secrecía 06, edición de aniversario

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Revista Literaria Secrecía. No.6, Año II, Monterrey, N.L., México, Sep/Oct 2011, Ed. Hoyo Negro Editores

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Secrecíano.6

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© 2011, Koperativa© 2011, Hoyo Negro EditoresCosta de Oro, 3937. 67174 Guadalupehttp://www.facebook.com/revistasecrecia

http://www.issuu.com/revistasecrecia

Portada, ilustración y diseño editorialJuliana Garza

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso de los editores.

Directorio Hoyo Negro Editores:

Bruno Ríos Martínez de CastroDirector editorial

Víctor Miguel Gutiérrez PérezPresidente del consejo editorial

Christian Gerardo García Roberto Enrique Ruiz RuizEditores

Juliana GarzaDirectora de arte

Jessica RodríguezDirectora de comunicación y relaciones públicas

Directorio Koperartiva:

Lucio HernándezDirector de artes plásticas

Alan González y James CalaveraÁrea de diseño e imagen

Luis KabreraArtista plástico y encargado de montaje

Textos y comentarios a: revista.secrecí[email protected]

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Page 5: Secrecía 06, Edición de Aniversario

Editorial 3 Cenicienta, 2011 4 PoEsia 5 Febrero 5Debraye 5 Epígrafe 6 A la luz semejante, que es extinta 6 Cascabeles 7 La virgen que llora 8 VIII 9

ST, S/F 10

Narrativa 11 La montaña azul 11

Do we really have a choice? 2010 17 Memoria 18Run for Life 20

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Ordinariamente el tiempo parece nuestro carcelero, un confidente despreciable de nuestras angustias y alivios, o sencillamente un malhumorado instructor de gimnasio; como se le quiera ver, su paso nos conduce por los vericuetos —inconexos muchas veces— de eso que hacemos y dejamos de hacer, llamado vida. Puede que nos apremie su existencia, nos confunda su execrablemente necesaria presencia y hasta que su deleznable vitalidad nos quite el sueño; sin embargo, si hemos de hacerle alguna concesión —que aspire a justicia—, es vero que no pasa en vano. Gracias a la participación, perseverancia y asiduidad de nuestros lectores, Revista Secrecía ha logrado publicarse durante todo este año, se ha posicionado como una referencia de la nueva literatura y se ha desarrollado hasta convertirse en este bello proyecto que es. El tiempo, al fin y al cabo, importa por lo que se ha hecho en él, no porque pase solamente. Creemos que nuestros lectores son lo que sostiene este proyecto. Los queremos cerca. Agradecemos a todos ustedes, a todos los escritores y artistas que han estado en nuestras páginas: ustedes son Secrecía. ¡Feliz aniversario!

El equipo de Revista Secrecía

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Cenicienta, 2011Cielo DonísLápiz graso. 65 × 52 cm.D.F., México

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Rodrigo Verdugo Pizarro

Febrero

Estallan los vidrios de la casaY el techo se cubre de palomas.

Después: sólo pálidos poderes.

Amnesiac

Debraye

En un parpadeo kármicoen tu mirada análogaen el aleteo impuro del almaen la equidad de nuestros silenciosla asimetría de nuestras sonrisas

Ahí, en las desatenciones de tu miradacabe mi eternidad.

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Víctor Miguel

*Epígrafe del poema Martín del Campo.

Yo no te conocí para abrazarte, no te daré la mano si te encuentro;

te conocí para llevarte lejos de mi existencia, mi dominio y arte.

A la luz semejante, que es extinta

A la luz semejante, que es extinta de la tiniebla en la perpetuidad, vase el ingenio, la serenidad, pobre la vida vase ya sucinta. Amargo el devenir torna distinta la infausta cosa y vana realidad: la tierra es nada, el aire es nulidad y brega el pensar es, muerto por tinta. Corre el mundo sin dirección ninguna,fatal a sí mismo se desvanece,corrupto deshacerse ya parece juzgando, por inicio, en su tribuna lo que termina en razón infortuna:todo se mueve y nada permanece.

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David Guillermo Soules

Cascabeles

No intento pensar pero a veces puedocuando los labios rojos del mar acarician mi rostro,cuando el otoño rompe las olas, cuando mis ojosvan a encallar a la soledad de tus finos pechosaéreos, cálidos como las eras en que mis células comenzaron a crecery tú que apenas emergías de mí.

Fue el diez de enero, a las seis de la tarde,justo en el medio de la vorágineque tiritabatras de tu sombra.

En el silencio que nos invade, yo descansé.Y en la ciudad donde tu recuerdo aloja las penasla noche hambrienta asomó de pronto.

Son elementos de la tormentalos cascabeles que hay en tu cuello;son el cansancio que se refleja bajo tus párpadosy mi piel.

Somos el sueño que no regresa, somos el tiempo que se desangra.Somos la luz, la naturaleza: sólo dos cuerposen frenesí.

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Jessica “ Keka” Rodríguez

La virgen que llora

Soy la madre mal cogidade los hijos mal paridos,por ausencia o por convención.

La que nubla las nochesen sudor frío de llantosin pensar en ellos;la que aborta adultos,niños, jóvenes o viejos,y es que no quiero a mis hijos.

Soy la madrepadre,la madretele, la madresangre.

Inmaculada en un frasco al vacíoen la incomodidad y las moscas. Ésta que embriaga al inconvenientecon la leche hedionda del no anunciado.

Nací sin conocerlos,niños.Por eso lloro,río y me olvido.

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Bruno Ríos Martínez de Castro

VIII* *Del poemario La blanca espera del tren.

El fresco nocturno,edad incierta de los otros,cae de nubes inmóvilessobre la terraza.El mar allá, dormita;fuga de la vista.Y el whisky y el alcohol,vino del pueblo,arremete contra toda soledad.Ya no recuerdo las bocasprofanadas, el monaguilloque fui con ataduras;ya no recuerdo el sentidode las manos, moradas por el golpe,odio de los que no tenemosnada. ¿Y para qué recordar los pocos tiemposde una ternura incierta, cuando todosse han muertomenos yo?

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ST, s/fWalfred RodríguezÓleo. 110 × 180 cm.Oaxaca, Oaxaca, México

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Vanessa Garza

La montaña azul

Nos dicen que tengamos cuidado con nuestro equipaje, pero cuando volteo ellos están abriendo las maletas. Hace mucho frío, todavía no llegamos y yo ya siento la espalda mojada. Y veo a lo lejos como hormigas, a mucha gente que camina sobre el hielo y desaparecen. Dejan un rastro de una línea a lo lejos. Y me de-tengo a reclamar y les quito mi maleta y les digo que si quieren tener más cosas que se salgan del pueblo y dejen de robar a los turistas. Llego entre el bosque al pueblo Aguas Calientes y es-toy mojada. Me enojo con los guías porque nos prometieron dos horas de caminata y fueron casi cuatro. El hotel es pequeño y ya no quiero visitar las ruinas. Quiero despertar en mi casa con mi esposo. Y nos devuelven las maletas y mis papás están vivos. Soy una niña que va en una camioneta subiendo unas montañas altas cerca de Buenos Aires. No tiene sentido, Buenos Aires es plano y no tiene montañas cerca. Pero subimos por un camino en forma de caracol y llegamos a esa casa vieja. Quieren que nos levante-mos a las cuatro y media de la mañana antes de que salga el sol. Yo no quiero, me duelen las piernas y todavía tengo gripa, digo que no y me duermo. El jardín se remonta a la década pasada, recogemos rosas porque es día de muertos y yo veo rosas blan-cas, moradas, azules. El jardín queda sin flores, verde y con el sol reflejándose en el zacate y nos llevan a un jardín más grande, con más flores pero estas no salen de los arbustos. Descansan sobre las tumbas. Encontramos la tumba y mis papás están distraídos.

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Entramos a la casa, es café con muchos retratos en las paredes. Hay cuadros y una escalera hacia el ático. Subo pero la escalera termina y no hay más peldaños y falta un metro. Me despiertan, es hora, agarro mi bolsa. Me dormí vestida. No quiero ir y de todos modos voy. Nos suben a un camión y pagamos doscientos soles por cada uno. Llegamos, están las montañas despejadas y la vegetación es de selva. Nos piden hacer fila para entrar. Nos dan los boletos, pero no a todos, un muchacho se queda atrás. Nos roban, siempre nos roban de alguna manera. El guía empieza a decir que los españoles destruyeron a los Incas. Que Estados Unidos se ha robado las piezas arqueológicas y empieza a hablar mal del hombre blanco. El guía dice que el que haya cocaína en el mundo es un castigo de no sé que dios al hombre blanco. Me eno-jo, quiero golpearle su cara llena de espinillas y pisarle sus tenis Nike. Lo ignoro, veo el paisaje. Me admiro de ver tanta piedra. Me gusta pero me quema. La camiseta no me cubre los brazos y me arden porque soy blanca y me pega el sol. Y rezamos. Mis papás no. Encontramos la tumba, es la más chica. Sólo tiene una placa en el suelo. No hay un mausoleo como las demás. Nuestras flores ahora son pequeñas, escuetas. Pero me hinco y rezo el pa-dre nuestro y la virgen maría. Es lo único que me sé. También le digo a mi abuela que la extraño, que no debió haberse muerto. Mi tía dice: Mira, está rezando. Mi papá serio. No le gusta que rece. Mi mamá indiferente. Observa al igual que yo las otras tumbas. Algunas muy antiguas y grandes, con esculturas, vitrinas, már-mol, retratos, cruces de piedra. Al llegar a lo alto de la montaña vemos una casa antigua muy alta. Entramos, por dentro es estre-cha pero muy alta. Veo unos niños en el ático que me dicen “sú-bete”. Subo, pero la escalera se termina. Queda un túnel angosto hacia arriba de donde se asoman los niños y me dicen que suba. Es un túnel chico pero si me caigo son cinco pisos. Apoyo el pie en unos balastros pegados en la pared y subo. Encuentro el ático.

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Los niños que están jugando arriba subieron por otras escaleras. Me siento tonta por haberme arriesgado tanto si había otra forma de subir. Termina la excursión y buscamos a mi tía y a mi primo. Nos subimos al autobús y me doy cuenta de que a pesar de lo horrible de la caminata en el bosque, los robos y las mentiras de los guías turísticos, no importa, tengo al lado a mi hermano menor que mira distraído la ventana. Eso era todo, mi herma-no menor sentado ahí, joven, güero y de mirada distraída. Nun-ca sé en qué está pensando pero lo importante es que ahora está sen- tado conmigo en ese autobús de música peruana. Y lo abrazo y le digo que lo quiero, que me alegra que estuviera conmigo. Él me contesta que me quiere también, así, fácil, sin pensarlo, como quien dice “Me caes bien” pero más intenso. Y es que mi hermano siempre es así, no le importa decir “te quiero mucho”. Llegamos a un restaurante de Aguas Calientes que nos prometen tacos mexicanos. Esperamos mucho y no llegan. El dueño sólo dice que ya casi pero no llegan. Aparecen los guías, ahora nos dicen que no tiene boletos de regreso en el tren para todos: Faltan los de mi tía, el de mi primo y el de mi hermano mayor Paulo. Y regresamos del cementerio, en paz, yo en la caribe de mi tía con mis primas. Mis papás nos siguen en la estaquita. Me acuerdo de lo que puedo de mi abuela, de su verruga cerca de la boca. De su cabello negro recogido en una cebolla y me acuerdo de cómo se veía sentada en la cabeza del comedor con sus hijos. No pienso en nada más porque mis primas están preguntando qué vamos a comer. La casa de Buenos Aires está sin empleados. Se escucha poca gente recorriéndola y es muy estrecha, es extraño como una casa tan estrecha pueda sostener tanta altura. Me frustra que arri-ba no hay nada importante, unas cosas de metal, espadas, colga-das en la pared. Un piso que simula ser una duela. Me acerco a la ventana y entiendo: en una misma ventana habita una ciudad entera y con una montaña al pié de ella, completamente nevada.

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La ciudad me mira y se despide de mi con sus gatos en las calles, sus cafeterías en la banqueta y me acuerdo de esa niña de catorce años drogada que nos pedía dinero y que yo le decía a mi esposo que deberíamos adoptarla. Era muy flaquita y nos pedía dinero para no andar robando. Yo estaba tomada y se me ocurrió que la adoptáramos y nos la lleváramos a México. Él no me hace caso, sabe que estoy borracha. Nos vamos del bar, ya no vi a la niña. Esa noche cogimos con un poco de violencia. Al día siguiente, sobria, tengo asco pero me siguen dando ganas de adoptarla. Por supuesto que no digo nada. Ahora la veo perdida ahí, en ese río de calles que me miran desde debajo de la montaña. Paulo me dice: váyanse ustedes, yo los alcanzo. Y corremos para alcanzar el tren. Mi hermano menor y yo. En la estación de Agua Caliente hay un mercado donde venden artesanías y ropa. Es un laberinto. Corre-mos para alcanzar el tren. Preguntamos como locos para donde está la estación. Todos nos dan instrucciones diferentes. Corre-mos mucho. Hay callejones que son de subida. Empiezo a perder el aire. Creo que ya se nos fue el tren. Y de pronto damos una vuelta y llegamos. Entramos a la estación, nos revisan los boletos a mi y a mi hermano y entramos al tren. Me doy cuenta de que no pagamos la comida. Los tacos llegaron pero no eran tacos. Eran guacamole y carne envuelta en hot cakes. De todos modos ni al-canzamos a comerlos. El tren sigue subiendo gente. El tren es de una línea chilena. Se nota. La gente es amable. Y llegan mi primo y mi tía. ¿Dónde está Paulo? Les digo. Me dicen que se va a re-gresar caminando. Y empieza el terror. El tren avanza y veo en la ventanilla a mi hermano hablando con los guías, con unas argenti-nas y alguien les tira una linterna para el camino. Me asusto. Pau-lo no es atlético. Hace mucho calor y él trae zapatos de oficina. Y me enojo. Le dije que llevara tenis. No va a aguantar. Y me asusto más. Me duele el estómago. Me lo imagino perdido en ese bosque con selva. Lo veo cayendo entre las vías del tren en ese enorme río.

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El tren avanza y todos hablan y yo tengo dolor al respirar. Mi her-mano. Mi hermano. El bosque. Mi hermano. Los zapatos. Mi her-mano. Me dicen “cálmate los guías los van a traer”. Pero los guías no lo traen. Y no vuelvo a ir a ese panteón hasta muchos años después. El recuerdo se borra con las tumbas. Olvido el nombre del lugar. Conservo en la memoria el cerro de Chipinque, que está muy cerca. Sólo años después me entero que es un panteón muy caro y que gracias a mi tío Rosalío y mi tía es posible tener un lugar donde enterrar a mi mamá. No tenía idea cuánto costaba un terreno de panteón hasta ese entonces. Y el recuerdo se extingue. Se hunde en ese pozo con mi mamá y mi cara hipócrita de no pasa nada. En pleno entierro. Si: no me pasaba nada. Ni sangre por el cuerpo. Estamos comiendo en un museo. Yo me enojo con él porque come mucho. Y me enojo conmigo porque me siento vie-ja y gorda. Nuestra imagen contrasta contrasta con lo limpio del lugar. Los comensales son delgados y visten impecables. Como si la ropa no importara pero se ve justa al cuerpo. Y me enojo con mi esposo. Me enoja que no platicamos de casi nada. Al entrar al museo me enoja más que finge poner atención en los cuadros. Que les toma fotos. Que se quiere comprar una pretenciosa libreta en la tienda. Y exijo que me compre postales de la ciudad. Es lo único que no me parece tan caro y que no me da culpa comprar. Y caminamos por ese museo blanco llamado el Renault. Lo único que se me quedó en la cabeza fueron las escaleras eléctricas y los cuatro pisos. De la obra nada. Ni siquiera lo más bonito. Él toma más fotos. Ajeno. Me molesto y busco pretextos para reñir-lo. Que si no me dice cuánto hemos gastado. Que si no hemos salido a caminar. Que si se ha estado levantando muy tarde. Él me dice matemáticas. Odio que lo riño y me contesta con algún argumento lógico pero siempre hace trampa: sólo contesta una cuestión racional para evadir el núcleo de la pelea. Después de caminar llegamos a la combi que nos esperaba y no estaba Paulo.

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Empiezo a hablar con los de ahí cada vez más alto. Los demás se quieren ir y yo no quiero hasta que llegue Paulo. Nos quedamos. Nos vamos en otra combi. El otro chofer casi atropella a mi tía. Odio Perú. No entiendo qué hacemos aquí. Lloro todo el camino de regreso. Me llama la de la agencia de viajes para reclamarme que no nos hayamos devuelto en la misma combi. No recuerdo qué dije. Sólo me acuerdo del tono de mis gritos. Llegamos a Cuz-co. Son la una de la mañana y mi hermano no llega. En el hostal le pido ayuda al recepcionista. Estoy segura que mi her-mano está en el bosque. Lloro mucho. El recepcionista amenaza a la agencia de viajes por teléfono con llamar a la policía. Esto surte efecto y encuentran a mi hermano. Hablo por teléfono con él y me dice que está bien. Que se quedó en un hotel y le pagarán el boleto de regreso en tren. Y me calmo un poco y llamo a mi esposo y me dice que Paulo le llamó en la tarde para avisar que estaba bien. Ahora siento vergüenza. Me porté como si mi herma-no se hubiera muerto. Mi tía me juzga en silencio. Mi hermanito no dice nada. Mi primo mudo. La casa de Buenos Aires se cierra y estamos en el aeropuerto. Ya quiero a mi esposo otra vez. Nos vamos a Monterrey. Se acaba el viaje. Lo veo contento. Él se duerme en el vuelo. Antes de eso me pregunta: ¿de veras querías adoptar esa niña? No, claro que no, estaba borracha. Y la ciu-dad se disminuye en lo alto de la ventanilla. Yo no me quiero ir.

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Do we really have a choice? 2010Juliana GarzaGrafito, acuarela y tinta. 30 x 45 cm.Monterrey, Nuevo León, México

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Katia JassoMemoriaA mi abuelo.

No estoy obligado a decirte nada. No desde aquella vez que me dejaste solo. Como aquella vez que corrí a tus brazos y de repente me miraste con los ojos tan abiertos, como si no pu-dieras creer que podía reconocerte. No estoy obligado a decirte nada, porque sé que no quieres saber nada mío; nada de nosotros. Y tampoco tengo nada que decirte, nada que explicarte. Todo se lo he dicho a ella. No es tan difícil de entender, creo. Hasta ella, que siempre trataste como imbécil, pudo entenderlo. Digo, viene de rancho, está apocada y siempre dice que sí. Pero ese día sólo me abrazó, simplemente asintió. Y no preguntó nada porque todo lo había entendido. Porque ella todo lo sospechó y todo lo supo. Todo. Sin palabras de sobra. Y tú aquella vez estabas con otra mujer, no te culpo porque no querías a mamá. Siempre lo supe. Era fea y gritaba mucho. Aquella ocasión que intentaste golpearla te echó la policía encima. Era de rancho, apocada y siempre decía que sí, pero aquella vez como creo que hubiera hecho cualquier otra mujer civilizada, hizo que te metieran a la cárcel dos días. Después volvió al siglo pasado. Después. Como era una mujer sa-crificada nunca te pidió nada. No la estoy excusando. Pero quiero decirte que aquella vez que no me reconociste estabas con otra mujer y no es necesario que mientas. La tengo aquí, en mi cabeza, siempre. Siempre. Nunca la olvido. A veces, cuando sueño con mamá… que llego de la escuela y espero verla, en vez de estar ella ahí, está esa mujer. Y no te culpo, porque era parecida a mamá; así de gorda y con la misma piel blanca, pero esta mujer era bo-nita y tenía voz suave. Y me siento culpable. Porque es como si traicionara su memoria ¿sí? Pero ya no importa. No importa.

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Todas las memorias están destinadas a empolvarse. Todas. Has-ta las más amargas. Como aquella, de cuando te reconocí y me miraste con los ojos desencajados porque no podías creer que te hubiera hallado. Y estabas con esa otra mujer, la mujer bonita de morado. Y yo estaba con mi hermano y aunque él era sólo un año mayor, sólo uno, supo bien qué hacer. Él se quedó ahí, como bobo, mirándolos con más sorpresa y entendimiento… porque sabía que no querías que te reconociéramos. Eras nues-tro padre, pero en ese momento no. Yo no lo supe hasta mucho después, pero él lo intuyó, como mamá. En ese momento estabas con la mujer y te veías feliz y ella se veía feliz. Muy feliz. Y cuando yo fui y te dije papá y te abracé porque te quería, y quería que vol-vieras, entiendo que fui un estorbo. Y así, como la molestia que era, te deshiciste de mí. Me diste un golpe en la cara, certero y riguroso. El golpe todavía me duele, pero no en el rostro. El gol-pe me duele en el pecho, en el estómago. Me duele tanto, ahora más que antes, porque lo entiendo. Lo comprendo y se me llenan los ojos de lágrimas. Pero no te preocupes. Ahora ya ni siquiera tienes que explicarte, ni que disculparte. Mi comprensión de las cosas te ha quitado ese peso de encima. Esto es algo de lo que me tengo que deshacer solo. Tú estás viejo. Estás en paz contigo y con Dios. Creo que pronto estás destinado a marcharte y a con-vertirte en un recuerdo. Sin embargo, me pregunto, si aún cuando seas sólo una memoria, de esas amargas que también están desti-nadas al olvido, me seguirán doliendo el golpe y tu indiferencia.

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Sylvia Aguilar ZélenyRun for Life

Eres rápida, ¿lo sabes? Me dijeron cuando niña. Ser rápi-da se convirtió en parte de mi vida. Me inscribí en mi primer carrera a los 17 y desde entonces ha sido una competencia tras otra. Para muchas cosas en la vida me mantengo en un perfil bajo, me muevo como si fuera invisi-ble, ocurre también con las carreras. Nunca me ha gustado ser protagonista, no veo en mí una ganadora. Soy sólo una corredora. Lo hago por una razón simple: el placer de correr. Practico una hora cada mañana. Abro los ojos, me levanto de la cama y lo primero es ponerme pants, camiseta y adidas. Lo hago incluso antes de lavarme la cara o cepillarme los dientes. Mi rutina diaria. Caliento un poco, estiro las piernas, hago círculos en los tobillos, un par de sentadillas y luego: corro. Una hora que no se siente como una hora, se siente como una eternidad o como el minuto más corto, depende siempre de mi ánimo. Regreso a casa: baño, desayuno y al trabajo. Me gusta sentir ese ligerísi-mo dolor en la pantorrilla mientras acelero o freno en mi auto, cuando subo y bajo las escaleras en la oficina. Hay otros, muchos otros, movimientos que me recuerdan mi carrera de la mañana y la del día siguiente. Correr es mi vida. Si me estoy preparando para alguna competencia au-mento tiempo, distancia o ambos. En esos días, los previos a la carrera, soy otra. Me devora un humor extraño, no hablo, voy de la casa al trabajo y al revés. Tampoco es que salga mucho en realidad. Esté donde esté recorro espacios con la mente, dibujo la competencia y hago de mí una muñequita de papel que corre. En mi cabeza no hay nadie más, sólo yo, sólo yo en esa línea recta o sinuosa.

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Reconstruyo, también, esa sensación que acompaña el correr, ese estallido de pulmones, ese quemar que te llega por un costado, el hervir de tu sangre, el frío de tu sudor. Todo, todo eso lo traigo a mí cuando no corro. Es lo que me da vida. En esos días creo que no soy muy buena compañía. Aun-que nunca soy buena compañía. Me lo decía mi único novio con la mirada. Me lo dicen los gestos de la gente en mi oficina cuando se juntan a comer bocadillos por el cumpleaños de alguien. Nada importa, tengo mi correr. Me gusta preparar listas de música para que me acom-pañen en mis entrenamientos. Todas, absolutamente todas inician con la misma canción de Iggy Pop: Lust for Life. (La canto y escucho como si él dijera Run for Life). Es mi himno, es el tiro al cielo que me dice corre, es mi campanada, es mi en susmarcaslis-tosfuera. Ya sé que es un lugar común decir que no debe correrse para ganar, sino para llegar al final. Pero así es, así lo siento yo. El goce de cruzar la meta. Ese latir de piel que se siente en cada zancada. El mundo se detiene al correr. Nada existe o todo existe pero está ahí sin estar, una misma imagen alargada que veo ape-nas de reojo. Correr es un placer pero en ello también existe dolor. Hay uno que aparece en un lugar u otro del cuerpo sin que yo pue-da controlarlo. Me ha ocurrido en algún maratón. Llega primero como un calambre, puede ser en una pantorrilla o en ambas, o bien un tirón que sube hasta la cadera, tal vez un brazo. Es indes-criptible. Como una descarga eléctrica que descontrola tu cuerpo entero. Es un dolor que dice: cuidado. Sé entonces que debo bajar un poco, velocidad, intensidad, sé que es momento de reservar energía para el último tramo. Dejar la carrera nunca ha sido op-ción.Pero hablaba del dolor, hay otro, uno más profundo. Uno que es el cuerpo mismo.

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Es distinto al otro, no tiene ese carácter impredecible. A éste lo conozco bien, lo sé de memoria. Es un dolor que porque conozco, busco. Lo traigo a mí cuando pierdo el aliento, cuando siento la angustia en la garganta y creo que estoy a punto de darme por vencida. Una película corre en mi mente. Estoy ahí tengo ¿diez, once años? mi papá me ha llevado a ese camping con el resto de sus amigos. Algunos también llevan a sus hijos, soy la única chica. Cae la tarde, después de una mañana de subir-bajar cerros, de jugar por aquí y por allá, nuestros padres asan los últimos pedazos de carne, beben aguardiente, hablan de esa época en que tenían nuestra edad. Nosotros hemos perdido interés y decidimos explorar. Soy la menor y avanzo lento, me tomo mi tiempo para observarlo todo. Ese tronco, esa piedra, esa primera estrella que se asoma cuando aún no oscurece. La película avanza veloz, de pronto ya es de noche y estoy sola. Estoy sola. Me he perdido. Miro a todos lados, veo el mismo árbol, sólo he estado dando vueltas. El mundo es redondo, pienso. En-tonces aparece él, tiene una mochila en la espalda. ¿Estás bien? su voz dulce. No sé cómo llegué aquí mi voz perdida. Yo te ayudo a buscar tu campamento, su sonrisa amable. Me toma del brazo, su mano es cálida. Me siento segura. Hablamos, no recuerdo de qué, tampoco recuerdo en qué momento su mano sube y baja por mi brazo, se pasea en mi espalda. ¿Nos sentamos? Le digo que no. Ya quiero llegar. Siéntate. Ha dejado de sonreír. He dejado de sentirme segura. Me toma de los hombros, me sienta. Su cara, sus manos. Todo. Tengo miedo. Se separa de mí unos instantes, se quita la mochila y de algún lugar de mi cuerpo surge una fuerza enorme, lo empujo y corro y corro y corro. Corro por mi vida.

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¿A dónde vas? su grito. Lo oigo: su voz, sus pasos, como si su aliento me soplara en el cuello, cerca tan cerca. Siento que no soy una niña sino un animalito que escapa, que huye. Sus pa-labras desaparecen y se vuelven ladridos, aullidos, nos hemos vuelto presa y cazador. Casi puedo sentir sus dedos pero yo corro y corro y corro. Eres rápida ¿lo sabes? Entonces, tropiezo. El pavimento me frena, me aferra. No me quiere soltar. Dejo de ser un animalito, una niña, dejo de ser el pasado y soy el presente, soy una mujer que corre. Me levanto y corro. Corro, voy y vengo a mi pasado. Corro en esta máquina que es mi cuerpo. ¿Qué harán los otros para no dejarse caer, para ser más veloces?, ¿en qué piensan ellos mientras yo imagino que me cazan? Cruzarlametasignificauntriunfoparacualquiera,amíme trae alivio, soy libre, nadie me hizo su presa esta vez. Gano incluso cuando no gano. Soy rápida, lo sé.

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Amnesiac es residente de Monterrey. Llega a las letras por accidente, poeta de ojos anecdóticos, memoria suicida, gusta de las disonancias en las miradas y las desatenciones sociales de nuestros fantasmas.

Rodrigo Verdugo Pizarro, 1977, Santiago de Chile. Coeditor y articulista de la revista Derrame y subdirector de la Revista Rayentru. Su obra ha sido publicada en revistas y antologías chilenas y extranjeras, traducida parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, polaco, árabe, uzbeko y rumano. En 2002 publicó su primer libro, Nudos Velados, editorial Derrame.

David Guillermo Soules es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha realizado estudios de especialización en el área edi-torial y de literatura, así como de escritura dramática en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.

Sylvia Aguilar Zéleny, 1973, Hermosillo, Sonora, México. Licenciada en litera-turas hispánicas por la Universidad de Sonora y Maestra en Estudios Humanísticos por el Tecnológico de Monterrey. Autora de dos libros de cuento: Gente Menuda (1999), No son gente como uno (2004), Libro Ganador del Concurso Sonorense en 2003 y de la novela Una no habla de esto (2008). Parte de su obra narrativa se incluye en las antologías: Sin límites imaginarios (2006) y Romper el hielo: no-vísimas escrituras al pie de un volcán (2005). Cuentos suyos han sido traducidos al coreano y al inglés. Ha publicado artículos y cuentos en revistas como Milenio, La tempestad y Picnic del DF y San Quintín, Radiante, Néctar y Altanoche. Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en 1999 en la categoría de Investigación artística y en la categoría de Creadores con trayectoria en 2004. Fue becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la categoría de novela en el 2009. Actualmente realiza estudios de posgrado en la Universidad de Texas.

Bruno Ríos Martínez de Castro estudia Letras Españolas. Empezó a escribir a los 9 años por influencia de su madre. Dice que las palabras le fluyen en la san-gre, aunque no sea cierto. Ha colaborado en publicaciones colectivas en México y EEUU.

Cielo Donís México, D.F. Encuentra sentido y motivación en la vida. Trabajó por varios años el lápiz de color y la acuarela. Actualmente trabaja con óleos y temples que fabrica ella misma. Ha expuesto en México, Argentina, España, Polonia y EEUU.

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Jessica Rodríguez 1990, Monterrey, Nuevo León, México. Actualmente cursa la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el Tecnológico de Monterrey. Apasionada del cine, guionista independiente, ha colaborado en diferentes proyec-tos audiovisuales como la serie de televisión Morir en martes. Activista del grupo LGBTI en Nuevo León y actual directora del departamento de comunicación y relaciones públicas de la revista Secrecía.

Vanessa Garza, 1977. Comunicóloga. Actualmente estudia la Maestría en Estu-dios Humanísticos en el Tecnológico de Monterrey. Ha publicado en las revistas San Quintín, Puño y Letra y Secrecía. Ha participado en el Festival Sanmillano, 2010. Primer lugar de cuento en el concurso del Congreso Literatura y Erotismo del Tec de Monterrey. Ganadora de la Beca de CONARTE en la categoría de joven creadora en la convocatoria de PECDA 2011.

Katia Jasso. Actualmente estudia Lengua y Literatura Hispánicas en el Tecnoló-gico de Monterrey. Publicó un cuento en la antología “Cicatrices y otros vicios.” No tiene mucho qué decir sobre lo que ha hecho, pero tiene la esperanza de tener algo más que decir en sus semblanzas muy pronto.

Víctor Miguel, piscis, católico, barroco. Estudió Letras Españolas en el Tecnoló-gico de Monterrey, donde actualmente cursa el Doctorado en Estudios Humanísti-cos. Ha sido premiado en diversas ediciones del concurso de creación literaria del Sistema Tecnológico de Monterrey. Es presidente del consejo editorial de Revista Secrecía.

Walfred Rodríguez 1981, Oaxaca, México. Realizó estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Autónoma Benito Juárez Oaxaca y en el Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo. Ha realizado exposiciones colectivas e individua-les en Polonia, España, EEUU y México. En 2007 recibió una beca de producción en el Fresno Art Museum (Fresno, California), en coordinación con el Museo de los Pintores Oaxaqueños. En 2009 participó en el II Encuentro México Joven, que se realizó en Varsovia, Polonia, y en el 2011 en Valencia, España. Actualmente ha recibido la convocatoria para participar en la Feria de Arte Contemporaneo “ET-NIA” que ser realiza en el mes de octubre en Bruselas, Bélgica.

Juliana Garza 1990. Estudiante de artes visuales, cafeinómana. Ha expuesto en diversas exposiciones colectivas en el Centro Cultural Bam y el Museo El Cente-nario. Actualmente es directora de arte de la Revista Secrecia y dedica sus noches a producir.

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SecrecíaSéptimo Número

Convocamos a todos ustedes a participar en esta sép-tima edición con sus textos o con su arte plástico o gráfico. Este número de Secrecía se dedicará al tema: El desierto. Esperamos sus aportaciones con ansias.

Bases:1. En la categoría de literatura se aceptará poesía, prosa poética, relato breve, cuento y fragmento de novela. La extensión de los textos no debe exceder las 3000 palabras, para prosa, y 5 cuarti-llas para poesía. Deben estar escritos en español, en procesador de textos Word.2. En artes plásticas y arte gráfico se aceptarán obras digitalizadas en formato jpg, de tamaño no mayor a 10 megabytes. Se deben incluir los datos siguientes: título, técnica, dimensiones, lugar y fecha de creación.3. El tema del séptimo número es el desierto.4. La recepción de participaciones inicia a partir de la publicación de esta convocatoria hasta el día 11 de noviembre de 2011.5. Enviar los trabajos al correo [email protected] como archivo adjunto. El mensaje debe contener también los datos de contacto completos, así como una breve semblanza del autor.

Favor de contactarnos en caso de cualquier duda.La publicación de la revista se encuentra programada para el 14 de noviembre, por lo que no se aceptarán trabajos después de la fecha del cierre.

-Revista Secrecía

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