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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN SEVILLA LA LÍRICA

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Este bellísimo discurso fue pronunciado por D. Manuel Siurot en el Paraninfo de la Universidad Hispalense, con motivo de su ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

SEVILLA LA LÍRICA

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

DISCURSOS LEÍDOS ANTE LA

Real Academia Sevillana de Buenas Letras

POR EL

Sr. D. Manuel Siurot ACADÉMICO ELECTO

Y POR EL

Dr. D. Francisco Blázquez Bores

ACADÉMICO DE NÚMERO, VICEDIRECTOR; Y ACADÉMICO ELECTO DE LA DE MEDICINA

EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA DEL PRIMERO

EL DÍA 9 DE ENERO DE 1938.  

SEVILLA, 1939. Imp. Y LiB. DE EULOGIO DE LAS HERAS

Sierpes, 13  

 

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

VIRG

EN M

ACAR

ENA

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

SEVILLA LA LIRICA

 

DISCURSO DE 

DON MANUEL SIUROT    

EN SU ENTRADA EN LA REAL ACADEMIA DE BUENAS LETRAS  

DE SEVILLA  

 

 

 

 

SEVILLA, 1939 

IMP. LIB. DE EULOGIO DE LAS HERAS  

SIERPES, 13 

 

 

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Yo no puedo fraguar un discurso grave y solemne como conviene a la dignidad del momento. No lo hago, porque ahora mismo no sabría. No es falta de consideración a esta ilustre confraternidad literaria, es sencillamente que cuanto más me recojo y trato de encender con solemnidad el cirio de mi fervorosa admiración por esta Casa, más a punto me viene a la pluma la charla, o la crónica, porque en honor de la verdad he de decir, que entre el periódico y la radio han deformado aquella facultad que había en mí, según la cual, bien o mal aderezaba discursos domingueros literariamente hablando, con relativa facilidad. Vosotros tan buenos, tan fraternales conmigo, me perdonaréis que mi trabajo de ingreso en esta Casa por tantos títulos insigne, sea una crónica larga, o bien esto que hemos dado en llamar charla, porque en su fácil urdimbre se da cabida a la idea alta y a la observación vulgar; al párrafo de arresto y al simple diálogo; a la cita erudita y al chascarrillo popular, como si todo no fuera más que una conversación de cosas literarias con personas de tan alta ley en la sabiduría, y de tantos quilates en eruditas averiguaciones. Entre hacer un discurso grave que había de salirme forzosamente muy mal, y hacer en Román paladino, lo que puede salirme regular siquiera, opto, en consideración a lo que debo a vuestras bondades, por lo segundo, aunque tenga que poner más bajo el punto de mi guitarra.  

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Voy a hablar un poco de poesía, pero de la poesía madre, de la fundamental, de la lírica, que es el nervio y la gracia que da vida a las demás. La épica y la dramática en sus momentos más bellos tienen la unción lírica que es la poesía interior de nuestras almas. Nuestra alma tiene más de la mitad de su vida flotando en el mar del misterio, que la influye, la perfuma y la envuelve. Las cosas exactamente concretas las vemos y las sentimos en todo el contenido de su realidad; son lo que son, y nada más; no hay nadie que no tenga de ellas una determinada percepción, que es igual siempre para un mismo sujeto del conocimiento. Pero hay en nuestro espíritu un abismo de profundidad grande lleno de especies misteriosas. Allí en una indeterminación vaga viven la simpatía, la antipatía, el amor, el odio, la ilusión y las adivinaciones inexplicables. Allí, los vagos deseos, las somnolencias espirituales, el misterio de la producción de la idea, las caricias inconcretas de lo bello y la esencia con que se fabrican las satisfacciones de hacer el bien. Un mundo entero cien veces más extenso que el de las cosas que se cuentan, se pesan y se miden. Estas cosas que se tocan con las manos y se ven con los ojos tienen su palabra hecha, invariable. Es el diccionario de lo material. El otro mundo, el del misterio espiritual, no tiene su vocabulario hecho.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Está en perpetua y difícil formación. La palabra por sí sola es incapaz de la expresión de estas especies suprasensibles y tiene que valerse de los matices, de los claros oscuros, de la combinación con el mundo de la metáfora, buscándole a los vocablos combinaciones nuevas, sonidos especiales, con la intención puesta en la proa de lo desconocido, para decir una cosa vieja, viejísima, eterna, que nos andaba en el alma y que no se había expresado nunca bien del todo. Poder decir esas cosas; sacar con la cubeta de oro del arte, de la mina del espíritu, la especie hasta entonces imperfectamente expresada; meter la mano en la nebulosa del misterio y traerse para el mundo real un lucero, eso es la poesía lírica...

 

 

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

¡Ah Bécquer, Bécquer!, eres el mágico prodigioso... Las gotas tiemblan como tiembla el amor profundo. La gota es transparente como el amor bueno. Además las madreselvas están cuajadas, cuajadas de rocío, y por si fuera poco, caen las gotas como lágrimas del día. El amor tiene una veta grande de dolor. Mientras más amor más dolores; así es que al enamorado de la tapia de las madreselvas no se le ocurre más sino que aquellas gotas de rocío que caen son lágrimas, pero lágrimas del día. El día está llorando gotas de luz, de misterio y de vida...  

 

Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres...

¡Qué sevillano, qué gentil, qué colorista ese que hace detener a las golondrinas para disfrutar de la hermosura de ella, y de la dicha de él! Luego viene la joya lírica:

Aquellas que aprendieron nuestros nombres... Las veces que él diría Ofelia, Ofelia; las veces que ella diría Gustavo, Gustavo, para que las golondrinas aprendieran los nombres... ¡Ni Heine, ni Byron, ni Hugo, ni Rubén, ni Juan Ramón, ni nadie!

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Sevilla inmensa, Sevilla única. Cuando has querido escalar los cielos y encerrarlos en las rimas de las piedras de tu catedral levantaste tu templo; cuando has querido profundizar en el alma diciendo misterios, con palabras, expresando lo inexpresable, has puesto en la frente y en el amor de tu poeta esa gloria descubridora de mundos nuevos del alma. La catedral sevillana es lírica, profundamente lírica, becqueriana. Gustavo Adolfo es misterioso como la creación catedralicia. Yo no puedo entrar en el gran templo sin pensar en Bécquer, ni puedo leer las leyendas del poeta sin echar la imaginación a volar por el aire azulado de la maravilla cristiana. Nuestro templo no tiene triforios, ni girola, como los grandes ejemplares del XIII, como Burgos, como Toledo, como León, como Colonia. Tampoco guarda el canon gótico puro que manda a los arquitectos que hagan las naves laterales bajas para que la central altísima escape como una plegaria hacia Dios. No, aquí las naves laterales son casi tan altas como la central, y esto que es un defecto dentro del canon gótico, es la causa de la gran espiritualidad del templo, porque no hay en todo el mundo ningún edificio en donde con menos piedras se haya captado más espacio artístico, y por tanto ninguno que sea tan sabrosamente inmaterial. Cuando entramos en la Catedral subimos con los ojos y profundizamos con la idea; y cuando bogamos en aquel aire policromado por las vidrieras, nos entra la dulce melancolía religiosa que también es profundamente lírica, y somos entonces poetas, y el corazón late en la cárcel del cuerpo y quiere volar y decir cosas no dichas, realizando un gran esfuerzo que escapa en plegarias y en versos sin palabras, y caen como lágrimas del día, desde las filigranas de las bóvedas, lluvias de amores, como si la mano de Gustavo Adolfo hubiera agitado dulcemente nuestra alma y resplandeciera en los labios el verbo nuevo, recién nacido en las eternas nebulosas del corazón... No cabe duda, Gustavo Adolfo es catedralicio y la catedral es becqueriana. Dios Nuestro Señor se complace en ello... ¡Bendito sea Dios!  

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En la catedral sevillana es lirica la luz, son líricas las piedras, los vidrios, los hierros, las esculturas y los cuadros. Todo tiene en el sagrado recinto una entonación misteriosa. Allí está Dios y todo lo que le rodea lo adora en silencio. Los recuerdos gloriosos llenan el ambiente y al pie de aquellos obispos y santos de barro cocido de las puertas del Bautismo y del Nacimiento, se pasea gozosa la sombra de Mercadante, que ha casado lo que no tenía posibilidad de nupcias, o sea la idea ojival con la ciencia del realismo de la forma humana.

Luis de Vargas, que ha traído a la catedral el arte de Rafael de Urbino, pasado por la luz andaluza, reza al pie de la Gamba.

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El espíritu armónico, reposado, clásico de Martínez Montañés acaricia la carne muerta de la mejor escultura de Cristo que han visto los hombres: del Cristo suyo, bello, dulcísimo, humilde, que a pesar de muerto tiene en la palidez de la frente, en los labios lívidos, en los ojos cerrados, en el pecho sangriento y en su línea magistral un resplandor de inmortalidad que fluye de él, como si el Cristo de los Cálices fuera un sol eclipsado por la muerte, pero que a pesar del eclipse, deja escapar por la periferia el halo imborrable de la divinidad de Jesús.

Murillo, dulce y piadoso medita arrodillado ante su San Antonio. Los ojos del pintor se cargan de amores y lágrimas contemplando la celda donde el vidente, hijo del pobrecillo de Asís, ve a Jesús Niño, que viene en una gloria de resplandores increados y trae besos de Dios para la frente de penitencia del gran franciscano. Los brazos del San Antonio son dos alas.

CRISTO DE LOS CÁLICES

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Triunfan las rejas y los repujadores; los tallistas y sus dorados; los orfebres y sus platerías; los bordadores y sus increíbles ornamentos; los cristaleros y la magia de sus cristales; y triunfa el órgano, que en la plenitud de una liturgia bellísima, llena los ámbitos de una música compuesta por los ángeles. Música es esta que se exalta hasta el ensueño lírico, cuando se desliza en las piedras catedralicias, donde reposan la santidad de Fernando III, la ciencia de Alfonso X, y el genio creador de la epopeya colombina. Todo oloroso de gracia y de belleza, porque la Virgen de los Reyes, de los Reyes, no de los presidentes de Repúblicas, la Virgen del amor sevillano, tiene allí siempre encendido el fuego sagrado de la fe. ¡Salve Catedral lírica de los románticos, de los soñadores, de los poetas y de los hombres de corazón! ¡Salve piedra augusta, llama viva! ¡Salve, tesoro, orgullo de Sevilla y de España!  

LA VIRGEN DE LOS REYES (SEVILLA)

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La bella arte más lírica es la música, y la poesía lírica es de todos los géneros poéticos el que más participa de la naturaleza íntima musical. La música es la esencia misma de la poesía, y expresa como nadie los estados de espíritu. Como la música no concreta nada y es intangible y casi inmaterial; y es alada, soñadora y universal, porque todo el mundo la recibe, es una dulce caricia que llega a todos y se mete en las almas, y le habla a cada uno según su estado. Tiene para cada cual su lenguaje, y al que está contento le arranca sonrisas y al que triste, suspiros. Yo no sé cómo se hablará en la gloria, pero me parece a mí que el idioma del cielo es la música. Una música totalmente desposeída de materia, arrebatadora e ingrávida; una música con alientos de Dios y perfumes sobrenaturales; con poder infinito de expresión y que debe poner las almas en una transparencia tal, que todas hablan, y todas entienden; todas penetran y son penetradas en la universal armonía. Y no es solamente la inconcreción de las emociones musicales la que circula en las venas de la poesía lírica dándole alientos y prestándole fuerzas centrales, sino que cuando el poeta está tocado de las sugestiones que preparan el nacimiento lírico del verso, y fuerzas centrífugas lo distraen estorbando el triunfo de la imaginación creadora, si a la sazón llega al poeta una música lejana que trae alas y evocación de belleza, no sé qué luz entra en el alma del artista, pero lo que no podía salir, se decide, surge, toma carne en un matiz, en una frase, en un adjetivo, y el diccionario espiritual se enriquece con el modo nuevo, novísimo, que es el producto de las operaciones del genio al sacar el lucero del interior de la nebulosa.

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No sola es la música la que ayuda y evoca, la que pone al espíritu creador en trance de producir; es el medio ambiente, con todas sus características, el que influye también poderosamente sobre el poeta. Sevilla es una Universidad de magna poesía. Todo en la ciudad invita a sentirla y a crearla. La historia sevillana, con sus grandes maestros del arte, de la vida, y del pensamiento; las azulejerías; los monumentos cristianos, árabes y mudéjares, que ora rezan, ora triunfan en la vida, o ya enlazan las dos civilizaciones en una sola; el plateresco riquísimo del Ayuntamiento; el alma almohade de la Giralda; la magnífica Lonja; la gracia y distinción en la fábrica de Tabacos; las leyendas sevillanas; la caridad divina de sus santos; los patios con sus surtidores en que el agua hace música encantada de flauta; los jardines con claveles de sangre; las callejas blancas, con el mantón de las enredaderas; el rio, señor de la Bética; el campo, los naranjos, las huertas; el cielo como una turquesa, la luna como una novia de plata y de misterio, y las mujeres en las rejas de las ventanas; los gitanos con sus guitarras, sus celos, sus fraguas y sus soleares... Todo tiene visión de arte, sabor de rima y encanto de lírica popular... Los poetas líricos surgen forzosamente en Sevilla. Los produce el ambiente. Esta calle se llama Herrera; aquella, Arguijo; la otra Jáuregui, y son casi populares los versos de la Epístola Moral a Fabio, la tórtola de Quirós, y las estrofas de Rodrigo Caro, que el Guarda de las ruinas de Itálica dice a los visitantes con emoción y cariño. Toda Sevilla es luz, belleza evocadora y efusión lírica. El ambiente crea al poeta y luego el poeta es el creador del ambiente.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

AYUNTAMIENTO DE SEVILLA

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Mirad: Fernando Villalón era el señorito andaluz, chispeante de ingenio y de idea que conocía en su intimidad cómo es la casa señorial del pueblo y cómo es la calleja popular. La sensibilidad de Fernando era una esponja de todo lo que le rodeaba. Mirad como luego crea él el ambiente: La calleja es una herida honda y curada con cal. Juega el sol con un rosal en la ventana florida. La siesta a rezar convida. Juega el agua eternamente en el patio, y de repente, un grito asusta a la rosa que se desmaya mimosa sobre el cristal de la fuente.

Es muy difícil ser tan descriptivo y al mismo tiempo tan delicado y sutil. No cabe duda que Villalón es una letra mayúscula entre los poetas líricos modernos. He aquí otra cosa del mismo.

F.V.

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Tiene toros en la marisma. Se ha criado en eso. Lo sabe todo como ganadero y lo siente todo como poeta. He aquí el marismon:

Si estuviera aquí Fernando Villalón era cosa de pasearlo en hombros como a los grandes toreros.

Llanuras sin confín, lagos de plata rizados por los vientos marineros. Horizonte soldado por luceros al ocaso de brumas escarlata. Soledad marismeña, serenata Del silencio dormido en los esteros, Y una cuerda de cisnes viajeros Que a el cielo con la tierra en plumas ata...

FERNANDO VILLALÓN

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Díez Crespo expone sus ideas líricas en magníficos versos.

Adriano del Valle dice:

El alba sobre el campo deshojada Deja el alma cubierta, amortajada Bajo el abierto amenazar del frío. ¡Qué dulce es hoy haberme despertado, Sabiendo que viví sin mi pasado! Sepulcro abierto el pensamiento mío.

 

La Anunciación comienza Debajo de un almendro. Las flores de rodillas Asisten al misterio. Arrodilladas ¡flores! De la mano del céfiro, Y arrodilladas nubes, En hombros de los vientos. Por tí vengo María Por tí bajé del cielo. De tu vientre purísimo Ha de nacer el Verbo.  

Se la anegó en pudores Castísimos el pecho Y le brotó el aroma De un puro pensamiento. Si se eligió este vientre Con santidad de templo Sin huella de varones, Nazca en el mío el Verbo.

 

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

¿No es verdad que parece esto el parlamento de un niño en los Autos Sacramentales de nuestro siglo de oro? No quiero hablar de los exquisitos poetas que se sientan en los sillones de esta Academia. Cuando Fernando de los Ríos y José Muñoz San Román están ahí por algo será. No quiero citar sus versos porque no vaya algún mal pensado de la calle a murmurar, atribuyendo a fraternidad académica lo que no fuera más que la expresión sincera de mi admiración. Hay cien líricos más, producidos por el ambiente de Sevilla, que no cito porque están en el pensamiento de todos y sería interminable este, que debe ser breve trabajo. Me basta con la aportación traída a este discurso para comprobar prácticamente que Sevilla es por sus condiciones especiales productora de grandes poetas líricos.

FERNANDO DE LOS RIOS

JOSÉ MUÑOZ SAN ROMÁN

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Hay un poeta ignorado, oculto, un bohemio en el espíritu que ama al pueblo, porque lo conoce en sus trabajos, luchas, ignorancias, amores, coplas y cantaores. El ambiente se le ha metido en el corazón y Sevilla manda en él. Pepe Pérez Ortiz es un modesto menestral, con una neurastenia imponente. No sabe de libros. Tiene una sensibilidad de delicada ternura y es desordenado como un bohemio. Oíd señores académicos cómo dice y cómo siente este poeta inculto:

Rinconcito gitano de Santa Marta, Hecho con todas las flores de mi Sevilla. Al besarlas el aire que las encanta murmuran unas notas de seguiriya. Yo siento una gran pena cuando te miro y recuerdo los tiempos que fui dichosa, en aquella cruz blanca dejé un suspiro que se va deshojando como una rosa. Rincón sevillano, rosita de olor: ¿en esa cruz blanca que tienes enmedio, por qué todas las penas jallaron remedio y las mías, no? La Giralda que es novia de tus jechizos cuando el sol la ilumina, de la mañana, te canta con el eco jondo y castizo que borda con el llanto de sus campanas, y en la noche serena del mes de Mayo, en aquel rinconcito que to es belleza se rinde el bandolero con su caballo, y hasta el que no es cristiano tu suelo besa.

Rincón sevillano, rosita de olor,

¿en esa cruz blanca que tienes enmedio, por qué toas las penas jallaron remedio

y las mías no?

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

¡Ah!, no cabe duda, este neurasténico es un interesantísimo poeta popular y lírico. Citaré varias cosas suyas en honor a la novedad, para darme el gusto de mostrarlo a los doctos y para rendir homenaje al mérito. Este hombre es un humilde y no hay placer que pueda compararse a esta justa exaltación de la humildad. Yo, señores académicos, soy un hombre del pueblo, en el pueblo nací, y en él he desenvuelto mi vida. Tengo una singular predilección por todo lo que hay bello en el alma popular. Mirad, esta poesía de Pérez Ortiz se llama «El ENTIERRO».

Toma este rosario de almendras amargas toma este rosario de almendras doradas. Lo arranqué del cuello de una niña pálida, que tenía en la frente lirios y guirnaldas… Toma este rosario... ¿Lloras? ¡Si cantaban los hombres que la acompañaban, con ricos vestíos y capas muy largas; y llevaban velas en forma de lanzas y gorros muy negros con borlas muy blancas...! ¡Y ella, más bonita! con traje de gasa, y así, sobre el pecho las manos cruzadas... Iba muy dormida...

¡qué gracia! ¡Mira que dormirla

para pasearla, con caballos blancos y coche de plata...!

 

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Poeta lírico, alma lírica del pueblo... ¡Admirable! Aún más, oíd:

Clava pronto tus garras implacable destino, no detengas tu paso llega ya al corazón, que te esperan piadosos en mitad del camino estos brazos de hierro de mí resignación. Yo nací como el yunque bien templado y sonoro donde encuentra la forma el más duro metal, que responde a los golpes y a la brasa de oro, con el eco magnífico de un sonido triunfal. Voy pasando la vida alentando al caído, perdonando la injuria, mitigando el dolor; y a pesar de andar siempre en el fango metido me acarician las flores, y es mi novia una flor... Ved lo que dice el poeta ante la belleza natural.

La huerta es un altar levantado en el cerro, y están tocando a misa los saltos del venero. Arrodillado y frío, el olivo más viejo brindando está en su copa perfumada de ensueño los futuros tesoros del óleo santo y bueno.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Oíd una poesía más: «PLATA Y BRONCE» se llama. Mí pare fué payo, mi mare gitana,

en mis venas corre la sangre crusá, por eso Plata y Bronce me llaman en la Cava la plebe de flamencos que allí vive orvidá.

Al nace de una mañana vino al mundo mí persona, me mojaron la cabeza en las aguas del Gení, una rama de canela me pusieron por corona,

y en el pecho una mealla de aquella que está en San Gil.

Plata y bronce metales reñíos en firmesa y en coló y en caliá de sonio...

Como yo... mardito sea un divé; Mar fin tenga esta pasión

que en los labios me sonríe y llora en el corazón.

Y muchas más...

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

El poeta canta soleares graciosas, ligeras, picaras...

Yo a la feria no pueo di porque me ven los borricos

y se van detrás de mí. No presumas a mi lao

que hasta el azuca es amarga si se quema demasiao.

Lo que sabe esta morena

que se jase la dormía, pa que su mare se duerma.

El sino me lo ha mandao,

que yo no monte en mi vía mas que potros resabiaos.

Fíjate en aquel civí primero mira al borrico

y luego me mira a mí.

Dios va a castiga a tu pare; sabe que estoy descarsito

y echa en el suelo cristales.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

El poeta siente el cante, y adora la guitarra y las seguirillas. Dice de éstas:

Se deshace un lamento en la cueva encantada el velón se extremece con la queja dorada,

y hay olor a ese monstruo de celos de la carne gitana. Tengo celos, mare, mare, tengo celos,

hasta del gusano que en la sepultura pase por su cuerpo.

Así cuando muere Manuel Torres, el gitano de las seguiriyas, maestro de maestros en este arte singular, nuestro poeta piensa que las lágrimas fueron coplas del cante de Manuel:

Eran coplas yo las vi

con sus mantos polvorientos de soníos volar por el crepúsculo de oro en el lánguido ser del desvarío.

Eran coplas yo las vi, y en las alas misteriosas de sus duendes

hasta el alma de la copla yo subí. La seguiriya con su negro manto

era un suspiro que termina en llanto;

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Perdón señores académicos si quise que un poeta desconocido, corazón del pueblo pasara por este ambiente de alta distinción espiritual. Después de todo en el alma de la Academia tiene un altar la belleza que elaboraron los hombres de la inspiración popular.

la soleá en traje de gitana era luz de Jerez y de Triana, y el martinete preso de su encanto se retorcía en la toná lejana.....

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Los intelectuales que han hundido a España en la ruina, esa pléyade de soberbios a los cuales no podía uno acercarse porque eran como dioses, proclamaron en el funesto Ateneo de Madrid que Velázquez era un pintor atrasado; que Martínez Montañés no pasaba de un vulgar escultor; que Cervantes era una figura de museo y nada más; porque lo perfecto, lo grande, lo único en letras y en arte era el cubismo, futurismo y modernismo, que se reían del dibujo, del color, de la perspectiva, de la gramática, de la elegancia literaria y del sentido común.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Toda esta locura en la teoría de la belleza tiene un abuelo protestante y un padre racionalista. El krausismo que tiene una especial satisfacción en que nadie lo entienda, porque habla, no con oraciones sino con fragmentos de ellas, tuvo una buena parte del siglo pasado perturbadas a las juventudes universitarias que se volvían locas descifrando los logogrifos aquellos, del yo en mi, de mí, conmigo y para siempre y el rompecabezas de que el todo como todo ni progresa, ni regresa ni se estaciona. Influyó en inteligencias privilegia y rodó reafirmando los viejos principios racionalistas, que en política eran el laicismo; en filosofía el yoismo; en moral, la concepción egoísta de que cada cual haga lo que quiera con tal de no molestar al vecino; y en arte un desenfreno contra los grandes consagrados, contra los maestros, que estorbaban a las medianías y por eso cada artista se proclama a sí mismo el centro del mundo de la belleza y no hay canon, ni regla, ni ley para su libertad desgreñada y salvaje. Estos principios vinieron a parar en esa creación que parece un sueño del estómago sucio: el modernismo en todas sus formas. Yo he visto un retrato de una señora; arriba una esfera, blanca y negra más abajo un cilindro; luego, otro mayor con dos esferas pequeñitas y finalmente dos formas cilíndricas debían ser las piernas. Debajo decía, retrato de doña Petronila Pérez. Sin poderlo remediar ha venido a mis labios el nombre de la señora madre del pintor. En poesía hemos visto besos posados en los árboles, haciendo el grillo; cielos de langosta; ojos fiambres; amor en pastillas y todo expresado con una tal explosión de la Gramática y de la Literatura que era absolutamente imposible enterarse del verso, sin resolver antes dos o tres ecuaciones, y aun resueltas, lo mismo podía ser aquello un lucero que una salamanquesa. Estos maravillosos señores han sostenido que el arte debe procurar en absoluto la deshumanización. Suprimir la persona, la emoción, la humanidad en poesía, y en todo lo que produzca la belleza, es el fin supremo del arte, según ellos.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Es cosa de volverse loco. Estos señores quieren la chuleta sin carne, el pan sin harina, la llama sin fuego, la decena sin unidad, el cielo sin estrellas y la poesía sin emoción. Nosotros con la humanidad entera, excluyendo a los locos, pensamos que el arte es la expresión de la vida llena de hombre, de cerebro, de corazón, de alma, de misterio y de poesía. Si yo oigo, o veo algo que me habla el lenguaje de la emoción humana, ya en la vida interior, ya en la objetiva, con los resplandores de la belleza suprasensible, estoy en presencia de una obra de arte. Si lo que yo oigo o veo es una entelequia sin vida, sin sueño, sin gracia, sin lágrimas, sin amores, eso será todo lo que quieran los charadistas de la estética, pero no lo entenderá nadie y nadie podrá por consiguiente dedicarle su voluntad o su simpatía. Combatiré esta doctrina con testimonios de poetas no sevillanos. Pudiera citar todo el Parnaso español contra la extravagante teoría. Diré sólo algunos versos de algunos maestros. LOPE DE VEGA. El inmenso Lope, mina inagotable de la poesía española habla en un popular soneto suyo del poder de las lágrimas femeninas. ¿Lágrimas? Humanidad. Lirismo humano del poeta más grande del mundo:

Oyóla el pajarillo enternecido, Y a la antigua prisión volvió las alas, Que tanto puede una mujer que llora.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

GÓNGORA EL GRANDE, el águila cordobesa, siempre triunfante en sus vuelos por las cumbres de la poesía española, pone el amor con todos sus calores en la médula de sus versos inmortales:

CAMPOAMOR, el gran poeta de los Pequeños Poemas ha rimado la emoción y las ideas en esta joyita:

Te vi una sola vez, sólo un momento, Mas lo que hace la brisa con las palmas, Lo hizo en nosotros dos el pensamiento,

Y así son, aunque ausentes, nuestras almas Dos palmeras casadas por el viento.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

¿Tiene esto corazón? ¿Tiene vida? Hacer que las almas hagan lo que ya han hecho las palmas por el aire, ¿no es lirismo? La humanidad entera vota conmigo, contra la casa de orates..... Fanny Dini la poetisa italiana que se llevó hace dos meses el premio de los Poetas del tiempo de Mussolini ha dicho del amor maternal esta maravilla.

No, no sei morto figliolo, te sentó dentro íl-mio cuore,

com'eri prima di nascere, un pálpito lieve, un segreto inmenso sogno d'amore...

(No, no estás muerto hijito, te siento dentro de mi corazón

como eras antes de nacer una palpitación leve, un secreto,

inmenso sueño de amor...) Es imposible más lirismo. La madre ante el hijo muerto lo hace inmortal reviviéndolo dentro de sí como cuando estaba en su vientre. Es el renacimiento humano llevado a término por el exaltado amor maternal. Una cumbre de poesía lírica y sin embargo está en su plenitud la marea de la emoción humana. ¡Oh los intelectuales! ¡Oh la generación del 98! ¡Oh el Ateneo de Madrid!

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JOSÉ CARLOS DE LUEA. El Piyayo es un gitano viejo, seco como media libra de mojama. El pobre baila y canta, y todo lo que agencia es para mantener a siete gitanillos, nietos suyos, que no tienen madre, y cuyo padre ajusta unas cuentas en el Penal de Santoña. La gente como es tan superficial toma a chufla al Piyayo. Llega el viejo a darle de comer a sus nietecitos y dice el poeta:

Entre carantoñas les va repartiendo Pan y pescao frito

Con la parsimonia de un antiguo rito, ¡Chavales!

¡Pan de flor de harina! Mascarlo despasio,

Mejó pan no se come en palasio… ¿Y este pescaito no es ná?

¡Sacao uno a uno der fondo der ma! ¡Gloria pura e!

Las espinas se comen tamié Que to es alimento...

Así... despasito... Muy remascaito...

¡No yores Manuela! Tú no pué, porque no tienes muela

¡Es tan chiquitita Mi niña bonita!...

 

JOSÉ CARLOS DE LUEA

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Finalmente Peman, el gran lírico que lleva su lirismo al discurso, al cuento, al drama y a la guerra, es todo corazón. Mirad como pinta el maestro el triunfo de la santa humildad:

Migaja a migaja—que dure — Le van dando fin

A los cinco reales que costó el festín. Luego entre guiñapos, durmiendo, Por matar el frío muy apiñaditos;

La Virgen María contempla al Piyayo, Riendo.

Y hay un ángel rubio que besa la frente De cada gitano chiquito...

A chufla a Piyayo, lo toma la gente;

A mí me da pena Y me causa un respeto imponente.

 

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Era ya la tarde y estaban las nubes perfiladas de rayos de sol, cuando iba el buen lego, con su cantarillo, por la veredica, bendiciendo a Dios. El misterio grave de la hora dorada, lleno de agrio aroma de prados en flor, se le entró en el alma llenándola toda, con su turbación... Se sintió pequeño, como aquel polvillo donde iba posando su planta... Y pensó: ¿qué haré yo, granito de polvo en el mundo, por ser grato a los ojos de Dios? Fray Andrés, disciplina su cuerpo sin tenerle piedad. Fray Zenón atruena el convento cantando maitines con hermosa voz. Fray Tomás se pasa las horas inmóvil, levantado en arrobos de amor, con que la campana llama a colación…

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Al lado de aquellos excelsos varones, ¿qué hará el buen leguito por ser grato a Dios? Y con santa envidia, murmuran sus labios: ¡Fray Andrés! ¡Fray Tomás! ¡Fray Zenón! Y sus ojos buscando respuesta Para aquellas dudas de su corazón, Se hunden en la tarde, que muere sangrando Los últimos rayos bermejos del sol. Todo es paz y orden. Unos tordos vuelan Con pausados giros. Camina un pastor. Gime una carreta. Corre un arroyuelo. ¡todo deletrea como una oración! ¡La oración de las cosas sencillas Que obedecen humildes a Dios! Y el buen lego descifra en su alma La revelación Del arroyo, los prados, las flores Las nubes, las hojas, las aves y el sol… ¡Todo cumple su fin mansamente! ¡Todo sigue un mandato de amor! ¡El llano lo mismo que el pico empinado que no está por eso más cerca de Dios! Y el buen frailecito siente que en el alma Se le ha entrado un rayo muy claro de sol. De pronto recuerda que es tarde, y ya es hora De limpiar los platos de la colación. Y apretando el paso con simple alegría corre, que te corre… ¿Qué más oración que ir mansamente por la verdica, con el cantarillo bendiciendo a Dios?

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

o creo que los señores académicos habrán visto pocas veces una poesía más sencilla, más lírica y más humana que esta.

He concluido, pero antes de dar fin a tan deshilvanada palabrería, que sólo vuestra generosidad tolera, he de decir que contra lo que suele creerse, el sentimiento lírico no es ajeno a la emoción que llevan nuestros jóvenes en el alma, cuando al cantar la guardia sobre los luceros, las boinas rojas y el noviazgo de la muerte van al sacrificio cabalgando en la sonrisa de los grandes. La poesía épica es la grandeza objetiva; la dramática es la trepidación del choque con el dolor y la muerte; pero la ternura, el fuego, la ilusión iluminadora de las almas en un relámpago espiritual, que brotó en la tormenta de la Patria, y que se hizo amor profundo preñado de esperanzas, es poesía lírica, motor divino, flecha roja que sale de la fragua del entendimiento y que silbando en el aire, se esfuma, se pierde en la belleza del futuro de España… La trinchera se conmueve con el tronar de las granadas; el humo del combate llega hasta el cielo, las balas silban, las ametralladoras crepitan, los aviones ensordecen. Nuestros soldados esperan impacientes, pero tranquilos. La voz del jefe, en el momento oportuno, manda, y allá van los bravos... Eso que lleva el muchacho en los ojos y en el corazón es la santa poesía lírica de la Patria.

Y

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Es el sueño de la grandeza nacional, la nostalgia de la madre, de la hermana y de la novia; es la iglesia del pueblo, y sus campos y sus fiestas... Es todo eso visto al través de una vaguedad insinuante llena de santas sugestiones. De pronto el valiente riega con su sangre el suelo del combate, se nublan sus ojos, el cuerpo cae pesadamente en tierra. ¡Se mueren! En el momento supremo el lirismo de la tierra se une con la visión mística, que es la lírica de Dios, y en el centro de los dos lirismos Ella, la Virgen de los Reyes, que ha venido a recoger al alma del héroe, mientras el Niño baja de los brazos augustos de su Madre y besa la cabeza sangrienta del moribundo... Señores académicos: La Academia productora de ideas y de belleza debe ser la fábrica, y lo es, de las serenas convicciones, de la sólida concepción del deber y de la entereza culta en las dificultades propias de la guerra. Nuestra batería es el libro, la palabra, el verso. Que los valientes, generosos, luchadores en los campos de batalla se sientan acompañados de los pensamientos y de la propaganda de los encanecidos en la cultura. Hay que poner nuestras letras en el plano en que nuestros hijos han puesto su sangre y sus vidas por España.

¡ARRIBA ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!

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MANUEL SIUROT FCO. BLÁZQUEZ BORES

DISCURSO DE CONTESTACIÓN

AL DE

DON MANUEL SIUROT

POR

D. FRANCISCO BLÁZQUEZ BORES  

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Sean mis primeras palabras de saludo cálido al ilustre General Queipo de Llano, que nos preside. Heme aquí en un trance difícil, abrumado por el honroso designio, para dar la bienvenida a don Manuel Siurot, que en este acto solemne traspone los umbrales de esta Real Academia, a la que llega por derecho propio, impuesto por el recio bagaje de sus méritos. Y sólo con exhibir su nombre bastaría, para que todos otorgasen su aplauso al acierto tenido por la Academia, llamándole a su seno y

colaborar en sus tareas, para fomento de la cultura y de las letras sevillanas. Pero yo no quiero quebrantar aquí hoy las normas ya establecidas, de hacer mención de los méritos que avalan la personalidad del recipiendario, tan reconocidos por todos, y que al repetirlos aquí ahora — a más del cumplimiento de lo preceptuado por la costumbre — nos sirvan de realce y prestancia, al acaparar una ejecutoría de relieve que anexionarnos al patrimonio espiritual de la Academia, acreciendo y ensanchando con ella el prestigio literario del docto hogar de las letras hispalenses. Sin haber nacido en Sevilla, ha convivido aquí tanto D. Manuel Siurot, desde sus mocedades hasta hoy, con tanta devoción sevillanista, que tenía que emborracharse e inspirarse en alianza fecunda, con la sal y el sol de esta tierra singular, sazón de ingenios y caldeo de musas.

FCO. BLÁZQUEZ BORES

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Se ufana de ser su cuna, ese pueblo alegre y pulcro de La Palma, que pudo auparse y destacar entre los pueblos del antiguo Condado de Niebla, — evocación de nobles empeños hispanos con remotez histórica — por haber sabido, en firme alianza de ingenio y trabajo, ostentación de arboledas y cultivos, tachonar de cepas las ubérrimas y fértiles campiñas, que se extienden y esplenden hasta horizontes remotos; enjambre opulento de unos viñedos, que del sol debieron sorber su vaho de oro, para ostentarlo con orgullo y pureza en ese tono dorado de sus mostos y sus caldos; ríos de vendimia gustosa, sangría de sus pámpanos maduros, pregonando a un tiempo la fecundidad y pujanza de unas tierras y la laboriosidad de unos hombres.

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MARÍA ESQUIVEL MARTÍN

Y en ese pueblo, colocado por su suerte en mitad del camino entre Sevilla y Huelva, sentiría Siurot por influjos tentadores de la equidistancia, la atracción bilateral y dualista de sendos afectos interprovincianos con vinculaciones un tanto niveladoras: que por allá es Huelva, la Onuba que besan el Odiel y el Tinto, denunciando con el matiz de sus aguas, la opulencia ferruginosa de las montañas progenituras, el más alto exponente de sus actividades y su riqueza;

Ciudad con bríos de augusta maternidad trasatlántica, lo que le ha permitido enjoyar su historia con el señorío de esos blasones colombinos, que dieron a su ría y a sus esteros jerarquía imperecedera, atando su nombre a la empresa... y aventura también — del Descubrimiento, el más alto y glorioso empeño de la humanidad de todos los tiempos.

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Con eso sólo bastaría, para que Onuba reclame y merezca los fueros de la fidelidad. Pero es que por acá es Sevilla, tierra de promisión de arte, donde las seducciones más tentadoras se dieron cita: por aquí, la abundancia y regalo de sus jardines con el florido y deleitoso ornato perennal, rumboso y halagador obsequio de la Ciudad única, que vive asomada, bañándose y remirándose en el gran Río, que la ciñe, la corteja y la abraza, desposándose y rielando sus perfiles en el espejo de sus aguas, algo truncada acaso su tersura por el afán de las ondas en deriva al mar infinito, ruta y senda de envíos comerciales pregonando su actividad febril, que ahondaron el lecho y el cauce en el valle fecundo; luciendo y reluciendo tantas moriscas trazas almenadas y torreones bermejos, que son ufanías de historia; y la sutil y alegre arquitectura de la urbe señorial de lambrequines heráldicos con pátina de abolengo; y la plenitud solemne de tantos templos, con el remate de las empinadas y atrevidas torres retadoras de siglos, formando como un cortejo de honor de la Giralda sin par, atalaya señera y señora de la armonía; y más allá son sus aguas, frescura y vida de los crespos herbazales; riego de las pujantes y próvidas campiñas; y hasta cerco y frontera de los anchos cerrados marismeños, donde se alienta la sangre brava de las mejores ganaderías, que dan la nota de casticismo a las ubérrimas tierras del Sur.

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Tan maga sugestión de Sevilla, por fuerza tenía que atrapar la devoción estética y el espíritu predispuesto del soñador palmerino. Y aquí en nuestra Universidad estudió la carrera de Leyes, en esa edad moza tan abierta a toda emoción, y tan propicia para las aficiones selectas, que serían cautivas por el arte singular y el aroma estético que la gran urbe rebosa. Pero… ¡era onubense! Y ello le imponía una deuda, que había de saldar con su tierra, en pago a los alientos con que le habían oreado las dificultades y angosturas que informaron sus primeros pasos. Y por eso, a la infancia humilde de Huelva, que era espejo y trasunto de su propia infancia, se consagró con ahínco de aposto, para sembrar la fe y la cultura, con normas de selección pedagógica, en el seno de aquella chiquillería descarriada, que acudía absorta a escuchar las originales y fecundas lecciones del Maestro.

UNIVERSIDAD DE SEVILLA

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Que por aquellas famosas Escuelas del Sagrado Corazón, que fundara con el entonces Arcipreste y luego Obispo D. Manuel González, han desfilado más de 25.000 niños, de condición humilde y misérrima, para recibir su formación integral, y con un internado también gratuito, donde se formaron más de 130 maestros católicos, seleccionados entre los mejore, ahormados en los sanos principios, para que luego pudieran difundir las simientes bienhechoras de la religión y la enseñanza, por el ámbito de esos pueblos sedientos, eriales predispuestos y propicios para todas las corrupciones; y para todas las correcciones también, de las ideas. Y su pluma y su palabra, templadas por la emoción de las bellas inquietudes, las dispuso al servicio de toda causa noble, y de todo empeño elevado, iniciando así la era más enjundiosa de sus actividades: libros, artículos, discursos. Una copiosa labor en fin, como exponente público, de una preclara inteligencia y una amplia cultura, al servicio de una gran obra social y de caridad cristiana. Su nombre, nimbado ya con el prestigio y el aval de sus obras, bien pronto se destacó en el mundo de las letras, como ya se había superado en el de la pedagogía, adquiriendo su firma cotización y relieve en las columnas de la gran prensa de España y de fuera; como sus libros que duplicaban las ediciones; y su palabra amena, que ofrecía, — y ofrece — atracción singular.

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¡Y quién no conoce entre otras más: “La emoción de España” y “Luz en las cumbres,” y “Sol y Sal” y “Cosas de niños” y “Cada Maestrito” y “La obra cumbre de España” y “Mi relicario de Italia” y sus “Charlas ante el micrófono del General” y otro número incontable de conferencias en los más importantes Centros culturales de España y América, y de artículos en la prensa más autorizada; que sólo en el “A B C”, el gran diario español, se acercan al millar, logrando alcanzar con uno de ellos, el codiciado premio “Mariano de Cavia”! Con esa labor tan copiosa y notoria, su personalidad, avasallando su proverbial e indómita modestia, adquiere renombre y relieve.

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Por eso fué designado, y formó parte de la escogida Misión Española, que presidida por S. A. la Infanta Isabel de Borbón, asistió en Buenos Aires a las Fiestas Centenarias de la Independencia Argentina. Entre sus tantos discursos notables merece que destaquemos el que pronunció en el Jockey-Club de dicha capital americana, como otro, también notable, es el que hubo de pronunciar de mantenedor de unos Juegos Florales, — de aquellos que organizaba nuestro Ateneo, — llevando siempre al estrado a las primeras figuras de la palabra o de la pluma; y al trono, las arrogancias juveniles de las bellezas sevillanas. Con ser tanto, nada hizo a nuestro

Siurot, a pesar de las tentaciones envanecedoras, desviarse de la senda de ruralismo y de humildad que le caracteriza. Con esa su proverbial sonrisa, rústica y expresiva, que en fuerza de tenaz, ha ido modelando en su semblante, con hondura de gubia sin gubia, los surcos faciales delatores del expresionismo psíquico. Quizá ya, algo empañado hoy, con veladuras suaves, si lo observamos con atención inquisitiva. Es, que no en balde, los años y desengaños sombrean los horizontes del optimismo y tuercen las expresiones alegres, y más aún, en esos espíritus delicados, tan frágiles y sensibles alas livianas injurias del vivir, bañándolos con ese vaho tenue de melancolía, cansancio de la dura caminata, que es el sumando de los sinsabores e inquietudes cuotidianas que ofrecen su monta y sus guarismos, nimbando de prematura nieve las alturas, hozando de achaques la materia, desgarbando y desvencijando la figura; ecos del dolor y del hastío del alma, cuando cabalga en infortunios. Tal es nuestro sino. Que así nos hieren y nos afectan las crudezas del vivir, cooperando a derivar al espíritu predispuesto, cara a las emociones místicas con despegos terrenales, que son placidez y consuelo y lontananzas prometedoras.

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Por eso Siurot, cuando D. Antonio Maura, le ofreció un Ministerio, rehusó y no quiso ser ministro, ¡Extraña renuncia! ¡La más alta jerarquía social, rehusada por el humilde maestro onubense! El complejo psicológico de su carácter no se logró adulterar con las seducciones tentadoras de la oferta; que ésta truncaba una silueta, tosca y mate si se quiere, pero recia y pura, de un soñador, ce un romántico,

quizá de un idealista, pero de temple firme, — en pugna al parecer con sus devociones infantiles — capaz para rehusar y vencer y acallar todos los halagos seductores de la vanidad humana. Con eso queda retratado Siurot. Tal es su silueta psíquica. Como también ayuda a definirlo, el gesto de patriota y de español que tuvo, renunciando a ostentar altas condecoraciones de un país, que nos ha tenido hostilidades dolorosas, ayudando a nuestros enemigos, para no atajar los acervos dolores de nuestra Patria, sosteniendo y alentando así las duras pruebas de una cruel y aterradora consigna extranjera. Bienvenido seáis, mi fraternal y querido amigo, con quien me unen tantos vínculos de afecto antiguo, al seno de esta Real Academia, que os recibe, como os merecéis, con los brazos abiertos. Y que junto al acierto de elegiros, ha tenido el desacierto de encomendarme a mí el saludo reglamentario; ya que yo, hombre dedicado de lleno al arduo ejercicio de la Medicina, que me absorbe las horas acaparando mis cortas aptitudes y más en estos momentos de orgullosa devoción a la Sanidad Militar en los hospitales castrenses, sí me permito estas infidelidades tentadoras de mi pluma, pido perdón, ya que lo hago, tan sólo, por fuerza de la obediencia que debo al designio académico, que tal misión me confió, tan difícil, como honrosa y desmedida para mí.

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No podía Siurot para el acto solemne de su recepción académica, haber elegido para su discurso, tema más acorde y pertinente, que éste que con tanto deleite hemos escuchado a “Sevilla la lírica”, donde como un galán a la dama favorita de sus ilusiones, con pluma de poeta, le rinde sus donaires y sus rimas, vestidas con ese estilo tan peculiar y tan suyo, de exuberante fantasía, que le ha permitido trepar al puesto destacado que hoy ocupa, entre nuestros escritores líricos. Y su pluma, saturada de luminosidades, de tantas que Sevilla brinda, se exaltó y se templó a su

conjuro, que ya venía predispuesta tras el influjo de aquel taller fecundo del modelado infantil, en las nombradas Escuelas, abiertas a todas las orfandades y cantera fecunda de tantas felices y tiernas sugerencias. Hoy nuestra atención, ya predispuesta, se ha sentido cautiva del arte, con la lectura, — rubricada con tantos aplausos, — de los versos escogidos de los poetas líricos entre los que Siurot ha seleccionado entre otros, esos de Pérez Ortiz, — quizá por el doble motivo de su mérito y por la condición humilde de su autor que quiere esconderse en la penumbra de su bohemia, — rotundos y bellos, que han sabido vencer aún contra la voluntad del autor, sus afanes de ostracismo. Con ello, hemos sido comensales del regusto de una hora de grata emoción lírica.

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Y es, que la poesía vibra en torno nuestro, sí asistimos predispuestos con el alma surtida de idealismos, en ansias de exquisitez estética. Es eso indescriptible y sutil, que nos afecta y nos eleva y nos aparta de las vulgares apetencias orgánicas, exaltando los acordes sentimentales del más puro linaje: esas hondas melancolías, castigos del vivir, o esas añoranzas y saudades de las horas felices que fueron; o las interrogantes sugestivas de la Naturaleza, con panoramas de atracción y de inspiración; o esos alientos y

aleteos sentimentales, de tan pura raigambre emotiva, que siendo iguales para todos, ofrecen un mosaico pasional, néctar y acíbar para cada uno; y hasta esos éxtasis y arrobamientos místicos, que vibran con afanes de eternidad, donde bulle y late lo que de más noble anida en el alma, con las más exquisitas sugerencias y las más felices promesas. Tal es la virtud de la lírica: que sabe traducir y exponer bellamente los sentimientos delicados y próceres. Y por eso ofrece tal fuerza emocional, porque en el corazón humano, — ¡no miremos en esta hora, sus lacras y sus miserias! — existe una vena de eterna poesía, que sí en los más no tiene virtud creadora, la tiene en todos para conmoverse según su aforo, con los motivos selectos. Que por eso es selección estética, porque hasta las vulgaridades del vivir, a su conjuro, parece que pierden vulgaridad. Las expresiones sentimentales, los bríos y los impulsos de las pasiones puras, todas las cadencias del alma conmovida por la fuerza de las vibraciones afectivas, eso es la lírica.

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Que sabe también vestirse ropaje de fiesta, con la belleza del colorido descriptivo, para servir más a tono las ideas, con ese atavío lujoso de nuestra lengua, que sabe enjoyarse con la galanura de las palabras, y las oraciones sonoras y expresivas en la elegancia de la dicción. Y es de ocasión evocarlo para su loa y en justicia de su abolengo y en este momento de la Academia, las hondas raíces que tiene aquí, con aquella famosa Escuela Sevillana que fundó el divino Herrera, que fué en concepto

de Méndez Bejarano el primer lírico del mundo, en la que descollaron ingenios tan felices como Rioja y Mármol, y Reynoso y Arjona y Bécquer, el gran lírico de la admiración unánime. Así es de preclara y añeja esa solera literaria, la de las grandiosas armonías de nuestra lengua castellana, que en decir de Lope de Vega, superan a las del Latín y el Griego, de cuya alcurnia sorbía sus esencias en los odres deleitosos, sin poder desviarse del canon eterno de la lírica, de saber ofrecer las ideas con el ropaje y adobo de las bellas imágenes,

aureolando de pureza y albura, las pasiones inductoras del amor. Así se explica que suenen y se sostengan con eco de actualidad, los nombres de Homero y Píndaro, Alceo, Safo, que han vencido con sus obras, siempre bellas, los desvíos de los siglos, proclamando la fecundidad de Clío, la diosa de la Mitología helénica, derivando más tarde a esa lírica latina, que puede ufanarse con orgullo, de las plumas de Albo Tibulo, de Virgilio, de Horacio, el primero de los líricos latinos, que superó a los griegos en concepto de la crítica literaria, con la fuerza y sublimidad de sus odas, simientes de la fórmula definitiva.

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No podía la Iglesia de la Edad Media dejar de acoger, para ornato y gala de las grandiosidades del culto religioso, esas armonías litúrgicas, — solera horaciana en sacro lirismo, — que se adentran en el fondo del alma, porque la excelsitud de la idea, se coordina y concierta con la intensidad del sentimiento y la belleza de la forma. Sea de ejemplo aquí, entre tantos que pudiéramos exponer, la evocación de ese “Dies ira” y ese “Stabat Mater”, y los versos de Prudencio, que merecieron para eco de sus resonancias rotundas, los ámbitos de fe y de arte — bóvedas empinadas de atrevida traza bajo las arcadas y cruceros de temeraria ojiva, irisados y bañados con los esplendores de esa luz maga de las vidrieras polícromas — de las fastuosas Catedrales góticas, entre las que puede exhibirse la hispalense — tan acertadamente ensalzada por Siurot, — con orgullo y reto, como una fórmula pétrea de acierto definitivo, en los ensayos arquitectónicos de transición, porque, parece como si algo racional, la desmaterializa y le da vida, para que hallen cabida en el seno maternal de sus naves espléndidas, con caricias acogedoras: ese latir de tantas plegarías y oraciones; el eco pastoral de sus purpurados insignes; tantas mudas ofertas de mundanos renunciamientos;

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El vaho en fin de tantas lágrimas, que se difunden y esparcen con las notas de concierto de esas sinfonías orquestales de la Sagrada Liturgia, que a Dios reverencian y nos elevan en ondas de sublime emoción lírica. No otra cosa fué nuestro Siglo de Oro, que una síntesis maravillosa y una concreción feliz de tan jugosas y sabrosas simientes líricas, que tras “Las coplas elegiacas” de Jorge Manrique, o la “Querella de amor” del

Marqués de Santillana llega con Fray Luís de León en su “Vida del campo”, a la más alta y sublime expresión del pensamiento humano y a la exaltación máxima del prestigio de la palabra. Como esas obras de Baltasar de Alcázar, y la bellísima “Oración del Huerto” de Fray Diego de Ojeda, y de tantos y tantos más, hasta llegar más tarde al Renacimiento literario, sobre todo con la mencionada Escuela Sevillana, la de las “Canciones”

de Herrera, o la “Oda a la Juventud”, de Reynoso; las de Lista a la “Vida humana,” o a “La muerte de Jesús”, y poder ofrecer en el siglo pasado, junto a las grandes figuras románticas de Espronceda y el Duque de Rivas, la de nuestro sevillano Gustavo Adolfo, precursor de tantos líricos de

hoy, tan oportunamente aludidos y saboreadas sus rimas en el discurso de Siurot.

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Por eso el nombre de Sevilla, tiene perfumes de solera romántica; la original y delicada escuela, cuya influencia se dejó sentir por toda Europa con afanes imitativos, como dice Menéndez y Pelayo; y lo podemos exhibir con cierto orgullo progenitor, ya que el romanticismo según el crítico alemán Schlegel, es un destello espiritual y delicado, inspirado siempre en el cristianismo y en la moral. Sí y con ser tanto, la lírica es aún más que todo eso, con influjos trascendentes.

Que no podemos sustraernos, aunque algo pudiera quebrantar las normas académicas, del comentario al momento de hondo dramatismo que vivimos, que afecta, ocupa y conturba a todos, con emoción e inquietud singular. ¡Mirad! de la calle llegan hoy, cálidos, viriles y airosos, los ecos triunfales de unos himnos de las nuevas generaciones, nuevas por su juventud y nuevas también por sus modos y por el brío de sus sagrados afanes, y que son como dice Peman con frase feliz, poemas cortos de primaveras y luceros.

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Y el mismo paladín de esas legiones gloriosas, cuya visión profética de la España que amanece, le ha dado categoría excelsa, decía, que a los pueblos no los han movido nunca, en las ansias selectas de su espíritu, más que las hondas emociones subjetivas. Esas que con resonancias líricas, se desbordan del estro en llamas de los poetas. Y decía además el gran español, que la poesía en su concepto abstracto, es prometedora y sustancial, y — son sus frases: — en un movimiento poético, se levantaría a su conjuro, el fervoroso afán de España. Como lo fué un pueblo hermano, unido hoy con tantos vínculos de ideales afines, que nutrió los esplendores del lirismo danunciano en la órbita del gran Petrarca, pudiendo envanecerse de haber plasmado en realidades, sus ensueños imperialistas. Y hasta para mejor exaltar los ímpetus y arrebatos de la cruzada de nuestra juventud, “cuando mete la mano, audaz atrevida y viril en la historia, para hallar el símbolo, saca el yugo y las flechas” — dice Fermín Izurdiaga — que es la Cruz Santa de nuestros Reyes Católicos, — la venturosa tradición hispana en días de grandeza, — y que nuestras juventudes, bajo el simbolismo de un poema del amanecer, de auroras que se vislumbran, han colocado resueltamente, con ímpetus de lirismo trascendente, sobre sus pechos enardecidos; sobre donde perciban sin cesar los latidos del corazón en esas ofrendas y arrebatos de lírico patriotismo. Hondo sentido de patria en aleteos líricos, son los impulsos rotundos de esas legiones juveniles — falanges o requetés unidos en el sacrificio y en los afanes, — camisa azul de esperanza con cimera boina de sangre — que por amor de España, están en pie, arma alerta y desveladas por la emoción del gran momento.

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Y todos en torno a la gran figura de la España de hoy, que con designios providenciales, está escribiendo en nuestra historia, no ya una página nuestra, sino con categoría universalista, para que no se interrumpa el curso de sus destinos, puestos en trance difícil, por el desbordamiento inhumano de unos seres humanos, alentados de dentro y fuera, pero vencidas las horas de

execración, al conjuro de su espada y de su genio, prometiendo una era más feliz para la vida conturbada de estos pueblos, depositarios de esa añeja civilización

cristiana, que estuvo en trance tan difícil. Son al lado, en devoción al hombre insigne, las figuras de los grandes valores españoles, de la hornada aún juvenil, desplegadas sus plumas y sus palabras al servicio de la buena nueva. Los que saben sembrar la emoción, interpretando el sentir del Caudillo. Los poetas y los exaltados de patriotismo, conmoviendo y

alzando con su fuerza propulsora y su palabra candente, el fervor predispuesto de las muchedumbres. Y están, con el de nuestro académico, los nombres de Pemán y García Sanchíz, y Eugenio Montes y Jiménez Caballero, y Sánchez Mazas, y más y más, que saben interpretar y sentir y propagar y difundir, con mensajes y acentos de lírica traza, esa doctrina de fe y de patriotismo, eje y nervio de nuestra cruzada.

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Que ya se otean los ecos de Epifanía, de una aurora que trae bríos de pervivir, para poder gozar al fin, tras una horrenda pesadilla, que parecía eterna, del codiciado y sabroso festín de la paz. La esplendidez con que nuestra juventud ha derrochado su sangre, da tono sublime a ese sacrificio cruento de España, que en la memoria a través de mil generaciones, no se recuerda tiempo otro tan erizado de espinas, y donde tanto, tan hondamente, tan salvajemente, se haya estremecido y conturbado el viejo solar. Quede el consuelo para todos, que a todos alcanzan y afectan los estragos de la honda conmoción humana, y que sólo al través del sufrimiento, que tiene matiz y rango expiatorio, hallaremos la senda de la redención y del consuelo, y de la enmienda también para los errores si los hubimos; que a todos toca examen de conciencia.

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Y con esa enseña de sacrificio depurada y orlada por el dolor, se lanza nuestra juventud romántica y prometedora al juicio del torrente de los siglos, orgullosa de haber salvado de los estragos, los tres principios básicos, clave y fundamento, de nuestra razón de ser: el de familia, que se plasmó al conjuro de un delicado poema de amor, pero que tras la sonrisa de un tierno madrigal, se aletean los más firmes postulados de la civilización cristiana; el de patria, sin cuyo aliento, los pueblos no sentirían esos afanes legítimos de grandeza, esas emociones hondas, que son la lengua, y el arte y la tradición y la historia, el pasado y el futuro, rubricando en los tonos de color de su bandera, el lirismo de sus arrebatos; y el principio en fin, de la religión, que como decía el gran polígrafo, no existe unidad más profunda, que la de la creencia, y sólo por ella adquieren los pueblos vida y jerarquía propia y conciencia de sus destinos; y sólo por ella y por la idea de Dios, las savias prometedoras de felicidad, llegan para su riego a las pomas más humildes del tronco social. La unidad en la fe, es obra de cristianismo, el poema delicado y trascendente, que nos dio carácter, categoría y alcurnia selecta, y por eso campea la cruz, en nuestra enseña y en nuestros afanes, de lirismo excelso, como el más alto y delicado airón, que mira Arriba, en los empeños románticos de nuestras horas.

HE DICHO Francisco Blázquez Bores

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SEVILLA LA LÍRICA Este bellísimo discurso fue pronunciado por D. Manuel Siurot en el Paraninfo de la Universidad Hispalense, con motivo de su ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Siurot fue un enamorado de Sevilla, desde su época de estudiante, supo captar todos los encantos de la capital andaluza, su belleza, su simpatía, su gracia, su romanticismo, sus calles, sus plazas, sus bellos monumentos y también a sus poetas líricos. Con todo esto hizo el Sr. Siurot, con su extraordinaria oratoria, una maravillosa expresión lírica de Sevilla y sus poetas en éste memorable discurso.