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SOBRARBE Revista del Centro de Estudios de Sobrarbe, n.º 12.1.2 Las colectividades

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  • SOBRARBERevista del Centro de Estudios de Sobrarbe, n.º 12.1.2

    Las colectividades

  • REVISTAdel Centro de estudios de

    sobrarbe

    N.º 12.1.2

    INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES

    Centro de estudios de sobrarbe

  • Consejo de Redacción: Jesús Cardiel Mariano Coronas Joaquín Guerrero Manuel lópez José Ramón MonClús José Antonio Murillo José Manuel Murillo Severino pallaruelo Emilia puyuelo

    Coordinador: Manuel lópez dueso Portada:

    Milicianos en el valle de Bielsa observando a un pastor realizar “peducos”. El segundo por la izquierda es Antonio Dueso Gistau, y la segunda por la de-recha, su hermana Esperanza Dueso Gistau, de Boltaña. Primavera de 1937. (Colección: Mercedes Ara Capalvo)

    Redacción y Administración: Centro de Estudios de Sobrarbe Plaza Mayor, n.º 1 22340 BOLTAÑA (Huesca)

    Depósito Legal: Hu. 62/1995 I. S. S. N.: 1136-4173 Imprime: Gráficas Alós. Huesca

  • Índice

    José raMón oliva Castán y aMber Jane sewell, Las colectividades en la comarca del Sobrarbe: un estudio aproximativo (1936-1938) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    Capítulo 1. La vida en la montaña en los años 30 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

    Capítulo 2. El estallido de la Guerra Civil y sus repercusiones en la comarca del Sobrarbe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

    Capítulo 3. Nacimiento de las colectividades y primeros pasos hacia una federación comarcal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64

    Capítulo 4. La recuperación de la legalidad republicana y la expansión del experimento colectivista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

    Capítulo 5. La militarización de la comarca y el asalto a las estructuras colectivistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98

    Capítulo 6. La disolución de las colectividades y el fin de la guerra en el Sobrarbe . 118

    Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134

    Fuentes documentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138

    Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

    Anexos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143

  • INTRODUCCIÓN

    La amplitud del material recopilado sobre el tema de la guerra civil en Sobrarbe nos conduce a dividir el primer volumen de los dos que dentro de la revis-ta Sobrarbe inicialmente decidimos realizar. Ante la longitud de dos aportaciones que compondrían este primer volumen, resolvimos subdividirlo, generando dos to-mos, de los cuales este acoge el trabajo resultado de la VI Ayuda a la Investigación “Sobrarbe” concedida por este Centro de Estudios de Sobrarbe a José Ramón Oliva y Amber Jane Sewell, quienes investigaron sobre “Las colectividades en la comarca del Sobrarbe: un estudio aproximativo (1936-1938)”.

    En aquel conflicto iniciado en 1936, hace ahora 80 años, para muchos adoptó matices de “revolución”, en especial por la nueva visión económica, social y política que desde el mundo libertario se trató de imponer en el Aragón republicano. Para un mundo como el de Sobrarbe, donde el sistema de la “casa” y el patrimonio eran la base del sistema social e incluso donde existían experiencias comunales, en espe-cial en la explotación de los puertos y montes, ese “nuevo mundo” que proclamaba el libertario Buenaventura Durruti en 1936 suponía tal dislocación que se conservó en la memoria de los que lo vivieron. En su imagen predomina lo anecdótico, casi un tópico, de que fueron los más pobres quienes se aprovecharon de tal experiencia. Pero fue más allá de esto, si leemos el trabajo de José Ramón Oliva y Amber Jane Sewell, donde muestran cómo se reorganizó también la vida política, con la creación de consejos locales y otros hechos que dejaron huella en la memoria.

    Resulta difícil extraer conclusiones sobre este proyecto socioeconómico, so-bre su triunfo y fracaso, más aún al considerar que el desarrollo del conflicto, la recuperación del orden por el gobierno republicano a partir del verano de 1937, así como la imposición del dogma “primero la guerra, después la revolución” con-trapuesto al libertario que situaba en paralelo guerra y revolución, y finalmente el avance franquista en marzo de 1938, puso fin drásticamente a aquel experimento.

    Las características sociales y económicas de Sobrarbe, su situación durante el conflicto frente al predominio en las tierras del Bajo Cinca, Monegros o Bajo Aragón de procesos colectivizadores más conocidos, han hecho que las referencias existentes sean reducidas, pero en su trabajo, José Ramón Oliva y Amber Jane Sewell han reunido la escasa información y permiten crear una imagen más global de esa experiencia en la comarca. Del éxito o no de esa experiencia, incluso los escritores libertarios que narraron tales prácticas, muestran discrepancias: Alardo Prats, en

  • pleno conflicto, señala respecto a las colectividades que “otras se aproximan en el buen orden y prosperidad de su marcha a la de Graus: son las de Binéfar, Benabarre, Barbastro, Aínsa, Esplús, Angüés, Ontiñena, Alcañiz, Híjar, Puebla de Híjar, Lanaja, Pallaruelo de Monegros, Fraga, Monzón y otras muchas”1; frente a un artículo poste-rior firmado por Robert Lefranc, quien cita, aunque sin nombrarlo, a Gastón Leval, dice que “no conozco más que dos casos de retroceso [del proceso colectivizador]: el de Aínsa, en los Pirineos, donde el espíritu individualista, y no el fracaso económico, ha reducido la Colectividad a una proporción minoritaria; y el de Boltaña, cerca de Aínsa, donde la Colectividad desapareció”2.

    Esperamos que este texto contribuya a conocer el pasado de esta comarca en uno de sus periodos más críticos y complejos, así como recuperar del olvido rea-lidades que hoy nos resultan tan ajenas.

    Manuel López DuesoCoordinador

    1 PRATS y BELTRÁN, Alardo (2006 [1937]): Vanguardia y retaguardia de Aragón, Sevilla, La Espue-la de Plata, pág. 121.

    2 Pág. 3 en LEFRANC, Robert, 18-7-1948, “Principios y tendencias de las colectividades españolas”, Solidaridad obrera. AIT. Órgano del Movimiento Libertario en Francia, pp. 1 y 3.

  • Fragmento de un vale: “Viva el Comité local de Castejón de Sobrarbe y todos los Comités Nacional, Provincial y comarcales y Locales y todos en General. Viva la Revolución Social” (Colección: José Antonio Talón Escapa)

  • Revista del Centro de Estudios de Sobrarbe, n.º 12.1.2

    Las coLectividades en La comarca deL sobrarbe: un estudio aproximativo

    (1936-1938)

    por José raMón oliva Castán y aMber Jane sewellMayo 2007

    SOBRARBE

  • Obrar de suerte que, desde el primer día de la revolución, el trabajador sepa que una nueva era se abre ante él; que en lo sucesivo nadie se verá obligado a dormir debajo de los puentes, al lado de los palacios, a permanecer en ayuno mientras haya alimentos, a tiritar de frío junto a los almacenes de pieles; que todo es de todos, tanto en realidad como en principio, y que al fin se produce en la historia una revolución que piensa en las necesidades del pueblo antes de darle la lección acerca de sus deberes.

    Esto no podrá realizarse por decretos, sino únicamente por la toma de posesión inmediata, efectiva, de todo lo necesario para asegurar la vida de todos; tal es la única manera verda-deramente científica de proceder, la única que comprende y desea la masa del pueblo.

    Tomar posesión, en nombre del pueblo sublevado, de los depósitos de trigo, de los almacenes rebosantes de ropa y de las casas habitables. No malgastar nada, organizarse enseguida para llenar los vacíos, hacer frente a todas las necesidades, satisfacerlas todas; producir, no ya para dar beneficios a nadie, sino para hacer que viva y se desenvuelva la sociedad.

    Kropotkin, P., La conquista del pan (1937)

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    A MODO DE PRESENTACIÓNEl trabajo de investigación que presentamos a continuación, inevitablemente

    inacabado e incompleto, es fruto de un estudio realizado en poco más de año y medio gracias a una ayuda de investigación del Centro de Estudios de Sobrarbe. Su realización, como explicaremos más adelante, nos ha llevado, por una parte, hasta los archivos más importantes en el ámbito de estudio de la Guerra Civil española, como son el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, el Archivo General de la Guerra Civil en Salamanca o el Archivo Histórico Nacional, en Madrid. Pero tam-bién ha supuesto un trabajo de documentación a nivel local, desarrollado en archi-vos como el Histórico Provincial de Huesca o el del Juzgado de Primera Instancia de Boltaña, y un enfrentamiento, sin resultados positivos hasta el día de hoy, con los restos del caciquismo local en los archivos municipales de Aínsa y Boltaña. Otra faceta de la investigación nos ha impulsado a recorrer la comarca, visitando sus pue-blos, conociendo a sus habitantes y a desarrollar, como no podía ser de otro modo, un afecto sincero por sus paisajes y sus gentes, conscientes de lo triste de su historia, marcada en el siglo pasado por la guerra, la emigración y la despoblación.

    A lo largo de este período, hemos complementado una lectura en profundi-dad de la literatura referida a la Guerra Civil, fundamentalmente en Aragón, con la recogida de documentación diversa relativa a los pueblos del Sobrarbe, y es a partir de estas fuentes, que hemos elaborado el “informe” que sigue. Un informe sobre las colectividades construido casi a modo de puzle que, partiendo de los restos disper-sos de un naufragio, de los documentos generados por la represión franquista de la posguerra, trata de reconstruir y reseguir los pasos de la formación de aquellas estructuras colectivistas y explicar cuáles eran los principios que las guiaban, cuáles las dificultades que tuvieron que atravesar y, por fin, cómo se precipitó su caída de la mano de las instancias republicanas y comunistas mucho antes de que penetrasen en aquellos pueblos las tropas nacionales. Si no hemos logrado este objetivo, al menos sí creemos que este trabajo puede servir para dejar constancia escrita de que en el Sobrarbe, como en el resto del Aragón “leal”, hubo un intento de transformación económica y social con características revolucionarias, aunque con unos rasgos cla-ramente diferenciados.

    Querríamos aquí, sin embargo, y antes de explicar el proceso de investigación, abordar unas cuestiones previas, a modo de presentación. Estas están relacionadas, por una parte, con el estudio que hemos desarrollado durante este período y, por otra, con los investigadores implicados en este. Tratar dichas cuestiones nos permi-tirá situar mejor tanto al objeto de estudio como al sujeto investigador, y aclarar

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    de partida los “porqués” y los “cómos” del trabajo realizado y la perspectiva desde la que se plantea nuestro análisis de las colectividades en la comarca del Sobrarbe.

    ¿Por qué continuar indagando, cuando han transcurrido casi 70 años desde el final de la Guerra Civil, en la historia de lo ocurrido durante el conflicto? ¿Por qué hacerlo, además, tomando como objeto de investigación las colectividades? Y, por fin, ¿por qué centrar el estudio de esas colectividades en el Pirineo aragonés y en una zona como el Sobrarbe?

    1. LOS “PORQUÉS” DE LA INVESTIGACIÓN: MEMORIA HISTÓRICA VERSUS RECUPERACIÓN HISTÓRICA

    Hemos asistido en los últimos años, coincidiendo con la celebración del 70 aniversario del inicio de la Guerra Civil, a una proliferación de publicaciones, charlas, jornadas, exposiciones y demás sobre la guerra que, en un marco donde se entremezclan el entusiasmo patrio por las efemérides, la oportunidad editorial del momento y la aprobación de leyes de la memoria histórica destinadas a dar carpe-tazo final a la Guerra Civil, la dictadura y la transición democrática, se inscriben en un proyecto global de recuperación de la memoria histórica. Esta recuperación se está realizando, básicamente, a través de la reedición de obras ya clásicas o la publi-cación de otras inéditas de carácter general, pero también a partir de la realización de trabajos de investigación locales y regionales que cubren importantes lagunas de la historiografía contemporánea española. Pues bien, en esto de la historia, y sobre todo en lo que atañe a la recuperación de la memoria histórica y la reescritura o reinterpretación del pasado, existen posiciones confrontadas, miradas divergentes. Se privilegian unas perspectivas, mientras que otras se mantienen en la sombra, a menudo de forma intencionada. Por ejemplo, abundan las obras que tratan de presentar la Guerra Civil como un conflicto fratricida o se impone una visión de la contienda en que esta queda reducida a una dicotomía entre fascismo/antifascismo o entre partidarios de la República y elementos fascistas, omitiéndose o minimi-zándose su componente revolucionario y transformador y soslayando los conflictos internos que existían en el lado republicano y las confrontaciones que se produjeron en el contexto mismo de la guerra.

    En términos generales, la lectura que se está ofreciendo de la guerra y la re-volución españolas se está realizando en una clave que recupera para el consenso democrático instaurado durante la transición, el papel de unas fuerzas políticas, todavía hoy presentes en la vida española, que durante la guerra se consagraron al ataque sistemático de todas aquellas estructuras, implantadas bien por los sindica-tos, bien por los campesinos, que trataban de llevar a la práctica la subversión de un orden social basado en el caciquismo y en la desigualdad social, política y económi-ca. Estamos asistiendo, en definitiva, a una “reconstrucción de la memoria histórica adaptada a las necesidades de legitimación del actual sistema de representación”1.

    1 García, C.; Piotrowski, H., y Rosés, S. (2006), p. 12.

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    Es precisamente en contraposición a esta forma de recuperación de la memoria, o si se prefiere de liquidación de la etapa de la guerra en clave de reconciliación nacional, donde se inscribe nuestra investigación, y la elección del estudio de las colectivida-des y de un espacio social y geográfico, que en la mayoría de los casos ha sido com-pletamente descuidado, no es baladí.

    En primer lugar, en este trabajo se sostiene que el proceso de colectivización fue una de las máximas expresiones del deseo de transformar la sociedad, en base a criterios de igualdad y justicia social, que anidaba en amplias capas de la población, y muy especialmente, entre los jornaleros y obreros. Era precisamente ese deseo el que había empujado desde finales del siglo xix a los trabajadores a organizarse en sindicatos, el que de forma intermitente se había expresado en las fábricas, el campo y las ciudades, en forma de huelgas revolucionarias y de intentos frustrados por la represión gubernamental de proclamar el comunismo libertario como modelo de organización más equilibrado, y el anhelo que estaba en el origen del apoyo a la República y el respaldo inicial al Frente Popular en las elecciones del 36. El mo-vimiento que se produce como respuesta a la sublevación fascista tiene, por con-siguiente, un carácter eminentemente revolucionario, pero responde menos a una defensa del orden republicano, que había frustrado en su desarrollo las expectativas que miles de obreros industriales y agrícolas habían depositado en él (poner fin al problema del paro obrero, que se llevase a cabo la tan ansiada y necesaria reforma agraria, etc.), que al deseo de hacer realidad un proyecto socioeconómico emanci-pador y profundamente igualitario, largamente soñado.

    ¿Se puede afirmar, entonces, como lo hacen algunos historiadores profesio-nales, que estas colectividades fueron impuestas manu militari en el transcurso de la Guerra Civil? ¿Mantener que estas no fueron más que una expresión de la violencia revolucionaria o política que se ejercía en la retaguardia aragonesa en el contexto del conflicto?

    Partíamos de la hipótesis de que no lo fueron. Más bien al contrario, los intentos de colectivizar la tierra, el ganado, la propiedad rústica e industrial, el co-mercio y los instrumentos de trabajo, serán objeto de una represión feroz dentro del marco de la legalidad republicana que se va a ir reinstaurando durante la Guerra Civil española. Este proceso, que ha merecido el calificativo de “contrarrevoluciona-rio”, se verá de forma muy clara en el Sobrarbe.

    En segundo lugar, la elección del espacio, además de permitirnos verificar las hipótesis iniciales, obedece a dos motivos, fundamentalmente: primero, contribuir a llenar el terrible vacío generado por la ausencia casi absoluta de estudios generales y locales sobre la Guerra Civil en las comarcas del Pirineo aragonés, con la excepción de aquellos que se centran en las “supuestas” gestas heroicas del bando republicano, como es el caso de la bolsa de Bielsa, pero también ocasionado por el “olvido” por parte de quienes, habiendo vivido aquellos días de revolución, como sus propios protagonistas o los historiadores anarquistas, periodistas de la época, etc., apenas dejaron constancia escrita de lo ocurrido en el Pirineo. Además, se considera que

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    cualquier tentativa de comprensión de la historia del siglo pasado en la montaña sería vana de no partir del análisis de un hecho tan central como la Guerra Civil, que tuvo, entre otras consecuencias, el exilio de miles de personas y, en cierto modo, el inicio de un proceso de despoblación de los pueblos del Pirineo aragonés que culmi-naría en los años 60 y 70, así como la reinstauración de un régimen basado en la au-toridad y el terror y el regreso a una sociedad caciquil que jamás habría sido comple-tamente destruida en la comarca, como se desprende de los testimonios conservados.

    Nosotros, ese sujeto investigador que está detrás de este trabajo que hoy pre-sentamos, somos en cierta medida los “nietos” de aquellos montañeses que tras mu-chas generaciones de lucha por la supervivencia, soportando condiciones de vida muy duras, obligados a pasar largas temporadas en Francia de trabajo extenuante para poder formar una familia y contribuir a su sustento, teniendo que enviar a sus hijos pequeños a servir a otras casas por la comida y poco más, finalmente tuvieron que exiliarse y dejar atrás unos pueblos que, a pesar de todo, eran su hogar, el lugar que conocían y amaban y que hubieran deseado transformar radicalmente. Y es el contexto de la guerra del 36 el que les brinda por fin la oportunidad de subver-tir ese orden socioeconómico que los había relegado a la servidumbre. Una guerra que pondrá fin a sus expectativas de transformación, de la que saldrán derrotados, muchos detenidos y fusilados, mientras otros seguirán luchando por unas mejores condiciones de vida en Francia, contra el nazismo, yendo a parar a los campos de concentración franceses y luego alemanes y al fin, aquellos que sobrevivieron, teniendo que reconstruir sus vidas en otros países. Es en su memoria que está dedi-cado el presente trabajo.

    2. LOS “CÓMOS” DE LA INVESTIGACIÓNCuando empezamos este trabajo de investigación sobre las colectividades en

    la comarca del Sobrarbe, a principios de 2005, partíamos de cuatro apuntes en-tresacados de las principales obras dedicadas a la Guerra Civil en Aragón y de la escasa literatura existente en torno a las colectividades en el Estado español. Cuatro anotaciones que nos permitían confirmar que, a pesar de no existir ningún estudio ni general ni mucho menos local sobre el proceso de colectivización en esta zona del Pirineo aragonés, había una presencia de las mismas, a través de la Comarcal de Aínsa, en algunas de las principales asambleas y plenos que tuvieron lugar entre el estallido de la guerra y mediados de 1937. Nos referimos, entre las más destacadas, a la asamblea que dio vida al Consejo Regional de Defensa de Aragón en Bujaraloz, el 6 de octubre de 1936 o, posteriormente, en febrero de 1937, en el pleno que se desa-rrolló en Caspe con vistas a la creación de la Federación Regional de Colectividades. Dos momentos “álgidos” en lo que sería el proceso revolucionario en Aragón, el pri-mero alumbrando un órgano de gobierno autónomo que nació, entre otras razones, para regular las a menudo complicadas relaciones entre el frente y la retaguardia en el territorio aragonés y, la segunda, como primer intento serio de ir hacia una or-

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    ganización autogestionada de la economía a nivel regional, teniendo precisamente como actores principales las colectividades. Nos llamaron también la atención las observaciones en claro conflicto de dos testigos oculares de las transformaciones revolucionarias de la época, buenos conocedores del proceso colectivizador, como fueron Gastón Leval y Alardo Prats2. El primero sostenía el fracaso de las colecti-vidades de Aínsa y Boltaña, mientras el segundo afirmaba que la colectividad de Aínsa se hallaba entre las que mejor funcionaban del Aragón “libre”, tras su visita a la de Graus, considerada modélica en su momento.

    Ese fue, pues, nuestro punto de partida: unas notas que apuntaban hacia la existencia de al menos dos colectividades y, con toda seguridad, de una organización comarcal de colectividades en el Sobrarbe, sobre la que no existía ningún estudio, pero que nos alentaron a iniciar un trabajo de investigación.

    2.1. Apuntes metodológicos: la patrimonialización de los archivos municipales y la dispersión documental

    Cuando empezamos el trabajo, decidimos que lo queríamos hacer, básica-mente, a partir de los documentos que hubiera generado el propio proceso de co-lectivización, y que presumiblemente se habrían conservado en los archivos muni-cipales, contrastados con el relato de quienes lo vivieron en primera persona y de aquellos otros que han sobrevivido en la memoria de los pueblos de la comarca, gracias a la transmisión oral de su historia. Sin embargo, aunque hemos podido consultar algún documento que “milagrosamente” se ha salvado del período de la guerra y hayamos podido conversar de manera informal con algún que otro vecino, ninguna de estas dos fuentes ha sido finalmente decisiva en nuestro estudio de las colectividades. En primer lugar, el motivo hay que atribuirlo a la falta total de do-cumentación del período 36-38 en los archivos municipales de la comarca, al menos en el caso de dos poblaciones tan importantes como Aínsa y Boltaña. O eso es lo que al menos nos han querido hacer creer. Y, sin embargo, tenemos la certeza de que se ha conservado mucha más documentación de la que oficialmente se reconoce tanto en el caso de Aínsa como en el de Boltaña, donde supuestamente no hay en el Archivo Municipal ni un solo documento de la época. Por una parte, nos consta la catalogación de ese archivo bajo la etiqueta de “reservado”. No sabemos si por este u otro motivo, se nos ha negado ya no su acceso sino su misma existencia. Sin em-bargo, la precisión con la que los informes generados por el propio Ayuntamiento de Boltaña, y conservados en la sección del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas en el Archivo Histórico Provincial de Huesca, detallan la composición de comités y consejos municipales durante la guerra e incluso el propio proceso de co-lectivización, nos llevan a la conclusión de que la fuente tuvo que ser el libro de actas

    2 Leval, G. (1977), Colectividades libertarias en España, Aguilera, Madrid, y Prats, A., (2006), Vanguardia y retaguardia en Aragón, Ed. Espuela de Plata.

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    que sin duda se siguió haciendo durante la guerra o documentación de su misma na-turaleza. Ocurre lo mismo en Aínsa, donde los informes dirigidos al Tribunal, junto a las denuncias de los vecinos, parecen estar basados en documentos generados por la propia Colectividad de Aínsa, como es el caso de los inventarios de los bienes incautados. Una vez redactados esos informes parece inverosímil que los quemasen.

    Además, ¿no es curioso que en otros ayuntamientos de la provincia de Huesca se hayan conservado casi íntegramente sus archivos y en los del Sobrarbe nada? ¿Acaso es un efecto de la política de tierra quemada que aplicaron los republicanos en su huida? Y entonces, ¿en qué información se basan los informes consultados? ¿Quizá en la memoria de los que posteriormente denunciarán los abusos de los que fueron objeto? Y esas denuncias, ¿dónde están?

    En todo caso, no resulta exagerado afirmar que los ayuntamientos de Aínsa y Boltaña han optado por una patrimonialización de la documentación de la guerra, en espera de no sabemos muy bien qué, quizá de la ley de “punto final” a la que aludíamos anteriormente. En Aínsa, por ejemplo, tras esperar pacientemente la au-torización para poder consultar su archivo (previa advertencia de que, faltaría más, apenas se había conservado nada), no encontramos libros de actas ni ninguna otra fuente primaria (correspondencia, actas, etc.) que nos permitiese una reconstruc-ción del día a día de aquellos primeros meses de la guerra. Se hacía difícil continuar en esas condiciones y nos vimos obligados, primero a trabajar con los documentos conservados en Salamanca, en el Archivo General de la Guerra Civil, y luego con fuentes de la represión (Tribunal de Responsabilidades Políticas de Huesca y Fondo de la Causa General)3. Más adelante explicamos los inconvenientes que plantea el trabajar con estas fuentes.

    Dos ayuntamientos más en los que hicimos gestiones, teniendo constancia de que en Bielsa no se conservaba nada, fueron los de Tierrantona y Tella-Sin. En am-bos es escasa la documentación del período de la guerra, pero habría que dedicarles algo de tiempo en el futuro. El segundo es importante sobre todo porque subsiste la incógnita de qué ocurrió con la central eléctrica de Lafortunada, de la que solo sabemos que se hallaba cerrada en la primavera del 37 y controlada por un Comité de Obreros de la misma, integrado por afiliados a la CNT y probablemente también a UGT. También, como repetiremos en las conclusiones, si se decidiese proseguir en las líneas marcadas por esta investigación, sería necesario acercarse a otros ayunta-mientos como podrían ser, por ejemplo, Gistaín o Fanlo, donde ahora sí sabemos que existieron colectividades.

    A pesar de quedar fuera de la circunscripción comarcal, también ha sido esencial para este estudio la consulta de otros dos archivos municipales que son los

    3 Se hizo también todo un trabajo previo en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam de revisión de los archivos de Gastón Leval y Barbastro, que no reseñamos aquí porque la documentación que hallamos sobre el Sobrarbe es insignificante. El viaje nos permitió, sin embargo, consultar el diario Nuevo Aragón y el archivo de la CNT.

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    de Barbastro y Benasque, en los que se ha conservado en muy buen estado amplia documentación de la época, sobre todo en lo que se refiere a circulares del Consejo de Aragón y de los partidos republicanos y, especialmente en Benasque, informa-ción fundamental para reconstruir el papel del Consejo Municipal de Boltaña a partir del verano de 1937 y en relación con los consejos de toda la zona norte de los Pirineos aragoneses.

    Por lo que atañe al fondo documental conservado en el Archivo General de la Guerra Civil en Salamanca (AGGC-S), este ofrece una información esencial tanto para reconstruir el proceso revolucionario y contrarrevolucionario en tierras aragonesas como para analizar la represión de las colectividades libertarias en el Sobrarbe. Además de esta fuente primaria, y básica para cualquier estudio referi-do a aquel período, se ha podido consultar en dicho archivo el Boletín Oficial del Consejo Regional de Defensa de Aragón, órgano del Consejo de Aragón a partir del cual se ha podido reseñar la vinculación de las colectividades con el organismo regional, y la hemeroteca, en especial el diario Nuevo Aragón, completado con los números conservados en Ámsterdam en el Instituto de Historia Social (IISG). A este diario habría que añadir otros de la época de lectura obligada, que se indican en el apartado referido a las fuentes: Solidaridad Obrera, Cultura y Acción, Orientación Social, Vida Nueva o Surcos.

    A toda esta documentación se suma la empleada con vistas a poder contex-tualizar la guerra en la comarca, es decir, que debía permitirnos realizar un análisis de las colectividades a partir de un conocimiento situado de las formas de vida de sus habitantes a mediados de los años 30, cuando estalla el conflicto, para así enten-der la base económica y las relaciones sociales a partir de las cuales se van a articular las estructuras colectivistas. Para poder desarrollar este marco político, social y eco-nómico, han sido de imprescindible consulta los boletines provinciales, los censos de los años 30 y el Fondo de Hacienda del Archivo Histórico Provincial de Huesca (índices de amillaramiento, contribución industrial, riqueza rústica y pecuaria, etc.).

    En cuanto a las fuentes orales, la falta de una información básica de partida que nos permitiese poder dirigir bien las entrevistas, las dudas que nos planteó la propia metodología, una serie de desencuentros con algunas personas clave y nues-tra distancia física respecto a la comarca, nos fueron alejando de esta opción, que habíamos privilegiado en un primer momento. Sin embargo, la “explotación” de ambas fuentes, los archivos municipales y la historia oral, se considera vital para poder profundizar en el trabajo de aproximación que aquí presentamos, y por ello hemos incluido en las conclusiones del trabajo una serie de propuestas para su continuación.

    Por último, otro paso esencial cuando empezamos la investigación, fue poner-nos en contacto con aquellos historiadores que habían trabajado sobre la Guerra Civil en Aragón y sobre las colectividades, en particular. A este respecto, las indi-caciones, hipótesis y preguntas que nos planteó el historiador Graham Kelsey han sido esenciales para nosotros, aunque nos desalentó a investigar las colectividades

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    en la zona porque, como se ha confirmado hasta cierto punto, intuía que estas se habían topado con grandes dificultades para prosperar debido a la fuerte implanta-ción de socialistas y comunistas en la comarca. A pesar de ello, esta investigación es deudora tanto de la obra de Kelsey como de su profunda sensibilidad e inteligencia. También es ineludible aquí una referencia a la vasta obra de Alejandro Díez Torre, sin duda uno de los mayores expertos en la actualidad sobre la Guerra Civil en tierras aragonesas, y en cuanto al estudio de las colectividades, a nuestra querida amiga Hanneke Willemse, autora de un trabajo sobre Albalate de Cinca, y a Frank Mintz, a quien tuvimos el placer de conocer hace escasamente un año, así como los trabajos ya clásicos de Gastón Leval y Agustín Souchy, cuya labor de recopilación de datos sobre la colectivización es un testimonio fiel y muy valioso de la obra revo-lucionaria puesta en marcha durante la Guerra Civil.

    2.2. Trabajar con fuentes de la represiónUno de los principales problemas que se nos ha planteado a lo largo de esta

    etapa de investigación ha sido el tener que trabajar con fuentes secundarias, como lo es toda la documentación que generó durante los primeros años de la posguerra el aparato represivo del estado franquista, lo que consideramos puede inducir a im-portantes errores de apreciación, a pesar de que para muchos historiadores constitu-ya hoy una fuente de principal orden y un “valiosísimo acervo documental”4. Como ya se ha dicho, estas fuentes han sido: el Fondo de la Causa General, elaborado a instancias de las autoridades franquistas por un decreto del Ministerio de Justicia del 26 de abril de 1940, y el Fondo del Juzgado Instructor Provincial del Tribunal de Responsabilidades Políticas de la provincia de Huesca, cuya función quedó regulada por la Ley de Responsabilidades Políticas del 9 de febrero de 19395, y que en lo que respecta al partido judicial de Boltaña, se halla dividido entre el Archivo Histórico Provincial de Huesca y el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Boltaña.

    Ambos fondos documentales, cuya organización de la información y conte-nido no vamos a explicar aquí porque otros autores ya lo han hecho, constituyen una fuente esencial para analizar el aparato represivo puesto en marcha por las autoridades fascistas pero de un valor relativo cuando se trata de abordar los pro-cesos revolucionarios que se producen al calor de la guerra. Por este motivo, hemos utilizado con mucha precaución los datos que ofrecen, aunque en muchos casos constituían la única fuente disponible, y hemos tratado siempre de situarlos en su contexto y dentro de un marco interpretativo más general. Por lo que respecta a la Causa General, hemos extraído de ella informaciones relativas a la formación de

    4 Ledesma, J. L. (2003), p. 31. Este historiador emplea la Causa General como fuente primordial para el recuento de los muertos y estudio de la violencia política en la retaguardia republicana en la provincia de Zaragoza.

    5 Véase Franco, Elena (2005), primer trabajo de tipo descriptivo sobre el funcionamiento del Tribunal de Responsabilidades Políticas de Huesca y listado de expedientes conservados en el AHPH.

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    comités revolucionarios, sobre la represión de los individuos considerados facciosos durante los primeros meses de la guerra y acerca de las acciones emprendidas con-tra los bienes de la Iglesia y algunos particulares. En cuanto a los diversos informes y múltiples expedientes personales conservados en el Fondo de Responsabilidades Políticas, nos han interesado las declaraciones y denuncias realizadas por varios ve-cinos de la comarca en la medida que informan, más allá de las rencillas personales existentes y de los diferentes posicionamientos políticos, de las actividades econó-micas que fueron objeto de colectivización. En algunos casos, también contienen una valiosa información acerca del papel que jugaron algunos prohombres locales durante la contienda y sobre la composición de los comités y consejos municipales. Sobre esta última cuestión, y gracias a los listados conservados en el AGGC-S y a Nuevo Aragón, hemos logrado elaborar un cuadro general para toda la comarca que incluimos en los anexos del trabajo.

    3. ESTRUCTURA DEL TRABAJOLa estructuración del estudio ha sido probablemente la fase más delicada de

    toda la investigación. Había dos cuestiones que nos preocupaban en especial: que la redacción final reflejase, por una parte, el esfuerzo constante de contextualiza-ción histórica realizado, es decir, el análisis de aquello que ocurría en la comarca en relación a los acontecimientos más relevantes a nivel regional e incluso nacional y, por otra, la superposición de dos planos diferenciados, que planteaban no po-cos problemas, que son la secuencia cronológica en que se producen los aconteci-mientos y una perspectiva temática, así como la interrelación de los aspectos más puramente descriptivos con aquellos de índole más analítica. En otras palabras, el texto debía revelar, en toda su complejidad, aquel momento histórico y dar cuenta de todas las fuerzas, tensiones y conflictos que interactuaron entonces tanto a favor como en contra del desarrollo del proceso de colectivización. Además, dado que la investigación nos había exigido un trabajo previo y complementario de análisis de las diferentes fases por las que atraviesa dicho proceso, en el marco de la contienda militar, y a partir de unas formas de trabajo y de explotación de los recursos que son propias de los pueblos de la montaña, hemos querido que esa labor se viera también reflejada en la redacción final.

    Todo ello nos ha llevado a incluir en el trabajo varios capítulos que introdu-cen el análisis de la colectivización y en que se contemplan, en el primero, y de modo general, el marco socioeconómico y político previo al estallido de la Guerra Civil, es decir, algunos de los aspectos más relevantes en cuanto a demografía, distribución de la tierra, principales actividades económicas, etc. (con cuatro apuntes sobre la repercusión que tendrá esta en algunas actividades como la maderera, la ganadera o la continuación de las obras del pantano de Mediano); y en un segundo capítulo, la respuesta social a la sublevación militar en algunas de las principales ciudades ara-gonesas, pues se consideraba necesario para comprender la situación que se genera en la comarca del Sobrarbe. De cómo hemos solucionado finalmente la cuestión de

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    los diversos planos de análisis que se superponen en este trabajo, básicamente a par-tir de un orden cronológico, o bien temático, es muestra este segundo capítulo. Nos hemos visto así obligados a ir hacia delante y hacia atrás en el tiempo, favoreciendo en algunos momentos la perspectiva temporal, es decir, el orden en que se producen los acontecimientos, a la puramente temática, y hemos procedido de manera inversa cuando se trataba de profundizar en un tema, como en el capítulo tres, dedicado íntegramente a las colectividades.

    Finalmente, queda organizado el trabajo en seis capítulos: el primero, como se ha dicho, dedicado a establecer el contexto socioeconómico y político de los años 30 en la comarca; un segundo capítulo que, arrancando del 18 de julio de 1936, ex-plica por una parte qué acontece en las principales poblaciones de la región arago-nesa y, en especial, en aquellas que una mayor influencia ejercerán sobre el Sobrarbe, como Barbastro y Jaca, para a continuación describir la nueva situación que genera la guerra en diversos pueblos de la comarca, a partir del establecimiento de los comi-tés revolucionarios. El capítulo tres está consagrado al análisis de las colectividades, primero en el marco general de la zona “leal” aragonesa y, posteriormente, pueblo por pueblo, describiendo sus características principales, así como su estructuración a nivel comarcal.

    Los capítulos cuatro y cinco retoman, en cierta medida, la secuenciación cronológica y en ellos se narran los principales acontecimientos a nivel regional y comarcal entre el verano de 1936 y el verano de 1937, realizando un análisis previo de lo que va a suponer el derrumbe del orden republicano en la región y el proceso de recuperación de dicho orden. En el cuarto capítulo se aborda, por ejemplo, la formación de consejos municipales en la comarca, la creación de la Federación Regional de Colectividades y las tensiones que aparecen entre las diferentes fuerzas políticas, y en el seno de estas, entre enero de 1937 y el verano de 1937, momento en que fuerzas comunistas, apoyadas por los partidos republicanos, proceden al asal-to de las colectividades y a la disolución del Consejo de Aragón. Este ataque será descrito en el capítulo cinco, introducido por un apartado en que se retoma el desa-rrollo de la guerra en la zona, que es imprescindible conocer con el fin de entender las nuevas alianzas que se han creado en ella para, a continuación, hablar de cómo se opera la disolución de las colectividades en el Sobrarbe y, concretamente, la re-presión que se abate sobre Aínsa, así como las consecuencias que esto acarreará. A continuación, y en el último capítulo, se analizará la etapa de las gestoras municipa-les, con especial atención a la de Aínsa, y las dificultades que tendrán en adelante las organizaciones libertarias para desenvolverse en la comarca. También se examinará el papel del nuevo Gobierno de Aragón y el final de la guerra en el Sobrarbe, descri-biendo la evacuación de la población civil y la retirada militar.

    Por último, las conclusiones del trabajo están dedicadas, por una parte, a des-tacar aquellos rasgos más destacados del proceso de colectivización en el Sobrarbe y, por otra, a apuntar posibles vías de continuación de la labor de investigación que hemos iniciado, incluyendo una pequeña batería de propuestas de trabajo. En

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    cuanto a las fuentes empleadas, precede a la bibliografía un listado completo de las mismas, con las abreviaturas que hemos ido utilizando a lo largo de este informe.

    Se ha optado por agrupar los anexos en un documento aparte, básicamente para que el trabajo no resultase tan voluminoso, no entorpecer la lectura y facilitar su manejo.

    Algunos de estos anexos son de elaboración propia y otros son copia de algu-nos de los documentos que hemos considerado más significativos.

    Solo nos queda añadir, para terminar, que esperamos haber contribuido, con esta primera aproximación al estudio de las colectividades en la comarca, a un ma-yor conocimiento de la historia local del Sobrarbe en un período tan complejo como fue la Guerra Civil en el Estado español y agradecer el apoyo del Centro de Estudios de Sobrarbe para que la investigación fuera posible.

    CAPÍTULO 1. LA VIDA EN LA MONTAÑA EN LOS AÑOS 30Aunque no es el objeto de este trabajo analizar desde una perspectiva his-

    tórica y antropológica lo que representaba la vida en los pueblos del Sobrarbe a principios del siglo xx, y concretamente en los años 30, se considera aquí necesario reseñar algunos de los rasgos más característicos de su organización social y econó-mica, así como el panorama político que resulta del establecimiento de la República en 1931, ya que ello nos permitirá situar mejor el espacio humano a partir del cual se desarrollarán las colectividades durante la Guerra Civil6.

    En primer lugar, cabría destacar la accidentada orografía del terreno, su dura climatología y las pésimas vías de comunicación con las que contaba en los años 30. La primera carretera que se construye data de 1880 y es la que resiguiendo el valle del Cinca conectará Barbastro con Aínsa y posteriormente, en 1885, se prolongará hasta Boltaña. Años más tarde llegará la carretera a Broto. Otro ramal subirá en dirección a Bielsa, paralizándose las obras en Lafortunada, frente al desfiladero de Las Devotas, en 1915, que serán terminadas por La Ibérica entre 1919 y 1920, em-pleando en ellas a más de 3.000 personas. De Lafortunada saldrán dos pistas, una hacia Plandescún, en el valle del Cinqueta, y la otra hacia Bielsa, donde el servicio postal llegará por fin en 1921.

    Hasta 1940 no existirán carreteras asfaltadas y los pueblos se hallaban conec-tados entre sí a través de una vasta red de caminos de herradura. Estas deficientes vías de comunicación, con sus valles interiores como el de Chistau o el de Vió, por ejemplo, prácticamente aislados y a varias horas de camino de las rutas principales, repercuten también en un escaso desarrollo del servicio postal. Este se había puesto

    6 Para este capítulo, en todo lo relativo a la comarca del Sobrarbe, se han empleado como fuentes principales: Daumas (1976); Lasaosa y Ortega (1999 y 2003) y datos procedentes de las contribucio-nes industriales, de ganadería, rústica y pecuaria para 1936 (AHPH).

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    en marcha durante la primera mitad del siglo xix y a partir de 1858 ya hay previsto un servicio Barbastro-Boltaña. En 1863 ya había dos oficinas en la comarca, en Aínsa y Boltaña, y varias carterías. La primera línea de autobuses que entrará en funcionamiento es la de Barbastro-Boltaña, a partir de 1917, en un viaje que costa-ba todo un día y que obligaba al chófer a pernoctar en Boltaña.

    En cuanto al transporte, este se realizaba en mula o caballo, dado que había pocos carros y los caminos eran estrechos y accidentados. Este escaso desarrollo de las comunicaciones determinaba la preeminencia de una economía tradicional, hasta cierto punto autárquica y orientada básicamente a la autosuficiencia. Las ac-tividades económicas principales serán la agricultura, la ganadería y, como com-plementarias, la explotación forestal, la caza y la pesca. La sociedad se articulará a partir de una unidad económica y social que es la casa, “término que engloba el con-cepto tradicional de familia ampliada y el patrimonio que esta posee”7, y el municipio, representado por los ayuntamientos y consejos municipales, constituirá la base de la organización administrativa, ya que los partidos judiciales, creados en 1834, solo servían de marco territorial a cierto tipo de administración (justicia, registro de la propiedad, etc.).

    1.1. Distribución de la poblaciónAragón en 1930 era una región esencialmente rural. Más de la mitad de su

    población, 1.031.559 habitantes en 1930, vivía en municipios menores de 2.000 ha-bitantes, y solo cuatro ciudades en toda la región, por orden, Zaragoza, Huesca, Teruel y Calatayud, tenían una población superior a 10.000 personas8. La provincia de Huesca tenía una población de hecho de 242.958 habitantes, de la que una tercera parte vivía en núcleos de menos de 100 casas. Según el censo de 1930, en la comarca del Sobrarbe residían 21.826 personas distribuidas en 40 municipios, compuestos por unos 278 núcleos habitados9.

    La población se concentraba en pueblos y aldeas, con una proporción muy baja de habitantes diseminados en caseríos alejados de los núcleos de población. Solo son significativos los casos de Castejón de Sobrarbe, con casi un 10,7% de la población alejada del núcleo urbano; Guaso, con un 8,9%, y Mediano, con un 6,6% (10,3% si consideramos la población de hecho). Probablemente estos últimos datos recogen la población flotante asociada a las obras del pantano de Mediano. A nivel comarcal, esta población diseminada representaba menos del 1,5% del total.

    Los núcleos de población eran generalmente muy pequeños. Un 78,4% de los pueblos tenía menos de 100 habitantes, y de los 278 pueblos que integraban la

    7 Lasaosa y Ortega (2003), p. 196.8 Casanova, J. (1984), p. 42. 9 Véase Anexo 1. En este apartado se emplea el Nomenclátor General de España con referencia al 31 de

    diciembre de 1930. Provincia de Huesca.

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    comarca, un 37,1% tenían menos de 25 habitantes. Solo once pueblos tenían más de 300 habitantes, de los cuales únicamente cuatro, Boltaña (897), Bielsa (615), Aínsa (587) y Gistaín (536), pasaban de los 500. Los núcleos más poblados, exceptuando Aínsa y Boltaña, se sitúan mayoritariamente en el área más septentrional, y eran respectivamente: Boltaña, Bielsa, Aínsa, Gistaín, Laspuña, Plan, Torla, Broto, Labuerda, Linás de Broto, Fiscal y San Juan de Plan. Resulta razonable pensar que en esta zona se encontraban los núcleos más poblados, no solo por su orografía, más accidentada, y por tanto menos propicia a la dispersión, sino porque también concentraba gran parte de la riqueza pecuaria de la comarca, al contar con extensas zonas de pastos, muy adecuadas para la ganadería de montaña. Por otra parte, las villas de Aínsa, capital comarcal, y Boltaña, cabeza de partido judicial, jugaban un importante papel como centros comerciales y de servicios, lo que justificaría su elevada población. En cuanto a esta, casi la mitad se localizaba en pueblos de entre 50 y 200 habitantes, representando los núcleos de más de 300 personas tan solo una cuarta parte de la misma.

    Por municipios, solo cinco pasaban de los 1.000 habitantes: Bielsa, Boltaña, Morillo de Monclús, Puértolas y Albella y Jánovas, sumando en total 5.778 habitan-tes, es decir, un poco más de la cuarta parte. Casi dos terceras partes de la población residía en municipios de entre 250 y 750 habitantes, y tan solo el municipio de Palo contaba con menos de 250 habitantes. Analizando los datos de población por mu-nicipios, debe destacarse además de lo ya comentado para el caso de las localidades de alta montaña y las capitales, que los municipios de La Fueva integraban un gran número de pueblos, como es el caso de Morillo de Monclús o Muro de Roda, con 15 núcleos cada uno. Lo mismo ocurre con el municipio de Albella y Jánovas, con 14 entidades de población.

    Los municipios con menor número de habitantes por núcleo eran: Muro de Roda, Santa María de Buil, Olsón, Clamosa, Sieste y Burgasé, con menos de 40 habitantes por entidad de media.

    En resumen, al inicio de los años 30, Sobrarbe era una comarca esencialmente rural e incluso aldeana, con una población muy concentrada en los lugares de alta montaña y una mayor dispersión en el resto del territorio. Existía asimismo un im-portante contingente de población flotante, asociado a las obras de riegos del Alto Aragón, así como a las infraestructuras hidroeléctricas. La densidad de población media, 9,91 hab./km2, muy inferior a la media provincial, 16,49 hab./km2, y menos de la mitad de la del resto de la región, 22,04 hab./km2, se explica por las características geográficas de la comarca, de alta y media montaña, y, por tanto, con muy pocas tierras adecuadas para el cultivo.

    1.2. La casa: principio de organización social y económicaLa casa, como ya se ha dicho, es la unidad a partir de la cual se articulan

    las relaciones sociales y familiares y constituye el núcleo central de la organización

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    económica. En ella conviven a menudo varias generaciones que colaboran en el sus-tento de la familia y contribuyen con su trabajo a mantener y ampliar un patrimonio, que se transmitirá indiviso al hijo primogénito. Esta forma de herencia, unida a una intrincada estrategia de enlaces matrimoniales, era el modo de garantizar la supervi-vencia de la casa y, con esta, de la comunidad. La diferenciación social se establecerá bien a través de la división del trabajo, en el ámbito doméstico, entre hombres y mu-jeres, entre las diferentes generaciones y en función de la posición de unos miembros de la familias respecto a otros (como ocurre con los tiones, destinados a los trabajos más duros y desvalorizados), como entre las casas de cada localidad en función de la tierra y el ganado y la capacidad, bien de tener criados, en algunas de ellas, para tareas como guardar el ganado, labores domésticas o como pastores, frente a otras, cuyos miembros más jóvenes tendrán que salir a servir en aquellas, realizar jornales o bien contratarse en trabajos esporádicos de construcción o emprender el cami-no de la emigración. No habrá demasiadas diferencias, sin embargo, ente las casas “buenas” o “fuertes” y las más pobres, entre otras razones, porque los “amos” tra-bajarán también y las condiciones de vida de unos y otros serán bastante parecidas.

    Pero a pesar de que la sociedad rural del Alto Aragón oriental tiene fama de ser muy igualitaria, por la preponderancia de un campesinado que vive del producto de su trabajo sobre la base de una explotación familiar, no por ello dejan de existir diferencias sociales. En primer lugar, cabe señalar que en muchos casos uno de los recursos principales de las casas “fuertes” era el préstamo de dinero pues la circula-ción de moneda era muy escasa y las contribuciones había que pagarlas en efectivo. Además, existen en la zona, aunque en grado mucho menor que otras zonas de la provincia de Huesca, grandes propietarios que no trabajan directamente la tierra y pequeños campesinos a los que la tierra no les da lo suficiente para el autoabaste-cimiento y tienen que depender de los jornales que hacen fuera de casa. Si los datos que elaboró en su día el Primer Censo Agrario de España de 1962 nos permiten aproximar la distribución de la tierra en las comarcas del Pirineo aragonés para los años 30, una clasificación en función del tamaño de las explotaciones nos muestra una gran heterogeneidad:

    HECTÁREAS NÚMERO % SUPERFICIE ha

    Menos de 1 ha 1.420 15,2% 935 0,4%

    De 1 a 5 ha 2.371 25,4% 9.400 4,2%

    De 5 a 20 ha 3.124 33,6% 40.731 18,4%

    De 20 a 50 ha 1.580 16,2% 4.033 20,8%

    De 50 a 100 ha 593 6,3% 49.889 22,2%

    De 100 a 200 ha 229 2,4% 22.882 10,3%

    Más de 200 ha 84 0,9% 52.393 23,6%

    TOTAL 9.329 222.263

    Distribución de las explotaciones según su superficie para el conjunto del Alto Aragón oriental. Daumas (1976), p. 211

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    Como se observa en el cuadro anterior, del que el autor excluyó expresamente las tierras comunales (municipales y privadas), las grandes explotaciones no son muy numerosas, pero la superficie que ocupan es prácticamente una cuarta parte del total. Según Daumas, si se tiene en cuenta el valor catastral, habría cerca de 160 en el conjunto de las comarcas orientales del Alto Aragón, agrupadas en torno a la ribera de Fiscal, el valle del Serrablo, corredor de Benabarre y valle del Isábena, así como en la parte alta del Ésera y el Noguera Ribagorzana. En algunos casos, se trataría de grandes fincas en las inmediaciones de los pueblos, pero en la mayoría se localiza-rían alejados de estos, articulados por un mas o masía. Se observa, sin embargo, un predominio de las pequeñas y medianas explotaciones.

    Si tenemos en cuenta la contribución territorial por riqueza rústica en algu-nas poblaciones de la comarca para el repartimiento de 1936, tal y como se puede observar en el Anexo 2, casi la mitad de los contribuyentes pagan menos de 20 pese-tas y en la mayoría de los pueblos solo un pequeño porcentaje paga tanto como los vecinos que menos tierras tienen: en Arcusa, un solo contribuyente paga lo mismo que 36 vecinos, o en Fanlo, una única propietaria paga una contribución de más de 1.000 pesetas, lo que en aquella época era muchísimo dinero. Cabría destacar dos aspectos en la distribución de las contribuciones territoriales y, por ende, en la pro-piedad de la tierra: la centralidad de las tierras de titularidad municipal o, en su de-fecto, de los comunales de vecinos, como es el caso de los ayuntamientos de Bielsa, Boltaña o Fiscal y del comunal de vecinos de Fanlo, segundo mayor contribuyente del municipio, y en segundo lugar, el peso insignificante que tienen los terratenien-tes, o propietarios de tierras ausentes, que o bien pertenecen a localidades vecinas o, en muy pocos casos, viven fuera de la comarca.

    Por otra parte, y por regla general, las parcelas están muy fragmentadas y a veces distantes entre sí, razón por la cual una de las reivindicaciones históricas que se verá reflejada durante la Guerra Civil, llevada a término por las colectividades agrarias, será el reagrupamiento parcelario. En cuanto a las estructuras de tipo co-munitario, funcionaban en los años 30, en diversa medida y dependiendo de cada localidad, las cofradías, que eran asociaciones de ayuda mutua entre vecinos en caso de enfermedad, accidente o muerte, por ejemplo, y que a veces incluían sistemas de crédito, que se mantenían a través de las cotizaciones de sus socios pero que también disponían de recursos propios, como olivares o ganado, a los que se daba una salida comercial. Había cofradías de este tipo en San Juan de Plan, Labuerda, Fiscal o Fanlo, por ejemplo. También existían las comunidades de regantes, que ya habían sido reguladas por ley en 1866 y 1871, y que gestionaban los derechos de riego a sus miembros. En Aínsa, como se verá, estos derechos serán incautados por la colecti-vidad a poco de estallar la Guerra Civil. Muchas de estas comunidades gestionaban además molinos harineros y pequeñas centrales hidroeléctricas, como era el caso de la Sociedad Cooperativa Electro-Harinera de Jánovas.

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    1.3. La agricultura y la explotación ganaderaPor otra parte, en cuanto a la agricultura, las condiciones físicas del terreno

    determinarán el tipo de cultivos de la comarca, fundamentalmente cereales, patatas (las denominadas trunfas se introducen a mediados del xviii), hortalizas y algunas leguminosas y forrajeras, que se extenderán sobre todo a partir de principios del xx. El tipo de cultivo determinará el espacio escogido para su siembra, la alternancia de productos, los aperos empleados, etc. El principal fertilizante será el fiemo del ganado.

    En los años 30, las labores del campo están muy poco mecanizadas y el tra-bajo es esencialmente manual, con la ayuda de parejas de bueyes, mulas o caba-llos para la preparación de la tierra y los trabajos de carga. La mayor parte de las herramientas que se emplean, tanto para el trabajo agrícola y ganadero, como en el espacio doméstico, son elaboradas a partir de madera y raramente se compran piezas metálicas. Se fabrican también cuerdas de esparto, las cinchas de los animales se hacen a partir de crines y cáñamo, los aperos de transporte y de trabajo agrícola son de madera, etc.

    Aunque la agricultura está orientada básicamente al autoabastecimiento, y genera muy pocos excedentes, algunos de sus productos se comercializan o inter-cambian. Se vendían la lana y las pieles, cereales, patatas y aceite, según los pueblos y el tamaño de las explotaciones, pero ante todo se buscaba producir todo lo nece-sario para el sustento de la casa y adquirir solo lo justo mediante la compra. Se con-sumía lo que daba el huerto y el cultivo de cereales estaba destinado a hacer harina para el pan. Se obtenía leche de las vacas y cabras y se criaban uno o dos cerdos para el autoconsumo, como también se mataba alguna vaca, cabrito o cordero. El inter-cambio de productos se producía con los pueblos del Prepirineo y de la tierra baja (azúcar, sal, vino, café, especias, etc.) y los pueblos más altos también se proveían de aceite. Circulaba muy poco dinero, limitándose a la compra de ciertos productos y al pago de contribuciones.

    En cuanto a los cultivos, los huertos solían ocupar las tierras más fértiles y fá-ciles de regar, habitualmente en el mismo pueblo o cerca de los barrancos, y en ellos se plantaban verduras y hortalizas: coles, acelgas, escarolas, lechugas y, en general, aquellos productos que mejor resistían al frío. Aprovechando los márgenes de los caminos, se plantaban frutales, como manzanos, perales, ciruelos y nogales, cuyos frutos serían un aporte básico a la dieta de la montaña. En las zonas más llanas, a veces logradas a partir de la construcción de bancales, se sembraban cereales, legum-bres y patatas. Los cereales, debido al clima y la altitud, se sembraban en solanas a partir de los 900 metros y en las zonas más elevadas se solía sembrar centeno, que era el cereal más resistente al frío y a la humedad. Además de servir para la elabo-ración del pan, su paja también se empleaba para hacer tejados y como forraje para el ganado en primavera. Las patatas se sembraban a finales de junio y se recogían en octubre. Los sistemas de cultivo se basaban generalmente en la rotación de cereales,

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    patatas y legumbres, dejando en barbecho algunos campos para permitir a la tierra recuperar sus nutrientes, mediante la técnica que se conoce como “de año y vez”. Era también habitual subir al ganado a estas tierras para que las abonasen de forma natural y, en el caso de que estuviese garantizado el consumo humano, sembrar de plantas forrajeras algunos campos.

    Cuando las tierras resultaban insuficientes se solía ganar espacio a las tierras comunales, cubiertas a menudo de maleza, mediante la técnica del artigueo, consis-tente en la limpieza del terreno de hierbas y matorrales10. Los campos con mayor pendiente, por otra parte, se dejaban normalmente como prados que se regaban a fin de conseguir una hierba buena para el ganado. Se acostumbraba a hacer dos cor-tes, uno en verano y otro, el rebasto, hacia el mes de octubre, que proporcionarían el alimento necesario para los meses de invierno en que los animales se hallaban estabulados.

    Además de la agricultura, orientada básicamente a la autosuficiencia y que marcaba los períodos de actividad, la principal base económica de la comarca era la ganadería, actividad favorecida por la existencia de grandes extensiones de terreno en la montaña, de propiedad municipal o comunal, que podían destinarse a pastos y parte de los cuales se solía arrendar en verano a ganaderos, bien de la tierra baja, bien franceses. En invierno, por el contrario, se practicaba la trashumancia “inver-sa” y los rebaños de ganado ovino, que eran los más abundantes, se llevaban a la tierra baja, a la ribera del Cinca o al valle del Ebro, a través de una vasta red de cabañeras, como por ejemplo las que por la sierra de Sevil empleaban los pastores del valle de Broto.

    Cada casa solía criar, como se ha dicho anteriormente, al menos un cerdo para su consumo, y no faltaba en ninguna un asno o mula, que era el medio de trans-porte y carga por excelencia. El ganado más abundante era, sin embargo, la oveja, y el tamaño de los rebaños era un indicador de la riqueza de las explotaciones. Solo en Fanlo, había en junio de 1936 más de 9.000 cabezas de ganado ovino, siendo el ma-yor rebaño de cerca de 500 ovejas y situándose el promedio entre las 50 y las 10011. De los 102 contribuyentes de entonces, 65 tenían menos de 100 ovejas, 26 entre 100 y 200, 9 entre 200 y 400 y solo 2 vecinos más de 400. Es decir, las explotaciones ganaderas eran, por regla general, de tamaño pequeño y mediano, pero solo unas pocas casas concentraban los mayores rebaños de ganado ovino. También Gistaín era en aquellos momentos un pueblo con una importante cabaña, con más de 6.000 cabezas de ganado ovino, en abierto contraste con otros dos pueblos montañeses como Broto y Fiscal, donde en 1936 se contabilizaban, respectivamente, 2.064 y 736 ovejas. Entre Aínsa y Boltaña, por otra parte, se observaban diferencias notables.

    10 Lasaosa y Ortega (2003), p. 202.11 Este y todos los datos referidos a los municipios proceden de la Relación Nominal de Ganaderos para

    cada localidad, del Fondo de Hacienda del AHPH.

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    En la primera localidad, que tenía una importante actividad artesanal y comercial, las cabañas de ganado ovino eran muy pequeñas en relación al resto de la comarca, y había prácticamente el mismo número de ovejas que de asnos, en torno al centenar, mientras que en Boltaña el número de cabezas de ganado ovino era de casi 2.000 y de cabras de cerca de 1.500.

    Además de los asnos, los cerdos destinados al engorde y los rebaños de ovejas y cabras, cuya leche se consumía y destinaba a la elaboración de quesos, también se criaban vacas, mulas y, en menor número, caballos. En Broto, por ejemplo, se pagaba contribución en mayo de 1936 por 144 vacas y 90 mulas; en Fiscal, por 122 vacas y 149 mulas y, en Fanlo, por 249 vacas y 108 mulas. Era práctica habitual el recrío de mulas, muy apreciadas, junto a los caballos, para las labores de transporte y de carga e incluso agrícolas, como labrar la tierra, tarea que se solía llevar a cabo también con parejas de bueyes, y de las vacas, de las que se aprovechaba tanto la leche como la carne, y el recrío de terneros. En algunas casas se guardaban de 2 a 4 vacas con este fin. Las ferias de ganado que se celebraban en diversos pueblos de la comarca (Plan, Broto o Labuerda, entre otros) eran un espacio privilegiado para la compraventa del ganado y en muchos casos se mantendrán durante la Guerra Civil, con la prohibición expresa de sacar el ganado de la región12. La presión que se ejer-cerá sobre los ganaderos, tanto para que abastezcan al frente como a las unidades militares desplegadas en la comarca (Torla, Broto, Boltaña, etc.) será una constante a lo largo de la contienda y acabará esquilmando las cabañas y generando no pocos problemas a los ganaderos13.

    Aparte de la explotación del ganado, la economía doméstica, y sobre todo la dieta montañesa, se complementaba con la cría de conejos y gallinas, y con la caza de sarrios o rebecos, principalmente, y de especies pequeñas como las liebres y conejos destinados al consumo, y de tejones, zorros y fuinas, cuya piel se vendía, así como con la pesca.

    1.4. Los montes comunales y la explotación forestalCuando antes nos referíamos a la estructura de la propiedad de la tierra en

    el Sobrarbe teníamos en cuenta la propiedad individual de la misma, pero una de las características de las comarcas pirenaicas respecto a otras zonas aragonesas es que el 76% de la tierra es comunal, dividida entre tierras municipales (196.000 ha, un 75,4% de los bienes colectivos14) y tierras que pertenecen a las comunidades de

    12 Nuevo Aragón y Archivo Municipal de Benasque.13 El 8 de febrero de 1937 se prohibirá vender ganado lanar o vacuno y se exigirá presentar a la

    Comandancia Militar del Sector Pirineo, al mando de Nicanor Felipe, una relación de todo el gana-do de cría y de sacrificio. Archivo Municipal de Benasque, correspondencia 1936-1937.

    14 Estos bienes municipales se desglosan asimismo en comunales (14.000 ha), bienes del Ayuntamiento (15.000 ha) y “montes de utilidad pública” del Estado (166.000 ha).

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    vecinos y que representan un 24,6% del total de tierras y un 11,5% de la superfi-cie15. Las estrategias de participación en las tierras que pertenecen a la comunidad variarán, según las localidades, dando lugar a comunales en los que participan por igual todos los vecinos, como Tella y Sin, u otros donde se establece una escala de diferentes cotizaciones, como en Arcusa. Las tierras comunales, en su mayoría, se localizaban fuera de los pueblos y eran zona de pasto, en las montañas, y de monte, cubierto de bosques y matorrales. Los vecinos tenían diferentes posibilidades de acceso a los recursos de estas tierras, por ejemplo a través del aprovechamiento de la madera para la construcción de sus casas y bordas, la fabricación de utensilios domésticos y aperos de labranza o la leña para calentar el hogar.

    Cabe destacar que hasta la Guerra Civil, la explotación de los bosques y de la madera, en particular, estaba destinada sobre todo a cubrir las necesidades de la población local. Esta tenía derechos de explotación, aunque limitados, para hacer y recoger leña en los bosques públicos. También una parte de la madera y el carbón, producido en las carboneras, y destinado a usos domésticos y a los hornos pana-deros del Somontano y de las riberas de Ebro, se transportaba a lomos de mula o cuando se trataba de madera destinada a la construcción y ebanistería, mediante las navatas. Estas utilizaban los cursos fluviales del Ara y el Cinca, haciendo bajar los troncos, bien desde Torla y Aínsa, bien desde Bielsa, pasando por Lafortunada, Laspuña y Escalona, donde se armaban las navatas. La falta de otros medios de transporte limitó el desarrollo de una explotación forestal mayor. Según Daumas, en los años 30, y en todo el Alto Aragón oriental, el volumen total de madera que se comercializaba no pasaba de los 15.000 m3 16.

    A lo largo de la Guerra Civil, sin embargo, la explotación forestal experi-mentará un impulso importante, con el apoyo del Consejo Regional de Defensa de Aragón. Por ejemplo, el Consejo Municipal de Plan realizará el 17 de mayo de 1937 una subasta de madera, de 1.000 m3 de pino, tasados en 15.000 pesetas17. También el Consejo Municipal de Bielsa anuncia la subasta de aprovechamiento de madera de pino el 10 de junio, del monte Abesué y Acirón (1.000 m3), por 15.000 pesetas; del monte Costadue (250 m3), por 3.750 ptas., y de la partida de monte Bardoblera, en Mascarina y Pineta (350 m3 de abeto), por 5.250 ptas18. El Consejo Municipal de Torla realiza asimismo una subasta el día 11 de julio de 400 m3 de madera de pino del monte Canal de Madera, partida Cotata Fonda, por 6.000 pesetas19.

    15 Daumas (1976), p. 241. Los datos corresponden al Sobrarbe y la Ribagorza.16 Daumas (1976), p. 514. Según este autor, entre 1920 y 1935 en España se consumió una media anual

    de 3 millones de m3 de madera, en su mayoría importada, pues la falta de medios de transporte man-tenía la producción nacional en 400.000 m3 por año. En 1940 solo había construidos 200 kilómetros de pistas forestales, pero en los años posteriores se dispararía la producción y el precio de la madera.

    17 Nuevo Aragón, n.º 89, 2 de mayo de 1937.18 Boletín del Consejo Regional de Defensa de Aragón, n.º 23, 26 de mayo de 1937.19 Boletín del Consejo Regional de Defensa de Aragón, n.º 27, 1 de julio de 1937.

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    1.5. La pequeña industria y el comercioOtro recurso importante del Sobrarbe en aquellos años era el hidráulico, tan-

    to para la agricultura como para la generación de electricidad. La etapa de 1906 a 1936 se caracterizó por una intervención directa del Estado. En 1906 se termina-ron las obras de construcción del canal de Aragón y Cataluña, que permitían regar 16.000 ha en el Somontano de Monzón y La Litera. Su funcionamiento fue bastante precario hasta que en 1930 se puso en servicio el pantano de Barasona, a instancias de la Confederación Hidrográfica del Ebro, creada en 1926. También en este perío-do se concibió el Plan “Alto Aragón”, diseñado por Rafael Izquierdo y aprobado por ley en enero de 1915, que preveía el riego de 300.000 ha en los somontanos de Barbastro y Huesca, los Monegros y La Violada, gracias a los aportes del Cinca y el Gállego. De este plan solo se iniciaron las obras del pantano de Mediano, que al estallar la guerra todavía estaban inacabadas20.

    Los primeros equipamientos hidroeléctricos seguirán una evolución similar a la de las obras hidráulicas: en 1919 se terminan las obras de la central de Seira y entre 1922 y 1928 se instalará un complejo de 3 centrales en Lafortunada, Barrosa y Urdiceto, cuyas obras se habían iniciado en 191821. La construcción de la central de Lafortunada va a tener un enorme impacto tanto físico como socioeconómico en la zona, con un desplazamiento masivo de mano de obra a esta, en gran parte procedente de los pueblos de la comarca. La construcción de la central va a suponer la acometida de algunas de las infraestructuras necesarias, como la carretera de

    20 La importancia de estas obras se refleja en las pugnas por su control a lo largo de la contienda. Con el Sindicato Único de la CNT más potente de la comarca, con 200 afiliados, Mediano po-dría haber sido durante las primeras semanas del conflicto un importante centro de organización y coordinación de las acciones llevadas a cabo en los pueblos del Sobrarbe. Es plausible que, tras la muerte a manos de los obreros del pantano del contratista de las obras, Fulgencio Tremp, se for-mase un Comité de Control Obrero. Hasta principios de 1937, momento en que el Departamento de Trabajo del Consejo de Aragón intercede por los obreros, la empresa les adeudaba jornales. (Nuevo Aragón, n.º 7, 27 de enero de 1937, p. 7). En febrero de 1937, para proseguir las obras de construcción del pantano, y presumiblemente como forma de mantener un control tanto de la CNT local como de descongestionar las cárceles de Barbastro y Caspe y realizar trabajos de utilidad pú-blica, la Consejería de Justicia del Consejo de Aragón, controlada por Tomás Pellicer, de Izquierda Republicana, y con arreglo al decreto del Ministerio de Justicia del 26 de diciembre de 1936, presen-ta un proyecto para emplazar en Mediano un campo de trabajo con cabida para 250 penados que se alojarían en los locales que había junto a las obras. (Nuevo Aragón, n.º 32, 25 de febrero de 1937, p. 7).

    En abril del 37, Saúl Gazo Borruel, que en julio de 1937 será nombrado delegado del Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Ebro, se erigirá en uno de sus máximos impulsores, viajando a Valencia para hacer gestiones en nombre del consejero de Justicia y facilitar nuevos datos al Consejo de Aragón sobre el campo de trabajo. Se están construyendo cuatro barracones para unos 250 presos, dos barracones para personal de vigilancia y otro para oficinas, y se estipula que los presos cobrarán 2,50 pesetas diarias para comida y aseo. (Nuevo Aragón, n.º 84, 27 de abril de 1937, p. 6).

    21 Para una historia concisa de la central hidroeléctrica de Lafortunada, véase Lasaosa y Ortega (2003), pp. 245-279.

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    Lafortunada a Salinas y Bielsa o el desvío por Naval de la que unía Barbastro con Aínsa, que van a favorecer la movilidad de personas y de mercancías. Pero, por otra parte, también va a implicar la aparición de un importante núcleo obrero, de formas de salariado nuevas en la comarca, así como una mayor circulación del dinero en general (por compra de terrenos, salarización, concentración de obreros necesitados de una serie de servicios, etc.). La presencia en algunos momentos entre 1918 y 1923 de cerca de 3.000 obreros en la zona da una idea del impacto que sobre la economía y las relaciones sociales tuvo la construcción de la central de Lafortunada.

    Como explica Germán Zubero, hay que destacar a partir de la Primera Guerra Mundial las inversiones de capital vasco, catalán y madrileño, en el aprove-chamiento eléctrico de los recursos hidráulicos en el Alto Aragón, posibilitado por el desarrollo de la tecnología del transporte eléctrico de alta tensión, y que consolidó a la provincia de Huesca como la segunda (tras su vecina Lérida) en el ranking pro-ductivo eléctrico español del período anterior a la Guerra Civil. Así, la producción hidroeléctrica aragonesa experimentó un crecimiento muy fuerte durante la década de los años veinte y treinta con un ritmo muy superior al global español, por lo que aumentó su cuota de potencia instalada y productiva: de representar el 4,7% de aquella en el inicio de los años veinte pasa a situarse en 1935 en el 12,8% de la capa-cidad productiva española y alrededor del 17% de la producción eléctrica del país22.

    Pero independientemente de las grandes obras hidráulicas, la comarca con-taba con infinidad de pequeñas centrales hidroeléctricas, destinadas al consumo lo-cal, y molinos harineros, accionados también por la fuerza hidráulica y situados generalmente cerca de los pueblos aprovechando los saltos de agua de barrancos o arroyos. En muchos casos, ambas instalaciones, el molino y el generador eléctrico, compartían el mismo edificio. Las sierras para cortar madera y los batanes, donde se abatanaban y curtían los tejidos, se beneficiarán de la misma fuerza motriz que molinos y centrales eléctricas.

    En 193623 había molinos de represa prácticamente en todos los pueblos de la comarca, como Abizanda, Aínsa, Bielsa, Boltaña, Broto, Coscojuela de Sobrarbe, Espierba, Fanlo, Fiscal, Olsón (dos molinos, uno de ellos harinero), Parzán y Puértolas (ambos propiedad de José María Núñez), un molino harinero en El Pueyo de Araguás u otro molino de represa en Salinas y Sin. En cuanto a las centrales hidroeléctricas, que como comentábamos a menudo compartían espacio con mo-linos: en Fiscal existía una fábrica participada por 36 personas, en Gistaín una fá-brica eléctrica y un molino harinero, propiedad de la Sociedad Electro-Harinera; en Guaso, un molino harinero, propiedad de la Sociedad Molino Harinero y una fábrica de electricidad de la Sociedad Fuerza Eléctrica del Ara. En Labuerda había

    22 Extracto de Germán, L. (1990), Eléctricas Reunidas de Zaragoza (1910-1990). El desarrollo del sector eléctrico en Aragón. Zaragoza.

    23 Todos los datos en referencia a los molinos, centrales eléctricas y establecimientos industriales y comerciales de la comarca están extraídos de la Contribución Industrial de 1936, AHPH.

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    un molino harinero y una fábrica de electricidad, igual que en Laspuña, cuya fábrica eléctrica, denominada Electra, era de 19 K con un 15% de fuerza eléctrica y estaba situada en el molino y también en Plan o San Juan de Plan, población que contaba entonces con un molino harinero y una central eléctrica, ambas instalaciones pro-piedad de la Sociedad Electro-Harinera San Mamés. En Santa María de Buil estaba localizado un molino de represa y una fábrica eléctrica, ambos de Ramón Vistué Sánchez, y en Sarvisé un molino de una piedra (15% fuerza hidráulica) y una fábrica de electricidad a 7 kilómetros de la aldea (15% fuerza hidráulica), ambos propiedad de Sebastián Arnal Buisán. Las potencias, por lo tanto, eran bastantes similares en centrales y molinos de toda la zona.

    También se explotaban en la zona minas, algunas en el valle de Chistau, como las de sal en Salinas de Sin o las de cobalto en Berdemené (en Punta Suelza), ex-plotadas por una empresa alemana24. Pero las más importantes eran, sin duda, las minas de Parzán, explotadas por una compañía participada también por capitales extranjeros, franceses y suizos, de la que José María Núñez era copropietario por la parte española.

    Otras industrias que jugarían un papel central en la economía agrícola y gana-dera tradicional en los años 30 fueron las ferrerías, donde se arreglaban herramientas de trabajo y se herraba a los animales, y los telares. Las herrerías estaban localizadas en Fiscal, en Labuerda (donde había dos herreros) y en Salinas y Sin. Hay telares (o tejedores) en Coscojuela de Sobrarbe, dos tejedores en Oto, uno en Puértolas (con un telar para lana e hilo), sastres en Labuerda, Puértolas y Salinas y Sin, y carpin-teros en Coscojuela de Sobrarbe, Labuerda y San Juan de Plan (cuyo dueño lo era también de una serrería mecánica y mayor contribuyente del pueblo). Ferreterías había una en Fiscal, donde también en este caso el dueño era el mayor contribu-yente del pueblo, y otra en Sarvisé. También había prensas de viga en Abizanda.

    En cuanto al comercio, había tiendas de comestibles en Abizanda, Fiscal, Gistaín (tres tiendas), Labuerda (una carnicería), Laspuña (tres tiendas y una car-nicería), Linás de Broto (dos tiendas), en Mediano y Oto, una carnicería en cada población, en Puértolas y tres tiendas en Salinas y Sin; venta de vinos y licores en Fanlo y abacerías en Fanlo y Santa María de Buil. Además, en algunos pueblos también había cafés y bodegas o tabernas, como en Gistaín, Laspuña, Mediano (donde existía asimismo una posada), Puértolas y San Juan de Plan. En otras pobla-ciones incluso se encontraba alguna tienda de tejidos, como era el caso de Labuerda, Mediano, Puértolas o Tella, posiblemente vinculadas a la existencia de núcleos obre-ros de una cierta importancia y las necesidades que estos generaban.

    Por lo que atañe a las poblaciones con una mayor actividad industrial y co-mercial, según la Contribución Industrial de dichas localidades en 1936, destacarían Aínsa, Banastón, Bielsa, Boltaña, Broto y Plan.

    24 Lasaosa y Ortega (1999), p. 59.

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    En Aínsa, los mayores contribuyentes por matrícula industrial eran, respec-tivamente: José Puyuelo Puyuelo, alcalde de la población entre 1932 y 1936, por su tienda de automóviles y accesorios sita en la carretera, así como un surtidor de gasolina y un taller de herrería mecánica (con un caballo de vapor); Pedro Bernad Baldellou (que también posee un almacén de abonos en la carretera), Joaquín Chéliz Juste (dueño de una fábrica de harinas y de una fábrica de electricidad, ambas en la carretera), Matías Oncins Puértolas (que también es dueño, vende pólvora para caza) y Cayetano Puyuelo Fes, los cuatro por sus tiendas al por menor de ferretería, todas ellas situadas en la carretera. También había en Aínsa tres cafés, el de Manuel Sánchez Juste, sito en la carretera, donde también poseía una fonda (y era dueño de una fábrica de gaseosas); otro parador; dos carnicerías; médico, farmacéutico, telar; hay dos serrerías propiedad de Vicente Ramos Santos y José Sanz Bielsa; dos sastres; tres carpinterías; tres herreros; un alpargatero (Sixto Noguero Güerri); un zapatero (Pedro Lacambra Pueyo) y un albardero (Mercedes Chazal).

    En Banastón, los mayores contribuyentes son los herederos de José Palacín Guillén, dueños de una fábrica de harina, un molino harinero y una tahona con horno. Les sigue la fábrica de lejía de José Cazcarra Guillén; la sierra de cinta de Antonio Buil Pardina, el sastre, la venta de abonos minerales (en Arro), una carni-cería, el carpintero y el herrero.

    En Bielsa hay en 1936: tres tiendas de tejidos; seis de comestibles; dos cafés; dos paradores; dos médicos y un farmacéutico; el sanatorio de Pineta, con 44 ca-mas; tres molinos en Bielsa, Parzán y Espierba; una harinera en Bielsa; un panade-ro, un zapatero, un alpargatero y dos herreros.

    En Boltaña, los mayores contribuyentes son, por orden: la fábrica de hari- nas de Enrique Gistau Lascorz; el sanatorio, con 30 camas; las dos ferreterías pro-piedad de Avelina Bielsa Sanromán y José Sazatornil Lascorz, que también vende pólvora para caza; Arturo Bielsa Sanromán, por una tienda de tejidos, un surtidor de gasolina en las afueras de Boltaña y una fonda situada en la Carretera, n.º 4; tres tiendas de ultramarinos; dos cafés; tres carnicerías; una tienda de comestibles y una zapatería y una relojería. También hay un practicante, un veterinario, un farmacéu-tico y tres médicos; varios abogados y empleados del Juzgado; un telar, una herrería, una fábrica de electricidad, propiedad de la viuda de Enrique Gistau, tres sastres, un panadero, una carpintería y una hojalatería.

    En Broto, los mayores contribuyentes son: Miguel Orús López, con un moli-no y una fábrica de electricidad; Manuel Bardají Bielsa y Silverio Pascual Pintado, que venden vino al por mayor; Vicente Tomás Feliu, dueño de una fábrica de gaseo-sas y de un café y una posada. Luego vienen: una carnicería, dos tiendas de comes-tibles y otro café; el sastre, el farmacéutico, el veterinario, el zapatero y el panadero.

    En el valle de Chistau, Plan tiene una cierta concentración de comercios, arte-sanos y pequeña industria: hay en 1936 dos tiendas de tejidos, varias de comestibles, una carnicería, una tienda de vinos y dos abacerías, una panadería y una tienda de

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    venta de turrones. También existe un molino harinero y una central eléctrica, en-cargada del alumbrado público, propiedad de José Ballarín Dueso y varios talleres: herrería, carpintería, alpargatero y sastre.

    Como dato curioso, mencionar que en 1936 se pagaba contribución industrial por la tenencia de caballos sementales y garañones, como aparece en las contribu-ciones de Coscojuela de Sobrarbe, El Pueyo de Araguás y Sieste.

    A diferencia de todas estas localidades, en muchas otras prácticamente no ha-brá ninguna actividad ni de tipo comercial ni industrial, como es el caso de Arcusa (donde en 1931 sí había habido en funcionamiento un par de tiendas de comestibles, un telar y venta de cordeles de cáñamo), Burgasé, Castejón de Sobrarbe (donde en 1936 solo hay un ropavejero dedicado a la venta de retales), Sarsa de Surta o Toledo de Lanata, donde sin embargo la población sobrepasaba las 400 personas en 1936.

    1.6. La conflictividad social durante los años de la República en la provincia de Huesca

    El resultado de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 otorgó la victoria a las candidaturas republicanas y socialistas en toda España. Una oleada de entusiasmo sacude al pueblo aragonés, que al igual que el del resto del país, esperaba con anhelo un cambio político que le posibilitara alcanzar sus ideales de emancipación y progreso. La monarquía, seriamente deteriorada, no contando ya ni siquiera con el apoyo de las derechas, era considerada como una rémora para el desarrollo del país.

    Es necesario señalar la gran fuerza que la CNT25 alcanza en la provincia de Huesca durante este periodo. A lo largo de 1918 y 1919, como consecuencia de la intensa propaganda promovida por la CNT en Aragón, surgen sindicatos únicos afiliados a la CNT, en la mayoría de los centros de la provincia, como son Huesca, Barbastro, Monzón, Binéfar y Graus, presentando delegaciones en el II Congreso Nacional, que se hace en el Teatro de la Comedia de Madrid26. Pero es a partir de 1931, tras los oscuros años de la dictadura de Primo de Rivera, cuando se dan las condiciones para la reorganización del sindicato y su emergencia, tanto a nivel provincial como regional. En la ciudad de Huesca, la Federación de Sindicatos de la CNT, establecida en 1919, ejercía una notable influencia en todos los sectores de la actividad económica y social, contando además con figuras destacadas como

    25 El otro gran sindicato español, la UGT, no tiene una presencia significativa en la provincia de Huesca, con la excepción de los núcleos industriales de Sabiñánigo y Jaca. A finales de 1931 úni-camente cuenta con 14 sociedades afiliadas a UGT en toda la provincia, lo que representa 1.015 afiliados, y no se creará una Federación Provincial del sindicato, hasta la tardía fecha de marzo de 1933. Kelsey (1994), p. 144.

    26 Casanova, J. (1985), p. 13.

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    las de Ramón Acín27 y Felipe Alaiz28. En el resto de la provincia, la actividad sindi-cal es animada por militantes bien conocidos en el ámbito local y comarcal, como es el caso de Juan Ric y Manuel Gibanel en Binéfar; José Sirana, Justo Val Franco, Manuel Lozano, los hermanos Carrasquer y José Alberola en la ribera del Cinca, o Eugenio Sopena y José Mavilla en Barbastro. La provincia de Huesca tiene repre-sentados a 3.047 militantes en el Congreso Extraordinario de la CNT del 11 de junio de 1931 en Madrid29, la mayor parte de los cuales proceden de los pueblos del Cinca Medio (Albalate, Fraga, Alcolea y Belver), Barbastro, Huesca y Tardienta.

    Durante 1931, la actividad de propaganda y difusión del sindicato por toda la provincia es continua, tal y como se había decidido en el Pleno Provincial de Sindicatos de la CNT, del 20 septiembre del mismo año, donde también se acuerda la organización de federaciones comarcales, con centros en Tardienta, Ayerbe, Jaca, Binéfar, Albalate, Peñalba y Barbastro.

    La actitud del sindicato ante el cambio de régimen es expectante, como pro-clama un manifiesto del Comité Nacional en mayo, “La CNT no está al lado de la República, pero tampoco contra la República” y cifra sus apoyos en la capacidad de esta para asumir los tan anhelados cambios en materia económica y social. Por otra parte, tras el largo periodo de silencio impuesto por la dictadura, e