revista de ipsicoc ii 2015
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1 Revista de IPSICOC N° 2
REVISTA DE IPSICOC 2015 (Número 2)
ARTÍCULOS SELECTOS
Dr. Edgar Rodríguez V.
¿QUE SON Y CÓMO APRENDEMOS NUESTROS ESQUEMAS
MALADAPTATIVOS O TRAMPAS VITALES?
El concepto que ofrece la Terapia de Esquemas, evidentemente, como su nombre lo
dice es el de esquema, que se refiere a un patrón o marco organizativo que
ayuda a establecer un orden en un conjunto complejo de experiencias.
En psicología, los esquemas se utilizaron por primera vez en la literatura
cognitiva/del desarrollo para luego trasladarse al campo de la terapia
cognitiva (Beck, 1972).
En las investigaciones sobre el desarrollo cognitivo, el concepto de esquemas se
refiere a los patrones impuestos a la realidad o a la experiencia que
permite a los individuos explicarlas, mediar su percepción y guiar sus
respuestas. Un esquema es una representación abstracta de las características
distintivas de un acontecimiento, como un patrón de sus elementos más
sobresalientes. En la psicología cognitiva, un esquema también se puede considerar
como un plan abstracto cognitivo que sirve como una guía para interpretar
información y resolver problemas.
Por ello, nosotros tenemos un esquema lingüístico para comprender una oración y
un esquema cultural para interpretar un mito. Por lo general, el término “esquema”
en psicología se asocia comúnmente con Piaget (ej. 1955) quien escribió en detalle
sobre los esquemas en los diferentes estadios del desarrollo cognitivo en la infancia;
y con Bartlett (1932), quien fue el primero en usar este término al mostrar las
funciones de los esquemas en el aprendizaje de la nueva información y al recordar
experiencias.
Beck se refiere a los esquemas en uno de sus primeros escritos al pasar
de la psicología cognitiva a la terapia cognitiva, (ej. 1972). Aún, la idea de
que los esquemas o principios generales de organización existen en la vida de cada
individuo y los orientan para darle sentido a su vida, es inherente en muchos
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modelos para la terapia, ya sea cognitiva u otra. Asimismo, muchos teóricos
concordarían en que los esquemas se forman, a menudo, en la infancia; pero que se
continúan elaborando y desarrollando al pasar de los años. Igual de común en todos
los modelos es la noción de que los esquemas (que pueden haber capturado de
manera precisa las experiencias en la infancia) se reaniman y asignan, generalmente,
a sucesos actuales donde no son más aplicables. En efecto, eso es lo que los
psicólogos cognitivos y de desarrollo hubieran predicho, que los esquemas hubiesen
funcionado de manera que se mantenga nuestro sentido de consistencia cognitiva.
Es precisamente así como los esquemas funcionan, como accesos directos, al
traernos rápidamente lo que nosotros pensamos como probablemente cierto y
salvándonos de la necesidad de procesar cuidadosamente cada detalle que
encontremos. En algunos casos, los esquemas o accesos directos son bastante
eficientes cuando nos ayudan a lograr una comprensión exacta de la situación. Sin
embargo, en otros, ellos dibujan una imagen poco clara y rápida que es inexacta y
distorsionada. En ambos casos, ellos nos ayudan a mantener una perspectiva estable
de nosotros mismos y de nuestro entorno, ya sea dicha percepción exacta o inexacta,
adaptativa o maladaptativa.
La estabilidad y predictibilidad parecen ser muy buenas cualidades, y sí lo pueden
ser en ciertas instancias. Por ejemplo, un tipo de esquema, el guion mental, nos
ayuda a anticipar cómo un paso (ej. el plato principal) seguirá a otro (ej. La entrada)
de manera que podamos controlar el estar en un lugar completamente nuevo (ej. un
restaurante desconocido, incluso en un país cuya lengua no hablamos) sin dejar de
mantener nuestra conducta. Incluso cuando el esquema no es completamente
exacto, puede en algunos casos, ser igual de dañino. Por ejemplo, otro tipo de
esquema, estereotipos de grupo, nos pueden llevar a respetar a un nuevo amigo o a
asumir que tenga alguna capacidad extraordinaria, solo por considerar su raza,
género, país de origen, etc.
Aún algunos esquemas, especialmente aquellos que se adquieren como resultado de
experiencias tóxicas en la infancia y que se relacionan con el yo y el mundo
interpersonal, pueden tener efectos perjudiciales.
Los esquemas como los mencionados anteriormente, denominados esquemas
maladaptativos tempranos, son el eje central de la Terapia de Esquemas, y el
origen de los trastornos de personalidad, dificultades en las relaciones y algunos
trastornos del Eje I.
Young, Klosko y Weishaar (2003) definieron a detalle el esquema
maladaptativo temprano:
Un patrón general y dominante
Conjunto de memorias, emociones, cogniciones y sensaciones corporales
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Afecta al individuo y sus relaciones con los demás
Desarrollado durante la infancia y la adolescencia
Se elaboran a lo largo de la vida del individuo
Disfuncional de manera significativa
En otras palabras, los esquemas maladaptativos tempranos son patrones
emocionales y cognitivos contraproducentes que se inician en la primera
etapa de nuestro desarrollo y se repiten a lo largo de nuestra vida.
Obsérvese que según esa definición, la conducta de un individuo no es parte del
mismo esquema, sino que se considera que las conductas maladaptativas se
desarrollan como respuestas a ese esquema. Por tanto, los esquemas dirigen las
conductas, pero estas últimas no son parte de los esquemas.
Los esquemas maladaptativos tempranos (a los que nos referiremos simplemente
como esquemas) surgen a partir de experiencias negativas tempranas, aquellas en
las que las necesidades del individuo no se satisficieron.
Las necesidades tempranas (ej. la necesidad de sentirse seguro y protegido, la
necesidad de ser cuidado) se presentan en su forma más poderosa dentro de la
familia nuclear de un niño pequeño. Por dicha razón, los problemas dentro de la
unidad familiar cercana son, por lo general, el origen primario de los esquemas
maladaptativos tempranos. Los primeros esquemas en desarrollarse y los que están
más cerca del núcleo del individuo se originan comúnmente en el núcleo familiar.
En gran medida, las dinámicas de la familia de un niño son las dinámicas de todo el
mundo temprano de ese niño. Cuando los pacientes se encuentran en ciertas
situaciones ya de adultos que activan sus esquemas maladaptativos tempranos, lo
que ellos experimentan es, generalmente, un drama de su niñez usualmente con uno
de los padres.
Otras situaciones que se tornan cada vez más importantes conforme el niño madura
son aquellas con los amigos, otros familiares, las de la escuela, los grupos de la
comunidad, y las del entorno cultural. Las experiencias tóxicas en tales situaciones,
es decir, experiencias en las que necesidades básicas emotivas no se satisficieron
también pueden fomentar el desarrollo de los esquemas.
Sin embargo, los esquemas desarrollados en la adultez son, por lo general, no tan
dominantes o poderosos como aquellos desarrollados a una edad temprana. Ello
puede deberse a la naturaleza de dichas necesidades dirigidas a la familia, también
se puede deber a la larga duración del contacto entre el niño y su familia de origen
(comparado con los contactos más cercanos de la escuela o de la comunidad).
Hemos observado cuatro tipos de experiencias tempranas que fomentan el
desarrollo de esquemas.
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La primera es la frustración tóxica de las necesidades. Ello ocurre cuando
el niño experimenta “muy poco de algo bueno” y desarrolla esquemas que
reflejan las carencias en su entorno temprano. El entorno del niño posee alguna
carencia como estabilidad, comprensión o amor; y dicha carencia se convierte en una
presencia permanente en la mente del niño.
El segundo tipo de experiencias tempranas que originan los esquemas es
la traumatización. En este tipo, el niño es dañado o victimizado, y
desarrolla esquemas que reflejan la presencia de peligro, dolor o
amenaza. La necesidad emocional básica de protección no se satisface y lo que es
peor se refuta directamente, lo que conlleva a esquemas marcados por la
desconfianza, sobrevigilancia, ansiedad y desesperanza.
En el tercer tipo de experiencias, el niño experimenta “bastante de algo
bueno”, donde los padres proporcionan a los hijos algo en demasía que en
moderación sería saludable para el niño. Con los esquemas de este tipo el niño casi
nunca es maltratado, sin embargo, está muy mimado y consentido. No se satisfacen
las necesidades emocionales básicas de autonomía o de límites realistas. Por ello, los
padres pueden estar demasiado involucrados en la vida del niño, pueden
sobreprotegerlo o darle un alto grado de libertad y autonomía, sin límites.
El cuarto tipo de experiencias que originan los esquemas es la
internalización selectiva o identificación con otros individuos significativos.
El niño de forma selectiva se identifica con, e internaliza, los pensamientos,
sentimientos, experiencias, y conductas de un adulto influyente, generalmente, uno
de los padres. Este proceso se puede considerar como un modelado. Los padres u
otros adultos modelan a los niños en la forma en la que ellos conciben el mundo.
Algunas de estas identificaciones o internalizaciones pueden convertirse en
esquemas cuando la educación que se le brinda no cumple con las necesidades
básicas del niño observador. Por ejemplo, una niña pequeña educada por una madre
hipervigilante y ansiosa puede que no experimente ninguna carencia, trauma, abuso
directo, pero se le enseña que el mundo es peligroso e incontrolable. De manera
indirecta, se le priva de una base segura, no porque el vínculo madre-hija sea débil
sino porque la madre se siente insegura.
Otros factores, además del entorno temprano, pueden desempeñar un papel
importante en el desarrollo de los esquemas. Estos pueden incluir el
temperamento emocional del niño así como el contexto cultural dentro del
cual viven la familia y el niño.
Por último, los esquemas surgen de la interacción del temperamento del niño con su
entorno formativo. Dentro de las diferentes vulnerabilidades temperamentales se
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encuentran el proceso de información deficiente/prejuicioso, desregulación de la
emoción, conducta interpersonal alterada. Los esquemas pueden surgir incluso en
individuos sin alguna vulnerabilidad temperamental, si se enfrentan
particularmente con entornos familiares tóxicos o circunstancias difíciles en su vida;
sin embargo, a medida que se posea una mayor vulnerabilidad temperamental
menor será la necesidad de una contribución mental.
Los esquemas crean un sentido de consistencia cognitiva, de un mundo
predecible (o controlable). Y como las personas aspiran tener este tipo de
predictibilidad, los esquemas demuestran ser duraderos; es decir, los esquemas
luchan por su propia supervivencia. Nuestros esquemas son lo que nosotros
somos, incluso si nos atormentan, ellos lo hacen de una forma que nos resulta
familiar y reconfortante. Nos hacen sentir “bien”. Cognitivamente, los esquemas
atraen nuestra atención hacia información que es consistente con el mismo esquema,
y nos permite recordar elementos que de cierta forma “concuerdan” con el esquema.
Conductualmente, ellos nos generan atracción hacia ciertos acontecimientos
familiares.
Tales procesos cognitivos y conductuales son responsables de la perduración del
esquema; es decir, la forma de auto-perpetuación por la que los esquemas
largamente establecidos mantienen un refugio en nuestra sensibilidad al influir en
nuestra forma de pensar, actuar, sentir, de relacionarnos con los demás, y
paradójicamente llevarnos a recrear inadvertidamente en la adultez las condiciones
que durante la infancia nos fueron dañinas.
Los esquemas tienen su origen en la experiencia durante la infancia y la adolescencia,
y en gran medida, reflejan exactamente la tendencia del entorno temprano del
individuo. Por ejemplo, si un paciente nos dice que su familia era indiferente y no le
mostraba afecto cuando era joven, generalmente está en lo cierto, a pesar de que no
pueda comprender la razón por la que sus padres tenían cierta dificultad al mostrar
afecto o expresar sus sentimientos. Sus fundamentos para justificar la conducta de
sus padres pueden estar equivocados, pero su sentido básico del clima emocional y
de cómo se le trató casi siempre es válido. Cabe destacar que dichos entornos
tempranos son aquellos en los que el niño o adolescente tiene poca influencia; dichos
entornos no son los que crean el clima emocional particular sino que son aquellos
cuyas necesidades no fueron satisfechas.
En la edad adulta, los esquemas se tornan disfuncionales porque
(A) Cognitiva y emocionalmente, ellos interpretan todas las situaciones
nuevas, incluso aquellas que difieren profundamente de las experiencias
tóxicas tempranas, igualmente tóxicas (Incluso cuando en realidad no lo
son), y
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(B) Conductual e interpersonalmente, ellos conducen al individuo a
mantenerse en tipos de ambientes y relaciones particulares, incluso
cuando ellos pueden ejercer influencia o elección y establecer otros tipos
de experiencias.
Los esquemas maladaptativos tempranos y las formas maladaptativas por las
que los pacientes aprenden a lidiar con ellos, por lo general, subyacen a síntomas
crónicos del Eje I como la ansiedad, la depresión, el abuso de sustancias y los
trastornos psicosomáticos. Ellos también subyacen a los síntomas crónicos del Eje II
como la dependencia, la evasión, la búsqueda de atención o el perfeccionismo. Los
esquemas son rasgos cognitivos y afectivos y por tanto son dimensionales: cada uno
existe en un margen continuo de severidad y persuasión. Mientras más grave sea el
esquema, su activación (desencadenamiento) será más rápida y sus consecuencias
más intensas. Por ejemplo, si el individuo experimenta a una edad temprana un
abandono profundo o anulación, que ocurre en ocasiones muy frecuentes, extremas
y la fomentan ambos padres, es probable que sus esquemas de Abandono y Privación
Emocional se desencadenen en varias situaciones. En consecuencia, probablemente,
los individuos anticipan rechazo casi siempre, los perciban como presentes sin
muchas pruebas, y reaccionen efusivamente ante ellos por la angustia intensa y
duradera que les generan. En cambio, si un individuo experimentó una anulación
relativamente menor (no ocurrió en la infancia), es decir una más leve, fomentada
por uno de los padres o por algunos (no todos) amigos, es probable que sus esquemas
principales no se desencadenen tan fácilmente y que los conduzcan a reacciones más
moderadas. En otras palabras, solo los acontecimientos claramente relevantes (ej.
crítica o falta de respeto por parte de figuras autoritarias y exigentes de la anulación
de algunos de los padres) pueden desencadenar los esquemas.
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Sesgos cognitivos en los trastornos de ansiedad
Ps. Sylvia Sifuentes M.
De modo general, se acepta que la ansiedad consiste en una reacción emocional con carácter defensivo antes eventos percibidos de modo amenazante; en otras palabras, la ansiedad es la reacción de alarma ante el peligro. Consecuentemente, los concomitantes fisiológicos de activación tales como la tensión muscular o el aumento de la frecuencia cardíaca, se orientan a poner en guardia al organismo para hacer frente a la amenaza.
Todo ello es normal y sano, vale decir, se refiere a la ansiedad adaptativa. Ahora bien, ¿qué hay de la ansiedad patológica?
Definitivamente, mucho se ha dicho sobre el tema. Lo que ya resulta seguramente aceptado por la mayoría es que se trata de una reacción exagerada, esto es, la ansiedad no es mala en sí misma sino que lo que la torna patológica es su desproporción respecto del peligro objetivo ante el cual se dispara. Si bien lo anterior suena razonable, resulta insuficiente.
Pues, en efecto, también resalta el hecho de que existen muchas formas de expresión de la ansiedad patológica, configurándose la sintomatología en varios síndromes, los bien conocidos “trastornos de ansiedad”. Entonces, aparte de su desproporción, deberán existir otros elementos y/o mecanismos que nos expliquen por qué la ansiedad se expresa tan desigualmente en las personas, dando lugar en algunos casos a rumiaciones sobre el propio pensamiento mientras que en otros conduce a crisis de pánico y reclusión en el propio hogar.
Michael Eysenck, hijo del prominente psicólogo Hans Eysenck, ha propuesto una forma de entender cómo la ansiedad patológica, es decir, exagerada; surge de distintas fuentes de acuerdo al trastorno que se trate. Sus trabajos se conocen como “la teoría de los cuatro factores” pues, como su nombre lo indica, propone cuatro direcciones hacia las que inconscientemente los sesgos cognitivos se dirigirían, dando lugar a los diferentes desórdenes por ansiedad, concretamente: la fobia específica, el trastorno de angustia, la fobia social, el trastorno obsesivo compulsivo (T.O.C.) y el trastorno de ansiedad generalizada (T.A.G.).
¿Qué es un sesgo cognitivo? Se trata de una preferencia sistemática en la selección de información basada en variables de tipo emocional. Ello significa que de acuerdo con el estado emocional presente, las personas tenderán a atender, interpretar o recordar más fácilmente un tipo de información sobre otra. Vale recalcar que los sesgos operan automática e involuntariamente, sin conciencia por parte de la persona. No obstante, ellos son objetivables en protocolos experimentales.
De acuerdo con la teoría de los cuatro factores aquí resumida, los distintos cuadros de ansiedad responderían a distintas formas en que los sesgos cognitivos son desplegados. Concretamente:
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La fobia específica se caracterizaría por un sesgo orientado predominantemente hacia ciertos estímulos ambientales.
El trastorno de angustia se definiría por una orientación del sesgo hacia la propia actividad fisiológica y sensaciones corporales.
La fobia social se correspondería con el sesgo puesto en la propia conducta. El T.O.C. se distinguiría porque los sesgos cognitivos se hallan desplegados
hacia el propio pensamiento y cogniciones. Finalmente, los pacientes con T.A.G. se distinguirían por desplegar sus sesgos
cognitivos a las cuatro fuentes antes mencionadas, en este sentido, se trataría de una expresión más pura del rasgo elevado de ansiedad.
La evidencia experimental ha tendido en general a apoyar las predicciones antes propuestas. A continuación, veremos algunos ejemplos que clarifican las hipótesis planteadas. Por razones de espacio, nos referimos sólo al trastorno por pánico.
Si pedimos a pacientes con trastorno de angustia que cuenten sus latidos cardíacos durante un minuto, ellos se equivocan menos que las personas sin tal trastorno, vale decir, los pacientes con ataques de pánico son más exactos para estimar su frecuencia cardíaca. Ello indicaría que prestan más atención a sus propios latidos cardíacos. Pero la cosa no termina ahí.
En efecto, luego de que esos pacientes hacen un tratamiento psicológico exitoso y se recuperan de su patología, pierden la capacidad de acertar la frecuencia cardíaca. Y más aún, cuanto más se equivocan, menos vulnerables son a una recaída.
En conclusión, simplemente, los pacientes con trastorno de pánico no sólo prestan más atención a sus propias sensaciones internas, sino que el grado en que lo hacen predice la probabilidad de recaída una vez curados.
El ejemplo anterior se refiere a un tipo de sesgo conocido como atencional, pues justamente, se trata de cómo la atención de las personas se dirige de manera selectiva a cierto tipo de información y desdeña otra.
A la par, existe otra clase de sesgo, el interpretativo, con mayor poder explicativo para la patología psicológica. Ilustrémoslo nuevamente con la frecuencia cardíaca, a la cual pude aplicarse una triple distinción: sintomatología real, sintomatología percibida y sintomatología interpretada. La sintomatología real es la cantidad de latidos en un lapso determinado, objetivos y mesurables. La sintomatología percibida consiste en la frecuencia cardíaca tal como es subjetivamente autoobservada por la persona, la cual puede o no coincidir con la frecuencia real, en parte, debido a la operación de sesgos atencionales.
Así, tal como sucede en los pacientes con trastorno por pánico, quien presenta una frecuencia cardíaca real de 70 latidos por minuto, puede percibir que está teniendo más de 100.
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Finalmente, la sintomatología interpretada se refiere a la significación que el individuo le confiere a los síntomas percibidos. Así es que la aceleración cardíaca (real o percibida) puede entenderse como efecto del ejercicio físico o como el inicio de un ataque cardíaco, justamente ello dependerá de los sesgos interpretativos.
Entonces, sintetizando, el sesgo interpretativo atañe a la significación subjetiva que la persona le otorga a la fuente de información en cuestión, en este ejemplo, la frecuencia cardíaca. Se asume que los individuos con ansiedad patológica se caracterizan por un elevado sesgo interpretativo amenazante, en otras palabras, tenderán a asignar significados amenazantes a la información proveniente del entorno o de sí mismos; por ello muchas veces se afirma que sobrevaloran la amenaza.
Más puntualmente, se entiende que la ansiedad patológica dependerá de que la persona interprete a los mismos síntomas de ansiedad catastróficamente y como señales de una inminente pérdida total de control. Tal interpretación conducirá a un nuevo incremento de la ansiedad contribuyendo más aún al círculo vicioso de autoactivación tan característico del pánico en particular, pero presente en casi todas las formas de ansiedad patológica.
En síntesis, la teoría de los cuatro factores propuesta por Michael Eysenck acepta la noción de exageración y desproporción de la ansiedad patológica. A ello le sobrepone especialmente la noción de sesgos cognitivos que, operando por debajo del umbral de la conciencia, se dirigen hacia distintas fuentes de información. Ello dará como resultado distintas agrupaciones sintomatológicas, correspondiéndose cada una de ellas a los varios cuadros de ansiedad.
Por supuesto, la teoría propone muchas más hipótesis que por motivos de espacio no pueden considerarse en el presente artículo.
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La aplicación de la Terapia Cognitivo Conductual a los cuadros crónicos
Ps. Juan Muñoz V.
Enseñanzas desde la terapia del trastorno bipolar
Tradicionalmente, se ha entendido a la Terapia Cognitivo Conductual como un abordaje psicoterapéutico orientado a la modificación de comportamientos y con especial éxito en tratamiento de ciertos cuadros más no en otros. Así, en algunos trastornos de ansiedad como el de pánico con o sin agorafobia, la fobia social o específica, podemos aguardar la remisión total y definitiva.
No obstante, ya dentro del mismo ámbito de los trastornos de ansiedad existen cuadros más “resistentes”; por ejemplo, el T.O.C., cuya remisión completa no se obtiene en los casos severos. Este problema se acrecienta cuando entramos en otros terrenos psicopatológicos, como los desórdenes por dependencia de sustancias o los de personalidad. Ni que hablar del espectro de las psicosis, donde los resultados son aún más débiles.
En fin, parecería entonces que la Terapia Cognitivo Conductual resultaría aplicable únicamente a un reducido grupo de trastornos, pues en el amplio espectro psicopatológico, muchas veces hallamos que la cura completa y definitiva no se logra. ¿Es esto correcto? ¿Deberíamos descartar un abordaje terapéutico porque él no alcanza una remisión total del cuadro?
Pues tal vez si existiera otro enfoque terapéutico que sí resolviera mejor el problema. Y por el momento, no parece haber a la vista terapias eficaces, empíricamente basadas, que superen los resultados de la TCC. Vale decir, incluso si debido a su cronicidad, algún diagnóstico no se cura de manera completa y definitiva, deberíamos aplicar igualmente un tratamiento si con ello el paciente mejora y acrecienta su calidad de vida. Y esto sólo lo podemos saber a partir de la aplicación de tratamientos empíricamente sustentados, que miden la efectividad de sus intervenciones en el largo plazo.
El trastorno bipolar representa un buen ejemplo para nuestra discusión. Si bien impacta severamente en el funcionamiento psicológico, se trata de una enfermedad crónica de origen médico/biológico. Y aunque debido a ello, nunca podemos prescindir de la medicación administrada por un médico psiquiatra, la investigación actual deja muy en claro la utilidad de las herramientas aportadas por la TCC.
Así, conscientes de que la cura total no se logra, nuestro objetivo consiste pues en aumentar la calidad de vida de quien lo padece. En el caso puntual de trastorno
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bipolar, ello significa muy especialmente disminuir la frecuencia, intensidad y duración de las crisis aumentando paralelamente los períodos intercrisis o silentes.
Realizamos a continuación un recorrido por los principales aportes de la TCC al abordaje del cuadro mencionado. Durante el mismo, vamos enlazando algunos objetivos con los procedimientos técnicos utilizados.
Detección de pródromos
Se trata de uno de los objetivos cardinales del tratamiento cognitivo conductual. El paciente aprende a reconocer las señales que le anticipan que una crisis afectiva se avecina. Así, por ejemplo, aprende que estar más hablador o con menor necesidad de sueño tal vez preludie un episodio maníaco y que inversamente, un aumento en la cantidad de horas que duerme o un descenso en su deseo sexual pueden jalonar el comienzo de un episodio depresivo. En cualquier caso, esto permite actuar preventivamente, sea regulando la medicación o aplicando los ejercicios psicológicos adquiridos en el tratamiento.
Adherencia al tratamiento
Dado que nos hallamos frente a un cuadro crónico, resulta razonable esperar que la mayoría de los pacientes experimenten oscilaciones en su motivación hacia el tratamiento. A raíz de ello, la adherencia constituye uno de los tópicos más importantes a cubrir. Y esto vale para todos los componentes del abordaje; abarcando por un lado a la misma terapia psicológica pero por otro, no menos importante, a la ingesta ordenada de la medicación. Seguramente, la herramienta terapéutica más potente en virtud de esta meta sea la psicoeducación. Una explicación coherente, razonada y científicamente basada debería ser transmitida de forma amena y empática, abarcando en ella las creencias irracionales o equivocadas acerca de la enfermedad y su tratamiento. También puede ser de utilidad el uso de contratos terapéuticos, especialmente si se compromete en él a un miembro de la familia significativo para el paciente.
Ritmos circadianos y rutinas
Hoy se encuentra muy bien documentado que las oscilaciones en el estado de ánimo se ven fuertemente influenciadas por los ritmos biológicos o circadianos. Las personas con desorden bipolar poseen un reloj biológico lábil, fácilmente afectable por variaciones incluso menores en sus rutinas. En razón de ello, el abordaje terapéutico también se dirige a un adecuado establecimiento de rutinas, vale decir, comportamiento que se repitan de modo similar en los mismos momentos y lugares. Entre tales hábitos a regular sobresale el sueño. Por lo tanto, el paciente debería dormir unas 8 hs. aproximadamente, por la noche y respetando una misma franja horaria. Ello establece la base para otro conjunto de hábitos que se acompasan al horario en que el paciente descansa. Así, se aconseja mantener un itinerario de trabajo, alimentación, ocio y recreación. Tan importante resulta el establecimiento de ritmos en los pacientes con bipolaridad que se ha desarrollado y validado un
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sistema de tratamiento basado predominantemente en su regulación. Se lo conoce como “Terapia Interpersonal y de Ritmo Social”, su creadora es Ellen Frank. Tal como se desprende de su misma denominación, el sistema terapéutico otorga particular importancia a las relaciones sociales porque cuando ellas son disfuncionales impactan negativamente en los ciclos del paciente.
Manejo del estrés
En general, los eventos psicosociales estresantes atentan contra la estabilidad del estado de ánimo, razón por la cual se los incluye en la agenda de los tratamientos para la bipolaridad. Las investigaciones no dejan dudas acerca de que el adecuado manejo del estrés alarga los períodos intercrisis y disminuye la severidad de los episodios afectivos que inevitablemente se produzcan. Por tal motivo, todo el arsenal de herramientas terapéuticas de los programas de manejo del estrés se pone a disposición de las terapias psicológicas para los desórdenes bipolares. Esto incluye desde el establecimiento de hábitos saludables hasta los ejercicios de reestructuración cognitiva, pasando por los procedimientos conductuales de control de la activación y entrenamiento asertivo. Enseñar estrategias adecuadas para manejar el estrés es frecuentemente la tarea más importante que los psicólogos clínicos llevamos adelante con los pacientes bipolares.
En suma, este pequeño recorrido pretende mostrar algunos de los aportes que desde la Terapia Cognitivo Conductual se han efectuado a una enfermedad crónica y con una importante carga biológica y hereditaria. Justamente, esta cualidad distintiva lo resalta como un caso ejemplar acerca de lo que la Psicología puede aportar hacia otros campos conexos. Los objetivos científicos suelen alcanzarse en etapas, agregando esfuerzos desde diferentes disciplinas. Hoy no existe una cura completa para el desorden bipolar, no obstante, nos estamos acercando cada vez más. En este camino, la Psicología tiene mucho que decir y hacer. El rol desde el cual el psicólogo clínico queda posicionado en la vida del paciente le permite una visión panóptica difícil de lograr desde otros campos de la salud. La frecuencia a veces semanal con la que vemos a nuestros pacientes, el nivel de intimidad que alcanzamos en el diálogo, la confianza que ellos depositan en nosotros, entre otras tantas propiedades del dispositivo clínico- psicológico, nos otorgan un lugar privilegiado para monitorear de manera cercana a nuestros pacientes, posibilitando así la detección temprana de cambios menores y sutiles en su estado de ánimo. Y en la dinámica de los desórdenes bipolares, esto muchas veces marca la diferencia. Una diferencia que si bien no consigue la cura completa y definitiva del trastorno, se aproxima a ello aportando herramientas para una mejor calidad de vida. No es poca cosa…