sueÑo y mentira del ecologismo

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¿Debe la humanidad regresar a la naturaleza, a fin de no ser exterminada por ella? Esta es la pregunta que sacude cada vez más insistentemente la conciencia contemporánea. En efecto, extendida la creencia de que padecemos una crisis ecológica global que nos sitúa al borde mismo del precipicio, es necesario plantear qué tipo de sociedad queremos, si queremos que la sociedad "simplemente" sea todavía. Y es que el cambio cultural iniciado por el movimiento verde hace cuatro décadas parece haber triunfado: todos somos, al fin, verdes. Nadie discute la necesidad de construir una sociedad sostenible. Sin embargo, el debate público sobre el medio ambiente, teñido a partes iguales de exageración y sentimentalismo, está lejos de desarrollarse en los términos correctos. Porque no podemos regresar a una Arcadia que nunca existió. La naturaleza se ha convertido en medio ambiente humano; no podía ser de otra forma.

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Page 2: SUEÑO Y MENTIRA DEL ECOLOGISMO

SUEÑO Y MENTIRA DEL ECOLOGISMO

Naturaleza, sociedad, democracia

por

MANUEL ARIAS MALDONADO

Fragmento de la obra completa

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Todos los derechos reservados.

© De esta edición, noviembre de 2009SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.Menéndez Pidal, 3 bis. 28036 Madridwww.sigloxxieditores.com/catalogo/sueno-y-mentira-del-ecologismo-2210.html

© Manuel Arias Maldonado, 2008

Diseño de la cubierta: Outerstudio

ISBN-DIGITAL: 978-84-323-1506-0

Fotocomposición: EFCA, S.A.Parque Industrial «Las Monjas»28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)

EspañaMéxicoArgentina

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ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS ......................................................................... XI

INTRODUCCIÓN: LA CRISIS IMAGINARIA....................... 1

I. LA CRISIS ECOLÓGICA Y SUS METÁFORAS............................... 1II. MEDIO AMBIENTE Y SOCIEDAD ............................................ 5

III. LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO VERDE............................ 11

III.1. Crisis ecológica y ecologismo fundacional................... 12III.2. Consolidación y desarrollo del pensamiento verde ...... 14III.3. La consolidación de la teoría política verde................. 15III.4. La revuelta contra el ecologismo fundacional: crítica y

reconstrucción de la política verde ............................. 17

IV. DESPUÉS DE LA NATURALEZA: MATERIALES PARA UNA NUEVA

POLÍTICA VERDE ................................................................ 19

1. NATURALEZA Y SOCIEDAD........................................... 25

I. LA CONDICIÓN HISTÓRICA Y SOCIAL DE LA NATURALEZA ....... 25

I.1. La concepción verde de la naturaleza ........................... 27I.2. Naturaleza superficial y naturaleza profunda ................ 33I.3. La sociedad en la naturaleza ........................................ 36

II. LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA NATURALEZA..................... 49

II.1. Exceso y verdad del constructivismo ........................... 50II.2. La cuestión de los límites naturales.............................. 56II.3. Constructivismo y valor intrínseco de la naturaleza....... 60II.4. Hacia una adecuada comprensión de las relaciones so-

cionaturales ............................................................... 64

III. NATURALISMO VERSUS DUALISMO ........................................ 67

III.1. Hombres y animales: la incierta distancia.................... 69III.2. La reducción naturalista de la condición humana ........ 72

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III.3. La afirmación de la excepcionalidad humana.............. 77III.4. Naturaleza y extrañamiento....................................... 81

IV. EL FIN DE LA NATURALEZA .................................................. 86

IV.1. Naturaleza y artificio ................................................. 89IV.2. Naturaleza y significado ............................................ 95

V. LA DOMINACIÓN DE LA NATURALEZA ................................... 98

V.1. La dominación como idea recibida.............................. 99V.2. Dominación y control reflexivo................................... 102

VI. DE LA NATURALEZA AL MEDIO AMBIENTE ............................. 105

VI.1. Melancolía y diferencia.............................................. 108VI.2. Naturaleza y medio ambiente..................................... 110

2. LA POLÍTICA DEL MEDIO AMBIENTE........................ 121

I. ECOLOGISMO Y DEMOCRACIA ............................................. 121

I.1. El conflicto entre ecologismo y democracia................... 122I.2. La ambivalencia normativa del ecologismo político ....... 130I.3. La tentación autoritaria en el ecologismo político .......... 149I.4. Hacia una nueva política verde .................................... 154

II. EL PRINCIPIO DE SOSTENIBILIDAD .................................... 157

II.1. La sostenibilidad como principio normativo ................ 158II.2. Las formas de la sostenibilidad ................................... 161II.3. Sostenibilidad, democracia y organización social.......... 178

3. LA SOCIEDAD LIBERAL VERDE.................................... 197

I. LA CONVERGENCIA DE POLÍTICA VERDE Y LIBERALISMO ........ 197

I.1. Nota sobre los fundamentos de la democracia liberal..... 198I.2. Liberalismo versus ecologismo: sostenibilidad, neutrali-

dad, democracia ......................................................... 203

II. LA FORMA DE LA SOCIEDAD LIBERAL VERDE.......................... 219

II.1. La reapropiación verde de las instituciones liberales,I: la representación política......................................... 220

II.2. La reapropiación verde de las instituciones liberales,II: los derechos .......................................................... 227

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II.3. La reapropiación verde de las instituciones liberales,III: la ciudadanía........................................................ 234

II.4. La comunidad ecológica: crítica y reconstrucción......... 248II.5. Estado, sostenibilidad, política verde .......................... 255

III. LA CONSTITUCIÓN DE LA DEMOCRACIA VERDE...................... 262

III.1. La promesa de la democracia deliberativa................... 264III.2. La defensa verde de la democracia deliberativa ........... 269III.3. Sostenibilidad, representación y política deliberativa:

la constitución de la democracia liberal verde ............. 282

CONCLUSIÓN: ¿EL FIN DEL ECOLOGISMO? .......................................... 303

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA.......................................................... 311

ÍNDICE

IX

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XI

AGRADECIMIENTOS

Es bien sabido que cualquier libro, por más que tenga un solo autor, oprecisamente por el hecho de tenerlo, es sólo el resultado final de unasuma de influencias dispares. Desde ese punto de vista, de hecho,cualquier texto entregado a la imprenta es —ni más ni menos— unasimplificación. Y esto, en más de un sentido. Porque el trabajo de va-rios años se condensa en unos cientos de páginas; porque estas pági-nas nunca dicen exactamente lo que queríamos que dijeran; porquequizá no pueden decirlo. ¡Los gajes del oficio! Sin embargo, estas pe-queñas tragedias, comunes a cualquier proceso de escritura, son rápi-damente olvidadas cuando la vanidad del autor contempla el trabajoconcluido: parece verdaderamente nuestro. Tanto más necesario es,entonces, detenerse a pensar en la genealogía de la propia obra, en susprohijamientos involuntarios, en su modesta historia. A fin de cuen-tas, ya es bastante presunción firmarla; reconózcanse, al menos, lasdeudas con ello contraídas.

Este trabajo comenzó hace casi una década. Y esto, que podría serun demérito, debe figurar aquí como una circunstancia benéfica: el pro-pio tiempo ha trabajado en la investigación. De hecho, su gradual proce-so de maduración ha terminado por conducirme a un lugar distintodel que esperaba. La obra es así notablemente distinta de la tesis doc-toral en la que, entonces, abordé primeramente esta materia. Sucesi-vas estancias en el extranjero y distintas revisiones en profundidadhan terminado por dar forma a un trabajo acaso más ensayístico queacadémico, y menos preocupado por la exhaustividad que por la ex-presión razonada de ideas. En ese sentido, aunque se abunda en elloya desde el comienzo, mi intención no es otra que contribuir al debatepúblico, y hacerlo mediante una posición más bien inhabitual, al me-nos en nuestro país: la defensa de la sociedad liberal y de su capacidadpara ser sostenible. Se propone, esencialmente, una crítica del ecolo-

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gismo filosófico y político llamada a converger con la ecologizacióndel liberalismo. Naturalmente, corresponde al lector juzgar en quémedida se han cumplido estos propósitos.

Es por ello obligado que empiece por agradecer al profesor ÁngelValencia Sáiz la confianza que, durante estos años, ha demostrado te-ner en mí. Las condiciones en que se ha desarrollado mi carrera aca-démica son, en gran medida, fruto de su labor; su generosidad es, enfin, la de un amigo. Además, a su pionero empeño como teórico de lapolítica verde en España debo mi interés por una materia a la que elpaso de los años —dándole la razón— ha otorgado preeminencia.También gracias a él pude trabar contacto con Andrew Dobson, for-midable pensador y amigo, en cuya School of Politics, InternationalRelations and the Environment, de la Universidad de Keele, comencémis aventuras internacionales, a la vez exigentes e iluminadoras. Suhospitalidad y amabilidad constantes significan mucho para mí.

También han ejercido un permanente magisterio sobre mí los pro-fesores Fernando Vallespín y Rafael del Águila, presentes en momen-tos decisivos de mi trayectoria universitaria. Siempre he podido con-tar con su ayuda; es, evidentemente, una deuda que nunca podrésaldar. Y lo mismo puedo decir de los profesores Ramón Máiz, CarlosAlba, Joaquín Abellán, Elena García-Guitián, Alberto Oliet y RamónVargas-Machuca; todos, en algún momento, han sido generosos con-migo y a todos tengo en el mayor aprecio. Sin duda, los compañerosde mi Departamento y Facultad —Rafa, Fali, Diego et álii— han crea-do el ambiente propicio para una vida universitaria: las condicionesmateriales del trabajo inmaterial. A todos ellos, mi agradecimiento.

Naturalmente, en medida distinta, Michael Watts y Steven Weber,del Institute for International Studies de la Universidad de Berkeley,donde desarrollé parte de este trabajo, deben ser mencionados aquí,lo mismo que Brian Doherty y John Barry, de la Universidad de Keele.Debo, a todos ellos, hospitalidad y estímulo intelectual.

Por otra parte, la publicación de este libro no habría sido posiblesin el interés que en el mismo puso Luis Gago, a quien debo por ellogratitud imperecedera. Su amabilidad me permitió conocer a TimChapman, sobresaliente editor e inmejorable anfitrión, a cuya exce-lente labor debo el mejoramiento final de este trabajo. María José Mo-reno, en la fase final de la edición, ha aportado su profesionalidad y

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magnífico quehacer. También quisiera agradecer a los capitanes deRevista de Libros, Álvaro Delgado-Gal y Amalia Iglesias, su confianza.Colaborar con ellos ha contribuido formidablemente, o eso me pare-ce, a pulir mi estilo y refinar mi pensamiento; si ambas cosas no son,en realidad, la misma.

A los amigos, esa peculiar familia sobrevenida, debo más de lo queparece. Sin ese taller de experiencias —comunidad de afectos y con-ceptos— no sería lo que soy. Ellos saben bien quiénes son, pero nom-bro a los esenciales: José Luis, Juan, Pirri. Naturalmente, Sebastián,Pepo, María Jesús. También, en el espacio cosmopolita, Massimo. An-tonio y Jaime. Segundo. Tania, durante años. Y así sucesivamente.

Este libro está dedicado a mi padre, fallecido prematuramentehace pocos meses, después de una larga enfermedad. Sentimiento yjusticia coexisten en la dedicatoria, porque a él debo todo lo que hellegado a ser; su ausencia es por completo irreparable. A mi madre, amis hermanas, les agradezco lo que son: vida, memoria, sentido. Y alresto de mi familia —mi única abuela, mis tíos, mis primos, e inclusomis bisabuelas, que las tengo— su acertada educación sentimental.

Finalmente, Stefanie. Mein Leben, meine Zukunft. Yo no habríapodido, sin ella, haber terminado este libro: es tan mío como tuyo.Gracias.

Málaga, 23 de julio, 2008

AGRADECIMIENTOS

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INTRODUCCIÓN: LA CRISIS IMAGINARIA

I. LA CRISIS ECOLÓGICA Y SUS METÁFORAS

La predicción no es aún una profecía, pues cabeconfirmarla o rebatirla con mediciones. La predic-ción se mueve en el interior del calendario y deltiempo mensurable; el profeta, en cambio, no serige por fechas, sino que es él quien las instaura.

ERNST JÜNGER

¿Es la naturaleza un sueño del que no acabamos de despertar? Así pa-rece confirmarlo la obstinación con que se ha manifestado siempre, ennuestra cultura, una tentación tan vieja como el propio pensamiento:el propósito grotesco, pero tiernamente humano, de regresar a ella.¡Volver a la naturaleza! Sea como una filosofía o como un eslogan, locierto es que nunca ha dejado el hombre, animal nostálgico, de invo-car un pasado imaginario en el que todo estaba en su lugar, antes deque la sucia marea de la historia llegara a desbordarse. Et in Arcadiaego: tal es la fantasía pastoril que atraviesa nuestra historia y llega has-ta nuestros días. Sin embargo, no hay fantasías inocentes. Porque, sibien esa armonía pretérita ha encontrado su símbolo más constante enla naturaleza, ha significado también el rechazo de aquello que es pro-piamente humano: la incertidumbre, el artificio, la contingencia. Y deahí que la formulación última de este anhelo sea la constitución de lasociedad como un espejo de la naturaleza. Frente al caos de la historia,la armonía del devenir natural; frente al exceso, la sencillez; y así suce-sivamente. Hoy como ayer.

En realidad, hoy mucho más que ayer. Porque presenciamos ennuestra época la definitiva consolidación de la naturaleza como cate-goría política —esto es, como problema político. Desde la aparición

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del movimiento verde en la década de los sesenta hasta ahora, la im-portancia del medio ambiente en el debate público de las sociedadesavanzadas no ha dejado de crecer, en un viaje de los márgenes al cen-tro que ha convertido a aquél en la mot juste del vocabulario político.La defensa del medio ambiente ya no es una forma de escapismo, sinoun estilo de vida; no forma parte de la contracultura, sino de la culturaoficial; y no protagoniza tanto movilizaciones callejeras, como lascumbres internacionales. Se ha convertido en una causa global que,frente al aire decimonónico que destilan conflictos como la guerracontra el terrorismo, representa una promesa de renovación de la po-lítica—, acaso el eje de una nueva política global.

Y no es de extrañar. Su atractivo reside tanto en sus inobjetablesfines, como en la novedad de sus medios: sólo la acción concertada detodos puede dar lugar a una sociedad sostenible. Los líderes debatencambios estructurales, las empresas persiguen la innovación ecológi-ca, el ciudadano puede contribuir en su vida cotidiana —ya sea re-ciclando o consumiendo— a mejorar el estado global del medio am-biente. Todos somos verdes; aunque unos más que otros. La viejaintrospección de las sociedades nacionales, la rigidez de las institucio-nes liberales, la injusticia del mercado: limitaciones que hay que supe-rar mediante una política medioambiental cuyo propósito nadie seatreve a discutir. ¿Cuidar el planeta, salvar a la humanidad? Nadiepuede negarse. ¡Mirad esas pobres focas!

Ahora bien, eso no significa que el debate público en torno al me-dio ambiente se desarrolle en los términos adecuados. Más bien, apare-ce dominado por un motivo no siempre visible, que constituye la prin-cipal idea recibida del movimiento verde fundacional; aquel que, comoveremos enseguida, emergió en el último tercio del pasado siglo parallamar la atención sobre la relación individual y social con el entorno,bajo el signo de una amenaza ecológica de grandes dimensiones.

Si no se cortan de raíz las tendencias que se observan en la actualidad, el de-rrumbamiento de la sociedad y la destrucción irreversible de los sistemas demantenimiento de la vida en este planeta serán inevitables, posiblemente a fi-nales de este siglo y con toda seguridad antes de que desaparezca la genera-ción de nuestros hijos.

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Así reza una advertencia capaz de expresar el sentir de una granparte de la opinión pública contemporánea. Y, sin embargo, la frasepertenece a un célebre panfleto de 1972: el Manifiesto para la supervi-vencia, compilado por Edward Goldsmith y otros pioneros del alar-mismo verde. Que semejante predicción esté lejos de haberse cumpli-do no ha mermado, en absoluto, la convicción con la que se sigueformulando. De hecho, en esa obstinación encontramos una de lasclaves del éxito de un movimiento que ha conseguido pasar del pan-fleto al informe oficial: «La humanidad se enfrenta a una emergenciaplanetaria, a una crisis que amenaza la supervivencia de nuestra civili-zación y la habitabilidad de la tierra».

Tal afirmaba, en marzo de 2007, todo un ex vicepresidente nortea-mericano ante el Congreso de su país, noticia que fue recogida por lasagencias de información de todo el mundo 1. Es la misma melodía, condiferente orquesta. Y la audiencia ha empezado a tararearla.

Así pues, si la naturaleza se ha situado en el centro de la culturacontemporánea, lo ha hecho en los términos presentados por el movi-miento verde desde sus orígenes: como un catastrófico, aunque tam-bién irónico, negativo del fin de la historia que proclaman las epifaníasliberales. Su premisa es tan sencilla como terminante: la humanidadpadece una crisis ecológica global que, por razones de supervivencia yde moralidad, exige una urgente transformación de nuestra relaciónsocial con el entorno. No hay margen para la negociación, porque eltiempo se acaba y arriesgamos no sólo la integridad del mundo natu-ral, sino también nuestra propia supervivencia. Somos así una genera-ción en la encrucijada, obligada a tomar una decisión moral para per-mitir «que nosotros y nuestros descendientes y el resto de la vidasobre la tierra puedan tener un mañana» 2. Y esa urgencia moral tieneun corolario práctico, establece una sola dirección: es necesario cam-biar en profundidad el orden social, para reconciliarlo con el ordennatural. Hace cuarenta años, sólo algunos visionarios afirmaban talcosa; hoy, parece un lugar común.

Más importante que la crisis, sin embargo, son sus metáforas. Si,de acuerdo con un viejo recurso literario, un cuerpo enfermo puedeser una manifestación física del malestar moral o emocional del pa-ciente, la crisis ecológica opera de la misma manera: como reflejo deuna crisis de la civilización. La dimensión material de la crisis está aso-

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ciada a una profunda dimensión simbólica, según la cual la sociedadoccidental ha alcanzado sus límites. Rien ne va plus. Este presunto co-lapso da forma a una distopía verde abrazada por la imaginación con-temporánea a través de novelas, películas y cómics: una cultura quesueña con su final. Angustia, urgencia, melancolía. Y este sentido decrisis es dominante en el debate medioambiental.

Se habla así de una «crisis de cultura y carácter», que es tambiénuna «crisis de inacción» y da forma, en fin, a una crisis «social antesque natural» 3. Y todo ello remite al predominio histórico de un con-junto de valores que han provocado el alejamiento humano del medio,la escisión entre naturaleza y cultura que explica el actual estado decosas: la crisis como crisis del sujeto mismo; al menos, del sujeto occi-dental. Esta interpretación, que atraviesa el amplio camino que mediaentre la ecología y la espiritualidad, explica también el carácter totali-zador del ecologismo. Ni su filosofía ni su teoría política tienen sóloque ver con el medio ambiente; también con la forma en que vivimos,con nuestros patrones culturales, nuestra ciencia y nuestra tecnología,nuestro sistema económico y político. Si la crisis ecológica es el resul-tado de una enfermedad de la civilización, la cura no puede limitarse asus manifestaciones superficiales; hay que llegar hasta la raíz. Las me-táforas devoran a su objeto.

Sin embargo, el debate medioambiental no tiene que fundamen-tarse necesariamente sobre la premisa de la crisis ecológica. Y, de he-cho, las consecuencias de que así lo haga son tan profundas como no-civas. Desde el calentamiento global hasta los transgénicos, pasandopor la biodiversidad, todos los aspectos del debate medioambientalencuentran en el fantasma de la crisis ecológica un lamentable condi-cionante. Sobre todo, porque conduce a una muy deficiente compren-sión de la índole de las relaciones socionaturales y contamina porcompleto cualquier discusión acerca de una posible sociedad liberalsostenible: la crisis ecológica se emplea como crítica radical de la mo-dernidad liberal. Y, por esa misma razón, una parte importante delmovimiento verde defiende posiciones antimodernas, cuando no reac-cionarias. Sin duda, la principal patología del ecologismo ha consisti-do tradicionalmente en el rechazo del principio de realidad —rechazoque, entre otras cosas, ha mantenido intacta su fe en una naturalezaque ya no existe, pero que desean todavía recuperar—. Antes bien, es

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necesario proceder a una profunda depuración conceptual de la polí-tica verde, que empieza en la crítica de la noción de crisis ecológica ytermina en la defensa de una sociedad liberal y verde: lejos de Arcadia.Tal es, esencialmente, el propósito de este libro.

II. MEDIO AMBIENTE Y SOCIEDAD

Que la existencia de una crisis ecológica se haya convertido en un lu-gar común nada dice acerca de su verosimilitud. Más bien, debería lla-mar a la reflexión, dada la facilidad con que ciertas ideas recibidas seconvierten en clichés de uso corriente y terminan cobrando vida pro-pia en el lenguaje de su época, con independencia de la razón de sushablantes: cualidad social del lenguaje que facilita esta forma de con-tagio. En ese sentido, cabe preguntarse si la fuerza con que la nociónde crisis ecológica ha arraigado en nuestra sociedad encuentra reflejoen la realidad, o si, por el contrario, es el producto de una inercia cul-tural y esa misma realidad admite interpretaciones distintas.

Desde luego, la invocación de la crisis no está exenta de proble-mas. Se trata de una categoría que no se infiere directamente de la rea-lidad, sino que se construye políticamente, la mayor parte de las vecesa partir de unos presupuestos filosóficos que imponen valores a los he-chos. En ese sentido, ha denunciado Bjorn Lomborg «la letanía denuestro medio ambiente en deterioro»: una interpretación de la reali-dad que no resiste el análisis de los indicadores medioambientales 4.Contra el pesimismo apocalíptico reinante, éstos indican una mejoríapaulatina del estado real del mundo, no su deterioro, ya que no puedeemplearse un pasado idílico como término de comparación, sino épo-cas más recientes en las que el estado relativo del medio ambiente erapeor. Esto no significa que la situación sea óptima, pero sí desaconsejael empleo indiscriminado de la heredada noción de crisis. Para el pro-pio Lomborg, en ese sentido, los verdes se apoyan antes en la retóricaque en un análisis correcto. Y el miedo a problemas medioambienta-les en gran medida inexistentes, advierte, puede además desviar nues-tra atención de las medidas verdaderamente necesarias. La enconadadisputa periodística provocada en su momento por estas tesis en Gran

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Bretaña demuestra la importancia central que tiene para el movimien-to verde la conservación de un diagnóstico crítico sobre la situacióndel medio ambiente 5.

Este doble filo de la crisis ecológica se manifiesta admirablementeen la ambigüedad que caracteriza la mundialización en curso. Sinduda alguna, el ecologismo fue pionero a la hora de llamar la atenciónsobre la condición transnacional de los problemas medioambientales,antes de que aquélla se impusiera como tema tardomoderno por exce-lencia. No en vano, pocas realidades trascienden más claramente lasfronteras nacionales y regionales que los sistemas naturales; difícil-mente extrañará, por ello, que el medio ambiente se constituya en unade las facetas de la mundialización, habida cuenta de que su propio ca-rácter desconoce las parcelaciones que aquel proceso viene, precisa-mente, a desbaratar. Para el ecologismo, además de para aquellos crí-ticos del capitalismo que han encontrado en el movimiento verde unasolución de continuidad a su empeño, la globalización extiende lascausas estructurales del deterioro ambiental: más globalización, enconsecuencia, sólo puede significar más crisis ecológica.

Sin embargo, la relación de la crisis ecológica con el proceso glo-balizador no es unívoca; expresa, más bien, la ambivalencia que dis-tingue a aquél. A fin de cuentas, los problemas medioambientalestambién son una función de la creciente interdependencia de socieda-des y economías. Y, verdaderamente, no parece existir todavía un ve-redicto claro acerca de la ambigua relación que existe entre el procesode globalización y el deterioro medioambiental. Hay que recordarque, a los efectos perjudiciales de la expansión geográfica de activida-des económicas habitualmente dañinas para el entorno, se oponen losinnumerables avances que ha habido en legislación y prevención in-ternacionales. No hay una línea recta entre globalización y crisis eco-lógica, por más que los críticos de aquélla desearían que la hubiese.

Sea como fuere, no son nuevas las sospechas acerca de la veraci-dad última del diagnóstico verde sobre la situación medioambiental.En paralelo a la evolución del propio movimiento ecologista, sus críti-cos han apuntado hacia la capacidad del medio ambiente para adap-tarse a la sociedad, toda vez que la relación que los liga no sitúa unanaturaleza externa a un lado y a la sociedad en otro —sino que ambosoperan de forma interdependiente, dentro un mismo metasistema—.

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También, naturalmente, se ha subrayado que el hombre ha sido histó-ricamente capaz de encontrar soluciones a través de la ciencia y la tec-nología, con objeto de resolver problemas inherentes a las relacionessocioambientales; trataremos sobre todo ello en profundidad.

Ni que decir tiene, empero, que semejante respuesta a la crisisecológica es desechada por los verdes como un mero reflejo ideológi-co del sistema que la produce. De ahí que a esta tradición crítica se ladenomine prometeica o cornucopiana, por adoptar como rasgos princi-pales una benigna interpretación de los indicadores ambientales y unaconfianza ilimitada en la capacidad humana para superar las dificulta-des que el medio pueda presentarle. Pero, si la alternativa al optimis-mo es la catástrofe, ¿no habría que someter a escrutinio crítico al cor-nucopismo, antes que a la llamada verde de atención? Así sueleresponder un ecologismo que, como hemos señalado ya, no parece re-parar en el incumplimiento de sus propias predicciones, juzgadocomo una peculiar confirmación de su inminencia 6.

Sucede que cualquier relativización de la crisis ecológica es también,inevitablemente, un cuestionamiento del propio ecologismo. Ambos senecesitan, son términos de un mismo conjunto. Y así, la transformaciónde la crisis en simple controversia ya supone una cierta normalización detodo inconveniente para los verdes: no tanto porque desaparezcan losproblemas ecológicos, como los criterios absolutos que permiten descri-birlos como problemas críticos y proporcionan a los ecologistas el fun-damento para su superioridad cognitiva o moral 7. ¿Significa eso que sincrisis ecológica no puede haber ecologismo? No exactamente. Más bien,una concepción realista de la crisis ecológica proporciona una base dis-tinta para la fundamentación de la política verde, provocando su finalcomo ideología radical, pero no como corriente de pensamiento. Estareflexión crítica, impensable hace apenas unos años, ha empezado a ga-nar presencia en el debate teórico medioambiental. Pero todavía no ex-presa con bastante claridad la condición permanente de aquello que elecologismo dominante define como estado crítico:

Sucede que el concepto de crisis supone bien el retorno a un estado anteriorde normalidad, bien la transición a un nuevo estado de estabilidad. Pero en elcaso del entorno natural y de la relación social con él, no hay retorno ni estabi-lidad. Particularmente en un contexto donde el cambio, la innovación y la fle-

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xibilidad se han instalado como los más altos valores hacia los que dirigirse, eltérmino crisis medioambiental y sus implicaciones ha devenido anacrónico 8.

Más aún, no es que el concepto de crisis ecológica haya devenidoanacrónico: es que nunca ha llegado a experimentar un momento deverdad. Hablar de crisis ecológica es ignorar la naturaleza misma de lasrelaciones socionaturales: la crisis sería más bien el estado habitual deunas relaciones cambiantes, marcadas por la recíproca transformacióny la adaptación mutua. No es, por tanto, crisis en sentido propio. Na-turalmente, los valores sociales a los que Blühdorn hace referenciapueden acelerar el cambio medioambiental y el proceso de apropia-ción social del medio, así como dar lugar a un tipo distinto de proble-mas, derivados de modos distintos de interacción socionatural; pero noson, en sí mismos, el origen de un estado que remite a las condicionesde posibilidad de la evolución humana.

Nada de esto quiere decir que la naturaleza no se vea afectada porla mano del hombre, ni equivale a negar la desaparición de muchas desus manifestaciones. Pero es precisamente la voluntad de preservar in-tacto el mundo natural, sus manifestaciones particulares y concretas,la que lleva a los verdes a identificar la pérdida de algunas formas natu-rales con un efectivo deterioro medioambiental. Sin embargo, son co-sas distintas. Sucede que las consecuencias normativas también lo son,según se hable de problemas medioambientales o de crisis ecológica:rutina frente a excepción. Puede así comprobarse cómo, a pesar de suapariencia técnica, la definición de los problemas medioambientalescomo constitutivos de una crisis ecológica global es, en sí misma, unaformulación política. La crisis ecológica es una crisis imaginaria.

Ningún lenguaje de crisis, sin embargo, es inocuo. Si una situa-ción se define como crítica, puede darse la tentación de suspender losvalores y procedimientos políticos vigentes en aras de la eficacia, má-xime cuando la amenaza convocada se plantea en términos de supervi-vencia. No hay más que repasar las soluciones propuestas en la litera-tura verde de los años setenta para comprobar cómo la acentuación dela excepcionalidad agudiza la tentación autoritaria y la inclinación porlas fórmulas expeditivas. Y también aquí encontramos la repetidaobstinación con que los verdes insisten en sus viejas predicciones: enla revisión de su obra seminal, William Ophuls insiste en que la esca-

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sez ecológica «dominará nuestra vida política, dejando clara la incapa-cidad de nuestra cultura y maquinaria política para enfrentarse a susdesafíos» 9. La catástrofe aguarda en el futuro, pero las soluciones la-ten en el presente. Así es como una retórica alarmista de crisis y catás-trofe inminente puede ayudar a legitimar toda clase de acciones almargen de sus consecuencias sociales o políticas. Y atribuir grotesca-mente a los verdes la condición de vanguardia iluminada:

Un nuevo grupo de líderes, conocidos simplemente como ecologistas, estátratando de combinar una comprensión sofisticada del funcionamiento natu-ral del mundo con una nueva ética de desarrollo ecológicamente orientada.Tienen el potencial de convertirse en profetas modernos y guiar a la sociedadhacia una forma mejor de vida, sostenible a largo plazo 10.

Autoritarismo, tecnocracia y espiritualismo pueden así presentar-se como males menores que evitan un mal mayor e irreversible: la de-saparición de la vida sobre la tierra. La excepcionalidad consustanciala la crisis sugiere la alteración de los patrones de decisión ordinarios,máxime cuando el componente científico-técnico de los problemasmedioambientales puede aconsejar una exclusión de los profanos, enbeneficio de los expertos, ya sean científicos o místicos 11.

Se manifiesta aquí la pugna entre la ideologización del ecologismo yla búsqueda de una política verde más realista, capaz de reconciliarsecon la sociedad liberal. Es conveniente despojar al debate medioam-biental de esta retórica urgente, del énfasis en la excepcionalidad deamenazas y soluciones. En ese terreno han encontrado justificación elautoritarismo triunfante en los años setenta, la más duradera defensa deuna política de raigambre ecoanarquista, o la dominante concepciónprepolítica de la sostenibilidad como principio técnica o ideológicamen-te definido, no susceptible de definición democrática. En todos estoscasos, la incapacidad demostrada por las formas y los procedimien-tos democráticos, y por el modelo de sociedad liberal-capitalista en quese enmarcan, vendría a exigir soluciones alternativas que, en su mismaradicalidad antagonista, parecen hallar la garantía de su idoneidad.Ahora bien, tal herencia no se agota en el mantenimiento de un discursode límites o en la falta de revisión crítica de la idea de colapso ecológicoinminente. Más al contrario, la organización del movimiento verde y de

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sus fundamentos normativos como alternativa crítica radical a los valo-res y prácticas que están en la raíz de la crisis medioambiental define elecologismo político como ideología —dándole una forma que su evolu-ción posterior sólo alterará, acaso hasta ahora, de forma superficial—.La afirmación de la crisis ecológica cumple así una función a la vez fun-dacional y constitutiva en el ecologismo político. Negar su existenciaequivale a neutralizar, o cuando menos dificultar, su discurso ordinario.

Sin embargo, es preciso subordinar el diagnóstico sobre el medioambiente al principio de realidad y refundar la política verde sobreesos nuevos presupuestos. Toda vez que la amenaza de la extinción in-mediata anunciada tres décadas atrás se ha demostrado infundada,debería imponerse la prudencia a la hora de hablar de crisis ecológicay de extraer consecuencias políticas de la misma. Parece más adecua-do hablar de un estado de continua transición, atendiendo al caráctergradual de los cambios socionaturales producidos ya, y de los que es-tán todavía en marcha. Sobre todo, porque hablar de crisis ecológicaes sustraerse al verdadero carácter de las relaciones socionaturales,cuya condición dinámica e incierta, que tiene su base en la recíprocatransformación que resulta del proceso de apropiación social del me-dio, convierte la crisis percibida por los verdes en el estado habitual delas mismas. No existe una relación de estática armonía que pueda serrestablecida. La interdependencia de los sistemas social y natural haproducido un medio ambiente donde sociedad y naturaleza coexisten,dando lugar a problemas cuya complejidad aumenta a medida que au-menta la complejidad de la sociedad y, con ello, de la interacción mis-ma, pero que no autorizan a hablar de crisis.

Es cierto que la vocación conservacionista del ecologismo inducea la confusión entre formas naturales concretas y la naturaleza en susentido amplio. Y que, de este modo, la pérdida de parte de aquéllasse identifica con la destrucción de la totalidad de ésta. Para evitar eseequívoco, es conveniente acaso distinguir entre crisis ecológica y crisisdel mundo natural: la primera designa una amenaza para la supervi-vencia humana derivada de la socavación de las bases biofísicas de lavida social; la segunda, la desaparición progresiva de formas naturalescuya protección el ecologismo reclama en nombre de su valor intrín-seco. Se ha señalado ya arriba que hablar de problemas medioambien-tales no posee las mismas connotaciones normativas y prescriptivas

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que hacerlo de crisis ecológica. Pero esa variación no indica tampoco,como teme el ecologismo, que la existencia de problemas medioam-bientales carezca de consecuencias en absoluto ni suprima toda posi-ble función para una política verde.

Más al contrario, la política verde encuentra su verdadera razón deser en una sociedad que, en lugar de incurrir en el catastrofismo, seplantea reflexivamente su relación con el medio. Habida cuenta de queéste es el producto de la compleja interdependencia de sociedad y na-turaleza, sus consecuencias afectan a todos los aspectos de la vida so-cial —y reclaman con ello un tratamiento que no es sólo técnico, sinotambién político—. Ahora bien, el principal objeto de la política verdeno es ya tanto la protección del mundo natural, como la consecuciónde la sostenibilidad. Esto no significa que aquélla carezca de importan-cia, pero el problema de la extinción es secundario respecto al más im-portante problema de la ordenación de las relaciones socionaturales.En todo caso, la protección de las formas naturales podrá ser parte deuna política de sostenibilidad democráticamente definida, pero no unaspecto innegociable, un valor intangible, de la misma. Ya que, comoveremos, es precisamente la ausencia de una solución única para losproblemas que plantea esa ordenación socionatural la que demanda sutratamiento político y democrático, lejos del cierre tecnocrático de lamisma a la que conduce la concepción prepolítica defendida por elecologismo. Afortunadamente, el actual estado de la teoría verde ofre-ce razones para pensar que ese giro reflexivo pueda aún tener lugar.

III. LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO VERDE

[...] porque los comienzos con conciencia de lo quecomienzan y de lo que ponen en camino serían fal-sos comienzos.

HANS BLUMENBERG

A pesar de la frecuencia con que la naturaleza ha formado parte histó-ricamente del catálogo de las preocupaciones filosóficas y hasta políti-cas del hombre, la reflexión sistemática en torno a la misma es mucho

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más reciente. Sólo a partir de la emergencia del movimiento verde a fi-nes de la década de los sesenta podemos hablar propiamente de unateoría política sobre la naturaleza. En puridad, la teoría política verdeno se constituye como tal hasta que la literatura sobre la materia no al-canza un grado suficiente de articulación teórica y conciencia de sí. Suevolución puede resumirse fácilmente: frente a una situación medio-ambiental crítica, surge un movimiento inicialmente reactivo, quepaulatinamente procede a una articulación teórica, primero indepen-diente y después abierta al diálogo con el resto de teorías políticas,apertura que sirve para la consecución de los propios objetivos y paramedir la solidez adquirida qua teoría.

Efectivamente, es posible discernir una evolución del pensamien-to político verde, por más que la interpretación de la misma varíe enfunción de la perspectiva que se adopte. Sin embargo, esa evoluciónno siempre se ha reflejado en las manifestaciones públicas del movi-miento, hasta el punto de que el apego a sus tesis fundacionales cons-tituye su principal rémora. Podría así decirse que el discurso ordinarioacerca del medio ambiente se ha convertido en un discurso de excep-ción, apegado a la premisa de la crisis ecológica y la subsiguiente nece-sidad de una transformación radical. Esto tiene que cambiar y quizá loesté haciendo ya.

III.1. Crisis ecológica y ecologismo fundacional

En su primera fase, el ecologismo político se desarrolla bajo el signode la crisis ecológica. La súbita percepción de un conjunto de proble-mas medioambientales globales, complejos y con un alto grado de in-terdependencia, produce desde mediados de la década de los sesentauna literatura de crisis, preocupada sobre todo por llamar la atenciónsobre la gravedad de la situación, y pronto dedicada también a arbi-trar una serie de soluciones para la misma, inevitablemente imbuidasde idéntico sentido de urgencia.

La novedad que esta literatura supone, respecto de precedentesobras sobre el medio ambiente, es la consideración de estos proble-mas como estructurales antes que contingentes; la crisis ecológica,cuya denominación es ya el producto de una evaluación política, tras-

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ciende el ámbito medioambiental para convertirse en manifestaciónde una crisis más amplia. La importancia de estos primeros trabajosradica en su capacidad para establecer la crisis ecológica como asuntoque hay que debatir, no tanto en sí misma, cuanto en su calidad de ex-presión de contradicciones y fracturas culturales y sociales más am-plias. Son los años de la Primavera silenciosa de Rachel Carson, de Labomba demográfica de Paul Ehrlich o del ya citado Manifiesto para lasupervivencia. La índole de este debate, a su vez, se ve condicionadapor la percepción de la crisis que lo origina. Así, el empleo de proyec-ciones informáticas cuyos alarmantes resultados dibujan un horizontede devastación medioambiental evitable sólo si las medidas adecuadasson rápidamente adoptadas, tiñen toda la literatura de la época de unpesimismo y un sentido de urgencia que explican el tipo de respuestapolítica proporcionada: la crisis es crisis de supervivencia. No hay, porello, tiempo que perder: el catastrofismo desemboca en excepciona-lismo.

Y la identificación de las causas condiciona la de las soluciones.Expresión de un fracaso cultural, el colapso medioambiental tendríasus causas mayores en la democracia liberal y el capitalismo de merca-do, que son también los principales obstáculos para su resolución —nosólo en términos de su funcionamiento práctico, sino igualmente porrazón de los valores que lo sostienen—. La alternativa a la sistemáticaminusvaloración de los bienes naturales, solución al deterioro ambien-tal que amenaza la supervivencia humana, es el establecimiento de unaforma de autoritarismo donde el gobierno de los expertos y las restric-ciones a la libertad individual crean las condiciones para una existenciasostenible. No en vano, la adjetivación de la situación como crítica vie-ne a suspender las prevenciones y garantías habituales en beneficio delas únicas soluciones que permiten su superación: la democracia es asípreterida en favor de una eficacia de ribetes tecnocráticos y ascenden-cia cientificista. Es difícil subestimar la importancia que esta fase tieneen la formación de la identidad del movimiento verde. Su constitucióncontra el modelo sociopolítico dominante, las fuentes normativas de lasque se dota, en singular combinación de cientificismo y naturalismo,así como su tendencia a interpretar la crisis como expresión de una cri-sis más amplia, van a marcar, para bien y para mal, el carácter del movi-miento ecologista hasta nuestros días.

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III.2. Consolidación y desarrollo del pensamiento verde

La siguiente fase de la literatura política verde es ante todo un desa-rrollo, en múltiples direcciones, de las bases dispuestas en la primera.Su teoría política empieza a desplegarse como tal, a tomar concienciade su razón de ser, de sus objetivos, y crece en paralelo a una filosofíamedioambiental que no siempre le proporciona los fundamentos ade-cuados. Puede decirse que esta segunda fase empieza como una con-versación interna, a partir de los distintos caminos trazados por la pri-mera, y que evoluciona después de modo diverso, abriéndose alexterior como en exploración de las distintas posibilidades que la nue-va temática —la aplicación de lo político a la resolución de la crisisecológica— ofrece.

Las reacciones a la proclamación verde de la crisis empiezan, sinembargo, en su misma negación. Se trata de una crítica del catastro-fismo que emplea sus mismas armas para cuestionar la gravedad dela situación medioambiental, juzgada desde esta óptica como intrín-secamente dinámica e incierta —tenor argumentativo que, como he-mos visto, los verdes descalifican como voluntarismo prometeico ocornucopiano—. Socialismo y marxismo señalan que el ecologismono tiene suficientemente en cuenta el modo en que la crisis ecológicaexpresa unas relaciones sociales marcadas por la alienación y la desi-gualdad socioeconómica, esto es, los males inherentes al capitalismo.A su vez, esto va a provocar un movimiento de reflexión crítica de lapropia tradición marxista-socialista, que cuestiona sus planteamien-tos y principios a la luz de los nuevos elementos de juicio proporcio-nados por la crítica verde, creando un espacio de convergencia don-de el aprovechamiento verde de sus instrumentos coexiste con elreverdecimiento de las tesis marxistas. El anarquismo y el libertaris-mo ejercen también ahora su influencia en la conformación del enfo-que político verde, sobre todo como prolongación natural de unpensamiento filosófico que encuentra, en la descripción de la natura-leza que ofrece la ecología, un modelo de red espontánea y no jerár-quica susceptible de oportuna traducción política: el cientificismode los orígenes se encuentra así con un planteamiento donde la polí-tica es sustituida por la filosofía y la ciencia, en la concepción del su-

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jeto y del orden social. La ecología social, la ecología profunda y elbiorregionalismo son la principal expresión de esta tendencia, cuyaimportancia es, sin embargo, visible en el tenor general del ecologis-mo político hasta hoy dominante. También va a producirse una apro-ximación recíproca entre ecologismo y feminismo, que toma comobase la asociación histórica y simbólica de mujer y naturaleza. La ló-gica similar que habría regido históricamente la dominación de am-bas es ahora sinónimo de una convergencia de intereses entre femini-dad y mundo natural. En definitiva, la tradición política occidentalprocede a la recepción de los principios verdes.

La reflexión ética y filosófica acompaña en el tiempo al desplieguede la literatura verde más propiamente política, cuyos fundamentosnormativos establece en el curso de la indagación de aquellos valoresque subyacen a la protección del mundo natural. Su estatuto es revisa-do con la intención de incluirlo en la comunidad moral y su círculo deconsiderabilidad. Sin duda, los derechos de los animales constituyenun instrumento para esa expansión, capaz de generar una considera-ble cantidad de literatura de notable rigor sistemático. Paralelamente,la difusión pública de la noción de desarrollo sostenible, a partir delInforme a Naciones Unidas de la Comisión Brundtland para el MedioAmbiente, da lugar a un debate en torno al concepto que introduce asu vez la problemática de la justicia distributiva, tanto intrageneracio-nal como intergeneracional, referida a las futuras generaciones. Elavance del pensamiento verde no sólo multiplica así sus temas de re-flexión, sino que a medida que lo hace va, paulatinamente, afirmándo-se como tal pensamiento.

III.3. La consolidación de la teoría política verde

En un primer momento, la consolidación del pensamiento políticoverde es ante todo una continuación de la literatura de la década de lossetenta, donde la alternativa filosófica se ha encarnado ya en una doc-trina acerca de la necesaria reconciliación del hombre con su entornoy del derecho del mundo natural a su preservación y florecimiento. Almismo tiempo, el rechazo de la democracia liberal deja paso a unaafirmación de los principios democráticos más formal que sustantiva,

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por hallarse en clara contradicción con una política consecuencialistaque establece prepolíticamente los valores definitorios de la sociedadsostenible y los sustrae a todo debate y posibilidad de negociación.En consecuencia, la consolidación del ecologismo como ideología seproyecta sobre un pensamiento donde lo político es suprimido por laprevia ontologización de los valores y principios. Esta clausura del de-bate político trae causa del naturalismo epistemológico al que el eco-logismo se entrega, y a cuya consolidación contribuye el de la éticamedioambiental que lo justifica —animada por la aparición de publi-caciones periódicas monográficas que, como la temprana Environ-mental Ethics (1979) o la posterior Environmental Values (1992), sir-ven de vehículo a la filosofía ecocéntrica—. Environmental History,revista dedicada a la investigación medioambiental historiográficasurgida ese mismo último año, da cuenta de la fuerza que la nueva dis-ciplina, en todas sus ramas, había obtenido. El utopismo fundacionaldel pensamiento verde no sólo se proyecta en el pasado, mediante laadopción de una concepción arcádica de la naturaleza, y hacia el futu-ro, con la postulación de una sociedad sostenible idealizada, sino quese infiltra en su cuerpo doctrinal al potenciar un naturalismo políticoque, por ejemplo, provoca graves conflictos entre ecologismo y demo-cracia, o impide abrir al debate la forma que habrá de adoptar la sos-tenibilidad medioambiental.

No obstante, la ampliación y diversificación de la reflexión verdeno podía dejar de producir efectos, el principal de los cuales es laemergencia de una teoría política propiamente dicha a fines de la dé-cada de los noventa, como destilación y autoconciencia del pensa-miento ecologista. La obra fundacional del mismo es, sin duda, el Pen-samiento político verde de Andrew Dobson, que significativamentepropone concebir el ecologismo como un pensamiento radical, opues-to a todo compromiso o negociación con el liberalismo imperante yanclado, sin embargo, en el utopismo naturalista, dependiente de laecología como ciencia, y de la ética medioambiental como fundamen-tación filosófica de una teoría política privada así de autonomía. Estacontradicción, entre el intento por dar forma a una teoría política y lainfluencia de un naturalismo que supone su anulación, está patenteen el intento que hace Robert Goodin por conciliar lo que llama unateoría verde del valor con una teoría verde de la acción. Similar pro-

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pósito, mediante una estrategia distinta, persigue la «convergencianormativa» propuesta también entonces por Bryan Norton, pragmá-tica afirmación de la independencia de las políticas respecto de susfundamentos normativos, de acuerdo con la cual los verdes deben es-forzarse por obtener resultados prácticos al margen de que la justifi-cación de las políticas medioambientales sea ecocéntrica o antropo-céntrica 12. No obstante, la teoría política verde se consolida a travésde una sostenida afirmación de los valores que la rigen, de los obje-tivos que persigue y de todo aquello que la diferencia de teorías políti-cas rivales.

III.4. La revuelta contra el ecologismo fundacional: crítica y reconstrucción de la política verde

En la actualidad, vivimos una última fase del pensamiento político ver-de, que puede contemplarse como el resultado de su evolución natu-ral, de su progresiva apertura y dinamismo. Su madurez reflexiva con-lleva un desprendimiento progresivo de la fundamentación naturalistay del dogmatismo radical que había venido distinguiéndola. A partirde la segunda mitad de la década de los noventa, aparece un conjunto detrabajos, cuya característica principal es que ponen en cuestión algu-nos aspectos del propio pensamiento verde, como la ascendencia delnaturalismo o la influencia del anarquismo en la configuración de suestrategia política. Los presupuestos de la teoría política verde son in-ternamente evaluados y sometidos a crítica: la teoría interroga a la ideo-logía. Significativamente, en la introducción a la tercera edición de sucitada obra fundacional, Dobson consagra este desplazamiento de lateoría política verde, que a su juicio pasa de estar centrada en los aspec-tos político-ideológicos del ecologismo a reflexionar sobre conceptostradicionales de la teoría política, como la democracia, la justicia o laciudadanía.

Desde esta perspectiva puede entenderse, por ejemplo, el antesimpensable acercamiento que el ecologismo hace al liberalismo, enexploración de una posible convergencia entre los mismos. Tambiénel debate abierto acerca de la búsqueda de un modelo democráticoverde, ámbito en el que las resistencias que ofrece la interpretación

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naturalista chocan aún con los propósitos democratizadores de su teo-ría política —dadas las contradicciones que genera la confrontaciónde éstos con la afirmación prepolítica de valores y principios como lasostenibilidad—. A la ordenación interna de la teoría política verdeseguiría así su expansión externa, el diálogo y la confrontación conotras tradiciones teóricas y con conceptos clásicos de la teoría política,sólo que esta vez desde un enfoque más crítico.

Esta reconstrucción es producto de la sospecha sobre el ecologis-mo fundacional y sus presupuestos. La concepción verde de la natura-leza, su relación con la estructura normativa del ecologismo, las distin-tas asunciones acerca de la sostenibilidad y la democracia, los diseñospolíticos llamados a articular la sociedad sostenible, los paradójicosvínculos del ecologismo con la ciencia, su utopismo subyacente, el re-chazo sistemático de la modernidad o de la democracia liberal: todosellos, aspectos del ecologismo político que ahora son cuestionados yradicalmente reformulados. La reorientación crítica del ecologismopolítico da forma paulatina, vacilantemente, a la nueva política verde.Ha llegado incluso a hablarse de la muerte del ecologismo, propiciadapor el fracaso de sus viejas políticas y por la nueva configuración —máshíbrida, más multicultural, más posmoderna— de los movimientossociales verdes.

En la creación de las condiciones de posibilidad de esa sospechahan influido el desarrollo de la sociología medioambiental y el para-digma de la sociedad del riesgo, que han contribuido a refinar y com-prender en toda su complejidad un concepto de naturaleza que, en losverdes, disfraza la ingenuidad de realismo. Y las consecuencias nor-mativas de esa concepción han sido revisadas por una filosofía am-biental más crítica. Y como podrá verse, una adecuada comprensiónde la interdependencia y complejidad de las relaciones socionaturalespriva al naturalismo verde de su mito fundacional y de su principal re-ferencia normativa.

Ahora bien, sea como fuere, el impacto de esta apertura está pro-vocando un fascinante debate sobre la dirección que el ecologismo,como teoría política y como movimiento, debe tomar.

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IV. DESPUÉS DE LA NATURALEZA: MATERIALES

PARA UNA NUEVA POLÍTICA VERDE

¡Cuándo daremos término a nuestros escrúpulos yprevenciones! ¿Cuándo dejaremos de estar obce-cados por todas esas sombras de Dios? ¿Cuándohabremos «desdivinizado» por completo a la natu-raleza?

FRIEDRICH NIETZSCHE

Nuestra época, en consecuencia, ha reproducido con entusiasmo esavieja costumbre de la razón que consiste en buscar en la naturalezaun consuelo para la sociedad. La novedad es que lo ha hecho a travésdel más explícito y singular camino trazado por la primera ideologíaque tiene sólo por objeto la protección del mundo natural: el ecolo-gismo. Ya se ha señalado que el debate medioambiental global seasienta, no siempre de manera consciente, sobre las bases estableci-das por aquél desde su nacimiento. Y, aunque no cabe duda de que elmovimiento verde ha convertido a la naturaleza en una nueva catego-ría política, la debilidad de esas bases ha terminado por socavar susposibilidades de crecimiento. La razón es muy sencilla. Al convertiruna naturaleza idealizada en modelo para la sociedad, el pensamientoverde ha retrocedido hasta el ámbito prepolítico del naturalismo:vino viejo en odres nuevos. Su fracaso, por tanto, no es otro que la in-capacidad para articular una defensa no natural de la naturaleza. Ysu paradoja definitoria, su marca de fábrica, consiste en un extrañotriunfo: aquella politización de la naturaleza que desemboca en sudespolitización naturalista.

Todo el edificio ideológico verde se asienta sobre los quebradizoscimientos de una concepción de la naturaleza que es un producto dela imaginación. Se trata de un orden cuya existencia es independientedel hombre, pero no al revés: la humanidad pertenece a una comuni-dad moral de la que se deduce un deber de respeto hacia el mundonatural. Y en esa naturaleza perdida, pero susceptible de recupera-ción, la esfera propiamente social es una prolongación de la esfera na-tural; o así debe ser. De ahí que la sociedad sostenible que constituye

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el horizonte político del movimiento verde propenda a reconstruirun supuesto orden arcádico, donde se resuelve la escisión modernaentre hombre y naturaleza. Este horizonte es, evidentemente, utópi-co. Pero es un utopismo que, si bien se proyecta hacia el futuro, secorresponde con una forma retrospectiva de la utopía: la naturalezaprístina que el hombre ha degradado. De manera que el mundo natu-ral está fuera de la historia y al margen de la sociedad; es norma y norealidad; suspensión originaria y no transformación en el curso deltiempo.

Semejante desencarnamiento abstracto ignora la condición histó-rica y social de la esfera natural, la existencia de una historia social dela naturaleza. Su apropiación material y cultural, que ha conducidohistóricamente a una creciente interdependencia de sociedad y natu-raleza, ha culminado en nuestra modernidad tardía en la disolución detodo resto de separación entre ambas. La naturaleza se ha transforma-do en medio ambiente humano. No podía ser de otra manera. Y esuna realidad que no puede dejarse a un lado.

Así pues, la naturaleza no se opone simplemente a la sociedad y lahistoria, sino que forma parte de ambas. Todos los paraísos son paraí-sos perdidos, como escribe Proust; también la naturaleza que invocael ecologismo. Su paisaje pastoril no está al comienzo de la historia,porque nunca tuvo lugar: no es más que una falsificación nostálgica, elfruto de su ensoñación arcádica. En consecuencia, cualquier intentode reproducir ese orden inexistente en el futuro está condenado al fra-caso, que encubre en último término una confusa mezcla de mistifica-ción ideológica y sublimación escapista. Lo tiene dicho Clément Ros-set: la idea de naturaleza no pertenece al dominio de las ideas, sino aldominio del deseo 13. Y el deseo falsifica lo que persigue.

De este modo, la naturaleza esencialista, ahistórica y universal delecologismo es una naturaleza mítica, no sólo por carecer ya de todaconsistencia más allá de la palabra que la afirma, sino también porpretender la naturalización de lo que, a fin de cuentas, constituye unaconstrucción histórica y social. Es una mitología en el sentido que leda Roland Barthes: un mito que no oculta, sino deforma; un mito quetransforma la historia en naturaleza 14. Aquí reside la clave del natura-lismo verde. Porque toda naturalización tiene por objeto obtener lalegitimación adicional que proporciona un origen espontáneo y no

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creado. Y por eso la política del ecologismo se presenta, en su intran-sigencia heurística, como previa a la política y excluida de ella, sin lasucia huella de lo humano. Su singular combinación de ideología ycientificismo resulta, como veremos, en un férreo dogmatismo. Sinembargo, ese mismo fundamento es el producto de una ficción nos-tálgica, y así el ecologismo se corrompe en su misma base.

La renovación de la política verde debe así comenzar con la críti-ca de la política verde realmente existente. Es cierto que la provinciaverde se caracteriza por una notable diversidad interna, debido a lacual coexisten en su interior innumerables corrientes y movimientos;también lo es que se trata de un corpus de pensamiento no exento decomplejidad, reflejo de los distintos niveles que operan en él —cientí-fico, filosófico, político—. Sin embargo, podemos comprender elecologismo como unidad, a la luz de sus rasgos comunes: aquellaideología que trata de convertir la naturaleza en una realidad moral ypolíticamente significativa, con el fin de conservarla y de avanzar ha-cia la consecución de una sociedad ecológicamente sostenible. Ahorabien, la poderosa influencia que las corrientes más radicales del mo-vimiento verde han ejercido en su configuración doctrinal —influen-cia que sólo ahora empieza a ser cuestionada— ha terminado por darforma a una política verde en exceso dependiente de unas premisasque contaminan e invalidan casi todo su discurso. Sobre todo, su in-sistencia en una concepción de la naturaleza más cerca de la mitifica-ción que de la realidad —que conduce a su vez a la obsesiva nociónde crisis ecológica— propicia una debilidad teórica que ningún ejer-cicio de voluntarismo puede compensar. La posibilidad misma deexistencia de alguna política verde depende de su transformación enla dirección correcta.

Podemos preguntarnos si tal deriva naturalista es inevitable, estoes, si cualquier intento por dar forma a una política de la naturalezaestá condenado a incurrir en ella. Y la respuesta es que no. Es posi-ble disponer de una política verde no naturalista, basada en unacomprensión alternativa, más realista, de las relaciones socionatura-les. A su vez, esta renovación contribuirá a un planteamiento más se-reno del debate global en torno al medio ambiente. Entre otras razo-nes, porque esa política verde renovada establecerá unas relacionescon la modernidad y la democracia que no serán distinguidas por su

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ambigüedad y su contingencia, como hasta ahora, sino por una vin-culación necesaria con ambas —directamente derivada de su re-constitución como instancia crítica y reflexiva de la modernidad li-beral—. Desde ese punto de vista, la política verde debe podercontemplarse como culminación de una modernidad capaz de reor-ganizar sus relaciones con el medio, y no como otra expresión de supresunto fracaso.

Para extraer lo nuevo de lo viejo, es necesario revisar los presu-puestos filosóficos del ecologismo y orientarlos en un sentido distintoal tradicional. Que la crítica aquí ofrecida proponga una nueva orien-tación para la política verde significa, por tanto, que sus principiosbásicos son abiertamente puestos en entredicho. Así ocurre conla fundamentación moral ecocéntrica, con la prioridad otorgada a laprotección del mundo natural sobre la base de su valor intrínseco,con una concepción de la democracia basada en la descentralizacióncomunitaria y en formas cerradas de sostenibilidad. Hay que revisar,en fin, la herencia de un radicalismo verde de signo naturalista y cien-tificista, que propende a la subordinación de lo político a lo ideoló-gico. En ese sentido, el ecologismo debe poder definirse menos comouna doctrina moral que se orienta hacia la protección del mundo na-tural, y más como una teoría política cuyo principio rector es la con-secución de la sostenibilidad en el marco de la sociedad liberal. Deesta forma, el énfasis no recae tanto en la preservación de las formasnaturales, cuanto en el equilibrio de las relaciones socioambientales—que sólo marginalmente se ocupa de aquella conservación—. Has-ta el momento, sin embargo, esa política es antes una promesa queuna realidad.

Sin embargo, no se trata tanto de plantear esta reformulación entérminos de ruptura, como de señalar la continuidad que cabe percibiren una teoría política capaz de generar los recursos críticos necesariospara su renovación. Desde una perspectiva verde tradicional, esto noconducirá sino a la desnaturalización del movimiento; esto es, a la di-solución de aquello que convierte el ecologismo en ecologismo, hastaprivarlo de toda razón de ser. Sin embargo, concebir la política verdede modo esencialista, identificándola con aquellos principios domi-nantes hasta ahora en su estructura normativa, convertiría a los teó-ricos ecologistas en rehenes de una virtud imaginaria. En realidad, la

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política verde no tiene por qué seguir identificándose con un ecologis-mo fundacional que no posee monopolio alguno sobre su definición.No existe ningún certificado de autenticidad para la política medio-ambiental: es posible levantarse contra Arcadia.

NOTAS

1 Naturalmente, Al Gore, el político del establishment reconvertido en «giganteverde» (cfr. The Economist, 24 marzo de 2007, p. 52; The Observer Magazine, 24 de ju-nio de 2007).

2 Cfr. Rob Jackson, The Earth Remains Forever. Generations at a Crossroads, Aus-tin, University of Texas Press, 2002, p. 132.

3 Cfr., respectivamente, Robyn Eckersley, Environmentalism and Political Theory,Nueva York, State University of New York, 1992, p. 17; Jonathon Porritt, SeeingGreen. The Politics of Ecology Explained, Londres, Basil Blackwell, 1984, p. 116; y Ju-lian Saurin, «Global Environmental Crisis as the “Disaster Triumphant”: The PrivateCapture of Public Goods», Environmental Politics, vol. 10, núm. 4, invierno, 2001,pp. 63-84, p. 65.

4 Bjorn Lomborg, The Skeptical Environmentalist, Cambridge, Cambridge Uni-versity Press, 2001, pp. 1-51.

5 Cfr. The Guardian, 15, 17 y 20 de agosto y 1 de septiembre de 2001.6 La obsesión verde por el futuro se manifiesta a veces de forma grotesca, por

ejemplo, en la preocupación acerca del «futuro profundo» que tendrá lugar dentro decien mil años, y para el cual debemos asumir como objetivo «una supervivencia de cali-dad» (cfr. Doug Cocks, Deep Futures. Our Prospects for Survival, Montreal, Universityof New South Wales Press, 2003).

7 John Barry, «From environmental politics to the politics of the environment: thepacification and normalization of the environment?», en Y. Levy y M. Wissenburg(eds.), Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Environmentalism?, Lon-dres, Routledge, 2004, pp. 179-192; Ingolfur Blühdorn, «Post-ecologism and the poli-tics of simulation», en Y. Levy y M. Wissenburg (eds.), ob. cit., pp. 35-47.

8 Ingolfur Blühdorn, Post-ecologist Politics: Social Theory and the Abdication of theEcologist Paradigm, Londres, Routledge, 2004, p. 14.

9 William Ophuls y Stephen Boyan Jr., Ecology and the Politics of ScarcityRevisited. The Unraveling of the American Dream, Nueva York, W. H. Freeman andCompany, 1992, p. 11.

10 Lester Milbrath, Environmentalists. Vanguard for a New Society, Nueva York,State University of New York Press, 1984, p. 7.

11 También desde bien pronto, la atribución de culpa a la cultura occidental dio lu-gar a una particular forma de escapismo. Algunas voces del movimiento verde propo-nen una refundación axiológica basada en culturas, como las orientales, presuntamen-

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te más respetuosas con el medio natural (cfr. Lynn White, «The Historical Roots ofOur Ecological Crisis», Science, vol. 155, núm. 3767, pp. 1203-1207). Empeño dudo-so, por no cumplirse la premisa mayor: un respeto hacia el medio que está en las filoso-fías orientales, pero no en su historia.

12 Robert Goodin, Green Political Theory, Londres, Polity, 1992; Bryan Norton,Toward Unity Among Environmentalists, Oxford, Oxford University Press, 1991.

13 Clément Rosset, La anti-naturaleza, Madrid, Taurus, 1974.14 Cfr. Roland Barthes, Mitologías, Madrid, Siglo XXI, 2003.

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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Habida cuenta de que las referencias incluidas en el texto no poseen vocaciónexhaustiva, sacrificando así el rigor académico en beneficio de un tono másensayístico, orientado a hacer más fácil la lectura, se ha considerado conve-niente incluir aquí, a la manera de un apéndice, una selección de aquellos tex-tos a los que el lector interesado puede dirigirse si lo desea. Sin embargo, loque sigue tampoco pretende agotar el catálogo de obras existentes; más bien,se trata de señalar aquellos trabajos que, en cada materia, resultan más repre-sentativos. Inevitablemente, entonces, la selección refleja el criterio de quienla propone y opera, de ese modo, como continuación del libro que aquí con-cluye. De forma que ni están todos los que son ni acaso sean todos los que es-tán. La vocación de exhaustividad es tan inútil como vana la pretensión deimparcialidad: esta relación de textos refleja el trabajo al que pone fin. Y vice-versa.

Desgraciadamente, el lector que no domine el inglés puede encontrar di-ficultades para adentrarse con garantías en la materia, salvo que decida acudira las revistas especializadas antes que a las monografías disponibles. Efectiva-mente, son pocas las traducciones al español del corpus teórico verde, asícomo del conjunto de la reflexión contemporánea sobre las relaciones socie-dad-naturaleza. Y aunque es cierto que, a medida que aumenta el interés delpúblico, lo hagan las publicaciones, es inevitable que muchas de las referen-cias que a continuación se proporcionan correspondan a obras en inglés.

Sin duda, el ecologismo pionero ha recobrado en nuestros días su prota-gonismo, si no en los temas, sí en sus acentos. De esta manera, quien se aproxi-me a la literatura ecologista de las décadas de los sesenta y setenta, encontraráuna tonalidad familiar, que oscila entre el alarmismo y la intransigencia moral,no sin una fuerte orientación científica a menudo discutible. En esta línea sesitúan la emblemática Primavera silenciosa de Rachel Carson, naturalista nor-teamericana que publicó en 1962 esta resonante denuncia de los pesticidas(hay edición española en Crítica, 2001); la malthusiana advertencia de PaulEhrlich, The Population Bomb, que en 1965 predecía una segura hambrunamundial para diez años después; la defensa de la ecología que hiciera Barry

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Commoner en The Closing Circle, en 1972, y que publicara entre nosotrosPlaza & Janés; o, en fin, el emblemático Manifiesto para la supervivencia deEdward Goldsmith y otros editores de la revista The Ecologist, que Alianzapublicó aquí en 1972, abriendo la puerta a la literatura de los límites natura-les, representativa de aquel pensamiento verde. Naturalmente, esta tendenciaencuentra su fundamento en el célebre informe que Meadows et al. elevaranal Club de Roma en 1972, con el título Los límites del crecimiento, continua-dos y revisados veinte y treinta años después, respectivamente (todas las ad-vertencias están traducidas al español, publicadas respectivamente por elFondo de Cultura Económica, El País-Aguilar y Círculo de Lectores/GalaxiaGutenberg). Estas revisitaciones, cabe señalar, no buscan tanto reconocer loserrores prospectivos, como insistir en la validez del concepto mismo de límitenatural al desenvolvimiento social. Y aparentemente, visto el estado de la opi-nión pública, con éxito.

En su momento, este discurso de los límites produjo, de una parte, unconjunto de glosas e interpretaciones; de otra, la inquietante deriva tecnocrá-tica del ecoautoritarismo. Entre las primeras, sobresale sin duda la conocida«tragedia de los bienes comunes» —elaborada por Garrett Hardin en su ar-tículo de 1977 del mismo título, e incluido en la obra editada junto a John A.Baden, Managing the Commons—, según la cual nadie se ocupa de lo que denadie parece. Y no deja de ser cierto. Entre las segundas, destaca sin duda laobra de los recalcitrantes Robert Heilbroner y William Ophuls, quienes en1975 y 1977 publican, respectivamente, las dos obras seminales del ecoautori-tarismo: An Inquiry into The Human Prospect y Ecology and the Politics ofScarcity, esta última revisitada y confirmada junto a Stephen Boyan quinceaños después. La defensa de un mandarinato ecológico, como única vía de su-pervivencia, es característica de esta línea de pensamiento, cuyo pesimismoradical ha sido desmentido con el transcurso de los años; acaso al fracaso delas predicciones apocalípticas quepa atribuir la posterior atenuación del ar-gumento autoritario. Afortunadamente, hoy es posible contemplarlo antescomo una curiosidad que como una tentación para el pensamiento verde,pero cualquier regreso al dogmatismo puede resucitarlo: su interés es, así, elinterés del síntoma.

Sea como fuere, ni la exageración ni el fracaso de las predicciones evita-ron la consolidación de la primera oleada del pensamiento verde. Produjoésta varios efectos inmediatos y su correspondiente literatura, a saber: el im-pacto sobre otras tradiciones políticas; el desarrollo de una teoría ecologistamás consistente a partir de la década de los ochenta; y el nacimiento de unarespuesta crítica al ecologismo fundacional. Estas dos últimas tendenciasconvergen en la actualidad.

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Naturalmente, las tradiciones preexistentes no podían dejar de reconoceren el ecologismo una nueva referencia del pensamiento crítico, esto es, a lavez una amenaza y una oportunidad. Si, por una parte, el ecologismo podíaoponer una imagen más moderna ante el acartonado marxismo, por otra éstepodía salir reforzado de la asimilación de una nueva herramienta para la críti-ca del capitalismo. De ahí que, todavía poderosos, socialismo y marxismoprocedieran, por un lado, a una lúcida crítica de las ingenuidades del ecolo-gismo, especialmente en lo que se refiere a su concepción de la relación socio-natural. Esta respuesta es a veces destructiva, como en el caso del brillante en-sayo de Hans-Magnus Enzensberger Para una crítica de la ecología política(Barcelona, Anagrama, 1973), pero más a menudo constructiva, como la ente-ra obra del señalado ecosocialista David Pepper (en especial, su recomendableThe Roots of Modern Environmentalism, que Routledge dio a la luz en 1984, yen el que su autor explora críticamente las raíces del ecologismo político,para defender su necesaria filiación en el pensamiento socialista), y, en el senti-do contrario de una defensa de la ecologización del socialismo, el emblemáticoCambio de sentido del alemán oriental Rudolf Bahro, que Ediciones Hoac tra-dujo al español en 1986. Este empeño es especialmente visible en la obra delfallecido André Gorz, muy leído en nuestro país y de quien puede citarse Ca-pitalismo, socialismo, ecología (Ediciones Hoac, 1995); su lectura puede com-plementarse con la del pequeño clásico Los utópicos postindustriales, de BorisFrankel (Alfons el Magnánim, 1990). De hecho, si el pensamiento verde espa-ñol ha poseído, hasta el momento, una seña de identidad, es la general ads-cripción del mismo a la tradición ecosocialista —que combina la crítica delcapitalismo con la defensa de un giro ambiental en las relaciones sociales—.En esa línea se sitúan la obra de Jorge Riechmann (véase su trabajo junto aFrancisco Fernández-Buey: Ni tribunos: Ideas y materiales para un programaecosocialista, Siglo XXI, 1996) y el notable esfuerzo realizado, recientemente,por Ángel Valencia Sáiz, editor de La izquierda verde (Icaria, 2008), explora-ción del homónimo proyecto de convergencia política.

Por su parte, la recepción marxista del pensamiento verde ha sido espe-cialmente interesante, por cuanto aquél ha combinado la defensa de sus pro-pias posiciones con una —fascinante, discutible— relectura verde del propioMarx. Marx Goes Green!, Reiner Grundmann, Ted Benton (inteligentísimoautor, no traducido a nuestra lengua) y Paul Burkett son relevantes en estesentido. En nuestro idioma, John Bellamy Foster ha publicado La ecología deMarx: materialismo y naturaleza (Ediciones de Intervención Cultural, 2004),una notable y original síntesis de este debate; en un sentido más amplio, comomuestra del empleo marxista del tema verde, de acuerdo con el cual el capita-lismo es insostenible y las viejas tesis marxistas nunca han dejado de tener ra-

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zón, tenemos las Causas naturales. Ensayos de marxismo ecológico (Siglo XXI,2008), del incombustible James O’Connor. En mi artículo «Prometeo desen-cadenado. Sobre la concepción marxista de la naturaleza» (Revista de Investi-gaciones Sociológicas y Políticas, vol. 3, núm. 1, diciembre de 2004, pp. 61-83),he tratado, a mi vez, de mostrar cómo el propio Marx puede, muy al contra-rio, ser reinterpretado en favor de una concepción del ecologismo como ladefendida a lo largo de esta obra, sólo que con más detalle, en lo que al pensa-miento marxiano se refiere, de lo que aquí se ha mostrado.

La asociación de anarquismo y feminismo con el pensamiento verde hadado lugar a dos curiosos híbridos, que han contribuido a abrir nuevas vías aaquellas familias ideológicas: ecoanarquismo y ecofeminismo. Sin duda alguna,Murray Bookchin es el autor de cabecera de la llamada ecología social, que asu-me el modelo reticular de la ecología como modelo para la renovación del pen-samiento anarquista, con un formidable grado de sofisticación filosófica. Latradición anarquista hispánica parece seguir honrando a sus cultivadores ex-tranjeros, toda vez que la obra más destacada de Bookchin (curiosamente, au-tor de un estudio, también traducido, sobre el anarquismo español entre 1868 y1936) está disponible en nuestra lengua: La ecología de la libertad. El surgimien-to y la disolución de la jerarquía (Nossa y Jara, 1999). Junto a Bookchin, el pen-samiento biorregionalista representa muy adecuadamente la —a menudo deli-rante— fusión de anarquismo y ecología, mediante una organización socialestablecida a partir de la configuración biofísica del territorio. Sin recepción es-pañola, el prolífico Kirpatrick Sale es su principal teórico, sobre todo en suDwellers in the land. The Bioregional Vision (Sierra Club Books, 1985), obraque por momentos puede leerse como un tratado cómico, dada, entre otras co-sas, la magnitud del proyecto de transformación global que flemáticamentepone sobre la mesa. Para los interesados en conocer el ecofeminismo, CarolynMerchant y Valerie Plumwood han escrito quizá las obras esenciales, por des-gracia no disponibles en español: respectivamente, The Death of Nature. Wo-men, Ecology and the Scientific Revolution (Harper & Row, 1989), y Feminismand the Mastery of Nature (Routledge, 1993). No obstante, en España podemosleer la obra de Maria Mies y Vandana Shiva, La praxis del ecofeminismo (Icaria,1998), Feminismo y ecología de Mary Mellor (Siglo XXI, 2000), y la autóctonasíntesis de María Antonia Bel Bravo, Ecofeminismo: un reencuentro con la natu-raleza (Universidad de Jaén, 1999), de expresivo título. Tanto en este terrenocomo en los demás, huelga decirlo, el lector especializado tiene a su disposiciónuna ingente cantidad de artículos en revistas académicas nacionales e interna-cionales: no faltará material a quien desee descender a las profundidades.

Hay que distinguir, cuando del pensamiento propiamente verde se trata,distintos acentos. Su desarrollo multiforme no impide distinguir un conjunto

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de elementos comunes a sus diferentes familias, pero es también convenienteseparar éstas. A su vez, es posible diferenciar aquí las obras que aspiran aofrecer una visión coherente, o de conjunto, de aquellas que más decantada-mente apuestan por una versión del ecologismo; siempre, conviene aclarar,dentro del marco general del ecocentrismo y de la apuesta por una transfor-mación ecológica sustancial de la sociedad; o, dicho de otra manera, con ex-plícito rechazo del reformismo. Desde luego, quien desee encontrar una in-mejorable síntesis de lo que sea y quiere ser el ecologismo político, debeacudir al seminal Pensamiento político verde de Andrew Dobson, publicadopor vez primera en 1990 y que ha conocido hasta cuatro ediciones, la últimaen 2007 a cargo de Routledge; en España, Paidós tiene publicada la primeraedición, en 1997. Del mismo autor, Trotta tiene publicada en 1999 una anto-logía del pensamiento verde, que sirve como útil aproximación a los textosesenciales del corpus verde, hasta tanto la traducción de los mismos se lleva atérmino. Y en una línea similar, se sitúan los pensadores ya históricos del de-sarrollo de la teoría política verde de las décadas de los ochenta y, quizá másaún, los noventa. Son textos imprescindibles los de John Dryzek (RationalEcology. Environment and Political Economy, Cambridge University Press,1987), Robyn Eckersley (Environmentalism and Political Theory, State Uni-versity of New York Press, 1992), Robert Goodin (Green Political Theory,Polity, 1992) y Tim Hayward (Ecological Thought: an Introduction, Polity,1995). Y son, todos ellos, logrados intentos por armar un pensamiento verdeautónomo y comprensivo, que transitan de la filosofía a la política.

Quien, sin embargo, desee adentrarse en los complejos y fascinantes me-andros de la filosofía y la ética medioambientales, puede encontrar un buenpunto de partida en la compilación de John O’Neill et al., EnvironmentalEthics and Philosophy (Edward Elgar, 2001), que recoge el conjunto de deba-tes en torno al valor de la naturaleza y su consideración moral. En esta mismalínea se sitúa el problema de los derechos de los animales, que acaso al recibiruna mayor atención pública está mejor servida en nuestro país. Son recomen-dables y recientes los trabajos de Tom Regan (Jaulas vacías. Cuadernos paradialogar sobre animales. El desafío de los derechos, Sli Tandem, 2006, si bien suopus magnum sigue siendo The Case for Animal Rights, University of Califor-nia, 1985) y el conocido Peter Singer (Liberación animal, Trotta, 1999), quie-nes desde distintas argumentaciones morales desembocan en la misma de-manda: la concesión de derechos humanos al mundo animal. No obstante,escasean en nuestro panorama editorial las obras críticas con este enfoque,como las esenciales de R. G. Frey (Interests and Rights: The Case Against Ani-mals, Clarendon Press, 1980) o, más recientemente, Tibor Machan (PuttingHumans First: Why we are Nature’s Favorite, Rowman & Littlefield, 2004).

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Por su parte, la ecología profunda apela a la dimensión espiritual del ser hu-mano en contacto con la naturaleza. Y si bien podría decirse que, en su rigorcasi místico, este pensamiento no es de este mundo, no es menos cierto que,con diferentes formas, nunca ha dejado de ejercer un poderoso influjo sobreel ecologismo más radical. Ya en 1972, el noruego Arne Naess apelaba a laconciencia humana como motor de cambio en las relaciones socioambienta-les, desarrollando un pensamiento que encuentra adecuada summa en su tra-bajo Ecology, Community and Lifestyle (Cambridge University Press, 1989).Fueron Bill Devall y George Sessions, sin embargo, quienes escribieron elmás citado tratado de ecología profunda, hasta donde sé, sin traducción dis-ponible: Deep Ecology. Living as if Nature Mattered (Gibbs Smith, 1985).

Tal como se ha podido comprobar a lo largo de este trabajo, sin embargo,la reflexión ética sobre la naturaleza debe ser complementada, e incluso ante-cedida, por la reflexión filosófica sobre su mismo concepto y la índole de lasrelaciones socionaturales. Ya se ha apuntado que el marxismo ofrece un nota-ble interés al respecto, desarrollado sobre todo en los afamados Manuscritos:economía y filosofía (Alianza, 1980); también se ha señalado ya que el utilísi-mo concepto de metabolismo encuentra en la obra del represaliado NikoláiBujarin un brillante desarrollo (en su Teoría del materialismo histórico, Ma-drid, Siglo XXI, 1972). No obstante, para un más directo y moderno trata-miento del problema de la naturaleza es indispensable la obra de Kate Soper,What is Nature? (Blackwell, 1995), donde se cuestiona la naturaleza sin me-diación en que a menudo los verdes confían, por medio de una rigurosa, peroamena, categorización filosófica. En esta vena, que parece alimentarse porigual del constructivismo moderado y la posmodernidad sociológica, pode-mos situar también a dos pensadores de filiación marxista, como Peter Dic-kens (Society and Nature. Towards a Green Social Theory, Harvester Wheats-heaf, 1992), David Harvey (Justice, Nature & the Geography of Difference,Blackwell, 1996), así como a los originales Phil MacNaghten y John Urry(Contested Natures, Sage, 1998) y al sociólogo Klaus Eder (The Social Cons-truction of Nature, Sage, 1996). Más antiguo, aunque excelente, es el estudiode Serge Moscovici, Sociedad contra natura (Siglo XXI, 1975), donde se abor-da filosóficamente el problema de la coevolución sociedad-naturaleza. En es-tos textos se pone en cuestión aquello que entendamos por naturaleza, desve-lándose su dimensión ineludiblemente social y la ausencia de una categoríaunificadora que nos sirva para reducir a una sola naturaleza la pluralidad delas interacciones humanas con el entorno. Esta verdad abstracta encuentrauna espléndida formulación, a la vez conceptual y práctica, en el reader deWilliam Cronon, Uncommon Ground. Rethinking the Human Place in Nature(W. W. Norton & Company, 1996). Y una formulación exitosa en el conjunto

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de la sociología del riesgo, que tiene precisamente como punto de partida laartificialidad del entorno y el final de la naturaleza tal como clásicamentela habíamos entendido: Ulrich Beck (La sociedad del riesgo, Paidós, 1998;aunque la traducción es lamentable) y Anthony Giddens (Consecuencias de lamodernidad, Alianza, 1993); y ambos, a su vez, en la compilación que editanjunto a Scott Lash: Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en elorden social moderno (Alianza, 1997). Son lecturas sugerentes, que contextua-lizan adecuadamente el problema de la naturaleza en el marco de la moderni-dad tardía y la irreversible interpenetración socionatural, si bien su catálogode soluciones no siempre es tan convincente.

Este tema del fin de la naturaleza encuentra a veces en el ecologismo —oen aquellos pensadores ecologistas que se avienen a reconocer la veracidad deese enunciado— un hermoso tono elegíaco, donde la denuncia se tiñe de me-lancolía por la naturaleza perdida. Es el caso de la obra de Bill McKibben, Elfin de la naturaleza (Editorial Diana, 1990), aunque también de la más recienteThe end of the Wild, hermosa obrita de Stephen Meyer (The MIT Press, 2006).Es irrepetible, en cambio, la serena meditación que el malogrado AlexanderWilson ofrece en The Culture of Nature. North American Landscape from Dis-ney to the Exxon Valdez (Blackwell, 1992), obra que combina el texto con lafotografía para concluir, a su manera, que la naturaleza ya sólo existe en nues-tra memoria, tan abundantes son los nostálgicos signos de su desdibujamiento.

Menos melancólicos, pero tanto más necesarios, son los tratados filosófi-cos que critican el antihumanismo latente en parte del pensamiento verde ydesenmascaran la fetichización de la naturaleza a que el mismo propende. Esimprescindible, aunque difícil de encontrar, La anti-naturaleza, del francésClément Rosset (Taurus, 1974); recientemente, con su habitual brillantez,Giorgio Agamben se ha ocupado de la divisoria sociedad-naturaleza en Loabierto. El hombre y el animal (Pre-Textos, 2005); también merece que seconsulte la obra de Neil Evernden The Social Creation of Nature (The JohnsHopkins University Press, 1992). Este rechazo de las premisas filosóficas másesenciales o radicales de los verdes es también, naturalmente, el punto de par-tida del conjunto de obras que, desde los orígenes del movimiento verde, se lehan opuesto.

Sin duda, esta tradición crítica, peyorativamente denominada por los ver-des tradición cornucopiana o prometeica, se ha alimentado desde sus oríge-nes de fuentes muy dispares: hay muchas formas de contestar al ecologismofundacional. Wilfred Beckermann publicó ya en 1974 su In Defence of Econo-mic Growth, iniciando así una carrera académica que ha combinado la agita-ción con el rigor: véase, en este sentido, su ejemplar Lo pequeño es estúpido,que publicara Debate en 1996. También de la misma época es el valioso estu-

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dio de John Passmore, La responsabilidad del hombre frente a la naturaleza.Ecología y tradiciones en Occidente (Alianza, 1978), a la vez estudio histórico-cultural y defensa de un humanismo responsable en nuestra relación con elmedio. Esta literatura, esencialmente, se ha preocupado por refutar el catas-trofismo verde, mediante el sencillo expediente de invocar la realidad. Desdela obra colectiva de Simon y Kahn, The Resourceful Earth (Wiley/Blackwell,1984), hasta El ecologista escéptico de Bjon Lômborg (Espasa, 2003), han idoen aumento las obras que tratan de responder con datos a un ecologismo quesiempre ha gustado de ofrecerlos —una guerra de interpretaciones que alcan-za su cénit, de momento, con la querella en torno al cambio climático—. Seacomo fuere, muchas de estas críticas provienen del interior mismo del ecolo-gismo, provocando en él un lento movimiento de renovación que puede estardando forma a la política verde del futuro.

Este debate interno al ecologismo, acerca de la orientación que la políticaverde deba tomar, se ha intensificado en los últimos años, a medida que hansurgido más voces contrarias a la herencia fundacional del ecologismo radicaly en defensa de un pensamiento verde más democrático, menos naturalista,más flexible. Entre los autores que plantean la necesidad de este giro reflexi-vo en el interior de la teoría verde figuran, destacadamente, John Barry (sobretodo, con su Rethinking Green Politics. Nature, Virtue and Progress, Sage,1999), Douglas Torgerson (The Promise of Green Politics, Duke UniversityPress, 1999), Avner De-Shalit (The Environment: Between Theory and Practi-ce, Oxford University Press, 2000) y Mathew Humphrey (compilador del ilu-minador Political Theory and the Environment: A Reassessment, Frank Cass,2003). Todos ellos tratan de reinventar la política verde, a partir del cuestio-namiento de los dogmas fundacionales y de un claro compromiso con la polí-tica democrática. Sobre este último problema, de hecho, hay dos magníficascompilaciones, que exploran las dificultades y posibilidades de un modelodemocrático verde: Democracy and Green Political Thought (Routledge,1996), de Brian Doherty y Marius De Geus; y Democracy and the Environ-ment (Edward Elgar, 1996), de William Lafferty y James Meadowcroft, a lasque puede sumarse el número monográfico que Environmental Politics dedi-cara al asunto en invierno de 1995.

Era razonable esperar que, abierto el ecologismo a la democracia, surgie-ran numerosas obras dedicadas a indagar en la naturaleza de esa vinculación.Pues bien, la misma ha terminado por adoptar, en los últimos años, una formacasi obsesiva: la vinculación entre ecologismo y democracia deliberativa,como medio para el alumbramiento de una democracia —gloriosamente—verde. Pueden servir de referencia al lector las obras de John Dryzek (Delibe-rative Democracy and Beyond. Liberals, Critics, Contestations, Oxford Univer-

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sity Press, 2000) y Graham Smith (Deliberative Democracy and the Environ-ment, Routledge, 2003), si bien conviene adquirir una perspectiva más ampliaacerca de los problemas intrínsecos a la democracia deliberativa y del conjun-to de posibilidades institucionales que tiene a su alcance un modelo verde dedemocracia (algo que puede encontrarse en el completo reader de MichaelSaward, Democratic Innovation. Deliberation, Representation and Association,Routledge, 2000). Son, en todo caso, innumerables los artículos sobre el par-ticular en las revistas especializadas.

La apertura del pensamiento verde supone también un giro, si bien mo-derado, en sus relaciones con el liberalismo: pasan, podría decirse, de la into-lerancia al coqueteo. Tal como se ha sostenido en este trabajo, no hay futuropara liberalismo y política verde que no pase por su recíproca aceptación. Elliberalismo tiene que dejar de contemplar el medio ambiente como una mo-lestia, cosa que parece empezar a hacer; y el ecologismo tiene que abrazar losprincipios liberales, pese a que sigue siendo, todavía, mayoritariamente antili-beral. Mark Sagoff publicó en 1990 una obra pionera (The Economy of theEarth. Philosophy, Law and the Environment, Cambridge University Press),cuyo testigo recogerían, sobre todo, el incisivo filósofo holandés Marcel Wis-senburg en su importante Green Liberalism. The Free and the Green Society(UCL Press, 1998), y aún después, por ejemplo, Simon Hailwood en How tobe a Green Liberal: Nature, Value and Liberal Philosophy (Acumen, 2004). Ellector español encontrará una completa discusión de los problemas de encajeque presentan liberalismo y ecologismo en el número monográfico que altema consagrase en 1999 el número 13 de la Revista Internacional de FilosofíaPolítica. Y son de destacar, también recientemente, la obras que plantean laposibilidad de que este desarrollo crítico haya provocado, o esté a punto deprovocar, la misma muerte del ecologismo: así, los autores que acuñaron esaidea en un artículo de 2004, Robert Nordhaus y Steve Shellenberg, aboganpor la renovación de la política verde a través de un discurso de crecimiento yprogreso, antes que de límites, en Break Through. From the Death of Environ-mentalism to the Politics of Possibility (Houghton Mifflin, 2007); y esta posi-bilidad es sopesada en el trabajo colectivo compilado por Marcel Wissenburgy Yoram Levy, Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Envi-ronmentalism? (Routledge, 2004).

Renovar la relación del ecologismo con la democracia y la sociedad libe-ral ha supuesto, asimismo, abordar un conjunto de problemas e institucionespreexistentes, que ahora deben ser contemplados a la luz de su dimensiónecológica. Entre aquéllos, ocupa un papel predominante la relación entre lademocracia, la ciencia y los riesgos medioambientales; entre las segundas, la as-cendente noción de la ciudadanía ecológica. Ya vimos que la relación entre

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ecología y democracia era susceptible de una completa inversión, de acuerdocon la cual ésta debía someterse a aquélla. Afortunadamente, la propuestaecoautoritaria ha dejado paso a una consideración más serena del problemaque plantea la necesidad del conocimiento experto, cuando de realizar demo-cráticamente la sostenibilidad se trata. Buenas guías para orientarse en esteproblema son la obra del verde radical británico —devenido moderado— Jo-nathon Porritt (Actuar con prudencia: ciencia y medio ambiente, Blume, 2003)y la imprescindible monografía de John O’Neill, Ecology, Policy and Politics(Routledge, 1993). A su vez, la relación de la democracia y la gestión de losriesgos medioambientales tardomodernos es objeto de un magnífico trata-miento por parte de Richard Hiskes en su Democracy, Risk and Community.Technological Hazards and the Evolution of Liberalism (Oxford UniversityPress, 1999), en el marco de un enfoque que ha ganado fuerza en los últimosaños: el estudio de la relación entre democracia y gestión del riesgo.

Precisamente, en este terreno fronterizo entre el sistema institucional, lapolítica informal y la vida cotidiana se sitúa la incipiente y rica noción dela ciudadanía ecológica. Es evidente que el ciudadano del futuro será verde ono será; sin embargo, no está claro aún qué significa serlo, ni cómo puede exi-girse que lo sea. Andrew Dobson demostró su capacidad para mantenerse enla primera línea del debate con la publicación de Citizenship and the Environ-ment, en 2003 (Oxford University Press), exploración de las posibilidades dela ciudadanía ecológica para la articulación de una política verde radical. Eneste texto ya se incorporaba plenamente a la reflexión el giro que para la ciu-dadanía ecológica implica la globalización en curso. Sobre este problema,pueden consultarse con provecho las obras de April Carter, que sitúa a la ciu-dadanía ecológica en el marco de la aspiración a una ciudadanía global (ThePolitical Theory of Global Citizenship, Routledge, 2001); y, sobre todo, lacompleta obra colectiva auspiciada por Andrew Dobson y Ángel ValenciaSáiz, por desgracia sin traducción al castellano: Citizenship, Environment, De-mocracy (Routledge, 2006). España no ha llegado aún a este debate, o no lo hahecho sino en el reducido ámbito académico; es cuestión de tiempo que esteconcepto sirva para la discusión pública acerca de la contribución del ciuda-dano a la sostenibilidad.

Y precisamente es la sostenibilidad el concepto que sostiene el enteroprograma del ecologismo político, junto a su corolario metasocial: la realiza-ción de la sociedad sostenible. Sin embargo, la progresiva ecologización de lasociedad ha privado a los verdes de su inicial monopolio teórico sobre el par-ticular; ahora, el debate se desarrolla en distintas direcciones, conforme en-tran en conflicto —teórico y político— distintas ideas de la sostenibilidad.Está disponible en castellano el informe elevado a la ONU que está en el origen

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de este debate público: Nuestro futuro común (Alianza, 1988), cuya lectura esrecomendable por razones genealógicas. Desde entonces, naturalmente, elconcepto se ha refinado y hecho más complejo. Son recomendables las obrasde Ian Drummond y Terry Marsden, The Condition of Sustainability (Rout-ledge, 1999), donde se traza una visión general del asunto; la distinción queprecisa Eric Neumayer entre las versiones fuerte y débil de la sostenibilidad,Weak versus Strong Sustainability. Exploring the Limits of Two Opposing Para-digms (Edward Elgar, 1999); y la notable obra de síntesis armada por SimonDresdner, The Principles of Sustainability (Earthscan, 2002). La crítica razo-nada puede encontrarse en Wilfred Beckerman y su A Poverty of Reason. Sus-tainable Development (The Independent Institute, 2002). Y sobre los más es-pecíficos problemas de la justicia distributiva intrageneracional y la justiciaintergeneracional son obras de referencia, respectivamente, las del inevitableAndrew Dobson (Justice and the Environment. Conceptions of EnvironmentalSustainability and Theories of Distributive Justice, Oxford University Press,1998) y Avner De-Shalit (Why Posterity Matters. Environmental Policies andFuture Generations, Routledge, 1995). En nuestro país, la literatura disponi-ble es, comparativamente, pobre. No obstante, podemos señalar algunos es-fuerzos de sistematización, como los realizados por Pedro Ibarra et al. (Desa-rrollo sostenible: un concepto polémico, Universidad del País Vasco, 2000) yLuis Jiménez Herrero (Desarrollo sostenible. Transición hacia la coevoluciónglobal, Pirámide, 2000).

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

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