silvinaocampo y asÍ sucesivamente · baño, un espejo que hay que tirar porque está roto y nunca...

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Silvina Ocampo y ASÍ SUCESIVAMENTE Amar a alguien no es bastante y tal vez por previsión, para no perder nunca lo amado, se aprende a amar todo aquello que lo rodea cuando estamos con él. La bufanda que tenía puesta, la camisa, el pañuelo, la almohada donde se reclinan las cabezas, con sus vainillas falsas, la flor deshojada o un pimpollo en un vaso, la cortina de la ventana siempre en- treabierta, el tap iz debajo de los pies desnudes, un cuarto de baño, un espejo que hay que tirar porque está roto y nunca se tira, en la calle una casa donde nos detuvimos y oímos para siempre los acordes de un piano, o un perro perdido que recogimos, o el jardincito abandonado con una estatua de estuco que representa a Baco, o una sirena maltrecha que no arroja agua sino barro de su boquita de serpiente, o el cie- lo que nunca es el mismo bosque de edificios y caras indesci- frables. Todo este mundo es el pilar de nuestra fidelidad, porque nunca se halla otra paralela sin todas estas visiones que enumero y que son los símbolos del amor que nos escla- viza. Y si uno va en busca de un mundo sin recuerdos para olvidar, no existe una venda para nuestros ojos ni tapones para los oídos. Nuestra piel alerta está cubierta de ojos, aun- que se piense que tenemos sólo dos ojos; y de orejas, aunque se piense que tenemos sólo dos orejas ; y de lugares claves de nuestro cuerpo que comunican con la más inconfesable espi- ritualidad del sexo, como la palma de la mano en la mujer, y el reverso del codo, o el pabellón vulnerable de la oreja y la curva del pie en el varón. Si uno va en busca de un mundo sin recuerdos , casi siem- pre va desahuciado, a la nieve, a las cumbres nevadas , pero a veces inalcanzables, donde oiremos un ruiseñor que anuncia la-primavera en sueños, o los cascabeles de un trineo, la di- cha . Entonces se busca y se llega por varios subterfugios al mar, a la orilla del mar porque la arena es el lugar de los sa- crificios y de las diversiones más sut iles. ¡En la costa entre los tamarindos! ¡Dios no quiera que alojen algún recuerdo en su fragancia ni en su forma, las pobres plantas marinas, que sirven para colgar la ropa, para ofrecer sombra al agua 9 que moja el pelo, los ojos, los pies, las rodillas arrodilladas, rezando para no sentir la forma del agua donde tiembla la forma que queremos olvidar! Después , en busca de la arena caliente , cerrar los ojos, echarse dejando un reguero de gotas que marcan el retrato de las nubes sobre la playa ; es un há- bito liviano en el aire sin perspectiva. Ahí no sobreviene el sueño porque la arena abrasa como un ser que reclama una inmediata retribución. Entonces se arrodilla el que quiere dormir a gritos y junta la arena con sus dos manos para for- mar algo que no sabe lo que es; queriendo formar el absolu- to olvido con algo desconocido. Acaricia y forma la arena con arte culinario, aprendido en la infancia, hablando con alguien que está a su lado más indiferente que las rocas, pero menos atrayente. Y sigue modelando la arena que ter- mina en una boca misteriosa que comunica los túneles ini- ciales del volcán. El sol declina. El mar se aquieta, pero cuanto más quieto está con más ímpetu sube y más frío se vuelve. " ¿Adónde es- tás olvido?" " ¿Dónde estará tu forma para evadir las mías? " "¿Dónde estarás para que nada se parezca a nada?" "¿Có- mo serás Eurnénide que esculpió la arena?" Nada respondió, ni siquiera la arena, que abr ió sus labios cuando llegó el agua a besarla. Bajaba el sol hasta iluminar oblicuamente las olas y las algas, en cada una de sus curvas. Algo se movía con ardor humano. ¿Por qué humano?Si lo que busca es lo inhumano. La playa quedó desierta. Dos chicos pasaron y se detuvieron a mirar ese montón de arena idéntico a una montaña cuando se siente el alma del tamaño de las moscas. Parecfa que no lo velan. Uno se arrodilló y buscó algo en su bolsillo. "¿No habrá papeles? " interrogó mirando por todas par- tes. "Un pedacito de papel ". Entre los tamarindos dos papeles enganchados en las ra- mas temblaban. El chico más grande los arrancó; arrugan- do el papel hizo una pelota blanda y la metió con maestría

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Silvina Ocampo

y ASÍ SUCESIVAMENTE

Amar a alguien no es bastante y tal vez por previsión, parano perder nunca lo amado, se aprende a amar todo aquelloque lo rodea cuando estamos con él. La bufanda que teníapuesta, la camisa, el pañuelo, la almohada donde se reclinanlas cabezas, con sus vainillas falsas, la flor deshojada o unpimpollo en un vaso, la cortina de la ventana siempre en­treabierta, el tapiz debajo de los pies desnudes, un cuarto debaño, un espejo que hay que tirar porque está roto y nuncase tira, en la calle una casa donde nos detuvimos y oímospara siempre los acordes de un piano, o un perro perdidoque recogimos, o el jard incito abandonado con una estatuade estu co que representa a Baco, o una sirena maltrecha queno arroja agua sino barro de su boquita de serpiente, o el cie­lo que nunca es el mismo bosque de edificiosy caras indesci­frables. Todo este mundo es el pilar de nuestra fidelidad ,porque nunca se halla otra paralela sin todas estas visionesque enumero y que son los símbolos del amor que nos escla­viza. Y si uno va en busca de un mundo sin recuerdos paraolvidar, no existe una venda para nuestros ojos ni taponespara los oídos. Nuestra piel alerta está cubierta de ojos, aun­que se piense que tenemos sólo dos ojos; y de orejas, aunquese piense que tenemos sólo dos orejas ; y de lugares claves denuestro cuerpo que comunican con la más inconfesable espi­ritualidad del sexo, como la palma de la mano en la mujer , yel reverso del codo, o el pabellón vulnerable de la oreja y lacurva del pie en el varón.

Si uno va en busca de un mundo sin recuerdos , casi siem­pre va desahuciado, a la nieve, a las cumbres nevadas , pero aveces inalcanzables, donde oiremos un ruiseñor que anunciala-primavera en sueños, o los cascabeles de un trineo, la di­cha. Entonces se busca y se llega por varios subterfugios almar, a la orilla del mar porque la arena es el lugar de los sa­crificios y de las diversiones más sut iles. ¡En la costa entrelos tamarindos! ¡Dios no quiera que alojen algún recuerdoen su fragancia ni en su forma, las pobres plantas marinas,que sirven para colgar la ropa, para ofrecer sombra al agua

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que moja el pelo, los ojos, los pies, las rodillas arrodilladas,rezando para no sentir la forma del agua donde tiembla laforma que queremos olvidar! Después , en busca de la arenacaliente , cerrar los ojos, echarse dejando un reguero de gotasque marcan el retrato de las nubes sobre la playa ; es un há­bito liviano en el aire sin perspectiva. Ahí no sobreviene elsueño porque la arena abrasa como un ser que reclama unainmediata retribución. Entonces se arrodilla el que quieredormir a gritos y junta la arena con sus dos manos para for­mar algo que no sabe lo que es; queriendo formar el absolu­to olvido con algo desconocido. Acaricia y forma la arenacon arte culinario, aprendido en la infancia, hablando conalguien que está a su lado más indiferente que las rocas,pero menos atrayente. Y sigue modelando la arena que ter­mina en una boca misteriosa que comunica los túneles ini­ciales del volcán.

El sol declina. El mar se aquieta, pero cuanto más quietoestá con más ímpetu sube y más frío se vuelve. " ¿Adónde es­tás olvido?" " ¿Dónde estará tu forma para evadir las mías?""¿Dónde estarás para que nada se parezca a nada?" " ¿Có­mo serás Eurnénide que esculpió la arena?"

Nada respondió, ni siquiera la arena, que abrió sus labioscuando llegó el agua a besarla . Bajaba el sol hasta iluminaroblicuamente las olas y las algas, en cada una de sus curvas.Algo se movía con ardor humano. ¿Por qué humano ? Si loque busca es lo inhumano. La playa quedó desierta. Doschicos pasaron y se detuvieron a mirar ese montón de arenaidéntico a una montaña cuando se siente el alma del tamañode las moscas . Parecfa que no lo velan. Uno se arrodilló ybuscó algo en su bolsillo.

" ¿No habrá papeles? " interrogó mirando por todas par­tes. " Un pedacito de papel ".

Entre los tamarindos dos papeles enganchados en las ra­mas temblaban. El chico más grande los arrancó; arrugan­do el papel hizo una pelota blanda y la metió con maestría

en el agujero que perforaba la montaña. De su bolsillo sacóuna caja de fósforos y se echó al suelo para enc ender el pa­pel, con varios fósforos. El humo tardó en salir de adentrodel agujero. Ese olor a fogata mezclado al mar conmueve,alejado del pretendido olvido. Preguntó al chico: "¿ Q ué es­tás haciendo?" El chico no contestó ni miró .

"¿ Cómo se hace para saber si uno está soñando cuandotodo parece tan real?" preguntó. " Despertar", se contestó así mismo . " ¿Y cómo sabré, cuando despierte, que estoy real­mente despierto?" "Volviendo a soñar". H¿Y así sucesiva­mente?" . " Y así sucesivamente". Hablarse a uno mismo esel último subterfugio. El humo dibujaba algo. Se tapó losojos para no ver lo que dibujaba, como se tapa los ojos ahorapara no ver lo que ha escrito. La concupiscencia del hombrees infinita. Por nada puede abandonar su apetito de ser loque no quiere o quiere ser. Pero si en la playa escribe unnombre sobre la arena, si en la playa modela una estatua oun volcán no puede desprenderse de ellos y carga con ellos.¡Arrogante arena, cuántos edificios labraste como si los últi­mos fueran los primeros y los primeros los últ imos! Cuántasmáscaras inventaste. No es posible borrarlas ni con palas yrastrillos, en la orilla del mar.

El tedio vence a los más tristes, y éste; que era el más tristede los trístesr corríendo se acercó al mar sin ningún propósi­to definido, ni siquiera el de dar una zambullida en el agua,q~e adquiría colores opalinos. Había dejado su ropa colga­da de las ramas de los tamarindos, pero tenía calzadas lassandalias y alrededor del cuello la toalla con una cabeza detigre . Al caminar, con el viento, la mandíbula del tigre semovía como si mordiera algo. Ignorando la impresión extra­ña que producía, recorría la playa con fruición . Era la horade la creciente. De vez en cuando las olas traían unas made­ras, otras veces unos cachalotes, cuyas formas misteriosasllaman la atención, como augurios de tormenta. Ya no seveía más el promontorio de arena que figuraba un volcán nilos chicos que lo habían encendido, ni los tamarindos ; peropara qué preocuparse de las huellas perdidas cuando lo querealmente se busca es perderlas; perder lo que labra la iden­tidad. Penetraba en el agua como los pájaros acuáticos, si­guiendo la línea del volado de agua, que trazaban las olas .De pronto vio lo que no podía creer que fuera cierto : uncuerpo semiacostado en la arena donde se deshacía la últi­ma curva de la última ola. Ahí, sumergido hasta la cinturaen el agua cuando avanzaban las olas, se veía la parte deltorso con el pelo suelto que podía ser un montón de algas .Este arcano ser que no participa de ningún acercamientohumano causa pavor cuando no es un animal y esto era sinlugar a dudas un animal. ¿Por qué y de dónde provenía estaseguridad de que no fuera un animal, algo tan parecido a un

- animal? Recordaba que en su infancia había preguntado asu madre en dónde podía encontrar una sirena . La madre lehabía contestado: "Las sirenas no existen , mi hijito . Existenen fábulas , en cuentos, en poesías , pero en la realidad noexisten". El niño había contestado: "Yo sé que existen"."¿ Y cómo puedes saberlo?" le preguntó la madre. "Porqueestá en el diccionario". A esa contestación no encontró rép li­ca. El niño sacó de la biblioteca una enorme enciclopediaque llevaba la imagen grabada de una sirena . Así era la for­ma que estaba extendida sobre la arena. Acercarse parecíauna imprudencia, porque el temor a las formas desconoci­das es avasallador. Acercándose con una timidez que le diovalor, se arrodilló junto a esta o este desconocido.

-Hola ¿Quién es usted?No poder pronunciar una palabra es muy triste para al­

guien que se interesa por alguien.

- ¿No tiene frío? Ya se puso el sol.Un sacudimiento de cabeza reemplazó las palabras , pero

ya se entendían. •Tenía dos ojos, uno azul y el otro verde. Esta era la única

diferencia entre este ser y los que frecuen taba habitualmen­te. El pelo ensortijado tenía un brillo que se deb ía tal vez a laluz que manaba de la puesta del sol; no estaba el pelo nit renzado ni recogido ni totalmente suelto. Susurró:

-Qué lindo pelo. ¿No se lo va a estropea r el agua de mar?En lugar de contestar, se le agra ndaron los ojos.Le tendió la mano para que se levantara. El ademán fue

recibido sin ninguna cordialidad.- ¿Le traigo la toall a ?Miró para todos lados buscando su toalla, pero no había

toalla, ni siquiera vio las huellas de sus pies.¿Cómo hará ahora para olvidarla ? Estos ojos que está

viendo , uno azul y otro verde, nunca se olvidan . ¿Dónde ten­drá que huir para olvidarlos? ¿Dónde para oír este silencio?Pero habló.

-¿Y mi pelo ? -dijo ella- o ¿No le gust ab a mi pelo?-Me encanta su pelo y me encantan sus ojos.-¿Nada más?- Por ahora es lo que más me ocupa, porque es lo que más

conozco. Después veremos.-¿Veremos?De sus ojos salió una luz parecida al fuego del volcán.- ¿Por qué se enoja ? Un ser sobrenatu ral no se enoja. No

sé lo que haré para olvidar sus ojos , esta playa , este cielo.¿Qué me ha sucedido? ¿El resto de mi vida ya no cuenta?¡Volveré a verte! No viviré hasta ese momento. ¿Me com­prendes ?

-Ya veremos -dijo ella, y sin levantarse dio una zambu­llida y desapareció en el fondo del mar .

Aquella noche no hubo ningún sueño para él. Toda la no­che se preguntó si aquella frase " Ya veremos" sería unaagresión o una invitación. Debajo de los tamarindos durmióy asistió a la salida del sol mirando el punto fijo donde la viodesaparecer. Pasó el día esperando que llegara la hora , queera para él la concertación de otra cita.

Entró a una confitería que quedaba sobre la escollera. Sesentó frente a una mesa. Vio que los mosaicos del piso eranazules y verdes. Ya no había modo de olvidar el color de esosojos. Pidió una bebida. El vaso en que se la sirvieron era ver­de, pero a la altura del líquido el vidrio se volvía verde ~zula ­

do. Advirtió que en el centro de la mesa había un ramJt? decentáureas. ¿Por qué recordaría aquel nombre sugestivo?¿Su madre se lo habría dicho? ¿Un catálogo ilustrado se loreveló? Los estambres de esa flor le parecieron pestañas azu­les. Perseguido por aquellos colores llegó a la playa con lasensación de haber dado la vuelta del mundo corriendo. Noera afecto al aerobismo, pero los que lo veían pasar creyeronque lo ejercitaba para competir en algún certamen. T ímida­mente aminoró la marcha al sentirse admirado.

Después que pasó ese largo día , ella llegó. El diálogo quetuvieron fue tan parecido al anterior que ni vale la pena re­petirlo, pero el amor crecía, y el fulgor azul y verde de losojos se había apoderado de él.

Contempló el mundo que lo rodeaba. Se inundó de sal , deyodo, de amor; estudió la costa , los líquenes, las algas , la es­collera, las rocas . Oyó el grito inolvidable de las gaviotas . Secompró una cámara fotográfica. Retrató a su amada. Con­servó el retrato. Se sintió amado, ineludiblemente fiel. Dur­mió con ella en el agua. No es tan difícil. Ni siquiera imposi­ble, declaró el enamorado. ¿Y ella? Que alguien del fondodel mar conteste.

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