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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia) EDICIONES BATTAGLIA 1 1 Luis Alberto Battaglia SÓLO UN ESCARABAJO

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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 1

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Luis Alberto Battaglia

SÓLO UN ESCARABAJO

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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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A mi madre, que siempre creyó en mí.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO I:

El libro de Argidectura

ira con desconfianza la imagen que el espejo le devuelve de sí mismo; tal vez no sea, tal

vez tenga cara de escarabajo o de pez. Huye, corre por laberintos hasta llegar al cubo

donde transcurre sus noches. Las paredes están despintadas y forman imágenes: un

león, una casa, un escarabajo, un automóvil. Antes le parecían fantasmas; siempre

supo que su padre era un fantasma y su madre era la torre del reloj. Pero ahora el mar por la ventana

empañada; escribir palabras en el vidrio, nombres. Con el frenesí de los niños que comienzan a

descubrir el universo de las palabras, escribió un poema. Hablaba de las gotas de lluvia, hablaba de

unos ojos celestes que tal vez sean verdes.

La tarde, una resignación de neblinas y lágrimas, era como un humo denso que asfixiara el

corazón. Tal vez otro espejo, u otra manera de decir o no decir; lo salvaría de la monotonía hiriente, de

moscas atrapadas en la telaraña, de burócratas sellando el aburrimiento en papeles cuadrados. Pero

el único espejo era el omnireflejante de la soledad, y la única forma de decir era el silencio. Tomó el

poema que había escrito y lo leyó en voz alta:

Cae la lluvia lentamente sobre los cristales,

gotas débiles que sueñan...

Se detuvo porque un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado. Algo difícil

de describir. No supo qué era y se dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa alguna fuera de lo común,

sólo un pequeño escarabajo que caminando por el suelo se metió debajo de la cama. Juan se dijo que

tal vez fuera el viento. Volvió al living, se sentó en un cómodo sillón a ver pasar la vida.

Tomó un libro de la biblioteca que tenía en su casa, esa que fue de sus abuelos. Un libro que

no había visto antes. Leyó el título en voz alta: “Argidectura, un circular“. En la primera página se

encontró con el prólogo. Aquí podré saber qué es la argidectura, pensó Juan; comenzó a leer: Más allá

de la forma y el espacio la esencia de las cosas es la sustancia; del mismo modo, más allá de las

anécdotas y las circunstancias nuestra esencia es el amor. La argidectura se ocupa del estudio del

M

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amor. El amor en sus diversas manifestaciones siempre es uno y el mismo. Su rival es el odio, que

también es siempre uno y el mismo. Ocurre a veces el desgraciado suceso de confundir el odio con el

amor, o viceversa. Es tan alto y profundo el significado que le concedemos al amor, que su sola

mención nos mueve a actuar. Pero ¡vaya pena!; que existen personas que sabiendo de tal significado

utilizan la palabra "amor" para, sin sentirlo y con el objeto de lograr de los demás respuestas que

desean, fines de bajo valor. La argidectura nos ayudará a ayudarnos, ayudando al amor. En la playa

las personas parecían jarrones, o tal vez paraguas. Juan levantó la vista del libro y al ver el

espectáculo de la puesta de sol; con los ojos fijados al horizonte abrió sus manos distraídamente y el

libro, no contradiciendo la ley de Newton, cayó. En el suelo el libro quedó abierto en una página que

decía: El límite del día es el atardecer; así, quien se aferra a los sentidos pierde finalmente la razón de

sus empeños pero quien sabe desde niño que las mejores cosas están adentro no verá decaer las

fuerzas de su libertad.

Un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado. No sabiendo qué era se

dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa fuera de lo común. Sólo un pequeño escarabajo que se metió

debajo de la cama.

Juan quedó perplejo, porque el ruido era similar al anterior y porque ahora no le pareció que

fuera el viento. Tomó el libro de argidectura y lo abrió en una página elegida al azar: el poder de la

mente nos asusta, porque dudamos del corazón.

Dejó el libro en la biblioteca, pero con la firme decisión de leerlo en los días venideros. Luego

salió de la casa, repitiendo para sí: el poder de la mente nos asusta. Caminó hacia la playa oscurecida

ya. En la noche se confundió con el silencio. La luna bailaba con las olas la misteriosa danza de las

soledades, al compás de ráfagas de viento y caracoles estáticos. Pensó en otras noches y otras lunas

y otros mares. Le dolía la persistencia de una pena sorda; y rodaban sus ojos por esa arena que era

como las constelaciones, hundiéndose en las órbitas silentes.

Los pasos lo condujeron hacia su casa, cruzando las constelaciones y dejando huellas. Cuando

el amor pasa por nosotros deja huellas que no se borran más. Al llegar; un torbellino de palabras sonó

en su mente, un torbellino de imágenes se presentó. No pudiendo controlar el barco de sus

sentimientos, naufragó en las profundidades oscuras. Pero aquella frase lo salvó: El poder de la mente

nos asusta, porque dudamos del corazón.

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La puerta retumbó con un quejido de molinito de juguete. Las paredes, al encender las luces,

aparecieron en su extensión única. Las ventanas hablaron del viento y de la lluvia que recomenzaba.

Parado, entre cosas sin vida, se sintió una sombrilla clavada en una playa de un planeta muerto y

desconocido. Algo moría, lo supo con el parpadeo rápido de una bombita y con el parpadeo rápido de

su corazón. Le dolió un vacío cósmico, una angustia de cantos rodados.

Caminando por el living, y luego las habitaciones, sintió que su casa era demasiado grande, y

que su vida era demasiado chica. Tomó una foto entre sus manos y se quedó mirándola. ¿Por qué te

fuiste tan lejos?, dijo finalmente y guardó la foto. Los trenes de la ansiedad tocaron sus silbatos, las

estaciones se confundieron en un delirio de espacios y tiempos, las horas indicaron sus presencias de

campanadas de reloj y el hambre sugirió la cena.

Una expedición a la heladera, y cuando había elegido los alimentos se dispuso a darles forma

conveniente. Fósforos, que nunca están. Pero se detuvo con ojos asustados, porque un enorme ruido

proveniente de la habitación había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa fuera de lo

común. Sólo un pequeño escarabajo que se metió debajo de la cama.

Inútil intentar describir su estado de ánimo. Sin embargo, como si nada hubiera ocurrido,

encendió el horno y preparose la cena. Mientras comía lo invadió un recuerdo. Él era un niño y

caminaba por el jardín...

Tragó un bocado demasiado grande y le dolió la garganta. En el estómago la comida producía

una satisfacción desconocida. Pero a tanto dolor y tanta pena, ¿Dónde encontrar remedio? ¿Dónde

una tabla salvadora o unos labios que sonrían? ¿Dónde unos ojos que nos miren? Y Juan comía, con

su peso de siglos Juan comía ¿Cómo puede caber en un joven tanta melancolía? Y Juan comía, con

su carga de sombra Juan comía.

El plato y los cubiertos en la mesa, Juan en algún rincón. Aparece detrás de una cortina. Juan

cuenta las estrellas. En el mayo de los locos las palabras sobran. Pero él no quiere enloquecer. Toma

un papel y escribe. Se distrae el escritor y pierde la primera parte de la carta de Juan, vuelve de su

distracción y copia: “...te recuerdo desde aquella tarde. Porque siempre te quiero. Regresa”. El escritor

vuelve a distraerse. Juan termina la carta “...tengo abiertas las puertas, no las cierres. Siempre te amo.

Juan”

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Tal vez no haya buzón para esta carta, o tal vez Juan ignore que ella nunca volverá.

Un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar

no vio cosa fuera de lo común. Sólo un pequeño escarabajo.

Habría que aprender a convivir con ese ruido.

CAPÍTULO II:

La cosa redonda

odo se fue llenando de estallidos de silencio, luego las conversaciones de las estrellas se

borraron de un golpe luminoso. Al despertar Juan, ya había concluido la batalla del sol y la

mañana vestía sus colores. El mar; espía de la calma y la locura, representante de la

eternidad; susurraba su canción de las mañanas. En el pacífico entorno, todo era armonía plácida.

Pero un golpe de alarma salpicó los rincones y se perdió por el espacio. Dinamitando carabelas de

viajes inexistentes por mares apenas existentes, desangrando renunciamientos en serpentinas

imposibles; con su traje de camaleón, se pronunció presente la sorpresa. Aunque ya con menos

argumentos, casi cambiando su esencia por rutina. Porque un enorme ruido proveniente del living

había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar sólo vio un pequeño escarabajo.

Era el ruido, el mismo ruido. Buscó ansiosamente el libro de argidectura, pero no pudo

encontrarlo y acabó por desistir del intento. Decepcionado por no encontrar el libro se dirigió a la

cocina, y allí lo encontró cuando se disponía a desayunar. Leyó un párrafo al azar: La lágrima es

viscosa, como la esencia de la vida; la lágrima es viscosa, como la esencia de la muerte.

Al untar un pan con mermelada la observó viscosa como las lágrimas, y esa mañana lloró

como un niño. Llovía y recordó una vieja canción, que habla de la soledad.

El sol apareció tímidamente, entre las nubes alumbró la mañana y todo parecía renacer. Leyó

en el libro: Tal cual el sol mantiene y sustenta la vida, el amor mantiene y le da base a la felicidad.

Y Juan bebió de un sorbo la leche que había quedado en la taza. Leyó el diario. Luego salió de

la casa y caminó por las calles mojadas, respiró el aire fresco y entró en un negocio de antigüedades.

Allí dentro todo era antiguo: las paredes, las luces y las sombras, y hasta el aire. Los vendedores

hablaban lentamente, como si contaran con la eternidad.

T

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Compró una cosa redonda y antigua, sin otra utilidad ni más valor que ser algo de otro tiempo,

producto de otras mentes y otras ideas. Llegó a su casa con la antigüedad en sus manos. No

sabiendo como nombrarla, a partir de ese momento la llamó "la cosa redonda". Dejó la cosa redonda

sobre la mesa del living y luego fue a leer el libro de argidectura. Lo abrió en un párrafo que decía:

Todos los paraísos nos parecen premios exteriores, debido a la estructura circular de nuestras

percepciones.

Un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar

sólo vio un escarabajo.

Ya era el mediodía y Juan salió a almorzar. Un sol brillante como la fantasía había borrado la

lluvia. Y el verano palpitante despertaba de las profundidades de quién sabe qué distracción o

sobresalto. En el caos de las cosas soñamos un orden, leyó Juan. Al llegar a un restaurante que

resultó de su agrado, se detuvo. Entró, con el libro en su mano. La gente que ya estaba, opuso una

resistencia de caras distraídas. Alguna mirada lo investigaba con desdén. Otros reían, los que siempre

ríen. Un niño lamentaba y gritaba, con su larga queja de incomprendido o caprichoso. Y leyó Juan: Los

caprichos de los niños nunca hacen tanto daño como los caprichos de los adultos. Ante una disputa

nos cuesta descubrir quién es el encaprichado, y tal vez nunca lo sepamos. Pero el amor borra

caprichos y apacigua discusiones. Por leer se chocó con una silla y todos lo miraron.

La cazuela de mariscos estaba estupenda. En ese mundo de salsa, hubiera querido

permanecer indefinidamente disfrutando los sabores ¡Qué bien se estaba así! Una tristeza súbita lo

invadió al pensar en el momento de regresar a su casa. Pero la posibilidad de mirar la cosa redonda lo

consoló y hasta lo puso alegre, eufórico, con deseos de entrar a su living. Después leería un poco más

del libro de argidectura, o podría mirar televisión.

Por qué volver a casa, la calle estaba tan linda... caminó mirando las vidrieras. Los ojos de

aquella chica le recordaron otros ojos; quiso seguirla, para decirle que el enorme parecido... Ella se

detuvo en una vidriera. Juan no se animó y se fue, ella se quedó mirándolo. Mientras se alejaba sintió

un alivio grande y tuvo ganas de volver a su casa a mirar la cosa redonda, o leer, o descansar, o

escribir otra carta sin buzón, o recordar a la chica de los ojos parecidos a esos otros. Tal vez con una

carta en un buzón podría cambiar la vida.

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Al entrar en su casa se chocó con algo que estaba en el suelo. Al prender la luz vio que era la

cosa redonda. ¿Por qué estaba allí? Recordaba haberla dejado arriba de la mesa. Se quedó

confundido. Tal vez recordaba mal y en realidad la había dejado allí. Pero por qué allí, para qué allí.

Tal vez la soledad lo estaba enloqueciendo. Debía enviar la carta. Tomó un papel y comenzó a

escribir. Pero se detuvo. Porque el enorme ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se

dirigió hacia allá. Al llegar sólo vio un escarabajo. Volvió al living y siguió escribiendo la carta. Recordó

muchas cosas, soñó muchas cosas. Miró el reloj y eran las cinco de la tarde; la llevaría al correo al día

siguiente. Sería una fecha importante para él: sábado 3 de marzo.

Se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua. La cosa redonda estaba arriba de la

heladera, él recordaba haberla dejado en el living. Pensó que su memoria estaba funcionando muy

mal, se preocupó. Tomó el agua. Llevó la cosa redonda al living y la dejó sobre la mesa, ¡qué hermosa

era esa antigüedad! Se quedó mirándola.

El sol se recostó sobre el horizonte, otra vez la playa solitaria. Y Juan leyó, en la nostalgia,

algunas frases, con el atardecer, recordando, pensando, en el lánguido silencio. Sin comprender por

qué, muchas veces la tristeza nos abruma con su monótona presencia, muchas veces los ojos se

agrandan y lloran, muchas veces nos sentimos entre las sombras una más; y es que el amor nos

abandona, que dudamos, que tenemos miedo. Cerró el libro lentamente, cerró los ojos y se quedó

dormido.

Al despertar en el sillón era de noche, miró el reloj y eran las diez. El enorme ruido, proveniente

de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. La túnica

sómbrica de la noche, silenciosa, inmóvil, como un complot de plásticos oscuros; cubría las calles y las

avenidas, los árboles, los techos, y hasta las ganas de gritar. Sólo la plegaria inútil de un viento

adormecido, sólo las palabras durmiéndose en cualquier cristal. Y en el reino de los desconocidos; tal

vez las ganas de ignorar, jugando a las cartas con el olvido largo.

Juan, el siempre Juan, formulando preguntas sin respuesta. ¡Oh vengador de los inexistentes!

Y entre los huecos de los árboles, mirar pasar los escorpiones de la duda. Carnaval de arco iris

invisibles. Juan, sin dormir, permanecía recostado en la oscuridad. Recordó que de niño temía la

oscuridad. Tantas noches mirando fijamente la lamparita para calmar su angustia.

Juan bostezó y estaba en otro sitio, un sueño lo hacía sonreír: su carta recibía respuesta.

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CAPÍTULO III:

El Destrozo

brió los ojos con la mañana, ansioso por llevar la carta al correo; un presentimiento le daba

felicidad. Buscó la carta donde la había dejado la noche anterior, pero no pudo encontrara.

Luego buscó en el resto de la casa, pero sin obtener resultados. Furioso, salió de su casa

golpeando la puerta. Caminó por la calle hasta apaciguar su furia, la gente lo miraba sin saber, con

gestos indiferentes pasaban y se perdían.

Volvió a su casa, el silencio inmóvil de los muebles parecía perdonar su arrebato. Tomó un

papel y comenzó a escribir la carta, la de siempre, la botella de los náufragos, el licor de los enfermos,

el fuego de los tristes. La carta lo salvaría de la soledad y de la tristeza.

El ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Vio, al llegar,

sólo un escarabajo. Cuando volvía al living para terminar la carta, se chocó con la cosa redonda, cayó

al suelo. Se levantó, tomó la cosa redonda y la llevó a la mesa del living. Buscó la carta, pero no

estaba. La buscó por toda la casa, la carta no estaba. Miró por la ventana la playa, la muchedumbre

bulliciosa. Tantas personas y él... solo; sin poder escribir su carta, sin poder fabricar su puente, sin

encontrar la llave de su cárcel. Cruel condena la de quedarse solo. Podría salir, y entre toda la gente

estaría solo.

Desayunó. Tomó un papel para escribir su carta. Ni ruidos ni cosas redondas pudieron

detenerlo. Terminó la carta y salió para el correo. Contento, nervioso. Su corazón se apresuraba y la

emoción era un presentimiento dulce: “Ella me quiere, ella contestará."

Ya estaba cerca del correo, sólo debía cruzar una calle y luego... sería dueño de su destino.

Cuando se disponía a cruzar, un auto fulminante como un cometa pasó mordiendo el cordón. Juan

tembló, la carta se le cayó por una alcantarilla. ¿Gritar, saltar, golpear? Se quedó parado, inmóvil, con

los ojos fijos en la alcantarilla. Y luego susurró algo que el escritor no pudo escuchar. Se fue,

caminando lentamente. Entró en su casa, deprimido. Era la una de la tarde... no quiso almorzar.

El ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Vio, al llegar,

sólo un escarabajo. Se quedó en la habitación, sentado en la cama. Dibujó un escarabajo en un papel.

A

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Miró las paredes, pensó que no vendría mal una mano de pintura; había demasiados escarabajos

dibujados en las paredes. Recordó cuando El Principito decía: “dibújame un cordero”. Pero en este

caso la sensación era muy distinta.

Se recostó en la cama. Se quedó dormido, soñó: Caminaba por el techo cabeza abajo, estaba

en un departamento que no reconocía. Había tres osos jugando a las cartas. Recordó la carta, y

estaba allí entre las cartas de los osos. ¡Cuidado con los osos, cuidado con los osos! Se despertó

gritando ¿Cómo podía ser posible, ¡cómo!, que él no pudiera enviar una carta? Algo tan simple como

enviar una carta. Toda la gente enviaba cartas. Los carteros cruzaban calles y veredas en un

descontrolado incendio de incoherentes llamas. Juan despertó y comprendió que había soñado que

despertaba. Pero ahora estaba despierto.

Eran las siete de la tarde de ese sábado maldito, de esa semana maldita, de ese mes, de esa

vida. ¿Y si no comer para morir al fin?, pero el hambre lo persuadió de lo contrario. Odiar con tanta

fuerza las paredes, la ciudad, el país, el mundo, el universo. Querer ametrallar a los habitantes de la

playa anocheciente ¡cuánto odio le lastimaba el corazón!

En una furia insensata tomó el libro de argidectura y lo hizo pedazos. Luego arrojó los

pedazos por la ventana y éstos volaron con el viento en una especie de humareda de papel. El ruido,

proveniente de la habitación. Se dirigió allá. Vio, al llegar, sólo un escarabajo.

Salió de su casa para cenar. Caminó por las calles llenas de gente. Recordó el libro de

argidectura y una tristeza sintió, abrumadora como las navidades de los huérfanos. Lo buscaría... en

las librerías, en las bibliotecas, donde fuera necesario. La cena le cayó mal... no pudo digerir. Las

cosas que lo hacían sufrir no eran, sin embargo, tan inexorables como la muerte o como el destino de

los hombres. Y lo hacían sufrir. Y estaba allí, sintiéndose mal.

Ya en su casa, volvió a escribir la carta. Luego encendió la televisión. Era una luz que lo

hipnotizaba, “olvida que estás triste”; era un sonido que lo hipnotizaba, “olvida que estás triste”. Pero

unas lágrimas rodaban por sus ojos al recordar el libro que rompió, al recordar la dicha que rompió, las

estaciones de tren, sus ojos. Y esa carta que debía salvarlo, revivir un amor, volverlo al presente. Y

esa carta... "olvida que estás triste".

Apagó la televisión y se fue a dormir. Por la mañana recorrió las librerías buscando el libro de

argidectura, luego las bibliotecas; pero fue en vano, nadie sabía de la existencia de ese libro. Volvió a

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su casa, más triste. Miró la cosa redonda sobre la mesa del living. Se sintió desamparado, solo. Tomó

la carta y salió de su casa. Tuvo miedo de no recibir respuesta. Al llegar al correo vio que estaba

cerrado. Miró su reloj y supo que era domingo ¿Cómo podía ser que estuvieran abiertas las librerías?

Recorrió las librerías nuevamente y comprobó con angustia que todas estaban cerradas. Pero él

recordaba haber entrado esa misma mañana en esas mismas... Sintió un mareo súbito.

Volvió a su casa y se recostó en la cama. El ruido, proveniente del living. Vio, al llegar, sólo un

escarabajo. Se sintió aliviado. La cosa redonda permanecía en su sitio. De niño había sufrido tanto,

esperando en el zaguán... se entretenía viendo pasar los escarabajos. Ellos eran tan pequeños...

desesperado en su delirio de distancia se le habría el corazón con terremotos de pena ¿Por qué no

ser un escarabajo y vivir sin pensar hasta que la nada nos alcance?, se lamentaba Juan. El hombre

sufre tanto... igual se muere... ¿por qué no ser un escarabajo?

Recostado en la cama pensó que si fuera un escarabajo no tendría que llevar esa carta, no

tendría que esperar la respuesta, no tendría que sufrir. Se quedó inmóvil, con los ojos huecos y

mojados, con el corazón envuelto calesita de cristal ¡oh la enorme tristeza! ¡Oh la tristeza! Y él era

apenas un impotente espectador. Juan, el siempre Juan, se dibujaba en las paredes solitarias; con la

fantasía, con dos escarabajos por ojos y con escarabajos en la piel. Luego un enorme escarabajo

aparecía, figurado con las manchas. Quiso pintar esas paredes.

Mañana llevaría la carta, buscaría el libro, compraría pintura. Con el rodillo iba a ser fácil

borrar aquellas manchas para siempre. Pero iba a ser difícil borrar las manchas de su corazón... tal

vez con la carta. La felicidad es un remedio maravilloso, porque su carencia es la causa de nuestros

males... ¿o tal vez la consecuencia? Se quedó confuso con estos pensamientos... ya no tenía el libro

de argidectura.

El domingo pasó largo, como un espectro ¿Si muriese mañana? Se angustió. Sintió frío.

Temió no soportar las horas. El domingo le dolía, le caminaba por la piel. Cuando era niño los

domingos a la tarde lo deprimían, y a medida que se acercaba la noche una enorme tristeza se

apoderaba de él. Y ahora, sentía difícil la respiración y suspiraba.

Juan, el siempre Juan, lloraba en la tarde blanca ¿Por qué tantos recuerdos? Y los ojos

aquellos parecían mirarlo en el silencio, desde cualquier lugar, desde algún lugar, desde todos los

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lugares de la casa, de la ciudad, del país, del mundo ¡oh si pudiera deshojar su corazón! como un

árbol, como una flor, como un libro.

Atardecer. Juan se levantó para cenar. Abrió unas latas. Comió. De vez en cuando miraba la

televisión apagada. Luego se fue al cine. No prestaba atención a la película, pensaba en ella y en la

carta y en el libro y en la cosa redonda que ya no cambiaba de lugar y en los escarabajos y en la

pintura. Quería que pasara el tiempo.

Terminó la película. Toda la gente comentaba al salir. Él caminaba solo. Él... siempre solo.

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CAPÍTULO IV:

La carta de Juan

a brumosa madrugada proyectaba sombras y silencios sobre las veredas y la gente. El

grupo compacto que salió del cine, se fue bifurcando y dispersando. Así se nos dispersan,

pensó Juan, los sueños y las esperanzas. Y cuando al fin sólo nos quedan dos cosas para

elegir, la última nos elige. La última, la rotunda, la que quiebra las alas a los pájaros ¡oh soledad de

pájaros heridos! ¡oh soledad, oh negra soledad que acabas en la muerte!

Cada paso parecía resonar del otro lado, profundo, doloroso, como una larga queja, como un

razonamiento sin palabras. Las estrellas, islas de luz, hacían señales mudas en sus distancias

imposibles. Juan comprendía sin saber, y se fue llenando de cataratas pequeñas como las lágrimas

mientras los caracoles de las playas del silencio agonizaban su sueño inútil. Juan comprendía sin

saber; como comprendía los movimientos de una cosa redonda, la batalla de la sombra, la quieta

obstinación de las paredes, o el misterioso mundo de un escarabajo.

Juan comprendía por las calles sabias, hondas de tiempo; sin detener los lentos pasos de

fantasma, de torre de reloj, de laberinto hambriento. Vagaba por el reino de la noche; hasta encontrar

su casa, entre armonías de silencio. Juan, el hijo de un fantasma, abría la puerta con un ruido de

nueces; y entró, como un equilibrista de circos de cartón. Y Juan, el siempre Juan, parado en medio

de su living como un profesor ante su clase; contemplaba con ojos de querer entender más allá de los

signos exteriores.

Buscó la carta, y la halló donde la había dejado. Allí estaba su carta, su posible carnet, su

contraseña. La cosa redonda estaba en su sitio. Miró el reloj: las cuatro de la madrugada. Pronto

saldría el sol y los pájaros comenzarían a cantar. El ruido del mar bañaba la noche. La ciudad dormía.

Juan extrañaba su libro de argidectura. Recostado en la cama, cantó una canción nostálgica

¡cuántos escarabajos en la playa! Y Juan cantaba:

Todos los escarabajos

vienen a leer al sol;

L

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tienen patas de gigante,

tienen cola de león.

Todos los escarabajos

tienen en el corazón

un recuerdo

y una pena

y un poquito de ilusión.

En la playa y en la arena,

en la arena y en el sol,

como los escarabajos

un escarabajo soy.

Era una canción simple y breve, y Juan la repetía una y otra vez; hasta que se quedó dormido.

Al despertar eran las diez. Buscó la carta, y estaba en su lugar. La cosa redonda estaba en su

lugar. No había ruidos ni escarabajos. Desayunó. Luego se fue para el correo. Iba pensando en ella,

en sus hermosos ojos. Esa carta sería el puente entre los dos. La gente parecía sonreír. Recordó su

libro de argidectura; luego del correo lo buscaría. Llegó, dejó la carta en el correo. El empleado que lo

atendió era joven. Tuvo ganas de decirle “gracias”. No lo hizo porque supo que no comprendería.

Quería contarle a alguien que esa mañana era feliz.

Cuando volvía para su casa, silbando, se encontró con un amigo y tomaron un café. Su amigo

lo atajó de entrada “murió mi padre”, y Juan no pudo comunicarle su alegría. En su lugar estuvieron

hablando de la tristeza de Raúl. Juan consideraba que debía también ponerse triste, y se sentía

culpable porque ello no ocurría y debía disimular. Luego: “Chau Raúl, la vida es triste... no es malo

llorar". Y se fue a su casa con bronca, con frustración por no poder contarle a Raúl que era feliz, muy

feliz. ¿Y por qué era tan feliz? Sólo porque había enviado una carta. ¿Y si ella no respondía? ¡pobre

Juan!, se dijo a sí mismo, ella no responderá. La alegría se le volvió tristeza, angustia. ¿Cómo

esperar? Y era difícil esperar algo que tal vez no llegaría. La muerte no nos angustia tanto, pensó

Juan, porque sabemos que indefectiblemente llegará. Porque si unos murieran y otros no: ¡qué

angustia de esperar la vida!.

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Cuando él muriera ¿quien lloraría su muerte? ¡oh si esa carta le diera la respuesta! Pero la

vida continúa de todos modos, debía estar preparado para el rechazo. Tal vez un astro de cristal lo

salvaría de la oscura presencia del dolor.

Ella, la siempre ella, era el milagro; sin ella, ningún astro de cristal. Y él debiendo sufrir la

angustia de no saber aún. Si al menos la cosa redonda cambiara de lugar, o un ruido proveniente de

la habitación lo distrajera, o si tuviera el libro de argidectura... pero no.

Almorzó pensando en ella. El aire de lunes en las calles, lo hizo recordar sus tiempos de

estudiante. Pero no... si era de vacaciones ¡qué larga vacación la de los tristes!, vacación que es

encierro y soledad. Mejor sería comer otro pedazo de flan y después... ¡Qué amargo es el después

cuando el presente nos lastima! ¡oh Juan, qué solo estás en esta vida! Lloró sin detenerse y así se fue

la tarde.

Mientras lloraba se acordó de su tía Eulalia, siempre tan seria... y la soledad, ¡pobre Eulalia!, la

fue enterrando en su cuarto de soltera. El no quería quedarse solo como su tía Eulalia; la de los ojos

empapados de niños que no fueron, la de la piel cansada de no sentir caricias, la de los labios secos

de no albergar la lluvia de los besos, la de las manos frías.

A través de las lágrimas miró el atardecer. El sol hundiéndose en el mar. La gente

hundiéndose en la sombra de la playa. La playa hundiéndose en la noche. Y dejó de llorar y se limpió

los ojos enrojecidos como el sol. Dos soles atardecían en su cara, y otros tantos en su corazón.

Muchos atardeceres para una misma pena. Y el espectáculo del aire se disfrazaba de inocencia.

Como la tía Eulalia.

Otra vez la noche, salir para cenar. Y se había olvidado de comprar el libro, y no había

comprado la pintura, y la carta. ¡Sí, carta sí! Esperar esa carta iba a ser tan difícil. Una joven atendía

las mesas, algunos le decían piropos y ella sonreía. Él le pidió su comida casi sin mirarla. Cuando le

trajo la comida miró su rostro y se quedó extasiado, nunca había visto una mujer tan bella. Ella se

quedó inmóvil, un poco por sorprendida y otro poco por coqueta; luego sonrió como le sonreía a los

otros. Al fin, tomando una actitud distante, le preguntó si necesitaba algo más y luego se marchó.

Pero no se marchó de la mente de Juan y al irse del restaurante la recordaba.

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Y Juan ya no sabía si quería recibir la carta. Porque ese nuevo amor era tan fuerte como todos

los escarabajos de la tierra. Porque ese amor era más bello que todas las cosas redondas del

universo. Porque ese amor era más sabio que todos los libros de argidectura de la eternidad.

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CAPÍTULO V:

Crisis

u casa se agitaba como un embudo, luego de abrir la puerta. Vivenció los espacios y los

rincones. Todo estaba tan silencioso y tan inmóvil... Juan recordó su infancia. Su padre tenía

una librería en la avenida principal, su madre era pintora y daba clases en su taller. Y aquel

accidente se los había llevado para siempre. Aquella tarde, aquella barrera, aquel tren, aquella

sombra. La casa se llenó de muertos en aquel instante de recuerdos. Luego sus padres revivían y le

decían alguna cosa. Finalmente volvían a desaparecer. Lamentó haber discutido tanto con ellos,

aunque tenía razón y ellos jamás lo comprendieron. Pero ahora que ya no estaban... Y sabía que si

volvieran otra vez querrían imponerle cosas absurdas, y otra vez le harían daño sin querer ¡Pobres

sus padres!, no habían aprendido que los padres no son dueños de la vida de sus hijos. Y el destino,

¡oh paradoja!, no les dejó ser dueños de las propias.

Ahora estaba solo con sus recuerdos y una calma mezclada con tristeza le agrandaba el

pecho, y respiró de un golpe toda la inmensidad de los acantilados. Tan sólo somos dueños de

nuestra vida cuando desistimos del intento de ser dueños de la vida de los demás. Y en esa noche fue

dueño de cada instante de su existencia, y por primera vez sintió la libertad en toda su magnitud. Y

era dulce ser libre mientras el viento susurraba su solitaria canción. Y era bello ser libre mientras el

ruido de las olas era contraste con el silencio de las calles.

Pronto recibiría la carta, o no. Pero de todos modos obtendría una respuesta, porque la no

respuesta no deja de ser una respuesta. Debía prepararse para lo peor; de ese modo no podría

sorprenderlo la tristeza. La tristeza es un monstruo con tentáculos que espera agazapado, para

lanzarse como un tigre sobre nosotros cuando la ocasión se lo facilita. Juan sabía por demás que es

preciso cuidarse de ese monstruo.

Juan y aquel monstruo se conocían ¡Cuántas veces y cuánto se conocieron! El amor disipa

monstruos, y la alegría crea seres angelicales. Juan apagó las luces y se quedó dormido. Soñó que

un monstruo le decía adiós con sus tentáculos. Al despertar tenía los ojos llenos de lágrimas. Eran las

ocho de la mañana. Secó sus lágrimas con un pañuelo y se quedó pensando con los ojos cerrados.

S

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Desayunó pensando en ella, en sus hermosos ojos color de mar, en su sonrisa de caracoles,

en sus pequeños pies que dejan pequeñas huellas en la arena, en sus manos suaves como la caricia

de las olas. Recordó aquella tarde cuando la conoció; él estaba atendiendo la librería y ella vino a

comprar un libro... luego todo fue rápido como un dibujo animado. Y aquel adiós de dibujo animado,

fue triste como aquella película de Chaplin que tanto le gustaba a su madre...

Él esperaría a Gabriela aunque estuvieran perdidas todas las esperanzas. El no podría jamás

olvidarse de sus ojos tristes. No podría existir otro amor como el de ella, no podría encontrar una

mirada igual, no habría felicidad como la de haber estado juntos; en fin, los recuerdos eran más

fuertes que el presente. Si ella volviera, los recuerdos se juntarían con las ilusiones y aquel amor

retornaría; y la felicidad sería más profunda que la muerte, y ya nada ni nadie podría separarlos. Pero

¿Qué haría sin ella?... sólo recordar y lamentar hasta el abismo de los pasos. Sin ella, sólo la tristeza.

Acabó de desayunar. Salió de su casa con los ojos fijos en el mar. Había poca gente en la

playa. Caminaba como un autómata, con los ojos fijos, con los puños cerrados, con los dientes

apretados. Alguien lo tomó del brazo, era un anciano de ojos azules y barba blanca. Juan le contó su

vida. Luego el anciano le contó la suya. Sentados sobre la arena, finalmente, se quedaron en silencio

mirando el mar. La playa se fue llenando de gente y el anciano dijo que debía marcharse. Juan volvió

a su casa y escribió un poema.

Mientras leía su poema volvió a recordar a su tía Eulalia. La mañana era larga y se encerró en

su cuarto para pensar. Sintió una pena de siglos, una pena de enormes espacios vacíos, una pena de

escarabajos caminando sobre el mármol frío de las estatuas. Inmóvil, con el alma abrumada; él era

como aquellas estatuas amargas. ¡Oh las absurdas estatuas del mediodía! Y Juan quiso almorzar.

Palta, palmitos y camarones con salsa golf; cazuela de pulpo; torta de limón. La chica hermosa

lo atendió, lo saludó al verlo llegar, le sonrió muchas veces. Era tan hermosa como Gabriela, y tal vez

más hermosa. Pero nunca podría quererla. Porque Gabriela, sólo Gabriela, era la luz de su vida y era

la paz de las guerras de su espíritu, y era la dicha de su corazón. No podría dejar de amar a Gabriela,

ni podría jamás amar a otra mujer... Y Juan comía, con su pena de siglos Juan comía. Juan comía y

cada bocado era una piedra de dolor.

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Los niños estaban jugando a la rayuela delante de la puerta de su casa, debió pedir permiso

para entrar. Desde el baño los escuchaba, mezclados con el ruido de la ducha, y a lo lejos el mar. El

mar, entre todos los ruidos era como un recuerdo.

El agua recorriendo su cuerpo era reconfortante y por un momento se sintió feliz, mientras el

vapor empañaba el espejo. El vapor, en cataratas de espuma, bailaba sobre su piel. Metió la cabeza

debajo de la ducha y cerró los ojos; sintió un extraordinario placer, como estar protegido entre

aquellas cálidas paredes de agua. Y el vapor confundía la forma de las cosas.

Al secarse sintió la mágica frescura, la inigualada frescura de recién bañado. Luego escribió

una frase en el espejo: el amor tiene rostro de fantasma y pies de aguja de reloj. Observó como la

frase se borraba lentamente, como las huellas de Gabriela se borraban en la arena. ¡Oh si pudieran

borrarse del mismo modo los recuerdos! Los recuerdos nos ponen cadenas. Y Juan estaba

condenado. En la cárcel del ayer se había quedado su corazón. ¡OH si pudiera liberarse! Si pudiera no

depender de aquella carta...

¡Qué ganas de ser niño!, salir a la puerta y jugar a la rayuela. Cada cuadradito es un destino, y

en uno nos quedamos... sin animarnos a saltar. Y muchas veces en la rayuela de la vida nos

declaramos derrotados. Quiso echar a los niños, “¡qué busquen su destino en otra parte!”, gritó con

alienado ímpetu.

Le dolió la garganta después de gritar, se quedó confundido después de gritar; al contraste los

gritos de los niños parecieron silencio. Y en un nuevo contraste, al instante, los gritos de los niños

cesaron y se escuchó tan sólo el mar. El ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Vio, al

llegar, sólo un escarabajo. Miró el cielo desde la ventana de su habitación. Luego se vistió. La ropa le

molestaba sobre la piel; se desvistió nuevamente. Miró su cuerpo. Pegó puñetazos contra la pared.

Volvió a vestirse. Se vendó las manos, que sangraban. Tuvo miedo. Quiso llamar a sus padres como

cuando era niño. Se desesperó. Quiso que sonara el teléfono.

El ruido, proveniente de la cocina, había comenzado. Vio, al llegar, sólo un escarabajo.

Sacó una botella de agua de la heladera, volcó el contenido sobre su cabeza. Algo le golpeó la

espalda; era la cosa redonda. La llevó a su lugar.

El ruido, proveniente del baño, había comenzado. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. Corrió del

baño a la habitación. Miró el mar por la ventana. Se recostó sobre la cama. Saltó. Se puso de pie. Se

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sentó en el suelo. Gritó. Miró la calle. Corrió hacia el living. Abrió la llave de gas. Tosió. Encendió las

luces. Cerró la llave de gas. Abrió la ventana. Otra vez los niños jugando a la rayuela frente a su

puerta. Salió por la ventana, volvió a entrar. Tomó un cuchillo y rompió un almohadón. Los pedacitos

de goma pluma se dispersaron por el suelo. Con los ojos fijos en los pedacitos se recostó en el suelo

y luego se quedó mirando el techo durante varias horas.

CAPÍTULO VI:

La respuesta de Gabriela

l techo es siempre el techo y Juan sintió la pena de ser hombre. Bajo las estrellas y sobre

las estrellas un planeta, una partícula del cosmos flotando; y él, una partícula del mundo,

de ese planeta, una partícula de una partícula, casi la nada, con sus ojos viajeros de esa

rutina blanca y absurda. Y él ¡pobre habitante!

En la espiral de las horas se adormeció la muerte de sus huesos y apaciguó la angustia, y

pudo levantarse. Caminó por la casa, como para saber que todavía podía caminar... que estaba vivo;

con los ojos en el recuerdo blanco cerró sus puños vendados y el dolor físico lo conectó con su

cuerpo. Y luego saltó, y al golpe de sus pies gritó de júbilo inexplicable ¡Qué importaba la carta o el

techo o las paredes...! si comprendió la vida que emanaba en revolución incontrolable. “¡Viva la

libertad!" gritó, algo afónico. Era la hora de cenar y la muchacha hermosa.

Adiós Gabriela, adiós, eres un sueño del pasado. Lo escribió en una servilleta de papel

mientras comía. La miraba hermosa pasar, quiso tocarla... ella rio. Todos miraron. El se puso de pie

"¡Soy libre!", gritó. Pensaron que estaba loco, y tal vez lo estaba. Comió con rabia y alegría. Volvió a

tocarla... esta vez no rio. Alguien lo imitó y ella le dio una cachetada.

Se fue.

La mañana bailaba de tristeza detrás de las ventanas. Se sentía culpable. Nunca volvería al

restaurante. Era un baile de odalisca, de víbora de cascabel, de gente mala... como él.

Era una tristeza que bailaba disfrazada de mujer "¡Perdón, perdón!"

E

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Cerró sus puños y le dolieron, y apretó más fuerte... y le dolieron más... y golpeó las paredes

otra vez. Y las vendas se tiñeron de rojo. Y la cosa redonda lo golpeó varias veces en la cabeza y él

cayó al suelo desmayado.

Afuera se escuchaban gritos "¡Muere, bestia homicida, escarabajo del infierno, muere, muere!"

Juan lo escuchaba en lo nebuloso del desmayo. "¡Muere, muere!" Abrió los ojos y se vio lleno de

sangre, de su cabeza y de sus manos.

El hospital.

Alguien le decía dulcemente: "duerme, duerme... ya no hay escarabajos" ¿Era dormirse en los

brazos de la muerte?

¿Quién sabe? Dio vueltas en la cama. La voz le repetía: “duerme, duerme". Y otra cosa

redonda lo golpeaba. "Duerme, duerme tranquilo... ya no despertarás” “¡Estoy vivo!” gritó, más

afónico. "Duerme, duerme tranquilo... duerme". “¡Estoy vivo!" gritó, más afónico. “Duerme, duerme,

duerme tranquilo... duerme.” "¡Estoy vivo, gritó!. “Duerme, duerme tranquilo.”

Abrió los ojos con un esfuerzo, no había persona alguna. Miró los cortinados del hospital.

Quiso gritar y apenas murmuró: "estoy vivo"... pero nadie pudo escucharlo.

-¿Qué día es, doctor?

-Viernes

-¿Por qué me sacaron el reloj?

-Fue necesario, le diré a la enfermera que se lo traiga.

Cerró los ojos muy cansado. "Duerme", dijo la voz. Abrió los ojos ''¡doctor!”, pero el doctor ya

no estaba. Esperar que apareciera la enfermera con el reloj. Si apretaba ese timbre tal vez alguna

cosa redonda podría pegarle. Esperar... mejor esperar. Cerró los ojos y se durmió y soñó que una

cosa redonda lo golpeaba y que una voz dulce le repetía: "Duerme... descansa en paz". Se despertó

sobresaltado. La enfermera le traía el reloj. Estaba parado.

-¡Por favor! ¿Qué hora es?

-Las cuatro de la tarde.

-¿Qué día es?

-Miércoles

-¿Qué fecha?

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-¿Se siente bien?

-Sí; por favor dígame la fecha.

-14 de marzo. Si necesita algo, apriete ese timbre.

Finalmente salió del hospital. El miércoles 21 a las 10 de la mañana. Quiso comer una comida

de verdad y quiso ver a la chica del restaurante. Con la cabeza y los brazos vendados la gente lo

compadecía. Ella no lo compadeció.

-Hola Juan.

-Hola (cómo sabía su nombre, tal vez él se lo había dicho)

-Qué vas a comer

-Cazuela de mariscos

-¿Te golpeó la cosa redonda?

-Sí ¿cómo lo sabés?

-Yo sé muchas cosas (se fue).

Juan comió.

-¿Te gustó la cazuela? (preguntó ella).

- Sí

-A mí también

-¿A vos también te gusta la cazuela?

-No... a mí también me golpeó la cosa redonda.

-¿Qué hay que hacer?

La gente la requería.

-Hay que esperar... siempre esperar. Chau.

-Chau ¿Cuál es tu nombre?

-Verónica. Chau (un beso en la mejilla. Murmullos).

-Chau Verónica.

Salió del restaurante caminando lentamente. Tal vez en su casa estaba la carta... quería y no

quería llegar. Caminaba mirando el piso, como caminan los escarabajos. Quería retardar y no quería.

Quería ser feliz. Y si la carta era un rechazo moriría, aplastado por una suela gigantesca. Las calles

eran indiferentes, lo mismo que los árboles. La gente se apuraba. El sol. El cielo. La tarde comenzada.

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La carta... ¿estaría? Recuerdos. Pensamientos. La chica del restaurante. De niño vendía escarabajos

en la playa... sus padres se reían, alguna gente los compraba y también reía, “¿será que los

escarabajos dan felicidad?", pensaba Juan; ya estaba llegando. La carta... ¿estaría? Abrió la puerta

temblando... la carta estaba allí en el suelo. La leyó lentamente.

No soy aquella, Juan; la de esa tarde, la de ese libro y esa librería. No soy aquella, Juan; la de

los besos en el parque, y los sueños en el corazón. No soy aquella, Juan; ni tú serás el mismo. No

intentes rescatar lo que ya está perdido. No soy aquella, Juan; la que te quiso. Ya no somos aquellos.

Siento que nuestros sueños se hayan hecho pedazos como un vidrio, siento mucho que aquel amor

tan grande fuera más débil que el tiempo. No soy la misma, Juan; ni tú serás el mismo. Trata de

recordar lo bueno que hubo entre nosotros, protege nuestra imagen del olvido. No es otro amor la

causa de este rechazo, estoy sola; es otra realidad lo que nos separa. Aunque quisiera no podría

amarte. No soy la misma, Juan; trata de perdonarme, o perdona a la vida que me cambió. Al

buscarme creo que buscas en mí el pasado; pero el pasado se ha perdido para siempre, tan sólo

existe en los recuerdos. Vano es edificar nuestra armonía reforzada con torres de recuerdo. Porque

ese amor se nos derrumbaría. Hoy somos dos desconocidos para nuestro amor; tan sólo la amistad,

si lo deseas... pero nos haría daño. No busques tu refugio fuera de ti; al menos no lo busques en mí,

no puedo protegerte ni busco protección. Perdona Juan, el tiempo es el culpable

GABRIELA

Juan se quedó mirando la carta, y se quedó pensando que Gabriela tenía razón. Pero lloró,

como cuando era niño y tuvo que aceptar la muerte de sus padres. Hoy perdía el último puente, la

última esperanza de volver a aquel mundo de cuentos y juguetes. Aquel mundo donde los grandes

eran los grandes, donde los chicos eran los chicos, y donde nada cambiaría. Y hoy ese mundo

desaparecía con aquella carta que le mostraba la realidad que él nunca había querido aceptar. Nos

vamos, todo muere, todo acaba; y al fin hasta el recuerdo también muere e indefectiblemente nos

perdemos en la nada como una burbuja que en el aire desaparece.

¿Si morir es la enfermedad (se dijo Juan) por qué desear la muerte como remedio? Caminó

tranquilo, tomó la cosa redonda y la llevó a la casa de antigüedades. Le pagaron la mitad del precio,

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pero no le importó. Con los escarabajos iba a ser diferente; nadie compra escarabajos, salvo que sea

un niño quién los vende. A los escarabajos les esperaba algo más grande.

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CAPÍTULO VII

Noche de insomnio

a tarde parecía de cristal y en el medio de la tarde, frágil Juan, se sentía morir. Y susurró:

brindemos por la muerte, reina absoluta y eterna. Qué frágil es la vida, y la felicidad qué

frágil sueño ¡oh sueño que se quiebra, oh vida...! Y el pobre Juan lloraba con lágrimas que

parecían pedacitos de cristal. El tiempo se lleva el amor, pensó Juan, y se lleva también la vida ¡oh

traidor que nos dejas vacíos! ¡oh traidor que dejas a las cosas vacías de nosotros! Todo te lo llevas,

todo lo destruyes y lo arrasas con tu llama voraz. Como el cristal que se quiebra, como una gota de

rocío que se deshace, como una lágrima.

En su sillón de ver pasar la vida, se sintió payaso de un circo; los espectadores, la pared y los

libros y la biblioteca de sus abuelos y su rostro reflejado en el vidrio de la ventana... y la noche y el

mar y el silencio y ella desde otras circunstancias más felices... y el suelo y el techo y la mesa y las

estrellas y la sombra y sus manos y sus pies.

Todos festejaban la función, aunque podrían haber sospechado que la pena lo carcomía... por

sus ojos de gigante del eco, de arquitecto del vacío. Y él lloraba, y todo reía; y él quería morir, y todo

vivía... cruel. Pero las estrellas se apiadaron de sus lágrimas y la risa se tornó sonrisa... y todo sonreía

con piedad. Y la piedad dolía más que la burla. Y se borraron las sonrisas y todo fue lágrimas en la

comprensión de la tristeza. Y la comprensión dolía más que la piedad.

Y luego las estrellas eran estrellas, y los libros eran libros, y las paredes eran paredes; y Juan

estaba solo, y todas las lágrimas eran suyas. Y las manos eran manos y apretó los puños y le dolieron

y vio las vendas y recordó que no debía... apretar los puños. Y el pobre Juan era tan sólo Juan; entre

las explosiones de silencio, entre las múltiples astillas negras.

Tomó la carta con las manos que temblaban, temblaban sus ojos... y su corazón. Las lágrimas

del corazón de sangre son, recitó de su poema “percepciones“. Era dolorosa la expresión en la

ventana. La ventana ya no servía para ver el mar.

L

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En las pequeñas ventanas se hundían las estrellas, la sombra, el cristal, el mundo. Las

pequeñas ventanas se cierran y el alma tumba cánticos de soledad. Aislado Juan, terrible Juan. Y el

mar aparecía... y desaparecía; con tintineos titilantes de sal mística o quizá no.

Tal vez la sal rodó por el papel. Pero las ventanas se cerraron por ventura... o desventura. La

carta cayó. En el suelo era un papel y nada más; un papel que se tira, con la limpieza, que acaba en

el cesto de los papeles ¡Ojalá fuera! Ese papel tenía palabras que negaban sus sueños, su futuro.

De niño dibujaba escarabajos en el cuaderno de clase. Los compañeros se reían y la maestra

se preocupaba. Y él lloraba para adentro, cerrando las ventanas.

¡Qué niño tan triste, qué ojos tan tristes tenía, qué mirada tan triste, qué sonrisa tan triste!

Recogió la carta. La leyó de nuevo. Sus ojos corrían por las letras. De tanto en tanto decía una

frase, murmuraba: la de los besos en el parque... la que te quiso... siento mucho que aquel amor tan

grande... protege nuestra imagen del olvido... el pasado se ha perdido... el tiempo es el culpable. ¿Por

qué, Gabriela, por qué no eres la misma? ¿Qué tiempo es el culpable? Limpió las lágrimas de sus

ojos con un pañuelo blanco.

Sonó el teléfono. Una vez. Dos veces. Tres veces. Juan atendió, tal vez era Gabriela; Juan

atendió con ansiedad. Era un chico que quería hablar con su hermana. Número equivocado. Juan

hubiera querido tener hermanos, para no sentirse tan solo y tan mal cuando sus padres salieron

aquella tarde... y no regresaron.

Otra vez tomó la carta: el pasado se ha perdido. Y Juan se sintió perdido. Ella no lo amaba, ya

nada tenía sentido ¿Por qué no tomar aquel cuchillo y cortar la película de sus días? Aquel cuchillo, el

que yacía sobre la mesa de la cocina. Y... libre al fin. La sangre limpiaría las penas.

Se puso de pie, ya decidido, ya sin ganas de vivir; pero sonó el teléfono. Tal vez fuera el chico

que quería hablar con su hermana, pero atendería... sería el último acto de su vida, las últimas

palabras "número equivocado”. Sintió que su edad era también un número equivocado, pero pagaría

su equivocación. Juan se detuvo, el teléfono sonó hasta dejar de sonar. Juan volvió a sentarse ¿Valía

la pena, sería justo; que su vida se apagara como el sonido del teléfono? ¿A quién quería castigar?

Miró el reloj, eran las cuatro de la madrugada de ese jueves que comenzaba. Morir un jueves...

como Vallejo. Un jueves, como este y como tantos jueves, sus padres se engalanaron de tragedia... la

última tragedia de los hombres. Un tren cortó sus vidas, no un absurdo cuchillo. Juan desechó la idea.

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Su muerte debía ser a las ruedas de un tren. El teléfono sonando nuevamente fue tan absurdo como

la noche. Pronto amanecería... el último amanecer. No atendió el teléfono ¿Y si era Gabriela? ya no lo

sabría ¡Si volviera a sonar ese teléfono...! pero no, no podía ser Gabriela, no tenía sentido; y, sin

embargo, era su última esperanza. Sólo por ella valdría la pena vivir; sin ella era mejor morir.

Recordó la voz “duerme, duerme tranquilo... ya no despertarás”. Con sólo abrir el gas y

recostarse sobre la cama... y ya no despertaría. Pero no...; quería ver la muerte, no quería tan sólo

adormecerse hasta quedar sin sueños. Quería sentir la muerte, como sus padres la sintieron; en la

piel, en los huesos. El tren lo haría pedazos, y en ese último instante se reconciliaría con el pasado.

Se le salió un botón de la camisa. Tomó la aguja y los hilos. De eso se trataba... de tomar los

hilos. Ya no quería ser un títere sin hogar y sin patria. Cosió el botón. Se pinchó un dedo. Brotó una

gota de sangre, era una pequeña muestra fe lo que vendría. ¿No habría una manera menos

sangrienta de tomar los hilos? Se quedó pensando. Lo que quería era vengarse, vengarse; de sus

padres, de Gabriela, de la vida, de la pena, de la desgracia.

De todo se vengaría sobre sí. De tantos años de ilusiones... se vengaría, de tantos sueños que

fallaron... se vengaría, de tantas cosas perdidas. De tantas lágrimas... se vengaría de tanta soledad,

de tanta frustración y tanta rabia. De tanta pena, de tanta inocencia burlada, de tanta vida mal vivida.

Pero cerró los ojos y abrió los puños y lo pensó por un instante, y comprendió; que la muerte

no le dejaría venganza, ni suerte, ni ser... sólo una cruz gastándose en algún cementerio, o ni siquiera

eso. La nada, el vacío. La muerte es una habitación oscura, sin camas, sin ventanas, sin muebles, sin

habitación.

El pobre Juan es un fantasma entre los vivos, quiso matar la vida para matar la muerte. A

tiempo descubrió la falla. La noche parecía más profunda; tan llena de horizontes ondulantes y

círculos de frío tiempo cósmico. Tantas veces tan distinta a aquellas cuando los ojos se extasiaban en

el girar de un trompo y en la suave blancura de un osito de tela. Y aquellas noches donde sus labios

no decían todo, y sus ojos callaban para no llorar. Era así, pero con ojos para adentro y altos

escalones de angustia.

¡Esa carta!... mató las últimas estrellas, cegó las últimas palabras, calló las últimas miradas de

azúcar. ¡Qué pobre Juan, qué triste, qué ignorado transeúnte, qué condenado, qué ladrón, qué débil

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navegante de la dicha! ¡Cómo se quebraron tus velas, cómo caíste al abismo de los días y las noches,

cómo quedaste solo!

¿Qué salto más allá perdió equilibrio, qué palabra mágica no surtió efecto, qué autobús de

paracaídas encendidos se derrumbó al abismo de la sombra?

Y el pobre Juan era más pobre Juan en esta noche.

Cerrar los ojos y dormir era la calma, abrir las alas y volar era el milagro, abrir las flores de los

jardines y las trompetas de los trenes. Hizo pedazos la carta, y se quedó llorando con los ojos fijos en

el suelo. Pobre Juan... prisionero de sí mismo.

Y despertó la mañana sin que él durmiera. El sol lo castigó con látigos precisos. Y Juan se

estremeció sobre su lecho anaranjado.

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CAPÍTULO VIII:

Historia de la palmera parda

oñó que un sol con cara de mujer iluminaba el amplio cielo de su universo particular. Él

orbitaba alrededor y ella (su estrella, su sol) lo contemplaba siempre distante pero siempre

cálida. Podía quemarlo si se acercara, si se alejara convertirlo en hielo. Juan amaba a esa

estrella sin poder acercarse ni alejarse. Otros hombres-planeta también amaban a esa mujer-estrella.

Ella era para todos, era el eje del sistema. Y como vuelan los insectos hipnotizados por la luz, ellos

eran insectos-hombres-planetas, ellos volaban alrededor de su luz-mujer-estrella.

Un haz de espadas cortó la escala de la luz, y la variable tonalidad tornose ceniza negra.

Burbuja sin aire... tronco sin ramas y sin hojas. Un eco extraño bajaba por el espacio desolado, un frío

cubo, una araña siniestra, un ojo sin cara, una mano sin brazo

Juan despertó.

Se sintió dichoso de estar en su cama, en su habitación, con sus cosas. Suspiró aliviado.

Porque fue bueno desolarse de un sol falso. Y tenía ganas de reír. ¿Por qué? Por nada, por todo, por

algo. Porque otra estrella aparecería, y sería sólo suya. ¡Qué bello era estar así...! en calma, sin

angustia, sin sufrir. Ya no quería sufrir. Quería una vida mejor, menos caótica, menos triste, más que

diera ganas de vivirla.

Construiría su universo de nuevo; con más cuidado, con menos ansiedad. Si pudiera librarse

de los fantasmas, como en ese calmo momento... siempre... ¡Qué bello vivir!

Recordó la triste historia de la palmera parda. Era una palmera pequeña, sus padres le

enseñaron a no reír. Pero un día un mago apareció. ”Dime lo que desees, palmera; yo soy un mago,

puedo volver tus sueños realidad”. “Quiero que cambies la mente de mis padres”. “Lo que tu digas,

palmera”. El mago cambió la mente de los padres de la palmera. Y ellos al verse tan distintos y al ver

lo que habían hecho de su hija; se secaron de pena. El mago se despidió de la palmera "Adiós

palmera, ya cumplí con tu pedido”. “Mago, no te vayas, mis padres murieron; quiero que los revivas” El

mago le contestó "lo que tu digas, palmera" Revivió a los padres de la palmera. Mago (dijo la palmera)

te lo agradezco de todo corazón, porque yo quiero mucho a mis padres... quiero mucho a mis padres.

S

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En ese momento los padres de la palmera llamaron al mago y le dijeron algo. Volvió el mago y dijo

"Palmera tus padres quieren que cambie tu mente... ¿estás de acuerdo?" "No, mago, mis padres me

ordenaron que nunca permitiera que persona alguna me cambiara” “Ellos están arrepentidos, me

piden que te cambie; y te suplican que lo permitas”; “¿me lo ordenan?” “No, palmera, ellos han

cambiado y ya no te ordenan... sólo te lo piden” "Entonces no, porque yo debo obedecer a mis padres

y ellos me ordenaron que no dejara que me cambiaran" "Pero ahora te piden lo contrario; están

arrepentidos, se sienten culpables por lo que han hecho de ti" "No, mago; yo quiero mucho a mis

padres... yo debo obedecer a mis padres" "Lo que tu digas, palmera” el mago se fue.

El no sería rencoroso como la palmera, no debía ser así. Se dedicaría al presente, dejando el

pasado en 'paz. Ya no quería vengarse, ya no quería sufrir. Porque el vengador sufre su venganza; y

porque la venganza mantiene abiertas las heridas. La venganza se disfraza de diversos modos y

muchas veces no lo identificamos y somos vengadores sin saberlo, como la palmera. Y el sufrimiento

se perpetúa, dado que el deseo de venganza es insaciable. Sólo al desistir de la venganza

comenzamos a eliminar el dolor, y al perdonar volvemos a ser libres como antes del agravio que

queríamos vengar. Es el perdón, no la venganza, quien puede liberarnos del dolor.

Y Juan, esa mañana, estaba comenzando a perdonar. No quería morir, quería vivir. El tren ya

no sería para inmovilizarse eternamente; seria para moverse, para viajar.

Recostado sobre su cama, miraba las manchas en la pared... los escarabajos de la infancia.

Iba a pintar esa pared, miró las manchas y se despidió de ellas. Fue a comprar pintura blanca. Para el

mediodía las paredes de su habitación ya estaban pintadas. Salió a almorzar. Caminó sin decidirse

por restaurante alguno. Quería ver a Verónica; pero tenía miedo, miedo de que la historia volviera a

repetirse. Decidió no intentar... almorzó en otro restaurante.

En las miradas de las personas le parecía leer una pregunta que partía de sí: ¿Qué haces

aquí?. En el otro restaurante Verónica estaría sonriendo a otras personas, y tal vez alguien atrapara

esa sonrisa para tornarla llanto. No debía permitir que jugaran con los sentimientos de Verónica;

comenzaba a quererla sin saberlo, quería protegerla de los mentirosos que hacen sufrir a esas sus

amantes poco amadas. En ellos el deseo sexual se aleja del amor. Él nunca la haría sufrir, él debía

salvarla. Por la noche cenaría allí.

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Pidió la cuenta al mozo, un hombre gordo y rojo. Posaba su vista sobre la ya vacía taza, y en el

fondo unas gotas de café. Cuando estemos vacíos ¿quedará en nuestro fondo algo? Llegó el mozo

con la cuenta; Juan la contempló como si sumara, pero su mente estaba en otra parte.

Se acordó de Gabriela, la de los ojos grandes y tristes. Se acordó del cuento de la palmera

parda. Y finalmente se acordó que la vida se termina; y a veces sin empezar. Se olvidó de que estaba

en un restaurante y había terminado de comer. Al alzar los ojos vio una pareja que esperaba que él se

fuera. “Perdón” “No es nada”. Ella tenía un hermoso vestido verde y blanco. Simularon no conocerse;

y él se fue. Al salir a la calle se quedó inmóvil sobre una pared. Era Gabriela... y no la había saludado,

y ella no lo había saludado.

Se miró los pies al caminar y murmuró: "verdad... estabas tan distinta". La vereda se lo llevó

despacio. A lo lejos el mar. Doblar hacia la izquierda y luego la derecha. Se detuvo en una heladería,

compró un helado de frutilla. A ella le gustaban los helados, también le gustaba sonreír y mirar de

reojo... ¡Ay Gabriela!, exclamó Juan. Luego miró si alguien lo había mirado, pero no había personas

allí. Sólo él. Y hoy otro Juan, o Raúl, o Alberto, o simplemente un él, que no era él.

¡Qué tristeza de jueves sin futuro de sábado! El helado estaba demasiado frío, como la

esperanza. Cuando las esperanzas se congelan duelen. Se acordó de aquella tarde en la librería, trató

de recordar cuál era el libro que compró Gabriela aquella vez... pero no recordaba ya. Sabía que era

una novela. Pensó que toda vida sirve para escribir una novela. Él, por ejemplo, podría escribir la

novela de su vida. Pero sólo escribía poemas... una novela es algo distinto.

Gabriela sería un personaje de su novela, y sería una forma de acercarse sin peligro de sufrir.

El escritor es como un niño que mira la vida protegido detrás de un grueso vidrio... la tristeza no puede

atraparlo más allá de lo controlable. Y él estaba tan triste. Además cuando él se convirtiera en

personaje, podría también acercarse a sí y comprenderse sin el peligro de mezclarse y confundirse

con sus problemas. Lo había decidido, al llegar a su casa comenzaría a escribir.

Comió lo que quedaba del helado. Recordó la manera particular que tenía Gabriela de comer

helados. Le brillaban los ojos. Llegó a su casa y entró. Pensó en Verónica, tuvo deseos de verla. A la

noche iría a cenar al restaurante donde Verónica... o no, mejor escribiría la novela... no, otro día

escribiría la novela. Ya no quiso pensar. Se recostó sobre la cama luego de poner un disco en el

estéreo. Cerró los ojos para escuchar mejor... para escapar mejor.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 33

La música acariciaba su corazón, aliviando el sufrimiento. Una enorme paz reemplazaba a la

angustia. Tal vez fuera mejor así. Fue relajando los músculos uno por uno, suspiró con alivio. Tal vez

pudiera comenzar de nuevo, con menos angustia, con menos miedo de perder; aunque tal vez con

menos inocencia, con menos perspectivas. Nada vence a la muerte, pero no es bueno perder la vida

en el lamento. No ser feliz es un doble crimen. Juan quería ser feliz. Pero... ¿Cómo?

CAPÍTULO IX:

Juan comienza la novela

uan miraba por la ventana la ciudad ennegrecida por el humo y el hollín; que aparecía descolorida

y apagada como un recuerdo antiguo, o como las fotos amarillas de un álbum familiar. Se

acordaba del mar, que ya era parte de un pasado que a veces le parecía ficticio como un sueño.

Se acordaba de Gabriela; tan perdida como el mar, tan hundida en las profundidades del imposible...

tan de otro tiempo. Una leve llovizna vestía la ciudad.

En su reloj ya se marcaban las ocho de la noche, y el entorno anochecido lo confirmaba. Los

automóviles rodaban por las simétricas calles, hacia sus destinos simétricos. Juan calculó las

dimensiones de su silencio y de su soledad. Vio un panorama de muchas luces en muchas ventanas,

y en las calles y los automóviles. Miraba con los ojos quietos como rocas que el mar golpea. Esas

luces eran vida y movimiento, multiplicidad inasible. Pensó en Verónica que estaba veraneando en el

mar. Él había debido volver para tomar exámenes.

Hacía cuatro años ya que él y Verónica... Verónica regresaría el 5 de abril y en ese martes 8

de marzo, Juan la recordaba. La soledad de la casa le recordaba su vieja soledad. Por momentos se

impacientaba y caminaba como un condenado por su prisión. Tenía un extraño presentimiento, temía

que Verónica lo abandonara. “Sería tan triste volver a estar solo, no sabía si podría soportarlo. Se

acordaba de Gabriela, de aquella vez de la librería, y de tantas cosas..."

Preparó la cena, comió en la cocina, escuchó el monótono gotear de una canilla. No quiso

encender la televisión, no quiso poner música; quiso escuchar el silencio, que era interrumpido de

tanto en tanto por algún ruido: puertas, automóviles, un avión. Y el solo de canilla, era un continuo que

transmitía pena � Sintió un dolor en el estómago, un dolor que subía. No podía respirar. Se recostó

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 34

Sintió un dolor en el estómago, un dolor que subía. No podía respirar. Se recostó sobre su

cama. La vista se le nublaba. Se odió profundamente. Había un cortaplumas en el suelo, quiso

tomarlo para quitarse la vida. Pero la debilidad le impidió moverse. Brotaba sangre de su nariz. La

sangre manchó su ropa, luego dejó de sangrar. Cerró los ojos y se quedó inmóvil®

Se acordó de Verónica, no quería volver a verla. Le dolió la frente con intensidad. Otra vez

miró el cortaplumas. Pensó en su muerte. Sus alumnos deberían postergar el examen. Verónica, su

mujer, lloraría desconsoladamente. O tal vez no lloraría. Habían pasado ocho días y ninguna carta

había llegado. Se acordó de Gabriela y de aquella noche de la despedida. Al llegar a su casa había

mirado el mar alumbrado por la luna, había necesitado tanto a sus padres en esa noche y ellos ya no

vivían, se había sentido tan solo.

Había hablado con un amigo y aquél había ido a visitarlo, y hablaron toda la noche. Luego Raúl

se fue y Juan se quedó mirando el mar y la playa amanecida. Y en esta noche también estaba así.

Miró los automóviles de la avenida y los edificios. En un departamento de enfrente había una fiesta de

adolescentes. Algunas chicas tímidas reían entre ellas en el balcón. Unos muchachos se acercaron y

ellas reían nerviosas.

Juan recordó su adolescencia. Siempre que se acercaba a una chica lo hacía con temor, le

daban bronca los caraduras que las conquistaban y les mentían, y se divertían con ellas, y después

las dejaban cuando ya se habían divertido, y ellas pedían por favor que no las dejaran, y ellas los

querían pero ellos no las querían. Y él que hubiera podido quererlas tanto, y él que nunca hubiera

hecho sufrir a una chica; él no podía acercarse, él no tenía con quién salir, él estaba solo.

Lloró de rabia al ver las chicas tímidas de aquel balcón y aquellos que hablaban con ellas y

que tal vez las harían sufrir. Y él que siempre había sido bueno, siempre tuvo miedo y estaba solo.

Sintió que Verónica no volvería y que ya era tarde para encontrar otra mujer. Y que esas chicas

tímidas de su pasado, esas a las que nunca se animó a decirles nada, esas que le hubieran dado

felicidad, esas que él hubiera protegido, esas que no hubiera abandonado como los caraduras; esas

ya no lo esperaban.

Cualquiera de aquellos que reían y mentían, debía ser más feliz que él. Porque nunca hubo

Gabriela, ni mar, ni cita, ni libro, ni librería, ni Verónica, ni restaurante, ni carta, ni cuatro años de

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 35

amor, ni escarabajos, ni libro de argidectura, ni tiempo de amor, ni despedida; todo fue una larga, una

larga fantasía. Y él estaba solo, como siempre, en esa noche cargada de angustia.

Porque nunca había tenido padres, sólo un orfelinato donde el cariño escaseaba. A fuerza de

luchar era dueño de un departamento y tenía el título de profesor. Con su mente de escritor había

inventado una historia de su vida. Juan, el protagonista de la historia, era tan sólo el personaje de una

novela jamás escrita. Y él, Juan, el escritor, era el inventor de una vida jamás vivida. Sólo la

esperanza fe escribir aquella fantasía le daba fuerzas para seguir viviendo.

Tal vez habría alguna vez una Verónica, dispuesta a compartir con el Juan escritor ese amor

que la Verónica del sueño compartía. Pero tal vez habría una Gabriela que haciéndolo sufrir le

mostraría que su destino es pena. Pero no hay pena más grande que no tener cosa que olvidar, no

haber vivido, no tener cosa que recordar, no tener cosa que lamentar ni de cual sentirse satisfecho.

Juan era una agenda deshojada sin usar, y lloraba en esa noche.

Los años gastarían su piel, le quitarían el cabello, bebería usar anteojos; se le pasaba el

tiempo de ser feliz, sin haberlo podido intentar... atado por el miedo. Siempre había encontrado en la

fantasía un sustituto de la acción, y había escrito mucho. Pero jamás había escrito su libertad, pues

todo lo encerraba cada vez más.

Se encerró en su cuarto de solitario y comenzó a escribir todas sus fantasías en una novela. Al

terminar esa novela, podría liberarse de las cadenas y vivir. Tomó un cuaderno y una lapicera, secó

lágrimas que brotaban de sus ojos, y comenzó a escribir. Empezó por el título: "Sólo un escarabajo".

Capítulo primero: Mira con desconfianza la imagen que el espejo le devuelve de sí mismo; tal

vez no sea, tal vez tenga cara de escarabajo o de pez. Huye, corre por laberintos hasta llegar al cubo

donde transcurre sus noches. Las paredes están despintadas y forman imágenes: un león, una casa,

un escarabajo, un automóvil. Antes le parecían fantasmas; siempre supo que su padre era un

fantasma y su madre era la torre del reloj. Pero ahora el mar por la ventana empañada; escribir

palabras en...

Dejó de escribir, fastidiado; tal vez jamás escribiría la novela. Con furia guardó el cuaderno en

un cajón. Estaba vacío su corazón, sin realidad y sin fantasía. Sus sueños habían fallado

Miró por la ventana, llovía, y escribió un poema:

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 36

Mucho esperaste, Juan,

demasiado.

Todos corrían,

e hicieron daño en su carrera

pero llegaron.

Tú te quedaste con tu honor

de ser distinto,

tal vez mentir fuera mejor.

Tal vez la vida es del que miente.

Leyó lo que había escrito y no estuvo de acuerdo. Prefería no llegar, antes de llegar a costa de

los otros. Sos un tipo raro Juan, se dijo a sí mismo. Pero sintió alegría de ser así. La integridad es el

único camino digno de ser seguido. La dicha que se consigue con el atajo, es superficial y vacía. Y al

final de nuestros días la lamentamos más que a la desdicha.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO X:

Continúa la novela de Juan

omó un papel y escribió: Martes 8 de Marzo de 1983: La noche pesa sobre mi corazón, me

duele el miedo que sienten las hojas secas al caer, se me cierran las manos como flores

que quieren encerrar el sol, soy como los barcos a vela en las tormentas, estoy perdido en

el invierno.

Miró el reloj, eran las nueve. Preparó la cena, comió en la cocina, escuchó el monótono gotear

de una canilla.

Un ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. Se

sintió confundido. Tomó un cuaderno y escribió: Los escarabajos provenientes de mis sueños

cobraron realidad y me persiguen. Se dirigió al living, se sentó en un cómodo sillón a ver pasar la vida.

Ojalá pasara y se fuera.

Tuvo angustia de inexistencia, que todo sea un rompecabezas que no es posible armar. Para

al final borrarse de un suspiro largo y seco. Perderse entre las sombras como recuerdo en el olvido. Y

el olvido final es el definitivo desengaño, y el apagarse indefectible y trágico. Y escribió en su

cuaderno: Al fin se apagan las luces y las luchas y me siento solo en la oscuridad.

Miraba las estrellas y lloraba. Sólo una vez en la vida le hicieron un regalo, una noche de

navidad. En el arbolito de navidad había una estrella que brillaba con las luces. Sus lágrimas eran

también estrellas; pero estrellas pequeñas, estrellas que no brillaban. Escribió: Si pudiera encender

todas las estrellas de mi corazón, alumbrarían la oscura y rutinaria senda de mis pasos

desesperanzados. Si pudiera rescatar aquella estrella, tal vez podría descifrar la sombra que me

rodea y alcanzar la luz de ese amor que vive en mis sueños.

Cerró el cuaderno, cerró los ojos, se quedó dormido. Soñó que todas las estrellas lo saludaban

con sus luces. Al despertar se apoderó de la mañana y se marchó hacia el colegio. Los alumnos

sabían mucho y los aprobó a todos, eso le dio felicidad. Volvió a su casa contento y silbando. Por un

momento se confundió y creyó que realmente Verónica existía; luego percibió su espejismo y se

T

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 38

deprimió un poco, al no poder sumar otra alegría a la de sus alumnos. Todo hubiera sido perfecto si

Verónica existiera, pero no existía.

Apretó el botón del ascensor, la lucecita roja se encendió. Al entrar en su casa tomó el

cuaderno y escribió: Miércoles 9 de Marzo de 1983: Si ella existiera alguna vez, todo tendría sentido y

en la vida nada me faltaría. Ella es la diferencia entre todo y nada, entre el sinsentido y el sentido,

entre la pena y la alegría.

Abrió el cajón, siguió escribiendo la novela, terminó el primer capítulo. Estaba contento.

Comenzó otro capítulo. Capítulo II: Todo se fue llenando de estallidos de silencio, luego las

conversaciones de las estrellas se borraron de un golpe luminoso. Al despertar Juan, ya había

concluido la batalla del sol y la mañana...

Sonó el timbre, Juan debió dejar de escribir. Era un vendedor. Había comprado un extraño

aparato el cual se suponía que actuaba como desodorante de ambientes. Tenía unas largas

instrucciones, comenzó a leerlas. Se detuvo porque un enorme ruido proveniente de la habitación

había comenzado. Algo difícil de describir. No supo qué era y se dirigió hacia allá. Al llegar no vio cosa

fuera de lo común, sólo un escarabajo. Se asustó, porque eso era algo que le pasaba al protagonista

de su novela. Volvió a la habitación, rompió la novela; no volvería a escribir novelas, sería mejor. Se

sintió indignado, lo único que le faltaba era tener que lidiar con fantasmas en forma de escarabajo.

Nunca escribiría novelas, nunca.

Tenía hambre, salió de su casa en busca de un restaurante. Una muchacha hermosa de ojos

azules atendía las mesas. Un grupo de muchachos la miraban y ella sonreía. Juan pidió su comida y

ella le sonrió, hubo murmullos y silbidos desde las mesas del fondo. Ella se puso colorada y volvió a

sonreír. El asedio a que estaba sometida aquella muchacha era permanente y Juan comenzó a

sentirse mal.

-Te vuelven loca, dijo Juan.

-Sí, cualquier día de estos voy a dejar el restaurante.

-¿Te gustaría ser la esposa de un escritor?

-¿Cómo?

-Nada, no me hagas caso ¿Cuál es tu nombre?

-Verónica

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 39

Juan siguió comiendo. Se acordó de su novela, sintió pena de haberla destruido. Escribiría

otra, estaba decidido. Al volver a su casa... Apuró el almuerzo. Al llegar comenzó a escribir. Capítulo I:

El sol se anaranjaba entre las moles de cemento, la imagen le sugirió un desierto lleno de ídolos de

piedra. Las calles eran una confabulación de mentiras sin objeto, un mar de gente bañaba las veredas

unánimes; como si los siglos despertaran de la sombra, como si los milenios revivieran del olvido con

cara de bombero. Los automóviles rallaban las calles, con un impulso volador y un odio eterno. Las

luces del semáforo dictaminaban. Los carteles luminosos sugerían. Y hasta las nubes y el cielo

parecían hacerse cómplices de la confusión. Luis, hundido entre las cuatro paredes de su cuarto,

comenzó a escribir: La computadora: Quiero buscar otra manera de las cosas, otras cosas, un mundo

más humano. Fue por eso que aquella tarde, mientras manejaba la computadora, le introduje la

siguiente pregunta ¿Cómo puede hacer el hombre para librarse de las computadoras?. La respuesta

fue la siguiente: Debería comenzar por librarse del deseo de tenerlas.

La respuesta fue breve pero reveladora. Así comenzaría la nota editorial que Luis escribía para

su revista "La época tecnológica”. Decidió tomar un descanso, presenciando el espectáculo de la

puesta de sol. Pensó en Laura, que tal vez en este momento estaría pensando en él y mirando la

puesta del sol en el mar desde la playa solitaria. Laura era así... como él. Luis recordó a Patricia,

aquel frustrado amor de aquel tiempo quedado tan atrás. Se acordó de aquella carta que le escribió

Patricia, aquella única y última. Sintió ganas de leerla. Se levanto de su sillón blanco y fue a buscar la

carta, comenzó a leerla lentamente.

Luis lloró al terminar de leer. Luis lloró porque la quiso tanto. Pero Laura lo salvó, cuando tenía

perdidas las esperanzas. Pero después aquel amor también murió.

Luis se quedó pensando en Laura. Con las cartas en las manos, lloraba. Volvió a mirar por la

ventana, el atardecer. Al día siguiente aparecería el número 50 de su revista mensual. Ocho años y

dos meses, desde aquella tarde de noviembre ¡Cuánto hubiera dado para que Patricia lo viera en este

momento, director de una revista y sin esas dudas y temores que antes lo atormentaban! Pero Patricia

ya era parte del pasado, y era mejor pensar en el futuro.

Juan dio por terminado el primer capítulo. El dejar de escribir fue volver a la realidad, como

cuando salía del cine identificado con el personaje. Luego se dio cuenta que no estaba escribiendo la

novela como la había imaginado. Habían aparecido elementos que no supo explicar...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 40

Esos amores, esas cartas... Notó que habían pasado varias horas, miró el reloj y vio que eran

las siete de la tarde, le extrañó haber tardado tanto para escribir ese breve capítulo. Se sintió cansado,

se fue a acostar y se durmió. Soñó que su realidad era una pesadilla y que Verónica era su realidad.

Sonreía dormido, como un niño que sueña con una torta de chocolate.

CAPÍTULO XI:

Regreso a la realidad

uando Juan despertó eran las doce de la noche, un profundo silencio lo rodeaba. Volvió a

pensar en la novela que había comenzado a escribir. El personaje de la novela que rompió

era Juan, que estaba enamorado de Verónica y Gabriela; ambas amores perdidos que

lamentaba. Esta segunda novela seguía la misma estructura; pero el personaje era Luis, y sus amores

Laura y Patricia. No lo convencían las cartas, eran poco literarias. Pero intentaban parecerse a las

cartas de la vida y no las cartas de la literatura, y las cartas de la vida raras veces tienen calidad

literaria.

Le pareció que estaba teniendo un error al recordar. Buscó aquel primer capitulo... sí, se

estaba acordando mal. Siguió pensando con los ojos cerrados.

Juan despertó, el matinal ruido del mar era un dulce canto. Sintió deseos de leer la novela que

había empezado a escribir la noche anterior. La buscó, estaba sobre la mesa. Comenzó a leerla:

Capítulo I

Juan miraba por la ventana la ciudad ennegrecida por el humo y el hollín; que aparecía

descolorida y apagada como un recuerdo antiguo, o como las fotos amarillas de un álbum familiar. Se

acordaba del mar, que ya era parte de un pasado que a veces le parecía ficticio como un sueño. Se

acordaba de Gabriela; tan perdida como el mar, tan hundida en las profundidades del imposible... tan

de otro tiempo. Una leve llovizna vestía la ciudad.

En su reloj ya se marcaban las 8 de la noche, y el entorno anochecido lo confirmaba. Los

automóviles rodaban por las simétricas calles, hacia sus destinos simétricos. Juan calculó las

C

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dimensiones de su silencio y de su soledad. Vio un panorama de muchas luces en muchas ventanas,

y en las calles y los automóviles. Miraba con los ojos quietos como rocas que el mar golpea. Esas

luces eran vida y movimiento, multiplicidad inasible. Pensó en Verónica que estaba veraneando en el

mar. Él había debido volver para tomar exámenes.

Hacía cuatro años ya que él y Verónica... Verónica regresaría el 5 de abril y en ese martes 8

de marzo, Juan la recordaba.

Juan dejó de leer. Había escrito dos capítulos y una pequeña parte del tercero, y era la cosa

más aburrida que se hubiera escrito jamás. Enfurecido rompió el cuaderno en mil pedazos. Lo mismo

hacía el personaje de la novela con la que a su vez escribía, y él sabía muy bien lo que hacía. Iba a

ser mejor dedicarse a mirar el mar, y soñar con alcanzar el amor de Verónica, y hasta tal vez

intentarlo.

Tal vez otro día intentaría escribir una novela; podría ser una novela sobre el mar. Sería una

novela poética y esencial. Aquel gigante merecía que él le escribiera. Aunque, pensó, qué puede

decirse del mar; qué trama puede armarse. Recordó que a Gabriela la llamaba "Ojos de agua”. Eran

de un color tan hermoso... lo miraba, Gabriela, desde el recuerdo.

Y ayer la había visto con aquel otro, en aquel maldito restaurante. No había cenado y ahora

tenía hambre, y tenía pena también. El mar susurraba ahora, como si le dijese en secreto alguna

cosa. “Ojos de agua” se dibujaba en los confines, allá donde el azul y el verde se confunden en una

línea fina.

Quería almorzar en el restaurante de Verónica, le diría que la amaba. Se sentó en su sillón de

ver pasar la vida a esperar que llegara el mediodía. Al rato recordó que no había desayunado, se

dirigió a la cocina. Estaba desordenada... como siempre. Era preciso que una mujer estuviera allí, y en

el living, y en el dormitorio. Juan se sentía solo.

La soledad es un fantasma que habita en todos los rincones, que duele en todos los

recuerdos, que lastima, que mata hasta las últimas sonrisas, que nos vacía el corazón, que llena

todos los silencios con una sensación de inexorable angustia, que nos sumerge en la indefinición de

una nostalgia cargada de muerte, que nos llena de palabras que no entendemos y que retumban

como balazos en la sombra.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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El desayuno le cayó amargo, y los recuerdos. Recordó "La canción desesperada”, del gran

Pablo. “Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos", susurró. Estaba solo, ante una taza de

café con leche y el mar con sus olas eternas. El mar también está solo, rodeado de seres imperfectos

que no cuentan con la eternidad. Él también es efímero, y un día desaparecerá... cuando la tierra

desaparezca.

Duele la vida, todos los instantes; el sufrimiento es nuestro modo de existencia. Nos

deshacemos en el aire, como una pompa de jabón. En fin... volvió a mirar el mar. Imaginó millares de

almanaques deshojándose de una manera vertiginosa. Al acabar de deshojarse; una calavera estaba

sobre el sillón de Juan. Gritó, por esta fantasía-pesadilla. La muerte nos deshoja, la muerte es una

especie de otoño; es un crepúsculo donde no vuelve a amanecer; es una taza ya vacía sobre la mesa

de un solitario; es el mar, visto a través de la ventana.

Juan buscó un cuaderno, necesitaba escribir: “Ojos de agua” ¿Has intentado beber el

contenido de la botella maravillosa? Bebo y el mundo se confunde. La ciudad habita en mí, las noches

solitarias habitan en mi ciudad que hoy me parece tan triste. Tal vez alguna de estas noches me

interne en el mar como Alfonsina.

Pensó que un veneno en el café podría librarlo, y desayunaría con la muerte; esa bella y

misteriosa dama que amamos en secreto. Era peligroso emborracharse con el fracaso.

Juan buscó la novela que había roto, juntando los papeles la reconstruyó. No era tan mala, lo

malo eran las cartas; las tachó. De este modo un capítulo quedaría más breve, pediría al lector

disculpas por esa imperfección. Se dio cuenta, además, que mencionaba hechos de su vida como si

el lector debiera conocerlos. Tal vez esos capítulos escritos servirían pero no como primero y

segundo; quizás como décimo y undécimo, por ejemplo, podrían funcionar, luego de haber contado

las otras cosas. O como noveno y décimo, o como octavo y noveno... quién sabe.

Nuevamente comenzó a escribir. Escribiría todos los días y en un tiempo no muy largo podría

terminarla. Después llevaría la novela a las editoriales. La mañana era fresca y definitiva. Se sentía

emocionado, por poder contar su vida a los lectores. O tal vez su fantasía. O mitad vida y mitad

fantasía.

De tanto en tanto dejaba de escribir para mirar el mar. La birome se deslizaba por el papel,

como respondiendo a una fuerza interior. A gran velocidad avanzaba la novela. Era como vaciar el

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 43

alma sobre el papel. Miró el reloj, ya eran las doce del mediodía. Había escrito nueve capítulos y parte

del décimo. Fue entonces que comenzó a tachar. Luego quiso leer lo que había tachado y comenzó

por el capítulo noveno: Pero... icómo, cómo duele recordar! Tantas tardes caminando juntos por la

playa ¿En qué playa te escondiste Gabriela, detrás de qué mar? Y Juan caminaba por su casa

recordando. Miró por la ventana el monótono gris de la ciudad; la playa, y el mar, y Gabriela, habían

quedado atrás. Eran las ocho de la noche, Verónica estaba por llegar.

Escuchó los pasos de Verónica en el corredor, el ruido de las llaves. Se besaron y Juan la

abrazó.

Tachó el párrafo y luego siguió leyendo. Luego un ruido lo interrumpió. Eran unos chicos que

pasaban por la calle. Siguió leyendo: Estas últimas palabras le trajeron recuerdos a Juan. Se puso

triste. Gabriela también había dicho...

Acá venia una parte que no se podía leer. Salteó y siguió leyendo: Desayunaron mirándose a

los ojos. En el marrón de los ojos de Verónica Juan creyó ver una metáfora de eternidad.

Juan salteó un largo párrafo tachado y luego continuó: Quedaron mirándose en silencio, luego

se besaron. Porque los besos parecen ser certificados de amor... Y hay el mito de que en el beso se

unen las almas. Y en ese beso Juan y Verónica parecían querer decirse: siempre estaremos juntos.

Este capítulo tenía partes muy hermosas, pero otras demasiado pesadas. Dejó de leerlo,

comenzó a leer el capitulo 10, que había tachado, este estaba apenas empezado. Capítulo X:

Despertó el miércoles con los ojos irritados de llorar. Eran las 10 de la mañana; sus padres ya habían

salido, por suerte; no notarían las señales de su llanto. Comenzó a escribir una carta para Juan.

Escribió: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Aunque te quiero no es posible... una

fuerza que no puedo explicar, nos separa. Es el tiempo. Hay otra persona, pero no es quien nos

separa. Es algo diferente, no sé... es como si hubiéramos perdido el tren”. Leyó el párrafo pero no le

gustó, no debía hablar de Alberto y además... no sabía qué, pero... Tachó y escribió: “Soy muy distinta

a aquélla que conociste, soy distinta a como fui”. Leyó estas palabras y volvió a tachar. Y entonces

escribió, sintiéndose cargada de emoción: “No soy aquélla, Juan; la de esa tarde...” esta carta la

expresaba.

Aquí terminaba lo escrito en el capítulo 10. Juan comenzó a reescribir lo que había tachado.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPITULO XII:

Muerte de los padres de Juan (2° versión)

se martes 23 de marzo se sentía solo. Dejó de escribir. Guardó lo que había escrito. Eran

las dos de la tarde y tenía hambre. Y también quería ver a Verónica; tal vez podría lograr

que ella fuera su mujer, como en la novela. Tal vez podría olvidarse de Gabriela.

Miró por la ventana, esa playa llena de sol y llena de gente y llena de movimiento de mar y de

movimiento de gente y llena y llena de sus recuerdos y de sus sueños y de sus alegrías y de sus

penas y de su soledad; y sintió que la playa lo miraba y la gente lo miraba y el mar lo miraba y los

recuerdos lo miraban y los sueños lo miraban y la soledad y la soledad y soledad y soledad y soledad,

la misma y la distinta que cada día y cada noche y el día de su muerte. Al fin eran las dos de una tarde

menos o más o menos y más las dos de una tarde menos o más o menos y más o menos y masticó

las palabras molestas y punzantes o aburridas o simplemente otro silencio.

O simplemente las catorce agujas de una superstición.

A los catorce años conoció a Gabriela, o mejor dicho la reconoció por fin.

Eran las dos de la tarde. Dos fechas son responsables de una vida. Somos emparedados. Dos

es el número de los amantes perfectos; menos es soledad y más también. Dos son los ojos y una es

la mirada. Dos son las piernas y uno es el andar. Uno es el número del movimiento y de la soledad,

uno se mueve hasta encontrar el dos y detenerse.

Miró el reloj, eran las catorce, las dos en punto de la tarde, eran las dos en todos los relojes; la

soledad clav6 sus cuernos en el alma fértil, para darle la muerte y la vida. No, que no quiso verla; la

soledad que es vida y muerte al mismo tiempo, es nacer para morir, es descubrir la vida para

encontrar la muerte, o descubrir la muerte para encontrar la vida. Una granada asesina volcó sus

granos hasta teñir de rojo el universo; era la sangre llorada por los ojos de dos generaciones, de

catorce generaciones.

Miró el reloj. Eran las catorce generaciones del misterio, eran las dos generaciones del amor:

la vida y la muerte. Que una mozuela falsa, la libertad, coronó con risas histéricas al nombrado rey. El

E

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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rey del infinito ya no abriría sus ojos, catorce enanos deformes le cegaron el alma; son los catorce

sueños de los locos. Juan despertó como de un sueño, cuando apartó los ojos de la ventana.

Desde aquel lunes, desde aquella carta de Gabriela, sólo habían pasado doce días; y se sentía

sin embargo como si hubieran pasado doce meses, doce años, doce vidas. Doce es el número del día

y del año, doce es el seis más seis de la nostalgia. Doce días, como doce siglos. Sólo catorce días

atrás se había mirado en el espejo; se había temido escarabajo o pez, o tal vez un sueño. Y luego se

destruyeron catorce espejos, catorce soles, catorce rostros.

Miró el reloj, eran las dos y media; en la casa no había comida. Decidió almorzar en un

restaurante. Buscó las llaves en el bolsillo, no estaban allí. Recordó un viaje a Sierra de la Ventana,

que hizo con sus padres y algunos primos. En el auto había ido durmiendo todo el tiempo y lo llevaron

dormido hasta la habitación. Allí se despertó. Estaban todas las persianas cerradas. Miró el reloj y

eran las doce del mediodía. Cuando le dijeron que había un salón de juegos dijo:

-Vamos a jugar

-¿A esta hora?, contestó un primo

-¿Qué tiene?-

-Son las doce de la noche (dijo su padre de un modo terminante).

En ese mismo viaje había conocido a Gabriela. El tenía nueve años y ella ocho. Cuando

volvían de esa vacación (iOh vacación la de los tristes!) fue el accidente. Todos murieron, menos él.

Pero él siguió toda la vida siendo, desde entonces, menos él, él triste, él solitario, él enamorado de la

muerte. Y las doce fueron siempre las doce de la noche, y el salón de juegos era un sarcófago. Ya no

quería recordar cosas tristes. Años había luchado hasta comprar la librería... sus padres hubieran

estado orgullosos de él.

Sus padres viajaban mucho. Una vez lo llevaron a Buenos Aires. Esa inmensa ciudad de

habitantes desconocidos y anónimos, ese universo de edificios que tapan el sol, esa profusión de

violencia y de ternura, ese gigante solitario, esa ciudad tan alegre y tan triste; había producido un

impacto en la sensibilidad de Juan, pasaron años y guardó intacto el recuerdo de Buenos Aires.

Al regresar él le contó a sus amigos.

-Hay una avenida muy ancha, que se llama Nueve de Julio, en esa avenida está el teatro

Colón, y también el obelisco.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 47

-Y cómo es el obelisco, preguntaba Jorge Brendid.

Volvió a mirar el reloj. Eran las tres menos cuarto. Debía apurarse si quería encontrar un

restaurante abierto.

Recordó las discusiones de sus padres, siempre violentas; que lo asustaron demasiadas

noches de sobresaltado despertar. Gritos y golpes y también llanto, mezclados en una especie de

sinfonía doliente; sentía en el pecho el acelerado latido de su corazón. Era inútil intervenir, nada

cambiaba. Debía esperar, a veces horas, que la pelea terminara.

Se sentía confundido, se mezclaban los tiempos y las personas en el recuerdo; y todo el

pasado fue de pronto un solo y unitario ayer, un antes difuso. Había notado ya muchas veces estas

fallas, estas confusiones. Temía estar enfermo; o era tal vez ni más ni menos que el paso vertiginoso

del tiempo, esa cósmica calesita de ausencias.

Más de un vez había llegado a comprender que el pasado, al igual que el presente, es

impreciso. El presente nos emborracha con el espejismo de la eternidad, de un continuo; y es, en

definitiva, no más que un hueco y una mentira. El poder de la mente nos asusta, porque dudamos del

corazón. Juan cerró los ojos, llenos de lágrimas.

Abrió la puerta, húmeda, como si abriera el alma. Un viento fresco le golpeó la cara, respiró,

suspiró, tuvo la certeza de que aún estaba vivo. Las calles de marzo tienen la extraña tonalidad menor

y apasionada de una canzonetta; como la de la cajita de música con sus copos de algodón

representando nieve. Acá las navidades no eran como aquéllas, las del país de la cajita; hubiera sido

más sensato festejarlas comiendo helados y con maya, en una pileta, y no fingiendo un invierno y una

nieve fuera de lugar.

Iba a ser triste el otoño, más que siempre; y esas mismas calles, convertidas en cementerio de

hojas... y de sueños, se cerrarían sobre sí mismas como ciertas flores en las noches. Iba a ser triste el

otoño... había ratificado el fracaso del amor. Gabriela estaba lejos; como la niñez, como la caricia

protectora de su madre y la tranquila mirada de papá... el de los cuentos.

Se acordó de "Corazón de lluvia”, esa compañera de la facultad. Un día, la encontró al salir, en

el tren, y ella le contó que había muerto su abuelo... "el abuelo de los cuentos". ¡Pobre corazón de

lluvia! Siempre tan quieta, tan callada, tan en su mundo donde él nunca pudo entrar... con el otoño

vienen los recuerdos.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 48

Las novelas poéticas, como esta, suelen ser lineales; Juan lo sabía, igual que yo. Pero Juan

Argidec no es Luis Alberto Battaglia, el lector no debe confundirse. Él es libre, es él, y él me escribe,

no soy yo quien lo escribe. Le preguntaron a Juan, alguna vez, por qué nunca hablaba de sus obras y

él contestó simplemente: prefiero que mis obras hablen de mí. Yo también lo prefiero, pero yo soy

Juan... Luis es un extraño. No me hablen de Luis, no lo conozco ni quiero conocerlo. Yo soy Juan.

Nunca entendí la manía de los críticos de encontrar al autor por todas partes; el autor no existe, es un

sueño del personaje... o ni siquiera eso. Juan, ya lo sabemos, tiene sueños extraños como yo. Por eso

al ver el restaurante, quiso encontrar en Verónica su vida... ¡pobre Juan, pobre escarabajo, pobre

fantasma!

Abrió la puerta como quien abre un libro, y ella estaba allí... en el restaurante, en el libro, en la

mente del autor y en la de Juan; esperándolo. Quiso escribir mejores páginas, mejores Luises,

mejores sueños. Ella, ignorante del universo, se acercó, con su sonrisa de todas las estrellas y le dio

el menú (rara palabra “menú”). En el menú de la vida, Juan lo entendió demasiadas veces, somos el

postre de la muerte; y al elegirnos la elegimos, y pagamos el precio del vacío.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 49

CAPÍTULO XIII:

Juan y Verónica

uan soñó que el menú fueran sus ojos, fueran sus labios, sus senos, su piel, todo su cuerpo, su

espalda, sus piernas; para comerla a besos, para acariciarla, para enredarse en un placer carnal

¡Oh el amor! Por un minuto de timidez un siglo de frustración. Y se quedó quieto; sin besarla, sin

acariciarla, sin contarle sus deseos. Verónica, desde lejos, lo miraba, el restaurante estaba vacío. Hizo

una seña y ella se aproximó. El pidió una comida, que no viene al caso.

La miró alejarse, la minifalda contorneaba y casi exhibía unas nalgas bamboleantes. Imaginó

correrla, tocárselas, abrazarla, llevársela del restaurante a un lugar solitario y oscuro. Se quedó quieto

como una piedra, como un homosexual, como un tarado. No debía extralimitarse, propasarse, ser un

salvaje que toma lo que desea sin importarle más. Ella podría amarlo pero no así, no por la fuerza;

debía ser por la palabra. Pero su lengua estaba inmóvil como su cuerpo, como si una gran parálisis lo

hubiera vencido.

Recordó años de estar callado, de no poder hablar, de que otros se apropiasen de su voz y

sus posibilidades; Cuántas conversaciones dejó pasar, como tantos amores y tantos sueños! ¡Cuántas

palabras se morían adentro, se pudrían adentro! Llegó Verónica y él no pudo hablar, dejó el plato en la

mesa y se alejó "No te vayas" Y él no pudo hablar. "Siento que podríamos amarnos". Y él no pudo.

"Te espero a la salida, vamos a casa". Y no pudo."¡por favor Verónica!" Y no pudo.

Se quedó solo con su comida. Todas las mesas estaban vacías. Verónica no estaba a la vista.

Comió con bronca, con ganas de llamarla para decirle todo. "No, te prohíbo llamarla". Otro le hablaría,

como él pensó hacerlo, insistiría, la conquistaría con sus palabras. "Te prohíbo llamarla" Y él no

podía... por correcto, por serio; nada de eso: un cobarde, un cobarde. "Te lo prohíbo" La llamó para

pedir el postre. Ella llegó sonriente. "Vos, como postre vos, eso quiero" Pero no, pero no. Ella llegó

trayendo el postre. "Te prohíbo hablarle" Y le gusta y le gusta. "Te prohíbo hablarle" "Quiero hablarle"

"Te lo prohíbo" "Ella se va" Y ella se fue otra vez, y él se quedó solo con su postre. "Porque sos un

tipo serio" "Un imbécil" "No, un tipo serio" Y él se quedó sin ella, muy serio. Otro tal vez la habría

conquistado, y sería menos serio pero más feliz.

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Y el se quedó a solas con su postre de persona a solas con su postre, de hombre serio y

correcto de los que nunca intentan una locura. Que de tan cuerdo se quedó solo con su postre,

comiendo con amargura. Ella lo miraba desde lejos ¿Ella esperaría su seriedad o su locura? El no lo

sabía, no podía arriesgarse.

Una nueva seña y ella llegaba con la cuenta. Latía más fuerte el corazón. Estaba decidido a

hablarle... pero no lo hizo. Y ella se fue para buscar el cambio. Cuando ella regresara le hablaría. Ella

se sorprenderla tal vez. Tal vez se daría ese milagro de estar, por la palabra, con esta que hoy era

una desconocida; mañana... Y ella regresa con la cuenta. Un "gracias" rápido. Y el se tragó todas las

palabras. Ella lo miraba desde lejos; perderse después, caminar hasta la puerta, abrirla y "otra vez

será, mañana sí, mañana le hablo" Y sabía que no, o lo sospechaba.

Había una tristeza por las calles ... La tarde, lenta y vacía, era un incomprensible trajinar de

ausencias ¿Cuándo llegaría el amor, en qué país se ocultaba la alegría? Triste como siempre, solo

como siempre; caminando sin destino por las calles monótonas, en ese otoño que comenzaba.

Recordó la muerte de sus padres. El tenía 16 años; y en una tarde como esta, le mostraron esos

cuerpos despedazados por el tren. Y estaba solo para siempre; solo, porque esa visión aterradora le

había vaciado el alma. Vacío, como la tarde; caminaba con los recuerdos.

Miró el cielo, había nubes, pronto llovería. Llover, pero yo y yo y yo, pero no yo y llover una

tempestad sin arco iris era. Está solo, con las cuatro paredes adentro de su corazón. Ella no podría

comprenderlo, habían sido muchos sufrimientos y ya no había puerta, porque era sólo todo una pared

de la que no podía verse el fin. Qué fin puede tener una pared que es todo. Y la lluvia sería mejor.

No había personas en las calles, ni una cabecita a la distancia siquiera. Hasta le parecía

escuchar sus propios pasos. Todas las ventanas de todas las casas estaban cerradas. Tal vez

hablando con el otro Juan, el que le dicen Luis, habría algún modo de cambiar el agobio de ese

paisaje de cementerio. Pero Juan, el otro Juan, estaba tan lejos... tanto, que hasta parecía jamás

haber existido.

Cada paso, cada movimiento de sus piernas, lo alejaba de la vida; como si todo un mundo

inédito, se volviera latente como un vacío corazón. Era triste la calle, larga y unánime, el fracaso que

en los huesos se retorcía de infinitos y eternidades. Recordaba, como de un sueño, un molinito de

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 51

plástico que giraba al primer viento; que sus padres le regalaron, cuando él era pequeño como los

ruidos que hacen las gotas cayentes sobre los vidrios de las ventanas.

Era la tarde, que con su tristeza lo hacía bailar en el caleidoscopio blanco y negro de las

lágrimas. Algo como una alegría brincaba de repente, pero al instante se desvanecía y una mueca en

sus labios era la única huella del diminuto sobresalto. Es tonto el juego de vivir, pensó Juan. Pateó una

piedra yaciente sobre la vereda, que se ampliaba con cada nuevo pensamiento que aparecía. Algo lo

atormentaba como una aguja sin cuerpo que lo pinchaba sin pincharlo. Era el tradicional y amargo

recorrido de los recuerdos, esperanzas que gestan desesperanzas, lágrimas rodando por su rostro

demacrado y seco.

Las sonrisas de otros días, ocupaban pequeñas tumbas. Y el impreciso canto de los árboles,

con un comenzado viento. "Es extraño y triste el universo de los locos", dijo Juan en voz alta... Y

escuchó su voz. Se acordó del libro de argidectura, que rompió... lo mismo que su vida. Era todo

dantesco y estaba cansado de caminar. Buscó las cuadras hacia su casa. Dormiría una siesta muy

larga, tal vez hasta la noche o aún la mañana siguiente.

Sería tan hermoso dormir... y soñar... y olvidar. Al día siguiente regresaría al restaurante, le

diría a Verónica. Era preciso no dejarse vencer, no declarar la retirada. Él la amaba, y ella no lo sabía.

Pero algo en los ojos de esa chica, algo como un brillo, le prometía correspondencia. Ella también lo

amaba, estaba seguro. Por eso esas miradas desde lejos y la sonrisa. Ella lo amaba... y él debía

decirle que también... que él... debía decírselo, triunfar contra el miedo.

El gran Dios, si es que tal existía, desde el cielo debía estarse riendo de sus vacilaciones. Y

ella lo amaba, estaba seguro .

De niño le gustaba hacer torres con las cosas; las ponía una arriba de la otra hasta que todas

se caían. Entonces, comenzaba otra vez. Era un juego estereotipado. Invariablemente llegaba un

momento en que las cosas se caían. Lo mismo ocurre con la vida, supo más tarde. Luchamos con

todas nuestras fuerzas, por armar realidades que siempre se derrumban.

Muchas veces había imaginado el día de su muerte, y después el velorio, el entierro, los

últimos pésames, y después la nada. ¡Oh ridículos muñecos, somos! Sólo muñecos, que un día están

y al otro ya no existen. Muñecos, sólo muñecos de la muerte (la gran titiritera). Y ella lo amaba, estaba

seguro.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Había sufrido tanto, hasta que decidió no sufrir más. Cerró los ojos, los oídos, el alma. Fueron

muchos de esos golpes que en la vida, "como un pan que en la puerta del horno se nos quema", nos

dejan perplejos. La perplejidad es sospechar la perspectiva del dolor humano. Y ella lo amaba, estaba

seguro.

Llegó a su casa.

Fueron muchos años desde aquel adiós que retornaba. Fue un adiós a ese mundo maravilloso

de los sueños infantiles. Y la puerta, la inexorable puerta, se cerró para siempre. Y ella lo amaba,

estaba seguro.

Eran las cuatro y media, se tiró en su sillón a ver pasar la vida. Quería dormir. Cerró los ojos.

Pensó en Verónica y recordó su rostro. Debía decirle que la amaba... para que no se fuera, como

todas las cosas. Para que ella no pasara como la niñez. Para que no se escondiera y ya no poder

encontrarla. Y ella lo amaba, estaba seguro.

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CAPITULO XIV:

Intento de suicidio

ella lo amaba, estaba seguro. Con los ojos cerrados, contaba los segundos que

desaparecerían para siempre. Él era un habitante del otoño, desde niño. Por eso lo

emocionaban las hojas secas caer o ser llevadas por el viento. Y las lluvias del otoño,

testimoniales de un acontecer horizontal, eran parecidas en su esencia a la línea definitiva de

cualquier crepúsculo. El otoño, la lluvia y el crepúsculo; he aquí su vida. El otoño como un

adormecerse de la alegría, el crepúsculo como el principio de la sombra, y la lluvia como un monótono

sucederse de penas infinitas. Eran las tres vigías, las tres acompañantes, los tres corazones de Juan,

los tres misterios. Y ella lo amaba, estaba seguro.

No lograba quedarse dormido, y arreciaban los pensamientos como vientos violentos. Sufría...

porque se sufre. Toda la vida se sufre. iCómo sufría Juan! Y a veces ya es tarde para todo. O aún no

hay cascabeles en las manos. Lágrimas empezaban a caer desde los ojos de Juan, cerrados. "Es

bueno llorar", le había dicho una vez su abuela. Él era pequeño, pero nunca se olvidó de aquel día.

Era el otoño también, también llovía, y Juan lloraba por la muerte de su padre... el cáncer no perdona.

Al día siguiente su abuela murió y el pequeño Juan vino a quedarse un poco más solo. Su madre

lloraba por su esposo y por su suegra, y el pequeño Juan la miró y le dijo: es bueno llorar. y ella lo

amaba, estaba seguro.

Ahora, con tantos recuerdos, con esta lluvia otoñal; Juan, el siempre Juan, lloraba como un

escarabajo (¿cómo lloran los escarabajos? Con la cara hacia abajo). Estaba tirado en el suelo; y el

suelo le dolía, lo mismo que los huesos. Vallejo sabía que un jueves. Juan Argidec, sabía que iba a

morir un viernes. Porque ese viernes lluvioso, había visto el rostro de la muerte. Y fue entonces que

húbolo al fin sabido: la muerte no tiene rostro. La muerte es irse quedando sin palabras hasta que al

fin sólo suena una frase repetida. La muerte, por lo monótona y por lo gris, es parecida al otoño. Y ella

lo amaba, estaba seguro.

Al día siguiente murió su madre, y el pequeño Juan lloraba por las tres muertes. Su madre fue

asesinada cuando el tenía ocho años; un psicópata que la violó, la golpeó, la torturó, dejando su

Y

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cuerpo destrozado sobre la vereda fría. Y era el otoño. En torno de ella los pedazos de su ropa negra,

le daban el espanto. Juan no la vio, un tío se ocupó de todo. Y el pequeño Juan fue a vivir con ese tío;

era el tío Félix, un hermano de su madre. Llegaría a conocerlo mucho y sentir por él un cariño inefable.

Al día siguiente murió su tío... un síncope. Y ella lo amaba, estaba seguro.

El pequeño Juan fue a vivir con sus abuelos, los padres de su madre. Ellos estaban cargados

de odio y de tristeza; querían la muerte del criminal, querían agarrarlo con las manos y matarlo como a

un perro rabioso. No podían detener sus alusiones, ni aún enfrente de Juan. El pequeño se acordaba

de su madre, que era tan etérea y tan hermosa... Ellos no podían ocuparse de él, porque él era la vida

y ellos estaban con la muerte. Y al día siguiente murió su abuelo, y él estaba con su abuela y debía

cuidarla. Y ella lo amaba, estaba seguro. Este viernes lluvioso se acordaba de su abuela, esa anciana

bajita de huesos chicos que lloraba la muerte de su esposo. Y Juan se acordaba también de él, aquel

pequeño Juan que ya no sería, con los ojos llenos de lágrimas ahora y entonces; y Juan, el Juan

adulto, sentía envidia del pequeño Juan con tanta vida por delante. A la hora de la recapitulación, de

rendir cuentas de lo que hicimos con nuestra vida, él ¿Qué podría decir? Si había pasado los años y

los días viendo pasar los años y los días ¿Qué podía decir? Y ella lo amaba, estaba seguro.

Y al día siguiente murió su abuela, esa anciana bajita de huesos chicos. En el pequeño cajón,

daba una pena tan grande.... tan grande.... Y Juan lloraba, como un traidor; estaba solo, como un

traidor; aislado de la gente, como un traidor. Quién le tendería su mano, si todos morían los que

querían ampararlo. El se sentía culpable, sentíase portador de la muerte, y quería morir. En el

orfelinato, finalmente, Juan encontró su hogar. Y ella lo amaba, estaba seguro.

Abrió los ojos. Miró por la ventana. Afuera llovía. Un relámpago, luego un trueno. Se secaba las

lágrimas con un pañuelo. Cuando iba a guardar el pañuelo vio que estaba lleno de sangre. Se puso de

pie. Caminó hasta el baño. Encendió la luz. Se miró en el espejo; tenía el rostro lleno de sangre. iQué

era esto ahora, qué otra cosa más debía soportar! Comenzó a limpiarse y vio que no era sangre. Y

ella lo amaba, estaba seguro.

Pero ¿Qué era ese líquido rojo que no reconocía? Se limpió con la toalla. Cuando acabó de

limpiarse llevaba la toalla para lavar pero al mirarla notó que estaba totalmente limpia ¡No, no podía

ser! Rápidamente buscó el pañuelo, y el pañuelo también estaba totalmente limpio. Volvió al sillón del

living, se sentó. Luego se acostó en el suelo para dormir allí. Y ella lo amaba, estaba seguro.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Dormir en el suelo, es como encerrarse en el baño para llorar. En el orfelinato, muchas veces,

se encerraba en el baño para llorar... toda la vida. A veces, de pura soledad, se acostaba en el suelo

para dormir... pero no dormía, pensaba. Se acordaba de sus padres, de sus abuelos, de su tío. Se

acordaba también de esa chica que una vez había conocido. Esa que le había dicho que quería morir.

Y ella lo amaba.

Se puso de pie, caminó desesperadamente. Hoy esperaba a alguien, y ese alguien no llegaba.

Eran las cinco y media de la tarde de ese viernes 23 de Marzo. Ella no llegaba. Caminaba hasta la

puerta y miraba por la cerradura de la trávex. Ella no venía ¿Qué haría si ella no venía más? ¡por qué,

por qué otra vez! Debía disimular ante sí mismo. Y ella lo amaba.

Quién era ella, no lo sabía. Tal vez era su madre, o su padre, o él mismo, o la infancia, o la

muerte; él no lo sabía. Se sentó en su sillón de ver pasar el tiempo. Tuvo ganas de vomitar. Tenía frías

las manos. Estaba llorando, y las lágrimas caían sobre el sillón "¡Por qué Dios mío!", susurró.

Miró el reloj, eran las seis menos cuarto. Se quedó mirando cómo la aguja giraba y giraba. Su

tristeza se detuvo por un momento, como un bebé que deja de llorar cuando le muestran un sonajero

¡Qué lindo era estar así! Un momento sin esa tristeza torturante.

Luego la tristeza retornaría, como siempre; le vendría a dar una paliza. Y él habría de quedarse

entumecido, con dolores, con los ojos hinchados. Le dolía la cabeza. Sentía deseos de vomitar. Miró el

reloj. Eran las seis. No se vomita a las seis de la tarde.

Tenía ganas de quedarse muerto. Se puso de pie; caminó nuevamente cada vez más nervioso.

De haber vivido en un departamento se arrojaría por la ventana. Buscó la llave de gas, la abrió.

Se sentó nuevamente. El olor del gas era desagradable, pero sería agradable morir. Cerró los

ojos, le vinieron recuerdos. Escuchó que golpeaban la puerta.

-¿Quién es?

-Raúl

-¡Me asfixio, Raúl, auxilio!

Luego de decir estas palabras Juan se desmayó.

-¿Por qué lo hiciste?

-Estoy cansado de vivir.

-Y ¿Por qué pediste auxilio?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Porque tuve miedo, Raúl, tuve miedo.

-¿Qué es lo que te pasa?

-No sé... es que la vida me resulta tan difícil. Andate Raúl, es tarde.

Raúl lo mira con desconfianza.

-No voy a hacer ninguna locura.

-¿Te puedo creer?

-Sí

-Me voy, entonces.

-Andá Raúl

-Chau Juan... te llamo

-Chau

Raúl abre la puerta

-Raúl!

-Qué Juan.

-Gracias.

Raúl contestó algo que el escritor no pudo escuchar, y luego cerró la puerta.

Vuelven a golpear la puerta. Juan abre.

-Quién es Ud.(pregunta).

-Soy el autor de la novela.

-¿Qué novela?

-Tu vida.

-¡Mi vida no es ninguna novela! (dice Juan irritado).

-Sí, toda vida es una novela y la tuya también, y yo soy el autor.

-¡Bueno, basta! Dígame a qué vino y márchese.

-Vine porque me perdí una frase, no escuché lo que dijo Raúl al final.

-Ah, era eso, dijo: "punto final".

-¿Eso dijo?

-Sí

-¡Ah, claro! entonces terminemos el capítulo.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Entonces ¿el autor es él?

-¡Por favor, te dije que terminemos!

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CAPITULO XV:

Comienza la furia del restaurante

ueno ¡¿ahora me puede contestar?!

-Ahora sí, porque empezamos otro capítulo.

-¡Contésteme!

-¿Me podés repetir la pregunta?

-Le pregunté si entonces el autor era él.

-No, el autor soy yo.

-¿Y por qué, si el autor es Ud., cuando él dice "punto final" usted pone punto final?

-Porque hay que hacerle caso a los personajes.

-¡Ah, no, eso no! Porque yo también soy escritor y sé que los personajes dicen lo que el autor

quiere que digan.

-Estás equivocado, es al revés, el escritor dice lo que los personajes quieren; el autor siempre

le hace caso a sus personajes.

-¿Siempre?

-Si, siempre

-Usted dice que yo soy su personaje, ¿no es cierto?

-Así es.

-Usted también dice que el autor siempre hace caso a sus personajes.

-Sí.

-Entonces usted tiene que hacerme caso ¿Me equivoco?.

-No te equivocás.

-Entonces le ordeno que me dé la razón en esta discusión.

-No

-Entonces existen tres posibilidades: es mentira que yo soy su personaje, es mentira que los

autores le hacen siempre caso a sus personajes, o Ud. no es el autor.

-Existe una cuarta posibilidad

-B

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-Qué

-Que yo me equivoque

-Estoy de acuerdo, ahora váyase de mi casa.

Juan se quedó solo en la habitación, pensando en la última frase de Raúl. "Punto final" había

dicho Raúl ¿Qué habría querido decir? ¡No! Dijo eso como pudo haber dicho cualquier otra cosa. Raúl

recién acababa de cerrar la puerta, si salía lo podía encontrar y preguntarle qué había querido decir.

Se puso de pie y corrió a la calle. Pero Raúl ya no estaba, ni a lo lejos. Regresó confundido. Al entrar

estaba sonando el teléfono.

Era Raúl.

-¿Desde dónde me llamás? (preguntó Juan).

-Desde mi casa

-No puede ser

-¿Qué cosa no puede ser?

-Que hables desde tu casa

Hay un silencio. Luego vuelve a hablar Juan

-¿Raúl?

-¿Qué, Juan ?

-¿Puedo, si me siento...., volver a llamarte?

-Sí, cuando quieras, no te preocupes por la hora que sea... ¿Querés que vaya a verte?

-No, me siento un poco confundido... pero no hace falta. Ahora corto, Raúl, porque me voy a

almorzar (mira el reloj) ¡Raúl!

-Qué

-¿Qué día es?

-Miércoles

-¿Estás seguro?

-Totalmente

-Entonces... (Juan se interrumpe)

-Sí, Juan, pasaron cuatro días

-Bueno, Raúl, me despido; perdoname por las molestias que te debí ocasionar.

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Ese "me despido" a Raúl no le sonó nada bien.

-Chau querido, llamame.

-Chau Raúl.

Juan vuelve a mirar el reloj, son las 11 de la mañana de ese miércoles 28 de Marzo. En

realidad es temprano para comer. Está aburrido... qué puede hacer ¿Escribir? Va a buscar un papel.

Escribe:

Cada escarabajo

tiene un correlato en las estrellas,

las estrellas son escarabajos

ellas

Deja de escribir. Sería mejor salir a la calle, hablar con una chica. O, mejor aún, ir al

restaurante donde Verónica... decirle que la ama. Miró el reloj nuevamente... eran las 11 y 10. Las 11 y

10 de ese miércoles 28 de Marzo, de esa mañana chata como una parva; vacío renacer de un

horizonte ya amanecido, desparejo, poblándose hasta el límite de todas las ausencias.

Cuando ya es tarde para todo, pensó Juan, se desenroscan las primaveras opacas hasta la

cúspide de un cielo desarticulado; hasta el mar. Luego no entendió lo que había pensado. Se quedó

quieto, sentado en el sillón, cerró los ojos; sintió de pronto una gran tranquilidad.

Tenía hambre, abrió los ojos, miró el reloj; eran las 11 y 20. Estaba cansado. Recordó cuando,

en la facultad, tenía que estudiar para un parcial. Pensó llamar a Raúl, luego pensó que mejor no. La

llave del gas estaba ahí, sólo tenla que abrirla y acabaría su sufrimiento. Sería algo hermoso, se dijo,

poder almorzar con la muerte: su amada verdadera. Se acabarían las angustias y los problemas. Y,

siguió pensando, libre al fin, podría empezar una nueva vida (se detuvo); corrigió: una nueva muerte.

Podría empezar una nueva muerte, ser más feliz.

Se puso de pie. Miró el reloj, eran las 11 y media. Se acostó en el suelo, era como para estar

más cerca de la tierra. Los muertos se hunden en la tierra, se los traga la tierra. El quería también

unirse con la tierra, ser un manjar para los gusanos. Miró el reloj, eran las 12 menos 25. Tenía

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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hambre, pero también quería morir. Estaba en una disyuntiva: matarse o almorzar. Finalmente se

decidió: primero almorzaría y se mataría después. Debía ser un almuerzo especial. lría al restorán de

Verónica, pediría cazuela de mariscos; luego al regresar se cortaría las venas, no quería el gas, quería

ver la sangre.

Uno puede pasarse toda la vida escribiendo una novela, y después romperla ¿Por qué no? Si

uno es el dueño de lo escrito. Juan no comprendía por qué el suicidio no está permitido; si uno es el

dueño de su vida, decía. Tal vez sea, no sé si Juan lo supo o lo sabe o lo sabrá, que uno no es el

único dueño o que la vida no puede tener un dueño.

Salió de la casa. Quería que Verónica lo viera antes de morir. Todos sus amigos lo habían

abandonado, excepto Raúl. Eran amigos falsos, siluetas de cartón. Es fácil la amistad en la alegría.

Pero los verdaderos amigos no dejan de serlo porque haya desaparecido la alegría. Tuvo que aceptar,

que ninguno de sus amigos lo fue (salvo Raúl).

Para qué vivir cuando uno se ha quedado sin amada y sin amigos. Todos ellos sabrían lo que

habían logrado dejándolo solo. Sabrían que por ellos se mató, que buscó una mano amiga en la

desgracia y no pudo hallarla. Estaba muy cansado de vivir, y no tenía fuerzas para empezar de nuevo:

otros amigos, otros amores, otras esperanzas.

Caminando por la calle se sentía a la vez triste y alegre. Pensaba en Gabriela al enterase de su

muerte, ella sufriría como él sufrió. Se preguntó si Verónica sufriría al enterarse. Tal vez no.

Estaba triste y la gente que pasaba a su lado podía verlo llorar. Las lágrimas caían hasta los

labios, mientras caminaba contra el viento que el rostro le golpeaba como una cachetada suave.

Si Verónica lo hubiera querido, este suicidio podía haberse evitado. Pero Juan ya no tenía

fuerzas para ofrecerle amor a una mujer, ante el riesgo de ser confundido con uno de los tantos

donjuanes que apestan el mundo y ante la posibilidad de un rechazo. Si ella lo hubiera querido. Si él

aún, como escribió Discépolo, tuviera el corazón perdido en tantos desconsuelos; tal vez entonces...

pero no, ya era muy tarde para todo.

Llegó al restorán. Un mozo canoso, de ojos inquisidores, atendía las mesas. Juan, con la

mirada, buscaba a Verónica pero ella no estaba por ningún lugar. Le preguntó al mozo. Éste le explicó

que él no era el mozo (parecía querer dejarlo muy en claro) sino el dueño del restaurante y que

Verónica era su empleada y la había despedido.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Juan preguntó por qué.

El hombre se acercó y en tono de confidencia le dijo que él era un hombre grande y que,

bueno, el entendía, la chica estaba muy bien y que, bueno, el entendía; y que después se ponían

fastidiosas y había que echarlas.

Mientras el cerdo hablaba Juan se preguntó qué querría decir con que se ponían fastidiosas.

Daba a entender además que no era la primera vez que...

-¿Y ella quería? (preguntó Juan).

-Y bueno... usted sabe... (Lo llamaron de otra mesa) -discúlpeme (dijo el cerdo, y se fue a

donde lo llamaban).

-¿Y ella quería? (gritó Juan).

Todos lo miraron reprochantemente, porque en los restoranes no se grita, hubo murmullo.

-¡Qué, que les pasa (gritó Juan, nervioso), por qué no me dicen a la cara lo que murmuran!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPITULO XVI:

Continúa la furia del restaurante

uan se puso de pie, estaba enfurecido. Agarró al cerdo de la solapa.

-¡Contestá, cerdo inmundo, ¿Ella quería?!

-¡Por favor, estamos entre personas civilizadas! (exclamó el cerdo atemorizado).

Nadie intervenía en la pelea, todos se limitaban a hacer comentarios desde su silla.

-¡Carajo, ¿ella quería?! (Juan cada vez gritaba más).

-¡Por favor!

-¡¿Quería o no?!

-Bueno, sí quería.

-¿Se lo preguntó? (Juan disminuyó su furia).

-Bueno hay cosas...

-Se lo preguntó.(Juan estaba volviendo a montar en cólera).

-Por favor (susurró el cerdo con lágrimas en los ojos ), soy un viejo, déjeme.

-Pero para violarla no era un viejo (la gente comenzó a mirar con atención).

-Yo no la violé.

-¡Cerdo inmundo!.

-Por favor, déjeme.(Juan lo arrojó violentamente contra una de las mesas).

-¡Y le juro que voy a volver! (gritó)

Juan estaba furioso, ya no pensaba en matarse. Pensaba en Verónica, que había tenido que

ceder ante la fuerza de ese cerdo. Y él que la quería tanto... ¿donde buscarla? iCuántos cerdos cómo

este y cuántas Verónicas desvalidas andaban por el mundo! Estaba furioso y estaba triste, pero no era

una tristeza como la de antes. Debía matar a ese cerdo, estaba decidido.

Había sido un cobarde. Debió golpearlo y golpearlo y golpearlo, hasta que su cerda sangre

bañara el piso del restaurante. No podía tragarse la bronca. No era posible que siempre los violadores

se salieran con la suya, contando con el silencio de la víctima, con la vergüenza de la víctima; no podía

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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ser que nunca hubiera castigo para ellos, que los cerdos se quedaran riendo y las Verónicas

atropelladas lloraran hasta la resignación.

Cada violación, es una vergüenza para la humanidad. Quien procura un placer que a otro lo

tortura, quien pone sus deseos por sobre la libertad de los demás; debe ser castigado con la mayor

severidad. Y más aún en el caso de una violación, por el daño enorme que siempre ocasiona. Queda

una vida destrozada, para que un ser sin piedad y sin escrúpulos obtenga un placer enfermo y

repugnante iPobre Verónica! Él no podría soportarlo. Debía matar a ese cerdo, y no sería una muerte

cualquiera... sería... debía pensar una muerte con sufrimiento. El cerdo debía gritar, pedir piedad; y él

sería implacable, como el cerdo debió serlo con Verónica.

Juan estaba ciego por el odio, no comprendía que ese asesinato lo transformaría en un hombre

despreciable como el que quería matar. Caminaba por la calle sin mirar a su alrededor, sólo miraba

para adentro. Recordó un ensayo que había leído una vez, era un ensayo sobre las patotas. Sintió la

necesidad de releerlo. No recordaba bien dónde lo había leído.

Vino a su mente una frase: "el viento del mar caza errantes gaviotas". Era de un poema del

gran Pablo, no recordaba cuál. Luego recordó aquel de César: "Hay golpes en la vida..." ¿Cómo era

que se llamaba? Ese poema que le da nombre al libro... ¡sí! "Los heraldos negros". En un tiempo

había creído que los heraldos eran flores. Pero eran mensajeros. Los heraldos negros eran los

mensajeros de la muerte. El, pobre habitante del pobre universo, enviaría al repugnante cerdo los

heraldos esos.

Sería una manera de limpieza. Hay personas, pensó, que no merecen la vida. De hecho, todo

delincuente es un disidente de la vida. Y así las cosas, él debía matar al cerdo. Lo odió con toda su

alma.

Abrió la puerta, entró a su casa. Buscó un cuchillo... lo mataría con ese cuchillo. Ahora mismo...

volvería al restaurante. Verónica sería vengada. Debía buscar una manera de llevar el cuchillo sin que

se viera, porque no podía caminar por la calle con un cuchillo. Miró el reloj, era la una; si no se

apuraba cerraría el restorán y él debería esperar a la noche para matarlo. Ya vería ese cerdo quién

era él, ya se arrepentiría de lo que había hecho.

-Hola Juan (dijo Verónica con una amplia sonrisa).

-¿Volviste? (preguntó Juan).

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Sí, Buenos Aires está precioso.

-Pero el dueño... (Juan se detuvo)

-¿El dueño de qué?

-Del restaurante

-¿Quién decís vos?

-Uno gordo, canoso.

-Lo eché (Verónica puso cara de furia).

-No entiendo.

-¡La única dueña del restorán soy yo! Perdoname que te grite

-¿Por qué lo echaste, te hizo algo?

-Mirá, estuvo diciendo que él era el dueño del restaurante y además hizo un escándalo...

-¿Pero a vos te hizo algo? (interrumpió Juan)

-Ya te dije

-No, pero yo me refiero... a vos, a tu persona.

-¿Qué es lo que querés saber? (contestó Verónica sentándose a la mesa).

-Si él te hizo algo

-¿Qué te pasa? (preguntó Verónica afectuosamente)

-¿Por qué?

-Porque estás raro... no sé, como si hubiera algo que pensás, que no me lo querés decir.

-Hay algo que siempre te quise decir

Verónica interrogó con la mirada. Juan mantuvo silencio.

-¿Qué es, Juan, lo que siempre... (Verónica se interrumpió porque Juan hizo ademán de

hablar, pero se quedó callado).

-Animate (agregó Verónica).

Juan se mantuvo en silencio

Verónica se puso de pie.

-¿Qué vas a comer?

-¿Cómo? (preguntó Juan desconcertado).

-Claro... no te olvides que este es un restaurante.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Cazuela de mariscos.

La tarde duele, las calles de un otoño recién nacido. Juan, caminando lentamente, pensaba en

Verónica. Por qué no le había dicho que la quería, por qué calló; por qué dejó caer sobre sí el telón

negro del olvido, del fracaso, de la muerte, de la soledad. Estaba solo, caminando por una calle

amarga, con el corazón desgarrado y una pena infinita. Estaba triste para siempre, sin esperanzas, sin

remedio estaba solo.

Miró el reloj, eran las cuatro menos cuarto de ese miércoles interminable; iQué vacación la de

los tristes, qué largo malentendido! Las lágrimas brotaron de sus ojos, como flores de tristeza. Hubo

recuerdos. Vacíos ya los horizontes, la vida fuera una absurda y abrumadora carrera sin fin. Juan

recordó una estrofa de un viejo poema:

Cuando era niño nada me importaba,

vivía muy feliz corriendo al viento,

pero corría porque me escapaba

de la tiniebla de mi pensamiento.

Por qué correr, se dijo Juan, si no podré escaparme fe mi mismo.

Una angustia innombrable le arremolinó la pena y el miedo, como comparsas de un carnaval de

tumbas y naufragios, y un carnaval abierto al cósmico vacío de los labios mudos y de los paralíticos

mundos superpuestos, y la certeza de haber nacido en vano. Y eran pocas las lágrimas para el abismo

de su alma.

Recordó la muerte de sus padres. El tenía 20 años, y tuvo que hacerse cargo de sus

hermanos. Ellos eran chicos y tenían miedo. Luego también ellos murieron, en aquel incendio... dolía

recordar. Y él siempre se sintió culpable por haberse salvado. Y ahora sus hermanos venían a

buscarlo; porque en la muerte, pobrecitos, también deberían sentirse solos.

Era tarde ya, y hacía mucho frío detrás de los párpados. Todo estaba perdido desde muchos

años, y muchas cosas.

Entró a la casa, dejó el cuchillo en el cajón. Se sentó a ver pasar las horas. Ya no tenía fuerza

para nuevas empresas. Lloró, como cuando era niño. Pero entonces no sabía de la muerte, del

fracaso, del dolor. Y ahora sí, ya había sido iniciado por la vida. Ahora sus lágrimas estaban llenas de

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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recuerdo, y de imposible. Ellas eran el único fruto de su esfuerzo y esperanza. Muy tarde ya para

creer, siguió llorando con los puños apretados como un feto.

Ya no podría volver al restaurante, sería preferible resignarse a una vida sin ella. Estaba solo

como los líquenes, como las piedras, ya sin boletos para viajar a la alegría, ya privado de los últimos

puentes. Y Juan, el pobre Juan, era tan pobre Juan en esa tarde de fantasmas ...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPITULO XVII:

La furia se transforma

abriela tenía razón: ya no eran los mismos, ya no serían los mismos; algo estaba perdido

para siempre. Miró el reloj, eran las siete de la tarde. Cerró los ojos para dormir, o morir.

Para qué continuar con esa farsa de la vida, sabiendo que la meta inevitable serían

esqueletos desgastándose lentamente hasta también ellos desaparecer.

En la morbosa desesperación de hallarse limitados en el tiempo, de ser circunstanciales en la

oración del universo; actores de una tragedia cósmica; acabamos resignando nuestra ambición de

inmortalidad a un eco de aplausos tras telón. "'Vivir en el recuerdo", la última de las mentiras. Juan ya

no quería engañarse, y el llanto se adueñaba de sus ojos.

Para qué amar, después de todo, si ha de ser tan sólo un relámpago dentro de la oscuridad

infinita. Y sin embargo una emoción surge de a ratos, que empuja a gritar que estamos vivos y amar

con todas nuestras fuerzas. Porque, aunque pigmeos en una tierra de gigantes, los hombres tenemos

amor propio y queremos extenderlo a los demás.

Abrió los ojos, afuera anochecía. La playa se iba desolando, también sus ojos. Otro amor tal

vez apareciera, una extraña palpitación se lo anunciaba; tal vez el amor definitivo, el que soñaba

desde siempre ¿Sería Verónica? Él no lo sabía, sólo no ignoraba que algo estaba cambiando y que

quizás lo que soñó toda la vida llegaría en un minuto.

Buscó un papel, quería escribir. Escribir que estaba solo y que tenía miedo y que una extraña

fascinación de amargura lo volvía capaz de ver los ojos tristes de una lámpara, lo mismo que Serrat.

Tuvo soledad de estar allí, con el blanco papel invicto y extendido sobre la mesa marrón.

La noche, ese terrible carnaval del universo, redondeaba su furiosa libertad. Era el otoño de los

pájaros muertos. Y él, ridículo soldado de una ridícula batalla. Se ampliaban en curvaturas inefables

los laberínticos incontenibles de una inicial caída líquida, cósmico juego de un intento pseudo-

inventador cuan rutinario estigma inexplicablemente volcado sómbrico y alargado sobre siempre

planas y gastadas inmensidades transparentes de los cristales.

G

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Mirar caer, tras de la noche, con la ilusión de ser también protagonista de la escena. Y un frío

rápido mordía la certeza de los pinos. De pronto recordó una frase que escuchó decir en la niñez:

"todo el que lleva luz se queda solo". Soñó el consuelo de que fuera reversible, como la alegría.

Mirando llover, pasaron las horas. Al cabo miró el reloj, eran las 11 de la noche. No tenía ganas

de buscar un restaurante para cenar. Fue a investigar en la heladera. Había unos pedazos de

zanahoria hervida, carne y fideos. Sería su cena.

Mientras comía se acordó de su padre iCuántos días habían estado juntos en la librería! Y al

morir su madre, él fue su único ayudante. Padre e hijo, solos en el mundo; unidos por la librería, por el

trabajo. Y cuando murió su padre, ya muy viejo, Juan vendió la librería (ya no tenía sentido).

Muchas veces recordaba la librería. Tenía un nombre muy extraño: "Librería Argidectura: un

circular". Una vez le había preguntado a su padre por qué ese nombre. Y él le había explicado que la

llamaba así por un libro que tuvo y había roto. Juan, sin embargo, nunca creyó esa historia.

En esta noche fría Juan hubiera querido que estuviera su padre, para contarle cuánto lo había

querido. A su madre pudo decírselo muchas veces, y cuando su padre murió ni él ni ella pudieron

decírselo. Ella lloraba, él lloraba, y aquel cadáver frío no podía escucharlos. Juan pensó: qué

antipáticos son los muertos. Su madre lloraba. Y él la amaba, estaba seguro.

Los recuerdos son algo así como renacimientos, pero renacimientos engañosos. Cuando Juan

se acordaba de sus padres era como si ellos nunca hubieran muerto, como si ese tren jamás hubiera

atropellado el auto donde viajaban. Aquel terrible accidente, ese sí, nunca había muerto. La muerte de

los seres queridos gana un recuerdo más persistente que la vida. Es una paradoja. Sólo con nuestra

propia muerte subsanamos la falla; que heredan nuestros hijos.

Luego de comer, quiso dormir. Pero estaba alterado por los recuerdos. El orfanato era tan

triste. Él hubiera querido conocer a sus padres.

Cerró los ojos, llenos de lágrimas. Al abrirlos era de día, el sol lo encegueció.

La soledad, pensó, es un navío de todas las tormentas. Ya no llovía afuera, pero adentro

siempre llovía. El mar estaba intensamente azul.

Decidió cambiar el título de su novela: la llamaría Invasión, de ese modo podría pasar como... o

podría ser también Invasión De Escarabajos, para atrapar al público. Aunque era en verdad una

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 70

invasión de escarabajos, por tanto no era mentir. Sólo que era importante poder captar la alegoría, ¿o

no? Tal vez "inventar" cualquier alegoría y punto.

Sí, punto aparte.

Pero no punto final, porque Juan siguió pensando. La comida de la noche le había caído

pesada. Imaginó poner un restaurante de insectos; luego descartó la idea, porque los insectos son

muy tirados para comer en restaurante. Recordó cuando vendía escarabajos en la playa.

Sería bueno poner un restaurante; competir con Verónica, ganarle o ganarla. Sería un plato

fuerte. Después de todo sus padres se habían equivocado, en vez de una librería debieron poner un

restaurante: el estómago es mejor negocio que el cerebro. Dale a un hombre comida y habrá de

venerarte, dale cultura y te tildará de imbécil.

Sin embargo el alimento espiritual... la librería, en cierto modo es como una casa de comidas;

un restaurante es como una biblioteca. Sin embargo, no hay restauranes públicos y gratuitos (¿lo

pensaste?).

La cultura es a la vez más apreciada y menos apreciada que la comida.

Mientras nos distrajimos Juan salió de la casa. Hay que buscarlo. Salimos tras él.

Allá va, en la otra cuadra.

-¿Quiénes son ustedes que me siguen? (preguntó Juan).

-Mucho gusto, yo soy el autor y ellos son los lectores.

-Mucho gusto (dice Juan)

Hay un silencio.

-¡Contestale a Juan! Sí vos, no te hagas el distraído. Vos, ¡sí!, vos, el que está leyendo. Bueno,

distraído si sos un él y distraída si sos... Pero contestale.

-Discúlpelos, creen que no se puede hablar con un personaje; es eso del respeto... usted sabe.

-Sí por supuesto, pero, cambiando de tema, ¿usted dijo que era el autor?, porque el autor soy

yo.

-En realidad es él.

-Sí, en eso tiene razón.

-¿Seguimos?

- Sí.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Juan cruzó la calle, casi lo pisa un auto. Estuve por gritarle que eso no figuraba en la novela,

pero finalmente me conformé con dejar constancia de ello.

Juan pensó que debía tener más cuidado, por estar distraído imaginando cosas extrañas había

puesto en riesgo su vida ¿Qué lector?, si acá no hay ningún lector.

Juan caminó por las calles recién otoñales, como los recuerdos. Hacía sólo siete días se había

encontrado con Gabriela, en aquel triste jueves que nunca olvidaría; y era como si hubiera pasado

toda la eternidad. Y ya Verónica nunca podría amarlo. Todo lo había destruido con su actitud, igual

que el libro de argidectura.

Se acordó de la cosa redonda, debía recuperarla. Fue a la casa de antigüedades, aún no la

habían vendido. Se la cobraron el triple pero el dinero no importaba, no quiso discutir. Con la cosa

redonda debajo del brazo entró a su casa.

¿Qué le puede pasar a un personaje, de un cuento, una novela, o una vida? Algo simple y

tremendo, extraño y trágico, amargo y sutil: se le puede morir el corazón. Y ya sin corazón pasar las

horas o las páginas. Y ya sin corazón mirar atardecer las lágrimas, para volver a amanecer. Correr la

suerte por los rincones tristes, y que sea la de los otros... fantasía, libertad. Ir devorando todas las

estrellas hasta quedarse ciego de recuerdos y palabras, hasta otro tiempo, hasta otro libro, hasta otras

lágrimas y otros horizontes.

Estaba comenzando a atardecer, el sol anaranjaba las olas del mar e iba a perderse en el

abismo del horizonte. Con los ojos fijos en la cosa redonda, Juan.

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CAPITULO XVIII:

Soledad

aían lenta y precisamente las cosas más amadas. Y recordó ese sueño que le contara

quien amó o amaría. Y tuvo pena. Y es que hundirse en la distancia para que se enfríe el

dolor, y es que buscar afuera lo que adentro ya se ha perdido; y es que, ioh desgracia!,

nunca regresa la niñez y al mismo tiempo jamás nos abandona. Y somos vacilantes buscadores de

imposibles, por los años de los años hasta el fin ¡Oh nuestra vida!

La noche se adueñaba de las cosas. Solo, en la oscuridad, Juan, pensaba en su vida. Daba

igual vivir o haberse muerto, reír o llorar, ilusionarse o desilusionarse, daba igual la primavera o el

otoño, las flores nacientes o las hojas moribundas, el sol o la lluvia, la noche y el día; después de

treinta años de luchar contra la muerte y contra la vida, después de ilusionarse y desilusionarse tantas

veces, ya todo era igual.

La noche transcurría, un jueves agonizaba (tal vez el último). Juan, el siempre, no tenía fuerzas

para vivir y no tenía fuerzas para morir. Sentado en su sillón de ver pasar la muerte, estaba quieto

como si fuera ya sin pasos.

Miró el reloj en la oscuridad, y la fosforescencia le dio alegría. Eran las 11 de la noche de ese

jueves 29 de marzo. Sólo 26 días, el doble y la mitad de una desgracia, lo separaban de otro tiempo y

otra vida. De a ratos, por la ventana, veía fosforescencias en las olas. La luna llena iba cambiando su

lugar en el cielo. Adentro el silencio, una canilla que goteaba, la soledad.

Como un condenado a muerte (que lo somos) volvió a mirar el reloj, eran las doce menos

cuarto. El estúpido zumbido de un mosquito, tradicionalmente detestable, daba en levantarle el ánimo,

si es que tal ¡Que lo picara, que lo picara pronto! Y el pequeño animal rondaba como una promesa

esperada demasiado, no llegaba.

Miró el reloj, eran las doce menos diez. El mosquito se posó en su brazo, Juan lo observó y

luego lo mató con un golpe certero dado en la oscuridad. Sintió el pequeño cadáver y gritó de alegría.

Si así pudiera matar a la tristeza... Miró el reloj, el jueves terminaba, eran las doce menos cinco. Era el

capítulo 18; la novela pasaba a ser mayor de edad y ya podía estar sin sus padres.

C

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Encendió la luz, ya era viernes. Supo que algún lector se estaba quejando del estilo. La vida es

eso.

Se acordó de la chica de la muñeca. La había conocido en una fiesta de carnaval. Luego

salieron unos meses y ella no quiso continuar. Un tiempo después Juan le envío su libro por correo y

lo recibió, nuevamente por correo, roto y acompañado por una carta prepotente y desequilibrada

escrita por el marido de ella. Así Juan supo que la chica de la muñeca se había casado, y que se

había casado con un loco iPobre chica!

Pero él, más que por tal suceso, siempre la recordó por una anécdota que ella le había

contado cuando se conocieron. Era una anécdota sobre una muñeca, y de allí el apodo. Ella, le contó,

cuando era chica quería una muñeca que veía siempre al pasar por una juguetería; le gustaba tanto

que, a veces, se quedaba horas mirándola. Pero pensó que para sus padres era un sacrificio

comprársela, y que además si la tenía perdería esa magia proveniente de la imposibilidad.

Con él también, pensó Juan, había hecho lo mismo. Y ahora, en la distancia, tal vez lo

recordaba con nostalgia. Él la había querido mucho, pero el olvido traga los amores muertos; la vida

sigue. Y ella, en verdad, también lo habría olvidado. Pero una sensación extraña surge en nosotros al

recordar a alguien que amamos en otro tiempo.

Miró el reloj, miró la cosa redonda, miró sus manos.

Llovía. El viento sacudía las estrellas.

¿Por qué razón las noches tristes y lluviosas nos transportan a la niñez? Juan no lo supo y el

viento había abierto una ventana. Fue a cerrar y sintió como si fuera su corazón lo que cerraba. Lloró.

Y no.

Estaba solo como siempre, y más triste. Y no. No había nuevas esperanzas y nuevos sueños.

Tuvo miedo.

Una soledad tan honda se insinuaba, que hasta tuvo miedo de gritar. No era angustia, no era

dolor, no era desilusión; era vacío, ausencia, trivialización de todas las cosas. Si al menos el llanto

viniera a liberarlo, si al menos pudiera sufrir. Sólo ese miedo, que también estaba desapareciendo

¡qué no se fuera el miedo, que no lo abandonara! Era como adormecerse para siempre, nunca más

sentir, ser como una piedra o un cristal. La soledad que vislumbraba era más triste que la muerte. Era

tarde, muy tarde para volver a sonreír.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 74

Sonó el teléfono, era su padre. Tenía una voz oscura y fría. Le preguntó por la librería y él tuvo

que decirle que la había vendido. Su padre se lo reprochó. No quiso discutir con él, cortó. Luego alzó

el tubo y escuchó el tono, un rato. Esperó que sonara nuevamente pero no. Se sintió un asesino: por

cortar, por desangrar. Ya no volvería a escuchar aquella voz que amó.

Miró el reloj, era la una. Escuchaba en el mar del silencio nocturno el otro mar, y ambos eran

como las lágrimas. Tembló. Era el borde del misterio, el abismo de la verdad y la mentira, el otro

círculo. Radios inútiles, mudos fantasmas pendulares, cadavéricas gotas de una lluvia iniciada (como

el olvido); y se deshojarían todas las flores, como mil libros de Argidectura. Todos los apuntes habían

fallado su objetivo, a punto de distancia.

Una noche cualquiera no sabría si aún estaba vivo. De pronto se borraron todos los recuerdos,

ya no sabía quién era. Miró por la ventana la ciudad adormecida ¿Quiénes fueron sus padres, sus

maestros, sus amigos? No lo sabía. Estaba solo, en un lugar desconocido ¿Quién estaba solo? El

papel, el papel blanco y liso ¿y vos? ¿Estás solo? ¿Estás sola? ¿De qué sirve que Juan siga

escribiendo, que Luis Alberto Battaglia siga escribiendo, si los lectores están solos y las tristezas

siempre vienen todas juntas?

Luis Alberto Battaglia, mi inventor. El me inventó y después no supo qué hacer conmigo (con

él) y acá estamos (estoy) ¿Estás ahí, del otro lado de la soledad? ¿Vale la pena que sigamos

hablando de Juan, ahora que sabemos que no existe, que es un invento mío (tuyo)? Todos tuvimos

alguna vez un personaje parecido.

Un ruido, proveniente del living, había comenzado. Y eso que ya le dije a mis personajes que

se quedaran quietos. Y eso que ya le dije a Luis Alberto Battaglia... ¡pero no, si soy yo! ¿Soy yo?

¿Quién es "yo"? Estoy leyendo y soy yo, y este escritor no me convence. Pero si no me tiene que

convencer de nada... ¿o sí? Y ya debés estar pensando, Juan, que ocupé tu lugar. Porque tuve el

atrevimiento de meterme en la novela. Pero al fin de cuentas vos no sabés quién sos y yo sí. Pero vos

te olvidaste (¿antes te decía tú?) y me siento muy cansado.

Juan se recostó en un sillón (¿o ya estaba en un sillón?). Bueno, si no estaba se recostó y si

estaba no se recostó pero igual está recostado. Así que ahora lo tenemos a Juan recostado en un

sillón.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 75

Miraba alrededor sin entender. Se tapó los oídos y los ojos (a esta altura te debe parecer

envidiable). Yo no sé por qué te tuteo. Son las nueve de la noche, el edificio está en silencio, hace un

poco de frío, yo escribo. Por un momento me detengo, escucho la ciudad. Tengo miedo. No sé quién

soy, no entiendo qué es esa cosa redonda que hay arriba de la mesa ni sé por qué tengo este libro en

las manos. Recuerdo que en mi vida anterior era un escritor, ahora creo que soy un odontólogo o tal

vez un arquitecto (porque hay reglas). En la tapa del libro que tengo en las manos dice "Sólo un

escarabajo", ya leí hasta el capítulo XVIII y no podría decir cuál es la trama o por lo menos qué trama

el autor. Pero el autor soy yo, y eso es lo más grave (estar supeditado).

¿Vivo aún, querido lector, o ya me he muerto? Casi caigo en la trampa: yo no me puedo morir

porque no existo. Solamente la novela puede (y debe) morir. Cuando se muera la novela no te pongas

triste, en realidad ya estaba muerta desde antes que la leyeras. Ya está muerta porque ya vivió. Sabés

dónde viven las novelas: en el cerebro de los escritores (como toda la literatura) y cuando pasan al

papel se inicia un espejismo. Pensar que las novelas tienen un autor y pueden ser leídas es una de las

grandes e inconmovibles falacias en las que se alimentan las esperanzas de la humanidad, ese clan

de fantasmas iQué somos sino fantasmas de los sueños!

Él, Juan, caminaba lentamente por la casa; tratando de recordar algún capítulo de su vida. El

instinto de conocimiento se parece al deseo de inmortalidad.

Acabo de descubrir que me pasé del espacio permitido, pido disculpas humildemente, a los

personajes y a los lectores, por este error en que incurrí y me comprometo a hacer todo lo posible

para que semejante falta no se repita. Finalmente, ruego que tengan en cuenta (si bien soy consciente

de que esto no me disculpa) la euforia de los dieciocho y también, por otra parte, no deben dejar de

considerar que, si bien el título de este capítulo es soledad, lo cual no creo errado, porque considero

que el tema es la soledad, hay un segundo tema que es, precisamente, la amnesia, y esto explica y

aclara (si bien no justifica) que haya olvidado terminar donde debía. Sé que los personajes se cansan

con capítulos largos, y los lectores también, pero (repito) no fue mi intención prolongar el presente

más allá de lo habitual. El presente capítulo, por supuesto (¿o no?)

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 76

CAPÍTULO XIX:

Drama Social

uan despertó, miró por la ventana la ciudad (que también despertaba); su padre lo esperaba en la

cocina con un café con leche con medialunas. Eran las seis de la mañana y a las seis y media

había que salir con el camión (¿cómo, "qué camión"?, éste. Debo aclarar, porque algunos

personajes no parecen haberse dado cuenta, que éste es un camión de mudanzas). En otra novela

habían pedido "la cosa redonda" y Juan y Juan debían llevarla (sí, el padre de Juan se llamaba Juan, o

se llama, o se llamará).

Tal vez ustedes se pregunten qué pasó con el mar ¿Qué mar? Yo no hablé de ningún mar y yo

además estoy de paso, soy el hermano de Juan. Disculpen esta improvisación, pero lo que sucede es

que ahora no hay nadie en la novela y me dejaron a mí para atender a los lectores. Por el momento se

me ocurre contarles que es domingo 19 de Enero de 1986 y pronto van a ser las doce de la noche.

Pero en la novela, acá, es viernes 30 de Marzo (el año no me lo dejan decir).

Volviendo a lo que ustedes se preguntaban: no se sabe si esto es un recuerdo (aunque un

recuerdo no puede ser, porque no cambió la fecha) o un sueño o una alucinación. Al decir "esto" me

refiero a tus manos, lector, y al papel del libro (cómo es la encuadernación. Qué fecha es allá, donde

vos estás). Yo trabajo de extra en las novelas, porque mi mujer está embarazada y necesito dinero. El

autor está distraído, pensando en la novia (que está en el extranjero). Cuando ella vuelva yo me voy a

tener que ir. Juan me contó que en un capítulo tiene hermanos y en otro no, en uno sus padres

murieron de un modo y en otro de una manera distinta, y ahora, el sumun, apareció el padre de Juan.

Juan no sabe si el autor es loco o el loco es él; aunque tal vez sea otra la explicación. Perdón, Juan

me pidió que no les contara nada personal (suyo, me refiero).

Les digo una cosa, pero no se lo digan a Luis Alberto Battaglia: esta es una novela rara, los

personajes se van y lo dejan solo al autor, yo le dije a Luis que eso es culpa de él, porque no se sabe

imponer; a los personajes nunca hay que dejarnos en libertad, porque hacemos lo que se nos ocurre.

Pero Luis me dice que de eso se trata: que hagamos lo que se nos ocurre y la novela sale sola. Pero

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 77

¿dónde se ha visto una cosa redonda que le pegue a las personas?, ¡vamos!, y ¿un escarabajo que

haga tanto ruido...?

Juan miró su reloj, eran las siete de la mañana. Pensó en desayunar, pero no lo hizo.

Juan estaba inmóvil, pensando, y así pasando las horas. Miró el reloj, eran las once de la

mañana. No recordaba si debía o no debía saber que su hermano había estado allí. Al irse su

hermano él se había quedado pensando en algo que él le había contado.

Y a veces suceden estas cosas pero hay que seguir luchando por el amor y por la vida.

Luchando por la vida porque por la muerte, al fin de cuentas, no es preciso. Mi hermano debe

comprender, y su patrón, que no tengo experiencia en estas cosas. Yo puedo atender al lector pero tal

vez lo atienda mal y si se va no me echen la culpa; porque se van todos, me sacan el mar, me sacan

la cosa redonda, y yo, no sé qué hacer. Yo soy el responsable de que la novela siga pero, yo digo,

¿tengo que trabajar yo para que ellos se hagan famosos?

Ella no sabía que le iba a pasar eso. Y Juan tendría que volver porque sino vamos a hacerle

juicio por abandono de novela y que se vaya, que se busque otro autor si puede (el otro autor).

Ahora tal vez usted se pregunte (ya sé que antes te tuteaba)... me olvidé qué te ibas a

preguntar, o que se iba a preguntar en la novela, usted debe saberlo porque era usted el que se lo iba

a preguntar, ¡Ah, ya sé! usted se pregunte por qué este capítulo se llama "Drama Social". Pero, en

fin... ya que usted hizo la pregunta, hágase responsable de la respuesta. ¿Que usted no hizo la

pregunta, que la hice yo...? bueno entonces me la contesto solo, ya que la hice yo, y no (me la

contesto) en la novela sino afuera.

Afuera de la novela es domingo 11 de Mayo, estoy en el baño escribiendo, en el living

conversan. Y un ruido, en la habitación, había comenzado. Y había dos escarabajos en actitud

pecaminosa (¡cómo! ¿ahora son dos?).

Nunca tratamos de entender a los escarabajos, son tan pequeños... Juan los vendía cuando

era chico (¿y ellos?... también, por supuesto).

¡Momento! escucho ruido; ya vuelven los personajes, de la mudanza. Juan trae en la mano un

cuaderno y una lapicera y su padre lo está retando por un párrafo. Mira el mar (el párrafo) y los

personajes se definen. Juan está en su sillón, cansado, recordando a su padre con tristeza. Aquel tren

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 78

despedazó el camión y los capítulos rodaron por el suelo. Ahora, reconstituida la novela, Juan sabe

que sus padres murieron hace mucho tiempo.

Su padre, ese mudador de palabras en sueños, lo lastimaba desde el olvido.

La mañana era triste y laberíntica, fugitivas sus horas, y el mar (ese gigante) bramaba la

nostalgia. Gabriela, Verónica, sus padres. Los ensayos de un mirar hacia adelante, dolían como el

sangrador de cada ocaso. Mirando para atrás, no parpadeamos ante el viento de la sombra definitiva.

El hermano de Juan se fue (al recordar que no existía) y Juan se quedó solo con sus ganas de

que existiera. Su padre estaba muerto.

Y aquí lector, para hacer efectivas mis disculpas, compenso el 18 con capítulo más breve.

Hago efectiva mi actitud con este punto.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPITULO XX:

Cielo de otoño

uan miró por la ventana: el mar, la lluvia, la calle solitaria. Juan recordó, tantos domingos de lluvia

(aunque era viernes); sus hermanos y él jugaban en una de las habitaciones, sus padres miraban

televisión en la sala de estar (Ya sé: en el capítulo anterior hay cosas que parecen descolgadas,

tiradas de los pelos, o con el modismo que quieras utilizar para decirlo. No voy a pedir disculpas, ya

son muchos años de que los escritores pidan disculpas a los lectores. Desde ahora en adelante,

lector, por cada error que encuentres en la novela vas a pedirme disculpas. Y yo te perdono... soy

amplio).

Ellos, sus hermanos, todos habían muerto iQué extraña cosa que es sobrevivir a los demás!

Juan, sin embargo, tiene suerte, porque no morirá; la novela se muere, pero él no. Muchas noches

soñaba con un escritor que lo dejara entrar en su novela, porque la novela es un hogar y protege a sus

personajes.

Hay un dato: los libros crecen de arriba hacia abajo, por eso los autores para referirse a algo

que escribieron en páginas anteriores dicen "como decíamos más arriba". Pero este libro no, este libro

crece como las plantas; por lo tanto cuando quiera referirme a algo escrito antes voy a decir "como

decíamos más abajo"

También se cuenta que Fray Luis de León cuando se reencontró con los alumnos

(evidentemente ya no serían los mismos) después de varios años de estar preso, dijo "como decíamos

ayer". Juan conoce esta anécdota porque la estudió en la facultad. "iQué loco!", dijo Raúl cuando se

la contó.

Aprovecho para aclarar un punto. Muchas veces se incurre en el error de suponer que a través

de las ideas que el autor le hace tener a los personajes se pueden conocer las ideas del autor.

Sepámoslo de ahora para siempre: en una obra literaria el autor no tiene ideas, los únicos que tienen

ideas son los personajes. El autor pone su nombre y punto. El autor es una abstracción, una

deducción, un supuesto necesario. Ahora, se me podrá objetar: esta idea que acaba de ser

expresada, por ejemplo, quién la expresa, porque los personajes no y si el autor tampoco... ¿quién

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 80

entonces? Podríamos decir que la expresa el narrador. Pero, dirán, ¿y cuando en la novela dice "yo,

Luis Alberto Battaglia"? La respuesta es sencilla, "Luis Alberto Battaglia" es un nombre como cualquier

otro.

Y Juan miraba la lluvia, lenta y tristemente repetida. Le dolía la cabeza, y entonces todo

alrededor era hostil. Una tarde, en un aeropuerto de Brasil, se había sentido así. La temperatura era

elevada, casi 30 grados; el reiterado ruido de los carritos con las valijas; y algo indefinido le impedía

cambiar sus billetes por los correspondientes brasileños, para así poder comprar un sobre de

aspirinas. Faltaba una hora para que despegara su avión, rumbo a San Pablo. Era extranjero de sus

propios actos. De niño creía que los extranjeros eran nativos de extránjer.

Con sólo caminar hasta la cocina encontraría ese analgésico redondo que tanto lo favorecería.

El dolor de cabeza es como una discusión sin palabras con uno mismo, es como un trámite agobiante,

como un juego aburrido, como una estafa.

Estafado, Juan miró una vez más su oreja derecha (¿por qué no?); pero optó, finalmente, por

resoluciones menos drásticas. Masticar, ¿quién pondría en duda lo constructivo de tal empresa?;

rascarse un pie; mirar televisión durante varias horas (inocultable intento de inutilizar su mente); viajar

en taxi (tal su valentía); o leer (lo más osado) el último libro de Luis Alberto Battaglia. Y optó por esto

último. Tomó de su biblioteca Otoño. Decía en el prólogo que este libro antes de ese título, en el

proyecto original, había tenido otros: Sólo un escarabajo, Invasión de escarabajos, Invasión, etc. Pero

su autor había decidido finalmente llamarlo "Otoño", porque su acción principal se desarrollaba en el

otoño y porque "otoño" era lo que sugería su lectura. Todos somos, aún los más dichosos, títeres del

otoño; se nos queman los sueños, y el viento del otoño nos arranca el corazón.

No quiso continuar, porque ese prólogo era muy triste; dejó el libro donde lo había sacado y se

fue de la casa. Caminó bajo la lluvia, sin paraguas, mirando el cielo que parecía furioso de soledad y

enfermo de amargura. El cielo, esa necesidad de mirar hacia arriba que pintamos de fe, de

inmensidad y hasta a veces... el cielo, igual que Juan, estaba triste. Miró el reloj (,Juan) y eran las diez

de la mañana, se fue aclarando (el cielo) lentamente, pensó en la lluvia (Juan) y tuvo frío, cerró sus

ojos (Juan) para no ver sus pasos, lloraba (el cielo) su soledad más íntima, despertaba de pronto

(Juan) de sus ensueños; era el otoño que lo ponía gris (al cielo), era el olvido y ese dolor de lo que no

se entiende que lo ponían gris (a Juan), era esa larga acumulación de ausencias que lo ponía gris (al

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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cielo), a Juan se le encendían estrellas de otro tiempo, al cielo le dolían las viejas primaveras. iah

Juan, oh cielo, ay la tristeza!

Cerró los párpados, cerró los puños, la lluvia le cala por la piel; con la ropa mojada, en la

vereda que se iba lentamente quedando sin personas, lanzó un grito violento, fugaz, indefinido. Era un

grito como la muerte, era un grito como el amor, un grito como el hastío de la rutina, un grito como las

esperanzas, como las cosas que nunca se entienden, como el dolor. Era un grito, y todos los gritos.

Pasando lo miraban de reojo, como a los locos .

Abrió el libro en otra página, ya no quería acordarse de la lluvia, miró por la ventana, lo

conmovió el amanecer con su anaranjado cielo de esperanza, de promesa, de profecía de mejores

años.

Sobre la mesa anaranjada depositó su taza anaranjada, bebió su leche anaranjada,

lentamente, mirando el mar. Recordó una mañana en el parque; mamá conversaba con el heladero,

papá leía el periódico con un sombrero mejicano. Encendió la radio, escuchó la última parte de un

programa nocturno musical; recordó las mañanas de colegio, en esos otoñales despertases con las

estrellas. En la vereda las hojas secas crujían con cada pisada, la noche cubría la plaza con un manto

de rocío; en el invierno era una capa homogénea de escarcha intensamente blanca. El gusto de las

tostadas duraba todavía unos minutos en su boca; ya en el colectivo, se iba perdiendo lentamente. Iba

pensando en el regreso, en el almuerzo entibiado por las hornallas de la cocina.

Sus pupilas titilaban de recuerdos, sonreía como quien cuenta flores para una fiesta, estaba

lleno de palabras hermosas y frescas como cestas repletas de frutillas. Era feliz respirar después de

tanta asfixia. ¿Qué habla cambiado, qué lo liberaba, qué le llenaba de tanta dicha el corazón? No lo

supo, no podía saberlo, era algo lejano, como de otro mundo que le viniera, como de otra persona que

le viniera, como de otra realidad, de otra vida, de otras ilusiones, de otras palabras.

Y temía, temía de repente, algún complot de la tristeza.

El anciano continúa con su cerveza, afuera espera su caballo, ya las últimas luces del día se

apagan. Entonces lo contempla: es bajo, pequeño, y ella, presumiblemente ocasional, camina de su

brazo; tiene una minifalda que deja ver dos piernas generosas, tentadoras. El anciano recuerda sus

tiempos de muchacho y, con el último sorbo de cerveza, exclama lentamente. “el otoño de los

escarabajos, es triste".

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Juan miró su reloj, como quien dudara de su existencia. Estaba lleno de una explosión de

calma.

La geografía puede influir en ciertos aspectos, pero las diferencias fundamentales,

fundamental, del latín común, ejemplo: hipérbaton en latín clásico es muy común. Complemento y

núcleo están distanciados. En latín vulgar hay tendencia a volver al orden, o (mejor dicho) ordenar.

Ella escribe. Hay uno orden. La puerta está abierta. El castellano y las lenguas romances son

elásticas. El hace gestos su bigote sube y baja.

Las tendencias del latín vulgar le dan la fisonomía a ese cuerpo que es el latín. Hace un poco

de frío. El sardo es arcaico y el italiano y el francés no. Y está dado porque es una isla. Ahora pone

una mano sobre la otra como si depositara un sobre de té.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXI:

Otras clases de otoño

scarabajos en Otoño, así podría llamarse la novela .Pensaba en ese título, tenía cierto

parecido con Otoño. Cada libro tiene un alma, y el “más allá de los libros” es el recuerdo

de los hombres. No importaba si su vida era un libro, o si su libro era una vida. Lo

importante, lo verdaderamente importante...

Alguien gritó. Dejó el libro en el suelo.

El profesor escribe. Las palabras en el pizarrón no se entienden, se llevan mal. Por la ventana

miro el cielo muy azul, nunca había tenido ese color en la piel.

Ahora ella no escribe, mira l profesor. Anota (él) “ille” en el pizarrón. Ahora levanta las dos

manos, como si jugara a enchastrarlas en materia fecal para manchar paredes, pulóveres, espaldas.

Planea con las manos, como si quisiera volar. Ella sigue mirándolo; tiene un pulóver violeta,

rojo, azul, blanco, naranja y celeste.

Ella tira su cabello para atrás, ahora escribe. Borra el pizarrón (él), quiere escribir más cosas.

Ella pregunta si es el vulgar.

Afuera hay risas, alumnos que se van. Ella bosteza. Él explica que “majore" no tiene yod.

Hablan todos a la vez, contestan una pregunta. Él se entusiasma y escribe en el pizarrón rápido (los

pizarrones lentos ya casi no se usan).

Ella juega con la Iapicera: la mueve para adelante y para atrás y después para los costados. Él

pregunta si sabemos “cómo se escanden los versos” (¡la pucha!). Juan cerró el cuaderno, estaba

cansado de escribir. Pensó que el personaje Luis Alberto Battaglia, autor de Otoño, no estaba bien

compuesto. Deseaba leer algo, pero también desayunar. Tenía hambre. Le dolían los ojos .

Juan comenzó a leer el último capítulo que había escrito de la novela "Otoño de los

escarabajos" .

Luis Alberto Battaglia miró por la ventana, estaba inquieto. Luego buscó en varios cajones,

hasta encontrar un papel escrito de ambos lados; era algo que había escrito su esposa, comenzó a

E

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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leer: Amanecía y el siempre sol iluminaba el mar cálido de un mundo en donde las mentes, estaban

separadas en islas

Ella se rasca la cabeza. El hace una pregunta. Quiere ponerse la tiza en la boca. Hay un ruido

de bancos.

Ella se zambulle en el mar, del olvido, desafiándolo o huyendo de él. Mientras nada, la angustia

de olvidar todo le acalambra el alma, yo no quería olvidar.

Ella mira el reloj. El dice "vocal post6nica perdida” pero seguro, eso sí, que no está más

perdida que yo (que vos).

Todos olvidaban, y se volvían niños de agua, pero ella no, no debía, su mente quedaría en una

sencilla y redonda isla de piedra.

Ella le dice algo a su compañera, ahora se pone la mano en la cara. El dice "bueno, dejamos

aquí."

Lo peor, pensaba yo mientras nadaba, es reducirse unicamente al presente y quedarse ahí,

exactamente ahí, en el cuadradito de hoy.

Ella se pone de pie, toma su bolsa. El profesor se va, dice “hasta el jueves” Ella se está yendo.

Conversan, todas conversan. Se van, ella se queda. Me voy quedando solo.

Sentía que se desarticulaba y las palabras e ideas le volaban como pájaros, era señal de que

llegaba a tierra firme. Cruzó un barco deshecho, de quién sabe cuándo, porque el recuerdo y el olvido

no había hecho...

Fue inútil, Juan no pudo encontrar en este capítulo que escribo, ningún pie.

Juan empezó a leer el capítulo XX, anterior a este: Juan miró por la ventana, el mar, la lluvia, la

calle solitaria. Juan recordó tantos domingos(aunque era viernes).

Dejó de leer. En un párrafo tan breve repetir un nombre era definitivamente un error, se lo dijo

al autor pero éste no le hizo caso. No iba a permitirlo, la vida era de él y autor no tenía derecho a

convertirla en aburrida. Luis no contestó, y amenazó a Juan con expulsarlo de la novela; como

advertencia lo suspendió hasta el final del capítulo.

Porque al fin de cuentas el autor soy yo y un personaje no va a decirme lo que tengo que

hacer. Pero el muy... (perdón ).

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 85

Luego de la primera frase recibí un telegrama de Juan, había recurrido al sindicato de los

personajes. Decía el telegrama:... ¡No! Me aconsejó el abogado que no consigne el telegrama.

Porque, aunque es sabido que en estos juicios el juez siempre le da la razón al personaje, yo no

quiero llegar a arreglo... quiero luchar. Y si en un glorioso tiempo, ya lejano, se abolió la esclavitud de

los empleados; ya va siendo hora de abolir la esclavitud de los patrones. Y Juan es mi empleado, o al

menos lo fue.

Que si es necesaria la justicia social para que exista la libertad, no menos necesaria es la

libertad para que exista la justicia. De lo contrario los explotados de hoy serán los explotadores de

mañana.

Ella se va, me saluda. Ahora estoy solo. Escucho una bocina. En el pizarrón quedan palabras.

Se escuchan conversaciones alejándose.

Ahora estoy en el tren. Una nena juega con una cartera y canta.

Volvió a mirar el reloj, hacía frío. Desayunó escuchando la radio. Se entristeció de pronto.

Había quedado sin nombre.

Es notable tener un órgano laboratorio; hasta el punto que al leer el prospecto de un remedio

(este libro, remedio para el alma, no tiene prospecto) nos imaginamos la siguiente figura: nuestro

laboratorio importa en ocasiones, productas químicos de los laboratorios de afuera.

Si leyéramos a un ritmo de doce horas diarias, no nos alcanzarían todos los años de nuestra

vida para leer todos los libros y revistas que se publican durante un mes; tal es el desarrollo de la

imprenta moderna. Pero para leer las publicaciones dignas de ser leídas que aparecen durante el

mismo lapso, 48 horas son suficientes; tal es el desarrollo de la estupidez moderna.

El la amaba mucho. Cuando salieron por primera vez ella le dio una carta de presentación.

Juan tenla ganas de leer...

¡No, es imposible, estos recuerdos no son de Juan, no, no, no debe seguir!

La confusión fue grande, despertó. Había sonado con los ojos abiertos, mirándose al espejo;

todo habla sido cuestión... de minutos y sin embargo... era material para una novela. Se vistió

apresuradamente, desayunó, tomó el ascensor. No debía hacer esperar a sus alumnos.

Un calor húmedo flotaba en la avenida, se le trepó a los ojos apenas abrió la puerta. El ruido de

los automóviles era ensordecedor. Caminó por las calles chocándose con la gente, hasta llegar a la

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 86

parada del colectivo; desde allí le esperaba la peor parte, lo empujarían, lo aplastarían, lo pisarían, le

darían codazos, habría gritos de alguna mujer quejándose del abuso sexual de alguna mano

indiscreta.

Pensó que el personaje de la novela, en su hermosa casa frente al mar donde lloraba sus

penas y escuchaba insólitos ruidos atribuidos a ocasionales escarabajos, llevaba una vida bastante

más cómoda y feliz que él. Después de todo qué más debía hacer que llorar, escuchar escarabajos,

comprar cosas redondas, cenar, almorzar, desayunar, escribir cartas. No debía ganarse la vida, el

autor asumía todos sus gastos.

Amo la muerte porque me trae conciencia de la vida, ese maravilloso regalo del destino. Pude

no nacer, pude jamás haber existido, y sin embargo vivo.

Juan cerró el libro y lo dejó sobre el escritorio. Se distinguía el título en hermosas letras

doradas: Argidectura, un circular.

Estaba cansado, eran las once de la mañana pero deseaba dormir, era preciso cerrar sus

ojos... para siempre.

-iNo!

-¿Por qué no?

-Porque muy cursi: “cerrar los ojos para siempre” ¿de dónde lo sacaste, de una telenovela?

-Pero, escuchame, Juan, ya no podés estar.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXII:

La luz

por qué no puedo estar? (Juan abrió los ojos significativamente).

-Vino la policía a desalojarnos de la novela.

-Esto fue Luis... por la discusión.

-¡Y por qué te ponés a discutir con él! ¿Ahora dónde vamos a encontrar una novela donde

vivir?

-Luis me va a perdonar... tiene buen corazón.

Juan abrió los ojos. Había soñado cosas muy extrañas que no podía recordar.

Tomó el libro que estaba en la mesa: "¿Cuántas maneras existen de arrojar una moneda?"

Es apenas la mitad de duras declaraciones... errores. Calamidades del destino ¿El destino (se

preguntó Juan), qué tiene que ver el destino? iHabía unas ganas de meter al destino por todas partes!

Vaya y pase que hablemos de la vida como un regalo del destino, ien fin! Pero iahora también para

arrojar una moneda hace falta el destino!

-Lo que pasa que a vos no hay cosa que te venga bien.

-No, lo que pasa es que querés destruir la novela para que yo no tenga dónde vivir.

-Yo no la destruyo.

-Sí, vos la destruís porque el autor sos vos.

-¿Y vos por qué cuestionás y cuestionás ¡a qué viene criticarme porque menciono el destino!?

i¿No ves que nada te viene bien? ¡Lo que no te parece cursi te parece trillado y lo que no... ¡pero qué

diablos, que me tenés podrido, andate, haceme el favor!!

-Está bien, me voy a ir, pero me gustaría saber qué vas a hace después sin mí.

-¡Pero por favor, tengo cuentos, tengo poemas, puedo inventar otro personaje; parece que te

olvidaras que yo te invente, ¡idiota!

-¡Vos no me inventaste, eso no te lo permito!

-¿Y

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 88

-¡Y qué me importa a mí lo que me permitas y no me permitas! Hay cien personajes sin

trabajo, lo llamo a Jorge, lo pongo en tu lugar, mirando el mar, comiendo (iporque te la pasás

comiendo!).

-¡Disculpame, yo como porque vos me hacés comer (y comida bastante mala por cierto)!

Solamente una...

-¡Callate idiota; andá a preguntarle a Tumitak lo que comía, o a Don Quijote...!

-¿Y por qué no le preguntás a Sancho...?

-¡Y qué, qué comía Sancho!: queso, jamón...

-¡Por favor! vos no conocés a Cervantes.

-¡Y vos conocés a Cervantes! (con sorna).

-¡Mirá, a mí no me vengás con indicaciones de teatro, qué me venís con eso de "con sorna".

-No te digo a vos, lo anoto para el lector...

-¡Sí, sí! A mí con esa no me vengás.

-¿Y se puede saber desde cuándo ahora esa nueva de acentuar el imperativo en la última ¡qué

sos, un repartidor de residuos!?

-Será un recolectar de residuos; ¿¡desde cuándo los residuos se reparten entre la población!?

-¡¿Y desde cuándo vos sabés algo de la vida de afuera?!

-Además, no me gusta este capítulo porque lo llenaste de malas palabras, ya te dijo tu esposa

también.

-¡Sí, porque ella nunca dice malas palabras!

-Pero ella las dice afuera, acá adentro hay que hablar bien.

Juan dejó de escribir. La novela estaba cambiando, el capítulo XXI y el XXII eran (cómo decirlo)

dispersos, inaprensibles, psicóticos; o tal vez no, tal vez era al revés.

Era tarde, la lluvia pintaba con un traje de misterio el atardecer vacilante. Juan, al borde de la

noche, miraba las fosforescencias danzarinas de las olas solas entre el crepúsculo y la súbita tristeza

de sus ojos abiertos a las fluyentes lágrimas vacías. Pobre descubridor de un mundo sordo y

enigmático; bajaba por las escaleras del silencio, solitarias, profundas. Inútil narrador de dramas

amarillos; respiraba en el aire fugitivo de las ventanas, su propia nostalgia.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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El mar, compañero infalible de las noches cerradas; estallaba en un melancólico susurro

guerrero, un clamor de derrota, un himno al frío paso de las constelaciones a la nada, sólo bruma...

como las ruinas irreversibles de viejas ciudades, como el dolor.

¡Cómo escapar, cómo reír, cómo inventar un mundo, cómo invertir la cara oscura del naufragio

eterno de su vida! Sólo en la plataforma de las cosas rotas, de los juguetes en litigio con un pasado

descompuesto, de los amores muertos, de las innumerables hojas secas depositadas en los pasillos

inapelables de todas las estaciones; allí, podría encontrar la supuesta curvatura de una absurda

sonrisa.

Abrió las manos como quien, vencido, sólo busca la piedad que le llene un apenas pedazo en

el baldío existencial. Abrió sus manos, para entregarlas a la penumbra; y con los labios pesados de

historia, dibujó un beso para nadie y para todos aquellos que avanzaban entremetidos en sus trajes

del otro lado de la niebla. Un beso, solo en la noche.

Era muy tarde para todo... para el amor, para los sueños. Se dejó caer lentamente, flojo, débil,

quieto, cansado. En el sillón, ya no podría ver las olas. Bajó los ojos, oscuro como esa noche

quebrada por los relámpagos.

Estaba solo; como antes del amor, como después de la alegría. Definitivamente solo en la

lluvia, solo, con su ancla de adiós clavada entre sus lágrimas interminables, solo, con las manos

abiertas inutilmente, solo, profundamente solo, solo como las piedras, como los muertos en su cajón.

Ellos, los que lo amaron, estaban lejos ¡tan lejos...! Eran como figuras pintadas, Y en las

galerías del presente, ese territorio estéril, todas las pesadas horas lo enredaban en un abismo

inconcebible. Estaba solo.

Nunca, nunca vería aquellos ojos que una vez lo siguieron como puertas abiertas. Era tarde,

muy tarde. Todo el amor estaba del otro lado de su vida. Y hasta los escarabajos, alguna vez

cansados lo dejarían sin otro pasatiempo que la muerte.

Solo, porque nadie pensaba en él, porque ya a nadie le importaba si vivía o había muerto,

porque lo alcanzó todo y lo perdió todo. Se acercaba el invierno.

Se puso de pie, otra vez miró las olas fosforescentes. La playa era un desierto de sombras, de

fantasmas al acecho. Y allá, a lo lejos, en medio de la oscuridad; una pequeña luz circular, blanca, tal

vez proveniente de esas linternas a pila que venden en los kioscos.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 90

Tuvo curiosidad. La luz se encendía y apagaba con intervalos regulares. Tuvo un

presentimiento insólito, más un deseo. Era ella, era Gabriela, que en la noche, como un ángel, venía a

rescatarlo de su martirio desesperante. Debía ser ella, ella, como antes, como siempre, como

entonces; con su sonrisa, con sus besos, con algún chiste y su sonrisa y su sonrisa, ella,

definitivamente era ella y le hacía señales para decir que no sufriera ya, que llegaba, que le traía todo

el amor, todas las ilusiones, toda la vida de nuevo, era ella, quién más podría venir a visitarlo, quién

sino ella se apiadaría de su alma.

La emoción lo envolvía y el corazón... ¡no, no debía engañarse! Podría ser cualquier persona,

cualquier caminante solitario .

La luz se aproximaba... como una promesa. ¡No, no era ella, o sí! Podría ser ella, ella que

regresaba para devolverlo a la alegría, a las ganas de vivir.

Temía perder esta esperanza nueva, esta luz, esta noche, este misterio ¿Y si no era ella, qué

sería de su vida, cómo resistiría los años y los minutos?

Estaba quieto, de pie, frente a la ventana. El mar parecía fosforecer aún más, como si también

él riera, como si diera comienzo la fiesta ¿Qué fiesta, qué alegría? ¿Y si la luz se alejaba? iAy! ¿Y si

toda la vida la luz se alejaba? ¡Solo, solo! Estaba solo.

La luz relampagueaba como una estrella, como una luciérnaga furtiva. La luz relampagueaba

¡ay, si fuera ella, ay, si ya no estaba solo!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXIII

El hombre de la máquina

espertó, eran las 8 de la mañana, rio, le dolió la espalda, el sillón era duro, volvió a reír

con nostalgia, hacía frío, se puso de pie, caminó, se detuvo, lloró con alegría, rio con

tristeza, caminó hasta la ventana, abrió la ventana, abrió la persiana, cerró la ventana,

tuvo frío, volvió a reír, miró el mar, tuvo miedo de una playa vacía, era domingo 1* de abril y ya los

últimos turistas de marzo estaban preparando sus valijas, otra vez tuvo frío, la playa estaba

terriblemente sola, tuvo miedo del otoño, lloró otra vez pero de tristeza, tuvo más frío, era tarde para el

amor, para la vida, para la risa, para la libertad, la playa estaba muerta, el sol se desparramaba por la

arena gastada de tantos sueños inútiles; Juan, peregrino de los recuerdos, tiritó en el silencio de las

horas desvanecidas. Tarde, era tarde para todo; también para el dolor.

Un ruido, proveniente de la habitación, había comenzado; se dirigió hacia allí y no vio al llegar

más que un pequeño escarabajo caminando penosamente por las baldosas rojas. “¿Eres tú (le dijo),

otra vez has venido a visitarme amigo mío?” El escarabajo dejó de caminar y pareció mirarlo con sus

enormes ojos. “Sí, soy yo, el dueño de esta casa, y tú, mi viejo amigo, regresas, has venido a visitarme

como antes"

Un ruido, proveniente del living, había comenzado. Se dirigió hacia allí y al llegar, sólo, tan sólo,

un pequeño escarabajo se deslizaba por el marrón claro parquet, solo, se alejaba lentamente, entraba

debajo de la mesa, y Juan, también solo, en medio del silencio, observaba aquel pequeño insecto que

se alejaba, imperturbable, necio, definitivo; lo contempló, ridículo, rotundo, insignificante, alejarse, con

ese extraño aire de zar, de recaudador de impuestos, de empleado de alguna repartición estatal, de

astronauta en una base espacial de Lomas de Zamora.

Un ruido, proveniente del balcón, había comenzado. Juan no sabia si ir, o no, o quedarse allí, o

simplemente recordar que en un país lejano y olvidado, en un país donde no eran ciertas las paredes y

donde la muerte no era más que un cambio de juego, en un país donde las horas pasaban y era

preciso levantar los juguetes antes de la cena, en un país así, había sido feliz; pero el ruido en el

D

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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balcón se hacía más y más intenso, como si múltiples bandadas de migratorio pájaros se derrumbaran

y cayeran a tierra... una, después otra, y otra, y otra, y otra -más.

Juan estaba decidido, no haría caso de aquel ruido, no se movería de allí, no permitiría, ya no

permitiría que esos escarabajos se apoderaran de su vida. Recordó a su hermana, Jacinta, siempre

pendiente del silbato de aquel tren que nunca llegaría, siempre a la espera de un milagro, siempre

sola, siempre a la espera de un milagro que le cambiara la sangre; se arrodillaba, por las noches,

sobre la dura, sobre la fría, sobre la amarga baldosa, al borde de su cama, mientras el silencio ya

dominaba toda la habitación, y rezaba, rezaba durante varios minutos. Después Juan debía irse y ella

se desvestía, Juan la había espiado algunas veces, se desvestía lentamente y acariciaba su cuerpo

frente al espejo.

Ahora, ya muy tarde, ya muy lejos, Juan había comprendido lo que su hermana, su pobre

hermana, pedía en sus rezos nocturnos.

El ruido en el balcón era ya más intenso, era como una violenta obligación de concurrir, de

cumplir con el rito; pero no, ya no, ya no haría caso. Se quedó en el living, convencidamente quieto.

No lo moverían de allí, ya no, ya nunca más. Recordó que una noche, una fría noche de invierno, su

madre cortaba cebollas en la cocina, y Jacinta cantaba, acompañándose con el arpa, y su padre leía;

él era muy pequeño, y estaba aburrido, y entonces cobró coraje y se acercó a su hermana (ella no

quería que la interrumpieran) y le pidió que le enseñara a tocar ese instrumento que él veía con tantas

cuerdas y ese sonido tan bello. Esa fue la primera clase... y la última. Por la mañana Jacinta ya no

vivía más en esa casa, en la casa de sus padres, en su casa, se había escapado, y todos estaban

serios, y nadie quiso explicarle adónde habla ido su hermana. Más tarde, muchos meses más tarde,

cuando Jacinta regresó, eran sus padres los que ya no estaban y-su hermano Miguel debió hablar con

Jacinta, debió tener mucho cuidado con las palabras.

El ruido, en el balcón, era aún más intenso. Algo lo llamaba, lo obligaba a ir. Se puso de pie,

como quien teme una catástrofe, y caminó despacio. En el balcón nada halló, sólo un pequeño

escarabajo; cesó el ruido de repente, y él, y aquel insecto, estaban juntos, y estaban solos en un

balcón vacío.

-Permiso.

-¿Qué quiere?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 93

-Vengo a fumigar

- ¡A qué!

-A fumigar... alguien me comentó que en esta casa hay escarabajos.

-Esto no es una casa

-¿Y qué es entonces?

-Un departamento

-Precisamente, uno de sus vecinos se quejó de que desde su departamento le llegan

escarabajos.

-No le hacen mal a nadie.

-Hay que matarlos

-Me acompañan cuando me siento triste.

-Pero él se quejó al consorcio, debe tener cuidado, nadie puede discutir las decisiones del

consorcio.

-Yo soy el consorcio lo mismo que él.

-¿Usted está en el consorcio? (preguntó el empleado con cierto pánico)

-No

-Ah (el empleado suspiró). Entonces (continuó el empleado) hay que matarlos.

-¿A los vecinos?

-¡No se haga el gracioso!

Juan le pegó una patada a la máquina fumigadora.

-¡Con la máquina no (bramo el empleado), puedo tolerar cualquier cosa pero no me toque la

máquina!

-¿Y ustedes trabajan un domingo?

-Sí... hay mucho trabajo acumulado.

-¿No entiende lo que eso significa?

-¿Qué significa ?

-Que están avasallando sus derechos, los derechos de la clase trabajadora por los que hubo

tantas luchas y corrió tanta sangre.

-La fumigadora es mía.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 94

-¿Usted no es obrero?

-No, antes sí, pero ahora la fumigadora es mía y por lo tanto yo soy un empresario.

-Y le costó llegar a esta posición... supongo.

-Sí, fueron años de lucha para al fin...

-Trabajar los domingos (interrumpió Juan).

-No tengo tiempo para perder (interrumpió el hombre de la máquina).

-¿Y entonces por qué lo pierde fumigando sueños, matando lo que amo?¿Sabe que es usted

un asesino a sueldo?(agregó Juan). Le pagan para matar.¿Por qué no me mata a mí también?

Apúnteme con la máquina, envenéneme el corazón. Pero pronto, muy pronto, no me de tiempo de

pensar, no me deje reaccionar; actúe de sorpresa... como la vida.

-Yo... yo... no puedo... no me deja trabajar.

-¡Trabaje, maldito, trabaje!

Juan se sentó en su sillón. El hombre tomó su máquina y fue llenando la casa con el veneno.

Juan estaba allí quieto, mirándolo, llorando. Acabada su tarea destructiva, el hombre tomó su

máquina.

-Ya está (dijo el asesino), ya no van a molestarle estos bichos.

-¿Los vecinos? (preguntó Juan).

Cerró la puerta, y se quedó sentado en el sillón, y dijo muy despacio: “adiós, escarabajos,

hasta nunca más”. Las lágrimas caían lentamente de sus ojos y el mundo parecía nublarse y

confundirse entre las aguas del adiós, tan solo...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 95

CAPÍTULO XXIV

EL BOSQUE

odos ellos volvían por los bosques empecinadamente llenos de árboles verdes y azules y

grises y hasta del propio color de la tristeza. Caminaban arrastrando sus bolsas, su

cansancio. Nadie se atrevía a hablar, sólo clavaban los ojos en el camino y repetían gestos

de abatimiento. Eran las últimas horas de la tarde, y era preciso salir de allí antes de la noche.

Juan miró el reloj, eran las cinco de la tarde. A través de la ventana, el mar era una promesa

indescifrable. El otoño... caía definitivamente sobre la playa. Y ese olor, ese olor, en las habitaciones y

allí, ese olor persistente como la melancolía; ese olor era su muerte, y ese olor era su vida. Él también

quería absorber ese olor de la muerte, él también como sus pequeños compañeros, él también quería

ser indefenso, él también quería adormecerse en ese olor amargo, quería adormecerse en ese olor

descompuesto, quería llorar y no podía llorar.

Todos ellos caminaban pesadamente, como sombras en el carnaval de los muertos. Los

músculos contraídos y distendidos y vueltos a contraer; desesperadamente asesinados por la tarde ya

cinco minutos pasadas. las cinco. Las ramas raspaban y rasgaban sus ropas y brotaba sangre

lentamente, como una lluvia indefinidamente triste.

Juan miró el reloj, eran las cinco y diez. En los bosques oscuros de su alma, una condenada

caravana de hombres se debatía con la muerte, con la vida, con el fracaso. Ellos, los escarabajos de

su alma, le dolían como espadas. Sintió un dolor inesperado en su rodilla derecha, estaba de pie y

calló al suelo, trató inutilmente de levantarse, si pudiera llegar hasta el teléfono pero... ¿A quién

llamar? En su mente los pensamientos se revolvían desesperadamente, como peces atrapados en la

red.

Ellos, ya quince minutos pasados de las cinco, se desplazaban por el bosque inexplicable. Un

olor a lluvia y a pinos los acorralaba en los recuerdos y el tardío paso de los pasos, la sangre les

pesaba como un presentimiento, como una culpa, como si sólo su presencia fuera la responsable de

que pudieran desangrarse, de que pudieran perder la vida en forma de rocío.

T

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 96

Tirado en el suelo como un trasto inútil, Juan era el solitario espectador de su impotencia...

inmóvil. Ya no sentía su pierna derecha, como si no le perteneciera, como si hubiera hecho un mal uso

de ella y ahora...un terrible dolor en su rodilla Izquierda lo hacía pedazos. Desesperado, trató de

arrastrarse pero no pudo. La pierna izquierda le dolía como si brasas la consumieran ante la

indiferente mirada de los objetos, le dolía como desde lejos.

Indiferenciados de la tierra y los árboles, veinte minutos pasadas las cinco, ellos se

desplazaban con lentitud, ellos se desplazaban sin plazos, ellos se desplazaban como asesinos en el

crepúsculo, se desplazaban como terribles asesinos en el crepúsculo, se desplazaban como sombras

en el crepúsculo, como terribles sombras en el crepúsculo, terribles sombras alargadas, sombras

asesinas, terribles sombras asesinadas.

El trataba de mover su pierna izquierda y le dolía su pierna izquierda, y se le iba como

apagando, como una vela se iba como apagando. Estiró un brazo penosamente, el tiempo se acortaba

más y más; se aferró de un mueble pesado y tiró con todas sus fuerzas, y tiró con ambos brazos.

Sintió que se movía, que arrastraba su dolorido cuerpo. Gritó de júbilo. Como un reptil llegó hasta la

biblioteca y tomó un libro, la anatomía descriptiva de Testut-Latarget, el tomo I.

Las piernas se desentumecieron, logró ponerse de pie. Se disponía a leer aquel libro cumbre

de la anatomía. Pero un dolor, un intenso dolor proveniente de su codo derecho había comenzado, se

palpó y el dolor se detuvo.

Volvió a leer el libro. Aquel libro erudito comenzaba de este modo...

-¿Cierro la persiana? (preguntó Carmelo).

-¡No! (dijo Juan), estoy por leer el Testut.

-Y qué tiene que ver una cosa con la otra (insistió Carmelo con fastidio).

-Tiene que ver esas flores.

-¿Cuáles?

-Las que trajeron.

-¿Quiénes?

Ellos, ya veinticinco minutos pasados de las cinco, se iban abriendo paso por el bosque cada

vez más enmarañado; entre las ramas, los insectos enormes y aún sus temores ya cansinos y

diminutivos. Estaban abiertos todos los relojes de la lluvia y un relámpago amenazante.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 97

Juan siguió arrastrando por el suelo su cuerpo dolorido, tratando de llegar hasta el teléfono.

Sintió un profundo dolor en el codo derecho, las piernas estaban inmovilizadas. Le dolieron los ojos al

tratar de mirar hacia arriba, y un mareo súbito lo deshacía en interminable temblor. Se retorcía

desesperadamente, como un pez ahogándose, como esos peces pescados, que tantas veces viera

agonizar.

Y ellos, agonizando en el silencio oscuro de la noche, ya no podían desplazarse de pie, ya se

arrastraban sobre sus cuerpos, y a lo lejos divisaban un claro del bosque o tal vez el final del bosque,

tal vez la vida.

Juan miró el reloj, eran las ocho de la noche, ya no podía moverse, yacía en el suelo... como un

cadáver. Imaginó un bosque, el de su alma, y se sintió fundido con el paisaje de árboles inmóviles por

siglos. Y en el bosque, como lombrices ( amargos fantasmas de las carnadas), un grupo de hombres

se arrastraba penosamente y a lo lejos...

Alguien gritó de júbilo: “¡es el final, es el final, es el final!”. Se arrastraron con fuerzas

renovadas raspándose la piel, se arrastraron, se arrastraron, se arrastraron.

Juan sintió que se asfixiaba, no podía respirar, gritó, gritó. En la noche sintió que se moría, que

se aplastaba contra el piso. Escuchaba el ruido del mar y sus ojos lloraban. Pensó en Verónica, la

chica del restaurante, recordó unos días en el hospital y su cabeza vendada. Si moría, pensó, ya no

podría verla.

Ellos, la lluvia, el viento, el rayo, la muerte, el imposible paso hacia la vida, ellos, el bosque, los

cuervos.

Juan, entre la noche empedernida, tuvo una imagen: un bosque, veinticuatro cadáveres, los

cuervos. iNo, no, que no murieran esos sueños! En la noche, solo en la noche; se sintió huérfano, y

ellos, en el bosque lejano, eran cuerpos inmóviles... para siempre.

Ellos, ellos, ellos, pobres muertos.

Un aire fresco le invadía el pecho, algo le entraba, algo, le daba vida, le daba fuerza. Se puso

de pie, como un niño que recién camina, y caminó, caminó. Encendió la luz y luego rio y lloró y rio y

tuvo ganas de gritar y gritó y volvió a gritar y rio y tuvo ganas de llorar y lloró y volvió reír y tuvo ganas

de gritar y lloró y tuvo ganas de llorar y volvió a gritar y tuvo ganas de reír y llorar y gritó, y a lo lejos el

mar.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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En el fondo de la lluvia

se esconde un rayo de vos

y la voz es una sombra

y un recuerdo entre los dos;

ella, sólo la primera

sombra en un rayo veloz

y él entre la primavera

el otoño del adiós.

El mar, ese eterno extranjero de las cosas... y llovía, como si todos los inviernos del olvido se

condenaran al horizonte de al piel.

-¿Qué piel?

-¡Cómo que piel! ¡la piel!

-Pero escuchame ¡vos estás loco!

-¿Y por qué?

-¡El horizonte de la piel!

-Porque sí, porque sí, porque sí.

-Y no, eso lo sacás o me voy.

-Está bien.

El mar, ese largo extranjero de las cosas.

-No, largo no, “eterno”.

-Es igual.

-¡No!

-Bueno.

El mar, ese eterno extranjero de las cosas... y llovía, como si todos los inviernos del olvido se

condenaran al horizonte.

-¿Está bien?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXV

LA CITACIÓN

brió los ojos, aún era de noche, encendió la lámpara sobre la mesita de Iuz, miró el reloj,

eran las seis. Tenía miedo, miró la habitación. Pronto iba a amanecer, y él debería resolver

situaciones difíciles. Deseó que no saliera el sol, que nunca más saliera el sol, que para

siempre fueran las seis. Debía ir al tribunal, se lo acusaba de al muerte de veinticuatro sueños.

Aunque en verdad estaba mal formulado, porque era un solo sueño con veinticuatro personajes. Cómo

explicar que no los conocía a pesar de ser su sueño, que no estaba al tanto de ellos, que nadie puede

ser culpable de lo que no conoce; en fin, cómo explicar al tribunal que él, dueño y señor de aquel

sueño, no tenía relación alguna con las muertes. Nadie le creería, y sin embargo esa era la verdad. Y

después, para complicarlo todo, había perdido la citación; para complicarlo todo, no sabía dónde

comparecer. Debería buscar tribunal por tribunal, debería tramitar su propia pena. Ya en la habitación

había un reflejo de sol, ya se acercaba la hora inexorable con las inexorables angustias y el terror y

ese terror intolerable que no lo dejaba pensar. Miraba el reloj, como quien miraba el fluir de la sangre y

el brotar de la sangre desde una herida desgarrante.

No desayunó, había decidido no comer más, quería consumirse, tal vez lograra consumirse

antes del jueves, día de la citación; tenía sólo tres días para acabar con su vida, pero lo haría

despacio, no lo haría con un balazo o el gas, no, se iría muriendo hora tras hora. Gastaría todas sus

grasas, más tarde los músculos, y finalmente los órganos. Pero tenía sólo tres días y temía no llegar a

tiempo. El reloj, ahora era un amigo, ahora le marcaba cómo se iba muriendo; ellos, los del tribunal, no

podrían atraparlo. Había decidido no comer ni beber nada, la falta de líquido acelerarla la muerte. Era

preciso dejar de sufrir. Debía aguantar el hambre, aguantar la sed; y al fin, el pobre Juan, por fin

acabaría su desgraciada existencia. Por fin bebería el dulce néctar de la muerte, por fin dejaría de

sufrir. Y era bello pensar en la muerte, cuando la vida ya un terror sin puertas.

El sol, insolentemente (paradoja) penetraba por las rendijas inaugurando el día.

-¡No!

-¿Qué cosa "no"?

A

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 100

-Que no, que no voy a continuar con esta trama ridícula.

-Te recuerdo que yo soy el autor.

-Y yo soy el personaje y me niego a seguir en estos términos. Primero sacás los escarabajos,

alegando que a un vecino de otro piso le molestan ¿¡me podés decir desde cuándo esto es un

departamento!? porque para mí está clarito desde el primer capítulo que vivo en una casa y ahora

resulta que de golpe ¡es un departamento! Después introducís ese sueño incomprensible y que

además ningún lector se lo va a creer ¡porque es ridículo, descolocado! Y por fin, como broche de oro

a tu serie de desatinos, aparecen la citación y el tribunal ¡Así no, así yo no sigo!

-¡Y qué querés ¿mirar los escarabajos toda la vida?!

-No sólo miré escarabajos, hice muchas cosas más.

-Y ahora vas a ir al tribunal

-¡No!

-¡Sí!

-No. Si continuás con esa trama buscate otro personaje que lo haga, pero yo no.

-¿Y dónde voy a conseguir un personaje? ¡vos creés que se consigue un personaje de un día

para otro!

-Si querés que me quede sacá lo del tribunal... y no sólo eso: devolveme también los

escarabajos.

-No puedo.

-Entonces me voy.

-¿Cómo hago?

-No sé. Pero yo no voy a permanecer en una novela que se hunde.

-Sin embargo cuando la novela andaba bien todo iba perfecto.

-¿Cuándo andaba bien? Si se quiere, y disculpame pero voy a hablar claro, esta es una novela

ridícula de entrada.

De entrada estuvo solo, pobre Juan, en el principio de la lluvia (su vida). Debía defenderse del

crepúsculo, grande, evanescente, infinito.

-¿Puede un crepúsculo ser infinito?

-No sé por qué lo dije, quien sabe sólo por hacer una linda frase.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 101

-Pero las lindas frases se hacen desde adentro y no desde afuera.

-Llegamos a la cuarta parte de la novela.

-¿Un cuarto querés decir?

-Sí.

-¿En un hotel?

-No, en un cuaderno (sí, escribo en cuadernos) ¿Te parece bien escribir en cuadernos?

-Bueno, mirá, en cierto modo, porque le da familiaridad, pero después, cuando la quieras

publicar...

-Ya está publicada

-No, como va a estar publicada si todavía no terminamos.

-Preguntale al lector.

-Yo la estoy leyendo

--Pero yo la estoy escribiendo

-Y él la está leyendo

-¿Cómo él, no te das cuenta que es una chica?

-No es una chica, es una anciana

-¿Cómo va ser una anciana si tiene quince años y además es un varón?

-¿Qué día es allá?

-Acá es domingo 18 de Octubre de 1987, es el día de la madre (tercer domingo) así que

Susana (mi esposa) y yo venimos de casa de mamá (mi mamá).

-¡Ah! ¿tu esposa es esa que era tu novia el domingo 19 de Enero de 1986, que dijo mi

hermano?

-Sí, esa misma.

-Dale saludos de mi parte.

-Muchas gracias, sos muy amable.

-Ella te quiere mucho porque yo le hablo mucho de vos.

-¿Y me quiere?

- Sí.

-¡Qué fantástico! nunca nadie me quiso

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-¿Y Gabriela?

-Pero Gabriela... bueno, no sé ¿Te acordás cuando la invité al parque?

-Eso no aparece en la novela, por lo menos todavía no apareció.

-¿Cómo, no decías que estaba publicada ya?

-Sí, pero no apareció, qué tiene que ver.

-Qué si va estuviera publicada sabrías qué va a pasar después.

-Es que el tiempo en la novela es reversible y dividido en parcelas injuntables.

-¿Inventaste una palabra?

-No sé, tal vez exista.

-Decile algo a Susana.

-¿Qué?

-Decile que yo también la quiero mucho.

-¿Sabés una cosa?

-¿Qué?

-Hoy la trama cumple un mes.

-Es una lactante.

-Lacta tinta.

-Bueno... eso siempre. Pero decile que la quiero mucho.

-¿A la trama?

-¡No!, a Susana.

-Sí... bueno, se lo va a decir usted señor personaje.

“Y cómo hago y cómo hago para salirme del papel” decía Juan recostado sobre su cama, y

despertó y el sol arrendijado llenaba con monedas de luz la habitación. Y si perdía el juicio, qué pena

enorme recaería sobre su vida. No quería levantarse de la cama, quería permanecer allí bajo las

sábanas (ya pronto sería preciso agregar una frazada). Dos pequeñas lágrimas rodaban por su rostro,

temblaba toda la impotencia ante ese gran tablado (carnaval de ausencia) donde ya nadie era culpable

de los actos y eran sus actos y eran los de los otros que lo herían y eran los pasos encubiertos y

definitivos de la fría extranjera, de "la última invitada".

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Apretó los puños como para... ¡no, no, no! Era tan triste ese silencio comatoso, y el fondo

trágico y lacerante del rutinario reloj; eran esos pasos, eran los pasos, los pasos...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXVI

MUÑECOS

e puso de pie, estaba mareado desde mil playas de la niñez... estaba solo. Llovía,.con la lenta

persistencia de un crepúsculo nacía la mañana, nublado, y frío... era el otoño, de las hojas

amarillas y el gris y la lluvia; era el otoño de su vida.

El anciano bebía lentamente su cerveza, su ginebra, su caña (de pescar), su whisky, su oporto,

su tinto, su jerez, su vodka, su champaña, su licor de menta, terminé.

Miró por la ventana el mar, el tutti fruti de la tristeza. Y era una voz (olas) que le decía "ola

Juan, ola Juan, ola que rompe”. Y era un dolor que le decía, y era una soledad que le decía, y era toda

la muerte y toda la vida que le decía... y lentamente fue tragando comprimidos del nunca más: una

pastilla, una lágrima, una pastilla, una lágrima, y otra lágrima, y otra lágrima, y todas las pastillas y el

suero, y el hospital.

-¿Qué día es, doctor?

-Miércoles.

-¿Qué fecha?

-Miércoles 4.

-¿Qué mes?

-Miércoles 4 de abril.

-¿Qué año?

-No nos está permitido decir el ano.

-Quién se lo impide.

-El dueño de la novela.

-¡Y cómo acepta eso!

-Necesito trabajo, y... en fin, en la novela necesitan un médico.

-Pero si nunca se enferma nadie, por qué un médico permanente.

-Es una ley nacional.

-Pero ninguna novela la cumple.

S

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 105

-No sé... siempre algún médico hay... ¡bueno!, yo no sé mucho de literatura.

-lmagínese usted si hubiera habido un médico en Romeo y Julieta, tal vez Julieta no se hubiera

muerto con el veneno y Romeo no se hubiera clavado un cuchillo y Seakespeare hubiera quedado

como un imbécil... de Hollywood.

-Discúlpeme pero Hollywood ha producido grandes cosas.

-Si, Luis, no sé por qué me hacés decir eso de Hollywood.

-Bueno, está bien, perdón Hollywood, fue un acto fallido.

Nos moriremos, lector querido,.tú v yo,.es cierto (yo tal vez ya esté muerto ahora, o tal vez no),

pero ahora (también ahora porque existen dos ahoras, por lo menos dos) estamos vivos y (cómo

dicen) quién nos quita lo bailado o sencillamente...

-No Luis, las llaves están en la repisa.

-¿Cómo?

-No, no hablo con vos.

Dos veces fui a ver a Racing Club, pero después me conforme con la televisión o la radio.

-¿Existe el fútbol?

-No sé, ¿no puse algo de fútbol?

-No me acuerdo.

-Yo tampoco... me parece que no.

Existe gente que, encerrada en un rincón oscuro de su propia vida, ama a los personajes de las

novelas como en “La rosa púrpura del Cairo” del gran Woody. Y esa gente, también, suele aferrarse

de ese gran mito de la humanidad, de la más fabulosa de las creaciones, de ese ser vivo inexplicable,

irreductible a la razón (como todo sentimiento, como todo sueño), de esa espectacular condensación

de belleza, bondad y justicia, de esa fuente inagotable de dicha, consuelo, emoción, impulso, de esa

fantasía milenaria, y en definitiva tienen razón (porque todo el que ama tiene razón).

Es de noche, estoy en una habitación, con mi esposa, en la televisión del living está sonando

"Los sonidos del silencio" de Simón and Garfunquel, la primera vez que escuché esa canción fue en

Marzo de 1979, en la casa de una chica (entonces c chica) que luego amé y en un noviazgo

tormentoso y breve me dejó un gusto amargo en el alma y a la vez un gusto dulce, dulce como sus

ojos; a ella, Ana María, a quien luego llamé “la chica de la muñeca”, le dedico este libro ¿Y saben por

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 106

que llamé “la chica de la muñeca”? La anécdota es la siguiente: Cuando nos conocimos, en un baile,

un sábado de carnaval, Anamaría (como le gustara que la llamaran) me contó una historia de su niñez,

estábamos sentados en un banco algo apartado, el baile era en el club Obras Sanitarias, y en el

relativo silencio, mientras miraba para arriba buscando las estrellas entre los árboles hoy tan perdidos

en la distancia de los recuerdos, era la noche, era hoy, y yo la escuchaba, y me contó que cuando ella

era chica le gustaba mucho una muñeca... ¡Juan!

-Qué, Luis.

-¿Ya la conté esta historia?

-Creo que si, no sé... pero contala.

-¿Cómo te sentís Juan?

-Medio mal, por las pastillas que tomé.

-¡Pero Juan!... ¿Te lo tomaste en serio el personaje?

-No, me las tomé en serio las pastillas.

-Pero cómo, si tu hermano dijo una vez que los...

-Y qué pasó con la muñeca.

-¿Qué muñeca?

-La muñeca, la de la chica de la muñeca.

-¡Ah! la muñeca.

-Sí, la muñeca.

-No sé, no me acuerdo.

-¿Qué te pasa...?

-Sí, me acuerdo. Era la noche.

-Sí, eso ya lo contaste.

-¿Ya conté que estaba mirando las estrellas?

-Sí.

-¿Ya conté que la quise mucho a Ana María Buela?

-Sí... ¿Buela se llamaba?

-Sí, pero Buela con b larga.

-¿Y cómo se vuela con be larga?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 107

-¿De arriba para abajo, supongo.

-Contá lo de la muñeca.

Ella me contó que cuando era chica le gustaba mucho una muñeca, y soñaba con tenerla,

todas las mañanas, cuando volvía del colegio, se detenía frente a la vidriera de la juguetería... y la

miraba; pero para sus padres hubiera resultado un esfuerzo muy grande comprársela (no quedó claro,

en el relato ella, si es que ellos eran muy pobres o muy egoístas), y ella supo que si le compraban la

muñeca (que pensamiento sospechosamente profundo para una nenita...) perdería para ella la magia

que poseía, esa fascinante belleza de lo que no podemos alcanzar; y entonces, Anamaría decidió que

no le compraran la muñeca.

Ana, ya no nos vemos más, pero si alguna vez, por esas vueltas del destino, nos encontramos

en alguna calle, algún cine, algún recuerdo, quiero que sepas que te quise con todo mi corazón (de

hecho nunca aprendí a usar el corazón fraccionado) y que te quise mucho; y si no nos encontramos,

también quiero que los sepas. Decile a tu marido...

-No Luis, no digas nada.

-Por qué.

-Te voy a contestar con una frase muy tuya: “nunca contestes un agravio". Además, estás

haciendo mal uso de la novela, no es para tus asuntos personales.

-¿No te gustó la historia de la muñeca?

-Sí, pero que eso no te de pie para entrar a discutir viejos asuntos que nada tienen que ver con

la novela, ni con la literatura, ni conmigo.

-¿Te acordás "conmigo o sin migo”?

-¡Qué es eso!

-Perdoname, no lo sabes... no lo presenciaste... ¡sí, si la novela la empecé a escribir en 1982...!

No sé por qué caía la tarde rápidamente sobre el hospital, ni por qué Juan, extranjero de las

cosas, se acurrucaba en su silencio obstinado (y, en último análisis, inevitable). Alrededor las paredes

se iban durmiendo poco a poco, como antiguos ritos de eternidad.

-Luis.

-Qué, Juan.

-Me siento solo.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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La lluvia dibujaba en los vidrios de alguna ventana, lejos, las notas (gotas) de una canción muy

triste; rutinaria compañera de todas los enfermos con su sonido tan parecido a la nostalgia... tan de

otro tiempo, tan cargado de suspiros... tan sin historia...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXVII

Error

ay un error en la novela.

-¿Dónde?

-En el capítulo anterior.

-¿En qué parte?

-Desde donde dice "Dos veces fui. hasta "me parece que no".

-¿Y cuál es el error?

-Conceptual... pensalo y te vas a dar cuenta.

Y se da cuenta la lluvia

que el sol lastima la tarde

y que un montón de horizontes

me están dejando sin sangre;

y se da cuenta tu alma

que son eternas las calles

cuando te vas de mi vida,

cuando dejas de mirarme.

Juan, en la noche entrante del hospital, pensó en su vida. Le caían lágrimas de los ojos

amargos... súbitamente gritos en la penumbra, de una idea.

Cerró los ojos y lentamente se fue quedando dormido, como el pobre habitante de los puentes.

-¿Y ahora?

-¿Ahora...?

-¿Te acordás?

-¿Debo pasar con esa ropa transparente?

-Sí, está bien.

-H

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 110

-¿Y ahora?

-¿Ahora...?

-¿Te acordás?

-¿Qué?

-Hay un error en la novela.

-¿Juan?

-¿Qué?

-¿Cómo sabías lo que le quería decir al marido de Ana Maria Burca?

-Me imaginé. Pero ¿vas a seguir con eso? Ya arruinaste un capítulo, no los arruines todos.

-Parece que te molesta que hable de Ana ¿No será que te pone celoso?

-¿Por qué?

-Celoso del tema. Porque la novela, según la concepción general debe cerrarse, ordenarse,

definirse; y estás celoso de que yo no esté encerrado con el personaje.

-No, Luis, no le des más vueltas, el capítulo XXVI tiene fallas... empieza bien, después cae y se

recupera al final.

Despertó de pronto y le costó ubicarse: había soñado con un hombre que se miraba al espejo,

ese hombre era Juan, Juan compraba una cosa redonda, leía Argidectura, un circular que era un libro

extrañísimo, desayunaba, almorzaba, cenaba ... allí se borraba el sueño y estaba Juan, en el hospital y

con otro hombre, Luis, y Luis le contaba algo sobre una novia que había comprado una muñeca, o que

no la había comprado, o algo así...

Jorge estaba confuso aún, por el sueño que tuvo. No podía entender por qué... de pronto, se

detuvo. Un ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allí y al llegar todo

estaba en orden, todo era igual que siempre. Jorge trató de recordar lo que había soñado, tal vez

podría escribirlo...

Es particular el hecho de que tengamos dos ojos y dos orejas y una nariz y que estemos en el

mundo y que el mundo esté en un sistema estelar. Pero más particular, lo verdaderamente particular,

es que lo sepamos y podamos decirlo; que una mísera partícula, que somos, pueda tener conciencia

de inmensidad.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 111

Es particular que existan entre nosotros instancias que nos unan, que podamos formar parte de

una novela, de un siglo, de un país, de todo lo que no se dice.

Este capítulo por ejemplo, que forma parte de la novela, puede reflexionar; por qué no. Los

personajes discuten con el autor, pero eso no lo ven los lectores. Yo quiero que Ustedes sepan que

mis personajes y yo somos amigos, pero discutimos también. Y, por sobre todo, quiero que sepan que

yo, Juan Argidec, soy el creador de todos ellos pero también me crearon.

"Hoy llueve en la novela, hoy veo caer las gotas grandes como lagrimones, Hoy me voy, aquí

no puedo, ya no puedo... pido disculpas a todos ustedes queridos lectores, queridos amigos de tantos

capítulos. Y a vos, Luis, te dejé un personaje; ya le expliqué a grandes rasgos lo que tenía que hacer.

Y ahora ya no dilatemos esta agonía de despedirnos, y ahora ya son los últimos renglones. Del otro

lado del papel, más allá de este ámbito protector y difuso, alguien me espera. Los quise mucho.

Juan"

Adiós amigo del alma,

que de ella no te vas;

cuando los sueños terminen

¿nos vendrás a visitar?

¿Atravesarás la fría

lluvia de la eternidad,

volverás con tu alegría,

me darás la libertad?

¿Inventarás otros títulos

para la misma tristeza,

volverás a los capítulos

de esta solitaria empresa?

Amigo, si me quisiste

y si fuiste alguna vez;

no debes dejarme triste

y marcharte sin después.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 112

Y esta amargura que insiste,

y tu mano que no está

para estrechar en la sombra

toda la felicidad;

el frío que no te nombra

desde el sol de la ciudad.

Este frío y esta sombra

sin sombra es la soledad.

Inútil describir este horizonte agujereado por el vacío, estos grandes compartimientos

desahuciados. Juan ya no está, se ha ido para siempre, y ahora, con mis manos abiertas en el

silencio; intento manotear el último crepúsculo, como un astronauta en un túnel: la vida. Ya nada será

igual, algo murió con su partida, algo de muy adentro, tan parecido a la esperanza... hemos quedado

indubitablemente huecos, con un amargo centro de vacío inexplicable y cósmico. Inútil todo Intento. de

describir esta desolación, este desierto.

Jorge despertó, se había quedado dormido y había sonado muchas cosas. Otra vez soñó con

Juan y Luis, y soñó una despedida entre ellos, y soñó que todos estamos adentro de una novela,

inclusive él mismo. Jorge quería escribir, en su mente se organizaba una novela. Empezaría contando

lo del espejo... pero... esos escarabajos que aparecían en sus sueños, eran difíciles de organizar

dentro de una estructura novelística. Toda novela, había aprendido Jorge, debe tener una

introducción, un nudo y un desenlace. Quiere decir que debe haber un conflicto, algo por resolver. La

novela, al autor, no se le debe escapar de las manos.

Tal vez podría introducir un crimen, y sería una novela policial, o algún amor contrariado, y

sería entonces una novela de amor. Ante todo debía describir a Juan, ¿cómo era Juan? Por empezar,

fisicamente. Luego su manera de ser, de pensar, de sentir; una vez que el personaje estuviera

descripto, entonces, comenzaría a organizar la trama (él, no el personaje). Previamente debería

introducir otros personajes, describirlos, considerar sus hábitos y sus costumbres. Dar un perfil

psicológico.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 113

Tal vez podría empezar desde la escena del hospital... sería un buen comienzo para una

novela de acción, de lo estático al movimiento.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 114

CAPÍTULO XXVIII

El prólogo

orge estaba pensando un título, con la lapicera en la mano. Anotó: “Juan y los otros”. Luego

comenzó. “CAPÍTULO I: La metamorfosis”. Y es que, en definitiva, si Kafka pudo describir la

transformación de un hombre en cucaracha él tenía derecho a hacer lo mismo con un escarabajo.

En otras palabras: el podía escribir la trasformación de un hombre en escarabajo, o de un escarabajo

en cucaracha, o de una cucaracha en hombre (y él, muy sobre todo, principalmente en invierno, él que

era dado a la lectura científica, aunque bueno es aclarar que aquélla siempre lo devolvía, él,

decíamos, que era propenso a la tal lectura, conocía las novísimas teorías, cuasi revolucionarias, del

Reverendo Zócalo, acerca de que el hombre descendía de la cucaracha o viceversa). Resumiendo:

qué tuvo Kafka que él no lo tuviera ¿Talento? Bien es sabido que en la literatura el talento es lo de

menos, todo consiste en encontrar buenos padrinos.

Pensando lo anterior (todo tiempo pasado fue mejor), definió el perfil (¿alguien ha visto un

escarabajo de perfil?) y el campo (bien dicen los ecologistas que el campo... en fin, sería materia para

otro libro) de la novela, y el alcance(si puede), le medio (también el costado, por qué no), el hábitat, el

trasfondo literario, el iva (y él venía), el...

-Discúlpeme.

-Sí.

-¿Sus chistes siempre son tan malos?

-Disculpame vos, pero viniste a trabajar y no lo que yo hago.

-Perdón, no se va a repetir.

"No se va a repetir, lo siento”, estaba diciendo Jorge cuando sonó el teléfono.

-Hola

-Hola

-¿Quién es?

-Hablamos de La metamorfosis ¿puede darnos con el director?

-No está.

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 115

-¿Y cuándo regresa?

-No sabría decirle.

-Por favor, comuníquele al director que se encuentra procesado.

-¿Por qué?

Jorge escuchó que colgaban. Qué fatalidad la suya, recién llegado y procesan al director,

seguro que los capítulos anteriores habían sido tranquilos, sin sobresaltos, y ahora que llegaba él,

justo ahora, ¡tenían que empezar los problemas! Tal vez se quedaría sin trabajo, temió por su futuro.

Luis tomó un cigarro luego de la última frase.

-¿Y quién es Luis? El autor soy yo, el autor no es Luis. Yo, Juan Argidec, soy el autor de todo

lo que sueño (perdón, de todo lo que vivo).

-Pero es mi vida (replicó Jorge).

-¡Tu vida!, ¿tu vida porque llegaste, acomodado, hace menos de dos capítulos? ¿Me podés

decir qué de tu vida hay en la novela?

-¿Y de tu vida, qué hay?

-¿Y por qué te fuiste si te molesta tanto perder el lugar? Vos te fuiste porque te llamaron de

otra novela ¡decí la verdad!

-¡Luis!

-¿Qué, quién me llama?

-Soy yo, Juan.

-¿Qué se te ofrece?

-Quiero volver.

-¿Por qué?

-Es feo estar solo por el mundo sin novela donde vivir...

-Pero, ahora está Jorge, no lo puedo echar.

-Yo me voy, sé donde estoy sobrando.

-¡No, Jorge!

-Sí, tengo mi dignidad... además, recibí una propuesta para una novela nueva ¡se dan cuenta,

ser el protagonista desde el principio! Es como un sueño.

-Si es así, está bien. Pero... ¿te gustaría visitarnos? A veces estamos muy solos los dos.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 116

Luis Alberto Battaglia (¡Sí, el director de Nuevas Letras, el autor de Rincones de mi alma y de

estos hermosos muñequitos de plastilina que estamos viendo!) comprendió que todo libro debía tener

un prólogo (o más), por lo tanto escribió esto, a modo de prólogo:

Luis Alberto Battaglia es una persona muy particular. Hay quien dice que se toma al pie de la

letra lo de ser director de una revista, director de una editorial, autor de libros. Pero otros aseguran

que al pie de la letra no puede tomarse nada. Y hasta hay quienes consideran que la letra no tiene pie.

Pero volviendo al tema que tratamos (-¿Cómo anda el tema? -El tratamiento está dando resultado:

antes tenía tres ojos, ahora no tiene ninguno), decíamos... no, no decíamos nada.

Cuando Luis se presentó a este alto consejo editor (un metro ochenta y dos) trayendo un libro

en su mano, lo dejamos arriba de la mesa (al libro) y le prometimos (al autor) leerlo (el libro). Le

recordamos que somos una editorial importante, ya que editorial importante es la que no publicó

ningún libro malo y EDICIONES BATTAGLIA no publicó ningún libro.

Ante tal afirmación, apoyó la cabeza sobre las manos y reflexionó. El, pobre habitante de los

espacios, jamás en tierra lograría mejor cosa; por otra parte, tal exclusividad lo emocionaba hasta las

lágrimas. Y ahora, luego de tantos años y tantas reediciones; luego de haber sido traducido a

trescientos cuarenta mil idiomas;.Luis Alberto Battaglia y su SOLO UN ESCARABAJO ya son un

clásico de la literatura fundacional, supernumeraria, multisectorial, dipéptida, disociada, realista, irreal,

absurda, mágica, caótica, retórica, histórica, simbiótica, repertórica, surrealista romántica, dantesca,

sinfónica, conurbánica y entomológica. Y su autor, miembro de número de SELAB (Sociedad de

Escritores Luis Alberto Battaglia), ha alcanzado el lugar que le corresponde en todos los textos críticos

y muchos estudios se han realizado acerca y sobre las multifaséticas experiencias de este crisol de

sueños que es SOLO UN ESCARABAJO, intento heroico de una literatura argentina (la buena) de

atravesar los anaqueles de la historia. Dijo Antonio Chupacircul: “En Luis Alberto Battaglia se conjugan

todos los verbos del diccionario". Y tuvo razón.

Uno ingresa por la puerta de SÓLO UN ESCARABAJO, y ya no sabe cuándo volverá a ser un

ser (valga la redundancia) humano. Maravilloso idilio de pasión y locura, antelaciones de un otoño, y

algunas cosas. Este libro que ahora presentamos en BIBLIOTECA mía, es parte de una de las

grandes publicaciones y publicaciones grandes.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Hoy el lector, ya lejos de los mentados libros de bolsillo, tiene en SÓLO UN ESCARABAJO

todo un espejo donde llegar a nivelar su alma.

CUAS ILUSO LATROMPIÑA

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXIX

El grito

icen que estos dos últimos capítulos son malos.

-Y quién osa decir semejante cosa.

-Gente que no sabe.

-¿Y eso te preocupa?

-Sí.

-¿Por qué?

-Porque son un exponente del lector... o algo así.

-No te preocupes, Luis... ellos son los malos.

-¿Por qué?

-Porque no saben un pepino.

-Y ahora van a decir que “pepino" no es literario.

-Y en cierto modo tendrán razón, porque, pensándolo bien, que puede tener de literario un

pepino.

-¿Cómo está Jorge?

-¿No sé, hace mucho que no lo veo.

-¿Estará en su novela?

-No sé... me voy a jugar al estanciero.

Juan. Cuatro letras, una sílaba, y tanta fuerza... Juan, el pobre, descansaba en su sillón de ver

pasar siempre las estaciones y los crepúsculos. La noche se deslizaba lentamente sobre los techos.

Era él, las estrellas, y el olvido. Era el mar, entre las sombras iluminado por súbitas fosforescencias.

Abrió los ojos en la oscuridad, lentamente se reubicó en el living de su casa ¡cuántos días sin ver él

mar! Ya le parecía distinto. En su tiempo, en el tiempo de la novela, tres días era un indivisible silencio;

en nuestro tiempo, en el tiempo de la vida, sólo un granito de eternidad.

-D

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Eran las cuatro y cuarenta de ese sábado que comenzaba. Tomó un libro de la biblioteca:

HABÍA UNA VEZ UN ESCARABAJO LLAMADO JUAN por Luis Alberto Battaglia, de EDICIONES

BATTAGLIA, 1° PREMIO SELAB 1983. Sin embargo la SELAB había sido fundada en 1985.

El libro era bueno, pero no existía, él sabía eso. Las bibliotecas de las novelas están llenas de

espejismos, meros sueños del autor, o simplemente utilería de la trama. Así también existen amores

de utilería, mares, alegrías, silencios, palabras de utilería, y aún recuerdos (antes del olvido). Estaba

allí, pensó, a un tiempo con un libro en las manos y en las manos de un libro (autor o sueño). Pues los

autores, también de utilería, son el sueño obligado de los libros. Y los lectores, simples artificios de la

técnica, son el libro obligado de los sueños.

Algo confuso, levantó sus ojos del papel y se sintió capaz de entender la vida; porque un hilo

de viento penetraba las ventanas, y un viejo pescador volvía pateando arena, volvía, con el producto

de su insomnio, casi una sombra entre los pioneros resplandores, la arena fina y pesada. Como ayer,

más allá de la espuma los recuerdos le trajeron a su padre. En la librería, otra vez Gabriela le

preguntaba por ese libro desconocido y él la amaba otra vez, y otra vez su madre podaba geranios en

el jardín. Inexplicable hechizo de unos pies dejando pequeñas huellas en la arena. Lo que formaba

parte de sus recuerdos no había nacido aún, era el comienzo de todas las cosas. Abrió los ojos

asustado como entendiendo más allá, la muerte. La librería, el tren asesino, las largas tardes de sol;

todo aquello se perdía, todo había muerto. Despertamos del silencio una mañana, con nuestra voz

llenamos de palabras el vacío, y más tarde, cuando llega la noche, cuando el sol cae de bruces sobre

el asfalto húmedo, se nos cierra entre los labios secos un gran crepúsculo, y más tarde, sólo somos un

nombre para otras palabras, otras voces; y más tarde, la noche nos arrastra como un abismo pálido,

lejos, muy lejos, de los primeros labios de la aurora.

Quiso apretar en sus puños, quiso aferrar el día que se lleva la noche, y sus manos se abrieron

de pronto... sin horizonte. El cansancio adormece los sentidos y la furia, esa gran caldera donde se

quema la tristeza. Quiso gritar, gritar más fuerte que la soledad; y abrir su grito en la inmensidad,

como un gran pétalo sediento. Repitió un eslogan publicitario, intrascendente en la noche ¡No! ¡No!

¡Que el sol llegara pronto, que lo salvara de la oscuridad, del frío, de la muerte! Se estremeció con el

viento que arrastraba cálices de espuma. Le dolía el silencio y las olas y el silencio y las estrellas y el

silencio. Le dolía el perecimiento de las palabras, ese gran monstruo que fusila los labios... ese

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 120

relámpago. Y al fondo del gran viento, qué sol lo salvaría de las horas. Ya caminante, ya turista, ya

fantasma; ver girar hacia abajo el universo, apoyarse en la nada y desarmarse hacia un azul

impenetrable... hacia la propia nada, hacia donde sólo existe la inexistencia.

¡Ay! Grita, gritar. No resignarse, jamás resignarse. Luchar contra la muerte, como quien

luchara contra el crepúsculo, contra las estaciones, contra la lluvia o las estrellas. Luchar, gritar, vivir.

Cerrar los puños, abrir los ojos, desenredar el silencio, alargarse en los pasos; del otro lado de la

melancolía. Desesperadamente convertirse en humo, ceniza, viento. Tratar de no apagarse en el

cosmos, de no quebrarse en la vereda de los astros y de la noche, esa noche pintada de invisible.

Y más allá de la ventana, el mundo; todo el mundo del otro lado de la ventana, extranjero. Roto

como una copa de cristal, el eco, dos personas en la playa, en la noche sólo tristeza; dos sombras...

dos indiferencias. Y Juan, más acá de la ventana. Solo con unos pocos recuerdos, con unas pocas

palabras, con la certeza de desaparecer como un grito en el mar del silencio. Y Juan... siempre solo.

Miró el reloj, eran las cinco. ¿Cómo detener ese perfecto mecanismo que nos conduce hacia el

vacío, cómo escapar del laberinto inapelable de trampas y fantasmas? Inútilmente volcado sobre la

historia... como un árbol muerto, sin savia, sin flores, sin felicidad. Desarraigado de estas pequeñas

farsas que nos unen, que nos salvan, que nos fascinan, que nos dan la pasión del cristal y el fuego;

errado entre presencias inexplicables, como todas; tratando de aferrarse a algún puente de la vida, de

descubrir un rincón libre, de ser en el dolor. Hueco donde se mete todo lo que amamos, lo que nos

proporciona un poco de dicha. Así, siempre así. Lloró, con esa fuerza insensata de los niños, y en sus

lágrimas giraba sangrienta y cósmica toda la ciudad, la arena, el mar, la sombra.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 121

CAPÍTULO XXX

El homenaje

ntes de continuar quiero rendir un homenaje a ese gran pensador de la literatura que fue

Macedonio Fernández. Si bien debo mencionar que no coincido con sus ideas acerca de

la poesía; su teorización sobre la novela me parece un verdadero hallazgo. Y esta novela

intenta ser la llevada a la práctica de su Teoría de la Novela. Para quien lea esto que escribo

(¿novela?¿nivola? como decía ese otro gran genio que fue Unamuno), aconsejo, más bien ruego, la

lectura de la Teoría de la novela.

Ahora podemos continuar.

-Perdoname Luis...

-¿Sí Juan?

-Yo te voy a plantear algo.

-Plantealo.

-Bueno. Es acerca de la última parte del capítulo anterior. Escuchá esto: “Ay gritar, gritar. No

resignarse, jamás resignarse. Luchar contra la muerte, como quien luchara contra el crepúsculo,

contra las estaciones, contra la lluvia o las estrellas”. Hasta acá, en fin, es bastante complicado, pero,

bueno, lo puedo hacer. Pero escuchá lo siguiente:...

-Luis, esperame un momento, por favor, alguien tocó el timbre.

-Atendé.

-¡Jorge!

-Hola Juan, cómo estás.

-Y... aquí estoy, aquí ando, luchando, gritando, viviendo, cerrando los puños, abriendo los ojos,

desenredando el silencio, alargándome en los pasos, convirtiéndome en humo, ceniza, viento,

tratando de no apagarme en el cosmos ¿y vos?

-Bien, tuve que cambiar un cuerito para la canilla del lavatorio, y como pasé cerca se me

ocurrió entrar.

-¿Dónde lo compras?

A

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 122

-En la grifería de Don Fermín.

-¿Dónde queda?

-En Nuevas Letras, entre Rincones De Mi Alma y Nostalgia de horizontes.

-¡Pero esos son libros!

-No, son calles, los hicieron calles.

-¿Quiénes?

-El Tunante Gonadal Cuas Iluso Latropiña y el Contralmadante Impo Stornid Hado.

-Cuasi es amigo mío, escribió el prólogo de este libro.

-¿Cómo?

-Sí, este libro tiene prólogo de Cuasi.

-¿Cómo te atrevés a llamarlo así?

-Es amigo. Te digo, este libro tiene prólogo de él y fue editado por Ediciones Battaglia.

-¿Publicaron el prólogo solo?

-No, el libro entero.

-Cómo el libro entero, si el libro todavía no terminó...

-Sí, terminó. Te digo: tiene prólogo de Cuasi, fue editado por Ediciones Battaglia, para la

colección Biblioteca Mía; además fue traducido a trescientos cuarenta mil idiomas ¡Jorge, Jorge!

“Jorge, Jorge, dónde estás" estaba diciendo Juan cuando el ruido de un trueno lo estremeció.

Una tormenta furiosa avanzaba desde el mar. Se puso de pie, caminó hasta la ventana. Había tenido

sueños muy extraños, sueños que lo habían dejado perplejo. Había soñado que su vida formaba parte

de una novela, que se miraba al espejo, que compraba una cosa redonda, que leía un libro llamado

Argidectura, un circular, que estaba enamorado de Gabriela (la madre de Jorge), que le escribía una

carta, que ella le contestaba, que lo internaban en un hospital, que trabajaba en una novela (tal vez su

propia vida).

Estaba llorando.

Un ruido, proveniente de la habitación... ¡Sí, eran ellos!: Latropiña, Chupacírcul, Hado. Eran

ellos, y de pronto recordó. Eran ellos, y él estaba atrapado y moriría con el último capítulo (Macedonio

tenía razón). Aterrorizado, planeó escapar... pero ¿Cómo? Ahora comprendió el gran espejismo, la

gran catástrofe: estaba solo, con la vida y con la muerte. Cómo librarse del destino de la novela, cómo

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 123

desligarse antes que ésta se destruyera. Estaba muerto, desde el principio estaba muerto, era un

cadáver, un cadáver detenido en un soplo de existencia, en una miserable partícula de eternidad; pero

su verdadero fin (la muerte), su razón de ser, su realidad definitiva, lo derrumbaría en un instante,

como una repentina exhalación.

Miró el reloj, eran las siete de ese siete de Abril... amanecía. El mar repiqueteaba como una

música de Beethoven. Era triste todo. Como todos los sábados, estaba programando una salida...

pero llovía tanto... demasiada lluvia para poder imaginar un par de ojos azules y unos labios sedientos

de besos. Otro sábado más.

Caminó hasta la cocina, abrió una lata de leche condensada. Arriba de la heladera, caminando

impasible, había un escarabajo. Lo miró, sólo por un instante. Untó la leche sobre el pan, era una

original manera de desayunar.

Voy a pedir un momento para hablar con vos (o con voz). Porque es preciso que todo el mundo

sepa, también Juan, que las novelas no pueden recibir visitas. Lo podría hacer hablar a Juan, replicar;

pero Juan no existe, o precisamente porque no existe lo podría hacer hablar ahora. En algún momento

teníamos que hablar seriamente los dos y yo tenía que decirte que Juan no existe. Alguna vez se lo

tendré que decir a Juan y eso será lo más difícil: cómo hablar con alguien que no existe. Tú sabes de

eso (eras vos y ahora tú, tutú, tututú), sabes porque hablas conmigo y yo no existo. Y yo sé, porque

hablo con Juan. (¡sí, si ya se sabe que sé!). Y finalmente Juan, que no existe, habló contigo que

tampoco existes.

Lector: detente un momento para hacer un ejercicio. Pregúntate: ¿existo? Según Descartes:

Pienso por lo tanto existo. Yo lo refuto: si pienso es precisamente porque no existo, porque si existiera

no necesitaría pensar ni tendría tanta necesidad de demostrarlo. El ochenta por ciento de la vida de

una persona se pasa en la ridícula actividad de demostrar que existe y cuando finalmente ha logrado

convencer a todos de que existe se muere y ya no existe más y entonces, cuando debiera iniciar la

tarea de demostrar que no existe, ya no está para retractarse de que existía.

Una vez le preguntaron a Jorge cómo se hacía para retractarse y él contestó que con una

máquina de hacer retractos, y ya que estamos en tema (¡ojo, el siguiente no es mío!): ¿Qué espera

una ratita en una esquina? ¿Lo sabías?: espera un ratito.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Definitivamente somos todo, nacemos (como decía Macedonio) y nace el universo ¿Cómo será

que el Universo no exista más? Y sin embargo el Universo existe más allá de nosotros, sólo pueden

existir las cosas para alguien que no existe. Y nosotros, con nuestra inexistencia, le damos existencia

a todo. Por eso somos nada, porque todo existe por nosotros; y somos todo, porque en nada existimos

fuera de nosotros.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPITULO XXXI

Un Juan en fantasía oy es 30 de-enero de 1988 y yo estoy en mi casa de campo, cerca de Open Door,

empecé mi veraneo, hoy estuve con la pala, sacando un montículo de tierra con plantas

espinosas. Por ahora lo saco a Juan y voy a contarte una historia.

Hace mucho tiempo, antes de que naciera todo lo que hoy nos da tristeza y alegría, en una

galaxia muy lejana, había una estrella; orbitando esa estrella, que ya no existe, había cinco planetas;

en el cuarto planeta, llamémoslo Fantasía, existía una civilización; en esa civilización, hubo una vez un

niño llamado Juan. En Fantasía, el cuarto planeta de la estrella que mencionamos (llamémosle a la

estrella Realidad) no existían...

-Luis.

-¿Quién me llama?

-¡Luis!

-¿Quién es?

-¡Luis!

-Bueno ¿qué quiere?

-Quiero que me mates.

-¿Quién es Usted?

-¡Quiero que me mates!

-¿Por qué?

-¡Sufro mucho!

~¡Por favor! ¿Quién es Usted?

-Alguien que te quiso.

-¿Por qué querés morir, quien sos, qué te pasa?

-Quiero morir, porque ya he muerto; he desaparecido, en una noche oscura como mis sueños.

-Y ¿cómo debo hacer para matarte?

-Simplemente escribe "muere" y yo moriré.

-Muere.

H

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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~¡Gracias Luis!

Lector, te propongo un minuto de silencio por la muerte de este personaje desconocido

(.......................) Gracias Luis.

En fantasía no existían los países, era (por decirlo así) todo un mismo país; todos los cargos

políticos eran no remunerativos; no existían los impuestos, ni la jubilación, ni el estado; tres empresas

líderes manejaban la economía de todo el planeta. Juan (el joven) era empleado de una de esas

empresas llamada Pantazisto. Allí se encargaba de engrasar los alantrenques para el adalargo.

En una ocasión, mientras engrasaba el último alantrenque del escalopio, entró una joven

(Juliana) y le preguntó por las espinas: ¿Quién camina? ¿Quién camina? contestó Juan cortésmente y

luego ¿qué precipita?

-Un gran ananfaje.

-¿Llueve afuera?

-Y adentro (contestó Juliana).

-Es un insípido (agregó Juan).

-Definitivamente (sentenció Juliana).

-Después de todo.

-Antes que nada.

-¿Comprobado en banderines?

-Como el pantalón.

-Antes la rosa blue

-Pero disipa.

-¡Buena estrategia!

-¡Más que tal!

Juan desenvainó el crictófono y amenuó un respatio. Lejos, en el circulantor de afesin tajo, se

arrumarraba el cactus. Era tarde, muy tarde para el cripacio. Abrió un gran entifez de adepalina, triste,

desarraigó su criptapasio (ese gran anicabús de invierno) y acuartilló el resfulio. De inmediato bajaron

todas las antelactitas como caídas de pronto. No habría más anicadubes en la tarde, de esos que

dilataban. Las flores, la berbena, el empellado, la tremfulla, y sobre todo esas lágrimas.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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De pronto abrió la puerta de la tarde, como un arrugado requitapús de alternativa, casi torpe.

Desenfrenadamente solo en la tristeza, como un paria del trasfondo anicaviente, cuasi-pósito,

requetesúbito cuardrante andrepatásico. Calló, derrumbado en el suelo, como una estatua de tercer

respaldo; era triste el silencio.

Y desde entonces, todos los atardeceres tuvieron en Fantasía ese terrible derrumbe de

amapolas grises.

Así fue, así me lo contaron, así te lo cuento, así vas a contarlo y (¡por favor!) tenerlo en cuenta;

porque aquí terminan las paredes y empieza la soledad. Entonces, mienta afuera se escucha agua de

riego, mientras duelen las horas de un febrero frió; tú, lector mío, te pierdes en mis palabras y me

amas ( escribo para que me quieran) ¿Cómo está tu vida? Quiero que sepas que si bien es cierto que

escribo para que me quieras, lector, también escribo porque te quiero, porque te pienso en cada

instante de mi vida, porque formas parte de mis días y de mis noches, porque estás en mis sueños, te

sientas a mi mesa, y cuando me siento solo, cuando arrecia el viento de la tristeza, tú me acompañas.

Y yo también, lector, espero estar contigo, compartir tu vida y tus sueños, y acompañarte en la

soledad y en la tristeza ¿Dónde está Juan, tal vez me lo preguntas? No importa, Juan sólo es una

excusa, al igual que yo, al igual que tú. Juan podría desaparecer mañana. Te ruego que en los puntos

suspensivos escribas tu nombre. Aquí:......................... Ahora la novela es de los dos (perdón, de los

cuatro).

Me ha sucedido a veces ir caminando por la vereda y ver a una persona, y después, al final del

día, acordarme de esa persona y llorar porque no nos conocemos, porque no sé donde vive, ni cómo

piensa, ni con qué sueña. Tú y yo, lector, también estamos lejos y quisiera conocerte, saber si hoy, por

ejemplo, has visto un pájaro balaceándose en un cable o si en las gotas de la lluvia imaginas mundos.

Quisiera saber si eres joven, o viejo, o si en tu ropero tienes un impermeables gris o un sombrero rojo.

Quisiera saber si de niño jugaste con barquitos de papel, o si eres niño, o si compartes mi

pasión por el ajedrez o el piano, o si ayer fuiste al parque o te compraste un paquete de pochoclo, o

depositaste cien mil dólares en tu cuenta bancaria, o a tu hijo le ha salido el primer diente o te

presentó a su novia o a su novio, o no tienes hijos, o a quién botaste en las últimas elecciones.

Y así, Juan, se fue durmiendo lentamente. Y soñó con un parque donde jugaban las estatuas,

un anciano les vendía banderines a las estrellas, los perros llevaban a sus dueños a pasear con un

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 128

collar. El parque le parecía conocido pero no lograba recordarlo, lo había visto alguna vez, le era muy

familiar, De repente escuchó en timbre, era un timbre de colegio, el timbre del recreo; aparecieron

todos sus compañeros, estaban haciendo fila en el parque, estaba su maestra de tercer grado. Él los

miraba pero ellos no podían verlo, ellos eran como una imagen, como una foto, como un recuerdo.

Abrió los ojos y miró las paredes, todavía tenían un poco de olor a pintura. Bostezó, todavía

tenía sueño. Miró el capítulo y supo que se estaba terminando, entonces, volvió a cerrar los ojos, y

durmió otra vez.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXII

TREINTA Y DOS CAPÍTULOS NO ES NADA

os por cien.

-¿Doscientos?

-No, él dice que dos por ciento, quiere decir que si pagás el dos por ciento te lo

llevás.

-Ah, fantástico, estaba necesitando un dos por ciento en el jardín.

-Dos por cien.

-Déme uno.

-Uno por ochenta.

-A ver, según mis cálculos, uno por ochenta... uno por cero... sí... ¡claro!: uno por ochenta es

ochenta.

-No, hermano, él te dice que por cada uno que comprás te regala ochenta.

-¿Me disculpan caballeros?

-Sí.

-Bueno, yo creo que este hombre está diciendo que si ustedes pagan cien compran dos y si

quieren-comprar uno les cuesta ochenta ¿no es verdad caballero?

-Dos por cien.

-Ahora, yo digo una cosa, por qué venderá estos libros tan baratos.

-Debe ser que no se venden.

-No crea, si yo aparezco en ese libro el libro se vende.

-¿Y quién es usted? si me disculpa.

-Sí, caballero, lo disculpo; yo soy el Tunante Gonadal Cuas Iluso Latropiña. Yo prologué ese

libro y estoy pensando ponerle ese nombre a una calle.

-¿Sólo un escarabajo?

-No, sólo una calle.

-Así se llama el libro.

-D

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-¿Sólo una calle?

-No, Sólo un escarabajo. Maravilloso idilio de pasión y locura, antelaciones de un otoño, y

algunas cosas.

-¡Ah! veo que leyó el prólogo.

-Sí, me gusta estar informado.

-Y a mí me gusta estar uniformado, todo se ve mejor desde el uniforme. Además el ejército le

da a uno una cultura uniforme, una moderación uniforme, un salario uniforme, y además le da un

uniforme. Y Usted aprenda esto: a más ejércitos y armamentos menos guerras. Nadie odia la guerra

más que un soldado.

-Pero, ¿si no hay guerras ustedes de que viven?

-No, mi querido señor, usted está incurriendo en un error. Nuestro trabajo consiste en mantener

la paz, no en hacer la guerra.

Una tarde, mientras jugaba al valero con Pablito (el que clavó un clavito), Jorge tuvo una idea;

fue el cuatro de Marzo de 1965. Le sugirieron que anotara el día, para poder contárselo a sus hijos. Si

los días terminan a las doce de la noche y empiezan a la misma hora; la denominación no es un

asunto de principios ni considera los fines de tal propósito y está, por el contrario, determinada por el

medio. La idea fue la precedente, y luego Jorge descansó.

Más tarde, el mismo día a las diecinueve, tuvo una segunda idea. Si todo lo que existe fue

creado por Dios y Dios no se creó a sí mismo, esto quiere decir que Dios no existe; si Dios se creó a sí

mismo quiere decir que no existía antes de crearse y por lo tanto no es eterno; y si Dios existe y existió

siempre, esto quiere decir que Dios no es el creador de todo lo que existe. La precedente fue la

segunda idea, y luego Jorge volvió a descansar. Pablito clavó dos clavitos y le dijo: "descansa en paz".

Juan despertó, eran las nueve de la mañana de ese sábado, de ese capítulo, de esa vida, de

esa novela. No sabía exactamente qué quería hacer, tal vez desayunar... pero no, ya había

desayunado esa mañana y... le dolió un brazo con intensidad. Descubrió que su vida era una

constante monotonía, se sintió mal. Quería hacer algo distinto, para librarse de esa amargura que

poco a poco lo iba invadiendo, día tras día, capítulo tras capítulo. Se pasaba la vida pensando en la

muerte, sufriendo la muerte que un día apagaría sus ojos, y cuando le llegara (como dice Serrat) el día

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 131

en que se debe entregar el equipo; cuando ese día llegara, sería especialista en muerte e ignorante de

la vida, para, al final dé cuentas, morirse igual.

Buscó el encendedor, estaba decidido, era preciso hacerlo. Creía haberlo dejado arriba de la

mesa pero no estaba allí. El buscar objetos perdidos era algo que lo ponía nervioso. Me llamó por

teléfono, le costaba tomar la decisión, me rogó que lo ayudara, le dije que no podía hacerlo, me pidió

que por lo menos le facilitara las cosas, le pregunté a qué se refería, y me dijo, y me emocionó, que le

dejara encontrar el encendedor; era mi personaje, nos debíamos tantas cosas, y sólo eso me pedía:

un encendedor, y yo, no sé por qué, ni siquiera eso le di. Juan buscó, en la habitación, en el baño, y

nada.

Debía comprar otro encendedor. Se vistió, hacía un poco de frío, la lluvia había terminado, pero

todo estaba lleno de lluvia, abrió la puerta y lo invadió la mañana, alguien pasaba llevando un perro

chiquito; eran tres cuadras hasta el kiosco, se movían sus piernas pesadamente, como ajenas. Treinta

y dos capítulos eran mucho, y ahora le pesaban, pronto tendría la edad de Cristo, y dos escarabajos

podrían crucificarle la alegría. Caminó, lloró, caminó ¿Qué alegria, qué alegría podrían quitarle los

escarabajos?, si su alegría era sólo un recuerdo difuso, recuerdo de algo que, tal vez, jamás existió.

Quise decirle a Juan que no lo hiciera, pero no pude, me quedé callado, quise interrumpir ese

capítulo, era preciso detenerlo. Juan compró el encendedor, y yo debí apelar al último recurso, debí

sellar, puse mi firma y dictaminé...

CAPÍTULO INTERRUMPIDO

Archívese.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXIII

BATTAGLIA INÚTIL uan despertó, eran las nueve de la mañana de ese sábado, de ese capítulo, de esa vida, de esa

novela. No sabía exactamente que quería hacer, tal vez desayunar... pero no, ya había

desayunado esa mañana y... le dolió un brazo intensamente. Descubrió que su vida era una

monotonía, se sintió mal. Quería hacer algo diferente, para salvarse de esa amargura que poco a poco

lo colonizaba, día tras día, capitulo tras capítulo. Se pasaba la vida pensando la muerte, sufriéndola, y

cuando llegara el día, sería especialista en muerte e ignorante de la vida.

Buscó el encendedor, estaba decidido. Creía haberlo dejado sobre la mesa pero no estaba. Me

telefoneó, le costaba definirse. Le sugerí que retomara la novela que estaba escribiendo, pero ni él ni

yo recordamos qué había sido de ella. Le sugerí escribir otra cosa.

Entonces Juan, con toda la amargura de mil años de hollín y medialunas secas, tomó un

cuaderno de cien hojas, de esos con nombre de prócer, que se pueden "escribir y borrar sin

borronear". Afuera, como una compañía innecesaria, la lluvia se derramaba lenta y monótona. Eran las

nueve y cuarto, en su pequeño reloj se acumulaban las guerras y los amores. Y comenzó a escribir:

Llueve y adentro las frustraciones y las derrotas. Me choco contra el escepticismo de quien debiera

creer en mí, el escepticismo se vuelve sugerencia, la sugerencia se vuelve orden, la orden se vuelve

ultimátum, el ultimátum se vuelve molde por donde debo hacer pasar mi vida; rodeado de esas

armaduras que supuestamente me protegen del fracaso, debo convertirme en un muñeco a pilas que

se controla a distancia, para que no me equivoque, para que sea criterioso en mis alecciones y mis

actos, para que sepa vivir ¡Pero cuidado de que el muñeco quiera tener un alma!, seria preciso

destruirlo por su bien, para que no se empecine en realizar sus sueños, en querer tener alas y volar,

en ser él mismo. De entrada se encontrará con un papel que dice: "lo que intentas no puede funcionar,

no tiene futuro, estás equivocado". Y si el muñeco sufre, no importa, es un muñeco; y si el muñeco

tiene planos y planes, es un imbécil. Y si el muñeco cree en las fuerzas de sus esperanzas es un iluso.

Deberá convertirse en un muñeco más muñeco, más creíble, más común, más como los otros.

Juan dejó de escribir, el personaje no era comprensible. Afuera seguía lloviendo.

-Juan.

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Qué.

-Es de noche y me siento solo.

-¿Qué te pasa?

-Centré la atención en mi hígado, me dolía un poco y presioné sobre el abdomen para calmarlo

y fue entonces que lo descubrí...

-¿Qué cosa?

-La confabulación: el hígado y el estómago están confabulando contra el bazo.

-No, no lo creo.

-Por qué te parece que el personaje no es comprensible.

-No sé.

-Había un ruido imperceptible, algo así como una conversación secreta; lo percibí con mi mano.

Supe que era contra el bazo, por un pequeño dolor que se desplazaba hacia la izquierda.

-No debemos meternos en tramas difíciles, por eso pienso que el personaje, no sé, no es claro.

El niño caminó despacio, periodicamente rotaba su cabeza para mirar. Con angustia lo

observaban desde el bar pero ¿quién era culpable, tú, yo, Juan, Jorge, los abuelos de Raúl?

Una mañana despertó y tenía treinta y tres, casi no sabía si culpar a la tristeza o a la dicha; si

pudiera ser monótono, para poder aferrarse de las horas. Perdido en esos pensamientos soñó con un

tiempo de noches largas de café, preparar un examen, él era un estudiante, en esencia y ante todo, y

sin embargo, todo aquello parecía quedarle tan lejos... era la desesperación de chocarse con un no,

con un olvido, con el fracaso, y no entender por qué pero sentir que el profesor, ese señor de la

amargura, que sugiere libros agotados, que los exige, que porta como un revólver ese eterno

ultimátum de fin de año, ese ultimátum que amenaza: "el éxito o la muerte"; sentir que las respuestas

ya no alcanzan, los tres profesores se miran entre sí y, por debajo de la mesa uno muestra a los otros

una navaja, el otro un revolver y el tercero una libreta. Allí me anotarán para matarme; para sacarme la

vida, que es mi posibilidad de tener el diploma (ese imposible orgasmo de mis sueños). Estar lejos,

siempre tan lejos... cada capítulo más lejos de recibirme de personaje.

Había cumplido treinta y tres capítulos, y estaba solo, desde siempre y para siempre, porque el

diploma nunca llegó; y estar entonces obligado a trabajar en novelas como esta. Pero mañana,

siempre mañana, estrellaría la tristeza; con sus palabras podría dictaminar: "soy apto". Pero él, el

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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profesor, no quiere que sueñe; él quiere que me humille, que deje en las pantallas todo mi espíritu,

.que me abra de piernas, .que camine en cuatro patas, que vomite un poco, que trague más, toda la

impotencia.

Ella estaba conmigo, era mi pivote, me apoyaba, me sostenía; me abandonó en la playa de la

soledad. Y cada examen, cada nueva confirmación de mi existencia, nacía solitario en mi: como un

fantasma. El fantasma que me persigue, que ya no sabe que soy escritor, soy personaje, soy lector,

soy nada, soy Luis, soy Juan, soy vos, soy silencio, soy nadie, soy todo, soy todos, soy alguien... otro

aplazo más.

Estaba muerto desde entonces, desde la mesa examinadora. No sabia, no quería o no podía

jugar ese juego; le habían dicho demasiadas veces que sin un título no hay novela. Pero él no podía,

él no podía, no era de malo, no era de tonto; no podia. Y ahora debía estar en ésto, esto que pretende

llamarse una novela y que no es nada (como él). Nunca con SÓLO UN ESCARABAJO conseguiría

hacerse valer entre los tantos nombres de la historia. Qué historia, qué nombres, si estaba solo, si era

sólo eso: UN ESCARABAJO.

Pero quiero demostrar que no nací para arrastrarme como ellos, los que se abren de piernas,

los que lamen el suelo por concretar una materia más. Y es otra la verdad: es que me abro de piernas,

lamo el suelo, me arrastro, pero no me quieren. Y cada vez que me presento tengo un nuevo aplazo, y

si no me presento estoy ausente. No te vayas de mi vida.

Juan, estaba solo como siempre, buscando una razón para la dicha de vivir contaba las horas.

Y algunos no le daban ni la hora, los personajes de las grandes obras. Ni Cortázar, ni Cervantes, ni

Kafka, ni Macedonio Fernández, ni Dostoievski; solamente Luis Alberto Battaglia... ¡qué poca cosa! Y

Battaglia, él sabía, en italiano significa batalla; pero era, en el mejor de los casos, una batalla inútil:

con ese personaje sin diploma jamás conseguiría dar vuelta la esquina (por empezar, ni él nadie tenía

tanta fuerza) ni cruzar la calle.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXIV

CAPÍTULO A LA CALLE alle? Si al menos entre tanto viento ella supiera que la amo. Me humilla, me denigra, me

arrastro por sus escalones en inútil esfuerzo, porque caigo. Y ellos, confabulan. Lo

descubrí una tarde, con mí mano en el abdomen ¿Cómo qué abdomen? el mío. Ellos

estaban confabulando contra el bazo. A los doctores les pido la respuesta: cómo pueden un hígado y

un estómago estar confabulando contra el bazo ¿Calle? Pero si yo jamás crucé una mirada con ella, si

yo nunca los he visto ni a ella ni a mí (no he caído en la trampa del espejo), si hace mil años que olvidé

la manera de sonreír, por qué me acusan de esos niños ¿Ca11e? ¿Quieren una confesi6n?: soy

extraterrestre. Ya pueden decirlo "¿Sabés una cosa?" "¿Qué?" "Luis Alberto Battaglia es

extraterrestre" "Y quién lo dijo" "El mismo lo confesó", ¿Calle? Y si mañana les confieso que soy un

árbol no lo duden un instante, proclámenlo a los cuatro vientos, "Luis Alberto Battaglia es un árbol"

"Quién te dijo" "El mismo lo confesó" (¿no es así como se enseña la literatura?) ¿Calle? Y para qué

esperar a mañana, tomen hoy mismo mi confesión: soy un árbol. ¿Calle? No, no es una calle, es una

avenida (porque aquí anidan las aves ¿sabes?).

¿Jota? Pero sí Juan está despierto y son las diez de la mañana. ¿Otra confesión?: mi hígado

confabula contra mi bazo. Resumiendo: soy extraterrestre, soy un árbol y mi hígado confabula contra

mi bazo ¿Algo más? Sí: tengo cinco pies, dos cabezas y un solo labio. Y bueno... lo cuento todo:

también tengo caspa. Soy una lombriz, soy un pic, un pico, un trébol, un pájaro, un pajarón. Mí amigo

Carlos Resquín me contó en una ocasión que en su casa necesitaban una hormiga y tuvo que ir a

buscarla al jardín. Y yo no soy extraterrestre, a ver si queda claro, ni tampoco soy un árbol, ni soy una

lombriz. 'Luis no es un árbol" "Por qué" "El mismo lo desmintió" ¿Jota? iY qué sea la última vez que

violás a tu tataranieta; a ver si me la embarazas a la chica! ¿Chica? Sí, veintisiete centímetros con dos

milímetros. ¿Jota? iQué jota eh! No, no es una jota es una g, g de jarabe. Pero yo me refería al baile

iQué baile! Y, sí, cinco a cero. Pero si practicamos podemos convertir el escritorio en un jarrón. iEso!

g.de jarrón. Pero esa no es la g ¿No es la g? No, es la jota. iQué jota! Y, claro; antes cuando moría un

bebe nos avisaba, y ahora bebe y no nos avisa. Yo más que aviso necesitaría un impermeables

¿Jota? y bueno, nadie es perfecto.

¿C

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Nadie es prefecto, pero en la prefectura plantaron maní con chocolate; y sale garrapiñada.

-No puede ser.

-Es lo que yo decía, no debe permitirse la indisciplina.

-Sí, sobre todo la del maní.

-Es rico tostado.

-A mi me gusta con sal y un poco de pimienta, mezclado con apio, camarones, castañas de

cajú, aceitunas rellenas, zanahoria y salsa golf (la de Leloire).

-Yo no es que sea maniqueísta, pero el maní me parece excluyente .

-Jamás hay que sentirse excluido.

Aquí me detengo por un momento porque no quiero que algún ida se diga de mi: sus chistes

eran tan pero tan malos que más que un mal humorista era casi una mala persona (sí, es mío, si). Tal

vez se diga que mucha risa y poca novela, podré decir para mi defensa que quien ríe último ríe mejor y

no por mucho madrugar amanece más temprano y al que madruga Dios lo ayuda y en casa de herrero

cuchillo de palo y al mal tiempo buena cara y dime con quién andas y te diré quién eres y no todo lo

que brilla es oro y no se ve sino con el corazón. Y si con todos estos argumentos no los convenzo,

saco el as de la manga: por qué leyeron hasta el capitulo treinta y cuatro.

-Juan

-¿Sí?

-Poné el auto a la sombra.

-No tengo auto.

-De acuerdo, entonces dejalo donde está.

Antes era distinto, no sé, la vida era distinta, yo no sabía que existía la deuda externa, ni la

bomba atómica, o sí, lo sabía, pero... no sé; es que en otoño las hojas de los árboles se amontonaban

en la vereda secas, y yo pasaba y las pisaba y hacían un ruido hermoso, y creo que entonces yo era

feliz; por las mañanas, en invierno, cuando cruzaba la Avenida García del Río para tomar el veinticinco

hasta Cabildo y Ramallo, desde donde caminaba una cuadra y media (la parada estaba a media

cuadra de Ramallo) hasta Arias; donde el pequeño colegio Provincia de Santa Fe me esperaba, la

plaza de Moldes y García del Río estaba blanca por la escarcha, y yo esperaba el colectivo con mi

valija marrón apoyada en el suelo; y los domingos en el parque Saavedra o en el zoológico o en el cine

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Real o en el mágico ltal Park (parque italiano) o en el rosedal o en el Jardín Botánico, sabía que eso

era la felicidad; por las noches, en el patio, a oscuras, me quedaba mirando las estrellas, el Bochi (mi

perro) hacía algún ruidito en su sillón; pero más tarde, cuando la felicidad fue más difícil, cuando ya no

alcanzó con esas alegrías; con las cosas de siempre, se fue tendiendo sobre mí una red oscura,

parecida a la muerte.

Fue entonces, querido Juan, que comencé a escribir, a amontonar cuadernos de poesía (y hoy,

viernes 19 de Febrero de 1988, ya voy por el cuaderno de poesía 43°) y también otros de prosa, y más

tarde novela (tu nacimiento). Y no sabía aún que la fama es tan difícil, tan empedrada de obstáculos y

trampas para quien la quiere alcanzar por valores propios y genuinos; y no sabía que el amor es tan

esquivo, tan inaprensible, tan volátil.

Esta tristeza de pronto

dibujada en amapolas

que se sube hasta los ojos

y cae como las hojas;

ay estas grandes palabras,

ay estas palabras solas.

Esta tristeza de alambre

que me lastima la boca,

que se me mete en la sangre

y me hace mal.

Esta tristeza de lluvia,

de estaciones solitarias,

de trenes que nunca llegan,

y de otoño en la garganta.

Esta tristeza.

Sin saber con que túneles la luna

iba a canalizar tantos recuerdos,

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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miré la noche toda de aceituna

y me escondí en la cárcel de los cuerdos.

En el cielo brillaba sola y una,

como una eternidad de sueños lerdos

-Basta.

-Cómo.

-Sí, que basta, que ya es bastante, que ya es demasiado, que estoy harto de que pongas

poesía en la novela. No tenés derecho ni es lógico que lo hagas, es absurdo, es ridículo, por más

poeta que seas esto no es poesía.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXV

LA DEDICATORIA uien dice que novela no es poesía

incurre en un error de entendimiento,

-Yo lo pienso y no me equivoco

cual si afirmara que la fantasía

no forma parte del conocimiento.

-¡Luis basta!

-¿¡Ahora resulta que vos vas a determinar qué es lo que yo puedo o no puedo escribir!?

-Sí, porque el que tiene que vivir en la novela soy yo no vos.

-Pero la novela existe porque yo la inventé, idiota.

-No voy a aceptar que se me siga insultando.

-¡Y yo no voy a aceptar que un idiota quiera dirigir la novela!

-Entonces dásela a otro escritor.

-Escuchame, idiota, tengo mil personajes esperando allá afuera que les llegue la oportunidad,

así que o te callás la boca o te vas ¡entendido, idiota!

-sí... me voy.

-¿Pero por qué tenés que ponerte tan difícil?

-¿Yo difícil?

-¿No?

Me parece que el difícil sos vos.

-No creo.

-¿No acabás de echarme?

-Sí, pero...

-Bueno, entonces me voy...

-A dónde.

Q

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Adonde las estrellas se mezclan con la lluvia, donde los pasos en la noche son un

presentimiento; donde te amé una noche de luna (las lectoras no deben considerarse excluidas), con

tus ojos lectores de mi vida.

¿Qué vida, qué vida me preguntas? Estas palabras que se parecen a una oportunidad: Barrio

Norte, tres ambientes, a la calle, cochera, con teléfono, baño y cocina completos. Esta, la que en un

tiempo conociste. No preguntes, no insistas que me duele mucho volver a decirte que una tarde con

mucha lluvia y muchas hojas muertas de otoño, una tarde que se apuraba el reloj y hervía en los

rincones de mi pena tu mirada fija; te amé.

-Perdí el cuaderno 43° de poesía, y también el 34°

-No me lo digas.

-Sí, los perdí. Cientos de poemas, meses de inspiración y de trabajo... ¡perdidos!

-Lo siento... voy a quedarme, no te preocupes, vamos a sacar adelante esta novela.

-Gracias, Juan.

-¿Qué hacemos?

-¿Puedo decir el día de hoy?, el de mi vida, me refiero.

-Sí, ¿qué día es?

-Hoy es 11 de setiembre de 1988 y desde esta página quiero rendir mi homenaje a un grande.

Hace exactamente un siglo, moría, en Asunción, Domingo Faustino Sarmiento. Tal vez algún día,

dentro de muchas décadas, alguien escriba: "hace exactamente un siglo, moría, en Buenos Aires, Luis

Alberto Battaglia".

-Sí Luis, estoy seguro... siempre que no sigas perdiendo los cuadernos.

-Prometo, desde hoy, cuidarlos como a mi vida.

-De eso depende la mía.

-¿Qué hacemos?

-Seguime hablando de allá.

-Primero quiero hacer un pedido: a quien haya encontrado mis cuadernos 34 y 43, que por

favor me los traiga, prometo gratificación muy grande.

-Yo también.

-¿Vos también qué?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-A quien encuentre mis cuadernos 34 y 43 que por favor me los traiga, Luis promete

gratificación.

-Juan

- ¿Qué?

-Escribí la dedicatoria de este libro.

-Y cómo es.

-Linda .

-Qué dice.

-Cosas.

-Pero ¿podés transcribirla?

-Puedo.

-¡Hacelo entonces!

-La dedicatoria dice así.

-¿Dice "así"? iqué corta!

-No, no dice "así" dice así: ...

-¿Dice o no dice?

-En realidad no dice nada, el que digo soy Yo.

-Y qué decís.

-Bien, ¿Y vos?.

-Bien, estaba por comprarme un armario, pero quiero que me haga juego con los chicos.

-¿Con los armaritos?

-No, con mis hijos. Uno es rubio y otro morocho y son difíciles de combinar.

-Es muy bueno.

-¿Qué cosa?

-El juego.

-Sí, pero lo voy a cambiar por uno negro.

-Qué cosa.

-A mi hijo rubio... para que juegue.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Antes que nada, te voy a explicar una cosa... mirá, hay tres formas de comer frambuesas con

jalea de limón. Una, con un tenedor. Dos, con dos tenedores. Y si son muchas, con una cuchara.

-Te lo agradezco mucho, Luis. Ahora sé lo que voy a hacer.

-¿Qué?

-En vez de un armario voy a comprar una frambuesa.

-Son más baratas.

-No me interrumpas. Te decía, voy a comprar una frambuesa para preparar frambuesa rellena.

-Y cómo la vas a rellenar.

-Primero le saco lo de adentro y después le pongo el relleno.

-Y qué le vas a poner.

-Podría ser jamón, o pickles...

-¿Y si le ponés un modular?

-No es posible, vienen siempre de a dos.

-¿Los modulares?

-No, mis hijos.

-Pero se pude arreglar.

-¿Y cómo?

-Primero marcás el número, la llamás a Catalina y le contás que tenés un conejo que te salió

cojo.

-¿Con una pata mal?

-No, con tres ojos. Después tomás un bols, volcás el contenido de tres naranjas y le agregás

azúcar. Finalmente, cuando todos te ven, te disfrazás de golondrina y, sin cambiar de canal, vas al

kiosco de la esquina y le pedís una cajita de fósforos.

-¿Y si no me la quiere dar?

-Entonces se la comprás.

-¿Y después?

-Ponés el mazo de cartas en un bolsillo y en el otro te guardás la frambuesa.

-Pero nos olvidamos algo.

-¿Qué cosa?

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-La dedicatoria.

-Bueno, se lo podés dedicar a la golondrina, al quiosquero, a la frambuesa...

-No.

-Bueno, si querés podés dedicárselo a los chicos.

-¿A mis hijos?

-No, a los armaritos.

-No tengo armaritos, pero no me entendiste yo te preguntaba por la dedicatoria del libro.

-Bueno, si querés después podés escribir un libro.

-No.

-Bueno si no querés no.

-No, me refiero a tu dedicatoria.

-La seguimos en otro capítulo, porque este se terminó.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXVI

DISCUSIÓN

ómo decirte que esa noche, que compartimos el silencio, esa noche de escondidas, de

chicos, que unas estrellas frías en sus distancias ignoraban nuestros rostros, te amé;

después pasa toda la vida y una mañana seremos fotos en álbumes amarillos, como las

hojas... ¿recuerdas?

Nos encontramos en un entierro, has crecido, ahora casi te pareces a mi alma, me miras

mucho, tienes los ojos del color de la tristeza; yo evito la mirada, te saludo con una ceremonia leve.

-¿Y Juan... ?

-Bien, ¿y los otros... ?

Han partido las cintas de las flores y ahora son, ellas también, restos mortuorios vacíos. No

recuerdo los días de la novela, ni tus manos, o esa manera tuya de decir "tengo frío", la noche

acunará satélites y mariposas. Y alguna vez pintada, de otoño, de grillos a distancia, pájaros tiritantes;

seamos transeúntes en un presentimiento, mientras afuera llueva y llueva, con esa lentitud de los

aniversarios, las cosas que callamos, la simple percepción del dolor o el crepúsculo.

Amarte inútilmente, ese mi sino, mi manera de hacer resucitar fósforos apagados hasta el

hueso, la sangre, la propia soledad; ser en tu ruta, olvidar los pasos, desaparecer y confundirme con

sombras y lágrimas, recorrer tus labios como palabras. Te amo pequeña, hasta el desgarramiento te

siento y me dibujo flores en los tobillos, me paro los relojes y los espantapájaros vienen a saludar mi

mirada más alargados y transparente, deja, la gélida ausencia atravesar al sol con una aguja de

corbata.

Despertó de pronto, sobresaltado por un ruido, llovía, en la playa vacía abandonada una lona

en medio de la arena se mojaba y se mojaba sin que el viento pudiera arrastrarla. Cuántas veces

había dormido en esa mañana, eran las doce. Le costó cambiar de realidad, salir de los sueños. Había

soñado con escarabajos, con hospitales, con una cosa redonda muy extraña, con un libro más

extraño aún, había soñado con una carta, con un restaurante, había soñado llamarse Juan, tener un

amigo llamado Jorge, y otro un escritor llamado Luis. Estaba sentado en su silla de ruedas, Laura no

C

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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había llegado aún. Trató de oprimir el botón, para Adelaida despertara... le prepararía el desayuno o

quizás "mi niño, más seria hora de almorzar"...

-Gabriel (interrumpió Jacinta).

-Qué Jaci.

-Te llaman por teléfono.

-Pero si yo no escuché ningún teléfono... ¿ustedes escucharon alguno?

-Pero te llaman.

-Pero cuándo sonó.

-Recién sonó, te llama Luis Battaglia.

-No, el teléfono no sonó y además vos no estás acá.

-Sí, Gabriel, sonó le teléfono.

-Pero vos no estás acá, porque es sábado y vos te vas los viernes a la tarde.

-Sí, estoy.

-No, no vas a engañarme, o sino... bueno explicame cómo puede ser que te hayas ido ayer a la

tarde y hoy estés acá.

-¿No vas a atender el teléfono

-¡Ya te dije que el teléfono no sonó!

-¡Pero si yo misma lo atendí...!

-Escuchame, Jacinta, creo que sos una persona medianamente inteligente, no digo mucho,

pero algo inteligente. Ahora, pensá, si vos no estás acá, porque no estás, cómo entonces podés

atender el teléfono.

-Es verdad, tiene razón, perdone que lo molesté.

-Si vos me tuteabas...

-Pero yo no estoy.

Jacinta se fue caminado lentamente y el autor ignora si estaba triste o enojada, si estamos ante

uno de los chistes o la novela ingresa en surrealismo o ciencia ficción. Y principalmente ha llegado a

plantearse el autor si Juan existe o es apenas un sueño de Gabriel... pero en definitiva ¿No es Gabriel

un sueño de Luis? ¿Será Gabriel un sueño de Juan? Por ejemplo, ahora llega Ricardo.

-¿Por qué dejaron el teléfono descolgado?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Debe haber sido Jacinta.

-¿Jacinta?

-Sí, tuve un problema con ella. Porque no podía entender que no estaba.

-¿Quién no estaba?

-Ella... no estaba pero insistía en que había atendido el teléfono y seguro que después lo dejó

descolgado.

-No entiendo, ¿vos atendiste el teléfono y ella lo dejó descolgado?

-No, ella atendió el teléfono y ella misma lo dejó descolgado.

-Pero si ella no estaba.

-Sí que estaba, o ahora vas a empezar vos también a no entender nada.

-Escuchame, Gabriel, ella estaba o no estaba.

-¡No y no!

-¿No estaba?

-No digo eso

-Entonces estaba

-Ya te estás poniendo obsesivo, si algo no aguanto es que me dirijan la conversación tipo

Platón: "que es la libertad" "La libertad es hacer todo lo que uno desea" "Y si uno desea no ser libre,

también hace uso de..." ¡no, viejo, a mí en esa no me hacés entrar!

-Pero ese párrafo no me lo acuerdo de Platón.

-¡Basta, Ricardo, no entendés que era un ejemplo!

-Está bien, era un ejemplo, pero Jacinta ¿estaba o no?

-No voy a entrar en tramas obsesivas, ya te lo dije.

-Bueno, pero cual era la discusión con Jacinta

-Ya te dije que Jacinta no estaba.

-¡Ah! ¿no estaba?

-yo no dije eso.

-Y qué dijiste.

-Que ella decía que estaba.

-¡Ah! ¿estaba entonces?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-¡Qué tiene que ver lo que dijera ella, ¿o ahora le vas a creer más a una empleada que mí?!

-No.

-Mirá, si hay algo que me molesta es que me nieguen las cosas.

-Sí, entonces.

-¡Ah ¿quiere decir que le crees más a ella que a mí?!

-Como vos digas.

-Bueno, tampoco vas a darme la razón como a los locos.

Ustedes qué piensan, quién está loco acá. Yo creo que hay alguien que muestra un serio

desequilibrio mental ¡Exactamente!: Jacinta. Ricardo y Gabriel juegan con imposibles lógicos (más

Gabriel). Podríamos plantearnos...

-Nada.

-¿Qué?

-¡Que nada! Que esto es lo último. Primero me sacás, ahora resulta que soy un sueño de

Gabriel (pero, en fin, ya estoy acostumbrado); después pones una conversación falsamente filosófica;

y al final, te introducís y comenzás con estúpidas dilucidaciones psicológicas. Y ahora, lo grande...

-Terminó, eso es la grande.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 148

CAPÍTULO XXXVII

EL OTRO SUEÑO

s que uno termina por creer que Juan tiene vida, uno sufre por su cosa redonda, por

Gabriela que le manda cartas y que tampoco existe; uno se emociona cuando a Juan el

matan los escarabajos (¿recuerdan? el hombre de la máquina). A veces mi esposa me ha

comentado que cree que puede encontrar a Juan caminando por la calle o en algún colectivo o en la

cola de algún cine o pagando el gas en el Banco de la Provincia de Corrientes, o la luz (lo que tendría

mayor coherencia).Y yo sonrío cuando me lo dice, no le confieso que a mi me pasa igual, y nos

quedamos mirándonos.

Por todo esto, hoy es hora (o día) de hacer una feclaración oficial: Juan no existe, nunca

existió, y es mero producto de mi fantasía. Yo sí existo, siempre existí (bueno, no siempre sino desde

1959), no soy producto de fantasía alguna, me llamo Luis Alberto Bcttaglia (Luis por Delepiane, el

profesor de anatomía, Alberto por Gkangrante, y Battaglia por costumbre), soy escritor (por suerte),

estudio psicología, antes estudiaba letras (llegué hasta la jota), soy socio de G.E.B.A. (por inercia), soy

argentino (por naturaleza), casado (por desgracia), liberal (sin razón), socialista (por emoción), radical

(por comodidad), anarquista (porque sí), soy director de Nuevas Letras (por definición), de Ediciones

Battaglia (por prolongación de mi apellido), me gusta la ciudad, el Obelisco, la Avenida Ãallao (donde

vivimos Nuevas Letras, mi desgracia y yo), me gusta el fútbol, Racing Club, las empanadas y las

salchichas rellenas, escribir y leer, y difundir mi arte, y que ahora estés leyendo lo que estoy

escribiendo.

Hoy es domingo 13 de noviembre de 1988; el lunes 26 de septiembre, en su departamento de

Boulogne Sur Mer, murió mi abuelo Guillermo (el gran Guillermo Battaglia). El martes 25 de octubre,

en el IX Encuentro Literario Nuevas Letras, en la Bodega del Café Tortoni, le dije a mí público algo

como esto: hace aproximadamente un mes, murió en Buenos Aires, el actor Guillermo Battaglia;

muchos de ustedes saben, y otros sospechan, que Guillermo Battaglia era mi abuelo. No puedo evitar

acordarme de mi niñez, cuando yo visitaba su casa, su casa era una enorme biblioteca, me

impresionaban tantos libros, y ahora se me ocurre pensar que tal vez por eso fue que después yo

E

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 149

decidí ser escritor. Tampoco puedo evitar recordar, que en este mismo lugar, hace seis años, se hizo

la presentación de mi primer libro, y fue mi abuelo quien lo presentó [...] pero, como el abuelo siempre

decía, "el espectáculo debe continuar", así que ahora vamos a comenzar con el encuentro literario.

Despertaba, estaba confundido, afuera la lluvia era una queja persistente. Se levantó, se lavó

la cara, la frescura del agua lo transportaba a la niñez, a muchas mañanas y algunas noches sin

sueño. Era sábado, igual que un tres de marzo de tantos años antes cuando esa chica de ojos

marrones entró a la librería para preguntarle sobre ese libro que ya no recordaba. Ella, que luego era

Gabriela y más tarde su novia, no imaginaba que en ese instante se gestaba la historia (esta, por

supuesto) y alguien pondría palabras a sus ojos (esos ojos como el mar).

Al mirarse al espejo, su rostro mojado le recordó las lágrimas .

-Luis

-¿Quién es?

-No digas nada, soy Gabriela.

-¿Dónde estás?

-En tu novela.

-¿Querés ver a Juan?

-¿Va a aparecer Juan?

-¡Cómo si va a aparecer, está desde el principio!

-Cómo desde el principio, si este es el principio.

-¿Qué?

Que son las once, que Juan... qué Juan...

Al mirarse al espejo, su rostro mojado le recordó las lágrimas. Estaba sola, afuera la ciudad era

un presentimiento: mañana. Sonó el teléfono.

-Hola ¿Luis?

-¿Quién es?

-No digas nada, soy Gabriela.

-¿Por qué estás en la casa de Juan?

-Es mi casa.

-No, si yo marqué el teléfono de Juan.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 150

-Pero es mi casa.

-¿Y entonces por qué me pediste que no dijera nada?

-Porque Juan está conmigo.

Al mirarse al espejo, su rostro mojado le recordó las lágrimas.

Su piel era un principio de siglos, una razón de incertidumbre. Hermosos veleros azules( los

sueños), que se apagan con el sol; volvían a sus labios, como un beso: Gabriela. Y sin embargo no

podía ser un sueño. Ella, su amada, había regresado; sentía haber sentido su cuerpo entre los brazos.

Dos cuerpos enredados en la sombra y el silencio, juntándose, bebiendo la locura y el misterio de la

dicha, complementando una metáfora perfecta y antigua, vibrando hasta el aliento y la respiración,

subitamente libres, espléndidos, infinitos. Gabriela, sin duda, había estado allí. Y sin embargo no había

rastros de su presencia, ni un pequeño detalle. En el espejo su rostro le devolvía una mirada sola,

perpleja, temerosa, y el inmenso dolor de una sospecha.

En la habitación el televisor hablaba solo, con todo un argumento de risas y de llantos y

Gabriela. Lejos, el mar en su constante movimiento pendular, el cielo fijo, la arena con los recuerdos, y

Gabriela. Desde la sala, un reloj atravesaba las voces y hasta el pensamiento. Se descubrió en el

espejo inmóvil, inmóvil y perdido.

¿Cuántas veces era preciso morir para tener un sueño? Amar, ser amado, tener un buen pasar

(no pasado); y algún día, mirar a los ojos a un niño, despacio, sin cargas que ocultar...

Dejó el espejo, se apartó bruscamente, lloró de rabia, apretó los puños. La vida nunca se

detenía. Era imágenes desconcertantes, pautas absurdas, ¿soledad? Cómo escapar de los ojos, de

los oídos, del corazón.

Un ruido habla comenzado...

¡No, ya no, ya no era posible! Lloró de rabia, apretó los puños, la vida nunca se detenía. Un

ruido había comenzado... ¡No, no! En el espejo se movían sus ojos apurados, sus labios repetían una

palabra. Quiso escapar, pero ¿hacia dónde? Tal vez afuera, tal vez allá, muy lejos, donde los lectores

vivían otra vida, donde tal vez una familia estaba tomando mate con biscochitos y escuchando su

encierro, su inconcebible encierro en una trama.

Abrió la canilla, volvió a mojarse la cara. No aguantaba, quería escapar. Saltó, volvió a saltar.

Gritó. Golpeó las paredes con sus puños hasta la sangre, hasta el dolor. Con la sangre manchó el

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 151

espejo, la camisa, las toallas. Ahora los puños le dolían. Debía buscar vendas. Abrió el botiquín. No

había vendas. Le costaba mover las manos. Pero debía salir, buscar una farmacia. Debía curarse, y ya

no le dolía la tristeza.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXVIII

GENERACIÓN DINÁMICA espertó iCuánto tiempo había dormido! Eran las siete de la mañana, tenía hambre. El

viento sacudía las persianas y el mar era una revolución súbita y eterna.

-Un momento.

-Qué pasa.

-Las cosas por su nombre

-¿Qué?

-Que algo no puede ser a un tiempo súbito y eterno.

-Pero ya lo puse.

-Empezá de nuevo.

-Pero los lectores...

-Son comprensivos, además a todo hombre se le debe permitir la opción de volver a empezar.

-Bueno, empiezo.

-Adelante.

...pudiera escribirlo, pero era preciso organizarlo de algún modo. Juan despertó. Recordó que

había soñado algo muy extraño...

- No.

-¿Qué cosa?

-Que estás tomando parte de un capitulo tachado y lo habías tachado porque era malo.

-Pero quisiera ponerlo a consideración del lector.

-No lo hagas, te va a arruinar la novela.

-Pero ahora me está pareciendo que es bueno.

-¿Arruinar la novela?

-No, el capítulo.

-¿Arruinar el capítulo?

-No, el capítulo.

D

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Jorge dejó de escribir. Miró por la ventana de su consultorio. Le gustaba los domingos por la

mañana salir de su casa, ir al consultorio y entrar en ese otro mundo: el de Juan, el de, Luis, el de

Gabriela, el de los sueños. Fabricar discusiones, inventar un lector. Suponer, por un instante, la

existencia del mundo y de los otros (¿mundos? ¿hombres? ¿sueños?).

Caminó hasta la sala de estar, allí, como al descuido, había una hoja de papel. Dispuesto a

prepararse el desayuno, Juan, caminó hasta la cocina. Miró por la ventana y allí, en su consultorio,

estaba el doctor Marino, mirándolo.

A través de la ventana de su consultorio vio a un hombre que, también a través de una ventana

(la pequeña de una cocina), lo miraba ¡Pobre pequeña!, estaba huérfana de sol.

De pronto, fue preciso encender otro motor, para dar fuerza a los generadores. Era preciso

actuar presuroso y precavido. Debía demostrar al dueño que era capaz de mantener intactas las

correas, evitando el desmembramiento de alguna polea con su consecuente desnivelación. Con una

fuerza sobrehumana movió la palanca y giró el carro sigilosamante (para evitar sospechas), abrió el

curso de entrada, y cuando el fuego devoraba grandes depósitos de estaño, logró con una oscilación

desencajar el soporte y descargar un súbito torrente de hielo que instantáneamente equilibró la

térmica. Como resultado de su acción eficaz, volvieron a girar los engranajes y el circulador

reestableció las ondas intermitentes. "Buen trabajo, muchacho; bébete una cerveza".

Y así, asi todo. Salimos a la calle (porque la calle no puede salir a nosotros) y hacemos que

nos circulen pequeños autos por la espalda (los más afortunados). Otros consiguen fabricarse

autopistas en los miembros, instalan semáforos en sus hombros y grandes avenidas en su abdomen.

Compramos un helado de limón, porque no nos es posible un limón de helado; si bien, una

nostalgia arbórea invade las heladerías con significativa frecuencia. Pero la tarde se clasifica en

lógicas categorías, y la amplitud no dosifica tópicos arbitrarios.

Volvemos por las veredas comiendo el helado y es una verdadera consagración de nuestro

aspecto, libre y feliz. Al vernos, alguien comentará: "él sí sabe vivir" y ella, su novia tal vez, nos

regalará una larga mirada admirada.

Ya con el fin del cucurucho (ser comido) llegamos a la puerta de una casa conocida.

Introducimos en la historia la siempre novedosa magia de las llaves. Y como si de pronto alguien

comprendiera, gira el picaporte y consagramos (una vez más) la propiedad embargadora de...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 154

-Piano, piano.

-¿Qué?

-Que los helados de limón, hijo mío, son el cuerpo del señor.

-De qué señor.

-Hijo mío, te perdono y te doy mí bendición.

-Gracias, padre.

-Cuántos te debemos.

-Cuatrocientos.

-Cuatrocientos fieles ¡qué ímpetu en el amor!

-No, hijo mío.

-No entiendo padre.

-No es para mí, hijo mío, es para servir al señor.

-Gracias, padre.

-Cuatrocientos, hijo mío.

-Adiós padre.

-Vuelve hijo, Dios no te perdonará.

-Dios perdona nuestras deudas, padre.

-Pero yo no ¡ A él!

-No entiendo, padre.

-Mis guardaespaldas te convencerán de la conveniencia de no tener deudas con el señor; ellos

saben transmitir la fe.

Jorge dejó de escribir. El capítulo era malo y anticlerical. No debía continuar en esos términos.

-Jorge.

-¿Que?

-Dónde está Luis.

-No lo sé, me dejó de testaferro y se escondió.

-¿Pero esta quién lo escribe?

-Él, por supuesto.

-¿Y entonces?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 155

-Pero no quiere entrar en la trama.

-¿Y vos dónde estás?

-No sé si estoy al lado tuyo o estoy en el nivel de los autores.

-Todo lo que aparece en la novela forma parte de la novela.

-Y entonces por qué me preguntaste dónde estoy.

-Porque ahora me di cuenta.

-Pero tenemos que hacer algo, porque así la novela no anda.

-Luis tiene que hacer algo.

-Pero nosotros somos Luis.

Se había soltado un pistón y ahora una correa se ladeaba en giro desigual de las poleas las

cuales transmitían al generador un desequilibrio dinámico en la condensación. Era preciso actuar y

rápido. Fijó el freno, la polea rechinó liberando grandes cuántum de energía estático-potencial. La

pérdida se transmitió a los generadores y de estos a los retrogeneradores, los cuales produjeron la

apertura de una de las válvulas compensadoras. El desequilibrio catódico originó una descarga en

cadena, que hizo masa en las baterías del compresor poniendo en peligro el circuito de

retroalimentación. Urgentemente giró las perillas del estabilizador catódico; de inmediato comenzaron

a funcionar los contrarefractores de emergencia, estabilizando la retroenergía en punto gama; esto

produjo la regresión de un electrodo y la brusca explosión de retroenergía cinética, la cual abrió el

circuito de los reconversores produciendo la reinserción electrostática del pistón. "Buen trabajo,

muchacho; bébete una cerveza".

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XXXIX

IMÁGENES ra preciso convencer a Jhon de que no pusiera en venta los sementales; años de esfuerzo

serían arrojados por la borda. Peter bebió en silencio su whisky, un gesto amargo y

preocupado recorrió su rostro. John debía comprenderlo, aunque su chica lo hubiera dejado

él no tenía derecho a poner en peligro el futuro del Rancho Pártil por un asunto de polleras. En esos

momentos, en California, Ronco Pártil (el creador de un imperio) bebía ginebra en las rocas; estaba

tramitando la compra y anexión del Rancho de los Órsol (antiguos vecinos de la zona).

-Orsol (comentaba Ronco Pártil) esta ginebra sabría mejor en una silla.

-¡Ronco! (bramó Robert Órsol, cegado por la ira), me extraña que lo ignores, es una vieja

costumbre de los Órsol: ginebra on the rock, jamás on the chair.

-Como tú digas, Robert.

Mientras tanto, casi anegado por la angustia, Peter hizo crugir sus nudillos. "Albert" (gritó

Peter), "otro whisky doble" "Ya es suficiente, Peter... has bebido cinco whiskys en diez minutos"

"Sirvémelo y cállate" "Peter (exclamó Albert) cómo decirtelo:... estás borracho" Una sombra recorrió

los ojos de Peter, fue tal vez el recuerdo de su madre (la anciana Camela Pártil) diciéndole aquella

vieja frase que jamás olvidaría: "Peter, dos caballos son dos caballos". Bruscamente las puertas

rechinaron y se hizo un silencio. En la puerta, la oscura figura de Garibaldi Transel infundió terror a los

parroquianos que abandonaron su cigarro y su alcohol y tratando de olvidar que habían nacido,

lentemente hundieron sus ojos en los naipes.

-¡Peter! (vociferó Garibaldi).

-Garibaldi, largos años han pasado (reflexionó Peter).

En Nevada, John conducía un jeep bebiendo una cerveza. Repentinamente se detuvo el motor

y humo negro pululaba en grandes espirales hasta el sol.

-John (se atrevió a decir Míster Carfiel, el viejo mecáníco del estado) esto te pasa por la

cerveza.

-Tenía sed (se excusaba levemente John) y decidí salir a dar un paseo ¿Algo nuevo por aqui?

-Tu auto, John.

E

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 157

-Me tiene sin cuidado, William.

-¿Qué sucede, John?

-Debo vender los sementales, ¿no conoces algún interesado?

-¡Los sementales del Rancho Pártil!

William lo observó buen rato, con una seriedad de estaca. John no se atrevía a contestar.

Lejos, en Florida, Camela Pártil hablaba con su abogado (el Dr.Robertson).

-Bob (decía Camela) debes sacarme de ésta.

Se hizo un silencio largo y profundo.

-Y a mí cuándo me toca.

-¿Qué ?

-Cuándo entro.

-En el próximo acto.

-¿Decías, Bob?

-Yo no hablé, Camela.

-Entonces,Bob ...

-Camela...

-Bob...

-Camela...

-Sí, Bob.

-¿Recuerdas?

-Sí Bob... pero todo ha muerto.

Los largos paseos por el parque, mi madre cultivando geranios en el jardín, los besos en el

parque y en el zaguán cuando la tarde estaba terminando.

-Ahora, Camela, corren vientos distintos.

-Bob...

-¿Sí, Camela?

-Te necesito. Ya no soy fuerte, Bob. John ha puesto...

Bob abstrajo su mente, a los años de ese convento kun fu

-¿Qué sucede Bob?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 158

-Miro mis manos, maestro.

-Qué observas en ellas.

-No son fuertes, maestro.

-Bob.Una gota de agua no es fuerte, es sólo una gota de agua. Dos gotas de agua no son

fuertes, son sólo dos gotas de agua o una gota mayor. Pero infinidad de gotas de agua forman un río .

-¿Entonces, maestro ... ?

-Busca las gotas que le faltan a tus gotas ...

...además, pienso que me asisten derechos ¿No lo crees, Bob?

-Desde luego, Camela (cómo decirle que se habla perdido practicamente toda la conversación

por pensar en el maestro).

Entre tanto, en Ciudad Gótica ...

-Batman, pásame el batidestornillador para ajustar la baticomputadora.

-Si, Robín.

-Esto ha sido obra del Profesor Nudillos.

-Deberíamos hacerle una visita.

-¡Ese enfermo, las pagará!

-Tranquilizate Robin, debemos elaborar un plan.

Al abrir la canilla, el ruido del agua borraba las fantasías. Y allí, solo, desnudo; Juan recibió el

látigo suave de ese torrente a la medida que es la ducha. Eran las once de la mañana, y en la

tranquilidad del domingo, ese baño tibio, templado, caliente; era tan parecido a la felicidad ...

Y sin saber por qué, resbalaban por su piel hasta perderse nombres y ciudades (grandes

secretos de las sombras). Con los ojos cerrados, el vapor, era niebla de las horas, protectora caricia

de un tiempo en que las sábanas y las toallas eran imperios al márgen del invierno y de la muerte.

Definitivamente, la niebla era otra cosa.

Y ahora, el champú frío, al contacto de la piel; la espuma leve, proyectando otra vez la dicha

del refugio y la ternura. La leve fricción de sus manos las hacía lejanas y otra vez objeto de caricia, la

piel resucitaba en brotes de aire fresco y mañanas de gimnasia y por las noches la suavidad pero

ahora también otras caricias, el entrecruzamiento de dos cuerpos, respiración, y el movimiento

aconpasado, como un velero sobre pequeñas olas, magia. Y otra vez el agua, borrando la espuma con

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 159

un cálido impacto; el cabello flotando y cayendo sobre la cara y otra vez la caricia pero la otra, la

primera, la imposible. Sentir aniquilar los años en un suave murmullo hacia los labios, el cuello, la

espalda.

Al sacudir la cabeza finalmente, fuera de la ducha y el vapor y la caricia, otro aire fresco le

sacudió los sueños; y la pronta toalla para escapar, acurrucarse nuevamente en la caricia suave y

mágica (pero la otra). Algunas últimas gotas le resbalaban por la piel y eran absorvidas por la toalla.

Luego, el espejo empañado y esa sencilla rutina de limpiar, de atravesar, de llegar a ver, de

abrir un claro en el espejo. Y su rostro, ahora aparecía. Sonrió, para constatar su sonrisa. Luego el

peine y el cabello dócil hacia atrás, el peine, el cabello, el peine, el cabello, el peine. Y depronto desde

los ojos del espejo, caian solitarias lágrimas.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XL

SOMBRAS etrov.

-Camarada.

-La noche es larga en la estepa.

-La noche es larga, camarada.

-Petrov.

-Camarada.

-¿Cuántas millas faltan para la Etrushka?

-Todo es distancia en la estepa.

Avanzan por el hielo dos bultos: uno es Petrov, el otro es el camarada.

-Petrov.

-Camarada.

-Hace frío en la estepa.

-Hace frío, camarada.

Avanzan a paso lento, Petrov duda. Avanzan hacia la Etrushka.

-Petrov.

-Camarada.

-Debemos comer.

-Se casa un oso en la estepa, se lo condimenta con liquen gris.

Petrov debe cuidarse del camarada, la estepa lo ayuda. En la Etrushka, Petrov debe dejar al

camarada en la cárcel (asesinó a un hombre, para enterrarlo en el hielo. Pero dos niños que estaban

jugando encontraron el cuerpo).

-Petrov.

-Camarada.

-Usted podría ser rico.

-El dinero no vale en la estepa, el honor sí. Al llegar, me premiarán con el oso de amianto

(ustedes, los occidentales, jamás entenderían: cumplo con la patria).

-P

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 161

-Lo entiendo, Petrov; también alguna vez cumplí con la patria, antes de que muriera mi esposa

y mis hijos.

Petrov se detiene, observa, calla, el viento frío le hiere la cara.

Hace frío, en las ventanas empañadas el invierno. Es 7 de Julio de 1957, afuera el pasto es

escarcha. El ruido de los árboles. Pronto amanece. En el hogar quedan restos de los leños que ayer

nos dieron calor.

Juan ha muerto. Hay muchas flores. Han venido muchos personajes, me dan el pésame.

En el espejo se han dormido las horas.

Cerró los ojos por un instante como para despertar. No podía ser... el cajón, las velas. Alguien

lo besaba en la frente. Algunos, alrededor, lloraban y comentaban en voz baja. Alguien se atrevió a

decirlo: "era muy loco".

No podía ser, él no ¿Sería el último capítulo, ya no habría mañana? Con un esfuerzo inmenso

logró mover los brazos, la toalla sobre la frente fue una caricia mágica. Ahora lo supo: faltaba mucho,

muchos capítulos, mucha vida. Y al fin, cunado muriera Dios, él sería su obra más acabada.

El aire fresco, al abrir la puerta del baño, era una invitación al movimiento. Caminó hasta el

living. Salió al balcón, desnudo. Algunas personas que pasaban, lo miraron.

Volvió a secarse la cara, en el espejo su rostro era como un sueño. No quiso abrir la puerta,

postergaba el momento de un aire frío.

No debía hacerlo, la sola fantasía lo avergonzaba.

Abrió la puerta finalmente, caminó hasta el living. Pero el balcón no, caminó hasta el balcón,

pero no. Abrió la puerta del balcón, y allí estaba torturándose. Una chica que pasaba le sacó una foto,

ya todo era irreversible. Tal vez mostaria la foto después. Pero en realidad sería gente desconocida la

que podria ver la foto. Y esa chica debía tener pocos amigos porque sino que hace una chica tan

joven volviendo sola de la playa. Además la foto podía no salir.

Seguía mirándose al espejo. No se decidía a abrir la puerta del baño. Por suerte todo habla

sido una fantasía y ahora podia no ir al balcón.

Sintió una sábana suave. Despertó, tenía suero en su brazo derecho, tenía electrodos en el

pecho para controlar el corazón, tenía las manos vendadas. Alguien estaba con él, era ella... no podía

ser.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 162

-Hola

-Hola... ¿sos vos?

-Sí. Me enteré lo de... Está lloviendo afuera. Te traje flores.

-¿Hablaste con el médico?

- Sí.

-¿Qué te dijo?

-Tenés que descansar, Ricardo.

Adelaida... ¿no va a venir?

-Sí... bueno... sí... seguro... va a venir seguro.

-Por qué dudaste.

-Jacinta te manda saludos, y Juan...

-Quién es Juan.

-El que era novio de... ¿te acordás de Gabriela?

-¿Qué Gabriela?

-La amiga de Rosaura ¿te acordás?

-La única Rosaura que me acuerdo es la de Marco De Nevi

-Qué Marco.

-De Nebi.

-Ah Marco Denebi.

-Sí, qué dije: Marco Denevi.

-Pero no es la de Marco Den Ebi

-Y cuál es.

-La prima de Jacinta.

-Y dónde está.

-¿Jacinta?

-No, digo Juan

-Internado

-Qué le pasó

-Parece que se estaba bañando y se desmayó.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 163

-Y qué tenía.

-Me parece que Luis lo quiere sacar pero no sabe como hacer. Porque resulta que Juan le

está trayendo problemas... Jacinta me contó... Parece que le discute todo y Luis tiene bueno... no sé. .

.

-¿Qué cosa?

-Me dijo Jacinta, pero dice que esto se lo dijeron... me dice que le dijeron que Luis tiene un

suplente... creo que se llama Jorge. Pero lo que pasa que Jorge está en otra novela, donde gana

mucho y Luis no le puede pagar tanto. Es de Luis también...

-¿Qué cosa?

-La otra novela... pero parece que no puede pagar igual en todas las novelas... se fundiría.

-Yo creo que los autores no pagan a los personajes... le dan libro y comida.

-Les pagan, lo que pasa que la plata con que les pagan no les cuesta... la imaginan y le pagan

con eso... con fantasías. Los escritores fabrican fantasías, emociones, sueños; y tratan de venderlas a

los otros mortales, quienes dan prioridad a lo tangible. Por eso suelen ser pobres.

-¿Quienes?

-En realidad... creo que... está haciendo... uh... es tarde... m ... vuelvo mañana.

-Los dos sabemos que no... que no vas a volver.

-Vas a estar bien, Ricardo.

-Como siempre. Y vos vas a estar lejos.

-Chau.

-Adiós.

Petrov le dió la mano al extranjero. En la Etrushka, había llegado la noche de repente. Y ellos,

dos bultos en la oscuridad, rendián sin quererlo el más perfecto exámen de las sombras.

-Adiós, Petrov.

-Adiós, camarada.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 164

CAPÍTULO XLI

LOS OTROS e voy.

-No te vayas.

-Qué necesitas Ricardo.

-Quiero hacerte una pregunta iNo! Dos preguntas

-Sí.

-La primera: ¿te casarías conmigo?

-¿Y la segunda?

-Vos dijiste que Luis se fundía si pagaba el salario más alto en todas ...

-No me gusta esa palabra... digamos: honorario.

-Bueno, dijiste que Luis se fundía si pagaba el honorario más alto a sus personajes en todas

las novelas. Y después dijiste que a los autores la plata con la que le pagan a los personanajes no les

cuesta nada. Es contradictorio ¿Cómo puede ser?

-Soy suficientemente tonta como para cometer ese error.

-A qué pregunta estás contestando.

-A las dos.

Petrov alzó los ojos, y los guardó en el vaso con agua tibia, sal, alcohol, un poco de vinagre y

otro tanto de bencina. Le habían sugerido el formol; pero optó por su mezcla personal, menos por

obstinación que por la inexistencia de aquél (el formol, se entiende). Los entendidos en formol dicen

que Juan tiene urticaria cuando llueve; pero yo estoy en condiciones de desmentirlo: ninguno de mis

personajes tiene o tendrá urticaria.

Pero lo cierto es que el barrio es bueno, No es el máximo, no es la consagración indiscutible y

sublime de los intentos posibles. Pero tiene alma, Avenida Corrientes, obelisco, muchos cines y

teatros, y a cada instante cientos de personas que pasan, traídos por imanes comerciales, culturales,

o de otra recreación. El barrio tiene imanes, eso, eso es importante, imanes.

A esta altura de los acontecimientos, es preciso aclarar que Petrov no forma parte del grupo de

los personajes centrales. Petrov es uno de esos personajes imprevistos, simples bastones para la

-M

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 165

trama; al estilo "señor, la cena está listal". Pero no es preciso adjudicarle ni buscarle un sentido

profundo ni un segundo sentido (en rigor, ni siquiera el primero).

Este mismo parece ser el caso de Ricardo y de su futura esposa (que ¿cómo que "parece

ser"? Es que ante la novela también soy un lector), que no sabemos quién es (mejor dicho: no

sabemos cómo se llama. Ya que saber el nombre de alguien no implica necesariamente saber quién

es).

Ahora voy a hacer una pausa porque voy a mirar el segundo tiempo del partido que por el

grupo cuatro de la Copa Libertadores de América están jugando en el estadio monumental los equipos

de Racing club y Boca Juniors. En el próximo párrafo les cuento el resultado y algo del partido (o tal

vez no).

Lo cierto es que las horas suben y saben, pero cae de maduro que son ignorantes del cuerpo a

suelo. ¿Es que nadie vió subir a las horas? Al horizonte, al nunca más, al quizás mañana. Si así es,

preciso la advertencia antes que apuren. Por otro lado, siempre está lejos el desmarque. Esos

duendes oscuros o brillantes, arbitran nuestros sueños ¿No es penoso haber perdido grandes

crepúsculos (los de Pablo) entre preguntas de rutína o simplemente labios? ¿No es una gran

desgracia haber nacido para ese beso que no existe, para la flor que nunca crecerá, para la página

perfecta? ¿No es una tristeza inenarrable tener dos manos, dos brazos, una nariz, dos ojos, dos

orejas, dos piernas, y una sola manera de decír "te amo con todo mi ser"? No sé, pero tal vez la vida

sea para otro fín (menos escaso).

Pero veamos: Juan estaba secándose el cabello. Había logrado escapar de la red de sus

fantasías iNo! Ese no es Juan, Juan es el otro: el de al lado. Rio, como los niños que no tienen sed.

Quién era él. Para qué había nacido. Estaba confuso.

Desde el mar, oscurecido y fugaz, se desplazaba una tormenta. Ese silencio previo, ese largo

silencio, esa gran danza sorda. Lo sabía, era la lluvia que pronto... un relámpago, y luego la batería de

un trueno. Antes, cuando era niño, la lluvia era una fiesta. Su hermano preparaba barquitos de papel,

y si era de mañana, muy temprano, su padre no abría la librería, ellos no iban al colegio, su madre

preparaba torta frita, v todos jugaban algún juego de mesa, o escuchaban la radio, o tomaban el

desayuno, pero así, sin apuro, sin el apuro de las mañanas de los lunes, o los martes, o cualquier día

que no fuera el domingo, y el desayuno, entonces, era un momento de paz y de alegría, su hermana

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 166

pedía otro pedazo de pastel, y reían, su padre comentaba una noticia del periódico, y su madre,

llegando interrumpía las risas brevemente, preguntando si estaba bien con esa cantidad de tortas

frítas.

Y llovia; pero como en los cuentos, con gotas grandes. No podía permanecer allí, eligió una

calle cualquiera, y se alejó... arrastrando charcos. Sí, como en algún cuento. Y Juan estaba solo, con

los recuerdos y las fantasías. Pero (todos lo hemos experimentado) los recuerdos y las fantasías están

hechos de un mismo género.Tal vez...

-Un momento.

-Quién osa interrumpirme.

-Soy yo.

-Y quién es "yo"

-Juan.

-Qué pasa, Juan.

-Disculpame Luis, no quiero molestarte pero tengo que hacerte un planteo.

- Vos nunca me molestás.

-No estoy seguro de eso, porque hubo capítulos en los que me trataste bastante mal cuando

traté de cuestionar algo.

-Yo nunca te traté mal, ni pienso hacerlo tampoco.

-Bueno yo pienso que sí, que me trataste mal, y no fue una vez, fueron muchas.

-No estoy de acuerdo

-Será que no te acordás

-No, no que "no me acuerdo", "no estoy de acuerdo".

-Bueno, está bien.

-Seguro, si yo tengo razón.

-Yo no dije que tuvieras razón, dije "bueno está bien" nada más, y dije "bueno está bien"

porque no tengo ganas de discutir.

-No se nota.

-Mira Luis, mejor lo dejamos así porque esto va a terminar mal.

-Igual va a terminar mal.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Qué querés decir.

-Lo que digo, que igual va a terminar mal.

-En qué sentido.

-Que vamos a tener que separarnos.

-¡Qué! ¿me estás echando otra vez?

-No te estoy echando.

-Y entonces qué qurés decir.

-Nada

-¡No, "nada" no, vos me vas a decir a qué te referías!

-Nada Juan, que estamos en mundos diferentes, yo soy de verdad, tengo cuerpo, estoy en la

vida; vos sos una fantasía, no tenés cuerpo, y sólo existís en el mundo de los sueños. Sos un sueño

Juan, y voy a dejar de soñarte alguna vez.

-Todos vamos a dejar de existir alguna vez.

-Sí, pero vos nunca exististe. Ves, no quería entrar en estos temas. Pero no existís Juan, sos

un sueño, una ilusión, un espejismo ¿Cómo explicarte? Juan, no tenés vida.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XLII

CRIATURAS uan despertó. Estaba triste. Llovía. En la mañana fría, la soledad era habitante de las playas.

De un día para el otro, ya la ciudad estaba sola hasta el nuevo verano. Miró su pantalón, en una

silla. Unas nubes grandes y grises tapaban el sol. Se levantó, para poder mirar el mar. "Tú y yo

(se dijo) otra vez estamos solos". El mar parecía asentir con las olas. El otoño, se presentaba luego de

un retraso de veinte días. Volvió a mirar su pantalón, como esperando no encontrarlo allí. Toda su

vida, lo supo, había sido un sueño; y ahora despertaba, con el otoño, con la lluvia, con la tristeza.

Nunca había amado, nunca lo habían amado, nunca había enviado ni recibido cartas, no había

conocido a sus padres, no había tenido hermanos, no sabía leer y tampoco escribir, ,jamás había

conocido a la chica del restaurante, no tenía un amigo llamado Raúl, su vida no formaba parte de una

novela, no había estado internado ni se había recuperado, jamás había comprado una cosa redonda,

no había pintado su casa de la playa, su casa no era en una playa, no tenía casa, no era habitante de

una ciudad ni de un país ni de un líbro, no conocía la lluvia, tampoco conocía el sol, ,jamás había

llorado, jamás había reído,,jamás había tomado un helado, no conocía los restaurantes, ni había sido

restaurado (según sugerencia de Arribeños), nunca había visto un escarabajo, no tenía manos que

pudiera lastimarse contra las paredes, no conocía los espejos, no tenía sueños, no conocía la alegría,

,jamás había conversado con alguien, nadie lo conocía, no sabía de la existencia de los otros, no

existían los otros, no conocía la tristeza, no existía la tristeza y tampoco la alegría, no tenía piernas, no

tenía ojos, no existían los ojos, nadie está layendo, nadie sabe leer, nadie exíste, nada existe, este

papel no exíste, estas palabras que nadie está escribiendo no existen, Juan no exíste, el mundo no

exíste, la idea de mundo no existe y nunca existirá, la muerte no existe, no existe la vida, yo no existo,

mi afírmación de que yo no existo tampoco existe, no existe el concepto "tampoco" ni el concepto

''existir", la existencia es un sueño, no existen los sueños, no existe la palabra "'existencia", no existen

los libros,,jamás existirá una civilización, no existe el concepto "civilización", no existe la inexistencia.

Juan existe, yo soy Juan. Estoy esperando a Gabriela, son las seis de la tarde. En la

inmobiliaria nos esperan a las seis y media. Estoy esperando a mi madre, que va a llegar más tarde.

J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Estoy sentado en el umbral de un edificio que no conozco, veo pasar gente que no conozco.

Nunca he conocido a alguien, sólo soñé que conocía a alguien. Tengo miedo, he descubierto que

puedo desaparecer sin dejar rastro.

Lector iQuieren matarme! Luis quiere matarme. Tenemos que evitarlo, sos el único que puede

evitarlo. Luis planea sacarme de escena y después, cuando todos se olviden de mí, asesinarme. Por

eso puso a Petrov y a John y los sementales. Le hizo decir a alguien que quiere sacarme, pero lo que

no dijo es que después me va a matar (como hizo con los treinta sueños {¿o eran veinte},.y que

después, para disimular, dijo que era un solo sueño con treinta personajes y terminó echándome la

culpa a mí, con el argumento infantil de que era un sueño mío. Es verdad que después me defendió,

pero ya había creado la sospecha).

-De acuerdo.

-Quién sos.

-Soy el lector.

-Es mentira.

-Pero yo sí soy el lector.

-No, tampoco.

-Pero qué está diciendo este tipo.

-Lo que estás leyendo.

-Entonces soy el lector.

-No, vos sos el personaje y yo soy el lector.

-No, yo soy el lector y vos el personaje.

-¿Estás seguro?

-Seguro, yo soy el lector.

-Seguro, yo soy el lector.

-Y yo soy el personaje.

-No, yo soy el personaje.

-No, soy el lector.

-¡Yo soy el lector!

-Eso digo.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Entonces estamos de acuerdo.

-Sí, yo soy el personaje.

-Cuidado, Luis puede matarte, cerrá el libro ahora.

-Yo estoy adentro del libro.

-No, estás leyendo el libro.

-Entonces soy el lector.

-¿Y recién te das cuenta?

-¡Ah, qué alivio!

-¿Qué?

-Soy el lector, entonces todo esto no me pasa a mí.

-No, ya te pasó.

-¿Cómo?

-¿Te acordás cuando discutiste con tu hermana, ese día en la casa del tío Juan?

-Yo no tengo ningún tío Juan.

-¿Vas a ayudarme?

Juan estaba llorando, con le libro en sus manos, al conocer la triste historia del lector.

Lector, por favor, levantate un momento y con el libro en la mano derecha vas a decir tres

veces "yo soy el lector". Es importante que lo hagas. Ahora andá a la cocina, llená un vaso con agua

hasta la mitad y decí tres veces: "Ante tí, agua que todo conoces y todo lo purificas, hago este

juramento: nunca fui personaje de un libro y tampoco lo seré". Si no tienes una cocina cerca debes

buscar un bar, pides un café (para disimular) y un vaso de agua. Te pones de pie mirando a la

concurrencia por un momento (si hay alguien en el bar), luego vuelves la mirada al vaso y pronuncias

en alta voz: "no soy un personaje, nunca lo he sido, nunca lo seré, lo juro por tí". Todos los que

leyeron le libro te van a entender... cuídate de los que no lo leyeron (siempre hay algún bruto).

-Mucho gusto.

-Quién sos.

-El bruto.

-Te ruego que no te interpongas en mi camino, juro que si lo haces no quedará de ti más que

ese sombrero que llevas.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-No Luis.

-¿Qué pasa Juan?

-No es un sombrero, son plumas.

-Yo creo que es un sombrero y te digo más: creo que son dos sombreros.

Lector, soy Luis, tenés que ayudarme. Juan está preparando algo contra mí, quiere culparme

de tu asesinato. Sí, lector, considérate un muerto que lee. Porque a tu espalda, en este preciso

momento... ino, no me atrevo a describir una criatura tan horrorosa! Pero no es mi culpa, que quede

claro.

-No, Luis.

-Qué, Juan.

-No es una criatura horrorosa.

-¿Y qué es?

-Luis ¿vos te hacés el idiota o sos?

-Por qué me decís eso.

-Porque detrás del lector no hay nada.

-Yo veo una criatura horrorosa.

-No hay tal criatura.

-Este es mi libro y si yo digo que detrás del lector hay una criatura horrorosa, hay una criatura

horrorosa.

-Este será tu libro pero el lector está afuera del libro.

-Pero si yo quiero decir que detrás del lector hay una criatura horrorosa lo digo.

-Pero no es verdad.

-¿Y cómo sabés, si vos estás adentro del libro?

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CAPÍTULO XLIII

La fuerza de las cosas

odavía tenía el cabello mojado. Eran las dos de la tarde. Debía levantarse para almorzar.

Por un instante se olvidó de la hora, del almuerzo, del mar y del domingo apacible, y de su

mente brotaron (como nardos o cardos) recuerdos.

Su madre lo miraba con esos ojos azules, tristes, inquietos y profundos.

-¿Juan?

-¿Qué, mamá?

-¿Ya hiciste lo deberes?

-Sí, mamá.

-Estudiá Juan, estudiá mucho, porque así vas a llegar a ser alguien en la vida.

Después todo se precipitó. Todo empezó una tarde, era el recreo, sus compañeros habían

salido, y Juan, en el salón, estaba solo, leyendo el capítulo tercero de la historia de los personajes,

escrito por Segismundo (sí, el dormilón). Fue entonces cuando aquel hombre entró. Verlo y saber que

se trataba de un escritor fueron uno. Era alto, con abundante barba oscura, pelo castaño y con un

enrulado natural, ojos de un marrón claro muy vivo, contextura física grande, y un cierto toque de

timidez que resaltaba su aspecto inteligente. Sin duda era un escritor. El escritor lo miró, dispuesto a

hacer una pregunta. Juan imaginó mil cosas. Por eso, cuando aquel hombre le preguntó si conocía a

Jorge Díaz, quedó desconcertado. Ante el silencio de Juan el hombre prosiguió.

-Estoy buscando un personaje para mi novela.

Juan no atinó a contestar (¿cómo se hace para atinar a contestar?) y más aún: no contestó. Y

más aún: se quedó callado.

-Es alguien como Usted (prosiguió el hombre), sí... muy parecido.

Juan mantuvo su desatino, convirtiendo la escena en un monólogo perfecto.

-No Jorge (siguió diciendo Luis), me refiero a que... ¿tiene trabajo?

Juan no sabía si se refería a Jorge o a él y ante la duda optó por seguir callado.

Luis lo miró. "Es perfecto" se dijo.

T

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Y ahora, y ahora, en la cama, a medias despierto (menos por el sueño de la vida que por la

vida del sueño), Juan estaba recordando aquellos años ¿Qué artificio del destino lo había dejado solo?

Le había arrebatado su vida, la otra, la verdadera; para darle, a cambio, sólo escarabajos, mar y

tristeza. Ya al borde de descubrir que jamás había tenido otra vida que no fuera ésta, y que tal vez

tampoco ésta, decidió, provisoriamente, suponer que estaba vivo; para evitar la angustia de saberse

inexistente, de caer en la amarga intuición intelectual: "pienso, luego no existo". Pero ¿no existían los

demás? Si es que existían, entonces, ¿debía suponer en ellos la inexistencia del pensamiento? (más

de una vez había escuchado: "no existe la gente que piensa". Juicio formulado por quienes, sin

saberlo, ahora desde el recuerdo, ratificaban esta posible premisa menor). Sin duda el pensamiento es

un acuerdo palaciego; entre la nada y el olvido, entre la soledad y el vértigo, entre la eternidad y el

horizonte, la paz y el miedo, esta lluvia que se cuelga de los árboles y tus ojos.

Era domingo y Juan, eterno Juan, estaba (según conceptualizara Jorge Luis Borges)

recordando sus recuerdos iTrampa del querer, abismo de las esperanzas! Solo, en su cama,

disfrazado de ayer; daba en creerse acompañado. Pero la vida siempre aclara, siempre duele, siempre

especifica cuando es tarde, cuando las imágenes de movimiento se apagan.

Empujados a admitir que la verdad es el silencio, la soledad, la nada, lo inmóvil, lo vacío;

aferramos apenas, como arena entre las manos, las imposibles flores de la risa. Somos desde el

principio, como esos caballos que han corrido demasiado y se deslizan en el cansancio.

Allí, lo sabía, había sido feliz. A veces, al despertar, pensaba en Laura; y luego, cuando ya el

sol (celoso de la luna) rodaba por Callao... no importa, simplemente no importa.

Se puso de pie, quería vestirse; afuera continuaba la lluvia.

El hombre siempre tiene algo que decir, así sea: que no sabe qué decir que no sea que no

sabe qué decir. Y lo dice. De modo que si se elevan los techos, si las migas de pan organizan un siglo,

si los tranvías vuelven con sus silbatos de triunfo y sol; entonces, cerramos los libros y, con la vista de

frente, enterramos sin remedio, la canción de los párpados, mero artificio de las horas. ¿Y entonces...?

A esta altura de las palabras, resulta necesario hacer una aclaración; porque sería penoso que

la novela se viera involucrada en tramas ilegales, por simple no entender de alguien. Es un tema

delicado, nada quisiera más que oviarlo y cortar de repente el hilo de estas líneas y hablar de Juan y

de la lluvia y seguir olvidando. Mas hoy será preciso detener un posible malentendido que podría traer

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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a la prefectura de la trama o (lo que es peor) a la trama de la prefectura, haciendo irrecuperable la

novela.

Aquí, en la trama, ningún lector se esconde; son todos personajes.

A los lectores no avezados, debo explicarles el problema: en ocasiones, los lectores que se

escapan del mundo vienen a esconderse en las novelas y a veces para hacerlo entran como un

personaje más o toman el lugar de alguno que ya estaba. Esto dio lugar (ino, no vale!) a que se

reuniera el consejo de ancianos personajes y dictara una ley prohibitoria de la presencia en novela,

cuento, poema o ensayo, de personas reales.

Y nos han acusado de infringir esa ley. Pero esto parte de una falta de comprensión de la

misma (las leyes son ignorante e ignoradas) y/o de una falta de comprensión de Sólo un escarabajo.

La ley prohibe la trama real; o, dicho de otro modo, que la trama sea realizable. Pero la ley no prohibe

tramar la realidad, más bien lo indica como opción. Resultando de esto que la realidad tramada, no es

la trama realizada. La realización de la trama; requeriría que la trama tuviera características reales o

(dicho de otro modo) que se hubiera extraído o podido extraer de la realidad. En cambio la tramización

(acción de convertir en trama) de una realidad, parte o puede partir de la irrealidad.

-No estoy de acuerdo.

-Con qué.

-Con tu interpretación de la ley, y tampoco con la explicación que das de tu interpretación.

-Disculpame, pero si decís que la explicación está mal no podés a la vez afirmar que lo

explicado está mal.

-¿Y por qué no puedo?

-No tiene lógica.

-Y por qué.

-Bueno, vayamos por partes.

-Vayamos.

-Primero. Que una explicación esté mal, significa que lo explicado no se entiende.

-No necesariamente.

-¿Y cómo es eso?

-Muy sencillo. Puede ser que algo se entienda estando bien explicado ¿Estás de acuerdo?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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- Sí.

-También puede ser que algo esté mal explicado y no se entienda ¿no es así?

-Claro, es lo que te digo.

-Momento, dejame llegar.

-Dale.

-Bueno. Etonces tenemos que algo puede estar bien explicado y entenderse o mal explicado y

no entenderse. Pero pienso que no me vas a negar que algo puede estar bien explicado y no

entenderse.

-Depende de lo que definamos por explicar. Si consideramos como significado de la palabra

explicar: lograr que algo se entienda. No se puede decir que una persona que no logra hacer que lo

que explica se entienda lo esté explicando bien.

-Pero este es un planteo sumamente esquemático y...

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XLIV

Y otra vez llovía

olvió a mirar su pantalón. Afuera, tras el ventanal, la monotonía de la lluvia. Y del otño, y

del silencio, y del rugiente mar, había quedado solo; ya ni un escarabajo caminaba por su

pieza y las nubes imposibilitaban el pentagrama interior,mordidas canciones por silencio

¿Era tarde, era tarde ya? Miró el reloj, en una analogía imposible. La imagen le devolvió la escasa

importancia de que fueran las cuatro. A una línea del canto, ya negado, se abría una furiosa rebelión;

pronta, certera, necesaria. Precisamente ahora, precisamente siempre y agria; casi producto de un

deber, un horizonte, una promesa. Ahora y mañnana, esclavitud insobornable. Solo, como la vieja

sombra de unos amantes más ajenos, volvió a mirar su pantalón tetricamente inmóvil en las horas;

casi extranjero, casi al reverso de los ojos.

Giró sobre la cama y apareció el placard, entreabierto. Era más aprehensíble esta imagen,

menos caótica de infinitos. Amontonada de ayer y fantasía, se establecía de repente; como si muchos

años hubieran cambiado. Palpó las sábanas, necesitado de constatar las cosas. "Qué desastre"

alguien decía en algún lugar. Eran suaves, prometedoras de recuerdos o recuerdos. "Qué desastre"

repetía la voz. Mejor así; porque es preciso protejer el sueño, mimarlo, darle la ternura de los papelitos

delgados. Volvió a mirar su pantalón y entonces finalmente se puso de pie y se dirigió hacía él.

Cuando llegó, se levantó de la cama, lo tomó con ambos brazos, y despertó.

Miró el reloj, eran las tres de la tarde. Había dormido mucho y sin embargo tenía sueño, volvió

a cerrar los párpados (una concepción muy difundida establece que son los ojos los que se cierran y

se abren. Sin embargo, todo depende fe un problema de definición. Puede considerarse que siendo

los párpados la parte más exterior de los ojos, cl cerrar aquéllos estaríamos cerrando éstos. Pocas

personas se oponen a esta afirmación. Pero la considero inexacta; dado que la parte fe los ojos que

puede abrirse o cerrase son los párpados. En este sentido, un ejemplo puede aclarar la cuestión.

Pocas personas considerarían más exacta la frase "abrir la casa" que la correspondiente "abrir la

puerta". Formando esta última, de igual modo, parte de la primera; tal como los párpados forman parte

de los ojos). Una angustia lo obligó a cbrir los párpados nuevamente.

V

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Afuera, llovía. LLovía largamente sobre la playa sola. Todos los que lo amaron, todos los que

alguna vez fueron parte de su vida y le dieron felicidad, todos estaban lejos; más allá del mar, más allá

de la vida, del recuerdo, del silencio, de esa pena tan suya. Solo, como la playa; el mar era su único

compañero. Y antes, cuando tantos compartían su triunfo, cuando tanta ternura acompañaba las tazas

de café y algún libro querido, cuando las conversaciones rebasaban la cena hasta la madrugada,

cuando el automóvil estaba lleno de amigos y de viajes; y antes...

Un ruido, proveniente del living, había comenzado. Se puso de pie, con la pena también en los

huesos. Lentamente se dirigió hacia allí; y al observar la vieja escena, no supo si llorar o sonreir. Ellos

habían regresado.

Lo miró fijamente...

Hoy es 28 de junio de 1989. Aquí retomo la novela luego de algún tiempo. Ocurre algo

importante, no sé aún si será determinante. Luego de escribir el párrafo anterior, como ya dije, dejé de

escribir la novela por un tiempo; en ese tiempo comencé a leer Museo de la novela de la eterna,

"primera novela buena" (según él) de Macedonio Fernández. Antes de ésta, las obras de Macedonio

leídas por mi fueron unicamente el poema "Dios visto, mi madre" y la "Teoría del arte".

Fue mejor así; porque otra vez lo acompañaban, lo rescataban de sus propios ruidos. Eran

ellos, invadirían la casa, lo salvarían de un dolor más fuerte que sus ruidos, su invasión, su retorno.

Volvió a mirar, no estaban allí, no era cierto, era sólo un mito, ¿o tal vez no? El ruido, provenía ahora

de la habitación; para qué acudir, si el desvaratamiento súbito pondría en punto de sospecha todo

hallazgo. Mejor quedar allí, escuchar desde lejos los viejos pasos ¿o no eran pasos? Pasos de pies

pequeños, persistentes ¿Y la cosa redonda? No recordaba si la tenía, no podía buscarla so pena de

abandonar la trama nuevamente. No estaba dispuesto a...

Llovía, los vidrios del ventanal inmóviles testigos ¡no! Sólo vidrios, sólo materia muerta, sólo la

soledad, sin sol.

El domingo era una lluvia, todo una lluvia. Unas ganas de muerte lo perseguían desde el fondo,

desde el lunes, desde el invierno.

Es llamativa la similitud entre Museo de la novela de la eterna y Sólo un escarabajo, si bien

desde otro punto de vista no lo es. Lo es porque yo no había leído la novela, y no lo es porque yo

había leído la teoría sobre la que se sustenta.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 178

Después de todo era mejor así, porque con o sin ganas igual llega y es bueno llevar siempre un

poco de ganas para ( por lo menos) poder combinar la obligación con el placer. Aunque tal vez fuera

prestarle fuerzas al enemigo.

Decidió, después de cabildeos (o santafedeos, unas cuadras antes), abandonar el decúbito

dorsal. Los árboles mueren de pie (según apunta Alejandro Casona) pero las personas no.

Yo creo que el hecho de que haya leído la teoría y no la novela habla bien de ambas y también

de mí (cómo no hacerlo si estamos adentro de la mía). Siempre me han gustado los hechos bien

hablados o bien habladores, porque muestran una educación esmerada al par que una buena cuna

(eso al principio) y un gran porvenir de hechos de bien. Todo lo cual me emociona hasta las lágrimas y

una vez emocionadas quieren salir, danzar por mi rostro, acabar en el abismo dulce de mis labios sus

destinos de mar y amar, ser en mi alma.

Ser en el amor, he ahí la clave; la perfecta manera de destronar los falsos reyes del

crepúsculo. Ser en la ternura, he ahí la gran maniobra de los espíritus nobles. Ser en la libertad, he

aquí la respuesta a los temores y desgracias. Ser, y sobre todo y más que nada, ser; máximo milagro

que protagonizamos, sólo comparable con el hecho de saber que somos.

Pero el domingo era tan largo... la lluvia se repetía en el hastío. Por la ventana, como entonces,

las gotas resvalaban.

-¿Cuando es "entonces"?

-Debieras saberlo.

-Yo lo sé pero ellos no.

-Ellos lo saben también, aunque lo que ellos sepan no sea lo mismo que vos sabés; tampoco lo

que vos sabés es lo mismo que lo que ellos saben. Dicho de otro modo: ellos no saben lo que es

"entonces" para vos pero saben lo que esto significa para ellos. Por eso la literatura no tiene que ver

con la vida, al menos con una vida personal; abarca a todas las vidas y no depende de ninguna. Si

queremos llegar al fondo de la cuestión podemos plantearnos: ¿es que puede haber algo, en última

instancia, que no tenga que ver con la vida? Macedonio pretende que el arte no se nutra de "sucesos".

Sin embargo, esto puede resultar fácil o imposible según qué definamos por "suceso" ¿No puede

considerarse (acaso) toda literatura como un "suceso" de la vida, como una vida del "suceso"?

-Pero la apreciación de Macedonio marcha en otro sentido.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Lo sé, tiende a librar a la literatura de la tiranía de esa gran mentira que dio en llamarse

"realismo". Pero, por ahora, terminamos.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XLV

Infinitesimales y la bisectriz

eñoras y señores, en este día especial para nosotros, los infinitesimales; deseo, ante todo,

manifestar la enorme dicha que siento. Amigos, desde hace muchos años, varias

generaciones de infinitesimales, debimos olvidar nuestro más esmerado sueño: la felicidad.

Nos vimos compelidos a aceptar lo gigantesco, bajo las formas de la superioridad. Año tras año, día

tras día, fuimos desdichados. Hoy se han abierto nuevas puertas, nuevos caminos, nuevos rumbos; y

en la emoción de este presente venturoso, quisiera convocar a todos nuestros muertos, a tantos que

se fueron sin sospechar que alguna vez seríamos felices, para hacerlos partícipes del júbilo que a

nosotros, a los de nuestra generación, nos ha traído el fruto de muchas noches frías, de muchos años

flacos, de mucho soportar y mantener una esperanza, de mucho persistir, de mucho esfuerzo y

muchas frustraciones. Mas ellos han partido para siempre, el silencio se apiade de sus almas.

Partieron sin llegar a ver el sol que hoy nos alumbra, el verdadero destino de nuestra especie. Ellos

han muerto, amigos, pero nos han dejado un gran motivo para no errar en nuestros pasos ya cercanos

a la gloria; por ellos y nosotros, debemos apretar los puños, abrir los corazones, y acometer una

batalla cotidiana ya próxima a su fin, a la victoria, a la verdad, a la justicia, a la libertad.

Juan observó a su alrededor, todos gritaban. Su padre lo abrazó y ambos lloraron, estaban

juntos después de tanto tiempo. Padre, no me dejes sin tu vida. Hijo mío, le replicó el anciano, la

muerte es el olvido. Y se fueron despacio caminando, los dos, hasta dejar la multitud atrás; ya apenas

se escuchaban sus gritos. Ha llegado el momento. Padre, adiós. Adiós hijo, sé libre. Y Juan estaba

solo, en medio de una calle fría. Miró por la ventana, algo en la lluvia le recordaba aquella tarde. Y

llovía y llovía sobre la calle sola.

-Juan.

-¿Qué?

-¿Estás despierto?

-Sí, pensaba.

S

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 181

Qué pasos deshicieron a tus pasos,

padre,

hermano,

hijo,

compañero;

qué lluvias se opusieron a tus soles;

qué palabras callaron tus palabras;

qué fantasmas nacieron

en tu corazón.

De tanto ponerle nombre a los afectos, acabamos conufundiéndolos con las palabras. Así fue

que Juan, escribió en la ventana empañada el nombre de su amor: eran ocho letras y le parecían el

universo.

De niño, cuando llovía, su casa era una fiesta; surgía un movimiento cargado de miradas, en el

que cada cual sabía su función: él y Javier entraban las bicicletas, Gloria y Amanda corrían las cortinas

y descolgaban la ropa, mamá y Lucía preparaban mate y biscochos, Ignacio preguntaba "¿por qué

llueve?", papá dirigía la orquesta. Los ladridos de Búnkel y los gritos de Pedrito (el loro), eran la

contribución de los animales de la casa .

Finalmente, luego de muchos años, atesoraba una conclución maravillosa: la lluvia fue una

forma de ternura. Igual que los domingos, las tostadas de las mañanas, y el beso de las buenas

noches. Pero fue más espontánea y a la vez más completa, más perfecta, más inexplicable; como un

influjo sonánbulo y azul, casi marino. Con el raro poder de los mensajes sin palabras, latía

imperturbable y cósmico; mientras lejos, un camino se bifurcaba y se estrechaba.

Volvió a pensar en ella, con sus ojos de ausencia.

Así podía pasar la tarde, podía pasar la vida; con una lluvia monótona, y el fuego del hogar

diferenciando la casa de la calle. Allí, en esa protección del calor, en esa nueva ternura de los leños

crepitando; llegaba sin embargo la tristeza... por la ternura, por el viejo crugido de las hojas, por la

plaza cubierta de escarcha. Cruzar la calle, con la niñez afuera, y en la esquina tomar el colectivo 25; y

ahora, con la niñez adentro, escribir estas páginas. Porque llueve en los cuentos tristes y en las calles

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 182

oscuras, y en los esfuerzos ante el fracaso, y en esa gran rutina de colgar la ropa a reparo, descolgar

la ropa, o volver a colgarla (¿llueve? No, pero está nublado). Y cuando los silbatos de los trenes

anuncian retirada, cuando el silencio se parece a las palabras, cuando se mete muy adentro del alma

el crepúsculo, también llueve; también el frío se parece a la distancia.

El sol era una moneda inexistente, de las que no tenemos en los bolsillos, esas monedas

grandes pero dificiles, como las figuritas difíciles de esos álbumes que prometían una pelota de fútbol

o algo así (quién de nosotros alguna vez, en lo más tierno de su infancia, no sospechó que esas

figuritas eran tan difíciles que sólo existían en la fantasía vuelta palabras de las empresas

auspiciantes, ¿empresas auspiciantes?).

Miró el reloj (se ha objetado que un gran porcentaje de palabras en esta novela está dedicado

a describir como Juan mira el reloj, come, está sentado en un sillón, mira llover o se baña. Puede que

así sea, bueno, es así, pero ¿es objetable?, digamos ¿está mal? Porque el objetar algo implica una

propuesta. Tal vez pudiera resultar más emocionante que en vez de los citados pasajes de la novela,

se desarrollaran otros en los cuales Juan (si le aceptamos el nombre) se debatiera ante los malos

deseos de seres procurantes de acabar con sus días (novela policial); o tal vez pudiera resultar más

convincente que debiera a diario (o a capitulario, para ser más exactos) enfrentarse contra quienes

empecinados en separarlo de su amada (por ejemplo puede ser por diferencias culturales,

económicas, de edad, de salud, de jerarquias) opongan uno tras otro (sino de qué vive la trama)

obstáculos diversos, hasta que al fin los amantes superen todas las barreras y se coman todas las

perdices (novela de amor, cursi); o el pobre individuo que luego de conquistar el beneplácito de su

amada descubre que esta última era la mamá (trama de teatro profundo); o la pobre mujer fea que

cuida a un hombre bello y ciego y cuando éste recupera la vista ella se mata por las dudas, de su

propio amor (novela de destinos); o los enamorados que se separan por imposibilidades que creen

externas (novela de destinos recurrentes)) y al mirar el reloj Juan comprendió que lo que quería no era

eso (el reloj como tic es uno de los grandes modos de suponer ocupación o movimiento, el cigarrillo es

otro, mirar el número en una calle sin duda nos vuelve profundos, sentir un dolor (así sea en un dedo)

nos torna metafísicos, contar a otros lo que leímos unos días antes como si lo supiéramos de toda la

vida y más aún, como si tal conocimiento, hubiese nacido con nosotros, tener dinero o no tenerlo

(mérito cuasi subliminal), entrecerrar los ojos por el sol nos muestra distinguidos).

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 183

Los recuerdos lo habían llevado a un tiempo lejos, a un mundo que siendo el mismo era

distinto. ¿Era tarde, era tarde ya? Miró el reloj, en una analogía imposible. La imagen le devolvió la

escasa importancia de que fueran las cuatro. A una línea del canto, ya negado, se abría una furiosa

rebelión; pronta, certera, necesaria. Precisamente ahora, precisamente siempre y agria.

-Sos el Bach de las letras

-Qué

-Lo que escuchaste

Finalmente se dio, porque la bisectriz tiene sus pautas; y, en definitiva, también la no hisectriz

tiene las suyas. Todo en el mundo, luego de un breve análisis, puede encuadrarse en una opción

definitivamente esclarecedora: es bisectriz o no es .

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 184

CAPÍTULO XLVI

Lo que mata es la humedad

ijo que la bisectriz tenía patas?

-No, él habló de las pautas.

-¿Qué es una bisectríz?

-¿Qué es una pauta?

-No, yo creo que lo que él quiere es hacer una metáfora.

-A mí me gustó la parte de los tics.

-Yo no tengo que ver con esto.

-Lo que no entiendo es cuando le pregunta a Juan si está despierto.

-El otro día iba caminando por la calle, hablando de pautas, y me encontré con una bisectriz.

-A mí me pasó peor: tenía una piedrita en el zapato y se me infectó el húmero.

-Pero el húmero está en el brazo.

-Pero yo creo que tenemos que hablar del aumento del papel.

-0 del agujero de ozono, me preocupa.

-Yo tenía un agujero en el zapato por eso se me metió la piedrita, y me infectó el húmero.

-Dicen que con el agujero de ozono se puede armar un lío bárbaro. Primero se derriten los

polos...

-Sí, los polos, pero el húmero está en la pierna; yo estudié anatomía.

-Después que se derriten los polos los mares invaden las zonas sin agua.

-Lo que está bueno es la parte de la escarcha en la plaza.

-Y yo te digo una cosa, yo no quiero pelear, pero hay que ser muy estúpido para decir que el

húmero está en el brazo.

-Acá no es cuestión, porque el húmero está en el brazo.

-Yo te puedo traer un atlas que dice que el húmero está en la pierna.

-Pero está en el brazo.

-Además a mí se me infectó el húmero mirá si vas a saber más que yo.

-¿D

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 185

-Bueno, che, por qué no cambian de tema. Hay una piba en la sección empaque que está una

barbaridad.

-¡Vos siempre con lo mismo!

-Yo te puedo traer a mi primo, que es médico en el hospital Calchaquí y vamos a ver donde

está el húmero; además soy amigo del decano de la facultad de medicina.

-Terminala Gabriel, está en el brazo.

-Yo a vos no te agredí en ningún momento, pero vos no me vas a hacer callar la boca porque

yo digo lo que pienso y no me vas a hacer callar; porque yo tengo amigos en el Concejo Nacional de

Educación y mi hermana trabaja en el Conicet.

-Todo eso y no sabés que el húmero está en el brazo.

-Mirá yo no te lo voy a aceptar más; porque sos un mentiroso y yo a vos no te jodí.

-Viejo, el húmero está en el brazo, y a ver si la terminás.

-Yo no la termino nada.

-¡Muchachos, ¿nos vamos a pelear por el húmero?!

-Es que este hijo de puta empezó todo; se nota que él siempre está sano, por eso se puede

burlar de los demás.

-Bueno, Gabriel, está bien: el húmero está en la pierna ¿Estás tranquilo?

-Che, cambiando de tema, vieron que Juan se encontró con el viejo?

-¡No digas!

-Sí, me dijo la azafata de Imberg, que es amiga del peluquero de Roberto.

-¿Y quién es Roberto?

-Roberto, ese que se rompió el tercer metatarsiano jugando al dominó.

-¡Ojo, Aníbal! que acá hay gente que no sabe dónde tiene los huesos.

-¡¿Otra vez, Gabriel?!

-Es que él sigue creyendo que el húmero está en el brazo.

-A mí me dijeron que el ozono rompe todo.

-¿No ves como se calla?, tira la piedra y esconde la mano. Decí, decí ahora dónde está el

olzono, no, digo el húmero (vos con tu ozono me confundís) iHablá desgraciado, decí! ¿dónde está el

húmero?!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 186

-No quiero hablar más de eso.

-¡Hablá que te reviento, privilegiado de mierda! A vos no te entró una piedrita en el fémur, por

esos decís

-¿En dónde?

-En el fémur. Se me infectó toda la pierna.

-Pero vos no decías el fémur, decías el húmero.

-Yo decía el fémur y vos decías que estaba en el brazo.

-Vos dijiste "húmero".

-¿Dónde está el fémur?

-En la pierna.

-¡Ah, finalmente me tuviste que dar la razón!

-Entonces tenía razón Gabriel.

-No, Gilberto, él decía el húmero.

-¿Dánde está el fémur?

-En la pierna.

-Entonces tenía razón Gabriel

-¡Ah!

-¡Uh!

-¡Claro! Callate Jorge, tenía razón Gabriel.

-Tenía razón Gabriel.

-Gabriel tenía razón, iGabriel!

-Por supuesto, y te digo más, yo tenía una novia que trabajó en la Unesco y mi tío es jefe de

odontología del hospital Refrúñez.

-Ustedes están locos.

-Callate Jorge, no sabés reconocer cuando te equivocaste. El fémur está en el brazo y se

terminó.

-No hermanito, el fémur está en la pierna, Jorge decía que estaba en el brazo.

-Che, vieron que Gabriela se fracturó el húmero.

-¡Pobrecita!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 187

-Sí, tenía todo el brazo enyesado.

-Bueno, entonces era Jorge el que tenía razón.

-No, Jorge decia que el húmero estaba en la pierna.

-Ah, entonces Gabriel tenía razón.

-No, Jorge tenía razón porque vos dijiste que se te metió una piedrita en el zapato.

-No, lo que pasa que Jorge se confunde el fémur (que está en el brazo) con el húmero (que

está en la pierna).

-Pero Jorge es médico.

-Yo no iría con un médico que se confunde la pierna con el brazo.

-Bueno, terminemos, los que votan por mí levanten la mano. A ver son, uno, dos, tres... diez.

Ahora levanten la mano los que votan por Jorge: uno, dos ¿Sólo dos? Sí. Bueno, Jorge, la respuesta

es contundente.

-¿Por qué no buscan en el Testut?

-Bueno. Yo busco. Empiezo a leer: capítulo V.

-¿Y que importa el número del capítulo?

-Bueno, che, dejalo leer.

-Eso, dejalo leer que sino no terminamos más.

-¿Leo?

-Dale leé.

-Bueno. Capítulo V. Miembros. Los miembros o extremidades son prolongados apéndices

anexos al tronco y destinados a ejecutar grandes movimientos, y más especialmente...

-Che, viejo, hacela corta.

-Sí, que sino nos pasamos el día acá.

-Está bien, pero qué leo.

-Leé los huesos, nomás.

-No sé dónde está.'

-Dáselo a Raúl.

-A ver si vos lo ves...

-Dame, lo busco. A ver, a ver. Sí acá está.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-¡Y dale de una vez!

-Si no me dejan...

-¡Y dale!

-Mirá, a mí no me gritás.

-¡Daalee!

-Sí, dale.

-Dale.

-Bueno, está bíen, lo había encontrado pero me lo hicieron perder. A ver "Considerados... no

"Ante todo... " no tampoco ¡Acá está! "Articulo primero. Miembro superior o torácico. El miembro

superior o torácico está formado por cuatro segmentos, que, procediendo de la raíz del miembro a su

extremidad..."

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO XLVII

La otra pantalla

eñoras y señores. Buenas tardes. Estamos aquí reunidos para tratar el tema de Sólo un

escarabajo.

-Perdón.

- Sí.

-Acá es de noche. Me pareció importante establecerlo.

-De acuerdo, está aceptada la objeción. Entonces, señoras y señores, buenas tardes o buenas

noches.

-Disculpe.

-Sí.

-Bueno, yo no quisiera detener el ritmo de la reunión, con un retraso que, desde algún punto de

vista, pudiera llegar a considerarse de carácter innecesario...

-Abreviemos.

-Sí, yo estoy de acuerdo, esto es muy malo.

-Es preciso suprimirlo.

-Bueno, che, ¡me van a dejar hablar!

-No es por vos, hermano, es que la cosa no va.

-¿Qué es "la cosa"?

-La novela, vinimos a desalojarla por falta de pago.

-¿De qué pago?

-Venimos de Aguas Claras, tamamos por la Ruta Sesenta y Seis, derecho hasta el Acceso

Cangrejo, y después Fuenteleón, Mamila, Avenida de los Olmos, y Rompefuerte, hasta Donde, y

desde...

-Yo soy de Rocaespesa.

-¡No me diga, qué pequeño es le mundo!

-Falta naranja.

S

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 190

-No, está en Fase Canguro.

-Yo insisto en la falta.

-Pienso que ustedes se equivocan, se trataría de limón.

-¡No, Mirco! Es aceituna, no hay duda.

-Para aceituna, sobra amapola en cuadro tres.

-¿Me lo llevo el cuadro?

-No, por favor, es un recuerdo de familia.

-Bueno, yo no quisiera detener...

-Toro tres.

-Tocado.

-Más Toro cuatro.

-Hundido.

-Pero acá no es cuestión de repartir malvones y sacarle...

-Yo creo que está en cuadro cinco.

-Podría ser aceituna.

-Sí, pero sin carozo.

-Y cómo le saco el carozo.

-Con la ltaca.

-Más que nada es así pero sería preciso recordar un punto.

-Y aparte no hay cornisa.

-Comillas.

- "

(Para el que está escuchando y no leyendo, aclaro que acaban de aparecer comillas).

-Pero eso no lo dice él.

-Quién lo dice.

-Yo.

Alguien abrió el lugar del zorso y fue preciso mainar el guipo para escapular la falantipa de

arquetuya, pero sin necesidad. Entonces se desprendieron las cornasas a mura, tres a la izquierda.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 191

-Nada quisiera menos que discutir un díagnóstico, pero más bien probaría con un laxante

suave.

No puedo dormir y estoy inventando un sistema para enfrentar el insomnío: 1)Tomar un vaso

de agua. 2)Pensar seis nombres de mujer comenzados con la letra "i". 3)Tocar el dedo gordo del pie

derecho con el dedo meñique de la mano izquierda. 4)Repetir los seis nombres de mujer. 5)Dibujar un

cuadrado de 17 milímetros de lado. 6)Tomar otro vaso de agua. 7)Contar hasta cien. 8)definir la

diferencia existente entre tomar "un vaso de agua" y "otro vaso de agua" 9)Tocarse la oreja derecha

con el pulgar de la mano derecha. 10)Guiñar el ojo izquierdo. 11)Aplaudir. 12)No claudicar jamás.

13)Comprender que las estrellas son inmensas bolas de fuego que se caen en círculo. 14)Definir cuál

de los ítems produjo una experiencia más intensa. 15)Volver a aplaudir. 16)Creer que toda la gente es

buena. 17)Determinar si la escarapela se parece al sol, el sol se parece al huevo frito, el huevo frito se

parece a un ojo, la lluvia es una forma de ternura.

Supongamos que esto no es una novela (no va a ser difícil), por ejemplo podría ser un

almacén de ramos generales y viene mi hermano a comprar un ramo de violetas (mi flor) y viene mi

madre a comprar un ramo de claveles y venís vos a comprar un ramo de ilusiones. Yo, como dueño de

casa, me veo en la obligación de saludar y atender "buenas tardes, señorita, ¿puedo ayudarla?". Y

uno no es que se la haya creído o la tenga clara pero la señorita se saca un zapato y lo deja a un

costado y se saca el otro zapato y se saca las medias y se saca el pul over y dice que tiene calor...

-Llegó.

-¿Ya?

-Sí Luis, cambiá la pantalla.

Los recuerdos lo habían llevado a un tiempo lejos, a un mundo que siendo el mismo era distinto

¿Era tarde, era tarde ya? Miró el reloj, en una analogía imposible. La imagen la escasa importancia de

las cuatro.

-¿Cómo?

-Hay que llamar al cerviz, está funcionando mal.

-¿Desde cuándo?

-Creo que desde el capítulo cuarenta y tres.

-¿No le estará faltando aire?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 192

-No sé.

-Yo digo porque Juan a veces tose.

-Yo nunca lo vi toser y creo que los lectores tampoco.

-Es que aprovecha los títulos.

-¿Y qué tendría que hacer?

-Cuando termine de leer el capítulo te lo digo.

Nicolás deja el mate sobre la mesa, estira los brazos, se pone de pie, siente el aroma de la

mañana y sonríe; todo un día lo espera, para después tener la breve dicha de volver a la casa y

pensar en su esposa unos minutos...

-¡No, Luis, por favor!

-...pensar en ella unos minutos, recordar su sonrisa que otros tiempos le daba luz...

-¡Luis!

-...esa sonrisa que le iluminaba la mirada y el corazón antes que...

-¡Basta! te clausuro la novela, te juro que la suprimo.

-...esa sonrisa que lo iluminaba antes que ella, su amada...

-Si seguís lo cuento.

-Qué cosa.

-El secreto, ¿te acordás lo que pasó aquel día que volvías del acto y ese otro día, muchos años

antes, que ibas a ir a la casa de tu abuelo y Gabriela...

-Está bien.

-Qué pasó.

-Nada, Juan.

-No le digas que no pasó nada.

-Por qué no la terminás, yo voy a cambiar la trama ¡qué más querés...!

-El 50% de las ventas.

-Si es para que no me entere yo, no te preocupes.

-No hay nada que ocultar.

-Entonces con qué te extorsiona.

-No pasa nada Juan.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 193

-Y vos, Gabriel, ya conocés la puerta.

-No.

-Che ¿tenemos una puerta?, yo no sabía.

-Y cómo te creés que entran los personajes.

-Pensaba que habían nacido adentro.

-¿Y yo?

-Vos no precisás una puerta para entrar.

-¿Y dónde está?

-Para vos en cualquier parte, caminá para cualquier parte y se te va a abrir una puerta para

salir y no vas a entrar nunca más.

-Antes el 50%.

-No te doy nada.

-Doble negación.

-Andate.

-Si me das el cincuenta.

Los recuerdos lo hablan llevado a un tiempo lejos, a un mundo que siendo el mismo era

distinto. Miró el reloj, la imagen le devolvió la escasa importancia de que fueran las cuatro. A una línea

del canto, despertaba el silencio de las cosas.

-Sos el Bach de las letras.

-¿Otra vez?

Sí, porque la bisectriz tiene sus patas. Todo en el mundo puede encuadrarse en una opción

muy clara: tiene patas o no

-¡Vieron que eran las patas de la bisectriz!

-No, eran las pautas ¡cómo anda esto! -

-¿Y vos, leyendo?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 194

CAPÍTULO XLVIII

Algo anda mal

uenas tardes.

-Buenas tardes.

-Vengo por el servis de una novela.

-Es acá, adelante.

-¿Tiene garantía

- Sí.

-¿Por escrito?

-Espere un momento: esta novela está garantizada o garantida por la C.G.P.(Confederací6n

General de Personajes) y se encuentra afiliada...

-Es suficiente ¿Qué le pasa?

-Bueno, confunde las fechas, los personajes, las personas, los recuerdos, los autores, las

ideas, las hipótesis, las afirmaciones, los pensamientos, los afectos, los vivos y los muertos, los padres

y los hijos, la realidad y la fantasía, lo de afuera y lo de adentro.

-Nombre del autor.

-Luis Albero Battaglia.

-Número de documento.

-¿De quién?

-Del autor.

...

-Argentino.

-Estado civil.

...

-26/8/59

-Lugar de nacimiento.

-Ciudad de Buenos Aires.

-B

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 195

-Grupo cero.

-Factor.

...

-Cédula de identidad.

...

La novela estaba poniéndose pesada. Juan miró por la ventana, seguía lloviendo. Se sentía

agotado de sus ensueños: de soñar un lector, un libro, una realidad del lector.

Sé que existes pero tú no lo sabes, sólo lo imaginas, lo deduces, lo supones. Juan también

supone, deduce, e imagina que existe.

Mirando por la ventana se sintió vacío, como si lo mejor de su alma se le escapara al otro lado

del libro (perdón, del vidrio). La lluvia se presentía compleja, como los inmaculados labios de la aurora

(linda frase ¿no?). Me han advertido que no hable con los lectores sino a través de mis personajes,

porque sino (dicen) toman confianza y la novela se pierde. Una buena novela requiere autores de

madera, o de bronce. Esas personas que me hicieron esa advertencia (aclaremos que no existen, son

un recurso dialéctico, pero pueden existir) creen que ahora, por ejemplo, el que habla es el autor: yo

digo que es un personaje. El autor (siempre, en toda obra literaria) es un supuesto necesario, el autor

no existe.

-El autor ha muerto, larga vida al autor.

-Así ha de ser.

-Así, ni más ni menos.

-Pero, ¿donde dejé mis lentes?

Era preciso designar las cosas, y así, se comenzaron a abrir los copos del otoño, en frases

repentinas, de lluvia o de cristal; y yo, como un cerezo azul, presté mi alma.

Me duele mucho este crepúsculo, tanto, que me parezco a las antorchas, tanto, que no he

aprendido el clima de tus ojos.

Por ellos he nacido, por ellos fluye mi sangre, por ellos, mi voz se ahonda en las palabras

amor y poesía, por ellos hoy, por ellos, mantengo esta balsa, miro el reloj y descubro mi mano.

Cerró su puño, para aferrar la vida, En la playa soledad, el mar espuma y frío, la arena lluvia, el

horizonte nube, el sol un recuerdo, los ojos de Gabriela.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 196

¿Era imposible amar, un sueño? Escapaba el viento de las hojas de los pinos, con un silbido.

Ella, siempre lejana, se figuraba en los relámpagos: ¿dejar la vida? Sólo misterio de los topos, que

abren túneles. Ellos saben que adentro la ceniza existe. Latían los leños crepitantes, como el estallido

estelar.

-Por qué no: como el estallido de una estrella, tendría más fuerza poética.

-Pero tal vez perdería la escala de la significación multívoca.

-No tengo mucha seguridad de ello.

-Juan te extraña.

-No puedo volver, ya somos tan distintos...

-Estuvo a punto de enterarse.

-¿De qué?

-Del secreto.

-Te pedí que lo mantuvieras.

-Fue Gabriel.

-¿Se lo dijo?

-No, pero amenazó...

-Con quién hablás, Luis.

-Te ordeno la desaparición.

-¿Qué?

-Yo no dije nada.

-Hablabas de un secreto y una desaparición ¿Estabas soñando?

-Creo que sí.

-¿Y qué soñabas?

-Soñé con Gabriela.

-La vi hace poco.

-¿Yo no tengo que saberlo?

-No, pero él sí.

-Se están llevando todas las cosas, desalojan la novela.

-Es el olvido.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 197

-Tengo miedo que la novela se quede vacía.

-Todo termina, Luis.

-Tengo miedo de estar hablando solos, de estar hablando solo. Decime que no es así...

-Tranquilícese, pronto va a poder salir.

-No, yo no quiero salir porque la novela es mía.

-Por supuesto.

-Y Usted es mi personaje.

-Coloca en mí, imágenes de su mente.

-Usted es una imagen de mi mente. Y ahora, si me permite, voy a cambiar el cuadro.

Ahora sí, estaba derecho; lo miró con satisfacción. Volvi6 a la ventana. El otoño le traía

recuerdos. Su hermana, Amapola, había nacido en el otoño; en una noche blanca y dulce, como las

uvas. Y en otra noche, oscura y amarga, también en el otoño; se había dormido en los brazos de la

muerte.

-¿Qué es lo que tiene?

-Bueno: tengo que cambiarle tres capítulos, un personaje, cuatro ideas y siete recuerdos.

-¿Y es caro?-

-Sobre todo los recuerdos.

Juan creyó escuchar voces. Comprendió que se había quedado dormido y había soñado. Y

había soñado que era un personaje de una novela y que el dueño (el autor) había llamado al servis.

.No era la primera vez que tenía sueños extraños, del tipo de formar parte de una novela y cosas por

el estilo. Hubiera sido lindo, pensó, ser un personaje y olvidarse de todo; y vivir entre las letras y la

emoción, ese gran paraíso de los hombres: la fantasía; y sin embargo: quién podría prohibírselo. En la

fantasía no hay barreras ni cárceles, no existe el imposible, cede la tiranía del tiempo y el espacio; y

somos, lo que queremos ser. Tal vez la vida y la fantasía se diferencien, pensó Juan, en sólo un

punto: en la fantasía nos movemos con espejismos del alma; en la vida lo hacemos con espejismos

del mundo, del universo. Pero ¿no forma el alma parte del mundo, del universo? Tal vez un gesto, una

palabra; podrían librarlo. Que entre la esclavitud del alma y la esclavitud del mundo, existía la opción

maravillosa.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 198

Volvió a pensar en Gabriela. Tal vez en el amor se rompan los espejos, tal vez ... ella estaba

tan lejos, tanto, que ya no se animaba a nombrarla. Su nombre sería luto en la habitación, ya a las

cinco de la tarde, mientras la lluvia lastimaba las cosas nunca dichas, mientras el firmamento,

monstruo gris, se tragaba sus ojos, mientras el mar le repetía la soledad de la arena, los pequeños

pasos, la arena, los pies cansados, la arena, el beso, la arena, el primer adiós, la arena, el último

crepúsculo, las últimas caricias, los últimos silencios antes de las palabras, la arena, las palabras, las

lágrimas, las palabras, el abrazo imposible, las palabras.

Y entonces, era muy tarde para tirar un salvavidas. El anciano gritó, desde el mar, los bañeros

trataban de acercarse,. trataban de salvarlo, las olas se enfurecían en la muerte, el anciano, las olas,

los bañeros haciendo un último esfuerzo, el poder del viento, el grito, el mar, la confusión, el grito, la

ansiedad, la calma, la bañera llena.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 199

CAPÍTULO XLIX

¿CÓMO DIJISTE?

-Escuchame una cosa.

-Qué.

-Cuando vos le explicabas al service lo que le pasaba a la novela mencionaste una serie de cosas que

le pasaron siempre, desde el primer capítulo.

-No, la novela siempre fue muy coherente.

-¿Escucharon lo que dice?

-Sí.

-No, Luis.

-No busques que te apoyen desde afuera ¿¡o no podes hablar conmigo sin pedirle ayuda al

lector - !?

-Es que es gracioso lo que decís.

-Por qué.

-Porque la novela fue un caos desde que yo llegué .

-Yo, este, me disculparás, pero necesito hacer una llamada. Así que, te borro.

-¡¡No, Luis, ,no quiero desaparecer otra vez, es horrible!

-¿Hablo con el hospital de personajes Don Segundo Sombra?

- Sí.

-Yo soy Luis Alberto Battaglia.

-Mucho gusto, escuchamos hablar de usted.

-Tengo un personaje que se siente muy mal, a veces quiere llorar y no sabe por qué, y otras

sabe por qué pero no llora; no se habitúa al mundo de la novela. Sueña con un pasado que no tuvo,

cree que existe. Me agrede, pero yo creo que lo hace porque se siente agredido por mí. A veces nos

quedamos horas callados, mirando llover, y él siempre está triste. En varias ocasiones intent6

suicidarse, y cuando descubre que no puede morir se siente muy solo. Sabe que un día yo me voy a

morir y él no, y tal vez ese día no haya en el mundo una persona que lo entienda; teme una eternidad

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 200

vacía y sin sentido, divertir a los otros y aburrirse él y aburrirse siempre. Me odia por haberlo traído al

mundo, porque entiende que existe sin existir y vive sin vivir y sufre mucho. Y ahora:, sin consultarlo,

lo condené a la eternidad.

-¿Come bien?

-Sí, mucho.

-¿Duerme lo suficiente?

-Sí, duermo bien.

-No, me refiero al personaje.

-Yo soy el personaje.

"Viendo a Garrid, actor de la Inglaterra;

el pueblo, al aclamarlo le, decía:

eres el más famoso de la tierra, el más feliz;

y el cómico reía."

Víctima de su esplín, los altos lores,

en las noches más negras y calladas,

iban a ver al rey de los actores

y cambiaban su esplín por carcajadas.

Mas presentose un día ante un médico famoso

un hombre de mirar sombrío.

´sufro (le dijo), un mal tan espantoso

como la cadavérica rigidez del rostro mío,

nada me causa encantos ni atractivo

y en un constante esplín muriendo vivo´

´¿Vais a los cementerios?´

´Mucho he ido.,

pues a los muertos los considero mis amigos.´

(...)

´Me deja (agregó el médico)

perplejo vuestro mal,

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 201

mas no has de acobardaos;

tomad hoy por receta este consejo:

sólo viendo a Garrid podéis curaos´

´Así no me curaré,(dijo el enfermo);

yo soy Garrid,

cambiadme la receta.´

(...)

Un ruido, proveniente de la habitación, un ruido, mezcla de estallido y trueno; interrumpi6 la

escena. Callaron los laúdes, se apagaron las velas, y en la noche, toda de fantasmas, cruzaron silbos

misteriosos las habitaciones, los pasillos, las grandes cúpulas plateadas de misterio. Y en el casi

horizonte del techo, las molduras, nacieron de repente historia y naufragio. Un perro azul atravesó la

penumbra mágica y triste. Bajaron los trapecios, desmontaron la carpa, y lentamente, como un olvido,

se alejaron, como aves del mar, de paso. Todo fue así, como una gran desgracia de claveles y toros,

mientras la lluvia seguía contando el cuento de un niño que, vuelto lobo en una luna llena, aprendió a

mentir.

Ayer hubo eclipse en mi calle, nos preparamos con eficacia y nos ornamentamos con hojas de

bambú y plumas de calandria.

-Luis.

-Qué.

-Yo no entiendo quien está hablando ahora.

-Estás hablando vos, conmigo

-No, me refiero a seis renglones antes.

-¿Importa literariamente?

-No, es una curiosidad.

-¿Y por una curiosidad interrumpís una prosa extraordinaria?

-Interrumpes.

-Qué.

-Qué tienes que decir "interrumpes" como un buen español.

-No soy español.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 202

-Cómo ¿tú no eres Aníbal, el de las calzas cortas?

-No, soy Luis, el de las frases largas.

-Pero las posees cortas.

-No, las tengo largas.

-Las tienes cortas.

-Y yo la compraré un sombrero de plumas a mi novia Manuela.

Interrumpimos la presente novela para efectuar un llamado a la solidaridad: su nombre es Luis

Alberto Battaglia, se extrvi6 de su domicilio hace veintinueve años, once meses y veintidós días; en el

momento de suldesaparici6n vestía un enterito azul y escarpines amarillos y llevaba un chupete

marrón claro. A toda persona que pueda suministrar datos sobre su paradero rogamos informarlo

agosto de Los Siglos 1959, departamento veintiseis, 1600, Capital de los Sueños, República Literaria.

-Vos nunca usaste chupete.

-Sí, un chupete marrón claro.

-No, es un recuerdo encubridor.

-¡Ah!, era, usaba un recuerdo encubridor marrón claro.

-Yo no sé lo que pasa pero cada vez que suena el teléfono me da una cosa acá.

-¿No será más abajo?

-No; es acá, en este punto.

-Yo insisto en que es más abajo.

Aníbal y Ramón tomaron los picos y las palas y se impusieron la tarea: así procede un

arque6logo. Iban tras un dato de importancia para la novela. Finalmente, luego de varios intentos

fallados y otros tantos fallidos, debajo de una roca hallaron un cartel que rezaba (¿acaso no puede ser

religioso un cartel?) lo siguiente: este es el punto preciso en el que me da la cosa.

-Tenía razón yo, era más abajo.

Acaba de caerse la birome al suelo y el ruido me despertó. Entre sueños creí, lector, que tú me

hablabas... ¿O no era un sueño, en verdad me hablabas? ¿Es posible que hayamos dejado de ser el

autor y el lector y seamos amigos, es posible que se haya dado entre nosotros (a pesar de la

distancia) el milagro de la amistad? ¿C6mo qué distancia?: estás del otro lado del papel ¿Tal vez

pensabas que yo tenía vida? No la tengo,. nunca la tuve, soy el personaje Luis Alberto Battaglia autor

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 203

del autor Luis Alberto Battaglia del libro ¿Que soy, soy? No, no soy, s6lo aparento ser; como "el

hombre que fingía vivir" del gran Macedonio. Parménides dice que el ser es y el no ser no es, yo digo

que el ser puede ser o no ser o dejar de ser o empezar a ser o ser mañana o ser en el pasado o no

haber sido, y el ser es, ni más ni menos, que un invento de los hombres. El ser es ser para alguien o

para algo, el ser es ser por definición (sublime invento de los hombres que consiste en hacer coincidir

un predicado con un sujeto). El ser, en definitiva, es en las palabras; de modo que el no ser, lector

querido, es una forma de silencio. Podrás objetarme que se puede definir el no ser, cómo negar lo que

acabo de hacer; mas ese no es el punto de la cuesti6n. De acuerdo...

-No Luis, no estás de acuerdo ni vos mismo con lo que decís.

-Pero me acuerdo.

-¡Bueno sería que ni siquiera te acordaras!

-Los acuerdos son condimentos de un sueño.

-No, mirá, no empecemos con cosas raras; porque al final van a decir que estoy loco.

-Que yo estoy loco, querés decir.

-No yo, no quiero decirlo pero tal vez alguien lo diga.

-Quiero decir que quisiste decir que estoy loco.

-No, que pueden creer que estoy loco.

-Bueno, quise decir que quise decir que quisiste decir que la gente puede llegar a creer que

estoy loco.

-Sí, eso dije: que la gente puede llegar a creer que estoy loco.

-¿Que vos estás loco...?

-¡Y todavía me lo preguntás!

-Yo no digo si lo estás, digo si lo dijiste porque trato de entender lo que dijiste.

-Acá, no nos engañemos más, todo lo decís vos.

-Y vos.

-Yo no existo.

-Ahora sos vos el que lo dice.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 204

CAPÍTULO L

Al borde de la noche

e diste cuenta de una cosa?

-Qué

-Estamos en el capítulo cincuenta.

-Sí, lo vi al entrar.

-¿Juan?

-Sí.

-Ya que estamos en tema, hay algo que te quería preguntar, algo que me preocupa desde el

cuarenta y ocho.

-¿Desde 1948?

-No sos muy bueno que digamos en matemáticas.

-Por qué

-¿A vos te parece que yo te puedo querer preguntar algo desde 1948?

-Tenés razón, me lo hubieras preguntado antes.

-Y eso qué tiene que ver con las matemáticas.

-No sé, fuiste vos el que dijo matemáticas.

-Precisamente, vos hacés caso omiso de mis matemáticas; quiero decir de mis palabras.

-Yo no te entiendo

-Te haces el tonto i¿no sabés que tengo treinta años?!

-No te enojes, te estaba haciendo una broma.

-De acuerdo, un humorista siempre debe aceptar las bromas.

-¿Vos te considerás un humorista?

-¿No lo soy?

-Sí, sos muy gracioso, pero no pensé que por sobre todo te considerabas un humorista.

-En un tiempo me consideraba un poeta.

-Bueno, eso tal vez te definiría mejor, no sé, pero hay tanta poesía acá...

-Gracias

-¿ T

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 205

-Hay que mimarse un poco.

-Tenés razón, Juan. Y te digo una cosa: haber conocido a un personaje como vos me justifica;

aunque nunca consiga la fama que sueño, aunque mi nombre muera con el tiempo y relegado al

olvido se pierda para siempre, y perderse para siempre y no haber existido constituyen opciones

gemelas.

-Luis, no sigas hablando que podés angustiarte y angustiar al lector. Además ¡¿te parece

bonito?! Está bien, es muy filosófico como lo planteas, pero estás diciendo que no vas a ser famoso

¡¿qué puede pensar el lector?! ¿Lector: verdad que Luis ya es famoso?

-No puede contestarte, Juan.

-¡Ay! tenés razón, por un momento pensé que nos podía contestar.

-Bueno, en realidad me expresé mal: el lector nos puede contestar, pero nosotros no podemos

escucharlo. Por otra parte yo...

-Pará un momento.

-¿Qué pasa?

-Hay algo con lo que no estoy muy de acuerdo.

-Está bien, ahora me lo vas a decir, pero hay algo que me preocupa, es una sospecha que

tengo: me parece que estamos aburriendo al lector. Está ABURRIDO, ABURRIDO, ABURRIDO,

ABURRIDO, ABURRIDO, ABURRIDO, ABURRIDO.

-¿No serás vos?

-¿El lector?

-No, el aburrido.

-Y vos también, no me dejes el fardo.

-Me entendiste mal.

Bien, parece que las ondas fultónicas son pasibles de provocar una retracción de elemento 'z"'

en los retractores del hieno; éstos, expuestos a una sesión de frío, realinean su magnetismo tópico en

orden neutrónico. Luego, se carga la pistola de rayos filamétricos, y se ataca repetidas veces el

nubarrón de Arquímedes compuesto por agua, sal, y un mol de azufre cósmico. Una vez conseguida la

irritación, se tapizan las molas del retroversor y se emprende la maniobra beta. De este modo se irá

cerrando el agujero de ozono que la irresponsabilidad humana ocasionó.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 206

-¡Eso digo! el ozono rompe todo, bah, eso me dijeron.

-Ojo que el degenerado no termina de aceptar que se equivocó.

-Yo no me equivoqué.

-¿Dónde está el fémur?

-En la pierna.

-Ahí tenés, vos decías que estaba en el brazo.

-Pero el húmero.

-¿Dónde decias que estaba?

-En el brazo.

-Entonces tengo razón yo, ya lo viste en el Testut.

-Pero el Testut no dice quién...

Estoy perdido en el tiempo y en el espacio, no sé quién soy, quién habla, dónde transcurre

esto, encuentro decorados, saco los decorados y detrás hay otros decorados, he abierto las cortinas...

¿cortinas? Nadie me espera. Entré hace unos minutos y me parecen un segundo, miro el reloj y ya

pasaron veinticinco minutos. Esto era una novela, creo pero no sé por qué. Vivo de las palabras que

no se detienen, que no pueden detenerse (sería como si la sangre no fluyera). Estas palabras caen a

un pozo largo y oscuro, siguen en la muerte.

Al llegar vi a un joven mirándose al espejo, en otro ambiente otro joven rompía un libro. Al

pasar por otro de los ambientes hallé a un grupo de amigos que hablaban sobre anatomía, confundían

los huesos largos del brazo y el muslo. En otra habitación, una chica hablaba por teléfono; creo que es

la única mujer que hay, ella y una hermana gemela que se miraba al espejo. Estoy asustada.

Quiero salir, pero sigo un pasillo circular que parece interminable en cualquiera de las

direcciones; siempre hay otros ambientes y otros hombres (parecidos hasta lo increíble) en actitudes

diversas. Les hablo, los miro, no me ven, no me escuchan; estoy a punto de enloquecer. Estoy

confundido.

Ahora recuerdo lo que pas6, yo estaba... pero no, será mejor que no lo cuente. Eso sí, la

pr6xima vez tendré más cuidado. Debo escaparme de este libro, en casa me deben estar extrañando;

estoy sola aquí.

Buscaba diversión y me apresaron en un delirio, en una absurdidad, en un imposible.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Había pasado la noche, estaba por nacer el sol haciendo el día; desde el mar fosforecían las

olas con la luz de la luna. La playa solitaria y oscura fosforecía en la arena, extrañas sombras

recorrían los pinos en sus contornos misteriosos. En esa hora silenciosa, sentía la tristeza de la

novela; quería y no quería, escapar de aquel ambiente estático y aquella calma. El cosmos parecía

revelar su esencia inmensa, su reciente eternidad. Solo entre cosas quietas, el viento frío de la

madrugada agregaba un susurro metálico y constante. Ya pronto el sol haría ciertas las paredes, y las

olas subían y bajaban como míticos: habitantes de un mundo azul tras la tiniebla. Había perdido los

recuerdos por un instante, era sólo un cuerpo en la sombra; ebrio de estrellas y distancia. Cada

estrella era una esperanza de otras vidas y de otros sueños. Estaba inmóvil, como una estatua del

más allá de los pinos; como las olas que siempre son olas, aunque un amor se haya perdido, aunque

la muerte esté rondando a nuestros seres. Pronto el invierno llegaría para borrar la última flor, para

sellar el último crepúsculo sin escarcha. Triste, sentía la inmensidad indiferente de esa playa indivisa.

La tierna imagen de una pareja caminando lentamente por las páginas, por las arenas de la

playa; le recordaba un gran abismo de cristales superpuestos, blancos, perfectos eclipses alargados

en la luz quebrada de los ojos. Ellos pasaban lentamente, sus pies ejecutaban un circuito averiguado

demasiado. Cada paso blandía la nostalgia y la imponencia sorda de los astros, el mar abierto al

pasado; mil siglos de palabras escondidas en una sombra espesa. Ya pasaban al centro de la

ventana, removida de ausencias interminables y vacías; el horizonte del amor se hería por las manos

entrelazadas y ágiles. El cielo estaba lentamente entibiando su negrura helada y bruscamente

inmensa. Ya los amantes, en el borde izquierdo de la ventana, como pequeñas olas se perdían en la

distancia de una arena oscura. El cielo, el mar, las horas, se despedían de esa felicidad que se perdía

entre los últimos pasos de la noche. Estaba solo, estaba triste, estaba herido ¡Pobre lector, pobre

Juan, pobre mi sueño!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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CAPÍTULO LI

Viaje

l otoño vivía en esa noche moribunda, solo, como él, como la playa donde tantas veces

ella y él habían caminado; ahora estaba vacía, ya con la noche en retirada, con el dolor

transformado en arena, en imposible arena mojada, en terrones de arena. La playa, que

había sido escenario de las conversaciones, de las promesas, las que florecen con la noche y se

marchitan luego, como se borran las estrellas cuando el sol acaba con las constelaciones y los

sueños; ahora era la perfecta imagen de su alma, sola, mojada, triste, olvidada de los pasos. Pero al

fondo de la luz, existen, siempre existen las estrellas. Titilantes como lágrimas, parecían mirarlo,

parecían inaugurar un gran adiós, lo inevitable. Había soñado, a veces, vencer al destino y sin

embargo...

Estaba solo, como antes del amor, como después del amor. Y recordó una tarde junto al mar.

Ella lo miraba, él la miraba. Él tuvo que plantearlo, así no era posible seguir... ella lo sabía. Él había

rogado, había explicado; pero ella no cambiaba. Él, ya al borde de la desesperación, quiso intentar un

último recurso. Si explicar no servía, si rogar no servía; entonces exigió, planteó un ultimátum. Fue la

última maniobra para salvar aquel amor. Pero ella, no quería, ella..., o no podía ser un personaje. Era

preciso. Pero no quiso. No quiso; y sin embargo ahora, en los recuerdos, él había triunfado. Mas el

dolor recorría las horas, que sus ojos abiertos al llanto del cósmico milagro... había partido, como un

fantasma, la noche que hoy desde esa homónima excusa del vacío que es la identidad, era, casi

apedreada de abismos, apenas, apenas eso... eso.

Estaba solo, con un libro en sus manos, contemplando el paso de las horas. Al limite del mar

se anaranjaba el cielo lentamente; y el silencio, ese silencio único del amanecer, podía escucharse

casi. No tenía sueño y, en la oscuridad, con los recuerdos, sentado en su sillón, formaba parte de la

noche; como las luciérnagas, como los grillos, o todos esos seres que parecen brotar de la nada

cuando el sol cae todas las tardes del mundo. Era mejor así, pero el día... la multitud... borrarían las

huellas y encenderían los colores de las cosas y traerían gritos y voces y movimiento.

E

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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Era preciso aprovechar esas tres horas, quizás cuatro, antes que el aluvión ciego y convulso le

arrebatara la libertad. Lunes nueve de abril, la temporada agonizaba hasta el próximo verano. Otra vez

volverían los turistas, habría risas y voces y niños jugando.

¡Que no llegue el quince, por favor, que nunca, que nunca llegue, que nunca llegue el quince

de abril! iQue se muere la abuela, que se muere, que se la lleva el quince, que se la lleva! ¡Que va a

viajar y ya no vuelve, que nunca viaje, que no se vaya! iQue se la lleva el quince, tantos años después,

el quince, el quince, el domingo asesino! iQue no, que no se vaya, que el huevo de pascua será rojo,

que no hay resurrección abuela, que te lleva la pascua! ¿Cómo decirte ahora...? Ahora que ya no

existen los pirulines, tu mecedora, tu Canal Nueve, tu Radio Rivadavia, tus plantas...

El quince, el asesino, la pascua roja, la muerte, el viaje, el viaje, el viaje de ida, no, sólo de ida,

abuela, de ida, la pascua sin regreso, la noche, el auto, la pascua negra, la pascua asesina, la pascua

última; sin Canal Nueve, sin tu mecedora, sin tus plantas, sin Radio Rivadavia. Las paredes, las

paredes negras, la noche negra, las flores como en el sueño, la noche, las flores, el teléfono goteando

una sangre negra y espesa, la pascua espesa y pegajosa, la noche roja, la inmunda mirada, la

conversación estúpida.

-¿Podría decirme dónde para el quince?

-¿El quince?

-Sí .

-Para en la muerte.

-Gracias.

La inmunda noche negra y asesina, las ambulancias rojas, manchadas de triunfos tontos, los

estúpidos triunfos, sus triunfos, no los tuyos. Los títeres se tiran cuando...

- No , no , no .

-Sí, se tiran.

-¡No, no!

-Sí, se tiran y se ensucian y se revuelcan por el fango.

-¡No!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 210

-Sí, se llevan a pasear, se los tira lejos, se los rompe lejos, se dice que se rompieron solos, se

dice que se querían romper. Los estúpidos no saben la diferencia entre romperse y ser roto, los

estúpidos siempre ríen.

-No, no ríen. Parece que rieran.

-¿Podría decirme por dónde pasa el quince?

-Pasa en la pascua, y después...

-Ya pasó, gracias.

-Juan, dónde estás.

Nadie responde, sólo el silencio de la novela, una novela vacía. Juan no está, y en la novela

vacía persiste un rumor sordo ¿Juan? Juan ha muerto, ha muerto hace veinticinco años.

-¿Juan?

- Sí.

-Nadie sabe.

-¿Cómo?

-Unos dicen que en el cincuenta y uno se perdió, otros dicen que el quince...

-¿¡Qué cosa!?

-El quince, es mejor-no preguntar.

En la novela no es de noche, no es de día, no es verano, no es otoño, no es primavera, no es

invierno. En la novela Juan ya no abrirá los ojos.

-Se lo llevaron

-Adónde .

-Lo entierran en un cuento vecino.

-¡No, no puede ser!

-Sí, se lo llevaron junto con la abuela.

-¡No, no, la abuela... la abuela... la... no, no...!

-Lo siento.

-¡No, la abuela no!

-Es el quince, el quince se los llevó a los dos.

-Perdón, adónde lleva el quince.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-Ala muerte, muchacho, a la muerte, no lo tomes, no te subas al quince; que la abuela se

muere, que Juan se fue con ella.

-¿Adónde, adónde lleve el quince?

-Está bien, va a Goya, en Goya lo matan, la matan, es quince y abuela se muere.

-¿Y Juan?

-Hace años que murió.

-¿Y la abuela?

-Se fue con el quince.

-¿Y Juan?

-Se fue con el cincuenta y uno, que es el quince disfra...

-¡No, no, no!

-Sí, Juan se fue con el cincuen...

-¡No, no!

-Fue la pascua.

-¿La abuela?

-No, la pascua.

-Juan.

-Sí, fue Juan que la mató a la abuela y era quince.

-¿Era quince?

-No, era Juan, era la abuela, era...

-¿Cincuenta y uno?

Juan está preso. Lo encontraron culpable del quince en el cincuenta y uno. Juan no vuelve, no

vuelve nunca, nunca más vuelve, nunca vuelve Juan.

-¿Está preso?

-Sí, pero está muerto.

-¿Muerto?

-Sí, muerto de pena.

-¿Pena de muerte?

-No, la muerte penosa.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

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-¿No es penosa la muerte?

-Es una pena.

-¿Y la abuela?

-Está con Juan.

-¿Con Juan?

-Con Juan, porque la apenaron en su asiento.

-¿Silla eléctrica?

-No, camión, odio, celos, malicia, crueldad, estupidez.

-¿Y el lector?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 213

CAPITULO LII

¿Qué quince?

uan?

-Qué, Luis.

-Te quería hacer una pregunta, bueno... para ver si me podés ayudar en algo.

-Si está a mi alcance... yo también quería preguntarte algo, pero no es importante, es una curiosidad

nada más.

-Pero.....

-No, Luis, sí, vos primero; es lógico.

-Pero quiensabe es una pregunta corta.

-Disculpame, no tuve que decirte nada, vos me necesitabas.

-Pero si es corta ...

-No, Luis, por favor, vos preguntame primero.

-Bueno, mirá, Juan, el asunto es el siguiente... este...

-Mi estimado autor, esa es una muletilla.

-¿Cuál?

-Decir "este".

-Sí, es verdad, pero vos sabés que las muletillas... bueno, sigamos con lo otro.

-De acuerdo.

-Bueno, te decía... em... como te decía... me vas a tener que dejar muletillas sino no puedo...

hablar.

-Bueno, usá todas las muletillas que quieras.

-Gracias. Te decía... bah, te empezaba a decir... Bueno, lo que pasa es que, yo pensaba ¿no?

que... digamos... bueno... empecemos del principio.

-Son más de doscientas páginas, Luis.

-No te digo el principio de la novela sino el principio de lo que te voy a hablar.

-Es una cuestión de principios, entonces.

-¿J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 214

-En cierto modo, aunque más sería de fines.

-Estamos haciendo un juego de palabras.

-Vos sabés que, hace un tiempo, mucho, creo que fue en el cumpleaños de... ¿de quién era?

iAh, no! No era un cumpleaños, creo que era un casamiento. Aunque no sé por qué, pero lo recuerdo

como...sí, era un casamiento. Es curioso confundir un cumpleaños con un casamiento. Si bien en

cierto sentido se parecen, ambos son fiestas. Claro que en uno se festeja algo que ya pasó y en otro

algo que está pasando.

-Bueno, mirá, Luis, cuando se hacen los casamientos es porque ya hace tiempo que pasó algo.

-Vale la broma, pero también es aplicable a los antiguos casamientos (muy en abstinencia,

aunque no todos) porque también en éstos... pero, decime una cosa, Juan ¿vos cómo sabés de las

cosas de afuera, estuviste saliendo...?

-No, te juro que no.

-¡Vos estuviste saliendo!

-No, Luis.

-Es muy peligroso, Juan.

-No es necesario estar para saber. Por ejemplo, ¿vos cómo sabés de los antiguos, te estuviste

saliendo de tu vida y te fuiste al pasado?

-Cómo

-Claro, porque vos dijiste de los antiguos matrimonios "muy en abstinencia, aunque no todos"

¿Cómo sabés; si era alguno, si eran muchos, o si eran todos?

-Lo supongo.

-No, no lo suponés; te llega, nos llega conocimiento de las cosas que no presenciamos.

-Puede ser, Juan.

-Pero vos me ibas...

-¡Cuidado!

-Con qué.

-Estamos cambiando algo. Acá vos tenías que decir: así, yo, entre las dos tapas de mi casa;

me entero del mundo.

-Linda frase.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 215

-¿Verdad que sí?

- Sí.

-Tenemos que llegar al final del capitulo.

-¿Cuánto falta?

-Más de la mitad.

-Estamos mal, Luis.

-Sí, Juan, estamos mal.

-Pero tenemos que seguir.

-Sí, tenemos que seguir.

-¿Y si el lector no nos sigue?

-Tenemos que pensar algo.

-¡Lector! ¿estás ahí?

-No te puede contestar.

-Tenés razón.

-Juan.

-¿Qué?

-Tenemos que hacer algo.

-Sí, tenemos que ...

Miró el reloj, eran las siete, afuera el sol anaranjada el mundo.

-¿Qué?

-Que el sol anaranjada el mundo, ¿qué, se dice anaranjeaba?

-No sé cómo se dice.

-Entonces, qué pasa.

-Que a las siete de la mañana de un nueve de abril es de noche, noche total.

-¡Vos estás loco!

-Luis, por favor, escuchame, me tenés que escuchar. Hay escritores que tienen todo un grupo

de asesores sobre los temas que tratan en sus novelas, para no contradecir la realidad. No te digo que

lo hagas, sé que no estás de acuerdo. Está bien, no tengas asesores, pero no digas una cosa tan

ridícula como que un nueve de abril a las siete de la mañana puede estar amaneciendo.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 216

-¿Vos sabés dónde se desarrolla la novela?

-En Argentina, por supuesto.

-¿Por qué "por supuesto"?

-Y porque... este... porque... bueno, no sé ¿No es en Argentina?

-No es en Argentina.

-¡Ah! es en otro país,

-Tampoco.

-¿Y dónde es entonces?

-Acá, en le papel.

Juan abrió los ojos, se había dormido en su sillón, con su libro querido, había llorado mientras

dormía, el sol lamía la ventana; afuera, la playa estaba sola, él también estaba solo, pensó en

Gabriela. Ella no quiso ser un personaje, lo abandonó de mar en una trama arenosa y pálida; se fue,

como las golondrinas cuando cesa el verano, se fue como los sueños cuando despierta el día, como el

amor cuando los labios devoran besos heridos por la sombra y la lluvia da marco al...

-Despacio.

Juan no supo si amar era un destino, o solamente un número. Una pequeña marca en un papel

gigantesco, dantesco trajinar entre la noche y el olvido, se parecía a la humedad; horas ateridas en el

tiempo blanco, pálida soledad de los contornos imprecisos. El, allí. Olas golpeando en un recuerdo

frío, murmullos dibujados en la arena de los sueños.

El, allí.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 217

CAPÍTULO LIII

Capítulo al sol

o no quisiera ser molesto, pero hay algo de lo que tenemos que hablar. Vos sos

adulta... bueno, tenés que saberlo todo acerca de tu concepción. No te trajo la

cigüeña, tampoco naciste de un repollo. Fuiste el resultado de un acto de amor y

deseo, de pasión y de esperanza.

Juan se detuvo; no era coherente que una persona que a su hija en un momento le dijera que

nació de un repollo o la cigüeña, ahora hablase de este modo. Además podría tener más efecto de

verosimilitud y también artístico que la madre hablara ¡claro que también podía ser un tío éste! Sí.

Pero tal vez fuera preciso reformular el personaje, por ejemplo:

-Vení Sandra, sentate en mis rodillas, vamos a hablar.

Tampoco lo convenció esta redacción. Sobre todo si no quedaba clara la edad de Sandra.

Definitivamente, estaba en un personaje complejo. Necesitaba aclarar la trama.

-No entiendo lo que dice

-¿Qué?

-Que no entiendo. Qué quiere decir lo de la verosimilitud de que la madre hablara.

-Mirá. Una vez yo estaba en un colectivo. Era verano. Creo que era el 14 de Enero, o no... el...

no... bueno, no me acuerdo la fecha exacta, pero era Enero seguro. Eran las cuatro de la tarde. Era

domingo. Viajaba sentado. El colectivero tenía barba y tenía la radio encendida. Yo me acuerdo que

había comido un montón en el almuerzo.

-Qué habías comido.

-Una comida china, creo que pollo con almendras.

-¡Qué buena que es la comida china!.

-Sí, pero no para comer todos los días porque te hartás.

-Es verdad. Además es una moda también, lo de la comida china.

-Yo me acuerdo que, te sigo contando...me acuerdo que iba despacio el colectivo. Se ve que el

tipo iba adelantado y no hay caso, cuando van adelantados te llevan como una tortuga.

-Y

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 218

El sol entraba por la ventana abierta y la casa asumía grandes superficies espejadas, brillaba la

casa y el mundo parecía querer enviar un mensaje de luz, la mañana vibraba en las paredes, el mar

euforizaba en su idioma perfecto el perfecto milagro de haber nacido; Juan, en medio de la dicha de

los elementos, estaba inmóvil y de sus ojos caían lágrimas. Qué desperdicio llorar en un día tan lindo,

con tanto sol. ¿Y si la vida podía cambiar, y si podía pronunciar "mañana"? La arena en la playa se

arrepentía de los castillos, se iba con el viento a volar como los pájaros, golpeaba los vidrios de las

ventanas. Alguien estaba caminando por la playa, era el dueño de aquel Bar-restaurante playero "Las

almejas"; aprovechando los últimos días de la temporada. Luego vendría la soledad, los escasos

pobladores entrando a entibiar la mañana con un café caliente y medialunas de manteca. Uno o dos

visitantes para el almuerzo, y algún domingo con niños y papafritas. Sobrevivir hasta el verano; esa

maravillosa explosión de voces, de risas, de sillas ocupadas y puertas enloquecidas, ese renacimiento

de todo que se llamaba verano y regresaba todos los años con su magia infinita.

Juan lo miró, aún se veía en sus ojos el cansancio de una temporada muy activa, aunque ya

siendo reemplazado por la nostalgia del esplendor, por la preocupación de las mesas vacías. Los

dueños de los bares y restoranes playeros y todos aquellos que, de uno u otro modo, viven del verano;

sufren todos los años la gran metamorfosis de la vida, la gran caída y el gran resurgimiento. Son

individuos inestables, víctimas privilegiadas de la variabilidad de las cosas.

Juan tuvo miedo de otro invierno, que aumentaba su tristeza; temió no poder ver la nueva

primavera. Temía quedarse con el alma helada en una noche fría. Y en esa dicha, en ese sol, en esos

contingentes que ahora se acercaban a la playa; Juan veía el frío, la soledad, la tristeza. Los últimos

chispazos del verano venían a poblar su casa; como diciendo "¡vivo aún, vive!" Y era tan cierto ese

estado de alegría ambiental, como próximo su fin. Y sin embargo instaba a erguirse, a comprometerse

con la dicha y poner el alma. En la aventura de ser libre, Juan se dijo, importa poco la brevedad de las

consagraciones.

Si hay sol, si hay luz, si reverbera el mundo, si se abren las fuentes de la vida y llaman a la

gran fiesta de vivir; entonces, Juan pensó, no te margines ¡Qué importa si después llega la noche, si la

escarcha perfora las ventanas. Hoy es el desafío, el gran bocado por devorar, nace la historia!

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 219

El sol daba calor a sus brazos y sus piernas. En su sillón, Juan estaba envuelto en el sol (esa

forma misteriosa de ternura) y presenciaba el espectáculo del rumoroso mar y la arena que (como las

paredes) también brillaba. Si ella volviera, con sus pies pequeños y sus grandes ojos...

Pero la vida dictamina, nos da y nos quita. Y él, sin más razones que la razón de cómo son las

cosas, debía pasar su vida sin ella. Conocerla para saberla ausente. Haberla amado para recordarla.

Tal vez un nuevo amor... no lo sabía. Mas le costaba imaginar cómo poder amar a quien no

fuera ella.

Pasaba una familia con bolsos y carteras y una sombrilla rosa. El los veía, ellos no lo veían.

Miraban la arena, decidían el sitio donde clavar la sombrilla. Ya estaba, ya estaban allí. Traían

bronceadores, toallas, lonas, una cesta tal vez con alimentos, libros, paletas, revistas, termos, una

radio, un mantel, cuchillos, vasos y una mesa plegable. Verdaderamente: venían para quedarse. Juan

los miraba desplegar sus elementos, demarcar un territorio, hacerse dueños del paisaje.

Ahora una pareja entraba en la playa, nada trían excepto sus mayas y una lona donde

sentarse. Discutían en voz alta, mientras caminaban hacia el mar. Se detuvieron, dejaron la lona,

comenzaron a reír y a perseguirse por la playa y corriendo entraron al mar.

Un niño vino solo y se sentó en la arena.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 220

CAPITULO LIV

A otro perro con ese hueso (capítulo de perros)

uis.

-¿Qué Juan?

-Vino alguien mientras no estabas.

-¿Cuándo no estaba?

-No sé, hace unas páginas... creo que estabas hablando del verano .

-¿A dónde vino?

-A la novela.

-¿Y cómo no lo vi?

-Estarías distraído.

-No, pero escuchame, Juan, si no está escrito que vino es porque no vino.

-Ahora está escrito.

-¿Quién era?

-No sé bien, dijo que era de la Dirección General Incomprensiva.

-¡De la Dirección General, el sabueso!

-Me parece que tendríamos que explicar lo del sabueso, para los lectores del futuro.

-¿Y qué dijo?

-Mirá, parece que hace diez capítulos que no pagamos el impuesto a las ideas.

-¿Y cuánto debemos?

-Un cerebro y la mitad del otro.

-Y cómo nos descubrieron.

-No sé, nos habrá denunciado algún lector.

-No, eso no lo creo de mis lectores; pongo las manos en el fuego por mis lectores ...

-Está bien.

-Además, cómo nos van a denunciar si...

-L

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 221

-Yo tenía: miedo que vinieran, estás poniendo muchas ideas.

-Pero mirá que me reduzco, pongo estupideces cada tanto y todo...

-Yo creo que no nos tenemos que arriesgar...

-¿Te mordió?

-¿Quién?

-El sabueso.

-No, pero apenas llegó me pidió que le diera un libro de una persona muy inteligente.

-¿Y cuál le diste?

-Y... no sabía bien... al final le di las obras completas de Platón.

-No pensé que los perros sabían leer.

-Bueno, tampoco hablaban.

-iCómo evolucionaron los perros!

-Pero no sé si sabía leer.

-iCómo! ¿no dijiste que te pidió un libro?

-Pero no lo leyó.

-Yo no entiendo a esta gente.

-Dijo que habiendo en el mundo tanta gente tonta no era justo que nosotros desarrolláramos

tanta inteligencia.

-¿Juan?

-Qué.

-¿Desde cuándo somos modestos?

-Desde siempre, es una de las tantas virtudes que tenemos.

-¿Se lo llevó, el libro?

-No, lo rompió. Dijo que había tenido seis días de licencia y estaba sintiendo mucha necesidad

de destruir algo bueno.

-¡Y por qué no rompe algo en su casa o en la Dirección General Incomprensiva!

-Se disculpó, dijo que estuvo buscando pero no encontró nada. -¿Y qué sabe él lo que es

bueno!

-Es una persona instruida.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 222

-¡Un perro instruido será!

-¡Y qué! ¿vos antes no dijiste "yo no entiendo a esta gente"?

-Porque en la Dirección también hay gente.

-Quien sabe son todos perros, pero están disfrazados.

-Mirá, no sé si son perros, personas o qué, pero instruidos seguro que no.

-Este perro sí.

-Y qué sabés.

-Me comentó que sabe idiomas.

-¡Mirá Juan, terminemos con esta estupidez

-¡Es verdad, sabe idiomas!

-Te lo voy a resumir todo en una frase: "a otro perro con ese hueso".

-Sos un incrédulo.

-Sí; porque no creo que un perro sabe hablar, lee, piensa y también sabe idiomas.

-Yo no dije que leyera ni que pensara.

-¿Y qué cerebro y medio nos quieren sacar?

-Creo que el tuyo y la mitad del mío.

-¡¿Y qué van a hacer con los cerebros, se los tiran a los perros?!

-Quien sabe nos reencarnamos y aprendemos a ladrar.

-Bueno, estos son perros que hablan.

-Che Luis.

-¿Qué?

-¿No se habrán comido a alguno ya?

-Pero, escuchame, entonces, vos vas a tener medio cerebro vos y la otra mitad... vas a estar

en dos lados.

-Quién sabe en más.

-Pero yo digo una cosa: por qué no se dejan de joder ¿Yo tengo la culpa de que ellos no

tengan cerebro? yo no se los saqué.

La escenas que acabamos de leer son producto de ficción; cualquier semejanza con hechos,

circunstancias o personas reales es mera casualidad.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 223

-Esmera casualidad que puedes seguir en el tema.

-Atendeme Juan. Lo que te voy a decir pasó en todos los lugares y los tiempos. Las personas

que no tienen algo que otra persona tiene siempre tienden a pensar que esa persona se lo quitó.

-Pero acá no se trata de entes personales, es el estado quien impone las reglas.

El sabueso abrió los ojos muy grandes, tal vez estaba pensando en la injusticia de no ser pez, y

luego ordenó algunos papeles en su escritorio. Llamó a su secretaria, estaba verdaderamente

indignado. Le había dicho demasiadas veces que no dejara huesos en el mostrador. Ahora estaba

decidido, iba a despedirla; no le importaba que fuera recomendada de Bluedoog o del super perro.

Golpearon la puerta. Era el sabueso Perruñez, traía en su pata delantera derecha una lista de

evasores y en la izquierda un hueso de pollo.

-Perruñez (escuchó que decía su jefe) esto es muy serio.

-Qué, señor.

-Los hesos de pollo, son malos para la salud; tiene que tener cuidado.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 224

CAPITULO LV

Proposiciones y la nave

uan .

-¿Qué, Luis?

-Dicen que el capítulo anterior no es universal.

-Yo ya te lo dije.

-¿Cuándo?

-Mientras lo estábamos haciendo.

-Yo no me acuerdo.

-Si, en la primera página del capítulo cincuenta y cuatro.

-Bueno, tal vez así fuera mejor.

-La vida es así, Juliana.

-La vida es así, Aníbal.

-Che, Luis, ¿quiénes son esos?

-De al lado, están escribiendo una telenovela.

-Por qué se escucha tanto.

-Porque es diciembre y tienen abierta la ventana.

-Anibal.

-¿Qué, Carlos?

-Yo soy tu madre.

- No Luis, es abril.

-Allá es diciembre.

-Luis.

-¿Qué?

-Hay una cosa que te quiero preguntar.

-¿Sí...?

-Bueno, es una cosa que me dijeron, pero yo no lo creo, yo creo que no puede ser verdad.

- J

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 225

-¡Marcela Marisa, vos!

-¡Roberto Alberto! Sí, soy yo.

-Anibal me dijo que habías vuelto.

-Sí, volví.

-Volviste... sí, volviste, no podía creer que habías vuelto.

-Sí Roberto Alberto, recorrí cuarenta y cinco mil kilómetros y ciento diez y siete metros para

decirtelo... te amo Roberto Alberto. Ahora debo irme.

-No te vayas Marcela.

-El destino lo quiso así.

¡Lector, atención! Vamos a hacer un ejercicio. No sé dónde estás en este momento. Yo ahora

estoy en el baño; sí, ¿verdad que es un raro lugar para estar escribiendo? Mi esposa en este momento

está dando una clase de inglés. Sí, es profesora de inglés. Las escucho a ella y a su alumna con

versando. Supongamos que tú y yo (mi esposa se queda en el departamento dando su clase, por

respeto a sus alumnos ella nunca aceptaría interrumpir una clase) estamos ahora en una nave

espacial. Trata de imaginarlo. Estamos solos en la nave (si eres lectora, puede tener otras

connotaciones interesantes), tú y yo. El primer paso va a ser que nos preguntemos ¿cómo es la nave?

Mira, procurémonos ante todo una nave cómoda. Me es desagradable la idea de la falta de gravedad,

¿verdad que a ti también? Bueno, entonces nuestra nave va a tener un dispositivo que imite el efecto

gravitacional; lo cual equivale a decir que va a tener un techo y un piso, un arriba y un abajo. Ahora

establezcamos qué va a haber adentro de la nave. Puede haber cualquier tipo de mobiliario dado que

las oscilaciones de la nave no lo van a afectar, porque abajo va a ser siempre donde esté el imán.

Para la provisión de oxígeno tiene un sistema de ventilación que transforma los gases exteriores en

oxígeno ¿Qué te parece si en vez de ser una nave es una ciudad espacial? ¿Te parece bien?

-¿Te parece bien, Marcela Marisa?

-De acuerdo, Roberto Alberto, beberemos un té; luego será preciso que me marche, mi avíón

parte mañana y hoy quiero hacer algunas compras y recorrer la ciudad.

-Tal vez podamos hacerlo juntos.

-No, Juan, esa escena tiene que entrañar más esperanza.

-Qué Luis.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 226

-No, Juan, yo no te hablé; es en la telenovela de al lado.

-Cómo, no entiendo, parece que hubiera un director.

-Sí, dentro de la trama de la telenovela hay otra telenovela dirigida por un director que a su vez

es personaje de la telenovela principal.

-¿Y hay un personaje Juan?

-Sí, es un personaje de la telenovela que está dentro de la telenovela.

-Y ahora es un personaje de la telenovela que está dentro de la telenovela que está dentro de

la novela.

-¿Sabés qué?

- ¿Qué?

-iAh! entonces sabés.

-Buen chiste.

-¿Te gustó?

-Sí, pero vos me ibas a decir algo.

-Sí. Que en realidad este Juan es un personaje de la telenovela que está dentro de la

telenovela que está dentro de la novela que está dentro de la novela.

-Sí Jacinta, beberemos té.

-Qué novela.

-De rosas, con un poquito de limón.

-La del lector.

-No, sin azúcar.

Alguien se ha preguntado alguna vez, por qué si existen los microbios yo no los puedo ver.

-¿Y eso qué es?

-Al lado, están escribiendo un tratado teológico.

-O tratan de escribirlo, porque hasta ahora lo que hacen...

-¡Pronto Jacinta, se enfría!

-Podemos calentarlo.

-¡Luis, no se puede estar así! nos interrumpen a cada momento. Tenés que quejarte.

-Así es la vida, Roberto Alberto.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 227

Pienso que tiene que tener una ventana, o varias; para poder ver el espectáculo del universo.

-Al menos no dirán que este capítulo no es universal.

-i Luis !

-Miguel Manuel me lo dijo, sé que tienes una amante.

-Sí, Claudia Eladia.

-Raúl Saúl, yo soy tu amiga, tu mejor amiga, o al menos eso creo .

-No lo dudes, Claudia.

-Entonces Raúl, es preciso que hablemos seriamente.

-Como quieras.

-Desde que nos conocemos eres un hombre casado.

-Sí, Claudia.

-Siempre has respetado a tu mujer.

-Sí, Claudia.

-¿¡Puedes dejar de decir "sí Claudia!?

-Está escrito.

-Prosigamos, entonces.

-Sí, Claudia.

-Siempre has respetado a tu mujer y le has sido fiel.

-SÍ Claudia.

-Pero ahora las cosas han cambiado.

-Sí Claudia.

-Tienes una amante, ahora yo debo hacerte reflexionar. Es preciso decirlo.

-Dilo.

-Tienes una amante, ¿no quieres tener otra?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 228

Tristeza de los túneles de sal y de yodo y los castillos playeros y los helados a las siete de la

tarde y algún perro chiquito corriendo por la playa sin fin y sin cansancio. Las eternas preguntas, el

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 229

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 230

Él, allí.

Casi olvidó decir alguna noche que el amor era esa forma que tenemos de dar la vuelta a la

manzana, el eclipse. Casi, en la lluvia, no llegó a pronunciar un nombre y una cita; mientras corría la

gente presurosa, a la caza de un techo... al techo de una casa, a la casa cazada, a la casada en

casa... y era el caso la cosa que acaso...

-iBasta!

-¿Cómo?

-Qué te pasa.

-¿Qué?

-Los diez centavos me los da.

-Monedas no tengo

-Escuchame estúpido, ¿no tenés nada mejor que hacer?

-¿Cómo?

-Qué, no te das cuenta, entonces "sos" estúpido.

-No, monedas no tengo

-Usted me la tiene que dar.

-Sacate la bombacha.

-¡No, Raúl! pueden vernos.

-No, la tapa está cerrada.

-¿No me mentís?.

-Tome, váyase.

-Andá a tomarte un taxi.

Casi olvidó decir, sobre el final... ¿qué era?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 231

CAPITULO LVI

La otra trama

ueno muchachos, a ver si dejan de jugar! Empezamos de nuevo, hablen con claridad,

con expresividad y no cambien el guión.

-¿Empezamos?

-Minuto afuera, prepararse. Acción.

-Miguel Manuel me lo dijo, sé que tienes una amante.

-Sí, Claudia.

-¡No, tenías que decir "si Claudia Eladia” ¿era tan difícil?!

-Perdón.

- ¿Sí?

-¿Usted es el personaje director?

-Sí, Aubel Direc, para servirlo.

-Encantado, yo soy el personaje autor, de la novela de al lado.

-Qué se le ofrece, señor Battaglia.

-¿Y Usted cómo me conoce?

- Ah, no sabría decirle; pero es un placer tenerlo con nosotros.

-¿Pero ahora dónde estamos, en su telenovela o en mi novela?

-Me permito corregirlo, señor Battaglia.

-Adelante, señor Direc.

-La mía no es una telenovela, es una novela que tiene adentro una telenovela. La telenovela es

un género menor.

-Le ruego no malinterprete mis palabras, señor Direc, al decir “telenovela” no quise ofenderlo.

-De ningún modo, señor Battaglia. Entiendo que Usted no podía saber acerca de mi nivel.

-Es un hecho, señor Direc.

-¡B

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 232

-Es un placer recibirlo en mi novela, y una experiencia exquisita mantener con Usted una

conversación. Sin embargo, necesito volver a la trama original, por lo cual le rogaría tuviera Usted a

bien comunicarme qué motiva tan grata visita.

-Ante todo, debo hacerlo partícipe de mi sentir: la conversación con Usted no puede menos que

resultarme francamente apasionante y le agradezco a la suerte que a Usted con mi conversación le

suceda otro tanto; lo felicito por ser como es y lo comprendo por admirarme en tan alto grado.

-Veo que la admiración es recíproca, lo cual me enaltece dado el valor de quien me admira.

-No puedo menos que agradecerle sus palabras; totalmente justificadas, por cierto.

-Yo soy el agradecido, por tan honrosa visita.

-¡Ah! ¿Entonces estamos en su novela?

-Eso es evidente, amigo Battaglia.

-Sin duda me equivocaba, pero tenía una clara sensación de estar en mi novela... no en la

suya.

-Ahora me hace dudar, reconstruyamos.

-De acuerdo.

-El diálogo creo que fue el siguiente, Usted me corrige si me equivoco: “Yo soy Luis Alberto

Battaglia de la novela de al lado, soy el personaje director"

-No, señor Dírec, estoy seguro que no pudo ser así; no pude decir "soy el personaje director”

porque no lo soy.

-Pudo mentir.

-Mis personajes no mienten.

-Entonces pudo confundirse.

Miguel está llegando a la parada donde numerosos peatones esperan el colectivo. Hay un

alboroto en la fila (alguien advierte la cercanía del colectivo), está detrás de aquel camión, a un lado

de aquel correspondiente a otra línea. Se abre, se está escondiendo, en la fila la gente se pone

nerviosa; se está yendo “desgraciado” “esto no puede ser”. Pero allá lejos ya se divisa otro, por eso no

paró. Alguien sugiere ponerse en la mitad de la calle y no dejarlo pasar. Parece que es el segundo

colectivo que no para ¿segundo, no? Ah, no ¿es el tercero entonces?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 233

-No quisiera importunarlo señor Direc, pero... bueno, antes de continuar se me ocurre

plantearle algo.

-Adelante señor Battaglia.

-Qué le parece si nos tratamos con más cercanía, por ejemplo yo podría llamarlo Aubel y Usted

podría llamarme Luis y... también, si Usted no lo considera incorrecto, podríamos tutearnos .

-De acuerdo, Luis.

-Bueno Aubel, ahora voy a continuar con lo que quería decirte.

-No lo tomes a mal, pero te pediría si podemos abreviar porque tengo que seguir con mi

novela.

-Bueno, eres intuitivo.

-Por qué lo dices.

-Porque fuiste al punto de lo que quería comentarte.

-Adelante Luis.

-Bueno, Aubel, no quisiera deprimirte. Pero sucede que se está haciendo más necesario cada

vez aclarar un tema.

-Adelante.

-Tu novela no existe, es un invento de la mía, tú y tus actores forman parte de una novela sí,

pero esa novela es la mía.

-¡Ah!... ahora entiendo.

-¿Qué cosa?

-Esto es un golpe de estado.

-No, amigo, este es un estado que se descubre de golpe.

-Perdoname, Luis, pero tengo que proseguir con mi novela; por lo tanto te pido corrección y

mutis.

-No, perdoname vos pero esto se terminó.

-Mirá, Luis, primero que nada ...

-¡Nada, Aubel, la nada!

-Yo te digo una cosa...

-Basta Aubel, no me obligues a hacerte desaparecer en la mitad de una palabra.

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 234

-¡Esto está pasando...

Eran las diez. El niño solo, sentado en la arena, lo miró a Juan con grandes ojos tristes. La

playa proseguía casi desierta, a pesar de la hora. Abril ya se sentía en el viento del mar. Abrió la

ventana para sentir abril; y en ese hermoso día de sol, ya se presagiaba el invierno. Así, hundido en su

pensamiento y en la contemplación del paisaje; estaba Juan, tan Juan como hace tiempo no lo era.

Entonces, como esas cosas que el destino quiere, sucedió el milagro. Primero la vio acercarse

por la playa sin notarlo, luego era Gabriela, sí, era ella, con ese paso cansado que tanto

le conocía, era ella, se dirigía hacia la casa de Juan, era Gabriela, con sus hermosos ojos verdes, con

su piel tostada por el sol, y su cabello rubio flotando al viento, flameando como la bandera de la

felicidad, era Gabriela, y se acercaba, temió estar soñando, temió que no fuera cierto.

¿Era?

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 235

CAPITULO LVII

El principio del fin

ntonces, sucedió el milagro. Primero la vio acercarse por la playa, luego era Gabriela, era

ella, con ese paso cansado que tanto le conocía, se dirigía hacia la casa de Juan, era

Gabriela, con sus hermosos ojos, con su piel tostada, y su cabello rubio, era Gabriela, y se

acercaba, temió estar soñando, temió que no fuera cierto.

¿ Era ?

Era Juan que venía caminando y ella, Gabriela, lo contemplaba desde su casa.

E

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 236

CAPITULO LVIII

El fin

ué Juan, qué Gabriela, qué casa?

FIN DE SÓLO UN ESCARABAJO

Querido lector, querida lectora:

espero que leas mis otros libros que hasta el mometno son: Rincones de mi alma, Nostalgia de horizontes , Infinitesimal

(recoppilación de obras breves) Si querés decirme algo podés comunicarte conmigo por mail o

por correo, o por teléfono [email protected]

*** Luis Alberto Battaglia

CC 276 Suc 12 Ciudad de Buenos Aires, Argentina

*** 4803-7648

¿Q

Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 237

Revista Literaria NUEVAS LETRAS 22 Sólo un escarabajo

I El libro de Argidectura 3

II La cosa redonda 6

III El destrozo 8

IV La carta de Juan 11

V Crisis 14

VI La respuesta de Gabriela 17

VII Noche de insomnio 21

VIII Historia de la palmera parda 24

IX Juan comienza la novela 27

X Continúa la novela de Juan 33

Su cabeza era... (Daniela Díaz) 15

Detrás (Gabriel Impaglione) 16 Nada tengo (Gabriel Impaglione) 17 Estoy aquí sentada... (Ana María Schapert) 18 Plumas blancas (Ana María Schapert) 19

PROSA La casa de la infancia (Luis Alberto Ballester)

21

Un par de zapatos (José Ángel Gregorio) 28 En la vieja casa (Jorge Reboredo) 30

Publicaciones Recibidas 33 Luis Alberto Battaglia POESÍA

Lluvias aisladas 35

Saco partido del alma 36 Dolor 38

Está dicho 41 La mancha azul 42

Amor después de todo 44 Pingüinos de la tarde 45

El perdón y la venganza 46 Mayo nocturna 47 Una sombra 48 El mosquito 49

Pena que pasa... 50 Partes de mí 51

Flores de rincón 52 Decirte yo... 53

Gn forma de pena 54 Olas 55

De todos los países (...) 56 La calle pena 57

Luis Alberto Battaglia PROSA

Penélope fe Serrat (...) 61

Cuentos del espejo 61

P alomas Mensajeras 73

Notas 75

QUÉ ASÍ SEAQUÉ ASÍ SEAQUÉ ASÍ SEAQUÉ ASÍ SEA Que NUEVAS LETRAS sea una Que NUEVAS LETRAS sea una Que NUEVAS LETRAS sea una Que NUEVAS LETRAS sea una

revista literaria leída por quien la revista literaria leída por quien la revista literaria leída por quien la revista literaria leída por quien la

lee y dirigida por quien la dirige, que lee y dirigida por quien la dirige, que lee y dirigida por quien la dirige, que lee y dirigida por quien la dirige, que

NUEVAS LETRAS sea una antología NUEVAS LETRAS sea una antología NUEVAS LETRAS sea una antología NUEVAS LETRAS sea una antología

de obras y no de autores, que de obras y no de autores, que de obras y no de autores, que de obras y no de autores, que sea sea sea sea

un premio a los resultados literarios un premio a los resultados literarios un premio a los resultados literarios un premio a los resultados literarios

y no a las intenciones, una y no a las intenciones, una y no a las intenciones, una y no a las intenciones, una

descubridora de genios más que una descubridora de genios más que una descubridora de genios más que una descubridora de genios más que una

defensora de movimientos, que defensora de movimientos, que defensora de movimientos, que defensora de movimientos, que

haga de los buenos escritores sus haga de los buenos escritores sus haga de los buenos escritores sus haga de los buenos escritores sus

amigos y no de sus amigos “buenos amigos y no de sus amigos “buenos amigos y no de sus amigos “buenos amigos y no de sus amigos “buenos

escritores”, que jamás ingrese en escritores”, que jamás ingrese en escritores”, que jamás ingrese en escritores”, que jamás ingrese en

negociaciones turbinegociaciones turbinegociaciones turbinegociaciones turbias, que haga de as, que haga de as, que haga de as, que haga de

la literatura su razón de ser, que se la literatura su razón de ser, que se la literatura su razón de ser, que se la literatura su razón de ser, que se

mantenga siempre en lucha contra mantenga siempre en lucha contra mantenga siempre en lucha contra mantenga siempre en lucha contra

la ilógica cultural.la ilógica cultural.la ilógica cultural.la ilógica cultural.

Que así sea, tiene como resultado:Que así sea, tiene como resultado:Que así sea, tiene como resultado:Que así sea, tiene como resultado:

ESTAS PÁGINAS.ESTAS PÁGINAS.ESTAS PÁGINAS.ESTAS PÁGINAS.

Revista Literaria Revista Literaria Revista Literaria Revista Literaria

Nuevas Letras Nuevas Letras Nuevas Letras Nuevas Letras

Editor Editor Editor Editor ---- Director Director Director Director

LUIS ALBERTO BATTAGLIA LUIS ALBERTO BATTAGLIA LUIS ALBERTO BATTAGLIA LUIS ALBERTO BATTAGLIA AÑO I NÚMERO 1 AÑO I NÚMERO 1 AÑO I NÚMERO 1 AÑO I NÚMERO 1

SeptSeptSeptSeptimbre de 1981 imbre de 1981 imbre de 1981 imbre de 1981

Nuevas Letras (1 ejemplar por cada Nuevas Letras (1 ejemplar por cada Nuevas Letras (1 ejemplar por cada Nuevas Letras (1 ejemplar por cada

10 recibidos), Battaglia, a quienes 10 recibidos), Battaglia, a quienes 10 recibidos), Battaglia, a quienes 10 recibidos), Battaglia, a quienes

le envían publicaciones para le envían publicaciones para le envían publicaciones para le envían publicaciones para

intercambio y a las bibliotecas, intercambio y a las bibliotecas, intercambio y a las bibliotecas, intercambio y a las bibliotecas,

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Sólo un escarabajo (Luis Alberto Battaglia)

EDICIONES BATTAGLIA 1 238

Rincón Literario de LUIS ALBERTO BATTAGLIA Sólo un escarabajo (índice)

I El libro de Argidectura 3

II La cosa redonda 6

III El destyroso 8

IV La carta de Juan 11

V Crisis 14

VI La respuesta de Gabriela 17

VII Noche de insomnio 21

VIII Historia de la palmera parda 24

IX Juan comienza la novela 27

X Continúa la novela de Juan 33

Su cabeza era... (Daniela Díaz) 15

Detrás (Gabriel Impaglione) 16 Nada tengo (Gabriel Impaglione) 17 Estoy aquí sentada... (Ana María Schapert) 18 Plumas blancas (Ana María Schapert) 19

PROSA La casa de la infancia (Luis Alberto Ballester)

21

Un par de zapatos (José Ángel Gregorio) 28 En la vieja casa (Jorge Reboredo) 30

Publicaciones Recibidas 33 Luis Alberto Battaglia POESÍA

Lluvias aisladas 35

Saco partido del alma 36 Dolor 38

Está dicho 41 La mancha azul 42

Amor respués de todo 44 Pingüinos de la tarde 45

El perdón y la venganza 46 Mayo nocturna 47 Una sombra 48 El mosquito 49

Pena que pasa... 50 Partes de mí 51

Flores de rincón 52 Decirte yo... 53

En forma de pena 54 Olas 55

De todos los países (...) 56 La calle pena 57

Luis Alberto Battaglia PROSA

Penélope de Serrat (...) 61

Cuentos del espejo 61

P alomas Mensajeras 73

Notas 75

QUÉ ASÍ SEAQUÉ ASÍ SEAQUÉ ASÍ SEAQUÉ ASÍ SEA Que el Rincón Literario sea una Que el Rincón Literario sea una Que el Rincón Literario sea una Que el Rincón Literario sea una

revista literaria leída por quien la revista literaria leída por quien la revista literaria leída por quien la revista literaria leída por quien la

lee y dirigida por quien la dirige, que lee y dirigida por quien la dirige, que lee y dirigida por quien la dirige, que lee y dirigida por quien la dirige, que

el Rincón Literario sea una el Rincón Literario sea una el Rincón Literario sea una el Rincón Literario sea una

antología de obras y no de autores,antología de obras y no de autores,antología de obras y no de autores,antología de obras y no de autores,

que sea un premio a los resultados que sea un premio a los resultados que sea un premio a los resultados que sea un premio a los resultados

literarios y no a las intenciones, una literarios y no a las intenciones, una literarios y no a las intenciones, una literarios y no a las intenciones, una

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defensora de movimientos, que defensora de movimientos, que defensora de movimientos, que defensora de movimientos, que

haga de los buenos escritores sus haga de los buenos escritores sus haga de los buenos escritores sus haga de los buenos escritores sus

amigos y no de sus amigos “buenos amigos y no de sus amigos “buenos amigos y no de sus amigos “buenos amigos y no de sus amigos “buenos

escritores”, que jamás ingrese en escritores”, que jamás ingrese en escritores”, que jamás ingrese en escritores”, que jamás ingrese en

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la literatura su razón de ser, que se la literatura su razón de ser, que se la literatura su razón de ser, que se la literatura su razón de ser, que se

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ESTAS PÁGINAS.ESTAS PÁGINAS.ESTAS PÁGINAS.ESTAS PÁGINAS.

esta revista la obsequio esta revista la obsequio esta revista la obsequio esta revista la obsequio

1111----a los alumnos de mi taller a los alumnos de mi taller a los alumnos de mi taller a los alumnos de mi taller

literario: NUEVAS LETRASliterario: NUEVAS LETRASliterario: NUEVAS LETRASliterario: NUEVAS LETRAS 2222----a los suscra los suscra los suscra los suscriptos a Nuevas Letras iptos a Nuevas Letras iptos a Nuevas Letras iptos a Nuevas Letras

(1 ejemplart por cada 10 recibidos), (1 ejemplart por cada 10 recibidos), (1 ejemplart por cada 10 recibidos), (1 ejemplart por cada 10 recibidos),

3333----a quienes me envían publiciones a quienes me envían publiciones a quienes me envían publiciones a quienes me envían publiciones

ininterrumpidamente, para ininterrumpidamente, para ininterrumpidamente, para ininterrumpidamente, para

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