reitia 1
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primera época de reitia dedicada a las humanidades y la literaturaTRANSCRIPT
Presentación
Reitia es el nombre de una diosa perdida y recién encon-
trada. En la década de los sesenta fueron localizados ras-
tros del culto que se le rendía en la península itálica, en
la zona del Véneto. Según Marcel Detienne (La escritura
de Orfeo, 1989), el santuario de Reitia data del año 500
antes de nuestra era y en él fueron halladas tablillas al-
fabéticas y estilos. Reitia es la que escribe. La diosa de la
actividad de escribir. A Reitia se ofrendaban ejercicios de
caligráficos: «La diosa de la Escritura recibe, a modo de
homenaje, abecedarios completos, listas de letras, listas
agrupadas de vocales, las quince consonantes repetidas
dieciséis veces». Pero Reitia no pretende ser un santua-
rio, sino un antro de la escritura. Sus páginas se disponen
abiertamente a la reflexión humanística y la creación
literaria, a la apuesta por la invención y el ensayo. Habrá,
tal vez, más números.
Los editores ¶
Robert Pinsky: poética del jazz
Cuando Robert Pinsky (New Jersey, 1940) fue in-
vitado a participar en un episodio de Los Simpson
se dio cuenta de que, ahora sí, se había convertido
en una celebridad. En una carta enviada a los guio-
nistas del programa, Pinsky ha escrito: «Queridos
guionistas de Los Simpson: gracias por haberme
incluido en uno de sus episodios. Ahora por fin la
gente piensa que soy importante». La apreciación es
sólo en parte correcta; Pinsky es un poeta amplia-
mente conocido en el mundo anglosajón. Un dato
menor puede ayudarnos a comprender su impor-
tancia: se trata del único en haber sido nombrado
en tres ocasiones Poeta Laureado, distinción anual
que otorga el gobierno norteamericano. Además, se
desenvuelve como consultor en materia de poesía
para la Biblioteca del Congreso de los Estados Uni-
dos. Pinsky ha traducido al inglés a Czeslaw Milosz
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(The separate notebooks) y a Dante (The Inferno),
además promueve el proyecto My favourite poem,
en el que se pretende grabar voz e imagen de mil
ciudadanos estadounidenses recitando poemas pre-
dilectos. Alan Shapiro ha dicho sobre él: «No hay
otro poeta americano contemporáneo cuyo trabajo
haya sido tan formativo e inspirador de un amplio
rango de poetas. Esto es así debido a una cualidad,
la dedicación, que ha permanecido en su obra a pe-
sar del cambio estilístico que ha experimentado de
libro en libro. La mejor palabra para caracterizar esa
cualidad es improvisación. Tanto si se mueve entre
ideas e imágenes, meditaciones o relatos, liturgia o
argot, Robert Pinsky se desliza en el lenguaje de la
manera en que lo hace un músico de jazz en una
melodía, inventando continuidades y armonías de
momento a momento, fuera de los testarudos y dis-
armónicos materiales de la vida contemporá-
nea» (Introducing Robert Pinsky, 1997). Los poe-
mas que ofrecemos pertenecen a Jersey Rain, libro
publicado por Farrar Straus Giroux en 2000¶
5
Samurai Song
When I had no roof I made
Audacity my room. When I had
No supper my eyes dined.
When I had no eyes I listened.
When I had no ears I thought.
When I had no thought I waited.
When I had no father I made
Care my father. When I had
No mother I embraced order.
When I had no friend I made
Quiet my friend. When I had no
Enemy I opposed my body.
When I had no temple. I made
my voice my temple. I have
No priest, my tongue is my choir.
When I have no means fortune
Is my means. When I have
Nothing, death will be my fortune.
Need is my tactic, detachment
Is my strategy. When I had
No lover I courted my sleep.
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Canción del samurai
Cuando no tuve techo
mi habitación fue la audacia
Cuando no tuve sopa cenaron mis ojos.
Cuando no tuve ojos escuché.
Cuando no tuve oídos pensé.
Cuando no tuve pensamientos esperé.
Cuando no tuve padre, del cuidado
hice mi padre. Cuando no tuve
madre abracé el orden.
Cuando no tuve amigos, de la quietud
hice mi amiga. Cuando no tuve
Enemigo, combatí a mi cuerpo.
Cuando no tuve templo, hice
de mi voz un templo. No tengo
sacerdote, el coro es mi lengua.
Cuando no tengo fondos. La fortuna
es mi fondo. Cuando ya nada tenga
La muerte será mi fortuna.
La necesidad es mi táctica, el desapego
mi estrategia. Cuando no tuve amante
cortejé al sueño .
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Vessel
What is this body as I fall asleep again?
What I pretended it was when I was small—
A crowded vessel, a starship or submarine
Dark in its dark element, a breathing hull.
Arms at flanks, the engine heart and brain
Pulsing, feet pointed like a diver’s, the whole
Resolutely diving through the oblivion
Of night with living cargo. O carrier shell
That keeps your trusting passengers from All:
Some twenty thousand times now you have gone
Out into blackness tireless as a seal,
Blind always as a log, but plunging on
Across the reefs of coral that scrape the keel—
O veteran immersed from toe to crown.
Buoy the population of the soul
Toward their destination before they drown.
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Navío
¿Qué es este cuerpo si otra vez duermo?
Lo que me figuraba cuando era pequeño—
Un abarrotado navío, una nave espacial o un submarino
Oscuro en su elemento oscuro, un barco que respira.
Armas en los flancos, corazón motorizado
y cerebro pulsante, pies afilados de buceador, todo
Buceando con soltura a través del olvido
nocturno con su viviente cargamento. Oh
cascarón mercante
que proteges de todo a tus confiados pasajeros:
Has zarpado hasta ahora quizá veinte mil veces
hacia la oscuridad, infatigable como un sello
Ciego como un madero, pero hundiéndote
A través de arrecifes de coral que arañan la quilla—
Oh veterano, sumergido desde los pies hasta la coronilla
Mantén a flote a la tripulación del alma
Hacia su destino, antes de que se ahoguen.
¶ Versiones de Javier Acosta.
9
Siempre uso calcetines
Después, porque la voluntad es la estrategia vacía de
los objetos, la sólida salamandra que musita solem-
ne la presencia de tus ojos. Buscas la aguja con la
frase que aprendiste de la abuela, la misma que te
servía para arrullar a los insectos. Imposible. Come-
tes un error, un yerro imperceptible, quizá en la
entonación, tal vez una sílaba en el lugar equivoca-
do.
Observas tu camisa doblada sobre la silla, su pa-
ciencia azul de alquimista, sus líneas de absurda
discreción que reclaman tu ayuda. Aún no eliges la
corbata, no es fácil, debes tomar en cuenta la asfixia
breve del espejo, la velocidad que no puede ser el
símbolo de tu derrota. Confías en ella, en su forma
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de caminar por los pasillos —como el diente que
escondías bajo la almohada—, en la blanca enfer-
medad de las piedras que destruye la memoria.
Ahora los zapatos. Te gustaría un color distinto,
parecido a la sordera de los peces. En fin. Es un
buen par —brillante, sin pretensiones—, tus pies
acomodan su decisión de tormenta, su natural per-
cepción de gaviota interrumpida.
Pobre pantalón inocente, ingenuo, debiste per-
manecer en la casa abandonada, dormido en el sofá
del abuelo, soñando con tu pasado de caballero me-
dieval. ¿Para qué usar calcetines? Nadie notará su
ausencia, su débil arquitectura de palacio antiguo,
su respuesta callada por la inusual brevedad de tus
manos.
No es la mejor combinación, lo sabes. Podrías
elegir otra camisa, un pantalón que haga juego con
la carta que no has enviado. Intuyes que el desierto
es la caligrafía cotidiana del deseo, el método pre-
visto en la estructura gentil de los armarios.
Lo sabes. Y, sin embargo, habría que demostrar
que las corbatas son, tan sólo, el nombre inevitable
de la espera, el frágil desamparo que sientes cuando
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Folios
1
Hojas del árbol
crónicas de su vida
en el viento archivadas
2
Esencia frágil enconchada en roca agreste
3
No requiero de estrellas
basta una luciérnaga triste
para hacerme compañía¶
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Pesadilla
Cada mañana sucede lo mismo, el libro que tengo en el buró
me estorba para apagar el despertador. Lanzo el manotazo que
topa en la pasta dura color verde mientras el fastidioso ruido
continúa. Tengo que apoyarme sobre el codo izquierdo y
estirar la mano derecha para accionar el interruptor. Esta vez
no es distinto, lo extraño es que el libro tiene otro color, ama-
rillo con tendencia verde. No le doy mucha importancia y me
levanto, corto la hoja del calendario y me doy cuenta de que
hay mucho polvo en él, pienso que debería de cerrar la venta-
na por las noches, en este lugar el viento sopla incansable. Me
dirijo al baño y abro la llave de la ducha, nada, ni una sola gota
de agua, maldigo un par de veces y me resigno a quedar sin
mi habitual baño matutino. Un buen café podría solucionar
este mal día. Tengo la mala costumbre de encender el que-
mador de la estufa antes de colocar algo para calentar o coci-
nar. Muy mal día, tampoco hay gas. Echo un vistazo al refri-
gerador y el foco no se prende, falta que no haya luz, me digo.
Resignado de nueva cuenta, me asomo a la venta y no
puedo reconocer nada, no está la tienda de abarrotes de en-
frente, ni el parque de la izquierda; sólo puedo observar un
panorama árido, devastado. Ni siquiera hay ruinas de las
construcciones, en caso de que todo hubiera terminado en un
terremoto nocturno que no percibí debido a mi pesado sue-
ño. Sólo tierra. De pronto recuerdo que hice una mala broma
en el trabajo cuando me dijeron que si pensaba dedicarme
exclusivamente a la literatura ahora con mi jubilación, que si
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era lo bastante bueno para poder mantenerme de ella, res-
pondí que si no tenía la capacidad de escribir un cuento si-
quiera, entonces que se acabara el mundo pues yo tenía la
facultad divina. Anoche intenté escribir un cuento, tenía la
historia en la mente, se trataría de un par de hombres hartos
de vivir, al borde del suicidio, jugarían una partida de ajedrez
en donde el perdedor atravesaría el umbral de la vida después
del ganador, y todo se complicaría con un partido terminado
tablas, nadie gana, entonces decidirían que sus planes se pos-
pondrían tres años y entonces volverían a jugar por el mismo
premio, sólo que durante ese tiempo ambos encontrarían una
razón para vivir y jugarían para perder, ambos, para ver morir
al otro y después no cumplir con la promesa de seguirlo, y
volverían a jugar un partido que quedará tablas nuevamente, y
la solución sería morir envenenados, comerían al mismo
tiempo veneno, la misma cantidad, y allí quedaría todo, sería
el fin del cuento. Pero sucedió que antes de ponerme a escri-
bir me tomé varias copas de vino, si iba a ser escritor debería
adoptar la actitud; sólo me emborraché y no escribí, me fui a
la cama y ahora despierto con esta sorpresa, se acabó el mun-
do, o una parte.
No me decido a salir, pienso que en cuanto ponga un pie
en la calle, perdón, en la nada, también desapareceré como
todo lo que ya ha desaparecido. Prefiero sentarme a escribir,
no el cuento de los ajedrecistas suicidas sino un cuento que
recuerde el barrio que solía ser este, antes del fin del mundo.
Me dirijo a mi escritorio improvisado, la mesa de la cocina
donde está mi máquina de escribir, una mecánica porque
tengo la idea de que mis cuentos deberán ser escritos en
máquina de escribir mecánica pues hablarán de tiempos pasa-
dos; el cuento de los suicidas que iba a escribir, y que no lo
hice, estaría ubicado cuando yo mismo tenía veinticinco años,
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en los años sesenta. Tomo una hoja y la deslizo por el cilindro
y comienzo a teclear, el título del cuento es LA AVENIDA DEL
PARQUE, y veo a través de la ventana para recordar cómo esta-
ba la avenida antes de que desapareciera y me doy cuenta de
que hay pavimento y ya está otra vez el parque. Y escribo que
hay una tienda pintada de amarillo al lado norte de la calle,
vuelvo a asomarme a la ventana y confirmo la aparición de
esta construcción. Entonces creo que tengo el poder de la
palabra creadora, la siguiente línea es «hágase la luz», que ex-
trañamente si había luz de sol cuando era la nada, aunque
entonces no sería la nada, y veo que aparecen los faroles
públicos. Pienso por un instante que, si está en mis manos la
creación, no debería escribir el barrio que era sino uno mejor,
así que lo hago. Ahora faltan habitantes, los seres creados por
Dios, por el gran escritor, y describo mujeres de gran hermo-
sura y buenos sentimientos, omito la violencia en mi escrito,
acompañadas de hombres de bondad y con hijos que se dedi-
can al estudio y obedecen. Me detengo en estas cosas
«bonitas» y pienso que eso no tiene gracia, entonces saco la
hoja y la rompo, todo vuelve a desaparecer. Meto otra y des-
cribo los usos y costumbres de Sodoma y Gomorra, se me
ocurre escribir que no habrá un dios castigador y desaparezco
de la escena.
Angustiado por mi desaparición, intento escribir sobre
mi mano, todo es penumbra y no hay forma de hacerlo, no
está mi máquina ni un lápiz ni pluma, me muerdo el dedo
para sangrarme y escribir con el líquido vital. De pronto un
ruido estridente me sobresalta, abro los ojos y me doy cuenta
de que es el despertador que no puedo apagar pues el libro de
pasta verde me lo impide, otro intento y lo logro. Me levanto,
corto la hoja del calendario, me ducho, pongo agua para café
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Ignoto Chillida
Sobre la obra del recién fallecido Eduardo Chillida (1924-2002), el
autor nos obsequia una serie de fragmentos acerca de la tarea mística
emprendida por el escultor donostiarra, autor de obras monumentales
que, como el Peine del viento (San Sebastián) o el Elogio del horizonte
(Gijón), poetizan los espacios y nos recuerdan que «los hombres somos
un lugar», como escribió el propio artista. Si bien Chillida fue el escultor
preferido de Martin Heidegger y Heidegger fue el filósofo favorito de
Eduardo Chillida, su obra mereció el comentario de poetas como Octa-
vio Paz o Edmon Jàbes, de los que pudo haber aprendido que «Nunca
se conoce bastante / De ahí que también en lo conocido / Se halla lo
desconocido y su llamada.» Debemos al ecologismo que permanezca
pendiente la ejecución póstuma de su última obra, la «construcción» de
un vacío cúbico en el centro de la montaña de Tindaya (Fuerteventura).
El caos —puro vacío inhóspito— es un espacio sin
medida, pandemónium angustiante. Para cruzar el
abismo es preciso repetir, violentamente, un signifi-
cante; es decir, guardar, mediante el diálogo entre el
ojo y la mano, el nombre de un lugar. Un lugar
donde estar, desde el cual explorar o retroceder para
adaptarse y defenderse, todo en el caos: organizar la
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vida con miras al rendimiento y la eficacia. Elevar
una forma reconocible (recortada y reservada frente
al vacío), señala la posibilidad de instalar un mapa
de extensión, de medir en el espacio y con él en el
tiempo, el hueco de la muerte.
*
Cada uno es, tiene su lugar en un reformatorio. Contra-
poner lo vacío a lo lleno, impele al sujeto a adquirir
un conocimiento técnico-científico: vaciar geomé-
tricamente el espacio en el tamaño de la matemáti-
ca.
*
Con la sombra de la forma —un objeto: un volu-
men que encierra una figura; la distancia entre los
volúmenes— pasa a confundirse el ser.
*
Una escultura es el límite definido de lo inanima-
do. Para ocupar/tomar espacio, presumirá del rasgo
cientificista de la forma. Como hecho plástico —
indica Heidegger—, el arte hace la prueba de la pro-
piedad del espacio, no de su colonización.
17
*
No hay significante verdadero, significado exacto
de las cosas; cada significante es significante de otro
significante: el lenguaje no habla de las cosas sino
de sí mismo y sobre sí mismo.
*
Nombrar vacía las cosas, llena los nombres.
*
La representación del lenguaje —la reproducción
de un mundo no vivido— refiere al mundo en su
ausencia. En los textos de Chillida la forma no es
sólo un significante sino también cosa, y ésta, un
éxtasis.
*
La idea de creación juedocristiana afirma que de la
nada adviene el ser creado. La nada no es ausencia,
caos a ordenar mediante una significante, sino posi-
bilidad o seminalidad del ser. Sin el vacío no hay na-
da de la qué hacer. El vacío, uniforme y homogé-
neo, nos ve sin ser visto. No sólo es la materia en la
que el lugar se traza, sino el tiempo en que fluyen
los territorios. El vacío está en el espacio, pero no
puede ser llenado con formas. El material del escul-
tor, dice Chillida, el espacio y el vacío conjunta-
mente.
18
*
Vacío como se está antes de nacer.
*
Vean los ojos náufragos no el equilibrio de una co-
existencia (equilibrar es reconstruir, apropiarse de
una realidad; coexistir establece una unidad dife-
rencial), sino un perenne combate, su fusión: el
espacio del vacío, y el vacío, la materia natural de lo
plástico. Chillida se interroga por el flujo consan-
guíneo entre dos insomnes, el espacio y el vacío.
No intenta trazar los límites entre ellos sino disol-
verlos. Apunta a un esfuerzo liviano, reconocer que
entre lo contingente y lo incondicionado, lo huma-
no y lo sagrado, no hay límite: revelación del carác-
ter irreparablemente material del mundo.
*
Chillida nos confronta con la materia, memoria
atávica del mundo.
*
Autor que no sólo organiza una reflexión en torno a
la materia sino que en ella inscribe la incertidum-
bre. Pero su estilo orada la vida sin conceptos.
*
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El criterio de Chillida va más allá del arte concep-
tual: el interés por liberar a la materia de sus pesos a
través de la oquedad. Ver y oír el interior de la for-
ma. No elige entre dos maneras de hacer (como
opta el arte contemporáneo), sino la imbricación de
las dos tendencias: buscando el latido de la materia,
sujetando su sensibilidad.
*
Lema para avanzar en la muerte y la vida de Chilli-
da: «En una línea el mundo se une, con una línea el
mundo se divide.»
*
La forma no se aplica; es generada por la materia
misma. Una forma, al cercar el vacío, tiene lugar
dentro de una delimitación. Inclusión y exclusión
en relación a un límite. La forma pone límite a un
lugar. La escultura —forma inflamada, falsa exten-
sión— produce cuerpos. Lo que acota un cuerpo es
su límite, a la vez límite del(os) cuerpo(s) conti-
guos: se deslíe la unidad del lugar con el espacio
relacional. El protagonista del espacio es el límite,
no el lugar. El límite es el por qué (y no la repre-
sentación) de las interrelaciones del espacio. La
temática de Chillida ha sido, independientemente
de la metamorfosis de los soportes, la de los límites
y su interrelación.
*
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«¿Se puede ocupar un lugar sin tener medida?»
*
Heidegger asocia el espaciamiento con el espacio. El
espaciamiento es la puesta en libertad de los lugares,
es abrir claros en el bosque para preparar una mora-
da. También, es la posibilidad de que las cosas se
pertenezcan unas a otras, cada una de ellas en su
sitio y a partir de ellas mismas. La extensión de un
lugar, el agruparse de las cosas en co-pertenencia
indica el territorio.
*
La escultura (ámbito para pensar y sentir nuestro
lugar) no ha de ser el debate espacial, sino un hecho
plástico, una incorporación de lugares que, abrién-
dose hacia un territorio, lo previene y agrupa en
torno a él lo libre. Permite la estancia a las cosas, a
los hombres habitar entre ellas. La escultura no
constriñe necesariamente la incorporación del vac-
ío, basta con que planee en los alrededores.
*
«Construir es edificar en el espacio. Esto es la escul-
tura, y hablando en general, la escultura y la arqui-
tectura.»
*
Podría pensarse que Chillida niega la trascendencia,
21
que sus textos participan de esa ideología antihuma-
nista que recorre al antiarte moderno, después de
todo, en sus obras no se marca directamente ni al
sujeto ni al objeto, tampoco a la representación.
Chillida explora en el espacio, pero no concibe for-
mas rodeadas de luz sino que la trabaja desde de-
ntro, introduce el aire en la sombra de la materia,
plasma territorios animados. No se trata de escultu-
ras translúcidas sino de cobijos transparentes: espa-
cios interpuestos entre la escultura y la arquitectura.
Independientes de su tamaño, cobijos monumenta-
les en los que el ojo se habilita y encuentra. Al mis-
mo tiempo encuentro entre dos subjetividades: la
del trayecto y la del medio.
*
Vaciar el espacio lo abre —nos abre— a un entorno
con el límite disuelto, a la infinitud.
*
Cuando el sujeto observa la materialidad atravesada
por el artista crea su propio halo: al entrar en la pro-
fundidad infinitamente abierta de un espacio inter-
ior, abraza al vacío, entra en el entre, se confunde
con la materia comunicada.
*
Sitiados en los límites del cuerpo, soportamos el
dolor, lo mucho que nos pesa la vida, su aburri-
22
miento y miseria. El alma no se mantiene en sole-
dad, como tú, quiere eliminar la duda o la esperan-
za, abdicar en el ser-así de lo irreparable: no tene-
mos acceso a lo exterior, pero lo exterior, preci-
pitándose, nos toca la cabeza.
*
El alma como autorrealización de la materia.
*
La cartografía de Chillida no busca un origen. Eval-
úa desplazamientos. En ella, no se proyecta/
recuerda el ser y las fuerzas de los elementos; se les
presentifica.
*
Como en Spinoza, Schopenhauer o Wittgenstein,
en Chillida aceptar el mundo bruto de los hechos es
asumir la felicidad de nuestro presente —raíz de
toda alegría o dolor puros—, territorio ilimitado
donde todo puede ser el así del acontecimiento.
*
Si el arte tradicional invita a mirar, y el arte silen-
cioso a fijar la mirada, los textos de Chillida mani-
fiestan ver. Ver el mudo interior de la cosa es con-
23
templarla desprovista de significantes, el silencio del
espacio.
*
Las cosas son a la vez lugares y el territorios.
*
Como los místicos, Chillida pone su mundo al
margen de las relaciones contingentes entre los
hechos. Sin embargo, no sigue al pie de la letra el
modelo del místico, no declara que lo auténtico,
por inefable, quede fuera del mundo, fuera del len-
guaje. Ahí el silencio es como un vacío dejado por
una presencia. En su obra no se atrapa el horizonte
de un silencio extremo, replegado constantemente
para que el lenguaje sea el reverso de lo real, pero
tampoco ese silencio negador del lenguaje que se
capta como acontecimiento. Chillida muestra una
presencia que ni representa ni figura, que constata
los límites del significante, su imposibilidad para
decir.
*
Los textos de Chillida no participan de una estética
del silencio. Se acerca al hecho plástico como se
aborda el paisaje de la naturaleza: pero, en vez de
24
descubrir una ausencia, en vez de contemplar lo
visible, avanza hacia lo invisible, intenta representar
lo irrepresentable. El hecho plástico se torna natu-
raleza, forma un ámbito de lo absoluto.
*
La obra de Chillida no ocupa el espacio y el tiempo
sino que es el espacio y el tiempo.
*
Extrañamente, en esas formaciones, estelas y cons-
telaciones vanas, misteriosas, ubicuas en el espacio y
firmes en el tiempo, es(tá) el ser.
¶Autógrafo de Eduardo Chillida.
Caligrafía del garabato
Así como las firmas van degenerando y tomando
con ello personalidad, así el cuerpo con los años va
perdiendo lozanía y gana con las arrugas un don
que pocos saben descifrar.
Cuánto habrá costado construir, y con cuánto
desparpajo, esa fisura en la piel. Tal vez lo mismo
que nos cuesta descubrir, inventar y practicar una
firma.
Firma usted como árabe, me dijeron. ¿Será que
los árabes no saben escribir?, pensé. Pues nada
hubo en esa invención más que descuido y necesi-
dad. Era preciso que buscara el signo personal para
darle autenticidad a algunos documentos: a los che-
ques en primer lugar y a mi tarjeta de crédito en
segundo, a los contratos que después de una simu-
lada lectura firmo para aprobar su contenido y obli-
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garme con ello a lo que ahí se dice, sin saber, por
supuesto, lo que he signado.
Escribir lo que no se entiende. Un dibujo que
parezca decir algo, unas letras que parezcan no decir
nada. No letras, dibujos. La posibilidad de utilizar
malamente la pluma entre la mano. De hacer valer
lo que no podría de otro modo. Lo diverso, lo que
se va de la letra de molde. Lo que se va del molde.
Se huye de la escritura sin olvidarla para siempre,
ahí (no) está. Buscando alejarse, empieza con líneas
bien trazadas para abandonarse con la práctica en el
trazo, en una simulación de descuido que atraviesa
el campo del aprendizaje y culmina en el garabato.
Es arte, imaginar para acabar en una falta de aten-
ción que apenas permite algo más que recorrer y
dar un roce a lo que llamamos escritura.
Lo inútil que se apropia de un lugar. Distintivo
personal. Único, sólo invadido y doblado por el
experimentado en la materia. Qué don el de esos
peritos, expertos en copiar lo que a fuerza de tro-
piezos se ha construido de manera inadvertida. Son
artistas también, pero del engaño, sin haber creado
son capaces de hacerse pasar por otro. Capacitando
los músculos y los nervios de la extremidad hasta
hacer casi imperceptible la diferencia entre un gara-
bato y una letra. Dios, si hubiera críticos de firmas.
Un Chagall está custodiado por los críticos de
arte que a fuerza de atención saben por los detalles
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si se trata de un original o de una buena copia. Ellos
mismos lo dicen: a veces la copia es mejor que el
original. Sólo un ejemplo: en alguna ocasión, los
expertos descubrieron una copia que superaba a las
Tres Velas de Chagall. Verán ustedes la pericia. La
copia contaba con una cuarta vela, irregularidad
advertida sólo por la maestría con que fue pintada.
No son matemáticos, son críticos de arte. Estos
personajes, los críticos, han aguzado tanto la vista
que pueden descubrir en la pintura las minucias
que se han olvidado y las que los más osados agre-
gan como por descuido. Pero, ¿y las firmas? ¿Quién
descubre a los estafadores de tan modesta creación?
Santo Domingo está lleno de estos farfulleros char-
latanes que ofrecen cuanto papel firmado se invente
en el mundo. Y el éxito de su negocio está fincado
en el arte de falsificar, de copiar hasta la perfección
la firma de algún potentado institucional que obsta-
culiza la obtención de tan anhelado documento.
Los que se desesperan, los que odian el mal genio
de las secretarias, los que no quieren andar de ofici-
na en oficina en una travesía casi kafkiana, tienen
esta otra opción: el exquisito negocio de las copias.
Pero qué es un original, qué es una copia. Un
problema inventado, como muchos, por la filosofía.
Platón asegura que todo es copia en el mundo, que
sólo en el lugar ocupado por los dioses están los
originales de todo cuanto somos capaces de perci-
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bir, y que para tener acceso a ellos es necesario pen-
sar bien, hacer las preguntas correctas. ¿Será que en
eso cimientan su actividad los hombres cultos de
Santo Domingo? Y si no hay nada original porque
todo es una copia, ellos están ahí para mejorarla con
acciones descompasadas de dedos y manos.
Más allá de la falsificación hay otras distorsiones
en semejante actividad. Hablemos de un ejemplo
que parece más o menos común. Qué hace un es-
tornudo en medio del trazo de la firma, una (des)
composición distinta de la trabajada a fuerza de
práctica. A quién no le ha pasado que mientras se
firma el papel, aparece el violento despido de aire
que ha estimulado la membrana pituitaria. Una ex-
plosión acompañada de saliva que no sólo riega la
tinta, sino que acaba con la perfección planeada. El
estornudo distorsiona la imagen, agrega dos puntos
al tamaño de aquella a tan redonda y mediana que
produce la maestría de la mano.
El estornudo, la rugosidad del material en el que
nos apoyamos, la tinta y el instrumento que la con-
tiene, el color y hasta la torpeza del codo del vecino
que introduce en nuestra obra, un odioso rayón.
Todo se opone. Cuántas cosas hay que superar a lo
que parecía ya realizarse con facilidad Qué martirio
firmar cuando no se hace como un juego, como un
dibujo que encuentra la gracia en cada punto erra-
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Los saludos
Escena única
CABALLERO PRIMERO (entrando y viendo al CABA-
LLERO SEGUNDO y al CABALLERO TERCERO). —
¡Buenos días, caballeros!
CABALLERO SEGUNDO (entrando y viendo a los
CABALLEROS PRIMERO y TERCERO). — ¡Buenos
días, caballeros!
CABALLERO TERCERO (entrando y viendo a los CA-
BALLEROS PRIMERO y SEGUNDO:). — ¡Buenos días,
caballeros!
PRIMERO (al SEGUNDO). — Encantado de verle.
¿Cómo está usted?
SEGUNDO (al PRIMERO). — Bien, gracias. ¿Y usted?
TERCERO (al PRIMERO). — ¿Cómo está usted?
PRIMERO (al TERCERO). — Con calor. ¿Y usted? (al
SEGUNDO.) Con frío. ¿Y usted?
TERCERO (al PRIMERO). — Agradablemente. ¿Y
usted?
SEGUNDO (al TERCERO). — Desagradablemente.
¿Y usted?
TERCERO. — Fantásticamente. ¿Y ustedes?
SEGUNDO (al TERCERO). — Melancólicamente. ¿Y
usted?
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PRIMERO (al SEGUNDO). — Matinalmente. ¿Y us-
ted?
SEGUNDO (al TERCERO). —Crepuscularmente. ¿Y
usted?
TERCERO (al PRIMERO). — Adiposamente. ¿Y us-
ted?
PRIMERO (al SEGUNDO). — Acéfalamente. ¿Y us-
ted?
SEGUNDO (al TERCERO). —Agnósticamente. ¿Y
usted?
TERCERO (al PRIMERO). — Anfíbicamente. ¿Y us-
ted?
PRIMERO (al SEGUNDO). — Teóricamente. ¿Y us-
ted?
SEGUNDO (al TERCERO). —Prácticamente. ¿Y us-
ted?
TERCERO (al PRIMERO). — Abstractamente. ¿Y us-
ted?
PRIMERO (al SEGUNDO). — Concretamente. ¿Y
usted?
SEGUNDO (al TERCERO). —Apopléticamente. ¿Y
usted?
TERCERO (al PRIMERO). — Anémicamente. ¿Y us-
ted?
(Silencio. En la sala los espectadores tosen leve-
mente.)
(De pronto, el CABALLERO PRIMERO y el CABALLE-
RO SEGUNDO se dirigen al CABALLERO TERCERO.)
PRIMERO y SEGUNDO (al TERCERO). — ¿Y usted?
¿Y usted?
(Durante la relación que sigue, el PRIMERO y el SE-
GUNDO siguen preguntando al TERCERO: «Y usted?
¿Y usted? ¿Y usted?» con ritmo cada vez más rápido.
A su vez, el CABALLERO TERCERO, volviendo la ca-
beza, cada vez más deprisa, ya hacia el PRIMERO, ya
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hacia el SEGUNDO, ilustra del mejor modo posible,
con gestos y ademanes apropiados, cada una de las
palabras que pronuncia.)
CABALLERO TERCERO. — Así, así... Adeníticamente,
artríticamente, asteroidemente, astrolábicamente,
atrabiliariamente, balalaicamente, baobabamente,
basculantemente, bisiestamente, cacológicamente,
calipígicamente, caniculosamente, capiscólicamen-
te, caronculosamente, cartilaginosamente, canta . . .
piano. . . samente,
UNA ESPECTADORA (en la sala). — ¡Ay, son versos!
CABALLERO TERCERO (continuando). Catetométri-
camente, cataplásmicamente, complicacionística-
mente,
EL QUE ESTÁ SENTADO JUNTO A LA ESPECTADORA
(ha-blándole al oído).— Eso lo puede hacer cual-
quiera.
CABALLERO TERCERO (sin interrumpirse), chipola-
tosamente, colerabiosamente, circunlocutoriamen-
te, cirrósicamente, cochinísimamente,
SEGUNDO ESPECTADOR (en la sala, al ESPECTADOR
que tiene al lado). —¡Inténtelo usted! No es tan
fácil como parece.
CABALLERO TERCERO (sin interrumpirse).—
concatenadísi-mamente, contrapédicamente, cucur-
bitáceamente, decrepitosamente, desincendiaria-
mente.
PRIMER ESPECTADOR (en la sala), — ¡No hay más
que copiar el diccionario!
TERCER ESPECTADOR. — Eso no puede ser una
objeción. En el diccionario están todas las palabras.
SEGUNDO ESPECTADOR. — ¡Hasta la palabra dic-
cionario!
CABALLERO TERCERO. —Desencaramboladamente,
diarreicamente, diastásicamente, dicotómicamente,
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diuréticamente, dodecaédricamente, dragonculosa-
mente, ectoplásticamente…
LA ESPECTADORA (en la sala). — ¡No es fácil para el
cómico!
C A B A L L E R O T E R C E R O . —
Envenenantementeoliente, eructaciónsamente, es-
pinetosamente, eufóricamente, extáticamente, fa-
chendosamente . . .
PRIMER ESPECTADOR (en la sala). — Es un pretexto
para que se luzca el actor.
LA ESPECTADORA. — ¡Tiene muy buena mímica!
CABALLERO SEGUNDO (se acerca a relevar al CABA-
LLERO TERCERO. El PRIMERO y el TERCERO siguen
preguntando al SEGUNDO). —¿Y usted? ¿Y usted?
¿Y usted?
CABALLERO SEGUNDO.– Feculosamente, filigranes-
camente, fagotísticamente, fallidísimamente, flemá-
ticamente, floríferamente, funambulescamente,
formidablemente…
LOS TRES ESPECTADORES.— ¡Oh, eso es formida-
ble!
(Le toca el turno de intervenir al CABALLERO PRI-
MERO.)
CABALLERO PRIMERO.—Finisecularmente, fue-
guinísimamente, francachelísimamente, frenética-
mente, fúnebremente, forunculosamente, gagatósi-
camente, galimatiásicamente, gallináceicamente,
galofóbicamente, ganglionarmente, gangrenosa-
mente, gargólicamente, gastrálgicamente...
(De pronto, el CABALLERO PRIMERO se vuelve hacia
el CABALLERO SEGUNDO y dice:) «¿Y usted?»
(El ritmo se hace más lento.)
CABALLERO SEGUNDO.— Gasteropódicamente...
(al CABALLERO TERCERO.) ¿Y usted?
CABALLERO TERCERO.— Gargantuescamente (al
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PRIMERO.) ¿Y usted?
LA ESPECTADORA (en la sala). — ¡Qué bien elegidas
están las palabras!
CABALLERO PRIMERO.— ¡Genitalmente! (al SE-
GUNDO.) ¿Y usted?
PRIMER ESPECTADOR (A LA ESPECTADORA). — ¡No
me parecen muy bien elegidas!
CABALLERO SEGUNDO. — Genésicamente. (Al TER-
CERO.) ¿Y usted?
CABALLERO TERCERO. — Glicerínicamente. (Al
PRIMERO) ¿Y usted?
ESPECTADOR SEGUNDO (Al ESPECTADOR PRIME-
RO) . — ¡Si quiere usted más, pida!
CABALLERO PRIMERO. — Gonocóquicamente. (Al
SEGUNDO.) ¿Y usted?
CABALLERO SEGUNDO. — Gireceícamente. (Al
TERCERO.) ¿Y usted?
CABALLERO TERCERO. — Giróvagamente. (Al PRI-
MERO.) ¿Y usted?
CABALLERO PRIMERO.—Armoniosamente. ¡Armo-
niosísimamente! (Al SEGUNDO.) ¿Y usted?
(El ritmo vuelve a acelerarse)
CABALLERO SEGUNDO (AL TERCERO). — ¿Y usted?
CABALLERO TERCERO (AL PRIMERO). — ¿Y usted?
CABALLERO PRIMERO (AL SEGUNDO). — ¿Y usted?
CABALLERO SEGUNDO (AL TERCERO). — ¿Y usted?
CABALLERO TERCERO (AL PRIMERO). — ¿Y usted?
CABALLERO PRIMERO (AL SEGUNDO). — ¿Y usted?
CABALLERO SEGUNDO (AL TERCERO). — ¿Cómo le
va a usted?
CABALLERO TERCERO (AL PRIMERO). — ¿Cómo le
va a usted?
CABALLERO PRIMERO (AL SEGUNDO). — ¿Cómo le
va a usted?
CABALLERO SEGUNDO (AL TERCERO). — ¿Cómo le
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va a usted?
CABALLERO TERCERO (AL PRIMERO). — ¿Cómo le
va a usted?
CABALLERO PRIMERO (AL SEGUNDO). — ¿Y a us-
ted?
(Los tres personajes se separan. Cada uno, por su
parte, se pregunta, apoyando un dedo sobre su pro-
pio pecho.) ¿Y a usted, y a usted, y a usted? ¿Y a
usted, y a usted, y a usted? ¿Y a usted, y a usted, y a
usted? ¿Y a usted, y a usted, y a usted? ¿Y a usted, y
a usted, y a usted?
¿Y a usted, y a usted, y a usted?
(En la sala, los ESPECTADORES se levantan y dicen
todos a un tiempo:) ¿Y a nosotros? ¿Y a nosotros?
¿Y a nosotros? ¿Y a nosotros? ¿Y a nosotros? ¿Y a
nosotros?
LOS TRES CABALLEROS y Los TRES ESPECTADORES
(a un tiempo).— ¿Cómo nos va a nosotros? ¿Cómo
nos va?
Gabriel Andrade Haro. Sombrerete, 1969. Licenciado en
derecho por la UAZ, cursó la Maestría en Filosofía e
Historia de las Ideas. Escribe poesía con cierta regulari-
dad. Ha sido antologado en 24 muchachos en el mar de los
Feacios.
Leandro Palencia Galán. Madrid, 1972. Licenciado en
Imagen por la Universidad Complutense, donde cursó el
doctorado en Filosofía y un master en Teoría Psicoanalí-
tica. Se mueve libremente entre el guión cinematográfico
y televisivo, el emilio, el ensayo y el cuento.
Mauricio Moncada. Ciudad de México. De edad incalcula-
ble. Recién graduado de la carrera de Letras por la UAZ.
Para llegar a la quincena labora en la Secretaría de Educa-
ción y Cultura.
María Gabriela Montoya. Oriunda de San Pedro Piedra
Gorda, abogada. Ha publicado poesía y narrativa en di-
versas revistas. También antologada por Juan José Macías
en sus 24 muchachos. En horas de oficina se le puede en-
contrar en el Ayuntamiento de Guadalupe.
Tarcisio Pereyra Flores. Jalpa, 1953. Artista plástico de dila-
tada trayectoria. Escritor. Imparte clases de Teoría del
Arte en la Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas.
Sonia Viramontes Cabrera. El Cargadero, 1968. Profesora
de la Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas y en la
preparatoria VI de la UAZ. Cuando no enseña la teoría de
la tilde en la preparatoria de Trancoso dedica sus horas
al estudio del delirio creativo.
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