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XXX Congreso ALAS 2015, Costa RicaGT-16 Pensamiento latinoamericano: hacia la descolonización de las ciencias sociales
Título:
Propuestas emergentes desde el pensamiento latinoamericano: la relevancia de la doble categoría “centro/periferia” para la descolonización de la teoría espacial crítica1
Autor:
Sérgio H. Rocha Franco2
Resumen:
El objetivo general del presente artículo es discutir la pertinencia de enfoques basados en la doble categoría “centro/periferia” en el panorama socio-epistemológico contemporáneo. Mi propuesta es hacerlo desde el campo de estudios de las teorías críticas espaciales. De ese modo, en el artículo presento y discuto el trabajo Ciudades Ordinarias de la autora sudafricana Jenny Robinson (2006). Al hacerlo anhelo desarrollar una crítica específica de la teoría espacial poscolonial contemporánea que, inadvertidamente o no, suscita interpretaciones relativistas, fragmentarias y particularistas. Asimismo, con dicha exposición crítica del trabajo de Robinson, deseo alertar para la necesidad de reconsiderar un uso renovado de los modos de pensar basados en la doble categoría “centro/periferia”. En verdad, argumento – desde el pensamiento descolonial latinoamericano, es decir, inspirado por reflexiones de pensadores como Aníbal Quijano, Arturo Escobar, Ramón Grosfoguel, Fernando Coronil, Walter Mignolo, entre otros y otras –, que un análisis juicioso de espacialidades periféricas, tales como la latinoamericana, no debería prescindir de conceptos (como los de “centro/periferia” y “modernidad/colonialidad”) que denuncian asimetrías de poder históricamente constituidas.
Palabras Clave:
Pensamiento latinoamericano, teoría espacial crítica, “centro/periferia”, descolonización
1 Investigación en curso financiada por el Consejo Europeo de Investigación de la Unión Europea (FP7/2007-2013)/ERC, n°249438.2 Doctorando en Sociología, Universidad de Barcelona, España.
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1. Introducción
En las últimas décadas los estudios poscoloniales han conquistado su lugar entre
otras teorías sociales – como, por ejemplo, el posestructuralismo, los estudios culturales y
el feminismo –, como discurso crítico clave en el campo de las humanidades (Gandhi,
1998). Es posible decir que la perspectiva poscolonial comenzó en mediados de la década
de los ochenta del siglo pasado como un intento de estudiar la subordinación en las
sociedades del sur de Asia en el marco del llamado grupo de estudios subalternos (Gandhi,
1998, pp. 02). Esta perspectiva poscolonial y sus reflexiones sobre las llamadas “voces
subalternas” ha estado fuertemente guiada por preocupaciones epistemológicas y
directamente relacionada con teóricos como Edward Said, Homi Bhabha, Gayatri Spivak y
Dipesh Chakrabarty. Seguramente una de las propuestas más influyentes de dicha
producción intelectual poscolonial en el marco de los estudios subalternos sea el ya
bastante conocido reclamo para la “provincialización de Europa” (Chakrabarty, 2000).
A pesar de la amplia influencia de la perspectiva poscolonial en distintos campos
del conocimiento, tales como historia, literatura, estudios de género y en el estudio de la
modernidad, sólo hasta bien recientemente investigadores en el campo de los estudios
urbanos han presentado perspectivas y preocupaciones poscoloniales en el análisis de
experiencias urbanas y en la teorización sobre las ciudades, lo urbano y el espacio.
Grant & Nijman (2002) alertaran que mucho de lo que se ha hecho en el campo de
estudios urbanos ha sido enfocado casi que exclusivamente en experiencias de grandes
ciudades ubicadas en América del Norte, Europa Occidental o en países del centro de la
economía mundial. Jenny Robinson (2002, 2003, 2006) ha sido también una de las
precursoras al señalar que el campo de los estudios urbanos padecen de un “ignorancia
asimétrica” porque el conocimiento y las teorías son producidas en ciudades de lo que la
autora llama “Norte global”, ignorando, pues, las experiencias “urbanas” del resto del
mundo. Ananya Roy (2009) argumenta, en su trabajo sobre la experiencia urbana de la
modernidad metropolitana en el siglo XXI, que mucho del trabajo teórico sobre el espacio
urbano, las ciudades y las metrópolis, se encuentra en los contextos urbanos de lo que ella
denomina “Norte global”, es decir, en los contextos de América del Norte y Europa
Occidental. Por lo tanto, las reflexiones son informadas por experiencias específicas de tal
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forma que la mayoría de las contribuciones en la teoría espacial crítica tiene como base
empírica la experiencia del llamado “Norte”: Lefebvre y su París, Harvey y su Baltimore y
Nueva York, Berman y su Nueva York, Castells, Soja y Davis y sus Los Ángeles, y así
sucesivamente (Roy, 2009, p. 820). Asimismo, Robinson (2006, pp. 82-85) y Roy (2009,
pp. 820-828) destacan que cuando el “Sur” gana espacio en la discusión esto a menudo
ocurre a través de una connotación negativa, expresada en términos como “modernidad del
subdesarrollo” (Berman, 1982) o “planeta de ciudades-miseria” (Davis, 2004, 2006). Más
recientemente, Garth Myers (2011), en su trabajo sobre las ciudades africanas, señala que
“Henri Lefebvre, Doreen Massey, Saskia Sassen, Manuel Castells y muchas otras estrellas
ampliamente citadas de los estudios urbanos, como Harvey, rara vez se refieren a la África
en sus obras, o ubican sus ciudades en notas al pie de página y en los márgenes” (Myers,
2011, pp. 5-6). No cabe duda de que algo similar podría ser afirmado en relación con las
ciudades de América Latina.
Las críticas postcoloniales mencionadas en los párrafos anteriores no carecen de
fundamentos y no hay dudas de que deben ser acogidas en el marco de un pensamiento
latinoamericano que desea contribuir para la descolonización de las ciencias sociales. Sin
embargo, si me parece apropiado no desconsiderar la línea argumental abierta por autores
como Robinson (2002, 2003, 2006), Roy (2009) y Myers (2011), creo que examinar
detalladamente los procesos espaciales que ocurren más allá del llamado “Norte global” es
condición necesaria pero no suficiente para descolonizar la teoría espacial crítica. Es
preciso al mismo tiempo considerar correctamente características de la historia moderna –
y, por tanto, colonial –, al hacerlo.
Y la tarea señalada arriba parece ser todavía más imprescindible en la medida en
que algunas de las críticas poscoloniales elaboradas hasta la fecha parecen dar margen a
interpretaciones que tienden hacia a una especie de relativismo acrítico. Una obra que
ilustra bien dichos riesgos es precisamente el precursor libro de Jenny Robinson (2006)
intitulado Ciudades Ordinarias: entre la modernidad y el desarrollo. A continuación
expongo y discuto la interpretación propuesta por la autora sudafricana con el objetivo de
alertar que es necesario reconsiderar la aplicación de enfoques basados en la doble
categoría “centro/periferia”.
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2. ¿Un mundo de ciudades ordinarias?
En su Ciudades Ordinarias Robinson (2006) utiliza el termino cuñado por Amin y
& Graham (1997) para denunciar la ya mencionada “ignorancia asimétrica” presente en los
estudios urbanos. Pero el reto de Robinson va más allá de simplemente denunciar que las
ciudades y experiencias de referencia, tanto para la elaboración de teorías como para la
formulación de políticas públicas, son reiteradamente aquellas del denominado “Norte
global”. Al extender una crítica poscolonial de la teoría social a los estudios de las
ciudades, la autora anhela “abrir una agenda de investigación para una nueva generación de
investigadores urbanos que va ir más allá de categorías divisivas” (pp. 01-02) y también
“establecer las bases para una teoría urbana poscolonial que va a desafiar relaciones de
poder coloniales y neo-imperiales que continúan incrustadas en las suposiciones y prácticas
de la teoría urbana contemporánea” (pp. 01-02). Robinson quiere, pues, sentar las bases
para un nuevo marco poscolonial para pensar las ciudades, uno que rompa con la división
de larga duración existente en los estudios urbanos entre relatos de ciudades del llamado
“Occidente” y otras ciudades, especialmente ciudades que han sido rotuladas como
“tercermundistas”. Es entonces que la autora sudafricana sostiene que es necesario superar
la tendencia jerárquica actualmente vigente en el campo de los estudios urbanos para
proponer un marco cosmopolita de análisis basado en el reclamo de “un mundo de ciudades
ordinarias” (Robinson, 2006).
En lugar de categorizar y etiquetar ciudades como, por ejemplo, “occidentales”, “tercermundistas”, “desarrolladas”, “en vías de desarrollo”, “mundiales” o “globales”, propongo que pensemos en un mundo de ciudades ordinarias, que son todas ellas dinámicas y diversas, aunque conflictivas, arenas para la vida social y económica. Mientras que categorizar ciudades tiende a atribuir importancia a sólo algunas ciudades y ciertas características de las ciudades, un enfoque común de la ciudad toma el mundo de las ciudades como punto de partida y atiende a la diversidad y complejidad de todas las ciudades (Robinson, 2006, p. 01 – traducción propia del original en inglés).
Robinson (2006) señala también como la modernidad y el desarrollismo son las dos
caras de la “ignorancia asimétrica” reinante en el campo de los estudios urbanos. En ese
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sentido, la autora (2006, p. 02) afirma que celebraciones de la modernidad y la promoción
del desarrollo son los dos ejes de debate en la teoría urbana que han sido importantes para
dividir el campo de los estudios urbanos entre ciudades “occidentales” y “otras” ciudades.
Juntos estos dos ejes han producido una profunda división dentro de los estudios urbanos:
entre las ciudades que se han visto como sitios privilegiados para la producción de la teoría
urbana, las del llamado “Occidente”, y todas las otras que han sido retratadas como objetos
de intervención desarrollista (Robinson, 2006, p. 02). Juntos estos dos campos conceptuales
contribuyeron para atribuir innovación y dinamismo – lo que Robinson hace coincidir con
la “modernidad” – a las ciudades del llamado “Occidente”, al mismo tiempo en que
soportaron la regulación basada en la ficción de que las ciudades más pobres del resto del
mundo deberían “alcanzar” (to catch-up) las ciudades más ricas ubicadas en “Occidente”
por medio de medidas de “modernización” o de “desarrollo” (Robinson, 2006, pp. 02, 111).
Otro aspecto denunciado en el libro es precisamente la noción de que las ciudades
del llamado “Sur global” deben “ponerse al día” en relación a las “normas”, “soluciones”,
“modelos” encontrados en las ciudades del “Norte”, a menudo con recurso a “copias” o
“mímicas”. Tal como lo declara Robinson: “Quiero lograr un rechazo colectivo de las
categorías y suposiciones jerárquicas que han dejado las ciudades pobres jugando un juego
punitivo de ponerse al día en un entorno económico y político internacional cada vez más
hostil” (2006, p. 06). En verdad, Robinson (2006) defiende, desde la perspectiva
establecida por Johannes Fabian (1983), que es necesario abandonar dislocaciones
temporales que ubican las ciudades pobres del hemisferio sur en una zona temporal
diferente de las ciudades del llamado “Norte global”. La idea clave de la autora es, pues,
ubicar ciudades que son igualmente “diversas” y “complejas” en relaciones de equivalencia
temporal.
“Atrasado”, “en vías de desarrollo”, “primitivo” y “tradicional”, incluso “subdesarrollado”, son términos que redistribuyen el tiempo histórico a través del espacio geográfico – y eso impide que entendimientos de invenciones culturales urbanas en contextos diferentes de informaren unos a los otros. Para evitar esta fuente de inconmensurabilidad entre nociones de la modernidad en diferentes ciudades, las ciudades necesitan entenderse como coetáneas, existente en el mismo tiempo (Robinson, 2006, pp. 84-85 – traducción propia del original en inglés).
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Incontestablemente, un punto fuerte del libro es cuando Robinson (2006) aborda
detalladamente las hipótesis sobre las ciudades mundiales y globales, desarrolladas entre
otros y otras por Saskia Sassen (1991) en su Ciudades Globales. Millones de personas y
diversas ciudades son simplemente desconsideradas, “dejadas fuera del mapa”, en teorías
como las de las ciudades mundiales y globales que enfocan determinados sectores
específicos de la economía de las ciudades como, por ejemplo, el financiero (Robinson,
2006, p. 99). Es seguramente complicado definir y justificar porque unos criterios y no
otros a la hora de clasificar las ciudades en rankings o de atribuirles calificativos como
“global” o “mundial” y no restan dudas de que hay severas limitaciones en las
interpretaciones jerárquicas ofrecidas por la literatura de las ciudades globales o mundiales.
Según Robinson (2006, p. 92), los desafíos para unos estudios urbanos poscoloniales pasan
por rechazar propuestas ancladas en la experiencia de unas pocas y supuestamente
privilegiadas ciudades y encontrar un camino para apreciar debidamente la “distinción” y
“complejidad” de todas las ciudades. Es precisamente con el objetivo de superar la división
entre ciudades “occidentales” y “tercermundistas”, “modernas” y “no modernas”,
“desarrolladas” y “subdesarrolladas”, que Robinson (2006) formula su proposición de un
“mundo de ciudades ordinarias”.
Así, en su intento de sentar las bases para una teoría urbana poscolonial, Robinson
(2006) nos invita a pensar en un mundo en el cual todas las ciudades sean igualmente
apreciadas dentro de su “dinamismo”, “diversidad” y “complejidad” y sin que unas
ciudades puedan ser consideradas mejores o peores que otras. Por tanto, contra la visión de
que algunas ciudades, aquellas ubicadas en el llamado “Occidente”, serian el locus
privilegiado de la creatividad, dinamismo, innovación, e incluso de la modernidad misma,
la autora asevera que: “(…) por el contrario, un urbanismo poscolonial habría que
inspirarse en todas las ciudades, y todas las ciudades se entenderían como autónomas y
creativas” (Robinson, 2006, p. 02). Referencias a la “autonomía” y “creatividad” de todas
las ciudades, así como de sus habitantes, y a nociones como las de “aprendizaje creativo” o
“formas distintivas de la vida urbana” marcan la propuesta defendida por la autora (2006,
pp. 06-07). En suma, las ciudades ordinarias son “diversas, complejas y diferenciadas
internamente” (Robinson, 2006, p. 109).
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Con todo, los planteamientos anti-jerárquicos de Robinson (2006) poseen
limitaciones claras. Los contornos potencialmente positivos de la propuesta bien
intencionada de “un mundo de las ciudades ordinarias” presentan fuertes contradicciones
cuando Robinson (2006), en los capítulos finales del libro, conserva una perspectiva
anclada en la noción de crecimiento económico. Las ciudades son para la autora
“plataformas para el crecimiento” (Robinson, 2006, p. 117). Sin romper con la idea de
crecimiento económico, Robinson entonces se dedica a discutir cómo promoverlo: si por
medio de “enclaves de actividades especializadas” (los denominados clusters) o si por
medio de las denominadas “economías de aglomeración urbana” basadas en la ciudad como
un todo o mismo en ciudades-región. El hecho es que al mantener la perspectiva del
crecimiento económico las críticas precedentes de Robinson al “desarrollismo” pierden
mucho de su vigor. Al final, el planteamiento de un “mundo de ciudades ordinarias” está
anclado en la ilusión del crecimiento indefinido3.
Por lo demás, Robinson (2006, pp. 116-173) señala los CDS (sigla del termo en
inglés City Development Strategies) promocionados por organizaciones como el Banco
Mundial como una práctica que, aunque vinculada a políticas neoliberales, ejemplificaría
de manera factual su planteamiento sobre la ciudad ordinaria al considerar la ciudad como
un todo. Según la autora: “En contraste con los análisis de las ciudades globales o
mundiales, y aun de forma bien diferente de intervenciones para el desarrollo precedentes,
los CDS ofrecen un modelo para ciudades que requiere una visión de la ciudad como un
todo y se acopla con la complejidad y diversidad de la ciudad” (Robinson, 2006, pp. 126-
127). En los CDS hay una apuesta discursiva por un crecimiento económico con
potenciales “redistributivos” (Robinson, 2006, p. 126) logrado por medio de “procesos
participativos” y la “construcción de consensos” (Robinson, 2006, p. 126, 131)4. Como lo
afirma la autora (2006, p. 11), la cuestión clave es promocionar “intervenciones en soporte
3 Robinson (2006, p. 04) no parece estar desavisada en relación a las críticas al “desarrollismo” y a la idea de un crecimiento indefinido ya que toma el concepto de “desarrollismo” de Escobar (1995), pero sin asumir todas las consecuencias de hacerlo.4 Para un análisis de los efectos negativos de procesos de crecimiento económico para las ciudades y barrios véase el clásico estudio de Molotch y Logan (2007). Los autores ilustran bien cómo la puesta en marcha de “la máquina del crecimiento” necesita forjar “consensos” a la vez que amenaza con destruir la vida local de muchos barrios, algo que afecta de manera especial a los barrios más pobres. Las reflexiones de Carlos Vainer (2000, 2011), sobre el planeamiento urbano y la promoción de megaeventos en Rio de Janeiro, también fornecen una interpretación similar al enfatizar la importancia de la “producción de consensos” para la expansión de los “negocios urbanos”.
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de un crecimiento económico que también tengan un potencial para resultados
redistributivos”. Pero la experiencia de implementación de los CDS, como la misma autora
lo indica al analizar el caso de Johannesburgo, no siempre conlleva a la promoción
consensuada de un crecimiento con redistribución y al atendimiento de las demandas de los
más pobres.
Igualmente, no hay que olvidar que las dinámicas de crecimiento económico y el
desarrollo urbano local de barrios o ciudades pobres dentro de los marcos de la economía
capitalista actual suelen tener efectos nocivos para sus habitantes más pobres. Este es quizá
el principal límite del llamado desarrollo urbano local en los marcos de la sociedad vigente,
y eso tanto entre las ciudades del llamado “Sur” como las del denominado “Norte”.
Indudablemente, para la conformación de una propuesta más crítica es necesario ir más allá
de la propuesta, enmarcada en el paradigma del crecimiento económico, de que todas las
ciudades son igualmente ordinarias.
3. Un giro descolonial en el pensamiento poscolonial: ¡no todas ciudades son igualmente ordinarias!
La fe en el crecimiento económico y en políticas fomentadas por organizaciones
como el Banco Mundial no son las limitaciones más graves de la propuesta de “un mundo
de ciudades ordinarias” (Robinson, 2006). Como he indicado anteriormente, no restan
dudas de que hay severas limitaciones en las interpretaciones jerárquicas ofrecidas por
literaturas como la de las ciudades globales o mundiales. En verdad, tal como lo denuncia
Robinson (2006), tanto las propuestas desarrollistas cuanto las jerárquicas deben ser
definitivamente superadas. Pero, la cuestión entonces es: ¿Cómo incluir las ciudades
dejadas fuera del mapa en los planos de la teoría y práctica urbanas?
Una posibilidad, en alguna medida aludida por Robinson, es la de que deberíamos
enfocar también otras actividades y sectores, algunos de ellos participando en las tramas de
la economía global, sectores estos que lo estudios de las ciudades globales o mundiales no
han considerado debidamente5. Esta es seguramente una tarea que está en la agenda actual
5 Una cuestión relevante es que Robinson (2006, 114) clama por propuestas que exploren la diversidad de actividades económicas presentes en cualquier ciudad (ordinaria, por supuesto) y que enfaticen el potencial creativo en general presente en todas las ciudades para contrarrestar propuestas que privilegian un sector considerado, más o menos global, en detrimento de otros. Aunque que no estaría en desacuerdo con la autora, es preciso tener en cuenta que es innegable de que hay determinadas actividades y sectores que son
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de los estudios urbanos. Sin embargo, el argumento central del libro es el de que las
ciudades “dejadas fuera del mapa” por enfoques restrictos y jerárquicos deben ser incluidas
en pie de igualdad asumiéndose toda su “complejidad”, “diversidad”, “creatividad” y
“autonomía”. Entonces la cuestión clave de hecho es: ¿bastaría con simplemente afirmar
que todas las ciudades son igualmente ordinarias ya que todas ellas son “complejas”,
“diversas”, “creativas” y “autónomas”?
Una invocación como la de considerar todas las ciudades como “ordinarias” – es
decir, como igualmente “complejas”, “diversas”, “creativas” y… aún más problemático,
igualmente “autónomas” – viene inevitablemente marcada por una tendencia a obviar
relaciones asimétricas de poder entre ciudades, lo que puede ganar contornos perniciosos en
un mundo marcado por la “diferencia colonial” (Mignolo, 2000). En otra palabras, al hacer
abstracción de la historia (y de las relaciones de dominación, explotación y expropiación
que han marcado la constitución de la espacialidad moderna – ahí, por supuesto, incluidas
las ciudades), el llamamiento de Robinson (2006) para que pensemos en “un mundo de
ciudades ordinarias”, sin más calificativos, deja un amplio margen para interpretaciones
que tienden hacia a una especie de relativismo acrítico. Es como si hubiese una pluralidad
de trayectorias paralelas y equiparables sin ninguna relación entre sí. Es, pues, importante
buscar cuándo y cómo las varias trayectorias se entrecruzan, cómo unas ciudades se hacen
con las otras. Habría que considerar también las formas específicas por medio de las cuales
cada ciudad participa en las desiguales tramas de la economía global. Es más, al “emplazar”
las ciudades “olvidadas” en el mapa hay que considerar las asimetrías de poder y las
desigualdades económicas, las actuales y las heredadas del pasado. En una palabra, es
necesario considerar cómo cada ciudad entra a participar en las desiguales y jerárquicas
tramas de poder existentes en el “sistema-mundo moderno/colonial” (Quijano &
Wallerstein, 1992). De aquí la importancia de la retomada de los modos de pensar basados
en la doble categoría “centro/periferia” que nos permiten dar cuenta de las relaciones
asimétricas que han regido la modernidad.
Es verdad que la autora (2006) de Ciudades Ordinarias indica que la “autonomía” y
la “creatividad” para imaginar y actuar en las ciudades no es irrestricta sino que ocurre
“dentro de considerables limitaciones relacionadas con contestaciones y con relaciones de
“problemáticos” en sí mismos: prisiones, vertederos de basura, centrales de energía nuclear, etc.
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poder desiguales” (2006, p. 110, 113). Sin embargo, dicha tímida y tangencial
consideración de las relaciones de poder (que tiene lugar, literalmente, entre paréntesis) es
definitivamente insuficiente. Es decir, el reclamo de “un mundo de ciudades ordinarias”, tal
como formulado por Robinson (2006), no considera de manera mínimamente factible las
tramas de poder que contraen la libertad de decisión de las ciudades, sobre todo la de las
más pobres ubicadas en la vasta periferia del mundo colonial/moderno.
Es preciso ir más allá de la noción de que todas las ciudades son igualmente
ordinarias. Para superar los desequilibrios en el campo de los estudios urbanos es preciso,
por tanto, enfocar – a la luz de las contribuciones del llamado programa
“Modernidad/Colonialidad”, es decir, de pensadores como Walter Mignolo, Aníbal
Quijano, Arturo Escobar, Ramón Grosfoguel, Fernando Coronil, entre otros y otras –
características específicas de la historia moderna, y colonial, de las ciudades, centrándose
en los patrones a largo plazo de desigualdad, dominación y expropiación que han surgido y
se han perpetuado a lo largo de la modernidad.
Es importante destacar también un problema con el concepto de modernidad con el
cual opera Robinson (2006). La autora coincide en parte con el pensamiento descolonial
latinoamericano al descentralizar la modernidad, es decir, al argumentar que la modernidad
no ocurre únicamente en Europa o en Occidente. Pero ella se distancia enormemente al
hacer coincidir la modernidad con la “innovación”, “novedad” o “dinamismo” (Robinson,
2006, pp. 07, 13-21). Es verdad que dicha proposición significa una ruptura con la noción
etapista de que antes de la modernidad estaba lo tradicional, idea esta que al fin y al cabo
permite posteriormente clasificar unas sociedades, y ciudades, como representantes
legítimas de la modernidad, al paso que otras son catalogadas como pertenecientes a etapas
supuestamente precedentes de “desarrollo”.
Sin embargo, la autora desconsidera completamente la proposición descolonial de
que la modernidad está, desde sus inicios, marcada por la colonialidad. Proposición esta
que no solamente advierte de que la modernidad no es una creación de Europa o de
Occidente, sino que es el resultado de la dominación y explotación de otras regiones del
mundo por Europa y, luego, Occidente. El concepto de modernidad como colonialidad,
tendría consecuencias obvias para la formulación de que “todas las ciudades son
ordinarias”, pero la autora no dialoga mínimamente con autores como Enrique Dussel
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(1993), Fernando Coronil (1996), Aníbal Quijano (2000) o Walter Mignolo (2000) sobre la
modernidad. Es decir, en contradicción con su propuesta de acoger el pensamiento “no-
occidental”, Robinson (2006) desconsidera, ignora, reflexiones y aportes del pensamiento
latinoamericano contemporáneo.
Es cierto, tal como lo indica Robinson (2006) basándose en Chakrabarty (2000), que
el llamado “Sur global” y sus respectivas ciudades no han sido jamás receptáculos pasivos
de los designios centrales, o, si se quiere, del “Norte global”. Es cierto también que hay que
señalar desequilibrios en las teorías espaciales críticas, como su fuerte fundamentación
empírica en las experiencias socio-espaciales especificas del “Norte”. Igualmente, estoy de
acuerdo cuando Robinson denuncia las arbitrarias clasificaciones y los denominados
rankings de ciudades “globales”, siempre de acuerdo con unos criterios que son particulares
pero haciéndoles pasar por universales (la denominada “cualidad de vida”, el “ambiente”
para los negocios, etc.).
Pero las ciudades del llamado “Sur global”, tampoco tienen total libertad de agencia
y no deben, como parece pretender la autora, ser acríticamente equiparadas a sus
homólogas en lo que se entiende por “Norte global”. Una abstracción en tales términos es
excesiva y raya a la total desconsideración de relaciones de dominación históricamente
constituidas a lo largo de la modernidad. Ella desconsidera la gestación misma del llamado
“Sur global” en el curso de la modernidad6. La noción de “ciudad ordinaria” corre, así, el
riesgo de ocultar las grandes asimetrías de poder e relaciones de dominación y explotación
que caracterizan el “sistema-mundo moderno/colonial” (Quijano & Wallerstein, 1992). En
definitiva: ¡No todas las ciudades son “ordinarias”, igualmente equiparables, en las
desiguales tramas del “sistema-mundo moderno/colonial”!
4. Conclusiones
En este breve artículo he desarrollado una exposición crítica de una obra clave en la
teoría espacial poscolonial contemporánea: el libro de Jenny Robinson Ciudades
Ordinarias: entre la modernidad y el desarrollo. Mi principal objetivo al hacerlo ha sido
alertar para la necesidad de reconsiderar un uso renovado de los modos de pensar basados
6 Para una visión interesante sobre este tema, véase Connell (2009).
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en la doble categoría “centro/periferia” en el panorama socio-epistemológico
contemporáneo. Las críticas poscoloniales de los estudios urbanos y de las teorías del
espacio advierten que es necesario incorporar definitivamente los contextos y experiencias
fuera del llamado “Norte global”, como los de América Latina, en el proceso de teorización
sobre el espacio y lo urbano, lo que quiere decir examinar cuidadosamente sus ciudades,
metrópolis y territorios. Sólo entonces sería posible superar la “ignorancia” y “marginación
epistemológica” actualmente reinantes en el campo de los estudios urbano-espaciales.
Los estudios urbanos latinoamericanos deben considerar la línea argumental abierta
por autores como Robinson (2002, 2003, 2006), Roy (2009) y Myers (2011). Una crítica
descolonial de los estudios urbanos debe considerar también advertencias como las de
Johannes Fabian (1983) sobre “la negación de contemporaneidad” (“the denial of
coevalness”). Cualquier tipo de desplazamiento temporal de sociedades coetáneas, lo que
en el caso en cuestión significa decir también, de espacialidades sincrónicas, debe ser
fuertemente denunciado. Pero, de ahí a asumir que todas las ciudades son ordinariamente
semejantes, porque todas son “diversas”, “creativas”, “complejas” y supuestamente
“autónomas”, implica incurrir en una extrapolación demasiado imprudente. Es decir,
significa manejar una abstracción que desconsidera las relaciones históricamente
constituidas de dominación, explotación y expropiación.
Desde la revisión crítica del libro de Robinson (2006), es posible señalar que antes
de reproducir una supuesta universalidad más o menos homogeneizadora o promover
equiparaciones semánticas, que hacen abstracción de la historia, al pensamiento crítico
descolonial le correspondería considerar la reapropiación de las categorías “centro” y
“periferia”. Un análisis holístico de espacialidades como la latinoamericana solamente
puede tener lugar a través de los conceptos como los de “centro/periferia” y de
“modernidad/colonialidad”. Eso es así porque dichos conceptos nos permiten caracterizar
las desigualdades y asimetrías de poder que han marcado la conformación y evolución de la
espacialidad conformada en la vasta “periferia” colonial/moderna. Además, tal análisis
debería centrarse en la “diferencia colonial” (Mignolo, 2000) procedente de los espacios
periféricos. Éstos son razonamientos claves para que podamos descolonizar la teoría
espacial crítica y a la vez recapacitar el potencial para la transformación vigente en la vasta
“periferia” colonial/moderna. En suma, el deseo de Robinson (2006, pp. 01-02), el de
12
establecer una agenda poscolonial de investigación que vaya más allá de categorías
divisivas, sólo puede prosperar si pautado por conceptos relacionales, como los de “centro”
y “periferia”, que sin ser necesariamente jerárquicos dan cuenta de las desigualdades y
asimetrías que han marcado la modernidad.
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