El placer descendió de la altura que había alcanzado unmomento antes. No sabía si reír o llorar.

—¿No es suficiente?

Ella asintió.

—Dime.

—No puedo.

—Seguro que puedes. Solo imagínalo en tu mente y luego dime las palabras.

—¡No puedo decir eso!

Él le arqueó una ceja.

—¿Demasiado bueno eh?

Ella gruñó y cerró los ojos.

—¿Qué te parece si adivino?

Que él adivinara seguro que sería mejor que el que ella dijera cualquier cosa. Asintió.

Hubo un suave sonido y lo que fuera que él tomó de la gaveta estaba ahora en elpiso. Las manos de él se deslizaron por sus pantorrillas hacia arriba, por sus rodillas,separándolas suavemente mientras la miraba. Él tomó primero un tobillo y luego el otro ylos puso en sus hombros. Su piel se sentía caliente contra la de ella. El ladeo la cabezapeinando el tobillo con la boca. El fuego trepó por su pierna. Ella se agitó y él se rió,marcando una senda con la parte posterior de sus dedos por la parte interna de susrodillas, luego dio vuelta a la palma abrazando sus muslos hasta que sus pulgaresalcanzaron los labios internos.

—Me gusta que estés así de mojada.

Sus pulgares dibujaron el pliegue de sus labios externos, jalando el pelo y tentándola.Con su siguiente respiración los pulgares se habían deslizado entre los resbaladizospliegues, sus callosidades raspando los sensibles tejidos. Su útero se contrajo. Ella enterrólos dedos en el edredón mientras luchaba para contener la pecaminosa sensación quepugnaba por salir, sabiendo que no había esperanza de lograrlo aunque lo intentara.

Clint no lo permitiría. Nunca lo había permitido. Seguro de si mismo, sus dedos seenterraron profundos, mojándose en su crema y yendo hacia el centro de su calor antes de

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subir, en un tormento deliberado hasta la punta de su hendidura. Él frotó cada labio conun suave movimiento circular, rozando su hinchado y dolorido clítoris con diseñoscaprichosos, incrementando su deseo cada vez mas con trazos erráticos que ella no podíaprever ni controlar. Hasta que ya no pudo estarse quieta. Lo necesitaba. Su toque, su boca.

—Por favor.

—¿Por favor que?

—Por favor no me hagas rogar. —Enrollo su cabello entre sus dedos y tiró.

Sus dedos envolvieron su clítoris, expandiéndolo y achicándolo hasta que tuvo elimpaciente punto atrapado en su agarre. No era suficiente. Ella levantó sus caderas haciasus manos y boca, ofreciéndose a él con su necesidad insatisfecha. Él rió y apretógentilmente. Clavo los talones en los duros músculos de su espalda y tiro fuerte. La risa deél se profundizó pero no le dio lo que quería.

—Por favor —le susurró de nuevo, su voz quebrándose en un sollozo humillante,sintiendo como todo su ser se centraba, en ese momento, en ese único pequeño punto,odiándose a si misma por la debilidad que hacia fluir en ella tan fácilmente.

—Shhh, nena —su profundo acento caló hondo en su inseguridad, calmando sutemor con un toque de suavidad, construyendo su confianza con una promesa defortaleza—, solo lo estoy haciendo bien.

Si lo hacia mejor moriría. Pero incluso aunque lo pensó, él la llevó más alto, cerrandosus provocativos dedos en su clítoris en un apretón firme. No tan fuerte como para quedoliera pero si lo suficiente como para que cada fibra de su ser se esforzara por estar mascerca. Y entonces él empezó a ordeñar su clítoris de la misma manera que lo había hechocon sus pechos, cortos y deliberadamente ligeros toques que llevaban cada una de susfibras a un punto extremo de deseo hasta que la tormentosa necesidad explotó en unaardiente conflagración de lujuria tan fuerte que la hizo gritar. Sus caderas se bambolearoncuando él se incorporó. Le tapo la boca con la mano.

Lo súbito del movimiento la asustó y silenció. Cuando ella se atrevió a mirar porsobre su mano, él la estaba contemplando, sacudiendo la cabeza con una picara sonrisajugueteando en sus labios.

—Silencio o despertarás a Brianna.

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Oh Dios, no quería despertar a Brianna pero no sabia como iba a sobrevivir a esto.No como estaba ahora, con las piernas sobre sus hombros, sus caderas elevadas de lacama, su cuerpo abierto y vulnerable a cualquier cosa que él quisiera.

—Respira nena.

Ella lo hizo, descansando sus dedos en los sólidos músculos de sus hombros.

—Aguanta —le dijo quitando la mano de su boca—, sea lo que sea, no grites.

Ella le enterró los dedos y asintió.

—Buena chica —la beso en el torso deteniéndose en la curva inferior de su pechopara diseñar un intrincado modelo en ese punto que estaba conectado directamente con susexo. Se le congelo la respiración en la garganta y sus jugos pulsaron desde su femineidad,desbordando por sus nalgas y estropeando el edredón. Él abandonó su pecho y se deslizohacia abajo, el vello de su pecho haciéndole cosquillas en el abdomen. Él le abrió bien losmuslos y luego presiono la mata de pelo contra su clítoris distendido. Él metió la lenguaen su ombligo mientras se frotaba contra ella como un enorme y satisfecho gato, su sonrisapresionándose contra el abdomen mientras ella gemía.

—Ese sonido si que es dulce. Hazlo de nuevo para mí.

Ella lo hizo, incapaz de hacer nada mas mientras él la levantaba, le separaba mas losmuslos con sus hombros dejándola abierta y a su merced. No tuvo piedad.

La sostuvo por apenas un latido, su aliento acariciando su carne, olisqueando sobresus pliegues húmedos antes de caer sobre su clítoris en una promesa ondulante sobre elpunto hipersensitivo.

—Oh cielos…

Ella no pudo respirar, no pudo moverse. Lo único que pudo hacer fue esperar ydesear.

Él se inclino hacia adelante, cabalgando en la profundidad de su necesidad, raspandosu clítoris con la barbilla, enviando una emoción salvaje retumbando hacia arriba. Cadamúsculo se tenso bruscamente. Él acarició el ligero dolor con su lengua antes de azuzar suexcitación de nuevo a pleno, manteniendo su lengua contra ella cuando necesitó mas,llevándola mas allá cuando quería descansar nunca dejándola calmarse, manteniéndola enel borde hasta que ella se mordió la mano para evitar el próximo chillido. Solo entonces se

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apiado, enroscando la lengua alrededor del clítoris e introduciéndolo en su boca con unasuave succión que se incrementaba poco a poco hasta que le fue imposible respirar. Loúnico que ella pudo hacer fue dirigirse con todas sus fuerzas hacia la realización que élagitaba reluciendo frente a ella. Luego, rozándola y mordiéndola con sus dientes la envióvolando hacia allí, dándole un empuje adicional con su certera legua mientras alcanzaba laculminación y sosteniéndola cuando floto de regreso a la tierra. Acariciando sus muslos yestomago suavemente, él la llevo de regreso a la realidad con cuidadosas y suavessucciones, su lengua devolviéndole la cordura. Ella se relajó en sus cuidados,necesitándolos, necesitando un corte con ese estado salvaje para recuperar su control. Laboca de él la beso fieramente mientras liberaba su otra mano. El colchón se hundió y luegoalgo sólido y redondo presiono contra su muy húmeda vagina.

—¿Clint?

—Solo aguanta y relájate nena.

—¿Qué es eso?

—Un juguete muy divertido con el que vamos a jugar hoy.

La presión contra su entrada aumentó. Él lo estaba poniendo dentro de ella. Trato deretirarse pero la cabecera de la cama se lo impidió. Sus brazos alrededor de sus muslos nole permitían ir a ningún lado. Ella inspiró profundamente mientras el objeto redondo seexpandía dentro de ella.

—Tranquila dulce, solo un poco mas.

—¡Clint, esto no esta bien!

—Yo lo deseo.

—Pero…

—¿Me lo estas negando? —Él la miró con una expresión calmada pero sus ojosllameando.

¿Se animaría ella? Se mordió el labio y sacudió la cabeza. No estaba en posición denegarle nada. Y después fue demasiado tarde. Con un pellizco, el objeto se introdujodentro de ella. No sabía que pensar, que hacer. Nunca hubiera imaginado que un hombrequerría poner algo que no fuera el mismo dentro de ella. No tenía idea por qué él querríahacer esto.

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—Esa es mi chica.

Su lengua pulió su clítoris generando un latigazo de excitación. Su acento bajocombinado con esa suave y áspera lengua, sobre su ultra sensible carne envió fuego a sucentro. El estremecimiento comenzó desde los dedos, subió por su cuerpo y terminó en sucabeza sacudiéndose. Su cabello se desparramó por la cara mientras la sonrisa apreciativade él sacudía su punto más sensible. El estremecimiento comenzó de nuevo. Antes de quellegara a los hombros otra de esas pequeñas y suaves bolas presionaba contra ella,abriéndola. Ella se agarró a los hombros de Clint.

—Solo un poco más cariño y estarán todas.

Ella se mordió el labio antes de negarse instintivamente. Sus uñas se enterraron enlos hombros atravesando su camisa. Su aliento salía en tensos espasmos.

—¿Cómo puedes hacerme esto? —le espetó mientras la segunda bola se asentaba.

—¿Hacer qué?

Como si no lo supiera. Ella se quedó mirándolo. Él apoyó la palma de sus dedoscontra su sexo pulsante, dejándolos descansar luego de la tercera bola.

—Hacerme sentir así.

—Solo suerte creo. —Él besó su estomago y le acomodo el camisón sobre los muslos.Ella no quiso creerlo por un momento pero tampoco quería saber sobre todas las mujerescon las que lo había practicado antes de ella. Se incorporó y se sentó, las bolas como unpeso extraño dentro de ella.

—Sácalas.

—No.

Él tomó su seno derecho en la boca a través de su camisón, dándole un mordisco enla punta antes de dejarla ir. Sus pechos se sentían pesados e hinchados tras el interludio.Le saco las manos de los hombros mientras se incorporaba frente a ella.

—¿Por favor?

La sonrisa se dibujó en sus ojos. Los años de practica le habían enseñado a ella a bajarla mirada. El esbozo de un ceño en la cara de Clint le hizo cambiar de parecer. Clint no laquería así. Él la veía como algo diferente de lo que era, algo más fuerte. Ella combatió el

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impulso y le sostuvo la mirada. Su premio fue un beso en la nariz y una negativa críptica asu pedido.

—Son parte de la diversión de hoy.

Él se aproximo por un lado de la cama cerca de su cabeza. Ella le desabrochó losbotones de los jeans y se humedeció los labios mientras él liberaba su enorme pene. Eraoscura, hinchada y pulsante para ella. Y por ese momento único en el tiempo era de ella,solo de ella. Abrió la boca, mojándose el labio inferior mientras empujaba hacia adelante,besando la punta suavemente como a él le gustaba, lamiendo delicadamente la cabezamientras él gemía. Sus manos se enterraron en su cabello antes de que ella abriera la bocay lo tomara muy profundo. Totalmente sin reservas. De la manera que le gustaba más.

Ella no se estaba divirtiendo. Esas bolas que tenia y que creía tan inocuas al principioeran en realidad un instrumento de tortura. Con cada paso que daba se subían ypresionaban contra sus nervios internos, que florecían abiertos y desesperados por elcontacto. Su sexo dolía y sus nervios estaban muy tensos. Necesitaba alivio y Clint noestaba a la vista por ningún lado.

Jenna secó el molde para bizcochos y lo puso sobre la pila. Su brazo rozó su pezón yella apretó la encimera con los dedos, luchando contra si misma y el impulso pecaminosodel deseo. Mientras se daba vuelta golpeó los moldes. Los sostuvo rápidamente y silencióel ruido. No necesitaba que Bri se despertara aun. Todavía debía helar los bizcochos paraque estuvieran listos cuando Jackson tuviera tiempo de llevarlos al pueblo para venderlos.Una mirada rápida reveló que la bebé seguía durmiendo en su improvisada cama en lamesa de la cocina. Restregó la condensación que había sobre la ventana encima del lavabo.El sol brillaba, destellando aquí y allá sobre los parches de hielo. En el corral dos caballosestaban muy juntos, empapándose de la calidez que había en ese sol de media mañana.Las gallinas picoteaban alrededor del gallinero. Ella se inclinó hacia adelante para verhacia el frente de la casa. Todo lo que podía divisar era la viga que soportaba el techo y elfinal del porche. No se veía a Clint. Un parpadeo de algo negro captó su mirada. Mientrasmiraba se repitió. No era más que la cola de Danny que se mecía en la brisa. El pomo de lapuerta del armario la rozo en sus partes intimas mientras ella se incorporaba. Salto haciaatrás, horrorizada de la reacción de su cuerpo.

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Ella jamás había sospechado que un ser humano podría sentir esta hambre. Nuncahabía sabido de otro ser humano que pudiera ser tan cruel como para dejar a una mujercon esta necesidad. Arrugo la toalla, tomo aliento y contó hasta diez. Curvó las manos enpuños. Clint le había prohibido tocarse a si misma. Ella había aceptado rápidamente, esasacciones iban contra las enseñanzas de Dios y nunca había sufrido esa inclinación. Peroahora… ahora entendía por que los predicadores despotricaban contra las tentaciones dela carne, por que su carne estaba atormentándola tanto que quería gritar.

Los caballos en el corral relincharon un saludo. Danny ladró. Alguien estaba aquí. Susexo vibró y sus pezones se endurecieron mientras cada nervio se elevo ante la supremaesperanza de que fuera Clint.

Ella se estiró hacia la ventana nuevamente. Dos jinetes entraron en el prado a mediogalope. Una mano inmediatamente se hizo visible detrás del granero con un rifle acunadoen su brazo. Ella no podía ver su cara por el ángulo del sol pero sabia quien era por lamanera en que portaba el rifle. Jackson. El hermano de Lorie. Ellos tenían los mismosrasgos uniformes aunque el pelo de Jackson era mas oscuro pero mientras Lorieimpresionaba primero con su corazón bondadoso y sus aptitudes, Jackson impresionabacon su aura de letal eficiencia. Fue solo cuando ella vio como trataba a su hermana y lamanera en que sonreía a Mara y Elizabeth que se dio cuenta que era un hombre muybueno. Quieta, mientras él asentía y saludaba a los dos jinetes, estaba feliz de saber queestaba echándole un ojo. Estaría aterrada hasta la médula si tuviera que enfrentar a doshombres ella sola.

Los dos extraños se bajaron de sus cabalgaduras. No se veían más pequeños porhaber desmontado. El de la izquierda se dio vuelta. Ella tomó aire mientras el pelo largoflotaba delineándole la silueta. Oh Dios, Cougar. Lo que tenía que significar que el otro eraAsa, basándose en su tamaño y en el hecho de que donde estaba uno estaba siempre elotro. Ellos se encaminaron hacia la casa. Jackson no fue con ellos y no importara a dondemirara Clint no aparecía por ninguna parte. El pánico golpeo su excitación haciéndolaretroceder. ¡Iban a ser estos dos y ella!

Corrió hacia la pequeña cómoda que estaba en el vestíbulo ignorando la casiparalizante sensación que provenía de su sexo con el veloz movimiento. Presionando lamano contra su dolorido abdomen abrió la gaveta. El pesado sonido de botas pisando elporche la hicieron hurgar afanosamente. Tomo el arma escondida dentro y la metió en laparte trasera de su falda. Era un peso reconfortante entre su espalda y trasero. Dos golpes

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cortos en la puerta de madera la hicieron saltar. Tomo un aliento tranquilizador. No habíanecesidad de entrar en pánico. Ella no estaba casada con Jack y estos no eran sus amigosborrachos. Cougar y Asa probablemente solo estarían aquí para ver a Clint. Ella les diríaque él no estaba y los despediría. La pistola solo estaba allí para hacerla sentir mejor. Noiba a necesitarla. Se enderezó el delantal y se puso los caprichosos mechones de pelos traslas orejas. El golpe sonó de vuelta mas fuerte mientras se aseguraba que su vestidoestuviera abotonado hasta la barbilla. Se estaba acercando al pomo cuando la puerta seabrió.

—¿Hay alguien en casa?

Ella rápidamente retrocedió mientras los amplios hombros de Asa bloqueaban la luz.Un viento helado la envolvió mientras él se quitaba el sombrero, sus oscuros ojos grisesinspeccionándola de la cabeza a los pies.

—Ma´am.

—Muévete Ace, está haciendo un frío de los mil demonios aquí afuera.

La puerta golpeó a Asa en el hombro cuando Cougar la empujo para pasar. Asa lasostuvo con la mano y se movió a un lado. Lanzo un vistazo a la puerta.

—Le pido disculpas por el lenguaje.

Cougar se congelo. Sus extraños ojos dorados se posaron en ella un instante y luegovagaron por el vestíbulo y las habitaciones adyacentes antes de volver a posarse en ellanuevamente para quedarse allí.

—Perdón por eso.

Él no se sacó el sombrero. Jenna se mordió el labio y se apretó las mano en el frentede su falda para esconder su nerviosismo mientras luchaba por encontrar su voz.

Cougar arqueo una ceja e intercambió una mirada con Asa antes de entrar en elvestíbulo. Él cortó su vía de escape empujando la puerta con la mano y dejando primeroun pequeño rayo de luz solar y luego nada. El vestíbulo se llenó del aroma a cuero ycaballo.

Ella dio otro paso atrás, el fuego atenazando su útero y quitándole estabilidad. Ella sedio contra la mesa. La estabilizo sonrojándose.

—No hubo daños.

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La puerta sonó al cerrase y entonces solo fueron los dos gigantes y ella parados en elvestíbulo.

—Clint no esta aquí.

Cougar se quito el abrigo.

—Espero que se de una vuelta por aquí pronto.

—¿Ah sí?

No le gustaba el brillo de sus profundos y dorados ojos. No podía sostenerle lamirada. Él no era como Clint. No había ninguna amabilidad visible bajo la intensidad, soloun salvajismo que la aterrorizaba.

—Teniendo en cuenta como nos invito a jugar —cortó Asa—, creo que es una apuestasegura.

Le pasó su abrigo a Cougar quien lo tomó con destreza y lo colgó junto con el suyoen el perchero.

El tiempo se detuvo por un horripilante segundo mientras las palabras atravesabanlas inocentes esperanzas y su estúpida confianza. Se hundieron hasta que golpearondirectamente en la realidad que estaba tratando de olvidar. Su visión se oscureció en losbordes y el cuarto se balanceo mientras el pasado se introducía en el presente.

“Que malditamente divertido es jugar contigo”. Oh Dios no de nuevo. No podríasobrevivir esta vez. La mesa se tambaleó bajo su peso.

—Jesucristo —la maldición provino de su derecha mientras Cougar gruñía —sujétala—, desde su izquierda. Danny aulló detrás de la puerta y los bordes de su visión sevolvieron negros mientras sus pulmones se rehusaban a trabajar.

¡Oh Dios! No podía dejar que la tocaran. Los sentía, más que escucharlos, acercarse aella. Se tambaleo hacia atrás buscando la pistola con la mano libre. La mesa se ladeo.Tropezó con la pierna arañada y se apoyo en la pierna mala. Se le doblo. Un agarre dehierro se cerró sobre su antebrazo levantándola y acercándola.

—Te tengo.

—¡Déjame ir!

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La culata de la pistola se asentó en su palma. La ladeo ajustando su agarre para queel pesado instrumento no se le resbalara. Asa la soltó inmediatamente levantando unamano mientras retrocedía. La mirada que intercambio con Cougar hizo que se le erizaranlos pelos de la nuca.

—Tranquila Jenna —el gruñido de Cougar hizo poco por hacer que se aplacara.

Ella no era tonta. La única cosa entre ella y los dos hombres era la pistola y suvoluntad de usarla.

—Váyanse de aquí —en vez de un grito la voz le salió en un susurro que temblabatanto como sus brazos. Ambos hombres estaban parados allí a no más de tres pasos deella. Ni un solo músculo se le movió para no indicarles que tan dispuesta estaba a usarla.Asa señalo con la mano.

—Jenna querida, ¿Esa es una de las armas de Clint?

—No soy tu querida —su voz aún sonaba patéticamente débil.

—Seguro que no lo eres pero eso no contesta a mi pregunta.

—Deben irse —no quería contestar preguntas, quería que se fueran. Los músculos desus brazos empezaban a dolerle y su coraje rápidamente se reducía a cero. Lo único que lequedaba era desesperación.

—Contesta su pregunta Jenna —la profunda voz de Cougar disparó la orden tanfuerte y rápido que ella obedeció instintivamente.

—Sí.

—Demonios —Asa dio un paso adelante.

Ella levantó más la boca de la pistola.

—¡Retrocede!

Él no se movió, simplemente levanto la mano.

—Con mucho cuidado Jenna, dame el arma.

Su voz sonó suave y aterciopelada, su tono bajo una invitación a confiar. Ella afirmósu agarre del arma. Ambos hombres se tensaron. Ella no bajó el arma ni lo entregó.

—La pistola tiene un gatillo inestable, Jenna —Asa se lo sugirió como si esosignificara algo para ella.

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—Y una patada como una mula —agrego Cougar.

—Si se van nada de eso importará.

Asa se encogió de hombros y dijo casi disculpándose:

—Clint no estará contento si te haces daño.

—Si se van ahora, nunca lo sabrá.

Le dolían los hombros y los antebrazos le ardían. Necesitaba bajar el arma pero si lohacía, no tendría defensa alguna y no estaba dispuesta a pasar por aquello otra vez. Nuncamás.

Las lágrimas le emborronaron la visión y el temblor en sus brazos se desparramó portodo su cuerpo. Querido Dios, no podría sobrevivir otra violación pero no creía quepudiera matar a un hombre tampoco.

Coraje. Necesitaba coraje.

—Clint te va a ampollar el trasero Jenna McKinnely, tenlo por seguro —le dijoCougar, sus ojos estrechándose al ver su expresión y la tensión que había en ella.

Asa le lanzo una mirada penetrante:

—Cállate Cougar.

En contraste con el gruñido de Cougar, el tono de Asa era suave y gentil. No podíaser más engañoso porque había visto sus ojos y nadie que viera lo fríos y grises que eranpodría pensar que era nada menos que letal.

—Nadie va a lastimar a nadie Jenna pero tendrás que tomar una decisión muypronto. O sueltas el arma o disparas —él se encogió de hombros—, una cosita tan pequeñacomo tú no podrá soportarlo mucho mas.

Él tenía razón. Eso hacia aun mas imperativo que se fueran.

—Por favor váyanse —les ordenó.

No existía plegaria en el mundo que pudiera hacer que algún hombre la viera comoalguien valiente. Todo lo que tenia para amenazarlos era su desesperación. Y no es que notuviera mucha. Recuerdos fracturados de voces masculinas, lujuria y dolor pusieron aprueba su cordura. El pasado mezclándose con el presente, las viejas caras borroneándosesobre las nuevas. Sus propios gritos, sus propios gritos sin sentido reverberaron en sus

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oídos hasta que ya no estuvo segura de lo que era real y lo que era recuerdo. Lo único quesabía a ciencia cierta era que Clint la había traicionado. El dolor de aquello sobrepaso todolo demás, alimentando su pánico, drenándole las esperanzas y la razón.

—¿Te importa si tomo mi abrigo?

Cougar cambio su peso. Sus zapatos no hicieron sonido alguno en los tablones delsuelo mientras daba un paso a la derecha.

Ella solo quería que él se fuera. Los músculos en sus antebrazos se flexionaronmientras el alcanzaba su abrigo. Ella dio un paso atrás. No podía dejar que la tocara. Erademasiado fuerte, demasiado impredecible.

—Solo tómalo y vete.

El pelo largo le cayó por los hombros mientras alcanzaba el abrigo. La pistola sesentía muy pesada en su mano. Una gota de sudor resbalo por su columna mientras él,muy lentamente tomaba el abrigo del perchero.

A su derecha, Asa estaba parado, no menos letal por estar sonriendo. Ella habíaescuchado historias. Sabia de lo que era capaz. Pero Cougar estaba más cerca y era laamenaza mayor. Ella mantuvo el arma apuntada hacia él, forzándose a si misma aencontrar su mirada en caso de que él quisiera dar algún signo de advertencia.

Él no se oculto de ella pero si frunció el ceño, los ojos buscando los suyos antes dedecir:

— Tus demonios no pueden ganar aquí Jenna.

Ella estaba aferrada a la realidad por un pelo, pero aun estando tan cerca del bordeno se dejaría engañar por la gentileza en el tono de Cougar. Había sucumbido antes a esaamabilidad demasiadas veces como para hacerlo de nuevo.

—No tengo demonios. Solo hombres que lastimaban y herían.

—No me iré hasta que no me des el arma. —Asa interrumpió en su agradable tono.Los tablones del suelo crujieron y por segunda vez Jenna no supo quien cargaba el arma.Se mordió el labio y se reenfoco en el pecho de Cougar.

—¿Vas a intentar dispararme? —le pregunto él con una ceja arqueada.

—Sabes lo sensibles que son las armas de Clint. Solo bajarlas mal las puede hacerdispararse. Es una maravilla que no se haya disparado a si misma todavía.

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—Justo ahora yo soy el que está en peligro de ser disparado —apunto secamenteCougar.

—No sería la primera vez —se encogió de hombros Asa, acomodándose el sombreroen la cabeza y escondiendo de esa manera su expresión bajo el ala. El tablado crujió devuelta bajo sus pies y el dio otro paso adelante. Los músculos de los brazos de Jennaardieron en total agonía. No podría sostener el arma por mucho más tiempo. Le apunto aAsa.

—No me hagas hacer esto.

Él continúo acercándose.

—Señora McKinnely, he vivido hasta hoy porque se cuando alguien quiere usar elgatillo —se le acercó mas—, y cuando no lo va a hacer.

Tenía razón. No podría matarlo. No podía evitar esto de esa manera. Y no la hacíamenos decidida a evitarlo. Dio vuelta el arma hacia su propio pecho y cerró los ojos.

El “¡hija de puta!” coincidió con el sucinto “¡mierda!” de Cougar. Ella apretó elgatillo. En el instante que su dedo encontró la resistencia, su brazo fue violentamenteechado hacia arriba y hacia la pared y una fuerza la alcanzó de lleno en el estomago justocuando una fuerte explosión se detonó cerca de su oído izquierdo. La pistola se separó desu mano y hubo otra ensordecedora detonación antes de que ella empezara a girar y darvueltas.

Hubo terribles gruñidos y más juramentos. Abrió los ojos y vislumbró brevemente lapuerta y el techo antes de caer con un ruido sordo sobre alguien. Trato de darse vueltapero no pudo.

—¿La tienes? —pregunto Cougar. Desde debajo de ella.

—Sí. —gruño Asa.

—¿Esta herida? —metal sonando sobre metal apuntaló cada palabra.

—No creo —sus brazos se apretaron a su alrededor.

Oh Dios, había fallado, fallado. Golpeo la cabeza contra el pecho de roca sólida deAsa y grito una protesta contra la injusticia de todo ello. De la crueldad de saber lo quevendría y la agonía de tener que soportarlo de nuevo. Chilló de vuelta mientras el terror

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giraba sobre ella, manteniéndolo porque al menos era algo, no importaba cuan ineficaz,que podía hacer.

Mientras gritaba enterró las uñas en los brazos que la envolvían, haciéndole daño ygolpeó con la cabeza de vuelta tratando de darle a Asa en la cara, pateándolo con los piesy buscando desesperadamente un punto débil donde herirlo. No iba a ocurrir de vuelta.No de vuelta, no de vuelta.

Clint entró a caballo en el prado, su pene y sus pensamientos ocupados con lo queserían las próximas horas con Jenna. Ella había llegado tan lejos en los últimos días,perdiendo algo de esa arraigada sumisión y ganando un poco de confianza. Hasta casi lohabía desafiado cuando él le introdujo esas bolas en su dulce abertura. Se lamió los labios.Sus músculos se contrajeron con el recuerdo de su delicado y almizclado sabor. Su penepalpitó y se agitó. Maldición, era capaz de correrse solo con el sabor de ella.

Ató a Ornery al poste que había detrás del granero. Notó que el negro grande deCougar y el de color ante de Asa estaban en el corral. Suspiró. Había olvidado que loshabía invitado. Debería esperar un poco para jugar. Jackson saludó desde donde estabavolcando agua fresca en el abrevadero para los caballos.

—¿Todo bien?

Jackson asintió:

—Cougar y Asa fueron a la casa hace unos cinco minutos.

—¿Algo más?

—Con la excepción de que me gustaría quitarte ese ruano tuyo, no.

Clint le devolvió la sonrisa:

—No tienes chance.

—Supuse que dirías eso.

—¿Entonces por qué tengo la impresión de que volverás a intentarlo?

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Los blancos dientes de Jackson destellaron en la sombra bajo el ala de su sombrero.

—Probablemente porque aún no consigo lo que quiero.

Clint se rió entre dientes.

—Se hace difícil escucharte de esa manera.

Levanto las riendas de la cabeza de Ornery:

—¿Podrías refrescarlo por mí?

—Seguro —de nuevo esa sonrisa—, simplemente lo añadiré a tu cuenta.

Clint sacudió la cabeza.

—No podrás cargar una cuenta lo suficientemente alta como para tener ese ruano.

Jackson tomo las riendas de sus manos.

—No puedes culpar a un hombre por intentarlo.

Clint se tiro el sombrero hacia atrás.

—No supuse que se pudiera.

Un disparo sacudió la tranquilidad de la mañana. Clint estaba corriendo hacia la casaantes de que el segundo resonara, pegado a los talones del primero con los gritos de unamujer reverberando como un eco. El ladrido salvaje de Danny remarcó el escalofriantechillido. Clint luchó contra su instinto de llamar a Jenna. En vez de ello corrió aun másrápido, sacando su pistola mientras lo hacía, los doscientos metros entre él y la casapareciéndole kilómetros. Se detuvo en el porche, quedándose a la izquierda de la puerta.Dio dos cautelosos pasos y se pegó a la pared. Se acercó rodeando el gran cuerpo deDanny, usando el ruido de sus ladridos para cubrir el sonido de la puerta abriéndose.Apenas la puerta se abrió, Danny salto hacia adentro con un gruñido animal. La puerta segolpeó contra la pared. Un hombre maldijo furiosamente y los gruñidos de Danny setransformaron en gritos de guerra. Clint entró en el vestíbulo listo para disparar perolevanto el brazo a la vista de quien lo recibía.

Cougar estaba separando a Danny de Asa, que yacía en el piso con los brazos ypiernas envueltos alrededor de Jenna. Ella luchaba sobre él. Lo cabeceo nuevamente ygritó de vuelta, el tipo de grito que él había escuchado antes cuando había tenido lapesadilla. Del tipo que le paraba los pelos de la nuca. Enfundó su arma.

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—¿Qué diablos ocurre aquí?

—¡Hija de puta! —maldijo Asa cuando Jenna le dio con la cabeza en la barbilla.

—Controla a tu mujer y tu perro —le espetó Cougar.

Clint quitó a Danny de en medio. El perro se sentó inquieto. Clint se arrodilló y tomoa Jenna de los brazos, apoyándola en su pecho y retrocediendo hacia la pared traseramientras Asa la empujaba hacia él. Esperaba que ella dejara de luchar. No lo hizo. Susdedos se curvaron en garras y buscaron su cara mientras murmuraba “no, no, no” enforma incesante.

—Soy Clint Sunshine, tranquilízate.

Le bloqueo las manos con el antebrazo presionándola contra su pecho. Ella sacudió lacabeza y hundió los dientes en su bíceps. Él le lanzo una rápida mirada a Cougar mientrastiraba de su brazo para evitar sus dientes.

—¿Qué diablos le hicieron?

—Ni una maldita cosa —sostuvo Cougar rotundamente.

Los ladridos de Danny se transformaron en aullidos. Cougar lo dejo ir einmediatamente el perro colocó su gran cabeza sobre la desmadejada de Jenna,babeándole el pelo. Ella ni siquiera se percató. Clint la acerco mas a él, presionando sucabeza contra su pecho y estremeciéndose cuando ella lo quiso morder.

Asa se levanto del suelo, sus grises ojos observando a Jenna con una mezcla de penae inquietud.

—Entramos. Ella se veía un poco nerviosa pero normal. Hice un comentario sobreque tu nos habías invitado a jugar —el señalo con la mano hacia el granero que seobservaba desde la ventana—, con ese potro que estabas tratando de domar y se volvióloca.

—¿Se volvió loca porque hablaron de domar a un potro?

Clint controló la paliza que Jenna le estaba dando ajustándole los brazos a loscostados con los suyos. Sus lágrimas le mojaban el hombro mientras ella luchaba contra suagarre y seguía mordiéndolo.

Cougar se acercó, sus zapatos sin hacer ruido, su dorada mirada considerando algo,una mueca en su boca.

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—En realidad pienso que todo lo que él le dijo fue que tu nos habías invitado a jugar—clarificó.

“Es tan divertido jugar contigo”. Las palabras que le había dicho a Jenna la nocheanterior resonaron en su cabeza. Pensó en su pasado y se dio cuenta de cómo el saludo deCougar la pudo haber afectado.

¡Ah mierda, mierda, mierda!

—Escuché disparos —dijo finalmente, la culpa haciéndole un hoyo en el pecho másprofundo que lo que los dientes de ella podrían lograr alguna vez. Asa se masajeo labarbilla herida, sus ojos encontrando los suyos con la franqueza que el apreciaba en elhombre.

—Ella se apunto con la pistola Clint.

—¡Hijo de puta!

La pesada sensación de la mano de Cougar en su hombro fue bienvenida. Clintencontró con la mirada a su primo. Ellos habían visto esta reacción antes. En otras mujeres.Mujeres que habían sido violadas. Mujeres que ellos habían intentado traer a casa con susfamilias. Que eso fuera lo que su Jenna estaba pasando lo hizo querer rugir. Sin embargoluchó por calmarse. Jenna necesitaba más su calma de lo que necesitaba su furia. Ellarespiraba en ásperos y entrecortados jadeos. Sus costillas presionaban bajo sus manosmientras luchaba por respirar. En la otra habitación notó que Bri lloraba. Agachó la cabezapara murmurarle en el oído a Jenna, usando su voz dulce y apacible:

—Sunshine, tienes que calmarte. Estas asustando a la niña.

Podría haberle hablado a la pared. La ira que por lo general mantenía controladaamenazó con liberarse. Asa se arrodilló a su lado. Sintió que jalaban de su cartuchera. Asarodeó a Jenna y le alcanzó el revólver de Clint a Cougar.

—No necesitamos que se repita.

Él no se alejo rápidamente como Clint pensó que lo haría. En vez de eso tomó a Jennade la barbilla con su mano, liberando sus dientes de la carne de Clint y girando su cabezahacia él. Su expresión estaba desprovista de su humor normal cuando le dijo, con mortaltranquilidad:

—Cuando te sientas mejor, dime sus nombres y me encargaré de ellos.

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Aparentemente Asa había visto su cuota de mujeres alteradas también. Clint no sabíasi Jenna lo había escuchado por sobre su respiración fatigosa y el pánico persistente perocuando Asa la soltó ella no aparto la mirada. Despacio, sacudió la cabeza.

—No.

—Será resuelto —dijo Cougar, apareciendo en la línea de visión de Jenna. La mismadeterminación letal de Asa lo rodeaba. Infiernos, también lo rodeaba a él.

Desde la puerta Jackson hablo en voz alta:

—Estaría feliz de acompañarlos.

En sus brazos, Jenna se puso aun más rígida. Cristo, ¿pensó que no lo resolveríanjuntos?

—Cuando llegue el momento —dijo Clint, poniendo fin a todas las dudas—, yo meencargaré de esa cuenta.

Jenna enterró la cabeza en su garganta, su respiración calentando su piel pero sintocar la frialdad que había en su alma. En el otro cuarto el llanto de Bri aumentó devolumen.

—No lo harás solo —le planteó Cougar implacable.

—No es tu problema —le señalo Clint.

Asa puso las manos en sus rodillas y se enderezó, sus ojos fijos en Jenna.

—No sé el resto de ustedes pero yo lo tomaré como propio.

—Sip —concordó Jackson.

—Bueno eso lo decide todo —Cougar apunto con la barbilla en dirección a la cocina.Su largo pelo ondeaba sobre sus hombros y pecho mientras se daba vuelta—. Voy a ver aese juguetito mientras ustedes dos arreglan las cosas.

—Tráela afuera para que nos vea jugar con ese potro —le sugirió Asa, impulsando aJackson hacia afuera.

—Lo haré.

Cougar se detuvo en la puerta de la cocina, se dio vuelta y retrocedió, sus ojos de undorado oscuro y su expresión seria. Se detuvo y señaló a Jenna. Clint le dio permiso conun movimiento de cabeza.

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Cougar se agachó. Jenna se tensó. Él posó su mano enorme en la parte trasera de lacabeza, su piel luciendo muy oscura en contraste con el brillo dorado de su pelo.

—Dile a Clint lo que pasó Jenna. Dile todo y después solo déjalo ir.

Jenna sacudió la cabeza casi en forma imperceptible. Clint apenas la sintió bajo sucuello.

—Lo que sea Jenna —le dijo Clint, acariciándole la espalda—, no me va a importar —le pasó un dedo por la mejilla—, solo te quiero a ti Sunshine, de cualquier manera quepueda tenerte.

Cougar retrocedió, sus ojos reflejando la tristeza que no alcanzaba a su voz.

—Necesitas confiar en que Clint se ocupara de los hombres que te lastimaron. Tienesque confiar que él no tolerará que te alejen de él.

—Nunca nena, no te dejaré ir por nada ni por nadie… vivo o muerto.

Clint sintió el estremecimiento de Jenna. Empezó muy profundo dentro de sí misma,con casi imperceptibles temblores pero luego se traslado a sus miembros, empujándolo aél mientras ella vibraba a su lado. Sus brazos envolvieron su cuello, sus uñas se hundieronen su nuca. Sus lagrimas le mojaron el cuello mientras ella jadeaba.

—¡Oh Dios, oh Dios!

Él sintió el empuje de sus uñas, ella quería apretujarse más, como si necesitarahundirse en él.

—¡Oh Dios Clint!, ¿Estoy loca?

—No Sunshine —le susurró, sosteniéndola todo lo fuerte que ella podía soportar—,simplemente que te han asustado demasiado.

—Pero no necesitas temer nunca más —le dijo Cougar

—No —Clint le rodeó la cara con la mano—, ya no tienes que temer nunca más.

Ella se sentía pequeña y suave en sus brazos. Una dulce mujer que no haría daño ni auna mosca. Alguien, algún hombre había abusado de esa dulzura. Había tratado dequebrarla, aterrorizándola hasta el punto de que creía que estaba loca.

—Casi me maté por nada.

—Pero no lo hiciste.

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—¿Pero y si lo hago de nuevo?

—No lo harás —le enjugó las lágrimas de las mejillas—, tan pronto como te sientasmejor estarás bien como la lluvia.

Le tocó el pelo, acomodando las pocas hebras sueltas. Había pasado por un infiernopero había sobrevivido. Le besó el cabello. Era su esposa ahora. Sabía de su valor. Él sabríaapreciar esa dulzura. Protegerla. Y cualquiera que se entrometiera con ella de nuevomoriría.

—Soy tu marido ahora Jenna. No un matón de pacotilla. Se cómo proteger a mifamilia.

—Todos te protegeremos —añadió Cougar, su tono resonando con la seguridad deun hombre que sabía como honrar sus promesas—, eres una de nosotros ahora.

Clint le lanzo una mirada agradecida mientras Jenna se relajaba un poco.

—No debes tener miedo de nada más —le dijo Clint, añadiendo su seguridad a la deCougar y diciéndose a si mismo que no era del todo mentira. Ella estaría bien hasta el díaen que descubriera la verdad sobre él y tratara de dejarlo. Allí sabría que clase de bastardoera pero entre ahora y entonces la mantendría segura.

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Capítulo 16

Oh, Dios. Casi se había suicidado. Y por un malentendido. Habría dejado a Bri sinmadre. Habría dejado a su marido sin esposa. Y todo porque no había podido lucharcontra los recuerdos. Tal vez estaba tan loca como Jack siempre había sostenido. Salvoporque no se sentía loca cuando Clint la sostenía. Se sentía segura. Completa. Hasta quealgo como lo de hoy ocurría y le hacía saber cuan frágil era su realidad. No podía seguirasí.

La puerta trasera se abrió. Cougar llevaba a Bri afuera.

—Perdóname.

Clint la sostuvo suavemente.

—¿Perdón por qué?

—Por amenazar a tus amigos con dispararles.

—No es la primera vez que alguien les echa un farol.

—No sé que me paso.

—Te asustaste.

—Esa no es excusa.

—Por el momento dejemos que lo sea.

—Aún lo lamento.

Él era tan considerado. Apoyó la mejilla en su pecho.

—¿Por apuntar con un arma a Cougar y Asa o por intentar suicidarte?

No sabía cómo responder a aquello. Un toque en su nuca le hizo inclinar la cabeza. Elsol que provenía de la ventana de la sala se enfoco en la mejilla derecha de Clint,iluminando sus oscuros ojos con destellos de luz.

—Lo último que necesitas es pasarte la vida disculpándote —sus labios la besaron—,tú eres mía Sunshine. Para siempre. No importa lo que pase.

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Ella nunca había sido besada con tanto sentimiento. Nunca había sido sostenida contanta ternura. Y nunca, nunca había creído en algo tanto como en esto. Él la sostuvo hastaque los latidos de su corazón se tranquilizaron. Hasta que su pánico decayó y suvergüenza fue vencida bajo la firmeza de su toque. Mientras se tranquilizaba, noto quemientras ella se relajaba, el no. Los brazos que la envolvían estaban tensos, su corazónlatiendo más rápido de lo normal en su pecho y cuando ella le miró la cara había líneasblancas esculpidas a los costados de su boca.

—¿Clint?

Él bajo la cabeza para mirarla.

—¿Qué necesitas Jenna?

No un abrupto “¿Qué?”, no un sermón, solo una oferta de consuelo.

—Estas alterado —empezó ella, no muy segura de cómo abordar el tema.

—Me diste un susto de muerte.

Ella le acaricio el pecho.

—Me asusté yo misma.

—Lo superaremos —él tenía tanta fe en ella. Por ninguna razón—, debemos hacerlo.

—Lo sé —ella le acaricio la comisura de los labios, donde la piel se veía blanca. Él semerecía una razón. Se merecía una esposa con la que pudiera contar.

—No puedo seguir siendo ella Clint.

Él frunció el ceño.

—¿Quién?

Ella comenzó a acariciarlo en las líneas que se formaban entre sus oscuras cejas.

—Esa mujer que está tan cegada por el miedo que hace cosas estúpidas.

—Es bueno oírlo —las líneas alrededor de sus ojos se habían suavizadoimperceptiblemente.

—No sé cómo pero voy a cambiar —ella creía en cada palabra—, no voy a dejarlos ati y a Brianna debido al pasado.

—No hay prisa. Seré más cuidadoso.

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¿Cuanto más cuidadoso podría ser?

—Creo que algo de esto debe salir de mi —le paso un dedo por el recto contorno desu nariz, tomando fuerza de su seguridad. Ella podría ser la mujer que él veía cuando lamiraba.

—Cuando estés lista —su mano le aliso el pelo, su dedo meñique desenmarañándolo.

—Estoy lista ahora.

—¿Ahora? —él le arqueo una ceja y liberó su dedo.

Ella asintió.

—Quiero hacerte sentir mejor.

—Estoy bien. —Él la abrazo con cuidado como si fuera de porcelana y estuviera enpeligro de hacerse añicos.

Él no estaba bien. Podía sentir la tensión burbujeando bajo su piel.

—¿Por favor?

Él le alzo la barbilla.

—Lo que necesito, no estás en condiciones de dármelo.

La negativa la golpeo duro. Ella bajo la mirada y cruzó las manos sobre su regazo. Letomó aproximadamente dos segundos darse cuenta de lo que había hecho. Y luego deprometer que cambiaria. Alzó la cabeza y miró a Clint directo a los ojos.

—No.

—¿No? —él alzó ambas cejas.

Ella no podía culparlo por sorprenderse. Ella nunca le había dicho eso a él sin haberestado totalmente perdida, pero se lo estaba diciendo ahora. Ella se estrujó los dedos.

—No puedes seguir tratándome como si me fuera a romper y luego esperar que seafuerte.

—No espero que seas fuerte.

Eso le dolió más que el rechazo.

—Quiero serlo, y debes ayudarme.

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—¿Debo? —él se retiró para observarla mejor.

—Si, empezando desde ahora —ella tomó un largo aliento y lo soltó—, debesdecirme que necesitas y dejarme decidir si puedo dártelo.

—Eso sonó como una orden.

Ella tomo otro aliento, lo sostuvo en un acto de osadía y le contesto.

—Lo fue.

Él no se movió ni pareció respirar por tres latidos y luego, increíblemente se rió.

—Eres una mujer increíble, Jenna McKinnely.

Le acaricio la mejilla con el reverso de la mano, sus oscuros ojos pensativos. Ella sesumergió en ellos y esperó. Él suspiró y ella supo que había ganado.

—Estuve muy cerca de perderte —él se detuvo y un músculo de la mandíbula se letenso—, te necesito.

—¿Quieres hacerme el amor?

—Mas que solo hacerte el amor —sacudió la cabeza como si estuviera disgustadoconsigo mismo—, quiero enterrarme en ti hasta que no puedas saber donde termino yo yempiezas tu.

—¿Y crees que yo no quiero darte eso? —ella se dio vuelta en sus brazos, sus pechospresionando su estomago, una mano yendo hacia donde sabia que estaban sus cicatrices,imaginando que las podía sentir a través de todas las barreras. Le daría cualquier cosa queél quisiera.

—Estás muy vulnerable ahora mismo.

Ella sacudió la cabeza, evitando su mirada. El pensamiento de hacer el amor ahoramismo, con los recuerdos tan claros la hizo encogerse pero la idea de desilusionar a Clintcuando la necesitaba era peor.

—Tal vez yo necesito lo mismo que tu. Tal vez necesito saber que todavía me deseas.

—Siempre te desearé.

Su mano se curvó alrededor de su cabeza, acunándola, ella deslizó las manos por sushombros delineando con los dedos la base de su cuello y acariciando su mandíbula con los

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pulgares antes de tomarlo por las mejillas y tirar de su boca hacia la propia. Se concentróen Clint. Él era el único que importaba ahora.

—Entonces bésame —ella lo necesitaba para hacer que los demonios desaparecieran.Para recordarle como eran las cosas ahora.

Él lo hizo. Su boca suave mientras lo hacía, apenas un roce de labios cuando ellaquería posesión. El suave ir y venir de su boca le permitió el tiempo como paraconcentrarse plenamente en el momento. Para eliminar los últimos remanentes del pasado.Se entregó al beso, la fuerza que contenía, la seguridad. Mas allá de sus manos, sintió elmás fino de los temblores sacudirlo antes de que el beso cambiara, haciéndose másprofundo, intenso y apasionado, como si el necesitara reclamarla.

Ella abrió la boca a la ofensiva de su lengua, tomando dentro de ella, sosteniéndolo,entendiendo su necesidad porque la compartía. Ella también necesitaba saber que él erareal. Que estaría allí para ella cuando lo necesitara. Que era suyo. No importaba lo queocurriera. Las manos de él bajaron por su cuello acomodando su cabeza para obtener unmejor ángulo. Para profundizar el beso, tomando el control y dejándola incapaz de hacernada más que acoger su deseo.

Su mano se hundió en el hueco de su espalda mientras el acoplaba su boca a la deella, arqueándola en sus brazos. El dolor de su pierna la atravesó mientras la presiónaumentaba. Ella gimió y se apretó contra sus amplios hombros. Solo estaba su abrigo deoveja antes de que ella encontrara los músculos sólidos. Su boca le dio un respiro.

—Esta bien nena, solo dame un poco más.

Ella se apretó más.

—Mi pierna.

Las palabras se perdieron en su boca mientras su respiración se enredaba con la de él.Por espacio de un latido no creyó que él la hubiera escuchado pero enseguida estaba enmovimiento, levantándola por las rodillas como si no pesara nada. Sosteniéndola de talmanera que nada de su peso estaba en sus piernas mientras él se separaba de la pared. Ellase agarró de su cuello mientras se enderezaba. Él la acunó en sus brazos, su pechoestremeciéndose contra el de ella mientras tomaba un profundo aliento. Ella se abrazó másfuerte a su cuello mientras él la acercaba también.

—Disculpa dulzura.

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Ella no quería que se disculpara. Estiró la cabeza para verle la cara.

—Solo era la posición.

Él estaba sacudiendo la cabeza antes de que ella terminara la oración su largo pelopeinándole la mejilla en una caricia suave.

—Debería ser azotado como un caballo por lanzarme sobre ti luego de lo que haspasado.

Él se encaminó hacia la sala.

—Fue hace mucho tiempo.

Él se detuvo en la puerta de la sala. Sus ojos sabiéndolo, su expresión dura.

—Lo suficientemente cercano en tu mente que casi te pierdo a causa de eso.

Ella no podía rebatir eso. Descansó la mejilla en su hombro mientras la cargaba a laconfortable habitación. La acostó sobre los cojines del sofá, la preocupación de sus ojosdiciéndole que no iba a retomar las cosas donde las habían dejado.

—No voy a volver a caer en ello de nuevo.

—Lo sé.

No sonaba como si realmente le creyera.

—No lo haré Clint.

Tras la desgracia de aquel momento de histeria, se sentía libre. Por primera vez en suvida, libre. Como si todo lo que había sido demasiado confuso como para entenderlo fueraahora claro y firmemente asentado en su lugar, donde pertenecía. Como si realmente fueraposible empezar de nuevo. Un paso a la vez, lejos del pasado mirando hacia su futuro.

—Bien —él le acuno la cara entre las manos, arrodillado a su lado—, quiero quedescanses ahora.

—No necesito descansar.

Él acaricio la línea de sus mejillas con los pulgares.

—Quiero que lo intentes.

Alcanzó la manta y la cubrió con ella.

—¿Qué harás tu?

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Le agarró la mano antes de que se retirara.

—Voy a aplacar mis nervios en ese maldito caballo.

Ella casi sintió pena por el animal. Clint casi vibraba de la tensión. Suspiró.

—Quisiera que los aplacaras conmigo.

Sus ojos llamearon de deseo antes de que fuera rápidamente aplacado. Ella sabia cualera la respuesta antes de que el negara con la cabeza.

—Me siento demasiado áspero como para ser cuidadoso contigo y tu estasdemasiado contenida como para dejarte llevar.

Él tenía razón. Maldición. Le acomodó el pelo detrás de los hombros, con la culpacorroyéndola. Él la necesitaba y una vez más ellas fallaba en darle lo que quería.

—Pero, ¿y mas tarde?

—Más tarde seguro, puedes contar con ello —la besó en la parte interna del brazo. Labrusquedad del movimiento fue una pobre imitación de su normal suavidad, diciéndolemucho más que con palabras cuan al borde estaba de perder el control. El pelo le cayóhacia delante de nuevo, tan obstinado como él en querer hacer lo que deseara.

—¿Que pasa con Bri?

Él le sonrió y le acomodó la manta alrededor de los hombros.

—Estoy seguro de que entre los tres nos podemos encargar de una dulce niñapequeña por un par de horas.

—Dijiste que era un demonio —le recordó ella con una sonrisa débil.

—Me gusta eso en ella —y si le gustaba. Parecía que disfrutaba todo acerca de lapequeña, desde sus buenos modales hasta los malos. Se deleitaba con su temperamento ysus sonrisas con igual fervor. Él era como nadie que ella hubiera conocido antes.

El sofá se reacomodo mientras él se incorporaba.

—Le echaré carbón a la estufa antes de irme. Tú relájate y toma una siesta.

—No estoy enferma.

—No, pero has estado levantada por Bri las últimas noches y todavía estas cansada.

Él cruzó hacia la pequeña estufa. La puerta crujió mientras la abría.

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—Y esa pierna se merece un descanso —añadió mientras agregaba unos pocos leñosa las brasas ardientes. ¿La vería siempre como una lisiada?

—¿Prometes que volverás?

Con una ceja arqueada le recordó.

—Tú eres mi esposa. Este es mi hogar.

Y él era un buen hombre que había prometido honrarlos a ambos. Ella enroscó losdedos en la manta. Quería ser para él más que un deber.

Sus botas hicieron ruidos sordos mientras cruzaba el amplio piso entablonado. Sumano se sentía pesada en las suyas mientras le desenredaba los dedos.

—No me voy a ninguna parte Jenna —atrajo su mano hacia su boca, besándola en losnudillo. Sus cejas se arquearon de preocupación mientras la buscaban sus ojos—. Estaréafuera. Si me necesitas solo haz sonar la campana.

Ella se incorporo sobre sus codos, determinada a que él supiera esta única cosa.

—Y yo estaré aquí si me necesitas.

Él asintió, pero su expresión no se relajo.

—Lo tendré en mente.

Él no había creído que ella lo dijera en serio. Por dentro, algo cambio, y la culpa y elmiedo cayeron bajo una oleada de determinación mientras lo veía dejar la habitación. Ellatendría que tomar cartas en el asunto.

—Despierta Jenna.

El tono bajo serpenteó en sus sueños. Ella se dio vuelta hacia la voz y abrió los ojos.Clint estaba arrodillado a su lado, su expresión inescrutable.

—¿Me quedé dormida? —se quitó el cabello de la cara. Los ojos de Clint siguieron elmovimiento y una sonrisa suavizo las líneas duras de su boca.

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—Parece que si.

—¿Dónde esta Bri?

—Acaba de empezar su siesta. Lo cual significaba que tenían un par de horas libres.

Esperó que el nerviosismo la ganara pero en cambio todo lo que sintió fue la mismadeterminación que había experimentado más temprano. Y anticipación. Le toco el bordede la sonrisa.

—¿Eso significa que ya es más tarde?

—¿Quieres que lo sea?

Amaba la manera en que sus cejas se alzaban cuando él estaba divertido. Resbaló undedo en su boca, saltando ante la desbocada sensación que la golpeó cuando se lo chupo.El temblor en su “si” hubiera sido embarazoso si no hubiera tenido un efecto tan profundoen Clint. Su expresión se volvió dura en un segundo mientras sus ojos ardían con unaintensidad que ella había comenzado a apreciar. Su voz, sin embargo sonaba calmada.Demasiado calmada. De la manera en que sonaba cuando estaba ocultando como se sentíarealmente. ¿Pensaría todavía que ella no era capaz de manejar el deseo que sentía? Teníamucho que aprender de ella.

Ella le rodeo los hombros con los brazos.

—Ayúdame a levantarme por favor.

La facilidad con la que la alzó, la hizo sentir un rayo de excitación correrle por lacolumna.

—¿Puedes pararte? —Le pregunto, sosteniéndola mientras ella se paraba sobre suspies. Ella probó su pierna.

—Estoy bien.

Él la estabilizó con una mano. Las pequeñas bolas le hicieron saber su presencia convenganza. Sus rodillas se doblaron con la punzante ola de placer. Clint la sujetomaldiciendo.

—¿Tu pierna?

El rubor ardió hasta la punta de sus dedos dejándola un poco mareada mientrasconfesaba.

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—No es mi pierna.

Clint frunció el ceño.

—Dijiste que no estabas herida —mientras hablaba sus enormes manos le recorrían elcuerpo, buscando heridas.

Oh cielos. Esto no podía ser más embarazoso.

—No estoy herida.

Un latido, dos. Podía verle la mente trabajando. Cuando lo golpeó la comprensión,su sonrisa fue de pura satisfacción masculina y sus ojos llamearon con sensual excitación.Él acortó la distancia entre ellos con un paso.

—¿Esos juguetes te hicieron pasar un mal rato?

—Sí.

No solo le causaban problemas, pero es que sentía como si cada nervio en su cuerpoestuviera crispado. Él la apretó contra su cuerpo. La dura longitud de su pene palpitócontra ella, como si estuviera tratando de alcanzarla a través de su ropa. Ella sintió laincreíble urgencia de arrancarse a jirones el incomodo y pesado material. Su sexo sollozócon igual necesidad. Él le quitó una hebra de pelo de la cara y la sombra de una sonrisatocó su boca.

—¿Puedes sentir las bolas ahora?

Ella sacudió la cabeza.

—Solo cuando me muevo.

—¿Y estas segura de que tu pierna no te duele?

Las manos le masajeaban el cuello.

—Sí —ella lo sabía pero igual lo preguntó—, ¿por que?

Una genuina sonrisa se le formó en la cara mientras la impulsaba hacia adelante ybajaba la cabeza.

—Porque es tiempo de que te muevas.

Ella cerró los ojos mientras sus labios alcanzaban los suyos ya abiertos. Lo tomó porlos brazos aferrándolo. Amaba la manera en que la besaba, todo calor y paciencia pero

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también tan carnal que lo sentía directo en su centro, que se apretaba disparando elmovimiento de esas tortuosas bolas.

—¿No podríamos simplemente sacarlas? —le susurro mientras el deseo crecía en ella.

—Sí.

Ella suspiro de alivio. Él la giro y la impulso hacia la puerta con las manos en sushombros.

—Tan pronto como lleguemos arriba.

Ella lo miro por sobre sus hombros.

—No querrás decir que…

—¿No puedo?

Él alzo una ceja y rió, la risa mezclada con lujuria en su mirada.

—¿Brianna?

—Estará dormida por lo menos dos horas.

Con las manos en el centro de su columna la apresuró aun más. Las bolas semovieron chocando unas con otras y enviando fragmentos de sensación astillándose haciaarriba. Ella se mordió el labio y tomo un aliento profundo.

—Oh, esto va a ser divertido —murmuro Clint.

Para él tal vez. Para ella iba a ser pura tortura. Dio otro paso. Las bolas se movieron yella se mordió el labio de vuelta para evitar el gemido que se le colaba. La risa de Clint lasiguió mientras daba otro paso. Escucho el sonido de algo golpeando la silla. Mirorápidamente y vio que era su abrigo. El siguiente paso la dejo al pie de las escaleras. Seagarró del pasador para sostenerse. Un tablón crujió y luego lo sintió contra su espalda. Sucalor y aroma se filtraron en sus sentidos como una droga insiDiosa, debilitándola yhaciéndola más susceptible de las sensaciones que la atenazaban desde su centro. Esta vezno pudo suprimir el gemido mientras se tambaleaba.

—¿Algún problema Sunshine? —su brazo en enroscó en su cintura.

—No puedo hacer esto.

—Pero yo quiero —sus dedos descansaron en su estomago, justo por sobre su zonapélvica—, te quiero caliente y necesitada, esa dulce entrada abierta para mi pene.

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Ella ya se sentía así.

—No es justo.

—¿Por qué no?

—Te quiero necesitado también.

Sus labios acariciaron la base de su cuello.

—¿Crees que puedo escuchar tus gemidos, saber que estas necesitada de mi yquedarme como si nada? —sus dientes le mordisquearon la oreja—, esa es una malvadaimpresión que tienes de mi.

Él presionó con los dedos, masajeando la necesidad que latía dentro, convirtiéndolaen un pulso urgente, y al mismo tiempo dejándola sentir la increíble dureza de su pene através de su falda.

—Te quiero nena. Solo disfruto de la anticipación.

Ella no pudo pensar en nada más elocuente que decir que un simple “oh”.

—Así que ¿por que no llevas ese lujurioso trasero por las escaleras así puedocomenzar a jugar?

¿Lujurioso? ¿Él pensaba que ella era lujuriosa? El cumplido casi hizo que la idea demoverse fuera tolerable. Puso un pie en las escaleras. Las bolas presionaron contra susparedes internas. Ardientes lamidas de fuego se irradiaron. Ella alzó la mirada. Había 14escalones en total. Se lamió el labio y dio otro paso. Clint estaba justo detrás de ella, lamano en su estomago midiendo cada aliento que tomaba. Su sexo estaba hinchado y latía.La piel más allá de sus dedos estaba ultra sensible, hambrienta de su toque a través de laropa. Ella hizo una pausa, agarrándose del pasador para encontrar fortaleza. Clint leapoyo la espalda contra él.

—No luches contra ello —le susurro al oído—, solo deja que fluya a través de ti.Siéntete bien, no es un pecado nena, es un regalo.

¿Un regalo? Era una tortura, pura y simple. Acomodó la cabeza en el hueco de sushombros. Él le acaricio la oreja con la boca.

—Sube las escaleras Jenna.

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¿Por qué tenía que decirlo de esa manera, con ese tono de voz? Ella dio otro paso yluego otro. El fuego creció desde su ingle, atenazando sus sentidos, aniquilando laposibilidad de hacer algo más que sentir. Ella se apoyo en él nuevamente.

—No puedo.

—¿Qué pasa si te digo que yo lo deseo? —siempre esa voz seductora que alimentabasu necesidad con promesas almibaradas. Su sexo latió y se hincho aún mas mientras lasugerente promesa se le deslizaba por la columna.

—Por favor, no.

Ella temblaba mientras sus labios la besaban en la base del cuello.

—¿Estas necesitada de mi, Sunshine?

—Sí.

Él se rió y la impulsó hacia adelante. Ella se sostuvo con las manos en los escalones,su espalda curvada, soportando la mayor parte de su peso en la pierna buena. Él se inclinosobre ella, rodeándola con su cuerpo, sus caderas alineadas con sus nalgas en unainsinuación flagrante.

—Te quiero así, inclinada —sus manos bajaron hacia sus rodillas. Empezó a apilar sufalda—. Accesible. —Apilo capas y capas de ropa en su espalda. Sus grandes manos sedeslizaron entre sus muslos atrapando sus húmedos interiores.

—Ah Jenna estas tan mojada para mí.

—No puedo evitarlo. —Abrió sus piernas para que acomodara mejor la amplitud desus manos que acunaban su sexo.

—No era una queja.

Sus dedos se hundieron por una rendija en su interior, las puntas ásperas arañandola carne hambrienta. Ella se presionó contra él. Él se apoyó contra ella, su pene tanteandosu trasero.

—Eso es, muéstrame lo que quieres.

—A ti —la vergonzante confesión fue susurrada en el silencio de la casa—, te quieroa ti.

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—Siempre me has tenido Sunshine —sus dientes le rasparon la parte trasera delcuello.

No como ella quería. Nunca lo había tenido de esa manera. El pensamiento perdidose desvaneció rápidamente cuando su lengua le lamió ese punto. Se le doblaron lasrodillas. ¿Cómo podía ser que tuviera el cuello conectado con su sexo?

Él rió y lo hizo de nuevo. La aguda chispa se unió a las otras alimentando el fuegointerno. Ella se dio vuelta contra él. Sus dedos le acariciaron el clítoris en una cariciachamuscante.

—¡Oh Dios! —las rodillas se le doblaron de vuelta.

—Sostente —le dio a su abertura un suave toque.

No podría sostenerse si él seguía haciendo cosas como esa.

—Hazlo Jenna —la orden escaló sobre las alturas de las estremecedoras sensaciones.Ella apuntaló sus rodillas y lo intento. Se balanceo mientras él alejaba su calor y su apoyo,pero no se cayó. Lo considero un gran éxito. Las manos de él se deslizaron por sus caderas.

—Bien.

Hubo un sonido de jalón y rotura y luego una oleada de aire fresco en sus nalgas, losrestos de sus interiores cayendo por sus muslos.

—Clint…

—¿Quién mas?

Nadie más. Nadie mas podía hacerla sentir así. Nadie más podía hacerla arder dedeseo como ahora, inclinada, expuesta y vulnerable. Solo Clint. Solo en Clint confiaba losuficiente.

—Maldición tienes un trasero fantástico.

Sus palmas se curvaron alrededor de cada cachete, sus dedos afirmándose en loshuesos de la cadera, los pulgares enterrándose en los pliegues superficiales de la partesuperior.

Su piel vibró bajo su toque con el mismo pulso que su sexo.

—Tu no crees que… —retiro el resto de lo que iba a decir. Solo una mujer débilpreguntaría si a le parecía que su trasero era demasiado grande, cuando la verdad estaba

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en sus caricias, la manera en que sus dedos amasaban en una dicha sensual. La forma enque sus pulgares se deslizaban hacia abajo a través de los sensibles pliegues del centro. Elsuave “hum” de apreciación que hizo con la garganta cuando ella involuntariamente sepresiono hacia atrás, hacia su caricia, su cuerpo sabiendo lo que su mente luchaba poraceptar. Clint McKinnely amaba la manera en que ella se veía. Ella, la gorda, sin ningúnvalor, casi invisible Jenna Hennesey, podía hacer que el grande y poderosos ClintMcKinnely gimiera solo por la vista de su trasero.

Como un experimento, sintiéndose incomoda y terriblemente expuesta, ella contoneolas caderas.

—Oh, sí —sus manos la soltaron—, haz eso de nuevo.

Era más difícil sin su toque pero se concentro en él y midió su éxito por lo áspero desu rápida respiración mientras ella hacia como le había ordenado.

El sonido de cuero deslizándose a través del metal la volvió a la realidad. Conocíaese sonido íntimamente. Él se estaba sacando el cinturón. La pequeña voz dentro de ella,que la había mantenido viva por años le dijo que se quedara quieta. Ser pasiva para noarriesgarse a provocarlo. Estaba cansada de escuchar a esa voz.

Otra voz, una nueva emergió por sobre la confusión, insiDiosa en su mensaje. Lesusurró que se moviera, que lo tentara, que testeara su poder para ver que tan lejos podíallevar a este poderoso hombre. Ella meneó el trasero de vuelta, ralentizando elmovimiento, escuchando su ritmo interno, retirándose cuando él sostenía la respiración ypresionándose hacia atrás cuando la soltaba en una tormentosa maldición.

—Me estás haciendo arder Sunshine.

El poder y el orgullo la bañaron por partes iguales. Meneó el trasero nuevamente.

Él rió.

—¿Qué le paso a mi pequeña y tímida esposa?

Ella le otorgó la verdad.

—Estaba cansada de sentir miedo todo el tiempo.

—Me gusta la manera en que está alejando sus miedos. —La sombra de una cariciaen su nalga derecha y luego dijo—: abre tus piernas un poco más, para que pueda ver esadulce abertura.

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Una oleada de incomodidad la baño, mezclándose con el calor que la atravesaba perono se rindió a ella. Se negó a rendirse. Este era su marido y quería verla. ¿Qué era lo quehabía de malo en ello? Abrió las piernas.

—Esa es una hermosa vista.

Se pregunto cómo se vería ante él, si la hinchada y dolorida sensación en su aberturaseria visible. Arqueó la espalda y le presento una mejor visión. Cuando él gimió, ella curvola columna, quitándole esta visión y sonriendo cuando el siseo “bruja”, sabiendo por eltoque de su mano en su costado que le gustaba. Lo premio arqueándose de nuevo. Gimiócuando el suave movimiento puso esas malditas bolas en movimiento en su interior.

—Demonios Sunshine, vas a hacer que me corra.

—¿Solo por esto? —jadeo.

—Sí.

—¿No te importa?

—¿Qué? ¿El que mi esposa sea una pequeña y caliente seductora, tal que solo con lavista de ella quiera correrme?

—Sí.

—Ni un poco, tentación aparte.

Sus dedos bucearon por los sensitivos pliegues donde sus nalgas se encontraban conlos muslos, antes de deslizarse hacia adentro, el movimiento realzado por los jugos quecubrían sus muslos. Su dedo trazo un círculo alrededor de su clítoris con el más ligero delos toques. Ella lo tomó como un incentivo. Cabalgando en la ola del placer que él agitabaen ella con cada delicioso circulo ejecutado por su dedo. Queriendo darle el mismo placerque le daba a ella, movió su trasero hacia él como una gata en celo, dejándole ver lo que lehacía sentir a ella, esperando que le gustara y queriendo ser el tipo de amante que él semerecía.

—Perra —la maldición provino como una ronca parodia del suave tono de Clint. Lasonrisa que creció desde muy profundo dentro de ella la sacudió tanto como la deleitó. Erauna seductora, porque solo una seductora podría arrancar un sonido tan torturado de loslabios de un hombre. De los labios de Clint McKinnely. Ella se echó hacia atrás con los

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brazos, buscándolo con el trasero. Los dedos se salieron de su clítoris pero no le importoporque había encontrado algo mejor. La amplia punta de su pene la codeaba en un muslo.

—¿Eso es lo que quieres Jenna?

La cabeza se movió hacia arriba hasta que encontró la abertura de su sexo. Él debíade sostenerla porque era demasiado larga y la cabeza demasiado pesada para sostenersepor si sola. Él se movió. El anillo mas allá de la cabeza alcanzo su clítoris, punteándololigeramente.

—Sí.

Ella cerró los ojos y tiró la cabeza hacia atrás mientras la sensación la embargaba. Oh,si. Eso era definitivamente lo que quería.

—Que bueno porque es lo que yo quiero también. —Presiono la cabeza de su penecontra su clítoris, impulsándolo dentro de la vulva, sosteniéndolo contra ella tan apretadoque podía sentir la pesada vibración de su pulso en su hinchado clítoris. Se mordió el labioy dobló más las rodillas. Quería más.

Casi sollozo cuando él la sacó. Trato de cerrar los muslos pero él se deslizo por lacarne tan resbalosa sin encontrar resistencia.

—Shhh, nena —su mano tocándole el trasero—, volveremos a eso pero hay algo conlo que he soñado toda la mañana y quiero hacerlo.

¿Que podría ser mejor que lo que habían estado haciendo? No esperaría mucho paraenterarse. Hubo un ruido apagado y luego la humedad de su aliento en su hambrientaabertura.

—Ábrete un poco mas Sunshine.

La orden fue enfatizada por sus palmas en la parte interna de sus muslos. Ellacambio su peso y sus pies hasta que estuvo apuntalada por el costado de las escaleras.

—No puedo ir más allá.

—Eso bastara.

Su lengua lamió los jugos de la parte interna de sus muslos.

—Demonios que dulce eres.

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Ella miró entre sus piernas para verlo recorrer su lengua por los labios, degustandosu sabor. Su mirada, más oscura que la noche con las emociones que lo embargaban,encontró la suya. Ella cerró los ojos mientras la mortificación y la lujuria la consumían,pero nada pudo bloquear el recuerdo de su expresión, el deseo estampado en los delgadosy cincelados rasgos, la lujuria que hervía dentro de él, la franqueza con la que le exponíasu deseo. No como si fuera algo sucio, sino algo de lo que regocijarse. Como si fuera… unregalo se dio cuenta. Abrió los ojos.

—¿Clint?

—¿Qué?

Le pellizco el interior de los muslos. Ella se agito. Él la estabilizo con las manosmientras ella jadeaba.

—Necesito decir esto.

—Nadie te detiene —él respiro las palabras contra ella. La reberverancia envió untemblor por su espalda. Su lengua la tocó en el filo de sus labios, moviéndose en lasuavidad de sus labios internos.

Él lo hacíaa. ¿Cómo podía hablar con esa insiDiosa lengua vibrando contra ella?.

Él se giró bajo ella.

—Sostente de las rodillas.

Apenas lo hizo Clint deslizo sus enormes hombros hacia abajo mientras se apoyabaen la escalera por debajo de ella. Su boca todavía estaba en su ingle. La miro hacia arribamientras le sostenía las nalgas con las manos.

—Siéntate en mis manos.

—Estoy bien.

—Te duele la pierna.

—Estoy bien —le dolía pero, ¿cómo pudo saberlo él?

—Siéntate Jenna.

—Soy muy pesada.

—Siéntate.

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Ella lo hizo con los ojos cerrados, manteniendo la mayor parte de su peso en susmanos, dándole solo una porción de su peso, muy cautelosamente, lo suficiente como parasatisfacerlo. Estaba equivocada.

—Todo dulzura.

—No puedes…

—Puedo.

No hubo ninguna duda en su voz o su expresión. Él esperaba completa obediencia.

Ella se la dio, esperando que sus brazos se doblaran. En cambio, él ni siquiera pareciónotarlo, simplemente musitando con satisfacción mientras inclinaba la cabeza ydepositaba un beso en su abertura.

—¿Ahora que querías decirme?

Ella estaba acostumbrada a sentirse enorme. Incomoda. Corpulenta. Clint la hacíasentir delicada, femenina y Hermosa. Irresistiblemente Hermosa.

—Solo quería decirte gracias.

Él se tiró hacia atrás, la punta de su lengua entretenida contra su carne húmedamientras le arqueaba una ceja.

—¿Por que?

El calor le baño las mejillas. Maldición se estaba ruborizando de nuevo. ¿Pero comopodría no hacerlo cuando el hombre más sexy vivo, se arrodillaba entre sus muslos, suboca a una pulgada de su hinchada abertura, con la anticipación iluminando sus ojos yelevando los bordes de su hermosa boca?

—Por… —oh Dios ¿que diría? ¿Por gustar de ella? Era demasiado patético y paranada lo que ella quería que fuera. Y ni siquiera era lo que quería decir tampoco. Reunió sucoraje y la verdad que él se merecía—, por hacer de esto algo hermoso.

La aprobación se reunió con las otras emociones en su cara.

—Sunshine, si alguien tiene que agradecer a alguien ese soy yo.

—¿Por qué?

Él se encogió de hombros.

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—Me haces sentir.

—Me alegro.

Ella notó que él no agrego nada a final de la oración. No “bien” ni “excitado”. Solo“sentir”. Ella le tocó el pelo donde se confundía con el escalón entre sus manos. Estabafresco y sedoso, suave.

—Bien —murmuro él mientras se inclinaba hacia ella. Sintió como la tocaba con algomás que la lengua. En este momento tenia más de él de lo que había tenido antes. No sabíalo que era pero lo quería. Quería esta franqueza con su marido, incluso si no sabía quéhacer con ella.

Pero luego dejo de pensar cuando la tomo con la boca, sosteniéndola en la posiciónque él quería con sus manos, mordisqueando y chupando su clítoris antes de lamer losjugos que manaba, musitando contra su carne sensible mientras tomaba su placer,haciendo que mas crema fluyera, conduciéndola más alto, lejos de la cordura, directo haciael plano de las sensaciones puras.

Ella se contoneó en su boca, las pequeñas bolas haciéndolo con ella, añadiendo supropia cuota de tormento al momento. Con cada estocada de su lengua ella subía más.Con cada roce de sus labios, los invisibles cables en su interior se tensaron más y más,hasta que no pudo contener un grito.

—Shh, nena —le murmuro—, haré que sea mejor en un minuto.

No quería esperar un minuto. Lo quería ahora. Cuando él intento deslizarse fuera desus muslos, ella lo abrazó. Su fuerza no era competencia para la suya. Él se rió, mordió sucarne interna y se soltó, devolviéndole el peso de su cuerpo a su responsabilidad mientrasse incorporaba detrás de ella.

Sus dedos se insertaron en su húmedo clítoris, moviéndose suavemente contra sucarne y luego tiró. Las bolas se removieron, se movieron, se estiraron antes de salirse. Éllas soltó, sosteniéndola cuando las rodillas le fallaron. Las bolas cayeron por las escalerascon fuertes golpes mientras ella trataba de contener un grito. Su cuerpo pedía a gritos porél.

—Estoy aquí mismo Jenna.

Su pecho la envolvió por la espalda, sus manos instaladas al lado de las suyas. Entresus muslos ella pudo ver su pene, dura e hinchada, casi tocando la escalera por el peso de

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la pesada cabeza violácea. Mientras ella observaba, una perla de fluido se deslizo de lapunta, colgó precariamente un segundo antes de caer en el escalón.

Oh Dios.

Su barbilla descanso en el hombro de ella. Su pelo colgó a la vista, trayendo con el, suaroma a pino y humo y aire libre.

—Llévame a casa Jenna.

Ella acorto la distancia entre ellos. Su pene se sentía caliente al tacto. Dura comopiedra. Ella solo necesitaba ajustar el ángulo de él y ambos estarían donde querían. Elladudó.

—¿Que pasa si alguien viene?

—Entonces te paras.

Tenía razón, todo lo que tenía que hacer era pararse y sus faldas caerían en su lugar,nadie salvo ella sabría del calor ardiendo en su interior. Ella miro entre sus piernas. Amenos que ellos pudieran reconocer esas pequeñas bolas al pie de la escalera.

Otra gota de humedad se formó en la punta de su pene, haciéndose más grande ycolgando como una lagrima. Ella la capturó con el pulgar y lo esparció por su abertura,hacia atrás y hacia adelante, atrás y adelante. No quería desperdiciar nada de eso.

—Jenna si no quieres que me corra en tu mano, deja de hacer eso.

A la siguiente pasada de su pulgar, las caderas de él corcovearon contra ella. Susbrazos temblaron contra sus hombros. Sus labios peinaron su oreja mientras ella debatíaque hacer con todo el poder que estaba bajo su control.

—Toma una decisión Jenna.

Dentro de ella. Lo quería dentro de ella. Y al diablo con quien pudiera verlos. Ellaacomodo su pene hacia arriba mientras él se estiraba para codear su abertura. Con unimpulso de sus caderas, asentó la cabeza en la abertura de su vagina. Ella se estiróbuscando su pecho. No lo encontró. En cambio él la abrió más, lentamente. Dándolesuavidad en lugar de posesión, atrapándola entre la seducción y la expectativa, haciéndolaarder y latir mientras sus músculos se estiraban para aceptar su amplitud.

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—Despacio y suave, nena —le susurró contra el oído, su respiración transitando porsu mejilla—, solo relájate y tómame.

Sus caderas pulsaron contra las de ella.

—Un poco a la vez. Solo tú y yo y nada más.

Si. Solo ellos. Aquí. Juntos. Ella se impulsó hacia atrás, tomándolo masprofundamente, el placer subiendo alto mientras su pene penetraba los apretados confinesde su vagina.

—¡Oh Dios!

Él se paralizó, las manos en sus caderas, manteniéndola quieta.

—Maldición Jenna, ¿te hice daño?

—No —nada que él hiciera podía hacerle daño—, no pares.

Él no pareció siquiera respirar mientras preguntaba.

—¿Quieres más?

—Sí.

Ella quería todo lo que tenia para darle.

—Nena, ¿cómo es que fui tan afortunado de casarme contigo?

—¿Preguntaste?

Él se rió, un áspero y torturado sonido.

—¿Ahora eliges soltar un chiste?

—Perdón.

Él la beso en la mejilla.

—No te disculpes —carraspeó mientras hundía más profundo su pene—, soloprométeme que lo harás de nuevo más tarde cuando pueda apreciarlo.

La razón voló mientras él se enterraba hasta la empuñadura y le daba todo lo quetenia.

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Capítulo 17

—¿Estás segura de que no quieres que yo vaya contigo?

Jenna negó con la cabeza mientras Clint la ayudaba a bajar del carruaje, jalando sumanto alrededor de ella y Brianna mientras el viento soplaba por la calle.

—Estaré bien. —En verdad ella temía el viaje de compras. Era una apuesta seguraque su matrimonio con Clint McKinnely iba a ser la conversación del pueblo. Las personassin duda serían curiosas. Ella sólo tenía que pasar a través de eso.

Clint enderezó su cuello. Ella miró hacia arriba. Él no se molestó en intentar esconderla preocupación en sus ojos. Ella no era hábil en mantener cosas lejos de él.

—¿Segura?

Ella agachó la cabeza para que él no viera el nerviosismo que estaba segura eravisible en sus ojos. Tener que alternar en el pueblo fue siempre difícil. En su restauranteella llevaba el control, pero ir de tienda en tienda significaba exposición y riesgo.

—Tú tienes tu reunión. —Ella levantó el peso de Bri en su cadera.

Su dedo índice levantó su barbilla.

—Puedo reprogramarla.

—Sólo voy a conseguir algunas cosas.

—Tengo cuenta en la tienda. Compra cualquier cosa que quieras.

—Ya me dijiste eso dos veces.

Su dedo acarició su mejilla mientras el viento soplaba su cabello alrededor de sushombros.

—Probablemente me mantendré diciéndolo hasta que crea que tú tienes la intenciónde gastarlo.

—No necesitamos mucho.

—Sunshine, tengo más dinero de lo que tú podrías gastar en tu día más frívolo. Estátodo sólo allí guardado, esperando a que mi mujer llegue.

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—Tendré buen cuidado de el. —Ella descansó sus dedos sobre su brazo, amando lamanera en la que sus músculos se flexionaron bajo su toque.

Su aliento siseó afuera entre sus dientes.

—No quiero que tengas cuidado de él. Quiero que pierdas el control con él. —Élelevó su barbilla otra vez con su pulgar. El ala de su sombrero bloqueó el sol mientras sucabeza se inclinaba—. Si no regreso para encontrar esta carreta cargada a los lados concada concepto y cualquier objeto que necesites o imagines, voy a estar furioso.

Él puntuó a la declaración con un beso duro. Terminó antes de empezar. Ella selamió los labios, percibiendo un pequeño temblor persistente de su sabor.

—Haré lo mejor que pueda.

—¿Estás segura de que no quieres decirme por qué te molesta eso de ir un día decompras? —susurro suavizando su pulgar sobre sus labios, la preocupación todavíademorándose en sus ojos oscuros.

—Sí. —Ella estaba cien por ciento segura. Si pudiera se iría a la tumba con lainformación.

Él sujetó su barbilla y su mirada. Ella intentó no respingar. Lo hizo tanto como pudocontener el aliento antes de que tuviera que expulsarlo de ella. Antes de Clint, mirar a losojos a un hombre siempre había significado una fuerte paliza. Sintió a sus labios rozar laparte superior de su cabeza.

—Tú haces las cosas mejor, Sunshine.

—Gracias.

—Si me necesitas estaré en el banco o en el bar.

—¿El bar? —Salió más agudo de lo que ella pretendía. El sabor amargo de los celosllenó su boca. Ella apretó con fuerza los dedos en su manto. No era su lugar cuestionar losmovimientos de Clint.

—A Jasper le gusta hablar de negocios con una bebida.

—Tú no bebes.

—Claro que lo hago.

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—Oh. —Una bebida en su oficina no sería lo mismo mientras que en el bar habíamujeres perdidas disponibles para servir.

—¿Y, Jenna?

El pulgar debajo de su barbilla insistió en que levantara la cara. Ella no quería. Sabíaque él podría ver la verdad. No quería a otra mujer en cualquier lugar cerca de él.

—Mírame, Jenna.

Ella lo hizo, parpadeando cuando el viento batió su pelo a través de su cara en unareprimenda sedosa.

—No tienes que preocuparte por mí con otras mujeres.

—No supondría...

Su pulgar acaricio sobre su labio inferior, arrancándolo de sus dientes mientras élarrastraba las palabras:

—Quiero que tú supongas, cariño. Quiero que pongas tu marca por todo yo.

Ella lo miró. No había burla en su mirada, ninguna luz tenue de humor. Él estabamortalmente serio. Sabía que él quería decir eso, pero él no sabía todo sobre ella, lo queella había hecho. Era fácil hacer declaraciones atrevidas cuando una persona no conocíatodo.

—Vas a retrasarte para tu reunión.

Su mano cayó de su cara.

—Y tú tienes un montón de compras que hacer.

—Tengo mi lista. —El papel arrugado en su palma contra la espalda de Briannamientras ella tensaba su agarre.

—Déjame verlo. —Ella lo entregó sin el menor reparo. Había sido muy minuciosaevaluando sus necesidades. Poner en funcionamiento una casa era su área de experticia.No había en lo absoluto razón para su ceño fruncido.

—¿Qué? —Su tono trajo una sonrisa a las esquinas de su boca. El hombre era puracontradicción.

—Olvidaste algo.

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—Qué.

—Lo tengo. —Él sacó un lápiz de su bolsillo y apoyó el trozo de papel café contra elvagón. Con cada rayón del lápiz, su resentimiento aumentaba. No había manera de quehubiera olvidado todo eso. Y todavía él siguió escribiendo. Ella golpeó ligeramente lapunta del pie impacientemente. Su sonrisa se amplió—. No tiene sentido golpear tu pie yfruncir el ceño. No voy dar otra carrera al pueblo hasta una semana después del sábado.Es importante que la lista esté completa.

—Está completa.

—Ahora está completa. —Con un último golpe ligero del punto final en el papel,dobló la lista y se la devolvió.

Ella comenzó a abrirlo. Él envolvió su mano alrededor del papel y la besó otra vez,esta vez más suavemente y con un borde de humor. Su lengua trazó la unión de sus labios—lento y relajado— en la manera en la que él sabía que fracturaba su agarre sobre eldecoro hasta que, allí mismo en la calle, delante del negocio, con su hija en sus brazos, y elpueblo sin duda observando, ella se apoyó en él, necesitando más de su toque, su sabor, sucalor.

—Ah Sunshine, me tientas.

Él no sonaba del todo contrariado acerca de eso. A pesar del sonrojo que ella sabíapuso sus mejillas rojo cereza, sonrió.

—Hago lo mejor que puedo.

El nivel de calor en su mirada fue de una chispa a un flagrante rugido. Contra sumuslo, su polla se levantó y se espesó. Oh, a él le gustaba cuando ella era atrevida. Y laverdad sea dicha, con cada intento estaba gustándole más y más. Le gustaba ser unatentadora. Al menos con Clint.

—Tú, Sunshine, podrías reducir en cenizas a un hombre. —Él ahuecó su cara en supalma encallecida. Ella no había reconocido la ligera dificultad en su aliento antes, peroahora lo reconocía por lo que era. Deseo. Por ella. Un deseo que no era tímido enmostrarle. Y le gustaba eso, tal vez lo mejor de todo.

Ella batalló por sostener su mirada y admitió:

—Me alegro de que pienses así.

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Su risa baja la rodeó como un abrazo.

—Ese soy yo, Sunshine. Ese es yo.

Él ahuecó su codo.

—Te encontraré en la panadería en unas tres horas —confirmó mientras la ayudaba asubir los escalones de madera.

Ella asintió con la cabeza.

—Mara le dijo a Lorie que tiene todo bajo control.

—¿Pero imagino que estás ansiosa por verlo por ti misma?

—¿Qué te hace pensar eso?

—Porque yo lo haría.

En ese caso no se sintió mal admitiendo la verdad.

—Lo estoy.

Él le abrió la puerta del comercio. La campana pequeña por encima de la puertaprodujo un ruido discordante cuando ella se dio la vuelta. Él miró por encima de sucabeza dentro de la tienda, y un fugaz ceño fruncido arrugó su frente antes de que éltomara su boca con la suya, besándola dura y apasionadamente, como un hombreestableciendo un punto. Cuando estuvo jadeando por aire, él retrocedió, alisando lahumedad de sus labios con su pulgar. Amablemente le dio un golpecito a la nariz de Bri,su cara dura suavizándose mientras ella arrugaba la cara en respuesta.

—Te alcanzaré más tarde. —Con una inclinación de su sombrero para los ocupantesde la tienda detrás de ella, se fue. Ella lo observó dirigirse abajo de la acera de madera, suslargas piernas devorando distancia con esa gracia suave, sin esfuerzo que hablaba depoder. Era una figura excelente para un hombre —hombro anchos, caderas estrechas, ytodo suyo. No sabía si alguna vez se acostumbraría.

Bri se retorció y ella la movió arriba en su cadera. El papel en su mano crujió.Afirmando a Bri en su antebrazo, abrió la lista y leyó sus adiciones. Él quería que tuvieraun manguito para sus manos, vestidos caprichosos, botas nuevas, el polvo rosado que aella le gustaba, chocolate, utensilios de cocina, ropa para ella y Brianna, chocolate.

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La repetición de chocolate la hizo sonreír. Él no tendría que esperar demasiado paraverla acostumbrarse a eso, pero fue lo que le añadió al final lo que trajo lágrimas a susojos. Rozó la yema de su pulgar sobre la lista escrita apresuradamente. Allí, en susgarabatos masculinos remarcadas estaban las palabras, Cualquier cosa que tu corazóndesee.

Ella comenzaba a pensar que él quería decirlo.

Una hora más tarde Jenna y Brianna estaban exhaustas. El catálogo del pedido porcorreo estaba lleno de cada artículo concebible que un humano pudiera querer. Y a preciosque la hicieron jadear.

Como cuánto querrían por ese elegante vestido nuevo por el que se manteníaregresando una y otra vez.

—¿Está todo bien, señora McKinnely? —preguntó Eloise Fawcett.

Jenna respingó. Debió haber jadeado alto otra vez. Recorrió con la mirada entre losmontones de pantalones vaqueros nuevos hasta que localizó a Eloise. Ella estaba detrásdel mostrador repartiendo azúcar en bolsas pequeñas.

—Estoy bien.

—¿Necesitas una mano? —Los ojos de Eloise eran un cálido azul debajo de sus cejaslevantadas.

—Oh no. Es sólo que hay tantas opciones…

—Es asombroso, todas las cosas que consiguen de regreso del este, ¿verdad? —Ellapreguntó sin romper su ritmo.

Era más que asombroso. Era abrumador.

—Sí.

—¿Necesitas más papel? —Ella metió un lápiz en su suave pelo castaño.

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—Muy amable, no. —Jenna no sabía cómo iba a ordenar a través de todo lo que yahabía puesto en la lista como uno posible.

—Ese Clint puede ser un impaciente, ¿verdad? —Eloise no esperó por una respuesta,simplemente lanzo el resto de lo que quería decir—. Imagínate darle a una novia nuevasólo un día para hacer todas sus compras.

Jenna no corrigió la suposición de Eloise. Era mejor que la insistente tendera pensaraque éste era un asunto de una sola vez en lugar de la invitación abierta para que ellatuviera una sensación de que Clint pretendía extenderse. Bri comenzó a gemir otra vez.Ella la empujo sobre su cadera al intentar desesperadamente sumar la imposiblementelarga fila de números. No importaba lo que Clint había dicho, no había manera de que élpudiera querer que gastara tanto.

—Por qué recuerdo cuándo él compró en el lugar de Elías. Él quería todo ahora, sinpensar en el gasto, sin mencionar lo difícil que fuera transportar los artículos.

—Fue agradable de tu parte arreglarlo. —Ella miró hacia abajo en su lista. No habíacomprendido que costaría dinero transportar los artículos encima de pagar por ellos.

—Estábamos encantados de hacerlo. Fawcett Mercantil se enorgullece en cubrir todaslas necesidades para sus clientes con la máxima eficiencia. —Eloise levantó los paquetesmás pequeños, desapareciendo de la vista por un segundo mientras empezaba a ponerlosen los estantes detrás de ella.

—Estoy segura de que Clint lo apreció. —E hicieron una fuerte ganancia, pero siendouna mujer de negocios ella misma, Jenna no le podría conceder de mala gana a Eloise eléxito.

Eloise apareció de pronto de vuelta a la vista, alisando su delantal y luego su pelo.

—Somos de los que aprecian el negocio.

Jenna ignoró el "nosotros". Técnicamente, Eloise era copropietaria del negocio con suhermano, pero la que hacía el trabajo y lo hacía un negocio viable era Eloise. Su hermanoMark solamente se metía en el bolsillo su mitad de las ganancias y vagabundeaba entrecada salón de juego en el oeste perdiéndolo tan pronto como ella lo enviaba. Sóloregresaba al pueblo cuando necesitaba más dinero. Gracias a Dios había pasado un añodesde su última visita.

Bri se movió nerviosamente incrementando sus gemidos.

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—Me temo que voy a tener que terminar esto después. Bri necesita atención.

—¿Quieres usar la trastienda?

Su "no" fue probablemente un poco apresurado para ser educado, pero no habíamanera de que Jenna regresara allí. Aun si Mark estaba a centenares de millas dedistancia—. Necesito revisar cosas en Dulce Tomillo de cualquier manera.

Eloise asintió, un ceño fruncido arruinando sus facciones agradables.

—Lorie parece estar haciendo un buen trabajo, pero nunca puedes ser demasiadoprecavida.

—No es lo mismo como estar tú allí.

No, no lo era. Pero ella seriamente no sabía cómo iba a lograr poner a funcionar unacasa, ser madre, y manejar la panadería. Ahora mismo horneaba bastante en la casa deClint y amasaba los ingredientes, pero aun eso se hacía difícil. Sería ideal si Lorie fuerauna gran panadera, pero mientras ella hacía un pan fenomenal, sus otros alimentoshorneados eran deslucidos, aunque estaban mejorando.

Colocando a Bri sobre el mostrador, Jenna dobló su lista y la metió en su bolsillomientras trataba de alcanzar su manto. Ella lo meció alrededor de sus hombros.

Mientras ondeó detrás de ella, hubo un enorme choque. Ella se congeló. ¡Oh cielos!¿Qué había roto?

Un destello de movimiento captó sus ojos. Un borrón de negro y café antes de que elmarido de Eloise, Dan se lanzara por la trastienda y jalara el borrón hasta detenerlo.

—¡Ven! —Era un niño. Un niño de pelo salvaje, mirada furiosa, muy sucio. Su pieloscura y ojos más oscuros lo proclamaban indio. La ropa rota y el cuerpo delgado loproclamaban sin hogar. Dan lo levantó de repente por un puñado de camisa y pelo.

El niño se balanceó alrededor con su puño, las amenazas cayendo de su boca en untorrente incomprensible de sonido.

El golpe rebotó casi sobre la ingle de Dan. Sus maldiciones se unieron al barullomientras alzaba su puño. Su puño era enorme, un hombre crecido contra un niñolarguirucho. Jenna recobró su aliento y lo soltó en una protesta:

—¡No lo hagas!

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Dan ignoró su grito, dándole puñetazos al niño en el estómago, dejarlo caer mientrasse inclinaba encima.

—¡Maldito indio ratero!

Con una mirada rápida para asegurarse de que Bri estaba segura, Jenna corrióvelozmente alrededor del mostrador y entre los pasillos. Logró llegar a tiempo para oír aDan ordenarle a Eloise ir por el sheriff, y ver al muchacho sacar un cuchillo fuera de sumocasín raído.

—¡No!

Ella lo agarró por su muñeca. Lo perdió. El cuchillo tasajeo más allá sus faldas. Ella legritaba a Clint tan fuerte como podía mientras Dan pateaba el cuchillo de la mano delniño, trayendo de vuelta el pie otra vez.

Ella hizo la única cosa que podía ocurrírsele hacer. Se arrojó sobre el niño,envolviéndose alrededor de su enflaquecido cuerpo retorciéndose, y gritó:

—No lo hagas. No lo hagas.

Ella cerró los ojos y se preparó para recibir la patada. Rebotó de lado contra suhombro, mucha de la fuerza se había ido.

—Maldita sea, señora McKinnely, aléjese como el infierno de ese indio asqueroso.

El niño se quedó inmóvil debajo de ella. Sus huesos tan prominentes que asomaban através de su ropa. Podía sentir el frío de su carne contra sus manos. Abrió los ojos. Élestaba mirándola fijo, sus ojos un color café tan profundo que eran casi negros. Habíacólera y odio en su mirada y en alguna parte muy profundo debajo de la negativa, unparpadeo de esperanza.

—Bájate de mí. —Al menos él hablaba inglés. Bri gritó, asustada y sola, a través de lahabitación. El niño la miró ceñudamente. En ese instante él se veía tan familiar, ella supo,supo quién era él. Todo en ella estaba endurecido con determinación.

—No. —Ella volteó la cabeza para poder encontrar los ojos de Dan, presionandoduro con su pierna mala sobre los muslos del niño.

Ella ignoró el dolor acalambrado que inmediatamente comenzó.

—No toques a mi hijo.

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—Sé que usted tiene un corazón suave y todo, Señora McKinnely, pero decir eso nolo hace así. —Dijo Dan.

—Sí lo es. —Si ella tuviera que llamar al musculoso McKinnely, lo haría así.

Debajo de ella el niño se congeló, como si sus palabras robaran su habilidad pararespirar. A través de la habitación, Bri dejo libre el pleno poder de sus pulmones. Jenna nosabía qué hacer más allá de lo que estaba haciendo, así que no se movió y esperó a que lainspiración llegara.

—Ese es un pedazo de despreciable escoria que tú no quieres reclamar como tuyo. Élha estado robándome por semanas. —Dan se agachó para ayudarle a levantarse.

—No me toques y no toques a mi hijo. —Jenna empujó su hombro lejos de su mano.

Otra vez, Dan la ignoró como si ella no hubiera hablado. Sus dedos se doblaronalrededor de la parte superior de su brazo, y el niño saltó a la vida, arrojándolacompletamente. Él era increíblemente fuerte. Mientras Dan la levantaba, el niño herido, lopateó duramente en la ingle, y la empujó detrás de él. Su pelo sucio le dio una bofetada enla cara mientras una sarta de amenazas caían de su boca. Ella no sabía lo que él decía, perosabía que eran amenazas por la forma en la que él estaba parado, listo para recibir a todoel que llegara encima, defendiéndola. Dan se puso de pie, su cara roja, asesinato en susojos.

—¡Corre! —Jenna apartó a un lado al niño.

Él trastabilló dos pasos y entonces empujó de nuevo, intentando interponerse entreella y Dan. Ella necesitaba ayuda. Necesitaba a Clint. Lo llamó a gritos mientras Dan seabalanzaba, estirándose alrededor de ella a por el niño brincando hacia adelante paraencontrarlo.

Ella mordió el brazo de Dan, empujándolo hacia atrás con toda su fuerza. Detrás deella el niño presionó, empujando las manos de Dan. Los gritos de Bri se mezclaron con losde ella mientras Dan agarraba su mandíbula.

—Dan, estoy tratando de pensar realmente duro por qué no debería rebanarte lagarganta, pero estoy velozmente echando a andar fuera de razones.

Jenna se dio vuelta. Clint estaba en el pasillo, empequeñeciendo la habitación, susnegros ojos inexpresivos y duros, su mano en la empuñadura de su gran cuchillo.

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—No lo dejes lastimar a mi hijo, Clint —ella se imploró, agarrando el brazo del niño.Atrapó el borde de su manga mientras él se sobresaltaba ante la vista de Clint. Ella nopodía culparlo. Clint en un estado de enojo era tan frío y tan espeluznante mientrasllegaba.

Sólo por un arqueo de su ceja Clint registro su sorpresa de que ella hubierareclamado al niño.

—El niño no es su hijo —gruñó Dan—. Él es un condenado ladrón. Ha estadorobándome por semanas.

La segunda ceja de Clint se unió a la primera.

—¿Dijo Jenna que el niño es nuestro hijo?

—Sí.

Él miró a Jenna. Nada en su expresión delató lo qué pensaba. Ella agarró firmementeel brazo del niño más duro, su estómago hundiéndose. Como si él la sintiera tener miedo,el niño avanzó pausadamente enfrente de ella. Otro arqueo rápido de la ceja de Clint, unarareza de sus labios, ¿y tal vez un indicio de aprobación? Él se volteó a Dan y se encogióde hombros.

—Entonces así es.

El niño se liberó de su agarre. Clint lo atrapó mientras pasaba a toda velocidad.

—¡Ten cuidado! —Jenna lloraba, mordiéndose los labios mientras su pierna sedoblaba, agarrándose en el mostrador—. Él está herido.

Clint lo mantuvo alejado de su cuerpo, dejándole retorcerse y maldecir, los piescolgando lejos del piso. Él recorrió con la mirada a Jenna.

—¿Lastimado?

—¡Dan le dio puñetazos en el estómago!

—Quédate. —Clint bajó los pies del niño al piso. El niño no se movió. Clint agarró lamano de Jenna y la estabilizó mientras le preguntaba a Dan—. ¿Le diste puñetazos a unniño en el estómago? ¿Mi niño?

—Él intentó patearlo, también —agregó Jenna.

—¿Trató? —Clint empujó a Jenna detrás de él, manteniendo su ojo en Dan.

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—El niño sacó un condenado cuchillo —Dan interpuso, como si eso hiciera algunadiferencia.

—No puedo imaginar por qué, cuando un hombre crecido empieza a vapulearlo.

—Jesucristo, McKinnely. —Dan miró por encima de su hombro antes de dar un pasoatrás—. Es un maldito ladrón.

Detrás de él, Clint oyó el jadeo ofendido de Jenna. Sus manos tocaron la partepequeña de su espalda. Si ella le pidiera a él que matara al tipo lo haría, pero ella sóloestaba allí, sus manos presionando en él, dejándolo tomar la decisión, su ansiedadrodeándolo como una nube.

—Él es mi hijo —dijo Clint, dejando la calma fría con la que llego con la furiaencajonándolo—. No hay forma de que él pueda ser un ladrón.

—¿Cómo diantres crees eso?

—Porque él puede tener cualquier maldita cosa que quiera.

Clint se dio la vuelta, agarró la mano de Jenna, y señaló hacia la puerta. Una manchaen el hombro de su manto captó su atención. Él conocía una impresión de bota cuando laveía. La furia relampagueó brillante y caliente a través de su calma.

—Tú hijo de puta. —Él se dio la vuelta, el cuarto disolviéndose fuera de su atención,su ser concentrado en la única cosa que importaba.

—Fue un accidente, Clint. —Dan lanzó hacia arriba sus manos y retrocedió otro paso.

—No me importa. —Clint dio dos pasos adelante.

—Ella se arrojó sobre el niño. —Dan retrocedió contra el mostrador—. Yo no podíaechar marcha atrás.

—No me importa. —Clint cerró la brecha entre ellos.

Dan tiró el primer puñetazo. Clint lo bloqueó fácilmente y hundió su puño profundoen el estómago del hijo de puta, en su mente imaginando a Jenna en el piso, su cuerpoescudando al niño, y el bastardo gigantesco pateándolos. A ellos. Usando su tamañocontra una mujer pequeña y un niño medio muerto de hambre. Contra su familia.

Él le pegó una, y otra vez, fácilmente esquivando los intentos del otro hombre paracontraatacar, devolviéndole el golpe sobre el mostrador, siguiéndolo encima con un salto

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fácil. El hombre no se levantó, sólo permaneció allí con las manos arriba, admitiendo laderrota. El deseo de meter una bala en su cerebro fue casi irresistible.

—Clint. —La voz de Jenna se filtró a través de la cólera.

—Ve a esperar afuera.

Hubo una pausa y entonces.

—No.

Él se dio la vuelta, su pelo azotando sobre su hombro.

—¿No?

Ella estaba allí, sus manos apretadas en puños delante de ella, su labio entre susdientes, visiblemente pálida y temblando, desafiándolo otra vez.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque es suficiente. Quiero ir a casa. Nuestra hija y nuestro hijo tienen hambre yme rehúso a dejarlos sufrir mientras tú te diviertes.

—¿Me divierto? —Él se enderezó—. Estoy vengándote.

—No. Tú estás enojado y desahogándote sobre otros. Vengarme se hubiera reducidoa un puñetazo o llevar tu negocio a otro sitio.

—¿Y cómo lo sabrías tú?

—Porque eso sería justo. —¿Justo? De la mujer no había conocido un día de justiciaen su vida entera, ¿y repentinamente era experta?

—¿Qué me estás diciendo, Sunshine?

—Quiero ir a casa, Clint. Quiero llevar a mis niños y a mi marido, y quiero ir a casa.—Sus grandes ojos azules brillaron tenuemente con miedo y una necesidad que desgarrósu pecho.

Donde ella se sentía segura. Él entendió. Carajo, él había querido que este viaje alpueblo fuera bueno para ella. Recorrió la mirada abajo en Dan.

—Si tocas a mi mujer o niños otra vez, te destriparé. Y me tomaré el tiempo en eso,también.

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—Jesús, Clint, fue un accidente.

—No hay accidentes cuando se trata de mi familia.

—No sabía que el niño te pertenecía.

El hombre en verdad creía que hacía una diferencia.

Esa nunca sería una excusa que un hombre crecido golpeara a un niño. Él recorrió lamirada encima en la excusa flaca de niño que sujetaba Bri. El niño que se había esmeradoen ponerse a sí mismo entre Jenna y Dan. El parecido familiar entre Bri y el niño era fuerte.

—Él sólo tenía hambre, Dan.

—No es mi trabajo alimentar al mundo.

—No, no lo es. —Clint situó su sombrero de vaquero de regreso en su cabeza—. Túpuedes enviar la liquidación final de mis cuentas a mi casa.

Él caminó alrededor del mostrador. Jenna lo alcanzó mientras él rodeaba la esquina,sus brazos envolviéndolo. Lo abrazó como si él estuviera muy lastimado y necesitado deconsuelo. La blandura de sus pechos presionó en su estómago mientras su mejilla sedetuvo contra su pecho. Él ahuecó su cabeza en su mano y la jaló más cerca. Dejó a lasuavidad de ella aliviar sobre él, apaciguando a la bestia que rondaba dentro, llenando elhueco oscuro que alojaba su furia.

—Lo siento, cariño.

—¿Cómo supiste? —Sus manos acariciaron su espalda.

—Eloise.

—Dan la envió por el sheriff.

—Ella me fue a traer en lugar de eso.

—Oh.

—¿Él te lastimó? —posó la mano sobre su hombro ligeramente, sobre la mancha,revisándola gentilmente.

—No, pero creo que el hermano de Bri está muy lastimado.

—Se lo llevaremos a Doc. Dorothy le arreglará una buena comida.

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—Él la necesita. —Ella apoyo su barbilla en su pecho, bastante más reconfortada consu cercanía ahora—. Él está tan flaco.

Podía decir que la ofendía personalmente.

—Él crecerá con algunas comidas completas bajo su cinturón.

—Así espero. —Una pausa y entonces—, ¿te importa?

Él besó sus labios.

—No. Pero me importa que salgas lastimada.

—No podía dejar que lo pateara.

—Pudiste haber esperado.

—¿Tú lo harías?

—No. Pero yo soy hombre.

—Y yo soy mujer.

—Mi mujer.

—Sí. —Ella se recargó—, sé que él estaba robando pero obviamente no tiene aalguien que cuide de él.

—Dije que no me importa. —Él la besó otra vez, más tiempo esta vez, aspirando superfume y su espíritu generoso mientras lo hacía.

El niño clavó los ojos en ellos a través del pasillo, sospecha, agresión, y desafío en sumirada oscura. Él se veía tanto como Cougar cuando había volado el pueblo hacía casiveinte años, Clint no pudo hacer nada sino sonreír.

—Creo que el niño y yo nos llevaremos simplemente bien.

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Capítulo 18

—Bonito niño el que tienes allí —dijo Asa, uniéndose a Clint en el porche de Doc, sucuello vuelto contra el frío de la noche.

Clint miró a través de la ventana hacia donde Dorothy forzaba otro pedazo de pastelen el niño. Nada ofendía a Dorothy más que un varón mal alimentado.

—Para todo el alboroto que armó por tomar ese baño, quedó bien limpio.

Asa tocó la magulladura en su mejilla que había conseguido mientras escoltaba aGris a la bañera.

—Es un luchador hasta los huesos.

La puerta se abrió y la luz se derramó encima del pequeño porche antes de serbloqueada por el gran cuerpo de Cougar.

—¿Hablando de Gray?

—Infierno de nombre para ponérselo al niño.

Clint se encogió de hombros.

—El niño lo escogió.

—Creo que eso fue más en defensa propia —dijo Asa, apoyado contra un soporte delporche—. Sin intención de ofender, Clint, pero Jenna no tiene oído para los lenguajes.

Clint sonrió.

—Si el niño no hubiera hecho una concesión, yo estaba considerando implorar. Fuepura tortura escucharla desvirtuar su nombre indio.

Cougar se apoyó contra la pared de troncos, fundiéndose naturalmente en la sombra.

—Ella no es una que se de por vencida, eso es seguro.

—No, no lo es.

—Y a ti te gusta eso sobre ella.

Clint sonrió.

—Sí, así es.

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Los dientes de Cougar brillaron blancos en el destello repentino al encender uncerillo.

Él tendió el cigarrillo que acababa de encender.

Clint sacudió la cabeza.

—¿Desde cuándo no te apetece una fumada después de la cena? —le preguntó Asa,la diversión en su tono señalaba que tenía una buena idea.

—Desde que me casé. — El único momento que Jenna se había apartado de su besoera justo después de que él se había fumado un cigarrillo. Ella se había recobrado, pero a élle gustaba más cuando se apoyaba en él en vez de alejarse.

—¿pequeña dictadora tan pronto? —pregunto Cougar.

—No más que tú.

—Estoy a salvo esta noche —dijo Cougar, dando un profundo jalón a su cigarrillo, sumirada estrechándose con satisfacción.

—Mara no puede entrometerse con mi cena si percibe una bocanada de humomientras ve cómo Dorothy cocina.

—Podrías sólo imponer la ley para ella —sugirió Asa.

—¿En la misma forma que tú dictaste la ley para Elizabeth sobre domar caballos? —preguntó Cougar, sonriente.

Clint hizo eco de la sonrisa abierta. Era el secreto peor guardado en el territorio queAsa consentía a su esposa terca.

—Siguiendo esas líneas —admitió Asa.

—Podría sólo estar suavizándome, pero todo lo que la mujer tiene que hacer esvoltear esos bonitos ojos verdes sobre mí, y olvido mi punto.

—Sí. Lo mismo aquí. —Cougar dio otra fumada—. La única diferencia es que los ojosde Mara son cafés.

—Los de Elizabeth son más bonitos también —dijo Asa con una cara perfectamentefranca.

Clint puso los ojos en blanco, sabiendo lo que venía. Cougar era un barril dedinamita cuando se trataba de Mara.

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—En tus sueños. —Cougar le dio un golpecito al cigarrillo en el polvo más allá delporche.

—No digo que Mara no sea dulce y lista, pero cuando se trata de la apariencia, nopuede sujetarle una vela a mi Elizabeth.

Cougar se apartó de la pared, entrando en la luz. Clint sacudió la cabeza y se entró alruedo.

—Infiernos, ambos muerden el polvo cuando se trata de mi Jenna. No hay una mujermás bonita, más suave en el territorio.

—Te concederé eso —Asa arrastro las palabras—. Ella tiene que ser bastantecondenadamente suave para asociarse contigo.

—Igual yo —estuvo de acuerdo Cougar, la risa en sus ojos.

Clint se encogió de hombros.

—Podrías tener razón allí.

—Ah infierno, tú no estás todavía pensando que no sirves para la chica, ¿verdad? —gruño Cougar.

—Ella se merece a alguien que la pueda amar.

—Ella necesita a alguien con quien contar —contrarrestó Asa, su tono serio por unavez—. Alguien en quien ella pueda confiar para dirigirla sin maltratarla.

—Ella no necesita un jefe.

—Cristo, Clint —se burló Cougar—. A la chica se le ha entrenado para no hacer nadasino obedecer. Y sospecho, siendo golpeada hasta hacerla aceptarlo, ¿y tú la quieres parasimplemente levantarte y asumir el mando?

—Mierda, no es extraño que ella tenga pesadillas —murmuró Asa.

—Ella ya no tiene pesadillas. —Clint alcanzó su tabaco.

—Bueno, esa es una bendición —interrumpió Cougar—. ¿Alguna palabra sobrequién la violó?

—No. —Clint desato la bolsita.

—Demonios. Descansaría bastante mejor si supiéramos eso.

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—Todos nosotros descansaríamos mejor. —Asa hizo una pausa, atrapó la mirada deClint y asintió con la cabeza a la bolsita en su mano—. ¿Seguro que deseas ese cigarrilloesta noche?

Clint suspiró. Él lo deseaba pero deseaba aún mas a Jenna. Especialmente mientrasDorothy estaba sugiriendo que Gray debería permanecer con ella y Doc esta noche,mientras dejaba caer insinuaciones adicionales de que el niño no debería ser separado desu hermana tan pronto después de su reunión. Él regresó la bolsita de nuevo a su bolsillo.

La puerta se abrió y Gray y Doc salieron afuera. Doc llevó un asiento en la mecedorade madera y sacó su pipa. Limpio y vestido con la ropa que Dorothy había buscado paraél, Gray casi se veía civilizado, excepto por la cautela en su mirada y la ligera curva en suslabios llenos.

—Buenas noches, hijo.

Gray lo corto con una mirada fiera y asintió. Clint lo consideró una victoria que él nohubiera negado la relación. No obstante, siendo indio, el niño comprendió laconsanguinidad por el reclamo. Y por sus palabras, él en realidad no tenía ninguna otraparte a donde ir. Las guerras indias se habían ocupado de eso.

—Tienes bastante actitud para alguien de once años de edad —señalóconversacionalmente Cougar.

—No soy un niño.

—No eres un hombre tampoco, y hasta que aprendas a pelear, mejor contén esedesafío.

—Peleo precisamente bien.

—¿Eso es por lo qué tu madre fue pateada mientras te protegía? —preguntó Clint.

Antes de que el niño pudiera abrir la boca, Asa sacudió la cabeza.

—Un hombre protege a sus mujeres, Gray. Nunca las pone en peligro.

Una sombra pasó sobre la cara del niño, y Clint maldijo, sabiendo que él no estabapensando en Jenna en ese mismísimo momento. La madre del niño había sido forzada a laprostitución y entonces asesinada cuando se había rehusado a continuar después de quesu hija nació.

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—Tú no podías evitar lo que le sucedió a tu madre, hijo. Algunas cosas están fuera denuestro control. Es lo que nosotros podemos controlar sobre lo que debemospreocuparnos.

La mandíbula del niño se colocó en una línea que aclaró que esas palabras no eransobre lo que él estaba preocupado.

—En algunos años —le dijo Clint, entendiendo, haciendo un lugar para él en labarandilla—, si quieres seguirle la pista al hombre que mató a tu madre, cabalgaré contigo.

Eso le ganó a él una mirada sorprendida.

—Eres un McKinnely ahora —interrumpió con indiferencia Cougar—. No estás solo.

—Sin embargo, de aquí a entonces —continuó Clint—. Debe conseguir estar listo.

—¿Listo?

—Necesitas aprender a manejarte a ti mismo.

—Me puedo manejar a mí mismo.

—Eso es el orgullo hablando —interrumpió Asa—. El orgullo te matará. El sentidocomún te llevará a tu meta.

—Te enseñaré a manejar un cuchillo —ofreció Cougar.

—¿Y quién eres tú para enseñarme? —demando Gray.

Clint tuvo que darle una mano al niño por irritarlo. Aún cuando la cara de Cougar sevolvió dura y sus ojos eran totalmente fríos, el niño se mantuvo firme.

—Soy tu tío.

Doc le sacudió la cabeza a Gray.

—La primera cosa que necesitas aprender es cuando morderte la lengua.

—¿Por qué? —arrojando la cabeza atrás, el niño era la imagen de la arrogancia.

Asa metió su tabaco enrollándolo en un cigarrillo.

—Porque acabas de ir y decir que revienten los McKinnely al diablo.

El niño tragó saliva y se puso pálido. A su favor, él no echó mano de las excusas eintentó cubrirse. En lugar de eso, enderezó los hombros y guardó silencio. El niño teníaalgunas calidades realmente agradables.

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Gray tragó otra vez, y miró a Cougar, Asa, y entonces a Clint.

Clint comenzó contar en su cabeza mientras le pasaba un fósforo a Asa. En lallamarada naranjada, el desasosiego del niño fue fácil de ver. Gris dio un paso de nuevolejos de la barandilla. Su boca se coloco belicosamente, pero no antes de que Clint viera elindicio de un temblor. Si Cougar no interrumpía esto, él seguro como la mierda que se iría.

Cougar recorrió con la mirada al niño.

—Suerte para ti Gray, que tenga una regla contra guardar rencor entre familia.

Por un instante, Gray vaciló, y entonces se mantuvo en alto. Él se veía tan solo en esemomento que Clint puso su mano sobre su hombro. Los huesos del niño se hincaban en supalma, pero estaba la promesa de futura fuerza en su anchura. Él no respingó lejos así esque Clint no se apartó.

—Fui irrespetuoso.

—Ha sido un día infernal, así es que descansa un poco —permitió Cougar—.Además, yo estoy agradecido por tu intervención con Jenna.

El niño frunció el ceño.

—Ella no debería haber hecho eso.

—No —Clint estuvo de acuerdo—, no debió hacerlo.

—¿Qué esperabas que hiciera, que Dan golpeara al niño hasta que quedara unamancha? —pregunto Doc, sus cejas entrecanas se elevaron.

—Ella debería haber pedido ayuda.

—¿Y dejar al niño herido? No conoces a tu mujer, Clint, si piensas que ella aunconsideraría eso como una opción.

—Ella es demasiado suave —estuvo de acuerdo Gris.

—Ella es todo corazón, eso seguro. —Él volteó al niño hacia él—. ¿Es por eso qué laescogiste para Bri?

Él asintió.

—Su nombre auténtico es Esperanza en la Niebla.

Asa se rió.

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—Apuesto a que es una maravilla de nombre para pronunciar en Cheyenne.

Gray asintió, examinó rápidamente la ventana, y entonces se encogió.

—Tal vez es más conveniente que ella sea llamada Bri. —Él miró a través de laventana otra vez. Clint siguió la trayectoria de su mirada hacia donde las mujeres estabansentadas, Bri en el centro, sus brazos ondeando y una sonrisa feliz en su cara.

—Ella ha crecido. —Él sonó casi resentido.

—La buena mesa y el cuidado le harán eso a un bebé —dijo Doc, el humo de su pipaperfumando el aire frío de la noche.

—Es bueno.

—Por la forma en que las mujeres te estaban alimentando, pronto tendremos querodarte adentro y afuera de la puerta —bromeó Asa.

—Son buenas cocineras —estuvo de acuerdo vagamente Gris.

—Pronto todos nosotros estaremos tan gordos como los cerdos listos para elmatadero —añadió Cougar con una palmada sobre su estómago. Él no sonaba del todocontrariado con la perspectiva. Probablemente porque no estaba en ningún peligro de queeso alguna vez ocurriera, pero seguro que conmocionó al niño.

—Eres un guerrero.

—Lo soy, pero hay placeres auténticos en ser un hombre casado.

—Y aún sólo tienes una esposa. —Gray se veía confuso.

—Mara es suficiente mujer para mí —Cougar se rió, la severidad de sus faccionesdisolviéndose en el placer.

—Dicen que ella es muy pequeña para cargar a tus hijos.

La sonrisa de Cougar se desvaneció y su expresión se volvió seria.

—Entonces encontraré a mis hijos en otro sitio.

—Otra esposa sería una solución más fácil —Gray contrarresto con lógica irrefutable.

—Así es como tú pensarías —Cougar sonrió, su cara oculta mientras miraba hacia suesposa—. Pero siempre he llevado la contraria.

—Ahora —estuvo de acuerdo Asa—, esa es la verdad.

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Gray volteó a Clint y dijo:

— Tu mujer no te puede dar hijos.

—No.

—Eso no es Seguro, Clint —contrarresto Doc.

—Estoy en paz con eso. —Él se encogió de hombros y la sonrisa se originó desdeadentro—. Además, no puedo ver a Jenna siendo feliz con otra mujer bajo el pie.

—¿No tomarás a otra esposa porque la lastimaría? —pregunto Gray, la sorpresaelevando su tono.

—Eso es, y no quiero a otra esposa.

Él frunció el ceño.

—Muchos hombres blancos tienen a otras mujeres.

—Lo que otros hombres hacen no tiene nada que ver aquí ni allí.

—Te has ablandado. —El niño frunció el ceño como si mantener su palabra a Jennafuera un crimen.

—Así se ha dicho.

—Nunca me ablandaré. —Gray miró perdidamente hacia la noche, su delgada carabien parecida, endureciéndose a una hoja afilada de determinación.

Clint apretó sus hombros.

—Puedes tener resentimientos hacia mí por decir esto, pero espero que estésequivocado.

—Amen por eso —murmuró Asa mientras Doc y Cougar asentían.

Clint no estaba dejando el futuro de su hijo para Dios. Si él tuviera cualquier cosa quedecir sobre eso, y tenía la intención de tener muchísimo que decir, su hijo nunca creceríaconociendo el dolor del vacío que nunca podía ser llenado. Ese hueco eco en el alma de unhombre que provenía de demasiados designios, demasiados asesinatos. Sin importa cuánbuena fuera la razón que el niño pensara que él tenía.

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Era tarde cuando se detuvieron en el camino delante de su casa. La temperaturadescendió con cada vuelta de las ruedas de la calesa. Clint sacó su rifle de su regazo y bajóde un salto. El hielo se trituro debajo de sus pies, y su aliento se congelo a la luz de lalinterna. Mientras él extendía la mano, sus ojos negros brillaron intensamente con esaextraña emoción que había estado allí desde el desastre en el negocio.

Jenna colocó su palma en la de él. Sus dedos se cerraron alrededor de los de ella, susfuerzas acumuladas. Ella amaba la forma en que él la tocaba. Controlada, pero con lapromesa de toda la pasión que pudiera manejar. Que se estaba volviendo más y más concada día que pasaba.

—Desearía que Bri y Gray hubieran regresado a casa con nosotros —dijo ellamientras él la mecía abajo.

—¿Y privar a Dorothy de la posibilidad de ser una madre para ellos? — preguntó él,su voz neutral y sus ojos escondidos por la sombra de su sombrero.

—Ella es una mujer agradable.

—La mejor. —Sus manos se prolongaron sobre su cintura mientras ella conseguíaequilibrarse. Estaba tan oscuro que ella no podía ver el dobladillo de su manto.

—Ella está en la gloria con dos niños de quien preocuparse —añadió mientrasagarraba su rifle y las riendas de High Stepper—, Además, nos dará tiempo de acomodarun cuarto para Gray, que tenga un sitio aquí, y se sienta querido.

—¿No crees que él tome a Bri y escape?

—Si lo creyera, no los habría dejado allí.

Ella se frotó los brazos y zapateó contra el penetrante frío.

—Él está tan enojado... —Ella se mordió los labios, recordando los ojos del niño, susobsesionadas profundidades—. Tan solo.

—Dale tiempo Jenna, y estará bien. Dorothy sabe cómo manejar niños.

Jenna sabía que Dorothy podría manejar a Bri, pero Gray era una historiaenteramente diferente.

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—¿Así que tú crees que Gray estará bien?

—Su estómago está lleno —contestó Clint—. Tiene una cama caliente para acostarse,y su hermana cerca. —Él empezó a moverse. Ella se movió con él, pero la linterna lanzósombras que ella no podía ver y se rezagó.

—Mira, hay un hueco allí mismo. —Él se detuvo tan repentinamente que ella casi setopó con él. Su brazo se deslizó alrededor de su cintura, las riendas colgando bajo el ladode su manto mientras la levantaba contra él. Su agarre en su cintura se apretó hasta elpunto que no importó si ella veía el hueco o no. Clint no la dejaría caer.

La confianza que sentía en su compañía era nueva. En su juventud ella había soñadocon un héroe que le gustara para sí misma, aceptando lo bueno con lo malo, ypermanecería fiel a ella. Con la madurez, había aceptado que un buen hombre era uno queno utilizara a su esposa como un sitio de descanso para su puño, y ahora Clint estabacausando que ella reevaluara sus expectativas otra vez, regresándola a esos sueños deniña. ¿Era alguna maravilla que oscilara entre la cautela y la esperanza cuando llegó a él?

—Quédate allí. —Él la condujo directo de la puerta, su mano hospedándose en sucadera hasta que estuvo seguro que ella estaba estable. Sólo otra de las consideracionesque estaba aprendiendo a manejar. Peor aún, a esperar.

—Está bien.

La carreta rechinó mientras él abría la puerta y guió caballo y coche hasta el final.Ella estaba sola en la oscuridad, por un pequeño momento y entonces él estaba allí, sumano tocando su brazo, haciéndola saltar.

—Cálmate, Sunshine. Estoy justo aquí.

Era patético, pero para siempre desde esa noche ella no podía aguantar la oscuridady los recuerdos que la asechaban. Como si él sintiera que lo necesitaba, su mano grande,capaz se deslizó sobre su brazo y a través de su espalda, jalándola a él.

—Te tengo, Jenna.

—¿Me abrazas por un minuto? —Ella sintió su sobresalto—. Lo siento. — Se echópara atrás.

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—Es la primera vez que me has pedido que te abrace —murmuró, jalándola a supecho. Él olía a cuero, humo, y hombre.

—¿Es eso? —Parecía como si ella le hubiera estado pidiendo que la tocara porsiempre.

—Sí.

—Debo parecer como un bebé para ti.

—Ya te he dicho cómo te veo.

Ella se acurrucó en su abrazo. Capto su atrevimiento, y se hundió hacia adelante.

—Dímelo otra vez.

Debajo de su mejilla, su pecho se estremeció. Ella lo había asombrado. Bien.

—¿Volviéndote atrevida? —preguntó Clint, su voz arrastrada más profundo, suneutralidad ida.

—Lo intento. —No había razón para no admitir la verdad.

—Me gusta. —Lo último fue dicho contra su pelo. Sus labios se movieron a través desu cabeza en una caricia gentil—. ¿Tienes miedo, Jenna?

Ella sacudió la cabeza. Él lo hubiera dejado allí, pero ella no podía hacerlo. Él nuncase escondería de ella. Él le daba todo lo que era, todo el tiempo. A ella le gustaba como esola hacía sentir. A ella le gustaría hacerlo sentir lo mismo. Se preguntó si podría sentirlasonrojarse a través de su abrigo mientras se empujaba a sí misma abajo del camino en elque estaba colocada.

—Sólo quería estar cerca de ti.

Ella enterró la cara en su abrigo. De todas las formas poco sofisticadas para expresarlas cosas.

Sonaba asustada y llorosa cuando quería sonar fuerte y seductora. Su mano subiópara ahuecar su cabeza. Las puntas de sus dedos rasparon su mejilla caliente.

—¿Estas sonrojándote?

—¿Podrías pretender no notarlo?

—Depende por qué.

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—No quiero ser alguien por quien tú sientas lástima.

Sus dedos se aquietaron.

—¿Qué te hace pensar que siento lástima por ti?

—Por favor no me trates como si fuera estúpida.

—No era consciente de que lo fueras.

—Tú siempre te preocupas por mí.

—Eso es porque tú eres dulce para consentirte. —Su cuerpo grande se apoyó en ella.Ella se apoyó contra la pared del granero, soportando su peso y sus expectativas.

—¿Lo soy?

—Sí. Nunca había tenido una esposa antes. Descubro como hacerte sonreír. —Él besósu oreja mientras su pelo caía contra ella.

—Suspira —susurró contra el lado de su cuello. Mordisqueó el tendón debajo de suoreja. Ella no contuvo su gemido mientras escalofríos se apresuraron abajo de su columnavertebral y su sonrisa se extendió.

—Gime. —Él tomó su lóbulo entre sus dientes y lo mordió ligeramente—, gime algomás para mí, cariño.

Ella lo hizo, incapaz de actuar de otra manera mientras él chupaba la carne debajo desu boca, jalando sus caderas a las de él.

Ella se lamió los labios, trago dos veces, y le preguntó:

—¿Por qué?

Otra vez comenzo. Ella sintió su sonrisa extenderse contra su cuello.

—Me gustas atrevida, y para contestar a tu pregunta, porque me pone duro.

Ella inclinó su barbilla, intentando ver su cara, pero estaba demasiado oscuro, y lafalda del sombrero estaba en su camino. Pero sus labios eran calientes en su cuello,abrasándola con la intensidad de su deseo.

—Me alegro de que te guste. —Él se echó para atrás y su mirada era tan indescifrablecomo la noche alrededor de ellos. Ella intentó agarrarse de su abrigo.

—Quiero decir en la forma en que luzco. Me alegro de que me encuentres atractiva.

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—Bien. —Su sonrisa llegaba despacio, pero cuando lo hizo, era bella. Ella queríasaborear su sonrisa, experimentar su placer. Verse a través de sus sentidos. Ella tirófuertemente de su solapa.

—¿Qué?

—Inclínate.

Él le levantó una ceja.

—¿Por qué?

—Quiero besarte.

Su voz no era ni de cerca tan confiada como ella quería. Sus mejillas ardieron tancalientes que pensó que su lengua se quemaría.

—¿Qué está mal, Jenna? —Sus ojos se estrecharon. Él no se inclinó y su sonrisadesapareció.

—Nada. —Ella agachó la cabeza, la vergüenza comiéndola viva. Su aliento se levantópara empañar su cara en una mofa de sus esperanzas. Él levantó su barbilla. Su dedo lasujetó en el lugar para su escrutinio.

—Tú no tienes que ser algo ó no para mí. Si quieres o necesitas algo, sólo pídelo.

—¿Quién dice que yo estoy siendo algo o no? —masculló.

El arqueo de su ceja lo dijo sobradamente. Él nunca podría entenderla si ella no se lodecía. Ella apoyó los dedos en su pecho, alisando las puntas de uno por uno contra elcuero suave de su abrigo mientras tomaba un aliento lento, profundo.

—Toda mi vida los hombres han estado diciéndome que soy pecadora. —Su pecho seexpandió bajo sus manos mientras él tomaba aire para argumentar.

Ella sacudió la cabeza, y se enfocó sobre el vellón pálido del cuello de su abrigo deborrego.

—No digas nada, por favor. —Ella arriesgó una mirada rápida—. Sólo déjame sacaresto.

Su pecho descendió mientras él liberó un aliento lento. Ella oyó el susurro y vio elbalanceo de su pelo mientras asentía.

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—Que cuando miro a un hombre, lo tiento a pecar. Que mi cuerpo es el campo derecreo del Diablo y que cuando los hombres me miran, los tiento a actos y pensamientosinmorales. Que el Diablo actúa a través de mí.

Ella nunca entendió cómo, pero había sido golpeada a azul y negro más veces de lasque podría contar por esos pensamientos en las cabezas de los hombres.

—Sunshine.

Ella sacudió la cabeza, sin mirarlo. Él no dijo nada más, simplemente la jalo máscerca, como si sus grandes brazos pudieran abrigarla de sus recuerdos.

—Tú no me viste de esa manera.

—Diablos, no.

—A ti te gusto. —Su mano acariciaba sobre su pelo, deslizándolo de las hebrascontenidas.

—Sí.

—Quiero decir por la forma que te sientes conmigo.

—Eso, también. —Su mano se apartó y su pelo cayó abajo por su espalda.

—No lo acostumbro.

—Lo recogí.

—Pero me gusta. —Si ella no explotaba en furia en el siguiente minuto, sería unmilagro—. Es sólo... algunas veces lo olvido, y me apuro.

—Lo sé.

—Lo hace difícil algunas veces.

—¿Qué hago difícil? —Sus dedos se trenzaron a través de su pelo, levantándolo en ladébil luz de luna, trabajando sus dedos a través de los enredos.

—Descubrir quién soy... —Su mano se dejó de mover—. Contigo —ella terminó enun jadeo apresurado.

—¿Necesitas ser algo diferente conmigo? —Él recogió su pelo en su puño. No sonabafeliz. Ella estaba confundiéndolo tanto.

—No diferente, sino tal vez, por una vez, yo. ¿Eso lo hace tener sentido?

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—Tal vez. —Su mano se movió y hubo una par de tirones de la parte de atrás de sucabeza que la inclinaron arriba. Las sombras ocultaron su expresión de su vista mientrasestaba segura de que él podía ver cada matiz de la de ella—, ¿cómo hizo el amor tu maridocontigo, Jenna?

El sonrojo se dreno de sus mejillas tan rápido que se sintió mareada. Ella trató dealejarse dando media vuelta, pero él había envuelto su pelo alrededor de su mano, y nopodía moverse. Ella tuvo que permanecer allí, abierta y vulnerable mientras él le pedíaque desnudara su alma.

—No te ocultes de mí ahora, Jenna. Él ha estado en medio de nosotros un tiempodemasiado largo.

—Él está muerto.

—Él vive en tu mente donde yo no puedo verlo, lastimándote en formas en las queyo no puedo protegerte.

—Por favor.

—Dibújame un cuadro de él, Jenna. Muéstrame al hijo de puta para que puedahacerlo irse.

—No puedo. —Ella cerró los ojos.

—Maldita sea, lo harás. Me gané no tener al bastardo lastimándote desde la tumba.—Él la sacudió ligeramente. La sacudida se detuvo y luego sus labios estaban en los deella, duros, posesivos, desesperados. Ella no luchó con él, sólo abrió la boca para el empujede su lengua. Ella era suya. Siempre lo había sido. Aun mientras estaba casada con otrohombre. Dios guardara su alma. Clint se echó para atrás ligeramente, su aliento golpeandosus labios húmedos en soplos disparejos—. Dímelo, bebé. Hagámoslo irse juntos.

—¿Aquí?

—Aquí. Ahora. —Él besó la esquina de su boca. Se volteó y dio tres pasos a laizquierda, llevándola con él con el brazo alrededor de su cintura. Conservó su mano en lacintura mientras se sentabay la jaló abajo para sentarla a través de su regazo—. Aquíafuera donde Dios pueda oír cada palabra, mandemos al diablo a ese hijo de puta a dondepertenece.

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Ella recordó las palizas, la humillación, el dolor, la confusión de nunca saber lo quéella —se suponía— había hecho mal. El implacable conocimiento de que estaba manchada.Ella enterró la cara en su garganta.

—No quiero que me mires de esa manera —admitió ella, inspirando su olor familiar,abrazándolo.

—¿En qué manera?

—Sin valor. Sucia.

Ella estaba rompiéndolo en dos.

—Nunca podría verte sucia, Sunshine. —Clint envolvió sus brazos alrededor deJenna, recogiendo su suavidad en él, sintiéndose completa en la forma que se sentía sólocuando él la tocaba, deseando que pudiera protegerla de los recuerdos.

Contra su pecho ella sacudió la cabeza.

—Tú sabes cómo era yo.

—Sé que eras simpática y confiada y te esmerabas en agradar. —Ella se puso rígidaen sus brazos como si estuviera asombrada. ¿No sabía desde cuánto tiempo ella lo habíafascinado?—. Estuve observándote desde hace mucho tiempo, Sunshine.

—Estaba casada. —Ella sonó conmocionada, como si una hoja de papel tuvieracualquier cosa que ver en cómo se sentía él sobre ella.

—Y mantuve mi distancia.

—Nunca lo supe.

—No había razón para que debieras saberlo.

—¿Cómo pude no saberlo?

—¿Haría una diferencia? —Ella no respiró por el intervalo de un latido y luegoinclinó la cabeza—. Entonces yo... lo siento.

Ella sacudió la cabeza antes de que él terminara de hablar.

—No hubiera soportado si lo hubiera sabido.

—Todo lo que habrías tenido que hacer era dar la orden y allí no hubiera habidocualquier cosa que soportar.

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—¿Te habrías peleado con él? —Él no había querido decir lo que ella pensó que quisodecir.

Intentando como ella lo haría, Jenna no pudo distinguir su expresión en la oscuridady su cuerpo no le dio ninguna indicación. Él estaba relajado y tranquilo bajo ella.

—Le habría matado. —La finalidad en su tono era chocante.

—Tú no puedes matar a un hombre por cómo trata a su esposa.

—Eso ha sido hecho una vez o dos.

—¿Por ti?

—Una vez. —No había una onza de remordimiento en su tono. Ella considerócuidadosamente todo lo que sabía de Clint, lo que había oído, lo que había visto.

—Tú no eres un asesino.

—Depende de cómo lo definas tú. —Él no estaba disculpándose, simplementeexponiendo los hechos.

—Si mataste a un hombre por cómo trataba a su esposa, se lo merecía. Ella sintió esacerteza hasta las plantas de los pies. Tocó la muesca donde sus clavículas se intersecaban.

—Así es. —Las puntas de sus dedos en su mejilla fueron increíblemente suaves.Tiernas. Él trazó su mandíbula, la yema de su dedo índice deteniéndose finalmente sobreel punto de su barbilla. Se demoro allí, acariciando como si no pudiera conseguirsuficiente de la sensación de su piel—. Dime cómo fue, Jenna.

—Era fatal.

—¿Cómo?

—Había tantas reglas.

—Nombra algunas.

—No podía mirar de frente a un hombre. No podía cuestionar una orden quecualquier hombre diera. No podía hablar a menos que me hablaran.

Su maldición hizo eco por encima de ella.

—¿Y en el dormitorio?

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—Solamente tenía que hacer lo que se me dijera, exactamente cómo se me dijera, sinresistencia y sin quejas. —La náusea fluyó. Ella enterró la cara en su garganta, aspirandoprofundamente de su aroma, su fuerza.

—¿Que sucedía si no lo hacías?

—Me lastimaba.

—Cómo.

—No te puedo decir eso. —La vergüenza ardió profunda en su alma, y se extendióhacia afuera.

—Quiero que se vaya, Jenna, así que dime, porque sabes que eso no conseguirácambiar la forma en la que me siento acerca de ti. —Su mano ahuecó su estómago bajo sucapa. Grande y afectuosa, la apaciguó. Ella se acurrucó más profundo, deseando quepudiera ascender dentro de él en ese momento, pudiera conocer todo eso que debía sabersobre él, dejándolo saber todo lo que había que conocer acerca de ella. Todo sin tener quedecir una sola palabra.

—Tienes que hacerlo.

Él forzó su barbilla, golpeó ligeramente sus labios con su pulgar hasta que ellalevantó la vista.

—No puedo. No tenía ninguna opción... —él la sujetó tan duro, que ella pensó quesus costillas se rajarían.

—Lo sé, bebé. Lo sé. —Él metió su cabeza en su cuello con su barbilla, atándola a sucalor, su fuerza—. Pero tienes opciones ahora y es tiempo para lancear ese forúnculo y eldejar el veneno fuera.

Él tenía razón. Ella tenía opciones, y una de ellas era que debía dejar de ser cobarde.Tomó un aliento, y reagrupó su coraje. Hizo una pausa. Vacilo.

Se agarró a si misma y a su mano al mismo tiempo. Ella trajo su mano a su pecho.

—¿Te acuerda de que cómo me sostuviste la primera noche que alimentamos aBrianna?

—Sí. —Su aliento siseó afuera de entre sus dientes.

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—Sostenme así mientras te lo digo. Tócame así para que recuerde dónde estoy, conquién estoy, y podré decírtelo.

Él serenamente le desabotonó su blusa. Una mirada en su expresión demostró elmismo control. Su gran mano se deslizó dentro de su camisola por encima de su corsé, yahuecó su pecho con gentileza increíble. Ella cerró los ojos y se hundió en la sensación.

—Amo la forma en la que me tocas.

—Yo siempre seré gentil contigo —susurró, su arrastrar de palabras máspronunciado—. No tienes que preocuparte por eso.

—Eso no es tu gentileza. —Sus cejas se levantaron y sus dedos se aproximaron a supezón—. Tú me tocas cómo a mí me importa. Como si yo fuera una persona. —Ellaacarició su pelo mientras le proveía su abrigo, las hebras más gruesas que las suyas,frescas con el frío de la noche—. Con tal de que me toques así, no necesitas siempre sergentil.

—Podrías estar precipitándote. —Sus ojos negros ardieron con calor repentino. Suagarre sobre su pecho se apretó.

Ella negó con la cabeza. No puedo tener miedo de ti Clint. Sin importar que, sé queno conseguirás hacerme daño.

Sus dedos en su pecho hicieron una pausa, y luego empezaron el suave acariciadormovimiento, de la base a la punta. Repetidas veces.

Cuando él alcanzó su pezón en el paso hacia adelante, pasó rozando la areola hastaque capturó el pezón, apretando delicadamente. El placer se derramo a través de ella enuna oleada suave. Ella recostó su cabeza de nuevo contra su hombro. No podía ver sucara.

—¿Podrías quitarte el sombrero?

Él lo hizo, revelando la concentración intensa de su expresión y la preocupación ensus ojos. Preocupación por ella. Colocó su mano sobre la de él, sujetándolo y el placer laacercó a su corazón.

Y le dijo lo que él necesitaba saber.

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Capítulo 19

La puerta de dormitorio se abrió. El corazón de Jenna palpitó y su garganta se resecó.Su mano se dirigió a la manga corrediza de su camisón. Esto había sido una idearealmente estúpida.

—Maldición, Jenna.

—Pensé que te gustaría. —El calor en sus mejillas fue abrazador. Era el camisón cortoque había llevado la primera noche, excepto que se había quitado la bata y desabotonadolos tres primeros botones de la parte superior para mostrar más el escote.

—Me gusta. —La puerta hizo clic cerrando detrás de Clint.

Del otro lado de la puerta ella oyó el quejido de Danny. Clint cruzó hacia la cama,sus botas dando golpes sólidos en el piso de madera hasta que llegó a la alfombra trenzadaal lado de la cama. Ella no tuvo las agallas para encontrar sus ojos. No porque tuvieramiedo, sino porque el ser descarada era algo demasiado nuevo como para permanecerimperturbable.

Clint le tocó la parte superior de la cabeza, vaciló, y luego levantó un mechón decabello, frotándolo entre sus dedos. Ella esperó en vano que hiciera algo más.

Alzó la vista y lo atrapó con la mirada fija en ella. Por primera vez, con indecisión.Ella puso su mano sobre la suya, enroscando los dedos alrededor de dos de él.

—¿Qué pasa?

—Por extraño que parezca —confesó con voz tensa—, tengo miedo de tocarte.

—¿Es por lo que te dije?

—Bebé, no sé como sobreviviste. —Llevó su mano a sus labios, con ojos ardientes ytristes.

—Pero lo hice.

—Sí. —Su lengua tocó el centro de su palma en una caricia vacilante—. ¿Cómodiablos puedes soportar que alguien te toque?

—No puedo. —Ella se encogió de hombros, cómoda con esta verdad—. Sólo contigo.

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—Recuérdame que comience a ir a la iglesia de nuevo. —Le retiró el pelo de la cara.

Ella tocó su mandíbula.

—Estoy contenta de haber escuchado la voz interior que no me dejó rendirme.

—Si me hubieras dicho lo que él hacía no habría habido necesidad de escuchar. —Apretó la mandíbula y un músculo se movió nerviosamente bajo los dedos de Jenna.

—No hay nada que hubieras podido hacer. Estaba casada.

—Por desgracia. —Sus ojos se entrecerraron y bajo su palma izquierda, suspectorales se juntaron con tensión.

—Si lo hubieras matado, estarías en la cárcel. Y yo no te tendría. De esta manera esmejor. —Ella raspó su dedo sobre la sombra de barba en la mandíbula masculina. Conocíaaquella mirada. Aquella promesa de retribución. Solía aterrorizarla. Ahora Solamente lahacía sentir segura.

Él sacudió la cabeza antes de que ella terminara, capturando el dedo entre sus fuertesdientes, mordisqueándolo suavemente antes de decir:

—Sunshine, nunca veremos el ojo por ojo en esto, y si no crees que sé matar a unhombre sin dejar pruebas, necesitas cambiar de forma de pensar.

Tal vez lo hiciera, pero eso no cambiaba la verdad.

—Es mejor para mí, Clint.

Su mano tocó el costado de su pecho. Mas que una caricia, fue la reafirmación de unrecuerdo. Ella contuvo el aliento, temiendo que él le exigiera por una parte de su pasadoque no le había revelado. Pero no lo hizo. Sólo movió la cabeza y la acarició suavementecon manos que siempre le daban placer, y dijo:

—Eres una mujer extraordinariamente obstinada.

—Pero te gusto. —Sonrió. Este era su hombre. La única persona en este mundo quela vio tal cual ella era.

—Sí. —Sólo una palabra, pero fue dicha con tanta hambre que la hizo arder.

Ella esperó por la sonrisa que curvó sus labios para encontrar sus ojos antes depreguntar:

—¿Y vas a dejarme jugar esta noche?

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Esta vez su —“sí”— fue más lento, más profundo, como si su mente caminara haciadonde ella quería conducirle. La mano en uno de sus pechos la apretaba con hambrecarnal. La otra llevó de regreso su palma a su boca. Él mordisqueó la base de su pulgar.Sus rodillas colapsaron mientras su vientre se apretaba.

—Bien —ella respiró profundo, dejando brotar y fluir su propia hambre—. Porqueesta vez seré yo la que pida favores. —Clint se congeló, con los labios su la palma, susoscuros ojos derritiéndose y clavándose en los de ella. Jenna tiró de su mano libre yretrocedió. Lamió sus labios secos y siguió adelante.

—He sido castigada muchas veces por tentar a un hombre, pero realmente nunca lohe hecho. Me gustaría intentar… —Oh Dios, iba a morir si él dijera no. Lamió sus labiosotra vez—. Tentarte.

Por una fracción de segundo él no hizo nada. No dijo nada. Entonces sus ojosparecieron arder desde dentro y una sonrisa —una verdadera sonrisa— se extendió através de su cara.

—Ven aquí. —Aquella voz, baja y profunda, se deslizó a lo largo de su deseo,avivando fuegos internos en su vacilante vida. Él tomó sus manos entre las suyas y la hizoandar sobre sus pies con una facilidad que todavía la asombraba. Colocó sus palmas en supecho a ambos lados de la abertura de los botones, sosteniéndola durante un segundomientras se estabilizaba. Siempre estaba cuidando de ella.

—¿Entonces quieres jugar conmigo? —preguntó en aquel mismo tono perforante yprofundo de barítono.

—Sí. —Ella deslizó sus manos enfilando sus dedos a través de los hilos negro—azulado de su cabello.

—Entonces venga el juego. —La esquina izquierda de su sensual boca se elevó másque la derecha.

Tal invitación, dada en aquel tono rasposo, respaldada por aquella erótica sonrisa ymirada desafiante, alentaban a una mujer a ser audaz. Y por primera vez, Jenna noretrocedió ante el desafío. Este era su hombre. Su casa. Su matrimonio, y quiso regocijarseen los tres. Deslizó sus manos hacia los botones de la camisa de Clint, sintiendo elaumento de su frecuencia cardíaca que retumbaba en sus palmas.

—Así es como me quieres —ella dijo cuando deshacía el segundo botón.

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—Sin mentir, Sunshine, esto es sobre mi fantasía favorita. —Él colocó sus manos ensus hombros.

—¿Has tenido fantasías conmigo?

—Desde que te conozco.

Ella lo conocía desde hacía tres años.

—¿Incluso cuándo estaba casada?

—Sí. —Él dio un leve empujón al borde de su camisón de modo que se deslizara porsu hombro. Ella lo dejó allí—. Pero esas tienden a convertirse en pesadilla.

Las reglas que le predicaron durante la infancia decidieron aflorar en ese momento.

—Es pecado desear fervientemente a la esposa de otro hombre.

—Nunca estuviste destinada a ser la esposa de nadie, más que yo.

Ella tocó las cicatrices sobre su esternón.

—No. No lo estaba. —Podría haberlo imaginado, pero pareció relajarse ligeramentecon su acuerdo. Tiró de la camisa fuera de sus pantalones. Su calor y olor la rodearon enun abrazo potente. Se inclinó hacia él, y recorrió el borde de una de sus cicatrices con lalengua. Su cuerpo grande tembló. La sonrisa brotó de lo profundo.

—Me gusta eso —susurró ella, después de recorrer la cicatriz hasta el final, justodebajo de la tetilla.

—¿Qué? —Su pulgar empujó el tirante del camisón de su otro hombro. La carne degallina la recorrió mientras la suavidad del material se deslizaba sobre su piel.

—La forma en que reaccionas cuando te toco.

—Sunshine, me haces quemarme con sólo estar en el cuarto.

—Que bien. —Deslizó los brazos fuera del camisón, dejando la parte superioratrapada en los duros picos de sus pechos.

—Estaría encantado si te sacudieras levemente —insinuó él.

Ella sabía por qué. Podía sentir sus ojos como un toque pesado en sus pechos,haciéndolos hincharse y sus pezones redondeándose endurecidos.

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—Apuesto que si —dijo ella cuando empujó la camisa de sus amplios hombros. Estano se deslizó por sus brazos como lo hizo su camisón. Había demasiado músculo en elhombre para eso. Tuvo que ponerse de puntillas para empujar la tela de sus bíceps,arrastrando los dedos a lo largo del pliegue en la parte superior de su brazo, sumergiendosu dedo en la hendidura de una vieja herida de bala. Tantas cicatrices en su duro cuerpo.Tantas veces pudo haber sido asesinado.

Cuando se echó para atrás, su camisón cayó al suelo. Estaba desnuda ante él. Sucorazón palpitó cuando quiso cubrirse, pero luego examinó su rostro, tenso con el deseopor ella, sus fosas nasales resoplaron como si él estuviera olfateando su excitación, y ellahiciera lo contrario. Dio un paso atrás y cuadró los hombros.

Su respuesta fue inmediata.

—¡Maldita sea!

Nunca había oído una maldición dicha con tal reverencia. El rubor que no podíacontrolar quemó su piel. Su mirada oscura siguió el camino de su estómago, sobre suspechos hasta llegar a sus mejillas y luego regresó a sus pechos, donde permaneció. Sulengua mojó su labio inferior.

—Ven aquí, Sunshine, y déjame aliviar un poco de ese calor.

Ella sacudió la cabeza, sintiéndose muy audaz, muy femenina.

—No. Este es mi tiempo para jugar y si voy ahí, tomarás el control.

—No lo haré, pero puedo ver como tus pezones están duros. ¿No te gustaría que lostomara en mi boca? ¿Chuparlos un poco? ¿Provocarlos? —Las rodillas de Jenna casi sedoblaron ante la idea. Él apremió su ventaja—. Puedo hacerlos sentirse tan bien. Tráelosaquí nena, y déjame mordisquearlos.

La necesidad salió como corriente eléctrica por las puntas duras, pasando como unrelámpago a través de su cuerpo antes de rebotar en sus pechos, quemándole los pezones,creando un dolor punzante que sólo él podía calmar. Ella ahuecó sus pechos en sus manospara contener la demanda.

La maldición de Clint resonó por el cuarto. Jenna se sorprendió y miró con atenciónsu cara. La mirada de él estaba fija en sus manos. Sus dedos estaban sobre el cierre de susvaqueros, trabajando los botones sobre la protuberancia de su pene, con las mangas de lacamisa atrapadas en sus muñecas obstaculizando el esfuerzo.

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—¿Te gusta cuando me toco, Clint?

Su —“sí”— era una expresión gutural de hambre.

—¿Cómo? —Ella deslizó sus dedos a lo largo de la parte inferior de sus pechos hacialas puntas. Sus manos no eran tan grandes como las de él y no le dieron la mismasatisfacción, pero su abierta sensualidad y el calor proveniente de sus ojos con pesadospárpados alimentaron su pasión.

—Tócate esos lindos pezones, cariño. —Se quitó a tirones las botas.

Lo hizo, pellizcándolos ligeramente, mirando como su lengua chasqueaba sobre suslabios como ella lo había hecho y sus párpados cayendo más bajo sobre sus ojos.

Con una simple flexión de su brazo la camisa se rasgó por la espalda. Él liberó susbrazos, antes de empujar hacia abajo sus pantalones con impaciencia sobre sus caderas. Laprenda se quedó atrapada mientras la empujaba por el eje de su falo. Maldijo cuando ellase pellizcó los pezones otra vez, más duro esta vez, gimiendo un poco cuando unacorriente de placer la sorprendió.

—¿Se sintió bien eso? —Su sonrisa se amplió más. Su mirada se volvió más ardiente.

Ella asintió con la cabeza, mientras su aliento venía en cortas ráfagas cuando vioelevarse fuera de los pantalones la gruesa y gran longitud de su pene. Incluso desde allípudo ver que él estaba a punto de reventar, sus pesadas pelotas tensamente apretadas sepegaban a su cuerpo, la amplia cabeza de su falo oscuro y brillando con su semilla.

Olvidó moverse, respirar, cuando él ahuecó su eje en su mano, arrastrando su palmahacia arriba por toda la pesada y venosa longitud, levantándolo hacia su mirada,dejándole ver como se sacudía bajo su toque.

Sus palmas le picaban por tocarle, sostener todo aquel poder en sus manos. Dio unpaso hacia él. Él dio un puntapié para librarse de sus pantalones, permaneciendo de pieante ella, inconsciente de su desnudez. Las sombras de la lámpara destacaron los cortesdensos del músculo a través de su gran marco, el poder inherente en su toque y lasexualidad que irradiaba tan fácilmente. Con su pelo que se balanceaba librementealrededor de su cara, sombreando sus ojos y enfatizando sus pómulos, luciendo en cadapulgada el hombre peligroso y sexual que era.

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Todo dentro de ella se estremeció ante el conocimiento de que él era suyo. Pellizcósus pezones otra vez, sosteniéndolos del modo en que él lo había hecho, halándolos de sucuerpo, levantándolos hacia su boca.

Su pene saltó a la vista. Su lengua pasó por encima de aquellos labios deliciosos y élgimió. Por ella. Los fluidos inundaron su coño junto con el conocimiento que ella hacíaesto para él. Clint la vio como algo a lo cual no podía resistir. Ella dio un paso más cerca,levantando más en alto sus pechos.

Él frunció el ceño.

—Suavemente, bebé.

Ella no lo quería suave.

—Me gusta esto.

—Maldición, ven aquí. —Sus dedos se crisparon sobre su pene. Él contempló suboca, sus pechos, su coño, como un hombre hambriento. Un líquido claro se desbordó porla punta de su pene, goteando por la amplia asta.

Por primera vez en su vida, ella rechazó una orden de un hombre. Permaneció dondeestaba y se pellizcó más fuerte, levantándolos más alto. Él apretó los dientes y bamboleósu pene a través de su puño, con un líquido fluyendo en una corriente estable, aliviandosu camino mientras la miraba.

—Este no es un buen momento para tomarme el pelo, Jenna —advirtió él con unavoz profunda, oscura.

Ella desatendió la advertencia. No había nada que él pudiera hacerle a lo cual no ledaría la bienvenida. La forma en que él manipuló su pene la cautivó, la fascinó con lo quereveló. Clint no era tan cuidadoso con él como lo era con ella. Había una urgencia en sutoque cuando manejaba su carne. Nada que ver con la forma en que la tocaba a ella. Enella, sus manos tenían una tendencia a tardar, para saborear. Para el placer. De la forma enque quería tocarlo.

Él acarició la longitud de su pene otra vez e hizo muecas. Ella conocía su toque, sabíacómo sus callos raspaban deliciosamente contra la piel sensible. Sabía del placer que seestaba dando él mismo. Y quería esto para ella. Se deslizó una mano por el vientre,moviéndose suavemente sobre la suave carne, avanzando poco a poco hacia su clítorispulsante.

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—Maldita sea, me estas tentando —gruñó desde su garganta.

Sí, lo estaba haciendo. Y lo estaba disfrutando. Su placer debió haberse mostrado ensu sonrisa, porque murmurando una última maldición, estaba sobre ella, levantándolacontra él, con uno de sus duros, musculosos brazos enganchándola por debajo de susnalgas, anclando sus caderas a las suyas mientras se acercaba a zancadas a la cama. Cayócon ella sobre el colchón, riéndose cuando ella chilló, capturándola en sus manos, suslabios todavía alineados con los suyos, su pene enfilando la hendidura de su coño,deslizándose fácilmente a lo largo de su carne lubricada, provocando su clítoris con unalenta presión deslizante.

Esta vez fue ella quién gimió. Mostrando una sonrisa perversamente oscura bajó sucabeza, su pelo cayendo sobre sus pechos en una caricia de seda cuando sus labios secernieron sobre los suyos.

—No deberías provocar a un hombre hambriento, Sunshine.

—¿Por qué no? —susurró ella en su boca, con la última sílaba terminando en ungemido mientras él bombeaba su pene a lo largo de sus labios inferiores otra vez.

—Porque podrías obtener más de lo que esperabas.

—¿Cuánto más? —Se mordió los labios y arqueó el cuello mientras el placer azotabasu cuerpo.

Él hizo una pausa.

—Estás de un humor extraño esta noche.

Sí. Así era. Por primera vez en su vida era libre y tenía urgencia por probar todo,pero ¿cómo podría explicárselo a Clint, quién probablemente nunca se había sentidoatrapado en su vida? Deslizó sus manos sobre sus hombros, dirigiendo sus uñas a lo largode sus abultados músculos, arqueando la espalda ante el temblor de Clint.

—Es como si hubiera habido algo que me aplastara la vida entera y de repente, ya noestá allí.

—¿Tratas de decirme que estás lista para volar? —Él besó su boca, la esquinaderecha, la izquierda, y luego el final de su nariz.

—Sí.

—Es peligroso decirme eso ahora. —Descansó su frente contra la suya.

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—¿Por qué? —Movió la cabeza hacia atrás para facilitar los besos que él esparcía porla línea de su mandíbula. Amaba su boca. Sus besos. Firme pero suave, cada besoacentuado por el cosquilleo de su barba. Estar al borde del peligro aumentaba suexcitación.

—Pendo de un hilo, Sunshine.

—¿Pendes de qué? —Oh Dios, cuando él chupó su cuello apenas pudo mantener unpensamiento.

—Control, nena, control.

—¿Lo necesitas?

Su risa zarandeó la curva de su hombro.

—Sunshine, estoy a un paso cogerte por el trasero o de azotártelo.

Aquello no sonó bien.

—¿Por qué?

—Porque pudiste haber resultado herida hoy. —Acomodó uno de sus senos en supalma callosa—. Porque pude haberte perdido.

—Pero no lo hiciste.

—La cercanía a eso me vuelve loco.

Su ardiente boca se cerró sobre su hinchado pezón quemándola con el calor de sunecesidad. Contra ella, su cuerpo estaba tenso con el mismo deseo. Jenna empujó su pelohacia atrás, mirando sus mejillas flexionarse mientras él la amamantaba. Trazó el arco desu ceja. Recordó su noche de bodas. Su entusiasmo. Su bondad. Trazó la línea de su cejaderecha. Él alzó la vista hacia ella, por una fracción de segundo su alma quedó aldescubierto en sus ojos. Nunca había visto tal vacío en los ojos de un hombre. Haríacualquier cosa para sacarlo de Clint.

—No creo que me guste ser azotada —susurró ella, dando un salto de fé.

Él se quedó inmóvil, soltando su pezón con un chasquido audible, elevándose parapoder ver su cara.

—¿Cómo dices?

Era más difícil decirlo con toda su atención puesta en ella.

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—No creo que me guste ser azotada.

Él acunó sus ardientes mejillas en sus palmas, forzándola a mirarlo.

—¿Nena, me estás diciendo que quieres que te tome por el trasero?

—No sé. —Ella lo tomó por las muñecas, apretándoselas. Sólo quería que él nopareciera tan vacío. Su pene palpitó contra ella. Las costillas de Clint se ampliaron sobre supecho por el esfuerzo que le tomó respirar. Oh Dios, él quería eso.

—¿Dolerá? —preguntó, odiando el temblor de su voz.

Él la besó fuertemente.

—No, sí tu mente no se concentra en eso.

Ella no encontró aquello nada tranquilizador.

—¿Me gustará?

—Me aseguraré que te guste.

—¿Cómo me penetrarás? —Ella flexionó sus caderas contra él. Él era enorme.

—Agradable y fácil. —Retiró sus caderas. Su pene se deslizó por debajo de suabertura, rozando su ano en un beso suave antes de acomodarse en el pliegue. Un pulsoprohibido de excitación se arrastró dentro de su deseo.

—Sólo un poquito a la vez.

Sus nalgas se contrajeron con espasmos contra su pene, abrazándolo hacia ella comotratando de tentarlo.

—Te gusta pensar en eso. —Había una riqueza de satisfacción en su tono. Él seapretó contra ella. Jenna hundió sus uñas en sus muñecas mientras el pulso se extendió endolor. Él se movió un poco y la llamarada aguda de deseo le quitó el aliento.

—Maldición, eres tan sensible allí como en tus pechos.

—¿Eso es bueno?

Él la besó entonces, su lengua empujando dentro de su boca, entrelazándose con lasuya, tomando posesión. Él empujó más fuerte, colocando su pene más firmemente contraella. No pudo respirar, no podía hacer nada, no podía hacer otra cosa más que presionar

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hacia atrás y tratar de entender la gama de emociones que rasgaban su control. Cuando élle permitió respirar, dijo:

—Muy bueno.

—Necesitaré mi crema. —Fue mitad pregunta, mitad declaración del hecho.

Él sacudió su cabeza, con el pelo rozando contra sus mejillas.

—Tengo algo mejor.

—¿Mejor? —Ella confiaba en su crema.

—Sí. Mejor.

Ella siguió la mano con sus ojos cuando él alcanzó el cajón de la mesa de noche ysacó un tarro. Era blanco y sencillo y no menos impresionante.

Ella mordió su labio.

—Prefiero usar mi crema.

—Confía en mí, bebé, desearás esto. —Él dio un empujón a su pene contra su ano,sus músculos se contrajeron con placer y miedo. Clint se apoyó en los codos y abrió eltarro. Lo olfateó. No era tan agradable como la suya.

—¿Estás seguro que no prefieres usar mi crema?

—Estoy seguro. —Su sonrisa era el pecado personificado. Puso la tapa sobre la cama.Ella contuvo la respiración y cerró los ojos cuando él sacó una porción de crema. Él la besósuavemente cuando sus dedos sustituyeron a su pene con una suave frescura—. Esto va ahacerte sentirse bien, Sunshine.

Ella pensó que él se refería al acto, pero cuando sus dedos le separaron aquella parteresistente, un calor extraño comenzó. Retorció sus caderas, arqueándolas, empalándosemucho más.

—¿Puedes sentir eso?

—Sí.

—Esto va a entrar en calor y luego vas a querer moverse.

—¿Ah, sí?

—Sí. Sólo tienes que dejarte llevar. Moviéndote contra mis dedos.

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—¿Dedos? —El que tenía dentro la había distendido hasta el punto de dolor.

—Tengo que estirarte, bebé. —Empujó su dedo más profundo. Sus músculos setensaron alrededor del nudillo. Se quemó. Habría gritado, excepto que el calor de suinterior explotó en una picazón hormigueante.

—Oh, cielos.

—Shh, no estés tensa. Sólo relájate.

No podía estar más que tensa. Su dedo estaba en ella y la palma de la manopresionada contra su clítoris y aquella picazón exigía que ella lo arañara. Oh Dios,necesitaba que él se moviera. Lo hizo, pero no del modo que ella quería. Retiró el dedo desu recto, arrastrándolo exquisitamente a lo largo del tejido interior sensible, calmandotemporalmente la picazón que la enfurecía.

—Clint, por favor.

Él tomó otra porción de crema. Ella agarró su mano mientras el calor y la picazóndesesperante, comenzaron otra vez.

—No más.

—Necesitaremos mucho más. —Él se soltó de su asimiento. Jenna enroscó sus dedosen la colcha que estaba por su cabeza cuando él presionó sus dedos contra su ano.

—Ahora relájate.

Su dedo la tocó. Oh Dios, se sintió tan bien. Ella dobló sus rodillas y apoyó los piescontra el colchón.

—¿Así mismo, Jenna? —Él rodeó el borde de su ano con su dedo, calmando supicazón, pero clavándose en su necesidad. Mordió sus labios y asintió con la cabeza—. Note contengas, nena. Quiero oír lo que sientes.

La apretó ligeramente, todavía rodeando su ano, abriéndola. Un segundo dedo seunió al primero. Una mano grande se extendió sobre la parte baja de su estómago.

—Ahora quédate quieta. —Un sentido de plenitud invadió su recto. Había unasensación de dolor que rápidamente se mezcló al placer cuando él introdujo sus dedoshasta el primer nudillo. Él comenzó a tomarla despacio, entrando y saliendo, rozando yestirándola, manteniéndola entre el cielo y el infierno hasta que con un fuerte empujón, él

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introdujo los dedos hasta la base, enviando señales mezcladas de placer y dolor a sucerebro, el cuál parecía estar sólo interesado en el placer y en su necesidad de más.

—Por favor. —Ella arqueó su cuello y gritó. Se sentía tan bien, pero necesitaba más.Mucho más.

—¿Qué pasa?

—Necesito que te muevas.

—Todavía no.

—Dame más.

—En un minuto.

—¡Ahora! —Ella luchó contra la retención de su mano, el vientre adolorido por causade él.

Él sacudió su cabeza, azotando su abdomen con la seda oscura y gruesa de su pelomientras le besaba su estómago, la cadera, su monte de Venus, y finalmente, el clítoris. Elplacer se disparó tanto como el dolor hacia afuera, sensibilizando todos sus nervios a sumáxima potencia. Contuvo el aliento con anticipación jadeando ante el lavado caliente desu lengua sobre aquel tenso botón, su coño se apretaba en una agonía de necesidad, el airedejó de fluir en sus pulmones.

Ella agarró sus hombros, buscando apoyo contra las sensaciones que estabandestruyendo su mundo cuando gimió:

—Oh Dios. Me estás torturando.

Él pellizcó su clítoris con los labios, conteniendo su salto con la mano, manteniéndolaen su lugar para rozarla ligeramente con sus dientes.

—Te estoy haciendo sentir bien.

Y lo estaba logrando. Cada palabra susurrada contra su clítoris alimentó su pasión,cada roce de su aliento la mantuvo atada a la necesidad de más. Él se lo dio, tijereando consus dedos en su ano, la agonía y el alivio que hacía subir sus caderas al encuentro de suboca.

—¡Clint!

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—Aquí —murmuró contra ella, los suaves pliegues entre sus muslos amortiguaronsu voz cansina, pero no el impacto a sus sentidos. Era su marido, su amante. Era todo paraella, la hizo querer entregarle todo, pero él no lo tomaría. No la dejaría ir. Él sólo siguiólamiendo su coño, bebiendo sus zumos, haciendo remolinos en forma de ochos en suspuntos más sensibles con aquella lengua malvadamente ágil, impulsando su pasión a lomás alto, pero no lo suficiente. Aparentemente contento con deleitarse con ella parasiempre, mientras sus dedos trabajaban su trasero.

¡Oh cielos, sus dedos! Necesitaba más, mucho más de lo que le estaba dando. Másque la combinación palpitantemente ardiente y de alivio. Necesitaba su pene.Hundiéndose profundamente, llenándola por completo, calmando la agonía del deseoincumplido que él alimentaba. Lo necesitaba.

—Por favor. —Arqueó su cuello, su espalda, esforzándose por romper lasrestricciones de su mano, queriendo empujar su coño entero en la caverna caliente de suboca.

—Ayúdame, Clint.

Nunca antes se había sentido así. Como si con sólo un poco más, un poquito más,desaparecería en el hambre que se arremolinaba consumiéndola. Esto la asustó. Inclusocuando envolvió los dedos en el pelo de Clint y él arrastró su boca más fuerte en su coño,gimiendo cuando ella sintió la presión de sus dientes, estaba retrocediendo mentalmente.Teniendo miedo de este placer, tan intenso que tenía que ser pecado.

—Por favor.

No había duda en el nudo quebrado por el miedo en la súplica aguda de Jenna. Clintaquietó los dedos y boca. Sus zumos se desbordaron en su lengua cuando ella gimió ycambió de posición. Él trazó un sendero desde su clítoris hasta su trasero con el índice.

—Está bien, bebé —Clint la calmó, extendiéndole su dulce crema alrededor del anofuertemente distendido. Carajo, ella era tan pequeña que iba a tener problemas al tomarla.Tocó la carne tensa con su lengua. Ella jadeó y se sacudió, sin duda sorprendida, yentonces más de sus dulces jugos se derramaron para cubrir sus manos y lengua. Los dejófluir alrededor de sus dedos. Si fuera un hombre menos egoísta, usaría uno de los juguetesmás pequeños de su colección para estirarla, pero no lo era, y no lo haría. No con ella. Noesta primera vez. Esta vez tenía que ser él. Y ella. Y nada más.

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Ajustó la posición de ambos así las caderas de Jenna quedaron en el borde de lacama.

—Dobla tu pierna, Sunshine.

Guió con la mano su tobillo izquierdo. No era una mujer menuda, pero la sentía asíen sus manos. Extraordinariamente frágil. Infinitamente vulnerable. Colocó el pie de ellaen un punto cercano a su cadera, exponiendo el rosa profundo de sus labios inferioreshinchados mientras tomaba su pierna derecha y la doblaba con cuidado, sabiendo que eltejido de la cicatriz, el músculo torcido no cooperaría con facilidad.

—Deja que tus piernas se abran, Jenna.

Ella lo hizo. Despacio. Con cautela. Él miró la longitud de su cuerpo, sobre la curvaopulenta de su estómago. Sus pechos exuberantes temblaron con la fuerza de surespiración. Sus puntas estaban sobrecargadas con un rojo brillante, y al mirar entre ellos,pudo contemplar su expresión. Sus rasgos delicados perfilados por el deseo, sus ojosluminosos con el placer y la incertidumbre.

Él se elevó hasta que sus hombros soportasen las caderas de Jenna y pudieradescansar su barbilla en su hueso del pubis. Su trasero chupó sus dedos, esforzándose porobtener más sensación.

—No debes tener miedo, Jenna. Somos simplemente tú y yo, Sunshine, y sabes quecuidaré de ti.

—No puedo controlarlo —jadeó como si fuera un problema.

—No tienes que controlar nada, sólo tienes que dejarte llevar. —Haló sus dedos haciaafuera. Los músculos femeninos se apretaron, tratando de mantenerlo dentro de ella. Él lostrabajó de acá para allá, dejándolos libres como el latir de su corazón

—Entrégate a mí, Jenna. Sólo déjate llevar y confía en mí para sostenerte.

Él empujó sus dedos nuevamente, no tan fácilmente, presionando su boca en suestómago cuando ella se estremeció y gritó, arqueándose hacia él, empujando contra susmanos, besando su estómago mientras ella se estremecía y se afanaba por más.

—Maldita sea, Jenna, Tienes mi control hecho un infierno.

—¿De verdad? —Ella levantó su torso y se apoyó en sus codos. No parecíadisgustada. Él sonrió y arremetió contra su trasero apretado con un tercer dedo.

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—Sí. —Ella se tensó, negándole la entrada.

—Relájate nena. Déjame entrar.

—Lo siento. —Un nuevo rubor cubrió el anterior. Su labio se deslizó entre susdientes cuando preguntó—, ¿te excito tanto como alguna de tus otras mujeres?

Era una pregunta tan reveladora para contestarla, exponiendo un tanto de su almaque él no necesitaba oír el tono de su voz para saber que tan vulnerable se sentía. Él frotósu clítoris inflamado con su pulgar mientras encontraba su mirada.

—Nunca ha habido otra mujer como tú.

Ella se separó para la lenta intrusión de su tercer dedo, arqueó la cabeza hacia atrás yun apagado y profundo grito de placer se rasgó de su garganta cuando él atornilló susdedos en las profundidades calientes y complacientes de su trasero. Él esperó hasta que sugrito se desvaneciera, hasta que estuvo completamente excitada. Su clítoris palpitó bajo supulgar. Estaba muy cerca del clímax.

—Mírame, Jenna. —Lo hizo, aunque con dificultad, esforzándose por levantar suspárpados, esforzándose por concentrarse más allá de la agonía de contenerse—. Jamáshabrá otra mujer para mí.

Ella parpadeó. Él sostuvo su mirada, retrocediendo, dejándole ver su lengua antes deque hundiera su boca en el calor fluido caliente de su coño, lamiéndola, quedándose mástiempo del que pretendía, atrapado en su calor, en su sabor. Su gemido lo trajo de vuelta ala realidad. Él dio un paso atrás, lamiendo su sabor de sus labios.

—Ninguna otra mujer podría alguna vez saber como tú. —La tomó con sus dedos,extendiéndolos cuando los sacó.

—Ninguna mujer podría sentir como tú. —Él los empujó con fuerza yprofundamente, tomándola más rápido que antes, sabiendo que ella había despertado losuficiente para disfrutar del mordisco de dolor con placer. Su grito raspó los bordes de sucontrol—. Sonar como tú —terminó él.

Ella tiró sus caderas, tomando una fracción más, con su rostro retorcido en unamueca del placer agónico. Su pene pulso goteando la semilla caliente, queriendosepultarse donde sus dedos estaban, queriendo llenarla con su expulsión.

—Ninguna otra mujer podría hacerme sentir tú, Sunshine.

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Él la volteó, dejando sus piernas pender de la cama, manteniendo sus pies sin tocar elsuelo, absolutamente equilibrado para lo que él quería. Dio un paso entre sus muslos,extendiéndolos para que se apoyaran en la parte externa de los suyos. Él acarició lascurvas llenas de sus nalgas, amasándolas, sonriendo cuando ella jadeó y sus músculostraseros se apretaron en un esfuerzo por aumentar la presión.

—Cálmate, Sunshine. —Dio un paso adelante trayendo la amplia cabeza de su penealineándolo con la apertura brillante, enrojecida de su trasero, usando sólo la suficientepresión para mantener la cabeza en el lugar. Alineó sus pulgares en la base de su columna,deslizándolos despacio por su espalda, sobre sus hombros, a lo largo de sus brazos hastaque pudo envolver sus manos con las suyas. Bajó su cabeza, disfrutando de la suavidad desu piel a lo largo de su torso. Todo en ella era tan suave, exuberante, otorgante.

Su pelo negro como la noche se enredó con sus ondas rubias, combinándose enagudo contraste cuando él susurró en su oído:

—Hasta el día en que muera, serás la única mujer que tendré.

—¡Oh Dios! —Ella se estremeció bajo él. Él se apretó contra ella, absorbiendo su calory la promesa de placer más allá.

—Siendo ese el caso, es necesario tener cuidado.

Alivianó sus caderas hacia adelante, acuñando su pene contra la suave carne,llenando el pozo dejado por la presión. Su pene se sacudió y se hinchó. Apretó los dientesmientras sus pelotas se apretaron. Un chorro de sus fluidos se escapó a pesar de sucontrol. Ella gimió cuando esto fluyó alrededor del punto de conexión.

—No gana. —Él gruñó, reforzando su punto—. Él que no arriesga.

Bajo la presión de su eje, sus músculos comenzaron a separarse. Las manos de Jennase apretaron en las suyas mientras sus uñas cavaron en el edredón.

—Eres mía, Jenna —le susurró en su oído, sintiendo la verdad profundamente en suspalabras, sacudido por la realidad—. De aquí en adelante, pase lo que pase, me tienes.

Él empujó con impulsos de sus caderas.

—Relájate y déjame entrar, bebé. Acéptame.

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Ella sacudió su cabeza. La suave negación arrancó el barniz de civilización de sualma. La posesión, primitiva y salvaje, surgió en primer plano, exigiendo su cumplimiento.Él ejerció su determinación de tener que ver con aquella conexión crítica.

—Sí. —Su voz era tan gutural como sus emociones. La sacudida de su cabeza sóloaumentó su resolución. Ella no le negaría esto—. Acéptame.

—No puedo —jadeó ella. Sacudió su cabeza más fuertemente, sus dedos envolviendolos de él, su espalda apretándose contra su pecho en rápidos pulsos de angustia.

Él movió los labios al lado de su cuello.

—No te estoy dando otra opción.

Los suaves músculos de su ano no eran rival para la fuerza de su determinación.

Su —“Te saldrás”— fue un gemido agudo de rendición mientras su ano se extendíasobre la punta de su pene, palpitando y tentándole con la promesa de lo que podría ser.

Te saldrás.

Él se mantuvo todavía dentro de ella. La rabia fluyó como un grito haciendo eco ensu cabeza. Ella no se le estaba negando, se estaba negando a sí misma. Él besó su mejilla,su pelo, el lado de su boca.

—Dios bendito, nena. Los potros salvajes no podían arrastrarme lejos de ti.

—¿Por qué?

—Porque eres todo lo que siempre he querido.

—No entiendo —susurró contra el edredón, su voz apretada por el dolor, tanto físicocomo mental.

Él contuvo la necesidad de sumergirse dentro de ella y le dio la verdad a cambio.

—Yo tampoco, pero es de ese modo.

Era una maldita y débil razón para dar a una mujer, pero sorprendentemente, Jennase relajó debajo de él. Su voz era tan suave como su piel cuando susurró:

—Para mí, también.

La confesión explotó a través de él, alcanzando profundamente a aquella parteprimitiva, salvaje, bloqueando cualquier otra emoción. Una palabra se repetía una y otra

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vez en su mente cuando se hundía en ella, más allá de su resistencia, haciendo realidad loque sólo había sido una suposición.

—Mía, mía.

Él no se daba cuenta que lo decía en voz alta mientras excavaba un túnel entrando ysaliendo del apretado, caliente, hábil trasero de ella, hasta que Jenna se arqueó bajo él altiempo que liberó una mano y alcanzó su clítoris hinchado, pellizcándolo al ritmo de susempujes. Su grito de —Sí— golpeó sus oídos, y rompió sus defensas mientras la últimaparte de resistencia de ella se desvanecía. Él se hundió profundamente en su cuerpo,bombeando repetidamente, por más tiempo, esforzarse por llegar a aquella parte de ellaque se mantenía oculta. Sus bolas golpeaban contra la almohadilla empapada de su coñocuando él aumentó el poder de sus empujes, profundizando el ángulo de su penetración,arqueándose cuando ella se estremecía, sabiendo que él había encontrado su marcamientras ella gritaba y luchaba, su cuerpo convulsionando…

Ella gritó su nombre cuando su ano se cerró sobre su pene, ahogándose en su propioclímax. Ella se estremeció y gritó bajo él mientras su cuerpo ordeñaba el suyo. Él envolviósus brazos alrededor de ella, jalándola de vuelta hacia su pecho, apretándola. Las lágrimasde Jenna empaparon su brazo al tiempo que él impulsaba su propia liberación. Ella volviósu cabeza, sus labios rozaron su mejilla, aceptando su forma salvaje, su necesidad.

—Te amo —susurró ella.

Él la oyó sobre la cama sacudiéndose, la protesta del colchón, y el retumbar de sucorazón. Ella lo susurró otra vez, con lo último de su tensión desvaneciéndose de susmúsculos, dejándola abierta de par en par a sus embestidas, a él. Él se vinoaceleradamente, con la semilla hirviente de sus pelotas, explotando en su apretado canal yllenándola hasta el desbordamiento. Su semilla mezclada con sus fluidos para cubrir susbolas y su coño hasta que no había nada más en él. Sólo un vacío doloroso. Aspiróprofundamente. El olor de rosas, sexo, y mujer satisfecha llenó sus pulmones,propagándose a través de su ser, yendo a la deriva en el vacío.

Y luego cuando su trasero tuvo espasmos la una última vez alrededor de su pene,ella lo susurró otra vez, aquellas dos pequeñas palabras que lo llenaron de paz.

—Te amo.

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Capítulo 20

Para cuando Jenna se aproximó a caballo al frente de la casa de Mara, estaba cubiertade sudor. No sólo porque Clint iba a estar furioso por que ella hubiera salido a montarsola. Ni porque fuera tan nueva para andar a caballo que cada vez que el plácido ruanoque Clint le había dado resbalaba, ella entraba en pánico. No. Estaba en una espuma por loque ella iba a hacer. Lo que necesitaba hacer para proteger su casa. Sus hijos. Ella cambióde posición en la silla de montar, respingando mientras su trasero protestaba.

La última semana había sido difícil. Clint había sido insaciable en sus demandas. Élla había tomado repetidas veces, su gran cuerpo conduciéndola hasta el clímax como unhombre poseído, necesitando su rendición, obligándola a darle las palabras que él quería.Después, él la sostenía como si quisiera jalarla dentro de su cuerpo, aliviándola a través desus lágrimas, besándola gentilmente, tiernamente, pero nunca decía las palabras deregreso. Nunca la dejaba entrar a ella.

Así es que ella había echado marcha atrás, sin darle las palabras que él quería.Intentando ser más como él. Pero nunca funcionaba. Clint asumía el mando por la noche,tomándola de cualquier forma que él necesitara para abatir los muros que ella construía,sin descansar hasta que él tuviera lo que quería. Su rendición total.

Ella cambió de posición otra vez mientras su coño pulsó con placer recordado.Anoche, ella se había mantenido firme más tiempo de lo usual. Él se había arqueadoencima de ella, los músculos refulgiendo de sudor, los ojos ardiendo con pasión, la caratirante con resolución mientras ella se mordía los labios contra la declaración queriendodesparramarse hacia adelante – y entonces él la había lanzado encima. Él no había tomadosu culo desde esa primera vez, en espera de que ella se recuperara. Pero la noche anteriorla había tomado repetidas veces, no contento con oír las palabras “te amo" una vez. Ellahabía perdido el hilo que de cuántas veces ella había gritado su amor mientras él latomaba, estacando su reclamo, como si él quisiera imprimirse a sí mismo en su mismaalma.

Esta mañana él la había despertado con una disculpa suave mientras tenía alojada sugran polla en su recto lastimado, besándola gentilmente, follándola gentilmente,

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implacablemente hasta que ella se había entregado, sujetando su mano contra su mejilla ydándole las palabras que él necesitaba.

Él había gemido y entonces se había venido inmediatamente, la tensión rezumándosede sus músculos duros mientras ella convulsionó alrededor de él. Él la había sostenido pormucho tiempo entonces, frotando su espalda, besando su mejilla, calmándola mientraslloraba. Pero él todavía no había dicho lo que ella necesitaba oír.

Y no era difícil entender por qué.

Ella jaló al caballo ruano para detenerse en el poste de amarre delante de la gran casade Mara. Como siempre, sólo mirar el lugar la hizo sentir inferior, pero esa era sólo otracosa que ella iba a tener que atravesar. Ella era una McKinnely ahora, y los McKinnelys nose inclinaban ante nadie.

Enderezó sus hombros. Si ella quisiera que Clint la amara, iba a tener que aprender aser una mujer en quien él pudiera confiar. Una mujer que él pudiera ver siendo losuficientemente fuerte para confiar con su corazón.

Lo cuál iba a costar mucho de endurecerse. Ella levantó la mirada mientras unhombre grande, alto salía del granero, entonces levantó su mano e hizo gestos con lasmanos.

Cougar echó a correr. Su pelo largo volando afuera detrás de él mientras sus piernasdevoraban la distancia entre ellos.

Ella intentó mecer su pierna sobre la parte de atrás del caballo, pero sus músculostorturados gritaron una protesta. El caballo ruano cambió de posición y ella rápidamentese regresó en la silla de montar.

— Qué está mal, — Cougar ladró mientras se acercaba lo suficientemente para seroído.

Ella alisó su pelo y enderezó su falda. —Vine de visita.

Él se detuvo a un pie de distancia. Su pelo acomodado alrededor de sus hombros enun enredo salvaje que era tan primitivo como el hombre mismo. Él miró siguiendo lacarretera, entonces en su vestido, y frunció el ceño.

—¿Sola?

— Sí.

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— ¿Vestida así?

— No quería tener mi ropa buena oliendo a caballo.— No era más su mejor vestidopero ese no era su peor tampoco.

—Repito, ¿qué está mal?— Él se cruzó de brazos sobre su pecho.

— Sólo quiero ver a Mara.

— Así es que tú tomas un atajo por el territorio en un caballo que apenas sabes cómocabalgar, sin acompañamiento, ¿sin el permiso de Clint?

—¿Cómo sabes tú que no tengo el permiso de Clint?

Su ceja derecha subió en una expresión reminiscente de Clint. — Porque estás aquísola, en un caballo que apenas sabes cómo cabalgar, en ropa más adecuada para limpiarque visitar, y si mal no recuerdo, sin la apropiada ropa interior.

¿Cómo podía decir él eso?

— Entonces, — Cougar continuó con intimidante calma, — no me digas nadaincorrecto. Dime la verdad.

— Necesito hablar contigo, — ella manejó a través de su vergüenza.

—¿Por qué?— Sus ojos eran inexpresivos y fríos.

—Necesito tu ayuda.

Su expresión no se suavizó. — Si andas buscando ayuda para dejarlo, viniste al lugarequivocado.

Ella parpadeó. —¿Dejar a quién?

—A Clint.

— No quiero dejarlo.

La puerta principal se abrió y Mara llego volando afuera. — ¡Jenna! No teesperaba.— Ella miró alrededor. —¿Dónde están Clint y los niños?

— Están en casa.

— Oh—oh.— La misma expresión precavida que había estado en la de Cougar llegósobre la cara de Mara.

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—¿Por qué asume todo el mundo que hay alguna clase de problema solamenteporque vine por una visita?

—Porque Clint no te dejaría sin protección, — Mara contestó mientras Cougar lametió en su costado.

— Para el bien de los cielos, no soy una niña.

— Claro que no, — Mara dijo, frotándose los brazos mientras Cougar se apartaba. —Y estamos emocionados por que viniste de visita, ¿no es así, Cougar?

— Emocionados, — Cougar remedo, llegando hacia Jenna, sus ojos se estrecharon enespeculación. Él palmeó el cuello del caballo mientras su mirada fija encontraba la de ella,los ojos que ella había pensado fríos un momento antes ahora cálidos con preocupación. Élen realidad era un hombre bien parecido cuando no estaba mirando tan espeluznante.

— Cualquier cosa que sea, Jenna, te ayudaremos.

—No sé si puedas.

—Entonces tal vez deberíamos ponerte fuera de este caballo para que podamoshablar.

Ella se mordió los labios y confesó otro momento humillante. —Me quedé atorada.

—Eso es lo que pensé.— Como si ella fuera una pluma, él la levantó fuera del caballo,estabilizándola mientras su pierna se acalambraba y se agotaba. Él frunció el ceño abajo enella. —No deberías cabalgar.

— Tuve que hacerlo.— Ella movió su peso a su pierna buena y se mantuvo firme ensu propósito.

Su pulgar rozó su mejilla. —Si le dijeras a Clint lo que te molesta, él lo arreglaría.

— Él no puede.

— ¿Pero tú piensas que yo puedo?

— Sí.— Ella contaba con eso.

—¿Qué necesitas?

— Necesito que me enseñes a pelear.

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— No creo que alguna vez haya visto realmente esa expresión en la cara de Cougarantes, — Mara comentó mientras servía el té.

Jenna se frotó el muslo donde descansaba sobre el cojín, aliviando sus músculosacalambrados. — Él parecía asombrado.

— Tú lo conmocionaste totalmente hasta las suelas de sus mocasines.— Mara se rió,su cara traviesa iluminando desde el interior.

—Necesito saber cómo defenderme.

—¿Por qué?

— Necesito ser fuerte.

—¿Por qué?— Mara dejó caer un terrón de azúcar en su taza.

— Sólo lo necesito.—Ella sólo no podría balbucear fuera “ para que Clint me ame".

—¿Estás corriendo peligro, Jenna?— Mara pregunto, poniéndose seria.

— No.

— ¿Piensas que Clint quiere una pareja de entrenamiento?— Cougar preguntó desdela puerta de la cocina, un ladrillo caliente envuelto en una toalla en su mano.

— Sólo quiero que él me respete.—Ella tomó un sorbo de su té.

—¿ Y crees que pelear hará que eso ocurra?— Él preguntó, dándole a ella el ladrillo.Ella lo colocó sobre su muslo, su aliento siseo mientras el calor penetraba los músculostorcidos. Cougar se puso en cuclillas al lado de ella, observándola de frente mientras elcalor se filtraba.

— Clint respeta la fuerza.

Cougar suspiro. —Él respeta a su esposa.

No, él no lo hacía. Pero lo haría.

— Él me respetará más si no siempre tiene que preocuparse por mí.

Cougar negó con la cabeza. — Aprender a pelear no cambiará cómo se siente élacerca de ti.

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— No estoy de acuerdo.— Tuvo que hacerlo. Ella no podría vivir el resto de su vidaamando a Clint cuando él no la amaba.

— No hará daño que ella aprenda a pelear, — Mara señaló. — Tú dijiste que esimportante que cada mujer sepa cómo defenderse.

— Lo hice. — Cougar se paro.

—¿Así es que le enseñarás?— Mara preguntó, su mano en su muslo se veía pequeñacontra la larga extensión de músculo.

—¿Sin decirle a Clint?— Jenna agregó, sabiendo que Clint lo prohibiría.

La mano grande de Cougar engulló la de Mara dónde descansaba sobre su muslo. Élclavó los ojos en Jenna, su mirada dorada tan determinada que ella inmediatamente dejócaer sus ojos, recordó su promesa, y trajo su mirada de regreso hasta encontrar la de él.Ella podía haber imaginado la leve inclinación de cabeza de la cabeza de Cougar, peroestaba tan desesperada, ella lo interpretó como aprobación para robustecer sudeterminación. Él la hizo sostener su mirada por dos latidos antes de que una sonrisa levesubiera la esquina de su boca.

— Como le debo al hombre, te enseñaré.

Jenna cerró los ojos mientras el alivio barría a través de ella. Cuando los abrió, todolo que ella podía ver fue la parte de atrás de la cabeza de Cougar y la larga caída de supelo mientras se inclinaba sobre Mara.

Ella nunca había visto a un hombre besar a una mujer. Observar a Cougar besar aMara fue una revelación. Para un hombre que la hacía pensar en términos de peligro eincertidumbre, él tenía increíblemente cuidado con su esposa. Desde donde estabasentada, Jenna podría ver la exhibición de músculos debajo de su camisa mientras éldesviaba su ángulo. Él era un hombre poderoso. Tan poderoso como Clint, pero mientrasque ella era una mujer grande con carne en sus huesos para tomar un golpe, Mara eradiminuta y delgada. Cougar podría desnucarla con una palmada.

Jenna pensó que escuchó a Cougar gemir y entonces las manos de Mara searrastraron sobre sus hombros, las puntas curvándose en su hombro como si ella lo jalaraa ella. Cougar pareció inclinarse dentro de su agarre. Desviándose sólo ligeramente a laderecha, ella podía ver la mano ahuecando la cabeza de Mara. Ella esperó ver los dedosagarrando su pelo, sosteniéndola para su placer, pero la mano que engullía su cabeza

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estaba abierta, sosteniendo, no demandando. El pulgar oscuro deteniéndose contra elblanco de su mejilla acarició la piel con gentileza increíble.

— Caray, Ángel, tú vas a mi cabeza, — ella lo oyó a él murmurar, y supo que losrumores eran ciertos. Cougar McKinnely podía haber encontrado a su esposa en un burdelnotorio, pero él la amaba.

Ella arrancó su mirada de lo dos y movió el ladrillo abajo en su muslo. Si Cougarpodía amar a Mara a pesar de su pasado, entonces tal vez Clint podría amarla. Tal vez ellase le subiría a la cabeza en la forma que Mara lo hacía para Cougar , y tal vez él lasostendría de la manera que Cougar sostenía a Mara – como si ella fuera todo lo preciosoque formaba su mundo.

El piso rechinó mientras Cougar se enderezaba. Él tenía todavía la vista en Mara, lapreocupación en su cara. —Ten cuidado, hoy.

Mara sacudió la cabeza en él. —Me dices eso cada día.

Él tocó su mejilla con la parte de atrás de sus dedos. Su piel era muy oscura contra lade ella. —Tengo la esperanza de que un día escucharás.

— Escucho.

— Aja.—La sonrisa que inclinó su boca ancha era tan suave como caída. Él le dio ungolpecito a su nariz. —Y deja los muebles arriba solos, hasta que regrese.

Mara solamente puso los ojos en blanco. — ¿No tienes trabajo que hacer?

— Sí.

—¿Entonces por qué no lo haces?

— Cuando tenga tu promesa.

—¿ Puedo limpiar la casa?— Mara sopló su pelo de su frente.

— Sí.

— Me imaginé accederías a eso.

— Tendré tu promesa por otro lado. —Cougar tocó su mejilla otra vez.

— Tan pronto como estés fuera de la puerta, podría romper mi promesa.

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— Pero no lo harás.— La más débil de la sonrisas arrugó la esquina del ojo que Jennapodía ver. Él besó a Mara en la cabeza. —Ustedes dos vengan hasta el granero cuandoJenna se sienta mejor.

— Gracias.

Él salió de la habitación. La mirada de Mara se aferró a su ancha espalda mientras élsalía, su corazón en sus ojos.

—Quiero eso, — Jenna dijo. La declaración aterrizó duro en el silencio repentino.

— ¿A mi marido?— Mara se volteó, su expresión divertida.

— Quiero que Clint me mire como Cougar te mira a ti.— Jenna supo que se sonrojópor el calor en sus mejillas. Sin mencionar la risa en la mirada de la otra mujer.

— Quieres que Clint te ame.

—Sí.—Sonó tan sombrío cuando lo dijo en voz alta.

—¿ Y tú no crees que lo haga?

— No.

—¿Lo amas tú?

—Sí.

—¿Se lo has dicho?

— Sí.— Su sonrojo empezó a quemar.

—¿Y?

— Él es amable conmigo, pero él nunca me lo dice de regreso.— Ella se encogió dehombros, sintiendo la vacuidad de eso “y ” para el fondo de su alma.

— Eso no es bueno.

— No.

—Tendrá que enmendarse.

— Eso es lo que estoy tratando de hacer.— Con un ondeo de su mano, Mara descartólos esfuerzos de Jenna.

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— Nosotras necesitaremos ayuda.— Ella caminó hacia el pequeño escritorio y sacópapel y lápiz.

—¿Crees que Cougar no me pueda enseñar?— Jenna preguntó, poniendo el ladrilloenvuelto en toalla cuidadosamente en el piso brillante. Eso no fue lo que quiso oír.

— Cougar esta desesperado por esto, — Mara bufó, y no de una manera femenina.Ella escribió sobre el papel. Con una abrupta floritura, ella terminó de escribir y dobló elpapel por la mitad. Mara levanto la mirada del escritorio y la sonrisa en su cara prometíael mal para alguien. — Estoy llamando refuerzos.

—Condenada mujer, hazlo como quieres.

Jenna se sobresaltó ante el gruñido de Cougar y otra vez dejó a su cuerpo caermientras traía la vara que ella pretendía era un cuchillo en la rodilla de Cougar . Y otravez, en el último momento, instintivamente la retiraba.

Cougar la izó atrás, su aliento siseando entre sus dientes con impaciencia. — Eso nisiquiera habría cortado la piel.

—Lo sé.— Ella lo había intentado seis veces, y cada vez, había cedido a la sensaciónenfermiza en su estómago en el último momento.

— Si tú no puedes sacar la rodilla, ¿cómo vas a incapacitarlos?—La preguntagruñida más allá de su oreja mientras Cougar apretaba el brazo alrededor de su estómago.

—No sé.—Ella no tenía ni la más mínima idea. Sabía, sin embargo, que si no podíamanejar esto, no iba nunca a tener éxito en su plan.

— Maldita sea, mejor no llores.— Cougar dio un paso hacia atrás tan rápidamenteque ella tropezó.

— No lo hago.— Ella parpadeó la humedad fuera de sus ojos.

Él atrapó su brazo y le dio vuelta alrededor. La luz del sol moteaba el piso delgranero. Un resplandor fuera de rumbo pasó como un relámpago por el cuarto y la golpeó

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a través de los ojos, cegándola. Ella se hizo a la izquierda a tiempo para ver a Cougardoblar sus brazos a través de su pecho.

— Tú me pediste que te enseñara.

— Lo sé.— Ella agitó la mano impotentemente. —Es sólo que no esperaba… —¿Cómo podía decir que no había esperado que eso fuera tan violento?

—¿ Qué?

Ella empujó su pelo fuera de su cara, olvidándose de la vara y enredándola en supelo.

— Parece tan malo, — ella admitió, desenredando un mechón de cabello de un brotede la rama.

Ella se sobresaltó cuando Cougar juró y apartó de un empujón su pelo atrás sobre suhombro. —¿Pensaste que sólo podrías pedirle a un asaltante que te deje ir?

— No, ¿pero tengo que apuñalarlos?— Ella alzó su barbilla mientras le daba un jalóna la vara.

—¿Qué más si no vas a hacer? Tú no eres un contrincante para un hombre en unapelea a puño limpio, no puedes correr, y eres demasiado suave para otras cosas.

— Tu mejor apuesta es usar lo que saben acerca de ti, — él dijo mientras iba atrabajar sobre el enmarañado desorden, sin mostrar nada de su impaciencia, gentilmentedesenredando las hebras.

—¿Crees que en realidad funcionará?

Sus manos se aquietaron. — no tomes esto mal, Jenna, pero por años tú has tomadocualquier cosa que alguien sirviera para ti, sin decir una sola palabra.

Si un ataque requiere que contraataques, puedes apostar todos esperarán que terindas.

— Probablemente tendrán razón.— No era un cuadro muy bonito el que él pintaba.Ella suspiró. La vara salió libre.

— Cuento con que ellos te subestimen.— Él dijo eso en esa voz profunda arrastrandolas palabras que le recordaba a Clint. Él le dio a ella la vara. —Y cuando lo hagan, túusarás eso para tu ventaja.

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—¿Lo haré?— Ella frotó los dedos bajo la superficie áspera.

— Sí.— Él le dio una seña para que ella se diera la vuelta. Ella no lo hizoinmediatamente.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

— Porque eres madre ahora, y alguien que te daña a ti, daña a tus hijos.

Ella no había pensado en eso.

—¿Y tú realmente crees que podré hacer esto?

— Creo que si llegas a empujar, y alguien que tú amas está en problemas, tesorprenderás.

— No es tan seguro si es Gray.

—¿El niño dándote problemas?— Su sonrisa relampagueó a través de su cara.

— Él es tan frío y enojado.

— Asustado, también, apostaría.

Ella sacudió la cabeza, recordando la determinación tan decidida en los ojos de Grayy el resentimiento que curvaba su boca. — Él no tiene tiempo de asustarse. Si no estátrabajando con Clint, está aquí contigo o ganándole a Asa el caballo del que se enamoró.

—El niño tiene una meta, eso es seguro.

— No creo que sea una buena.

— Probablemente no, pero él podrá trabajar a través de eso y se alegrará por sufamilia cuando él llegue al otro lado.

Ella se encogió de hombros. — Creo que él sólo no me tiene en buen concepto.

—Yo diría que él te admira muchísimo, — Cougar contradijo, dándole vuelta a ellaalrededor.

—¿Qué te hace decir eso?— Ella bailó se retorció contra su mano para ver su cara.

— Él te dio a su hermana a ti.— Con un simple empujón, él terminó de darle lavuelta alrededor. Ella estaba parada dónde él la colocó, clavando los ojos en las motas depolvo flotando a través del aire.

Gris le había dado a su hermana a ella.

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— El no discutió cuando lo afirmé, — ella meditó en voz alta.

—Él no es estúpido. Reconoce algo bueno cuando lo ve.— Su brazo se situóalrededor de su cintura. —Como Clint.

Ella deslizó el palo de madera en la abertura del bolsillo de su falda, mordiendo sulabio contra el deseo de preguntarle cómo sabía él que Clint la veía como algo bueno.

— Esta vez, — Cougar dijo, extendiendo sus piernas, su cuerpo duro una paredsólida detrás de ella, — vamos sólo a hacer todo el procedimiento, sin importar que. Túdéjate caer duramente sobre ese lado, traes el cuchillo alrededor.

— Está bien.

— Y trata de imaginar a alguien lastimando a Bocadito Delicado mientras estás eneso.

Ella lo hizo, pero como siempre retrocedió, golpeando ligeramente su rodilla,rodando cuando golpeó el suelo para ligeramente golpear la parte de atrás de sus tobillos.Él agarró su falda. Recordando lo que él le había dicho, ella llevó hacia abajo la vara sobresu mano, cerrando los ojos mientras ella lo hacía, perdiendo. Él suspiró mientras ella iba atoda prisa de regreso.

Cougar se puso de pie tendiendo su mano a ella. Ella se mordió los labios mientrasél la ayudaba a levantarse.

— Tal vez haré las cosas mejor si es algo real.

— Tal vez.— Él no sonó más convencido que ella, y su “ Vamos a intentarlo denuevo" tenía una nota resignada que ella no encontró reconfortante. Sacudiendo su falda,ella entró en su brazo, y prometió hacer las cosas mejor.

Una hora más tarde su pierna dolía, ella tenía magulladuras en sus caderas, y todavíano había dominado con maestría el arte de ser cruel. Fue un alivio cuando el sonido de uncaballo acercándose rápido interrumpió aún otro intento.

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—Eso, espero, será Clint, — Cougar dijo mientras caminaba para la entrada, dejandoabierto a la luz. Él recorrió la mirada afuera entonces de regreso en ella. — Dejaste recadode a donde fuiste, ¿verdad?

— Le dije a Gray.— Empujó la caída de su pelo fuera de su cara, haciendo una muecacuando un pedazo de heno se clavó en su palma.

— Hmm.

Ese no fue un "Hmmm” reconfortante.

Retorciendo su pelo en una trenza detrás de su cabeza, ella caminó hacia la puerta.La luz del sol se vertió sobre ella, inusualmente brillante después de la semioscuridad delgranero.

Ella parpadeó contra del aguijón, y la vista de Clint irrumpiendo en el patio encimade su gran bayo, Danny un poco detrás. La manera en la que él se inclinó sobre el cuellodel caballo, urgiéndolo a ir más rápido, envió su corazón a su garganta. Algo debeagraviarlo.

—¡Clint!—Ella soltó su pelo y comenzó a correr hacia él. Su pierna se lastimó en elsegundo paso. Ella descendió, sólo para recuperarse arriba otra vez mientras Cougaratrapaba su brazo. La cabeza de Clint azoto alrededor, y como si el caballo y el pasajerofueran uno, el gran bayo giro y sin interrupción en la zancada, llego cargando en ella.

— ¿Estás bien?— Cougar pregunto.

—sí, — Ella no tuvo tiempo de decir más. Cuatro zancadas y el caballo estaba sobreellos, tan cerca que ella podía ver el brillo rosado en las ventanas de su nariz. Tan cercaque ella se sobresaltó, esperando no ser atropellada, pero en otra de esas maniobras queera más como poesía que cabalgar, el caballo se echó atrás sobre su grupa y se deslizó paradetenerse mientras Clint, en un flujo gracioso de músculo, se lanzó fuera de la silla demontar, golpeando el suelo en una carrera.

Sus ojos negros como alquitrán, su boca asentada en una línea sombría.

Hijo de puta, —él gruñó mientras la arrebataba lejos del agarre de Cougar y laapretaba contra su pecho duro. — Voy a ponerte morada y azul.— Un duro apretón casirompió sus costillas, y luego él la mantuvo alejada. Sus labios adelgazados a una líneaplana mientras su mirada hizo una pausa en su pelo, su sucia falda, y las manchas en susmejillas. — ¿Qué diablos te pasó?

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— Estaba practicando.

—¿ Qué?

— Peleando.

Él parpadeó. Los dedos en sus brazos se apretaron. — ¿Tú no fuiste lastimada?

— No.

— Hijo de puta.— Sus labios golpearon ruidosamente abajo en los de ella, su manoen su pelo empujando más atrás su cabeza mientras su boca se abría sobre la de ella. Sulengua llenó su boca junto con su gemido

Ella no sabía qué hacer, lo que estaba mal, así es que ella clavó sus uñas en elmúsculo duro de sus brazos y esperó, mientras él follaba su boca con intensidad brutal,yendo en busca de una respuesta que ella no sabía cómo dar. Retorciendo su cabeza a laderecha como si él quisiera aparear permanentemente sus bocas, su aliento, sus almas.

— Podrías querer tomar eso en el granero.— La divertida voz arrastrada a la derechafue como un balde de agua fría.

Contra ella, Clint se inmovilizó. Su negros ojos ilegibles, él se quedó mirándola. Conuna inclinación de cabeza breve y un brusco — creo que podría — él se dobló y puso suhombro en su estómago. En el siguiente instante ella estaba cabeza abajo, los mocasines deCougar meciéndose adentro y afuera de la vista con el susurro de su pelo a través delsuelo.

— Enfriaré a Ornery mientras estás ocupado.

— Apreciaría si pudieras mantener a Danny contigo, también.

Cougar gruñó uno —Estás en deuda conmigo —antes de que sus mocasines seperdieran de vista.

El primer paso de Clint condujo el aire fuera de sus pulmones. El segundo unaprotesta. El tercero un grito mientras lo plano de su mano cayó encima de su traserolastimado.

— Silencio, Jenna.

La luz del sol se convirtió en sombra mientras entraban en el granero. La sombra sevolvió oscuridad mientras la puerta del granero rechinaba cerrada. Ella gimió mientras él

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la colocó sobre sus pies y el dolor se disparo arriba de su pierna. Su 'No trates de darme lavuelta con una jugada simpática' fue tan perverso como una mordedura de serpiente,pero sus manos fueron suaves cuando exploraron su muslo, y se volvieron tiernasmientras palpaba el músculo acalambrado.

— Bueno infierno.— Él la levantó y luego la sentó. Sus muslos eran duros bajo suscaderas. —¿Cómo se supone que debo golpearte cuando estás lastimada?

Si él no lo sabía, ella no iba a decirle. Intento mientras podía no ver su expresión detristeza. —¿Por qué tienes que golpearme en absoluto?

— Asustaste la mierda fuera de mí mujer.— Su palma encallecida se deslizó arriba desu muslo bajo su falda.

— No está tan lejos aquí.

— Un pie más allá del porche es demasiado lejos.— Él comenzó a amasar el músculoapretado. —Especialmente cuando no sabía dónde fuiste.

— Le dije a Gray.

— Debe haber pensado que te iba a lastimar cuando te encontrara porque todo lo quehizo fue encogerse cuando pregunté.

O tal vez él estaba tratando de causar problemas. El pensamiento inoportuno seescabulló a través del dolor para aguijonear a Jenna.

— No sé lo que voy a hacer con él, — ella susurró, la última sílaba saliendo altamientras otro espasmo retorcía su pierna.

— Dale algo de espacio para clasificar las cosas Y él estará bien, — Clint contrarrestó.

—¿Las clasifica ?— Ella sintió su inclinación de cabeza por el roce de su pelo contrade su mejilla. — Bueno.

—¿La pierna todavía duele?

Ella mordió su labio y asintió, incapaz de hacer cualquier otra cosa mientras elmúsculo se retorcía agudísimamente. Ante su quejido, Clint ahuecó su mejilla y jaló sucabeza contra su pecho. — Shh, bebé. Sólo relájate en mí y déjame encargarme de esto.

Ella lo hizo, volteando su cara en su cuello, respirando profundamente de su olor,montando las notas tranquilizadoras de su voz de barítono mientras la reprendió por

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cabalgar, por asustarlo, por lastimarse, por engañar a Jackson. Para cuando él consiguióque el músculo se relajara y el dolor a una dolencia dócil, él la había condenado bastantepara levantarse en la mañana.

— Eso no fue malo.

Su dedo empinó su barbilla. Ella apenas podía distinguir lo blancos de sus ojosmientras él la corregía.

— Es tan malo como se entiende, y si no me crees, imagina bajando las escaleras unaño desde ahora y no poder encontrar a Bri. Sin saber si ella fue raptada o si ella sólocaminó afuera de la puerta y se metió en problemas. Y mientras tú la andas buscando, túsólo te mantienes imaginando todos los problemas en los que ella se puede meter,sabiendo condenadamente bien exactamente lo qué puede pasar.

La náusea se mezcló con dolor. Ella moriría si eso alguna vez pasara.

— Exactamente.— Su dedo tocó su mejilla. Había olvidado que él podía ver dóndeella no podía. Su mano se deslizó arriba de su muslo, sin sobresaltarse mientras sus dedosdaban con las depresiones y bordes de las cicatrices. — Asustaste la mierda fuera de mí.Otra vez.

Su palma se detuvo finalmente en la protuberancia del hueso de su cadera, sus dedossuspendidos en el pliegue de su muslo, el algodón delgado de sus pantaletas sin hacernada para disminuir el calor abrasador de su contacto. Profundamente dentro, su cuerpose extendió a la vida. Ella se volteó más profundo en su abrazo.

— Siento haberte preocupado.

— Vas a hacerlo.— El borde duro de su voz envió un temblor de preocupaciónescabulléndose a través de ella.

—¿ Cuándo?

—Tan pronto como te levantes.

— No creo que debieras golpearme.— Ella nunca se levantaría. Ella tanteó lo flojo desus bíceps. No había nada. Ella abrió los dedos midiendo su profundidad. Ella ni siquierapodía poner sus manos alrededor de la curva superior.

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— Difícil.— Él la puso de pie, el susurro de sus vaqueros y el cambio de su agarrediciéndole a ella que él se levantaba también. — Cuando te casaste conmigo aceptaste lobueno con lo malo.

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Capítulo 21

Ella tenía que aceptar lo bueno con lo malo. El pensamiento mortificó a Jennamientras cabalgaba detrás de Clint, sus brazos envueltos alrededor de su cintura, sumejilla presionada contra su ancha espalda. Su abrigo le impedía sentir el calor de sucuerpo, pero si cerraba los ojos podría imaginarlo. Lo caliente que él siempre estaba. Locompasivo que era.

Tenía que aceptar lo bueno con lo malo. Ella presionó un poco más cerca, la partetrasera de la silla de montar presionando en su estómago, el aroma de su cigarrillo a laderiva sobre su hombro. No había una onza de mal en el hombre. Ella había hecho unaapuesta cuando ella se había unido a este matrimonio, y no había visto una cosa paracambiar de idea desde entonces.

La silla de montar rechinó mientras él se daba una media vuelta, – ¿ Algo malo?

– Mis manos están frías.

– Si hubieras preguntado antes de salir, me habría asegurado de que tuvieras la ropacorrecta.– Él arrojo el cigarrillo medio terminado al suelo.

Otra vez esa referencia para el hecho de que ella necesitó cuidado, como si fuera unaniña. Ella deslizó sus manos arriba debajo de su abrigo y las descansó contra su vientre,justo encima de la pretina de sus pantalones vaqueros. Él respingó. Estaba claramentetodavía enojado. Ella necesitaba hacer algo al respecto.

Suavemente acarició su estómago a través de su camisa. Los músculos debajo de susdedos se anudados en carrera ascendente. En la carrera descendente su nudillo se deslizódebajo de la pretina de sus jeans. Su carne ardía más caliente allí. Sus dedos se demoraron.Su respiración se acelero. El hueco entre la tela y la carne se ensancho.

–¿Clint?– Ella preguntó suavemente, su atrevimiento aumentando para conquistar supudor.

–¿Qué?– Su voz arrastrada fue un gruñido.

– Si no quieres que te toque, necesitas decírmelo ahora.

–¡Hijo de puta!

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–¿Ese es un sí o un no?

– Esto no va a cambiar mis sentimientos, Jenna.

–Lo sé. Vas a golpearme cuando haya terminado.– Ella besó su espalda a través desu abrigo. Él se recargó, dándole mejor acceso.

–Condenadamente cierto.

–¿ Pero puedo tocarte ahora en la manera que quiero?– Ella levantó su camisa,suspirando mientras sus dedos alcanzaban el calor de su carne. Los músculos delestómago brincaron bajo su toque.

– ¿Cómo lo quieres?– Su mano atrapó la de ella.

– Íntimamente.– Ella quería tocarle con la misma generosidad con la cual él siemprela tocaba, liberando su miedo y tensión en una tormenta de pasión que lo llevara.

–Sí.– Sus dedos temblaron sobre los de ella y luego se abrieron, liberándola.

–Bueno.– Ella sonrió contra su parte espalda. ¿A quién pensaba que hacía tonto consu nerviosismo? Ella podría sentir el salto excitado de su respiración contra sus palmasmientras se acurrucaba más cerca.

Intentó desabotonarle los pantalones con una mano mientras acariciaba su estómagocon la otra, hundiendo su dedo en su ombligo mientras ella tiraba de la terca solapa.Cuando su uña se dobló hacia atrás ella reconoció la verdad. Éste iba a ser un trabajo a dosmanos. Ella consiguió abrir la bragueta de sus pantalones antes de toparse con otroproblema.

– Quiero tocarte, – ella susurró.

– ¿Quién te detiene?

Ella acarició la gruesa longitud de su polla a través de sus jeans, presionando sufrente contra su espalda mientras el calor de vergüenza lavaba su cara.

– No puedo llegar a ti.

– Eso, Sunshine, puedo arreglarlo.– El estaba en la silla de montar, alzando lascaderas y enderezando la línea del muslo a la cadera. Ella metió la mano en la braguetaabierta de sus jeans, muy cuidadosamente ahuecando su carne dura, aflojándole. La

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cabeza se atoro y tuvo que detenerse. Justo cuando pensaba que se quedó atorado porsiempre, él empujó hacia abajo la pretina. En un suave suspiro, ella lo levantó en su mano.

Ella no podía verlo, pero no necesitaba. El puro peso era impresionante. Su polladescansaba sobre sus manos, brincando y crispándose con necesidad. Cada pulgada de supesado eje grabado a fuego en su memoria. La cuerda de venas debajo de la suave carnesedosa. Dureza cubierta de terciopelo, terminando en la cabeza acampanada con suacolchonada resistencia. Ella corrió la punta de un dedo alrededor de esa suavidadintrigante. Él pulsó con vida y promesa. Y si él debía ser creído, sólo por ella.

–Te sientes bien en mis manos.

– Sunshine, no puedo comenzar a describir lo bien que tus suaves manos pequeñas sesienten en mí.– Su risa fue ahogada.

– ¿Te gusta cuando hago esto?– “Esto” fue una movimiento suave de bombeo. Suscaderas corcovearon, dándole a ella algo más con que jugar.

– Sí.

– Entonces lo haré nuevamente.

–¿Qué pasó con mi tímida pequeña Sunshine?– le preguntó sobre su hombro, hebrasde su pelo rozando su cara.

– Ella está saliendo de su concha.

– ya era tiempo.

Aunque él no lo podía sentir, ella besó su espalda. Él la hacía sentir tan especial.

– Retuerce un poco en la caricia hacia arriba bebé, – él pidió.

– ¿Así?– Ella preguntó, poniendo la sugerencia en marcha. Él se sacudió como si lehubieran disparado, su cabeza se arqueó hacia atrás y luego cayo adelante. Sus manoscayeron sobre el pomo, agarrándose duro.

– Hijo de puta, sólo … así … así.– Ella lo hizo una y otra vez, cobrando velocidadmientras la humedad escapaba abajo del eje, alisándolo de vuelta en su carne , mientrasella alisaba su estado de ánimo aunque en la superficie de su polla. Alisando susasperezas, substrayendo la dureza y dándole lo que podía.

– Cariño, me voy a venir.

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– Todavía no.

– No es como si me dieras mucha elección.

– Oh. – Ella no había comprendido que podía controlar el paso. Ella suavizó suacercamiento, Haciendo coincidir su ritmo al lento, andar fácil del caballo, jalando su pollaarriba y afuera en la caricia ascendente, llevándolo hacia abajo y atrás en la cariciadescendente.

Él la combatió, asestando arriba golpes cortos, duros tratando de obtener velocidadde nuevo, pero ella se acurrucó a su parte espalda y mantuvo su propio paso. Éste era suregalo. Ella lo entregaría cómo quisiera.

– ¿Estás tratando de matarme?

– Estoy tratando de darte placer.– Esta vez en la caricia ascendente ella ahuecó lapunta en su palma. Se inundó el centro como una gran ciruela jugosa, madura paraexplotar. La humedad reuniéndose en el pozo de su palma. Ella frotó de nuevo encima dela cabeza en círculos fáciles. Él gimió y se estremeció. Su polla surgió contra de su palma.Más humedad sedosa reemplazó a la primera. Ella la recogió en su dedo medio.

– No mires, – ella susurró y ella trajo su mano atrás.

– ¿A qué?

Antes de que él pudiera voltear y ver, ella deslizó su dedo en su boca, chupándolopor completo, dejando a su sabor a sal diseminarse a través de su boca. Queriendo estapequeña parte de él. Cuando se fue, ella quiso más. Más de su sabor. Su conformidad. Suaceptación. Cielos, ella lo quería.

Él se volvió en la silla de montar, pillándola con su dedo en la boca, sus ojos cayendopara la vista, haciendo una pausa antes de arder como fuego negro mientras seencontraban con los de ella.

– ¿Te gustó esa pequeña probada, Sunshine?

Con sus mejillas tan calientes que se sintió segura de que comenzarían a arder, ellasusurró, – No se suponía que vieras.

Él desabotonó su abrigo y lo empujó hacia atrás. – ¿Te gustó eso?

Ella asintió con la cabeza. Su mirada centrada en su polla mientras se levantaba de la"V" de su bragueta. Oscura, latiendo, poderosa, hambrienta. Su coño se hinchó y apretó los

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puños con anticipación. Ella sacó su dedo de su boca y tocó la punta, sonriendo mientrassu polla bailaba.

– Me gusta eso.– Ella corrió su dedo abajo de costado, trazando la curva de la vena ala base.

–¿A ti te gusta?

– Oh sí.– Ella movió su dedo debajo de la tela apretada de sus pantalones,alcanzando la piel suave en lo alto de su escroto antes de que el material cortara el acceso.Él gruñó mientras ella rascaba suavemente con el borde de su uña.

– Me gusta tocarte, también.

–Lo sé.– Ella liberó su dedo, volviendo a trazar su ruta de regreso a la punta húmeda.– Esa una de mis cosas favoritas acerca de ti.

– Todos los hombres quieren tocar a una mujer bella. No es una razón para conseguirel favor.– Él le levantó una ceja ante su medio juego, medio en serio que lo hizo querersonreír. –Lo sé.– Ella apoyó su mejilla contra su brazo. Que él la encontrara hermosa eraun milagro que no podía lograr superar. Ella cerró su puño al derredor de él. Él se arqueóante su toque. Ella probó su buena disposición con un apretón. Él corcoveó y pre semenescurrió sobre su mano. Ella abrió los dedos, dejándole al sedoso fluido acumularse en elborde de su palma. – Pero me gusta ser capaz de dártelo.

– Mírame, Sunshine.– Él cogió su mano en la de él, sujetándola apretada contra él.Ella lo hizo. Todo el juego se fue de su cara. Él estaba todavía excitado, pero serio también.– Ten cuidado de no darme más de lo que puedas dar.

–Tú siempre cuidas de mí.

–Te advierto. – Él sacudió la cabeza, su pelo susurrando contra su abrigo. En loreferente a ti, soy un hombre muerto de hambre.

– No te tengo miedo.

– Deberías tenerlo.

– No puedo hacerlo.– Ella le bombeó a través de su puño, sabiendo que él estabapróximo a llegar por la manera en la que su polla se endureció hasta el acero y latió. Ella loestrujó hasta que su aliento siseo entre sus dientes y su polla se sacudió con fuerza en sumano antes de susurrar, –te amo.

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Ella observó su cara mientras sus palabras lo lanzaran sobre el borde, sus dientesapretados contra la agonía de sensación sacudiendo su cuerpo.

Sus ojos se cerraron mientras él gemía profundamente en su garganta, y en su mano,su gran polla pulsaba chorro tras chorro de su caliente corrida. Ella lo dejó derramarsesobre sus dedos, lavándola en su semilla, su placer, señalándola como suya. Ella sacó unpañuelo de su bolsillo, atrapando el exceso.

Ella le ordeñó suavemente, viendo como otro gran esfuerzo fluía, sintiendo suestremecimiento hasta el final de su alma. Oh, a ella le gustó él así.

Abierto a ella, sin retener nada, dejándola entrar más allá que lo que él alguna vez lohabía hecho antes, aparentemente vulnerable. Aunque ningún hombre tan rudo comoClint alguna vez verdaderamente podría ser vulnerable, ella disfrutó de la ilusión.

Una cuenta de fluido se demoró en la cabeza ancha. Ella dobló su dedo alrededor deeso. Su gemido como ella robaba esa pizca de semilla envió una emoción de deseo calientea su vientre. Ella miró directamente en sus ojos entornados mientras lo lamía fuera de sudedo. Su cuerpo se sacudió otra vez y su labio se levantó mientras un gruñido emanó de loprofundo de su pecho.

–Ven aquí. – Su brazo se curvo detrás de sus hombros jalándola alrededor hasta queella estaba sentada a través de sus muslos.

Clint volteó su cara arriba y la besó duro, mordiendo su labio inferior cuando ellainmediatamente no la abrió para él. Besándola profundamente cuando ella hizo comosiempre, abriéndose a sus necesidades. Maldita sea, ella era demasiado generosa. Le daríatodo si él lo pidiera, sin prohibiciones. Un hombre que tenía una mujer como esa tenía untesoro, pero él tendría que protegerla muy cuidadosamente, colocar los límites para ellaque ella no podía. Él la abrazó apretadamente.

– No soy así con nadie más. – La confesión flotó hacia arriba en una bocanada dealiento congelado. Aunque él probablemente no se suponía que oyera el indicio de miedoen su voz, él lo hizo. Ella se preocupaba demasiado.

Él la movió más alto en sus brazos, apoyando su barbilla sobre la parte superior desu cabeza, inspirando profundamente del perfume de rosas y la satisfacción.

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–Te conozco, Sunshine. Puedo no saber dónde es que has estado, pero sé quién eres,y eres mía. Siempre has sido mía.– Él aceptó eso ahora. No supo por qué, pero no locombatiría más ya.

Danny gruñó al lado de él. Él siguió el liderazgo del perro, mirando a través delcampo. Un jinete solitario se acercó. Él trató de alcanzar su rifle.

– Sunshine, abotóname de nuevo. Tenemos compañía.

Él sujetó el rifle claro mientras ella se enderezaba, su aliento llegando en cortosjadeos, sus manos suaves y temblorosas como ella aflojaba a su polla semidura de regresodebajo de su abrigo. No podía volver a meterlo en sus pantalones, y su respiración sevolvió casi desesperada.

– Está bien. Déjalo así.– El jinete estaba muy lejos para distinguir sus facciones, perono reconoció al caballo. Él liberó su pie del estribo. Clint calmó su voz, mientras urgía aJenna alrededor. – Ahora date vuelta y pon tu pie en el estribo y regresa detrás de mí.

– Pero...

– Sin peros. Sólo hazlo.– Si se llegara a un enfrentamiento él quería su cuerpo entreella y cualquier bala. Tan pronto como ella estuvo acomodada él señalo a su costado. –Sacael revólver de mi pistolera. – Hubo una larga vacilación en la cual ella no se movió. –Ahora, Jenna.

Ella lo tomó, después de sus órdenes, temblando tanto que él temió que ella caería.

–No vas a necesitarlo. Es sólo una precaución.

– No sé cómo disparar.

– Nada para eso. Carga martillo, apunta al pecho, y tira del gatillo.– El jinete seacercó. Él no se veía más familiar.

– No puedo.

– Si caigo, comienzas a disparar y no te detengas hasta que las recámaras esténvacías. – Danny gruñó otra vez. Clint palanqueó un cartucho en la cámara del Spencer, elcañón descansando sobre su muslo, apuntando al desconocido.

– Oh Dios, no puedes caer.– Ella extendió sus palmas sobre su pecho en ademán deescudarle. El hocico del revólver presionado arriba en su barbilla.

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Él lo movió a un lado. – No está en mis planes para la tarde.

–¿Tienes planes?

– Grandes planes.– Él entrecerró los ojos contra el sol. Había algo familiar acerca deljinete ahora. – Comienzan con desnudarte y con mi lengua enterrada en tu coño.

– ¿Cómo puedes pensar en eso en un momento como este?

– Contigo por esposa, es asombroso que piense en cualquier otra cosa.– Si él noestaba equivocado ese bulto penetrando su columna vertebral era su frente y ella estabamoviéndola de un lado al otro.

– Por favor ten cuidado.

–No dejaré que nada te pase.

– No quiero que nada te pase a ti. – El susurro feroz envió su corazón a latir y sedeslizó debajo de la familiar anticipación fría de la batalla.

– Entonces supongo que sólo tendremos que mantener este encuentro amigable.– ¿Lo cual podría costar menos esfuerzo de que lo que él creía mientras reconocía al jinete?.Mark Dougherty no era su persona favorita, pero no creía que su reunión se tratara de unevento aniquilador. No obstante, no bajó el rifle. – Probablemente puedes relajarte. Es elhermano de Eloise. Él no es el favorito de nadie, pero no creo que sea un peligro.

Si uno descartaba los rumores que él había recibido de una pandilla de indeseables yde empezar a andar por mal camino. Jenna no se relajó ante su seguridad. Después debreve una pausa, su temblor empeoró. Dougherty se orilló a un lado.

–Buenas tardes McKinnely.

–Buenas tardes. – Jenna casi enterrada en su espalda.

– ¿Esa es una de las chicas del Emporio?– Dougherty sacudió su barbilla en ladirección de Jenna.

– El Emporio fue destruido por el fuego hace un año.

– Con seguridad alguien asumió el control de él.

Lo hicieron pero él no iba a compenetrarse en esa discusión con su mujer detrás de él.

– ¿Está regresando de nuevo con su hermana?

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– Si, pensé en visitarla un poco.

Lo que probablemente significaba que él se había quedado sin dinero. Clint le miró.El hombre parecía haber envejecido diez años en el año y medio que se había ido, su rubiabuena apariencia física disipándose bajo la influencia de demasiado alcohol y muy pocoejercicio.

– Estoy seguro de que ella apreciaría la ayuda.– No es que Clint pensara que Marksería mucha ayuda. El hombre era sin ambición hasta los huesos, pero Eloise parecía amartenerle alrededor. Sobre gustos no hay nada escrito.

Mark movió su caballo más cerca. Danny gruñó. Detrás de él Jenna se puso rígida. Eltemblor se detuvo, y debajo de su brazo, la boca del revólver se alzo y apuntó. Para unamujer que dijo que no podría dispararle a alguien, Jenna estaba apuntando con condenadocuidado. Clint inclinó su sombrero sobre sus ojos, absorbiendo la información.

–Eso es lo suficientemente cerca.

– Usted no es muy amistoso.– Mark jaló su caballo.

– No lo puedo evitar. A mi perro no le gusta usted.

– ¿Y deja a su perro pensar por sí mismo?

– Él no me ha fallado aún.– Clint se encogió de hombros.

– Dijeron que se había vuelto extraño después de que dejó su cargo. Suave, incluso.–El ladrido de risa de Mark fue forzado. Él palmeó su abrigo a la altura de su cinturón.Clint no quedó impresionado con la maniobra o el estómago colgando por encima de lahebilla del otro hombre.

– Dicen un montón de cosas.– sonrió. Él sujetó su codo en la boca del revólver queJenna estaba tratando de empujar adelante.

– ¿Va a presentarme con su compañera?– Mark preguntó.

– No. – Clint mantuvo su respuesta breve y al punto. Jenna se relajóinfinitesimalmente.

– Usted no solía ser tan insociable.– La boca delgada de Mark desapareció debajo dellátigo de su desprecio.

– Su memoria podría estar fallando. Siempre he sido condenadamente insociable.

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– La mantequilla no se derretía en su boca cuando cortejaba a mi hermana.

– Caminar con ella a casa cuando trabajaba demasiado tarde en la tienda no escortejar.

– Juró que es condenadamente mejor que estar viendo cómo estaba afuera con ella asolas después del anochecer.

– Si usted estuviera tan preocupado la pudo haber acompañado a casa usted mismo.

– Estaba ocupado.

Ocupado significaba apostar y andar de putas.

Clint se encogió de hombros.

– Viendo como se casó ella, diría que todo es agua debajo del puente.

– Así lo creo.–Mark frunció el ceño, pero no tuvo ningún argumento a favor de laverdad.

La sonrisa que él puso en su cara fue forzada. – ¿Le importa si cabalgo con usted?

– Sí.

–¿Planea un pequeño deporte ecuestre? La sonrisa de Mark se volvió lasciva. Élintentó mirar alrededor del hombro de Clint.

Clint le dio con la rodilla a Ornery para mantener a Jenna escondida, mientrasobservaba, – Usted siempre fue un hijo de puta maleducado.

– Y usted siempre fue un bastardo egoísta, manteniendo en privado a todas lasbuenas putas.

Clint quiso enterrar su puño en la sonrisa afectada del otro hombre. Como si sintierasu estado de ánimo, Danny gruñó y se lanzó sobre las pezuñas de la castaña.

–¡Maldita sea!– Mark maldijo, intentando frenar al caballo aterrado. –Ordéneledetener el ataque a su perro, o le dispararé.

– Danny podría escoger dejarlo ser.

Mark tiró de las riendas, causando que el bocado hiciera un corte en la boca delcaballo. El castaño reparó y giró. Clint no se sorprendió cuando el caballo salió corriendo

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bajo un pinchazo de espuelas. Dougherty siempre había sido un matón. Cuando Mark fueun borrón a lo lejos, Jenna se relajó, dejándose caer contra su columna.

– Para una mujer que no podría disparar, tú seguro estabas lista para dispararle aMark.– Clint removió el revólver de su mano, y aflojó el martillo de vuelta a su lugar.

– El no me gusta.

– Así lo deduje.

–Tú no puedes confiar en él.

– Nunca lo hago, pero estoy más interesado en por qué él te aterroriza.

– Él no me aterroriza.

– Te preocupa, entonces.

– Él es un matón.

– ¿Te ha intimidado alguna vez?– Hubo un poco de demasiada demora antes de su“no” para que fuera creíble. –Vamos a regresar aquí, Sunshine.

Él la sintió la sacudida de su cabeza en vez de verla.

– ¿Me dices no?– Su asentimiento se acentuó. – Son sólo diez minutos a la casa,Sunshine.

–Lo sé.

–Esto sólo se añade a esa paliza que debes recibir.– Él movió soltó sus dedos de lospliegues de su chaqueta. Su mano temblaba con fuerza en la de él. Besó sus dedos.

– No puedo hablar de eso.

– Lo harás.

– No esta noche.

–¿Por qué no?

– Porque me prometiste algo mejor.

– Así lo hice.–Él sonrió, haciéndole cosquillas en su palma con su lengua, disfrutandode la presión de sus pechos en su espalda mientras ella tomaba un aliento estabilizador. Élesperó a que se relajara contra él, antes de añadir, – Pero no voy a olvidar lo otro.

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Él no había ganado su reputación cediendo.

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Capítulo 22

Jenna sirvió estofado en el último tazón. La tensión en la pequeña cocina era losuficientemente espesa para cortarla con un cuchillo. Cuando ella se volteó, Gray mirabafurioso a Clint, quien hacía rebotar a Bri en su rodilla e ignorándole al niño en esa formatotal que le añadía chispas al resentimiento de Gray. Su estómago se revolvió. Tenía quehacer algo al respecto.

Ella tendió el tazón. — Gray, podrías por favor tomar esto.

El niño se sentó y clavó los ojos en sus utensilios como si no hubiera oído. Clintfrunció el ceño. Ella rápidamente lo trajo a la mesa y lo puso adelante de él.

Gray lo centró con un empellón. El caldo se derramó sobre un lado. Jenna enjugó elderramamiento con la toalla, pero Gray ni siquiera miró en su dirección.

Jenna inclinó su cuerpo para bloquear la vista de Clint.

—Lo siento, Gray. — Ella aguantó su gruñido como respuesta.

— Tú no tienes nada por lo cual disculparte,— Clint le señalo desde atrás.

Ella le ignoró y enfocó la atención en Gray. — No tenía derecho para ponerte enmedio así.

— Tú no le pusiste dondequiera. El niño hizo sus propias elecciones. — La rigidez ensu tono señaló que él no estaba satisfecho tampoco de ellas.

Gray había hecho esas elecciones para protegerla. Jenna entendía aunque Clint nopodía. Ella siguió hablando para Gray como si Clint no estuviera detrás de ella colocandodentro sus dos centavos.

— En el futuro, no quiero que alguna vez vayas en contra de tu padre. Ni siquierapara protegerme. Ella tocó el hombro de Gray. Él la miró furioso y respingó, tumbando susilla. Ella se sobresaltó por el disgusto en sus ojos. Bri empezó a llorar.

Clint la silenció con charla suave y un nudillo para masticar.

— Él me odia.

Jenna suspiro mientras la puerta se cerro de golpe detrás de Gray.

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— Él no te odia a ti, Sunshine. – Clint suspiró. —Sólo está disgustado porque nopudo tener éxito y trabajar por ese caballo que él quiere.

— Tú fuiste demasiado duro con él.

— Él arriesgó tu vida.

— Él pensó que me estaba protegiendo.

— Él pensó mal.

—No podrías tú simplemente...

— No.. – Él palmeó la espalda de Bri con el más suave de los toques, pero sus ojoseran duros mientras encontraban los de ella. — Él no puede interponerse entre nosotros,Jenna, y él no puede ponerte en peligro a ti, a Bri, o a sí mismo siendo un comodín.

— Pero él es nuevo aquí, Clint.

— Entre más pronto aprenda, más pronto se adaptará.

— Su cena está empezando a enfriarse. — Jenna tocó el tazón de Gray. Él estaba tandelgado.

— Él entrará cuando tenga hambre.

— Él es demasiado orgulloso. — Jenna miró por la ventana. Todo lo que podía verera el reflejo de la lámpara de aceite. Gray ni siquiera tenía su abrigo.

— ¿No dice la Biblia algo acerca de que el orgullo precede a la caída?

—El orgullo es todo lo que él tiene.

—¿Te haría sentirte mejor si fuera y hablara con él?

— Sí.— Ella tenía gran fe en que el corazón de Clint se ablandaría si pasaba tiempocon el niño.

— Toma a Bri entonces. Jenna quitó a Bri fuera de su hombro. Como siempre, noimportaba qué tan cuidadosa ella fuera, Clint era la persona favorita de Bri en todo elmundo y ella nunca lo dejaba voluntariamente. Clint besó sus labios mientras Bri gemía ensu oreja. — El niño no va a agradecerme esto.

Ella encontró su voz. — Pero yo lo haré.

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—Cuento con eso. — Él asintió y se encogió dentro de su abrigo, agarrando el deGray fuera del gancho contiguo.

Gray no había ido lejos. Él estaba sentado sobre la esquina lejana del porche. A la luzdesparramándose de la ventana, Clint lo podía ver frotándose los brazos. Clint hizo susiguiente paso pesado, otorgándole al niño esa advertencia. Gris inmediatamente se sentóarriba derecho y dejó caer sus manos.

—Tu madre está preocupada por ti. — Él le dio al niño su abrigo.

— Ella no es mi madre,— él gruñó, encogiéndose dentro de la pesada lana.

— Hazme un favor hijo, y ninguna vez le digas eso a ella directamente. Aún si tú losientes. — Clint sacó su bolsita de tabaco de su bolsillo.

—¿O me golpearás?

— Peor hijo, ella llorará. — Él esparció tabaco encima del papel.

—Las mujeres siempre lloran.

— No mi mujer. — Clint tuvo que darle crédito al niño. Él había desarrollado sumofa hasta una forma de arte. Todavía, iba a tener que debatir el punto. Él lamió el bordelateral del papel para sellarlo antes de retorcer los extremos. — Me gusta mi mujer feliz ycontenta.

— Un hombre no debería temer las lágrimas de una mujer.

—Él no debería provocarlas de cualquier manera. — Clint golpeó la yesca.

El niño tuvo la discreción de sobresaltarse y mirar a través de la ventana. Clint siguióla trayectoria de su mirada. Se dirigía directamente hacia donde Jenna estaba sentada a lamesa, jugueteando con el borde de un plato, su expresión cargada de preocupación.Mientras observaba, ella se mordió los labios, y una lágrima se deslizó abajo de su mejilla.Él le dio un jalón a su cigarrillo, sus entrañas retorciéndose ante la vista. Demonios que aél le gustaba más su sonrisa.

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— Quiero agradecerte por traerle a Bri.

—Sabía que ella no la rechazaría.

— No, no lo haría. — Clint dio otro jalón, soplando el humo en una corrienteperezosa. — También quiero agradecerte por no armar un alboroto cuando ella te reclamó.

— No era necesario.

Clint examinó al niño, desde su cuerpo delgado a sus ojos demasiado viejos. Sialguien necesitaba el calor de Jenna, era este niño de bordes duros.

— Sé eso, así como sé que ella quejándose continuamente te molesta, pero ella tienesu corazón puesto en ti siendo su hijo, y ella sólo te trata en la manera que ella lo haría conuno propio.

— No es malo cuando ella me cocina algo. — Gray empujó las manos en sus bolsillos.

— Ella conoce su camino a la cocina,— Clint se rió ahogadamente.

—No le pedí a ella que hablara contigo.— Gray le lanzó una mirada.

Ahora había una pequeña rendija por donde avanzar.

—Nunca pensé que lo hicieras.

Clint le dio un golpecito al cigarrillo a medio fumar y lo cubrió con el polvo. Estabaavanzando con el tema del cigarrillo.

—Ella no debería haberlo hecho,— masculló Gray.

—Hijo, ella no puede evitar querer protegerte más de lo que tú podrías evitar quererprotegerla.

— ¿Tú no la golpearás? — Gray frotó la oreja de Danny como si la respuesta no leinteresara mucho.

— No había planeado hacerlo. Especialmente ahora que tengo a ti y a Danny enmortal asociación contra la idea.— Clint creyó que no era un buen plan avisarle al niñoque la había amenazado con eso. Por todo su abandono, el niño era un barril de metal dedinamita a punto de estallar.

—Quebrantará su espíritu si tú la golpeas.

—Ella es más fuerte de lo que tú crees.

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Gray negó con la cabeza. — Ella se destrozaría bajo tu mano.— Él volvió esos ojosdemasiado viejos, demasiado sabios en Clint, repentinamente viéndose como un hombre.— Ella te ama.

—Ella cree que lo hace.

Fue una experiencia inquietante ser compadecido por un niño, aun si fue sólo conuna mirada.

—Si tú eres aún tan tonto como para lastimarla, te mataré.

Él le creyó.

— Si alguna vez caigo tan bajo, tienes mi bendición.

— Necesitas detener sus lágrimas. —Gray asintió hacia la ventana. Clint miró. Esasola lágrima había florecido en un torrente.

— La única cosa que va a hacer eso es si tú y yo entramos de nuevo sonriendo.

— Algunas cosas costaban menos esfuerzo cuando estaba solo. — Gray suspiró yexaminó rápidamente la ventana otra vez.

— Sí, pero apuesto a que la comida no estaba ni de cerca tan bien.

— Eso es muy cierto.

Gray empujó sobre sus pies. Se limpió las manos del asiento de sus pantalones. —¿qué le dirás a ella?

— La verdad. Las cosas están solucionadas entre nosotros, y en lugar de una semanade estar atado en el rancho, has conseguido dos días y tareas adicionales en el establohasta el domingo – cuando regreses del de Asa.

—Gracias.

Gray estaba allí y repentinamente él fue un niño incierto, su cara con una emociónque él no supo cómo manejar. Él se frotó la mano en sus caderas delgadas.

—No me agradezcas hasta que veas la cagada de estiércol que he estado postergandorecoger.

— No importará.

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Clint sabía que no lo haría. El niño tenía integridad y empuje. Y él amaba a esecaballo.

— Voy a necesitar una promesa de ti, también.

La cautela regresó inmediatamente a los ojos de Gray. Como si él supiera que teníaque haber una trampa para cualquier cosa buena que ocurriera en su vida. Esa cautelarasgaba las entrañas de Clint tanto como las lágrimas de Jenna. Tal vez él en realidad seestaba ablandando. Puso sus manos en los hombros del niño, asombrado de lo carentes demúsculo que estaban. Gray sólo daba la impresión de masa.

— No ocultes información de mí otra vez. No cuando se trate de Jenna, Bri, o de ti. —Gray se encogió fuera de debajo de su mano y gruñó.

— ¿Es esa una promesa o tu estómago comienza a funcional mal?

— Lo prometo.

— Bien, porque los McKinnely trabajamos juntos, no uno contra el otro. Gray no tuvonada para decir a eso. Clint mentalmente suspiró.

Conseguir que Gray se integrara a la familia tomaría tiempo y paciencia. Él examinórápidamente la ventana. Jenna había dejado de llorar, pero todavía se veía preocupada.

Sobre eso, él podría hacer algo.

— ¿Estás listo para hacer sonreír a Jenna otra vez? — le preguntó.

Él pensó que el niño se rehusaría cuando abrió la puerta, pero no lo hizo. Él caminódirecto, y cuando Jenna encontró su mirada, Clint contestó con un asentimiento. Gray nose respingo fuera de su abrazo. Él aun le dio palmadas en la espalda a ella torpemente, locual hizo a Jenna ponerse a llorar nuevamente. Gray dio un paso atrás horrorizado.

—Lo siento.

Clint sacudió la cabeza y metió a Jenna en su costado. — Éstas son lágrimas felices,hijo. No hay nada que hacer sino sobrellevarlas.

Gray no se veía menos consternado con la explicación.

— Si tú pudieras ver a Bri y comer tu cena, me encargaré de esto.

Gray salió disparado hacia la mesa.

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Contra su pecho, Jenna inhaló por la nariz. —No creo que él pudiera irse de aquí losuficientemente rápido.

—Los hombres McKinnely no toleran bien las lágrimas.

— Intentaré endurecerme. — Ella se sonó la nariz en su manga.

—¿Cuántas veces tengo que decirte? Me gustas justo en la forma que eres. Él lelimpió la cara con la toalla que estaba colocada sobre el borde del gabinete.Tuvo que usarsu dedo para limpiar la mancha de harina que dejó la toalla. Ella se volteó completamenteen sus brazos.

—¿Aún cuando lloro en los peores momentos?

—Me he acostumbrado.

Su risa se atragantó. —Gracias por hablar con Gray.

— Voy a decírtelo, Jenna. Ese es un infierno de niño el que metiste en la familia. — Élbesó la parte superior de su cabeza.

— ¿A ti te gusta?

Él asintió, removiendo un pelo de su cara.

—Él va a ser un infierno de hombre.

Y un infierno de enemigo para alguien. Pero no le dijo eso a Jenna. Ella teníasuficiente con que lidiar, y no comprendería el impulso que el muchacho sentía por vengarla muerte de su madre. Él tampoco le dijo que el niño había amenazado con matarlo. Ellano comprendería eso, de cualquier modo. Otro hipo la estremeció.

— Vamos, Sunshine. No llores. — Él besó su pelo, limpiando sus mejillas húmedascon su pulgar.— Me despedaza.

—¿La debilidad McKinnely?

—Sí. — Él miró los ojos rojos, las mejillas mojadas por las lágrimas, y su pelodesordenado. Inclinó su cara y rozó las lágrimas de sus pestañas con sus labios, el sabor asal propagándose a través de su boca. Ella era bella de lado a lado. — Demonios, voy atener que rechazar a golpes a los hombres con una vara el próximo sábado en la reunión.

—¿Vamos a una reunión? — Sus pestañas revolotearon contra sus labios.

— Eso no se supone que te asuste.

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— Nunca he ido a una.

— Entonces será mi placer llevarte a tu primera.

— No sé cómo bailar.

— Otra primera cosa que debemos compartir.

— No soy buena en las multitudes. — Ella le dio un tirón a un botón en su camisa.

— Sólo tienes que ser buena conmigo. — Sus dedos se deslizaron debajo de la solapa,suaves y calientes en su pecho.

—Podría decir o podría hacer algo estúpido y hacerte pasar vergüenza – Sus uñas seclavaron, embromando sus sentidos.

—Podría comportarme como un asno y te podría hacer pasar vergüenza. Sus dedosestaban todavía en su pecho, a sólo pulgadas de su pezón. Ella levantó la mirada, sus ojosamplios.

—Tú nunca me avergüenzas.

—Y tú nunca me avergüenzas tampoco, así es que imagino que eso significa queestaremos preparados para la noche. —Él los volteó ligeramente para que el niño nopudiera ver.

—No tengo un vestido.

— Imagino que tendrás que gastar mi dinero entonces.

— No hay tiempo de traer uno hecho.

— Entonces arroja más dinero al problema. — Él besó su nariz.

Corrió sus dedos abajo de la fila recatada de botones en su vestido, presionandoadentro para que el valle profundo entre sus pechos se revelara. Hijo de puta, él amaba laprivacidad para abrir de un tirón ese vestido y enterrar su cara entre esos montículossuaves. — Sólo no lo hagas demasiado escotado. No quiero pasar la noche golpeandohombres atemorizados con sillas.

— ¿Crees que los hombres van a estar interesados en mí?— Su risa ahogada fue tansuave como su toque.

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Él sonrió ante lo zalamero de su voz. Él consideró eso un paso auténtico haciaadelante en su relación que ella se sintiera lo suficientemente cómoda con él para pescarcumplidos tan obviamente.

— Va a haber una línea afuera de la puerta esperando para bailar contigo. Pero, — élno tuvo que trabajar para encontrar un ceño fruncido,— no quiero que nadie sino yoabrillante la hebilla de su cinturón contigo así es que practica a decir 'no' de cada maneraque puedas de aquí a entonces.

El pensamiento de otro hombre en cualquier lugar cerca de ella lo conducía a lalocura.

Ella palmeó su mano confortantemente.

— practicaré, pero no creo que necesites preocuparte.

Él tocó la longitud brillante de su precioso cabello dorado. Él había tenido un tiempolo suficientemente duro manteniendo a distancia a los hombres de ella antes de que secasaran, pero ahora que ella comenzaba a encontrar su propio andar, esa luz interior quetanto lo calentaba estaba brillando más y más fuerte, atrayendo más y más la atención a subelleza gentil. Él la tocó desde el mechón de cabello hasta sus llenos labios rosados. Ellaera todo luz brillante y calor profundo, su Jenna.

— Ah bebé, si piensas eso, tendrás pronto una infernal sorpresa.

Él jaló el cabello, inclinando su cabeza hacia atrás. Mientras ella lo miraba, unapregunta en sus iluminados ojos azules, él tomó su boca profundo y duro, empujando sulengua más allá de su jadeo sorprendido, saboreando su dulzura. Su voluntad. La verdad.

No importaba cuántos hombres se abalanzaran sobre ella. Al final de la noche y cadauna de las otras noches ella iría a casa con él. Y con ningún otro.

Jenna no tuvo que esperar hasta la fiesta para estar sorprendida. Entrar en la Tiendade Corte Y Confección de Pearl con Mara tres días más tarde se encargó de eso por ella.Ver a Lorie, Elizabeth, Millicent, y Dorothy abarrotando la sala pequeña no la desorientó

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suficiente como cuando Pearl pasó detrás de ella y cerró la puerta con llave, poniendo elletrero de cerrado.

— ¿Que es lo que está pasando?

— Les envié una nota,— contestó Mara, ondeando la mano a través de las mujeres.

—¿Con relación a qué?— Jenna se apretó a la izquierda más allá de la masa deMillicent, Bri en sus brazos complicando la maniobra.

— Con relación a Clint siendo un asno,— contestó Millicent, frunciendo el ceñoimpacientemente hacia la parte trasera de la pequeña tienda.

—Él no es un asno,— protestó Jenna.

— No me suena como si él fuera perfecto,— exclamó Lorie.

—Tú no lo conoces. — Clint era maravilloso. Bueno para ella en todas las formas. Noera su falta que él no la pudiera amar.

— Lo conozco. Conozco al chico por dentro y por fuera y diría ahora que es un asno.— Dorothy miró hacia arriba el encaje que ella admiraba.

—No quiero pelear. Sólo necesito un vestido. — ¿Cómo se suponía que ella discutieracon la tía de Clint? Ella palmeó la espalda de Brianna.

— Oh querida, no tienes que preocuparte,— dijo Pearl, llegando hasta el frente, unacinta de medir alrededor de su cuello y un alfiletero amarrado a su muñeca. — podemoshacer más de una cosa a la vez.

Eso es lo que le daba miedo a Jenna.

— Pero podríamos querer tener la adaptación hecha antes de que el reverendollegue,— ofreció Lorie.

— Ese es un buen punto,— añadió Millie en su voz ronca de sirena que era tanextraña con su extravagante pelo rojo y su ropa. — No le hará ningún bien al asunto queJenna esté luciendo un vestido con costuras disparejas.

— ¡No es más que la verdad! Pearl agarró la mano de Jenna. Para semejantepequeñez, la femenina mujer era asombrosamente fuerte. Jaló bruscamente a Jenna másallá de Elizabeth. Jenna pronunció un” auxilio". Elizabeth sonrió, se encogió de hombros, ytendió sus manos para Bri.

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Jenna tuvo sólo un momento para pasar a Bri antes de que ella fuera jalada a travésde la cortina de terciopelo dorado hacia el interior oscuro. El cuarto olía a tinta, papel y¿galletas de … azúcar?

— Vamos todas, nosotras tambien podemos instalarnos,— llamó Pearl, indicando aJenna para fuera detrás de la cortina y se cambiara por el vestido brillante azul celestetrémulo que estaba colgando allí. Jenna se deslizó fuera de su vestido. ¿Seguramente Pearlno esperaba que ella vistiera esto?

—¿Pearl cuál es el vestido que se supone que me ponga?

— El que está ahí atrás, querida.

El raso suave se deslizó por sus dedos. Oh cielos, este era demasiado bonito. ¿Quépasaría si ella derramaba ponche en el?

— ¿Tienes algo menos...? — ¿Cómo podría decir menos bien, y no sonar estúpida?

Pearl asomó la cabeza a través de la cortina. Jenna estrechó el vestido contra supecho.

— Clint hizo una visita y escogió la tela para ese vestido por sí mismo amor. Dijo queera su tono favorito de azul.

Dorothy se asomó por la cortina, Miró al maltratado vestido descartado y la cara deJenna.— Es fácil ver por qué. Es del mismo color de tus ojos.

La cortina se abrió repentinamente mientras Millicent daba un paso a través. — Elchico siempre prefirió el azul.

Jenna quiso hundirse a través del piso. Quiso cubrirse con el vestido un poco más.Millicent silbó mientras miraba el vestido que Jenna sujetaba contra ella.

—También tiene un gusto excelente.

La siguiente cara en aparecer fue la de Mara. Ella miró a Jenna, al vestido, y a lasmujeres. — El vestido es primoroso. Clint es un asno con gusto excelente, y Jenna podríaapreciar un poco de privacidad.

—¿Como para qué? — pregunto Pearl, tomando el vestido de las manos de Jenna yrecogiéndolo antes de dejarlo caer sobre su cabeza. Su "todas somos mujeres aquí" fueligeramente obscurecido por el siseo del raso mientras el material resbaladizo se vertía desu cabeza. Jenna empujó los brazos en las mangas.

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Ten cuidado con los...

— Los alfileres,— siseó Jenna mientras uno se le clavaba en la axila.

— ¿Encontraste uno? — preguntó Pearl moviendo de un lado para otro el material.

— Está bien.

— ¿No estás embarrando sangre en la tela verdad? — preguntó Millicent.

Jenna jaló abajo la manga.

—No.

—Bien. — Elizabeth le hizo caras a Brianna. — Sería una lástima arruinar un vestidotan bonito, ¿no es verdad pastelito?

— Lo que se arruinará es esta reunión,— masculló Millicent mientras Jenna erallevada por Pearl hacia la caja en la mitad del piso. —¿dónde diablos está el reverendo?

—¿Por qué necesita el reverendo estar aquí? — preguntó Jenna mientras ella daba unpaso sobre la caja ancha. Ciertamente no quería a un hombre allí, mucho menos a esereverendo demasiado guapo.

Nadie contestó. Ella tiró del corpiño, logrando conseguir los botones acomodadospor medio de pura fuerza de voluntad. El vestido iba definitivamente a tener que seraflojado del busto. Ella estaba a punto de señalar eso cuándo un golpe en la puerta traserainterrumpió los procedimientos. Las otras mujeres se volvieron todas a una, varios gradosde anticipación reflejados sobre sus caras.

— ¡Gracias a Dios! — exclamó Pearl, agarrando una canasta y apresurándose a lapuerta.

La puerta se abrió lo suficiente para revelar una silueta alta, ancha de hombrosiluminada por detrás por luz de sol fluyendo antes de que Pearl atravesara y jalarabruscamente al hombre adentro, cerrando la puerta.

Jenna alisó sus faldas y entonces miró abajo, cruzó los brazos sobre su pechodemasiado expuesto. La mirada del reverendo cayó en ella y su ceño fruncido se disolvióen una lenta sonrisa abierta que la puso claramente incómoda.

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—Si no temiera que la noticia llegara a Clint, quien por seguro me alimentaría conmis dientes por notarlo, te diría que eres una mujer de buena apariencia, señoraMcKinnely.

Jenna logró jadear un agradecimiento más allá de su vergüenza, lo cual sólo hizo aese reverendo malvado sonreír más ampliamente. Él desabotonó su abrigo e inclinó susombrero a las señoras en general.

— ¿Así que Clint es la razón por la que esta última reunión tuvo que ser convocada?— preguntó con una ceja arqueada.

— Él está siendo un pequeño dolor,— dijo Mara mientras recogía un montón dealfileres y atisbaba el dobladillo del vestido de Jenna.

— En un asno,— elaboró Millicent.

— Los McKinnelys sobresalen en eso.— El reverendo sonrió, obviamente muycómodo en una habitación llena de mujeres.

—Clint no es un… un dolor, — dijo Jenna entre dientes.

—No preocupes a Jenna,— masculló Mara alrededor de un bocado de alfileresmientras se doblaba para jalar abajo el dobladillo de enfrente.

— Las mujeres M.S.H.T. son geniales en conseguir que la cabeza de un hombre estéderecha.

—Difícilmente calificaría arreglar la idiotez de Cougar como causa de genio,—replicó Millicent mientras Jenna se agarraba firmemente el corpiño a raíz del tironeo deMara.

Lorie se rió. — Él fue más bien fácil una vez que tú lo amarraste.

— Fue porque que la atadura esa fue un reto,— convino Mara, el sonrojo en susmejillas rivalizando con el de Jenna.

— No entiendo,— masculló Jenna a través de su vergüenza. Y ella no estaba segurade lo que querían hacer, pero tenía curiosidad. Como todos los demás, ella había oídohistorias acerca de Mara y el cortejo de Cougar.

— Lo entenderás. — El reverendo se rió categóricamente, sus dientes destellandoblanco en su cara bronceada, y jaló un manojo envuelto de debajo de su abrigo.

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Jenna miró a Lorie. —¿M.S.H.T.?

—Mujeres superando a hombres testarudos,— susurró Lorie mientras el reverendocambiaba su paquete por la canasta de Pearl.

Él meció la canasta en sus dedos y suspiró, — No sé lo que voy a hacer paraconseguir bocadillos una vez que ustedes las mujeres metan a los hombres de este puebloen orden.

— Podrías sentar cabeza con una joven agradable,— propuso Pearl.

—¿Qué haría con una mujer agradable? — Él se inclinó y besó la mejilla de Pearl. —Si tú consiguieras engancharme con alguien, harías mejor servicio encontrándome una queestá familiarizada con el lado áspero del mal.

Jenna parpadeó porque por ese breve segundo ella pensó que el hombre estabacompletamente serio. Lo que era ridículo. La esposa de un reverendo era siempre unamujer por encima de toda posible crítica.

— ¿No es eso cierto? Para ser un reverendo, tú seguro eres uno salvaje. Millicent serió y recogió un surtido de cristalería del aparador.

—Solamente estoy ganando mi camino hacia la redención, Millie. Solamenteganando mi camino. — Un mechón de su cabello rubio veteado por el sol se cayó por sufrente mientras él abría la puerta.

—Directamente al infierno es dónde ese muchacho va a ir,— masculló Pearl mientrasél dejaba el cuarto, llevándose su risa y el olor de las galletas de azúcar con él.

— Si lo hará, probablemente le ayudaremos en el camino,— agregó Millieestirándose para alcanzar los vasos. — Enviar al predicador al salón para tener nuestrabebida va de seguro a captar la atención del todopoderoso.

—¿Ustedes enviaron al reverendo Swanson a un salón? — Jenna tomó un vaso,sintiendose más que un poco tonta, estando de pie sobre una caja intentando aclarar lo queestaba ocurriendo.

Lorie bostezó y asintió con la cabeza. — Él es el único en quien podemos confiar.

—¿Confías en un reverendo que bebe? — Jenna no sabía si estar conmocionada odivertida.

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— Si no puedes confiar en un reverendo, ¿En quién puedes confiar? — Lorie seencogió de hombros.

Jenna no estaba segura, pero ella tampoco estaba segura de que debieran poner todasu confianza en un hombre de Dios que tan claramente no lucía o actuaba el papel.

Lorie sofocó otro bostezo, y Jenna sintió una punzada de culpabilidad. Si bien ellahabía hecho a Lorie una socia en el Dulce Tomillo y le daba tres cuartas partes de laganancia, era un montón de trabajo para una persona.

— ¿Es la panadería demasiado para ti?

— Oh, no. Me gusta mucho. Sólo no me fui a la cama a tiempo anoche. — Jenna sabíacómo era eso.

—¿Has estado alimentando a Harry? — Tan duro como había sido soltar lapanadería, había sido doblemente difícil olvidarse de cuidar de esos que dependían deella. Para su sorpresa, Lorie se ruborizó rojo brillante.

—Sí.

—¿Quién es Harry? — preguntó Elizabeth mientras jugaba cucú con Bri.

— Uno de los vagabundos de Jenna— Lorie contestó antes de que Jenna pudiera.

— Bueno, si él come de tu panadería, Jenna, él come malditamente bien,— dijoMillicent, mientras Pearl llenaba el vaso de Jenna. Aun desde un pie de distancia, la narizde Jenna se arrugó ante el olor de la bebida espirituosa.

—Esa línea nueva de panes con hierbas que introdujiste es maravillosa. Necesitohablar contigo más tarde sobre ordenar algo para el restaurante.

— Ese es un gran cumplido. — Jenna agarró el corpiño otra vez mientras Maracontinuaba tirando del dobladillo. Millie era la mejor cocinera en todo el territorio. Sesabía que los clientes se peleaban mientras esperaban para meterse en su restaurante. Ellano alababa la cocina de otros a menudo, y ciertamente no la introducía en suestablecimiento.

—Gracias. — El sonrojo de Lori se profundizó.

— No hay necesidad de agradecer, — dijo Pearl mientras ella rápidamente llenabalos otros vasos. — La mujer reconoce algo bueno cuando lo prueba, y estoy segura de queintenta sacar un dineral del trato.

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—Esa es la verdad honesta de Dios. — Millie brindó por Jenna. Ella hizo una pausa,sus ojos cayendo hacia el pecho de Jenna antes de ampliarse. —Pearl, ¿sacaste tú unadescripción de Clint antes de hacer este vestido?

— ¡Por supuesto!

— Bien, — Millie tomó un sorbo de su whisky y frunció el ceño, —nunca he conocidoa un hombre que minimice ese aspecto del cuerpo de una mujer.

Pearl levantó la mirada, frunció el ceño, y tomó un sorbo rápido de su bebida antesde bajarla. Ella azotó su cinta de medir en todas partes de su cuello, cruzando el cuarto encuatro pasos.

— Clint no es diferente a otro hombre,— murmuró ella, envolviendo la cintaalrededor del pecho de Jenna antes de dejarla caer para tirar del material apretado bajo laaxila de Jenna. — Por lo que acepté con un grano de sal su valoración.

— Más que un grano,— murmuró Mara, levantando la mirada.— ¿Segura que nopuedes pasar un poco de eso Jenna? — preguntó con una mirada pesarosa en su tóraxplano.

— Tú puedes tener todo lo que tú quieras.

— Como si ella lo necesitara— Lorie bufó. — Cougar ya la mira como el azucar de supastel favorito, ¿Y ella anda buscando más incentivo?

— No puedo evitar pensar en las mujeres que él conoció antes de mí. — Mara seencogió de hombros, tomó un sorbo de su licor, y se estremeció.

— No importa quién llegó antes, — Millie se empinó el resto de su bebida. — Todolo que importa es que ninguna llegue después, y dulce Mara, ese hombre tuyo es unhombre de una sola mujer.

—Sí, lo es. — La sonrisa de Mara reflejó su satisfacción con ese hecho.

—Y, — Elizabeth se empinó el trago después de cubrir las orejas de Brianna, — oí através de Asa que Cougar encuentra tus medidas exactamente a su gusto.

Jenna cerró los ojos, sintiéndose más como una vaca con cada palabra. Mara eraexquisita y delicada y todo lo que un hombre quería de una mujer, mientras ella era unamujer cuyas curvas sobrepasaban aun las expectativas de una costurera.

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— Tal vez podríamos encontrar algo que podría..., — ella rozó sus manos sobre suspechos, — ¿...aplanarme?

Su susurro aterrizó en la conversación como una roca en un estanque, perturbando laecuanimidad con ondas de sorpresa.

El de Pearl — ¿a cuenta de qué querríamos hacer eso?— fue casi sobrepasado por elde Millicent — querida, con un pecho como el tuyo necesitas pensar en términos deostentarlo, no esconderlo.

— Ella tiene un punto, — aportó Lorie. —Si rebajaras ese escote sólo un poco, nohabría un hombre en el territorio que no se tropezara.

¿Rebajar el escote? Ella ya mostraba sus clavículas y tres pulgadas de hendidura. —No quiero a los hombres jadeando sobre mí.

— Sólo Clint, — dijo Dorothy, su voz compasiva.

—Sí. — Ella amaría que Clint se sintiera acerca de ella en la manera en la que Cougarsentía acerca de Mara, como si aun sus desperfectos fueran algo que celebrar. Pero paraque eso ocurriera, él tendría que amarla.

—Bueno, sólo teniendo a Clint notándote, no va a solucionar tu problema, —masculló Pearl mientras ajustaba el vestido con movimientos eficientes. Ella sacó tijeraspequeñas fuera de su cinturón y dos cortes más tarde las puntadas en el corpiño izquierdose aflojaron con rapidez sorprendente.

—No tengo ningún problema. — Jenna agarró el corpiño, casi derramó su bebida, yse acomodó para estar absolutamente quieta.

—Oí que no sientes que Clint te ame.

— Clint es un buen marido. — Ella cerró los ojos brevemente y aspiróprofundamente mientras Pearl tijereteaba las puntadas en el otro lado. Ella dejó salir sualiento lentamente. Al menos podía respirar normalmente.

— Huh. — Dorothy colocó su vaso en la pequeña mesa de madera con un clicdecisivo. – No si él no te ha dicho que te ama.

— Especialmente si le dijeras que lo amas.

— El bastardo egoísta, jugando a lo seguro.

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Jenna cerró su puño sobre el impulso de gritar. — No lo llames eso. Él es un hombremaravilloso. Mucho mejor de lo que merezco.

— Caramba, con una actitud como esa, no es de extrañar que necesites nuestraayuda. — Pearl recogió su vaso y drenó la última gota.

— No necesito su ayuda.

— El resto del conjunto está muy bien, pero la parte superior va a ser un problema.— Pearl atisbó el corpiño aflojado. Ella sacudió la cabeza. — y por supuesto que necesitasnuestra ayuda, de otra manera no estarías dando disculpas para tu hombre.

— Él no puede evitar que no me ame.

— Jenna, no tomes esto por la vía equivocada, — aventuró Elizabeth mientras Bricomenzaba a expresar inconformidad, su pequeño puño trabajando contra sus encías, —pero estas simplemente loca si piensas que Clint no te ama.

— Ese hombre no puede respirar correctamente por desearte,— agregó Mara.

— Él se preocupa por mí y se siente protector, pero eso no es lo mismo que amar. —Aun ella no era lo suficientemente ingenua para pensar que desear tuviera cualquier cosaque ver con amar. Y Jenna no lo podía culpar. Ella no era fuerte aún. Pero lo sería.

— Te digo, — dijo Millie, sirviendo otro vaso alrededor, deteniéndose cuando ellallegó a Jenna, — la emoción es desperdiciada en la juventud.

—No es más que la verdad,— masculló Pearl por entre los alfileres que había metidoen su boca mientras jalaba el corpiño abajo. Jenna lo jaló de regreso arriba con su manolibre mientras Pearl se estiraba por su vaso. Ella bien podría haberse ahorrado su tiempomientras la menuda Pearl terminaba su bebida, ella regresó para jalarlo abajo. Sirviendootro vaso alrededor, deteniéndose cuando ella llegó a Jenna, — la emoción esdesperdiciada en la juventud.

—Creo que si bajo el corpiño, puedo tener la caída derecha. — Ella dio un paso atrásde la longitud de su brazo. — y tú ciertamente tienes la estatura para llevarlo. — Esta vezPearl no lo dejó ir cuándo Jenna lo jaló.

— Clint dijo que no consiguiera nada demasiado escotado. — Aun así Pearl no dejóde jalarlo.

— Clint no se lo pondrá.

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—Pearl tiene un punto,— dijo Elizabeth con un pragmatismo que hizo a Jennamirarla dos veces.

— ¿Es tu vestido como este de bajo? Ella no podía creer que Asa dejaría a Elizabethponerse cualquier cosa escotada. Se sabía que él era un hombre muy posesivo.

— Más bajo. He conseguido aprovecharme de esta generosidad inocente mientrasdure. — Elizabeth sonrió abiertamente, enderezó los hombros, y forzó hacia fuera supecho.

— Maravilloso,— Mara se rió, — hay esperanza para mí aún. Sólo necesito obligar aun bebé a alimentarse de mí, y seré una de las abundantes.

—¿Abundante? — Millicent levantó las cejas.

— No hay daño en soñar a lo grande. — Mara se encogió de hombros y quitó a Bri deElizabeth.

—Como si ese marido tuyo no fuera suficiente generosidad,—volvió a mascullarPearl alrededor de los alfileres. Jenna sólo podía mirar parpadeando la forma en la que lasmujeres hablaban, como si las opiniones de sus maridos no fueran de capital importancia.

— ¿Asa te dejará llevar puesto un vestido como ese?— Ella le preguntó a Elizabeth.

— Él no va a estar feliz, pero para cuando se entere, estaremos en la fiesta y eso serámuy tarde.

— ¿Qué hará él?

— Susurrará amenazas en mi oreja acerca de lo que hará cuando me lleve a casa yentonces pasará toda la noche deseando ardientemente mis nuevos pechos y mirandofurioso a los hombres a los que les gustaría una mirada. — Elizabeth se encogió dehombros, desabotonando su chaqueta.

— ¿Y cuándo llegues a casa?

— Él me llevará arriba al dormitorio y me mostrará cuánto aprecia mis encantos. —Elizabeth sonrió ampliamente.

—¿No estará celoso?

— Cuento con eso, — Elizabeth se rió.

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Su expresión le dio a Jenna que pensar. Elizabeth estaba mirando adelante hasta sunoche con su marido, para tentarlo y embromarlo y cosechar los resultados. Jenna nopodía imaginar embromar a Clint así, probar el borde de su paciencia mientras tentaba sudeseo. Pero Mara obviamente podría. Ella sostenía a Bri por encima de su cabeza, riéndosecon la niña mientras ella pataleaba y gesticulaba con las manos.

— Sabes, Pearl. Creo que mi vestido es un poco demasiado modesto.

— Y continuará de ese modo también,— masculló Pearl. — Cougar casi arrancó lacabeza de ese muchacho que decidió bailar demasiado cerca el último verano.

—Él no lo lastimó realmente.

— Lo hizo huir de la ciudad, sin embargo, y mi Evie acababa de conseguiracomodarse con él.

— No te hagas ilusiones de que Evie tenga planes de aplacarse. Ella me recuerdademasiado a ti, — bromeó Millicent.

Pearl se levantó a su altura completa. — soy el alma del decoro.

— Lo que no quiere decir que no anduvieras en malos pasos en tu día. — Millieterminó su segundo vaso de bebida. — y tal parece ser que Evie tiene la intención deseguir las huellas de su madre.

— El Cielo lo prohíba.

Para todo su rodar de ojos, Pearl no parecía tan alterada con la situación.

— ¿Cuántos años tiene Evie? — Jenna contuvo su aliento cuando Pearl levantó lamirada. Ella no quería ser apuñalada.

—Veinte años. — Pearl sacudió la cabeza mientras metía el corpiño suelto debajo y loprendía con alfileres en el lugar. — y no tiene prisa de proveerme de nietos.

A Jenna le dio miedo recorrer la mirada abajo pero algún tipo de mórbida fascinaciónla hizo mirar, y prontamente hizo a su mano volar hasta cubrir su pecho.

— ¡No puedo llevar puesto un vestido como este!

La respuesta de Pearl fue un arqueo de su ceja. — ¿Por qué no?

— Mi pecho está exhibiéndose.

— Prefiero pensar en eso como ser presentado.

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— Clint me mataría.

Lorie se atragantó con su bebida.— Puedo ser la única doncella aquí, pero aun séque lo último en su mente si él te viera en ese vestido sería matar. Estás bella, Jenna.

— ¿Bella? Ella quitó sus manos de su pecho y se volvió hacia el espejo mientrasmurmuraba, — él me dijo que no quería algo demasiado bajo.

—Está bajo, pero no demasiado bajo, — Elizabeth ofreció, subiendo detrás de ella ytomando el vaso de su mano.

Cuando ella miró hacia el espejo, lo vio. Era bello. Nunca había visto una cosa comoesa. Su vida entera había usado vestidos abolsados grises o cafés y de escote subido.Vestidos diseñados para disimular la apariencia de una mujer, para disminuir suhabilidad para tentar a un hombre del camino recto y estrecho. Pero si Clint la viera coneste vestido, oh cielos, ella quería que él la viera en este vestido que parecía captar la luz yreflejarla haciendo resaltar luces trémulas sobre su piel. Este vestido que le quedaba comoun guante y la hacía verse sensualmente llena de curvas en vez de gorda. Este vestido quehacía su pelo más rubio, sus ojos más azules. Este vestido que la hacía parecerse a unamujer que debería estar en su brazo.

—Es bello,— susurró. Pearl sacudió la cabeza y le dio a Jenna de regreso su vaso.

—Un vestido sólo puede realzar lo que ya está allí. Ajustó la costura debajo de subrazo izquierdo. —Y tú siempre has tenido bastante con lo que trabajar.

— No soy bella.

— Clint le dijo a Asa que lo eras, — señaló Elizabeth.

— ¿Cuándo?

— La primera vez que te vio fuera del negocio.

— Ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo lo sabrías tú?

—Porque él ha estado observándote desde entonces, y Asa nunca miente. Se suponíadesde siempre que serías mía.

Ella intentó acostumbrarse a la extensión del escote, trazándolo con su dedo,imaginando la reacción de Clint si ella lo hiciera enfrente de él. Él lo amaría si estuviera enla privacidad de su dormitorio, ¿Pero en una fiesta?

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— No puedo llevar puesto esto.

—Tienes que ponértelo,— contrarrestó Dorothy. —Tienes que ponerte ese vestidopara la fiesta, y tienes que sonreír y bailar y divertirte de lo lindo con cada hombre que tepida bailar contigo.

—¿Por qué?

— Porque la única manera para obligar un hombre a afrontar lo que siente es darleuna probada de lo que él podría perder.

— ¿Quieres que yo engañe a Clint?

—Novias nuevas,— masculló Millicent.

Piensa acerca de eso más como abrirle los ojos,— propuso Pearl.

Jenna recordó la honradez y la emoción en los ojos oscuros de Clint mientras lasostenía a través de sus miedos. La ternura de su toque. La garantía en su voz mientrasdecía, te veo a ti, Sunshine. Y ella lo vio también. Su orgullo. Su honor. Su necesidad.

—No.

—Son los medios más rápidos para conseguir un fin —, señaló Elizabeth.

— Eso no lo hace correcto.

Lastimar a Clint nunca sería correcto.

— No lo hace malo, tampoco,— agregó Millicent. —Solamente otro camino haciadonde tú quieres ir.

— Lo contrariaría.

Jenna estaba harta de la gente que le sugería hacer cosas que sus instintos decían que eranincorrectas.

No será la primera vez que él ha estado molesto,— ofreció Mara.—y sólo lo estaríapor un minuto.

—No le haré eso a él. — Un minuto sería demasiado largo para infligir ese tipo dedolor en alguien.

— Bien demonios, –masculló Millicent. — Ahora tendremos que usar el aburridoplan de apoyo.

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— ¿Cuál es ese?

— Simplemente caminar hasta allá y preguntarle al hombre si te ama.

Jenna tomó un sorbo del whisky apestoso, estremeciéndose mientras el sabor llenabasu boca. Tal vez usar el vestido no fuera una idea tan mala.

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Capítulo 23

Jenna parpadeó mientras salía de la casa de modas a la brillante luz del sol.

Bri volteó la cara en su cuello y lloriqueó. Jenna jaló el pequeño gorrito para escudarsus ojos, mientras que ella levantaba la manta gruesa más arriba sobre su cabeza contra elfrío mordaz.

—Creo que el invierno será frío este año, — dijo Mara, esperándola por el borde de laacera de madera para que pudieran dirigirse para la panadería.

— Seguro que se siente así, — Jenna se apresuró a alcanzarla, — pero sin importarcomo sea, la casa de Clint será bastante más caliente que las mías antes.

— Clint tuvo ese lugar sellado en seis formas diferentes después de que lo compró.

Jenna palmeó la espalda de Bri. Estaba atrasada para su siesta y comenzando aquejarse continuamente.

—Él es así.

— Creo que es más que eso.

—Oh.

—Le dije que a él no le gustaría el pensamiento de su esposa congelándose.

— Me olvidé de la gran cacería de la esposa.

Ella deliberadamente lo había puesto tan lejos de su mente como era posible.

— Creo que él tenía en mente a alguien específico.

— Oh.

Mara le dio un empujón en su brazo. — Tú tonta.

— ¡Estaba casada!

— Todos nosotros fuimos dolorosamente conscientes de eso. Especialmente cada vezque Clint te veía temblando por el pueblo envuelta en ese viejo manto, y Hennesey estabaen ese salón apostando y bebiendo. Hubo veces cuando Cougar se preocupó de que Clintpudiera hartarse.

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— Clint odia la injusticia.

— Clint odió no tener el derecho de protegerte, — dijo Mara, parándoseabruptamente mientras que en la tienda del barbero/dentista la puerta se mecía abierta. Unhombre tropezó afuera, sujetando su mandíbula. Él las saludó con la cabeza a ambas,respingado, y se bajó del pasillo.

— Estoy tan contenta de que mis dientes estén buenos.— Jenna siguió su caminardisparejo mientras él cruzaba la calle congelada, llena de baches.

—Tú y yo, — Mara hizo eco de su estremecimiento. — Pero si ese fue un intento paracambiar el tema, no está funcionando.

— No estaba tratando de cambiar el tema.

— Ajá.

—Francamente, — Mara continuó abajo de la acera, frotándose las manos juntascontra el frío, — todos nosotros estábamos sorprendidos cuando Clint no comenzó acortejarte el día después de que Hennesey murió.

— Eso no hubiera sido correcto.

— Nunca he sabido que Clint esté excesivamente preocupado por la convenienciacuando él quiere algo.— Mara sostuvo su pelo fuera de su cara.

Tampoco lo sabía Jenna, la verdad fuera dicha.

Mara llegó y metió la manta bajo el hombro de Bri, frunciendo la cara en la niñitamientras lo hacía. Cuando se enderezó, su expresión era completamente seria.

— Y él te deseaba, Jenna. Nunca dudes de eso.

Él te deseaba. Las palabras hicieron eco en la cabeza de Jenna, dándole nacimiento aesa esperanza que luchaba contra el sentido común.

— El desear no es amar.

—Para un McKinnely lo es, — Mara dijo eso con la certeza de un predicadordeclarando pecado.

— Hay cosas que tú no sabes que afectan los sentimientos de Clint.

— Puro cuento.— Mara se detuvo y se dio la vuelta, sus dedos en el manto de Jenna,enganchando su brazo, obligándola a detenerse y mirarla.

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— Clint y Cougar son tan cercanos como hermanos, comparten los mismos valores, ytienen esa tenacidad McKinnely para fallar así que sé, absolutamente sé, no hay nada en tupresente, tu pasado, o tu futuro que alguna vez pueda desviar a ese hombre de tu lado.

— Cougar te ama.

—Y Clint te ama.— No había un ápice de duda en su tono. —Sé que todo mundo estádándote consejos bienintencionados y yo no soy probablemente de alguna manera másbienvenida que el resto, pero mi suposición es que cualquier cosa que contuvo a Clint dereclamarte inmediatamente, es la misma que lo detiene de decirte que te ama.

Una teoría interesante pero tan condenadamente improbable.

— Él podría sólo no amarme.— Jenna dio un paso a la izquierda mientras la puertadel negocio tintineó como una advertencia. Mara dio un paso derecho con ella, su barbillalevantada de una manera que gritaba terca.

— Él te ama.

Ella quería creer eso tan condenadamente.

— Sra. Hennesey, — la voz de una mujer interrumpió. — ¿Podría tener un momento?

Jenna había oído esa voz fría, controlada demasiadas veces para no tensarse mientrasllegaba desde atrás de ella. Las reuniones con la alcaldesa nunca fueron agradables. Hoy,cuándo sus nervios estaban apretadamente tensos y su estómago revuelto, prometía serpeor de lo usual.

— Buenas tardes, señora Salisbury.— Ella se dio vuelta, asintiendo a la mujer másalta, bien vestida parada justo afuera de la puerta del negocio.

— Buenas tardes Shirley.— Mara asintió, sin demostrar nada de la deferenciainstintiva de Jenna. —Y es señora McKinnely ahora.

— Así es lo que escuché.— Con un asentimiento tan ligero que ni siquiera perturbóal pájaro colorido encaramado en el ala doblada hacia arriba de su sombrero lujoso,Shirley reconoció a Mara. El resoplido que puntuó al comentario transmitió tanfuertemente como las pequeñas líneas de amargura al lado de su boca delgada cómo sesentía ella acerca del matrimonio de Jenna. — Espero que no esperes inmediatamentepasar a formar parte de nuestra comunidad solamente porque te casaste con ClintMcKinnely.

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El estómago de Jenna agitó ácido. Ella odiaba las confrontaciones como esta. Bri,sintiendo su tensión comenzó a lloriquear. Su “Por Supuesto que no” fue ahogado porcompleto por Mara

— Ella ya es parte de nuestra comunidad.

— Difícilmente.— La mirada que Shirley le disparó a Mara contenía más veneno quecortesía. — Y si continúas siendo vista en su compañía, puedes encontrar tu tenue posiciónamenazada.

Jenna cerró los ojos brevemente contra las ondas de hostilidad maltratándolas. Ellaintentó avanzar entre Mara y la mujer, desviar algo de su cólera. Fue un desperdicio deesfuerzo. Aunque ella había escuchado hablar del temperamento de Mara, nunca enverdad hubiera creído a la diminuta mujer capaz de una palabra ruda. Había estadoequivocada.

Con un "Excúsame” que tuvo a Jenna parpadeando dos veces ante su frialdad, Maradió un paso enfrente de ella. Ella no se detuvo allí, de todos modos. Ella fue dos pasos másallá, hasta que el dobladillo de su vestido verde muy de moda apartó a un lado eldobladillo del azul marino matronal de Shirley.

—¿Acabas de amenazarme?— La pregunta fue hecha en una inexpresiva monotoníaque era extrañamente tranquila por toda la energía que contenía. Jenna no estabasorprendida cuando Shirley avanzó con indecisión hacia el borde de la acera. Mara erauna mujer muy espeluznante cuándo estaba irritada. Y ella estaba irritada. Su ojos colorcanela parecían resplandecer en su cara rígida mientras ella enfrentaba a Shirley paso apaso.— ¿Lo hiciste?

— Solamente señalé los hechos.

— Mara, está bien.— Jenna tocó el brazo de Mara mientras intentaba gentilmente deescudar a Bri de su propio mal humor.

—Como el demonio que lo está.—La barbilla de Mara se elevó y sus hombros secuadraron. Ella nunca quitó los ojos de Shirley. — Déjame señalar algunos hechos yomisma, Señora Salisbury. Jenna es una McKinnely. Estamos emocionados por tenerla en lafamilia y cualquier desaire contra ella es un desaire en contra de todos nosotros.

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— ¿Todos quieres decir?— Shirley se burló, el desdén goteando de cada poro. —¿Una puta de la más notoria casa de putas en el territorio? ¿Se supone que me preocupepor ofenderte?

La contracción en los dedos de Mara reveló el hecho de que el disparo habíaencontrado su blanco, y el pánico en el estómago de Jenna se solidifico a un nudo de cóleraque explotó hacia afuera en violentas ondas.

—¿Cómo te atreves a decir algo tan sucio?

— Es la verdad y ninguna cantidad de blanqueo eliminará el hedor.— Shirley nisiquiera parpadeó.

Mara saltó al ataque. Jenna atrapó su brazo y la empujó atrás suyo, acercándose demodo amenazador a Shirley, la furia combatiendo contra la razón.

—Tú mujer vengativa, malvada. Eres tan retorcidamente celosa que piensas quemereces destilar tu veneno en todas partes.— Jenna dio un paso más cerca, haciendoretroceder a la mujer, por una vez contenta de su tamaño. — Pero no lo harás. No está bienpara nada. Te he dejado influir en mí por años porque sentía lástima por ti, siempreintentando poner la mejor cara pensando que tenías que ser tan infeliz por la manera en laque tu marido te trató, y porque, muy francamente, pensaba que yo de algún modo me lomerecía. Pero no lo harás, — ella empujó su cara en la de Shirley, tan cerca que podía verlos granos finos del polvo que ella usaba en su cutis, — nunca digas una sola palabra encontra mía o de los míos otra vez.

—¿O qué?—Shirley contestó bruscamente, sin retroceder totalmente.

Ella nunca estuvo tan contenta por sus años con Jack. Una cosa que conocía era cómodar una amenaza. Bajó la voz, situó su peso encima de sus pies, y sonrió la más fría sonrisaque sabía imitar. —O usaré cada malvada, retorcida dolorosa tortura, que mi maridomuerto me enseñó para hacerte gritar de arrepentimiento.

—¡No te atreverías!— Shirley retrocedió otro paso.

—Ella se atreve a toda clase de cosas últimamente, Shirley, — ofreció Mara, — así esque no apostaría tu salud sobre eso.

Los quejidos de Bri se volvieron gemidos. Shirley le dirigió a la bebé una miradallena de odio.

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— No deberías haber sido tú, —ella susurró.

—¿Qué?

— Si tú no hubieras interferido, prostituyendo tu camino en su cama, jugando sobresu simpatía, Clint se hubiera casado con mi Rebecca.

—¿Es de esto de lo que se trata? ¿Pensaste que Clint estaba interesado en Rebecca?—Jenna parpadeó, empujándose un paso atrás mientras las piezas caían en su lugar.

— Tú se lo robaste a ella.

— No habría funcionado, — ella dijo sobre los gemidos de Bri. — Nunca habríansido felices.— Jenna sacudió la cabeza, la cólera drenando de ella mientras la comprensióntomaba su lugar.

— Al menos ella no lo hubiera atrapado con ese pequeño diablillo mugroso.

La furia surgió libre, profundamente desde el interior de Jenna, fluyendo de la nada,los años de tragarse cosas regresaron y le dieron más fuerza, coloreando su visión en rojo,y dándole fuerzas que no sabía que tenía. Con un empujón duro, Jenna envió a la mujerhacia atrás fuera de la elevada acera directamente en la artesa del caballo. El agrietamientodel hielo puntuó el chillido de Shirley mientras el agua saltó por encima de los lados de lamadera áspera y se cerró sobre su cabeza.

El "Demonios" de Mara fue a la deriva a través de la neblina roja rodeándola mientrasJenna dio un paso abajo hacia la artesa donde Shirley se movía torpemente sobre suespalda, sus dientes ya castañeando del frío glacial. Con su mano libre, ella jaló la cara dela mujer mayor fuera del agua sucia. El polvo corría fuera de su cara en vetas pálidasmientras Jenna la sujetaba suspendida.

— Si tú alguna vez dices una sola palabra contra mis hijos otra vez, te buscaré y temataré.

— Y cuando ella consiga hacerlo contigo, será mi turno.— El rumor de las faldas deMara precedió a su paso ante la vista. La luz del sol destelló del cuchillo que ella sujetabaen su mano.

Shirley arrancó su mirada de Jenna al cuchillo en la mano de Mara y de regreso a lacara de Jenna. Su cara pálida se volvió más pálida, azul mezclándose con blanco. Su bocase abrió y cerró dos veces, y entonces ella comenzó a gritar. Chillidos fuertes, estruendosos

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que rechinaban. Jenna la dejó caer de regreso en el agua, y se marchó dando media vuelta,sintiéndose aturdida mientras la furia lentamente se apaciguaba. Mirando alrededor, ellanotó a pueblerino tras pueblerino quedándose con la mirada fija, sus expresiones endiversas etapas de asombro.

Sus rodillas se volvieron débiles, y comenzó a temblar —Bueno, una cosa es segura,vamos a ser ya sea heroínas o villanas ante los ojos de todo el mundo para el final del día,— mumuró Mara mientras agarraba el codo de Jenna y la apresuraba fuera del gentío.

—¿Heroínas?

— No te derrumbes sobre mí ahora, — le dijo Mara cuando Jenna tropezó. —Haymuchas personas a las que les gustaría tener el valor de mojar a esa vieja perra.

—¡Oh Dios, empujé a la alcaldesa en la artesa para caballos!— La comprensión de loque ella había hecho comenzó a asimilarse.

— Sí. Lo hiciste.

— Necesito sentarme.— Ella echó un cabello fuera de sus ojos. Su mano estabatemblando. Su cuerpo entero temblaba ante la enormidad de las consecuenciaspotenciales.

— No lo harás justo ahora, — dijo Mara, lanzándole una mirada sobre su hombro.

— Oh Dios, Clint va a odiarme.— Jenna siguió la trayectoria de su mirada. Unamultitud estaba reunida delante del negocio y por los gestos, era una muy enojadamultitud.

—Considerando que la mujer llamó a tu hija mugrosa y pequeño diablillo, tú noserás a la que él va a odiar.

— Debería ir a disculparme.— Jenna tiró fuertemente contra el agarre de Mara. Maraclavó sus talones y remolcó adelante a Jenna.

—Lo que mejor haríamos es llegar nosotras mismas a la caballeriza y entoncesdirigirnos a casa con nuestros maridos.

—¿Cougar va a disgustarse contigo por mí?— Jenna no necesitaba a otra personasufriendo por causa de ella.

Mara negó con la cabeza y se rió. — Él probablemente querrá saber por qué no lamantuvimos abajo más tiempo.

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— Ni siquiera sabía que tenía un temperamento.

— Pues bien, lo tienes, y como testigo de como te ves cuando empiezas a andar, diríaque uno bastante feroz.

—No sé qué decirle a Clint.—El dolor en su pierna la dejó sin aliento. Ella tenía queesforzarse por conseguir hablar.

— La verdad es buena.— Mara la estabilizó mientras ella tropezaba en un surco.

— Va a estar enojado.

— Y ese es un condenadamente impresionante hombre para estar irritado. El alcaldeva a desear haber enviado a su esposa de regreso al este como él planeó la últimaprimavera.

— Él no va a estar feliz conmigo tampoco.

— Sin duda ambas tendremos la conferencia completa sobre no ponernos en peligronosotras mismas, — dijo Mara mientras salían rápidamente alrededor de una carreta. Tirómas firmemente del brazo de Jenna, empujando a Bri, quien hipó medio llanto y entoncesse detuvo a ver si le gustaba la nueva sensación.

— Te daré una sugerencia, — gruñó Mara mientras brincaba un charco congelado. —Si comienzas a desabotonarte aproximadamente a medio camino, pierden el vapor rápido.

Jenna sonrió. Ella no lo podía evitar. Sólo podía ver a la incontenible Mara utilizandoartimañas femeninas en contra de su gran marido para salir de un sermón

— Podría intentar eso.

La mirada con la que Mara la cortó era sardónica. — Desde que has conseguido undemonio de mucha más munición en tu paquete del que yo tengo, tú podrías escapar consólo tener que escuchar una cuarta parte del sermón.

Jenna no estaba segura de eso. Su pie se torció en un surco y su pierna cedió. Ellacayó, sacando a Mara de balance. Bri, contradictoria como siempre, gorjeó riéndosemientras aterrizaban en una pila de faldas.

—Ustedes señoras deberían aprender a tomar ventaja de los callejones.

Jenna se congeló. Ella conocía esa voz… ese tono. Ella lentamente levantó la mirada.La luz del sol relampagueó en el distintivo cabello de Mark veteando su visión.

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— Jenna Hennesey, necesita venir conmigo.

Cada pesadilla que ella había suprimido, repentinamente gritó en reconocimiento,robando su aliento y su fuerza hasta que todo lo que pudo hacer fue sentarse allí en elsuelo con un sudor frío, clavada por los recuerdos que ya no iban a ser negados por mástiempo.

Mara se peleó con sus pies, y miró furiosa a Mark. — Esta es Jenna McKinnely y ellano va a ningún lugar con usted.

— El alcalde me nombró comisario mientras el sheriff está ausente, así que esosignifica que ella va a donde yo diga.

No fue lo qué Mark dijo, sino más la forma en que dijo eso lo que envió un escalofríoabajo de la columna vertebral de Jenna. Mark podría ser muy imprevisible – hasta el puntode que ella a menudo había cuestionado su cordura. No era sabio enfrentarlo en la formaen la que Mara estaba haciendo.

—Está bien, Mara, — Jenna dijo, poniendo su pierna buena debajo de ella yparándose lentamente. Ella era la esposa de Clint McKinnely. Mark no se atrevería atocarla. — Estaré bien.

— Tú estás muy en lo correcto de que lo estarás porque vas a casa con tu marido.—Mara trató de alcanzar su mano. Mark agarró la parte superior del brazo de Jenna y con untirón doloroso, la levantó arriba y atrás, lejos del alcance de Mara.

— Si Clint quiere ver a su esposa, él la puede buscar en la cárcel.— Él sacudió subarbilla con rumbo a la pequeña estructura sin ventanas ubicada en la parte de atrás delcallejón al lado de la caballeriza. — Ella se quedará allí en espera de un juicio.

—¿Juicio?— Jenna clavó los ojos en el oscuro edificio cuadrado. ¿Iban a ponerla ajuicio?

—¿Por qué?—Mara demandó.

—La señora Salisbury la acusa de intento de asesinato.

— Acabo de empujarla en una artesa para caballos.

— Y en este clima, ella pudo haber muerto.

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— Pero ella no lo hizo, y no hay manera en el infierno en la que esos cargos pudierancontinuar, — gruñó Mara, las manos en sus caderas delgadas, delicada, frágil y femenina,arrojando el tipo de reto que Mark vivía para aplastar.

— Eso será hasta que el juez lo determine.—Mark dio un paso hacia atrás, Jennatropezó tras él, agarrando a Bri apretadamente, su peso en la pierna mala arrojándolafuera de balance.

— Como el demonio, — Mara devolvió el disparo.

Contra su espalda, Jenna sintió la furia de Mark ante ser cuestionado por una mujerunido al interés mientras él preguntaba, —¿Esperas ir a dar a la cárcel tú misma porobstruir la justicia, señorita?

—¿A eso le llamas justicia?— Jenna sintió el aliento de Mark contenerse mientrasMara terminaba el reto en tono burlón. Oh Dios, Mara no tenía idea de lo qué estabainvitando.

—Mara, — dijo Jenna, forzando a las palabras más allá de sus labios apretados, —necesitas llevar a casa a Brianna por mí.— Mara vaciló y por una fracción de segundo,Jenna pensó que ella cooperaría, pero entonces su barbilla subió y sus hombros se elevaroncuadrados.

— Si él quiere arrestarte, entonces tiene que arrestarme también.

—¡No!

— Yo formo parte de eso como tú, — ella insistió, desafiando a Mark a hacerlo.

— Estaré más que feliz de hacerlo,— Rápido como una serpiente, Mark agarró elbrazo de Mara. Jaló la cara de Mara arriba cerca a la suya, levantándola sobre las puntasde los pies con facilidad. — Domesticarte podría ser entretenido.

Mara palideció, pero siendo Mara, ella no retrocedió. En lugar de eso escupió en sucara. Mark ni siquiera se sobresaltó, pero rió esa baja risa satisfecha que rondaba laspesadillas de Jenna. A través del rugido en sus oídos ella oyó el acercamiento múltiple depasos, un murmullo de voces, y entonces una voz se alzó sobre las demás, claramentetriunfante.

— Oh bueno, las tienes.

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— Y no irán a ningún lado tampoco, —Mark prometió, volteándolas para queafrontaron a Shirley. Ella estaba envuelta en una manta de lana, sus labios todavía azules,el estremecimiento ocasional aun corriendo a través de ella.

Ella no se veía de ningún lado cerca de morir. — Al menos no hasta que el juez hagauna determinación.

— Tomaré a la bebé, — Shirley dijo.

— No. — Jenna se retorció lejos, ignorando la llave que Mark le dio a su brazo. Nohabía manera de que ella dejara que esta mujer que había llamado a su preciosa Brimugrosa, la tomara. Shirley dio un paso adelante, su intento claro.

—Mantén tus asquerosas manos lejos de Brianna.—Mara lanzó un golpe fuerte consu pie, atrapando a la otra mujer en el estómago.

—Eso es asalto, señora McKinnely, — Mark ofreció.

—Si ella trata de tocar a Bri otra vez va a ser homicidio, — Mara prometió mientrasJenna registraba al gentío por una cara simpática. Ella no encontró una, sólo aburridosvaqueros buscando una función, y pobladores que no sabían qué hacer de la situación.

— Un consejo, comisario. No me metería con las mujeres McKinnely, — un vaquero,quien esperó estar justo fuera del alcance ofreció.

— Los McKinnnelys no están más encima de la ley que cualquier otro,— contestóMark bruscamente.

— Señor, en caso que escapara de tu atención, los McKinnelys son la ley por estaspartes.— Hubo un murmullo de acuerdo del populacho. La única reacción de Mark fueponer tirante su agarre en el brazo de Jenna y proferir otra orden.

— Uno de ustedes hombres venga a llevarse a este bebé.

—Si quieres disgustar mucho a los McKinnelys ese es tu problema, pero no quieroninguna parte de él.— El vaquero dio un paso atrás, las manos levantadas.

Como empujado por una mano invisible el populacho dio un paso atrás, agitandosus cabezas y murmurando con inquietud hasta que estuvieron sólo Shirley, Mark, y unapleitista Jenna que no reconocían parada a mitad de la calle con ellos. El hombre respondióal llamado, sus ojos nunca dejando los de Brianna. Sus manos eran cortas y sucias, sus ojosestaban embotados, pero gentiles mientras él quitaba a Bri de los brazos de Jenna.

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— No, — ella susurró.

Su mirada fija parpadeó a la de ella. Ella no vio ninguna expresión en sus ojos, sólouna tristeza profunda del alma que no tenía fin.

—Tendré cuidado con ella, señora.

—Dámela, —Shirley demandó inmediatamente.

—Llévasela a mi marido, Clint McKinnely.— Jenna rogó, sujetando la mirada delhombre. Ella pensó que vio una llamarada de reconocimiento en sus ojos ante el nombrede su marido. — No se la des a ella o a cualquier otro. Por favor, sólo a él.

— La mantendré segura, señora. No se preocupe.—El hombre metió a Brianna en subrazo con esa misma tristeza renuente con la cual él la había tratado de alcanzar.

—Vamos ustedes dos, — Mark ordenó, volteándolas hacia la cárcel. — Hemosprovisto suficiente entretenimiento para la tarde.

—Recuerda,— Jenna gritó, esforzándose por hacer contacto visual con el desconocidoque tenía a su bebé, —no se la des a nadie sino a Clint.— Jenna se retorció para ver lo queestaba ocurriendo con Bri. Shirley interceptó su mirada y la crueldad en la mirada de laotra mujer la aterrorizó.

Shirley le dirigió a ella un asentimiento y sonrió, dando un paso hacia el desconocidomientras Mark la llevaba a rastras, lejos de su bebé. Él la empujó dentro del callejón y ellaya no pudo ver nada, pero ella podía oír a Shirley satisfecha — la tomaré ahora — y esoasestó terror en su alma. Su bebé estaba sola y sin protección con una mujer que la veíacomo un obstáculo para lo que ella quería.

Oh Dios, ésta era su peor pesadilla cobrando vida.

— Justo como los viejos tiempos, ¿no es eso niña bonita?

Jenna se esforzó en bloquear la visión de la realidad de ser encerradas en una cárcel,sus brazos atados juntos y luego atadas con una cuerda separada a los barrotes. Atada consuficiente juego para que ella pudiera dar vuelta pero no pudiera escapar. El cuerpo

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hinchado de Mark presionado en su espalda mientras él susurraba su pesadilla en larealidad.

—¿Recuerdas la diversión que tuvimos? ¿Recuerdas cómo aprendiste a obedecer bajomi mano?

Ella recordó el dolor. La futilidad de la resistencia. La agonía de estar indefensa antesu tortura. —Vete al diablo.

—¡Déjala ir bastardo!— Mara gritó desde dentro de la lúgubre celda de la cárcel.

— Está bien, Mara.— Jenna forzó a sus ojos a abrirse, obligándose a estar conectadacon el aquí y ahora el suficiente tiempo como para advertirle a Mara. Ella tenía quepermanecer quieta, dejar de desafiar a Mark antes de que ella atrajera su atención.

— Tú te mantienes diciéndome eso como si esperaras que yo me lo crea.— Mara sesacudió en sus manos atadas.

— ¿Pero es todo correcto, no es así, Jenna?— Él preguntó lo suficientemente fuertepara transmitirlo. Mark frotó la entrepierna a lo largo de las nalgas de Jenna, golpeteandosu falda con la cuarta que él sujetó en su mano, un recordatorio de lo qué se esperaba. Élacarició con la nariz su pelo aparte y besó su oreja en una parodia vulgar de ternura. —Hemos jugado este juego antes. Te acuerdas de que esa noche, ¿Jenna? ¿Recuerdas cómotu marido te entregó a mí? Cómo de piernas para pagar sus deudas. Cómo bailaste parami látigo.

Los ojos de Mara se ampliaron con impacto y por un latido, ella dejó de luchar. Jennase encontró con su mirada, vio la comprensión penetrando, y sintió vergüenza hasta elfondo de su alma.

—Te dije que había razones, — ella susurró.

La cuarta bajó duro en su cadera. Lo suficiente duro como para morder a través delas capas de tela. Lo duro suficiente como para traer un grito estrangulado de su gargantamientras Mark se reía y empujaba su erección en contra de ella. A ella se le había olvidadocuánto dolía, cuánto él disfrutaba lastimar.

— No te dije que hablaras, —él gruñó, zurrándola otra vez.

Las lágrimas escaparon de sus ojos mientras se estremecía bajo el golpe, los soportesde su corsé absorbiendo la mayor parte de la fuerza.

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—Los McKinnely deben ser suaves. Has olvidado todas las reglas que te enseñé.

Oh Dios, Clint. Esto iba a matarle. A matarlos.

—El va a matarte por esto, lo sabes, — Mara dijo, haciendo eco a los pensamientos deJenna, su voz de manera poco natural calmada.

— Él te cazará, te estacará, y te desollará vivo. Y mientras grites por alivio, él cortarátotalmente tus bolas, las empujará abajo de tu garganta, y te dejará para que los buitres sealimenten.

Mark se rió como si ella no fuera una preocupación en el mundo.

— ¿Clint nunca va a saber de esto, verdad?— Él corrió la cuarta sobre la mejilla deJenna. Ella tenía que aceptar la caricia o apoyarse en la cara de Mark. Se estuvoperfectamente quieta. — Jenna no querrá que su precioso marido sepa que ella es sólo unapequeña sucia puta al que le gusta lo rudo.

—Se lo diré.

— No tú no lo harás, porque a ti te importa demasiado esta pequeña mujerzuela paraarriesgar su matrimonio.— Mark inclinó su cabeza hacia atrás. Desde la esquina de su ojo,Jenna podía ver la sonrisa de Mark. Su borde frío, siniestro envió un estremecimientoabajo de su columna vertebral.

— Tú no me conoces demasiado bien.— Mara echó hacia atrás la cabeza de nuevo.

— Te conozco lo suficiente bien para saber que si estuvieras dispuesta a mostrar aJenna al mundo como la mujerzuela que ella es, Tú podrías haber gritado asesino hastaponerte azul para esta hora.

—Dijiste que la matarías si lo hiciera.

— Eso es lo que hice, pero tú deberías haberte arriesgado a salvarte tu misma.

—No lo necesito.— Otra vez esa voz extrañamente calmada.

—¿Por qué?

— Cougar viene.— Ella lo dijo como si fuera un hecho.

— McKinnely está a millas de aquí.

— Alguien ha ido por él, y cuando venga, te hará pedazos.— Mara se movió en elbanco de madera que servía como cama y asiento.

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— Me habré ido mucho antes de que llegue.

— Correr no salvará a un gusano patético como tú.

Mark se tensó de esa manera que Jenna reconocía. Él volvió su atención en Mara. Ellanunca sobrevivía a cinco minutos de su atención.

—Mara, —ella graznó, —cállate.

Mark se alejó de Jenna. El frescor del aire en su espalda sudorosa no era cómodo. Nocuando significaba que Mara se estaba volviendo un blanco. Mark dio un paso a laizquierda. La cuarta azotando contra su bota.

— Terrible charla valiente para una mujer que saludará a su marido con mi semillagoteando de su coño.

— ¿Esto es lo mejor a lo que has llegado? ¿Violar?— Increíblemente, Mara sonrió.

Ella echó hacia atrás la cabeza otra vez de esa manera que hacía que las ventanas dela nariz de Mark ondearan. — Cougar me querrá sin importar nada. Mucho tiempodespués de que tu cadáver se haya descompuesto, él todavía me amará.

Mara lo decía en serio.

Ella tenía fe de que su marido estaba viniendo por ella y que él la querría pasara loque pasara. Jenna sólo podía envidiarle esa confianza.

— Eso sólo créelo si hay cualquier cosa que quede de ti para amar, — Mark contestóigual de serenamente.

— Resistiré hasta que él llegue.— La promesa fue a la deriva en el aire viciado,impertérrita por las amenazas de Mark.

En un borrón de movimiento, Mark llevó hacia abajo la cuarta en un corte cruel queatrapó a Jenna a través de los hombros. Ella cayó de rodillas y un grito se arrancó de sugarganta mientras ondas de agonía se clavaban en su espalda. Las cuerdas en su muñecadetuvieron su descenso, sacudiéndola con fuerza adelante contra los barrotes, embistiendosu mejilla contra el metal mientras las luces estallaban detrás de sus ojos. Con la punta dela cuarta, Mark arrastró la primera lágrima que se escapó del control de Jenna.

—¿Qué te hace pensar que te dejaré?— Él le preguntó a Mara conversacionalmente.

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Jenna abrió los ojos. Había lágrimas en los ojos de Mara, pero su expresión nocambió.

— Porque le prometí a Cougar que lo haría.— Ella se movió hacia atrás en el asiento,y su sonrisa rivalizó con la de Cougar en la frialdad fiera. —Y porque quiero observar aClint hacerte trizas, pulgada a pulgada.

— Voy a disfrutar de nuestro tiempo juntos, Mara McKinnely, —Mark dijo mientrasél cargaba a Jenna sobre sus pies.

Él la agarró por el bollito en la base de su cuello y torció su cara a la de él, —Y túconseguirás observar. Cada bello segundo.

Como el demonio. Mark la dejó ir. Jenna esperó a que él diera un paso, agarró losbarrotes para apoyarse, y entonces con cada onza de músculo que ella podía reunir, lopateó entre las piernas, dirigiendo la dura punta del pie de sus botas completamentenuevas en la blandura de su ingle.

Moliéndolo más profundo mientras él se dejaba caer, pateándolo otra vez mientras éltenía arcadas y se doblaba. Ella le dio dos patadas más antes de que de su mano golpeadacon la velocidad de una cascabel, agarrando su tobillo, jalándola bruscamente fuera de subalance.

—¡Jenna!— Mara lloró, el banco meciéndose mientras ella se tambaleó adelante.Jenna le negó con la cabeza a ella mientras caía, sabiendo que el aterrizaje iba a ser duro,mentalmente intentando prepararse, pero nada la pudo haber preparado para la retorcidaagonía de sus muñecas atadas tomando la fuerza repentina de su caída.

Mark no relajó su agarre aunque ella estaba abajo, parcialmente suspendida en losbarrotes. En lugar de eso él escaló su cuerpo, y se agarró mientras ella gemía, no relajandosu agarre mientras sus muñecas atadas tomaban su peso completo y parte del de él,arrastrando su camino arriba de su cuerpo una pulgada a la vez.

—Así es que tú fuiste y conseguiste algo de espíritu desde la última vez que te vi, —él gruñó mientras jalaba aun con su cara, su aliento fétido golpeándola como otro golpe. —Me gusta eso.

— Va a hacer de nuestro siguiente pequeño juego un montón de diversión.— Élprendió sus piernas con la de él y apoyó los brazos en los barrotes al lado de su cabeza.

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Si ella hubiera tenido la saliva para hacerlo, ella habría escupido en su cara, pero suboca estaba completamente seca por el miedo estremeciéndola de pies a cabeza. Markhabía sido horrendo antes, pero esta sería la conclusión, ella no podía perderse la locura ensus ojos gris claro. Ella sólo podría ofrecer una oración de acción de gracias por que él sehabía olvidado de Mara.

Con un gruñido él se tambaleó la agarro por el frente de su vestido y la arrastroarriba. Los botones se abrieron de pronto y las costuras se desgarraron mientras él luchabaalrededor hasta que ella estaba otra vez doblada de la cintura, de cara a los barrotes, susnalgas mostrándose.

Sus manos sobre sus faldas fueron eficientes mientras él las recogía, dejando caer elpesado peso en la mitad de su espalda mientras él se inclinaba y susurraba en su oreja, —Si gritas una vez, romperé el cuello de la pequeña perra.

Él miró a Mara mientras colocaba la cuarta contra el cuello de Jenna. El cuero era tanfrío y tan plano como su voz mientras lo decía, — Si haces un sonido, la estrangularé.

Mara encontró la mirada de Jenna, mordió su labio, y asintió.

— Me alegro de que nos entendamos.

La cuarta dejó su garganta. Ella sintió las manos de Mark en sus caderas. El suaverasgón del algodón al ser desgarrado rompió el silencio y sus pantaletas cayeron para elpiso. Y entonces estuvo sólo su aliento jadeante y el ligero rechinar de sus dientes antes deque la cuarta silbara el aire. La fuerza del golpe la envió adelante en los barrotes. Su menteregistró el filo del chasquido antes de que su muslo estallara en agonía. Ella atrapó el gritoen su garganta, conteniéndolo, mordiendo su mejilla hasta que la sangre fluyo paramantener la agonía contenida.

El dolor se dilató y se levantó, expandiéndose a través de su cuerpo. Antes de decaer,Mark se inclinó sobre ella, su aliento caliente en su oreja, — Oh, eso fue muy bueno.Ponme duro. Veamos si podemos subir la apuesta inicial. Tú duras hasta que me venga ydejaré ir la pequeña perra.— Él besó su mejilla. — ¿Entiendes?

Jenna apretó sus dientes tan duro que pensó que se rajarían. No sabía si Marktodavía podía venirse después de la manera en la que ella lo había pateado. No sabía si élrealmente dejaría ir a Mara si él pudiera. Él estaba demente. Cualquier cosa era posible,

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pero valía un intento. Y su mejor opción era todavía para comprar el tiempo, así es queella asintió.

Él acarició su mejilla mojada en lágrimas con la cuarta. El cuero estaba caliente yhúmedo contra de su carne. ¿La había herido?

—Buena chica, — él murmuró otra vez como si fueran amantes en una cita. Ellasintió los músculos en su pecho estrecharse mientras él alzaba la cuarta. Ella inhaló de untirón mientras los sentía tensarse y su peso bajó.

El golpe para el que se preparó nunca llegó. En lugar de eso, Mark se sacudió confuerza, arrojó hacia atrás la cabeza, y maldijo. Ella levantó la mirada. Mara estaba al otrolado de los barrotes, pareciendo una amazona, una mano agarraba con fuerza el pelo deMark mientras ella apuñalaba su espalda con el cuchillo, su labios jalados atrás de susdientes en un gruñido fiero, igualmente fieros gruñidos llegando de entre sus labios.

Las chispas volaron mientras la hoja le daba a los barrotes. Por encima de Jenna,Mark se retorcía. Ella trató de arrojarlo fuera pero sus piernas se doblaron. Ella cayó,llevándole con ella, pero no lo suficientemente pronto. Mientras ella se retorcía vio el puñocomo jamón de Mark conectarse con la mandíbula de Mara y la diminuta mujer se fuevolando a través del piso sucio, aterrizando en un soplo de polvo. Ella no se levantó.

La pequeña pizca de esperanza que Jenna había estado sosteniendo la dejó, junto coneso entró en razón. Arqueando su cabeza hacia atrás gritó alto y largo, llorando por Clint,por su hija, por lo que podría haber sido si su vida no hubiera sido manchada por lascreencias de su padre, la debilidad de su marido, y la locura de Mark. Ella gritó, lo arañó,y mordió cuando Mark trató de levantarla.

Ella se mantuvo gritando cuando la corriente de aire frío acrecentó la agonía en susnalgas. Gritó más fuerte cuando el peso pesado de Mark repentinamente dejó su espalda yun aporreamiento extraño y gemido empezó.

Ella dejó de gritar cuando las palabras que se mezclaban con el extrañoapachurramiento alcanzaron su conciencia.

—¡Tú pedazo de mierda sin valor!— Ella abrió los ojos. El reverendo Swanson hizollegar a Mark contra la pared. Él lo sujetaba allí con nada más que la velocidad y la fuerzade los golpes que le daba a la mitad de su cuerpo, aparentemente desatento a la sangre y elvómito que Mark tosía por todo él.

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Con un último puñetazo que Jenna completamente esperó ver salir fuera de sucolumna vertebral, Brad dejó caer a Mark. Él se volteó. Allí no había nada civilizado sobresu cara. Sus labios estaban blancos de furia y sus ojos ardían con los fuegos del infierno. Siél fuera uno de los ángeles de Dios, él era un arcángel. Uno con una sed por la justicia. Élcogió la cuarta del piso.

Mark sostuvo en alto su mano. La suciedad y la sangre cubrían la superficie. —Porfavor, — él gimió mientras la sangre se deslizaba abajo de su cara. —No más.

Con dos cuchilladas crueles, Brad abrió las mejillas del hombre.

Mark gritó y sollozó, haciéndose bola sobre su costado, sus manos ensangrentadascubriéndole la cara. Jenna cerró los ojos, incapaz para observar más. Ella oyó a la cuartasisear, ese peculiar sonido de abofeteamiento hecho mientras aterrizaba, el gemidolastimero de Mark.

—Reverendo, —ella susurró, — suficiente.

Ella sintió el cambio en la habitación. La tranquilidad accediendo al reverendoSwanson, el control filtrándose de vuelta dentro de su respiración. Algo restalló y luegocayó al piso al lado de ella. Ella abrió los ojos y vio la cuarta a pedazos.

El más débil de los toques sobre su piel y luego su vestido fueron cuidadosamentebajados sobre sus piernas. Simplemente el roce de la tela era agonía y ella sollozó.

—Lo siento.

— Mara, — ella logró croar a través de su garganta desgarrada de gritar. — Él golpeóa Mara.

El dolor en su cabeza floreció otra vez y ella tuvo que cerrar los ojos contra las puntasde alfiler de la luz apuñalándola.

Ella rastreó los movimientos del reverendo a través del sonido, oyendo el traqueteode la puerta mientras él la probaba, el tintineo de llaves mientras las quitaba del gancho, elsonido metálico mientras el cerrojo cedía, y principalmente su " bastardo " suave mientrasalcanzaba a Mara.

La puerta rechinó otra vez y luego ella estaba rodeada por el olor del perfume delaurel y la sensación de poder. Ella abrió los ojos. El reverendo se acuclilló ante ella,tratando de alcanzar su bota.

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Ella se lamió los labios secos. —¿Mara?

— Creo que ella está simplemente noqueada.— Él tocó su frente, dónde latía. Susdedos se separaron rojos.

—¿Sangrando?

Su sonrisa era una sombra débil de su sonrisa normal. —Simplemente una pequeñacortadura.

Él se limpió las mano en sus pantalones. Metal raspó sobre cuero. Ella captó undestello de acero y luego sus brazos estuvieron libres. Ella cayó en los brazos delreverendo, apoyándose en su fuerza porque no había ninguna de la suya que quedara.

Ella miró en la pulpa sanguinolenta que era Mark. Se suponía que los reverendos sonpacíficos, lo cual sólo podría significar una cosa. —¿No eres un reverendo?

— Sí, soy un reverendo.— Él miró a Mark. — Sólo un poco más del antiguotestamento que la mayoría.— Él desvió su agarre. Su brazo rozó el verdugón en suespalda, ella gimió, luego disminuyó el sonido, y preguntó lo único que ella necesitabasaber más que cualquier cosa.

—¿Brianna?

—Ella está a salvo en la rectoría.

Quiso preguntar por qué ella no estaba con Clint pero todo lo que llego fue un roto,—¿Clint?

— Él está viniendo, Jenna.— El reverendo la alivió a su lado en el piso. — Elijah fuepor él.

Ella gimió otra vez, esta vez incapaz de ocultarlo. Estaba terminado entonces. Clintvendría, encontraría lo que había ocurrido —y lo que le sucedió a ella antes — y esopodría terminar con todo. Los toques gentiles, los suaves bromear, los brazosreconfortantes. Todo ido. Lágrimas se escurrieron de su mejilla para aplastarse en el polvofrío.

— ¿Estás completamente bien?

Jenna se quedó con la mirada fija atravesando del sucio piso a Mara, yaciendoinconsciente. Ella pensó en su recién nacida, en lo qué pudo haber ocurrido. En lo queocurrió.

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Ella negó con la cabeza. Ella no sabía si ella alguna vez llegaría a estarcompletamente bien otra vez.

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Capítulo 24

—Hija de puta, apenas puedas salir de esa cama te voy a poner morada.

—Okey

Jenna se hundió más en la almohada bajo su mejilla, relajándose en su suavidad talcomo se relajaba en la gentileza de las caricias de Clint mientras le extendía ungüentosobre los cardenales de la espalda.

—Okey. ¿Eso es todo lo que vas a decir? –Clint le acomodó las sabanas sobre laespalda. Se le pegaron al ungüento, dejando fuera la quemazón que le producía el aire –¿Tu vas y estas malditamente cerca de que las maten a ti y a Mara y lo único que dices es“okey”?

—¿Preferirías “por favor”?

Un jalón al pie del colchón la empujó. El frio aire del cuarto se le coló entre laspiernas y la sabana.

—Lo que preferiría, maldita sea, es que mi esposa me avisara cuando hay unproblema –sus dientes se apretaron en la última palabra mientras la sabana se leencharcaba en la base de la espalda.

—No sabía que el alcalde había asignado como segundo a Mark en ausencia delSheriff.

—Jesucristo Sunshine…— el gruñido escapó de su acento. Sus dedos temblaban alrozar el borde de su cadera derecha.

—Estoy segura de que se ve peor de lo que es –le aseguró ella, tratando de noestremecerse incluso con ese ligero toque.

—Cállate y quédate quieta.

Ella lo hizo, no gustándole la nueva nota que tenía el acento en su voz. Era duro,esquivo e imperdonable. El había estado fluctuando entre los dos extremos desde que lashabía recogido a ella y a Bri en la rectoría. El había hablado con el reverendo Swanson,luego la había recogido y llevado en la calesa que había alquilado, recostándola en uncolchón en la parte trasera sin dirigirle la palabra mientras acostaba a Bri a su lado.

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Mientras se alejaban, vio a Cougar cargando a Mara en sus brazos. Ella se veía tanpequeña e indefensa en contraste con Cougar, tan fiero y primitivamente furioso.

El pequeño grupo que se había formado afuera de la rectoría cuando se había corridola voz de que las mujeres McKinnely habían sido abusadas se dispersó cuando Clint yCougar azuzaron los caballos. La mirada que ambos hombres intercambiaron la habíaasustado hasta la medula. Ambos hombres estaban bajo control por apenas un pelo. Seveían capaces de cualquier cosa.

Una ardiente punzada de agonía se disparó desde sus nalgas en donde el suavealgodón se apoyaba sobre los moretones. Mordió la almohada y estrujo las sabanas con losdedos sofocando un quejido en la garganta.

Otro brusco “hija de puta” quebró el silencio. Jenna reprimió un sollozo. La seda delpelo de Clint acarició sus nalgas precediendo a la suavidad de sus labios.

—Anda y grita todo lo que quieras dulzura –otra fila de igualmente suaves besosfueron depositados en la curva de su trasero y hacia arriba, por el hueco de su espaldamientras Clint le aplicaba la compresa –se que duele nena, así que grita. Haz lo que tengasque hacer pero déjame que te haga sentir mejor.

La gentileza de su toque quebró el dique en donde había estado conteniendo susemociones. Su “perdón” fue un charco de lagrimas. El colchón se ladeo cuando Clintacomodó su gran cuerpo al lado suyo.

—Ah mierda, nena, no tienes nada por lo cual pedir perdón.

—Creí que se había terminado cuando Jack murió.

El se apoyo en el codo a su lado. El cabello le cayó como una cortina, limitándole lavisión a la extensión de su pecho y los poderosos músculos de sus brazos. Si ella levantabala mirada apenas un poco podría ver su hermosa cara. Mantuvo la mirada fija en el pulsoacelerado que latía en su cuello.

—¿Te violó Sunshine? –sus dedos resbalaron entre la almohada y su cara,presionando suavemente.

—¿Por qué lo preguntas? –se le congeló el aliento en los pulmones.

—Brad dijo que te encontró atada y desnuda –el pulgar alcanzó su boca –es unasuposición natural.

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El no la había violado hoy, pero la había violado antes, y los recuerdos que habíaenterrado por tanto tiempo estaban abriéndose camino fuera de la tumba en donde ella loshabía confinado, gritando y aullando para ser reconocidos.

—¿Clint?

—¿Qué?

—Se que estas enojado pero por favor, por favor…

—Te daré lo que necesites Sunshine. Solo dime lo que pasó –él le tocó la barbillaforzándola a mirarlo a los ojos, a ver la furia en su cara, la furia primitiva mezclándose conla preocupación.

—Por favor solo abrázame como si nada mas importara. Solo por unos minutos.

Quería lo que nunca había podido tener, pero al menos por ahora estaba lista parasimular que lo tenía.

—¡Hijo de puta!

El la alzó y se deslizó debajo, sofocando sus gemidos de dolor en su cuello, sindetenerse hasta que ella estuvo sobre su enorme y cálido cuerpo. Su brazo rodeando sucintura y sosteniéndola firmemente en el lugar, su otra mano acunando su cabeza en elpecho mientras la cubría de besos.

—No importa Sunshine, no importa para nada.

—Tiene que importar –bajo su mejilla ella podía sentir la tensión que vibraba a travésde sus músculos, sentir el latido de su corazón que se apuraba para seguirle el paso a susemociones.

—¿Por qué?

—A los hombres les importa eso.

Su pulgar le levanto la barbilla y su boca encontró la suya en un beso que definía laternura.

—Me importa que no fui capaz de protegerte –le susurró contra sus labios,moviéndolos con cada silaba –me importa que fuiste herida. Me importa que guardessecretos que ponen en peligro tu vida. Pero Sunshine, nada que nadie te haga puedecambiar lo que siento por ti.

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—¿Y cómo es eso?

—Eres dulce y especial y eres mía.

Que no era lo mismo que decir que la amaba.

—Mark no pensaba que yo fuera dulce.

—Escuche que le pateaste las bolas.

—Tuve que hacerlo. Mara no iba a parar de desafiarlo.

—Jenna, nena no estoy quejándome.

No, el no lo haría. Le quitó el pelo de la cara.

—Mara dijo que dejaste de luchar.

¿Había desilusión en su voz?

—Tuve que hacerlo.

No podía decirle. No podía. Era demasiado sórdido.

—Sé que es un pervertido hijo de puta pero tú me vas a decir exactamente por lo quete hizo pasar.

—¿Por qué?

—Porque él no te va a causar mas pesadillas.

Ay Dios lo sabía. El sabía. Se estremeció.

El se movió y maldijo —Quiero abrazarte tan fuerte Sunshine pero hay tan poco de tipara abrazar ahora.

—Esto está bien –ella llevó la boca a su cuello y lo besó.

—Entonces dime lo que quiero saber –le acomodó el pelo detrás de la oreja.

—El dijo que si no gritaba lo que le llevara a él correrse, él la dejaría ir.

—¿Mientras él te lastimaba con el látigo? –la calma de su tono era más espeluznanteque su furia.

—Si. Sé que no era probable porque él está loco pero había una posibilidad…

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—¿El te ha hecho esto antes? –sus dedos se movieron hacia el costado de sus pechos,donde estaban las viejas cicatrices.

No logró que el “si” le atravesara la garganta, así que se limitó a asentir.

—¿Y tu marido lo permitía?

—Ellos tenían un acuerdo.

—¿Te vendió?

—Tenía deudas. Era su derecho.

—¡Y un cuerno!

—Tenían otras creencias.

Y ella las había seguido porque no había conocido nada mejor. Jenna le toco el pecho,acariciando los firmes músculos, tratando de calmarlo. En vano.

—Tendría que haberte alejado de él cuando te vi por primera vez.

—Yo era su esposa.

—Tú eras mía.

—Lo sé –ignorando el dolor en la espalda se arqueó para besarle la barbilla.

—Quédate quieta, no dejaré de abrazarte –la volvió a acomodar. Era una amenazasin fundamento teniendo en cuenta que sus enormes manos recorrían todo su cuerpo,tocándola todo lo que podía como si se estuviera asegurando a si mismo que ella estabarealmente ahí. Como si no pudiera tener suficiente de ella. Despacio, porque él sepreocupaba, apoyó nuevamente la mejilla en su pecho.

—¿Entonces que sucedió cuando dijiste que no? –sus manos fueron a los músculosque se anudaban en su espalda, masajeando suavemente para aliviar la tensión.

—¿Qué te hace pensar que dije no? –la pregunta era más un graznido que unadeclaración. El tenía manos maravillosas. Clint la besaba en el pelo y le hacía cosquillas enel cuero cabelludo.

—Te conozco Sunshine –fue el más suave de los susurros pero llevaba toda laconfianza. Mientras escuchaba los latidos de su corazón y sentía la determinacióncuidadosamente agazapada en su suavidad, se dio cuenta de que él realmente la conocía.

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Sabía todo sobre ella y no le importaba. La quería de todas maneras. Empezó a llorar denuevo. Gruesas lágrimas de alivio.

—Las lagrimas no van a influenciarme Jenna. Quiero saberlo todo.

—Lo sé— gimoteó— la segunda y tercera lagrima fueron aún más gruesas que laprimera –No me odias –le susurró.

—Ah, diablos ¿Por eso estas llorando?— la apretó cuidadosamente –Sunshine, nuncapodría odiarte.

—No crees que sea débil.

—Eres la persona más fuerte que conozco.

—No quieres que sea más dura.

—Nena te quiero feliz y segura en mi casa, amándome a mí y a nuestros hijos –siguiócontestando a sus frases como si fueran preguntas.

—Realmente te preocupas por mí

—Si

—Y realmente no te importa.

—No

—Te amo –le echo los brazos al cuello, gimiendo y llorando al mismo tiempomientras el dolor y la alegría la atravesaban. El la sostuvo mientras lloraba para que notuviera que hacerlo ella, hasta que finalmente entendió.

—¿Esas son lagrimas de felicidad no?

—Muy felices –asintió ella y enjugó la piscina que se estaba formando en la base desu garganta. Su suspiro le quitó el pelo de la cara.

—Sunshine, nunca voy a entenderte.

—Pero eso esta bien.

—Si –con una punta de la sabana le enjugó la cara –Pero aún quiero saber.

Ella inspiró profundamente y le entregó su confianza.

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—Me encerraron en un granero lleno de ratas hasta que accedí a hacer lo que querían–se estremeció –Las ratas estaban por todas partes, en mi cara, mis piernas, bajo mi falda.Creí que me volvería loca.

—En cambio hiciste lo que era necesario para sobrevivir –Clint lo dijo en ese tono debarítono que era calmante.

—Entonces Mark me violó –ella bajó la cabeza.

—Y morirá por ello –era una declaración de hechos, tan calma que la hizo alzar lacabeza.

—No puedes matarlo.

—Puedo hacer lo que quiera –la miró con una ceja arqueada.

—Pero eso sería asesinato y nosotros…yo te necesito.

—Un hombre no deja que un animal como ese ande suelto por el mundo.

—Deja que la ley se ocupe.

—El te tocó –le acunó la mejilla con su palma. Sus dedos tocaron el cardenal en sufrente mientras sus pulgares le acariciaban los labios –Te lastimó. No hay manera de queconozca otro amanecer.

Sus ojos eran los fríos y letales ojos de un extraño. No tenía ninguna duda de queMark no lograría llegar hasta el juicio si era por Clint.

—¿Cougar piensa igual que tu?

—Si

—¿Hablaste con él?

—No.

—¿Entonces cómo lo sabes?

—El hombre le puso las manos encima a su esposa. No necesito saber más que eso.

—Ay Dios, vas a hacer que te maten.

—Simplemente voy a terminar con la agonía de un animal rabioso –su beso era frío,para nada reconfortante porque su mente estaba concentrada en la venganza.

—Vas a tener que cazarlo primero –interrumpió Gray desde la puerta.

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Jenna chilló, sabiendo que estaba descubierta a la vista de Gray. Clint tiró de loscobertores para cubrirla, acomodándolos cuidadosamente sobre sus heridas mientras él sedeslizaba de debajo de ella.

—¿Tienes alguna razón para entrar así ladrando hijo?

—Pensé que estarías cuidándola, no haciendo…otras cosas.

—La estaba cuidando.

Jenna miró a hurtadillas por debajo de sus pestañas. Gray la estaba mirando, con unaexpresión melancólica en la cara.

—Mark se escapó de la cárcel.

—¿Cómo? –preguntó Clint, buscando su pistolera.

—Alguien lo dejo salir.

—¿Cuándo?

—Hace un par de horas.

—¿Quién trajo la noticia?

—Jackson.

—¿Lo sabe Cougar?

—Le dijo a Jackson que te encontraría en el río.

—¿Jackson todavía está abajo?

—Sí. Me dijo que te dijera que el reverendo se está quedando con Mara y se quedarácon Jenna también.

—Bien.

Jenna lo agarró de los bolsillos del pantalón.

—No lo hagas.

El se abrochó la pistolera a la cadera. Su mano fue gentil en su muñeca mientras lequitaba la mano. Le acomodó el pelo en la cara, su expresión solemne.

—Puedes pedirme cualquier cosa Sunshine, excepto que Mark viva.

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—Ella se mordió el labio para reprimir la protesta que brincaba por salir. Este era suesposo. Ella lo conocía de la misma manera que él la conocía a ella. Era imposible para éldejar libre a Mark para que hiciera daño a otra mujer. Ella se tragó el egoísmo y el miedo.Dar la aprobación fue lo más difícil que había tenido que hacer.

Una pequeña sonrisa asomó desde las gélidas profundidades de los oscuros ojos deClint.

Gray quebró el silencio desde la puerta.

—Voy contigo.

—No— Clint se agachó a recoger su sombrero negro de la silla, con el pelo cayéndoleal frente.

—El solía pegarle a mi madre también. Muchas veces, muchos golpes –Gray miró aJenna y ella quiso llorar por esos ojos tan viejos en una cara tan joven.

Clint se acomodó el Stetson en la cabeza:— él no volverá a golpear a ninguna mujer.

Gray asintió con la determinación de una persona mucho mayor:—Eso es cierto.

—Clint se va a encargar de ello –susurró Jenna, asustada por la fría determinación enla cara del chico.

—Es mi deuda.

—Yo te necesito aquí –ella señaló a su lado. Oh Dios, Clint tenía que hacer algo alrespecto.

—No he sido un niño desde hace muchos años –sus ojos se suavizaron con pena –debes dejar de pensar en mi como si lo fuera.

—Clint.

El era su hijo. El hermano de Brianna. A pesar de lo que él había dicho, todavía eraun niño.

—Tranquila Jenna –dijo Clint –yo manejo esto.

En dos zancadas estaba al lado del chico.

–Tu eres mi hijo ahora Gray. Eso hace que tus deudas sean las mías y te prometo queantes de morir, el hijo de puta va a saber exactamente quien lo está matando y por qué.

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—Si.

—Dile que no puede ir Clint –Jenna no pensó ni por un segundo que el aceptaría queClint lo vengara.

Clint miró al chico. En ese momento se veían tan parecidos, ambos con las carasrígidas de furia, los ojos llameando por venganza mientras se medían el uno al otro. Y ellasabía. Sabía antes de que saliera una sola palabra de sus bocas que la decisión ya habíasido tomada.

—No.

Gray se adelantó y tocó el cardenal en su cabeza. Ella sintió su dolor y sudeterminación en la breve conexión.

—Si los Dioses lo permiten, volveré y estaré orgulloso de ser tu hijo.

—¿Y si va mal?

—Entonces moriré como un hombre del que estarás orgullosa— su mano cayó a uncostado y retrocedió. Se dirigió hacia la puerta.

—Esto no es necesario –no podía perderlo.

—Lo es –el no dudó ni se acobardó. Clint acompañó al chico afuera antes de volvercon ella. El llenaba el marco de la puerta de la misma manera en que llenaba su corazónhasta el tope, un hombre grande y poderoso que siempre actuaba bien.

—Se que no estás de acuerdo Jenna, pero Gray tiene razón. No es un niño y tiene unacarga de odio que necesita soltar. Si lo dejara aquí, simplemente se las ingeniaría parahacerlo solo.

—No lo sabes – las sabanas se tensaron dolorosamente entre sus dedos mientras ellalas estrujaba.

—Sí, lo sé.

—¿Cómo?

—Porque eso es lo que yo haría.

La realidad cayó traspasando sus miedos y sus negaciones. Si sus lugares seintercambiaran, el lo haría. Lo que significaba que Gray lo haría y si Gray tenía que pasarpor todo aquello, sería mejor que lo hiciera con Clint a su lado.

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—¿Lo cuidarás?

—Si.

—Ella lo tomó de la mano y, usando su fuerza se incorporó. El brazo de Clintalrededor de su cintura la ayudó en los últimos y dolorosos pasos para enderezarse.

—Y cuídate. Prométeme que te cuidarás, sin importar lo que pase. Prométeme quevolverás a mi –enterró los dedos en sus antebrazos –sin importar lo que pase.

—Me cuidaré –la besó despacio –dulce y ardiente— su lengua frotándose con la suyaen un ritmo lento. Como si tuvieran todo el día y el no estuviera a punto de salir a caballocon su hijo para cazar a un loco. Le retiró un mechón de pelo de la cara –sin importar loque pase.

El cambió su peso, indicándole que se marchaba. A pesar de su resolución de servaliente sus manos se aferraron a las suyas mientras él se paraba. Ella se estaba aferrandoa él cuando en realidad necesitaba que ella fuera fuerte.

—Lo lamento.

—Si me estás diciendo que el preocuparte te hace una mala esposa te pegaré –seinclinó y le besó el reverso de las manos.

La risa la tomó por sorpresa:—Tú siempre estás amenazándome con eso

—Y uno de estos días lo haré también –le arqueó una ceja.

Ella le toco el reverso de la mano, recorriendo con los dedos una vieja cicatriz, antesde elevar la mirada hacia él

—Pero no hoy.

—No –su mirada se suavizó con sentimiento mientras la miraba, estudiando susrasgos como si los estuviera memorizando por última vez –no hoy, Sunshine.

Un último beso en su mano y se encaminó a la puerta. Ella contuvo las palabras quequería decir, la petición que quería hacer hasta que él alcanzó la puerta. En el instante enque su mano tocó el pomo, ella aflojó su control y algo se escapó de su celosa guarda.

—¿Clint?

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Ella sabía, por la posición de sus hombros que él estaba listo para eludir sus lagrimas.Por debajo de su brazo podía ver a Gray esperando, rifle en mano con una expresiónsolemne.

—Recuerda que te amo.

—Eso no es algo que un hombre pueda olvidar.

Jenna esperó hasta que escuchó a los caballos abandonar el prado y luego deslizó laspiernas por el costado de la cama. Había un demonio ahí afuera. La había perseguido ensus pesadillas y casi había arruinado su futuro. Ella no iba a dejar que su hijo y su esposolo enfrentaran solos.

No podía creer lo que estaba viendo. Solo para estar segura, se arrastró más cerca delborde de la saliente de roca, entrecerrando los ojos en la penumbra para encontrar elborde.

Debajo de ella, en el medio de un gran campamento había siete hombres. A cuatro deellos los reconoció. Clint, Asa, Cougar y Mark. Tres eran extraños pero por sudesharrapada apariencia tenía que asumir que eran conocidos de Mark.

Mark mismo estaba inclinado con la cara contra un árbol, las manos por sobre sucabeza, sus dedos enterrados en la corteza. Cougar estaba parado a su lado. Por el reflejoque parpadeaba de algo en su mano, Jenna asumió que él lo estaba manteniendo allí conese infame puñal suyo contra el cuello. La cara de Cougar se veía dura como la piedra.Apenas un paso a su izquierda estaba Asa, con un rifle en las manos y la expresión de sucara impasible mientras apuntaba el cañón del arma hacia los tres hombres que ella noconocía, su suave sonrisa dando la impresión de que todo lo que necesitaba para pasarlabien era alguien que se moviera nerviosamente en la mira de alguna de las armas queestaban tiradas a los pies de los hombres.

Y Clint. Su Clint, el hombre más gentil que había conocido, estaba azotandometódicamente a Mark con un látigo, con una fría expresión en la cara mientras le dabacon el látigo en los hombros, dejando una herida sanguinolenta que le atravesaba

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diagonalmente la espalda. Por lo que ella había visto en el espejo, era casi un duplicado dela herida que Mark le había hecho a ella, lo cual explicaba la sonrisa satisfecha en los labiosde Clint. El sonido del cuero chocando con la carne alcanzaba a sus oídos un segundoantes que el agonizante graznido de Mark.

Al lado de ella, Danny gruñía.

—Silencio –le susurró. Su estomago se contraía a la vista de los sonidos de la paliza.Ella sabía que su esposo era un hombre peligroso, sabía que él podía ser muy decidido ensu deseo de venganza pero la perturbaba presenciar la realidad. De la determinación en lacara de Clint no parecía que fuera a detenerse hasta que el hombre estuviera muerto.Matar un hombre de esa manera dejaría una marca, no importaba lo mucho que lomereciera. Clint tenía demasiadas cicatrices. No quería que él tuviera ni una más debido aella.

—Quédate – le dijo a Danny, sin confiar en que se quedaría tranquilo en medio de laviolencia. El lloriqueó, su atención fija en la escena que se desarrollaba abajo pero seacostó. Ella investigó la escena de nuevo. ¿Dónde estaba Gray? Sinceramente esperaba queClint lo hubiera dejado en algún lugar donde no pudiera ver esto. Era demasiado jovenpara estas cosas.

Gateo alejándose de la saliente. El látigo cayo de vuelta y otro chillido llenó la noche.Reformuló su pensamiento: nadie era lo bastante maduro como para esa venganza asangre fría. Tenía que ponerle un fin a aquello. Por el bien de Clint y el suyo propio. Nopodría vivir con un hombre muerto a latigazos en su nombre.

Con el cuerpo adolorido y su pierna protestando, se las ingenió para bajar por lapequeña colina con los sonidos de la paliza como rítmico acompañamiento a susirregulares pisadas. Se tropezó varias veces debido a que la caída de la noche anulaba suposibilidad de ver el desigual terreno. Logró llegar al borde del claro, lo suficientementecerca como para oler el sudor y la sangre cuando una mano se cerró como cepo sobre suboca, arrastrándola por la espalda en un maloliente abrazo.

—Ni siquiera respires –le ordenó el hombre que la sostenía. El duro golpe del metalcontra su sien la hizo ver las estrellas. La rodilla en su muslo la hizo apresurarse.

—Camina.

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Ella lo hizo, con la culpa y el fracaso hundiéndola con debilitante rapidez. El hombreno hizo ningún esfuerzo para enmascarar su acercamiento. Mientras la empujaba dentrodel circulo de luz del campamento, levantó la mirada para ver tres cañones apuntándole ytres ceños con igual desaprobación.

—Maldición, Jenna – refunfuñó Clint mientras Asa y Cougar murmuraban cosas queella no alcanzaba a oír.

—Bajen las armas o le haré un agujero en su preciosa cabecita –ordenó el hombredetrás de ella, la victoria en su voz tan ofensiva como su aliento.

Ella captó la mirada de Clint. “no lo hagas” le susurró cuando bajó el cañón de surevólver.

—No tengo opción Sunshine –el arma cayó a sus pies. Similares sonidospuntualizaron la aquiescencia de Asa y Cougar a la orden.

Ella cerró los ojos mientras el hombre detrás de ella la empujaba hacia adelante.Había creído que era seguro. Solo quería parar la paliza, no dejarlos a todos indefensos.

—Buen trabajo Simón – resopló Mark. Ella abrió los ojos para verlo cojear hacia ella,apuntando con el arma hacia Cougar y Clint mientras se encogía al ponerse la chaquetasobre un ensangrentado hombro:—¿ustedes chicos, tienen a esos tres cubiertos?

—No van a ningún lado.

—Bien –Mark la alcanzó, se puso el pesado abrigo sobre el otro hombro y siseó entredientes cuando el material hizo contacto con su lacerada piel.

—Aten a esos tres –ordenó al hombre que estaba al lado de ella.

Una rápida mirada hacia él le reveló que estaba mugriento, panzón y en generalsencillamente feo, con lacio cabello castaño y la cara marcada por la viruela. Se estremeciócuando Mark la acercó hacia él. La pierna le falló y su caída los tomó por sorpresa aambos, liberándola de su agarre.

—¡Maldición Sunshine, te voy a golpear! –maldijo Clint al tocar ella el suelo y estavez sonaba como si realmente fuera a cumplir su promesa.

—Vas a tener que ponerte en la fila –gruñó Mark con la voz sonando distorsionadarespecto de la suya normal.

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Jenna entrecerró el ojo derecho. A través de las pestañas vio su cara. No era una bellavista. Su boca y mejillas estaban hinchadas en forma grotesca. Su nariz enrojecida ocupabamedia cara. No sabía cómo había logrado hablar, no digamos amenazar.

—Eres un hombre muy feo –le susurró con el primer aliento que pudo tomar cuandoel dolor remitió.

—Y tú eres una mujer muy estúpida.

—Que va a tener el trasero muy zurrado apenas la lleve a casa –gruñó Clint desde elotro lado.

Mark la codeó con el pie, cuando ella había esperado que la patease:—Levántate.

Espera por alguna debilidad. Nunca sabes cuándo se te va a presentar algunaventaja. Como si estuviera a su lado, Jenna podía escuchar las instrucciones de Cougar. Enese tiempo había parecido inconcebible que ella tuviera alguna vez una ventaja pero soloservía para mostrar lo poco que sabia ella sobre cómo funcionaban las cosas. Mark estabaclaramente herido en las costillas porque se movía lentamente y se mantenía arqueado. Ella pinchó de nuevo.

—Levántate perra.

Ella se quedo donde estaba. Una bala pegó en el suelo al lado de su mejilla,rociándole con suciedad los ojos. Provino desde encima de su cabeza, haciéndole zumbarlos oídos.

—Haz lo que él te dice Sunshine –le ordenó Clint con calma, mientras ellaparpadeaba y se quitaba la suciedad de los ojos.

—Eso intento –le contestó ella, imitando su calma lo mejor que pudo, gimiendomientras cada músculo de su cuerpo protestaba contra el movimiento.

—Si te hubieras quedado en casa, donde perteneces – le propuso Clint, muy relajado,como si no estuvieran todos a segundos de morir –no estarías en peor forma de la queestabas cuando viniste aquí.

—Dios dame paciencia, me he casado con un hombre “te—Lo—Dije” –mascullóJenna mientras rodaba sobre su costado. El cuchillo que atesoraba en su vaina se clavó ensu cadera

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—Un hombre “pronto—A—Morir”—La corrigió Mark con demasiada satisfacciónpara su tranquilidad mental.

—¡No!

Mark se rió de su protesta y la pateó en el costado:—Levántate.

Entre su espalda, sus costillas y la nueva herida de la patada levantarse era mas fácildecirlo que hacerlo.

—Haz lo que te dice Jenna –le dijo Clint nuevamente.

Se sacudió sobre su costado. El dolor se desparramó por su espalda haciéndolagemir.

—Suave y despacio Jenna – la amonestó Clint cuando hizo acopio de fuerzas –tomatetu tiempo.

Ella lo hizo tal como Clint le ordenó, estirando el proceso todo lo posible. Solo sehabía puesto de rodillas cuando Mark perdió la paciencia.

—Chico, ven aquí y levántala.

¿Chico? Oh Dios, no, no Gray. Giró la cabeza deseando saber maldecir mejormientras Gray se le acercaba, salvo que no se veía como el Gray que ella había conocido.Sus hombros estaban encorvados, su mirada baja y sus pasos vacilantes.

—¿Qué le has hecho? –se apoyó en las manos y rodillas.

—Fox y yo somos viejos amigos.

El pelo, liberado de su rodete cuando había caído le cubrió la cara, obstruyéndole lavisión:— te mataré si le haces daño.

—Jenna, cállate.

Ella ignoró la orden de Clint. Nunca mas se iba a callar:—¡Aléjate Gray!

—Ven aquí Fox –Mark lo conminó a ir a su lado. El fue.

—Oh Gray –suspiró ella, lo último de su esperanza perdida.

De ninguna manera el chico acusó recibo de su presencia, manteniendo su caraoculta a su mirada mientras la jalaba hacia arriba. Y mientras Clint maldecía y ella gemíaGray ni siquiera parpadeó.

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—Mírame Gray –el levantó la cabeza. Ella lo alcanzó cuando él la soltaba del brazo.

Mark lo abofeteó en la cara. Ella pudo tener una rápida vista del susto de Gray antesde que el cayera pesadamente.

—Puedes hacerlo mejor que consentirle los caprichos a una mujer –el disgustadogruñido de Mark lo siguió de camino al suelo.

Todo en Jenna se congeló mientras miraba a su hijo tratando de levantarse, gotas desangre salpicando la mano con que se sostenía a si mismo. Miró el arma que Mark tenía enla mano y la malicia en sus ojos, miró la escena frente a sus ojos, los buenos hombres queahora eran rehenes debido a su decisión impulsiva. La fría bola de emoción en suestomago se hizo mas y mas apretada, comprimiéndose en un nudo duro que enviabafríos hilos de energía a lo largo de sus extremidades.

—Te voy a matar por eso—Le susurró a Mark.

—Tú no vas a hacer una mierda –el cuerpo de Mark se movió hacia ella mientraslevantaba el revólver. Jenna siguió la trayectoria del terso cañón. Estaba apuntando aClint.

—Realmente voy a disfrutar esto –le dijo a Clint, las palabras le salían distorsionadasal empujarlas a través de sus labios hinchados. Su dedo se tensó en el gatillo. El frio nudoen sus entrañas explotó en una caliente bola de furia.

Jenna se lanzó sobre el arma, agarrándola con ambas manos y tirando su peso sobreel brazo de Mark, sosteniéndose con toda su fuerza mientras él la golpeaba, lograndoretirar el arma a un costado. Una bala hizo un agujero en la suciedad entre sus pies. Ella seagarró más fuerte. Solo faltaban cinco balas más.

—Vamos –la voz de Clint apenas penetró la roja neblina de furia que le distorsionabala visión mientras luchaba con Mark por el arma. Este hombre había tomado todo de ella.Su orgullo, su respeto, su paz. Estaría condenada en el infierno antes que permitir quetomara a su esposo y su hijo. Otro disparo salió salvajemente. Mark maldijo y Clint gritó.

Ella bloqueó su voz, bloqueó todo y solo quedó su necesidad de obtener el arma.Grito frustrada cuando su pierna fallo y se le resbalaron las manos. Antes de que golpearael suelo, Mark la tomó del cabello, arrastrándola y colgándola de él antes de pasarle elbrazo por el estomago y acercarla a su pecho.

—Tu maldita perra –jadeó fuerte en su oído –cambié de opinión. Tú vas primero.

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La boca del revolver le tocó la sien mientras ella buscaba en su bolsillo. Al otro lado,la cabeza de Gray se alzó, sus ojos enormes sobre su mejilla hinchada. Mientras seincorporaba, una gota de sangre fresca brotó de la comisura de su boca.

Jenna gritó y se tiro atrás. Mientras Mark tambaleaba ella dejó caer su peso,dirigiendo el cuchillo hacia abajo y hacia atrás, justo como Cougar le había enseñado perocon toda la fuerza que pudo reunir. Lo sintió penetrar en la piel, morder el músculo yrebotar en el hueso mientras el cuerpo de Mark se estremecía en shock. Disparos y gritosresonaron alrededor de ella mientras caía. Cuando golpeó el suelo lo tajeó en los tobillos,errando pero sin importarle. No quería alejarse. Quería matar al hijo de puta. Rodo sobresi misma buscando el corazón de Mark, sin importarle el arma que la apuntaba a la cara.Sin importarle nada más que el estar segura de que nunca más haría daño a su hijo. Nuncamás.

Un haz de luz le arrebató el objetivo mientras una explosión ensordecedora y unalluvia roja oscureció su visión. Una mano le agarró las suyas mientras ella trataba deapuñalar nuevamente. Por mucho que lo intentó no pudo moverse. Debajo de ella Markestaba quieto. Antinaturalmente quieto.

Se secó los ojos en el hombro y miró hacia su brazo. Gray la miraba desde arriba, conun revolver humeante todavía en su mano, la otra tomándola por la cintura. Cuando ellalo miró, inexplicablemente se estremeció.

—No quería perder otra madre.

Ella no quería perder a su hijo.

—¿Es por el que no quieres que te digan Fox, no es así?

—Si –en una limpia imitación de Clint, arqueo su ceja derecha – ¿estás herida?

No estaba segura. Mientras hacía un inventario mental, la cacofonía de sonidosllenando el claro penetró los perímetros de su mente. Se hizo muy consciente de loshombres gritando y un perro gruñendo. Un grito agudo fue súbitamente silenciado,seguido por tres disparos en rápida sucesión.

—¿Ella está bien? –lo llamó Clint, sonando crispado pero vivo. Muy vivo.

Gray alzó sus cejas preguntando. Ella tragó y asintió, cada vez más segura de que elcuerpo que yacía debajo de ella estaba muerto.

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—Si—Le dijo Gray.

—Mantenla allí.

A Jenna no le gustó la nota en la voz de Clint. Ella movió la muñeca. Gray no la soltó,solo sacudió la cabeza cuando lo intentó nuevamente.

—Pa dijo que te quedaras aquí.

Ella se quedó helada:—Le dijiste a Clint “Pa”.

—¿De qué otra manera debo llamar a mi padre?

—Y a mí, madre.

El se encogió de hombros nuevamente:—¿De qué otra manera debería llamar a mimadre?

El cardenal hizo que su sonrisa se viera torcida pero era la primera que ella veía unaen su cara y era hermosa. Tan hermosa que lo perdonó por mantenerla ahí por Clint.

El claro se silenció. Dos segundos más tarde Clint se agachó a su lado. Su expresiónera de pura furia.

—¿Qué diablos pensabas que estabas haciendo? – Le limpio la cara con su manga –nunca he visto tanta estupidez en todo el tiempo que llevo vivo.

Ella se quitó la mano de encima. El barrió su resistencia con una maldición y renovósus esfuerzos.

—¿Clint?

—¿Qué?

—Por favor dime que no estoy encima de un hombre muerto –el horror de aquelloestaba comenzando a alcanzarla.

Su “hijo de puta” le dijo todo lo que necesitaba saber. El la recogió y rápidamente lagiró cuando su estomago se rebeló. Le sostuvo la cabeza y la contuvo mientras maldecía yla llamaba tonta, impulsiva, precipitada y le gritaba por haber fastidiado su plan y por casihaber logrado que la mataran y algunas otras cosas más que ella misericorDiosamente seperdió debido a las arcadas. Cuando la última de sus arcadas remitió quedando soloestremecedores hipos, Clint la recogió y la cargó por sobre las rocas, tan lejos del cuerpode Mark como les fue posible. Ella se limpió la boca con la manga.

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—Aquí –una cantimplora apareció ante sus ojos. Ella la tomo agradecida, sonriendo ala severa cara de Cougar, enjuagándose primero y bebiendo un largo sorbo de la fría aguadespués.

—Tenías razón –le dijo— lo tenía en mi.

—Casi nunca me equivoco –un esbozo de sonrisa arrugo los bordes de susfascinantes ojos.

—No la alientes –Clint los miró a ambos mientras la recorría con las manos,inconsciente de su audiencia, levantándole el vestido para revisar sus piernas, sus caderas,su espalda. Cuando su mano se deslizó sobre su nalga ella chilló y lo alejó. La respuesta deClint fue un cortante –no me presiones Jenna.

La aproximó a su pecho, maldiciendo cuando ella se alejó estremeciéndose, de sutoque suave. Por sobre los hombros de él, pudo ver el brillo perverso en los ojos de Cougary su sonrisa pasó de un esbozo a una realidad completa.

—Si yo fuera tu, Clint, tendría cuidado con lo que digo. La pequeña dama tiene untemperamento volátil.

Clint no estaba impresionado.

—La pequeña dama va a tener un trasero dolorido.

El comprobó su muslo y ella gimió cuando el dolor afloró. Ahora que la excitaciónhabía pasado, su cuerpo estaba haciéndola consciente de cada cardenal. Ella le echo losbrazos al cuello y enterró la cabeza en su garganta, respirando profundamente sumaravillosa esencia.

—Ya lo tengo.

—No puedes culpar a nadie más que a ti misma—Le gruñó, tocándole el nudo en sumuslo y masajeándolo, su toque increíblemente ligero encontraste con sus amargaspalabras.

—¿Si empiezo a desabotonarme la blusa dejarás de gritarme?

La sacudida del cuerpo de Clint pudo haber sido risa o irritación. Antes de quepudiera descifrarlo Asa apareció, llevando del collar a Danny. No quiso mirar muydetenidamente la mancha que había en la boca del perro.

—Bueno, ahí hay una mujer que sabe cómo hablarle dulcemente a un hombre.

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Esta no había sido su lucha sin embargo el había venido, respaldando a su esposo yarriesgando su vida. Ella solo tenía una cosa que decirle:

—Gracias

El se encogió de hombros:— los McKinnely se mantienen unidos.

—Tú eres un MacIntyre

—El nos agotó con su perverso sentido el humor –admitió Cougar en un tonoenojado –lo reclamamos por pura auto—Preservación.

Asa sonrió y se tocó el sombrero, dejándolo un poco inclinado sobre la ceja mientrasdecía escuetamente –Me sentí muy honrado.

Clint resopló —¿se encargaron de los otros?

—Están todos bella y prolijamente amarrados. Mark no andaba con un grupo muybrillante –se movió hacia el centro del claro donde había dos hombres yaciendo con lascaras enterradas en la suciedad, sus manos atadas a la espalda. Los otros cuerpos noestaban atados y no se movían.

—¿Quién tiene a Mark?—Preguntó a Asa.

—Gray .Clint le dio al chico una mirada preocupada –el salvó la vida de Jenna.

Ninguno de los hombres dijo nada por un momento. Entonces habló Cougar.

—Buen trabajo— Gray asintió, su expresión tensa.

Clint pasó la mano por el cardenal en su cadera. Jenna no pudo evitar el hacer ungesto de dolor.

Los ojos de Asa se entrecerraron –no parece estar en buena forma para cabalgar.

—No lo está –Clint le separó el cabello de la mejilla, sus ojos revisando cada pulgadade su cara.

—¿Ustedes dos quieren esperarnos mientras volvemos con una carreta? –le preguntóCougar.

Antes de que Clint pudiera considerarlo, Jenna sacudió la cabeza. No queríaquedarse allí:

–quiero ir a casa.

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—Nena, estas muy lastimada.

—Si llegué aquí, puedo llegar a casa –no se iba a quedar allí.

—Hablando de eso ¿Cómo nos encontraste? –le preguntó Asa.

—Danny

—Pensé que tenías mejor criterio –Clint miró al perro.

Danny simplemente se sentó y meneo la cabeza, el equivalente perruno a encogersede hombros.

—Yo, por una vez estoy contento de que el haya venido. Me quitó de encima a unode los bastardos que me tenía sujeto –Asa le dio una palmada a Danny en la cabeza –creoque haré que el viejo Sam le consiga un filete cuando vuelva por la carreta.

—No me quedaré aquí –repitió Jenna. Si hubiera podido, hubiera cruzado los brazosen el pecho –me voy a casa.

Clint suspiró:— estas tan débil ahora que estas temblando. Nunca lograrás sentarteen un caballo.

Lo estaba. En las postrimerías de toda la violencia, se sentía totalmente agotada,golpeada por tantas emociones que no podía darle sentido a ninguna de ellas salvo una —Me voy a casa.

—Maldición Jenna –Clint la apretó contra sí mismo –no estás en forma para cabalgar.

—Perfecto—Podía ver que él iba de camino a gritarle de nuevo así que se lo sacó deencima –entonces consígueme mi almohada y déjame cabalgar delante de ti.

—¿Qué?

—Use una almohada para llegar aquí arriba. Puedo usarla también para volver.

—¿una almohada?

—La silla duele, así que usé una almohada –murmuró en su hombro. La mirada quele lanzó cuestionaba su sanidad —Funcionó bien hasta que la almohada se desplazó. ABucky no le gustó eso.

A su alrededor había un sofocado sonido de risa. Contra ella los músculos de Clint setensaron en duras crestas de incredulidad.

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—¿Tu cabalgaste uno de mis más experimentados ponys de rodeo en una almohada?

—Si

—¿Y el esperó para quejarse hasta que llegaste aquí?

—Si

—Maldición, alguien allí arriba debe odiarme –el apoyó la frente contra la suya.

—Tal vez el buen Dios quiso asegurarse de que serías capaz de encontrarme cuandofuera arrojada del caballo.

—Eso debe ser –dijo él en un tono resignado.

El le tocó la frente, la mejilla y los labios, todos los lugares en donde sabía que lucíacardenales y la apretó fuerte contra él, preguntando en una voz agotada:—¿Qué voy ahacer contigo Jenna McKinnely?

Ella tenía solo una respuesta para él.

—Podrías intentar amarme.

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Capítulo 25

“Podrías intentar amarme”.

Clint apoyó el hombro contra la puerta, metió el biberón en la boca de Bri y observóel suave reflejo del brillo de luna sobre la dulce cara de Jenna mientras ésta dormía.

¿Cómo podía ser que no supiera que él la amaba? Desde el día que la había visto porprimera vez había estado perdido. Había luchado contra ello, había intentado levantarsepor sobre su egoísta necesidad pero no había habido una verdadera esperanza de escape.Estaba muy lejos de ser un santo y ella era una tentación demasiado grande, con su sonrisatímida, su dulce suavidad y su naturaleza ardiente y generosa. Maldición, la amaba.

Mientras la miraba, ella se giró, alargando la mano hacia su lado de la cama antes defruncir el ceño y volver a su posición original. Mañana tendría que volver a llevarla a ver aDoc. Eso requeriría algún tipo de ingeniosa excusa porque Jenna pondría peros a realizarotra consulta, pero maldita sea, lo preocupaba. Había estado apática desde aquella noche.No comía bien, no sonreía y estaba retraída. En parte era debido a sus heridas —el primerdía, cualquier movimiento había sido una agonía— pero incluso cuando aquello remitió,su apatía no lo hizo. Maldición, él no estaba dispuesto a perderla.

La niña agitó la pierna y rechazó la botella.

—¿Qué sucede Botón? ¿Aspiraste demasiado aire? —le susurró, retirándole elbiberón de la boca. Ella le dirigió una pequeña y lechosa sonrisa, sin duda deleitada por suhabilidad para perturbar el mundo adulto y comenzó a hacer pucheros.

—Oh no, no lo harás. No despertarás a Mami.

La alzó hasta sus hombros. Había aumentado al doble de su tamaño desde la primeravez que la había visto pero aún era un diminuto pedacito de humanidad, su espaldaapenas le estiraba la palma de la mano y a pesar de su espíritu, se veía tan frágil como lastazas de porcelana que Dorothy solo sacaba en ocasiones especiales. Con la punta de sudedo le rascó la espalda, sintiendo las delicadas filas de su columna de bebé. Frunció elceño. Tal vez debería hacer que mañana Doc la viera también a ella. No le importaba quelas mujeres le dijeran que estaba bien. Ella necesitaba más carne en los huesos.

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Suspiró. Jenna tendría algo que decir al respecto, no había duda sobre eso. Ellasiempre estaba sermoneándolo porque se preocupaba demasiado pero él había ido de lanada al todo y ése tipo de cambio hacían que un hombre pensara en término del costo deperder aquello que se tenía. Especialmente con el susto que Jenna y Gray le habían dado.Frunció el ceño cuando Jenna se giró y la manta se deslizó de su hombro, revelando elcamisón que la cubría de la cabeza a los pies.

Suspiró y besó a Bri en la coronilla. La razón de que Jenna tuviera puesto un camisónera su culpa también. Cada vez que él había visto sus cortes y cardenales durante losúltimos cuatro días, había perdido la razón. No había podido evitarlo. Lo había acojonadoque ese enfermo hijo de puta hubiera puesto sus manos en Jenna. Y le tomaría al menoscinco vidas el olvidar la visión de su cara bajo el cañón de un arma, indiferente a su propiaseguridad para defender a su hijo.

—Tu madre tiene un poco de gata salvaje en ella, Botón —le susurró con una sonrisaabriéndose paso en su preocupación. Bri inclinó la cabeza en su hombro, eructó y enredóel puñito en su pelo—. Si tienes suerte, herederás algo de ello.

—No creo que debamos preocuparnos por eso —dijo Gray, tocando a su hermana enla mejilla—. Tiene bastante temperamento.

—¿No podías dormir? —Clint se dio vuelta, sin sorprenderse de encontrarlolevantado, o a Danny a su lado. Los dos se habían aliado y patrullaban los pasillos todaslas noches.

Gray sacudió la cabeza, sus largas trenzas balanceándose con el movimiento.

—Matar a un hombre es duro, aún cuando se lo merecía.

—Ya se está haciendo más fácil.

—¿Entonces por qué estás levantado?

La mirada de Gray eludió a la suya para ponerla en Jenna, acostada en la cama. Lehizo cosquillas a Bri con una mano mientras con la otra agarraba a Danny del pelaje. Unsigno seguro de que estaba tramando algo grande. Clint flotó la espalda a Bri mientrasesperaba. Finalmente, el chico levantó la cabeza, su barbilla decidida y sus hombrospreparados para una batalla.

—Ella no es feliz.

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—Ha pasado por algo muy duro. —Así que no era el único que había notado elcambio en Jenna.

—No quiero perder otra madre. —Su boca estaba apretada en la misma líneadecidida que la de su mentón.

—Jenna no se va a ninguna parte.

—Es una persona fácil de amar —la expresión del chico cambió de terca a rebelde.

—Lo sé —era la verdad. Enamorarse de Jenna era tan fácil y natural como respirar.

—¿Entonces cómo es que no sabe que la amas?

—Porque no se lo he dicho.

—Me llevaré a Brianna y se lo dirás. —La mirada de disgusto que le echó el chicodecía más que solo palabras. Gray alzó a Bri, que fue muy dispuesta a sus brazos. Clint ledesenredó el puño de su pelo mientras ella oscilaba soñolienta entre ellos.

—Planeaba decírselo en la reunión. —Se le había ocurrido ese plan después de que aMara se le escapara lo que esa perra de Shirley había dicho de sus razones para casarsecon Jenna.

La reunión del sábado iba a ser una fiesta para todo el territorio, para celebrar sumatrimonio con Jenna y justo a mitad de ello se las iba a arreglar para encontrar el corajede arrodillarse y, ante Dios y todo el territorio, pedirle a Jenna que se casara nuevamentecon él. Iba a ser el abuelo de todos los gestos románticos. Se sentiría muy avergonzadopero lo haría por Jenna. Dorothy y Elizabeth estaban haciendo los arreglos. Lorie y Patricialas estaban ayudando. Después de la reunión no habría duda alguna de que ClintMcKinnely estaba enamorado de los pies a la cabeza de su esposa y que se había casadocon ella por amor y no por otra cosa.

—Tres días son muchos para esperar —lo refutó Gray, aferrado tercamente a supunto.

Jenna gimió. Clint le echó una mirada. Estaba tratando de volverse sobre su espalda.Una mano lo buscó, sus dedos abriéndose sobre el lado vacío de la cama. Sus dedos secerraron, su brazo se relajó y una triste y resignada expresión —que él había empezado aodiar— se instaló en su cara.

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Suspiró y sacudió la cabeza. El chico tenía razón. Él tendrían la fiesta y haría de Jennauna leyenda sobre cómo había puesto de rodillas a Clint Mckinnely, pero no la haríaesperar más por esa pequeña parte que necesitaba de él.

—Supongo que sí —agarró a Gray del hombro y besó a Bri en la cabeza—. ¿Creesque tú y Bri quieran pasar un par de días visitando al tío Asa y la tía Elizabeth?

—¿Se lo dirás?

—Sí. —Era una prueba de cuanto amaba el chico a Jenna el que ni había dudadodudado, sabiendo que estar con Asa significaba estar con su caballo. La sonrisa del chicodestelló más brillante que el sol en un espejo.

—Nos iremos en la mañana.

—Llévate a Jackson contigo.

—Me las puedo arreglar solo.

—Sé que puedes —Clint le pasó a Gray el biberón y el trapito para eructar—, pero unbebé pone límites a la habilidad de un hombre para reaccionar y es mejor no arriesgarse.—Esperaba que el chico discutiera, pero en cambio asintió, sus ojos mostrando esa miradaque ya parecía haberlo visto todo.

—No me arriesgaré. No necesitas preocuparte.

—No estoy preocupado, hijo, solo naturalmente cauteloso.

Antes de que Gray pudiera dar ejemplos de lo contrario, Clint lo giró por loshombros y lo impulsó hacia el pasillo.

—Si quieres que haga las paces con tu madre te sugiero que me des espacio parahacerlo.

En dos segundos tenía todo el espacio que necesitaba.

Clint se quitó los jeans y se sentó en el borde de la cama, dándose vuelta para aflojarla gruesa cuerda que sostenía la trenza de Jenna. Amaba la manera en que se veía bañada

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por la luz de la luna. Su piel tomaba el color de la crema y las rosas; su cabello brillaba conluz etérea. Se veía como uno de esos ángeles de las pinturas: rellenita, suave y tentadoracomo el pecado mismo.

Tiró de la cuerda que sujetaba su trenza y se dedicó a liberar el sedoso pelo. Loacomodó alrededor de su cara, sonriendo cuando las ondas cayeron acomodándose a sugusto a pesar de sus esfuerzos. Se inclinó sobre ella, apoyando las manos a ambos lados desu torso. Le acarició la oreja con sus labios, su sonrisa ampliándose cuando ella seestremeció en su sueño y se le puso la carne de gallina en el único brazo que podía ver.

—Despierta, Sunshine.

Ella se despertó.

—¿Clint?

Él le puso la palma en la espalda antes de que pudiera rodar y hacerse daño.

—Despacio, cariño.

Su ojo derecho se abrió y escarbó su muslo. Que Dios lo ayudara, amaba incluso lamanera en que se despertaba, en etapas, como un pequeño y regordete gatito soñolientoque se acurrucaba en la tibieza de su cuerpo.

—¿Qué sucede? —ella ahuecó su rodilla y deslizó el pulgar por sobre la línea delhueso.

—Nada.

La enganchó por la cadera alzándola hasta que su mejilla descansó en su muslo y lasuave seda de su pelo se derramó sobre su ingle.

—Todavía es de noche —bostezó ella—. ¿Se despertó Bri?

—Sí. Gray la tiene.

—¿No podía dormir?

—No.

—¿Pero él está bien?

—Sí. —Su otro ojo se abrió.

—¿Entonces no hay necesidad de que me levante?

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—Sí la hay. —Él tomó un puñado de su pelo en la mano y masajeó con él su doloridaentrepierna, solo porque se sentía tan malditamente bien.

—¿Quieres hacer el amor?

—Todavía estás demasiado herida. —De su tono de voz, él no podía darse cuenta delo que ella pensaba sobre ello.

—Así que me despertaste por ninguna razón en especial. —Ella recostó su cabeza, susonrisa tan suave como su piel.

—No. —Apoyó su pulgar entre sus labios, permitiendo que la humedad de su bocabañara su carne antes de deslizarlo por toda la longitud de su labio inferior, separándolode los dientes, recreándose en el calor de su humedad—. Te desperté para decirte que teamo.

El aire silbó al pasar a través de su pulgar, bañándolo con una bocanada de tibiahumedad mientras ella lo miraba parpadeando. Ahora tenía a los dos ojos completamenteabiertos, brillando de un profundo azul en la tenue luz de la lámpara. No dijo ni unapalabra, ni se movió, ni respiró durante tres segundos. Entonces parpadeó de nuevo,aspiró entrecortadamente y aquellos hermosos ojos empezaron a llenarse de lágrimas.

—Ah, cariño, aquellas lágrimas mejor que sean de felicidad.

—He esperado tanto que dijeras eso —su lengua le tocó la punta de su dedo,enviando rayos de necesidad por su brazo.

—Lo sé —capturó una lágrima que brillaba en su mejilla—. Demasiado.

—¿Pero por qué ahora? —le preguntó al sacudir su cabeza, dejando que su peloflotara eróticamente sobre sus bolas.

—Porque me di cuenta que incluso si quisieras irte, nunca te lo permitiría. —Ella erasu pequeño pedazo de cielo, su tesoro personal y no podía dejarla ir más de lo que podíadejar ir su alma—. No puedo dejarte ir, Sunshine.

—No quiero irme.

—Ahora empiezo a creerlo. —Él deslizó sus dedos por su mejilla, detrás de sucabeza, manteniendo el pulgar contra sus labios, necesitando el contacto.

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Ella se apoyó en el codo y se incorporó. Su estremecimiento le cortó hasta al hueso.Tenía que cuidarla mejor. Aguantó todo el peso de ella que pudo cuando se incorporó a sulado.

—Abrázame —le ordenó ella. Él lo hizo, gimiendo cuando la suave piel de suantebrazo le acarició el muslo. Maldición, ella lo tentaba.

—¿Pensabas que quería dejarte? —le preguntó con un suspiro de satisfacción cuandoél le devolvía gradualmente el peso de su cuerpo. Lo hizo sonar como si fuera la idea másridícula que pudiera cruzar la cabeza de un hombre.

—Sunshine, por mucho que te guste pensar lo contrario, más allá de unaconsiderable cuenta bancaria, no soy ningún premio.

—Decidí hace mucho tiempo que no eres buen juez de la gente.

—¿Perdón? —Él era conocido a lo largo y ancho por su habilidad para percibir unamentira antes de que la dijeran.

—Deberías suplicar, habiéndome hecho esperar tanto para darme tu corazón. —Ellaarrastró las puntas de sus dedos por la parte interna de sus muslos.

—Tú siempre has tenido mi corazón. —Él inclinó un poco sus caderas, dándole unmejor acceso—. Simplemente no te lo dije.

—¿Por qué? —le agarró la pene a través de la manta de su propio cabello, cerrandosus dedos con la delicadeza que era tan parte de ella.

—No soy el hombre que crees que soy —Miró como su blanca y regordeta manoenvuelta en el rubio cabello dorado por la luz de la luna abarcaba su miembro. Ella era tanpura comparada con él. Tan inocente. Luchó contra la egoísta lujuria que se agitaba en él.Ella no se veía asustada o enojada, solo paciente mientras esperaba que él hablara.

—Jack Hennesey no murió en aquel fuego.

Su “lo sé” fue apenas un susurro.

—¿Lo sabes?

—Él cerró la puerta detrás de él cuando se fue. —Ella se estremeció y él le acarició lamejilla, incapaz de eliminar el recuerdo que la aterrorizaba—. Sabía que no volvería.

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—Lo maté —el descarnado comentario cayó duramente en el silencio. Él no podíainterpretar nada en su lento parpadear, en su quietud.

—¿Cómo? —preguntó ella finalmente.

—Estaba yendo a ver como estabas…

—¿Ver como estaba?

—Hennesey había estado gritando un montón de estupideces en el bar. —Ella nonecesitaba saber que él hombre había sugerido que cualquiera que dispusiera de una piezade oro podría tenerla.

—¿Y?

—Cuando llegué ahí, el rancho estaba en llamas. Hennesey estaba afuera, cubierto desangre pero no demasiado herido.

—Le dije que lo abandonaba. Se volvió loco.

—No tan loco como yo cuando me dijo que era demasiado tarde. Que estabasmuerta. —Ocultó el temblor de sus manos al acariciarle el pelo—. Le rompí el despreciablecuello cuando trató de detenerme para ir a buscarte.

—¿Te dijo que estaba muerta?

—Sí. —La luz de su mundo se había ido en aquel momento. Ni siquiera Cougarhabía sido capaz de detenerlo. Había necesitado verla por sí mismo, tocarla por últimavez, queriendo aullar junto a Danny ante la sola idea de su pérdida.

—¿Y aún así viniste a buscarme?

Él abandonó su intento de ocultar su temblor. Ahuecó su mejilla con su mano,frotando el pulgar por sus labios, sosteniéndola cerca de él, recordando la agonía, el calorinfernal, la desesperación cuando entró en ese infierno, sabiendo que nadie podíasobrevivir a ese calor, pero incapaz de soportar la idea de su suave cuerpo convirtiéndoseen cenizas.

—No podía dejar que te quemaras.

—Te podrías haber matado.

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—No me iba a ir sin ti —no pensó en irse hasta que Cougar había irrumpido a travésde la pared posterior, brindándole una vía de escape. Tampoco le había importado. No ibaa permitir que ella dejara este mundo asustada y sola.

—Te amo —los ojos de Jenna se llenaron de lágrimas. Ella le tocó las cicatrices de supecho—. ¿Esto significa que vas a intentar perdonarme? —la abrazó a él con cuidado, todoen su interior tensándose hasta el punto de quiebre con la más frágil de las esperanzas.

—No hay nada que perdonar.

Había mucho —diablos si lo había— y él lo sabía.

—Maté a tu primer esposo —una mujer temerosa de Dios como Jenna no podíaperdonar aquello así como así.

—Lo sé. Y él intentó matarme. Tal vez me haga una mala persona pero me alegra quehayas venido, me alegra que me hayas sacado pero sobre todo, me alegra muchísimo queme hayas tomado para ti. —Su mano en su pecho era infinitamente suave.

Como si hubiera estado esperando este momento, todas las emociones que él siemprehabía negado, emergieron en una oleada para liberarse. Él la contuvo mientras Jennaacariciaba su pecho. Ella tomó un profundo aliento y luego susurró:

—Solía rezarle a Dios para que me diera la fuerza para sobrevivir cada día —ella tocóel centro de la cicatriz de su pecho—; algunas veces, cuando las cosas estaban realmentemal, le rezaba para que me mandara un ángel que me llevara lejos. Te envió a ti. —su dedosiguió la línea de una cicatriz sobre su cuello para luego presionar en el pulso que latía enel hueco de su garganta.

Él retrocedió, tomó un aliento conmocionado y la tocó en la sien:

—¿Crees que soy la respuesta a tus plegarias?

Ella asintió, su cabello susurrando contra su muslo.

—Creo que tú eres un sueño hecho realidad. Un hombre que me ve por lo que soy yme quiere de todas maneras.

—No es difícil amar lo que es perfecto. —Él trazó la vena azul que se traslucía en supálida piel. Ella era tan frágil y aún así tan fuerte. Hermosa y dulce. Todo lo que unhombre podía desear. Y lo amaba. Hasta el día que muriera no podría asimilar aquelmilagro.

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—Estoy de acuerdo. —Ella se acomodó en sus muslos para que su aliento empañarasu pene y lo miró a los ojos—. Que es por lo que no deberías tener ningún problema paracomprender por qué te amo.

—Eres una maravilla Jenna. —Nunca comprendería porque ella lo amaba pero se iríaa la tumba sintiéndose humilde por ello.

Ella enredó su mano en su cuerpo y sacudió la cabeza, la diversión y la pacienciabrillando en su mirada cuando lo corrigió:

—Somos maravillosos juntos.

—No te merezco. —Le acarició la comisura de la boca.

—¿Pero me tendrás de todas maneras? —su sonrisa era una exuberante mezcla degentileza y pasión.

—¡Infiernos, sí! —era agradecido, no estúpido.

Ella sopló un choro de aire a lo largo de la punta de su polla. Él se agitó cuando lacentellante sensación viajó hasta sus bolas, tensándolas antes de unirse a los ardientespuntos de necesidad que destellaban en la base de su espalda. Su gruñido fue una burdaparodia de lo que pretendía cuando le dijo:

—Sunshine, estás jugando con fuego.

Ella se rió, destellando sus hoyuelos hacia él, riéndose más fuerte cuando su penesaltó y creció en su mano, pasándose la lengua por los labios cuando surgió una gota desemen.

—Me gusta la forma en que me quieres —susurró ella con esa honestidad tan suyaque lo volvía loco. Lo bombeó en su mano con suavidad, intercalando el deslizar de laseda de su pelo con la provocativa tersura de su piel—. Me gusta la forma en que me dejastocarte —se inclinó hacia adelante y lamió la gota de humedad de la parpadeante abertura,tomándose mucho tiempo para completar la tarea. Él percibía que ella sabía lo que le hacíasentir en su interior la vista de su delicada lengua rosada moviéndose sobre la cabeza desu pene.

—Bruja —murmuró.

—Esposa —lo corrigió ella, antes de tomar su semilla en la boca, cerrando los ojos einclinando la cabeza hacia atrás mientras saboreaba su gusto, sonriendo mientras tragaba.

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Su corazón se detuvo, lo reconsideró e inició un galope, tronando en su pechocuando ella abrió los ojos y se enderezó con una expresión de traviesa determinación.

—Sunshine, habíamos decidido, nada de juegos para ésta noche.

—No estoy jugando —Bombeó la mano en su polla, trabajándola como lo habíahecho antes hasta que yació entre sus muslos apuntando directo a ella, latiendo en unaagonía de anticipación.

Ella apoyó la mejilla en sus muslos. Él movió la mano hacia la base de su cuello parapoder ver su expresión mientras ella lo ordeñaba en suaves y perezosos movimientos quelo provocaban y excitaban cuando quería empujar y correrse. Una pequeña sonrisajugueteó en sus labios cuando su pene se movió y se estiró en un ruego que era un eco delfuego que lo quemaba bajo la piel. Había una ligera tensión alrededor de sus ojos, la que,por experiencia, él sabía que significaba que se sentía insegura sobre alguna cosa.

—¿Qué quieres, cariño?

Ella parpadeó y la piel de sus mejillas se oscureció.

—¿No has aprendido todavía que no hay nada que puedas decirme que yo no quieraoír? —él probó el calor de su mejilla con el pulgar. Ella estaba caliente, ruborizada yhambrienta. Justo como le gustaba. Lo único que no sabía era para qué.

—Quiero amarte —le susurró ella, aún mirando su polla con aquella miradahambrienta.

—¿Cómo?

—Lentamente. —Lo tocó con la punta del dedo en la punta de su pene—. Con todomi corazón.

—¡Maldita sea! —Se sentía en peligro de correrse por aquel toque.

—¿No te importa? —su mirada voló hacia él.

—Pruébame y verás.

Ella le tomó la palabra, tanteándolo delicadamente con la lengua. Suavizando suslabios alrededor de la punta, lo sorbió como si fuera un momento que hubiera anheladoconseguir. Saborear. Como si amarlo fuera lo mejor de la vida. Exactamente lo mismo quepensaba él cuando la tenía debajo, escuchando sus gemidos de placer, sabiendo que nadiele había dado lo que él le daba.

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Contra el filo de su mano, ella empujó su mentón mientras trabajaba la sensiblecabeza al pasar de sus dientes, bañándolo en calor líquido, dándole la bienvenida a casa.

—¿Sunshine? —Ella levantó la mirada, su expresión de amorosa satisfacción ypasión. Él delineó sus labios con los dedos, mientras éstos los rodeó, su sonrisa naciendodesde lo más profundo de sí mismo—: aún no olvidaré que te debo una paliza.

Su sonrisa de respuesta se reflejó en sus ojos. Y luego lentamente —tan lentamenteque él no supo que estaba ocurriendo al principio—, ella se giró sobre su regazo, searrodilló y lo puso en evidencia.

Él se rió por de su lujuria, recordando cuando ella se hubiera encogido de miedo antela amenaza, y la acarició en la mejilla derecha, justo debajo del cardenal que le habíaquedado del maltrato de Mark.

Jenna sonrió alrededor del grueso cacho de su pene antes de soltarlo y tomar supulsante miembro con la mano, arqueándose con su tacto.

—Si me pegas no llevaré mi nuevo vestido en la reunión —le advirtió.

—¿No lo harás? —él arqueó una ceja.

—No y tiene un corte escandalosamente bajo. Muestra todo lo que tengo —su sonrisaera mantequilla derretida cuando lo dijo. A él se le secó la boca y un chorro de semen seescapó de su control. Ella era su todo y era malditamente impresionante. Ella capturó lapequeña corrida en su palma y la desparramó con suavidad de nuevo en su piel con unronroneo. A él le tomó dos profundos alientos para encontrar su voz.

—¿Qué te hace pensar que quiero verte luciendo un vestido como ése?

—Porque…—su lengua golpeó en su pene con una lenta y caliente pasada. Su sonrisaera toda seguridad femenina— …te permitiré… —hizo una pausa para lamerdelicadamente la pequeña abertura, arrastrando otra pequeña gota de semen que habíatraspasado su control— …solo a ti… quitármelo cuando volvamos a casa.

El amor se entrelazó con el deseo, atrapándole la risa en la garganta. Él quería verlaasí, bailando en la reunión, con la cabeza en alto, los hombros hacia atrás, provocándolocon esos hermosos pechos y su propio deseo, segura de sí misma y de su poder. Él ahuecósu mejilla en la mano, mirándola fijamente, acariciando sus hoyuelos con el pulgar,permitiendo que su amor se derramara sobre él, llenando todos esos lugares vacíos que

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siempre creyó estériles para siempre; tomándolo, magnificándolo y devolviéndoselo,amándola más allá del sentido y la razón. Necesitándola más de lo que necesitaba respirar.

—Supongo que retrasaré esa paliza por un tiempo.

Su “más te vale que lo hagas” atravesó su pasión en un ardiente aliento de risas.

Ella es luz en su oscuridad. Dulzura en su amargura. Suavidad a su dureza. Delineósu sonrisa. Ella era su opuesto complementario. Abierta y honesta. No retenía nada de ella,entregándole todo lo que era, sin esperar nada a cambio. Solo esperando.

Era ésa esperanza lo que lo había vencido. Así había sido desde el día en que la habíaconocido. Había martillado firmemente en la pared que había alrededor de sus emocioneshasta que solo requería una palabra de ella y él estaría indefenso.

La alzó cuidadosamente, acomodándola sobre sus rodillas, solo para descubrir queella no necesitaba palabras. Ella solo necesitaba echarle los brazos al cuello, ofreciéndose aél, ofreciéndole su consuelo, su aceptación sin cuestionamientos de lo que fuera que élnecesitara.

Él enterró la cara en la curva de su cuello, aspirando el débil aroma a rosas y mujer,sin reconocer el pinchazo en sus ojos por lo que era hasta que ella le susurró “te amo”,golpeando la barricada que rodeaba sus emociones, derribándola con una simple verdad,hasta que no hubo nada más que ocultar. Nada que los escudara a ninguno de ellos.

La emoción se derramó sobre él en una desconocida ola —alivio, temor, alegría— y elamor manó desde ese oscuro lugar donde lo había enterrado hacia tanto tiempo. Tantoamor que lo inundó en una estremecedora revelación de todo lo que había tratado denegar. Él la atrajo cerca cuando ella comenzó a alejarse, sosteniéndola muy fuerte mientrasla realidad de lo que amar a Jenna significaba realmente se estalló a través de sus planesideados cuidadosamente. Mientras Jenna fuera su esposa jamás experimentaría la paz quevenía de contener las emociones. Jenna pediría todo de él, cada pensamiento, cadasentimiento. Con ella, experimentaría la vida en todos sus altos y bajos. Sería vulnerableen formas que aún no comprendía, y eso lo asustaba a muerte.

Pero nada lo asustaba más que la idea de vivir sin ella. Su dulce y generosa Jenna,que incluso ahora retrocedía para verle la cara, lista para enfrentar sus demonios, armadacon nada más que la fuerza de su amor. Maldición, tenía tanto coraje.

—¿Qué sucede Clint?

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Él sacudió la cabeza, sin confiar en su voz.

Como si pudiera sentir cuan cerca estaba de quebrarse, Jenna puso la mano sobre sucorazón, presionando tranquilizadoramente, calmándolo solo con su toque, acallando elflujo de desesperadas emociones que lo estaban ahogando, tomándolo en ella hasta que élpudo respirar de nuevo.

—Lo que sea Clint —le dijo sus dulces ojos azules encontrando los suyos—, puedosobrellevarlo.

Era un milagro vivo. Y lo amaba. Descansó su frente contra la de ella, aliviando supecho con el suyo, permitiendo que sus respiraciones se fundieran en una mientras decía:

—Sé que puedes.

Le tomó la cabeza entre sus manos e inclinó su cara para posar los labios sobre lossuyos, acariciándola una, dos veces antes de sonreír a sus ojos y darle lo que nunca habíadado a otra: su corazón, su confianza y su fe.

—Te amo, Sunshine.

- Fin -