revista de memoria no. 4

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SECRETARÍA GENERAL No. 4 junio - agosto de 2013 I www.archivobogota.gov.co

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Page 1: Revista de memoria No. 4

SECRETARÍA GENERAL

N o . 4 j u n i o - a g o s t o d e 2 0 1 3 I w w w . a r c h i v o b o g o t a . g o v. c o

Page 2: Revista de memoria No. 4
Page 3: Revista de memoria No. 4

1CONTENIDO

2 Editorial. Los libros de la memoria Gustavo Adolfo Ramírez Ariza

4 La fe del librero Luis Enrique Rodríguez Baquero

7 Plataforma Tecnológica del Sistema Nacional de Archivos Nataly Sanabria

9 Consejo Distrital de Archivos: una realidad César Russi López

12 Los Juegos Deportivos Bolivarianos en el IV Centenario de Bogotá Andrés Felipe Hernández Acosta

22 Memoria y monumentos en la celebración del Centenario Ángela Ovalle 27 Diana Uribe: la narradora de historias Nicolás Pernett

35 INFORME ESPECIAL Literatura en Bogotá

37 El Carnero: primera novela de Colombia Nicolás Pernett

40 Del chocolate santafereño al té bogotano: el escritor costumbrista frente a la sociedad de consumo Felipe Martínez Pinzón

48 Salvador Camacho Roldán y su Librería Colombiana Robinson López Arévalo

54 Gabo “un viejo santafereño”. 70 años de amores y desamores con Bogotá Gustavo Adolfo Ramírez Ariza

64 El “Bogotazo” en la literatura y el arte Lida Marcela Pedraza Quinche

70 ¿Hay otro Carranza? Orlando Fénix

74 Bogotá en la novelística contemporánea Santiago Gómez Lema

78 Microorganismos en archivos: de biodeteriorantes a restauradores documentales Mónica Adriana Páez Castillo

84 La encuadernación: soporte de la cultura escrita e impresa Eusebio Arias Casas

88 La emergencia de la mujer moderna en el Hogar Marcela Gómez

93 Fondo Concejo de Bogotá Patricia Pecha Quimbay

97 Eventos

100 Publicaciones

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Las ciudades no son solamente sus edificios y personas. Son también los sueños que sobre ella se tejen y se escriben, y Bogotá no es la excepción. Antes de fundarla, los españoles ya la habían imaginado como

el reino de la sal y del sosiego de las penas, y al conocer sus verdes tierras la volvieron metáfora como el “Valle de los Alcázares”. También de sueños se hizo el proyecto de la Independencia, cuando jóvenes románticos como Antonio Nariño se imaginaron una ciudad viviendo en libertad y con derechos para todos, y acudieron a los impresos para contribuir a la propagación de este ideal. En la actualidad, Bogotá es soñada para las generaciones futuras como un lugar donde nadie sea segregado, donde el hombre viva en armonía con su entorno natural como lo hicieron los primeros habitantes indígenas de la Sabana, y donde la democracia cotidiana sea una realidad para todos. El Archivo de Bogotá cumple un papel fundamental en este propósito, pues en él se conservan y divulgan más de cuatro siglos de memoria documental, y solo aprendiendo de los sueños del pasado es que podremos llegar a hacer de muchos de ellos una realidad en los tiempos venideros.

La literatura ha sido desde siempre el lenguaje perfecto para consignar los recuerdos e imaginarios de los pueblos, y es por eso que a ella está dedicado el presente número de nuestra revista. Es pertinente recordar que Bogotá se ha escrito en sus documentos gubernamentales, sus crónicas de viajes, su periodismo y sus libros de historia, pero también, y de un modo tal vez más bello porque es hijo de la imaginación y el sentimiento, en su literatura, que es una forma de consignar la memoria colectiva. Desde las crónicas de su conquista hasta las novelas del siglo XXI, este número de De Memoria rinde homenaje a los escritores de ficción nacidos en su seno, como los grandes costumbristas del siglo XIX, y a aquellos que llegaron a ella desde otra regiones del país, pero que en ella escribieron sus obras, como el inmortal premio nobel Gabriel García Márquez.

22 EDITORIAL

Gustavo Adolfo Ramírez ArizaDirector Archivo de Bogotá

La literatura ha sido desde siempre el lenguaje perfecto para consignar los

recuerdos e imaginarios de los pueblos, y es por eso que a ella está dedicado el

presente número de nuestra revista.

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ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ D.C.

Gustavo Petro UrregoALCALDE MAyOR DE BOGOTá D.C.

María Susana Muhamad GonzálezSECRETARIA GENERAL

Gustavo Adolfo Ramírez ArizaDIRECTOR ARCHIVO DE BOGOTá

Julio Alberto Parra AcostaSUBDIRECTOR SISTEMA DISTRITAL DE ARCHIVOS

César Alirio Hernández ZárateSUBDIRECTOR TÉCNICO

DE MEMORIA

COMITÉ EDITORIAL

Gustavo Adolfo Ramírez ArizaLuis Enrique Rodríguez BaqueroBernardo Vasco BustosNicolás Pernett Cañas

Nicolás Pernett CañasEDITOR DE NÚMERO

Blanca DuarteDIRECCIóN DE ARTE y DISEñO

Mónica Liliana ReyesDIAGRAMACIóN

Antonio Arévalo . Mónica Reyes . Iván Gómez FOTOGRAFíAS

Subdirección Imprenta Distrital - D.D.D.I.IMPRESIóN

ISSN 2322-7265

PORTADA: GABO CAMINANDO POR LA SÉPTIMA (BOGOTÁ)FOTO: FUNDACIÓN PALABRERÍA

SECRETARÍA GENERAL

También tienen lugar en este Informe Especial la historia del comercio de libros (esos vehículos de la memoria) en la Bogotá del siglo XIX, así como la recordación del poeta Eduardo Carranza, quien en 2013 cumplió su centenario de nacimiento. Como siempre, nuestro número trae igualmente diversos artículos de archivística e historia de Bogotá para el público en general.

Sabiendo como sabemos que los sueños de la ciudad hay que preservarlos, el Archivo de Bogotá ha asumido la labor de recopilar la mayor cantidad de documentos e impresos de la ciudad que den cuenta de ellos, pues solo a través de esta constante recopilación y ampliación se pueden subsanar en el presente algunas de las grandes pérdidas documentales que ha sufrido nuestra ciudad.

Si bien muchos de los documentos históricos se perdieron para siempre, todavía es posible conocer la ciudad del pasado a través de sus poetas, cuentistas y novelistas. Por ello, los libros que consignan las reinvenciones literarias de nuestra capital tendrán siempre un lugar privilegiado en su archivo histórico

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FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ

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La fe del librero

Acuñaron los abuelos aquella expresión que hablaba de la “fe de carbonero” para ilustrar la actitud de permanente esperanza con que los mineros

se internan en los socavones -a veces se arrastran por estrechas galerías donde apenas cabe su cuerpo- en busca del metal, el cristal o el material que les brinde la posibilidad de vivir y mantener sus familias, y lo hacen así durante muchas horas, un día tras otro. Terquedad que les permite conquistar pedazo a pedazo las entrañas de la madre tierra de la que emergen cada tarde, irreconocibles, cubiertos de tisne, de lodo, mera greda, con las herramientas en una mano y la satisfacción de haberle arrancado el premio.

Insistencia que caracteriza a tantos colombianos que cada día salen a ganarse de manera honrada el pan para su familia, muy a pesar de que el futuro no es prometedor y de que nada alienta a pensar que será mejor. Pero a la noche vuelven cansados, cuando mejor dormidos en el bus, con el pan para los hijos en la maleta. A dormir unas horas y, al otro día, obstinados, vuelta a la lucha.

Unos de esos colombianos se levanta cada día a vender libros viejos, de esos que ya nadie quiere y que estorban en toda casa, colecciones enciclopédicas que prometían

Luis Enrique Rodríguez BaqueroCoordinador de Investigaciones del Archivo de Bogotá

Mirándolos un día, pensaba, ¿cuál es la idea de vida que

tienen?, ¿por qué no pierden la fe de una vez y se dedican a otra cosa? Es un misterio que

solamente explica una alta dosis de “fe de carbonero”

LIBRERÍA PENSAMIENTO CRÍTICO / FOTOS: ARCHIVO DE BOGOTÁ

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54 FOLIO EN BLANCO

convertirnos en expertos computacionales y que aún nuevas, relucientes y sin terminar de pagar las cuotas, ya se habían vuelto obsoletas ante el atropellado desarrollo de la tecnología. Pues hay tozudos que se ganan la vida tratando de vender libros como esos.

Mirándolos un día, pensaba, ¿cuál es la idea de vida que tienen?, ¿por qué no pierden la fe de una vez y se dedican a otra cosa? Es un misterio que solamente

explica una alta dosis de “fe de carbonero”. Si hoy es un mal día, él, tranquilo, se fuma un cigarrillo y confía en que mañana será mejor. Y así un día tras otro.

Tercos como son, su subsistencia está amenazada por un país que no lee, que no le gusta leer y, que por lo tanto, no compra libros. Sus clientes son cada vez más escasos, más raros. Al punto de que de tanto verse por entre vitrinas y montones de libros, se vuelven amigos. ¿Cuándo se ha visto que los actores del “mercado” sean amigos, si se suponen antagonistas? Bueno, esa pasión rara por la lectura o, en el peor de los casos, por el ansia de poseer ese objeto llamado libro, los ha convertido en una secta, donde cada uno cumple su papel: unos ofreciendo, otros demandando.

Sin embargo, para esta secta, fijar el precio de un libro es el rito central, que por su desarrollo se antoja similar al de las erradicadas corridas de toros. Un precio que para el comprador podría ser como un toro de setecientos kilos, es esquivado con el capote del desprecio y la queja de siempre: ¡está muy caro! La mirada va a otro sector del escaparate pero ambos -vendedor y comprador- saben que el interés está allí donde primero cruzaron espadas. Varas van, banderillas vienen, un pase del librero con una

nueva oferta provoca un desplante del comprador pidiendo mejor precio. Largos ratos de negociación y de ablandamiento del “otro”, hasta que llega la hora final para ambos. Se hace la compra/venta y juntos creen que han ganado, que el toro muerto es el “otro”. Uno se desprende de un libro que de tanto vivir en las vitrinas es casi un “hijo” y el otro se lleva un “tesoro” que había estado buscando de librería en librería. Y así es un día tras otro.

Y los profetas de las tecnologías, imberbes de corbata, incultos en mancornas, predicen el final de los tiempos para el libro de papel, le auguran muerte pronta y reemplazo mejorado: el libro digital. La secta maldice entre dientes y con la fe del carbonero sigue en su culto pagano en olor de

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MT6

santidad de libro viejo, arrebatada por las visiones del papel amarillento, escudriñando los misterios de la pasta raída, guardando la verdad revelada de la tinta seca y disfrutando el morbo secreto por las ideas, los seres y los mundos de otros tiempos.

En efecto, en ese mundo marginal de miles de libros viejos y usados está la huella del ser humano sobre la tierra, su impronta: sus cantos, sus días de tristeza, sus constantes búsquedas de dioses y de ciencias, su

afán -vano, por demás- de saber y controlar el futuro, sus amores y sus odios vueltos guerras, sus historias y sus memorias, sus relatos míticos, sus rituales de esperanza o resignación, su sufrimiento, sus formas de vivir, celebrar, trabajar, en fin, y para resumir, entre todos esos libros viejos están muchas de las expresiones culturales y artísticas de la humanidad.

Allí está el saber, esa certeza -a veces milenaria- probada, generación tras generación, en largas jornadas de pensamiento, de trabajo, de escrutinio, de duda, de verificar una y otra vez hasta el convencimiento. También está el arte. Esa expresión tan exclusivamente humana que traduce en lenguaje de belleza hasta las más cotidianas cosas, sucesos y sentimientos. Están

las civilizaciones, las que han existido sobre la faz de esta tierra. Esas civilizaciones desaparecidas, violentadas, vencidas o asimiladas, cada una en su tiempo, con su verdugo y su carga. Está, en últimas, la historia del ser humano con sus virtudes y sus vilezas.

También allí está Bogotá, esa que en otro tiempo se llamaba Santafé, y antes quién sabe, y antes de antes ni imaginamos. Ahí se encuentran sus

rastros, sus seres de hace doce mil años, aquellos que conocieron su gran laguna y que supieron del cataclismo (o la vara del tal Bochica) que creó el salto de Tequendama. Ahí están esas comunidades de chibcha-hablantes, pacíficos campesinos, pastores y comerciantes que vía trueque construyeron el sentido del territorio, uniendo llanos y cordilleras, creando esa red de caminos por los que llegaría el conquistador ibérico.

Lo que pasó luego es historia conocida, que también está contada, imaginada, analizada, discutida, relativizada, recontada, reescrita, reinterpretada y vuelta a poner en duda, en ese montón de libros viejos que pretende vendernos, una y otra vez, el librero con fe de carbonero

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Como es tradicional en la revista De Memoria, el Archivo General de la Nación le cuenta a

la ciudadanía de Bogotá y del país las novedades más importantes de su gestión. En

esta ocasión, el turno es para el Sistema de Información del Sistema Nacional de Archivos.

ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ

Nataly SanabriaArchivo General de la Nación E

l Archivo General de la Nación se encuentra atravesando un proceso de cambio integral tanto en lo organizacional, normativo y tecnológico, como en la misma configuración del

Sistema Nacional de Archivos, el cual articula e integra a las instituciones públicas y a los archivos del orden municipal, distrital, departamental y nacional. Como apoyo a este proceso de modernización, la Subdirección Tecnologías de la Información Archivística y Documento Electrónico (TIADE) es la responsable de

7ACTUALIDAD

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implementar el Sistema de Información del Sistema Nacional de Archivos – SISNA, mediante el desarrollo de una plataforma tecnológica -base web- que permita realizar el censo de archivos del país, evaluar y hacer seguimiento en línea al desarrollo del Sistema Nacional de Archivos de la política archivística.

El Sistema de Información del Sistema Nacional de Archivos tiene como objeto recibir la información de las instituciones archivísticas, públicas y privadas del país que hacen parte del SNA, que permita analizar el desempeño de los archivos públicos y medir del cumplimiento de política archivística a nivel nacional y salvaguardar el patrimonio documental de la nación.

El SISNA se constituye así en una herramienta clave para el desarrollo de los archivos del Estado. En tal sentido el proyecto SISNA tiene por objeto garantizar la calidad, robustez, fiabilidad, flexibilidad, escalabilidad y consistencia de la información reportada por las entidades que conforman el SNA como aquella recogida por las diferentes áreas del AGN que atienden el desarrollo de la política archivística, de tal forma que sirva como un apoyo efectivo en los procesos de análisis y toma de decisiones en materia archivística en todas las entidades territoriales que conforman el Sistema Nacional de Archivos. Para ello se busca estandarizar la calidad de la información entre todos los actores que aportan datos e información al SNA y desarrollar herramientas efectivas para lograr la consistencia de la información almacenada en el Sistema.

En una primera fase, con la información almacenada en este sistema, el Archivo General de la Nación contará con un registro actualizado de los archivos públicos del país, permitiendo una adecuada identificación de los archivos pertenecientes al ámbito nacional y territorial con el fin de dar a conocer datos básicos como la titularidad, dirección, fondos y servicios; y en segunda instancia tener una visión integral de

las necesidades requeridas para su desarrollo y generar planes para su modernización y desarrollo en coherencia con las políticas archivísticas.

Durante la vigencia 2013 el Sistema de Información del Sistema Nacional de Archivos - SISNA requerirá de la redefinición del sistema, teniendo en cuenta entre otras las siguientes actividades:

- Elaboración y gestión del plan de implementación del SISNA.

- Articulación de planes y programas de naturaleza archivística.

- Elaboración y seguimiento del plan de calidad, comunicaciones, adquisiciones y requerimientos del SISNA.

- Elaboración de infografías y objetos virtuales de aprendizaje como apoyo a la implementación del SISNA.

- Elaboración de especificaciones funcionales y no funcionales (módulos: Censo Nacional de Archivos, Observatorio Nacional de Archivos, Archivo Nacional Digital, banco de proyectos Gestión Documental).

- Implementación Módulo Censo Nacional de Archivos y piloto de carga para 32 entidades.

En esta primera fase, el objetivo será la implementación del Módulo Censo Nacional de Archivos y en la prueba piloto se contemplarán 32 entidades, orientadas a los archivos departamentales, con una proyección de ir ampliando su alcance a otras entidades del país y de esta manera contribuir con la difusión y conservación del patrimonio documental

El SISNA se constituye así en una herramienta clave para el desarrollo de

los archivos del Estado.

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9MT ACTUALIDAD

La función archivística en el Distrito Capital de Bogotá, antes del año 2006, era ejercida principalmente por el Archivo General de la Nación. Pero a partir del Decreto 475 de 2006, esta facultad fue otorgada al Consejo

Bogotá cuenta finalmente con su Consejo Distrital de Archivos, una

iniciativa largamente acariciada y que vio la luz en este año. Aquí, la historia de esta instancia, en la que se dan cita los representantes más importantes de la

actividad archivística de la ciudad, desde su formulación hasta su realidad.

César Russi LópezArchivista Subdirección del Sistema

Distrital de Archivos. Archivo de Bogotá

Distrital de Archivos, ente que se encargará de “orientar la función archivística en el Distrito Capital y de velar por el cumplimiento de las políticas y normas trazadas por el Archivo General de la Nación y el Archivo de Bogotá”.

CONSEJO DISTRITAL DE ARCHIVOS: GuSTAVO RAMÍREz, SuSANA MuHAMAD, ADRIANA CÓRDOBA, MAuRICIO TRuJILLO, GERMÁN MEJÍA y LILIA CÁRDENAS FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ.

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Dentro de las facultades otorgadas por la norma al Consejo Distrital de Archivos se encontraba la de aprobar las tablas de retención y valoración documental de las entidades del Distrito y las privadas que cumplan funciones públicas, así como propiciar mecanismos para su aplicación dentro de la administración. De la misma manera el Consejo hará seguimiento al cumplimiento de las políticas y normas archivísticas dentro de su jurisdicción.

Posteriormente, con la promulgación de los Decretos 2578 y 2609 de 2012 por parte del Ministerio de Cultura, se reafirman y fortalecen las competencias establecidas al Consejo Distrital de Archivos. Finalmente, en el mes de marzo del año 2013 se expidieron los Acuerdos 04 y 05 del Archivo General de la Nación, orientados en parte a la reglamentación de los dos decretos del año anterior.

El Archivo de Bogotá, en aras de contribuir al desarrollo archivístico de la ciudad, se encargó de preparar un acto administrativo, para firma del señor alcalde, que interpretara y acogiera las nuevas disposiciones de ley. Con este propósito fue expedido el Decreto 329 en el mes de julio del año 2013, mediante el cual se creó el Consejo Distrital de Archivos como “instancia responsable de asesorar, articular y promover el desarrollo de las políticas relativas a la función archivistica pública y de las políticas orientadas a la conservación y promoción del patrimonio documental de la ciudad”. Con este acto administrativo se deroga el Decreto 476 de 2006.

El Consejo Distrital de Archivos queda integrado de la siguiente manera:

El/La secretario(a) general de la Alcaldía Mayor de Bogotá D.C. o su delegado(a).El/La director(a) del Archivo de Bogotá, quien actuará como secretario(a) técnico(a).

El/La secretario(a) distrital de Cultura o su delegado(a).El/La presidente(a) de la Academia de Historia de Bogotá o su delegado(a).El/La veedor(a) distrital de Bogotá D.C.El/La alto(a) consejero(a) distrital de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones -TIC.Un(a) representante de los archivistas, designado(a) por el Colegio Colombiano de Archivistas y la Sociedad Colombiana de Archivistas.Un(a) representante de las instituciones de educación superior del Distrito Capital que ofrezcan programas de formación directamente relacionados a la archivística.Un(a) representante de los archivos privados de Bogotá.

Dentro de las funciones asignadas por la norma al Consejo Distrital de Archivos cabe señalar algunas:

Emitir los conceptos sobre las tablas de retención y tablas de valoración documental que sean necesarios, luego de su revisión y convalidación, y solicitar que se hagan los correspondientes ajustes.Evaluar y aprobar los planes especiales de manejo y producción relacionados con los archivos y documentos declarados como bienes de interés cultural.Presentar semestralmente, dentro de la respectiva vigencia, informes de su gestión al Archivo General de la Nación Jorge Palacios Preciado.Apoyar la gestión de programas y proyectos del Sistema Distrital de Archivos, en todo lo concerniente a la organización, conservación y servicios de archivo, de acuerdo con la normativa y parámetros establecidos por el Archivo General de la Nación y con complementarios que el respectivo imparta en el Distrito Capital.

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1110 ACTUALIDAD

La activación del Consejo Distrital de Archivos para la ciudad se considera como uno de los acontecimientos más relevantes para las Administración Distrital en materia de gestión documental, no solo por su carácter como instancia asesora y articulada de la función archivística, sino por los retos que la nueva normativa archivística le representa al Archivo de Bogotá y a las entidades del orden distrital. Es innegable que en algunos casos los archivos han sido motivo de una serie de cuestionamientos en el Distrito Capital, entre otras razones por las precarias condiciones en las que es frecuente encontrarlos y el poco apoyo de las altas direcciones en su cuidado; estas situaciones han convertido el tema archivístico en uno altamente preocupante para toda la Administración distrital.

El Consejo Distrital de Archivos se reunió por primera vez el 27 de agosto de 2013, y en su primera sesión fue abordada una serie de temáticas en torno a la función archivística de las entidades distritales. De la misma manera, fue aprobado el reglamento bajo el cual se regirán sus actuaciones. Asimismo, en esta sesión fueron presentadas para su convalidación las tablas de retención documental de la Secretaría General, IDIPRON y

Bomberos, las cuales fueron revisadas y evaluadas por la Secretaría Técnica de este Consejo.

La convalidación por primera vez de las tablas de retención documental por parte del Consejo Distrital de Archivos se considera un acontecimiento histórico para la archivística del Distrito, porque por primera vez esta instancia convalida este tipo de instrumentos archivísticos, que le permitirá a las entidades iniciar la fase de implementación y aplicación para la organización de sus archivos. En la sesión realizada el 21 de octubre se presentó para convalidación la tabla de valoración documental de la Unidad Administrativa Especial Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá; instrumento que igualmente fue revisado y evaluado por la Secretaría Técnica del Consejo.

Por otra parte cabe señalar que el Consejo Distrital de Archivos debe asumir no solo la responsabilidad de la convalidación de los instrumentos archivisticos (tabla de retención documental y tabla de valoración documental, entre otros), que deben ser presentados este año por parte de las entidades distritales, sino viabilizar todas las estrategias y acciones para garantizar la asesoría, inspección y vigilancia de la función archivística en la Administración Distrital, por parte del Archivo de Bogotá

CONSEJO DISTRITAL DE ARCHIVOS: GuSTAVO RAMÍREz, MAuRICIO TRuJILLO, GERMÁN MEJÍA, LILIA CÁRDENAS, JOHANNA TRuJILLO y JuLIO ALBERTO PARRA FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ.

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13CRóNICA HISTóRICA

ESTADIO NEMESIO CAMACHO “EL CAMPIN” / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO FOTOGRÁFICO SADY GONZÁLEZ

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Los JuegosDeportivos Bolivarianos en el IV Centenario de

BogotáEntre el 5 y el 22 de agosto de 1938 tuvieron lugar en Bogotá los primeros Juegos Deportivos Bolivarianos, primer evento deportivo internacional de gran escala que se realizó en Colombia. A pesar de su importancia, los Juegos son un acontecimiento que tiene poca recordación entre la ciudadanía. Un historiador experto en deporte hace su genealogía 75 años después.

En 1932, un colombiano, Jorge Perry Villate, fue por primera vez a una olimpiada a nombre de nuestro país, aunque no con apoyo de su gobierno sino por su propia gestión ante el Comité

Olímpico Internacional (COI). Perry compitió en la maratón (42 km), pero en el km 10 se desmayó (Araújo, 2004), quizá por falta de preparación, pero también debido a la carencia de un campo organizado del deporte en el país. Este hecho atlético de primer nivel en el contexto nacional propició el renacimiento del atletismo en Colombia, que había sido opacado por el boxeo durante los años 20. Fue tal el impacto de esta primera participación en la mayor de las justas deportivas de alcance internacional que nuestra participación en la siguiente, Berlín 1936, esta vez con caracter oficial y nacional, contó con la asistencia de seis atletas nacionales, en su mayoría

provenientes de las clases populares. Este nuevo impulso y hecho precursor se pudo evidenciar en la creación del Comité Olímpico Colombiano (COC), el 3 de julio de 1936 y en la del Instituto Nacional de Educación Física (INEF), en junio del mismo año. Sin embargo, se puede decir que lo más importante que se logró, para la ciudad de Bogotá, fue la creación de un nuevo evento: los Juegos Bolivarianos, que se realizaron por

Andrés Felipe Hernández AcostaHistoriador Universidad Nacional de Colombia

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15CRóNICA HISTóRICA

primera vez en Bogotá, para el IV Centenario de la ciudad, que se cumpliría en 1938 (Hernández, 2013).

El evento bolivariano ya había sido propuesto a mediados de 1934 por la Federación Deportiva del Ecuador, con la idea de celebrar el cuarto centenario de fundación de Quito, en 1935, encuentro al cual habían invitado a Colombia. No sabemos cuál fue el motivo de su no realización, pero el hecho es que Bogotá desde el segundo semestre de 1934 se había dado a la tarea de construir un estadio para celebrar el IV Centenario de su fundación. A finales de 1935 el presidente Alfonso López Pumarejo había propuesto que ese estadio fuera el que se construiría con su patrocinio en la recién reconstituida Universidad Nacional. Sin embargo, alcaldes de la ciudad en su momento, como Carlos Arango, se habían opuesto a esta idea. De hecho, Jorge Eliécer

Gaitán lo había hecho desde antes de llegar a la Alcaldía, pues la Universidad Nacional era un proyecto educativo y nacional, pero no distrital, y por esto consideraba que no era lo más acorde para Bogotá. El dirigente deportivo Alberto Nariño Cheyne -descendiente del precursor de la independencia de Colombia, Antonio Nariño-, aprovechando la decisión política de realizar dos estadios con motivo del IV Centenario de Bogotá, y debido a su viaje como directivo a las olimpiadas de Berlín, solicitó al Comité Olímpico Internacional la creación y realización de los Juegos Bolivarianos, la cual consiguió el 16 de agosto de 1936, fecha de clausura de las olimpiadas nazis.

La jugada también la pensó Nariño Cheyne para hacerse cargo del Comité Olímpico Colombiano (COC), quitándole la dirección en 1937, debido a la gestión de este evento, al primer presidente de

FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO FOTOGRÁFICO SADY GONZÁLEZ.

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este organismo, Julio Gerlein Comelin, el otro gran dirigente deportivo del momento, quien logró cosas tan importantes para el deporte nacional como la realización de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Barranquilla, los cuales se iban a realizar en 1942, pero que se pospusieron hasta 1946, debido a la II Guerra Mundial.

Bogotá, preparada para los Juegos

Los Juegos fueron concebidos como la oportunidad para afianzar las relaciones interregionales, como un acto político para reunir y reconciliar a las seis naciones liberadas por Simón Bolívar, lo cual tenía todo el asidero posible para Colombia debido a la “reciente” Guerra con el Perú (1932- 1933). En ese momento se pensaba que el deporte era un nuevo factor civilizador, un espacio de vida internacional y de reconocimiento de los otros con reglas claras de juego limpio. Así se habían pensado los Juegos Nacionales en Colombia desde 1928, año de fundación oficial de esta clase de eventos en el país; y así lo había creído el Comité Olímpico Internacional, a nivel global, desde su fundación, en 1894.

Bogotá se volcó para apoyar la celebración de su cuarta centuria con los mejores atuendos, en momentos en que las élites se preocupaban por consolidar la historia para crear identidad nacional y llevar el país hacia la modernidad. Esto último estaba acorde con el carácter moderno del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934- 1938), que se puede ver en la previa a los juegos, pues el 18 de julio se inauguraron el Instituto Botánico de la Ciudad Universitaria, con la respectiva estatua a José Celestino Mutis y, por otra parte, se realizó la primera función en el Teatro Colón. El 20 de julio también se inauguró la nueva Biblioteca Nacional.

De otra parte, el 23 de julio se inauguró el Primer Congreso de Historia de los Países Bolivarianos, que se posibilitaba gracias a los juegos deportivos. En consonancia con esta idea, se afianzaban los lazos con América Latina en general, ya que Argentina donaba el 24 del mismo mes la primera piedra del monumento a San Martín, que hoy se ubica en la calle 32 con carrera Séptima, que acompañaría, en la ciudad, al monumento a Benito Juárez, obsequiado por el gobierno mexicano a Bogotá el 26 de julio del mismo año. Por otro lado, siendo una meta que ya se había fijado Gaitán en su alcaldía (junio 1936- febrero 1937), se inauguró el nuevo acueducto de Bogotá, el 28 de julio; al día siguiente se inauguraba la estatua a Marconi, el inventor de la radio, y la Nueva Escuela de Policía General Santander; se establecía la Cárcel Municipal el 2 de agosto y, el mismo día, la Exposición Arqueológica de San Agustín.

Era el final del gobierno de López y este lo aprovechó para entregar las obras que la memoria de los citadinos y sus electores recordaría. Así, el 5 de agosto, poco antes de acabar su gobierno, se inauguró una de las obras más importantes de su cuatrenio: el estadio de la Ciudad Universitaria, que estaba pensado para que coincidiera con el inicio de los Juegos Bolivarianos. En todos estos hechos se veía el rasgo propio del primer gobierno de López: la creación de una trama entre ciencia, tecnología, artes, letras y deportes, que debía garantizar un Estado moderno, más allá de la tradicional garantía de la seguridad y su fortalecimiento, así como la búsqueda del desprendimiento de la dependencia de la

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1716 CRóNICA HISTóRICA

En ese momento se pensaba que el deporte era un nuevo factor civilizador, un espacio de vida internacional y de reconocimiento de los otros con reglas

claras de juego limpio.

religión como unidad de la nación, que se buscaría ahora, entre otros medios, a través del deporte.

Asimismo, era evidente la urdimbre que se tejía entre pasado, presente y futuro. Tal fue el sentido que se le dio a que los deportistas de las seis naciones bolivarianas (Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela), que en los actos previos a la apertura de los juegos, el 1 de agosto, hicieron una caminata desde el Parque de la Independencia a la estatua del Libertador, situada en la

Plaza de Bolívar. Una vez allí, cada uno de los delegados de los respectivos países le depositó una corona, acto muy propio de la solemnidad de la época y de sentido y apropiación de los nuevos hechos sociales, como el deporte, engranados en la historia y volcados al futuro.

En este mismo orden de ideas, fue un hecho simbólico poderoso el recorrido de la llama olímpica. En aquella época cualquier evento deportivo de algún calado se le denominaba olímpico. Así, a los Juegos Bolivarianos se les denominó Olimpiadas Bolivarianas. A diferencia del que propusieron los nazis en los Juegos de Berlín 1936, que partía desde Olimpia hasta llegar a Berlín,

para metaforizar la heredad prometeica del recorrido de la civilización, la de los Juegos Bolivarianos se hizo siguiendo la ruta del libertador: partía del departamento de Santander, pasaba por el Puente de Boyacá con rumbo final a la ciudad de Bogotá, para llegar a la Plaza de Bolívar el 4 de agosto y al día siguiente, el día de la inauguración de los juegos, al estadio. Justamente la significación de la apertura de este evento deportivo fue narrada de manera lúcida por un periodista de El Espectador:

Con el desfile de esta tarde en el estadio de la Ciudad Universitaria, en el que tenían parte todos los deportistas que se encuentran actualmente en la ciudad, venidos de las

cinco patrias hermanas, en generoso gesto de simpatía para con la nuestra, y nuestros propios atletas, quedan oficialmente inaugurados los primeros juegos deportivos bolivarianos, el número más atrayente y el de mayor significación que pudo incluirse en el programa de la celebración del cuarto centenario de Bogotá.

El más atrayente, porque es ésta la primera vez en que la afición puede admirar, enfrentados en noble lucha, a los más prestigiosos representantes del deporte de cinco naciones, que han querido enviarlos hasta nosotros

FOTOGRAMAS: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO HERMANOS ACEVEDO

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como embajadores de su cultura. Nunca, antes de ahora, se había reunido en un estadio colombiano mayor número de atletas extranjeros, para participar en un torneo en el que lo que preocupa no es el triunfo sino la gallardía, el ademán caballeroso y gentil y la manifestación de una espiritualidad, de una comprensión del profundo sentido de la fiesta que corren parejas con la habilidad que tienen en el dominio del músculo.

Y el más significativo, porque los juegos bolivarianos son primordialmente un motivo maravilloso para hacer más fuertes los vínculos y más cálida la amistad entre naciones que nacieron bajo un mismo destino histórico, si de la diplomacia, austera y recatada generalmente, se derivan innegables beneficios para el conocimiento y la simpatía reciprocas, una mayor suma de factores poderosos se consigue con este íntimo contacto de los pueblos alrededor de una fiesta deportiva. (El Espectador, 5 de agosto de 1938, p. 4).

Los Juegos Bolivarianos

Los Bolivarianos fueron ante todo la oportunidad para que la gente se divirtiera en la Plaza de Toros de Santamaría viendo los encuentros de boxeo o de lucha libre, o fuera al estadio de la Ciudad Universitaria y viera la consecución de las tres preseas doradas de Cecilia Navarrete, “la morochita”, en los 100 metros planos, lanzamiento de disco y relevos 4x100, junto a sus compañeras, Adela Jiménez, Berta Navia y Raquel Gómez. Pero también, para que disfrutaran en la Universidad Nacional de los triunfos de las selecciones colombianas de basquetbol, masculina y femenina, que obtuvieron medallas de oro en un deporte en el que no se esperaban estos resultados. También, los que podían asistir a Santa Ana, en Usaquén, vieron los triunfos en tiro de Enrique Muñoz Rivas, quien se hizo de

FOTOGRAMAS: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO HERMANOS ACEVEDO

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Uno de los triunfos más recordados fue el de Jorge Nova en 25 km, atleta que marcó toda una época durante los años 30 y que posteriormente sería inspiración para los atletas

colombianos que resaltaron a nivel internacional

las medallas de oro en disparo de precisión 25 metros, 50 metros, y en fusil, 50 metros. O ir al Country Club para ver golf y cómo se lograban “dos preseas de oro más (…) con el bogotano Alberto Gamboa, quien ganó el título individual y con su hermano Rafael, el de equipos” (COC, 2013). Uno de los triunfos más recordados fue el de Jorge Nova en 25 km, atleta que marcó toda una época durante los años 30 y que posteriormente sería inspiración para los atletas colombianos que resaltaron a nivel internacional en los años 60, 70 y 80, como Víctor Mora, Álvaro Mejía o Domingo Tibaduiza.

Estas justas deportivas fueron, además, una oportunidad significativa para hacer relaciones diplomáticas, políticas y comerciales interregionales, como se puede inferir del “Té Bailable” ofrecido por el America Sport Club o del coctel dado por el Gun Club “en honor de los presidentes y directores de las delegaciones deportivas bolivarianas”(El Espectador, 20 de agosto de 1938, p.1).

De otra parte, quienes no pudieran ir al estadio, podían disfrutar de las transmisiones radiales a través de una radio Philco, al tiempo que asistían a las celebraciones populares del centenario que se realizaban en Paloquemao, donde tenían lugar las becerradas. Si no se encontraban en la ciudad, podían enterarse del desarrollo de los juegos por medio de las diferentes radiodifusoras, como la Voz de Antioquia-Medellín, Voz de Barranquilla, Radio Cartagena, Radio Manizales, Emisora Electra, Manizales, Voz de Pereira, Radio Santander; o a nivel internacional por medio de Radio Internacional-Lima, en Perú, o Radio Estrella, en Panamá.

Críticas

Una de las primeras críticas que se dio por la realización del los Juegos fue una que se espetó antes de iniciarse las justas, la cual quedó

consignada en un artículo de El Espectador en los siguientes términos:

En el Campín deberían efectuarse los Juegos Bolivarianos. Está en mejores condiciones que el estadio universitario (…) Es verdad que el estadio de la Ciudad Universitaria es una obra de gran mérito. En ella se pueden efectuar competencias de índole internacional, pero la capacidad de sus tribunas no es del todo suficiente (…) En cinco días que faltan se debieran hacer innumerables reformas que el tiempo ya no permite en este estadio del gobierno nacional. Los camerinos para los deportistas; un completo servicio sanitario; las astas para las banderas que deben ser izadas en el estadio, las taquillas para las ventas de boletas. (El Espectador, 1 de agosto de 1938, p. 6).

Esto nos da luces sobre la pertinencia de que se inauguraran en la Ciudad Universitaria y no en el estadio, que el diario consideraba más adecuado para las justas con motivo del IV Centenario, es decir, el coliseo propio de la ciudad. Fue por esto que cuando se inauguró El Campín, el 14 de agosto, se hizo una segunda apretura de las justas al desfilar todas las delegaciones deportivas, nuevamente, y que Gustavo Santos, el alcalde de la ciudad para la época, le diera las gracias a Gaitán por pelear, en su momento, por la creación de un estadio propio para la ciudad.

Otras de las diversas críticas que se expresaron durante el evento fueron a la selección de fútbol de Colombia por sus pobres resultados, a la organización, por la falta de un velódromo para

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las pruebas de ciclismo; a los pobres eventos boxísticos que carecían de la espectacularidad a la que estaban acostumbrados los espectadores y el mal estado de las vías para el acceso a los estadios, o de lo inapropiado de la cancha de fútbol de la Escuela de La Salle para los encuentros de beisbol. Incluso, de mi parte, podría agregar una crítica a la prensa por el pobre cubrimiento que hizo a las pruebas de natación que tenían lugar en Girardot; el cubrimiento se redujo al triunfo del equipo colombiano de waterpolo, pues en las demás pruebas no hubo medallas para Colombia, y estas fueron ganadas por Ecuador y secundadas por Panamá.

Para concluir

Muchas de estas críticas tenían asidero, pero coincidimos con el periodista peruano Gandaseguí, cuando decía que: “Considero que los primeros Juegos Deportivos Bolivarianos resultarán un sonado éxito, a pesar de las deficiencias que se notan y que la prensa local se ha ocupado de señalar, deficiencias que son naturales en todos los preparativos de torneos de esta naturaleza” (El Espectador, 1 de agosto de 1938, p. 8).

El desarrollo del deporte en Colombia era todavía magro pero al menos se habían superado las dos medallas de bronce que se habían obtenido en tenis y en fútbol en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá en febrero de 1938, en donde habíamos ocupado la séptima posición en el medallero general. En los Bolivarianos de 1938 Colombia obtuvo el tercer puesto con 19 medallas de oro, al finalizar las pruebas en El Campín el 22 de agosto, detrás de Perú y Ecuador; algo iba de unas justas a las otras, aunque también había que considerar la localía y que la región bolivariana estaba más rezagada en el deporte que países como México y Cuba en Centroamérica y el Caribe.

En todo caso, es importante considerar que antes de que ocurriera en otros ámbitos de la sociedad, se dio la aparición de las mujeres colombianas en

los Juegos Bolivarianos de 1938; su visibilización, sus méritos y sus triunfos se hicieron presentes por medio del deporte. Un campo que en sus inicios estaba circunscrito a lo masculino y viril amplió su esfera de inserción en la sociedad por sus cualidades de inclusión e integración, las mismas que imaginaron e inspiraron la realización de estos juegos.

Por todo esto se consideró que: “Después de los juegos bolivarianos, el deporte colombiano se ha comprometido en forma solemne a asistir a la mayoría de los eventos internacionales de toda índole” (El Espectador, 19 de agosto de 1938, p. 7). Entre otras, porque había avanzado mucho en infraestructura deportiva para la masificación de su práctica, como lo demuestra el conjunto de instalaciones deportivas de la Universidad Nacional y la creación del estadio El Campín, que aumentó la espectacularidad del deporte y llevó a una masificación mayor de las prácticas deportivas. Además, la construcción de estos estadios contribuyó al crecimiento de la ciudad en cuanto a su desarrollo urbanístico, hacia el occidente, transformándola para siempre.

En cuanto a la integración bolivariana, esta se vio constreñida simbólicamente, ya que el mismo día de la inauguración de los juegos llegaron al país “tres fortalezas del aire”, de carácter militar, que formaban “la misión aérea oficial enviada por el gobierno de los Estados Unidos para asistir a la transmisión de mando en Colombia” (El Espectador, 5 de agosto de 1938), mostrando al agente debilitador del proyecto.

Lo cierto es que la ciudad celebró por todo lo alto su IV Centenario. Más allá de que se celebrara el 6 de agosto, los festejos se dieron a lo largo de todo un mes: en las élites, por ejemplo, con cabalgatas sabaneras, hoy inexistentes; y en la base, con la organización de murgas bailables de todas las regiones del país, como la realizada en la Plaza de Toros, donde “quince mil niños pobres de Bogotá asistieron (…) al gran concierto popular ofrecido por la alcaldía en la plaza de toros de

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2120 CRóNICA HISTóRICA

ARAÚJO VÉLEZ, Fernando. (2004) “Jorge Perry”. Edición de la Biblioteca Virtual de la Luis Ángel Arango, Bogotá. Recuperado el 10 de septiembre en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/perrjorg.htm

HERNÁNDEZ, Andrés Felipe. (2013). “Elementos sociohistóricos intervinientes en la construcción de los estadios Alfonso López y El Campín para los primeros Juegos Bolivarianos: Bogotá, 1938”, en Revista Colombiana de Sociología, Vol. 36. No 1.

COMITÉ OLÍMPICO COLOMBIANO (2013), Alberto Galvis Ramírez (director de la publicación). Colombia olímpica. 75 años de presencia deportiva en el mundo. Bogotá: Comité Olímpico Colombiano (COC).

¿EL FLORERO DE LLORENTE?

La historia dice que para festejar la visita

del oidor don Antonio Villavicencio, un grupo

de criollos -encabezados por los hermanos

Morales- fue hasta la miscelánea del español

Antonio Llorente a solicitarle prestado un

florero para adornar la mesa del banquete.

Pero el chapetón se negó a facilitar el florero

y eso desencadenó una pelea que, a la

postre, originó el grito de Independencia. Sin

embargo, el florero que se exhibe en la casa

museo del 20 de julio, en Bogotá, tiene una

historia particular. La porcelana perteneció

al pintor Epifanio Garay, quien un buen día

de 1882 lo donó al Museo Nacional porque

-según él- estaba en la tienda de Llorente.

De ahí pasó en 1960 al museo. Lo cierto es

que no hay pruebas fehacientes que digan

que, evidentemente, era de Llorente y mucho

menos que esa bella obra incendió la flama de

nuestra independencia.

LOS ANDENES DE BOGOTá

Las ciudades y las calles bogotanas

fueron construidas para peatones, para

caminantes. Los medios de transporte fueron

arrebatándosela. Un tropel de carretas,

carruajes, tranvías, automóviles, camiones,

buses y demás “expulsó” a los peatones de

su reino natural. Algunos pagaron con su

vida el intento de recuperar ese espacio.

Las ciudades debieron cambiar su forma, su

espacio y buscar un sitio para los peatones.

¿La solución? El anden. En Bogotá, las

primeras normativas sobre este aspecto se

empezaron a gestar desde 1915, pero fue ya

en el siglo XXI, con el concepto de espacio

público, que se formalizó un diseño para

uso exclusivo de peatones y con normas

específicas dispuestas para las necesidades

humanas.

Santamaría (…) las bandas departamentales y las murgas populares que se encontraban actualmente en la capital ejecutaron varios números muy interesantes” (El Espectador, 11 de agosto de 1938, p. 9); o con la Exposición Industrial Nacional que tuvo lugar en esas fechas.

Antes de que ocurriera en otros ámbitos de la sociedad, se dio la

aparición de las mujeres colombianas en los Juegos Bolivarianos de 1938; su visibilización, sus méritos y sus triunfos se hicieron presentes por

medio del deporte.

Estos eventos, acompañados de la transmisión del mando del gobierno de López Pumarejo al de Eduardo Santos, hicieron de Bogotá, por esas fechas, una ciudad internacional. Aunque aún en esa época la capital se horadaba en un conservadurismo ensimismado, las celebraciones y los Juegos Bolivarianos funcionaron como un bálsamo y, por un momento, Bogotá se pareció a una ciudad moderna

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MONuMENTO A BOLÍVAR, PARquE CENTENARIO (CALLE 26, CARRERA 10) / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ FONDO FOTOGRÁFICO SADY GONZÁLEZ.

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Bajo el gobierno del general Rafael Reyes (1904-1909), se expidió la Ley 39 del 15 de junio de 1907 que ordenaba la solemne celebración del Centenario de la Independencia nacional. Para dar alcance a esta Ley, el Poder Ejecutivo

decretó el 22 de Octubre de este mismo año, la creación de una Comisión encargada de preparar los programas y las medidas necesarias para la oficial celebración del Centenario de la Independencia nacional.

Como parte de la memoria de esta celebración, la Comisión Nacional del Centenario realizó en 1911 la publicación

En 1910, con motivo del primer

Centenario de la Independencia de

Colombia, Bogotá se transformó con

la instalación de numerosas estatuas

y monumentos recordando los

hechos heroicos de 1810. ¿Cuáles fueron y cómo ayudaron

a preservar la memoria estos monumentos en la ciudad?

Ángela Ovalle BautistaMg. en Historia - Restauradora del Archivo de Bogotá

Memoria y monumentos en la celebración del Centenario

23CRóNICA HISTóRICA

FOTOS: ARCHIVO DE BOGOTÁ - COLECCIÓN uRNA CENTENARIA.

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del libro Centenario de la Independencia 1810 – 1910, con el interés de recoger en una crónica todos los sucesos y las festividades realizadas en Bogotá para dicha conmemoración. Con respecto a esta publicación, los comisionados Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín anotan:

“Tal obra atestiguará en lo porvenir el patriotismo con que la generación de 1910 supo honrar a los próceres. Ella será de un valor inestimable para el estadista, el filósofo, el historiador, pues podrán ver allí descrito de un modo gráfico el estado de la civilización de Colombia en la primera centuria de su independencia. Quedan en ellos representados las ciencias, las artes, las letras, el comercio, la industria, la agricultura y la ganadería” [Comisión del Centenario, 1911, p.2].

Esta publicación contiene los pormenores de los festejos organizados entre el 15 y el 31 de julio de 1910 para celebrar el primer Centenario de la Independencia. Al revisar la descripción de cada uno de los eventos llama la atención que de los 17 días de celebración, en 11 de ellos se llevó a cabo la inauguración de 14 monumentos en 9 sitios de la ciudad de Bogotá.

Una de las particularidades es que todos los monumentos fueron erigidos bajo de la figura de donaciones como ‘ejemplo de virtud cívica y de espíritu público’.

Busto de Antonio RicAuRte en el PARque del centenARio, donado por el Gun club.

Busto de Acevedo Gómez en el PAlAcio municiPAl, donado por la sociedad de la unión.

Busto de cAmilo toRRes en el PARque del centenARio, donado por el Jockey club.

medAllones de FeRnández mAdRid y de vARGAs teJAdA en el teAtRo de colón, donados por el escultor Juan José Rosas al Jockey club y por éste al teatro de colón.

estAtuA de Antonio nARiño en lA PlAzA de nARiño, donada por el Gobierno a través de la comisión nacional del centenario.

monumento Al cAnóniGo mAGistRAl AndRés Rosillo en lA PlAzuelA de lA cAPuchinA, donado por los vecinos del barrio de san victorino a través de la Junta del centenario del barrio san victorino.

Busto de Antonio nARiño en el sAlón de sesiones de lA municiPAlidAd, donado por la Sociedad Tipográfica. m

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De los 14 monumentos, solo 3 fueron financiados exclusivamente por el Estado (las estatuas de Antonio Nariño, Simón Bolívar y del mariscal Sucre), y los demás fueron obsequiados a la ciudad por centros sociales privados, sociedades y juntas barriales, como es el caso del Gun Club, Jockey Club, Polo Club, Sociedad de la Unión, Sociedad Tipográfica, Sociedad de Caridad, Fábrica de Cementos Samper y vecinos del barrio de Las Aguas y del barrio San Victorino.

Al observar en conjunto las 68 fotografías contenidas en la Urna Centenaria, llama la atención que 22 de ellas corresponden al registro de la inauguración de los mencionados monumentos públicos. La publicación de 1911 Centenario de la Independencia 1810 – 1910 contiene la reproducción de dichas fotografías, la descripción diaria de los festejos y la recopilación de los discursos proclamados en cada uno de los eventos. En total se recuperaron los 31 discursos pronunciados en la inauguración de los monumentos públicos señalados.

En la lectura de los discursos proclamados en estas inauguraciones se pueden detectar numerosos rasgos comunes tanto en su estructura como en su contenido. Por ejemplo cuando realizan la reseña biográfica del personaje representado, se alaban sus virtudes, méritos, talentos, hazañas, pero siempre resaltando los sacrificios, esfuerzos, penurias y martirios sufridos.

Estos elogios fúnebres y el tono enérgico de inflamado patriotismo permiten descubrir una recreación del heroísmo. Por eso al indagar y contrastar los términos y adjetivos enunciados en estos discursos es posible detectar cuál era el modelo de ciudadano que se quería reivindicar, cuáles eran aquellas cualidades humanas dignas de imitar y venerar, cuál era la sociedad deseada y cuáles eran esas virtudes heróicas idealizadas. Por ejemplo, son recurrentes las alusiones al sacrificio, el cumplimiento del deber patrio, la valentía, el martirio, la religiosidad, la resolución, la tenacidad, la laboriosidad y el servicio de la patria, por mencionar algunas.

Los discursos también presentan ideas comunes en cuanto a los monumentos como altares y templos erigidos para rendir un culto público y un homenaje de admiración y gratitud a los próceres de la Independencia. Todos los discursos de inauguración coinciden en dos intereses expresos: honrar la memoria y servir de instrumentos de pedagogía ciudadana.

Alrededor de estos dos intereses que se repiten constantemente, se suman las intenciones de: ‘consagrar y glorificar a los fundadores de la República’, ‘alabar y celebrar sus hazañas’, ‘premiar sus esfuerzos’, ‘aplaudir sus méritos’, ‘cumplir un deber de gratitud filial’, ‘tributar un merecido reconocimiento’, ‘alabar públicamente’, ‘interpretar los sentimientos patrióticos’, ‘rendir un tributo y ofrenda de gratitud

estAtuA ecuestRe del liBeRtAdoR en el PARque del centenARio, donada por el Gobierno a través de la comisión nacional del centenario la comisión.

Busto de FRAncisco José de cAldAs en lA FAcultAd de mAtemáticAs e inGenieRíA, donado por los alumnos de la Facultad.

quiosco de lA luz en el PARque del centenARio, donado por los hermanos tomás y José maría samper Brush.

estAtuA de PolicARPA sAlAvARRietA en lA PlAzuelA que llevA su nomBRe, donada por los vecinos del barrio de las Aguas a través de la Junta del centenario del barrio las Aguas.

Busto de FRAncisco José de cAldAs en lA PlAzuelA de lAs nieves, donado por el Polo club.

monumento A los héRoes Anónimos en el PARque del centenARio, donado por la sociedad de caridad.

estAtuA del mARiscAl sucRe en lA PlAzuelA de lA cAPuchinA, donada por el Gobierno a través de la comisión nacional del centenario la comisión.

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popular’, ‘dar público testimonio de patriotismo’, ‘conmemorar hechos gloriosos’, ‘honrar a sus hijos muertos e inmortalizar sus nombres’.

Para qué un monumento

En el papel que cumplen los monumentos con respecto al concepto de memoria, el mismo término “monumento” se deriva del latín monumentum que significa “recordar o conservar la memoria de algo”. Esta palabra latina, a la vez se deriva del verbo monere (avisar, recordar, iluminar, instruir) y está vinculada a la raíz indoeuropea men (mente) y menini (memoria). Françoise Choay señala que el término monumento designa a todo artefacto edificado para eternizar el recuerdo de cosas memorables, para acordarse de o para recordar a otras generaciones determinados eventos y personajes. Por eso juega sobre los dos registros de la memoria: confirmar una historia o hacer revivir un pasado muerto.

Precisamente, los términos más recurrentes en los discursos pronunciados son memoria y recuerdo, los textos están colmados de expresiones como: ‘monumento consagrado a la memoria’, ‘para honrar la memoria’, ‘para que viva en el recuerdo’, ‘para traer a la memoria’, ‘rendir culto a la memoria’, ‘ensalzar la memoria’, ‘consagrar con el recuerdo’, ‘tributar a la memoria’, ‘perpetuar la memoria del histórico hecho’, ‘dedicar al recuerdo’, ‘examinar con la luz de la memoria el recuerdo’, ‘rememorar’, ‘venerar la memoria’, ‘tributar ofrenda a la memoria’, ‘recordar las glorias’, ‘guardar su memoria’, ‘recordar un pasado glorioso’, ‘elevar a la memoria o evocar gloriosos recuerdos’.

De esta forma, los monumentos como instrumentos de memoria pública son utilizados como dispositivo para visibilizar, transmitir, teatralizar y ritualizar el recuerdo, con el objeto de que permanezca vivo y presente para las generaciones actuales y futuras. Para ello, también se apela a las ideas de ‘vencer el tiempo y el olvido’, ‘de luchar contra la amenaza y

el temor a la pérdida y al olvido’, ‘de salvar de la ley avasalladora del olvido y de sacar del sepulcro del olvido muchos nombres dignos de figurar en nuestra historia’.

Además de este fin conmemorativo, también aparece en los discursos proclamados la intención y el anhelo de que los monumentos sirvan como documentos de pedagogía pública, lo cual está ligado a la idea ilustrada de realizar una labor educadora del ciudadano a través del monumento. Varios factores favorecen este carácter de “educador cívico” del monumento, entre ellos, su potencial visual y testimonial, su facultad evocativa, el culto rendido a los monumentos, la validez, estimación y aceptación general y su emplazamiento en un contexto cotidiano y público que ofrece la facilidad del acercamiento masivo y colectivo.

En esta función educadora, se insiste en el monumento como un lugar de transmisión de lecciones, ejemplos y conocimientos a través de sus referencias históricas, inscripciones y de la exaltación de los valores que encarna e ilustra. En los discursos de inauguración encontramos al respecto alusiones al monumento como fuente de inspiración y ejemplo, como modelo de heroísmo, huella de saludables enseñanzas y elemento de propaganda cívica y patriótica.

Por último, frente a este carácter conmemorativo, surgen varias inquietudes sobre los nuevos dispositivos de las celebraciones patrióticas. Si antes se celebrara con monumentos públicos ¿cuáles son los actuales mecanismos de conmemoración? ¿cuáles son los valores que se están promocionando o subrayando? ¿cuáles son las nuevas intermediaciones y los nuevos promotores? ¿cuál es el papel de la ciudadanía? ¿cuáles son los símbolos y personajes incluidos? ¿tiene vigencia el rol del personaje? ¿sigue siendo el monumento un lenguaje efectivo? ¿existen personajes de la ciencia, la cultura o la religión tan incuestionablemente merecedores de un monumento público?

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Diana Uribe se ha hecho un nombre en nuestro país por una actividad de la que pocos pueden preciarse: hacer de la historia un tema popular entre todos los segmentos de la población, gracias a su programa de radio y a sus obras de divulgación (desde audiolibros hasta aplicaciones electrónicas). Filósofa de formación y rockera de vocación, Diana se ha dedicado por más de treinta años a contar las historias del mundo y, tal vez de modo más importante, ha hecho que la

gente se interese por el pasado y lo deje de ver como un reino perteneciente únicamente a las academias o como un recuento de años y nombres que no tiene nada que ver con el ciudadano de a pie. Su popularidad ha llegado al punto de que ya tiene imitadores en los programas de humor de la radio, lo que en nuestro contexto equivale a tener una estatua de cera en el museo de cera de Madame Tussauds, es decir, se ha convertido en un personaje de la idiosincracia nacional.

Nicolás PernettHistoriador Archivo de Bogotá

“Hay que partir de una base: mi trabajo es de pedagogía.

Yo soy, básicamente, una pedagoga”.

FOTOS: ARCHIVO DE BOGOTÁ.

27ENTREVISTA

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“Yo me imagino una historia que se corresponda con nuestra geografía. Este país hay que pensarlo desde todos los lados. Hay que pensarlo desde

la selva, hay que pensarlo desde el llano. Si tenemos mares hay que navegarlos, si tenemos selvas hay que contar las historias de la selva,

si tenemos llanos hay que mirar a la inmensidad”.

De Memoria la entrevistó para conocer su visión de la historia de Colombia y cómo hacer de ella una que sea diversa e incluyente. Para empezar la charla, llegamos a una gran casa del tradicional barrio La Soledad, en Teusaquillo, donde funciona su fundación Casa de la Historia, y nos encontramos con un espacio que refleja perfectamente los intereses y gustos de su fundadora: mapas de todos los lugares del mundo, un gran mural dedicado a la paz y la no violencia, libros y cómics en todas las paredes, símbolos de los sesenta, y por todos estos espacios, recorriéndolos, la presencia de Diana Uribe como un maremoto de energía e historias.

Lo primero que impresiona al conocer a Diana Uribe es que en persona despliega la misma energía y emoción que muestra en sus programas de radio. Es evidente que su papel como narradora apasionada y divertida de la historia no es un personaje que inventó para los medios, sino que ella es así con mircrófonos o sin ellos. Nos recibe en su oficina, adornada con tejidos africanos y paredes y muebles de colores vivos, y empieza a hablar desde mucho antes de que encendamos la grabadora. Todo en su conversación tiende a convertirse en narración, en anécdota, en múltiples ejemplos sacados de todas la épocas históricas; y a todo lo que narra, desde su experiencia de la mañana hasta la historia de las civilizaciones, le otorga un exultante aire cinematográfico, con momentos de suspenso y grandes climax. Y así como el cine, sus historias producen júbilo y tristeza, compasión y asombro.

De Memoria: La gente en Colombia la conoce como una de las principales divulgadoras de la historia en el país. ¿Cómo llegó a ese punto?

Diana Uribe: Hay que partir de una base: mi trabajo es de pedagogía. Yo soy, básicamente, una pedagoga. Cuando empecé a trabajar con los adolescentes, entendí que había encontrado lo que más me llenaba en la vida: la docencia. Todo lo que yo hago es trabajo docente, sea en la radio o en las conferencias, todo es un proyecto pedagógico. Yo creo en el proyecto de la Enciclopedia, creo en Diderot y en que hay que popularizar el conocimiento porque los derechos se ejercen cuando se tiene la información para ejercerlos.

Yo me meto con los adolescentes y los adolescentes me enseñan a enseñar, y entiendo que para que ellos respeten los códigos de lo que yo les voy a decir, tengo que entender y respetar los códigos de ellos. Cuando uno enseña a los pelados, a los adolescentes, empieza a ver de dónde están saliendo los nuevos trenes de la historia y se puede montar en ellos cuando parten. El trabajo con los adolescentes es crucial en mi vida.

Después tuve una experiencia muy chévere que fueron cinco años de un programa de rock en la radio de la Universidad Nacional, que se llamaba Imaginarios del Rock, y ahí conocí a toda la gente de la Franja de Rock: el Colectivo Insconsciente. Un día nos reunieron para una cosa burocrática, y cuando estuvimos juntos nos dimos cuenta de que entre todos nos sabíamos toda la historia del rock: había hardcoreros, bluseros, metaleros. Descubrir eso fue una cosa maravillosa para nosotros.

Luego vino el tiempo de las universidades, particularmente en el Externado. Allí pasó una cosa muy interesante porque era el tiempo de la primera

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guerra del Golfo Pérsico, y yo me pongo a pensar: ¿qué pasa si la historia llega a ser completamente manipulada y si Orwell tiene razón y en un momento dado todas las noticias están completamente manipuladas?, ¿uno cómo se defiende de eso? Y encontré que la defensa era la historia, que haciendo las retrospectivas encuentras el origen de las cosas. Primero lo hice con los árabes. Y cuando uno se va para atrás con los árabes, le aparecen la escritura y las grandes civilizaciones, y hasta la cerveza y los graneros. Después pasó lo del golpe de Estado a Gorbachov en la Unión Soviética, y empecé a abordar la historia de Rusia desde los varegos y los eslavos. Y cuando uno tiene a los rusos y tiene a los árabes, tiene las calles y las carreras, casi que el resto después es coger las diagonales y las trasversales, porque de una u otra manera todo involucra a uno de los dos. Y de ahí para adelante empezó una construcción sobre el aula, porque todo mi proceso de investigación es para el aula, y ahora para la radio que es un aula de masas. Ese trabajo retrospectivo, esa metodología docente, fue lo que me dio el método. Es decir, los pelados me dieron el lenguaje y la retrospectiva me dio el método.

Después llegué a los medios via Yugoeslavia, porque yo me dediqué a estudiar el conflicto en Yugoeslavia como un gran gobelino, pedacito por pedacito, reino por reino, imperio por imperio, desarticulando todo para poder volverlo a articular. Entonces me llamaron para explicarle a los periodistas lo de Yugoeslavia para que pudieran cubrirlo, porque no se entendían los cables. Y expliqué Yugoeslavia con una serie de conferencias.

Cuando surgió RadioNet como la primera emisora 24 horas de noticias, un proyecto de Yamid Amat, él me invitó y entré a trabajar con César Augusto Londoño, quien fue el de la idea de meterme en cabina. Allí conocí a los duros, duros, de la radio. En esa época me tocó con Andrés Salcedo (mi gran maestro), y con locutores como Carlos Alberto Chica y Fernando Calderón España. Y me pasó una cosa muy rara: cuando empecé los

ciclos de entrenamiento, un día me entrenaron con locutores, y sentí algo muy familiar en la cabina, esas eran las voces en las que yo había oído la historia de mi país: las voces de la Vuelta a Colombia, las voces de la toma a la embajada de República Dominicana. El país y el mundo habían sido narrados en mi memoria a través de las voces de esas personas con las que yo estaba sentada. ¡Fue algo mágico! Me parecía un honor trabajar con toda esa gente.

DM: Y encontró su lugar en la radio...

DU: La radio es lo más chévere que hay, porque este es un país radial, y la misma geografía ha hecho que la montada de antenas radiales fuera mucho más fácil que las de televisión. Las ondas de la radio pueden llegar a los lugares más distantes. Además, la radio, para mí, tiene una ventaja y es que se pueden movilizar 20 mil extras en un programa de radio con la sola voz. Uno puede hacer grandes producciones solo con la imaginación de la gente que está escuchando. Se puede arrancar con los Mongoles desde Ulán Bator y llevarlos hasta Polonia en un programa de radio y que la gente sienta los cascos de los tres millones de caballos. En la radio, son la música y la voz las que producen la emoción. Por eso, la gente tiene una actitud totalmente intimista hacia mí: me abrasan y me hablan con toda confianza, porque la radio llega a la cama de los domingos por la mañana, a la gente que está cocinando para hacer el desayuno y al que salió a hacer ejercicio en la ciclovía. La radio no interrumpe tu vida, la acompaña. No tienes que estar fijando la atención en nada, y por eso es que produce ese nivel de intimidad que es maravilloso.

DM: ¿Cuál es su filosofía o método a la hora de acercarse a un hecho histórico para poder contarlo?

DU: Eso tiene una serie de pasos. Primero, la investigación, la fuente. Segundo, el análisis; todos los datos van a ser analizados dentro de

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un panorama de interpretación. Tercero, el tono emocional, que está dado por las historias mismas, porque hay historias de paradojas, hay historias llenas de ironía, hay historias de epopeyas y de tragedias. El tono está escrito en la historia misma, yo lo que hago es entender cuál es. Porque el ser humano colectivamente se comporta como lo hace individualmente. Tiene todas las mismas pasiones: tienes las ambiciones, los heroísmos, la ruindad, la solidaridad, todo. Somos humanos pero en grupos más grandes. No dejamos de estar hablando de humanos. Por ejemplo, una vez termina la dinastía de los Varegos en Rusia, antes de los Romanov, hay un período que se llama “los años turbulentos y confusos”, y yo decía: eso es un parrafito pequeñito en los libros de historia, pero vaya usted a vivirlos, porque los años turbulentos y confusos pueden ser la vida entera de una persona. O sea, lo que significa un segundo en la historia es la vida de una persona para quien su tiempo de vida es absoluto,

porque es el que le toca. Otra cosa que a mí me gusta mucho es ponerme en los zapatos de la gente. Un historiador tiene que tener imaginación. Yo me imagino lo que estaba pensado Nasser la noche antes de anunciar al mundo la nacionalización del Canal del Suez y saber que iba a armar el problema más bravo del mundo, o lo que pensaba Lázaro Cárdenas la noche antes de la nacionalización del petróleo mexicano. Yo me imagino y siento qué piensa aquel que va a anunciar una cosa que sabe que le va a dar la vuelta a su época y a su tiempo.

DM: Además del trabajo en radio ha dictado conferencias en todo el país. En 2010 estuvo en muchas regiones hablando de la Independencia. ¿Cómo fue esa experiencia?

DU: La experiencia fue muy enriquecedora. Hay lugares en los que el grado de compromiso es particularmente alto, porque son epicentros de las

CASA DE LA HISTORIA / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ.

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historias que uno cuenta. Por ejemplo, la historia de las independencias contada en Cartagena o la historia de las independencias contada en Boyacá tienen énfasis particulares porque fueron epicentros de ella. También dicté la conferencia sobre independencias en Suráfrica, en Moscú, en Otawa, en Montreal, en Chicago, en Boston, y en muchas partes.

federal como el de los Estados Unidos o unitario como el de Francia y que era esencial para organizar un país. Tomo ese ejemplo porque hay muchos momentos en que nosotros nos atribuimos una especie de incapacidad, con ese sentido de la fatalidad colectiva que tenemos, en lo que en realidad son procesos perfectamente normales de los pueblos en sus conformaciones.

“Una de las cosas que ha hecho posible mi trabajo es la oralidad de este país, o sea, yo trabajo la manera en que este país ha hecho

buena parte de su historia: la oralidad. No quiere decir eso que no tengamos fuentes escritas y archivos,

o que no haya una documentación que sí hace mucha falta”.

Esa conferencia es mágica. Por ejemplo, el exilio de colombianos en Canadá es una cosa grande, seria y dramática. Hay personas que únicamente tienen un contacto con Colombia a través del programa de radio que yo hago, así que verme era ver el pedazo de voz con el que se identifican con una patria a la que muchos todavía no pueden volver. Ha sido una cosa muy bonita, porque la historia da una visión de pertenencia, de arraigo, de provenir de alguna parte y de entendernos.

Algo en lo que yo hago mucho énfasis cuando cuento esta conferencia sobre el Bicentenario es que nosotros somos muy duros en la manera en que nos tratamos en nuestra historia. En el caso, por ejemplo, de la Patria Boba, hay que saber que las preguntas que se estaban haciendo centralistas y federalistas eran esenciales para crear la institucionalidad de un Estado. Eran preguntas que se estaban haciendo en todo el continente, porque el mismo debate se estaba dando en el Río de la Plata igual que en la Nueva Granada. Pero nosotros nos juzgamos con una dureza brutal, por el proceso de formación de una institucionalidad que no era nada obvia, que podía ser un modelo

DM: El Archivo de Bogotá trabaja por la construcción de una memoria diversa e incluyente. ¿Para usted qué es necesario para construir una memoria que sea así?

DU: Una cosa que me llama mucho la atención – y lo sentí mucho en Cartagena- es que nosotros somos un país con dos mares, estratégicos, en un punto geográficamente crucial, y nos pensamos solo desde la cordillera. Nuestra interpretación es solamente desde la montaña, y nuestra historia se cuenta desde la montaña. Sin la batalla de Maracaibo, por ejemplo, sin que el almirante Padilla selle Maracaibo, toda la campaña de la Independencia se pierde, porque donde se metan por ahí toca volver a hacer todo, y un tercer envión de independencia no estábamos en condición de aguantarlo. Así que esa es la batalla marítima más importante que se ha hecho en el subcontinente y, sin embargo, no hay un reconocimiento de los mares. Nosotros tenemos los dos mares puestos ahí, mejor dicho, nos pusieron donde están los mares y no nos miramos desde el mar, pero sobre todo no miramos la historia desde el mar. La nuestra es una lectura montañosa de nuestra propia historia. Eso produce cosas como que, por

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ejemplo, los llaneros tengan esa sensación de que no hay una comparación entre todo lo que ellos aportaron a la Independencia y lo poco integrados que quedaron al país una vez que se conformó. Sin ellos la independencia no es posible, ellos eran la masa crítica.

DM: Esa memoria está viva, puede que no llegue al centro...

DU: Pero sí está viva allá. Claro. Es muy alentador ver que en Tunja hay un semillero de historiadores jóvenes, especializados en distintos aspectos de la Independencia. Hay gente que está haciendo historia solo de los caballos en todo el proceso de independencia, hay otras personas que están trabajando el papel de la mujer, o por ejemplo cómo hubo contingentes afros, invisibilizados por el racismo de una historia criolla. Hay gente que está trabajando la construcción de nuestro propio sentido, y eso lo ve uno cuando va allá. En Inírida, por ejemplo, se ven muchas cosmovisiones, porque el 80 por ciento es territorio de resguardo indígena: gente que viene de la yuca, gente que viene del maíz, gente que viene de los ríos. Unas cosmovisiones de una riqueza impresionante que también forman parte de nuestro acervo.

Yo me imagino una historia que se corresponda con nuestra geografía. Este país hay que pensarlo desde todos los lados. Hay que pensarlo desde la

selva, hay que pensarlo desde el llano. Si tenemos mares hay que navegarlos, si tenemos selvas hay que contar las historias de la selva, si tenemos llanos hay que mirar a la inmensidad, porque el llano proyecta una mirada que no termina. Hay que meternos en la cabeza el país en que en verdad vivimos. Toda información fragmentaria de nosotros es excluyente y deja gente por fuera de nuestro proyecto de país.

DM: ¿Cómo se pueden mantener vivas todas estas memorias de las que habla?

DU: Una de las cosas que ha hecho posible mi trabajo es la oralidad de este país, o sea, yo trabajo la manera en que este país ha hecho buena parte de su historia: la oralidad. No quiere decir eso que no tengamos fuentes escritas y archivos, o que no haya una documentación que sí hace mucha falta. Hay comunidades que están en peligro de extinción y donde eso no se escriba se acaba, porque cada anciano es una biblioteca viviente. Pero la oralidad es muy importante. Uno ve en San Andrés y Providencia una dicotomía entre la escolaridad, que narra un mundo de cordillera, y el patio de la casa y el rondón que hacen ellos para encontrarse donde las abuelas les cuentan las historias de la isla. Yo hice un trabajo con el Ministerio de Eduación durante 2009 y era cómo se enseñaba la Independencia en las regiones. Estuve en Leticia, en San Andrés y en otras regiones. En

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3332 ENTREVISTA

Leticia, por ejemplo, la memoria que ellos tienen es del momento en que Brasil se independiza de la corona portuguesa, cuando se devuelve el rey para Portugal. En San Andrés, en los colegios les enseñan la memoria del 20 de julio, y en las casas, las historias de todo su pueblo. Los sanandresanos se sienten particularmente orgullosos y hacen mucho énfasis en que ellos se unieron a la Gran Colombia siete años después de la Batalla de Boyacá, y el 20 de julio y el 7 de agosto son las fiestas más fantásticas allá, y ese día todos son colombianos y todo el mundo estrena. Entonces, hay de las dos. Pero hay que pensar en ellos y en su cultura y en su diversidad como una parte que nos enriquece a todos, no como una otredad.

DM: ¿Qué es y cómo nació su proyecto de la Casa de la Historia?

DU: La radio fue llevando a que la gente quisiera saber dónde están los libros de los que yo hablo, o dónde está la música o las películas de las que yo hablo en la radio, y eso me fue llevando a la Casa de la Historia. Había que tener un lugar que materializara tridimensionalmente eso, donde se puedan compartir estas cosas y donde pueda haber distintas voces. Además, la Casa de la Historia me va a llevar a uno de los sucesos más afortunados que es la convocatoria con los historiadores, que son la masa crítica y le dan carne al proyecto, porque son muchas personas que vienen desde diferentes puntos de vista. Así nos encontramos con Luz de María Muñoz, historiadora de la Casa, así como con otros que están cercanos al proyecto. Este es un proyecto abierto para que cada cual traiga sus historias porque todas se necesitan y todas nos renuevan. Entonces la Casa de la Historia ha tomado una dinámica maravillosa porque nos va proyectando hacia muchos lugares y se vuelve un espacio pedagógico de diversidad, y de tratar muchos temas. Hemos hecho seminarios sobre el Islam, su geografía, su espiritualidad y su política. Sobre la tradición y la cultura judaica, quiénes son y en qué creen. Y el pasado 5 de octubre trajimos

a Roelf Meyer, uno de los negociadores a los que les tocó desmontar el Apartheid en Suráfrica, para que nos compartiera su experiencia ahora que estamos en un proceso de paz. El proyecto de la Casa de la Historia es un proyecto pedagógico pero también es un proyecto de visión, porque imagina realidades que se están empezando hasta ahora a construir.

Este es un proyecto familiar. Lo empezamos con mi esposo Ricardo Espinosa, quien fundó el club de cómics, de la novela negra y de la ciencia ficción, y fue impulsor de la ley de cómics que se aprobó este año. También lo hicimos con mi hijo, Santiago, quien trabaja en la enseñanza del juego del go, una especie de arte marcial de los tableros por lo que implica a nivel de raciocinio y de estrategia, y con mi hija Alejandra que trabaja toda la parte artística y de contenidos. Entonces somos nosotros y toda la gente que ha estado con nosotros, y el equipo que tenemos en redes, en gestión cultural y en administración. Es un trabajo de equipo y todas las personas que están con nosotros son absolutamente necesarias para la buena marcha de este proyecto. Ha sido una cosa muy afortunada poder coincidir con un equipo que cree en una idea. DM: La construcción de la paz a partir del conocimiento de la historia es uno de los ejes de su trabajo. ¿Cómo cree que se puede hacer esto?

DU: Yo creo que se trata de construir referentes y paradigmas, a partir de dar otras miradas. Hay que explicarle a la gente que hay quienes han podido resolver los conflictos de una manera distinta al exterminio y a la venganza. Y descartar la venganza como criterio que avala a una persona para todo uso de la crueldad. Ese imaginario del exterminio del otro como una manera de lidiar con el dolor hace que los pueblos se hundan en sangre durante décadas o siglos, y eso se puede cambiar, en casos incluso tan extremos como el de Suráfrica o el de Líbano. El tema de los vengadores es un tema

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muy popular en el cine y en la literatura y en los noticieros. El vengador es usualmente el héroe de una película y es avalado por todo el mundo. Pero, por un lado, la venganza no tiene salida porque nadie se siente suficientemente vengado nunca, y cuando así pasa, el otro ya tiene sobradas razones para empezar la suya. Se trata de cuestionar ese papel del vengador, porque los pueblos puede que no salgan nunca de allí. Entonces uno con ejemplos históricos encuentra pueblos que se han odiado por mucho tiempo y un día se sientan a dialogar. Gerry Adams, artífice de la paz en Irlanda, decía una cosa a que a mí siempre me ha llamado mucho la atención: la paz es dificilísima porque toca ponerse de acuerdo con el enemigo y en la guerra no toca sino matarlo. Por eso se dice que la paz es muy difícil, pero vale la pena porque le da viabilidad a los pueblos. La idea es contar estas historias y decir: vea, aquí se pudo de esta manera, aquí se

pudo de la otra. Entonces las experiencias de los pueblos que han encontrado otros referentes para mí siempre han sido una cosa iluminadora, porque no hay pueblos condenados, no hay ningún pueblo que por ADN no pueda revertir los procesos de su propia historia. Cada pueblo tiene sus propias recetas (no hay una sola), cada uno tiene su propia manera, pero mirar las experiencias de los otros pueblos nos ayuda a construir nuestras propias recetas para vivir en paz, que es de lo que se trata

“Hay que explicarle a la gente que hay quienes han podido resolver los conflictos de una manera distinta al exterminio y a la venganza. Y descartar la venganza como criterio que avala a una persona para todo uso de la crueldad”.

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INFORME ESPECIAL

GABRIEL GARCÍA MÁRquEz EN EL ESPECTADOR / FOTO: HERNÁN DÍAZ.

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Informe Especial

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ODA AL LIBRO

[ ... ]

Nosotroslos poetas

caminantesexploramos

el mundo,en cada puerta

nos recibió la vida,participamos

en la lucha terrestre.¿Cuál fue nuestra victoria?

Un libro,un libro lleno

de contactos humanos,de camisas,

un librosin soledad, con hombres

y herramientas,un libro

es la victoria.Vive y cae

como todos los frutos,no sólo tiene luz,

no sólo tienesombra,

se apaga,se deshoja,

se pierdeentre las calles,

se desploma en la tierra.

[ ... ]

PABLO NERUDA

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INFORME ESPECIAL 37MT

De todas las fuentes que existen para estudiar la vida en Bogotá durante la Colonia, sin duda una de las más entretenidas de leer es la crónica El carnero, del santafereño Juan Rodríguez Freyle, escrita entre 1636 y 1638. Freyle, un criollo empobrecido, hijo de unos de los capitanes que llegó

a Santafé con el navarro Pedro de Ursúa, se dedicó durante los últimos años de su vida a hacer la crónica del primer siglo de dominio español en el Nuevo Reino de Granada y las minucias de la vida en su capital, porque según él: “los historiadores que han escrito las demás conquistas han puesto silencio en esta”. Durante siglos, esta sabrosa crónica circuló en la forma de varios manuscritos que cambiaban de mano y de contenidos con cada copista que transcribía sus letras y la distribuía entre los ávidos lectores. Aunque originalmente se titulaba Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales del mar océanoy fundación de la ciudad de Santafé de Bogotá, por la costumbre que tenían

REyERTA POPuLAR - ILUsTRACIÓN RAMÓN TORREs MÉNDEZ

El carnero:primera novela de Colombia

Nicolás Pernett CañasHistoriador - Archivo de Bogotá

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los santafereños de forrar sus ejemplares con piel de carnero para que se conservara mejor, terminó siendo conocida simplemente de esa manera. En 1859, el político y escritor Felipe Pérez finalmente unificó las diversas versiones que existían del escrito e hizo la primera versión impresa del libro. Esta es la versión que ha llegado hasta nuestros días. En el Archivo de Bogotá se encuentra una copia de esta primera impresión de El carnero en perfecto estado de conservación, editada por Felipe Pérez y salida de la Imprenta de Pizarro y Pérez. Llama la atención de esta edición que en los créditos se llama a su autor Juan Rodríguez “Fresle” y que

Lejos de constituir una lectura difícil o aburrida, el libro se parecemás bien a un comadreo de trescientas páginas.

JuAN RODRÍGuEz FREyLE . 1936 . ÓLEO DE MIGUEL DÍAZ VARGAs. COLECCIÓN ACADEMIA COLOMBIANA DE HIsTORIA.

PRIMERA EDICIÓN DE EL CARNERO . 1859 . COLECCIÓN LIBROs PATRIMONIALEs - ARCHIVO DE BOGOTÁ.

la voluntad de Pérez de copiar textualmente el manuscrito de Freyle llega al punto de imprimir hasta los exabruptos del escritor, como en el fragmento que dice: “¡Oh mujeres! No quiero decir mal de ellas, ni tampoco de los hombres; pero estoy por decir que hombres y mujeres son las dos

más malas sabandijas que Dios crió. (No es buena esta última expresión)”. La frase entre paréntesis es, por supuesto, una transcripción literal de una nota hecha por el propio Freyle para futuras correcciones del manuscrito y que aquí aparece como parte integral del cuerpo del texto final.

A diferencia de otras crónicas de la conquista y colonización de América, El carnero sobresale porque, al mismo tiempo que trata sobre hazañas y grandes batallas entre los reinos indígenas o de estos contra los españoles, se dedica a narrar acontecimientos tremebundos de la vida cotidiana del Nuevo Reino de Granada. El más famoso de ellos

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es, sin duda, el de las infidelidades y crímenes de Inés de Hinojosa, quien mató a su esposo para quedarse con su amante Jorge Voto y posteriormente asesinó a este por otro hombre.

Esta historia tendría gran recordación en nuestro país por la adaptación de Próspero Morales Padilla que se llevó a la televisión de los años ochenta con el nombre de Los pecados de Inés de Hinojosa, protagonizada por Amparo Grisales, Margarita Rosa de Francisco y Diego Álvarez.

La mayoría de historias de El carnero tratan sobre crímenes, infidelidades, hechicerías, conspiraciones y torcidos de todo tipo, por lo que lejos de constituir una lectura difícil o aburrida, el libro se parece más bien a un comadreo de trescientas páginas, y guarda muchas similitudes con el género de la picaresca, que se dedica a retratar aventuras de pícaros y mentirosos y que en ese siglo estuvo de moda en la península Ibérica. Dentro de estas anécdotas se cuenta, por ejemplo, sobre el marido celoso que mató a su mujer porque al preguntarle a un muchacho mudo qué había visto en su casa cuando pasó por allá, este le contestó poniéndose los dedos índices a los lados de la cabeza para dar a entender que había presenciado una novillada, y el colérico esposo confundió la señal con la insinuación de que el “cornudo” era él; también se pueden encontrar las penalidades de un “indio” que tuvo que devolver los elementos que había robado de una iglesia pues en la mitad de la noche no pudo encontrar la puerta de su casa para poner a seguro su botín y se vio obligado a volver al lugar de su fechoría a dejar lo sustraído.

Otro de los cuentos del libro, y uno de los mejor logrados según los críticos literarios, es el de Juana García, esclava que informaba a las esposas celosas sobre las andanzas de sus maridos ausentes, viéndolos por artes de magia en una vasija con agua como si estuvieran presentes. Cuando fueron descubiertas estas prácticas paganas, la culpable fue ejecutada por las autoridades, a pesar de que el mismísimo adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada intervino a su favor para salvarla.

Con razón, El carnero ha sido llamado en varias ocasiones la novela fundacional de la literatura colombiana, pues en ella se encuentran características literarias que posteriormente se convertirían en tradiciones de nuestras letras, desde las descripciones minuciosas de asesinatos, descuartizamientos y ejecuciones públicas que posteriormente se encontrarían en la llamada “novela de la violencia”, hasta los grandes temas de conquista y luchas entre encomenderos que han hecho las delicias de los lectores de las novelas de William Ospina, pasando también por vuelos imaginativos y “mágicos”, igual de increíbles que algunos episodios de las novelas de Gabriel García Márquez.

El carnero nos demostró que el período de la Colonia en Santafé de Bogotá no fue una época monótona y ordenada, controlada absolutamente por las autoridades políticas y religiosas. Por el contrario, nos muestra una Santafé llena de viajeros, intrigas políticas, sucesos inexplicables, crímenes y una libido desenfrenada, que se desataban en medio de lo oscuro y escondido mientras el resto de la ciudad dormía el sueño de los justos. De igual manera, debajo de todo el anecdotario que presenta el libro se puede percibir una crítica velada al proceder del Gobierno español en estas tierras, por sus excesos y corrupciones. Algunos incluso han llegado a decir que toda la crónica es una crítica que Juan Rodríguez Freyle escribió en contra del Gobierno por resentimiento al no ser favorecido con mercedes dignas de sus apellidos.

Por todas estas razones, y con la irresistible atracción que siempre despiertan los libros con el picante de lo prohibido, El carnero ha sido fuente de entretención, información y escándalo por casi cuatrocientos años hasta el día de hoy. Siempre es oportuno volver a leer esta, una de las obras fundamentales de la literatura colombiana, para reconocer, tal vez, lo mucho que aún conservamos del estilo de vida que tuvimos durante la Colonia

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En la historia tradicional de la literatura colombiana el costumbrismo ha sido tachado de reaccionario, cultor de una apolillada sensibilidad que ensalza el pasado colonial, las glorias de la

Independencia y la vieja Santafé de campaneros, beatas y mendigos. Poca justicia se le hace con ello. Por el contrario, el costumbrismo es un género empapado de lecturas del romanticismo europeo, cruzado por las ansiedades producto de la construcción del Estado-nación, tras las cuales, malamente embozadas, se trasparentan la ignorancia de un territorio vasto y una desazonadora conciencia acerca de la heterogeneidad étnica del país.

Felipe Martínez PinzónProfesor del College of Staten Island City University of New York (CUNY)

Delchocolate santafereñoalté bogotano

El escritor costumbrista frente a la sociedad de consumo

En efecto, una lectura atenta a sus contradicciones, muestra cómo el costumbrismo bogotano de mediados del siglo XIX narró los efectos de la apertura económica propiciada por las reformas librecambistas que los liberales auspiciaron una vez llegaron al poder en 1848. El ingreso de productos europeos a la Bogotá de entonces supuso un cambio en el lenguaje y la mirada de los escritores costumbristas. Palabras como crinolina, solferinos, garibaldis, entre otras, cambiarían, por una parte, la relación entre el pasado y el presente, dislocándolos para crear productos aureolados por la nostalgia: el chocolate santafereño, por ejemplo, fue entonces inventado como súmmum de la bogotanidad y el té como su némesis des-nacionalizadora. Por

ILuSTRACIONES: GRABADOS PAPEL PERIÓDICO ILuSTRADO, 1881-1887

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INFORME ESPECIAL 4140

otro, el ingreso de modas europeas confrontaron a los nacionalizadores de la cultura –así pueden ser entendidos los costumbristas– con el legado colonial español.

Mi propósito con estas páginas es modernizar nuestro entendimiento del costumbrismo, verlo como una estética traspasada por las ansiedades de un incipiente mercado capitalista, para dar al traste con la idea de que nuestros escritores del XIX, sobre todo los bogotanos, eran plácidos gramáticos y poetas ajenos a las dinámicas pedestres inherentes a ganarse el sustento diario. La imagen del letrado bogotano –encarnada en el imaginario nacional por Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo– es producto y legado del discurso pacificador y centralizador de la Regeneración (1886-1902), pero no del Radicalismo (1863-1886). El discurso radical confrontó con su imaginario mercantil a los escritores de su época, “des-quijotizando”, si se quiere, la profesión escriturial, y mostrando cómo ella todavía estaba en trance de profesionalizarse. Lo cierto es que los escritores que hicieron su obra durante el Radicalismo fueron al tiempo políticos, escritores y soldados, pero sobre todo comerciantes. Tal es el caso, entre otros, de dos de los que analizaremos aquí con algo de detalle: Ricardo Silva y José María Vergara y Vergara.

Imagen del escritor costumbrista

Antes que ser el escritor arrebujado en su capa española, displicente frente a las embestidas del libre mercado, muchos de los escritores costumbristas bogotanos se vieron reflejados en sus cuadros de costumbres como parte del desigual concierto de “tipos nacionales”: la beata, el gamín, el calentano, la china, el orejón, pero sobre todo el cachaco, siendo en muchos casos el escritor costumbrista digno representante de este último tipo. Si el costumbrismo es una historia del presente (de un presente en-proceso-de-hacerse-pasado), una narración entre satírica, moral y política de la vida de los “tipos nacionales” es también un género

que interpela a su autor: describir a los otros es también hollar el propio lugar de enunciación.

A diferencia del cosmopolitismo ilustrado –el ejemplo entre nosotros es Francisco José de Caldas–, el escritor costumbrista, dotado de un ojo romántico, no se ocultará a sí mismo a la hora de retratar la galería de tipos que vivifican a la nación. No solo dedicará cuadros a otros costumbristas en un gesto que deja ver la creación de un incipiente campo literario (Loaiza Cano, 2006), sino que tematizará al propio escritor costumbrista en su tarea de escribir cuadros de costumbres.

Los escritores costumbristas bogotanos –la mayoría de ellos de las élites– eran conscientes de que hacían parte de la creación de una literatura nacional como correlato a la construcción de un Estado-nación moderno, tras pocas décadas de la Independencia de España. De ahí que a la vez que nacionalizan el territorio y sus gentes en busca del folk y “de la ecuación herderiana por la cual una nación es igual a una lengua” (Gordillo, 2004, p. 203), también se descosmopolitizan o se burlan de sí mismos al saberse incómoda y precariamente nacionales. Andrés Gordillo ha descrito el impasse del escritor costumbrista, sujeto cosmopolita –de finas sensibilidades europeas– pero a la vez agente nacionalizador, mostrando cómo en su raíz el nacionalismo colombiano ha sido cosmopolita (203). Esta es una idea que aparece también en el importante trabajo de Frederic Martínez, casualmente llamado El nacionalismo cosmopolita (2002), donde muestra cómo los viajes a Europa sirvieron para mostrarle a las élites cómo ellas eran despreciadas por los escritores europeos, a pesar

El costumbrismo bogotano de mediados del siglo XIX narró los efectos de la apertura económica propiciada por las reformas

librecambistas que los liberales auspiciaron una vez llegaron al poder en 1848.

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de que se mostraban como irredentas admiradoras de Europa, especialmente de Francia. La traición de sus patrias sentimentales arrojó a los costumbristas colombianos de vuelta a nacionalizar desde arriba los territorios de la América tropical. Esa desazón, producto del rechazo, los nacionalizó.

Un subgénero costumbrista, parte de la constelación de este rico género literario, son las semblanzas, retratos y autorretratos que escribieron los costumbristas de sí mismos y de sus pares con motivo de celebraciones o de lamentadas muertes. José María Vergara y Vergara, tal vez el costumbrista conservador bogotano más reputado de su momento, se describió a sí mismo en forma de cortas viñetas que numeró bajo el título “Mi autobiografía”. Cuatro de ellas dicen:

I. Nací el 19 de marzo de 1831 en la casa de esquina, una cuadra adelante de la Candelaria, al norte (vulgo, junto a Chiari). Soy, pues, santafereño de la cepa. (…)

III. Colegios. Quince días donde don Ulpiano González; tres meses en el Colegio del Rosario; seis años en el Seminario de los jesuitas; un año de San Bartolomé; y un año en clases particulares. Total ocho años, tres meses y quince días, durante los cuales aprendí a no poder ser comerciante. (…)

V. Carrera pública (…) Soy agente comisionista, y me aprovecho de la ocasión para avisar que me encargo junto con mi antiguo amigo y mi buen amigo Galindo, de toda clase de comisiones. Calle de Bolivia, números 3 y 5. Precio convencional.

VI. Carrera de escritor. Redacté “El Sur” en el Sur contra don Mariano Ospina en 1856; y “El Heraldo” contra él y Julio Arboleda en 1860. Me causa disgusto acordarme de ambos periódicos, porque me fregaron mucho la paciencia. (…)

He sido cofundador de “El Mosaico”, y me acuerdo con gusto desde su primera página hasta la última” (Vergara, 1932, pp. 5-7) (énfasis mío).

Estas cortas viñetas dan un retrato de cuerpo entero de Vergara pero también de los escritores costumbristas contemporáneos suyos. Las de estos escritores son plumas signadas por la conciencia de la cartografía citadina –los textos sobre Bogotá están marcados por nombres de calles, colores de balcones, árboles o almacenes que indican direcciones–, vidas marcadas por la tempestad política (guerras, polémicas políticas), pero también por la placidez y el solaz de la escritura literaria.

En esta selección de viñetas, hay una particularidad que caracteriza a la literatura costumbrista como ninguna otra: usar el texto literario como promoción mercantil. “Soy agente comisionista” –dice Vergara–, pasa a nombrar a su socio y, a medio camino entre la autosátira y la descarada autopromoción, lista el lugar donde queda su tienda: “Calle Bolivia, número 3 y 5”. Así de profundamente estaban marcadas sus vidas por el comercio que este detalle aparece en su “Autobiografía”, lo cual habla también de la precaria profesionalización del escritor que debía conseguir el sustento en otros lugares distintos a la redacción de periódicos o a la confección de novelas.

El lugar natural del cuadro de costumbres fue el periódico citadino y, por lo tanto, las columnas en el que este figuraba estaban decoradas siempre por anuncios de compra y venta, entre otras ofertas comerciales, que incluía también la venta de libros importados y nacionales. Así la poesía lírica se combinaba con la venta de libros y la suscripción a revistas.

No nos debe impresionar que en este caso Vergara se tome los márgenes e integre la publicidad a una práctica de la escritura siempre comercial

Entre el ocio y el negocio, se produce

la literatura.

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como lo fue el cuadro de costumbres, producto reproducible y muchas veces comisionado a su autor por los editores. El periódico bogotano El Mosaico, cofundado (con Eugenio Díaz) y dirigido por Vergara, prueba cómo el instinto comercial o meramente el afán por sobrevivir a la quiebra estaban siempre presentes en el ánimo de sus redactores y editores. Por ejemplo, en el número del 16 de julio del mismo año se dice sin empacho en letras grandes y en primera página: “Necesitamos dinero y en consecuencia pedimos á (sic) todos los agentes el arreglo de su cuenta y á todos los suscritores el pago de su pequeña cuota”(El Mosaico, Trimestre II, Número 24, 1971).

Entre el ocio y el negocio

En su análisis de los costumbristas cubanos, Roberto González Echeverría ha sostenido que el costumbrismo es un “inventario de lo real” (2010, p. 51), en tanto, constituyéndose a sí mismo en una protoetnografía, este género hace una lista de tipos, costumbres, lugares, instrumentos y objetos. Como tal, continúa, la mirada costumbrista ocupa un lugar incierto, está afuera y adentro al mismo tiempo; la sátira, la moraleja o la condena de un tipo o costumbre no deja que participe enteramente de la escena que describe (González Echeverría, 2010). En el caso colombiano, ambas apreciaciones son ciertas, pero sirven solo cuando el costumbrista viaja fuera de su “zona de confort”. Por ejemplo, cuando el autor visita las fiestas de San Juan en tierra caliente o va al mercado de Bogotá o de La Mesa, o cuando sale de paseo con la familia a Ubaque. Ahí, entre otras clases sociales y otros grupos étnicos, el escritor costumbrista se siente pertenecer y no pertenecer, se juzga superior en muchos casos, y por ende con la autoridad para impartir juicios morales y estéticos.

Sin embargo, cuando está en su lugar –en nuestro caso, en la tienda de productos importados y nacionales– el escritor costumbrista no puede mirarse desde afuera: él es uno más de esos

objetos que hacen parte del inventario, entre los pañuelos pico de gallo, las solferinos para caballero y los garibaldis. El costumbrista Ricardo Silva es, entre nuestros escritores del periodo, el que de preferencia escribe acerca del culto a los productos de importación mientras se burla de los efectos que estos producen en la sociedad. Como empresario de venta de productos importados, en asocio con otros costumbristas como José María Samper en la compañía Samper & Silva (Santos, 1992, p. 376), Ricardo Silva tematizó la venta de productos de importación contradictoriamente. A la vez como un obstáculo insalvable para el ocio de la escritura –es decir como enemigo del neg-ocio–, pero también como tema predilecto de sus cuadros de costumbres, es decir como un embrión fértil de su escritura.

Los cuadros de costumbres de Ricardo Silva, en los que aparece su álter ego como personaje, Casimiro Miraflores, tematizan esta lucha entre ocio y negocio, una dialéctica que produce una de las mejores literaturas del periodo. Esto sucede, por ejemplo, en su cuadro más famoso: “Un domingo en casa” de 1859. En él cuenta la imposibilidad de encontrar el ocio, de “gozar del dolce farniente”

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un domingo de descanso del trabajo semanal (Silva, 1973, p. 15). Son las disputas entre su señora y las criadas, las compras de la semana, las visitas inesperadas y las peleas entre sus hijos los que impiden que Casimiro descanse. No obstante, son precisamente estas interrupciones las que generan el cuadro de costumbres pues es ahí donde se cuenta, con humor, ese recambio entre la negación del ocio y el alumbramiento de la escritura. Entre ambos, entre el ocio y el negocio, se produce la literatura.

Las fructíferas contradicciones entre ocio y negocio están por todas partes en su literatura. En otro cuadro suyo titulado “Ponga usted tienda”, Silva da cuenta de la interrupción de sus labores en su tienda por cuenta de un grupo de lectores de cuadros de costumbres que vienen a mostrarle el último número de El Mosaico donde aparece “Una docena de pañuelos”, un cuadro de David Guarín, donde este, con un hosco humor, se

queja de cómo fue estafado por el propio Silva al venderle caros unos pañuelos “rabo de gallo” que después Guarín, afincado y con almacén en Chiquinquirá, no pudo vender a satisfacción a “los indios” del lugar. La visita de los intrigantes lectores impide que Silva atienda su negocio, al mismo tiempo que lo fuerza, a instancia de estos contertulios que quieren hablar de literatura y no de negocios, a responder a Guarín con un cuadro de costumbres, producto del cual saldrá “Ponga usted tienda”, dedicado al autor de “Una docena de pañuelos”.

El protagonista de “Ponga usted tienda” es la tienda misma como centro de sociabilidad donde sucede la historia de la pueblerina Bogotá de entonces: ahí, dice el autor, en lugar de vender, se analizan las costumbres, se habla de política, se sufre las quiebras con motivo de las guerras civiles, se habla de Napoleón o “se recogen las contribuciones para los bailes” (1973, p. 62). Parecería que el súmmum de las contradicciones productivas en la obra costumbrista de Silva es proponer al comercio como un movimiento que no produce historia. Es precisamente en su interrupción donde se produce la sociedad, la tertulia y la literatura.

En “Las llavecitas”, otro cuadro de Silva, el escritor dirá: “vino el progreso moderno que todo lo ha invadido llevándose de paso los rasgos característicos de nuestras sencillas costumbres” (1973, p. 182). La táctica para contrarrestar el avance del progreso –y una de sus manifestaciones son los propios productos que Silva vende y porta– es integrar su imaginería y su lenguaje a los cuadros de costumbres. Así, en cuadros de

Los escritores costumbristas bogotanos –la mayoría de ellos de las élites– eran

conscientes de que hacían parte de la creación de una literatura nacional como correlato a la construcción de un Estado-nación moderno.

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Silva como “Estilo del siglo”, el narrador escribe una carta de despecho por un amor perdido a la manera de “una fantasía de estilo comercial” (1973, p. 51), plagada de palabras en cursiva como “un plazo”, “estipulamos”, “indemnizado” y “daños y perjuicios”, produciendo frases que comodifican el lenguaje romántico haciéndolo tan pedestre e impersonal como el lenguaje de los negocios, sin duda una crítica a los lugares comunes de la empalagosa literatura sentimental del momento: “acepto esta pérdida, y poniendo al cielo por testigo, se la ofrezco a Dios en descuento de mis culpas y pecados” (1973, p. 52).

La absorción del lenguaje mercantil como lenguaje costumbrista es consciente en Silva al punto que decide ponerla en cursivas. En busca de la lengua oral como cifra de la nacionalidad, los costumbristas marcaban en cursiva los giros

“pintorescos” de los tipos nacionales (de clases inferiores desde luego). Así, palabras como pus en vez de pues, probe en lugar de pobre y anque por aunque, hacían las delicias de los escritores y lectores del cuadro costumbrista que de esta manera se identificaban parcialmente (en ese juego de acercamiento y alejamientos) con una supuesta fuente primigenia de la nacionalidad: la lengua hablada por “el pueblo”. Silva devuelve este gesto con su opuesto: el lenguaje de los negocios como lenguaje íntimo de la nacionalidad. Cierra esto con otro guiño que pone en contacto romanticismo y mercantilismo, desmitificando el primero a través del segundo. La carta del amante despechado en “El estilo del siglo” en lugar de terminar con un soneto termina con una factura que le pasa Mártir

Plaza de Mercado, nombre del amante, a la señorita Sara Aza, la amada, exhibiendo cuánto gastó en el cortejo en diferente ítems (un bouquet, un pañuelito, un souvenir…), para requerir su pago a la amada por un total de 59 pesos.

A pesar del racismo y clasismo de sus cuadros, característica no solo suya sino de la gran mayoría de los escritores de la época, y en contravía de sus pares costumbrista, Silva tuvo un gesto de inesperada modernidad para su momento. Supo que no solo hacemos los objetos sino que estos nos hacen a nosotros. En el cuadro “Un remiendito” –dedicado a las remodelaciones de una casa– Silva muestra, con la paciencia de un contador mercantil, cómo el incipiente mercado de consumo de entonces pide más y sobrepasa las intenciones iniciales de los compradores. De este manera, este cuadro abreva su energía narrativa de

una obsesión que Silva le heredaría a su hijo José Asunción: la deuda, es decir, cómo el acto de deber nos hace dueños de las cosas a la vez que hace a las cosas dueñas de nosotros. Esa doble cualidad de los objetos puestos en la sociedad de consumo está inscrita en la forma humorística en que Silva usa los verbos en el texto. Entre otros muchos lugares, hablando de la compra de una mesa dice, por ejemplo, que la mesa “no es para comer en ella que es para lo que sirven algunas mesas, sino para que ella se lo coma a usted con su valor multiplicado por cuantas necesite el edificio” (1973, p. 160). Este cuadro de costumbres es lúgubre. La señora que pretendía hacerle un remiendito a su casa para mejorar su vida, termina endeudada y muriendo de pena al ver cómo sus ahorros y, por tanto, la dote

Parecería que el súmmum de las contradicciones productivas en la obra costumbrista de Silva es proponer al comercio como un movimiento que no

produce historia. Es precisamente en su interrupción donde se produce la sociedad, la tertulia y la literatura.

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de sus hijas, se pierden tras las consecución de “el remiendito”.

La taza de chocolate

José María Vergara y Vergara escribió los mejores cuadros de costumbres de nuestro periodo costumbrista. “Las tres tazas”, “El lenguaje de las casas”, “El último abencerraje” y “Esquina de avisos” constituyen momentos cumbre del género en Colombia. A diferencia de Ricardo Silva, sin embargo, la economía de importación/exportación no fue integrada dialécticamente –a través del tema negocio-ocio– a su literatura. Por el contrario, Vergara respondió al embate de productos comerciales europeos mistificando el pasado, cortando toda relación de continuidad de este con el presente, y atribuyéndole a lo “dejado atrás” un poder político que abreva su energía de la representación de la nostalgia como un pasado, no obstante, recuperable en el presente.

A diferencia de Ricardo Silva, el retrato que Vergara da de sí en diferentes textos es el de un hombre prematuramente envejecido. Aún antes de sufrir la tragedia familiar de la súbita muerte de su esposa en 1868 (Martínez Silva, 1890, p. 20), que lo deprimiría profundamente, causándole, según sus contemporáneos, su temprana muerte por sucesivas apoplejías (Martínez Silva, 1890, p. 24) en 1872 a la edad de 41 años, Vergara ya se había representado como un hombre avejentado. El cuadro de costumbres “Las tres tazas”, de 1867, cuando Vergara contaba con 36 años, comienza con una escena de lectura fabricada por el propio escritor en la que contribuyen su propio genio de coleccionista

bibliófilo y su sensibilidad adicta a las vejeces. Se trata de un álbum que el narrador ha construido a partir de las esquelas que sus allegados le han mandado invitándolo a bautizos, matrimonios y funerales. Puestas en un álbum, una tras otra, al ser leídas con la velocidad de un libro dan la textura del tiempo de la estética de Vergara: el tiempo pasa por encima de los cuerpos, ineluctable y rápido, venciéndolos. Una sensación que, intensificada por el artilugio literario de Vergara (hacer un álbum

de esquelas organizado cronológicamente), da una idea de la forma en que el escritor

costumbrista vivía el tiempo: “Estas esquelas recibidas a largos intervalos

no causan sino una impresión sencilla; ¡pero reunidas así en un libro! ¡Sin más distancia entre el matrimonio y la muerte que una hoja de papel, y sin más tardanza que la necesaria para volver una foja!” (Vergara y Vergara, 1936, p. 14).

Vergara, como organizador del tiempo en este álbum

donde acerca y aleja el pasado del presente, es una

idea fructífera para leer cuadros de costumbres suyos como “El

lenguaje de las casas” y, sobre todo, “Las tres tazas”. En ellos divide el

cuadro en tres partes: Santafé de 1813 –la procera–, Santafé de Bogotá –la republicana, antes de la llegada de los librecambistas en 1848– y Bogotá, la ciudad trasformada por el Radicalismo.

Las tres tazas son tres productos de consumo –chocolate, café y té– que son organizados por Vergara en tres tiempos distintos y en tres espacios diferentes: la casona colonial santafereña, la casa republicana de Santafé de Bogotá, y la “casita” de la Bogotá de 1867, año de la escritura del texto. El chocolate es la bebida de los próceres de la Independencia, quienes lo disfrutan en una casona

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española de la nobleza santafereña de entonces (la de Tadea Lozano, marquesa de San Jorge). Así, el chocolate es inventado como el elixir de la nacionalidad, la bebida que acompañó el proceso de Independencia y a los hombres que fundaron la patria. La segunda taza de café que acompaña a la segunda generación de republicanos ya adolece de una marca de extranjería: “Con Bolívar vinieron los ingleses de la legión británica, y con ellos, ¡cosa triste! el uso del café, que vino a suplir la taza de chocolate” (Vergara, 1936, p. 20). La tercera taza, la de té, brindada a Vergara por una impostora pareja de francófilos criollos, Monsieur y Madame de Gacherná, en una casa sin aljibe andaluz, es el espacio y tiempo antinacional. Monsieur de Gacherná “se hizo por voluntad propia, y por pura moda, extranjero en su propio país”, al punto de aceptar la nacionalidad noruega que le da el cónsul saliente, para que aquel pueda desempeñar las funciones del cargo. Este último espacio hace sentir a Vergara extranjero –no por propia voluntad– en su propio país.

Estos tres espacios, al mismo tiempo que cuentan la historia del país en tres escenas, desde una óptica hispanista, adelantan una proyecto político: la historia del país se escribió con chocolate en 1813, por decirlo de alguna manera, y son los promotores de la falsa historia nacional, “los hombres de 1848” –como llamó Germán Colmenares a los liberales que ascendieron al poder entonces– la antinación, aquellos que pretenden traicionar las costumbres y los gustos de los próceres con productos importados como el café “inglés” y el té “francés”. La filigrana política del texto de Vergara está en que desarticula toda continuidad entre los tres espacio-tiempos. Los separa y los aliena para poder mistificar el chocolate y satanizar al café y al té.

“Las tres tazas” está dedicada a Ricardo Silva, el costumbrista comerciante. En la dedicatoria Vergara le dice: “Mi querido Ricardo: te dedico estas tres tazas llenas la una de chocolate, la otra de café y la tercera de té. Tómate la que quieras; lo dejo a tu elección; pero no creo que seas ecléctico hasta el punto de

tomarte todas tres. Debes escoger una y vaciar las otras dos” (Vergara, 1936, p.11). En esta oferta de Vergara a Silva, que es más bien una demanda, están representados los problemas de imaginar la nación como una esencia (de cacao en este caso). La nación es precisamente ese espacio que media entre las tres escenas de Vergara, ese espacio silenciado que es más bien un continuum, un hilo histórico que hace posible (y que explica a su vez) por qué se pasa de tomar chocolate a tomar té. Puedo imaginar a Ricardo Silva escribiendo un cuadro de costumbres sobre el delicioso chocolate santafereño mientras degusta una taza de té negro inglés (como el que le gustaba a su hijo José Asunción)

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Robinson López ArévaloHistoriador Universidad Nacional de ColombiaGrupo de Colecciones Biblioteca Nacional de Colombia

A pesar de la importancia que Occidente le da a lo impreso, no son tan abundantes los estudios relacionados con el libro: sobre la producción de las materias primas necesarias para elaborar el

libro, sobre la misma creación de las obras, sobre su circulación en los países y las ciudades, etc. Igualmente, son escasas las investigaciones sobre las relaciones entre el libro y su destinatario: el motivo de su adquisición y lectura, el lugar donde se obtuvo, el precio, la forma de pago, etc.

Cuando se intenta establecer una relación entre ciudad y literatura comúnmente se piensa en cómo la ciudad se ve reflejada en los libros, pero en menor medida se tiene en cuenta cómo los libros transforman el concepto que tenemos de ciudad y la ciudad misma. Sin duda, la circulación del libro transforma la ciudad, pues crea espacios para su almacenamiento, para su exhibición y para su venta; pero también para su discusión, su defensa

El mundo del libro en la Bogotá del siglo XIX fue dinámico y productivo, si se juzga por las muchas librerías que se

ofrecían en la prensa bogotana. Uno de los comerciantes más importantes

del libro en Bogotá en el XIX fue el expresidente y escritor Salvador Camacho

Roldán. Esta es su historia.

SALVADOR CAMACHO ROLDÁN / FOTO: BIBLIOTECA LuIS ÁNGEL ARANGO. GALERÍA DE NOTABILIDADES COLOMBIANAS.

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y su crítica; de esta forma la imprenta y los libros transforman a la ciudad y a sus habitantes.

Este texto intenta dar unas pequeñas puntadas sobre estos dos grandes temas. Específicamente trata sobre la circulación del libro en Bogotá, a través de la Librería Colombiana, fundada por Salvador Camacho Roldán y Joaquín Emilio Tamayo.

En 1882, Camacho Roldán junto con Joaquín Emilio Tamayo –su cuñado– dieron inicio a la Librería Colombiana, una de la más importantes de finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. La Librería abrió en la calle 2ª. al norte No. 24 (actualmente carrera Séptima entre calles 12 y 13), luego se trasladó a la Calle 12 No. 178 (entre carreras 7ma y 8va, a mitad de cuadra, acera norte).

Salvador Camacho Roldán (1827-1900) fue gobernador de Panamá (1852-1853), representante a la Cámara (1854-1855 y 1874-1875) y senador (1856-1857 y 1882-1883). En el juicio contra José María Obando por su complicidad en el golpe de Estado dado por José María Melo, Roldán actuó como fiscal de la Cámara de Representantes, y logró la

Camacho Roldán seguramente no veía su librería solo como un negocio: desde

mediados de siglo, cuando era un liberal que participaba en política, se dedicaba

a la venta de libros, y por medio de esta actividad difundía el pensamiento liberal

y los últimos desarrollos científicos.

destitución de Obando. También participó activamente en la Convención de Rionegro. Durante la administración de Eustorgio Salgar (1870-1872), estuvo a cargo de la Secretaría de Hacienda y Fomento. Hasta fue presidente interino de los Estados Unidos de Colombia entre el 20 de diciembre de 1868 y el 2 de enero de 1869. A mediados de 1871 su nombre fue postulado como precandidato a la Presidencia de la República.

Pereira Gamboa, Camacho Roldán y Cia

Pero Camacho no solo fue un gran político, también fue un notable comerciante: fundó Camacho Roldán Hermanos, en 1853, y Pereira Gamba, Camacho Roldán y Cia, en 1855; y también participó en la creación del Banco de Bogotá, en 1870. Como parte de su actividad política y económica fundó los periódicos El Siglo (1849), La Reforma (1851), La Paz (1868-1869), La Opinión (1863-1866), y La Unión (1881).

Con semejante participación en política un estudioso del tema esperaría que Salvador Camacho Roldán se hubiera convertido en presidente o exiliado, pero para sorpresa de muchos se volvió vendedor de libros. Claro que, si se trata de importantes personajes que han sido dueños de librerías, no ha sido el único; Miguel Antonio Caro tuvo su Librería Americana antes de ser presidente, de la cual también fue dueño el expresidente José Vicente Concha. Pero pasar de político a librero solo lo ha hecho Camacho Roldán, lo que no es del todo extraño, ya que la librería servía como espacio para adquirir e intercambiar ideas, no solo las del ámbito nacional, sino también las venidas del viejo continente y de los Estados Unidos de América.

ANuNCIOS DIRECTORIO GENERAL DE BOGOTÁ , 1886 / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ.

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Antonio Cacua Prada afirma en su biografía sobre Camacho Roldán que este aconsejó a un comprador de la librería: “No compre usted ese libro, es pura hojarasca”. O sea que el librero tenía una relación de confianza y conocimiento con muchos de sus clientes que le permitía conocer lo que habían leído, lo que posiblemente podían leer e incluso sugerirles lo que no debían leer por ser de mala calidad.

Otra de las actividades de Camacho Roldán & Tamayo era la compra-venta de documentos de crédito del Gobierno Nacional y letras de cambio, además, hacía todos los trámites y pagos relacionados con la importación y exportación de productos, mercancías extranjeras, etc. Pero esto no quiere decir que los demás negocios de la compañía subvencionaran la venta de libros. La librería no cambió de dueños y tampoco cerró, lo que evidencia el buen manejo por parte de estos, pero también la estabilidad del negocio.

La existencia de las librerías Americana, Barceloncesa, de Chávez, de Fidel Pombo y Nueva, otras menores como la de Evaristo Enciso, la de Santiago Bayón, la de Rivas o la Popular, y la Biblioteca el Recreo, muestra que el negocio de libros en Bogotá por lo menos permitía la subsistencia de varias librerías. Sin embargo, Camacho Roldán seguramente no veía su librería solo como un negocio: desde mediados de siglo, cuando era un liberal que participaba en política, se dedicaba a la venta de libros, y por medio de esta actividad difundía el pensamiento liberal y los últimos desarrollos científicos.

Un hecho que puede pasar desapercibido pero que probablemente es clave para el inicio de Camacho Roldán en la venta de libros fue su sociedad con Nicolás Pereira Gamba. En 1855, en el Diario de Avisos se publicó el “Nuevo Catálogo de los libros que se hallan de venta en la agencia general de Nicolás Pereira”; aunque ya se había creado la sociedad, este anuncio parece solo incumbir a Pereira Gamba. Dicho catálogo, si bien un poco precario, con solo 2 páginas, contenía el registro de 138 títulos, algunos con más de 10 volúmenes.

Unos meses después de haber empezado a funcionar la Agencia de Pereira Gamba, Camacho Roldán y Compañía ya vendía el Compendio de Gramática Castellana, de Juan

Vicente González –la obra de este venezolano fue publicada en Caracas en 1841–, a 8 reales el ejemplar y a 9 pesos la docena. Entre septiembre de 1856 y noviembre de 1858, en El Tiempo se ofrecían: métodos para aprender inglés y francés de Ollendorff –técnica para aprender idiomas ideada por el alemán Heinrich Gottfried Ollendorff (1803-1865), famosa a finales del siglo XIX– edición de 1856; Teneduría de libros por March; Algebra de Bourdon; Geometría de Legendre; Aritmética de Perkins –educador y matemático norteamericano–; Manual

de urbanidad y de buenas costumbres por Manuel Carreño; Historia de Francia, de Louis-Pierre Anquetil –obra iniciada por pedido de Napoleón, impresa en 1805 y reeditada numerosas veces en el siglo XIX–; Historia del consulado y del imperio, de Thiers; Historia de la restauración, de Lamartine; Cartas a su hijo del Conde de Chesterfiel; una historia de la guerra civil en España, sin indicar el autor y los discursos de Fox y Pitt en el parlamento. El único español en esta lista era José Mamerto Gómez Hermosilla con su obra Juicio crítico de los principales poetas españoles de la última era.

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Entre las obras colombianas se ofrecían de José María Samper: Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada, Obras dramáticas y Flores marchitas; Introducción a la ciencias morales y políticas, de Justo Arosemena; las Lecciones de Geometría analítica, de Pombo; Descubrimiento y colonización de la Nueva Granada, por Joaquín Acosta; Historia de la Revolución del 17 de abril , de Venancio Ortiz; Instrucción moral y religiosa, por José Manuel Royo, y manuales de agricultura, comercio y teneduría de libros. Un poco sorpresiva es la aparición de la Biblia de Royaumont (edición lujosa) –esta biblia protestante es una traducción del calvinista francés Nicolás de la Fontaine–.

En general, Pereira Gamba, Camacho Roldán y Compañía ofrecía libros de historia, medicina, matemáticas, enseñanza de idiomas, comercio y moral; con una gran abundancia de autores franceses, y una incipiente aparición de norteamericanos. Brillaba por su ausencia la literatura, en especial la española, aunque se encuentra la novela Sataniel, del francés Federico Soulie y Precaución, del norteamericano James Fenimero Cooper. También es poca la oferta de obras de viajeros y de religión.

En marzo de 1858, El Porvenir anunciaba la venta de las Lecciones de aritmética y algebra, de Lino de Pombo, a 10 reales, en la Agencia de Pereira Gamba, Camacho Roldán y Compañía, en el atrio de la Catedral; esta nueva impresión se comerciaba por entregas. A mediados de mayo se informó sobre la venta de la segunda parte, mientras la tercera parte apareció a finales de junio; la obra completa poseía 184 páginas y valía 2.5 pesos fuertes o 25 reales, lo mismo que costaba por entregas; se ofrecía un descuento del 8 % para quien llevara más de cien. Igualmente se vendían las Lecciones de geometría analítica, del mismo autor, por 2 pesos.

No se sabe si el negocio era muy bueno o muy malo, ya que en 1860 El Catolicismo informaba sobre la venta de las mismas obras, ahora cada una a 2 pesos y proponía la venta de todos los ejemplares por un precio bajo, propuesta que al parecer fue aceptada, pues no volvieron a difundir la venta de estas obras.

Salvador Camacho Roldán, librero

Tras la disolución de la sociedad Pereira Gamba, Camacho Roldán y Compañía, fue Camacho Roldán Hermanos la que asumió todos los derechos y deberes de la disuelta compañía, también se quedaron con los libros, mientras los Pereira Gamba se dedicaron a la importación de maquinaria. A partir del 7 de septiembre de 1866, Camacho Roldán Hermanos trasladó sus oficinas al local llamado La América, en la 1ª. Calle de la Carrera de Bogotá, número 18. Allí vendía relojes de campana, poltronas, tubos, servicios de café, levitas, pantalones, cucharas, arados, molinos de café, hachas, cuchillos, máquinas de desmontar algodón, baúles, maletas y libros.

Camacho Roldán era un gran comerciante; un anuncio publicado en la Revista Comercial, en 1863, permite evidenciar que desde muy temprano se dedicó a la compra y venta de metales preciosos, cambio de letras y de billetes de tesorería, comercio de vales flotantes, venta de algodón, especias y otros artículos de consumo. El mismo anuncio ofrecía por 10 reales la Memoria sobre la geografía, física y política de la Nueva Granada (1852), elaborada por el general Tomás Cipriano de Mosquera, publicada en Nueva York; obra que se inscribe dentro de los proyectos liberales de conocer el territorio, la nación y sus recursos.

Para 1867, en el surtido se introdujeron: diccionarios de inglés, la Geografía y astronomía, de Smith –obras del norteamericano Asa Smith, director de la Escuela No. 12 de Nueva York, las cuales fueron muy populares en el siglo XIX en Estados Unidos–, el Atlas de geografía, de Colton –obra del también norteamericano Joseph Hutchins Colton (1800-1893), quien creó una empresa dedicada a la elaboración e impresión de mapas–, Historia Antigua, Historia de los Estados Unidos, Aritmética práctica, de Sarmiento –seguramente se refiere a la obra publicada

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en 1860, en Buenos Aires, cuando Domingo Faustino Sarmiento era jefe del Departamento de Escuelas–, Don Quijote, Gil Blas, Guillermo Tell, etc. También estaba a la venta la New American Cyclopedia, enciclopedia en 16 volúmenes editada en Estados Unidos entre 1857 y 1866 y reeditada en 1873 -en esta aparece un artículo sobre Simón Bolívar, escrito por Karl Marx, en el cual se cuestiona parte de la labor del héroe de la Independencia-. También hay una descripción de los Estados Unidos de Colombia y otra de Santafé de Bogotá.

Comparada con las anteriores ofertas, aparecieron con fuerza la historia y la literatura; otro elemento importante de este último surtido es que se encuentran una buena cantidad de libros editados en Estados Unidos (seguramente estas obras influyen en su decisión de viajar a este país en 1887). Fue durante este período, más directamente encargado del negocio, que Salvador Camacho empezó a hacer verdaderamente sus primeros acercamientos al oficio de librero.

Luego de estas experiencias con el comercio de libros, Camacho Roldán fundó la Librería Colombiana. Dada la habilidad que tenía este personaje para los negocios, vio en la venta de libros una buena oportunidad y posiblemente un deleite para su espíritu. En 1882, sin aún haber fundado

la librería, ya ofrecía, “mapas de Colton, libros americanos y publicaciones recientes”. Al siguiente año, la oferta era más amplia, según un anuncio en el Almanaque de “El Bogotano” tenía más de cuatro mil obras diversas y recibía constantemente las últimas publicaciones europeas y americanas. Los libros estaban en español, inglés y francés; las temáticas y formatos ofrecidos incluían: historia, filosofía, jurisprudencia, ciencias políticas, medicina, ciencias naturales, matemáticas, ciencias militares, agricultura, viajes, novelas, poesías, bellas artes, libros místicos, diccionarios, textos para escuela y atlas; también incluía láminas, grabados y mapas.

Como se puede ver, la oferta garantizaba material para todas las edades, y textos para caballeros, señoras y señoritas. Un elemento destacado era la oferta de ediciones propias para regalo, sin duda este fue un primer paso para la edición de libros por parte de la Librería Colombiana. Los pedidos podían ser hechos desde fuera de Bogotá, siempre que se enviara el costo del libro y de los gastos

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de correo; así, la prensa dejaba de ser el único medio por el que se podían leer distintos autores en lugares más distantes a las diferentes ciudades importantes. Camacho Roldán & Tamayo ofrecía la publicación de un catálogo mensual, lo que demuestra la fuerza con la que esta librería entraba al mercado, utilizando esta importante estrategia comercial. Cada año se editaba un catálogo, el cual era actualizado mensualmente por medio de los suplementos, de esta forma el público se enteraba de las nuevas publicaciones que llegaban a la librería.

El catálogo más antiguo que se ha encontrado es de 1887, elaborado en la Imprenta de la Luz, con 159 páginas. Este dividía las obras en once categorías, estas últimas podían estar divididas en subcategorías. Cada categoría estaba organizada por orden alfabético según el autor, además de informar el título de la obra, el precio y el número de volúmenes, ocasionalmente se decía el año de

Con semejante participación en política un estudioso del tema esperaría que Salvador Camacho Roldán se hubiera convertido en presidente o exiliado, pero para

sorpresa de muchos se volvió vendedor de libros.

buena cantidad de manufacturas, de esta forma su librería puede ser catalogada como típica de la segunda mitad del siglo XIX, en esta se mezclaba la venta de impresos y otro tipo de productos.

Se puede concluir que la influencia intelectual francesa era amplia, ya que una buena cantidad de autores eran franceses, pero también las obras traducidas a este idioma son abundantes en el catálogo. Así mismo, los trabajos sobre el Canal de Panamá muestran la importancia de este proyecto para Francia y sus estudios pioneros sobre el tema. Se observa una incipiente influencia norteamericana, con la llegada de obras de literatura, geografía, historia y astronomía, provenientes de ese país.

Pero surge una pregunta: ¿era esta una librería que difundía el pensamiento liberal? Esta es sin duda la cuestión más discutida, ya que por un lado la oferta es más bien moderada y ortodoxa, hecho

edición. Es un catálogo complejo y bien elaborado, que muestra el grado de conocimiento que tenía Camacho Roldán sobre el libro y su venta. Su importancia radica en que era el medio por el cual el cliente se enteraba de la existencia de las obras y accedía a ellas; además, permite conocer cuáles obras estaban a disposición del lector a finales del siglo XIX. Un ejemplar incluído en el catálogo podía estar en dos categorías diferentes al tiempo; por ejemplo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano estaba en Educación y Enseñanza, y Obras Nacionales.

La oferta de la Librería incluía otros elementos como esferas terrestres de caucho, álbumes, cuadernos, libros de cuentas, láminas, grabados, fotolitografías, mapas, lapiceros, plumas, libretas, papel, navajas, tintas, tinteros, pizarras, etc. Con el tiempo se incluyeron carteras, joyeros, juegos de té, máquinas de escribir y hasta bicicletas. Camacho Roldán se dedicaba a la venta de libros y de una

que muestra lo conservadora que era la sociedad colombiana a finales del siglo XIX; pero por otro, la Librería Colombiana fue pionera en ofrecer la obra de Thierry, Lamartine, Michelet, Mignet y Macaulay; e incluso la de Proudhon.

Por último es importante rescatar que Camacho Roldán y Tamayo también se dedicó a la edición de obras. Todo parece indicar que la primera obra que editaron fueron los Documentos sobre límites de los Estados Unidos de Colombia copiados de los originales que se encuentran en el Archivo de Indias de Sevilla (1883), trabajo elaborado por Ricardo S. Pereira. La segunda obra, Parnaso Colombiano, con un primer tomo de 1886 y el segundo de 1887, es una colección de poesías, escogidas por el poeta antioqueño Julio Añez (1886-1887). De ahí en adelante siguió una larga historia de edición de códigos judiciales, leyes, poemas, diarios de viaje, obras de economía, tratados de matemática y obras literarias

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A principios de 1943 un joven se embarcó en Magangué en el buque David Arango con destino a Bogotá, la capital de la República, con la esperanza de obtener una beca que le permitiera continuar su bachillerato. Era la

época de la República Liberal y la educación era uno de los pilares del Gobierno Nacional desde que Alfonso López Pumarejo había llegado a la Presidencia en 1934. Por eso no era raro que en Sucre, un pequeño pueblo del Bolívar grande, una familia pudiera despertar a su hijo mayor con una noticia a la vez esperanzadora y aterradora: “alista tus vainas, que te vas para Bogotá”.

El joven era Gabriel García Márquez, quien con este primer viaje empezó una larga historia de amores y desamores con Bogotá. Aquí, García Márquez terminó el bachillerato, su único ciclo de formación académica completo, escribió y publicó sus primeros cuentos y novelas, y conoció a algunos de sus amigos más entrañables. A pesar de que cuando llegó a ella le pareció, como a tantos caribes que la han visitado por

Gustavo Adolfo Ramírez ArizaDirector Archivo de Bogotá

70 años de amores y desamores con Bogotá

Aunque Gabriel García Márquez es nativo de Aracataca,

Magdalena, fue en Bogotá donde nació para la literatura

y para la historia. Hoy, 70 años después de su primera llegada

a Bogotá, se le hace justo homenaje a su larga relación con

la ciudad.

FOTOS: FuNDACIÓN PALABRERÍA

GGM EN EL LICEO NACIONAL DE VARONES DE zIPAquIRÁ

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primera vez, fría y ajena, con el paso de los años quedó demostrado que su viaje a la capital del país habría de ser fundamental para su formación como escritor; es decir, para el resto de su vida.

Para cuando García Márquez tenía quince años, Bogotá quedaba a varias semanas del Caribe. Por eso, para llegar hasta ella, el viaje empezaba con un largo recorrido por el río Magdalena, el más importante de Colombia, que desde tiempos prehispánicos había sido el eje del trasporte nacional. García Márquez nunca olvidaría esos viajes por el que mucho después llamaría “el río de la vida”. Las parrandas a bordo, la rica vegetación de la ribera y los enormes manatíes que amamantaban a sus crías al lado del río, quedaron para siempre grabados en la memoria del futuro escritor. En uno de los fragmentos más evocadores de sus memorias, él mismo asegura que “por lo único que quisiera volver a ser joven es para repetir aquel viaje”.

En ese primer viaje la buena estrella de García Márquez empezó a brillar, pues allí conoció por casualidad al encargado de otorgar las becas en el Ministerio de Educación y entabló con él una breve pero definitiva amistad basada en sus comunes gustos musicales. Una vez llegó a Bogotá, si bien no pudo conseguir la beca que quería para el

Colegio San Bartolomé, el joven García Márquez consiguió acceder al Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, considerado por muchos la mejor institución educativa del país, a hora y media de Bogotá, y a donde llegaban estudiantes de todo el país.

En Zipaquirá, el joven “Gabito” se empezó a convertir en el escritor que llegaría a ser. No solo porque allí fue contagiado con el “sarampión literario” que lo llevó a leer del primero al último de los libros de la biblioteca del Liceo, sino porque allí escribió sus primeros poemas dedicados a sus novias zipaquireñas, inspirado por los emotivos versos de Eduardo Carranza y el movimiento poético Piedra y Cielo, que en ese momento arrebataba la sensibilidad del país con sus imágenes de muchachas convertidas en arroyos y amores prístinos como el cielo azul. Además, durante sus años de bachillerato también tuvo sus primeros escarceos periódisticos y junto a algunos de sus compañeros creó la Gaceta Literaria, la cual, desafortunadamente, no pudo salir a la luz pues fue decomisada antes de empezar su distribución debido un equívoco de las autoridades y a las continuas acusaciones contra el Liceo Nacional de Varones por la conocida afiliación marxista de sus profesores.

Habiendo alcanzado el ansiado título de bachiller

en 1946 como el mejor de su promoción, García

Márquez continuó sus estudios en Bogotá

inscribiéndose en la carrera de Derecho en la

Universidad Nacional.

GGM CON MERCEDES BARCHA y Su HIJO RODRIGO / FOTO: HERNÁN DÍAZ

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Habiendo alcanzado el ansiado título de bachiller en 1946 como el mejor de su promoción, García Márquez continuó sus estudios en Bogotá inscribiéndose en la carrera de Derecho en la Universidad Nacional. Allí, se empapó de la actualidad cultural y política del país, que en ese momento vivía la vuelta al poder del Partido Conservador y el crecimiento del Gaitanismo, y entabló amistad con algunos de las personas que más influyeron en su vida. No solo recibió clases del poeta español Pedro Salinas y de quien luego sería su gran amigo, Alfonso López Michelsen, sino que conoció a compañeros como Camilo Torres Restrepo, Plinio Apuleyo Mendoza y Gonzalo Mallarino.

Sin embargo, el corazón de García Márquez no estaba en las aulas del Derecho sino en las páginas de la literatura, y durante sus años universitarios dedicó las más de sus horas a leer cuentos y novelas que a estudiar códigos y leyes. Fue precisamente en Bogotá donde el futuro premio nobel tuvo uno de sus encuentros literarios más definitivos: la lectura de La metamorfósis, de Franz Kafka. Después de leer la obra del escritor checo, García Márquez se sintió liberado para explorar sin recelos los rincones más insólitos de su imaginación y convertirlos en literatura. Y entonces, como él mismo lo ha dicho, decidió dejarlo todo y dedicarse solo a leer y escribir.

De esa primera efervescencia escritural surgieron varios cuentos de tipo sicológico y fantástico, que publicó en el diario El Espectador, empezando con “La tercera resignación” el 13 de septiembre de 1947, gracias al apoyo de Eduardo Zalamea Borda, a quien García Márquez alguna vez llamó “su verdadero Cristóbal Colón” por haberlo publicado cuando apenas contaba con veinte años y haberlo bautizado como la más grande promesa de la literatura colombiana. García Márquez llegaría a decir que había seguido escribiendo solo para no hacer quedar mal a Zalamea Borda.

La vida de García Márquez en Bogotá en la década de los cuarenta, que se había convertido en una rutina de lectura, conversación en los cafés, y más lectura en su pensión de estudiantes o en los salones de la Biblioteca Nacional, llegó a un final abrupto el 9 de abril de 1948. Debido al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y los posteriores desórdenes que afectaron la ciudad y clausuraron la Universidad Nacional, el joven tuvo que abandonar Bogotá y volver al Caribe.

La siguiente vez que Gabriel García Márquez habría de regresar a Bogotá sería en enero de 1954, cuando viajó a la capital de la mano del poeta y amigo Álvaro Mutis para ingresar a trabajar como periodista al diario

GGM CON MANuEL zAPATA OLIVELLA ESCuCHANDO VALLENATO EN BOGOTÁ

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INFORME ESPECIAL 5756

El Espectador, bajo la tutela de Guillermo Cano y José Salgar. La semilla literaria que había sembrado su primer viaje a Bogotá había germinado en más cuentos, así como en notas editoriales y columnas de opinión que había escrito para diarios de Cartagena y Barranquilla.

Para cuando llegó a Bogotá esta segunda vez, Gabo, como lo empezaron a llamar en el diario, ya era un escritor de oficio, y esta dedicación se vio recompensada con el primero de sus reconocimientos literarios. Hay que recordar que García Márquez solo ha ganado dos concursos literarios, y que ambos fueron en Bogotá, siendo el primero de ellos el Concurso Nacional de Cuento, que ganó en 1954 con su cuento “Un día después del sábado”. También en Bogotá, en 1955, se dio la primera edición de su primera novela, La hojarasca.

Su trabajo en El Espectador le permitió empezar a entrenarse en el que él llamó “el mejor oficio del mundo”: la reportería. Célebres fueron durante sus dos años como reportero del “mejor periódico del mundo”, las crónicas que escribió sobre el ciclista

Ramón Hoyos, o sobre “el Chocó que Colombia desonoce”, así como su popular columna “El cine en Bogotá. Los estrenos de la semana”, primer espacio de crítica cinematográfica permanente del país. Pero sin duda su escrito más famoso de esa época fue la historia por entregas del marino Alejandro Velasco, quien sobrevivió durante diez días a la deriva en el mar Caribe después de que el barco A.R.C. Caldas de la Armada Colombiana se hundiera en alta mar. García Márquez escuchó la narración del marino y la contó a lo largo de catorce entregas que hicieron las delicias de los lectores y que llevaron al periódico a aumentar su circulación de un modo nunca antes visto.

Este reportaje, que después sería publicado en forma de libro bajo el título Relato de un náufrago, lo convirtió en una especie de estrella del periodismo, y por eso no fue extraño que Guillermo Cano lo eligiera para ser el primer corresponsal de un medio colombiano en ser enviado a cubrir una noticia internacional. Fue así que García Márquez salió nuevamente de Bogotá, esta vez con destino a Ginebra, Suiza, como enviado de El Espectador. Sin embargo, su experiencia europea se convirtió en algo muy diferente, después de que su periódico fuera clausurado por la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla y García Márquez decidiera quemar las naves y quedarse, cual náufrago él también, en Europa dos años más.

PORTADA DEL REPORTAJE DE GGM PARA EL ESPECTADOR .

“Todo lo que aprendí se lo debo al bachillerato”

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INFORME ESPECIAL 5958

PÁGINA OPuESTA GGM EN LA PLAzA DE BOLÍVAR

CON GONzALO MALLARINOCON MARÍA CONSuELO ARAÚJO y

GuILLERMO CANO

GGM CON ÁLVARO CASTAÑO CASTILLO y GLORIA VALENCIA DE

CASTAÑO

FOTOS: FuNDACIÓN PALABRERÍA

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Mientras García Márquez estuvo en Europa, Colombia sufrió grandes cambios en su vida social y política: la dictadura de Rojas Pinilla había terminado y se había implantado el modelo de gobierno bipartidista conocido como Frente Nacional. Además, América Latina se habría de estremecer poco tiempo después con el triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959. El mundo parecía estar cambiado aceleradamente, y García Márquez estaba ahí para consignarlo todo con su pluma.

Fue precisamente gracias a la Revolución cubana que García Márquez volvió a Bogotá, esta vez en 1959, como jefe de noticias de la seccional colombiana de la agencia Prensa Latina. Esta vez acompañado de su reciente esposa Mercedes Barcha, García Márquez se instaló en Bogotá para dirigir el nuevo proyecto periodístico creado por el Gobierno cubano y que, como era de esperarse, tuvo muchos enemigos desde su inicio. Sin embargo, esta corta estadía en Bogotá también tuvo una noticia feliz, pues su primer hijo, Rodrigo, nació en esta ciudad el 24 de agosto de 1959, permitiéndole a García Márquez ser padre por primera vez.

En esta estadía de García Márquez en Bogotá su escritura se desarrolló enormemente, pues fue entonces cuando escribió el cuento “Los funerales de la Mamá Grande”, un punto fundamental de su carrera literaria porque en él empezó a experimentar con el estilo carnavalesco e hiperbólico que lo haría célebre en Cien años de soledad. También recibiría en Bogotá el segundo de sus premios por un concurso literario: el Premio Esso de novela, que ganó en 1961 por La mala hora.

A pesar de que poco tiempo después la familia García Barcha habría de trasladarse a México, sus contactos con la capital de Colombia se mantendrían vivos, aun después de que se

publicara en 1967 Cien años de soledad, la novela que convirtió a García Márquez en una celebridad internacional y la que le dio el éxito con el que pudo solventar proyectos políticos y periodísticos en los siguientes años.

Una vez en la cima del éxito, fundó en Bogotá la revista Alternativa en 1974, junto a Antonio Caballero, Enrique Santos Calderón y otros. Esta publicación se hizo célebre por sus múltiples crónicas y reportajes de una marcada tendencia izquierdista, lo que la llevó a ser perseguida por el establecimiento colombiano. García Márquez

GABO Y MERCEDEs DE sEPTIMAZO

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GGM EN ALTERNATIVA

“Mi gran nostalgia es no poder ser nuevamente aquel reportero que fui en El Espectador de Bogotá”

no se amilanó ante estas dificultades y continuó abogando por la izquierda latinoamericana, en uno de sus momentos más activos políticamente. Justamente debido a su constante actividad política, García Márquez recibió amenazas de la derecha colombiana que lo obligaron a exiliarse en 1981, cuando las políticas del Gobierno de Julio César Turbay y el fortalecimiento de la ultraderecha ilegal hicieron prácticamente imposible la oposición política en Colombia.

La triste despedida de Gabo de sus amigos de Bogotá, entre los que entonces se encontraban Álvaro Castaño Castillo, Luis Villar Borda y Carlos Alemán, se vio resarcida con la celebración de 1982, cuando García Márquez ganó el Premio Nobel de literatura, y sus amigos en Bogotá organizaron una gran caravana para acompañarlo a Estocolmo a la ceremonia de premiación. Este momento fue sin duda la

culminación de una vida dedicada a las letras y la numerosa delegación bogotana que se hizo presente en la premiación fue testimonio de la profunda relación del escritor con la ciudad.

Después de ganar el Premio Nobel la relación de García Márquez con Bogotá se ha mantenido firme. En ella tiene una de sus cinco casas alrededor del mundo y a ella ha regresado intermitentemente en los últimos treinta años. Después de su malogrado intento por crear un nuevo periódico independiente con sede en Bogotá, al que llamó El otro, en la década de los noventa su participación fue fundamental en proyectos como el noticiero QAP y la revista

GABRIEL GARCÍA MÁRquEz EN EL ESPECTADOR

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“Bogotá se reconcilia con el trópico en la nostalgia y en todos estos años no ha sido otra cosa

que una playa verde y desmedida, a 2.600 m. sobre el nivel del mar”

GABO RECIBIENDO LA ACLAMACIÓN DEL PÚBLICO BOGOTANO EN EL TEATRO JORGE ELIÉCER GAITÁN

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Cambio, que lo mantuvieron volviendo una y otra vez a la ciudad de los treinta y dos campanarios para impulsar el trabajo de la nueva generación de periodistas que se había formado bajo su tutela.

En este año, la Administración del alcalde Gustavo Petro ha decidido reconocer esta larga relación de García Márquez con Bogotá y en su honor se inaugurará una estatua (la primera en el país) en la Plazoleta de las Mariposas Amarillas del Edificio Liévano de la Alcaldía Mayor, con la que se le rinde homenaje a uno de los más ilustres hijos adoptivos de la ciudad: a Gabo, el mismo que una vez, por el peso de tantas nostalgias bogotanas acumuladas, se definió a sí mismo como “un viejo santafereño”

CON GUsTAVO RAMÍREZ VIsITANDO LA EXPOSICIÓN GABO EN BOGOTÁ

García Márquez solo ha ganado dos concursos literarios, y ambos fueron en Bogotá, siendo el primero de ellos el Concurso Nacional de

Cuento, que ganó en 1954 con su cuento

“Un día después del sábado”.

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Pocos acontecimientos históricos han tenido tantas representaciones en la literatura, el teatro y el cine, como el llamado “Bogotazo”, día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en el centro de la capital. Aquí se presenta un inventario de las manifestaciones artísticas más importantes que tienen como objeto este suceso.

Se pregunta Michel Serres en su libro Atlas: “¿de qué hay que trazar un mapa? De los seres, los cuerpos, las cosas (…) Se trata de singularidades, identidades, individuos, (…) se trata

de la existencia, decían los filósofos, y no de la razón”.

Con este artículo-conjunto de reseñas, a la manera de Serres, transito por la historia y la historiografía del Bogotazo en la literatura y el arte. Sesenta y cinco años después, las voces del 9 de abril de 1948 persisten en nuevas novelas, en expresiones artísticas, en crónicas de prensa y televisión; en el cine, y en las conversaciones de los aún gaitanistas que cada año llegan a esa esquina de la Avenida Jiménez en Bogotá. Y también en las voces de las víctimas que marchan por la carrera Séptima para conmemorar “El día nacional por las víctimas”, declarado el 9 de abril de 2012.

A la lluvia que acompaña cuando cae como aquel día.

FOTO (DETALLE): ARCHIVO DE BOGOTÁFONDO FOTOGRÁFICO SADY GONZÁLEZ.

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NovelasLa primera voz que reclama con un “¡muera! ¡muera!” que era inminente que aquel día algo pereciera es la del personaje femenino Tránsito Hernández, recreado por el escritor bogotano José Antonio Osorio Lizarazo en su novela El día del odio (1952). La campesina que es violada por un policía y empieza a andar sin rumbo definido por los bajos fondos bogotanos hasta encontrarse con un conjunto de existencias “miserables” que la arrastran a la vejación.

Su tránsito constante por toda la ciudad acaba ese día cuando los levantamientos populares provenientes de los cerros incendian y destruyen la ciudad. En ese momento, cuando Tránsito se mezcla con el tumulto para desatar todo su odio, un proyectil termina con su vida.

Como Tránsito, habitarán otros personajes en las calles de la ciudad, en la mítica calle 10 que le da el nombre a la novela La calle 10, del afrocolombiano Manuel Zapata Olivella. En esta novela y escenario se desata la revuelta popular por el asesinato de Mamatoco, el boxeador negro, que es la alegoría del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán.

La novela Viernes 9 narra el romance ilícito entre Alfredo, un comerciante acomodado dueño de una ferretería y Yolanda, una mujer de clase media. La novela inicia tres días antes del nueve de abril de 1948, fecha en la cual Alfredo planea dejar a su esposa para fugarse con Yolanda, plan que no se lleva a cabo por causa de los hechos de insurrección de ese día.

En el capítulo XIII de Viernes 9 aparece una ciudad desfigurada: “Miró en torno suyo, pero le fue imposible orientarse. La turba, los gritos, el pillaje, los borrachos, los incendios, desfiguraban en tal forma la ciudad, que hasta las calles habían perdido sus más leves características”.

A estas tres novelas que narran la historia de lo que el escritor Eduardo Galeano llama en su escrito Los nadies, “los hijos de nadie, los dueños de nada. Que no son aunque sean”, le siguen otras, escritas más desde una óptica oficial, es decir, no se centran en la voz del pueblo. Es el caso de El 9 de abril, de Pedro Gómez Corena (1951) y Los elegidos (el manuscrito de B.K.) (1953) de Alfonso López Michelsen.

En contraposición, la novela El Monstruo (1955), de Carlos H. Pareja, critica la versión oficial, por estar “plagada de mentiras convencionales”. Su relato abre con la catástrofe del 9 de abril y desarrolla los sucesos políticos posteriores que se prolongaron por seis años más. La novela culmina con el nacimiento de la guerrilla en Colombia.

INFORME ESPECIAL 65

Lida Marcela Pedraza QuincheInvestigadora con maestría en Literatura

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En los años setenta -y premio de novela colombiana Plaza & Janes- se encuentra la novela Años de fuga, escrita por Plinio Apuleyo Mendoza y publicada en su primera edición en octubre de 1979. La novela cuenta la historia de Ernesto, un intelectual colombiano que vive en París y quiere escribir una novela sobre Camilo Torres. Ernesto relata sus recuerdos de infancia, cómo fue la formación de movimientos revolucionarios como las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y el ‘Bogotazo’, suceso que es narrado con detalle y dinamismo y casi a la manera de una crónica periodística.

No solo novelas se han escrito sobre Gaitán. La biografía Gaitán, vida, muerte y permanente presencia, del mismo escritor de El día del odio, José Antonio Osorio Lizarazo, editada por primera vez en Buenos Aires, en 1952, y reeditada en su tercera edición en Bogotá en 1998, recoge los antecedentes y hechos del 9 de abril de 1948:

Un inquieto torbellino se arremolinó sobre el eco de los disparos. Gaitán yacía con el rostro nublado por las sombras de la muerte y la boca contraída en espasmos de dolor. El cuerpo agonizante fue conducido en un automóvil que se precipitó hacia la clínica más próxima. Y la desaparición empezó a surgir entre la muchedumbre creciente. La tremenda noticia se esparció a lo largo de las vías por la boca de gentes exasperadas y cinco minutos después llegaba a las radiodifusoras, que las dilataban por todos los confines.

Crónicas periodísticasLa radio cumplió un papel fundamental el 9 de abril de 1948. Fue el medio de expresión del pueblo, pues periódicos como El Espectador y El Tiempo, ubicados en la zona del centro, vieron interrumpidas sus labores y desarrollaron la noticia días después en las talentosas crónicas del reportero judicial Felipe González Toledo.

La crónica El cadáver que tenía dos corbatas, escrita por este cronista judicial, cuenta la historia del cadáver del asesino, Juan Roa Sierra. Crónica

Sesenta y cinco años después, las voces del 9 de abril de 1948 persisten

en nuevas novelas, en expresiones artísticas, en crónicas de prensa y televisión; en el cine, y en las

conversaciones de los aún gaitanistas que cada año llegan a esa esquina de la

Avenida Jiménez en Bogotá.

dividida en varios fragmentos: “Una introducción”, “El testimonio humano”, “De cara a la muerte”, “Cosas poderosas”, “Anillo simbólico”, “Un tal Roa”, “Entre siete juanes”, “Cadáver extraviado”, “Prueba dactilar”, “La cédula empeñada”, “Dolor y vergüenza”, y “La personalidad de Roa Sierra”.

Otra de las crónicas periodísticas acerca del 9 de abril es El 9 de abril de 1948. La noche quedó atrás, escrita por el periodista Hernando Téllez, y publicada en Bogotá en el año 2003, en la Antología de grandes crónicas colombianas, Tomo I 1529-1948, selección y prólogo de Daniel Samper Pizano. Esta crónica narra de manera detallada cada uno de los momentos que se vivieron el 9 de abril, desde el instante en que Jorge Eliécer Gaitán recibió tres disparos que acabaron con su vida, hasta cuando se le rinde un póstumo homenaje en el Parque Nacional.

De estas crónicas periodísticas se transita hacia la investigación en el libro El Bogotazo. Memorias del olvido, del escritor caleño Arturo Alape, publicado en Bogotá en 1983. Uno de los rasgos principales de esta obra es que no reconstruye la historia desde las voces oficiales, sino desde la memoria colectiva. Como afirmaba su autor: “Esa memoria que en últimas nos da otra versión de esa historia tantas veces contada y deformada”.

Novelas recientesDe esta investigación histórico periodística, Arturo Alape escribirá años después la novela El cadáver insepulto, publicada en Bogotá, primera edición,

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julio de 2005. La novela narra dos historias paralelas que se originan con los sucesos del 9 de abril de 1948. La historia de Tránsito Ruiz, madre de cinco hijos, maestra de primaria y esposa del desaparecido Ezequiel Toro, capitán de la Quinta División de Policía, y la historia de Felipe González Toledo, el cronista judicial de la Bogotá de los años cuarenta.

Si Osorio Lizarazo nos muestra en El día del odio a una Tránsito Hernández, emigrante campesina, primitiva, iletrada y miedosa, cuyo anhelo más ferviente es poder regresar a Lenguazaque, su pueblo; Arturo Alape nos muestra a una Tránsito Ruiz, maestra de primaria, quien en lugar de llegar a la ciudad, sale de esta para recorrer sola todo el territorio nacional en busca de pruebas. La belleza literaria de los dos personajes femeninos está en ese viaje, que cada una, de manera respectiva, emprende. El recorrido de estas dos mujeres simboliza un periplo literario y para la historia que no puede dejar de significar que el “Bogotazo”, desde su estallido y sesenta y cinco años después, sigue vivo, no solo en la literatura, sino en un país que aún hoy se estremece por la violencia. Las dos Tránsito simbolizan en su individualidad la voz y la memoria colectiva de un pueblo que vivió y sigue recordando aquel viernes de abril de 1948.

Novela de más reciente aparición, que narra el crimen político realizado en contra de la vida de Jorge Eliécer Gaitán es El crimen del siglo, escrita por Miguel Torres, y publicada por Editorial Planeta en marzo de 2006 y por Editorial Alfaguara en 2013. La novela es la invención acerca de la extraña vida y personalidad del supuesto asesino Juan Roa Sierra, y de los móviles previos al crimen. Desde el inicio hasta el final Miguel Torres le muestra al lector la dualidad que enfrentó este rosacrucista una vez se siente acorralado por las miserables condiciones de la época y cuando el destino parece dictarle que la más

El “Bogotazo”, desde su estallido y sesenta y cinco años después, sigue vivo, no solo en la literatura, sino en un país que aún hoy se

estremece por la violencia.

eficaz hazaña de su existencia sería dispararle al caudillo. Para Miguel Torres, “Roa Sierra es el antihéroe rotundo frente a la gran figura del héroe de Gaitán”. La novela se iba a llamar Roa, dice Torres.

Del mismo autor, la novela El incendio de abril hizo su aparición en 2012. La novela es un entramado de voces que consolidan este acontecimiento en tres partes: “El día y la noche”, “La noche”, “La noche y el día”. Esas voces de hombres y mujeres cuentan con vehemencia su participación y sentimientos en torno a este hecho histórico. Un ejemplo el relato de Rosalinda Salguero (costurera): “Nosotros no somos rateros. No vinimos a robar. Somos gaitanistas y vinimos a destruir y a quemar los edificios del gobierno, las iglesias de los curas y los negocios de los ricos”.

FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO FOTOGRÁFICO SADY GONZÁLEZ

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En el cine

Estas dos novelas del dramaturgo y escritor Miguel Torres hacen parte de una trilogía sobre el tema, e inspiraron, la primera de ellas, a que Andrés Baiz llevara al cine la historia del asesino Juan Roa Sierra, en la película Roa, estrenada en los teatros de Colombia en abril de 2013.

El espectador puede sentir que la trama de la película Roa dirigida por Andrés Baiz es fugaz, fulgurante, como un relámpago. La tempestad se aviene sobre la vida de ese Roa ingenuo, delirante, soñador e inseguro, protagonizado por el actor Mauricio Puentes. En la película Roa es atrapado en el acto de estar en el lugar, a la hora y con la precisión de lo que en este se demanda: un crimen político.

Y dentro de este mismo género está la trilogía documental agrupada con el nombre La profecía de Gaitán, dirigida por María Valencia, la nieta del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.

Y el Documental El Bogotazo: La historia de una ilusión, de 2008. Como aniversario de los sesenta años del 9 de abril de 1948, The History Channel, Mazdoc y Caracol Televisión llevaron a cabo la producción de este documental. El guión y los libretos de esta producción fueron realizados por el dramaturgo e historiador colombiano Carlos José Reyes, quien en la década de los ochenta también había participado de los capítulos Gaitán, de la serie Revivamos nuestra historia.

PLAzA DE SAN VICTORINO / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO FOTOGRÁFICO SADY GONZÁLEZ

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Aquél día fue una de danza de voces, cuerpos, de multitud estremecida

por el acontecimiento de aquel medio día en la ciudad.

En televisión, el Canal Capital realizó dos programas. El primero en su programa de crónicas DC Cuenta y el segundo, en 2013, en el programa Hagamos Memoria, la historia de ese día cuando a la 1 y 15 minutos de la tarde Bogotá se transformó con la muerte del caudillo; y las voces evocadoras de los gaitanistas.

Otras expresionesY si pensamos que aquél día fue una de danza de voces, cuerpos, de multitud estremecida por el acontecimiento de aquel medio día en la ciudad; la obra de danza teatro Pasado Meridiano 48.9, dirigida por la bailarina Maribel Acevedo se presentó el 10 de marzo de 2007 en el Teatro La Candelaria y tiempo después en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán.

El grupo de bailarines, egresados de distintas universidades de Bogotá, mostraron un montaje sobre el 9 de abril de 1948 no solo ágil en el manejo de los cuerpos, sino crítico. Una amplia tela blanca se mecía (a manera de un inmenso pañuelo) en el fondo del escenario. Una escena en la que los

bailarines trasladan los arrumes de los periódicos de la época, una mujer a un extremo del escenario que hace de locutora, los lustrabotas de la Bogotá de entonces movilizándose de un lado para otro, una mujer vestida completamente de rojo que es vejada y marcada con una cruz, una danza de bailarines con corbatas, que se convierten en lápices, son los símbolos de esta obra que nace después de que varios escritores, y de manera particular R.H.

Moreno Durán le obsequia a la bailarina Maribel Acevedo el texto Fabricio del Dongo Vuelve de Waterloo, crónica literaria en la que se narra ese 9 de abril. R. H. le dice a la bailarina que tome los elementos de este cuento que le puedan servir para su montaje.

Las corbatas de esta danza como lápices que escriben este día simbolizando muchos elementos de nuestra historia no me dejan más espacio en el papel para seguir reseñando el Bogotazo en sus infinitas manifestaciones: la pintura en los cuadros sobre la violencia de los pintores Alejandro Obregón y Débora Arango; en poemas como el de la poetisa Maruja Vieira, en obras de teatro posteriores como el musical Tránsito, El diez de abril, un día después; en la música, en los corridos; en ese 9 de abril reescrito por la carrera Séptima

de Bogotá en la ruta de la memoria un lunes 9 de abril de 2012, día que el Congreso de la República determina como el “Día Nacional por la Memoria y la Solidaridad con las víctimas del Conflicto”.

Porque el 9 de abril de 1948 es un palimpsesto memorioso, un telar de murmullos, es la Historia en las historias del Bogotazo. O son las historias en la Historia del Bogotazo

La biografía sobre Gaitán, el gaitanismo y el 9 de abril es inmensa y muy desigual. Entre los libros de amigos, seguidores y contemporáneos, los más interesantes son José Antonio Osorio Lizarazo, Gaitán, vida, muerte y permanente presencia (Bogotá, 1952), Luis David Peña, Gaitán íntimo (Bogotá, 1948), Jorge Ortiz Márquez, El hombre que fue un pueblo (Bogotá, 1980), que ofrecen biografías tradicionales y entusiastas. Menos favorable es la memoria de su secretario durante los años

treintas, Fermín López Giraldo, El apóstol desnudo o dos años al lado de un mito (Manizalez, 1936). El volumen de Alberto Figueredo salcedo, Documentos para una biografía (Bogotá, 1949) publica una buena selección de documentos sobre la época de estudiante.

sobre el 9 de abril existen muchos testimonios de testigos y participantes, apasionados y muchas veces inexactos, pero indispensables: Willard Beaulac,

Embajador de carrera; Joaquín Estrada Monsalve, Así fue la revolución, Del 9 de abril al 27 de noviembre (Bogotá, 1948) y El 9 de abril en Palacio: horario de un golpe de Estado; Alberto H. Niño, Antecedentes y secretos del 9 de abril (Bogotá, 1949); Humberto Plaza, La noche roja en Bogotá: páginas de un diario (Buenos Aires, 1949); Luis Vidales, La insurrección desplomada (el 9 de abril, su teoría, su praxis) (Bogotá, 1948); y una extensa serie de relatos periodísticos y

entrevistas a figuras políticas del momento. Muchos de estos materiales testimoniales han sido recogidos en el libro de Arturo Alape, El bogotazo (Bogotá, 1982). Otros testimonios se presentan en Arturo Abella, Así fue el 9 de abril (Bogotá, 1973).

Tomado de Jorge Orlando Melo “Gaitán: el impacto y el síndrome del 9 de abril”, aparecido en Credencial Historia No 96.

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Orlando FénixProfesional en Estudios LiterariosArchivo de Bogotá¿Hay otro

CarranzaCelebrado en 2013 con motivo del centenario de su nacimiento, Eduardo Carranza le

sigue hablando al corazón de Bogotá, en la que vivió por muchos años y cuya Biblioteca dirigió hasta el día de su muerte. Aunque su obra ha sido largamente leída y comentada,

todavía es posible encontrar “nuevos Carranzas” inexplorados en ella.

EDuARDO CARRANzA JuNTO A LA ESTATuA DE GONzALO JIMÉNEz DE quESADA, FRENTE A LA IGLESIA DE LAS AGuAS FOTO: CORTEsÍA FAMILIA CARRANZA.

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Abiertas las puertas del siglo XXI, Eduardo Carranza y sus poemas aún generan interés y polémica en el medio cultural colombiano. Unos ven en él la rima deliberadamente

fácil; una estética para recitación de enamorados y para generar simpatías en la cultura popular. Otros celebran que represente el corte de amarras con un modernismo de lenguaje dominado por la razón, donde el poema es un producto pulido por la cultura. Su visión de la poesía inclinada al sentimiento y al verso desnudo, sin cultismos ni alambiques, fue una renovación frente a la herencia modernista asociada al preciosismo formal. Otros más, encuentran en sus libros un proceso que lo llevó de emular los grandes modelos de su época a adquirir una identidad propia en el verso elemental y sonoro que vibra con la vida.

Carranza es visto también como un poeta palaciego, sin embargo hoy día tirios y troyanos han superado esa ecuación de que lo escrito por alguien “de derechas” es automáticamente malo. Sería injusto decir, por ejemplo, que los textos de un crítico literario son mediocres por causa directa de sus ideas políticas. De igual manera, los poetas, como ciudadanos, ejercen su derecho a tener y defender posiciones políticas y a que su obra artística se defienda sola. Lo que se afirme entonces sobre la calidad literaria de un escritor debe ser sostenible desde los textos de ese escritor. No caemos aquí en la ingenuidad de ignorar el valor que lo biográfico y lo social tengan en el análisis para establecer y entender el lugar de un autor y su obra en la institución literaria; pero este tipo de información está mal usada cuando solo sirve para arrojar sombra sobre la obra desde el prejuicio biográfico o desde las prevenciones ideológicas de quien la analiza.

En cada nuevo libro del “capitán” de Piedra y Cielo había influencias esperables y también asomaba ya el fruto propio, madurando ante los ojos del lector. La plenitud de lo vivido, lo evocado y lo presentido está en sus temas: la infancia idealizada, el amor,

la madre, la naturaleza, la patria, el desencanto, la melancolía, los sueños, los Llanos orientales, las mujeres, el erotismo simbolizado, el olvido y la muerte. Carranza bebía en verdad del río de la existencia, evitando que el verso solo exhibiera erudición literaria y permitiendo que mostrara su humanidad. Buscaba escuchar y ser escuchado con el corazón, quizá sin mediaciones discursivas. Esto era para él también un anhelo colectivo: “Mi generación poética pone el oído sobre el corazón del paisaje americano, y quiere expresar al hombre americano apoyándose en la tierra ancestral, en los sueños y en la sangre de nuestra gente. Es, generacionalmente, una poesía exenta de exotismo y de temas de cultura” .

En sus textos la presencia recurrente de ciertos temas nos hace ver auténticas obsesiones en su poética y en su visión de la vida, la música y el color azul son dos de ellas. El azul cobra coherencia en el contexto de los influjos asumidos por el piedracielismo y de la infancia de provincia vivida por Carranza: naturaleza plena, niñez de cielos abiertos. La música es la presencia que más variaciones formales tiene en sus poemas, unas veces como el mismo ritmo del texto, otras como invocación o canción, en cerradas metáforas y también nombrada directamente. De hecho, el primer libro de Carranza, Canciones para iniciar una fiesta (1936), tiene al final la partitura para piano de un poema suyo musicalizado.

En su estilo había una voluntad de orden, pero esto no le impedía abandonarse a la asociación libre entre imágenes y a una versificación que, aunque reconocible técnicamente, parecía tener un origen puramente emocional. Todo esto le valió ser visto en sus inicios como el poeta primaveral que el país conoció. Sin embargo hay una parte de la poesía

Abiertas las puertas del siglo XXI, Eduardo Carranza y sus poemas aún

generan interés y polémica en el medio cultural colombiano.

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de Carranza sobre la cual vale la pena volcar la mirada y que -aunque suene trillado- “da para una buena tesis”. Un nuevo acercamiento nos muestra poemas con un trabajo estético que configura una poesía de temas y misterios vitales, a los que da un tratamiento algo oscuro, denso, con imágenes ya no tan jubilosas. La muerte y el olvido son trabajadas aquí literariamente por Carranza sin poses de familiaridad artificial sino con la mezcla de desesperanza y aceptación de un hombre de su tiempo. He aquí un fragmento de uno de los poemas que integran esa etapa literaria y que dejan abierta la pregunta ¿Hay otro Carranza?:

Publicada en 1975, cuando veía ya Carranza la vida desde la altura de los años, su “Epístola mortal” genera bastante distancia con sus primeros poemas, la actitud ante el mundo que contiene muestra cómo asume la conexión consecuente y directa entre la etapa vital que experimenta y su escritura. La cercanía de la muerte anuncia lo totalizante de su arribo cubriendo todo tiempo, todo lugar, toda criatura: “Por el mar, por el aire, por el Llano,/por el día, en la noche, a toda hora,/vienen vivos y muertos, todos muertos” La idea de que nuestros muertos “desembocan en el corazón” guarda relación con la diferencia entre ser eterno en la memoria social o pervivir en los afectos más seguros y cercanos, los de los amigos. Sin embargo el corolario de la muerte es el mismo para toda clase de inmortalidad, es el olvido: “sembrados ya de trigo o de palmeras,/de rosales o simplemente yerba:/nadie nos llora, nadie nos recuerda.”

Un posible Carranza más realista al final de su paso por la historia nos dejaría claro que el tono de celebración y asombro de su inicio literario no comportaba la propuesta de una poética, era ante todo la mezcla de sus arrestos juveniles con la oposición a la fina frialdad de la cual se acusaba al modernismo. Tanto el primer como el último Carranza confirman que siempre fue fiel, en su poesía, a cada etapa que le tocó vivir

FOTOS: CORTESÍA FAMILIA CARRANZA

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INFORME ESPECIAL 73INFORME ESPECIAL

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TABLETAS ROMANAS s.I d. C. . RECONSTRuCCIÓN ARquEOLÓGICA/ FOTO: IVÁN GÓMEZ - ARCHIVO DE BOGOTÁ.

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INFORME ESPECIAL

Bogotá ha asumido muchas formas en algunas de las novelas recientes que la han usado como escenario, pero casi siempre se presenta como una ciudad difícil, caótica y fría. ¿Por qué los autores colombianos suelen representar la verde y acuifera sabana como un territorio inhóspito?

En el ejercicio habitual de la escritura, la capital regresa convertida en un nuevo fantasma, avisando de una vez que es inútil huir de su presencia. Todo recorrido literario es víctima de aquel placer culposo que consiste en olvidar algunos nombres importantes. Aquí, por supuesto, se quedan por fuera unos cuantos. Bogotá

es un mal que sobrevuela incluso a los escapistas más radicales: Antonio Ungar, Juan Gabriel Vásquez, Sergio Álvarez, Juan Felipe Solano y Luis Fayad, quien hace tiempo vive en Berlín, Alemania. La vida en el exilio, marcada siempre por una necesidad de volver sobre lo que nos atormenta y que es esa misma forma que anhelamos dolorosamente, parece no servir más que para estrechar lazos a distancia. Y es que Bogotá es un tema difícil: es cercana cuando se está lejos; es lejana cuando se está cerca.

En la primera novela del director de cine y escritor Mauricio Bonnett, La mujer en el umbral, la ciudad abandona el plano general que nos permite la distancia para mostrar su intimidad. Como en el cine, la toma se cierra sobre una Bogotá más cercana, que revela su miseria, incluso para los más desprevenidos: “Al otro lado del cristal, vasta y luminiscente como lava volcánica, se extendía la retícula de Bogotá… Desde las alturas, la ciudad parecía un laberinto fosforescente cuyos pasadizos de tungsteno, sodio y mercurio corrían como rectas luciérnagas los faros de los automóviles… A medida que el bus descendía, la abstracta retícula empezó a articularse en rasgos concretos. Era como si después de haber visto a lo lejos un vasto cuerpo tendido, ahora le fuera dado examinar los detalles de su piel, y con ello las imperfecciones: los lunares, las espinillas, las verrugas… el miedo de lo enorme se convirtió en el pavor de lo particular”.

La ciudad es ese cuerpo informe al que hay que diagnosticarle, con mirada de entomólogo, las enfermedades. Es en el detalle en donde se juega su

Bogotá en la novelística contemporáneaSantiago Gómez Lema

Escritor y periodista

75

FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO FOTOGRÁFICO VIKI OSPINA

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aparición: una ventana, una casona, una calle, un personaje. Pues, al final, sobre las grandes urbes nada puede decirse sin caer en el lugar común. Que es caótica y fluye torpemente, mísera y altiva, disgregada e impersonal. Ya lo sabemos.

Sigamos, entonces, con los registros más impetuosos. En Sin remedio, la única novela de Antonio Caballero, el protagonista, Ignacio Escobar, lanza sus anatemas sobre una ciudad aburrida, rencorosa, de muchedumbres aprisionadas, “una ciudad renegrida, reblandecida, informe, pululante de gente, como una gruesa morcilla purpúrea cubierta de insectos, bruñida de grasa, goteante, rellena de dios sabe qué porquerías, sí: de sangre putrefacta. Ciudad hedionda a manteca recocinada de fritangas de esquina, manando humores turbios, rezumando coágulos de podredumbre sobre el espejo verde y tierno de la Sabana”. De una tristeza fría, dice después, sin lograr escapar nunca del cliché. Lluviosa. Gris. Y es que, más acá del reino de la ciudad con la que sueñan

Sobre las grandes urbes nada puede decirse sin caer en el lugar común. Que es caótica

y fluye torpemente, mísera y altiva, disgregada e impersonal. Ya lo sabemos.

sus habitantes, hay también una Bogotá de papel, que no es de ningún modo un lugar paradisiaco. Vital, sí.

Dentro de las imágenes frecuentes en la literatura colombiana reciente, tal vez la que más se repite es la de una ciudad de un crecimiento acelerado: el levantamiento asimétrico de construcciones, la urbanización desenfrenada. Este es el centro de muchas de las novelas de Luis Fayad. En un abrir y cerrar de ojos levantan un rectángulo de concreto con vidrios tornasolados, que ya no deja mirar los cerros (“lo único medianamente bello de nuestra horrenda ciudad”, dice el narrador de la novela de Juan Felipe Solano, Los hermanos Cuervo), y el único vecino que nos queda es el reflejo de sí mismo asomado a la ventana. Es “como si la ciudad entera fuera el plató de uno de esos programas de bromistas, donde la víctima va al baño del restaurante y regresa no a un restaurante, sino a un cuarto de hotel”, dice el protagonista de El ruido de la cosas al caer, la última novela de Juan Gabriel Vásquez. ¿Qué nos queda? “Esa mole de concreto e imperfección que es Bogotá”, concluye el personaje de la novela de Álvaro Robledo, Final de las noches felices.

También Fernando Vallejo, en su libro Años de indulgencia, cuenta, rabioso, sus pasos por la capital. “Vuelvo a esa carrera séptima y su pobrería maldita esa noche de frío y sueño a darme otro baño de tinieblas”, dice la voz directa del narrador de las novelas de Vallejo, para seguir enumerando sus defectos: “Miseria aquí es lo que sobra. Hay hasta pa’ repartir. Llegó a la mina de oro”. Una ciudad que le negó el patrocinio para su primera película, el lugar de las ilusiones perdidas. La imagen se repite: Vallejo en la carrera séptima, cobijado por periódicos, durmiendo con los niños abandonados, con sus perros, entre basura.

Surge, entonces, la pregunta obligada: ¿acaso ninguno es capaz de detenerse a observar sus virtudes? Las montañas que se encapotan con las nubes densas como abrigos de un metal oscuro. La planicie cercada que quiere ser laguna. Bogotá es un elogio del agua, dirán algunos, ese líquido furioso que se precipita sobre la meseta para obrar como un lavado general. Limpieza, sol naciente. Pero, si por momentos es un

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INFORME ESPECIAL 7776

lugar hermoso, se trata de una belleza difícil, de esa que al mismo tiempo que se revela se esconde.

Por otro lado, la literatura pocas veces quiere dibujar los lugares prósperos. Prefiere la dificultad, los espacios hostiles, que obligan, en el mejor de los casos, a despertar el instinto de supervivencia; si no es que nos condenan a deshacernos en la monotonía, ganados por su fuerza. Bogotá, para los escritores, es cada vez más un recinto interno, visceral, algo así como un demonio que tiende a poseer solo a los espíritus que la rechazan. Es, por usar la metáfora más obvia, como un gran libro escrito por la infinidad de focos que la quieren captar.

En la novela de Nahum Montt, El Eskimal y la Mariposa, Bogotá es ese libro que se lee en el tiempo y no en el espacio. “Mucha gente memoriza las calles y construye mapas mentales fragmentados e inconclusos. Yo memorizo las formas, los espacios, si no los acontecimientos. Otros ven una ciudad personificada con múltiples rostros, pieles y olores.

Yo la veo como un libro vivo que se transforma en mi memoria. La ciudad no está hecha de ladrillo y asfalto, sino de palabras y deseos. Si la ciudad es un libro escrito a diario por sus habitantes, yo soy su mejor lector, pues el libre crece y se reescribe en mi memoria”.

Bogotá es un libro abierto, de título apocalíptico, que se sigue reescribiendo en la memoria de sus narradores: la de una alta sociedad en decadencia contada por Luis Fernando Charry Lara en su libro La naturaleza de las penas. La ciudad musical de Juan Álvarez en su novela C. M. no récord. La del ‘Bogotazo’, retratada por Miguel Torres y Guillermo Cardona. La marginal y la nocturna de Alonso Sánchez Baute en Al diablo la maldita primavera. La vertiginosa de Chaparro Madiedo. La universitaria, de un academicismo inerte, de Miguel Manrique, en su novela Disturbio. Seguramente, Bogotá es todo eso. Y es mucho más. Y no es nada de lo que podamos hablar con toda certeza

FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ - FONDO FOTOGRÁFICO VIKI OSPINA

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Dada la importancia de la conservación del patrimonio documental de la ciudad, el Laboratorio de Física, Química y Biología de la Dirección Archivo de Bogotá lidera, dentro de

los procedimientos de monitoreo y control de condiciones ambientales y de investigación en ciencia, tecnología y apropiación del conocimiento, diferentes actividades que contribuyen a la conservación preventiva de los archivos y bibliotecas del Distrito Capital.

La conservación se puede definir como: “Todas aquellas acciones que tienden a evitar los posibles daños futuros de un bien cultural, gracias al conocimiento previo y al control de los riesgos potenciales de deterioro”.

El conocimiento de los factores de deterioro llevan a implementar en las entidades, una adecuada

Mónica Adriana Páez CastilloMicrobióloga, especializada en Ciencia y Tecnología de Alimentos

El Archivo de Bogotá ha adelantado desde hace varios años una serie de investigaciones sobre la presencia de microorganismos

en bibliotecas y archivos de la ciudad, para prevenir el deterioro y

enfermedades asociadas a estos.

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7978 TALLER

política de conservación, basada en planes a largo plazo, con el objetivo de tener menos restauración y más prevención.

Los principales factores de alteración que amenazan las instituciones públicas archivísticas y hasta las bibliotecas familiares donde seguramente hay guardados documentos antiguos que no han sido conservados en las mejores condiciones, se pueden dividir en dos grandes grupos: extrínsecos, o externos, e intrínsecos o internos, estos últimos causados por los componentes inestables propios del material documental.

Se consideran factores externos aquellos ambientales como la temperatura, humedad relativa, luz, los contaminantes atmosféricos (gases) y concentración de polvo. Así, por ejemplo, la presencia de microrganismos, ácaros, polen, cenizas, degradan directa o indirectamente los diferentes soportes documentales. Al ser completamente imprevisibles y de incidencia masiva, producen diversas alteraciones, ocasionando debilitamiento y pulverización de los soportes, manchas, decoloración, reblandecimiento del encolado, fragilidad, deformidad y pérdida de resistencia estructural, así como la acumulación de suciedad y oxidación.

Del gran mundo microbiano, los hongos constituyen un grupo muy numeroso de organismos, de los que se han descrito aproximadamente 500.000, pero se estima que pueden existir entre 1 y 1,5 millones de especies. Estos se encuentran ampliamente distribuidos en la naturaleza, contribuyendo a la descomposición de la materia orgánica y participando en los ciclos biológicos.

Inicialmente, los hongos fueron clasificados dentro del reino Plantae ya que fueron considerados organismos inmóviles que presentan estructuras que se asientan firmemente en el sustrato sobre el que crecían. Sin embargo, los estudios taxonómicos utilizando las herramientas de la Biología molecular han mostrado que estos organismos están más próximos al reino Animalia que al Plantae.

Del gran mundo microbiano, los hongos constituyen un grupo muy numeroso de

organismos, de los que se han descrito aproximadamente 500.000, pero se estima

que pueden existir entre 1 y 1,5 millones de especies.

FusARium sP.

clAdosPoRium sP.

FOTOS: ARCHIVO DE BOGOTÁ / ILuSTRACIÓN DIGITAL: IVÁN GÓMEZ - ARCHIVO DE BOGOTÁ.

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8180

Los hongos representan una auténtica plaga que se dispersa por los documentos. Degradan los componentes orgánicos como madera, pieles, cola, papel y otros componentes de los libros y archivos, mediante la producción de sustancias propias de su metabolismo (enzimas, ácidos, entre otros) proliferando y causando el biodeterioro. Sin embargo, algunos de estos organismos pueden ser utilizados en el campo de la conservación y restauración documental, gracias a su capacidad de producir enzimas. Así, por ejemplo, se han empleado diferentes tipos de proteasas para la remoción de colas (adhesivo de tipo protéico y de origen animal) en diferentes materiales de archivo, incluyendo obras de arte.

Condiciones ambientales desfavorables en términos de conservación documental y salud ocupacional como una humedad relativa (mayor a 65 %) y temperatura (superior a 22 °C), combinadas con la presencia y acción de los microorganismos (hongos y bacterias) provocan el más alto riesgo de biodeterioro para los soportes documentales.

En el laboratorio, los hongos crecen fácilmente en la mayoría de los medios de cultivo, sin presentar requerimientos nutricionales especiales. Esta facilidad para crecer en cualquier medio, combinado con la rápida dispersión por el aire de sus estructuras reproductoras -las esporas- hace que sean altamente contaminantes y resistentes a los ambientes desfavorables. El crecimiento de los hongos en forma de micelio (conjunto de filamentos y un trozo del mismo se denomina hifa), permite que se extiendan rápidamente por la superficie del papel y ocasionen un efecto mecánico que se traduce en debilitamiento de las fibras y una mayor fragilidad. A esto se suma la producción de pigmentos de diferentes colores y tonalidades, que alteran estéticamente los soportes.

Investigaciones en el Archivo de Bogotá

Desde el año 2004 la Dirección Archivo de Bogotá ha venido evaluando la calidad microbiológica de las archivos distritales y su incidencia en el estado de conservación documental, mediante la implementación del procedimiento de monitoreo y control de condiciones ambientales. Hacia el año 2006, se inició la creación del cepario o colección de hongos, a partir de muestras de origen ambiental y documental, el cual ha venido conservándose en las mejores condiciones de viabilidad y pureza, mediante la utilización de

tRichodeRmA sP.

Durante los últimos dos años, la Dirección Archivo de Bogotá, en conjunto con el Centro Internacional de Física, ha logrado la identificación de género y especie de 100 hongos, mediante la aplicación de técnicas de biología molecular.

Penicillium sP.

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8180 TALLER

Desde el año 2004 la Dirección Archivo de Bogotá ha venido evaluando la calidad microbiológica de las archivos distritales y su incidencia en el estado de conservación documental, mediante la implementación del procedimiento de monitoreo y control

de condiciones ambientales.

diferentes técnicas. En general, los métodos de conservación

difieren según el tipo de hongo y el estado biológico del mismo que se pretende

conservar (micelio o esporas). En el laboratorio se usa la técnica de crioconservación a largo

plazo con glicerol, el cual impide la formación de cristales de hielo durante la congelación, evitando

la muerte de las estructuras reproductoras.

Las muestras ambientales son obtenidas con un equipo muestreador microbiológico de aire, el cual toma un volumen conocido de este a una velocidad determinada, sobre una placa de cultivo específica para hongos. Las cepas de las muestras documentales son recolectadas de diferentes soportes con biodeterioro visible, incluyendo libros antiguos de la época de la Colonia y documentos no históricos de importancia institucional.

La creación del cepario implica el almacenamiento de la cepa aislada de la muestra biológica de origen.

Los microrganismos se recolectan en el medio de cultivo, el cual es simplemente un gel o una solución que contiene los nutrientes necesarios para permitir, en condiciones favorables de pH, temperatura y demás factores, el crecimiento de estos.

Las cepas de hongos que se encuentran depositadas en la colección de la Dirección Archivo de Bogotá representan un invaluable patrimonio para las investigaciones micológicas, en materia de identificación taxonómica de los hongos que deterioran los acervos documentales, caracterización de enzimas celulolíticas, proteolíticas y otras con posible uso biotecnológico.

Durante los últimos dos años, la Dirección Archivo de Bogotá, en conjunto con el Centro Internacional de Física, ha logrado la identificación de género y especie de 100 hongos, mediante la aplicación de técnicas de biología molecular. Hasta el momento se han identificado los géneros de mayor prevalencia que han sido reportados como agentes del biodeterioro documental. Lo anterior ha permitido avances significativos en el campo de la micología molecular, específicamente en la caracterización de cepas y detección de patógenos y su identificación.

Entre los hongos conocidos como mohos, que se han identificado en el laboratorio y que atacan con más frecuencia los bienes culturales de Bogotá, se encuentran los géneros: Penicillium sp, Aspergillus sp, Fusarium sp, Cladosporium sp, Chaetomium sp,Trichoderma sp, Alternaria sp, Mucor sp, Phoma sp, Curvularia sp, Botritis sp,

AlteRnARiA sP.

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8382

Stachybotrys sp, entre otros. Muchos de estos géneros pueden poner en riesgo la salud del personal en archivos y bibliotecas, lo cual se presenta cuando se manipula documentación con alto grado de biodeterioro. Las esporas de los hongos entran al cuerpo por inhalación y producen enfermedades respiratorias como asma, rinitis, lesiones en la piel, como dermatitis, pérdida del cabello, conjuntivitis, entre otros males.

Además, varias de las especies encontradas pueden ser productoras potenciales de micotoxinas (del griego mykes, mukos, que significa “hongo” y del latin toxicum, “veneno”). Estas sustancias son metabolitos secundarios de naturaleza química variada. Las toxinas más comunes son producidas por especies de los géneros Aspergillus, Penicillium, Fusarium, Alternaria y Stachybotrys. Por ejemplo, Stachybotrys chartarum es muy común en edificios en madera con problemas de humedad, en donde se le asocia con alergias e inflamaciones del sistema respiratorio.

El género Cladosporium es considerado por muchos especialistas como uno de los géneros fúngicos prevaleciente en el mundo (Levetin, 2002), puesto que puede aislarse, tanto del aire, como de diferentes soportes. Muchas especies son patógenos de plantas o saprofíticas, aunque algunas otras son perjudiciales para el hombre, produciendo lesiones en piel, como las asociadas a la especie Cladosporium carrionii (Payam and Ramanathan, 2004). Cladosporodium cladosporoides se asocia con infecciones cutáneas, oculares y nasales (Vaillant, 1996).

La mayoría de especies se consideran alérgenos importantes, ya que sus esporas y fragmentos de hifas son capaces de provocar estados alérgicos como asma y neumonía. Es uno de los primeros géneros fúngicos que se encontró en los ambientes interiores, incluyendo el ambiente de almacenes colecciones y fondos documentales de archivos, bibliotecas y museos (Maggi et. al., 2000; Abbott, 2002; Lignell, 2008;). Este hongo, junto con

Penicillium y Aspergillus, son los de mayor prevalencia encontrados en los archivos distritales y en menor grado en las áreas técnicas de la Dirección Archivo de Bogotá.

El género Trichoderma es un microorganismo celulolítico que tiene una gran capacidad enzimática para degradar diversos componentes del papel como la celulosa, tintas orgánicas, aditivos (encolantes) y almidón entre otros, dejando como consecuencia daños por debilitamiento del material, ocasionando pérdidas progresivas o faltantes, incluso hasta la degradación total del soporte.

Muchas de las manifestaciones clínicas del personal que labora en los archivos y bibliotecas constituyen lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha definido como “síndrome del edificio enfermo”: “Conjunto de enfermedades

AsPeRGillus sP.

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8382 TALLER

originadas por la incidencia de factores físicos, químicos y biológicos, en donde se destaca la contaminación excesiva de organismos biológicos (hongos, bacterias, virus, etc.), los cuales generan síntomas variados como: náuseas, mareos, e inflamación de las vías aéreas (Zotti et al, 2008, Bishop, et al. 1985).

Así, para disminuir los riesgos de salud, frenar el impacto negativo del medio ambiente, asegurar la permanencia y facilitar el acceso a la información de las colecciones documentales, es importante diseñar políticas de conservación preventiva que incluyan el control ambiental, las condiciones de almacenamiento de los documentos, procedimientos para proteger las colecciones, la formación y concientización del personal que maneja directamente los archivos y de los usuarios, quienes también somos responsables del uso adecuado y sano de los documentos

ABBOTT, S. P. (2002): «Molds and other fungi in indoor environments. Summary of biology, known health effects and references». Disponible en el sitio web <http://www.precisionenv.com/PDFS/Indoor- Molds1.pdf>.[Recuperado el 30/09/2003].

BISHOP, Vl.; Auster, De.; Vogel, Rh. (1985) The Sick Building Syndrome. What it is and How to prevent it. Nat. Safety Health News.

LIGNELL, U. (2008): Characterization of microorganisms in indoor environments, Publications of the National Public Health Institute KTL A3/2008. Finland: University of Kuopio.

MAGGI, O., A. Persiani, F. Gallo, P. Valenti, G. Pasquariello, M. C. SClocchi y M. scorrano (2000). «Airborne fungal spores in dust present in archives: proposal for a detection method, new for archival materials», Aerobiologia.

PAYAM, F., y K. Ramanathan (2004): «Fungus of the month: Cladosporium species», The Environmental Report EMLab, Gallup, D. (Chairman), vol. 2, no. 4. Disponible en el sitio web <http://www.emlab.com/>.

ZOTTI, M, Ferroni, A, Calvini, P (2008). Microfungal biodeterioration of historic paper: Preliminary FTIR and microbiological analyses. International Biodeterioration & Biodegradation 62.

VAILLANT, M. (1996): «A work aimed to Project the health of the documental heritage conservators», International Conference on Conservation and Restoration of Archive and Library Materials Pre-prints.

INSTRUMENTOS PARA EL CONTROL DE

DOCUMENTOS DE ARCHIVO O REGISTROS

En el marco del Sistema Integrado de

Gestión Distrital –SIG- y de conformidad

con los requerimientos establecidos en la

Norma Técnica de Calidad en la Gestión

Pública NTCGP 1000:2009, se establece el

control de documentos o registros como una

estrategia para racionalizar la producción

documental en las organizaciones, definir los

controles necesarios para la identificación, el

almacenamiento, la protección, la recuperación,

el tiempo de retención y su disposición final.

En este sentido, la revisión de los procesos,

procedimientos, actividades y documentos

normativos o técnicos asociados facilitan la

identificación de la producción documental de

la entidad.

El control de la producción documental se

refleja en los listados maestros de registros o

los cuadros de caracterización documental, los

cuales establecen la relación del documento de

archivo o registro con el sistema de gestión,

su productor, su contexto de producción

y su clasificación, que se materializa en

agrupaciones documentales denominadas

series y subseries documentales. Así pues,

la construcción de este tipo de instrumentos

permite la integración del Subsistema de

Gestión de la Calidad -SGC- con el Subsistema

Interno de Gestión Documental y Archivos

-SIGA- .

POR: WILLIAM JAVIER PATARROYO

Subdirección Sistema Distrital de Archivos Archivo de Bogotá

De Archivos

Page 86: Revista de memoria No. 4

8584

Eusebio Arias CasasInvestigador Archivo de Bogotá

La encuadernación:soporte de la

cultura escrita e impresa

¿Cómo se puede definir el termino encuadernar? ¿Qué es la encuadernación como proceso en la formación de un libro? ¿En qué momento se origina este arte? El término significa “atar”, “ligar”; “relier” en francés, “ligare” en italiano. También se encuentra en el

vocablo latino “re ligatoria”, palabras utilizadas comúnmente y que han hecho carrera a nivel internacional para designar este arte.

La encuadernación como proceso artesanal no es otra cosa que unir a través de estaciones de costura los diferentes fascículos que conforman la anatomía de un libro. En una segunda instancia, a este se le efectúa el tejido de su capitel y se le colocan tapas en madera, papiro o pergamino, entre nervios. Se le aplican encierros o broches en metal o cuero, y finalmente se embellece con un fino decorado en pedrería o con hierros de diferentes tamaños, formas y diseños.

La encuadernación surge en un periodo de transición entre las tabletas de cera o de madera y el códice. En este punto se da el paso trascendental del rollo al codex, del círculo al paralelogramo.

Famosas son, entre muchas otras, las tabletas de cera de origen romano encontradas en Herculano, en la actual Italia, pertenecientes al banquero Caecilius Iacundus, en el siglo I d.C.

La encuadernación es uno de los oficios más antiguos dentro del

mundo de las letras y los libros y su conocimiento permite conocer,

no solo cómo se han hecho los libros, sino la cultura y la historia

de la humanidad. En nuestro país, desde los tiempo de la Colonia se

desarrollaron innovaciones y aportes que todavía hoy son

motivo de interés.

ROLLO EN PERGAMINO

RECONSTRuCCIÓN ARquEOLÓGICA: EuSEBIO ARIAS

Page 87: Revista de memoria No. 4

INVESTIGACIóN APLICADA 8584

Se trata de pagarés conformados por dos tabletas articuladas a través de orificios marginales, a los cuales se le introducían anillas de cuero y en una segunda instancia se protegía con una tercera (triptychus). Estas se pueden considerar como un antecedente remoto del códice o libro con tapas de madera, papiro aglutinado o pergamino, pues su morfología así lo indica. Las tabletas tuvieron usos múltiples que incluyeron la correspondencia, los cuadernos de notas utilizados por los comerciantes, y hasta usos escolares.

La encuadernación en su formato códice con estaciones de costura en su pliegue interior se establece en el norte de África, hacia el siglo III d.C., exactamente en el Egipto cristianizado. Los coptos, o egipcios cristianos, reclaman para sí la paternidad de este hallazgo que con justa causa ha enriquecido la cultura alrededor del libro durante más de diecisiete siglos.

La encuadernación en BogotáCon la adquisición de libros antiguos que contienen temas relacionados con la vida cotidiana, sucesos históricos de la ciudad y del país en general, el Archivo de Bogotá ha creado un fondo patrimonial que se caracteriza por tener ejemplares, en su mayoría, con encuadernaciones artesanales santafereñas de influencia bizantina y venecianas de mediados del siglo XVIII, período en que declinaron las denominadas encuadernaciones clásicas y se inició una etapa en que las encuadernaciones son mucho más sencillas, depuradas y menos cuidadosas frente a sus modelos precedentes.

Sin embargo, existen ejemplares como la Historia de Cristo Paciente, impreso por Antonio Espinosa de los Monteros en el año de 1787 en Santafé, cuya particularidad radica en tener una influencia de las encuadernaciones coptas. En esta, la mencionada costura se desprende del procedimiento técnico con los cuales los coptos fijaban el cuerpo del libro a las tapas en madera. Esta no es una novedad en las encuadernaciones de Espinosa de los Monteros, porque se trata de una costura que se difundió anteriormente por territorio europeo, especialmente en Italia y España, donde encontramos algunos ejemplares encuadernados mediante este método y que

fueron de gran difusión en las universidades de

la Nueva Granada, como el Arte de Construcción

de fray Pedro Masusteguí, impreso en Roma en el

año de 1712.

La edición de la Historia de Cristo

Paciente, impreso en dos volúmenes, presenta características especiales que vale la pena resaltar.

En primer lugar, desde el punto de vista arqueológico, antes de su

intervención, sus componentes estructurales adquieren categoría de evidencias forenses porque nos indicaron cómo funcionó uno

de los primeros talleres bogotanos.

El libro en mención carecía de cubierta, sin embargo conservaba algunos elementos mínimos que indicaban que su cubierta era flácida, con material en pergamino, posiblemente charta ovina, que su capitel tenía escasas puntadas en cadeneta, su “alma” era en pergamino y una costura al bloque del libro efectuada con maestría. Elementos que indican, sin lugar a dudas, que había sido encuadernado por Antonio Espinosa de los Monteros.

TABLETAS ROMANAS s.I d. C.

RECONSTRuCCIÓN ARquEOLÓGICA: EuSEBIO ARIAS

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De este impresor sevillano radicado en Santafé hallamos en el convento de los Carmelitas Descalzos de Villa de Leiva un tercer ejemplar con el mismo título y fecha, perfectamente encuadernado, que presenta las siguientes características y que se emparenta con las encuadernaciones clásicas del siglo XVIII. Tiene costura estilo copto, capitel en cadeneta sobre “alma” en pergamino con núcleo y tejido con puntada de sujeción en cada uno de sus extremos. Este capitel es novedoso en la forma de resolver el tejido en pequeños espacios de una

Los coptos, o egipcios cristianos, reclaman para sí la paternidad de este hallazgo que con justa causa ha enriquecido la cultura alrededor del libro

durante más de diecisiete siglos.

no aparezca un ejemplar diferente que nos lo desmienta, que se trata de una invención de nuestro ilustre impresor y con el cual hace un aporte a la encuadernación de su tiempo.

El volumen II de la Historia del Cristo Paciente presenta unas características muy especiales en la composición de su estructura funcional. En primer lugar hay que decir que su encuadernación la realizaron los ayudantes y aprendices en el taller de Espinosa. Sus

manera segura y decorativa; correhuelas de torzal y broches en pergamino adornados con canicas de vidrio en sus extremos.

La particularidad que presenta este capitel es que no se ha encontrado hasta el momento ejemplar alguno de libros europeos o colombianos de los siglos XVII y XVIII en los fondos antiguos de las bibliotecas Luis Ángel Arango, Nacional o la Biblioteca Emilio Valenzuela de la Universidad Javeriana, con las especificaciones de los efectuados en las encuadernaciones de Antonio Espinosa de los Monteros. Esto nos demuestra, mientras

características así lo indican, pues observamos que la citada encuadernación se compone de una amalgama de procedimientos técnicos sin definición específica.

Con la aparición de la imprenta era recurrente que en los talleres de impresión se efectuara también la encuadernación. De tal suerte que existía la práctica de contratar ayudantes que a la vez servían de aprendices. En otras, se trataba de miembros de la misma familia del impresor. De esta manera se formaban y surgían los nuevos profesionales en el oficio.

PRIMER LIBRO IMPRESO EN COLOMBIA BIBLIOTECA HISTÓRICA ARCHIVO DE BOGOTÁ

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INVESTIGACIóN APLICADA 8786

Muchas de las encuadernaciones originales de libros impresos en Colombia han desaparecido, unas veces por culpa de los bibliófilos que hacían los encargos en los talleres de acuerdo a la moda o costumbre de la época, otras, por el desconocimiento que los encuadernadores tenían de los diferentes estilos de encuadernación o porque en su intervención la encuadernación se entendía como una disciplina subsidiaria de la restauración. En los tiempos modernos esta orientación ha cambiado, de tal suerte que la encuadernación se ha interpretado como parte integral del proceso de conservación.

No es raro entonces que esta haya sido la suerte corrida por las encuadernaciones de la Imprenta Patriótica de Antonio Nariño. La mayoría de libros impresos en esta fueron reencuadernados de manera arbitraria, recurriendo muchas veces a técnicas holandesas, francesas o inglesas de corte moderno.

Sin embargo, en el fondo patrimonial del Archivo de Bogotá encontramos un ejemplar en perfectas condiciones de conservación, a tal punto que podemos aproximarnos a lo que fueron las encuadernaciones en el mencionado taller. Se trata de la Explicación Breve de Oraciones, compuesto por el padre Yarza, impreso posiblemente entre los años de 1796 o 1797, que conserva intacta su costura, la cual reclama su independencia frente a las demás de su propia estirpe, en el sentido que es autónoma y original. Si bien es cierto que no se trata de un procedimiento de gran envergadura como otras tantas del siglo XVIII, su originalidad consiste en la forma como el encuadernador resuelve la costura única del cuerpo del impreso unida a la cubierta flácida en pergamino. El dominio de la técnica nos hace pensar que es autoria de Diego Espinosa de los Monteros, miembro de una familia de impresores que se inició con don Antonio Espinosa.

A manera de colofón resta decir que la encuadernación es uno de los ejes centrales del libro, el artefacto con la cual se ha preservado el conocimiento, la memoria de antiguas tradiciones, el pensamiento y la cultura. De ahí su fundamental aporte a la historia de la cultura y su permanencia hasta el siglo XXI

CHECA CREMADES, José Luis. (2003). Los estilos de Encuadernación (siglo III d.j.- siglo XIX). Ollero/Ramos. Madrid.

LAFAYE, Jacques. (2002). Albores de la Imprenta: el libro en España y Portugal y sus posiciones en ultramar (siglo XV - XVI). Traducción Héctor Guillermo Alfaro López, Fondo de Cultura Económica, México.

RUIZ, Elisa. (1988). Manual de codicología. Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Madrid.

Arqueología reconstructiva: Eusebio Arias Casas.

Broches: Piezas en cuero o metal que presentan algunos libros, cuya finalidad es mantener cerrado el libro.

Cabecera: Cada uno de los bordes superior e inferior de un libro.

Capitel: Tejido en forma de cadeneta, efectuado con hilos de colores, ubicados en el corte superior e inferior del libro. Su finalidad, aparte de la decoración, es asegurar la cubierta al cuerpo del libro.

Codex: Conjunto de cualquier material unido entre sí en su margen interno, mediante anillas metálicas o material fibroso.

Códice: Libro o manuscrito compuesto por material flexible, unido por el margen interno y protegido con tapas duras o flácidas.

Entre nervios: Tiras o bandas en pergamino o papel que se aplican en el lomo del libro. Su finalidad es asegurar los distintos fascículos o cuadernillos.

Fascículo: Cada uno de los folios o cuadernos que conforman un libro.

Nervios: Relieves transversales conformados por cordeles en cuero, pergamino o fibra vegetal, sobre los cuales se efectúa la costura con la ayuda de un telar.

Glosario

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Revista Hogar – La lectura del Hogar . Suplemento de El Espectador . Bogotá 1926 - 1927

ILuSTRACIONES: REVISTA HOGAR - LA LECTuRA DEL HOGAR

Marcela GómezEspecialista en Estudios Culturales

Magíster en Antropología Social y Política

A principios de 1926 en Bogotá apareció una nueva revista titulada Hogar – La lectura del hogar, como suplemento del diario El Espectador, bajo la redacción principal de Ilva Camacho y la colaboración de diferentes escritoras: Campesina, Anabelly, Montañera y Florecita, entre otras

tímidas mujeres. Como su nombre lo anunciaba, la publicación no solo estaba escrita por mujeres sino era también dirigida a las mujeres, las protagonistas del hogar, espacio que iba adquiriendo la ‘tradicional forma’ -propia de una clase acomodada-. La publicación contaba con diferentes secciones: “La mujer y la casa”, con consejos para la buena limpieza de la plata y recetas de cocina; “Su majestad la Moda”, donde figuraba lo último en sombreros, “Higiene y Belleza”; “Educación de los hijos”, y “Mundo social”: matrimonios, fiestas sociales, nacimientos y defunciones.

Bajo una mirada tradicionalista, seguramente esta publicación pasó desapercibida como documento irrelevante para el análisis que interpreta las producciones y fuentes del pasado en relación a la mujer como simples testimonios del rígido modelo de esposa, madre e hija abnegadas, sujetas al espacio aparentemente inerte y apacible del hogar, sin nada especial que contar. Pero al ir sumergiéndose en la publicación, la sorpresa y fascinación para una lectora feminista no dejan de ser una constante.

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8988 INVESTIGADORA INVITADA

La redactora principal, Ilva Camacho, es calificada como “La primera periodista colombiana”(Hogar – La lectura del Hogar, 25 abril de 1926, p. 8). En una entrevista realizada en la revista, frente a la pregunta sobre su afición al periodismo, responde:

Como en todos los países adelantados la mujer toma parte en este ramo de la literatura, me provocó estudiarlo por vía de sport; hice el curso de las Escuelas Internacionales de Nueva York, y presentándoseme la oportunidad de ejercerlo acepté con agrado ser colaboradora en la revista.

Luego señala como su principal propósito:

Mejorar nuestra condición en el trabajo. Que sin perder el natural encanto de su sexo, comprenda la mujer el deber que tiene de enseñar a los hombres, como puede estar entre ellos comprendiendo labores.

Al buscar información sobre ella, solo encuentro un referente en el Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Colombia (Ospina, 1927, p. 433), que la describe como:

Escritora de estilo varonil, de complexión firme, de hondos conocimientos sociológicos, de vasta cultura literaria, que va realizando una apostólica tarea con fe, inteligencia y tino, que la elevan a sitio envidiable y por sobre la intelectualidad femenina.

La revista fue un artefacto poco usual para su época, al ser coordinada -no se le daba el atributo “dirigida”- por una mujer, escrita con la participación de diferentes mujeres, y ordenada en ‘secciones abiertas’ como práctica emergente del periodismo moderno, incitando a la escritura de opinión y debate. Esto transformó la publicación en un escenario social predominantemente femenino, un espacio social propio e independiente, un espacio que se sitúa justo en la frontera entre lo privado y lo público para abrirnos desde su propia voz las puertas del ‘hogar’.

Dado que eran pocas las mujeres que sabían escribir, y muy pocas las que se atrevían a hacerlo en un medio público -siendo en su mayoría pertenecientes al género romántico, en menor medida costumbrista-, Hogar se convirtió en una de las primeras publicaciones en la ciudad que se atrevió a afrontar temas de actualidad femenina desde la ‘escritura en molde’, es decir, desde el periodismo, a partir de editoriales, ensayos, cartas y entrevistas. Estos medios de escritura transgreden el tradicional modelo femenino -emocional, sentimental y cursi- promoviendo y posibilitando una voz de opinión, de análisis, de diálogo, de confrontación y de crítica, capacidades y actitudes que hasta el momento estaban ligadas al universo público masculino, al que le pertenecía la razón, el conocimiento, y el derecho de opinión y decisión. Con ello se podría afirmar que empieza a generarse una fisura social que marca la apertura del género femenino hacia la política.

En este espacio social de representación y opinión femeninas, bajo la tutela de Ilva Camacho, muchas mujeres fueron capaces de romper el silencio al que estaban confinadas públicamente:

Es tan amable, tan convincente, tan maternal, en fin, la manera como Hogar nos invita a escribir en la forma en que nos sea posible; es tanto el valor que está dando a las mujeres para atrevernos a aparecer en el mundo de las “letras de molde”, que nuestra timidez nata y alimentada

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por tantos y tan viejos escrúpulos y prejuicios, se va esfumando y deja triunfar el deseo de hacer diciendo, escribiendo, es decir, en otra forma que no sea únicamente la callada y silenciosa del hogar, que nosotras mismas hemos contribuido a hacer mirar como único patrimonio y campo de acción de la mujer ( 3 de octubre de1926, p.14).

En este párrafo se puede reconocer la voz de una mujer que asume el hecho de escribir en la revista como una acción atrevida, que implica valor. Pero ¿por qué escribir en una revista puede llegar a asumirse como una acción atrevida? En principio hay que reconocer que se está haciendo énfasis en un tipo particular de escritura: las ‘letras de molde’. Un lenguaje de carácter público que consecuentemente genera un reconocimiento

social. Escribir en una revista se convierte en un acto de transgresión ya que implica la transformación de una subjetividad propia de la mujer del hogar descrita por “Campesina” bajo los calificativos: tímida, callada y silenciosa. Simboliza quebrantar la frontera entre lo femenino y lo masculino, entre lo doméstico y lo público, entre el silencio y el poder de hablar, entre lo pasivo y la acción, en otras palabras, desafiar una estructura social dominante. No fue una tarea fácil. La mayoría de los escritos empiezan “es la primera vez que me atrevo a escribir”, “espero no cometer muchos errores”, “no sé si lo haré bien”, y son en su gran mayoría firmados por seudónimos, evidenciando el miedo a que las reconozcan y las califiquen despectivamente como “bachilleres” o “literatas”.

El hogar que reconocemos en esta revista está lejos de ser un escenario inerte y cerrado. Entre recetas de cocina, consejos para adelgazar y modelos de sombreros, encontramos escritos sobre los derechos civiles; la posibilidad de ingresar a la universidad; la temida pérdida de la feminidad como consecuencia del influjo de la moda, la cultura, o la incursión en espacios de acción de lo masculino; el uso de ropa suelta -implica dejar el corsé- que permite el libre movimiento; los peligros de salir sola a la calle; el cambio en la altura de la falda; y hasta preguntas como ¿ha evolucionado la mentalidad femenina?, ¿la mujer culta no puede ser madre?, o ¿debe la mujer fumar? Artículos que van dando cuenta de las preocupaciones, disputas, apuestas, transformaciones y anhelos que hicieron parte de cómo muchas mujeres se asumieron, se resignificaron y participaron en el proceso de emergencia de Bogotá como ciudad moderna.

Un elemento digno de subrayar es la emergencia en las secciones abiertas de

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9190 INVESTIGADORA INVITADA

un espacio de participación y encuentro social liderado por Ilva Camacho desde las editoriales, donde las mujeres podían expresar inquietudes, preocupaciones, reconocerse, dialogar, debatir y, en muchos casos, incitar a la movilización. “Anhelo para la mujer colombiana respeto y garantías; es más lo exijo perentoriamente”(25 abril de 1927, p. 3), escribe Camacho en uno de sus artículos editoriales “La mujer colombiana digna de mejor suerte”. Empieza señalando cómo su escrito ha sido “una bandera de combate, a cuya sombra se ha librado una gentil batalla de flores”, dados los debates que han suscitado en sus lectoras, activas participantes, a partir de sus cartas en las secciones abiertas, particularmente “El Epistolario”. El ensayo termina haciendo hincapié en el acceso a la educación superior, afirmando:

Pueblo que descuida la educación de su mujer, que permite el relajamiento de sus costumbres; que ve con indiferencia su ignorancia y su ocio, prepara su ruina y compromete su soberanía y su independencia.

Cinco meses antes, el 8 de noviembre de 1926, en la sesión abierta del epistolario, una mujer que no es capaz de escribir su nombre se atreve a hacer un llamamiento:

Yo quisiera hacer un llamamiento, por conducto del ‘Epistolario de Hogar’ a todas las mujeres, especialmente a las de Bogotá, para que se decidan a salir de sus casas en busca de mejores horizontes, pues no dudo que como yo, hay muchas que desean dedicarse a alguna profesión liberal, pero por el temor de ser cada una la primera en dar este paso trascendental, nos ha impedido el realizar nuestras aspiraciones; (…) Formándose grupos de tres o cuatro señoritas para que estudien ya medicina, ya derecho, dentistería, etc., sería fácil el que se decidieran a entrar a la universidad sin temor, pues no es lo mismo una que dos, y además poco a poco se irá despertando en las demás el deseo de seguir por el mismo camino... (8 noviembre de 1926, p. 15).

Reflexiones y discusiones desde una voz de mujer cada vez más plural empiezan a cuestionar e infringir el silencio escritural, y lo que ello simboliza, en palabras de Ilva Camacho:

Creo que la misión de la escritora no debe limitarse a traducir ensueños y enhebrar historias de amor, sino que precisamente debe usarse la palabra y la pluma a manera de aguja hipodérmica para inyectar el reproche. (14 agosto de 1926, p. 5).

Bajo esta perspectiva, comienza a darse una pequeña esfera pública en la que las mujeres se arriesgan a manifestarse a pesar de lo que afirma Idalia Vassalis:

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MT92

OSPINA, Joaquín (1927). Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Colombia. Bogotá, Editorial Cromos.

Hemos de tener presente las costumbres tan encogidas por no decir anticuadas, que imperan en nuestro país con respecto a la mujer, y especialmente en esta ciudad, donde todo paso de avance femenino es tan criticado. (14 diciembre de 1927, p. 3).

En este sentido, se puede afirmar que la revista Hogar construye lazos sociales, genera una red femenina, propiciando condiciones para la visibilización y la emancipación de las mujeres en la Bogotá de los años veinte. Interpretar esta época desde esta revista no es solo reconocer y poner en valor un artefacto cultural relegado como fuente, y por lo tanto, como patrimonio cultural, sino que permite entender la ciudad, su historia y su memoria en clave femenina.

No obstante, al empezar a explorar la revista, al indagar por una genealogía de la producción escritural femenina, y al enfrentarse a la década de los veinte, dicha publicación se transforma en un artefacto poco usual para la época, convirtiéndose en una oportunidad para abrir una perspectiva desde la cual comenzar a re-escribir y representar la historia de Bogotá, también, en clave femenina

COMITÉS TÉCNICOS DEL SISTEMA

NACIONAL DE ARCHIVOS

Los profesionales de la Subdirección del Sistema

Distrital de Archivos, del Archivo de Bogotá,

han participado en las mesas de trabajo que

en coordinación con el Archivo General de la

Nación y el Instituto Colombiano de Normas

Técnicas –ICONTEC permitirán la homologación de

estándares como:

Ambientes de oficinas electrónicas ISO 30301

(DE137-12) Información y documentación. Sistemas de

gestión de registros. Requisitos.

ISO 19005-2 (DE163-09)

Formatos de archivo para documentos electrónicos

para la conservación a largo plazo —PDF/A—.

Creación de documentos

ISO 16175 (DE185-13)

Información y documentación. Principios y

requisitos funcionales para los registros en

entornos electrónicos de oficina. Parte 1:

información general y declaración de principios.

ISO/TR 15801 (DE139-12)

Imagen electrónica. Información almacenada

electrónicamente. Recomendaciones sobre

veracidad y fiabilidad.

Firmas digitalesISO 14533-1 (DE262/13)

Procesos, elementos de datos y documentos en

comercio, industria y administración. Perfiles

de firma a largo plazo. Parte 1: Perfiles de firma

a largo plazo para firmas electrónicas avanzadas

CMS largo plazo (CADeS).

ISO 17011Evaluación de la conformidad. Requisitos

generales para los organismos que realizan la

acreditación de organismos de evaluación de la

conformidad (certificadores y auditores).

Metadatos ISAD G- NTC 4095Norma general para la descripción archivística.

Preservación digital

ISO 18492 (DE183-13)

Preservación a largo plazo de la información

basada en documentos electrónicos.

POR: NOHORA YEMID QuITIAN . ANA EMILCE ALEJO

Subdirección Sistema Distrital de Archivos

Archivo de Bogotá

De Archivos

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Desde la época del Cabildo hasta la actualidad, el Concejo de Bogotá ha sido la institución por excelencia de administración de la ciudad.

Sus documentos contienen buena parte de la historia bogotana, a pesarde que muchos de ellos se han perdido para siempre

en desafortunados incidentes.

Patricia Pecha QuimbayHistoriadora e investigadora del Archivo de BogotáFondo

Concejo de Bogotá

93ARCHIVO A FONDO

autoridad del Reino. Para 1717, con la creación del Virreinato en la Nueva Granada, la manera de gobernar se modificó y la Real Audiencia quedó presidida por el virrey, pero continuaba interviniendo sobre el control de precios, la provisión de alimentos, la atención de salud de los habitantes y las obras de infraestructura para la capital. Por su parte, el Cabildo ejercía como asamblea representativa, impartía justicia, gobernaba y administraba la ciudad.

En el inicio del período republicano, pasadas las tensiones políticas en que muchas de las provincias bajo el dominio español avanzaron hacia la independencia, algunas instituciones virreinales desaparecieron mientras que el Cabildo permaneció sin sufrir modificaciones importantes en su funcionamiento, aunque comenzó a denominarse Concejo. Durante

El Cabildo de Santa Fe se estableció con la fundación de Bogotá en 1539 como primera y única forma de autoridad civil en las tierras

recién conquistadas del altiplano. En principio estuvo compuesto por seis regidores, un escribano y dos alcaldes ordinarios que tomaban decisiones sobre peticiones, despachos y solicitudes de mercedes ante el rey y sobre el nombramiento del teniente, justicia mayor y capitán general en el Nuevo Reino.

En 1549, con el establecimiento del tribunal de la Real Audiencia y el inicio del régimen legal determinado por la Corona española, el Cabildo tomó su carácter de representante y defensor de la ciudad y circunscribió su poder a la municipalidad, debiendo someterse a la jefatura inmediata de la máxima

En el inicio del período republicano el Cabildo permaneció sin sufrir modificaciones importantes en su funcionamiento, aunque comenzó a denominarse Concejo.

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todo el siglo XIX, esta institución enfrentó los cambios impuestos por las guerras de Independencia, la creación de los Estados Unidos de Colombia y la subsiguiente decisión del general Tomás Cipriano de Mosquera de convertir a Bogotá en Distrito Federal en 1861, bajo el poder de un jefe municipal y de una Corporación compuesta por doce miembros elegidos por voto directo.

Para 1886, luego del limbo jurídico en que permaneció la ciudad por su segregación del territorio de Cundinamarca, el modelo federal fue reemplazado por la centralización política y descentralización administrativa planteada en el proyecto político de Rafael Núñez, que originó la Constitución Política, y bajo la dirección de un gobernador con la ayuda de un Consejo Administrativo que remplazó en sus funciones al Concejo Municipal. Bogotá quedó entonces bajo jurisdicción directa del gobernador de Cundinamarca, en calidad de Municipio, en la que

vivió hasta 1905 cuando la Ley 17 erigió a Bogotá en Distrito Capital administrado directamente por el Gobierno Nacional y bajo la dirección de un gobernador.

El Concejo Municipal fue restablecido por la Ley 65 de 1909 que devolvió a Bogotá su condición de capital del departamento de Cundinamarca, administrada por el Concejo, el alcalde y el personero municipal. En 1926, la Ley 72 concedió facultades especiales al Concejo de Bogotá al asignarle la reglamentación de los juegos permitidos y todo lo concerniente a la moralidad y espectáculos públicos. Las funciones de la Corporación se incrementaron en 1936, cuando se le facultó para que reglamentara la policía local, determinara el perímetro urbano y estableciera obligaciones tributarias, dando a la ciudad mayor autonomía administrativa y fiscal. Con la reforma constitucional de 1945, se organizó a Bogotá como Distrito Especial, con autonomía administrativa frente a la Asamblea y al gobernador de Cundinamarca, pero seguía perteneciendo a dicho departamento en materia política. En desarrollo de las normas consignadas en la Constitución, el presidente de la República expidió el Decreto legislativo 3640 de 1954 por medio del cual organizó el Distrito Especial de Bogotá, sin sujeción al régimen municipal ordinario.

Para 1968, con la expedición del Decreto 3133, Bogotá dejó de depender administrativamente del

Los documentos del archivo del Concejo de Bogotá han sufrido los

efectos de conflictos bélicos, mutilaciones, clasificaciones

hechas por personal poco calificado y siniestros como

el incendio ocurrido el 20 de mayo de 1900

en el edificio de las galerías Arrubla.

DOCuMENTOS FONDO CONCEJO DE BOGOTÁ / FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ

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9594 ARCHIVO A FONDO

departamento de Cundinamarca y estableció como organismos de gobierno y administración al Concejo, el alcalde mayor, las Secretarías y Departamentos Administrativos, la Junta Asesora y de Contratos y la Junta de Planeación Distrital. En el marco de las reformas impuestas por la Constitución Política de 1991, el alcalde Jaime Castro propuso e impulsó la promulgación del Decreto ley 1421 de 1993 que contenía el régimen político, administrativo y fiscal para gobernar a la capital. En relación con el Concejo, esta norma dispuso que fuera la suprema autoridad del Distrito Capital con atribuciones sobre la planeación y definición del presupuesto, control, fiscalización y vigilancia de la gestión del Gobierno Distrital.

Historia archivísticaLos documentos del archivo del Concejo de Bogotá han sufrido los efectos de conflictos bélicos, mutilaciones, clasificaciones hechas por personal poco calificado y siniestros como el incendio ocurrido el 20 de mayo de 1900 en el edificio de las galerías Arrubla, también llamado “portales del Cabildo”, situado al costado occidental de la Plaza de Bolívar, donde la mayor

parte de los documentos del período colonial y de los primeros años de la República, generados por el Cabildo y por otras entidades que a principios del siglo funcionaban allí, fueron consumidos por las llamas.

Forma de ingresoAcopio por transferencia realizada el 9 de septiembre de 2004. El Concejo de Bogotá realizó actividades de organización de sus documentos y a partir del año 2004 ha transferido al Archivo de Bogotá en cinco oportunidades las series documentales valoradas para su conservación. También ha realizado tres donaciones de material bibliográfico y hemerográfico de interés para la ciudad.

Contenido:Libros del Concejo de Bogotá, siglo XX

ActasActas de las sesiones del Concejo dentro de las que se destacan las actas de las comisiones de higiene y asistencia, general, contratos, educación, gobierno y policía, hacienda, obras públicas, presupuesto, salud, bienestar social y planes de desarrollo. También se encuentran actas de sesiones públicas y secretas y unos pocos tomos de actas de entrega de las bibliotecas filiales, la Junta de Remates y la Junta Directiva de la Caja de Vivienda Popular. Algunos de los asuntos tratados en las sesiones se relacionan con tarifas del Acueducto, quejas contra

La importancia de los documentos generados por el Concejo de Bogotá radica en que provienen de la institución más antigua y una de las más importantes que tiene la ciudad.

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el alcalde, emisión de billetes, bienes del Municipio, empréstitos nacionales y extranjeros, situación de la tesorería de Hacienda, higiene, talleres para señoritas, mataderos, mercados, Teatro Municipal y Tranvía Municipal.

AcuerdosLos acuerdos sancionados por el Concejo muestran una actividad intensa en relación con el proceso de construcción de la ciudad y revelan el papel de esta entidad en el desarrollo de temas como alumbrado, agua, aseo, auxilios, beneficencia, cementerios, circos, correspondencia, cuentas, embellecimiento, estadística y nomenclatura, fincas del municipio, honores, impuestos y contribuciones, industrias, instrucción pública, Junta de Patronos, matadero público, obras públicas, parques, plazas de mercado, policía, quejas y reclamos, recaudaciones, remates, salubridad, sucesiones mortuorias, teatro municipal, teléfonos y tráfico.

Memoriales y notas Contienen la correspondencia remitida por la Secretaría del Concejo, organizada cronológica y alfabéticamente. Esta documentación complementa los proyectos y expedientes de Acuerdos, e informa acerca de la vida social, económica y política de la ciudad.

Proyectos de AcuerdoContienen las propuestas, la exposición de motivos, las discusiones, los informes de las

comisiones y los pliegos de modificaciones que debió sufrir el proyecto original.

Documentación relacionadaPara finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, algunos de los asuntos tratados y documentos producidos por el Concejo de Bogotá se encuentran publicados en el Registro Municipal, que recoge los acuerdos y resoluciones de la municipalidad, las actas, los informes de las comisiones, los proyectos presentados, los decretos del alcalde, las notas oficiales de los empleados del Distrito, los estados de caja, datos estadísticos sobre la población, hospitales, mercados, carnicerías, escuelas, obras públicas y todo lo relativo a la Administración Municipal. El Archivo de Bogotá conserva esta publicación de los años 1886 a 1954.

Asimismo, por medio del Acuerdo número 22 del 31 de agosto de 1965, el Concejo del Distrito Especial de Bogotá creó el Registro Distrital para que en él se publicaran, bajo la dirección del secretario de Gobierno, los acuerdos, resoluciones, decretos, informes y actos importantes de la Corporación y de la Jefatura Municipal y Alcaldía, así como los estados de caja y tesorería. En el Archivo de Bogotá se encuentra disponible esta publicación para su consulta.

En los Anales del Concejo de Bogotá se publica la producción legislativa del Concejo Municipal, que contiene los proyectos de

acuerdo y exposiciones de motivos e informes de las comisiones. A partir de 1992 este medio registra las propuestas de normas que estudia el Concejo sobre asuntos que tienen que ver con la ciudad como impuestos, presupuesto, códigos, planes de desarrollo y plan vial, entre muchas otras. En el Archivo de Bogotá se encuentran los Anales del Concejo de los años 1934 a 1953; 1955 a 1977; 1983 a 1986; 1992 a 1994 y 1998 a 2001.

AlcanceLa importancia de los documentos generados por el Concejo de Bogotá radica en que provienen de la institución más antigua y una de las más importantes que tiene la ciudad, y que ha sido actor crucial en la toma de decisiones en materia de gobierno, policía y economía urbana. La influencia que ha tenido el Concejo en el desarrollo de Bogotá hace que su documentación se convierta en fuente básica para conocer la administración de la ciudad

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ABRIL, Marta y Hernando Rojas (2002). “El Concejo de Santa Fe de Bogotá, reseña histórica”. ponencia presentada al II Encuentro de Archivos e Investigación. Bogotá: noviembre de 2002.

ECHEVERRI POSADA, Patricia (2007). Historia del Concejo de Bogotá. 1539-2007. Bogotá: Concejo de Bogotá.

RODRÍGUEZ BAQUERO, Luis Enrique (2003). Historia institucional del Concejo de Bogotá. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, Secretaría General, Proyecto Desarrollo e Implementación del Sistema Distrital de Administración de Archivos.

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FOTO: ARCHIVO DE BOGOTÁ

La secretaria general de la Alcaldía Mayor de Bogotá, doctora Susana Muhamad y el director del

Archivo de Bogotá, doctor Gustavo Adolfo Ramírez, le hacen entrega de la mención cívica Bogotá Ciudad de

las Memorias al director de la emisora HJCK, Álvaro Castaño Castillo

97EVENTOS

Page 100: Revista de memoria No. 4

Los días 30 y 31 de octubre y 1 de noviembre se realizó en el Archivo de Bogotá el Tercer Encuentro Distrital de Archivos. En él se dieron citas diversas entidades del Distrito Capital para discutir y ponerse al día en el estado y perspectivas de futuro de los archivos en la ciudad. El tema en torno al cual giró la discusión de este año fue el documento electrónico, su implementación y avances en las entidades distritales. El encuentro contó asimismo con la participación de ponentes internacionales de países latinoamericanos, quienes compartieron sus experiencias de trabajo en sus respectivos archivos históricos y documentales

En un emotivo acto en el que hubo llantos y boleros, el Archivo de Bogotá entregó a

don Álvaro Castaño Castillo la mención cívica “Bogotá, ciudad de las memorias”,

para honrar su larga carrera como intelectual y hombre de la radio. La mención fue creada

por la Alcaldía Mayor del Distrito Capital a instancias del Archivo de Bogotá para honrar

a quienes contribuyen a la protección y defensa de la memoria de la ciudad

98

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Este año el Archivo de Bogotá cumplió 10 años de continuo trabajo por la memoria histórica y documental de la ciudad. La celebración de esta década de memoria diversa e incluyente se realizó con la presencia de la Orquesta Sinfónica del IDIPRON y algunos de los exdirectores del Archivo de Bogotá, desde el primero de ellos, el historiador Germán Mejía Pavony. Como culminación del festejo se le entregó una placa conmemorativa especial a los trabajadores que han estado en el Archivo desde su inauguración el 6 de agosto de 2003

El Archivo de Bogotá, Dirección de la Secretaría General de la Alcaldía Mayor de Bogotá, recibió el 9 de octubre el Premio Jorge Palacios Preciado 2013 en la modalidad de “entidad archivística destacada” en reconocimiento a la protección de los recursos documentales de la ciudad, “al garantizar la transparencia, accesibilidad, conservación y difusión de la memoria institucional y patrimonial”.

El premio es una de las más importantes distinciones que otorga la comunidad archivística colombiana, en homenaje a la memoria de quien fuera uno de los principales gestores en la modernización de los archivos del país y fundador del Archivo General de la Nación, el doctor Jorge Palacios Preciado, fallecido en 2003

LuIS ENRIquE RODRÍGuEz, NORBERTO RÍOS, GuSTAVO RAMÍREz, PATRICIA BuSTOS y WILLIAM PATARROyO FOTOs: ARCHIVO DE BOGOTÁ

99EVENTOS

Page 102: Revista de memoria No. 4

PUBLICACIONES100

Durante cuarenta y cinco años permaneció inédita esta tesis de la historiadora norteamericana Ruth Ann UpdeGraff, quien en 1968 hizo una completa investigación sobre el período de Jorge Eliécer Gaitán como alcalde de Bogotá. En 2013 el Archivo de Bogotá tradujo del inglés este estudio y lo presenta por primera vez al público. En él se comentan las características sociopolíticas de la Bogotá de los años veinte y treinta, se cuenta la vida de Gaitán, marcada por las limitaciones pero alimentada con un vivo deseo de progresar, y se hace un seguimiento minucioso de los meses durante los cuales este fue alcalde de Bogotá entre los años 1936 y 1937. A pesar de tener un programa socialmente incluyente y renovador, la alcaldía de Gaitán terminó con su destitución en febrero de 1937 y desde entonces muy pocos han sido los historiadores que se han ocupado de este momento decisivio en la historia de la ciudad y en la vida de quien fue llamado “el caudillo del pueblo”

Al cumplirse cien años del nacimiento del poeta Eduardo Carranza, el Archivo de Bogotá lo homenajeó con una gran exposición sobre su vida y obra, un disco compacto con sus intervenciones en la emisora HJCK, “el mundo en Bogotá”, así como con la publicación de este libro, en el que se recogen testimonios y muestras de admiración al poeta de Apiay de parte de algunos de los escritores más importantes del siglo XX de América Latina, entre los que se cuentan Álvaro Mutis, Pablo Neruda y Jorge Gatián Durán. Gracias al apoyo de la familia Carranza, en esta publicación se pueden presentar igualmente por primera vez algunas fotografías inéditas del poeta en ambientes sociales y familiares

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