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"Roca y el mito del genocidio" por Juan José Cresto El autor es director del Museo Histórico Nacional y presidente de la Academia Argentina de la Historia. Hace poco más de un siglo, el 12 de octubre de 1904, el general Roca entregó al doctor Manuel Quintana los atributos de la presidencia de la República. Había cumplido su segundo mandato, pero su influencia política desde 1880 había transformado el país. La Argentina era una potencia respetada. El general Mitre, ya anciano y verdadero patriarca de la argentinidad, fue a su casa ese mismo día para felicitarlo por su gestión: "Ha cumplido", le dijo parcamente, porque el juramento de su asunción, en 1898 lo había hecho ante el patricio. Diez años después, el 19 de octubre de 1914, Roca moría en Buenos Aires. Los últimos años los dedicó a organizar su estancia La Larga, levantando casas para su personal, cultivando arboledas y caminos y mejorando su hacienda. Se cumple este año el centenario de su alejamiento del poder y noventa años de su fallecimiento. El país no lo ha recordado suficientemente. En los últimos tiempos una historiografía carente de toda documentación sostiene que la expedición de Roca de 1879 contra los indios, fue un genocidio. Ello revela supina ignorancia u oculta intereses de reivindicaciones territoriales. El tema indígena es complejo, porque abarca regiones muy diferentes, desde los paisajes andinos atípicos hasta la cuña boscosa del Chaco, con razas que no eran ni son comparables, como los diaguitas, los abipones o los mapuches. En el Sur, los pueblos araucanos procedían de Chile e ingresaron al hoy territorio nacional hacia principios del siglo XVIII, según lo refieren numerosos historiadores de ese país, algunos con carácter reivindicatorio. La pampa agreste estaba totalmente desierta, con algunos

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"Roca y el mito del genocidio"

por Juan José CrestoEl autor es director del Museo Histórico Nacional y presidente de la Academia Argentina de la Historia.

Hace poco más de un siglo, el 12 de octubre de 1904, el general Roca entregó al doctor Manuel Quintana los atributos de la presidencia de la República. Había cumplido su segundo mandato, pero su influencia política desde 1880 había transformado el país. La Argentina era una potencia respetada. El general Mitre, ya anciano y verdadero patriarca de la argentinidad, fue a su casa ese mismo día para felicitarlo por su gestión: "Ha cumplido", le dijo parcamente, porque el juramento de su asunción, en 1898 lo había hecho ante el patricio.

Diez años después, el 19 de octubre de 1914, Roca moría en Buenos Aires. Los últimos años los dedicó a organizar su estancia La Larga, levantando casas para su personal, cultivando arboledas y caminos y mejorando su hacienda. Se cumple este año el centenario de su alejamiento del poder y noventa años de su fallecimiento. El país no lo ha recordado suficientemente.

En los últimos tiempos una historiografía carente de toda documentación sostiene que la expedición de Roca de 1879 contra los indios, fue un genocidio. Ello revela supina ignorancia u oculta intereses de reivindicaciones territoriales. El tema indígena es complejo, porque abarca regiones muy diferentes, desde los paisajes andinos atípicos hasta la cuña boscosa del Chaco, con razas que no eran ni son comparables, como los diaguitas, los abipones o los mapuches. En el Sur, los pueblos araucanos procedían de Chile e ingresaron al hoy territorio nacional hacia principios del siglo XVIII, según lo refieren numerosos historiadores de ese país, algunos con carácter reivindicatorio.

La pampa agreste estaba totalmente desierta, con algunos bolsones de pobladores aislados. En la provincia de Buenos Aires se denominaba "poblador del Salado" a quien se instalaba más allá de ese importante río. Sin alambrados, sin títulos de propiedad, salvo antiguas mercedes realengas, o con títulos imprecisos basados en la simple ocupación, el llamado "estanciero" era el ganadero que cuidaba vacas criollas, que no tenían parecido con las de nuestra época, vivía con el cuchillo en la faja y dormía en un rancho que él mismo construía. Su beneficio empresario consistía solamente en la explotación del cuero del vacuno, que canjeaba en la pulpería o en "las casas", o poblado más próximo. Compartía, sí el temor al malón indígena.

Al caer la tarde, hacía recostar a su caballo en el suelo para ver la reacción del animal, cuya sensibilidad le permitía saber si la tierra se movía. En ese caso, sabía que, a lo lejos, los indios galopaban y él debía huir, abandonando todo.

El horror del malón se ha descripto repetidas veces, pero hay que recordar que el indio fue temible cuando aprendió a montar el caballo que trajo el europeo, para robar las vacas que también vinieron con los españoles y venderlas en Chile. También cuando aprendió a usar la cuchilla de hierro, que también obtuvo de la industria del hombre blanco. Los aduares indígenas estaban llenos de cautivas, mujeres blancas a las que se

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les hacía un tajo profundo en la planta de los pies para impedirles la fuga. Ellas tenían que soportar la indignación y el odio de las mujeres indias de la tribu.

La historia argentina está llena de historias de pequeños y de muy grandes malones a lo largo de los siglos XVIII y XIX, hasta la decisiva ocupación de desierto por Roca. La política de ocupación no se inicia con este exitoso militar, sino que continúa desde los primeros gobiernos patrios. Rosas hizo una expedición contundente, pero después de Caseros las tribus se alinearon, unas con el gobierno de la provincia de Buenos Aires y otras con el de la Confederación, participando en la política partidista.

Mitre quiso erradicar el delito en las pampas y no lo pudo lograr por tener que dedicar sus esfuerzos a la guerra del Paraguay. Sarmiento sufrió grandes malones y la batalla de San Carlos de Bolivar es un verdadero hito de la historia. Avellaneda, que soportó una grave crisis financiera internacional, tuvo una política de ocupación a través de su ministro Adolfo Alsina, quien hizo construir una larga zanja de más de cuatrocientos kilómetros para evitar los malones, en una guerra defensiva sin mayores resultados. Finalmente, Roca, que conocía el desierto, organizó una expedición ocupacional decisiva. Este joven general había ganado todos sus ascensos, uno tras otro, en los campos de batalla.

¿Estaba Roca ocupando tierras de indios? La respuesta es categóricamente negativa. Esas tierras desiertas comienzan a ser ocupadas con las expediciones pobladoras de la España colonizadora del siglo XVI que, repetimos, trajeron el caballo y la vaca. Los indios iniciaron su ocupación 180 años después.

Los indígenas americanos precolombinos estaban radicados en mínimas parcelas de territorio y aprovecharon los descubrimientos, invenciones, ingreso de animales antes desconocidos y la tecnología del blanco para su expansión territorial.

Pero existen algunas consideraciones que hay que sopesar: la expedición debe adjudicarse al gobierno del presidente Avellaneda, quien designó para comandarla a su ministro de guerra, el general Julio Argentino Roca, en estricto cumplimiento de la ley del 25 de agosto de 1867, demorada doce años por las dificultades políticas y económicas del país. "La presencia del indio -decía la ley- impide el acceso al inmigrante que quiere trabajar." Para financiar la expedición se cuadriculó la pampa en parcelas de 10.000 hectáreas y se emitieron títulos por la suma de 400 pesos fuertes cada uno, que se vendieron en la Bolsa de Comercio. Aunque prohibieron la adquisición de dos o más parcelas contiguas, esta venta fue la base de muchas de las fortunas argentinas.

La ley, la expedición y la organización fueron discutidas en el Congreso y votadas democráticamente. Todo el país, toda la población de la Nación, quería terminar con este oprobio, desde el Congreso y los gobiernos provinciales hasta los periódicos, sin excepción.

Roca organizó la expedición y a ella se incorporaron no solamente cuerpos militares, sino también periodistas, hombres de ciencia y funcionarios. El periodista Remigio Lupo la integró como corresponsal del diario La Prensa y remitió sus crónicas. Monseñor Antonio Espinosa publicó su diario, con noticias muy valiosas de todo lo mucho que vio, pero también escribieron hombres de ciencia, como los doctores Adolfo

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Doering y Pablo Lorenz, y naturalistas, como Niederlein y Schultz, que estudiaron la flora, la fauna y las condiciones del suelo.

Acompañaron también enfermeros y auxiliares. Los indios prisioneros y los niños, mujeres y ancianos fueron examinados por sus dolencias, vacunados y muchos de ellos remitidos a diversos hospitales de la muy precaria Buenos Aires de esos días.

Ahora bien: ¿puede creerse que toda estas personas y otras que siguieron paso a paso la expedición pueden ser cómplices de silencio en caso de genocidio? ¿Se concibe un secreto de cinco mil personas? ¿Lo hubiera permitido un humanista como el presidente Avellaneda? La única realidad es que la llanura pampeana quedó libre de malones y que a los indígenas se les asignaron grandes reservas, si bien es cierto que individuos inescrupulosos les cercenaron posteriormente muchas de sus parcelas con supuestos derechos, actitud reprobable, sin duda, que forma parte de litigios del derecho civil.

Por otra parte, mencionar al indio como tal es un insulto. ¿Por qué indio? El es, simplemente, un argentino entre treinta y siete millones de habitantes, con los mismos derechos y obligaciones que todos. No merece ningún tratamiento especial ni más derechos que otros, pero tampoco ninguna tacha que lo invalide, que lo relegue o que lo menoscabe, porque tiene también todas las prerrogativas constitucionales. Es nuestro conciudadano y, por lo tanto, nuestro hermano. Merece y tiene todo nuestro fraterno afecto. No más, no menos. Lo contrario es indigno y discriminatorio.

Lo que se quiso hacer y efectivamente se hizo fue concluir con los asaltos a pueblos indefensos y poner la tierra fértil a disposición de la población para ser trabajada. En efecto, en menos de 25 años a la Argentina se la llamaba "la canasta de pan del mundo".

El 12 de octubre de 1880, Roca juró como presidente de la República, por haber vencido a Tejedor en las elecciones. Hizo un gobierno histórico: concluyó el tratado de límites con Chile, en 1881; desarrolló la instrucción pública; construyó escuelas; extendió los ferrocarriles. Los inmigrantes agricultores comenzaron a agruparse en colonias. Se estibaron miles de bolsas de trigo en las estaciones.

El pedestal de la gloria de Roca está en sus dos gobiernos y en su orientación política, mucho más que en la ocupación del desierto, pero ésta es un timbre de honor de su biografía. Con el tiempo, a través de personas que no han leído específicamente sobre el tema o que tienen otros intereses, se ha creado una fábula que gente de buena fe la ha creído, porque así se elaboran los mitos que después parecen "verdades reveladas" de valor teológico. Felizmente, cualquier serio investigador de historia, cualquier estudioso del pasado que se documente, se preguntará azorado: ¿qué genocidio?

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"El camino de los chilenos"

La "rastrillada de los chilenos", "camino de los chilenos" o "rastrillada grande", fue una ruta de la Patagonia y la Pampa usada por los mapuches y otras tribus araucanizadas para transportar a Chile el ganado robado durante malones que realizaban en la Argentina. Tuvo su origen en épocas coloniales como ruta de la sal, en el tramo de las Salinas Grandes a Buenos Aires. La migración de grupos mapuches a la región hizo extender la ruta, para el arreo de ganado vacuno, desde las salinas hasta los pasos de la cordillera de los Andes en la Provincia del Neuquén, culminando en la ciudades chilenas de Valdivia, Chillán y Los Ángeles.

(El ganado luego era comercializado en Chile dónde cada vez que llegaba un arreo de ganado robado, se conocía luego en Buenos Aires porque bajada abruptamente el precio del ganado en Chile. A veces el arreo de ganado robado en las estancias llegaba a centenares de miles).

Lleva este nombre la ruta Nacional 60. Fue la famosa rastrillada de Calfucura y recorre la provincia de Buenos Aires en diagonal este-oeste. Para apreciar mejor su recorrido hay un punto clave geografico a cinco kilometros de Olavarria sobre la ruta nacional 226, el paraje Virgen de la Loma. En el citado lugar esta el retome original del Camino de los Chilenos, ensanchado y terraplenado e incluso hay en sectores provinciales asfaltados, no olvidando que atraviesa 3 provincias cruza la cordillera y sale a Chile. Los malones que asolaban nuestra provincia transitaron esta rastrillada llevando ganado, cautivos y todo trafico de mercancias.Segun la historia el general entrerriano Urquiza fue aliado del temible emperador de las pampas. Un dato mas, es un gran corredor bioceanico no explotado aun.

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EL GENOCIDIO TEHUELCHE – PEHUENCHE A MANO DE LOS MAPUCHES O ARAUCANOS

Araucanos: hombres de Arauco, region del Bio-Bio.

Si queremos hablar seriamente del mal llamado “genocidio” de nuestros indios del sur, los Tehuelches Septentrionales (los Pampas gününa kena, y los Pampas serranos o puelches), los Tehuelches Meridionales (los Patagones), y los Pehuenches de Neuquén (Río Agrio y Varvarco) , debemos remontarnos a los combates sostenidos no solo entre ellos mismos, sino fundamentalmente entre estos Tehuelches y Pehuenches (etnia de indios argentinos), con los indios chilenos, mapuches (Costinos, Abajinos, Arribanos o Moluches y Vorogas, pobladores de la Araucania, entre los ríos Bio –Bio al Norte y Tolten al Sur), los Huilliches (del sur del Tolten) y los Picunches (del norte del Bio-Bio), que entraban a sus tierras muchas veces ayudados por milicias patriotas chilenas o guerrilleros de los hermanos Pincheira (realistas, defensores de Fernando VII), a partir de mediados del siglo XVIII, pero principalmente y con la citada ayuda militar, durante el siglo XIX, mientras duró la llamada guerra a muerte en Chile (1818/1824) y después de ella.-

Vale la pena aclarar que los Huilliches y los Picunches no eran Mapuches, más allá de que estaban araucanizados desde la epoca de las guerras comunes contra los Incas primero y el español después.-

También al combates entre los Pehuenches del sur de Mendoza (de Malal Hüe y el Campanario), que a su vez habían desalojado a los pobladores originarios (Pampas Serranos o Puelches), contra los Huilliches.-

El viejo cacique Pehuenche mendocino Ñaincul, en un enfrentamiento interno por el mando, fue asesinado en 1825 y reemplazado por el cacique Antical.- Para vengar la muerte del primero, su hermano Llanca Milla, pidió la colaboración de indios trasandinos (chilenos), tradicionales enemigos de los Pehuenches, recurriendo a un cacique de los Huilliches llamado Anteñir.- Este logró reunir para atacar a los Pehuenches mendocinos, 5.000 loncos (indios de lanza) y el apoyo de los guerrilleros pincheiristas que comandaba Hermosilla (uno de los principales oficiales de Pincheira), portadores de armas de fuego, y sorprendiéndolos, los masacró sin distinguir entre loncos y chusma (ancianos, mujeres y niños), dando muerte incluso al mismo Antical.- Solo pudieron huir y se salvaron de la sangrienta matanza, un millar de Pehuenches, la mayor parte chusma.-

El cacique Huillichi Anteñir, mandó emisarios a los fugados, ofreciéndoles que si se presentaban ante él, sometidos y sin armas, les perdonaría la vida, que en cambio perderían si buscaban el apoyo de los Mendocinos del fuerte de San Carlos.-

Creyendo el embuste, así lo hicieron los Pehuenches y todos sin excepción, loncos, ancianos, mujeres y niños, una vez frente a Anteñir y sin la más minima posibilidad de defensa, fueron ferozmente lanceados por orden de este.-

Retrocedamos en el tiempo y veamos ahora a titulo de ejemplo, una de las muchas matanzas internas entre los mismos Tehuelches.-

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Recordemos primero, que nuestros Pampas Gününa Kena, solicitaron en 1740 al gobernador Salcedo, de Buenos Aires, la formación de un pueblo en su territorio, con misioneros y apoyó español, para evitas los ataques y robos que le hacían de continuo sus parientes, los Pampas Serranos o Puelches, lo que dio origen en 1741, a la fundación que efectuaron los padres Jesuitas Manuel Querini y Matías Strobel, de la Reducción de La Concepción, al sudeste del Río Salado, en el Rincón de López, sobre el arroyo Dulce, cerca del mar.-

El Cacique Bravo (Cangapol) de los Pampas Serranos, nos relata el padre Furlong S. J. en su libro “ Entre los Pampas de Buenos Aires”, tenia su asiento sobre el río los Sauces (hoy Río Negro), pero extendía su dominio o influencia hasta el Río Salado, por lo cual en sus andanzas visitó las Reducciones Jesuitas de Mar del Plata, al Noreste de la Laguna de los Padres (Nuestra Señora del Pilar) y el Vulcán en Balcarce, junto a la fuente Copelina (Nuestra Señora de los Desamparados), que eran respectivamente de indios Puelches la primera y de Patagones la segunda, fundadas a continuación de la de La Concepción (que era de Gününa Kena), y a pesar de lo bien que fue recibido por los padres, decidió destruirlas y matar a los curas misioneros.-

A tal fin convocó a los cacique de sus dominios (fines del año 1750) y uno de ellos, Ayalep, contestó que el no le prestaría ayuda con su gente, ya que en realidad siempre había recibido regalos y buen trato de los misioneros, que nunca lo habían agraviado.-

Cangapol decidió castigarlo.- Le envió mensajeros para avisarle que visitaría al amigo, y cuando llegó con sus lanceros, aprovechando que Ayalep lo esperaba pacíficamente y con su gente desarmada, ordenó lancearlo, al igual que a todos sus guerreros, matándolo con más de 50 loncos, y a contianución le robó la chusma, que llevó a sus toldos.-

Estas matanzas eran comunes entre los indios, invocando siempre injurias que motivaban venganzas o se hacían para robar hacienda, producto de malones en que habían intervenido los agredidos.- Pero independientemente de ello, los Tehuelches Puelches y Patagones, a pesar de su muy menor número, debieron enfrentarse con los indios trasandinos, para evitar sus invasiones, en combates memorables.-

Me refiero a la las batallas de Languiñeo, Barrancas Blancas, Shótel Naike, Senguer y del vado de Choele Choel (Choel-Choel).- En este último combate, según el informe que le envía el comandante de Carmen de Patagones, don Calixto Oyuela, al gobernador de Buenos Aires, Don Martín Rodríguez, los Arribanos o Moluches (indios Mapuches), apoyados por milicias chilenas, que incluso además de armas comunes de fuego, usaron un pequeño cañón, derrotaron totalmente a 1.800 guerreros Pampas Serranos o Puelches, matando incluso a sus caciques Ojo Lindo y Anapilco.-

A partir de ese momento (año 1821), los Tehuelches debieron abandonar gran parte de su territorio original (la región de Entre Ríos Sur, que abarca las tierras entre los ríos Negro y Colorado y la actual provincia de La Pampa) y asentarse al sur del Río Negro (llamado Río de los Sauces) y en la provincia de Buenos Aires, que por supuesto integraban una parte importante de su territorio a la llegada de los españoles.-

Mientras tanto, los Vorogas (Mapuches), que poblaban el Arauco a la altura del río Imperial, lucharon en Chile a favor de Fernando VII durante la guerra a muerte.-

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Vencidos, se vieron forzados a abandonar la Araucania, su tierra natal y cruzaron la cordillera conjuntamente con los guerrilleros realistas de los hermanos Pincheira.-

Primero, malonearon robando y saqueando el Sur de Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe y noroeste de Buenos Aires.-

Finalmente sus caciques mayores, Rondeau, Melian (o Melín) y Cañiuquir, con varios miles de loncos y chusma, desalojaron a nuestros Pampas Serranos o Puelches de la zona de Guaminí (Laguna de Monte), Carhué y Epecuén, de la provincia de Buenos Aires, haciendo allí su asiento, con el apoyo siempre de los guerrilleros de los hermanos Pincheira.-

Nuestros Pampas debieron retirarse más al Este, a la región de las Sierras de la provincia de Buenos Aires.-

A partir de ese momento, los Mapuches Vorogas y los Pincheiras pasaron a ser un grave problema para nuestros pampas serranos y para los gobiernos de Buenos Aires, a punto tal que Don Juan Manuel de Rosas comenzó a negociar con el cacique mayor Cañiuquir, para tratar de apartar a los indios de los guerrilleros realistas, de modo de debilitar su poder.-

Durante el curso de estas negociaciones, a fines de 1830, los Vorogas, con apoyo de los guerrilleros de Pincheira, a su cuyo frente estaba Zuñiga, atacaron a los Pampas Serranos asentados en la Sierra de la Ventana y Sauce Chico, haciendo una gran matanza entre los mismos que incluyo la muerte de sus caciques Curitripay, que cayó junto con sus dos hijos y todos sus capitanejos, Catrileu y Lomo Colorado.- Este último, poco antes había denunciado a Martiniano Rodríguez que los mapuches y guerrilleros chilenos planeaban esta masacre, solicitándole protección.-

No conformes con la lanceada, los persiguieron con saña hasta la misma Bahía Blanca, dándoles muerte a los que habían logrado llegar, frente a la misma Fortaleza Protectora Argentina, que no pudo abrirles sus puertas y sin que su jefe nada pudiera hacer por ayudarlos, dada la orden recibida de Rosas de mantenerse prescindente, para no estorbar las negociaciones, convirtiéndose así en un mudo e impotente observador de la masacre de los indios tehuelches.-

Martiniano Rodríguez anotó en su parte diario, que desde la muralla de la fortaleza “escuchaba los galopes cortos de los lanceros vorogas y soldados pincheiranos y el griterío de la chusma cuando era lanceada o sableada, ruido característico de las persecuciones y las matanzas que se estaban produciendo de los indios Pampas, que intentaban en vano llegar hasta el refugio de la fortaleza”.-

Esta matanza de indios Pampas Puelches o Serranos, se agravaba, ya que los Vorogas siempre con los Pincheiras, con anterioridad, el 25 de septiembre de 1830, habían acuchillado a los a los Pampas del cacique Tetruel, que tenían sus toldos en Curamalál, cerca de la actual Pigüe.-

Era evidente que Vorogas y Pincheiras querían demostrar al gobierno de Buenos Aires, su superioridad frente a los indios locales, y su dominio absoluto del terreno, lo que era cierto, a punto tal que los caciques tehuelches Reynagual y Chocori, para salvar su gente

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de las matanzas, debieron trasladar sus toldos a la ya mencionada orilla Sur del Río Negro y/o de los Sauces.-

El jefe guerrillero chileno Zuñiga, incluso mandó una carta a Martiniano Rodríguez, y tras informarle de la matanza efectuada, le pedía “hipócritamente autorización”, como si le hiciera falta, para continuar la persecución de los Pampas de lanza y de su chusma.- Por supuesto que aunque Rodríguez contestó negándole el permiso, ambos sabían que tanto la petición como la denegatoria, carecían de todo valor efectivo.- Zuñiga y los Vorogas, harían lo que ellos decidieran.-

Conforme una vieja costumbre entre los indios, poco después, el cacique Toriano, Pehuenche, pero nacido en Chile, maloqueó contra los toldos Vorogas para vengar la masacre de los Puelches, dándose prontamente a la fuga para evitar la reacción de aquellos, lo que ocasionó gran indignación de los caciques Cañiuquir y de Rondeau que fueron los afectados y no tuvieron oportunidad de tomar a su vez venganza.-

Durante la campaña al Desierto del año 1833, don Juan Manuel de Rosas, comandante del ala Izquierda, tras organizar prolijamente la tan necesaria expedición, marchó al sur y estableció su cuartel general en Medano Redondo, sobre el Río Colorado, lugar al que llegó evitando todo tipo de enfrentamientos con los indios, especialmente con los poderosos Vorogas.-

Desde allí despacho a sus segundos, en una campaña que fue solamente de escarmiento y exploración, pero lamentablemente no de ocupación.- Esto permitió que al termino de la campaña (1834), los indios ocuparan nuevamente los territorios que debieron abandonar, ante el avance de las tropas de los jefes de las tres columnas enviadas por Rosas, que partieron desde Medano Redondo al Sur y al Oeste.-

La primera columna, estuvo al mando del General Ángel Pacheco y marchó directamente al Río Negro, siendo el primer argentino que llegó a este río por tierra.- Lo remontó por sus orillas hasta la isla de Choel-Choel y posteriormente su expedición llegó hasta la confluencia con los ríos Limay y Neuquén.- Pacheco tenia orden escrita de “no traerle prisioneros vivos, salvo los importantes”.- Su actuación fue brillante.-

Del mismo modo, Rosas envió a sus coroneles Pedro Ramos y Manuel Delgado, a uno remontando el Colorado,cruzando el Chadi- Leuvú y siguiendo hasta la región de los Pehuenches, en Neuquén.- Al otro hasta el sur de Mendoza, atravesando la tierra de los Ranqueles, los eternos y peores enemigos que tuvo siempre Rosas.- Estos, que había sido derrotados en “Las Acollaradas” por el jefe del ala del centro, el general Ruiz Huidobro, combate en el que incluso perecieron dos hijos de Yanquetruz, prefirieron ocultarse ante el avance de las tropas, evitando todo tipo de enfrentamiento.-

Isidoro Ruiz Moreno, en su libro “Campañas Militares Argentinas, To. II, transcribe la orden dada por Rosas al coronel Pedro Ramos: “No conviene que al atacar una toldería traigan muchos prisioneros vivos: con 2 o 4 hay bastantes, y si más agarran, esos allí en caliente nomás se matan a la vista de todo el que este presente, pues que entonces en caliente nada hay de extraño, y es lo que corresponde.- Pero estos prisioneros no se descuide con ellos, si alguno es de importancia tal que yo hable con él, mándemelo, pero sino, lo que usted debe hacer, es luego que ya enteramente no los necesite para tomarle declaraciones, puede hacer al marchar un día quedar atrás una guardia, bien

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instruido el jefe encargado, que me parece puede ser bueno para ello Valle, que luego que no haya ya nadie en el camino, los puede ladear al monte y allí fusilarlos.-

Es por eso que el padre Furlong, sostiene que la campaña de Rosas fue también de exterminio.-

A pesar de que Rosas no participó personalmente en los combates contra los indios, fue el organizador de la campaña y el que dio las directivas a sus jefes militares.-Por ello, fue nombrado por la legislatura porteña “Héroe del Desierto” y se le otorgó en premio la isla de Choele- Choel.-

Rosas rechazó la isla (que por otra parte ya estaba nuevamente en poder de los indios al haberse retirado Pacheco), manifestando que allí oportunamente habría que establecer una guarnición militar, pero pidió en su reemplazo una fracción de tierras en la provincia, donde la Legislatura resolviera.- La Legislatura Porteña resolvió entonces regalarle 60 leguas cuadradas en la provincia, dejando el lugar o los lugares a su elección.-

Según Rosas (publicación efectuada en La Gaceta Mercantil del 24 de diciembre de 1933), en esta campaña murieron 3.200 indios o sea más del doble de los que cayeron en la campaña al desierto del general Julio Argentino Roca.-

Sin embargo esta cifra esta en discusión.- Muchos historiadores sostienen que fueron menos, y otros elevan la cantidad de muertos, a alrededor de 6.000 indios.-

Terminada la campaña, Guido, informado desde Chile por Bulnes, avisó a Rosas que se aprontaban para entrar al país, al mando de los caciques Juan Callfucurá y su hermano Antonio Namuncurá (tio de Manuel Namuncurá, también chileno), alrededor de dos mil loncos Huilliches, indios chilenos del sur del río Tolten, de etnia propia distinta de la mapuche, pero araucanizados, como ya he dicho, desde la época de las luchas, primero contra la invasión de los Incas (Tupac Yupanqui comenzó la conquista en el año 1443, tras sofocar la rebelión Aymará del Lago Titicaca y la continuó su hijo Huaina Cápac, que murió en el año 1525) y posteriormente contra los conquistadores españoles (contra la expedición de don Diego de Almagro en el año 1536, y posteriormente contra don Pedro de Valdivia, fundador de Santiago sobre el río Mapocho, en 1541), en que los indios del sur del río Maule, se unieron en Chile para enfrentarlos.-

Rosas pactó con ellos, permitiendo su ingreso a condición de que atacaran a sus enemigos, los Ranqueles.-

Este pacto esta probado e incluso hay una carta en que Callfucura le informa a Mitre casi treinta años más tarde: “También le diré que yo no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno, y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras”.-

Pero los Huilliches, si bien no atacaron a los Ranqueles, dejaron a Rosas más que satisfecho con su accionar.- Dirigieron sus lanzas contra lo Vorogas, sus mortales enemigos durante la llamada guerra a muerte en Chile y además enemigos tradicionales en épocas anteriores.-

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Callfucura, desde Chilue, envió sus mensajeros a Rondeau, haciéndole saber que marchaba en paz sus toldos, para comerciar los numerosos productos que traía desde Chile.- Los Vorogas creyeron el embuste.- Los esperaron como amigos, sin precaución alguna.-

Así, los Huilliches. cayeron con sus lanzas en forma sorpresiva, masacrando a los loncos Vorogas, en horas que estos estaban entregados al descanso, sin precaución alguna, pues esperaban la llegada de los Huilliches como comerciantes amigos.- Los Huilliches asesinaron además, a los caciques mayores Mariano Rondeau y Melín oMelian, en lo que la historia conoce como la “Traición de Masallé” (año 1834).-

Finalmente, les robaron su chusma.-

Se salvaron de esta masacre por tener sus toldos más apartados, los caciques Vulta Pincen y Coliqueo, y el cacique mayor Cañiuquir, que tenía los suyos en Guaminí.- Pincen y Coliqueo, buscaron refugio entre los Ranqueles.-

En premio por la matanza, Rosas autorizó a Callfucurá y Namuncurá, a establecer sus toldos en las Salinas Grandes.-Cañiuquir por su parte, se asentó en el arroyo “El Pescado”, cerca de la Laguna de Montes.- Dos años más tarde, Rosas envió a los coroneles Zellarrayán y Francisco Sosa, con los Blandengues de la Fortaleza Protectora Argentina, a sorprenderlo en sus toldos.-

Allí se celebró el combate de “El Pescado”, en que Cañiuquir perdió novecientas lanzas, pero éllogró escapar con casi un tercio de sus hombres.-Pero pocos días después, el 28 de abril de 1936, fue alcanzado nuevamente por las tropas y derrotado totalmente en el Pasaje Llanguill.- Cañiuquir y los trescientos indios que lo acompañaban fueron cercados y acuchillados.- Se tomo prisionera a toda su chusma.-

El cacique chileno Arribano o Moluche (Mapuche) Raylef, decidió vengar la muerte de Cañiuquir.- Entró con veintitrés caciques y capitanejos y más de mil quinientos indios de lanzas chilenos, además de su chusma y dirigió un malón que debi soportar Bahía Blanca, en agosto de 1837.-

Posteriormente se dedicó a malonear en nuestro territorio formando en arreo de miles de cabezas de ganado, robadas en el Sur de Córdoba, Santa Fe y Noroeste de Buenos Aires, tomando además numerosas cautivas, con todo lo que marchó de regreso a Chile.-

Rosas envió sus tropas a enfrentarlo y perseguirlo, por lo que debió desviar su camino, buscando para seguridad la ruta del Río Colorado hasta Neuquén, haciendo alto para descansar y engordar el ganado en el Río Agrio.-

Allí fue sorprendido descuidado por los huilliches de Callfucura, que venian en apoyo de los soldados de Rosas, los que dieron muerte a lanzazos a Raylef y a la mayor parte de sus loncos.- De éstos, pocos lograron huir, debiendo forzosamente para hacerlo tomar el camino al este, donde cayeron en manos de los soldados que venían siguiendo su rastrillada, en su persecución.-

Estas tropas de regreso, atacaron los toldos del hijo de Raylef, José María, en Tapalqué, el que era ajeno a los malones de su padre, dando muerte a unos ochenta indios y

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tomando numerosos prisioneros.-

Cien moluches fueron enviados presos a Palermo, donde fueron ejecutados por orden de Rosas.-Callfucurá se llevó como premio el ganado robado y además la chusma de Raylef.-

Después de Caseros, Callfucura formó en Salinas Grandes, donde se calculaba que había más de trece mil indios chilenos, en su mayor parte Huilliches, una gran confederación indígena.- Contó para esto con el apoyo de su hermano Renque-Curá (o Reuque-Curá), que se estableció en el centro de Neuquén (entre los tehuelches Manzaneros y los Pehuenches), también con más de dos mil loncos Huilliches.-

En cuanto a los Pampas Puelches o serranos, originarios, estaban reducidos en Buenos Aires a las zonas de Junin, 25 de Mayo, Azul, Tandil y Talalqué.-

El año 1852 Callfucurá hizo notar su poder con un gran malón contra Bahía Blanca y en 1855, con otro contra Azul, en el que dió muerte a más de trescientos pobladores de la región.- Para este ataque,o contó con el apoyo de nuestros Pampas, comandados por sus caciques Catriel y Cachul.-

Después de la derrota a manos de los indios, del General Bartolomé Mitre en Sierra Chica (1855) y del General Manuel Hornos en San Jacinto (1856), Catriel y Cachul, o sea nuestros Pampas, llegaron a un acuerdo con el gobierno de Buenos aires, pacificándose así la zona de Azul y Tapalqué.-

Sin embargo, la denominada frontera siguió azotada por Callfucura, los Pehuenches y los Ranqueles, más los mapuches que cruzaban continuamente los Andes para venir a malonear y robar ganado por su cuenta, o uniendo sus lanzas a las de las otras tribus.-

Callfucura finalmente fue derrotado en su último gran malón, en el año 1872, en que lo venció el general Ignacio Rivas, en la batalla de San Carlos (8 de marzo de 1872), recuperando además la mayor parte del arreo que había levantado de doscientas mil cabezas, principalmente en las zonas de 25 de Mayo y 9 de Julio, con el apoyo de las seis mil lanzas que lo acompañaban.- La batalla se libró en la localidad de Bolivar.- En este malón los indios asesinaron a más de trescientos vecinos y tomaron alrededor de quinientos cautivos.-

En el encuentro combatieron por cada soldado, unos cuatro indios.- Un año después, Callfucura, que salvó su vida huyendo al desierto, moría en Salinas Grandes, de muerte natural.-

Sin embargo, todavía tendría que soportar Buenos Aires otro gran malón de 1876, dirigido por el hijo de Callfucura, Manuel Namuncurá, su sucesor, que no pudo sin embargo tener el poder de su padre sobre otras tribus o etnias.- Así, los Pehuenches neuquinos fueron acaudillados por Purrán, los Ranqueles por Mariano Rosas, los Pampas Serranos por los Catriel y Cachul, los Tehuelches de la cordillera (los Manzaneros de Neuquén), por Sahiuque, y los mapuches, por el voroga Pincén.-

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LA BATALLA DE SAN CARLOS DE BOLIVAR

EL COMIENZO DEL FIN

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El 8 de marzo de 1872 las fuerzas del Ejército Argentino dirigidas por el General Rivas y el Coronel Boerr derrotaron a más de 3. 500 indígenas mandados por el cacique chileno Juan Calfucurá marcando así el inicio del fin de un reinado de terror que por más de 20 años asoló las poblaciones de la campaña argentina.

Introducción

Desde la llegada de los españoles al actual territorio argentino las diversas tribus indígenas que lo habitaban ejercieron una fuerte resistencia al avance del hombre blanco, lo que motivó que continuamente se produjeran enfrentamientos entre las partes en conflicto. Producida la Revolución de Mayo, los primeros gobiernos patrios debieron realizar negociaciones con los naturales con el fin de evitar que éstos llevaran a cabo ataques contra las poblaciones de la frontera, a pesar de ello y aprovechando que las fuerzas militares debían ser empleadas en las guerras por la independencia, voroganos, ranqueles, pampas y araucanos continuamente asolaban las estancias y poblaciones del sur de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza.

Con el fin de terminar con las depredaciones el gobernador bonaerense Martín Rodríguez efectuó dos campañas en 1823 y 1824 que no dieron los resultados esperados debido a la falta de tácticas adecuadas; mejor suerte tuvieron las realizadas por el coronel Rauch en 1826 y 1827 que junto con los tratados de paz firmados por el entonces coronel Juan Manuel de Rosas lograron mantener la frontera en relativa paz. En esos momentos el interés por lograr este propósito era mayor que nunca debido al peligro que se corría por estar desarrollándose la guerra contra el Brasil, no debe olvidarse que uno de los propósitos de la desastrosa incursión imperial a Carmen de Patagones había tenido como principal objetivo el establecimiento de una alianza con las tribus locales para abrir un segundo frente de batalla a nuestro país.

En 1833, Juan Manuel de Rosas realizó la primera gran campaña para pacificar la frontera, logrando mediante una combinación de tratados de paz y acciones militares neutralizar a los salvajes y mantenerlos en relativa inacción hasta 1852. La frontera avanzó hasta el río Colorado. Con su caída el 3 de febrero del citado año, los indígenas reiniciaron los ataques asolando la campaña y dando inicio a una etapa durante la cual las fuerzas nacionales sufrieron continuas derrotas y la frontera fue devastada. A las malas tácticas y a la falta de medios se sumaron los continuos problemas internos y externos, las luchas entre liberales y federales, la guerra con el Paraguay y las tensiones con Chile y Brasil, que hábilmente fueron explotados por los indígenas en su favor. Esto fue posible por la presencia de un cacique chileno que fue capaz de utilizar todas estas circunstancias en su propio beneficio: Juan Calfucurá.

Calfucurá y la confederación de tribus

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En 1835, una caravana de unos 200 indios araucanos llegados de Chile se presentó a comerciar, como era habitual al menos una vez al año, con la tribu vorogana de Salinas Grandes (actual provincia de La Pampa). En el momento en que debían iniciarse los festejos por la reunión, los araucanos atacaron a sus parientes y en medio de un infernal griterío degollaron a los caciques Rondeau, Melin, Venancio, Alun, Callvuquirque y a muchos capitanejos y ancianos. Por primera vez se escuchó en las pampas el nombre del cacique Juan Calfucurá que comandaba a los chilenos. Inmediatamente procedió a ejecutar a otros caciques de tribus vecinas y a buscar la alianza con las mismas una vez "decapitadas". Fue así como atrajo a voroganos, pampas, ranqueles y araucanos y en pocos años formó una enorme confederación con la que dominó rápidamente el sur de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba San Luis, Mendoza, y las actuales provincias de La Pampa, Neuquén y Río Negro teniendo como centro Salinas Grandes. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas firmó una serie de pactos por los cuales, a cambio de vacas, yeguas, bebidas, azúcar, yerba y tabaco, se abstenía de atacar la frontera, con lo cual la misma pudo mantenerse en relativa seguridad, pero aunque los malones disminuyeron no cesaron completamente. Derrocado Rosas el 3 de febrero de 1852, Calfucurá (calfú azul, curá piedra) dio una muestra de la nueva etapa que comenzaba en la trágica historia de la lucha contra el indio al atacar al día siguiente Bahía Blanca con 5.000 guerreros. La línea de frontera retrocedió hasta la existente en 1826 y todo lo ganado en la campaña de 1833 se perdió.

El 13 de febrero de 1855 arrasó el poblado de Azul con una fuerza de 5.000 lanceros asesinando a 300 personas, cautivando 150 familias y robando 60.000 cabezas de ganado pero esto sólo era el principio. En septiembre del mismo año el comandante Nicolás Otamendi murió junto a 125 de sus hombres en un combate contra los indígenas en la estancia de San Antonio de Iraola. Ocho días después Yanquetruz, subordinado del cacique chileno, al frente de 3.000 guerreros asoló Tandil. Mientras tanto, Calfucurá saqueó la población de Puntas de Arroyo Tapalqué. Ante tanta destrucción, Mitre organizó un ejército al que llamó "Ejército de Operaciones del Sur" que constaba de unos 3.000 hombres y 12 piezas de artillería poniendo al frente al General Manuel Hornos. El 29 de octubre las fuerzas nacionales fueron atraídas por Calfucurá hacia una zona llana y fangosa llamada San Jacinto ubicada entre las sierras de ese nombre y el Arroyo Tapalqué donde la caballería argentina casi no podía moverse. Las fuerzas de Hornos fueron atacadas desde todas direcciones y sufrieron una terrible derrota quedando muertos sobre el campo de batalla 18 jefes y oficiales y 250 soldados, además 280 resultaron heridos y se perdieron numerosas armas, pertrechos y municiones. Aprovechando la victoria, los naturales continuaron los malones sobre las ahora indefensas poblaciones de Cabo Corrientes, Azul, Tandil, Cruz de Guerra, Junín, Melincué, Olavarría, Alvear, Bragado y Bahía Blanca. El ganado robado era en parte utilizado por los indios para propio consumo pero en su gran mayoría se llevaba a Chile donde era vendido a los estancieros locales que luego a su vez lo comercializaban en Europa.

A pesar del desastre, los coroneles Conesa, Granada y Paunero lograron infligir algunas derrotas a los indígenas. La separación de Buenos Aires de la Confederación Argentina y más tarde las guerras civiles y con el Paraguay aumentaron la vulnerabilidad de la frontera. Esto obligó al gobierno argentino a celebrar humillantes tratados de paz por los cuales a cambio de alimentos, mantas, ganado y vicios (yerba, tabaco, alcohol) Calfucurá no atacaría la frontera, aunque los malones continuaron.

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El 5 de marzo de 1872, rompiendo el tratado de paz firmado con el gobierno del entonces presidente D. F. Sarmiento, el cacique chileno al frente de 3.500 guerreros cayó sobre los partidos de Alvear, 25 de Mayo y 9 de Julio asesinando a 300 pobladores, cautivando a 500 y robando 200.000 cabezas de ganado. Para que el lector tenga una idea de la magnitud de las fuerzas empleadas en estas invasiones debe tener en cuenta, usándolo como punto de comparación, que el Ejército de los Andes apenas superó los 5.000 efectivos. Cuando el grueso de los salvajes se retiraban con el botín fueron interceptados por las tropas de Rivas y Boerr en las proximidades del fortín de San Carlos (actual Bolívar), generándose la batalla que nos ocupa tratar.

Las fuerzas opuestas:

a) El Ejército Argentino

La composición de las fuerzas nacionales que intervinieron en San Carlos presenta varias particularidades. En primer lugar la misma era bastante heterogénea, estando formadas por regulares, guardias nacionales, vecinos e indios amigos, curiosamente estos últimos integraron el grueso de las mismas. La razón para esta diversidad estuvo dada por el hecho de que la invasión no era esperada y Rivas debió echar mano rápidamente de cuanto efectivo tenía disponible para impedir que los naturales se retiraran impunemente tras los saqueos. Tras la apresurada convocatoria que motivó que varios de los contingentes pudieran concentrarse, como veremos más adelante, gracias a repetidas marchas forzadas, la fuerza nacional quedó conformada de la siguiente manera:

· Batallón de Infantería de Línea Nº 5, con 95 hombres y una pieza de artillería al mando del Teniente Coronel Nicolás Levalle.

· Batallón de Infantería de Línea Nº 2 con 170 hombres con el Sargento Mayor Pablo Asies al frente.

· Regimiento Nº 5 de Caballería de Línea con 50 hombres a cargo del Mayor Echichury y Plaza.

· Regimiento Nº 9 de Caballería de Línea con 50 hombres al mando del Teniente Coronel Pedro Palavecino.

· Guardias Nacionales de 9 de Julio bajo el comando del Capitán Núñez con 150 hombres.

· Guardias Nacionales de Costa Sud dirigidos por el Teniente Coronel Francisco Leyría con 170 hombres, 800 guerreros de la Tribu aliada del Cacique General Cipriano Catriel con 800 guerreros.

· Tribu amiga del Cacique General Coliqueo con 140 guerreros.

· A estos efectivos hay que sumar los del servicio sanitario de las fronteras oeste y sur dirigidos por los cirujanos Juan M. Franceschi y Eduardo Herter, respectivamente.

· En total 1.525 hombres aproximadamente: 165 infantes de línea, 100 hombres de

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caballería, 320 Guardias Nacionales y 940 indios aliados.

En cuanto al equipamiento de los mismos era variado. La Infantería llevaba las carabinas Merrol a fulminante y Rayada a fulminante, sable bayoneta y machetes. La Caballería estaba provista con carabinas rayada y lisa a fulminante, sables y lanzas. Los indios amigos portaban lanzas, cuchillos, boleadoras y algunas carabinas.

Tanto la Infantería como la Caballería llevaban chaquetas de brin, pantalones del mismo material y kepís. El primer arma calzaba botas o pantorrilleras de cuero con botín y la segunda botas. La vestimenta de los Guardias Nacionales era provista por los medios de cada uno de sus integrantes por lo que era muy heterogénea. Los indios amigos tenían un vestuario rudimentario que variaba según las posibilidades y posición social del propietario del mismo. La calidad de las caballadas a disposición de las fuerzas nacionales era en general buena, pero la agotadora marcha hasta San Carlos hizo que los animales se fatigaran excesivamente teniendo este hecho especial influencia para el desarrollo de las operaciones finales de la batalla.

b) Ejército de Calfucurá

En total, el cacique chileno logró concentrar en San Carlos alrededor de 3.500 guerreros bajo su mando supremo. En el momento de la batalla los dividió en cuatro grupos, tres de ellos con 1.000 hombres cada uno al frente de los Caciques Renquecurá, Catricurá y Manuel Namuncurá y el cuarto con 500 con Mariano Rosas que actuó como reserva. Todos montaban a caballo siendo la calidad de los mismos excelente, como era común entre los indios.

El armamento era bastante rudimentario, la lanza era el arma más usual, hecha en general con caña tacuara elegida por su flexibilidad, la punta de las mismas podía ser de piedra o metal. Otras armas de uso generalizado eran las boleadoras, utilizadas para enredar las patas del caballo del rival o para golpear al oponente con ellas en el combate cuerpo a cuerpo. También se utilizaban cuchillos de diversos materiales.

La vestimenta dependía de las posibilidades del usuario aunque en general era pobre, andando semidesnudos cubriéndose con algunas pieles y una vincha para sujetarse la larga cabellera. Sobre el lomo de los caballos se ponía una manta o jerga para protegerlo. Como puede verse el equipamiento de los indígenas era sumamente liviano lo que les daba una gran agilidad sobre todo para escapar ya que en general evitaban el combate salvo que consideraran que eran superiores al enemigo.

La aproximación a San Carlos

Calfucurá concentró sus fuerzas en Salinas Grandes y se movió hacia 9 de Julio, recorriendo aproximadamente unos 300 kilómetros en 5 días, pasando el día 5 de marzo la línea defensiva por la zona ubicada entre los fortines Quemhuimn y San Carlos. Enseguida saqueó los partidos de 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio, tras lo cual retrocedió hacia el lugar por donde había penetrado la línea defensiva llevando consigo el botín consistente en ganado, cautivos y todo tipo de objetos producto del robo.

El 5 de marzo a las 2 p.m. en 9 de Julio camino hacia Buenos Aires, el jefe de la

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frontera Oeste, Coronel Juan C. Boerr fue informado por el Capitán de Guardias Nacionales Núñez de la invasión de Calfucurá. Inmediatamente ordenó al citado Capitán la movilización de sus fuerzas, también giró órdenes para que el Cacique General Coliqueo ubicado en 9 de Julio se le incorporara por el lado de Quemhuimn y para que el Teniente Coronel Nicolás Levalle que estaba en el fuerte General Paz hiciera lo mismo. A la vez se pidió apoyo los jefes de la fronteras Norte de Buenos Aires y Sur de Santa Fe, Coronel Francisco Borges, y Sur, Costa Sur y Bahía Blanca General Ignacio Rivas.

A las 2.30 p.m. de ese día, el Cnl. Boerr inició la marcha hacia la laguna del Curá con unos 100 Guardias Nacionales pero al enterarse de que los indios del cacique Raninqueo se habían plegado a los rebeldes modificó la dirección y se dirigió al fuerte General Paz buscando la incorporación de Levalle y Coliqueo. Allí llegó a las diez de la noche recibiendo la noticia de que los salvajes se encontraban en la laguna Verde en número aproximado a los 3.000. Al no llegar los refuerzos de la División Norte y ante el peligro de que los indios escaparan, el Cnel. Boerr decidió marchar hacia San Carlos con los Guardias Nacionales y los hombres de Coliqueo, ya incorporado, para cortar la retirada a Calfucurá. Partió el 6 de marzo a las 9 p.m. Al día siguiente, a las 9 a.m. llegó a San Carlos donde se le unió el Teniente Coronel Levalle con las fuerzas que había podido reunir procedentes de los fortines de la frontera Oeste. Durante el trayecto hacia el punto de reunión, Boerr debió enfrentar la dura resistencia ejercida por las avanzadas de Calfucurá. Mientras tanto el General Ignacio Rivas avanzaba a marcha forzada desde Azul para incorporársele con 390 soldados y 800 indios del Cacique Catriel. Rivas había partido desde Azul el 6 de marzo a las 2 a.m., llegando a San Carlos tras una marcha agotadora el día 8 a la madrugada, inmediatamente asumió el comando de las fuerzas nacionales. El Coronel Francisco Borges a la vez movilizó a sus hombres pero éstos llegarían recién a la tarde del día 8, cuando la batalla había concluido.

El 8 de marzo a las 7 de mañana Rivas fue informado por el Sargento Mayor Santos Plaza, jefe de la descubierta, que la indiada de Calfucurá se movía. El comandante dispuso inmediatamente la partida de sus efectivos para interceptar a los salvajes. Las fuerzas nacionales quedaron organizadas en tres columnas de la siguiente manera: a la derecha el Cacique General Cipriano Catriel con 800 guerreros, en el centro el Mayor Asies con el Batallón Nº 2 de Infantería de Línea de 170 hombres junto con 50 del Regimiento Nº 9 de Caballería al mando del Teniente Coronel Palavecino. Finalmente el ala izquierda quedó conformada por el Batallón Nº 5 de Infantería de Línea al mando del Teniente Coronel Levalle con 100 plazas, 140 lanceros del Cacique General Coliqueo, 80 Guardias Nacionales de 9 de Julio y 70 vecinos protegidos por 50 hombres del Regimiento Nº 5 de Caballería de Línea, toda el ala era dirigida por el Coronel Boerr. La retaguardia fue cubierta por el teniente Coronel Leyría con 140 Guardias Nacionales y 40 indios amigos. Ante la proximidad del enemigo Rivas ordenó al Teniente Coronel Palavecino del Regimiento de Caballería Nº 9 que con sus tropas y 200 guerreros se constituyera en vanguardia de la división (ver gráfico fase I). Ante la inminente batalla, las fuerzas marchaban listas para enfrentarse a la indiada de Calfucurá en cuanto ésta se presentara, medida que resultó de lo más acertada.

La batalla

Palavecino que marchaba con la vanguardia a 3 kilómetros del cuerpo principal informó

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que los indígenas se aproximaban con fuerzas considerables por lo que Rivas ordenó al Coronel Ocampo que dirigía la columna del centro ubicarse con sus hombres a la izquierda de los de Palavecino. Entre tanto el Coronel Boerr ocupó la extrema izquierda y los guerreros de Catriel la derecha (ver gráfico fase II).

Calfucurá organizó su ejército en cuatro grupos: el Cacique Renquecurá con 1.000 guerreros formó el ala izquierda, Catricurá con otros tantos se ubicó en el centro (indios de Salinas y Pincén), Manuel Namuncurá con 1.000 más formó la derecha (araucanos) y finalmente Mariano Rosas con 500 ranquelinos quedó como reserva.

Calfucurá arengó a sus tropas e hizo desmontar a parte de sus hombres con el fin de utilizar las mejores caballadas para atacar al ejército nacional por los flancos. A continuación el ala derecha y el centro del chileno cargaron contra las fuerzas argentinas que respondieron echando pie a tierra y disparando sus armas contra la indiada que a pesar de las bajas se aproximó produciéndose un durísimo combate cuerpo a cuerpo. La falta de entusiasmo de las cargas de la indiada del Cacique General Coliqueo en el ala izquierda de Boerr permitieron que el enemigo les arrebatara la caballada, ante lo crítico de la situación Rivas ordenó a la reserva del Teniente Coronel Leyría reforzar dicha ala (ver gráfico fase III).

En la derecha nacional Catriel hizo desmontar a la mitad de sus hombres, su indiada realizó las cargas sin decisión, fingiéndose vencidas. El valiente Cipriano solicitó a Rivas su escolta personal para colocarse a retaguardia de su propia indiada y fusilar a los que intentasen desertar con lo que permitió mantener firme este sector. Poniéndose él mismo al frente de sus hombres realizó una impetuosa carga contra la indiada de Renquecurá logrando rechazarla. A media hora de comenzado el combate el resultado del mismo era dudoso, las fuerzas de Calfucurá cargaban continuamente sobre los flancos nacionales siendo rechazados en todas las oportunidades; a medida que el tiempo pasaba los salvajes iban internando el ganado robado en el desierto por lo que Rivas decidió definir la batalla. A tal fin ordenó a Ocampo, Boerr, Coliqueo y Leyría que rompieran el cerco cargando contra el enemigo.

El Batallón Nº 2 de Infantería de Línea abrió un intenso fuego contra la derecha enemiga a la vez que las fuerzas de Leyría, Coliqueo y Catriel dirigidas personalmente por el General Rivas realizaban una impresionante serie de cargas que rompieron las líneas enemigas comenzando el desbande de las fuerzas de Calfucurá. También Boerr con sus tropas reorganizadas se les unió contribuyendo con eficacia a la derrota de los salvajes. Rota la línea de batalla enemiga y desmoralizados los indios, Rivas comenzó la persecución que se extendió por unas 14 leguas completando de esta manera la completa dispersión del enemigo. La misma no pudo prolongarse más debido al cansancio de la propia caballada, el polvo, la falta de agua y el calor del día.

Las consecuencias de la batalla

Al culminar la batalla quedaron sobre el campo 200 guerreros de Calfucurá muertos y numerosos heridos. Las fuerzas nacionales tuvieron 35 muertos y 20 heridos. El cacique chileno que por más de 20 años había asolado impunemente la campaña argentina había sido escarmentado y se retiraba a Salinas Grandes a curarse las heridas. La rapidez con la que reaccionaron Boerr y Rivas ante la invasión para cortar la retirada de los salvajes,

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la velocidad con que se efectuaron las marchas forzadas, el valor de las fuerzas nacionales e indios amigos y el coraje y acertadas tácticas de Rivas en el momento clave del combate permitieron la victoria que marcó el inicio del fin de la confederación de tribus creada por Calfucurá. El 4 de junio del año siguiente éste murió con casi 100 años de edad en Salinas Grandes, su testamento decía: "No entregar Carhué al huinca", lo que señalaba que aún quedaba una dura lucha por delante. Tras su muerte comenzó la disgregación de su confederación, el reinado de terror del cacique araucano tocaba sus horas finales y las campañas de Alsina y Roca terminarían para siempre con el peligro del malón afirmando la soberanía argentina en las tierras del sur.

Por Sebastián MirandaLicenciado en Historia

Otra versión mas creible de las bajas y consecuencias de esta batalla.

Consecuencias de la batalla

Como primer resultado de la batalla de San Carlos, fueron liberados 30 cautivos y se recuperaron casi 80.000 vacunos, 16.000 caballos e infinidad de ovejas que los indios se llevaban tierra adentro. Eso en lo inmediato. En cuanto al recuento de bajas, es sumamente significativo.

Las correspondientes a las fuerzas nacionales fueron insignificantes: entre los blancos 15 muertos y otros tantos heridos, y para los indios aliados 30 muertos y 14 heridos de los lanceros de Catriel y Coliqueo, correspondiendo el mayor peso al primero, en cuya ala fue donde se peleó con mayor ferocidad.

En cambio, las bajas de indios chilenos fueron impresionantes: 300 indios muertos y 200 heridos. ¿A qué se debió la enorme desproporción? En primer lugar al empleo de armas de fuego de largo alcance y buena precisión de tiro. Las modernas carabinas empleadas en San Carlos colocaban el proyectil a más de mil metros de distancia, y si bien no eran automáticas, con el sistema de retrocarga a cargador permitían una apreciable rapidez de tiro. Los indios que, a pie o a caballo se arrojaron en cargas contra los huincas, chocaron con una verdadera cortina de fuego que los diezmó antes de producirse el encuentro. Esta experiencia, que por primera vez se recogió en San Carlos, demostró que con eficientes armas de fuego el indio podía ser fácilmente vencido, y de ello sacó conclusiones posteriormente Julio Argentino Roca.

En segundo lugar, otra importante causa del elevado número de bajas indias se debió al desbande del último tramo de la pelea. En la dispersión y fuga fueron aniquilados muchos de ellos, esta vez a sable y lanza.

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Como batalla en sí, como hecho militar, este acto de guerra posee innegable importancia. Primero por el número de efectivos trabados en lucha. Recuerda Alvaro Martínez:

“Esta batalla constituye una de las más importantes y encarnizadas que se libraron no sólo en la conquista del Desierto sino en toda la historia argentina. En un país donde se ha peleado tanto no son frecuentes las luchas en las que hubiera intervenido una masa de hombres tan numerosa. Obsérvese que en las batallas de nuestra historia como en Chacabuco, intervinieron poco más de 5.000 hombres, en Tucumán no se llegó a esa cantidad y en Suipacha fue aún menor”.

Pero donde reside su mayor trascendencia histórica es en el curso posterior de los acontecimientos. San Carlos marca el gozne donde gira la suerte de la conquista del Desierto, ahora vuelta definitivamente en contra del indio. Y lo curioso es que esta batalla se libró primordialmente entre mapuches. Como señala nuestro citado Alvaro Martínez: “Lo que da perfiles singulares a esta batalla es que se libró casi entre indios. En medio de los casi 5.000 indios que intervinieron de uno y otro lado había tan sólo alrededor de 400 gauchos (que se elevan a 600 en otra fuente) –entre los cuales estaba Juan Moreira- quienes ese día hicieron, como siempre, prodigios de coraje”.

Calfucurá había jugado su resto y había perdido. En el campo quedaron tendidos para siempre sus mejores lanceros, la flor y nata de sus guerreros irreemplazables, irrecuperables. Gravemente deteriorado su prestigio, desvanecida la leyenda de su invencibilidad, se hundió en las tolderías de Salinas Grandes para no volver a salir, agobiado por la amargura de la derrota. Más aún, consciente de que esa derrota no sólo era propia, sino la de toda su raza, ahora condenada sin remedio. El futuro era del huinca y nada podría evitar su triunfo final. Lentamente se apagó el viejo caudillo, hundido en la pena de haber vivido tal vez demasiado, hasta ver el ocaso de su estirpe. Su llama vital se extinguió para siempre el 3 de junio de 1873 en Chilihué en medio del desgarrante dolor de su pueblo. Tuvo un último gesto de hidalga generosidad. Ya casi en la agonía, y sabiendo que a su muerte los cautivos serían lanceados, los liberó en secreto ordenándoles alejarse sin demora de la toldería.

Se ha dicho que San Carlos fue el Waterloo de Calfucurá, y en cierta forma puede ser que el símil tenga razón de ser. Pero no fue el final del indio. Aún hubo espantosos malones, aún hubo feroces combates, donde terminaron de ser aniquiladas las mejores lanzas mapuches. Pero después de San Carlos el indio navegaba contra la historia. Un día apareció el telégrafo en el Desierto, desterrando a los viejos cañoncitos de los fortines y superando en velocidad a las señales de humo de los indígenas. El huinca podría saber en el acto lo que estaba pasando en cualquier punto de la frontera. Patéticamente, los indios destrozaban con saña los endiablados alambres, pero en vano. Además, las armas de fuego cada vez eran más precisas, más rápidas y llegaban más lejos.

La batalla de San Carlos permitió, en fin, adelantar la línea hasta rozar las Salinas Grandes, quitando todas las buenas tierras de pastoreo al mapuche. El 16 de marzo de 1876 Adolfo Alsina, ministro de Guerra del presidente Avellaneda, ordenó desde Olavarría avanzar la frontera hacia el Desierto. Al alborear el 19 se pusieron en marcha las fuerzas del centro, con punto de partida en San Carlos, bajo el mando del coronel

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Marcelino Freyre. Por el norte partió desde el fortín Lavalle el coronel Conrado Villegas rumbo a Trenque Lauquen, siguiendo un día después Leopoldo Nelson desde Fuerte Gainza para ocupar Italó. El 24 de mayo de 1876, a orillas de la laguna del Monte, Freyre fundó Guaminí, donde estableció su comando.

Muy lejos, allá en la retaguardia, quedó el Fortín San Carlos, al cuidado de una reducida dotación. En medio de la soledad, ya no era punta de lanza hacia el Desierto, sino apenas punto de paso hacia la frontera que cada vez se internaba más, empujando al indio.

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Si los mapuches hubieran tenido fusiles Remington acá se hablaría mapuche”Es profesor de Historia y Geografía desde hace 30 años. Investigó la historia regional y a los pueblos de Carnerillo y Charras les devolvió en sendos libros su pasado e identidad. Y en un tercero, relató la inmigración italiana en el sur de Córdoba. Lucero Moriconi cuenta detalles de su trabajo y las “perlitas” históricas que fue descubriendo en ese camino.

-¿Por qué esta pasión por la investigación histórica?- Siempre me gustó de chico y mucho, la historia y la geografía también. Ya de jovencito leía mucho interiorizándome de la historia, mi pasatiempo era la lectura. Y ya de grande, empecé Abogacía y dejé, porque para abogado no iba a servir. Después, empecé el profesorado y ya siendo profesor de Historia hice Geografía.

-¿Y siempre tuvo inclinación por la historia regional?- Sí, es la que más he trabajado. Porque por nuestra posición como profesor universitario en Río Cuarto, el acceso a hacer trabajos y a fuentes es dentro de la historia regional. Por otro lado, está prácticamente por escribirse, porque es muy poco lo que se conoce aunque últimamente se ha trabajado bastante. Yo tengo dos historias hechas: la de Carnerillo (1987) y la historia de Charras (2004) y la de los Inmigrantes Italianos. Durante muchos años he participado en la comisión de la Dante Alighieri, por un gusto cultural por lo italiano que me viene de mi madre, que era italiana, y de mi padre, porque era muy respetuoso de los inmigrantes y del aporte que hicieron para el país nuestro. Entonces, viendo que las historias nacionales sobre la inmigración son sólo de Buenos Aires, hay una compilación que salió del Instituto Agnelli de Turín, que lo pagó la Fiat, en donde de 10 capítulos 9 y medio son de Buenos Aires, con los famosos conventillos, la situación del inmigrante urbano es lo que más se conoce. Eso me llevó a querer hacer un trabajo regional.

-¿Cuánto tiempo le llevó esa investigación?- ¡Años! Porque no estaba totalmente dedicado a eso por mis actividades como docente. Nosotros no estamos en Italia o Inglaterra, donde el profesor se dedica exclusivamente a la investigación y dispone de recursos para ir y venir, a esto prácticamente me lo solventé yo.

-¿Por dónde comenzó a investigar?

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- Comencé buscando en Río Cuarto, pero no quería hacer algo sobre Río Cuarto sólo, porque me interesaba la región, el sur de Córdoba, de Río Tercero al sur. Además, teníamos un elemento común que era ser frontera; la frontera móvil hasta 1870 y tantos realmente era el río Tercero, porque los cordobeses capitalinos, del Tercero al sur no venían ni a buscar agua. Estaban los peones de estancia, los capataces y estas poblaciones como la Villa. Y de aquí hacia el Este, estaba Fraile Muerto, Cruz Alta, eran los puestos fronterizos. Y tomé del Tercero al sur cuando comienza el proceso de colonización.

-¿Cuándo comenzó?- Más o menos en 1870, pero es un pequeñísimo movimiento. Incluso, la colonización en Córdoba es posterior a la de Buenos Aires y Santa Fe, porque los campos y las colonias fuertes de nuestra región se ponen en marcha a partir de fines de los ‘80 y el elemento fundamental fue la Ley de Colonización de 1886, la que dio el instrumento legal para hacer la colonización privada y a abrir tierras a la producción agropecuaria, porque había muchas dudas respecto al cultivo sin riego en esta zona. Tan es así que a Carnerillo, que fue una de las primeras colonias del sur en 1887, la funda Santiago Díaz, que era presidente del Banco de Córdoba, y lo hace a la orilla del arroyo pensando en armar canales, pero no abrir la pampa como se abrió después. Después vino la tecnología del europeo que también se adaptó a lo nuestro y ahí se abrieron las grandes colonizaciones.

-¿En qué tuvo que ver la Campaña al Desierto con la inmigración?- En esto no hay que ponerse en quién era el bueno y quién el malo, creo que históricamente hay que tratar de ser objetivo. Los malones formaban una inestabilidad constante en la frontera. Un italiano común y corriente, que no tenía interés en venir a matar indios, quería vivir en paz, entonces, cuando se produce la corrida de la frontera en el ‘79, es ahí donde comienza a llegar la inmigración. Tiene que ver, por supuesto, porque acá por ejemplo, hasta 1874 y ‘75 había malones. Cuando se construye el Ferrocarril Andino, entre Villa María y Río Cuarto , entre 1870 y 1873, había invasiones de indios en todos los grupos que trabajaban en las vías del tren. Hubo ataques de indios hasta 1875.

-¿Quiénes fueron los primeros en llegar a estas tierras?- Los primeros fueron grupos de adelantados, de pioneros. El primer Censo Nacional de 1869, aquí en el sur de Córdoba, da unos 50 italianos. De los cuales unos 30 estaban en los fortines, así que posiblemente fueran marineros huidos de los barcos, pero de ninguna manera era la inmigración que después fundó las bases del gran sur cordobés. Yo he trabajado todos los pueblos del sur de Córdoba.

-¿Qué opinión tiene del Gral. Roca?- Ahí entraríamos, de alguna manera, dentro de una percepción política dentro de la Historia. Y están los buenos y los malos y, sobre ellos, me cuesta mucho aceptar, porque si los mapuches hubieran tenido fusiles Remington en ese momento aseguro que acá se hablaría mapuche. Hubieran terminado con todos los criollos y hubieran conquistado ellos toda la tierra. Por supuesto Roca, para los intereses de la burguesía criolla, era favorable. Si se pone la idea de los grupos que hablan de los pueblos originarios, es otra cosa.... ¡Que también es muy discutible!

-¿Por qué?

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- Porque tengo concretamente un detalle que la gente mucho no sabe: los indios mapuches eran indios chilenos. Estos indígenas entran por la zona de Bariloche cuando acá la pampa sureña se llena de caballos, y esos indios entran desde el sur. Y aquí, los que había en esta zona, eran los Pampas, hay estudios que de acuerdo al dialecto le dan un nombre distinto, pero genéricamente los indios que había por esta zona eran los Pampas. Incluso, en mi historia de Carnerillo pongo un combate que se da en 1729, Tegua, en el cual los indios mapuches, que serían los ranqueles, porque los ranqueles son una rama de los mapuches, les dicen a los españoles: “Ustedes se quedan afuera de este conflicto porque nosotros nos vamos a arreglar con los pampas”. Y hay un combate en Carnerillo, en 1729, que lo informa el maestro de campo Mestre al gobernador de Córdoba, ese documento lo trabajé yo, en el que le dice que acá estaban luchando entre pampas y ranqueles. Y los indios que ganaron fueron los ranqueles; entonces, ¿quién es el pueblo originario? Los ranqueles desplazan a los pampas y los últimos grupos de los pampas se van a vivir a la zona de Cruz Alta y quedan los ranqueles dominando toda la región. Entonces, hablando de pueblos originarios, ellos pasan por los contrafuertes de la Cordillera, por Bariloche, entran al sur e instalan sus tolderías en Leuvocó, en La Pampa. Y de ahí vienen a hacer las entradas en “tierras de cristianos”, como se llamaban, porque la mayoría de los malones eran hechos para surtirse de haciendas, las cautivas que agarraban era lo accesorio, Ellos atacaban también, por otro lado, porque las defensas que había en las fronteras eran ridículas, había fortines que tenían dos o tres soldados, los grandes malones son en Río Cuarto en 1863 y 1866 y se dan porque las guardias nacionales, o sea la tropa más selecta, está luchando contra Peñaloza en el Norte. Además, porque en esos años está la Guerra con el Paraguay, entonces a las tropas que estaban más o menos entrenadas, Mitre las manda a luchar al Paraguay y acá quedan milicias. Entonces, como las líneas estaban mal defendidas, los indios, que eran bastante pícaros, atacaban. A partir de 1877, el Gral. Villegas ya empieza a replegar a los indios para el sur y ya comienza a estar más equipado el Ejército Nacional, que recién se estaba organizando. Y luego viene la derrota de estos indígenas.

-¿Cómo se enseña o se escribe Historia siendo objetivo?- Cuando yo estudié, hace muchos años ya, había un poco más eso del bueno y del malo pero, últimamente, la historiografía trata de serlo bastante y en lo posible, porque es una ciencia humana, indudablemente, que tiene la tendencia, pero en muchos casos ya se observa objetividad.

-¿Qué historiadores le gustan?- Halperin Donghi, Félix Luna, aunque algunos de mis colegas puristas de la historia no lo quieren. Creo que Félix Luna hizo un gran trabajo por la historia argentina a través de la revista Todo es Historia y sus libros son bastante importantes en los aportes que ha hecho.

-¿Y Felipe Pigna?- Sí, son bastante interesantes los planteos que hace, pero no he profundizado en eso porque estoy más en la historia regional.

-¿Hay alguna perlita que encontró en la historia regional?- Sí, en el trabajo que me llevó a escribir sobre la historia de Carnerillo, el descubrir una historia que estaba totalmente olvidada: encontré el documento en el cual Ambrosio Olmos le pide al ministro del Interior que habilite una estación de ferrocarril en

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Carnerillo, ése lo encontré en el Archivo General de la Nación, y fue encontrar una perla, realmente. La nota está en mi libro, es un trabajo de base.

-¿Y cómo lo tomó el pueblo de Carnerillo? - El pueblo se encontró con una historia, porque la historia para esta gente era el 25 de mayo, el 9 de julio, si había pasado San Martín... Si no, no había historia. La historia de la gente común para ellos era inexistente. Y había hablado con algunos y decían que había habido un cacique que se llamaba Carnerillo, otro decía que el tío de él había sido el primero que llegó al pueblo, ¡todas cosas inventadas y ficticias!

-¿Quién era Carnerillo?- Justamente, Carnerillo fue una posta importante de la época de los jesuitas. Y justo terminé el libro en el año ‘87, cuando se cumplía el centenario, así que fue una revolución; vino Angeloz al pueblo, hubo una semana de fiesta completa, ¡estaban todos enloquecidos con la historia del pueblo!

-¿Y Charras?- Eso fue durísimo, porque fue sacarle jugo a la piedra, era una aldea que tenía 6 casas en 1930. Así que de una pila de documentos sacaba dos líneas, Es más fácil hacer una historia de la provincia de Córdoba que la de un pueblo. Y lo que me confundió es que un historiador argentino, Udaondo, dijo que el nombre del pueblo proviene de un coronel, Martiniano Charras, pero no es así. Charras era un puesto de la Estancia de San Ignacio, de los Ejercicios de Calamuchita. Porque la Estancia de Calamuchita, donde está Santa Rosa, llegaba hasta esta zona. Y éste era el puesto de Charras que en 1730 ya estaba. Pude armar toda la parte de las transferencias de tierras, llegué a la formación del pueblo en 1906, y al libro lo edité en 2006, también en el Centenario.

-¿Por qué los chicos tienen desinterés y les aburre estudiar Historia?- Es una pregunta difícil de contestar. En mi experiencia como docente en nivel secundario he tenido buenos resultados con los chicos. El problema distinto está en que el Ministerio de Educación de Córdoba entiende a la escuela como un corral de chanchos y no como una sala de estudio. Porque yo que he sido profesor tropero, o sea, profesor de aula, el problema nuestro es el 2% de tipos canallas, maleducados e inadaptados que destruyen al 98%. Nunca hay más del 2% de malos alumnos en el curso, y esto lo digo con 30 años de docencia. Y baja del Ministro a la Dirección de Escuelas Secundarias: ¿qué hay qué hacer? ¡retener! Los directivos dicen: “Hay que retener”, no hay que educar. Entonces, uno que se baja los pantalones en el curso, el otro que escupe al compañero, o rompe un banco, esos dos o tres nomás en el curso, destruyen al resto. Y la Historia se está enseñando bastante bien, ya no es como cuando yo iba al secundario, ahora hay una movilidad importante, hay mucho material bueno para enseñar Historia. El problema está en ese 2% que no nos deja dar clases.

“Si a usted le interesa, señor, quédese. Si no le interesa, váyase”.Ana Solá

Quién es

Nombre: Roberto Antonio Lucero Moriconi.Edad: 60 añosNació: en Río Cuarto

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Estado civil: ViudoHijos: Anita (27, microbióloga), Martín (24, est. Biología) y María virginia (22, est. Psicología)Estudios cursados: Lic. en Historia y Lic. Geografía.Profesión: Docente universitario desde hace 30 añosLibros publicados: Historia de Carnerillo (1987), la historia de Charras (2004) y La Inmigración Italiana en el sur de Córdoba de 1870-1920.

LA CAMPAÑA DE ROCA FRENA LA OCUPACION CHILENA DEL NEUQUEN (1881)

A principios de 1881 se inició la última etapa de la campaña, organizando tres brigadas que movilizaron a 1700 hombres bajo las órdenes del Coronel Conrado Villegas.

La primera brigada bajo el mando del Teniente Coronel Rufino Ortega realizó una breve campaña en la que enfrentó a Tacumán, hijo del cacique Sayhueque. Llegó al Nahuel Huapi el 3 de abril, dejando a su paso 23 indígenas muertos.

La segunda brigada a cargo del Coronel Lorenzo Vintter, sorprendió cerca del Collon-Curá al Cacique Molfinquéo tomando 48 prisioneros, en la búsqueda de Sayhueque dejo 17 indígenas muertos.

La tercera brigada al mando del Coronel Liborio Bernal, en su camino hacia el Nahuel Huapi capturó a 140 indígenas y abatió a 45. Sin embargo los principales caciques seguían libres, "Prefieren morir peleando que vivir esclavos" y en 1882 realizan los últimos ataques.

A la llegada de las fuerzas expedicionarias de la 4ta. División al norte de Neuquén en 1881, existían dos establecimientos chilenos de cierta envergadura. Uno de ellos estaba ubicado en las lagunas de Epulafquen y su propietario, vecino de Chillán, era el inglés Enrique Price o Pray. Este hacendado, que contaba con un buen número de campesinos y pastores, había levantado amplios edificios en el lugar y sus potreros se caracterizaban por estar cercados con madera labrada.

La presencia de cepos e instrumentos de tortura en el lugar, evidenciaban la crudeza de las relaciones laborales de aquellos tiempos.

El otro, localizado en Varvarco, pertenecía al hacendado chileno Méndez Urrejola, contaba con una fuerza armada de 380 hombres y 100 campesinos que le levantaban las cosechas (Olascoaga, 1974: 368-369). Estos hacendados que arrendaban tierras a los caciques pehuenches, subarrendaban a su vez a otros pobladores chilenos, llegando a concentrarse en Varvarco una población de por lo menos 600 personas (Varela y Biset, 1993: 91).

El desplazamiento de numerosas familias chilenas al este de la cordillera buscando

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nuevas oportunidades, ofreciéndose algunos de ellos como mano de obra en las haciendas, provocó la formación de pequeños caseríos llamados "chilecitos" (Encina, 1959: 259).

Los habitantes de estos asentamientos mantenían estrecha relación con su tierra de origen y reconocían generalmente como autoridades a las del país trasandino. No sólo mantenían buenas relaciones con los indígenas del lugar, sino que la mayor parte de ellos participaban en las correrías que se hacían sobre las fronteras, para luego comerciar el producto de los malones en el mercado chileno (Olascoaga, 1974: 369).

Sin lugar a dudas, desde la etapa de la guerra a muerte hasta la campaña militar de 1879, Neuquén fue el espacio propicio para la práctica malonera que, guerrilleros, bandidos comunes, capitanes de amigos y hacendados chilenos en colaboración con algunos caciques y sus conas, organizaran a las estancias y poblados de la frontera pampeana y cuyana, con la finalidad de apropiarse de haciendas vacunas, caballares y lanares.

Las demandas de ganaderos y comerciantes chilenos les aseguraba a los maloneros una fácil colocación de los arreos con destino final al valle central, a las haciendas fronterizas de Concepción o a los puertos de Talcahuano y Valdivia, por donde se exportaban derivados como cueros, sebo,, cordobanes y carne salada. La magnitud de este comercio, llamaría la atención de dirigentes argentinos como Juan Manuel de Rosas primero y Julio Argentino Roca después, para llevar las fronteras hasta el Río Negro, con la intención de cortar

"el comercio ilícito, que desde tiempo inmemorial hacen con las haciendas robadas por los indios, las provincias del sur de Chile, Talca, Maule, Linares, Ñuble, Concepción, Arauco y Valdivia"( Olascoaga, 1974 [1930]: 76).

La actividad malonera lesionaba directamente los intereses de los hacendados de la pampa húmeda, sector productivo del país ligado al comercio internacional. La necesidad de suministrar materias primas a los países industrializados dentro de la división internacional del trabajo aceleró los objetivos del Estado para extender y consolidar el avance de la frontera sur. Desarticular el tráfico ganadero hacia Chile y ocupar las tierras del indio aún no sometidas a la soberanía nacional, fueron los móviles que llevaron a la concreción de la ocupación militar del territorio pampeano y norpatagónico, para asegurar el éxito de la economía exportadora.

Con la campaña militar del general Roca, el Estado Nacional logró desalojar, exterminar y someter a los indígenas sobrevivientes, ocupando definitivamente las tierras del triángulo neuquino. La instalación de fortines, la organización político- administrativa con el nombramiento de las primeras autoridades nacionales y la desestructuración de las sociedades indígenas que hasta ese momento habían aperado como intermediarias con la sociedad trasandina, produjeron el corte definitivo de las redes del intenso tráfico ganadero que, proveniente de Argentina, era colocado en el mercado chileno.

FUENTES: LA CAMPAÑA DE ROCA. ETNOHISTORIA