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TIEMPO PASADO- Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión por Beatriz Sarlo Siglo editores Argentina

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Page 1: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

TIEMPO PASADO-

Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión

por Beatriz Sarlo

Siglo velntlun~

editores Argentina

Page 2: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

ÍNDICE

l. Tiempo pasado

2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia

3. La retórica testimonial

4. Experiencia y argumentación

5. Posmemoria, reconstrucciones

6. Más allá de la experiencia

Agradecimiento

9

27

59

95

125

159

167

ri··· ~. ..

~y:' .. ,, ' . : ·r ~ • : :

·y:->~¡-.~_:.1,•.;r1)·r,.._.<>rl't¡-_;;»;.~.·"''~»}¡,,.1'<':,.¡J?,1f.. _1:'.'. z.,,r' .• M~,:!~""7&d'!~+:.Jt)~l,óff($~2:,:;ll;~~t~~~~~:i}~~~t~;..J; /;::

Page 3: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1 1

l l

1. Tiempo pasado

El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en compe­

tencia, la memoria y la historia, porque la historia no siem­

pre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de

una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos

del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad).

Pensar que podría darse un entendimiento fácil entre estas

perspectivas sobre el pasado es un deseo o un lugar común.

Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de

la justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el

pasado. Pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, in­

telectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, ace­

chando el presente como el recuerdo que irrumpe en el

momento menos pensado, o como la nube insidiosa que

rodea el hecho que no se quiere o no se puede recordar.

Del pasado no se prescinde por el ejercicio de la decisión

ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente

por un aclo de la voluntad. El regreso del pasado no es

siempre un momento liberador del recuerdo, sino un adve­

nimiento, una captura del presente.

Proponerse no recordar es como proponerse no percibir

un olor, porque el recuerdo, como el olor, asalla, incluso

cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el

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BEATRIZ SARLO

10

recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario,

obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El re­

cuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontro­

lable (en todos los sentidos de esa pala~ra). El pasado, para

decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita

del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de

Bergson, el tiempo prapio del recuerdo es el presente: es de­

cir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el

tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo prüpio.

Del pasado puede no hablarse. Una familia, un estado, un

·-··· .... , ·· · d l rohibición· pero sólo de modo gobierno pue en sostener a p , aproximativo o figurado se lo elimina, excepto que se elimi-

nen todos los sujetos que van llevándolo (ese fue el enloque­

cido final que ni siquiera logró la matanza nazi de los judíos)·

En condiciones subjetivas y políticas "normales'', el pasado

siempre llega al presente. Esta obstinada invasión de un tiem­

po (entonces) sobre otro (ahora) irritó a Nietzsche, que lo de­

nunció en su batalla contra el historicismo y contra una "his­

toria monumental" represora de los impulsos del presente.

Una "historia crítica", por el contrario, que ')uzga Y con­

dena", es la que correspondería a "aquel a quien una nece­

sidad presente oprime el pecho y que, a toda costa, quiere

liberarse de esa carga".1 La denuncia de Nietzsche (que es­

cuchó Walter Benjamín) se dirigía contra posiciones de la

t Friedrich Nieuschc, Sobre la utilidad y los pe1juicios de la historia /HLra

la vida, Madrid, Edaf, PP· 56-58.

TIEMPO PASADO ll

historia traducidas en •poder simbólico y en una dirección

sobre el pensamiento. La historia monumental ahogaba el

impulso "ahistórico" de producción de la vida, la fuerza por

la cual el presente arma una relación con el futuro y no con

el pasado. La diatriba nietzscheana contra el historicismo '

articulada en el contexto de sus enemigos contemporáneos,

también hoy puede hacer valer su alerta.

Las últimas décadas dieron la impresión de que el im­

perio del pasado se debilitaba frente al "instante" (los luga­

res comunes sobre la posmodernidad con sus operaciones

de "borramiento" repican el duelo o celebran la disolución

del pasado); sin embargo, también fueron las décadas de

la museificación, del heritage, del pasado-espectáculo, las al­

deas potemkin y los theme-parks históricos; lo que Ralph Sa­

muel designó como "manía preservacionista";2 el sorpren­

den te renacer de la novela histórica, los best-sellers y los

films que visitan desde el siglo XIX hasta Troya, las histo­

rias de la vida privada, a veces indiscernibles del costum­

brismo, el reciclado de estilos, todo eso que Nietzsche lla­

mó, con irritación, la historia de los anticuarios. "Las

sociedades occipentales están viviendo una era de auto-ar­

queologizacióni', escribió Charles Maier.3 1

~ Ralph Samuel, Theatres uf Memory, Londres, Verso, 1996 ( 1994),

P· 139. Samud escdbió un librn piouern c11 el cambio de foco de Ja histo-

1ü de circulación pública, es decir, la c¡uc excede el recinto acadélllico.

3 Tite U1ww;terab/e Past; fíistmy, Hulowust, aud Gennan Natiuual fdentity,

C;11nb1·idge (Mass.) y Londres, Harvanl Univcrsity Press, J 088, p. 12'.).

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·' "

1 !"

BEATRIZ SARLO

12

Este neohistoricismo deja disconformes a los historiado­

res y a los ideólogos, como la historia natural victoriana de­

jaba disconformes a los evolucionistas darwinianos. Indica,

sin embargo, que las operaciones con la historia entraron

en el mercado simbólico del capitalismo tardío con tanta

eficacia como cuando fueron objeto privilegiado de las ins­

tituciones escolares desde fines del siglo XIX. Cambiaron

los objetos de la historia, de la académica y de la de circula­

ción masiva, aunque no siempre en sentidos idénticos. De

un lado, la historia social y cultural desplazó su estudio ha­

cia los márgenes de las sociedades modernas, mod!ficando

la noción de sujeto y la jerarquía .de los hechos, destacan­

do los pormenores cotidianos articulados en una poética

del detalle y de lo concreto. Del otro, una línea de la histo­

ria para el mercado ya no se limita solamente a la narraci.ón

de una gesta que los historiadores habrían ocultado o pasa­

do por alto, sino que tam~ién adopta un foco próximo a

los actores y cree descubrir una verdad en la reconstruc-

ción de sus vidas. Estos cambios de perspectiva no podrían haber sucedi-

do sin uria variación en las fuentes: el lugar espectacular de

la historia oral es reconocido por la disciplina académica

que, des.de hace varias décadas, considera completamente

legítimas las fuentes testimoniales orales (y, por momentos,

da la impresión de que las juzga más "reveladoras"). Por su

parte, historias del pasado más reciente, sostenidas casi ex­

clusivamente en operaciones de- la memoria, alcanzan una

TIEl'vll'O PASADO 13

circulación extradisciplinaria que se extiende a la esfera pú­

blica comunicacional, la política y, a veces, reciben el im­

pulso del estado.

Vistas de pasado

Las "vistas de pasado" (según la fórmula de Benveniste) son

construcciones. Precisamente porque el tiempo del pasado

es ineliminable, un perseguidor que esclaviza o libera, su

irrupción en el presente es comprensible en la medida en

que se lo organice mediante los procedimientos de Ja na­

rración y, por ellos, de una ideología que ponga de mani­

fiesto un continuum significativo e interpretable de tiempo.

Del pasado se habla sin suspender el presente y, muchas ve­

ces, implicando también el futuro. Se recuerda, se narra 0

se remite al pasado a través de un tipo de relato, de per­

sonajes, de relación entre sus acciones voluntarias e invo­

luntarias, abiertas y secretas, definidas por objetivos 0 in­

conscientes; los personajes articulan grupos que pueden

presentarse como más o menos favorables a la independen­

cia respecto de factores externos a su dominio. Estas moda­

lidades del discurso implican una concepción de Jo social, y

eventualmente también de la naturak/ZL Introducen una

tonalidad dominante en las "vistas de pasado".

E11 las narraciones históricas ele circulacióu masiva, un

cerrado círculo hennenéurico une la reconstrucción de los

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\

\ l

BEATRIZ SARLO TIEMPO PASADO 15

14

hechos con la interpretación de sus sentidos y garantiza vi- ponerlo en evidencia. Si no encuentra respuesta en la esfe-

.. ·-------·····~-·--· - · - · · · l +b.i4:ióu..dt:.l9.;Lgrll1des ra públ" t l h f d siones globales, áqtú~!na:n:).ut:;·en· ~-aH . -~---~----·····-·---·· .. ···-·"· -·- -·~-1~_a.yc :UªL. ª. E.~~a~~·-·~-Y. ~~E~c~_completarnente de historiadores del siglo XIX, ~-ueron las síntesis que hoy se interés. La modalidad no académica (aun~ue ~~a-un histo-·.

consideran a veces imposibles, a veces indeseables y, por lo riador de formación académica quien la practique) escu-

general, conceptualmente erróneas. Si, como dijo ha~e ya cha los sentidos comunes del presente, atiende las creen-

cuarenta aüos Hans-Robert]auss, nadie se propondna es- cías de su público y se orienta en función de ellas. Eso no la

cribir la historia general de una literatura, como fue .el p~o- vuelve lisa y llanamente falsa, sino conectada con el imagi-

yecto de los filólogos e historiadores del XIX, las h1stonas nario social contemporáneo, cuyas presiones recibe y acep-

no académicas, dirigidas a un público formado por no es- ta más como ventaja que como límite.

pecialistas, presuponen siempre una síntesis. . . Esa historia masiva de impacto público recurre a una

Las ~~gÍ~~ del método de la disciplina histórica (mclm- misma fórmula explicativa, un principio teleológico que

das sus luchas de poder académico) supervisan los modos asegura origen y causalidad, aplicable a todos los fragmen-

. , d 1 d por lo menos conside- tos de pas d · d d. de reconstrucc10n e pasa o, o, ' ·a o, m epen ientemente de la pertinencia que

ran que ése es un ideal epistemológico que asegura una demuestre para cada uno de los fragmentos en concreto.

aceptable artesanía de sus productos. La discusión de l.as Un principio organizador. simple ejerce su soberanía sobre

modalidades reconstructivas es explícita, lo cual no qme- acontecimientos que la historia académica considera influi-

re decir que a partir de ella se alcance una historia de dos por principios múltiples. Esta reducción del campo de

. , _ , bl" co Eso más bien .depende de la escritu- las hipótesis sostiene el interés ¡)úblico y produce una 111·r1·_

gran mteres pu i · ra y de temas que no sólo llamen la atención de los espe- dez argumentativa y narrativa de la que carece la historia

cialistas; depende también de que el historiador académico académica. No sólo recurre al relato sino que no puede

no se empecine en probar de modo obtuso su aquicscen- presciudir de él (a diferencia del abandono frecuente y de-

cia a las reglas del método, sino que demuestre que ellas liberado del relato en la historia académica); por lo tanto,

son importantes precisamente porque penniten hacer una impone unidad sobre las discontinuidades, ofreciL:ndo una "línea de ticrnpo" consolidada en sus nudus y desenlaces.

historia mejor. La historia de circulación masiva, en ca1ubio, es sensible

a las estrategias con que el presente vudve funcional el asal­

to del pasado y considera que es completame11te legítimo

Sus grandes esquemas explicativos son relativamente in­

dept:ndientt·s de Lt materia del pas;tdo sobre la que impo­

nen una línea superior de significados. l.a potencú organi-

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BE.L\TRIZ SARl.0

16

zadora de estos esquemas se alimenta del "sentido común"

con el que coincide. A este modelo también respondieron · · 1 "d d·f- -·, escolar un panteón de

las "histonas nac1ona es e l usion ·

héroes, un grupo de excluidos y réprobos, una línea de de-

sarrollo unitario que conducía hasta el presente. La quiebra

de la legitimidad de las instituciones escolares en algunos

países, y la incorporación de nuevas perspectivas y nuevos

sujetos, en otros, afectaron también las "historias naciona-

les" de estilo tradicional. Las modalidades no académicas de escritura encaran el

asalto del pasado de modo menos regulado por el oficio Y

el método, en función de necesidades presentes, intelec­

tuales, afectivas, morales o políticas. Mucho de lo escrito so­

bre las dé~adas de 1960 y 1970 en la Argentina (y también

en otros países de América Latina), en especial,las recons­

trucciones basadas en fuentes testimoniales, pertenece a

ese estilo. Son versiones que se sostienen en la esfera públi­

ca porque parecen responder plenamente las preguntas so­

bre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofre­

cer consuelo 0 sostener la acción. Sus principios simples

reduplican modos de percepción de lo social y no plantean

contradicciones con el sentido común de sus lectores, sino

que lo sostienen y se sostienen en él. A diferencia de la hue­

na historia académica, no ofrecen un sistema de hipótesis

sino certezas. Estos modos de la historia ~esponden a la inseguridad

perturbadora que causa el pasado en ausencia de un princi-

TlFMl'O PASADO 17

pio explicativo fuerte y con capacidad incluyente. Es cierto

que las modalidades comerciales (porque esa es su circula­

ción en las sociedades mediatizadas) despiertan la descon­

fianza, la crítica y también la envidia rencorosa de aquellos

profesionales que fundan su práctica solamente en la ruti­

na del método. Como la dimensión simbólica de las socie­

dades en que vivimos está organizada por el mercado; los

criterios son el éxito y la puesta en línea con el sentido co­

mún de los consumidores. En esa competencia, la historia

académica pierde por razones de método, pero también

por sus propias restricciones formales e institucionales, que

la vuelven más preocupada por reglas internas que por la

búsqueda de legitimaciones exteriores que, sin son alcanza­

das por un historiador académico, pueden incluso originar

la desconfianza de sus pares. Las historias de circulación

masiva, eu cambio, reconocen en la repercusión pública de

mercado su legitimidad.

El giro subjetivo

Hace y~t décadas, la mirada de muchos historüdores y cien­

tíficos sociales inspirados por lo etnográfico se desplazó ha­

cia la brujería, la locura, la tiesta, la literatLmt popular, el

campesinado, las estrategias de lo cotidiano, buscando el

detalle excepcional, el rasLro de aquello que se opone a Ja

nonn~tlizació11, y las subjetividade~ que se distinguen por

. ,., .. ,_.~------------------------

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BEArlliZ SARLO

18

una anomalía (el loco, el criminal, la ilusa, la posesa, la bru­

ja), porque presentan una refutación a las imposiciones del

poder material o simbólico. Pero tambié~ se acentuó el in­

terfs por los sujetos. ''normales'', cuando se reconoció que

no sólo seguían itinerarios sociales trazados sino que prota­

gonizaban negociaciones, transgresiones y variantes. En un

artículo pionero de imaginativa etnografía social,4

Michel

de Certeau presentó las estrategias inventadas por los obre­

ros en la fábrica para actuar en provecho propio, tornando

v~.n~aja de mínimas oportunidades de innovación ni políti­

ca ni ideológica sino cultural: usar en casa las herramientas

del patrón o llevarse oculta una pequeña parte del produc­

to. Estos actos de rebelión cotidiana, las "tretas del débil"

escribe de Certeau, habían sido invisibles para los letrados

que fijaron la vista en los grandes movimientos colectivos,

cuando no sólo en sus dirigentes, sin descubrir, en los plie­

gues culturales de toda práctica, el principio de afirmación

de la identidad, invisible desde la óptica que definía una

"vista del pasado" que privaba de interés a la inventiva su­

balterna; y, por tanto, en un círculo vicioso de método, no

podía observarla. Las hipótesis de Michel de Certeau se han fundido de

tal modo con b ideología de las historias ele "nuevos suje-

1 .. F.tiie b penut¡ue", en Alls il<')aiit, !'arí" C~tllirnar<l, l'lkO. [J.a iu­

vfn<iúii IÍf lu cotuliww J. Artfs de hurn, México, Universidad lbnuamcrica-

11a, l~~.Hi.]

TIEMPO PASADO 19

t " os que se lo menciona poco como uno de sus innovadores

teóricos (hoy se p· e ·c· :- . . s an mas Citas en el torrente de Homi

Bhabha que en la historia francesa o el materialismo britá­

nico). Los nuevos sujetos del nuevo pasado son esos "cazado­

res furtivos" que p d i. d · ' ue en i1acer e la necesidad virtud q , ue

modifican sin espectacularidad y con astucia sus condicio­

nes de vida, cuyas prácticas son m{1s independientes que lo

que creyeron las teorías de la ideología de la heo-en , . . , b 1oma y de las condiciones materiales, inspiradas en los diferentes

marxismos. En el campo de esos s~jetos hay principios de

rebeld' ·· · · ia y p1 mc1p10s de conservación de la iclenciclad, dos

rasgos que las "políticas de l;,\ identidad" valoran como au-

toconstituyen tes.

Las "historias de la vida cotidia11a" prod "d uo as, en gene-

ral, de modo colectivo y monográfico en el espacio acadé­

mico, a veces extienden su público más allá ele ese .ámbito

precisamente por el interés "novel1'sr1·co" d . . . b.. , e sus o ~etos. El

pasado vuelve corno cuadro de costumbres donde se valo-

ran los detalles, las originalidades h excenc·, 1 , ' 1 ion a a norn1a

las curiosi(Ltdes que ya no s~ encuentran en el presente:

Como se tnl'l d ·ct · ¡· . ' ' e v1 a cotH iana, bs m l~eres (especialistas

en esa dimt:11sióu de lu ¡)rivaclo y lo ¡)úbl1.co·) .. ocupan una

porción rde\'all te dd cuadro. Estus sujetos ni;u-oinaks (¡t1 ' · b , L

habrían sido n:btivamente ignorados en 1Jlros modos ele la

nanació11 del pas;1do, pLtllteau lluevas exigellcias dt· mt'.·tu-

do e inclin;l!1 a b escucha sistem·üic1 <le· l<>S ··e¡·... . 1 ' ' · · !Scll!SOS (e

memoria"· ¡-. ·· · .. . . . . · . . ( 1,u 1os, c,u t,1s, consejos, oranoues.

._,~;e:.:.=--__________ _

1

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1

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¡ 1

BEATIUZ SARLO

20

Este reordenamiento ideológico y conceptual del pasa­

do y sus personajes coincide con la renovación temátic~ Y

metodológica que la sociología de la cultura y los estud10s

culturales realizaron sobre el presente. En The Uses of Lite­

rary, el libro pionero de Richard Hoggart, la vida dorné~ti-·- . , de la casa obrera y popular, las vacac10-

ca, la organ1zaoon . . nes, la administración del gasto en condiciones de relativa

escasez, las diversiones familiares esbozan un programa de . no sólo a los estudios cul-

investigaoones futuras que tocan

,_ iurales sino también a las reconstr~cciones del pasado.

Hoggart cumple ese p~:og~~·~ma'en·r957;·antes de que se lo

presente como gran gesto de innovación teórica. En un

movimiento que, en los años cincuenta del siglo XX, po­

día ser considerado sospechoso para las ciencias sociales,

Hoggart trabaja con sus recuerdos y sus experiencias de in­

fancia y adolesc~ncia, sin considerarse obligado a fundar

teóricamente la introducción de esa dimensión subjetiva.

En el prólogo de la edición francesa,Jean-Claude Passeron

alerta a los lectores que se encontraban frente a una forma

nueva de abordar un objeto que todavía no había termina­

do de establecer su legitimidad. En 1970, Passeron todavía

se siente obligado a escribir: "Es verdad que una experien­

cia autobiugr:üica no constituye por sí sola un protocolo

(_k observación metódica ... Pero la obra de Hoggart tiene

precisamente la característica, aunque la vivacidad de la

descripción disimule a veces su organización subyacente,

de ordenarse según un plan de observación que tiene 1'l

TIEMPO PASADO 21

rúbrica y los conceptos operativos del inventario etnográfi­

co".5 En una palabra: Passeron reconduce a Hoggart a los

marcos disciplinarios, precisamente porque el recurso a la

primera persona y a la experiencia propia podían enton­

ces, en aquel lejanísimo 1970, dar la impresión de que los

debilitaba.

La idea de entender el pasado desde su lógica (una uto­

pía que ha movido a la historia) se enreda con la certeza

de que ello, en primer lugar, es completamente posible, lo

cual aplana la complejidad de lo que se quiere reconstruir;

y, en segundo lugar, de que se lo alcanza colocándose en

la perspectiva de un sujeto y reconociendo a la subjetivi­

dad un lugar, presentado con recursos que en muchos ca­

sos provienen de lo que, desde mediados del siglo XIX, la

literatura experimentó como primera persona del relato y

discurso indirecto libre: modos de subjetivación de lo na­

rrado. Tomadas esta~ innovaciones en conjunLo, la actual

tendencia académica y del mercado de bienes simbólicos

que se propone reconstruir la textura de la vida y la ver­

dad albergadas en la rememoración de la experiencia, b

revaloracióu de la primera persona como punLo de vista,

la reivindicación de una dimensión subjetiva, que hoy se

expande subre los estudios del pasado y los estudios cultu-

'• l'resc111~u iú1t tk Jc~m-Claude Passerun a: l{icha1·d l Juggan, La rnL­

ture du /m1w1e, l'.irís, Minuit, cul. Le sens co11un1111, J '170. Cuino se s;_ilx,

b coleccili11 cL1 dirigida por Pinrc Bounlieu, lo cu~d 110 dcj~t de ser llll

<lato imponante.

Page 10: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

BEATRIZ SARLO

22

- renden tes. Son pasos rales <lel presente, no resultan so1 P. ha condi-

. que se hace explícito, porque y d un programa , 1 e . Contemporaneo a o

. . . l' ·icas que lo sostienen. .. , c10nes ideo og l "giro linguis-

- tenta y ochenta e 11. o' en los anos se .

que se am b e - , has veces como su som ra, s . " o acompanandolo mue

tlCO ,

h a impuesto el giro subjetivo. 1

. , . tual de a socie-

Este reordenamiento ideologico y concep b . ue se concentra so re

dad del pasado y sus personajes, q . .

h l verdad de la subjetividad, sostiene gran

los derec os Y ª , das del se-

d la empresa reconstructiva de las deca

parte e · , áloga en e . ºde con una renovacion an

ta y setenta. omci :::ociología de la cultura y los estudios culturales, donde

l tomar el lugar que, la identidad de los sujetos ha vue to a 6 Se

do por las estructuras. en los años sesenta, fue ocupa

. f hace décadas, me-ha restaurado la razón del sujeto, que ue, . . .

. . " decir discurso que "" lo ía" o "falsa conciencia ' es '

ra ideo g . ulsos o mandatos que el encubría ese depósito oscuro de unp . 1 h ..

. , b En consecuencia, a is-·u· eto necesariamente ignora a. s ~ . . han devuelto la confianza a esa toria oral y el tesumorno , . , f -

narra su vida (privada, publica, a ec · ·a persona que prune1 ara reparar

. l' . , ) para conservar el recuerdo o P uva, po inca ,

una id en ti dad lastimada.

.. , . tallada de esta problemática en el campo de G P~ira una expos1oon de . . (· 1 ... · s <le una completa b1-

. le h sem10Joo·1a ,ll una . . Jos estudios c uliurak> Y l ' •

0 . 1. ;r . . dilemas de la su/J¡eli-

·"·i· . h Fl es l1acw u!O~H!J zw, bl. . .. tÍ'l) , .. :ase: J .eonor ru uc , , r '

iogi '1 • ' . · ·es FCF ')002.

vidad conlem¡1urú11ea, Buenos t\JI . , , ., -

TIEMPO PASADO 23

Recordar y entend~r

Este libro se ocupa del pasado y la memoria de las últimas

décadas. Reacciona no frente a los usos jurídicos y morales

del testimonio, sino frente a sus otros usos públicos. Anali­

za la transformación del testimonio en un ícono de la Ver­

dad o en el recurso más importante para la reconstrucción

del pasado; discute la primera persona como forma privile­

giada frente a discursos de los que la primera persona está

ausente o desplazada. La confianza en la inmediatez de la

voz y del cuerpo favorece al testimonio. Lo que me propon­

go es examinar las razones de esa confianza.

Durante la dictadura militar algunas cuestiones no po­

dían ser pensadas a fondo, se las revisaba con cautela o se

las soslayaba a la espera de que cambiaran las condicio­

nes políticas. El mundo se dividía claramente en amigo y

[ enemigo y, bajo una dictadura, es preciso mantener la

, convicción de que la separación es tajante. La crítica de

i la lucha armada, por ejemplo, parecía trágicamente para­) dójica cuando'., los militantes eran asesinados. De todos

1

modos, durantf los años de la dictadura, en la Argentina

y en el exilio, s~ reflexionó precisamente sobre ese terna, 1

pero la discusiqn abierta, sin chant<~es morales, sólo em­!

. pezó, y con mt~chas dificultades, con la LransiciCm den10-

crática. Han pa~ado veinte años y es, por lo tanto, absurdo 1 '

negarse a pensar sobre cualquier cosa, con las consecuen­

cias que pueda tener su examen. El espacio de libertad

_____ ............ _===·.,,·-.;;··;.¡¡;-·;;;;.··,¡,;¡·---... __ .... __________ _

Page 11: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

24 BEATRIZ SARLO

intelectual se defiende incluso frente a las mejores m-

tenciones.

La memoria ha sido el deber de la Argentina posterior a

la dictadura militar y lo es en la mayoría de los países de

América Latina. El testimonio hizo posible la condena del

terrorismo de estado; la idea del "nunca más" se sostiene

en que sabemos a qué nos referimos cuando deseamos que

eso no se repita. Como instrumentojurídico y como modo

de reconstrucción del pasado, allí donde otras fuentes fue­

ron destruidas por los responsables, los actos de memoria

fueron una pieza central de la transición democrátiq1, sos­

tenidos a veces por el estado y de forma permanente por

organizaci~nes de la sociedad. Ninguna condena hubiera

sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los

relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido.

Como es evidente, el campo de la memoria es un campo

de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el

recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pa­

sar a otra etapa, cerrando el caso más monstruoso de nues­

tra historia. Pero también es ui;i campo de conflictos entre

los que sostenemos que el terrorismo de estado es un ca­

pítulo que debe quedar jurídicamente abierto, y que lo

sucedido durante la dictadura militar debe ser enser1ado,

difundido, discutido, comenzando por la escuela. Es un

campo de conflictos también para quienes sostenemos que

el "nunca más" no es un cierre que deja atrás el pasado si-

110 una decisión de evitar las repeticiones, recordándolo.

TIEMPO PASADO 25

Desearía que esto quedara claro para que los argumentos

que siguen puedan ser leídos en lo que realmente tratan de plan te ar.

Vivimos una época de fuerte subjetividad y, en ese senti­

do, las prerrogativas del testimonio se apoyan en la visibili­

dad que "lo .personal" ha adquirido como lugar no simple­

mente de intimidad sino de manifestación pública. Esto

sucede no sólo entre quienes fueron víctimas, sino también

Y fundamentalmente en ese territorio de hegemonía sim­

bólica que son los medios audiovisuales. Si hace tres 0 cua­

tro décadas el yo despertaba sospechas, hoy se le reconocen

privilegios que sería interesante examinar. De eso se trala, y

no de cuestionar el testimonio en primera persona como

instrumento jurídico, como modalidad de escritura o co­

mo fuente de la historia, a la que en muchos casos resulta

indispensable, aunque le plantee el problema de cómo ejer­

cer la crítica que normalmente ejerce sobre otras fuentes.

Mi argumento aborda la primera persona del testimonio

Y las formas del pasado que resultan cuando el testimonio es

la única fueme (porque no existen otras o porque se lo con­

sidera más confiable que otras). No se traca simr.Jlemente

de una cuestión de la forma del discurso, sino de su pro­

dt1eción y ele las condiciones culturales y polítiGts que lo

vuelven crcíhle. Se ha dicho muchas vecn: vivimos en Ja

era de la memoria y el temor o la ameuaza de una ··pérdida

de memoria" responde, Ill<ÍS que al borramit~llto ekctivo de

algo que debería ser recordado, a un "terna cultural" que,

J

1 1 l j ,,

)

;j

Page 12: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

26 BEAl'RlZ SAIU.O

en países donde hubo violencia, guerra o dictaduras milita­

res, se entrelaza con la política.

La cuestión del pasado puede ser pensada de muchas

maneras y la simple contraposición de memoria completa y

olvido no es la única posible. Me parece necesario avanzar

críticamente más allá de ella, desoyendo la amenaza de que,

si se examinan los actuales procesos de memoria, se estaría

fortaleciendo la posibilidad de un olvido indeseable. Esto

no es cierto.

Susan Sontag escribió: "Quizá se le asigna demasiado

valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento".

La frase pide precaución frente a una historia en la que el

exceso de memoria (cita a los serbios, a los irlandeses) pue­

de conducir, nuevamente, a la guerra. Este libro no explora

en la dirección de esas memorias nacionales guerreras, si­

no en otra, la de la intangibilidad de ciertos discursos sobre

el pasado. Está movido por la convicción de Sontag: es más

importante entender que recordar, ·aunque para entender

sea preciso, también, recordar.

2. Crítica del testimonio: sujeto y experiencia

A los combates por la historia también se los llama ahora

combates por la identidad. En esta permutación del voca­

bulario se refleja la primacía de lo subjetivo y el rol que se

le atribuye en la esfera pública. Sujeto y experiencia han

vuelto y, por consiguiente, deben examinarse sus atributos

Y sus pretensiones una vez más. En la inscripción de la ex­

periencia se reconoce una verdad (¿originada en el suje­

to?) y una fidelidad a lo sucedido (¿sostenida por un nuevo

realismo?). Al respecto, algunas preguntas.

¿Qué relato de la experiencia está en condiciones de eva­

dir la contradicción entre la fijeza de la puesta en discurso y

la movilidad de lo vivido? ¿Guarda la narración de la expe­

riencia algo de la intensidad de lo vivido, ele la Erlebnis? ¿O

simplemente las innumerables veces que ha sido puesta en

discurso ha gast:.iclo toda posibilidad de significación? ¿La

experiencia se disuelve o se cow;erva en el relato? ¿Es posi­

ble recordar una experiencia o lo c¡ue se recuerda es súlo el

recuerdo previamente puesto en discu1so, y así sólo hav una

sucesión de relatos e¡ uc no tienen la posi bilitbd de rccupe­

r~r nada de lu que pretenden corno objeto? ¿El rebw, e 11

Page 13: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

B10\TRIZ SAIU,O 28

lugar de re-vivir la experiencia, es una forma de aniquilarla

forzándola a responder a una convención? ¿Tiene algún

sentido re-vivir la experiencia o el único sentido está en

comprenderla, lejos de una re-vivencia, incluso contra ella?

¿Cuánto garantiza la primera persona para captar un senti­

do de la experiencia? ¿Debe prevalecer la historia sobre el

discurso y renunciarse a aquello que de individual tuvo la

experiencia? Entre un horizonte utópico de narración de

la experiencia y un horizonte utópico de memoria: ¿qué lu-

gar queda para_ un saber del pasado?

La actualidad de estas preguntas viene de lo político. En

1973 en Chile y en Uruguay, y en 1976 en la Argentina se

producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes

que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, cam­

pos de concentración, desaparición, secuestro) qu1e consi­

deramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos

países. Desde antes de las transiciones democráticas, pero

acentuadamente a·partir de ellas, la reconstrucción de esos

actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimen­

sión jurídica indispensable a la democracia. Pero, además

de que fue la ba~e probatoria de juicios y condenas al terro­

rismo de esLado en la Argentina (y lo están haciendo posi­

ble en Chile), el LesLimonio se ha convertido en un relato

de gran impacto fuera <le la escenajwlicial. Allí donde ope­

ra cultural e ideológicamente, se moverán las tentativas de

respuesta a las preguntas del comienzo.

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXl'ER!ENCL\ 29

Narración de la experiencia

La narración de la experiencia está unida al cuerpo y a la

voz, a una presencia real del sujeto en la escena del pasa­

do. No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay

experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de

la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido

y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común. La na­

rración inscribe la experiencia en una temporalidad que

no es la de su acontecer (amenazado desde su mismo co­

mienzo por el paso del tiempo y lo irrepetible), sino la de

su recuerdo. La narración también funda una lemporali­

dad, que en cada repetición y en cada variante volvería a

actualizarse.

El auge del testimonio es, en sí mismo, una refutación de .

lo que, en las primeras décadas del siglo XX, algunos consi­

deraron su cierre definitivo. Walter Benjamín, frente a las

consecuencias de la primera guerra mundial, expuso el ago­

tamiento del relato a causa del agotamiento de la experien­

cia que le daba origen. De las trincheras y los frentes de bata­

lla de la guerra, afirmó, los hombres volvieron enmudecidos.

Como es innegable, Benjamín se equivocaba en lo relativo

a la escasez de testimonios, precisamente porque "la guerra

ele l~Jl4-EJ18 marca el comienzo del testimonio de masas".l

1 Anncllt.'. \Yieviurka, L'he du tiwoi11, París, Pion, 19~18, p. 12.

···=-· ·-------------

Page 14: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

BF.ATRLZ SARLO

30

Sin embargo, es iilteresante analizar el núcleo teórico del

argumento benjaminiano. El slwch habría liquidado la experiencia transmisible y,

eri consecuencia, hi experiencia en sí misma: lo que se vivió

como shock era demasiado fuerte para "el minúsculo y frágil

cuerpo humano".2 Los hombres mudos no habrían encon­

trado una forma para el relato de lo que habían vivido, y el

paisaje de la guerra sólo conservaba del pasado las nubes.

Benjamín seúala con precisión: "las nubes", porque sobre

todo el resto había volado el huracán de un cambio, impre-

. · -~isible cuando las primeras columnas de soldados se enca­

minaron hacia los campos de las primeras batallas. El fin de

La monta-ña mágica y de La marcha de Radetzky son variacio­

nes sobre la llegada de algo que no se esperaba, una espe­

cie de maligna potencia de redención_ inversa, que terminó

con lo anterior, destr{1yéndolo radicalmente, sin posibili­

dad de que sus restos se incorporaran a ningún porvenir.

Entonces, los hombres que fueron llevados al teatro donde

esa fuerza desplegó su novedad perdieron la posibilidad de

reconocer su experiencia, porque ella les fue completamen­

te ajena; su caócter inesperado (para esos oficiales que

avanzaron en unifo1 me de g;ala hacia el barro de las trin­

cheras, para esa caballería que iba a enfrentarse con los tan-

~ W.dtcr lknj.uuin, "El uarradur. Cunsideraciu11D sobre la obra de

Nikubi Leskuv", en Suult' t:I prvgm111a de lajlluwjia júlum )'u/ro,; e11111yu1, Ca-

r;tct;,, Muutc \vib, 1070, p.\~)().

CRÍTICA DEL TESTIMONJO: SUJETO y EXPERJENClA 31

ques después de los desfiles de despedida donde la victoria

parecía asegurada para todo el mundo, para todos los con­

t~~dien.tes enemigos) provocó que lo nuevo no pudiera ser

VIVIdo smo físicamente, en los mutilados, los enfrrmos, los

hambrientos y los millones de muertos "Lo que d. - . · , 1ez anos

después, se vertió en el caudal de los libro . el s e guerra, era

una cosa d. · d muy Istmta e la experiencia que pasa boca abo-

ca'', escribió Benjamín.

, En s~ clásico ensayo sobre el narrador, Benjamín expre­

so no solo una perspectiva pesimista, sino melancólica, por­

que lo que se ha ausentado no es simplemente el relato de

l~ vivido, sino la experiencia misma como suceso compren­

sible: lo que sucedió en la gran guerra probaría la relación

inseparable de experiencia y relato por una -., ' pa1te; y tam-

b1en que llamarnos experiencia a lo que pued e ser puesto

en relato, algo vivido que no sólo se pad " ece smo que se

trausmite. Existe experiencia cuando la víctima se c¡mvier­

te en testigo. Hija y producto de la modernidad técnica la

primera guerra hizo que los cuerpos y·1 no pt1d" . , • 1era11 co1n-

prendcr, ni orientarse en el mundo donde se 1· 1 ', 1 · 1 ov1.1n. ,,1

guerra anuló la experiencia.

El tono melancólico del argumeutn benjaminiano se ex­

liewk hacia atrás. Aunque la guerra le da un car:1cter defi­

nitivo al cierre del ciclo de narraciones sostenidas por la ex­

periencia, v;trios siglo:, autes, eu la emergencia de la

rnudcn1idad curci¡)ea el ll"l!Ttdur d ·] . . 1 ' < ' l. gesto y <! \'U/, CO!llU

Odiscu o lus l'\';u1gdistas, co11w11zó a pt:rder dumi11io sobre

~ 1

¡! ¡: ¡,

i "

Page 15: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

32 BEATRIZ SARLO

su historia. El Quijote es, desde el romanticismo hasta los

formalistas rusos, un texto-insignia, porque la novela mo­

derna nace bajo el signo irónico del desencanto. Aunque

no es mencionado, Lukács da la clave interpretativa de la

novela en términos de desgarramiento de un mundo don­

de la desinteligencia entre lo vivido y la comprensión de lo

vivido escinde el acto de su narración. Debilitadas las razo­

nes trascend~ntes que estaban detrás de la experiencia y el

relato, toda experiencia se vuelve. problemática (es decir,

no encuentra su significado) y todo relato está perseguido

por un momento autorreferencial, metanarrativo, es decir,

no inmediato. La experiencia se ha desconcertado y tam­

bién su puesta en discurso: "Ah, ¿a quién pedir ayuda? No

al ángel, ni a los hombres, y los astutos animales ya se han

dado cuenta de que no confiamos ni nos sentimos en casa

en el mundo dt; los significados".3 Benjamín se refiere a un

"enmudecimiento", a partir de que el relato de una expe­

riencia significativa se eclipsó, mucho antes del shock de la

guerra y del shock técnico de la modernidad, con el surgi­

miento de la novela, que tomó el lugar de las "formas arte­

sanales" de transmisión, es decir, aquellas arraigadas en la

inmediatez ele la voz, en un mundo_ donde el peligro rodea-

'.l "'Ach, \Vt:ll vennogen / wir denn ZLI brauchen? Engel uicht, t'vkus­

chL'll nidll, / u 11 d die findigen Tit:Te IlltTkeu es schon, / dass wir nid1t

,d1r verb,slich Lll Haus sind / in der gedeutelell vVelt" (l·biner tvla1i:i

Rilke, "Die erste Ekgie"; en adeht111e, s~ilvo indicacióll en coutrariu, lll­

da' las traduccio1H"S sou 1nías).

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO YEXPEIUENCIA 33

ba a la experiencia (la hacía posible), en lugar de habitar

en su centro. En el momento en que el riesgo de la expe­

riencia se interioriza en la subjetividad moderna, el relato

de la experiencia se vuelve tan problemático como la posi­

bilidad misma de construir su sentido. Y eso, siglos antes de

Flaubert y La educación sentimental

Cuando la narración se separa del cuerpo, la experien­

cia se separa de su sentido. Hay una huella utópica retros­

pectiva en estas ideas benjaminianas, porque dependen de

la creencia en una época de plenitud de sentido, cuando el

narrador sabe exactamente lo que dice, y quienes lo escu­

chan lo entienden con asombro pero sin distancia, fascina­

dos pero nunca desconfiados o irónicos. En ese momento

utópico lo que se vive es lo que se relata, y lo que se relata

es lo que se vive. Naturalmente, no corresponde a ese mo­

mento legendario la nostalgia, sino la melancolía que reco­

noce su absoluta imposibilidad.

Si se sigue a Benjamín, resulta contradictorio en térmi­

nos teóricos y equivocado en términos críticos afirmar la

posibilidad del relato de la experiencia en la modernidad y,

especialmente, en las épocas posteriores al shock de la gran

guerra. ¿Si ésta desgarró la trama de experiencia y discurso,

qué desgarramientos no prodtúo el HolocrnsLO y, después,

los crímenes masivos del siglo XX, el Cubg, las gLterras de

limpieza racial, el terrorismo de estado?

Trab<uando más bien al costado de las hipótesis sobre

experienci~t y relato, lknjamin abri,-i otra línea de reflexión.

Page 16: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1

1 1

34 BEATRIZ SAlU.O

Su filosofía de la historia es una reivindicación de la memo­

ria como instancia reconstructiva del pasado. Los llamados

"hechos" de la historia son un "mito epistemológico", que

reifica y anula su posible verdad, encadenándolos en un rela­

to dirigido por alguna teleología. En la estela de Nietzsche,

Benjamín denuncia el causalismo; en la estela de Bergson,

reivindica la cualidad psíquica y temporal de los hechos de

memoria. El historiador, seguida esta afirmación en todas

sus consecuencias, no reconstruye los hechos del pasado

(esto equivaldría a someterse a una filosofía de la historia

reiUcante y positivista) ",sino .que. los "recuerda", dándoles

así su carácter de pasado presente, respecto del cual hay

siempre una deuda impaga.

Benjamín, entonces, hace dos Ínovimientos que se entre­

lazan en una contradicción desgarrada. Por un lado, señala

la disolución de la experiencia y del relato que ha perdido

la verdad presencial antes anclada en el cuerpo y la voz. Por

ot,ro lado, critica el positivismo histórico que reificaría aque­

llo que en el pasado fue experiencia y, al convertirlo en "he­

cho", anularía su relación con la subjetividad. Sin embargo,

si se acepta la disolución de la experiencia ante el shoch, ese

"hecho" reiiicado no podría ser sino lo que es: un resto obje­

tivo de temporalidad y subjetividad inertes. Benjamín se re­

bela freute a esto, a través del movimiento romántico-mesiá­

nico de la redención del pasado por la memoria, que

ut:vu\vcri~1. ~ü pasado b subjetividad: la historia como memo­

ria de la historia, es decir, como dimensión temporal snbie-

CIÚTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 35

tiva. Como sea, si la m<:ornoria de la historia posibilitaría una

restauración moral de la experiencia pasada, subsiste el pro­

blema de construir experiencia en una época, la moderni­

dad, que ha erosionado su posibilidad y que, al hacerlo, tam­

bién ha vuelto frágiles las fuerzas del relato.

Esta aporía no se resuelve, porque las condiciones de re­

dención de la experiencia pasada están en ruinas. El pensa­

miento de Benjamín se mueve entre un extremo y su opues­

to, reconociendo, por un lado, las imposibilidades y, por el

otro, el mandato de un acto mesiánico de redención. Po­

dría decirse que las aporías de la relación entre historia y

memoria se esbozan ya casi completamente en estos textos.

Hasta aquí Benjamín.

Muerte y resurrección del sujeto

"Lo que hacía familiar al mundo ha desaparecido. El pasa­

do y Ja experiencia de los viejos ya no sirven como reie­

rencia para orientarse en el mundo moderno e iluminar

el futuro de las jóvenes generaciones, Se ha roto la conti­

nuidad de la experiencia. "4 Jean-Pierrc Le Goff localiza

esta ruptura en los aúos sesenta del siglo XX y la explica

con argurnen tos de innovación tecnolÓL~ ica, cul lltral y mu-

·l Jt:an-Pin1t: 1,,, Cuff, ¡\foi 60, l'luiritagt' i111jJ<H.1ili/e, !\tri,;, La lkn>lll'l'r­

' te, 2002 l l !J'.J8], p. '.i·I).

Page 17: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

36 BEATRIZ SARLO

ral. Lo que describe como destrucción de la continuidad

entre generaciones no proviene de la "naturaleza" de la

experiencia, sino de la aceleración del tiempo; no provie­

ne del shock que dejó enmudecidos a los soldados de la

primera guerra, sino de experien~ias que ya no se entien­

den y son mutuamente inconmensurables: los jóvenes per­

tenecen a una dimensión del presente donde los saberes y

las creencias de sus padres se revelan inútiles. Allí donde

Benjamin seúaló la imposibilidad del relato, Le Goff (y

antes Margaret Mead) seúaló su carácter intransferible en­

tre generaciones diferentes.

Benjamín captó algo propio de la modernidad capitalis­

ta en su sentido más específico. Ella habría afectado las sub­

jetividades hasta enmudecerlas; en ella, sólo el movimiento

de redención mesiánica podría abrir el horizonte utópico

de una restauración del tiempo histórico por la memoria

que quebraría la corteza reificada de los hechos. Quienes

sostienen, por su parte, la hipótesis de un cambio en la con­

tinuidad de las generaciones, seúalan un tipo de incomuni­

cabilidad de la experiencia de carácter diferente. Se trata

de la crisis, también moderna, de· Ja autoridad del pasado

sobre el presente. Lo nuevo se impone sobre lo viejo por su

intrínseca cualidad liberadora. Todo esto es bien conocido

cksde las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX:

lo que ellas sostuvieron para el arte desbordó sobre la vida

en las décadas siguientes.

En este corte entre lo nuevo y lo viejo no está la sul~je-

CRlTICA DEL TESTJMONIO: SUJETO Y EXPUZJENCIA 37

tividad en juego, por lo me11os en primer lugar. La crisis

de la idea de subjetividad proviene de otros procesos y po­

siciones, de gran expansividad más allá del campo filosófi­

co a partir de los aüos sesenta. El estructuralismo triun­

fante conquistó territorios desde la antropología hasta la

lingüística, l.a teo1fa literaria y las ciencias sociales. Ese ca­

pítulo está escrito y lleva por título "la muerte del suje­

to".5 Cuando ese giro del pensamiento contemporáneo

parecía completamente establecido, hace dos décadas, se

produjo en d campo de los estudios de memoria y de me­

moria colectiva un movimiento de restauración de la pri­

macía de esos sujetos expulsados durante los aíios a~1te­

riores. Se abrió un nuevo capítulo, que podría llamarse

"el sujeto resucitado".

Pero antes de celebrar a este sujeto que ha vuelto a la vi­

da, conviene repasar los argumentos que decrelaron su

muerte, cuando su experiencia y su representación fueron

cricicadas y declaradas imposibles.

En 1979, Paul de Man publicó un anículo que, sin men­

cio11ar la moda de los estudios autobiográficos que domina­

ba en Ja actdemia literaria, era una crítica radical a la posil.Ji­

li<bd misma de establecer cualquier sistema de equivalencias

sustanciales entre el yo de un rebLO, su amor y la experiencia

•, Con u11;1 pcrspéctiva crítica es, sin c1ub;11go, cxlt.111sli\'iJ el pa1wra­

rna proporu<J11;1do P"r Luc Ferry y Abin Rcn;11dt, /.a /"'11.11;,. 68. F1;11i .1u1

l'anldtu11t111ti.111t1' rn11/m1jJu1ai11, París, (;;t1linu1d, 1 ~ltlfl.

[ 1

Page 18: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

38 l\EATRJZ SARLO

vi.vida (lriángulo semi.ológico en el que se apoyaba la teoría

ele la autobiografia de Philippe Lejeune, que lo presentaba

como un "pacto de lectura") .6 Frente a la idea <le que existe

un género estable, sostenido por el contrato entre autor y

lector, de Man niega la idea misma de género autobiográfi­

co. Lo que las llamadas "autobiog·rafías" producen es "la ilu­

sión de una vida como referencia" y, en consecuencia, la

ilusión de que existe algo así corno un sttjeto unificado en el

tiempo. No hay sujeto exterior al texto que pueda sostener

esta ficción de unidad experiencial y temporal.

Las llamadas autobiografías serían indistinguibles de la

ficción en primera persona, una vez que se acepte que es

imposible establecer un pacto referencial que no sea ilu­

sorio (es decir: los lectores pueden creerlo, incluso el es­

critor puede escribir bajo esa ilusión, pero nada de eso ga­

rantiza que ella remita a una relación verificable entre un

yo textual y un yo de la experiencia vivida). Como en la

ficción en primera persona, todo lo que una "autobiogra­

fía" puede mostrar es la estructura especular en la que al­

guien, que dice llamarse yo, se toma por objeto. Es decir

que ese yo textual pone en escena a un yo ausente, y cu­

bre su roscro con esa máscara. De este modo, de Man deii-

,; El anículn d._. l'aul de Man, "r\utoliiography as lk-facement", a¡.M­

reció pur priuteu \'t'.Z u1 MLV, Com/1amlive J_iterulure, vuL 9,¡, 11ú111ero '.>,

diciembre dl· l ')7~J- El lilJrn ele l'hilippe Lej<'lllte, l.e Jmde autoúiugmpl11-

1¡u1', l'ue pulilictclo e11 París, por Éditiuns du Seuil, eu 197'.i. [Fl Jmllo au­

tubiugnijirn )'u/rus ntwlios, i\bclrid-i\Lílaga, J\frgazul-Fndymion, !9<J.l.]

CRÍTICA DEL TESTIMONJO: SUJETO y EXl'ERIENCJA 39

ne la autobiografía (la autorreferencia del yo) con la figu­

ra de la prosopopeya, es decir, el tropo que otorga la pala­

bra a un muerto, un ausente, un objeto inanimado, un

animal, un avatar de la naturaleza. Nada queda de la au­

tenticidad de una experiencia puesta en relato, ya que la

prosopopeya es un artificio retórico, inscripto en el orden

de los procedimientos y de las formas del discurso, donde

la voz enmascarada puede desempeílar cualquier rol: ga­

rante, consejero, fiscal,juez, vengador (enumera de Man).

La voz de la autobiografía es la de un tropo que hace las

veces de sujeto de lo que narra. Pero no podría garantizar

identidad entre sujeto y tropo.

En sus estudios sobre Rousseau (agrupados en Alegorías

de la lectura), de Man afirma que la conciencia de sí no es

una representación sino .la "forma de una representación'',

la figura que indica que una máscara está hablando. Habla

el person<~e (persona, máscara del teatro clásico), que no

puede ser medido en relación con la referencia que su mis­

mo discurso propone; ni puede ser juzgado (como no se

juzga al actor) por su sinceridad, sino por su presentación

de un estado de "sinceridad". En consecuencia, esa másca­

ra no est:1 ligada por ningún pacto referencial; nc1 hay p;_ire­

cido que pueda _juzgarse esencial a su discurso ni probarse

a través de él. Lo decisivo es la atribución de voz que se h:t­

ce a travé·s de Lt buca de la máscara; no hay ventad sino una

máscara que dice decir su venLtd (de m:iscara: de vl·nga­

dor, de víctima, de seductor, de seducido).

Page 19: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

40 BEATRIZ SAlU .. O

La crítica de Paul de Man a la autobiografía es posible­

mente el punto más alto del deconstruccionismo literario,

que todavía hoy es una línea hegemónica. No puede pasar­

se por alto, en la medida en que la reivindicación del testi­

monio y de la verdad de la voz se hace sin tomar en cuenta

que, si se quiere avanzar en ese c_amino, es necesaria una

respuesta a esta crítica radical. Es más, casi podría decirse

que muchas veces, en los mismos espacios en que se difun­

den las tesis de De Man, se afirman las verdades de la subje­

tividad y de sus testimonios autobiográficos.

Poco después, en 1984, Derrida presentó algunas refle­

xiones sobre autobiografía que tienen fuertes afinidades

con el texto de Paul de Man.7 En su crítica, las bases filo­

sóficas de un testimonio autobiográfico son imposibles.

Derrida niega que se pueda construir un saber sobre la

experiencia, p01'que no sabemos qué es la experiencia. No

hay relato que pueda darle unidad al yo y valor de verdad

a lo empírico (que queda siempre fuera). No sabemos

tampoco por dói1de pasa la línea móvil que separa lo esen­

cial de los hechos empíricos entre sí, y un hecho empírico

de algo que no lo es. Lo que en la autobiografía se mani­

fiesta como identidad de un sujeto con sus enunciados só­

lo está sostenido por la firma. "Un autor, que es una firma

~ Otubiogrnp!tin; L'1:11ság11emrn/ de Nidzsdu; ti la politique du nom prv/He, l';u ís, C;1like, l <JtM. Aparecido al aúo siguiente, con ;1gregados, en ingks

cumo Tite Far o) tite Othn; Nueva York, Schockett Buoks.

CRÍTICA DEI. TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 41

que se declara como narrador-sujeto de su propia narra­

ción", escribe Nora Catelli.8

Por lo tanto, el interés de la aurobiografia (Derrida está

leyendo Ecce horno de Nietzsche) reside en los elementos que

presenta como cimiento de una primera persona cuyo úni­

co fundamento es, en realidad, el mismo texto. Nietzsche

esuibe: "Vivo de mi propio crédito. Y quizá sea un simple

prejuicio, que yo viva". El yo sólo existe porque hay un con­

trato secreto, una cuenta de crédito que se pagará con la

muerte. En la frase de Nietzsche, Derrida encuentra una

clave: lejos del acuerdo por el que los kctores adjudica­

rían un crédito ele verdad al texto, éste sólo puede aspirar

a la existencia si el crédito ele su propio autor lo sostiene.

No hay fundamento exterior al círculo firma-texto y nada

en esa dupla está en condiciones de aseverar que se dice

una verdad.

Como de Man, Derrida hace la crítica de la subjetividad

y la crítica de la representación, y señala el modo en que

cualquier relato autobiográfico se despliega buscando per­

suadir. Ecce hamo lo deja ver desde sus primeras líneas: la in­

tervención autobiográfica es pro domo ma, y por t::so la nece­

sidad de su examen retórico. No es necesario suscribir una

epistemología nihilista para traer estas posiciones a una dis­

cusión um las concepciones simples ele la vercbd en el tes-

¡;En fl <'sjmcio autobiográjico (Barcelona, Lumen, l<JlJl), C1telli ofrece

una di:1fa11a exposiciún de los e;,critos de Paul de Man sobre el Lema.

Page 20: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

42 BEATRIZ SARLO

timonio autopiográfico o con las ideas de que un relato de

posmemoria (como se verá más adelante) es vicario. Para

de Man y Derrida ser vicario no significa nada, ya que antes

de ese vicario no hubo un sujeto que estuviera en condicio­

nes de pretender ser sujeto verdadero de su verdadero rela­

to. El sujeto que habla es una máscara o una firma.

"Quise darle al lector

la materia prima de la indignación"

La frase es de Primo Levi. Señala, como es habitual en Levi '

el núcleo del problema sin necesid~d de grandes gestos teó­

ricos. Su testimonio sobre Auschwitz es una materia a partir

de la cual puede emerger un sentimiento de índole moral.

Las condiciones que hacen posible su testimonio son extre­

mas, y por eso mismo las reglas que lo regulan deben limi­

tar todas las posibilidades de la exageración. Nunca, dice

Levi, un testimonio verdadero debe abrir la posibilidad de

que un testimonio exagerado tome su lugar. La materia pri­

ma de la indignación debe ser restringida. Si esto es un hom­

brt: es un testimonio parco y, en vistas a la proliferación de

horrores que toma por objeto, breve.

A Levi no pueden planteársele los mismos problemas ele

la primera persona del modo en que ésta queda sometida a

sospecha cuando se critica la centralidad del sujeto. Por e]

cornr<trio, Levi habla por dos razones. La p1·irnera, exu·atcx-

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 43

tual, psicológica, ética y compartida con casi todos los que sa­

len del Lager: simplemente es imposible no hablar. La segun­

da tiene que ver con el objeto del testimonio: la verdad del

campo de concentración es la muerte masiva, sistemática, y

de ella sólo hablan los que pudieron escapar a ese destino; el

sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido ele­

gido por condiciones también extratextuales. Los que no fue­

ron asesinados no pueden hablar plenamente del campo de

concentración; hablan entonces porque otros han muerto y

en su lugar. No conocieron la función última del campo y

por lo tanto sobre ellos no operó su lógica por completo. No

hay pureza en la víctima que está en condiciones de decir

"fui víctima". No hay plenitud de ese sujeto.

"Era típico del Lager volverse culpable en alguna medi­

da, yo, por ejemplo, acepté trab~yar en un laboratorio de

lG-Farben." La "regla era ce~er" porque (excepto en las su­

blevaciones, cuya cualidad inevitable era suicida) el Lager

no es un espacio de resistencia. Todos, prisioneros y nazis,

perdían parte de su humanidad y el sujeto del testimonio

del campo no está convencido de ser sujeto pleno ele lo que

va a enunciar. Por el contrario, es un sL~jeto herido, no por­

que pretenda ocupar vicariamente el lugar de lus muertos,

sino pon¡tte sabe de antemano que ese lugar no le corres­

ponde. lblibr;i entonces trasmitiendo un~t '"wateri~t pri­

ma", pun¡ue el que debería haber sido el sujeto <.:n prilllLéra

persona dd tcs1i111011io está auseute, es llil mucno del que

nu hay represe11tación vicaria. Los "concknados" ya no pue-

Page 21: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1----

l 1 1

1

44 llEATRIZ SARLO

den hablar y ese silencio impuesto por el asesinato vuelve

incompleto el testimonio de los "salvados". Agamben lee

acá la problemática de un stueto ausente, una primera per­

sona que, cuando surge en el testimonio, siempre está en

reemplazo de otra, pero no porque pueda ser su vicaria, su

representante, sino porque no ha muerto en lugar del que

ha muerto. De modo radical, no puede representar· a los

ausentes y en esta imposibilidad se alimenta la paradoja del

testigo: el que sobrevive a un campo de concentración so­

brevive para testificar y toma la primera persona de los que

serían los verdaderos testigos, los muertos.9 Un caso límite,

terrible, de prosopopeya.

El testimonio de los salvados es la "materia prima" de sus

lectores o escuchas que deben hacer algo con eso que se les

comunica y que es, precisamente porque logró ser comuni­

cado, sólo Uf?.a v'ersión incompleta. Los que se salvaron "no

pueden sino recordar" (escribe Agamben) y, sin embargo,

no pueden recordar lo decisivo, no pueden testificar sobre

el campo en la medida en que no han sido víctimas totales,

como lo fue el "musulmán" que se entregó y dejó de lucha1~

y se separó de aquellos restos desagregados de sociedad que

quedaban en el campo. Levi los llama "110 vivos", es cl<:cir:

no sLüetos que han perdido la noción de cualquier límite

ético y, para comenzar, han perdido la palabra en vida.

9 Cornen1:irio de Gior.i.;io .-\g:irnl1en a Jos escriws de Primo tevi: l.u

que queda de ,\11sd1witz, Valencia, l'n:Lextos, 2000 ( 1098).

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPl'.RJENCIA 45

Como Levi lo comprobó en quienes lo escuchaban y lo

leían, en especial durante los aú.os inmediatamente poste­

riores a 1945, todo en el campo resulta increíble. No sólo la

organización sistemática de la muerte; también la disolu­

ción de las relaciones y de la idea social del tiempo. Por

eso, del campo de concentración tampoco se puede repre­

sentar el aburrimiento de la vida que transcurre. La memo­

ria tiende a rescatar los "episodios singulares, clamorosos o

terribles", pero estos episodios sucedían en un tejido total­

mente deshecho, que había perdido casi por completo sus

i cualidades sociales. Y, en el otro extremo, también es irre­

presentable la intensidad de la experiencia en el campo,

que en muchos aspectos fue una aventura, "el período más 1 interesante de mi vida", dice Levi.10 Una amiga suya, que

fue a Ravenbruck a los diecisiete aú.os, afirmaba después

, que ésa había sido su universidad. Levi escribió: "Crecí en

Auschwitz". Esta intensidad de la experiencia vivida, increí­

ble para quien no haya vivido esa experiencia, es también

lo que el testimonio no es capaz de representar.

En suma: no puede representar todo lo que la experien­

cia fue para el sujeto, porque se trata de una "materia pri­

ma" donde el sujeto testigo es menos importanle que los

efectos morales de su discurso. No es d sLijeto el que se res-

10 F.11 trn·ist;t de tvbrco Vigev;mi '' l'ri11Jo Levi, t·n: Primo Le\'i, Co1wcF

sazioui ~ inte111isti; l 'JúJ-1987, Tmí11, Einaudi, 1 'l'Jí, p. :!'.2G. [L'utrwislus )'

wnve1saciunn, narcelona, Pe11ínsula, 1908.]

----- ·----···' ~=--------------------------------

Page 22: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

46 BEATRIZ SARI.O

taura a sí mismo en el testimonio del campo, sino una di­

mensión colectiva que, por oposición y por imperativo mo­

ral, se desprende de lo que el testimonio transmite.

Esta perspectiva sobre el testimonio es dubitativa y final­

mente escéptica en cuanto a su poder de restauración del

sujeto testigo, y podría explicar el destino suicida de algu­

nos "escapados'', como Primo Levi, Jean Améry, Bruno

Bettelheim. Aunque Levi sea citado por quienes creen en la

potencia sanadora de la memoria, su propio testimonio es

cautelosamente acompaúado por un escepticismo que im­

pide toda teodicea de la memoria como principio de cica­

trización de las heridas. Para Levi, su testimonio no repre­

senta una epifanía del conocimiento ni tiene un poder de

sanación de la identidad. Es, simplemente, inevitable por

razones psicológicas y morales. La preocupación de Levi,

por lo menos durante los primeros aüos de la posguerra, es

la de ser escuchado y creído. Mientras estaban en los cam­

pos, _muchos prisioneros ya desconfiaban de la forma en

que su relato (si ese relato se volvía posible) sería tomado.

Esta dificultad es bien evidente cuando se piensa en tér­

minos de verdad. Riccrur, al referirse a los testimonios ori­

ginados en la Shoah, dice que establecen un caso límite,

porque es difícil incorporarlos al archivo y suscitan una

verdadera '"crisis del concepto de testimonio ".11 Son una

11 l'~nil Ric~ur, l.a mémoire, 1 'histoire, l'oubli, París, Seuil, :1000, p. 222.

[La 11u·11w1ia, la /ti;lv1ia, el olvido, Madrid, Trolla, 2003.)

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXl'EKlENCIA 47

excepción sobre la cuoll es complicado (quizás irnpropio)

ejercer el método historiográfico, porque se trata de expe­

riencias extraordinarias, que no pueden mensurarse con

otras experiencias. Pero si Ricreur está en lo cierto, su ad­

vertencia sobre los testimonios del Holocausto como caso

límite permitiría también pensar hacia adentro de los lími­

tes. El testimonio del Holocausto se ha convertido en mo­

delo testimonial. De modo que un caso límite transfiere

sus rasgos a casos no límite, incluso a condiciones de testi­

monio completamente banales.12 No sólo en el caso del

Holocausto el testimonio reclama que sus lectores o escu­

chas contemporáneos acepten su veracidad referencial, po­

niendo en primer plano argumentos morales sostenidos

en el respeto al sujeto que ha soportado los hechos sobre

los cuales habla. Todo testimonio quiere ser creído y, sin

embargo, no lleva en sí mismo las pruebas por las cuales

puede comprobarse su veracidad, sino que ellas deben ve­

nir desde afuera.

En condiciones judiciales, por ejemplo en el juicio a las

tres juntas de comandantes de la dictadura argentina, los

fiscales se vieron obligados a elegir, entre ciemos, a los tes­

tigos cuya palabra facilitaba el ejercicio de las reglas de la

l~ Con esto sucede lo que t;m1!Jién sucede con la pabbra genocidio,

cuyo uso extuH.lidu a los m:1s diversos escenarios ya ha siclo discutido su­

ficientemente por 11 ugo Vezzetti en J'a;atlo y jlli:srnli:, l>t1e11us Aires, Si­

glo XXI Editores, 200'.:!; y la serie de sus anículos en Punto de Vista, desde

los aiios nove1l[a.

Page 23: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

48 BEATRlZ SARLO

prueba. En condiciones no judiciales, el testimonio pide

una consideración donde se mezclan los argumentos de su

verdad, sus legítimas pretensiones dé credibilidad, y su uni­

cidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia

con su propia voz, poniéndose como garantía presente de

lo que dice, incluso cuando no se trate de un sujeto que ha

soportado situaciones límite.

Si, como afirma Ricreur en Temps et récit, el testimonio

está en el origen del discurso histórico, la idea de que sobre

un tipo de testimonio sea difícil, cuando no imposible, ejer­

cer el método crítico de la historia, pone una res.tricción

que no concierne a sus funciones sociales o judiciales pero

sí a sus u_sos historiográficos. Y si es admisible que un acon­

tecimiento de carácter excepcional como el Holocausto re­

clame para sí una cualidad inabordable, es posible pen~ar

los testimonios contemporáneos que no surgen de sucesos

comparables con aquellos que volverían intocables los testi­

monios del Holocausto. La .crítica ~el sttjeto y su verdad, la

crítica de la verdad de la voz y de su conexión con una ver­

dad de la -experiencia que afloraría en el testimonio, inclu­

so cuando no se sigan las conclusiones radicales de De Man

y Derrida, es uecesaria excepto que se decida adjudicar al

tt'stimonio un valor referencial general del que se descon­

fía cuando otros discursos lo rl'.ivindican para sí. La perple­

jidad de Ricu:ur frenll'. a los tt'stimonios del l lolocausto,

que l'.scap~u 1 a las reglas de la crítica, tiene suficientes razo­

nes; pero ellas no son suficientes para otros casos. El testi-

CRÍTICA DEI. TESTIMONlO: SUJETO Y EX!'ElUENC!A 49

monio, por su autorrepresentación como verdad de un su­

jeto que relata su experiencia, pide no someterse a las re­

glas que se aplican a otros discursos ele intención referen­

cial, alegando la verdad de la experiencia, cuando no la del

sufrimiento, que es la que precisamente necesita ser exami­

nada. Acá hay un problema.

Frente a un problema,

el recurso al optimismo teórico

La actualidad es optimista y ha aceptado la construcción de

la experiencia como relato en primera persona, aun cuan­

do desconfíe de que todos los demás relatos puedan remitir

de modo más o menos pleno a su referente. Proliferan las

narraciones llamadas "no ficcionales" (tanto en el periodis­

mo como en la etnografía social y la literatura): testimonios,

historias de vida, entrevistas, autobiografías, recuerdos y me­

morias, relatos identitarios.13 La dimensión intensamente

subjetiva (un verdadero renacimiento del sttjeto que se ere-

1:1 V;;ase: Leonor Arfud1, fl npaciu biugrájiru ... , cit.; y LL"ln1ur Arfuch

(comp.), ldt'itluladn, 'll)Úus, .1ub¡"clividad~" BLWIJOS Aires, l'ru111eteo Li­

bros, ~00'.1. No punk dejar de seíi.alarse d CtLÜ ;, '!' pionero de bs inws­

tigacio11cs de Philippe l.ejeune sobre el espacio y el p;1cto ;wtulJiogr;ifi­

co, ;tsÍ conH> los estudios de Ceorgt·s Cusdorf y Jt·;rn St;uobinski. Sin

embargo, ta1llo Cusdorf como Starobinski "' a11Licipa11 a Li 111otb cun­

ternporánea >" no pe1 tcnccen a e!L1.

l J :! ·~

Page 24: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

50 BE.Al'RIZ SARLO

yó muerto en los. ailos sesenta y setenta) caracteriza el pre­

sente. Lo mismo sucede en el discurso cinematográfico y

plástico que en el literario y en el mediático. Todos los gé­

neros testimoniales parecen capaces de hacer sentido de la

experiencia. Un movimiento de devolución de la palabra,

de conquista de la palabra y de derecho a la palabra se ex­

pande reduplicado por una ideología de la "sanación" iden­

titaria a través de la memoria social o personal.14 El tono

subjetivo marcó la posmodernidad, como la desconfianza o

la pérdida de la experiencia marcó. los últimos capítulos de

la modernidad cultural. Los derechos de la primera perso­

na se presentan, por una parte, como derechos reprimidos

que deben liberarse; y como instrumentos de verdad, por

la offa. Si fueran lo segundo, es claro por qué, desde los lu­

gares de autoridad, se desconfiaría de ellos.

Según Benjamín, aquello que fue posible hasta un mo­

mento determinado de la historia se volvió imposible, a

causa del carácter irreversible de la intervención capitalista

moderna sobre la subjetividad; pero hoy, incluso citando a

Benjamín, la restauración de un relato significativo de la

experiencia se considera posible, pasando por alto precisa­

mente aquello que, para Benjamín, volvía trágica la situa-

11 Ceolln:y Hanmann, crítico litera1io y responsable acadt>mico dd <tr­

cliivu del l l"lucat1s10 de la U niversid:.id de Yctle seúab es1a dimensión: ''El

ddie1 de t's<"uch;1r y de restablecer un di;'tlogu con person:.is que fueron

111,uTadas por su expe1iencia de tal modo que la iutegración IO~tl en b vida

culidiana no t:'S sino aparente" (en: \Nieviorka, cit., p. 141).

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 51

ción contemporánea. En efecto, la confianza en un healing

identitario producido por la palabra se sustrae de la dimen­

sión problemática en que la subjetividad fue focalizada des­

de finales del siglo XIX y abandona, por decirlo rápidamen­

te, no sólo la perspectiva desde la que se descubre la herida

cultural capitalista, sino todas las epistemologías de la sos­

pecha, de Nietzsche a Freud. El sujeto no sólo tiene expe­

riencias sino que puede comunicarlas, construir su sentido

y, al hacerlo, afirmarse como sujeto. La memoria y los rela­

tos de memoria serían una "cura" de la alienación y la cosi­

ficación. Si ya no es posible sostener una Verdad, florecen

eu cambio unas verdades subjetivas que aseguran saber

aquello que, hasta hace tres décadas, se consideraba oculto

por la ideología o sumergido en procesos poco accesibles a

la introspección simple. No hay Verdad, pero los sujetos,

paradójicamente, se han vuelto cognoscibles.

A veces resuha sorprendente encontrar en este campo de

ideas la convivencia de un deconstruccionismo filosófico

"blando" junto con un optimismo identitario que, si bien no

restaura la primacía de Aquel Sujeto anterior al siglo XX,

construye St~jetos Múltiples, hábiles como Ulises en las esca­

ramuzas para m~ullener lo que son y cambiarlo; recuperar el

pasado y adecuarlo al presente; aceptar lo extr~u~ero corno

una m:1sctra a la que, en el momento 111ismo de aceptarla,

se la ddúnn:t, transforma o parocliza; sostener las contradic­

ciones lilwr;ü1duse, al mismo tiempo, del binarislllo simple,

etc. Siguiendo al m(ts brillante de estos teóricos, 1-lullli

-=o==i;..ü ............................................................................. ._ .... ._ ______ __

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Page 25: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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5~ BEATRIZ SAlU.O

Bhabha,15 se relee no sólo escritos inc~mpatibles con estos

principios (como sucede con los usos poscoloniales de

Gramsci), sino que se los presenta enmarcados en un apara­

to filosófico de efecto deconstrucúvo que, de ser coherente,

no admitiría ninguna positividad en el discurso identitario.

Como sea, las contradicciones teóricas que admiten al

mismo tiempo la indecibilidad de una Verdad y la verdad

identitaria de los discursos de experiencia plantean proble­

mas no sólo a la filosofía sino a la historia. Y eso es lo que

me interesa ah_ora: ¿qué garantiza la memoria y la primera

-· -perso~a como captación de un sentido de la experiencia?

Después de haber sido sometida a crítica radical, la restau­

ración de la experiencia como memoria es una cuestión

que debería examinarse. La intensa subjetividad del "tem­

peramento" posmoderno marca también este campp de es­

tudios. Cuando nadie está dispuesto ~ aceptar la verdad de

una historia (lo que Benjamín denominó los "hechos" reifi­

cados), todos parecemos más dispuestos a la creencia en las

verdades de unas historias en plural (el plural: esa inflexión

del paradigma que ha ganado la más alta categoría, lo cual

es afortunado, pero también se propone como solución ver­

balista a cualquier cuestión conflictiva).

¡, l lomi l)habha, The Lorntion of Culture, Londres, Romlcdge [l~l lugar

de la rn/twu, l)ueno' Aires, Manantial, 2002); y '"DissemiNation: time, na­

rrative, aml the margins of the modern nation'', en llomi Bbablia (ed.),

Natiun ami Narmtiun, Londres, Routle<lge, i 991.

CRÍTICA llEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXL'EIUENC!A 53

La imaginación sale de visita

Apoyada sobre la hipotética continuidad entre experiencia

y relato, se reivindica esta proximidad como sustento de

una representación verdadera. Sin embargo, una línea de­

cisiva de la estética del siglo XX sostuvo la necesidad de una

ruptura reflexiva con la inmediatez de las percepciones y

de la experiencia para que éstas puedan ser repn:~entadas.

Bertolt Brecht y los formalistas rusos pensaron que el arte

está en condiciones de iluminar lo que nos rodea de modo

más inmediato a condición de que produzca un corte por

extraúarniento, que desvíe a la percepción de su hábito y la

desarraigue del suelo tradicional del sentido común. La

puesta en cuestión de lo acostumbrado es la condición de

un conocimiento de los objetos más próximos, a los que ig­

norarnos precisamente porque permanecen oculws por la

familiaridad que los vela. Esto rige también para el pasado.

"Pensar con una mente abierta", escribe Hannah Arendt,

"significa entrenar a la imaginación para que salga de visita".

La imagen alude a una externida<l de la imaginación res­

pecto de su relato. Quien cuenta una hiswria se enfrenta,

ante todo, con una materia que, incluso en el caso de la ex­

periencia propia, se ha vuelto, por su familiaridad, incom­

prensible o banal. Odilio Alves Agui~u, t·xaminando esta

dimensión del pensamiento arendLiano, afinn~t que, en au­

sencia de Lt irnagin~1ción, '"la experiencia pierde s11 clecihili­

dad y se pierde eu el torbellino de las vivencias y de los ló-

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Page 26: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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BEAfRIZ SAlU.O

bitos repetidos".16 Es posible dar sentido a este torbellino,

pero sólo a condición de que la imaginación cumpla su tra­

bajo de externalización y de distancia. Se trata no sólo de

una cualidad del historiador sino también de quien lo escu­

cha: la imaginación "sale de visita" cuando rompe con aque­

llo que la constituye en proximidad y se aleja para capturar

reflexivamente la diferencia. La condición dialógica es esta­

blecida por una imaginación que, abandonando el propio

territorio, explora posiciones desconocidas donde es posi­

ble que smja un sentido de experiencias desordenadas,

contradictorias y, en especial, resistentes a rendirse ante la

idea demasiado simple de que se las conoce porque se las

ha soportado.

Con la franqueza severa que su condición de víctima vol-

vió audible, Primo Levi sostuvo que el campo de concentra­

ción no ennoblece a sus víctimas; podría agregarse que tam­

poco el horror padecido les permite conocerlo mejor. Para

conocer, la imaginación necesita ese recorrido que la lleva

fuera de sí misma, y la vuelve reflexiva; en su viaje, aprende

que la historia nunca podrá contarse del todo y nunca ten­

drá un cierre, porque todas las posiciones no pueden ser re­

corridas y tanipoco su acumulación resulta en una totalidad.

El principio de un diálogo sobre la historia descansa en d

lti Odilio Alves Ag,uicir, "Pensamn¡to e Narrac;ao ern l Lumah t\rendt",

lklo Hurizunte, Editorial de la U niversid~td dt· Minas Cera is, '.!00 l (tra­

ducido por Ada Sulari, en P1111tu de Vista, 78, abril de 200-1).

CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 55

reconocimiento de su carácter incompleto (que, por supues­

to, no es una falta en la representación de los detalles ni de

los "casos", sino una admisión de la cualidad múltiple de los

procesos). De este modo, la narración así pensada no po­

dría sostener una identidad ni una tradición, tampoco dotar

de legitimidad a una práctica. No cumple funciones de for­

talecimiento identitario ni de fundación de leyendas nacio­

nales. Permite ver, precisamente, lo excluido de las narra­

ciones identitarias reivindicadas por un grupo, una minoría,

un sector dominante o una nación. La óptica de esta histo­

ria no es lejana sino desplazada de lo familiar: como lo su­

giere Benjamin, es la óptica de quien soporta el desplaza­

miento del viajero, que abandona el país de origen.

A las narraciones de memoria, los testimonios y los escri­

tos de fuerte inflexión autobiográfica los acecha el peligro

de una imaginación que se establezca demasiado firmemen­

te "en casa'', y lo reivindique como una de las conquistas de

la empresa de memoria: recuperar aquello perdido por la

violencia del poder, deseo cuya entera legitimidad moral y

psicológica no es suficiente para fundar una legitimidad in­

telectual igualmente indiscutible. Entonces, si lo que la me­

moria busca es recuperar un lugar perdido o Llll tiempo pa­

sado, sería ~yena a su movimiento la deriva que la alejaría

de ese celllro utópico.

Esto es lo que VLle !ve a la mt·moria, ele algún modo, irre­

futable: el v<Llor de verdad del teslimonio pretende soste­

nerse sobre la inmediatez de la experiencia; y su capacidad

Page 27: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

.. ----

56 BEATRIZ SARLO

de contribuir a la reparación del daño sufrido (una repara­

~ión judicial indispensable en el caso de las dictaduras) la

iocaliza en aquell;:i dimensión redent~ra del pasado que

~enjamin reclamaba como deber mesiánico de una historia i . . .. ~nupos1t1v1sta. .

i Del lado de la historia (si es que pese a todas las heridas,

~por ellas justamente, queremos tener una historia, y escri-·

bo la palabra en singular para evitar que el tributo a un fe­

tichismo gramatical de los plurales cierre el problema de

l~ multiplicidad de perspectivas), el derecho de veto recla­

i¡iado por J~1 memqri<\ p.lqilJ~a un desafío. En las últimas

décadas la historia se acercó a la memoria y aprendió a in­

terrogarla; la expansión de las "historias orales" y de las mi­

crnhistorias ~s suficiente para probar que ese tipo de testi-' monios ha obtenido una escucha tanto académica como

mediática. El "deb~r de memoria" que impone el Holocrns­

to a la historia europea fue acompañado por la atención

prestada a las memorias de los sobrevivientes y las huellas

dejadas por las víctimas.

Sin embargo, hay que problematizar la extensión de esta

hegemonía moral, sostenida por un deber de resarcimien­

to, sobre todo hecho de memoria: "La legítima lucha por

no olvicbr el geuocidio de los judíos erigió un santuario de

b memoria y fuudú una 'nueva religión cívica', según b ex­

presió11 de Georges lknsoussan. Extendido por el uso a

otros ol~jetos hi~Lóricos, el 'deber de memoria' induce una

relación afrniva, moral, con el pasado, poco compatible

CRÍTICA üEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXl'ERlENClA 57

con la puesta en distancia y la búsqueda de imeligibilidad

que son el oficio del historiador. Esta actitud de deferencia '

de respeto congelado frente a algunos episodios dolorosos

del pasado puede hacer menos comprensible, en la esfera

pública, a la investigación que se nutre de nuevas pregun­

tas e hipótesis. Del lado de la memoria, me parece descu­

brir la ausencia de la posibilidad de discusión y de confron­

tación crítica, rasgos que definirían la tendencia a imponer

una visión del pasado".17 En medio siglo, el que va emre el

fin de la segunda guerra y el presente, la memoria ha gana­

do un estatuto irrefutable.

Es cierto que la memoria puede ser un impulso moral

de la historia y también una de sus fuentes, pero estos dos

rasgos no soportan el reclamo de una verdad más indiscuti­

ble que las verdades que es posible construir con y desde

otros discursos. Sobre la memoria no hay que fundar una

epistemología ingenua cuyas pretensiones serían rechaza­

das en cualquier otro caso.I8 No hay equivalencia entre el

derecho a recordar y la afirmación de una verdad del re­

cuerdo; tampoco el deber de memoria obliga a aceptar esa

equivale11ci<1. !Vbs bien, grandes líneas del pensamiento del

siglo XX se han permitido desconfiar frente a un discurso

17 Didit-r Cuiv;tn"h, l.a llli11wire rnl!a'/we. De la 1;·d1enhe a /'t'll!>1'ig11e111mL,

Croupe de Rechercl1e en l lis1oire l11rnedi;ttc, ec1sLex(IDuuil'-lls"'.!.fr. 18

Escribe Veue11i: "[la rnemnri;¡J tiende :1 1·e1· lus acon1t·ciwi" 11 w,;

desde una pnspcctiva ú11ica, recli;1z;t la ;unbigüedad y 1i;1sla reduce lus

acontecimientos a arq1wcipos fijadus".

Page 28: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

.-

58 BEATIUZ SARLO

de la memoria ejercido como construcción de verdad del

sujeto. Y el arte, cuando no busca mimetizarse con los dis­

cursos sobre memoria que se elaboran en la academia, LO­

mo sucede con algunas de las estéticas de la monumentali­

zación y contramonumentalización del Holocausto,19 ha

demostrado que la exploración no está encerrada sólo den­

tro de los límites de la memoria, sino que otras operacio­

nes, de distanciamiento o de recuperación estética de la di­

mensión biográfica, son posibles.

l~ Pienso en el discurso mimético entre crítica de ane y monumentos

y co11tramonurnentos. y¿ase, por ejemplo: James Young, !lt Afrmory's

l~'dge; A)ter-Imar;es in Coutempomry ilrt und Architature, Nueva York y Lon­

dres, Yak University Press, 2000. Por el comrario, el análisis de Anch'eas

Huyssen de la obra de Ansdn1 Kiefi:r permite pensar una intervt:nción

es1élict q ut: Lit: ne al ¡x1s;ido como objeto desdt: una perspectiva c¡ue no

rt:produce el discurso del ariist~t sobre su obra (En /msw del Jiituru /'erdi­

du; cultura y mellluria en lie111pu:; de glubaliz.aciuu, Buenos Aires, FCE, 2001).

3. La retórica testimonial

A la salida de las dictaduras del sur de América Latina, re­

cordar fue una actividad de restauración de lazos sociales y

comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio­

lencia de estado. Tomaron la palabra las víctimas y sus re­

presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo,

en los ·aúos sesenta, los antropólogos o ideólogos que re­

presentaron historias como las de Rigoberta Menchú o de

Dornitila; más tarde los periodistas).

Desde mediados de la década de 1980, en la escena euro­

pea, especialmente la alemana, se comenzó a escribir un

nuevo capítulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par­

te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu­

ción final y el papel activo del estado alemún en las políti­

cas de reparación y la monumentalización del Holocausto;

por la otra, la gran difusión de los escritos luminosos de

Primo Levi, donde sería dificil hallar ninguna afirmación

del saber del sujeto en el Lagn~ mis tarde, bs lecturas de

( ,. .. · 1\wirnbcn donde tam¡)ocn es posible encontrar .•101 g10 • ci" '

· · · i· d ontimistT el film Slwah ck CLtude Lu1z-una poslllYH ,l r <,

·oiiuso u 11 trat·imiento nuevo dd testimonio rnann, que pi r •

y IT!ltlllciú, al mismo tiempo, a la imagen de lus campos

Page 29: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

ti O BEATRIZ SARLO

de concentración, privándose, por un lado, de iconografía

y forzando, por el otro, el discurso ele los sobrevivientes.

La mención de acontecimientos podría seguir.! Todos

acompailaron procesos no siempre sorprendentes desde

el punto. de vista intelectual pero ele gran repercusión en

la esfera pública; el tema se colocó en un lugar muy visi­

ble y, en la práctica, prodttjo una nueva esfera de debate.

En una de esas casualidades que potencian sucesos signifi­

cativos y no pueden ser pasadas por alto, las transiciones

democráticas del sur de América coincidieron con un nue­

vo impulso de la producción intelectual y la d.iscusión

ideológica europea.2 Ambos debates se intersectaron de

1 "l\frricioné la creciente importancia del Holocausto como aconteci­

miemo fundacional <le la memoria no sólo europea. Esa percepción no

podía darse por descontada. Durante varias décadas, frente a la gigantes­

ca confrontación militar de la Segunda Guerra, el asesinato masivo de

los judíos tendió a ser tratado como algo más periférico, un epiaconteci-

111imlu, para decirlo de algún modo. Hoy lo miramos desde otra perspec­

tiva. El Holucausto pasó a ocupar el centro de la conflagración, y se ha

convenido en el acontecimienro nuclear negativo del siglo XX. Tene­

mos razones. para dudar de que esta perspectiva se correspondiera con

las percepciones históricas de sus contemporáneos". (Dan Diner, "Resti­

tution and ~lemory - The 1-!olocaust in Europcan Political Cultures",

New Ca11w11 Ciilit¡ui', numero 90, otoiio de :!003, p. 43.)

~En los últimos úios, por ejemplo, la discusión sob1-e must'O )' 1110nu-

111ento abrió otro capíudo. Vé;1se para el caso argcrnino: Cracicla Silves­

tri, "l\leu1orid )' 1nunuJ11<'nto. El ane eu los limites de la representación"

puhlicadu c-11 f'ut1to ifr \'üta, otl, dicinnbrt: clt: :!000, )' reproducido en

l.. .\rfuch (cu1np.), ft!entidrults, sujdos, subji:iividwln, cic. Tamhifa1 los es­

wdius de Amli t';1s 1-luysst:n para los casos est;1duttnide11se y alemán.

LA RETÓ!UCA TESTIMONIAL 61

modo inevitable, en esP.ecial porque el Holocausto se ofre­

ce como modelo de otros crímenes y eso es aceptado por

quienes están más preocupados por denunciar la enormi­

dad del terrorismo de estado que por definir sus rasgos

nacionales específicos.

Los crímenes de las dictaduras fueron exhibidos en un

florecimiento de discursos testimoniales, en primer lugar

porque los juicios a los responsables (como en el caso argen­

tino) demandaron que muchas víctimas dieran su testimo­

nio como prueba de lo que habían padecido y de lo que sa­

bían que otros padecieron hasta mmir. En sede judicial y en

los medios de comunicación, la indispensable narra~ión

de los hechos no fue recibida con sospechas sobre las posibi­

lidades de reconstruir el pasado, salvo por los criminales y

sus representantes, que atacaron el valor probatorio de la::.

narraciones testimoniales, cuando no las acusaron de ser fal­

sas y encubrir los crímenes de la guerrilla. Si se excluye a los

culpables, nadie (fuera de la sede judicial) pensó t:n someter

a escrminio metodológico el testimonio en primera persona

de las víctimas. Sin duda, hubiera tenido algo de monstruoso

aplicar a esos discursos los principios de duda mewdológica

que se expusieron más arriba: las víctimas hablaban por pri­

mera vez y lo que decían no sólo les concernía a ellas sino

que se convertía en "materia prima" de Ja indign:1ción y tam­

bi{:n en impulso de las transiciones democr{tticas, c¡ue en la

Argentina se hizo b<~o el signo del Nunca má~.

El shuck de la violencia de estado nunca pareció uu obs-

Page 30: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

62 BEATRIZ SARLO

táculo para construir y escuchar la narración de la expe­

riencia padecida. La novedad de esa experiencia, tan fuerte

como la novedad de los sucesos de la primera guerra a la

que se refería Benjamín, no impidió la proliferación de dis­

cursos. Las dictaduras representaron, en el sentido más

fuerte, un quiebre epoca! (como la gran guerra); sin em­

bargo, las transiciones democráticas no enmudecieron por

la enormidad de esa ruptura.· Por el contrario, en cuanto

despuntaron las condiciones de la transición, los discursos

comenzaron a circular y demostraron ser indispensables pa­

ra la restauración de una esfera pública de derechos.

La memoria es un bien común, un deber (como se dijo

en el caso europeo) y una necesidad jurídica, moral y polí­

tica. Sobre la aceptación de estos rasgos es bien dificil esta­

blecer una perspectiva que se proponga examinar crítica­

mente la narración de las víctimas. Si el núcleo de su verdad

tiene que quedar fuera de duda, también su discurso debe­

ría protegerse del escepticismo y de la crítica. La confianza

en los testimonios de las víctimas es necesaria para la insta­

lación de regímenes democráticos y el arraigo de un princi­

pio de reparación y justicia. Ahora bien, esos discursos testi­

moniales, como sea, son discursos y no deberían quedar

encerrados en una cristalización inabordable. Sobre todo

porque, en paralelo y construyendo sentidos con los testi­

monios sobre los crímenes ele las dictaduras, emergen otros

hilos de narraciones que no están protegidas por la misma

intangibilidad ni por el derecho de Jos que han padecido.

1

I· 1

/

LA RETÓRICA TESTIMONV\L 63

Dicho de otro modo: durante un tiempo (no sabemos

hoy cuánto) el discurso sobre los crímenes, porque denun­

cia el horror, tiene prerrogativas precisamente por el vínculo

entre horror y humanidad que comporta. Otras narracio­

nes, incluso pronunciadas por las víctimas o sus represen­

tantes, que se inscriben en un tiempo anterior al de los crí­

menes (los tardíos años sesenta y los primeros setenta del

sig-Io XX para el caso argentino), que suelen aparecer en­

trelazadas, ya porque provengan del mismo narrador, ya

porque se sucedan unas a otras, no tienen las mismas pre­

rrogativas y, en la tarea de reconstruir la época clausurada

por las dictaduras, pueden ser sometidas a crítica.

Además, si las narraciones testimoniales son la fuente

principal de saber sobre los crímenes de las dictaduras, los

testimonios de los .militantes, intelectuales, políticos, reli­

giosos o sindicales de las décadas anteriores no son la única

fuente de conocimiento; sólo una fetichización de la ver­

dad testimonial podría otorgarles un peso superior al de

otros documentos, incluidos los testimonios contemporá­

neos a los hechos <le los ar1os sesenta y setenta. Sólo una

confianza ingenua en la primera persona y en el recuerdo

de lo vivido p1·etendería establecer un ordeu presidido por

lo testimonial. Y sólo una c~racterizacióu ingenua <le la ex­

periencia reclamaría para dla una verdad m:ts alta. No es

muws positivista (en el sentido en que usú lknjamiu esta

palabra p<1ra caracterizar a lus "ht0 chos") b intangibilidad

de la experiencia vivida eu b narración testimonial (1ue la

Page 31: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

64 BEATRIZ SARLO

de un relato hecho a partir de otras fuentes. Y si no somete­

mos todas las narraciones sobre los crímenes de las dictadu­

ras al escrutinio ideológico, no hay razón moral para pasar

por alto este examen cuando se trata de las narraciones so­

bre los aúos que las precedieron o sobre hechos ajenos a

los de la represión, que les fueron contemporáneos.

Una utopía: no olvidar nada

Paul Ricueur se pregunta, en el estudio que dedica a las di­

ferencias ya clásicas entre historia y discurso, en qué pre­

sente se narra, en qué presente se recuerda, y cuál es el pa­

sado que se recupera. El presente de la enunciación es el

"tiempo de base del discurso", porque es presente el mo-. 1

mento de ponerse a narrar y ese momento queda inscripto

en la narración. Eso implica al narrador en su historia y la

inscribe en una retórica de la persuasión (el discurso perte­

nece al modo persuasivo, dice Ricueur). Los relatos testimo­

niales son ''discurso" en este sentido porque tienen como

condición un narrador implicado en los hechos, que no

persigue una verdad exterior al momento en que ella se

enuncia. Es inevitable la marca del presente sobre el acto

de narrar el pasado, precisamente porque, en el discurso,

el prese1ne tiene una hegemonía reconocida corno inevita­

ble y los tiempos verbales del pasado no quedan libres de

una "experiencia fenomenológica" del tiempo presente

lA RETÓRICA TESTlMONlAL 65

de la enunciación.:1 "El presente dirige el pasadu como un

director de orquesta a sus músicos", escribió Italo Svevo. Y,

como observaba Halbwachs, el pasado se distorsiona para

introducirle coherencia.4

Extendiendo las nociones de Ricreur, puede decirse que

la hegemonía del presente sobre el pasado en el discurso es

del orden de la experiencia y está sostenida, en el caso del

testimonio, por la memoria y la subjetividad. La rememora­

ción del pasado (que Benjamín proponía como la única

perspectiva de una historia que no reificara su objeto) no

es una elección sino una condición para el discurso, que no

escapa de la memoria ni puede librarse de las premisas que

la actualidad pone a la enunciación. Y, más que una libera-

3 Tnnps et réát, París, Seuil, 1983. Se cita de la edición de bolsillo, Pa-.

rís, Points, 1 <J<J l. [Tiempo y narración, México, Siglo XXI, 1983.J Se sabe

que Ricceur n:toma y perfecciona las nociones de historia y discurso,

propuestas por E. llenveniste y H. \Veinrich, preocupándose especial­

mente por considerar la capacidad del relato en desdoblarse en dos tem­

poralidades, la del momento de contar y la del tiempo de lo narrado, ca­

pacidad que constituye su dimensión rei1exiva original, que lo habilita

para exponer una experiencia finiva del tiempo, por una parte; y, por la

otra, quedar referido al tiempo en que se escribe esa experiencia.

4 Maurice Halbwachs, 011 Cul/alive lvlemory (editado y traducido por

Lewis Coser), Clticago y Londres, The U 11iversity of Chicagu Press, 109'.!,

p. 18'.1. Armettt: \Nicviorka afirma que el testimonio se desarrolla desde :m­¡.;-ulos "qtte pe1 ti:nece!l a la época en que se reali1;1, a panir de uu interro­

gante y ck u11~t expi:ctativa que también le son cunLempuráne;,s, ~1sig1óndo­

le lines que depc11de11 de apuestas políricas o ideológicas, que co111ribuyi:n

a crear un;1 u varias 111ernorias colecti\'as <:rráticas L'll su contenido, en su

forma, <'It su fünción y en su finalidad" (L'üe du timuiu, cit., f.l· U).

------------·----~-----------

Page 32: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

66 BEATRIZ SARLO

ción de lus "hechos" cosificados, como deseaba Benjamin,

es una atadura, probablernente inevitable, del pasado a la

subjetividad que rememora en el presente.

Las narraciones de la memoria también insinúan otros

problemas. Ricceur señala que es errado confiar en que la

narración pueda colmar la laguna de la explicación/ com-

. prensión: "Se ha creado una alternativa falsa que hace de la

narratividad tanto un obstáculo como un sustituto de la ex­

plicación".5 Hay dos tipos de int~ligibilidad: la narrativa y la

explicativa (causal). La primera está sostenida por un efec­

to de "cohesión", que proviene de la cohesión atribuida a

una vida y al sujeto que la enuncia como suya. Vezzetti ha

señalado que la memoria recurre preponderantemente o

siempre a formas narrativas, cuyas representaciones "que­

dan necesariamente estilizadas y simplificadas".6 Natural­

mente, la estilización unifica y traza una línea argumental

fuerte, pero también instala el relato en un horizonte don­

de radica la ilusión de evitar la dispersión del sentido.

Desde la perspectiva de la disciplina histórica, en cam­

bio, ya no se pretende reconducir los acontecimientos a un

origen; al renunciar a una teleología simple, la historia re­

nuncia, al mismo tiempo, a un úr~ico principio de inteligi­

bilidad fuerte y, sobre todo, apropiado para la intervención

en la esfera pública, donde los viejos discursos de una histo-

'• !.a 111,'111oi11', /'histoite, /'ouUi, cit., pp. '.107-:WS.

¡; J,w;ado y pr¿;mlt!, cit., p. 10:2.

LA RETÓRICA TESTJMON!AL 67

ria con argumento nítido prevalecen sobre las perspectivas

monogóficas de la historia académica. Precisamente el dis­

curso de Ja memoria y las narraciones en primer:.t persona

se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se e~.

capan; no sólo se articulan contra el olvido, tambi~n luchan

por un significado que unifique la interpretación .

En el límite está la utopía de un relato "completo", del

cual no quede nada afuera. La inclinación por el detalle y

la acumulación de precisiones crea la ilusión de que lo con­

creto de la experiencia pasada quedó capturado en el dis­

curso. Mucho más que la historia, el discurso es concreto y

pormenorizado, a causa ele su anclaje en la experiencia re­

cuperada desde lo singular. El testimonio es inseparable de

la autodesignación del sujeto que testimonia porque estuvo

allí donde los hechos (le) sucedieron. Es indivisible de su

presencia en el lugar del hecho y tiene la opacidad .de una

historia personal "hundida en otras historias".7 Por eso es

admisible la sospecha; pero al mismo tiempo el testimonio

es una institución de la sociedad, que tiene que ver con lo

jurídico y con un lazo social de confianza, como lo seilaló

Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra b muerte o la

vejación extrema, establece también una escena para el

dt1clo, fuucbndo así comunidad ;dlí donde fue desrruid~t.K

7 /,11 111f:mui11:. /'/11.1/uiu:, /'uuuh, cit., pp. ~0-1-'.WS.

H Es 11111y i11Lcrcs.111Lc el caso de b Comisión de b Vndc1d \' lfrco11ci­

liaciú11 pn11;111;1. Cornu lo sc1-1:tla Christopl1<-r vau Cinhol'<'ll Rt}, la CVR

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Page 33: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

68 llf'..1\TRIZ SAlU.O

El discurso de la memoria, convertido en testimonio, tie­

ne la ambición de la autodefensa; quiere persuadir al inter­

locutor presente y asegurarse una posición en el futuro;

precisamente por eso también se le atribuye un efecto repa­

rador de la subjetividad. Este aspecto es el que subrayan las

apologías del testimonio como "sanación" de identidades

en peligro. En efecto, tanto la adjudicación de un sentido

único a la historia, como la acumulación de detalles, pro­

ducen un modo realista-romántico, en el cual el st~eto que

narra atribuye sentidos a todo detalle por el hecho mismo

de que él lo ha incluido en su relato; y, en cambio, no se

cree obligado a atribuir sentidos ni a explicar las ausencias,

como sucede en el caso de la historia. El primado del deta­

lle es un modo realista-románticÓ de fortalecimiento de la

credibilidad del narrador y de la veracidad de su narración.

Por el c01~trario, Ja disciplina histórica se ubica lejos de la

utopía de que su narración puede incluirlo todo. Opera con

elipsis, por razones metodológicas y expositivas. Sobre esta

cuestión, Riccrur estableció una diferencia entre "individual"

"reconoció desde un principio que el testimonio 'es también una forma

de proces;1r un duelo largamente postergado', un 'instrumento terapéu­

tico' t'Scncial para la reconciliación, en la medida en que toda transición

üusc.1 reconciliar no solamente a la sociedad civil consigo misma, sino

tdmüién ;1 la lúgic1 política con la lógica del duelo". ("La construn ión

dt: la !"ttt:nle y los túndamt:ntos de la rccom:iliación en el Perú: análisis dd

flljunne jiwil ,k la Comisión de la Verdad v Reconciliación", rnirneo, lkp.

of Spanish <rncl l'ortuguese, New York University, ~005.)

LA RETÓlUCA TESTIMONIAL 69

y "específico" (que recuerda la definición lukacsiana de tipo):

"Paul Veyne desarrolla la aparente paradoja de que la histo­

ria no tiene como objeto el individuo sino lo específico. La

noción de intriga nos aleja de toda defensa de la historia co­

mo una ciencia de lo concreto. Incluir un elemento en una

intriga implica enunciar algo inteligible y, en consecuencia,

específico: 'Todo lo que puede enunciarse de un individuo

posee una suerte de generalidad'".9 Lo específico histórico

es lo que puede componer la intriga, no como simple detalle

verosímil sino como rasgo significativo; no es una expansión

descriptiva de la intriga sino un elemento constitutivo some­

tido a su lógica. El principio de la elipsis, enfrentado con la

idea ingenua de que todo lo narrable es importante, rige lo

específico porque, como sucede en la literatura, la elipsis es

una de las lógicas de sentido de un relato.

El modo realista-romántico

Cité a Susan Sontag en el comienzo. Su advertencia de que

frente a los restos de la historia hay que confiar menos en la

memoria y más en las operaciones intelectuales, compren­

der tan to o más e¡ ue recordar, se corresponde con la de

Y Paul Rico:ur, 'J~111/1s d r,irit, ciL, vol. 1: L'iuttigue el le riut ll11lurique,

p. 304. ( Tinupo y uarraáú11: Conjiguraáún del tiempo en el re/a/u !11stóriw, Mé­

xico, Siglo XXI, 1983.J

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Page 34: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

70 BEATIUZ SARLO

Annette Wieviorka, cuando afirma que vivimos" ... una épo­

ca en la que, de manera global, el relato individual y la opi­

nión personal ocupan muchas veces el lugar del análisis".lº

Si éste es el tono de la época, importa subrayar la poten­

cialidad explicativa de la intriga q~e, para dar alguna inteli­

gibilidad no importa cuán problemática a los hechos re­

construidos, debe mantener un control sobre el detalle. Es

cierto que la verdad está en el detalle. Sin embargo, si no se

lo somete a crítica, el detalle afecta la intriga por su abun­

dancia realista, es decir, verosimilizante pero no necesaria­

mente verdadera. La proliferación del detalle individual

cierra ilusoriamente las grietas de la intriga, y la presenta

como si ésta pudiera o debiera representar un todo, algo

completo y consistente porque el detalle lo certifica, sin te­

ner que mostrar su necesidad. El detalle, además, fortalece

el tono de verdad íntima del relato: el narrador que recuer­

da de ese modo exhaustivo no podría pasar por alto lo im­

portan te ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un

pliegue personal de su vida, y son hechos que ha visto con

sus propios ojos. En un testimonio los detalles no deben nun­

ca parecer falsos, porque el efecto de verdad depende de

ellos, incluso de su amontonamiento y repetición.11

lO v\'ieviurk.a, cit., p. l '.26.

11 A.sí lllnciollall los detalles en un relaw tan clásico y verosimilizante

colllo 1~1 11u11 jictiu11 o noveb doculllental de Miguel Bunassu: Fl prnid,,-nlt:

qur 1w ju<, But·nus Aires, Planeta, 1997. Durante 111{1s de seiscientas pági­

nas se repi1en las observaciones mínimas: el modo en que Hécwr C~un-

L\ RETÓIUCA TESTIMONlAL 71

Muchos relatos teMimoniales son excesivamente detalla­

dos, incluso proliferantes y ajenos a todo principio compo­

sitivo; esto es bien evidente en el caso de los desaparecidos

argentinos, chilenos, uruguayos, y de sus familiares. Sin em­

bargo, hay algunos textos en los que el detalle está contro­

lado por la idea de una representación restringida de la si­

tuación car~elaria y, en consecuencia, bastante más atenida

a sus condiciones. Pienso en 17ie Little School de la argentina

Alicia Partnoy. No casualmente, The Little School empieza

con el relato de la captura de Pannoy contado en tercera

persona, de modo que la identificación esté mediada por

un principio de distancia. Y casi en la mitad del libro, otro

texto en tercera persona vale como una especie de corte en

el movimiento de identificación autobiográfica; la tercera

persona es un compromiso con lo específico de la situación

y no simplemente con lo que elb tiene de individual. La

primera frase es "Aquel mediodía ella tenía puestas las

chancletas de su marido". Ese mundo familiar concreto se

quiebra con los golpes en la puerta; llegan los secuestrado­

res. En el primer capítulo, la presa-desaparecida recién tras-

pora 1naotiG1 uu bift:, sus miradas a las mujeres, su ropa a1ildada. La ver­

dad de lo que c:unpura dice o h:1ce en la eskra política esr:, apoyada en

b creencia que cuns1ruyen t·sus detalles que irnet;:.u1 un "'dispusitivu de

prueb:t". Véase: H. S., "Cuando la política erajovell", i'u11lo de \/i;f11, nú­

mero !)8, agustu de l 9~J7. E11 ese anículu umbién se lllLºllCirn1:1 La vul1w­

lad de l'vbrtín Caparrús y Eduard<1 Anguit:i (Hnenos Aires, Nurn1:1, 1 <J<J7

y l9~J8).

-'-''e'"==~------------------------------

Page 35: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

72 BEATRIZ SARLO

ladada a "la escuelita", por deb;;tjo de las vendas que le im­

piden ver, reconoce una mancha azul y gotas de sangre: son

Jos pantalones de su marido. Nada más, excepto la resolu­

ción de registrarlo todo (mirando de través, hacia el piso,

por la ranura del trapo que le tapa los ojos) .12 Por la repeti­

ción de lo insignificante, los detalles en The Little School se

niegan a crear un pleno de representación. Pa1~tnoy los or­

dena sabiendo que son demasiado pocos y demasiado po­

bres, porq uc;: pertenecen a una experiencia mutilada por la

inmovilidad permanente y la oclusión de lo visible. El deta­

lle insignificante y repetido se adecua mejor que la prolife­

ración a lo que ella relata.

Cualquier suma de detalles no puede evitar el encierro de

una historia en los interrogantes que le dieron origen. Los

hijos de desaparecidos lo dicen de diversas maneras: sienten

que el relato queda siempre incompleto y que deben seguir

construyéndolo. Esto tiene una dimensión dramática y jurí­

dica que habla de la minuciosa destrucción de los rastros rea­

lizada por los responsables de las desapaiiciones.

En otros .casos, cuando la historia que se quiere recons­

truir no es ::;ólo la de un padre o madre asesinados, cuando

lo que se busca comprender no es tanto el lugar o las cir-

I~ Alicia Partnoy, The Lillle Schuol; Tales of Disaf!peara11Ce and Survival,

Sau .Francisco, Midnighc Editions, 1986. Llego a este libro gracias a Fran­

cinc Masidlo. Sobre Parmoy, véase: Diana Taylor, Disappearing Acts; Spec­

taclrs uf Gmder all<l Nutionalis11t in J\rgmtina's "Dírty \·Var', Durham y Lon­

dres, Duke University Press, 1997, pp. 162 y ss.

LA RETÓRID\ TESTIMONIAL 73

cunstancias de la muerte y el destino del cuerpo, cuando las

pretensiones de la narración exceden la búsqueda <le una

respuesta a una pregunta sobre las condiciones en que se

ejerció la violencia de estado para incluir el paisaje cultural y

político previo a las intervenciones militares, quedan Lien en

evidencia las de.bilidades de una memoria que recuerda de­

masiados detalles no significativos, una memoiia que, como

no podría ser de otro modo, a veces entiende y a veces no

entiende aquello mismo que reconstruye. Es en este momen­

to cuando la ilusión de una representación completa produ­

ce disquisiciones narrativas y descriptivas, digresiones y des­

víos cuyo motivo sólo es que eso aconteció al narrador o a~

sajeto que éste evoca. Y, entonces, la proliferación multiplica

los hilos de un relato testimonial sin encontrar la razón argu­

mentativa o estética que sostenga su trama. Éste es el caso

del libro de Cristina Zuker que tiene como objeto la vida de

su hermano Ricardo, militante montonero, desaparecido en

la fracasada contraofensiva iniciada en 1979. El subtítulo Una

saga familiares especialmente apropiado a la empresa recons­

tructiva que comienza con los abuelos maternos y paternos

de ambos hermanos, su infancia, la relación con sus padres,

la relación entre sus padres, los conilictos psicológicos de

una familia, las preferencias cotidianas, todo ellu como un

preámbulo que se ju1.ga necesario (como sis<· tratara de una

novela realista) antes de entrar en los aíios setenta; e incluso

en esos aüos, los detalles de la vida familiar, los niii.os, el des­

tino de los h~jos de desaparecidos o combatientes, ocupan

--·--=,,,,.~~-----------------------

Page 36: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

74 BEATRIZ SAllLO

porciones importantes del relato que, así, se sostiene sobre

una dimensión afectiva de rememoración. Ceüida a la idea

realista de novela, Zuker escribe un capítulo final donde, co­

mo en Dick.ens, se sigue el destino d~ los personajes, en algu­

nos casos hasta su muerte, que es presentada como emble­

mática de lo que sufrieron en vida, sin que esas aclaraciones

finales tengan una razón compositiva que los vincule a la his­

toria central que, de todos modos, ha ido bifurcándose en

un testimonio de la autora sobre la relación con su hermano

y muchas otras cosas.13

Entre detalle individual y relato teleológico hay una rela­

ción obvia aunque no siempre visible. Si la historia tiene un

sentido establecido de antemano, los detalles se acomodan

a esa dirección incluso cuando los propios protagonistas se

demoren en percibirla. Los rasgos, peculiaridades, defectos

menores y manías de los personajes del testimonio termi­

nan organizándose en algún tipo de necesidad inscripta

más allá de ellos. El !nodo que denominé realista-románti­

co se adapta bien a estas características de la narración tes­

timoni<tl que,justamente por estar respaldadas por una sub­

jetividad que narra su experiencia, dan la impresión de

colocarla m{1s allá del examen.

La cualidad romántica tiene que ver con dos rasgos. El

primero, pur supuesto, es el centramiento en la primera

l:l Cristin;t Zukn, J:'l trm de la victuiia; 1111a saga jú111ilúu, Buenos Aires,

Suda111ericana, '.200:1.

LA RETÓRICA TESTIMONIAL 75

persona, o en una tercera persona presentada a través del

discurso indirecto libre que entrega al narrador la perspec-

¡ tiva de una primera persona. El narrador confía en la re­

presentación de una subjetividad y, con frecuencia, en su

expresión efusiva y sentimental, que remite a un horizonte

narrativo identificable con la "nota de color" del periodis­

mo, algunas formas del non fiction o las malas novelas (soy

1 consciente de que el adjetivo "malas" despierta un resque­

mor relativista, pero quisiera que se admita que existen no­

velas a las que puede aplicarse ese adjetivo).

Además, los textos de inspiración memorialística produci­

dos sobre las décadas de 1960 y 1970 se refieren a la juventud

• de sus protagonistas y narradores. No se trata de un simple

, dato demográfico (la mitad de los muertos y desaparecidos

argentinos tenían menos.de veinticinco aüos), sino más bien

de la creencia en que cierta etapa de una gigantesca moviliza­

ción revolucionaria se desarrolló b<tjo el signo inaugural e in­

minente de la juventud. Las organizaciones de derechos hu­

manos desde los aüos de la dictadura argentina hablaron,

especialme11te las Madres y más tarde las Abuelas, de "nues­

tros h~jos", fijando en una consigna un argumento poderoso:

sacriiicados en plena juventud precisamente porc¡ ne respon­

dían a una imagen de la juventud c¡ue coincide COJl el senti­

do cornún: desinterés, ímpetu, idealismo. La cualidad juvenil

se enfatiza cuando los hUos de esos militallles lllttl·rtos u de­

saparecidos duplican el efecto de juventud, destacando que

ellos son, en la actualidad, mayores que sus padres en el mu- 1 ¡ ---·----· _____ _....,:.;:;;...-· . ...._ ______________ _,_

Page 37: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

76 BEATRIZ SAIU.O

mento en que éstos fueron asesinados. Entre las Madres y los

Hijos, el sujeto de la memoria de estas décadas es la juventud

esencial, congelada en las fotografías y en la muerte.

Es evidente que para las víctimas o los familiares de las

víctimas, armar una historia es un capítulo en la búsqueda

de una verdad que, de todas formas, la reconstrucción en

modo realista-romántico de los hechos no está invariable­

mente en condiciones de restaurar. La práctica de esa narra­

ción es un derecho, y, al ejercerlo, aunque lo incomprendi­

do del pasado subsista, y la narración no pueda responder a

las preguntas que la generaron, e! recuerdo como proceso

subjetivo abre una exploración que es necesaria al sujeto que

recuerda (y al mismo tiempo lo separa de quienes se resisten

a recordar). La cualidad realista sostiene que la acumulación

de peripecias produce el saber buscado y que ese saber po-. 1

dría tener una significación general. Reconstruir el pasado

de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a través de testi­

monios de fuerte inflexión autobiográfica, implica que el su­

jeto que narra (parque narra) se aproxima a una verdad que,

hasta el momento mismo de la narración, no conocía total­

mente o sólo conocía en fragmentos escamoteados.

¿Qué fue el presente?

La memoria es siempre anacrónica: "un revelador del pre­

sente", escribió Halbwachs. La niemoria no es invariable-

LA RETÓIUCA TESTIMONIAL 77

mente espontánea. En Shuah los aldeanos polacos, a quienes

Lanzmann obliga a recordar, con violencia verbal y acosán­

dolos con la cámara, responden sobre una época que se ven

forzados a traer hasta el presente en el que están respon­

diendo; lo mismo sucede con los sobrevivientes de los cam­

pos de concentración, empujados a ir más allá de lo que re­

cordarían librados sólo a una rememoración espontánea.

Lanzmann fuerza a los aldeanos polacos que vivieron cerca

del emplazamiento de los campos a que recuerden lo que

han olvidado, lo que no quieren recordar, sus propias mise­

rias e indignidades frente a los trenes que pasaban con las

víctimas; y también obtiene más recuerdos que los "espontá­

neos" en los sobrevivientes, a quienes persigue con su cáma­

ra hasta que algunos de ellos le piden que dé por terminada

la entrevista. En ambos casos, se trata de una imposición de la

memoria. Tanto en los aldeanos como en los sobrevivientes,

aunque de maneras diferentes, la memoria es exigida más

allá de lo que los sttjetos pensaron que podía serlo y más allá

de sus intereses y voluntades. A.sí, la memoria del Holocaus­

to se descentra, no porque abandone la escena de masacre,

sino porque va a ella a pesar de quienes dan su testimonio,

presionando sobre el recuerdo acostumbrado.

El saber que Lanzmann tiene de los campos empuja la

memoria <k las víctimas o de los testi'.~os para hacerles de­

cir m{ts de lo que dirían librados a su espomaneidad. La in­

tervención es una forzadura de la memoria espont<Ínt>a de

aquel pasado y de su codificación en una narración conven-

Page 38: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

80 BEA.TIUZ SAIU.O

enfatizado en función de una acción política o moral en el

presente, lo que utiliza como dispositivo retórico para argu­

mentar, para atacar o defenderse, lo que conoce por expe­

.riencia y lo que conoce por los medios, que se confunde, des­

pués de un tiempo, con su experiencia, etcétera, etcétera.14

La impureza del testimonio es una fuente inagotable de

vitalidad polémica, pero también requiere que su sesgo no se

olvide frente al impacto de la primera persona que habla por

sí y estampa su nombre corno reaseguro de su verdad. Tanto

como las de cualquier otro discurso, las pretensiones de ver­

dad del testimonio son eso: un reclamo de prerrogativas. Si

en el testimonio el anacronismo es más inevitable que en

cualquier otro género de la historia, ello no obliga a aceptar

lo inevitable como inexistente, es decir, olvidarlo precisamen­

te porque no es posible eliminarlo. Al contrario: hay que re­

cordar la cualidad anacrónica porque es imposible elimiuarla.

Cuando me refiero al anacronismol5 entiendo el que

Georges Didi-Huberman llama "trivial", que no ilumina el

pasado sino que muestra los límites que la distancia pone pa­

ra su comprensión. Sin embargo, Di<li-Huberman reconoce,

H FliLabetlt Jdin escribe: "La memoria es una fuente crucül para la

ltistori:1, ;1un ()' especi~1hnnlle) en sus tergiversaciunes, desplazami"ntos

y negaciones, que plantean enig·rnas )'preguntas abienas a la investiga­

ciún" (1.os lm&ajus de la 111mwria, Madrid, Siglo XXI de Espaiía EditlH"eS­

Siglu ~Xl de :\1ge11ti1u Editores, '.200'.!, p. 75).

I'> Retomo ~tlgunas ideas de llli trabajo l.a pasión y la excepciá11, Buenos

:'\ires, Siglo XX!, '.2003.

LA RETÓRICA TESTIMONIAL 81

frente a la trivialidad de remitir todo pasado al presente, una

perspectiva desde la que se descubre en los sucesos pretéri­

tos "un ensamblaje de anacronismos sutiles, fibras de tiempo

entremezcladas, campo arqueológico a descifrar".16 En este.

sentido, el anacronismo nunca podría eliminarse completa­

mente y sólo una visión dominada por la generalización abs­

tracta podría confiar en aplanar las texturas temporales que

no sólo son las que arman el discurso de la memoria y de la

historia, sino que muestran de qué sustancia temporal hete­

rogénea están tejidos los "hechos". Reconocer esto, sin em­

bargo, no implica que todo relato del pasado se entregue a

esa heterogeneidad como a un destino fatal, sino que traba-

16 Georges Didi-Huberman, Deuant le temps; histoire de l'art el anachronis­

me des images, París, Minuit, 2000, pp. 36-37. De acuerdo con Jacques Ran­

ciere, Didi-Huberman sugiere que estos objetos nos colocan frente a un

tiempo que desborda los ma1·cos de una cronología: "Ese tiempo, que no

es exactamente el pasado, tiene un nombre: es la meuwiia ... que humaniza y

configura el tiempo, entrelaza sus fibras, asegura las transmisiones, y se

condena a una esencial impureza ... La mnnoria es psú¡uica en su proce­

so, anacráuica en sus efectos de Ill(Jllt;tje, de reconstrucción o de 'decanta­

ción' del tiempo. No puede aceptarse la dimensión memorativa de la his­

toi:ia sin aceptar, junto a ella, su anclaje en el inconsciente y su dimensión

anacróHica". La cita de Ranciere pertenece a "Le concept d"machronis­

rne et b váitt· de !'historien", L'foactud, número u, l 99ti. En su muy inte­

n:sante tr:diajo sol.l!'e la memoria popular del fascismo (Fasciom in Pvpular

Memory; Cambridge University Press, 1987), Lui'a Pas~erini trabaja los

desliz;uuinllos de tic1upo y de interpretación, scúalando l[ll" el testilllo­

nio es i11dudible u1 b Illedida en que el ubjew dd historiador ;;ea el de

reconstruir la forma en que una configuración de hechos h:1 impanado

sobre los sujdos contemporáneos a ellos.

·---- :z:::-

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Page 39: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

78 llL\TRlZ SARLO

cional, sobre la que se ejerce la presión de un saber cons­

truido en el presente. Los aldeanos o las víctimas también

hablan en el presente e, inevitablemei:ite, saben más de lo

que sabían en el momento de los hechos, aunqt1e también

hayan olvidado o buscado el olvido.

Esta discordancia de los tiempos es inevitable en las na­

rraciones testimoniales. También la disciplina histórica está

perseguida p¿r el anacronismo y uno de sus problemas es

precisamente reconocerlo y trazar sus límites. Todo discurrir

sobre el pasado tiene una dimensión anacrónica; cuando

Be1tjamin se inclina por una historia que libere el pasado de

su reificación, ·redimiéndolo en un acto presente de memo­

ria, en el impulso mesiánico por el que el presente se haría

cargo de un~ deuda de sufrimiento con el pasado, es decir,

en el momento en que la historia se plantea construir un pai­

saje del pasado diferente del que recorre, con espanto, el án­

gel de Klee, está indicando que el presente no sólo opera so­

bre la construcción del pasado sino que es su deber hacerlo.

El anacronismo benjaminiano tiene, por una parte, una

dimensión ética y, por la otra, participa de la polémica con­

tra el fetichismo documental de la historia científica de co­

mienzos del siglo XX. Sin embargo, la crítica de la cualidad

objetiva atribuicb ~.t la reconstrucción de los hechos, no ago­

lad problema ele la doble inscripción temporal de la histo­

ria. Lt indicación de Bcnjamin podría también ser leída co­

rno una kcción a historiadores: mirar el pasadu con los ojos

ck c¡uienes lo vivieron, para poder captar allí el sufrimiento

LA RETÓRIC·\ TESTIMONIAL 79

y las ruinas. La exhortación sería, en este caso, metodológi­

ca y, en lugar de fortalecer el anacronismo, sería un instru­

mento para disolverlo.

Estas cuestiones de perspectiva se plantean para encarar

un problema que, ele todos modos, persistirá. La historia no

puede simplemente cultivar el anacronismo por elección,

porque se trata ele una contingencia que la golpea sin inte­

rrupciones y está sostenida por un proceso de enunciación

que, como se vio, es siempre presente. Pero sucede que la

disciplina histórica sabe que no debe instalarse cómodamen­

te en esta doble temporalidad de su escritura y de su objeto.

Esto la distingue ele las narraciones testimoniales, donde el

presente de la enunciación es la condición misma ele la re­

memoración: es su materia temporal, tanto como el pasado

es aquella materia temporal que quiere recapturarse. Las na­

rraciones testimoniales están cómodas en el presente por­

que es la actualidad (política, social, culmral, biográfica) la

que hace posible su difusión cuando no su emergencia. El

núcleo del testimonio es la memoria; no podría decirse lo

mismo ele la historia (afirmar que es preciso hacer historia

wmo si se recordara sólo abre una hipótesis).

El testimonio puede permitirse la anacronía, ya que se

compone con lo que un SL!jeto se pe1 mitc o puede recordar,

lo que olvida, Ju L\Lle calla intencionalrnente In que uwdili­

ca, lo que invenu, lo que transfiere de un tono o género a

otro, lo que sus iustrumentos cultur~tles le permiten captar

del pasado, Ju que sus ideas actuales le indican que debe ser

l

Page 40: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

82 BEATRIZ SARJ.O

je c~n elb para alcanzar una reconstrucción inteligible, es

denr: que sepa con qué fibras está construida y, como si se

tratara de la u-ama de i.in tejido, las disponga para mostrar

del mejor modo el diseiio buscado.

Sin duda, no es un ideal de conocimiento renunciar a la

densidad de temporalidades diferentes. Indicaría solamente

un deseo de simplicidad que no alcanza para recuperar el

pasado en un imposible "estado puro" Coino al d. . · guna vez i-

JO Althusser, no existe el cráneo de Voltaire niño p . ero para

pensar el pasado, también es insuficiente la tendencia a colo-

car allí las formas presentes de una.subietividad . l J que, sm p an-

tearse una diferencia, cree encontrar el ''cráneo de Voltaire

niño" cuando, en realidad, está dando una forma entera­

mente nueva a los objetos reconstruidos. Para decirlo con un

ejemplo: la idea de derechos humanos no existía en las déca-

e os movmuentos revoluciona-das de 1960 y 1970 dentro el 1 · ·

rios. y si es imposible (e indeseable) extirparla del presente,

tampoco es posible proyectarla intacta hacia el pasado.

La memoria, ra1 corno se ha venido argumentando, so­

porta Ia tensión y las tentaciones del anacronismo. Esto suce­

de en los testimonios sobre los años sesenta y setenta, tanto

los que provienen de los protagonistas y estún escritos en pii­

mera persona, como los producidos P.ºr técnicas etnográfi­

cas que utilizan uua tercera persona muy próxima a Ja pri­

mera (lo que en literatura se denomina discurso indirecto

libre). Frente a esta tendencia discursiva habría que tener en

cuenla, en primer lug;ir, que el pasado recordado es <lema-

83

LA RETÓRIC\ TESTUv!ONiAL

siado cercano y, por ttso, todavía juega funciones políticas

fuertes en el presente (véanse, si no, las polémicas sobre los

proyectos de un museo de la memoria). Además, quienes re­

cuerdan no están retirados de la lucha política contemporá­

nea; por el contrario, tienen fuertes y legitimas razones para

participar en ella y para invertir en el presente sus opiniones

sobre lo sucedido hace no tanto tiempo. No es rn:cesario re­

currir a la idea de manipulación para afirmar que las memo­

rias se colocan deliberadamente en el escenario de los con­

tlictos actuales y pretenden jugar en él. Por último, sobre las

décadas del 60 y 70 existe una masa de material escrito, con­

temporáneo a los sucesos -folletos, reportajes, documentos

de reuniones y congresos, manifiestos y programas, cartas,

diarios partidarios y no partidarios-, que seguían o anticipa­

ban el transcurso de los hechos. Son fuentes ricas, que sería

insensato dejar de lado porque, a 1nenudo, dicen mucho más

que los recuerdos de los protagonistas o, en todo caso, los

vuelven comprensibles ya que les agregan el marco de un es­

píritll de época. Saber cómo pensaban los militantes en 1970,

y 110

limitarse al recuerdo que ellos ahora tienen de cómo

eran y actuaban, no es una pretensión reificante de la subje­

tividad ni un plan para expulsarla de la historia. Significa, so­

lame11te, que la "verdad" no re:;ulta del sometimiento a una

perspectiva rnernorialísrica qLte tiene límites ni, nrncho me-

nos, a sus opt~raciones tácticas. Por supllesto, esos línütes afecL:tn, colllO no podría sl'.r

de otra forma, los testirnonios lk quieues resultaron victi-

Page 41: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

84 BEATRIZ SARLO

mas de las dictaduras; ese carácter, el de víctimas, interpe­

la una responsabilidad moral colectiva que no prescribe.

No es, en cambio, una orden de que sus testimonios que­

den sustraídos del análisis. Son, hasta que otros documen­

tos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a

los militares, si es que se logra recuperar los que se ocul­

tan, si es que otros rastros no han sido destruidos), el nú­

cleo de un saber sobre la represión; tienen además la tex­

tura de lo viyido en condiciones extremas, excepcionales.

Por eso, son irreemplazables en la reconstrucción de esos

años. Pero el atentado de las dictaduras contra el car~cter

sagrado de la vida no traslada ese carácter al discurso tes­

timonial sobre aquellos hechos. Cualquier relato de la ex­

periencia es interpretable.

Las ideas y los hechos

¿Cuánto de las ideas que movilizaron los años sesenta y se­

tenta queda en los relatos testimoniales?

La pregunta importa porque aquella fue una época fuer­

temente ideológica, tanto en la izquierda como en la dere­

cha (ninguna de las dos había sido atravesada por el prag­

matismo). Éste es un rasgo diferencial, una cualidad que

hace al tono de la época y que se descubre muy rápidamen­

te no sólo cuando se leen los textos francamente políticos,

lo cual es obvio, sino cuando se leen también los diarios y

LA RETÓRICA TESTIMONIAL 85

semanarios de la industria cultural. La televisión no había

implantado una hegemonía completa; la prensa escrita se­

guía siendo el principal medio de información; quien, en

una hemeroteca, ocupe dos horas en la consulta de los co­

tidianos populares argentinos de ese período quedará pro­

bablemente asombrado, tanto como quien compruebe que

los Diarios de Ernesto Guevara fueron serializados en la re­

vista más sensacionalista de fines de los aú.os sesenta, en la

que compartieron página con las noticias policiales y las ve­

dettes del teatro de revistas. En la Argentina, en los primeros

años setenta, se consumían más diarios por habitante que

en la actualidad y el noticiero televisivo no había ree~pla­

zado todavía al diario popular vespertino que le ofrecía a su

público varias páginas de información sindical, en un mo­

mento de radicalización del sindicalismo.

El clima de época no se definía sólo por afinidades prag­

máticas o por identificaciones afectivas. Las ideologías, le­

jos de declinar, aparecían como sistemas fuertes que or­

ganizaban experiencias y subjetividades. Fueron décadas

ideológicas, donde lo escrito desempeñaba todavía un pa­

pel importante en la discusión política por dos razones: por

un lado, se trataba de la práctica de capas medias, escolari­

zadas, con direcciones que provL'.nÍan de la universidad o

de encuadramientos sindical-políticos donde la batalla de

las ideas era fundamental; por otro lado, la mayoría de la

militancia y el activismo era joven y reforzaba el carácter

ilustrado de franjas importantes de los movimieutos.

Page 42: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

86 BF.ATRlZ SARLO

Se crda que las viejas lealtades políticas tradicionales po­

dnan o disolverse o rnodificarse, y que las tradiciones polí­

ticas debían ser reivindicadas porque su transformación

ideológica las integraría en nuevos marcos programáticos.

Estas operaciones no podían realizarse sin un fuerte com­

poneme letrado en los cuadros de dirección y en los secto­

res intermedios, e incluso en la base de. las organizaciones.

El imaginario de la revolución era libresco y esto se mani­

festaba en la insistencia sobre la formación teórica de los

militantes; las discusiones entre organizaciones se alimenta­

ban de citas (por supuesto, recortadas y repetidas) de algu­

nos textos fundadores, a los que había que conocer. La po­

lítica de esos aiios, con diferencias de periodización según

las naciones del sur de América, giraba tanto ah,ededor de

algún texto sagrado como de la voluntad revolucionaria. O,

más bien, la voluntad revolucionaria tenía algún libro en su

origen, como tenía también a algún país socialista (Cuba,

Vietnam, China). La importancia de la "teoría" (una ver­

sión simplificada para usos prácticos), sobre todo en el cam­

po marxista, les dio un carácter singularmente doctrinario

a muchas imervenciones políticas y sería un error pensar

que esto sucedía sólo en el espacio universitario o que era

protagonizado exclusivamente por la pequeüa burguesía.

111cluso los popufomos revolucionarios sostenían su acción

t·n u11 imaginario cu 71as fuen ces eran escritas.

Hast~i leer los cientos de púginas de los movimientos nis­

ti;mos radicalizados, donde las interpretaciones de las encí-

LA RETÓRICA Tl-:STIMONIAL 87

clicas y de los Evangelios fueron verdaderos tjercicios de se­

cularización de la teología, que tuvieron influencia no sólo

sobre las organizaciones políticas si110 también sobre mu­

chos obispos de América Latina.17 Cruzándose, mezclándose

y contaminándose con las versiones marxistas, dependentis­

tas, nacionalistas y en confluencia con el peronismo radicali­

zado, un relato de origen cristiano, el milenarismo, produjo

una masa de textos que, en un extremo, integraba la ''teolo­

gía de la liberación" y, en el otro, la teoría de la lucha arma­

da, ya que la nueva sociedad estaría precedida por una etapa

de destrucción reparadora. El milenarismo fue profético y a

través de sus profetas, comenzando por la palabra de Cristo,

sus legiones se reconocen y organizan. La profecía llega al

presente desde el pasado, auto1izando el cambio que ha sido

anunciado en los textos sagrados. En América Latina, el cris­

tianismo revolucionario de los aúos sesenta y setenta marcó

el momento de mayor compacidad y penetración de este dis­

curso. Se leyó la Biblia en clave tercermundista y se divulga­

ron versiones secularizadas del mens:~e evangélico. Los do-

17 Una auwlugía de Lt'XlOS y un panorama hisLÓrico puedt'.n cncomr;.11,

se en BcatriL S;trlu, J.a h11lal/11 de las idms, Bue u os Aires, Ariel, '.WU l, donde

Carlos Alumir;u10 escribió el capítulo sobre Lts posiciones nacional-popu,

lares. Cbudi;t ( :ihu;m l1a estudiado los debates itlleknuales de t''il<'. perío­

do en uu lilJru exceleult'.: l.a pluma y la t;p11d11, liuu1os Aires, Siglo XXI,

~003. !';u a u11;t lwrs1wni\';\ cum1Jarati\'a con el ctsu fr.u1c6s, v('ª''' el ya ci­

tado libro <fr Jc·;u1-l'icn<' Le Cuff, que r<"aliza, a prupósitu de 1\byo del ti8

y los aúos siguie111es, u11 estudio cuyo eje es la hisw1i;t de las ideas.

'1

1

Page 43: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

88 BEATRIZ SARLO

cumentos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mun­

do, la revista üistianismo y Revolución, la teología de la libera­

ción del cura peruano Gustavo Gutiérrez, prepararon el sue­

lo ideológico donde el milenarismo cristiano se encontró

con la radicalización revolucionaria.IS

Las ideas eran defendidas como núcleo constitutivo de la

identidad política, sobre todo en las fracciones marxistas del

movimiento radicalizado. La afirmación de la primacía inte­

lectual no debería tomarse como descripción de lo que efec­

tivamente sucedía con los sujetos, sino como indicación de

qué debía suceder. Pero esta indicación en sí misma era un

elemento activo de la realidad e incidía en la configuración

de las identidades políticas: la utopía de una teoría revolu­

cionaria que informara y guiara la experiencia presionaba

sobre la práctica cotidiana de los movi.mientos. Esto no con­

virtió a todos los militantes en eruditos, pero señaló uh ideal.

En las fracciones populistas, como lo fue el peronismo re­

volucionario en la Argentina, por un lado, se reivindicaba

una identidad histórica fundada en la identificación con un

líder carismático, y se planteaba la oposición entre elites le­

tradas y pueblo como una línea divisoria de la historia nacio­

nal, tan fuerte como la que oponía la nación al imperialis­

mo; por el otro, se difundía esa misma historia en versión

escrita, ensa¡'Ística, que era leída y aprendida por miles dejó-

lH Véase "Estudio preliminar", cap. ll, "Cristianos en el siglo'', en:

Beatriz Sarlo, La balalla de las ideas, cit.

89 LA RETÓIUCA TESTIMONlAL

venes que encontraban en algunos autores "nacionales" y en

la teoría de la dependencia de Cardoso y Faletto las claves

para ejercer, al mismo tiempo, un antiintelectualismo histori­

cista junto con una formación libresca en esa tradición de lu­

chas nacionales que los viejos sectores populares no habían

aprendido en los libros pero que los recién llegados al movi­

miento debían aprender en ellos. El debate sobre la natura­

leza del peronismo fue claramente ideológico y estuvo mar­

cado por intervenciones intelectuales y académicas.19

Los caminos de la revolución (las "vías"), las fuerzas so­

ciales que se aliaban 0 se oponían en su recorrido (los fren­

tes, la dirección, las etapas, las tareas, según el vocabulario

de la época), y el tipo de organización (partido, movimien­

to, ejército revolucionario, y sus respectivas células, forma­

ciones, jerarquías, comunicación y compartimentación) .

eran también capítulos doctrinarios fundamentales y obje­

to de debate no sólo en la prensa partidaria.20

1 d 1 b · d J an Carlos Portan-lY La más alta, seguramente, fue a e tra ;~o e u

tiero y Miguel Murmis, Estudio sobre los orígenes lle'. peroni>1'.t0, Buenos

Aires, Siglo XXI, 2004 (1971). Véase para una historia de las ideas s~bre

1 · . c·

1-Jos· Altainirano Bay·u el signu de las masas, lluenos Aíres,

e perorusmo. ,1 '

Ariel Historia, 200 l. · . 20 La importancia de una revista como Pasado y l

1

rnmlé, y de '.ª sene

Je obras de las más diversas líneas de la tradición marxista apareo<las en ,, d' · ·<l ·.por José Aricó no t·s 1111

los "Cuadernos de Pasado y Presente , mg1 os • dato solitario ni excepcional del período. Pasado y Prnente represe11t~1 el

nivel intdeclllal más sofisticado, pero funnaba parte de un campo _d~ publicaciones, dentro del cual los fascículos del Centro EdiLOr de Amen-

_______ ,..,._......_ ___ ._,_·=· i:=u;:::::z;;.. ___________________ ....,. ..

Page 44: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

90 BEATRIZ SARLO

La emergencia de la guerrilla motivó, en el caso argenti­

no, que revistas y semanarios del mercado pusieran esta dis­

cusión, de larga tradición en el movimiento comunista y so­

cialista, a disposidón de sus lectores. Ese desborde de temas

de la teoría revolucionaria_ hacia la prensa de información

general, que se comprueba cada vez que se examinan perió­

dico~ de la época, marca también un proceso de difusión ha­

cia capas medias que no necesariamente se incluían en las

organizaciones. Las vanguardias políticas de ese período for­

maron parte de un movimiento más amplio de renovación

cultural que acompaüó los procesos de modernización so­

cioeconómica de b década del sesenta. Los cambios cultura­

les y en las costumbres fueron impulsados por una genera­

ción que dejó su marca también en el periodismo, en nuevas

formas de vida y en las vanguardias estéticas.

Todo esto es sabido, Ahora bien, si el período fue esce­

nario de un importante giro en las ideas que no se vivió so­

lamente en ''estado práctico" sino bajo formas discursivas,

textuales, librescas; si el imaginario político, lejos de confi­

gurarse contra lo letrado, recurría a una cultura ilustrada

ca Latina (que se \'cndían en kioscos por decenas de miles) obtenían Ja

llla)'Or difusión rnasi\';1. Lis colecciones del Centro Editor como Siglu-

1111rndu (dirigida porjurge L1fforgue), Ja lfato1ia del sindicalismo (dirigida

pür :\.lbnto l'Li), e i11cl11so l'ull:mica, un:t histotü argenti11a dirigida por

Havdee Corosteg LLi de Turres, con mayo1· incidencia de Jos hiswriadures

profc~ioiuks, funn:tli;111 una l.iiblioteca política popular, que podía cn­

cumrarse u1 tod:1 la :\rgullina.

lA RETÓJUCA TESTIMONIAL 91

para articular impulsos, necesidades y creencias; si el mito

revolucionario se sostuvo en una hiswria escrita y en un de­

bate que ya había atravesado buena parte del siglo XX, la

pregunta es cuánto del peso y la reverberación de las ideas

ha quedado en las narraciones testimoniales o, más bien,

qué sacrificio de la cara intelectual e ideológica del movi­

miento político-social se impone en la narración en pri­

mera persona de una subjetividad de la época. ¿Cuánto

subsiste de este tenor ideológico de la vida política en las

narraciones de la subjetividad?2I O, si se quiere, ¿cuál es el

género histórico más afín a la reconstrucción de u11a época

como aquella?

No se trata de discutir los derechos de la expresión de la

subjetividad. Lo que quiero decir es más sencillo: la subjeti­

vidad es histórica y si se cree posible volver a captarla en

una narración, es su difercncialidad la que vale. Una utopía

revolucionaria cargada de ideas recibe un trato injusLO si se

la presenta sólo o fundamentalmente como drama posmo­

<lerno ele los afectos.

~1 l.a capt;teión del clima ideolúgico e>, u1 cambio, exhaustiva en una

obra muy seusible también a Lt n.:pn·senLaci<'H1 de sensilJilidades revulu­

ciouarias, cumo Lt biografía de Roberto Santuclw e l1isturia dd ERI'. de

María Seo~tllL", 'fodo o 1Uula (Buenos Aires, Sudamericana, 1~)91 ). !'no se

trata de una hi.,1uáa, cun fuentes docun1e11L1les el<- LOdu tipo y 110 simpk­

mentc de una reconstrucción sobre la IJ:1se de testi1uonios.

Page 45: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

92 BEATIUZ SARLO

Contra un mito de la memoria

Paolo Rossi escribe que, después de Rousseau, "el pasado se­

rá concebido como siempre 'reconstruido' y organizado so­

bre la base de una coherencia imaginaria. El pasado imagi­

nado se vuelve un problema no sólo para la psicología, sino

también (y se debería decir, sobre todo) para la historiogra­

fia ... La memoria, como se ha dicho, 'coloniza' el pasado y

lo organiza sobre la base de las concepciones y las emociones

del preseme".22 La cita va al centro de mi argumento. Por un

lado, la narración hace sentido del pasado, pero sólo si, co­

mo señaló Arendt, la imaginación viaja, se despega de su in­

mediatez identitaria; todos los problemas de la experiencia

(si se admite que hay experiencia) se abren en una actuali­

dad que oscila entre afirmar la crisis de la subjetividad en un

mundo mediatizado y la persistencia de la subjetividad co­

mo una especie de artesanado de resistencia.

De todos modos, si no se practica un escepticismo radical

Y se admite Ja posibilidad de una reconstrucción del pasado,

se abren las vías de la subjetividad rememorame y de una his­

toria sensibilizada a ella pero que se distingue conceptual y

metodológicamente de sus narraciones. Esa historia, como

lo señala Rossi, vive bajo la presión de una memoria (reali­

zando, de modo extremo, lo que Benjamín solicitara como

~~ P;wlo Rossi, H/ ptwulo, la memoria, el olvido, Buenos Aires, Nueva Vi­sión, 2003, pp. 87-88.

LA RETÓRICA TESTIMONIAL 93

refutación del positivismo reificante) que reclama las prerro­

gativas de proximidad y perspectiva, prerrogativas a las que

la memoria quizá tiene derechos morales, pero no otros. Los

discursos de la memoria tan impregnados de ideologías co­

mo los de la historia, no se someten como los de la disciplina

histórica a un control que tenga lugar en una esfera pública

separada de la subjetividad.

La memoria tiene interés en el presente tanto como la

historia o el arte, pero de manera distinta. Incluso en estos

años, cuando ya se ha ejercido hasta sus últimas consecuen­

cias la crítica de la idea de verdad, las narraciones de me­

moria parecen ofrecer una autenticidad de la que estamos

acostumbrados a desconfiar radicalmente. En el caso de las

memorias de la represión, la suspensión de esa desconfian­

za tuvo causas morales, jurídicas y políticas. Lo importante

no era comprender el mundo de las víctimas, sino lograr la

condena de los culpables.

Pero es dificil que quienes están comprometidos en una

lucha por el esclarecimiento de las desapariciones, asesina­

tos y torturas, se limiten después de dos décadas de transi­

ción democrática a establecer el sentido jurídico de su prác­

tica. Las organizaciones de derechos humanos politizaron

su discurso porque fue inevitable que buscaran un sentido

sustancial en las acciones de los militantes que sufrieron el

teITorismo de estado. El Nunw más p;11·ece entonces insufi­

ciente y se pide no sólo justicia sino también un reconoci­

miento positivo de las acciones de las víctimas.

Page 46: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

94 Bl'.'.ATRlZ SARLO

Se entiende el semido moral de esta reivindicación. Pero

como se convierte en una interpretación de la historia (y de­

ja de ser sólo un hecho de memoria) cuesta concederle que

se mantenga ajena al principio crítico que se ejerce sobre la

historia. Cuando una narración memórialística compite con

la historia y sostiene su reclamo en los privilegios de una sub­

jetividad que sería su garante (com<;> si pudiéramos volver a

creer en alguien que simplemente dice: "digo la verdad de lo

que sucedió conmigo o de lo que vi que sucedía, de lo que

me enteré que sucedió a mi amigo, a mi hermano"), se colo­

ca, por el ejercicio de una imaginaria autenticidad testimo­

nial, en una especie de limbo interpretativo.

4. Experiencia y ~rgumentación

Existen otras maneras de trabajar la experiencia. Algunos

textos comparten con la literatura y las ciencias sociales las

precauciones frente a una empiria que no haya sido cons­

truida como problema; y desconfían de la sinceridad y la ver­

dad de la primera persona como producto directo de un re­

lato. Recurren a una modalidad argumentativa porque no

creen del todo en que lo vivido se haga simplemente visible,

como si pudiera fluir de una narración que acumula detalles

en el modo realista-romántico. Son textos raros y me referiré

a dos: ''La bemba" de Emilio de Ípola y Poder y desaparición;

los wmpos de wncenlración en Argentina, de Pilar Calveiro.

Presuponen lectores que buscan explicaciones que no

estén sólo sostenidas en la petición de verdad del testimo­

nio, ni en el impacto moral de las condiciones que coloca­

ron a alguien en la situación de ser testigo o víctima, ni en

la identiiicación. Presuponen autores que no piensan que

la experiencia entrega directameute una intelección de los

elementos que b componen, corno si se tratara de una es­

pecie de dolorosa compensación del sufrimiento. Contra la

idea que expuso Arendt, de que sobre cienos hechos extre­

mos únicamente es posible una reconstrucción uanaLiva,

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: 1 '¡

Page 47: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

96 BEATRIZ SARLO

se reservan el lugar, que Arendt también hizo suyo, de bus­

car principios explicativos más allá de la experiencia, en la

imaginación sociológica o histórica. Se apartan de una re­

construcción sólo narrativa y de la simple noción consolado­

ra de que la experiencia por sí produce conocimiento.

Calveiro y de Ípola eligieron procedimientos expositivos

que implican un distanciamiento de los "hechos". En pri­

mer lugar, no privilegian la primera persona del relato, ni

le dan un rango especial a la subjetividad del que lo enun­

cia; las remisiones teóricas y la perspectiva exterior al mate­

rial son tan importantes como las referencias empíricas; la

visualización de la experiencia se sostiene en un momento

analítico, un esquema ideal previo a la narración. En se­

gundo lugar, la experiencia es sometida a un control episte­

mológico que, por supuesto, no surge de ella sino de las re­

glas del arte c¡ue practican la historia y las ciencias sociales.

La perspectiva es fuertemente intelectual y define textos

que buscan un conocimiento. antes que un testimonio. Di­

ferentes en casi todos los aspectos, tanto de Ípola como Cal­

veiro se separan del discurso memorialístico al aceptar res­

tricciones en el uso de la primera persona, de la anécdota,

de la narración con fuerte línea argumental, del sentimen­

talismo, la invectiva y los tropos.

Por eso, se trata de textos excepcionales, dicho esto no

simplemente en términos de una calidad intelectual, sino

también porque exigieron autores previamente entrena­

dos (Emilio de Ípola) o decididos a entrenarse para su es-

EXPERlENClA Y ARGUMENTACIÓN 97

critura y en relación con las funciones que ésta cumpliría

(Pilar Calveiro) .1 Como si pudieran poner provisoriamente

en suspenso el hecho de haber sido víctimas en términos di­

rectos y personales de la represión, ambos escriben con un

saber disciplinario, tratando de atenerse a las condiciones

metodológicas de ese saber. Precisamente por eso, tienen

una distancia exacta respecto de la experiencia de sus pro­

pios padecimientos. También por eso no son los textos más

difundidos. De todos modos, el libro de Calveiro fue discuti­

do ampliamente, mientras que el artículo de De Ípola está

olvidado, como si se escondiera en otro pliegue del tiempo.

Teoría del rumor carcelario

La primera versión de "La bemba"2 fue escrita en mayo de

HJ78 cuando Emilio de Ípola prácticamente salía de la cár-

I Jeremy l'opkin ("Holocaust Memories, Historias' Memoirs", History

and memory, vol. 15, número 1, primavera-verano de 2003) estudia las

memorias sobre: la persecución judía y el Holocausto escritas por histo­

riadores profesionales. Sus observaciones in teres<mtes di!Icilmente se

puedan proyectar sobre el caso de un cientista sucia! como de Ípola por

dos razones: Popkin analiza sólo memorias y <lUtubiografias en el sentido

génerico estricto; y éstas, a diferencia del texto de ··1_;1 bc:mba", fueron

escritas bastante después de los hechos que narran.

~Emilio de Ípol:.i, "La bemL;t" fue incluida en ldwlogia y discuno popu­

lista, Bue11os Aires, Folios Ediciones, 1983. Hay una edició11 en Siglo XXI,

Bue11os Aires, 200'.>.

¡ l 1 1 · J

'

Page 48: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

98 liE.ATIUZ SARLO

cel, donde estuvo preso casi dos años.3 Fue un desafio; bus­

có probar que su autor seguía siendo un cientista social, al­

guien que no lubía perdido sus sab.eres y que podía seguir

ejerciéndolos. De Ípola quiso recuperar un pasado universi­

tario y emplear sus capacidades, demostrando que la cárcel

no había logrado anular las destrezas adquiridas en un

tiempo anterior a la represión. El texto pone en escena un

drama de la identidad sólo en la medida en que es produc­

to de la reapropiación de un capital intelectual cuya utiliza­

ción no queda limitada a la defensa de una primera perso­

na narrativJ.. De Ípola escribe desde la posición de quien

analiza sus materiales, no del que quiere testimoniar como

víctima o como denunciante.

En la "Inrroducción" al volumen donde se incluye "La

bemba", un texto hiperteórico muy afín a los que de Ípola

escribió en los primeros aúos ochenta, llama la atención

:\ Licenci•tdo en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, en 19611, y

doctor de la Universidad de París, en 1969. E:n 1970, cuando ejercía la do­

cencia en la Universidad de Montreal, recibió una invitación de FLACSO,

sede S:mtiago d<: Chile, para incorporarse a su planta de profesores-in­

wstigaelores. Aceptú, y en 1971 se trasladó a Chile. Después del golpe de

Pinuchel, FL\CSU inició negociaciones con el gobierno ele c:ll11pora

para crear un;1 SC(.le en Buenos Aires (manteniendo en principio la de

Santi•tgo). I .:t> negociaciones prosperaron, pero fueron in terrurnpidas

poco dnpué" de la r<:nunci:t de Cámpora. FLACSO mantuvo de todos

1110du' la se<k t'll Hunws Aires comu in>titución pri\'ad<t. De Ípola fue

<k,ig11adu •11iunb1 u del Co1niti'· de Dirección y profesor allí. Se instalú

e11 Buenos Ai1 <:s e11 l 'l7•l. Entre 1074 y 107(), viajl> varias veces a Santiago

de Chile, por rcuo11t:s administrativas y de investigación. En esos viajes, a

EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 99

que el estudio sea caracterizado "simplemente como un tes­

timonio y también como una suerte de materia prima para

elaboraciones ulteriores (nuestras o de otros)". La condes­

cendencia con que, en 1983, de Ípola juzga su artículo

puede explicarse de dos maneras: está, por una parte, la

modestia de un autor que preferiría evitar las objeciones

disciplinarias que su artículo podría evocar en futuros lec­

tores (función convencional de una "introducción'', donde

la captatio benevulentia procura anticipar críticas); pero, por

otro lado, también es posible aceptar esa modestia como

propia de un primer momento de los textos sobre b repre­

sión y la violencia de estado, cuando todavía no podía sa­

berse que el testimonio iba a ser hegemónico, arrinconan­

do otras perspectivas sobre los hechos. De Ípola dice que su

texto (como afirma Levi <,le! suyo) es una "materia prima".

Naturalmente, cuando escribe "La bemba" no podía cono-

pedido de los interesados, solía llevar correspondencia a miembros de

organizaciones de izquierda chilenas, en panicular, el MAPU OC, el Par­

tido Socialista y el MIR. El 7 ele abril de 1976 a eso de las dos de la mai1a­

na fue detenido en su domicilio por un comando del Primer CueqJO del

rjército, trasla<Ltdu a la Superintendencia d<: Segmidad, Üllnrug:idu, wr­

turad" (sulim:trino) y fin~d1nente puesto a clispusición del !'EN el I'.:! de

ab1·il. btuvo algo m:ís dt· veime meses en prioión. Salió "por opción", en

el cor1tcxlo del artículo :¿'.)ele la Cunstituci{J11, UH1•!illc1du po1 Lt .lunu

Militar (la !lllrn1:1 1nodificad~t autorizai..Ja a sulicitar la s:dicl:t del l,;lÍs •ti de­

tenido, pnu P"' lía dcncgars<: e.-,c pcdidu). Vi~tj,) a P<u ís a lincs ck 1 ~177.

Fn mau.u de 1 'J7H, se i11curporó a b sede mexicau;t dt· FL\C:SO. Rcsidi<·,

en Mh;.ico hasta Jllarzo de 108·!. Desde entonces vive en b .\rgn1tina.

: ¡ 1

Page 49: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

100 BEATRIZ SARLO

cer los textos futuros, ni tener una idea de cuál iba a ser el

tono y la retórica con que la literatura testimonial presenta­

ría su "materia prima". Sin embargo, la "Introducción" deja

suponer que el texto comenzó a escribirse en la cárcel

"cumpliendo el papel propio de los 'intelectuales' en pri­

sión ... esto es, el de constituirse en analistas y comentado­

res, más que en productores de bembas". En esta división

entre productor y analista se sostiene todo el trabajo, y tam­

bién mi lectura.

En la "Introducción", de Ípola revisa no sólo las nocio­

nes de verosimilitud del rumor (bemba) con las que el ar­

tículo trabaja explícitamente sino que,juzgando insuficien­

te la perspectiva teórica inicial, desarrolla "algo que ... es

apenas insinuado: el proceso de producción-circulación de

las bembas tiene una clara analogía con lo que el psicoaná-. . 1

lisis llama una 'elaboración secundaria'. Del mismo modo

en que el paciente, en la narración de un sueño, tiende a

borrar su aparente absurdidad, llenando sus lagunas y cons­

truyendo un relato continuo y coherente, también el traba­

jo de las bembas consiste en eliminar progresivamente los

absurdos aparentes ('¡dos mil libertades!') de una pre-ver­

sión inicial, para ir dando forma por esa vía a una versión

aceptable: verosímil". La '"Introducción" subraya, en reali­

dad, que el artículo no fue lo suficientemente teórico, o

que, dentro del espacio teórico, no acentuó una dimensión

que, en el momento de publicarlo én libro, a de Ípola le

importa particularmente: la psicoanalítica. En suma: la in-

EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 101

traducción de 1983 vuelve a "La bemba" excusándola como

escrito demasiado atenido a un momento descriptiYo de la

experien~a. De Ípola le exige más. Los lectores, de aquel

entonces y ~e hoy, tienen la impresión contraria: se trata de

un texto fuertemente inspirado en teorías, donde la expe-/

riencia de la cárcel es construida como objeto (teórico, se

hubiera dicho en los ai1os ochenta) que permite el estudio

del rumor y de las condiciones carcelarias que hacen posi­

ble su difusión y sustentan su verosimilitud. Lo que de Ípo­

la, en 1983, juzga demasiado cercano al testimonio es, com­

parado con cualquier testimonio realmente existente, un

sofisticado análisis donde el yo del testigo nunca aparece ni

siquiera como lugar importante de enunciación.

El rumor es un tema característico de la semiología y la

teoi-ía de la comunicación, disciplinas de punta en los años

sesenta y setenta, a las que de Ípola llegaba desde una for­

mación filosófica y social. "La bemba", aunque incorpora

otras influencias, se sostiene en dos textos característicos de

la época: Internados de Goffman sobre el sanatorio psiquiátri­

co como institución total (y, en conse.cuencia, corno espejo

de la cárcel) y Vigilar y castigar de Foucault (aunque el rumor

sería una fisura del control absoluto). Pero, citados en la bi­

bliografía, lns trab;uos sobre semiología e ideología son tam­

bién un marco dentro del cual las nociones provenientes del

campo de la comunicación se cruzan con las del marxismo

estructuralista. f'.ste era uno de los núcleos de una nueva se­

miología, cun otra vertiente que llegaba de Ja antropología

Page 50: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

102 BEATRIZ SAIU.O

estructural ele L.évi-Strauss. Menciono estos nombres y la que

era entonces la Teoría (Althusser don~inaba el espacio mar­

xista) no simplemente para reconstruir las fuentes teóricas

de "La bemba", s.ino para seúalar de qué modo responde a

un espíritu de época marxista-estructuralista y semiológico

cuyo denso aparato teórico opera como defensa ante cual­

quier versión ingenua y "realista" de la experiencia.

De esa experiencia carcelaria, de Ípola analiza sólo un

aspecto de la dimensión comunicativa de la vida cotidiana.

El .. objeto teórico" (que es producto de una construcción y

no de la experiencia, porque ésta no es un árbol de donde

se puede arrancar un fruto) proviene de un saber anterior

a la cárcel: <le Ípola conocía los estudios semiológicos antes

de caer preso y, por ese motivo, no elige cualquier aspecto

de su experiencia sino precisamente aquel para el que pien­

sa que está preparado y que resulta interesante en términos

teóricos. En síntesis, de Ípola tenía lo~ instrumentos analíti­

cos para escuchar "científicamente" la bemba. No se encie­

rra en su experiencia, sino que la analiza como si fuera la ex­

periencia de otro, colocándose en el extremo opuesto del

testimonio, aunque su materia prima sea testimonial.

Lo que nüs llama b atención en su estrategia expositiva,

algo que no se repite en ninguno <le los textos escritos en las

últim;1s décadas, es que reparte la materia <le! artículo colo­

cando su experiencia de la círcel en notas al pie de página,

ostensiblemente iuer;.i <lcl cuerpo principal del texto don­

de tienen lugar las operaciones sociosemiolúgicas, los análi-

EXl'ERIENCJA Y ARGUMENTACIÓN 103

sis y las hipótesis. La experiencia en nota al pie y letra chica

es una base empírica indispensable, pero se la muestra en

cuerpo me1101:

De Ípola describe aspectos de la producción, circulación

y recepción del rumor carcelario, considerando estos tres

momentos con el esquema analógico de la producción y

circulación de mercancías mediante el cual, a fines de los

sesenta, algunos semiólogos traducían el modelo clásico de

Roman Jakobson. El circuito comunicacional de la bemba

presenta anomalías en el nexo entre producción, circulación

y recepción de los mensajes porque no es una producción

comunicativa en condiciones normales y, en consecuencia,

la ~elació~entre los. ~res mo_mentos est~ d~storsionada por la

escaseziÍe informacion confiable, verosnml, o verdadera, por

las dificultades materiales de la comunicación y por la fuerte

presión <le un tema (el de la libertad o el traslado) que, si

anuncia cambios, puede entorpecer o destruir las condicio­

nes mismas ele circulación de los mensajes.

El carácter excepcional del medio donde se produce la

comunicación imprime sobre los mensajes rasgos que no se

atienen al modelo tripartito donde la producción (corno

en la producción de mercancías) define b difusión y recep­

ción. De Ípola fuerza (exagera) el carácter analógico dd

modelo comunicacional inspirado en el n,(1<lelo económi­

co casi hasta la exageración, corno cuando cita Hl cajJital pa­

ra definir el proceso de circulación de la bernba como par­

te de su proceso de producción: "En cieno sentidu, cabría

Page 51: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

104 BEATRIZ SAIU.O

decir del 'trabajo' de las bembas algo muy semejante a lo \

que Marx (El Capital, vol. 11, p. 135) afirma acerca del trans) . //

pone de mercancías, esto es que dicho trabajo se manifies­

ta como 'la cominuación de un proceso de producción den­

tro del proceso de circulación y para éste"'. Podría leerse en

esta cita de Marx una perspectiva irónica, si ella no estuvie­

ra completamente en sintonía con los esfuerzos realizados

entonces por semiólogos y por marxistas que subrayaban la

subordinación de todo proceso social bajo el capitalismo a

las condiciones definidas por el trabajo asalariado en la pro­

ducción de mercancías.

Por su excepcionalidad, la bemba no responde al mode­

lo, lo cual, en una coyuntura teórica de modelos fuertes im­

plica una forzadura a tener en cuenca. De Ípola analiza con

esos modelos .fue'rtes y, en consecuencia, la bemba le pre­

senta problemas a resolver. El rumor carcelario es una ins­

tancia .de prueba de las posibilidades de la teoría porque, al

tiempo que es distinto de todos los demás mensajes, se in­

tenta describirlo en lo que responde y en lo que se desvía

de sus reglas. Ello precisamente permite descubrir en qué

consiste su excepcionalidad, es decir, la persistencia de la

comunicación en un ámbito de prohibiciones casi comple­

tas. Para considerar esa excepciona!idad, de Ípola no toma

el camino del estudio etnogr{lfico de la inventiva de los pre­

sos; nada está más lejos de su perspectiva que una recons­

trucción que pong·a en el centro a los sujetos. Más bien, en

el centro coloca una estructura de relaciones expuesta con-

EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 105

ceptualmente. No estudia al··" presos escuchando o difun­

diendo rumores, sino las condiciones en que éstos logran

significar algo. Y le interesan particularmente los presu­

puestos de la verosimilitud del rumor. Con su análisis no

quiere probar que siempre, en todas las condiciones, una

pequeña sociedad logra un pequeño pero significativo ob­

jetivo, sino que la bemba altera las secuencias normales de

la circulación de mensajes de un modo que la teoría se ve­

rá obligada a considerar. Se trata del estudio de una excep­

ción comunicacional, no simplemente de una experiencia

comunicativa.

De lpola caracteriZa la cárcel como un espacio donde

"en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa". Es­

ta indeterminación de lo esperado en términos comunica­

tivos es un rasgo impuesto por el poder carcelario para que

los sujetos vivan en un régimen semiológico de escasez. En

cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa p.or dos

motivos: la fragmentación de la información que llega des­

de afuera, distorsionada por redes de difusión endebles o

amenazadas, y la escasez de mensajes que pueden producir­

se adentro, agravada por un régimen de prohibiciones fuer­

tes pero oscilantes, que son t0<lopoder;..'sas y, a la vez, ines­

lables. El rumor es la respuesta a la escasez y la inddinición

<le las condiciones comunicativas.

Como respuesta a una prohibición y a una escasc·z, la

bcmba se caracteriza por su "nomadismo". El mensaje no

se estabiliza en ninguna parte ni puede almacenarse en Pin-

Page 52: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1 i ¡ :t ¡ 106 BEATRIZ SARLO

gún registro de memoria. Si no circula, muere. A diferencia

de los mens~~es "normales", la bemba siempre superpone

la producción y la difusión, porque no hay bcmbas guarda­

das por los sujetos, como éstos pueden guardar los mensa­

jes sustraídos del circuito c9municativo. Fuera de éste, la

l)emba no existe. Y así cbmo n~'puede ser guardada como

contenido de memoria, esta misma imposibilidad garantiza

que los temas de la bemba (pero no los mensajes) puedan

repetirse sin que se agote su interés, a diferencia de lo que

sucede en condiciones "normales", donde la repetición

afecta el interés por desgaste de la novedad informativa.

Naturalmente, el gran tema de la bemba son las liberta­

des, los indultos y los traslados. El ámbito carcelario de su

producción define crudamente el elenco de argumentos; y

el carácter de esos argumentos obliga a que, como las bem­

Las nunca se realizan, todos los mensajes deban ser olvida­

dos para dejar su lugar a nuevos mensajes con los mismos

tem~1s, que serán una vez más olvidados. Sin ese círculo don­

de lo nuevo borra lo anterior, desde el inicio el rumor esta­

ría marcado por el descrédito. La bemta es, básicamente,

una promesa de futuro que envejece y muere en el día, pa­

ra dejar su lugar a otra promesa idéntica, pero fraseada co11

variaciones argumentales obligatorias.

De Ípola se imerroga sobre las condiciones de verosimili­

tud y las bases de la creencia y, al hacerlo, procesa en modo

analítico e interpretativo la circulación de rumores t1 ue él

ha experimentado como preso. En su estudio, lo vivido de

EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 107

una experiencia se hace presente sólo en una configuración

descriptiva que responde a normas disciplinares. Por ejem­

plo, cuando en agosto de 1976 se difundió una bemba de li­

beración de. dos mil prisioneros, de Ípola indaga el modo

en que la exageración, el carácter "inmoderado" de ese ru­

mor, impidió que fuera creído. En la "Introducción", vuelve

sobre esta regla de la moderación que le parece una clave

para explicar la verosimilitud del rumor. Sin embargo, el re­

chazo de una bemba que advierte sobre un traslado masivo

exige una explicación diferente: así como se desconfía de

las bembas demasiado optimistas, no se cree en aquellas de

negatividad exagerada, que excluyen alguna esperanza.

En este rechazo, de Ípola observa algo más importante:

un traslado masivo destruiría las condiciones mismas de

circulación dé cualquier bemba, porque su difusión es po­

sible sólo entre gente muy conocida. Por lo tanto, la resis­

tencia a aceptar un rumor de traslado proviene de que

amenaza el circuito y las condiciones de producción comu­

nicativa. La observación hace pensar que el circuito comuni­

cativo se preserva más allá del deseo de los sttjetos 'lue inter­

vienen en él. La bemba es el "grado cero" de la resistencia

al proceso de desinformación carcelario. En ese .;ra<lo Cé·

ro, "esas pobres mig<uas de información" deb1~n quedar ins­

criptas siempre en la lógica de su proceso de producción y

cirnda1·ió11, porque allí alcanzan también un grado de ve­

nJsimilitud c¡ue evita que ~e conviertan en mew•ucs falli­

dus, completamente desech~bles en la medida e11 que con-

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i 1 .,

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Page 53: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

! . ~- i

108 BEATRIZ SARLO

tradiccn tanto las expectativas de la recepción como las con­

diciones en que deben ser producidas y difundidas.

Puesto en sociólogo de la prisión, de Ípola afirma que la

recepció11 de la bemba depende de las categorías de presos

que la escuchan y difunden. La \reencia en el rumor está li-

. gada a las cualidades y destrezas intelectuales de sus recep­

tores, que de Ípola define en la estructura de la sociedad

carcelaria, recurriendo a una tipología sociológica organiza­

da con incisos que se identifican de (a) hasta (h): miembros

orgánicos de partidos de izquierda o revolucionarios· sindi-. '

calistas de alto nivel, delegados sindicales medios; profesio-

nales e intelectuales de izquierda sin militancia; miembros

del gobierno peronista derrocado; simpatizantes lejanos; y

garrones a los que describe como reveladores de la verdad

del sufrimiento carcelario, en la medida en que ellos no p~e­

den, por lo menos al principio, dar razón ni explicarse en

términos políticos lo que lés ha tocado padecer; el garrón

es, para de Ípola, una condensación de la cárcel, y a sus di­

ferentes categorías y procedencias les dedica una extensa

nota (digamos que el garrón evoca, sin la misma tragicidad,

la figura del "musulmán" en los testimonios de Primo Levi).

La tipología de la sociedad carcelaria no sólo exhibe su bus­

cado e!t:cto de cientificidad, sino que corrobora, como otros

recursos del texto, la distancia que de Ípula quiere mante­

ner con d recuerdo de su experiencia. Más que revivirla,

husca imprimir sobre ella las categorÍ;:ts > la retórica exposi­

tiva de una cLsciplina que permita pensarla en términos ge-

EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 109

nerales, extrayéndola de la esfera de la inmediatez y la sensi­

bilidad para ponerla en la esfera intelectual.

La caracterización de las relaciones entre sectores de la

población carcelaria y sus custodios explica de algún modo

por qué de Ípola puede hacer este trabajo sobre la expe­

riencia sin someterse a ella. Los carceleros reconocen que el

preso político tiene un saber, generalmente político, que

no pueden extraerle (a diferencia de la información que pue­

de extraerse en la tortura), un saber aprendido en los li­

bros, que no se pierde y sobre el cual de Ípola funda su

identidad al salir de la prisión. Libre, no se considera un ex

preso de la dictadura, sino un intelectual que estuvo preso.

"La bemba" presenta los fundamentos de este saber en las

fuentes teóricas y sociológicas, citadas con una abundancia

que remite no sólo a su necesidad conceptual sino también

a esa definición identitaria: recuerdan las armas del preso ·

político frente a sus carceleros. , La teoría ilumina la experiencia. El ensayo de De Ipola

se mueve con esta convicción especialmente en sintonía

con el lugar que la teoría tiene en el marxismo estructura­

lista, en la antropología estructural, en la semiología, don­

de las creencias no son un welo familiar sobre t l que apo­

yarse porque nunca están libres de la false lad de . la

ideología, cuya contaminación sólo puede disip; rla una 111-

tervención sostenida en el sabei·. Por eso la expe1 ienci~t per­

scrnal no forma parte del 1:uerpo del texto si110 que: está

donde le corresponde, en las notas a fúe de pá rir>a, como

! l

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~1 ~--~~J

Page 54: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

110 BEATIUZ SAl{l.O

"materia prima" del análisis. El espacio de la página presen­

ta gráficamenLe la jerarquía que subordina la experiencia

al saber. Y la primera persona no tiene otro privilegio que

el que gana por la sofisticación de su capacidad analítica.

"La bemba" invierte la relación que caracteriza tanto al tes­

timonio como a lo que se escribe sobre él. La experiencia

se mide por la teoría que ~uede explicarla, la experiencia

no se rememora sino que se analiza!,

R ,_

epasando el artículo de Emilio de tpola no resulta ex-

traúo que haya sido olvidado como texto que presenta la

experiencia carcelaria durante la dictadura. Sus cualidades

son singularmente ajenas a la masa testimonial y las histo­

rias personales y grupales sobre el perí(Jdo, porque se opo­

nen a un modelo de reconstrucción y denuncia que es el

que se ha impuesto en las últimas dos décadas. Marcado

por la teoría <le comienzos de los aiios setenta, singular por

la perspicacia analítica, "La bemba" no puede ser recuper;1-

do por el movimiento de rememoración que coloca en d

centro la subjetividad enfrentada al terrorismo de estado.

El ensayo quiere ser algo m:ts y algo menos que eso; por cx­

ccso o defecto quedó invisible.

La experiencia de otros

Publicado en 1998, /'od1~r y dna/)(lrición; lus mm/){)!i de cu11tt'11

lmció11 e11 1\rgentiiw de Pilar Calvciro es la síntesis de una 1t·-

EXPEIUENCIA Y Al{CUMENTACIÓN 111

sis doctoral presentada en México.4 Pilar Calveiro fue pri­

sionera desaparecida durante un aüo y medio, en 1977, en

Mansión Seré, la comisaría de Castelar, en la ex casa de

Massera en Panamericana y Thames y en la ESMA.

El libro comienza con una caracterización de la violencia

de estado, parapolicial, parapolítica y guerrillera durante el

gobierno peronista derrocado en 1976. Las hipótesis pre­

sentan una clave histórica conocida: la primera interven­

ción del ejército en 1930 y las sucesivas alianzas entre parti­

dos políticos, elites económico-sociales y fuerzas armadas

demostrarían que los golpes de estado füeron el producto de

sucesivos encuentros de intereses, mutuos impulsos y colu­

sión de fracciones. Acá no hay nada que se aparte de una

lectura de la historia que ha dejado atrás !a idP.a de qu<:: exis­

te una sociedad inocente, víctima sin responsabilidad de las

intervenciones mililares. El alcance interpretativo dt:-1 libro

también se extiende a su tesis sobre la dictadura de l' )76.

Calveiro afirma que el "campo de concentració:1" (de

tonura y desaparición) es "una creación periférica y mo­

dular al mismo tiempo'', hecha posible por la forma del

poder dcntro de las fuerzas armadas, el estilo de la disci­

plina, la obediencia y la burocratización implícita en la

rutill;t miliLar. El exceso sería "la verdadera norma de un

poder dcsaparecedor". También sugiere la prc~,cucia d1:

~ l'íbr Ccdvciro, l'odrr y desap11ririú11; lvs campus d1· w11rr11tmci< 11 en A1

grnti1111, Bucllos Ain:s, Colihuc, 19~)8.

I )

Page 55: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1 l

112 BEATIUZ SAIU.O

una matriz concentracionaria en la sociedad argentina,

idea que, al tipificar una reiteración histórica, una espe­

cie de constante más allá de las diferencias, es discutible

porque la originalidad del régimen del campo, precisa­

mente demostrada por Calveiro, rechaza la hipótesis de

una reiteración con variantes. Si Calveiro tiene razón, el

campo es un invento tan novedoso c~mo la figura del de­

saparecido que deriva de su existen~a. Entre represión y

desaparición, entre régimen carcelari~} régimen concen­

tracionario hay distinciones que impiden pensar la persis­

tencia de una matriz. La descripción analítica de Calveiro

sirve para probar esto.

Frente a las fuerzas armadas, las formaciones guerrille­

ras son "casi la condición sine qua non de los movimientos

radicales de la época". Reconocida por muchos no como

una opción equivocada sino como "la máxima expresión de

la política primero, y la política misma más tarde", la gue­

rrilla comenzó a "reproducir en su interior, por lo menos

en parte, el poder autoritario que intentaba cuestionar".

Calveiro evalúa diferenciadamente a los Montoneros y el

ERP cuando señala que Roberto Santucho, líder del ERP,

en julio de 1976 poco antes de su muerte, afirmó que la

principal equivocación de esa forrrnción armada fue "no

haberse reple¡;ado" y pasar por alto su aisbrniento del "mo­

virnien•o <le masas"; la estrategia montonera, en cani!>io, 111-

zo prevalecer "un;\ lógica revolucit;naria contra todo scnci­

<lo de realidad partiendo, como prelllisa incuestionable, de

EXPElllENClA Y ARGUMENTACIÓN 113

la certeza absoluta del triunfo". Por un lado, la guerrilla era

la forma principal de la política revolucionaria en el co­

mienzo de la década del setenta y, por eso, no podría ser

evaluada simplemente como un disparo de locura colecti­

va; por el otro, las dos principales direcciones guerrilleras

mantuvieron con su práctica una relación que a Calveiro

(ex militante montonera) le parece necesario diferenciar

por razones que se verán enseguida.

Respecto de la guerrilla y sus organizaciones de super­

ficie, Calveiro se separa del sentido común elaborado du­

rante los primeros años de la dictadura, persistente hasta

hoy, de que a los desaparecidos les tocó ese destino de ma­

nera azarosa. Calveiro sostiene, en cambio, que la mayoría

eran militantes o periferia; la represión, desaparición o

tortura de parientes, vecinos y testigos, no forma parte de

la ley general del sistema desaparecedor. Sin embargo, su

inclusión fortalecía la idea de que "cualquiera podía caer",

y así consolidaba el régimen de terror. Al establecer esta

diferencia con el discurso más difundido, Calveiro se in­

dependiza de ese sentido común cuya función, durante

los años de la dictadura, todavía hoy necesita ser evaluada,

en la medida en que, al afirm.irse el azar como ley gene­

ral, las consecuencias podían ~er tan desmovilizad• >ras co­

mo la «cusación de arbitrariedad total que caía s< L1e los

rt·presores. El análisis de Calveiro es más complej >: en la

I11edido en que los cemros de wrtura y m!.lerte Pº' lían ~cr

e,entualmente vistos, como e'> el caso d~l de la ae 011át:i.i-

Page 56: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

114 BEATRIZ MIU.o

ca que funcionaba en .un hospital, o las ostensibles ctlllj­

das y salidas de una comisaría, esta comprobación de <¡uc

las "histor_ias" sobre la represión encontraban prueb<tl> p.11 .

ciales en los aspectos visibles de la máquina represor;1 1t··

forzaba el terror social.

Estas tesis críticas no son, sin embargo, lo que nüs impu:·

siona del libro de Calveiro. Implican, por supuesto, unjuino

sobre las organizaciones guerrilleras, por una panc, y 1111.i

idea del carácter, a la vez novedoso pero también su~tl·111.11l11

en una historia, de la represión mi(¡;ar. Lo que su libro 11.1t·

como interpretación central no reside en lo sintelizadu lt.1,1.1 \

aquí, sino en su análisis del campo de concentración.

Allí, su experiencia como prisionera habilita el 111.111q•1

de otros testimonios, entre los cuales su experic11ci;1 c~1.1 ,¡.

lenciosamente presente (el lector sabe) y al mismo 1it·111p•,

elidida. Acallando la primera persona para tral>;~;11 ~1>l1 1 e

testimonios <üenos, desde una distancia descrip1iv;1 t' 1111n ·

pretativa, Calveiro se ubica en un lugar excepcion;il n111 c

quienes sufrieron la represión y se propusieron rcpt nrn

tarla. La verdad del texto se independiza de b c:xpt·1 u·111 1.1

directa de quien lo escribe, que averigua e11 1;1 n;¡w111 11

cia <~cna aquello que podría ercer que su propi.1 1·:-.1" ·

ricncia le ha enseúado. Por eso, no ejerce un;1 p;111111d.11

presión moral sobre el lector, que sabe que Cal\1'illl l1w

una prisionera-desaparecida, pero a quien no ~e k l':>..1gc 1111.1

creencia basada en su propia histori;1, sino en bs l1i,1011."

de otros, que ella retoma como fuente y por lo la11111 ~1111w

~ Xl'EIUENCIA y ARGUMENTACIÓN 115

· Calveiro está refiriéndose a te '1 operaciones interpretativa:

hechos excepcionales; no reclama, en cambio, que sean

, 1 ... 0- lo por la carga de sufrimiento humano que (le) aetl OS S

prl)(lujcron, sino por el dispositivo intelectual qu_e los in-

.. , . t xto La lectura es libre porque Calve1ro no se nirp01a a su e · prt'senta como prueba de lo dicho, aunque se s~pa que_ su

\ida es parte de esa prueba. La diferencia es esencial: algmen

d.. u· (aunque eso mismo le ha-iuvcstiga lo que suce io con o os

. 1· l ) Por otra p··rte las hipótesis de Calveiro, por-y;i SUCe( 1( O · "' '

11111. no est(m sostenidas únicamente en su experiencia de

11 ,1111cnto, pueden ser discutidas.

Con el borramiento de la primera persona, la obra de

l :.ilvciro no busca legitimidad ni persuasión en razones bio­

~r:dicas, sino intelectuales. Claro está que probablemente

i l libro 110 hubiera sido escrito si no hubieran existido razo­

un hiugr:ilicas, pero esta comprobación simple vafe para

111 ut hos libros de temas muy diferentes. La biografía está

1•11 d origen, pero no el modo expositivo, en la retórica ni

1·1 .1p;11 ;1tu de captación moral del lector.

:\,í, lo singularmente original del libro de Calveiro es

l.1 dn i~iún de prescindir de una narración <le la experien­

l l.1 ¡inso11al como prueba de su argu.nento. Se trata de

un.1 1¡¡·g~1tiva explícita. Después <le arios de publicación de

""'1i11lll11ios, Calveiro, que posee los mismos matt"riales vi­

\ ido, q uc los autores de narraciones en priinera per-;o:ia,

11p1.1 p11r separarse del relato de .rn experiencia, c0n el ob­

ll'l 1\"o d1· co11vertir la experiencia conce11tracionaria ar-

l 1

J

Page 57: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1 \'.

116 BEATRIZ SARJ.O

gemina en objeto de hipótesis interpretativas. En esta elec­

ción expositiva, las ideas no simulan surgir del suelo mis­

mo de lo vivido. Calveiro se propuso ser una cientista so­

cial que también fue una desaparecida; por eso se convirtió

en lo que no era antes de sufrir la represión y devino cien­

tista social porque fue desaparecida. El libro no prolonga

en el presente su identidad de víctima. En lugar de repa­

rar el tejido de su experiencia, se esfuerza por entenderla

en términos que no dependan exclusivamente de lo vivi­

do por ella. Por eso la argumentación es más fuerte y ex­

tensa que la. narración sobre la que se apoya y de la que

parte .. Desde el punto de ~ista .~oral y polít~co1habla co­

mo ciudadana, no como ex m1htante detemd~ y tortura-\

da. Su derecho viene de un universal y no de un~circuns-·. tancia terrible.

Algunos ejemplos son muy evidentes. Calveiro afirma

que los desaparecedores se imaginan dioses, con poder ab­

soluto de vida y muerte. Esta conciencia omnipotente de

quienes tuvieron el poder de decisión en el campo explica

la cólera que sentían ante el suicidio o el intento de suici­

dio de un prisionero que, por esa vía definitiva, trataba de

escapar a la lógica total en la que se lo había incluido. Al

presentar estas hipótesis, Calveiro no menciona su propio

intento de fuga que fue ir.terpretado como suicidi~ y que

despenó una secuela feroz de represalias. Esto es lo que le

dice aJuan Gelman en un reponaje, cuando ella misma se

coloca en el lugar de quien da un testimonio, lugar que no

EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 117

ocupa en su propio libro: "Salto por la ventana de un pri­

mer piso alto de la Mansión Seré porque tengo claro que, a

medida que pase el tiempo, voy a estar cada vez en peores

condiciones físicas, que voy a perder la iniciativa. Entonces

me digo que debo reaccionar ya. Había visto que la ventana

del baño no estaba asegurada. Pido que me lleven y como

estaba amamantando a mi hija menor, de 40 días, me da­

ban más tiempo para que pudiera sacarme la leche. Entro

al ba1io, abro la ventana y salto. De pie. Me tiraba a dos co­

sas: la primera y fundamental, tratar de fugarme y perder­

me en Rivadavia ... La segunda: si había guardias afuera me

podían matar y así acababa la historia ... Ellos escuchan el

golpe de mi caída, me alzan y me llevan arriba literalmente

a patadas".5 El libro hace silencio sobre este hecho, sus cir­

cunstancias y sus consecuencias; también hace silencio so­

bre esa hija de cuarenta días; los lectores nos enteramos

después, en reportajes aparecidos acompañando la edición

argentina de la tesis mexicana.

Calveiro, cuando escribe y arwliza, se refiere al acto suicida

como la decisión que enfurecía a los desaparecedores y que

tenía las consecuencias más crueles, porque significaba un

ejercicio prohibido de la voluntad, pero no menciona su

experiencia, aunque ella puede persistir en una callada re­

me1110ración. Como dato personal, ha sido burrada de un

:, Juan Cclman, "En el campo de detención estás en otra d. mensión",

l'ágiua/12, l" de noviembre de 19~8.

,.

Page 58: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

118 BEATRIZ SAIU.O

libro que se <tjusta a una argumentación basada en los rela-

tos di: otros, es decir las fuentes qu . C· 1 . . . d . • e .1 veuo puc e anah-

tar como material no autobiográfico (aunque su vida sea

' m )len toman senu-un fondo rcspcno del cual esos chtos ta l . , .

do, como si se d~jera que lo que ella experimentó produce

.algunas de sus condiciones de lectura).

En lugar de su intenco de suicidio, Calveiro escribe: "La

muerte podía parecer como una liberación. De hecho, los

torturadores usaban la expresión 'se nos fue' . d . . para es1g-

ur.mte a tortura. y nar a alguien que se les había muerto d . l

sin embargo, decidir la propia muerte era una de las cosas

que estaba vedada para el desaparecido que d . b , . / • escu na en-//

tonces no ya la dificultad de vivir sino la de morir. Mor~r no era fücil dentro de un campo. Teresa Meschiati, Sus,ma

Burgos y muchos otros sobrevivientes relatan intentos a

vcn:s absurdos pero desesnerados p·1ra 1 r • encontrar a muer-

te: tomar agua podrida, dejar de respirar, intentar suspen­

der voluntariamente cuak¡uier funciór1 vi.tal Jl . . e10 no era

tan simple. La nüquina inexorable se había apr . d op1a o ce-

· • , . i:resa es-losamente de la vida y la muerte de c1u· ·1 ltll(>" '/' M

ch iati, Susana Jfor1ros y otro . º s. en esta corta enumeración

Calvciro forma f)arte di: esos otros Stt b' . ' · o .1et1vo no es pro-

bar que el campo fue· tan terrible que ella intentó suici-

darse; no c¡uiere usar su cuerno c b·.. . . r omo .ise test11no111al.

Quiere l~r~)har, de modo más amplio y más intelectual, c¡ue

las condiciones dd e 1 ·· · ampo puc( en conducir al intento de

suicidio en mudws nrisioneros y q11" l i 1 <l r ~ Ol os os esaparccc-

EXl'EIUENCLA Y ARGUMENTACIÓN 119

dores reaccionan ante esé gesto último de libertad con el

ejercicio más extremo de la violencia. Calveiro no se pre-.

senta como testimoniante sino como una mujer, en cuya

vida estuvieron la desaparición y la tortura, y a la que re­

cupera corno materia de un análisis que ella misma reali­

za. La víctima no busca una identidad simplemente en su

biografía, sino en el dispositivo intelectual con el que ar-

ma su argumento. Ella, Pilar Calveiro, la detenida-desaparecida de la dic-

tadura, no viene a dar su testimonio sino a recibirlo de

otros detenidos-desaparecidos. Este cambio de lugares

(que no seca la solidaridad ni la simpatía, sino que exclu­

ye a Calveiro de ese don porque busca ser reconocida en

otro lugar y por otras razone~) se indica claramente en las

fuenti:s testimoniales que el texto menciona y cuya proce-

dencia se aclara en notas. Sin embargo, hay unas pocas y mínimas incripciones au-

tobiogr{1ticas: su propio nombre y su número de prisionera,

4 7, junto al de Lila Pasto riza; una dedicatoria: "A Lila Pasto­

riza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resqui­

cios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima

capacidad de fuego: la risa y la burla". Su vida esü allí, pero

Calveiro rehúsa citarla como cita los recuerdos de o; ros pri­

sioneros. Si una detenida-desapartcida habla de su expe­

riencia carcelaria en primera persona, el discurso ~ ~ resiste

a la discusión interprdativa (corno lo señaló Riccur); su

carácter extremo es una especie de blind<~je que lo rodea

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Page 59: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

l20 BEATIUZ SARLO

convirtiéndolo ~n algo que debe ser visto antes que analiza­

do. El texto en primera persona ofrece un conocimiento

que, de algún modo, tiene un carácter indiscutible, tanto

por la inm~diatez de la e~periencia como por los principios .

morales que fueron violados.

Calveiro renuncia a esta protección de una autorrefe­

rencia empírica. Por supuesto, no podría ocultar (sería no

sólo imposible sino absurdo) que ella fue una detenida-<le­

saparecjda, torturada, sobre la que se ejercieron todas las

violencias del terrorismo de estado. Pero; en lugar del yo,

están los testimonios de terceros. Calveiro no toma et lugar

que le pertenece pára escribir su libro porque busca~µª.

interpretación que es más posible si son otras sus fuentes.

Analiza la experiencia y las condiciones que la provocaron;

pero no pone en el centro su experiencia.

Construye una distancia analítica respecto de los hechos.

La dimensión autobiográfica casi ausente cede su lugar a la

dimensión argumentativa: donde debía hablarse en prime-, ' '

ra persona, se habla en tercera. El tiempo pasado no es el

del testimonio y su dimensión autobiográfica, sino el del

análisis de lo que otros narraron y la elaboración de clasifi­

caciones y categorías: el tipo de tortura, los pasos de la re­

sistencia y los de la delación, la lógica del campo que repro­

duce la del pensamiento t0talitario, la vida cotidiana de los

desaparecedores, donde un partido de truco tiene como

sonido de fondo los discursos de Hitler; la coexistencia de

lo legal y lq il~gal; de lo ,completamente secreto y del quie-

1 EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 1 121.

bre del secreto para inducir a un terror generalizado; la ca­

tegoría de subversivo que produce en simetría la de desapa~

recido. Una sociedad concentracionaria se diseña con sus

leyes y sus extepciones, con los espacios librados al imrulso

de los desaparecedores y los espacios reglamentados hasta ·

en los detalles más insignificantes.

Calveiro no escribe una "fuente". Por eso es posible

coincidir 0 disentir con lo que afirma, sobre todo en sus

hipótesis más generales. La libertad de la lectura (una li­

bertad que es intelectual y moral) vive más segura en este

terreno que en el de la primera persona, justamente por­

que la primera persona tiene un derecho y una capacida~ impositiva, de presencia, de los que carece la tercera. A di­

ferencia del yo de un testimonio, cuya relación con los he­

chos es difícil de poner en duda (debería demostrarse,

por ejemplo, que se trata de las memorias de un estafa­

dor) y donde se necesita mucha desconfianza o mala fe

para discut\r sus aseveraciones, Calveiro no se pre sen ta co­

mo testim6niante sino con::io analista del testimº.Wº ~e otros. En esta posición puede moverse con la legitimidad

de quien ha expulsado su propio testimonio para incluir

su juicio, no su experiencia, en los términos de una di~ci­plina social y de una condena moral y política que pres­

cinde del propio sufrimiento para ser justa. Su libro no

proviene de la cárcel y la tortura, sino del exilio e~ Méxi­

co, donde investigó e incorporó los instrumento:> mtelec­

tuales par~ escribirlo, ubicándose, en primer lugar, en el

Page 60: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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122 BEATRIZ SARLO ·

más académico de los espacios y el m:ts pesadamente esco­

lar de los géneros: la tesis de c~octorado, que ordena la ex­

clusión del yo sin excepciones.

Lo que Calveiro hace con su experiencia es original res­

pecto del espacio testimonial. Afirma que la víctima piensa,

incluso cuando está al borde de la locura. Afirma que la víc­

tima deja de ser víctima porque piensa. Renuncia a la dimen­

sión autobiográfica porque quiere escribir y entender en tér­

minos más amplios que los de la experiencia padecida.

Primo Levi escribió extensamente sobre cómo las con­

diciones del Lager afectaban a los "musulmanes", a aque­

llos prisioneros que ya no pertenecían al mundo de_ LQ~,Vf::

vos porque habían abandonado toda pulsión de existencia

incluso en sus niveles físicos más elementales. Señaló que

la verdad del Lager estaba en esos hombres nu vivos, más

que en las categorías de prisioneros en las que él mismo

se inscribía. Señaló también que, sobre la verdad final del

Lager, sólo Jos muertos, es decir aquellos cuyo testimonio

no podrá escucharse nunca, tendrían una palabra. Sus es­

critos ocupan ese vacío que deja la experiencia intransmi­

sible, irrecuperable, de Ja víctima típica. También aquí hay

una reticencia: Levi se ve obligado a hablar en lugar de

quienes no hablan. Calveiro, roc!eada de quienes sobrevi­

vieron para hablar y responder así indirectamente a b

idea de Levi, Loma otro camino igualmente complejo: no.

hablar en nombre propio. En esta cesión de la priuwra

persona, c~i1veiro sacri1ica no simplemente, como pudría

EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 123

pensarse, la riqueza dctalla1la y concreta de la experien­

cia, sino su autoridad imperativa, su carácter, finalmente,

inu·atable.

1

Page 61: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

- • I

5. Posmemoria, reconstrucciones

James Young, en el comienzo de At Memory 's Edge, 1 se pre­

gunta cómo "recordar" aquellos hechos que no se han ex­

perimentado directamente, cómo "recordar" lo que no se

ha vivido. Las comillas, que encierran la palabra recordar,

indican un uso figurado: lo que se "recuerda" es lo vivido,

antes, por otros. "Recordar" se diferencia de recordar por lo

que Young denomina el carácter vicario del "recuerdo".

La doble valencia de "recordar" habilita el deslizamiento

entre recordar lo vivido y "recordar" narraciones o imáge­

nes ajenas y más remotás en el tiempo. Es imposible (salvo

en un proceso de identificación subjetiva desacostumbrado

y que nadie juzgaría normal) recordar en términos de expe­

riencia hechos que no fueron experimentados por el sujeto.

Esos hechos sólo se "recuerdan" porque forman parte de

un canon de memoria escolar, institucional, política ~ in­

cluso familiar (el recuerdo en abismo: "recuerdo que mi

padre recordaba'', "recuerdo que en la escuela enser.aban",

"recuerdo que aquel monumento recordaba").

1 }1mc' Young, Al Me111ory 's ülge; i\jter-luwgn of tlu J/olowu· t i11 Co11-

Lempornry J\rl aud Architecture, cit.

i• , .

Page 62: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

126 BF.ATRJZ SARLO

Alertado in.tcrmitentemente por el marco que enmarca

lo recordado, Young seiiala el carácter "vicario" de esta me­

moria. Mariai~nc Hirsch llama "posmernoria" a ese tipo de

"recuerdo", dando por inaugurada una categoría cuya ne­

cesidad debe probarse.2 A Hirsch le interesa subrayar la es-

. pecifici<lad de la "posmemoria" no para referirse a la me­

moria pública, esa forma de la historia transformada en

relato o en monumento, que no designarnos simplemente

con la palabra historia porque queremos subrayar su di­

mensión afectiva y moral, en suma: identitaria. Le da al ver­

bo "recordar" usos diferentes de los que recibiría en el caso

de la memoria pública; no se trata de recordar como la ac­

tividad que prolonga a la Nación o a una cultura específica

del pasado en el presente a través de sus textos, sus mitos,

sus héroes fundadores y sus monumenws; tampoco es el re­

cuerdo conmemorativo y cívico de los "lugares de memo­

ria". Se trata de una dimensión más específica en términos

de tiempo; más ínlima y subjetiva en términos de textura .

. Como posmemoria se designaría la memoria de la genera­

ción siguiente a la que padeció o prot<1gonizó los aconteci­

mientos (es decir: la posmemoria sería la "memoria" de los

hijos sobre la 111mwria de sus padres). La idea ha recorrido

basunte camino en los estudios sobre d pasado siglo XX.

Acá me propongo examinarla.

~ Mari;11111c lli1sd1, Family Frnnus; /'lwt11¡;rn¡J/1y, Narrnlive ami Fostm1·­

uwry, C1111luidgc (l\lass.) y l.oudres, lbrvard Uuiversity l'rcss, l!l'l7.

l'OSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 127

Hirsch y Young señalan que el rasgo diferencial de la pos­

memoria es el carácter ineludiblemente mediado de los "re­

cuerdos". Sin embargo, los hechos del pasado, que las ope­

raciones de una memoria directa de la experiencia pueden .

reconstruir, son muy pocos y están unidos a las vidas de los

sujetos y de su entorno inmediato. Del resto de los hechos

contemporáneos a los sujetos, éstos se enteran por el discur­

so de terceros; ese discurso, a su vez, puede estar sostenido

en la experiencia o resultar de una construcción tan basada

en fuentes, aunque sean fuentes más próximas en el tiem­

po, como el clásico de Fustel de Coulanges sobre los ro­

manos o del de Burkchardt sobre el Renacimiento. En las

sociedades modernas estas fuentes son crecientemente me­

diáticas, desligadas de la escucha directa de una historia con­

tada en vivo por su protagonista o por alguien que ha escu­

chado a su protagonista. La oralidad inmediata (las historias

del narrador que Benjamín piensa que han dejado de exis­

tir) es prácticamente inhallable excepto sobre los hechos de

la m:is estricta cotidianidad. El resto son historias recursivas:

historias de hiswrias recogidas en los medios o distribuidas

por las instituciones. Por eso la mediación de fot0grafias, en

l lirsch, 0 el registro de todo tipo de discursos a partir <le los

t¡ue st: con:;truye la memoria, en Young, no seii<ilan u11 ras­

go específico que muestre b neet.:sidad de una nución unno

posmemorÍ<l, hasta ahora inexistente.

Si ¡0 <¡ue se t¡uien: deci.r es que los protagonistas, las víc­

timas de los hechos o simplemente sus contem1 .or:meos es-

,·.

¡; :.:¡···¡·.:·,.: .. .:

·~

Page 63: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

128 BEATRIZ SARLO

trictos tienen de ellos una experiencia directa (todo Jo di­

recto que pueda ser una experiencia), bastaría con deno­

minar memoria a la captura en relato o en argumento de

esos hechos del pasado que no exceden la duración de una

vida. Éste es el sentido restringido de memoria. Por exten­

sión, esa memoria puede convertirse en un discurso produ­

cido en segundo grado, co? fuentes secundarias que no

provienen de la experiencia de quien ejerce esa memoria,

pero sí de la escucha de la voz (o la visión de las imágenes)

de quienes están implicados en ella. Esa es memoria de segun­

da generación, recuerdo público o familiar de hechos auspi­

ciosos o trágicos. El preftjo "post" indicaría lo habitual: es

lo que viene después de la memoria de quienes vivieron los

hechos y, al establecer con ella esa relación de posteriori­

dad, también tien.e conflictos y contradicciones característi­

cos del examen.intelectual de un discurso sobre el pasado y

de sus efectos sobre la sensibilidad.

Se dice como novedad algo que pertenece al orden de

lo evidente: si el pasado no fue vivido, su relato no puede si­

no provenir de lo conocido a través de mediaciones; e, in­

cluso, si fue vivido, las mediaciones forman parte de ese

relato. Obviamente, cuanto más peso tengan en la construc­

ción de lo público los medios de comunicación, más influi­

rán sobre estas construcciones del pasado: los "hechos me­

diáticos" no son la última novedad, como parecen creer

algunos especialistas en comunicación, sino la forma con

que se conocieron, para mencionar ejemplos que tienen

l'OSM EM< >RIA, RI·'.< :ONSTRUCCI< >N ES 129

casi un siglo, la revolución rusa y la primera guerra mun­

dial. Diarios, televisión, video, fotografía son medios de un

pasado tan fuerte y persuasivo como el recuerdo de la ex­

periencia vivida, y muchas veces se confunden con ella.

Young se extiende en Jos problemas que plantearía el

carácter vicario del recuerdo de un pasado que no se ha vi­

vido, como si fuera un rasgo inédito que por primera vez

caracterizara los hechos de una historia reciente. Sin em­

bargo, es obvio que toda reconstrucción del pasado es vica­

ria e hipermediada, excepto la experiencia que ha tocado

el cuerpo y la sensibilidad de un sujeto.

La palabra "posmemoria", empleada por Hirsch y Young,

en el caso de las víctimas del Holocausto (o de la dictadura

argentina, ya que se Ja ha extendido a estos hechos), descri­

be el caso de los hijos que rcco1;struyen las experiencias de

sus padres, sostenidos p0r la memoria de éstos pero no só­

lo por ella. La posmemoria, qüe tiene a la memoria en su

centro, sería la reconstrucción mernorialística de la memo­

ria <le hechos recientes que no fueron vividos por el sujeto

que los reconstruye y, por eso, Young la califica como "vica­

ria". Pero, incluso si se reconoce la necesidad de la noción

de pusme111oria para describir la forma en que un pasado

ll<' vivido pero muy próximo llega al presente, hay que ad­

milir 1a111bi(·n que toda exjwrú11cia del ¡wsado es l:irnr.·a, por­

que i.n!)lica sujetos que buscan entender algo coloc~·ndose,

por b imaginación o el cunocirniento, en el lugar de quiv

ncs lo experimentaron rcalmc ote. Toda narración dd pase.-

Page 64: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

\\ ¡1 ii !

I; 1

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1

¡ 1 1

130 BEATRIZ SARLO

do es una re-presentación, algo dicho en lugar de un hecho.

Lo vicario no es específico de la posmemoria.

Tampoco la mediación (o "hipermediación'', como es­

cribe Young para fonalecer por hipérbole su argumento)

es una cu;ilidad específica. En una cultura caracterizada por

la comunicación masiva a distancia, los discursos de los me­

dios operan siempre y son ineliminables. Sólo la extrema

deprivación, el aislamiento completo o la locura se sustrae

a ellos. Por otra parte, la construcción de un pasado a tra­

vés de relatos y representaciones que le fueron contempo­

ráneos es una modalidad de la historia, no una estrategia

original de la memoria. El historiador recorre los diarios , tamo como el hijo de un secuestrado por la dictadura mira

fotografias. Lo que los distingue no es el carácter "post" de

la aclividad que realizan, sino la implicación subjetiva en

los hechos representados.

Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que dife­

rencia la búsc¡ueda de los restos de un padre o una madre

desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un equipo de

arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la

justicia en términos generales. Si a la historia que constru­

ye ese hijo sobre la desaparición dd padre quiere d:trsck

el nombre de posmemoria, C:·ste s•.TL: aceptable solame11Lc

plH' dos rasgos: la implicación del Sl~jl.'.to en su dimensiúu

psicológica más personal y el carúcter no "profesional'' de

su actividad. ¿Qué, que no prov~~ng~1 del orden de b expe­

riencia sul~jetiva y de la for111ació11 disciplinar, lu difrrcn-

P< >SMEMORIA, RE< :ONSTRUCCIONES 13.

cia del historiador o del fiscal? Sólo la memoria del padre;

si el discurso que provoca en el hijo quiere ser llamado

posmemoria, lo será por la trama biográfica y moral de la

trasmisión, por la dimensión subjetiva y moral. No es en

principio necesariamente ni más ni menos fragmentaria,

ni más ni menos vicaria, ni más ni menos mediada que la

reconstrucción realizada por un tercero; pero se diferen­

cia de ella porque está atravesada por el interés subjetivo

vivido en términos personales.

¿Qué hace Art Spiegelman sino poner en la escena de

un cómic los avatares específicos de la construcción de una

"historia oral" en la que su subjetividad está implicada, ya

que se trata de su propia familia, pero donde aparecen ade­

más muchos de los problemas del historiador?3 ¿Y la chica

arqueóloga, que llega desde Francia a descubrir las condi­

cicrnes de la muerte de su padre, cuando describe los pasos

de su investigación no está de alguna manera reduplicando

los métodos de la tesis que ha venido a realizar sobre la lla-

:1 An Spicgelman, Maun, vols. l y'.!, Nueva York, Pantheon Hooks,

198ti. IJ\lrw.ü, Buenos Aires, Emecé, 1999.] A propósito d.· Mauss, An­

d1cas l lupsn; .~cüala que su mczcLl de la estética dd có1uic con elemen­

tos <¡i1c provienen de la tr;1diciún mtdt:ruista. t:ll una pab ira, b ·'com­

plt:ji<Lul de su narración uo es '' "' un pnKe<ii111i1·nto l''t "tico .. sino

qul' pr ovi1·n1· dd deseo de la scg11.1d<i gt:ll<TM·ión de Clll•'" er el 1i,1s;1c'.o

<i<' sus padrt"s, dd que hH 11:a11 y.1 JMl'lt:, lo <¡t1icra11 o no: t:· 1·11 P'·•y1 ·c10

;¡,. ;l( <T< ·1111it'1llo 111im{·tico al Lr;111111a l11s1,-,1 ico y i"'' S<ll1;1l <¡ '" a1111d;1 va­

' 1os lll\'dcs de tiempo". (/'ff.\111/ /'111ts; Ur/)(111 l'alim/iwsfa ww tlu· l'u!itin cf

i\ln11ur\', S1;111ford, Stanford Univt·i>ity Press, '.!lJll'.i, p. l'.!7.)

Page 65: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

1

132 BEATRIZ SARLO

nura pampeana?4 Si esta implicación fuerte <le la su~jetivi­

dad parece sulicientc para denominar a un discurso "pos­

memoria ",lo ser:t no por el carácter lacunar de los resulta­

dos, ni por .su carácter vicario. Simplemente se habrá

elegido llamar posmernoria al discurso donde queda impli­

cada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su

padre, de su madre, o sobre ellos.

El gesto teórico parece entonces más amplio que necesa­

rio. No tengo nada en contra de los neologismos creados

por acoplamiento del prefijo "post"; pregunto únicamente

si ellos cubren una necesidad conceptual o siguen tin im­

pulso de intlación teórica. La literatura autobiográfica des­

de el siglo 'XIX abunda en memorias de la memoria fami­

liar. Sarmiento, en Recuerdos de provincia, comienza por la

historia de su familia y la reconstruye (bien arbitrari~mwn"

te, debe admitirse) de fuentes familia1-es y unos pocos do­

cumentqs. Hoy esos capítulos ·de su libro recibirían el nom­

bre de posmemoria, que suena completamente innecesario

para comprender la relación compleja y conflictiva de Sar­

miento con su padre, la esteticidad y vibración moral del

retrato de su madre. y las operaciones de invención-recrea­

ción de una familia que, por sus blasones, le permite soste­

nerse comü hijo de un lin~ue y no solamente de sus obras.

Victoria Ocampo comienza su autobiogralía con su abuelo,

1 Ma1ü Laura y Silvin;1 en: .Juan Cdman, l\hr;1 La Madi id, NI,,[ Jlam

Jw11/ú11 tlr tlw.1; ltljo.1 de dr~t1JH11nido1, Buenos Aires, Pbnc:ta, 1 '1~17.

l'l)Sl\tEMORl/\, RECONSTRUCCIONES 133

que era amigo de Sarmiento; para entender ese comienzo

es completamente inútil el concepto de "posmemoria" que,

en teoría, debería aplicársele.

El hecho de que estas memorias familiares de Sarmiento

o de Ocampo no fueran traumáticas ¿es lo que las separa de

los relatos de la posmemoria? Si así fuera, se trataría enton­

ces de una noción que sólo habilita para referirse a hechos

terribles del pasado (lo cual implicaría definirla por sus con­

tenidos). Tiendo a creer, más bien, que la teoría de la pos­

memoria no tuvo en cuenta estos avatares clásicos de la

autobiografia, sobre los que se han escrito bibliotecas desde

que el tema fue inaugurado por Gusdorf y Starobins~i y

puesto en la moda crítica por Lejeune, sino que se armó en

el marco de los estudios culturales, específicamente aque­

llos que conciernen al Holocausto. La noción fue pensada

en ese espacio disciplinario, y sólo allí podrían afirmarse sus

pretensiones de especificidad, tanto en la cualidad del he­

cho rememorado como en el estilo con-memorativo de las

actividades que mantienen su recuerdo.

Sin embargo, los estudios de memoria (desarrollados in-

dustrialmente sobre todos los temas y las identidades en los

últimos aúos) citan la noción de "posmemoria" (sobre todo

tal corno b presenta Hirsch) como si poseyera algl:na espe­

(·ilicid~HI heurística más alb de que se u·ate del r·~gistro, en

tér111i11os mcmorialísticos, d~ las experiencias y la vida de

ou us que deben pertenecer a la generación innH"diaLarne11-

te anterior y estar relacionados con el posmemo ·ista por el

¡ 1 "

Page 66: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

134 llEATIUZ SARLO

parentesco mús estrecho. Se ha convenido en una novedad

teórica sintonizada con otro auge disciplinario: el de los es­

mdios sobre sul~jetividad y las "nuevas" dimensiones biogr<i­

fü:as, desplazamiemo que realiza el mismo libro de Hirsch,

donde hay capíntlos en los que asistimos al análisis sesudo

de unas fotos de ella y su madre, tomadas poco antes por

un fotógrafo pcriodíslico que, en opinión de Hirsch, no su­

po captar el car{tcter de la relación que la une con su pro­

genitora; y también la explicación de cómo construyó

Hirsch el álbum de fotos familiares que regaló a sus padres

para un aniversario importante (para la familia Hirsch, por

supuesto). La inflación teorica de la posmemoria se redu­

plica así en un almacén <l~ banalidades personales legiti­

madas por los nuevos derechos de la su~jelividad que se

despliegan no sólo en el espacio tr{tgico de los hijos del

Holocausto, sino en el más amable de inmigrantes cen­

troeuropeos a los quek~s ha ido bien en América del Norte

y pueden enco1.trar pocos traumas en su pasado que no se

refieran a cómo integrarse en las nuevas costumbres y 1110-

das (por lo menos esa es la versión de Hirsch, que pasa por

el exacto centro de lo que sucedió con su propia familia).

Sin embargo, una observación de Hirsch, hacia el iinal

de su libro/' prese11 ta una rclaciún menos narcisista con las

categorías. Afirma que en el caso de los judíos laicos y urba­

nizados, la identidad judía se construye como consecuc1Ki;1

'' l li1 >Ch, cit., p. '..! l·I.

POSMEl\IOIUA, REC< >NSTRUCCIONES 135

de Ja Shoah. En esta dimensión i<lentitaria, la posmemoria

cumple Jas mismas funciones clásicas de la memoria: fun­

dar un presente en relación con un pasado. La relación con

ese pasado no es directamente personal, en términos de fa­

milia y pertenencia, sino a través de lo público y de la me­

moria colectiva producida institucionalmente. En esta di­

mensión se mueven los ensayos de Young, que discute sólo

la posmemoria del Holocausto y las estrategias de monu­

mentalización (refutadas por las simétricas estrategias de

los contramonumentos). La cuestión es si la cualidad "post" diferencia la memoria

de otras reconstrucciones. Como se vio, los teóricos de la

posmemoria argumentan de dos modos ofreciendo dos razo­

nes para la especificidad de la noción. La primera es que se

trata de una memoria vicaria y mediada (éste es el centro del

argumento de Young, que tiende a considerar un rasgo es­

pecífico lo que es propio del discurso sobre el pasado); la

segunda es que se trata de una memoria donde están im­

plicados dos niveles de sul~jetividad (éste es el .centro del

argumento de Hirsch, que. tiende a acentuar la dimensión

biogr:ifica con valor ickntitario de las operaciones de pos­

mcmoria). Ambos coinciden en la fragmentaricdad de l~~ posnwrnoria y consideran que es un rasgo diferencial, como

si todo discurso sobre d pasado no se ddiniera también por

su radical incapacidad para reconstruir un todo.

Abandonado el ideal de una historia que alca11cc la tola-

Jizaciún a travé~ de cierto~ principios generales que le da-

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Page 67: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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U6 BEATRIZ SARLO

ría1) unidad, cod;1 historia es fragmentaria. Si lo que se quie­

re afirmar es que las historias vinculadas con el Holocausto

lo son más todavía, habría que buscar las razones para ad­

~nitir que su memoria es más lacunar que otras memorias.

Primo Levi avanza por este camino, porque cree que la ver­

<~ad <ld L(Jgt'r está en los muertos que jamás podrán volver

para enunciarla. Pero, fuera de esta convicción ele Levi, se­

ría necesario demostrar la incompJetitud de la memoria so­

bn:: el Holocausto, un ijCOntecimicnto masivamente rodea­

<fo de intcrp1:ctació11: la palabra misma con que se lo

designa es una interpretación con sentido trascendente e

intlexión religiosa. En realidad, el Holocausto no parece

hoy fac1mar, excepto que se piense que su fragmentariedad

pnwienc de <iuc no se ha logrado reconstruir cada uno de

los hccl10~ (pretensión más bien primitiva en términos de

méwdo, aunque represente un valor moral en términos

ck que ettd" U1Ul de las víctimas liene derecho a Ja recons­

trucción de su historia, que, en términos personales, es ob-

vi .. lllt.:!lte única). O también que el centro de la máquina

<le mucne, l•ts c;ímaras de gas y los crem·uorios sólo puede

ser rcnmslruido arqueológicamente.

l.•t fragmencaricdad <le tocht memoria es evidente. O se 1plinc decir algo más, o simplcmeute se está adosando a Ja

posni(:moria ac¡udlo que se acepta muy univcrsalmcucc des­

de el 111omt·1no en que emraron en uisis las grandes síur.ec

sís Y l;is gr•mdcs lola!ilaciuucs: ludo es fragmentariu desde

lllc<liados del siglo XX.

POSMEMORJA, RE.CONSTIWCCJONES 137

La fragmentariedad proviene, en opinión de Young,6 del

vacío entre el recuerdo y lo que se recuerda. La teoría del

vacuum pasa por alto que ese vacío marca siempre cualquier

experiencia de rememoración, incluso la más banal. Young

se desliza dci:nasi~do fácilmente entre el vacío dejado por

el Holocausto, el vacío de judíos en Alemania y el vacío que

está en el centro de la experiencia del recuerdo. Se arma

así una especie de cadena metonímica de un vacío a otro,

embellecida por todos los prestigios teóricos, a la que po­

drían agregarse el vacío constitutivo del sujeto, el vacío de

donde surge el enunciado, el vacío respecto del cual se re­

corta dificultosamente el recuerdo, etc., etc. Como es im­

posible contradecir la idea de vacío dejada por el Holocaus­

to, esa evidencia se traslada, sin mayor examen, a otros

"vacíos". Filosóficamente a la mode, esta cadena es más su­

gestiva que sólida.

El "vacío" entre el recuerdo y lo que se recuerda está

ocupado por las operaciones lingüísticas, discursivas, subje­

tivas y sociales del relato de la memoria: las tipologías y mo­

delos narrativos de la experiencia .. los principios morales,

religiosos, que limitan el campo de lo recordable, d trauma

que obstaculiza la emergen.::ia del recuerdo, los juicio:> ya

realizados que inciden como guías de evaluación. ~:ís <iue

de un vacío se trata de un sistema de desfas:cües y puentes

teóricos, metodológicos e ideológicos. Si alguien quiere lla-

ti Yuung, cit., p. titi.

Page 68: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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138 BEATRIZ SA!lLO

mar a ese .sistema un "vacío", tiene derecho a hacerlo en la

medida en que defina otro espacio (entre el hecho y su me­

moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen

las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica

y de evaluación.

La fragmentaricdad del discurso de memoria, más que

una cualidad a sostener como destino de toda obra de re­

memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme­

moración opera sobre algo que no está presente, para pro­

ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no

son específicos al trab<yo de memoria sino a muchos traba­

jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral

y la que se apoya en registros fotográficos y cinematográfi­

cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese

discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino

un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevitable­

mente lacunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría

de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la

prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no

se trataría de relatos !acunares sino imposibles. En otros ca­

sos de discursos sobre muerte y represión, esa teoría no po­

d1ü extcnder sencillamente su dominio y debería demos­

tr¡1r qll'· esa extensi{in es descriptivamente adecuada.

Sin embarp:o, como lo prueba uu análisis brillante de

Cl'urgcs Didi-1 luherman, lo irrepresentable dd Holocaus­

to t•st~í en la ausencia de aquellos documentos <1ue fuen111

sistt:nütican1t·11te destruidos. No hay i111[1ge11es de un ere-

l'OSMEMORJA, llECONST!lUCCIONES 139

matorio en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra­

fías tomadas por un prisionero que analiza Didi-Huberman;

"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque­

llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta­

rio en primer lugar porque hubo una decisión política Y un

espacio concentracionario que se propusieron liquidar t~

da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como

consecuencia, de representación posterior. Los muertos,

como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum­

plió por completo el destino concentracionario, son irre­

presentables porque la experiencia en la que culmina el La­

ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es

posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están

en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la

vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so­

bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el

núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar­

go, Didi-Huberman dedica su análisis a esas cuatro imáge­

nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al­

guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;

y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, son

una base para imaginar el Ll<ger, no un ícono fetiche qw

cerraría sus sentidos tratando de representarbs. '

Fuera del Lager, frente a producciones di .cursivas o e~

I I · ¡ / P· rí Ediuous de M: 7 Georges Oidi-Huberman, u111g1'S ma gu uu , <> '

nuit, '.2003, p. ~l. [luuígmes ¡i.:se a todo, Uarcclona, Paid<. , ~O!H.J

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Page 69: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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138 BEATRIZ SARLO

mar a ese .sislcma un "vacío", tiene derecho a hacerlo en la

medida en que defina otro espacio ( emre el hecho y su me­

moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen

las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica

y de evaluación.

La fragmentariedad del discurso de memoria, más que

una cu<1lidad a sostener como destino de toda obra de re­

memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme­

moración opera sobre algo que no está presente, para pro­

ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no

son específicos al trab<tjo de memoria sino a muchos traba­

jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral

y la que se <1poya en registros fotográficos y cinematográfi­

cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese

discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino

un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevitable­

mente lacunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría

de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la

prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no

se tr<ttaría de relatos !acunares sino imposibles. En otros ca­

sos de discursos sobre muerte y represión, esa teoría no po­

dría extender sencillamente su dominio y debería demos­

tr¡1r c¡u 1 • esa extensiún es descriptivarnente adecuada.

Si11 embarp:o, como lo prueba uu análisis brillante de

Cl'orges Didi-1 luherman, lo irrepresentable dd Holocaus­

to esl<Í en la ausencia de aquellos documentos que fuen111

~ist~:m~ítican1t·11te destruidos. No hay im[1genes de un ere-

POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 139

matorio en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra­

fías tomadas por un prisionero que analiza Didi-Huberman;

"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque­

llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta­

rio en primer lugar porque hubo una decisión política Y un

espacio concentracionario que se propusieron liquidar to.

da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como

consecuencia, de representación posterior. Los muertos,

como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum­

plió por completo el destino concentracionario, son irre­

presentables porque la experiencia en la que culmina el la­

ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es

posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están

en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la

vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so­

bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el

núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar­

go, Didi-Huberrnan dedica su análisis a esas cuatro imáge­

nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al­

guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;

y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, SOll

una base para imaginar el L«ger, no un ícono fetiche flllt

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Page 70: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

140 BEATRIZ SARLO

téticas rontcmporáneas, lejos del impacto que provocó el

didttm de Adorno, respondido, casi de inmediato, por la

poesía de Paul Celan, la teoría del vacío represcntacional

y de la cualidad lacunar de la reconstrucción memorialís­

tica hace sistema con otro sentido común contemporáneo

que sostiene que, cuanto más importantes son las pregun7

tas, menos se puede pretender responderlas. No se des­

carta simplemente la respuesta que impone una versión

en exclusión de otras, sino que es necesario precaverse de

cualquier respuesta que produciría una clausura indesea­

ble. Cuando analiza el proyecto del museo judío de Berlín

de Daniel Libeskind, Young recurre a una fórmula con la

cual cree dejar establecidos los méritos del proyecto por­

que habría "respondido al problema dejándolo sin resolu­

ción ". 8 La fórmula paradoja! no significa tanto como sus

prett·nsiunes. Yoimg quiere decir que Libeskind no anuló

el problema, no lo volvió invisible a los visitantes del nuevo

edificio; que, al mismo tiempo que encontró una solución

proyectual y la comtruyó, conservó los datos que su propio

proyecto debía resolver. Pero, en lugar de presentar este ar­

g11menro sencillo, al recurrir a la parad~ja, Young subraya

la a¡.wrí<t de los lrab<~jos de mem0ria (y de sus 1110numentos

Y l on Lrau.011 umcntos). Subraya lo que denomina la "irreso­

luci1'i11 perpelua",~ 1 una fórmula can atractiva como nehulo­

s;1. Si se quiere dedr c¡11e una cuestiú11 es1:1 literalmente

"Yo1111g. cit., p. 170.

''lliid.,p.9:!.

POSMEMORl.A, RECONSTRUCCIONES 141

abierta a perpetuidad, esto es una verdad obvia, ya que será

retomada de modo inevitable con nuevos instrumentos teó­

ricos y en nuevos contextos significativos. Pero si se quiere

decir que, por definición, un problema está en el presente

abierto a la irresolución, lo que se afirma es, mediante otro

léxico, una noción de vacuum. Young recurre a la teoría del

vacuum, de aquello que no existe sino en su _ausencia, y se

obliga a seguir encadenado a ella sólo porque casi resulta

sacrílego afirmar que los trabajos de la memoria comparten,

con todo recuerdo del pasado, la incompletitud, incluso

cuando ya se han convertido en tópicos clásicos, y precisa­

mente se han convertido en tópicos (la Shoah, los desapa­

recidos) porque no han permanecido irresueltos.

Los ejemplos traídos del campo artístico que analiza

Young muestran, considerados en su conjunto, que la cues­

tión no ha permanecido irresuelta y que hay un canon esté­

tico firme (de instalaciones y contramonumentos) que ejer­

ce su poder simbólico en el presente, aunque su destino

futuro sea el de ser revocable. Es notable el contraste entre

el discurso de lo "abierto", Jo "fragmentario" y lo "irresuel­

to" con que Young acompai1a un conjunto de obras contra­

rnonumentales de primera línea internacional, y transcribe

memorias de los artistas en l<ls 'lue las coincidet:cias sobre

lo que debe '1 .. ccrse como p0smem•)ria del Holo :austo son

verdaderamente asombrosas. En sede artística, la pcs111c"

moría tiene un decálogo in.eruacional unificad > y h:~rtc­

mcnte creador de consenso.

Page 71: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

i \

''. 142 llEATRJZ SARI.O

También Hirsch insiste en el carácter inacabado y frag­

mentario que definiría, por su misma naturaleza, a las sub­

jetividades que recuerdan y a la memoria que producen.

Agujereados, más evidentes por sus vacíos que por sus ple­

nos, los discursos de la posmemoria renuncian a la totaliza­

ción no sólo porque ya ninguna totalización es posible sino

porque ellos están destinados esencialmente al fragmento.

Es dificil coincidir con una definición tan totalizante como

taxativa, ya que a todo discurso no autoritario se le atribuyen

estos rasgos después de la crisis y la crítica de las filosofías de

la historia y, en consecuencia, lo que se atribuye como par­

ticular de la posinemoria pertenece a un generalizado uni­

verso. Si hay diferencias, deben estar en otra parte.

Ejemplos y contraejemplos

Conviene evitar un discurso único sobre la memoria y la

"posmemoria". Caracterizado por lo lacunar, lo mediado,

lo resistente a la totalización y su misma imposibilidad, el

discurso único de la "posmemoria" encuentra siempre lo

que busca y, en consecuencia, resulta monótono en su des­

cuido program:ttico de las diferencias entre relatos.

Si se trata del modo en que los hijos procesan la historia

de sus padres allí donde hubo fracturas importantes, no sir­

ve identificar sólo una forma invariable. Las diferencias que

se pasan por alto provienen de orígenes sociales, contextos

POSMEMORJA, RECONSTRUCCIONES 143

e imaginarios, incluso de modas teóricas difundidas como

tendencias culturales.

Una rápida observación del caso argentino posterior a

1955 indica que, lejos de apartarse de la totalización, lejos

de adoptar una perspectiva exploratoria e hipotética, le­

jos de resistirse a cerrar algunos sentidos del pasado, los jó­

venes radicalizados de la generación posterior a la caída del

primer gobierno de Perón, buscaron una historia que les

garantizara sentidos y siguiera una trayectoria definida por

una teleología que conducía de la caída a la redención re­

volucionaria, con un protagonista sólido al cual se le atribu­

yeron cualidades completamente estables. Armaron un dis­

curso que respondía a principios de época tanto en lo

poHtico como en las corrientes ideológicas que prevalecían

en el nacionalismo revoludomlfio y la izquierda.

No fue su condición de hijos, sino su condición de jóve­

nes intelectuales o militantes la que definió su relación con

el pasado en el que sus padres habían vivido. En lugar de

una memoria de sus padres, buscaron una memoria históri­

ca que atribuyeron al Pueblo o al Proletariado. El 17 de oc­

tubre de 1945, la jornada en que, según la tradición, se de­

finió el liderazgo de Perón y el protagonismo de las masas

populares, fue el hecho clave: traumático para quienes no

lograran entender su sentido. La desapari.::ión del t:adáver

ck Eva Perón configuró simbólicamente una rtivindicación

del cuerpo que subyugó un vasto imaginario políuco. El

cuerpo robado se convi1·tió en consigna para jóvenes que

Page 72: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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1 1:

144 llEATRIZ ~IU,ü

no habían llegado a conocer a Evita. La herida abierta en el

cuerpo político del peronismo debía repararse, incluso por

la venganza.

El discurso histórico con el que se identificaron quienes

llegaban a: la. política en el transcurso de los aüos ses~nta

no fue dubitalivo ni lacunar; tuvo un centro bien estableci­

do y una dirección que marcaba origen y futuro. Los hijos

de quienes habían vivido su adultez bajo el peronismo b.us­

caron mú interpretación fuerte que unificara los hechos,

en contra de la interpretación que proporcionaban sus pa­

dres, si habían sido opositores; o cambiando el sentido que

los había movido, si habían simpatizado con el peronismo.

Estos jóvenes, hijos de la' generación para la que el 17 de

octubre fue un trauma y una fecha fundadora, hablaron

abiertamente del pasado de sus padres, y juzgaron que elfos

habían sido o participantes equivocados o espectadores que

no comprendían los sucesos . .Fueron hijos que corrigieron

puliticamerile el modo en que sus padres vivieron el primer

gobierno peronista; los acusaron de no haberse volcado con

imensidad hacia lo público o de no haber captado la ver<la­

dera naturaleza del movimiento de masas.

En lugar de construir, como hijos, una personal versión

horadaoa y mediada del período inmediatamente anterior

que ellos no habían vivido, propusieron un relato compac­

to y global de esa historia contemporánea a la juventud u

madurez de sus padres, para que las equivocaciones, las en­

soüaciones o las limitaciones ideológicas de las que ellos

POS~EMORIA. l{ECONSTRUCCIONES 145

fueron culpables no se repitieran en el futuro. No hay vacío

en estos discunms, no h~y fragmentariedad.1° Los hijos cri­

ticaron las opciones de sus padres y Sf refirieron a ese. pasa­

do políüco para superarlo, no porque ellos se sintieran di­

rectamente ,a,fcc;tac~os ~iiw porque formaba parte de u11a

dirnensi.ón pública. La memoria debía funcionar corno

"maestra de la política" para que no se repitieran las equi­

vocaciones d~ la, gencr.ación anterior, que no fue capaz de

entender su propio presente.

La experiencia de los padres y la llamada "posmemoria"

de los hijos se e11frentar,0n en un escenario de conflicto agu­

do. La "posrnemoria" sería, en este caso, una corre(:ción (ie­

cidida de la memoria, no una trabajosa reconstrucción tenta­

tiva, sino una certeza comp<lcta, que necesitó de esa solidez

porque la historia difundida entre los hijos debía ser un ins­

trumento ideológico y cultural de la política en los años. i)e­

senta y primera mitad de los setenta. La época pensaba de

ese modo y los jóvenes pensaban dentro de la época.

Treinta aüos más tarde, concluida la dictadura militar,

los hijos de estos jóve~es de los años sesenta, muchos de

ellos militantes desaparecidos y asesinados por el terroris-

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10 Un rebto histórico, que tuvo difusión masiva y fuerte poder de

coustrucció11 imaginaria y política, se ~1poyó en obras e intervenciones de

autores contemporáneos al pi 1111er pero11is1no como ¡: 0J0lfo Puiggró"

Jo• ge Abela1·do Ramos, Arturo Jauretche y Juan José lkrnindez Arregu •.

Véase, para sus ante1.:edcn1cs conccptualcs: Carlos Altamirano, /,a era ae '.!

{as masas, cit.; y Beatriz Sarlo, ta batalla de las ideas, Lit. ----- j

Page 73: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

r 146

BEATRIZ SARLO

mo de estado, toman, frenre al pasado de sus padres, posi­

ciones bien diferentes. Al hacerlo también se atienen a nor­

mas epocales, que valoran el despliegue de la subjetividad,

les reconocen plena legitimidad a las inflexiones persona­

les y ubican la memoria en relación con una identidad no

meramente pública.

Gobernado por este espíritu de época, un film de Alber­

tina Carri, Los rubios, 11 reúne lodos los temas atribuidos a la

posmemoria de una hija sobre sus padres asesinados. A pro­

pósito de este film, Martín Kohan escribió: "Los compañe­

ros de los padres [de la dir:ectora, Albertina Carri] entre­

gan una visión demasiado política de las cosas ('arman todo

políticamente'); el testimo'nio donde se admite que en

aquel tiempo lo político invadía todo sí tiene cabida, pero

se lo admite como quien admite la confesión de una culpa.

La sensación de una demasía política, que es claramente

un signo de estos tiempos, podría llevar a suponer que Los

rubios-a esta altura, vale insistir: la película que una hija de

dos militantes políticos desaparecidos hace a partir de lo

que ha pasado con sus padres- prefiere postergar la dimen­

sión más específicamente política de la historia, para recu-

11 Los rubios. Dirección: A!Lcnina Carri; producción: Barry Ellswonh;

asistentes de dirección: Samiago Ciralt y Marcclo Zanelli; fotogra!ía: Ca­

talina Fcrn;Jndez; cámara: Canncn Torres; montaje: Alejandra Almirón;

música: Ryuichi Sakamoto, Charly G<u'CÍa y Virus; so11ido: Jésica Suárez;

diseüo de producción: Paula Pelzmajer; intérprecc: Analía Couceyro. Buenos Aires, 2003.

POSMEMORlA, RECONSTRUCCIONES 147

. . , más ligada con lo huma-. ·1 . . una dunens1on perar y pnvi egiar , . 1 de la historia de

. . . con lo mas persona no, con lo coud1ano, , , y aun· así, no obstante,

. Ana Mana Caruso ... Roberto Carn Y tos en los que los

. Los rubios, los momen . es notono que, en - d ·1·tancia rozan o transi-

. . , 1 companeros e mi i testunomos de os • no resultan mu-

. d 1 'semblanza humana• tan el registro e a d lo que dicen".12

. d dos que el resto e cho menos desconsi era e . uestra poco interés por

1 fil n de arn m Ciertamente, e i I . cieron. Porque

adres quienes los cono lo que dicen de sus p d t davía quieren gober-

oráneos de los pa res o esos contemp . . l't" ca· porque no pue-

. . d de su perspectiva po i i • nar las cosas es nen siempre

d ·de ese pasado; o porque po den sino hablar es . , f ·1·· r privada con la mili-

. . , 1 dimension ami ia en comumcacion a . . d. arecidos, las cosas

1 d" ectora-hip de esap tancia, para a ir . , . . t de las ideas políti-

leto interes. Distan e . pierden por comp te ella busca, en pn-

. adres a la muer , casque llevaron a sus P · del padre

. _, n1"1sma en ausencia rse a si mer lugar, reconstrm . , . d citar una frase de

l elícula despues e (como lo aclara a p . . l o la hostilidad, fren-

. ) . L indiferencia, me us Régine Robm · ª · . ·. que el film

, . dres agudiza la distancia te al mundo de sus pa los sobrevivien-

ue se dice de ellos y con mantiene con lo q e . o busca las "ra:w:-. · arn n . . ue dan su test11no1110. tes anugos q . l· traducción de esas

" . . d ·es ni mucho menos a nes de sus pa I , r1·e· busca a sus jJa-. s recu , ·" 01· \os testigos a qu1ene "razones p

. .·. - ·lebrada", en P1111lo di' Vista, núme-, Ml · apanen<.1a u_ 1~ J'vbrtín Kohan, ,a

. 78 ab1 il de 2004, P· 28· 10 )

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Page 74: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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148 BEATRIZ SARLO

dres en la abstracción de una vida cot" d., . l iana irrecuperable

por eso no pucd , y e concentrarse e11 los . motivos que 1 . 11 ron a la militancia por . . . os eva-1t1ca y a la muerte c . que encuentra son compañeros de ·1· . ~mo los testigos

l

mi llancia de lo . d as preguntas que busc . . s pa res,

sin r . a contest.lf quedan inevitablemente

espuesta, mcluso cuando los t ..

d

, . estigos evocan . . omesticas y fam T . N _ escen.ts

i iares. o pod1a pasar de otro mo que el film interroga a do, ya personas a las que c 'd rales o · onsi era unilate-

equivocadas. El malentendido es con . O . 1pren~ble tros test11nonios como l d . . ' e e una rnwer q ·

ser filmada y 11 . "d - :.i ue se mega a a s1 o cornpa d de la d" nera e cautiverio de las padres

irectora die l ' en o que ya es sabidü" ue ton (el centro de d · . , · q en el Shera-

. . etencion donde estaban Roberto Ca . su IllUJer, además del d"b . rn y · i UJante Oesterheld) d han en un libro .. to os trabaja-

por encargo" una l . . . • . - . ' ustona ilustrad· d 1 ejercito; pero agrega un dato· ue . - . . a e dre de Albertina C· . . . : Ana Mana Caruso, lama-

arn, cmdo de la h .. · .. quien da testin\onio. La películ· ~p recien nacida de a no tiene nada d . sobre estas d ... f" . que ecir os m ormac10nes. Probabl trata de la vida en 1 emente porque se

. e campo de concentra . -directora le interesa a f d non, y lo que a la . ' m e cuentas no . . _. .

fancia en ot . , es eso sino su u1-ro c.unpo el de . -• sus uos, dond · · - ,

la captura de sus padres. e v1v10 despues de

A ese campo 1 f"l ' e J m lo llama "El cam . " que no se sabe si e ... , . . pito coa un cartel

s u onico o mdica ..

E

"El un simple p·11·· l l. n · campito" . . . ' .1 e 1smo.

transcurre uua escena d . del final Ali' - e conuenzo y las

· i no esta presente el recuerdo de 1 . . . os padres, s1-

149 POSMfMOlliA, RE.CONSTRUCCIONES

no el de la infancia de la directora, y en consecuencia, cuan­

do se filma ese campito, lo evocado es la infancia huérfana,

pero rodeada de una familia solícita que le otorga a la en­

tonces niña Albertina Carri "la felicidad de ser una malcria­

da". Como si hablara desde ese lugar infantil, en off se escu­

cha: "Me cuesta entender la elección de mi mamá. Por qué

no se fue del país. Por qué me dejó en el mundo de los vi­

vos". Esa voz en off resuena sobre la imagen de la actriz que

representa a la directora, en un gesto de grito desesperado.

La comprensión de los actos paternos, que "le cuesta" a la

actriz, tampoco la alcanza el film, ya que las razones de esos

dos militantes, si no se las busca en la política de una épo-

ca, serán definitivamente mudas. También son anónimos los amigos militantes que ofre-

cen su testimonio en el film: caras y voces a los que el. es­

pectador no puede unir con un nombre propio. Sólo en le­

tras muy pequeñas, en los agradecimientos finales, esos

nombres aparecen escritos, separados de sus correspon­

dientes imágenes, que permanecen como imágenes de des­

conocidos aunque mantienen-con la directora y con su do­

ble una relación afectiva inocultable. En un film sobre la

identidad, donde la directora elige representarse doble­

mente, por sí misma y a través de una actáz que dice su

nombre y dice que representará a la directora, los testigos

permanecen en el anouimato. Por lo que cuentan, nos t·n­

tcrarnos de que fueron amigos, parientes o compañeros Je

\os padres de la directora, pero en Los rubids su anonimato

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Page 75: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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150 BEATRIZ SAIU.O

es un sig-no de- separación e, incluso, <le hostilidad. La ope­

ración l\e doble afirmación de la identidad de Albenina

Carri contrasta con el severo despojamiento del nombre de

· otros. ldencidad por sustracción.

E:I film comienza y termina en el campo. En la primera

escena, se oye una voz en off, la de la directora, que da indi­

cadoncs sobre cómo estribar para andar a caballo. En la úl­

tima imagen, se ve a la.actriz, que recibía esas indicaciones

en la primera imagen, asistida todavía por la directora, pe­

ro ya convertida en jinete, como si hubiera tenido lugar un

aprcndi~~tje, no el que la película se propone, sino otro:

un aprendizaje de destrezas "normales", que reemplazaría

la fracasad~l exploración por la memoria.

Las pelucas l1ue usan la directora, la actriz que la repre­

senta y tres miembros del equipo de filmación son también

p;\rte de un dispositivo de desplazamiento de un lugar a

otro, de una ideu ti dad (paterna/materna) no encontrada

a una identidad adoptada como personificación y disfraz.

Ant~s de este final con pelucas rubias, el film ha sostenido

su título en varios testimonios de vecino!' que afirman que

la famili<.1 Carri-Caruso y sus hijas eran todos rubios. Las

i111;ígenes de la directora, morocha, y <le la actriz que la re­

prcse11 ta. ta111bit'.·11 morocha, ponen <le manifiesto que los

vecinos o traducían la diferencia percibida entre ellos y la

fa111ilia Cani en una dil'erencia tísica y de clase (ser rubio.

en tl Argentina 110 es tan frecuen'.e), o que los Carri, corno

hacían muchos rnilita111es, cambiaron el color de su pelo,

POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 151

para disimular su apariencia. Como sea, toda la familia es

definida por los vecinos como "los rubios". Al ponerse pe­

lucas rubias, el equipo de filmadón se ubica en r• lugar de

esa pasada identidad diferente. Y tienen razón en hacerlo

porque, cuando llegan al barrio popular con sus cámaras,

la actriz que representa a Carri dice: "Era muy evidente que

no éramos de ahí. Debía ser parecido a lo que pasó con mis

padres". Frente a los vecinos, la directora y el equipo de la'

película, por razones culturales, por su aparataje técnico de

cámaras, micrófonos y grabadoras de sonido, por sus ropas,

el modelo de sus anteojos y su corte de pelo, por el auto­

móvil en el que se desplazan, siguen siendo "rubios" o, co­

mo se frasea en el film, "blanco, rubio, extranjero".

Envueltos en esta diferencia han hecho la película, en la

que quizás haya un solo momento de equívoca id.entifica- ·

ción de Albertina Carri con sus padres, cuando en off se es­

cucha un de:;eo suyo no cumplido: "Me gustaría filmar a mi

sobrino de seis ailos diciendo que cuando sepa quiénes ma­

taron a los papás de su mamá, va a ir a matarlos. Mi herma­

na no me deja".

Sin recuerdos

Sentirs~ abandonado, en el caso de los hijos de <l 1 ~sapareci­

dos, es inevitable. La tragicidad de lo ~uce<lido toe<) allí don­

de no había sttjetos en condiciones de responder ni de

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Page 76: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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152 HEATRIZ SARl.t)

ddcndcrse, llllC no habían elegido un destino que incluía la

muerte con10 posibilidad, que lisa y llanamente no estaban

e11 condiciún de elegir. Treinta arios después, esos hijos de

padres desaparecidos dan ele ese suceso testimonios difc­

ren tes. Un sueilo articula el ejercicio de "posmemoria" de

C;.1rri u>~l la búsqueda de una imagen paterna o matc'rna, y

concrc1ame11te de la historia no sólo personal sino política

de esos desaparecidos: "Tengo 18 a1)os, mi papá está desa­

parecido, era médico. Hace poco soné con él. Soñé que me

tiraban encima de él y yo le decía: ¡Ay, por favor, llevame

con vos adonde estés, no me importa, sea lo que sea, lleva­

me a la ESMA, no me importa, quiero morirme al lado tu­

yo! Y él me decía: 'No, no, andá au·ás de esa bandera' y yo

decía no, no, yo no quiero ir atrás de ninguna bandera, por­

que esto nq pasa por lo político, quiero estar Cl1ll vos y él

como t¡ue me decía no, tenés que ir atrás de esa bandera y

yo decía no, quiero estar con vos, nada más". t:1

En ese relaLO de un sueilo, la política, como mandato

p<aerno, se contrapone a la fuerza del deseo, igual que en

la irresoluble perplejidad de estas preguntas: "Durante mu­

chos aiios pensé que lucharon por un país mejor pero ama­

má no la tuve durante 6 ailos y a papá no lo tengo más.

¿Qué valía más la pena? ¿Luchar por un país mejor o for­

mar una familia? Todas ésas son contradicciones. No los

I~ Victoria, argenmex, 20 ai1os (/,a lti;tmia es é.1la, docunwntal de .Jorge

lknti), Citado en Gdman y La Madrid, Ni el jú1co /lerdón de dio}, cil., p. 65. ¡

POSMEMORIA, IU:CONSTRUCCIONES 153

juzgo en su accionar; son cosas que a mí me quedan colga­

das. Tampoco ellos tienen o tenían la respuesta. No previe­

ron hasta dónde iban a llegar los militares. No podían sa·

ber".14 A veces, en el lugar vacío de los desaparecidos, no

hay ni habrá nada, excepto el recuerdo de un sujeto que no

recuerda: "Es dificil darle forma a algo que una no conoce,

que una no sabe, que una no tiene la u..imba para decir aquí

esün. No se le puede poner nombre a algo que no se cono­

ce, yo tenía dos años cuando desaparecieron, no me acuer·

do nada de ellos, me acuerdo de mí mirando por la venta·

na, esperando que vuelvan".15

Pero muchos de los testimonios de hijos de desapareci-

dos recopilados por Juan Gelman y Mara La Madrid en El

flaco perdón de dios responden, en cambio, a una búsqueda

de verdad que no excluye la figura pública de los padres y

su compromiso político. El film de Carri es un ejemplo casi

demasiado pleno de la fuerte subjetividad de la posmemcr

ria; los testimonios de El flaco perdón de dios, así como la pe·

lícula de Carmen Guarini sobre HIJOS (la organización

que agrupa a quienes tienen padres desaparecidos), mues­

tran la otra cara de una reconstrucción del pasado. Mu( hos

testimonios de El flaco perdón de dios provienen de jóvt nes

que se sienten más próximos al compromi ;o político dt sus

padres o que hacen e>fuerzos por entendt rln en el con ;en-

H Patricia, ibíd., p. 1 S7.

1> Ok!ia, ibíd., p. 49.

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Page 77: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

154 BEATRIZ SARLO

cimiento de que, si lo entienden, podrán captar algo de lo

que sus padres fueron. Ambos, los HIJOS y Albertina Carri

fueron víctimas de acontecimient~s históricos semejantes:

la dictadura inaugurada en 1976 secuestró y asesinó a sus

padres. Ambos estarían en el lugar desde donde se constru-

ye una "posmemdria'', pero en la relación con'ella, sus ope~· ·1 1 •

raciones son diferentes.

Muchos de estos hijos están solos en situación de recons.­

truir el pasado: YEllos (la familia) ni se enteraron de que me

reencuentro con ese chico cuyos padres habían desapareci­

do junto con los míos. Ellos no se hacen cargo de la historia,

no sé cuáles serán los motivos ".16 Otra historia: María Laura

fue engañada por su abuela, que la crió diciéndole que su

padre la había abandonado, que vivía en Brasil y ya no se

acordaba de ella. Después de varios años, María Laura y su

hermana menor Silvina se fueron a Francia, a vivir con su

madre, re~pecto de quien habían sentido una distancia sos.­

tenida ·en visitas a la cárcel, malentendidos, una especie de

repudio. Graduada universitaria en paleontología, años des­

pués María Laura regresó a la Argentina y buscó los restos

de su padre desaparecido, los encontró, los enterró en su

pueblo y reconstruyó, tanto como le fue posible, fragmentos

de una historia de militante. Puso ante su abuela las prue­

bas del ocultamiento en el que transcurrió su infancia.

María Laura y Silvina no supieron de su padre, ni vivie-

16 Darío, ibíd., p. 94.

POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 155

. ron en un medio donde L1 política y la militancia fµeran

consideradas un compromiso personal que merecía el res-­

peto de una rlecci~n política y moral. Su colocación frente

al pasado es reconstructiva e~ un sentido fuerte: recup~-,

rar aquello que el padre fue como persona, no simplemente .

aquel.lo ,que fu~ p:nn,q padre y ~n rel~cipn .~on ~us hijas.~7 . 1 , ..

Entender quiere decir, en este caso como en otros, ponerse

en el lugar del ausente. El descubrimiento de los restos del

padre desaparecido podría convertirse, en el proyecto del

hijo, en la restauración de ese hombre a su lugar políticp.

El hijo llevaría al padre al lugar al que éste perteneció: "No .

sé cómo voy a reaC:cionar si lo encuentro. Lo velaré en el

sindicato. Tenía pasión por el sindicato",18 Por supuesto, lo

que se recupe~ es la muerte y lo que precedió a la muerte;.

no se recibe lo perdido, pe.ro pare~e po~ibl~Uega~ ~ ep.~en- .· ..

der la pérdida.

¿Por dónde pasa el mainstream de los hijos de desapareci­

dos: por Carri o por los chicos más modestqs de la película

de Guarini y la recopilación de Gelman y La Madrid, que

no tienen inconvenientes en identificarse con un grupo ver­

daderamente existente, establecer lazos nacionales e inter­

nacionales, y comportarse, para deci:lo así, como personas

cuyo sufrimiento les ha permitido creer que han logrado

17 Ni el flaco perdón .. ., cit., pp. 19-32. Ta1!1bién en el fihr. Hijos, de C:tr­

men Guarini.

18 Fernando, ibíd., p. 123.

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Page 78: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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156 llEATRIZ SARLO

entender a sus padres y l~s ideas que movieron su militan­

cia? El origen social de los desaparecidos puede ser parte

de una clave de estas diferenci.is.

Por un lado, están los hijos de obreros (un treinta por

ciento de los desaparecidos lo fueron): "¿Qué pasó con esos

chicos que el padre era delegado de fábrica y que su mujer

no era la compañera sino la esposa? Es otra realidad social. ..

Esos chicos a lo mejor tienen otra visión que la nuestra so­

bre la desaparición. La nuestra es tal vez más intelectual".19

En el otro extremo social y cultural están los hijos que cre­

cieron en familias que no repudiaban la militancia y conocie­

ron amigos y compañeros que podían hablar de ellos con

un afecto consolidado en la experiencia política común.

Carri es parte de una comunidad que reconoció a sus pa­

dres, por eso está en condiciones de tratar a sus represen­

tantes, Alcira Argumedo y Lila Pastoriza, con el desgaire un

poco distraído con el que. se escucha a dos tías cuyos cuen­

tos ya se han oído muchas veces. Esa desatención no es so­

cialmente verosímil, ni existe, en los chicos a quienes, du­

rante toda la infancia, les fue negada la historia de sus

padres, a los que los abuelos resentidos con las elecciones

de sus hijos o yernos les robaron hasta las fotografías.

Las historias detalladas <le los desaparecidos circularon

por comunidades ele amigos y familiares, con frecuencia en

el exilio, en grupos intelecn1ales o ctpas medias, que 110

IY Silvia. (Córdoba.), ibíd., p. 136.

l'OSMEMORlA, RECONSTRUCCIONES 157

existieron cuando las v. timas fueron miembros de los sec­

tores populares, cuyas familias, en muchos casos, se dedica­

ron a olvidar a los desaparecidos. Los hijos de estos militan­

tes están desesperados por la historia de sus padres, porque

allí la fractura no fue sólo la de la dictadura, sino la forma

en que esa fractura se agravó por el silencio. Basta recorrer

los testimonios publicados por Gelman y La Madrid para

que estas diferencias salten a los ojos.

No hay entonces una "posmemoria", sino formas de la

memoria que no pueden ser atribuidas directamente a una

división sencilla entre memoria de quienes vivieron los he­

chos y memori~ de quienes son sus hijos. Por supuesto que

haber vivido un acontecimiento y reconstruirlo a través de

informaciones no es lo mismo. Pero todo pasado sería abor­

dable solamente por un ejercicio de posmemoria, salvo que

se reserve ese término exclusivamente para el relato '(sea

como sea) de la primera generación después de los hechos.

En el caso de los desaparecidos, la posmemoria es tanto

un efecto de discurso como una relación particular con los

materiales de la reconstrucción; con los mismos materiales

se hacen relatos deceptivos y horadados o reconstruccio­

ries precarias que, sin embargo, sostienen algunas certe:rns

aunque, de modo inevitable, permanezcan los vacíos Je

aquello que no se sabe. Pero eso, lo que se desconoce, no

es un efecto de la memoria de segunda gene;·a..:ión siJ1o

una consecuencia <lel modo en que la dictadura adminis··

tró el asesinato.

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Page 79: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

6. Más allá de la ex1 eriencia

Los "hechos históricos" serían inobservables (invisibles) si

no estuvieran articulados en algún sistema previo que fija

su sentido no en el pasado sino en el presente. Sólo la cu­

riosidad del anticuario o la investigación académica más

obtusa y separada de la sociedad podrían, en hipótesis, sus­

pender la articulación valorativa con el presente. La curio­

sidad tiene una extensión limitada al grupo de coleccionis­

tas. Sobre la investigación, Raymond Aron, que difícilmente

podría ser confundido con un relativista, afirmaba que la

historia tiene valor universal, pero que esta universalidad es

hipotética y "depende de una elección de valores y de una

relación con los valores que no se imponen a todos los hom­

bres y que cambian de una época a otra".l La historia argu­

menta siempre.

Como se dijo al comienzo, el pasado es inevitable y asal­

ta más allá de la voluntad y de la razón. Su fuerza no puede

suprimirse sino por la viole11cia. la ig1.orancia o la destruc­

ción simbólica y material. Por eso mismo, esa füe1za intrata­

Lle desaifa el acuerdo institucional o académico, aun cuan-

t 1Zaymo11<l Aron, "lntro<luccié>n" ( 1959) a Max Weber, /:'/ polítiw y el

rimtíjiro, Madrid, Alianza, 1967, p. 49.

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Page 80: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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do ese acuerdo a veces haya imagin;,tdq una separación me­

todológica respecto del sistema de valores que definen el

hori:tonte:; desde donde se reconstruye el pasado. Los rela­

tos de circulación extr<\acaqémica se escriben dandq por

supuesto el principio valorativo. Su lugar es la esfera públi-

• ca en ~l st;n~idq 1pás ¡uµpJ\o, y a)lí ~pmpiten.

Los testimonios, las nap-~dones t;n primera persona,

las reconstrucciones etnográficas de la vida cotidiana o la

pol.ítica t;J111l;>ién responden <\las necesidades e inclinaciq~

nes de la esfera pública. Su función es ética, polític,:a, cul­

tural p ideológica. Cuando no se trata de autobiografías

c\e e$critore~, en e,l ~estimonio y l~ narración en primer~

persona toman la palabra sujetos hasta ese momento si­

lenciosos. También, en una coincidencia epocal significa­

ÜV<l, estos ~µjetos cu.en tan, sus historias en lo.s medi9~ d.e

C(Jmunicación.

Hace más de treinta años, una historia militante organi­

zaba sus protagonistas alrededor dt; un conjunto de oposi­

cicrnes simple:;: nación-imperio, pueblo-oligarquía, para

mencionar dos ejemplos clásicos. For:naban el pueblo los

explotados, los traicionados, los pobres, la gente sencilla,

los que no gobiernan, los que no son letrados. Hoy el elen­

co de protagonistas es nuevo o recibe otros nombres: los in­

visibles del pasado, las mujeres, los marginales, los sumergi­

dos, los subalternos; también los jóvenes, una fracción que

alcanzó su existenda más teaLral, estética y política, en el

Mayo francés, pero que antes les había dado estilo a los pri-

1 J·

MÁS AJ.lÁ DE LA EXPERIENCIA 161

meros años d~ la revolución fUP'\nª• lµego .~J <;:orqob<t7.º Y

a casi todos los movimientos guerrilleros o terroristas de lo&

años sesenta y setenl.il. Los jóvenes como potencia sanadora

de la nación o de la clase, la juventud comq ~tapa de healing,

tema que el arielismo de comienzos del siglo XX Y~ había

presentado fll toda ~érica Latina. Y, bajo las dictaduras •..

de promesa de renovació,n losjóv~Q<!S Bªs"rOJl~ ~e~.~ic;ti­mas (la mitad de los desaparecidos argentinos pertenece a

este grupo). La enumeración coincide curiosamente con nuevos <;:aw-

pos de investigación. Contemporáneo a lo que se llamó en

los se~enta y ochenta el "giro lingüístico" de la historia, o

acompañándolo muchas veces como su sombra, se produjo

el J:riro ~ulljetivo: "Se trata, de algún modo, de una democra­

tización dc. \ps aqores µe la historia, que da la palabr~ a lo~ excluidos, a los sin título, a los sin voz. En el contexto de los

años posteriores a 1968, se trató también de un acto políti­

co: Mayo del 68 fue una gigantesca toma de la palabra; lo

que vino después debía inscribir este fenómeno en las cien­

cias humanas, ciertamente, pero también en los medios-ra­

dio o televisión- que comienzan a solicitar más Y más al

hombre de la calle".2 Lo que analizó este libro puede explicarse en este giro

teórico e ideológico, aunque la explicación no agote el po·

tendal cultural de los relatos de memoria. El:os se e.stabk

2 A. Wicviorka, L 'ere du témoin, cit., p. 128.

Page 81: Sarlo, Beatriz-Tiempo Pasado

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ccn en un "teatro de la memoria" que ha sido diseñado an­

tes y donde encuentran un espacio que no depende sólo de

reivindicaciones ideológicas, políticas o identitarias, sino de

una cultura de época que influye tanto sobre las historias

académicas como sobre las que circulan en el mercado.

Traté de marcar algunos de los problemas que la prime­

ra persona planteaba a la reconstrucción del pasado más

reciente. La primera persona es indispensable para restituir

aquello que fue borrado por la violencia del terrorismo de

estado; y al mismo tiempo, no pueden pasarse por alto los

interrogantes que se abren cuando ofrece su testimonio de

lo que nunca se sabría de otro modo y también de muchas

otras cosas donde ella, la primera persona, no puede recla­

mar la misma autoridad. De todas las materias con las que

puede componerse una historia, los relatos en primera per­

sona son los que piden, a la vez, mayor confianza y se pres­

tan menos abiertamente a la comparación con otras fuen­

tes. La protección de creencia reclamada por quien puede

decir: "hablo porque he padecido lo que cuento en carne

propia", se proyecta sobre otro (o el m~:;mo) sujeto que afir­

ma: "digo esto porque me enteré directamente". Lo prime­

ro detiene el análisis, por lo menos hasta que mucho tiem­

po haya transcurrido; pero lo segundo no tendría motivos

para detenerlo. Como se ve, es una cuestión de límites:

¿dónde está el umbral entre la experiencia del sufrimiento

y otras experiencias de ese mismo sujeto?

Intenté explorar esos límites, sabiendo que no había una

MÁS ALLÁ DE l.A J::XPERIENClA 163

fórmula que indicara cómo trazarlos de modo definitivo y

sabiendo también que debía manejarme con ideas que iban

en direcciones diferentes: el potencial de la primera perso­

na para reconstruir la experiencia y las dudas que el recur·

so a la primera persona abre en cuanto se coloca allí donde

parece moverse con más naturalidad: el de la verdad de esa

experiencia. Ya no es posible prescindir de su registro, pero

tampoco se puede dejar de problematizarlo. La idea misma

de verdad es un problema.

Si tuviera que hablar por mí, diría que encontré en la lite­

ratura (tan hostil a que se establezcan sobre ella límites de

verdad) las imágenes más precisas del horror del pasado re­

ciente y de su textura de ideas y experiencias. En Glosa, Juan

José Saer coloca la política como el motivo aparentemente

secundario, pero móvil subterráneo, de una ficción que

transmite lo más exacto que haya leído sobre la soledad so­

cial del militante, el vacío donde se desplaza con el automa­

tismo de un desenlace previsto, y su muerte. La pastilla de

veneno que llevaban algunos combatientes guerrilleros, so­

bre la que se habla muy poco en los testimonios, es una es­

pecie de secreto centro, de seguro camino hacia el domi­

nio sobre la propia muerte en la novela d~ Sacr. La pastilla

es un talismán que representa el todo o nada 1le una lucha

y le da a la acción violenta una especie de fulg·1f metafísico

negativo: una Nada segura. Cuando el guerrillero ya no es­

tá en condiciones de ele~ir un camino, elige la mu;:;rte. Es

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el final de quien no tendrá la experiencia de la cárcel ni la

tortura, porque ya ha pasado el momento donde un retor­

no es posible.

En Dos veces junio, Martín Kohan exploró la perspectiva

del oficial represor y el soldado raso, para organizar una "fi­

guración del horror artísticamente controlada".3 Un rigpr

formal extremo hace posible que la novela comience con

una pregunta ilegible: "¿A partir de qué edad se puede em­

pesar (sic) a torturar a un niño?". Sin el control artístico,

esa pregunta inicial impediría construir cualquier historia,

porque la escalada del horror la volvería intransitable, obs­

cena. Congelada y al mismo tiempo conservada por la na­

rración "artísticamente controlada", la ficción puede repre­

sent.ar aquello sobre lo que no existe ningún testimonio en

primera persona: el militar apropiador de chicos, hundido

en lo que Arendt llamó la banalidad del mal; y el soldado

que lo asiste con disciplina inconmovible, ese sujeto del que

t.ampoco hay rastro testimonial: el que supo lo que sucedía

en los chupaderos y lo consideró una normalidad no some­

tida a examen (el puuto extremo de quienes pensaron que

mejor em no meterse). Lo que no ha sido dicho.

En el comienzo de Los planetas, Sergio Chejfec escribió:

"Aquella noticia hablaba de restos humanos esparcidos por

una extensa superficie. Hay una palabra que lo describe

3 Miguel Dalmarnni, "La moral de la historia: novelas argcntin<ts so­

bre la dictadura", lli!.pamhica, año XXXII, número 96, 2003, p. 38.

MÁS ALl.Á DE LA EXPERIENCIA 165

muy bien: regados. Miembros regados, repartidos, ordena­

dos en círculos imaginarios del centro inequívoco, la explo­

sión. Hacia cualquier lado que uno fuese, todavía a cientos

de metros podía toparse con rastros, que por otra parte ya

no eran más que señales mudas, apt.as tan sólo para el epí­

logo: los cuerpos deshe~hos después de haber sufrido, se­

parados en trozos y dispersos". La noticia abre un escenario

de muerte que nunca fue descripto de ese modo. La novela

queda marcada de allí en más por ese paisaje de restos hu­

manos dispersos, que se corresponde con la desaparición

del amigo. La potencia de la descripción sostiene algo que

no pudo pasar por la experiencia sino por la imaginación

que trabajó sobre indicios mínimos, suposiciones, los resul­

tados del "sueño de la razón" represora. Esas líneas breves

rodean el cráter, la desaparición del amigo, alrededor de la

cual, pero no sobre ella, se extenderá la novela. Es innecesa­

rio saber si Chejfec se remite a una dimensión autobiográfi­

ca, porque la fuerza de la escena no depende de eso.

Visité Terczin, la ciudad-fort.aleza barroca-campo de con­

centración, a causa de Sebald. De la utopía del no saber, de

no volver a encontrar jamás ni recuerdos ni rastros que obli­

guen a la memoria de su pasado de niño que escapó de los

nazis y llegó solo a Inglaterra, el personaje de 1~usterlitz pa­

sa, con la misma unilateralidad y el mismo carácter absolu­

to, a la utopía de la más obsesiva reconstrucción del µasa­

do. Sebald muestra entre qué extremos se muev~ cualquier

empresa reconstructiva: dc_sde la pérdida radical de la iden-

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tidad a su enajenación en el recuerdo empujado por el de­

seo, siempre imposible, de una memoria omnisciente.

La literatura, por supuesto, no disuelve todos los proble­

mas planteados, ni puede explicarlos, pero en ella un na­

rrador siempre piensa desde afuera de la experiencia, como

si los humanos pudieran apoderarse de la pesadilla y no só­

lo padecerla.

Agradecimien.to

En 2003 fui miembro del Wissenschaftskolleg de Berlín,

adonde llegué para escribir una biografía intelectual de los

años sesenta y setenta. Con tiempo para revisar miles de pá­

ginas, abandoné ese proyecto. Leí demasiadas autobiogra­

fías y testimonios durante varios meses, y me convencí de

que quería examinar críticamente sus condiciones teóricas,

discursivas e históricas. El Wissenschaftskolleg acepta, co­

mo una especie de tradición liberal que lo enorgullece, es­

tos cambios de programa. A esa comunidad intelectual ber­

linesa va mi agradecimiento.

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