La verdad sobre el Papaque cambiará el curso de la historia

FRANCISCOEL PAPA MANSO

MARCELO LÓPEZ CAMBRONEROFELICIANA MERINO ESCALERA

Otros títulos publicados por Editorial Planeta:

Hablando con el PapaFrancisco José Contreras e Ignacio Sánchez Cámara (eds.)

OrarBenedicto XVI

Ven, sé mi luzMadre Teresa

Ésta es una biografía completa del Papa Francisco realizada desde una perspectiva crítica y rigurosa. El lector encontrará datos precisos y documentados sobre algunos de los sucesos que más curiosidad han despertado durante los últimos meses: se cuenta cómo logró ocultar a personas perseguidas por la dictadura argentina hasta ponerlas a salvo del terrorismo de Estado que practicó el gobierno del general Videla; se aclara su actitud ante la teología de la liberación y sus refl exiones sobre la infl uencia de esta corriente en el pensamiento latinoamericano; se muestra el compromiso que mantuvo contra las mafi as que se dedican a la explotación sexual y a la trata de personas en Argentina, etc. Al mismo tiempo, se profundiza en los temas que más le preocupan, recorriendo sus escritos y homilías desde los años ochenta. De esta manera se puede comprobar cómo los ejes centrales de su magisterio y de su vida siguen ocupando el núcleo de sus intervenciones como Papa.

Un recorrido biográfi co e intelectual extraordinario de una de las fi gu-ras que, sin duda, van a marcar el desarrollo del siglo XXI.

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Marcelo López Cambroneroy Feliciana Merino Escalerason profesores en el Instituto de Filosofía Edith Stein de Granada y en el Campus de la Academia Internacional de Filosofía en España. Ambos han sido profesores invitados en la universidad Johannes Gutenberg de Mainz, Alemania. Una de sus líneas de investigación se ha centrado en los mecanismos ideológicos que han dado lugar a los regímenes fascistas y en la tentación totalitaria de los Estados contemporáneos. Fruto de esta labor son algunas de sus publicaciones; la última de ellas, titulada «The Illness of Reason and Crimes Against Humanity: Genocide as an Ideological Act» («La enfermedad de la razón y los crímenes contra la humanidad: el genocidio como un acto ideológico»), apareció en el Journal of East-West Thought en verano de 2013.

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Testimonio

Marcelo López Cambronero Feliciana Merino Escalera

FRANCISCO

El Papa manso

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ÍNDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

1 . La vocación deL padre BergogLio . . . . . . . . . . . . 191 . Historia de una familia emigrante . . . . . . . . . 192 . Los primeros años . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313 . El Encuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

2 . eL padre BergogLio y La dictadura miLitar . . . . . 551 . Un país roto: Argentina en los años setenta . 552 . El Proceso de Reorganización Nacional . . . . 633 . ¿Por qué asesinaron a monseñor Angelelli? . 664 . La Iglesia argentina ante el horror . . . . . . . . 785 . El padre Bergoglio, provincial de los

jesuitas argentinos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 876 . La heroica labor de Jorge Bergoglio ante

el terrorismo de Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . 96

3 . ¿Quién es eL papa Francisco? . . . . . . . . . . . . . . . 1131 . La influencia de la Teología de la

Liberación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

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2 . El compromiso pastoral y social como arzobispo de Buenos Aires . . . . . . . . . . . . . . . 127

3 . Cardenal y Papa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

4 . cuLtura deL encuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1531 . El hombre desea a Dios, desea encontrarse

con Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1552 . Cristo «primerea» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1613 . La «projimidad» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

5 . somos un pueBLo con vocación de grandeza . . . . . 1751 . ¿Qué es un pueblo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1752 . El pueblo nace del valor del hombre

relacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1793 . Conciencia de ciudadano, conciencia de

pueblo: la categoría de la pertenencia . . . . . . 1854 . Tensiones y principios de la vida

del pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1865 . Conclusión: qué genera un pueblo . . . . . . . . . 191

6 . eLLa creyó y se hizo cargo de La esperanza . . . . . 1951 . La crisis como desafío a la esperanza . . . . . . 1972 . Caminar en esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2043 . El ancla que nos une al misterio de Dios . . . . 2074 . El camino que parte de la Eucaristía

es camino de esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . 210

7 . id a La ciudad, saLid a La caLLe, romped La cáscara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2151 . Se necesitan testigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2162 . Id a la ciudad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2213 . Parresía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2234 . Cristo ha recreado las cosas . . . . . . . . . . . . . . 2275 . La misión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229

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8 . eL poder es servicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2331 . Servir hasta el detalle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2332 . El servicio es un gesto religioso y político . . . 240

9 . traBajo y justicia sociaL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2491 . El trabajo nos hace dignos . . . . . . . . . . . . . . . 2522 . El buen samaritano, la «deuda social»

y la erradicación de la pobreza . . . . . . . . . . . 2583 . El sufrimiento como bien y camino

de esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266

10 . La vida sacerdotaL: ungidos para ungir . . . . . . . . 2731 . La identidad del presbítero . . . . . . . . . . . . . . 2732 . Ungidos para ungir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2853 . Mansedumbre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2894 . La amenaza del clericalismo . . . . . . . . . . . . . 291

11 . un mundo mejor es posiBLe: cuLtura y educación 2971 . Una propuesta cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2972 . Creatividad y utopía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3043 . Educar hoy para el futuro posible . . . . . . . . . 309

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321Anexo documental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 339

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1LA VOCACIÓN DEL PADRE BERGOGLIO

1. Historia de una familia emigrante

Italia es un país que ha sufrido enormes vaivenes socia-les y económicos en los últimos doscientos años, un lu-gar donde la estabilidad política es apenas conocida, donde los momentos de prosperidad, las guerras y la ne-cesidad de emigrar se han sucedido casi sin descanso en el último siglo, incluidas dos guerras mundiales y un proceso de reunificación con un elevadísimo coste mate-rial y humano . Sin embargo, los italianos conservan la fuerza y la viveza de los pueblos emprendedores y man-tienen siempre la esperanza de salir adelante, empeñan-do en ello todos los esfuerzos que sean necesarios .

La familia Bergoglio, a la que pertenece el Papa Fran-cisco, es oriunda del Piamonte, en el noroeste del país . Se trata de una de las regiones tradicionalmente más ricas de Europa, que afrontó la revolución industrial poten-ciando sus fábricas textiles y que también, por su situa-ción geográfica, fue siempre uno de los pasos naturales para los ejércitos franceses, alemanes, españoles o ingle-ses que quisiesen penetrar hacia el interior de la penínsu-la Itálica, así como una moneda de cambio para los inte-

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reses de sus poderosos vecinos del norte . A esto hay que añadir que los piamonteses no se conformaron con ser elementos pasivos de la historia europea . Más bien al con-trario, a lo largo de los siglos no han regateado sus afanes, tanto económicos como políticos y humanos, con el obje-tivo de convertirse en actores centrales de la vida del con-tinente . Personajes como Camillo Benso, conde de Ca-vour e ilustre piamontés, movieron durante un tiempo la política europea al impulsar la unificación de Italia a tra-vés de una tupida red de contactos diplomáticos . El Pia-monte sería también el principal apoyo de Garibaldi, el héroe de la reunificación, especialmente en los últimos y durísimos enfrentamientos con Francisco II de Borbón-Dos Sicilias, de los que surgiría la Italia moderna .

Los Bergoglio proceden de la localidad de Portacoma-ro, en la provincia de Asti, al sur del Piamonte . Es un pue-blo pequeño y diseminado que alcanzó su máxima pobla-ción a principios del siglo pasado con alrededor de 2 .700 habitantes .1 El tatarabuelo del actual Papa, Giovanni Bergoglio, se trasladó a la antigua Portacomarum desde Cortiglione di Robella, una pequeña comuna en la que el apellido todavía permanece . A principios del siglo xix Giovanni compró a un judío una casa solariega cerca de Portacomaro Stazione, un núcleo urbano dependiente de Portacomaro, concretamente en la zona conocida como Bricco Marmoritto,2 a la que hoy día se accede por una pequeña calle que lleva el mismo nombre y que aparece a la izquierda, cerca de la Strada Provinciale 26 si nos diri-gimos desde Portacomaro a Portacomaro Stazione, a la altura de Cascina Angelo . Giovanni se instaló allí con su mujer María Giachino y sus descendientes construyeron otras casas por la zona . Bricco Marmoritto es una bella colina con unas pocas casas, en algunas de las cuales to-davía podemos encontrar a miembros de la familia Ber-

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goglio, ya parientes muy lejanos del Papa . Ellos nos ha-blan de la belleza de aquellas tierras, sobre todo cuando estaban repletas de vides —su extensión se ha visto muy afectada por una enfermedad conocida como «florescen-cia dorada»— . Lo cierto es que sigue siendo un terreno fértil, rebosante de vida . Al final de una pequeña carrete-ra de pendiente pronunciada llegamos hasta la vivienda que corona el promontorio, una hacienda notable en la que nació el abuelo del Papa Francisco . El actual inquili-no se conmueve al recordar las cartas que le escribía el entonces cardenal de Buenos Aires, de las que dice que se podía comprender claramente «que ese hombre llevaba a Alguien dentro» .

La riqueza del Piamonte no sólo ha estado ligada a su industria . Sus largos majuelos, su arroz, los cereales y la ganadería proporcionaban cuantiosos recursos . Es cierto, también, que el auge del sector textil llegó a ubicar a la región por encima de muchas otras regiones de Italia . La situación, sin embargo, se tornó difícil a partir de 1919, con el fin de la primera guerra mundial . Italia formaba parte de las naciones vencedoras y podría haber sacado un buen provecho de ello, pero su estructura económica era en aquellos momentos tan débil, y las desigualdades y descompensaciones entre el norte y el sur tan marcadas, que el éxito militar terminó por poner de manifiesto la poca viabilidad del tejido social del país . Al faltar el impul-so industrial que producía la guerra, el desempleo se dis-paró, mientras los salarios se desplomaban y la inflación alcanzaba cotas al límite de lo soportable, lo que hizo re-gresar un viejo fantasma a aquellas tierras: la emigración . Muchos piamonteses decidieron buscar un futuro mejor en el extranjero, la mayoría por causas económicas, aun-que el auge del fascismo poco a poco fue contando entre las motivaciones más relevantes para hacer las maletas .

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A pesar de todas las dificultades que puedan llegar a ahogar a una familia, emigrar nunca es una solución sencilla, sino más bien la última de las posibilidades a tener en cuenta . Vittorio Bergoglio, tío abuelo del actual Papa, era, sin embargo, un hombre que no se dejaba vencer por las dudas y que confiaba en su capacidad de salir adelante . Lleno de ánimo, convenció a dos de sus cinco hermanos para que le acompañasen a la lejana Ar-gentina, de donde llegaban noticias de bonanza y opor-tunidades de negocio .

Efectivamente, el país sureño había experimentado un gran crecimiento económico desde 1917 gracias a las exportaciones que requería la Europa en guerra, sobre todo carne enlatada y ropa para los soldados . En las cir-cunstancias en las que se encontraba el mundo, Argenti-na aparecía como un mercado estable y pujante en el que invertir y allí acudieron capitales norteamericanos como los de la multinacional Ford . Este crecimiento sostenido fue lo que convenció a tres de los Bergoglio para embarcarse en una enorme aventura mientras que el abuelo del Papa, Giovanni Angelo, tomó la decisión de quedarse, al menos por el momento . Él regentaba un al-macén de alimentación que le permitía complementar sus ingresos y no pasar excesivas apreturas . Los dos her-manos restantes nunca llegaron a emigrar y sus descen-dientes todavía residen en Portacomaro Stazione Tigliole y otras localidades de la zona .

La avanzadilla de los tres hermanos llegó al puerto de Buenos Aires en 1922 y su progreso económico y social fue fulgurante . Enseguida fundaron en Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, una fábrica de pavimentos, nego-cio innovador en aquella época y que tuvo un gran éxito .

Vittorio se había casado con Elvira Mina, una emi-grante católica italiana que llegó a Buenos Aires en el

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buque Matteo Bruzzo procedente de Génova . Tan bien les iban las cosas que él y su hermano Albino encargaron a la empresa constructora Cavallo levantar en el centro de Paraná un gran palacio que sería conocido como Pa-lacio Bergoglio (actualmente Balbi), uno de los más be-llos de la época, que contaba con una cúpula (hoy de- saparecida) y cuatro pisos de altura, incluido el bajo . Fue el primer edificio de la ciudad con ascensor, aunque hoy el cachivache de rejas correderas nos parecería algo ru-dimentario .

Cuando la construcción del Palacio estaba avanzada, los hermanos decidieron darle el toque preciso para que fuese considerado el edificio más importante de la ciu-dad, convirtiendo el bajo en un restaurante de postín . Tal vez nos resulte difícil imaginar lo que esto significa-ba en aquella época . Al principio de los felices años vein-te los restaurantes de lujo se adornaban con maderas nobles, mármoles, espejos, estatuas, bronces dorados y porcelanas y los que allí se reunían lo hacían también ornados con sus mejores galas . Era habitual acercarse a uno de estos lugares para dejarse ver o alternar mientras se tomaba un café o un «chopp» (así se denomina en Ar-gentina a una jarra de vidrio grueso y con asa en la que se sirve la cerveza de barril) o tapa consistente . Los Ber-goglio encargaron la apertura de este local a los empre-sarios Sanz y Patuel, que regentaban en aquel entonces uno de los negocios más famosos de la ciudad: la confi-tería Polo Norte, fundada en 1887 . Eran los mismos que habían puesto en marcha el cine y café Rodrigo, que quedó reducido a escombros por un incendio el 14 de noviembre de 1927 . Sanz y Patuel también bautizaron al nuevo local como Polo Norte y de inmediato fue un refe-rente de la alta sociedad de Entre Ríos, con su ambiente selecto y modernista .

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Las noticias sobre la ventura de sus hermanos pronto llegaron a oídos de Giovanni, que, debido también al avance social de Mussolini, terminó por decidirse a cru-zar el Atlántico . En aquel momento estaba casado con Rosa Margarita Vasallo; tras su boda, Rosa Bergoglio . Compraron tres pasajes, dos para ellos y uno para su hijo Mario José, el padre del Papa Francisco, a la compañía naviera Navigazione Generale Italiana . Querían viajar en el buque más famoso de cuantos zarpaban de Génova con destino a Buenos Aires, el gigantesco Principessa Mafalda, que hacía escala en Barcelona, Río de Janeiro, Santos y Montevideo y aun así llegaba a la costa porteña en apenas 14 días . El barco llevaba el nombre de la recor-dada princesa italiana Mafalda de Saboya (1902-1944) — hija del rey Víctor Manuel III y de la reina Elena de Montenegro, que moriría en el campo de concentración de Buchenwald—, y era imponente, con 9 .210 toneladas y 485 pies de eslora y capaz de alcanzar los 18 nudos en mar abierto . La fecha de embarque era el 11 de octubre de 1927 pero, para poder irse Giovanni y Rosa tenían que realizar numerosas gestiones, entre las que estaba la ven-ta de las propiedades familiares para acumular todo el dinero que fuese posible, lo que nunca es fácil y menos en épocas de crisis . Viendo que la fecha se acercaba y que no cumplían sus propósitos tuvieron que determinar la postergación del viaje, que todavía tardaría en realizarse casi dos años .

Ninguno de los dos imaginaba que aquellos contra-tiempos terminarían por librarles de una de las peores desgracias de la historia de la navegación comercial ita-liana . El Principessa Mafalda era ya un viejo paquebote y tenía problemas de navegabilidad . Las máquinas no res-pondían bien, el veterano capitán Simon Guli expresaba serias dudas sobre el barco y la compañía comenzó a

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pensar que lo más razonable sería jubilar definitivamen-te el navío . Sin embargo, ya se habían vendido pasajes para la que se pensaba sería la última travesía de este gi-gante de los mares . A los pasajeros que ya habían adqui-rido el billete se les pidió que accedieran a ser traslada-dos al Giulio Cesare, otro imponente buque . La mayoría de los clientes aceptaron esta propuesta, pero un acau-dalado argentino, Luis Felipe Mayol Crámer, cliente ha-bitual de la naviera que siempre solicitaba viajar en el mismo barco, se negó a ello . Finalmente se ordenó al ca-pitán seguir adelante con los preparativos de la partida .

El día previsto, 11 de octubre de 1927, con cinco ho-ras de retraso por los últimos arreglos y composturas, el barco se hizo a la mar con 1261 personas a bordo, 973 de ellas pasajeros . Se había dado orden de navegar a la ve-locidad habitual, pero eso era poco menos que imposi-ble . Ya llegaron a Barcelona con retraso y allí tuvieron que detenerse durante 24 horas para arreglar una bom-ba . El resto del viaje fue semejante . Las vibraciones y sacudidas que se sucedían no eran normales y, en oca-siones, resultaban insufribles, especialmente para quie-nes utilizaban los camarotes de popa .

Desde Gibraltar, debido a la avería de una de las má-quinas, el barco navegaba escorado hacia babor, por lo que hubo que variar el rumbo y, en lugar de descender al sur hacia Dakar, abrirse hacia las más cercanas islas de Cabo Verde para hacer nuevas reparaciones . El viaje re-sultaba tan espantoso que algunos pasajeros plantearon la posibilidad de amotinarse, a lo que otros se negaron .

El 25 de octubre se encontraban ya fuera de la temida costa de Abrolhos . El día amaneció espléndido, el mar estaba en calma y el retraso resultaba considerable, ya que deberían haber estado a punto de entrar en el puerto de Buenos Aires . Por todos estos motivos el capitán deci-

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dió poner al Principessa Mafalda a toda máquina . Hacia las siete de la tarde sonó un gran golpe . El árbol de la hé-lice izquierda se partió y las enormes alas, al desprender-se, chocaron contra el casco abriendo una gran brecha . Cuatro horas después el gigantesco transatlántico se iba a pique y, aunque llevaba suficientes medios de salva-mento y varios barcos acudieron a la llamada de socorro, murieron en aquella tragedia 386 personas, entre ellos el capitán y el pobre Luis Felipe Mayol, que aparece en la lista de víctimas con nacionalidad española .3 El desorden que reinó en el barco durante las labores de salvamento, los errores de la tripulación y tal vez, como cuentan los testimonios, una excesiva confianza del capitán en que la nave, a pesar de todo, no se hundiría, contribuyeron al desastre . Entrada la noche, la agencia de noticias Asso-ciated Press emitía el siguiente cable, con datos bastante aproximados: «Río de Janeiro, 26 . Principessa Mafalda naufragó en las costas de Bahía ayer a las 19 .15 . Han sido salvados 400 pasajeros de un total de 1 .600 .» El diario español ABC daba la noticia el jueves 27 de octubre, con diferentes interpretaciones sobre lo que pudo haber suce-dido (por ejemplo, que hubiese sufrido el impacto de una mina) y numerosas imprecisiones que muestran la con-fusión reinante en aquellos primeros momentos .

Muchos piamonteses y en concreto muchos astigiani recibieron la noticia, que corrió como la pólvora por toda Italia y por todo el mundo . Sin embargo, Giovanni Bergoglio continuó con su idea de emigrar y logró llegar a Buenos Aires en 1929 . Según el registro de inmigra-ción del puerto de Buenos Aires, él y su familia viajaron en el Giulio Cesare, procedente de Génova, declarando al llegar la profesión de comerciante y como lugar de ori-gen la provincia de Alessandria . Contaba cuarenta y cin-co años . Por su parte, Mario Bergoglio, padre de nuestro

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verdadero protagonista, aparece en los archivos de inmi-gración con la misma procedencia y con la profesión de-clarada de «contable». Los dos señalan ser oriundos de Alessandria porque la actual Asti no nacerá como pro-vincia hasta 1935, precisamente al desgajarse la parte occidental de la primera.

Llegaron al puerto una calurosa mañana de enero de 1929, en pleno verano austral. La abuela de Jorge Ber- goglio desembarcó del enorme Giulio Cesare envuelta en un pesado abrigo con un amplio cuello de piel de zorro. Llamaba la atención aquella vestimenta en medio de la húmeda canícula porteña, pero no era afán de extrava-gancia. Como ha contado el ahora Papa Francisco, Rosa llevaba escondido en el forro de su abrigo el producto de las ventas de todo lo que la familia había poseído en su país natal.

Nadie podía suponer en aquel momento — mucho menos una familia que en pocos años había logrado fon-dos suficientes como para construirse un palacio en el centro de una de las ciudades más importantes de Ar-gentina— la hecatombe que iba a tener lugar a partir del jueves 24 de octubre de ese mismo año, cuando la Bolsa de Nueva York inició una caída espectacular que llevaría al índice Dow Jones a perder un 90 por ciento de su valor en el plazo de tres años.

La crisis del 29 tendría efectos terribles en Estados Unidos y en todos los países industrializados, pero en los países productores de materias primas, como era el caso de Argentina, fue una verdadera tragedia. Los distintos gobiernos argentinos habían seguido un modelo de desa-rrollo típico de los países no industrializados durante el siglo xx, es decir, centrado en la búsqueda de inversores extranjeros. El país se especializó en la extracción de ma-terias primas que eran transformadas por otros países en

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productos terminados, perdiéndose la correspondiente plusvalía . El sistema funcionaba siempre y cuando el rit-mo de crecimiento de los felices años veinte se prolonga-ra en el tiempo: los precios eran altos y la demanda cons-tante, e incluso creciente; pero cuando estalló la burbuja económica la situación cambió repentinamente . A partir de 1930 la demanda internacional cayó en picado, mien-tras los distintos países importadores reforzaban su mer-cado interno para impedir la entrada de productos pro-venientes del exterior . En un entorno así los precios de las materias primas descendieron rápidamente, mien-tras que los de los productos terminados, los que llegan al consumidor final, se elevaron con la misma velocidad, generando inflación y empobrecimiento en una progre-sión geométrica . Por si esto fuera poco, el tejido indus-trial interno tampoco fue capaz de asimilar la sobrepro-ducción de estas materias primas, que acabaron por no valer nada . La crisis se trasladó inmediatamente a la po-blación, máxime cuando el gobierno se vio en la obliga-ción de devaluar la moneda para impulsar las exporta-ciones, provocando que los precios de la mayor parte de los productos se multiplicaran instantáneamente .

Sólo en las áreas rurales, el desempleo creció en un 45 por ciento . Masas de campesinos empobrecidos via-jaban a Buenos Aires para instalarse en lo que los porte-ños llaman «villas emergencia», zonas de chabolas que carecen de servicios mínimos y son focos de margina-ción y pobreza extrema . Mientras, los asalariados vieron disminuir su capacidad adquisitiva un 25 por ciento en apenas cinco años .

En este contexto, las inversiones de los Bergoglio pronto se vinieron abajo . El bellísimo Palacio logró con-tener el restaurante, un cine con techo corredizo que se convertía en salón de baile durante el verano, una confi-

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tería (un tipo de local que se asemeja a lo que en Europa denominaríamos «cafetería», pero en el que se venden pasteles, caramelos, helados) y una terraza española . Todo cuidado para dar la sensación de máximo lujo . El cine, por ejemplo, producía un efecto mágico en el es-pectador, todo él decorado en azul, desde el cuero de las butacas al terciopelo de las cortinas . Del restaurante de-cía la Revista Social de Paraná: «Está adornado con bellí-simas estatuas de mármol y combinaciones de espejos, que unidos a la distribución de abundantes bujías de luz, forman un conjunto caprichoso que alegra la vista de los concurrentes .»

Todo aquel lujo, todo el dinero que se empleó en la construcción y decoración de aquel edificio, no fue sufi-ciente para superar la tremenda crisis que azotaba Argen-tina . Así, cuando los abuelos del Papa Francisco llegaron al país, después de tantos años de dudas e indecisiones, resultó ser el peor momento . Sólo tres años después, toda la familia se encontraba en la ruina .

El Palacio terminó por servir para el pago de las nu-merosas deudas contraídas y empezó para él una época de decadencia que culminaría en los años sesenta, cuan-do se decidió retirar la cúpula ante su mal estado, ya que al ser azotada por el viento lanzaba trozos de pizarra a la calle . Actualmente aquel Palacio es un edificio bonito pero no extraordinario de Paraná, y sus vecinos ya no lo consideran un atractivo importante . Los salones, el cine, la confitería . . ., todo se desmanteló . La familia que tomó a su cargo el restaurante vendió su contenido, y hoy po-demos admirar una de las estatuas de mármol que se hi-cieron tan famosas en la época adornando una de las vi-drieras del Museo de la Ciudad de Paraná .

Como sucede en tantas ocasiones, las dificultades económicas fomentaron el desacuerdo entre los herma-

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nos, que vendieron la fábrica de pavimentos y decidie-ron recomenzar sus vidas por separado . En esta ruptura tuvo mucho que ver el cáncer que terminó por llevarse la vida de Vittorio, el mayor de ellos . Al final sólo quedaron dos en Argentina, entre ellos Giovanni Bergoglio, que acababa de llegar y se propuso permanecer .

Giovanni no había conseguido ser rico, como sí lo ha-bían sido sus hermanos al menos durante unos años, pero tenía la capacidad y el tesón necesarios para sacar a su familia adelante en situaciones difíciles . Es lo que ha-bía hecho toda su vida . Sin arredrarse, solicitó un présta-mo de dos mil pesos de la época y con ese dinero compró un almacén de alimentación en Buenos Aires, lo que en España se ha denominado durante muchos años «tienda de ultramarinos» o «colmado» . Su hijo Mario, padre del que sería cardenal primado de Argentina y hoy Papa Francisco, había trabajado como contable en la fábrica de pavimentos de la familia, pero con la ruina tuvo que buscar otra manera de ganarse la vida y lo consiguió, también como contable, en los ferrocarriles . En sus ratos libres ayudaba a su padre con el reparto de los pedidos .

Mario conoció a la que sería su mujer, Regina Sívori, en el oratorio salesiano San Francisco de Sales del ba-rrio porteño de Almagro, al que ambos pertenecían, si-tuado en la calle Hipólito Yrigoyen . Era la menor de una familia de cinco hermanos formada por un argentino descendiente de genoveses, Francisco Sívori Sturla, y María Gogna, que según consta en el registro de inmi-gración del puerto de Buenos Aires era originaria de la provincia de Alessandria y había llegado a Buenos Aires procedente de Génova en uno de los trayectos del Princi­pessa Mafalda .

Los padres del actual Papa se conocieron en 1934 y unos meses más tarde, el 12 de diciembre de 1935, con-

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traían matrimonio . Un año y cinco días después, el 17 de diciembre de 1936, nacía su primogénito, bautizado en la bellísima basílica de San Carlos Borromeo y María Auxiliadora de Almagro como Jorge Mario Bergoglio . Es el mayor de cinco hermanos, de los que tres — Alberto Horacio, Óscar Adrián y Marta Regina— ya han falleci-do . Su hermana menor, María Elena, todavía vive .

2. Los primeros años

En casa de los Bergoglio, nos cuenta María Elena, diez años menor que su hermano, «siempre había música» .

La infancia de Jorge Bergoglio transcurrió en un am-biente muy familiar, no sólo por la relación con sus pa-dres — que constituyeron un sólido y feliz matrimonio— y con sus hermanos, sino también por la presencia de los abuelos, tíos, primos y amigos . Era una gran familia, acogedora y, si no pobre, ni mucho menos boyante .

El Papa, en diferentes entrevistas siendo arzobispo de Buenos Aires — muchas veces a radios de barrio, peque-ñitas, con estudios humildes y presentadores algo tor-pes, a las que iba para estar cerca de la gente de todos los rincones de su diócesis—, siempre recuerda determina-dos detalles de su infancia que son para él significativos . Guarda en su memoria, especialmente, ciertos momen-tos compartidos con sus padres y con sus abuelos, sobre todo paternos, con los que pasó mucho tiempo debido a las dificultades que su madre atravesó durante los em-barazos . Tras uno de los alumbramientos, como señala-remos más tarde, quedó temporalmente paralítica cuan-do Jorge era tan sólo un niño .

A su padre le gustaba jugar a la brisca con los críos, ya que es un juego sencillo, muy popular en Italia . Tam-

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bién se llevaba a su primogénito, en cuanto tuvo algunos años más, a jugar al baloncesto en las instalaciones del club San Lorenzo, que entonces jugaba en el Viejo Gasó-metro, en Almagro, que es el equipo que el Papa lleva en el corazón y del que es socio desde hace ya muchos años . El padre era un hombre devoto, que acompañaba a sus hijos en su caminar en la Iglesia con gestos sencillos, como invitarles a rezar juntos un rosario antes de la cena siempre que le era posible .

De su madre recuerda el Papa sobre todo la afición a la ópera . Los sábados reunía a sus hijos mayores alrede-dor de la radio, que ocupaba entonces, en ausencia del televisor, un lugar privilegiado en el salón de las casas . Juntos escuchaban las arias y los ritornellos mientras Regina les iba explicando la historia y les animaba a que prestaran atención a lo que iba sucediendo en el baile de las ondas .

Vivían en el céntrico barrio porteño de Flores, que entonces era un pequeño remanso dentro del trajín de la enorme y alocada ciudad de Buenos Aires y que hoy es una zona con un significativo índice de necesidades bá-sicas insatisfechas y con uno de los índices de mortali-dad infantil más altos de Buenos Aires, sólo superado por los departamentos del sur en los que se acumulan las villas miseria .

Su casa, en la que Jorge vivió hasta los catorce años, estaba en la calle Membrillar, 531, en una zona tranqui-la y arbolada, de casas bajas . Era una casa pequeña, aunque hoy tiene dos plantas y un gran balcón corrido . A petición de los vecinos, el gobierno de la capital argen-tina ha colocado una placa junto a la puerta para señalar que allí vivió nuestro protagonista . Los vecinos han pe-dido también el cambio del nombre de la calle por el de «Papa Francisco» . En los años treinta y cuarenta era una

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residencia más sencilla y pequeña, en planta baja, con un patio interior en el que crecían un limonero y un ár-bol del pomelo .

De aquella vivienda de ladrillos marrones le recogía su abuela Rosa todas las mañanas, siempre protegiendo la salud de Regina durante los embarazos . En la casa de los abuelos se hablaba piamontés, se cantaban cancio-nes algo pícaras y se compartía la vida con los vecinos . Todavía entonces los hogares no se cerraban a cal y can-to y, cuando el calor apretaba, las familias sacaban a la calle mesas y sillas y se arremolinaban conversando mientras los niños correteaban alrededor . Bergoglio re-cuerda el profundo efecto que le producía escuchar a su abuelo contar historias de la guerra del 14, sobre las trincheras, la camaradería y la miseria . La abuela, que era una mujer aguda y buena contadora de relatos, le encandilaba con las vidas de los santos y le enseñaba las primeras oraciones .

Los vecinos del barrio recuerdan todavía sus juegos con aquel chiquillo hoy prelado de Roma, e insisten unos y otros en que destacaba entre los demás por no ser nada callejero . Mientras que los otros chavales salían cada tarde a jugar al fútbol en la plaza Herminia Bruma-na, él sólo acudía en algunas ocasiones, dedicando más tiempo al estudio . Sin embargo, aunque algo tímido, era activo y alegre .

Jorge estudió, entre 1943 y 1948, en la Escuela n .º 8 del Distrito Educativo 11, Coronel Ingeniero Pedro An-tonio Cerviño, en la calle Varela, 358, del barrio de Flo-res, apenas a diez minutos de su casa andando a través de la avenida Directorio . Fueron sólo sus primeros cur-sos escolares, en los que ya destacaba por inquieto y por buen estudiante, más por lo primero que por lo segundo . Sorprende que surja tan temprano una de las amistades

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más importantes que le acompañará durante toda su vida, la de quien fuera su maestra de primer grado, Este-la Quiroga . Cuando los medios de comunicación dieron la noticia de su designación por Juan Pablo II como car-denal de la Iglesia católica, a principios de 2001, ella fue la primera en telefonearle, con noventa y un años ya cumplidos . Hasta la muerte de esta mujer, el 16 de abril de 2006, ambos se escribieron y llamaron con frecuen-cia . En esa correspondencia tal vez se muestre la mejor biografía que pueda escribirse de nuestro Papa .

Los bailes eran un fenómeno social muy popular en Buenos Aires, ahora y también en aquellos años . Se or-ganizaban en las fiestas de los barrios, en locales cerra-dos o al aire libre y, sobre todo durante el verano, niños y mayores compartían las veladas de música, charla y danza . Bergoglio comenzó a acudir a estos eventos en pandilla . El baile por excelencia, por supuesto, era el tango, y Jorge buscaba para bailarlo a una jovencita de nombre Amalia Damonte, a la que escribió una tierna e ingenua carta de amor todavía siendo casi un niño en la que había dibujado una casita blanca con un techo a dos aguas de tejas rojas que el joven Bergoglio afirmaba que le compraría a la muchacha cuando se casaran . Tam-bién le decía que si no se casaba con ella se haría cura . En todo caso aquella carta llegó a las manos del padre de Amalia, que montó en furia, castigó a la jovencita y le prohibió volver a ver a Jorge, con lo que el primer deste-llo de aquel joven amor fue sofocado prematuramente .

A los trece años pasó al Colegio de la Misericordia, también en Flores, perteneciente a la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, funda- da en la Liguria italiana por santa Maria Giuseppa Rose-llo en 1837 . Este colegio también mantenía un ambiente muy familiar y cercano, y era fácil conocer a las monjas

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y que éstas tuviesen trato frecuente con las familias . Jor-ge tenía una relación muy cercana con la hermana Dolo-res, que fue quien le preparó para la primera comunión . La hermana María Martha Rabino, que curiosamente fue catequista de Cristina Fernández de Kirchner cuan-do ésta estudiaba en La Plata, lo recuerda también como un niño travieso y con mucho carácter, pero sobre todo se conmueve al contar cómo el día de la muerte de la hermana Dolores vino a la capilla, donde estaba el cuer-po presente, y pasó la noche rezando a su lado .

Una de las cosas que más llama la atención de la vida del Papa es su forma de entender la amistad: no es tan frecuente que las relaciones de la niñez se mantengan y profundicen durante toda la vida . En el caso de sus pro-fesoras del Colegio de la Misericordia, Bergoglio nunca dejó de visitarlas cada año: el domingo siguiente a su elección papal tenía previsto un encuentro con ellas, que evidentemente se vio truncado por las circunstancias .

Fue en la capilla de este colegio donde el Papa tomó su primera comunión y donde la familia iba todos los do-mingos a misa porque, según cuenta el propio Bergoglio, la parroquia más cercana les quedaba un poco lejos .

No fueron tiempos fáciles . Perón comenzaba a ci-mentar su larga hegemonía política y, después de unos primeros años de crecimiento al albor de la posguerra, de nuevo las exportaciones volvieron a resentirse (entre otras causas por las políticas del Plan Marshall) y la cri-sis, casi una enfermedad crónica, se cernió sobre los ho-gares argentinos . En la casa de los Bergoglio no había problemas económicos graves, pero sí cierta austeridad . No podían permitirse lujos que hoy en Occidente nos pueden parecer indispensables, como un automóvil o disfrutar de unas vacaciones . Mario, el padre, como to-dos los porteños de la incipiente clase media de enton-

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ces, sólo podía mantener a su familia a base de trabajar todo lo que podía . A esto hay que añadir ciertas compli-caciones particulares, como cuando la madre quedó pa-ralítica temporalmente tras el parto de María Elena . Fue en aquel momento cuando el bueno de Jorge, con sólo once años pero como el mayor de los hermanos, tuvo que aprender a cocinar siguiendo las instrucciones de la madre, que no podía valerse por sí misma .

Tal vez por las complicaciones económicas, tal vez porque Mario pensó que había que educar a su hijo para que fuese capaz, en su momento, de afrontar con deci-sión las responsabilidades que trae la vida, el caso es que le pidió a Jorge que compatibilizase sus estudios con un trabajo . Cuando se lo propuso aún no había cumplido los catorce . El chaval, movido a la par por el deseo de vivir y por la obediencia, comenzó como limpiador allí donde su padre pudo colocarle, que fue en una fábrica de medias con cuyos dueños tenía alguna amistad . Con-forme fue estudiando y fue capaz de asumir otras tareas, comenzó a ocuparse de labores administrativas, hasta que dejó aquel lugar con dieciséis años .

Cuando miramos al joven Bergoglio enfrascado en sus estudios de secundaria podemos apreciar la seriedad y pasión con las que afrontaba la vida . Seguro de su afec-to por la ciencia pidió el ingreso en la Escuela Secun- daria Industrial E .N .E .T . 12 (actualmente Escuela Téc-nica n .º 27 Hipólito Yrigoyen), situada en la calle Virgilio n .º 1980 esquina con la calle Baigorria y muy cercana a la enorme plaza (más de 21 .000 metros cuadrados) de Juan Bautista Terán, que es uno de los pulmones verdes del barrio de Villa Real .4 En los años cincuenta el centro funcionaba en una casa particular en la calle Goya, 351, apenas a quinientos metros de la vivienda a la que se ha-bían mudado los Bergoglio, en la avenida Rivadavia,

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8888, y estaba especializado en química de la alimenta-ción .

Jorge eligió las clases vespertinas porque así podía comenzar a trabajar en un laboratorio de análisis de ali-mentos con un horario de 7 a 13 horas, con lo que com-pletaba su formación mientras iniciaba una andadura que ya tenía cierta proyección de futuro . Enseguida se volcó en el trabajo científico junto a quien era su supe-riora, Esther Ballestrino de Careaga, de la que siempre admiraría la seriedad y el método cuidado y preciso con el que realizaba los análisis . Bergoglio era sólo un joven-cito y Esther lo acogió como una verdadera madre .

Ella era, desde luego, una mujer especial, llena de fuer-za y carácter, que pasó por una de las experiencias más difíciles que puedan imaginarse . Había nacido en Uru-guay, aunque se crió en el vecino Paraguay, adonde se ha-bía mudado con su familia . Allí se licenció primero en Magisterio y después se doctoró en Bioquímica y Farma-cia . Ya en la Universidad Nacional de Asunción fue muy activa dentro del «febrerismo», un movimiento socialde-mócrata que tomaba sus ideas de la revolución popu- lar que había tenido lugar en aquel país el 17 de febrero de 1936 . El movimiento tenía una fuerte base de izquier-das y se declaraba indigenista, ecologista y antiimperia-lista, siempre bajo el lema «por la liberación del pueblo paraguayo» . Esther, a partir de esta base ideológica, par-ticipó en la fundación de la Unión Democrática de Muje-res, de la que fue la primera secretaria general .

La Unión se disolvió en 1947 al finalizar la segunda guerra civil paraguaya que enfrentaba a los febreristas, entre otros, con el Partido Colorado del presidente Higi-nio Morínigo . Entonces Esther tuvo que huir a Argenti-na, donde contrajo matrimonio con Raymundo Carea-ga, otro dirigente febrerista que también se vio obligado

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a exiliarse . Primero se instalaron en Colonia Barón, una pequeña localidad de unos tres mil habitantes en la pro-vincia de La Pampa . Allí Esther atendía una farmacia . Ya en Buenos Aires, la casa de los Careaga estaba en Parque Chas, por aquel entonces una zona de expansión del norte de la ciudad que todavía no estaba consolida-da . Convirtieron su hogar en uno de los focos más im-portantes de la disidencia exiliada de Paraguay . El ma-trimonio vivía con sus hijas y con la madre de Raymundo que, por el trabajo de Esther, era quien cocinaba y cui-daba de la casa . Ana María, la menor de sus hijas, hacía memoria en el periódico argentino Lumbre: «Yo digo siempre que mi casa en el barrio de Parque Chas era una casa de puertas abiertas que albergaba solidariamente a los perseguidos por sus ideas políticas, a los liberados que llegaban desde Paraguay después de muchos años de cárcel . En aquella casa se debatían ideas, se defen-dían las libertades, los derechos humanos, la dignidad de las personas .» Fue precisamente en ese momento, a partir de 1953, cuando Jorge Bergoglio trabajó bajo las órdenes y en contacto con Esther Ballestrino, con quien mantendría frecuentes conversaciones sobre política ya que, siendo una mujer de fuertes convicciones, también estaba abierta al diálogo y la discusión .

La implicación política de este matrimonio exiliado también en Argentina fue cada vez mayor . Junto a sus tres hijas, Esther, Mabel y Ana María, estudiaban el mar-xismo y comenzaron a militar en el Partido Revolucio-nario de los Trabajadores . El PRT era un partido social-mente muy comprometido y de clara orientación comunista, que pronto creó un brazo armado terrorista, el Ejército Revolucionario del Pueblo, que perpetró asal-tos, secuestros y asesinatos en diversos lugares de Ar-gentina .

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