¿qué nos pasa?: reflexiones sobre la dificultad de aprendizaje

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¿QUÉ NOS PASA?

Un libro para reflexionar,trabajar y enfrentarse en equipo a las dificultades

de aprendizaje.

ASOCIACION DE PADRES DE NIÑOS CONDISLEXIA Y/O DIFICULTADES DE APRENDIZAJE

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¿QUE NOS PASA?Un libro para reflexionar,trabajar y enfrentarse en |equipo a las dificultades

de aprendizaje.

Texto deSONIA RIERA

IlustracionesJOSÉ LUIS PARDO

EditaDDA. Asociación dePadres de Niños conDislexia y/o Dificultadesde Aprendizaje

RealizaciónEXTRA

Patrocinado por

FUNDACION ONCEpara la cooperación e integración socialde personas con minusvalías

La DDA agradece especialmente lacolaboración de la Distribuidora Itaca,y de cuantas personas y entidadeshan contribuido a hacer posible larealización y difusión de este libro.

MADRID, 1992© DDADEP. LEGAL: M - 30026 - 1992ISBN: 84-6O4-3535-O

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AMIGOS,

este libro no habría visto la luz sin la creatividad y el esfuerzode su ¡lustrador y dibujante, José Luis Pardo, y el ingenio einventiva del texto de Sonia Riera, colaboradores, amigos ysocios de la Asociación de Padres de Niños con Dislexia y/ocon Dificultad de Aprendizaje (DDA).

Más aún, no existiría sin la valiosa contribución y generosi-dad de la Fundación ONCE, sin la cual la DDA no hubiesepodido hacerse cargo de su publicación.

Mi más profundo agradecimiento a estas entidades y a loscreadores del libro es poca cosa en comparación con lo queellos han hecho por la DDA, pero va por adelantado tambiénel agradecimiento de los lectores: de los niños que se identi-ficarán con los protagonistas; de los padres que entenderánmejor a sus hijos y de los profesores que dejarán de utilizarlos apelativos de "niño vago" o "niño tonto".

Nuestros objetivos habrán sido cumplidos entonces, y para laAsociación será una alegría haber podido contribuir a la difu-sión de los problemas de la dislexia.

Gracias a todos, gracias por todo.

A. Sandra MaronePresidente DDA

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PRÓLOGO 5

LUCAS 13

NURIA 27

DIEGO 41

CÓMO AYUDAR AL NIÑOCON PROBLEMAS DE APRENDIZAJE 62

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A LOS PADRES, MAESTROS YPROFESIONALES

La ¡dea de escribir este libro surge en una reunión de laAsociación de Padres de Niños con Dislexia y otras Dificulta-des de Aprendizaje (D.D.A.). Nace de la necesidad de compar-tir con otros padres las vivencias por las cuales ellos habíanpasado. Cómo se habían sentido antes de descubrir y com-prender que a sus hijos les ocurría algo más que falta de aten-ción en clase, poco interés en aprender o una simple vagan-cia. Un fuerte deseo de comunicar lo perdidos y confusos quese encontraron cuando la primera señal de alarma se hizo evi-dente. Y por último, lo difícil que es dar con la solución ade-cuada cuando se está tan desorientados y consecuentementepreocupados.

La historia de muchos de ellos es una historia de tanteosen busca de soluciones que en ocasiones resultaron ser sóloparches. Otros, por el contrario, consiguieron dar con la res-puesta a sus problemas a tiempo. Tanto unos como otrosdesean apoyar a aquellos padres que se encuentren en sumisma situación.

Este libro pretende ser una mano extendida a todos losque estén pasando por la experiencia de formar parte delentorno del niño con Dificultades de Aprendizaje (D.A.). Estádirigido tanto a padres como a profesores y a todos aquellosprofesionales que de alguna manera somos responsables deofrecerles una solución para su integración escolar.

Me gustaría que fuese un espejo donde los que formamosparte de esta realidad podamos vernos reflejados directa oindirectamente en el drama del niño con D.A. y que noshiciera reflexionar acerca de nuestro compromiso.

Pero, por encima de todo, el móvil de este libro es el niñoy su dificultad para aprender. A través de los tres cuentos ledescubrimos desde dentro. Nos proponemos con esto dejaral desnudo sus sentimientos ante el fracaso escolar, señalarel esfuerzo que supone para ellos saltar las distintas barreras

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que van surgiendo a lo largo de su historia. La primera detodas es la lectura, con todo lo que esto supone; luego lastablas de multiplicar, más tarde la ortografía, caligrafía, com-prensión, expresión, memoria, organización, técnicas deestudio y un largo etcétera que convierten el aprendizaje enuna interminable pista de carreras de obstáculos con vallascada vez más altas.

Los intentos fallidos por querer ayudarles son múltiples.Intentos que van desde poner la fe en un método infaliblepara enseñar a leer pasando por la repetición de cursos, elcambio de colegios en busca de ese centro que dé con lavarita mágica que organice el aprendizaje, hasta el desfile deprofesores particulares, horas de dedicación por parte de lospadres, castigos, premios e internados. Todos con la buenaintención de ayudar a encarrilar a este niño dentro de un sis-tema educativo hecho con una sola medida. Siempre con elsano empeño de integrarlo a una manera de funcionar sintener en cuenta sus diferencias.

Queremos, además, hacer patente el drama que supone paraellos y para toda la familia que la casa se vea convertida en unaprolongación del colegio y que su corta vida y su persona sevean valorados por su rendimiento escolar, y cómo esto los vaminando hasta el punto de hacerlos dudar de sus propias posibi-lidades y a perder gran parte de su seguridad y autoestima.

Por otro lado, enfatizar que estos niños que se quedandescolgados del grupo o que van a remolque del resto sonseres muy valiosos que necesitan ser aceptados y que ade-más tienen derecho a que se les conceda una vía de integra-ción, a que se cree un espacio donde, desde su diferentemanera de aprender, se les ayude.

Por último, se intenta dar una serie de pautas orientativasque ayuden a reconocer a este niño lo antes posible tanto encasa como en el colegio. Cuanto antes se detecte la dificul-tad y se procure el apoyo, menos sufrimiento para el niño ypara la familia. Un niño sólo es un problema si dejamos quese convierta en ello.

¿Por qué tres cuentos?Podríamos haber escrito un solo cuento donde se relatara

la historia del niño con D.A., desde el comienzo de su escola-ridad, empezando por su iniciación a la lectura, hasta ir ela-borando cada uno de los sucesos que han ido llevándolo alfracaso escolar. Pero nos habría sido imposible escribir una

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única historia donde se viera reflejada la compleja realidadde cada niño. Hemos escrito tres y podríamos haber escritomuchas más y ninguna habría sido igual a la otra.

Con esto queremos decir que las dificultades de aprendi-zaje en cada niño se manifiestan de manera distinta y pordiversas causas. Dicha dificultad puede hacerse visible o ini-ciarse en cualquier momento a lo largo de los años de suescolaridad.

Un niño puede empezar a tener tropiezos desde el iniciomismo de su escolarización. Sin embargo otros pueden irpeleando con otras capacidades que posean, los problemasque se le vayan presentando, hasta que en algún momentodescompensen y se produzca el fracaso.

Nunca debemos olvidar que cuando hablamos de niñoscon D.A. estamos hablando de niños inteligentes con buenacapacidad y que a pesar de esto y por diferentes razones rin-den por debajo de sus posibilidades.

Sin embargo hay factores que sí son constantes en cadauna de las historias escritas y por escribir. En primer lugar, elmiedo. El miedo a no ser aceptado como es, a perder el cariñoy la comprensión de sus padres y profesores. Miedo a las bur-las de los demás, a las exigencias inalcanzables y a enfrentarsea su propio fracaso. Temor ante el desconocimiento de esaincapacidad para ser y aprender como otros. Incapacidad queno encuentra explicación. El niño con D.A. permanece quieto ymuy asustado ante el fantasma de la torpeza.

Por otro lado, son niños que desarrollan estrategias para-lelas para adaptarse y sobrevivir a la tarea que se les impone.Algunas de estas estrategias son positivas y otras negativas.De ahí que tengamos, desde el típico niño que se esfuerzasin límites para obtener rendimiento, hasta el aparente paso-ta, charlatán y payaso de la clase, pasando por toda unaserie de caracteres y actitudes, mejores o peores, pero enconstante lucha por permanecer a flote.

Todos estos esfuerzos se ven frustrados. Lo que los lleva auna pérdida de confianza en sí mismos y en los demás y a undeterioro de la ilusión.

Escribimos estas tres historias porque nos parece que res-ponden a tres momentos muy importantes de la evolucióndel niño, tanto en la escuela como fuera de ella. Tresmomentos de cambio y transformación. En última instanciade un marcado crecimiento personal.

La primera es el paso de preescolar a 1 o de E6B. Aquí

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el aprendizaje deja de ser un juego para concebirlo comoalgo útil. El niño debe acceder a la lectura y a la escritura.Esto definitivamente es un instrumento más de integracióntanto en casa como en el colegio. La lectura le da paso almundo de la calle. Anuncios, letreros y algunos libros yaestán a su alcance. En definitiva, es la llave que abre la puer-ta al mundo de los adultos.

El acceso a la lectura marca la diferencia entre ser mayor opequeñajo. En casa les hace ganar méritos ante sus padres yfamiliares. Les distingue de sus hermanos menores y les con-vierte en partícipes del universo de sus hermanos mayores.En el colegio les hace sentir que pertenecen al grupo. Lesdiferencia de los que están en el curso anterior y que todavíano saben leer. Pero sobre todo consiguen el reconocimientode compañeros y profesores.

Al cumplir con este requisito escolar salvan una etapadentro de su desarrollo intelectual y se colocan en el umbralde aprendizajes posteriores.

Entrar con buen pie en la lecto-escritura les va a permitirseguir ejercitando su mecánica, ir adquiriendo un mayorconocimiento del alfabeto y de las combinaciones de lasletras. Ir identificando el mensaje que las palabras escritasencierran y así descubrir y ampliar el mundo de los significa-dos. Cualquier impedimento que no diera paso al procesolector sería la causa de que el crecimiento personal del niñose viera estancado.

En la segunda historia tenemos a una niña que ha llegadoa 5° de EGB y se prepara para el paso a 6o de EGB. En estasedades se deben producir muchos cambios. Se adquieremayor autonomía y madurez. Sus intereses se van ampliandoen la misma medida que diversifican sus amistades. En casadejan de ser pequeños para asumir algunas responsabilidadesy obligaciones.

En el colegio los niveles de exigencia suben. Algunos seven sometidos al criterio de más de un profesor. La partemecánica de los distintos aprendizajes se debe haber auto-matizado. La lectura debe ser un instrumento válido que leayude a la comprensión de las distintas materias; para ellodeben haber adquirido el suficiente vocabulario que los llevea integrar nuevos conceptos. Sus conocimientos deben estarlo suficientemente organizados para poder realizar un traba-jo independiente. Por último, el apoyo del profesor es ya unaherramienta más y no un soporte indispensable.

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En la tercera historia tenemos al adolescente en 8o deEGB. Es un adolescente repetidor desfasado cronológica-mente con respecto al grupo y desfasado de sus propiosintereses con respecto a sí mismo. Llegando a estas edadeslos tratamos como si definitivamente fueran mayores. Enocasiones, aunque aún no lo son, les obligamos a actuarcomo adultos. Asumiendo responsabilidades y obligándoles atomar decisiones que tienen proyección en su vida futuratanto en el aspecto personal como en los estudios.

En este nivel, la lectura debe ser un instrumento hábil yágil que le permita adentrarse en la comprensión, de talmanera que pueda apropiarse de conceptos y estructuras depensamiento cada vez más complicadas. Los textos se alar-gan y se ve expuesto a lecturas de gran variedad de temas.Comienzan a construir de manera rudimentaria su capacidadpara relacionar ideas y conceptos y con ella llegar a sus pro-pias opiniones y criterios. Deben haber desarrollado estrate-gias para memorizar y manejar algunas técnicas de estudioque les ayuden a entender, recordar y organizar el aprendi-zaje.

En cada una de estas historias reconocemos el inicio o laculminación de una etapa trascendente en la vida de cual-quier estudiante. En la primera la iniciación a la lectura; en lasegunda, el aumento de la información que obliga a trabajarde manera más eficaz e independiente, y en la tercera la cul-minación de los conocimientos adquiridos deben empezar adar paso a la construcción de criterios propios.

Ante estas exigencias el niño con D.A. se ve desarmado.Arrastra grandes lagunas en aprendizajes anteriores, cono-cimientos mal adquiridos y estrategias equívocas y pocoeficientes. El conocimiento de vocabulario y el manejo dela expresión tanto oral como escrita es insuficiente. La lec-tura mecánica y comprensiva es inadecuada. Finalmente enmuchos casos carece de hábitos de estudios y de motiva-ción.

Por supuesto, todos no presentan estas dificultades a lavez pero con sólo algunas de ellas es suficiente para no ren-dir a plena capacidad.

¿Qué nos pasa?El título del libro es la pregunta obligatoria que nos debe-

ríamos hacer todos. Desgraciadamente esta pregunta sólo sela han venido haciendo los niños, encontrando casi siempre

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una única y errónea respuesta: "Soy tonto". Y otras vecesno encontraron más respuesta que el eco de su propio fraca-so escolar.

Esta pregunta es una invitación a la reflexión a todos losque estamos implicados en la educación y formación deniños y adolescentes. La escuela debería ser un lugar dondese creara una situación de aprendizaje desde el prisma de lacomprensión y aceptación de las diferencias que presentacada estudiante. Es cierto que todos aceptamos la diferencia,la variedad como algo normal. Inclusive lo vemos bueno yenriquecedor. Las diferencias son agradables no sólo a lavista sino a todos los sentidos y hasta para el entendimiento.Sin embargo, nos sorprende que haya personas que apren-dan de manera distinta, que lleguen a otras respuestas o quelleguen a las mismas respuestas por otros caminos.

El niño con dificultades de aprendizaje y entre ellos el niñodisléxico es un niño inteligente con muchas capacidades. Novamos a negar que tienen dificultades y que necesitan untratamiento especial y específico fuera de clases, llevado porprofesionales y especialistas del campo. Pero ésto no es sufi-ciente. El marco de la escuela debe acogerlos e integrarlosconociendo sus habilidades y ofreciendo un espacio dentro

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de cada actividad. Intentando además ofrecerle apoyo enaquellos casos en que se presente su dificultad. También encasa es importante que tenga la aceptación y paciencia delos padres y familiares. El tiene su propio ritmo y reaccionade distinta manera ante situaciones cotidianas y sociales.

Para poder ayudarles, antes hay que reconocerles. Resultapenoso que estén pasando a engrosar el número de alumnoscon fracaso escolar escondidos tras la etiqueta de vagos otorpes. Recordemos que son niños que pueden pasar inad-vertidos justamente porque su inteligencia es normal.

La pregunta ¿Qué nos pasa? apunta hacia nuestra pro-pia conciencia. El fracaso de estos niños está cuestionando laeficacia del propio sistema educativo. Lo que se está hacien-do todavía no es suficiente. Es cierto que cada vez hay másconciencia acerca de este problema. Pero todavía siguehabiendo poca información y la que existe no llega a todos.En muchos casos tanto padres como profesores se encuen-tran atados de pies y manos sin tener una medida de solu-ción a su alcance.

Entonces es cuando hay que volver a repetir la preguntaobligada:

¿QUÉ NOS PASA?

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—Mamá, ¿puedes jugar conmigo?—No cariño, estoy ocupada ahora. ¿Por

qué no vas a tu habitación y lees un pocode la cartilla?

Lucas no muy convencido y con caritade desilusión se dirige a su habitación.

"Esto de ser mayor no es tan divertidocomo yo creía" -va pensando pasillo abajomientras se dirige a su cuarto-. "Vaya rollo,en lugar de poder hacer más cosas, ahora,cada vez que me sobra tiempo tengo queleer la cartilla".

Antes podía quedarse despierto hastaque sus párpados cayeran vencidos por elsueño y a nadie le importaba. Ahora, tieneque madrugar para ir al colé y hay que irsea la cama pronto. Antes, jugar con suscoches y muñecos era una manera de no

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molestar a los mayores. Ahora, si el juegono tiene letras y números, parece que pier-de el tiempo.

Al llegar a la puerta de su habitación, sinatreverse a entrar, la mira detenidamentecon algo de tristeza y lagrimillas en los ojos.

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Este lugar había sido su refugio secreto,donde junto a su imaginación había gana-do batallas, domado a feroces leones, ven-cido a piratas y gigantes, encontrado teso-ros, salvado a la hermosa princesa de lasllamas del dragón y hasta había llegado aser el sabio rey del mundo de los enanos.

Lucas, por un momento duda y no sabe adónde ir, si directamente a la cartilla quehabía dejado abierta en un rincón o a suslibros de cuentos. Libros que había coleccio-

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nado a lo largo de seis interminables añoscon gran ilusión esperando el momentomágico de poder descubrir algo más que losdibujos que había en ellos. Libros llenos debrillantes, satinadas y hermosas páginas delas que se escapaban aventuras, magia, bru-

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jas, duendes, niños y niñas que Lucas desea-ba atrapar. Pero sobre todo lo que más seescondía en estas páginas era el deseo deLucas de leer... de leer letras. Para Lucas, lasletras eran esos pequeños bichos que cami-nan en fila y que sin saber por qué se vanagrupando de dos en dos, de tres en tres yasí hasta el infinito. De vez en cuando, porsuerte, aparece alguna suelta que podíareconocer sin miedo y con toda seguridad.

Indeciso todavía, se acerca a la pizarraque su padre le había puesto en la pared,justo a su alcance. Claro, esto había sidoidea de la señorita Teresa para estimularle.Durante la primera semana pudo garaba-tear lo que quisiera. Luego pasaron a losdibujos creativos, que por cierto, se ledaban muy bien. Pero más tarde vieron quecon este entrenamiento no iba a aprenderni a leer, ni a escribir. Así que se dio por ter-minado el estímulo y ahora su padre lallena de A - E -I - O - U para que copie.

"Bueno, copiar no es tan terrible"-pensaba-. "Lo peor viene cuando te dic-tan y el desastre es cuando te hacen escri-bir números. Yo creo que con los números

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ni leer, ni nada y siempre me salen alrevés. Al menos eso dicen. Pero lo difícilde éstos es saber por dónde empezar. ¡ Ymira que estoy atento! Me fijo hasta másno poder, pero cuando la mano del queescribe ha terminado de hacer el númeroya no me acuerdo por dónde había empe-zado. Entonces todos vuelven a decir:«Fíjate, Lucas». ¿Es que no se dan cuentaque me estoy fijando?"

En la memoria de Lucas todavía quedael recuerdo de aquel glorioso día. Su primerdía de clase. ¡Qué mayor se sentía! Atrás

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quedaban los años de pequeñez. Juegos,plastilina, palotes, colores, saltos, arriba,abajo, derecha, izquierda... aunque estoúltimo todavía no lo tenía muy claro. Pero¡qué importancia podía tener esto para unchico mayor como Lucas! Seis relucientes

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años y una vida intachable. Hombre, esto sino tenemos en cuenta los dos puntos quele dieron en la frente cuando se cayó de labici y algún que otro diente que no le aca-baba de salir. Por lo demás llevaba todo elequipo: lápiz, goma, cuadernos, ¡libros! unmontón y ¿ganas?... todas las del mundo.

En lo primero que se fijó fue en la seño-rita Teresa. Ella sí que era guapa, aún másque su propia madre. Ella hablaba, cantabay sobre todo sonreía. Sabía todo lo quehabía que saber: leer, escribir, números sinimportancia y sobre todo, como por arte demagia, hacía que todos en la clase apren-dieran a leer. Menos Lucas, claro, y un parde niños más. Los días fueron pasando ycreo que los meses también. Y Lucascomenzó a pensar que aquella señorita nosabía tanto. "La verdad si la miras con cui-dado -pensaba por las noches en su cama,cuando ya todos dormían- no es tanguapa. Cada vez que dice una letra ponecaras muy raras. Se le inflan los mofletes,aprieta los labios y luego le explota todosaliéndosele la lengua como un látigo olengua de víbora. Al final los ojos se le que-

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dan desorbitados. Todo eso para lanzar unaletra, sonido o como se llame".

A pesar de ésto, Lucas hacía lo imposi-ble por complacerla en todo para que vol-viera a sonreír como el primer día.

"Creo que ella se había empezado a pre-guntar cosas... igual que yo. ¿Por qué nome entran las letras en la cabeza? y si meentran ¿por qué se me escapan tan pron-

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to? Creo que también se había empezado apreocupar y tanto como mis padres. Lomalo era que la sonrisa se había borrado dela cara de todos".

Lucas intentaba solucionarlo ayudando asus compañeros de clase en sus trabajos,haciendo lo que podía. Pero se ve que a laseñorita Teresa no le gustaba esa clase decolaboración y decía:

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-Lucas, trabaja en tu cuaderno, no en elde tu vecino.

Esto hacía pensar a Lucas que querer serun buen compañero no era algo que legustara a la seño.

"Me gustaría que todo volviera a empe-zar y ser como Carlos, el niño que llevagafas y se sienta en primera fila. Creo quenació sabiendo leer. A mí, esto me parecemuy difícil, creo que nunca voy a poder leercomo los demás. He pensado decirle apapá que no voy más al colé. Pero... cadavez que me acerco me dice:

—Lucas, campeón, trae la cartilla quevamos a leer un poco.

—Sí, papá -corro entusiasmado, disimu-lando mi miedo; busco el libro y...

-Verás cómo leo este cuento a mismuñecos.

Intento que no vea la página y a partirde una letra me invento historias. Lo ciertoes que a veces cuela y mi padre hasta meaplaude. Pero en el fondo sé que no heleído. Bueno... en realidad no lo tengo yomuy claro, a lo mejor yo leo y no me hedado cuenta".

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¡Ser mayor es difícil,a veces, imposible!"

—¡Luucaas, cari i ño, ¿hasencontrado la cartilla?!

—Sí, mamáaaa!—Anda, lee un poquito que luego voy yo

y leemos juntos.Lucas cogió la cartilla y una vez más lo

intentó.—aaa... aal... la -respiró profundamente

y continuó- moo... am, aam... oo...El esfuerzo y el cansancio lo fueron ven-

ciendo. Quedando dormido, desparramandosu cuerpo en el suelo sobre letras, letras ymás letras. Sin embargo una pequeña sonri-sa asomaba a sus labios.

¡Ojalá Lucas sueñe con algo más!

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Nuria ya no se acordaba de cuándohabía empezado toda aquella historia. Noveía salida por ninguna parte. Estaba atra-pada. No había enseñado a sus padres lasnotas de la tercera evaluación, porque sabíaque esto les produciría un gran disgusto yahora se daba cuenta de que su afán porevitar problemas había sido inútil. Una solallamada del colegio los había vuelto comolocos. Allí delante de ella los tenía dandogritos, preguntándole:

—¿Por qué nos has engañado, Nuria?Nos habías prometido que estudiarías, queserías responsable, que para eso ya eresmayor—decía el padre, intentando contro-lar su nerviosismo en cada frase.

Su madre, por momentos, quería sercomprensiva y no hacía más que repetir:

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—Nos prometiste que lo intentarías,hija.

Sí, es cierto, había prometido todoaquello. Pero no resultaba tan fácil. Cómoexplicarles que lo había intentado contodas sus fuerzas. Que había estado horasfrente a los libros descifrando lecturas parapoder estudiarlas. Cómo decirles que algole venía pasando desde hacía mucho tiem-po y que ella no encontraba la explicación.Que los exámenes se habían convertido enun juego de azar. No entendía cuál era laclave que hacía que aprobara o que sus-

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pendiera, que para ella no tenía que vercon el tiempo que dedicara al estudio, nicon la memoria, ni con el entendimientoque tuviera de la asignatura; que estabaperdida, que lo sentía mucho y que teníamuchas ganas de llorar.

Nuria estaba en 5o de EGB y nuncahabía repetido, aunque la amenaza derepetir era algo que la perseguía cada año.

La profesora decía que era un poco inma-dura y que no dedicaba el tiempo suficiente.Quizás necesitara un poco de ayuda en casa.Lo cierto es que su madre le dedicaba todaslas tardes. Había venido estudiando conNuria desde que empezó a ir al colé. Le habíatocado volver a hacer la EGB con aquella hijay lo asumía como si fuera parte de su res-ponsabilidad. Por suerte los otros dos ibanbien, tanto el mayor como el pequeño. Asíque con mucho esfuerzo y trabajo por partede ambas lograba sacar los cursos por lospelos. Ninguna de las dos sabía lo que eratener una tarde libre y relajada.

Los fines de semana entraba en escenasu padre. Después de comer se repetía lamisma situación cada sábado y domingo.

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Se sentaban uno al lado del otro en la mesadel comedor, en profundo silencio, presin-tiendo la tormenta que se acercaba. Sepodía cortar el aire con el cuchillo menosafilado de la cocina. Resonaban como pisa-das lentas, el roce de las hojas del libro dematemáticas. Hojas que caían desmayadas

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y temblorosas al contacto con los dedos desu padre, quien las iba pasando una a una.El corazón de Nuria galopaba cada vez másfuerte. Estaba a punto de escapársele por laboca, cuando la voz de su padre irrumpíaclara, un poco insegura, con la mejor inten-ción del mundo.

—Vamos a ver las fracciones y los deci-males, Nuri. Esto en cuanto lo entiendas nolo olvidarás en toda tu vida. Fíjate en mí, lo

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viejo que soy y aún me acuerdo.¡Horror!, pensaba Nuria, otra vez las

fracciones, no se da por vencido.Su padre parecía que se olvidaba cada

fin de semana lo que había pasado el ante-rior.

—A ver, aquí está —decía señalando unapágina del libro con gran entusiasmo—. Vasa resolver esta suma de fracciones. Fíjateque tienen denominadores distintos. Enestos casos... ¿qué hay que hacer?Bueno... no digas nada. Primero copíala enel cuaderno.

Nuria cogió el lápiz y empezó acopiar.

—Coloca bien los números, porque esmuy importante...

Nuria borraba y volvía a empezar...—Fíjate bien que no es un 3 sino un 5.Nuria borraba y volvía a empezar...—No tenías que borrarlo todo, pero

hija, por favor, fíjate que has vuelto a escri-bir un tres.

Nuria borraba y volvía a empezar...A medida que padre e hija se iban aden-

trando en el trabajo se podían escuchar

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desde el salón las siguientes frases a inter-valos de tiempo cada vez más cortos.

. —Con cuidado...—Piensa en lo que estás haciendo.—Es imposible que con esa postura pue-

das trabajar. Haz el favor y siéntate bien.—No uses los dedos para contar que

eso es de niño pequeño, ni tu hermanomenor lo hace.

—No seas cabezota y hazlo como tedigo.

—Niña pero si pareces ton... estás man-chando el cuaderno.

Cuando se llegaba a esta frase las lágri-mas de la niña habían empezado a deslizar-se por sus mejillas hasta caer en el cuader-no, emborronando los números, la vista y lavoz de su padre que apenas podía escu-char. Este se levantaba violentamente ysalía del comedor antes de pegarle unatorta. El también salía con un nudo en lagarganta y con muchas ganas de llorar.

Se dirigía al salón donde estaba sumujer. Echaba a sus otros dos hijos, que sehabían sentado frente a la tele a ver unapelícula. Una vez éstos desaparecían

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corriendo ante el enfado de su padre, sedejaba caer en una butaca y decía:

—No puedo con ella, todo lo que haga-mos es inútil.

La madre nerviosa se mordía las uñas.Nuria se había acostumbrado a vivir con

el miedo en el estómago y los ojos redon-dos. Sobrevivía en clase como podía. Ibatirando con su buena conducta y su habili-

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dad para contestar oralmente. Sabía cómodarle la vuelta a una pregunta para quepareciera que la había contestado. Esta tác-tica que le había servido en años anteriorescada vez tenía menos resultados.

Lo increíble era que le gustaba su cole-gio. Había confiado en que algún día llega-ría la solución a sus dificultades como porarte de magia. Pero ese día se iba retrasan-do demasiado y mientras tanto ella teníaque enfrentarse a la realidad: lecturas queno comprendía a pesar de conocer el signi-ficado de las palabras; palabras que nuncaaprendería a escribir. La ortografía era algoque escapaba a su mente. No comprendíaqué ley interna movía el alfabeto parahacer que las letras se juntaran en undeterminado orden. Por qué a veces laspalabras iban con h y otras no, por qué conb o con v. Ni por qué era tan importanteque no faltaran ni sobraran letras en unapalabra.

Recuerda siempre con una leve sonrisaaunque con tristeza las veces que hizo elridículo delante de todos sus compañeros:trabajando como loca para entregar las

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cuatro preguntas del ejercicio de matemáti-cas, cuando la profesora sólo había pedidola cuarta.

Nunca olvidaría cómo la clase enteraexplotó en carcajadas el día que leyó su tra-bajo acerca del "Crecimiento demográfi-co". Ella había escrito en la pizarra el título"Creciente dermogáfico".

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Nuria no entendía donde estaba suerror, ni cómo podía evitar cometerlos paraque no se rieran de ella.

Aquella evaluación se había esforzadomás que nunca. A petición de ella suspadres habían decidido dejarla en paz, yaque con la ayuda que ellos le ofrecían nohabían tenido resultados positivos.

—Ya eres mayor y es bueno que tehagas cargo tú sola de sacar adelante losestudios.

Nuria pensó que ésto era bueno; quesus padres, a pesar de todo, confiaban enella, y asumió la responsabilidad con ale-gría. Lo intentó y no tuvo resultados y poreso se encontraba ahora en esta situaciónsin saber qué decir.

Su madre intentó calmar a su padre. Seacercó a ella y la cogió por los hombros.Con voz temblorosa le dijo:

—Nuria, ¿por qué has escondido lasnotas?

Nuria la miró a los ojos suplicante conun río de lágrimas que la desbordaba ycontestó:

—No sé, mamá.

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Tuvo mucho miedo de confesarle que sesentía avergonzada de sus resultados. Ellahabía trabajado mucho y no entendía porqué no lo había conseguido. Tuvo miedo dedecir:

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—Mamá, soy tonta. Nunca podré conlos estudios.

Los padres la dejaron sola en su habita-ción, castigada, por supuesto. Se habíanacabado para Nuria las clases de danza ydibujo. Le pondrían un profesor particulartodos los días ya que ellos no habían conse-guido ayudarle.

—Mañana iremos al colegio para hablarcon los profesores —decía la madre, afligi-da—. Tenemos que encontrar la solución.Hay algo en esta niña que no entendemos,que se nos escapa.

El padre sólo pudo balbucear:—La estamos haciendo infeliz entre

todos.Esa noche en la oscuridad de su habita-

ción Nuria no podía dormir. Se sentía triste.Además la palabra tonta retumbaba en sucabeza y no se atrevía a pronunciarla. Noquería que se le escapara y se convirtiera enrealidad.

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Esta había sido su última oportunidad.Se lo habían advertido a lo largo de todo elcurso. Por primera vez en muchos añosDiego dejaba que su verdadero sentir seasomara a sus ojos, a sus labios, a su cuer-po. Allí estaba de pie en el despacho deldirector del colegio, muerto de miedo. Elmiedo era un sentimiento que había tenidoque aprender a ocultar. Un temblor inexpli-cable recorría su cuerpo mientras su miradapaseaba solitaria por cada rincón de aqueldespacho. El despacho del director habíasido siempre el lugar más frecuentado porél en la larga lista de colegios a los cualeshabía asistido.

Diego estaba en 8o de EGB y tenía 16años. Cumpliría 17 en verano. Era la según-

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da vez que repetía 8o de EGB, o sea,tripitía, como cariñosamente decían susamigos sin burlarse. El hacía alarde de éstocomo si fuera una gran hazaña, como si deuna prueba de resistencia se tratara.

—Es que no quiero abandonar al profede matemáticas —decía muerto de risa —;qué haría sin mí.

La puerta del despacho donde estabaDiego desde hacía un siglo se abrió y con lasolemnidad de un culto religioso entró eldirector y tras él sus padres. Con movimien-tos ágiles y rápidos el Sr. Fermín se colocódetrás de su mesa y antes de sentarse alzósu ronca voz y se dirigió a los señores Gar-cía, padres de Diego.

—Tomen asiento, por favor.Diego seguía de pie al lado del sillón del

director. Su cara de temor se había trans-formado en una muy fresca y risueña,como si estuvieran a punto de darle laenhorabuena por algo. Su padre lo mirabaindignado, no podía soportar aquella acti-tud de desfachatez que veía en su hijo.Para su madre todo aquello resultabaincomprensible, no podía borrar de su cara

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la constante pregunta de por qué.El director, mientras tanto, miraba unos

papeles que tenía sobre la mesa. Se quitólentamente las gafas, se secó el sudor de lafrente e interrumpió aquel largo silencio.

—Estamos esperando a que venga laseñorita Pascual. Ella es la tutora, comoustedes saben, y es importante que estépresente.

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Los padres de Diego asintieron con lacabeza, sentados ambos en el borde de lassillas con actitud nerviosa. En aquelmomento alguien golpeó la puerta consuficiente energía como para sobresaltar aDiego que permanecía de pie, aparente-mente ajeno a las sensaciones de nervios,angustia y solemnidad que experimentabancada uno de los allí presentes.

—Pase, por favor —dijo eldirector—. Siéntese, señoritaPascual, la estamos esperandopara empezar.

Esta misma escena habíatenido lugar ya en ocasiones alo largo del curso. Lo único quela diferenciaba de las demás eraque ésta sería la última.

—Señores García... —donFermín tragó en seco pero pro-siguió con voz enérgica— cuan-do... cuando aceptamos queDiego continuara en este cole-gio y que volviera a repetir 8o

les advertimos que en caso de

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que el chico no se esforzara para sacar ade-lante el curso no podría continuar connosotros. A lo largo del curso hemos per-manecido en constante contacto con uste-des y esto que les voy a decir no es nadanuevo. Creo que todos nos hemos esforza-do, menos el que tenía que haberlohecho... —y miró de reojo a Diego. Trasuna breve pausa continuó—Todos los pro-fesores sin excepción se han quejado de suindisciplina y su falta de interés.

Diego permanecía de pie sonriente antetodos esperando su condecoración mien-tras apretaba sus manos sudorosas pordetrás de su espalda.

¡No puede ser! ¡Aquéllo no era justo! Elprofesor de gimnasia no tenía una solaqueja de él. Era el mejor en todos losdeportes. Y si no hubiera sido por él nohabrían ganado aquel partido de balonces-to, del cual el director no se cansó dehablar hasta hoy.

—Señorita Pascual, por favor, dé usted aestos señores el informe que ha redactado.

Diego sabía que en aquellos papeles ibaescrita su sentencia de muerte. Esperaba

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que sus padres otra vez obraran un mila-gro. ¡Claro que quiero estudiar!, les habíadicho muchas veces. Su mayor ilusión eraser ingeniero de caminos como su padre,pero este sueño se le estaba escapando delas manos.

Ya no escuchaba nada. Director, tutora ysus padres se habían enzarzado en unacharla que no tenía fin y él allí, de pie, sinentender nada de lo que se decía. De vezen cuando asomaba a sus oídos algunafrase perdida.

—Es muy inteligente...—Se interesa sólo por las cosas que no

le cuestan.—Su mayor problema es que es vago.—Su ortografía es pésima.Esto último sí que era cierto. La ortogra-

fía siempre le pareció algo fuera de todalógica. Se sabía las reglas, pero no lasusaba... Cómo podían pedirle que organi-zara sus ideas, las redactara con correccióny encima se pusiera a pensar si era con v ocon b... Y todo ésto intentando hacerbuena letra. ¡El no podía con tanto!

—Siempre se está riendo, no se toma

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tiempo. Con frecuencia le decía a mimadre:

—A mí no hay ningún niño que se meresista. Si no ha podido aprender a leer en1 de EGB, ¡o hará ahora conmigo. Ustedno se preocupe, señora García, tengo unmétodo infalible.

Así me pasé la primera parte del año, sinrecreo sentado al lado de sor Beatriz que me

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hacía repetir, tras ella, como un papagayo,todo tipo de letras y combinaciones silábicasque yo olvidaba casi inmediatamente.

Poco a poco sor Beatriz se iba desani-mando. De vez en cuando cobraba áni-mos y entonces me daba un fuerte peroconveniente y piadoso capón (decía ellaque para abrirme el entendimiento). Tam-poco tenía mucho éxito con este antiguométodo.

Un día en un arranque de desesperaciónme llevó al despacho de la Madre Superiora—no era la primera vez, por cierto— y leenseñó mi cuaderno al borde del llanto.

—Madre, con el debido respeto quieroque mire el cuaderno de este niño.

Sor Beatriz señalaba con el dedo muyseria mis diminutos jeroglíficos mientras laMadre Superiora los miraba como si de unaaparición se tratara.

—Ve usted lo que le digo... Todo al revés.A este niño no hay quien le enseñe a leer. Meparece que no es alumno que deba estar eneste colegio, Reverenda Madre. Mi experien-cia me dice que debe ir a otro tipo de cole-gio. .. usted me entiende, y si allí no aprende,

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los padres tendrán que aceptar que..."No vale para estudiar".Después de este incidente sé que mis

padres fueron al colegio para hablar con laReverenda Madre. Al terminar aquel curso,

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que aprobé, por supuesto, creo que graciasa la indulgencia de sor Beatriz más que asus métodos de enseñanza, cambié decolegio. Mis padres me dijeron que iría auno más nuevo y más bonito. Y sí que esta-ba bien mi colegio. Yo estaba superconten-to. Me gusta cambiar de vida, de amigos,de colé... En fin... Estoy acostumbrado.

Era el único niño nuevo de aquel año enaquella clase, así que era la estrella. Estabaentusiasmado. Pero como todo en la vidallega, llegó el día en que me pidieron queleyera en voz alta. Aquello fue horrible.

Yo había aprendido a leer durante lasvacaciones de verano con una maestra quehabía en el pueblo donde íbamos a vera-near. Aquella señora sí que logró abrirme elentendimiento. Creo que un día por pocome abre la cabeza con la regla (se ve quetodos estaban de acuerdo con aquel méto-do que parecía que empezaba a dar resul-tados). Sin embargo, a pesar de todo el tra-bajo realizado, cuando me puse a leer laclase entera se vino abajo de la risa.

Las primeras veces que mis compañerosse rieron me puse triste y me sentí avergon-

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zado, pero según fuepasando el t iempoaprendí a sacar parti-do de esa situación.Así que empecé a reir-me con ellos y de estamanera todos lo pasá-bamos bien. Exceptola profesora, claro..... De 3o de EGB a 5o

se me pasó el tiempovolando entre risa yrisa. Por suerte, al lle-gar a este nivel, casinunca te piden queleas en voz alta. Y si tetoca la china siemprehay alguna oportunidad de escurrirse comopor ejemplo, que te entre un ataque de tos,estornudos o de hipo a elegir, según laépoca del año y la hora del día. Tambiénpuedes hacerte el loco buscando el lápizdebajo de la mesa. Lo del dolor de cabeza yla afonía también es muy socorrido y si esedía no estás muy ingenioso para algúnchiste, siempre puedes decir que se te ha

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olvidado el libro. Cosa que por otro ladopuede que sea cierta.

Ninguno de estos trucos me sirvió paraque el profesor de 5o de EGB dejara depensar en que debía repetir. A aquella atro-cidad se opuso la familia en pleno, hastayo; con lo cual se determinó cambiarmeotra vez de colegio.

De 6o de EGB a 8o se me pasó el tiempo

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más que como un soplo como un venta-rrón, con borrasca, profesores particulares,castigos, premios, algún bofetón, gritos,lágrimas y carcajadas por parte del resto delpersonal. Yo solo intentaba bandearmeintentando que nadie notara mi incapaci-dad para los estudios.

Tengo que admitir que mi lectura des-pués de tantos años ha mejorado poco. Deesto me di cuenta hace unos días. íbamosun grupo de amigos a tomar una pizza aun sitio que solíamos frecuentar. Desde elcoche vi un nuevo cartel en el estableci-miento y lo leí en voz alta: "Piezas paralavar", y comenté con verdadera pena:

—¡Qué lástima! han quitado la pizzeriay han puesto una lavandería.

Todos empezaron a reirse divertidos ycomentaban:

—¡Qué ocurrente eres, Diego!Yo me uní a la carcajada un poco extra-

ñado.Aparcamos y fuimos directamente a la

que yo creía la antigua pizzeria. Me sor-prendió que allí estuviera todavía. Volví amirar aquel nuevo cartel y tras varias lectu-

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ras comprobé que lo que ponía era: "Pizzaspara llevar".

Ese día supe que me pasaba algo.Algo que yo no queria divulgar, algo quehacía que aquella frase mágica pudieraser verdad:

"¡No vale para estudiar!"Siempre me he negado a aceptarla y no

voy a darme por vencido.¡Yo quiero ser ingeniero!¡Yo quiero ser ingeniero!

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Allí todavía estaban en plena discusiónmientras Diego mantenía el tipo con un ros-tro como para ir de feria. De repente escu-chó lo que parecían las últimas frases. Hacíaun gran esfuerzo por centrarse y atenderpero no podía. De verdad que todo lo quese hablaba allí le entraba por un oído y lesalía por el otro pero no era porque no leinteresara sino porque se le agolpaba en sumente toda su larga historia de fracasoescolar. Para muchos él era un pasota, perolo cierto es que lo que más deseaba en estemundo era ser ingeniero de caminos.

De repente todos se pusieron de pie y,después de despedirse de sus padres consendos apretones de manos, el director,dándole una palmada en la espalda, le dijo:

—Diego, ya puedes irte con tus padres.—Suerte, muchacho —le dijo la señorita

Pascual sonriendo.Y así fue como nos vimos los tres en la

calle mirándonos desconcertados. A mimadre le empezaban a correr lágrimas porlas mejillas y mi padre iba muy serio.

El silencio se hacía cada vez más grandea medida que íbamos hacia el coche. Fue

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mi padre quien interrumpió aquel espesosilencio. Y al entrar al coche dijo intentandocontener su rabia:

—Di nos, Diego, ¿qué quieres que haga-mos contigo? —El silencio que continuócayó como un mazo sobre ellos. Al cabo deunos largos minutos y dando un golpe enel volante el padre gritó— ¡Estoy harto!¡No merecemos que nos hagas ésto! ¿Esque no quieres estudiar?

Al oir ésto, Diego saltó como un resorte.—¡Padre, yo sí que quiero estudiar!

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—Entonces, ¿por qué no lo haces? ¿Porqué no te pones de una buena vez frente alos libros y asumes tu responsabilidad? ¡Queya eres un hombre! —exclamó el padre.

Sí que lo había intentado pero no sabíacomo planificarse para hacer las cosas atiempo. Al final siempre se encontraba des-valido y aturullado frente a una montañade libros ante los que se sentía pequeñito.Y le daba vergüenza... mucha vergüenza.

En clase le llamaban el abuelo porqueera el mayor. El se reía diciendo que ya teníamucha experiencia con las asignaturas de 8o

y que sólo quería perfeccionarse. Pero... enel fondo le daba una tremenda vergüenza...y lo tapaba todo con su sonrisa.

Al llegar a casa, en el garaje, y antes debajar del coche, su padre dijo:

—Esta decidido —bajó la cabeza comosi le costara lo que iba a decir—. Irás inter-no a un colegio y no se hable más.

Bajaron y entraron en casa. Diego lesmiró y cuando quiso decir algo, su madre,que ya había dejado de llorar, dijo:

—Vete a tu habitación.Diego enfiló el pasillo con paso lento y a

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mitad de éste ya iba dando saltos, marcán-dose algún paso del baile de última moda. '

Entró en su habitación, se puso los cas-cos, y... ¡hala! a soñar mientras palmotea-ba al ritmo de la música.

En el interior de su corazón una vozrepetía:

¡Quiero ser ingeniero!¡Quiero ser ingeniero!

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CÓMO AYUDAR AL NIÑO CONDIFICULTAD DE APRENDIZAJE

Cada niño es único y su dificultad va a ser distinta. Porésto no existe un tratamiento estructurado que como talsirva para reeducar a todos los niños con D.A. por igual.Aquéllos que existen requieren una aplicación individual ypersonalizada; bastante flexibilidad y creatividad por partedel profesor que la imparte.

El niño con D.A. debe ir a un especialista que realice unestudio psicopedagógico a través del cual determine sus difi-cultades y proponga una intervención para subsanarlas.

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EL TRATAMIENTO DEBE ESTAR CONCEBIDOSOBRE LAS SIGUIENTES BASES:

1. El niño debe ser consciente de sus dificultades y de susposibilidades de recuperación.

2. Conocer sus habilidades y potenciarlas para que aprendaa utilizarlas como apoyo.

3. Señalarle sus puntos flacos para que pueda compensarlosdebidamente.

4. Trabajar a nivel de éxito para que recupere la confianza ensí mismo. El niño con D.A. no aprende de errores; por esodebemos evitar que los cometa ofreciéndole apoyo.

5. Utilizar materiales atractivos y ejercicios variados que seanpertinentes a su dificultad.

6. Ofrecer abundante ejercitación en las áreas que debacorregir.

7. Proveerles de herramientas contundentes y de estrategiasque le ayuden a enfrentarse a su dificultad y de estamanera obtener resultados en su rendimiento escolar.

8. Ser cuidadoso en la elección del método de lectura quevayamos a utilizar. Este debe ser fonético de marcha glo-bal, multisensorial y que provea la oportunidad de ejerci-tar la comprensión.

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ASOCIACIÓN DE PADRES DE NIÑOS CONDISLEXIA Y OTRAS DIFICULTADES DE APRENDIZAJE

Plaza San Amaro, 7. 28020 Madrid. © 570 97 18

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