samanta schweblin la respiración cavernaria · 2017. 10. 17. · vejez la muerte necesitaba de un...
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Samanta Schweblin La respiración cavernaria Ilustraciones de Duna Rolando
Editorial Páginas de Espuma 91 522 72 51 || [email protected] Información: www.paginasdeespuma.com
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Un nuevo paso en Páginas de espuma
Editorial Páginas de Espuma, sello especializado
exclusivamente en cuento en su vertiente de ficción,
lanza dentro e su colección VOCES/Literatura
volúmenes ilustrados en los que se recogerá un solo
cuento de un escritor contemporáneo. Hemos
decidido abrir esta ventana de color y nuevo registro con una joya, el cuento La
respiración cavernaria, de Samanta Schweblin, ilustrado por Duna Rolando.
La respiración cavernaria
«La lista era parte de un plan: Lola sospechaba que
su vida había sido demasiado larga, tan simple y
liviana que ahora carecía del peso suficiente para
desaparecer. Había concluido, al analizar la
experiencia de algunos conocidos, que incluso en la
vejez la muerte necesitaba de un golpe final. Un empujón emocional, o físico. Y ella no
podía darle a su cuerpo nada de eso. Quería morirse, pero todas las mañanas,
inevitablemente, volvía a despertarse». Así comienza La respiración cavernaria, uno de
los más intensos y celebrados relatos de Samanta Schweblin —una apasionante
historia sobre la pérdida, el desconcierto, la obsesión y los recuerdos—, que cobra
nueva vida y lecturas gracias a las impresionantes pinturas de Duna Rolando.
Una anciana vive obsesionada por las listas, por las cajas, por una dieta a base de
yogures y vive acompañada de su marido y de una ausencia que palpita. La
enfermedad, la pérdida de identidad y de los recuerdos, el papel de la memoria en
nuestras vidas y sus desenlaces. Todo ello en una casa, un espacio, que se contagia de
esa deriva, hasta reclamar para sí el punto y final de una vida tal y como la
entendemos, del mismo modo que el cierre de una caja puede significar la conclusión
de un camino.
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Biografías
Samanta Schweblin nació en
1978 en Buenos Aires, donde
estudió cine y televisión. Sus
primeros libros de cuentos El
núcleo del disturbio y Pájaros
en la boca obtuvieron entre
otros los premios Fondo
Nacional de las Artes y Casa de
las Américas. Distancia de
rescate, su primera novela,
obtuvo el premio Tigre Juan y fue nominada al Man Booker Prize 2017. «La respiración
cavernaria» es un relato incluido en su último libro Siete casas vacías, que obtuvo el
premio Narrativa Breve Rivera del Duero en 2015, y está también publicado por
Páginas de Espuma. Traducida a mas de veinticinco lenguas y becada por distintas
instituciones, Samanta Schweblin ha vivido brevemente en México, Italia y China; y
reside desde hace cinco años en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios.
Duna Rolando nació en 1964 en Buenos Aires, vive en Europa desde finales de los años
ochenta, y en la actualidad reside en Berlín. Su formación en Bellas Artes y como
profesora de grabado le ha llevado a exponer de manera individual en países como
España, Alemania, México, Cuba, Turquía o Italia. Además de su actividad de cantante
de tango, también ha trabajado como ilustradora y escenógrafa en más de una decena
de producciones cinematográficas internacionales.
Entrevista Leemos en esta edición La respiración cavernaria aislada de otros textos, fuera de un conjunto de cuentos, y por lo tanto subraya su autonomía y, seguramente, una lectura distinta, sin un antes y después. ¿Cómo lo percibe usted?
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Siempre sentí “La respiración cavernaria” como una historia aislada, y creo que es ese tipo de historias que necesitan su espacio, que conforman un mundo y un clima al que es bueno llegar desde cierto silencio. Las ilustraciones de Duna Rolando le dan ahora la oportunidad de mostrarse y leerse de otra manera. Y, aunque he decidido no cambiar ni una sola coma del texto, estos meses de diálogo y trabajo con Duna me volvieron a acercar a este mundo, y a descubrir todo lo que todavía podía contarse al rededor de esta historia. La combinación de las ilustraciones de Duna Rolando y su escritura genera un registro propio, que interactúa, se enriquece mutuamente. ¿Desde este punto de vista, piensa que también estamos ante un texto renovado? Por supuesto. Hablamos mucho de esto con Duna Rolando antes de sentarnos a trabajar. No queríamos ilustraciones que funcionaran como espejo de lo que el texto cuenta, sino como una ampliación. Queríamos que sus detalles aportaran nueva información, cosas que todavía no se habían contado. Las ilustraciones a veces hasta contradicen en algunas cosas al texto, o están, de alguna manera, corridas de lugar, porque queríamos indagar también en Lola, conocer más su enfermedad, su oscuridad y su subjetividad, y las ilustraciones abrieron mucho de todo esto. Como una caja de resonancia, las ilustraciones contienen el texto pero también lo hacen vibrar de una manera nueva, le permiten salir de sus propios límites. Una deriva hacia el azul, como uno de los colores predominantes del libro, y una deriva a la pérdida de la memoria que, irremediablemente, desemboca en olvido, obsesión y, apreciamos, esa sutil pátina de inquietud, tan suya, que rodea a esa casa. Háblenos un poco de las líneas maestras de este cuento y su progresiva desmaterialización. Fue una historia que me atrapó, y digo “me atrapó”, porque casi siempre escribo teniendo una idea de a dónde quiero llegar, una intuición del final, pero esta historia creció de otra manera. Simplemente me atraía la cabeza de Lola, su manera de ver y pensar el mundo, y su negatividad absoluta sobre todo lo que la rodeaba. Cuando la enfermedad de Lola empieza a crecer se expande hacia todos lados: crece en su cabeza pero también en su cuerpo, en la casa, en la atmósfera, y en el propio narrador –que ya no puede avanzar con las mismas certezas, y se oscurece junto a todo lo demás‐. La extensión de este texto es tierra de nadie. Un cuento largo, una novela corta. Comparta alguna reflexión sobre esta distancia sumamente difícil que le acerca a su labor con títulos como Distancia de rescate. Me encantan las nouvelles –este cruce entre el cuento y la novela‐, es una distancia que disfruto y en la que me siento cómoda. Precisa de la complejidad de una novela ‐en cuanto a su argumento y a la construcción de personajes con cierto volumen‐, pero
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a la vez conserva la fuerza y la intensidad del cuento. Soy una gran lectora del género, siempre busco en las librerías estos libros más finitos, que suelen cumplir muy bien con ese viejo dicho de que el veneno viene siempre en frasco chico. Una pregunta final de cocina. ¿Cómo trabaja un escritor con un ilustrador, como se abstrae de la soledad de la escritura para compartirla con el trazo dibujado o cómo reacciona ante la cara de un personaje o la atmosfera de una habitación que han salido de la palabra? Bueno, esta ha sido mi primera experiencia al respecto, así que no puedo generalizar, pero el trabajo con Duna Rolando fue de muchísima conexión desde un principio. Nos juntábamos y hablábamos de Lola, de cómo la imaginábamos, de qué cosas queríamos contar más allá de lo que ya contaba el texto. Cuando uno escribe, las palabras invocan en los lectores imágenes muy personales. Yo escribo “silla”, y cada lector imaginará su silla, y la imaginará con su experiencia de vida y su propia imaginación. Por eso, cuando Duna empezó a materializar el cuento, a elegir para la mesa un mantel, un color para la luz del baño, una bata para Lola, y hasta el propio rostro de mi personaje, fue una sorpresa enorme ver cuán cerca estaba el mundo que yo había imaginado del que se había formado en la imaginación de Duna. Supongo que es una de las maneras más concretas en las que un escritor puede darse el lujo de “ver” lo que un cuento propio provoca en un lector. Y es una sensación maravillosa.
En librerías españolas el 18 de octubre ISBN 978‐84‐8393‐224‐7 | 96 pp | Interiores a color | 17 euros