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CAROHANA2

Universidad PedagógicaexPerimental libertador

(UPel).institUto Pedagógico

“lUis beltrán Prieto FigUeroa”.

cátedra libre literaria:JUan Páez ávila

revista cUltUralcaroHana

directorJUan Páez ávila

sUbdirectorgorqUin camacaro

JeFe de redacciónreinaldo cHaviel

conseJo editorialJosé PUlido

WilFredo Páez gallardoJUlio bolívar

FaUsto izcarayJorge eUclídes ramírez

+raFael montes de oca martínez Héctor saldivia seiJas

omar ocarizmireya graU

consUltora JUrídicayelena martínez

director de administraciónFUndación caroHana

director de artecHarlie yncio

barqUisimeto, venezUelatodos los derecHos.

coPyrigtH (c)JUlio año 2016

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07 EDITORIAL / José Pulido

8 De la vez que la literatura llegó al poder / Federico Bocanegra

10 Don Rómulo Gallegos. Síntesis de su vida / emmanuel P- gonzález esPinal

14 Doña Bárbara en technicolor. La doma de Rómulo Gallegos / luis agüero

18 Vida literaria de Gallegos / luis Perdomo

19 Rómulo Gallegos / carlos canache mata

20 Cuando se profana el acervo histórico de una nación / corina Yoris-Villasana

22 La cuarta muerte de Rómulo Gallegos / Francisco JaVier Pérez

23 Javier Vásconez. Reflexiones de un jurado del Rómulo Gallegos / Faitha nahmens

27 Alirio Díaz inmortal / Juan Páez áVila

28 Embajador cultural de venezuela en el mundo / mireYa grau Y gorquin camacaro

31 Alirio Díaz un maestro ejemplar / FeliPe izcaraY

33 El maestro Alirio, y su coloquio con el Dividive / ProF. msc emerson coroBo roJas

35 Un guitarrista llamado Alirio / cécil álVarez

39 La Gramática de Bello. El tránsito a la modernidad / maría celina núñez

44 Ante El Gran Inquisidor. El liberalismo místico de Fiódor Dostoievski / carlos goedder

ÍNDICE

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48 Poetas de todo del mundo rinden homenaje a Garcia Lorca en un libro

50 Lorca me ha marcado mucho. Su nombre significa sobre todo libertad / B. gallego-coín

52 ¿Esperanza para un país desvanecido? / raFael Fauquié

54 Julio Cortázar o el cronopio poeta / reinaldo chaViel

56 Crónica de una muerte anunciada’, el antipolicial absoluto / ana maría shua

58 Cruz-Diez y la arquitectura / edgar cheruBini lecuna

60 La Arquitectura como bandera de modernidad / José maría merino

62 Susan Sontag. Entre la nostalgia y la utopía / maría celina núñez

64 Cruz Salmerón Acosta. Conjuro del olvido / dr. horacio Biord castillo

66 Cuidar el castellano / oFelia aVella

68 Rushdie cree que la narrativa es una de las necesidades humanas más básicas

70 El escritor peruano Alonso Cueto regresa al pasado en su nueva novela

72 Jorge Luis Borges: un resplandor entre sombras / Julio carPio

75 Karl Krispin: “La literatura no resuelve ningún problema” / daniel Fermín

76 George Steiner: “Estamos matando los sueños de nuestros niños”

81 Cine Paramount: 12 Cuentos de Jesus Torres Rivero / césar Yegres m.

83 La novela breve, esa cosa dulce por corta pero amarga por escasa / José tomás angola heredia

85 La veneración astuta de Juan el implacable / argenis martínez

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89 Memoria y libertad / sergio ramírez

91 Páginas australes, de Luis Beltrán Guerrero / Francisco JaVier Pérez

93 Se llamaba José Vicente Abreu, el comandante Capanga / manuel Bermúdez

97 Lugar común la muerte / rodolFo terragno

101 Tito Núñez Silva: La poesía siempre buscará lo más sublime de la libertad / Violeta Villar liste

104 ¿Por qué sobra la Filosofía? / nicolás aznárez

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7CAROHANA 7CAROHANA

EDITORIALRecordando a GallegosJosé Pulido

Quienes se hayan robado los restos de don Rómulo Gallegos y su esposa doña Teotiste, ¿qué sentirían si alguien hace lo mismo con los huesos de sus difuntos?.

Pero es bien sabido que las personas de esa índole care-cen de sensibilidad y por lo tanto no son capaces de sentir piedad. Esa condición les impide darse cuenta de que están equivocados en todo lo que creen: Rómulo Gallegos no es un montón de huesos. Rómulo Gallegos es una montaña de libros y de ideas.

Aunque en la actualidad, por obra y gracia de la abundante y campante ignorancia que hoy prevalece, los muertos son un cero a la izquierda. En los obituarios acostumbran escribir: “Ha fallecido la señora fulana de tal, quien en vida fuera ma-dre de fulano de tal”, lo que significa que cuando una madre muere ya no es madre. Y los hijos dejan de ser hijos.

Trayendo a colación un ejemplo de alto rango, si se toma en cuenta ese planteamiento, entonces María ya no es la madre de Jesús y como Jesús también falleció ha dejado de ser hijo de ella y de Dios.

Lo cierto es que todos los huesos habidos y por haber pue-den volverse polvo y generar una tormenta en cualquier desierto, pero los libros de Gallegos seguirán estando ahí, listos para ser leídos. Cada vez que alguien lee una novela de Rómulo Gallegos, el escritor renace y vuelve a caminar por el territorio de la mente, del espíritu y del lector.

Gallegos forma parte de una minoría decente que ha protagoni-zado la historia del país corriendo un riesgo muy grande. Porque la historia es un proceso indecente que jamás se detiene.

Gallegos reveló un cambio en la sociedad, el surgimiento de unos ciudadanos diferentes. Inclusive, hizo gala a veces de una ironía y de un sentido del humor que mostraban un lado divertido y fresco de su personalidad. En el cuento La rebe-lión, se nota el toque de humor que era una característica muy pronunciada del venezolano.

En el cuento La rebelión, unas señoras descendientes de las clases sociales más altas de Caracas, quedan indefensas y sin dinero. En la casa hay un niño que no conoce Caracas porque ha llegado desde la provincia. Las damas se pro-ponen vender quesadillas pero no desean que los vecinos sepan que ellas están viviendo una situación difícil.

“Al día siguiente, después del almuerzo, le puso Mercedes en las manos un platón colmado de doradas y olorosas quesadillas.-Ya sabes -le dijo mientras le abrochaba el saco para que no se pareciera a los muchachos del pueblo y establecer con la compostura del traje la conveniente distinción de rango social-. Ya sabes. No te vayas muy lejos. Coges por la acera de enfrente y caminas hasta la esquina de Los Angelitos; de allí te devuelves por esta acera. No se te ocurra cruzar en las esquinas porque te pierdes.

Y Efigenia:-Mucho fundamento, Juan Lorenzo. Ten cuidado con el pla-tón, no lo vayas a tumbar.Y Antonia:-Oye una cosa. No entres a las casas de esta cuadra, porque en todas te conocen y van a descubrir que son de aquí las quesadillas. Ya lo sabes. Y cuidado como se te ocurre decir en alguna parte que las hacemos nosotras.

Juan Lorenzo sentía palpitar con violencia su pequeño cora-zón. Era un momento decisivo de su vida y él lo vivía con la honda emoción de su trascendencia.

Todavía Antonia lo amonestaba, a punto de arrepentirse de haber convenido en aquella vergüenza:-Óyeme bien. Casa de las Perales, aquí al lado, no entres ni que te llamen.-¡Sí, hombre! ¡Yo sé! ¡Hasta cuándo!

Por fin se vio libre del asedio de las mujeres y salió a la calle. Todo cuanto le habían recomendado se le olvidó. Tomó una dirección que no era la que le había dado la tía Mercedes y en el primer portón que encontró, -¡en el de las Perales!- pegó un grito:

-¡Quesadillas de las Cedeño!Las Cedeño lo oyeron claramente y les pareció que el mundo se les venía encima”.

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CAROHANA8

La verdad, es que sobre la influencia no sólo de la literatura, sino de cualquier cosa en la actualidad, al principio sería poco o mucho qué decir, primero, porque pareciera que hoy en día nada tiene influencia, y lo digo porque en este país, cada día pasa de todo y, al mismo tiempo, no pasa nada.

Por lo mismo y antes de hablar de la actualidad, quisiera más bien retroceder para anunciarle al gentil y paciente lec-tor que, con respecto a la literatura, ya en este país paso lo máximo que podía ocurrir, y es que la literatura ya llegó al poder una vez, y lo hizo, obteniendo la más resonante victoria jamás alcanzada por aspirante alguno al poder, de hecho, un tal Rómulo Gallegos, escritor e intelectual de fama y prestigio, fue electo presidente por mayoría abrumadora e inigualada.

Eso ocurrió un 14 de diciembre de hace 68 años, cuando a este país se le proporcionó, por primera vez en su histo-ria, la oportunidad increíble de votar, de votar realmente por sus gobernantes en elecciones libres, universales, directas y secretas, en elecciones en donde sólo se tenía que cumplir

con el requisito vital de tener 18 años, en unas elecciones ¡en donde se podía ser mujer ¡y poder votar!, ¡en donde ni leer ni escribir hacía falta! y es que por primera vez, este país se dignaba de ofrecerse a sí mismo en un gesto de patria única, de hogar único, un momento mágico de verda-dera igualdad, un acto tan singular en donde, hasta el más mísero, humilde, esquelético e iletrado, tendría tanto poder como el que más, para elegir, nada más y nada menos ¡que al Presidente de la República!

Y ese país que amaneció ese día de luz eterna de 1947, ese país aun de rurales estrenando urbanidad, de mujeres estrenando ciudadanía, de niños estrenando alpargatas, de estudiantes estrenando pupitres, incluso de citadinos estre-nando pocetas… en ese país en donde todo era un estreno, porque apenas un puñado de décadas lo separaban, de es-tadios apenas superiores a la supervivencia extrema dispu-tada día a día, contra el salvajismo, ese país, aún enclenque, desnutrido, desdentado, e inocente, eligió al más prestigio-so de sus escritores, al más insigne de sus intelectuales, y

DE LA VEZ QUE LA LITERATURA LLEGÓ AL PODERFederico Bocanegra

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9CAROHANA

ese pronunciamiento “ingenuo” quedará inmortalizado, en el más alto porcentaje jamás alcanzado por candidato vence-dor alguno: 74, 5%

¡74,5%!… ¡Na guará, que ignorantes eran!

Y así fue como este país decide estrenarse en la democra-cia, en la libertad, y asumir su primer reto existencial, con-fiándole su destino a su mejor escritor, votando a la tarjeta de un partido que tenía como máximos líderes -máximos líderes en el sentido popular- a un escritor y a un poeta, uno, escritor del país adentro, el otro, poeta del corazón adentro, ambos venezolanos comprometidos de la mayor forma posi-ble, como sólo un verdadero venezolano puede comprome-terse, dedicando todo su talento y su creación al amor por el país, y siempre en notas estrictamente humanas: cálidas y gélidas como debe ser, severas y sonrientes como las de una madre, nunca en tonos de patria patriotera, de sacrificio inefable en altares regados de odio y bañados de sangre, sino en tonos amables, esperanzados, luminosos.

Esa era la calidad de Rómulo Gallegos y de Andrés Eloy Blanco, venezolanos gigantes como un sol, venezolanos eternos, que además de ser escritores, poetas, académicos, en otras palabras, intelectuales, también eran, y oigan bien esto: también eran políticos…

¡Sí! ¡Eran políticos! y eran militantes y dirigentes, de un parti-do político que después de estrenarse en la acción, en 1945, ahora se estrenaba en la democracia, sí, no estará nunca de más recordar que la condición de “político”, en aquel en-tonces no era estimada como algo que pudiera comprome-terlos o desvalorizarlos, todo lo contrario: Gallegos y Blanco eligieron ser políticos, porque toda ruta de excelencia, de sana y virtuosa ambición, que coincida con una voluntad fuerte y generosa a la vez, y una especial sensibilidad hacia lo humano y lo social, deviene inevitablemente en liderazgo, deviene en política, no degenera en política, ASCIENDE a la Política. Eso nunca cambiará.

Por cierto, siempre se habla de Acción Democrática, como el partido del pueblo, como el partido de masas por excelencia, pero pocas veces se recuerda que también fue un partido que supo atraer a un notable grupo de intelectuales de altísi-mo nivel, sobre todo con altísimo nivel de conciencia social, intelectuales muy en contraste con muchos de hoy en día, igualmente dotados de un altísimo nivel de conciencia, pero

con respecto a sus posibilidades personales de ascenso, glorificación, notoriedad y permanencia, dentro de círculos de exclusividad elitista.

Aquellos eran intelectuales dirigentes, pensadores-lucha-dores, líderes con ideales y visión, seres que practicaban la integridad, porque palabra y obra en ellos no era cosa desigual.

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CAROHANA10

Rómulo Gallegos Freire nace el 2 de agosto de 1.884 en Caracas- Sus padres fueron Rómulo Gallegos Osío y Rita Freire Guruceaga. Gallegos vivió su infancia durante la presidencia de Guzmán Blanco. Desde niño reprobó los excesos revolucionarios y las guerras civiles de las cuales se hablaba en las conversa-ciones familiares. En “Pobre Negro” (1.937) plasma´aquellos aspectos históricos que vivieron sus familiares y que lo afec-taron de niño. Gran influencia tuvo en él su tío Emilio Freire, quien le enseñó a leer y escribir y a gustar de la literatura.

En 1.896 muere su madre, hecho que afectará hondamente al escritor.

Realiza sus primeros estudios en el Colegio Sucre y este período se caracteriza por la profunda vocación mística a la que se cree llamado, lo que explicará en fecha posterior su austeridad y su voluntad de servicio a la sociedad en el plano educacional y político.

Se gradúa de bachiller e ingresa en la Universidad Central, en la carrera de leyes, la que abandona por dificultades eco-nómicas.

En 1.909 su grupo de amigos publica la revista “La Albo-rada”. que sostiene además una clara orientación política y donde sirve como colaborador.

En 1.912 se casa con Teotiste Arocha Egui a quien amará hasta su muerte, y dos meses después fallece su padre: dos acontecimientos trascendentales en la vida del letrado.

En 1.913 aparece su primer libro, “Los Aventureros”, es una recopilación de sus cuentos.

Don Rómulo Gallegos. Síntesis de su vida emmanuel P- gonzález esPinal

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11CAROHANA

Su novela “La Trepadora” (1.925) da un nuevo giro a la no-velística venezolana.

Impactado por la realidad de llano, en 1.927, escribe “La Coronela”, primera versión de “Doña Bárbara”. Al año si-guiente vuelve a trabajar en la novela hasta entonces en proyecto y Doña Bárbara se publica al fin en 1.928 en Bar-celona - España. “Doña Bárbara es el mejor símbolo de la tragedia civil que sufrió Venezuela. Es el instinto devastador que consume toda inteligencia. Ella se yergue ardorosa y terrible en su voluntad de barbarie”.

El fierro dictador Juan Vicente Gómez prendado de la nove-la, nombra a Gallegos Senador por el Estado Apure. Puesto en el dilema de colaborador con el régimen o marinar al exilio. El novelista eligió el segundo camino renunciando al cargo que se le había otorgado. Volvió entonces a España, dedicándose con intensidad a la literatura. Allí escribió dos de sus mejores novelas: “Cantaclaro” (1.934) y “Canaima” (!935) y casi terminó “Pobre Negro” (1.937).

Con la muerte del General Gómez, Gallegos regresa a su país el 4 de marzo de 1.936 destacándose como hombre público y político. El 20 de marzo asiste a una invitación que le hiciera el Presidente Constitucional de Venezuela Ge-neral Eleazar López Contreras a Miraflores; el 29 de abril fue nombrado Ministro de Instrucción Pública y el 16 de de junio renuncia al cargo debido a los duros ataques públicos que recibió su programa de reformas progresistas por parte de la siempre ultraderecha venezolana. El 26 de enero de 1937 es electo Diputado al Congreso Nacional por el Distrito Federal; desde el 19-10-1940 hasta el 19-04-1.941, Pre-sidente del Concejo Municipal de Distrito Federal. Luego,en un mitin en el Nuevo Circo de Caracas ( 07 de marzo de 1.941 ), es postulado como Candidato a la Presidencia de la República. El 28 de abril el Congreso con 130 votos de sus miembros eligen Presidente de los Estados Unidos de Venezuela al General Isaías Medina Angarita. La candidatura simbólica de Don Rómulo Gallegos obtuvo 13 votos

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CAROHANA12

Aunque don Rómulo Gallegos estaba dedicado de lleno a la política, no obstante escribe la novela “Sobre la misma Tierra” ( 1943 ), obra literaria que hemos escogido para co-mentarla en otro espacio.

Don Rómulo Gallegos se lanzó como candidato a la Primera Magistratura en el Nuevo Circo de Caracas un 12 de sep-tiembre de 1.947 con el apoyo del Partido Acción Democrá-tica, en el poder,y fue electo Presidente Constitucional el 14 de diciembre del mismo año a los 63 años de edad y pronto derrocado por un golpe de Estado el día 24 de de noviembre de 1.948. Los dirigentes del golpe militar fueron el traidor Carlos Delgado Chalbaud, quien hasta ese momento era el Ministro de la Defensa del gobierno presidido por el Maes-tro Gallegos, Marcos Pérez Jimenez y Luis Felipe Llovera Páez. Estos tres militares junto con Rómulo Betancourt fue-ron también los principales cabecillas del Golpe de Estado contra el Presidente Constitucional, Isaías Medina Angarita cuando apenas le faltaban escasos meses para terminar su período de gobierno.

Los facciosos golpista que derribaron el go-bierno presidido por el honorable hombre de le-tras, para justificar ante la nación por esta nueva aventura militar, adujeron ver asomos comunistoi-des dentro del gobierno adeco; además lo acusa-ban de peculado, tráfico de influencia, derroche administrativo, incapaci-

dad e insania para gobernar satisfactoriamente un país y sobre todo, de poseer una milicia armada para imponer a los venezolanos, por medio de la violencia, un estado de cosas inspirado en interés de facción y el ateísmo marxista entre otros.. En forma más clara, los militares golpistas medían a Betancourt con la misma vara con que éste midió al honesto y noble General, Isaías Medina Angarita.

Acción Democrática obtuvo más del 80% en las eleccio-nes a la Asamblea Constituyente y más del 62% en las presidenciales; pero ya a finales del mes de octubre del 48 ya el pueblo percibía ese aire golpista, ya se escucha-ban el choque de los sables y el redoblar de los tambores. La dirigencia adeca en forma muy discreta lanza la voz de

alerta a su militancia y al pueblo en general. Los sindicatos filiales al gobierno si optaron por pronunciarse, alertando a través de los medios que se tramamaba la posibilidad de un Golpe de Estado y a viva voz anunciaron que paraliza-rían al país mediante una huelga general y a más de esto, incendiarían todos los campos petroleros ubicados en el territorio venezolano, si llegara a producirse un asomo o intento de Golpe de Estado contra el gobierno constituido. Luego, el 24 de noviembre de 1.948, los militares golpistas se adueñaron del poder sin disparar un tiro. Nadie salió a la calle a defender el gobierno y tampoco funcionaron las amenazas de los sindicalistas tradicionales. A partir de este triste día se instaura en Venezuela por un período de diez años una dictadura represiva, cuya jefatura la detenta Marcos Pérez Jimenez en la forma siguiente: La primera cincoañal la ejerce entre bambalinas y los otros cinco años lo asumió personalmente.

Don Rómulo Gallegos de nuevo va al exilio y se dirige a la República de Cuba.Tan pronto arriba al aeropuerto “Rancho Boyero” de la Habana donde lo esperan los periodistas, acu-sa a los Estados Unidos de Norteamérica de haberlo de-rrocado. En este país caribeño (Cuba) escribe en 1.952 su última novela: “La Brisna de Paja en el Viento”.

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13CAROHANA

El 23 de enero del 1.958 cae la dictadura perezjimenista y el Maestro Gallegos retorna a su tierra natal. Muere en Caracas a los 84 años de edad.

Epílogo:Don Rómulo Gallegos es un ejemplo de dignidad que debe servir de guía a los hombres y mujeres que con sentir ve-nezolano aman a esta Patria y condenan el golpismo oligár-quico y a las fuerzas imperiales que atentan contra nuestra soberanía y que el Maestro Gallegos vivió en carne propia. Sobre La misma Tierra, síntesis argumental de la novela

Dedicado a los adolescentes de la “Educación Básica”.

Parte final: Gallegos. Su vida.

La presente síntesis argumental de la novela “Sobre la mis-ma Tierra” consta de tres partes. Veamos grosso modo la relación de los hechos.

La obra literaria se desarrolla en la región zuliana. La trama se sitúa en la vida aventurera de Demetrio Montiel, hijo de una distinguida familia maracaibera. Demetrio Montiel se dedica al contrabando de mercancía por la frontera colom-biana y a la venta de indios guajiros para el trabajo agotador de haciendas pertenecientes a poderosos terratenientes. Pero no cesa aquí la actividad de Demetrio Montiel de los montieles como el mismo solía llamarse, sino que llegado el momento de la explotación petrolera a orillas del Lago de Maracaibo, él si se incorpora a una nueva vida donde el dinero danzaba por millones a través de la venta de terre-nos a las grandes compañías trasnacionales. Valiéndose de su probada astucia de contrabandista, pudo así engañar a viejos propietarios de terrenos y conseguir diversas ganan-cias. Pero un breve día, Demetrio Montiel, después de haber saciado toda su sed de aventura y maldad, decide quitarse la vida. Sin embargo su sangre había echado raíces entre los guajiros. Una nueva hija, Remota, producto de sus andanzas por las regiones indígenas con la aborigen Cantaralia, había sido llevada por él a casa de su hermana en Maracaibo. Esa hermana de Demetrio y su esposo, un alemán, la adoptan legalmente con el nombre de Ludmila Weimar y se fueron a los Estados Unidos, donde la educaron. A la muerte de sus padres adoptivos, pasados ya dieciocho años, la joven regre-sa al Zulia y retoma su nombre original de Remota Montiel. Oyendo el llamado de su pueblo, que al parecer lo sentía muy adentro de su corazón, dedica por entero desde ese momento su existencia a la reivindicación de la gran familia guajira, en proceso de destrucción.

Remota Montiel parece así sintetizar en su acción todo su caudal de buenas intenciones y de esta sencilla manera, so-lucionar de momento el problema de la comunidad guajira.

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CAROHANA14

¿Quién es, adónde va y qué representa el célebre persona-je concebido por Rómulo Gallegos? ¿Una simple muchacha mordida por la venganza a causa de la pérdida de su primer amor? ¿La barbarie de la llanura venezolana hecha metá-fora en la imagen de una insolente marimacho? ¿El poder visto como urgencia femenina para sobrevivir en un mun-do de hombres? Seguramente todo eso y mucho más. Lo que ocurre con este personaje es que, como cualquier otro auténtico mito, alimenta múltiples referencias, incontables apreciaciones. Es tarea imposible establecer las fronteras de doña Bárbara porque sus dominios son tan inabarcables como el paisaje en que se desenvuelve.

Como lo deja claro su propio título, esta novela es la de un personaje, aunque alrededor del mismo giren otros muchos imprescindibles para la trama, e incluso algunos de ellos mejor caracterizados literariamente. Lo llamativamente par-ticular en la figura de doña Bárbara es que se trata de un personaje que semeja una cebolla, con tantas capas que ni aún escudriñando bien hondo se alcanza su esencia.

A causa de esto mi primer encuentro con la literatura de Rómulo Gallegos fue, además de contradictorio, un tanto de-cepcionante. Leí por primera vez Doña Bárbara hace más de 40 años, en un grueso volumen de carátula roja que incluía

Doña Bárbara en technicolor. La doma de Rómulo Gallegos

LUIS AGÜERO

Rómulo Gallegos instauró con “Doña Bárbara” un mito latinoamericano, aunque también podría decirse que dio vida al de las Amazonas. Más que “la lucha

entre la civilización y barbarie”, la novela venezolana sin duda más conocida en el mundo, plantea hoy la duda de aceptar este realismo galleguiano como un emblema de la cultura venezolana. ¿Qué nos sigue diciendo hoy la novela

de Gallegos, más allá de la “gauchada” presentada recientemente en la última versión cinematógrafica de Doña Bárbara?

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15CAROHANA

varios de sus relatos cortos y algunas de sus otras novelas, entre ellas Reinaldo Solar, con la que su autor presentó cre-denciales en la narración de largo aliento ocho años antes de la asunción de la cacica del Arauca en 1929. En aquella ocasión me interesó mucho más Reinaldo Solar que Doña Bárbara, a pesar de que el plato fuerte de la colección era la turbulenta historia de la dueña de El Miedo, considerada desde mucho antes como una de las grandes novelas lati-noamericanas junto a Los de abajo, La vorágine y El mundo es ancho y ajeno, entre otros títulos. En mi apreciación de entonces tuvo mucho que ver el críptico lunar en el pómulo alevoso de María Félix. La más bien desdibujada “devora-dora de hombres” que proponía Gallegos sucumbió ante el derroche de gélida sensualidad de que hizo gala la señora Félix en la película realizada en México en 1943, 14 años después de aparecido el libro que le dio origen. Reciente-mente se estrenará aquí una nueva versión fílmica de Doña Bárbara, esta vez dirigida por la venezolana Betty Kaplan y cuyo reparto encabeza la actriz argentina Esther Goris, quien no ha demorado en declarar que le echó mano a los códigos actorales de la telenovela para la construcción del personaje, pues no concebía en esta oportunidad un trabajo rigurosamente naturalista como el que realizó para encarnar en la pantalla a Eva Duarte.

O sea, que doña Bárbara, el personaje, y Doña Bárbara, la novela, remiten inevitablemente a una historia del corazón.Ahora advierto que en aquella primera lectura solo detec-tó en el personaje, y de paso en la novela, la intriga sen-timental, el encontronazo de pasiones entre la mujerona y el señorito, una suerte de triste contienda de fracasos que concluye con un final feliz al revés: algo así como una fie-recilla domada en tesitura dramática “expediente” que se repite en la relación entre Luzardo y Marisela, aunque ya en franco tono de comedia y como pretexto de su apariencia de folletón. Porque aunque el tema parece irle como anillo al dedo a la telenovela, a cualquier lector le resulta obvio que el propio autor ha conspirado en más de un sentido para no involucrarse del todo en los conflictos del corazón. Un buen folletón sentimental habría concluido con la total sumisión amorosa de doña Bárbara, que en cierto modo se presagia en la escena de la doma de la yegua Catira.

El legado de los viejos maestrosRómulo Gallegos dio inicio a su carrera novelística a prin-cipios de la segunda década de este siglo. Su creatividad literaria se nutrió en la obra de los grandes narradores eu-ropeos del anterior siglo, autores que le trasmitieron dos

propósitos ineludibles: echar cuentos que le interesaran a muchos y estructurar los mismos del modo más coherente (la experimentación vino después y ya había estado antes, con libros como Gargantúa y Pantagruel, Tristam Shandy o incluso Don Quijote de La Mancha, que ahora se consideran novelas porque, como dice Camilo José Cela, novela es ya cualquier libro que en la portada, debajo del título y entre paréntesis exhiba la palabra novela). A juicio de Tom Wolfe, los creadores de la novela realista en el siglo XIX tendían como premisa inevitable que “todo es real como la vida mis-ma”, parámetro que, también a su juicio, los convierte en pioneros de lo que se dio en llamar el nuevo periodismo: para reflejar consecuentemente la realidad, como se dice, hay que hacer un trabajo a pie de obra. Gallegos siguió la receta de los viejos maestros realistas al pie de la letra y se dio un viaje a los llanos de Apure dos años antes de que se publicara el libro que lo catapultó a la fama.

En un valioso trabajo de investigación que realizó Oldman Botello en 1979, titulado Personajes de Doña Bárbara en la vida real, aparecen los modelos reales en que se inspiró el escritor para dar a luz a la mayoría de los personajes de su trama. Salta allí de inmediato el nombre de Francisca (Pan-cha) Vásquez, quien “llegó treintiañera a Apure en 1892, aproximadamente; había nacido en Colombia, unos dicen que en la costa Atlántica y otros que en las llanuras de Casa-nare”. Por otra parte, y tal como aparece en el citado trabajo del investigador, Juan Liscano describe a la señora “en lo físico, feocha, aindiada y pequeña”; lo único que pervive en la heroína del libro de estas tres características es su sangre india (Barbarita es el “fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría sensualidad de la india”), y hasta ese elemento se ofrece al lector en palabras que destilan la premonición del misterio. Desde el inicio mismo de la novela, Gallegos se empeñó en mostrar al personaje eje de su libro como alguien que está más allá de la realidad: según los llaneros, ella “llegó de más lejos que más nunca”; de igual manera, su mutis podría suponer lo mismo suicidio que huida, pero en modo alguno es un desenlace ajustado a los patrones realistas que manejaba el autor. No es hasta después de superadas las cien páginas de lectura que apa-rece la primera descripción física de la mujerona azote de la llanura, y llama la atención que sea justo en el momento en que ella despliega sus artes femeninas para tratar de seducir al recién llegado doctor caraqueño. Mucho antes se han realizado sendos y acabados retratos de Melquíades, los peones de Altamira, Lorenzo Barquero, Marisela, mister Danger, Balbino Paiba, Juan Primito y, muy en especial, de

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Santos Luzardo, cuya delicadeza llega al extremo de dibujar modelitos de vestidos para su prima. También desaprove-chando los datos sobre lo que debió acontecer, la Pancha Vásquez de la ficción tiene 40 años, 10 más de lo que se asegura que tenía su modelo real cuando llegó al Arauca.

La estrategia del miedo como recurso¿Por qué Rómulo Gallegos se dio un viaje a Apure, descu-brió que había existido una Pancha Vásquez y más tarde la trasmutó en doña Bárbara, un personaje que solo tiene dos puntos de contacto con la otra: haber nacido del vientre de una india y ejercer el poder con la crueldad de un hombre? La pregunta no puede responderse antes de aclarar que muchos de los personajes del libro parecen ser legítimos clones literarios de personas que realmente existieron, de acuerdo a la investigación de Botello antes citada. Entonces, de inmediato surge otra interrogante: ¿por qué, justamente adulterar el personaje clave de la novela, máxime cuando la novela se sostiene justamente en un personaje clave? Muchos expertos en la obra de Gallegos han encontrado la solución del enigma: doña Bárbara no es una mujer, no es la devoradora de hombres; o sí, porque la auténtica devora-dora de hombres es la llanura venezolana y eso es precisa-mente lo que simboliza el personaje de doña Bárbara. Llegar a esta conclusión no ha sido tarea muy difícil para nadie, pues el mismo autor pone en boca de Lorenzo Barquero estas reveladoras palabras: “La maldita llanura. La maldita llanura, ¡devoradora de hombres!”. De ahí, siguiendo un pro-ceso elementalmente lógico, se deduce que si la protago-nista del drama es el llano, su antagonista no podía ser otro que la ciudad. Esta fórmula, con el simple añadido de alterar los términos y otorgar a los puntos geográficos conceptos fácticos, se traduce en el enfrentamiento civilización versus barbarie, que desde muy al principio fue la etiqueta que se le endosó a la novela y que se dio como factor determinante de su arrollador éxito.

En mi opinión, como destaqué al inicio, este libro de Rómulo Gallegos deviene texto imprescindible porque creó un per-sonaje con los ribetes del mito, un ser cuya borrosa silueta resplandece hasta cegar al lector. A ello se debe que sea inapresable y por lo tanto que supere a la muerte.

Y a ello también se debe, según creo, que su autor no pudie-ra nunca domarla, encasillándola en el rol de heroína folle-tinesca, símbolo de la brutal vida llanera o fábula del poder como ejercicio del carácter.

Para mí, Gallegos sintió pavor ante la dueña de El Miedo. y precisamente gracias a esa desventaja consiguió crear la sombra luminosa que domina su libro de la primera a la última página, un fantasma tan recóndito como las propias botijas que enterraba la devoradora de hombres y que nadie sabrá nunca si se llevó consigo, o han servido para alimentar de puro oro literario la tierra agreste de la llanura. Por sus nombres los conocerásUn recurso que ha llegado a su apogeo en la obra de Gabriel García Márquez, pero que mucho antes utilizaron con indu-dable acierto William Faulkner y Lino Novás Calvo, por solo citar dos autores, aparece de manera recurrente en Doña Bárbara. Se trata de identificar a los personajes con nom-bres o apodos que revelen de inmediato sus características físicas, morales o sicológicas. No por casualidad Rómulo Gallegos bautizó a su personaje protagónico con el nombre de Bárbara y la enfrentó en desigual batalla con un ilustra-do doctor llamado Santos. La amenaza del extranjero rapaz está presente en mister Danger o el señor Peligro, apelativo tan ingenuo que el mismo autor se ve en la necesidad de dudar si en verdad el personaje se llama así. Igualmente ocurre con Pajarote, el Brujeador, Juan Primito y hasta con Balbino Paiba, nombre que en su sinuoso encaje de voca-les y consonantes descubre de manera ejemplar la torcida personalidad del último mayordomo de Luzardo. Gallegos va más allá de los personajes convencionales de la historia y designa también con nombres representativos sus habitácu-los, que en este caso también devienen personajes: El Miedo y Altamira, así como La Chusmita, conforman el triángulo de pasiones que se desata en el llano. Nombrar los hombres y las cosas se convierte en Doña Bárbara en más que un recurso literario, es tal vez el trámite que escogió Gallegos para solventar sus diferencias maniqueístas con la cacica del Arauca. La doña y otros personajesPor Jesús Sanoja HernándezYa van corridos casi veinte años. Julio Barroeta Lara me en-tregó entonces veinte ejemplares de interesante folleto es-crito por Oldman Botello, que no sé si en aquel 1979 ya era cronista de Maracay. En él hizo esbozo de los personajes de Doña Bárbara en la vida real. Años después, en 1987, en los seis volúmenes de Diario de un llanero, Edgar Colmenares del Valle editó y estudió la obra y la personalidad de Antonio José Torrealba, de donde salió clónicamente el Antonio San-doval de Doña Bárbara.

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Gallegos mismo explicó en prólogo a una de las ediciones de la novela cómo había nacido el personaje central. Encontró en Apure al dueño del hato Juan Rodríguez. Este a manera de pregunta, le presentó la imagen de quien después resultaría Doña Bárbara: “¿Ha oído hablar de doña...? Una mujer que era todo un hombre para jinetear y enlazar cimarrones. Co-diciosa, supersticiosa, sin grima par quitarse de por delante a quien le estorbase”. A lo que Gallegos, a su vez, preguntó: “Y devoradora de hombres ¿no es cierto?” La mujer era Pan-cha Vásquez, de quien Andrés Eloy, en una de sus crónicas evocadoras de tiempos apureños, dijo haber sido alguna vez apoderada y habérsela mencionado a Gallegos. Botello, por su parte, apuntaba que la mujer había llegado treintañera a Apu-re, aproximadamente en 1892: “Había nacido en Colombia, unos dicen que en la costa atlántica y otros que en las llanuras de Casanare”, y más adelante: “Su esposo muere y las malas lenguas llaneras le cuentan 17 maridos”.

Según varios testimonios, uno de ellos recogidos por Arísti-des Bastidas, Lorenzo Barquero fue personaje construido a partir de datos biográficos de Galo Segundo Bremón, para la primera etapa de su “vida ficticia”, y de Pancho Mier y Terán para la segunda, uno de los dueños del famosísimo hato “La Rubiera” (acerca del cual, por cierto, Cabrera Sifontes escribió un libro), fallecido en Calabozo en 1914. En cuanto al cabrestero María Nieves, que así realmente se llamaba, de tal servicio novelesco se mostraba orgulloso. Cuando al-guien lo molestaba, María Nieves solía replicar con un “no se meta conmigo, mire que yo figuro en Doña Bárbara”.

Pajarote tuvo como modelo a José Torrealba. Explica Col-menares del Valle, en la sección dedicada a la presencia de Torrealba en Doña Bárbara y Cantaclaro, que en 1947 el profesor John E. Englekirk, a raíz de una conversación con Gallegos, viajó a San Fernando de Apure, donde entrevisto a Torrealba y revisó algunos de sus manuscritos. Y de allí salieron identificaciones de personajes reales, cuyas hue-llas pasaron a la ficción: “Antonio José Torrealba Ostos es fácilmente identificable con el peón Antonio Sandoval que da la bienvenida a Santos Luzardo en Altamira (...) Melquía-des Gamarra, el ‘brujeador’, según él dice, es Juan Ignacio Fuenmayor (...) Balbino Paiva, el mayordomo escogido por doña Bárbara para Altamira, era Eladio Paiva del Alto Apure (...) Encarnación Matute era un tal Encarnación Contreras”. Y así sucesivamente hasta llegar a Francisca Vásquez, “la cual había ganado fama de ser la hombruna o marimacho del hato Mata el Totumo: ‘Gallegos no habló con ella ni visitó su hato. Antonio Torrealba sí la vio muchas veces”.

Gallegos era muy dado a la creación de personajes-símbolos y no otra cosa fueron Santos Luzardo, el civilizador, y Doña Bárbara, encarnación de la barbarie y, además, devorado-ra de hombres. Los mismos nombres lo dicen todo, como cierta vez lo sugirió (por no decir, lo demostró) Liscano. El personaje masculino central lleva el nombre de Santos y su nombre puede descomponerse en Luzardo o, lo que es lo mismo, “ardo en luz”. Mr. Danger (o Señor Peligro), refuerza la tesis.

La filmación de Doña Bárbara, tanto la protagonizada por María Félix como la dirigida por Betty Kaplan, ha sido cues-tionada. A la primera le encontró Ulrich Leo un defecto bá-sico: no era posible, decía él, sacar de un libro como Doña Bárbara, una buena película, porque además de los símbo-los materiales (el centauro, el tremedal, el socio), Gallegos manejó símbolos formales no aprisionables por la cámara. A la segunda la han atacado fuertemente varios críticos li-terarios y cinematográficos. La india guaricha llegada a los llanos de “más allá de más nunca” está bien lejos, según ellos, del prototipo creado por ambos filmes.

*Publicado el 1ero de noviembre de 1998

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El inicio de Rómulo Gallegos como escritor está asociado al teatro. Junto a sus compañeros de la revista La Alborada com-partió la pasión por este géne-ro. Llegó a escribir varias obras, como «Los ídolos» (1909) y «El motor» (1910), de las cuales sólo esta última se publicó en vida del autor. «Los ídolos» fue una pieza de la cual hizo una versión probablemente del mis-mo año, «Los predestinados» (la primera permanece inédita; la segunda fue publicada en el n°

2 de La Alborada, el 14/2/1909). En las «Obras selectas», Edito-rial Edime, 1959, aparece «El motor» y «El milagro del año» de 1915, que también publicó como cuento.

Gallegos hace referencias en diferentes momentos de obras de teatro que tenía en proyectos, o que destruyó, como lo es el caso de «Listos» (que refiere en carta a su amigo Salustio González) y «La espera» (probablemente de 1915). Su experiencia como dramaturgo luego se mostrará en el cine con el guion de «Doña Bárbara»(1940), y de «La Trepadora», «Canaima» y «La Señora del frente», para la industria mexicana. También en «Juan de la Calle» (1941). Casi ninguno de sus guiones se conserva. Salvo una pieza en 32 actos llamada «La doncella», que se publicó en México en 1957. Se trata de una emocionante pieza sobre la vida de Juana de Arco, y donde el maestro del diálogo que fue Gallegos se muestra con fuerza, pero no se llevó a cabo su rodaje, pese a que era un encargo.

En sus comienzos como narrador, Rómulo Gallegos publicó Los Aventureros (Caracas, 1913), una colección de cuentos. Otros relatos son recopilados en La Rebelión y otros cuentos (Caracas, 1946), La Doncella y El Último Patriota (México, 1957).3 Su período como cuentista abarca desde 1913 hasta 1919, aunque otros cuentos se publicarán en 1922. En sus obras siempre mantendrá el realismo, las cuales se dividen en tres temáticas fundamentales: Los de crítica de costumbres, los de ambiente criollo donde plantea la anti-

nomia civilización y barbarie, y los que describen pasiones, desequilibrios y anormalidades.

Sus novelas reflejan su interés por la vida del campesinado ve-nezolano. Su primera novela, El último Solar (1920), la reeditaría en 1930 con el título de Reinaldo Solar que relata la historia de la decadencia de una familia aristocrática a través de su último re-presentante, en el que se adivina a su amigo Enrique Soublette, con quien fundará en 1909 la revistaAlborada. En 1922 escribe El forastero pero lo publicó empezando el año de 1942 por temor a la reacción del dictador Juan Vicente Gómez. En 1922 logra publicar La rebelión y en 1925 publicó La Trepadora, retratando en ambas el problema del mestizaje, planteando como solución los matrimonios mixtos. En 1926 viaja a Europa y en el santuario de Lourdesredescubre su fe perdida.

En 1927 viaja para presenciar los llanos venezolanos y así docu-mentarse para su próxima novela. El resultado sería Doña Bárbara publicada en 1929. Doña Bárbara representa aquella Venezuela cruel, insensible por la corrupción, traición, despotismo, falta de libertad, latifundismo e injusticia y brujería; pero en el melodrama se muestra que en la realidad existía también una raza buena que ama, sufre y espera para luchar contra la dictadura desen-frenada de aquel entonces, gente representada por Santos Lu-zardo.4 Esta novela lo llevaría al reconocimiento público, fue la más exitosa de sus obras. El dictador Juan Vicente Gómez al ver su prestigio lo nombró en 1931 senador por el estado de Apure, pero sus convicciones democráticas lo hicieron renunciar al cargo y expatriarse, exiliándose en 1931 a Nueva York.

En 1932 va a España y permanece allí hasta que en 1935 muere el dictador y Rómulo Gallegos decide volver a Venezue-la. En el año de 1934 publicó Cantaclaro, y en 1935 Canaima. Así como para Gallegos el mestizaje era la solución de los conflictos entre mantuanos e indígenas, el mestizaje también sería la solución de los conflictos de civilización y barbarie.

En el año 1937 publicó Pobre negro, en 1942 El forastero, y al año siguiente Sobre la misma tierra. En 1951 publicó La brizna de paja en el viento. En 1952 comienza a redactar su última novela Tierra bajo los pies, que permanecería inédita hasta su tardía publicación en 1973.

VIDA LITERARIA DE GALLEGOS

Rómulo Gallegosy su esposa Teotiste Arocha Egui

LUIS PERdOmO

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RÓMULO GALLEGOS

L a semana pasada, dentro y fuera de nuestras fronteras, una noticia nos sacudió a todos. La tumba de Rómulo Gallegos y su esposa había sido

profanada en el Cementerio General del Sur en Caracas. En tiempos de maldad sucede hasta lo inimaginable. “Para toda Venezuela –señaló el CEN de AD- este abominable hecho constituye una vergüenza sin precedentes en nuestra histo-ria patria y representa la aberrante paradoja que, en pleno siglo XXI, se cometa un acto de barbarie peor que la que denunciaba Rómulo Gallegos en Doña Bárbara en los co-mienzos del siglo XX venezolano”.

Ya antes, el 24 de noviembre de 1948, tres tenientes co-roneles, mediante un golpe de Estado, lo expulsaron de la Presidencia de la República y se adueñaron del poder. Años más tarde, en el mes de abril del año 2009, otro teniente co-ronel, también golpista, Hugo Chávez Frías, removió su bus-to del patio central del Palacio de Miraflores y lo reemplazó por el del general-dictador Cipriano Castro. Fue, dijo Simón Alberto Consalvi, una más de “las jugadas de Ño Pernalete”. Se sustituía a Santos Luzardo por Doña Bárbara.

Con frecuencia, los medios de comunicación informan sobre la violencia macabra existente en el mencionado campo-santo, debido a la inseguridad que allí campea. Al momento de escribir estas líneas, no se sabe si es que estamos en presencia de perversidades necrológicas inspiradas en con-juros de hechicería o de otra naturaleza. Tampoco se tiene la certeza de que los restos del ilustre escritor, al igual que los del ex-presidente Medina también profanados, fueron extraídos de sus espacios mortuorios. La exhumación de los restos determinaría la magnitud de los actos vandálicos. Se ha pedido la intervención del Ministerio Público para que investigue, con la asesoría especializada correspondiente, lo ocurrido.

Rómulo Gallegos falleció en la madrugada del 5 de abril de 1969. Fue velado en el Salón Elíptico del Capitolio Fede-ral, donde el presidente Rafael Caldera pronunció sentidas palabras en nombre del país entero. Tomo una frase suya: “Está de pie la patria para despedir a Rómulo Gallegos, cuyo espíritu parte, en alas de la gloria, en vuelo firme hacia la eternidad. Su cuerpo baja a la misma tierra que él interpretó mejor que nadie, para confundirse con ella”. La grandeza de su obra literaria y su dignidad de repúblico insigne están en un Olimpo inalcanzable por el primitivismo y la barbarie.

A los 25 años de su muerte, el 7 de abril de 1994, el Sena-do de la República acordó, por unanimidad, que sus restos fuesen llevados al Panteón Nacional. Le había pedido a su hija Sonia que no permitiera que lo separaran de su esposa doña Teotiste, a cuyo lado estaría enterrado al morir. Ahora, lo que acaba de suceder aconseja revisar esa solicitud. Allí lo esperan los grandes venezolanos de todos los tiempos.

Quienes en México nos honramos compartiendo exilio con él, lo veíamos como si Venezuela, la que cantó en sus nove-las, estaba allí con nosotros.

CARLOS CAnAChE mAtA

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E n mis primeros años de infancia y adolescencia, disfruté con mi padre, Ángel Yoris, sus crónicas sobre distintas etapas históricas del país. Así

tuve mis primeras lecciones de historia oral. Su presencia en la dirección de las oficinas del telégrafo de Miraflores durante todo el mandato del general Isaías Medina Anga-rita hicieron de él un testigo de excepción en lo referente al 18 de octubre de 1945. El recuerdo de la entrañable amistad entre ambos, que perduró en el exilio de Medina, y su acompañamiento hasta la desaparición física del pre-sidente, hicieron que sus relatos sobre ese insigne hombre que fue Isaías Medina Angarita estuviesen impregnados de un profundo sentimiento de fraternidad. Dejaron tales huellas en mí sus vívidas narraciones, que dediqué parte de mis estudios a analizar el período gubernamental entre 1941 a 1945. Escribí mi tesis doctoral en Historia sobre el suceso del año 45 y fue publicada en coedición entre la Academia Nacional de la Historia y la Universidad Católica Andrés Bello.

Así mismo, desde que empecé a interesarme por la literatu-ra, interés que hizo su aparición en mí también a temprana edad, me convertí en una voraz lectora de la producción li-teraria de Rómulo Gallegos, mostrando mi preferencia por Canaima e igualmente por sus cuentos. Recuerdo cómo disfruté los unitarios que realizó RCTV sobre los cuentos de Gallegos. La maravillosa actuación de Carlos Cámara y Henry Zakka en Los Inmigrantes aún la recuerdo. Estamos en deuda con esos unitarios y con la memoria del maestro Gallegos.

Al leer las noticias en días pasados y enterarme de los de-plorables sucesos relacionados con la profanación de las tumbas de ambas figuras tan arraigadas en el sentir del pueblo venezolano sentí no solo dolor, sino una indignación indescriptible.Cuando Medina murió, Irma Felizola de Medina se negó a aceptar los honores militares que ofreció Pérez Jiménez por medio de Laureano Vallenilla; el féretro no fue trasladado en el carro fúnebre, sino que fue llevado en hombros por el pueblo que se lanzó a las calles desde el Country Club hasta el Cementerio General del Sur, a pesar de los tiempos dicta-toriales que se vivían; desde los edificios lanzaban flores; al llegar al cementerio, fue entonado el Himno Nacional. Ángel Yoris publicó en la prensa un artículo que tituló “Un Bolívar de flores”, artículo que fue un hermoso testimonio de amis-tad. Conservo entre los archivos de mi padre fotos inéditas de esa manifestación de dolor del pueblo venezolano.

Cuando murió Gallegos, recibió honores militares, fue acom-pañado por una multitud a su último destino y sepultado al lado de su esposa Teotiste.

¡Cómo no van a ser repudiados esos actos espantosos de violación de espacios sagrados que son el lugar de des-canso eterno de sus restos! Ambos fueron presidentes de Venezuela, se erigieron en figuras emblemáticas de Vene-zuela y quedaron alojados en el corazón del pueblo por sus cualidades personales.

Profanar es, según el Diccionario de la Lengua Española, tratar sin el debido respeto una cosa que se considera sa-

Cuando se profana el acervo histórico de una nación

CORInA YORIS-VILLASAnA @YORISVILLASANA

A las familias de:Don Rómulo GallegosGeneral Isaías Medina Angarita

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grada o digna de ser respetada. Quienes intentan equiparar esa profanación con una excavación arqueológica, olvidan completamente que esta última solo recoge objetos de una tumba, realiza informes, levanta planos, conserva cadáve-res, si los hay. Otros dicen que “solo fue un acto vandálico”. ¿Por ser un acto vandálico deja de ser afrentoso? Incluso han llegado a negar la profanación.

Desde hace años se viene denunciado esta horrible prácti-ca, pero han seguido apareciendo tumbas profanadas. Hoy, como este hecho abominable ha sido perpetrado en contra de personajes arraigados en el sentir del pueblo, se le ha prestado mayor atención. ¿Por qué y para qué se roban ca-dáveres, huesos de los cementerios?

Se puede leer en algunos escritos sobre estas prácticas que los huesos son buscados porque con ellos se realizan traba-jos. Entre estos trabajos descritos está Nganga. La fabrica-ción de un Nganga involucra visitas al cerro y al cementerio, la alianza con un espíritu, y el dominar ese espíritu. En el cementerio localizan los restos humanos que son requeri-dos para la nganga; en el cerro, se buscan las plantas y los espíritus necesarios para entrar en contacto.

Después de leer estas descripciones, sentí horror. Creo que nuestro país necesita realizar un acto de desagravio a todas las familias que han visto profanadas las tumbas de sus se-res queridos.

A las familias Gallegos y Medina les hago llegar desde lo más profundo de mi sentir, mi cariño y mi sentimiento de solidaridad en este trance tan poco cónsono con la bonho-mía del venezolano.

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T enía diez años cuando supe de la muerte física del escritor, ocurrida el 5 de abril de 1969. Todos los canales de televisión, todas las emisoras de radio

y todos los periódicos cubrieron y reseñaron su multitudina-rio y verdaderamente popular adiós y eso dibujó en mí una imagen que todavía vive fresca en mi memoria. La grandeza de un hombre que hizo llorar a todo un país, como pocas veces antes y muy raras veces después, no se borraría nun-ca más. Sin entender en ese momento de quién se trataba, supe al rato que su excepcionalidad provenía de haber escrito un conjunto de obras que buscaban comprender a Venezuela desde el sentimiento más profundo y desde la auscultación más perturbadora. Quedaba claro que la literatura no era un pasatiempo para desocupados, sino un compromiso carga-do de responsabilidad. Nunca en desmedro de otros muchos autores, Gallegos venía a entenderse como el más agudo, el más acertado, el más constante y el más sacrificado de nues-tros hombres de palabra y pensamiento. Haría del amar, del sufrir y del esperar los tres mejores verbos para comprender la angustia de Venezuela y para sellar con ellos su propia an-gustia de venezolano.

Sus otras muertes fueron anteriores a su propia muerte física. La segunda lo lleva en 1948 a la magistratura más alta del país, para luego desplomarlo, a escasos nueve meses de su investidura, víctima de la más cruel de las traiciones. Era el escritor que se había hecho hombre de acción al posponer su arte en favor de la política, en la que entiende una posibilidad contra el atraso y contra la barbarie. Su péndulo espiritual es afirmación del escritor masivo frente al trágico final del pre-sidente solitario. Cumplido el proceso de esta muerte, será la tragedia del creador confrontado con la bajeza de la política. Ilusionado e iluso por la libertad de un país que no ha conoci-do hasta ese momento la libertad (qué larga resulta la pará-bola de más de sesenta años trazada entre Guzmán Blanco y Gómez), el escritor asume el riesgo y salta a la arena, estanca su literatura y se asume servidor de una nación necesitada de democracia, en un tiempo en donde no se la entendía porque nunca se la había practicado. Olfateando su propia caída, no teme correr el albur y, menos, asumir el sacrificio que el país le

estaba demandando. Sabrá tardíamente que su lucha estaba destinada a prosperar en los espacios tranquilos y duraderos de la lengua y no en la combustible y pasajera vida pública. Su más grande pecado fue su mayor virtud.

A su muerte política, y antes de su muerte física, le sigue la muerte tercera del escritor en manos de sus congéneres críticos. Esta vez, ella ocurre en las aulas literarias y en la mezquindad de los malos lectores (los lectores malos) que anudan al escritor permanente con el político circunstancial, que no ven al héroe literario sino a la víctima partidista (o de un partido mal recepcionado), que no estiman la nobleza de su acción estética ni aprecian la entrega de su pasión públi-ca. Interpretación oscura y ajena a toda evaluación honesta y cobro de una factura política de la que el escritor fue la más triste pieza en un tiempo de infieles y traidores. Volverá a la literatura como el desterrado que busca salvación en los territorios de la palabra; su tierra prometida. Refugiado en el lenguaje, entenderá para siempre la tragedia del artista cuando abandona sus playas de permanente brillantez.

Y, hoy, cuando creíamos que ya descansaba para siempre, ha-biendo superado sus muertes política y crítica y hasta su muerte física, y olvidado de toda retaliación y de tanta tacañería hacia uno de los más robustos servidores culturales del país (premo-niciones estas del actual saqueo espiritual que sufre en un país criminalmente saqueado), vuelve a morir Gallegos en su propia tumba profanada. Es la cruel barbarie que toma venganza de nuevo frente al civilizador inerme, arrancándolo de la tierra mis-ma a la que había pertenecido. Gesto detestable de un país en ruinas que ya no se conforma con agredir a los vivos, sino que necesita destruir a los muertos, sean ilustres o no. El derrotado que se desquita del presente en su pasado.

Desasido de la tierra, el hombre asume ahora su muerte funeraria y cede sus espacios, agraciado por el gesto de los sicarios necrófilos, a la criatura inmortal del escritor. Nunca una vil profanación significó tanto para la eternidad litera-ria. Esta cuarta muerte de Rómulo Gallegos le ha dado vida, ahora sí, para siempre.

La cuarta muerte de Rómulo Gallegos

FRAnCISCO JAVIER PÉREZ

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Javier Vásconez REFLEXIONES DE UN JURADO DEL RÓMULO GALLEGOS

E n su Quito natal, el novelista, cuentista y ensayis-ta Javier Vásconez —su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, hebreo, sueco, griego

y búlgaro— escribe ahora mismo un nuevo cuento, una his-toria de amor, cuyos detalles —¿aparece de nuevo el doctor

Josef Kronz? ¿quién viaja esta vez y a dónde? ¿lo hípico por asomo?— guarda con supersticioso celo. La concentración en el trabajo —“está quedando bien”, es lo único que ade-lanta— no ha de ser tan absoluta y porfiada que le impida trastear en plataformas virtuales o atender el teléfono. Inte-

“Ha cambiado Caracas desde la última vez”.

FAIthA nAhmEnS

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rrumpir la escritura no le enerva, las rutinas domésticas no lo perturban. Claro, depende de la llamada. Si la voz del au-ricular es la de un representante diplomático venezolano que le responde que aún no le tienen nada, que tenga paciencia, entonces sí se sentirá, cuando menos, atónito.

El escritor confirma que ni a él, ni al resto del jurado, ni siquiera al ganador de la vigésima edición del Premio In-ternacional de Novela Rómulo Gallegos, por Tríptico de la infamia, el colombiano Roberto Montoya, les han pagado lo prometido. Que es deuda. “No sé qué hacer, a quién diri-girme”, confiesa; pero prefiere no hablar más del asunto, acaso con la esperanza de que el atraso sea remediado en paz. Se sabe que todos los jurados están preocupados, que es una injusticia y una indelicadeza cometida con ellos, y él, hombre que intenta ser justo y hablar desde la delicadeza, no dice más; por ahora.

El 4 de junio de 2015 fue dado a conocer el veredicto. “Desde mi punto de vista estuvo muy reñida la decisión, vale decir que también me pareció muy interesante Larga noche hacia mi madre, del escritor Carlos Cortés, de Costa Rica, que quedó como finalista”, soltaría prenda entonces, tomando un tinto en la cafetería del hotel de Altamira don-de estuvieron hospedados en esta ocasión —no en el Alba, ahora desmantelado— los hombres de letras y de palabra. Con entusiasmo hablaría de las otras novelas finalistas, La oculta, de Piedad Bonnet, Lo que no tiene nombre, de Héctor Abad F., y Tierra Quemada, de Óscar Collazos (de Colombia las tres, “enviaron muchas obras de ese país”) y de Fuerzas especiales, de Diamela Eltit, (Chile). “Ha sido un trabajo ar-duo, satisfactorio y complejo”.

Día emocionante ese 4, visto en perspectiva, por el jaleo en que fue derivando la agenda, debió considerarse albur. Se había anunciado que la entrega del premio y el consabido brindis sería en el Celarg, como siempre, hasta que luego de ¡casi ocho horas! de espera, en vez de Maduro —nunca apareció— llegó la contraorden: que no, que se haría en un acto privado en Miraflores, hacia la noche. Periodistas y curiosos, abstenerse. Desde que fue creado el galardón en 1964, durante la presidencia de Raúl Leoni, el prestigio de este galardón fue en ascenso; siempre devino un aconteci-miento de primera plana. Se hicieron del Rómulo Gallegos autores de la talla de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaños, Javier Marías, Fernando del Paso, Carlos Fuentes entre otras celebérri-mas plumas; Javier Vásconez, como Tomás Eloy Martínez,

fue finalista en dos ocasiones. Siempre atractivo, tanto el premio —entre los más reputados en Hispanoamérica— como el monto que conllevaba hacerse con él, ni los 100 mil dólares convenidos para el autor de la novela que fuera considerada como la mejor por el jurado, ni los 10 mil que obtendría cada uno de los tres miembros de ese tribunal de las buenas letras por leerse más de 150 novelas, deliberar, decidir, han llegado a bolsillo alguno. Nada. Cero. Todos an-dan compungidos. Contrariados. ¿Seguirá el premio en lo sucesivo? El estipendio ofrecido es una quimera exacta al dólar a 6.30.

En su cuarto viaje al país, víspera del premio, Javier Vás-conez reducido a un acotado radio urbano —no salir de los límites de Chacao dictaría el reiterado consejo de los organizadores y de los amigos— vería no Macuro sino la múcura que carga encima cada venezolano. Advertido con reiteración de que es cruenta la saña y moneda corriente la impunidad, echaría en falta la ciudad abierta, la ciudad cercana al mar, la ciudad del talante aún gozón, la libertad para deambular que tuvo en las visitas anteriores, cuando alcanzó a rozar algo de la mítica rumba. Se lamentará por-que, hasta nuevo aviso, se ha perdido la noche caraqueña —a lo mejor por eso las lentejuelas ahora son para el día— y en el andarse con prisas y el mirar constante de reojo del viandante detectará los estragos que ha sembrado el temor, alojado con saña en los huesos. “Ha cambiado Caracas des-de la última vez”.

Dentro del perímetro del sitio haría un rápido paneo por en-tre el hormigón insuflado en el área y con su acento de erres sutilmente arrastradas daría una opinión a vuelo de pájaro: el concreto avanza sobre el verde innato y corajudo —el que persiste en los jardines privados que se desbordan hacia el cielo por encima de los muros, en al Ávila a mano, en la grieta— y lo hace de manera avasallante, atroz, tragona; que le toca a la vegetación —y a los ciudadanos— forcejar, no dejarse. Ramón Muchacho, de estar en la mesa, tal vez habría defendido la posible semejanza caraqueña con Wall Street, y Farruco Sesto habría negado de plano la sentencia: Caracas es verde infinito. El Ávila siempre estará. Construir más es la solución. Cuál es el problema. Dentro de Caracas cabe otra Caracas.

Asombrado por tanto cuento hiperrealista al borde de una bebida que llega a su boca como milagro, oirá aturdido la machacona queja de la escasez de café, de justicia, de em-pleo, de pollo, de medios, y remedios, y tomará nota. No

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imaginará, eso no, que también sería blanco de esa escasez; la de la botija, la de palabra. Todo viaje sirve para ver y verse. Hace más tangibles los orígenes, saca a flote el sedimento, lo engullido, la condición; sirve como purga para que broten sin pudor las raíces. Este viaje le daría pistas, en medio de la ilusión por los reencuentros, por la alegría de ser parte de una jornada con trascendencia, sobre la tenacidad de las mutaciones, y la terquedad de la resistencia. Quedarían, claro, algunas preguntas en el tintero. La típica: ¿y qué van hacer?. Y la suya: ¿qué podré hacer yo ahora?

Eppur si muoveNiño errante que creció mientras sumaba millas de vuelo en los aviones, tendrá a mano puntos de comparación para ver personajes, modos y topografías desde la ventanilla de su memoria; será su tarea aliñar estas postales de viaje con imaginación, conexiones imposibles y los dislates del mapa personal hasta trazar esa geografía que restaura a su gusto y convierte en literatura. Singularidad vital de la biografía de este hijo de diplomático, sacará provecho al camino reflejado en el retrovisor más que para evocar iti-nerarios en jugosos relatos de viaje, para abrir brechas interiores. “Imagínese si tuviésemos que negar todo lo que dejamos atrás para seguir viviendo. Pero la memoria nunca se da por vencida. En apariencia, hay cosas que dejamos a propósito sin resolver”, dice en La Piel del miedo. Trota-mundos impenitente, desde el aire construirá recuerdos antiguos y los tallará verbos.

Consustanciado con la palabra —es escritor y nada más que escritor, no hay trabajo paralelo— y con la traslación y las mutaciones, exhibirá, pues, no solo su gentilicio en su obra; autobiográfica, como es menester, Quito será sustan-cia pero querrá catar las mudanzas y los aires extraños. Lle-varse los paisajes ajenos. De manera que lo que diga sobre la literatura de la región, o del convulso presente mundial, o de Caracas —incluso, alguna especulación asombrada que arriesgue de los signos zodiacales—, ya sea con pasión o con el sosiego que da la sabiduría, exhibiendo los pasillos de su bien amoblada sesera, entrecerrando los ojos que han visto tanto, con una sonrisa amable que no elude el sar-casmo, podrá considerarse materia prima, fuente, bebedizo. Quién sabe si lo del pago. “¿Quito? Es más uniforme en su diseño, una ciudad encapsulada, una hendidura atascada entre montañas”; además, un fondo lluvioso que puede as-fixiar no solo al claustrofóbico. Y Caracas, ay, Caracas, es la cabeza de playa cuya modernidad —tarea pendiente— tornó en reliquia.

BioEstudió secundaria no apenas en tres colegios distintos sino en tres países distantes: pasó por las aulas del Mount Saint Mary’s College de Inglaterra, por los salones del colegio Holy Croix de Roma y antes de graduarse de bachiller en el Cole-gio Spellman de Quito hizo una pasantía en Estados Unidos; y no se quedaría tranquilo después tampoco: estudió Artes Liberales y Filosofía en la Universidad de Navarra, en España, donde se graduó con una tesis acerca de los personajes en la obra de Juan Rulfo, y también asistió a la Universidad de Vincennes, en París. Publicado en su tierra y extrafronteras, es un permanente invitado del mundo —fue convocado por la Universidad de Salamanca a participar en un encuentro acerca de su obra— como charlista; traducido a lo largo y ancho del globo, no se queda quieto el de Quito.

La enjundiosa bitácora le dará contexto a su prosa, que-da claro, paradójicamente muy acotada, Nueva York, París, Quito, serán enlaces emocionales, escenas vitales, condi-ción. Acaso se creerá arquitecto o dios. “Las ciudades son estupendo escenario humano a las que la literatura no solo reconoce sino que da vida, las ciudades existen en tanto son nombradas, se escribe de ellas y aparecen en las novelas”, aventura. Y será la avidez de ir, de siempre ir, un tren que atraviese sus historias, con destino al paneo y la exploración personal: “Al escribir uno se limpia de prejuicios y falsas creencias; tengo una lectura nueva de Quito, de sus para-digmas, se trata de una razzia íntima”, reitera. “Mi memoria está en Quito, allí nací, pero la aliñan todas las ciudades visitadas o imaginarias, reales o inventadas, he ahí donde se produce la necesidad de resolver la conflictividad del juego creativo que me he propuesto”.

Aunque, vale decir, la devoción por escribir, la vocación, el imán insoslayable que es para él el oficio sería producto de motivaciones más íntimas que el pasaporte, relacionadas con las historias de casa. Se le endosa al padre taciturno, a la figura erguida y templada en acero, a la distancia entre él y aquel hombre inaccesible, estricto, de afecto estudiado, la urgencia suya de rodearse de palabras. Vamos, pero no apenas desvía al teclado aquellas que nunca fueron dichas, las que rescata del pozo de los silencios o de la interpreta-ción de los gestos. No es la escritura la llave que aquieta la sequedad de su garganta o de sus oídos, la magia ha sido revertir esa textura callada, esa carencia, en manantial.

Exdirector de la librería El Cronopio y exdirector de Ediciones Librimundi, y de la editorial Acuario, Javier Vásconez publicó Ciudad Lejana, en 1982 —finalista del Casa de las Améri-

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cas— y en 1989, El hombre de la mirada oblicua —premio Joaquín Gallegos Lara—, ambas obras pobladas por per-sonajes encerrados y que tienen que salir. Según la crítica, lo logran en El secreto, donde hay calle, ciudad. También es autor de Angelote, amor mío, La carta inconclusa, Café Concert, El viajero de Praga y de la novela La sombra del apostador, finalista del Premio Rómulo Gallegos, en 2001. De los cuentos El baúl de Lowell, El enlace, Thecla Teresina y de la novela El retorno de las moscas, basada en uno de los personajes de John Le Carré.

“Desperté en medio de la noche con el ruido de los disparos en el corredor, fue como si rebotaran desde el rellano de la escalera hasta mi conciencia y, unos segundos después, el estruendo había prendido como un relámpago dentro de mí (…) Sentía un torbellino en la cabeza. Al abrir los ojos perdí el equilibrio y me encontré apretando con las uñas el borde del sillón. Con sigilo de gato cambié de lugar, respiré con ansiedad, sentí humedad en la nuca y las palmas de las ma-nos. El miedo se expandió por todo mi cuerpo, contagiando mis nervios hasta alimentarme con la sangre de la violencia (…) Me volví un tanto receloso. Ni siquiera los cuidados de mi madre disiparon el miedo, porque el miedo nunca se di-sipa cuando se instala en uno, es como el frío en los huesos de los viejos”, traza una emoción que nos concierne en La piel del miedo, también nominada al Rómulo Gallegos.

Creador de personajes en soledad, algunos llegan al crimen —“he trabajado personajes en zona de penumbra, imbuidos de mal, eso que, para mi sorpresa, algunos dicen que no existe, hay que ver la relación intensa y estrecha que tiene la literatura con el crimen, no digamos la vida…”— mientras otros exhiben luminosa integridad y no pocos buscan liber-tad y es típico que no claudiquen. Sí, por supuesto, también está el tema del amor, y por supuesto las montañas, el frío, la vida urbana, la soledad del bosque, el viaje, sin duda, y él; “siempre está uno”, reitera la hermosa obviedad. “El escritor lo es cuando se reconoce el estilo, cuando su propuesta es reconocible”, redimensiona el que se nombra.

No se sabe qué se llevó esta vez en el equipaje, qué im-presión, qué circunstancia del país visitado, del país que le adeuda. Qué pena esta circunstancia, tendrá un alto costo para el tan manoseado gentilicio.

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ALIRIO DÍAZ INMORTAL

L a muerte de Alirio enluta no sólo a los caroreños y a los venezolanos, sino también a los habitantes del mundo de la cultura, en particular de la músi-

ca y de la guitarra clásica que ejecutó magistralmente, para deleite de quienes le oyeron desde su pequeño terruño –La Candelaria, zona rural de Carora- hasta los más importantes teatros del universo.

Muy pocos lo vieron transitar, desde muy niño, por una ruta cargada de obstáculos que tenía que vencer para poder alcanzar los más importantes escenarios del arte guitarrís-tico, impulsado por una pasión irrefrenable por la música y la orientación de dos grandes maestros de la cultura caro-reña, Cecilio (Chío) Zubillaga Perera y José (Ché) Herrera Oropeza. Conocí La Candelaria, el villorrio donde nació Ali-rio, su soledad y su aislamiento del mundo moderno donde se producían cambios y avances científicos, tecnológicos y culturales sin que los candelarenses pudieran percibir-los, menos asimilarlos e incorporarlos a su posible evolu-ción –escribí en la presentación de un libro sobre su vida y la de Rodrigo Riera. Todo allí permanece estancado, la emigración de sus jóvenes compelidos por las carencias materiales para la subsistencia, no la detiene ni la armonía del canto de los pájaros, ni el esfuerzo de los mayores que se arraigan a la tierra, abrazados a una guitarra o un cua-tro para sucumbir con el tiempo a la morada final, dejando en el camino una estela de sonidos. Me imaginé a Alirio, un niño inocente atrapado en un pequeño mundo de

soledades, tristeza y melodías quejumbrosas, tratando de ocultar los deseos de viajar a otras realidades. Ese pano-rama humano y social yo lo había visto muy cerca de La Candelaria, en otro villorrio llamado San Francisco, cuando todavía era un niño y supe que ya Alirio había ingresado a la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas, y sin embargo todo me parecía normal, rutinario, hasta que ya adolescente me enteré que Alí Lameda, poeta, y Gustavo Leal y Carlos Sisirucá, médicos, famosos ambos, también habían emigrado de La Otra Banda. Lo que no podía saber en ese entonces, hasta que los conocí en Caracas, era que con ellos también habían emigrado cerebros privilegiados, muchos de los cuales percibí en la escuela primaria, pero que al no poder romper el cerco que la pobreza le tien-de a la mayoría de los niños campesinos, como a Lorenzo Barquero el personaje de Rómulo Gallegos, se los tragó la llanura. Conocedor de esa realidad, cuando Alirio Díaz trajo a mi apartamento en Caracas a Alí Lameda, recién salido de un campo de concentración en Corea del Norte, donde estuvo durante de 7 años sometido al secuestro y la tortura, después de leer La Otra Banda, mi primera no-vela en la que aparece una familia Lameda que emigra de San francisco, y la biografía de Chío Zubillaga Caroreño Universal, gran maestro de los dos, fue cuando percibí el genio de ambos emigrantes de La Otra Banda. Alirio tocó en su guitarra arreglos suyos, composiciones de Rodrigo Riera y de otros grandes compositores del Repertorio Universal de la Guitarra Clásica. Luego, para sorpresa de todos, tocó cuatro, y finalmente acompañó a mi hija Valentina a tocar en el piano. Alí recitó algunos de sus poemas, me regaló El Corazón de Venezuela y nos habló de lo humano y lo divino que le había acontecido en la vida. A la hora de la despedida les comuniqué que yo escribiría sobre la vida de ambos si, 10 años menor que ellos, los sobrevivía. Alí, con la voz tronante de su maestro Chío Zubillaga me dijo:

-Seguro que nos sobrevivirás, aunque Alirio será inmortal.

JUAn PáEZ áVILA

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1.- ¿Cree usted que el destierro o el haber dejado atrás la Otra Bandainfluencio en su momento la obra del maestro?

Alejarse de su tierra, de sus raíces, de esa energía telúrica que ha sido la sabia que ha alimentado durante toda su vida a mi padre, sin duda ha significado un paso importante en su vida. Esa relación tan profunda entre su tierra y su música se ha traducido en valorar más la relación con el pasado, sus ancestros e, inevitablemente, ha influenciado su obra de intérprete, como se evidencia en su repertorio.

2.- ¿Qué elemento cree usted, musicalmen-te hablando es una constante en la obra del maestro?

No soy músico, pero nací y crecí con los sonidos de la gui-tarra y las melodías de la música clásica, latinoamericana y venezolana. Esa alternancia de piezas que tienen el mismo valor musical bien sean de Bach o del Indio Figueredo ha sido una constante musical en mi padre y puedo afirmar que allí reside su gran legado como Maestro universal.

3.- ¿Qué músicos, personalidades o intelectua-les influenciaron en la obra del maestro Alirio díaz?

Sin duda su Maestros Landelino Mejías, Raúl Borges, Andrés Segovia, Regino Sainz de la Maza dejaron una gran impron-ta en su formación artística. Intelectualmente no puedo de-jar de mencionar a Don Chío Zubillaga, su mentor, quien lo orientó hacia el estudio de la guitarra.

4.- ¿Cómo fueron las relaciones que llevó en su momento el maestro con la prensa y con la política?

En los años 50 el maestro obtuvo una beca para estudiar en Madrid, gracias al aporte del entonces Ministerio de Educa-ción, y siempre ha sido invitado por los Presidentes de Ve-nezuela del momento, para representar nuestro país como embajador cultural, por ende creo que la música y el arte trascienden los límites que, a veces, impone la política.

5.- hablemos de la obra de Juan Páez ávila dos Guitarras, obra que muestra literariamente la vida y la obra del maestro Alirio díaz y Rodrigo Riera, qué opinión le merece la misma. y en su momento el maestro la comento?

El libro del Prof. Juan Páez Ávila, quien fue mi tutor en mi tesis de grado como Licenciada en Comunicación Social, es una obra que narra con gran estilo lo que ha sido la vida juvenil de Alirio Díaz y Rodrigo Riera, unidos en el talento por la música y la guitarra. Es una expresión literaria que mues-tra las vicisitudes de ambos artistas y las narra con delicada y fluida destreza narrativa. Creo que es un gran aporte a lo que fue nuestra sociedad de los años 40 y 50, y constituye, además un estímulo para los jóvenes de nuestras regiones venezolanas.

Otros aspectos narrados pertenecen al imaginario del autor que juega entre la ficción y la realidad, manteniendo, sin embargo, la esencia de lo acontecido que merece ser men-cionado, como parte fundamental del aspecto biográfico de ambos músicos.

EntREVIStA A mARÍA ISABEL dÍAZ, dIRECtORA GEnERAL dE LA FUndACIÓn ALIRIO dÍAZ E hIJA dEL mAEStRO

EMBAJADOR CULTURAL DE VENEZUELAEN EL MUNDO

Su Música, su genio artístico, trascendieron los límites que, a veces, impone la política.

mIREYA GRAU Y GORQUIn CAmACARO

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Mi padre, disfrutó de esta obra y se sonreía al leer algunos fragmentos, reconociendo la historia vivida.

6.- ¿Cree usted que Alirio díaz aportó elemen-tos novedosos a la música que incluían para-digmas de la Candelaria?

No entiendo muy bien la pregunta, pero el Maestro, con La Candelaria en su alma, su aldea natal, a pocos kilómetros de Carora, hacia La Otra Banda, recordó los ritmos de su infan-cia al hacer arreglos o armonizaciones de obras populares. En varias ocasiones nos mencionaba el palmoteo al hacer las arepas o el ritmo de las pilanderas de maíz…

7.- Alirio díaz, ¿ciudadano de la Candelaria o universal?

Discúlpame… la duda ofende… jajaja

8.- Los caroreños sabemos que significa el maestro Alirio díaz en nuestro acervo cultural, para su hija que significa?

Al hablar como hija, entran en juego otros elementos y facto-res de una relación familiar entre padre e hija. Puedo confe-sar que con mi padre he aprendido lo que significa la calidad del tiempo compartido. En efecto, era poco el tiempo que pasaba en familia por atender su carrera concertística, pero al llegar a casa cada encuentro era muy profundo. Hacíamos sesiones de ver diapositivas que era como sentarse a ver películas, entonces nos describía cada imagen y personaje. Luego teníamos hermosas caminatas por la ciudad en libre-rías y museos, sin hablar de las canciones en español que nos enseñaba, esas piezas que más adelante encontré al oír el Quinteto Contrapunto o Morella Muñoz…

Mi padre para mí representa el encuentro con lo que es posible alcanzar mediante la sensibilidad, es amar el arte en toda su dimensión y es profesar, en cada momento de la vida, un gran respeto por el otro.

9.- Cómo se inició el maestro en la música, es-pecialmente en la guitarra?Octavo hijo de padres campesinos, nació el 12 de noviem-bre de 1923 en La Candelaria, caserío caroreño del Estado Lara. De niño demostró aptitudes musicales y una natural curiosidad por la cultura. Allí vivió hasta los dieciséis años, cuando empujado por los deseos de vivir y estudiar en Caro-

ra, abandona bruscamente el hogar paterno para continuar estudios de 4º, 5º y 6º grados en la célebre Escuela Federal Graduada “Egidio Montesinos”. Es cuando conoce al caris-mático luchador social y vehemente intelectual y periodista Cecilio Zubillaga Perera, quien será el primero en descubrir la vocación fundamental de Alirio Díaz y quien hasta sus úl-timos años logró verlo como un artista realizado.

Luego de esos tres años de vida material insoportable el joven Díaz se dirige a la ciudad de Trujillo, en donde va a dar comienzo definitivo a los estudios académicos de la música, propiamente lecciones de Teoría, saxofón y clarinete, bajo la dirección del renombrado maestro, compositor y director de Banda Laudelino Mejías. Para éste y otras personalidades trujillanas, lleva cartas de recomendación de parte de Don Cecilio, cartas en las que el sabio caroreño decreta el porve-nir artístico de Alirio. En ese entonces, para ganarse el pan el joven tiene que aprender nuevas profesiones: tipografía, mecanografía, inglés, corrector de pruebas periodísticas, guitarrista popular acompañante en Radio Trujillo y saxofo-nista en la Banda del Estado.

Siempre obedeciendo a los mandatos espirituales de Don Cecilio, con su guitarra, sus libros y sus profesiones, viaja a Caracas en septiembre de 1945, donde descubrirá las ba-ses definitivas de su porvenir de músico.

10.-Es cierto que Alirio díaz es un desaforado coleccionista, llegando a coleccionar hasta flo-res?

Ciertamente el Maestro es un gran coleccionista, es por ello que la Casa Museo que es la Fundación Alirio Díaz contiene en su patrimonio las colecciones del Maestro en distintas áreas. Más allá de lo que es su obra, sus manuscritos, su bi-blioteca, su música, etc. Las colecciones del maestro son de carácter antropológico, como piedras de su espacio geográ-fico natal, objetos de usos y costumbres de su aldea, etc.

11.- Como directora de la Fundación Alirio díaz, ¿qué planes tienen, para eternizar el legado de su padre?

La Fundación Alirio Díaz, institución privada sin fines de lu-cro, tiene como misión principal preservar el legado artístico del maestro Alirio Díaz.Entre sus funciones están:

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Conservar el patrimonio personal del maestro compues-to por instrumentos musicales, su archivo musical (cintas magnetofónicas, material discográfico, casetes de audio), material audiovisual (videocasetes, películas), material fo-tográfico, partituras, afiches, programas de mano, material hemerográfico y epitomar, entre otros.

Custodiar y preservar el archivo de manuscritos (originales de investigaciones sobre musicología y folklore), partituras originales de sus armonizaciones y arreglos y otros docu-mentos de gran valor para la historia musical de Venezuela.

Custodiar y preservar su biblioteca particular, especializada en música, literatura, entre otras disciplinas artísticas.

Conformar un Centro de Documentación Musical para la con-sulta de investigadores, especialistas, docentes, estudiantes y público general, tanto de Venezuela como del exterior.

Publicar partituras inéditas, editar sus investigaciones, así como ampliar su producción discográfica.

Promover actividades de formación en el campo de la músi-ca, como conferencias, charlas, talleres, cursos, seminarios, así como organizar eventos musicales para la difusión de la guitarra, su repertorio e intérpretes.

Promover la realización de producciones audiovisuales (ra-dio, cine y televisión) que tengan como objetivo la difusión de la música en general en sus distintos ámbitos (clásico y popular) y de la guitarra en particular.

Estrechar vínculos con instituciones educativas y culturales, organismos públicos y privados con la finalidad de desa-rrollar proyectos conjuntos que estimulen la creación y la difusión musical.

Es mucho el trabajo por hacer…

12.- hablemos del concurso de guitarra en sus dos modalidades.

Actualmente hay tres concursos de guitarra que llevan el nom-bre el Maestro Alirio Díaz. El más antiguo es el Concurso Interna-cional de Guitarra Alirio Díaz que desde el 2000 se realiza en Ca-rora, a petición de mi padre. Es un Concurso de gran renombre a nivel mundial y acuden guitarristas de todas partes.

Luego, existe el Concurso Internacional de Guitarra Alirio Díaz para Jóvenes que se lleva a cabo en Roma. Italia, bajo la Dirección Artística de Senio Díaz, hijo del Maestro. Este año este concurso llega a su 4ta edición y el anual.

Otro certamen es el Concurso Nacional de Guitarra Alirio Díaz que se efectúa en Carora, y que tiene tres ediciones. Es de carácter bienal.

Estos prestigiosos certámenes rinden un merecido home-naje a la dimensión artística del Maestro y celebran el in-valuable aporte que le ha legado a la Escuela Guitarrística Nacional, a través de la formación y apoyo a nuevos valores del instrumento, así como a la promoción de importantes Cursos y Concursos Internacionales de Guitarra y la recopi-lación, transcripción, arreglos y armonización para Guitarra que ha realizado del folklore de diversos países de Europa, Latinoamérica y especialmente de Venezuela, los cuales son actualmente interpretados en todo el mundo.

Igualmente buscan impulsar y colaborar en la carrera mu-sical de las más recientes generaciones de guitarristas de Venezuela y el mundo, razón que lo convierte en escenario privilegiado para los nuevos talentos de la escena guitarrís-tica.

Considero que el Maestro es retribuido, en cierta manera, a través de estos eventos que elevan su nombre y enaltecen su vida dedicada a la guitarra.

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ALIRIO DÍAZ UN MAESTRO EJEMPLAR

Alirio Díaz fue cómplice en mi decisión de escoger la música como profesión definitiva. Corría el año 1969 y mis estudios universitarios en la Escuela de Sociología de la UCV estaban interrumpidos a causa del proceso de renovación académi-ca que sacudía los cimientos ucevistas y mantenía inactivas sus aulas. Si bien me parecía muy interesante la profesión de sociólogo, en mi fuero interno me sentía músico, aspi-rante a director de coro o de orquesta. Pero las condicio-nes que el país le ofrecía a un joven provinciano aspirante a músico, no habían variado mucho desde los años en que Alirio y Rodrigo se habían trasladado a la capital a estudiar. Peor aún, no existían estudios formales de dirección de coro o de orquesta en ninguno de los conservatorios oficiales o privados.

Fue luego de un concierto que dirigí en la Casa de la Cultura de Carora, con un grupo de miembros del Orfeón de la UCV y que bauticé con el nombre de “Coro de Cámara de Cara-cas”, cuando recibí la visita del admirado Alirio Díaz detrás del escenario quien me dijo: “¿Y qué haces tú estudiando sociología? ¡Tú eres un músico nato y te debes dedicar a eso!”. Pasado mi inicial estupor me dije a mí mismo: “si el Maestro Alirio opina que yo debo ser músico, pues músico seré”. Esa decisión me ayudó a encaminar mis gestiones posteriores para lograr los medios y trasladarme al exterior y orientar mi vida hacia la profesión musical.

Era la época de oro de Alirio Díaz, considerado entonces como uno de los mejores, si no el mejor, de los guitarristas del mundo. En mis años de estudiante en los Estados Unidos adquirí un disco de Alirio Díaz, grabado por la afamada com-pañía EMI, que decía en su carátula “Alirio Díaz, considered by many to be the best guitarrist alive” (Alirio Díaz, consi-derado por muchos el mejor guitarrista viviente). El orgullo caroreño casi hizo que mi pecho estallara ante ese merecido elogio a nuestro artista universal.

Soy testigo de la admiración que genera el maestro Díaz en muchos países. Recuerdo cuando en 1981 coincidimos en un viaje a Italia, su segunda patria. Mientras yo esperaba

en el aeropuerto de Roma la conexión para viajar a Sicilia con la Orquesta Municipal de Caracas, Alirio me pidió que lo ayudara a cargar su pesado equipaje y pasarlo por la adua-na. Llevaba su acostumbrado cargamento de quinchonchos y plátanos verdes para hacer tostones. Para mi sorpresa, Alirio fue recibido con aplausos por los agentes aduanales italianos, quienes le saludaban amablemente con admira-ción “prego, avanti Maestro”.

La generosidad de Alirio Díaz hacia mi persona no terminó con la orientación vocacional antes mencionada. El 30 de noviembre de 1976 dirigí mi primer concierto orquestal con la Orquesta del Centro Simón Bolívar y le solicité a Alirio Díaz que actuara como solista en ese concierto. El maestro aceptó gustoso en darle ese gran espaldarazo a un joven director caroreño prácticamente desconocido en esa área. Las tres mil butacas del Aula Magna de la UCV fueron to-talmente ocupadas por sus fieles seguidores y la presencia del maestro ayudó a darme a conocer como conductor de orquesta.

Alirio Díaz interpretando el Concierto en La Mayor de Mauro Giuliani con la Orquesta de Cámara del CSB, dirigida por Felipe Izcaray en el Aula Magna de la UCV, 30 de noviembre de 1976.

Este gigante de la guitarra, el mismo que tocó en Julio de 1975 para el más numeroso público jamás visto en el Aula Magna de la UCV, cuando más de 4000 personas escucha-ron deslumbrados su recital en butacas y pasillos totalmen-te llenos, dejando apenas un pequeño círculo para que el maestro, sin micrófono, vistiera de gala la música de los grandes, siempre ha estado dispuesto a apoyar a músicos jóvenes, sean guitarristas, directores de orquesta, cantantes o instrumentistas de otra especialidad en sus respectivas carreras.

En la década de los años 60 y 70 acudían jóvenes guitarris-tas de todo el mundo a los cursos internacionales dictados

FELIPE IZCARAY

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por el maestro en la UCV, los cuales eran coronados por un concurso que ha derivado en el ya arraigado “Concurso Ali-rio Díaz” que se celebra actualmente en su querida Carora.

Como músico profesional, muchos años después de esa re-cordada recomendación vocacional de 1969, he compartido escenario con el Maestro Díaz en diversas ocasiones. En 1979 tuve el honor de ser acompañado por un emocionado Alirio Diaz en una memorable gira con las orquestas juveni-les de Barquisimeto y Carora por varias ciudades de Vene-zuela. También grabamos juntos en 1980, la primera versión en estudio del Concierto para Guitara de Antonio Lauro con la Sinfónica Simón Bolívar y actuamos juntos con distintas orquestas a través de los años. Debo decir que siempre ha sido el mismo Alirio, el hombre sencillo, tranquilo y reser-vado que, para nuestro deleite, se acrecienta cada vez que se posesiona y domina con su singular virtuosismo las seis cuerdas de su lira ancestral.

Termino este recuento con una anécdota memorable de la que fui testigo. En Mayo de 1980 dirigí la Orquesta Simón Bolívar en Ciudad Bolívar. El solista del concierto fue Alirio Díaz y estaba también presente el maestro Antonio Lauro. Nos habían alojado en un hotel con vista al río Orinoco. Ho-ras después cuando descansaba en mi habitación, escuché unas voces cantando acompañadas de guitarras. Bajé cu-rioso, atravesé la calle y allí estaban sentados en un peque-ño muro los dos maestros, Antonio Lauro y Alirio Díaz con dos guitarras “…cantándole canciones a nuestro gran río”. Como músico venezolano y gran admirador de nuestra mú-sica, me sentí testigo mudo y privilegiado de poder disfrutar de ese momento tan especial. Sentí que Carora, una vez más, estaba presente en un lugar mágico, en las manos de un gran intérprete, al lado de otro gran maestro.

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EL MAESTRO ALIRIO, Y SU COLOQUIO CON EL DIVIDIVE

El coloquio que con un dividive sostuviera el Maestro Alirio Díaz, y se encuentra cómo Epístola en su libro “Al divisar el humo de la Aldea nativa” y que titula “Al viejo divi-dive, árbol del amor, de la alegría y la esperanza”, me ha incentivado a escribir sobre tan importante árbol por dos razones: La primera, con el fin de incentivar a los jóvenes investigadores, cuenta cuentos, tradicionalistas, cronistas vehementes, ensayistas, viajeros oteadores y chamarreros de la historia; de la contribución Geohistorica que nos legó este insigne caroreño Cosmopolita en esta obra de genero costumbrista. La otra razón, la de cumplir con la palabra comprometida con el maestro, de hacer un ensayo sobre el Dividive donde analizara e interpretara su trabajo.

El Maestro Alirio nos deleita con la narración muy particu-lar de una geografía seca y polvorienta, retratando objeti-vamente sus recursos naturales, la biodiversidad, su flora y fauna, con una percepción muy personal, sumergidas en recuerdos vividos, en la parte social, histórica, autentica, su visión es muy de él, fusionando la sinceridad con la fanta-sía, con sus quimeras, con las imaginaciones, miedos, con las expectativas que tiene todo ser humano, con una gran riqueza temática de ese territorio árido y seco donde nació y se crió hasta la adolescencia: La Candelaria.

Impresiona el trabajo del maestro Alirio, en la parte operati-va de su investigación tan peculiar, sin haber escrutado un método investigativo toca y observa con una gran capacidad perceptiva y recibe de estos reflejos, la comprensión y el conocimiento para luego describirlo tan acertadamente.

El Maestro Alirio Díaz, al igual que nuestras etnias indígenas, ha tenido una clarividencia de su espacio, bajo una visión de su propia cosmovisión ascentral, producto de su herencia cosmogónica, que por pertenencia le ha fortalecido parte de su patrimonio cultural con el cual se identifica. Desde su niñez rural, discernió el sentimiento espiritual y sagrado de su tierra, estuvo presente en su razón y en su accionar hacia la preservación y plusvalía de su territorio ascentral.

El maestro Alirio, nos describe en su libro; lo siguiente: “… Era un maniático visitador de todas las casas, habita-das o no, quizás con la pretensión de descubrir algo importante de su historia, de sus bellezas especificas o de sus misterios (…) Los testimonios del viejo estan-que del lugar, ya entonces casi del todo desecado, cuyo bello nombre me llenó siempre de curiosidad, el tanque Siruma…”. Es así como concibe la historia de su pueblo, de su lar nativo.

Nombra con esmero los árboles que “hacían de corona” en “La Estación Florida” alrededor del estanque Siruma: Cu-jíes, veras, curaríes, tamarindos y el incomparable dividive. En este contexto el provincialismo, lo zamarro, lo campesino, lo llevan a una audaz interpretación y profunda sensibilidad con la arcilla del cual estaba hecho, del espacio caliente y seco, que, para muchos, pareciera tierra inhóspita y estéril, cubiertas de espinos, cardones, abrojos y tunas. Un paisa-je con olor a seco, olores naturales apreciados al olfato de quienes vivían en el lugar. Esa arboleda antes nombrada, proveía el aroma, la recina, las flores, hojas y raíces que pudieron servir en el pasado colonial de materia prima para hacer bálsamos, jabones y perfumes.

El dividive es de la familia de las papilionáceas, y en la Candelaria echó raíces en la tierra y se fue formando y se convirtió en un árbol leñoso y chato, con un tallo que tiene de 3 a 5 metros de altura, y sus ramajes con sus hojas llenas de foliolos le dan una forma que se asemeja a una sombrilla en medio de las ardientes sabanas de la aldea que lleva por nombre La Candelaria. Dentro de las misiones de este árbol está la de producir sombra y un fruto que es como una leguminosa enroscada y carnosa que en un principio es verde y reluciente para prontamente tornarse marrón y posteriormente negra, tiene pequeñas semillas de las que se obtiene taninos. El Tanino se utilizó en toda la jurisdicción de Carora como materia prima para la curtiembre de cueros en el siglo XIX.

PROF. mSC EmERSOn COROBO ROJAS

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El dividive del Maestro Alirio es un “árbol de amor, de ale-gría y esperanza”, era “la meta lirica” de de los pájaros en su polifonía, este árbol se encontraba diagonal a su casa, donde la música era el pan espiritual de cada día, casi en todas las casas de los habitantes de esta comarca, tenían un cuatro o una guitarra. El Dividive se convirtió en un árbol bello, enorme y frondoso y contaba su asiduo visitante, el joven Alirio Díaz, de día y de noche, y en las noches cuando creía que nadie lo miraba, el Dividive entrelazaba sus ramas tocándose, acariciándose unas a otras produciendo un ex-traño sonido como música celestial, como un canto de di-ferentes tonalidades emergía desde lo profundo de sus en-trañas, en el Dividive estaban los sonidos bien afinados que con el viento proporcionaban sus ramajes. Y como si fuera la Virgen del Rosario de la Chiquinquira de Aregue, sostenía en sus brazos al niño, y Él a su pajarito rojo- el cardenal-, al Dios-te-dé, a los canaritos, los turpiales, las palomitas, el picaflor y los gonzalitos, quienes se turnaban en el día, para entonar las más bellas notas del pentagrama musical, era un amor profundo del árbol por esos diminutos músicos.

Con el Dividive se impregnó el Maestro de un profundo sen-timiento por la música, cuando terminaba sus investigacio-nes que le servirían para el libro, sobre su aldea, subía a su ramazón a extasiarse y entonar canciones acompañado de los trinos de los pájaros y del ritmo que le ponía, los ramajes al paso del viento implacable. El Joven Alirio maduraba junto con su árbol, su personalidad y perfeccionaba ese Don que le había deparado el Creador, el oído musical. Siempre le echaba mano a la guitarra y rebuscaba en el método de Guitarra que le había dejado su abuelo.

El joven Alirio soñaba con ser grande como escritor, como periodista, pero las lecciones de este árbol fueron tan pro-fundas que le guardarían un grato futuro, que no tenía pre-visto. Seguía leyendo los periódicos de la época y a pensar cuando llegaría el día de conocer al Poeta Cecilio Zubillaga Perera, para entregarle el trabajo de investigación que había realizado, enamorado de la historia de su pueblo, de sus raíces.

Toma la decisión y se va a Carora, muy joven con un cúmulo de esperanzas y con un objetivo especifico, bien definido, hacerlas una realidad. Se empecina en ser escritor y el 18 de diciembre de 1939, escribe su primer articulo en ¨El Dia-rio” de Carora, y voy a repetir lo que Don Chío escribiera: “…Esto que hoy traemos al público sobre el tablado de nuestra tribuna, es un muchacho que hace cuarto

grado escolar en esta ciudad. Es el jovencito Alirio díaz, en quien se observa la propensión por la materia histó-rica. Persona que lo conoce bien, dícenos que en díaz hay ese gusto característico de los desenterradores de secretos al pasado, a quienes el olor de los papeles viejos le sabe como sabrosa fragancia…” Don Chío no se equivocó, Alirio Díaz nos deja su libro “Al Divisar el Humo de la Aldea Nativa”, que viene a ser una herramienta de incalculable valor, para realizar una buena investigación, es una base sustentable, del verdadero desarrollo endógeno que hoy pudo haber sido y mañana será la piedra angular de un proceso de desarrollo, social, cultural y económico de nuestro País.

Pero Don Chío en los ratos libres escuchaba la música que salía de las cuerdas de la guitarra del Joven Alirio Díaz. Como si llegara a sus oídos el mismo trinar de la polifonía de los pájaros y el ramaje del Dividive. Y llegó a una con-clusión, este valor musical no se puede perder y es cuando hace varias cartas y una muy especial al Maestro Laudelino Mejías… el resto de esta historia la conoce usted.

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Capítulo I Venía cansado, muy cansado, pero con el corazón ale-gre pues ya estaba arribando a su ciudad de luz. El paisaje por esa época de primavera, cuando caían las primeras lluvias de Marzo, era algo que lo sobrecogía al punto de haberlo considerado siempre como de su ex-clusiva propiedad. Las señas del inclemente verano, he-rencia de los meses de Diciembre, Enero y Febrero eran fuertes para la vegetación xerófila, pero las primeras lluvias, como de costumbre, llegaban el 21 de Marzo, los árboles florecían preparándose para la reproducción como defensa ante la muerte y el estado latente al cual habían sido sometidos. Hermosas flores de todos los colores donde sobresalía el amarillo oscuro, adornaban a todos los árboles de la carretera, ese espectáculo, en todo momento, lo había hecho reconciliarse con su tie-rra, con la naturaleza. Lo llevaban a estados de ánimos que no comprendía pero que lo hacía inmensamente feliz.

Con esos recuerdos comenzó el carro a arribar a su ciu-dad, el cansancio y pesadez desaparecieron como por arte de magia, vino a su mente el recuerdo del día que abandonó el campo, el pueblo cercano a Carora donde había nacido: La Candelaria. Saltó la talanquera y como un hombre fugitivo había llegado a Carora en busca de su maestro don Chío Zubillaga. No es que desdeñaba su origen. No es que se avergonzaba de ser campesino. Al contrario, hasta esa edad, había disfrutado enorme-mente de ser oriundo de ese caserío de apenas seis o siete casas, dispuestas en un desierto lleno de arena y de polvo. Disfrutaba desde niño el corral mañanero de chivos de su padre cuando salían todos los hermanos con su tarro de café a ordeñar una cabra para obtener leche. Llegado el momento de jopear los chivos le pa-recía que estaba repitiendo la historia del Rey David, pastor como él, que tuvo con su fonda u honda chivera, igual a la que él tenía, matar al gigante enemigo de

su pueblo, hecho que lo catapultó para convertirse en Rey. Esa fonda era para meter en cintura a los chivos que querían descarriarse y también a aquellos anima-les, como perros salvajes, que querían atacar el gana-do. También servía para la caza de iguanas, momento el que casi siempre regresaba a su casa con una o dos iguanas atadas a su cinturón. Recordó con agrado como después conoció a una familia que tuvo fama de embustera y fantasiosa, y los muchachos contaban que cuando ellos agarraban las iguanas hembras en lugar de abrirlas y coserlas para sacarle los huevos, le po-nían un cierre o cremallera para no tener tanto trabajo. Siempre soñó además, que con esa fonda, algún día él también mataría a un gigante como hizo el Rey David. Esa sería su espada como la de los antiguos caballeros de la Edad Media que veía en los libros de historia de su hermano mayor. Precisamente, cuando tenía aproxi-madamente siete años, su madrina le regalo una chiva joven preñada y para esa fecha ya adolescente contaba con treinta cabezas, entre cabras, cabritonas más un padrote, como era costumbre los chivitos machos se vendían a los pocos días de nacido junto con la caga-rruta de los animales.

Se dedicó entonces a la labor del campo. Siempre tuvo problemas con la autoridad paterna, pero terminaba sometiéndose a sus órdenes, a pesar de que a él le pa-recían injustas y digna de esclavos: tenía que sembrar maíz con barretón pues no había instrumentos como los bueyes para arar la tierra, jopear los chivos, estar pendiente del ganado vacuno, limpiar los alrededores de la casa eliminando el monte, y el ejercicio más fuer-te era la hechura con la correspondiente limpieza de lagunas para almacenar aguas para poder soportar los inclementes veranos a que se veía sometida cada siete años la región En ese desierto tuvo una inmensidad de tierra que recorrer para recoger los chivos. Así tenía que llegar a veces hasta San Francisco, pueblo ya grande de varias casas y capital del Municipio, hoy parroquia Montes de Oca, sin embargo, La Candelaria pertenecía

UN GUITARRISTA LLAMADO ALIRIO

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CÉCIL áLVAREZ

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en ese entonces al Municipio Burere cuya la capital era El Empedrado. En San Francisco tuvo su primer con-tacto con la civilización. Fue allí donde se acercó por primera vez a la música y a la literatura. Contacto que había sido estimulado por su maestra cuando llevó a La Candelaria una persona que tocaba guitarra. El tenía un cuatro pues su padre lo tocaba, pero cuando conoció la guitarra un mundo se abrió en su mente, momento en que, decidió que su arma de guerra sería de ahora en adelante la guitarra. Cambió la fonda u honda por la guitarra y le tocaría matar gigantes con ella durante toda su vida.

San Francisco, era para él el sumun de la civilización. Allí existía un pueblo donde las casas estaban como toda construcción herencia de España, separadas so-lamente por una pared medianera que a veces era una simple cerca de cardones y tunas, y se dice que fue fundado por Don Víctor Arapé quién era el mayor pro-pietario de tierras de la zona. Se cuenta que don Víctor era mayordomo de la iglesia y administraba como tal, una gran porción de las tierras propiedades de esta ins-titución, que al llegar Guzmán Blanco a la Presidencia de Venezuela, la iglesia perdió sus posesiones y éstas fueron adquiridas por los habituales mayordomos. Ese fue el inicio de los grandes latifundios de su tierra que se consolidaron en los inicios del siglo XX. Esa fue la manera de que don Víctor Arapé se convirtió en uno de los mayores latifundistas del entonces Distrito Torres.

En San Francisco existía una escuela regular que llegaba en ese entonces a tercer grado y no era como la que veía en la Candelaria donde se aprendía a leer debajo de un cuji, gracias al esfuerzo de sus padres. En su caso particular, él tenía padrinos y a su padre, quién siempre fue entusiasta con la lectura y todo lo relacionado con la adquisición de cultura, de educar bien a sus hijos, etc. Gracias a esa característica personal de su familia apren-dió a leer y desarrolló la pasión por la lectura. También pudo constatar que en la botica del pueblo de San Fran-cisco, habían nacido dos niños que serían conocidos en el país al llegar a adultos como eran Alí Lameda y Rale, hermano del primero. Siempre le impresionó hasta llegar a extremos de envidiar a Alí Lameda, pues prácticamente eran de la misma edad. Alí, a esa temprana edad, ya se perfilaba como un excelente escritor, conocedor de una amplia y profunda cultura. Rale, su hermano, se convirtió en cambio, en un gran caricaturista en el país. En San

Francisco conoció también a músicos que le impresio-naron puesto que formaban un conjunto de cuerdas in-tegradas por bandolinas, cuatro y guitarra acompañante. Allí se deleitó con los músicos e impregnó a su alma de ella al extremo de convertirla en su norte, en su meta, en su programa de vida. Pudo entonces con esos músicos incursionar en cuatro, bandolina, guitarra y llegar además a la conclusión, ya en edad madura, que definitivamente esos pueblos donde se incluía a Carora, la música era algo espontáneo que constituía el alma de la gran re-gión.

También visitaba caseríos muchos más grandes que el suyo como Muñoz donde la familia Nieves lo acogía cuando éste quería incursionar en la guitarra. Las ni-ñas de la casa, se ejercitaban en ese instrumento y se lo cedían con gusto cuando Alirio lo requería. Grandes músicos surgieron de esa familia como por ejemplo don Julio Nieves quién se fue a vivir a Carora, tuvo doce hijos la mayoría de ellos músicos, en donde destacó Valmore Nieves excelente guitarrista clásico y popular también. Toda su infancia la pasó entre ese desierto bajo un sol inclemente que curtió su espíritu para trascender ese campo y esa manera de vivir. No podía considerar su existencia en ese medio como traumático, sino al con-trario, en todos los momentos de su vida por el mundo, pudo ejercer con autenticidad su profesión de músico y guitarrista, porque un pedazo de ese paisaje, seco y resquebrajado, lleno de cardones, tunas, yaguas, cujíes, zábilas, etc, lo llevaba consigo como un soporte para continuar batallando en la vida.

Su casa era por supuesto, una casa pobre, austera, he-cha de barro, bahareque, pintada de cal blanca, resto tal vez de la cultura sincrética entre España, las culturas Africanas y autóctonas de nuestra tierra . Al lado del zaguán tenía otra puerta donde estaba la bodega de su padre. El se abastecía en Carora diariamente, también le llegaba la prensa enviada por un señor llamado Luis Beltrán Guerrero de quién su padre decía ser un señor muy culto. El Diario de Carora era el alimento literario y espiritual de su casa. Recordaba que, con ese periódico habían aprendido a leer todos en su casa: él había pro-metido ser algún día columnista del mismo. Al entrar a su casa por un pequeño zaguán se abría de repente al final del mismo un patio en forma rectangular embellecido por las matas que allí estaban sembradas:

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granadas, una mata de mango, varias matas de flores donde no faltaban una de rosa blanca, varias trinitarias que florecían sobre todo cuando el verano apretaba, tal y como estaba sucediendo en ese momento a su llega-da después del largo viaje de Europa a la Candelaria. El piso de la casa era de cemento pulido, su madre lo mantenía resplandeciente. Alrededor del patio se situa-ban los cuartos, en al fondo en el ala derecha, se situa-ba la cocina de leña, con varios fogones y en donde en las mañanas resaltaba el olor a café recién hecho. Era un alivio cuando el sol estaba en lo más alto, sentir el fresco de su casa apenas al entrar a ella.

Su madre era una mujer de baja estatura, apenas un metro cincuenta y siete, de rasgos indiados y en ese momento se encontraba “seca” por haber parido diez hijos, pero donde se notaba que había sido bella cuan-do tenía quince años. Así lo demostraba una foto que siempre conservó de esa época precisamente. El pelo de su madre, liso pero que podía ondularse si se cuida-ba, que notaba precisamente un mestizaje no definido claramente, se dejaba caer sobre los hombros cuando se preparaba para ir a misa o a una fiesta, pero coti-dianamente lo cargaba recogido con una liga para que no le molestara en las faenas diarias del trabajo. Sus ojos eran profundamente negros y cuando oía música, sobre todo si tocaban sus hijos, éstos brillaban y dis-frutaban lo que estaba oyendo. Era además una gran cantante y junto a sus hermanas interpretaban a dúo, valses, merengues, conocía a fondo todos los golpes del tamunangue. Alirio siempre supo que su herencia musical provenía de lado de su madre, y sobre todo, el éxtasis ante una música bien hecha, era herencia de esa capacidad de ella que se sobrecogía ante la fuerza telúrica de las canciones que amamantaron la infan-cia. De su padre, a pesar de provenir de una familia de músicos donde él mismo era un buen ejecutante de cuatro, heredó esa capacidad por la búsqueda del co-nocimiento. Él estimuló el que aprendiese a leer y todos los días, sobre todo los seis hermanos varones leían con su padre El Diario de Carora y otros periódicos que llegaban hasta La Candelaria. Candelaria, ese nombre candela, candelilla, candelita, posiblemente fue puesto por algún viajero que se posó en el sitio y agobiado por el sol manifestó que la zona era precisamente CAN-DELA, o alguna otra persona que tenía mala situación económica y atravesaba precisamente por una cande-lilla muy fuerte. La candelilla es el nombre que se le da

a un parásito que “quema” prácticamente el pasto que se siembra para el ganado y que surge precisamente cuando las lluvias son malas, no son abundantes. Lo cierto es que ese sol quemaba inclementemente y a él le parecía que quemaba hasta las ideas. Sin embargo, investigaciones hechas por él mismo le hicieron ver que el primer nombre del caserío fue “el tanque de Siruma”, que eran unas posesiones que tenía la viuda de don Juan de Salamanca fundador de Carora de nombre Ma-ría Gutiérrez, que en esos momentos, a los alrededores del 1600 estaba casado con un tal Fernando Ocando en segundas nupcias. Allí existía un tanque de agua que todavía el pudo ver ya por supuesto menguado y embo-nado como se dice coloquialmente. Siruma se dice que en lengua goajira significa cielo, pero posteriormente hasta el inicio del Siglo XIX, La Candelaria era conocida como Hueso de Venado, nombre mucho menos bonito que el de cielo en goajiro. También investigó que fue un canario de nombre Norberto Piñango, jefe civil del Cantón Carora quién al envejecer se fue a morir a La Candelaria y como era devoto de la Virgen de La Can-delaria patrona de las Islas Canarias, optó por bautizar al pueblo con ese nombre.

Es de destacar que tanto él como sus hermanos no per-mitieron que el sol les derritiera las ideas y ellos creen que fue por la influencia sistemática del padre. Éste es-timulaba las lecturas buenas. Recodaba que cuando te-nía aproximadamente quince años cayó en sus manos “Doña Bárbara” de don Rómulo Gallegos. Allí las ideas de Progreso y la esperanza de un futuro provisor se le fueron metiendo en lo más hondo de su alma que hizo que decidiera, cuando estas ideas se clarificaron en su espíritu, marcharse hacia la gran ciudad, Carora, y de allí a otras regiones en búsqueda de conocimientos que saciaran su alma.

Así, recuerda como en una oportunidad, a principios del mes de diciembre en la salida de las lluvias del año, cuando se encontraba en el monte con los chivos, oyó una voz lejana que lo llamaba: Alirio, Aliriooooo, Alirio-oooo, le gritaba, y a medida que se acercaba reconocía que era su hermano mayor Fulvio que lo llamaba insis-tentemente. Cuando éste se presentó ante él, le dijo:

__ Alirio nuestro padre, Pompilio, te llama. Quiere que vayamos a Carora a hacer las compras navideñas, so-bre todo los ingredientes para hacer las hallacas.__

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__ De acuerdo, déjame buscar a Gere para encargarle recoger los chivos.__

Hecho esto los dos se marcharon en busca de las casas del pueblo para irse a la gran ciudad.En llegando a su casa, encontraron que la camione-ta doble tracción, que hacía viajes desde Carora a La Candelaria, los estaba esperando. En la casa había un movimiento mayor que de costumbre y su madre im-partía órdenes porque se iba con ellos para Carora. Ya en el carro y con la camioneta en marcha, Alirio se su-mió en pensamientos donde entre otras cosas estaba el despeje de la incertidumbre de cómo sería Carora, pues nunca había ido a pesar de tener en esos momen-tos, quince años cumplidos. Siempre oyó a su padre hablar de ella con cariño, pero también, con respeto y miedo. Allí estaba la cultura, El Diario y un señor muy culto, descendiente de los godos caroreños, que había tomado partido por los pobres y campesinos, su nom-bre: Don Cecilio Zubillaga Perera. El iba con su guitarra al hombro dispuesto a vencer al primer gigante, apenas tenía quince años y todavía usaba pantalones cortos. Sus pensamientos también se desviaban y lo hacían es-cudriñar en la causa de la relación particular de su vida con los nombres Romanos: Su padre se llamaba Pom-pilio, y tenía dos hermanos, uno llamado Fulvio y otro Numa. El se había criado dentro del catolicismo pero su maestra de catecismo, que era su madrina, le había hecho hincapié en que su credo era católico, apostólico y romano, y él en su ingenuidad campesina aceptaba con placer el connubio entre Roma y los Cristianos y por eso le parecía importante que en su casa había ese contacto con Roma: ––Algún día llegaré y conquistaré esa ciudad, por ahora me contento con conquistar Ca-rora––, repetía en su interior.

El recorrido por esas playas anegadas de agua fue evi-dentemente dificultoso porque todo el terreno de la Otra Banda, región donde venía, era en extremo arcilloso y es por eso que se cuarteaba cuando el verano apreta-ba y se secaba la tierra. El trayecto que en línea recta es apenas treinta kilómetros se realizó en cinco horas porque en cuatro o cinco oportunidades la camioneta se atolló en el barro. Su padre, él y sus hermanos tuvie-ron que bajarse y con picos y barretones que siempre llevaban contribuían a excavar para sacar la camioneta del atolladero, lo malo del asunto es, que mientras más excavaban más profunda hacían la trilla y los otros ca-

rros no tendría escapatoria a no ser que bordearan el camino principal.

Lograron llegar a Carora y llegó un momento cuando ya cerca del Coyón, último caserío antes de llegar a la ciu-dad, se veía en línea recta toda la extensión de Carora. Se veía el valle y cómo hacia el Nordeste se limitaba el mismo por un pequeño cerro, que al decir de un pintor merideño, era muy femenino ante la masculinidad de la sierra andina. El origen de este cerro no parece muy claro explicarlo pues está bastante retirado de la sierra de Baragua y distante también de la cordillera andina que muere precisamente en Barquisimeto. Si no fuese tan grande y compacto daría la impresión de que fue construido por el hombre, pero evidentemente no fue así y tuvo desde el principio en nuestro colectivo, el del ser un cerro sagrado que se levantaba sólo ante un va-lle donde se divisa éste en forma casi completa.

Cuenta la tradición que en época de la colonia un náu-frago fue salvado del desastre gracias a su petición a la cruz, y por eso cuando llegó a Carora donde vivía, le levanto en ese cerro una capillita a la cruz y desde ese momento todos los mayos se celebra el mes de María y el de la cruz de mayo y durante ese mes se cantan salves.

Alirio venía viendo ese valle donde también se distin-guía a gran distancia la Iglesia de San Juan Bautista, hoy constituida en Catedral, y cuando llegó al puente Bolívar una gran emoción lo embargaba puesto que le parecía estar entrando a una gran ciudad. Allí estaba su futuro, se repetía, su padre nunca sospechó que estaba a punto de brincar la talanquera y venirse sin consen-timiento de su familia hacia esta gran ciudad donde ya se encontraba su hermano Fulvio.

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La Gramática de Bello. El tránsito a la modernidad

Racionalismo y EmpirismoLa Gramática de Andrés Bello, publicada en Chile en 1847 es la culminación de un trabajo sobre el lenguaje que tiene dos antecedentes importantes, la Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana –en el siglo XIX la pa-labra análisis era de génesis femenino– escrita en Caracas hacia 1810 pero publicada en Chile con prólogo de 1841; y el artículo “Gramática castellana” de 1832. Los múltiples estudios sobre la Gramática pueden agruparse en dos ten-dencias básicas: las que vinculan la obra a la filosofía racio-nalista, y las que la ven como una expresión de modernidad debido a la preeminencia del empirismo.

Amado Alonso, autor de la introducción de la edición ani-versaria de 1972 realizada por el Ministerio de Educación

que todos manejamos y que cuenta también con las notas de Rufino José Cuervo, repara –sin negar los rastros racio-nalistas de la obra– en aquellos aspectos que la aproximan a la lingüística actual: las afirmaciones que hace Bello en el prólogo sobre la arbitrariedad del lenguaje (que rompe to-talmente con el paralelismo lógico-idiomático racionalista); el reconocimiento de la historicidad de cada lengua: cómo cada una tiene leyes diversas de evolución; la diferenciación entre sincronía (estudio actual del idioma) y diacronía (análi-sis de su proceso histórico).

Los siglos XVIII y XIX son considerados claves en la historia de la lingüística. De un modo general, puede decirse que en el siglo XVIII hay una prevalencia de la “episteme” racionalis-ta, para usar el término de Michel Foucault en Las palabras y las cosas, y en el siguiente un predominio del empirismo. El racionalismo, cuya más clara expresión fue la escuela fran-cesa de Port-Royal se fundaba en un paralelismo lógico idio-mático: la lengua no se regía por leyes propias sino que obe-decía a la lógica del pensamiento: todas las lenguas están ordenadas por las mismas leyes de pensamiento -que son únicas-; y, por tanto, todas las lenguas se organizan según categorías gramaticales universales. Este será, de hecho, el criterio de comparación entre las lenguas. Siguiendo con Foucault, esto implicaba que el signo lingüístico era siempre “representación” de la realidad. Hay, por lo tanto, como indi-ca Willburg Urban “confianza en la palabra”.

mARÍA CELInA nÚÑEZ

Sobran las explicaciones en la historia sobre el sentido de muchos de los análisis hechos por Andrés Bello en la “Gramática”. Algunas tesis apoyan

que los motivos de su escritura fueron más que generar una conciencia de identidad hacer del texto un elemento civilizatorio. María Celina Núñez estudia detenidamente este libro con todos sus aportes teóricos –alejados de la usual práctica de la gramática– e históricos –ligados a la nueva filosofía empirista,

pero no sin cierta presencia racionalista.

Andrés Bello / cortesía

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Pero hacia finales del XVIII, con el advenimiento de la fi-losofía empirista, esta confianza comienza a resquebrajar-se. La valoración del dato sensorial cuestiona la posibilidad de la palabra para nombrar lo no sensorial. Se trata, para Foucault, de una nueva episteme en la que el signo lingüísti-co ha perdido su capacidad de representación. Las lenguas son vistas como estructuras con leyes internas propias; lo que da al traste con la noción de universalidad. Todo esto significa que una vez que el lenguaje deja de ser represen-tación –que las palabras ya no remiten inequívocamente a las cosas–, aparece la noción de heterogeneidad de los sis-temas gramaticales y de las leyes que determinan el cam-bio en cada uno de esos sistemas. Esto es muy importante porque la lingüística como disciplina adquiere el sentido de historia, pues cada sistema está afectado por una historici-dad interna propia.

Una muestra de esto es el nuevo tratamiento del verbo ser. Para la concepción racionalista este verbo era, fundamental-mente, la afirmación de la existencia; remitida, por lo tanto, a una realidad exterior. El verbo “ser” era el principal y esta-ba implícito en todos los demás verbos que eran la suma de la cópula más el atributo.

Para la lingüística empirista, en cambio, el verbo ser es igual a todos los demás, pues su definición no descansa en crite-rios ontológicos (esenciales) sino funcionales. Así, la antigua división tripartita de la oración (sujeto, cópula, predicado) es sustituida por la bipartita (sujeto y predicado) y ya no se con-sidera el verbo ser como constitutivo de cada verbo.

Una lectura de la Gramática permite la detección de ambas epistemes aunque no siempre en la misma proporción. Es claro que el paso de una a otra no se produce de un día para otro y por ello los discursos culturales, al reflejar ese proce-so, pueden evidenciar una confluencia. Pese a ello, nuestra apreciación es que el valor de la Gramática radica en sus aportes históricos, en este caso ligados a la nueva filosofía empirista. En ellos haremos hincapié.

Luego de estudiar a una serie de autores (Velleman, Alon-so, Ardao, Yllera, García Bacca, Olza, etc.) podría pensarse en una evolución desde la gramática general (fundamental-mente expresada en la Análisis) hasta concepciones mucho más modernas manifiestas ya en su artículo “Gramática castellana” de 1832, profundizadas en la Gramática. Pero una aproximación cuidadosa a la obra en su conjunto mues-tra que la Análisis no carece de elementos de modernidad

y, a la vez, que la Gramática contiene cierta presencia ra-cionalista.

Al leer la Análisis, el apartado titulado “Del verbo” se pronun-cia en contra de la noción tripartita de la oración.

Encontramos aquí una posición teórica vecina a la de la Gra-mática en la que se pronuncia así: “La filosofía de la gramá-tica la reduciría yo a representar el uso bajo las formas más comprensivas y simples”.

Otro aspecto interesante es la definición del infinitivo que ofrece la Análisis: “El infinitivo es sustantivo porque ejerce todos los oficios de la sustantivo”. Se trata de una definición estrictamente sintagmática que atiende a criterios de fun-ción y no ontológicos como era característico de los postu-lado logicistas de Port-Royal.

De nuevo aparece el criterio del uso como norma de defi-nición, cuando el autor señala que “si amaré es indicativo, indicativo es también amaría, pues lo usamos en circuns-tancias análogas...”, muestra, además un alejamiento de la práctica de la gramática general que se apoyaba en cate-gorías latinas para el estudio de todos los idiomas, pues en latín “amaría” es subjuntivo.

La GramáticaSegún el norteamericano Barry Velleman, la influencia empi-rista coincide con los años londinenses de Bello, en los que tuvo acceso –entre otras cosas– al método de la ciencia experimental que privilegiaba la observación del dato con-creto, y a la presencia en esa ciudad de emigrados espa-ñoles como Puigblanch y Salvá (este último, autor de una gramática que puede ser considerada como la antecesora de la de Bello). Por su parte,

García Bacca atribuye el interés por Bello al estudio objetivo del lenguaje y de sus estructuras gramaticales a la influen-cia de la lógica escotista recibida en sus años universitarios de Caracas.

Desde el punto de vista teórico, la modernidad de Bello resi-de en su definición que hace de la lengua en el prólogo: “El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos aspectos se diferencia de los otros sistemas de la misma especie: de que se sigue que cada lengua tiene su teoría particular, su gramática”.

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Otros aspectos importantes, desarrollados en el prólogo, son la noción de que la lengua es un sistema donde los elemen-tos se definen por la función que cumplen: “Una lengua es como un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la cons-tante identidad de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que estos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que distinguen al todo”.

En concordancia con esto, está el criterio sintagmático que define las partes de la oración. Así, por ejemplo, no consi-dera al pronombre como una parte de la oración puesto que “si ejerce las funciones de un nombre es, por lo tanto, un nombre”.

Es importante resaltar el énfasis en el uso: “Acepto las prác-ticas como la lengua las presenta; sin imaginarias elipsis, sin otras explicaciones que las que se reducen a ilustrar el uso por el uso”.

Así como la concepción de una teoría gramatical que se aleje de lo especulativo y que facilite la comprensión de los hechos: “La filosofía de la gramática la reduciría yo a representar el uso bajo las fórmulas más comprensivas y simples”.

Como ha señalado Emma Gregores (profesora de la Univer-sidad Nacional de la Plata, Argentina), la trascendencia de la Gramática de Bello se debe a su extraordinario valor des-criptivo. Y añadiríamos nosotros que también a sus aportes teóricos, ya que, como muestran Velleman y Alonso, es un adelantado a su época en lo concerniente a la concepción de la lengua y de la gramática, ambos autores encuentran numerosos puntos de contactos con el estructuralismo –que coinciden básicamente con los aspectos arriba menciona-dos–. En este sentido es pertinente lo que señala Jesús Olza, profesor de la UCAB y especialista en Bello en “El tra-zado científico de la Gramática de Bello”:

El progreso de la ciencia gramatical va ligado al progreso del lenguaje explicativo del metalenguaje: cuanto mejor se adecúe el metalenguaje al lenguaje objeto, tanto mejor será la gramática. En gramática todo progreso científico es un proceso metalingüístico. Bello dedicó gran parte del prólogo y de las notas de la Gra-mática a explicar las características más notables y más ori-ginales de su gramática como obra científica. Insiste en que el progreso de la gramática viene dado por el progreso en la

formulación de la teoría propia de cada lengua concreta. Y la teoría de una lengua no puede darse sino empleando una nomenclatura apropiada, definiendo con exactitud y hacien-do las clasificaciones oportunas.

Bello tiene una conciencia clara de cada lengua como un sistema autónomo y diferente de los otros de su especie en virtud de su estructura, de su gramática. Aquí radica la modernidad de Bello. Pero no es posible calibrar su obra sin atender a la huella empirista. Bello es un hijo de su tiempo que cabalgó sobre dos filosofías contrapuestas. La genia-lidad consiste justamente en saber aprovechar ese bagaje cultural contradictorio para hacer una síntesis y crear algo nuevo. Es incuestionable que Bello lo hace. La interpretación racionalistaExisten tres aspectos fundamentales –entre otros– que han dado lugar a una interpretación racionalista de la Gramática y pueden resumirse así:

La afirmación de Bello en el prólogo de la existencia de 1. ciertas leyes generales del pensamiento que dominan todas las lenguas y serían la base de una gramática universal.

Arturo Ardao ve en esta afirmación una aceptación total del paralelismo lógico idiomático de Port-Royal. Amado Alonso observa la aceptación de una estructura que, una vez ad-mitida, desechó para no usar. García Bacca opina que se trata del fundamento del que partió Bello por lo que no la minimiza a diferencia de Alonso.

Hay consenso en torno a la filiación racionalista del 1. sistema verbal de Bello. Ardao y Alonso sostienen este punto que García Bacca no menciona. Pero de nuevo, las conclusiones varían. Mientras que para Ardao se trata de una prueba más de la concepción racionalista de Bello, para Alonso se trata del re-sultado de su formación juvenil que constituyó tan solo una influencia parcial de la obra como conjunto.

La concepción del pronombre que maneja Bello –y que 2. siempre se ha tomado como ejemplo de su visión sin-tagmática y funcional de la gramática– concuerda con la definición racionalista de la gramática general.

Esto muestra, sin duda que el racionalismo hace una parte muy importante no solo en la formación, sino también en

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los resultados de la obra gramatical de Andrés Bello. Si bien este artículo ha dado preferencia al empirismo en su obra, es innegable que una comprensión cabal de esta debe aten-der a la presencia de ambas epistemes. El papel fundacional: para uso de los americanosBeatriz González Stephan (“Las disciplinas escriturarias de la patria: Constituciones, Gramáticas y Manuales”. En Es-tudios, No 5) ha señalado que en el siglo XIX la Gramáti-ca como “disciplina escrituraria de la patria”, perseguía un objetivo civilizatorio porque la “estabilización lingüística” permitía el logro de un objetivo civilizatorio: hacía posible la propagación de la ley (Constituyentes) y articulaba las dife-rentes regiones nacionales en virtud de una norma común. Si la gramática buscaba fundar una lengua común para for-talecer la identidad nacional tanto en el espacio de la esfera pública como en el de la privada; también, en tanto sistema, servía de base para la edificación de un sistema secundario –la literatura. Así, la preocupación lingüística tenía un se-gundo objetivo. Como ha dicho Julio Ramos, la gramática sería un freno para la oralidad que, se creía, amenazaba la unidad lingüística del continente. Y, por otro lado, las le-tras regularían una lengua nacional. Así se entiende mejor el alcance de la defensa del “uso” del lenguaje por parte de Bello, siempre que se adecuara a la práctica de la gente educada. El primer humanista de AméricaPor Jesús Sanoja HernándezPara no volver más, Bello partió en misión de patria el 10 de junio de 1810. Lo acompañaban López Méndez y Bolívar. Serían tres protagonistas del drama venezolano desatado el 19 de abril. López Méndez regresó y cumplió más tarde misiones diplomáticas. Bolívar regresó para no cejar en el combate por la independencia. Bello no regresó: se quedó en Londres, diecinueve años de investigación fecunda y re-flexiones de vario propósito. No faltaron los reproches por su autodestierro, tal como se le hicieron a José María Vargas por haberse asentado en Puerto Rico en los años más difíci-les de la guerra de liberación.

La historia habría de saldar cuentas, porque si Bolívar se ganó el título (para él mayor que ningún otro) de Libertador, y si Vargas fue biografiado como “albacea de la angustia”, Bello sería calificado como el primer humanista de América. El de López Méndez es otro cuento que, por el momento, no viene al caso.

Entre las obras capitales de Bello, la Gramática castellana destinada al uso de los americanos, 1847, destaca por su particular concepción del lenguaje. En el incitante prólogo al volumen IX de las Obras completas, dedicado a los “temas de crítica literaria”, apunta Uslar: “Como Amado Alonso lo ha señalado, Bello reacciona contra la concepción ‘lógico-general’, de la gramática, que era propia del racionalismo neoclásico. Su reacción es precisamente romántica, y se propone destacar lo localista, lo histórico, lo irracional en el lenguaje. La síntesis de su pensamiento gramatical está en esta frase: los pensamientos se tiñen de color de los idio-mas”.

Efectivamente, en el prólogo que Bello escribió para su Gra-mática..., advertía que la misma palabra idioma indicaba que cada lengua tenía su genio, su fisonomía, sus giros. Por lo tanto “cada lengua tiene su teoría particular, su gramáti-ca”. El racionalismo antihistórico no tuvo así cabida (por lo menos plena) en su concepción gramatical.

Al trabajo exhaustivo que la Comisión Editora de las Obras completasde Bello realizó en los años 50, habría que añadir la labor editorial y de divulgación que ha venido cumpliendo la Fundación La Casa de Bello desde los finales de los años 70. Así, en el tomo Bello y Caracas (Primer Congreso del Bicentenario) interesan, para la página de hoy, los ensayos de Quiroga Torrealba (tiempos de la conjugación castellana y la formación lingüística de Bello), García Bacca (el perfil humanista de Bello caraqueño) y, particularmente, el de Ar-turo Ardao sobre la iniciación filosófica de Bello y su “análisis ideológica” de los tiempos verbales.

A publicaciones como esa, La Casa de Bello añadió mo-nografías y textos especializados de Pedro Grases, Boulton Feliú Cruz, Becco, David W. Fernández y del propio Bello, como su epistolario con referencias a Caracas. Por otro lado, la Revista Nacional de Cultura, por ejemplo en los números 241 y 249, recogió los más variados trabajos acerca de su obra y su tiempo, con textos de Ida Gramcko, Oscar Sam-brano Urdaneta, Orlando Araujo, Elías Pino Iturrieta, Tomás Polanco Alcántara, Brewer Carías y, entre otros más, Ricardo Krebs.

Bello es un autor inagotable, cuyos aportes van más allá de los temas gramaticales y lingüísticos, y tales son los casos de los estudios sobre el Derecho Internacional y el Derecho de Jentes, o el modo de estudiar la historia, la cosmografía, la Filosofía del entendimiento. Habría que agregar la poesía,

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en parte de la cual coexisten la influencia clásica y el torrente romántico. No resultaría impropio afirmar que América (que atrajo a los románticos) estuvo presente muy tempranamen-te en la poética de Bello. La zona tórrida entró en ella mucho antes que, con diferente temple y visión, la tomaran para sí los poetas telúricos del siglo XX. Y esa doble corriente que se nota en su poesía está visible, igualmente, en sus con-cepciones gramaticales, que es lo que María Celina Núñez explica con claridad en el “tránsito a la modernidad” que representó la Gramática, empujada desde el racionalismo hacia el empirismo.

*Publicado el 11 de octubre de 1998

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Fiódor Mikhaylovich Dostoievski (1821-1881) es un escritor decisivo para entender la libertad personal desde la óptica de lucha y desafío al destino. Quienes escribimos sobre te-mas de liberalismo económico y político podemos incurrir en el error de olvidar el foro esencial donde se debate y re-suelve la libertad, que es la mente humana. La libertad exige responsabilidad y apertura a la incertidumbre, cargas que pueden resultar insoportables y explican, en buena medida,

la renuncia a este valor humano a favor de totalitarismos y presiones populistas.

Una compilación didáctica de relatos del maestro ruso, pro-logada por el filósofo José Antonio Marina (1), incorpora un valioso relato que forma parte de Los hermanos Karamazov y es de 1880: El Gran Inquisidor. La trama es sugerente: Cristo aparece en Sevilla, en tiempos de La Inquisición. Obra

Ante El Gran Inquisidor EL LIBERALISMO MÍSTICO DE FIÓDOR DOSTOIEVSKI

CARLOS GOEddER

A José Roosevelt Franquiz Yépez, in memoriam

En su relato El Gran Inquisidor, Fiódor Dostoievski aborda el tema del liberalismo desde una óptica bastante novedosa: considera a Jesús

como un gran filósofo liberal.

Stefan Zweig: “La vida de Dostoievski es moralmente una conquista sin igual, porque es el triunfo del hombre sobre su destino, una transmutación de la existencia exterior a través de la magia interior.”

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milagros, es rodeado por la multitud y es detenido por el Gran Inquisidor, quien lo confronta en un brillante monólogo, en el cual Cristo escucha silencioso mientras se le condena a ser quemado en la hoguera. Lo grave del tema es que el Gran Inquisidor sabe que está ante Jesús, fundador de la Iglesia a la cual defiende.

El Inquisidor sentencia a Jesús porque considera que ha desatado una fuerza demasiado poderosa: la Libertad. El prelado considera lo tormentoso de este regalo divino (p. 35):

“Te lo juro, ¡el hombre ha sido creado más débil y bajo de lo que tú te imaginabas! ¿Acaso puede

cumplir él lo que tú? Le has estimado tanto que has obrado como si dejaras de sentir compasión por él, pues le has exigido demasiado, y eso tú, ¡tú, que le has amado más que a ti mismo! De haberle estima-do menos, le habrías exigido menos, y ello habría

sido más próximo al amor, pues su carga sería más ligera.”

En este primer punto vale recordar a los adeptos al liberalis-mo que la defensa de la libertad entraña un elevado concep-to del ser humano. Lo hermoso del credo liberal, de quienes creen en la democracia, en el mercado y el libre albedrío, es que tienen una confianza ilimitada en cada individuo.

El Inquisidor emite dos terribles sentencias en este careo a Jesús, que se transforma en un monólogo del sacerdote (pp. 29 y pp. 31):

“… Para el hombre y la sociedad humana no existe ni ha existido nunca nada más insoportable que la

libertad…”

“Para el hombre no hay preocupación más constante y ator-mentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quien inclinarse.”

En este discurso, el Inquisidor considera que la Iglesia, a la cual defiende, ha sido la solución para dar paz al Hombre respecto a ese fuego devastador y angustioso de la Libertad cristiana. La institución ha traído al ser humano certidumbre, le ha librado de ese peso específico de pensar y decidir. Gracias a la Iglesia y el dogma, los cristianos ceden llenos de tranquilidad ese don liberal divino. Por esto, la vuelta de

Cristo, tras quince siglos de espera, dista de ser bienvenida por su totalitaria Iglesia. Ha de ser destruido en el auto in-quisitorial. Quizás le hubiese hecho lo mismo a Karl Marx la Checa de Stalin, bajo el mandato de Beria.

El Inquisidor acusa a su Mesías frontalmente (p. 33):

“En vez de apoderarte de la libertad humana, la multiplicaste, y gravaste así, con los tormentos que provoca, el reino anímico de los hombres, por los

siglos de los siglos.”

Una de las visiones más interesantes de esta reflexión del Inquisidor se refiere al episodio de las tres tentaciones que hace el Demonio a Jesús en el desierto (2). El sacerdote considera que en ese episodio Jesús renuncia a esclavizar al ser humano, rechazando tres fuentes de poder que apa-garían su libertad. El sucesor de Torquemada lo resume así (p. 33):

“Hay tres fuerzas, en la tierra, únicamente tres fuerzas que pueden vencer y cautivar por los siglos de los

siglos la conciencia de estos canijos rebeldes por su propia felicidad, y estas tres fuerzas son: el milagro,

el misterio y la autoridad.”

Jesús no quiere transformar las piedras en panes, ni arrojar-se al vacío para ser rescatado por ángeles ni adorar al De-monio para recibir los reinos del mundo. De algún modo está escribiendo la sentencia de su propia muerte al renunciar a esas oportunidades para conceder, en su lugar, el fuego sagrado de la Libertad al ser humano. Por ello el Inquisidor considera ese episodio como “un milagro atronador verda-deramente auténtico.” (p. 28)

Al igual que esa Iglesia Inquisitorial, felizmente extinta hoy y que luce tan lejana, los totalitarismos que han asolado a la humanidad ofrecen pan, desinformación y terror como me-canismos para apagar el anhelo de libertad en el ser huma-no. El anhelo de certidumbre y el miedo conducen a que las personas cedan este precioso valor. Es preciso que los libe-rales, que valoran al individuo, no se pierdan en el agregado social de sumisión al populismo e identifiquen cuáles vacíos personales explican la duración de las tiranías. ¿Qué valo-ración hace cada votante de su libertad, cuando la cede a las consignas, fraudes y corruptelas del partido gobernante? Hay una dimensión metafísica de la libertad que es preciso

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rescatar, entender cómo en el mapa mental personal ope-ran los costes de la libertad y cómo se comparan con sus inciertos beneficios. El Inquisidor plantea el asunto de esta manera (p. 34):

“¿Ha sido creada la naturaleza humana de modo que sea capaz de rechazar un milagro, y en momentos tan terribles de la vida, cuando se le plantean los problemas espirituales más espantosos, fundamentales y atormentadores, pueda quedarse únicamente con las libres resoluciones de su co-razón? (…) Pues el hombre busca no tanto a Dios como al milagro. Y comoquiera que el hombre no tiene fuerzas para quedarse sin milagros, crea otros, que ya son tuyos, y se in-clina ante el milagro del curandero, ante la brujería, aunque sea cien veces rebelde, hereje y ateo.”

Resume su condena a Jesús diciéndole: “Anhelabas una fe libre, no milagrosa.” (p. 34) Bajo la óptica inquisitorial y totalitaria, esta Libertad debe ahuyentarse de la humanidad incapaz de ejercerla, en favor de una autoridad inexorable.

Este tipo de pensamiento de algún modo está vigente en la América Latina desde sus orígenes republicanos. El genial Simón Bolívar, en su Carta de Jamaica —de la cual se cum-plieron dos siglos en 2015— afirmaba, por ejemplo (3):

“No convengo en el sistema federal entre los popu-lares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los

nuestros…”

Aún creemos en América Latina que no estamos listos para las instituciones liberales, por nuestro atraso educativo, po-breza e historia. Perdemos de vista que el problema puede ser más bien al revés: instituciones liberales bien arraigadas. Una sucesión de totalitarismos han condenado a América Latina, desde esa Inquisición española en que se ubica este original relato de Dostoievski.

Localizar el origen del liberalismo en la Cristiandad no es descabellado. Al menos en la filósofa hebrea Hannah Arendt (1906-1975) se encuentra una interpretación de igual índo-le, ya que ella no reconoce el concepto de libertad en la an-tigüedad grecorromana, sino que localiza sus antecedentes en los Padres Cristianos (4). Siguiendo a la pensadora, en dos pasajes (p. 156 y 144):

“Sólo cuando los primeros cristianos, y en especial Pablo, descubrieron una clase de libertad que no

tenía relación con la política, pudo entrar el concepto de libertad en la historia de la filosofía. La libertad se convirtió en uno de los principales problemas de la filosofía cuando fue experimentada como algo ocu-rriendo en la interacción con uno mismo, y fuera de la interacción con el resto de los hombres. La libre elección y la libertad se convirtieron en nociones

sinónimas, y la presencia de la libertad fue experi-mentada en completa soledad.”

“Y cuando la libertad hizo su primera aparición en nuestra tradición filosófica, fue la experiencia de la conversión reli-giosa —de Pablo, primero y luego de Agustín— la que le dio origen.”

Aquí la libertad surge del conflicto interno, de una batalla dentro de cada persona. Un fabuloso pasaje de la Epístola de San Pablo a los Romanos ilustra esa conflagración individual (Romanos 7, 14-20):

“No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero; y lo que detesto, eso es justamente lo que hago. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago,

reconozco con ello que la Ley es buena. No soy yo el que lo hace, sino el pecado que hay en mí. Yo sé que en mí, es decir, en mis bajos instintos, no hay

nada bueno, pues quiero hacer el bien y no puedo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no

quiero, eso es lo que hago, ya que no soy yo el que lo hace, sino el pecado que hay en mí.”

Lo espléndido de este texto cristiano es que muestra la in-consistencia entre deseos y actos como un problema per-sonal; del mismo Ser proviene esa falta de correspondencia entre lo que se desea hacer y lo que se hace. Ese mismo debate opera en tantos ciudadanos que cotidianamente van contra sus pautas morales y las leyes para ceder a la corrupción del gobierno, el soborno y entregarse al saqueo del erario o la violación de derechos ajenos. Ese peso de la libertad, reconocer en uno mismo la causa del proceder erróneo, puede ser realmente inaguantable. Cuando el tota-litarismo apaga la libertad individual lo hace en gran medida porque los ciudadanos renuncian voluntariamente a pensar

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y confrontarse a las responsabilidades y apertura propias de la Libertad.

Si bien Dostoievski vivió esclavo de su compulsión ludópa-ta, su vida ejemplifica las luchas y tormentos propios de un alma libre. Stefan Zweig lo expone de modo elocuente (5):

“Tan bien sabía Dostoievski metamorfosear sus tribulaciones, transformar sus humillaciones, que sólo el más cruel de los destinos podía estar a su altura. Pues precisamente de los peligros extremos de su existencia lograr la mayor seguridad interior; los tor-mentos son ganancias para él; los vicios, progresos; los obstáculos, impulsos. Siberia, la kátorga, la epi-

lepsia, la pobreza, la pasión por el juego, todas estas crisis se vuelven fecundas para su arte gracias a una demoníaca fuerza transmutadora, pues así como los hombres arrancan sus más preciosos metales de

las tenebrosas profundidades de las minas, entre los peligros del grisú, muy por debajo de la superficie, donde la vida transcurre segura y tranquila, así el

artista consigue sus verdades más resplandecientes, sus últimos conocimientos, sólo de los abismos más peligrosos de su naturaleza. Vista como una tragedia desde el punto de vista artístico, la vida de Dostoievs-ki es moralmente una conquista sin igual, porque es el triunfo del hombre sobre su destino, una transmu-tación de la existencia exterior a través de la magia

interior.”

De alguna manera, toda vida humana libre exige ese tipo de lucha, donde es preciso rescatar su carácter edificante y grato, haciendo la vivencia de la libertad no sólo trágica, sino tragicómica. Ser libre demanda tomarse la vida lúdica-mente en serio, sin perder de vista las alegrías que ofrece un ejercicio inteligente de esa libertad. El Gran Inquisidor lo resume así (p. 32):

“Pues el misterio de la existencia humana no estriba sólo en el vivir, sino en el para qué se vive.”

Notas(1) DOSTOIEVSKI, Fiódor M. “El Gran Inquisidor”. En: El Gran Inquisidor y otros cuentos. Traducción de Bela Martinova y Augusto Vidal. Madrid: Ediciones Siruela, 2010, pp. 19-49.(2) Figuran en Mateo 4, 1-11; Marcos 1, 12-13; Lucas 4, 1-13.(3) BOLÍVAR, Simón. Escritos Fundamentales. Caracas: Monte Ávila Editores, 1998, p. 44.(4) ARENDT, Hannah. Between Past and Future. Nueva York: Penguin Group, 2006.(5) ZWEIG, Stefan. Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostie-vski). Traducción de J. Fontcuberta. Barcelona: Acantilado, 2004, p. 120.

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Madrid.- El próximo 19 de agosto se cumplirán los 80 años del asesinato de Federico García Lorca, cuyo cadáver sigue aún en paradero desconocido, y con este motivo poetas de diferentes generaciones y algunos de los mejores conoce-dores de su obra se han reunido en un bello libro para ren-dirle homenaje.

“Una brisa que viene dormida por las ramas” es el título del libro -retomado de un poema de Lorca- que ha editado y coordinado Miguel Losada y que publica ahora ediciones de la revista Aurea.

Poetas que dedicaron piezas a Lorca tan distintos como Vi-cente Aleixandre, Gernard Diego, Louis Aragón, Allen Gins-berg, Caballero Bonald, Ted Hughes o Leonard Cohen, o au-

tores como Francisco Nieva, Antonio Gamoneda, Antonio Colinas, Ana Rossetti, Luis An-tonio de Villena, Vicente Moli-na Foix o Ian Gibson, que han escrito para este proyecto, han quedado reunidos en este volumen que incluye varios documentos inéditos.

Y es que el libro se abre con la reproducción por primera vez, de varios documentos de puño y letra del poeta de Granada (sureste), como dice Losada a Efe.Uno de estos documentos es la primera misiva conoci-da que el autor de “Poeta en Nueva York” dirigió a Luis Cer-nuda, con el correspondiente sobre para entregar en mano,

y el segundo texto es un romance escrito en el reverso de un recibo de la Academia Orad, donde estudiaba Juan Ramírez de Lucas, “el rubio de Albacete”, el último amor de Lorca.

El libro, que incluye poemas escritos en gallego y catalán, cuenta con un apartado para comprender el inabarcable mundo lorquiano, como su teatro, la relación entre tradición y modernidad, la métrica, o un curioso y “desconocido viaje que el poeta hizo a Marruecos como secretario del Ministe-rio de Instrucción Pública”.

Además de la importancia de la Huerta de San Vicente, el ro-mancero gitano, su último amor, y el testimonio emocionado de algunos destacados autores sobre lo que ha represen-

Poetas de todo del mundo rinden homenaje a Garcia Lorca en un libro

“Una brisa que viene dormida por las ramas” es el título del libro -retomado de un poema de Lorca- que ha editado y coordinado Miguel Losada y que publica

ahora ediciones de la revista Aurea.

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tado para ellos la obra de Lorca, como indica Losada en el bello prólogo del libro.

Participaciones y colaboraciones que proceden de diferen-tes lugares de fuera y dentro de España, como los poemas de grandes autores dedicados a Lorca y escritos en inglés, francés, portugués, italiano, ruso, árabe o alemán.

“Lorca es el gran poeta universal, tras Cervantes, es el más conocido y admirado en todo el mundo. Como dice el gran poeta italiano Gabriele Morelli -que escribe el texto sobre el último amor de Federico García Lorca-, en Italia se conoce al poeta de Granada como Federico al igual que a Dante, solo por su nombre. Solo a ellos dos no se les añaden más palabras o apellidos”, argumenta Losada.

“El libro, que ha llevado un gran esfuerzo poder realizarlo, demuestra que todo el mundo quiere y

admira a Lorca, aquella ‘dulce y lejana voz’, y con él cumplimos el deseo de Federico cuando decía: ‘solo

escribo para que se me quiera’”, añade el editor.

Losada cierra el libro con estas palabras: “En el fondo no hemos pretendido otra cosa que, entre todos, dar por cum-plido el deseo del poeta cuando nos dijo: ‘dejar el balcón abierto’. Abrir una vez más su balcón para que de nuevo sople el aire, ‘como una brisa que viene dormida por las ramas’”.

El hispanista Ian Gibson, uno de los mayores expertos lor-quianos y autor de su biografía escribe en el libro que el autor del “Romancero gitano” es hoy “el desaparecido más famoso y llorado del mundo entero. Representa a todas las víctimas inocentes de la Guerra Civil y de todas las contien-das. Su obra es inmensa, su mensaje hondamente frater-nal”.

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“La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, in-sistimos, nadie sabe por qué”, dice uno de los poemas de Rafael Cadenas perteneciente a Memorial (1977). Quizás ese relativizar la importancia de la palabra es lo que impide al ac-tual Premio Federico García Lorca de Poesía, Rafael Cadenas, facilitar la labor de la prensa concediendo entrevistas.

Con cualquier excusa desaparece ante la vista de un micro, de una grabadora, incluso asegura que se le resiste el correo electrónico. “Es mi esposa la que se ocupa”, contesta con aire ausente. Otro de sus poemas reza: “La cultura es cosa de tiempo, paciencia, lentitud. En este terreno se estrellan las velocidades modernas” (En torno al lenguaje, 1984).

Pero la tranquilidad es prácticamente imposible en un even-to de las características del Festival Internacional de Poesía de Granada donde, con excelente criterio las actividades se suceden. Conferencias, talleres literarios, proyecciones, conferencias, encuentros con los más jóvenes...

En el bullicio propio de un Festival de Poesía, da la impre-sión de que Cadenas quiere pasar desapercibido. Baja tarde a comer, se sienta en una mesita solitaria con su esposa, habla poco, sube cuanto antes a su habitación. Asegura dis-cretamente que está contento de ser el actual Premio García Lorca de Poesía. “Muy contento, claro que sí, la verdad es que nunca pensé que me sería otorgado”, confiesa.

A pesar de su humildad, en su país Venezuela lo consideran uno de los grandes autores contemporáneos. El poeta colom-biano Darío Jaramillo Agudelo lo denomina un “clásico vivo”.

Es la tercera vez que Rafael Cadenas visita Granada. “La primera fue con mi esposa como viajeros que recorríamos España, la segunda por invitación para leer en la Huerta de San Vicente junto con Piedad Bonet, poeta admirable, y la

“Lorca me ha marcado mucho.Su nombre significa sobre todo libertad”

Asegura que la cultura es cuestión de paciencia, tiempo, lentitud y que nunca pensó que recibiría el Premio García Lorca de Poesía. Destaca la defensa del

poeta de los marginados.

B. GALLEGO-COÍn

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tercera es ésta con motivo del premio, cuando tendré varias actividades que se pueden consultar en el programa”.

Sus impresiones sobre Federico García Lorca las guarda para su discurso del jueves, en esta entrevista se limita a decir que Lorca lo ha marcado mucho y que su nombre significa “sobre todo libertad, por eso fue víctima de la barbarie. Su defensa de los sectores marginados de esta sociedad revela cuán lejos estaba de lo convencional. Sobre él y su generación hablaré, pues fueron muy importantes en mi trayectoria. Tengo un sen-timiento de gratitud hacia él y sus compañeros”.

Rafael Cadenas nace un día de abril de 1930 en Barquisi-meto, ciudad antiguamente llamada Nueva Segovia. “Cerca de ella terminan o comienzan Los Andes, según se mire”, comenta. Sus libros de poesía -Una isla, Los cuadernos del destierro, Falsas maniobras, Memorial, Intemperie, Gestio-nes y Amante-, así como los de prosa -Realidad y Literatura, En torno al lenguaje, Anotaciones, Dichos, Apuntes sobre San Juan de la Cruz- están recogidos y publicados por el Fondo de Cultura Económica (México) y luego en las Edito-riales españolas Pretextos y Visor.

Hay traducciones de sus poemas al francés, italiano e in-glés y, gracias a invitaciones, ha hecho lecturas en Estados Unidos, España, Portugal, Italia, Francia, Inglaterra, Austria, Alemania, México, Santo Domingo, Costa Rica, Colombia y Argentina.

Profesor jubilado de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, en política le preocupan los naciona-lismos, las dictaduras de cualquier signo y las ideologías.

Está en contra de la capacidad de destrucción humana y de “las desmesuras del ego”. Defiende la democracia, la plurali-dad, la convivencia, “factores civilizatorios imprescindibles”.

En lo que respecta a la actual situación de su país la consi-dera “muy seria porque el régimen es la negación inmodifi-cable de la democracia”, subraya.

Quizás el vivir en un lugar opuesto a su mentalidad lo ha hecho encerrarse en sí mismo, apostar por el silencio, poner barreras a los medios de comunicación y centrarse en la escritura.

En materia de poesía entiende a quienes defienden que sea comprometida con los problemas de la humanidad, pasados presentes o futuros y a quienes apuestan por la poesía como

arte puro . “Hay quienes sostienen el compromiso, otros de-fienden el arte puro, pero yo considero que al poeta le toca tener una posición frente a ellos como hombre, como ciuda-dano, como miembro de la especie”.

Para Rafael Cadenas la poesía es un sentimiento y una ac-titud que le ha acompañado toda la vida. “Como esencia la poesía ha estado conmigo todo el tiempo, eso se da en el vivir; de la poesía como escritura, la llamada es menos fre-cuente. La puede suscitar una lectura, un encuentro, una si-tuación. Son muchos los motivos, no podrían enumerarse”.

En la poesía y en la vida a Rafael Cadenas le importa la ve-racidad. “Porque la veracidad implica una correspondencia de las palabras con lo que se siente y requiere vigilancia”, comenta. Esta idea la expresa muy bien en su poema Ars poética, de su libro Memorial del año 1977.

Por supuesto, le asombra “el misterio inexpugnable de la rea-lidad”. Tiene mucho interés en la filosofía, en el estudio de la psique y, durante muchos años, en concepciones como el Zen, el taoísmo, el hinduismo y algunos místicos occidentales.

Los temas recurrentes en su obra “tienen que ver con la atención, con el presente, con la conciencia, pero estos aparecen después del libro Falsas maniobras. Antes predo-minó la evocación de un pasado”, asegura. A los jóvenes estudiantes, y muy especialmente a quienes les gusta es-cribir les recomienda “que lean toda la poesía moderna que puedan, así escogerán a los poetas que más les interesen. Después encontrarán su propia manera de decir”.

A pesar de su apariencia distante, asegura que no es necesa-ria la tranquilidad para crear. “Mucha poesía nace del conflic-to”, dice. “Sin embargo, la tranquilidad sí es necesaria en el vivir -añade- aunque no debe entenderse como indiferencia”.

Sus métodos de escritura son tradicionales. “Escribo a mano y con una máquina de escribir que me ha acompaña-do siempre”, apunta. Con ella ha creado obras premiadas. Entre los galardones recibidos por Rafael Cadenas destacan el Premio Nacional de Ensayo (1984), el Premio Nacional de Literatura (1985), el San Juan de la Cruz y el Premio In-ternacional de Poesía J. A. Pérez Bonalde (1992), así como una beca de la Fundación Guggenheim (1986). También le ha sido otorgado en México el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, antes llamado Juan Rulfo. El Federico García Lorca le llega de manera inesperada, pero feliz.

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Lo que ha venido sucediendo en Venezuela en los últimos lustros revela hasta qué punto lo que para algunos pareciera resultado, para otros es inconclusión y caos; y lo que para unos es oferta y promesa, para otros no es sino pantomima y alharaca. El asunto es saber hacia donde dirigimos nues-tras miradas y donde colocamos nuestros énfasis. Cuál es el tamaño de nuestra ingenuidad y cuál –parafraseando a Borges- el de nuestra esperanza.

Desgarrado espacio de una descomposición desde tiempo atrás anunciándose; permanente rumbo hacia un deterioro donde fueron sumándose códigos nuevos, viejas fórmulas e incesantes griteríos que intentaban imponer la obediencia ante una solitaria razón; y un tiempo, un tiempo nuevo que parecía enumerar sin sumar y restar sin aprender, multipli-có vacíos y desperdicios, refutó armonías y se deshizo en medio de muchísimas cenizas. El resultado final ha sido la destrucción de la voz ante la irracionalidad de las vocife-raciones; la fuerza de la palabra sensata ahogada por los gritos que apelan solo a la insensatez.

Los venezolanos contemplamos, ahora, la descarnada con-clusión de algo que comenzó con la imposición de un fenó-meno anteriormente inexistente dentro de nuestra historia: el culto a la personalidad; algo que iba mucho más allá de la tradicional admiración u obediencia al caudillo –político o militar- tan frecuentemente reiterado en tierras venezo-lanas.

El culto a la personalidad se emparentaba, ahora, a una ideo-logía impuesta: patraña intelectual –no inteligente- que a partir de una única verdad o una solitaria respuesta pretende explicarlo todo, justificarlo todo, definirlo todo, alentarlo todo

para todos y en todo momento. Que todos piensen igual, que todos amen eso que se les obliga a amar, que todos odien lo que otros deciden que es preciso odiar; que todos tengan los mismos sueños, los mismos principios y valores; que todos digan lo mismo, vociferen las mismas consignas, profieran los mismos insultos; que un pensamiento único se apodere de todas las conciencias… Es el anhelo de ciertas ideologías, convertido, sin embargo, en pesadilla de la con-vivencia humana, en infierno hecho realidad social.

La ideología arrastra a la inmensa mayoría hacia la escla-vitud de la sumisión; y a otros, a una ínfima minoría, los convierte en los verdugos para la mayoría. La ideología no establece matices; no hay en ella medias tintas ni espacio para la inevitable paradoja o la insoslayable contradicción en los comportamientos y acciones humanas.

Las personas adocenadas por la ideología son incapaces de discernir por sí mismos; y lo más inconcebible es que in-telectuales, pensadores que hubiesen debido naturalmente permanecer al lado de sus voces, esto es, de sus argumen-tos surgidos de su experiencia y de su tiempo, sean los prin-cipales propaladores de versiones que impiden a los seres humanos enfrentar la vida por ellos mismos.

Y, precisamente, una de las más trágicas y grotescas se-cuelas de ese propósito por responder a todas las incerti-dumbres humanas con un pensamiento único, es la del ya mencionado “culto a la personalidad”: devoción a un jefe transformado en paradigma supremo, definitiva consecuen-cia de las ilusiones de una nación.

El culto a la personalidad pretende la más absurda simpleza:

¿Esperanza para un país desvanecido?

“… repugnancia por los tumultos que son esencia última del cuartel.” Mario Briceño Iragorry: El regente Heredia o la piedad heroica

RAFAEL FAUQUIÉ

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reducir la irreductible realidad humana a una voluntad indivi-dual que exige la ciega admiración y la ciega obediencia de todos. Nada más absurdamente reaccionario y antidemocrá-tico, nada menos inteligente que esa respuesta a todas las necesidades sociales dibujada sobre una figura única orna-da con colores de salvador supremo o comandante eterno o máximo y único líder por los siglos de los siglos…

La historia reciente nos hizo conocer dolorosamente a los hombres la presencia de ciertos rostros providenciales que, en su voluntad, convirtieron el destino de sus naciones –y aún del mundo- en terribles tragedias. Allí está la Alemania del nacionalsocialismo, la Unión Soviética de Stalin, la China de Mao, la Cuba de Castro, la Corea del Norte de toda una dinastía familiar.

El tiempo de las naciones está escrito en sus instituciones y leyes, en tradiciones acatadas; en la historia de todos los días entendida como continuidad de costumbres y signifi-cado de muchas rutinas colectivas. El itinerario de los pue-blos debería apoyarse en una mayor fe en las instituciones públicas, una mayor confianza en la capacidad de los seres humanos para apoyar su propio crecimiento; y, desde luego, en definitivas apuestas por una educación que se proponga desarrollar un carácter ético en quienes aprenden.

La educación ética es el sustento esencial de todas las de-mocracias. Sin ciudadanos educados en la convicción abso-luta de la libertad, del diálogo necesario y de la tolerancia; muy familiarizados con la separación necesaria de los pode-res públicos y la imprescindible alternabilidad de las opcio-nes políticas, es imposible cualquier forma de convivencia realmente democrática.

Creer en una educación que nos lleve a fortalecer las insti-tuciones será una manera de entender el sentido de la res-ponsabilidad civil. Será creer en una historia conocida como la suma de numerosos capítulos y no la resta de casi todos los espacios y momentos. Será creer en el respeto a una tradición que señala la coexistencia de muchos dentro de un mismo espacio y a lo largo de las épocas. Y, desde luego, será apostar al más profundo de los rechazos a la voluntad absoluta de uno o de unos pocos guiando los destinos de todos.

Resulta absurdo que un sistema de gobierno que se dice democrático se proponga, por la fuerza de las armas o la perversión de la justicia, la aplastante imposición de algu-

na versión ideológica, el rechazo represivo a toda forma de disenso.Frente a la ideología siempre insuficiente -como todas las herramientas del pensamiento que pretenden igualar las ra-zones y reacciones humanas- se yergue el reconocimiento de la libertad individual como bien supremo y punto de parti-da de todo cuanto es legítimamente humano. Una educación que refuerce las conciencias democráticas y sepa dar forma a la enseñanza de una ética postuladora de ideales y valores necesarios y justos, será la mejor manera de luchar por una más humana convivencia y erigir una eficaz defensa contra toda forma de tiranía.

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Julio Cortázar o el cronopio poetareinaldo chaviel

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Julio Florencio Cortázar (Bruselas, 26-07-1914 – Paris 12-02-1984) este gran escritor conocido por su obra literaria y sus posiciones políticas, fue un autor casi secreto hasta la publicación de su novela RAYUELA (1963) y su viaje a Cuba para participar como jurado del premio “Casa de las Américas”, a partir de ese momento nació su definitiva con-sagración.

Se ha escrito abundantemente del Cortázar formal, del in-telectual comprometido con su tiempo, el cuentista, el no-velista, el ensayista, el traductor, el cronista, el profundo conocedor del arte y la literatura, pero muy poco se conoce al Cortázar poeta, el que escribió libros de poesía, el que compuso versos.

Su actividad como poeta comienza cuando va a trabajar como maestro en las poblaciones de Bolívar y Chivilcoy, es en estas poblaciones de la provincia Argentina donde desa-rrollará una intensa actividad poética de la cual se tienen tan pocas noticias.

En el año 38 del pasado siglo publica en Bolívar su primer libro de poesía titulado PRESENCIA, editado por el Bibliófilo, compuesto por 43 sonetos y firmados con el pseudónimo de Julio Denis, tenía para aquel momento 24 años.

Leemos a continuación un poema que forma parte del libro PRESENCIA, donde vamos a encontrar una excelente defini-ción de lo que es para ese escritor “el poeta”.

Suplica

Yo te pido, Señor, que esta existenciavista su faz de nieve no posada.

Quiero verla hecha luz -ya deslumbradaen su afán de alumbrar-albo de esencia

singular. Que no sea su presenciaun número en la cifra inacabada

Dale una voz, Señor; no le des nadasino voz para alzar toda su ciencia.

Yo te pido un latido del futuroen que el mundo comprenda que ha tenido

fragmentos de su Dios en un poeta:dale voz y valor frente a lo oscuroluego, déjalo solo, que ha nacidopara surcar el viaje hecho saeta.

Ese mismo año presenta a un concurso un conjunto de poemas del cual nunca se supo el resultado, y transcurrido mucho tiempo algunos de estos textos fueron rescatados y publicados en diarios y revistas.

Para 1939 es trasladado a la población de Chivilcoy, donde aunado a su labor docente Julio continua con su quehacer poético colaborando con los poetas Nicolás Cócaro, Domin-go Zerpa y Ernesto Marrone quienes publicaban una revista literaria que tenía por nombre OESTE, Volante de Poesía. Cortázar no sólo escribe sus poemas para OESTE, sino que también hacía aportes económicos de su exiguo sueldo de maestro con la finalidad de mantener la existencia de

“… el poema es un largo sacrificio y a su flor se llega por ásperos caminos en los cuales es preciso ir dejando vanidades,

ignorancias y hasta el mismo nombre del poeta…”

Julio Cortázar

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la revista donde aparecen 4 poemas suyos firmados como Julio Denis, estos son: DISTRAIDA (1944), AUN ENTONCES (1944), ESTATUA (1949), SEMILLA (1955). El poema que cierra sus entregas y también la revista podemos leerlo a continuación:

SEmILLA

Mínima imagen que contiene un árbol¿también está ahí dentro el cielo,un viento pequeñito columpiando

las ramas y los pájaros?Tristeza de guardar tanto futuro,

Mi mano, qué llanurapara el paisaje donde corre el álamoy un potro salta zanjas, las que dicenmi muerte, galopando por las flores.

Corría el año de 1971 cuando editan un poemario de su autoría que lleva el nombre de PAMEOS y MEOPAS, escribe su último texto poético NEGRO EN DIEZ, su querida Buenos Aires, es la primera en disfrutar su lectura.

El fantástico Cortázar nos sorprende poéticamente otra vez con su último libro SALVO EL CREPUSCULO (1984) aquí nos vamos a encontrar un sentido homenaje a los poetas. No lle-gó a corregir las pruebas las parcas lo abrazaron delicada-mente, el libro es aluvional, extraño, sus páginas contienen amor, dolor, pasión, tristeza, nostalgia, en suma una pro-funda y meorable antología personal donde Julio Cortázar o Julio Denis juega cual cronopio desde el mismísimo título, SALVO EL CREPUSCULO, que según sus amigos críticos y entendidos es una frase que tomó de un verso de un poema japonés: “este camino ya nadie lo recorre, salvo el crepús-culo”, que se debe al poeta BASHO.

Compartamos este soneto del libro en cuestión.

Recado a Garcilaso

Tu dulce habla, ¿en cúya oreja suena?Aquí, señor, prosigue tu combatede palomas y fuentes encendido

aunque en la noche esté el jinete heridoy el corcel no obedezca al acicate.

Aquí la guerra, aquí el Danubio abateel estandarte con su azor ceñido,

Garcilaso, venado perseguidopor no nacido arquero que le mate.Si vanamente ardida tanta nieve,si de llantos la fronda entretejida

y hosca la estrella como amargo el higo,más bella esta esperanza que nos mueve

los cantos y el encargo de tu vida.-Adiós hermano. Adiós, Salicio amigo.

Reafirmando una vez más su condición de escritor fantás-tico a los 25 años de su muerte, aparece un libro extenso y deslumbrante, con textos inéditos y dispersos que fue colec-cionando durante su vida; dicho libro lleva el apropiado título de PAPELES INESPERADOS (2009). La lectura de este libro permite adentrarnos en las diferentes facetas que Cortázar visitó profundamente, y allí encontramos nuevamente poe-mas y versos sueltos además de cuentos, entrevistas, histo-rias de cronopios y diversos escritos donde queda plasmada parte de la vida de uno de los escritores latinoamericanos más importante de todos los tiempos.

Disfrutemos un breve poema del libro:

Lo que me gusta de tu cuerpo

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.Lo que me gusta de tu sexo es la boca.

Lo que me gusta de tu boca es la lengua.Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.

La lección que encontramos al acercarnos a su vida y a sus páginas, es la de sentirnos universales y libres.

Reinaldo ChavielMaltiempo Editores

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Es mi mejor novela”, dijo en su momento Gabriel García Márquez,“la que mejor he podido controlar”. Sin embargo, sin el éxito escandaloso y merecido de Cien años de soledad tal vez no conoceríamos la felicidad que nos produce este libro. Es una historia terrible: ¿cómo es posible que tanta felicidad sea el producto de tanta desdicha? Esta es solo una de las preguntas que esta nota no intentará responder.

Nada le estoy anticipando al lector si le informo que el protagonista, Santiago Nasar se despertó ese día a las 5.30 de la mañana, salió de su casa a las 6.05 y fue destazado como un cerdo una hora después. Nada importante estoy develando si le cuento que los asesinos fueron los hermanos Vicario.

Crónica de una muerte anunciada’,el antipolicial absoluto

AnA mARÍA ShUA

Cuarta entrega de la Biblioteca Gabriel García Márquez, domingo 12 de abril, por 9,95 euros

Fotograma de ‘Crónica de una muerte anunciada’, de Francesco Rosi, adaptación de la novela de García Márquez.

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Es que esta novela sobre un hecho policial es una suerte de anti-policial absoluto. Aquí no hay ningún misterio. Desde las primeras líneas, el destino de los personajes está trazado con cruel precisión. ¿Por qué seguimos leyendo, entonces?

Con El Otoño del Patriarca, una novela exagerada, desmadrada, García Márquez se propuso exacerbar sus recursos, llevarlos hasta las últimas consecuencias. En Crónica de una muerte anunciada se propone todo lo contrario. Control es la palabra que usa para presentarla y de eso se trata: ajuste, precisión. Nada de magia: todo sucede por arte de realidad.

EL PAÍSExcepto la magia de su escritura.¿Por qué seguimos leyendo? Por muchas razones. Por ejemplo, porque el autor sigue sacando de la galera esa prosa inclemente, esa adjetivación de aquelarre tan fácil de imitar, y que sin embargo no existía hasta que Gabo la hizo brotar de los enredos de su corazón y las entretelas de su mente lúcida.

Crónica pivotea entre realidad y ficción. Lejos del informe periodístico, utiliza sin embargo sus recursos. El autor se divierte confundiendo al público con sus declaraciones: “Mi madre me pidió que nunca escribiera ese libro mientras estuvieran vivos algunos de sus protagonistas”. “Solo los nombres de mis familiares son verdaderos”. El crimen real sucedió en el año 1951 en el municipio de Sucre. García Márquez estaba allí. Treinta años tuvieron que pasar para que la novela, contada en primera persona, tomara forma y sentido.

¿Por qué seguimos leyendo? Porque nos invita a conocer un mundo asombroso, lleno de personajes geniales, estrafalarios. Ojalá pudiéramos estar allí, en ese lugar extraordinario. Pero si estuviéramos, ¿qué veríamos? Un pueblo tropical y soñoliento, que despierta de vez en cuando en tristes parrandas fogoneadas por el alcohol, donde un puñado de habitantes hartos de verse las caras viven en un aburrimiento infinito. El resto es magia literaria, y de la buena.

A lo largo de cinco capítulos, el narrador va y viene en el tiempo, hacia el pasado y hacia el futuro, sin salir nunca de esas dos horas fatídicas en las que todo el pueblo supo y nadie quiso o nadie pudo contarle a Santiago Nasar que los hermanos Vicario lo estaban esperando para matarlo. Como una baba de caracol, Santiago va dejando a su paso un rastro brillante de fatalidad. Y el lector lo sigue, fascinado.

* Biblioteca Gabriel García Márquez en EL PAÍS. Este domingo 12 de abril, Crónica de una muerte anunciada, por 9,95 euros

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La poética del hábitat y la libertad de enfrentar un proyecto con total libertad, han motivado a destacados arquitectos a fusionar el arte a la arquitectura, logrando que la utilidad trascienda en belleza. En los espacios urbanos modernos, los artistas han adquirido un papel protagónico, al participar con sus obras en la conformación del bienestar espiritual del habitante de la ciudad.

“Las obras de arte en las edificaciones y en los espacios pú-blicos despiertan las percepciones dormidas del que las ob-serva, sacándolo de su rutina y estimulando su imaginación a otras lecturas de la realidad, del tiempo y del espacio”, expresa Carlos Cruz-Diez, quien desde 1967 ha realizado numerosas obras de integración a la arquitectura y en los espacios públicos de diversas ciudades del mundo. “Dichas obras adquieren un valor emocional y afectivo, contribuyen-do a afianzar el sentido de referencia, pertenencia y orgullo del ciudadano en relación al entorno patrimonial de su há-bitat, comunidad, pueblo, ciudad o región. Una obra de arte urbana le pertenece al ciudadano”, afirma el artista.

Solo para mencionar algunas de sus intervenciones más conocidas, citemos la emblemática Ambientación de Color Aditivo para el muro y pisos del hall central del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar en Maiquetía (1974). Otra podría ser el Environnement Chromatique (1975), una interven-ción integral en el interior del edificio Sede de la Union des Banques Suisses (UBS), en Zúrich, Suiza; o la monumen-tal Ambientación Cromática, en el complejo Hidroeléctrico de Guri (1977), colosal obra de la ingeniería venezolana. La Fisicromía Doble Faz (1991) en el Parque Ferial Juan Car-los I, en Madrid o la Spirale Virtuelleen Suwon (2001), Physichromie en el parque olímpico de Seúl, entre otras.

Otro proyecto que se destaca debido a su escala, es la ambien-taciónMarlins Great Plaza Chromatic induction in a Double Fre-quency, en elMiami Marlins Ballpark Stadium, Miami, Estados Unidos, 2012. Esta obra, financiada por el Miami-Dade County Art in Public Places Program, cubre un área de 1.672 m2 de co-rredores al aire libre alrededor del estadio. Durante la temporada de béisbol, el número de visitantes se eleva a 55.000 personas

Cruz-Diez y la arquitectura

EdGAR ChERUBInI LECUnA

Chromatic Induction in a Double Frequency, 2011-2012 Caminerías del estadio Marlins Ballpark, Miami, Estados Unidos 1.672 m2 | Foto: Rolando de la Fuente

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por día, que experimentan las variaciones cromáticas a medida que se desplazan. La fabricación e instalación de esta obra estu-vo a cargo de la empresa Logistics Fine Arts, en Miami.

Hay otros ejemplos de integración a la arquitectura de obras de Cruz-Diez, sin embargo hoy hablaremos de las cuatro más recientes. La primera de ellas es la Transchromie Washington (2014), en elCovington & Burling LLP hall building, Washington DC. Se trata de una intervención en el hall del edificio con una Transchromie en 13 secciones con una longitud total de 34,6 m, y dos Physichromies de cuatro metros cada una. El proyecto es de la firma Debra Lehman-Smith (LSM) y la fabricación e instala-ción de la obra correspondió también a Logistics Fine Arts.

Otra de las obras es la Transchromie Faena (2015), de 8 metros de altura, en el lobby del edificio residencial Faena House, situado en Collins Avenue, Miami Beach, proyecto de la firma Foster & Partners, que ha sido reseñada por diver-sas revistas de arquitectura como un modelo de condomi-nio. Logistics Fine Arts fabricó e instaló la obra.

En Panamá, el edificio Kenex Plaza estrena una Cromoestruc-tura de Cruz-Diez, con la que el artista interviene los espacios interiores y las dos fachadas. La obra abarca tres pisos y sus dimensiones son de 36 metros de largo por 9 metros de altura en el lado este y 42 metros de largo por 9 metros de altura en el lado norte de la estructura. La fabricación e instalación estuvo a cargo del taller Articruz en Ciudad de Panamá.

Cruz-Diez piensa que lo ideal para una intervención, es par-ticipar a partir del momento en que se elaboran los planos. “La implantación de una obra de arte integrada a un pro-yecto arquitectónico, debe ser producto de la reflexión de un equipo integrado por el artista, el urbanista, el arquitecto, el ingeniero, el paisajista, artesanos, técnicos y promotores, para un resultado coherente y armonioso”.

La cuarta obra a la que haremos referencia la realizó en São Paulo, la metrópolis comercial más importante de Brasil y uno de los centros financieros, de negocios y culturales más importantes del mundo.

Esta vez, Cruz -Diez brindó su aporte a la arquitectura brasi-leña al integrar una obra suya al edificio Berrini One, obra del grupo Bueno Netto y de los arquitectos Gian Carlo Gasperini y Roberto Aflalo. Se trata de un complejo de 140 metros altura, concebido en vidrio, con un área de 32.060 M2 de oficinas.

En relación a la obra del artista, tanto los sistemas de fabri-cación, planos e instalación de la Physichromie Berrini One, estuvieron a cargo del Atelier Cruz-Diez de París, bajo la su-pervisión de Carlos Cruz-Diez, hijo.

La Physichromie Berrini One (2015), instalada en el vestíbu-lo de entrada y parte de la fachada del edificio comprende una estructura de 60 metros de largo y 3 metros de ancho. Consiste en trampas de luz en las que interaccionan tramas de color que se transforman las unas con las otras, gene-rando nuevas gamas cromáticas que se repiten incansable-mente, sin llegar a ser exactamente las mismas, debido a la intensidad de la luz o el ángulo y trayectos de las personas que transitan por esos espacios.

En el edificio Berrini One, el hecho arquitectónico se trans-forma en un escenario donde los habitantes y visitantes del edificio, al interactuar con la obra de Cruz-Diez, se convierten en coautores de la misma, al generar variaciones cromáticas en el espacio y el tiempo de su trayecto. Estamos hablando de un nuevo concepto de hábitat.

http://www.cruz-diez.com/es/work/integracion-a-la-arquitectura_1/

http://www.cruz-diez.com/es/work/intervencion-en-el-espacio-urbano_1/

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@edgarcherubini

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PieDe soltero ha pasado a solterón y está bien acostumbrado a dormir solo. Una noche lo despierta la sensación de un contacto insólito, uno de sus pies ha tropezado con la piel cálida y suave de un pie que no es suyo. Mantiene su pie pegado al otro y extiende su brazo con cuidado para buscar el cuerpo que debe de yacer al lado, pero no lo encuentra. Enciende la luz, separa las ropas de la cama, allí dentro no hay nada. Imagina que ha soñado, pero pocos días después vuelve a despertarse al sentir de nuevo aquel tacto de sua-vidad y calor ajeno, y hasta la forma de una planta que se apoya en su empeine. Esta vez permanece quieto, aceptan-

do el contacto como una caricia, antes de volver a quedarse dormido. A partir de entonces, el pequeño pie viene a buscar el suyo noche tras noche. Durante el día, los compañeros, los amigos, lo encuentran más animoso, jovial, cambiado. Él espera la llegada de la noche para encontrar en la oscuridad el tacto de aquel pie en el suyo, con la impaciencia de un joven enamorado antes de su cita. Viajero aparenteEl itinerario del aperitivo no fue como todos los días. Al en-contrarse con él, muchos mostraban gran regocijo, le fe-licitaban por su regreso, se alegraban de volver a tenerlo

La Arquitectura como bandera de modernidad

JOSÉ mARÍA mERInO

(España, 1941). Narrador, poeta, ensayista. Individuo de número de la Real Academia Española. En minificción ha publicado “Días imaginarios” (2002),

“Cuentos del libro de la noche” (2005) y “La glorieta de los fugitivos: minificción completa” (2007). Considera a la minificción “una quintaesencia narrativa, capaz

de moverse y cambiar desde el principio hasta el fin”. Es uno de los mejores minicuentistas españoles

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entre ellos. Bienvenido, Ramiro, ya era hora de que volvie-ses, bienvenido, te habías ido demasiado lejos, le invitaban, un bar después de otro, Ramiro ha vuelto, decían, esto hay que celebrarlo. Bebió de más, y cuando después de despe-dirse se fue a su casa para almorzar, con bastante retraso, caminaba inseguro y tenía mucha confusión en la cabeza, pero no tanta como para no saber que nunca había salido de aquella ciudad y que no se llamaba Ramiro. La cuarta salidaEl profesor Souto, gracias a ciertos documentos proceden-tes del alcaná de Toledo, acaba de descubrir que el último capítulo de la Segunda Parte de El Quijote –“De cómo Don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo y su muer-te”– es una interpolación con la que un clérigo, por darle ejemplaridad a la novela, sustituyó buena parte del texto primitivo y su verdadero final. Pues hubo una cuarta salida del ingenioso hidalgo y caballero, en ella encontró al mago que enredaba sus asuntos, un antiguo soldado manco al que ayudaba un morisco instruido, y consiguió derrotarlos. Así, los molinos volvieron a ser gigantes, las ventas castillos y los rebaños ejércitos, y él, tras incontables hazañas, casó con doña Dulcinea del Toboso y fundó un linaje de caballeros andantes que hasta la fecha han ayudado a salvar al mundo de los embaidores, follones, malandrines e hipedutas que siguen pretendiendo imponernos su ominoso despotismo. CienAl despertar, Augusto Monterroso se había convertido en un dinosaurio. “Te noto mala cara”, le dijo Gregorio Samsa, que también estaba en la cocina. La hormiga en el asfaltoAgosto, cuatro de la tarde. Casi cuarenta grados de tempera-tura. Una calle en obras, una profunda zanja lateral. La gran grúa mueve tierra y cascotes. En la soledad deslumbradora, un hombre espera el autobús. Se ha colocado un pañue-lo sobre la cabeza, está inmóvil y siente brotar el sudor de toda su piel. Muy cerca se alza el pequeño surtidor de una cañería rota. El hombre descubre en la calzada un insecto minúsculo, acaso una hormiga solitaria que avanza en línea recta. El chorro de agua golpea contra un montón de arena y hace saltar piedrecitas que caen cada vez más cerca de la hormiga. El hombre piensa que aquel insecto avanza ciego hacia el punto en que una de las piedrecitas lo aplastará. En el silencio sólo se oye el ruido del pequeño surtidor fortuito, a sus pies, y el chirrido del contenedor de material que se bambolea en lo alto, justo encima de su cabeza.

El despistadoEl avión ha aterrizado, han parado los motores, ya se apagó la señal que obligaba a usar el cinturón. Sin embargo, nadie se levanta. No comprendo cómo los demás no tienes ganas de abandonar este sitio después de haber experimentado el horroroso vuelo, los ruidos extraños, la explosión, el humo espeso, el terrible zarandeo. Me levanto yo, abro el maletero, saco mi cartera, mi abrigo. Acabo de descubrir que todos me están mirando. De repente me señalan y se echan a reír con una carcajada extraña, una carcajada que parece llena de dolor, y aquí estoy yo con la cartera en una mano y el abrigo en la otra, sin enterarme de lo que sucede. Agujero negroEl hombre pasea por la playa solitaria y encuentra, depo-sitada en la orilla por las olas, una botella de cristal negro, con una señal muy extraña impresa en su tapón. Mientras lo desenrosca, el hombre piensa en sus lecturas de niño: el genio cautivo, los mensajes de náufragos. Abierta, la bote-lla inicia una violentísima inhalación que aspira todo lo que la rodea, el hombre, la playa, las montañas, los pueblos, el mar, los veleros, las islas, el cielo, las nubes, el planeta, el sistema solar, la Vía Láctea, las galaxias. En pocos instantes, el universo entero ha quedado encerrado dentro de la bo-tella. El movimiento ha sido tan brusco que se me ha caído la pluma de la mano y han quedado descolocados todos mis papeles. Recupero la pluma, ordeno los folios, empiezo a escribir otra vez la historia del hombre que pasea por la playa solitaria.

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Susan Sontag tiene el valor de los autores clásicos a quie-nes, si no por obligación, con seguridad hay que volver por placer. En su famosísimo ensayo “Contra la interpretación” (1961), hace una serie de disquisiciones sobre el arte y es-pecialmente sobre la crítica que aun hoy llaman la atención. En la reedición de 1996 (que aparece también en 2007), dice: “mi expectativa es que su actual reedición, con la ad-quisición de nuevos lectores, pueda contribuir a la tarea quijotesca de reforzar los valores a partir de los cuales se escribieron estos ensayos y reseñas. Acaso los juicios del gusto expresados en estos ensayos hayan prevalecido. Los valores que subyacen a estos juicios no”.

Se reconoció, en su balance de 1996, una autora funda-mental de los 60 y los 70. Años que para ella fueron de privilegiados como lo habían sido las Vanguardias de los 20. “Lo moderno era una idea vibrante” y lo contrasta con la posmodernidad (para ella, tiempo de capitulaciones).

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Sontag ve dos posibilidades de concebir el arte dentro del contexto platónico-aristotélico. La obra de arte según un modelo pictórico, es decir el arte como pintura de la rea-lidad; o la concepción del arte como modelo de afirmación (afirmación del artista). En ambos casos, el contenido tiene prioridad sobre la forma. Esta dicotomía contenido-forma se mantiene aun cuando los contenidos sean menos figurativos que antes.

“…Cuando el arte no se veía obligado a justificarse, cuando no se preguntaba a la obra de arte que decía, pues se sabía (o se creía saber) que hacía”. A partir de aquí la tarea de de-fender el arte es ineludible y aquí justamente es donde Su-san Sontag introduce el concepto clave de “interpretación”. “La interpretación, aplicada al arte, supone desgajar de la totalidad de la obra un conjunto de elementos”. “La labor de interpretación lo es, de traducción”.

Obviamente Sontag considera que la interpretación aparece con la cultura griega clásica. Y aquí entra la figura del intér-prete que sin suprimir o reescribir el texto, lo “altera”. Por ejemplo por más que alteren el texto los intérpretes, siempre se tratará para ellos de la revelación de su sentido. Cita el ejemplo de Cantar de los cantares, objeto de diversas inter-pretaciones espirituales cuando incuestionablemente tiene un valor erótico.

Con la modernidad, Freud y Marx, excavan y, en esa medida según Sontag destruyen. Para Freud todo lo observable es contenido manifiesto y su contrapartida, el significado ver-dadero sería el contenido latente. Algo equivalente ocurre con Marx pues ambos autores tienen en sus teorías, implí-cita la noción de que los sujetos son comprensibles solo en apariencia. Sontag: comprender es interpretar. E interpretar es volver a exponer el fenómeno con la intención de encon-trar su equivalente. Importantísimo es lo que Sontag dice a

Susan Sontag Entre la nostalgia y la utopía

mARÍA CELInA nÚÑEZ

“Su concepto de la crítica es que esta debe plantearse a la luz del condicionamiento de nuestros sentidos y en recuperarlos. Se trataría de un

reaprendizaje de facultades primigenias perdidas”

Susan Sontag

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continuación: que la interpretación no es un valor absoluto sino relativo y se inscribe en una concepción histórica de la conciencia humana. “En determinados contextos culturales, la interpretación es un acto liberador. Es un medio de re-visar, de transvaluar, de evadir el pasado muerto. En otros contextos culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante”.

Sontag hace la radical afirmación de que la interpretación es la venganza del intelecto sobre el arte y más aun sobre el mundo.

En una actitud que podría considerarse tan ortodoxa como la cuestionada, señala los elementos que deberían estar pre-sentes en una crítica constructiva. En una evaluación poste-rior, manifiesta su desagrado y su falta de sincronía con esas prescripciones (ella decía en 1961 que el vocabulario debía ser descriptivo antes que prescriptivo, pero al decirlo, ella incurre sin darse cuenta, en la prescripción).

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Su concepto de la crítica es que esta debe plantearse a la luz del condicionamiento de nuestros sentidos y en recu-perarlos. Se trataría de un reaprendizaje de facultades pri-migenias perdidas: “Debemos aprender a ‘ver’ más, a ‘oír’ más, a ‘sentir’ más”. Y así, la función de la crítica sería mos-trar “como es lo que es”, “que es lo que es”, “en vez de” que significa.

El modelo cultural del que habla Susan Sontag es el de los años 60 con toda su carga política, ideológica y cultural. En algún momento ella dice casi textualmente: eran los 60 pero no lo sabíamos. Retomando lo que ella dice: que la concepción mimética del arte obliga a la justificación de este implicaría también la justificación del autor. El artista, el inte-lectual, el escritor tendría que justificar su rol social en tanto productor de bienes culturales, ya sean estos artísticos o críticos.

Aunque hay antecedentes, sin ir demasiado atrás, pense-mos en los años 30 en la adhesión y posterior decepción de George Orwell y de André Gide respecto de la causa de la guerra civil española, es en los años 60 cuando hay la gran explosión del intelectual comprometido. El padre e ícono de esta nueva figura sería Jean-Paul Sartre tal como lo señala Ana teresa Torres en su muy recomendable libro El oficio por dentro. Sartre, por cierto, como lo señala Paul Johnson

en su libro Intelectuales, no mostró ningún gesto, no pareció darse cuenta del valor que esta guerra, como laboratorio, tenía para Europa.

Este compromiso de los años 60 y 70 termina colapsando por desilusión. Pensemos en la guerra de Vietnam: inva-sión estadounidense. Oposición ciudadana a la guerra (el movimiento hippy, la psicodelia, “el discurso de los cabe-llos” como se refirió a esta época Pier Paolo Passolini en su hermoso libro Escritos Corsarios). Fin de la guerra. Retirada de Estados Unidos. Y Vietnam invade Camboya. Es el sin-sentido.

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Para Sontag, el escritor era “alguien que se interesa por todo”. También se autodefinió como una esteta beligerante y una moralista apenas disimulada.

Ciertamente su obra variada y aguda incluye novelas, piezas de teatro, ensayos y un libro de relatos. Esta amplitud de géneros y temas; su capacidad para medir el pulso de su tiempo y para mirarse objetivamente tres décadas después, muestran que fue una autora que se interesaba por todo. Murió en 2004. Un año después de haber obtenido el Pre-mio Príncipe de Asturias de las Letras.

Papel Literario de El Nacional

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La poesía deviene en memoria: memoria del hombre y de los hombres, del tiempo y de los tiempos. Se trata de una memoria expresada mediante artificios de la lengua y de símbolos que potencian, amplían, multiplican el significa-do, los significados posibles, valiéndose de asociaciones, sustituciones, equivalencias, transmutaciones. No en balde Antonio Machado la llamó “palabra en el tiempo”. La poesía constituye un no olvido, una forma de luchar contra las rui-nas y la extinción de las huellas.

Lengua sagrada y, a la vez secreta, la poesía es también, por su esencia, “piedra filosofal”, alquimia, encantamiento y po-der de permanencia: sonido y luz, significado y significante elevados a la categoría de cielo, de imagen de lo trascen-dente. Diversas tradiciones espirituales coinciden en afirmar

la íntima relación entre creación y acto de nombrar, como en el “Génesis”, o que al principio era el Verbo, la Palabra, tal cual relatan san Juan en su Evangelio o los mayas quichés en el Popol-vuh. La palabra como poder de nombrar, atraer y ahuyentar, es el logos, la razón, el secreto, de la vida y la existencia. Así, la poesía, palabra en el tiempo, palabra que permanece más allá de lo circunstancial, de lo pasajero, de lo anecdótico, crea y recrea universos, el universo.

Este libro de William Rodríguez se adentra en una poesía que ha cautivado a muchos lectores, tanto por su contenido como por su expresión lingüística. Admirada y estudiada por diversos autores, la obra de Cruz Salmerón Acosta aún es, como muestran estas páginas, un venero no agotado de lec-turas e interpretaciones, de gozo estético y poético, en sus sentidos más amplios.

La poesía de Acosta nos viene de una tierra de grandes poe-tas, de escritores que trascendieron el paisaje circundante así como las circunstancias que los hicieron a ellos como personas y como poetas y las emociones que alimentan su decir poético. Así sucede con el verbo exuberante y sonoro de Andrés Eloy Blanco, con el verbo castigado y pulido de José Antonio Ramos Sucre, con el verbo dolido de Cruz Sal-merón Acosta, el poeta enfermo, pero no la poesía enferma sino llena de vida, de azulidades, de tonos, de voces y rayos que nos iluminan.

Una virtud de este trabajo que nos ofrece William Rodrí-guez, en la línea de la poesía como lucha contra el olvido, como resistencia a la adversidad que embiste la memoria, es reactualizar el verbo de Cruz Salmerón Acosta, evitar que el óxido y la sal del tiempo corroan el recuerdo, la presencia y significación de la poesía de Acosta en las letras venezo-

Cruz Salmerón Acosta Conjuro del olvido

dR. hORACIO BIORd CAStILLO

En el Palacio de las Academias se bautizó el libro “Cielo, Mar y Amor” que escribe William Rodríguez Campos sobre el poeta Cruz Salmerón. El texto que aquí

ofrecemos sirve de prólogo de la obra

Cruz Salmerón Acosta, poeta / Foto orienteweb.com

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lanas e hispanoamericanas, que su obra sea víctima de la lepra causada por la desmemoria.

La poesía, la verdadera poesía y no la impostura poética, crea y se expresa en una lengua sagrada, secreta, de honda reflexión a pesar de la imperceptible hondura que pudiera derivarse de las apariencias e impresiones de una primera o descuidada lectura.

William Rodríguez es diácono de la Iglesia Católica, inves-tigador y escritor, profesor universitario de filosofía y amigo de la sabiduría él mismo, miembro de la Academia de la Historia del Estado Miranda. Con ese bagaje espiritual e in-telectual, transita en este libro por los caminos de la historia de la literatura y los tormentosos laberintos poéticos que, como veredas multidireccionales, conducen hacia la dimen-sión sagrada. De esa manera el autor sitúa a un hombre que desde su casa vio, más allá del mar, de pájaros que nadaban como peces y de peces que volaban como pájaros, la tormenta desgarradora y el ocaso con sabor a madruga-da y los hizo, en sus poemas, mediodía, brillo, persistencia, espuma.

Escritor de provincia, vate enfermo, hombre adolorido y en-frentado por la tragedia, Cruz Salmerón Acosta fue un poeta, un poeta que luchó contra el olvido y le quemó sus garras con valiosos poemas que ahora sirven de pedestal a su au-tor. Tales rasgos pueden aprehenderse de manera minucio-sa y amena en las páginas de este libro, que, como silbato marinero, nos recuerda un puerto, un hombre-puerto, un poeta-puerto, imprescindible en la literatura venezolana.

Otro azul, distinto quizá al de Darío, palpita en el verbo poé-tico de Cruz Salmerón Acosta, azul de montañas, de mar y de cielo, pero también: “triste azul de mis líricos ensueños, / que me calman los íntimos hastíos”. Como exclama el poeta, “¡color que tantas cosas me revela!”, que tantas cosas a to-dos nos revela. William Rodríguez recoge el dolor y la poesía de Cruz Salmerón Acosta y sintetiza y valora una escritu-ra llamada a perdurar en el tiempo, a socavar las manos, los abominables pies del olvido, sus garras venenosas, y la muerte engendrada como omnívora bestia mitológica por el silencio, la indiferencia y el desdén.

San Antonio de los Altos (Gulima), agosto de 2015

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El propio idioma es como la habitación en la que uno se mueve con holgura, con la confianza y seguridad de quien se sabe en su sitio, en un terreno que es de uno, que domina y sabe defender de los intrusos y merodeadores. No es que piense que otras lenguas tengan categoría de invasoras de la propia intimidad, pero cuando no se domina bien la lengua materna, cuando no se la cuida, no sólo se debilita ella, sino que muere un poco también nuestra calidad de pertenencia a esa cultura donde la aprendimos.

Uno puede aprender muchas lenguas; hacerlo se torna, de hecho, en una experiencia muy enriquecedora. No llamo in-vasor a cualquier otro idioma que deseemos aprender bien, sino a todo eso que dejamos entrar en nuestra vida de un modo indiscriminado. Invasor es quien ha entrado en la pro-pia casa, en mi habitación, sin ser invitado. Entró, quizás, sin que me diera cuenta, pero lo hizo probablemente por mi descuido, por haber encontrado la puerta abierta, por no haber cuidado yo ese reducto de intimidad en que uno se encuentra “en casa”.

La lengua es mucho más que un simple instrumento de comunicación, entendido de modo pragmático. Antes bien, constituye la base de una cultura, su rasgo más peculiar de identidad. Se piensa en palabras, se conecta uno con la rea-lidad a través de las palabras, se da a conocer la personal percepción del mundo a través del lenguaje porque éste, en definitiva, nos arraigó desde la infancia a una cultura que nos orientó a nombrar las cosas por primera vez en nues-tras vidas. Y eso va quedando, en lo más profundo de cada uno, como lo permanente de las experiencias humanas. Las primeras canciones, las primeras poesías, las primeras pa-labras leídas, la lengua de mamá y papá, y ésas incluso diversas a la nativa pero que son también familiares por ser la del abuelo y la abuela, marcan para siempre. Cuidar todo ese bagaje equivale a fortalecer nuestra identidad y nuestro “estar en el mundo” con seguridad.

El dominio del lenguaje materno (en nuestro caso, el caste-llano) es algo mucho más importante de lo que se piensa.

Su deficiencia se manifiesta siempre en algún momento de la vida como la experiencia de un cierto vacío existencial, pues la lengua original, o la adoptada como propia -si es que se ha crecido en otra cultura-, centra en el mundo. Una vez conocí a una señora libanesa que me manifestó su situación interior. Había nacido y crecido en el Líbano, pero se había educado en inglés y en francés. Hablaba los tres idiomas en su casa, así, indistintamente, y luego viajó a Venezuela para quedarse. Su trabajo era muy técnico, por lo que no requirió nunca dominar mucho el idioma. Tampoco cultivó los anteriores. En un momento dado manifestó necesitar urgentemente dominar alguna lengua en particular. Me de-cía que a veces sentía que no tenía pensamientos y que le faltaba vocabulario para expresarse. En otra oportunidad, un muchacho chino a quien le gustaba, además, escribir cuen-tos, explicaba en clase lo enredado que estaba. Hablaba en chino en su casa, pero no lo escribía. Hablaba en español, pero escribía en inglés. Cuando le pregunté en qué idioma pensaba, dudó. Le pareció que era en inglés. Le recomendé centrarse en el inglés o en el español si deseaba escribir, en vista de que no podría hacerlo en chino. Los procesos de asimilación de otras lenguas son, sin duda alguna, di-versos para todos, pero lo fundamental es cuidar la lengua original. Al ampliarla, uno se cultiva y la mantiene, además, en su puesto en relación a las demás (a esas nuevas que llegarán).

Lo que intento resaltar es la importancia de cuidar la lengua originaria (en nuestro caso, el castellano). Cultivarla, am-pliarla, saborearla y masticarla es esencial para arraigarse a una cultura y definir la propia identidad. Toco el tema por-que es mi trabajo, mi gran inquietud. En estos tiempos de globalización, las lenguas se encuentran, se mezclan, pero también corren el riesgo de reducir sus posibilidades si nos gana el pragmatismo de hacerlas sencillamente “funciona-les”. De allí la importancia de la literatura, de la reflexión, de los espacios y actividades que las mantienen en un dina-mismo distinto (más profundo) de ése que requiere el sen-tido utilitario del trajinar diario y la eficiencia de las nuevas tecnologías. En el caso que nos atañe, la diáspora de la que

Cuidar el castellano

OFELIA AVELLA EL UNIVERSAL

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somos testigos ha puesto a muchos a hablar otras lenguas. En un proceso que es inevitable, muchos procurarán pasar el castellano a sus hijos, pero sabemos también que en el camino se pierde ese idioma de los padres y abuelos, para terminar ocupando su lugar ese otro que llegará a ser el original para ellos.

Quien pueda hacerlo, cuide el castellano. Una lengua bella y rica en posibilidades, en virtud de ese contacto con una diversidad grande de pueblos que lo hablan. Fomentar su cuidado equivale a mantener viva nuestra cultura, siempre lo más permanente de las experiencias humanas.

[email protected]@ofeliavella

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Bogotá.- (EFE) El escritor Salman Rushdie, que hoy presentó en Bogotá su última obra, “Dos años, ocho meses y veintio-cho noches”, aseguró que la narrativa y “el deseo de escu-char historias” forman parte de las necesidades humanas más básicas.

“La manera en que entendemos el mundo comienza a tra-vés de historias”, señaló Rushdie en una rueda de prensa.

El escritor británico de origen indio, contra el que el imán iraní Jomeini lanzó en 1989 una “fatwa”, una orden de ma-tarlo, por su obra “Versos satánicos”, agregó que lo primero que quieren los niños después de cubrir sus necesidades más básicas es un cuento.

Ese es el objetivo de su última novela, un trasunto de “Las mil y una noches” en un momento de su vida en el que que-ría hacer “ficción ficcional” después de unos años alejado de la novela.

En este sentido, Rushdie reconoció que “fue un gran alivio” retornar a la novela, la razón por la que decidió hacerse es-critor.

“Este libro es quien soy, la persona que creo que soy como artista”, subrayó en referencia a su novela, editada en Co-lombia por Seix Barral.

Preguntado acerca de las críticas recibidas, centradas en la amplitud de temas que trata, el escritor nacido en Bombay en 1947 dijo que en sus obras opta por ese tipo de literatura en lugar de otras más centradas en cuestiones individua-les.

“Creo que por naturaleza soy un novelista del todo, ésa era la ambición de (Miguel de) Cervantes” y de otros grandes autores de la literatura universal como Charles Dickens o James Joyce, agregó el escritor británico.

Quizás por esa voluntad de abarcar temas en sus obras, Rushdie se definió como “un escritor de la gran ciudad”, donde las personas “están siempre rodeadas de historias”.

“Esa idea de que nuestra historia se desliza a través de otras es lo que quería contar en el libro”, subrayó.

Con su peculiar pluma y para conseguir ese objetivo, el es-critor británico vuelve a crear un mundo propio del realismo mágico que comienza con el matrimonio entre el filósofo an-dalusí Averroes y una yinn (un ser fantástico de la mitología árabe) que engendran una gran prole, trascendental en el devenir de la historia.

La elección del filósofo nacido en Córdoba en 1126 no es en vano, puesto que su apellido, ibn Rushd, coincide con el del autor.

Rushdie cree que la narrativa es unade las necesidades humanas más básicas

“La manera en que entendemos el mundo comienza a través de historias”, señaló Rushdie en una rueda de prensa.

“Este libro es quien soy, la persona que creo que soy como artista”, señaló el escritor (Efe)

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Más allá de ese hecho, Averroes fue el puente que devol-vió a Aristóteles y su “Lógica” a Europa, lo que supuso un choque con el mundo islámico y enfrentamientos con otros intelectuales musulmanes de la época.

Con ese elemento como punto de partida y con Nueva York, la ciudad donde reside, como escenario fundamental, se hilvanan una serie de historias que pueden funcionar como cuentos independientes pero que conforman un todo en su conjunto.

Durante la rueda de prensa, Rushdie reivindicó su oficio: “cuando los escritores dicen que odian ser escritores no les creo”.

Con su fino humor británico reconoció que el trabajo “exige mucho” de los autores, pero “es la segunda cosa más pla-centera” que conoce.

De nuevo recurrió a su flema para añadir que su vida en Nueva York como escritor le ha facilitado la labor puesto que puede pasar desapercibido: “No soy como Kim Kardashian, puedo caminar sin que me interrumpan”.

Tal vez por esa razón eligió en este caso un nuevo sistema de redacción basado en la improvisación y que le llevó a escribir la obra en un espacio de tiempo similar al que se refiere el título, dos años, ocho meses y veintiocho noches.

Ese sistema es, en su opinión, “muy ineficiente”, puesto que se pueden perder muchas cosas.

“(La clave) es crear consistencia interna, si eso nadie lo va a creer”, concluyó.

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Lima.- (EFE) El escritor peruano Alonso Cueto (Lima, 1954) afirma que siempre vuelve “al pasado porque uno no escribe de lo que le preocupa, sino de lo que no sabía que le preocu-paba” y así lo hace en “La viajera del viento”, la nueva novela que publicará en julio con el sello de la editorial Planeta.

Cueto, que desarrolla su última obra en el conflicto interno que afrontó Perú entre 1980 y 2000, dijo en una entrevista a Efe que su país es “ideal para ser escritor porque los con-flictos, las diferencias étnicas, raciales y sociales son per-manentes y toda sociedad con conflicto produce relatos e historias que son el punto de partida de cualquier obra”.En “La viajera del viento”, Cueto narra la historia de un hom-

bre que vive con la culpa de haber matado a una mujer diez años atrás cuando de repente esa mujer reaparece y a partir de ese momento, comienza “una relación entre ellos, una búsqueda”, explicó.

El escritor declaró que el gran acontecimiento histórico de Perú en el siglo XX fue “la guerra de Sendero Luminoso, porque ninguno otro reveló nuestras carencias y nuestros traumas sociales”.

Para Cueto la guerra es “una galería de lo que somos y siempre va a ser un tema recurrente” en la literatura.La recurrente relación de Cueto con el pasado está presente

El escritor peruano Alonso Cueto regresa al pasado en su nueva novela

En “La viajera del viento”, Cueto narra la historia de un hombre que vive con la culpa de haber matado a una mujer diez años atrás cuando de repente esa mujer

reaparece y a partir de ese momento, comienza “una relación entre ellos, una búsqueda”, explicó.

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desde su primera novela; el autor subrayó que “siempre” le ha interesado y que sus novelas son “policiales donde el principal sospechoso es el pasado” porque “uno nunca termina de librarse” de este.

El autor de “La hora azul”, novela que ganó el premio He-rralde del 2005, expresó que “la complejidad de la memoria y del recuerdo son esenciales en nuestras relaciones con nosotros mismos y los demás”.

El novelista afirmó que el arte y la literatura “son buenas for-mas de hacernos preguntas” y que un escritor debe “com-partir las lecciones que nos pueden dejar las heridas del pasado porque, en un sentido práctico, nos reconocemos como parte de una sociedad”.

Autor de obras como “Grandes miradas” y “Mariposa negra”, ha sido traducido a 16 lenguas y premiado con galardones como el Anna Seghers en el 2000, por el conjunto de su obra, y el Herralde del 2005.

Cueto también habló de un actual “boom” de las letras pe-ruanas, con autores como Renato Cisneros y Claudia Sala-zar, y dijo que si bien aún no se ha escrito una novela del posconflicto sí “hay mucho que contar y el tema social es importante e incluso el de tintes autobiográficos”.

Su novela “La pasajera”, publicada en 2015, inspiró “Ma-gallanes”, un largometraje peruano dirigido por Salvador del Solar que fue nominado en la pasada edición de los Premios Goya a mejor película iberoamericana.

“Conversé mucho con Salvador del Solar e hizo una adapta-ción muy buena, de mucho criterio, y aunque para mí es ex-traño ver las cosas que he escrito convertidas en imágenes, él encontró una muy propia y personal”, anotó.

El autor, que compagina la escritura con el dictado de cla-ses en la Pontificia Universidad Católica de Perú (PUCP) y una columna semanal en el periódico limeño La República, declaró que vive en su país porque “me gusta estar al tanto del habla de la gente, conversar y mirar de cerca todo lo que pasa”.

Sobre el papel que ha tenido la cultura en la campaña para las elecciones presidenciales del próximo 5 de junio, que disputarán Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, lamentó que la política “no recoja esa identidad cultural de los pe-

ruanos”, a pesar de que el país “ha ofrecido al mundo una cultura propia de pintura, literatura y música, más allá de la gastronomía”.

Cueto dijo que es “un desperdicio” no asumir esta herencia, aunque señaló que el partido de Kuczynski, Peruanos por el Kambio, “sí lleva un programa cultural, pero el de Keiko Fujimori (Fuerza Popular) no”.

El autor también valoró que su compatriota Mario Vargas Llosa le haya dedicado su última novela, “Cinco esquinas”, y consideró que se trató de “un acto de generosidad” del premio Nobel de Literatura del 2010, con quien mantiene una relación que se remonta a su infancia.

“Mis padres vivían en París cuando él estaba allí en 1959 y ellos me cuentan que Mario pasó unas navidades en casa y me cargó, siempre digo que a partir de ahí decidí ser es-critor”, refirió.

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Imaginar a aquel precoz infante del barrio bonaerense de Palermo transfigurado en un afable anciano degustando un blanc de blancs, quizás uno de los pocos placeres permiti-dos por sus galenos, sentado en el Café Relais de la Butte, mientras peregrina por sus infinitas evocaciones, no puede menos que impregnarnos de una profunda tristeza al con-memorarse un año más de su partida física. A los pies de Montmartre, elucubraría junto a un Sábato imaginario cómo serían las desventuras de un Yu Tsun y de un Castel huyen-do de sus fatuos destinos. A ese exiguo convite se uniría un fantasmal Cortázar para desviar aquel infructuoso –pero no por eso menos interesante– conversatorio hacia ciertos obstáculos relacionados con su más reciente traducción de algún pasaje de Jean Cocteau.

“¡Traduttore, traditore!” –le espetaría Borges a modo de chanza, como una contundente manera de provocarlo al poner en duda su capacidad para traducir el texto original. Su amigo no caería en esas densas redes. Por el contrario, reirían estruendosamente al son del tintinear de las copas y paulatinamente la oscurana cedería su intensidad dándole paso a las sombras, buscando entre la penumbra el delicado rostro de Estela. Su Estela. “Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única”, reiteraría cada vez que Estela perturbaba sus recuerdos. Sin embargo, tal expresión surgiría desde el fondo de su amplio corazón y no desde el rencor. Su Estela que emulaba aguas cristalinas, pero que en el fondo celosamente encubría turbias resacas que lo arrastraban hasta la inmensidad de su mirada y su cautivante pensamiento.

“¡Maestro!” –le reclamaría Cortázar para rescatarlo de sus tiranas reflexiones. “El maestro está en la escuela, yo soy su amigo” –le objetaría a la hondonada de ideas que de ma-

nera corpórea representarían al autor de Rayuela, mientras al fondo se apreciarían los compases de alguna sabrosa y sandunguera milonga cortesía del maître. Revoloteo de gárgolas y ladridos del feroz cancerbero lo alertarían del peligro acechante de un Golem vengador de viejas queren-cias. Copa y bandeja volarían por los aires ante la atónita mirada del resto de los presentes. El camarero lo ayudaría a sentarse y a calmarse, pero la mirada desaprobatoria de sus fantasmagóricos amigos lo sumiría en un leve pesar desencadenador de un par de lágrimas y el recuerdo dis-plicente de un vasto bestiario del cual no lograría precisar algún detalle adicional, se diluiría en una última y tercera lágrima.

Una vez repuesta la copa, esta vez de carmesí aspecto, se arrellanaría en su asiento brindando por sus herma-nos de letras. En la distancia, un desdibujado laberinto bañado por el tiempo, Yu Tsun y Juan Pablo Castel dis-cutirían acaloradamente perdiéndose por un largo túnel de oprobios.

Con una sonrisa cómplice, Horacio Oliveira cerraría las puer-tas, a la par que haría una reverencia a Jorge Francisco Isi-doro. Honestamente, más a manera de burla que otra cosa. No valdría la pena prestarle atención. El Aleph se encargaría de eso.

Una caja de cigarrillos caería descuidadamente sobre la mesa y prolongadas nubecillas de nicotina se elevarían por encima de aquel triunvirato divino. Al instante, unos alarga-dos dedos sostendrían la cajetilla para brindar aquel ato-rrante vicio al otrora niño del argento Palermo. Su respuesta sería categórica: “Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son

Jorge Luis Borges:un resplandor entre sombras

El martes 14 de junio se cumplen tres décadas de la muerte del autor “El Aleph”. Pero cuando se trata de Jorge Luis Borges, 30 años de ausencia no son nada

JULIO CARPIO

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El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente”.

Julio Florencio, apenado, la retiraría y expulsaría el des-agradable humo hacia sotavento. Un poco por desagravio, buscaría cambiar el sentido de la conversación. “Ayer me encontré a Rafael Cansinos, le mandó saludos y amenazó con desterrarlo del movimiento si no le enviaba algún otro escrito publicable o, al menos, asistía a las reuniones” –le informaría a su interlocutor sin mostrar este un ápice de molestia o emoción alguna. Cansinos y sus amenazas: tan pesado como la conciencia de un asaltante de caminos y a la vez tan liviano como los valores del mismo. Una ligera mueca con pretensiones de sonrisa se esbozó en el rostro de Sábato.

“Hablemos sobre algo más agradable –solicitó Borges a sus colegas– por favor”. “Virginia te mandó también saludos y un eterno agradecimiento por dar a conocer sus obras más amadas a la lengua de Cervantes” –dijo Sábato–. Ah, Vir-ginia. Si no hubiese sido por esa marca de fuego que dejó Estela en mí, en su momento algo hermoso hubiese podido haber ocurrido”. “¿Y María, mi estimado amigo?” –inquirió algo consternado Ernesto. “¿María? María fue un resplandor entre las sombras”.

Los restos de un cabernet sauvignon, reposados en el fondo de aquella desgastada copa, mojarían sus labios y creyendo percibir a lo lejos el cementerio de Montparnasse, giraría ha-cia Julio Florencio: “¿No fue ahí donde…?” –y se detendría para percatarse de su aciaga ausencia. “¿Viste eso, Ernes-to?” –se giraría para preguntarle a la nada. Se levantaría a duras penas, dejaría una espléndida propina y con un suave gesto de su sombrero sonreiría al maître, marchando hacia la eternidad y preguntándose si al morocho del abasto tam-bién le hubiese parecido que 30 años de ausencia no son nada.

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Karl Krispin:“La literatura no resuelve ningún problema”

T odo comenzó por un concurso de microrrelatos que organizó la revista colombiana El Malpensante hace ya 15 años. Las bases exigían que ningún

texto superara las 100 palabras. Tanto le gustó el género a Karl Krispin (Caracas, 1960) que desde entonces no deja de escribirlo. Primero fue Ciento breve (Fundación para la Cultura Urbana, 2004); ahora, 200 breves, que fue publicado por Os-car Todtmann Editores.

Al narrador venezolano le tomó tres años terminar el libro. Escribió los textos por el mero placer que le produce hacerlo, sin pensar en un lector modelo. “No creo en esa vieja versión del autor que sufre el dolor. A mí me parece creativo, divertido, gozoso, el acto de escribir. El minicuento, al circunscribirte a un espacio tan limitado, te obliga a ser mucho más certero en lo que vayas a decir. Esa noción de certidumbre me anima muchísimo a practicarlo”, dijo Krispin, que ya planea otro vo-lumen de 300 relatos.

200 breves tiene un texto sobre un poeta revolucionario que se va de vacaciones a Pionyang, otro acerca de un profesor

que se lleva el papel tualé de los baños por la escasez. La ac-tualidad de Venezuela se cuela en cuentos que parecen apun-tar más del divertimento. “La realidad siempre nos sorprende con sus esquinazos. Nadie puede suprimirse de ella. Eso no quiere decir que esa realidad que ingresa en la literatura sea la realidad real. Es otra distinta, es un refugio”.

Karl Krispin tiene claro que los libros no pueden hacer nada ante los conflictos sociales/políticos de una nación. Sólo re-flejarlos, o retratarlos. “La literatura no tiene ninguna virtud, ni pedagógica, ni para resolver problemas, ni para ayudar a curar el hambre en el mundo. La literatura, si tiene algún he-cho de salvación, es para el lector de forma individual. Pensar que los libros sirven para algo, que salven, es una pretensión fuera de todo contexto. La literatura es un hecho hedonista. Nada más”.

La mayoría de los cuentos de 200 breves son anécdotas cu-riosas o hechos autobiográficos: la ocasión en la que visitó la casa en que alguna vez vivió Jorge Luis Borges en Buenos Aires, o la conversación en la que Arturo Uslar Pietri explicó su significado de la palabra “arrecho”. Todo en 100 palabras. “El cuento no sólo me permite salir de experiencias sino que es necesario para drenarlas. No hay mejor forma de alcanzar una situación que contándola. Cuando se narran las cosas, comienzan a existir. La literatura es un argumento de exis-tencia. También es una evasión maravillosa, un viaje hacia la creación. Si fuera un simple reflejo de la realidad estaría tan llena de miserias como la propia realidad”, concluyó Karl Kris-pin, que trabaja en su cuarta novela. Su obra alterna entre lo breve y lo extenso.

dfermin@eluniversal,com

dAnIEL FERmÍn EL UNIVERSAL

El narrador venezolano publicó el libro de relatos “200 breves” (Venancio Alcázares)

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Primero fue un fax. Nadie respondió a la arqueológica in-tentona. Luego, una carta postal (sí, aquellas reliquias con-sistentes en un papel escrito y metido en un sobre). “No les contestará, está enfermo”, previno alguien que le conoce bien. A los pocos días llegó la respuesta. Carta por avión con el matasellos del Royal Mail y el perfil de la Reina de Inglate-rra. En el encabezado ponía: Churchill College. Cambridge.

El breve texto decía así:“Querido Señor,El año 88 y una salud incierta. Pero su visita sería un honor. Con mis mejores deseos.George Steiner”.Dos meses después, el viejo profesor había dicho “sí”, po-niendo provisional coto a su proverbial aversión a las entre-vistas.

El catedrático de literatura comparada, el lector de latín y griego, la eminencia de Princeton, Stanford, Ginebra y Cam-

bridge; el hijo de judíos vieneses que huyeron del nazismo primero a París y luego a Nueva York; el filósofo de las cosas del ayer, del hoy y del mañana; el premio Príncipe de Astu-rias de Comunicación y Humanidades en 2001, el polemista y mitólogo políglota y el autor de libros capitales del pensa-miento moderno, la historia y la semiótica como Errata, Nos-talgia del absoluto, La idea de Europa, Tolstoi o Dostoievski o La poesía del pensamiento abría a EL PAÍS las puertas de su preciosa casita de Barrow Road.

“Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la

memoria”

El pretexto: los dos libros que la editorial Siruela ha publi-cado recientemente en español. Por un lado Fragmentos, un minúsculo aunque denso compendio de algunas de las cuestiones que obsesionan al autor como la muerte y la eu-tanasia, la amistad y el amor, la religión y sus peligros, el

George Steiner: “Estamos matando los sueños de nuestros niños”

A sus 88 años, el gran filósofo y ensayista denuncia en una lúcida entrevista que la mala educación amenaza el futuro de los jóvenes

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poder del dinero o las difusas fronteras entre el bien y el mal. Por el otro, Un largo sábado, embriagador libro de con-versaciones entre Steiner y la periodista y filóloga francesa Laure Adler.

El motivo real: hablar de lo que fuera surgiendo.

Es una mañana de lluvia en la campiña de Cambridge. Zara, la encantadora esposa de George Steiner (París, 1929), trae café y pastas. El profesor y sus 12.000 libros miran de fren-te al visitante.

PREGUNTA. Profesor Steiner, la primera pregunta es ¿cómo está su salud?RESPUESTA. Oooh, muy mal, por desgracia. Tengo ya 88 años y la cosa no va bien, pero no pasa nada. He tenido y tengo mucha suerte en la vida y ahora la cosa va mal, aun-que todavía paso algunos días buenos.

P. Cuando uno se siente mal… ¿es inevitable sentir nostalgia de los días felices? ¿Huye usted de la nostalgia o puede ser un refugio?R. No, lo que uno tiene es la impresión de haber dejado de hacer muchas cosas importantes en la vida. Y de no haber comprendido del todo hasta qué punto la vejez es un proble-ma, ese debilitamiento progresivo. Lo que me perturba más es el miedo a la demencia. A nuestro alrededor el Alzhéimer hace estragos. Así que yo, para luchar contra eso, hago to-dos los días unos ejercicios de memoria y de atención.

“Es un milagro que todavía exista Europa. Una civiliza-ción que extermina a sus judíos no recuperará nunca

lo que fue”

P. ¿Y en qué consisten?R. Lo que le voy a contar le va a divertir. Me levanto, voy a mi pequeño estudio de trabajo y elijo un libro, no importa cuál, al azar, y traduzco un pasaje a mis cuatro idiomas. Lo hago sobre todo para mantener la seguridad de que conservo mi carácter políglota, que es para mí lo más importante, lo que define mi trayectoria y mi trabajo. Trato de hacerlo todos los días… y desde luego parece que ayuda.

P. Inglés, francés, alemán e italiano…R. Eso es.

P. ¿Sigue leyendo a Parménides cada mañana?R. Parménides, claro… bueno, u otro filósofo. O un poeta. La

poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria, y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria. Lo adoro. Llevo dentro de mí mu-cha poesía; es, cómo decirlo, las otras vidas de mi vida.

P. La poesía vive… o mejor dicho, en este mun-do de hoy sobrevive. Algunos la consideran casi sospechosa.R. Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria. Y que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria. El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia como nosotros, y tiene que ver con una función mu-cho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibi-lidad, la personalidad.

P. ¿Es optimista con respecto al futuro de la poe-sía?R. Enormemente optimista. Vivimos una gran época de poe-sía, sobre todo en los jóvenes. Y escuche una cosa: muy lentamente, los medios electrónicos están empezando a retroceder. El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al kindle… prefiere coger un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo. Pero hay algo que me preocupa: los jóvenes ya no tienen tiempo… de tener tiempo. Nunca la aceleración casi mecánica de las rutinas vitales ha sido tan fuerte como hoy. Y hay que tener tiempo para buscar tiempo. Y otra cosa: no hay que tener miedo al silencio. El miedo de los niños al silencio me da miedo. Solo el silencio nos ense-ña a encontrar en nosotros lo esencial.

“El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. La digni-dad humana consiste en tener secretos. La idea de

pagar me asquea”

P. El ruido y la prisa… ¿No cree que vivimos de-masiado deprisa? Como si la vida fuera una ca-rrera de velocidad y no una prueba de fondo… ¿No estamos educando a nuestros hijos dema-siado deprisa?R. Déjeme ensanchar esta cuestión y decirle algo: estamos matando los sueños de nuestros niños. Cuando yo era niño existía la posibilidad de cometer grandes errores. El ser hu-mano los cometió: fascismo, nazismo, comunismo… pero si uno no puede cometer errores cuando es joven, nunca llegará a ser un ser humano completo y puro. Los errores y las esperanzas rotas nos ayudan a completar el estado adulto. Nos hemos equivocado en todo, en el fascismo y en

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el comunismo y, a mi juicio, también en el sionismo. Pero es mucho más importante cometer errores que intentar com-prenderlo todo desde el principio y de una vez. Es dramático tener claro a los 18 años lo que has de hacer y lo que no.

P. Habla usted de la utopía y de su contrario, la dictadura de la certidumbre…R. Muchos dicen que las utopías son idioteces. Pero en todo caso serán idioteces vitales. Un profesor que no deja a sus alumnos pensar en utopías y equivocarse es un muy mal profesor.

P. No se sabe bien por qué el error tiene tan mala prensa, pero el caso es que en estas sociedades exacerbadamente utilitarias y competitivas la tie-ne.R. El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos jamás podremos asumir los grandes retos, los riesgos. ¿Es que el error volverá? Es posible, es posible, hay algunos atisbos. Pero ser joven hoy no es fácil. ¿Qué les estamos dejando? Nada. Incluida Europa, que ya no tiene nada que proponerles. El dinero nunca ha gritado tan alto como ahora. El olor del dinero nos sofoca, y eso no tiene nada que ver con el capitalismo o el marxismo. Cuando yo estudiaba la gente quería ser miembro del Parlamento, funcionario público, profesor… hoy incluso el niño huele el dinero, y el único objetivo ya parece que es ser rico. Y a eso se suma el enorme desdén de los políticos hacia aquellos que no tienen dinero. Para ellos, solo somos unos pobres idiotas. Y eso Karl Marx lo vio con mucha anticipación. En cambio, ni Freud ni el psicoanálisis, con toda su capacidad de análisis de los caracteres patológicos, supieron compren-der nada de todo esto.

“NO SE PUEDE NEGOCIAR CON EL ISLAM”B. H.

En uno de los capítulos de su libroFragmentos, recientemen-te editado en España, George Steiner se hace preguntas so-bre la religión, incluidas las relativas a algo tan inasible para el común de los mortales como “la demostración de Dios a través de procesos científicos como la lógica modal y la metamatemática”, o el efecto demoledor de la muerte del comunismo: “El colapso del comunismo”, escribe Steiner, “ha dado un bandazo hacia una religiosidad muchas veces fanática. El fundamentalismo avanza de manera muchas ve-ces violenta, ya sea en el Islam o en el baptismo norteame-ricano”. Ese juicio no es incompatible con el hecho de que

George Steiner –que se considera “no religioso y sí volteria-no”, admita sentir cierta “envidia” de los fundamentalistas, para quienes las sagradas escrituras son irrebatibles por su condición de “puro dictado divino”.

Sobre las relaciones entre la civilización judeocristiana y el Islam y una hipotética aspiración a puntos de encuentro, el autor del Prefacio a la Biblia hebrea se muestra rotundo: “No se puede negociar con el Islam, por dos motivos. A partir del siglo XV, el Islam rechazó la ciencia. La verdad científica no es importante para ellos. Y ahí, imposible negociar. Segundo problema: el trato a la mujer. Maltratar sistemáticamente a la mujer como hace el Islam es eliminar a la mitad de la Hu-manidad. Y de ahí vinieron las guerras de religión modernas que con tanta lucidez y anticipación predijo André Malraux, y creo que vienen otras, terribles”.

No obstante, Steiner se muestra extremadamente crítico con el papel jugado por las democracias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, en la creación de contextos de pobreza que han podido actuar como semillero suplementario de soldados de Dios: “El capitalismo, en cuanto industrialización de masas, la eliminación de las formas más primitivas de la comunidad local, la globalización sin freno… sí, tenemos una responsabilidad que asumir. A un lado de la barrera está el paraíso, al otro, el desierto, la miseria. Triste. El mundo vive hoy una desigualdad terrible de posibilidades de vida. En el tercer mundo, los niños mueren y la gente come basura. Y no hay respuestas para este fracaso, que es el de todos nosotros”.

P. No le cae muy simpático el psicoanálisis, es lo menos que pude decirse.R. El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. Para mí, la dig-nidad humana consiste en tener secretos y la idea de pagar a alguien para que escuche tus secretos e intimidades me asquea. Es como la confesión pero con cheque por medio. Es el secreto lo que nos hace fuertes, de ahí todos mis tra-bajos sobre Antígona, que dice: “Puede que me equivoque, pero sigo siendo yo”. De todas formas, el psicoanálisis está en plena crisis. Recuerde usted las magníficas palabras de Karl Kraus, el satirista vienés: “El psicoanálisis es la única cura que ha inventado su enfermedad”.

P. Y Sigmund Freud…R… Freud es uno de los más grandes mitólogos de la histo-ria. Pero es ficción. Era un novelista extraordinario.En ese momento, George Steiner se levanta, avanza lenta-mente hacia su inmensa biblioteca y de dentro de un viejo

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volumen extrae una tarjeta de visita amarillenta escrita a mano en alemán: es una felicitación de boda de Sigmund Freud a los padres de Steiner. “Mi padre lo conoció, pasea-ban juntos por la orilla del río”.

P. Volvamos a la cuestión del poder del dinero. ¿Tiene usted una explicación válida desde un punto de vista filosófico de por qué en su día los electores de Italia y hoy de España decidieron y deciden llevar al poder a partidos políticos enfan-gados en la corrupción?R. Porque hay una enorme abdicación de la política. La po-lítica pierde terreno en todo el mundo, la gente ya no cree en ella y eso es muy muy peligroso. Aristóteles nos dice: “Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandi-dos te gobiernan”.

P. La vieja pero hoy tan vigente figura del idiotes aristotélico…R. Exacto, una figura muy actual. Bien, pues yo siento ver-güenza de haber gozado de este lujo privado de estudiar y escribir y de no haber querido entrar en el ágora. Me pregun-to qué va a pasar con el fenómeno de las estructuras políti-cas en sí mismas. Triunfan por todos lados el regionalismo, el localismo, el nacionalismo… vuelve el villorrio. Cuando uno ve que alguien como Donald Trump es tomado en serio por la democracia más compleja del mundo, todo es posible.

P. ¿Cómo contempla una hipotética victoria de Trump?R. No ocurrirá, Hillary ganará. Pero será una triste victoria, por-que esta mujer está agotada, quemada interiormente. ¿Y qué me dice de Putin? La violencia de alguien como él parece tranquilizar a la gente que ya no cree en la política, les reconforta. Eso es porque el despotismo es lo contrario a la política.

“Si no crees en la política, no te quejes si los bandi-dos te gobiernan”

P. ¿Y la política y la cultura? ¿Cómo se llevan? Y otra cuestión: ¿comparte usted la sensación –muy personal y subjetiva, por otra parte- de que la cultura, entendida como ‘las artes’, está es-tancada, al contrario que los avances científicos, imparables?R. A ver cómo hablamos de esto, es delicado. Estamos us-ted y yo en una pequeña ciudad inglesa como Cambridge

en la que, desde el siglo XII, cada generación ha producido gigantes de la ciencia. Hay ahora mismo 11 premios Nobel aquí. De aquí salieron Newton, Darwin, Hawking… Para mí, el símbolo del avance imparable de las ciencias es Stephen Hawking. Apenas mueve la esquina de una de sus cejas, pero su mente nos ha llevado al extremo del universo. Nin-gún novelista, dramaturgo, poeta o artista, ni siquiera el mismísimo Shakespeare, habría osado inventar a Stephen Hawking. Bien. Si usted y yo fuéramos científicos, el tono de nuestra charla sería distinto, sería mucho más optimista, porque hoy, cada lunes la ciencia nos descubre algo nuevo que no sabíamos el lunes pasado. En cambio –y esto que le digo es totalmente irracional, y ojalá me equivoque-, el instinto me dice que no tendremos un nuevo Shakespeare ni un Mozart ni un Beethoven ni un Miguel Ángel ni un Dante ni un Cervantes el día de mañana. Pero sé que tendremos nuevos Newton, Einstein, Darwin… sin duda. Esto me asus-ta, porque una cultura sin grandes creaciones estéticas es una cultura empobrecida. Echamos mucho de menos a los titanes del pasado. ¡Ojalá me equivoque y el próximo Proust o el próximo Joyce estén naciendo en la casa de enfrente!

P. ¿Establece usted diferencias entre “alta” y “baja” cultura, como han hecho algunos inte-lectuales de renombre, visiblemente incómodos ante formas de cultura popular como los cómics, el arte urbano, el pop o el rock, a los que se llegó a poner la etiqueta de “civilización del espectá-culo”?R. Yo le digo una cosa: Shakespeare habría adorado la tele-visión. Habría escrito para la televisión. Y no, no hago esas distinciones. A mí lo que de verdad me entristece es que las pequeñas librerías, los teatros de barrio y las tiendas de dis-cos cierren. Eso sí, los museos están cada día más llenos, la muchedumbre colapsa las grandes exposiciones, las salas de conciertos están llenas… así que atención, porque estos procesos son muy complejos y diversos como para estable-cer juicios globales. El señor Mohammed Ali era también un fenómeno estético. Era como un dios griego. Homero habría entendido a la perfección aMohammed Ali.

P. ¿Cree que asistiremos a la muerte de la cultura como contenedor de formas clásicas ya manidas y su sustitución por otras nuevas?R. Puede… puede que esté muriendo una cultura clásica de carácter patriarcal y esté surgiendo otra de formas nuevas e in-termedias, una cultura hermafrodita, bisexual, transexual y en la que desde luego la mujer contribuirá de forma muy especial a

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recuperar los sueños y las utopías… Por cierto, una vez más, hablando de transexuales y bisexuales… ¡Freud ni los vio venir!

“Triunfan el regionalismo, el localismo, el nacionalis-mo, vuelve el villorio”

P. Usted ha dicho alguna vez que se arrepentía de no haberse arriesgado a lanzarse al mundo de la creación. ¿Es una espina clavada?R. En efecto. Hice poesía, pero me di cuenta que lo que estaba haciendo eran versos, y el verso es el mayor ene-migo de la poesía. Y he dicho también –y algunos no me lo han perdonado nunca- que el más grande de los críticos es minúsculo comparado con cualquier creador. Así que ha-blemos claro y no nos hagamos ilusiones. Yo soy tan solo un cartero, soy Il Postino. Y estoy muy orgulloso de eso, de haber llevado el correo bien a tantos y tantos alumnos. Pero no nos hagamos ilusiones.

P. ¿Quién no le perdonó? ¿Colegas suyos de uni-versidad?R. Así es. Es que en la universidad hay una vanidad desco-munal. Y les sienta mal que les digas claramente que son parásitos. Parásitos en la melena del león.

P. El creciente desdén político por las humanida-des es desolador. Al menos en España. La filoso-fía, la literatura o la historia son progresivamente ninguneadas en los planes educativos.R. En Inglaterra también pasa, aunque quedan algunas ex-cepciones en escuelas privadas para élites. Pero el sentido de la élite es ya inaceptable en la retórica de la democracia. Si usted supiera cómo era la educación en las escuelas in-glesas antes de 1914… pero es que entre agosto de 1914 y abril de 1945 unos 72 millones de hombres, mujeres y niños fueron masacrados en Europa y el oeste de Rusia. ¡Es un milagro que todavía exista Europa! Y le diré algo respecto a eso: una civilización que extermina a sus judíos no recu-perará nunca lo que fue. Sé que cabrearé a unos cuantos antisemitas, pero la vida universitaria alemana nunca fue ya la misma sin esos judíos. Una civilización que mata a sus judíos está matando el futuro. Pero bueno, hoy hay 13 millo-nes de judíos en el mundo, más que antes del Holocausto.

P. Resulta increíble, es cierto.R. ¡Resulta escandaloso! Un magnífico escándalo.

P. Profesor Steiner, ¿qué es ser judío?R. Un judío es un hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque está seguro de que puede escribir otro mejor.

“El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos, jamás podremos

asumir los grandes retos”

P. ¿Cómo ve el futuro del ser humano? ¿Es opti-mista o pesimista?R. El futuro… no sé. Toda profecía es simplemente memoria activa, no se puede prever nada, solo mirar en el retrovisor de la historia y contarnos historias sobre el futuro. Eso sí: habrá dos tres descubrimientos científicos en el campo de la genética que van a plantear problemas morales terriblemen-te complejos. Por ejemplo, ¿permitiremos que se manipulen las células del feto?

P. También será un problema moral poner freno al avance científico…R. Exactamente. ¿Qué derecho tenemos? Yo soy, por ejem-plo, firme partidario de la eutanasia. Los viejos destruimos a menudo la vida de los jóvenes que tienen que cargar con nosotros. ¡Me gustaría tanto tener el derecho de decir “Gra-cias, todo ha sido magnífico, ahora basta”. Eso llegará. En Holanda y en Escandinavia ya está pasando… No tenemos ya recursos para mantener en vida a tanta gente senil o de-mente, va contra la felicidad de mucha gente, no es justo.

P. ¿Qué momentos o hechos cree que forjaron más su forma de ser? Entiendo que tener que huir del nazismo junto a sus padres y saltar de París a Nueva York –magistralmente evocado en su libro Errata- es uno de los fundamentales teniendo en cuenta que…R. Le diré algo que le impactará: ¡Yo le debo todo a Hitler! Mis escuelas, mis idiomas, mis lecturas, mis viajes… todo. En todos los lugares y situaciones hay cosas que aprender. Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria. “Nada humano me es aje-no”. ¿Por qué Heidegger es tan importante para mí? Porque nos enseña que somos los invitados de la vida. Y tenemos que aprender a ser buenos invitados. Y, como judío, tener siempre la maleta preparada y si hay que partir, partir. Y no quejarse.

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CINE PARAMOUNT:12 CUENTOS DE JESUS TORRES RIVERO

Torres Rivero tiene la virtud de transportarnos con sus cuen-tos a la realidad de una particular localidad venezolana. ¡Cumaná! Haciendo gala de la excelsitud de la palabra, tal como lo refiere el prologuista Rodolfo Izaguirre: “La pala-bra adquiere un carácter divino, porque sin ella no podemos nombrarlos”, añadiendo: “Todo a nuestro alrededor existe desde el instante en que le damos nombre”.

Jesús despliega el prodigio de su memoria para hacer de CINE PARAMOUNT un caleidoscopio de añoranzas, recuer-dos y situaciones que nos transportan a escenarios vividos, otros creados por su prolija imaginación, pero en todo caso, como lo expresa Juan Rulfo: “Recrear la realidad, es enton-ces, uno de los principales fundamentos de la creación”. Es un texto de amor a Cumaná, a su gente, a su paisaje, a su memoria. Sin ánimo comparativo, no es el caso, hay semejanza entre los cuentos de Salvador Garmendia y es-tos de Torres Rivero, en cuanto a la devoción de ambos por sus ciudades natales. Barquisimeto y Cumaná. Pero es así mismo este libro, un ejercicio de creatividad literaria y un homenaje a la variedad de amigos, al que Jesús ofrece sus narrativas.

En lo personal, me sentí muy identificado en RETABLILLO. Allí estoy en los amigos a quien se le dedica. Ese cuento me traslada a mi infancia y un poco más allá de ella. Los prepa-rativos de la Navidad en mi casa era todo un jolgorio familiar, el montaje del Pesebre constituía un acontecimiento. Parti-cipaban la abuela, mis padres, los tíos, mis hermanos y pri-mos. La culminación de aquella construcción era un motivo de celebración entre todos. Esperamos ansiosos la visita del sacerdote de la Parroquia para su veredicto en el premio que se ofrecía. Por otra parte, zambullirnos en el Manzanares era frecuente. Desde el Puente Gómez Rubio nos tirábamos de cabeza a recoger “las guamas”, “mangos” y otros frutos que el río transportaba. El hacer los “pasteles”; el fuego retumbante de triquitraquis, saltapericos y unas piedras re-dondas preparadas con una sustancia química que los hacía explotar al chocar con el pavimento.

El colorido de las comparsas y los sustos que nos daba Luis Hurtado, “El Diablo de Cumaná”, con su vestimenta de terror y su sangrante boca, acompañado de un látigo que cente-llaba en el piso, lo que nos hacía huir despavoridos.

El recuerdo bello y hermoso de mi primera maestra, “TOTO-YA” y su escuelita de la Calle Comercio. Allí cultivé amista-des que trascendieron el espacio tiempo, entre ellos Enrique Luis Fuentes Madriz. Mamá solía llevarnos a Misa de Gallo. Nunca pude averiguar como hacía ella, para que al regreso de la Iglesia, después de las 12 de la noche, al pie del naci-miento nos esperaba los regalos del Niño Jesús.

En mí, leyendo ese maravilloso cuento, se ha operado la afirmación de Humberto Eco, quien refiere: “Al escribir se produce una síntesis entre lo que el autor forja, dejando en ella mucho de sí, y lo que percibe aquel que se aproxima a la obra con su propia historia, lectura e interpretaciones”

Son 12 Cuentos. El denominado “CINE PARAMOUT”. Es la película “MIGUEL STROGOFF Y EL CORREO DEL ZAR” que llega a producir una explosión de violencia en el público, que en cuestión de minutos dejan el local casi destruido. Asien-tos, cortinaje, barandas, puertas y la pantalla están hechos guiñapos. Sólo se salva por breve tiempo, la sala de pro-yección. Todo ello producido por un enardecido cliente que se siente estafado. El alegato, que es llevado a instancias superiores, se reduce a una mera cuestión de escritura o de mala escritura en la publicidad del film. Jesús hace de este cuento una prolija narrativa que nos hace imaginar aquella virulencia desatada en el pequeño espacio del Teatro.

El dedicado a Manuel Caballero, es el más extenso de todo. Todo su contenido es una invención del autor. Pero la trama, que se desarrolla a raíz de la llegada de un personaje a las playas del Salado, en los días posteriores al terremoto que asola a Cumaná el año 29. Es un enigmático revolu-cionario. Personaje misterioso a quién la gente de Cumaná llegó a endilgarle varias biografías. Recala en el “EL DÓLAR, legendario bar de Cumaná. Es una narrar de muchas vici-

CÉSAR YEGRES m.

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situdes. De sucesos, no sabemos si cierto o propia de una inventiva. Con un periplo que le lleva desde Turquía hasta Nueva Orleans, México y Curazao, Colombia y Panamá, el Caribe y la Guajira, la Rusia Zarista hasta recalar en Cuma-ná. La lectura de los grandes del pensamiento humanista, hasta las tablas del I-Ching.

Este curioso personaje poseía un misterioso libro de tapas negras que nunca desamparaba y que me fue entregado para ser abierto después de su muerte, dice el desterrado cumanés al volver a su tierra después del fallecimiento del dictador. Pasan más de 10 años para decidirse a abordar la lectura del referido libro. Todo se reduce finalmente, des-pués de las calamidades que padece, al Bogotazo o muerte del líder colombiano Jorge Eliezer Gaitán, la violencia que se desata a raíz de ese suceso y la muerte de nuestro persona-je con un disparo en el pecho.

En LA CARNAVALADA, se narran episodios que suceden en un carnaval cumanés. La elección de la Reina, la confec-ción de la Carroza. El grito ¡Cojan pichitas! “Cojan pichitas!, que exclama la meretriz , desde su trono de Reina, distinto al ¡Aquí es! Caraqueño. El robo de la Carroza, por parte del novio de la Reina. Estos actos en dos tiempos, de pillería en broma, conforman un texto en el que Jesús maneja con firmeza la sobriedad del adjetivo. En este cuento, en apa-riencia sencillo, pero que a ratos resulta desconcertante, se lleva al lector más allá de la pura extensión de la letra impre-sa en cuartillas; es una especie de umbral al cual todo buen cuento debe conducirnos.

En el libro van desfilando, a la usanza de los cines de en-tonces: NOTICIARIO : “Un mito para el cinematógrafo”, “Es-fera de canto”, “Del tiempo y del río”, “El indescifrable mar” y “Retablillo”. VERMOUT: “Mamábonita”, “A una espuma del cielo”, “De humor e intransigencia”, “Cantar de grácil agujón” y “Para qué ouija”. MATINÉ: “Agonía de Arconte”, “Historia rosa de una cayena amarilla”, “La justa”. INTER-MEDIARIA Y NOCHE: “Abbandonarsi daltro canto”, “Cine Pa-ramout”, “Carnavalada” y “Un film interminable”.

Cumaná es para Torres Rivero tema y ambiente para contar. Los personajes de esta ciudad van transitando, a ratos fan-tasmales, como espíritus de luz.

Cesar Yegres M.

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La novela breve, esa cosa dulce por corta pero amarga por escasa

L a novela breve, o nouvelle, o noveleta, o novela corta, o novelín, o novella, un género preterido pero ansiado. Cultivado pero desairado. Los lati-

nos solemos ser famosos por hablar mucho. No somos le-gendarios por nuestra parquedad. Entonces una novela corta suena a algo trunco, atropellado, poquito. Como si al autor le faltó labia, verbo, facundia. Mas no es así. Nuestra literatura continental, la narrativa latinoamericana, ha escrito grandes obras con el corsé de la novela breve. Y hablo obviamente de esos libros que se consideran emblemáticos.

¿No es El Túnel de Ernesto Sábato una novela corta? Su brevedad no la excusa de ser una de las grandes piezas de la narrativa suramericana. ¿No fue acaso Juan Carlos Onetti un cultor de las novelas cortas?, ¿no es Concierto barroco

de Alejo Carpentier una muestra superior de lo que se puede hacer en una nouvelle?

La lista sería extensa: De Los perseguidos (1905) de Horacio Quiroga, hasta Viaje terrible (1941) de Roberto Arlt, de Bioy Casares a García Márquez. La lista recompone un mapa en donde todos los países hispanoparlantes del continente tie-nen representación distinguida.

En Venezuela casi pudiéramos extremar el valor de la novela breve. Podríamos decir, en un tremendismo audaz, que las noveletas son uno de los pilares de la moderna narrativa autóctona. Pongamos como prueba a Cubagua (1931) de Enrique Bernardo Núñez, que con sus 120 páginas justo en la frontera de la nouvelle, lleva a otros derroteros las posibi-

JOSÉ tOmáS AnGOLA hEREdIA

José Tomás Angola Heredia escritor, dramaturgo, poeta, narrador, director y actor teatral venezolano | FOTO: WILLIAM DUMONT

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lidades de la novela histórica al vestirla de literatura fantás-tica. Pero también caben las novelas iniciáticas de Guillermo Meneses y Alejandro Lasser. Meneses firma en 1934 con 23 años,Canción de negros, que aparece bajo el sello de la Editorial La Nación y consta de unas muy estreñidas 66 páginas. Allí se abordan el tema racial y el carcelario de for-ma novedosa para nuestras letras. En el caso de Lasser, su novela corta Sin rumbo (1944) tiene 58 páginas y es de las primeras que expone el asunto de la prostitución en su mo-derna dimensión social. Don Guillermo décadas más tarde, en 1961, regresaría a esta forma de ficción corta con su obra Cable cifrado que él mismo subtituló “Novela breve”.

Muchos autores del patio dieron sus primeros pasos gra-cias a la novela corta: el estruendoso Argenis Rodríguez (La fiesta del Embajador, 1969, 92 páginas, que publicó Camilo José Cela en España con gran revuelo) o el prolífico Alberto Jiménez Ure enLucífugo (1983, 72 páginas), libro que se inscribe entre los poquísimos que en la literatura venezolana exploran las utopías fantásticas. Quizá el más reconocido de todos haya sido Salvador Garmendia que conLos pequeños seres (1959) inaugura la nueva narrativa urbana. Reconozco que es una provocación de mi parte ubicar a Los pequeños seres como nouvelle. Sus 130 páginas la hacen más cer-cana a la novela convencional que a la novela breve. Sin embargo el ritmo, la estructura y los mecanismos narrativos que don Salvador emplea son propios de la noveleta. De todas maneras, con propiedad, Garmendia sumaría al géne-ro Días de ceniza que fue publicada por primera vez como folletín de la revista CAL en 1964. Para el anecdotario queda el hecho de que las primeras novelas firmadas por Ricardo Azuaje (Juana la loca y Octavio el sabio, 1991, 59 páginas, yViste de verde nuestra sombra, 1993, 45 páginas), Luis Chesney Lawrence (Atisbos del amanecer, 1992, 78 pági-nas) y el zuliano César Chirinos (Diccionario de los hijos de papá, 1974, 77 páginas) todas se inscriben en la categoría de novelas breves. Como dato curioso, el padre del admira-do Juan Liscano, un abogado y diplomático de igual nombre que su hijo, publicó en 1904 una novelita con la imprenta de don Jesús María Herrera Irigoyen, el hombre tras El Cojo Ilustrado. La obra de solo 37 páginas contaba con el prólogo de Vargas Vila, el incendiario escritor colombiano. Días de pasión se llamaba el libro de don Juan Liscano que fue su primera y única creación literaria.

La bibliografía de la novela corta venezolana es prestigiosa: Si yo fuera Pedro Infante (1989, 96 páginas) de Eduardo Liendo, “El tuerto Miguel” (1927, 56 páginas) de Luis Ma-

nuel Urbaneja Achelpohl, El señor Ravel(1934, 83 páginas) de Miguel Toro Ramírez, inscrita esta última en el grupo de “las novelas del petróleo” de acuerdo a Gustavo Luis Ca-rrera, y El solo de Saxofón (2000) de Eduardo Casanova, aumentan la lista parcial entre muchas otras.

Quizá la seducción que la nouvelle genera en los autores del patio de todos los tiempos provenga del propio nacimiento de la narrativa venezolana. Es aceptado que la novella de Fermín Toro Los Mártires (1842) es la que inaugura la nove-lística en nuestro país. Toro, recién llegado de Londres y em-papado tanto del romanticismo como del socialismo utópico, no solo nos lega la primera obra que podría considerarse novela, sino también la primera que se vale de la ficción para hacer crítica social.

Estimular la escritura de noveletas, promover la concreción, la habilidad por sugerir más que decir, por exponer argu-mentos, personajes y acciones con el prurito de la brevedad, responde a una querencia de nuestra propia historia lite-raria. Eso reconoce el Concurso Internacional de Escritura Creativa, género novela breve, coauspiciado por los Libros de El nacional, y en el que tuve la oportunidad de com-partir como jurado con los apreciados Violeta Rojo y Fedosy Santaella. Esta edición la ganó La vasta y necesaria muerte del venezolano Héctor González, obra que no dudo causará polémica por su amoralidad y violencia.

Se perpetúa pues la pulsión por la mixtura (toda novela corta debe abrevar en la poesía), se celebra la limpieza técnica (toda novela breve debe buscar la palabra justa y no gratui-ta), se da la oportunidad a protagonistas memorables (toda novela corta se debe servir de personajes sucintos pero in-olvidables). Las puertas del género siguen abiertas de par en par, mas solo pequeñas cosas entrarán. Cosas tan diminu-tas y nimias como novelas breves, novelas cortas, noveletas, nouvelles, novellas o novelines: lo único que pueda caber en los alcances de esa definición, dulce por corta pero amarga por escasa.

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La veneración astuta de Juan el implacable

D oscientos setenta y dos páginas sin incluir el índice: no hay una sola línea tranquila, un reco-do de debilidad, una retirada injustificada o el

cese momentáneo de hostilidades contra la imbecilidad hu-mana. En La veneración de las astucias, libro paradigma de la pasión combativa de la inteligencia, Juan Nuño aparta toda esperanza de redención desde la primera página y crucifica sin amnistía alguna la moral de este tiempo, pasa a degüello a los espejismos políticos totalitarios y ajusta cuenta con la quincalla filosófica que algunos han pretendido vender entre oportunismos y oscuridades, en tanto huérfanos definitivos de su vergüenza de pensar.

Su horizonte no es el pesimismo ni tan siquiera la amargura dando pasos de sombras, o tal vez (¿por qué no?) un arrinco-nado cansancio en el absurdo de la vida: no es esa nada. Al contrario, es la ribera de enfrente desde la cual se dispara con

paciencia, método y convicción. La gran columna que sostie-ne estas páginas es la pasión indoblegable de la crítica, no sólo cobijada en la audacia de presentirla y elaborarla en la paciencia de los días sino el valor de convertirla en una expre-sión permanente por encima de las circunstancias persona-les. Aunque hubiera rechazado rápidamente cualquier opinión favorable al respecto, en realidad esa pasión crítica expresaba un gusto profundo, intenso y secreto por la vida que sólo se apreciaba en su justa dimensión cuando la negaba, convir-tiendo así la negación en contrario aliento y previsible sonrisa al cruzar la esquina. En verdad el reclamo era porque el hom-bre insistía en perderse en el bosque de sus estupideces y no asumía la audacia permanente de inquirir lo auténtico de las cosas ni el riesgo de contemplarlas abiertamente desnudas.

Los cuatro caminosTal vez cinco si se admite el prólogo como la llave que en-caja perfectamente en esa cerradura desconocida. En este, como es natural, se aclaran a grandes trazos algunas reglas del juego y se fechan los ensayos y artículos entre 1982 y 1988, “buena parte” de ellos (según precisa) inéditos. Otros, anuncia, vieron luz en “diarios y revistas venezolanos”. Tres de los ensayos más largos se refugiaron en las páginas de la recién fallecida revista mexicana Vuelta, de Octavio Paz. Pero ¡¬ay!, no se dice más... como no sea que la mayoría de ellos nacieron en la “vecindad de inmediatas circunstan-cias”. Ojalá hubiera sido más explícito en fechas y nombres de las publicaciones, para menor fatiga y alivio de quienes gustan de comparar la escritura primeriza, urgida en su pu-blicación, con el procesamiento posterior para ser embalado en un libro, algo no menos riesgoso que lo primero.

ARGEnIS mARtÍnEZ

Polémico y contundente, Juan Nuño supo siempre develar las aristas más agudas de la realidad hispanoamericana –especialmente de la venezolana– a través de sus artículos publicados en la prensa. Con una prosa clarísima, llena de ironía y humor, no se apartó de la fuerte vocación de postular la verdad sin

pretender convertir su pensamiento en dogma. “La veneración de las astucias”, recopilación de sus ensayos más controversiales, revela el sentido crítico en torno a la moral de este tiempo de quien, según Victoria Camps, “sabía

encontrar la filosofía en todas partes”

Juan Nuño | Foto cortesía

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Dos páginas bastan para revelar ciertos amores persisten-tes unos, ocasionales otros (Wittgenstein, Bertrand Russell, Unamuno, Sartre, Orwell y Borges), como también sirven como hábitat para un par de banderillas de fuego en el lomo de los cargadores de la inerte filosofía académica (“antenas parabólicas, multiplicadores sin imaginación de viejos men-sajes” les arrestra) y hogar de un íngrimo elogio (le debe haber costado bastante escribirlo) para Ortega y Gasset, de quien dice que quizá su “única lección meritoria sea el haber exaltado la función periodística del pensador contemporá-neo”. Pero inmediatamente agrega, para reponerse de su reprochable debilidad, que “no fue el único ni el mejor”. Y saca de su manga a Unamuno y a Russell.

Candidatos a la traiciónEl primer camino (“Los codos de la historia”) resguarda 17 escritos que el espacio hace imposible reseñar aquí. Ello apiada la arbitrariedad de mi escogencia y no otro criterio. Sin duda que “La traición a España” es a la vez un lúcido ajuste de cuentas con el pasado personal y un deslinde claro frente a la hojarasca de mentiras oficiales franquistas y la exaltación heroica que recubrió a la parte derrotada. Una y otra al repelerse se complementan para mostrar una visión deformada de la auténtica realidad de la gran tragedia es-pañola de este siglo.

Nuño advierte de entrada sobre lo signos trágicos de 1936: la desaparición de Valle Inclán, el asesinato de García Lorca, la muerte de Unamuno. La rebelión militar del 18 de julio tuvo así su anticipo y complemento de oscuridades. “Dan ganas –dice– de enunciar una suerte de ley: todo militar es un candidato natural a la traición democrática”. Basta que se le dé vida colectiva a determinadas “amenazas” (comu-nismo, masonería, judaísmo, etc) para que queden justifica-das la rebeldía y la traición como una “imperiosa necesidad ética” y salvar así a la sociedad, con el auxilio de la madre Iglesia y el Gran Capital. Un pedazo de España se buscaba en el espejo deformante de Italia y Alemania.

A Franco lo descoloca sin más: apenas ineptitud y crueldad. Niega siquiera que alcanzara a ser fascista o monárquico. “Era un militar de la peor especie...: metódico, calculador, rutinario, aburrido”. Precisa que como militar colonialista “solo sabía hacer una cosa: quemar tierra ocupada y matar al mayor número de ocupantes”. De allí que la guerra se prolongara tanto pues era necesario retardar la caída y “au-mentar el número de víctimas”. Hace dos mil años, recuerda Nuño, Jenófanes interrogaba a los griegos “¿qué hacías tú

cuando llegaron los persas?”. Y luego repite la pregunta en tiempo español: “¿qué hacías tú antes de que un mediocre general se le ocurriera levantarse en armas?”. En verdad, tras esa inmensa y trágica crueldad, apenas quedó un antes y un después.

Trabajadores disciplinadosCon este antecedente, Nuño se despacha a placer contra el nazismo en dos artículos fundamentales: “De un nazismo al otro” y “La banalidad del mal”. En el primero advierte de en-trada que el nazismo no fue “un suceso patológico” producto de la acción de unos cuantos “locos desatados” que toman el poder, tiranizan a un pueblo pacífico y se convierten en una amenaza mundial. Ojalá hubiera sido así, ironiza. La realidad era otra. Los nazis eran alemanes comunes, padres de fami-lia, religiosos, trabadores y, eso sí, disciplinados. Demasiado, tal vez. Lo malo era que estaban armados con una ideología, en la cual creían con fervor, y un poderoso “programa que cumplir” al pie de la letra y, por supuesto, organizadamen-te. Luego de la terrible jornada de la Kristalinacht ocurri-da (ordenaba por Goebbels) el 10 de noviembre de 1938, donde fueron quemadas sinagogas, destruidos comercios y agredida físicamente la comunidad judía) Hitler hizo saber su descontento con esos procedimientos tan vulgares: todo “debía resolverse científicamente”, con soluciones limpias y definitivas. No tardó en ponerlas en práctica.

Esa sinrazón burocrática que instala en la sociedad la ideo-logía totalitaria, convierte cualquier acto en válido e inevita-ble en tanto se ordena y se debe cumplir sin ejercer crítica alguna, permitiendo que surjan aberraciones tales como la de pensar que rechazar “la limpieza de sangre mediante la eliminación de judíos sea tan insensato como oponerse al curación del cáncer”. De allí la esencia del segundo artículo inspirado en el conocido libro de Hannah Arendt. De entrada Nuño advierte claramente: “El mal no es banal porque sus ejecutantes lo fueran”, contrariando a algunos exégetas de la Arendt que, según él, han deformado y malentendido sus tesis. La trivilialidad a la que hace referencia la autora (seña-la Nuño) es la de la burocracia: “en este siglo ha sido posible institucionalizar administrativamente el mal porque existen sociedades altamente burocratizadas”. De manera que “la trivialidad no está en la gente sino en el sistema... cualquier acción puede ejecutarse con tal de organizarla debidamente a través de los canales administrativos rutinarios”. De ahí a la construcción de campos de concentración y cámaras de gas no hay sino un paso.

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De una a otra paradojaLa segunda parte (“Ideas y pensadores”) retiene un artículo particularmente brillante: “El barbero y las pompas de jabón”. Nuño recorre con sencillez y habilidad narrativa los intrincados caminos de la lógica y les da luz a través de Bertrand Rus-sell, el reverendo Charles Dodgson (Lewis Carroll) y Miguel de Cervantes. Ya en uno anterior del capítulo primero titulado “Segunda traición de Zinoviev” (un disidente soviético) intro-duce, en una explicación accesible al no iniciado, el complica-do tema de la lógica polivalente (infinita, como se sabe, en sus posibilidades) frente a la estrecha lógica tradicional basada en los reducidos criterios de verdadero o falso.

En este nuevo artículo acude a la famosa paradoja de Ber-trand Russell sobre el barbero de pueblo al que se le propo-ne que afeite sólo a aquellos que no pueden afeitarse a sí mismos. Menudo problema. Pero hay más: cita luego, para complicar las cosas, la segunda parte de Don Quijote don-de “un río dividía dos términos de un mismo señorío” (y la muerte y el libre tránsito dependía de quien jurare verdad o dijere mentira) y remata con Alicia en el país de las ma-ravillas”, desmontando el disparatado diálogo entre Alicia y el Caballero Blanco, cuando este le propone cantarle una canción. A partir de estos tres textos, recomienda Nuño, un buen profesor de lógica “podría dar tres cursos completos y bien repletos”. Pero haría falta que emprendiera la tarea con la fina ironía y el buen gusto literario de quien así reco-mienda. Lo importante, según dice, es celebrar que la lógica ha abandonado su antigua carga de reglas y silogismo que “ayudaban” al pensar correcto, para adentrarse en el mundo del asombro infinito.

De Unamuno a OrtegaNo esconde el autor de La veneración de las astucias su inclinación por Unamuno como tampoco renuncia a darle su merecido rapapolvos a Ortega y Gasset. Del primero escri-be sin titubeos que fue el perfecto intelectual de su época, inconforme y sumido en la soledad de sus angustia pero al corriente, como el que más, del pensamiento de su tiempo, que llegó a dominar doce idiomas (entre ellos el hebreo, el danés y el noruego), y que buscó como nadie la reforma de España reformando a Castilla y sus valores históricos, centro de “tantos errores, abusos e incomprensiones”. La figura de Unamuno es gigantesca, advierte, y su obra en el campo filosófico, histórico, literario y sociológico no lo es menos. No vacila en calificarlo como el “gran pensador y creador que en este siglo ha tenido no solo España, sino el ámbito todo de la cultura hispánica”. Más no se puede.

Pero otro cantar se oye cuando habla de Ortega, de quien recela el exceso de apasionamiento de sus seguidores. Se dice que tuvo mucho éxito pero ¿desde cuándo mide el éxito la calidad? se interroga. En Hispanoamérica aún conserva cierto encanto, reconoce, pero agrega de inmediato que “existe envuelto en naftalina” y se le saca del viejo baúl con motivo de cualquier efeméride. Le molesta en suma tanto éxito vacío (trató todos los temas imaginables pero siempre con prisa, casi por encima, de pasada, dice) y, en especial, su estilo literario. No le falta razón en este punto. La esto-cada final se la da con una cita de Borges: “Hubiera debido alquilar un escritor para que escribiera por él... porque él no sabía hacerlo. Qué raro que siendo tan inteligente no se dio cuenta de eso”. Kafka y OrwellEs difícil no sin mencionar las dos últimas partes de este libro. La tercera anida propiamente en la literatura, la otra son artículos cortos a los cuales no me referiré. Los autores preferidos son Kafka y Orwell, a quienes les dedica un par de ensayos fascinantes. Al primero le aborda desde la óptica de la multiplicidad de las interpretaciones, y señala que el único remedio para no interpretar a Kafka es, sencillamente, no leerlo. Del resto siempre será un reto y, a la vez, un atre-vimiento. Nuño lo hace hurgando por el lado judío, extrañado porque este jamás “etiqueta, menciona o hace referencias judaicas” directas: respeta cabalmente las fronteras litera-rias de su obra en ese sentido. Para eso están sus cartas y su Diario. La clave judía de los escritos de Kafka, dice, puede igual iluminar para revelar o para cegar: allí está el peligro. Ese mismo camino, años después (1992), fue traji-nado por George Steiner en brillante prólogo para la edición de Everyman Library. Sobre Orwell se extendió muchísimo y con entusiasmo. Lo prefirió no por su detestable estilo li-terario ni por su chocante realismo ingenuo: su admiración viene por ser “el que mejor ha comprendido nuestra época y el que más certeramente la ha descrito”. Su recorrido por La Granja de los Animales y por 1994 es sencillamente ma-gistral. Se nota la admiración, no exenta de cierta envidia, por la capacidad iconoclasta de Orwell. La verdad es que se parecen. Un filósofo y sus afanesPor Jesús Sanoja HernándezEn sus tiempos franceses, los de Sartre y Merleau Ponty, “el General Peste” y la guerra sucia en Indochina, Luis Aníbal Gómez hacía recuento del joven Nuño. Había caído en París,

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asimismo, Teresa García, de regreso de Venezuela, donde permanecía Muiño Loureda (El Diablo Cojuelo) con sus “pa-sos de duende”. Antonio Aparicio y Alejo Carpentier man-tenían vivo, en El Nacional, el espíritu europeo, golpeado entonces por los vientos de la posguerra.

A fines de los 50 Nuño ya era un filósofo que andaba por las zonas transparentes de la filosofía griega, estudiaba a Heidegger y empezaba a penetrar en el Sartre que había saltado al debate político-ideológico desde el trampolín del existencialismo. En la revista Cruz del Surprimero y luego, al reventar los años sesenta, en Crítica Contemporánea, Nuño intentó bajar poco a poco desde las alturas de la filosofía y lo especulativo a las tierras llanas de las polémicas, el ensayo actualizado, los temas cuestionables y cuestionados.

Alguien llamó a Crítica Contemporánea “revista de los mar-xistas de cátedra”, si bien la mayoría de sus integrantes no lo eran, pero en esa década no resultaba imaginable eludir la confrontación entre “los dos bloques” y el desafío del marxis-mo que, en su versión leninista y codificada, irradiaba desde Moscú y tenía canales de distribución numerosos e iracundos, más aun cuando en Cuba, desde abril de 1961, empezó a hablarse de “socialismo”. Lecturas obligadas eran entonces Luckacs, Fischer, Garaudy y Goldman, el mismo que, según creo recordar, provocó la división de aguas en Crítica Contem-poránea y en el Consejo de la Facultad de Humanidades.

A las alturas de 1963 las contradicciones de los crítico-contemporáneos pasaron parcialmente a El Venezolano y La República, justo cuando a la primera generación de filósofos empezaban a sumarse otros, en escaso número es verdad, más interesados en estudiar al joven Marx que al Marx ma-duro. Ludovico, por ejemplo, se especializó en los Grundisse, no sin que en algunos de sus libros Nuño (Doble verdad y la nariz de Cleopatra) atribuyera a él y a los adoradores de los Manuscritos una filiación alejandrina: “escoliastas insomnes que fatigan los códices sacralizados para arrancarles algún reflejo inédito”.

La pasión por Sartre, que también acompañó en un tramo a Federico Riu, quedó fijada en estupendo estudio acerca de sus novelas y cuentos más que de su teatro porque, como en este fue donde el autor de Las moscas se mostró más creativo, pues no valía la pena examinarlo. Paradoja al fin, que Nuño supo resolver con citas y acercamientos al teatro sartriano en algunos trabajos suyos diferentes al publicado en los talleres de la UCV en 1971.

La filosofía de Borges constituyó otro avance en Nuño. Lejos en el tiempo, no sé si en los temas, de aquel Nuño absorbido por Platón. Faltaba algo más: los testimonios del espectador infatigable, que lo llevaron a escribir 200 horas en la oscu-ridad. Cine y libros se convirtieron en él en una obsesión, prueba de que los mundos imaginarios pesan tanto como aquel que consideramos real.

Pero el gran descubrimiento de Nuño, en los últimos vein-te años de su vida, fue el periodismo. Con su prosa móvil, sus vastos conocimientos, su permanente actualización, su agudeza y la punzante claridad de estilo, Nuño se hizo co-lumnista de varios diarios, en especial de El Nacional y en los finales, de Economía Hoy en su edición dominical, donde publicó páginas seductoras.

No fue hombre fácil: lo fácil para él era la palabra, escrita y hablada, temible en la controversia, adelantado en la difu-sión y crítica de autores y tendencias. Por lo mismo, pole-mizó en exceso: con Eduardo Vázquez, con Ludovico Silva y, para nombrar de último al último, con Emeterio Gómez. En fin: llevaba por dentro la carga dinamitera propia del espa-ñol y el judío. Como español amó a Unamuno y desmontó a Ortega; como judío, en libros y ensayos, estudió sus raíces y sus dramas.

*Publicado el 6 de septiembre de 1998.

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Memoria y libertad

H ace cuatro años discutíamos entre amigos la idea era reunir a un grupo de narradores cen-troamericanos para que hablaran entre ellos de

su oficio, y de las dificultades que ejercerlo conlleva en paí-ses como los nuestros, donde las barreras de la incomuni-cación parecen alzarse a veces de manera insalvable. Juntar a los escritores maduros, pero sobre todo a los jóvenes, que tienen ya por campo de batalla este siglo XXI tan sorpresivo y lleno de desafíos, cuando el oficio de narrar sufre cambios tan severos.

Cómo circulan en Centroamérica los libros o por qué no cir-culan. Cuáles son las dificultades de editar, y la terca super-vivencia de las ediciones por cuenta propia, eso de que uno aún imprime su propio libro y tiene que salir a venderlo. Las pequeñas editoriales heroicas que se arriesgan, pese a que bien saben que no es lo mismo ofrecer libros de escritores nacientes que pizzas o ropa de paca. Los desafíos de los libros y revistas electrónicas, los blogs literarios, la red que nos abre sus puertas infinitas, pero que sigue siendo un te-rritorio tan vasto donde es fácil perderse y desaparecer.

Son temas que surgen entre centroamericanos, porque pre-suponen una identidad compartida, que tiene una dimensión en la historia, otra muy obvia en la geografía, aun otra en el intercambio económico, y una más en la cultura, la más des-provista de todas. Países en vecindad, que resulta incómoda a veces, estorbada por incomprensiones y recelos, pero so-metidos, pese a ellos mismos, a un ideal empecinado que no se deja mover por los vientos de tormenta. Y si la identidad cultural es la más desprovista, es al mismo tiempo la más espléndida, esa que se expresa triunfalmente en la creación literaria y nos deja llenarnos la boca con los nombres de Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias, Ernesto Cardenal.

Pero si miramos hacia dentro, hay que mirar al mismo tiem-po hacia fuera: también Centroamérica por cárcel y cómo romper los muros de esa cárcel para un escritor. Ser visto y leído por las editoriales extranjeras, traducido a otras len-guas. Desafiar el sino de venir de una pequeña región reco-

nocida sobre todo por la violencia y la pobreza. Hacer de la literatura una marca de país. Y entonces pensamos que este no debería ser un diálogo solo entre nosotros, una plática de presos, sino a puertas abiertas, en compañía de escritores de otras latitudes, y de traductores, editores, críticos. Salir al mundo, compartirlo, ponernos en el mapa.

Este experimento pasó a llamarse Centroamérica Cuenta, y del 23 al 27 de mayo vamos a celebrar ya el cuarto en-cuentro, una vez más en Managua. Hemos venido crecien-do desde la primera convocatoria de 2013, cuando empe-zamos con una docena de participantes que acudieron de los seis países centroamericanos, y de Francia y Alemania, a tener esta vez a más de setenta invitados provenientes de más de quince países; además de los mencionados, Espa-ña, México, Brasil, Colombia, Holanda, Venezuela, Argen-tina, Perú. Tendremos a narradores, cronistas, cineastas, traductores, académicos; editores de importantes casas editoriales, igual que de suplementos culturales, directores de otros festivales internacionales, y periodistas que vienen a cubrir el encuentro.

Y así como el año anterior convocamos Centroamérica Cuen-ta en nombre de la libertad de expresión, condición esencial de la creación literaria, este año el lema será Memoria que Nos Une. La memoria que alimenta no solo la invención, sino que es imprescindible para tener historia, y para que tenga sentido la vida social.

La memoria como sedimento de la libertad, porque para imaginar el futuro es necesario recordar el pasado. Y nues-tra historia reciente está llena de pasado que traer a la me-moria; un pasado desaparecido, que es necesario exhumar. Olvido que desterrar. Memoria también de dos grandes ani-versarios que tienen que ver con nuestra lengua y su cons-tancia renovadora: los cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes, y los cien años de la muerte de Rubén Darío, a quienes está dedicado el encuentro.

SERGIO RAmÍREZ@SERGIORAMIREZM

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Serán seis días de intensas actividades en una docena de escenarios, centros culturales, universidades y colegios de Managua y Masatepe, donde clausuraremos el encuentro: mesas redondas, donde además del tema de la memoria se discutirán los que tienen que ver con los desafíos de la lite-ratura, los asuntos a los que acude, sus formas cambiantes de expresión: la realidad en que vivimos, como sedimento provocador de la imaginación; la historia que nos ha tocado en suerte y las maneras de descifrarla a la hora de contar. La literatura en su esplendor cambiante, del narcotráfico al erotismo, del amor a la violencia.Y talleres, sobre narración periodística, fotografía, traduc-ción, creación literaria, novela gráfica; incorporamos, ade-más, por primera vez, un ciclo de cine, que queremos hacer crecer hasta convertirlo en años venideros en un festival, así como aspiramos también a desarrollar de manera paralela una feria del libro.Los más de setenta autores participantes vivirán una sema-na de intercambios con el público que sin duda disfrutará de una oferta cultural de alta calidad a través de estos diálogos abiertos y de sus comparecencias en las librerías para la firma de ejemplares. No me equivoco al decir que tenemos ya consolidado un encuentro literario de tanta calidad como otros que se realizan periódicamente en América y en Eu-ropa.Es un esfuerzo que demanda recursos, pero hemos venido encontrando un apoyo cada vez más entusiasta de gobier-nos, agencias de cooperación, entidades culturales, y de la empresa privada. En este sentido, Centroamérica Cuenta es también un punto de encuentro de voluntades por el desa-rrollo de la cultura.La literatura no es prescindible, ni tampoco una pieza deco-rativa. Es un signo de libertad creadora. Y, como instrumento de expresión, esencial a la diversidad crítica, necesaria a la vez para la convivencia democrática. Memoria y libertad son los signos que nos unen en esta jornada centroamericana. Sin ellas, no hay invención literaria.

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Páginas australes, de Luis Beltrán Guerrero

P ublicado por la Embajada de Venezuela en Bue-nos Aires, se edita el año 1979, en la propia capital de la Argentina, en factura de la editorial

Artes Gráficas Corín-Luna (Morelos 670), el límpido volumen en donde el maestro Luis Beltrán Guerrero, hoy festejado por su centenario:1914-2014, reúne sus más perdurables trabajos sobre escritores del sur del continente.

La valoración de los nombres, tanto como la de los temas, no busca convencer sino satisfacer; un recurso de llegar a la verdad gracias al gusto. Se aproximan como reunidos en un mismo destino que rebasa el tiempo y que escamo-tea las formas: Rodo, Henríquez Ureña, Manuel Ugarte, el Deán Funes, Larreta, Francisco Romero, Fernández More-no, Martínez Estrada, Alfredo L. Palacios, Antonio Requeni, Berta Singerman, Lazcano Tegui, Capdevila, Sábato, Fermín, Estrella Gutiérrez, Marechal, Ricardo E. Molinari y Borges. También, los poetas amantes de Venezuela, seña de equili-brio frente al grueso del conjunto que es razón de amor de un poeta venezolano amante de la Argentina y del extremo sur de la América sureña.

Astros todos que viajaron desde tan lejos y en todas direc-ciones para sellar un compromiso de interpretación del ser americano, ese peregrinaje permanente desde el latir de nuestros dolores más hondos y hacia el sentir de nuestras pasiones en flor.

Calas necesarias son demostrativas de la nobleza de este conjunto de textos que el exégeta venezolano ha deshojado de su patria de Cándido, de su jardín de Bermudo y de sus poderes de Anteo para elevar ritos verbales para los me-jores verbos. Lo son de poetas como él; de historiadores, de novelistas, de filósofos, de humanistas y sabios como él mismo que fue tan sabio y humanista, poeta entre filósofos y novelistas, hijo de la historia entre historiadores. Resultan páginas de un venezolano desde el mundo austral, tanto como páginas australes para Venezuela y América. Nada en ellas es local. Enunciando (denunciando) el círculo vicioso del localismo sella el más sólido repudio en su interpreta-

ción americana. Lo nacional es un argumento para el tránsi-to hacia lo universal. Nunca una escritura regional tuvo tanto sentido para el universo todo. Su Rodó y su Henríquez Ureña nada tienen que ver con la lectura parcial y pequeña del territorio. Los territorios, en cambio, lo son en trazo gigante como materia global; sentimiento y razón que entonan can-tos de glorificación de la palabra como el mejor signo de un universo americano extrañado de fronteras espirituales y alienado de límites mentales. El patriotismo deja su antiguo sabor de cohesión continental para entenderse, cumplida la Independencia, como patriotismo nacional; archipiélagos mentales en el destino del continente más fragmentado y fracturado.

Los ensayos crecen para decir que los motiva siempre el mismo reclamo y la misma deuda: el olvido americano de sus grandes hombres; sean estos héroes militares o civiles, hijos del afecto o la codicia, varones del amor o mártires del dolor. En confirmación escribe sobre la impagable deuda que se tiene contraída con Rodó, en clave de eternidad: “Rodó está ya incólume, en el presídium de los más grandes ciuda-danos de la intelectualidad americana, vigilando el destino de estos pueblos nuestros, que ellos [Bello, Sarmiento, Martí y Montalvo] antevieron espléndido dentro del sentido de una estrecha solidaridad continental anuladora de fronteras y de prejuicios nacionalistas”.

Peregrino de la noche sin fin y residente de la agonía ameri-cana, despliega los mejores sentimientos y abate los mayo-res argumentos en favor de la gloria libertaria del continente y en honor de sus más dorados cultores; en este caso, hi-jos australes de un destino más allá de los territorios. Para su maestro Pedro Henríquez Ureña, el espíritu caribeño del sur, escribirá emocionadas páginas para admirarle (“que es mirarle de cerca”). Lo quiere sabio grande y sabio bueno, un oxímoron de posibilidades nunca del todo exploradas y jamás entendidas del todo. Entiende que nada hace más grande al sabio que su propia bondad. La ciencia sin el bien nada vale. Lo califica de varón alto y recto, del “americano más viviente de su tiempo”, estimulador en los otros de su

FRAnCISCO JAVIER PÉREZ

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propia vocación como fin último de la tarea del maestro. La fragua de una hagiografía cierta y certera conducen al voltaireano a observar en el dominicano más eterno los grandes valores de la sapiencia americana y las grandes carencias de la cultura (un elogio a sus estudios sobre el verso castellano de once sílabas y unas notas de anticipa-ción sobre las desgracias de la vía fácil para la literatura y el pensamiento americanos): “En esta América, tan falta de corrientes de alta cultura, donde el sentido de la disciplina y del equilibrio intelectuales brillan por su ausencia, en tanto abunda silvestre el talento desorbitado, sin freno y sin cau-ce; en esta América, que perdió en mala hora el ejemplo de Andrés Bello, resultaba extraño aún a los mismos que se consideran hombres de letras, el que Henríquez Ureña se ocupase, por caso, del endecasílabo, porque se desprecia la métrica, porque se la ignora, desconociendo que es funda-mental para la filosofía de la composición y que los estudios de ese género están a la orden del día en los países de verdadera cultura, Inglaterra, Alemania, Italia o Francia. Esta actitud de Don Pedro era lo contrario de la improvisación, la negación de la facilidad inspirada, de la pigricia intelectual, del tropical desbordamiento que se queda solo en juegos de bengala”.

Perturba, por partes iguales, la clarividencia del sabio vie-jo y la valentía del sabio nuevo. La lectura venezolana que Henríquez Ureña ordena y que Guerrero declara en su in-terpretación no hacen sino llamarnos a una hermenéutica doliente de nuestros órdenes fracturados: “Nos advirtió en 1925 que Venezuela se había pasado a la América mala, en letras, desvirtuando su estupenda tradición, a tal punto que, entonces no había ningún venezolano menor de cincuenta años que gozase de prestigio literario en América. Las dic-taduras bárbaras acabaron en Venezuela las humanidades, y con ello, no sólo aniquilaron la formación intelectual de los dirigentes, sino principalmente, su formación moral”.

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Se llamaba José Vicente Abreu, el comandante Capanga

Al Profesor Argenis Pérez H.

Si el hombre viene al mundo sólo para vivir y morir, la verdad es que yo, desde hace años le hubiera devuelto ese pasaje sin retorno a la Avensa del Cielo. Sin embargo, los poetas siempre tienen una razón para justificar ese tránsito. Jorge Manrique lo metaforiza con los ríos y la mar. Nuestro Vicente Gerbasi, con la Noche. (“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”). José Vicente Abreu, en la noche más tene-brosa de Se llamaba SN, lo convierte en una metonimia de la tortura ascética, para luego alcanzar una mística de la dig-nidad humana. Ascetas y místicos fueron fray Luis de León y San Juan de la Cruz, respectivamente. Ambos sufrieron la tortura espiritual de la Inquisición española, José Vicente

Abreu padeció la tortura física de una dictadura militar ve-nezolana. Cuando el hombre es sometido a sufrir el suplicio y el martirio por otros hombres, uno no sabe de dónde saca valor para aguantarlos y luego purificarse místicamente en su castillo interior.

Yo conocí a José Vicente Abreu en vida. Y ahora sigo co-nociéndolo, después de muerto, a través de su obra. Y del recuerdo de sus familiares y amigos. Nacer en San Juan de Payara, Estado Apure, Venezuela, no es igual a nacer en Irlanda, Europa, el Universo, como James Joyce. Hay todo: todo un Atlántico, todo un océano imperial y de lenguas, de por medio. Pero la condición humana, de que hablaba André Malraux, es igualita en todas las latitudes y hombres de esta

mAnUEL BERmÚdEZ

José Vicente Abreu, sin echar mano de la ficción y sin rebuscamientos estéticos, dejó constancia, en “Se llamaba SN”, de uno de los episodios más difíciles de la Historia venezolana. Sus andanzas personales en la política anti perezjimenista

y las múltiples persecuciones y encarcelamientos a los que fue sometido, lo convirtieron en protagonista de su propia novela

José Vicente Abreu | Foto: Archivo El Nacional

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aldea global que nos postmoderniza. Antes era Dios quien unía la grandeza del Universo con la pequeñez del hombre. Ahora es un gringo, llamado Bill Gates, quien nos internetiza en sus redes de comunicación.

Un río como el AraucaLos libros de Abreu son cojonudos. En uno de ellos, Se lla-maba SN, hay una sesión de tortura en la que le ponen unos cables eléctricos a los testículos de torturado; y este viaja, del pasado al futuro, sin hacer escala en el presente. Ese chamo de Bill Gates jamás pensó que unos tipos, llamados Pedro Estrada, Miguel Silvio Sanz y Ulises Ortega, de Vene-zuela, se le adelantaran tanto en el arte de accesar a una persona por el infinito, sin drogarlo con un tabaco psicodé-lico o cibernético.

Vuelvo y repito, yo conocí a Vicente Abreu allá en Apure, cuando su familia vivía en el barrio Jobalito. Abreu nació para líder y para mártir. Aprendió con su padre, don Gabriel, el pe-queño arte de la talabartería. Y con Raimundo Rodríguez, en el semanario El Espejo, la tipografía y el periodismo. Cuando llegó al liceo Lazo Martí, le echaba pebeco a Pedro Laprea, Abilio Porras, Betico Guzmán y al Cuco Solano. Después del golpe militar del 18 de octubre de 1945, Abreu se adequizó y dijo un archipiélago de discursos por todos los barrios y plazas de San Fernando. Ya consagrados los adecos en el poder, José Vicente recitaba, a través de los altoparlantes de la barbería de Mateo Naranjo, en la Plaza Libertad, los ver-sos de El brindis del bohemio. Arnoldo Arana, el Cuca Vera, Rubén Darío González y yo, los comunistas de entonces, lo oíamos con admiración y respeto. Éramos cursis y a mucha honra. Porque detrás de Abreu estaban Arturo de Córdova, Pedro Infante y Pedro Armendáriz, las estrellas absolutas del cine de entonces. A José Vicente lo querían todas las muje-res, desde la Cabo Luis, que era un runche; hasta la virginal Josefina, flor del naranjal de Mateo.Cuando Abreu se vino a estudiar a Caracas, en 1947, se inscribió en el Departamento de Castellano y Literatura del Instituto Pedagógico Nacional y en recién abierta Escuela de Periodismo de la UCV, dirigida por Miguel Acosta Saignes. Para entonces no existía la televisión. Y la radio y el periódico eran los únicos medios de información, después del libro. Cuando Abreu regresaba a San Fernando, en vacaciones, era un libro abierto. Y nosotros, los ñángaras de la época, lo leíamos completico en el botiquín de Pelusa, frente al Cañito, un brazo del río Apure en San Fernando. Manrique, el poeta español, no estaba equivocado: “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir”.

El río de la política es como el Arauca, angosto pero caudalo-so. Después de la caída del gobierno democrático de Rómu-lo Gallegos (1948), Abreu se dedicó por completo a la vida política clandestina, porque la Junta Militar que gobernaba el país decretó la eliminación del Partido Acción Democrá-tica. Sin embargo, muchos militantes leales organizaron la Resistencia, dirigida, con fina inteligencia, por Leonardo Ruiz Pineda. Y muy cercano a él, estaba José Vicente Abreu. Tras la eliminación gubernamental de AD, vino la del Partido Co-munista. Y sólo quedaban como partidos de oposición al go-bierno dictatorial, Unión Republicana Democrática y Copei.

Profesional de la lucha clandestinaEl país se fue sumiendo, poco a poco, en el silencio y el miedo. La Seguridad Nacional, policía política del régimen, al mando de Pedro Estrada, desarrolló un plan de persecución, represión y eliminación, de corte fascista, que culmino con matanzas y atropellos en los campos petroleros y la colo-nia agrícola de Turén, Estado Portuguesa. La censura a la prensa y a la radio cortaba toda posibilidad de libertad de expresión. Sin embargo, circulaban clandestinamente dos periódicos:Resistencia de Acción Democrática y Tribuna Po-pular del Partido Comunista. Dentro de esos escenarios de trabajo, Abreu fue hombreándose más. Una vez lo vi, por El Paraíso, cerca del Pedagógico, vestido con una ropita de kaky, que le quedaba corta. En otra, cerca del Congreso, andaba con un traje de casimir inglés, cortado a la medida. Era todo un profesional de la lucha clandestina, con sueldo y todo, que vivía en una Venezuela diferente al país del Nue-vo Ideal Nacional del gobierno. Y a quien los esbirros de la SN buscaban como “palito’e romero”, porque era la persona clave para capturar a Leonardo Ruiz Pineda.

Cuando lo hacen preso en un apartamento de San José, si-tuado entre las esquinas de Calero y Desamparados, Abreu se convierte en protagonista de su propia novela, Se llamaba SN. Oscar Wilde definió una vez la novela, como la historia escrita por un hombre que no la vivió; o como la historia vi-vida por otro, que no la escribió. Se llamaba SN es la novela vivida y escrita por José Vicente Abreu, desde la noche en que el tuerto Matute, acompañado de seis esbirros de la SN, lo hace preso; hasta el día en que lo trasladan del campo de concentración de Guasina a la Cárcel de Ciudad Bolívar. Se llamaba SN es un gran testimonio literario sobre la vida en las cárceles de la dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez (1952-1958). La obra tiene como escenarios: la sede de la SN en la urbanización El Paraíso, Caracas; la sentina de la motonave “Orinoco”, donde trasladan a más

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de un centenar de presos políticos, en condiciones deplora-bles; el campo de concentración de Guasina, isla insalubre, situada en la desembocadura del río Orinoco, estado Delta Amacuro.

Ese testimonio novelesco tiene como genotexto unos “Apun-tes”, que Abreu en pieza a escribir en Guasina; y el “Mani-fiesto de Guasina”, publicado en 1959. De muy buena fuen-te oí decir que, después del triunfo electoral de AD en 1958, adecos principales en el gobierno de Rómulo Betancourt, querían que Abreu, ahora militante del Partido Comunista, escribiera sobre los años de prisión dictatorial y sobre la resistencia política, porque así se magnificaba el partido Acción Democrática, muy desprestigiado entonces ante la juventud. Y para esto no había mejor enlace que el editor José Agustín Catalá, a quien Abreu le pide permiso para es-cribirle, desde la prisión, a su hija Beatriz Catalá. Esas cartas de amistad, con el tiempo, se convirtieron en cartas de amor. Y esa relación de presos, se transforma luego en relación de suegro y yerno; y al final, casi de padre e hijo. De allí que, cuando aparece la primera edición de Se llamaba SN en 1964, las apostillas históricas y referencias a pie de página sean de José Agustín Catalá.

La publicación del libro fue todo un acontecimiento históri-co-político, así como editorial-literario. Todos los periódicos y revistas importantes hablaban de la obra. Y los críticos siempre caían en el problema del deslinde de la obra y del autor. Escritores de la estatura intelectual y ética de Juan Liscano, Guillermo Sucre, Jesús Sanoja Hernández, José Vicente Rangel y otros van al fondo y trascendencia de la obra, no obstante ser Abreu, para el momento, un escritor principiante. Sanoja Hernández, que conocía el temple es-liniano de Abreu, dice: “Tras una luminosa descripción de la captura, Abreu relata las torturas a que fue sometido y luego el ambiente en los pequeños cuartos que hacían de celdas”. Así mismo señala el punto de vista del preso y tortu-rado como “Un estudio sicológico directo, sin matices, acaso demasiado crudo, más cercano a Arráiz y a Pocaterra que a Malraux y Fucik, pero una realidad viviente como pocas veces antes en nuestra literatura” (Semanario Qué pasa en Venezuela, 7-8-64).

Cuatro letrasJuan Liscano, poeta y crítico de una lucidez laser, sin nin-guna mezquindad, afirma: “Escribir bien consiste en poder hacerle sentir a los otros lo que pasa por dentro del que escribe. Y Abreu logra este propósito, no sólo con virtud li-

teraria, sino también con sobriedad, con dignidad, con au-tenticidad”. Y finaliza diciendo: “Al terminar los relatos no pensamos: ¬qué valientes son los comunistas o los adecos!, sino: ¬de qué valentía es capaz el hombre, mi semejante! José Vicente Abreu, desde el fondo de su sufrimiento, nos dignifica a todos, simple y directamente” (El nacional, 8 de agosto de 1964).

Se llamaba SN tiene, hoy por hoy, la edad de Cristo. Por inadvertida no ha pasado. Porque cuenta diez ediciones, de las cuales hay tres en lenguas extranjeras: una versión en ruso de 1968; otra en búlgaro del mismo año; y la tercera en alemán de 1969. Además tiene una versión cinematográfi-ca. Se llamaba SN es una novela urticante para viejos y jóve-nes políticos. Y de ciertos remordimientos para intelectuales exquisitos, pero chicuacos. En eso se parece un poco a la poesía del Chino Valera Mora (“Amenecí de bala”), a quien los de oficio y consagrados miran también con indiferencia y consideran que está por debajo de ellos. Abreu, por su parte, dejó que los exquisitos ladraran. El siguió en lo suyo. Lo único que cambió, circunstancialmente, fue el nombre de José Vicente por el de comandante Capanga, porque se enguerrilló con los ñángaras. De esa experiencia sale otra obra:Cuatro letras (FALN). Este Abreu no se parece a los pre-sos y torturados que fueron Julius Fucik en Reportajes al pie del patíbulo y Henry Alleg en La tortura, combatientes de la resistencia checa contra los nazis y de la resistencia argeli-na contra los gorilas militares de Francia, respectivamente. Se parece más al André Malraux de La condición humana y las Antimemorias. Abreu vuelve a prisión. Pero tiene otro espíritu. Un día se le atraviesa Braulio Fernández, héroe des-conocido de Alto esa Patria, hasta segunda orden y con él concibeToma mi lanza bañada de plata, un discurso onírico-poético con el que le echa cal a la revista de Meneses, que lo consideraba “sin fábrica alguna de imaginación”. Con esa obra Abreu pasa las alcabalas del consciente y el subcons-ciente y flota en los cerdales del tiempo, como Gerard de Nerval en Aurelia.

Bajo la críticaHay dos notas revistéricas, que dicen y no dicen. Una viene sin firma, lo cual permite suponer que es responsabilidad del director-editor. Y entre otras cosas afirma lo siguiente: “José Vicente Abreu ha publicado un relato directo y severo sobre la resistencia clandestina contra el gobierno de Mar-cos Pérez Jiménez... El libro de Abreu es de los que dan la impresión de que fue escrito como una necesidad vehemen-te y apasionante, como una obligación, como una angustia

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de confesión que no se podía tener guardada... Es un libro importante, porque aparece como intacta experiencia, sin fábrica alguna de imaginación” (Revista cal –Crítica, Arte, Literatura–, dirigida por Guillermo Meneses, 28-8-64).

La otra nota viene firmada por el poeta y crítico Guillermo Sucre. Y apareció en Zona Franca, en la segunda quincena de septiembre de 1964. Sucre considera el libro de Abreu como “Un relato sencillo, directo, sin pretenciosas complica-ciones técnicas, pero escrito con rigor y honestidad, atento a todas las implicaciones que encierran los hechos mismos que narran, nos ha dado una de las grandes obras sobre el período de la dictadura perezjimenista... Acaso muchos es-critores de “oficio” mirarán con indiferencia el libro de Abreu. Muchos novelistas “consagrados” de nuestro país creerán estar por encima de él. Estos dos flashes encomillados por Guillermo Sucre anuncian la estricta y aguda crítica del autor de La máscara y la transparencia. Las voces del silencioPor Jesús Sanoja HernándezArrancaba aquel mayo lleno de presagios. Había pasado la hoguera de enero, con la huelga del transporte. Tribu-na Popular, donde Abreu era jefe de redacción, había sido cerrada por un mes luego de pasar otros trece clausurada. Los debates en el Congreso, con suspensión de garantías y comparecencia de los ministros vinculados a la lucha anti-subversiva, anunciaban algo.

Fuimos José Vicente y yo a Maiquetía a despedir a Gustavo Machado, “el general”, y a un dirigente regional del PCV –Do-nato Carmona– que un trienio más tarde engrosaría la lista de los “desaparecidos”. Cuando retornábamos, dos guardias nacionales nos detuvieron, aunque no por motivos políticos, sino por violenta discusión entre uno de ellos y José Vicente. José Vicente comenzó a recibir plan y, ante el asombro de los del Destacamento Móvil, se quitó la camisa y les gritó: “Den más duro, cobardes, que ya en Guasina me acostumbré”.

Dos o tres días más tarde vino la sorpresa por boca de Beatriz, su esposa imaginaría en los tiempos de prisión en la Cárcel Nueva de Ciudad Bolívar y de exilio en México, y su esposa por casamiento revolucionario desde 1958. “Vicente cayó en Ca-rúpano”; fue la inesperada frase que llenó el auricular. Beatriz cuando se refería a Abreu, decía Vicente, y punto.

De Carúpano lo trasladaron a la misma cárcel orinoquense y cuando lo fui a visitar en agosto de aquel 1962, al entrar

yo a la celda soltó una carcajada frente a alguien que nos observaba desde muy cerca. Le pregunté a qué diablos se debía tal arranque: “A que este –me contestó, señalando a Payares– fue mi carcelero en Guasina y ahora es mi com-pañero de calabozo”.

Dos años después, luego de haber sido trasladado al San Carlos, recibió el beneficio de “casa de cárcel” gracias a in-forme médico de Fernando Rízquez y gestión de Catalá, su suegro, quien lo aprovisionó de papeles, máquina y fe para que reelaborara lo que había escrito en su larga prisión de los años 50 y lo que la memoria le trajera como azote del tiempo. Así nació Se llamaba SN a mediados de julio de 1964. Gus-tavo, “el general”, estaba encarcelado y así seguiría hasta 1968, y yo trabajaba en el semanario Qué, donde publique mi primera reseña sobre su indetenible, desde entonces, obra literaria. ¬¡Por fin José Vicente narraba en letra escrita lo que obsesionantemente narraba con verbo incontenible!

Acaso porque la novela era una requisitoria contra la dic-tadura de Pérez Jiménez y porque, simultáneamente, sa-lía de imprenta cuando la democracia apelaba a métodos de represión parecidos, su éxito editorial fue instantáneo. Engrosaba así Se llamaba SN el número no despreciable de narraciones clasificadas acertadamente como literatura carcelaria. El antecedente más citado entonces fue, desde luego, Memorias de un venezolano de la decadencia, obra con la cual guarda algunas diferencias.

La de Abreu busca novelar el testimonio, en tanto la de Poca-terra busca documentarlo y convertirlo en proceso polémico. La de Abreu inventa algunos nombres para los personajes, como los de Luis Ramos (Luis Navarrete en realidad) y “el viejo José Martín” (José Martínez Pozo). La de Abreu se sitúa en una isla concentracionaria, Guasina, y en la vecina pobla-ción de Sacupana, en tanto la de Pocaterra en el castillo Li-bertador, en la fortaleza de San Carlos y, fundamentalmente, en La Rotunda. La de Abreu se ubica cronológicamente en la década militarista y la de Pocaterra en los encadenados años de las tiranías de Castro y Gómez.

Son dos visiones testimoniales donde la primera persona se sumerge en la tercera voz de un grupo. Voz de excluidos, segregados, encarcelados, que desesperada y tal vez inútil-mente trata de hacerse oír “en la Venezuela que vendrá”.

*Publicado el 31 de mayo de 1998Papel Literario de El Nacional

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Lugar común la muerte

Una noche de enero, mi Blackberry parpadeó en una jaima berebere, cerca de la frontera con Argelia; allá, en aquel desierto marroquí que Alá fabricó para sepultar a una po-blación sacrílega.

El parpadeo anunciaba la llegada de un mensaje. Con Paul Auster, en una entrevista para adn CULTURA. Foto: Archivo

Era ceñido y fatídico: “Tomás se muere”.

Me propuse, entonces, ganarle de mano y redactar un ho-menaje antes de que -él también- cayera en el “lugar co-mún” de la muerte.

Inicié un borrador sin la ayuda de sus libros, sin recortes, sin otra cosa que no fueran los recuerdos.

Lo hice a la mañana siguiente. Se me ocurrió, en aquel momento, que a Tomás le habría solazado la escena: él, agonizando en Buenos Aires; y yo, dedicándole un obituario prematuro entre dromedarios indiferentes y un viento que soliviantaba las dunas.

Para él, la literatura no consistía en imaginar. La invención le parecía ociosa.

Manuel Vicent dice, en León de ojos verdes, que narrar es “transformar hechos reales en imaginarios, conservando su sustancia verídica”.

Eso era lo que hacía Tomás.

Todo relato le parecía infiel: “el texto no resucita la realidad; la transfigura”.

A su juicio, era imposible “contar” la realidad. Hacía falta “reinventarla”.

Me lo dijo una tarde, objetando mi empeño en documen-tar una biografía. Yo estaba, según él, preso de fuentes que nunca se bastarían a sí mismas. La historiografía requiere que a una fuente la confirme otra, y a ésta una tercera. “Es un trabajo inútil”, me dijo, “porque ninguna cadena de fuen-tes, por extensa que sea, puede fijar la verdad o impedir el engaño”.

La reinvención de la realidad, sin embargo, no era suficiente.

Había que rendir culto a los vocablos.

ROdOLFO tERRAGnO

El azar del periodismo hizo que Tomás Eloy Martínez reflexionara desde muy joven sobre el final de toda vida

Con Paul Auster, en una entrevista para adn CULTURA. Foto: Archivo

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Adverso a la sabiduría convencional, Tomás juzgaba que una palabra valía más que mil imágenes.

No es que se dedicara a jugar con fonemas. No, al menos, después de su primera novela (Sagrado, 1969) que, creía, fue “un fracaso” porque, en ella “sólo” había trabajado el lenguaje.

El don de la escritura requiere una doble destreza: reinventar la realidad y lograr la simbiosis de “significantes” y “signifi-cados”.

Horas antes de recibir la alerta roja sobre su salud, yo ha-bía pensado en tal simbiosis. Fue cuando descubrí que, en árabe, jamal significa “camello” y, también, “belleza”. Como Hermógenes, Tomás suponía que “quien conoce los nom-bres de las cosas, conoce las cosas mismas”: esa idea que recogió Jorge Luis Borges para decir en “El Golem”: “En las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

Si esto es así, para los nómades del Sahara (hay que atra-vesar ese mar de arena para comprenderlo) dromedario es sinónimo de belleza.

Con arbitrariedad temporal, Michel Foucault sostuvo que, “a partir del Renacimiento”, las palabras “dejaron de tener la misma realidad que aquello que significaban”.

Umberto Eco sigue creyendo que “el nombre de la rosa” es la rosa misma.

Pensé que, si Tomás me esperaba, a mi regreso le pediría la confirmación: el doble significado de jamal no era una coincidencia etimológica o fonética sino una expresión de identidad.

Lo hice fingiendo optimismo: sabía que no volvería a encon-trarme con él.

Hacía tiempo, Tomás había abandonado Nueva Jersey, y su puesto en la Rutgers University, para morir en Buenos Aires. Al concluir 2009, estaba a punto de cumplir su objetivo.

No había querido seguir la suerte del insomne venezolano José Antonio Ramos Sucre, que “rindió las armas” en Gine-bra, donde hizo que una sobredosis de veronal ahuyentara para siempre sus miedos “a la debilidad, a la tisis, al ruido, al frío de la ciudad y a la descortesía de la gente”. Cua-

tro días se prolongó la agonía, pero “cuando las salvajes mordeduras de la intoxicación le daban alguna tregua, él reconocía con felicidad, en las profundidades de su cuerpo, el mar despejado de la primera infancia, la iglesia blanca de Santa Lucía, la llegada de los lanchones cargados de sal al viejo muelle de Cumaná, el olor de las flores, el color de los muros, las rondas que había ensayado con timidez en la es-cuela de don Jacinto Alarcón. El sucio cadáver del insomnio se alejaba entre los frascos de alcohol y las jeringas de las transfusiones, mientras él, José Antonio Ramos Sucre, en-traba en un cielo olvidado, donde las cosas no tenían nom-bre y los ríos iban a ninguna parte”. Más de treinta años se tardó, luego, “ para saber quién era, en verdad, este hombre a quien los críticos de su época habían definido como un poeta cerebral, impermeable a las respiraciones de la vida y, por lo tanto, condenado a la creación de paisajes irreales o abstractos”.

Tomás no había querido imitar, tampoco, a Juan Manuel de Rosas, que durante un cuarto de siglo vio pasar, en Inglate-rra, “su vida en la soledad más brutal e inesperada”; y que, muerto, permaneció ciento veintidós años más “en una tum-ba de mármol rosa, en el cementerio de Southampton”.

El cuerpo de Tomás, conforme a su decisión, no debía eva-porarse en el extranjero. Él vino a que se le degradase en su tierra. Parsimoniosa y naturalmente.

Apuesto a que, aun en los momentos de mayor penuria, no se le cruzó la idea del suicidio. Habría sido una muerte in-oportuna e incompleta.

Quiso, en cambio, provocar reencuentros, acomodar afec-tos, organizar el entorno y crear un suspenso. Su muerte debía tener un tempo, y lo tuvo.

Ramos Sucre y Rosas son “personajes” del que, a mi juicio, es el libro cardinal de Tomás: Lugar común la muerte.

Quienes tienen más autoridad que yo, aseguran que su obra cumbre fue Santa Evita.

A mí, nada me ha conmovido más que aquel compendio de expiraciones célebres.

“Los azares del periodismo” lo habían acercado “con per-sistencia” al tema de la agonía. Eso le había creado una obsesión, no tan malsana como la de Josefina Vicens, la

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escritora mexicana que durante años transitó los jardines del “panteón francés de La Piedad”, en el D.F., procurando que los epitafios excitaran su imaginación.

A mediados de 1965, cuando Tomás viajó a Hiroshima y Na-gasaki, comprendió que “se puede morir indefinidamente”; y advirtió con dolor que “la muerte numerosa”, al principio intolerable, a veces se transforma en “indiferencia y hasta olvido”.

Sin reparar en escalas, más tarde comparó el horror atómi-co con la matanza de ochocientos indios cuibas. El crimen ocurrió hacia 1967, en un pueblo de la frontera colombiano-venezolana cuyo nombre, El Manguito, no figura en el mapa; se lo rebautizó San Esteban, “para aventar de la memoria comunitaria el recuerdo de la hecatombe”.

Es que, en definitiva, toda muerte -numerosa o singular, trá-gica o sosegada, heroica o prosaica- es un supremo lugar común.

Es ese segundo postrero que iguala a todos los humanos.Tomás pudo haber concluido, con Turguenev: “Lo terrible es que nada es terrible”.

Prefirió valerse del mismo lugar común para aludir a algu-nas figuras, memorables por sus vidas, y narrar, sin espíritu lóbrego, cada una de sus muertes.

Armó así historias que comienzan por el final. Biografías que, a la manera de ciertos códices mayas, están escritas de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda.

Reconstruyó, también, delirios históricos. Como los del pas-moso José López Rega, que creía leer los sueños de Perón y pretendió dirigir su muerte. O sueños premonitorios como el del propio General: “Miré hacia arriba y vi que un hombre muy triste flotaba en el aire. ¿Quién es?, pregunté asustado. ¿Nadie puede ayudarlo a bajar? Alguien respondió: Es el po-bre Perón y no vale la pena bajarlo porque está muerto”.

El libro se demora en los adioses de seres exquisitos como el cubano José Lezama Lima, a quien Tomás -en un repor-taje publicado por Primera Plana en 1968- había bautizado “el peregrino inmóvil”. Aquel hombre -que memorizaba a Platón, se internaba en la cosmogonía orfeica y se deleita-ba con Góngora- fue demolido por un pedestre ataque de asma.

Hay dolor en el recuerdo del uruguayo Felisberto Hernán-dez, “el padre del realismo mágico”, a quien Tomás “llegó tarde”. Pudo imaginar su muerte: “A las seis de la mañana, los secretos ciclones que tanto había temido soplaron so-bre su corazón y lo detuvieron”; pero a él le habría gustado que Felisberto resistiera a tales vientos hasta que ambos se conocieran. “A menudo”, confesó una vez, “lo resucito mentalmente”.

Conservo un ejemplar de la tirada original de Lugar co-mún... : un delgado volumen que Monteávila editó en 1979: el mismo año en el que juntos emprendimos aquella jubilosa aventura periodística (o literaria) que se llamó El Diario de Caracas.

A mediados de 2008, se alegró de saber que yo lo atesoraba y, más aún, de oír que solía releerlo con emoción.

Esa vez hablamos mucho de Venezuela.

Allá, Tomás había penetrado en un mundo en el cual -como en sus obras- realidad y fantasía solían confundirse.

Fue eso lo que transmitió en otro libro suyo (en verdad, una antología de escritos ajenos, hecha por él) en cuyo prólogo, histórico y premonitorio, Tomás afirma que “pocas tierras han sido tan pródigas en desencuentros como Venezuela”.

Los testigos de afuera es un libro difícil de hallar. Diseñado por el sagaz y sorprendente Juan Fresán, fue editado treinta años atrás, en Caracas, por un amante del arte y las letras: Miguel Neumann.

Algunos de los textos son estremecedores.

Colón, habiendo vislumbrado Venezuela “durante meses en el cuadrante y en la brújula” no pudo verla, al llegar, porque tenía “los ojos dañados y la sangre rota”.

Carlos de Habsburgo la imaginó “condenada a un destino de pobreza” y la cedió a la banca Welter, “cuyos emisarios la declararon feudo de pillaje” e introdujeron la “costumbre” de destruir, “para atender a los intereses presentes”, antes que construir, para atender “las conveniencias futuras”.

Lope de Aguirre se insubordinó contra la Corona y, auto-proclamado Príncipe de la Libertad, “no supo establecerla sino mediante vesanias”. Perpetró crímenes que le ganaron

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odios infinitos. Su cuerpo fue descuartizado, su cabeza en-jaulada y las otras partes distribuidas entre varias ciudades de Venezuela.

Sir Walter Raleigh, “que se internó en el Orinoco a la caza de láminas de oro”, vio “casas en los árboles, semejantes a ni-dos de pájaros; admiró a rinocerontes enanos que portaban armaduras de hierro; y a indios sin cabeza, con el rostro en el pecho”. Como Colón, Sir Walter “presintió que Venezuela era una orilla del paraíso terrestre a la que jamás llegaba la enfermedad ni la tristeza. Ambos, sin embargo, estaban tristes y apestados cuando lo escribieron”.

Los incesantes “desencuentros entre la realidad y los sue-ños” están presentes en “la infinita marcha de las tortugas sobre el Orinoco que narró Verne”. O en “la lluvia de colibríes que Semple vio en Caracas”. O “en el país de monedas sin números y de manantiales sin agua que alarmó a García Márquez”.

Tomás decidió creer que -al contemplar, no la Venezuela real sino la que habían construido dentro de sí- “los testigos de afuera” habían resumido en una tierra ilusoria (El Dorado) “la imagen del país futuro”, al cual acudiría la especie para “refugiarse al final de sus cataclismos”.

Faltaba mucho para eso (si acaso ha de ocurrir alguna vez) cuando, el 31 de enero, Tomás se apartó de la vida.

Había tenido la delicadeza de aguardarme.

Claro que no para desaparecer delante de mis ojos en el crepúsculo del mar, como desapareció ante los suyos el poeta Saint-John Perse.

Ni para hablar conmigo en una casa que al día siguiente se-ría otra, como ocurrió en su diálogo postrero con el novelista Guillermo Meneses.

Esas son cosas que sólo pueden darse en Lugar común... : esa obra de metafísica simplificada, escrita con el estilo, fácil y cautivante, de un asombroso cuentista que domina el arte poético.

Ese libro es un género en sí mismo.

Un texto admirable que quedará, por siempre, inconcluso.

Le faltará, sin remedio, un capítulo dedicado al trance final de Tomás Eloy Martínez.

Un capítulo que relate el instante en el cual la resonancia develó la existencia de un cangrejo en el cerebro, y luego la baldía operación, los tratamientos dilatorios, la mudanza a Buenos Aires, y esa espera que no paralizó ni su mente ni su teclado.

Un capítulo que, a partir de este “lugar común” en el que Tomás acaba de incurrir, se remonte a su Tucumán.

Un escrito que transite la vida de este gran escritor de la lengua.

Nadie podrá escribirlo como él mismo.

No hay un orfebre igual.

No lo habrá.

© LA NACION

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Tito Núñez Silva: La poesía siempre buscará lo más sublime de la libertad

P arece un lugar común pero en la realidad ve-nezolana es pertinente recordarlo: la cultura es la salvación ante la barbarie; la esperanza en

medio de la desazón y el aliento para un país dispuesto a mirarse más allá de sus incertidumbres.

Ante la cola, poesía; ante la escasez, el libro atento a la mirada; ante el silencio, la música del talento con sello ve-nezolano; ante la desesperanza, cientos de creadores que reinventan la vida.

En este contexto, la quinta edición del Festival de Poesía de Maracaibo, bajo el auspicio de la Alcaldía de la capital

zuliana, es una buena noticia. Comenzó ayer y lo hizo en voz alta: Tito Núñez Silva, tan zuliano y tan larense, tuvo a su cargo el discurso inaugural, en acto convocado en el Museo Municipal de Artes Gráficas Luis Chacón, por invitación de la alcaldesa Eveling Trejo de Rosales.

Tanto Núñez Silva como la también poeta Yolanda Pantín, fueron los autores homenajeados en esta edición del Festi-val cuya clausura se produjo el jueves 14 de julio. De la ciudad y el oficioTito Núñez Silva comenzó por agradecer. El protocolo ofi-cial y el de los sentimientos así lo requerían. Señaló que

VIOLEtA VILLAR LIStE

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los organizadores le pidieron, “con cortesía y sin intención de restarle libertad a estas palabras, que tratara de hablar de mis vivencias, de mi poesía y de mi nada extraordinaria biografía, más que de teorías o discursos academicistas y extensos.

Había colocado sobre el escritorio la Historia del Zulia de Juan Besson y libros de poesía, cuentos, novelas, ensayos, de mis amigos, algunos presentes. Evoqué clases, apuntes y libros de profesores y condiscípulos de los distintos liceos donde estudié, por causas que no vienen al caso, pero cau-sas al fin, mi accidentado bachillerato.

Ubicados pues mis insumos, listo para iniciar la redacción, recordé la sugerencia de los organizadores y me pregunté si yo podría hilvanar un discurso breve que aparte de manifes-tar mi gratitud, también dijera algo de mi ciudad y del oficio por el cual estoy aquí”.

Santa Lucía queda cercaHabló de una fecha, de nombres y recuerdos: Nació el 23 de enero de 1946, en la calle Pichincha, “muy cerca de la Ca-ñada del Brasil, en la parroquia Santa Lucía, en cuyo templo fui bautizado por el padre Castellanos”.

Luego de este párrafo introductorio, Núñez Silva contó des-de ese espacio íntimo de los afectos, la muy zuliana historia familiar: “Tanto mi familia paterna, como la materna, provie-nen de la costa nororiental del lago; el padre, de la cabecera norte del puente, Puntiguana, municipio Santa Rita;la madre, de “La Villa Procera” (Los Puertos de Altagracia), municipio Miranda”.

En este discurso, localizó el origen de su ser creativo: “De Los Puertos de Altagracia, artistas, poetas, educadores, pro-vienen otros nutrientes de mis oficios. Cosme Novo se llamó mi bisabuelo, de origen ítalo-andaluz, como decir Mundo Nuevo, Nuevo Universo”.

Su poesía, “conciente o inconcientemente, o derivada de lo que llaman genesia cultural, es expresión del desarrai-go. Provengo de vivencias etno-culturales agrarias, y dioses perversos o excesivamente generosos, introdujeron en las aguas donde navegué con mis tíos Ángel Francisco y Je-sús Núñez, en la piragua Ceres y en el barco Caribe, cuya contextura robusta le permitía flotar más allá de San Carlos o Castillete, ennegrecidas manchas que destruían no sólo el origen de nuestras tribus, sino nuestra forma de ser, de

comer, de bailar, de cantar y de amar.

He buscado por doquier aquellos barcos, cargados de colo-res, olores y sabores penetrantes, he buscado aves, peces y cocotales extraviados. Sólo los encuentro en la memoria, en los versos y cuentos, y en mis insomnios. Lo que no hallo en parte alguna es la ametralladora, otras veo amenazantes, mas ninguna como aquella, la que llegó en un ferry llama-do Caroní o Colón o Caracas, o en barcos procedentes de puertos milenarios o míticos que sólo existieron en la mente confusa de un niño hoy envejecido”. Poética eurocéntricaPero más allá de su propia historia poética, hay un desandar por la memoria colectiva, por ese nosotros que desde Mara-caibo tiene una expresión nacional: “Una economía agraria, en nuestra región, asume caracteres lacustres, con un largo y polisémico historial de piraterías, anécdotas, y movimien-tos que con la entronización del rentismo petrolero, deshace identidades, mientras fragmenta o caricaturiza tipologías, que reproducen modelos nada cónsonos con lo que venía siendo un proceso sincrético natural, mestizo, con presencia aborigen y africana.

Más que con una poética autóctona nos encontramos con una eurocéntrica, salvo expresiones como las décimas y las gaitas, las cuales por su origen tampoco dejan de serlo, pero muestran una rebeldía a veces exagerada, frente a esa ne-gación del origen, que cuando no se refugia en el humor o en la ironía flagelantes, toma formas nostálgicas de débil consistencia estética, aunque de innegable aceptación po-pular.

La relativa insularidad zuliana, superada en cierta medida por los proyectos viales, como el puente y las autopistas, mantienen en el imaginario colectivo una sensación de leal-tad a lo pertinente, o en contraposición, la negación de lo que hemos sido como región y como parte de la plurali-dad republicana, la cual, es decir el país en su totalidad, no escapa de las características que unifican la dependencia latinoamericana. Dependencia vinculada con la explotación petrolera.

(…) Maracaibo es la capital de esa dependencia durante todo el siglo XX y, de manera más aguda, como lo demues-tran las empresas mixtas, la pérdida de soberanía política, económica, alimentaria y territorial, en los últimos diecisiete años. Hoy tal dependencia no es única de Estados Unidos,

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pues nos hemos atado a otros imperios que resultan más costosos y alejados, de los rasgos culturales comunes a la condición americana, a la lengua castellana y a la tradición occidental.

Ante el ya notorio fracaso del loable e idealista proyecto bo-livariano, el cual desde el siglo XIX dispuso como propia y mensurable la territorialidad venezolana, cuyos límites ini-ciales han sufrido considerable disminución, Maracaibo, el estado Zulia, y el occidente de Venezuela han sido tocados por decisiones políticas y económicas que corresponden a conceptos geopolíticos neocolonizadores, que nos afectan en nuestro desarrollo y en nuestro perfil cultural”. Palabra y libertadAnte esta realidad, aplaude Núñez Silva, “el surgimiento de un movimiento poético como el que, con el apoyo de la Dirección de Cultura de la Alcaldía de esta ciudad capital, estimula la participación no sólo de los jóvenes; también de quienes creemos que estas expresiones orgánicas de la voluntad de pensadores, educadores y poetas, contribuirán al rescate y a la innovación de una poética que explore y alcance niveles de difusión y confrontación universales, ante la necesidad de emprender una campaña dirigida al fortale-cimiento y la distinción de la espiritualidad colectiva”.

Advierte no creer en poesía y política “divididas en valoracio-nes de mayor o menor condición humana, pero sí que son antípodas, extremos históricos en constante movimiento y combate. Creo que la poesía siempre – oh, Sísifo – buscará lo más sublime de la libertad, y el poder intentará siempre controlar las alas poéticas; mantenerlas unas veces más cortas, otras más largas.

De las tijeras han hablado Mayakovski, al cortar sus alas de un balazo fulminante, y Roque Dalton, al ser ajusticiado por un aventurero político. De los nuestros, han volado alto Pío Tamayo y Antonio Arráiz, Valmore Rodríguez y Lydda Franco Farías. En la vida de ellos coexistieron en feroz lucha la poe-sía y el concepto de poder. Ganó la libertad.

El arte. Lo sublime. La vida ha enseñado que los opuestos pueden coexistir”.

El final, de nuevo un gracias infinito en la voz de Tito Núñez Silva por la oportunidad de hablar en nombre de la poesía, siempre deseosa de un lugar amable donde habitar.

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¿Por qué sobra la Filosofía?

nICOLáS AZnáREZ

Los profesores de la Universidad Complutense de Madrid se han enterado por los periódicos del plan que el rectora-do de esa institución prepara para la reorganización de sus centros. Lo esperaban con interés, porque las universidades públicas están muy necesitadas de atención, como en gene-ral todo nuestro sistema educativo. La mala noticia es que, descontando la cansina muletilla retórica de la “calidad do-cente e investigadora”, el plan no contiene más que núme-ros. Los números son importantes. Las facultades superio-res son también centros de gestión, y la gestión es en buena medida cosa de números. Pero en cuestión de números los supuestos beneficios del proyecto no están mínimamente cuantificados (no hay memoria económica, aunque se anun-cia un ahorro que no llega al 1% del presupuesto de la uni-versidad), sino ocultos por otra muletilla, la del “dinamismo y la flexibilidad”, inconcreta e insuficiente para justificar el destrozo académico que dichos números esconden.

La finalidad de la universidad no es la gestión, sino la ense-ñanza y la investigación. Y en este punto no todo se puede reducir a números. Aunque en todas las facultades poda-mos contar personal, estudiantes, asignaturas y titulaciones, el conocimiento científico implica una diferencia cualitativa irreductible entre la economía y la termodinámica, entre el arameo y el derecho romano o entre la fonética y la química, aunque sus horas de enseñanza se cuenten en créditos y las de investigación en plazos cuantitativamente homogéneos. Y aquí es donde el plan sí tiene grandes ambiciones. Tras años de cháchara sofística acerca de la búsqueda de la excelen-cia en la investigación, y de su necesaria vinculación con la

docencia para garantizar la calidad de esta última, el nuevo plan dibuja unas facultades y departamentos convertidos en cajones de sastre donde los profesores no se reunirán por la especificidad de sus investigaciones o por su cualificación en un área de conocimiento, sino por sedicentes “afinidades académicas” que convierten por decreto sus especialidades en “homogéneas” y que nada tienen que ver con las ar-ticulaciones teóricas del saber científico. En la enseñanza secundaria recordarán este sistema: el de las “asignaturas afines”, que obliga a un profesor de Latín a explicar Ética o a uno de Geografía a impartir Historia del Arte. Porque en realidad se trata de convertir las universidades en centros de enseñanza secundaria y de someterlas al proceso de degra-dación profesional que se ha llevado a cabo en este sector, a fuerza de descualificar los perfiles académicos de las ti-tulaciones, los docentes y los estudiantes, quienes después de todo tendrán que incorporarse a un mercado laboral que considera la cualificación científica y la formación humanís-tica como un obstáculo para la empleabilidad.

No vale escudarse en los números para hacerla desaparecer con un gesto de prestidigitaciónAsí que no es extraño que una de las principales propuestas de este plan sea la desaparición de la Facultad de Filosofía, una materia que ya desde hace años sufre el acoso de las autoridades educativas del país, que prácticamente la han desterrado de la enseñanza secundaria, principal destino profesional de los graduados en las Facultades de Filosofía. También en este caso se aducen números. Unos números muy poco convincentes, porque no es en absoluto cierto que

El rectorado de la Complutense prepara un plan de reorganización de sus centros que supone el cierre de la facultad donde se enseña a Platón, Kant y

Nietzsche. Hace falta ofrecer una explicación que no sea solo contable

FERNANDO SAVATERJOSÉ LUIS PARDO

RAMON RODRÍGUEZJOSÉ LUIS VILLACAÑAS BERLANGA

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la Facultad de Filosofía de la UCM haya perdido alumnos en los últimos 10 años, y porque algunos de esos números son muy parecidos a los de otras facultades que sin embargo se salvarán de esta poda, pero que en cualquier caso no dejan de ser solamente números. Desde luego, la Filosofía no es más importante que la Geología, la Odontología o el Turismo (otros de los estudios que pierden también su autonomía según este plan); puede que lo sea mucho menos en deter-minados aspectos, pero no vale escudarse solamente en los números para hacerla desaparecer como en un espectáculo de prestidigitación. Hay que tener al menos la valentía de dar una explicación que no sea solamente contable y ofrecer algún argumento acerca de por qué se ha decidido marginar del sistema educativo español estos estudios, aducir, en fin, alguna razón académica para la clausura de una facultad que, aunque no pueda competir en tamaño con la de Cien-cias Económicas y Empresariales, es un centro de referencia internacional de la producción de filosofía en una lengua con 500 millones de hablantes. Puede que haya motivos de peso para considerar que la filosofía es un estorbo grave para el “dinamismo y la flexibilidad” que repiten como un mantra quienes diseñan estos planes, pero si no se explicitan esos motivos terminaremos pensando que la molestia que les produce una facultad tan pequeña e insignificante obedece a razones públicamente inconfesables.

De acuerdo con el proyecto que hemos conocido, Filoso-fía se convertiría en un departamento de una Facultad de Filología ampliada. Lo cual resulta, desde el punto de vista académico, una propuesta enteramente arbitraria: ¿por qué la filosofía es más afín a la lingüística que a la matemática, a la historia o a la sociología, más aún cuando la Facultad de Filosofía de la UCM imparte actualmente un doble grado con la Facultad de Derecho y otro con la de Ciencias Polí-ticas? No se puede esgrimir como precedente la gloriosa Facultad de Filosofía y Letras de la Segunda República, que integraba en una común cultura humanística especialidades hoy metódicamente muy separadas, y a la vez mantener la escisión completa de la no menos vieja y gloriosa Facultad de Ciencias de la UCM, que se disolvió en especialidades cuya autonomía de facultades independientes el menciona-do plan deja intacta, sin que sepamos por qué, aunque se pueda sospechar el interés particular que obra en el tras-fondo. Mientras las supuestas ganancias no se cuantifican ni se concretan, las pérdidas son ya muy claras: de acuerdo con los vientos dominantes, un departamento minoritario de Filosofía en el seno de una facultad ajena carecerá de toda posibilidad de planificación propia, de acceso a los recur-

sos necesarios y de esa visibilidad pública que una materia amenazada requiere para su simple supervivencia. El nuevo plan es para la filosofía, a la que solo en la universidad le dejan ya un lugar, un golpe letal.

Hoy son un obstáculo para la empleabilidad la cualificación científica y la formación humanís-ticaEs cierto que, como se insiste desde el rectorado, se trata únicamente de un borrador que ha de someterse a debate y discusión. Esperemos, por tanto, que llegado ese momento podamos todos argumentar y tengamos la obligación de ha-cerlo no solamente con razones cuantitativas sino también con conciencia de la responsabilidad que la universidad pú-blica tiene en el sistema educativo de un país democrático. De este sentido de la institución ha hecho gala siempre el actual rector de la Universidad Complutense, a él apelamos hoy.

Firman este artículo con Fernando Savater y José Luis Pardo, Manuel Cruz, Juan Manuel Navarro Cordón, Ramón

Rodríguez García y José Luis Villacañas Berlanga, todos filósofos.