sociedad primitiva

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trso BÜBNET TYLOR. LA SOCIEDAD PRIMITIVA. 43 Verin. 6." Gerónimo de Araujo y Castro corregidor de la Villa de Verin. 7." Antonio de Arauxo y Castro vecino de la dicha Villa. 8." Benito de Acebedo vecino de la misma. 9." Pedro Ydalgo. 10." Doctor Francisco Nuñez Ramos. 11.° Antonio de Ribera Maestro Sastre. 12." . Andrés de Ribera Maestro Sastre. 13.° Alonso García. 14.° El capitán Miguel Sotelo. 13. 3 Juan Fernandez. 16.° Juan de la Granxa. 17.° Pebro Martínez el ladrador. 18.° Diego dePazos. 19.° Baltasar de Baamonde. 20.° Pedro Martínez Cirujano. 21.° Antonio Moreno Aguacil mayor de ella. 22.° Francisco Salgado Solelo. 23.° Juan Freixo de Noboa Alférez de Ynfanteria española residente en esta dicha Villa y natural del lugar de Amarillos que es de la jurisdicion de este condado de Monterrey y está de esta viila aun no media legua Juro en forma de derecho y prometió decii verdad y guardar secreto en lo que supiere y le fuere preguntado y habiéndolo sido al thenor del in- terrogatorio dixo que no conoce al pretendiente pero que le aoido nombrar en alguas ocasiones y en particular desde el año de Veinte hasta el de quarenta y tres que estuvo en la Ciudad de Braga y en la de Oporto sirviendo a su Magestad y cuando se levanto portugal estuvo detenido tres años en dicha ciudad de Oporto y entonces como antes oyó nombrar a Diego de Silua Velasquez y decian que estaua en ser- uicio de su Magestad y que sus abuelos habían sido de dicha Ciudad de Oporto, y que se llamauan Diego Rodríguez de Silua y Doña María Rodríguez y que eran nobles e hijos dalgo al usso costumbre y fuero de España y siempre que oyó hablar de ellos fue con esta estimación y que tenian parientes en dicha Ziudad de Oporto de los dichos apellidos de Rodríguez de Silua y estaban tanuien tenidos por nobles e hijos dalgo y los unos y los otros por limpios Cristianos Viejos sin raza de Judio moro o conuerso en ningún frado por apartado y remoto que sea sin hauer oido <30 todo el tiempo que estuuo en Portugal cosa con- tra la limpieza y nobleza de los dichos lo cual es Jo que saue cree y tiene por cierto y la Verdad denaxo del juramento que dexa hecho en que se afirmo leyosele su dicho ratificóse en el y no le firmo por no sauer escribir y dixo no tocarle las generales de la ley y ser de edad de cinquenta y seis años—y habiendo sido preguntado si abra quien nos de noticia dixo que no porque en esta tierra no hay comunica- ción con Oporto por el estar muy distante y que el no lo supiera sino fuera por auer estado como a dicho en Oporto. Fernando Antonio Diego Lozano de Salcedo. Villaseñor. 24.° Francisco Dieguez 2tS.° Josef de Barreira 26.° Domingo Rodríguez 27.° Domingo mosqueira 28." D. Benito hidalgo. Dicho dia mes y año dichos hauiendo examinado en esta Villa de Berin veinte y tres y en la de MonteRey niñeo y reconocer su poca noticia que nos dan de la naturaleza de los abuelos paternos solo el testigoven- titres que la da con alguna particularidad y el exami- nado en la dicha Villa de MonteRey aunque no es tan particular en lo que depone y no auer testigos mas aquien examinar enesta Villa de Berin nos par?cio pasar al lugar de Pazos que esta media legua de esta Villa a donde dicen ai algunos otros y en particular Francisco de Cortegada i para que consto lo firmamos Fernando Antonio de Salcedo. Diego Lozaoo Villaseñor. G. CRUZADA "VILIAAMIL. (La continuación en el numero próximo.) LA SOCIEDAD PRIMITIVA. El hombre primitivo del período cuaternario, cuyos restos encontramos en las antiguas capas pedregosas y en las cavernas de estalactitas, no ha dejado, al parecer, rastros de su estado moral. En parte alguna hemos encontrado su decálogo grabado en geroglífleos en un colmillo de mam- muth, y srse han trasmitido por tradición algu- nas de sus reglas de moral hasta los tiempos mo- dernos, no es posible distinguir estas máximas particulares en medio del tesoro de ciencia so- cial á que ciertas generaciones han llevado su precioso contingente. El único testimonio posi- tivo que tenemos del estado social de e»tas grose- ras tribus prehistóricas es el hecho de su exis- tencia, prolongada de generación en generación. Aun en aquellos tiempos bárbaros, es evidente que el hombre no satisfacía todos sus deseos sin restricción, ni se lanzaba á cuanto era objeto de su codicia, rompiendo con nudoso palo el cráneo de quien le impidiera el paso. Por una especie de matrimonio primitivo el hombre y la mujer debían imponerse ciertas res- tricciones y cuidar de sus hijos, hasta que se en- contraran en edad de satisfacer por sí sus necesi- dades. Estos seres groseros han debido conocer los medios de vivir y de dejar vivir á los demás,

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trso BÜBNET TYLOR. LA SOCIEDAD PRIMITIVA. 43Verin.

6." Gerónimo de Araujo y Castro corregidor de laVilla de Verin.

7." Antonio de Arauxo y Castro vecino de ladicha Villa.

8." Benito de Acebedo vecino de la misma.9." Pedro Ydalgo.

10." Doctor Francisco Nuñez Ramos.11.° Antonio de Ribera Maestro Sastre.12." . Andrés de Ribera Maestro Sastre.13.° Alonso García.14.° El capitán Miguel Sotelo.13.3 Juan Fernandez.16.° Juan de la Granxa.17.° Pebro Martínez el ladrador.18.° Diego de Pazos.19.° Baltasar de Baamonde.20.° Pedro Martínez Cirujano.21.° Antonio Moreno Aguacil mayor de ella.22.° Francisco Salgado Solelo.23.° Juan Freixo de Noboa Alférez de Ynfanteria

española residente en esta dicha Villa y natural dellugar de Amarillos que es de la jurisdicion de estecondado de Monterrey y está de esta viila aun nomedia legua Juro en forma de derecho y prometiódecii verdad y guardar secreto en lo que supiere y lefuere preguntado y habiéndolo sido al thenor del in-terrogatorio dixo que no conoce al pretendientepero que le aoido nombrar en alguas ocasiones y enparticular desde el año de Veinte hasta el de quarentay tres que estuvo en la Ciudad de Braga y en la deOporto sirviendo a su Magestad y cuando se levantoportugal estuvo detenido tres años en dicha ciudadde Oporto y entonces como antes oyó nombrar aDiego de Silua Velasquez y decian que estaua en ser-uicio de su Magestad y que sus abuelos habían sidode dicha Ciudad de Oporto, y que se llamauan DiegoRodríguez de Silua y Doña María Rodríguez y queeran nobles e hijos dalgo al usso costumbre y fuerode España y siempre que oyó hablar de ellos fue conesta estimación y que tenian parientes en dicha Ziudadde Oporto de los dichos apellidos de Rodríguez deSilua y estaban tanuien tenidos por nobles e hijosdalgo y los unos y los otros por limpios CristianosViejos sin raza de Judio moro o conuerso en ningúnfrado por apartado y remoto que sea sin hauer oido<30 todo el tiempo que estuuo en Portugal cosa con-tra la limpieza y nobleza de los dichos lo cual esJo que saue cree y tiene por cierto y la Verdaddenaxo del juramento que dexa hecho en que se afirmoleyosele su dicho ratificóse en el y no le firmo porno sauer escribir y dixo no tocarle las generalesde la ley y ser de edad de cinquenta y seis años—yhabiendo sido preguntado si abra quien nos de noticiadixo que no porque en esta tierra no hay comunica-ción con Oporto por el estar muy distante y que el no

lo supiera sino fuera por auer estado como a dichoen Oporto.

Fernando Antonio Diego Lozano

de Salcedo. Villaseñor.

24.° Francisco Dieguez2tS.° Josef de Barreira26.° Domingo Rodríguez27.° Domingo mosqueira28." D. Benito hidalgo.Dicho dia mes y año dichos hauiendo examinado en

esta Villa de Berin veinte y tres y en la de MonteReyniñeo y reconocer su poca noticia que nos dan de lanaturaleza de los abuelos paternos solo el testigo ven-titres que la da con alguna particularidad y el exami-nado en la dicha Villa de MonteRey aunque no es tanparticular en lo que depone y no auer testigos masaquien examinar enesta Villa de Berin nos par?ciopasar al lugar de Pazos que esta media legua de estaVilla a donde dicen ai algunos otros y en particularFrancisco de Cortegada i para que consto lo firmamos

Fernando Antonio

de Salcedo.

Diego LozaooVillaseñor.

G. CRUZADA "VILIAAMIL.

(La continuación en el numero próximo.)

LA SOCIEDAD PRIMITIVA.

El hombre primitivo del período cuaternario,cuyos restos encontramos en las antiguas capaspedregosas y en las cavernas de estalactitas, noha dejado, al parecer, rastros de su estado moral.En parte alguna hemos encontrado su decálogograbado en geroglífleos en un colmillo de mam-muth, y srse han trasmitido por tradición algu-nas de sus reglas de moral hasta los tiempos mo-dernos, no es posible distinguir estas máximasparticulares en medio del tesoro de ciencia so-cial á que ciertas generaciones han llevado suprecioso contingente. El único testimonio posi-tivo que tenemos del estado social de e»tas grose-ras tribus prehistóricas es el hecho de su exis-tencia, prolongada de generación en generación.

Aun en aquellos tiempos bárbaros, es evidenteque el hombre no satisfacía todos sus deseos sinrestricción, ni se lanzaba á cuanto era objeto desu codicia, rompiendo con nudoso palo el cráneode quien le impidiera el paso.

Por una especie de matrimonio primitivo elhombre y la mujer debían imponerse ciertas res-tricciones y cuidar de sus hijos, hasta que se en-contraran en edad de satisfacer por sí sus necesi-dades. Estos seres groseros han debido conocerlos medios de vivir y de dejar vivir á los demás,

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porque, de otra suerte, su raza se hubiera extin-guido.

Dirásenos que esto no es lo que por moral seentiende, sino el desarrollo por el hombre de latolerancia mutua, de la unión social y de la pro-tección de los débiles, que los animales inferiorespractican en sus familias y en sus rebaños, y sinlos cuales tampoco podrían ellos existir y multi-plicarse; pero hay razones para creer que el es-tado social de los hombres del drift y de las ca-vernas era muy superior á esté estado rudimen-tario.

Cuando en un museo examinamos una colec-ción de sus utensilios y de sus armas, podemosfácilmente juzgar por analogía que sus costum-bres morales y hasta sus procedimientos mate-riales tenían más de un punto de relación con losdélas tribus salvajes de nuestra, época, arenadas,como sus predecesores, de afiladas sílices y depuntiagudos huesos.

Y no es este el único argumento que podemosinvocar. Los sistemas sociales de las nacionesbárbaras ó civilizadas presentan mil rastros quedemuestran su principio salvaje. De igual modoque los antiguos egipcios, siendo muy hábilespara trabajar los metales, conservaban , sin em-bargo, en los sacrificios el uso del cuchillo depiedra, y lo mismo que los indios modernos en-cienden el fuego sagrado frotando dos pedazos demadera, así también, en medio de la civilizaciónmoderna se observan rasgos por demás extraños,que en nuestra moral, en nuestro derecho y ennuestra política mantienen el sello de una socie-dad primitiva más grosera. Pronto encontrare-mos ejemplos de la persistencia en los pueblosmodernos de ideas y costumbres sociales primiti-vas. A dos órdenes de pruebas podemos apelar:la arqueología nos enseña que el hombre de re-motos tiempos era salvaje, y la etnología nos de-muestra que el estado salvaje ha sido el origende la civilización. Ambos órdenes de pruebas es-tán de acuerdo y se prestan mutuo apoyo cuantasveces se encuentran, lo cual sucede á cada ins-tante en el terreno de la antropología. En estemodesto trabajo, donde me propongo dar á cono-cer que la teoría del desarrollo y de la persisten-cia se aplica lo mismo á la moral y á la políticaque á las demás facultades del hombre, no heprocurado abarcar toda la extensión de tan vastoasunto; quiero tan sólo, por la discusión de al-gunos puntos salientes, establecer corto númerode principios fundamentales que puedan servirdespués de base á un estudio más profundo ycompleto.

Si examinamos la escala moral de la humani-dad en general, no vemos tribu alguna que esté á

cero ó casi á cero. El aserto de algunos viajerosde que han encontrado salvajes bastante degra-dados para carecer por completo de reglas mora-les, carece de pruebas, y ni siquiera merece serdiscutido. Toda tribu humana tiene sus ideas ge-nerales sobre el bien y el mal, y cada generacióntrasmite su regla á la generación siguiente. Pordiferencias que puedan existir sobre los detallesen estas reglas de moral, presentan aún muchospuntos de relaciones generales para quien estudiael conjunto de las razas humanas.

Entre las tribus errantes que viven de las raí-ces que desentierran ó de los animales que matanen la caza, no sólo la moral ha tomado una for-ma definida, sino que esta forma es tal, que porella reconoce el hombre civilizado, ó á lo menosse explica perfectamente, el mayor número de susleyes. En efecto, la vida salvaje no parece ser lavida absolutamente primitiva; siendo, al contra-rio, un progreso enorme sobre lo que puede unofigurarse que es el estado menos elevado de lavida humana; no encontramos en ella el princi-pio mismo y el origen de la moral, ni puede ense-ñarnos los primeros desarrollos del sentido mo-ral los procedimientos por los cuales el hombre,en el grado de cultura más bajo que pueda admi-tir su naturaleza humana, ha llegado á reconocerun primer código moral. La vida salvaje, sin em-bargo, nos muestra la sociedad organizada encondiciones relativamente sencillas, y sus fenóme-nos presentan más de un rastro de las fases pri-mitivas de la ciencia social. El salvaje del Brasiló de Australia nos dará frecuentemente por tal ó *cual desarrollo moral una explicación que envano hubiéramos buscado en medio de la compli-cada red de convenciones á que obedece el hom-bre civilizado. La moral y la política de la faseinferior de la humanidad, estudiadas en la vidaque el salvaje lleva aún á nuestra vista, ó que hallevado, hasta que su contacto con la civilizaciónalteró sus costumbres primitivas, pueden reem-plazar para nosotros los rastros desaparecidos dela vida social en los tiempos prehistóricos.

Entre los viajeros que han recorrido los lejanospaíses, lo mismo que entre los filósofos que nuncahan abandonado sus casas, hay dos opinionescontradictorias sobre el estado moral de los sal-vajes. De una parte están los relatos que presen-tan al salvaje como un ser brutal, sucio, vicioso,falso y cruel; de otra las seductoras pinturas deverdaderos idilios, llenos de gracia y nobleza, quedicen ser la vida del salvaje como la del hombreen el feliz estado de naturaleza.

¿Por qué han podido nacer y mantenerse ideastan opuestas? ¿No habrá en ambas opiniones al-guna parte de verdad? Viendo la cuestión por el

BURNET TYLOR.—LA SOCIEDAD PRIMITIVA.

peor lado, no es difícil reunir una colección dérasgos repugnantes; recordemos á los miserableshabitantes de la Tierra del Fuego, cuyo únicoalimento son los moluscos arrancados tan peno-samente á las rocas de sus estériles costas, y queen las épocas de hambre no matan á sus perros y

, síá las mujeres ancianas, porque los perros pue-den cazar nutrias y las mujeres nó; recordemos álos embrutecidos salvajes de los magníficos bos-ques del Amazonas, que sólo abandonan su idio-tismo para asesinar á s\'s enemigos ó para cele-brar sus victorias con danzas y orgías bestiales;recordemos á los Pieles. Rojas de la América delNorte, alrededor del tronco á que han atado al-gún desgraciado cautivo, y aplaudiendo los refi-namientos de ingeniosa crueldad con que prolon-gan su agonía.

Pero á estos horribles cuadros pueden oponersemuchas relaciones simpáticas de la vida salvaje.Entre los indios de América la hospitalidad eraun deber sagrado. Los Mandans tenian siemprela marmita al fuego para que comieran cuantosquisieren; los perezosos que no querian tomarseel trabajo de cazar eran despreciados; pero nuncase \ea negaba con que apagar el hambre. Lo mis-mo sucedía en el África meridional; el salvaje ho-tentote reparte hasta su último pedazo de carne,y cuando apenas le queda para sí, todavía invitaá los que pasan á que tomen parte en su comida.Los holandeses, hombres prudentes y económi-cos, se mostraban sorprendidos por la generosi-dad de los negros. Dit is Hottentots manier; escostumbre de los hotentotes, contestaban éstos.

Estas sencillas costumbres las encontramos enel viejo poema germánico que pinta el jardín deCrimhilt teniendo por única valla un hilo de seda:

Sic het ein anger weite, mit rosen w<M bekleitDarmnb sogieng ein mauer, ein seidenfadenfein (1).

¿Hay en nuestra época país bastante honradopara que tan tenue barrera baste á proteger unjardín contra los ladrones? Sí, lo hay, y se encuen-tra en la América del Sur, en el país habitadopor los Juris. El viajero bávaro Martins ha visto,en los vallados que rodean los campos, grandesaberturas cerradas con un hilo de algodón, y loshabitantes de Cumana también rodeaban en otrostiempos sus plantíos con una barrera igual (2).• Cuando buscamos en los tiempos salvajes la

\i) Era una gran llanura cubierta de rosas , rodeándola, en vez demuro, un fino hilo de seda.

(8) En un pais donde el robo es tan raro , la costumbre de dejar laspuertas abiertas 6 atadas con un hilo de algodón parece demostrar queel hilo es ana señal para indicar que no se permite la entrada. Muchastribus creen que quien rompe uno de estos hilos está amenazado depróxima muerte; idea que se encuentra también en la magia africana.

filiación de nuestras costumbres modernas , lacomparación entre la vida salvaje y ia vida civi-lizada pone de manifiesto un principio imrJortan-te, que bueno es fijar desde el principio de esteestudio. Hasta cierto punto, las diferencias que senotan entre las reglas de moral de las razas infe-riores y las de las razas superiores dependen me-nos de ideas morales abstractas que de las mis-mas condiciones de la vida, tan distinta entre loapueblos salvajes y los civilizados. Como ejemplode este principio, veamos la manera como sontratados los parientes ancianos y achacosos , se-gún los diversos grados de civilización.

En general, las razas inferiores mantienen á susparientes ancianos cuando llegan á estar inváli-dos, tratándoles con respeto y hasta con ternura;en muchas tribus estos cuidados se los prodiganhasta que mueren; pero hay otras donde la ter-nura filial dura poco. Los salvajes más groserosque viven absolutamente al dia; pronto adviertenque son demasiado penosos los cuidados que exi-gen los enfermos incurables, y juzgan que valemás, bajo todos puntos de vista, renunciar á laprolongación de existencias inútiles y dolorosas.De esta suerte las tribus de la América del Surllegaron á considerar deber piadoso el asesinatode los enfermos y de los ancianos, y en algunoscasos se los comían tranquilamente. Esta cos-tumbre la explican con facilidad las crueles nece-sidades que pesan sobre los pueblos cazadoresnómadas; para encontrar caza es indispensableque la tribu cambie de campamento; un pobreenfermo é inválido no puede seguirla, ni los caza-dores y las mujeres, sobrecargados con los obje-tos que trasportan, llevarle; se le deja por tanto ála espalda.

MuchSs viajeros han sido testigos en el de-sierto de escenas tan desgarradoras como las quepresenció Catlin al despedirse del viejo jefe Pun-cah, casi ciego, descarnado y tembloroso, junto áuna pequeña hoguera, teniendo por únicas pro-visiones una escudilla llena de agua y algunoshuesos medio ruidos. Este pobre viejo, que ha-bia sido un guerrero temible, quedó abandonado,á petición suya, cuando vióse la tribu obligada ábuscar otros territorios de caza, de la mismasuerte que años antes habia dejado á su ancianopadre morir abandonado, cuando para nada po-dia ser útil. Según los autores antiguos, mu-chos pueblos bárbaros de Asia y de Europa con-servaron este uso cruel hasta en los tiemposprehistóricos. Herodoto nos dice que entre losMassagetes, cuando un hombre habia llegado áextrema vejez, sus parientes más próximos sereunían y le mataban, haciendo cocer su cuerpocon otras carnes para celebrar un gran festin.

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Según las ideas de estos pueblos, dieha muerteera la más dichosa.

Elieu cuenta que en Cerdeña la ley imponía álos hijos la obligación de matar á los padres ámazazos cuando eran demasiado viejos, porque, álos ojos de estos pueblos, la decrepitud era unavergüenza. Cuando una nación sedentaria y'agrí-cola ha llegado á cierto grado de riqueza y debienestar, no puede invocar la excusa de la nece-sidad, que justifica el asesinato de los ancianos.A pesar de ello, puede continuar la costumbrepor humanidad para poner fln á crueles sufri-mientos, y sobre todo por respeto á antiguos usosde tiempos duros y menos civilizados. La razaariana nos da más de una prueba. Aun despuésde su conversión al cristianismo, los slavos hancontinuado matando á los ancianos y á los acha-cosos, y se cuenta que los Wendes, lo mismo quelos Massagetes, después de muertos, los cocían ylos devoraban.

Una antigua tradición scandinava habla deguerreros inválidos que partían para Walhalla,arrojándose desde lo alto del alternis stapi ó rocade familia, y en Suecia, hasta el año 1600 seconservaban en las iglesias enormes mazas lla-madas üttaklubbor, es decir, mazas de familia, conlas cuales los ancianos y los incurables eran, enpasados tiempos, muertos con toda solemnidadpor sus parientes más próximos. Acaso sea restoextraño, pero más moral, de este uso bárbaro, lamaza que se encuentra suspendida en las puertasde muchas poblaciones de Silesia y de 'Sajorna,x

con la siguiente inscripción:—«Quien dé su pan ásus hijos y quede así reducido á la pobreza, seaherido de muerte con esta maza.»

En Inglaterra encontramos también esta adver-tencia para los que intentasen seguir el ejemplodel rey Lear. Mr. Walter White en su obra titu-lada Al round the Wrekin, nos dice que sobre lapuerta de una antigua casa de socorro de Leo-minster se ve la imagen de un hombre de pié conla boca abierta y armado con un hacha, acompa-ñándole la siguiente inscripción:He that gives amay all beforéhe is deadLet'em take thü; Batchetandknockhim onyeHead(\).

Estos verso3, puestos á la entrada de un asilode pobres son cruel ironía , pero en el fondoprueban la enorme diferencia que existe éntrelasrealidades de la vida salvaje y las de la vida ci-vilizada. Así, pues, para la raza germánica, elpaso de la barbarie feroz á costumbres más dul-ces se ha verificado hace muchos siglos; desdeentonces, cuando el anciano padre de familia, en-

(4) Si un hombre da todos sus bienes antes de su muerte, tomad estahacha y dadle un gran golpe en la cabeza.

fermo y achacaso, reparte sus bienes entre sushijos, ocupaba el mejor lugar en la casa, y eracuidado y acariciado hasta el fln de sus dias.

A medida que la civilización ha progresado, elsentimiento del respeto de la vida, independien-temente de la noción de la utilidad y del placer,se ha ido fijando y adquiriendo fuerza dia por dia.Después de haber estado en vigor durante mu-chos siglos la antigua costumbre de sustraersebruscamente á los sufrimientos y á los inconve-nientes de esta vida, cayó en desuso.

Cosa curiosa; los partidarios de la muerte fá-cil, de la eutanasia, como la llaman, que ahora sehan reproducido entre nosotros, no creen, aunquese les haya hecho ver, que en realidad deseanrestablecer, con ciertos refinamientos modernos,el remedio para los incurables que los primitivossalvajes practicaban, borrado por la civilizaciónmoderna tan completamente, que apenas algunoseuropeos saben estaba vigente entre sus antepa-sados.

Todo esto demuestra que el género humano,en diversos grados de civilización, ha alimentadoideas completamente opuestas sobre la moral delsuicidio y del homicidio eutanasiano.

Estas diferencias de opinión no deben mara-villarnos. Si se pregunta qué es la moral, con-testaremos que los primeros que han usado estapalabra querían decir, y decían en efecto, quemoral ó ¿tica era la acción de conformarse á lascostumbres (mores /¡BTJ) de la sociedad á quepertenece. Las personas civilizadas no com-prenden bien el poder de la costumbre en la vidade los salvajes, figurándose que viven á medidade su capricho y en plena libertad. Muy al con-trario, el salvaje tiene los pies y las manos ligadospor los usos y costumbres en todos los actos im-portantes de su vida: una regla tradicional leprescribe lo que debe ó no debe hacer con talfuerza, que ni siquiera piensa sustraerse áella.

No hay en el mundo dos razas que tengan exac-tamente las mismas reglas de moral; cada razatiene la suya, que la opinión pública sanciona.La antigua teoría, que admitía una especie de in-tuición moral, no explicaba en manera alguna ladiversidad de moral entre los distintos pueblos;en efecto, cuando comparamos la moral de lossalvajes con la de los pueblos civilizados, se des-garra y cae ante nosotros el espeso velo que halimitado la vista de los moralistas de todas lasescuelas durante algunos siglos. Tanto han pre-ocupado siempre á los filósofos las institucionesparticulares de la sociedad en que han sido edu-cados, que han creido tener ante sí la regla idealúnica, conforme á la cual era necesario juzgar lamoral de todo el género humano. Cuando un mo-

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raliata ha reunido de este modo un conjunto dereglas, previamente recortadas y secas como lasplantas de un herbario, le es muy fácil decir quehan sido establecidas por la naturaleza, como Ci-cerón afirma en su diálogo De legibus: «Porqueaquellos á quienes la naturaleza ha dado la razón,han recibido también la recta razón, y por conse-cuencia la ley que no es sino la recta razón pre-ceptuando y prohibiendo.»

Cuando Locke en el siglo XVII tuvo las prue-bas etnográficas que le proporcionaban los cortosadelantos científicos de su época, levantóse con-tra esta escuela de moral intuitiva, preguntandoá los que tienen bastante conocimiento de la his-toria de la humanidad, y que han podido ver algomás lejos que el humo de su chimenea, si la natu-raleza ha impreso estos principios universales enel ánimo de los bárbaros que, con la aprobación, óá lo menos con la tolerancia pública, abandonan áaus hijos, los entierran vivos, ó se los comen, quematan á sus padres ancianos, que arrojan á losmoribundos fuera de sus cabanas, ó les dejan mo-rir de frió, de hambre ó entre las garras de lasfieras. Aunque no se le atribuya grande impor-tancia, el razonamiento de Locke es bastantebueno. Tenemos razón al aplicar á estos actos elepíteto de salvajes ó bárbaros, dando á tales califi-cativos un sentido á la vez histórico y moral; peroes incuestionable que las razas que los ejecutanlos someten á un juicio moral, permitiéndolos suscostumbres y prohibiéndolos las nuestras. Nos-otros decimos que estos actos son criminales, yellos niegan que lo sean.

No debe suponerse, sin embargo, que la únicadiferencia entre la moral de los salvajes y de losbárbaros y la nuestra, consiste en que , á propor-ción que la civilización avanza, influye más layirtud é impone mayor freno á nuestras pasionesy a nuestros placeres. No siempre sucede así,porque hallamos, hasta con frecuencia, tribussalvajes que condenan como criminales actos enlos que las naciones civilizadas no ven mal al-guno. Citemos como uno de los mejores ejemplosde este hecho las leyes que se encuentran nosólo en todas las razas, sino en todos los gra-dos de civilización, contra los matrimonios entreparientes próximos ó remotos. Los indígenas deAustralia no permiten que un hombre se casecon una mujer de su tribu, es decir, que proce-diendo el parentesco de las madres, no puede ca-sarse con ninguna de sus primas maternas encualquier grado. La violación de esta ley es uncrimen que horroriza á los australianos, y eneste punto están de acuerdo con algunas tri-bus de América septentrional. Quien preguntara,en cualquiera de ambos parajes, qué era más cri-

minal, matar á una joven de otra tribu ó casarsecon una de la propia tribu, recibiría una contes-tación diametralmente opuesta á la nuestra. Noes, pues, necesario buscar las prohibiciones de estegénero entre los aamoyedos y los Khond», losch nos ó los indios para venir á parar al derechocanónico que prohibe el matrimonio entre parien-tes hasta el sétimo grado inclusive, al menos sindispensa previa. No queremos discutir el origende estas leyes con los señores Lennan, Lubbock yMorgan, bastándonos por ahora notar que el sen-tido de esta prohibición, bastante oscura paranosotros, lo es completamente para los salvajes,que la recibieron de sus antepasados. Además,no es consecuente ni práctica, porque los salvajesy los bárbaros no reconocían ordinariamente afi-nidad lejana más que de un sólo lado, el del padreó el de la madre; lo que hace, por ejemplo, queun hombre no pueda casarse con una parientasuya en décimo grado por parte de madre y sícon su prima hermana por la de padre, ó viceversa.Estas leyes, sin embargo, están profundamentearraigadas en la moral de los salvajes y sosteni-das por la sanción más completa, la de la concien-cia individual y la de la conciencia pública.

Es instructivo ver cómo considera este puntode moral un partidario de la intuición, dispuestosiempre á aceptar como naturales todos los pre-ceptos que la educación ha grabado en su propioespíritu.

En su descripción de los salvajes Abipones delas Pampas, se expresa el padre Dobrizhoffer enlos siguientes términos: «Los Abipones, instrui-dos por la naturaleza y por el ejemplo de sus an-tepasados, aborrecen hasta la idea de matrimo-nios entre parientes, aun en el grado más lejano.»Un jefe a»te el cual el misionero hablaba poracaso de uniones incestuosas, exclamó: «Tenéisrazón, padre mió, es una vergüenza el matrimo-nio entre parientes; nuestros antepasados nos lohan enseñado.» El buen jesuíta termina con unaindicación, que prueba que las lecciones de la na-turaleza habian dado á estos salvajes otras con-vicciones morales menos laudables en su concep-to. «Tales son, dice, los sentimientos de estos sal-vajes de los bosques, cuando no encuentran cri-minal, ni fuera de razón, casarse con muchasmujeres, y repudiar las que le desagradan.» Es-tos ejemplos nos permiten establecer dos princi-pios: primero, que las reglas de la moral no sonconstantes, sino que se desarrollan con la civili-zación; y segundo, que el desarrollo no sigue unadirección única, sino que puede desviarse y se-guir direcciones opuestas. Para sentar otros prin-cipios, conviene darnos cuenta del orden moralque existe en general en ciertas tribus salvajes, ó

48 REVISTA EÜROHEA .-42 DE JULIO DE 1874. :° 20que viven en estado de barbarie bastante atra-sado.

El examen general de las razas inferiores de-muestra que sus inclinaciones egoístas y malé-volas se sobreponen á las benévolas y generosascon mayor facilidad que en las más civilizadas.De no suceder así, nuestros progresos y nuestracivilización serian una desilusión amarga. A pe-sar de ello, la sociedad salvaje, en sus condi-ciones más favorables, presenta al hombre civi-lizado un cuadro ideal de bondad y de felicidadque encanta, y por el cual hay quien imaginaque renunciaría á su superior destino. Esta vidasalvaje tan seductora se encuentra en los pueblosque viven cómodamente en su país y bajo susprimitivas leyes, y no entre aquellos que han per-dido estas leyes por la influencia de los blancos,llegados, no para procurar su bien, sino sus bie-nes, y llevando con ellos nuevas artes, nuevascreencias, nuevas necesidades y nuevos vicios. Esnecesario, además, que el observador sea recibidopor los salvajes como amigo y hermano de adop-ción, para que pueda ver la unión y benevolenciacon que viven entre sí.

Los exploradores holandeses y Mr. Wallace re-presentan á los Papous groseros y feroces de Nue-va-Guinea, y á los indígenas de las vecinas islascomo viviendo reunidos en paz y unión perfectas,respetando los derechos de cada uno y obede-ciendo los usos y costumbres de sus antepasa-dos, trasmitidos por los ancianos de cada tribu.«Muestran en general un carácter dulce, amor albien y á la justicia y principios de moral.» Entreellos es tan raro el robo, que las puertas no tie-nen nunca cerraduras, y profesan gran respeto ála ancianidad, grande afección á los niños y es-tricta fidelidad conyugal. En otra extremidad delmundo, los europeos, que han visto la manera devivir de los caribes, hablan de ellos con igual sim-patía y admiración, y Schomburgk siente que lacivilización, con todos sus beneficios, destruyalapureza de la moral de los salvajes. Encontró enestos hombres sencillos la paz y la felicidad, lasafecciones de familia, la amistad y un reconoci-miento sin afectación; no han tenido que apren-der de los civilizados las virtudes morales que,sin nombrarlas, practican. Si queremos subir ungrado en la civilización, estudiaremos las rela-ciones que conciernen á ciertas castas ó tribusde la India, no refiriéndonos á los indios propia-mente dichos, sino á los representantes de lasrazas indígenas que ocupaban el país antes de lainvasión ariana.

El coronel Dalton describe las costumbres dul-ces y afectuosas de los Kols, que, al contrario delos Bengalis, más civilizados, jamás disputan ni

pronuncian palabras injuriosas. Asimilada á losKols está la raza tranquila y dulce de los Santals,excelentes trabajadores, cazadores y guerreros.«Estos hombres, dice el mayor Jervis en su his-toria de la rebelión, no sabían lo que era ren-dirse; mientras tocaban sus tambores, estabanpeleando hasta morir... Son los hombres más ve-rídicos que he encontrado, y su bravura llega alheroísmo.»

Esta veracidad, admirada de los europeos re-lacionados con los indios, que son tan falsos, esel carácter distintivo de las razas indígenas anti-arianas en muchos distritos. Encuéntrase entrelos Kurubars del Dekhan. Sir Walter Elliot pre-senciaba en uno de los establecimientos del inte-rior una disputa entre dos Ryots, y sorprendiólever que la opinión de todos se decidía inmediata-mente por uno de ellos; preguntó la causa y con-testáronle que aquel hombre era un Kurubar «yunKurubar deeia siempre la verdad.» Cita ade-más una miserable tribu de esta raza, á la quelos Ryots confiaban la guarda durante la nochede sus cultivos, y la hacían con fidelidad y valorextraordinarios, sin más armas que antorchas,con las que acometían á los elefantes y á las fie-ras, haciéndolas huir ante la llama. Todos sonde una honradez tan reconocida, que los labra-dores les confian sin titubear la guarda de suscosechas, porque saben bien que los Kurubarspreferirían morir de hambre á quedarse con unsolo grano de lo que se les da á guardar.

Los moralistas encontraron en vista de estehecho bien probado, que las tribus salvajes ybárbaras pueden, si se colocan en condiciones fa-vorables, no sólo concebir un elevado ideal devirtud, sino presentar una realización prácticacapaz de avergonzar á muchas naciones civiliza-das. La cuestión consiste en saber cuáles son lascausas que han permitido á tribus de raza infe-rior llegar á una ley moral, en virtud de la cualmantienen los buenos tratamientos y las restric-ciones de que depende su bienestar.

Aunque la etnología no pueda resolver comple-tamente este problema, puede en todo caso escla-recerlo y hacerle dar algunos pasos. Si se atiendeal estado social délas razas inferiores, una délasprimeras cuestiones que se presentan es la si-guiente: ¿Su moral se deriva directamente de sureligión? ¿Los Papous y los Caribes observan estaconducta porque se les enseña que el cumpli-miento de los deberes morales es agradable á susdioses, quienes castigan la violación de dichosdeberes en este mundo y en el otro? No parece quesea así, y hay quien supone que los Arus, senci-llos insulares, honrados y felices, presentan elejemplo de una raza completamente desprovista

r 20 BÜBNET TYLOR. LA SOCIEDAD PB.1M1TÍVA. 49de ideas religiosas. El hecho no es completa-mente exacto, porque seles han encontrado idoli-Uos de madera groseramente tallados; pero sí loes que no influye en su vida ninguno de los ru-dimentos teológicos que les son comunes con losPapous. Estos Papous tienen generalmente comoídolos protectores los cráneos de sus antepasa-dos, 6 groseros ídolos de madera, á los cualesofrecen sacrificios en caso de enfermedad, consul-tándoles como oráculos; pero estas formas religio-sas nada tienen que ver con la moral. Lo mismosucede á los Caribes con su religión de espíritusprotectores ó enemigos, sus divinidades superio"res y sus sacerdotes milagreros. El sacrificio deesclavos y de riquezas destinados á seguir á lasalmas de los muertos en la otra vida, la concep-ción de esta segunda vida, feliz para los bravos ydesdichada para los cobardes, son casi los únicospuntos de la moral de los Caribes donde se en-cuentra la influencia de las creencias religiosas^Las relaciones de estas religiones con la vida mo-ral son secundarias y casi insignificantes, y lejosde manifestarnos el origen de la moral, es raroque le den sanción ó dirección. Este principio esen general aplicable á todas las razas inferiores,y más de una tribu grosera se ha conservado asíhasta nuestros dias, como para demostrarnoscuál era la condición primitiva de la humanidadcuando la unión de la moral y de la religión nohabia empezado, ó á lo más comenzaba. Ambasexistían, pero independientes una de otra, y cadacuál en su terreno propio.

En las razas salvajes que tienen por única teo-logía el animismo más rudimentario, en el cualla doctrina de las almas y de los espíritus pro-porciona la explicación de la vida del hombre ydélos fenómenos de la naturaleza, y que invocany suplican á estas almas y á estos espíritus comoamigos ó enemigos del hombre; en estas razassalvajes existe una moral cuya dulce sencillez nodebe desdeñarse; pero dicha moral no se relacio-na, ni con la orden, ni con la voluntad de unDios. Si la esencia de una religión tan rudimen-taria tuviera la forma de mandamientos, encon-trariamos en ella en primera línea el de honrar ladivinidad. La introducción de los mandamientosque se relacionan con los deberes del hombre¿acia sus semejantes viene más tarde en la his-toria religiosa y denota el paso de las religionesinferiores á las superiores. Verdad es que desdelos grados primitivos de la civilización empiezala unión del código divino y del código humano.;• El estudio de pueblos muy conocidos, nos pro-porciona indicaciones ciertas sobre los puntos deunión de ambos códigos. Yernos á estos pueblostributar honores divinos á las almas de los muer-

TOMO II.

tos y dar así una sanción religiosa á las reglasde moral que estas almas habian seguido durantesu existencia en la tierra. Encontramos la doctrinade la existencia del alma después de la muerte,presentada primero bajo la forma lúgubre defantasmas, después bajo la de felices ensueños;después se introduce en ella un elemento moralcon la concepción de recompensas y castigos enotra vida, y por fin vemos los espíritus divinosrevestidos de las funciones sobrenaturales de lafiscalización moral y del juicio, y á sus servidoreslos profetas y los sacerdotes proclamando la leymoral, apoyada en una sanción religiosa.

Aunque la etnografía no nos enseñara nada, eltrabajo que nos cuesta estaria bien recompensadopor el valor de las pruebas que presenta para de-mostrar la separación que existia en otras oca-siones entre la moral y la religión. Reconociendodel modo más completo la influencia de la reli-gión en la moral de las naciones más ilustradas,nos vemos obligados, según creo, por las pruebasque nos suministran los salvajes y los bárbaros,á admitir la existencia anterior de una moral in-dependiente que ha durado siglos, y que consistíaen costumbres reconocidas y en reglas de con-ducta de los hombres entre sí, proviniendo única-mente del ejercicio de fuerzas sociales.

Si procuramos ascender más hacia el origen deesta moral independiente primitiva, las relacionesque tenemos acerca de la existencia de un felizestado de equilibrio entre las tribus inferioresnos auxiliarían grandemente. Dejemos por unmomento aparte los efectos del interés personaldirecto considerado como agente moral, y limité-monos á apreciar el principal elemento de suorden mural, á la vez sencillo y fraternal, expre-sado con 1* palabra fraternidad, necesariamenterepetida siempre que se describe su existencia.Estos hombres viven como hermanos, y en susrelaciones forman una sola familia. Supongamosque toda una tribu desciende de una familia, sinque el lazo familiar se rompa aun entre los máslejanos parientes, esta tribu conservará la con-fianza entre sus individuos y la costumbre de lasrelaciones fáciles, la honradez, la generosidad, laindulgencia y la compasión mutuas que constitu-yen los elementos de la vida familiar.

¿Cómo han nacido en el hombre los afectos defamilia? ¿Hasta qué punto pueden explicarselas tendencias hereditarias? ¿En qué medida con-tribuye la simpatía á producirlas? ¿En qué mo-mento el interés común enseña á los miembrosde la familia en estado primitivo y grosero á sos-tenerse mutuamente y á luchar uno al lado delotro? Cuestiones son estas más propias del domi-nio de los naturalistas y de los psicólogos, de los

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que estudian las tendencias hereditarias, comoDarwin, Speneer, Galton y Spalding, que de losetnólogos que encuentran estos hechos estable-cidos al principio de sus investigaciones, y quese ven obligados á hacer de ellos su punto departida.

Todos los observadores que han recorrido lospaíses salvajes comprueban que la familia es labase de la sociedad. Hasta en los pueblos másgroseros los lazos de familia son muy fuertes. Lapaciente ternura del amor maternal, el desespe-rado valor del padre que defiende su hogar, laspenas y los cuidados de ambos por sus hijos, elcariño entre hermanos pueden á veces estardisimulados ú ocultos por la indiferencia ó ladureza, pero no por ello dejan de existir, ele-vándose á veces á la más poética belleza y hastaal heroísmo de la pasioa. En toda la raza huma-na, desde el estado salvaje hasta la civilizaciónmás avanzada, la familia ha sido la fuente y laescuela de la vida moral. Sin citar aquí los testi-monios de todos los viajeros, llamaré sólo laatención sobre un grupo interesante de ritos sim-bólicos que se encuentran en la serie do los pue-blos, desde los más salvajes hasta los bárbarosmás próximos á la civilización, y veremos en ellosla prueba evidente de que las razas inferiores re-conocen sobre todo la fuerza moral de los lazosde familia.

Para suplir el parentesco y formar estrechaalianza han tenido los hombres la idea, en dife-rentes países, muy lejanos unos de otros, deadoptar como signo de esta alianza el acto signi-ficativo de la mezcla de su sangre, expresandoasí que en adelante eran de la misma sangre. Asíse estableció entre ellos la ley de los buenoaoficios mutuos, que señálalas relaciones moralesmás elevadas entre los miembros de la mismafamilia, por oposición á las qae existen entreextranjeros. Los Karens de Birmanía se unencon fraternidad indisoluble, mezclando sangre desus brazos y bebiéndola con aguardiente. Entrelos Kayans de Borneo, Mr. Saint-John llegó á serhermano de un indígena por la mezcla de algunasgotas de sangre que se fumaron en seguida enun cigarrillo. Pudieron también haberlas mezcla-do en el agua, bebiéndola, porque esta es la cere-monia para que un extranjero se convierta enmiembro de una tribu Kayanna. Análoga costum.bre se encuentra en las tribus del África Oriental.Los dos hombres que llegan á ser hermanos deadopción se sientan sobre la misma piel de toro,para indicar, por medio de este símbolo, que sólotienen una piel; después hacen leves incisiones enel pecho, mezclan la sangre, la prueban, y frotanlas heridas.

En Madagascar llegan á ser hermanos bebiendola sangre uno de otro y pronunciando terriblesmaldiciones sobre quien rompa el pacto. Estaisla ha sido punto de reunión de razas y de civiliza-ciones de dos apartadas regiones, África y Ocea-nía; pero como en ambas se practica la alianzapor la sangre, los Malgachos han podido recibirlade cualquiera de ellas; prueba curiosa de la gene-ralidad de esta costumbre. Los mismos autoresclásicos la mencionan. Herodoto habla de pactoshechos por los lydianos, que se practicaban in-cisiones en el brazo y lamían la sangre al salirde las heridas. También dice que los scitas,cuando querían hacer alianza, bebían vino mez-clado con su sangre.

Viniendo á las sociedades modernas de Oriente,vemos á los chinos que entran en una sociedadsecreta, beber sangre respectivamente unos deotros. Los indios que se juran fraternidad hacenlo mismo. En los siglos en que Kuropa era bár-bara encontramos la fraternidad escandinava,para la cual los dos amigos que se unian hacianun agujero en la tierra y echaban en él sangre desus cuerpos. En el Saga del festin de Oegir, Lokirecuerda á Odin que, en pasados tiempos, ha-blan mezclado su sangre. Lo que demuestra queesta costumbre se extendía más allá de los lí-mites ocupados por una raza ó una lengua, esque se encuentra también en naciones tan aleja-das como los húngaros y los irlandeses.

Al llegar á una civilización más adelantadaeste antiguo rito desaparece, pero se encuentrade él un rastro curioso en la magia popular, co-lección de extrañas ideas de pasados tiempos. Ennuestroo días reina en Bohemia y en Moravia lasupersticiosa creencia de que si un joven viertealgunas gotas de su sangre en un vaso de cerveza,y se las hace beber á una joven, ésta no puedeprescindir de amarle.

Con más ó menos fuerza, pero evidentementeen todos los grados de civilización, la ceremoniade comer ó de beber juntos une á los que tomanparte en ella y les obliga á tratarse mutuamentecomo miembros de una misma familia. Sin ha-blar de los innumerables detalles de esta con-tinuada costumbre, citaremos sólo la que existeen Asia. Cuando dos siameses hacen un con-trato beben juntos el arrack, mezclado con sal ychilis; pero cuando se asocian para alguna em-presa desesperada, cada uno mezcla algunas go-tas de sangre á este brevaje, y contraen laalianza por la sangre. Ahora bien: esta forma dealianza, absurda y repugnante en el concepto delas ideas modernas, es digna de respeto y hastade admiración, bajo el punto de vista ótico.

En efecto, el mayor progreso de la civilización

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«Cusiste en ensanchar cada vez más el círculoá* k»8 deberes mutuos y de los afectos; y no eshecho que carezca de importancia en la historiade la humanidad el descubrimiento de un mediosolemne de extender más allá de los estrechoslimites de la familia los deberes y los afectosfraternales. Es un paso avanzado hacia la ideaentusiasta de la humanidad, hacia la concep-ción de los individuos, como pertenecientes todosá una gran familia, que del mismo modo se in-teresan en los recuerdos de su pasado y en lasesperanzas de su porvenir, desprendiéndose delas trabas del egoísmo para participar de losplaceres y de las penas de todo el género hu-mano.

No hablo aquí como moralista, sino como et-nólogo que trata un punto de moral. No dis-outo la acción general ejercida sobre las costum-bres por el interés personal, acción que tan bienhan estudiado Bentham, Mili y Bain. El interéspersonal apareció sin duda en la infancia de laraza humana y en la choza de cortezas del másgrosero salvaje, para convertirse en el agente máspoderoso que interviene en la formación de las le-yes sociales, y forzar á cada individuo á obedecersu propio interés. Sólo considero ¡a moral por sulado utilitario, y debo limitarme á un orden dehechos particular en la etnografía del derecho én-trelos salvajes y los bárbaros. Estos hechos per-miten comprender perfectamente una acción quelos escritores utilitarios acaso no han definidobien, y sobre la cual no insisten con la precisión yla fuerza que merece, puesto que esta acción esuno de los principales lazos que unen los dosgrandes principios del interés personal y de la leyde la mayor felicidad.

Aún se ven en la historia de la civilización'gra-dos por los cuales la humanidad se eleva desdelos siglos del egoísmo del individuo hasta la feli-cidad de todos. Si existen dos puntos acerca deto» cuales la regla moral del mundo entero seabien conocida, estos dos puntos son el homicidioy el robo. Consideremos primero el homicidio bajoel punto de vista del bien y del mal. Desde lostiempos más remotos nada hay que pruebe quealguna tribu, alguna nación inferior ó superiorhaya considerado la muerte de un hombre comoacción por sí misma y necesariamente mala ycri-minal. En determinadas condiciones el homicidioha sido y es todavía considerado como permitidoy tan digno de elogio. Las principales de estas«adiciones son la defensa personal, la vengan-za, el castigo, el sacrificio divino, y sobre todo laguerra. A pesar de ello, ninguna tribu conocida,por baja y feroz que fuese, no ha admitido que loshwabfes puedan matarse sagun su voluntad. Con

tal ley ó costumbre hasta la sociedad salvaje delos desiertos y de los bosques desaparecería. ¿Re-conocen los salvajes como ley moral la interdic-ción del homicidio? Sí y nó;y entre esta afirma-ción y esta negación hay un hecho importanteen la historia de la moral. Tomando un caso ex-tremo, existen muchas tribus que aprueban elhomicidio como prueba del valor del que lo co-mete, y citaremos tres, entre las cuales esta opi-nión prevalece de un modo particular. SegúnMr. Blackmore, un joven indio Sioux no puede re-cibir el título de bravo ó de guerrero si no llevauna pluma en su cabellera, y este adorno le estáprohibido hasta que no ha muerto á un hombre,sin lo cual es casi imposible que encuentre unajoven que consienta en casarse con él. Mr. Woodnos dice que un joven Dayak de Borneo no puedeencontrar con quien casarse hasta que no pre-senta una cabeza, es decir, hasta que no ha muer-to á un enemigo, y á falta de enemigo, á algúndesgraciado extranjero, aunque sea una mujer,cuya cabeza lleva como un trofeo. El coronel Dal-ton habla también del cráneo ó de la piel con lacabellera presentada por un Naga de Asara paratener derecho á hacerse tatuar y á casarse, espe-rando á veces muchos años hasta obtener estehorrible trofeo. Y no es necesario que lo arranquedel cuerpo de un enemigo; puede obtenerlo porla más negra traición, pues lo único que se leexige es que la víctima no pertenezca á la tribudel asesino. Los Sioux, sin embargo, consideranel homicidio entre ellos como un crimen, salvo elcaso de venganza por sangre vertida. Los Dayakstambién castigan al asesino. El observador queacepta esta ley particular sobre el homicidiocomo prodi pto de un convenio adoptado por unatribu que hace las leyes en su propio interés detribu, se explica fácilmente esta regla. De unaparte ve la ley de una tribu guerrera que concedeun premio al valor desplegado contra los enemi-gos; de otra reconoce la ley de una tribu que ce-saria pronto de existir si sus miembros tuvieranderecho de asesinarse según su capricho. Estaley será mucho más difícil de explicar si se la con-sidera como resultante de una intuición moral óde alguna definición primitiva del bien ó del malinnato ó revelado.

Si la ley de las razas salvajes sobre el homici-dio permitiese entrever un principio absoluto pro-hibiendo el asesinato del hombre porque es unhombre, si se presentara en algún modo comoresto desnaturalizado de una ley general contra elasesinato, habrían ganado la partida los moralis-tas de la escuela religiosa y los partidarios de laintuición.Pero es muy difícil asegurarque sea así.

Citemos, por ejemplo, los groseros Koriaks de

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Siberia. Castigaban severamente el asesinato deuno de su tribu, pero ningún caso hacían del ase-sinato de un extranjero. El padre Dobrizhoffer sequeja de los obstáculos que los jóvenes Abipones«oponian á los progresos de la religión, porque,deseando adquirir la gloria militar y el botin,ambicionaban extraordinariamente cortar cabezasde españoles y robarles sus convoyes y sus fin-cas.» Pero añade después: «¡Ved si las almas deestos salvajes son dulces y. amables! Habitua-dos á robar y á asesinar á los españoles mientrasles consideran enemigos, jamás quitan nada á suspropios compañeros; dé modo que, cuando no es-tán borrachos y gozan de su completa razón, elrobo y el homicidio son casi desconocidos entreellos.»

Es trabajo inútil procurar explicarse este estadomoral como depravación de otro estado moral su-perior. La ley salvaje permite ó castiga el asesi-nato de un hombre, no bajo el punto de vistaideal de la humanidad, sino bajo el práctico de sucualidad de extranjero ó de compatriota. Estadoctrina desempeña gran papel en la mitad de lahistoria de la civilización, y apenas si desapareceactualmente entre nosotros.

El latin clásico se contenta con designar unenemigo con el nombre de hostis, que significaextranjero, y hay hasta cierto punto verdad en elfamoso cuadro que representa un rústico asegu-rándose si el que pasa es extranjero antes de ar-rojarle un ladrillo á la cabeza.

La vida del esclavo no la protege la ley comola del hombre libre, y de aquí la conocida doctri-na que á cada paso se encuentra en la ley antigua,y que trata como crímenes de distintos gradosel homicidio de un bárbaro y el de un extranjero;doctrina que exige sangre por la muerte de unhombre libre, y que considera la de un esclavocomo la destrucción de una cosa; doctrina que seperpetúa al través de los tiempos bárbaros y delos civilizados y que persiste entre nosotros,puesto que tan difícil es en nuestros dias conven-cer á un colono que mata á un indio, piel-roja óá un negro de que es realmente culpable de unhomicidio.

Todo esto se encuentra de acuerdo con la etno-logía. Ella nos enseña por todas partes que la leyprimitiva y rudimentaria contra el homicidio, conel sentimiento del bien y del mal que á él se une,no prohibía el homicidiosinoentrelos hombres dela misma tribu. Ha sido necesaria la extensión delas relaciones y de las alianzas para ensanchar elcírculo en que la vida humana debe ser respetada,y para presentar, en fin, el principio de este res-peto, aunque muy confusamente todavía, comogeneral y aplicable a la humanidad entera.

La ley contra el robo en las razas inferiorespresenta el mismo carácter que la ley contra elhomicidio. Leed la historia de los Albayas, razaferoz de la América del Sur, que se glorificaba deasesinar y robar á las démas tribus. Estos guer-reros invocaban la ley divina en favor de sus ra-piñas. «La gran Águila, decían, nos ha mandadovivir haciendo la guerra á todas las demás tribus,matando hombres, robando á las mujeres y qui-tándoles los bienes.»

Para tener un ejemplo tomado del África, exa-minad la relación de las empresas de una bandade Zulus que se introduce silenciosamente enuna lejana aldea, y después de asesinar á loshombres, á las mujeres y á los niños, vuelvenalegres y cargados de botin, dejando tras sí elKraal incendiado. Sin embargo, los Albayas y losZulus, considerados en los límites de su propiatribu, tienen respeto á la propiedad. Para ellos laobligación de no robar sólo protege á las gentesde su tribu y á los aliados, y no á los extranjerosy enemigos.

Sabido es que gran número de tribus de laAmérica del Norte eran perfectamente honradasen sus relaciones entre sí, pero á sus ojos estahonradez no era un deber respecto á los extran-jeros, y sobre todo respecto álos blancos, que sinpudor alguno engañaban y robaban.

En su descripción de los Ahtes de la Colombiainglesa, Mr. Sproat nos representa bien este rasgode las costumbres indias. Todo objeto confiado ála buena fe de un indio está en completa seguri-dad, pero el robo es ordinario cuando se trata dela propiedad de otra tribu ó de la da los blancos.«No seria justo, añade el narrador, considerar elrobo entre estos salvajes tan culpable como lo63 entre nosotros, porque no tienen ley moral ósocial que prohiba el robo de tribu á tribu, y estegénero de robo ha sido siempre para ellos ob-jeto de honra.»

En los salvajes se encuentra hoy el estado mo-ral de los antiguos germanos, tal y como Cesarlopinta. «Los robos de tribu á tribu no son deshon-rosos, sino al contrario, recomendados para elejercicio de la juventud é impedir que se entre-gue á la indolencia.»

Como lo hace notar Lord Kames con notableexactitud, los montañeses de Escocia se encon-traban en el mismo caso,hasta que se sometieron,después de la rebelión de 1745.

Aun entre nosotros vemos las mismas causasinfluyendo en ciertas clases que, unidas por lazosde parentesco, consideran á sus demás conciu-dadanos como extranjeros. Últimamente el go-bierno inglés ha tenido que reprimir en la Tndiaalgunas castas de criminales, que naturalmente

ri» -a BÜRNET TYLGR. LA SOCIEDAD PRIMITIVA.

encuentran muy virtuosas sus leyes morales,mientras que las autoridades juzgan estas leyesincompatibles con el bienestar de la sociedad.

Entre dichas castas, es de notar la de los Zaka-khails de las provincias del Noroeste, cuya pro-fesión cosiste en practicar durante la noche bre-chas ó agujeros en las tapias ó muros de los es-tablos, ó de las casas, para entrar en ellos y ro-barlos. Cuando un niño varón nace en la t r ibu,sus padres le consagran para que en lo porvenirejerza esta profesión, efectuando una ceremoniasimbólica bastante curiosa, que consiste en pasaral niño tres veces por un agujero hecho en elmuro de una casa, pronunciando las palabrasQkal shah, «Seas ladrón.»

En el seno de la civilización moderna, el prin-cipio de la honradez en ciertos límites se en-cuentra en la máxima de que «los ladrones serespetan entre sí.» Este mismo principio es apli-cado á los que creen que la burguesía y los ex-tranjeros son presa de la que es lícito sacar todoel partido posible; y vemos esta opinión prac-ticada por clases de hombres que se muestran,sin embargo, honradas, cuando se trata de susparientes, de sus amigos ó de cualquier individuode su clase. Todo esto justifica la idea de quelas disposiciones que los moralistas civilizadosproclaman bajo la forma de una ley universalcontra el robo, no dimanan de una generaliza-ción moral primitiva, sino que son producto deuna civilización más avanzada, puesto que la in-terdicción, bajo su forma primera más grosera, nose extendía fuera de los límites de la familia ódéla tribu.

El examen de las leyes de los salvajes y de losbarbaros bajo este punto de vista, nos lleva, enmi concepto, á una de las principales fuentes dela moral utilitaria. Para descubrir la autoridadque ha establecido las leyes de los salvajes con-tra el homicidio y el robo, basta preguntar conel famoso jurisconsulto Cassius: ¿Cui bono? ¿A.quién aprovechan? Es probable que haya quebascar estas leyes en la comunidad particular áquién son especialmente ventajosas.

Ahora bien: es raro que un individuo establezcaun principio restrictivo para limitarse á sí mis-mo hacer el mal ó procurarse un bien que desea;es raro que un salvaje impetuoso y sin freno, ydominado por la pasión de la cólera ó la de laavaricia, se imponga á sí mismo una restricciónmoral. No es á la humanidad en general á quienaprovechan las leyes salvajes prohibiendo el ho-micidio y el robo en los límites de la tribu ypermitiéndolo fuera de estos límites. Las leyesde los salvajes están hechas de una manera di-recta y evidente en interés de una organización,

término medio entre el individuo y la humanidaden general; es decir, en interés del clan ó de latribu, por el cual velan, á costa dol individuo,prohibiéndole el homicidio y el robo dentro deella, prohibición bastante á esta sociedad. Cuan-do llega a un grado moral más elevado deja á. lahumanidad en general el cuidado de protegerse ási misma.

Vemos, pues, en esta circunstancia, hecha laley primitiva en provecho de un interés limitado,y á la sociedad ocupada sin cesar en dirigir laopinión pública en un sentido utilitario, dando,de siglo en siglo, nueva forma al ideal tradicionalde la moral y de la justicia.

Con frecuencia se ha acusado al utilitarismode ser una doctrina egoísta; pues bien, aquí levemos realizar una de sus grandes funciones, ypodemos reconocer s.u género particular de egoís-mo. Un crimen aislado sólo hiere los intereses dealgunos individuos; pero todos aquellos á quie-nes no perjudica emplean su influencia en soste-ner la regla general, que seria ventajosa paraellos si el crimen les afectara; de modo que, enrealidad, el interés particular obra para la defen-sa del interés común, y los individuos que buscansu mayor felicidad personal se reúnen para cons-tituir una sociedad encaminada á la mayor feli-cidad del mayor número.

El principal representante del utilitarismo en-tre los modernos, fija el principio de que las ac-ciones son buenas ó malas, según favorecen ócontrarían la felicidad; no la felicidad particulardel individuo, sino la felicidad general del mundo.Sin reproducir loa argumentos del utilitarismo deStuart Mili, podemos colocarnos históricamentedetrás de esta doctrina, para estudiar la acciónsocial queipa hecho adoptar por las naciones máscivilizadas un sistema á la vez tan egoísta y tangenerosa. El paso del utilitarismo, de su formainferior á su forma más elevada, ha acompañado,y, en cierta medida, conducido, la extensión de laley moral de la familia y de la tribu é socieda-des cada vez mayores.

Por confesión de las dos grandes escuelas demoralistas, el rasgo distintivo déla moral supe-rior consiste en que cada uno está obligado á ob-servar, respecto á todos, las leyes morales dehumanidad y de justicia; pero Mr. Bain tiene ra-zón al sostener que este principio no procede enmanera alguna de un sentimiento innato ó deuna intuición. Es una doctrina elevada y relati-vamente reciente. La doctrina de la moral inferarior, da la moral del salvaje, consiste en el si-guiente principio: «Ama á tu vecino, y odia á tuenemigo. Tienes deberes con los de tu raza, perono con los extranjeros.» Sólo la moral superior

u REVISTA EUROPEA.—12 DE JülTO DE 4874. 20enseña que todos los hombres tienen deberes consus semejantes. Y después de esto, sin cuidarsede las enseñanzas de la historia, hay filósofos ymoralistas que examinan los hechos al revés yse persuaden de que la prohibición absoluta deatentar á la vida ó á la propiedad de otro, princi-pio que sólo se encuentra en las naciones civili-zadas, ha pertenecido al hombre primitivo.

Colocándose la etnología en el terreno más se-guro de la experiencia, nos enseña que la moralideal de lo porvenir no es innata al género huma-no, sino que se ha desarrollado lentamente desdeque comenzó la civilización. Lo mismo que la ca-ridad, la moral empieza en la familia. El debernace en los límites estrechos de la familia y de latribu antes de extenderse á la nación y al mun-do. Acaso se pueda algún dia reducir á un prin-cipio único los dos grandes móviles que hemosestudiado, el sentimiento de simpatía entre losmiembros de la misma familia y el sentimientodel interés público. La facilidad con que estos dosmóviles se ponen de acuerdo y se confunden enla vida social, parece indicar, á lo menos, quepertenecen al mismo sistema y provienen de lamisma causa.

E. BURNET TYLOR.

(Revwe scientiftque.)

IA MUJER PROPIA..L E Y E N D A D R A M Á T I C A D E L S I G L O X V I .

La REVISTA EUROPEA le brinda generoso alber-gue, y La mujer propia sale á luz en su primitivaforma y bajo la denominación que realmente me-rece. Porque esta obra, por sus dimensiones,por su misma contextura, es, más que un dra-ma representable, una novela ó leyenda dialoga-da; y si en ella hubiese algo digno de parar laatención un momento, no seria nada de lo que enel teatro suele percibirse y apreciarse, mientrasno experimentara una verdadera refundición.

Compuesta, por encargo y cuando el autor es-taba en el caso de restablecer su salud, no en el decalentarse artificialmente la cabeza (harto ca-lentada ya naturalmente), se pensó en horas y seescribió en dias: en los pocos dias que Dueve ter-ribles ataques de erisipela dieron de tregua en unplazo de dos meses y medio. La erisipela del au-éor fue contagiosa para el drama, y éste resultóel más abultado que registran los anales dramá-ticos, incluso el inmortal D. Alvaro del por tan-tos conceptos ilustre duque de Rivas.

, Puede asegurarse que aquel escribió y no leyó

su trabajo; el cual, apenas llevado al teatro, ne-cesitó sujetarse, si había de caber por sus estre-chas puertas, á tina poda tan cruel como ineludi-ble: poda que, ya estrenado el drama y acogidocon benévola impaciencia en ciertas escenas,tuvo que convertirse en tala para que no conti-nuasen trasnochando los asistentea á sus repre-sentaciones.

Al dar á la estampa lo que el público conocía,pareció mi obra larga é incompleta, y hoy, im-pulsado por los consejos de varios amigos, y tam-bién... (¿deberá mentir en letras de molde quienno acostumbra á hacerlo de palabra?) impulsadopor ese amor que siente el hombre hacia todoaquello en que imprime un átomo siquiera de suser, amor mayor acaso á medida que menor fun-damento reconoce, me resuelvo á reimprimir Lamujer propia, confiado en la indulgencia del lec-tor; pidiendo á la crítica sus advertencias siem-pre bien intencionadas, y que nunca encontrarédemasiado francas ni severas.

Á laSra. Doña TEODORA LAMADRID,por quien se escuchó y aun se aplaudió Lamujer propia en el Teatro Español la nochedel 29 de Abril de 1873.

INTERLOCUTORES.

DOÑA JUANA COELI.O.LA PRINCESA DE ÉBOLI.EL R E Y D . FELIPE II.ANTONIO PÉREZ.

D. ALONSO COELLO.MATEO VÁZQUEZ.JUAN DE ESCOBEDO.LEÓN LOBO.

Un Ballestero, el Cardenal Granvela, Idiaquez,un Pintor, un Arquitecto, un Juez, un Escribano,Damas y Caballeros, Religiosas, Guardias del Rey,Inquisidores, Alguaciles, Pajes y Criados.

PARTE PRIMERA.EL CONVENTO.

Locutorio de un convento de Carmelitas descalzas.A la derecha, puerta al exterior: otra á la iz-quierda que comunica con las habitaciones deoficio. En estelado, y en segundo término, la reja:en el fondo una capilla cerrada, que ha de abrirsedespués. Varios cuadros religiosos en las paredes;entre ellos una Dolorosa.

ESCENA PRIMERA.COELLO y VÁZQUEZ.

VÁZQUEZ.¿Y la autoridad paterna?Vos debisteis oponeros...

COELLO.Cuando la dulce ignorancia