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«SEÑORA DE NUESTRA LIBERTAD»: CUERPOS Y FRONTERAS EN LA HISTORIA DEL CAUTIVO (DON QUIJOTE I, 37-41) M A R Í A A N T O N I A GARCÉS Universidad de Cornell, EE. UU. Hay un hecho fundamental en la vida de Cervantes: su cautiverio. Este evento traumático no solo ocupa un lugar central en la producción lite- raria cervantina, sino que constituye el eje, o vórtice fantasmático, al que la escritura de Cervantes retorna sin cesar 1 . Como he demostrado en mi estudio Cervantes en Argel: Historia de un cautivo, la reconstrucción litera- ria de estas memorias traumáticas funciona como una fuente de creación para el autor 2 . En estas páginas, me propongo examinar la frontera entre la auto- biografía y la ficción en La historia del cautivo, interpolada en el Quijote de 1605. Mas allá de establecer una correlación directa entre la vida y la obra de Cervantes, se trata de explorar el vibrante límite entre historia y ficción en nuestro autor. Anclada en el cruce de fronteras culturales y geo- gráficas entre cristianos y musulmanes en el Mediterráneo de Felipe II, mi lectura apunta a las configuraciones del trauma y, particularmente, a la manera en que Cervantes crea ficciones a partir de la misma vorágine de su cautiverio. Como veremos, el encuentro con la muerte subtiende este relato. Incluso aparece de manera velada en la tercera parte del mis- mo, presidida por la fantasía. Al regresar a España en 1575, después de participar en la batalla de Lepanto y otras campañas mediterráneas contra los turcos, el soldado Mi- guel de Cervantes fue capturado por corsarios turcoberberiscos y lleva- 1 Para Américo Castro, el cautiverio fue «el más transcendental hecho en su carrera espi- ritual»; véase El pensamiento de Cervantes, Madrid, Imprenta de la Librería y Casa Editorial Her- nando, 1925, p. 386; asimismo el notable ensayo de Juan Bautista Avalle-Arce, «La captura de Cervantes», Boletín dela Real Academia Española (1968), pp. 237-280; Alonso Zamora Vicente, «El cautiverio en la obra de Cervantes», Homenaje a Cervantes, 2 vols., ed. Francisco Sánchez-Casta- ñer, Madrid, Mediterráneo, 1950, II, p. 239. Luis Astrana Marín sugiere que la «memoria fija» de la cautividad argelina reaparece en numerosas obras de Cervantes; Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, 7 vols., Madrid, Instituto Editorial Reus, 1949-52, II, p. 465, n. 1. 2 María Antonia Garcés, Cervantes in Algiers: A Captive's Tale, Vanderbilt University Press, 2002; 2 a ed. revisada, 2005. Hay edición española, revisada y ampliada: Cervantes en Argel: His- toria de un cautivo (Madrid, Gredos, 2005). «Cervantes y el Quijote." Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004) CERVANTES Y EL QUIJOTE. María Antonia GARCÉS. «Señora de nuestra libertad»: Cuer...

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«SEÑORA DE NUESTRA LIBERTAD»: CUERPOS Y FRONTERAS EN LA HISTORIA DEL CAUTIVO (DON QUIJOTE I, 37-41)

M A R Í A A N T O N I A G A R C É S

Universidad de Cornell, EE. UU.

Hay un hecho fundamental en la vida de Cervantes: su cautiverio. Este evento traumático no solo ocupa un lugar central en la producción lite­raria cervantina, sino que constituye el eje, o vórtice fantasmático, al que la escritura de Cervantes retorna sin cesar1. Como he demostrado en mi estudio Cervantes en Argel: Historia de un cautivo, la reconstrucción litera­ria de estas memorias traumáticas funciona como una fuente de creación para el autor2.

En estas páginas, me propongo examinar la frontera entre la auto­biografía y la ficción en La historia del cautivo, interpolada en el Quijote de 1605. Mas allá de establecer una correlación directa entre la vida y la obra de Cervantes, se trata de explorar el vibrante límite entre historia y ficción en nuestro autor. Anclada en el cruce de fronteras culturales y geo­gráficas entre cristianos y musulmanes en el Mediterráneo de Felipe II, mi lectura apunta a las configuraciones del trauma y, particularmente, a la manera en que Cervantes crea ficciones a partir de la misma vorágine de su cautiverio. Como veremos, el encuentro con la muerte subtiende este relato. Incluso aparece de manera velada en la tercera parte del mis­mo, presidida por la fantasía.

Al regresar a España en 1575, después de participar en la batalla de Lepanto y otras campañas mediterráneas contra los turcos, el soldado Mi­guel de Cervantes fue capturado por corsarios turcoberberiscos y lleva-

1 Para Américo Castro, el cautiverio fue «el más transcendental hecho en su carrera espi­ritual»; véase El pensamiento de Cervantes, Madrid, Imprenta de la Librería y Casa Editorial Her ­nando, 1925, p. 386; asimismo el notable ensayo de Juan Bautista Avalle-Arce, « La captura de Cervantes», Boletín dela Real Academia Española (1968), pp. 237-280; Alonso Zamora Vicente, «El cautiverio en la obra de Cervantes», Homenaje a Cervantes, 2 vols., ed. Francisco Sánchez-Casta-ñer, Madrid, Mediterráneo, 1950, II, p. 239. Luis Astrana Marín sugiere que la «memoria fija» de la cautividad argelina reaparece en numerosas obras de Cervantes; Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, 7 vols., Madrid, Instituto Editorial Reus, 1949-52, II, p. 465, n. 1.

2 Mar ía Antonia Garcés, Cervantes in Algiers: A Captive's Tale, Vanderbilt University Press, 2002; 2 a ed. revisada, 2005. Hay edición española, revisada y ampliada: Cervantes en Argel: His­toria de un cautivo (Madrid, Gredos, 2005).

«Cervantes y el Qui jote . " Actas Coloquio internacional (Oviedo, 27-30/10/2004)

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do a Argel, donde permaneció cautivo por cinco años. Gracias a los tes­timonios del propio Cervantes y a los de algunos testigos de su esclavitud en Argel, hemos podido reconstruir en parte este cautiverio3. Conscien­te de que ni él ni su familia podían pagar el enorme rescate (500 escu­dos de oro) que los corsarios pedían por él, Cervantes intentó escapar cuatro veces de su prisión, a pesar de los peligros que esto representaba. Por ello estuvo a punto de perder la vida varias veces, empalado o muer­to a bastonazos. No obstante, en su producción literaria, el autor regre­sa insistentemente a la populosa y sofisticada ciudad turcoberberisca en la que sufrió un largo cautiverio.

En los 1570, Argel era una pujante urbe de cerca de ciento veinticinco mil habitantes, que albergaba en sus baños (corrales de esclavos) alrede­dor de veinticinco mil cautivos de todos los países de Europa. A través de la recreación de las experiencias de Cervantes, podemos tomar conscien-cia de la situación de los cautivos cristianos en ese centro esclavista cono­cido como la capital corsaria del Mediterráneo en el siglo XVI. Como es­clavo del corsario Dalí Mamí, Cervantes presenció los suplicios sufridos por otros cautivos que procuraron huir del infierno argelino. Ejemplo de esos suplicios fueron la tortura y muerte de dos individuos que trataron de ayudarlo a escapar: un jardinero navarro, llamado Juan, que murió ahoga­do en su propia sangre, y un moro amigo, que fue empalado por llevar una carta de Cervantes al presidio español de Oran, episodio que se esboza en La historia del cautivo*. Entre los suplicios más leves sufridos por los escla­vos que procuraban huir de las condiciones infrahumanas de los baños, se contaba el corte de orejas y de narices -castigo usual en la Europa del siglo XVI— así como otras torturas, como la muerte por empalamiento, aplicada a los que dirigían un escape colectivo o una rebelión. El doctor Antonio de Sosa, cautivo en Argel en los mismos años que Cervantes, cuenta que entre octubre de 1577 y octubre de 1578, el bey de Argel Hasán Bajá le cor­tó las orejas a trece cautivos cristianos que trataron de escapar a pie hacia Oran, mientras que a otro esclavo de Mallorca, a quien encontraron cons­truyendo un barco en el jardín de su amo, le cortó la nariz y las orejas5. Regresaremos a este personaje, que reaparece en el relato del Cautivo.

3 Sobre el cautiverio de Cervantes, véase Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Voi. II y III; Jean Canavaggio, Cervantes: en busca del perfil perdido, Madrid , Espasa-Calpe, 1992, pp . 84-108; y Mar ía Antonia Garcés, Cervantes en Argel, Caps. 1 y 2.

4 Sobre los cautivos cristianos en Argel , véase Garcés, Cervantes in Algiers, pp . 45-50. 5 El doctor Antonio de Sosa ha sido identificado como el autor de la Topographia, e His­

toria general de Argel, publicada por D iego de Haedo en 1612; véase Diego de H a e d o (sic, A n ­tonio de Sosa) , Topografía e historia general de Argel, ed. Ignacio Bauer y Landauer, 3 voi., Ma ­drid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1927. C o m o han demostrado varios críticos, esta obra fue compuesta po r el doctor Anton io de Sosa durante su cautiverio en Argel , entre 1577 y 1581. Véase Georges Camamis, Estudios sobre el cautiverio en el Siglo de Oro, Madrid , Gredos, 1977; Emilio Sola y José F. de la Peña. Cervantes y la Berbería: Cervantes, mundo turco-berberisco y servi­cios secretos en la época de Felipe II, México, Fondo de Cultura Económica, 1995; y Garcés, Cer­vantes en Argel, especialmente cap. 2.

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En el Quijote de 1605, la experiencia traumática de Argel se plasma en el relato autobiográfico del Capitán Ruy Pérez de Viedma, un alter-ego de Cervantes. Si esta narración pone en escena eventos históricos rela­cionados con las guerras mediterráneas contra los turcos en las que par­ticipó el soldado Cervantes, también adquiere, por momentos, un mar­cado sesgo autobiográfico: «De todos los sucesos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aún se me irá en tanto que tuviere vida», dirá el Cautivo al regresar a España des­pués de su liberación (DQ1,40). Más significativa es la intrusión del nom­bre Saavedra en esta novela que nos interroga desde el doble registro de la historia y de la ficción. Es cierto que Cervantes asumió el apellido Saa­vedra en 1586, seis años después de su regreso de Argel. Anteriormente, sin embargo, le había otorgado este nombre al héroe de su drama El Tra­to de Argel, compuesto entre 1581 y 1583; y posteriormente le asignaría el mismo apelativo al protagonista de El gallardo español, comedia que dra­matiza el ataque al presidio hispano de Oran, en 1563, por una armada turcoberberisca. Puesto que para la época en que aparece el Quijote, su autor ya llevaba más de quince años firmando «Miguel de Cervantes Saa­vedra», tanto en documentos oficiales como en textos literarios, el nom­bre Saavedra puede leerse como la intrusión fantasmal del propio cuer­po de Cervantes, avalada por su firma, en La historia del cautivo6.

La cuestión de la frontera entre lo biológico y lo creativo ha sido pues­ta en entredicho por el psicoanalista Didier Anzieu, quien ilumina las conexiones entre el cuerpo y sus creaciones. Anzieu arguye que crear es dejarse trabajar por los pensamientos conscientes, pre-conscientes e inconscientes, pero también, por el propio cuerpo, o por nuestro «yo corpóreo», así como por su siempre problemática conjunción y diso­ciación. El cuerpo real, imaginado o fantaseado del artista está siempre presente a través de su obra. El o ella traza este cuerpo, o sus figuras, en la trama de su creación. Las metáforas del trabajo del sueño y del due­lo hablan de una contraparte analógica y complementaria a las activi­dades corporales en el registro psíquico 7. Hay en la labor de creación de una obra de arte —afirma Anzieu- un trabajo de parto, de expulsión, de defecación, de devolución, en la medida que el creador o la creado­ra se engarza en un combate cuerpo-a-cuerpo con el material que ha es­cogido. La creación también hace sufrir al artista, le extrae confesiones, lo desarticula físicamente. A la vez, el placer del texto en los lectores res­ponde al goce sentido por el autor mientras entabla una relación amo­rosa con su propia creación («Le corps» 44) 8 . Estas líneas son particular-

6 Véase María Antonia Garcés, «Los avatares de un nombre : Saavedra y Cervantes», Re­vista de Literatura 65, 130, (2003), pp. 351-374.

7 Didier Anzieu, Le corps de l'oeuvre, París, Gallimard, 1981, p. 44. 8 Desde luego, muchas obras de Cervantes, como la historia de Zoraida, en Don Quijote,

están animadas por una alegría especial que sugiere la existencia de una historia de amor en­tre el autor y sus creaciones. Para un análisis de la naturaleza poética y festiva del lenguaje de

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mente apropiadas para examinar la presencia de Cervantes en la Histo­ria del cautivo, y la relación del autor con sus obras.

Las relaciones entre el cuerpo y sus ficciones evocan el radiante cuer­po de la mora Zoraida, que aparece por primera vez en la venta de Juan Palomeque, acompañada por un excautivo recién llegado de Argel. Re­cordemos su entrada: Un hombre vestido con el traje de los cristianos que volvían de Berbería ingresa en la venta, interrumpiendo la conver­sación de don Quijote y demás huéspedes. Lo escolta una mujer vela­da, vestida a la usanza morisca y montada en un jumento. Recién veni­da de «Argel, su patria y su tierra», como explica el Cautivo, la embozada aún no ha sido bautizada. No obstante, cuando oye pronunciar su nom­bre como lela Zoraida, exclama acongojada: « ¡No, no Zoraida: María, Ma­ría!», frase que remata con una nueva afirmación: «Sí, sí, María; Zoraida macange» -que en árabe quiere decir «no es eso», o mejor, «de ninguna manera» (I, 37). Más tarde nos enteraremos de que la bella argelina ha decidido abandonar su religión y su cultura para adoptar una nueva iden­tidad en España bajo el apelativo de María. Su gesto recuerda otros cam­bios de nombre y de identidad en el corpus literario de Cervantes, pa­trón que podríamos ilustrar ad infinitum, pero que en el contexto del relato del Cautivo pone de relieve la adición del apellido Saavedra por parte del propio Cervantes9.

Paradójicamente, es otro personaje cambiante, Dorotea/Micomicona, quien cuestiona la identidad de Zoraida al preguntar: «Esta señora, ¿es cristiana o mora? Porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querríamos que fuese» (DQI , 37). La respuesta del Cautivo se­ñala la ambigüedad de la postura de Zoraida: «Mora es en el traje y en el cuerpo; pero en el alma es muy grande cristiana, porque tiene gran­dísimos deseos de serlo» (I, 37) 1 0 . Que el ex-cautivo ubique a la mora den-

Cervantes en La Gitanilla; véase María Antonia Garcés, «Poetic Language and the Dissolution of the Subject in La Gitanilla and El licenciado Vidriera», Calíope 2 (1996): pp . 85-104.

9 Los ejemplos de este patrón se repiten insistentemente tanto en el Quijote como en las Novelas ejemplares. Este patrón se extiende hasta el Persiles, donde los personajes cambian de nombre al inicio de la novela.

1 0 El carácter de Zoraida ha suscitado numerosos estudios críticos: por un lado, los que abogan por una «historia de amor » y po r otro, los que defienden una conversión cristiana. Amér ico Castro y Ciríaco M o r ó n Arroyo apoyan la idea de una historia de amor entre el Cau­tivo y una conversa; Castro, El Pensamiento de Cervantes, Barcelona, Noguer , 1972, p. 143, y M o ­rón Arroyo, « L a historia del cautivo y el sentido del Quijote», Iberoromania XVTII (1983) , pp . 91-105. Véase asimismo, Ruth El Saffar, Beyond Fiction: The Recovery of the Feminine in the Novéis of Cervantes, Berkeley, University of California Press, 1984; E. González López, «Cervantes, maes­tro d é l a novela histórica contemporánea : la Historia del Cautivo», Homenaje a Casalduero, pp. 183-84; y, más recientemente, E. Michael Gerli, «Rewriting Myth and History: Discourses of Race, Marginality and Resistance in The Captive's Tale (Don Quijote I, 37-42)», in Refiguring Authority: Reading and Writing, and Rewriting in Cervantes, Lexington, T h e University Press of Kentucky, 1995, pp . 40-60. Para críticas adversas del personaje, véanse Francisco Márquez Vi-llanueva, Personajes y temas del Quijote Madrid , Taurus, 1975; y Louis Combet , Cervantes ou les in­certitudes du désir, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 1980, p. 133 y 176.

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tro de un marco de referencia cristiano es entendible desde un contex­to histórico. Su propio statu como cristiano podría verse cuestionado por sus experiencias en Berbería. No era extraño que los que retornaban a España después de un largo cautiverio en países islámicos fueran inte­rrogados por la Inquisición y, vistos con recelo por haber pasado al «otro lado». Se trataba de comprobar que no hubieran cometido traiciones a su fe cristiana y a su rey, adoptando las creencias y costumbres del ene­migo 1 1 . Tanto la pregunta de Dorotea como la respuesta por parte del Cautivo, por tanto, recalcan la problemática cuestión de la frontera en­tre códigos culturales y religiosos diferentes.

El conflicto en torno a la identidad de Zoraida nos remite a otros per­sonaje cervantinos que viven en la frontera entre dos mundos. Don Fer­nando de Saavedra, el héroe de El gallardo español, ejemplifica esta posi­ción equívoca. De la misma manera que la mora Zoraida, don Fernando se viste de moro, aunque en el corazón es un verdadero cristiano. El nom­bre Saavedra, símbolo fundamental de la frontera, se destaca en este pun­to. En mi estudio «Los avatares de un nombre: Saavedra y Cervantes», he sugerido que el apellido Saavedra en Cervantes simboliza un grupo de significantes, como el trauma del cautiverio y la huella de la muerte, y asimismo, la problemática frontera entre culturas. Sin duda, la pregun­ta de Dorotea revela el conflicto que representaba esta frontera para la sociedad española en el siglo XVI.

Me enfocaré ahora en la tercera parte del relato del Cautivo, que na­rra su liberación a manos de su salvadora mora Zoraida, la huida mila­grosa de la pareja de Argel y, finalmente, su arribo a tierras españolas. En otro lugar, he propuesto que entre el preámbulo que abre La historia del cautivo (DQ I, 37) y las observaciones finales del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, se desplaya el cuerpo de una mujer mora -un texto extranjero leído, o interpretado, por un soldado cristiano12. Las fi­guras de este cuerpo femenino se manifiestan inmediatamente después de la intrusión del apellido Saavedra en el relato del Cautivo, como si la cercanía al vórtice peligroso del trauma —representado por el apelli­do Saavedra en la puesta en escena del propio cautiverio de Cervantes-engendrara la fabulosa historia de Zoraida, una de las creaciones más encantadores del universo cervantino. Así, la mención de un soldad

1 1 Véase el notable estudio de Bartolomé y Lucile Bennassar acerca de los renegados que regresaban al seno de la Iglesia, Los cristianos de Alá. La fascinante aventura de los renegados, trad. José Luis Aristu, Madrid , Nerea, 1989.

1 2 Mar ía Antonia Garcés, «Zoraida's Veil: T h e 'Other ' Scene of The Captive's Tale». Revis­ta de Estudios Hispánicos 23. 1 (1989), pp. 65-98; y, por la misma autora, una versión revisada de este ensayo, «Cervantes's Veiled W o m a n » . The New Norton Critical Edition of D o n Quijote, trad. Burton Raffel, a cargo de Diana de Armas Wilson, N e w York, Norton , 1998, pp. 821-30. Véase también, Helena Percas de Ponsetti, Cervantes y su concepto del Arte, Madrid , Gredos, 1975, pp. 243-57; y Alison Weber, «Padres e hijas: una lectura intertextual de La historia del cautivo», Actas del Segundo Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Alcalá de Hena ­res, 1989 (II-CIAC), Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 425-431.

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«llamado tal de Saavedra» en el escenario de Argel introduce la historia de la milagrosa liberación del Cautivo, presidida por la fantasía13.

Los primeros atisbos de Zoraida en el relato del Cautivo surgen, en­tonces, a continuación de esta intrusión del autor, como si la misma mano que firmara el apellido de Cervantes en el texto se transformara en la enigmática mano femenina que aparece y desaparece detrás de las celosías que abren sobre el baño de esclavos del bey Hasán Bajá, en Argel. No obstante, incluso antes de que aparezca de cuerpo entero en el relato, Zoraida es representada como una frontera entre las culturas española y magrebí, mediante los símbolos que anuncian su presencia en la ventana indiscreta. Estos símbolos -como la cruz hecha de cañas, que aparece y desaparece detrás de las celosías, y los diez cianiís (mo­nedas usadas en Berbería) que caen en un lienzo a los pies del Cautivo (DQ I, 4 0 ) - coexisten en el texto como imágenes de sistemas políticos y culturales en conflicto. El texto enfatiza así la vacilación entre etnias y culturas divergentes, como sugiere la descripción de la blanca mano vis­lumbrada tras las celosías, que parece ser la de un esclava cristiana pero que, de acuerdo con sus ajorcas, es la de una mujer argelina. Esta in-certidumbre se traslada a la primera carta que recibe el Cautivo, escri­ta en caracteres arábigos pero firmada con una cruz. La oscilación en el filo de esa frontera llega a su ápice en el momento en que la mora Zoraida se convierte en María. A caballo entre códigos culturales dife­rentes, y fluctuando entre la lengua árabe y la castellana -recordemos las menciones de Alá, Lela Marién y la «zalá cristianesca», que Zoraida re­cita en árabe- el texto se construye en el límite entre dos mundos: el cris­tiano y el musulmán.

«Tal de Saavedra» emerge en medio del informe acerca de la vida de los caballeros cautivos en el baño del «rey» de Argel, precisamente en el contexto de las crueldades que Hasán Bajá, gobernante de la Regencia turcoberberisca de Argel y amo del soldado Saavedra, cometía contra los esclavos cristianos:

C a d a d í a a h o r c a b a al suyo, e m p a l a b a a éste, d e s o r e j a b a a a q u é l ; y esto , p o r tan p o c a o c a s i ó n [ . . . ] , q u e los turcos c o n o c í a n q u e l o h a c í a n o m á s p o r h a c e r l o , y p o r ser na tu ra l c o n d i c i ó n suya ser h o m i c i d a d e t o d o el g é n e r o h u m a n o . S o l o l i b r ó b i e n c o n el un soldado español, llamado tal de Saavedra, e l cua l , c o n h a b e r h e c h o cosas q u e q u e d a r á n e n la m e m o r i a d e esas g en te s p o r m u c h o s años , y todas p o r a l c anza r la l i b e r t ad , j a m á s le d i o p a l o n i se l o m a n d o a dar, n i le d i jo m a l a p a l a b r a ; y p o r la m e n o r cosa d e m u c h a s q u e h i zo , temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez ( D Q I, 40; el énfasis es m í o ) .

1 3 C o m o sugiere Michel Moner, La historia del cautivo comienza como un cuento y termi­na como una leyenda; véase « D u conte merveilleux à la pseudo-autobiographie: le récit du Captif (DQ , I, 39-41 ) » , Écrire sur soi en Espagne: Modèles et écarts. Actes du XII Colloque Internatio­nal dAix-en-Provence, Université de Provence, 1988, pp. 57-71.

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Evoquemos el contexto histórico de este relato. Entre 1576 y 1579, Cer­vantes intentó escapar cuatro veces de su prisión, «todo por alcanzar la li­bertad», como su alter-ego Saavedra. Cada vez fue apresado, encarcelado de nuevo y cargado de cadenas. Aunque el pasaje citado evoca de mane­ra general los cuatro intentos de fuga de Cervantes, se enfoca, especial­mente, en los dos últimos, en los que el cautivo estuvo a punto de perder la vida. Ilustremos estos puntos. El último amo de Cervantes, en efecto, fue el bey Hasan Bajá, quien lo compró a Dalí Mamí en 1579, después del cuarto intento de fuga de Cervantes, en el que planeaba escaparse con sesenta cautivos. En esa ocasión, afirma Cervantes, Hasán amenazó tor­turarlo, «con muchos tormentos, [para que] le descubriese la verdad de aquel caso» 1 4. Enseguida lo sometió a un simulacro de ejecución, man­dándole «poner un cordel a la garganta y atar las manos atrás, como que le querían ahorcar» {Información 56-57). La intervención del renegado español Morat Arráez, Maltrapillo, gran amigo del Bajá, salvó al esclavo de la muerte. Hasán lo recluyó, sin embargo, por cinco meses, en la cár­cel para delincuentes que tenía en su palacio, una sórdida prisión don­de los presos estaban todos tendidos en el suelo, como afirma Antonio de Sosa, «con los pies en algunos cepos metidos, o con grillos y cadenas» (Topografía I, p. 208).

Más interesante es la alusión velada, en el pasaje anteriormente cita­do, al tercer intento de fuga de Cervantes, ocurrido en marzo de 1578. En esa ocasión, Cervantes envió un moro a Oran, con una carta para Don Martín de Córdoba, gobernador de esa plaza, rogándole que enviase al­gunos espías que lo sacaran del baño de Hasán, junto con otros tres cau­tivos españoles. El moro fue apresado a las puertas de Oran, esculcado y devuelto a Hasan Bajá, quien lo hizo empalar. En la Información de Argel, presentada en 1580, después de su liberación, Cervantes declara que el moro murió valientemente, sin revelar nada. Añade el ex-cautivo que «al dicho Miguel de Cervantes», Hasán le «mandó a dar dos mil palos» (In­formación 54-55), lo que equivaldría a una sentencia de muerte. Esta sen­tencia no se ejecutó porque «hubo buenos terceros» (Información 60).

Muy distinta es la afirmación que hace el Cautivo cuando, hablan­do de Saavedra, declara que, a pesar de su crueldad, Hasán Agá «jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra». Si la frase an­terior reconstruye un momento crítico del cautiverio de Cervantes, la que sigue alude veladamente a la terrible muerte sufrida por el moro amigo: «por la menor cosa de muchas que hizo [Saavedra] temíamos to­dos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez» (I, 40). Según

1 4 Véase el documento conocido como la «Información de Arge l » , suscrito en Argel en octubre de 1580, cuando Cervantes ya había sido liberado: Información de Miguel de Cervantes de lo que ha servido á S. M. y de lo que ha hecho estando captivo en Argel, y por la certificación que aquí presenta del duque de Sesa se verá como cuando le captivaron se le perdieron muchas informaciones, fees y recados que tenía de lo que había servido á S. M. (Documentos), ed. Pedro Torres Lanzas, Madrid, El Árbol , 1981, pp. 56-57.

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Antonio de Sosa, el empalamiento consistía en atravesar a la víctima «con un agudo palo del fundamento hasta la cabeza; y quedando es­petado como un tordo», se le dejaba a la intemperie hasta que moría (Topografía I, p. 320). Esta fue la tortura impuesta al moro que llevó la carta de Cervantes al gobernador de Oran, en 1578, tortura que quizá Cervantes presenció. La frase «había de ser empalado» retiene la imagen de este empalamiento y la de la culpa asociada con él, revelando que esta horrible muerte no puede ser puesta en escena, ni tampoco deja­da de lado: esa muerte regresa en la frase «había de ser empalado». Ella no solo invoca el terror del ex-cautivo ante el prospecto de ser empalado sino que también remite a la sentencia de muerte decretada sobre Cer­vantes a través de los dos mil palos ordenados por Hasán Bajá. El rela­to también pone de manifiesto las maniobras del narrador (Cide ría­mete —» el Cautivo — » Cervantes) al recrear las torturas impuestas por Hasán Bajá a sus esclavos: así como el texto se acerca y se distancia in­mediatamente del escenario de muerte rememorado, el horrendo suce­so es simultáneamente evocado y renegado. La huella de la muerte está, entonces, presente en el pasaje que rodea al nombre de Saavedra en el relato del Cautivo.

Es precisamente en este momento que la belleza argelina Zoraida emerge en la narración, seguida por su padre Agi Morato [HajjT Murad], quizá de la misma manera en que el histórico HájjT Murad intervino en un momento crítico para salvarle la vida a Cervantes. Conjeturo, con Jean Canavaggio y algunos historiadores del mundo turcoberberisco de Argel, que el influyente HájjT Murad, enviado diplomático del Gran Turco en Argel, pudo haberle salvado la vida a Cervantes en esta ocasión (Cana­vaggio, Cervantes 88) 1 5 . Sabemos que el renegado HájjT Murad era uno de los alcaides más ricos y respetados de Argel en la tercera parte del si­glo XVI, y que estuvo envuelto en negociaciones secretas con Felipe II, en 1573 y 1577, para establecer la tregua con el Turco que se concluiría en 1579-158016. Otros esclavos cristianos y espías, en los 1570 y 1580, con­firman que HájjT Murad mantenía relaciones amistosas con un número de cautivos élite, así como con diplomáticos y mercaderes importantes (Garcés, Cervantes en Argel, p. 51). Es muy posible, por tanto, que HájjT Murad haya intervenido ante el Bajá para salvar a Cervantes, un cautivo que tenía amigos en Oran y también, presumiblemente, conexiones en España. El Cautivo lo describe como «riquísimo por todo estremo», y a

1 5 Véase también Emilio Sola y José F. de la Peña, Cervantes y la Berbería: Cervantes, mundo turco-berberisco y servicios secretos en la época de Felipe II, p. 236.

1 6 Véase, al respecto, el clásico ensayo de Jaime Oliver Asín, « L a hija de Ag i Morato» , Bo­letín de la Real Academia Española 27 (1947-48): pp. 245-339. Asimismo, Antonio de Sosa afir­ma que HájjT Murad era el pr imero y más rico de los alcaides de Arge l en 1581; su casa era una de más lujosas de la ciudad (Topografía I , pp. 57-58). U n año después, el agente español Juan Pexón lo describe como «hombre muy principal entre ellos, y rico, y de quien se hace mucha cuenta en Arge l » . Véase Canavaggio, « L e 'vrai' visage D 'Ag i Morato» , Hommage à Louis Urru-tia. Les Langues Néo-latines 239 (1980), pp. 23-38.

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su hija, la heredera de toda su hacienda, como «la más hermosa mujer de la Berbería» (I, 40). En Los baños de Argel, el renegado Hazén confir­ma esta apreciación, añadiendo que HájjT Murad es un «hombre de bien»11. Notable afirmación en la boca de un renegado, o en la de un ex-cautivo que había sufrido un duro cautiverio en Argel.

Si HájjT Murad tiene un destacado papel en La historia del cautivo, es Zoraida, «la más hermosa mujer de la Berbería», quien ocupa un lugar central en este relato: ella no solo es la heroína legendaria de esta histo­ria profundamente autobiográfica, sino también un símbolo de la liber­tad. Su apelativo «señora de nuestra libertad» y el aura casi mítica que le atribuye el Cautivo la relacionan con la Virgen María. El tiempo no me permite citar aquí la radiante descripción que hace el Cautivo de la in­descriptible belleza de Zoraida. Retengamos, sin embargo, las palabras que pronuncia Ruy Pérez de Viedma al recordar su primera visión de Zo­raida en el jardín de su padre: «me parecía tener delante a una deidad del cielo, venida a la tierra para mi gusto y para mi remedio» (DQ I, 40). La brillante cadena de metáforas que usa el Cautivo para describir a su salvadora establece las conexiones entre la imagen de Zoraida y la de María, Reina de los Cielos, en el Apocalipsis1 8. La Virgen también era conocida como «Nuestra Señora de la libertad», protectora de los cauti­vos en poder de los turcos19.

Como figura de la Divina Madre, Zoraida es la milagrosa iniciadora y la guía que aporta las llaves de la libertad para el Cautivo 2 0. Como sín­toma —es decir, como metáfora, o condensación de fantasía— para el Cautivo, Zoraida representa el otro lado de la escena de muerte, una fantasía de salvación. Aquí el termino metáfora no debe ser entendido en el sentido del tropo clásico de la retórica (como figuración) sino más bien, siguiendo ajulia Kristeva, como «una congestión infinita de rasgos semánticos que [... ] se superponen unos sobre otros, un significado pues-

1 7 Migue l de Cervantes, Los baños de Argel, ed. Florencio Sevilla Arroyo y Anton io Rey Hazas. Vol. 14 de Obra completa de Miguel de Cervantes, 18 vol., Madr id , Alianza, 1998, III. v. 425-426.

1 8 El Papa Pió V estableció la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria, en 1573, para cele­brar la derrota de los turcos en Lepanto por los cristianos (1571). Sobre las batallas presidi­das por la Virgen María, véase Marina Warner, Alone of all her Sex: The Myth and Cult of the Vir­gin Mary, N e w York, Knopf, 1976, p. 236-54.

1 9 U n pasaje notable en el Persiles confirma este punto: las paredes del Monasterio de Gua­dalupe albergan «la santísima imagen de la emperadora de los cielos; la santísima imagen, otra vez, que es libertad de los cautivos, lima de sus hierros y alivio de sus pasiones»; Miguel de Cer­vantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1970, III, 5, p. 305 (las itálicas son mías) .

2 0 Sobre la devoción de Cervantes a la Virgen, véase Amér ico Castro, El pensamiento de Cer­vantes, pp. 245-328; Agustín G. de Amezua y Mayo, Cervantes: creador de la novela corta española, 2 vols., Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1957,1, pp. 122-26; A lban For-cione, Cervantes and the Humanist Vision: A Study ofFourExemplary Novéis, Princeton, Princeton University Press, 1982, pp. 327-33; y Ánge l Valbuena Pratt, «Cervantes, escritor católico», Es­tudios de literatura religiosa española, Madrid , 1964, pp. 127-42.

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to en escena» 2 1. Recordemos en este momento las conexiones que esta­blece Freud entre un síntoma y un símbolo —esto es, su descubrimiento de que el síntoma es una metáfora, en otras palabras, condensación, de fantasía22. En ese sentido, Zoraida surge como una fantasía de evasión, una defensa contra la muerte, en el mismo momento en que el Cautivo relata las torturas que Hasán Baja perpetraba en sus esclavos. Zoraida es, entonces, la aparición que transforma la escena de muerte en una sue­ño de fuga: ella representa una protección materna contra la terrible ame­naza que apunta en la frase: «había de ser empalado». Presente en este relato, el cuerpo fantaseado del artista está acompañado por el de una mujer mora, que se despliega con mil sinuosidades en la trama de su obra. De esta forma, el sobreviviente Cervantes recrea las imágenes traumáti­cas de su cautiverio y, a la vez, crea otras, que le sirven para simbolizar el evento catastrófico y dar testimonio del mismo.

Para concluir, Zoraida habita tanto la trémula frontera entre la auto­biografía y la ficción, como el límite entre el mundo cristiano y el mu­sulmán, que sería una fuente inagotable de inspiración para Cervantes. La figura de Zoraida apunta, consecuentemente, a la representación y re-elaboración de la experiencia traumática en Cervantes, a través de imá­genes fantásticas que abren la ventana de la creación. Por eso, Zoraida puede ser llamada «Señora de nuestra libertad», como la llama el Cauti­vo, porque, ciertamente, ella es la Señora velada -la fantástica creación-que ayuda a emancipar al escritor de las cadenas del cautiverio.

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2 1 Julia Kristeva, «Freud and Love: Treatment and its Discontents», en Tales of Love, trad. Leon Roudiez, Nueva York, Columbia University Press, 1987, pp. 21-56; la cita es de la pâg. 37; la traducción es mìa.

2 2 Sigmund Freud, «A Connection between a Symbol and a Symptom» [1916]. The Stan­dard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, trad, de James Strachey, Lon­dres, Hogarth Press, 1974, Vol. 14: pp. 339-40.

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