satanás. un pintor que tuvo como desliz unxml.m-x.com.mx/pdf/97/santamartha.pdf · con la biblia...

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Un pastor cristiano que antes de convertir- se a la fe masacró a una familia entera. Un matón que dice haber hecho las paces con Satanás. Un pintor que tuvo como desliz un secuestro y dibuja en una pared la cara de una virgen. Un devoto de la Santa Muerte que la representa siempre de espaldas porque ha sobrevivido a dos encuentros con ella. Un santero predestinado a la cárcel. Un asesino que emerge de un tambo de agua bautismal perdonado de todos sus pecados. Un “Dia- blo” que se abraza a la imagen del Niño Dios, porque cada día se le olvida un poco más la cara de su hijo. Todo ellos conviven aquí, en la prisión de Santa Martha, la cárcel más dura de la ciudad de México. Pocos lugares como éste para apreciar las más diversas formas de creer, las experiencias más extremas de la religiosidad, las voces de todos los “equipos religiosos”. Por Humberto Padgett [email protected] Fotografías: Jaime Boites ´

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Un pastor cristiano que antes de convertir-se a la fe masacró a una familia entera. Un matón que dice haber hecho las paces con Satanás. Un pintor que tuvo como desliz un secuestro y dibuja en una pared la cara de

una virgen. Un devoto de la Santa Muerte que la representa siempre de espaldas porque

ha sobrevivido a dos encuentros con ella. Un santero predestinado a la cárcel. Un asesino que emerge de un tambo de agua bautismal perdonado de todos sus pecados. Un “Dia-

blo” que se abraza a la imagen del Niño Dios, porque cada día se le olvida un poco más la

cara de su hijo.Todo ellos conviven aquí, en la prisión de

Santa Martha, la cárcel más dura de la ciudad de México. Pocos lugares como éste para

apreciar las más diversas formas de creer, las experiencias más extremas de la religiosidad,

las voces de todos los “equipos religiosos”.

Por Humberto [email protected]

Fotografías: Jaime Boites

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I.- Carlos: un fanátICo del “maestro Cabestro”

´ Yo le voy al diablo”, alardea Carlos García Moreno. Se acerca y se levanta la playera azul marino. Sus pechos ondulan al contacto con el aire. Se señala

el izquierdo, tatuado con la cara de un demonio atravesada por una estrella de cinco picos y cuernos caprinos.

Debajo del rostro diabólico, el dibujo se complementa con la palabra Adonai, uno de los nombres hebreos de Dios. En la misma zona tiene dos o tres cicatrices redondas y pe-queñas, como lunas marrones en órbita alrededor del pezón.

Carlos es uno de los seguidores de Satanás en la ruda crujía seis del penal de Santa Martha Acatitla, a donde los ladrones de poca monta suplican no ir castigados. “Yo le voy al diablo”, repite con la firmeza de un fanático del América o las Chivas.

Mueve la cabeza de un lado a otro de manera cortante, en ángulos precisos. Tiene la nariz aguileña y mantiene los ojos muy abiertos. Cuando no habla, su boca se redondea hasta parecer una diminuta “O”.

Le dicen El Gallina y, en efecto, parece una enorme y negra gallina que se pone en posición de firmes cada vez que dice la palabra mágica “Satán”.

Una pelota rebota a mano limpia contra las paredes de un frontón al que le pega el sol de mediodía. Otros presos levantan pesas hechas con botes de plástico rellenos de ce-mento. Sus tatuajes de la Virgen de Guadalupe o de la Santa Muerte parecen adquirir movimiento sobre los músculos.

“Yo le voy al diablo, al maestro cabestro. Me dio bas-

tante de lo que yo le pedí. Me dio riquezas, lujos y un poder infinito”, presume El Gallina.

Los lujos a que se refiere llegaron con su motocicleta, luego de sumarse a una banda de asaltantes que asesinó a una maestra de baile y a su marido al salir del aeropuerto de la ciudad de México.

Cada noche, Carlos reventaba el silencio de su barrio, al norte de la ciudad, metiendo el acelerador a fondo. El Gallina volaba seguro: el diablo –dice– le cuidaba la espalda, viajaba apergollado a su cuerpo en la parte de atrás de la moto.

Pero un día Satán lo abandonó en una esquina antes de que Carlos asaltara una oficina de la Tesorería del Distrito

Federal. Enfrentó a dos policías que salieron al paso. A uno lo mató y al otro lo dejó herido. Lo detuvieron unas calles ade-lante y no lo soltarán hasta cumplir una pena de 42 años.

Todo iba bien, pero perdió el rumbo. “Nada más que me desocupé de Satán y por eso estoy aquí. Dejé de cumplirle. Desobedecí y dejé de rezar. Ya regresé con él y estoy mejor yo y está mejor mi familia. Todas las noches le prendo sus cirios y le doy mis oraciones. Ahora me dará libertad”.

II.- adrIán y “la Puerta HaCIa dIos”

La iglesia cristiana “La Puerta hacia Dios” tiene un solo templo. Pero por más que hagan, no lo encontrarán en las guías de la ciudad. Su dirección exacta es la siguiente:

dormitorio 10 de la Penitenciaría de la ciudad de México.Fundada hace una década, su feligresía se compone por

unos cuantos ancianos y un grupo de hombres enfermos de Sida.

Adrián Contreras Picasso es el pastor. A los pocos días de llegar a la cárcel, alguien le lanzó una Biblia a su celda. No tenía claro qué sería de su alma. El cuerpo ya lo tenía perdido, conde-nado a 118 años sin libertad.

En julio de 1996, Contreras Picasso entró a la casa de Pablo Girón Ortiz, ex agente de la extinta policía política secreta de México dedicado por ese tiempo al oficio de agiotista. Adrián le había pedido 80 mil pesos y había dejado su casa en prenda. La deuda creció tanto en tan poco tiempo que estaba a punto de

perderla. No encontró otra

opción. Asistido por tres cómplices, Contreras Pi-casso ató con cable eléc-trico las manos y los pies, y amordazó con cinta ad-hesiva a Pablo, a la espo-sa de éste y a las hijas de ambos, de 24 y 18 años de edad.

Al padre lo ejecuta-ron en la sala de la casa de un certero balazo en la

cabeza. A las mujeres las violaron y las dejaron tendidas sobre camas diferentes, con las ropas hechas jirones. Cada una tenía hasta seis agujeros por los que entró y salió un picahielos.

Hace casi 11 años de ello y hoy Adrián jura que es otro: “Nuestros pecados han sido perdonados, pero estamos aquí pagando la conducta cometida en la carnalidad. Pero esa tam-bién puede ser derrumbada viviendo en la santidad.

“Recién que llegué me aventaron una Biblia para burlarse de mí, pero vino el alumbramiento del Espíritu Santo. Me arro-dillé, me iluminé y creí en Dios. Y mi labor ha sido mostrarle a los demás la verdad espiritual de nuestro ser”, dice Adrián, único guía de esta sui generis Iglesia.

“Cuando una persona se ve en estado de privación de la libertad, entra en retraimiento y recurre a lo más ele-mental, que es la religión”

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Ahora, cada día cumple con su labor y consuela a algún interno enfermo de Sida. El pastor le promete a éste que morirá libre y de viejo si deja de esconder bajo su colchón el tratamien-to retroviral, si deja de reinfectarse con otras variedades de vi-rus. Si abraza a Jesús.

A los viejos les promete menos en esta vida, pero la salva-ción después de la muerte, porque su tiempo se termina y a tres metros bajo tierra la libertad tampoco existe.

La Puerta hacia Dios está al final de un camino poblado por nubes de enloquecidas moscas, el tufo amargoso de los orines, el olvido y el presentimiento justificado de la muerte. Pero 30 reos del dormitorio 10 creen en la promesa del pastor Contreras.

Adrián es un hombre que anda por este infierno carcelario con la Biblia en una mano y su expediente judicial en la otra, por-que hasta los hombres de Dios quieren irse de Santa Martha.

Dice ser inocente, que estudia derecho y que está preso por meras razones circunstanciales. “Nunca fui un hombre religioso. Acudía a la iglesia por razones sociales. Mis hijos de-jaron de venir hace 11 años –los mismos que han pasado desde que cometió el crimen– cuando les hablé de la palabra de Dios. Pero sé que obrando bien y pegado a la palabra de Cristo, ellos también estarán bien”.

III. mIguel ángel, un “babalowe” que

no esCuCHó

A Miguel Ángel Martínez se lo dijeron, pero no hizo caso. Ignoró el consejo de un santero nativo de Matanzas, Cuba, con quien él mismo había aprendido las artes re-

ligiosas tejidas por los esclavos africanos. Sabía del poder en-carnado en los labios que escupen ron a los altares, degüellan chivos y cantan y bailan en trance. Pero no escuchó.

Su destino estaba escrito. Lo atraparon en Michoacán con 20 kilos de mariguana; se le relacionó con más asuntos de dro-gas en otros estados y lo condenaron a 42 años de cárcel.

Y para un hombre de 31 años, de cabello claro y piel blan-ca, salido de la clase media, el aprendizaje de la vida carcelaria se debe hacer velozmente. Las alternativas son la esclavitud a otros reos y la muerte. Pero la suerte de Miguel Ángel no estaba echada por completo.

Miguel Ángel dice ser un babalowe, “un padre de los se-cretos”. Un hombre capaz de convencer a los internos de que habla directamente con Olofi, con Dios, y que hace ifá, el arte adivinatorio de la santería.

Y Babalowe es el apodo con el que camina en Santa Mar-tha. Un día alguien le pide ayuda para conseguir que su mujer regrese a la visita conyugal. Otro, un reo le suplica detener a quien quiere matarlo.

Muchas veces recibe peticiones para que haga lo que nin-gún abogado ha logrado: regresarles su libertad.

“La mayoría de los presos son fieles. Me piden solucionar problemas de familia, dinero y amores. Hago amarres. Se pide una foto, una prenda de una persona, se ocupa miel o calaba-za de castilla. Luego se manda al río o la manigua, depende del santo. Afuera se hace el trabajo y se vela.

“Tengo dos o tres ahijados y los trabajos, los sacrificios, se hacen en la calle cada 15 o cada 20 días. Aquí no gano dine-ro, les ayudo a los compañeros. Todos estamos en la misma situación”.

Y de vez en cuando, al poniente de la ciudad, sus ahijados y su padrino Leonel pasan el cuchillo por la garganta de una ove-ja, el de una gallina o codorniz.

Y ellos mismos han conseguido que Miguel Ángel esté convencido sobre su futuro: El Babalowe no pasará medio siglo en Santa Martha.

IV. alfredo: el sICólogo de la “PenI”

El armatoste de 110 mil metros cuadrados de concreto y acero conocido como Santa Martha fue levantado en octubre de 1957, cuando se proyectó para suplir a la vieja

cárcel de Lecumberri. Ahí duermen hoy más de 2 mil 100 con-victos, divididos en 11 dormitorios.

Su nombre oficial es Penitenciaría del Distrito Federal, pero la costumbre se impuso y es conocida como Santa Martha Acatitla, por el barrio al oriente de la ciudad de México en que se construyó.

Es ahí donde llegan los reos más pobres y los que han per-dido todo, incluida la posibilidad de corromper autoridades.

Alfredo Ornelas es el subdirector, un sicólogo que ha recorrido durante unos 15 años cargos directivos en prisio-nes federales y estatales de Tamaulipas, Morelos y el Distri-to Federal.

“Cuando una persona se ve en un estado de privación de la libertad, entra en una especie de retraimiento y recurre a lo más elemental y esto es la religión. Tenemos de todos los equi-pos religiosos”, cuenta con un dejo de humor el subdirector de la Penitenciaría.

Cada cárcel es un organismo vivo. Tiene su propio len-guaje, reglas de comportamiento y grupos de poder. Pero la religiosidad es común en todas.

Como en las calles, la religión mayoritaria es católica, pero en estos lugares, más que en cualquier lado, existe devoción a la muerte, especialmente entre los homicidas.

En el interior de la prisión, también llamada “Casa Azul” por el color con que pintaron sus paredes, existe algo de ritua-les satánicos.

“Aquí sí hay ofrendas rituales y esto significa sangre. Los muchachos ofrendan ratitas y gatitos. Hacen misas negras, las hacen de manera clandestina, y le piden algo a su deidad.

“Finalmente uno tiene que ser muy respetuoso de sus creencias, porque mucho tiene que ver con su integridad”.

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V. el nueVo naCImIento de ramIro

– Cómo te llamas? –pregunta el pastor cristia-no a un hombre, al instante siguiente de salir de un tambo azul lleno de agua

que se le resbala por un cabello tan grueso que ni el chapuzón pudo quitarle lo erizado.

–Ramiro –contesta.–¿Por qué quieres bautizarte? –vuelve a preguntar el otro

recluso, elevado a pastor de la Casa de Restauración Familiar Cristiana, una congregación enfocada a hacer evangelización en las cárceles del país.

–Porque quiero obedecer a Dios en lo que él me ha man-dado. Él me ha puesto el ejemplo –dice el hombre de 36 años bautizado por segunda vez en su vida. Este día renuncia para siempre al catolicismo.

Su camino a Santa Martha inició hace 11 años, cuando una borrachera en El Ajusco terminó con el cuchillo de Ramiro en la cabeza de su vecino. Así nomás, violento e intempestivo.

No tenía antecedentes penales, pero su defensa fue casi nula y el juez le dio 27 años y 6 meses de prisión. Saldrá pron-to. Ha sido un preso ejemplar, según los propios funcionarios carcelarios.

“Dios sabe que no lo quise matar y hoy estoy tranquilo. Dios me ha perdonado y yo me he perdonado. Jesús también está en la cárcel”, ora Ramiro García.

El sistema penitenciario promueve la evangelización en las cárceles porque diluye la violencia de quienes se vuelven devotos y, con suerte, una vez libres, los convierte en hom-bres que van de casa en casa con una Biblia y no con un arma.

El cristianismo protestante también se beneficia. Expli-ca el fundador de la Casa de Restauración Familiar Cristiana, Noé Gordillo:

“La Iglesia católica pierde terreno. Jamás podrán tener mil personas realmente practicantes como las que tenemos en el Reclusorio Norte –cuya población total es de 10 mil–, todas inicialmente católicas.

“Es muy importante para ellos que se les dé un bolillo duro. Tienen la sensibilidad y reciben a Jesús”, confiesa Gor-dillo, cuya relación con las cárceles inició cuando un hijo suyo cayó al Reclusorio Norte por homicidio.

Ramiro aprendió que un bolillo duro es una bendición, y cuando salga libre no se llevará sólo una bolsa de plástico con las dos o tres cosas que dejó en la aduana antes de ingresar. Saldrá con una iglesia dispuesta a recibirlo sin cuestionar sus días de reclusión y auxiliarlo a encontrar trabajo.

En realidad, no se lleva sólo una nueva religión a cuestas.Durante un periodo de estancia en el Reclusorio Oriente,

Ramiro recordó a su primera novia de la infancia. Pidió que la buscaran y ella aceptó ir. Lo encontró viejo, obeso y con el futuro de un hombre preso por matar a otro.

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Reiniciaron el noviazgo y se casaron tras las rejas. Con las visitas íntimas de cada semana, ella se embarazó de unos niños que ahora tienen dos y ocho años.

“Sin todo esto, hubiera perdido en la cárcel”, reconoce Ramiro. Aún le escurre el agua del tambo azul.

VI. el matadero

A la entrada del dormitorio seis se distinguen tres gran-des imágenes religiosas. La cara de Cristo, trabajada en lámina de acero; la Virgen de Guadalupe, armada con

aluminio repujado y lentejuelas, y la Santa Muerte, laqueada sobre madera.

Son los guardianes, por decirlo de alguna manera, del sector seis, al que podría denominarse con mayor precisión “El Matadero”.

No es exageración. En esta barraca viven 60 delincuen-tes que suman una condena de 3 mil 600 años en conjunto. Es una galera dividida en dos zonas que alberga a algunos de los multihomicidas presos de la ciudad más grande del mundo.

Es aquí donde se asentó la ley de “La Familia”, una ma-fia carcelaria que extorsionaba dentro y fuera de la prisión; de traficantes de armas, drogas, alcohol, aparatos eléctricos y

favores, que vendía protección a un puñado de reos ricos.Aquí se hace honor al nombre de “El Matadero”. Por

ejemplo: hace cinco años, Filiberto Ramírez llevó al límite la paciencia de “La Familia”. Acababa de asesinar a otro reo y amenazaba demasiado. Nadie estaba dispuesto a tolerar más, menos a defenderlo.

Varios de los integrantes de la mafia decidieron ponerlo a dormir. Lo drogaron y esperaron a que roncara. Nada en ex-ceso, porque El Fili no se merecía morir en medio del sueño.

Derramaron algunos frascos de pintura para zapatos so-bre el matón y le lanzaron un cerillo. Lo despertó el fósforo haciendo contacto sobre la ropa ensopada de combustible. O la inesperada sorpresa de que el infierno es más caliente de lo que le advirtieron en las clases de religión.

Gritó con el cuerpo convertido en una olla exprés y la vida empujada a 100 grados centígrados por cada poro. Cuando los guardias llegaron, todavía ardía. Trataron de abrir el canda-do, pero la ranura estaba rellena de pegamento instantáneo.

Fueron por una segueta y atravesaron un barrote; lo do-blaron hasta que El Fili, ya con las ropas adheridas al cuerpo, aún humeante, pudo atravesar la reja. La sirena de la ambu-lancia apagó los aullidos.

“¡Regresen al cabrón con una plancha para desarrugarle el traje!”, se burlaban los amos de la cárcel de la piel achicha-rrada de El Fili.

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Jesucristo, la Virgen de Guadalupe y la Santa Muerte lo atestiguaron.

VII.- la deVoCIón de el CoPetes Por “la nIña blanCa”

No explica de entrada por qué, pero Daniel, conocido en estos rumbos como El Copetes, jura que sabe lo que dice: la Santa Muerte no puede ser representada de

frente. Lo repite mientras observa la imagen hecha de espal-das que él mismo confeccionó con papel higiénico en la pared de la celda que comparte con otros tres reclusos.

Devoto de “La Niña Blanca” desde la infancia, Daniel se ha encontrado con ella en tres ocasiones. En dos lo acuchilla-ron “chequeras” –asesinos a sueldo– pagados por un secues-trador y un narcotraficante ante quienes negó someterse.

El Copetes repelió el primer ataque con un tubo relleno de cemento y el siguiente con un arma blanca fabricada por los artesanos de Santa Martha.

Las cicatrices de esos encuentros se alternan entre sus tatuajes de la Santa Muerte como ofrendas de botones de piel estriada y brillante.

El Copetes asegura tener poderes premonitorios. Quien vaya por su vida no juega con la ventaja de la sorpresa.

“Cuando me quieren hacer daño sueño con perros que me muerden, pero los emisarios rojos y negros de la muerte me los quitan de encima con sus guadañas. Me dan la posibi-lidad de regresar y aquí estoy”, explica Daniel.

A un lado de la imagen de la Santa Muerte que dibujó en su celda, escribió a quienes trataron de desaparecerlo:

“No es tu mandato, yo lo sabía y esperé tranquilo, aun-que nadie lo creyese. Sólo lastimarás mi cuerpo, con mi vida cobro lo que hay en la tuya. Tu poder no es más grande que el mío. Una mirada mía bastaría para que rendido cayeras, sólo pago lo que es justo y justamente me llevo lo que merezco. Sangre de tu sangre, ahora gasta tu dinero con dolor y mal-dición. Amén”.

El tercer contacto de El Copetes con la muerte fue cuan-do era libre. Y también está registrado en su altar particular. Cuando tenía 14 años mató a un compañero de robo, pero por este asesinato nunca fue llamado a cuentas. Si lo confiesa es porque el delito prescribió hace tiempo.

“Todos tenemos como que un enlace con la Santa, todos nacemos con ella. Unos nos apegamos más y para mí significa libertad y descanso. El día que te carga el carajo, ella viene y hace que reposes.

“Por eso, aunque muchos digan que vieron a la muerte, no pudo ser de frente. Hubiera sido su último día”.

El Copetes es un sobreviviente de todo el sistema peni-tenciario de la capital. Ha sostenido sus personales guerras en los reclusorios Norte, Sur y Oriente. Ya había estado preso

antes en Santa Martha, pero invariablemente se le traslada. Siempre está en la lista de pendientes de algún matón.

Su historia no está ensamblada sólo en su altar a la muer-te. También ha escrito obras de teatro y cuentos de su casa, la prisión.

La primera vez que ingresó tenía 17 años. Los cargos: robo y secuestro. Pagó por ellos nueve años. Estuvo libre 2 meses y 28 días antes de que lo detuvieran con un auto robado.

“No entendí y me porté mal. Creo que algo me faltó por aprender en la cárcel. Es como algo espiritual”.

VIII.- tony, el ruso y daVId

Martha , la que luego fue santa, hospedó a Jesús en algunas ocasiones. Una tarde de luto le rogó que resucitara

a su hermano Lázaro. Fue también hermana de María Mag-dalena, “la pecadora”, la que lavaba los pies de Cristo.

Y es el personaje central que David Tinajero, Antonio Guerrero y El Ruso pintan sobre el muro que remata “el kiló-metro”, un pasillo de mil metros que pasa al lado de los dor-mitorios de menor peligrosidad del penal.

David perteneció alguna vez a la banda de El Coronel, cuyos integrantes se hacían pasar por guardias presidencia-les para secuestrar. A él se le relaciona con el plagio de Eliot Margolis, un prominente empresario automotriz.

David llegó a Santa Martha el 2 de agosto de 2004, fecha escrita en otro mural en que las manos de Dios dejan caer una llave a la tierra que, vista al revés, parece un crucifijo.

“Santa Martha es más fregona que el mismo demonio, pero esto depende de cada quien. La religión me rescata, pero más el arte. Mucho más”. +++Alrededor del cuello, con letra manuscrita, El Tony lleva la si-guiente leyenda: “Con sus lágrimas pago por mis pecados”.

“Son las lágrimas de mi madre muerta. Sus lágrimas son suficientes para pagar por mis pecados”, asegura en referencia a la mujer cuya cara lleva dibujada para siempre en la espalda.

Antonio Guerrero Cruz tiene 37 años de edad y 34 años de condena por matar en Los Ángeles a un hombre de un tiro en la cabeza. Sin éxito, el gobierno estadounidense ha exigido su extradición.

Es un zurdo que de cada 10 tatuajes que estampa, cua-tro son representaciones de la Virgen de Guadalupe, el Divino Rostro de Cristo y la Santa Muerte.

También es lo suficientemente diestro para hacer la par-te izquierda del mural de Santa Martha, una muestra de arte cholo como el que repartió en bardas de Guadalajara, Monte-rrey, Tijuana y en algunas ciudades de Estados Unidos.

Siempre incluye aspectos de arte prehispánico en los mu-rales. Para el final del kilómetro diseñó la cara de Tonatiuh,

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dios azteca del sol. Debajo, dos payasos, uno ríe y el otro llora.Están trazados unos dados y una enorme bola ocho: el

final del juego, la prisión o la muerte de la cual Antonio Gue-rrero es devoto.

Santa Martha le dio la bienvenida con 10 cuchilladas, pero la Santa Muerte le dio la bienvenida a la vida con 10 ci-catrices. “Le pido apoyo por mi sobrevivencia. Aquí es otra vida, otro mundo. Santa Martha está tranquila ahorita, pero hay momentos en que la charola se pone bien caliente. No nada más es esquivar las puñaladas, sino gente que se te pone en la esquina por dinero, para sacarte de la jugada. Es una política bien desmadre. Le pido a mi Santa Muerte que me dé vida día tras día para estar bien adentro y que mis tres hijos estén bien afuera”. +++Los presos no están solos en el encierro. La condena, dicen ellos, es compartida durante cada minuto por sus madres. El reloj es un mecanismo detenido cuyo silencio tiene sometidos a más de 2 mil hombres en la oscuridad de la cárcel.

El Ruso, menos conocido como Fernando Gallardo, jugó con estas ideas para pintar la parte derecha del mural de Santa Martha. Hizo una luna llena a manera de reloj roto, por el que se desprende una ensoñación: su madre está arrodillada fren-te a un altar guadalupano.

“El reloj es un objeto maldito, el tiempo no avanza, está estancado, sobre todo en las noches. La noche es lo más difícil de pasar, es cuando viene la nostalgia”.

Continuó la imagen de la santa, cuyos destellos de luz dominan al dragón que la mujer venciera en Francia. El ani-mal encadena a un preso, y éste, a su vez, tiene sujetado al animal.

“Desde la religión, hay un mal que nos persigue, que nos ata. Esta es la misma delincuencia que se perpetúa den-tro del propio penal y el vicio. Aquí se mata por una tortilla.

“Uno mismo dirige el mal que lo ata a uno. A la vez, el mis-mo mal no nos deja estar en paz, siempre nos sigue, no se va”.

De fondo, trazó la torre de vigilancia y muros de tonos azules coronados con alambres de púas. Detrás, la ciudad oscura.

Fernando Gallardo está en prisión por intento de homi-cidio. Según su versión, fue amenazado de muerte si, a su vez, no ejecutaba a otra persona. La encañonó, pero vaciló a la hora de disparar.

Es católico practicante. Y lleva una cruz tatuada desde el esternón hasta el ombligo. La figura está rematada por una tormenta eléctrica, su idea de Dios, que cae sobre un unicor-nio, la representación de sí mismo.

El Ruso pasó casi 10 años entre rejas, el tiempo necesa-rio para hacer una carrera profesional con algún doctorado incluido.

El tiempo y el reloj, el objeto maldito, reflexiona Fernan-do por última vez. Está a días de quedar libre.

“En la fe encontré una manera de fugarme. Cuando sal-ga, lo primero será ver a mis hijos y después a la Virgen de Guadalupe”.

IX.- el dIablo: el juego termInó

Omar huele como si el barniz de sudor que le cubre la piel estuviera descompuesto. Su apodo es El Diablo. Lleva la cabeza casi ra-

pada, excepto por un redondel que parece una corona de pelos negros y rígidos por la goma.

Pero no es eso. Su corona es de espinas, pintada en la fren-te con tinta china que alguna vez fue negra, pero se desvaneció hasta quedar verde. Es un maquillaje permanente que se grabó para quitarse la facha de niño que le impide endurecer el gesto y parecer un maleante más. Un tatuaje, dos, cuatro en la cara y 40 en el cuerpo de músculos largos y fibrosos.

Los suficientes rayones para presumir su pertenencia a la pandilla “18 Street” de Los Ángeles: “eighteen” escrito en su mandíbula y una hoja de mariguana garabateada en la barbilla.

El Diablo duerme en la estancia4, la de “los monstruos”, para ladrones comunes y algún hombre convertido en asesino casi sin darse cuenta. Ahí convive con Antonio González Molinero.

Antonio es el sacristán de la capilla. Hace seis años vivió una borrachera en la Obrera que inició con cerveza y terminó con alcohol puro de caña. La conversación pasó a las burlas, luego al tema de las mujeres, la de Antonio en particular. Las mentadas de madre, el forcejeo y los puñetazos y terminó con la cabeza rota de su compadre en una banqueta. Veintisiete años es tiempo más que suficiente para sufrir una cruda moral.

Cada mañana, cuando abren la reja de su celda, González Molinero limpia el altar y pasa un trapo húmedo por encima de la cara sonrosada de un Niño Dios, la misma que toca El Diablo con sus 10 dedos tatuados.

“Imagino que el Niño Dios es mi bebé. Tiene un año y tres meses que no lo traen. El jefe, Jesús, es como mi papá, y la Vir-gen mi mamá. Antes le mentaba su madre al jefe, a Dios, pero me di cuenta de que me estaban jalando los diablillos. Venir a la iglesia me da pa’rriba. Casi no tengo visita”, dice Omar.

La risa no se le desdibuja, ni cuando habla de los 11 años, 3 meses y 15 días de su condena por un robo que nunca recono-cerá. Su vida pudo ser otra, la de un radiotécnico; sus padres le pagaron la escuela. Cuando llegó el día de colgar el diploma en la sala, se enteraron que el dinero de las colegiaturas se había es-fumado con el humo de cientos de cigarros de mariguana.

Luego de contarlo, parece que la cara de líneas verdosas se convertirá en pura contrición, pero gana esa sonrisa de niño que se robó 20 pesos del monedero de su mamá.

“Todos somos ladrones, bandidillos por necesidad. Me juntaba con amigos que se vestían bien, tenían todo, yo quería ser igual. Paraba a la gente y se me hacía fácil quitarles lentes, gorras, todo para comprar lo mío. Después robaba más. Ahora vengo por ‘pagano’. Yo no fui, pero gracias a esta prisión pon-go atención. No me quería para nada. Sé que las cosas se pue-den hacer por la derecha”. Las lágrimas amenazan con rodar pero se contiene y aparece la risa. Cierra los ojos y revela los últimos tatuajes, para siempre, en sus párpados.

Dos palabras: “Game Over”. ¶

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