revista ache (suplemento) 6

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#6 Andrés Cárdenas Matute @andrescardenasm Director Carolina Albuja Ilustración Camilo Pazmiño Diseño y Diagramación @revistaache [email protected] por dónde entraría la luz si no es por las grietas.

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Revista de cine y literatura hecha en Ecuador

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Page 1: REVISTA ACHE (suplemento) 6

#6Andrés Cárdenas Matute @andrescardenasmDirector

Carolina Albuja Ilustración Camilo Pazmiño Diseño y Diagramación

@revistaache

[email protected]

por dónde entraríala luzsi noes porlas grietas.

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Creo que alguien lo dijo, pero voy a repetirlo una vez más: algo le molesta a Rodrigo Fresán. O, más bien, algo le molesta al narrador de la última no-vela –¿novela?– de Rodri-go Fresán. Y pongo la pa-labra “novela” en signos de interrogación, “de an-zuelos o de garfios”, por-que en verdad no sé si La parte inventada es una no-vela, tal como histéri-camente anuncia la cinta de promoción: “Fresán ha escrito la novela total”. Es más, una vez pasada la última de las 566 páginas –después de esa foto dan-di y robótica de Gerald y Sara Murphy y de una más de esas extensas notas de agradecimiento que Fre-sán nos ha acostumbrado– no tengo duda de que La par-te inventada es el hermano perdido, y ahora encontra-do, de La velocidad de las

cosas, su libro bisagra de 1999. Con una diferencia: el tono, que mezcla algo de enojo, rabia, diatri-ba y desgaste (“su vocación literaria se ha quedado sin combustible y nadie le ofrece pista de emergen-cia donde aterrizar”).Confieso que mi primera

lectura de La parte inven-tada fue fallida. La comen-cé en un Kindle y me detuve sin ni siquiera haber al-canzado el primer tercio. No pude seguir. ¿Podía ser? Me estaba costando masticar las digresiones de Fresán y su estilo –esa vocecilla, mantra, que siempre me gus-tó– era demasiado familiar e incluso se me hacía un poco aletargado. Lo dejé de lado y semanas más tarde, con una copia de papel en mano, entré de nuevo. Ahora sí: avancé por la historia de El Niño y los padres de El Niño y esa hermosa es-

cena en la cual El Niño se ahoga en una playa mientras sus padres pelean; por El Chico y La Chica que inves-tigan a ese escritor algu-na vez exitoso y pop; por el ensayo de Pink Floyd y la ciencia ficción; por los apuntes sobre Tierna es la noche, la novela de Fitz-gerald inspirada en Sara y Gerald Murphy; y por el re-encuentro con la di-nastía Mantra a través del personaje de Penélope.Esta vez mi lectura fue

diferente. ¿Qué pasó? Entre otras cosas, que La par-te inventada es un libro en contra de cierta cultu-ra instantánea y digital. También, que ninguna ta-blet aguanta su lectura. Y que La parte inventada pesa porque, como el mismo Fre-sán ha dicho, es un libro que responde una pregunta compleja: ¿cómo funciona la mente de un escritor? Por

El malestarSobre La parte inventada de Rodrigo FresánAntonio Díaz Oliva

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eso no extraña que William Gaddis, el autor estadou-nidense que publicó sendos novelones nada “fáciles” y que también despotricó con-tra las nuevas tecnologías, tenga una aparición en la obra. Finalmente su espí-ritu –mucho más que el de Vonnegut, Dylan, Barthel-me y todos los sospechosos de siempre– es el que se respira en estas páginas. “Bueno, si el trabajo no me resultara difícil lo cierto es que moriría de aburri-miento”, apuntó alguna vez Gaddis y Fresán lo cita.Hay dos ideas que siem-

pre han rondado la obra del autor de Historia argentina y que acá se acentúan. Dos ideas que causan malestar en los que piensan a la li-teratura con los binaris-mos novela de lenguaje vs. novela de trama, escritor político vs. escritor apo-

lítico, escritura realista vs. el realismo está muer-to, academia vs. mercado, etc. La primera es que el concepto de nación nunca ha sido muy útil en términos literarios. Las fronteras de un escritor –su geogra-fía y tradición literaria– pocas veces coinciden con las fronteras donde el es-critor vive y Fresán siem-pre ha vivido en su mundo. La segunda es la posibili-dad de que el escritor opte por una no-vida. Una no-vi-da pública, una no-vida digital, una no-vida com-prometida y hasta la posi-bilidad de una no-vida de escritor (“ya había tenido toda la ‘vida de escritor’ que estaba dispuesto a so-portar en su vida” o “pre-sentarse ya no como escri-tor sino como excritor”). Fresán parece cada vez más cerca del modelo naboko-

viano, el de los últimos años, cuando el autor ruso se retiró a un hotel suizo y estaba más interesado en las mariposas que el resto del mundo. Ahí está, en La parte inventada, el rela-to del escritor que se muda a uno de los montes de la ciudad y tiene que subir y bajar en funicular. En ese sentido, me parece, estamos frente a otro momento bisa-gra de su obra, ese ciclo que inició con La velocidad de las cosas y que acá cie-rra con un portazo. El ges-to de que el escritor tenga una no-vida y que su exis-tencia sólo gire en torno a los libros, las historias y las vidas de los escrito-res, es un gesto forzoso, acaso imposible, pero nece-sario para estos tiempos.

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Burroughs, Shakespeare, Buster, Twain, Byron, Nikola Tesla, Shelley, Jack White... Pocos son los filmes que pueden permitirse una nómina de referentes tan explícita y extensa sin caer en la gratuidad y en el tedio. Se me ocurren, como ejemplo, las referencias lacanianas que Von Trier planta en Antichrist y que finalmente no aportan una dimensión de lectura más profunda de la historia. En el caso de Only lovers left alive ningún referente resulta rebuscado. Cada uno tiene una función como elemento de cataracterización de los personajes o como espaldarazo a una de las premisas, la cual está elocuentemente expresada en el título del filme. Su traducción literal al español sería “solo a los amantes se los deja vivos”. Jarmusch comienza su narración con una

anticipación del manjar audiovisual que está por desplegarse. La cámara, en un contrapicado perfecto, da vueltas sobre un LP. Sigue el vaivén de la versión ralentizada de Funnel of love (Wanda Jackson) que la aguja del tocadiscos le arranca al plato de vinilo. “Here I go, falling down down down, my mind is a blank, my head is spinning around and around, as I go deep into the funnel of love”. Con el mismo movimiento de cámara y montaje alternado, Jarmusch presenta a Eve (Tilda Swinton), que está recostada en la

cama de su pequeña vivienda tangerina, y a Adam (Tom Hiddleston), que toca la guitarra en la sala de un viejo y desordenado departamento al otro lado del mundo, en Detroit. El nombre de los protagonistas es una referencia

a Los diarios de Adán y Eva de Mark Twain: la fascinada Eva del libro descubre maravillas como el fuego y pone nombres a las criaturas del Edén, mientras que la Eve de Jarmusch se deleita con las creaciones artísticas –literarias especialmente– que a lo largo de su vida centenaria descubre y redescubre. Aunque también es un guiño mucho más primario. En el mundo de Only lovers left alive, donde los humanos son entidades entumecidas, indiferentes a la belleza que los rodea —Adam los llama “zombis”—, ellos son los únicos seres, como el Adán y la Eva pre pecado original, que mantienen la pureza y la capacidad de deleitarse con la creación. Aunque, claro, el Adam y la Eve de Jarmusch no son humanos, sino vampiros. Y como tales necesitan sangre para subsistir. Pero ese medio de subsistencia es también una

adicción que han llegado a modular con pericia: Jarmusch lo deja claro con la bellísima secuencia en montaje alternado que muestra a Adam, Eve y al mentor de ella, en sus respectivas guaridas, mientras se sirven sangre en pequeñísimas copas

Amor, sangrey rock’n roll Sobre Only lovers left alive de Jim JarmuschMarcela Ribadeneira

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de cristal bicelado y se entregan a un high absoluto. No, no están en el mundo de gargantas perforadas del Drácula de Bram Stoker o del Nosferatu de Murnau. Están en la segunda década de los 2000 donde las cosas se hacen de manera más “civilizada”. Y ellos no tienen ningún problema para acoplarse. No solo debido a su desdeño por la violencia, que se hace evidente cuando los visita la hermana menor de Eve, sino por el riesgo mortal de consumir sangre contaminada con sustancias tóxicas, VIH u otros males de la contemporaneidad. Así, Adam recurre al laboratorista de un hospital para comprar sangre limpia, mientras que Eve, en Marruecos, tiene un dealer, otro centenario vampiro, Cristopher Marlowe (John Hurt), que en el filme es la pluma detrás de las grandes obras firmadas por un tal Shakespeare. Convenientemente, Jarmusch le da a este personaje el nombre de un dramaturgo inglés, nacido en el mismo año que Shakespeare, cuya máxima era: “lo que me nutre me destruye”. A través de sigilosos planos secuencia,

Jarmusch muestra a Eve caminar durante la noche por las estrechísimas calles de Tánger. Los movimientos de cámara y la duración prolongada de las tomas reflejan el ritmo de una vida condenada a la eternidad que, sin embargo, no logra mantenerse ajena a los dramas cotidianos.

No es necesario explicar el motivo por el cual Eve y Adam viven su matrimonio en continentes distintos o a qué se debe la depresión de Adam. Jarmusch provee las llaves de lectura para que el espectador infiera fácilmente estas respuestas. Con esos problemas resueltos casi de antemano es inevitable disfrutar de la noche aletargada de Tánger con la misma intensidad con la que la disfruta Eve, fascinarse como Adam con las guitarras que colecciona o conmoverse con la química entre ambos cuando ella lo visita en Detroit. Los guantes y las gafas que usa la pareja reflejan su percepción sensorial e intelectual de alta gama. Vampiros coleccionistas, vampiros eruditos, vampiros artistas “demasiado buenos como para ser famosos”, vampiros anónimos. Con Only lovers left alive Jarmusch reconfigura el mito —aunque el final del filme es una vuelta triunfal al género— desde la apreciación del arte y de la ciencia. De esta última se desprende la metáfora absoluta de la historia: la tesis del entrelazamiento cuántico que Adam explica a Eve y que dicta que es posible que dos partículas estén enlazadas en un solo estado cuántico. Así, si una gira hacia arriba, la otra reaccionará automáticamente girando hacia abajo sin importar que las separe un océano entero.