star wars_ el camino de la fuer - francesc mari

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Ornesha Lera y Lonus Naa son doscaballeros de la Nueva Orden Jedique se encuentran en el desérticoplaneta de Tatooine tras la pista deun supuesto sith. Sin embargo, alregresar a Coruscant con las manosvacías, descubren que la amenazaprocede de otro lugar, uno máscercano.Para enfrentarse al nuevo renacerdel lado oscuro, el consejo jedi,liderado por Luke Skywalker, losenviará a buscar al único que puedeayudarlos, un antiguo maestro jedi.

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Francesc Marí

Star Wars: Elcamino de la

fuerzaePub r1.0

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Titivillus 21.07.15

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Título original: Star Wars: El camino dela fuerzaFrancesc Marí, 2015

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Uno

Una estruendosa explosión truncó la pazdel desértico planeta de Tatooine,provocando un eco que se extendióquilómetros a la redonda, haciendo quela arena se levantara a su paso. Elgigantesco palacio de Jabba el Hutthabía desaparecido tras una cortina dellamas, cenizas y rocas.

De entre la nube de polvo que sehabía levantado en la colina, en la queuna vez se alzó el lugar de residenciadel temible Hutt, aparecieron dosfiguras. La de la derecha era una mujer

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twi’lek de piel rosada, andaba con losojos cerrados para evitar que la arena leentrara en ellos; la de la izquierda era unhombre humano, con el cabello muycorto de color negro, que no paraba detoser de forma casi tan estruendosacomo la explosión que los habíaprecedido.

—¿Crees que será suficiente? —preguntó el hombre sin dejar de toser.

—Supongo que sí, mi jovenpadawan —respondió ella limpiándosela cara de la arena que había quedadopegada a su cuerpo sudoroso.

—Te he dicho mil veces que no mellames así, hace años que deje de ser tupadawan —protestó el hombre.

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—Lo sé, Lonus, lo sé. Ahora ocupasun lugar muy diferente en mi vida —respondió ella con sorna mientras queayudaba al humano a acabar de quitarsela arena de encima, dejando a la vista lacara mal afeitada de un treintañero—.No protestes más y regresemos aCoruscant cuanto antes —añadiódándole un cariñoso beso en los labios.

Antes de que el joven Lonus pudieradisfrutar con lo que la twi’lek le habíaobsequiado, un enorme rancor atravesóla cortina de polvo arrastrando con élparte de uno de los muros del palacioque los dos jedis habían dejado atrás.

Al detectar el peligro, la twi’lek y elhumano apretaron los activadores de sus

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sables al unísono, dejando ver susluminosas hojas, al mismo tiempo que seponían en posición de ataque.

—¡Por la Fuerza! ¿Qué no muerennunca estos bichos? —exclamó Lonus.

La twi’lek lo observó con unasonrisa, Lonus Naa era incorregible,nunca dejaría de ser el chico de losbarrios bajos de Coruscant.

—Yo me encargo —anunció la jovenmaestro twi’lek de piel rosadaempezando a correr hacia el rancor.

Sin embargo, se acercó demasiadoal inmenso animal, que, sin dudarlo, lepropinó tal golpe que la lanzó contra unaroca a varios metros de distancia.Preocupado por su compañera, Lonus

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realizó un potente salto aprovechando laFuerza que lo acercó donde la twi’lekestaba tendida bocabajo.

—¿Estás bien, Ornesha? —preguntóLonus haciendo girar a la jedi.

—De momento… Sí —respondióOrnesha al quedarse bocarriba.

No tenían demasiado tiempo antesque el monstruoso rancor los atrapara,así que Lonus ayudó a Ornesha alevantarse. Ambos jedis se miraron yambos pensaron lo mismo: «¿Tienes unplan?». Al ver la expresión de horrordel otro, los dos empezaron a tejerestratagemas en sus mentes, algo que lespermitiera sobrevivir. Pensaban tanrápido como sus mentes les permitían,

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mirándose entre ellos a la vez queesperaban con los sables alzados a queel rancor estuviera sobre ellos. Todoslos planes que se les ocurrían eranrápidamente descartados por serdemasiado descabellados, o por no tenertiempo para llevarlos a cabo. Pero, alfin, Lonus dio con el más adecuado:

—Tengo una idea… ¡Corre! —gritóel jedi justo cuando tenían el rancorprácticamente encima.

Sin que Lonus tuviera querepetírselo dos veces, Ornesha empezó acorrer a su lado haciendo que las doscolas de su cabeza se bambolearan trasella. A pesar que corrían tanto como suspiernas y la Fuerza les permitían, el

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enorme animal no dejaba de ganarterreno a cada paso que daba.

A medida que avanzaban yabandonaban la colina, sus pies seralentizaban al intentar correr sobre laespesa arena del desierto de Tatooine.Solo tenían dos salidas, morir atrapadospor el rancor o hundidos en arenasmovedizas; o bien se enfrentaban algigantesco animal.

Los años pasados como maestro yaprendiz, así como los años comopareja, les había permitido tener unacomunicación en la que no necesitabanpalabras para entenderse mutuamente.Tan solo con una mirada, supieron loque tenían que hacer.

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Súbitamente, los dos jedis sedetuvieron y, girando sobre sus talones,emprendieron de nuevo la marcha endirección opuesta, hacia el rancor. Elmonstruo intentó cogerles cuando ambospasaron entre sus piernas, pero los jedislo evitaron con una velocidad casisobrehumana. Antes de que el rancorpudiera darse la vuelta para capturarlos,la pareja de jedis aprovechó la agilidadque les proporcionaba la Fuerza, parasaltar sobre la espalda de la criatura.

El monstruo se sacudía para sacarsede encima a los jedis, pero estosmantenían el equilibrio esperando elmomento oportuno para clavar sendossables en la cabeza del enorme rancor.

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Pero cuando los dos estabanempuñando sus armas a punto de asestarel golpe mortal, una descomunal garracogió a Lonus. El rancor parecía tenerintención de comerse al jedi humanopara desayunar, y Lonus tenía poco queobjetar, ya que la fuerza con la queestrujaba su cuerpo le impedía pensarcon claridad. El monstruo abrió susmandíbulas tanto como pudo y se acercóel desafortunado jedi.

Lonus podía sentir el calor internodel cuerpo del rancor, así como el hedorque desprendía su garganta. De repente,sintió como una gran gota de baba sedesprendía del paladar de la criatura ycaía sobre su cabeza.

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—Mira que morir de este modo —dijo Lonus desesperanzado—. Yohubiera querido hacerlo luchando contraun poderoso sith. Como un jedi. Comoun héroe…

Antes que las lamentaciones deLonus fueran definitivamente ahogadasen baba de rancor, una potente luz verdeiluminó el interior de la cavidad bucaldel monstruo, haciendo que este rugierade dolor. Lonus comprendió lo quesucedía, el resplandor verde procedíadel sable de luz de Ornesha.

Evitando pensar en la presión quetodavía ejercía la garra del rancor sobresu cuerpo, Lonus desenvainó su sable decolor azul y atravesó una vez tras otra el

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paladar de la criatura.Tras tambalearse hacia adelante y

hacia atrás en diversas ocasiones, comosi su cerebro se negase a morir, elrancor, finalmente, se desplomó sobre laarena, sin vida.

Después de bajar de la espalda delmonstruo, Ornesha sacudió la cabezapara que todo lo que daba vueltasvolviera a su lugar. Acababa decomprobar que cabalgar a lomos de unrancor no era bueno para el mareo.

Cuando estuvo recuperada, Orneshapudo ver como Lonus peleaba por salirde entre las dientes del rancor y pordesprenderse de los grandes dedos quetodavía lo atenazaban.

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—¿Cómo te encuentras? —preguntóOrnesha al ver como Lonus se acercabatambaleándose a ella con la mitadsuperior del cuerpo cubierto por espesasbabas de rancor.

—No muy bien, la verdad —afirmóLonus con sarcasmo—. Casi me ahogoahí dentro, no veas como le cantaba elaliento a ese bicho —explicó el jedi,que desprendía un hedor muy fuerte,proveniente de las babas del rancor quese descolgaban desde su cabeza hasta laarena del desierto.

—Bueno, no te preocupes —contestó Ornesha—, ahora nos queda unlargo trayecto hasta el puerto de MosEisley. Así que tienes tiempo para

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quitarte de encima todo esta…Porquería —añadió señalando a Lonuscon asco.

Emprendieron la marcha dejandoatrás los restos del castillo de Jabba elHutt y los despojos del rancor. A cadapaso, Lonus protestaba mientrasintentaba limpiarse, sin éxito, las babasdel rancor. Sin embargo, Ornesha no leprestaba atención, su cabeza estabadándole vueltas a otra cosa.

—Resulta extraño, ¿no crees? —preguntó la jedi.

—No creo, ahora solo odio…—Ya sabes qué dirían los maestros

del consejo. El odio lleva a la ira, laira…

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—No me vengas ahora con viejosrefranes de antes de la guerra —protestóLonus, pero después añadió—: ¿Qué teresulta extraño?

—Veamos, de golpe recibimosavisos de nuestros informadores en elplaneta de que ha sido visto un sith.

—Exacto.—En pocos días venimos nosotros, y

no encontramos ni al supuesto sith, ni alos informadores, ni a nadie que quieradecirnos si el rumor era cierto.

Lonus afirmó con la cabeza, nopodía abrir la boca ya que un goterón debabas de rancor estaba resbalando porsu frente.

—Pero, justo cuando íbamos a

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abandonar el planeta y marcharnoscreyendo que era un rumor, aparece unvendedor ambulante por pura«casualidad» que nos explica que el sithse encontraba en el palacio de Jabba.

Lonus no dijo nada, sabía queOrnesha seguiría pensando en voz alta.

—Nos creemos la información,vamos al lugar y descubrimos restos decomida y hogueras que nos confirmanque durante la última semana alguienhabía estado allí.

—¿Y?—Pues que ni los informadores, ni

nadie del pueblo, ni tan siquiera elmisterioso vendedor nos dijo quetodavía quedaba un rancor.

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—¿Y? —insistió Lonus, cuyosnervios empezaban a crisparse por culpade las babas y los rodeos de Ornesha.

—¿Es que no lo ves? —preguntó latwi’lek ofendida.

El otro negó con la cabeza.—Alguien quería que no saliéramos

con vida de ese palacio. Esperaba queel rancor acabara con nosotros.

Lonus lo miró abriendo los ojos y laboca de par en par, pero tuvo quecerrarlos antes de que más babasentraran en ellos.

—Debemos informar cuantos antesal consejo de que alguien pretende matara los jedis.

—Eres un poco exagerada, ¿no

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crees? —repuso Lonus—. Vale, hanintentado matarnos, pero eso no significaque quieran acabar con todos los jedis.

—Sí, pero como mínimo quieredecir que alguien no quiere queinvestiguemos en este planeta…

—O sobre los sith —dijo Lonusterminando la frase de su compañera.

Ambos se miraron a la vezsorprendidos y asustados, por lo queaquello podía significar.

—De acuerdo, eso sí que te locompro —afirmó Lonus aceptando quela reflexión de Ornesha teníafundamentos.

El resto del día, estuvieron andandopor la densa arena del desierto de

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Tatooine hasta que llegaron a MosEisley, pero lo hicieron apenas sinhablar. Lonus estaba extremadamenteenfadado por no conseguir quitarse deencima por completo ni las babas delrancor, ni su hedor. Y su enfado nomenguó cuando entraron en el puertoespacial. Solo cruzar las puertas de laciudad, toda la gente que andaba de unlugar a otro, compraba comida en elmercado o, simplemente, trapicheaba enlas esquinas, se apartaron de los jedis.No porque fueran jedis, sino por elhorrible olor que desprendía Lonus.

—Rápido, vayámonos de aquí —dijo Lonus viendo cómo la gente lotrataba como un paria.

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—¿No quieres limpiarte primero?—preguntó Ornesha.

—No, no, ya lo haré cuandolleguemos a Coruscant —respondióLonus acelerando el paso dirigiéndosehacia el hangar en el que había suvehículo de transporte.

Así que, apenas habiendo llegado aMos Eisley, ya estaban abandonando elpuerto espacial y el planeta a toda prisa.

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Dos

Cuando posaron la nave de transporte enla plataforma de aterrizaje exterior delTemplo Jedi, no había nadie esperando arecibirles.

—Tanta tontería con lo del sith yahora no vienen a preguntar qué hasucedido —protestó Lonus.

—Y no olvides el rancor —dijoOrnesha con una sonrisa.

—Eso, eso, el rancor —insistióLonus.

A medida que los dos jedis sealejaban de sus naves, se acercaban

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lentamente al renovado Templo Jedi. Lavisión que tenían ante sus ojos eracautivadora, frente a ellos se alzaba lainmensa construcción, sede de loscaballeros de la luz. El Templo,destruido y desmantelado después de laPurga tras la caída de la AntiguaRepública Galáctica, había sidoreconstruido con esmero, prácticamenteponiendo cada piedra en su lugar deorigen, para que, con el nacimiento de laNueva República, viera renacer a laOrden Jedi, perdida durante décadas.

Al pasar entre las grandes torres queguardaban la entrada, Ornesha y Lonussintieron como se les erizaba la piel.Ellos formaban parte de aquello, del

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nuevo orden, de la nueva estirpe dejedis. Con sus propios ojos había vistocomo ese símbolo de la paz iba tomandoforma y, ahora, casi una década despuésde la caída del Imperio, los jedisvolvían a brillar con luz propia bajo lasórdenes el maestro Luke Skywalker y deun consejo tan poderoso como entiempos del maestro Yoda.

A cada paso que daban, el humano yla twi’lek se sentían empequeñecidosante la inmensidad del Templo, cuyotamaño olvidaban cuando estaban lejosde él. Pero, en seguida, laspreocupaciones de Lonus fueron haciaotros derroteros, al ver como otros jedisque había en la entrada y entre la

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columnata de acceso, se apartabanmolestos por el olor que todavíadesprendían sus ropas.

—¡Maldita sea! —protestó elhumano.

Ornesha no dijo nada, solo sonrió alver como su pareja intentaba aguantar larespiración indefinidamente, pero al noconseguirlo, acababa tomando unadescomunal bocanada de aire pestilenteque lo llevaba a enfadarse aún más.

Cuando llegaron al gran vestíbulo dela entrada, que daba acceso a lasdiferentes áreas del Templo, Lonus sedetuvo.

—¿Te importa si vas sola a hablarcon el consejo? —preguntó.

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—No hay problema —contestó ella.—De acuerdo, pues. Iré a las

habitaciones a ver si logro quitarme deencima este horrible olor.

—Más te vale —le recomendó ellaentre risas, y después añadió—: ¿Nosvemos luego en la sala deentrenamiento?

—Claro. Prepárate para recibir unabuena paliza…

—Ya lo veremos, padawan, ya loveremos.

Lonus se marchó refunfuñando yprotestando, tanto por el maldito olor delas babas del rancor, como por lainsistencia de Ornesha por recordarleque, una vez, fue su aprendiz.

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Antes de que Lonus desaparecierapor la amplia escalinata que llevaba alas dependencias de los caballeros jedique vivían en el Templo, Ornesha subiólos peldaños que la separaban de labase del ascensor de la torre situada enel centro del Templo, en lo más alto dela cual se reunía el consejo jedi.

El caballero jedi que vigilaba elacceso la saludó dándole permiso parasubir. Todo el mundo sabía quién eraOrnesha, era la ventaja de tener la pielrosada y dos grandes colas que salían dela parte posterior de su cabeza. Nopasaba desapercibida entre unacomunidad jedi mayoritariamentehumana.

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Una vez llegó arriba, recorrió lospocos metros de pasillo que separabanel ascensor la sala del consejo. Lapuerta que daba acceso al lugar dondese encontraban los jedis más poderososde la Galaxia. Era grande pero noostentosa, de tonos marrones y con unadecoración neutra, carente de símbolosde cualquiera de las múltiples culturasque formaban la Orden.

Ornesha se detuvo frente a ella y,antes de empujar las dos hojas queformaban la puerta, hinchó los pulmonesy respiró hondo. Sabía que al consejo lepreocupaba mucho que existiera laposibilidad de que los sith renacierande nuevo, por pequeña que fuera. Así

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que los nervios recorrían todo sucuerpo, ya que en realidad no habíapodido aclarar absolutamente nada. Loúnico que tenía eran unos restos decomida en un palacio abandonado desdehacía años y un rancor con muy malauva. Pero sobre todo, lo que másalteraba la paz de la twi’lek era que elmaestro Skywalker había puesto todassus esperanzas en ella.

—Ornesha, descubre algo, no quieroque la Galaxia vuelva a correr peligro—le había dicho el maestro jedi justoantes de partir.

La twi’lek era una jedi poderosa ycon un gran futuro, sin embargo sujuventud la había puesto en duda en más

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de una ocasión, por lo que fallar enaquella misión tan importante podíaapartarla de las operaciones llevadas acabo por el consejo, relegándola ameras tareas rutinarias. Además, no soloera ella la que sufriría estainfravaloración, Lonus tanto comocompañero y padawan le seguiría acualquier lugar al que ella fueraenviada.

—¿Tiene algo sobre lo queinformarnos? —le preguntó la voz de unhombre interrumpiendo suspensamientos.

Ornesha no pudo dejar desorprenderse al ver que el maestroPinfeas la observaba con sus penetrantes

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ojos azul celeste, mientras que el restode miembros del consejo la esperabansentados en sus respectivas butacas.

—¿Eh? Sí, claro… —respondió latwi’lek balbuceando.

—Relájese, maestra Lera —dijo elmaestros Pinfeas mientras el sol delexterior se reflejaba en sus casi albinoscabellos rubios—. Entre, el consejo laespera.

Ornesha Lera entró en la sala delconsejo y Pinfeas cerró la puerta trasella, ocupando su lugar. La jedi no pudomás que ponerse nerviosa al ver comolos rostros de los jedis más poderososde la Galaxia la observaban mostrandoexpresiones de expectación y severidad

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a la vez. Pero el que más nerviosa laponía era el maestro Skywalker, cuyaexpresión calmada era indescifrable,por lo que Lera no podía saber en queestaba pensando.

—A pesar de las informaciones quehabían llegado desde Tatooine, cuandoLonus Naa y yo llegamos al planeta,nadie sabía nada. Interrogamos adiferentes personas, pero, inclusoutilizando trucos mentales, ninguno deellos reveló nada acerca del paraderodel supuesto sith —explicó al fin latwi’lek.

—Claramente frustrante ydecepcionante a la vez —dijo Alziferis,siendo el primero en hablar mientras que

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los demás aún se reservaban para ellossus opiniones.

Ornesha se alarmó al oír aquellaspalabras: «¿Su tarea eradecepcionante?», se preguntó para susadentros.

—Sin duda, maestro, sin duda. Sinembargo debemos tener en cuenta que sifueran sith de verdad, habrían utilizadotodos sus recursos para borrar su rastro—opinó Pinfeas recostándose en suasiento.

Durante unos instantes el silencioreinó en la sala.

—Supongo que, si has venidodirectamente a hablar con nosotros, esque sí que encontrasteis algo —dijo

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Skywalker.—Así es, maestro —contestó

Ornesha—. Casualmente, aunque dudode las casualidades, cuando estábamos apunto de regresar, un vendedor nosinformó que en el palacio de Jabba elHutt encontraríamos al hombre quebuscábamos. Pero solo hallamos restosde comida y un rancor.

—¿Un rancor? —preguntósorprendido Skywalker—. ¿Todavíaquedaba uno?

Ornesha asintió ceremoniosamentecon la cabeza.

—Sin embargo, por lo que noscuentas, lo más sorprendente fue lo queno encontrasteis… —dijo Pinfeas

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haciendo una pausa dramática—. Elrastro de nuestros informadores.

—Como ya he dicho, decepcionantey frustrante —insistió Alziferis.

Antes de que ninguno de lospresentes pudiera añadir nada más, laspuertas de la sala del consejo seabrieron súbitamente de par en par. Trasellas, apareció Lonus con la frenteperlada de sudor y claramente alterado.Se había cambiado de ropa, pero, por loque fuera, no había tenido tiempo deacabarse de vestir ya que en la partesuperior del cuerpo solo llevaba unacamiseta muy fina de lino.

—Lera, deberías controlar más aNaa, nadie puede interrumpir una sesión

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del consejo de este modo —protestóAlziferis.

—Lo siento, maestros, pero algoimportante sucede en la entrada delTemplo —contestó Lonus.

Al oírlo, Skywalker se levantódemostrando quién era el líder de eseconsejo.

—¿Qué sucede, Lonus? —preguntó.—Un grupo de hombres armados nos

están atacando —respondió nervioso eljedi.

—Tranquilo, Naa —dijo Skywalkerponiendo su mano en el hombro deLonus—. ¿Son muchos?

—Los suficientes como para que losguardias empiecen a tener dificultades

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para contenerlos —respondió Lonus—.Pero ese no es el problema…

—Habla de una vez, muchacho —insistió Alziferis sin apenas moverse.

—El problema es que van armadoscon sables. Sables rojos.

Todos los miembros del consejo semiraron realmente alarmados. Sin decirni una palabra, todos se levantaron ysalieron de la sala corriendo para bajarinmediatamente a ayudar.

—Después seguiremos con lareunión —le dijo Skywalker a Orneshaal pasar por su lado—. Tenemos muchascosas de las que hablar.

Sino tenía suficiente con haberfracasado en su misión y el ataque de

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unos misteriosos individuos armadoscon sables, ahora «tenía muchas cosasde las que hablar» con el maestroSkywalker.

—Vamos —le dijo Lonus al ver queOrnesha se había quedado rezagada.

Al oírlo, la twi’lek reaccionó y seunió al grupo de maestros jedi.

Cuando el grupo bajó del ascensor,desde el rellano que había antes de lospeldaños que llevaban a la gran entradadel Templo, vieron como decenas dejedis hacían frente a unos misteriososatacantes vestidos de negro que blandíansables con hojas rojas. Sin que nadie loordenara a los demás, todos ellosactivaron los suyos mostrando las hojas

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verdes y azules a la vez que descendíanhacia la entrada para unirse a la lucha.

—Se mueven rápido. Parecenbuenos. Pero sus movimientos, si bienefectivos, son muy rudimentarios —observó Pinfeas entrecerrando los ojospreocupado.

—Sin duda, pero los guardias seguroque acabarán por detenerlos… —Laspalabras del maestro Alziferis quedaroninterrumpidas cuando un grupo deguardias fueron lanzados en todas lasdirecciones por una onda de Fuerza.

—Él que haya hecho eso es máspoderoso de lo que suponemos —afirmópreocupado Skywalker—. Rápido,debemos detenerlos al coste que sea, no

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podemos permitir ni que nos superen, nique huyan. —Y dirigiéndose a Ornesha,añadió—: Haz lo que debas hacer, y quela Fuerza te acompañe.

Mientras que los maestros jedimostraban sus hojas y las hacían chocarcontras los sables rojos de los atacantes,Ornesha, seguida de cerca por Lonus, sesepararon del grupo para salir alexterior por una de las puertassecundarias.

—¿A dónde vamos? —preguntóLonus mirando hacia atrás, donde lalucha parecía encarnizarse.

—A los cazas, pillaremos a esossupuestos «sith» por detrás —contestóenérgicamente Ornesha.

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No muy lejos de dónde habían hechoaterrizar la nave de transporte que loshabía traído de Tatooine, había un cazade doble cabina.

—Sube —ordenó Orneshaseñalando el vehículo.

Sin decir nada, Lonus corrió y subióal espacio reservado para el piloto.

—Hazlo tan bien como sepas, ¿deacuerdo? —le advirtió la twi’lek, y sindejarle de responder, añadió—:Despega y dirígete a la entrada delTemplo.

—¿A la entrada? —preguntósorprendido Naa.

—Sí, hazlo sin miedo —contestóOrnesha.

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—Eso se da por supuesto —dijo eljedi con una sonrisa a la vez que poníaen marcha el caza.

La nave dio un potente acelerón y,con una vertiginosa velocidad, despegópara después encararse de frente a laentrada del Templo.

—¿Seguro, no? —preguntó Lonus—.Luego no quiero marrones con elconsejo por cargarme su flamanteTemplo.

—¡Seguro! —exclamó Ornesha.Antes de que la twi’lek pudiera

acabar de pronunciar la última sílaba,Lonus se dirigió a toda velocidad haciael Templo pasando entre las torres y lascolumnas de la entrada.

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Sin embargo, antes de que pudieraalcanzar el lugar de combate, se notó unvaivén que sacudió la nave. Uno de losmisteriosos guerreros había logradosaltar y subir a la parte trasera del caza,y arremetía con fiereza contra el cristalde la ventana de Ornesha.

—¡Joder! —exclamó Lonus—.Menudo salto.

—Está intentando atacarme, y tú tepreocupas del salto —protestó Ornesha.

—Bueno, que quieres…—Anda, calla, yo me encargo. Ya

sabes lo que hay que hacer.Sin decir nada más, Lonus accionó

los mandos de la nave para que esta sepusiera del revés, a la vez que Ornesha

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abría su cabina y saltaba activando suarma. De reojo, Naa pudo ver como,todavía en el aire, la twi’lek y elsupuesto sith intercambiaban numerosasestocadas.

El jedi en seguida perdió de vista aOrnesha, pero no tenía tiempo parabuscarla, frente a él apareció un mar desables rojos, azules y verdes queentrechocaban sin cesar a pocos metrosde distancia.

Antes de que pudiera reaccionar, laventanilla de su cabina se abrió de paren par. Fue entonces cuando Lonus viocomo otro de los sith estabaensañándose con la nave, haciendo queel jedi perdiera el control de su nave

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que se dirigía peligrosamente donde seencontraban sus compañeros jedi y losmiembros del consejo.

—Si salgo de esta, juro que jamásvolveré a pilotar una nave —afirmójusto antes de saltar utilizando la Fuerza,a la vez que, activando su sable,rebanaba el cuello de su atacante.

Mientras caía hacia el suelo, Lonusno sabía si había hecho lo correcto, soloesperaba que los jedis que había en laentrada del Templo reaccionaran atiempo. Cuando el humano se posóágilmente en el suelo, la nave golpeócon fuerza la extensa superficie demármol de la entrada, haciendo queesquirlas de metal, pedazos de tierra y

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cristales rotos saltaran por todas partes.Desde dónde estaba Lonus pudo ver

como la lucha quedaba oculta tras unanube polvo que se levantaba tras lanave. Preocupado y con la adrenalina aflor de piel, Naa empezó a correr haciael combate.

Quedaban pocos segundos para elimpacto y, entre el polvo, le pareció verla luz de decenas de sables justo debajode la nave, que seguía inexorablementehacia el desastre.

—¡Hacia atrás, rápido! —Laesperada voz de alerta alivió a Lonus,parecía que Pinfeas se había dandocuenta a tiempo del peligro.

Un instante después, la nave se

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detuvo con un fuerte estrepito en laentrada del Templo, provocando unsilencio sepulcral, solo interrumpidopor el sonido de piedras cayendo sobreel suelo destruido. Pero esa incómodapaz duró poco, segundos después sevolvió a escuchar el sonido deentrechocar de sables de luz.

Lonus apenas no podía ver nadaentre el polvo que había levantado supeligrosa estratagema, pero no podíaquedarse ahí parado esperando, así quereemprendió la marcha para unirse a lalucha.

Sin embargo, antes de que pudieraacercarse, la voz de Pinfeas volvió aoírse:

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—¡Cuidado se escapan!Todavía no había logrado llegar al

caza estrellado, cuando Lonus vio que,entre las últimas briznas de polvo, salíaun grupo de hombres vestidos de negroque empuñaban sables de color rojo.

—¡Ah, no! Después de la que habéisliado no voy a dejar que os vayáis derositas —exclamó tomando una agresivaposición de combate.

El primero que se acercó a él atacóa Lonus desde arriba, pero el jedidesvió la estocada y, con la empuñadurade su arma, le propino un golpe en lascostillas. A pesar de la fuerza del golpe,pareció como si su contrincante apenaslo sintiera ya que, de un manotazo, le

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hizo soltar su sable.—¡Mierda! —exclamó Lonus al ver

como su sable rebotaba en el sueloalejándose de él.

Completamente desarmado, Lonus seencaró a su adversario a la vez queesquivaba los golpes y puntadas delsable de un segundo rival. El jedi seencontraba entre los dos sith,esquivando golpes por delante y pordetrás, evitando que las rojizas hojas lehirieran. Con un giro muy hábil,consiguió que uno de ellos clavara susable en el pecho del otro, permitiendo aLonus apoderarse de su sable y cortarlela cabeza al sorprendido sith queacababa de matar a uno de sus

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compañeros.Antes de que el cuerpo del segundo

sith tocara el suelo, Lonus cogió susable con la Fuerza.

—Ahora os vais a enterar —afirmóempuñando los dos sables de hojasrojas.

Con un arma en cada mano esperóque los otros sith se acercaran paraatacarle. En cuanto uno de ellos estuvolo bastante cerca, Lonus empezó amoverse a un ritmo vertiginoso a la vezque seccionaba, uno tras otro, losmiembros de sus enemigos. Tras variosminutos de lucha, de los sith queintentaban escaparse, Lonus habíaconseguido herir a cuatro, matar a otros

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tantos y, con sus piernas, inmovilizar aun tercero.

Lonus respiraba profundamentemirando a su alrededor, con una rodillasobre el pecho de su enemigo y el piesobre una de sus manos. Se alarmó alsentir como alguien se acercaba por suespalda, pero en seguida se relajó al verque era Ornesha.

—Esto es tuyo —le dijo alargándolesu sable.

Lonus se levantó y, antes de que elsith que tenía debajo reaccionara, Lonusle propinó una patada en la cabeza quelo dejó inconsciente.

—¿Y eso? —preguntó mirando loque la twi’lek llevaba arrastrando tras

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ella. Con su mano rosa tiraba de los piesdel atacante que había derrotado.

—Mira, he creído que debía traeralgo de recuerdo de nuestro viaje encaza —respondió ella con sarcasmo.

—Pero, ¿solo uno? —preguntóLonus mirando a los sith derribados a sualrededor.

—No seas orgulloso —contestóOrnesha.

Los dos sonrieron.De lejos vieron como algunos jedis

se acercaban dónde estaban, y, antes deque llegaran, Ornesha le dio un suavebeso en la mejilla, haciendo que Lonusse sonrojara.

—Veo que habéis conseguido

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capturar alguno —dijo el maestroPinfeas cuando estuvo a su lado.

—Así es, maestro.—Buen trabajo, Naa, buen trabajo

—afirmó Alziferis desactivando susable.

En seguida, el consejo al completoobservaba al grupo de sith que rodeabana Lonus y Ornesha.

Sin decir nada, Skywalker se acercóal que había traído Ornesha y le arrancóla máscara, dejando ver una pálida tez ajuego con un par de ojos de irisblanquecinos. Hizo lo mismo con el queyacía inconsciente bajo los pies deLonus, y se encontró con una caracompletamente diferente pero

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caracterizada por los mismos colores.—¿Esto qué significa, maestro? —

preguntó Lonus sorprendido al ver lacara de sus atacantes.

—Lo desconozco, Naa —respondióSkywalker—. Y eso me preocupagravemente.

Los demás jedis se miraron conextrañeza unos a otros, mientras elmaestro Skywalker observabadetenidamente las máscaras que habíacogido. Eran exactamente iguales.Parecían formar parte de un uniforme.¿Podía ser que alguien estuviera creandoun ejército sith? No supo responder,pero prefirió no compartir aquellospensamientos en el exterior del Templo,

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frente a decenas de jedis preocupados.—Parece que la amenaza ha pasado

—afirmó al fin alzando su voz sobre ladel resto—. Vayan a limpiarse ydescansar —añadió, y después,dirigiéndose a Ornesha y Lonus, dijo—:Ustedes háganlo rápido, debemosproseguir con nuestra reunión, aunquepuede que este ataque haya cambiado lascircunstancias.

La twi’lek y el humano asintieroncon la cabeza.

Sin decir nada, Skywalker dio mediavuelta y entró de nuevo en el Temploseguido de cerca por el resto demiembros del consejo, excepto Pinfeas,que esperó unos segundos al lado de los

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dos caballeros jedi.—Buen trabajo —les dijo orgulloso

antes de irse, aunque después regresósobre sus pasos y añadió—: Pero Lonus,la próxima vez… Avisa.

—Sí, maestro —contestó el aludidosonriente.

Mientras los responsables deenfermería y limpieza recogían loscuerpos y los restos de la naveestrellada, Ornesha y Lonus entraron conpaso firme en el Templo, dirigiéndosehacia sus habitaciones, dejando atrásaquel desastre que, en gran parte, habíanorganizado ellos dos.

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Tres

Ornesha Lera volvía a encontrarse en elcentro de la sala del consejo, pero enesta ocasión estaba acompañada porLonus, al que se le podían ver losnervios, que le recorrían de arribaabajo, en la expresión de su cara. No eramuy habitual que un caballero jedituviera audiencia con el consejo alcompleto, pero después de lo sucedidolos maestros habían consideradoindispensable que ambos fueran a hablarcon ellos.

En muy poco rato, la twi’lek y el

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humano habían ido a sus aposentos paralimpiarse y arreglarse, para despuésregresar casi corriendo a la sala delconsejo, para reemprender la reuniónque se había visto interrumpida.

—En vista de lo sucedido, debemosreplantearnos nuestras preferencias encuanto al salvaguardar la Orden —afirmó el maestro Skywalker con vozcalmada, antes de recostarse en elrespaldo de su asiento y dar la palabra aPinfeas.

Normalmente, Skywalker era unhombre parco en palabras, y dejaba quelos demás maestros orquestaran lasacciones que debían emprender los jedi.En muchas ocasiones, parecía que

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seguía considerándose un padawan quedebía escuchar atentamente lo quedecían los más sabios. Aunque eso nofuera cierto.

—Este ataque no debe tomarse a laligera, por ello hemos decidido que, sibien los informes iniciales parecíanindicarnos que los sith habíanreaparecido muy lejos de aquí, no debede haber sido así…

—Entiendo, maestro, ¿dóndedebemos proseguir nuestrasinvestigaciones? —preguntó Orneshainterrumpiendo a Pinfeas.

Los ojos extremadamente azules lamiraron con severidad.

—La importancia de este asunto nos

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ha llevado a la conclusión de quedebería ser otro caballero másexperimentado el que se hiciera cargodel asunto —dijo Alziferis lanzándolesuna mirada cargada de reproche.

—En concreto, alguien del consejo—concluyó Skywalker.

Ornesha y Lonus se quedaron con laboca abierta.

—Pero, maestro… —empezó aprotestar Ornesha balbuceando.

—No hay nada más que decir —lainterrumpió Pinfeas, haciéndola callar—. El consejo lo ha decidido así, yvosotros debéis acatar sus decisiones.

—Sí, maestro —dijeron Ornesha yLonus al unísono.

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—Podéis retiraros —les indicóamablemente Skywalker.

Los dos jedis abandonaron la sala ensilencio, pero cuando las puertas secerraron a sus espaldas, Lonus no pudoevitar abrir la boca.

—¿Y ya está? ¿Nos envían al BordeExterior, casi nos mata un rancor, yahora resulta que esto es demasiadoimportante para nosotros? —espetó elhumano.

—Tranquilo, debemos acatar lasórdenes —contestó la twi’lek.

—¿Qué? ¿Ahora resulta que acataslas normas?

—No exactamente —respondióOrnesha con una sonrisa en sus labios

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rosados.—¿Qué te corre por esta cabecita?

—preguntó Lonus tocándole la sien aOrnesha con el dedo índice.

—Nos han quitado la investigación,pero, mientras no nos den otra, podemosinvestigar por nuestra cuenta.

—¿No crees que los «sabios» seenfadarán?

—Si no descubrimos nada, loguardamos en secreto; si tenemos éxitoles informamos y recuperamos suconfianza.

—¿Crees que hemos perdido suconfianza?

—No, pero nos siguen tratandocomo si fuéramos meros aprendices —

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refunfuñó la twi’lek.—Esa afirmación no es del todo

correcta. —La voz calmada deSkywalker sonó tras ellos.

—¡Maestro! —exclamó Ornesha—.No pretendíamos…

—¿Investigar por vuestra cuenta? —preguntó con una irónica miradaSkywalker.

Tanto Ornesha como Lonusempezaron a balbucear intentandoexcusarse, pero no llegaron a decir nadacomprensible.

—Tranquilos, no he venido aamonestaros. Al contrario, he venido arecompensaros por vuestro trabajo enTatooine y aquí… Sobre todo el de aquí,

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marcasteis la diferencia. Sin duda.—¿Recompensarnos? —preguntó

Lonus sin saber qué pensar.—Con una importante misión…—Que también nos impedirá

meternos en líos, ¿no? —dijo Orneshacon sarcasmo.

—Más o menos —respondióSkywalker—. Como os podéis suponer,lo más importante, aparte de hallar elorigen de estos atacantes, es descubrir sientre las informaciones de Tatooine y losucedido hoy en el Templo existe unaconexión. Por ello, debéis seguir la pistaen Cadannia.

—¿Cadannia? ¿Qué tiene que verCadannia en esto? —preguntó

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sorprendida la twi’lek.—Más de lo que pensáis —contestó

el maestro—. Hará un tiempo, losinformadores nos comunicaron que enese apartado y salvaje planeta se habíandetectado fuertes fuentes de Fuerza.

—No le entiendo.—Desde que se reconstruyó la

Orden, estamos buscando a personassusceptibles de convertirse en jedi, asícomo a antiguos caballeros ocultosdurante la Purga, aunque, de momento,no hemos tenido suerte en este sentido.Pero, al parecer, en Cadannia puedeencontrarse uno de estos caballeros dela antigua Orden.

—¿Y los atacantes de hoy? —

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preguntó Ornesha creyendo que aquelloque Skywalker le explicaba no teníaningún tipo de importancia.

—No te preocupes por ellos,debemos investigar que sucede enCadannia. Si tras esa señal hay alguienpoderoso, puede servirnos de ayuda oexplicarnos algunas de las cosas que hansucedido hoy —explicó Skywalker.

—Pero, ¿para qué podemosnecesitar a un caballero jedi de antes delImperio? —insistió Ornesha.

—Es en momentos como este quecreo que no te enseñé lo suficientementebien, Ornesha —le reprochó su maestro—. Lo necesitamos porque nosotrossiempre nos hemos enfrentado a sith al

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descubierto, durante todo el Imperiosupimos dónde encontrar a nuestrosenemigos. Sin embargo ellos tuvieronque lidiar con los sith ocultos.

—Ya, pero fallaron al detenerlos.—Te equivocas, ellos no fallaron,

sino que fueron los sith que seaprovecharon de la traición de uno delos nuestros —respondió con sequedadSkywalker haciendo referencia a supadre.

Ornesha no quiso insistir más, ypermaneció callada, dejando que fueraLonus el que intentara recuperar el tonoamable de la conversación.

—Y si encontramos a alguien, ¿quéhacemos? —preguntó.

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—Lo obvio, querido Naa, lo obvio—respondió Skywalker—. Traerlo aCoruscant.

Con esas palabras, Skywalker lesregaló una amplia y agradable sonrisa yregresó a la sala del consejo, dejando alos dos jedi completamentedesconcertados.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó Lonuscuando el maestro jedi hubodesaparecido tras la puerta.

—Pues vamos a Cadannia —afirmóOrnesha encogiéndose de hombros.

—¿No vas a querer saltarte lasnormas?

—No, parece ser que esta misión esun encargo directo del maestro

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Skywalker, y no del consejo.—¿Por qué lo dices?—Si fuera una misión aprobada por

el consejo, nos la hubieran comunicadoen la sala, no fuera de ella.

Lonus hizo una exagerada mueca alcaptar la idea.

—Vamos, tenemos que partir cuantoantes —ordenó Ornesha.

Con paso ligero, los dos jedisemprendieron el camino para bajar de latorre en la que se reunía el consejo y sedirigió de nuevo a sus aposentos, parapreparar todo aquello que podríannecesitar.

—¿Qué tipo de planeta es Cadannia?—preguntó Lonus.

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—Por lo que sé es un planetaselvático con un alto porcentaje dehumedad, así que lo mejor será cogerropa ligera y grandes reservas de aguapotable —respondió ella quitándose laprenda superior de su túnica, dejando suvoluptuoso cuerpo de color rosa a lavista.

—¿Para qué? Si es un planeta tanhúmedo seguro que habrá algúnriachuelo, digo yo, ¿no? —protestóLonus mientras sus ojos dejaban demirar a los de la twi’lek.

—Pues dices mal —le contestóOrnesha acercándose a él—. Imagínate,por un instante, que hay un río ybebemos de él. El agua puede no ser

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potable, seguramente estará plagada debacterias y, con total seguridad, no seráel agua que conocemos nosotros —explicó la twi’lek acercándose a él,presionando sus pechos con el cuerpo deLonus, que la observaba mirando desdearriba—. Así que, ¿qué debemos hacer?

—Coger reservas de agua —afirmóél—. Pero antes, debemos hacer cosasmás importantes —concluyó Lonuscogiendo a Ornesha por la cintura yalzándola para poder besarlaapasionadamente en los labios.

—¿Ahora? —preguntó ellafalsamente sorprendida.

—Ahora —respondió él con lamisma firmeza con la que sujetaba a su

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amada extraterrestre.Fundidos en un abrazo, ambos se

dejaron llevar por la pasión, mientraslas largas colas de la cabeza Orneshadaban vueltas a su alrededor, mientrasdescubrían que los cuerpos de loshumanos y los twi’lek eran máscompatibles de lo que podían aparentar.

No sabían cuánto tiempo había pasado,pero eso les importaba poco. Estabantumbados en la cama, Ornesha cruzabasu sugerente muslo sobre las piernas deLonus, mientras este jugueteaba con delas largas protuberancias que salían dela cabeza de su pareja.

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—Suerte que las normas hancambiado —dijo Ornesha—. No mepuedo imaginar cómo los antiguos jedispodían soportar la castidad.

—Saltándosela —respondió Lonussoltando una carcajada—. El mismomaestro Skywalker es prueba de ello.

Ornesha asintió, antes de salir desobre del humano y empujarlo fuera dela cama.

—¡Venga, joven padawan! Unamisión nos espera —dijo ella saltandomientras su cuerpo desnudo sebamboleaba sensualmente.

—¡No me llames padawan! —protestó Lonus—. Además, hace unmomento no parecías recordar que lo

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hubiera sido.—Al contrario, lo recordaba, y me

encanta —respondió ella soltando unarisilla picarona mientras empezaba avestirse con la ropa de tejido fino,perfecta para el clima de Cadannia.

Cuando los estuvieron listos,abandonaron sus habitaciones y seencaminaron con paso decidido hacia elhangar. Tan solo al cruzar la gran puertade acceso, uno de los técnicosresponsables del taller los recibió.

—Bueno, bueno, bueno, aquítenemos los héroes del día —exclamóde forma simpática el rechonchohumano.

—Menos cachondeo, Vynks —

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contestó Lonus.—Querrás decir sarcasmo. ¿No

habéis visto el estropicio que habéismontado los dos solos? —les preguntóseñalando hacia los restos del caza quehabían estrellado en la entrada delTemplo.

—Ha sido él —respondiórápidamente Ornesha.

—¿Yo? ¿De quién fue la idea? —protestó el humano.

Ornesha no contestó.—Bueno, da igual —dijo Vynks—.

Las discusiones de pareja las dejáispara otro momento. Ahora, si queréisseguirme, os enseñaré la nave que se hadestinado para vuestra misión.

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Los dos humanos y la twi’lekpasaron entre las plataformas en las quehabía decenas de naves listas para serutilizadas, en reparación, ocompletamente desmanteladas.

—Bueno, estimados jedis, aquítenéis vuestro transporte —dijo Vynksdeteniéndose frente a una de las navesque parecían fuera de servicio.

—¿Esto? —preguntó Ornesha.—Vynks, te he dicho que menos

bromas. Esto es imposible que despegue—dijo Lonus.

—Pues os equivocáis —afirmó eltécnico acercándose a la nave ypulsando el botón de apertura.

Mientras la puerta se abría

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lentamente, los dos jedis observaron concierto recelo la nave que les ofrecíaVynks. La mayor parte de la chapaparecía corroída por el óxido, teníacentenares de perforaciones de disparosláser, los cristales de las ventanasparecían a estar a punto de quebrarse,sin hablar de la capa de suciedad que larecubría.

Sin embargo, cuando accedieron alinterior, pudieron comprobar que elaspecto exterior era solo eso, elexterior. El interior era moderno,funcional, limpio y parecía acabado desalir de la fábrica.

—Este es uno de los últimosmodelos de camuflaje, lo llamo el

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«Despistador» —explicó con orgullo eltécnico.

—Muy original, Vynks, muy original—dijo Lonus dándole unas palmaditasen el hombro.

Los dos jedis subieron sin másdilación al interior de la nave, mientrasVynks los contemplaba un poconervioso.

—Y, por favor, devolved la naveentera —les advirtió con voztemblorosa.

—¿Cuándo no lo hemos hecho? —preguntó Lonus mientras la puerta secerraba.

Vynks no le respondió, solo lededicó una mirada cargada de ira

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homicida.Una vez se cerró la puerta, y como

era habitual, Lonus se sentó tras losmandos de pilotaje de la nave, mientrasque Ornesha ocupaba el asiento delcopiloto. No era que fuera una malpiloto, sin embargo, Lonus era muchomejor y, porqué engañarnos, a ella no legustaba estar horas controlando todos ycada uno de los indicadores que servíanpara pilotar.

—Vamos allá —dijo Lonus enciendoel motor de la nave y maniobrando paraabandonar el hangar.

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Cuatro

Las estrellas habían dejado de serpuntitos en el oscuro infinito de lagalaxia, para convertirse en cortos hacesde luz que la nave de los jedis dejabatras ella. Era lo que tenía la velocidadde la luz, parecía que te introdujeras enun túnel del que era imposible salir,tanto por la estrechez de sus paredescomo por la extrema velocidad quealcanzaban las naves. Sin embargo, si nofuera por esta agobiante forma de viajar,aquel viaje al Borde Medio, hubieradurado semanas.

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Lonus estaba recostado en el asientodel piloto, sin perder de vista en ningúnmomento todos los indicadores deestabilidad, velocidad o estado delcombustible de la nave.

—Así que, ¿dónde nos ha enviadoesta vez el maestro Skywalker? —preguntó haciendo girar su asientomirando como Ornesha estaba leyendolos archivos en uno de los ordenadoresde a bordo.

Distraídamente, la twi’lek dejó delado el texto de la pantalla y se encarócon su antiguo padawan.

—Aparentemente, casi toda lasuperficie del planeta está cubierta poruna espesa capa de bosques selváticos,

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tan densa, que nunca se ha registradoningún tipo de asentamiento…

—Vale, no habrá indígenas —intervino Lonus.

—Bueno, no, en algunas ocasionesse sabe que el planeta ha sido utilizadopor piratas y contrabandistas para hacerescala, pero desde antes del Imperio queno ha habido evidencias de estasituación.

—¿Algún monstruo gigantesco alque tengamos que enfrentarnosarriesgando nuestras vidas? —preguntóel humano con escepticismo.

—Por lo que veo, debido alreducido espacio que hay en lasuperficie, no existen grandes criaturas.

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—Bien —afirmó Lonus.—Yo no me alegraría tanto, por lo

que dicen las investigaciones, esteplaneta está plagado de criaturas yplantas peligrosas, no tanto por sutamaño, sino por los potentes venenos ytoxinas que poseen… La mayoría deellos mortales para los humanos.

—¡Qué bien! —exclamó consarcasmo Lonus—. ¿Y para los twi’lekno?

—Seguramente, la mayoría deespecies mamíferas de la galaxia debensufrir igualmente sus efectos —respondió ofendida ella.

—¿Algo más que nos justifique lavisita de este «paraíso»?

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—Pues sí, algo de lo quedeberíamos estar más preocupados quelos venenos.

—¿A sí?—Una planta llamada senflax.—¿Un planta?—Emite una toxina en forma de

esporas que bloquea los centrosnerviosos del cerebro y consigue queaquellos que tienen una conexión con laFuerza, la pierdan.

—¿No me jodas?Ella afirmó con la cabeza.—Por lo que si nos encontramos con

estas plantas, dejaremos de tener lospoderes con los que cuenta todo jedi —explicó mientras Lonus la observaba

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perplejo.—Ahora que lo pienso, si bloquean

la Fuerza, ¿cómo es posible quehayamos detectado la señal? —preguntóLonus haciendo una mueca deincomprensión.

—Porque bloquean las capacidades,pero no la emisión. Si te pusieras enmedio de un bosque con plantas deestas, tú no podrías usar la Fuerza, perolos de fuera podrían saber que la puedesusar —explicó Ornesha regresando alasiento del copiloto.

—¿Y qué haremos ahora? —preguntó el humano mirando de reojo asu pareja.

—Lo mejor será que actuemos lo

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más rápido posible. Localizamos elpunto de origen de la señal, aterrizamoslo más cerca posible, comprobamos sihay alguien o algo que podamos recoger,y nos largamos inmediatamente de aquí.

—A sus órdenes, capitán —contestóLonus volviendo a encararse con loscontroles.

Minutos después, los indicadores decontrol les notificaron que habíanllegado al sistema Cadannia. Lonus bajólentamente la palanca del motor dehipervelocidad, y los haces de luz quese veían desde las ventanas de la cabina,volvieron a ser los puntitos que todosconocemos como estrellas.

No muy lejos de ellos, pudieron ver

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como un enorme planeta de color verdeles saludaba, mientras suaves remolinosde nubes blancas flotaban sobre lajungla que cubría toda la superficie.

Lonus desactivó el piloto automáticoy cogió los controles de navegación,haciendo que la nave dejara de volar enuna perfecta línea recta, para pasar arecorrer una curva a la vez que seacercaba a la órbita del planeta.

—Los sensores detectaron la fuentede Fuerza no muy lejos del cuadrante surdel planeta —explicó Ornesha a la vezque señalaba hacia la parte inferior delplaneta.

—Activa los sistemas de análisis, eintentaremos localizar con mayor

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precisión el origen —contestó Lonus.Ornesha pulsó un par de botones de

los que tenía en frente, haciendo que unradar se activara, en el que podían vercomo una onda azul emitían un pitidocada vez que se expandía.

—Vamos bien —dijo Orneshaleyendo los datos de los controles derastreo.

Lonus hizo que la nave trazara unlargo descenso mientras la gravedad delplaneta la atraía hacia él. Poco a poco,así como se iban acercando a lasuperficie del planeta, los cielos dejaronde ser negros y pasaron a tener el colorazul celeste que todos conocemos.

El sensor empezó a pitar de forma

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cada vez más continúa, hasta queOrnesha lo paró.

—Creo que hemos llegado —anunció.

Lonus miró hacia a fuera, buscandoun claro lo suficientemente amplio parahacer aterrizar la nave.

No muy lejos había un espacio en elque parecía que su nave pudiera caber,así que se acercó a él e hizo que elaparato empezara a descender. Abrió eltren de aterrizaje y, con suma suavidad,consiguió que la nave se posara sobreuna zona cubierta de espesos arbustos.

El jedi detuvo los motores y apagótodos los sistemas. Por su parte,Ornesha ya se había levantado y estaba

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preparando una mochila con todo lonecesario: agua, un sensor portátil, unequipo de antídotos.

Sin decirse nada, ambos cogieron loque necesitaron, abrieron la compuertatrasera y salieron al exterior.

Mientras la puerta de la nave secerraba tras ellos, pudieron comprobarcomo el alto porcentaje de humedad delplaneta les empezaba a hacer sudar, porel simple hecho de estar en el planeta.

—No quiero imaginar lo quesudaremos cuando empecemos a andar—dijo Lonus limpiándose las gotas desudor que ya descendían por su frente.

Ornesha sonrió y activó el sensor,que empezó a emitir una serie de pitidos

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indicándoles hacia donde tenían que ir.Sin decir nada, la twi’lek emprendió lamarcha seguida de cerca por Lonus, querefunfuñaba a cada paso que daba.

Antes de sumergirse en la espesajungla que se alzaba ante ellos, Lonusactivó la señal de rastreo de la navepara poder encontrarla después. Y pudocomprobar como Vynks tenía razón, elaspecto exterior de aquella nave, enmitad de aquella jungla, daba a entenderque había llegado años atrás y estabacompletamente abandonada.

—¿Vienes o no? —preguntóOrnesha.

Lonus dio un pequeño sprint y seacercó a ella, cubierto en una capa de

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sudor de la que no se desharía hasta queregresara a Coruscant.

El avance era lento, tras dejar atrásel pequeño claro, la jungla se espesabade una forma extraordinaria. Los árbolescada vez estaban más juntos, sus copasera más bajas. Los arbustos, que alprincipio no les llegaban a la rodilla, acada paso que daban eran un palmo másaltos. La luz que pasaba entre las hojasera más bien escasa, y se veía atenuadapor la densa capa de vegetación quetenía que cruzar antes de llegar a ellos.

—¿Ya sabes a dónde vamos? —preguntó Lonus tropezando con lo queesperó que fuera la raíz de un árbol.

—Sí… O eso creo —respondió

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entre titubeos Ornesha.Además, los sonidos que los

rodeaban no eran nada alentadores.Ellos eran jedis, no podían temer aninguna criatura que estuviera rodeadapor la Fuerza, sin embargo loschasquidos, silbidos y demás extrañasformas de comunicación animal que seoían, hacían que se les erizase el vellode la espalda.

De repente, Ornesha se detuvoalzando la cabeza a su alrededor, yprovocando que Lonus chocara con ella.

—¿Se puede saber por qué te paras?—preguntó mientras despegaba su pielde la de la twi’lek.

—Parece que hemos llegado —

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contestó ella.—¿Cómo que parece?—El sensor está detectando un

aumento de la Fuerza.—Y eso, ¿qué quiere decir?—¿No lo ves? —insistió ella

enseñándole la pantalla del sensor.Lonus observó el aparato y vio como

el pequeño radar indicaba el centro dela pantalla.

—Vale, vale —respondió él.—Sin embargo, esto parece extraño

—prosiguió Ornesha.—¿El qué?—Si realmente en este lugar, justo

aquí, existe una poderosa fuente deFuerza, ¿cómo es que ninguno de los dos

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sentimos ninguna alteración en laFuerza? —planteó frunciendo el ceño.

Al captar la idea planteada porOrnesha, Lonus empezó a mirar a sualrededor en busca de alguien escondidoen la frondosidad de la jungla, sinembargo, la espesura en seguida erademasiada como para distinguir nada.Ante la imposibilidad de encontrar nadaen aquella jungla, una idea cruzó sumente, llevándolo a mirar hacia sus pies,que se perdían entre un mar de plantasde color verdoso.

—Una pregunta, Ornesha, ¿quéaspecto tiene esa planta…? ¿Cómo sellamaba?

—¿Te refieres a la senflax?

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—Exactamente —respondió él sinapartar la mirada del suelo.

—Hojas anchas, verdes y connervios amarillentos, con el tallo de unamarillo mucho más oscuro.

—¿Algo parecido a las plantas queestamos pisando? —preguntó él sinapenas sorprenderse por la casualidad.

Ornesha bajó la cabeza y, al ver loque tenía entre los pies, abrió los ojosde par.

—¡Mierda! —exclamó.—Ahora, ya sabes por qué el sensor

detecta la Fuerza, pero nosotros nopercibimos nada.

—So-Sobre todo que la savia deestas plantas no te toque la piel.

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—¿Por?—El líquido que destilan estas

plantas provocan fuertes parálisismusculares en la zona de contacto.

—¡¿Y ahora me lo dices?! ¡¿Cuandoya estamos metidos hasta el cuello?! —protestó Lonus.

—Tú, simplemente, anda concuidado.

Lonus sacudió la cabeza como si nose creyera lo que estaba viviendo.

—Un jedi sin Fuerza, ¿dónde sehabrá visto? —refunfuñó el humano.

Haciendo caso omiso a las quejas desu compañero, Ornesha prosiguió con lamisión.

—Vamos a dar una vuelta alrededor

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de este punto, a ver si descubrimos elorigen de la fuente.

Lonus no respondió, seguíaenfurruñado en sus protestas, pero siguióatentamente los pasos de la twi’lek.

Si hasta entonces el paseo había sidolento, ahora que además debían andarcon cuidado, se ralentizó todavía más.Antes de dar el siguiente paso, Orneshacomprobaba donde ponía el pie, paradespués desplazarlo lentamente, parapasar al siguiente. Por su parte, Lonushacía lo propio, pero poniendo granatención en pisar justo dónde la twi’leklo había hecho.

—¿Estaremos mucho más rato así?—preguntó Lonus cuando habían

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recorrido apenas una veintena de metrosen cinco minutos.

—No lo sé, y permanece atento,recuerda que no podemos recurrir a laFuerza —le advirtió ella.

—Ya, ya. En lugar de estarinvestigando a los misteriosos atacantessith, estamos aquí, en la otra punta de laGalaxia paseando al paso del caracol —dijo Lonus cargando cada palabra conun tono extremadamente sarcástico.

—Cállate y vigila —contestó ella.Lonus hizo una mueca antes de

empezar a hablar, pero sus palabrasnunca se oyeron porque un chasquidoindicó que había pisado justo donde nodebía. Instantes después una rama

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horizontal salió lanzada de detrás de unárbol, justo a la altura de sus cabezas.

—¡Cuidado! —exclamó Ornesha.Pero Lonus no tuvo tiempo de

reaccionar, solo pudo levantar las manosintentando recurrir a la Fuerza, pero larama impactó contra su cara, haciéndolecaer de espaldas al suelo.

—Levántate con mucho cuidado —dijo Ornesha doblando las rodillas concuidado, al mismo tiempo que alargabauna mano hacia Lonus para ayudarle.

El jedi empezó a incorporarse,procurando no reventar ninguna de lasplantas que tenían a sus pies. Solo lehubiera faltado que, además de perder laFuerza, se le hubiera paralizado medio

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cuerpo por culpa de aquellas plantas.Cuando casi estuvo de pie, la figura

de un hombre apareció de la nadalanzando un potente puñetazo con lamano izquierda contra la cara de unsorprendido Lonus, haciéndole caer denuevo.

Esta vez Lonus no hizo el intento delevantarse, y Ornesha se puso en guardiaactivando su sable láser.

Frente a ellos, de pie y sin miedo apisar las plantas, había un humano.Observándolo bien, Ornesha pudo verque aquel hombre rondaba el centenarde años, si no más. Era un anciano. Sutez oscura contrastaba con la frondosabarba blanca que decoraba su cara. Su

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cabeza afeitada brillaba bajo unpequeño rayo de luz que pasaba entrelas copas de los árboles, y vestía unatúnica de tonos marrones desgastada porel paso del tiempo, que ocultaba subrazo derecho. Era un jedi.

—¿Se puede saber qué hacéis aquí?—les espetó con una voz grave yautoritaria.

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Cinco

Ornesha miró al hombre desconcertada.—Somos caballeros jedi —empezó

a decir—, estamos investigando unafuente de Fuerza detectada en esteplaneta, cuyo origen es este lugar,maestro. —Ornesha lo dijo probandosuerte, la túnica y el buen estado desalud podía ser que no tuvieran nada quever con que aquel hombre fuera unantiguo caballero jedi.

Sin embargo, la twi’lek vio como laexpresión de severidad del hombre serelajaba y, por un segundo, pareció que

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incluso le agrada la presencia de losjedi.

—Venid, no es seguro estar aquí —contestó recuperando el tono autoritario.

Sin esperar que Lonus y Ornesha losiguieran, el anciano empezó a andar. Apesar de su aparente edad, avanzaba conla espalda muy erguida y sin la ayuda debastón alguno.

Cuando Lonus se hubo levantado, lapareja de jedi emprendió un pesadoavance tras los pasos de aquelenigmático hombre. A medida queavanzaban Lonus empezó a sentir que sucara se entumecía, no sabía si por elgolpe que le había propinado el ancianoo por el contacto con aquellas

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peligrosas plantas.De forma inconsciente se tocó la

nariz y, al mirarse la mano, pudocomprobar que la tenía cubierta desangre.

—¡Olnesa, Olnesa! —exclamó.La twi’lek se giró al oírlo.—Pero, ¿qué te pasa? —preguntó

alarmada al verlo.—No lo sé, no palo de sanglal pol la

naliz…—Y apenas puedes mover los

labios, ¿cierto? —le interrumpió elhombre.

Lonus asintió con la cabeza.—Es el efecto de esas plantas.—¿Cómo la sabe? —preguntó

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Ornesha.—Llevo el guante impregnado con

su extracto.—¡¿Qué?! —exclamó la twi’lek—

¿Cómo puede ir con eso en las manos?—La mano —aclaró—. Yo como iba

a saber quiénes eráis, no sería laprimera vez que un contrabandistaintenta convertirme en esclavo, esto mesirve para protegerme.

—Así que admite que es un jedi —afirmó Ornesha.

El hombre la miró de reojo, no sehabía dado cuenta y él mismo se habíatraicionado.

—Creo que ya vivimos en tiemposen los que aceptar estas cosas ya no son

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delito —respondió de forma enigmática.Y sin añadir nada más, reemprendió

la marcha a través de aquella espesajungla. Por su parte, los dos jedis nopudieron más que seguirlo, mientrasOrnesha procuraba que Lonus notropezara con una raíz o chocara contraun tronco.

—¿Polqué me ha sacudido? —preguntó Lonus cuya voz era cada vezmás nasal y menos vocalizada.

—Déjalo, Naa, procura no hablar —respondió Ornesha dándole unas suavespalmadas en el hombro.

Ninguno de los dos pudo controlarmuy bien cuanto tiempo estuvieronandando, pero, entre el estado de Lonus

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y la densidad de la selva, les parecióque fue durante horas. Sin embargo, elanciano avanzaba como si aquello fueraun paseo por el campo. Lo único que, devez en cuando, Ornesha procuraba mirarera el sensor, que parecía estarseñalando constantemente aquel hombre.

—Hemos llegado —anunció elanciano antes de cruzar un cortina degrandes hojas que había entre dosgruesos árboles.

Cuando los otros dos hicieron lopropio, descubrieron que al otro lado deaquellos árboles había un pequeñoclaro, aunque las ramas más altas de losárboles hacían de techo a varios metrosdel suelo. En el centro de aquel lugar

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había una pequeña cabaña de madera, dela chimenea de la cuál salía una delgadacolumna de humo que se diluía antes desalir entre las hojas.

—Bienvenidos a mi humilde morada—les dijo encaminándose con pasodecidido hacia el interior de la caseta.

Los jedis no supieron que hacer,ambos tenían ciertos recelos a meterseen un sitio tan pequeño, en un lugar en elque no podían utilizar la Fuerza.

—¿Venís o no? —preguntó elhombre sacando la cabeza por unaventana.

Ornesha lo miró insegura.—Si no, ¿cómo quieres que ayude a

tu chico? —preguntó el anciano.

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—Yo no he dicho que fuera…—Tus actos hablan por ti —

respondió antes de espetarle—: Entradde una maldita vez antes de que sedesangre.

La twi’lek no dudó, si aquel hombreera un antiguo maestro jedi debíaofrecerle la misma obediencia que almaestro Skywalker.

El interior de la casita era muyespartana, pero acogedora de ciertomodo. Una pequeña mesa redonda, unpar de sillas, una cama, y un fuego. Elanciano estaba buscando algo en elinterior de un armarito encima de lachimenea.

—En un segundo estoy con vosotros,

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pero hace tanto tiempo que no necesitoel antídoto que no lo encuentro —explicó mientras los otros dos sesentaban.

Mientras el hombre rebuscaba,Ornesha observó con atención todo loque había en aquel lugar. Cada grieta enla pared, cada objeto, por banal quefuera, quedó registrado en su mente,hasta que sus ojos se detuvieron alobservar algo que podía parecerimposible. Aunque, si creía que aquelhombre era un jedi, tampoco era deextrañar que conservara aquello.

En un estante, sobre el sencillocamastro, había un objeto metalizadocubierto de polvo. Ornesha había visto

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los suficientes para saber que aquelloera un sable láser. Ahora solo faltabasaber si era propiedad de aquel ancianoo no.

El anciano se acercó a Lonus y,después de que el desconfiado jediforcejeara un poco con él, empezó aaplicarle un ungüento en la cara.

—Esto es para detener el sangrado yrecuperar la sensibilidad de losmúsculos.

Aprovechando que el hombre estabadistraído con Lonus, Ornesha se levantórápidamente y se acercó a la cama,cogiendo el sable láser. Sin detenerse apensar un solo instante, lo activó.

Como si se hubiera hecho de día en

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el interior de la caseta, un haz de luzpúrpura resplandeció entre las pequeñasparedes de aquella vulgar choza.

El hombre se giró para observarla.Y en su cara mostró una expresión a lavez de alivio y de preocupación.

—Solo he sabido de un jedi queempuñara un sable láser de colorpúrpura —dijo Ornesha mirando consuspicacia y esperanza al hombre que seesforzaba por curar a Lonus solo con sumano izquierda.

El hombre dejó de mirarla yprosiguió con la tarea de curar a Lonus.

—Enséñeme su mano derecha —ordenó Ornesha desactivando la hoja delsable, acercándose de nuevo a la mesa.

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—No hace falta que te enseñe nada,tú ya sabes con quién estás hablando —contestó el hombre, antes de añadirdirigiéndose a Lonus—: Ya está, irásnotando que vas recuperando lasensibilidad en la cara.

—¿Con quién estamos hablando? —preguntó Lonus incorporándose a laconversación.

—¿Nunca estuviste atento a lasclases de historia en el Templo? —dijoOrnesha devolviéndole la pregunta—.Este hombre es el maestro jedi MaceWindu.

—Venga, va —contestó Lonus, pero,inconscientemente, miró al anciano y nopudo dejar de preguntar—: ¿En serio?

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—Puede que no sepa otras cosas, sinembargo, sigo sabiendo perfectamentequien soy. Y tu maestra no se haequivocado al respecto.

Los dos jóvenes jedi no supieronque decir, estaban ante una leyenda de laOrden. Una leyenda que todos creíanque había muerto treinta años atrás, amanos de los sith.

—Sabe que el Imperio ha caído,¿verdad? —preguntó Lonus.

—Porque viva aquí no significa quelo haga aislado del resto de la Galaxia,además la Fuerza tiene caminos infinitospara mostrarle a sus seguidores más delo que sus ojos pueden abarcar —explicó.

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—Así que, usted es la fuente de laFuerza en este planeta, ¿no? —dijoOrnesha un poco insegura.

—Exactamente, vuestros aparatosfuncionan a la perfección.

—Entonces, si la fuente es usted,¿cómo es que la detectamos tan lejos deaquí?

Mace les regaló una amplia sonrisade satisfacción.

—No me lo diga, hemos estadoandando en círculos —afirmó Lonus.

—Así es.El silencio reinó entre ellos durante

unos segundos.—Por cierto, ¿cómo sabe que fue mi

maestra? —preguntó molesto Lonus.

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—Lo fue y lo será siempre. Esarelación, ese vínculo es incorruptible —explicó Mace—. Además, veo que lasnormas de la Orden ahora se aplican deforma más laxa —afirmó mirándoloscon una sonrisa picarona, impropia deun maestro jedi.

Los otros dos lo observaronnerviosos.

—Las leyes jedi han cambiadobastante desde que el maestroSkywalker dirige la Orden.

Al oír ese nombre los ojos de Macese ensombrecieron.

—Espero que ese nombre hayacambiado de significado desde miépoca.

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Ornesha abrió los ojos de par en paral atar cabos. Fue el padre del maestroSkywalker el que traicionó la orden, y elmaestro Windu era consciente de ello.

—Sin duda, padre e hijo no tienennada en común, salvo su estrecharelación con la Fuerza —explicó latwi’lek.

Al oírlo, Mace hizo todo lo posiblepara recuperar su actitud, lograndoparecer alguien alegre.

—Vosotros me conocéis, pero yo notengo el mismo placer —dijo cambiandode tema.

—Soy Ornesha Lera y él es LonusNaa —respondió ella.

—Y ¿qué queréis de mí? A parte de

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«investigar» una fuente de Fuerza.—Tenemos problemas con los sith

—Lonus dejó caer la información de unplumazo.

—¿De nuevo?—Así es, maestro —contestó

Ornesha—. Ayer mismo el Templo fueatacado por un pequeño ejército dehombres armados con sables láser.

—Por tu expresión puedo comprobarque los vencisteis.

—Sí, pero descubrimos algo muyextraño, la cara de los derrotados erablanca, al igual que sus ojos, como si nofueran dueños de sus propios cuerpos.

—¿Te refieres al control mental?Ornesha afirmó con la cabeza.

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—¿Qué puedo hacer para ayudaros?—La Nueva Orden Jedi, desde su

origen, luchó contra sith reconocidos,que se encontraban completamente aldescubierto. En cambio, la Ordenanterior al Imperio lo hizo contra lossith en las sombras…

—Pero fuimos derrotados —leinterrumpió Mace.

—Fueron traicionados —quisoaclarar Ornesha.

Mace mostró una leve sonrisa decomplicidad.

—Es decir, el Consejo Jedi quiereque viaje hasta Coruscant para ayudarosa encontrar a estos supuestos lores dellado oscuro.

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—Exactamente —dijeron Ornesha yLonus al unísono.

—¿La Nueva Orden Jedi necesita laayuda de un anciano? —insistió Macesonriente.

—Pero no de un anciano cualquiera—respondió rápidamente Ornesha conla misma sonrisa.

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Seis

La nave de los jedis surcaba de nuevo elespacio, dejando atrás una estrella trasotra. Lonus estaba sentado en el puestodel piloto, comprobando que todofuncionaba tan perfectamente comoVynks les había asegurado que lo hacía.A su lado estaba Ornesha, pero ella, enlugar de actuar como copiloto, no podíadejar de mirar al maestro Windu por elrabillo del ojo. El maestro estabaacomodado en uno de los asientosposteriores de la nave, observando consu atenta mirada las estrellas que

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pasaban a su alrededor. Cuando lehabían propuesto que se uniera a ellospara regresar a Coruscant, Windu nohabía dudado ni un segundo, estabaávido de regresar al mundo que se habíavisto obligado a dejar más treinta añosantes.

—¿Cómo están los reguladores delmotor de hipervelocidad? —preguntóLonus realizando las tareas habitualesde control durante el viaje.

Pero Ornesha no lo escuchó, sucabeza estaba en otro lugar. No podíadejar de pensar en las cosas quedeseaba preguntarle al maestro, pero unaparte de ella se resistía a comportarsecomo una joven padawan emocionada

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por conocer a uno de los héroes de laorden. Quería preguntárselo, pero nosabía cómo podía reaccionar un hombreque había estado aislado durante tantosaños. Afirmaba que sabía cómo era lagalaxia de aquel momento, pero habíaseguido viviendo en aquella choza enmedio de las junglas de Cadannia. Apesar de la larga lista de objeciones quesu cerebro le estaba dando, al final, yano pudo retenerse más y, sin hacerle elmás mínimo caso a Lonus, se levantóacercándose a Windu deseosa deconocer que había sucedido después deque fuera vencido por Darth Sidious.

—Supongo que querrás saber queme sucedió tras el combate con

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Palpatine —afirmó sin dejar de mirarpor la ventana de la nave cuando ella sesituó a su lado.

—Sí, maestro —contestó Orneshasorprendida por la claridad depensamiento de Windu—. Toda la Ordencree que desapareció después de morir amanos del Emperador.

—Por un instante, cuando estaba allado del gran ventanal del despacho delcanciller, pensé que podía acabar conlos sith yo solo. Pequé de pretencioso.Un hombre no puede acabar con unaorden que se ha mantenido en lassombras durante siglos. Los jediscreíamos que los sith se habíanextinguido siglos atrás. Pero nos

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equivocábamos. —Hizo una pausa,como si reflexionara sobre el error quecometieron los jedi—. CuandoSkywalker nos traicionó y rebanó mimano derecha —dijo levantando elmuñón cubierto por las telas de la túnica—. Caí al abismo de Coruscant. Enparte tuve suerte que Palpatine ySkywalker me creyeran muerto. Sinembargo, fueron muy estúpidos si elhecho de perder una mano y sufrir unapequeña electrocución había acabadocon mi vida. Pero sí que me debilitaron.Ahora apenas recuerdo aquellos minutosen los que caía sin freno desde lasalturas. Lo tengo muy borroso. Debíaestar conmocionado. —Con la mano

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hizo un gesto indicando que habíaperdido la cabeza—. Mi consciencia,después de la derrota, empieza tendidoen el húmedo suelo de los bajos fondosde Coruscant. Estaba malherido, débil,sin posibilidades de unirme a la luchade nuevo, y no tenía a donde ir. Pero notodo estaba perdido. No muy lejos dedonde desperté, en mitad de un charcode vete a saber qué, estaba mi sable,sujetado por mi mano inerte. Comopude, envolví el bulto entre mi túnica ydesaparecí de la ciudad.

—¿Cómo pudo abandonar la capitalcuando todos los soldados estabanbuscando a los jedi? —preguntóOrnesha.

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—Lo hice como pude. Durantevarios días me escondí entre loscallejones, descubriendo un mundo quehabía estado oculto para mí. Apenascomía, y lo poco que podía llevarme ala boca no me ayudaba en mirecuperación. Cuando estuvesuficientemente fuerte, me deshice de mimano y guarde con cuidado el sable paraque fuera difícil que otra personasupiera que lo llevaba encima. Trasmucho esfuerzo, al final conseguí uno delos pasajes más baratos en uno de lostransportes que abandonaban la ciudad.Y, a pesar de los controles, eldemacrado aspecto que había logradodurante aquellos días me hizo invisible a

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los soldados, que no me reconocieron.»Sin saberlo, acabé en un planeta

del Borde Exterior, plagado decontrabandistas, narcotraficantes, ydelincuentes de todo tipo. En estesentido, tenía ventaja, mi aspecto, sibien no permitía conseguir ayuda confacilidad, también impedía que losesclavistas se fijaran en mí. ¿Qué podíansacar de un viejo tullido? Nada.

—Pero usted no era viejo —dijo latwi’lek.

—Sí, pero ellos no lo sabían —respondió Windu sonriendo con astucia—. Lo más importante es que nadiesupiera que era un jedi. Al estar en unplaneta tan alejado del centro de la

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Galaxia, pude pasar desapercibido,pudiendo encontrar refugio entre losempleados de un agradable campesino.Un hombre justo y trabajador. Me ayudóa recuperarme, tanto físicamente comomentalmente. Hasta entonces se puededecir que actué por instinto. Fue allí, enlas granjas de humedad de ese hombre,que comprendí que mi exilio, si bien nomuy honorable, había sido lo mejor quehabía podido hacer. Supe de la Purga yde la masacre que Sidious y Vaderllevaron a cabo entre los nuestros. Quiseactuar, responder. Pero había perdidolas capacidades, hubiera sido más unestorbo que una ventaja para laresistencia.

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La voz de Mace se fue apagandohasta que desapareció, quedándose ensilencio a la vez que bajaba lentamentela cabeza.

—Siento vergüenza por mi cobardía,por haber puesto mi supervivencia porencima de la de la Orden…

—No diga eso, maestro, fue elprimero en enfrentarse a un lord sith.Eso es cualquier cosa menos cobardía—lo interrumpió Ornesha intentandoanimarlo.

La twi’lek no supo qué quiso decirWindu con el gesto que hizo al oíraquellas palabras, sin embargo, elanciano continuó con su narración:

—Tras unos años trabajando como

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granjero. Llegando incluso a olvidarquien era en realidad, la edad y la pocadisciplina empezaron a hacer estragosen mi cuerpo. Así que cogí todo lo quehabía ahorrado, me despedí de aquellugar, y adquirí una nave paraesconderme en algún lugar recóndito dela Galaxia, donde pudiera estar seguro ala vez que recuperaba mis antiguascostumbres jedis, oculto a los ojos delImperio.

»Recordé que había un planeta en elBorde Medio que poseía una extrañaplanta que tenía el poder de incapacitara aquellos que utilizaban la Fuerza. Asíque me escondí en el lugar en el que nose hubiera escondido ningún jedi, allí

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donde sus poderes fueran inútiles. Allídónde me habéis encontrado, enCadannia.

—¿Por qué escogió un lugar taninhóspito? —preguntó Ornesha.

—Para tener una ventaja tácticasobre cualquiera que pudiera atacarme.Además, con el tiempo, supe que lasincapacidades de las senflax se podíansuperar, si sabías que tenías que hacerlo.

—Es decir, ¿qué cuando me sacudióestaba utilizando la Fuerza? —preguntóLonus.

—Cuando te sacudí, lo hice sinutilizar la Fuerza, pero tienes razón alcreer que hubiera podido utilizarla —respondió Windu con satisfacción—. Lo

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siento Lonus, quieras o no, la posteridadsabrá que un anciano te pegó unpuñetazo que te dejó tendido en el suelo—añadió aguantándose una carcajada.

Sin embargo, la que no pudocontenerse fue Ornesha, que,literalmente, se rio en la cara de sucompañero, mientras este regresaba alos mandos de la nave refunfuñando.

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Siete

Pocos minutos después de cruzar laatmósfera de Coruscant, Lonus hizo quela nave descendiera lentamente endirección al Templo. Cuando habíaninformado al maestro Skywalker de suhallazgo, este les había ordenado queregresaran de inmediato para proseguircon la investigación sobre losmisteriosos sith.

A medida que se acercaban alTemplo, Ornesha y Lonus pudieron vercómo, a diferencia de cuando habíanregresado de Tatooine, en esta ocasión

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en la plataforma de aterrizaje les estabaesperando el consejo en pleno rodeadopor un gran número de jedis curiososque querían dar la bienvenida a unmaestro de la talla de Mace Windu.

—Lo que hace llevar un famoso enla nave —dijo en tono sarcástico Lonus.

—No deseo ningún tratamientoespecial —afirmó el anciano con vozpreocupada.

—Lo siento, maestro, eso seráinevitable —respondió Ornesha cuandola nave se posó en la plataforma.

En el exterior ya se podía ver comolos maestros del consejo se acercabanlentamente, encabezados por Skywalker.La serenidad de su mirada contrastaba

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con el orgullo y la satisfacción que sepodía observar en la de los demás.

—Detrás de usted, maestro —dijoOrnesha mientras la rampa de la navedescendía.

A pesar de su negativa a ser recibidocon todos los honores, Mace Windu bajóde la nave con extrema dignidad, comosi lo hubiera hecho toda la vida. Encuanto pisó el suelo del exterior delTemplo, los demás maestros lo rodearony le estrecharon la mano con firmeza, alo que él solo podía responder una yotra vez:

—Que la Fuerza te acompañe.Después de que Pinfeas y Alziferis

hicieran lo mismo, el único que quedaba

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para estrechar la mano era el Skywalker.Ambos hombres se miraron, losseparaban cinco décadas, y el últimorecuerdo que tenía Windu de unSkywalker era el muñón que llevabaoculto bajo la túnica.

—Maestro —dijo Skywalkeralargando la mano izquierda para queMace le correspondiera.

El anciano jedi lo observó duranteunos segundos, comprobando que, apesar de que aquel hombre tenía elpoder de su padre, en sus ojos sereflejaba la bondad de su madre.

—Luke —respondió al fin Windudevolviendo el saludo, obviando porcompleto el tratamiento y su apellido.

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—Si me permite, le enseñaré elTemplo —dijo Skywalker habiendosuperado aquel tenso momento.

Dicho esto, el grupo, encabezadopor Skywalker y Windu, se encaminóhacia la entrada del Templo, dejandoolvidados tras ellos a Ornesha y Lonus.

—O sea, sudamos la gota gorda paratraer de nuevo a una leyenda del Orden,y ni tan solo un «gracias» o un «buentrabajo» —protestó Lonus.

—Estas protestas no son propias deun jedi —le advirtió Ornesha.

—Lo sé, pero la descortesíatampoco —respondió Lonus lanzandouna mirada de reproche al grupo que sealejaba lentamente de ellos.

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—Vamos, no te preocupes más yahora te lo recompenso —le dijoOrnesha con una mirada lasciva.

Lonus se olvidó rápidamente de todoy de todos, y solo pudo pensar en elcuerpo bien torneado y rosado de latwi’lek.

A pesar de los años que habían pasadodesde que pisara por última vez aquellugar, la reconstrucción prácticamenteexacta que la Nueva Orden Jedi habíahecho del Templo era, para MaceWindu, como si nunca hubieran pasadoaquellos veinte años de reinado sith.

Varios maestros le estaban

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explicando con emoción las novedades ylas mejoras que se habían hecho tanto enel Templo como en la orden, esperandoque fueran de su agrado. A lo que Macesolo podía responder:

—No soy quién para valorar nada detodo esto, no soy más que un anciano.

Una respuesta que provocaba quetodos ellos volcaran cumplidos de todotipo hacia él. Apenas tenía unos años yla Orden volvía a estar llena defavoritismos, elitismo e hipocresía. SiOrnesha y Lonus le habían causada unagrata impresión, ya que, a pesar de estarguiados por impulsos y pasiones, teníanlas ideas muy claras. Puede quechocaran en las costumbres, pero se

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podía comprobar que era de lo quepodía estar orgullosa la Nueva Orden,jóvenes jedis, inteligentes y astutos,listos para mantener la paz en laGalaxia. No como aquella tropa delameculos pretenciosos que se hacíanllamar «maestros». Bueno, todos no.

Tal vez el que más habría tenido quehablar, aquel que realmente había traídoel equilibrio a la Fuerza, permanecíacallado, observando como todos losdemás parloteaban sin cesar. Esehombre no se parecía en nada al otroSkywalker que Windu había conocido.Dejando aparte la traición, el padre eraimpetuoso y temerario, el hijo parecíasereno, reflexivo y, sobre todo, más

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sabio.—¿También habéis reconstruido la

sala del consejo? —preguntó Winducuando ya se estaba hartando de lasmejores tecnológicas del Templo.

—Por supuesto, maestro. Por aquí.—Le indicó Alziferis con pompa ycircunstancia, como si en lugar de unjedi estuviera guiando a un rey.

El grupo, que fue menguando hastaque solo lo formaban los maestros delconsejo, se dirigió al ascensor quellevaba hasta lo alto de la torre en la quese encontraba la sala del consejo.

Cuando el grupo llegó a la partesuperior, Alziferis se puso de nuevo allado de Windu para seguir con su

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discurso pretencioso.—Al reconstruir esta parte del

Templo, nos guiamos por los archivosque se conservaron de los últimos añosantes del Imperio. Como podrá ver…

Windu lo apartó con el brazoamputado, dirigiéndose con pasodecidido hacia aquellas puertas quetantas veces había cruzado. Parecían lasmismas de antaño, sabía que no lo eran,pero la sensación de haber viajado en eltiempo era gratificante. Al cruzarlas, laluz del mediodía de Coruscant iluminabala sala a través de los ampliosventanales. Situadas en círculo había lasbutacas en las que el consejo se sentaba.Sin embargo no eran las mismas, o no lo

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eran todas. La butaca especial paraYoda había desaparecido, en su lugarhabía otra con una forma distinta, másadecuada para un figura mayor. Sinembargo, había una que eraprácticamente igual que en sus tiempos.Estaba diseñada para humanos y seguíaestando donde la había dejado él laúltima vez que había salido de aquellasala. Sin pensárselo dos veces, Winduse dirigió hacia aquella butaca, tanparecida a la que tuvo una vez, y sesentó en ella.

—Disculpe, maestro, estas sillasestán reservadas a los miembros delconsejo —advirtió Alziferis poniéndosenervioso.

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—Bueno, la última vez que salí deesta sala yo era el líder del consejo —afirmó sin titubear Windu—. Supongoque puedo ocupar un asiento por meracortesía.

—Pero… —Alziferis empezó adecir algo, pero el gesto de Skywalkerlo hizo callar.

—Ya que estamos aquí, tenemostemas de los que hablar. Alziferis, porfavor, puedes tomar otro asiento. Meparece que en la sala de al lado haysillas plegables —dijo Skywalker.

Windu sonrió al escuchar aquellaorden. No se había sentado en aquelasiento por fastidiar a Alziferis, pero lecomplacía haberlo hecho.

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Poco a poco, los demás maestrosfueron ocupando sendas butacas, salvoAlziferis, que quiso mantener su orgullointacto permaneciendo de pie al lado dela puerta.

Al mirar a su alrededor, Windu nopudo evitar sentir nostalgia de otrostiempos. Tal vez no mejores, pero si lossuyos. No podía dejar de echar demenos las sabias palabras de Yoda, lossarcasmos de Obi-Wan Kenobi o lasbrillantes ideas de Ki-Adi-Mundi.Todos habían desaparecido, solo élpermanecía allí, como prueba vivientede que, antes del Imperio, también habíaexistido la luz.

—Maestro, lo hemos enviado buscar

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porqué necesitamos su ayuda —dijo sinmás Pinfeas.

—No —respondió Windu sinpreocuparse.

—¿No nos ayudará, maestro? —preguntó Alziferis dando un pasoadelante.

—No, no. No me habéis ido abuscar, Ornesha y Lonus me hanencontrado por pura casualidad. Enlugar de mí, hubieran podido encontrar aun sith o uno de esos misterioso lugaresen los que Fuerza lo envuelve todo —explicó, para después añadir—. Pero yaque estoy aquí, os ayudaré.

Los demás suspiraron aliviados.Pinfeas prosiguió con la narración

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de los hechos. El misterio de Tatooine,los invasores del Templo, lasinfructuosas búsquedas en los planetasmás cercanos.

—Aquellos sith desaparecieron sinmás. En cuanto abandonaron el Templo,se perdió cualquier rastro de ellos —concluyó el maestro de ojos azules.

—Esperamos que su experiencia conlos sith ocultos nos ayude a combatirlos—concluyó otro maestro.

Windu se echó hacia delante,apoyando los codos sobre las rodillas,reflexionando sobre lo que le acaban decontar.

Los demás lo observaron, esperabanque cuando menos se lo esperaran, el

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gran maestro de la Antigua Orden, lesbrindara un discurso repleto desabiduría y consejos, que les guiará porel camino a seguir. Sin embargo, Winduse mesó la barba y solo hizo unapregunta:

—¿Cómo llegaron tan rápido alTemplo esos atacantes?

Los demás se miraron sorprendidos,no comprendían la pregunta. Sí que laentendían, pero no sabía a dónde queríallegar el anciano con ella.

—Muy sencillo —se respondió elmismo Windu.

—¿A sí? —preguntó Alziferisimpacientándose y pensando que Winduhabía perdido las facultades por estar

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tantos años exiliado.—Sí, solo hay una explicación

lógica para vuestro problema.—¿Cuál, maestro? —preguntó

Pinfeas.—Llegaron tan rápido, apareciendo

de la nada, y se fueron del mismo modoporque se esconden aquí, en Coruscant.

—Si estuvieran en Coruscant, lohabríamos encontrado de inmediato —contestó ofendido Alziferis.

—¿Seguro? —preguntó levantandolas cejas Windu—. ¿A alguno devosotros se le ha ocurrido inspeccionartodo el planeta?

—No, pero…—¿Los bajos fondos? ¿La zona

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industrial? —insistió Winduinterrumpiendo a Alziferis.

Los demás se quedaron de piedra alcomprender lo que el anciano maestroles estaba haciendo ver.

—Pero si nos presentamos comojedis en esos lugares volverán aocultarse, desaparecerán en cuantosepan que los buscamos —protestóPinfeas.

—Por eso necesitáis a alguien queconozca los bajos fondos de esta ciudad.

—¿A quién?—Solo hay un jedi que proceda de

ese lugar…—¡Lonus Naa! —exclamaron varios

miembros del consejo a la unísono.

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Al oírlo, Alziferis salió de la sala yse dirigió a uno de los guardias.

—Localiza a Lonus Naa y dile quevenga de inmediato, el consejo lo espera—ordenó.

De nuevo en la sala, Windu no pudoevitar preguntar en voz alta:

—¿Para esto me habéis traído?¿Para hacer esta simple relación deideas? —y añadió recostándose en labutaca—: Menuda Nueva Orden Jedi,alguno más como yo os haría falta parameteros en vereda.

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Ocho

La bruma y los vapores calientes quedesprendían las ventilaciones y lasalcantarillas de los bajos fondos deCoruscant, eran lo suficientementeespesos para que los políticos yadinerados que vivían en las alturas nose percataran de los centenares, por nodecir millones, de crímenes que secometían en aquellos callejones decemento y acero. Drogas, prostitución,asesinatos, eran algunos de los platosque se le podían servir al quedesconociera aquel lugar. Por suerte,

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Lonus no era uno de ellos.Los dos jedis paseaban entre la

multitud que se agolpaba en aquellascalles llenas de actividades de todotipo. Ambos habían dejado las túnicasde jedi en el Templo, y se habíaataviado de un modo acorde para laocasión.

Lonus vestía unos pantalones demilitar, botas altas, una andrajosacamisa blanca y chaqueta de cuero.Daba la impresión de ser un hombre derecursos. Un punto medio entre uncontrabandista y un ladrón. Además seencontraba en su salsa. No es que echarade menos aquel lugar, pero durante casiquince años había recorrido aquellas

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calles siendo uno más de los ladronesque se beneficiaba de los inocentes quebajaba allí.

Mientras Lonus caminaba seguro desí mismo y del personaje queinterpretaba, Ornesha no hacía más querefunfuñar:

—¿Por qué tengo que ir así vestida?—preguntó al oído de su compañeromientras señalaba con desagrado lasprendas que cubrían su cuerpo.

—Yo creo que te sientan bien —respondió él con sorna.

La twi’lek le regaló una mirada deodio, un «te vas a enterar», por lo queLonus no pudo dejar de excusarse:

—Lo siento, Ornesha. En estos sitios

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lo más normal para una twi’lek es irvestida de este modo. La mayoría de tuespecie que se encuentran aquí sonesclavas, sirvientas o prostitutas.

—Pero yo no.—Por supuesto que no, pero si

hubieras venido vestida como yohubieras destacado demasiado.

—¿Y crees que vestida así nodestaco?

—Sí, pero no sorprendes, y muchomenos llevas a hacer preguntas que esténfuera de lugar.

Ornesha no quiso insistir más, Lonusse sentía orgulloso de que le hubierandado aquella investigación, era laprimera misión que llevaba por su

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cuenta en lugar de ser un mero segundónde la twi’lek. Sin embargo, ella seguíapensando que el hecho de haberlavestida de aquel modo, tenía que ver conalguna extraña fantasía erótica de Lonus.

Parecía que fuera desnuda. Sucabeza, habitualmente libre deengorrosos tocados, estaba cubierta porun casquete de cuero con unas tiras decuero trenzadas alrededor de sus colascraneales. Y por el contrario, su cuerpode color rosa chillón, que normalmentecubría con una túnica de jedi, ahoraestaba prácticamente al descubierto. Laparte superior de su cuerpo estabacubierta por dos simples tiras de cuerosque iban de los hombros hasta la cintura,

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cubriendo, con suerte, sus generosospechos. De cintura para abajo, las tirasseguían, uniéndose en el centro de sucuerpo, dejando ver sus torneadascaderas. Por suerte, pensaba Orneshacon ironía, el pudor aparecía a partir delas rodillas, ya que sus pies y la partebaja de las piernas estaba protegida porunas botas de cuero a conjunto con lastiras y las diminutas braguitas quecubrían sus vergüenzas más íntimas.

—Sigo pensando que esto tiene quever con tu mente calenturienta —afirmóla twi’lek tras volverse a mirar.

Lonus sonrió con malicia.—Tú no te rías —le espetó—.

Apenas puedo moverme sin dejar al aire

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uno de mis pechos. ¿Y si tenemos queluchar?

—Tendrás que pedirme primero tusable —contestó Lonus.

—Sí, claro, por qué no tengobolsillos —protestó ella.

Lonus se puso el dedo índice frente asu boca, pidiéndole silencio.

—Empezamos a atraer demasiadasmiradas —susurró Lonus.

—¿Y qué debemos hacer?—Disimular —respondió Lonus a la

vez que le soltaba una palmada en elculo de Ornesha, para añadir casigritando—: Pórtate bien, twi’lek, otendré que volver a atarte.

Ornesha lo contempló con odio una

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vez más, pero sabía que como alguiensupiera que eran jedis, sería difícil salirde ese lugar con vida. Así que, sinpensárselo demasiado, pegó su cuerpoal de Lonus como si suplicara con suscurvas que no volviera a atarla.

—Ha colado —susurró Lonus—.Acelera.

Ambos anduvieron más deprisa ygiraron por una calle.

—Vale, pero la próxima vez serás túel que se vista como un esclavo sexual—le advirtió Ornesha clavándole undedo en el pecho, mientras Lonus nopodía dejar de reír.

Tras un largo paseo, en el quecallejearon sin parar, no encontraron

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ninguna pista que los pudiera llevarhasta los misteriosos sith enmascarados,así que optaron por hacer unainvestigación más directa entrando entodos locales que encontraban, aunquecon ello empezaran a levantar sospechasa su alrededor.

—Ahora, cuando entremos, síguemela corriente —ordenó Lonus deteniendoa Ornesha antes de entrar en el primerlocal.

—¿En qué sentido?—Pues… —Lonus dudó en contarle

la idea que tenía en mente desde quehabían decidido empezar a preguntar.

—O me dices qué pretendes quehaga, o regreso al Templo.

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Lonus la miró titubeante, sabía quecon lo que le iba a decir se jugaba elfísico.

—Bueno… He pensado que…Bueno, algunos de los hombres queinterroguemos hablaran antes si estándistraídos… Ya sabes.

—¿El qué debo saber? —Orneshaempezaba a enfadarse.

Lonus no respondió, solo bajó lamirada hasta dejarla a la altura delpecho de Ornesha.

—¿Se puede saber qué miras…? —preguntó ella dirigiendo los ojos a suspechos.

Al comprenderlo, Ornesha levantó lacabeza enrojecida de furia.

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—¿No pretenderás que…?—Solo muestra tus encantos para

que los interrogados estén máspendientes de ti que de lo que yo lepregunte.

Ornesha no se atrevió a responder,porque sabía que si lo hacía acabaríacortando algún miembro de Lonus, y nopensaba precisamente en las manos.

Segundos después de que ellacruzara la puerta, un centenar de miradasse pegaron a su cuerpo. Hombres ymujeres de una decena de especies laobservaban con ojos lascivos.

Lonus en seguida apareció y se pusoa su lado, no por protegerla, sino paraque los demás supieran que aquella

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chica alienígena no viajaba sola, ya quepara protegerse, incluso sin sable,Ornesha se valía sola.

La pareja se acercó a la barra,dónde Lonus llamó la atención delbarman, sin embargo este no le prestodemasiada atención.

—Hola —dijo Lonus abalanzándosesobre la barra—. ¿Con quién tengo quehablar para conseguir algo deinformación?

Al oír aquella pregunta, el hombrese dirigió en seguida hacia ellos.

—Depende —respondió.—Depende, ¿de qué? —preguntó

Lonus.—De lo grande que tengas el

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bolsillo…El hombre quería negociar, pero

cuando Ornesha también se abalanzósobre la barra para escuchar laconversación, dejando entrever esas dosgrandes virtudes, el hombre ya no supoque era lo que quería a cambio de lainformación.

Lonus sonrió, su plan habíafuncionado.

—¿Se ha visto alguien sospechosoúltimamente por aquí?

—Todos somos sospechosos,incluso vosotros dos —respondió sinapenas mirar a Lonus.

—Quiero decir, si se ha visto aalguien blandiendo armas de color rojo.

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—¿Rojo?—Sí, sables de luz rojos.Al oír aquello, el hombre dejó de

prestar atención a Ornesha y se encaróde nuevo con Lonus.

—¿Qué tienes miedo a que los sithregresen? —le preguntó, y añadióvolviendo a mirar a Ornesha—. Vayatipo más valiente te has buscado, ¿eh,preciosa?

—Dímelo a mí —respondió ellasonriendo.

—Pero, ¿has visto a alguien con esasarmas o no?

—Los jedis se los cargaron a todos,¿cómo va a quedar alguno?

Lonus permaneció en silencio, lo

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que el hombre comprendió como queestaba esperando una respuesta másclara.

—No, ¿vale? No he visto a nadieasí. ¡Vaya tío más obsesionado! —exclamó al final, mientras intentaba ligarcon Ornesha, que parecía reírle todaslas gracias.

—Tu información nos ha sido muyútil —dijo Lonus dejando un par decréditos sobre la barra, para despuésdirigirse a la twi’lek—: ¿Nos vamos,cariño?

—¡Oh, sí, claro! —respondió ellafingiendo falsa alegría—. Adiós,simpático —dijo despidiéndose delbarman.

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Cuando ya casi estaban en la salida,Ornesha volvió a recuperar su tonohabitual de voz:

—Un segundo más y le parto la caraa ese baboso —espetó la twi’lek.

—Esa es mi chica —contestó Lonussonriendo cogiéndola por el hombro.

A lo que ella solo pudo hacer unlargo suspiro antes de decir en tonodesconsolado:

—Y solo ha sido el primer bar.Sin embargo, en todos los bares,

clubes, tabernas y antros de todo tipo enlos que entraron, la respuesta fue muysimilar a la que había dado aquelbarman lascivo.

—¿Un sith? ¿Estás loco, chaval? —

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decía uno.—¿Sables rojos? Hace diez años

que no se ven por ningún sitio de laGalaxia —decía otro.

—Eso pregúntaselo a los jedis. Serumorea que alguien con esa descripciónlos atacó hace poco —explicaba untercero.

Tras tener tan poco éxito con suspesquisas, Lonus condujo a Orneshahasta un callejón solitario, para poderhablar sin que un centenar de oídos losescucharan. El espacio entre losedificios era amplio, pero el final de lacalle estaba bloqueada por una reja,pero la niebla de vapor que flotaba a sualrededor lo empequeñecía.

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—Y ahora, ¿qué? No damos pie conbola —protestó.

—Deberíamos regresar al Templo einformar al consejo, puede que ellostengan una visión de conjunto.

Lonus levantó una ceja consuspicacia.

—Vale, seguramente tendrán menosideas que nosotros, pero es lo quedebemos hacer —admitió Ornesha.

Antes de que Lonus tuviera tiempode seguir protestando, un inconfundiblesonido llamó la atención de ambos.Entre el vapor, que dejaba de alzarse,tres haces de luz roja acompañaron alsingular sonido que hacía un sable láseral activarse.

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Con una rapidez y una habilidadpasmosas, Lonus también activó su sabley le pasó a Ornesha el suyo para quehiciera lo propio.

—Venga, muchachos, acercaos —dijo Lonus poniéndose en posición deataque—. He acabado con tantos devosotros que he perdido la cuenta.

De entre la bruma salieron dos sithenmascarados, el primero blandía unúnico sable, pero el segundo llevaba unoen cada mano, y por la posición deataque parecía más experto.

—¿A qué esperan para atacar? —sepreguntó Lonus en voz alta.

Pero, justo cuando Ornesha estabaencogiéndose de hombros, los dos

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enmascarados empezaron a hablar conuna misteriosa y enigmática voz grave,cavernosa, que resonaba más de lo quelo hubiera hecho una voz normal:

—He sabido que preguntáis por mí—dijeron al unísono.

Lonus y Ornesha se miraron, y sinsaber que decir, corrieron hacia susenemigos, sabiendo que aquel era elúnico modo de detenerlos.

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Nueve

A pesar de que los dos jedi seprecipitaron hacia los sith, estos apenasse inmutaron. El único movimiento fuepor parte del que blandía un sable, quese hizo a un lado para que el otropudiera enfrentarse. En un primermomento, Lonus intentó bloquearlo paraque Ornesha pudiera enfrentarse al quese había detenido, sin embargo el sith delos dos sables los detuvo a ambos.

Los dos jedis no dejaban de realizarestocadas y profundos cortes, pero elsith lograba esquivarlos o detenerlos,

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mientras el otro observaba tras sumáscara. Aquel hombre, si es quetodavía lo era, se movía de tal manera ytan rápido que impedía que ni Ornesha oLonus pudiera avanzarse para herirle,los tenía controlados y, literalmente,contra las cuerdas.

Ante la impotencia, y con laesperanza de ganar espacio, Ornesha loempujó con la Fuerza, dando el margensuficiente a Lonus para que este soltaraun movimiento circular directo con lacara de su enemigo.

Al verlo, el otro sith se irguiósorprendido, sin embargo el corte habíasido superficial. Lentamente, el sith delos dos sables levantó la cabeza,

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mientras la máscara se desprendía deella, dejando a la visa la misma pielblanquecina y los mismos ojos depupilas blancas que habían visto díasatrás. Pero en esta ocasión un cortelimpio y candente cruzaba su cara.

Los dos jedis respirabanprofundamente, el esfuerzo físico queestaban realizando estaba superando suentrenamiento. Durante un segundoninguno de los cuatro se movió. El sithal que habían arrancado la máscara lesregaló una horrible sonrisa, y antes deque ninguno de los dos pudierareaccionar, volvió al ataque, impidiendoque ni Ornesha ni Lonus pudiera hacernada más que bloquear sus poderosos

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golpes.A cada estocada que el sith daba, la

sonrisa aumentaba de tamaño y suexpresión de locura se acrecentaba porsegundos. Parecía que sus horribles ojosblancos no los estuvieran mirando, comosi fuera más allá de sus cuerpos. Suboca, que mostraba una dentadura cuyasencías eran también de un blancolechoso, no dejaba de soltarespumarajos sobre ellos.

—¡Joder, qué asco! —exclamóOrnesha al sentir la salvia caliente sobresu piel.

Pero Lonus no respondió, a pesar deestar concentrado en bloquear los golpesde sable de su rival, claramente estaba

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pensando en otra cosa. Ornesha loobservó como pudo. Lonus era unapersona tranquila y amable, pero cuandose enfadaba era como un torbellino deviolencia.

Inesperadamente, Lonus recibió unaestocada en la cadera, obligándole aarrodillarse. El sith mostró una sonrisatriunfal, de una patada lanzó a Orneshahacia una de las paredes del callejón,mientras gozaba de la proximidad de lamuerte del otro jedi.

—Los jedis no son rivales para mí—dijo aquel hombre con la extraña vozcon la que antes había hablado.

Desde dónde había ido a parar,Ornesha solo veía como los hombros de

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Lonus iban de arriba abajo, impulsadospor sus rápidas respiraciones.

El sith se paseaba de un lado a otrofrente a Lonus, como si esperara quealguien le ordenara que acabara con suvida.

«No puede ser, no puede ser queesto termine así», pensó preocupadasintiendo como las lágrimas empezaba adescolgarse de sus ojos.

El sith se detuvo frente a Lonus,desactivó uno de los sables y alzó elotro a punto de asestar el golpe final.

—Eso era lo que estaba esperando—dijo Lonus alzando la cabeza para vercomo el sith mostraba una expresión deextrañeza en su lechoso rostro.

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Un instante después, la hoja delsable láser de Lonus había cortada laspiernas al sith a la altura de las rodillasy, después de que el cuerpo de su rivalcayera, le cortó el cuello haciendo saltarla cabeza a unos metros de él.

—El único que la babea soy, pedazode capullo —le espetó Lonus.

A Ornesha no le gustó esechascarrillo final, pero se alegraba deque su compañero estuviera vivo y quepudiera levantarse.

—Y tú, ¿qué coño miras? —lepreguntó al otro sith que permanecía depie ocultando su rostro tras la máscara.

A pesar de que Ornesha esperabaque ese misterioso sith se enfrentara a

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Lonus, desactivó su sable y, utilizando laFuerza, empezó a saltar paradesaparecer entre los edificios.

—¡Eh! Qué no he acabado contigo,cobarde —le espetó Lonus al verlo huir.

Al ver aquello, Ornesha se levantórápidamente y se acercó al humano.

—¡Rápido! ¡Tras él!—Por si no lo has visto apenas

puedo andar —protestó Lonus.—Iré yo, regresa al Templo y

avísales, volveré cuando sepa dónde seesconden —respondió la twi’lek confirmeza antes de empezar a correr.

Lonus se quitó la chaquetarápidamente y se la lanzó.

—Ponte esto, y lucha con un poco de

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dignidad sin que se te vea nada —contestó el otro.

—Muy gracioso, Lonus —dijo ellaantes de desaparecer por el mismo sitiopor el que lo había hecho el sithenmascarado.

—Ten cuidado, por favor —respondió Lonus en un susurrofrunciendo el ceño de preocupación.

Lonus cruzó las puertas del Templocuando la luz del día estabadesapareciendo tras el horizonte. Habíahecho lo imposible para llegar cuantoantes y avisar al consejo.

—¡Maldita sea! La próxima vez

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solicitaré un bastón láser —protestó.—Lo siento, señor, el Templo está

cerrado… —dijo uno de los guardias.—Soy Lonus Naa, merluzo, corre a

avisar al consejo de que nuestrasinvestigaciones han dado sus frutos —leespetó mientras la herida que el sith lehabía hecho en la pierna lo torturaba—.Me encontrarán en la enfermería.

Minutos después, mientras una de lasdoctoras vendaba la herida de Lonus,los maestros Pinfeas, Alziferis ySkywalker llegaron a la enfermería.

—Ha tenido suerte de que la heridasea superficial y de láser, ha cauterizadolimpiamente y se puede decir que estácerrada, sin embargo ha afectado a los

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músculos de la zona —explicó ladoctora, antes de añadir—: Necesitaráuna intervención y un período de reposo.

—¿Reposo? No puedo reposar, ymenos con Ornesha sola persiguiendo auno de esos pirados de los sables rojos—respondió enfadado Lonus.

—Tranquilo, Naa, ¿qué ha sucedido?—intervino Skywalker indicándole a ladoctora que dejara las curas para mástarde.

Lonus se controló como pudo parano levantarse y salir corriendo en ayudade Ornesha. Era consciente de que pormuchas ganas que tuviera no sabíadónde se encontraba en aquel momento.

El jedi estaba recostado en la

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camilla, con Skywalker a la derecha ylos otros dos maestros a la izquierda.Sin dejar de estar nervioso, les contótodo cuanto había sucedido desde quehabían abandonado el Templo con lamisión de descubrir el escondite de lossith.

A pesar de que el relato fue conciso,fue largo. Sin embargo, a pesar deltiempo transcurrido desde que habíavisto como Ornesha había desaparecidoentre los vapores de la ciudad, esta nohabía dado señales de vida.

—Debemos ir a por ella, maestro —dijo Lonus.

—Entiendo tu preocupación, Naa,pero no podemos emprender una

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búsqueda sin saber dónde se encuentra.Con el peligro añadido decomprometerla si se ha escondido —explicó Pinfeas.

—Desafortunadamente, lo único quepodemos hacer es esperar a que regreseal Templo —dijo Skywalker.

—¿Y si no regresa? —preguntóLonus preocupado.

—Tranquilo, regresará. Conocemosbien a Ornesha para saber queconseguirá volver sana y salva —respondió el maestro Skywalker—.Ahora, descansa, lo necesitas.

Dicho esto, los tres maestrosabandonaron la enfermería, dejando aLonus sumido en la oscuridad del

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Templo, temiéndose lo peor.

Tras dejar atrás a Lonus, Orneshaemprendió la carrera tras el sith huidizo.En un primer momento, cuando habíasubido a los tejados de los edificios másbajos de Coruscant, creyó haberloperdido. Sin embargo, tras inspeccionara su alrededor, vio como una oscurafigura saltaba de un lado a otro entrechimeneas metálicas y columnas devapor que subían hacia el cielo nocturnodel planeta.

Poco a poco, Ornesha pudo recortardistancias con su presa, pero intentómantenerse oculta a sus sentidos, para

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evitar un nuevo enfrentamiento que leimpidiera descubrir hacia donde sedirigía.

Los bajos fondos quedaron atrás, yel sith y la jedi fueron adentrándosecada vez más en la zona industrial delplaneta. Atrás quedaron las callescubiertas de vapor y de bruma, condelincuentes en cada esquina, frente aellos se alzaban grandes edificios ynaves industriales de color negro opaco.Una luz rojiza, procedente de los hornosque estaban siempre en funcionamiento,iluminaba todo a su alrededor, dejandover el polvo metálico que había sobretodas las paredes y suelos de la zona.De lejos se podía oír el retumbar de la

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maquinaria pesada cuya actividad nocesaba nunca.

Ornesha era consciente de que aquellugar existía, sin embargo su aspecto eradesalentador. Apenas se veía el cielo, uncalor incómodamente artificial la hacíasudar a mares, mientras un olor acre loenvolvía todo. El que no parecíaafectado era el sith que no dejaba desaltar de un lugar a otro.

De repente, el sith se detuvo, miró aambos lados como si comprobara quenadie lo siguiera, y cruzó la claraboyade una de aquellas horrendas navesindustriales, desapareciendo en suinterior.

La twi’lek se acercó al lugar con

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pasos precavidos, no quería seratrapada. No se oía nada, no se veíanada, solo podía sentir unas potentesalteraciones en la Fuerza. Tras variosminutos avanzando con cautela, pudomirar a través de la claraboya por la quese había escurrido el sith.

—¡Mierda! —exclamó entresusurros al ver que aquella entrada dabaa una escalera que descendía en laoscuridad.

Por un segundo dudó, no sabía siproseguir con la persecución o volver alTemplo a informar. Pero la intuición lallevó a meterse por aquel sitio yempezar a bajar.

Aquellas escaleras estaban sumidas

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en las tinieblas. Pero no se veía ningunapuerta o acceso a la nave. Elnerviosismo la recorría de arriba abajo,mientras unas gotas de sudor fríodescendían por el lateral de su frente.

Tras un lento avance, pudo ver que,varios tramos de escalera por debajo deella, se podía ver una fuente de luz, y,justo en ese instante, la sombra del sithque había perseguido la cruzó. Aceleróel paso sabiendo que aquel lugar teníauna salida.

Minutos después, Ornesha cruzó lapuerta yendo a parar al interior de unagran nave industrial completamentevacía. No había las habituales máquinasy obreros. En su lugar, había cientos de

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aquellos sith, de pie y sin moverse,como si fueran robots inactivos. En lapared del fondo se veía a hombres ymujeres encadenados a la pared.Ornesha los observó, parecíaninconscientes, y lo comprendió. Eranindividuos listos para unirse al ejércitode acólitos sith.

Pero lo que le llamó la atención fuelo que vio al otro lado de la nave.Encima de un entarimado, paseando deun lado a otro, levantando los brazos ymientras los sith se movían a su son,como si estuviera dirigiendo aquelpeculiar ejército, había una figura ocultabajo un manto de telas negras. Ni tansolo el espacio vacío de la capucha

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permitía ver quién o qué se escondíadebajo.

La jedi se ocultó tras una de lasanchas columnas que sostenían el techoacristalado de la nave, y examinó conatención a aquella figura. No parecíaque empuñara sable alguno, sinembargo, el hecho de estar dandoórdenes a los demás, la llevó a concluirque se trataba de un nuevo maestro dellado oscuro. Pero, lo que la corroía pordentro, fue que no podía identificarquién era.

La figura se giró y, por un segundo,la mirada de Ornesha se cruzó con lasuya, como si observara donde estabaoculta la twi’lek. El corazón latió con

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fuerza en el pecho de la jedi, ya que,durante aquel instante, había podido vercomo dos puntos rojos refulgían en elinterior de la capucha. Aquellos ojosque brillaban con la misma luz que lossables de sus siervos, eran los de unmaestro sith.

Ornesha supo que ya se habíaarriesgado suficiente, así que giró sobreella misma para volver a subir aquellaoscuras escaleras, pero la voz cavernosaque había oído junto a Lonus en elcallejón volvió a oírse, pero esta vezamplificada por un centenar:

—Detente, jedi —ordenó.Ornesha miró hacia el interior de la

nave industrial, todos los acólitos la

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miraban a través de sus máscaras.Parecía que todos aquellos sithhablaban al unísono con la misma voz,una que no era la suya. Pero la twi’lekcomprobó algo, no todos la observaban,la figura encapuchada de la tarimamiraba hacia otro lado, ajena a todo loque podía suceder a su alrededor.

Al verse amenazada, Ornesha selevantó para salir rápidamente de eselugar, pero, cuando todavía no habíatenido tiempo de acabar de ponerse enpie, aquellos sith empezaron a rodearla,impidiéndole que saliera de aquel lugar.

—Deberías haberlo pensado antesde meterte en la boca del… Rancor —dijo de nuevo aquella voz soltando una

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malvada carcajada a través de loscuerpos de aquellos sith, riéndose de supropia gracia.

Los acólitos la agarraron confirmeza de los brazos, impidiendo quepudiera escaparse, arrastrándola haciala tarima, dónde la figura encapuchabala esperaba observándola con aquellosluminosos y penetrantes ojos.

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Diez

Los acólitos sith la arrojaron a los piesde la figura encapuchada. Ornesha nopudo evitar golpear dolorosamente consus rodillas contra el suelo. Elmisterioso maestro sith se acercó a ella,y la twi’lek pudo sentir que desprendíaun extraño calor, como si en su interiortuviera todos los altos hornos de la zonaindustrial de Coruscant. Eradesagradable y aterrador, y más cuandoel sith cogió su sable y con una manooculta bajo un guante, lo partió por lamitad fundiéndolo.

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—Fuiste tú el que nos enviasteaquella prueba falsa de Tatooine —dijoOrnesha intentando entrever quién seocultaba bajo aquella capucha.

—Claro —le espetó con un bufidoaquella voz cavernosa—. Perodesafortunadamente el consejo jedi soloos envío a ti y al inútil de tu aprendiz.Con aquella estratagema contabaencontrar el Templo desguarecido parapoder hacerme con él.

—¿Y qué hubieras hecho? El TemploJedi no es más que un edificio. ¿Qué hayen él para que quieras conquistarlo? —preguntó Ornesha.

—Conocimientos. —La voz que lerespondió ya no era la misma terrorífica

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que procedía de los acólitos. En su lugarera la voz de una mujer.

—¿Qué eres? —preguntó Orneshatemiéndose lo peor.

La mujer pareció carcajearse en sucara.

—¿Me crees tan estúpida como pararevelarte mis planes?

—No pasaría nada si lo hicieras,estás a punto de acabar con mi vida,¿no?

—¿Eso crees? Me subestimas, tengootros planes para ti —respondió la sithantes de ordenar con un gesto a susacólitos para que encadenaran a latwi’lek—. Serás la líder de misejércitos. A partir de mañana serás mi

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nueva aprendiz —concluyó entrediabólicas risas.

Ornesha pareció ceder a lasexigencias de su captora, pero solo hastaque tuvo a mano uno de los sables deuno de aquellos descerebrados sith. Conla fuerza lo atrajo hacia ella,activándolo al instante para partir por lamitad a los dos pobres desgraciados quepretendían ser sus carceleros. De unsaltó regresó a la tarima y acercó la hojadel sable robado al cuello de laencapuchada.

Por el rabillo del ojo pudo ver comolas decenas de acólitos daban un pasohacia ellas, listos para defender a sumaestra.

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—Si alguno de tus aprendices semueve, te rebano el cuello —amenazó latwi’lek.

A pesar de ser una jedi, unaguardiana de la paz, Ornesha sabía quede aquella amenaza dependía susupervivencia.

—¿Crees que con esto tendrássuficiente? —preguntó la sith sininmutarse—. Antes de que tengas tiempode mover este sable un centenar de mishombres te habrán desmembrado con susmanos.

Ornesha miró bajo la capucha,estableciendo contacto visual conaquellos ojos encendidos en rojo.

—No sabes a qué te enfrentas —le

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advirtió la sith.—Y tú tampoco —contestó la

twi’lek.—¿A qué te refieres?—De momento has podido controlar

a tus aprendices, pero un día serebelarán, y con la primera queacabarán, serás tú.

La sith volvió a reír.—Mira que eres estúpida, jedi.

Estos seres no son aprendices, apenaspodría decir que son personas, y muchomenos sith.

Ornesha frunció el ceño sincomprender a que se refería su rival,que parecía no percatarse de la hojaláser que tenía a ras de cuello.

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—Para qué tener un solo aprendizperfecto, que algún día pueda matarme,cuando puedo tener a un todo unejército, obediente, leal y prescindible—explicó la sith—. Supongo que losjedi ya habréis examinado a alguno desus cuerpos y habréis descubierto queson…

—Cascarones vacíos, muertosvivientes —dijo Ornesha concluyendo lafrase de la sith.

—Vuestras sospechas eran ciertas—terminó la mujer.

A pesar de que tanto ella como losmaestros habían tenido en cuenta enaquella posibilidad, Ornesha se quedódesconcertada y, para su desgracia,

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también desconcentrada.Sin que la twi’lek pudiera

reaccionar, la sith pegó un salto haciaatrás, alejándose de la hoja que blandíaOrnesha. La jedi no pudo más queimaginarse lo peor, morir bajo unmontón de sith enloquecidos sedientosde sangre, pero ninguno de los acólitosse movió un ápice.

—¿No ordenas que me ataquen? —preguntó.

—¿Para qué? Si puedo tener elplacer de acabar personalmente contigo—contestó la mujer.

Habiendo dicho estas palabras,mientras Ornesha esperaba que atacase,la sith se desprendió de la túnica y la

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capucha, dejando a la vista la partesuperior de su cuerpo. Tenía el aspectode una mujer humana, vestida con unosanchos pantalones negros que cubríansus piernas, al igual de unas botas depiel del mismo color. Llevaba unamelena recogida en un moño sobre sucabeza, dejando algunos mechonessueltos. Por su aspecto parecía unamuchacha joven, alguien quién habríapodido estar orgullosa de su cuerpo,pero su piel había perdido su colornatural, luciendo, en su lugar, un tonogrisáceo y apagado. Pero lo que másdestacaba no era el color de su piel,sino unas grietas que le recorrían elcuerpo que desprendían una luz muy

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parecida a la de sus ojos. Además, acada movimiento que hacía, aquella luzchisporroteaba como si estuviera viva.

—¿Pero qué diablos…?La mujer rio, haciendo que pedazos

de lo que parecía cristal rojo sedesprendieran de su cuerpo cayendo alsuelo.

—No te asustes, jedi, dentro de unrato ya no recordarás nada de esto —dijo la mujer mientras mostraba un sablecuya empuñadura era el doble de lohabitual, activándolo inmediatamentedespués.

Ornesha optó por una posicióndefensiva, antes de atacar quería saberde qué era capaz aquella extraña mujer.

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—A pesar del aspecto, no duele…Demasiado —explicó la sith empuñandosu sable relajadamente con la manoizquierda—. Los viejos escritos sithexplican muchas cosas, como que lautilidad de los cristales más allá de suuso en el interior de los sables.

Ornesha no se movió, mientras lasith se acercaba tranquilamente, como sino estuviera a punto de iniciar uncombate mortal.

—¿Sabes que si consigues que elcristal se vuelva líquido, puedesinyectártelo? —explicó con una ampliasonrisa—. Con ello consigues unaumento exponencial de tu vinculaciónla Fuerza.

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Ornesha no se inmutó, pero no pudoevitar pensar en qué se le había pasadopor la cabeza a aquella mujer parallevar a cabo aquel experimento.

—Lo siento, preciosa —dijo lamujer con una voz dulce pero cargada deodio—, te estoy entreteniendo y tenemosalgo más importante que discutir.

Apenas hubo terminado la frase, lasith se abalanzó sobre Ornesha soltandoun grito que también resonó a través delas máscaras del centenar de acólitosque observaban sin inmutarse alcombate.

La sith descargó un poderososablazo que Ornesha pudo desviarhábilmente. Con el sonido de las

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fábricas que había alrededor de fondo,como si fueran tambores que sonaban alson del combate, las dos mujeres seenzarzaron en un rápido y mortalcombate, haciendo chocar las hojasrojas de sus sables con tal furia, que acada golpe que daban una potente luz lasiluminaba a ambas.

El odio que desprendía la sith erapalpable con cada golpe que daba. Porsu parte, Ornesha estaba dejando queaquella peligrosa mujer mostrara suscartas, para poder atacar más adelante.

A medida que el ritmo del combatese aceleraba, Ornesha pudo ver que laintensidad de la luz que salía de lasgrietas de la piel de la sith variaba,

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según si se estaba esforzándose más omenos.

«Estas grietas. Esta luz… Son susvenas y su sangre», pensó Ornesha. Siaquella mujer se había inyectado cristallíquido en su cuerpo, este debía haberinvadido o sustituido su sangre,provocando aquellos estragos en sucuerpo.

A pesar de esa deducción, la twi’lekcomprobó que no podría mantenermucho rato más el ritmo del combate. Laenergía de la sith parecía incombustible,debía actuar cuanto antes.

La sith golpeaba, la jedi esquivaba.Golpe, esquivo, golpe, esquivo. Orneshabuscaba el hueco para soltar una certera

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estocada a su rival. Poco a poco, vioque la confianza que aquella mujer teníaal golpearla dejaba un vacío en susdefensas. Un vacío que debíaaprovechar.

Otro golpe, otro esquivo. Golpe,esquivo, golpe… Estocada al pecho. Latwi’lek había logrado alargar el brazoque empuñaba el sable justo en elinstante que la sith descargaba otro desus poderosos golpes, consiguiendoclavarle el sable en mitad del pecho.Allí dónde aquella mujer tenía elcorazón, si es que todavía loconservaba.

—¡Nooo! —gritó la sith a la vez quesu voz resonaba en los cuerpos de sus

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acólitos.La mujer dio unos pasos hacia atrás,

dejó caer su sable a un lado mientrasintentaba arrancarse el que Ornesha lehabía clavado en el pecho y que,sorprendentemente, no se habíadesactivado.

A cada paso que daba la sith, susmovimientos se ralentizaban, como sialgo le impidiera doblar sus músculos.La twi’lek se alejó de ella, temiéndoselo peor. La mujer se arrodilló con lasmanos en la empuñadura del sable quele cruzaba el pecho de parte a parte.

—¡Malditos sean los jedis y susuerte! —exclamó, pero su gritó sequebró al mismo tiempo que las grietas

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de su cuerpo aumentaban y quedabacompletamente paralizada mostrandouna horripilante mueca de dolor.

Durante unos segundos no sucediónada, pero de repente el cuerpopetrificado de la sith estalló en milpedazos, convirtiéndose en diminutoscristales rojizos, a la vez que losacólitos se desplomaban sin vida en elsuelo de la nave industrial.

—Cuando se lo cuente a Lonus, nose lo va a creer —dijo Ornesha mirandoa su alrededor, hasta que encontró lo quebuscaba.

Se acercó sin prisas y se agachópara recoger el sable de luz de la sith.Era la única prueba que le podía llevar

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al consejo, excepto un centenar decuerpos con los que, con total seguridad,no podría cargar hasta el Templo.

Tras largas discusiones con losmiembros del consejo, Lonus habíalogrado convencerles, con la ayuda delmaestro Windu, de la necesidad de ir enbusca de Ornesha. No solo por el biende la twi’lek, sino de la orden, ya que siella desaparecía, tambiéndesaparecerían las posibilidades deacabar con aquellos misteriosos sith.

Finalmente, Skywalker y Pinfeashabían accedido a salir con Lonus yWindu en busca de la desaparecida jedi,

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y ahora los cuatro se dirigían hacia laentrada del Templo para emprender unamisión titánica a la vez que imposible,según Alziferis.

—Lonus, no pretenderás salir deeste modo —dijo Pinfeas al verle cojearde forma exagerada—. ¿No te hanrecomendado reposo?

—Así es, maestro, pero ¿qué es unacojera comparada con la vida de unacompañera, de una amiga de una…?

—¿De una qué? —le interrumpió lavoz de una mujer que entraba al Templo.

—¡Ornesha! —exclamó Lonus alverla—. ¿Estás bien? ¿Qué ha sucedido?¿Por qué tardabas tanto?

—Con tranquilidad, mi querido

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padawan.Al oírlo, Lonus refunfuñó.—¿Puedes explicarnos qué ha

sucedido? —preguntó el maestroSkywalker, aparentemente alegre al verque su antigua aprendiz seguía con vida.

—Si me lo permite, maestro,prefiero descansar y mañana por lamañana les informaré encantada junto alresto del consejo —respondió Orneshaperdiendo fuerzas.

Al ver que Pinfeas y Skywalker noestaban muy de acuerdo con larespuesta, Ornesha accedió y les contó,lo más resumido posible, todo lo quehabía sucedido tras dejar a Lonus enaquel callejón, incluyendo su combate

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con la sith, el hecho de que esta se habíainyectado cristal líquido en las venas ycómo había acabado estallando.

—Así que, por lo que nos cuentas, laamenaza ha sido neutralizada —dijoPinfeas dubitativo.

—En efecto, maestro —respondióOrnesha.

—Puedes retirarte —afirmóSkywalker dando por zanjado el tema,aunque a la mañana siguiente la twi’lekdebía informar de forma oficial alconsejo en pleno.

—Sin embargo —dijo Windu cuandotodos ya se encaminaban a susrespectivas habitaciones—, si alguien hapodido despertar de nuevo el lado

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oscuro de la Fuerza, no deberíasorprendernos que, en un futuro, eso serepita.

Los demás lo observaronescuchando las sabias palabras delantiguo maestro.

—Debemos estar atentos, estimadosamigos, muy atentos a lo que el caminode la Fuerza nos depara.

Y, sin añadir nada más, Mace Windudesapareció por un pasadizo mientrasque los demás se miraban unos a otros,preguntándose, para sus adentros, quehabía de cierto y probable en aquellasenigmáticas palabras.