revista literaria el puñal nº3

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El Puñal 3 ISSN 0718-705X AUNQUE EL ZORRO SE VISTA DE REY AÑO 2

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Revista dedicada a la difusión de la creación literaria para autores de Chile y el resto del mundo de habla hispana.

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Page 1: Revista Literaria El Puñal Nº3

El Puñal 3IS

SN 0

718-

705

X

AUNQUE EL ZORRO SE VISTA DE REY

AÑO 2

Aquiles Cuervo, Santiago Urbano, Andrés Matus, Mauro Rojas, David Santos, Marcelo Elizondo, Gerardo Soto, Juan David Ochoa, Sonia Leal, Teresa Muñoz, Rodrigo Suárez,

Elizabeth Cárdenas.

ESCRIBEN EN ESTE NÚMERO

El Puñal 3

Page 2: Revista Literaria El Puñal Nº3

INDICEEditorial, por Rodrigo Suárez/Pág. 2El último Padrón, de Aquiles Cuervo/Pág. 3El Pulga Negra, de David Santos/Pág. 5Celebración de Familia, de Mauro Rojas/Pág. 11Quieren, de Andrés Matus/Pág.13La Apuesta, de Santiago Urbano/Pág. 15La revolución, de Gerardo Soto/Pág. 19Ironía de los inmortales, de J. David Ochoa/Pág. 23La verdad emana, de Elizabeth Cárdenas/Pág. 21El silencio, de Sonia Leal/Pág. 22Sín título, de Teresa Muñoz/Pág. 24Pobreza, de Marcelo Elizondo/Pág. 25

Toda reproducción total o parcial de las obras, es permi-tida sí y sólo si se hace referencia a sus autores. Obras protegidas por Creative Commons y derechos de autor.

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POBREZAMarcelo Elizondo

Abro el libro en la página interiorbusco pobreza con sus pesados sinónimos:indigencia penuria escasez necesidad inopia,miseria estrechez carencia desnudez; hambre.Y recuerdo las imágenes, el eco de sus nombreslos cartones que fluyen en la calle,la basura, el viejo automóvil empolvado.

••• Marcelo ElizondoEs un poeta joven chileno, escurridizo, del cual no tenemos muchos datos. Lo que sí sabemos es que ha publicado su trabajo en la web y que ha participado en encuentros de poesía como Descentralización.

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Alameda, la gente desborda las calles. Busca la mejor vista al abrigo de la sombra para ver el despertar de los gigantes. El hombre mecánico ruge mien-tras los músicos esperan que pase el calor. Dos semanas después, Parroquia San Cayetano en la comuna de San Joaquín. El evento es el lanzamiento de una antología de poemas escritos por miembros del Círculo de Escritores de La Legua. Tuvimos la oportunidad de conocer el trabajo que vienen realizando en materia de autoediciones apoyado en redes comunitarias. Estas dos instancias de expresión artística contrastan en cuanto a la magni-tud de su emplazamiento y la cantidad de gente convocada. Sin embargo, creo que comparten una característica esencial que muchas veces se esconde en el recuento de los temas ciudadanos. El arte es una necesidad del ser humano. No se puede posponer..

La presencia de la muñeca y su tío mayor efectivamente transformó la calle en un espacio diferente. Las calles y veredas trastocan su uso rutinario, de tránsito utilitario. Se convirtieron en escenario y gradería móviles donde el espectador estuvo llamado a tomar un rol activo, creativo pues no bastaba con sentarse a mirar. Había que seguirlos, caminando, buscando rutas alternativas o tomando el metro y bajándose en estacio-nes cuidadosamente elegidas. Muchos de los asistentes engancharon con el juego. Fuimos participantes de un estado de excepción, de emergencia donde el asombro engancha y captura, donde a plena vista la compañía de teatro da vida a aquellos armatostes de madera y fierro. El lanzamiento del libro en La Legua muestra un carácter muy diferente. Es un día sin mucho calor. Algo gris. El sol se pone por sobre la Plaza Salvador Allende, donde los murales de la Brigada Ramona Parra subsisten. Merecen el respeto de los grafiteros. A la entrada de la iglesia, algunas personas esperan el comienzo del evento. En una mesa, una señora vende los libros publicados por los cuentistas y poetas de La Legua. Adentro, las mesas están puestas. Los precios del café, el queque y las empanadas es-tán escritos sobre cartulinas pegadas en la pared. Llega el grupo de danza, mientras un cantor prueba los micrófonos con su guitarra. Hay un presentador y locutores radiales que prestan su apoyo con la amplificación y proyección de videos. Sorprende la organización y la constancia demostrada por este grupo de veci-nos que, con pocos recursos, son capaces de gestionar autoediciones y lanzamien-tos; además de establecer redes culturales dentro de su comunidad, las que sumadas crean una sinergia que facilita la creación y difusión de las expresiones del arte (música, pintura y literatura, entre otras). Creo que los dos ejemplos descritos demuestran que la cultura es una actividad cotidiana, que no es una manifestación destinada a ser con-sumida en los museos y centros culturales. También nace en la calle, en los vecindarios, en los mismos ciudadanos que viven y circulan diariamente por las avenidas. RS

EL PUÑAL es una revista de creación literaria independiente, libre, en constante desarrollo. Nos interesa crear lazos de amistad y aprendiza-je, basados en el amor por las letras. Los invita-mos a escribirnos e intercambiar enlaces y textos.

El Puñal 3

ILUSTRACIONESSilvia González (España)

DIAGRAMACIÓNElizabeth Cárdenas

EDICION DE TEXTOSElizabeth Cárdenas, Rodrigo Suárez

AÑO 2010

PRODUCTOR DE EDICIÓNPablo Delgado

[email protected]

Page 4: Revista Literaria El Puñal Nº3

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EL ÚLTIMO PADRÓNAquiles Cuervo

Estaba llegando ya a la peatonal San Martín. En Radio Mitre seguían pidiéndole a la gente que no dejara todo para última hora, y que salieran con tapabocas. María Eugenia se comió un carlito en el puestito de siempre y apuró un poco el paso.

Eran las 5 y 30 de la tarde. Ya no recordaba cuántas veces había votado ni por cuáles candidatos. Esta vez votaría en blanco. A sus 85 años ya no tenés muchas ganas de pensar en quién votar o en quién no. Que poco te importa el futuro de los otros, de tu país, del mundo, cuando vos sabés que ya no verás nada más. Igual salió a votar. Quien sabe que la habrá movido. A lo mejor sólo quería salir a dar un paseo y encontrarse por el Bulevar Otoño con algún viejo amigo. El caso es que se comió su carlito y apuró el último mate y pensó en ella. Sí, en ella. Recordó sus primeros años como maestra de escuela en el interior, y sus pedidos de traslado frustrados a la Gran Capital. Nunca tuvo hijos y sus parejas fueron más fugaces que los políticos de turno (no llegaban nunca a los “cuatro años…”).

“Había una foto de un pastor con los brazos en alto. Quien sabe por qué se le pareció tanto a las fotos de los políticos. Y ahí estaba ella, queriendo votar. Qué sentido tenía todo esto, se preguntaba.”

Se sintió cansada. Se sentó en un banquito desvencijado y buscó un nuevo aire. Buscó en su cartera un cuaderno de notas y encontró, ensimismada entre muchos papeles, una vieja caricatura de Inodoro Pereyra del negro Fontana-rrosa...sobresalía una frase: “¡no caigamos en la clásica impaciencia argentina…!”. También había un recorte de una página de cines, donde se anunciaba el es-treno de “Privilegio de mujer”. La fecha: 8 de mayo de 1945. Algo le decía que era una fecha histórica pero no podía recordarlo. Lo que sí tenía muy presente era su imagen en la acera poblada de la calle Santa Fe al 1120, esperando a un hombre que nunca llegaría y frente a ella el aviso recién instalando en neón, anunciando el estreno de “Privilegio de mujer”.

Cuántas películas y cuántos teatros ya echados a la caneca. Sus salas más queridas, el cine América y el Capitol, donde vio filmes como “Invasión” y “El de-lator” eran ahora sedes de iglesias cristianas. Sentada en su banquita le dio un vistazo al diario. En la tapa las fotos de los candidatos a las parlamentarias y a

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dos columnas un aviso publicitario en rojo: “Avivamiento de fe hoy en Rosario, directamente desde Brasil”. Había una foto de un pastor con los brazos en alto.

Quién sabe por qué se le pareció tanto a las fotos de los políticos. Y ahí estaba ella, queriendo votar. Qué sentido tenía todo esto se preguntaba. Vio muy lejos el anhelado septiembre con las voces estrepitosas de los poetas del mundo, que poblaban Rosario de días y flores más amables. (¿Y cuál había sido la última película que había visto… No fue acaso, “Vientos de esperanza” en el Comedia…?).

De regreso a casa le dio un paro cardíaco. Estaba frente al puesto electoral de la peatonal San Martín. En los diarios titularon “Espíritu ciudadano: Anciana muere en puesto de votación”. No dijeron que no alcanzó a votar, y que si lo hubiera hecho habría sido en blanco. María Eugenia hubiera preferido, estoy se-guro, que saliera un epitafio a lo Inodoro Pereyra: “Una tan vieja, que en vez de Miss Primavera salió Mis Memorias”…

••• Aquiles CuervoPseudónimo de Alberto Bejarano, de nacionalidad Colombiana. Master en Fi-losofía y estética. Coordinador de los Talleres “Leer Borges Hoy”, del Teatro El Local y “Así habló Roberto Bolaño” en la Librería Arteletra, en Colombia.

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EL ÚLTIMO PADRÓNAquiles Cuervo

Estaba llegando ya a la peatonal San Martín. En Radio Mitre seguían pidiéndole a la gente que no dejara todo para última hora, y que salieran con tapabocas. María Eugenia se comió un carlito en el puestito de siempre y apuró un poco el paso.

Eran las 5 y 30 de la tarde. Ya no recordaba cuántas veces había votado ni por cuáles candidatos. Esta vez votaría en blanco. A sus 85 años ya no tenés muchas ganas de pensar en quién votar o en quién no. Que poco te importa el futuro de los otros, de tu país, del mundo, cuando vos sabés que ya no verás nada más. Igual salió a votar. Quien sabe que la habrá movido. A lo mejor sólo quería salir a dar un paseo y encontrarse por el Bulevar Otoño con algún viejo amigo. El caso es que se comió su carlito y apuró el último mate y pensó en ella. Sí, en ella. Recordó sus primeros años como maestra de escuela en el interior, y sus pedidos de traslado frustrados a la Gran Capital. Nunca tuvo hijos y sus parejas fueron más fugaces que los políticos de turno (no llegaban nunca a los “cuatro años…”).

“Había una foto de un pastor con los brazos en alto. Quien sabe por qué se le pareció tanto a las fotos de los políticos. Y ahí estaba ella, queriendo votar. Qué sentido tenía todo esto, se preguntaba.”

Se sintió cansada. Se sentó en un banquito desvencijado y buscó un nuevo aire. Buscó en su cartera un cuaderno de notas y encontró, ensimismada entre muchos papeles, una vieja caricatura de Inodoro Pereyra del negro Fontana-rrosa...sobresalía una frase: “¡no caigamos en la clásica impaciencia argentina…!”. También había un recorte de una página de cines, donde se anunciaba el es-treno de “Privilegio de mujer”. La fecha: 8 de mayo de 1945. Algo le decía que era una fecha histórica pero no podía recordarlo. Lo que sí tenía muy presente era su imagen en la acera poblada de la calle Santa Fe al 1120, esperando a un hombre que nunca llegaría y frente a ella el aviso recién instalando en neón, anunciando el estreno de “Privilegio de mujer”.

Cuántas películas y cuántos teatros ya echados a la caneca. Sus salas más queridas, el cine América y el Capitol, donde vio filmes como “Invasión” y “El de-lator” eran ahora sedes de iglesias cristianas. Sentada en su banquita le dio un vistazo al diario. En la tapa las fotos de los candidatos a las parlamentarias y a

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dos columnas un aviso publicitario en rojo: “Avivamiento de fe hoy en Rosario, directamente desde Brasil”. Había una foto de un pastor con los brazos en alto.

Quién sabe por qué se le pareció tanto a las fotos de los políticos. Y ahí estaba ella, queriendo votar. Qué sentido tenía todo esto se preguntaba. Vio muy lejos el anhelado septiembre con las voces estrepitosas de los poetas del mundo, que poblaban Rosario de días y flores más amables. (¿Y cuál había sido la última película que había visto… No fue acaso, “Vientos de esperanza” en el Comedia…?).

De regreso a casa le dio un paro cardíaco. Estaba frente al puesto electoral de la peatonal San Martín. En los diarios titularon “Espíritu ciudadano: Anciana muere en puesto de votación”. No dijeron que no alcanzó a votar, y que si lo hubiera hecho habría sido en blanco. María Eugenia hubiera preferido, estoy se-guro, que saliera un epitafio a lo Inodoro Pereyra: “Una tan vieja, que en vez de Miss Primavera salió Mis Memorias”…

••• Aquiles CuervoPseudónimo de Alberto Bejarano, de nacionalidad Colombiana. Master en Fi-losofía y estética. Coordinador de los Talleres “Leer Borges Hoy”, del Teatro El Local y “Así habló Roberto Bolaño” en la Librería Arteletra, en Colombia.

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EL PULGA NEGRADavid Santos Arrieta

El primer perro venía del lado norte. La cola cortada. El ojo izquierdo em-pequeñecido por las legañas. No llevaba collar, pero si pulgas, pocas, pero pul-gas al fin y al cabo. Y picaban fuerte, sobre todo a eso del mediodía cuando al perro este le daba por estirarse en la plaza pública y dormir un rato.

Su color negro azabache le caracterizaba, llevaba como siempre la barriga embarrada, y bien podría uno pensar que bajo ese barro tenía otro color, algu-nos lo pensaban y lo discutían, pero no, el perro era totalmente negro. La gente, en ese común acuerdo que representa el lenguaje, lo llamaba simplemente: el Pulga Negra.

Este había aprendido a leer criándose en sus primeros años al lado de la puerta del primer año en la Escuela Municipal, alimentándose de las colaciones y sobras de los escolares, esperando siempre los recreos para perseguir pelotas y niños, como si fueran la misma cosa, y al tocar la campana para iniciar o conti-nuar las clases, mirar desde la puerta de la sala a la joven profesora que impa-ciente se movía de un niño a otro enseñando “la eme con la a, ma, la eme con la e, me” y así sucesivamente.

Ese día que caminada desde el lado norte del pueblo hacia la plaza pública, pensaba en por qué desde hace ya tres años no iba a la escuela, bien pensaba que de nada servía, los niños ya no le entretenían, las pelotas le cansaban; habían cambiado a la profesora por una más vieja, menos inquieta, que se quedaba sen-tada en su pupitre esperando que los alumnos uno a uno le llevasen su cuaderno con la copia terminada. Se había vuelto crítico. El Pulga Negra había aprendido casi todas las letras que enseñan en primer año y sentía poder leer lo necesario para la vida de un perro. En realidad, no sabía leer, creía saber, se jactaba de saber, sabía sí que la eme con la a es ma y que la eme con la e es me, pero más allá sólo entendía que esos símbolos que nosotros llamamos letras, palabras, frases escri-tas, dicen algo, y de ese algo, algo él entendía, perrunamente. Pero entre perros, como entre humanos, la sabiduría puede aparentarse.

Es difícil explicar como un perro que come a veces acá, a veces allá, a veces no come, o a veces rompe las bolsas de basura para chupar un pañal o un toalla higiénica, pueda aprender a leer o qué tanto pueda aprender sobre el alfabeto o qué tanto podía desarrollar su conciencia fonológica, pero lo cierto es que algo sabía, tan cierto como ese mediodía donde el Pulga Negra con su guatita embarrada se acercaba a la plaza a estirar la pata y reposar un rato, mientras que desde el sur contrario, otro perro, anónimo, que cruzaba por vez primera el lugar, aceleraba el paso como quien quiere asegurar un asiento en el bus.

6

“...sabía sí que la eme con la a es ma y que la eme con la e es me, pero más allá sólo entendía que esos símbolos que nosotros llamamos letras, palabras, frases escritas, dicen algo, y de ese algo, algo él entendía, perrunamente. Pero entre perros, como entre humanos, la sabiduría puede aparentarse.”

••• Ilustración de Silvia González Silvia garabatea en Madrid y mantiene su corazón en el mar de Almeria, que le ayuda a mecer el boligrafo sobre el papel. Estudió diseño y grabado, y su sueño es ilustrar las historias más conmovedoras, horribles, cómicas y únicas que puedan existir.

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EL PULGA NEGRADavid Santos Arrieta

El primer perro venía del lado norte. La cola cortada. El ojo izquierdo em-pequeñecido por las legañas. No llevaba collar, pero si pulgas, pocas, pero pul-gas al fin y al cabo. Y picaban fuerte, sobre todo a eso del mediodía cuando al perro este le daba por estirarse en la plaza pública y dormir un rato.

Su color negro azabache le caracterizaba, llevaba como siempre la barriga embarrada, y bien podría uno pensar que bajo ese barro tenía otro color, algu-nos lo pensaban y lo discutían, pero no, el perro era totalmente negro. La gente, en ese común acuerdo que representa el lenguaje, lo llamaba simplemente: el Pulga Negra.

Este había aprendido a leer criándose en sus primeros años al lado de la puerta del primer año en la Escuela Municipal, alimentándose de las colaciones y sobras de los escolares, esperando siempre los recreos para perseguir pelotas y niños, como si fueran la misma cosa, y al tocar la campana para iniciar o conti-nuar las clases, mirar desde la puerta de la sala a la joven profesora que impa-ciente se movía de un niño a otro enseñando “la eme con la a, ma, la eme con la e, me” y así sucesivamente.

Ese día que caminada desde el lado norte del pueblo hacia la plaza pública, pensaba en por qué desde hace ya tres años no iba a la escuela, bien pensaba que de nada servía, los niños ya no le entretenían, las pelotas le cansaban; habían cambiado a la profesora por una más vieja, menos inquieta, que se quedaba sen-tada en su pupitre esperando que los alumnos uno a uno le llevasen su cuaderno con la copia terminada. Se había vuelto crítico. El Pulga Negra había aprendido casi todas las letras que enseñan en primer año y sentía poder leer lo necesario para la vida de un perro. En realidad, no sabía leer, creía saber, se jactaba de saber, sabía sí que la eme con la a es ma y que la eme con la e es me, pero más allá sólo entendía que esos símbolos que nosotros llamamos letras, palabras, frases escri-tas, dicen algo, y de ese algo, algo él entendía, perrunamente. Pero entre perros, como entre humanos, la sabiduría puede aparentarse.

Es difícil explicar como un perro que come a veces acá, a veces allá, a veces no come, o a veces rompe las bolsas de basura para chupar un pañal o un toalla higiénica, pueda aprender a leer o qué tanto pueda aprender sobre el alfabeto o qué tanto podía desarrollar su conciencia fonológica, pero lo cierto es que algo sabía, tan cierto como ese mediodía donde el Pulga Negra con su guatita embarrada se acercaba a la plaza a estirar la pata y reposar un rato, mientras que desde el sur contrario, otro perro, anónimo, que cruzaba por vez primera el lugar, aceleraba el paso como quien quiere asegurar un asiento en el bus.

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“...sabía sí que la eme con la a es ma y que la eme con la e es me, pero más allá sólo entendía que esos símbolos que nosotros llamamos letras, palabras, frases escritas, dicen algo, y de ese algo, algo él entendía, perrunamente. Pero entre perros, como entre humanos, la sabiduría puede aparentarse.”

••• Ilustración de Silvia González Silvia garabatea en Madrid y mantiene su corazón en el mar de Almeria, que le ayuda a mecer el boligrafo sobre el papel. Estudió diseño y grabado, y su sueño es ilustrar las historias más conmovedoras, horribles, cómicas y únicas que puedan existir.

Page 8: Revista Literaria El Puñal Nº3

—Y bueno, ¿qué quieres que haga? ¿Qué me embarre el pecho y vuelva? ¿Qué intente mi reposo con la barriga húmeda sólo para evitar el qué dirán? Y bueno, ¿Quiénes dirán que soy un ignorante? ¿Acaso los mismos que me negarán un pan y me correrán como quién corre la mala fortuna?

En eso, personal municipal llega a instalar un pequeño andamio que les alcanza para retirar el lienzo que en realidad publicitaba el sacar el permiso de circulación en aquella comuna, y que durante años sólo fue corregida la fecha pegando encima la nueva. Nada que ver con perros vagos, que cada vez son más en el pueblo, ni con el barro en sus pechos, ni nada que el Pulga Negra proclamara, así era él, un embaucador que convencía a nadie salvo a sí mismo. Los personeros municipales sacaban el cartel para poner otro que anunciaba el inicio de la campaña de esterilización de mascotas por parte del Departamento de Salud del municipio. Ambos perros miraron la gráfica que acompañaba el texto, una fotografía en primer plano del gato y el perro del alcalde. Luego el texto anunciaba la fecha, horario y lugar de la esterilización masiva.

—¿Ves? —dijo el Pulga Negra— Ahora incluyeron a los gatos.

“Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida.”

—Qué más da. Otros pueblos me esperan. Otros solsticios de donde po-dré ver el sol salir mil veces antes de pasar a la conciencia mayor, se me agran-dará en eso el surco de la memoria, cierto, pero lo rellenaré de conversaciones, de imágenes que se impregnan como cicatrices de por vida. Quizás me invité a morir alguna perra entre sus piernas. Ya me he salvado de varios atropellos, me he escapado de familias que intentan adormecer mis piernas que todavía no se cansan. Quisiera perder todo el barro que se me pega en invierno en calles donde escuché por primera vez historias y peroratas como la tuya. Y otras tan distintas a las tuyas, que son imposibles de nombrar ahora. Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida.

El Pulga Negra le mostró sus dientes, paró su cola cercenada, sus patas da-ban los temblores que anticipaban el brinco. Se supo nublado desde adentro. Recordó la voz de la joven profesora diciendo niños, no peleen, pero el calor naciente de su pecho desprendía el barro, poco a poco, como quien escupe

87

Ambos se encontraron de frente en el punto de motas de pasto donde el Pulga Negra solía relamer sus patas al mediodía, todos los días, desde que alguien le había dejado cachorro en las puertas de la Escuela Municipal, a dos cuadras de la plaza.

—¿Qué haces acá? – se adelantó el Pulga Negra.—Nada… es decir, miro.—¿Por qué no llevas el pecho embarrado? ¿Acaso no sabes leer?—¿Saber qué?—Leer… las letras… el abecedario.—Oh no, eso es de hombres… yo me salvo lamiendo sobras por aquí,

saboreando restos por acá… como tú, parece.—Sí, pero yo sé leer.—¿Y qué?Entonces fue que el Pulga Negro empezó con su perorata muy bien

aprendida en la escuela, repetida por el Director cada lunes después de escuchar el huelasilo contra la opresión que tanta gracia le hacía a la joven profesora. La nostalgia de un pasado mejor e inexistente, convertida ahora en verborrea, arropaba al Pulga Negra que se lanzaba contra la ignorancia y la desazón, contra la falta de valores y la soberbia, como quien defiende su equipo de fútbol o su religión. Como quien defiende lo que no es de uno y por lo mismo le pertenece más. Es así como entre los perros, al igual que entre los humanos, la sabiduría puede aparentarse.

—Por ejemplo, mira ese lienzo que cuelga entre esos árboles, ahí se anun-cia claramente que se prohíbe a todos los perros entrar a la plaza sin el pecho embarrado; pero como ningún perro sabe leer excepto yo, todos van a sus an-chas, libres como si el cartel no anunciara nada, y bueno, donde está entonces la cordura, ¿en el obedecer las normas, lo escrito o en ir por la vida campante mientras todos murmuran detrás de ti diciendo: ahí va el ignorante, ahí va el que no sabe leer, pobrecito, por eso lo perdonamos, porque no sabe leer, porque nunca se educó? Hay que ser alguien en la vida, y yo soy el perro que sabe leer y llega cada mediodía con el pecho lleno de barro a la plaza pública, orgulloso de los niños que repetían a coro la eme con la a, ma, la eme con la e, me; orgulloso de la joven profesora que impaciente enseñaba, y siempre, óyeme bien, siempre de soslayo me miraba como diciendo para ti también va esta lección. Y fue así, aprendí.

El anónimo perro simplemente se acostó, no sin antes estirar su columna y saludar al sol.

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—Y bueno, ¿qué quieres que haga? ¿Qué me embarre el pecho y vuelva? ¿Qué intente mi reposo con la barriga húmeda sólo para evitar el qué dirán? Y bueno, ¿Quiénes dirán que soy un ignorante? ¿Acaso los mismos que me negarán un pan y me correrán como quién corre la mala fortuna?

En eso, personal municipal llega a instalar un pequeño andamio que les alcanza para retirar el lienzo que en realidad publicitaba el sacar el permiso de circulación en aquella comuna, y que durante años sólo fue corregida la fecha pegando encima la nueva. Nada que ver con perros vagos, que cada vez son más en el pueblo, ni con el barro en sus pechos, ni nada que el Pulga Negra proclamara, así era él, un embaucador que convencía a nadie salvo a sí mismo. Los personeros municipales sacaban el cartel para poner otro que anunciaba el inicio de la campaña de esterilización de mascotas por parte del Departamento de Salud del municipio. Ambos perros miraron la gráfica que acompañaba el texto, una fotografía en primer plano del gato y el perro del alcalde. Luego el texto anunciaba la fecha, horario y lugar de la esterilización masiva.

—¿Ves? —dijo el Pulga Negra— Ahora incluyeron a los gatos.

“Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida.”

—Qué más da. Otros pueblos me esperan. Otros solsticios de donde po-dré ver el sol salir mil veces antes de pasar a la conciencia mayor, se me agran-dará en eso el surco de la memoria, cierto, pero lo rellenaré de conversaciones, de imágenes que se impregnan como cicatrices de por vida. Quizás me invité a morir alguna perra entre sus piernas. Ya me he salvado de varios atropellos, me he escapado de familias que intentan adormecer mis piernas que todavía no se cansan. Quisiera perder todo el barro que se me pega en invierno en calles donde escuché por primera vez historias y peroratas como la tuya. Y otras tan distintas a las tuyas, que son imposibles de nombrar ahora. Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida.

El Pulga Negra le mostró sus dientes, paró su cola cercenada, sus patas da-ban los temblores que anticipaban el brinco. Se supo nublado desde adentro. Recordó la voz de la joven profesora diciendo niños, no peleen, pero el calor naciente de su pecho desprendía el barro, poco a poco, como quien escupe

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Ambos se encontraron de frente en el punto de motas de pasto donde el Pulga Negra solía relamer sus patas al mediodía, todos los días, desde que alguien le había dejado cachorro en las puertas de la Escuela Municipal, a dos cuadras de la plaza.

—¿Qué haces acá? – se adelantó el Pulga Negra.—Nada… es decir, miro.—¿Por qué no llevas el pecho embarrado? ¿Acaso no sabes leer?—¿Saber qué?—Leer… las letras… el abecedario.—Oh no, eso es de hombres… yo me salvo lamiendo sobras por aquí,

saboreando restos por acá… como tú, parece.—Sí, pero yo sé leer.—¿Y qué?Entonces fue que el Pulga Negro empezó con su perorata muy bien

aprendida en la escuela, repetida por el Director cada lunes después de escuchar el huelasilo contra la opresión que tanta gracia le hacía a la joven profesora. La nostalgia de un pasado mejor e inexistente, convertida ahora en verborrea, arropaba al Pulga Negra que se lanzaba contra la ignorancia y la desazón, contra la falta de valores y la soberbia, como quien defiende su equipo de fútbol o su religión. Como quien defiende lo que no es de uno y por lo mismo le pertenece más. Es así como entre los perros, al igual que entre los humanos, la sabiduría puede aparentarse.

—Por ejemplo, mira ese lienzo que cuelga entre esos árboles, ahí se anun-cia claramente que se prohíbe a todos los perros entrar a la plaza sin el pecho embarrado; pero como ningún perro sabe leer excepto yo, todos van a sus an-chas, libres como si el cartel no anunciara nada, y bueno, donde está entonces la cordura, ¿en el obedecer las normas, lo escrito o en ir por la vida campante mientras todos murmuran detrás de ti diciendo: ahí va el ignorante, ahí va el que no sabe leer, pobrecito, por eso lo perdonamos, porque no sabe leer, porque nunca se educó? Hay que ser alguien en la vida, y yo soy el perro que sabe leer y llega cada mediodía con el pecho lleno de barro a la plaza pública, orgulloso de los niños que repetían a coro la eme con la a, ma, la eme con la e, me; orgulloso de la joven profesora que impaciente enseñaba, y siempre, óyeme bien, siempre de soslayo me miraba como diciendo para ti también va esta lección. Y fue así, aprendí.

El anónimo perro simplemente se acostó, no sin antes estirar su columna y saludar al sol.

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No podía volver. No podía levantarse. Una voz inquietante, una amalgama de gente; el director, la joven profesora, algún tierno y tímido niño, los funcionarios municipales, el pueblo, el alcalde, la señora que una vez a la semana le daba los restos de la cazuela, todos le decían ni pienses en volver a la plaza sin tu pecho embarrado. Y no pudo. Sus frágiles patas no se pararon, pese a la inquietanteimagen de un perro anónimo, preparándose para un viaje, sin el pecho embarrado, estirando su cuerpo al mediodía en la plaza pública, a dos cua-dras de la escuela, bajo el cartel que anunciaba lo prohibido y bajo la mirada de los funcionarios públicos que no hacía nada, salvo fumar y colgar lienzos anunciando la esterilización de los animales. FIN

••• David Santos ArrietaNacido en Santiago en 1979, actualmente vive en Monte Patria, IV región. Es Psicopedagogo y escribe cuando tiene tiempo y ganas. Ha publicada Mirán-dome a los Ojos (2005), Mirando el tiempo con ojos de cristal (2006), proyecto FONDART de fotografía patrimonial, y el texto poético Ay, Sí (2006), con el que obtuvo la beca de creación literaria del Fondo del Libro. Además es creador de Lagartija Ediciones, editorial naciente.

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lentamente desde arriba de un puente esperando que el escupo choque con el parabrisas de un auto, pese al sentido común, pese a las advertencias. El perro anónimo ladró primero y se lanzó al cuello de su oponente en una furia que hizo saltar hasta el sarro acumulado en sus colmillos. Los funcionarios municipales fumaban arriba del andamio. Los perros se cruzaron en una pelea en el pasto de la plaza pública, a dos cuadras de la escuela, en medio del pueblo que era todo el mundo del Pulga Negra. Los ladridos apuraban las miradas de quienes paseaban por ahí, apuraban sus voces que aferraban a los niños diciendo no te acerques, no te acerques. Los ladridos eran uno sólo. Una furia que alguien in-tentó definir como un viento de esos que arrancan techos. La pelea los llevó de una esquina a otra de la plaza, en una disputa que no entendían muy bien, pero consideraban necesaria. Los funcionarios municipales fumaban y reían, apos-taban en sus interiores, ellos no hablaban, daban gritos como si las peleas y las carreras de animales fueran lo mismo.

El Pulga Negra se retiró herido en sus dos orejas, todo el barro despren-dido de su pecho marcaba un camino discontinuo e incoherente. Miró el rastro del barro y creyó leer algo en ello. Volvió tímido a la Escuela Municipal, pero en ella los niños ya no corrían tras una pelota. Miraban pantallas. De celulares, de notebook, pantallas al fin y al cabo. La profesora bebía café solitaria en su sala.

“Entonces, comenzó a buscar barro, miraba sin avanzar buscando barro, pero pese a la tierra, a lo nublado, a ser ya la hora del día donde la gente suele regar las calles, no había barro.”

La escuela era resguardada por guardias de seguridad. Sangró y cojeó hasta que la sangre por si sola paró, y su caminar también, todo bajo la sombra de un al-garrobo en una calle no pavimentada del pueblo. Miró la calle y la desconoció, desconoció las casas, sus colores, el ruido de alguna radio a todo volumen, inclu-so al cielo que se había nublado. Pensó en su enemigo, pensó en la necesidad del barro. En lo desconocido que puede parecer todo cuando el calor se nos sube a la cabeza y no queda más que avanzar, o huir. Pensó en la fragilidad del tiempo que nos parece tanto pero no es así. Cansado miraba su pecho negro azabache, hace mucho tiempo que no estaba tan agitado. Entonces, comenzó a buscar barro, miraba sin avanzar buscando barro, pero pese a la tierra, a lo nubla-do, a ser ya la hora del día donde la gente suele regar las calles, no había barro.

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No podía volver. No podía levantarse. Una voz inquietante, una amalgama de gente; el director, la joven profesora, algún tierno y tímido niño, los funcionarios municipales, el pueblo, el alcalde, la señora que una vez a la semana le daba los restos de la cazuela, todos le decían ni pienses en volver a la plaza sin tu pecho embarrado. Y no pudo. Sus frágiles patas no se pararon, pese a la inquietanteimagen de un perro anónimo, preparándose para un viaje, sin el pecho embarrado, estirando su cuerpo al mediodía en la plaza pública, a dos cua-dras de la escuela, bajo el cartel que anunciaba lo prohibido y bajo la mirada de los funcionarios públicos que no hacía nada, salvo fumar y colgar lienzos anunciando la esterilización de los animales. FIN

••• David Santos ArrietaNacido en Santiago en 1979, actualmente vive en Monte Patria, IV región. Es Psicopedagogo y escribe cuando tiene tiempo y ganas. Ha publicada Mirán-dome a los Ojos (2005), Mirando el tiempo con ojos de cristal (2006), proyecto FONDART de fotografía patrimonial, y el texto poético Ay, Sí (2006), con el que obtuvo la beca de creación literaria del Fondo del Libro. Además es creador de Lagartija Ediciones, editorial naciente.

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lentamente desde arriba de un puente esperando que el escupo choque con el parabrisas de un auto, pese al sentido común, pese a las advertencias. El perro anónimo ladró primero y se lanzó al cuello de su oponente en una furia que hizo saltar hasta el sarro acumulado en sus colmillos. Los funcionarios municipales fumaban arriba del andamio. Los perros se cruzaron en una pelea en el pasto de la plaza pública, a dos cuadras de la escuela, en medio del pueblo que era todo el mundo del Pulga Negra. Los ladridos apuraban las miradas de quienes paseaban por ahí, apuraban sus voces que aferraban a los niños diciendo no te acerques, no te acerques. Los ladridos eran uno sólo. Una furia que alguien in-tentó definir como un viento de esos que arrancan techos. La pelea los llevó de una esquina a otra de la plaza, en una disputa que no entendían muy bien, pero consideraban necesaria. Los funcionarios municipales fumaban y reían, apos-taban en sus interiores, ellos no hablaban, daban gritos como si las peleas y las carreras de animales fueran lo mismo.

El Pulga Negra se retiró herido en sus dos orejas, todo el barro despren-dido de su pecho marcaba un camino discontinuo e incoherente. Miró el rastro del barro y creyó leer algo en ello. Volvió tímido a la Escuela Municipal, pero en ella los niños ya no corrían tras una pelota. Miraban pantallas. De celulares, de notebook, pantallas al fin y al cabo. La profesora bebía café solitaria en su sala.

“Entonces, comenzó a buscar barro, miraba sin avanzar buscando barro, pero pese a la tierra, a lo nublado, a ser ya la hora del día donde la gente suele regar las calles, no había barro.”

La escuela era resguardada por guardias de seguridad. Sangró y cojeó hasta que la sangre por si sola paró, y su caminar también, todo bajo la sombra de un al-garrobo en una calle no pavimentada del pueblo. Miró la calle y la desconoció, desconoció las casas, sus colores, el ruido de alguna radio a todo volumen, inclu-so al cielo que se había nublado. Pensó en su enemigo, pensó en la necesidad del barro. En lo desconocido que puede parecer todo cuando el calor se nos sube a la cabeza y no queda más que avanzar, o huir. Pensó en la fragilidad del tiempo que nos parece tanto pero no es así. Cansado miraba su pecho negro azabache, hace mucho tiempo que no estaba tan agitado. Entonces, comenzó a buscar barro, miraba sin avanzar buscando barro, pero pese a la tierra, a lo nubla-do, a ser ya la hora del día donde la gente suele regar las calles, no había barro.

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Una vida más abiertaeso soñamos, eso soñamos, familia. Como un sentido que no se diceque apenas se toca como se toca la sangre de la familia. —Como los pies en el barro,así somos, hermano.

••• Mauro RojasPoeta de Recoleta, nacido en 1984. Además de las letras, es músico. Se ha pro-puesto difundir el rock sudamericano on-line y en sus tocatas. Estudió Peda-gogía en Castellano en Valparaíso.

11

CELEBRACIÓN DE FAMILIAMauro Rojas

De “Escritos de niños sin padres”, inédito.

Es la celebración familiarLa carne del año nuevo, la carne de estar en la mesaLa mujer y mamáque cargó nuestras flacas infancias,descansa. El hermano mayor se emborracha otra vez, alegrecomo un payaso niño El hermano del medio aprende a llorar entre todos nosotros cuando se derrumba mi vozy la tuyaLa hermana mayor aprieta las frutaslas rompe y toma su jugo con todo su cuerpoAsí de hermoso vuelve a ser hermana Alguien tratatrata de decir algo mágicopara traer el silencio al pulmón, el silencio del atardecer. El padre camina por el hogar con los pies descalzosy el barro en los pies se hace más fresco. Se acaba la carney ya no siento el temblor de la tierrasólo escucho una bocay mi madre que se lava sus pies cerca,en un lugar donde viven árboles. Un lugar verdaderoen la piel. Estar aquí es estar en el milagro de ser una rama estar en el milagro de curarse,

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Una vida más abiertaeso soñamos, eso soñamos, familia. Como un sentido que no se diceque apenas se toca como se toca la sangre de la familia. —Como los pies en el barro,así somos, hermano.

••• Mauro RojasPoeta de Recoleta, nacido en 1984. Además de las letras, es músico. Se ha pro-puesto difundir el rock sudamericano on-line y en sus tocatas. Estudió Peda-gogía en Castellano en Valparaíso.

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CELEBRACIÓN DE FAMILIAMauro Rojas

De “Escritos de niños sin padres”, inédito.

Es la celebración familiarLa carne del año nuevo, la carne de estar en la mesaLa mujer y mamáque cargó nuestras flacas infancias,descansa. El hermano mayor se emborracha otra vez, alegrecomo un payaso niño El hermano del medio aprende a llorar entre todos nosotros cuando se derrumba mi vozy la tuyaLa hermana mayor aprieta las frutaslas rompe y toma su jugo con todo su cuerpoAsí de hermoso vuelve a ser hermana Alguien tratatrata de decir algo mágicopara traer el silencio al pulmón, el silencio del atardecer. El padre camina por el hogar con los pies descalzosy el barro en los pies se hace más fresco. Se acaba la carney ya no siento el temblor de la tierrasólo escucho una bocay mi madre que se lava sus pies cerca,en un lugar donde viven árboles. Un lugar verdaderoen la piel. Estar aquí es estar en el milagro de ser una rama estar en el milagro de curarse,

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QUIERENAndrés Matus

I read the news today, Oh boy!A day in the life, The Beatles

Se escucha un griterío.

Quieren coserles los ojos,derretirles los párpadospara asegurarse de queno los abran más.Han mirado más de lo que deben.Quieren que nadiese de cuentaencandilándonoscon sus sonrisas blancas.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

Se escucha un griterío.

Quieren amarrarles las piernascon sus lenguas hermosas.Hacerlos caer al pisopara que se les rompa la frente.Han caminado más de lo permitido.Quieren que nadiese de cuentaensordeciéndonoscon sus palabras fuertes.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

Se escucha un griterío.

Quieren implementar el sentarlosde espaldas al crepúsculo.Se han fijado muchoen cosas insignificantes.Quieren que nadiese de cuentamotivándonoscon su mano empuñaday el índice recto, rígido,a hacer lo que debemos.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

Se escucha un griterío.Y pancartas y gritos.Reclaman por poderamar tranquilos.Se escuchan disparos.Se escucha un griterío.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

••• Andrés MatusPseudónimo de Andrew Spencer. Tiene 18 años y ha publicado de manera indepen-diente Amorío Poemario. Es estudiante de Literatura Creativa en la universidad.

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QUIERENAndrés Matus

I read the news today, Oh boy!A day in the life, The Beatles

Se escucha un griterío.

Quieren coserles los ojos,derretirles los párpadospara asegurarse de queno los abran más.Han mirado más de lo que deben.Quieren que nadiese de cuentaencandilándonoscon sus sonrisas blancas.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

Se escucha un griterío.

Quieren amarrarles las piernascon sus lenguas hermosas.Hacerlos caer al pisopara que se les rompa la frente.Han caminado más de lo permitido.Quieren que nadiese de cuentaensordeciéndonoscon sus palabras fuertes.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

Se escucha un griterío.

Quieren implementar el sentarlosde espaldas al crepúsculo.Se han fijado muchoen cosas insignificantes.Quieren que nadiese de cuentamotivándonoscon su mano empuñaday el índice recto, rígido,a hacer lo que debemos.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

Se escucha un griterío.Y pancartas y gritos.Reclaman por poderamar tranquilos.Se escuchan disparos.Se escucha un griterío.

Se escuchan aplausos.Se escuchan aplausos.

••• Andrés MatusPseudónimo de Andrew Spencer. Tiene 18 años y ha publicado de manera indepen-diente Amorío Poemario. Es estudiante de Literatura Creativa en la universidad.

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LA APUESTAPor Santiago Urbano Puebla

No volaba una mosca por el vecindario. Camila y Ramiro estaban sentados en el pasillo del edificio, esperando que algo pasara. Era una noche tibia, de un verano cualquiera. A los 13 años la televisión a la hora de las noticias no revestía mayor entre-tención, y mejor panorama no podrían inventar si todos sus amigos se encontraban de vacaciones fuera de la ciudad.

Pasear por el barrio no era el panorama más entretenido aquella noche. La es-casa luz del edificio no llegaba hasta el rincón estratégico desde el que ambos miraban pasar, en completo anonimato, al resto de los vecinos.

–¡Te apuesto a que el próximo auto que pasa es azul! –dijo Ramiro de repente. Camila lo quedó mirando mientras salía del aburrimiento que la mantenía en trance.

–Ya –respondió ella–. Te apuesto a que es rojo.–Ya poh –asintió él– ¿Y qué apostamos? –Camila pensó por un momento.–Un loly de los cabezones –dijo. Ramiro buscó en sus bolsillos unas monedas, luego las contó.–Ok, ¡que sea un loly entonces!Volvieron pues la vista hacia la calle, esperando por el siguiente auto que por allí

debía de pasar. –¡Mira! –exclama Ramiro después de tres minutos de silencio–. Allá va el Juan. ¿Lo

llamamos?–No –replica Camila–. ¡Es muy nerd! Nos va a tener dando la lata con sus historias

de manga hasta quizás qué hora.–Si poh –responde él–. Tenís razón... ¡Fomes sus historias de manga en verdad!–Si poh, super fomes –remata Camila.Vuelven la mirada hacia la calle y prosiguen su vigilancia. Después de cinco minu-

tos de espera Camila comienza a jugar con sus labios. Pasa su lengua sobre ellos, los humedece y luego los hace sonar. Ramiro queda intrigado con el jueguito.

–¿Qué haces? –le pregunta.–Nada –responde ella–. Estoy probando mi nuevo labial con sabor chocolate. –¿Sabor chocolate? ¿Y desde cuándo te pones esas cosas en la boca, agrandá?–Desde que mi mami me lo regaló el otro día –le responde Camila.–Naaa, puras leseras no más.–Oye, si es rico –le responde Camila–. ¿Querís probar?Un dejo de picardía rondaba en las palabras de Camila, picardía que Ramiro captó

al cabo de unos 10 segundos. Se puso rojo como tomate y hasta un poco molesto por la propuesta de Camila. Volvió la vista hacia la calle sin dar una respuesta, esperando por el auto que debía de pasar en cualquier momento.

En los caminos del amor Camila ya tenía cierta experiencia: hace tres meses había pololeado por dos semanas con un compañero de curso, pero luego se aburrió. Ramiro por su parte aún no experimentaba sensaciones parecidas.

16

–¡Ahí viene un auto! –exclamó Camila después de unos minutos.Ambos se pararon del peldaño de la escalera que ocupaban como asientos y

aguardaron por el vehículo. Era gris. Se miraron y luego se volvieron a sentar. De pronto Ramiro comenzó a reír.

–¿Y qué te causa tanta gracia, pajarón? –pregunta Camila.–¡Jaja! –replica Ramiro– ¡Es que más lo que esperamos y ninguno de los dos ganó

la apuesta poh! ¡jajaja!Camila se quedó mirándolo tratando de entender su inesperada reacción, luego

comenzó a reír también. Cuando terminaron con la risa siguieron mirando la nada des-de las escaleras del edificio.

–¿Y ahora qué? –pregunta Camila– ¡Yo quiero el loly pop!–Hagamos otra apuesta entonces. –Responde Ramiro.–¿Sobre qué? –dice Camila.–¡No se poh! –exclama Ramiro– ¡Pensemos!Camila gustaba de ganar las apuestas, y a su favor jugaba el hecho de que Ramiro

era conocido como ‘corto de genio’, entonces pensó en algo que él no sería capaz de hacer.

–Ok, tengo una apuesta –dijo Camila–, pero esta es por un chupete helado.Ramiro volvió a buscar las monedas en su bolsillo y a contar.–Está bien, pero que sean de agua porque no tengo más.–Ya poh –respondió ella–. ¡Te apuesto a que no eres capaz de probar mi labial

chocolate!Ramiro al escuchar la propuesta se echó para atrás y se puso rojo tomate una vez

más.–¿De qué hablas? ¿Un beso? –exclamó él.–Si poh, ¿no que eres tan machito? –dijo Camila con tono picarón.Ramiro puso cara de confusión. Ella era su amiga y no despertaba en él intencio-

nes de otro tipo. Para Camila esto no era más que un juego que esperaba ganar. La idea de que Ramiro completara la apuesta no estaba entre sus posibilidades.

–No me torees Camila, por una apuesta soy capi –respondió Ramiro.–Ya poh, aquí te estoy esperando –respondió con aire juguetón y gran seguridad,

mientras estiraba sus labios y cerraba sus ojos.Ramiro un tanto ofuscado por el desafío impuesto, no lo pensó mucho y tan rá-

pido como pudo se acercó a Camila, le sacó un beso en un segundo y se retiró a su puesto. Camila en tanto, tan pronto se retiró Ramiro abrió sus ojos poniendo cara de sorpresa. Realmente no esperaba que su amigo fuera capaz de cumplir la apuesta.

–¡Tonto! –exclamo Camila mientras enrojecía–. ¡No tenías que darme el beso!–¿Cómo? –replicó Ramiro, enrojeciendo una vez más–. ¿Entonces pa’ qué hiciste

la apuesta?–¡Porque se suponía que yo tenía que ganar!Con tamaña respuesta a Ramiro no le quedó otra que ponerse a reír, mientras

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LA APUESTAPor Santiago Urbano Puebla

No volaba una mosca por el vecindario. Camila y Ramiro estaban sentados en el pasillo del edificio, esperando que algo pasara. Era una noche tibia, de un verano cualquiera. A los 13 años la televisión a la hora de las noticias no revestía mayor entre-tención, y mejor panorama no podrían inventar si todos sus amigos se encontraban de vacaciones fuera de la ciudad.

Pasear por el barrio no era el panorama más entretenido aquella noche. La es-casa luz del edificio no llegaba hasta el rincón estratégico desde el que ambos miraban pasar, en completo anonimato, al resto de los vecinos.

–¡Te apuesto a que el próximo auto que pasa es azul! –dijo Ramiro de repente. Camila lo quedó mirando mientras salía del aburrimiento que la mantenía en trance.

–Ya –respondió ella–. Te apuesto a que es rojo.–Ya poh –asintió él– ¿Y qué apostamos? –Camila pensó por un momento.–Un loly de los cabezones –dijo. Ramiro buscó en sus bolsillos unas monedas, luego las contó.–Ok, ¡que sea un loly entonces!Volvieron pues la vista hacia la calle, esperando por el siguiente auto que por allí

debía de pasar. –¡Mira! –exclama Ramiro después de tres minutos de silencio–. Allá va el Juan. ¿Lo

llamamos?–No –replica Camila–. ¡Es muy nerd! Nos va a tener dando la lata con sus historias

de manga hasta quizás qué hora.–Si poh –responde él–. Tenís razón... ¡Fomes sus historias de manga en verdad!–Si poh, super fomes –remata Camila.Vuelven la mirada hacia la calle y prosiguen su vigilancia. Después de cinco minu-

tos de espera Camila comienza a jugar con sus labios. Pasa su lengua sobre ellos, los humedece y luego los hace sonar. Ramiro queda intrigado con el jueguito.

–¿Qué haces? –le pregunta.–Nada –responde ella–. Estoy probando mi nuevo labial con sabor chocolate. –¿Sabor chocolate? ¿Y desde cuándo te pones esas cosas en la boca, agrandá?–Desde que mi mami me lo regaló el otro día –le responde Camila.–Naaa, puras leseras no más.–Oye, si es rico –le responde Camila–. ¿Querís probar?Un dejo de picardía rondaba en las palabras de Camila, picardía que Ramiro captó

al cabo de unos 10 segundos. Se puso rojo como tomate y hasta un poco molesto por la propuesta de Camila. Volvió la vista hacia la calle sin dar una respuesta, esperando por el auto que debía de pasar en cualquier momento.

En los caminos del amor Camila ya tenía cierta experiencia: hace tres meses había pololeado por dos semanas con un compañero de curso, pero luego se aburrió. Ramiro por su parte aún no experimentaba sensaciones parecidas.

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–¡Ahí viene un auto! –exclamó Camila después de unos minutos.Ambos se pararon del peldaño de la escalera que ocupaban como asientos y

aguardaron por el vehículo. Era gris. Se miraron y luego se volvieron a sentar. De pronto Ramiro comenzó a reír.

–¿Y qué te causa tanta gracia, pajarón? –pregunta Camila.–¡Jaja! –replica Ramiro– ¡Es que más lo que esperamos y ninguno de los dos ganó

la apuesta poh! ¡jajaja!Camila se quedó mirándolo tratando de entender su inesperada reacción, luego

comenzó a reír también. Cuando terminaron con la risa siguieron mirando la nada des-de las escaleras del edificio.

–¿Y ahora qué? –pregunta Camila– ¡Yo quiero el loly pop!–Hagamos otra apuesta entonces. –Responde Ramiro.–¿Sobre qué? –dice Camila.–¡No se poh! –exclama Ramiro– ¡Pensemos!Camila gustaba de ganar las apuestas, y a su favor jugaba el hecho de que Ramiro

era conocido como ‘corto de genio’, entonces pensó en algo que él no sería capaz de hacer.

–Ok, tengo una apuesta –dijo Camila–, pero esta es por un chupete helado.Ramiro volvió a buscar las monedas en su bolsillo y a contar.–Está bien, pero que sean de agua porque no tengo más.–Ya poh –respondió ella–. ¡Te apuesto a que no eres capaz de probar mi labial

chocolate!Ramiro al escuchar la propuesta se echó para atrás y se puso rojo tomate una vez

más.–¿De qué hablas? ¿Un beso? –exclamó él.–Si poh, ¿no que eres tan machito? –dijo Camila con tono picarón.Ramiro puso cara de confusión. Ella era su amiga y no despertaba en él intencio-

nes de otro tipo. Para Camila esto no era más que un juego que esperaba ganar. La idea de que Ramiro completara la apuesta no estaba entre sus posibilidades.

–No me torees Camila, por una apuesta soy capi –respondió Ramiro.–Ya poh, aquí te estoy esperando –respondió con aire juguetón y gran seguridad,

mientras estiraba sus labios y cerraba sus ojos.Ramiro un tanto ofuscado por el desafío impuesto, no lo pensó mucho y tan rá-

pido como pudo se acercó a Camila, le sacó un beso en un segundo y se retiró a su puesto. Camila en tanto, tan pronto se retiró Ramiro abrió sus ojos poniendo cara de sorpresa. Realmente no esperaba que su amigo fuera capaz de cumplir la apuesta.

–¡Tonto! –exclamo Camila mientras enrojecía–. ¡No tenías que darme el beso!–¿Cómo? –replicó Ramiro, enrojeciendo una vez más–. ¿Entonces pa’ qué hiciste

la apuesta?–¡Porque se suponía que yo tenía que ganar!Con tamaña respuesta a Ramiro no le quedó otra que ponerse a reír, mientras

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Camila lo miraba enrabiada. Un auto rojo pasó enfrente de ellos sin que ninguno se diera cuenta.

–Igual gusto a poco tu labial chocolate –dijo Ramiro con tono burlesco. Ahora la sartén la tenía por el mango para molestar a Camila a su voluntad.

–¡De pavo no más poh! –respondió picada Camila–. Nadie puede saborear el chocolate en un segundo.

Eso le dio a Ramiro una idea. Acababa de experimentar lo pudorosa que era Cami-la con los besos, no se atrevería ella a dar el siguiente paso.

–Oye, te voy a dar la opción de ganar la apuesta –propuso Ramiro.–Nada de cochinadas oye –respondió ella–. ¡No te pongai patudo!–No, no, no, nada de eso –exclamó Ramiro–. ¡Pero esta apuesta es por un choco-

lito!Camila lo quedó mirando mientras pensaba. Ya el bochorno del beso quedaba

atrás. El tono lúdico que estaba tomando el juego le estaba pareciendo entretenido. ¿Qué podía ser peor que un beso robado?

–Ya –respondió finalmente Camila–, que sea por un chocolito entonces.–Ya –exclamó Ramiro–, te apuesto a que no eres capaz de darme un beso de

chocolate por diez segundos.Camila lo pensó un momento. La escasa afluencia de pasantes a esas horas, suma-

do a la poca luz del pasillo del edificio, estaban siendo cómplices de esta travesura.–¡Erís bien cochino tú! –exclama Camila–, pero ni pienses que será con lengua.–¡No seai chancha, Camila! –replica Ramiro– ¿Cómo se te ocurre esa tontera?–¿Si querís un beso mío, por qué no me lo pides y ya?–¡Hey! No te pasís rollos, si no quiero un beso tuyo, sólo quiero un chocolito!

–responde Ramiro un tanto ofendido–. No me vengas con cuestiones raras Camila, sé que no tienes las agallas para ganar esta apuesta… se te hace –dijo mientras gesticu-laba con las manos.

Aquella actitud fue una bofetada al orgullo de Camila, y nadie insultaba sus aga-llas y quedaba impune. Así pues tomó por sorpresa a Ramiro, le sujetó la cabeza con ambas manos y le plantó un beso. Ramiro comenzó a aletear, siquiera había tomado un poco de aire antes de esto. Por su parte Camila comenzó a contar mentalmente mientras refregaba con fuerza sus labios contra los de Ramiro. Poco a poco él dejó de armar alharaca y comenzó a saborear el delicioso chocolate de los labios de Camila. Un auto azul pasó por delante de ellos. Instintivamente la lengua de Camila alcanzó a rozar sutilmente la de Ramiro, instante preciso en que ella se alejó mientras él quedó en trance con la boca estirada.

–¡Quince! –exclamó Camila.Ramiro despertó. Se sonrojó. Luego se ordenó el pelo. Miró para todos lados por

si alguien los había visto mientras saboreaba sus labios.–E… eran diez no más… –dijo Ramiro aún enrojecido.Camila se sonrojó al escuchar esto y no dijo nada.

18

–Rico en verdad el labial. –dijo Ramiro después de un minuto, un tanto nervioso aún por la incómoda situación.

–Si poh, yo te dije –responde Camila, como tratando de bajarle el perfil al asunto.–Si poh, me dijiste.Ramiro tomó aire mientras seguía saboreando el chocolate que quedaba en su

boca. Aún confundido y un tanto abochornado, se puso de pie mientras se limpiaba con la manga lo que quedaba del labial.

–¿A dónde vas? –preguntó Camila.Ramiro volvió a tomar aire y finalmente exclamó: –A pedirle plata a mi mamá pa’ los chocolitos.

••• Santiago Urbano PueblaPseudónimo de Cristian Venegas, vive en Maipú. De profesión Contador Ge-neral, es además contador de cuentos en sus ratos libres.

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Camila lo miraba enrabiada. Un auto rojo pasó enfrente de ellos sin que ninguno se diera cuenta.

–Igual gusto a poco tu labial chocolate –dijo Ramiro con tono burlesco. Ahora la sartén la tenía por el mango para molestar a Camila a su voluntad.

–¡De pavo no más poh! –respondió picada Camila–. Nadie puede saborear el chocolate en un segundo.

Eso le dio a Ramiro una idea. Acababa de experimentar lo pudorosa que era Cami-la con los besos, no se atrevería ella a dar el siguiente paso.

–Oye, te voy a dar la opción de ganar la apuesta –propuso Ramiro.–Nada de cochinadas oye –respondió ella–. ¡No te pongai patudo!–No, no, no, nada de eso –exclamó Ramiro–. ¡Pero esta apuesta es por un choco-

lito!Camila lo quedó mirando mientras pensaba. Ya el bochorno del beso quedaba

atrás. El tono lúdico que estaba tomando el juego le estaba pareciendo entretenido. ¿Qué podía ser peor que un beso robado?

–Ya –respondió finalmente Camila–, que sea por un chocolito entonces.–Ya –exclamó Ramiro–, te apuesto a que no eres capaz de darme un beso de

chocolate por diez segundos.Camila lo pensó un momento. La escasa afluencia de pasantes a esas horas, suma-

do a la poca luz del pasillo del edificio, estaban siendo cómplices de esta travesura.–¡Erís bien cochino tú! –exclama Camila–, pero ni pienses que será con lengua.–¡No seai chancha, Camila! –replica Ramiro– ¿Cómo se te ocurre esa tontera?–¿Si querís un beso mío, por qué no me lo pides y ya?–¡Hey! No te pasís rollos, si no quiero un beso tuyo, sólo quiero un chocolito!

–responde Ramiro un tanto ofendido–. No me vengas con cuestiones raras Camila, sé que no tienes las agallas para ganar esta apuesta… se te hace –dijo mientras gesticu-laba con las manos.

Aquella actitud fue una bofetada al orgullo de Camila, y nadie insultaba sus aga-llas y quedaba impune. Así pues tomó por sorpresa a Ramiro, le sujetó la cabeza con ambas manos y le plantó un beso. Ramiro comenzó a aletear, siquiera había tomado un poco de aire antes de esto. Por su parte Camila comenzó a contar mentalmente mientras refregaba con fuerza sus labios contra los de Ramiro. Poco a poco él dejó de armar alharaca y comenzó a saborear el delicioso chocolate de los labios de Camila. Un auto azul pasó por delante de ellos. Instintivamente la lengua de Camila alcanzó a rozar sutilmente la de Ramiro, instante preciso en que ella se alejó mientras él quedó en trance con la boca estirada.

–¡Quince! –exclamó Camila.Ramiro despertó. Se sonrojó. Luego se ordenó el pelo. Miró para todos lados por

si alguien los había visto mientras saboreaba sus labios.–E… eran diez no más… –dijo Ramiro aún enrojecido.Camila se sonrojó al escuchar esto y no dijo nada.

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–Rico en verdad el labial. –dijo Ramiro después de un minuto, un tanto nervioso aún por la incómoda situación.

–Si poh, yo te dije –responde Camila, como tratando de bajarle el perfil al asunto.–Si poh, me dijiste.Ramiro tomó aire mientras seguía saboreando el chocolate que quedaba en su

boca. Aún confundido y un tanto abochornado, se puso de pie mientras se limpiaba con la manga lo que quedaba del labial.

–¿A dónde vas? –preguntó Camila.Ramiro volvió a tomar aire y finalmente exclamó: –A pedirle plata a mi mamá pa’ los chocolitos.

••• Santiago Urbano PueblaPseudónimo de Cristian Venegas, vive en Maipú. De profesión Contador Ge-neral, es además contador de cuentos en sus ratos libres.

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que nadie note que no le queda ni una gota de vida en sus venas. La gente pasa por su lado haciéndole el quite para no pisarlo, no obstante lo anterior, no todos lo consiguen. Nadie se asombra de ver un hombre boca abajo, arrojado inmóvil contra el pavimento caliente. “Es que ya todo se me hace tan habitual” me dijo una vez mi abuelo de ochenta y tantos años, momento en el que ya lo había visto y vivido prácticamente todo, una vez que le pregunté por qué se mantenía inmóvil en su silla favorita durante horas sin hacer nada nuevo. Pero a mí me pa-rece que eso no está bien, no puede ser que nadie se dé cuenta que aún en este especifico momento ese hombre muerto sigue ahí sin que nadie lo note. Por eso es yo que lo sé, a veces voy a verlo, me paro junto a él entre la muchedum-bre insensible, la que tiende a chocarme cuando me quedo inmóvil en ese lugar obstaculizando su paso. Desde mi ubicación lo observo largamente y siento una enorme pena al verlo ahí sin vida. Sé que su revolución ha fracasado, porque él no contó con que ya no hay nada que impacte a nuestros duros sedimentos, es por eso que de vez en vez suelo arrojarle una moneda, para ver si así comienza a moverse robóticamente tal como lo hacen las estatuas humanas de una calle más abajo, posiblemente así me oiga y yo le pueda comunicar que ha fallado, se largue de una buena vez del lugar y muera en cualquier otro más adecuado, donde no entorpezca el libre tránsito de nosotros, que estamos vivos. FIN

••• Gerardo Andrés Soto Araya De profesión abogado, se considera un lector compulsivo. Lee bastante, y va co-miendo hojas día a día en la micro, mientras espera, cuando camina sorteando obstáculos en la calle, cabeza gacha, metido en su libro. Ganó una mención honrosa en Santiago en 100 palabras 2006, con Inquietud Nocturna. En el 2009 publica su cuento El Angelito en una antología de Cuento y Poesía, de Mago Editores.

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LA REVOLUCIÓNGerardo Soto Araya

En Santiago centro hay un hombre muerto. Yace tirado casi al llegar a Huér-fanos con Ahumada, con las piernas recogidas, como imitando a un minusválido pidiendo una limosna. El cuerpo boca abajo, las palmas de las manos de cara al cielo, en una postura bastante forzada incluso para un cadáver. Él venía murien-do hacía mucho tiempo atrás. Se vino desde una ciudad muy lejana del sur del país, especialmente para morir en dicho lugar, como un acto de protesta ante la muchedumbre, por su falta de interés colectivo e individual, por su pérdida de la capacidad de asombro pero, por sobre todo, por su falta de humanidad.

Se vino en bus hasta Santiago, luego tomó el metro y descendió en es-tación Cal y Canto. Caminó agónico por la calle Puente, alcanzó el paseo Ahu-mada y avanzó arrastrando sus pasos hasta el sector neurálgico, en el que ahora se encuentra. Anduvo lentamente entre la gente, la que a su vez lo hacía a la velocidad asesina de un vehículo de fórmula uno o de un ebrio a las cuatro de la mañana conduciendo por la costanera, pero nadie presagió su acto subversivo que se engendraba en sus entrañas; si alguien hubiese podido adivinar sus inten-ciones probablemente lo habría detenido, o quizás no, quizás simplemente lo

“En Santiago centro hay un hombre muerto. Lleva meses en aquel lugar, sin que nadie note que no le queda ni una gota de vida en sus venas.”

habría ignorado, dejándole llegar hasta el final con su revolución belicosa. Como aquello no sucedió, cualquier suposición acerca de este punto no deja de ser simplemente eso, una suposición.

Con sus últimas energías alcanzó por fin Huérfanos con Ahumada. Ahí, en-tre el trafago de gente, se dio cuenta que finalmente había llegado a su objetivo. Dejó, por ende, que su alma sigilosa abandonase la cavidad inerte de su cuerpo y se desvaneció de un golpe hasta caer en el suelo, ya sin vida, en la posición que aún ahora se le puede encontrar. La gente a su alrededor no lo vio desplo-marse, continuó el paso agitado que le imponían sus distintas ocupaciones. Un mendigo que estaba de pie un par de metros más allá pidiendo limosna sí se dio cuenta, pero pensando que se trataba de competencia le arrojó un escupitajo para ver si así se cambiaba de ese sector que él, desde muy temprano, había ganado para sí.

En Santiago centro hay un hombre muerto. Lleva meses en aquel lugar, sin

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que nadie note que no le queda ni una gota de vida en sus venas. La gente pasa por su lado haciéndole el quite para no pisarlo, no obstante lo anterior, no todos lo consiguen. Nadie se asombra de ver un hombre boca abajo, arrojado inmóvil contra el pavimento caliente. “Es que ya todo se me hace tan habitual” me dijo una vez mi abuelo de ochenta y tantos años, momento en el que ya lo había visto y vivido prácticamente todo, una vez que le pregunté por qué se mantenía inmóvil en su silla favorita durante horas sin hacer nada nuevo. Pero a mí me pa-rece que eso no está bien, no puede ser que nadie se dé cuenta que aún en este especifico momento ese hombre muerto sigue ahí sin que nadie lo note. Por eso es yo que lo sé, a veces voy a verlo, me paro junto a él entre la muchedum-bre insensible, la que tiende a chocarme cuando me quedo inmóvil en ese lugar obstaculizando su paso. Desde mi ubicación lo observo largamente y siento una enorme pena al verlo ahí sin vida. Sé que su revolución ha fracasado, porque él no contó con que ya no hay nada que impacte a nuestros duros sedimentos, es por eso que de vez en vez suelo arrojarle una moneda, para ver si así comienza a moverse robóticamente tal como lo hacen las estatuas humanas de una calle más abajo, posiblemente así me oiga y yo le pueda comunicar que ha fallado, se largue de una buena vez del lugar y muera en cualquier otro más adecuado, donde no entorpezca el libre tránsito de nosotros, que estamos vivos. FIN

••• Gerardo Andrés Soto Araya De profesión abogado, se considera un lector compulsivo. Lee bastante, y va co-miendo hojas día a día en la micro, mientras espera, cuando camina sorteando obstáculos en la calle, cabeza gacha, metido en su libro. Ganó una mención honrosa en Santiago en 100 palabras 2006, con Inquietud Nocturna. En el 2009 publica su cuento El Angelito en una antología de Cuento y Poesía, de Mago Editores.

19

LA REVOLUCIÓNGerardo Soto Araya

En Santiago centro hay un hombre muerto. Yace tirado casi al llegar a Huér-fanos con Ahumada, con las piernas recogidas, como imitando a un minusválido pidiendo una limosna. El cuerpo boca abajo, las palmas de las manos de cara al cielo, en una postura bastante forzada incluso para un cadáver. Él venía murien-do hacía mucho tiempo atrás. Se vino desde una ciudad muy lejana del sur del país, especialmente para morir en dicho lugar, como un acto de protesta ante la muchedumbre, por su falta de interés colectivo e individual, por su pérdida de la capacidad de asombro pero, por sobre todo, por su falta de humanidad.

Se vino en bus hasta Santiago, luego tomó el metro y descendió en es-tación Cal y Canto. Caminó agónico por la calle Puente, alcanzó el paseo Ahu-mada y avanzó arrastrando sus pasos hasta el sector neurálgico, en el que ahora se encuentra. Anduvo lentamente entre la gente, la que a su vez lo hacía a la velocidad asesina de un vehículo de fórmula uno o de un ebrio a las cuatro de la mañana conduciendo por la costanera, pero nadie presagió su acto subversivo que se engendraba en sus entrañas; si alguien hubiese podido adivinar sus inten-ciones probablemente lo habría detenido, o quizás no, quizás simplemente lo

“En Santiago centro hay un hombre muerto. Lleva meses en aquel lugar, sin que nadie note que no le queda ni una gota de vida en sus venas.”

habría ignorado, dejándole llegar hasta el final con su revolución belicosa. Como aquello no sucedió, cualquier suposición acerca de este punto no deja de ser simplemente eso, una suposición.

Con sus últimas energías alcanzó por fin Huérfanos con Ahumada. Ahí, en-tre el trafago de gente, se dio cuenta que finalmente había llegado a su objetivo. Dejó, por ende, que su alma sigilosa abandonase la cavidad inerte de su cuerpo y se desvaneció de un golpe hasta caer en el suelo, ya sin vida, en la posición que aún ahora se le puede encontrar. La gente a su alrededor no lo vio desplo-marse, continuó el paso agitado que le imponían sus distintas ocupaciones. Un mendigo que estaba de pie un par de metros más allá pidiendo limosna sí se dio cuenta, pero pensando que se trataba de competencia le arrojó un escupitajo para ver si así se cambiaba de ese sector que él, desde muy temprano, había ganado para sí.

En Santiago centro hay un hombre muerto. Lleva meses en aquel lugar, sin

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El silencioSonia Leal

Hay un pálpito que me despierta de mi sueño. Va a un solo ritmo con el mío. Sospecho quién puede ser. Aún en este nido siento que sé demasiado. Sé que el mundo está cambiando, que las personas están aprendiendo a adaptarse a los nuevos tiempos, que el cielo es azul y que todos los días sale el sol. Sé que existe algo llamado música, que llena mis oídos y me muevo por inercia a su ritmo. Lo experimento cada vez que ella se mueve. Somos uno.

Todos los días descubro algo nuevo, pero no saben que ya traigo otras experiencias, si lo supieran, me estarían analizando y esperando con mayor an-siedad. Eso implicaría que también yo me pondría ansioso... Mi conocimiento debe esperar.

Mucho me gustaría escribir lo que sé, pero mi nido es demasiado húmedo y mi creación no resistiría este ambiente. Debo aguardar mi momento. Cuando pienso en lo exquisito que será sentir sus brazos, ver su sonrisa, me impaciento. Quisiera saber de mi padre, que hace meses ya no escucho. Será lo primero que preguntaré cuando salga de aquí.

Me siento extraño hoy, como si mi espacio no pudiese contenerme. Se mueve, estoy de cabeza. Seguro que será parto normal, no veo irregularidades en el proceso. Pasan los minutos y quisiera tranquilizarla para que me permita escuchar el entorno, pero ella está sintiendo los dolores. Me duele y me angus-tio…

Unas manos tiran de mi cuerpo, estoy pasando por la luz. Lo primero que veo es un hermoso ser alado flotando en el aire. Coloca su índice en mi boca pi-diendo mi silencio. ¿Cómo negárselo? De pronto olvido todo, ni siquiera puedo hablar. Alguien da un golpe en mis nalgas. Me duele tal frialdad, es la primera persona que conozco y comienzo a llorar…

He nacido.

••• Sonia Leal.Es traductora y trabaja como secretaria. Vive en La Florida, cerca de las mon-tañas y practica yoga. Incursiona en lo literario en el 2008, cuando comienza a participar del taller on-line de Revista El Puñal.

21

Y así fuimos hechos...dejamos que la lengua se ate, se anude, se atore en la gargantamientras el corazón se hincha y los pulmones laten

El canto gutural de los primates nos deja afónicosy la noche sopla sobre los cuerpos dormidos-o menos que eso-

Así, así fuimos hechoslos vivos desean morir y los muertos muertos están.

Débilesnos ocultamos bajo el mantel,pero sólo mendrugos caen de la mesa

Estamos hambrientos de caricias y el abrazoel abrazo esquivoese que se queda en la memoriay que jamás se da.

La verdad emana lentanos deshacey nos da la libertad.

La verdad emanaElizabeth Cárdenas

•••Elizabeth CárdenasEscritora, poeta e instructora de yoga. Editora del blog de la Revista El Puñal, y forma parte de un colectivo femenino con Amanda Espejo de La Mancha y Elisa Alcántar. Ha publicado sus trabajos en La Mancha, El Ancla, El Ermitaño y en la web.

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El silencioSonia Leal

Hay un pálpito que me despierta de mi sueño. Va a un solo ritmo con el mío. Sospecho quién puede ser. Aún en este nido siento que sé demasiado. Sé que el mundo está cambiando, que las personas están aprendiendo a adaptarse a los nuevos tiempos, que el cielo es azul y que todos los días sale el sol. Sé que existe algo llamado música, que llena mis oídos y me muevo por inercia a su ritmo. Lo experimento cada vez que ella se mueve. Somos uno.

Todos los días descubro algo nuevo, pero no saben que ya traigo otras experiencias, si lo supieran, me estarían analizando y esperando con mayor an-siedad. Eso implicaría que también yo me pondría ansioso... Mi conocimiento debe esperar.

Mucho me gustaría escribir lo que sé, pero mi nido es demasiado húmedo y mi creación no resistiría este ambiente. Debo aguardar mi momento. Cuando pienso en lo exquisito que será sentir sus brazos, ver su sonrisa, me impaciento. Quisiera saber de mi padre, que hace meses ya no escucho. Será lo primero que preguntaré cuando salga de aquí.

Me siento extraño hoy, como si mi espacio no pudiese contenerme. Se mueve, estoy de cabeza. Seguro que será parto normal, no veo irregularidades en el proceso. Pasan los minutos y quisiera tranquilizarla para que me permita escuchar el entorno, pero ella está sintiendo los dolores. Me duele y me angus-tio…

Unas manos tiran de mi cuerpo, estoy pasando por la luz. Lo primero que veo es un hermoso ser alado flotando en el aire. Coloca su índice en mi boca pi-diendo mi silencio. ¿Cómo negárselo? De pronto olvido todo, ni siquiera puedo hablar. Alguien da un golpe en mis nalgas. Me duele tal frialdad, es la primera persona que conozco y comienzo a llorar…

He nacido.

••• Sonia Leal.Es traductora y trabaja como secretaria. Vive en La Florida, cerca de las mon-tañas y practica yoga. Incursiona en lo literario en el 2008, cuando comienza a participar del taller on-line de Revista El Puñal.

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Y así fuimos hechos...dejamos que la lengua se ate, se anude, se atore en la gargantamientras el corazón se hincha y los pulmones laten

El canto gutural de los primates nos deja afónicosy la noche sopla sobre los cuerpos dormidos-o menos que eso-

Así, así fuimos hechoslos vivos desean morir y los muertos muertos están.

Débilesnos ocultamos bajo el mantel,pero sólo mendrugos caen de la mesa

Estamos hambrientos de caricias y el abrazoel abrazo esquivoese que se queda en la memoriay que jamás se da.

La verdad emana lentanos deshacey nos da la libertad.

La verdad emanaElizabeth Cárdenas

•••Elizabeth CárdenasEscritora, poeta e instructora de yoga. Editora del blog de la Revista El Puñal, y forma parte de un colectivo femenino con Amanda Espejo de La Mancha y Elisa Alcántar. Ha publicado sus trabajos en La Mancha, El Ancla, El Ermitaño y en la web.

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SIN TÍTULOTeresa Muñoz

“La patria no está en manos de los malos, sino en el corazón de los buenos”

Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar

De codos en la baranda me distrae el bicentenario, hay necesidad de apoyarse en las palabras para no sufrir el silencio obstinado de la calle el potencial de vanidad está al tope y nuestra vista perdió el color

el tricolor Un poeta en el metro me susurra

raíces sudan Sudamérica parece que estoy en el sueño de una tarde dominical poseía, no, poesía es lo que queda después de doscientos años de predecir la desgracia de repetir adiós a la ligera y de la ligereza del amor al vecino

Miro al cerro y veo a la Inmaculada ella también ve a través de ojos extraños cierta dulzura sube a los míos y bajo la mirada porque una luna muerta nos cuida porque no hay cómo distinguir los corazones

••• Teresa MuñozPoeta de Puente Alto, licenciada en Lengua Francesa. Ha participado en los talleres La Torre Lúdica de MagoEditores y de Revista El Puñal. Escribe hace años y a pesar de su pudor, su trabajo se ha publicado en revistas y antologías.

23

IRONÍA de los INMORTALESJuan David Ochoa

Al filo de la contundente expiración,al filo del final de tanta euforia y furiay sedimentos de misterioPerdiéndose en un hombre evaporado,se entrega el testamento del sudorsobre el extenso y corto tiempo de la sangre.Antes del último suspiroLa pasión y la genealogía de los lutosNo merecieron la memoria,Pero la ausencia de la voz y de la sombraDevuelven de la lapida la fiebre de su fuerza,Y en el letárgico y helado tiempo de los vivosUn desaparecido es un solemne diosExento del hastío y del espacio.Por esta ley de la ironía son eternos los muertos

••• Juan David OchoaPoeta y Cinéfilo colombiano, nacido el 30 de agosto de 1987 en la ciudad de Cali, Colombia. Hizo estudios de filosofía, ha participado en diversos concur-sos nacionales e internacionales de poesía. Parte de su obra ha sido recono-cida y publicada en diversas revistas sudamericanas..

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SIN TÍTULOTeresa Muñoz

“La patria no está en manos de los malos, sino en el corazón de los buenos”

Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar

De codos en la baranda me distrae el bicentenario, hay necesidad de apoyarse en las palabras para no sufrir el silencio obstinado de la calle el potencial de vanidad está al tope y nuestra vista perdió el color

el tricolor Un poeta en el metro me susurra

raíces sudan Sudamérica parece que estoy en el sueño de una tarde dominical poseía, no, poesía es lo que queda después de doscientos años de predecir la desgracia de repetir adiós a la ligera y de la ligereza del amor al vecino

Miro al cerro y veo a la Inmaculada ella también ve a través de ojos extraños cierta dulzura sube a los míos y bajo la mirada porque una luna muerta nos cuida porque no hay cómo distinguir los corazones

••• Teresa MuñozPoeta de Puente Alto, licenciada en Lengua Francesa. Ha participado en los talleres La Torre Lúdica de MagoEditores y de Revista El Puñal. Escribe hace años y a pesar de su pudor, su trabajo se ha publicado en revistas y antologías.

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IRONÍA de los INMORTALESJuan David Ochoa

Al filo de la contundente expiración,al filo del final de tanta euforia y furiay sedimentos de misterioPerdiéndose en un hombre evaporado,se entrega el testamento del sudorsobre el extenso y corto tiempo de la sangre.Antes del último suspiroLa pasión y la genealogía de los lutosNo merecieron la memoria,Pero la ausencia de la voz y de la sombraDevuelven de la lapida la fiebre de su fuerza,Y en el letárgico y helado tiempo de los vivosUn desaparecido es un solemne diosExento del hastío y del espacio.Por esta ley de la ironía son eternos los muertos

••• Juan David OchoaPoeta y Cinéfilo colombiano, nacido el 30 de agosto de 1987 en la ciudad de Cali, Colombia. Hizo estudios de filosofía, ha participado en diversos concur-sos nacionales e internacionales de poesía. Parte de su obra ha sido recono-cida y publicada en diversas revistas sudamericanas..

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INDICEEditorial, por Rodrigo Suárez/Pág. 2El último Padrón, de Aquiles Cuervo/Pág. 3El Pulga Negra, de David Santos/Pág. 5Celebración de Familia, de Mauro Rojas/Pág. 11Quieren, de Andrés Matus/Pág.13La Apuesta, de Santiago Urbano/Pág. 15La revolución, de Gerardo Soto/Pág. 19Ironía de los inmortales, de J. David Ochoa/Pág. 23La verdad emana, de Elizabeth Cárdenas/Pág. 21El silencio, de Sonia Leal/Pág. 22Sín título, de Teresa Muñoz/Pág. 24Pobreza, de Marcelo Elizondo/Pág. 25

Toda reproducción total o parcial de las obras, es permi-tida sí y sólo si se hace referencia a sus autores. Obras protegidas por Creative Commons y derechos de autor.

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POBREZAMarcelo Elizondo

Abro el libro en la página interiorbusco pobreza con sus pesados sinónimos:indigencia penuria escasez necesidad inopia,miseria estrechez carencia desnudez; hambre.Y recuerdo las imágenes, el eco de sus nombreslos cartones que fluyen en la calle,la basura, el viejo automóvil empolvado.

••• Marcelo ElizondoEs un poeta joven chileno, escurridizo, del cual no tenemos muchos datos. Lo que sí sabemos es que ha publicado su trabajo en la web y que ha participado en encuentros de poesía como Descentralización.

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Alameda, la gente desborda las calles. Busca la mejor vista al abrigo de la sombra para ver el despertar de los gigantes. El hombre mecánico ruge mien-tras los músicos esperan que pase el calor. Dos semanas después, Parroquia San Cayetano en la comuna de San Joaquín. El evento es el lanzamiento de una antología de poemas escritos por miembros del Círculo de Escritores de La Legua. Tuvimos la oportunidad de conocer el trabajo que vienen realizando en materia de autoediciones apoyado en redes comunitarias. Estas dos instancias de expresión artística contrastan en cuanto a la magni-tud de su emplazamiento y la cantidad de gente convocada. Sin embargo, creo que comparten una característica esencial que muchas veces se esconde en el recuento de los temas ciudadanos. El arte es una necesidad del ser humano. No se puede posponer..

La presencia de la muñeca y su tío mayor efectivamente transformó la calle en un espacio diferente. Las calles y veredas trastocan su uso rutinario, de tránsito utilitario. Se convirtieron en escenario y gradería móviles donde el espectador estuvo llamado a tomar un rol activo, creativo pues no bastaba con sentarse a mirar. Había que seguirlos, caminando, buscando rutas alternativas o tomando el metro y bajándose en estacio-nes cuidadosamente elegidas. Muchos de los asistentes engancharon con el juego. Fuimos participantes de un estado de excepción, de emergencia donde el asombro engancha y captura, donde a plena vista la compañía de teatro da vida a aquellos armatostes de madera y fierro. El lanzamiento del libro en La Legua muestra un carácter muy diferente. Es un día sin mucho calor. Algo gris. El sol se pone por sobre la Plaza Salvador Allende, donde los murales de la Brigada Ramona Parra subsisten. Merecen el respeto de los grafiteros. A la entrada de la iglesia, algunas personas esperan el comienzo del evento. En una mesa, una señora vende los libros publicados por los cuentistas y poetas de La Legua. Adentro, las mesas están puestas. Los precios del café, el queque y las empanadas es-tán escritos sobre cartulinas pegadas en la pared. Llega el grupo de danza, mientras un cantor prueba los micrófonos con su guitarra. Hay un presentador y locutores radiales que prestan su apoyo con la amplificación y proyección de videos. Sorprende la organización y la constancia demostrada por este grupo de veci-nos que, con pocos recursos, son capaces de gestionar autoediciones y lanzamien-tos; además de establecer redes culturales dentro de su comunidad, las que sumadas crean una sinergia que facilita la creación y difusión de las expresiones del arte (música, pintura y literatura, entre otras). Creo que los dos ejemplos descritos demuestran que la cultura es una actividad cotidiana, que no es una manifestación destinada a ser con-sumida en los museos y centros culturales. También nace en la calle, en los vecindarios, en los mismos ciudadanos que viven y circulan diariamente por las avenidas. RS

EL PUÑAL es una revista de creación literaria independiente, libre, en constante desarrollo. Nos interesa crear lazos de amistad y aprendiza-je, basados en el amor por las letras. Los invita-mos a escribirnos e intercambiar enlaces y textos.

El Puñal 3

ILUSTRACIONESSilvia González (España)

DIAGRAMACIÓNElizabeth Cárdenas

EDICION DE TEXTOSElizabeth Cárdenas, Rodrigo Suárez

AÑO 2010

PRODUCTOR DE EDICIÓNPablo Delgado

[email protected]

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El Puñal 3

ISSN

071

8-70

5X

AUNQUE EL ZORRO SE VISTA DE REY

AÑO 2

Aquiles Cuervo, Santiago Urbano, Andrés Matus, Mauro Rojas, David Santos, Marcelo Elizondo, Gerardo Soto, Juan David Ochoa, Sonia Leal, Teresa Muñoz, Rodrigo Suárez,

Elizabeth Cárdenas.

ESCRIBEN EN ESTE NÚMERO

El Puñal 3

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