shermer michael - las fronteras de la ciencia

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Michael Shermer nació en Glendale (California) en 1954. Doctor en Historia de la Ciencia, es profe- sor del California Institute of Technology, colum- nista y ed itor asociado de la revista Scientific Ame- rican, fundador de la Skeptics Society y de la revista Skeptic, comentarista de ciencia de la Radio Nacional Pública estadounidense, y productor y presentador de la serie Exploring the Unknown para la cadena de televisión Fox. Su primer libro de divulgación cien- tífica, Por qué creemos en cosas raras ( T r a y e c t o s núm. 105), se publicó primeramente en 1997, enseguida alcanzó gran popularidad y no ha dejado de ree- ditarse y actualizarse desde entonces. Otras obras suyas son  How We Believe: The Search for God in an   Age of Science (1999), Denying History: Who Says the   Holocaust Never Happened and Why Do They Say It?   (2000), Why Darwin Matters: The Case against Crea  tionism (2006) y TheMind oftheMarket: How Biology  and Psychology Shape Our Economic Lives (2009).
 
 
Entre la ortodoxia y la herejía
Michael Shermer
Colección d irigida po r I.uis Magrinyá
T í t u l o o r i g i n a l : The fíorderlands o f Science. Where Sense Meets Nonsense
© Michaet Shermer, 2001
© de esta edición:
Al b a  E d i t o r i a l , ».i.u .
Baixada de Sant Miquel, 1 08002 Barcelona
www.albaeditorial.es
Primera edición: no viem bre de 2010
ISBN: 9788484285908 Depósito legal: B37.69910
Maquetación: Daniel Tebé Correcc ión de primeras pruebas: José Carlos Bouso
Correcc ión de segu ndas pruebas: Lola Delgado Müller 
Impresión: Liberdúplex, s.l .u. Ctra . BV 2241, Km 7,4
Polígono Torrentfondo 08791 Sant Lloren^ d’Hortons (Barcelona)
I m p r e s o e n E s p a ñ a
Cualquier forma de reproducc ión, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada
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y su distribución me diante alquiler
o préstamo públicos.
Indice
Introducción: líneas borrosas y conjuntos difusos. La demarca- ción de las fronteras de la ciencia _____________________    j j
Primera parte: teorías fronterizas _________________________ 
1. El filtro del saber. En la búsqueda de la verdad, la realidad es lo primero ______________________________________    gj
2. Teorías del todo. Tonterías en nombre de la ciencia ________   yg 3. ¿Sólo Dios puede? La clonación y las fronteras morales de la
ciencia ________________________  :_________________ q j
4. Sangre, sudor y pánico. Las diferencias raciales y lo que de verdad significan  _______________________________    129
5. La paradoja del paradigma. El equilibrio puntuado y la naturaleza de la ciencia revolucionaria _________________   43
Segunda parte: pobladores de la frontera___________________  jgg 6. El día en que la Tierra se movió. La herejía de Copémico y
la teoría de Frank Sulloway __________________________   j gy 7. Una personalidad herética. Alfred Russel Wallace y la fron-
tera entre ciencia y pseudociencia_____________________ 227
8. Un científico entre espiritistas. Cómo cruzar la frontera entre ciencia y pseudociencia ________________________   253
Tercera parte: historias de la frontera ______________________ 279
9. El mito del pueblo perfecto. Por qué es siempre más apetito-
sa la fruta en el siglo íyeno___________________________ 281
10. El mito de Amadeus. Mozart y el mito del genio milagroso __   3Qg 11. Pacto entre caballeros. La ciencia y la gran disputa sobre
quién descubrió primero la selección natural   $7 
12. El gran fraude del hueso. Piltdown y el carácter autocorrec
tor de la ciencia................................... ................................... ggg
 
 Notas__________________  Bibliografía ________________ 
Para David Ziel Shermer,
con amor de padre y la esperanza de que encuentres ese exquisito equilibrio 
entre ortodoxiay herejía, la amplitud de miras suficiente para considerar 
ideas nuevas y radicales y el escepticismo necesario para que no te engatusen 
las sandeces, y, en el viaje, descubras el istmo de tu estado medio...
En el istmo de un estado medio
un ser de sabiduría oscura y tosca grandeza
demasiado docto para el bando escéptico,
demasiado débil para el orgullo estoico,
en medio suspendido; duda entre la acción y el reposo,
duda si pensarse bestia o dios;
duda po r qué optar, si por cuerpo o mente;
no ha nacido sino para morir, no razona sino para errar;
[...] Creado para alzarse y creado también para caer,
dueño y víctima de todas las cosas,
 juez único de la verdad, en el interminable error sumido,
gloria, burla y enigma del mundo.
 
Introducción: lineas borrosas y conjuntos difusos La demarcación de las fronteras de la ciencia
Afínales de septiembre de 1999 visité Stonehenge, las majestuosas ruinas druídicas en la campiña del sur de Inglaterra. Es decir, visité Stonehenge... más o menos, porque viajé hasta allí con la imagina- ción, como parte de un experimento relacionado con un fenóme- no llamado «visión remota», la creencia de que uno puede, en  palabras de mi maestro de visión remota el doctor Wayne Carr, del Instituto Occidental de Visión Remota de Reno, Nevada, «experimentar, sentir y ver con detalles muy precisos cualquier acontecimiento, persona, ser, lugar, proceso u objeto que haya existido, exista o existirá». Según el doctor Carr:
Históricamente, la visión remota fue desarrollada en el Instituto de Investigación de Stanford por encargo del Ejército y en la Agencia de Inteligenci^del Departamento de Defensa. Fue utilizada en un  programa de espionaje secreto durante veinte años. Por eso tan  pocas personas habían oído hablar de la visión remota hasta hace unos tres años, cuando el gobierno la dio a conocer a la opinión  pública a través de Nightline, el programa de televisión. Los proto- colos se han ido retinando y ya permiten que los videntes consigan imágenes muy precisas. Se podría decir que la visión remota es  prima lejana de otras disciplinas telepáticas, con la diferencia de que está dotada de una precisión extraordinaria y es muy coheren- te. Una sola sesión puede durar una hora o más. En ese tiempo es  posible estar «biubicado» y mantener, con los cinco sentidos, un intenso contacto con el «objetivo». Este puede encontrarse en el  pasado, en el presente o en el futuro. Y no se trata de una «red de videncia», sino de una técnica de investigación científica muy seria 1
seria.1
12 Las fronteras de la ciencia
Puesto que soy un científico social y un historiador de la ciencia que estudia zonas fronterizas para determ inar si son científicas,  pseudocientíficas o acientíficas y vi el reportaje de Nightline sobre el  programa experimental de visión remota de la CIA (pensado origi- nalmente para localizar bases militares soviéticas secretas), quería  probar. Me matriculé en el seminario de fin de semana del doctor Carr sobre visión remota «Servicios profesionales de selección de objetivos, consultoría empresarial y privada, y contratación de obje- tivos. Calidad garantizada» y me u ní a un a docena de personas esperanzadas a quienes, según decía el folleto, habrían de enseñar- nos a descubrir «el paradero y estado de cualquier persona, niño u objeto desaparecidos, potenciales mercados futuros en zonas determinadas, la causa de algún acontecimiento o desastre, posi-  bles diagnósticos médicos, historias familiares y personales y sus hechos, anécdotas y misterios sin resolver, las consecuencias de una decisión personal, la localización de yacimientos de petróleo y mineral», y mucho más.2
Como su nombre indica, la visión remota consiste en sentarse en una sala y «ver» algo remoto, algo que se encuentra fuera del alcance de los sentidos. Algunas personas dicen que los poderes de la visión remota son limitados y otras afirman lo contrario. Jim Schnabel, autor especializado en literatura científica, fue el prim er escritor ajeno a este mundillo que dedicó un libro exclusivamente a la visión remota. Schnabel hablaba de la relación de la administración esta- dounidense con videntes remotos como Russell Targ, Hal PuthofF, Uri Geller, Ed Dames yjoe McMoneagle, que se encuentran entre los más famosos del mundo.3 El volumen recoge numerosas anécdo- tas que normalmente confirman otras anécdotas que cuentan testi- gos que creen firmemente en el fenómeno. Por ejemplo:
Un vendedor de árboles de Navidad tuvo una visión remota en la que se adentraba en las dependencias más recónditas de una instala- ción subterránea y supersecreta de la Agencia de Seguridad Nacio- nal situada en las montañ de Virginia
 
Introducción 13
de otra instalación, esta vez soviética y dedicada a la investigación militar, detalles que más tarde confirmó un satélite espía.
Un vidente del Ejército fue el primer miembro de los organis- mos de inteligencia estadounidenses que describió el úlúmo subma- rino soviético de la nueva clase Tifón, y lo hizo mientras éste todavía se encontraba en un astillero protegido y en fase de construcción.
Una mujer de Ohio encontró en una visión el lugar de la jungla de Zaire donde se había estrellado un bombardero soviético, lo cual contribuyó a que un equipo de la CIA recuperase los restos antes que los soviéticos. Y la mujer se ganó los elogios del presidente Cár- ter: «Entró en trance. Y mientras estaba en trance, nos dio la latitud y la longitud. Enfocamos las cámaras de los satélites a ese punto, y allí estaba el avión»4.
En breve comentaremos ciertos inconvenientes de los procedi- mientos de visión remota que desembocaron en la errónea convic- ción de que el número de «blancos» era superior al que resultaría del más puro azar. Ray Hyman, profesional de la psicología experi- mental de sólida formación, experto en protocolos de investiga- ción y único observador externo a quien la CIA permitió consultar los resultados de los experimentos, llegó a la siguiente conclusión: «Según los parámetros científicos y parapsicológicos normales [...] la visión rem ota no sólo tiene u na base muy frágil sino práctica- mente inexistente. Da la impresión de que la gran valoración de que goza entre muchos de sus defensores se debe a las afirmacio- nes extraordinariam ente exageradas que se hicieron tras los pri- meros experimentos y a la subjetivamente atractiva pero ilusoria correspondencia que los experimentadores y las personas que par- ticiparon en tales experimentos encontraron entre algunos deta- lles de las descripciones y los lugares que fueron objeto de las visio- nes»5. Como veremos, estas declaraciones sobre el poder de la visión remota se quedan cortas si las comparamos con lo que se ha dicho en los últimos años e incluso con la siguiente observación de
 
14 Las fronteras de la ciencia
Mi mayor preocupación es: «¿Se apoderarán de mí los espíritus del mal? Tal vez, pero estoy capacitado para protegerme» [...]. Otras  personas dicen: «Vale, pero protégete con la luz blanca», y cosas así. Y todo con muy buenas intenciones. Y, si yo tengo buenas intencio- nes, no me preocupa que tú [seductor espíritu del mal] seas una  prostituta de la calle 14, porque no quiero tener nada que ver conti- go... y no tienes la menor oportunidad, y el precio que pongas da igual. Porque yo no quiero. Yo creo que dentro de esta línea de tra-  bajo sucede algo muy parecido.6
Conversaciones tan absurdas como ésta se produjeron a lo largo de veinte años a cuenta del contribuyente con la excusa de que eran necesarias para la seguridad nacional. Y eso que las declaraciones que recojo en estas páginas son relativamente sensatas. En cierta ocasión y en el marco de mi programa semanal de radio Science  Talk  [Habla la ciencia], que realizaba para la NPR, emisora de la cadena KPCC del sur de California, dediqué una hora a una charla sobre visión remota con u no de sus máximos exponentes en la década de 1990, Courtney Brown, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Emory (aunque no pude presentarle como tal  por un acuerdo contractual con Emory por el que Brown tenía  prohibido aludir a su cargo cuando hablaba de visión rem ota). Para este profesor, localizar aviones siniestrados y personas desapa- recidas es un juego de niños. El persigue peces mucho más gordos, como los que menciona en su libro Cosmic Voyage: A Scientific Disco  very ofExtraterrestrials VisitingEarth [Viaje cósmico: el descubrimien- to científico de los extraterrestres en sus visitas a la Tierra], publica- do en 1996: marcianos y alienígenas de otros planetas, seres multidimensionales de otras galaxias, líderes espirituales como Jesús y Buda, e incluso al mismísimo Dios (quien, según dice, mora en verdad en cada uno de nosotros). Courtney Brown afirma haber mantenido conversaciones con Jesús sobre la vida en la Tie- rra y la venidera vida multidimensional. Sin embargo, en sus libros
 
Introducción 15
y tan sólida como cualquier otra. De hecho, ha rebautizado el fenó- meno y lo llama «Visión Remota Científica», o, para abreviar, SRV, en sus siglas en inglés; en la segunda parte de su libro, Cosmic Explo- rers  [Exploradores del cosmos], publicada en 1999, explica en detalle los procedimientos de recogida de datos y los protocolos de la SRV, la forma de identificar las coordenadas del objetivo y la cla- sificación de los datos por categorías. Según Brown, el fenómeno entra dentro de los conocimientos comprobables. Pero, como veremos, sus protocolos adolecen de tan diversos y graves defectos, que la visión remota no supera ni una sola prueba.
Pero, dejando aparte las pruebas, la propia extravagancia del fenóm eno debería hacer saltar todas las alarmas. Los siguientes  párrafos de Cosmic Explorers son más propios de una película de ciencia ficción de serie B de los años cincuenta que del profesor de una renombrada universidad estadounidense (adviértase el estilo científico y la insistencia en hablar de datos):
Al parecer, Buda y la Federación Galáctica están totalmente com-  prometidos en una lucha ardua que tiene todas las características de una contiendatmportante, tal vez de una guerra. Los datos de esta sesión no me permiten constatar si esa lucha es exactamente la misma que la de los reptilianos renegados, pero sospecho que ambos conflictos guardan cierta relación.7
Según mi interpretación de tales datos, parece que los extraterres- tres reptilianos tienen planes de aprovechar el stock genético de la humanidad para crear una nueva raza parcialmente humana y par- cialmente reptiliana. Pero de ninguno de los datos de esta sesión se  puede deducir qué plan exactamente tienen los reptilianos para la humanidad.8
 
16 Las fronteras de la ciencia
 pió camino. Respeta nuestra libertad para aprender, para crecer y  para errar. Y sospecho que espera con impaciencia, por nuestra capacidad para contribuir a la expansión de la civilización galáctica, el momento en que de nuevo nos elevemos por encima de la super- ficie de este planeta más sabios, más afectuosos y con un profundo deseo interior de explorar nuestro universo, que va madurando  paulatinamente, y de prestarle servicio.9
Con estos antecedentes, imagine el lector con cuántas expectativas acudía yo a mi primera experiencia de visión remota. Puesto que todos los presentes éramos neófitos, el doctor Carr nos explicó que no esperásemos ver, por ejemplo, el lugar donde se encuentra enterrado Jimmy Hoffa o quién mató a jo n Benet Ramsey aquella niña que fue reina de la belleza a la que hallaron muerta en el sóta- no de su casa y mucho menos hablar con Buda. Al fin y al cabo era sólo nuestro primer día. Antes teníamos que aprender los princi-  pios básicos. En el atril situado en la parte delantera de la sala, Carr colocó un sobre opaco con la fotografía de un lugar famoso. Nues- tra tarea consistía en ver el contenido del sobre sin abrirlo. Nuestro anfitrión explicó que no sólo podríamos ver mentalmente el conte- nido del sobre, sino viajar al lugar de la fotografía por medio de la visión remota, es decir, «verlo con el ojo de la mente».
Para conseguirlo empezamos con una serie de breves «planti- llas» de visión remota que consistían en una lista de términos des- criptivos seguida de un «ideograma», o dibujo de lo que estábamos viendo. No tenía por qué tratarse necesariamente de un dibujo del objetivo, prosiguió Carr. En realidad, muy probablemente no fuera el objetivo, pero con varias de aquellas listas descriptivas y varios dibujos ideogramáticos podríamos aproximamos al objetivo y qui- zás, con el tiempo, llegar a concretarlo. Eramos principiantes, nos recordó, y la visión rem ota era una disciplina muy seria que, en consecuencia, requería una práctica muy seria. Empezamos por la «Fase 1», la de los términos descriptivos. Entre los descriptores primi-
 
ral, artificial, biológico, movimiento, energía», etcétera; entre los descriptores avanzados, «construcción, personas, tierra seca, ciudad, movimiento, montaña, agua, tierra mojada, arena, hielo, colinas», etcétera. En la «Fase 2» iniciamos descripciones más detalladas (y las anotamos e hicimos bosquejos) como: Texturas: «suave, blando,  brillante, áspero, apelmazado, afilado», etcétera; Tiempo climático:  «cálido, fresco, caliente, congelado, glacial», etcétera; Dimensiones:  «elevado, bajo, alto, altísimo, hondo, llano, ancho, abierto, grueso, estrecho», etcétera; y Energías: «vibración, pulsión, zumbido, tem-  blor, movimiento, enérgico, penetrante , emanante, que retuerce, que empuja, que tira, de atracción», etcétera.10 Nos dieron instruc- ciones de dejamos llevar por los términos descriptivos y a mí la últi- ma lista de descriptores dimensionales me sugirió el objeto remo- tamente visto de la Figura 1.
En mi «Página resumen de la sesión», que se encontraba a con- tinuación de la página en la que dibujé la Figura 1, escribí: «He empezado con algo sexual y que me excita, tal vez dos personas,  pero entonces he cambiado a una estatua, he entrevisto El beso,  luego, a vista de pájaro desde más de cien metros de altura [nos dieron instrucciones de movemos alrededor y por encima de nues- tro objetivo], parecían personas en una especie de m onumento, tal vez un parque de Londres, Hyde Park con estatuas, o tal vez en un cine. Muy nebuloso».
Continuamos afinando nuestro objetivo y al cabo de una hora, Carr se preparó para revelarnos el contenido del sobre. Antes de hacerlo, sin embargo, recorrió la sala observando cuidadosamente los numerosos bosquejos y descripciones que habíamos hecho. Delante de algunos hizo comentarios muy favorables, a otros les insistió en que éramos principiantes, que no podíamos esperar hacerlo bien el primer día. Tuve la impresión de que mis dibujos y mi explicación le interesaron mucho. ¿Me habría convertido yo en un maestro en visión remota ya en mi primer viaje?
Resultó que el objetivo era Stonehenge. Yo ni siquiera me apro- ximé. ¿O sí? Carr afirmó que yo tenía un gran potencial como
 
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Figura 1. Resultados experimentales de la visión remota del autor.
cual, en su opinión, guardaba una relación muy estrecha con Sto nehenge. Y aquí nos topamos con el primer obstáculo de los expe- rimentos de visión remota, determinar qué constituye un «blaijco» y qué no. La respuesta depende de lo ancha que sea nuestra manga. Las definiciones de la forma de operar y los criterios de selección, que tan esenciales son para quienes, dentro de las cien- cias sociales, se dedican a la investigación, faltan en la visión remo- ta o están concebidos de tal manera que el investigador dispone de un margen suficiente para determinar subjetivamente si un experi-
 
r f l t t t á f  
que creen firmemente en el fenóm eno, lo cual basta para po ner en duda su criterio.
Dentro de nuestro grupo, sin embargo, había un hombre cuyo  bosquejo no requería una interpretación forzada: había dibujado unas piedras grandes colocadas en círculo y había escrito «Stone henge». ¡Blanco! No cabía manipulación subjetiva posible. Yo esta-  ba confuso, no sabía qué pensar, hasta que descubrí que aquel caballero era un buen amigo de Carr y que esa misma mañana se había desplazado desde Reno, donde vivía, hasta San Francisco, donde se desarrollaba el seminario. Cuando, más tarde, Carr me  pidió una explicación alternativa al «blanco de Stonehenge», me
 
20 Las fronteras de la ciencia
cer, acerté, no se defendió de mi acusación. En un experimento de verdad, le dije, nadie sabría el blanco con anterioridad: sólo en tal caso podría hablarse de auténtico experimento de visión remo- ta. Y ése fue el siguiente paso. Yo había llevado mi propio sobre opaco con la fotografía de un objetivo. Así podríamos comprobar qué resultados obtenían Carr, su amigo el experto en visión remota y otro vidente remoto que, según Carr, era uno de los mejores del mundo. Este sí sería un experimento controlado.
Para poder escoger un «buen» objetivo de visión remota me ha-  bían facilitado unas «instrucciones detallas» en las que se decía: «Es importante que siga el siguiente procedimiento SIN PRISAS, relaja- damente; necesitará el MONTON de páginas del objetivo (una pági- na del objetivo consiste en una fotografía del objetivo y una descrip- ción de éste) y una mesa o un escritorio que se queden VACÍOS (no  pueden tener nada excepto la página del objetivo) durante todo el  proceso de visión remota». Seguí escrupulosamente los diecinueve  pasos como si se tratara de un ritual de magia simpática analogía muy apropiada de todo el proceso y leí con mucha atención una hoja que llevaba por título: «Características ideales de los objetivos de visión remota». Entre otras aparecían las siguientes:
1. Necesariamente, tienen INTERÉS y LLAMAN LA ATENCIÓN (no son aburridos). Bien: pirámides de Giza, el géiser de Oíd Faithful, etcétera. Mal: un par de tijeras de la mesa del señor Carr, una goma de borrar.
2. SIEMPRE están BIEN DEFINIDOS EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO, o lo más posible, valiéndose de DATOS ESPACIALES Y TEMPORALES como LUGAR, CIUDAD, ALTURA, DISTAN- CIA, ACTIVIDAD, NACIÓN, PERSONA(S), ÉPOCA, FECHA. Bien: la gran pirámide de Giza. Mal: las pirámides egipcias.
3. Si el objetivo es un ACONTECIMIENTO, hay que escribir «/acontecimiento» a continuación del mismo. Bien: el primer trasplante de corazón humano hecho por... en el hospital.../acontecimiento (fecha). Mal: el primer trasplante de
hospital.../acontecimiento (fecha). Mal: el primer trasplante de corazón.
 
4. Son CONCRETOS, no difusos ni inconclusos. Bien: Arco de Triunfo/París/Francia. Mal: un puente romano.
5. Se pueden SEÑALAR físicamente, tanto si se trata de un objetivo como si se trata de un acontecimiento. Bien: Empire State Build ing. Mal: el crash bursátil de 1982.
6 . Tienen LÍMITES CONCRETOS PROPIOS en el tiempo y el espacio. Tienen más límites que los puramente conceptuales como las fronteras estatales o nacionales. Bien: isla de Alcatraz. Mal: el estado de Nebraska.
7. Existe un buen CONTRASTE «FIGURAFONDO» entre la activi- dad u objeto de la figura del objetivo y la actividad u objeto del fondo que se encuentra detrás del objetivo. Bien: Monte Shasta. Mal: el centro del océano Pacífico.11
La lista se prolongaba con un sinfín de puntos más y en todos ellos se sugerían objetivos buenos y malos. Y aquí tenemos un segundo defecto importante de los experimentos de visión remota: las opciones forzadas. Los profesionales de la magia las reconocerán de inmediato como lo que son. Por ejemplo, en muchos trucos de cartas las instrucciones son tan detalladas que el sujeto acaba meti- do en una situación que o bien garantiza que el mago coja la carta acertada o bien reduce extraordinariamente el número de posibili- dades del objeto. Por ejemplo, se le dice a éste que piense en un número de dos cifras entre el 50 y el 100 en el que las dos cifras sean pares (así eliminamos las decenas del 50, el 70 y el 90 y todos los números impares de las del 60 y del 80), como 62 u 82, pero no iguales, como 6 6  y 88  (con ello se le está sugiriendo al sujeto que no piense en esos números, lo cual deja pocos de dos cifras que escoger). La ilusión consiste en que el sujeto cree que su elección es libre. La realidad es que la elección es del mago. La lista de características ideales de los objetivos de la visión remota se propo- ne reducir el número de objetivos potenciales básicamente a luga- res, monumentos y edificios famosos.
Para conseguir un experimento imparcial de visión remota,
 
22 Las fronteras de la ciencia
de características distintas a las que aparecían en la lista, pero que, según afirmaba en uno de los textos escritos por él que yo había leído con anterioridad, Carr ya había «visionado»: las galaxias. Sen- tado a mi mesa y mientras reflexionaba, me fijé en una fotografía que tengo colgada en el despacho: la imagen de u n pequeño trozo de cielo situado cerca de la cola de la Osa Mayor, ciento cuarenta veces menor que la Luna llena a simple vista. Ese pequeño trozo de cielo, fotografiado por la Cámara Planetaria de Gran Angular n.Q2 del telescopio Hubble, contiene literalmente varios millares de galaxias. En vista de que Carr afirmaba que los videntes remotos  podían ver galaxias y la fotografía a la que me refiero es una de las más famosas y publicitadas en ese campo (aparece en un sinfín de  portadas de libros y revistas), di por supuesto que el objetivo era correcto.
Un tercer problema de los experimentos de visión remota, que además está relacionado con la lista de selección de objetivos, es el tipo de dibujos de la gente. Cuando hacen un bosquejo, los dibu-  jantes aficionados apenas recurren a unos pocos elementos sobre todo líneas rectas y curvas para describir, toscamente, el objeto en cuestión. Pero unas cuantas líneas rectas y curvas mal trazadas sobre un papel se pueden interpretar de cualquier manera, espe- cialmente cuando la lista de objetivos potenciales se limita a edifi- cios, monumentos y objetos naturales con rasgos llamativos y reco- nocibles. Dicho de otro modo, sólo existe un número determinado de variaciones sobre un tema; e incluso con una manga no tan ancha, casi de cualquier conjunto de rectas y curvas puede decirse que es un objetivo.
Y empezó el experimento. Dos colegas de Carr (el propio Can renunció a participar) estuvieron una hora dibujando y elaboran- do listas de palabras. Llenaron por lo menos una docena de folios cada uno. Cuando terminaron, Carr exigió que les revelara el obje- tivo.
N o, no expliqué . El propósito de este experimento es que
 
Introducción 23
remota, sobre lo subjetiva y nebulosa que a veces puede ser, y dijo que aquello no era un auténtico experimento científico con sus  pertinentes mecanismos de control, etcétera.
P ero su amigo acaba de ver Stonehenge insistí yo y lo ha dibujado, descrito y nombrado correctamente. Sin subjetivismos ni  palabrería. Si la visión remota funciona, tendría que ser capaz de decirme ahora mismo qué hay en ese sobre.
Transcurrieron varios minutos de pesca especulativa en todos los dibujos, con explicaciones de si el objetivo podría ser estoo tal vez aquello, etcétera. Seguíamos allí esperando y los videntes pare- cían incómodos, presa de la ansiedad. Me preguntaron qué conte- nía el sobre y yo volví a decirles que les correspondía a ellos decír- melo. Pasaron otros tantos minutos hasta que decidí poner fin al suplicio.
Antes de abrir el sobre, dejen que les diga lo que van a hacer ustedes cuando yo desvele su contenido. Van a repasar todas esas docenas de dibujos, van a elegir el que más se parece a la foto y van a declarar que lo han conseguido.
Cuál no sería mi asombro cuando Carr explicó que, en efecto, así funcionaban lo? experimentos de visión remota. Yo le repliqué que, si pretendía llamarse ciencia, tenía que operar a la inversa. Y eso nos lleva al cuarto obstáculo de la investigación con visión remota, un inconveniente que tiene que ver con el sesgo de confir- mación y con el sesgo de retrospectiva. Los especialistas en psicolo 1
gía cognitiva y pensamiento crítico saben que las personas sólo  prestamos atención a las pruebas confirmativas e ignoramos las  pruebas que están en disconformidad con nuestras creencias pre- concebidas, y que, desde el presente, consideramos en retrospecti- va y con el propósito de justificar el proceso por el que hemos lle- gado a creer lo que creemos. Pero esto es algo que, en ciencia, no está permitido.
Tras terminar mi breve lección de filosofía de la ciencia, abrí el sobre y revelé el objetivo. Sin perder un segundo, Carr empezó a
 
24 Las fronteras de la ciencia
entonces cuando constaté que la visión remota no es una ciencia normal y que ni siquiera se encuentra próxima a las fronteras de la ciencia. Es una pseudociencia, algo que definí en Por qué creemos en  cosas raras del siguiente modo: «principios y teorías presentados de tal modo que parecen científicos aunque no sean plausibles y no existan pruebas que los respalden». ¿Cómo llego yo a determinar qué constituye y qué no una pseudociencia? Por medio de una serie de preguntas que me hago sobre todas las teorías que investigo para la revista Skeptic, publicación científica de la que soy director, y para  Exphmng the Unknoum [Explorar lo desconocido], serie de televisión del Fox Family Channel de la que soy copresentador y coproductor y  para la cual grabamos una parte del experimento de visión remota al que vengo refiriéndome. Al explorar lo desconocido nos topamos muchas veces con las fronteras del conocimiento en esa difusa área entre ortodoxia y herejía, así que recordar algunas verdades con- cretas puede ayudamos a establecer el límite entre ciencia y pseudo- ciencia, entre lo que es científico y lo que no.
Explorar lo desconocido Como hasta los telespectadores que sólo encienden muy esporá-
dicamente el televisor saben, algunos documentales de la Fox no se caracterizan precisamente por su adhesión a la política de veracidad de que la cadena hace gala. Por si su documental sobre la autopsia de la un alienígena no hubiera sido bastante ridículo, dos años más tarde emitió para desmentirlo otro especial que recurría al mismo cebo e incurría en la misma falsedad: los «secretos» revelados corres^  pondían en realidad a otro documental totalmente distinto ¡que ni siquiera había sido mencionado en el prim er programa! Pero, no hay que extrañarse. En esa misma cadena un comentarista especiali- zado en boxeo presenta documentales dedicados a los animales más  peligrosos del mundo, a las persecuciones de coches más impresio- nantes de la Tierra, al examen «riguroso» de las fuerzas de lo para normal y, de rondón como los virus informáticos, a máquinas que
 
Introducción 25
Lo cierto es que hay documentales que tienen un coste de pro- ducción muy bajo (los vídeos de otros son siempre m ucho más  baratos que los que se realizan con equipos de producción pro-  pios) y generan beneficios ingentes. No nos engañemos, la televi- sión no es más que una ristra de anuncios con espacios en blanco entre medias que hay que rellenar con programas lo suficiente- mente interesantes para que el telespectador siga pegado a la pan- talla hasta la siguiente ristra de anuncios. «No se vayan», «No cam bien de canal» y «A la vuelta de la publicidad» son frases cui- dadosamente pensadas que lanzan el siguiente mensaje: «¡Ni se le ocurra tocar el mando!». Bajo la superficie del negocio televisivo subyace la fobia al mando a distancia. Ningún segmento de progra- mación debe durar más de siete u ocho minutos el período medio de atención del público estadounidense; las entrevistas se han reducido a bocados de ruido de no más de tres o cuatro fra- ses; la música de fondo tiene que ser animada; el montaje, ágil nada de largas y pausadas panorámicas de lagos y montañas como los de los documentales de Ken Bums para la PBS. Los segmentos «extensos» de catorce o quince minutos se dividen en dos partes y al final de la prirrífera se insinúa de qué trata la segunda para que el telespectador ponga sus deditos bien lejos del mando.
La televisión es un negocio y los directivos de las cadenas quie- ren ganar dinero. Así de sencillo. Estamos en Estados Unidos. De modo que no nos metamos injustamente con la cadena Fox. No debería extrañamos que, cuando la NBC emitió un «documental»  presentado por Charlton Heston en el que se decía que las pirámi- des de Egipto fueron constmidas por una civilización mucho más antigua hace unos diez mil años, no apareciera un solo arqueólo- go, científico o escéptico de credibilidad y prestigio académico contrastados para manifestar una pizca de disconformidad. Por- que aquel programa no era un documental. Era lo que yo llamo un entretenimental, un programa de entretenimiento disfrazado de documental. Y no sólo ocurre en la NBC. En 1993, la CBS emitió
 
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del arca de Noé]. David Balsiger, productor del programa, explicó la filosofía del tiempo en televisión: «Lo que pasa es que procura- mos que salga el mayor número de entrevistados como sea posible, así que hemos resumido sus intervenciones. Si antes hablaban un minuto, ahora sólo hablan treinta segundos. Cortamos una frase o dos al final o donde sea. No por cambiar el punto de vista ni nada  parecido, sino para que la opinión que dura más, dure menos»12. Tal vez si Sun Pictures hubiera dedicado un poquito más de tiempo a escuchar lo que decían los entrevistados, no se habría dejado tomar el pelo por George Jammal, actor de Long Beach, Califor- nia, que convenció a los productores de que tenía en su poder un auténtico m adero del arca en realidad, un trozo de traviesa que había arrancado cerca de su casa y que luego había metido en el horno y empapado de salsa teriyaki con especias. Cualquier arqueólogo se habría dado cuenta nada más verlo, pero no consul- taron a ninguno. Balsiger reaccionó con furia, sobre todo tras la atención que el timo concitó en los medios de comunicación: «Algo debe de ir mal en la ética periodística cuando se glorifican los actos de embaucadores que pretenden y consiguen engañar a cuarenta millones de telespectadores y luego se culpa al productor del programa y a la CBS por no descubrir sus elaborados trucos»13. ¿Elaborados? Aunque no hubieran consultado con un experto,  podrían haber reparado en algunas pistas que inducían a pensar que todo era un montaje, como los nombres del ayudante fantas- ma de Jammal, «señor Asholian», de su falso amigo polaco, «Vladí mir Sobitchsky», y el de su inexistente yerno, «Allis Buls Hitian»14. Como el buen libro advierte, no hay más ciego que el que no quie- re ver.*
Criticar la televisión y protestar contra los programas que emite es uno de los pasatiempos favoritos de científicos y escépticos y, en ese sentido, yo no estoy libre de culpa. Pero fiel a ese dicho que
* Los nombres son una burla patente: «míster Asholian» es adaptación de asshole,  «gilipollas»; «Sobitchsky» contiene bitch, «zorra»; y «All Buls Hitian» no puede ser
 
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afirma que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad, desde la fundación en 1992 de la Sociedad de Escépticos y de la revista Skeptic quise vender la idea de un documental para escépti- cos. A la mayoría de los productores de la mayoría de los progra- mas a los que asistía como invitado les comentaba mi idea de una serie que serviría de escaparate a las ideas de creyentes y de escépti- cos. En 1994 y 1995 aparecí varias veces en un programa de la NBC dedicado a lo paranormal titulado The Other Side [El otro lado] (presentado p or un amable cómico y ex ministro, combinación multifacética que no es rara en el siempre incierto negocio del espectáculo) y entablé amistad con los productores. Pocos años después presenté un proyecto a su empresa (las grandes cadenas de televisión rara vez producen sus programas, casi siempre los compran o alquilan a productoras independientes que en el sur de California proliferan por centenares), pero no salió adelante.
Varios años después, uno de los ejecutivos de esa productora empezó a trabajar en el recién formado Fox Family Channel (Rupert Murdoch, el dueño de la Fox, compró Family Channel al telepredicador Pat Robertson; como parte del trato, Robertson mantiene su programa The 700 Club, que se emite inmediatamente después de Explxmngthe Unknown.  ¡Qué ironía!). A ese ejecutivo le gustó mi proyecto, así que me pidió que se lo ofreciera al Fox Family Channel. Así lo hice, y con gran entusiasmo. Tras varios meses de negociaciones (los contratos de televisión son bastante complejos y requieren los servicios de abogados especializados en el mundo del espectáculo, oficio que en Hollywood tiene un número de practicantes muy considerable), cerramos el trato y la empresa que produjo más de doscientos episodios de la serie Sigh  tings [Observaciones], dedicada a lo paranormal, fue la elegida  para producir mi programa, que acabaría llamándose Exploring the  Unknown.  (Elegimos este equívoco título para no desvelar ni a los espectadores ni a los posibles invitados la naturaleza del programa; imagine el lector la respuesta de algún potencial invitado al recibir la llamada de nu dantes de producció Qué t l? Nos
 
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 programa del Fox Family Channel que se titula “Desacreditando lo desconocido”».)
Trabajar en ese programa ha sido una experiencia maravillosa y muy ilustrativa no sólo porque he aprendido cómo se produce una serie de televisión, sino por las investigaciones que hemos llevado a cabo. Exploring the Unknown amplía la labor de la Sociedad de Escépti- cos y de la revista Skeptic, pero con un presupuesto de doscientos mil dólares por episodio (normal en la televisión por cable, bajo para las cifras normales en las grandes cadenas) podemos hacer mucho más de lo que la Sociedad nos permite. Y llegar a mucha más gente. Por ejemplo, la revista Skeptic se distribuye en casi todas las librerías impor- tantes y en la mayoría de los quioscos de Estados Unidos y vende un número muy respetable de ejemplares: cuarenta mil, un orden de magnitud más que la mayoría de las publicaciones científicas y uno o dos órdenes de magnitud menos que las revistas que más venden. Y, según los parámetros del negocio editorial, mis libros se venden bien. De, por ejemplo, Por qué creemos en cosas raras se vendieron unos trein- ta mil ejemplares en tapa dura y a fecha de hoy la edición en rústica va  por los cincuenta mil. W. H. Freeman, mi editor, está muy satisfecho con estas cifras, que están, como Skeptic, un orden de magnitud por encima de la mayoría de los libros que se publican y uno o dos órde- nes de magnitud por debajo de los grandes supervenías.
Pero comparemos estos datos con los de nuestra pequeña serie televisiva de un canal por cable de alcance medio. El programa se emite los viernes a las diez de la noche hora no especialmente  buena en la televisión estadounidense y normalm ente tiene un índice de audiencia de 0,7 o 0,8  puntos, lo cual quiere decir que todas las semanas lo ven en ¡setecientos mil u ochocientos mil hogares! Es un orden de magnitud más que el de mi revista y mis libros juntos, y eso que, según los parámetros televisivos, son cifras muy magras en comparación con programas como Who Wants to be  a Millionaire? [¿Quién quiere ser millonario?], que todas las noches ven más de veinticinco millones de personas. La primera tempora-
 
Introducción 29
dores. El hecho, simple y poderoso, es que si quieres que tu mensa-  je alcance a mucha gente, tienes que difundirlo por televisión.
 
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El problema de los límites y su complicada solución Ésa es la cuestión: ¿cómo saber si una afirmación determ inada
tiene sentido o no es más que una tontería? ¿Siempre se puede dis- tinguir con claridad la realidad de la fantasía, los hechos de la fic- ción? Todos los episodios de Exploring the Unknonm empiezan con una teatral frase pronunciada por el actor Mitch Pileggi (que inter-  preta a Skinner, el subdirector del FBI, en Expediente X, serie que también investiga estos temas pero en formato dramático y con menos dosis de escepticismo): «La cosas no siempre son lo que  parecen a la hora de explorar lo desconocido». Las cosas no siem-  pre son lo que parecen porque no vivimos en un mundo en blanco y negro de síes y noes, en un mundo sin ambigüedades. Es el «pro-  blema de los límites»: dónde trazamos la frontera entre ortodoxia y heterodoxia, entre ciencia canónica y ciencia herética, o entre ciencia y pseudociencia, en tre ciencia y aciencia, en tre ciencia y sandez.
El límite es una línea de demarcación, la frontera trazada en la geografía del conocimiento, en los países de las afirmaciones. Pero esta analogía geografía/política tiene un inconveniente: no es completa. Ríos y cordilleras, mares y desiertos contribuyen a que geógrafos y políticos delimiten (aunque sea artificialmente) las fronteras de países y zonas geográficas (necesariam ente precisas  por motivos legales y a veces justo en mitad de un paisaje sin rasgos definidos), pero los conjuntos del conocimiento son más difusos y las líneas fronterizas que los separan más borrosas. No siempre, ni siquiera con frecuencia, está claro dónde hay que establecer los límites. Que una afirmación en particular reciba el calificativo de científica o pseudocientífica dependerá tanto de la propia afirma- ción como de la definición del conjunto al que pertenece. Aquí la lógica difusa, en oposición a la lógica aristotélica, puede ayudamos a resolver este clásico problema de la filosofía de la ciencia.
La lógica aristotélica dice que A es A y que A no puede ser noA. Un varón está definido por una serie de rasgos: cromosomas XY
 
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incluso este clásico y simple ejemplo depende de los límites que separan los conjuntos formados por los elementos varón y no varón. Es verdad que los conjuntos varón y novarón (hembra) contienen a la mayoría de los individuos, pero hay algunas perso- nas que no se integran claramente ni en uno ni en otro y que en realidad estarían mejor en un tercer conjunto, el de las personas transgénero. También existen hermafroditas. Hay varones con cro- mosomas XXY (padecen el llamado síndrome de Klinefelter), que les hacen estériles y que les dan una apariencia visiblemente más femenina. Pero, por otro lado, también existen «supervarones», con cromosomas XYY, y, al parecer, manifiestan niveles más eleva- dos de violencia y agresividad.15 Además, hay varones con niveles de testosterona tan bajos que sus cuerpos son más fláccidos, su piel suave y sin vello, y su voz afeminada. En el otro extremo, hay hem-  bras con niveles de testosterona tan elevados que, según los pará- metros de género del Comité Olímpico Internacional, para el que no basta una simple comprobación de cromosomas XX o XY, no son mujeres. (Por ejemplo, en la competición ciclista Race Across America [Carrera a través de Estados Unidos], de la que soy cofun dador, que dirigí o codirigí durante trece años y en la que participé en cinco ocasiones, el laboratorio IOC, de la Universidad de Cali- fornia en Los Angeles, estaba encargado de los análisis antidopaje. Cierto año sonó la voz de alarma porque los análisis de la ganadora femenina dieron unos niveles de testosterona peligrosamente cer- canos a los de un varón, lo cual habría supuesto su descalificación. Pero aquella mujer no tomaba testosterona; sus niveles eran eleva- dos por naturaleza.) Y estos ejemplos sólo se refieren a definicio- nes físicas de masculinidad. También hay ejemplos conductuales, como los de esos varones que se visten de mujer y disfrutan más desempeñando roles de mujer que de varón. Estos factores sociales y psicológicos desdibujan todavía más los límites.
La lógica difusa aporta una solución a este problem a al evitar los conjuntos binarios y asignar a los sujetos o materias fracciones
 
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cielo como ejemplo.16 La lógica aristotélica afirma que tiene que ser azul o no serlo, pero no ambas cosas. Pero, hablando en propie- dad, del cielo no se puede decir que sea una cosa o la otra. Según la forma de razonar de la lógica difusa, dependiendo de la hora del día y de la parte del cielo, lo idóneo es hablar de fracciones difusas. Al amanecer, el cielo próximo al horizonte puede ser 0,1 azul y 0,9 no azul (o 0,9 naranja). Asimismo, a la mayoría de los varones se les  puede asignar una fracción difusa de, por ejemplo, 0,9 o de 0,8 de masculinidad, pero todos sabemos que, según los criterios a que recurramos para definir la masculinidad, hay hombres a quienes les correspondería una fracción de 0,7 o de 0,6 y unos pocos a los que les vendría mejor una de 0,2  o de 0 ,1 .
Cuando dejamos conjuntos tan simples como cielos y hombres y nos introducimos en fenómenos mucho más complejos y social- mente condicionados como el saber y las creencias, los conjuntos se superponen en mayor medida y las zonas fronterizas son más anchas y confusas. En tales condiciones, es mucho más complicado trazar los límites. La lógica difusa es básica para nuestra forma de enten der cómo funciona el mundo y, particularmente, para asig- nar fracciones difusas no sólo a los conjuntos de saberes y a los indi- viduos que los conocen, sino para definir nuestro grado de certi- dumbre sobre ambos. Y aquí nos encontramos en un terreno de la ciencia que nos resulta muy familiar: el de la probabilidad y la esta- dística. Por ejemplo, en las ciencias sociales decimos que rechaza- mos la hipótesis nula cuando el nivel de confianza es 0,05 (es decir, estamos un 95 por ciento seguros de que el resultado encontrado no se debe al azar), o cuando es 0,01 (un 99 por ciento), o incluso cuando es 0,0001  (cuando la probabilidad de que el resultado se deba a la suerte no es más que de un uno por diez mil). Es la lógica difusa en su máxima expresión, y es esta difusa forma de razonar (en el mejor sentido) la que nos ayudará a resolver la incógnita de los límites en ciencia.
En mi libro  Por qué creemos en cosas raras señalé cuán difícil es
 
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Definir lo que es raro es como definir el arte, o la pornografía: los reconozco cuando los veo gracias a una profunda y larga experien- cia y un parejo estudio, pero form ular una definición me resulta muy difícil. No soy capaz de precisar ni la rareza ni la frontera que la separa de lo que no es una rareza con la exactitud semántica de una sola definición que abarque todos los fenómenos; y no soy capaz por la variedad y complejidad de las afirmaciones y la diversi- dad de los conjuntos de conocimiento a que las creencias pueden  pertenecer. Sencillamente, no es justo reducir las creencias y a quienes las defienden a una sola definición categórica. No obstan- te, podemos solventar esta dificultad examinando con detalle una serie de creencias concretas para extraer principios en los que  basamos para trazar las líneas de demarcación. Lo hemos hecho ya con la visión remota y ha quedado definitivamente claro que no es ciencia. En breve examinaremos otro ámbito donde las fronteras no son tan claras.
En mi libro Denying History  [Negar la historia], que escribí en colaboración con Alex Grobman, formulé una lista de preguntas que se pueden plantear ante cualquier afirmación histórica con el  propósito de distinguir si ésta es un caso de revisionismo histórico legítimo o de ilegítima negación de la historia (en mi libro, concre- tamente, se trataba de la negación del Holocausto). La llamé «lista de detección de la negación»17 y podemos aprovecharla para dife- renciar ciencia de pseudociencia y de lo que no son más que tonte- rías. Cuando las formulamos a propósito de un grupo de creencias en particular, tales preguntas nos pueden ayudar a determinar dónde trazar los límites entre conjuntos difusos o qué fracción difusa se le asigna a una creencia en particular. En su libro  El   mundo y sus demonios, Cari Sagan expuso lo que llamó su «kit de detección de estupideces»18. Puesto que en Las fronteras de la ciencia  me ocupo de muchas afirmaciones que en justicia no entran den- tro de la categoría de «estupideces», por deferencia a Cari, llamaré al mío «kit de detección de límites».
al mío «kit de detección de límites».
 
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Kit de detección de límites Como en cualquier kit que se precie, hay que leer las instruccio-
nes con detenimiento para aprovechar todas las venteas del produc- to. Lo primero que exige el kit es que quien vaya a usarlo examine todos los detalles, que llegue a conocerlos con la profundidad sufi- ciente para responder a sus preguntas. Y hay un compromiso tácito de ser justo y honrado, de no iniciar la investigación habiendo dicta- do el veredicto de antemano. Es difícil, naturalmente, porque nadie se enfrenta a los datos con la cabeza inmaculada, libre de teoría. La ciencia está cargada de teorías. Todos nos sentamos a la mesa de  juego con un conjunto de ideas preconcebidas nacidas de los para- digmas con que crecimos o fuimos educados.
Sin embargo, todos podemos elevamos por encima de nuestros  prejuicios, si no hasta un punto de Arquímedes de impoluta objetivi- dad, sí al menos hasta cierto nivel donde la persona que defiende la idea que investigamos sienta que recibe un trato justo. De hecho, el  principio de imparcialidad de nuestro kit de detección de límites  podría traducirse, entre otras cosas, en la siguiente pregunta que yo llamo pregunta de imparcialidad, que habría que plantear antes que ninguna otra: si les preguntara a los defensores de la afirmación que investi-  go si tienen la impresión de que ellos y sus creencias reciben un trato justo, ¿ qué   responderían ? En realidad, siempre que sea posible, ¿por qué no pre- guntárselo directamente? Así lo he hecho en diversas ocasiones y  para mi considerable sorpresa he comprobado que no había sido  justo, particularm ente porque podaba las creencias investigadas hasta convertirlas en un puñado de principios simplificados que me resultaba más fácil analizar (y, normalmente, desacreditar). Es lo que en lógica a veces se llama «falacia del hom bre de paja», en la cual uno se enfrenta a un hombre de paja que puede derribar con facili- dad pero que en realidad no representa la postura de nadie. Me he dado cuenta de que aprendo mucho más cuando no olvido la pre- gunta de imparcialidad. En muchos casos, preguntar al defensor de la creencia es complicado, pero, en tal caso, la pregunta de imparcia-
 
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Con estas salvedades, voy a enumerar las diez preguntas útiles que se pueden hacer para determinar la validez de una afirmación:
1 .  ¿Hasta qué punto son fiables las fuentes en que se sustenta la nueva  afirmación ? Personas como el historiador David Irving, una de las figuras más relevantes del movimiento de negación del Holocaus- to, parecen de fiar porque citan hechos y datos, pero, a menudo, cuando los estudiamos más de cerca, esos hechos y datos están dis- torsionados, sacados de contexto y a veces incluso son inventados. Los científicos suelen ser fiables, los pseudocientíficos no. Natural- mente, es cuestión de grado, porque todos cometemos errores. Como Daniel Kevles demostró con tanta brillantez en su libro The   Baltimore Affair  [El caso Baltimore], cuando se investiga un posible fraude científico nos encontramos ante un conflicto de límites,  porque hay que detectar una señal fraudulenta sobre el fondo de ruidos que constituyen los errores y descuidos normales que for- man parte del proceso científico.19 El análisis de un conjunto de notas de investigación de Thereza ImanishiKari (colaboradora del  premio Nobel David Baltimore) por parte de un comité indepen- diente del Congreso organizado para investigar un posible fraude, reveló un núm ero de errores sorprendente. Pero, como sabe muy  bien Kevles, que está especializado en historia de la ciencia, la cien- cia no es tan pulcra como la mayoría de la gente cree. En primer lugar, la investigación en biología molecular es mucho más com-  pleja que, por ejemplo, la de la física de partículas. Los experimen- tos de biología molecular se complican po r el hecho de que las células y los virus son mucho más inestables que, por ejemplo, los átomos de hidrógeno. Se plantea entonces la siguiente cuestión: ¿cómo distinguir la distorsión intencionada de los datos o de la interpretación de los datos de la que no es intencionada? En reali- dad, éste fue uno de los temas de discusión centrales del famoso  proceso a los negacionistas del Holocausto que se desarrolló a  principios del año 2000, y en el que los abogados de Deborah Lips tadt y los peritos convocados como testigos intentaron demostrar
 
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ces normales de la investigación, sino una distorsión deliberada de los documentos históricos. Demostraron (y el juez dictó sentencia a favor de Lipstadt) que los errores de Irving siempre apuntaban a la exoneración de Hitler y de los nazis.
2.  ¿Suelen hacer esas fuentes afirmaciones similares'? Extremistas, negacionistas y pseudocientíficos tienen la costumbre de ir mucho más allá de los hechos, así que, cuando un individuo hace una gran cantidad de afirmaciones de este género, es señal de que no sólo se trata de u n revisionista o de un iconoclasta. Nos encontramos, de nuevo, ante una cuestión de grado, porque hay grandes pensado- res cuyas creaciones especulativas prescinden de los datos. Thomas Gold, científico de la Universidad de Comell es famoso por la radi calidad de sus ideas, pero ha tenido razón en tantas ocasiones que otros científicos le escuchan con atención y tienen en alta conside- ración su pensamiento. Por ejemplo, el libro de Gold The Deep Hot    Biosphete [La biosfera candente] propone la herética idea de que el  petróleo no es un combustible fósil, sino el derivado de un masiva colonia subterránea de bacterias que viven en las rocas.20 Casi nin- gún científico con quien haya hablado se toma en serio esta tesis,  pero ninguno considera tampoco que Thomas Gold se haya vuelto loco. ¿Por qué? Porque acepta las reglas del juego de la ciencia. El objetivo del escéptico, en cambio, es un modelo de pensamiento marginal que desecha y distorsiona datos constantemente no con un propósito creativo, sino por adscripción a una ideología.
3. ¿Han sido verificadas las afirmaciones por otra fuente? Normal- mente los pseudocientíficos y los acientíficos hacen afirmaciones no verificadas o verificadas únicamente por alguna fuente de su  propio círculo. Debemos preguntamos quién verifica las afirma- ciones e, incluso, quién verifica a quien las verifica. Por ejemplo, la clave del desastre de la fusión fría no fue que Stanley Pons y Martin Fleischman se equivocasen, sino que anunciaran su espectacular descubrimiento antes de que otros laboratorios lo verificasen (en rueda de prensa nada menos) y lo que es peor, que, cuando nadie
 
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abandonaron las reglas de la ciencia y, por el camino, su ciencia se convirtió en su fe. Gary Taubes, autor de libros científicos, dijo de esta forma de proceder que era «mala ciencia»21. El físico Robert Park habla de «ciencia vudú»22. Sea cual sea la denominación, que una fuente ajena a nuestro ámbito verifique nuestras hipótesis es esencial para toda ciencia digna de este nombre.
4. ¿ Cómo casa la afirmación con lo que sabemos del mundo y su funcio- namiento? Es necesario situar una afirmación extraordinaria en un contexto más amplio para ver dónde y cómo encaja. Cuando los negacionistas elaboran complejas teorías de la conspiración sobre la forma en que los judíos se han inventado la teoría del Holocaus- to a fin de conseguir indemnizaciones de Alemania y el apoyo de Estados Unidos a Israel, interpretan con ingenuidad o de manera engañosa el com portamiento de los regímenes políticos moder- nos. Las indemnizaciones de guerra que pagaba Alemania se calcu- laron basándose en el núm ero de supervivientes, no de víctimas; y Estados Unidos apoyan a Israel sobre todo por razones políticas y económicas interesadas, no por altruismo, culpa o simpatía.23
Cuando los pseudoarqueólogos afirman que las pirámides y la esfinge de Giza fueron construidas hace más de diez mil años por una raza avanzada (porque los egipcios no pudieron mover los  pesados sillares y porque la esfinge muestra señales de erosión hídrica que no han podido producirse después de la última glacia- ción) , no ofrecen ningún contexto en el que esa raza pudiera pros-  perar .24  ¿Por qué esa civilización no ha dejado más vestigios? ¿Dónde están sus obras de arte, sus armas, sus prendas de vestir, sus herramientas, su chatarra? Sencillamente, no es así como proce- den la arqueología o la historia.25
5. ¿Se ha tomado alguien, incluida la persona que la defiende, la moles- tia de buscar pruebas que refuten la afirmación, o sólo ha buscado pruebas   que la confirmen ? Nos topamos aquí con el sesgo de confirmación, o tendencia a buscar pruebas confirmatorias y despreciar las pruebas refutatorias.26 El sesgo de confirmación es poderoso y omnipresen- te, y casi nadie lo puede evitar. Es la razón de que el método cientí-
 
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verificación y en la réplica, y en esto es especialmente importante el intento de falsar una afirmación. Los libros de David Irving son ejemplos clásicos de una ideología en busca de hechos. En todo lo que se refiere al Holocausto, rara vez intenta falsar o rebatir sus interpretaciones (aunque sí lo hace con gran presteza con otros aspectos de la guerra). Celebra con entusiasmo las pruebas refuta- torias del Holocausto (testimonios de supervivientes nazis que lo niegan, anomalías triviales de las pruebas físicas), pero prescinde hábilmente de la mayoría de las pruebas refutatorias de sus teorías. Lo mismo sucede con la fusión fría. Existen tantas pruebas en con- tra que todo el m undo menos un puñado de físicos, químicos y futuristas perdidamente entusiastas ha descartado hace tiempo nuevas investigaciones. En cambio, los defensores de la «energía infinita» (que hasta se ha convertido en el título de una revista) se aferran a los más nimios resultados experimentales para barrer todas las pruebas refutatorias bajo la alfombra de teorías conspira tonas, las cuales, por ejemplo, sostienen que las industrias del  petróleo y la electricidad son las que evitan que la opinión pública estadounidense conozca las pruebas positivas.27
6 .  En ausencia de pruebas definitivas, ¿las que existen convergen en las  conclusiones de la nueva teoría o en otras ? Los negacionistas no buscan  pruebas que converjan en alguna conclusión, sino pruebas que confirmen su ideología. Al estudiar los diversos testimonios ocula- res del gaseamiento de prisioneros en Auschwitz, por ejemplo, se forma un relato coherente, hasta el punto de que hoy entendemos con bastante detalle lo que sucedió. Por su parte, los negacionistas se concentran en las pequeñas discrepancias de los testigos y las tie- nen por incoherencias o lagunas que refutan la teoría ortodoxa. Por el contrario, y aunque al principio pueda parecer contraintuiti vo, esas divergencias en minucias confirman la teoría, porque nadie recuerda perfectamente los detalles del pasado y, por supuesto, sólo los aspectos generales de un acontecimiento son similares, no sus pormenores, que varían según las circunstancias. Los ufólogos
 
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y en las visiones distorsionadas de testigos desinformados, al tiem-  po que, interesadamente, prescinden del hecho de que la gran mayoría (yo calculo que entre el 90 y el 95 por ciento) de los testi- monios de ovnis son perfectamente explicables mediante razones muy prosaicas.28
7.  ¿Recurre quien defiende una teoría a las normas de la razón y a las  herramientas de investigación generalmente aceptadas o las sustituye por otras  que le permiten llegar a las conclusiones deseadas ? La mayoría de los nega cionistas ni siquiera conocen las reglas comúnmente aceptadas de la investigación y mucho menos las aplican debidamente. Pero los que las conocen o deberían conocerlas como Mark Weber, Robert Fau risson y David Irving las infringen en beneficio de su ideología. Y no me refiero sólo a citar las fuentes en artículos de publicaciones pre- suntamente académicas como el Journal of Historical Review o en esos gruesos volúmenes con docenas de páginas de referencias bibliográ- ficas. Hablo del uso honrado de estas herramientas, es decir, de recu- rrir, a la hora de examinar un documento en particular o traducir una palabra o frase concretas en la tranquila soledad de la investiga- ción, a cuanto está en su mano para considerar el dato y el contexto históricos. Los crea^ionistas a quienes yo prefiero llamar negacio nistas de la evolución constituyen el mayor ejemplo de esta falta de honradez; adolecen, por lo demás, de falta de pensamiento conver- gente. Los creacionistas (sobre todo los partidarios de la historia  breve de la Tierra) no estudian la historia de la vida. En realidad, no les interesa lo más mínimo la historia de la vida porque ya la cono- cen, la tienen escrita en el libro del Génesis. Ningún fósil, ningún vestigio biológico o paleontológico lleva escrita la palabra «evolu- ción», pero existen decenas de miles de ellos y todos convergen en la misma conclusión: la historia de la evolución de la vida. Los creacio- nistas no sólo ignoran conscientemente esa convergencia, sino que tienen que prescindir de las reglas de la ciencia, lo cual no les resulta difícil, porque, en realidad, la mayoría no son científicos. Los crea- cionistas leen publicaciones científicas poruña sola razón: encontrar fallos en la teoría de la evolución o acomodar ideas científicas a sus
 
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8 . Quien defiende la afirmación ¿aporta también una explicación dis- tinta de los fenómenos observados o se limita a negar la explicación existen- te1? Normalmente, los negacionistas no tienen ninguna teoría o his- toria alternativa que ofrecer y, simplemente, se concentran en atacar las doctrinas aceptadas. Es una estrategia clásica en los deba- tes: critica a tu oponente pero no concretes nunca tus creencias  para evitar las críticas. Pero esta estratagema es inaceptable en ciencia y en historia de la ciencia. El revisionismo puede aportar críticas legítimas del paradigma existente y ofrecer un nuevo para- digma, pero el negacionismo rara vez conlleva algo más que un simple ataque al statu quo. Los creacionistas sólo sugieren una «teoría» para sustituir a la de la evolución: «Es obra de Dios»30. Quienes dicen que las pirámides las construyó una civilización pre- via a la egipcia no aducen la menor prueba y se limitan a destacar las anomalías de los arqueólogos. Los críticos del Big Bang prescin- den de la convergencia de pruebas que conduce a este modelo cos- mológico y se centran en sus escasos fallos, pero todavía no han ofrecido ninguna alternativa viable sustentada en pruebas.
9. Si quienes postulan la nueva afirmación sí plantean una teoría alter- nativa, ¿explica ésta tantos fenómenos como la anterior? Alguna que otra vez aparecen nuevas teorías (por ejemplo, el afrocentrismo radical y el feminismo más extremista), pero éstas no suelen ofrecer una explicación tan completa del pasado como la teoría a la que pre- tenden sustituir. Es en estos detalles del pasado donde pueden encontrarse pruebas refutatorias en forma de acontecimientos inexplicados. Si no hubo Holocausto, ¿qué ocurrió con los millo- nes de jud íos desaparecidos durante la guerra? Si no hubo Holo- causto, ¿cómo explican los negacionistas la multitud de referencias al ausrotten (exterminio) de los judíos en los documentos nazis? No las explican. Hacen caso omiso, argumentan, niegan. De igual modo, los escépticos de la existencia del virus VIH sostienen que es el estilo de vida (el consumo de drogas o la promiscuidad, que inci- den en un sistema inmunitario ya debilitado de manera natural) y
el VIH lo que el sida. Pero tp n
 
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convergen en apoyo de que el VIH es la causa del sida y, simultáne- amente, prescindir de pruebas tan patentes como el hecho de que se produjera una significativa propagación del sida en hemofilicos  justo después de que el virus VIH se les in trodujera por descuido en la sangre. Y encima, la teoría alternativa ni mucho menos consi- gue dar cohesión a tantos datos como la teoría del VIH.31
10.  Las creencias y prejuicios de los que defienden cierta teoría ¿ se basan  en las conclusiones de esta teoría o, al contrario, en los propios prejuicios?   Todos tenemos prejuicios, nadie es totalmente imparcial. Todos los científicos e historiadores tienen convicciones sociales, políticas e ideológicas que, potencialmente, pueden imprimir un sesgo deter- minado en su interpretación de los datos. Teniendo esto en cuen- ta, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿en qué medida afectan  principios y prejuicios a la investigación? Es cierto que incluso los científicos e historiadores mejor intencionados pueden caer en la  búsqueda de hechos que confirmen ideas preconcebidas, pero en algún momento, norm almente en la fase de revisión y cotejo con sus pares (bien informalmente, cuando uno encuentra colegas que leen el manuscrito antes de enviarlo a la editorial, bien formal- mente, en privado euando esos colegas leen y critican el manuscri- to o en público, tras la publicación), los prejuicios salen a la luz y se extirpan o la revista o la editorial rechazan el artículo o el libro en cuestión y no lo publican. Ese es el motivo de que no se deba traba-  jar en el vacío. Sin mirada crítica, el intelecto tropieza y cae. Si el autor no es capaz de percatarse de sus propios prejuicios, otros ojos se los señalarán.
Con este kit de detección de límites podemos ampliar la heurística de la lógica difusa a tres conjuntos que llamaremos ciencia normal,  ciencia fronteriza y aciencia, sistema tem ario de conjuntos mucho menos restrictivo que el sistema binario. A continuación enum ero algunos ejemplos extraídos de mi experiencia al hacer las diez pre- guntas anteriores durante el estudio, considerablemente detalla- do, de determinadas afirmaciones que entran difusamente en una
 
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tivamente he asignado a cada teoría o afirmación (0,9 es el máxi- mo y 0 ,1  el mínimo grado de validez científica):
Ciencia normal. En el lado científico de la frontera: Heliocentrismo, 0,9 Evolución, 0,9 Mecánica cuántica, 0,9 Cosmología del Big Bang, 0,9 Tectónica de placas, 0,9 Neurofisiología de las funciones cerebrales, 0,8 Equilibrio puntuado, 0,7 Sociobiología/psicología evolutiva, 0,5 Teoría de la complejidad y del caos, 0,4 Inteligencia y tests de inteligencia, 0,3
 Aciencia. Al otro lado de la frontera: aciencia, pseudociencia y sandeces
Creacionismo, 0,1 Revisionismo del Holocausto, 0,1 Visión remota, 0,1 Astrología, 0 ,1
Código bíblico, 0,1 Abducciones alienígenas, 0,1 BigFoot, 0,1 Ovnis, 0,1 Teoría del psicoanálisis freudiano, 0,1 Recuperación de recuerdos, 0,1
Ciencia fronteriza. En la zona fronteriza entre la ciencia normal y la aciencia:
Teoría de supercuerdas, 0,7 Cosmología inflacionaria, 0,6 Teorías de la conciencia, 0,5
Teorías de la conciencia, 0,5 Grandes teorías de la economía (objetivismo, socialismo, etcé-
tera) , 0,5
Búsqueda de inteligencia extraterrestre, 0,5 Hipnosis, 0,5 Quiropráctica, 0,4 Acupuntura, 0,3 Criogenia, 0,2 Teoría del punto omega, 0,1
Puesto que estas categorías son difusas com o lo son también sus valoraciones fracciónales, en función de las pruebas que vayan apareciendo pueden cambiar de grupo y recibir una nueva valora- ción. En realidad, todas las teorías que ahora pertenecen a la cien- cia normal fueron acientíficas o estuvieron en los márgenes de la ciencia. Cómo pasaron de la aciencia a las fronteras de la ciencia y de ahí a la ciencia normal (o cómo algunas teorías de la ciencia normal volvieron a las fronteras e incluso a la aciencia) es uno de los aspectos más importantes del estudio de la historia y filosofía de la ciencia.
La SETI, o Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre en sus siglas en inglés, no es pseudociencia porque todavía no afirma haber encontrado nada («i a nadie): la practican científicos profesiona- les que publican sus descubrimientos en revistas que leen otros científicos profesionales, supervisa sus declaraciones y no vacila en examinar todo indicio de error en los datos, y casa perfectamente con nuestra comprensión de la historia y estructura del cosmos y de la evolución de la vida. Pero la SETI tampoco es ciencia normal,  porque el tema central de sus investigaciones todavía tiene que salir a la luz. A día de hoy, ningún extraterrestre nos ha llamado todavía por teléfono y, por mucho que yo la apoye, esta actividad aún se mueve en los márgenes de la ciencia. La ufología, en cam-  bio, es pura y simple aciencia (y a veces pseudociencia). Sus defen- sores no juegan según las reglas la ciencia, no publican sus hallaz- gos en revistas leídas por otros especialistas de igual rango, hacen caso omiso de los testimonios, entre el 90 y el 95 por ciento, que son completam ente explicables, se centran en las anomalías, no
 
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que hablan de engaños del gobierno, naves espaciales ocultas y alienígenas encerrados en cuevas del estado de Nevada.
Asimismo, la teoría de supercuerdas y la cosmología inflacionaria se encuentran muy próximas a las fronteras de la ciencia pero son ciencia y, muy pronto y dependiendo de las pruebas que actualmente empiezan a aparecer de estas ideas hasta ahora no probadas, o bien entrarán por pleno derecho en el grupo de las ciencias normales o  bien tendrán que abandonar esta pretensión definitivamente. Son ciencias fronterizas y no pseudociencia ni aciencia porque las desa- rrollan científicos profesionales que publican trabajos en revistas y  boletines serios y que intentan descubrir métodos de comprobar sus teorías. En cambio, los creacionistas, que idean cosmologías con la intención de que se adapten al libro del Génesis, normalmente no son científicos profesionales, no publican en revistas donde otros científicos juzgan la calidad del artículo antes de ser publicado y no tienen ningún interés en comprobar sus teorías si no es para contras- tarlas con lo que a su parecer es la palabra divina del mismísimo Dios.
Las teorías de la conciencia son ciencias fronterizas y las teorías  psicoanalíticas son pseudociencia porque las primeras se hallan en vías de comprobación y se basan en datos sólidos de la neurofisio logía, mientras que las segundas han sido puestas a prueba una y otra vez, no han superado ningún examen y se basan en desacredi- tadas teorías decimonónicas de la psique. De igual modo, la teoría de recuperación de los recuerdos está desacreditada porque hoy sabemos que la memoria no es como una cinta de vídeo que uno  puede rebobinar y volver a ver y que el propio proceso de «recupe- ración» contamina el recuerdo. La hipnosis, en cambio, tiene que ver con otros aspectos del cerebro y podría haber sólidas pruebas científicas que apoyen algunas de las tesis asociadas a ella. Así que vamos a terminar el pequeño tratado de las fronteras y los límites difusos de la ciencia analizando con detalle esta ciencia fronteriza.
La exploración de las fronteras
La exploración de las fronteras Con frecuencia, la filosofía de la ciencia se enreda en los mato-
 
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laciones teóricas sin ninguna correspondencia con el mundo real. Por este motivo he ilustrado con breves ejemplos las diez pregun- tas del kit de detección de límites y ofrecido casos concretos de ciencia normal, ciencia fronteriza y aciencia. Por seguir uno de estos ejemplos al detalle y a fin de explicar mejor el dilema de los límites en ciencia, voy a recordar ahora cierta investigación que lle- vamos a cabo para Exploring the Unknown.
El sábado 13 de mayo del año 2000 fui hipnotizado por James Mapes, especialista en hipnosis y terapia motivacional, para un epi- sodio del programa dedicado a la hipnosis. Nos proponíamos estu- diar el siguiente interrogante teórico: ¿es la hipnosis un estado alte- rado de conciencia o el hipnotizado sólo fantasea interpretando determinados papeles de tácito acuerdo con el hipnotizador? Nos movemos en el ámbito de la ciencia fronteriza porque por un lado contamos con resultados experimentales muy relevantes que indu- cen a pensar que se trata de un estado alterado de conciencia,  pero, por otro lado y a pesar de que es un fenómeno que se lleva investigando más de un siglo, los científicos son incapaces de  ponerse de acuerdo sobre lo que en realidad sucede durante el trance hipnótico. Los escépticos sostienen que el hipnotizado no hace nada duran te el trance hipnótico que no pueda hacer una  persona no hipnotizada, bien por engaño, bien lo cual es más  probable sumiéndose en fantasías e interpretaciones de papeles dirigidas por el hipnotizador .32 En otras palabras, un actor puede reproducir cualquier cosa que un presunto hipnotizado haga y un observador sería incapaz de distinguir entre ambos. De hecho, Kreskin, el famoso mago, ofrece cien mil dólares a quien sea capaz de demostrar lo contrario y de momento nadie lo ha conseguido.
Los fieles de la hipnosis, en cambio, apelan a los trabaos en psico- logía experimental de Emst Hilgard, investigador de la Universidad de Stanford, y a su descubrimiento del llamado «observador oculto». En un experimento de Hilgard, un grupo de personas sumergían los  brazos en un cubo de agua tan fría que al cabo de unos minutos sen- tían un dolor muy intenso. Después de hipnotizarlas, a otro grupo
 
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daño y, en efecto, mientras estaban bajo los efectos de la hipnosis sólo sentían un dolor muy leve. Pero, tras haber salido del estado hipnótico, cuando se Ies pedía que hicieran una valoración del dolor que habían sentido hablaban de un grado de dolor similar al que habían sentido las personas no hipnotizadas del primer grupo. Dicho de otra manera, bajo los efectos de la hipnosis una parte de su cerebro percibía un nivel bajo de dolor y otra parte un nivel alto. Hil gard llama a esta parte del cerebro «observador oculto». Este obser- vador oculto está disociado de la otra zona del cerebro, la que se sume en el estado hipnótico. El experimento de Emst Hilgard apoya la llamada teoría disociativa de la hipnosis, que el propio Hilgard define como «una multiplicidad de sistemas funcionales que están organizadosjerárquicamente pero se pueden disociar»33.
Los críticos de esta teoría afirman que Hilgard dio instrucciones a los sujetos de su experimento de crear un «observador oculto», que en realidad es un concepto muy metafórico, como lo es tam-  bién la idea premodema del homúnculo (un hombrecito que, pre- suntamente, se encuentra dentro de las células del esperma y que tras la fecundación crece hasta convertirse en un ser humano com-  pleto). ¿Es el observador oculto, al igual que el homúnculo, un ente inexistente? Esto es lo que dijo Hilgard a las personas que colaboraron en su experimento:
Cuando le ponga la mano en el hombro (después de que lo haya hipnotizado), podré hablarle a una parte oculta de usted que sabe lo que le está ocurriendo a su cuerpo, algo que desconoce la parte de usted a la que ahora le estoy hablando. La parte a la que ahora le estoy hablando no sabrá lo que usted me diga, no sabrá ni siquiera que usted me habla. [...] Usted recordará que tiene dentro una  parte que sabe que están ocurriendo muchas cosas que pueden ocultarse a su conciencia normal o a su parte hipnotizada.34
¿Se inventó Hilgard la idea del «observador oculto» y luego la
 
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dos? Tal vez, pero parece improbable o m&aa