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332 Spiderman: «¡El capítulo final!» Stan Lee y Steve Ditko, 1965-66 «S piderman y yo». Este es uno de los títulos posibles que contem- plo para mis memorias, que escribiré algún día lejano, cuando me retire a un balneario en las montañas. Es muy normal identificarse con un perso- naje de ficción, pero lo mío con Spiderman es ridículo. De pequeño, cada cierto tiempo probaba a trepar por las paredes, por si acaso me había picado una araña radiactiva y no me había dado cuenta. De mayor, me encontré tradu- ciendo sus aventuras para las ediciones espa- ñolas. Tenía poco más de veinte años y esta- ba escribiendo las palabras que salían de la boca de Peter Parker. Veinticinco años des- pués, sigo haciéndolo. Miles de páginas han pasado por mis manos, y me sigue parecien- do asombroso. Si me hubieran dicho de niño que de adulto me ganaría la vida poniendo en español los diálogos del lanzarredes, de la alegría me habría subido literalmente por las paredes. Mi primer cómic publicado, El vecino, que hice junto a Pepo Pérez en 2004, se titula así en homenaje al amistoso vecino arácnido. Real- mente, no puedo imaginar mi vida sin la pre- sencia de Spiderman. Es mi santo patrón. Por supuesto, no me puedo atribuir la ex- clusividad. Está claro que no he sido el único niño del mundo encaprichado con el miste- rioso Hombre Araña. ¿Qué tiene exactamen- te Spiderman para ser tan popular en todo el mundo durante tanto tiempo? A toro pasa- do es fácil buscar explicaciones para el éxito, y todo parece obvio, pero cuando pienso en los orígenes del personaje, me sigue parecien- do sorprendente. Los cimientos del Univer- so Marvel los puso Jack Kirby con Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores y los X-Men, pero, paradójicamente, el mayor éxito de la edito- rial comandada por Stan Lee sería un perso- naje con el que Kirby no tuvo nada que ver. ¿Quién podría imaginar eso? Aún más, el di- bujante que cocreó a Spiderman jamás ten- dría otro éxito comparable en toda su carrera, ni dentro ni fuera de Marvel. Su otra gran se- rie, Doctor Extraño, siempre sería secundaria, y a lo largo de su extensa trayectoria nunca ha dejado de ser un autor de culto. Eso, sin embargo, no me sorprende. Ditko tiene un estilo antipático, de personajes repelentes y gestualidad extravagante, un estilo que sé de primera mano que no solo no atrae al nuevo lector, sino que incluso puede parecer repul- sivo. Hay que acostumbrarse a él. Y con todo y con eso, ahí está: ¡Spiderman! Poder y responsabilidad Stan Lee (1922) y Steve Ditko (1927) crea- ron a Spiderman para Amazing Fantasy nº 15 (1962). Marvel estaba en plena transición des- de las cabeceras genéricas de monstruos a los superhéroes, y algunos de estos debutaron en los títulos existentes. Fue el caso del trepamu- ros, cuya historia de origen es una de las más conocidas y canónicas de la historia del gé- nero. Peter Parker es un adolescente margina-

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Spiderman: «¡El capítulo final!»Stan Lee y Steve Ditko, 1965-66

«Spiderman y yo». Este es uno de los títulos posibles que contem-

plo para mis memorias, que escribiré algún día lejano, cuando me retire a un balneario en las montañas.

Es muy normal identificarse con un perso-naje de ficción, pero lo mío con Spiderman es ridículo.

De pequeño, cada cierto tiempo probaba a trepar por las paredes, por si acaso me había picado una araña radiactiva y no me había dado cuenta. De mayor, me encontré tradu-ciendo sus aventuras para las ediciones espa-ñolas. Tenía poco más de veinte años y esta-ba escribiendo las palabras que salían de la boca de Peter Parker. Veinticinco años des-pués, sigo haciéndolo. Miles de páginas han pasado por mis manos, y me sigue parecien-do asombroso. Si me hubieran dicho de niño que de adulto me ganaría la vida poniendo en español los diálogos del lanzarredes, de la alegría me habría subido literalmente por las paredes.

Mi primer cómic publicado, El vecino, que hice junto a Pepo Pérez en 2004, se titula así en homenaje al amistoso vecino arácnido. Real-mente, no puedo imaginar mi vida sin la pre-sencia de Spiderman. Es mi santo patrón.

Por supuesto, no me puedo atribuir la ex-clusividad. Está claro que no he sido el único niño del mundo encaprichado con el miste-rioso Hombre Araña. ¿Qué tiene exactamen-te Spiderman para ser tan popular en todo el mundo durante tanto tiempo? A toro pasa-do es fácil buscar explicaciones para el éxito,

y todo parece obvio, pero cuando pienso en los orígenes del personaje, me sigue parecien-do sorprendente. Los cimientos del Univer-so Marvel los puso Jack Kirby con Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores y los X-Men, pero, paradójicamente, el mayor éxito de la edito-rial comandada por Stan Lee sería un perso-naje con el que Kirby no tuvo nada que ver. ¿Quién podría imaginar eso? Aún más, el di-bujante que cocreó a Spiderman jamás ten-dría otro éxito comparable en toda su carrera, ni dentro ni fuera de Marvel. Su otra gran se-rie, Doctor Extraño, siempre sería secundaria, y a lo largo de su extensa trayectoria nunca ha dejado de ser un autor de culto. Eso, sin embargo, no me sorprende. Ditko tiene un estilo antipático, de personajes repelentes y gestualidad extravagante, un estilo que sé de primera mano que no solo no atrae al nuevo lector, sino que incluso puede parecer repul-sivo. Hay que acostumbrarse a él.

Y con todo y con eso, ahí está: ¡Spiderman!

Poder y responsabilidad

Stan Lee (1922) y Steve Ditko (1927) crea-ron a Spiderman para Amazing Fantasy nº 15 (1962). Marvel estaba en plena transición des-de las cabeceras genéricas de monstruos a los superhéroes, y algunos de estos debutaron en los títulos existentes. Fue el caso del trepamu-ros, cuya historia de origen es una de las más conocidas y canónicas de la historia del gé-nero. Peter Parker es un adolescente margina-

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do socialmente por sus compañeros que un día, al visitar una exposición científica, reci-be la picadura de una araña irradiada con ra-diactividad. Como consecuencia, Peter recibe poderes extraordinarios: agilidad y velocidad superiores, la «fuerza proporcional de una ara-ña» (signifique lo que signifique eso), la capa-cidad de adherirse a las superficies, que le per-mite trepar por paredes y techos, y de remate un peculiar sentido arácnido que le advierte del peligro. Pero esto es solo la mitad del ori-gen, esto es solo lo que convierte al endeble Peter Parker en un superhombre. ¿Qué es lo que lo convierte en un superhéroe? En prin-cipio, Peter, que viene de una familia humil-de, utiliza sus poderes para ganar dinero fácil en el mundo del espectáculo sin preocuparse por el prójimo. Una noche deja escapar a un ladrón a quien podría haber detenido con fa-cilidad porque «no es asunto suyo». Cuando vuelve a casa, descubre que se ha producido la tragedia. Mientras él estaba fuera, han en-trado a robar y han matado a su tío Ben, el hombre que lo había criado como si fuera su hijo. Un furioso Peter se enfunda en el traje de Spiderman que utiliza para sus espectácu-los y se enfrenta al asesino de su tío. Es enton-ces cuando descubre que es el mismo ladrón a quien dejó escapar. A partir de ese momen-to, Peter jura no volver a rechazar sus respon-sabilidades y utilizar sus poderes en beneficio del prójimo, porque «todo gran poder conlle-va una gran responsabilidad».

Quizás no haya mejor testimonio de cómo el mensaje de Spiderman ha calado en la so-ciedad que el hecho de que en 2015 el Tribu-nal Supremo de los Estados Unidos citara la frase en una sentencia, atribuyéndosela expre-samente al trepamuros.

Spiderman no tardó en convertirse en la imagen de Marvel. El extraordinario diseño del personaje, con uno de los trajes más origi-nales que se han visto jamás, el hecho de que el protagonista fuera un adolescente, cuan-do hasta el momento todos los héroes eran adultos, incluso en Marvel, y los jóvenes so-lo podían aspirar a ser compañeros o ayudan-

tes, como en el caso de Johnny Storm, la An-torcha Humana de los Cuatro Fantásticos, y la desbordante creatividad de Ditko para ima-ginar supervillanos sin duda tuvieron mu-cho que ver en su arrollador éxito. El Doc-tor Octopus, el Buitre, el Duende Verde, el Lagarto, el Hombre de Arena, Electro, Mys-terio, Kraven el Cazador o el Escorpión con-forman una galería de villanos tan inagotable que ha seguido sirviendo de materia prima a las grandes superproducciones de Hollywood cincuenta años después.

Pero, por supuesto, no eran solo las visto-sas hazañas del justiciero enmascarado lo que atraía a los lectores mes tras mes, sino tam-bién —y casi diríamos que en algunos casos con más fuerza aún— la vida cotidiana de su alter ego, Peter Parker. Peter era un adoles-cente sin blanca que intentaba compatibilizar sus estudios con sus obligaciones arácnidas, y entre medias aspiraba a ganar algún dine-ro vendiendo fotos de sí mismo en acción a J. Jonah Jameson, director del Daily Bugle, pe-riodista mediático que odiaba a Spiderman y utilizaba el material que le suministraba Pe-ter para montar campañas de descrédito con-tra su otra personalidad. Al mismo tiempo, tenía que ocultar su doble vida a su ancia-na tía May, con la que convivía, y cuya frá-gil salud la ponía continuamente en peligro de muerte y agravaba sus riesgos financieros. ¡Encima de todo esto, intenta tener amigos y una vida sentimental! Cuando Peter está sa-liendo con Betty Brant, la secretaria de Jame-son, se ve involucrado en los turbios tratos de Bennett, el hermano de Betty, con la mafia. El asunto se resuelve en un enfrentamiento entre Spiderman y los hampones (con el Doc-tor Octopus de por medio) en el que Benne-tt pierde la vida, lo que provoca que a partir de ese momento Betty sienta una aversión in-contenible hacia el lanzarredes. Este era el ti-po de dilema moral y sentimental que consti-tuía el día a día de la existencia del jovencito Peter Parker, la encarnación del hombre atri-bulado de nuestros días. Así nació el concep-to de «la suerte de Parker».

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cimiento al público universitario que cada vez en mayor número seguía a los héroes Marvel, cuya popularidad en los campus de todo el país iba en aumento. En parte, era también la prueba de que los personajes Marvel, al con-trario que los héroes de DC, no eran estáti-cos, sino que crecían y se mantenían al día. Tenían una vida que vivir.

Los dos primeros capítulos de la saga son el ejemplo perfecto de la mecánica narrativa del Spiderman clásico. A través de una serie de escenas entrecruzadas en las que el escena-rio va cambiando de un aspecto de la vida de

Peter Parker al otro, la trama se va com-plicando y aceleran-do sin que suceda otra cosa más que la inercia propia de ca-da situación. Como en nuestra vida real, en la de Peter Parker los acontecimientos también van toman-do una velocidad propia y acaban por complicarse —todos a la vez, generalmen-te— sin que nosotros podamos hacer nada para impedirlo. Así, mientras Spidey tie-ne diversos enfren-tamientos con una

banda de maleantes enmascarados que sir-ven a un misterioso «Planeador Maestro» (lue-go descubriremos que es un alias del Doctor Octopus, la principal némesis del trepamu-ros), su tía May cae gravemente enferma. Du-rante una visita al Bugle, se ve obligado a en-frentarse a Betty de nuevo, que quiere hablar con él porque uno de los periodistas del dia-rio, Ned Leeds, se le ha declarado. Antes de darle una respuesta necesita saber qué sien-te Peter por ella. Este está enamorado, pero comprende que mientras sea Spiderman nun-ca podrá estar con ella, de modo que organiza

Esta combinación ganadora de acción más culebrón funcionaba porque Steve Ditko era, junto a Kirby, el mejor historietista de Mar-vel, y en esos primeros años de Spiderman se encontraba en plena forma. Lee supo dar per-fectamente con la clave necesaria para escri-bir los diálogos de la serie en un tono urbano, desenfadado y moderno que la conectaba di-rectamente con la actualidad de su momento. Probablemente se ha hablado mucho de có-mo el peso narrativo de las mejores series de Marvel lo llevaban Kirby y Ditko en lugar de Lee y se ha hablado muy poco de cómo Lee tenía el oído y la ca-pacidad de escribir con el tono justo los diálogos de persona-jes tan distintos co-mo Galactus y Flash Thompson, el bravu-cón del colegio que hacía la vida imposi-ble a Peter. Eran esos diálogos los que po-nían la carne sobre los huesos de los di-bujos.

La etapa de Lee y Ditko en The Ama-zing Spider-Man va en continuo crescen-do hasta alcanzar la cumbre en tres epi-sodios que compo-nen una sola y monumental historia cuyo to-no épico excede con mucho el habitual de la serie. Se trata de los números 31 (diciembre de 1965, «¡Si éste fuera mi destino...!»), 32 (enero de 1966, «¡Un hombre furioso!») y 33 (febrero de 1966, «¡El capítulo final!»). La his-toria empieza con un rito de madurez para el protagonista: Peter Parker por fin deja atrás el instituto e ingresa en la Universidad Empi-re State. Significativamente, Johnny Storm se-guiría sus pasos apenas unos meses después en Los Cuatro Fantásticos, justo al final de la trilogía de Galactus. En parte, era un recono-

Una de las pocas imágenes conocidas de Steve Ditko.

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una escena con Leeds, a quien maltrata con la intención de que Betty le odie y renuncie a él sin remordimientos. De paso, intenta ven-der unas fotos a Jameson, que se las tira a la cara: «¡No me hagas perder el tiempo si no me traes nada bueno!». Inmediatamente des-pués, Peter recibe la noticia de que su tía es-tá desahuciada. La causa de la enfermedad es un envenenamiento sanguíneo cuyo origen el facultativo no es capaz de imaginar, pero que a Peter no se le escapa. Hace tiempo, hizo una transfusión de sangre a su tía, y sin duda es su sangre enriquecida con la radiación arácni-da la que la está matando. Primero su tío Ben murió por su indolencia y su dejadez, y aho-ra su tía va a morir envenenada por su sangre. El resorte que moviliza a Spiderman —y a sus lectores— es siempre el mismo: la culpa. ¿Es de extrañar que cuando el desesperado mucha-cho vuelve a casa, solo, destroce la mesa del salón de un puñetazo?

Sin embargo, existe una esperanza para su tía May. Con la ayuda de su amigo, el Dr. Curt Connors (cuyo alter ego es uno de sus ene-migos mortales, el monstruoso Lagarto), po-dría modificar un elemento llamado ISO-36 que tal vez curase a la anciana. Peter vende to-dos sus objetos de valor para pagar la sustancia —de forma significativa, entre esos objetos se encuentra el microscopio que le regaló su tío—, pero para su desgracia el ISO-36 cae en manos de la banda del Planeador Maestro, que lo ro-ba para utilizarlo en uno de los experimentos del Doctor Octopus. Ahí es cuando un Spider-man desquiciado salta en busca de los crimina-les que han robado la clave de la salud de su tía. La carrera es contrarreloj, porque el ISO-36 perderá su potencia al cabo de un tiempo.

La aventura más épica de Spiderman, es, pues, una búsqueda frenética a través de la ciudad, arrasando todos los cubiles del ham-pa, en un intento de salvar a su tía. «¡Un hombre furioso!», verdaderamente. En las últimas páginas del nº 32, Spidey por fin in-vade el cubil submarino del Doctor Octo-pus y se enfrenta cuerpo a cuerpo con él en el laboratorio del genio del mal. La brutal

batalla provoca el desplome de las estructu-ras. Spidey y Octopus quedan separados, pe-ro una descomunal pieza de maquinaria cae sobre el héroe. No lo aplasta, pero lo deja atrapado, incapaz de moverse. A unos me-tros de él, abandonada en medio del suelo, la lata que contiene el ISO-36. En el techo, unas grietas amenazan con ceder en cual-quier momento, permitiendo que el mar inunde el cubil. Y en la cama del hospital, la tía May musita débilmente el nombre de su sobrino, mientras cada segundo que pasa la acerca a la muerte.

Esta es la situación al inicio de The Ama-zing Spider-Man 33. «¡El capítulo final!» se abre con la que puede ser la secuencia más famo-sa de toda la historia de Marvel Comics. Un plano fijo de Spiderman atrapado bajo la im-posiblemente pesada maquinaria. Exhausto tras todas las batallas de las últimas horas, inten-ta moverla, pero no hay manera. Las goteras que caen del techo resquebrajado son cada vez mayores, hasta convertirse en un chorro blanco que le cubre la cabeza. Los remordi-mientos lo impulsan a seguir intentándolo, más allá del límite de sus fuerzas. No puede permitir que «las dos personas que más le han querido en el mundo» mueran ambas por su culpa. A lo largo de tres páginas, Spiderman se fuerza a intentarlo. Las viñetas cada vez se hacen más grandes. Siete en la primera pági-na, seis en la segunda, solo cuatro en la ter-cera, cuando vemos que ya el peso empieza a levantarse. «¡Cualquiera puede ganar una batalla cuando lo tiene todo a favor! ¡Cuan-do las cosas se ponen difíciles, cuando parece que no hay ninguna posibilidad, entonces es cuando importa!».

Y por fin, en la cuarta página, una sola viñe-ta, Spiderman, la rodilla hincada en el suelo, extiende los brazos y lanza por los aires el peso imposible: «¡Lo conseguí! ¡Estoy libre!».

La imagen definitiva de la liberación, del desahogo, el literalmente quitarte el peso de en-cima, es lo que define por encima de todo la filosofía de Marvel: luchar hasta el final, y re-doblar esfuerzos cuando las cosas se ponen

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más difíciles. Esa es la responsabilidad que con-lleva el poder de cada uno.

Más de treinta años después, al recordar la célebre escena en una entrevista, Stan Lee di-ría: «Yo me limité a mencionar la idea, pero Steve la dibujó de forma increíble... dedican-do creo que 3 o 4 páginas a Spiderman le-vantando ese peso enorme. A mí no se me había ocurrido dedicarle tantas páginas, pero fue una decisión brillante por parte de Steve e hizo que el episodio fuera absolutamente in-olvidable y tan dramático como era posible». Steve Ditko le contestaría en un texto don-de negaba cualquier participación de Lee en la idea: «Era conocido por todo el mundo en Marvel que Stan Lee decidió no comunicarse conmigo sobre ningún asunto desde antes del número 25 de The Amazing Spider-Man (1965). Entonces, ¿cómo podría contarme una idea para un argumento del que no sabía nada has-ta que veía mis páginas a lápiz y mis borrado-res de diálogos para cualquier número?».

Lo cierto es que el desencuentro entre Lee y Ditko está ampliamente documentado, y de hecho la prueba de que Lee no sabía qué es-taba pasando en Spiderman hasta que Ditko

no acababa las historias está en esta misma sa-ga, ya que en la primera aparición de los esbi-rros del Planeador Maestro, en el nº 30, Lee los atribuye en los diálogos al villano de aquel episodio, el Gato, sin saber que Ditko estaba preparando ya el terreno para el siguiente nú-mero. Aún más, es difícil no ver en la podero-sa imagen de Spiderman levantando un peso insoportable la plasmación gráfica de La rebe-lión de Atlas (1957), la célebre novela de la ru-sa nacionalizada americana Ayn Rand, a cu-yas ideas Ditko profesaba culto. Sin duda, la estricta observación de los principios del obje-tivismo contribuyó al distanciamiento de Di-tko y Lee. El dibujante entendía el mundo co-mo una lucha maniquea entre «saqueadores» (de hecho, ese llegó a ser el nombre de un vi-llano presentado en uno de sus últimos núme-ros de Spiderman) y «productores», y él entendía que la producción de Spiderman descansaba en sus manos, y que Lee se aprovechaba injus-tamente de su talento. Para Ditko, todo se po-día resolver en términos de una lógica estricta, y todas las cuestiones eran en blanco y negro. Los grises eran un invento diabólico de los pa-rásitos sociales.

Stan Lee en un encuentro público, hacia 1980.

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Fuera impulsado por el objetivismo de Di-tko o por el humanismo moderado de Lee o por el sentimiento de culpa exacerbado de sus lectores, el caso es que Spiderman consi-guió liberarse de su peso, recuperar el ISO-36, escapar de la base de Octopus —previa ba-talla a puñetazos con su legión de esbirros, una batalla en la que Spiderman, como un boxeador sonado, acaba braceando en el ai-re cuando todos sus ene-migos ya han caído—, entregar el ISO-36 a tiempo y salvar final-mente la vida a su tía.

Por supuesto, «¡El capítulo final!» no fue el capítulo final en la historia de Spidey. Aunque casi lo fue para Ditko. Unos pocos meses después, el dibujante abandonó definitivamente la serie y Marvel. A pesar de sus diferencias creativas y persona-les con Lee, fueron con toda seguridad las di-ferencias económicas con el propietario, Mar-tin Goodman, y las promesas incumplidas de este las que provocaron su abandono. Ditko nunca ha dado ninguna entrevista sobre este tema, ni tampoco sobre ningún otro, lo que lo convierte en el sueño dorado de todo perio-dista especializado en cómic. Fiel a sus princi-pios, nunca ha vuelto a dibujar a Spiderman, ni siquiera cuando volvió a Marvel años des-pués. A lo largo de su carrera nunca volvió a tener un éxito comparable al del trepamuros. Durante años hizo episodios de relleno y se-ries secundarias en Marvel y DC, su estilo ca-da vez más atrofiado y anticuado, su posición ideológica cada vez más radical. Creó perso-najes que servían como vehículo de sus ideas: Mr. A, reciclado luego en The Question, que a su vez sería el modelo de Rorschach, el per-sonaje más popular del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, un fanático justiciero de extrema derecha, libertario radical, que se niega a cualquier compromiso y paga el pre-cio de su severidad. Aislado del mundo pro-fesional, octogenario, Ditko se mantiene acti-

vo, escribiendo y dibujando en su estudio de Manhattan, donde produce desde hace tiem-po una interminable serie de fanzines que, a la manera de panfletos, entremezclan histo-rietas políticas con textos de denuncia con-tra «saqueadores» como Stan Lee. En 2007, Jonathan Ross protagonizó el documental En busca de Steve Dikto para la BBC. El objetivo era conseguir finalmente acercarse al miste-

rioso creador del super-héroe más famoso del

mundo y arrancar-le esa esquiva entrevista. En la escena culminante

de la película, Ross y su acompañante,

el guionista y escri-tor Neil Gaiman, hablan con

Ditko por el telefonillo. A continuación, su-ben al estudio. Cuando les volvemos a ver, es-tán fuera del estudio. Dit-ko los ha recibido y atendido exquisitamente, pero sin cámaras delante. «Un hombre encantador», conclu-ye Ross. A día de hoy, Ditko sigue contestan-do personalmente las cartas que recibe de sus fans en cartas manuscritas con lápiz.

A Spiderman, por su parte, no le fue mal alejado de su cocreador. Lee sustituyó a Ditko con John Romita, uno de sus hombres de confianza y un dibujante espléndido con am-plia experiencia en el cómic romántico. Ro-mita consolidó la imagen de marca de Spi-derman e hizo que Peter Parker, Gwen Stacy, Mary Jane Watson y el resto del reparto de se-cundarios fueran más guapos y atractivos que nunca y que fueran vestidos más a la moda. La cualidad profundamente arácnida y repul-siva que Ditko imbuía a la serie desapareció por completo, y la popularidad de la misma se disparó. Sí, Spiderman perdió la imagina-ción delirante de Ditko, pero esta nueva ver-sión, más pulida, resultaba mucho más fácil de comercializar.

Con el cambio de década, nuevos autores trajeron nueva vida a Spidey. El jovencísi-mo guionista Gerry Conway no había cum-plido veinte años cuando empezó a escribir

«¡Lo conseguí! ¡Estoy libre!»

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timos cuarenta años, legiones de guionistas y dibujantes han contado centenares de estas, algunas de ellas memorables, pero en cierto sentido la impresión es que el personaje ya estaba terminado.

Vivimos en un mundo, sin embargo, que nos permite revisar continuamente esas ideas fundamentales que animan a Spiderman. Ho-llywood vuelve una y otra vez a las esencias del Spiderman de Lee y Ditko: todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Las dos primeras películas de Sam Raimi, protagoni-zadas por Tobey Maguire en 2002 y 2004, me hicieron revivir de nuevo todo aquello que había sentido con tanta intensidad cuando leí «¡Un hombre furioso!» en un tebeo en blanco y negro de Vértice de 1976 y comprendí que la culpa es la única fuerza que nos hace mover montañas. Qué mensaje tan jodido, ¿verdad? Para que luego digan que los superhéroes co-mo Spiderman solo son cuentos de hadas.

las aventuras del trepamuros, y en compañía de Gil Kane y el propio John Romita dejó uno de los más grandes hitos de la historia de Marvel: la muerte de Gwen Stacy, la novia de Peter Parker, a manos del Duende Verde. Era 1973, y en plena crisis del petróleo y con un ambiente depresivo en lugar de la eufo-ria de los sesenta, aquel acontecimiento pare-cía certificar el final de una era. Tras la muer-te de Gwen, el propio Conway, acompañado del extraordinario dibujante Ross Andru, en-ganchó una tanda de episodios que acaba-rían de redondear la madurez del personaje. Con el final de su etapa, en The Amazing Spi-der-Man 149 (1975) tengo la sensación de que en cierta manera acaba la historia de Spider-man que empezó en Amazing Fantasy 15. La historia de un niño que se convierte en hom-bre y descubre quién es realmente. A partir de ese momento, su historia ya está contada y solo le queda vivir aventuras. Durante los úl-

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