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REVISTA EUROPEA NÚM. 291. 21 DE SETIEMBRE DE 1879. AÑO V I . DIVISIBILIDAD PRÁCTICA D E L A L U Z ELÉCTRICA (1) "Vamos á poner en conocimiento de esta Academia nuestro sistema de división y dis- tribución económica de la luz en general, en sus aplicaciones a toda clase de alumbrados, sean públicos ó privados, como solución prác- tica del gran desiderátum. LA DIVISIBILIDAD DE LA LUZ ELÉCTRICA. En los últimos años la luz eléctrica ha lle- gado á adquirir en el mundo un lugar impor- tante, siendo generalmente reconocidas sus grandes ventajas, mayormente por la per- fección que han alcanzado los sistemas des- tinados a.producirla, haciéndola susceptible de iluminar grandes extensiones; asi es que la vemos con resultado empleada para el alumbrado de teatros, talleres, depósitos de caminos de hierro, almacenes, faros, edifi- cios públicos y otros semejantes. La superioridad de la luz eléctrica sobre otra cualquiera puede considerarse bajo va- rios aspectos. Examinada en el ospectrósco- po, hállase casi igual á la luz del sol; no al- tera el color natural de los objetos; es suave, blanca y brillante; al paso que la luz del gas es de un color oscuro amarillento, molesta al ojo y altera el color natural de los objetos. La luz eléctrica da apenas calor, mientras el calor que emiten los mecheros de gas es universalmente reconocido como perjudicial á la salud. Ademas, la luz eléctrica no necesita aire para alimentarse, y la del gas, como cual- quiera otra producida por la combustión al aire libre, vicia ó corrompe la atmósfera, porque consume el oxígeno y emite en su lugar los impuros productos de la combus- tión, entre los cuales figura el ácido sulfú- rico y el ácido sulfuroso. Bien demostrado está que vicia más el aire un mechero de gas ordinario, que la respiración de cuatro personas. (1) Memoria de D. B. J. Molero y F. C. Cebrian, lei- da en la Academia de Ciencias de California, el dia 21 da Abril de 1819. TOMO XIV. La luz eléctrica es inodora, mientras el peculiar olor fétido del gas es muy desagra- dable y hasta insalubre. No es tampoco expuesta á explosiones la luz eléctrica, como la del gas ni exige los costosos, desagradables y. largos arreglos á que tan amenudo está sujeto el sistema de aparatos de ésta. Finalmente, la luz eléctrica es, en reali- dad, más barata que la del gas cuando se produce y consume en grandes cantidades. Si tuviéramos que construir un gasómetro para .cada habitación ó edificio de una ciu- dad, sería enorme el coste de la luz del gas. Precisamente, el haberse hecho los ensayos de la luz eléctrica para alumbrar un solo edi- ficio, ha sido la causa de que se haya forma- do tan errada idea de su excesivo coste. El precio de la luz eléctrica hase comparado con el del gas, cuando se produce para toda una población; pero aun así, en ciertos ca- sos se ha probado que era el más barato. Para demostrar cuál es, en general, el coste relativo de la luz eléctrica y de la luz del gas, sustituiremos el precio de cada uno de los componentes del valor de la luz, en los dos sistemas, por una cantidad de car- bón de piedra de un precio aproximadamen- te igual, y así obtendremos el valor de la luz* con independencia de los precios locales de los.'Komponentes. Algunas máquinas di- namo-eléctricas producen luz á razón de 6.000 bujías por cada caballo de fuerza. Un caba- llo de fuerza consume- de dos á siete libras de carbón de piedra por hora; supongamos que son seis; calculemos en una cuarta par- te del valor del combustible (cálculo exage- rado) los gastos extraordinarios y las repa- raciones de la máquina de vapor, una libra y media; el servicio de la máquina de vapor no costará indudablemente más de la mitad del valor del combustible, tres libras; el gas- to por las partes de carbón en los últimos ensayos ha sido sólo de.una mitad del del combustible, tres libras; calculemos los gas- tos extraordinarios y las reparaciones de las máquinas eléctricas como los de las de va- por, una libra y media, y el servicio de las mismas, que lia de costar sin duda monos que el de la máquina de vapor, lo calculare- 13

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REVISTA EUROPEANÚM. 291. 21 DE SETIEMBRE DE 1879. AÑO VI .

DIVISIBILIDAD PRÁCTICAD E L A L U Z E L É C T R I C A (1)

"Vamos á poner en conocimiento de estaAcademia nuestro sistema de división y dis-tribución económica de la luz en general, ensus aplicaciones a toda clase de alumbrados,sean públicos ó privados, como solución prác-tica del gran desiderátum.

LA DIVISIBILIDAD DE LA LUZ ELÉCTRICA.

En los últimos años la luz eléctrica ha lle-gado á adquirir en el mundo un lugar impor-tante, siendo generalmente reconocidas susgrandes ventajas, mayormente por la per-fección que han alcanzado los sistemas des-tinados a.producirla, haciéndola susceptiblede iluminar grandes extensiones; asi es quela vemos con resultado empleada para elalumbrado de teatros, talleres, depósitos decaminos de hierro, almacenes, faros, edifi-cios públicos y otros semejantes.

La superioridad de la luz eléctrica sobreotra cualquiera puede considerarse bajo va-rios aspectos. Examinada en el ospectrósco-po, hállase casi igual á la luz del sol; no al-tera el color natural de los objetos; es suave,blanca y brillante; al paso que la luz del gases de un color oscuro amarillento, molestaal ojo y altera el color natural de los objetos.

La luz eléctrica da apenas calor, mientrasel calor que emiten los mecheros de gas esuniversalmente reconocido como perjudicialá la salud.

Ademas, la luz eléctrica no necesita airepara alimentarse, y la del gas, como cual-quiera otra producida por la combustión alaire libre, vicia ó corrompe la atmósfera,porque consume el oxígeno y emite en sulugar los impuros productos de la combus-tión, entre los cuales figura el ácido sulfú-rico y el ácido sulfuroso. Bien demostradoestá que vicia más el aire un mechero degas ordinario, que la respiración de cuatropersonas.

(1) Memoria de D. B. J. Molero y F. C. Cebrian, lei-da en la Academia de Ciencias de California, el dia 21da Abril de 1819.

TOMO XIV.

La luz eléctrica es inodora, mientras elpeculiar olor fétido del gas es muy desagra-dable y hasta insalubre.

No es tampoco expuesta á explosiones laluz eléctrica, como la del gas ni exige loscostosos, desagradables y. largos arreglosá que tan amenudo está sujeto el sistema deaparatos de ésta.

Finalmente, la luz eléctrica es, en reali-dad, más barata que la del gas cuando seproduce y consume en grandes cantidades.Si tuviéramos que construir un gasómetropara .cada habitación ó edificio de una ciu-dad, sería enorme el coste de la luz del gas.Precisamente, el haberse hecho los ensayosde la luz eléctrica para alumbrar un solo edi-ficio, ha sido la causa de que se haya forma-do tan errada idea de su excesivo coste. Elprecio de la luz eléctrica hase comparadocon el del gas, cuando se produce para todauna población; pero aun así, en ciertos ca-sos se ha probado que era el más barato.

Para demostrar cuál es, en general, elcoste relativo de la luz eléctrica y de la luzdel gas, sustituiremos el precio de cada unode los componentes del valor de la luz, enlos dos sistemas, por una cantidad de car-bón de piedra de un precio aproximadamen-te igual, y así obtendremos el valor de laluz* con independencia de los precios localesde los.'Komponentes. Algunas máquinas di-namo-eléctricas producen luz á razón de 6.000bujías por cada caballo de fuerza. Un caba-llo de fuerza consume- de dos á siete librasde carbón de piedra por hora; supongamosque son seis; calculemos en una cuarta par-te del valor del combustible (cálculo exage-rado) los gastos extraordinarios y las repa-raciones de la máquina de vapor, una libray media; el servicio de la máquina de vaporno costará indudablemente más de la mitaddel valor del combustible, tres libras; el gas-to por las partes de carbón en los últimosensayos ha sido sólo de.una mitad del delcombustible, tres libras; calculemos los gas-tos extraordinarios y las reparaciones de lasmáquinas eléctricas como los de las de va-por, una libra y media, y el servicio de lasmismas, que lia de costar sin duda monosque el de la máquina de vapor, lo calculare-

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mos también como éste, tres libras: total 18libras; y añadiendo el 10 por 100 por impre-vistos, resulta que 6.000 bujías de luz eléc-trica costarán en el espacio de una hora unacantidad igual á lo más á 20 libras de carbónde piedra

Ahora bien: una tonelada de carbón de pie-dra produce, por término medio, 9.000 piescúbicos de gas; el coste de la cal y del. tra-bajo no puede considerarse monos de unatercera parte del coste del carbón de piedra,es decir, en el caso que nos ocupa, 750 libras,que añadidas á lá tonelada producen 3.000 li-bras. Si suponemos que los residuos del gaspueden venderse á un 40 por 100 del valoranterior (suposición muy favorable), resul-tará el coste de 9.000 pies igual al de 1.800 li-bras de carbón de piedra. De modo que unalibra de carbón es equivalente en valor ácinco pies de gas, consumo ordinario de 16bujías por hora; y como quiera que 400 librasde carbón de piedra representan el precio de6.000 bujías de luz eléctrica en una hora, ypor consiguiente

Precio de la luz del gas. . 400 20

Precio de la luz eléctrica. 20 1

la producción simple de la luz eléctrica, pres-cindiendo de la distribución, no excede deuna vigésima parte del coste de la luz delgas. La aplicación práctica de la luz eléctri-ca en algunos países demuestra la verdadde estos cálculos. La prueba más patente deeste hecho hállase en el reciente experimen-to hecho en Londres en el palacio Alberto.Empléanse cuatro de las más pequeñas má-quinas Siemens, y cuatro bujías Jablochkoffpara la orquesta. Hagamos notar que las cir-cunstancias eran muy desfavorables. En pri-mer lugar, se empleó una máquina de peque-ño tamaño de 2.000 bujías por caballo de fuer-za, siendo así que una máquina mayor puedeproducir 6.000 por caballo; en segundo lugar,la máquina no se necesitó más que tres ho-ras, y se empleó otra hora en producir va-por y apagar el fuego, y por lo tanto se gas-tó un 30 por 100 de combustible más délonecesario; y en tercer lugar, el jornal de lostrabajadores se pagó como si hubiesen es-tado ocupados todo el dia. La totalidad delgasto, no obstante una recompensa tan es-pléndida por los perjuicios, ascendió aquellanoche á 12'50 pesos, habiendo tenido la ilu-minación completo y satisfactorio resultado.En otras ocasiones, la cuenta del gas para el

mismo edificio y la misma duración de tiempo(contándolo al más bajo precio de Londres)había sido 36'50 pesos, es decir, cerca tresveces mayor que la precedente. Si tomamospor tipo San Francisco, el resultado será elsiguiente: coste de la luz eléctrica, 27'50 pe-sos; coste de la luz del gas, 126 pesos; cercade cinco veces más. Si en vez de necesitarsetres horas la luz, se hubiese empleado seis,la proporción sería ésta: coste de la luz eléc-trica, 39'00 pesos; coste de la luz del gas,252 pesos, ó seis veces y media más. Final-mente, hemos de decir que el coste de la ins-talación de la luz eléctrica en aquel edificiofuó de 4.000 pesos, cantidad mucho menorque el precio de la tubería y de los aparatosde gas del mismo.

LA DIFICULTAD.

•Pero no obstante todas estas grandesventajas, ha tropezado siempre la luz eléc-trica con una gran dificultad de manejarla yaplicarla á la práctica, después de haberlaproducido. Tedos los métodos ó sistemas deiluminación eléctrica hasta ahora ensaya-dos, pueden reducirse á dos clases: primera,los que emplean un corto número de podero-sas luces; segunda, los que emplean un grannúmero de pequeñas luces. La práctica de-muestra que las grandes luces son las másbaratas. Mientras un generador de electrici-dad que pueda producir 4.000 bujías, exige elgasto de un caballo de fuerza por cada 1.500,otro que pueda originar 30.000 ó 40.000, pro-ducirá luz á razón de más de 3.000 bujías porcaballo de fuerza, llegando á ser la propor-ción de 6.000 en caso de una capacidad pro-ductiva mayor, como se ha dicho antes. Perola potente luz de 60.000 bujías, por ejemplo,no puede generalmente usarse, porque esdemasiado enérgica para un sitio pequeño,y hasta para un sitio grande, produciendomejor resultado un número de pequeñas lu-ces con regularidad distribuidas. Por estemotivo son muy poco usadas en la prácticalas grandes luces.

A consecuencia de estas consideracio-nes, la atención se ha dirigido hacia la se-gunda clase de iluminación; y faltando paralos edificios una máquina que produzca unapequeña luz eléctrica por el mismo peque-ño gasto de una máquina poderosa , han-se encaminado todos los ensayos á la subdi-visión económica de una poderosa corrienteeléctrica en pequeñas corrientes, que puedanproducir pequeñas luces. Tales esfuerzos

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han salido frustrados, porque según las le- ¡yes conocidas de la electricidad, y corrobora-das por la práctica, al subdividirse una corriente eléctrica, el poder de producir luz decada una de las corrientes secundarias esmenor que la razón inversa del cuadrado delnúmero de subcorrientes. Por ejemplo: unaluz de lá intensidad de 40.000 bujías, divididaen 100 luces, producirá 100 luces de la intensi-dad de cuatro bujías cada una, ó 400 bujíasen conjunto; es decir, una pérdida del 99por 100; si el número de más pequeñas lu-ces se quintuplica, la pérdida subirá á 998por 1.000, y así sucesivamente.

Queda, pues, con evidencia imposibilitadatotalmente cualquiera aplicación práctica deesta segunda clase de iluminación eléctrica.

DIVISIÓN POR MEDIOS ÓPTICOS.

Para evitar las consecuencias de aquellaley de la electricidad, hemos intentado ensa-yar la división de la misma luz, dejando in-tacta la corriente eléctrica. El fruto de esteensayo ha sido nuestro sistema, en el cualno empleamos más que medios ópticos, pu-diendo, por lo tanto, aplicarse lo mismo á laluz eléctrica que á cualquier otra clase deluz.

Tomamos la más poderosa luz que puedeobtenerse, y la colocamos en una cámara ócaja cerrada, llamada cámara de la luz. To-das las paredes ó caras de esta caja sonlentes condensadores ó una combinación delentes, dispuestos de manera que concentrenla luz en un haz de rayos paralelos. Algunasde las paredes ó caras basta que puedan re-flejar la luz, proyectándola sobre los lentescondensadores; por ejemplo: la cara en queesté situada la luz no ha de hacer más quereflejarla.

Así, reducimos el chorro de luz á varioshaces de rayos paralelos, sin perder la máspequeña parte.

Cuando la luz no es condensada, su inten-sidad está en razón inversa del cuadrado dela distancia del foco, porque en torno de éstese difunde la luz igualmente en todas direc-ciones. Pero cuando la luz es condensada,como se ha dicho, su intensidad permaneceinalterable en la línea recta del haz, si se ex-ceptúa una ligera pérdida por la difusión,muy pequeña en una corta distancia. Así escomo nuestra cámara de luz permite diri-girla de un sitio á otro sin pérdida apreciable.

Si interceptamos por un reflector uno de

estos haces de rayos paralelos, la luz se in-clinará ó será reflejada según la posición delreflector; y así es que puede dirigírsela en elsentido que se desee: horizontal, vertical óinclinado. Cuando el reflector intercepte todoel haz luminoso, cambiará éste, en su totali-dad, de dirección; pero si sólo se corta unaparte del área del referido haz, se inclinaráúnicamente la fracción correspondiente delmismo, continuando lo restante en la direc-ción primitiva. Por consiguiente, si uno delos haces de rayos de luz es cortado en dife-rentes partes de su longitud por diferentesreflectores, que corten partes fracciónalesdiferentes de su sección, se dividirá el propiohaz en un gran número .de haces secunda-rios, que seguirán la dirección que se desee;y sujetados al mismo procedimiento estoshaces secundarios, el haz principal puededividirse , subdividirse, espaciarse y distri-buirse por un gran número de lugares dis-tantes. Si hacemos pasar el haz principal porun tubo ó cañería, y por tubos más pequeñoscada uno de los secundarios, de modo que elmás largo se ramifique, y colocamos los an-tes indicados reflectores en los recodos ó in-tersecciones, es decir, en las T formadaspor todos estos tubos, obtendremos una redó sistema de cañería similar á los que seemplean para la distribución del gas y delagua.

Tal es, en resumen, nuestro sistema: en-frente de cada uno de los lados ó caras denuestra cámara de luz, colocamos una cajaó caño, que contenga los haces principales;estos caños están emplazados en las calles;á cada lado de la calle se ramificará el hazen um? cañería más pequeña; en la junturade los dos conductos colocamos un reflectorque desviará hacia la calle lateral la canti-dad deseada de cada luz. Y así podemosatender á todas las calles "de la ciudad pormedio de una ó más cañerías que conduzcanuna suma conocida de luz, por medio de otrasmenores, á los faroles y á los edificios, colo-cando, en la intersección de éstas con aqué-llas, reflectores adecuados, cuyas dimensio-nes determinará la cantidad de luz neéesariapara cada servicio. Así como en la actuali-dad los mecheros de gas de todas las habita-ciones de una casa están en directa y suce-siva comunicación con el contador por mediode la red de tubos extendidos en los techos yen las paredes, de una manera semejante esnuestro sistema: una red de cañerías, rami-ficada del modo debido, pondrá en comunica •

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cion todos los departamentos del edificio conla antes mencionada cañería, que se elevaráde la calle con sólo colocar en cada uno delos ángulos y junturas de la red un reflectorpropio para el objeto, que determine la can-tidad de luz que corresponda al tubo de quese trate. Y de este modo puede la luz llegará los aposentos al través del techo y de lasparedes, teniendo cada habitación el númerode luces que se desee. Pero como la luz en-trará en un haz de rayos paralelos, para quetenga buena aplicación práctica, pondremosen cada una de sus salidas un lente difunden-te, llamado lente secundario, que emitirá laluz del modo que, según las condiciones dellugar, se crea más conveniente, quedando asícompleto el sistema de división y distribuciónde la luz desde un solo sitio á todas las habi-taciones de una ciudad, y con la intensidadque se apetezca.

Nuestro sistema nos conduce á examinarla luz bajo tres aspectos, á saber: 1.° en suintensidad; 2.° en su forma; 3.° en sus pro-piedades químicas y físicas.

1."—Examen de la intensidad de la luz-.

Si los reflectores de los tubos son fijos, lacantidad de luz en cada uno de ellos seráconstante, con tal que permanezca inaltera-ble la intensidad del foco originario; pero4 sison movibles los reflectores, podemos gra-duar la fuerza de cada tubo ó de cada sis-tema de tubos á nuestra voluntad, procu-rando que los referidos reflectores intercep-ten una porción mayor ó menor del haz de luzque reciban. Así es que el último reflector delas salidas de la luz producirá el mismo ser-vicio que las llaves del gas que ahora seusan; porque sus movimientos dejarán des-lizarse la luz de modo que entre en mayor ómenor cantidad en el aposento, hasta, llegará un ligero vislumbre, si es preciso. Otromedio para graduar la intensidad de la luzen un aposento, consiste en un diafragma si-tuado cerca de la salida de aquélla, que secontraiga ó se dilate por medio de un meca-nismo,'de modo que permita la entrada detodo el rayo luminoso ó sólo de una parte.

Una de las grandes ventajas de nuestrosistema consiste en la independencia de lagraduación de la luz en diversos aposentos.Para patentizar esto, supongamos que tene-mos tres aposentos contiguos con un tuboauxiliar común; supongamos que el reflectordel primer aposento intercepta el tercio in-

ferior de aquel tubo, y el reflector del se-gundo los dos tercios inferiores del mismo, yel del tercero abraza toda la sección. En estecaso, cada aposento recibirá una terceraparte de la luz contenida en el tubo. Si intro-ducimos el primer reflector dentro de los dostercios inferiores del tubo, variará la inten-sidad de lá luz del primer aposento en per-juicio del segundo, y viceversa; si introdu-cimos el primer reflector en el tercio supe-rior de aquel tubo, la intensidad de la luz delprimer aposento variará con perjuicio de losotros dos. Asimismo, si dejamos al primerreflector corno al principio, ó introducimos elsegundo dentro de los dos tercios superioresdel tubo, la intensidad de la luz del segundoaposento variará con perjuicio del tercero, yviceversa, quedando inalterable la del pri-mero. Por fin, si movemos los reflectoresprimero y segundo , uniforme y paralela-mente, la intensidad de la luz del segundoaposento será constante, variando la del pri-mero en perjuicio de la del tercero, y vice-versa. Lo que se ha dicho de tres aposentospuede decirse, asimismo, de todos los demás,lo propio que de los diferentes pisos de unedificio. De modo que nuestros reflectorespermiten conducir la. luz de uno á otro depar-tamento de un mismo edificio, en todo ó enparte, con perfecta exactitud y sencillez.

Esto introduce un elemento de grandeeconomía en las necesidades de la familia,puesto que todas las casas alumbradas pornuestro sistema pueden disminuir una canti-dad de luz para cada una de las habitaciones,en el caso de que no estén constantementeen uso; y como los aposentos de una casa nohan de estar iluminados por lo general á unmismo tiempo, sería muy dispendioso un sis-tema que no contara con esta ventaja, comoha sucedido con todos los demás de alumbra-do eléctrico hasta ahora descubiertos.

2.°—Examen de la forma de la luz.

Los lentes secundarios, antes menciona-dos, regularán con su forma y situación laforma ó figura de la luz. Si la luz viene deltecho por medio de un lente difundente, ba-jará en forma de un cono y se extenderá porel suelo; si fuera diferente la curvatura dellente, podria ensancharse el referido cono éiluminar tanto como se deseara las paredes,y aun el mismo techo, ó podria también sermás estrecho, concentrándose laluz sobre unamesa de trabajar, una máquina de coser, un

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escritorio, etc. En la actualidad puede alum-brarse un aposento con uno ó dos mecherosde gas de la intensidad de 15 bujías cadauno; y sin embargo, son muchas veces insu-ficientes para leer y escribir, de modo quehemos de acercarnos al mechero con la sillay el escritorio, ó emplear pantallas, reflecto-res ú otros sistema de iluminación encimala mesa. Pero en nuestro sistema, moviendoadecuadamente el lente secundario, podemosdirigir el cono de luz al sitio del aposento enque sea necesario; y por este motivo produ-cirá, en la mayor parte de los casos, más re-sultados la intensidad ds 8 ó 10 bujías, ennuestro sistema, que la de 15 ó 30 en el ac-tual y en los demás sistemas eléctricos has-ta .ahora ensayados. Asimismo puede el conode luz desviarse del sitio donde no se nece-site, por ejemplo, de la cama de un enfermo.

Esta circunstancia aumenta la facilidadde la aplicación de la luz á muchos especfe-les objetos, sin gasto ni molestia; porque em-pleando un lente adecuado, puede arrojarsetoda la luz sobre un punto, si es necesario,proporcionando al microseopista, por ejemplo,un poderoso auxilio en sus trabajos. Losmédicos pueden también llevar á cabo du-rante la noche operaciones quirúrgicas y ex-perimentos con comodidad y perfección; ycon comodidad y economía pueden continuaren la noche sus trabajos los escultores, losdibujantes, los relojeros, y en fin, todos losque se ocupen en obras delicadas, mientrasque en los otros sistemas es demasiado gran-de para ser económica la cantidad de luz sincondensar necesaria para tales objetos, y sise condensa por medio de algún aparato adi-cional, ademas de un supra plus de gasto, notiene nunca la comodidad que nuestro sis-tema.

El mejor plan será proveer á cada casa deun juego de dos ó tres diferentes lentes, quepuedan cambiarse para los usos generales,y cada individuo puede añadir los especialesadoptados á su oficio, á sus ocupaciones ó ásus necesidades.

3.°—Examen de las propiedades físicasy químicas de la luz.

No tenemos más que interceptar el rayoó rayos de luz antes que lleguen á los lentessecundarios, por medio de pantallas de dife-rentes colores y de sustancias apropiadas, ymodificaremos las propiedades de la luz, se-gún nuestra voluntad, con facilidad y econo-

mía. Es esto inapreciable para el tratamientode las enfermedades oftálmicas en las casasparticulares y en los hospitales; es de gran-de utilidad parala fotografía, en la cual se ne-cesitan luces de diferentes colores y de dife-rente fuerza aetíniea; y puede, de un modoanálogo, auxiliar á otras industrias y servirde mucho en los teatros para los efectosescénicos de toda clase.

COMPARACIÓN CON OTROS SISTEMAS ELÉCTRICOS.

Comparemos ahora nuestro sistema conlos demás. La primera clase de iluminacióneléctrica ha estado siempre poco en uso, porhallar una limitación práctica en sus aplica-ciones y en su coste. Pocas veces puede uti-lizarse una luz muy poderosa, siendo, poreste motivo, indispensable producir luceseléctricas de menor intensidad, que aumen-tan considerablemente el gasto , . sin quepuedan tampoco aplicarse para la ilumina-ción de pequeños espacios. Por otra parte,todos los sistemas de la segunda clase deiluminación eléctrica, en los cuales se dividela corriente eléctrica, tienen dos limitacio-nes prácticas. Como el gasto ó la pérdida deelectricidad aumenta con el número de pe-queñas luces, es preciso emplear una corrien-te originaria débil para disminuir ei númerode las referidas luces; y de ahí un gran costed*e producción. Si se abarata la producción,haciendo muy poderosa la corriente origina-ria, en es,te caso, aumentando el número desubdivisiones, la pérdida y el gasto hácensedesproporcionados. Así es que son inaplica-bles los dos métodos.

P»r el contrario, nuestro sistema, permj.tiendo la división de la luz en número demás pequeñas luces de la intensidad que sedesee, con una pequeña pérdida, indepen-diente del. mentado número de luces, da opor-tunidad para producir luz eléctrica en gran-des cantidades, mayores aún que las hastaahora ensayadas, siendo, por lo tanto, másbarato que todos los demás sistemas que noreúnan esta ventaja. Esto hará nuestro mé-todo extremadamente barato; pudiendo apli-carse, por consiguiente, con resultado á todaclase de casos, desde las más altas exigenrcias de la moderna industria á los más^hu-mildes menesteres caseros.

La pérdida es tan pequeña en nuestrosistema porque es independiente del númerode luces secundarias producidas; es debidasólo á la reflexión de la luz, que práctica.-

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mente puede reducirse á un simple 8 por 100para cada reflexión, empleando como, reflec-tores prismas del todo refringentes. Y comoquiera que en una ciudad no se necesitaránmás de seis reflexiones ó cambios de direc-ción, la pérdida total no excederá nunca enla práctica del 50 por 100 de la luz originaria,no importando el número de pequeñas lucesque se subdivida. Pero en la segunda clasede sistemas eléctricos.; la pérdida total ex-cede de 999 por 1.000; y cuando aumenta elnúmero de luces secundarias, la cantidadtotal de luz que llega á su destino es menorde lilOO.OOO parte de la luz originaria. Estesólo hecho basta para demostrar la superio-ridad de nuestro sistema sobre todos loshasta ahora descubiertos.

Pero no es ésta la única ventaja.Cuando se divide la corriente eléctrica, las

corrientes secundarias deben ser indepen-dientes unas de otras; en otro caso, cuandodebiera apagarse alguna de las lámparas, óvariar su intensidad, deberán alterarse almismo tiempo todas las corrientes y luces.Para obviar esto ha de darse á cada circuitosecundario una resistencia constante, á fa-vor de la cual, esté ó no encendida una Jám-para, y cambie ó no su intensidad, el circuitosecundario correspondiente gasta siempreuna cantidad constante de corriente eléc-trica. Esto introduce un elemento muy cos-toso y dispendioso. Ademas, siendo indepen-dientes unos de otros en una casa los circui-tos ó corrientes de cada aposento, vánse con-sumiendo, lo mismo si está empleado el apo-sento que si no lo está. Todos estos inconve-nientes evítanse con nuestro sistema, condu-ciendo la luz de un sitio á otro como se haexplicado antes. Por ejemplo: supongamosuna casa en la cual se han de iluminarquince aposentos. Unos necesitan seis úocho mecheros, otros cuatro, y algunos mo-nos; de modo que el servicio completo de lacasa tendrá 30 ó 35 mecheros, aunque no enconstante uso. Por cualquier otro de los de-mas sistemas de iluminación eléctrica, estacasa necesite, una cantidad constante deelectricidad suficiente para los referidos 30ó 35 mecheros; mientras en nuestro sistemabastará para todos los objetos una cantidadconstante para 12 ó 15, porque la luz puedetrasmitirse en la cantidad que se necesiteallí donde haga -falta. Esto representa unahorro de un 50 por 100 sobre todos los otrossistemas.

Ha de considerarse también que en los

sistemas qne subdividen las corrientes es in-dispensable que cada lámpara esté enlazadacon el circuito general por medio de dos con-ductores. La longitud del circuito llegará enuna ciudad á lo menos á cien millas, y seha calculado que los conductores necesa-rios para dotar á Berlin de luz eléctricapor medio de aquellos sistemas , costaríanunos 60.000.000. Nuestro sistema evita todosestos gastos.

Ademas, es excesivo el número de lám-paras eléctricas ó reguladores empleados entales sistemas, aumentándose también poreste concepto considerablemente el gasto.Las lámparas requieren gran cuidado, y con-sumen muchas partes de carbón; y como sonmecanismos delicados, no pueden ser mane-jados por el común de las gentes, y están muyexpuestos á desarreglarse, produciendo gas-tos la recomposion, é impidiendo amenudoel que pueda emplearse su luz. Son, pues,caras é incómodas. También evita estos in-convenientes nuestro sistema.

Finalmente, observemos que la luz eléc-trica produce siempre un ruido de silbido, yque su intenso calor foeal obra químicamen-te en el aire, despidiendo pequeñas cantida-des de ácido nitroso y ácido nítrico, que sonmuy venenosos. Ambos defectos son inevi-tables en cualquier sistema de iluminacióneléctrica, como no sea en el nuestro, porquees el único en que el foco de luz está lejos delos sitios donde se emplea, y esto proporcio-na también á los consumidores la oportuni-dad de ahorrarse el trabajo de atender á al-guna máquina ó regulador eléctrico.

COMPARACIÓN CON LA LUZ DEL GAS.

Comparando nuestro sistema con el alum-brado por medio del gas, podremos observarque su uso no ofrece al consumidor dificulta-des de ninguna clase; ya que el movimientode los prismas y de los lentes secundariosserá tan fácil como el de las llaves del gas,no habrá necesidad de mechas, ni habrá quetemer porque se deje por descuido abierto unmechero, y no se necesitará tampoco unamáquina para cada edificio. Tiene nuestrosistema ademas todas las ventajas de la luzeléctrica sobre la luz del gas, ya menciona-das y explicadas. La única que podría dispu-tarse sería la del coste, que nuestro sistemarebaja hasta un extremo que no tiene prece-dentes.

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NÚM. 291. MOLERO Y CEBRIAN. —DIVISIBILIDAD DE LA LUZ ELÉCTRICA. 359

Para demostrarlo, examinaremos: 1.°, elgasto necesario para plantear un sistema dealumbrado; 2.°, los gastos corrientes y ordi-narios de la empresa; 3.°, la desmejora ópérdida del sistema.

1.°—Capital que se necesita.

Como los tubos empleados en nuestro sis-tema no están sujetos á ninguna presión es-pecial, pueden ser de cualquier sustancia yno necesitan las muy bien ajustadas juntu-ras del gas; y por consiguiente, su coste ha deser menor que el de los tubos del gas. El pre-cio de los prismas y reflectores no llegaráciertamente al coste del trabajo de haceraquellas ajustadas junturas.

Por lo que hace á la maquinaria indispen-sable para producir la luz eléctrica, su costees extraordinariamente inferior al de lasobras del gas, para cuya producción se nece-sitan grandes extensiones de terrenos y cos-tosos é inmensos edificios y máquinas.

Otra importante ventaja hallamos en elgasto que han de hacer los consumidorespara recibir la luz en sus casas. En vez de lacostosa red de los fuertes tubos del gas, nues-tro sistema exige simplemente cajas de ma-dera ó de estaño; y en vez de los dispendió-sos mecheros y candelabros del gas, nosotrosnecesitamos sólo un juego de prismas y len-tes, de un bajo precio, que jamas se rompe-rán ni deberán separarse por motivo de sudeterioro. Las ventajas de nuestro sistemason bajo este punto de vista evidentes por símismas.

2.°—Gastos corrientes.

En cuanto á los gastos ordinarios ó co-rrientes, haremos notar que el poder de lasmás grandes máquinas dinamo eléctricasempleadas ha llegado á producir una luz dela intensidad de 6.000 bujías por cada caba-llo de vapor. Háse también demostrado endiferentes clases de máquinas dinamo-eléc-tricas que cuando el poder de producir luzaumenta tres ó más veces, el caballo de va-por exige sólo un aumento del doble. Es, porlo tanto, probable que una máquina de 100 ca-ballos de fuerza tendrá una intensidad demás de 15.000 bujías por cada caballo. Estasy aún más ventajosas máquinas habrán deemplearse en nuestro sistema.

Cuando se produce la luz eléctrica á razónde 6.000 bujías por caballo de vapor, su cos-te equivale á una vigésima parte del de la luz

del gas. Cuando se produce bajo una propor-ción doble, debe el coste ser menor de unacuadragésima parte de el del gas, porque elaumento en la producción de. la luz eléctricano exige un aumento proporcional en el tra-bajo ó en los salarios. El mismo númerode empleados cuidará de una lámpara eléc-trica y de una cámara de luz que produzca1.000.000 que de otra que produzca 2.000.000de bujías; y una máquina de vapor de 200caballos de fuerza no requiere doble núme-ro de dependientes que otra de 100 caba-llos. Por el contrario, en la producción delgas, como la cantidad producida es propor-cional al número de retortas que están en ac-tividad, todo aumento en la producción exigeun aumento proporcional en el trabajo y enlos salarios.

3.°—Desmejoras.

Muchas son las desmejoras de un sistemade alumbrado por gas, pero mencionaremosúnicamente las que ocurren en las cañerías yen los mecheros. La desmejora por el des-gaste de las cañerías de las calles ha sidocalculada desde un 5 á un 20 por 100; pongá-mosla á 10 por 100 solamente. La de las ca-ñerías y aparatos de los edificios es de un 20á un 40 por 100; estimémosla en un 20. De másconsideración es el gasto de los mecheros de-fectuosos, que llega algunas veces al 86 por100 del gas consumido; y aun en Londres,donde bajo este punto de vista se toma grancuidado, hase calculado por los ingenieros delgas que se pierde por este concepto el 25 por100; aceptamos, pues, un 40 por 100. La pér-dida total alcanza á más del 56 por 100 delgas producido. Por el contrario, en nuestrosistema, redúcense las pérdidas á un 8 por100 para cada reflexión, no pudiendo excedersu conjunto en la práctica de un 50 por 100,cantidad que no alcanza al conjunto de laspérdidas de la distribución del gas.

Resumiendo, por lo tanto, los hechos ca-pitales de nuestro sistema, diremos:

1.° Que el gasto de los consumidores paralos aparatos del alumbrado es menor en nues-tro sistema que en el sistema del gas.

2.° Que el capital invertido para las obrasdel alumbrado es menor en nuestro sistemaque el que exigen las obras del gas.

3." Que la producción de la luz eléctricaserá, por nuestro sistema, equivalente á unamuy pequeña fracción del coste de producciónde la luz del gas.

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4.° Que las pérdidas en la distribución dela luz serán menores en nuestro sistema quelas que ocasiona la distribución del gas.

La consecuencia legítima de esto es, porlo tanto, que nuestro sistema óptico propor-ciona los medios de producir y distribuir laluz eléctrica en una ciudad á un precio que noes más que una simple fracción del precioactual de la luz del gas.

Aüadamos, para concluir, que al instantese ve que nuestro sistema puede adaptarseá toda clase de alumbrados; lo mismo puedeaplicarse á toda una ciudad, aunque sea muyespecial y complicada su situación, que á unsolo edijleio, ó á un conjunto de edificios.

Puede extenderse también del modo másadecuado á las minas, sin temor de explo-siones, sin aumentar la temperatura, ni co-rromper el aire; y con la ventaja de poderproyectar la luz sobre el sitio preciso dondeha de trabajarse.

Inapreciable será para los buques el em-pleo de nuestro sistema, que no sólo hace po-sibles las poderosas luces de los mástiles,sino que permite que todos los departamen-tos puedan ser iluminados sin peligro de con-flagración.

Para toda clase de indu'strias y estableci-mientos comerciales en que haya de preve-nirse el peligro del fuego, por ejemplo, alma-cenes, pañoles, fábricas de pólvora y de produc-tos químicos y otros semejantes, nuestro sis-tema es el único que puede emplearse, porquees el único que permite obtener toda la luz quese necesita sia posibilidad de que estalle nin-gún incendio.

Consigúese, ademas, con nuestro sistemaque puede emplearse la luz en sitios dondehasta ahora se habia olvidado; por ejemplo,en los túneles de las vías férreas.

Finalmente, para muchos establecimien-tos, como colegios, librerías, hospitales yasilos, factorías, cuarteles, prisiones y otrosestablecimientos públicos, nuestro sistema,ademas de prevenir completamente el fuego,tiene la gran ventaja de que no puede en éljamas ser interrumpida la luz por los indivi-duos de aquellas instituciones, sino que sehalla bajo la dirección inmediata de un soloempleado inspector.

Del SCIENTIFIC PRESS SUPPLEMENT.

Traducción de Francisco de P. Masferrer.

LEYES NATURALES ECONÓMICASDE

LA PROSPERIDAD Y DE LA JUSTICIA

Continuación.

IGUALDAD

1. La igualdad es otra do las leyes quenos ocupan, puesto que es un ideal de la per-fección económica, bajo el punto de vista dela distribución, y aun bajo cualquiera otro;y, ademas, porque da la regla de la medidaeconómica, y porque todas las fuerzas pues-tas enjuego para la distribución y la produc-ción tienden á realizarla.

Si todos los hombres fuéramos entera-mente iguales; si todos trabajáramos; si tra-bajáramos igual tiempo, con igual inteligen-cia, igual fuerza y energía, y con igual capi-tal; si las condiciones del trabajo no cambia-ran durante la producción y después de ella;si el concurso que presta la naturaleza res-pondiera'siempre á lo que de ella se espera;si tuviéramos todos las mismas necesida-des; en fin, si todos gastáramos igualmenteal trabajar ó al preparar el trabajo, las cosasproducidas podrían ser medidas indiferente-mente, bajo el aspecto de los esfuerzos, delos gastos, ó del tiempo que reclama su pro-ducción; y el resultado de su medida, bajo elpunto de vista de la producción, sería idénti-co siempre. En tales condiciones, la produc-ción no implicaría ninguna desigualdad deremuneración, ninguna ganancia excepcio-nal; el valor no implicaría renta ni interésen ningún caso, y no variaría jamas; cadaproducto se cambiaría por lo que costaraexactamente, y costaría en proporción deltiempo que se gastara en producirlo; en unapalabra, todas las fortunas serian iguales, yla distribución no promovería ninguna de lasobjeciones que se le han puesto tan frecuen-temente.

Sabido es que semejante igualdad no esrealmente posible; pero preciso es reconocerque, si existiera, nadie tendría derecho áquejarse; lo cual no podría decirse de la des-igualdad. Si se considera ademas que taligualdad, dígase lo que se quiera, sería emi-nentemente favorable al desarrollo de la ri-queza pública y al progreso bajo todas sus

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fórmulas (como lo haremos ver al ocuparnosde la desigualdad), será preciso considerarlacomo un verdadero ideal de la perfección eco-nómica. Cierto que un estado social que nopermitiera, que no autorizara á nadie con elderecho para quejarse, y que por otra partefavoreciera más que ningún otro el progresobajo sus diferentes formas, tiene sin dudaalguna todos los caracteres de un ideal.

Seguramente que la igualdad absoluta esimposible de hecho; pero tampoco es necesa-rio eso para que sea un ideal de perfeccióneconómica. Creemos que para todos tiene esecarácter, si no esciente, clara ó incontesta-blemente, por lo monos de una manera vaga,oscura, sentimental en cierta manera. Y héahí por qué, apesar de todas las preocupa-ciones que inspira, de todas las exageracio-nes de temor y de esperanza de que es cau-sa, la igualdad ha permanecido siempre en

. el pensamiento de los hombres, asociada átodos sus ensueños de dicha, de prosperidady de justicia. Ejerce, pues, sobre todos losespíritus una irresistible atracción; y si bienmuchas veces hasta se prohibe desearla,amarla, es únicamente, á menos de injusti-

• cia, porque no se tiene en cuenta la impor-tancia que merece ó debe merecer en la eco-nomía social.

No se puede dudar que la igualdad sea unideal social, al reflexionar que toda legisla-ción la supone necesariamente, aun cuandoadmita diferentes categorías de justiciables.Dadas estas diferencias, la legislación im-plica diferentes leyes, pero sólo una paracada categoría; por consiguiente, suponesiempre iguales ante la ley á todos los justi-ciables de cada una de esas categorías. Cuan-do no admite privilegios, supone á todos engeneral iguales. Pero esta igualdad, que su-pone, no es . sino una hipótesis, un ideal;puesto que, si en realidad todos los hombreson desiguales, no pueden dejar de serloante la ley, como ante cualquiera otra cosa.Cierto que esa hipótesis, de la cual se ha. hecho un principio, aparece demasiado severaen algunos casos, puesto que en materia criminal se relaja su rigor por medio de las circunstancias atenuantes; sin embargo, estaatenuacion.no cambia su naturaleza ni sunecesidad. De cualquiera manera que esosuceda, la igualdad absoluta es el ideal detoda legislación; sin el sería ésta imposible;y como lo prueba el principio de las circuns-tancias atenuantes, no puede ser perfecta áno ser los hombres enteramente iguales. La

TOMO XIV.

igualdad es, pues, en realidad un ideal deperfección social; ademas, ella es la que pre-side, así á la distribución como á la legisla-ion, puesto que, al repartir la riqueza pro-

ducida, nadie consiente libremente en hacerpor otro más de lo que ese otro haga por él,y todos aspiran á la igualdad ante la ley co-mún del trabajo, aspiración de la cual proce-de la regla de la medida económica.

2. Todas las fuerzas de la distribución yde la producción tienden á realizar la igual-dad, puesto que no podrían igualar la pro-ducción y el consumo, la oferta y la deman-da, los gastos de producción y el valor, ni elresultado del concurso á la producción deada remunerado y su remuneración corres-

pondiente, sin igualar en cierta medida á losproductores, para quienes se deben estable-cer todas esas igualdades, y sin procurarigualarlos más y más. Esta consecuencia,demosti-ada por la historia de una manerageneral, la comprueban también muchos ymuy concluyentes hechos, que se cumplen ála vista de todos. Como lo hemos visto ya,el préstamo á interés, condenado sin razónpor publicistas reputados, igualiza sensible-mente las condiciones de la producción; co-mo se atenúa también progresivamente larenta por medio de aplicaciones del capital ála tierra, bajo la forma de mejoras del suelo,de caminos, canales, ferrocarriles, etc., pues-to que todo eso tiene por objeto disminuirlasdesigualdades de posición del suelo relativa-mente al mercado; y todavía podemos aña-dir que las mejoras de la tierra disminuyenen gran medida las desigualdades de su ren-dimiento, conjurando considerablemente lasinfluencias funestas de la temperatura, queoriginan desigualdades, á veces tan gran-des, que alteran en gran manera las condi-ciones ordinarias de la distribución, comosucede en tiempos de malas cosechas.

3. Apesar de lo que dejamos dicho, corf-vendremos en que la economía de las socie-dades tiende también á la desigualdad; peroesta tendencia no tiene el mismo carácter, lamisma necesidad, ni la fuerza, ni la regula-ridad, ni la universalidad que la contraria;ademas, tampoco es aceptada por todos conla misma unanimidad de contentamiento.Teóricamente se podría creer en la necesi-dad y en la conveniencia de la desigualdad;pero de igual modo se puede creer en la ne-cesidad y en la conveniencia de la ignoran-cia, de la protección y de la esclavitud, y lamiseria; y eso no prueba nada. Ademas, res-

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pecto á la desigualdad, es fácil ver que se-mejante creencia es debida á la confusióndel significado de esa palabra con la diver-sidad de aptitudes naturales ó adquiridas,diversidad que en muchos casos es más bienun efecto que una causa de la distribucióndel trabajo, á lo cual no es ningún obstáculola igualdad; y eso hasta tal punto, que po-drian coexistir la una al lado de la otra.

Los teóricos, que presentan la desigualdadcomo una condición esencial de la prosperi-dad pública, razonan de la misma maneraque los partidarios de la protección ó de laesclavitud, es decir, que dominados por elhecho de que existe, que es general, anti-gua, permanente, tenaz, que ocupa un lugaren cierta manera constitucional en la econo-mía social, y que comunmente se la cree ne-cesaria, piensan que debe ser una condiciónesencial, una ley natural de la existencia delas sociedades, y por consiguiente de su pros-peridad; pero [cuántos e«tros hechos no songenerales, antiguos, permanentes, tenacescomo ése, y que como él tienen un lugar for-zado en la economía social, sin ser por ellocondiciones esenciales de su existencia, ysobi-e todo de su prosperidad! La guerra, eldespotismo, la ignorancia, la miseria, la in-moralidad, ¿no se encuentran en ese caso?Habrá alguno que se atreva á afirmar queson necesarias á la existencia de la prospe-ridad social? Uno de los caracteres de todaeconomía, hasta de la economía animal, queparece menos tolerante que la social, es elde transigir con la necesidad accidental deencerrar muchas veces, entre los elementosde conservación y de su desarrollo, uno ómuchos de destrucción, dándoles un lugarforzado en el juego de sus órganos, y de su-frirlos algunas veces por siempre, cuandono han podido ser destruidos; pero combi-nando en todo caso las fuerzas para elimi-narlos. Así es como la economía social tran-sige con las necesidades accidentales de laguerra, de la esclavitud, de la protección, dela desigualdad, etc., combinando incesante-mente todas sus fuerzas para eliminarlas.Se dirá que llamamos accidentales á necesi-dades que se han producido siempre. Verdades que se han producido hasta ahora, enparte por lo monos, pero accidentalmente, ynada autoriza á creer que se producirán siem-pre. Si la humanidad ha vivido ya mucho,aún puede vivir mucho también; y siempretendremos que confundir semejantes necesi-dades con las leyes naturales de la prospe-

ridad, será confundir las causas de la enfer-medad con las de la salud.

Si todos creyeran que era necesaria ladesigualdad para obtener la prosperidad, nose habrían suscitado tantas quejas contraíalegitimidad de sus precisas consecuencias;no se verían tantos publicistas como ve-mos, quejándose de la desigualdad de lossalarios y de las ganancias; no se habríavisto á la antigüedad, á la Edad Media, yuna parte considerable de los tiempos mo-dernos, condenar el préstamo á interés; enfin, no se vería aún en nuestros dias comoinmoral la renta y hasta la propiedad terri-torial. Estas son preocupaciones, decimos, ymuy peligrosas; porque, dado el hecho de ladesigualdad, es preciso aceptar sus conse-cuencias, so pena de falsear en su principio(que es absoluto) la economía de la distribu-ción, so pena de detener la misma produc-ción. Es una desgracia el ser cojo; pero sipara no cojear se mutilara la pierna sana,se cometería cuando monos una locura. Decualquiera manera que sea, esas mismaspreocupaciones, impresiones ú ofuscacionesmanifiestan una creencia firme en la necesi-dad y conveniencia de la igualdad.

Pero de que sea preciso aceptar en la dis-tribución las consecuencias de la desigual-dad, no se debe inferir que la desigualdadsea un bien en sí misma. Semejante conse-

• cuencia implicaría la condenación de todo loque favorece la igualdad, como el préstamoá ínteres, la aplicación del capital á la tie-rra; en una palabra, el progreso de la rique-za pública en todas sus manifestaciones. Sedice que, con ese progreso, se multiplicanlas ocasiones del préstamo á ínteres, y losaccidentes de donde sale la renta. Eso esverdad, como lo es que con ese mismo pro-greso se multiplican todos los fenómenos de.la actividad social, hasta los errores, las fal-tas, los delitos, y quizas hasta los crímenes;pero todo eso no impide que la ciencia y lamoralidad sean mayores relativamente queen lo pasado; y eso mismo sucede con laigualdad, apesar de la multiplicación de loshechos, que aparentan manifestar lo con-trario.

SOLIDARIDAD.

1. La solidaridad es una ley común á laproducción y á la distribución; domina todala economía de las sociedades en todo tiempoy en todas condiciones, en la decadencia como

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en la prosperidad, en la miseria como en laopulencia.

En la producción, la solidaridad se mani-fiesta á cada momento, por decirlo así, de ladivisión del trabajo. En la distribución apare-ce especialmente por la trasmisión de cadauno á todos los fenómenos tan múltiples y tanvariables, de los cuales el valor es una espe-cie de resultante. Hemos presentado un ejem-plo claro de sus manifestaciones en las varia-ciones del valor del trigo en tiempos de esca-sez. Estas variaciones no sólo afectan á to-dos los consumidores de trigo, puesto que aldisminuir los recursos del consumo generaldisminuyen la demanda de una infinidad deproductos, y esto afecta á su vez á la produc-ción general. Lo que hay de más curioso en elgran fenómeno de la solidaridad económicaes que los efectos del alza del trigo sobre suconsumo, y por consiguiente sobre la produc-ción por medio de la baja de los productosmenos demandados, son tan numerosos co-mo las relaciones entre la producción y elconsumo; los cuales se convierten en otrascausas, cuyos efectos son aún otras, etc.; detal suerte, que se repite el fenómeno princi-pal hasta el infinito, como los ecos de una on-dulación sonora bajo una bóveda de miles desuperficies opuestas de reflexión.

La solidaridad económica no se contieneen las fronteras de un país; pasa de unasociedad á otra, y se propaga algunas vecesá todo el mundo civilizado. Ni la limita tam-poco el tiempo, porque se comunica de un pe-ríodo á otro, de éste al otro siglo y de gene-ración á generación. La crisis anterior delalgodón en Norte-América es un ejemplo me-

« morable de su trasmisión de industria á in-dustria y de sociedad á sociedad. La historiaestá llena de ejemplos semejantes. Para nocitar sino uno, recordaremos la baja de losmetales preciosos que sucedió al descubri-miento de la América: se podrían escribir vo-lúmenes sobre los efectos de.tan inmensa re-volución económica. Sabido es que todo lo queafecta á las monedas de oro ó plata, afecta átodo el mundo civilizado, puesto que en todoél se hace uso de esas monedas. Los descu-brimientos metalúrgicos en Australia y Cali-fornia han renovado en menor escala la re-volución económica del siglo xvi.

No son sólo los fenómenos de los cualesnadie es responsable, como una crisis alimen-ticia ó un descubrimiento de terrenos aurífe-ros, los que extienden sus efectos á todas lasindustrias de la sociedad y á casi todos los

tiempos, sino también los errores, como losmonopolios y la protección; las violencias,como la conquista, la confiscación; los críme-nes, como la esclavitud y la persecución. Yes muy de notar que para todo lo que atro-pella las leyes naturales de la prosperidad yla justicia, tiene la solidaridad algo de perso-nal y de severo, que se asemeja á un castigo,como si todos fueran cómplices en la viola-ción de esas leyes. En semejantes casos, enefecto, esa violación altera la naturaleza mo-ral del hombre, compenetrando sus costum-bres, modificándolas, degradándolas; y su es-píritu queda paralizado hasta por sidos algu-nas veces. Todavía sufrimos hoy la influenciade las corporaciones antiguas, las cuales su-frian la de la servidumbre anterior, y ésta ásu vez la de la esclavitud; y casi podríamosdecir otro tanto de todas las instituciones delpasado. El principio teocrático que atribuíaal monarca la propiedad de todo lo que po-seian sus subditos, y hasta el derecho de re-gular el trabajo, subsiste aún en nuestrostiempos en una gran porción de disposicionespreventivas, de constituciones, de privilegiosy otros actos de la autoridad, y aun en la ex-presión «derechos de regalía», que no ha sidocompletamente desterrada del lenguaje ofi-cial. El monopolio de los Bancos se halla enel mismo caso, y la Irlanda gemirá muchotiempo todavía bajo el peso de una herenciade violencias, que datan de muchos siglos, delas cuales experimenta sus efectos tambiénla misma Inglaterra; bien que su políticahaya cambiado completamente respecto á -aquel desgraciado país.

Pero la mas larga, la más pesada, la másespantosa de las solidaridades del género áque nos venimos refiriendo, procede de lasalteraciones que el despotismo religioso hacesufrir á la razón cuando viola las leyes natu-rales de la prosperidad y de la justicia. El fa-natismo, que es su obra, produce los efectosmás funestos y humillantes para el espírituhumano. Ei Asia Menor, tan potente en otrostiempos, se ha abismado bajo el peso de lasdoctrinas antieconómicas de Mahomet. LaIndia no ha podido aún romper el círculo in-fernal de castas, donde hace miles de añoslanguidecen sus poblaciones enervadas. Lasinterpretaciones mal entendidas del princi-pio de caridad, y la tendencia ascética de loscultos, que lo esperan todo de la contempla-ción y de las preces, han producido, á suvez, consecuencias muy desastrosas , quepersisten igualmente desde hace miles de

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años, ;y que originan la miseria por doquiera.¡Y la solidaridad de las ideas!... ¡Que se

impone á las creencias, á los métodos y álas ciencias; que las hace racionales, espiri-tualistas, materialistas, ó religiosas... cuán-to no se podria decir con tal motivo! Pero esono tiene cabida en el cuadro que nos hemostrazado; nos ceñimos únicamente á llamarlaatención del lector, quien, si no se halla do-minado por la curiosidad, podrá juzgar poranalogía.

2. No queremos decir por eso que la soli-daridad económica no se presente bajo as-pectos muy seductores. Por ella se esparceel bien de individuo á individuo, de grupo ágrupo, de pueblo á pueblo, de generación ágeneración; hasta del mal saca provecho pormedio de la enseñanza que presta. El descu-brimiento que hace un solo hombre recorrebien pronto el mundo entero; y si esto es evi-dente respecto á las ciencias, lo es más aúnen sue aplicaciones. ¿Cuánto no es debido álos modernos progresos en física, química éhistoria natural? Y á la astronomía, ¿cuántono le debe la navegación? Los historiadores,los moralistas, los jurisconsultos, los econo-mistas, los ingenieros, los observadores, losviajeros, los pensadores, en fin, de todos lospaíses, acusan los abusos, comprueban lasinvenciones útiles, proclaman las verdadesadquiridas, destruyen los errores, etc., y laenseñanza que de todo eso resulta, se comu-nica á todos por la palabra y la escritura,que son también inventadas por el hombre.

Veamos, pues, por último un aspecto dela solidaridad económica, el cual parece queno se ha tomado en cuenta suficientemente:queremos referirnos al poder que da á cadauno la asociación tácita de todos, poder queacrece indefinidamente con el número, la ac-tividad, la inteligencia y la riqueza de los aso-ciados. A esa solidaridad deben los habitan-tes de las grandes poblaciones el podersetrasportar donde les llama la necesidad ó laconveniencia dentro de su recinto y cerca-nías, con facilidad, rapidez, comodidad y ba-ratura; como le deben el poderse proveerabundantemente de todo y hasta del alumbra-do de" gas; como le deben los incomparablesgoces del espíritu y la imaginación; en fin, so-corros prontos ó inteligentes, si se hallarenenfermos. Al referirse Bastiat á la conve-niencia de la densidad de la población, bienque sin deducir por eso la ley que nos ocupa,ha dicho, mejor que podríamos hacerlo nos-otros, cuanto creemos necesario sobre este

particular. Sería, pues, superfluo insistirmás sobre la existencia de una ley que'nadieniega, y de la cual todos tienen una idea bienclara.RELACIÓN DE LAS LEYES ANTERIORES CON LA

PROSPERIDAD Y LA JUSTICIA, Y DE LA PROS-PERIDAD CON LA JUSTICIA.

1. Todas las leyes que hemos deducido delos análisis precedentes, así las de la produc-ción, que sólo hemos indicado, como las dela distribución, que nos proponíamos discu-tir, son leyes naturales de la prosperidad;ésta obedece también á otras seguramente,pero nos ha parecido suficiente consignarlas principales, puesto que resumen todaslas demás, y aun podríamos reducir su nú-mero; porque, subentendiendo la ley de lasnecesidades, que es el origen de todas' laseconómicas, y que es, por lo monos, tanfisiológica como económica, las leyes de laprosperidad pueden resumirse en las si-guientes: actividad, medida, libertad, igual-dad y solidaridad. En efecto, de la actividadprocede el trabajo, la asociación, el cambio,el crédito y todo lo que se refiere á las dife-rentes condiciones de la producción; de lamedida, la noción de las riquezas, las remu-neraciones económicas, la moneda y el valor; 'de la libertad, unida á la actividad, procedela propiedad y la responsabilidad; déla igual-dadnos viene el ideal de la perfección econó-mica, el principio de toda legislación, el de lapropiedad ó el de la distribución; en fin, lasolidaridad une, armoniza y sanciona todaslas leyes de la prosperidad.

Desde luego, se representan á la vista decualquier observador esas cinco leyes comofundamentales de la economía social y de laprosperidad. Sin actividad no hay trabajo,ni producción, ni riqueza, ni la satisfacciónde ninguna necesidad. Sin medida no haymoneda, valor ni cambio, y por consiguiente,ni distribución equitativa compatible con lapropiedad; porque la distribución arbitrariaentibia la actividad, premia con frecuenciala ociosidad, suscita celos, envidias y odios,

| que llevan la discordia y la guerra al seno de¡ la producción. Sin libertad no hay propiedad,I y la actividad se ve contrariada en su objetoI más preciso, universal y fecundo: el interés

personal; ni responsabilidad, así que nadie¡ se preocupa ni del bien ni del mal que puede! causar á otro, lo cual da lugar á que impere! la perturbación, la inquietud y la inseguri-I dad, con las demás torpezas que siempre le

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acompañan; en fin, no hay medida equita-tiva, y, por consiguiente, no es posible labuena distribución. Sin igualdad se distraedel trabajo una gran parte de las fuerzas dela sociedad, y el resto se emplea general-mente en muy malas condiciones; ademas,sin igualdad, por lo menos como ideal, care-cerían de principio fundamental así la legis-lación como la distribución, y la propiedadno sería sino cuestión de fuerza ó de ca-pricho. Por último, sin solidaridad nadie seinteresaría por el bien general, y la virtud yel crimen serian indiferentes para todosaquellos á quienes no afectaran inmediata-mente; de la solidaridad procedo la opinión,es decir, la conciencia pública, y de ellaque las individualidades, y aun las coalicio-nes más poderosas, aparezcan débiles encomparación del conjunto de voluntades y defuerzas que esa conciencia reúne y armo-niza. Si hay prácticos á quienes estos razo»-namientos impresionen poco, y que descon-fíen de la lógica, les recordaremos, apropó-sito de la solidaridad, y á fln de mostrar supoder, que, para ser socorrido, vale más gri-tar jfuego! que ¡ladrones! ó ¡asesinos!

Estas relaciones de la actividad, la me-dida, la libertad, la igualdad y la solidaridadcon la prosperidad, prueban que son sus con-diciones esenciales, sus leyes; pero comoabrazan la universalidad de los fenómenossociales, abrazan los fenómenos de justicia,y, por consiguiente, comprenden sus leyes;sin embargo, las de justicia deben ser co-nocidas en sí mismas, á ffln de observarlasbien. Sin duda que se podrían dar por obser-vadas, observando las de la prosperidad;pero su observación particular supone con-diciones especiales que no se deben olvidarjamas. La justicia es estrictamente obliga-toria; es decir, un deber á cuyo cumpli-miento se puede obligar hasta con la fuerzapública, al paso que no se puede, no se debeobligar á cumplir las leyes de la prosperidadpor la prosperidad. Es preciso, pues, repe-timos, conocer las leyes de la justicia en símismas; procuremos deducirlas de las pre-cedentes.

2. Si la doctrina de los utilitarios fuerafundada, las leyes de la prosperidad serianlas mismas de la justicia, y viceversa; por-que la prosperidad es aquel estado en el cualse halla realizada, en general, la mayor sumade utilidad posible; pero la razón rehusa ad-mitir la identidad entre utilidad ó prosperi-dad y justicia. Nadie ignora que un individuo

puede ser muy pobre y muy justo al mismotiempo, y nada se opone á que suceda igualcosa en un gran número de individuos ópueblos. Ademas, es fácil comprender ó ima-ginar una situación tal, que implique á lavez la pobreza más grande y la justicia másperfecta. Un buque, por ejemplo, en altamar, puede hallarse en circunstancias queobliguen á imponer á su tripulación, inclusoel capitán, las mayores privaciones alimen-ticias; y, sin embargo, nada se opondría áquí; en esa imposición imperara la justiciamás perfecta. ¿Podría suceder eso si la pros-peridad y la justicia fueran sinónimos? Másaún: proveamos á ese buque de atrundantés yexcelentes víveres. ¿Habremos añadido algoá la perfección de la justicia á bordo? No. Porel contrario, si los víveres hubieren abun-dado antes en el buque, y presidiera la injus-ticia en su distribución, claro es que se,lie--varia la prosperidad posible á su tripufacion,haciendo desaparecer aquella injusticia; locual nos prueba que la prosperidad no esesencial á la justicia, al par que la justicia esabsolutamente necesaria á la prosperidad. Enapoyo de esa afirmación, podemos decir tam-bién que hay muchas cosas que interesaná la prosperidad sin interesar á la justicia,como un buen ó mal clima, una buena ómala salud, excelentes ó medianas faculta-des personales, etc., al paso que nada inte-resa á la justicia que no interese á la pros-peridad .

Al decir que la prosperidad no es esencialá la justicia, no queremos decir que no le seaútil, puesto que nos desmentirían la razón yla experiencia. Lo natural es, y debe ser,que en la prosperidad- seamos más bené-volos, más generosos, porque no nos halla-mos irritados por los padecimientos, lo cuales una circunstancia favorable á la justicia;pero, no hay que olvidarlo, esas circunstan-cias, ni hacen la justicia, ni pueden dar deella idea. Lo quédala justicia es la necesidadque se tiene de su imperio; y lo que hace po-sible su realización es el conocimiento de susleyes y la persuasión íntima de que es nece-saria para la prosperidad general, conoci-miento y persuasión que no pueden menosque marchar á la par. Con ese conocimientoy esa persuasión por guías de la opinión pú-blica, no sería otra cosa la ley positiva sinola afirmación pura y simple, la declaración,si así se quiere, de las leyes naturales de lajusticia, y entonces no contradiría éstas,como las ha contradicho, y contradice aún

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demasiadas veces, con gran daño á la pros-peridad y al reposo de las conciencias, quesiempre han tenido un sentimiento más ómenos claro de las leyes naturales de la jus-ticia. Se la veria, por el contrario, presentarel magnífico espectáculo de su constante con-cordancia con éstas, encantando á todos losespíritus, y fomentando por doquiera los ex-celentes hábitos de orden, de paz y de res-peto recíproco entre todos los miembros dela sociedad. Pero ¿cómo conocer las leyesnaturales de la justicia?

La prosperidad ó la utilidad, y la justiciason pues sinónimos; por consiguiente, las le-yes naturates de la primera no son las de lasegunda. Sin embargo, los utilil arios son ob-servadores profundos, y no se les puede re-prochar el que se dejen llevar al misticismode ciertos métodos; ademas, en general sonjurisconsultos, circunstancia que milita enfavor de sus opiniones sobre la justicia; enfin, no se puede desconocer el progreso quehan procurado á las ciencias morales y polí-ticas, particularmente ala legislación, desdehace menos de un siglo: no debemos, por lomismo, creer que vayan errados en todo; y sí,por el contrario, que su doctrina debe teneralgunos puntos de contacto con lo que losdemás creemos ser la verdadera ciencia de lajusticia. Existen, en efecto, esos puntos decontacto, de los cuales presentaremos dosque podrán disipar alguna mala inteligencia.

Si la justicia es absolutamente necesariaá la prosperidad, sus leyes son leyes délaprosperidad, y la hipótesis utilitaria de quelas leyes de la prosperidad son las mismasde la justicia, no es sino la exageración deuna idea verdadera. •

Siendo la prosperidad lo que todos desea-mos, si la justicia se halla, como podemoscreer, comprendida en ese precepto, univer-sal en los pueblos civilizados' (antiguos y mo-dernos), no hagas á otro lo que no debes quererque otro haga eontigo, es preciso admitir queno se debe hacer á otro nada que pueda tur-bar su prosperidad; para lo cual es precisosaber, sobre todo, cuándo y cómo puede serturbada la prosperidad de otro, á fin de hacerla ley positiva con ese conocimiento; es pre-ciso, pues, conecer sus leyes naturales, y deesta necesidad á la doctrina utilitaria haypoca distancia. Cierto que los utilitarios es-tán profundamente penetrados de que, si nopara ser justos siempre, por lo menos paraprescribir en materia de justicia, es preciso co-nocer las leyes naturales de la prosperidad.

Es lo cierto que, para prescribir en mate-ria de justicia, es preciso conocer las leyesnaturales de la prosperidad; pero como éstasson mal conocidas, sucede con frecuencia quelas positivas las contradicen. Para ser justo,no siempre es preciso conocerlas, puesto quela justicia consiste principalmente en la abs-tención, según el precepto universal; peropara no ser injusto, hay necesidad de cono-cerlas, y eso explica el por qué somos mu-chas veces injustos sin quererlo ni saberlo.Bajo este punto de vista, se comprende per-fectamente que el precepto de caridad, hazá otro, etc., que es positivo, nos exponemuchas veces á incurrir en injusticia, en laignorancia general de esas leyes naturales.

3. Entre las leyes generales de la prospe-ridad, sólo tres se refieren especialmente á lajusticia. La medida, la libertad y la igualdad;porque la actividad no es obligatoria, y la soli-daridad no es voluntaria. Por la medida sehace la distribución y se determina la propie-dad de los productores y de los que cambian;y claro es que éstos son fenómenos de justi-cia, si los hay. Por la libertad, es equitativala medida, y legítima la propiedad que éstadetermina. ¿A qué vendría á reducirse la ga-rantía, la exactitud de la medida, si fuera im-puesta á los que la verifican? Verdad es queno se obtiene, aun con la libertad, cuanto sepodría esperar de la división del trabajo; peropor lo menos se acepta voluntariamente loque se obtiene por su medio, y eso basta paralegitimar la operación que se verifica, aunquelos unos resulten perjudicados y beneficiadoslos otros. La libertad no constituye sólo unanecesidad de la medida económica para ga-rantizar su exactitud, sino que, en todo caso,permite que cada uno disponga de sí mismopara vivir; así que todos creemos que se nosdebe, y que se nos hace una injusticia cuandose nos priva de ella sin que lo autorice lamisma justicia. En fin, el ideal déla igualdadnos da la regla para la distribución, y el prin-cipio fundamental, de toda legislación. Enefecto, la distribución se cumple, debe cum-plirse por lo menos, y la ley positiva se apli-ca, como si todos fuéramos iguales. Si suprincipio común sufre algunas veces en lapráctica modificaciones que parecen justas,como las circunstancias atenuantes en mate-ria penal, consiste en que el hecho de la des-igualdad contrasta muchas veces de una ma-nera demasiado patente con la hipótesis dela igualdad absoluta, única que puede servirde fundamento á una regla universal.

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Pero no por eso diremos que cada una deesas tres leyes responda igualmente á la ideageneral que comunmente nos formamos de lajusticia: la primera es con más especialidadeconómica; la tercera conduce á creer que,existiendo de hecho la desigualdad, se haceimposible la justicia. La segunda, por el con-trario, responde perfectamente á la idea ge-neral que nos formamos de la justicia. Esuniversal, y no implica de ningún modo laigualdad de hecho; ademas, traduce exacta-mente el precepto universal de justicia: nohagas á otro, etc.; puesto que este preceptono estipula realmente sino la libertad deotro, es decir, el respeto que cada uno debe ála libertad de los demás; así que podríamosdecir: la justicia es la libertad, bajo nuestropunto de vista. Basta reflexionar que tienepor corolarios indispensables á la propiedady á la responsabilidad para no poder dudarque la libertad responde perfectamente á laidea general que nos formamos do la justicia.La libertad encierra, pues, todo cuanto impli-ca la idea de justicia; creemos, en efecto, quetoda cuestión de justicia, por complicada quesea, se puede reducir siempre por el análisisá cuestión de libertad, do propiedad y de res-ponsabilidad; y eso nos autoriza á consideraresas tres leyes de la prosperidad como lasmás generales de la justicia, como las queresumen todas sus leyes. En todo caso, notememos afirmar que, comprendiéndolas yobservándolas debidamente, responden á to-das las necesidades que las ideas do justiciasugieren en el seno de la sociedad para sumayor prosperidad y dicha posibles; lo cuales lo suficiente, creemos, para que las consi-deremos desde luego como las leyes funda-mentales de la justicia; así que podemos definir ésta por las tres palabras siguientes:

Libertad, propiedad, responsabilidad; pa-ra deducir el precepto universal: cada unoes libre para disponer de sus facultades, atri-buyéndole todo lo que resulte de su uso, seabueno ó sea malo.

4. Siendo eso como decimos, la justicia esconcebida y realizada por el hombre, es esen-cialmente humana. ¿Y cómo el individuo pue-de ser justo, como sobre todo responsable, sino fuera así? No quieren muchos que la ideade justicia proceda de la observación ó de laexperiencia; pero eso equivale á negar quehaya fenómenos de justicia, ó que esos fenómenos produzcan leyes, ó que entre esos fe-nómenos ó esas leyes exista una relación ne-cesaria, ó, en fin, que la observación pueda

darnos conocimiento de esa relación. Y si nose niega, ni negarse puede todo eso, ¿por québuscar en otra parte, que no sea la observa-ción, el conocimiento de las leyes de la justi-cia? Ademas, buscando en la conciencia indi-vidual, se autorizan las concepciones másarbitrarias, si es que no las más monstruo-sas de la justicia, puesto que se las puede ha-cer depender de la concieüncia de un Nerón,de un Calígula, de un Cabrera, de un Rosas óde un cura Santa Cruz; y no se diga más quela conciencia de un malvado no difiere de lade un hombre, de bien, porque quien tal digatendrá contra si todas las conciencias. Ade-mas, la práctica judicial se halla de acuerdocon cuanto vamos diciendo. Cuando se pre-senta una cuestión ante los tribunales, lo quese examina y observa son los hechos, los fe-nómenos de justicia, y en ese examen y ob-servación fimdan su juicio los magistrados.El tribunal y el magistrado, se dirá, juzgan ála luz de las leyes que conocen; pero para ha-cer esas leyes, responderíamos, ha sido ne-cesaria la observación de los fenómenos dejusticia; por consiguiente, esa misma obser-vación domina, así al legislador, como aljuez.

No se quiere que la justicia sea producciónhumana; pero'preguntemos á las leyes posi-tivas, á los que las hacen y á los que las apli-can, y de seguro que en todos sus motivospara hacerlas y aplicarlas no veremos encuestión sino intereses humanos. Si en mo-mentos de extravio, de delirio, de fanatismo óde barbarie se agitan en los palacios legisla-tivos ó en los tribunales'cuestiones de otranaturaleza, toda persona sensata debe protes-tar,vcuando menos, en el fondo de su con-ciencia. Ya lo hemos dicho, y lo repetiremos,si hay otra justicia distinta de aquella de quese ocupan regularmente los legisladores y lostribunales, no pretendemos estudiarla.

Se nos podrá decir que no formulamossino una justicia restringida, puramente eco-nómica, la de distribución, puesto que nosapoyamos sólo en análisis económicos; no esadmisible semejante objeción. Bien que de-ducidas de fenómenos económicos puramen-te, nuestras fórmulas de justicia tienen to-dos los caracteres de universalidad; no con-sideramos necesario someter al análisis to-dos los fenómenos del orden moral y políticopara deducir sus leyes; basta proceder sobrecierto número, sobre todo si! a elección recaesobre los más generales y mejor caracteri-zados. ¿Por ventura, ha deducido Newton la

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ley de la atracción universal examinando,analizando todos los fenómenos de la gravi-tación?

Si entre los fenómenos puramente econó-micos, y algunos otros morales y políticos,existieran diferencias como las que se en-cuentran entre los de física ó química y losde fisiología, por ejemplo, se comprenderíaesa objeción; pero no cuando es sabido quetodos los fenómenos del orden moral y políti-co son homogéneos, y que, por consiguiente,deben producir unas mismas leyes genera-les. Y aún añadiremos que, dado el caso, ósuponiendo que esos fonómenos no fueranhomogéneos, podrían producir leyes comunessin que por eso dejaran de ser universales.Vemos, en efecto, que en los fenómenos defisiología, por ejemplo, se asocian las leyesde la física y de la química sin perder de sucarácter necesario y universal; y eso mismopodría suceder entre las leyes de la justiciaeconómica, asociadas, si posible fuere, áotras leyes en otros fenómenos del orden mo-ral y político. ¿Pero cuáles serían esos otrosfenómenos y esas otras leyes? Nadie podríadecírnoslo, á monos de tomar accidentes, co-mo los de la guerra, por necesidades absolu-tas. Las fórmulas anteriores de la justiciason, pues, perfectamente universales.

5. Esta cuestión, sin embargo, nos re-cuerda otra de importancia capital, á nues-tro parecer. Nos referimos á la distinciónentre la moral y la justicia, la cual se impo-ne á la ciencia tan imperiosamente como laque hay entre las leyes de la prosperidad ylas de la justicia, y por los mismos motivos.La moral, ciencia de las costumbres bajo elpunto de vista del bien y el mal, y la justi-cia, que podríamos llamar ciencia de la liber-tad, son dos cosas muy distintas, en efecto.Nadie negará eso, considerando que los pre-ceptos que imponen no son obligatorios porel mismo título, puesto que se deja á cadauno la libertad de observar ó no los de laprimera, y se emplea hasta la fuerza públi-ca, si se cree necesario, para hacer obser-var los de la segunda. ¿Por qué esa diferen-cia? Por dos razones, á nuestro juicio: pri-mera, porque el hombre puede obrar sólopor sí y para sí, y en semejante caso no debeser responsable sino ante sí mismo, como,por ejemplo, cuando dispone de su propie-dad; segunda, porque muchas veces se ca-rece de luces, de voluntad, ó de fuerza sufi-ciente para invocar contra quien la debe elprincipio de responsabilidad, como cuando la

autoridad, oprime á las poblaciones. La pri-mera, es claro, subsistirá siempre, y bajoese aspecto jamas podrá confundirse con lajusticia (1). La segunda, por el contrario, semodifica diariamente, y diariamente por lomismo vemos que se extiende su dominio enel seno del déla moral, donde está circuns-crito. El dominio de la moral se extiende ásu vez, á medida que la ciencia descubre enlas costumbres nuevas relaciones con el bienó el mal. De cualquiera manera que sea, nopuede dejar de conocerse la diferencia queexiste entre la moral y la justicia. Se la pue-de comprender de una manera general, di-ciendo: la moral aconseja, la justicia orde-na; ó de una manera más precisa: en virtudde la primera, cada uno es sólo responsableante sí mismo, al paso que en virtud de lasegunda, cada uno es responsable ante otro.Esto es sabido por todos, puesto que comun-mente no se llama responsabilidad sino á laúltima; por consiguiente, bajo este punto devista, sólo los actos que conciernen á la jus-ticia implican responsabilidad.

Los legisladoies de la antigüedad, queinspiraban á la vez la religión, la moral, lajusticia, la política, y también muchas vecesciencias enteramente extrañas á todas esas,confundían con frecuencia las ideas que re-cibían de diferentes orígenes, y solían nodistinguir lo que era inmoral ó indiferentede lo que era justo; así que declaraban obli-gatorios preceptos que no debieran serlo, yal contrario; ó dicho de otro modo, aplicabanel principio de responsabilidad á casos queno la debían, y viceversa. Así es que la leyjudía prescribía en ciertos casos, bajo penasmuy severas, todo contacto con sus seme-jantes, so pretexto de torpeza ó porquería,inquietándose poco por el infanticidio. Loslegisladores modernos tampoco dejan de in-currir en la misma falta, y de ahí resultaque no sean suficientemente respetadas susprescripciones.

En el estado actual de las ciencias mora-les y políticas, se considera generalmenteque pertenecen á la moral gran número derelaciones sociales ó internacionales que co-

(1) De que uno sea sólo responsable ante sí mismo,no se sigue que sus actos no puedaa ser inmorales.Pueden serlo, en efecto; es decir, contrarios a las bue-nas costumbres, sin que por eso sean injustos, y si sepretende someterlos á la obligación más estrecha de lajusticia, se atacaría la libertad, y por consiguiente, secometería injusticia.

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rresponden realmente á la justicia; tales sonmás particularmente las relaciones del Es-tado y las de sus representantes con los ad-ministrados, y con especialidad las que serefieren á la industria y al comercio, que,como todos saben, ponen en tan mala posi-ción la libertad del trabajo; tales son tam-bién las relaciones de pueblo á pueblo, comoel comercio internacional y la guerra. Res-pecto á estas dos categorías de relaciones,se carece muchas veces así de las luces co-mo de la voluntad por invocar el principiode responsabilidad; pero, en general, lo quefalta es la fuerza, y el común de los hom-bres no cree que esas dos categorías de re-laciones pertenecen al dominio de la justi-cia, porque no cree en la existencia de unprincipio sino cuando le ve aplicar constan-temente. Hay otras relaciones en las cualesno es fácil aplicar el principio de responsa-bilidad, no porque se carezca de voluntad yfuerza, sino por la falta de conocimientos su-ficientes; por cuya razón se hallan aún malclasificadas, como las que nacen de la uniónde los dos sexos, de la paternidad, de la su-perioridad de los unos respecto á los otrosen las funciones donde predomina cierta ca-tegoría; y aún podemos incluir entre estaslas que originan algunas medidas que la so-ciedad se ve obligada á tomar para su segu-ridad contra los criminales, y muchas otras.Es casi evidente que muchas de estas últi-mas relaciones se hallan clasificadas en eldominio de la justicia, perteneciendo al de lamoral, ó al contrario.

En esa confusión de ideas respecto á lamoral y á la justicia; en la impotencia de ha-cer prevalecer contra la fuerza y la ignoran-cia una clasificación más racional de esasmismas ideas; en fin, en la pretensión, comoha observado Pascal, de hacer que la fuerzasea justa, y no queriendo que la justicia seafuerte, ¿no es de notar el desacuerdo exis-tente entre la idea desinteresada de la justi-cia, que se impone á todas las conciencias,y esa especie de justicia oficial que se impo-ne en los hechos? Cierto que no era precisotanto para explicar semejante desacuerdo;y cuanto más en ello se reflexione, más deadmirar es que la filosofía se haya creídoobligada á hacer intervenir el Supremo Sor,ó la revelación, para explicarse á sí misma.¿Es una idea innata, revelada ó diyina, esesentimiento que hace que nos indignemoscuando al traspasar una frontera nos vemosdespojados de un objeto que nos es propio,

TOMO XIV.

so pretexto de hallarse prohibida su ent rada? ¿Lo es tampoco el dolor legítimo y pro-fundo que sentimos cuando, á nombre deun pretendido derecho de guerra, invadenhombres armados nuestros hogares, se es-tablecen en ellos, los saquean ó los quemanal retirarse, cuando no nos llevan á nosotrosmismos, ó nos matan, ó á nuestros hijos ómujeres? Todas las protestas de la concien-cia tienen el mismo carácter; todas nacendel conocimiento más ó monos preciso quetenemos de lo que constituye el bienestar, ydel resentimiento que experimentamos alser víctimas de hechos arbitrarios, que nosprivan de él en nombre de la fuerza, ó deteorías cuya conveniencia ó necesidad nadienos explica claramente, impuestas sólo porla fuerza. Cierto que no faltan ocasiones pa-ra que nazcan semejantes protestas en laconciencia; y seguramente que son más delas necesarias para explicar el desacuerdouniversal de las ideas con los hechos, res- \pecto á la justicia.

6. A medida que las ideas de la concien-cia se fortifican por la adhesión de las ma-sas, y una observación más precisa de loshechos que les dan nacimiento, se imponenmás á los hechos y disminuye su desacuerdocon ellcfs; cuyo desacuerdo viene disminu-yendo desde la antigüedad, y con mayor ra-pidez cada dia. Los varones del feudalis-mo no escrupulizaban en robar á los viaje-ros y cobrar grandes derechos de tránsito álos buhoneros del comercio que pasaban porsus dominios; hoy semejantes actos condu-cirían^, sus sucesores ante los tribunales.Los judíos han sido víctimas durante mu-chos siglos de exacciones indebidas, y hoyviven tranquilos casi en todas partes, en laseguridad de que no se les molestará comoentonces. No tenemos necesidad de multipli-car ejemplos para demostrar los progresosverificados á este respecto, puesto que todoslos conocen. La comparación entre las na-ciones modernas más avanzadas con lasque no han adelantado tanto, prueba igual-mente esos progresos. Al pasó que en lasunas la exacción es, por decirlo así, la mo-neda corriente de los salarios.de los emplea-dos, es mucho más rara en otras, y severa-mente reprimida en las más adelantadas.Suele invocarse la estadística para afirmarque la inmoralidad aumentó con la civiliza-ción;' aun cuando sea cierto que los delitos ycrímenes registrados hoy fueran en mayornúmero que en tiempos pasados relativa-

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mente, y aun cuando ese mayor número nofuera el resultado de una vigilancia mejorejercida de la policía, es preciso tener pre-sente que la población ha crecido mucho, yque su actividad, sus actos, se han multipli-cado en proporción infinitamente mayor quela población.

No es ningún misterio para nadie el pro-greso, así en moral como en justicia, puestoque los hechos del dominio de ambas se hanmultiplicado con el aumento de la actividady de la población, y se imponen más y másclaramente á la atención, por la enseñanzaque encierran; puesto que, siendo más fre-cuentes las ocasiones de observar, y la nece-sidad de observar bien más imperiosa, semejoran los métodos de observar; puestoque, en fin, las observaciones y las ideasque de ellas resultan se comunican con ma-yor facilidad á todo el mundo, por un comer-cio más activo, una educación monos descui-dada, una instrucción más grande, y mediosde propagación más poderosos; y por consi-guiente, la opinión pública, así alimentada,tiene más acción sobre las determinacionesde todos. Hé ahí por qué los hechos relativosá la industria y al comercio son mejor cono-cidos en Inglaterra que en Turquía, por ejem-plo, y por qué á ese respecto se tienen ideasde justicia más sanas en Inglaterra que enTurquía. Si ademas añadimos que todas las¡deas son solidarias, y que el desarrollo deanas arrastra necesariamente el de otras,se comprenderá en suma que las costumbresdeben ser mejores en Inglaterra que enTurquía.

La ciencia ¿cómo dudarlo? puede apresu-rar sensiblemente el progreso de las cos-tumbres, y hacer pasar un gran número deideas del dominio de la moral, donde estánretenidas arbitrariamente por la opinión ó lafuerza, al de la justicia, al cual pertenecen.Este cambio se cumpliría con facilidad, pues-to que no encontraría obstáculos sino enpretensiones temerarias, cuyo triunfo hastael presente ha sido debido sólo á la ignoran-cia; ademas, si esas pretensiones no se abdi-caren, se podria-emplear la fuerza contraellas, porque la justicia es obligatoria. Cum-plido ese cambio, en cuanto á lo más precisopor lo monos, la justicia se desarrollaría porsí misma sin esfuerzos, y con aplauso gene-ral, porque en realidad no encontraría resis-tencia sino en los intereses inmoderados deuna insignificante minoría, ya que tan pron-to como se la conoce se hace respetar, admi-

rar y aun amar. Su naturaleza eminente-mente pacífica y conciliadora, no procede ja-mas, como las teorías de salud pública ó elinterés general al servicio de los gobiernos,por vía de exclusión, de prohibiciones arbi-trarias y de prestaciones forzadas; no man-da á nadie obrar, y lo que prohibe, lo prohibeá todos sin excepción: No hagas á otro, etc.;tal es el modelo inmutable de sus preceptos,cuyo modelo encontramos en cada una delas condiciones ó leyes universales que ladefinen, las cuales vamos á examinar conescrupulosa atención: la libertad, la propie-dad, la responsabilidad.

BERNARDO ESCUDERO.

Continuará.

HISTORIA DE LA PINTURA EN MÉJICO

m

Don José Ibarra entró en la novedad in-troducida por Juan Rodríguez. Posee la Aca-demia unas laminitas suyas de la Vida de laVirgen, en las cuales, aunque como en otrasde sus obras prodigaba los colores azul yrojo, á que parecía tener particular afición,hay figuras bellas. Mucho mejores que laslaminitas son tres cuadros, y particularmen-te uno de la Cireuneision que hay en la Aca-demia, en que alumbra toda la escena el nom-bre del Salvador que aparece en lo alto entreresplandores: el grupo de las personas queintervienen en la ceremonia está formado coninteligencia, según dice Clavó. Pero se cono-cen otras obras más importantes de Ibarra;de ellas son dos lienzos que cubren las teste-ras del aula mayor ó general del colegio deSan Ildefonso, que pintó en 1740, aunque eluno ofrece una alegoría, no muy feliz, en quese registran el Padre Eterno en la parte su-perior, San José con el Niño enmedio, y aba-jo, muertos, los mártires San Josafat, arzobis-po, y San Juan Nepomuceno. El otro cuadro,de más mérito que el anterior, es de perspec-tiva: representa la parte central del interiorde un templo; bajo la cúpula se levanta untemplete en que San Luis Gonzaga adorasfrrodilla'do á la Virgen, la cual aparece conel Niño entre las nubes: en los remates supe-riores están á los lados San Ildefonso y San-

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ta Catalina; y por último, en dos columnas dedelante, se ven las es ta tuas de Santo Tomásy de un obispo, que acaso será San Agustín.Todas las figuras son buenas; está formadacon arte la perspectiva, y en su conjunto,aunque la obra pertenece á un género que losperitos reputan algo extravagante, apesarde haberlo usado maestros como el maestroPozzo, hace efecto. En el pueblo de Texcoco,cerca de Méjico, hay un cuadro de Ibarra,cuyo dueño, apesar de ser pobre, no quisovenderlo á la Academia aunque se lo pagababien. Es un Calvario «que—dice el Sr. Couto—exhala un perfume de devoción que se comu-nica al espectador», y tiene la particularidadde haber sido probablemente dicho cuadro laúltima obra grande de Ibarra, pues lleva lafecha de 1756, y consta que él falleció el 22 deNoviembre de ese año. En el Diccionario Uni-versal de Historia y Geografía, reimpreso enMéjico por D. Rafael de Rafael, se dice, aun-que sin señalar la fuente de donde se tomó lanoticia, que nació en 1688; y su amigo y cole-ga D. Miguel Cabrera aseguraba en el mismoaño de 1756, que Ibarra habia llegado á unaedad respetable, y conocido, no sólo á los cé-lebres pintores de su siglo, sino á muchos delos que florecieron en el anterior; lo cualno es muy probable, pues no tendría másque doce años al concluirse el siglo xvn, si enefecto habia nacido en 1688. Pero lo induda-ble que su vida fue larga y laboriosa, á juz-gar por las numerosas obras que dejó dentroy fuera de la capital; que acababa bien lo quehacía, no siendo de los artistas que buscanel efecto en unos cuantos toques dados conmaestría, que él adquirió en ,el arte y le ga-nó la merecida reputación que cqnserva has-ta nuestros dias.

Decían que era Ibarra el Murillo de Méji-co, y aun que se parecía al insigne sevillano,y á vuelta de pocos años no se creia que fue-ran suyas algunas de sus obras, y se atri-buían á artistas extranjeros. Habia quienasegurara haber visto desencajonar, llevadade Roma, una imagen de Nuestra Señora dela Fuente, que estaba en el convento de Re-gina, aunque todavía recordaba el presbíteroD. Cayetano Cabrera la prisa que habia vis-to darse á Ibarra para concluirla y entregar-la el dia ofrecido, para lo cual trabajó en lanoche de la víspera pintando el cuadro de lascandelas que alumbran á la Virgen, y era loque le faltaba, según se refiere en el Escudode armas de Méjico, libro II, capítulo 8.°

Ibarra, como dice Clavó, conduce por la

mano al taller de Cabrera. La buena amistadde estos dos maestros es una lección paraciertos artistas de nuestros dias, que sinser lo que fueron Ibarra y Cabrera, no sabenvivir en paz entre sí. Por lo demás, aun-que aparezcan juntos los nombres de, Ibarray de Cabrera, no puede igualárseles en mé-rito artístico, pues fue el segundo en Méjicola personificación del gran artista, del pintorpor excelencia. Lo primero que siempre hallamado la atención en él, es una fecundidadsin ejemplo: sería casi imposible formar unalista de sus obras, pues materialmente llenóde ellas la Nueva España, habiéndolas, nosólo en las grandes poblaciones, sino hastaen algunas de las pequeñas, y aun en lasfincas del campo. Provenia su fecundidad, noúnicamente de lozanía de imaginación, sinotambién de una facilidad y soltura de ejecu-ción que hoy no se puede concebir. Ocupa unlugar señalado entre sus obras clásicas laVida de San Ignacio que dejaron los PP. Je-suítas en los corredores bajos del primer pa-tio de su Casa Profesa, en treinta y dos cua-dros grandes al óleo, cada uno con muchasfiguras, casi todas del tamaño natural, tra-bajados con esmero y bien concluidos. Sor-prenderá saber que, según se lee en los cua-dros mismos, la obra, empezada el 7 de Juniode 1756, estuviera terminada el 27 de Juliodel año siguiente, tiempo que apenas bas-taría hoy á un artista ejercitado para pintartres ó cuatro lienzos como aquéllos; y que enel mismo año de 1756 pintara la Vida de SantoDomingo, que estaba en los claustros delconvento del Santo de este nombre (1).

Ck*i justicia se ha celebrado á VicenteCarducho por haber cumplido el contrato quehizo en 1626 con el prior de la Cartuja delPaular, comprometiéndose á pintar en cuatroaños cincuenta y cinco cuadros de la vida deSan Bruno. ¿Qué hombre era, pues, Cabrera,que podía dar cima á empresas cuatro vecesmás laboriosas que aquélla, y siendo tan no-tables todas sus obras? A lo que en parte pue-de atribuirse la celeridad con que las ,despa-chaba, es que, según se refiere, tenia un grantaller, un verdadero obrador, en que pinta-ban con él varios discípulos, y aun algunos delos maestros más formados de la ciudad, co-mo los hábiles pintores Alcíbar y Arnaez,todos los cuales, naturalmente, pondrían las

(1) Alojada tropa con frecuencia en dicho convento,después déla independencia, los soldados han estropeado•varios cuadros, y otros han desaparecido.

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manos en las obras que se le pedían; de mane-ra que éstas , m a s q u e de un art is ta , podríandeoirse de una escuela; pero como hay unacircunstancia en que debe repararse, que esla unidad de estilo, de color, de entonación yde dibujo que se observa en todo lo que llevasu nombre, y que, á los ojos del hombre-inteli-gente en pintura, lo hace aparecer comoobra de una mano, prueba que en los cua-dros de Cabrera, no sólo la invención y latraza en grande eran suyas, sino también laejecución, á lo monos en las partes princi-pales, como las cabezas.

Según la opinión de Clavé, es incontesta-ble el mérito de la pintura de Cabrera, aun-que no puede decirse que sea totalmente co-rrecto su dibujo; sacando sin embargo ven-taja al de la mayor parte de los pintores me-jicanos. No tenía tampoco, según el mismoClavé, la buena escuela ni el acendradogusto de Baltasar Echave el viejo, ni el vi-gor que distingue á Sebastian Arteaga en al-gunas de sus obras; pero hay en él tal ma-gia, que siempre se le ve con placer, siempregus ta , sobresaliendo en las cabezas, quesiempre son bellas.•!.-. La Academia posee otra de las mejores

de Cabrera: la Vision del Apocalipsisitó para la Universidad, la cual le dis-

más q u e á ningún otro artis-bas de aprecio todas las cor-

l importantes, pues nolí!s hombres de mérito en las

yeDgsan desestimados en vida,«in qjj^ ^r]gs,trí(b|Uije;n honores has ta despuésdemueftc^,,EL,a£ZO¡^i,spo D. Manuel José Ru-bio1,-jr,SJaljnaia. teJ,ia^mbrjó su pintor de cámara,

palacio; las comu-públicos, todospinturas de su

señalaron con élj a c e s descubrido-

ien todo. Fue Ca-y entre ésta

|iísinias relacio-llenas las casas

Jesuijtas^,;^.(Vy m ,^ , ; ,r^ijan jf;cQ^^yode ; tpcfps el mérito de

Ca|>rfr^ | l}$ lóf !§n^s o n |p t¿res , sin la bajai d i i ) ' i ^ ^ g t ^ a s de la mis-

i | i , f p ^ el prin-I ^ g f J j ¡ ¡ ^ ^ í g 9 d i a la opinión

pública, y lo" manifestaron al proyectar lacr^oÍ8nJ5ebun3aj,A.c,a;d,emtjft, queriendo poner-4e, aj(iírjefltef̂ 9nf.p)0§a.rp.,6Í<fir de Presidente per-petuo. .i,bioi'«,<iu6.,;jn;w;

ma ,̂

Se abrió la Academia de la muy noble é in-memorial arte de la Pintura, cuyos estatutosfirmaban: como Presidente, Miguel Cabrera;como directores, José Manuel Domínguez, Mi-guel Espinosa de los Monteros, Juan Patri-cio, Morlete Ruiz, Pedro de Quintana, Fran-cisco Antonio Vallejo y José de Alcibar; y co-mo secretario, Lorenzo Barba Figueroa. Elautógrafo de los Estatutos, con las firmas deCabrera y demás individuos que los firmaron,existia en nuestros dias en poder de B. Fran-cisco Abadiaro, biznieto del primero.

En el Diccionario Universal de Historia yGeografía, citado antes, se dice que Cabreraera indio zapoteca, natural de Oajaca; estáfirmado el artículo con las iniciales M. O. B.,por lo que se supone que es del Sr. D. Ma-nuel Orozco y Berra, persona muy instruidaen historia mejicana; mas seguramente in-currió en error al creer que era indio Cabre-ra, pues no es verosímil que siéndolo hubie-ra firmado el siguiente artículo de los estatu-tos: (iNinguno puede recibir discípulos de colorquebrado, y al que contra este Estatuto lo eje-cutare, se los expelerá la Junta cuando lo sepa.Mas el profesor que hubiera de recibir discí-pulos, ha de ser pintor declarado por estaAcademia. Siendo, como se ordena, facultati-vo él, cuando se le lleve un niño deberá saberque sea español y de buenas costumbres. Yhará una inspección del genio del dicho, yserá como se ha acostumbrado, que es demostrarle un ojo dentro de un círculo, contodo su repartimiento, y otro actuado de cla-ro y oscuro, instruyéndole el modo de estaope.racion, dándole tiempo suficiente para laejecución. Y si conociere que el genio del ni-ño es competente para que pueda aprovecharesta facultad (que no todos lo pueden conse-guir, porque para ésta y la poesía es fuerzanacer con estas gracias), le ordenará vayaá casa del Secretario y le diga cómo quiereaprender esta facultad con aquel maestro:y dicho Secretario reconocerá, llevando esteniño su fe de bautismo, si es de la calidad di-cha. Y si acaso ocurriere alguno con empeñopara recepción, que no tuviere estas condiciones,le dirá no se puede recibir, por estar prevenidopor Estatuto: y si no es como se dice, sino decalidad, etc., lo matriculará en su libro y ledará un billete para que lo reciban, y sólo deeste modo se recibirán los discípulos, y no deotra manera, con lo que no llorarán los futu-ros lo que hasta aquí los presentes».

Ademas de éste, tan concluyente, hayotros datos que prueban que Cabrera era de

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NÚM. 291. A. LASSO DE LA VEGA.—UN VIAJE Á LA ETERNIDAD. 378

raza española pura. JSfo ha podido averiguar-se cuándo nació, ni cuándo murió; pero en laiglesia de San Pedro y San Pablo habia un re-trato del padre jesuíta D. Manuel Azcaraique tenía la fecha de 1764.

Parece que fue Cabrera persona de algu-na cultura adquirida por sí propio: nombradoen 1751 con otros pintores, á instancia delcabildo de la Colegiata de la Virgen de Gua-dalupe, para el reconocimiento facultativo dedicha imagen, escribió un papel con el títulode Maravilla americana y conjunto de rarasmaravillas observadas con la dirección de lasreglas del arte de la pintura en la prodigiosaimagen de Nuestra Señora de Guadalupe deMéjico; obrita, según el sabio Bartolache, «enque unió la precisión con la claridad, instru-yendo y deleitando».

Hubo otros pintores coetáneos de Cabre-ra: fue el más distinguido D. Francisco An-tonio Vallejo, de quien hay en la Academiaun cuadro muy notable de la Purísima Con-cepción, y tres en el colegio de Sari Ildefonso,que tienen las fechas de 1761 y 1764. Repre-senta uno la Muerte de San Francisco Javier:un anciano vestido de rica seda de la China,está postrado á su lado como para recogerel último aliento del Santo. El segundo, laobra principal de Vallejo, es un lienzo que lle-na la testera de la sacristía: en el plano deabajo, y casi en una línea, están San Joséarrodillado con el Niño en los brazos; á suizquierda Santa Ana, también arrodillada, yá uno y otro lado los siete arcángeles con losemblemas propios de sus oficios. Son buenastodas las figuras; pero la excelencia de laobra proviene del partido que supo sacar elautor del enorme tamaño de su cuadro, ha-ciendo una excepción á la regla general deque en pintura conviene agrupar para con-centrar mejor la atención, y que las figurasjuntas dan más golpe; pues en este cuadroobtuvo Vallejo el efecto por el principio con-trario. Encima del plano en que estala Sacra'Familia dejó un gran espacio, interrumpidoúnicamente en el medio por la paloma quesimboliza al Espíritu Santo, y en la alturaaparece, sobre querubines, el Padre Eterno,que es una figura magnífica, quizá la mejordel cuadro. El tercer cuadro, que está en lamisma sacristía, representa la Pentecostés.El semblante de la Virgen, que ocupa el cen-tro del cenáculo, tiene mucha expresión, yhace buen efecto la nube rojiza que se abrearriba y de la cual se desprenden las lenguasde fuego que bajan sobre los apóstoles. Ade-

mas de las obras citadas, hay otro cuadro deVallejo, muy bueno, en la capilla alta de lacasa de ejercicios de la Profesa; representael Descendimiento de la Cruz.

De Juan Patricio Morlete Ruiz, coetáneode Cabrera, hay en la Academia un lienzo pe-queño que no carece de mérito; representa áSan Luis Gonzaga, y en el convento del Car-men varios cuadros buenos alegóricos: géne-ro á que parecía inclinado.

F. DE ARRANGOIZ.

Concluirá.

UN VIAJE Á LA ETERNIDAD

DRAMA LÍRICO-FANTÁSTICO

Conclusión.

ACTO TERCERO

Opacas nubes llenan tod» el proscenio. Al terminar laprimara escena van desapareciendo lentamente, hastadejar descubierta la espesura de un bosque.

ESCENA PRIMERA.

ESPÍRITUS CELESTIALES, ÍDEM INFERNALES.

Coro interior.

ESPÍRITUS CELESTES.Van las horas, van los añosY los siglos raudos vanA sumirse en las tinieblasDe lo que ha pasado ya.Cuan veloz trascurre el tiempoEn la inmensa eternidad,Comparado con su cursoEn la esfera mundanall

ESPÍRITUS INFERNALES.Aquí un siglo es un breve momentoQue trascurre al que goza veloz.Donde eterna es la pena, ay! cuan lentoPara el lloro y despecho feroz!

ÍDEM CELESTES.Siempre de vida tiene el humano

Loca ambición.Breves las horas d,el goce vano

Juzga que son,Y su destino ciego no advierte

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Sólo es sufrir'.Que á sus miserias tarda es la muerte:

Que ha de morir!CORO CELESTIAL, (vocesfemeniles).

Si al hombre plácidaDicha sonríe,Ay, cuan efímeraPasar la ve!Cesa de súbitoCuando le engríe:Su vida á un términoLlegada fue.

CORÓ DE ÁNGELES, (voces infantiles).Feliz si su existencia

4 Toda resume,Cual las flores su esencia ,En un perfume:El perfume divinoQue al alma daSi á su eterno destinoSin manchas va.

ESCENA II.

Bosque espeso. A un lado una ermita rústica; una toscacruz de madera corona su techumbre.

BERMUDO. Viste toseo sayal de ermitaño. Há-llase ya en la vejez, y blanca y poblada barbacae sobre su pecho. Sentado en el dintel de laermita, parece entregado á profundas medi-taciones.Cuan lenta es ¡ay! la vidaA quien fatal remordimiento aqueja!Cuan rápida se alejaPara el avaro del placer! Hoy mismoCincuenta años hará ¡recuerdo horrible!Que la razón perdida,De insensata pasión bajo el imperioY con sed de venganza inextinguible.Me entregué del abismoAl príncipe fatal en cautiverio.

Señor, si con mis lágrimasMi culpa he de expiar,Ardientes en mis párpadosMiradlas sin cesar.

Cuando el triunfo lograr creíaDe mis pasiones, claro fulgorVino á mi alma: me redimíaDel yugo horrendo del tentador.

Acepta, oh Dios piadoso!Mi inmensa gratitud;Por tí olvidó gustosoRiqueza y juventud.

Aquí, en la penitenciaY en muda soledad,

Tan mísera existenciaEntrego á tu piedad.

Vuelve á abismarse en sus pensamientos.

ESCENA III.

BERMUDO, GONZALO en el mismo traje del actosegundo. Sus eabellos han encanecido, y sehalla también en la vejez.

GONZALO.Heme aquí ya otra vez. Esta es la ermita

Del venerable ancianoQue antes me dio su absolución bendita.

Del castillo cercano,Muy pronto la inquietud de quien me espera,

Y á mi sor desde hoy vive enlazada, *En calma gozaré. Cuánto temiera,Por mi ausencia tan breve acongojada!Presto huyó de mi memoriaCuanto en el mundo que dejo vi.Mi partida fue ilusoria,O es que de un sueño despierto aquí?Bendecidme, padre mió.

Acercándose á Bermudo.BERMUDO, con asombro.

(Es su faz! Su misma voz!)GONZALO.

Otro anciano esta mañanaDe mis culpas me absolvió.No tenéis un compañero?

BERMUDO.Este bosque sólo yoLuengos años ha que vivo.

GONZALO.(Cuan extraña confusión!Perturbada está mi mente.Es el mismo: fue un error.)Premie el cielo sus virtudes.

BERMUDO.

En su ayuda esté el Señor.Vase Gonzalo.

ESCENA IV.

BERMUDO.

Es el mismo! No despierteLas memorias de otros dias.En los reinos de la muertePara siempre se creyó.Ya el rencor en mí no cabe,Y las .solas ansias miasjSon que el cielo pronto acabeEsta vida que me dio.

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NÚM. 291. A. LASSO DE LA VEGA.—UN VIAJE Á LA ETERNIDAD. 375

ESCENA V.

BERMUDO, el BUFÓN. Éste presenta el mismoaspecto y viste de igual manera que en losactos anteriores. Sólo lleva ademas una caparoja, con la que se cubre.

BUFÓN, receloso y sin atreverse á aproximar áBermudo.

También reconocesAl pobre Bufón?

BERMUDO.

BUFÓN.

BERMUDO.

BUFÓN.

Tu astucia es inútil,Falaz tentador.

Recházame, oh rabia!Y tiemblo á su voz!

i

En mí de otros tiemposHoy nada quedó.Aléjate.

EscucheEl justo varón.Gonzalo ahora llegaDe la eternidad,Y en tanto de un sigloFuó aquí la mitad.Mas él, que esto ignora,Presume lle/arAquel mismo diaQue dio ante el altarEl nombre de esposoA tierna beldad.

BERMUDO.Inmenso prodigio!Vengado ya estás.

BUFÓN, con su risa diabólica.La flor bella entonces,Cuan mustia ha de hallar!

(A dos voces.)BERMUDO.

Al poder del alto cieloImposible nada es.Hoy, Señor, sólo es mi anheloQue conmigo siempre estés.

BUFÓN.Libertóle el alto cieloCuando esclavo era 4 mis pies:Inquietarle es hoy mi anhelo,Mas mi saña inútil es.

Bermudo, eon imperioso ademan, mandaal Bufón que se aleje, y entra en la ermita.Éste le obedece eon expresión de maligno des-peeho.

ESCENA VI.

MUTACIÓN. La misma decoración del acto segundo. Sóloel castillo ha cambiado de aspecto notablemente. Há-llase convertido en un monasterio. Ya no existen lastorres almenadas, el puente levadizo, ni los fosos, queparece haber sido cegados. Una cruz se el^va sobre supuerta principal/ á la que ahora adorna un pórticoadecaado. Óyese al empezar la escena el doble de 1»Bcampanas por los que están en la agonía.

Un ANCIANO campesino, ALDEANOS y ALDEANAS.

ALDEANOS.Cuan aflige la agoníaDe esa anciana virtuosa,Que de Cristo es digna esposa.Su castillo en templo un diaPor su gloria convirtió.La limosna al desvalido,El consuelo al afligidoSu piedad nunca negó.

ANCIANO.Cual yo no muchos sabrán la historiaDe la abadesa. Es muy cruel!Nunca la aparto de mi memoria.Pocos quedamos del tiempo aquel!

ESCENA VII.

DICHOS, GONZALQ. Éste manifiesta su confusióny profunda sorpresa al examinar aquelloslugares. Sale del bosque. Después MONJAS,coro interior.

GONZALO.

B*nde el castillo? Yo estoy demente!ALDEANOS.

Decid suceso tan singular.ANCIANO.

Bella era entonces! Fiesta esplendenteLa de aquel dia que fuó al altar!

Gonzalo presta atención.No bien su mano dio al noble esposo,Éste á la cita de un muerto fuó;Pero no ha vuelto.

ALDEANOS.Caso espantoso!

GONZALO, aproximándose, con enojo.Ese que dices, yo soy á fe.

ALDEANOS, eon miedo.Ay qué susto!Loco está!Pobre anciano!

ANCIANO, eon terror.Si es su faz!Vamos luego.

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ALDEANOS.

ANCIANO.

Quién será?

Según creo,Satanás!

Todos dan un grito, y huyen atemorizados.Al mismo tiempo aparece el Bufón saliendodel bosque.

ESCENA VIII.

GONZALO, el BUFÓN. Éste envuelto en su eapay encubriendo el rostro.

GONZALO.Burla es suya!

BUFÓN.

No por cierto.Te sorprendes con razón.

GONZALOQuién así llega encubierto?

BUFÓN, descubriéndose.Reconóceme.

GONZALO.El Bufonl

Sólo hallóme con extraños.Uno al cabo conocí.

BUFÓN.Es que há siglos que los añosNunca dejan huella en mí.

GONZALO.Quién la mente me fascina?Este encanto alcanzaré?

El Bufón saca de debajo de su eapa su so-naja de cascabeles, en cuyo centro hay un es-pejo de aeSiro, y lo presenta á Gonzalo.BUFÓN.

Tu semblante aquí examina:Si es el mismo de antes vé.

Mírase Gonzalo en el espejo, y al ver sublanca barba retrocede con horror, dando ungrito de asombro.GONZALO.

Ah! Quién soy?... Horrendo hechizo!Dónde fue mi juventud?Quién su víctima me hizoCon maléfica virtud?

BUFÓN.Tu sonrisa burladoraDale al mísero Bufón!Fue tu dicha de una hora:Fue tan sólo una ilusión!

GONZALO.

Tú 6 quien di mis juramentos,

Leonor mia, dónde estás?BUFÓN.

Esos fúnebres acentosTe responden.

GONZALO.

Queda aún más!MONJAS (coro interior). Gonzalo las escucha

anonadado.A un alma justa que abandona el mundo,Rayo descienda de celeste luz:Halló el consuelo á su dolor profundoEn quien al hombre redimió en la cruz.

BUFÓN.

La moribunda, la anciana triste,Tan bella enantes, ésa es Leonor.

GONZALO.

Ah, desdichado!BUFÓN.

Tal vez creísteHallarla joven, llena de amor?Sabe el misterio que así te aterra.Sólo una hora de eternidadPara tí ha sido: para la tierra,De todo un siglo fue la mitad.

(A dos voces.)

GONZALO.

Oh cielos santos! Sueño ó deliro?Tú, amada esposa, me esperas, si!Aún en tus labios oiga un suspiro.También, oh muerte, ven para mil

BUFÓN.

También en vano triunfar aspiroDe quien se encuentra burlado asíEn sus ensueños. Ay! no le'inspiro 'La horrenda saña que siento en mí!

Gonzalo se dirige precipitadamente al mo-nasterio. Vuelve á oírse el doble de las cam-panas.

MONJAS (coro interior).A un alma justa que abandona el mundo, etc

BUFÓN, con ira reconcentrada.El rayo del Eterno

Mi frente ha herido,Me abisma en el Averno

Con mi crueldad;Mas mi odio al humano

Nunca extinguido,Volverá insano:

Tema al vencidoLa humanidad!

Abismase entre llamas.

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NÚM. 291. GCETHE.—WILHELM MEISTER. 377

ESCENA IX.MUTACIÓN. Claustro de un convento. Leonor viene á sen-

tarse en un sillón sostenida por dos monjas; la rodeanlas demás de su comunidad. Su rostro se conserva sintener muy marcadas las huellas de la vejez. Sus eabe-lloa han encanecido; viste el traje de abadesa. Mani-fiesta el abatimiento y la fatiga propia de quien se ha-lla próxima á morir. En el fondo y en una de sus ga-lerías se halla un altar iluminado por una lámpara.

LEONOR, MONJAS.

MONJAS.

Feliz la que este diaA un mundo va mejor!Al lado suyo envíaTus ángeles, Señor.

LEONOR.

Una vida, oh Dios, te entregoEn su fin á tu piedad.Marchitóla el llanto luego,En su más risueña edad.Consagrada la he tenidoDesde entonce á la oración.Cuan feliz si he conseguidoTu clemencia y tu perdón!

Con abatimiento.Seis años le esperó. "No quiso el cieloDarme la dicha que soñó en el mundo.La paz y su consueloHalló en el claustro mi dolor profundo.Cuan larga es esta vida!Cuánto el alma ambicionaEl momento feliz de su partida!Ay! al fin placentera...Su cárcel abandona...Recíbela, Señor... Tu gracia espera!

Muere., MONJAS.

Dios su espíritu reciba;Su existencia terminó.Por su eterna dicha alcemosNuestra férvida oración.

Dirígense todas al altar del fondo: arrodi-llanse ante él y no se aperciben de la escena si-guiente.MONJAS.

De profundis clamaoi at te, Domine:.Domine, exaudí vocem meam.

ESCENA X.

DICHOS, GONZALO, á poco la sombra de DONILLAN. Llega con extraordinaria agitación,y se detiene aterrado ante el espectáculo quese le ofrece.

GONZALO.

Qué mundo es éste, cielos?TOMO XIV.

Es ella!... Sí!... Leonor!Morir son mis anhelos!La vida me da horror.

La sombra de Don Ulan aparece como en elprimer acto.

Allí la encontrarás! Dios lo ha dispuesto-Señalando al cielo.

No la humana ventura,Sino la eterna alcanzarás muy presto.

Desaparece.GONZALO.

Celeste luz fulguraQue mi mente ilumina!Siento en mis venas de la muerte el frió...Mi frente al peso de la edad se inclinaY no alienta mi sor... Piedad, Dios mió!

Cae en tierra como indica, perdiendo su as-peeto de fortaleza, y muere. En el fondo delclaustro, que se abre de súbito, vuelve á mos-trarse la sombra de Don Ulan, que parece es-perar á las figuras que representan á Leonor yGonzalo en su Juventud, y que suben á los cielosconducidos entre nubes por un grupo de ánge-les. En tanto el coro de las monjas repite el Deprofundis. Cae el telón.

FIN DEL DRAMA LÍBICO.

ÁNGEL LASSO DE LA VEGA.

WILHELM MEISTER

PRIMERA PARTE

AÑOS DE APRENDIZAJE

Libro tercero

CAPÍTULO PRIMERO.

Conoces el país donde maduran los limones?En el follaje sombrío brilla el naranjo de oro;Un dulce viento sopla del cielo azul;El mirto discreto, el laurel soberbio, allí ge levantan.

Lo conoces?Allí es, allí es

Oh, mi muy amado! adonde yo qujtiera ir contigo.Conoces la casa? Su techo desean£¿ sqfyw columnas.

La sala brilla, la sala resplandece, J , "Y las estatuas de mármol- se lefantan y me míi&r«Qué te han hecho á tí, pobre nlíia?»

Las conoces? \ * •> '«*•

Allí es, allí esOh, mi protector! adonde yo quisiera ir contigo,

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378 REVISTA EUROPEA.—21 DE SETIEMBRE DE 1879. NÚM. 291 .

Conoces la montana y su sendero brumoso?La muía busca en ella un camino por entre las nubes:Kn las avernas habita la vieiá raza de los dragones,La roca se precipita, y por cima de ella el torrente.

La conoces?Allí es, allí es

Adonde nuestro camino nos conduce. Oh, padre mió,(partamos! (1)

Cuando al dia siguiente por la mañanaGuillermo buscó á Linda por la casa, no laencontró; pero supo que había salido muytemprano con Melina, que" habia venido ábuscarla para que le ayudase á trasportarel guardaropa y el resto de los accesoriosdel teatro.

Al cabo de algunas horas, oyó música ensu puerta. Al pronto creyó que era el arpis-ta; pero conoció los sonidos de una guitarra,y la voz que cantaba era la de Linda. Abrióla puerta; la niña entró, y cantó el lied queacabamos de reproducir.

El aire y la expresión agradaron singu-larmente á nuestro amigo, aunque no com-prendió todas las palabras. Hizo que la repi-tiera, y replicara las" estrofas, las escribió ylas tradujo en alemán. Pero sólo pudo imitardébilmente la originalidad de los giros; lasencillez infantil de la expresión desapare-cia cuando la lengua incorrecta se convir-tió en regular, y lo incoherente en ordenado.Nada podia compararse con el encanto de lamelodía.

Ella empezaba cada estrofa con pompa ysolemnidad, como para preparar la atenciónpara alguna cosa extraordinaria. En el ter-cer verso, el canto se hacía más sordo y másgrave; estas palabras: ¿lo conoces? emitía-las con una intención misteriosa. Una aspi-ración irresistible se descubría cuando de-cia: | Allí es! ¡allí es donde yo quisiera ir con-tigo! y sabía modular en cada repetición elestribillo de tal manera, que era al principiosuplicante y apremiante, después apasiona-do y lleno de promesas.

Después que hubo concluido el canto porsegunda vez, se quedó un momento silencio-sa, fijó en Guillermo una mirada profunda, yle preguntó:

—¿Conoces tú ese país?—Presumo que es la Italia, respondió él.

¿De dónde has tomado esa canción?—| La Italia 1 repitió Linda pensativa. Si

vas á Italia, llévame contigo; tengo frió aquí.

(1) Beethoven ha puesto en música esta composiciónjuntamente con otras cinco de Goethe, bajo este título:»Sechs Gesaenge von Goethe», op. 15.

—¿Acaso has estado ya allí, queridita mia?preguntó Guillermo.

La niña guardó silencio, y no pudo sacar-se de ella nada más.

Melina, que llegó á esto, examinó la gui-tarra, y se mostró muy satisfecho al encon-trarla ya tan bien arreglada. Este instru-mento formaba parte de sus accesorios deteatro. Linda se la habia pedido prestada porla mañana, el arpista la habia armado en se-guida, y la niña mostró en esta ocasión untalento que hasta entonces habíanse halladomuy lejos de suponerle.

Ya Melina habia tomado posesión delguardaropa y de sus accesorios; algunosmiembros del Consejo municipal le prometie-ron autorización para dar representacionesen la ciudad. Este triunfo le habia alegradoel corazón y desarrugado el ceño. Estabaamable, cortés para con todo el mundo, has-ta obsequioso y persuasivo. Felicitábase por-que podia al fin ocupar y contratar por al-gún tiempo á sus amigos, que hasta aquelmomento habian estado faltos y ociosos. La-mentaba no hallarse tal vez en estado de pa-gar en los comienzos, según sus méritos, álos excelentes sujetos que la buena fortunale enviaba, porque ante todo debia satisfacerla deuda contraída con un amigo tan gene-roso como Guillermo.

—No puedo expresaros, le dijo Melina, quégran servicio me prestáis al ponerme en dis-posición de tomar la dirección de un teatro.En efecto, cuando os encontré, hallábame enuna posición muy extraña. Ya recordareisla vehemencia con que, en nuestra primeraentrevista, os manifesté mi repugnancia porel teatro; pues así que estuve casado, porcariño á mi mujer, que se prometía muchostriunfos, tuve que buscar un ajuste. No lohalló, al monos estable. Por mi fortuna, en-contróme con algunos negociantes que encasos excepcionales podían necesitar unapersona apta para el bufete, que supiera elfrancés y tuviera algunas nociones de con-tabilidad. Todo anduvo bien durante algúntiempo; estaba regularmente retribuido, merepuse algo, mis relaciones sólo eran muyhonrosas. Pero los trabajos excepcionalesde mi patrón se acabaron; no habia que as-pirar á un empleo fijo; mi mujer aspirabatanto más al teatro, y desgraciadamente, enun momento en que el estado de su salud nole permitía esperar una brillante acogida porparte del público. Ahora espero que el esta-blecimiento que fundaré con vuestra ayuda

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será un buen estreno para los míos; á vosseré deudor de mi dicha futura, de cualquie"'ra manera que ella venga.

Guillermo habia escuhado gustoso, y losactores se dieron también por satisfechoscon las declaraciones del nuevo director; fe-licitábanse en voz baja por este ajuste, tanpronto decidido, y se mostraban dispuestosá aceptar, en su principio, cortas asignacio-nes, porque la mayor parte consideraban loque se les ofrecia tan inopinadamente comoun pico con el cual no contaban algunos mo-mentos antes. Melina se aprovechó de estasdisposiciones, cogió aparte á cada uno deellos, y tratando á éste de una manera, áaquél de otra, los decidió á que firmasen enel acto sus contratas, sin que hubieran re-flexionado en sus nuevos ajustes, y creyén-dose bastante garantidos por la cláusula queles permitía retirarse dando aviso con seissemanas de anticipación.

Iban á redactar estas convenciones en le-gal forma, y Melina pensaba ya en las obrasque debían atraer al público, cuando un co-rreo llegó á anunciar al escudero la llegadade sus señores, y éste mandó traer ensegui-da los caballos de relevo.

Al cabo de unos instantes, una carrozapesadamente cargada se detuvo delante dela puerta de la posada, y dos lacayos salta-ron del asiento. Según su costumbre, Filinafue la primera en dejarse ver, y se colocó enel umbral de la puerta.

—¿Quién sois? dijo al entrar la condesa.—Una comedianta, para servir á vuestra

excelencia, respondió ella; y la burlona joven,inclinándose con rostro modesto y ademanrespetuoso, besó el vestido de la dama.

El conde, que vio á su alrededor algunaspersonas que también se daban por come-diantes, se informó de la composición de lacompañía, del ultimo sitio en que habia ac-tuado, así como del director.

—Si fueran franceses, dijo á su mujer, po-dríamos proporcionar al príncipe un placerinesperado, y darle en vuestra casa su diver-sión favorita.

—Posible fuera, no obstante, replicó la con-desa, aunque por desgracia estas gentes sólosean alemanas, hacerles representar en elcastillo mientras el príncipe permanezca enél. Sin duda tendrán alguna habilidad. Unteatro es el mejor medio de diversión parauna sociedad numerosa, y el barón podráeducarles un poco.

Diciendo esto subieron la escalera, y Meli-

na fue á presentarse en calidad de director.—Reunid á vuestra gente, le dijo el conde,

y presentádmela, para que yo vea qué puedohacer por ella. Quisiera también la listadelasobras que se hallen en estado de ejecutar.

Melina salió del aposento haciendo una pro-funda reverencia y volvió algunos momentosdespués con sus actores. Los unos se presen^taron mal por querer agradar demasiado, losotros no lo hicieron mejor á causa de su malexterior. Filina demostró grande respeto alacondesa, que era por extremo amable y afec-tuosa. Durante este tiempo, el conde inspec-cionaba el resto de la compañía; se informódel papel de cada uno, diciendo al directorque ante todo debía cuidar de la especialidadde los papeles, consejo que éste recibió con lamayor humildad.

El conde indicó á cada persona los estu-dios que debía profundizar, lo que debia mo-dificar en su persona y en su continente; hí-zoles ver con claridad aquello en que siemprepecan los alemanes, y demostró conocimien-tos tan excepcionales, que se quedaron corta-dos ante un inteligente' tan ilustrado, un tannoble profesor, y apenas se atrevían á res-pirar.

—¿Quién es ese hombre que está en ese rin-cón? preguntó el conde señalando á un sujetoque aún no le habia sido presentado; y unpersonaje flaco se acercó, vestido con unatúnica pelada y adornada con piezas en loscodos; una lastimosa peluca cubria la cabezadel humilde cliente.

Este hombre, á quien hemos conocido enel libro precedente como favorito de Filina,representaba habitualmente los pedantescosdómines, los poetas, y en general los papelesen que se reciben los bastonazos y los jarrosde agua sobre la cabeza. Esto le habia lleva-do á contraer una humildad rastrera, ridicu-la y tímida, y su tartamudez, que convenia ásus papeles, nunca dejaba de hacer reir al es-pectador, lo cual le hacía muy útil para lascompañías de que formaba parte, tanto máscuanto que ademas era muy servicial y com-placiente. Acercóse al conde á su manera, seinclinó y respondió á cada pregunta de lamisma suerte que acostumbraba á producir-se y á hablar en escena, El conde le conside-ró algunos instantes con atención benévola;después exclamó volviéndose hacia la con-desa:

—Hija mia, mira con atención á ese hom-bre: respondo de que esjun gran comediante,ó que puede llegar á serlo.

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El hombre hizo con toda la sinceridad desu corazón tan estúpida reverencia, que elconde se echó á reir al verle y exclamó:

—¡Maravilloso! ¡Excelente 1 Juro que esehombre puede representar cuanto quiera.¡Lástima es que no le hayan empleado mejorhasta el presente!

Esta preferencia marcada era irritantepara los demás; sólo Melina no halló en ellanada humillante. Aun dio completamente larazón al conde, y respondió con el tono másrespetuoso:

—]Ah! Cierto; tanto á éste como á los de-más, sólo nos ha faltado el estimulo de un in-teligente tal como el que hoy hallamos envuestra excelencia.

—¿Es esto toda la compañía? preguntó elconde.

—En este momento algunos de sus indivi-duos están ausentes, respondió el prudenteMelina, y fácil nos será, sobre todo si halla-mos algún apoyo, completarnos pronto en lascercanías.

Entonces Filina dijo á la condesa:—Aún hay arriba un bellísimo joven que

desempeñaría á las mil maravillas cierta-mente los papeles de primer galán.

—¿Por qué no se deja ver? replicó la con-desa.

—Voy á buscarle, exclamó Filina saliendoprecipitadamente.

Encontró á Guillermo ocupado todavía conLiada, y le indujo á que bajara. Él la siguiócon asaz mala voluntad; sin embargo, la cu-riosidad le impelía, porque así que le anun-ciaron de qué personajes se trataba, sintióun vivo deseo de conocerlos de más cerca.

Entró en el aposento, y sus miradas se en-contraron desde luego con las de la condesa,que estaban fijas en él. Filina le llevó ante ladama, mientras el conde hablaba con los de-mas. Guillermo se inclinó respetuosamente,y no sin alguna turbación respondió á laspreguntas que le dirigió la encantadora dama.Su belleza, su juventud, sus gracias, sus ma-neras afables y elegantes, causaron en él laimpresión más agradable, tanto más cuantoque sus palabras y sus gestos iban acompa-ñados de cierta reserva, aun pudiéramos de-cir de una especie de cortedad. También fuepresentado al conde, que paró poco su aten-ción en él; pero llevó á su mujer al hueco deuna ventana, donde pareció consultarla. Pu-do observarse que la opinión dé la condesaconcordaba perfectamente con la de su ma-rido, y que parecia rogarle con instancia y

afirmarle en sus resoluciones. Él se volvióluego á la compañía y dijo:

—Por el momento no puedo detenerme, pe-ro os enviaré á uno de mis amigos; y si meproporcionáis condiciones aceptables y meprometéis hacer todos vuestros esfuerzos,estoy pronto á haceros representar en el cas-tillo.

Estas palabras causaron á todos muygrande satisfacción, y Filina besó con vehe-mencia las manos de la condesa.

—Ten paciencia, niña, le dijo la dama aca-riciando las mejillas de la atolondrada joven;ten paciencia; cuando venga á mi casa cum-pliré mi promesa; pero es preciso que te vis-tas algo mejor.

Filina se disculpó con que no podía desti-nar casi nada á su guardaropa; al punto lacondesa dijo á su doncella que le diera unsombrero inglés y un chai de seda que se po-dian sacar fácilmente de sus baúles. La da-ma adornó ella misma á Filina con estos ob-jetos, y ésta continuó muy lindamente su pa-pel con un aire de candor y de sencillez in-fantil.

El conde presentó por fin la mano á su mu-jer para acompañarla. Al marcharse saludóamistosamente á todos los concurrentes, yse volvió una vez más hacia Guillermo, áquien dijo en muy amable tono:

—Pronto nos volveremos a ver.Perspectiva tan bella entusiasmó á nues-

tros actores; cada uno dio rienda libre á susproyectos, á sus esperanzas, á su imagina-ción; habló de los papeles que quería desem-peñar, de los triunfos que obtendría. Melinacombinó los medios de dar muy pronto al-gunas representaciones, á fin de sacar algúndinero á los habitantes de la pequeña ciudady alentar á su gente, mientras que los otrosse dirigían á la cocina, en donde dieron or-den de preparar una comida menos frugalque de ordinario.

CAPÍTULO II.

Algunos dias después llegó el barón, áquien no vio Melina sin inquietud; el conde loanunció como un inteligente, y era de temerque descubriera el lado débil de este pequeñogrupo, y que se apercibiera de que tenía antesí una compañía aún no formada, que no po"seia una sola obra convenientemente mon"tada. Pero el director y sus actores se serena-ron pronto, pues hallaron en el barón á unhombre que profesaba el mayor entusiasmo

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por el teatro nacional, y para quien todos loscomediantes y todas las compañías eran bienvenidas. Saludó á todos con solemnidad, sefelicitó por encontrar de una manera tan in-esperada una compañía alemana, por poner-Se en relación en ella, y por introducir lasmusas nacionales en el castillo de su pa-riente.

Después sacó de su bolsillo un cuaderno,en el cual esperaba hallar Molina el proyectode contrata; pero era muy otra cosa. El ba-rón les rogó que le prestaran su atenciónpara oir un drama que habia compuesto, y |que deseaba ver representado por ellos. For-maron el corro, muy contentos por poder ga-narse á bien bajo precio la devoción de unhombre indispensable, aunque el grueso delcuaderno les prometió una sesión desmesu-radamente larga. Esto sucedió, en efecto,pues la obra tenía cinco actos, y actos deesos c[ue no concluyen nunca.

El héroe era un hombre de alta alcurnia,amigo de hacer bien, y con todo ello perse-guido y desconocido, pero que acababa portriunfar de sus enemigos, á quienes la jus-ticia del poeta hubiera castigado severa-mente si el vencedor no se hubiera apresu-rado á concederles su perdón.

Durante esta lectura, cada oyente tuvotiempo de pensar en sí mismo, de elevarsepoco á poco desde la humildad en que se ha-llaba sumido un momento antes á una felizsatisfacción, desde lo alto de la cual contem-plaba en el porvenir las más agradables pers-pectivas. Aquellos que no veían en esta obrapapel favorable para sí, la hallaron detes-table y tuvieron interiormente al barón porun pobre dramaturgo; los demás colmabande elogios, con grande satisfacción del autor,los pasajes en que esperaban ser aplaudidos.

Las cuestiones de dinero pronto estuvie-ron arregladas. Melina supo pactar con elbarón en su provecho, y tener secreto el con-trato á los demás comediantes. De paso, Me-lina le habló al barón de Guillermo, asegu-rándole que se hallaba en estado de desempenar las funciones de poeta del teatro, y quetampoco era mal actor. El barón hizo ense-guida amistad con él, tratándole de colega.Guillermo exhibió algunas obritas que la ca-sualidad habia salvado, con otras reliquias,el dia que echó al fuego sus obras. El barónencomió mucho sus versos y la manera dedecirlos, y convino en que iria con la compa-ñía al castillo; y al despedirse prometió á to-dos excelente acogida, cómodo alojamiento,

buena comida, "triunfos y regalos; Melinaañadió á esto la seguridad de una gratifica-ción determinada.

Ya se adivinará de qué buen humor pusoesta vigita á la sociedad, que en lugar deuna pos'icion precaria é incierta, veia de re-,pente ante si honra y provecho. Quisierongozar anticipadamente de su buena fortuna,y todos consideraron inconveniente guardarun solo maravedí en su faltriquera.

Sin embargo, Guillermo indagaba si de-beria acompañar á la compañía al castillo, yvio, por más de una razón, que era prudentehacerlo así. Melina contaba, por medio deesta inesperada contrata, satisfacer sudeuda, al menos en parte, y nuestro amigo,que procuraba profundizar el conocimientode los hombres, no quería perder esta oca-sión de ver de cerca el gran mundo, dondeesperaba encontrar numerosas enseñanzas,apropósito de la vida, de sí propio y del arte.A más, no osaba confesarse lo deseoso queestaba de volverse á hallar junto á la bellacondesa; antes bien, procuraba persuadirsede que sacaría gran utilidad del conocimientode la alta y de la rica sociedad. Hizo sus re-flexiones acerca de la condesa, del barón, deldesembarazo, de la elegancia, de la graciade sus maneras; y como estaba solo, ex-clamó con entusiasmo:

—¡Dichosos tres veces los hombres á quie-nes su nacimiento eleva desde el origen so-bre las clases inferiores de la sociedad!¡Aquellos que no han tenido que atravesaresas situaciones en que tantos hombres dis-tinguidos gastan su vida entera, que no separao»en ellas ni aun como viajeros rápidos!Desde lo alto de esa cima elevada, su miradadebe ser vasta y justa, y fácil cada paso desu vida. Desde su nacimiento están como co-locados juntos sobre un navio para servirsedel viento favorable y resguardarse delviento contrario durante la travesía que to-dos tenemos que hacer, mientras que losotros, nadando aisladamente, se cansan,aprovóchanse poco dé las brisas propicias, yven presto sus debilitadas fuerzas sucumbirenmedio de la tempestad. ¡Qué de comodida-des! ¡Qué de facilidades de un rico patrimo-nio! ¡Con qué seguridad prospera su comer-cio, basado sobre un buen capital que impideque un negocio fallido produzca una inacti-vidad funesta! ¿Quién mejor puede juzgardel mérito y de la futilidad de los bienes te-rrestres, que aquel que ha estado en condi-ciones de gozar de ellos desde su infancia?

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¿Quién puede dirigir más pronto sus facul-tades intelectuales hacia lo necesario, loútil, lo verdadero, que aquel que ha estadoen el caso de reconocer sus errores en unaedad en que aún le quedaba bastante fuerzapara volver á empezar una nueva vida?

De esta manera asignaba nuestro amigola felicidad á aquellos que viven en las altasregiones, así como á los que pueden acercar-se á esa esfera, beber en ese manantial, ybendecía su buen genio, que iba á hacerle tre-par esos escalones.

Entretanto Melina, después de haberseroto largo tiempo la cabeza en pensar cómodistribuir los cargos en su compañía, segúnel deseo del conde y según su propia convic-ción, y en asignar á cada individuo su espe-cialidad, tuvo que darse por muy feliz, cuandose llegó á la ejecución, en hallar á su cortopersonal dispuesto á encargarse de tal ó cualpapel que la necesidad le imponía. Laertes,por la figura, tomó el papel de primer galán;Filina el de graciosa; lasaos jóvenes se repar-tieron las ingenuas y las románticas; el viejosólo podia perder en dejar de serlo, y Melinacreyó podia encargarse de los caballeros;su esposa, no sin gran dolor, se vio conde-nada á los papeles de dama joven ó de ma-dre sensible; y como en las obras modernascasi se encuentran pedantes, y los poetas,cuando los hay en ellas, no son ridiculos, elfavorito del conde tuvo que representar losministros y los presidentes, que están repre-sentados generalmente en el teatro comomalvados, muy mal tratados en el quintoacto. En sus papeles de gentileshombres ychambelanes, Melina sufría resignado las in-jurias que le dirigían los leales alemanesen muchas obras favoritas, porque hallabaocasión de vestirse con elegancia y darseaires de gran señor, que creia poseer á per-fección.

Una multitud de actores, llegados de di-ferentes comarcas, no tardaron en presen-tarse sucesivamente al director, que los ad-mitió sin maduro examen, bien que los con-trató sin asignaciones serias.

Guillermo, á quien en vano habia queridoMelina persuadirle varias veces á que acep-tase un papel de galán, se puso con todassus fuerzas al servicio de la empresa; aun-que nuestro nuevo director no le agradecióen modo alguno sus esfuerzos, pues creiahaber adquirido con su dignidad todas la fa-cultades necesarias para la dirección. Unade sus ocupaciones favoritas era la de hacer

cortes por medio de los cuales reducía cadaobra \ la largura conveniente, sin preocu-parse por ninguna otra consideración. Atra-jo mucha afluencia, el público se mostrabasatisfecho, y los habitantes más desconten-tadizos afirmaban que el teatro de la capitalse hallaba muy lejos de estar tan bien mon-tado como éste.

CAPÍTULO III.

Llegó por fin el momento en que debianprepararse para el viaje y esperar las carro-zas y los coches destinados á conducir todala compañía al castillo del conde. Grandesdiscusiones se habían entablado de antema-no para saber cómo se colocarían en los co-ches y qué asiento ocuparía cada uno. No sintrabajo se decidió por fin el orden y la distri-bución, pero sin efecto desgraciadamente; áá la hora anunciada llegó un número de ca-rruajes inferior al que se esperaba, y nohubo más remedio que arreglarse con ellos.El barón, que seguía á caballo á alguna dis-tancia, dio por razón que todo se hallaba muydesordenado en el castillo, no sólo porque elpríncipe debia llegar algunos dias antes dela época que habia fijado, sino también por-que habian acudido varios visitantes inespe-rados; estaban muy apretados, y los come-diantes no se hallarían tan bien alojadoscomo al principio les habia prometido, [locual le apesadumbraba mucho.

Metiéronse como pudieron en los coches,y como el tiempo era bastante bueno y elcastillo sólo distaba algunas leguas, los máságiles prefirieron hacer á pié el camino á es-perar la vuelta de los coches. La caravanapartió con gritos de alegría, y por vez prime-ra en su vida sin estar precisada á pensaren pagar la cuenta á los hosteleros. Presen-tábase el castillo á su imaginación como unpalacio encantado; eran las gentes más feli-ces y más alegres del mundo, y cada uno,según sus gustos, veia en este dia una largaserie de placeres, de gloria y de fortuna.

Una fuerte lluvia que cayó de repente nopudo sacarles de estas agradables impresio-nes; pero como la lluvia cayese siempre másviolenta y más persistente, algunos de ellosacabaron por sentirse muy incómodos. Llególa noche, y nada les fuá tan agradable comoel vislumbrar por fin el palacio del conde,iluminado en todos los pisos, que resplande-cía frente á ellos en una eminencia, de suer-te que podían contar sus ventanas.

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Al acercarse, observaron que las venta-nas de los edificios secundarios estabanigualmente alumbradas; cada uno adivinabacuál sería su aposento, y la mayor parte secontentaban con un gabinete en los desvanesó en las alas.

Algunos minutos después atravesaron laaldea; al pasar por delante de la posada,Guillermo mandó parar y se dispuso á bajar;pero el huésped le aseguró que no le quedabael más mínimo rincón. El señor conde, sor-prendido por comensales inesperados, habiatomado toda la posada, y desde la víspera sehabia escrito con tiza en cada puerta el nom-bre del que debia ocupar el aposento. Nues-tro amigo se halló, pues, obligado á dirigirseal castillo con el resto de la compañía.

Vieron en un cuerpo de la casa separadoalgunos cocineros atareados, agitándose entorno de un gran brasero, y ya les alegróeste espectáculo. Algunos lacayos provistosde antorchas bajaron con precipitación lasescaleras, y el corazón de los buenos viajeroslatió de alegría. jCuál no sería su decepcióncuando esta recepción se cambió en horriblesimprecaciones! Los lacayos empezaron á ju-rar contra los cocheros que se habian atre-vido á entrar en aquel patio, y les gritaronque dieran la vuelta y se fueran al castilloviejo; no tenían sitio para semejantss hués-pedes. A esta acogida, tan inhospitalariacomo inesperada, añadieron infinitas imper-tinencias, burlándose entre sí de la neciaequivocación, que les habia hecho salir á lalluvia. Ésta continuaba cayendo; ni una es-trella brillaba en el cielo, y los comediantesfueron llevados por un camino escabroso,entre dos altas paredes, al viejo castillo, si-tuado en la parte de atrás, y qje habia per-manecido deshabitado desde que el padre delconde habia hecho edificar el castillo actualdelante de éste. Paráronse los coches, unosen el patio, los demás bajo una larga puertaabovedada, y los cocheros, que sólo eran al-deanos de servidumbre, desengancharon yse volvieron á la aldea.

Como nadie salía á recibirles, los viajerosbajan del coche, llaman, buscan; ¡trabajoperdido! Todo permanecía oscuro y silencio-so. Soplaba el viento por la alta puerta; lasviejas torres y los patios revestían aspectosimponentes, y apenas si se distinguían lasformas á través de la oscuridal. Tenían frióy miedo;, las mujeres se espantaban, los ni-ños empezaban á llorar, la impaciencia au-mentaba siempre, y tan repentino cambio de

fortuna, que nadie se esperaba, habíalos des-concertado á todos.

Como esperaban á cada instante que vi-nieran á abrirles, y como, engañados por .lalluvia y por la tempestad, creían á cada mo-mento oir los pasos de tan deseado portero,permanecieron bastante largo tiempo cons-ternados ó inactivos, y ni uno de ellos tuvola idea de ir al castillo nuevo y reclamar allíel auxilio de las almas compasivas. No po-dian explicarse qué habia sido del barón, suamigo; de esta suerte se hallaban en una si-tuación muy penosa.

Por fin. oyeron realmente que llegabagente, mas reconocieron en las voces á suscamaradas, que como habian hecho á pié elviaje, se habian quedado detras de los co-ches. Refirieron que el barón se habia caidodel caballo, que se habia herido de bastantegravedad un pié, y que cuando se presenta-ron en el castillo, les habian dirigido brutal-mente allí.

La compañía se hallaba muy perpleja; de-liberábase acerca de lo que debía hacerse, yno se llegaba á ninguna solución. Por fin sevio á lo lejos venir una luz; cobraron ánimo,pero la esperanza de la libertad desvanecióseuna vez más, cuando la aparición se aproxi-mó y fuá posible distinguirla. Era un mozode cuadra que alumbraba al escudero delconde, personaje que ya conocemos; pregun-tó muy calurosamente por la señorita Fili-na. Ésta salió al punto de entre el tropel, yél la rogó con instancias que se dignara de-jarse llevar al castillo nuevo, donde le habiapreparado un ladito junto á la criada de lacondesa. Sin dudar más tiempo aceptó el ofre-cimiento muy reconocida; colgóse al brazodel escudero, y después de haber recomenda-do sus baúles á sus compañeros, se dispusoá marcharse con él; pero toda la compañíareunida le cerró el camino, rogó, suplicó,conjuró al escudero, que no pudo obtener elpermiso de alejarse con su bella sino despuésde haber prometido todo cuanto le pidieron yasegurádoles que mandaría les abriesencuanto antes el castillo y les alojasen en éllo mejor que se pudiera. No tardó en desapa-recer la claridad de la linterna, y esperaronmucho tiempo aún una nueva luz, que al fin,después de una larga espera y de mil jura-mentos y maldiciones, apareció, trayóndoleaesperanza y consuelo.

Un criado anciano abrió la puerta del vie-jo edificio, en el cual se precipitaron en tro-pel. Cada uno se ocupó de sus efectos, en

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descargarlos, en meterlos en la casa. Todoaquello se hallaba tan calado como las per-sonas. Con una sola luz, la operación se. hizolentamente; se caían y tropezaban en aquellavieja morada. Pidieron otras luces, reclama-ron lumbre. El lacónico criado abandonó congran sentimiento su linterna, fuese y ya novolvió.

Entonces se pusieron á explorar la casa.Las puertas di todos los aposentos quedaronabiertas; grandes estufas, tapicerías, estra-dos, atestiguaban todavía el lujo que en otrotiempo habia imperado allí; pero toda clasede muebles, á excepción de algunas gigan-tescas armaduras de cama vacías, habiadesaparecido; ni una mesa, ni una silla, niun espejo; todos los objetos de adorno ó denecesidad habían sido sacados. Viéronseobligados á sentarse sobre los baúles y lasmaletas mojadas; parte de los viajeros, can-sados, tomó posesión del estrado.

Guillermo se habia sentado en las gradasde una escalera; Linda descansaba sobre susrodillas; y cuando él le preguntó qué tenía,respondió: «Tengo hambre...» y él no teníanada con que calmar á la pobre niña: el res-to de la compañía habia agotado sus provi-siones; tuvo que dejar á la pobre criaturasin consuelo. Durante todos estos sucesoshabia permanecido tranquilo é impasible, re-tirado en sí mismo; estaba afligido y pesa-roso de no haber seguido su primera idea yhaber bajado en la posada, aunque hubieraestado obligado á meterse en el granero.

De los demás viajeros, cada cual se com-portó á su manera. Algunos habian amonto-nado en la inmensa chimenea de la salauna porción de viejas maderas; fueron á en-cender su hoguera con gritos de alegría; laesperanza de calentarse y de secarse fueburlada de terrible modo: aquella chimeneasólo se hallaba allí por adorno, y estaba ta-piada por arriba. El humo descendió muyluego y llenó el aposento; la madera secabrilló en llama centelleante, y la llama eratambién rechazada; el aire que se precipita-ba por entre los rotos cristales la extendiaen todos sentidos; tuvieron miedo de que secomunicara el fuego al castillo; viéronse obli-gados á sacar los tizones y apagarlos conlos pies. Con esto aumentó el humo: la situacion se hacía intolerable; casi llegaba ála desesperación.

Guillermo, para librarse del humo, se ha-bia refugiado en una pieza lejana, donde pocodespués fue á buscarle Linda, guiando á un

elegante criado que traía una linterna dedos bujías. Aquél se dirigió á Guillermo, ymientras le presentaba frutas y pasteles enun elegante plato de porcelana, le dijo:

—La señorita que está allí abajo os enviaesto, y os ruega vayáis á acompañarla. Memanda deciros, añadió el criado con tonodesabrido, que se encuentra muy bien y quequisiera compartir su satisfacción con susamigos.

Todo se lo esperaba Guillermo menosaquel ofrecimiento, porque, después de laaventura del banco de piedra, habia tratadoá Filina con desprecio manifiesto, y tanto sehabia prometido evitar toda especie de rela-ciones con ella, que habia estado á punto dedevolverle su cariñoso presente; una mira-da suplicante de Linda le decidió á aceptarloy á dar las gracias en nombre de la niña. Encuanto á la invitación la rehusó secamente,y rogó al criado que se cuidara de los recien¡legados, y preguntó nuevas del barón. Estese hallaba en cama; pero, á lo que aquelhombre sabía, habia dado orden á otro cria-do de que se ocupara de los pobres come-diantes, tan mal albergados.

Fuese el lacayo, dejando á Guillermo unade sus bujías, que éste, á falta de candelero,colocó en la repisa de la ventana, lo que lepermitió, enmedio de sus reflexiones,, ver lascuatro paredes del aposento alumbradas.Aún esperaron mucho tiempo antes de quese ejecutaran los preparativos prometidos.Poco á poco trajeron candelas, mas no despa-biladeras; después algunas sillas; una horamás tarde llegaron con mantas y cojines, to-do empapado en agua, y no estaba muy lejosmedianoche, cuando por fin trajeron jergo-nes y colchones, que al principio se hubie-ran recibido con alegría. En los intervaloshabian traído también que comer y beber;consumían aquella comida sin pararse endengues, aunque aquello se parecía mucho ásobras mezcladas, que atestiguaban muypoca estimación á los huéspedes á quienesse servia.

GCETHE.

Continuará.