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SANTA TERESA Y LAS TENDENCIAS DE LA HISTORIOGRAFIA ACTUAL Definitivamente, Santa Teresa ha tenido mala suerte desde la perspectiva histórica, y, al igual que sucediera con el espoleo que supuso su declaración como doctora de la Iglesia', y aunque sea pronto para establecer conclusiones, las primicias del cuarto cen- tenario de su muerte confirman la realidad del rapto teresiano por espiritualistas y doctrinarios. Es cierto que la Santa es incompren- sible si se la despoja de su dimensión sobrenatural, pero no lo es menos que ya es hora de que se vaya aquilatando su mito de univer- salismo y ejemplaridad omnivalente con el contraste de las condi- ciones objetivas en que se desarrolló su existencia, se realizó su re- forma y escribió su mensaje. El balance de la producción historiográfica con Santa Teresa por objetivo confirma que se ha hecho algo en los últimos años, pero descubre también los inmensos vacíos subsistentes aún y que los teresianistas no parecen interesados en llenar, empeñados como están en construcciones espirituales que ojalá no fuesen siempre modelos de tratamientos anacrónicos. 1. - L as fuentes históricas Se han editado y reeditado las Obras de Teresa en colecciones y editoras que no hay por qué citar. Se han descubierto algunas piezas menores, valiosísimas por proceder de quien proceden, se ha localizado el paradero de algunas cartas, se han aprestado repro- ducciones tan estimable como la del Camino de Perfección en su 1 La bibliografías recopilan títulos y títulos de literatura doctrinal y pia- dosa, casi siempre triunfalista, frente a la escualidez de la representación histó- rica. Cf. S imeón de la S agrada F amilia , « Bibliografía del doctorado teresiano », en Ephemerides Carmetiticae 22 (1971) 399-494; T omas de la C ruz , « Glosa a la Teresianum 33 (1982/1-2) 159-180

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S A N T A T E R E S A Y L A S T E N D E N C IA SD E L A H IS T O R IO G R A F IA A C T U A L

Definitivamente, Santa Teresa ha tenido m ala suerte desde la perspectiva histórica, y, al igual que sucediera con el espoleo que supuso su declaración como doctora de la Ig les ia ', y aunque sea pronto para establecer conclusiones, las prim icias del cuarto cen­tenario de su m uerte confirman la realidad del rap to teresiano por espiritualistas y doctrinarios. Es cierto que la Santa es incom pren­sible si se la despoja de su dim ensión sobrenatural, pero no lo es m enos que ya es hora de que se vaya aquilatando su m ito de univer­salismo y ejem plaridad omnivalente con el contraste de las condi­ciones objetivas en que se desarrolló su existencia, se realizó su re­form a y escribió su mensaje.

El balance de la producción historiográfica con Santa Teresa por objetivo confirma que se ha hecho algo en los últim os años, pero descubre tam bién los inm ensos vacíos subsistentes aún y que los teresianistas no parecen interesados en llenar, em peñados como están en construcciones espirituales que ojalá no fuesen siem pre modelos de tratam ientos anacrónicos.

1 . - L a s f u e n t e s h i s t ó r i c a s

Se han editado y reeditado las Obras de Teresa en colecciones y editoras que no hay por qué citar. Se han descubierto algunas piezas menores, valiosísimas por proceder de quien proceden, se ha localizado el paradero de algunas cartas, se han aprestado repro­ducciones tan estim able como la del Camino de Perfección en su

1 La bibliografías recopilan títulos y títulos de literatura doctrinal y pia­dosa, casi siempre triunfalista, frente a la escualidez de la representación histó­rica. Cf. S im e ó n de la S agrada F a m i l i a , « Bibliografía del doctorado teresiano », en Ephemerides Carmetiticae 22 (1971) 399-494; T o m a s de la C r u z , « Glosa a la

Teresianum 33 (1982/1-2) 159-180

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segunda redacc ión2, se han aclarado las circunstancias redacciona- les de Relaciones las más in te re san tes3. Mas, salvo en alguna cir­cunstancia demasiado concreta, ha sido el interés com ercial el que ha privado hasta extrem os escandalosos a veces.

De hecho, por lo que se refiere a la m ateria prim a, los escritos teresianos, apenas si se ha aportado nada trascendentes después del proceso serio em prendido por hom bres de la Ilustración en su tarea de acopio y de crítica, seguido en el siglo XIX por Vicente de la Fuente, afirmado en la obra gigantesca y nunca suficientemente va­lorada del Padre Silverio de Santa Teresa y fijado, por el m om ento, en la edición conjunta de E frén de la M adre de Dios y de Otger Steggink.

M ejor fo rtuna han tenido las fuentes extrateresianas. En este sentido es preciso aludir a la am pliación del horizonte que en su día supuso contar con la edición de los procesos de Teresa, con las obras de Gracián y con tan tos datos como se acum ulan en la Biblioteca Mística Carmelitana. Los escritos teresianos de Gracián se han com pletado con la oferta del decisivo y explícito de las Adi­ciones a la Vida de R ib era 4; los procesos, en cambio, no han m ere­cido la atención de los teresianistas. No porque no sean generosa­m ente utilizados, sino porque no se ha acometido su edición com­pleta y crítica (la silveriana no es ni lo uno ni lo o tro y) porque no se han som etido a un tratam ien to metodológico adecuado que reduzca a sus lím ites precisos el valor histórico de un hon tanar tan estim able y parlan te como repleto de estereotipos y de inocentes m en tira s5.

En este mismo plano hay que señalar la posibilidad de recu rrir a escritos del entorno personal de la M adre Teresa, como son los procedentes de personajes, como M aría de San José, Ana de Jesús

bibliografía del doctorado teresiano », ibid., 495-542, por citar una recopilación expresiva.

2 El códice de Valladolid, en edición perfectamente prologada, Camino de perfección 2 vols., Roma, Teresianum, 1966.

3 Origen inquisitorial y de autodefensa de las más expresivas « Cuentas de conciencia» en los datos importantes de E. L l a m a s , Santa Teresa de Jesús y la Inquisición española, Madrid, 1972; T o m á s A lva rez , « Sentido polém ico del Ca­mino de perfección », en Santa Teresa en el IV centenario de la reforma », Bar­celona, 1963, p. 40-61; Id ., « Carisma y obediencia en una Relación de Santa T eresa», en El Monte Carmelo 78 (1970) 143-162, además de las páginas acaba­das que introducen la edición cit. de Camino.

4 Scholias y addiciones al Libro de la Vida de la Madre Theresa de Jesús que compuso el Padre D octor Ribera, edic. de C a r m elo de la C r u z , en El Mon­te Carmelo 68 (1960) 99-156.

5 A tener en cuenta los datos de interés de H ip ó l it o de la S agrada F a m i l i a , « Los procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa », en El Monte Carmelo 78 (1970) 85-130.

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o Ana de San Bartolom é, por citar algunos de los señeros, figuras tan cercanas a la Fundadora como encontradas en sus visiones e in­terpretaciones postfundacionales6. Prescindiendo de este condicio­nante elemental, no hay duda de las posibilidades de aprovecha­m iento de este m aterial, sobre todo si se ofrece con el rigor con que Julián Urkiza ha ofrecido el p rim er tomo de Ana de San Bartolom é y que hace desear con im paciencia y esperanza la aparición del epistolario crecidísimo y casi totalm ente desconocido de la ú ltim a confidente de la M adre T eresa7.

Igualm ente estim able es el esfuerzo realizado por el equipo encargado de p repara r la edición de Monumento. Histórica Carmeli Teresiani. Los cuatro tomos (el quinto es el integrado por los escri­tos de Ana de San Bartolom é) han cubierto ya el tiem po teresiano en una em presa que pensam os llena de dificultades y no fallida. En la colección se pueden hallar al m enos piezas significativas, docu­m entos num erosos ignorados o sólo sospechados antes, casi siem pre inaccesibles. El carácter forzosam ente selectivo no justifica algunas críticas de los inevitables insatisfechos, ya que son reparos aplicables al talante de casi todos los trabajos de teresianistas.

2. - E l ANACRONISMO DE LAS BIOGRAFÍAS

R esulta arcaico —muy superado por tan to— el constante tra ta ­m iento biográfico con que se afronta la realidad teresiana, casi siem­pre por escritores que no han podido resistir el em brujo de esta m ujer, acostum brada a convertir, ya desde su existencia, en fervien­tes apologetas a los prevenidos más enconados.

Por eso nos explicamos que, salvo el fallido ensayo de Miguel M ir8, la biografía, o, m ejor, la hagiografía teresiana siga aferrada a los modelos barrocos de R ibera y Yepes, que fijaran para siem­

6 Por ejemplo, M aría de S a n J o sé , Instrucción de novicias, edic. de Juan Luis A stigarraga, Roma, 1973; I d ., Escritos espirituales, edic. S im e ó n de la S agrada F a­m i l i a , 2a edic., Roma, 1979. Ildefonso M o r io n e s , Ana de Jesús y la herencia tere­siana. ¿ Humanismo cristiano o rigor prim itivo ?, Roma, 1968, con datos de sumo interés. Obras completas de la Beata Ana de San Bartolomé, tomo 1, edic. Julián U r k iz a , Roma, « Monumenta Histórica Carmeli Teresiani » 5 , 1981. T o m a s de la C r u z - S im e ó n de la S agrada F a m il i a , La reforma teresiana. Documentario histórico de sus prim eros días, Roma, 1962.

7 Hasta ahora sólo disponemos de la antología selectiva preparada por P. S ero uet , Lettres et écrits spirituels de la Bienheureuse Anne de Saint-Barthé- lemy, Bruges, 1964.

8 Miguel Mir, Santa Teresa de Jesús. Su vida, su espíritu, sus fundaciones, Madrid, 1912, 2 vols.

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pre la desm esura entre la vida con sus circunstancias y el e sp ír itu 9. La óptica sacra se convirtió en el m ódulo inevitable, la existencia de Teresa se redujo a una aventura espiritual sorprendente, sin nada que ver con los factores externos: ni el tiem po, ni el espacio, ni las circunstancias fueron tenidas en cuenta al trazar el m ilagro de una m u je r atem poral y aespacial, justificando la inconm esurable lite ra­tu ra « ejem plar » posterior, com prensible en el P. Antonio de San Joaquín del siglo XVIII, en el Padre Ossó del siguiente, inexplicable en tantos incesantes engendros posconciliares de hoy mismo.

A esta metodología, m oribunda, o m ejor, en terrada ya en tre los h istoriadores de oficio, está bien acostum brada la trayectoria histo- riográfica teresiana, que ha transcurrido por los cauces apologéti­cos de la hagiografía barroca m al entendida, que está som etida a las cicateras riñas dom ésticas que la escoltaron y la extorsionaron desde casi su nacimiento.

Y el caso es que se ha dispuesto de ocasiones envidiables para em prender una ta rea seria, una vez que la fase erud ita h a pro­visto de m ateriales incitadores. En este sentido resu lta im pagable el traba jo de desbroce realizado por el citado Padre Silverio de Santa Teresa, aunque, por desgracia, los hagiógrafos o ensayistas más o m enos afortunados, que no historiadores, se hayan nutrido m ás de la Vida de la Santa con que inauguró la m onum ental obra de H isto­ria del Carmen Descalzo, conjunto de h istorietas blancas y edifican­tes para refectorios de m onjas, que de los m ateriales abundosos de la inestim able Biblioteca Mística Carmelitana, m alogrando de esta suerte la tarea gigantesca de este solitario luchador.

Si no cito estas « biografías » es por aho rrar espacio y porque no aportaron absolutam ente ninguna novedad hasta que llegó Tiempo y vida de Santa Teresa por el Padre E frén de la M adre de Dios. No quisiera que se in terp re taran mis reparos como crítica a una obra respetabilísim a y señera entre tan ta vulgaridad teresiana como se ha lanzado al m ercado. Aparecida en varios tiem pos, com pletada sucesivamente, fru to del traba jo y de la acum ulación de nuevos m a­teriales, no hay duda de que estam os ante una biografía ejem plar en su género. Incluso se ha dado en trada a elem entos nuevos conform a­dores de la personalidad y de la trayectoria de Teresa: b asta con

9 Se han aclarado circumstancias importantes acerca de los autores clási­cos: L . L o pe t e g u i, « Censura de la Orden de la Vida de Santa Teresa de Jesús, por Francisco de Ribera, S J . », en Manresa 16 (1944); M a t ía s del N iñ o J e s ú s , en El Monte Carmelo 64 (1956) 244-255, y Tomás A lva rez , ibid., 86 (1978) 203-238, han desenmascarado la personalidad auténtica y los fines subterráneos de la Vida de Yepes.

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observar las citaciones de tan ta lite ra tu ra posterior (casi siem pre barata) para darse cuenta de que ha desplazado a Silverio como base de inform ación y de copia descarada en ocasiones 10. Desde la p rim era entrega en 195111 se pudo apreciar una sensibilidad nueva, al in ten tar conectar la vida prefundacional de Teresa dentro de contextos m ás generales, aunque a veces no se pasara del buen deseo, dada la discordancia existente en tre los datos m anejados y el desco­nocim iento de realidades históricas definitivas, como las referentes al entram ado social de aquella Castilla.

En ediciones posteriores ha sido decisiva la colaboración del Padre Otger Steggink 12. La obra de Teresa, factores de peso en su formación, en su ideología reform adora, efectivos considerables de la m ateria prim a hum ana de sus fundaciones, se explican por el arraigo en la tradición carm elitana y por las circunstancias vividas en el propio m onasterio de la Encarnación. El tem a com plejo había sido abordado en su tesis d o c to ra l13, y, a pesar de las criticas « descalzas » de prim era hora, la envidiable fuente de la visita de Rúbeo abría resquicios nuevos para la com prensión del origen y de la expansión de la reform a teresiana: al menos en aspectos decisivos ésta no podía considerarse sólo como rup tu ra ; actuaron tam bién las continuidades, factor m enos llamativo, pero tan operante en la histo­ria como la novedad. El Carmelo Teresiano no fue, no parece haber sido a pesar de los prim eros cronistas, sólo ni principalm ente, el efecto de riñas no por trascendentes menos caseras 14.

10 El P. Efrén ha seguido un camino parecido al de su antecesor Silverio, al verse espoleado a los estudios biográficos por la preparación de la edición crítica de las Obras de Santa Teresa.

11 S anta T eresa de J e s ú s , Obras completas. Nueva revisión del texto original con notas críticas. I. Edición preparada por los Padres Fr. Efrén de la Madre de Dios y Fr. Otilio del Niño Jesús, OCD., Madrid, BAC, 1951. La biografía antepuesta al Libro de la Vida ocupa la mayor parte del volumen. La colabo­ración del P. Otilio se limitó a la Bibliografía inicial, que es una lástima que haya desparecido en ediciones posteriores de estas obras por la misma edito­rial y que no se haya completado después.

12 La biografía, completa ya, E f r e n de la M adre de D io s , OCD, Otger E te g g in k , OCarm, Tiempo y vida de Santa Teresa, Madrid, 1968; Id., 1977. El P. Efrén ha preparado una edición comercial con ocasión del Centenario, Teresa de Jesús, Madrid, 1981 (con dos ediciones ya cuando escribimos estas notas).

13 O . S t e g g in k , La reforma del Carmelo español. La visita canónica del gene­ral Rúbeo y su encuentro con Santa Teresa (1566-1567), Roma, 1965.

14 Explicando el mismo tema en otras aportaciones de O. S t e g g in k : Experien­cia y realismo en Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, Madrid, 1974, y adaptaciones Arraigo e innovación, Madrid, 1976; Erfahrung und Realismus bei Teresa von Avila und Johannes vom Kreuz, Dusseldorf, 1976. La obra funda­mental de Steggink tiene que ser completada con los datos de interés que recoge Tomás A lv a rez sobre los apuntes de la visita de Rúbeo a los monaste­rios de Avila, Piedrahita y Fontiveros, en El Monte Carmelo 86 (1978) 5-48, 269-280.

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El paso de la hagiografía apologética, de las inocentes o in te­resadas manipulaciones precientíficas, hacia un tratam iento acorde con las actuales exigencias de la historiografía se ha dado en los últim os años, aunque con frecuencia por personas ajenas al tere- sianismo estricto. Gracias a ello se va encuadrando la figura y la obra de Teresa dentro del contexto m ultiform e que las influye y, en buena medida, las explica. Por exigencias de nuestro objetivo, nos lim itarem os a señalar capítulos concretos, referidos al am biente social, al reform ista y eclesial, a la religiosidad colectiva, que vivió con intensidad la M adre Teresa.

3. - Temas nuevos y ú ltim o s logros

a) Extracción social de Teresa

Es muy posible que el hallazgo más decisivo en este orden de cosas fuera el realizado casualm ente por Narciso Alonso Cortés en 1946. En uno de tantos pleitos de los Cepeda que obran en el Archivo de la Chancillería de Valladolid se descubre, sin paliativo de ninguna clase, la realidad social de la fam ilia de Teresa deri­vante del hecho más que probado de la « reconciliación », en aquel 22 de junio del tiem po inquisitorial de gracia toledana de 1485, del judío (y judaizante) abuelo don Juan Sánchez 1S. El erudito investi­gador, asustando sin duda, quiso prevenir a los lectores ante po­sibles reacciones de « sorpresa y conturbación » frente a los datos « referentes a Juan de Toledo, abuelo de la Santa; precisam ente ellos patentizan con diáfana elocuencia —acota incluyendo in terp re­taciones extrahistóricas— hasta qué punto, en los inescrutables de­signios divinos, la gloriosa Santa Teresa de Avila era una elegida » 16.

Ante la contundencia docum ental las reacciones se dividieron, como era natural. A los teresianistas nos les sugirió nada, por la sencilla razón de que la m ayoría ni se enteraron (muchos siguen sin enterarse). El caso de la aludida e insuperada biografía del P. Efrén es dem asiado elocuente y desalentador. Bien inform ado, preocupado por restablecer el linaje (o los linajes, hecho sospechoso ya) de la protagonista, no podía ignorar la nueva aportación, incor­

15 Ha editado lo más decisivo del pleito Narciso A lo nso Co rtes, « Pleitos de los Cepedas », en Boletín de la Real Academia Española 25 (1946) 85-110. Gra­cias a sus transcripciones se ha conjurado en parte la desaparición de este documento del archivo en que se hallaba,

is Ibid., p. 101.

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porada a sus páginas, pero acom pañada de una exégesis increíble­m ente desconcertante, « m onstruosa » y « absurda », como le acha­caran los historiadores especialistas en el tem a. Creyó m ás « hon­roso » para la heroína hacerla descender de cristianos renegados que de judíos convertidos, e hizo del osado m ercader don Juan un cristiano viejo, que, por oportunism os económicos además, « dio al tras te con todos sus escrúpulos y apostató de su religión [...] y arrastró consigo a sus hijos, unos pequeños y alguno consciente y protervo » ,7.

La « p ro te rv ia » del bachiller Hernando de Santa Catalina, del que consta que no se reconcilió, es una deducción errónea de Efrén, que cree en la posibilidad de existencia legal de judíos y judaizan­tes después de 1492 y que ha leído esta docum entación sin llegar a com prender el sentido auténtico de la « reconciliación » inquisitorial. Que los otros, padres y tíos de Teresa, « fueron reconciliados con el abuelo » es o tra cosa que se inventa E frén —y repetirán tras él tantos copiadores como tiene sin decirlo— contra el contenido docu­m ental que sólo habla de don Juan: en aquel 1485 del sam benito, las penitencias y las procesiones, algunos de sus hijos no habían nacido aún, don Alonso no debía sobrepasar los cinco años de edad ,s.

Basta con leer los espacios dedicados al am biente español, las fuentes y convicciones proinquisitoriales que utiliza y proclam a para percib ir que Efrén se mueve dentro de la ideología menéndez- pelayista y del m ito judeófobo. Y el prejuicio le obligó a falsear el dato. En las siguientes ediciones de su obra incluyó el pie forzado del carácter « de judío convertido » del rico hacendado, pero con una confesión que em peoraba las cosas: « en la prim era edición —dice— disimulam os esta condición por m itigar el efecto m oral de la noticia en m uchos lectores sorprendidos » 19.

Al menos Efrén —y fuera de esta ingenua y significativa m ani­pulación— adm itió la realidad irrecusable. Porque el coro de tere- sianistas, salvo la excepción del alem án Ulrich Dobhan en una obra sensible y esp lénd ida20, siguen sin en terarse o sin querer valorar la extracción social teresiana como una clave posible para penetrar en sus escritos y en sus actitudes. Y es que no suelen necesitar cla­ves tales quienes están convencidos de que todo se explica en el prodigio de Teresa por su dinam ism o interior, por raros influjos de

17 Tiempo y Vida, edic. 1951, p. 170.Ibid., p. 170-171.

19 Tiempo y Vida, edic. 1968, p. 4; edic. 1977, p. 4.20 Ulrich D o bh a n , Gott-Mensch-Welt in der Sicht Teresas von Avila, Frank­

furt am Main, Peter Lang, 1978.

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allende, por su atem poralidad. No, Santa Teresa no está enclavada en su ambiente. Como afirma un conocedor excepcional del universo teresiano, « pese al hinchado y aireado tem a de la ascendencia judía de la Santa, y en contra de las preocupaciones religiosas norm ales en su p atria y en su siglo, ella elaboró su ideario religioso y vivió su vida cristiana sin dar paso al tem a o al problem a judío ni impli­carse interiorm ente en el com plejo de sangre » 21.

Al calor del centenario de la m uerte de la M adre vuelven a oirse cosas peregrinas. Contra posturas anteriores, V. García de la Concha, requiriendo no sé qué seguridades, no parece tener las certidum bres de antes cuando afirma que « es casi segura la ascen­dencia judía de Teresa de Jesús. Ni los teresianistas, ni García de la Concha, ni los m edianam ente enterados llegan a extrem os como los que encontram os en algunos abortos salidos al olor de la oca­sión com ercial de estas conm em oraciones22.

Los historiadores van por otros derroteros, y reaccionaron, tam ­bién, de d istin ta m anera, sin tocar las cotas de Américo Castro, re­ductor de todas las expresiones teresianas, desde la experiencia m ísti­

21 Tomás A lva rez , Santa Teresa y la Iglesia, Burgos, 1980, p. 24.22 « Teresa de Jesús: humanismo y libertad », conferencias de Víctor García

de la Concha, en Boletín informativo, Fundación Juan March, 110 (diciembre 1981) 24. Los excesos de ignorancia a que nos referimos pueden verse en el librito de M. Dolores P er e z L u c a s , Teresa de Jesús cuenta su vida a los niños de hoy, Alcoy 1981, y en ia p. 8-9 Teresa les dice sin rastro de pudor al rela­tarles la personalidad de su padre don Alonso: « ¿ Que si tenía algún título de nobleza ? Pues no, no era duque, ni conde, ni marqués, ni barón. De lo que sí podía presumir, y presumía, era de ser cristiano viejo. Cosa que, a mi entender [ojo: esto se pone en boca de Teresa], valía más que cualquier título nobiliario» [!!]. Sólo como algo pintoresco reproduzco la reacción que en algunas tendencias ultras de USA provocó la noticia del centenario de Santa Teresa en España, mezclada con el conocimiento de la traducción de un amplio artículo científico en el que se probaba la ascendencia judía de Te­resa, glosado todo de la siguiente forma en el Boletín Christian Defense League, Issue 36, Jul'81, p. 14: « Pope to honor Marranno. Pope John Paul II plans to attend the ceremony commemorating the 400th anniversary of St. Teresa of Avila, a leader of the now defunct, Carmelite Sisters. So called « St. Teresa » was a reformer of the Carmelite Sisters in her day. « St. Teresa » was born of Jewish parents who found it convenient to have her pose as a Christian to infiltrate Christianity. She rose to high rank in the Carmelite Sisters and as the leader of the organization, worked towards Judaizing it. When the Holy Inquisition demanded that all Catholic orders in Spain prove that their mem­bers were free of Jewish blood, « St. T eresa» ordered the members of her order not to comply with the race laws. True to her Jewish racial origins she opposed the Inquisition because it tried to drive the « Christian» Jews out of Christianity. When « St. Teresa » died in 1582, the order then complied with Church law and kept Jews from becoming members. By commemorating the death of « St. Teresa » the present Pope is in effect saying that Jews were right in infiltrating and destroying Christianity from within ».

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ca hasta el vehículo del lenguaje, a un sem itism o del que don Amé- rico se em peña en presentarse como el p rim er d escu b rid o r23.

Hace m ucho que se trazó la peculiaridad de lo que Domínguez Ortiz denominó « clase so c ia l» de los converos24, cuya h isto ria tejió Caro B aroja en una obra tan im portan te como no suficientemente valorada a ú n 25. Gracias a estas visiones de conjunto, gracias a tantas m onografías como han sorprendido el problem a judío desde distin­tos ángulos, podemos situar m ejor a Teresa en el am biente de su casta y rehacer con perspectivas más correctas su trayectoria fam i­liar y muchos de los aspectos que quedarían, o que resultarían absolutam ente incom prensibles, sin esta clave de lectura.

Hom ero Seris ha reconstruido con abundancia de datos la genea­logía teresiana real, partiendo de este tronco, tan distinto al que quiso Gracián, al que perpetuaron los em peñados en engarzar a Te­resa con linajes los más limpios de « raza » que sospecharse pudie­ra 26. Lástim a que Seris, con inform ación m uy aceptable, caiga en inexactas disquisiciones sobre los porcentajes de sangre jud ía —un veinticinco por ciento exactam ente, ni gota m ás ni gota m enos— que le llegaría a la cria tu ra nacida de doña Beatriz, engendrada por don Alonso. Tales disquisiciones resu ltarían hilarantes si no escon­diesen cierto subfondo cristianoviejo actuante y el deseo m ás o menos disimulado de achicar la vergüenza derivante de prejuicios heredados del Antiguo R égim en27. Para aquella sociedad, discrimi- nadora e implacable, lo mismo daba haber sido judío personalm ente convertido que judeoconverso, confeso, converso, hasta la genera­ción que fuera.

23 Si Américo Castro se hubiera enterado de lo que Alonso Cortés publi­cara dos años antes no habría incurrido en las inexactitudes que a este res­pecto derrama en España y su historia (Cristianos, moros y judíos), Buenos Aires, 1948, obra que en ediciones sucesivas aparecería con el más conocido título de La realidad histórica de España, 2a edic., México, 1954. De los equili­brios que hace, incorrecciones y mixtificaciones para acomodar su intuición teresiana primera a la realidad de la documentación conocida posteriormente dimos cumplida cuenta en nuestro trabajo « La novedad teresiana de Américo Castro », en Revista de Espiritualidad 32 (1973) 82-94. Con más amplitud y desde una perspectiva más general, cf. las críticas radicales que al sistema y posi­ciones de Américo Castro formula Eugenio A s e n s i o , La España imaginada de Américo Castro, Barcelona, 1976.

24 Antonio D o m ín g u e z O r t i z , La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna, Madrid, 1955 (Edición completada en Id., L o s judeoconversos en España y América, Madrid, 1971).

25 Julio C aro B a r o ja , L o s judíos en la España moderna y contemporánea, 3 vols., Madrid, 1962 (Segunda edición, Madrid, 1978).

26 Homero S e r is , « Nueva genealogía de Santa Teresa », en Nueva Revista de Filología Hispánica 10 (1956) 365-384.

27 Ibid., p. 381.

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b) Actitudes sociales

Ha sido Márquez Villanueva el p rim er h istoriador que ha sabido conjugar el cúmulo de datos dispersos, la explicitud docum ental y los contenidos del lenguaje teresiano en un todo co h eren te28. Buen conocedor de la h istoria « to ta l», del tiem po de Teresa, ha cum ­plido con el oficio de h isto riar al pasar de la h istoria erud ita a la in terpretación coherente de la persona, del escrib ir y de la obra reform adora. Este prim er ensayo in tegrador ha servido de modelo —a veces de cliché descaradam ente reproducido— para las últim as posiciones de la investigación te re s ia n a29.

Por lo que a las actitudes sociales de Teresa se refiere, y de acuerdo con su consciencia de pertenecer al grupo social m arginado, los escritos teresianos se alum bran con luz y nueva y concreta que no pudieron proyectar los teresianistas, deslum brados por la tran s­misión del m ito del universalism o.

No creo se pueda cuestionar la prevención de Teresa hacia la aristocracia, su burlona conm iseración hacia los hidalgos, « pobres envergonzantes » en tantas ocasiones, ni su predilección más que contrastada hacia com erciantes, hom bres de negocios, banqueros, integrantes del sector m esocrático « burgués » que m ás le ayudó en su tarea, que casi siem pre perteneció a su m ism a condición judeo- conversa y que com partió la m ism a cascada de discrim inaciones que su familai, deshecha p o r el desvivirse entre los rechazos inclem entes cristianoviejos y el anhelo trágico de integración al precio que fu e ra 30.

La reform a originaria de Teresa —como ha visto con claridad M aroto— en buena p arte constituye el refrendo de una p ro testa social derram ada en la ironía presente en tantos pasajes de sus escritos, desde la Vida hasta el Epistolario, plasm ada con sacra

28 Francisco M ar q u ez V il l a n u e v a , « Santa Teresa y el linaje », que integra la mayor parte de la obra E spiritualidad y literatura en el Siglo XVI, Madrid- Barcelona, 1968, p. 139-205.

29 Buena muestra la completa introducción de Dámaso Chicharro a laedic. del Libro de la Vida, Madrid, 1979.

30 El deseo de fortuna, pero también el de integración social, fue el motorfundamental de la marcha de la mayor parte de los hermanos de Teresa a las Indias. Habría que matizar, por tanto, esas relaciones gratuitas, que más bien fueron imposiciones externas, de la Santa y la hispanidad. Cf. la obra clásica y con documentación abundante de Manuel María P o l it , La familia de Santa Teresa en América y la prim era carm elita americana, Friburgo de Bris-

govia, 1905, y ampliación de datos en Víctor S á n c h e z M o ntenegro , « Los herma­nos de Santa Teresa de Jesús en Colombia », en Vida Espiritual, n° 29 (jul.-

sept. 1970) 160-203.

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violencia en algunas de las Relaciones (Cuentas de conciencia), mul- tipresente con énfasis especial en C am ino31. En este prim er libro program ático se percibe la confrontación con una sociedad domi­nante, aferrada a sus instrum entos m entales represivos de la honra, de la limpieza de sangre con todas sus crueles concom itancias, res­paldada en el aparato inquisitorial antijudío, antifem enino y an ti­oracional. De hecho, aquellas unidades iniciales de trece m ujeres orantes (el núm ero no carece de significado) se aproxim an dem asiado a la utopía del retorno a la iglesia apostólica, « en la que tenía más m ando san Pedro con ser un pescador —y lo quiso ansí el Señor— que san Bartolomé, que era hijo de rey », como deja escapar —y deja escapar tantas cosas por el estilo— en el capítulo 45,6, de CE deliberadam ente intitulado: « En que tra ta lo mucho que im porta no hacer ningún caso del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios ».

No sería correcto subordinar exclusivamente la innegable pro­testa social de Teresa a su condición —tam bién innegable— judeo- conversa. Mas determ inadas actitudes tienen que acogerse en su explicación más a los factores sociales que a las form as « devotas » de los teresianistas. Una caso bien expresivo es el de la caridad, no en formulaciones obastractas sino en la aplicación concreta al pro­blem a del pauperism o, sentido y afrontado colectiva y personalm ente por aquella sociedad en la m anera que conocen bien los h isto ria­dores de la pobreza y que pudo observar la niña y joven Teresa, m oradora en una casa que calle por medio tenía el hospital de Santa Escolástica, en su espectáculo perm anente de la atención a pobres envergonzantes y niños expósitos.

No creo que a nadie se le haya escapado la ra ra presencia de este m undo del pauperism o en los escritos teresianos y en sl i

trayectoria existencial. No m e refiero a la « pobreza evangélica» instaurada en sus conventos en franca reacción contra las desigual­dades sufridas en la Encarnación (y en cualquier m onasterio feme­nino de su tiempo) y contra esclavitudes de fundadores; sino a la actitud hacia el pobre concreto en su escala de variedades entre trágicas y pintorescas de un tiem po en que la m ayoría de la pobla­ción rayaba los lindes de la m iseria ante cualquier crisis de sub­sistencia. Ante este hecho hacen sonreir las disquisiciones sobre cari­dades escatalógicas, orígenes cristológicos y raigam bres teresianas de una expresión a la que era alérgica n a tu ra lm en te32, como confiesa

31 Daniel de P ablo M aroto, « Camino de Perfección », en Introducción a la lectura de Santa Teresa, Madrid, 1978, p. 269-310.

32 Cf. atisbos certeros y a la vez desconocimiento de la realidad histórica

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ella m ism a con palabras referidas a una conversión (otra de tantas conversiones) y reveladoras de su excepcional modo de com porta­m iento, chocante con el de los cristianoviejos de las solidaridades: « Paréceme tengo m ucha m ás piedad de los pobres que solía [...] Ningún asco tengo de ellos, aunque los tra te y llegue a las manos. Y esto veo es ahora don de Dios, que aunque por am or hacia. El hacía limosna, piedad natural no la tenía. Bien conocida m ejoría siento en e s to » (Relación diciem bre 1562) 33.

c) La condición fem enina

Sobre las connotaciones de casta actuaban otros factores que colocaban a la M adre Teresa en el sector de los rechazados. E ntre tales factores, con protagonism o difícil de com prender para nuestros días, hay que situar su condición fem enina en un m undo fuerte­m ente masculinizado. La circunstancia especial de Castilla, asocia- dora de la m ujer orante al peligro lu terano y al riesgo del alum bra- dismo, hacía más denso aún el entram ado de discrim inaciones y m enosprecios que se cernieron sobre la fundadora, que, por m ujer, por judeoconversa, por orante, caía en todas las posibilidades de sospechas.

Fitzm aurice Kelly, Bomli, han relevado algunas de las expre­siones cualitativas del acorralam iento de la m ujer a los ám bitos del analfabetism o y de la casa, en convicción com partida por ideólogos y tratad istas tan precoces como Vives y Luis de León. El sentir popular —masculino— puede rastrearse de form a cuantitativa en el aluvión de cuentecillos populares, de refranes de todos los colores, que no hacen sino confirm ar las ideas de las é lite s34.

Por su parte, los teresianistas han sabido resalta r la presencia del problem a en la obra, escrita y reform adora, de Teresa, enfren­

del problema en C.C., « Pobreza teresiana, letra, espíritu y vida », en Confer 20 (1981) 759-780 (publicado antes en Carmel 49 (1966) 164-188.

33 Hacia el resto de clases marginadas, así como hacia el campesinado (que no iba con las preferencias judeoconversas) hay que revisar tanto tópico como se derrama cuando se habla de moriscos, esclavos, pobres. Cf. la obra de S alvador de la V ir g e n del C a r m e n , Teresa de Jesús, 2 vols., Vitoria, 1964-1968, empeñado en probar las buenas relaciones de la Santa con todo viviente. Lo malo del caso es que, bien analizados los testimonios y las muestras, en estos casos aludidos de los marginados, pobres y campesinos prueba precisamente todo lo contrario.

34 Julia F it z m a u r ic e K el l y , « Women in Sixteenth Century Spain », en Revue Hispanique (1927) 557-632; P. W. B o m l i , La fem m e dans l’Espagne du siècle d ’or, Den Haag, 1950.

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tada con una m uralla de incom prensiones y prevenciones. Adquiere así un especial relieve la agresividad « fe m in is ta» de esta m ujer que lucha con el am biente, que desea hablar y gritar, que no se acobarda y que lanza las invectivas m ás punzantes contra el mono­polio de la cu ltura y de la vida espiritual que quieren reservarse los hom bres. La osadía la lleva a no callar ni ante los jueces —hom bres naturalm ente— de la Inquisición, en pasajes de frescura inim itable, que fueron tachados por los censores clarividentes y escandalizados, y que descubren la estrategia deliberada de Teresa cuando tantas veces esconde sus ataques en la prem isa de la ru indad de ser m u je r35.

d) Las mentalidades colectivas

Me perm ito re ite rar que en una historia to tal e in tegradora de la realidad teresiana sería exagerado pedir la explicación de todo al origen judío o a factores puram ente m ateriales. El pensam iento y la acción de Santa Teresa, algunas de sus actitudes, prescindiendo de su genialidad personal, de su sorprendente capacidad transfigu- rado ra y dotes de adaptación, son tribu tarios de la tradición car­m elitana, del am biente castellano, de las circunstancias de su Iglesia.

Hoy, cuando la h istoria aristocratizante está cediendo terreno ante el avance y la presencia del análisis de las m entalidades colec­tivas, la historiografía teresiana concreta debe atender a los nuevos planteam ientos y explorar con m ás intensidad otro tipo de fuentes reveladoras del clima espiritual .de una sociedad sacralizada como era la vivida por Teresa, representan te tam bién de la religiosidad popular.

Por lo general el teresianism o ha concentrado su esfuerzo en inútil empeño de enlazar el universo espiritual teresiano a las to rren ­teras intelectuales de m aestros excepcionales, alógenos o castellanos, siem pre de extracción elitista, indudablem ente actuantes en su espi­ritualidad. Pero los ensayos por cap tar el otro filón, el popular, están ofreciendo resultados envidiables, al acentuar la o tra vertiente, los elem entos irracionales en presencia, las expresiones duram ente com­

35 El tema está reclamando investigaciones más profundas. Buenos datos en Dominique D e n e u v il l e , Santa Teresa de Jesús y la mujer, Barcelona, 1966; Daniel de P ablo M aroto, Dinámica de la oración. Acercamiento del orante mo­derno a Santa Teresa de Jesús, Madrid, 1973; Ulrich D o b h a n , o .c ., p. 356 ss. de especial interés, Tomás A lva rez , « Santa Teresa y las mujeres en la Iglesia. Glosa al texto teresiano de Camino 3 », en El Monte Carmelo 89 (1981) 121-132.

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batidas por los hum anistas y privilegiados como desviaciones evan­gélicas o como efecto de contam inaciones mágicas y supersticiosas, en valoraciones creadas en beneficio de sus intereses e ideas.

La conclusión inm ediata es la constatación de factores de ra i­gam bre bíblica quizá, m as incorporados al universos espiritual tere- sianos a través del crisol popular y am biental. Determ inadas prefe­rencias cristológicas, m arianas, el peso específico de la com unión de los santos en la M adre Teresa, se esclarecen m ejor a la luz de estas expresiones de la religiosidad colectiva, como ha puesto de m ani­fiesto en un prom etedor trabajo Enrique L lam as36.

E ntre otros m uchos aspectos, aparece con toda la nitidez posible un elemento sustancial en la visión, vivencia y experiencia, incluso en la trayectoria personal de Teresa, la prestancia del demonio, tem a que no se explica uno por qué no se había afrontado más que incidentalm ente por Lépée y M oncy37. El lector de los escritos tere- sianos se encuentra por doquier con este personaje en papel de protagonista en la narración de su experiencia, en la construcción de reform a, investidas ambas de un carácter de auténtica epopeya, de gigantescas y pequeñas batallas libradas entre Dios y su antago­nista con el triunfo del bueno, como era de esperar.

No se puede trivializar este tem a, que tiene resonancias geme­las y sorprendentes paralelism os en el tratam ien to que de él hace Lutero. No querem os ni insinuar dependencias, sino sugerir que era un elemento am biental, rastreab le no en los m ísticos nórdicos ni en los m aestros espirituales, sino en esas fuentes transm isoras del dualismo ancestral, de irracionales convicciones mágicas, como pue­den ser las com unicadas en la predicación barroca, en tratados de demonismo como Tyreo, en la recopilación de supersticiones del M aestro Ciruelo, en la sum a del Malleus maleficarum o en el cauda­loso acerbo de la Inquisición española, que, hay que decirlo, salvo en esporádicos sobresaltos, no se tom ó el fenómeno con preocupa­ción excesiva.

e) La tradición reform sita y la Iglesia de Santa Teresa

Otro de los capítulos que se han alum brado gracias a los calo­res de la polémica y a la investigación serena es el referido al am-

36 « Santa Teresa de Jesús y la religiosidad popular », en Perfil histórico de Santa Teresa, Madrid, 1981, p. 57-94.

37 M . L épée , « Sainte Thérèse de Jésus et le démon », en Etudes Carmelitaines, Satan, 98-103; A. M o n c y , « Santa Teresa de Jesús y sus demonios », en Papeles

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bien te reform ista del tiem po de Teresa. En concreto al vivido den­tro la propia orden carm elitana, como ha puesto de relieve el citado S teggink38, y más aún al de aquella Castilla teresiana, en em presa antañona y briosa tal como ha esclarecido García O ro 39. No resta novedad a la acción de Teresa, heredera de tan tas cosas, pero que sintonizó con las exigencias concretas de su Iglesia, al conectar con la irrupción de estím ulos tridentinos o con situaciones críticas como las provocadas por la presencia y represión del protestantism o o con el agudo problem a castellano de los in d io s40.

Es, en efecto, uno de los aspectos m ejor conocidos el sentido eclesial de Teresa, sobre todo desde que Tomás Alvarez ofreció el denso libro Santa Teresa y la Iglesia*1. Lo que no está tan claro es la idea y la realidad de la Iglesia a la que se refiere la Santa cuando habla de ella, cuando lucha por ella y por ella funda m onas­terios com pensatorios de los destruidos por iconoclasmos que le llegaban por vias confusas de inform ación.

Bien leídos, los textos teresianos dejan la im presión de una referencia constante a la cristianidad, in tegradora tam bién de los herejes « luteranos » en virtud del bautism o (Vida 32,6), heredera como es la M adre Teresa de tantísim as nociones medievales, condi­cionada como está por la tradición castellana a la vez que por ideo­logías universalizadas por la Inquisición nueva y su campo de acción sobre los bautizados. (¿ Qué escala de diferenciaciones establecerá su m ente en tre los pro testan tes de la cruzada filipina reciente por una parte , entre los m oros de la vieja cruzada por otra, y en tre los indios que irrum pen como realidad im prevista y fuera de las cate­gorías clásicas ?).

Lo cierto es que su sum isión y su servicio a la Iglesia, conform e a la observación de Tomás Alvarez (y a pesar de las concesiones a las que se ve forzado) no se distinguen por una « rom anidad » tan

de Son Armadans 36, nu 107 (1965) 149-166. Muestra del peso cuantitativo del tema demoniaco, las incontables veces que aparece en Vida y Camino, según la medición de Poitrey (nota 50), en comparación con las que aparece Iglesia, por ejemplo, II, 942-947, III, 1735-1736.

38 Ob. cc. en notas 13 y 14.39 Síntesis y orientación bibliográfica en J. G arcía O ro, « Reformas y obser­

vancias: crisis y renovación de la vida religiosa española durante el Renaci­miento », en Perfil histórico, p. 33-55.

40 Ricardo G arcía V illo slada , « Santa Teresa de Jesús y la contrarreforma católica », en Carmelas 1 (1963) 231-262; E f r e n d e la M adre de D io s , « El ideal de Santa Teresa en la fundación de San José », ibid., 207-230.

41 O.c. Es una lástima que el excelente teresianista no haya hecho lo mismo recopilando otros artículos dispersos, no siempre de fácil acceso.

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caracterizada como la de su contem poráneo San Ignacio de Loyola42. No es menos cierto lo inexacto y anacrónico de la tesis de García Villoslada al establecer que « cuando (Teresa) pide a Dios el ' au­m ento de la Iglesia católica lo que suplica es el triunfo del Cato­licismo con el Pontífice de R o m a » 43 (soy yo el que subrayo), por­que esto últim o es precisam ente lo que hay que probar, no presuponer.

Y no se prueba por el recurso a su disposición a las mil m uer­tes por la m enor cerem onia de la Iglesia (Vida 33,5) y o tros p ronun­ciam ientos sim ilares, puesto que, al m argen de la voluntad sincera, frases como éstas responden a tácticas defensivas ante posibles suspicacias de la Inquisición, sensibilizada especialm ente hacia tales cerem onias como signo de discreción de posturas afines a la hete­rodoxia, como puede verse en los interrogatorios de tan tos pro­cesos de alum bradism o como se van editando.

Y m ucho menos se prueba la pre tendida « rom anidad » tere- siana por som eter « todo cuanto escribe a la autoridad del papa y de sus representantes » 44. Es in teresante hasta qué extrem os pue­den iníuir los prejuicios: ¿ dónde som ete algo la M adre Teresa al papa explícitam ente denom inado ? Las sujeciones « a la Ig le s ia», « a la m adre san ta Iglesia » de Camino, Moradas, Fundaciones, son eso, protestaciones form ularias que b ro taron espontáneam ente de su plum a y plasm aron su idea en redacciones no pensadas para la im prenta. La adjetivación y concreción de « católica », de « rom ana », aparece sobreim puesta, obligada sabe Dios por qué presiones, cuando alguna de estas obras tuvo que ser revisada para la posible edición o aparece en añadido m arginal extrapolado en Fundaciones45.

No pueden exigirse en aquellos tiem pos claridades que ta rd a­rían m ucho en cristalizar, incluso dentro del catolocismo; m enos aún hay que exigírselas a quien, como la M adre Teresa, estuvo en con­flicto constante con los representantes de la curia. Posiblem ente no se enteró de las últim as prevenciones que Orm aneto abrigó hacia su obra —no hacia su persona— y su proceder al final de su gestión; en cuanto al segundo nuncio, Sega, los m edianam ente enterados saben que su actitud hizo clam ar a la M adre por « un nuncio m ejor inform ado » (reclamación clásica de las heterodoxias iniciales, repe­tida en Lutero).

42 Santa Teresa y la Iglesia, p. 34.« L.c., p. 248.44 Ibid.45 Estudiadas por Tomás Alvarez estas variantes textuales, Santa Teresa y

la Iglesia, p. 25-27.

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La reform a de Teresa, como es sabido, corrió por los cauces no de la triden tina preconizada desde Roma, sino de la apoyada por el rey, figura que emerge en el universo teresiano en contraste con la ausencia del pontífice. Gracias a los citados trabajos de Steggink y de García Oro se va convertiendo en tesis la hipótesis de que la reform a teresiana fue un térm ino de llegada de viejas tendencias castellanas, de protagonism os m onárquicos, de la acción y protección de Felipe II en este caso, antagonista de las directrices curiales y no precisam ente en buenas relaciones con Roma. Fue el resultado de un forcejeo rey-papa, como pudo verse en tantos conflictos ju ris­diccionales como escoltaron la difícil gestación, el parto doloroso, de la descalcez.

R esulta expresivo el acto con que culm inó el proceso sinuoso p ara el logro de la personalidad juríd ica independiente de la re­form a en el Capítulo de Alcalá (1581). No sé si existirán referencias a Roma, al papa, pero por las cartas preocupadas de la M adre de aquellos días, por la docum entación abundosa que se ha exhumado, lo que sí hubo fue una escalada de entusiasm os hacia el rey, finan- ciador de la reunión, y que recibió cartas de gratitud , aplicación de oraciones, de disciplinas, de m isas de los capitulares y conventos, porque « con el favor de Dios y de V uestra M ajestad se ha erigido esta provincia de los carm elitas descalzos » 46.

El problem a tiene su im portancia, puesto que, supuesta la fina sensibilidad eclesial de Teresa, a lo m ejor la Iglesia sentida es más la « española », la del rey del patronato , que la rom ana, y los espi­ritualistas deberían adecuar su lectura ejem plarizante no a sum i­siones (innegables) a una Iglesia institucional, jerarquizada, del Va­ticano I en adelante, sino a la real e histórica vivida por Santa Te­resa, es decir a la Iglesia castellana derivada del regalismo im perante.

4 . - V a c í o s y p e r s p e c t i v a s d e l a i n v e s t i g a c i ó n h i s t ó r i c a

La observación de la inm ensa bibliografía con Teresa por objeto, con el predom inio absorbente de los espiritualistas como tónica dominante, obliga a la reflexión serena, al diálogo interdisciplinar, iniciado ya, con fecundos resultados, en tre historiadores y literatos.

46 H ip ó l it o de la S agrada F a m il i a , « El Capítulo de Alcalá », en El Monte Car­melo 79 (1971) 36, 70-71; documentación más completa, F o r t u n a t o s a I e s u -B eda a S S . T r in it a t e , Constitutiones Carmelitarum Discalceatorum 1567-1600, Roma, 1968, p. 689-702; E f r e n de la M adre de D io s -O tger S teg g in k , Tiempo y Vida, segun­da edición, p. 874-875.

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El h istoriador jam ás podría cap tar la riqueza del fenómeno que represen ta Teresa si prescinde de su dim ensión espiritual; es más, no pensam os que exista ninguno que rechace esta realidad, aunque sus m étodos y sus objetivos le im pidan el recurso a lo sobrenatural. El « teresianista », en cambio, no puede ignorar que Santa Teresa es un hecho histórico y que exige un tratam ien to especial, muy distinto al que se suele em plear para acercar a la Santa al m undo de hoy, a las preocupaciones actuales, tarea im posible si no se despoja de anacronism os inaceptables y si no se connaturaliza con la idea de que se las ha con una m ujer de un tiem po muy distinto al de nues­tros días, encuadrada en un am biente y en una serie de factores, desde los in fraestructurales a los ideológicos, que no sería honesto ignorar ni sacrificar en aras de la trasm isión del m ito universalista y atem poral de Santa Teresa.

Sin querer inclinar la balanza de la justeza por una ni o tra parte , los teresianistas y los h istoriadores, cuando no concurren am bas cualidades, se m ueven en universos dispares, utilizan len­guajes ininteligibles para el otro, y m ientras éstos prefieren —no les queda más remedio— acudir al am biente, a las circunstancias, al tiem po y m entalidades que vivió Teresa, para com prenderla y explicarla en sus singularidades y en sus concomitancias, los tere­sianistas prefieren p a rtir del modelo atem poral y apoyarse en R ahner o en Domínguez Gaboiras. Sus rechazos apriorísticos no pueden menos de a lejar al h istoriador de lo que es difícil no consi­derar como construcción ahistórica, y los principios y presupuestos de teresianistas excelentes, como H erráiz y Castro, cuyas obras ejem plares nunca serán justam ente valoradas, confirman estas postu­ras, al m anifestar su convicción de que, incluso en Vida, la « prim era preocupación es doctrinal, persigue la proclam ación de un m ensaje de alcance universal; lo autobiográfico tiene solam ente un valor de soporte y prem isa; n a rra la propia experiencia para enunciar el m ensaje y la palabra válidos para todos » 47; al afirm ar que el sen­tido de la honra « nos rem ite más al aspecto paulino del orgullo, que inficiona al hom bre, que a la sociología de la m ism a » 48; o « que las ideas teresianas sobre el m undo, al menos en los años de la madurez, que es cuando redacta sus obras, son estrictam etne bíblico- teológicas » 49.

47 Maximiliano H err a iz G arcIa, Sólo Dios basta. Claves ele la espiritualidad teresiana, 2a edic., Madrid, 1981, p. 79.

48 Secundino Castro , « Teología teresiana del mundo », en Revista de Espi­ritualidad 40 (1981) 395.

49 Secundino C a s tr o , Ibid., p . 3 81 , y « Singularidad de Teresa de Jesú s», en Razón y Fe 204 (1981) 334.

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a) Las fuentes y el método

Quizá la falta de diálogo p arta de una de las carencias más llam ativas: la metodología. Porque, no sólo la reflexión histórica, sino tam bién la síntesis doctrinal y espiritual, por muy bíblica, cristo- lógica y postvaticana que se revele, debe alzarse sobre la apoyatura de la base cuantitativa si no quiere sum ergirse en el alucinante y ahistórico m undo de las construcciones atractivas y posiblem ente inexactas. Algunas tesis doctorales en curso algún traba jo ya reali­zado 50, dejan percibir las posibilidades abiertas p o r el análisis cuan­titativo y las debilidades del m étodo puram ente cualitativo, con­dicionado por el prejuicio con frecuencia, por la apología inconsciente y por la selección involuntaria y desfiguradora. Tal análisis es tan inevitable para los estudios doctrinales, espirituales, lingüísticos y literarios, y requerido urgentem ente para la reflexión histórica posterior.

Reduciendo el ám bito de esta sugerencia a la reform a femenina, directam ente controlada y dirigida por la M adre Teresa al menos h asta 1581, no puede decirse que no exista m aterial seriable que posibilite la mediación num érica im prescindible. Los « libros de profesiones » con la « dote » m arginal, con las firmas inevitables, pueden y deben explotarse para deducir las posibilidades económi­cas de las carm elitas de la época teresiana a tenor de los ducados aportados; jun to a los niveles económicos, las m ismas fuentes pue­den ofrecer datos de interés para ra s trea r el grado de alfabetización de las profesas a tenor del modelo de firm a (perfectam ente escrita, dibujada, garabateada o de cruz) empleado.

Los « libros de d ifu n ta s», las relaciones biográficas de prim i­tivas donde existen, despojados de los tonos apologéticos y ejem pla­rizantes, ofrecen con ex traordinaria exactitud —además de los ele­m entos indispensables para reconstru ir la dem ografía— la extracción social de las carm elitas descalzas, el origen geográfico, determ inados modos de vida, seguram ente contrastan tes con los —para doña Te­resa— traum atizantes de la Encarnación, tal como se percibe en docum entación parcialm ente conocida y ahora ex hum ada51.

so por ejemplo el monumental de Jeannine P o i t r e y , Vocabulario teresiano de Vida y Camino de perfección. Filones lexicales del castellano vivo, 6 vols., Lille, 1977.

51 Cf. las aportaciones citadas de Steggink y Tomás Alvarez. Nicolás G o n ­z a l e z , El monasterio de la Encarnación de Avila, 2 vols., Avila, 1976-1977, con datos muy aprovechables en este sentido si se despoja del contexto apologé­tico. Lo mismo acontece con el material proporcionado con la edición de María P i n e l , Retablo de carmelitas, Madrid, 1981.

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Los « libros y notas de cuentas », a tenor del asiendo de in­gresos y gastos de la ingenua contabilidad adoptada, los contratos de fundación cuando a ellos hubo lugar, esos inacabables —por qué no se estudiarán—- pleitos en que se vio envuelta la M adre Teresa hasta el mismo mom ento de su m uerte, deben aclarar la base eco­nómica sobre la que se erigieron sus m onasterios (que no vivían sólo de orar y de carism as prim itivos), los medios de financiación, la práctica adm inistrativa de la fundadora, aspectos no esclarecidos aún a pesar de la obra valiosa de Ruiz S o le r52.

Hay que reconocer que la em presa de ed ita r (o al menos estu­diar) estas fuentes, em presa cortada después de los interesantes avances de Silverio en los apéndices de su Biblioteca Mística Carme­litana, puede parecer secundaria si se la com para con la disposición crítica de las grandes obras de Teresa; que los resultados de su análisis serán siem pre baladres si se los contrasta con las magní­ficas construcciones que sobre idénticas y repetidas fuentes ha edi­ficado la alquim ia m aravillosa del teresianism o secular. Pero ahí radica la debilidad sustancial.

Porque dentro del ciclo de los escritos teresianos no es fácil de alejar la fragilidad de las obras mayores, redactadas con tantas prevenciones, im puestas por la autocensura inexorable en el am ­biente inquisitorial en que vivió la M adre Teresa, som etidas a la lupa de censores de todos los estilos —y no faltaron los de peor estilo—, condicionados por la estrategia forzada por la condición femenina, la adscripción al grupo de espirituales y la vocación orante de una m ujer sospechosa por el hecho de serlo, natu ra l e instin ti­vam ente recelosa para no com prom eter su obra en aquella Iglesia p ecu lia r53.

En consecuencia, y dentro de la producción teresiana, hay que destacar el valor fundam ental del epistolario. Es quizá el único pro­ducto espontáneo, al menos el más espontáneo, de Teresa y el vehí­culo m enos opaco de su pensam iento y de sus actitudes, fluyentes sin tantos crisoles externos d istorsionantes y con más continuidades tem porales. Es cierto que la carencia de la inm ensa m ayoría de las cartas que escribiera impone lim itaciones evidentes, pero no lo es

52 Luis Ruiz S oler, La personalidad económico adm inistrativa de la santa madre Teresa de Jesús. Zarauz, 1970.

53 Las acusaciones ante la Inquisición partieron por asimilaciones con el alumbradismo. Cf. monografía citada de Enrique Llamas sobre el tema, asi como la polémica entre Llamas y Tomás Alvarez, aunque no afecte a las concomitancias inquisitoriales, en Ephemerides Carmeliticae 28 (1977) 137-145; 338-350.

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menos que toda conclusión universalizadora y estereo tipada debiera condicionarse a estas piezas m enores y num erosas para llegar a una Teresa que, en tantos aspectos, ni piensa lo mismo ni reacciona igual en 1562 que en 1582. Curiosam ente, cuando se han im puesto las precisiones comerciales, el epistolario ha sido la víctim a señera de las m utilaciones o eliminaciones obligadas en ediciones que no dudan en llam arse « obras com pletas ».

b) Y los problemas

Para el conocimiento de Teresa puede resu ltar in teresante la atención prestada por la nueva historiografía a problem as menos encum brados, aunque quizá decisivos para a lum brar la andadura de quien estuvo no sólo pendiente de los caminos del espíritu , sino tam ­bién de los menos cómodos de Castilla y Andalucía, de las ocupa­ciones cotidianas, de sistem as de crédito, de m etales preciosos, de dotes y rentas, de pleitos y pleitos, de tantos y tantos realidades m ateriales olvidadas por los espiritualistas, quizá con poco que ver —o a lo m ejor con mucho que ver— con esas dimensiones atempo- rales y aespaciales que parecen lim itar los horizontes teresianos. Aludiré sólo a algunos perspectivas estudiadas con m ás detención en otros ocasiones 54.

Los factores históricos, los geográficos, la riqueza y la expansión demográfica y espiritual de aquella Castilla explican que la reform a teresiana femenina fuera un hecho castellano. Las seguridades exi­gidas para la igualdad y la serena vida oran te ofrecen la clave para com prender la predilección de Teresa hacia fundaciones en ciudades ricas y bien comunicadas, dentro de la penuria del sistem a de tran s­portes de la época (para cuyo conocim iento la obra teresiana consti­tuye una fuente excepcional de inform ación vivida y sufrida). Al igual que sucedía desde o tras perspectivas, estos datos obligan a revisar el concepto y la vivencia que de la pobreza com unitaria tiene la Madre, que se fía más de las limosnas, previsibles en ciuda­des bien dotadas en hom bres y en recursos m ateriales, que de las prom esas aseguradas por fundadores con frecuencia mezquinos, m uchas veces caprichosos, estorbos siem pre de la independencia y

54 «Ambiente histórico», en Introducción a la lectura de Santa Teresa, p. 43-103; « Les origines juives de Sainte Thérèse d’Avila », en Carmel, 1978-4, 352- 366; « The Historical Setting of St Teresa’s Life », en Carmelite Studies, Was­hington, 1980, 122-182.

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de la tranquilidad conventuales, escasam ente garantizables en las fundaciones rurales, m ás pobres, peor com unicadas, y coincidentes con la base económica de la renta.

El hecho urbano conduce a o tra conclusión m ás decisiva quizá, con toda la carga de hipótesis que por el m om ento pueda en trañar: el carácter dom inantem ente burgués de la reform a teresiana. Son conocidos los fracasos de las aristócratas, propiam ente tales, ingre­sadas durante los años teresianos, así como las expresiones dolo­ridas arrancadas en quien necesitaba poco para criticar —aunque fuese con la caridad con que ella solía hacerlo— a este sector so­cial. La m ayoría abrum adora proviene del mismo grupo social al que perteneció la fundadora, de esa nobleza de raigam bre inferior, burguesía en trance de ascensión o de ruina, de capacidades econó­m icas p ara afron tar la dote en torno a los quinientos ducados y con bagaje cultural suficiente (y desacostum brado), dada la exigencia de lectura que disim uladam ente se in troduce como condición para el ingreso de las candidatas al coro. La freilas, destinadas a quehaceres serviles, tales como Ana de San Bartolom é y tantas o tras como aparecen en los libros de profesiones con la cruz consabida por firma, suelen ser analfabetas de origen campesino.

No se puede dudar que la reform a de Teresa extirpó desigual­dades clam orosas vigentes en los m onasterios cada vez más aris­tócratas y aristocratizantes de su tiem p o 55, que prohibió toda refe­rencia a la honra, sublim ada por la de pertenecer al linaje de Cristo, de María, de la Orden; pero todo ello sobre cierta im plícita división de clases en beneficio de una m esocracia heterogénea a punto de hallar su ocasión al am paro de la oportunidad castellana y que fracasó ro tundam ente por im perativos extraeconóm icos bien cono­cidos por los historiadores. Y la M adre Teresa —salvo en visiones angelicales— fue original, precozm ente novedosa en m uchas expre­siones de su personalidad excepcional, de su reform a peculiar, pero tam bién fue tribu taria de la form ación social especial que le tocó vivir.

T eófanes E gido

55 C f. el estudio de Vicente V á z q u e z d e P ra d a , « La reforma teresiana y la España de su tiempo», en Santa Teresa en el IV Centenario de su Reforma, Barcelona, 1963, donde analiza estos aspectos.