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---------------- Cunq uei ro ------------------- MEMORJA DEL TEATRO, SEGUIDO DE TEATRO DE LA MEMORIA, O AL REVES (Otro célebre caso de don Jovito Asturiano, de las pistas un milano. Por su puño y letra, con algún retoque). Esto no es un artículo, es un homenaje. José Doval 1 [Don Jovito Asturiano, bachiller de lo invisible. Pasa a París y asenta en Vincennes] e oo se sabe, en cualquier manual de Cunqueirología Aplicada viene, a modo de escolio, una cuestión que fue muy debatida e incluso provocó quebranto en mentes superiores (cf. Conxo, La Coruña). Lleva por título «De la Evicción de Asturias». Algún día habrá decencia en el mundo y no será necesario, para recibir lección sobre estos temas, ir a Loe- ches, a Sagres o a Truro, donde, un sábado sí y otro también, imparte materia don Alvaro Cun- queiro y dirige un seminario de Toponimia Giro- vagante y Desglose Aurífero del Miño Superior, con sueños optativos, muy celebrado. Dicho en rigor, la cosa es que toda la tropa que, en la obra de Cunqueiro, vespertina y puntual acude a Galicia y a sus siete saberes, evita Astu- rias. Entran siempre por la banda de León. Así que trasgos, sirenas, demonios fornicadores, di- funtos de la Reforma, chuanes, caballeros artúri- cos, animales que hablan, muñecas reuivivas, lo- 28 bishomes, príncipes subterráneos, mauros, alqui- mistas del medievo, y tanta y tanta gente que innúmera empaña las ventanas del mundo, y nos sonríe, conrme se aproximan a esta leve anja que se estrecha contra el Cantábrico, dicen que monta aquí y da pedal. Y que lo malo conocido. A todo lo más, se acercan a Taramundi, por las resonancias del nombre (¡ Tara!) y por algún cuchi- llo: anda muy duro el pan en los reinos de abo. Y sin afiladores. Claro que la gente del sábado es muy apetecida de las mantecadas maragatas. Aparte de que, luego, pueden llevar el envoltorio para demostrar que anduvieron por la flor de la tierra, devol- viendo visitas. Y no es objeción que los sábados, y más de noche, no abran las tiendas. ¡Sólo nos faltaba que un espíritu atendiese a las leyes del municipio, o que usase ganzúa! Es como si uno, yo mismo, yendo de parreo por esta página no pudiese entrar y salir, ocultarme tras la onda textual o legislar omnisciente, ser uno, ser varios, tal un califa damasceno que relata mientras chupa de la pipa labrada, o un escritor que escribe que está escribiendo lo que escribe. Porque ya es pú- blico que autor y lector somos personajes de pa- pel. No otra cosa dijera, en el n. 0 8 de Communi- cations, tan espulgado, mosiú Barthes Bayoneta, muy proclive a la cerveza helada y a unos puros que coraba en el Bonarte, según iba para casa por la sombra. Pero después vino doña Kristeva Bulgárica, tan amiga de abrir huecos entre la ur- dimbre de la textualidad, y era en la época en que le deshacía la cama a don Sollers Telquelino cuando éste volvía de Le Seuil hecho unos zorros, y salió co- n aquello de la apertura de la representa- ción del sujeto y su descentramiento en el espacio pagramático. O sea que, simplificando y como al biés, el sentido se produce sobre una escena cuya

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�---------------- Cunqueiro -------------------MEM ORJA DEL

TEATRO, SEGUIDO DE

TEATRO DE LA

MEMORIA, O AL

REVES

(Otro célebre caso de don Jovito Asturiano, de las pistas un milano. Por su puño y letra, con algún retoque).

Esto no es un artículo, es un homenaje.

José Doval

1

[Don Jovito Asturiano, bachiller de lo invisible. Pasa a París y aposenta en Vincennes] e orno se sabe, en cualquier manual de

Cunqueirología Aplicada viene, a modo de escolio, una cuestión que fue muy debatida e incluso provocó quebranto en

mentes superiores (cf. Conxo, La Coruña). Lleva por título «De la Evicción de Asturias». Algún día habrá decencia en el mundo y no será necesario, para recibir lección sobre estos temas, ir a Loe­ches, a Sagres o a Truro, donde, un sábado sí y otro también, imparte materia don Alvaro Cun­queiro y dirige un seminario de Toponimia Giro­vagante y Desglose Aurífero del Miño Superior, con sueños optativos, muy celebrado.

Dicho en rigor, la cosa es que toda la tropa que, en la obra de Cunqueiro, vespertina y puntual acude a Galicia y a sus siete saberes, evita Astu­rias. Entran siempre por la banda de León. Así que trasgos, sirenas, demonios fornicadores, di­funtos de la Reforma, chuanes, caballeros artúri­cos, animales que hablan, muñecas reuivivas, lo-

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bishomes, príncipes subterráneos, mauros, alqui­mistas del medievo, y tanta y tanta gente que innúmera empaña las ventanas del mundo, y nos sonríe, conforme se aproximan a esta leve franja que se estrecha contra el Cantábrico, dicen que monta aquí y da pedal. Y que lo malo conocido. A todo lo más, se acercan a Taramundi, por las resonancias del nombre (¡ Tara!) y por algún cuchi­llo: anda muy duro el pan en los reinos de abajo. Y sin afiladores.

Claro que la gente del sábado es muy apetecida de las mantecadas maragatas. Aparte de que, luego, pueden llevar el envoltorio para demostrar que anduvieron por la flor de la tierra, devol­viendo visitas. Y no es objeción que los sábados, y más de noche, no abran las tiendas. ¡Sólo nos faltaba que un espíritu atendiese a las leyes del municipio, o que usase ganzúa! Es como si uno, yo mismo, yendo de parrafeo por esta página no pudiese entrar y salir, ocultarme tras la fronda textual o legislar omnisciente, ser uno, ser varios, tal un califa damasceno que relata mientras chupa de la pipa labrada, o un escritor que escribe que está escribiendo lo que escribe. Porque ya es pú­blico que autor y lector somos personajes de pa­pel. No otra cosa dijera, en el n.0 8 de Communi­cations, tan espulgado, mosiú Barthes Bayoneta, muy proclive a la cerveza helada y a unos puros que compraba en el Bonaparte, según iba para casa por la sombra. Pero después vino doña Kristeva Bulgárica, tan amiga de abrir huecos entre la ur­dimbre de la textualidad, y era en la época en que le deshacía la cama a don Sollers Telquelino cuando éste volvía de Le Seuil hecho unos zorros, y salió co-n aquello de la apertura de la representa­ción del sujeto y su descentramiento en el espacio paragramático. O sea que, simplificando y como al biés, el sentido se produce sobre una escena cuya

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topología establecen múltiples significantes que se intercambian o transforman. Sigue confusa, aparte de interesada, la reducción (¡pues anda que si nos metemos con las analogías entre el sujeto ceroló­gico y el súñavadii!), mas vengan en mi ayuda don Lacan Freudiano y su estilo jádico, del que aquel discurso en parte se reclama.

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[Don Jovito Asturiano se recuerda travestí del tea­tro isabelino, con gran sofoco]

Viene a la memoria otra cuestión antigua, inex­cusable, sin resolver. A su solo prorrateo, algunos inquisitivos cunqueirianos se dieron a la bebida y hoy dormitan bonancibles al sol de plazas públicas y extranjeras. Dice así: «De la I rrupción y Persis­tencia del Teatro en A[lvaro] C[unqueiro] ». La traen todas las antologías, pues fue muy sonada. ¿Que el autor va por autónomo, dramaturgo enso­ñante? Allí tenemos O incerto señor don Hamlet. ¿Qué transita la angosta vía novelesca, tal que la acción discurre fantasmal por Bretaña entre Josse­lin y Quimper y agoniza el siglo XVIII y atardece?

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Allí representan los aparecidos la función de Ro­meo y Julieta, famosos enamorados.

El agudo lector habrá observado que los temas pertenecen a aquél que se ha dado en llamar, no sin cierta inquina, «el cisne de Avon». Pues, bien, la señora Yates Británica, con la ayuda del Teatro de la Memoria de un tal Fludd y una más que poblada imaginativa,· que es máquina de mucha precisión, logró localizar The Globe, El Globo, problema que era la cuadratura del círculo entre expertos del teatro shakespeariano. El tal Fludd debía ir muy agrio de carácter, con aquella manía suya de recordarlo todo, de recordarlo todo. «El que olvide va jodido», decía ( cito de memoria). Y aporreaba el gráfico. Era por la época en que llegaba al famoso teatro, desde los fríos daneses, Hamlet Vikingo, levantando sospechas. Y con él, aquel su olfato que venteaba todo lo podrido, los turbios manejos maternos, la ambición de poder, los cadáveres de sus contemporáneos, todo, lo que se dice todo, excepto aquel lirio marchito hacia el légamo, Ofelia, y que J. E. Millais, el prerrafaelista, casi consigue hacer florecer en el lienzo. La lucidez de la locura desconoce lo inme­diato. Y luego, por si cupieran dudas, la sombra nocturna de su padre que tanto gustaba de inter­pretar el Cisne, tonitronante, masivo, muy en su papel. Ese muerto, su memoria, no podía por me­nos de oprimir la conciencia de los vivos. Un fantasma recorría El Globo, ciertamente.

Ya se sabe que William Author sacaba sus asun­tos de almanaques de feria y no leyera a Sófocles. Sería más tarde cuando llegaría don Freud Vienés y, pinchando de aquí y de allá, entre unas cosas y otras, daría con el vellocino de Venus. Pero Sha­kespeare funcionaba con el propio recuerdo, nove­las familiares y aquellas hojas que diarias caían, dejando aquí una arruga, allí un aviso de otoño,

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allá una hebra de futuras comedias. Total, el lento suicidio de escribir.

Pero la señora Yates no sólo descubrió la locali­zación de El Globo, lo que tiene su mérito, y más dada la tendencia general entre shakespearianos por anclar los Puck, Yorick, Falstaff, en las ense­nadas de su corazón, sino que descubrió, fíjense bien, la estructura misma, la fábrica arquitectó­nica del edificio, si aquí iba una columna, y más allá una platea, y éste era el sitio donde cabeceaba el monarca, muy al abrigo. De esto se colige que la memoria tiende a programarse como teatro y, aínda máis, que todo teatro es memoria. Venga Platón y lo vea. Venga su discípulo micer Bruno Heresiarca y diga aquello de «phantasia instar vir­tutis vivificae format et ipsa proprium corpus». ¡Jolínibus! ¡Hasta el cuerpo mismo es obra de la fantasía! ¿Qué cosa es teatro sino vagas aparien­cias que repiten el ritual de la escena, siempre la misma, siempre la misma? ¡ Qué no ha de ser el cuerpo sino el traspunte de la imaginación!

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[Don Jovino Asturiano, mazando pulpo en Mondo­ñedo, con antifaz, que va de incógnito]

Nadie debe arredrarse ante la dificultad, antes bien crecerse con el desmoche, o no existiera don Calvino Ginebrino. Así, cuando don Cunqueiro Maestro estaba a punto de alcanzar la· flor de su juventud, muy recientemente, imagina Os outros

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f eirantes, los otros feriantes. En la línea de aquel anterior La otra gente. ¿Por qué otros? ¿No guar­dan un aire de familia con las demás criaturas cunqueirianas? ¿No circula por ellos esa imposibi­lidad de la naturaleza y la narrativa, la verosimili­tud, de forma que concuerdan con algunas de las ideas preconcebidas e incluso espectaculares so­bre la «forma de ser» gallega? Ahora que ya no transitan la intemporal Samarcanda, o la Atenas de Esquilo, o las orillas irreales del Blavet, ahora que no remedan personajes artúricos, ni cabalgan por campiñas olorosas del Quattrocento, ni beben despaciosos lúpulo fermentado a las puertas de Aquisgrán, ahora que vienen de Meira, de Lalín, de Pontedeume, y mojan pan en el aceite del pulpo, y hablan gallego, y gallego lucense, ahora son otros. Lo más aparentemente gallego es otro.

Y dice don Cunqueiro Mindoniense: «Eu retra­taba ao minuto nunha feira, na feira galega, a esta xentiña de nós», es decir, que retrataba al minuto en una feria, en la feria gallega, a esta gente nues­tra. Retratar al minuto y en una feria, la feria gallega. Don Platón Heleno nos coja confesados. Y don Bacon Pintor, que tiene el estudio lleno de fotografías, especialmente de don Muybridge Asa/Din, a las que mira y a cuyo través co-

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mienza a vagar de pronto dentro de la ima)!en y abre lo que considera su realidad más de lo que pudiera hacerlo mirando directamente, según viene en el libro de conversaciones con don Syl­vester Anglico que sacó la Polígrafa. Y tal coin­cide don Cortázar Cronopial, bajo otro cielo y otro arte, en su maltratado cuento Las babas del diablo, que no es que sea un abanico de múltiples soluciones, sino que se resuelve cumplidamente según el enfoque baconiano, si bien para su capta­ción fuera necesario conocimiento de otras indus­trias y discursos, así como una afición por lo oculto, lo otro, lo que está de la otra parte, a más de cierta desenvoltura para navegar por lo no acostumbrado. Si lo otro es lo mismo, se nos dice que lo de arriba es lo de abajo, y por el antes se saca el después, y la izquierda se corresponde con la derecha. No otra cosa es omsitluco, esto es, ocultismo. Lo que explica su poca implantación entre mahometanos, que al leer y escribir, y se supone. que pensar, de derecha a izquierda, la inversión provoca gran alboroto en la comunidad, y descreen del Profeta, engullen porcino, se suel­tan el velo las mujeres, y ya no vuelve nadie por la Kaaba.

Y no se nos diga que no existe relación con lo platónico, pues ya don Paracelso Trismegisto afirmó que todas las apariencias y todas las for­mas materiales no son sino máximas y envolturas que dejan adivinar las fuentes más íntimas de la Natura. Lo cual corrobora otro letrado, don Ama­dou Hermeneuta, cuando indica que el ocultismo hace entrar lo invisible en el mundo universo, y ve en el plano invisible equivalente bastante exacto del mundo de las ideas, sobre el que se modeló el mundo de la materia. Y lo digo yo, y díganlo estas páginas. ¡ Quién me mandara a mí hablar de lo invisible, del teatro de Shakespeare según Yates & Fludd, de los otros gallegos ... !

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[Don Jovito Asturiano, en las nubes. Desaparece sin dejar rastro, como acostumbra]

Preso voy de este turbión fatal, en que de la primera cuestión surgió la segunda, y de la se­gunda la tercera, que se convierte en cuarta vol­viendo a la primera. ¡Largas cadenas de María Prophetissa! Quién no conoce el principal axioma de la alquimia: cómo del uno sale el dos, y del dos el tres, que vuelve al uno, etc., como en la yenka. Y, así, de la evicción de Asturias, mediante un homenaje estilístico en que el escribano no es sino una sombra más en la escena del texto, se pasó a la cuestión del teatro, donde la sombra de Sha­kespeare (lo mismo) repite la del padre (lo otro), mediante una maquinaria de Ja·memoria (lo mismo que es otr.o cada vez), que llevó al asunto de los 'otros' personajes que son los mismos, y era mo­mento en que el movimiento de la escritura hacía remolino y los espejos del texto nadie los cubría,

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de forma que la reflexión implicaba ocultismo que nos conduce hacia atrás, maquinaria infernal, in­tratable. Y ahora pasa London, la colina de Lug, que progresa hacia el vaciado. Y allí se desmorona El Globo: lo que tenían que ser columnas es aire; el proscenio, arena que no cesa de caer y la tra­moya, bruma alargándose. Los rezagos, que no van en lo que se celebra y no entienden nada, protestan que menuda joda, que ya no hay moral entre platónicos. Y ya pasan Pirineos, y Estella, y Carrión, y Villafranca. Hay gran algarabía de la­dridos. Vamos todos fantasmales, vagantes vapo­rosos, coceando le Chemin Saint lacques en ca­balgaduras cuadralbas por que no se note la salpi­cadura de la vía. ¡Volver por la Láctea! Caminos de Santiago aéreo y terráqueo que se correspon­den. Variante de aquella Mesnée Hallequin que, en trayectoria tan ajustada como ejemplar, llegó de dios ctónico al Arlequín de la commedia dell'arte: donde el calor de la carne,.niebla; donde el fulgor de los ojos, niebla; donde el soplo de la voz, niebla. ¡ Como para no coger flujo catarral! Y ésta, Asturias. Los espíritus evitan la excesiva materia, según consta en la conocida ley del re­chace de los antípodas. También se eva­pora el texto. Entramos en una noche blanca. Adéus, mundo. Non séi cándo nos veremos. e