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http://ae.filos.unam.mx/herencias-jacques-derrida-toma-palabra-replica/heterologia-nombres/

Sobre una heterologa de los nombres. Jacques Derrida o los restos de la memoriaAlejandro Sacb ShutteraEs preciso que exista ocultamiento y promesa; y elipsis de algo que no se presenta La escritura es justamente esa experiencia de no presentacinDerrida, Leer lo ilegiblePocos pensadores (se) han resistido tanto al silencio de la muerte como Jacques Derrida; ms an, han hablado tanto sobre ella que prcticamente la han objetivado como gnero filosfico-literario. En una experiencia en la que tradicionalmente reina el temor, la voz apagada de una actitud de duelo y resignacin, probablemente nunca se hayan pronunciado tantas palabras que se aferren como huellas a la conjura del adis, que dilatan la prdida, que difieren (con el rigor enigmtico de esa a intrusiva y silenciosa) la partida de tantos nombres, comprendidos no ya dentro de un sistema de nacimiento y defuncin o bajo la lgica implacable de una presencia o una ausencia, sino en la actualidad poltica de un trabajo infinito de la memoria: en la espera irrenunciable de algo por venir que nos interpela con la fuerza de una promesa, pero que se instaura en el presente mediante la certeza de su inevitable lejana.[1]Sin embargo, para Derrida no se trataba simplemente de oraciones fnebres, como si siguiese una tradicin que se remonta a la retrica clsica de exaltacin del valor, el herosmo o el honor del ausente, sino de una re-lectura que incluye una suerte de ontologa (o mejor dicho: hantologa) de la firma: slo hablando de los muertos y en su nombre podemos mantenerlos en este mundo, cada vez de manera singular; pero bajo una imagen incontestable que los confina a su infinita alteridad, a una espectralidad imborrable que solamente persiste interiorizada en la memoria superando, fracturando, hiriendo, lesionando, traumatizando la interioridad que habita o que le acoge por hospitalidad;[2] es decir, bajo el riesgo siempre latente o permanente (restant) de la prdida, del asedio espectral. Una especie de dilogo con fantasmas: hablar con alguien que aparentemente ya no est y del cual slo nos queda su nombre, con quien hemos interrumpido definitivamente la comunicacin, pero que al ser la imposibilidad misma del cierre del sentido y la totalizacin es quiz la condicin que nos permite seguir hablando (como aquel dilogo interrumpido con Gadamer en 1981, retomado a la muerte de ste en 2003).La temtica del nombre trae consigo la posibilidad de la ausencia, aquello que simplemente permanece (reste)o resiste tras la muerte; es decir, ese elemento excedente del sentido que aparentemente totaliza la funcin patronmica. Pese a ser en apariencia depositarios de un efecto metafsico de presencia, en tanto que unifican todo un conjunto de sentidos o fenmenos posibles de significacin, para Derrida los nombres (en particular la figura del nombre propio) son indisociables de una condicin espectral, indecidible, como presencia/ausencia que se relaciona con la muerte y le sobrevive, la excede. De ah su radical significacin poltica, en tanto figuras de alteridad.Como se menciona en Espectros de Marx, ante la muerte del otro no se invocan los nombres para aceptar la prdida, la definitividad de una ausencia en un trabajo de duelo que lo que pretende es asimilar y superar (una especie de memoria entregada al olvido), sino que se recuerdan para nunca clausurar, nunca borrar esa alteridad irreductible, encriptada, responsabilidad de [una] memoria que no descansa, responsabilidad que el mismo Derrida hizo efectiva en varias de sus participaciones a nivel poltico, ahondando en esa difcil relacin entre la memoria y el perdn imposible.[3]Pero por lo mismo, la memoria no es depositaria del nombre en su integridad y remanencia absoluta, sino que compete a los restos, es una memoria fragmentaria sobre aquello que queda (reste) sin reconocer, que se resiste a todo aquello que lo liga con su identidad originaria y conserva su estatus nominal a condicin de llevar la marca de esa alteridad imborrable. Recordamos para no olvidar, para no depositar en los anaqueles de la Historia el saber sin cicatrices de una tradicin semntica que en su proceso de asimilacin histrica excluye las diferencias constitutivas de la cultura, en una dialctica totalizante y conciliadora. Los nombres son as las heridas de la memoria, trazas, huellas, que evocan los sometimientos y exclusiones producidas por el sostenimiento de las verdades histricas. Pero la memoria tambin opera un repliegue sobre ellos, sin negar o rechazarlos simplemente: no se puede operar una mutacin simple e instantnea, o sea, no se puede tachar un nombre del vocabulario.[4] Derrida recurra para esto a la nocin de paleonimia, ntimamente ligada a la estrategia de lectura. Pese a los cuestionamientos a la vieja idea de mtodo o las resistencias a un modelo metodolgico o metodologista de la deconstruccin, sobre todo interpretado y desarrollado en Estados Unidos, Derrida reconoce que hay pasos o momentos ineludibles en esta poltica de los nombres:teniendo en cuenta el hecho de que un nombre no nombra la simplicidad puntual de un concepto sino un sistema de predicados que definen un concepto, una estructura conceptual centrada sobre tal o cual predicado, se procede: 1. a la detraccin de un rasgo predicativo reducido, mantenido en reserva, limitado en una estructura conceptual dada (limitado por motivaciones y relaciones de fuerza a analizar), llamado X; 2. a la de-limitacin, al injerto y a la extensin regulada de ese predicado detrado, mantenindose el nombre X a ttulo de palanca de intervencin y para conservar un apoyo sobre la organizacin anterior que se trata de transformar efectivamente.[5]La paleonimia designa as otro nombre para la operacin crtica (llamada a menudo deconstruccin), que lo que hace es justamente introducir ese otro en el nombre, a travs del uso de figuras como el injerto, la inoculacin o inseminacin, la invasin parasitaria, la infeccin o contaminacin bacilar, la ruptura o penetracin del himen, la imposibilidad de inmunizacin; todas ellas metforas o figurasde la intervencin que Derrida considera incondicional en el cuerpo de los enunciados que forman parte del sistema del discurso publico-poltico;[6] en otros trminos, intrusiones, o invasiones y allanamientos al sentido oficial, o tomas del espacio pblico.[7] Derrida practicaba esta operacin en conceptos como emancipacin, democracia, liberacin, justicia, las categoras tradicionales de derecha e izquierda,[8] entre otros, de fuerte connotacin liberal-ilustrada, pero resaltando su heteronoma irreductible. En vez de rechazar estas palabras dice Derrida, por qu no darles un nuevo valor de uso manteniendo su fuerza en la memoria?[9] Por qu no legitimar el derecho a intervenirde otra forma, trans-formar las condiciones de produccin del discurso pblico-poltico comenzando por el examen y produccin de sus conceptos?[10]No se trata simplemente de juegos del lenguaje donde se adoptan ciertas palabras y se reserva o exclusiviza su uso a contextos arbitrarios determinados en cada caso por los hablantes, sino de pugnar por un uso radicalmente poltico de los nombres, es decir, un uso que considere un espacio atravesado en todas partes por la alteridad, signado por el peso de lo otro, [aquel] que dicta mi ley y me hace responsable, me hace responder al otro, obligndome a hablarle.[11] Como aquel fantasma del padre de Hamlet, que irrumpe y se aleja hablando en otra lengua (Adieu, adieu), reiterando su presencia espectral en la memoria (remember me); un vivo-muerto (ni vivo-ni muerto) que slo llega a ser inteligible como acontecimiento, como aquello que sobreviene por la fuerza que pone la alteridad en deshacer los entuertos de la dominacin y hace espacio a una [oportunidad de] invencin,[12] a la posibilidad de la justicia, a la memoria. Los nombres son acontecimientos de escritura: escribimos los nombres para seguir teniendo presente su dimensin espectral, recordar esa condicin excedente que los lleva al lmite, que los asedia y les comunica incondicionalmente con ese otro irreductible que (se) aparece.En este sentido es que hacia el final de Espectros de Marx el filsofo franco-argelino menciona los trabajos posibles de una nueva Internacional, que no se confundira con aquella Segunda Internacional o la Internacional Socialista, pero a cuyo nombre sera imposible renunciar, dado que responde efectivamente al principio de una organizacin internacional ante la magnitud de los problemas [mundiales] que apelan a [su] solidaridad [], [y a la que pertenecen] todos aquellos que sufren y todos los que no permanecen impasibles ante la magnitud de estas necesidades, todos los que, sea cual sea su condicin cvica o nacional, estn dispuestos a orientar hacia ellas la poltica, el derecho y la tica.[13] En sntesis, la apuesta es la de una transformacin de lo poltico que irrumpa en la normalidad de los cdigos de funcionamiento estatal y d cuenta de nuevas interpretaciones y producciones de sentido. Hablar en nombre de los otros, no en su representacin sino por ellos, porque representan la nica condicin de posibilidad para seguir hablando, encontrar un porvenir aun a pesar de su ausencia, aun sin ser vistos, en su presencia espectral, en la muerte incluso, que es tanto el fragmento de lo que queda como el exceso mismo como el propio nombre de Derrida que nos asedia con el peso de su obra, con su muerte y su memoria.[1] Una gran parte de esas palabras se encuentran reunidas en un homenaje a la amistad en un libro que pasa por ser uno de los ltimos firmados por J. Derrida dedicado a lo que con muchas reservas llam su generacin, de la cual l se consideraba uno de los ltimos, sino es que el ltimo caminante solitario. Cf. Cada vez nica. El fin del mundo. Traduccin de Manuel Arranz. Valencia: Pre-Textos, 2005.[2] Louis Marin (1931-1992), en ibid., pp. 153-178, loc. cit., p. 170.[3] Mnica Cragnolini, Adieu, adieu, remember me. Derrida, la escritura y la muerte. Conferencia pronunciada el 20 de mayo del 2005 en la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, en [Derrida en castellano] (12 de septiembre de 2014), s. p.[4] Derrida, Posiciones. Entrevista con Jean-Louis Houdebin y Guy Scarpetta. Traduccin de Manuel Arranz. Valencia: Pre-Textos, 1977, p. 65.[5] Ibid., p. 68. El ltimo subrayado es nuestro.[6] Estas figuras no se reducen a metforas de la lengua, sino que Derrida las problematiza en relacin con los complejos fenmenos polticos de la inmigracin, de la marginacin social y econmica, de la extranjera, entre otras. Y se interroga: Qu significan estas palabras? Qu valor suponen? Qu hacer con ellas? [] La tarea es tan acuciante como difcil hoy: por todas partes, en particular en una Europa que tiende a cerrarse hacia el exterior en la medida que dice abrirse hacia dentro [] Las palabras refugiado, exiliado, deportado, persona desplazada, e incluso extranjero han cambiado de sentido; apelan a otro discurso, a otra respuesta prctica, y cambian todo el horizonte de lo poltico, de la ciudadana, de la pertenencia nacional y del Estado. Ir despacio, entrevista con Yves Rocaute (1990), en No escribo sin luz artificial, pp. 65-69. Valladolid: Cuatro.Ediciones, 1999, loc. cit., p. 68; Hoy en da, entrevista con Thomas Assheuer, en ibid., pp. 113-130, loc. cit., p. 125.[7] Ana Mara Martnez de la Escalera, Prolegmenos a Alteridad y exclusiones. Vocabulario para el debate social y poltico. Ana Mara Mtnz. de la Escalera y Erika Lindig Cisneros (coords.). Mxico: Universidad Nacional Autnoma de Mxico-Facultad de Filosofa y Letras / Juan Pablos, 2013, p. 14.[8] Ante el cuestionamiento de si esas categoras gozan todava de validez, Derrida reivindica lacnico la necesidad de su empleo en el vocabulario poltico, manteniendo incluso su estatus de oposicin (en contraste con la inclinacin a desestructurar las oposiciones clsicas). La razn es su extrema equivocidad y la plasticidad de su lgica de apropiacin (izquierda y derecha reivindicando alternadamente las mismas causas y objetos polticos). Asumiendo su posible filiacin en ese problema, Derrida abunda: dira que la izquierda, en mi opinin aquella en la que a m me gustara decididamente reconocerme, se sita del lado de quien hoy analiza la lgica desconcertante y nueva de este equvoco e intenta cambiar la estructura de una manera efectiva; y con ello la estructura de lo poltico, la reproduccin de esta tradicin del discurso poltico, Hoy en da, en op. cit., p. 119.[9] Derrida, Un pensamiento amigo, en ibid., p. 88.[10] Frente a una tradicin de izquierda que busca desligarse del trabajo intelectual por considerarlo agotado o reiterativo y pasar directamente al plano de la accin, la crtica terica de los conceptos, de la que la deconstruccin es uno de los enfoques, llega a considerar el pensamiento y la lengua como un proceso co-sustantivo a la accin poltica; la verdadera accin poltica afirma Derrida siempre supone una filosofa, [en la medida en que] cualquier accin, cualquier decisin poltica debera inventar su norma y su regla. Semejante gesto implica o transfiere filosofa, ibid. 120. O en otra parte, cuando se le cuestiona sobre la eficacia del pensamiento en la emergencia del cambio institucional, el francs repone: El pensamiento no es la palabra de la palabra. La palabra es pblica, y todas las transformaciones polticas pasan por la palabra. Conoce algn cambio poltico que no haya pasado por la palabra?, La democracia como promesa, entrevista con Elena Fernandes (1994), en ibid, pp. 95-103, loc. cit., p. 102.En suma, tal como lo menciona Ana Mara Martnez de la Escalera, puede decirse que los vocabularios usados y los argumentos mediante los que son continuamente apropiados, reinterpretados hacia nuevos sentidos y conducidos a nuevas finalidades descriptivas, son ellos mismos pasajes a la accin. Son por ende actos de elaboracin de sentido y no meros instrumentos del pensamiento y del discurso, Ana Ma. Mtnz. de la Escalera, op. cit., p. 13.[11] La democracia como promesa, en op. cit., p. 97[12] Ana Ma. Mtnz. de la Escalera, op. cit., p. 14.[13] Hoy en da, en op. cit., p. 118.