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REVISTA EUROPEA NÚM. 286. 17 DE AGOSTO DE 1879. AÑO V I . EL MÉDICO LEGISTA La medicina legal no habia sido conside- rada en Francia como ciencia especial has- ta hace cuatro siglos que Ambrosio Paró pu- blicó su importantísima obra, en la que re- sume las condiciones principales del módico legista, diciendo que «su primer deber es te- ner honradez de corazón, porque los juriscon- sultos resuelven con arreglo á lo que ellos les refieren». A partir de este tiempo, Francia ha teni- do representantes en la ciencia, cuyos tra- bajos no han tenido nada que envidiar á los de los demás países. Desde esta época tam- bién, empiezan los módicos legistas á influir como tales en los asuntos públicos; y así se ve en 1595 á Pigray, médico de Carlos IX, salvar de la hoguera catorce brujas que ha- bian confesado su crimen. Pero si la medicina legal estaba creada, si habia suministrado á Fidelis y á Zacchias materiales para importantes tratados, no era objeto de ninguna enseñanza, y el papel de médico de la justicia no se parecía en na- da al que actualmente tiene. En los asuntos capitales, la confesión del acusado era consi- derada como necesaria, y para darle garrote se empleaba la cuestión precia ordinaria ó ex- traordinaria: el paciente iba asistido por un médico, que en el caso de tortura, determi- naba hasta qué punto podia ser soportada sin causar la muerte. En tales condiciones, que hacían del mé- dico el auxiliar del verdugo, la medicina le- gal no podia desenvolverse, y sólo en los años que precedieron á la revolución, apare- ció un hombre de gran talento y de gran ca- rácter, el cirujano Lais, cuyo nombre se en cuentra asociado á la rehabilitación de las víctimas de los grandes errores judiciales del siglo último: Carlos, Montbailly, Sirven. Indignado por los errores cometidos bajo la responsabilidad médica, Lais quiso formar peritos, y dio en el anfiteatro de San Cosme las primeras lecciones de medicina legal. Un hecho prueba que su indignación era legíti- TOMO XIV. ma: el perito consultado por el tribunal en el proceso de Calas, era... el verdugo de To- losa. Desde luego, la medicina legal, estudiada y enseñada en lecciones públicas, alcanzó el rango que debía conservar, y después de re- cordar á Foderó y á Chaussier, hay que men- cionar á Orilla, su más ilustre represen- tante. Los trabajos de Orilla son numerosos, pe- ro su obra capital es el Tratado de toxicólo- jia. Las circunstancias en que apareció este libro, caracterizan demasiado el estado de 1 la ciencia en esta época para que ssa indiferen- te conocerla. Se creia entonces que las reacciones quí- micas características de la presencia de los venenos, eran las mismas en todos los hu- mores, los líquidos y las bebidas, que en el agua destilada. Sucedía esto en 1813. Orfila acababa demostrar á su auditorio los precipi- tados que forma el ácido arsenioso con diver- os reactivos. Estos precipitados se produci- rían de la misma manera, dijo, si el ácido ar- senioso estuviese mezclado con vino, café ó ajdo, y vais á ver la prueba. Introdujo en una taza de cafó la disolución de ácido, y ver- tió sucesivamente los reactivos de este líqui- do compuesto: el agua de cal, que debia dar un precipitado blanco, produjo una nube gris, violácea; la adición del sulfato de cobre amo- nia&fcl, dio un precipitado de color gris-ver- doso, en lugar del hermoso color verde de Scheele. El embarazo d,el joven profesor fue grande, y suspendió la explicación. De vuel- ta á su casa, mezcla toda clase de venenos á materias alimenticias, bebidas y humores animales; las somete á sus reactivos ordina- rios, y observa que el resultado difiere cons- tantemente del que se observa con las diso- luciones de estos tóxicos en el agua destila- da; sin embargo, los venenos existen en estas mezclas, puesto que él los ha introdu- cido: su descubrimiento será objeto de una nueva ciencia que se propone fundar, y cuyo resultado fuó la creación de la toxicología. Orfila llevó á todos sus trabajos la misma precisión, el mismo espíritu de investigación, y gracias á su maravillosa palabra, pudo imprimir á las generaciones que le rodeaban 23

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REVISTA EUROPEANÚM. 286. 17 DE AGOSTO DE 1879. AÑO VI .

EL MÉDICO LEGISTA

La medicina legal no habia sido conside-rada en Francia como ciencia especial has-ta hace cuatro siglos que Ambrosio Paró pu-blicó su importantísima obra, en la que re-sume las condiciones principales del módicolegista, diciendo que «su primer deber es te-ner honradez de corazón, porque los juriscon-sultos resuelven con arreglo á lo que ellos lesrefieren».

A partir de este tiempo, Francia ha teni-do representantes en la ciencia, cuyos tra-bajos no han tenido nada que envidiar á losde los demás países. Desde esta época tam-bién, empiezan los módicos legistas á influircomo tales en los asuntos públicos; y así seve en 1595 á Pigray, médico de Carlos IX,salvar de la hoguera catorce brujas que ha-bian confesado su crimen.

Pero si la medicina legal estaba creada,si habia suministrado á Fidelis y á Zacchiasmateriales para importantes tratados, noera objeto de ninguna enseñanza, y el papelde médico de la justicia no se parecía en na-da al que actualmente tiene. En los asuntoscapitales, la confesión del acusado era consi-derada como necesaria, y para darle garrotese empleaba la cuestión precia ordinaria ó ex-traordinaria: el paciente iba asistido por unmédico, que en el caso de tortura, determi-naba hasta qué punto podia ser soportadasin causar la muerte.

En tales condiciones, que hacían del mé-dico el auxiliar del verdugo, la medicina le-gal no podia desenvolverse, y sólo en losaños que precedieron á la revolución, apare-ció un hombre de gran talento y de gran ca-rácter, el cirujano Lais, cuyo nombre se encuentra asociado á la rehabilitación de lasvíctimas de los grandes errores judicialesdel siglo último: Carlos, Montbailly, Sirven.Indignado por los errores cometidos bajo laresponsabilidad médica, Lais quiso formarperitos, y dio en el anfiteatro de San Cosmelas primeras lecciones de medicina legal. Unhecho prueba que su indignación era legíti-

TOMO XIV.

ma: el perito consultado por el tribunal en elproceso de Calas, era... el verdugo de To-losa.

Desde luego, la medicina legal, estudiaday enseñada en lecciones públicas, alcanzó elrango que debía conservar, y después de re-cordar á Foderó y á Chaussier, hay que men-cionar á Orilla, su más ilustre represen-tante.

Los trabajos de Orilla son numerosos, pe-ro su obra capital es el Tratado de toxicólo-jia. Las circunstancias en que apareció estelibro, caracterizan demasiado el estado de1 laciencia en esta época para que ssa indiferen-te conocerla.

Se creia entonces que las reacciones quí-micas características de la presencia de losvenenos, eran las mismas en todos los hu-mores, los líquidos y las bebidas, que en elagua destilada. Sucedía esto en 1813. Orfilaacababa demostrar á su auditorio los precipi-tados que forma el ácido arsenioso con diver-os reactivos. Estos precipitados se produci-

rían de la misma manera, dijo, si el ácido ar-senioso estuviese mezclado con vino, café ó

ajdo, y vais á ver la prueba. Introdujo enuna taza de cafó la disolución de ácido, y ver-tió sucesivamente los reactivos de este líqui-do compuesto: el agua de cal, que debia darun precipitado blanco, produjo una nube gris,violácea; la adición del sulfato de cobre amo-nia&fcl, dio un precipitado de color gris-ver-doso, en lugar del hermoso color verde deScheele. El embarazo d,el joven profesor fuegrande, y suspendió la explicación. De vuel-ta á su casa, mezcla toda clase de venenos ámaterias alimenticias, bebidas y humoresanimales; las somete á sus reactivos ordina-rios, y observa que el resultado difiere cons-tantemente del que se observa con las diso-luciones de estos tóxicos en el agua destila-da; sin embargo, los venenos existen enestas mezclas, puesto que él los ha introdu-cido: su descubrimiento será objeto de unanueva ciencia que se propone fundar, y cuyoresultado fuó la creación de la toxicología.Orfila llevó á todos sus trabajos la mismaprecisión, el mismo espíritu de investigación,y gracias á su maravillosa palabra, pudoimprimir á las generaciones que le rodeaban

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en su cátedra una dirección verdaderamentecientífica.

Cuando Orfila abandonó la cátedra de me-dicina legal para tomar la de química, le su-cedió Mr. Adelon, que ocupó la cátedra du-rante 35 años. Este profesor se habia forma-do de la medicina legal un ideal tan elevado,que llegaba á confundir e"n ella la higiene yla medicina pública: por eso en este período,la confianza de los tribunales la poseyeronOrflla y Devergie, quien creó en la Morgueuna enseñanza práctica que duró pocosaños, pero que ha sido el embrión de la ense-ñanza práctica actual. Devergie ha consig-nado los resultados de sus numerosas expe-riencias, en un tratado clásico, digno de lapluma de Andral.

Mr. Tardieu hizo sus primeros experimen-tos médico-legales hacia la misma época: elencanto de su palabra, la claridad de su ta-lento, le conquistaron el primer lugar entrelos módicos legistas de Francia por espaciode 25 años: esta posición la justificaba condiferentes trabajos acerca de la asfixia, elinfanticidio, el aborto, etc.

También era ademas un brillante profe-sor déla facultad; su palabra era de admira-ble claridad; su voz, dulce y seductora; en-cantaba á su auditorio, lo cautivaba; con eltodo en medicina legal parecia fácil, quizasdemasiado fácil.

Al nombre de Tardieu hay que agregar elde Lofain, que durante 10 años ha sido peri-to ante los tribunales, mereciendo los pláce-mes de todos por su talento y su espíritu dejusticia.

Para el estudio de la medicina legal, de-ben servirnos de guía los trabajos de los au-tores citados, y en la necesidad de definiresta ciencia, podemos decir con Bayard, lacó-nicamente, que la medicina legal es la medi-cina considerada en sus relaciones con lainstitución de las leyes y la administraciónde la justicia.

Para comprender bien el objeto de la me-dicina legal, basta indicar los puntos sobreque son consultados los médicos legistas:

En lo relativo al nacimiento, el médico vaasociado á los actos por los cuales la socie-dad asegura protección á la vida y á la for-tuna del niño. Debe determinar el sexo, lalegitimidad del nacimiento, ó reconocer elaborto, el infanticidio, etc.

En la edad adulta interviene en las decla-raciones de capacidad ó incapacidad, y es elverdadero juez de los que no temen simular

alguna enfermedad para sustraerse á sus de-beres militares.

En la muerte, el médico interviene paraconocer las causas criminales ó naturalesdel fallecimiento, seguir hasta en el ataúd lashuellas del crimen, para establecer la vali-dez de un. testamento.

Este es el campo en el que se mueve elmódico legista. Veamos la manera de desem-peñar sus funciones.

Supongamos un médico legista nombradopor un juez para llevar á cabo un acto profe-sional: su misión se reduce á un informe cu-yas conclusiones han de ser defendidas porel autor en el debate oral (1). La primera di-ficultad que se presenta después de verifica-da la operación médico-legal, es la relacióndel informe: generalmente se incluyen en éluna porción de detalles exteriores, que aunadmitiendo su exactitud, para nada sirvená los jueces y magistrados, y que no siendode la incumbencia del módico, ocasionan sudesprestigio si, como sucede generalmente,no os muy exacta la descripción por no haberentrado el primero en el Migar del crimen:debe, pues, limitarse el informe médico-legalá lo estrictamente preciso,, prescindiendo detodo lo que no sea científico.

Surge al tratar de la redacción de los in-formes médico-legales una cuestión que hasido contestada á la vez afirmativa y negati-vamente. El perito, ¿debe conocer las piezas-de la causa? Si se trata de reconocer una frac-tura ó una úlcera, puede limitarse á estasalteraciones el reconocimiento; pero cuandose trata de un accidente rodeado de circuns-tancias múltiples, cuando las cuestiones quese han de examinar son numerosas, es pre-ciso conocer las piezas del proceso. Por lodemás, en algunos casos la solución se en-cuentra casi exclusivamente en estas piezas.En los casos de enajenación mental, por ejem-plo, los actos que motivan la operación peri-cial del mé lico, están consignadas en las de-claraciones de los testigos. ¿Dónde es posi-ble encontrar documentos más preciosos quelos que han sufrido ya la censura de los magistrados? El módico puede consultarlas pie-zas del proceso con el objeto do enterarse;psro no debe apoyarse/para su informe más

(1) En Espaiía, loa médicos forenses, 6 los que inter-vienen como tales en los actos judiciales, no defiendenoralmente sus informes, ni 6un en la vista pública.

N. del T

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NÚM. 286. P. BROUARDEL.—EL MÉDICO LEGISTA. 195

que sobre los hechos que él mismo haya com-probado.

El método científico que debe presidir á laredacción del informe y de las conclusiones,no es igual al que se usa en la clínica. Losmédicos se quejan muchas veces de que eljuez exige conclusiones absolutas, y sin em-bargo, no puede negarse que éste es su dere-cho; interroga porque s« competencia se de-tiene ante una cuestión de ciencia módica, ydice: ¿la muerte de este reciennacido es re-sultado de la sofocación? La respuesta delmódico se traduce por el juez en un acto; lamadre será inocente ó culpable, no hay tér-mino medio entre estos dos extremos: la con-testación debe'por consiguiente ser precisa-¿Qué ha de hacer el juez si el módico le con-testa: «Es probable que la muerte sea resul-tado de la sofocación»? Nada absolutamente.Lo que el juez espera del médico es una res-puesta categórica: ó el crimen está probado,y entonces la conclusión es afirmativa, óbien debe decirse: «La ciencia no permiteafirmar que ha existido crimen»; y entoncesno hará el juez objeción alguna, si se encuen-tra justificada esta respuesta por una expo-sición metódica de las investigaciones quese hayan practicado.

Pero en un gran número de ocasiones, elmédico es consultado acerca de una enfer-medad ó una herida en evolución; entoncesdebe pedir al juez, que se lo concederá siem-pre, todo el tiempo necesario para dar suopinión definitiva. ¿No es de esta maneracomo proceden los alienistas? Últimamente,en una acusación de atentados al pudor,Mr. Brouardel y Mr. Fournier necesitaronestudiar durante un mes el desarrollo de lasulceraciones que tenían el presunto reo y lavíctima, y les fue necesario todo ese tiempopara establecer que se trataba de herpes vul-varis y no de chancros ó de placas mucosas."Debe, por tanto, el módico poseer la dudafilosófica, y la frase «no sé todavía» debe te-nerla siempre en la memoria; le convienetambién analizar muy bien las palabras de suinforme, y una vez hecho éste, examinarlocomo si fuera el abogado contrario: de estamanera se prepara á defenderlo brillante-

• mente, conociendo bien el papel del abogado,con lo cual evitará los ataques, á veces inme-recidos, que amenudo repiten los médicos le-gistas. Existe, en efecto, una falta de inteli-gencia entre los peritos y los abogados, por-que éstos tienen el imprescindible deber dedefender á los delincuentes, buscando excu-

sas á la culpabilidad, introduciendo dudasacerca de los hechos mejor probados; y paraesto necesita auxiliarse y se auxilia de losconsejos de otros médicos que, sin faltar á sudeber, porque se trata de la defensa de sussemejantes, suministran datos para comba-tir el dictamen pericial; pero, apesar de esto,jamas debe el médico legista vacilar en suconducta, si tiene seguridad en las conclusio-nes de su informe, y firmeza de juicio en lasopiniones en él emitidas.

Se dice que el médico legista, por causade su. profesión, llega muy pronto á ver en to-das partes criminales. Cuando el médico esperito en un asunto judicial, verbigracia,una inculpación de asesinato, sus conclusio-nes son, ó que la muerte es resultado de un .crimen, ó que es natural: si declara esto, laacción pública cesa; si alguno estaba ya de-clarado inculpado, se dicta en su favor unauto de «no há lugar», y entonces nadietiene interés en publicar los detalles de la in-culpación. En una acusación de ultraje alpudor, ¿querrá el acusado revelar que ha co-metido, ó la víctima que ha sufrido un aten-tado?

Pero si declara que ha habido crimen, quela muerte ha sido resultado de un envenena-miento, que la joven ha sido desflorada, laacción pública continúa, y el informe pericialformará parte de los elementos de la acusa-ción. Puede suceder que éste constituya lapieza principal, única, del proceso, en un in-fanticidio, por ejemplo, en que no haya habi-do testigo alguno; y como las otras bases dela educación son nulas ó casi nulas, éi elmódico dice que hay crimen, queda entre-gado ̂ la crítica pública; de ahí á decir queel forense está siempre por la acusación,no hay más que un paso; esta calumnia,que repiten las gentes ignorantes, no debeinfluir para nada en el ánimo de los mé-dicos.

Para dar una idea de la frecuencia relati-va de los hechos que necesitan pericias mé-dico-legales y de la proporción en la cualhan dado éstas resultados, lié aquí la en queha entendido M. Brouardel, de la Facultad deParis, en el año anterior:

Atentados contra la vida ó la salud. 163Atentados y ultrajes al p u d o r . . . . 73Otros delitos 10

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196 REVISTA EUROPEA. — 17 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 386.

Los resultados de sus investigaciones hansido los siguientes:

Acusación.

Asesinatos y en-venenamientos.

Homicidios. . . .Golpes y heridas.Infanticidios.. . .AbortosAtentados al pu-dor

Ultrajes al pu-dor

Varios

Demostrativos.

31§25267

14-

»4 *

Nodemostrativos.

926

¿28

56

36

163

i '10

Hay que notar que, apesar de las conclu-siones positivas, el juez ha sobreseído variasveces, y que, no obstante las negativas, hahabido algunas condenas en los delitos deatentados al pudor.

El médico legista debe poseer una instruc-ción vastísima para responder á las exigen-cias de su cargo; su misión no se limita á ladel clínico, al que le basta ocuparse de laslesiones materiales ó funcionales del orga-nismo. Supongamos, por ejemplo, el casomás vulgar, un hombre asesinado; el médicohace la autopsia y busca y examina las he-ridas hasta encontrar una mortal; pero elmédico legista debe averiguar quién es la víc-tima, identificarla, decir la fecha del crimen,el estado de rigidez ó de putrefacción del ca-dáver, la calidad del arma homicida, la direc-ción de las lesiones, el número probable deasesinos, etc., etc.

Y, sin embargo, todos estos datos no bas-tan para conocer, como muchas veces sepretende, al agresor. Amenudo, dadas lascondiciones del crimen, creeremos que seráun hombre poderoso, lleno de vigor, animadode pasiones violentas ó incapaz de dominar-las; mas le veremos en la prisión, y nos en-contramos con un hombre de exterior apaci-ble, incapaz de la menor violencia, negándo-lo todo sin alterarse. Si ha sido cogido infra-ganti, y por consiguiente le es imposible ne-gar, se disculpa como lo haria un niño. Otrasveces sucede todo lo contrario, y entonces laimaginación popular se apodera del hombreque responde al tipo que aquélla se ha for-mado del asesino, y su nombre se hace le-gendario.

Otro ejemplo pondrá de manifiesto las di-ficultades con que tropieza en el ejercicio desu profesión el médico-legista. Generalmente

se cree que el violador de una joven es unhombre vigoroso que lucha cuerpo á cuerpocon una hermosa niña; pero los manuscritosde Lorain mencionan, entre otros casos, unoque puede ser de grandísima enseñanza; serefiere á una joven que, perdida una tardeen el campo, encuentra á un carpintero quese ofrece á servirle de guía, aprovechándoseluego del aislamiento para realizar la viola-ción. Pues bien, en la declaración déla jovensólo leemos esta frase que autoriza muchassuposiciones: «Me ha arrojado por tierra sinsiquiera haberme dirigido una flor por mibelleza». Ordinariamente el reo de este delitoes un hombre que ejerce autoridad sobre lasjóvenes; un viejo, un maestro, un patrón queha abusado de su autoridad para calmar, nosu pasión, sino su lubricidad; siendo de notarque el número de las miopes, de las sordas yde las de inteligencia no desarrollada esconsiderable entre las víctimas del liberti-naje.

El médico legista debe, pues, poseer mu-chos conocimientos para resolver las múlti-ples y diversas1 cuestiones en que debe en-tender; teóricamente, debería ser omniscien-te y saber de todo; pero este ideal que nadieha realizado, es completamente imposible enel estado actual de la ciencia; por eso debedejar á un lado toda vanidad, y pedir consejosi fuese preciso á quien pueda prestárselo,porque los daños que resultan de una autop-sia mal hecha no se reparan jamas.

P. BROUARDEL.

Profesor de Medicina legal en la Facultadde Paris.

ENSAYO CRITICO

SOBRE

EL IMPERIO DE CARLO- MAGNO

Conclusión.

IV

Las instituciones humanas, si bien en losprincipios esenciales que las informan tienenuna misma base, son varias en su desenvol-vimiento, el cual es influido por mil circuns-tancias históricas ó condiciones de tiempo yespacio. Pero la verdad es una, en ésta como

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en cualquiera esfera que contemplemos, y latendencia de progreso en la misma, no otraque la de referir de- una manera inmediatatodas aquellas variedades á los principios su-periores que se dan en la conciencia por me-dio de la razón humana. Mas esta diversidaden las instituciones que observamos, no sólono es arbitraria, sino que debe necesariamen-te existir mientras haya diferencias en el des-arrollo de los pueblos á cuyas necesidadesaquéllas responden. Ahora bien: si la unidaddebe prevalecer en el porvenir, sólo será po-sible realizarla llegando á una cantidad igualde aquél, y no por la creación de artificialeslazos sin armonía ni concierto con la realidadde las cosas; esto, prescindiendo de que dichaunidad no implica la ausencia de aquella dis-tinción en que se refleja el modo de ser uno yvario de la familia humana.

En este sentido, que conforma con el dic-tado de la razón, así como con lo que pide larealización práctica de todo progreso, inspirósu línea de conducta en el orden político y ad-ministrativo, el que personifica el Imperio ysu representante genuino, Carlo-Magno.

Supo dar vida en provecho propio á lo quela caída Roma podía darle en sabiduría ad-ministrativa y en la parte formal que lo ele-vaba á los ojos de los pueblos antes domina-dos por aquélla; pero eJ organismo interno,el fondo animado y vivido de su obra, erabárbaro. Sin menoscabo de aquel sentimientode fiera independencia que tan bien casaracon el concepto cristiano del hombre, dandopor resultado de aquella armonía, iluminadapor la razón, su más perfecta noción en nues-tros dias; sin rebajarlo en nada, pone los fun-damentos de un sistema de centralizacióndestinado á producir de las cenizas del Feu-dalismo las nacionalidades modernas.

No destruye la legislación de los pueblosque domina. El Imperio halla medio superiorde cohesión y de unidad en un ideal políticomirado con amor y respeto por los pueblosvencidos y en un ideal religioso en el momen-to más vigoroso de su existencia.

Cuando Carlo-Magno destrona á Desiderioen 774, deja al pueblo Lombardo sus leyes, yúnicamente hace que las Capitulares tenganla misma autoridad que aquéllas; no despoja,y se limita á disponer de los feudos vacantes.Y se mantiene esta legislac on hasta que enel siglo xi los estatutos particulares y los es-fuerzos de los juriconsultos de Bolonia lo sus-tituyen por el Derecho romano.

De idéntica manera procede con los dema¡

pueblos sujetos á su dominación. Introducetan sólo modificaciones acordes con el pro-greso del espíritu bárbaro en e-1 Cristianismoy necesarias para el nuevo orden de cosas.Así hace la revisión y reforma de las legisla-ciones Sálica, Ripuana, Sajona, Frisia, etc.

Se promulgan en tiempo de Carlo-Magno65 Capitulares con 1.151 artículos. En ellasabraza con su prodigiosa actividad todas lasrelaciones sociales y hace penetrar en ellassu espíritu. Los artículos de las Capitularesabarcan la esfera civil, religiosa, moral y seocupan hasta de economía doméstica. Ño pa-san inadvertidos á*su vista los más mínimosdetalles, y apesar de la anarquía y desórde-nes posteriores, el impulso que Carlos impri-me á esas relaciones se conserva, contribu-yendo poderosamente á su ulterior mejora-miento y desarrollo.

Carlo-Magno constituye una monarquíaaristocrática consultiva y. con marcado ca-rácter religioso. Los grandes únicamente par-ticipan en los asuntos públicos en calidadde consejeros. En las Asambleas generales dela nación, conocidas desde tiempo atrás conel nombre de Campos de Marzo, decadentesen tiempo de los Merovingios y reanimadaspor Pepino y Carlos, ocupa el primer lugar elestado eclesiástico, que por su ilustración ypor su carácter sagrado ejercía predominan-te influencia. Sin el apoyo que éste prestó alfundador del Imperio, tal vez hubiera sidofrágil y estéril su obra; pero el genio de Car-los supo dirigir aquel superior poder á la pro-secución de sus fines. Pero ademas, por me-dio de estas Asambleas da satisfacción al es-piritu germánico, mantiene en contacto en-tre sí» y con el cuerpo central los diferentesmiembros del Imperio, y conoce su estado ysus necesidades.

El servicio militar grava más sobre la pro-piedad que sobre las personas; y de aquí quecon la disminución de la clase de hombres li-bres y creciente preponderancia déla noblezafeudal, pierde el ejército insensiblemente sucarácter nacional. Ademas de éste, llamado«heribau», habia otro ejército particular, pordecirlo así, del monarca, y que éste destina-ba para determinadas empresas que reque-rían presteza y especiales condiciones.

Suprímense las dignidades ducales, naci-das á raíz de la conquista por la necesidadde mantener la fuerza sobre los pueblos re-cientemente dominados, y son sustituidas porlos antiguos condados, subdivisión con ca-rácter monos militar que la primera, y des-

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provistos de aquella semi-independencia deque gozaban. Las atribuciones y excesivoscuidados que se conceden y ocupan á éstos,da lugar á la creación de una especie decuerpo judicial («scabini», «óchévins»), quemuchos consideran como el origen primitivode la magistratura en Francia.

La ju-risdiccion estaba muy fraccionada,pues casi no habia funcionario público queno la tuviera en esfera más ó monos limita-da. Las apelaciones se hacían, según la gra-vedad del litigio ó asunto de que se tratara,ante el conde, el rey ó la Asamblea.

La constitución personal, á causa de ladiferencia de razas y el régimen interno deaquella sociedad, era muy complicada.

Se crean los llamados «missi dominici»,especie de mandatarios del Gobierno de am-bos órdenes civil y eclesiástico, encargadosde vigilar la conducta de las autoridades yel cumplimiento de las leyes en todas lasprovincias, que se dividen para esto en cua-tro grandes circunscripciones ó «missatica»,visitada cada una por dos «missi».

Estas disposiciones obedecen á la necesi-dad de centralizar el poder y normalizar lasrelaciones entre las provincias y el poder im-perial. Pero con la constitución de los gran-des feudos de una manera definitiva por ladisposición de Carlos el Calvo sobre su here-damiento, habia de desaparecer este meca-nismo; sin que se perdiera, no obstante, lomás fundamental de la obra á que tan glo-riosamente coadyuvó el Imperio de Carlo-Magno.

En las escenas de confusión y de sangreque siguieron á la caida del Imperio de Occi-dente, habían sufrido un casi total eclipse lasciencias y las letras, ocasionando una comosolución de continuidad en el curso del desarro-llo del saber humano. Existió en aquellos si-glos el conocimiento científico; pues, sobre quenunca se pierde por completo la verdad ha-llada, éste es en grado superior ó inferior pa-trimonio de todo ser racional; pero no comopositiva sucesión de la que cultivó la anti-güedad. Solamente se levantan sobre el nivelde la común ignorancia algunos miembrosdel clero, como los santos hermanos Isidoro,Fulgencio y Leandro en España. Respetadospor el alto carácter que revestían, el cual, alpropio tiempo, exigia estudio y una vida con-sagrada á la meditación; disfrutando de tran-

quilidad material y del goce de cuantiosos in-tereses, ellos, y era natural que así sucediese,fueron quienes guardaron en el Occidente elfuego sagrado de los conocimientos huma-nos. Pero encerrada la ciencia en tan estre-chos límites, no ejercía elinflujo quedebe ejer-cer en las costumbres, ni se cumplía elflnrealque la constituye; pues que debe ser patri-monio de todos y objeto de un comercio libreen todo derecho. La vida monacal, cuyos pre-cedentes hallamos en apartadas épocas y re-giones, fue entonces una necesidad, apartedel sentimiento respetable que era su razónde ser. Sin ella, más largo hubiera sido el in-tervalo que separa la ruina de la civilizaciónantigua del desarrollo de la moderna.

Carlos, que había rodeado el Imperio delprestigio del poder, de la justicia y de la re-ligión, debía querer rodearlo del que el cultí-vo de las ciencias podía darle. Dotado él mis-mo de ilustración y gran deseo de saber, con-gregó en torno suyo á los sabios del mundocatólico. Y así como en política habia sabido,respetando el carácter nacional, aprovechar-se de los adelantos del pueblo romano, así enel terreno de las letras y de las ciencias, cul-tivando los elementos originales de la nuevacivilización, no hacía caso omiso de la cultu-ra antigua.

A este fin trajo de Italia á Pedro de Pisa,á quien puso al frente de aquella célebre es-cuela Palatina que á todas partes le seguía,y á la cual asistían con él todos los de su fa-milia. Con su cooperación y la del eminenteAlenino, Pablo Warnefrido y Eguihardo, jni-cia y da vida á un movimiento intelectualasombroso, dado los obstáculos que tuvo quevencer. Los monasterios de Corbia, Fulda,Tours, etc., abren escuelas en las que se culti-van la gramática, retórica, poesía, historianatural, aritmética, geometría, astronomía ycronología; propagando estos conocimientos 'por las Galias, Sajonia, Germania, etc.

En este despertar de la inteligencia sedestaca grandemente la figura de Alenino.Él es el alma de aquel movimiento: promue-ve la creación de escuelas, cultiva los clási-cos, corrige las copias de literatura sagra-da y profana, y prepara y establece en gran-de escala en los monasterios la copia de ma-nuscritos, merced á la cual se conservantantos monumentos del ingenio humano.

Cultívanse con fruto las artes bellas. Laarquitectura erige el templo de los SantosApóstoles en Florencia y el de Letran enAquisgram. Abrense escuelas de música en

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Metz y Soissons, y se introduce en Francia elcanto Gregoriano. Se propaga el gusto de lasminiaturas en los libros; y las asociacionesde artífices preparan las «logias» que habiande difundir por el mundo cristiano la arqui-tectura ojival.

Este movimiento parece que termina enlos reinados de los sucesores de Carlo-Mag-no; pero el impulso dado no muere, y va á en-lazarse misteriosamente por Hinemar, Eri-gena (heterodoxo), Gerberto, Lanfrane, SanAnselmo y San Bernardo con la Filosofía es-colástica, superior expresión de la cienciacristiana en la Edad Media, que llega á suapogeo en el Angélico Doctor Santo Tomas.

Hemos reseñado lo que constituye una delas más altas glorias de Carlo-Magno y delImperio. Por aquella misma época atravesa-ba su más brillante período la civilizaciónárabe con Harun-al-Raschid y Al-Mamum.Siguiendo el método experimental ó inducti-vo de Aristóteles, cultivan los árabes !a me-cánica, hidrostática y óptica; inventan apa-ratos para el estudio de la química, como labalanza, cuadrantes y astrolabios para la as-tronomía; erigen los observatorios de Samar-kancla y de Sevilla, y adoptan los númerosindios para lá aritmética. Alhazem explicalos crepúsculos; Al-Manum establece, la for-ma globular de la tierra y toma medidas quedeterminan aproximadamente sus dimensio-nes. Tradúcense al árabe la Riada y la Odi-sea; Bagdag se convierte en una espléndidametrópoli cubierta por las maravillas de unarte lleno de vida y originalidad. Al-Manumllena Bagdag de sabios y de bibliotecas, y enun tratado que celebra con Miguel III estipulala cesión de una de las bibliotecas de Cons-tantinopla. Harun-al-Raschid habia agrega-do á cada mezquita una escuela. Tienen dic-cionarios, compendios y epítomes de las di-versas ciencias. La fantasía de sus poetastraza aquellas fantásticas relaciones de aven-turas increíbles y maravillosos amores, que,en cierto modo, se realizaban á las orillas delos rios bíblicos y bajo el cielo radiante de laAndalucía.

Más brillante, más grandiosa nos apare-ce la cultura árabe en esta época que la quelevanta el Occidente por el genio de un hom-bre. Y es que aquélla está en la, plenitud desu desarrollo, en ésta más lento, pero máscomprensivo y sólido. Aquélla es la luz delMediodía, tras de la cual llegan las sombrasde la tarde; ésta la alborada del día grandede la humanidad, en el que el sor humano,

comprendiendo su misión sobre la tierra ycon medios para realizarla, cumplirá armó-nicamente sus fines, y no, en desproporciónde aspiraciones y de facultades, volverá á ex-clamar tristemente con el poeta: «Stünd'ich,Natur! Vor dir ein mann allein! ¡O Naturale-za, fuera yo ante tí un hombre, sólo un hom-bre!» (Goethe.)

Gloria superior á toda otra que pudieraadquirir el fundador del Imperio; timbre sinel que amenguaría notablemente su esplen-dor; esfuerzo de emancipación más poderosoque las revoluciones tintas en sangre, y porsólo el cual aquel poder efímero, si otros tí-tulos no tuviese, permanecería en la memo-ria por la gratitud de las generaciones. Y esque la ciencia es base y cimiento de todo pro-greso y de toda grande y buena obra; ellademuestra la verdad que el hombre ama se-gún su naturaleza y al través de limitacioneshistóricas; ella señala lo justo, lo bueno y lobello con que concierta eternamente en abso-luto, puesto que en ella son inmanentes, en-medio de lo relativo y condicional de nuestraexistencia terrena: la esencia de la natura-leza humana; ella, en fin, tan sólo puede seren el sentido de fe racional la verdaderamaestra de la vida.

VI

El Imperio, cuyo fundador y representantees Carlo-Magno, fuó obra de la necesidad ydel genio de un hombre. Sus resultados fue-ron más allá do lo que éste pudo esperarse.El Cristianismo, principal elemento de nues-tra civilización, es salvado, no de la ruina,pues que su nacimiento y propagación sonresultado de leyes ineludibles tarde ó tem-prano cumplidas, pero sí de una interrupciónmás ó monos larga en su influencia bienhe-chora. El árabe retrocede, y aunque mediosiglo después habia de ultrajar las puertasmismas de la Ciudad Eterna, reconoce en elmundo cristiano algo de solidario, una uni-dad que no conseguirá aniquilar. Y envía sushomenajes al Emperador el representante dela cultura árabe, Harun-al-Raschid: los per-fumes de la India y de la Arabia, los mara-villosos productos de la mecánica, los esplén-didos tejidos orientales y las llaves del San-to Sepulcro, como en prenda de la promesaque le hacía «de someter á su poderío la tie-rra prometida á Abraham y mostrada á Jo-sué, y de ser á título de lugarteniente suyofiel administrador de las rentas de esta pro-

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vincia». Una revolución que derriba en Cons-tantinopla á la emperatriz Irene, impide talvez la unión de los dos Imperios. El Emiredrisita de Fez le envía ricos presentes pro-pios de aquella región; y los árabes de Espa-ña que acababan de separarse del califato deBagdag y se preparaban á desarrollar surica civilización llena, de poesía y de ardientevitalidad, semejante á ese momento de la vi-da en que el hombre descorre el" velo de suprimero y más dulce enigma, y adora la na-turaleza cuyo misterio vislumbra en el des-tello de un alma que inflama todo su sor yle hace bendecir al Dios que derrama el amorcomo el soplo de vida por el universo, losárabes de España, decíamos, lo toman porarbitro en sus disputas. Tiene á su lado áEgberto, rey de Wessex; los escoceses lo lla-man su señor, y Alfonso II, el Casto, se ho.i-ra con su benevolencia y amistad.

La Germania entra de lleno en el con-cierto de la civilización, y conviértense susvírgenes selvas en campos, asiento de ri-cas y florecientes ciudades. Las orillas delrio que cantara H. Heine se pueblan de cen-tros de comercio, castillos y abadías, y sucurso majestuoso tórnase en arteria fecun-da de vida y de riqueza. La acción civili-zadora del Cristianismo ejerce su influjo entre aquellas tribus de costumbres feroces, yaquella región que era *un peligro para la Eu-ropa, se convierte en baluarte firmísimo quela preserva de nuevas invasiones. El Cristia-nismo fuó el verdadero elemento de asimila-ción en la Germania; y pronto Brema, Muns-ter, Maguncia, Colonia, etc., habian de con-vertirse en emporios de riqueza y sede deilustres prelados.

Asegura á la Iglesia su independencia ysu libertad de acción, y por ella el desarrollode la cultura en Europa. La soberanía tem-poral que merced á el Imperio alcanza el Pa-pado, lo preserva de tbda influencia decisivaexterna, y como dijimos ya, lo rodea delprestigio de la universalidad; al propio tiem-po que, á los ojos de tantos pueblos rudos éignorantes, la diadema de los reyes prestabaesplendor al báculo de San Pedro. La IglesiaCatólica encuentra lo que tantas almas hanpedido en vano, ¡libertad! para el desenvol-vimiento de sus dogmas y su acción en lasconciencias; y tiene también á su disposi-ción el apoyo del poder civil, á quien subrogapara bien de la humanidad por largos siglos.Tal fuó la obra del Imperio. Merced á ella, laIglesia Católica abraza una gran parte de la

sociedad humana, y colma esa aridez y esevacío que nos anuncia la irrealizacion denuestra naturaleza como un todo armónicocual es nuestro destino; pudiendo alcanzarépocas mejores, en las que, libre la investi-gación de los furores de la secta ó de los ca-.prichos de entidades omnipotentes, es respe-tada la manifestación individual de toda con-ciencia; ya que en todas ha puesto Dios, másó menos viva, una chispa de originalidad queno debe morir estéril, sino añadirse á la obraincesante del hombre, á la que absolutamen-te todos coadyuvamos.

El espíritu de solidaridad despertado enaquellas gentes, enemigas ó extrañas unas áotras, aunque yazga después bajo el caos delFeudalismo como la semilla bajóla nieve, darávida con el tiempo á fuertes nacionalidades.Siguen en esto las razas germánicas un pro-ceso lógico. En primer término aparece la fa-milia como asociación elemental y fundadainmediatamente en la naturaleza humana,que tal asociación complementa, viviendo co-mo entidad independiente, formando estadoy en oposición á toda otra entidad homogé-nea, que sólo admite en completa subordina-ción. De este modo constituye^unidades polí-ticas en desarmoma recíproca, generalmenteen estado de guerra y sólo en acuerdo super-ficial por accidente. La actividad se consagra,en las que forman Estado ó «feudo», á mante-ner su autonomía política, á formar un orga-nismo de derecho que sólo da condicionespara este fin. Las subordinadas coadyuvan alfin de las primeras y realizan muy imperfec-tamente los propios. De tal suerte, todo pro-greso es lento. En esta situación, sostenidapor circunstancias accidentales pero muy im-portantes, se presentan las razas germánicasen el momento que estudiamos. Carlp-Mag-no, en su rigorosa tentativa de amalgamarelementos diversos para oponerlos al doblepeligro que hemos señalado, puso en íntimocontacto aquellas familias autónomas; y sibien esta disgregación, á consecuencia de lossucesos de que luego trataremos, llegó muypronto después de'su muerte al summum, rea-nimó en aquel organismo compuesto de mul-titud de. parciales los gérmenes del estadomoderno, como íorma de agrupación com-prensiva de aquellos Estados menores, á losque presta las condiciones de un desenvolvi-miento más lleno y libre interior y exteriormente; en tanto que la solidaridad humanapenetra en mayor número de inteligencias,establece en todos los órdenes lazos de fra-

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ternidad y mutuo interés, y prepara una su-perior unidad y esfera dentro de la que semuevan todas las demás en individualidad yarmonía; reflejando así y realizando limita-damente la ley de los seres que el Supremorealiza de una manera infinüa.

VII

La obra de Carlo-Magno debia desmoro-narse pronto al ímpetu de cien contrariosimpulsos. Abrigaba en sí, por de pronto, eseroedor interno de los grandes imperios fun-dados por la violencia sobre toda otra rela-ción común: la enemistad entre las diversasrazas y pueblos que los constituyen. Es cier-to que en el Imperio no hablan perdido del to-do,sus costumbres y manera de ser; pero larealidad era que un pueblo extraño los domi-naba, y esto no lo soportaban con agrado.No era aquel Imperio la utopia irrealizable deun reino universal en que reinen las mismasinstituciones, las mismas ideas y las mismascostumbres, por medio de la fuerza; pero síun amontonamiento de puebles heterogéneoscuyas profundas oposiciones no podrían serborradas por el espíritu religioso en aquellasu manifestación histórica, por avasalladorque entóneos fuera. Y por otra parte, aquellomismo que fue la causa de que el Imperiosubsistiese pujante y vigoroso por toda la du-ración del largo reinado y vida de Carlos,esto es, la conservación por los diferentespueblos de sus instituciones y vida propia,robusteciendo la idea de su peculiaridad inde-pendiente, había de cooperar con el tiempo ála dislocación del Imperio. Pero habia algo,en cierto modo más íntimo, que tenía que daranálogo resultado: la ley umversalmente ob-servada en los pueblos germánicos que pres-cribía la igualdad de repartición entre loshermanos.

Ya antes de morir en la ciudad de Aquis-gram, en el año 814, umversalmente llorado,el conquistador franco habia adjudicado á suhijo Pepino el reino de Italia, ó sea la Lom-bardía, á Luis, la Aquitania, y á Carlos, queera el designado para sucederle en el Impe-rio, la Austrasia y la Neustria, aumentadacon los países situados entre el Saona y elRódano. Pero por muerte de Carlos y de Pe-pino, queda sólo dueño del mundo Luis, lla-mado en la historia Ludovico Pió, príncipebondadoso é ilustrado, pero que carecía defirmeza. Siguiendo el ejemplo de su padre,

TOMO XIV.

adjudicó á sus hijos las diferentes regionesdel Imperio. Las anfbiciones de éstos, auxi-liadas por el deseo de independencia de lospueblos sometidos, promueven sangrientasguerras que terminan con la batalla de Fon-tenay, en donde la unidad imperial sufre unrudo golpe con la derrota de Lotario, que larepresenta. El choque fue rudo y sangriento,y el poder militar de los francos salió muyquebrantado. «Maldito sea este dial—-excla-ma el poeta Angilberto, que combatió en Fon-tenay.—¡Que sea borrado del círculo del año,y que su memoria perezca; que la luz del sol •falte á su aurora; y esa noche amarga, esanoche demasiado dura, durante la que caye-ron los valientes tan experimentados en lasbatallas!»

A consecuencia de esta batalla y por eltratado de Verdun, el Imperio fue dividido encuatro reinos adjudicados en la siguienteforma: á Lotario, la Italia, el reino del Centroque comprendía la Lotaringia y la Provenzacon la diadema imperial; Luis obtiene la Ale-mania, y Carlos la Francia (843).

La insubordinación de las provincias ame-nazó también la constitución del Imperio. LaAquitania, la Vasconia, la Bretaña, se levan,tan en armas. Las ciudades que componíanla Confederación lombarda se agitan con elrecuerdo de su independencia.

A acelerar la disolución del Imperip, mi-nado en su interior por las dos causas quehemos apuntado y la importantísima que va-mos pronto á señalar, contribuyeron, no po-co, las continuas invasiones de los Norman-dos, que si no tienen lugar durante el reina-do d(jj Carlo-Magno, se hacen presentir lobastante para llenar de tristeza al ilustreguerrero. Procedentes de las playas de laScandinavia y de la Cimbria, en donde pasanel Invierno en míseras chozas que jamas ale-gran los rayos del sol; adoradores de Odin,divinidad guerrera cuyos hijos ó Ases sostie-nen al guerrero en el combate, de donde ssucumbe es trasportado por los Wal-Kyriasa la mansión de Odin, á los eternos festinesen los cuales estas celestes vírgenes escan-cian los manantiales del néctar que reanimay renueva diariamente, en la estación propi-cia se lanzan sobre ligeros esquifes al Océa-no, á la ventura, y llevan el incendio, la rui-na y la desolación doquier arriban. Así sa-quean las más ricas ciudades de la Franciay de la Lotaringia, y llevan el terror y el sa-queo al mismo Paris. Aprovechándose délasluchas intestinas entre los descendientes de

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Carlos, no debían cesar en sus excursioneshasta establecerse en el Imperio.

La progresión creciente del espíritu de in-dependencia en los señores ó leudos, robus-tecido por la extinción de la clase de hombreslibres (correlativa á la desaparición de lapropiedad alodial), irremediable en aquellasociedad privada de artes y comercio casipor completo, asolada por enemigos tan ter-ribles como los Normandos, los Madgyares ylos Sarracenos, era por sí solo causa másque suficiente para disgregar hasta en susúltimas partículas el imperio de Carlo-Mag-no. El Feudalismo no nació entonces, ni aunen el sentido de su origen histórico; éste senos presenta en la composición y relacionesde la familia germánica, producto de la índo-le particular de aquella raza destinada á de-rrocar el socialismo monstruoso del Imperioromano; pero indudablemente las circuns-tancias contribuyeron á que adquiriera taldesarrollo y que llegara á constituir el es-tado relativamente regular de las socieda-des; estado necesario, y sin el cual el cúmulode infortunios que cayeron sobre la Europaoccidental, hubiera sido insoportable. El Feu-dalismo, aunque no en la escala con que mástarde se nos presenta, existia de hecho bajola dinastía de los Merovingios y en los reina-dos vde Pepino y Carlo-Magno.Los propieta-rios de grandes feudos, los señores benefi-ciarios, no habian sido durante el largo rei-nado de Carlos molestados en su posesión, ylas relaciones entre el señor y la tierra sehabian arraigado: en el período de guerrasintestinas que siguió á su muerte, la auto-ridad central cayó en desprestigio; no fuebastante á proteger á los pueblos, que to-maron como defensores á los señores, me-diante ciertas prestaciones que constituye-ron el derecho feudal.

Ya Carlo-Magno al morir habia creído de-ber suyo recomendar á su hijo « que á nadieprivara de su beneficio sin motivo legítimo».Sus sucesores hacen más, y dictan disposi-ciones inspiradas en el mismo espíritu. Peroquien da, por decirlo así, la última mano áesta obra, es Carlos el Calvo, en la dieta deKierzy, en donde los señores imponen á estemonarca la disposición que autoriza el here-damiento de los beneficios, y que en su partemás importante dice así: «Si después de nues-tra muerte alguno de nuestros fieles vasa-llos, inspirado por amor á Dios y á nosotros,quiere renunciar al siglo; si tiene un hijo óun pariente que sea capaz de servir á la Re-

pública, podrá resignar los honores en pro-vecho del uno ó del otro, á su elección» (877).

La sucesión de los beneficios llevaba trassí inmediatamente la de los «oficios reales»;y el usufructo de la tierra y la delegación delpoder se convierten en propiedad del señorfeudal. Con este acto se constituye propia-mente aquella organización única en la his-toria, que habia de absorber en su órbitahasta la Iglesia misma, que entra de lleno enel Feudalismo. Y se abre aquel siglo décimo,que preside en el mundo cristiano la más es-pantosa anarquía, el hambre en las ciudades,la violencia y el bandolerismo en los campos,y la simonía en la Iglesia, que habia de serredimida por el genio de Hildebrando.

Pero la Dieta de Tribur había disuelto de-finitivamente el Imperio, formando de susrestos los reinos de Alemania, Francia, Ita-lia y de las Borgoñas Trans y Cis-Jurana.

EPÍLOGO.

Desaparece el imperio de Carlo-Magno, ysólo queda su tradición que habia de reanu-darse más tarde en Alemania. Aquel renaci-miento á que da lugar el genio superior desu fundador, se extingue: desaparecen sustrabajos administrativos y aquella doble so-beranía, eje sobre el cual soñara para la Eu-ropa la estabilidad y el progreso. Sí; desapa-recen á nuestra vista sus obras, como absor-be la tierra calcinada en el Estío la dádivadel cielo, la lluvia largo tiempo esperada, queha depositado, empero, aliento de vida en losaires, fluidos que renuevan su vitalidad y lesdevuelven su pureza; mientras que merced áella, ó invisibles también á nuestros ojos, tie-nen lugar en el seno sagrado de la naturale-za los procedimientos misteriosos que la fe.cundizan y la hacen propia para el sosteni-miento del hombre y glorificación de la Divi-nidad. Es cierto que la barbarie invádela so-ciedad cristiana, que la disgregación la debi-lita, que la disolución penetra hasta en elasilo del santuario. Pero la solicitud del su-perior representante del Imperio ha llenadolos monasterios de manuscritos que serándebidamente apreciados en lo futuro, y en losqae algunas almas se afimentan, evitando lageneral ignorancia; la unión siquiera tempo-ral de los pueblos occidentales ha hecho quese reconocieran los afines por circunstanciasetnográficas y otras, y se creara el espíritude las nacionalidades futuras; y la Iglesia Ca-tólica, enmedio de aquel espantoso caos, es

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NÚM. 286. F. SEEBOHM.—DE LA REFORMA DEL DERECHO DE GENTES. 203

una, sobre todas aquellas relaciones de vio \lencia y de injusticia; la espada del conquis-tador ha añadido á su grey fuertes y vírge-nes naciones, su influjo alcanza á todos, pre-parando el renacimiento cristiano en el si-glo xi y la gran unidad católica de los si-glos XII y xm.

No conmueve nuestra fe la ruina del Im-perio de Carlo-Magno: esfuerzo grande y ge-neroso, sus resultados lo sobrepujaron, aun-que no sea inmediata su manifestación. Ve-mos caer en la historia los poderes, reducirseá polvo espléndidas civilizaciones: sobrecó-gese nuestro ánimo; pero al estudiar su com-posición, vemos cuan imperfecta es, cuántosgérmenes de ruina lleva en sí, cuan poco ar-mónico es su desarrollo; y en esta contempla-ción hallamos enseñanzas aplicables á la vidasocial y á nuestra propia existencia indivi-dual. Por otra parte, en la consideración his-tórica del actual estado humano, en relacióná los que fueron, y en la más fundamental denuestra propia naturaleza, con íntimo senti-do de religiosidad, hallamos inagotables ma-nantiales de esperanza y puros motivos quenos impulsan á unir nuestro débil esfuerzo ála obra solidaria de la humanidad, á la cualtodos nos debemos.—(Euphorion.)

EDUARDO SANZ Y ESCARTIN.

DE LA REFORMA DEL DERECHO DE GENTES

Continuación.

Sección cuarta (1).

DE LA HISTORIA DEL SISTEMA ECONÓMICODE HOLANDA.

Es innecesario extenderse mucho sobre lahistoria económica y las condiciones socia-les de Holanda; los hechos son muy eviden-tes para que puedan negarse.

La población de Holanda es más densaque la de Inglaterra, y relativamente al nú-mero de sus habitantes, sus importaciones yexportaciones son más considerables. Su co-mercio es mucho más antiguo, y se puede

(1) En el número del 26 de Mayo de 1818 de la RE-VISTA EUROPEA, se publicó la sección tercera, que versa-ba «sobra la historia del sistema económico de Ingla-terra. . ,

decir en verdad que es casi el único objetode su actividad. Su agricultura no es sus-ceptible de gran extensión y no posee rique-zas minerales; por consiguiente, Holanda de-pende más que ningún otro país del comercioexterior, y á él debe su prosperidad y hastala subsistencia de sus habitantes. Los aña-les de Holanda ofrecen los testimonios másirrecusables que hay en la historia de la vi-talidad nacional sobreviviendo apesar de lasmayores calamidades naturales. En una pa-labra, Holanda es el ejemplo más notable dela tenacidad del modo de existir, que hemosseñalado como característico de los pueblosmercantiles.

El pueblo, como nación, jamas ha sufridola presión del régimen feudal en el periodoque las naciones se bastan á sí mismas, dis-tinguiéndose en ello de los demás pueblos deEuropa. Desde los primeros siglos de la his-toria moderna, viene monopolizando casi to-da la industria de la pesca en Europa, almismo tiempo que muy dedicada al comer-co internacional. Sus ciudades comercialesse unieron desde luego á la Liga hanseática,y fueron también las primeras en separarsecuando se creyeron suficientemente poderossas para poder prescindir de su protección.

Más tarde, á causa de la anarquía intes-tina é internacional que afligía á todos lospueblos, la industria de trasportes del mun-do civilizado vino á caer en manos de los ar-madores holandeses. En el siglo xvn el co-mercio exterior de Holanda era tan conside-rable por sí sólo como el de todo el restode Europa, y poseia casi la mitad de la ma-rina que surcaba los mares. Désdej entoncesdatanv\us reveses.

En primer lugar, la energía de las demásnaciones se separó en general de la carrerade las armas para emprender la del comer-cio, lo cual destruyó el monopolio que Holan-da venía ejerciendo contra la naturaleza delas cosas, por negligencia délos que podíanhacerle ventajosa concurrencia. En segundolugar, bien que su gran comercio le propor-cionara los medios de continuar con buenéxito la guerra con España, los enormes im-puestos, que fueron su consecuencia, y lasluchas con Inglaterra y Francia, le obligaron

¡ á sacrificios que no pudo soportar su comer-cio, en decadencia ya. La Holanda perdiódesde entónces'la supremacía comercial quevenía gozando. Ni la ocupación francesa, nisu unión á Bélgica, pudieron devolverle suantigua prosperidad, y bien que haya visto

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204 REVISTA EUROPEA. — 17 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 286.

lucir mejores dias, después de separarse deBélgica, no es probable que recupere jamasla posición que ha perdido.

Pero si la historia de su comercio es másbrillante en lo pasado que lo será en el por-venir, no por eso deja de suceder hoy que eltráfico exterior de Holanda sea aún más im-portante, relativamente á su población, queel de cualquier otro país.

Para proteger sus relaciones, teniendo encuenta el número de sus habitantes, gastaaún hoy más en sostener su ejército y mari-na que ningún otro país de Europa, excep-tuando Inglaterra y Francia; y su deuda, de-jando aparte la de la Gran Bretaña, es ma-yor que la de cada una de las demás nacio-nes. Cierto que una [nueva decadencia co-mercial, una disminución en el número desus emigrantes, ó cualquiera otra causa pa-recida, aumentaría muy considerablementeel importe de sus cargas.

En una palabra, el bienestar futuro deHolanda, más aún que el de Inglaterra, de-pende, sin la menor duda, de la conservacióngeneral de las relaciones pacíficas comercia-les entre todos los pueblos, y del mayoracierto que tenga en evitar los gastos que leimpondría una guerra defensiva.

Sección quinta.

HISTORIA DEL SISTEMA ECONÓMICO DE BÉLGICA.

Bélgica ha sido notable por sus fábricasdesde el siglo de Cario Magno; y si Holandanos presenta el ejemplo más patente en lahistoria de la tenacidad en su modo de exis-tir de un pueblo mercantil, la Bélgica nosofrece una prueba no monos digna de aten-ción, de análoga tenacidad en una nación fa-bril, puesto que apesar de las grandes vici-situdefc que ha sufrido no ha dejado de bene-ficiar esa industria durante once siglos porlo monos. Este hecho es muy digno de serobservado; pero lo que le hace doblementenotable, es que durante esos once siglos, larama principal de la fabricación belga hadependido siempre de la importación de lasprimeras materias: los tejedores rfecibian laslanas de Inglaterra y de España, mucho ántes de ser conquistada la primera por losnormandos; y aún hoy casi toda la lana quese trabaja en Bélgica, es producción extranjera.

Excusado nos parece decir que, si bien lasmanufacturas belgas han existido por un pe

lodo tan grande, como sucedió con el co-mercio en Holanda, eso no quiere decir que,n diversas épocas, no hayan sufrido pérdi-

das de mucha consideración, y también de-adencia notable, debidas unas y otra á cau-

sas exteriores.Las industrias cuyos productos eran des-

tinados al Mediterráneo y á la India por lavía terrestre, claro es que debieron decaer ála par que decayeron Venecia y Genova. Peroya desde su origen, el mayor enemigo de laindustria flamenca ha sido de continuo lainstabilidad de las relaciones exteriores. Yahemos indicado que la riqueza de Flandesera debida en gran parte á la protección dis-pensada por la Liga hanseática, y que unaparte de su industria de lanas había emigra-do á Inglaterra á consecuencia, sobre todo,de las interrupciones mercantiles', que la Li-ga hanseática no podia evitar. Sin embargo,la situación interior de Bélgica, la falta deunidad en sus ciudades independientes, laexponían á ser presa fácil de una invasión.El toque de agonía de Bélgica se oyó cuandopasó al yugo de España: un mal gobierno,las persecuciones religiosas, el barcaje delEscalda que duró un siglo, fueron causasmás que suficientes para producir los ruino-sos resultados que sellaron la dominaciónespañola. Y si á eso añadimos que duranteel siglo siguiente fue la Bélgica en gran par-te el teatro de la guerra europea, habremosenunciado la decadencia de su industria ma-nufacturera. '

A la disminución consiguiente del númeroé importancia de sus fábricas, se debió, comoera natural, que los flamencos se dedicaraná la agricultura. A ejemplo de los franceses,y por causas hasta cierto punto semejantes,un gran número de campesinos belgas seconvirtieron en propietarios rurales; y ésafue una de las razones que impidió el aumen-to de sus habitantes en proporción demasia-do rápida.

Desde 1836 á 1856, fue muy pequeño el au-mento de la población rural, como indican losnúmeros siguientes:

En 1836 habia en Bélgica 3.261.456 habi-tantes rurales.

En 1856, 3.348.189.El aumento en 20 años, 86.733, ó sea 0'12

por 100 anual.Pero la población de las ciudades habia

aumentado en mayor proporción. Bajo la in-fluencia de la paz se habia despertado el an'tiguo espíritu manufacturero, apareciendo

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de nuevo con grande y creciente actividad.El desarrollo de una riqueza mineral, de ex-cepcional importancia, contribuyó grande-mente al aumento de sus elementos indus-triales; de donde resultó que durante el perío-do en que la población rural habia permane-cido casi estacionada, la urbana' habia creci-do mucho.

En 1836 consistía la población urbana en981.144 individuos.

En 1856, 1.181.374.Diferencia, 200.230, ó sea 1 por 100 al año.La proporción entre la población urbana y

la rural, ha cambiado gradualmente en losúltimos años: la de las ciudades, ó sea el ele-mento que crece con rapidez, ha aumentadoen importancia relativa, al paso que la rural,elemento estacionario, ha disminuido relati-vamente; de donde se sigue que la poblacióngeneral ha aumentado. La relación de esasdos clases de la población, es como sigue:

En 1836 era como 31 á 1001846 34 »1856 35 »

La relación del crecimiento de la pobla-ción general ha sido:

De 1836 á 1846. . . 0'22 por 100 al año.18 16 á 1856. . . 0'63 »1856 4 1860. . . 0'70 próximamente (1).

¿Y cómo se podría contener ese incesantecrecimiento? Mientras continúe la demandade brazos en las industrias mineras y manu-factureras, mientras las subsistencias sean

_ suficientes á su creciente población, ¿qué ba-rrera puede oponer á su mayor incremento?

Lo hemos dicho ya; Bélgica hace once si-glos era una nación manufacturera más bienque mercantil y marítima, y tal es aún hoy.Como lo ha dicho su rey. «El genio de estepueblo le conduce más bien á ejercer la in-dustria en su casa, que á exponerse á lasempresas marítimas».

Una nación sin marina mercante ni mili-tar, está expuesta á ser ultrajada por susvecinos, y en esa condición se halla Bélgica.Carece, en efecto, de buques de guerra, y su

(1) Aparece, pues, que en un país cuyo estrecho te-rritorio se halla más poblado que el de cualquiera otro.Estado de Europa, la extensión de la industria, y porconsiguiente el aumento de población urbana, han hechodesaparecer muy pronto los obstáculos que por muchotiempo habia opuesto á ese crecimiento el sistema de po-ster lo» campesinos las tierras.

marina mercante es de tan escasa importan'cia, que aunque se decuplase su tonelaje, nose hallaría en proporción con el valor de susimportaciones y exportaciones, si tomamospor base el tonelaje de la inglesa comparadoal tráfico de Inglaterra.

En compensación, Bélgica goza la ventajade una neutralidad perpetua, garantizada porlas grandes potencias: pero si su posiciónpolítica particular la dispensa de los inmen-sos gastos de armamento que pesan sobrelas demás naciones que no cuentan sino con-sigo mismas para defenderse, no la pondrá ácubierto de las calamidades que las querellasde los demás Estados causan al comercio delos neutros.

Como Inglaterra ha sufrido también gran-des crisis en algunos ramos de industria,que la guerra americana y las tarifas handestraido (carta de Mr. Sanford, del 10 deMayo de i861), y es casi indudable que subienestar futuro depende tanto como el de lasdemás naciones de la solución de los proble-mas del Derecho de Gentes, que son el objetode este escrito.

Sección sexta.

DE LA HISTORIA DEL SISTEMA ECONÓMICODE SUIZA.

La historia del sistema económico deSuiza presenta gran analogía con la de Bél-gica: desde el siglo xiv se ha hecho notarmás bien como manufacturera que comomercantil.

En Suiza, co no en Bélgica, la agriculturaha manchado paralelamente con la industria,ejercidas en las dos naciones por una razavalerosa y frugal de campesinos propieta-rios. Esas dos fuerzas, por decirlo así, hantrabajado simultáneamente: la una, con ten-dencia á poner obstáculos al acrecentamien-to de la población; la otra, con tendencia con-traria. Hay, en efecto, en Suiza, y tambiénen Bélgica, una población agrícola casi esta-cionaria, al frente de otra industrial que au-menta notablemente; así que el término me-dio del aumento anual en el cantón manufac-turero de Neuchatel, desde 1850 á 1860, hasido el 2'3; en el de Geneve, el 2'9; al paso queen el cantón agrícola de Grisons ha sido sóloel de 0'9. En el Tessin, donde las leyes espe-ciales se oponen á la subdivisión de la pro-piedad, hubo disminución. Si dividimos loscantones en dos clases, tomando, por ejem-plo, Appencell, Saint Gall, Thurgovie, Zurich,

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206 REVISTA EUROPEA. — 17 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 286.

Argovie, Bale, Geneve y Neuchatel comomanufactureros, y el resto como agrícolas,el acrecentamiento hataria sido:

Cantones manufactureros.

En 1850. . . 964.186almas | Aumento, 76.719 ¡

1860. . . 1.040.905 » \ ó sea 8 por 100 Ii

Cantones agrícolas. j

En 1850. . . 1.427.554 almas j Aumento, 41.035 !

1860. 1.468.589 ó sea 3 por 100

Sucede, pues, en Suiza, del mismo modo ¡que en Bélgica, que el elemento industrial ó |creciente predomina poderosamente'sobre el Iagrícola ó estacionario de la población. >

Sección sétima. íi

RESULTADO CENERAL EN CUANTO Á LO QUK jPERTENECE Á LAS NACIONES MÁS DEPEN-DIENTES DEL COMERCIO EXTERIOR.

Resumiéndolos resultados principales deeste estudio ' sobre la historia del sistemaeconómico y el porvenir de las naciones másdependientes del comercio exterior, diremos:

1.° En lo pasado nos muéstrala historiade la manera más clara la tenacidad del modode ser, que ha distinguido su comercio y suindustria. 2.° Han tenido que sufrir grandespadecimientos, á causa de esa dependencia yde la interrupción de ese comercio en épocasdiversas; sin embargo, lian sobrevivido á to-dos ellos. 3.° Es evidente que su dependen-cia se estrecha más y más, y por lo mismose hallan más y más expuestas también ásufrir de nuevo en lo porvenir.

Semejantes resultados, en fin, parecepser la inevitable consecuencia de los hechosque nos refiere la historia; y, habiéndoseproducido bajo el imperio de leyes naturales,se producirán siempre, apesar de los obs-táculos que se pretenda oponerles. Los go-biernos no podrán impedir esta dependencia,como no podrán impedir que la marea suba;la corriente de la historia seguirá su mar-cha, aun cuando ellos se opongan con suslegislaciones. La red de la dependencia recí-proca se aprieta más y se complica más cadadia, entretejiendo sus hilos antes separados.El mecanismo harto burdo del sistema ac-tual, por el cual se rigen todavía los pueblos,responderá cada vez monos á las necesida-des de nuevas circunstancias.

Sea cual fuere la obstinación de nuestros

hombres de Estado en sujetarse á las tradi-ciones diplomáticas, sean cuales fueren susesfuerzos por conservar el Derecho de Gen-tes existente, no parece probable que las le-yes naturales vengan á conformarse á esossistemas ordinarios en sí, ni á esas formasañejas ya. Y si los hechos y las leyes natu-rales no vienen á conformarse con el Dere-cho de Gentes actual, parece evidente, muyprobable por lo monos, que el sistema segui-do hasta ahora venga á conformarse con loshechos y las leyes naturales.

Sección octava.

DE LAS NACIONES QUE SE BASTAN Á SÍ MISMAS.DE LA FRANCIA.

Dejando por ahora aparte las nacionesmás dependientes del comercio extranjero,para observar la historia económica y latendencia de las que no han salido aún com-pletamente del estado en que los pueblos sebastan á sí mismos, no creemos necesarioentrar en un examen detallado de la condi-ción de cada una de ellas en particular; peroia situación de Francia es tan singular, ytan importante al propio tiempo, que convie-ne consagrarle una sección aparte.

Francia entró al mismo tiempo que Ingla-terra en el período de la existencia feudal,independientemente de los otros pueblos.•Poseía ya en el siglo xiv fábricas de lencería,de tejidos de lana y de seda. Dícese que losterribles males causados por la epidemia de1348, redujeron su numerosa población, pocomás ó menos en la misma proporción que enInglaterra. Teniendo presente los que en estepaís ha hecho sufrir esa calamidad, no po-demos dudar que esos relatos se funden enlos hechos; pero los resultados de la comúndesgracia no han sido idénticos; no apareceque hayan tenido en Francia, como en 1Gran Bretaña, una relación tan íntima con laemancipación de los siervos. Existen, es ver-dad, un gran número de cartas de emancipa-ción, anteriores ó posteriores á la peste; perola historia nada nos dice, como nos lo dicerespecto á Inglaterra, que tenga relación áesas numerosas emigraciones de los camposá las ciudades de los siervos manumitidos ófugitivos. Lo probable es que ni la prosperi-dad <le las ciudades ni el número de estable-cimientos industriales pudieran produciresos resultados. La manumisión,, en virtudde aquellas cartas, implicaba generalmentela propiedad del suelo, como sucede en núes-

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NÚM. 286. F. SEEBOHM.—DE Í.A REFORMA DEL DERECHO DE GENTES. 207

tros dias respecto á los manumitidos en Ru-sia. No se les separaba del terruño, al con-trario de lo que pasó en Inglaterra. En cuan-to al hecho, en Francia, del estado de servi-dumbre pasaron á la condición de propieta-rios cultivadores.

Al contrario de lo que sucedía en la GranBretaña, donde el numero de propietarios la-bradores disminuía de siglo en siglo, so veíapor el curso de su historia que en Francia, áconsecuencia de diversos acontecimientos,aumentaba esa clase. Por ejemplo, cuandoen tiempo de los Tudor, los señores territo-riales despedían los que trabajaban sus tie-rras para establecer en ellas grandes prados,á fin de dedicarlos á la cria do ganado, en

. Francia, las tierras de la nobleza, empobre-cida, pasaba á otras manos, sibdividiéndoseincesantemente. Ademas, las persocucionesreligiosas, que arrojaron de Francia los pro-testantes que trabajaban la seda, y l'ueronnáaumentar la población manufacturera in-glesa, no sólo disminuye con la proporciónde las clases industriales, sino que ligaronmás y más al suelo á los que le cultivaban,y por consiguiente creció la subdivisión. Porúltimo, la gran revolución francesa inaugu-

• róotra era, durante la cual, los que. trabaja-ban los feudos se hicieron sus dueños. El re-sultado, pues, ha sido que esa clase en Fran-cia, compuesta de cinco ó seis millones dehabitantes, de los cuales cuatro quizá sonpropietarios, posee, según . se dice, la terce-ra parte del territorio francés.

Los prolongados períodos de guerras civi-les y extranjeras, las persecuciones roligío-las, las revoluciones políticas, quo caracte-rizan la historia de Francia, y la carencia degrandes riquezas minerales se han opuestoal acrecimiento de su población. Al paso queen Inglaterra se dividen casi en partes igua-les entre las ciudades y el campo sus habi-tantes, en Francia parece que en las ciuda-

. des de más de 15.000 almas no reside sino laquinta parte de su población.

La Francia, cuyas cuatro quintas partesde población se componen de familias rura-les, viviendo, en sus propias tierras, en lacondición de agricultores propietarios (la máscontraria al desarrollo de población), pa-rece haber heredado de su pasado históricoprecisamente la condición económica, quetiende naturalmente á restringir el númerode habitantes en límites proporcionados á laextensión de sus fronteras, y á permanecer,por consiguiente, durante, un largo período

de años, en la condición de existencia nacio-nal de los pueblos que se bastan á sí mismos.

Así ha sucedido que Francia, hasta estosúltimos tiempos, gracias a las indicadas cir-cunstancias, se ha conservado, respecto ápoblación, en el estado más estacionario en-tro todos los pueblos civilizados, exceptuan-do Austria y Portugal. El censo de 1856 reve-la con sorpresa que, durante el quinquenioanterior, no Jiabia aumentado nada en pobla-ción.

Pero, apesar de todas esas concausaseconómicas, ¿se perpetuará Francia en eseperíodo de existencia independiente de lasdemás naciones? Nos parece imposible.

El censo de 1856, si bien revela que la po-blación general de Francia no habia aumen-tado, rovela también que no es una excep-ción en cuanto á la tendencia universal delas naciones modernas hacia la,preponde-rancia numérica de la población urbana, ele-mento de crecimiento si se compara al ele-mento rural ó estacionario. Aquel censoprueba también que este último elemento'habia disminuido mucho en cantidad, al pasoque el primero habia aumentado de un modoconsiderable, principalmente debido á lainmigración de los habitantes campesinos.Si tal estado de cosas continuase, se llegaría,en fin, al punto en que el elemento urbanoexcediera en número al rural, y el aumentototal sería la consecuencia precisa.

El censo de 1861 indica que ha llegado yaese caso, puesto que los cinco años que hanseguido al de 1856, nos dan la población ge-neral aumentada, con una rapidez doble ótriple # l a de los cinco años precedentes.

Si se continúa aplicando las leyes econó-micas, sin ser contrariadas por esos cam-bios políticos tan frecuentes, que presentanla estadística francesa bajo incierta base, nopodemos dudar que en el porvenir aumenta-rá progresivamente su población.

El valor de sus exportaciones y de susimportaciones, relativamente al número desus habitantes, nos presenta ya un nivelmás elevado que el de las demás naciones in-dependientes, bajo el punto de vista de lassubsistencias; y á excepción de Italia, supoblación es más densa que la de las otrasnaciones de la misma categoría.

Casi cada dos años deja de producir loscereales que necesita para su consumo, yclaro es que depende del extranjero para cu-brir ese déficit.

i Los salarios de medio millón de operarios

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frameses dependen ya de las importacionesde algodón de América, y ahora mismo pa-decen como nosotros, á causa de la guerraseparatista.

Las doctrinas del librecambio penetranya en Francia, y concluye tratados de comer-cio, á fin de destruir las barreras que hastaahora contrariaban el derecho natural, en-torpeciendo el comercio exterior.

Comienza realmente á entrar en una po-lítica que concluirá por aumentar su depen-dencia de las demás naciones; y una vez que,haya levado el ancla y entregádose á la co-rriente, dificilísimo será que vuelva su vistaal caduco sistema de política feudal, en elcual los pueblos se bastan á sí mismos; sis-tema que hasta época muy reciente venía si-guiendo con gran resolución.

Sección novena.

DE LAS DEMÁS NACIONES QUE SE BASTANÁ SÍ MISMAS.

{

Respecto á las demás naciones que sebastan á sí mismas, el objeto que nos propo-nemos exige sólo tres observaciones:

1.a En general no presentan ninguna ex-cepción á la regla siguiente: En todo país lapoblación urbana ó comerciante es la queaumenta, al paso que la clase rural es la quedisminuye. Pero como todos los hechos que .vemos producirse tienden al predominio delcomercio y de la industria, la consecuenciaque habrá de deducirse es muy clara, estoes, que aun en esas mismas naciones, sibien con paso más ó menos lento, se marchahacia la dependencia general.

2.a Por largo que sea el período en que lospueblos se conserven en el estado que sebastan á sí mismos, en cuanto á subsisten-cias; por distantes que se hallen de pensaren depender de un comercio exterior, en pro-gresión siempre ascendente, su condición ysus intereses á este respecto no difieren ennaturaleza, sino en grado únicamente, de losde la mayor parte de las naciones más de-pendientes. La práctica pacífica del comercioexterior es para ellos de considerable impor-tancia siempre creciente, aunque no cuestiónde vida ó muerte, como lo es para las nacio-nes más dependientes. La suspensión de esecomercio por algún tiempo, cualquiera quesea la causa, puede producirles algún daño;pero la herida que recibirían sería menosgrave que la de igual naturaleza, pero en mu-cho mayor escala, que recibirían las naciones

más dependientes. Hay que tener presente,sin embargo, que así las naciones como losindividuos, no sólo se precaven de ordinariocontra los grandes males, sino también con-tra los ,que no lo son tanto; se preocupan desu conservación y su progreso, tanto comode prevenir su ruina.

3.a Se puede notar,'ademas, que si causasiguales exteriores influyen menos sobreellas como naciones, que sobre las más de-pendientes de ese comercio, por otra parte,su posición geográfica y política son causade que los dedicados al comercio corran ma-yores riesgos y se hallen más expuestos á laruina que la clase comerciante de otros pue-blos (1). La guerra, los temores de guerra,aunque sea lejana, paraliza muchas veces suindustria, y ésa es en muchos casos la causa'principal que, contra la ley natural, conser-va todavía á esas naciones en el estado quese bastan á sí mismas, al paso que si fueranlibres de seguir sus verdaderos intereses sinser contrariadas por causas políticas ó ex-tranjeras, habrían pasado ya al estado másdependiente de las relaciones comerciales ex-teriores.

Los argumentos anteriores prueban quela prosperidad futura, aun la de aquellas que .mejor viven con sus propios recursos, estáligada, hasta cierto punto por lo monos, ínti-mamente con la de las demás naciones,respecto á la solución de los problemas delDerecho de Gentes expuestos en las pági-nas siguientes, sobre los cuales llamárnoslaatención del lector.

FREDEFUCK. SF.EBOHM.

Continuará.

(1) La política de aislamiento, la de aranceles restric-tivos, la que apadrine privilegios, monopolios, etc , pue-de en efecto, ya sea que se basten á sí mismas, ya seanlas más dependientes del comercio exterior las que le si-gan, ocasionar la ruina, en mayor omenorescala.de s icomercio; eso ae comprende perfectamente; pero que lasmismas causas exteriores arruinen más á los comercian-tes de las naciones que se bastas á sí mismas que á lasque no, por la posición geográfica que éstas ocupan, nose comprende. Espaüa, Francia, Italia, Prusia, Aus-tria, etc., son naciones que S8 bastan á sí mismas, se-

¡ gun M, Seebohm; pues bien, si ee verificase un conflictograve entre Rusia y los Estados-Unidos, por ejemplo,¿se arruinaría en mayor escala su comercio que el de Horlanda, Inglaterra, Bélgica 6 Suiza, naciones más depen-dientes del comercio exterior, según el mismo M. See-bohm? Más de creer sería lo contrario. —B. E.

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NÚM. 286. DICK DH r . .—EL NIHILISMO. 209

EL N I H I L I S M O

mLOS RECURSOS DE LA RUSIA.

Dias después del atentado del 2 de Abril,por vez primera desde los comienzos de laexcesivamente larga serie de las lúgubrespromesas hechas por los nihilistas, la socie-dad rusa.se manifestaba verdaderamente in-dignada, y entonces no se trataba de protes-tas oficiales. La mayor era la simpatía quela persona del Monarca habia inspirado. Con-vínose en que aquello era demasiado. Enton-ces apareció el último número del üfleial delos sectarios Zernlia i Volia. Era el 8 de Abril.Este número.estaba redactado en una formanueva; sin renegar del pasado, el comité ó elque tal nombre se daba, hacía ostentación deuna moderación desconocida. Todo el perió-dico estaba dedicado, por decirle así, á expo-ner lo pasado. Los nombres de ios encarcela-dos, su actitud frente á la instrucción, y laenumeración de aquellos á quienes aún per-seguía la policía: nada más.

Desde este momento se verificó un cam-bio radical: no se cometió atentado alguno, ydesaparecieron las publicaciones clandesti-nas. Hubiérase podido creer que una fuerzasobrenatural habia hecho desaparecer la agi-tación socialista.

¿Es esto conveniente? Sí y no.Sí, si sólo se considera el Nihilismo como

la agrupación de fanáticos redomados, cuyaúnica misión y objeto definitivo consiste enel asesinato político.

No, si es necesario concluir de la tranqui-lidad presente una calma definitiva, y del 6r-den momentáneo que se disfruta deducir laposibilidad de alcanzar de nuevo la quietudqne se disfrutaba en los primeros años delreinado del emperador Alejandro II.

Posible es, casi probable, que no haya másasesinatos; pero el odio de los descontentos,del cual ha sido el Nihilismo manifestaciónextrema, subsiste.

El nuevo sentimiento que ha crecido ydesarrollado en estos últimos años en el co-razón de toda la sociedad rusa, no ha cam-biado de naturaleza, y si no han aumentadolos nihilistas, los que los han animado, losque han armado sus brazos, tampoco han dis-minuido.

TOMO XIV.

La persona del Czar na corre seguramen*-te peligro, pero su autocracia, con el séquitode arbitrariedades y de opresiones qu©, ¡leacompaña, ha perdido en las clases ilustra-das sus últimos adeptos.

Las deplorables condiciones económicasen que se encuentra Rusia, son causa muyimportante de este formidable descontento, yrespecto de este punto, la opinión es unáni»me en Rusia. .

Discútese acerca de los medios más ade-cuados para combatir el mal, y nadie ponecuidado en comprobar su existencia. Por lodemás, para hacer callará los más tercos enla contradicción, bastará con recordar qufelarenta 5 por 100 rusa estaba á 56 cuando seconvirtió el papel-moneda en dinero. Estesolo dato bastará para demostrar el tristeestarlo de la riqueza pública en ese gran pue-blo, si no fueran conocidas de antiguo lascomplicadas causas del malestar general.

Apesar de la tradición siempre respetadade las inmensas riquezas naturales del país,y que la vanidad nacional de los rusos, nomonos que la falta de datos positivos cono-cidos en el extranjero, ha contribuido á acre-ditar, la Rusia es y será siempre un país na-turalmente pobre, comparado con las demásnaciones europeas.

*" * *

Desde la frontera Oeste hasta San Peters-burgo atraviesa el ferrocarril cerca de la mi*tad de la longitud del Imperio; y es difícilformarse idea de algo más triste: cabanasmiserables, un pueblo andrajoso, barrancos,campos arenosos con praderas pantanosasde trecho en trecho, algún centeno y trigo inegro por toda producción. Este triste estadocondena al país á una pobreza sin esperan-za de término. •

Cuando se salva el Duna y sesa ledelasprovincias polonesas, el paisaje se presentaen una aridez que desconsuela. Los bosquesdesaparecen, hállanse á cada paso pantanosy hornagueros; toda huella de cultivo des-aparece: algunas cabanas aisladas dan á co-nocer que este verdadero desierto está habi-tado.

Todo el Norte de la Rusia es sólo una vas-ta toundra, cuyo suelo hasta un metro deprofundidad permanece constantemente cu-bierto de hielo.

El Sur, que produce cantidades enormesde trigo, del cual surte al resto de Europa, y

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210 REVISTA EUROPEA.—17 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 286.

de estiércol, muy fértil, al cual seda el nom-bre de terroniere^ se ve esterilizado con fre-cuentes sequías. Algunas provincias del cen-tro del Imperio, la Curlanda y las provinciasoccidentales del Imperio, pueden ser compa-radas solamente y sin mucha verdad con elresto de la Europa, bajo el punto de vista delcultivo, y sin embargo la agricultura consti-tuye la principal, si no la única fuente de ri-queza de ese país. •

Existen minas muy ricas, pero la mayorparte están sin explotar, y merced á concur-so de:circunstancias que no es de este lugarenumerar, la mayor parte de las que estánen explotación no producen á sus propieta-rios más que disgustos y cuidados.

No es la naturaleza única causa de la po-breza general. El carácter del pueblo entraen ella por mucho; el obrero y el labriego sonpor lo general inteligentes y rectos, pero suindiferencia iguala á su pereza.

Trabajar lo menos posible, libar con ex-ceso, si los medios concurren á este fin, elwodki y el kvas, y por último, aspirar al bieneterno haciendo el signo de la cruz, esa es suexistencia, y no la comprenden de otra ma-nera.

Cierto es que la religión ortodoxa y elc ulto de la familia imperial, les imponenciento ochenta y seis dias feriados por año,entre fiestas de Santos y fiestas del Empera-dor, de la Emperatriz: y del Gran Duque he-redero, aniversarios de la coronación, del na-cimiento, délos atentados, etc., etc. La incle-mencia del clima aumenta los citados diasen que el trabajo no es posible.

Aun cuando sintieran envidia el obrero yel labriego rusos, no, realizarían la terceraparte de las obras que llevan á efecto sus ca-maradas de Francia ó de Inglaterra.

No es el obrero el único que huelga; losleñadores del Estado, los ministerios, las ad-ministraciones siguen el ejemplo y permane-cen cerradas en los dias consabidos.

En parte alguna del mundo se descansatanto como en, Rusia. En parte alguna tam-poco es tan grande la distancia que separalas clases privilegiadas del pueblo.'

J^as condiciones económicas de esas dosposiciones desiguales de un mismo puebloson igualmente absurdas.

Él moujik es frugal hasta la exageración,excepción hecha de las bebidas, que son eter-no motivo de asombro para el extranjero.

Un pan que contiene más salvado que ha-rina, mal amasado y negro como tinta; pas-

teles diluidos en agua, y toda suerte de detri-tus llamados" Aigri (Kraehenvié), y que estánsimplemente en descomposición, componenla base de su alimentación, en la que no figu-ra la carne más que en las grandes festivi-dades.

El Oficial del mes de Febrero último, enuna circular dirigida á los habitantes de lasprovincias del Sudeste del Imperio, les re-comendaba la abstención, con preferencia ála mezcla de sus alimentos con pescados po-dridos conservados en un rincón de sus cho-zas, y llamados dousehka en el patois nacional.

Sin el aguardiente de granos, con cuyoolor se embriaga conscientemente, siempreque sus medios se lo consienten, el moujikruso sería el trabajador más económico quepodría hallarse en Europa.

Si del hombre del pueblo se pasa á la cita-se superior, la nación parece otra. Trajes,usos, costumbres, alimentos, todo es com-pletamente distinto.

El noble y el czinowik siguen lo moda deParis; sus mujeres y sus hijas aprenden elidioma, y si en el fondo son rusos y muy ru-sos, afectan las formas y las maneras de uneuropeo.

En las clases más elevadas de Rusia senota con especialidad este empeño, sólo quecomo por lo general han adoptado los viciospropios de la nación cuya moda siguen y con-servado todos los suyos, acontece que, conraras excepciones, casi toda la alta clase deRus ;a gasta más de lo que permiten sus me-dios y se arruina á sabiendas lo más siste-máticamente posible. Este hecho de ordeneconómico es quizá la causa predominantedel descontento general.

Nada dispone á la crítica como los disgus-tos de la vida material. Nobles y czinowikslos sufren, y muchos han recorrido la mayorparte del camino que conduce á este estado.

Antes de la emancipación, la servidumbrebastaba para todo. El siervo trabajaba parael noble, para el czinowik; era gratuitamentecriado, cocinero, cochero, y á veces secreta-rio ó intendente; en este último caso, eracostumbre en cierta parte del Imperio no cas-tigarle con el palo.

El düoraniñe (noble), que se arruinabacomo oficial de la guardia, donde no habia sa-bido economizar la importante renta que leproducía su puesto de czinowik, regresaba

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á su tierra (Promiestié), y vivia á veces enuna medianía oscura, pero siempre sin tra-bajar.

La "emancipación de los siervos concluyócon todo esto. En un principio no se dieron áconocer todas las consecuencias económicas.La libertad de los villanos era obtenida mer-ced á cierta suma qué el gobierno se encargóde pagar á los nobles. Así se vivió durantealgunos años.

Después se obtuvo por una serie de Ban-cos agrícolas. La inmensa mayoría de losnobles interesó en ellos sus tierras y recibiósumas considerables que proporcionaron to-davía algunos años de lujo y de vida fácil.Era el segundo acto de 4a ruina. El tercero yúltimo se desarrolla en nuestros dias.• Los nobles, cargados de deudas, empiezan

hoy á vender sus tierras, que compran algu-nos moujiks emprendedores ó usureros ju-díos. El gobierno mismo se conmovió, y últi-mamente se redactó una circular disponien-do el registro de las tierras que habían cam-biado de este modo de propietarios. Pero laruina de toda una clase no se verifica sin sa-cudidas ni sin provocar una exasperaciónjustificada en parte por la conducta seguidapor el Gobierno.

El noble veía desaparecer sus tierras, ysabía sobradamente que, arruinado más ómonos tarde, no podría recobrar una tierraque había dejado de ser plantel de esclavos,para convertirla en explotación imposible,sin conocimientos especiales y capitales so-ciales. El czinowik no podia tampoco agotarla caja del Estado ó el bolsillo del contribu-yente y reponerse de este modo en algunosaños á expensas del Karna matouchka.

Unos y otros no vieron que esto era el finde un mundo, el de la esclavitud, y el princi-pio de una nueva era. Comprendióse perfec-tamente que el trabajo gratuito de los escla-vos era una mina sin fin, y que si la malba-ratacion de la hacienda del Estado podia con-tinuar por largo tiempo en Rusia, los robosimportantísimos que habían antes hecho lafortuna de los antiguos czinowiks, hoy eranpunto monos que imposible. Pero se quiso des-conocer que recursos semejantes exigían im-periosamente una vida más modesta, y queera imposible .ajustarse al lujo asiático de la'corte de Rusia, cuando ésta misma no dispo-nía más que de recursos ordinarios de lospropietarios ó de los empleados europeos.

En lugar de reducir sus gastos, de abrirlos ojos*y de reconocer por último que en unpaís pobre, donde la explotación de la naciónentera por dos pequeñas clases llegaba a sufin, era de rigor acomodar su vida á estos lí-mites, toda la aristocracia rusa se hizo soña-dora de riquezas imaginarias y se lanzó re-sueltamente á nuevos desórdenes: empresascomerciales, caminos de hierro, sociedadespor acciones, etc., etc., á través de. los cua-les se tocaban montones de oro para el por-venir, pero cuyo resultado fuó adelantar laruina de los nobles, enriquecer á muchos ju-díos y llevar anto los tribunales algún ladrónque entendió podia hacer con la caja de lacompañía lo que sus padres habían hecho Conla del Estado. Este escándalo se ha hecho co-tidiano en Rusia.

Ya es un cajero que disfruta 10.000 rublosde sueldo quien durante tres años se presen-ta con un tren de príncipe, recibe á su mesaá grandes duques, da fiestas que cuestanhasta 300.000 francos, y acaba por dejar.undéficit de ocho millones en caja; ya es unabanca cuyos administradores se reparten elcapital; ya una administración de ferroca-rriles que pide sobre falsos valores, etc. *.

Durante algunos años, hanse visto unadocena de grandes bancas agotadas^ vendi-das por sus directores, y sólo excepcional-mente ha podido intervenir el procuradorimperial: casi siempre la junta de accionistasha sido impotente, y los culpables siguen dis-frutando déla impunidad más completa.

Espectáculo frecuente suele ser tambiénen Rusia el de empleados de ínfimo sueldo yde escasa fortuna personal, que mantienencarruaje, pagan abono en la Ópera, invitaná muchos á su mesa, ya sirvan en Hacien-da, en Guerra, en Trabajos públicos ó en lacorte; en una palabra, allí donde pueda dis-traerse alguna cosa. Pero excepción hechade algunos millares de tchowiks que logranvida desahogada merced á la Hacienda ó á la"impotencia de los accionistas, la masa gene-ral no prospera. Vése arruinada, no sabe óno quiere mejorar, y ante las cargas que seelevan, los impuestos que aumentan y la ca-restía que crece incesantemente, pierde larazón, y en vez de atribuir sus males á sus .propios defectos, los achaca al gobierno delEmperador.

Esto es tanto más natural, cuanto que si

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212 REVISTA EUROPEA. — 1 7 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 286.

nobles y tchowiks han sido y continúansiendo lok autores de su propia ruina, el Go-bierno hb queda eximido de culpa. Es de laesencia misma del absolutismo subordinarlas cuestiones económicas a la influencia ex-terior ó al esplendor interno.

Pero alli donde un autócrata puede deuna plumada gastar á manos llenas el oro yla sangre de sus subditos, es difícil que resis-ta siempre á una tan grande tentación.

No se conoce en la historia de la humani-dad un poder tan absoluto, tan completamen-te despótico, como el de los emperadores deRusia; en parte alguna tampoco los sobera-nos más favorablemente dispuestos á lo quecreían podia contribuir á la grandeza de supaís, no se han despojado con tanto desinte-rés de su bienestar material.

La gloria de los ejércitos, el buen aspectodéla administración, la influencia rusa entrelos eslavos, semisalvajes de los Balkanes,preciso es decirlo, la suerte del ciudadano,han sido la grande preocupación de ese reino.

Respecto á los gastos de todas esas be-llas empresas, eran los que-debian ser. Sa-bíase que la nación pagaría sin murmurar, yera por lo tanto perfectamente inútil preocu-parse de ello.

Por utra parte, el emperador de Rusia nosufre observaciones, y gusta de que marchensin dificultad ni trabas los diferentes servi-cios dé su administración.

ASÍ, cuando la guerra de Oriente, acabó dedestrozar la ya quebrantada Hacienda; paraevitarse cuidados, adoptó como medio nom-brar ministro de Hacienda á un general decaballería.

Este sistema, constantemente empleadoen Rusia, donde el Soberano quiere ante todoi 'íner en los ministerios gentes que resuel-van inmediatamente, asegura una gran uni-da,d en el mando. Esta ventaja parece tanpreciosa que háse llegado á confiar el Santo-Senado, especie de Sagrado Colegio de la re-ligión rusa, a u n oficiar de húsares. Sin em-bargo, no es menos incontestable que estamanera de proceder conduce á los más de-plorables1 resultados económicos.

Los militares son irreemplazables paratodo lo que sea caso de obediencia, pero enpuntos de economía política y de gestión eco-nómica, de nada sirven los recursos que seemplean para el mando de un escuadrón.

Así füé que las operaciones que el gene

ral Greig, hecho ministro de Hacienda, reali-zó, dieron por resultado patente una depre-ciación en plena paz del papel-moneda ruso,tan grande como no se habia conocido entiempo de la guerra.

Pero si el Emperador, siguiendo las tradi-ciones de los soberanos rusos, continúa co-mo hasta aquí eligiendo á la casualidad deentre sus generales administradores, diplo-máticos, hacendistas, marinos y hasta teó-logos, como otros soberanos absolutos de lasorillas del Bosforo confian iguales puestosá sus portapipas preferidos, no son idénticoslos resultados. Los orientales se resignansin alzar la voz; los rusos murmuran. Todosno se satisfacen con reformas ligeras; el vie-jo general Grunwald exclamó levantando lasmanos al cielo, cuando supo que habia sidonombrado ministro del Interior el generalT...: «¡Loado sea Dios y el Czar! Por fin se ha-ce á un caballero guardia; hasta ahora no sehabían conocido mas que guardias á caballa!);

Pero hoy la dificultad es mayor.Los propietarios, los comerciantes, los fa-

bricantes, los estudiantes que ven sus fortu-nas, sus ahorros y su porvenir á merced delas disposiciones irresponsables de un admi-nistrador con charreteras, llegan á decirseque no es tal vez absolutamente necesariohaber hecho las delicias de los salones de lacorte para adquirir de la noche á la maña-na el talento para resolver cuestiones que leeran desconocidas ocho días antes; y porenorme que esto pueda parecer en Rusia,afirman públicamente que los negocios mar-charían quizas mucho mejor si para lascuestiones de Hacienda fueran consultadosbanqueros, para la religión teólogos, y parala administración hombres independientesque no ambicionasen despojar a} Tesoro.

Todas las clases, todos los rangos, todaslas edades, excepción hecha del moujik, sién-tense fatigadas del absolutismo y de los ge-gerales hechos de improviso hombres de Es-,tado.

Pero si los nihilistas, los socialistas exa-gerados ó criminales, preconizan el hecho deBakounine, todo el mundo ilustrado de Ru-sia desea y espera con impaciencia amena-zadora lo que se cree único remedio contrael desorden moral y económico del país: «unaConstitución».

DICK DE L.

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M. M. DELACOÜR Y ROGER»- •*LA8 DE CAÍN. tíff

viene

LAS DE CAÍN* -

JUGUETE CÓMICO

Csaslusion.

ESCENA XII.

Dichos, Doroteo y Petra.PETUA volviendo á salir eon Doroteo que vienedespeinado, manchado y eon el traje en el ma-

yor desorden.

Le repito á usted que la señora está sola...Pase usted.

EMILIA.

Pase usted, sí señor, pase usted.DOROTEO.

Aquí me tiene usted, señora.

CARRATRACA.

(Jesús! Y por un hombre así se falta h unhombre como yo!)

EMILIA.

Puedes irte, Petra.

CARRATRACA.

(Quiere quedarse á solas con él!)DOROTEO.

Usted me perdonará que me presente deeste modo y con tanto retraso...

EMILIA.

Sí; como usted en su carta me ofrecía ve-nir á las nueve, yo comenzaba ya á deses-perar. ..

DOROTEO.

Un accidente imprevisto y terrible... Hecomido algo tarde... Quise tomar el tranvíaal ver que estaba lloviendo, y considerandoque usted me esperaría con impaciencia...

(Fatuo!)CARRATRACA.

DOROTEO.

Di voces al conductor para que se detu-viese; no me hizo caso, eché á correr, alcan-cé el coche, me agarré á la barandilla, quetestaba muy mojada, se me escurrió la manoy caí rodando por el suelo.

EMILIA.

Qué fatalidad!CARRATRACA.

(Y no se habrá roto nada!)

DOROTEO.Dos transeúntes caritativos acudieron á

socorrerme. Yo me desmayé... no sé sin conel susto ó con la violencia del golpe... ó conlas dos cosas... •

(Pobrecillo!)EMILIA.

DOROTEO.

Y al recobrar el sentido en una boticadonde me metieron, mi primer pensamientofue para usted. "

CARRATRACA.

(Que no hubiera sido yo el boticario!...)DOROTEO.

Apenas pude andar, me puáé én movi-miento, y aquí me tiene usted en una facha,poco decente, sin duda, pero dispuesto á obe-decerla en cuanto me mande-

(Títere!)CARRATRACA.

EMILIA.

Tal como está usted no puede presentarseen el salón. Entre usted en el cuarto de mimarido. (Señalando la puerta de la izquierda.)

Ahí encontrará cepillos y peines... y ahoramismo voy á mandarle á usted un vaso deagua de limón... Esto le entonará á usted elestómago y le dará fuerzas. ,-

DOROTEO. V

Gracias, señora, gracias!, No, sé cómoagradecer á usted... (Entra por dichq, puerto..)

EMILIA.

Pobre muchacho! (Se vapor el fondo.}

ESCENA XIII.

CaAatraca y Doroteo. Después Petra.

CAURATRACA.

(Cómo le cuida!... Con qué ínteres!...) (Ba-jando al centro de la escena y abriendo lapuerta izquierda.)

Salga usted, caballero.DOROTEO.

Señora?... Ahí (Presentándose eon unéé-pillo en la mano.)

CARRATRACA.

Déme usted ese cepillo. (Quitándoselo brus-camente.) No esperaba usted encontrarseconmigo aquí, verdad?

DOROTE,O-

Efectivamente, yo...CARftATRAOA.

Basta de rodeos! Usted ea don DoroteoPizcueta?...

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«4 REVISTA EUROPEA, - r 17 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 286.

DOROTEO.

Servidor de usted.¡ CARRATRACA.

Gracias: usted no me sirve á mí de nadamás que de estorbo!

DOROTEO.

(Este hombre no está en su juicio.)

CARRATRACA.

Yo soy el señor de Carratraea, señor mío.DOROTEO.

(El dueño de la casa.)CARRATRACA.

Y no necesito decir á usted que estoy fu-rioso...

DOROTEO.

(Será á causa de mi retraso...)

CARRATRACA.

Y dispuesto á que las cosas no queden así.DOROTEO.

Yo creía tener algún derecho á la indul-gencia de usted... y contaba con ella., CARRATRACA.

(Contaba con mi indulgencial Qué des-caro!)

DOROTEO.

Porque hay desgracias que le pasan ácualquiera...

CARRATRACA.

Esto es demasiado!DOROTEO.

Toma usted las cosas tan á pechos, caba-llero^..1 *

PETRA.

Aquí está el refresco. (Saliendo.)CARRATRACA.

Qué refresco es ése?PETRA.

El que la señora envía para este caba-llero,

CARRATRACA.

Llévatelo. Este caballero no quiere nada.DOROTEO.

Perdone usted; la señora me lo enviaba

'Alargando la mano haeia la copa. Carratraease la hace retirar.)para hacerme cobrar algunas fuerzas ...

; la hace retiroCARRATRACA.

Te he dicho que este caballero no quierenada. (A Petra.)

DOROTEO.

Bien. Cuánd® usted lo dice...CARRATRACA.

Acabarás de irte? (Petra se va por el fon-do.) Acabemos, señor de Pizcueta. Voy á en-viarle á usted al momento á uno de mis ami-gos... al capitán Revuelta.

DOROTEO;

Muy señor mió. No tengo el gusto de co-nocerle...

CARRATRACA.

Pronto le conocerá usted perfectamente.El le dirá lo que ambos exigimos de usted. "

DOROTEO.

Crea usted que yo estoy dispuesto á hacercuanto sea posible para reparar...

CARRATRACA.

Basta: ni una palabra más.DOROTEO.

Como usted quiera. (Qué tio!)CARRATRACA.

Ahora, entre usted ahí en mi cuarto...DOROTEO.

Es que ya es muy tarde y...CARRATRACA.

Entre usted ahí, le digo (empujándole) ycoloque esto en su sitio. (Dándole el cepillo.)

DOROTEO.

Está bien. (Maldito tranvía!)CARRATRACA.

Entre usted!DOROTEO.

(Y maldita casa!)

ESCENA XIV

Carratraea y Clotilde.

CARRATRACA. *

Uf! Vamos á avisar al Capitán.CLOTILDE.

Papá, papá, ya ha llegado! (Saliendo muydeprisa por el fondo derecha.)

CARRATRACA.

Sí...Ya lo sé! ya lo sé!... y voy á avisar áRevuelta en este momento.

CLOTILDE.

Al Capitán? Para qué?CARRATRACA.

Para que se explique con él.

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NUM. 286. M, M. DELACOUR Y ROGER. —-LAS DE CAÍN;

CLOTILDE.

Pero á tí es á quien corresponde...CARRATRACA.

No te digo que no; pero el Capitan'ha que-rido encargarse de este asunto.

CLOTILDE.

Bien. Pues entonces, díle al Capitán queyo le amo.

CARRATRACA.

Que tú amas al Capitán? Muchacha!CLOTILDE.

No, papá, al otro, al joven con quien dicesque va á hablar el Capitán.

CARRATRACA.

Al joven? Eso es imposible! A Pizcueta!CLOTILDE.

(Quién será ese Pizcueta?)CARRATRACA.

Dónde está el Capitán?CLOTILDE.

Pero qué te pasa, papá? Nunca te he hevisto como esta noche!

CARRATRACA.

Yo tampoco me he visto nunca como estanoche, hija mia. Voy por el Capitán. (Vasepor el fondo izquierda.)

ESCENA XV.

Clotilde. Enseguida Eduardo.

CLOTILDE.

Qué desgraciada soylEDUARDO.

(Sí... Está sola.) Has hablado ya con tupadre?

CLOTILDE.

Sí. Y con buen resultado por cierto!' ; . EDUARDO.

Tu padre no aprueba...CLOTILDE.

No ha querido ni oirme. Y en cambio, meha, hablado de un Pizcueta...

EDUARDO.

Dios mió! §i será un rival?...CLOTILDE.

Puede ser; porque siempre que yo le ha-blaba de tí, sacaba él á relucir ese dichosoapellido.

EDUARDO.

Clotilde!...

CLOTILDE.No temas nada. Nunca me casaré éñn el

señor Pizcueta! Yo la señora de: PizouetaíAntes la muerte! (Se va por la derecha.).

ESCENA XVI.

Eduardo. Después el Capitán.

EDUARDO.

Por dónde diablos se habrá colado .eldichoso Perico? Necesito dar con él, porqueeso de pedir la mano de su hija al señor deCarratraca sin haberle sido presentado, sinconocerle siquiera de vista, me parece unpoco fuerte. Examinemos esta otra parte dela casa... (Entrando en la habitúAiorí dóndeestá Doroteo.)

C A P I T Á N . • • • • > . •

Carratraca dice (saliendo por el fondo) queya tenemos aquí á Pizcueta... que le dejó en-cerrado en su cuarto... Ahora va á saber esemozo quién soy yo!

EDUARDO.

No he visto (saliendo nuevamente á escena)más que un caballero cepillándose el frac...

CAPITÁN.

(Este es.) Caballerito!EDUARDO.

Eh? Beso á usted la mano.CAPITÁN.

Me han dicho que estaba usted aquí ¿yacudo solícito...

EDUARDO.

(Este es el papá de Clotilde... que viene ádesahuciarme.)

»̂ CAPITÁN. - ,

Nada de palabras inútiles. Sé lo que letrae á usted aquí. Usted confiesa que hace lacorte á... i,

EDUARDO.

(Valor!) Sí señor, lo confieso. Por qué nohe de confesarlo?

CAPITÁN.

Cómo! (Asombrado.)EDUARDO.

Pero crea usted que yo no habría osadojamas poner los pies en esta casa si las re-petidas muestras de simpatía con que me hafavorecido esa angelical criatura...

CAPITÁN. '

(Mil rayos!) (Dando una patada enel suelo.)EDUARDO.

(Pues no lo toma poco fuerte!)

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216 REVISTA EUROPEA.— 17 DE AGOSTO DE 1879. NUM..

CAPITÁN.

(Tengamos calma y hagámosle hablar.)Conque ella le ha declarado á usted que co-rresponde á su amor?

EDUARDO.

Hoy hace justamente quince dias, en casade la seniora de Moratilla.

CAPITÁN.

(Voto á!...) Está bien; á mí me gusta quelas cosas se arreglen sobre la marcha. Va-mos á terminar este asunto en un periquete.

EDUARDO.

(Que me quiere decir?)CAPITÁN.

Yo estoy á las órdenes de usted.EDUARDO.

(Me concede la mano de su hijal) Caballe-ro! Yo no sé cómo expresar mi...

CAPITÁN.

Al grano, al grano. Usted tiene ya busca-dos sus testigos?...

EDUARDO.

Mis testigos... (Justo, para la boda.) Diréá usted: como yo no podia ni soñar que esteasunto se resolviera tan pronto y de una ma-nera tan agradable para mí.

CAPITÁN.

(Eso sí; el hombre es sereno.)EDUARDO.

Pero me será bien fácil encontrarlos. (Enqué estaría pensando Clotilde?)

CAPITÁN.

Corriente. Pistolas, las tenemos en casa.EDUARbo.

Pistolas? Y para qué nos hacen falta pis-tolas?

CAPITÁN. , - - %

Pues para qué ha de ser? Para batirnos.EDUARDO.

Batirnos.. 'CAPITÁN.

A no ser que usted prefiera el sable...EDUARDO,

Pero á qué vien« este duelo, desde el mo-mento en que usted y yo estamos de acuerdoen todo?

CAPITÁN.

Ya! Usted quería robarme mi lugar en uncorazón que me pertenece de derecho, y es-peraba que yo iba á sufrirlol...

EDUARDO.

(Vamos! Este no es el padre!) Yo creiaestar hablando con el señor de Carratraca.

CAPITÁN.

Ese señor quería levantarle á usted latapa de los sesos... pero yo soy quien va átener esa satisfacción. Porque yo no puedoconsentir que nadie me sustituya en lascuestiones de honra.

EDUARDO.

(Ah! Este es Pizcueta, mi rival!) Ahora escuando he acabado de comprender quién esusted, y ahora le declaro que amo á esa mu-jer, que la adoro, que la idolatro... y que noperdonaré sacrificio hasta conseguir que seamia para siempre.

CAPITÁN.

Si no mirara el sitio en que estamos!...EDUARDO.

Mantengo todo lo dicho, aquí y en todoslos terrenos.

CAPITÁN.

Bien: una vez que nuestros deseos son losmismos, no hay para qué hablar más. Maña-na al amanecer me encontrará usted conmis padrinos detras de las tapias del Retiro.

EDUARDO.

Los mios y yo no nos haremos esperar.CAPITÁN.

Hasta mañana, pues.EDUARDO. „

Hasta mañana.CAPITÁN.

Al amanecer.EDUARDO.

Al amanecer.CAPITÁN.

(Maldito Pizcuetal) (Y ase por el fondo,)EDUARDO.

(Estoy ya de Pizcueta hasta aquí!)

" ESCENA XVII.

Eduardo. Enseguida Clotilde por la derecha.

EDUARDO.

Me batiré... y le mataré, le mataré de se-guro. Valiente tipo está el señor Pizcueta!...Lo monos tiene sesenta añosl Ah! Clotilde!

CLOTILDE.

No hay manera de hablar á mi padre... Nose está quieto un momento. . *

EDUARDO.

Tengo el gusto de decirte que yoy á librar-te de mi rival, del infame Pizcueta.

CLOTILDE.

Le has visto?

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NÚM. 286. M. M. DELACOUR Y ROGER.—LAS DE CAÍN. 217

EDUARDO.

Aquí estaba hace un instante. Le he ha-blado, y descuida, le daré una buena lección.

CLOTILDE.

Una lección?...

CLOTILDE .

Pues bien, yo se lo suplico á usted por loque más quiera en el mundo: renuncie ustedespontáneamente...

DOROTEO.

EDUARDO.

No... quiero decir... En fin... confia en miy no me preguntes, nada. (Uf! Me voy, por-que si no.. ) (Se va por el fondo.)

ESCENA XVIII.

Clotilde. Después Doroteo, izquierda.

CLOTILDE.

Una lección... Lo agitados que andan to-dos esta noche... No hay duda: Pizcueta y élse han encontrado y van á batirse.

DOROTEO.

Ya me parece que estoy presentable. (Sa-liendo tímidamente.) (No es cosa de perderlos cinco duros que se me han ofrecido... Unaseñorita!)

CLOTILDE.

(Una persona á quien veo en casa por pri-mera vez... ¿Si será?...)

DOROTEO.

Señorita! (Saludando.)CLOTILDE.

Perdene usted, caballero! Usted estaba1 aquí hace un instante, no es verdad?DOROTEO.

Efectivamente.CLOTILDE.

Usted es entonces el señor de PizcuetalDOROTEO. '

Doroteo Pizcueta, para servir á usted.CLOTILDE.

Usted es el que va á batirse?...DOROTEO.

El que va á batirse? No señora; yo no soyése; ése es otro Pizcueta.

CLOTILDE.

Advierto á usted que estoy al corriente detodo.

DOROTEO.

Y yo aseguro á usted...CLOTILDE.

Sé perfectamente lo que le trae á estacasa.

DOROTEO.

Y crea usted que estoy reconocidísimo álos señores de Carratraca por una preferen-cia de que procuraré hacerme digno.

TOMO XIV.

Que, renuncie?CLOTILDE.

Vacila usted?DOROTEO.

(Cinco duros de ganancia...)CLOTILDE.

Sépalo usted, ya que me obliga á decírse-lo: tiene usted un rival.

DOROTEO.

Un rival? (Algún pianista extranjero.)CLOTILDE.

Un joven de gran mérito que yo... que yoprefiero á usted.

DOROTEO.

Sin haberme oido!CLOTILDE.

Es inútil.DOROTEO.

Señorita, mi amor propio está interesa-do en ello. Óigame usted, y si después deoirme...

CLOTILDE.

Repito á usted que no.DOROTEO.

Yo no soy tal vez un Listz ni un Guelben-zu... pero soy primer premio del Conserva-torio y...

CLOTILDE.

Poco me importa. Renuncie usted.VT> DOROTEO.

Es que... Ya ve usted... yo no soy-rico, yrenunciar á cinco duros un padre de fa-milia...

CLOTILDE.

Un padre de familial Cómo! ¿Usted no ve-nía aquí para casarse conmigo?

DOROTEO.

Yo? Crea usted que lo siento, pero no mees posible, señorita.

CLOTILDE.

Pero usted no es Pizcueta?DOROTEO.

Doroteo Pizcueta, pianista, casado hacecuatro años, padre de cinco hijos y esperan-zas del sexto.

CLOTILDE.

Entonces...

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218 REVISTA EUROPEA. — 1 7 DE AGOSTO DE 1879. NÚM. 286.

ESCENA XIX.

Dichos, Concha y Adela, seguidas a algunadistancia por D. Lúeas. Salen por el foro.

CONCHA.

Emilia nos ha dicho que ya habia llegadoel pianista.

DOROTEO.

Servidor...CONCHA.

Ay! Pues vaya usted al salón sin pérdidade tiempo. Esta señora ha estado tocandomás de una hora la jota del Molinero, y yano puede más.

DOROTEO.

(Aquí tocan la jotal)

LUCAS.

(Qué les habrá movido á salir del salón?)ADELA.

Crea usted que le esperaba con verdaderaimpaciencia...

LUCAS.

(Hola!)ADELA.

Yo me decia: «Pero no vendrá? En qué es-tará pensando?»

LUCAS.

(Qué audacial)ADELA.

Vaya, déme usted el brazo, véngase con-migo y procure hacer olvidar su tardanza.

DOROTEO.

Señora... (Yendo á darle el brazo. D. Lú-ras avanza y ¿os detiene.)

LUCAS.

Un momento; yo tengo que hablar dos pa-labras con este señor.

ADELA.

Pero Lúeas1....LUCAS.

Te repito que necesito hablarle. Déjanos,pues.

CONCHA.

No le entretenga usted.mucho, porque enel salón se le echará de monos.

LUCAS.

Me lo figuro! (Conteniéndose apenas.)CLOTILDE.

Yo bien decia que aquí pasa algo. (Si-guiendo a las señoras.)

ESCENA XX.

Don Lúeas y Doroteo.

LUCAS.(Yo no puedo consentir que el Capitán so

bata en mi lugar. Pero... batirme yo... Tam-poco puedo consentirlo... Lo mejor es queeste joven salga de Madrid...)

DOROTEO.

Perdone usted, caballero; pero yo hagofalta en otra parte y...

LUCAS.

En otra parte!... Bien:.despachamos en-seguida. Usted ha visto ya al Capitán?

Al Capitán?DOROTEO.

LUCAS.

Lo sé de su boca. Han estado ustedes ha-blando aquí hace un instante.

DOROTEO.

(Ya! El Sr. Carratraca es capitán.) Sí, se-ñor, he visto al Capitán.

LUCAS.

Lo encontraría usted poco contento.DOROTEO.

Es verdad... No parecía estarlo mucho.LUCAS.

Él quiere batirse, pero hay que impedirloá toda costa.

DOROTEO.

Quiere batirse... (Con quién será?)LUCAS.

Usted va á empezar por salir inmediata-mente de esta casa.

DOROTEO.

(También éste quiere que yo pierda miscinco duros?) Perdone usted, pero...

, LUCAS.

Y al amanecer saldrá usted de Madrid.DOROTEO.

Salir de Madrid? Imposible! Y mis leccio-nes? Y mis discípulos? Imposible!

LUCAS.

Rehusa usted?DOROTEO.

Pues claro está!LUCAS.

Entonces prefiere usted que tenga lugarel duelo de que hablábamos antes?

DOROTEO.

El duelo... (Ah! Sí; el duelo del Capitán.) ElCapitán hará lo que mejor le parezca. Yo notengo nada que ver...

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NÚM. 286. M. M. DELACOUR Y ROGEH.—LAS DE CAÍN. 219

LUCAS.Debo advertir á usted que el Capitán es

un tirador de primer orden.DOROTEO.

Sí, eh? Pues mire usted, mejor para él.LUCAS.

He hecho cuanto de mí dependía para evi-tar la efusión de sangre. Dios es testigo... yusted también.

DOROTEO.

Decia usted?LUCAS.

. Que usted también es testigo.DOROTEO.

(Yo testigo? Yo testigo en un duelo!)LUCAS.

(Aquí está Carra traca.)

ESCENA XXI.Dichos, y Carratraca por el foro.

DOROTEO.

(Valiente cara de militar tiene este tio!)CARRATRACA.

(El Capitán desea {bajo á D, Lúeas) quearreglemos nosotros las condiciones delduelo.)

LUCAS.

Nada más fácil. Aquí tienes al señor dePizcueta.

CARRATRACA.

Ya, ya he tenido el gusto de verle antes.(Bajándole la eabeza.)

DOROTEO.

(Un capitán sin bigotel)LUCAS.

Señores, siendo ya inevitable un encuen-tro en el terreno de las armas...

CARRATRACA.

Del todo inevitable.LUCAS.

Procedamos á fijar las condiciones.DOROTEO.

Como ustedes gusten.LUCAS.

Siendo el Capitán el ofendido, tiene desdeluego el derecho de elección de armas.

DOROTEO.

Es natural.LUCAS.

Y elige la pistola.

DOROTEO.

La pistolal Corriente.CARRATRACA.

A diez pasos, si á ustedes les parece.DOROTEO.

Bien, bien; á diez pasos.LUCAS. _

Avanzando y disparando hasta que unode los dos combatientes quede en el campodel honor. (A ver si se echa atrás.)

DOROTEO.

( Demonio! Pero en fin, eso es cuenta deellos.)

CARRATRACA.

Le parece á usted bien?DOROTEO.

Todo lo que usted haga, está bien hechoCapitán.

CARRATRACA.

Cómo?LUCAS.

Quedamos, pues, en que mañana á lassiete, detras de las tapias del Retiro.

DOROTEO.

A las siete. Perfectamente. (Me quedatiempo de sobra para ganar mis cinco duros.Yo testigo en un duelol Quién me lo hubieradicho!)

CARRATRACA.

Puede usted retirarse cuando guste.DOROTEO.

Mil gracias, Capitán. (Fase por el fondo.)CARRATRACA.

Por qué me llama capitán este hombre?LUCAS.

Est& algo turbado, eh?CARRATRACA.

Crees esof A mí, por el contrario, me es-panta su sangre fria... Debe ser un gran ti-rador de pistola.

LUCAS.

(Cómo saldremos de este lio?...)

ESCENA XXII.Dichos, y el Capitán.

CAPITÁN.

Qué hay de nuevo, señores?CARRATRACA.

Acatemos de separarnos de tu contrario.LUCAS.

Todo está ya convenido. (A ver si éste searrepiente.)

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, CAPITÁN.Lo celebro.

CARRATRACA.

El duelo será á pistola."LUCAS.

A diez pasos.CARRATRACA.

Hasta que uno de los dos...LUCAS.

Te parece bien?CAPITÁN.

Me es completamente igual.CARRATRACA.

También éste tiene sangre fria.CAPITÁN.

Y á tí te parece bien? (A Carratraca.)CARRATRACA.

Perfectamente.CAPITÁN.

Me alegro mucho, porque no soy yo quienha de batirse, sino tú.

CARRATRACA.

Yo!...CAPITÁN.

Sí, por cierto. Si yo quería batirme en tulugar, era porque juzgaba culpable á mi mu-jer... y la culpable es la tuya.

CARRATRACA.

Permíteme hacerte notar...

Qué dice?LUCAS.

CAPITÁN.Mi cólera nació de haber reconocido este

abrigo como perteneciente á mi mujer. (Sa-cando el abrigo y poniéndole sobre una silla.)

CARRATRACA.

Bien, pero...CAPITÁN.

CARRATRACA.

Como decías que eso te templaría...CAPITÁN.

Me templará lo mismo, ó mejor, el solo he-cho de yerme en el terreno como testigo. Conque decíamos que el duelo será á pistola.

LUCAS.

A diez pasos.

Mi mujer me lo ha explicado todo cé porbé. Ella habia prestado su abrigo á la tuya,y nada tiene que ver con la carterita ni conla carta, que constituyen las verdaderaspruebas de culpabilidad.

CARRATRACA.

Bueno, hombre, bueno; pero...CAPITÁN.

Esto es evidente; verdad, Lúeas?LUCAS.

(¡Ya no sé por dónde salir 1)CAPITÁN.

Yo, si he de ser franco, celebro verme li-bre de esta pejiguera... Porque batirse á miedad...

CARRATRACA.

Poco á poco. A diez pasos... Para un an-tiguo militar, eso está muy bien; pero paraun hombre de mi carácter, me parece quecuarenta ú ochenta pasos es lo razonable.

CAPITÁN.

Quita allá! Te estas burlando?LUCAS.

(Este se asusta! Este se asusta!) Un due-lo es una cosa seria, y diez pasos es una dis-tancia decorosa.

CARRATRACA.

Decorosa, sí; pero pequeña.

ESCENA XXIII.

Todos.EMILIA.

Vamos, señores, vamos á tomar algunacosita. Al bufete! Al bufete! Pero ¿cómo estáaquí ahora este abrigo? Y o lo habia hechobuscar para devolvérselo á Concha.

CAPITÁN.

A mi mujer. {Muy satisfecho.)EMILIA.

Sí, que tuvo anoche la amabilidad de pres-tármelo.

CAPITÁN.

¿Ves? Lo que yo te habia dicho. (ACarra-traca.)

. EMILIA.

Antes de que se me olvide, voy á sacaruna carterita que debe haber en uno de losbolsillos.

LUCAS.

(Si yo pudiera escurrirme...)EMILIA.

Tómala, Adela.LUCAS.

(¡Ayl)CARRATRACA.

Cómo! Esa cartera no es tuya?EMILIA.

No: es de Adela, que me la habia prestadopara que yo comprase una igual á Clotilde.

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CARRATRACA.(Respiro!) Pobre Lúeas! Siento en el alma

traspasártelo, pero...LUCAS.

De qué hablas?CARRATRACA.

De qué ha de ser? De mi duelo.LUCAS.

Tu duelo...CARRATRACA.

Afortunadamente, te lo encuentras todoarreglado.

CAPITÁN.

Y arreglado á tu gusto.CARRATRACA.

Y por tí mismo.CAPITÁN.

Te bates á pistola.CARRATRACA.

A diez pasos.LUCAS.

Ehl Poco á poco! Un cirujano no puede ba-tirse. Porque si le matan... si le matan, pier-de su clientela... Y si pierde su clientela, searruina.

EMILIA.

Pero qué están ustedes hablando ahí debatirse? Qué motiva ese duelo?

LUCAS.

Una carta que habia en la cartera de mimujer.

EMILIA.

Un duelo por la carta del pianista que yohabia citado para que viniese á tocar estanoche? Já, já, já!...

CAPITÁN, CARRATRACA, LUCAS.

El pianista?EMILIA.

Don Doroteo Pizcueta.DOROTEO.

Servidor de ustedes.CARRATRACA.

En ese caso...LUCAS.

Todo se explica...CAPITÁN.

El honor queda en su punto.CARRATRACA.

Se suspende el duelo!EDUARDO.

Se equivocan ustedes, señores.

CARRATRACA.

Eh!...

Cómo es eso?

Qué dice?

CAPITÁN.

LUCAS.

EDUARDO.A no ser que el señor de Pizcueta renun-

cie espontáneamente á la mano de la señori-ta Carratraca.

DOROTEO.Yo!...

CLOTILDE.

Pero si el señor Pizcueta está casado hacecuatro años, y es padre de cinco hijos!

DOROTEO.

Me parece que no se me puede exigir más.

Tuvieron los sustos ñn?Público, á tí te hago juez.Evítanos que otra vezPasemos las d.e Caín!

M. M DELACOUR Y ROGER.

WILHELM MEISTER

PRIMERA PARTS.

AÑOS DE APRENDIZAJE

Libro primevo.

Continuación.

—Padece ser que vuestro abuelo pensabade otra manera; porque la mayor parte de sucolección consistía en excelentes obras, enlas que se admiraba siempre el talento delmaestro, sea lo que fuere lo que representa-

. ran; por eso aquel cuadro estaba colgado enel vestíbulo, lo que denotaba el poco caso quede él hacía.

—Justamente allí es donde nosotros los ni-ños jugábamos siempre; allí es donde esecuadro produjo en mí una impresión indele-ble, que aun vuestra crítica, que por lo demásrespeto, no haria desaparecer si nos hallára-mos aún frente á aquel cuadro. ¡Cuánto esome contristaba, cuánto me contrista aún esode ver á un joven recoger en sí mismo losdulces entusiasmos, el más bello patrimonioque nos da la naturaleza, ocultar en su senoel fuego que debería animarle é inflamar á él

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y á los demás! ¡Cuánto compadezco á la des-graciada que tiene que entregarse á otro,cuando su corazón ha encontrado el dignoobjeto de su puro y sincero deseo!

—Esos sentimientos están á la verdad muyseparados del punto de vista bajo el cual unaficionado debe apreciar las obras de losgrandes maestros; pero es-probable que si elgabinete de vuestro abuelo hubiera continua-do siendo propiedad de vuestra casa, hubie-rais llegado poco á poco á estimar las obrasde arte por sí mismas, en lugar de no ver enellas más que á vos mismo y vuestras pro-pias inclinaciones.

—Cierto es que la venta de ese gabinete meha causado mucha pena, y amenudo le heechado de menos en una edad más avanzada;pero cuando pienso que era necesario que asísucediera para ver desarrollarse en mí unavocación, un talento que debia ejercer en mivida mayor influencia que la que ejercido hu-bieran esas imágenes inanimadas, me resig-no con gusto y bendigo al destino que sabeobrar mi fortuna y la fortuna de cada cual.

—Lamento el oir esa palabra destino, pro-nunciada por un joven que se halla en unaedad en la que habitualmente se atribuye laviolencia de sus inclinaciones á la voluntadde seres superiores.

—¿De modo que no creéis en el destino, enun poder que nos domina y que lo dirige todopara nuestro bien?

—No se trata aquí de mis creencias; no eséste el momento de desarrollar cómo procurodarme, hasta cierto punto, cuenta de las co-sas que nos parecen inexplicables; la cues-tión es saber cuál es la manera más venta-josa de representarse las cosas. La trama deeste mundo se compone de necesidad y deazar. La razón humana"se coloca entre lasdos, y sabe mandarlas; toma á la necesidadcomo base de su existencia; desvia, guiay uti-liza el azar, y sólo permaneciendo firme é in-.quebrantable es como el hombre se hace dig-no de ser llamado el dios de la tierra. ¡Tristede aquel que desde su juventud se acostum-bra á querer hallar en la necesidad algo ar-bitrario, que atribuye el azar una especie derazón, á la cual es preciso obedecer como áuna religión! ¿No es esto renunciar á su pro-pia inteligencia y dar una carrera sin límitesá sus inclinaciones? Nos imaginamos ser pia-dosos porque nos arrastramos sin religión;dejámonos llevará sucesos que noslisonjean,y al fin damos el nombre de dirección divinaal resultado de una existencia vacilante.

—¿No os habéis encontrado nunca en elcaso de que una circunstancia insignificanteos haya obligado á seguir determinada ruta,en la que luego encontráis un suceso agra-dable, y en la que una serie de incidentes in-esperados os conducen, en fin, al gropósitoque vuestros ojos apenas habían entrevisto?¿No debería esto inspirar sumisión al des-tino, confianza en las pasiones?

—Con semejantes principios no hay mujerque pueda conservar su virtud, no hay hom-bre que pueda guardar su dinero en su bol-sillo, porque ocasiones bastantes hay paraperder uno y otra. Yo sólo estimo al hombreque sabe aquello que es útil á él y á los de-mas, y que trabaja por limitar sus deseos.Cada cual tiene entre las manos su propiadicha, como el artista tiene la materia brutade la que debe sacar una figura. Pero sucedecon este arte como con todos los demás: notenemos innato nada más que la aptitud;ésta quiere ser profundizada y ejercitadacuidadosamente.

Trataron de este asunto y también deotros muchos. Separáronse al fin, sin queninguno pudiera convencer al otro; sin em-bargo, se citaron para el dia siguiente.

Guillermo continuó su paseo por las ca-lles. De repente oyó clarinetes, oboes y cor-netas. Su corazón se estremeció por ello.Eran músicos ambulantes que daban unagradable concierto nocturno. Trató conellos; mediante una ligera gratificación lesiguieron hasta la morada de Mariana. Gran-des árboles adornaban la plaza donde se ha-llaba su casa; allí fue donde colocó á sus can-tores; él mismo se instaló en un banco á al-guna distancia, y se dejó arrullar por la mú-sica que murmuraba en torno á él en lafrescura de la noche. Echado bajo un cieloformado bajo los auspicios de estrellaspropicias, la vida le parecía un sueño deoro.

—También ella oye esas flautas, se decia;ella sabe qué pensamiento, qué amor haceasí armoniosa la noche; separados, esta me-lodía nos liga uno á otro, como seremos li-gados por el íntimo acuerdo de nuestro amor.¡Ah! Dos corazones amantes son como dosrelojes imantados: lo que hace andar á uno,debe poner también al otro en movimiento;porque es la misma cosa la que obra en ellos,la misma fuerza la que los penetra. Cuandoestoy en sus brazos, ¿puedo imaginarme laposibilidad de una* separación? Y, sin em-bargo, me hallaré lejos de ella, • buscaré un

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asilo para nuestro amor y la tendré siemprecerca d© mí.

¡Cuántas veces me ha sucedido, cuandoella estaba ausente, absorto en su recuerdo,tocar un libro, un vestido ó cualquier otroobjeto, y creer que sentía su mano! Toda supresencia me rodea. ¡Y recordarme esos mo-mentos que huyen de la luz del dia comode la vista de un frió espectador, y por loscuales los dioses renunciarían la calma desu pura felicidad! jRecordármelos! ¡Como sise pudiera renovar con el recuerdo ese de-lirio bebido en la copa de la embriaguez,que enlaza nuestros sentidos con celestialeslazos, y los trasporta enteramente fuera desí mismosl... ¡Y su belleza!...

Perdíase en estos pensamientos; de lacalma pasó al deseo; enlazó un árbol consus brazos, refrescó contra la corteza susmejillas ardorosas, y las brisas de la nocherecogían el aliento jadeante que se escapabatumultuosamente de su pecho. Buscó la pa-ñoleta que habia cogido; habíasela dejado enel otro vestido. Sus labios ardian. Sus miem-bros temblaban de deseo.

Cesó la música, y le pareció caer de la es1

fera adonde sus sensaciones le habían tras-portado hasta este momento. Su agitaciónaumentó, sus sentidos ya no estaban alimen-tados y satisfechos por la dulce melodía. Sesentó en el dintel de Mariana: esto le calmóun poco. Besó el anillo de cobre de que seservían para llamar á su puerta, besó los es-calones que sus pies hollaban cada dia, y loscalentó con el fuego de su pecho. Despuéspermaneció algún tiempo sentado sin mo-verse; su pensamiento la veia detras de suscortinas, de bata blanca con la cinta encar-nada alrededor de la cabeza, descansandodulcemente; y se sentía tan cerca de ella,que le pareció que en este momento ella de-bía soñar en él. Sus pensamientos eran dul-ces como las visiones del crepúsculo; lacalma y el deseo alternaban en su corazón:el amor recorría con sus mil dedos las cuer-das de su alma; parecíale que el canto de lasesferas se habia suspendido para escucharlas tímidas melodías de su corazón.

Si hubiera tenido el llavin que le abría ha-bitualmente la puerta de Mariana, no se hu-biera contenido: hubiera penetrado en el san-tuario del amor; pero se alejó lentamente,vacilando bajo los árboles en su semides-vario. Quería retirarse y se encontraba siem-pre volviendo la espalda á su casa. Por finllegó á dominarse, andaba, y llegado al án-

gulo de la calle, dirigió una mirada última,cuando creyó ver que se entreabría la puertade Mariana, y que una figura negra salía porella. Estaba demasiado lejos para distinguirbien, y antes de que se hubiera repuesto ymirado atentamente, ya la aparición se habiaperdido en la noche; parecióle, sin embargo,volverla á ver á alguna distancia, deslizán-dose á lo largo de una casa blanca; se detuvoy guiñó los ojos; pero antes que hubiera co-brado ánimo y lanzádose en su persecución,el fantasma había desaparecido. ¿Por dóndeera preciso seguirle? ¿Qué calle habia tomadoaquel hombre, si es que lo era?

Como aquel á quien el relámpago ha des-cubierto un pedazo de la comarca procuracon sus deslumhrados ojos, enmedio de la os-curidad, reconocerlos objetos que ha distin-guido y la continuación del sendero, la nochehabía sucedido al relámpago en los ojos, enel corazón de Guillermo. Así como un espec-tro que causa horrible espanto no es mirado,cuando renace la calma, más que como hijodel miedo, terrible aparición que no deja másque dudas en el alma, tal era la situación deGuillermo, apoyado en su recantón, no no-tando ni la claridad del dia naciente, ni elcanto del gallo, hasta el momento en que lasindustrias matutinas, empezando á animar-se, le decidieron á retirarse.

Al tiempo que entraba, habia casi llegadoá desterrar de su alma, con las más fundadasrazones, aquella ilusión repentina; pero lasdulces sensaciones de la noche, en las cua-les no volvia á pensar más que como en unaaparición, se habian ya desvanecido igual-mente. Para alimentar de ilusiones su cora-zón y paí» poner el sello á su fe renaciente,cogió la pañoleta del bolsillo donde la habiametido el dia antes; el roce de un papel quede ella cayó, le hizo retirar de sus labios lapañoleta. Recogió el billete y leyó:

«Así es como yo te amo, loquilla. ¿Qué,pues, tenías ayer? Esta noche iré á tu casa.Concibo que'tengas sentimiento por mar-charte de aquí; pero ten paciencia: yo iré ábuscar por la feria próxima. Apropósito, note me vuelvas á poner más esa almilla verde,gris y negra; te pareces con ella á la brujade Andora. ¿No te he enviado esa bata blan-ca, porque quiero tener entre mis brazos uncorderino blanco? Mándame siempre tus bi-lletes con la vieja sibila; el diablo la ha crea-do de todo intento para el papel de Iris.»

GCETHE.Continuará.

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BIBLIOGRAFÍA

ARTE CISOK1A., DE DON BNBIQUE DE VILLENA, eon variosestudios sobre su vida y obras, y muchas notas y apén-dices, por Felipe Benicio Navarro.—Madrid: Murillo,Alcalá. *J; Barcelona: Verdaguer. Rambla, 5. (Un vo-lumen 8*. papel de hilo, L X X W - 3 1 5 págs. y el retratode D. Enrique.)

Muchos conocen por referencia el título dela obra que encabeza estas líneas; pocos lahabrán leido, y muy pocos serán los que se-pan la biografía de su autor. La única edi-ción que hasta ahora habia de esta obra, so-bre estar plagada de errores de copia, carecíadel atractivo de que necesitan estar adorna-das todas las de su clase, por medio de eru-ditas aclaraciones, de notas explicativas, deluminosas introducciones, de extensos apén-dices y de profusión de tablas y glosarios.Sólo así puede difundirse el conocimiento delos libros de antaño, escritos en un lenguajeque por muchos conceptos difiere del hoy co-rriente, y en el que abundan, no sólo locucio-nes anticuadas y á veces oscuras, sino tam-bién vocablos y alusiones de difícil explica-ción. La empresa era ardua, y exigia gran-des conocimientos históricos, sitiológicos ylingüísticos; y ciertamente el Sr. Navarro laha acometido con tal decisión y paciencia degran erudito; ha hecho afluir á ella conoci-mientos tan varios y profundos; ha apurado,en fin, de tal manera la materia, que el re-sultado no ha podido menos de ser altamentesatisfactorio y útil, y de merecer los aplau-sos de cuantos se dedican á este género deestudios y comprenden las dificultades de to-das clases que en España particularmentedificultan estas publicaciones.

No da idea exacta del contenido de esteprecioso libro su título. El Sr. Navarro, to-mando por pretexto el tratado del Arte ciso-ria, ha producido una obra totalmente nue-va. Es, por decirlo así, una piedra fina en-garzada primorosamente por hábil artífice.Para probarlo nos bastará enumerar, siquie-ra sea ligeramente, las partes de que se com-pone. Comienza el libro por unos Razona-mientos histórieo-Uterarios, en el primero delos cuales defiende el Sr. Navarro al afamado•astrólogo del siglo xv de las censuras conque injustamente le han motejado algunos

por el asunto de su Arte, y describe el ma>nuscrito que le ha servido para su publica-ción. El segundo de estos razonamientos esuna excelente biografía de D. Enrique de Vi-llena, en la que el Sr. Navarro ha apuradotodos los recursos de la erudición y combati-do varios errores y preocupaciones relativosal protagonista de su libro. No son menoscuriosos é interesantes el tercer razona-miento, en el que trata de las «Obras deD. Enrique de Villena», y el cuarto y último,en el que se ocupa especialmente del Artecisoria.

Del Tmctado del arte del cortar del cuchi-llo que hordenó el Señor Don Enrique de Ville-na, sólo diremos que ha sido publicado con es-mero, suplidas algunas faltas del manuscri-to con gran acierto, y hechas las referenciasnecesarias al Apéndice para su mayor escla-recimiento. En éste coloca el Sr. Navarro un«Complemento del códice del Arte cisoria»;notables diquisiciones sobre el Marquesadode Villena, la Condestablía en los reinos deCastilla, Toledo, León y Galicia; el Consisto-rio de la gaya ciencia de Barcelona; sobre elestilo del Arte cisoria, sobre la pronuncia-ción del romance castellano á principios delsiglo xv; una monografía sobre el tenedor,un artículo en extremo interesante y pordemás curioso sobre el Yantar de los Reyes,y muchas otras ilustraciones que contribu-yen á realzar el mérito de este recomendablevolumen. Figuran en último término el Glo-sario y tres tablas, onomática, analítica ygeneral de materias.

En cuanto á las condiciones externas deesta obra, sólo hay que lamentar muchaserratas, achaque común de todas nuestrasprincipales imprentas, donde por no tenerbuenos correctores, salen los libros plagadosde disparates á poco que se descuide el autor.Por lo demás, los tipos elzevirianos, las es-cogidas viñetas y letras iniciales y el retratode D. Enrique de Villena, dibujado por elmismo Sr. Navarro con notoria habilidad,todo contribuye á hacer de éste un verdade-ro libro de bibliófilo, en el que tienen muchoque aprender algunos de los que se tienenpor tales.

R. V.