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R E L A C I O N E S 1 0 4 , O T O Ñ O 2 0 0 5 , V O L . X X V I

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ROSALVA LORETO LÓPEZ, LOS CONVENTOS

FEMENINOS Y EL MUNDO URBANO DE LA

PUEBLA DE LOS ÁNGELES DEL SIGLO XVIII, MÉ-

XICO, EL COLEGIO DE MÉXICO, 2000, 332 P.

Desde la década de 1970, cuandoapareció el estudio pionero del mona-cato femenino en la Nueva España deAsunción Lavrin, los historiadoreshan explorado las vidas y prácticas delas mujeres del claustro en la AméricaLatina colonial. Han descubierto lascaracterísticas socioeconómicas de lasmonjas, examinado la influencia delos conventos en la economía colonial,y explorado las sensibilidades religio-sas de las devotas. Todos sus estudioshan demostrado la importancia de losconventos en la formación de la socie-dad y cultura colonial. Rosalía LoretoLópez sigue esta corriente historio-gráfica. Su ambicioso trabajo, queabarca los siglos XVI a XVII, examinano sólo las mujeres que vivieron enlos once conventos del Puebla colo-nial, sino las multifacéticas relacionesentre sus instituciones y la poblaciónurbana.

Loreto López presenta tres tesisgenerales y entretejidas. Sostiene con-vincentemente que las monjas dePuebla, como individuos y colectiva-mente como conventos, moldearonen buena medida el contorno urbano.De manera menos persuasiva, afirmaque a través de sus prácticas y ejerci-

cios cotidianos las religiosas de Pue-bla generaron modelos de comporta-miento y devoción femeninos que sir-vieron como ideales civilizadoresnormativos para la población en ge-neral. Finalmente, aduce que las ínti-mas conexiones entre convento y so-ciedad deterioraron en la segundamitad del siglo XVIII, cuando una ini-ciativa episcopal para introducir lavida común en los claustros de la cal-zada de la ciudad desestabilizó lasformas tradicionales de la vida mo-nástica femenina.

La monografía tiene cuatro sec-ciones. La primera examina cómo losonce conventos en Puebla participa-ron en –y contribuyeron a conformar–las relaciones urbanas. De manera ilu-minadora, Loreto López sostiene quelos conventos marcaron los límites dela traza y, así, participaron en la geo-grafía racial de la ciudad, al distin-guir simbólicamente al centro espa-ñol –sacralizado por su presencia– delos alrededores donde vivían los in-dios y castas. Además, propone quepor su acceso al agua y su distribu-ción del vital líquido mediante fuen-tes públicas, los conventos crearonespacios de sociabilidad popular yforjaron importantes vínculos de de-pendencia entre la población urbana.

La segunda sección investiga lospatrones de vida y devoción de estasinstituciones sus cambios tras la in-

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troducción de la vida común. En 1765,el obispo de Puebla, Francisco Fabiány Fuero, intentó introducir en los cin-co conventos de la calzada bajo su ju-risdicción directa la estricta observa-ción de las reglas monásticas: expulsóa las mujeres y muchachas seglaresdel convento, restringió las oportuni-dades de contacto entre las religiosasy sus familiares y, más importante,abogó para que se demolieran las cel-das individuales donde las monjassiempre habían vivido para reempla-zarlas con dormitorios comunes. Lo-reto López afirma que este programade reforma surgido de los ideales dela Ilustración cambió para siempre elpapel del monacato femenino en lasociedad poblana y provocó una cri-sis en el reclutamiento de noviciaspara los conventos que resultó en sudecaimiento durante el siglo XIX.

La autora analiza, en la tercerasección, el papel del parentesco en elmonacato femenino. Aduce que loslazos familiares fueron un aspectoesencial del catolicismo colonial. An-tes del siglo XVIII, casi la mitad de lasmonjas tenían al menos una parienteen el claustro y, en la mayoría de loscasos, al menos un familiar relaciona-do con la Iglesia en calidad de sacer-dote, fraile o monja. Además, lasmonjas que vivían en los conventosde Puebla provenían de familias polí-tica y/o económicamente influyentes.

Estos antecedentes explican la rápidaacumulación de riqueza de estas ins-tituciones en los siglos XVI y XVII, yaque exigían a sus postulantes acomo-dadas jugosas dotes para admitirlasen la comunidad.

En la última parte de su mono-grafía, Loreto López examina el lugarde los conventos en las devociones dePuebla, donde jugaron un papel cen-tral en la celebración pública de losfestejos de los patrones de la ciudad yfrecuentemente promovieron o con-solidaron devociones populares. Dehecho, en el siglo XVIII, muchas apari-ciones milagrosas de imágenes fue-ron asociadas con los conventos loca-les. En esta última sección, la autoraexplora asimismo las prácticas piado-sas individuales de las monjas místi-cas. Sugiere que la experiencia místi-ca individual fue confinada más bienal siglo XVII, pero que fue sustituidaen el XVIII por la celebración pública ycolectiva de los eventos milagrosos.

Loreto López habla a detalle de lademografía y de los antecedentes so-ciales de las moradoras de los con-ventos de Puebla, de su patrocinio delas devociones públicas y de sus lazoscon la población urbana. Así sostieneeficazmente sus conclusiones secun-darias. Su análisis del papel de losconventos en el suministro del aguapotable a la población urbana (unafunción que pocos historiadores del

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monacato femenino han notado), esinnovadora.

No obstante, su visión iluminado-ra y rico detalle, la monografía tieneciertos defectos. El más importante deellos es que su argumento central re-basa la evidencia. Loreto López argu-ye que los conventos de Puebla esta-blecieron normas civilizadoras quesirvieron de modelos ideales para laconducta y las devociones de la po-blación urbana, pero no examinacómo el laicado entendía el monacatofemenino ni cómo recibía su compor-tamiento matizado por género o lasprácticas piadosas que los conventospromovieron. Ciertamente, las mon-jas ofrecían modelos, pero no sabe-mos si los laicos los adoptaron, adap-taron o desviaron.

La lógica que sostiene el argu-mento principal descansa en un mo-delo unidireccional de la transmisióncultural. La idea de que las monjasgeneraron y promovieron patronesnormativos de la práctica femeninasocial y piadosa que luego fueron di-seminados entre la población urbanapresupone que el cambio cultural co-mienza con la elite para luego filtrarhacia abajo a las clases populares. Esdecir, el cambio cultural procede enuna sola dirección: arriba-abajo. Aun-que este modelo permite a la autoraplasmar su argumento, no esclarececómo los conventos apropiaron y

transformaron las devociones popu-lares, o cómo las monjas de Puebla y ellaicado urbano negociaron cambiantesformas de práctica religiosa y del com-portamiento femenino. Una teoríamultidireccional del cambio culturalhabría brindado un entendimientomás complejo y, al último, más satis-factorio de los lazos entre los conven-tos de Puebla y su entorno urbano.

Además, el análisis somero de lascausas y la trayectoria de la contro-versia sobre la vida común iniciadapor el obispo Fabián y Fuero pareceextraño en un libro sobre los conven-tos de Puebla del siglo XVIII, donde lasreformas implementadas suscitaronun debate tumultuoso. Las luchas en-tre las monjas que las apoyaron y lasque las rechazaron dividieron a losconventos. Algunas monjas protesta-ron al virrey, al rey Carlos III y alpapa, y visitadores oficiales llegarona los conventos para evaluar y tran-quilizar el clamor. La disputa no seaplacó sino hasta la década de 1780.¿Por qué el obispo de Puebla insti-tuyó esta reforma en 1765?; ¿Cómorespondió a las condiciones locales?;¿Por qué generó tal alboroto?; y, ¿Quérevela este acalorado y prolongadoconflicto entre las monjas de Pueblasobre la cambiante naturaleza delmonacato femenino en aquel siglo?Desgraciadamente, estas interrogan-tes quedan sin respuesta.

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Aunque Loreto López describe adetalle la rutina cotidiana de las mon-jas, su retrato de la vida del claustrocarece de color. Ya que se basa mayor-mente en las reglas monásticas pres-critas y la literatura hagiográfica, pre-senta un ideal estático en vez deplasmar la complejidad de la expe-riencia monástica. La documentacióngenerada por la controversia sobre lavida común revela que la cotidianidaddel convento era mucho más desorde-nada que lo que dictaba el reglamen-to. En efecto, dicha controversia sur-gió en parte como un esfuerzo porestablecer una más estricta observan-cia de las reglas monásticas. Cierta-mente, las monjas dejaron pocos do-cumentos que nos pudieran ayudar areconstruir sus vidas privadas y comu-nal (por eso, sus voces están mudas enlos estudios del monacato femenino),pero los testimonios existentes tienenpistas e indicaciones de cierta diver-gencia de las normas. Dado que laautora tuvo un acceso sin precedentesa los archivos particulares de variosde los conventos estudiados, el autordel presente anticipaba encontrar unretrato más matizado de la cambiantenaturaleza de la vida enclaustrada delas monjas de Puebla colonial.

A pesar de estas críticas, la am-plia investigación de Loreto López haresultado en una monografía rica endetalle y valiosa para personas intere-

sadas en la historia colonial de lamujer o de la religión. Además, susmúltiples y bien fundamentadas con-clusiones secundarias serán puntosde partida para futuros estudios delmonacato femenino en la Nueva Es-paña y la América Latina colonial.

Traducción de Paul C. Kersey

Brian LarkinSt. John’s University

[email protected]

BRÍGIDA VON MENTZ, COORD., MOVILIDAD

SOCIAL DE LOS SECTORES MEDIOS EN MÉXI-

CO. UNA RETROSPECTIVA HISTÓRICA (SIGLOS

XVII AL XX), MÉXICO, CIESAS, 2004, 304 P.

Este libro tiene el gran mérito deabordar un periodo largo, desde laépoca colonial hasta el siglo XX, paraestudiar el fenómeno de la movilidadsocial. Todos los trabajos analizan ca-sos específicos e intentan ver la evo-lución de fortunas familiares a travésde varias generaciones, además, to-dos los autores se esfuerzan en hacercomparaciones de la situación estu-diada en la Nueva España o en Méxi-co con la de otras regiones del mun-do. La obra inicia con estudios acercadel siglo XX para retroceder en eltiempo hasta el siglo XVII.

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El mayor problema de esta reco-pilación de artículos surge de la ambi-ción analítica que representa abarcaren el largo plazo un fenómeno único,la movilidad social, que se relacionaestrechamente, como aclara la coordi-nadora en su introducción, tanto conla historia social como con la econó-mica. Nadie niega que la movilidadsocial existió en la Nueva España perono se consideraba como deseable enuna sociedad basada en la desigual-dad. Tanto por su pertenencia a ciertoestrato social como por su origen ra-cial y adscripción religiosa, las perso-nas tenían al nacer un lugar asignadoen la pirámide social. La nobleza sepodía adquirir, y el propio rey podíasancionar el ascenso social otorgandotítulo de nobleza, sin embargo, esasuerte no la corrían más que algunosindividuos.

En América, el ascenso social alque pretendían todos los pobladoreshispanos fue quizá más común queen el viejo continente, sobre todo du-rante los dos primeros siglos de lapresencia española en el nuevo mun-do cuando los conquistadores remi-tían al rey sus relaciones de méritoscon el fin de obtener prebendas y fa-vores. Para apoyar sus propias peti-ciones hacían referencia a los méritosde sus parientes y a su pureza de san-gre cristiana desde hace varias gene-raciones. Los conquistadores pedían

recompensa para su persona en tantoque parte de todo un linaje del cualeran inseparables. En cambio, duran-te el siglo XIX y en especial después dela segunda mitad del siglo, cuandollegaron a permear en la cultura occi-dental los conceptos de individuali-dad introducidos por la Revoluciónfrancesa, la movilidad económica pasóa ser un fenómeno deseable y social-mente aceptado. Trabajo, esfuerzopersonal y ahorro son metas que sevuelven valores comunes para toda lasociedad aunque la movilidad socialpropiamente dicha fue de hecho res-tringida durante mucho tiempo al sec-tor medio que tardó bastante en re-presentar a la mayor parte del cuerposocial. En México, podríamos datarese fenómeno en la segunda mitaddel siglo XX, cuando desaparecieron,con la urbanización, los amplios sec-tores campesinos de autoconsumo.

En este libro, sólo el artículo deLuis Aboites acerca de la compañíallamada Ingenieros civiles Asociados,y la carrera ascendente de su funda-dor, Bernardo Quintana, tiene que verla segunda mitad del siglo XX en laque se trastorna el orden existente yen la que aparecen finalmente los“sectores medios” a los que hace alu-sión del título de la compilación. Aun-que traten igualmente del siglo XX, notienen que ver con el mismo periodode la historia de México, el trabajo de

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Leticia Gamboa sobre los alsacianosen el estampado textil, en el que seanaliza la inserción social de cinco fa-milias de técnicos migrantes de esaregión a partir de 1870 y hasta 1940, oel de José Alfredo Uribe Salas acercade los sectores medios y la movilidadsocial en los minerales de El Oro yTalpujahua. En ese segundo caso, porejemplo, ¿como hablar de “sector me-dio” cuando en realidad se trata deun pequeño número de individuos?Para estudiar el fenómeno de la movi-lidad social hace falta siempre dar pa-rámetros cuantitativos que rebasanlos estudios de caso.

El artículo de Brígida von Mentzintitulado “Educación técnica, reclu-tamiento de empleados y ascensosocial en una empresa; el caso de lacompañía minera de Veta Grande,Zacatecas, 1790-1840” tiene el méritode no cerrar su estudio con la revolu-ción de Independencia. Con base enuna fuente extraordinaria, la corres-pondencia privada y regular entre eladministrador general quien vivía enZacatecas y el representante de losaccionistas avecindado en México, laautora concluye que en el seno de laCompañía se da una movilidad socialmuy limitada que conduce más bien aun reforzamiento del estrato socialalto. La segunda parte de ese artículocomprende una interesante reflexiónacerca del desarrollo educativo y el

desarrollo industrial en Francia, In-glaterra y Alemania. En Alemania, laformación técnica, contrariamente alo que suele afirmarse, estaba lejos deencontrarse en la delantera durante laprimera mitad del siglo XIX. La sólidaformación de Humboldt en las cien-cias de su tiempo tenía su origen ensu acercamiento al mundo científicoinglés y francés más que a la breveformación académica que había reci-bido en su país natal.

Clara Elena Suárez estudia el as-censo social de un conductor de ba-rras de plata entre Zacatecas y la ciu-dad de México en la Nueva Españade finales del siglo XVIII. Las ganan-cias obtenidas no sólo con la arrieríasino sobre todo con actividades co-merciales a lo largo del camino de laplata fueron finalmente invertidas enla compra de una hacienda. La autorasigue la suerte de la fortuna amasadapor ese arriero cuyos descendientespadecieron los altos riegos de la pro-fesión. Por la inseguridad de los ca-minos vinieron a menos. En el mismoperiodo, David Navarrete aborda lamovilidad social de hacendados asen-tados en el valle de Tulancingo y ex-tiende su investigación sobre tres ge-neraciones con base en la evoluciónde la propiedad. América Molina secentra en la evolución de las hacien-das pertenecientes a una india princi-pal de Atlacomulco durante el siglo

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XVIII también. En ese caso, los descen-dientes del español con el cual se casala cacica no logran recuperar la totali-dad de las propiedades de la esposade su padre.

Los últimos dos artículos, suscri-tos por Valentina Garza y Rocío Cas-tañeda se refieren a personajes del si-glo XVII. En el primer trabajo se abordael ascenso social del grupo familiar deun capitán que se asentó en la regiónde Saltillo, en el Nuevo León a finesdel siglo XVI. Rocío Castañeda trata,por su parte, de dilucidar los proble-mas entorno a la herencia y reproduc-ción social en el valle de Ixtlahuaca-Atlacomulco, a partir de un conjuntodocumental sobre la propiedad legalde la tierra.

Estudiar la movilidad social enMéxico a los largo de cuatro siglos esun reto y el esfuerzo que representaorganizar un libro de esa índole esmuy loable. Desde hace tiempo, losantropólogos tratan de dar mayorprofundidad histórica a sus trabajos einvestigar los fenómenos sociales enel largo plazo. Los historiadores, encambio, quizá más concientes de lasprofundas diferencias existentes enlos diferentes periodos de la historia,se resisten todavía. Hasta ahora, en elcampo de la Historia, trabajar en lalarga duración ha sido más un deseoque una realidad. En las últimas déca-das se ha logrado prescindir de las fe-

chas que marcaba la historia política,pero falta aún extender más los perio-dos de estudio y encontrar nuevascronologías. Para muchos historiado-res, no obstante, esa meta es realiza-ble únicamente por un equipo y nopor un solo individuo. Que sean en-tonces bienvenidos los seminarioscomo el que coordinó Brígida vonMentz y dio como fruto este libroacerca de la movilidad social. Las crí-ticas que se le puede hacer acerca dela falta de cuantificación y el uso qui-zá abusivo de las palabras “sectoresmedios” en la época colonial, no im-piden que esa obra sea muy sugeren-te y de interés general para todos loscientíficos sociales.

Chantal CramausselEl Colegio de Michoacá[email protected]

GABRIEL TORRES PUGA, LOS ÚLTIMOS AÑOS

DE LA INQUISICIÓN EN LA NUEVA ESPAÑA,

MÉXICO, MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, CONA-

CULTA, INAH, 2004, 240 P.

Estamos ante una historia institu-cional y política con algunas incur-siones a la historia de las ideas y delderecho. La estructura de la obracomprende dos periodos y una co-yuntura entre ellos. El primer periodo

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va de mediados del siglo XVIII a 1808.La coyuntura, de ese año a 1810. Y elsegundo periodo, de entonces a la ex-tinción definitiva en 1820.

Cuatro aportaciones críticas con-tiene este libro: el rectificar la idea deuna supuesta decadencia de la Inqui-sición a partir del último tercio delsiglo XVIII hasta su extinción definiti-va, como si fuera resultado de un pro-ceso cuasibiológico, mostrando su vi-talidad hasta los inicios del siglo XIX;segunda, la revisión de la idea o pre-juicio, de que la Inquisición era impo-pular, mostrando que al contrariogozó de aceptación bastante generalla mayor parte del periodo colonial yque aún después del proceso de Hi-dalgo hubo voces insurgentes que va-loraban la permanencia de la institu-ción reformándola; tercera, advertirque la Inquisición en la etapa estudia-da no se dedicó únicamente a asuntospolíticos, sino que siguió con una ac-tividad compleja; cuarta, corregir laimagen terrorífica de la Inquisiciónpara el periodo de estudio, haciendover que tal imagen es la transposiciónideológica y anacrónica de episodiosde siglos anteriores simplificandounos aspectos y abultando otros.

En sentido afirmativo otra apor-tación consiste en fundamentar y pre-cisar cómo dentro de la complejidadde actividades permanente sí hubouna progresiva politización del tribu-

nal y una polarización hacia la postu-ra del gobierno español, primerofrente a la Francia revolucionaria yluego contra los intentos de indepen-dencia. Esto se valora como una estra-tegia previa de la institución por man-tener su vigencia mostrándose útil enel contexto de las reformas borbóni-cas y de la defensa de la Corona. Porotra parte, a lo largo de la investiga-ción se advierte la también progresivapérdida de autonomía de la Inquisi-ción frente al Estado, bien que en laNueva España de 1808 a 1810 se se-ñala como tiempo de mayor autono-mía, incluso respecto a la Suprema deEspaña.

Me parece, empero, que descarta-do el concepto de decadencia, seríanecesario proponer otro concepto ex-plicativo, cuyos elementos ofrece elautor pero sin llegar a construirlo ex-presamente ni a declararlo. Ese con-cepto es el de crisis, que no se debeaplicar únicamente a la coyuntura de1808-1810, como momento de crisisde toda la monarquía, sino a todo elperiodo que inicia a mediados delsiglo XVIII y acaba en la extinción defi-nitiva. En ese lapso el Santo Oficio fuesujeto a un constante examen y a unarevisión crítica, externa e interna; detal manera la Inquisición tuvo queafrontar una situación de mayor con-trol por parte del Estado, así como elembate cada vez mayor de la ideolo-

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gía revolucionaria y liberal; hubo deasumir luego el riesgo de verse cues-tionada por un amplio sector de lapoblación, al decidirse contra los in-tentos de independencia; al mismotiempo se vio obligada a marcar dife-rencias respecto a la Suprema de Es-paña para poder sobrevivir en supropia circunstancia; y tuvo que reha-cerse penosamente después de su pri-mera extinción para finalmente adop-tar una actitud vacilante frente a unasociedad que había experimentadograndes cambios en pocos años.

En una de las fases de ese procesode crisis, a raíz de la conclusión de laguerra con la Francia revolucionaria,esto es a partir de 1796 y hasta 1808,se da un periodo que quizá no quedasuficientemente caracterizado en re-lación a la Inquisición. El autor insisteen la vitalidad y en la bonanza finan-ciera del Santo Oficio novohispano,que le permitieron ampliar y mejorarla Casa Chata en 1803. Sin embargo,habría que preguntar qué significó“revertir el antifrancesismo que habíacaracterizado al tribunal en el perio-do anterior” a la alianza forzada conFrancia (p. 26). Me pregunto si en lostiempos de esta alianza la Inquisiciónmostró la diligencia y el rigor de lostiempos de guerra. Las denuncias semultiplican precisamente por la ma-yor entrada de las ideas revoluciona-rias, pero la alianza con Francia ¿no

fue un freno para que la Inquisicióndesplegara todo su celo frente a esasdenuncias? En sentido afirmativo asílo indica al menos para la Penínsulael único libro fundamental que echode menos en la bibliografía: España yla revolución del siglo XVIII de RichardHerr (Aguilar, 1975, 300-301). Habríaque verificarlo en el caso de NuevaEspaña, pero ya es significativo quemientras se dio esa alianza con Fran-cia contra Inglaterra, la cultura fran-cesa se volcó en México con tal fuerzaque los mismos periódicos novohis-panos llegaron a elogiar la Revolu-ción y a Napoleón. La importancia deese periodo parece decisiva en la con-formación del liberalismo españolque no nació de la noche a la mañanaen 1812. Bien es cierto que ese libera-lismo dispuso de fuentes propiascomo la historia de la constituciónhistórica de los reinos hispanos; perola formación próxima de los liberalesgaditanos se dio gracias a la oportuni-dad de 1796-1808, en que gracias a laalianza con Francia las ideas liberalesentraron con mayor facilidad a la Pe-nínsula y a todo el imperio, pese a laInquisición.

Dos comentarios, que si bien noatañen tanto a la historia institucio-nal, enfoque del libro, sino a historiade las ideas, se vinculan estrechamen-te a esa historia. Primero, hay necesi-dad de aclarar cierta incoherencia que

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al parecer se pasó por alto. GabrielTorres cita a Greenleaf: “Para los in-quisidores mexicanos la filosofía so-cial y política de la Ilustración era he-rejía” (p. 44). Esto parece contradecirla lista oficial de herejes que colgabaen la catedral, citada también por elautor, donde efectivamente sólo hayherejes: “no había en ella ni blasfe-mos, ni ilusas, ni solicitantes y ni si-quiera adictos a la Revolución Fran-cesa” (p. 60), consiguientemente noestán los que supone Greenleaf. Elpunto está en distinguir entre herejíapropiamente dicha, en sentido estric-to y herejía en sentido amplio. La he-rejía propiamente es el pecado contrala fe por el cual un bautizado, esto esun cristiano, niega uno o varios ar-tículos de fe. Los artículos de fe sonlos contenidos en los símbolos defe, los credos aceptados oficialmentepor la Iglesia, así como las definicio-nes de los concilios ecuménicos o lospapas. El hereje retiene artículos defe, pero niega otros, como un protes-tante que niega la presencia real de Je-sucristo en la Eucaristía, pero admitemuchas otras doctrinas al igual que loscatólicos; o un bautizado de la NuevaEspaña que en nombre del AntiguoTestamento negaba doctrinas del Nue-vo, bien que en este caso se le llama-ba judaizante. El que no es cristiano oel que ha renegado de serlo no es he-reje; si no ha sido ni es cristiano, es un

infiel, esto es, quien no tiene la fe cris-tiana, donde caben desde los ateoshasta los musulmanes; si fue cristianoy se apartó completamente de la fe, esapóstata. El cristiano que sin negardogmas se aparta de la comunión conla jerarquía es un cismático. Ahorabien, no fue raro –y ahora es muy fre-cuente– que por hereje se haya enten-dido aquel que de cualquier maneraatentaba contra la fe, desde el que ne-gaba la existencia de Dios hasta elprotestante; pero esto no es exacto, esun uso demasiado amplio del concep-to de herejía.

Por otra parte es conveniente dis-cutir un punto que no se advierte enla obra. La Inquisición, especialmentela novohispana en el periodo estudia-do por Torres, pretendió elevar al ran-go de artículos de fe o de definicionesconciliares la condenación de doctri-nas que dieran base a la revolución oa la independencia. Sin embargo laInquisición sólo era un tribunal queen el plano doctrinal examinaba ex-presiones susceptibles de contradecirla doctrina de la Iglesia, expresada enla Biblia, la Tradición y el Magisterio.La Inquisición no era el órgano defi-nitorio de los mismos principios doc-trinales, no era ni podía ser el Magis-terio. Esto ha correspondido a losobispos y al papa. Por lo mismo losedictos de la Inquisición al condenartal o cual doctrina invocaban, además

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de la Biblia y la Tradición, la procla-mación o definición de artículos de fepor parte del Magisterio católico. Elproblema estuvo en que al defender atoda costa el coloniaje trajeron a co-lación textos que decían otra cosa delo que se estaba condenando o cuyaaplicación a situaciones concretas deNueva España era muy discutible. Alhacerlo así, forzaban los textos ha-ciéndolos decir otra cosa que los in-quisidores daban por definida.

Hubo dos documentos claves enesto: el edicto de 1808 y la reproba-ción del Decreto Constitucional deApatzingán en 1815, base principalde la calificación de Morelos comohereje. En ambos hay invocación delMagisterio a fin de establecer losprincipios que permitieran la conde-nación pretendida. En el edicto de1808 se condena la soberanía popularporque supuestamente atenta contraun canon del Concilio Toledano.Aparte que tal concilio no es ecumé-nico, sino sólo regional, la inquisiciónextrajo de él una conclusión ilógica.El concilio condenaba como sacrile-gio el faltar al juramento de fidelidaddebido a los reyes. Pero de aquí no sesigue la condenación de la soberaníadel pueblo, que es previa a la elecciónde forma de gobierno y consiguiente-mente a un juramento de fidelidad aun representante de tal o cual formade gobierno. En la reprobación de la

constitución de Apatzingán concreta-mente se condena la rebelión porquesegún los inquisidores el Concilio deConstanza lo anatematiza, pero enrealidad el anatema recae sobre otracosa: el tiranicidio perpetrado por au-toridad privada. Por lo mismo habríaque revisar lo dicho por el autor apropósito de ideas republicanas o fa-vorables a los franceses: “Cualquiermanifestación de rebelión, pues, enca-jaba fácilmente en la categoría de pro-posición errónea o sospechosa deherejía, toda vez que atentaba contraprincipios teologales” (p. 50). Esverdad, a condición de precisar “prin-cipios supuestamente teologales”. Lasedición y la rebelión contra la autori-dad legítima siempre han sido conde-nadas por la Iglesia; pero el puntoestá en establecer cuándo pierde legi-timidad esa autoridad, esto es, cuán-do la autoridad legítima se tornatiranía.

Dos anotaciones en torno a sen-dos procesos. Acerca del proceso deJuan Antonio de Olavarrieta en 1802,Torres dice que además de materialis-mo “debió acusársele también porsostener ideas contrarias a la monar-quía” (p. 56). Creo que sí, pero no enel sentido independentista o revolu-cionario, sino porque el escrito contie-ne una alusión crítica a la reina MaríaLuisa. En el proceso contra el mate-mático José Antonio Rojas en 1804

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por escepticismo religioso y aversiónal sistema político español (p. 58),conviene señalar su relación con Ma-nuel Hidalgo y Costilla y con su her-mano Miguel. Con el primero, porquesiendo abogado de presos del SantoOficio, fue justamente él quien llevó acabo su defensa, que debió ser difícil.Con Miguel Hidalgo debió haber tra-to de parte de Rojas, desde que eramaestro en Guanajuato, pues en la lis-ta de personas a los que envió unescrito subversivo, habiéndose esca-pado a Estados Unidos, estaba justa-mente Miguel.

Particular aportación y acierto dellibro es haber detectado y destacadoel edicto más fatal para la Inquisición:el local de 1808 que condenaba la so-beranía popular en 1808. Ya me refería él; pero amerita nuevo comentario.Con ese edicto la Inquisición novo-hispana se echó un candado sobre símisma haciendo imposible toda adap-tación con el constitucionalismo. Laextinción final del tribunal aquí tuvouna de sus principales explicaciones:con la condenación de la soberaníapopular, sin distingos ni matices, laInquisición renunció a adaptarse ala marcha de los tiempos. El serviciode utilidad a la Corona para que retu-viera las colonias la llevó, como apun-té, a una interpretación demasiadaunilateral y abusiva de los textos de laBiblia, de la Patrística y del Magiste-

rio que recomiendan la obediencia alas autoridades, sin advertir que elejercicio de la autoridad también tie-ne condicionamientos en las mismasfuentes. Tratados teológicos dan cuen-ta de ambas cosas y la tradición queinsiste en las limitaciones del ejerciciode la autoridad civil se expresó clara-mente hasta las reformas borbónicas,pero aun después de ellas la doctrinaera conocida y no condenada: es ladoctrina que establece como de dere-cho positivo la misma existencia delas monarquías. En cambio la inter-pretación unilateral que exaltó la au-toridad hasta declarar divino el dere-cho de los reyes fue la que asumió laInquisición de México con objeto desalvaguardar el coloniaje. La conde-nación implícita o expresa de la otratradición no era competencia del San-to Oficio. En el trasfondo de variasconstituciones, comenzando por la deCádiz, que proclaman al mismo tiem-po la religión católica y la soberaníadel pueblo, subyace esa otra tradición.

En suma, el tema de la Inquisi-ción, como órgano que controlabaideas y conductas, entra desde luegoen la historia institucional, mas nopuede desprenderse de incursionar acada paso en las ideas y en particularlas religiosas. El libro que nos ocupaha mostrado con atingencia el desa-rrollo institucional de la Inquisiciónnovohispana en sus últimos tiempos:

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claridad y orden, proporción de par-tes, fuentes pertinentes, erudicióncontenida y buen juicio son sus carac-terísticas generales. Destaco, además,el hilvanar bien los sucesos inquisito-riales de España con los de México.En cuanto a historia de las ideas, hay

mucho camino por andar, pero ya seagradecen las pistas y las provo-caciones.

Carlos Herrejón PeredoEl Colegio de Michoacán

[email protected]

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