tesis traduccion y analisis del texto

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 UNIVERSIDAD DE ARTES, CIENCIAS Y COMUNICACIÓNES Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Carrera de Traducción e Interpretariado Bilingüe Traducción y análisis del texto “Cultural Suppression of Female Sexuality”  Proyecto para optar al grado académico de Licenciado(a) en Lengua inglesa y Título Profesional de Traductor(a) e Intérprete Bilingüe (Inglés - Español) Profesor guía: Veronika Dobrucki Estudiantes: Valentina Concha María José García Catalina Valencia Material Incluido: Versión Digital, CD-ROM Santiago de Chile, noviembre de 2015

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UNIVERSIDAD DE ARTES, CIENCIAS Y COMUNICACIÓNES

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

Carrera de Traducción e Interpretariado Bilingüe

Traducción y análisis del texto “Cultural Suppression of Female Sexuality”  

Proyecto para optar al grado académico de Licenciado(a) en Lenguainglesa y Título Profesional de Traductor(a) e Intérprete Bilingüe (Inglés-

Español)

Profesor guía: Veronika Dobrucki

Estudiantes:

Valentina Concha

María José García

Catalina Valencia

Material Incluido: Versión Digital, CD-ROM

Santiago de Chile, noviembre de 2015

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  Running Tittle: CULTURAL SUPPRESSION OF FEMALE SEXUALITY

Resumen

El proyecto que se presenta a continuación consiste de un macroanálisis y

microanálisis, basados en la traducción del texto titulado Cultural Suppression

of Female Sexuality realizado por dos psicólogos, ambos con doctorados en

psicología. Este texto corresponde al área de la psicología y antropología. En

este artículo se desarrollan cuatro teorías sobre la represión en la sexualidad

femenina, va proponiendo y entrelazando teorías e hipótesis a la misma vez

que cita trabajas de otros autores para aprobar o refutar cada una de las

teorías. El macroanálisis y microanálisis son creación del equipo de estudiantes

de traducción y se componen de variados elementos obtenidos tanto del texto

original como del texto traducido. Al final del proyecto se entregan treinta fichas

terminológicas que definen y ejemplifican los términos extraídos del texto y su

traducción, a partir de estos se crea un glosario para ayudar a la compresión

del texto.

Palabras claves: Represión, Sexualidad, Femenino, Técnicas de traducción,

 Análisis funcionalista.

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Traducción y Análisis Funcionalista 

Cultural Suppression of Female Sexuality  

 Abstract

The following Project is composed by a macro-analysis and a micro-analysis

based on the translation of the text titled “Cultural Suppression of Female

Sexuality ”  written by two psychologists, both have a Doctorate of Philosophy.

The text corresponds to the psychological and anthropological fields. In this

article, are developed four theories about the suppression of female sexuality, it

proposed theories and hypotheses at the same time that goes quoting works of

other authors to prove or disprove each of the theories. The macro-analysis and

micro-analysis are composed by several elements of the original text as the

translated text. At the end of this project, there are thirty terminology

spreadsheets that are presented in order to define and exemplify some terms

taken from the text and its translation, a glossary is made to help the

comprehension of the text.

Key words: Suppression, Sexuality, Female, Translation Techniques,

Functionalist Analysis.

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Traducción y Análisis Funcionalista 

Cultural Suppression of Female Sexuality  

Índice

1. Introducción………………………………………………………………………5  

2. Descripción……………………………………………………………………….6

 

3. Traducción……………………………………………………………………… ..7

3.1. Introducción…………………………………………………………………8  

3.2. Análisis funcionalista……………………………………………………… .8

3.2.1. Macroanálisis……………………………………………………...8

3.2.2. Microanálisis…………………………………………………… ...13

3.3. Técnicas de la Traducción………………………………………………...17 

3.3.1. Introducción……………………………………………………….17  

3.3.2. Técnicas de traducción según Vinay y Darbelnet…………….17

3.3.3. Técnicas directas……………………….………………………...18

3.3.4. Técnicas indirectas……………………………………………….21

4. Glosario………………………………………………………………………….. 29 

5. Bibliografía………………………………………………………………………. 31 

 Anexo A

 Anexo B

 Anexo C

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

1. Introducción

En el siguiente proyecto se presenta la traducción del texto Cultural Suppression

of Female Sexuality . El texto se escogió por las estudiantes de Traducción e

Interpretariado Bilingüe y posteriormente fue aprobado por los profesores a

cargo de la Universidad de las Artes, Ciencias y Comunicación para el proyecto

de título.

El proyecto consiste en la traducción de un texto en inglés al español.

 Además contiene información adicional relevante como el análisis funcionalista,

las técnicas de traducción, las fichas terminológicas y por último, un glosario.

Dentro de la información adicional, el análisis funcionalista del texto

Cultural Suppression of Female Sexuality, escrito por Roy F. Baumeister y Jean

M. Twenge, consiste en el estudio y contrastación del texto TLo y texto TLm.

 Además se confeccionaron treinta fichas terminológicas que consisten en

los términos principales del texto, cuyas definiciones fueron extraídas de páginas

expertas relacionadas con el campo de los términos, de modo que el lector

tenga una mejor comprensión de ellos y también pueda contextualizarlas.

Los autores del texto Cultural Suppression of Female Sexuality  son Roy F.

Baumeister y Jean M. Twenge, profesores de psicología con doctorados en la

materia; por una parte, el Doctor Roy F. Baumeister es especialista en psicología

social, además de ser conocido por su trabajo con el Yo Interno, el rechazo

social, el sentimiento de pertenencia y la autoestima; es autor de 

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

otras 500 publicaciones, por otro lado, Jean M. Twenge posee 90 publicaciones

científicas y es además autora de los libros The Impatient Woman's Guide to

Getting Pregnant, The Narcissism Epidemic: Living in the Age of

Entitlement, Generation Me: Why Today's Young Americans Are More Confident,

 Assertive, Entitled ; es importante mencionar que ha participado en diferentes

seminarios enseñando su campo de conocimiento a las generaciones actuales

de jóvenes.

2. Descripción

En este proyecto de titulación se presenta la traducción del texto Cultural

Suppression of FemaleSexuality, cuya traducción se titula La represión cultural

de la sexualidad femenina.

En el análisis funcionalista propuesto por C. Nord del texto Cultural

Suppression of FemaleSexuality,  escrito por Roy F. Baumeister y Jean M.

Twenge, se realizaron tanto un macro como un micro análisis, mediante las que

se estudia el texto de forma más detallada para comprender de manera más

concreta el contexto y propósito del texto de origen. Posterior a esto, se realizan

las técnicas de traducción según Vinay/Darbelnet con la descripción de cada una

y su ejemplo correspondiente.

Finalmente, se presenta un glosario con los términos técnicos presentes

en el texto, los que se estudian de manera más específica en las fichas

terminológicas. Junto a todo esto, se presenta una bibliografía donde se incluyen

las diferentes fuentes del trabajo. En referencia a lo presentado, en el anexo A,

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

se encuentra el texto original, en el anexo B, la traducción al español y, por

último, en el anexo C se encuentran las fichas terminológicas.

3. Traducción

De ahora en adelante se analizará el contenido del texto en inglés Cultural

Suppression of Female Sexuality . El texto se publicó en la página de  Austin

Institute, que según su mismo sitio constituye una rigurosa fuente de referencia

acerca de la investigación académica sobre los temas de la familia, sexualidad,

estructuras sociales y las relaciones humanas, además de velar por informar con

diferentes tipos de estudios y especialistas respectivos según las diversas áreas

que se aborden. Para el texto Cultural Suppression of Female Sexuality   no

existía traducción al español, por lo que el grupo de estudiantes de Traducción e

Interpretariado Bilingüe de la Universidad de las Artes, Ciencias y

Comunicaciones, conformado por las alumnas, Valentina Concha, María José

García y Catalina Valencia, se encargó de realizarla.

Por medio de diferentes teorías, el texto presenta diversas aristas y

temáticas referentes a la represión cultural de la sexualidad femenina; dentro de

las materias tratadas y sus ideas, se hacen presente cuatro teorías, además de

cómo ha influido en la moralidad cultural de las mujeres, abordando también de

manera firme los problemas existentes con las restricciones o limitaciones

religiosas y legales acerca de temáticas como lo son el sexo, la prostitución y las

cirugías en los genitales femeninos, entre otros.

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

3.1. Introducción

 A continuación se presenta el análisis funcionalista propuesto por Christiane

Nord, que consta de un macroanálisis y un microanálisis. Nord nos ayuda

básicamente a centrarnos en el punto de vista del emisor. “Se define función

desde el punto de vista del receptor quien utiliza el texto para un propósito

particular; en situaciones donde el emisor y receptor pertenecen a diferentes

culturas y tienen diferentes expectativas al considerar el texto es aquí donde

esta distinción se vuelve relevante”  (C.Nord, s.f.). Además del análisis

funcionalista, este proyecto incluye la descripción de cada técnica de traducción

(Vinay y Darbelnet, s.f.) junto con ejemplos extraídos del texto del proyecto.

3.2. Análisis funcionalista

 A continuación se presenta el macroanálisis y microanálisis que sintetiza la

información detallada del TLo y TLm.

3.2.1. Macroanálisis

Los emisores del texto TLo Cultural Suppression of Female Sexuality  son Roy F.

Baumeister, psicólogo de profesión, quien actualmente es catedrático de

Psicología en la Universidad Estatal de Florida. Su rol fue principalmente hacer

el estudio y producir el texto. Jean M. Twenge, profesora de psicología en la

Universidad de San Diego State, entregó el aporte adicional al texto y Gerianne

 Alexander, profesora de la Universidad de McGill, estuvo a cargo de la edición

de este.

Cabe mencionar que el texto pertenece a una serie de publicaciones

llamadas Review of General Psychology , que pertenecen al volumen 6, número

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

2, publicado en junio del año 2002, entre las páginas 166 y 203. Estas

publicaciones son de carácter bianual o trimestral y pretenden mostrar los cruces

de distintos artículos sobre la psicología que puedan ser conceptuales, teóricos

o metodológicos, además incluyen evaluaciones e integración de estudios

literarios y análisis históricos. Estos textos son publicados y son parte de la

 Asociación Estadounidense de Psicología (Organización científica y profesional

de psicólogos estadounidenses.) Bajo una de sus secciones, la División

1,Society for General Psychology , la Asociación se encuentra en Estados Unidos

y pretende ser un aporte a los estudios de psicología de ese país y a nivel

mundial. Esta asociación compuesta por psicólogos de diversas especialidades

muestra las múltiples perspectivas a través del estudio, la teoría y la práctica de

las subdisciplinas de la psicología. La sección recibe aportes de académicos,

científicos, practicante profesionales y psicólogos y su principal preocupación es

aportar al interés público en lo que concierne a la psicología.

La intención textual del texto TLo es de carácter informativo, debido a que

explica un área específica en la que se van desarrollando conceptos e ideas.

Los autores del texto tienen un doctorado en psicología, dan a conocer temas de

esta índole para educar al lector acerca de la represión femenina al utilizar la

psicología, por ejemplo, estudios estadísticos que se establecen con el uso de

preguntas, etc. a través de una publicación escrita. Es de trama argumentativa

porque expone ideas, opiniones, creencias y se puede ver con claridad en el

texto cómo su estructura conlleva los esquemas lógicos de causa-efecto,

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antecedentes-consecuencia, la exposición de fundamentos para reafirmar o

refutar sus ideas u opiniones.

Se mantiene la intención textual en el texto TLm, con la diferencia que

cambia su idioma del inglés al español.

Los receptores del texto TLo son usuarios que visitan la página donde se

encuentra el articulo Cultural Suppression of Female Sexuality. El texto TLm

Represión Cultural de la Sexualidad Femenina lo recibe la Red Chilena contra la

Violencia hacia las Mujeres y las estudiantes de Traducción e Interpretariado

Bilingüe Valentina Concha, María José García y Catalina Valencia.

La Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, como lo menciona

su página web, “es una articulación de colectivos, organizaciones soci ales, no

gubernamentales, y mujeres, que desde 1990, trabaja con el propósito de

contribuir a erradicar la violencia hacia las mujeres y las niñas. Realiza acciones

de denuncias, campañas, estudios y otras intervenciones públicas coordinadas

en todo el país; organiza ciclos de cine y conversatorios; implementa escuelas

de formación y desarrolla desde 2007 la Campaña ¡Cuidado! El Machismo Mata,

a nivel nacional.” Los principales objetivos de esta red, son: 

· Fortalecer el movimiento de mujeres y feminista

· Promover acciones públicas de rechazo a la violencia contra las mujeres

· Impulsar transformaciones culturales que desnaturalicen la violencia

contra las mujeres.

· Fomentar la participación social en la construcción de políticas públicas y

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leyes efectivas que prevengan, sancionen y tiendan a erradicar la violencia

contra las mujeres.

La sede matriz de la red se ubica en la dirección, Malaquías Concha

#043, Ñuñoa, en Santiago de Chile.

El TLo se presenta en una situación comunicacional escrita, donde el

texto Cultural Suppression of FemaleSexuality   se puede encontrar en el sitio

web http://www.austin-institute.org/. Debido a que el TLo está presente en un

medio de comunicación masivo como lo es la internet, tiene mucho mayor

alcance lo que lo convierte en algo mucho más accesible a los lectores accesible

a los lectores, mientras que el TLm es un documento escrito; por ende, varía el

canal, ya que tras finalizar su traducción se imprimió y empastó por el equipo

traductor. 

Debido al grado de doctorado del profesor Roy F. Baumesiter, el texto se

redactó en Case Western Reserve University , se infiere que el texto TLo fue

escrito en la ciudad de residencia del mismo, donde se ubica la Universidad; en

la ciudad de Cleveland, dentro del estado de Ohio, en Estados Unidos de

Norteamérica. A pesar de que el texto pertenece a una publicación mayor y no

es de carácter independiente, se entiende que los autores aportaron sus

conocimientos y estudios desde sus lugares de residencia mientras que la

traducción del texto TLm se realizó en Chile, con mayor precisión en la comuna

de Providencia, perteneciente a la ciudad de Santiago, debido a que el proceso

de traducción del texto se realizó en la Universidad UNIACC. Se estima dar por

finalizada la traducción del texto fuente en el mes de agosto y la entrega oficial

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para el mes de noviembre del año 2015 en la Universidad UNIACC y la sede del

cliente que se ubica en Malaquías Concha 043, comuna de Ñuñoa, dentro de la

misma ciudad de Santiago.

En relación al factor tiempo, el texto TLo se publicó en el año 2002 al

establecerse como un estudio sobre la psicología el que se encuentra en plena

vigencia ya que los márgenes de evaluación social y psicológica son mayores a

15 años.

La traducción del texto TLm se lleva a cabo durante el año 2015 a partir

de comienzos del mes de julio, mientras que el término de esta se estima para

agosto del mismo año y la finalización del proyecto de titulación para los meses

de octubre y noviembre.

La razón que motivo a los doctores Roy F. Baumeisiter y Jean M. Twenge

a escribir el texto TLo y publicarlo en la página web  Austin Institute for the Study

of Family and Culture  es para resolver preguntas acerca de la familia,

sexualidad, estructuras sociales, relaciones humanas, generar conciencia sobre

la sexualidad femenina e imponer temas que tienen que ver con la sensibilidad

cultural. A pesar de que el equipo traductor piensa que estas son las principales

razones y motivaciones por las que se escribió el texto, también se cree que

existen otras razones involucradas, como el deseo de los doctores ya

mencionados de querer enseñar y educar a los lectores acerca de temas que no

se conversan abiertamente con el fin de que nuevas generaciones tengan

opinión y puedan debatir temas como estos. Del mismo modo se busca entender

la función comunicativa de ambos textos, la que se infiere de la combinación de

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emisor/receptor/medio/tiempo/lugar/razón. Ahora se deduce la función textual en

particular, que es la función referencial, que se centra en el contexto, o sea, que

predomina el contenido del mensaje y tiene un trasfondo cultural. Además el

TLm posee una función conativa, que se centra en el receptor para producir una

reacción o respuesta en los lectores.

3.2.2 Microanálisis

La temática del texto es la represión cultural de la sexualidad femenina en el

cual se exponen cuatro teorías sobre el origen de la represión; para poder

comprender estas teorías se explican conceptos, se exponen ideas, se

argumentan, refutan hechos e investigaciones. En el inicio se plantean las dos

principales teorías que son las del control masculino y femenino, donde se

presentan situaciones y ejemplos de porqué los hombres o las mujeres serían

los causantes de la represión femenina para luego explicar dos hipótesis “nulas”

y la revolución sexual femenina y así demostrar el modo en que todas estas

teorías y hechos en conjunto tienen relación e influencia directa con la represión

femenina. Cabe mencionar que el tema es de suma trascendencia y vigencia

porque se enfoca en explicar y exponer como empezó la represión de la

sexualidad femenina, cuáles han sido sus grandes motores, si es que los

hombres han sido los mayores propulsores de la represión o las mismas mujeres

han ayudado a que esto ocurra, por causas religiosas o económicas mientras

que el contenido del texto se basa en estudios y documentación real, es decir,

en hechos que se presentan en la actualidad, en este caso, que han ocurrido a

lo largo de la historia en cuanto a los derechos, represión y logros de la mujer.

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 Ambos texto son de carácter denotativo, es decir, su contenido es objetivo,

acorde con la realidad ya que se basa en investigaciones y sin utilizar

simbología.

En el texto no existen elementos connotativos, ya que la función principal

es informar y relatar ejemplos relacionados con el tema. En el texto original, el

emisor asume que el receptor es angloparlante con un registro del habla culto

formal, sin conocimientos profundos sobre el tema. De tal forma, en la traducción

los emisores asumen que el receptor es hispanoparlante con un registro de

habla culto formal sin conocimiento amplio del tema. En ambos textos se

privilegia el interés sobre los asuntos descritos antes que el conocimiento previo.

En conclusión no existen presuposiciones ligadas al texto ni a su traducción, su

función es netamente informativa y no existe un trasfondo cultural para dicha

compresión.

Dentro del texto TLo, los elementos no verbales son escasos, pero aun

así existen algunos que están presentes en enunciados que acompañan el texto

principal, llamados paratextos, en este caso en títulos y subtítulos en el que se

hace uso de letras cursivas para destacar diferentes subtemas del tema principal

del texto. Estos títulos cambian en su forma, tamaño y contraste de colores.

Estos paratextos se mantendrán en el texto TLm en cuanto a su información

pero no en su forma y formato, ya que por las reglas de la traducción no se

permite el uso de comillas, cursivas, etc. en títulos.

 Al tratarse de un texto acerca de la represión sexual femenina, que habla

de métodos quirúrgicos, hipótesis, evidencias, interpretaciones y críticas

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realizadas por expertos, el uso del léxico es formal y moderno por lo que es de

fácil comprensión. También se presentan interrogantes debido a que se trata de

un tema controversial del que se tienen distintas opiniones y se pueden

modificar con el tiempo por lo que el lector se puede encontrar con un texto

subjetivo con distintos puntos de vista en algunas ocasiones y objetivo ya que se

habla de hechos dentro de la historia.

La sintaxis del texto TLo tiene un nivel de complejidad medio ya que el

tema principal es Cultural Suppression of Female Sexuality   y habla

esencialmente de la represión que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia, las

diferencias de género dependiendo de la cultura, religión, etc.

Cabe señalar que es un tema de carácter social, por ende, es fácilmente

debatible, además de usar oraciones relativamente simples de fácil

comprensión.

 Además, existe un amplio uso de conectores y preposiciones dentro de

las oraciones, como by , al momento de citar algún hecho, lo que demuestra que

en su mayoría son enunciativas, ya que niegan o afirman algo de un sujeto o

tema, lo que ratifica su nivel de complejidad.

Las características suprasegmentales presentes en el texto TLo son

comillas, negritas, dos puntos, comas, paréntesis, punto y coma; sin embargo,

existen oraciones que tienen imágenes acústicas, esto es algo que se entiende

de cierta manera pero adquiere un significado diferente según la entonación y

acentuación, lo que sugiere otra intención por parte del autor. Dentro del texto

TLo, estas se puede observar en los siguientes ejemplos: Two “Null” Hypotheses 

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y Power Differences. En el primer ejemplo se observa el uso de comillas lo que

en este caso da énfasis a algo que se da por hecho pero que no lo es y en el

segundo ejemplo el uso de la palabra  power , lo que da énfasis y entrega otra

connotación, en este caso, a la mujer.

Estas características suprasegmentales se mantienen en su mayoría en el

texto TLm, no así el uso de comillas en algunas ocasiones y negritas.

Uno de los efectos del texto TLo es entregar información de un tema

controversial, crear opinión, interpretaciones y críticas; constituye un tema de

gran interés pero que pocas veces se conversa de manera abierta. 

Otro efecto del texto TLo es lograr desmentir lo que se piensa acerca de

la represión femenina, a través de cuatro teorías como la Teoría del Control

Masculino y Femenino, hipótesis, como la Hipótesis Nula, entre otros tipos de

evidencia, que explican paso a paso la represión cultural que ha sufrido la mujer

en cuanto a su sexualidad. También se establece que la mujer y la sociedad es

tan culpable como el hombre de este problema; entonces por medio del estudio

riguroso de la temática el autor logra definir que la culpabilidad en la represión

femenina es compartida, tanto así que incluso dos de las cuatro teorías

involucran cooperación implícita entre ambos sexos para reprimir el sexo

femenino. Por último, entrega la oportunidad de cambiar las opiniones que se

tienen respecto a este tema y al mismo tiempo informarse acerca de las

diferencias culturales, de género, etc. que acontecen en el mundo que son

desconocidas para la mayoría y que son de gran importancia, más aun cuando

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

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se trata de un tema tan controversial como lo es la represión de la sexualidad

femenina.

3.3 Técnicas de traducción

3.3.1 Introducción

 A continuación se presentaran las técnicas de traducción y sus definiciones

(Vinay y Darbelnet, 1958). Ademas, a través de un mapa conceptual se

ordenarán de acuerdo a su clasificación directas e indirectas/oblicuas. De igual

manera, por medio de recuadros se entregará una explicación de cada técnica

según los autores mencionados anteriormente con el fin de ejemplificar cada una

de las técnicas con ejemplos extraídos del TLo con su respectiva traducción.

Estas se presentarán en la misma división mencionada anteriormente.

3.3.2 Técnicas de traducción según Vinay y Darbelnet

En el siguiente punto se entrega una descripción detallada de cada una de las

técnicas de traducción y tu categorización (Vinay y Darbelnet, 1958).

Vinay y Darbelnet dividen las técnicas de traducción en dos grandes grupos;

directas e indirectas/oblicuas.

Para una mejor compresión presentamos un mapa conceptual de la

distribución de las técnicas de la traducción propuesta por Vinay y Darbelnet.

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

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 A continuación se entregará una breve descripción de cada técnica de

traducción y posteriormente a través de una tabla se mostraran ejemplos de

técnicas extraídas del texto traducido y sus observaciones respectivas.

3.3.3. Técnicas directas

3.3.3.1 Literal

Consiste en la traducción palabra por palabra cuando la lengua fuente, de

origen, y la lengua meta, lengua receptora, coinciden exactamente. En la

mayoría de los casos son limitadas las porciones de texto que admiten

traducción literal, si así sucediera sería un procedimiento perfecto y simple

siempre y cuando hubiera una correspondencia de significado entre las lenguas.

Tipos de técnicas

Directas

Literal

Préstamo

Calco

Indirectas/Oblicuas

Transposición

Modulación

Equivalencia

 AmplificaciónOmisión

 Adaptación

Descripción

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

19 

Ejemplo 1

 A different form of distal influence is more plausible, however.

Sin embargo, una forma diferente de influencia distal es más verosímil.

Observaciones

Se tradujo palabra por palabra del TLo al TLm, aunque el orden al español varía,

however  en la traducción pasa al comienzo.

Ejemplo 2

If the government suppresses religion, people worship and study theology in

secret.

Si el gobierno suprime la religión, la gente adora y estudian teología en secreto.

Observaciones

La traducción al español se realizó palabra por palabra.

Ejemplo 3

Four theories about cultural suppression of female sexuality are evaluated.

Cuatro teorías acerca de la represión cultural de la sexualidad femenina son

evaluadas.

Observaciones

Se define como tal, ya que se tradujo literalmente palabra por palabra del TLo al

TLm

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

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3.3.3.2. Préstamo

 Adopción en la lengua de traducción de un vocablo en su lengua de origen, en

su forma original o asimilada a los elementos de la grafía de la lengua que lo

adopta. También puede ser una adopción de una lengua de un vocablo

extranjero. Van en cursiva.

El texto no tiene presencia de préstamo pero se tomaron algunos

ejemplos según Vinay y Darbelnet.

Brushing, lifting, Piercing

3.3.3.3. Calco

Son expresiones, ya sean vocablos o estructuras adoptadas por la lengua

receptora y traducida literalmente.

Texto original Texto meta Observaciones

In industrialized

countries, there has

been a rise in non-

standard precarious

forms of employment

such as short-term

contracts and

subcontracting

En los países

industrializados, se ha

producido un

aumento en las

formas precarias no

convencionales de

empleo tal como

contratos a corto

plazo y la

subcontratación

El término del texto

TLo short-term

contract se adopta al

español de manera

literal.

Women hold specific

types of non-

standard work such

as part-time work and

one-person

Las mujeres ejercen

tipos específicos de

empleos no

estandarizados 

como trabajo a tiempo

El término non-

estándar  se traduce al

español literalmente

como no

estandarizados. 

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

21 

independent

contracting.

parcial y contratos

como persona

independiente.

The double standard of sexual morality has

condemned certain

sexual activities by

women while

permitting the

identical actions for

men.

El doble estándar  dela moralidad sexual

ha condenado ciertas

actividades sexuales

de las mujeres,

mientras que a los

hombres se les

permite acciones

idénticas.

El término doublestandard se adopta

de manera literal al

español.

3.3.4. Técnicas indirectas

3.3.4.1. Transposición

La transposición consiste en la transformación de la categoría gramatical de

adjetivo o sustantivo a verbo. En otras palabras es sustituir una frase del

discurso por otra sin por ello cambiar el significado del mensaje.

Texto original Texto meta Observaciones

It will examine some

apparent

incompatibilities

between women’s

struggles foreconomic and social

equality and their

need to protect their

health.

En particular,

examinará algunas

incompatibilidades

evidentes entre la

lucha de la mujer  porla igualdad

económica y social y

la necesidad de

proteger su salud.

Se cambia de

sustantivo por

preposición al agregar

el apostrofe de

women’s lapreposición de. 

Page 22: Tesis Traduccion y analisis del texto

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22 

…but the

promiscuous

inclinations of men

make such anargument doubtful.

…pero las

inclinaciones

promiscuas de los

hombres hacendudar  de ese

argumento

El término pasa de un

adjetivo a un verbo.

 A more sweeping line

of argument.

Una línea más

radical de

argumento.

Verbo por adjetivo.

3.3.4.2. Modulación

La modulación consta de la variación de punto de vista en el discurso. Cada

lengua segmenta la realidad de modos distintos y estos se manifiestan en cómo

se expresan ciertas situaciones que pudieran ser similares, según Vinay y

Darbelnet.

En otras palabras, es la operación mediante la que se transmite el

mensaje desde un punto de vista diferente. Es el término aplicado en lo fonético

que implica un cambio de tonalidad, es decir que hay un cambio de punto de

vista (bajar o subir la intensidad). En esta operación el traductor desliza la

significación del plano en que se manifiesta en la lengua original a otro plano en

la lengua de traducción exactos.

Texto original Texto meta ObservacionesIt is possible that men

may have unwittingly

encouraged women to

exploit their power

Es posible que los

hombres puedan

fomentar a las mujeres

sin darse cuenta al

 Acá la modulación

consiste en el cambio

de tonalidad del

término unwittingly a

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23 

advantage in sex. explotar su ventaja de

poder en el sexo.

negación.

On the other hand,

however, single menwould have far less

reason to want to

suppress female

sexuality.

Por el contrario,

prefieren que lasmujeres tengan un alto

deseo sexual, para

mejorar sus propias

posibilidades de tener

sexo.

Vuelco en los

términos, se adaptala frase a la lengua

meta según la forma

lingüística del país.

…double standard

patterns of sexual

morality, female

genital surgery, legal

and religious

restrictions on sex… 

…los patrones de

doble estándar de la

moralidad sexual,

cirugías en los

genitales femeninos,

restricciones religiosas

y legales sobre el

sexo… 

Se cambia singular

por plural.

3.3.4.3. Equivalencia

La equivalencia es un caso especial de modulación en el que las posibilidades

existen en la lengua de llegada como expresiones fijas, o bien como fórmulas

asociadas a situaciones concretas. Los autores afirman que la equivalencia se

entiende como procedimiento “una modulación que se lexicaliza”.  

Dentro de este apartado tendríamos refranes, frases, frases hechas,

locuciones, metáforas, interjecciones, onomatopeyas, etc., que tengan el mismo

significado pragmático que la expresión original.

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24 

Texto original Texto meta Observaciones

 Although some job

titles in white collar  

work are occupied byboth women and men.

 Aunque algunos

puestos laborales en

trabajosadministrativos son

ocupados tanto por

mujeres y como por

hombres.

Literalmente White

collar es cuello blanco

que hace referencia alas camisas de los

ejecutivos pero se

adaptó a la lengua

meta.

In any case, the fact

that woman

consistently seem to

embrace this message

more strongly than

men raises doubts 

about seeing religion

as a male power tool

and women as its

passive victims.

De todos modos, el

hecho de que la mujer

parece adopte ese

mensaje con más

fuerza que los

hombres, plantea

dudas acerca de ver

la religión como una

herramienta de poder

masculino y la mujer

como sus víctimaspasivas.

Literalmente raises

doubts es levantar

dudas pero se adaptó

a la lengua meta

según el contexto.

 A man who can get

free milk will not buy

the cow.

Un hombre que puede

obtener leche gratis

no comprará la vaca.

Es un proverbio en

inglés que se traduce

y queda casi igual que

el original.

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25 

3.3.4.4. Amplificación

Consiste en una expansión del sentido de una categoría gramatical,

principalmente de una preposición, de un texto original a un texto meta para

expresar la misma idea.

Texto original Texto meta Observaciones

Thus, by dominating

society, men may

have played an

indirect but important

role in creating theconditions that

stimulated women to

suppress female

sexuality.

Por lo tanto, junto a

una sociedad

dominante, los

hombres

desempeñaron un rolindirecto pero

importante en la

creación de las

condiciones que

estimulan a las

mujeres a reprimir la

sexualidad femenina.

Cambia de adverbio a

locuciones

adverbiales.

Thus, again, the

genital surgery

appears to be rooted

in and controlled by

the female culture.

Por lo tanto, una vez

más, la cirugía genital

parece estar arraigada

y controlada por la

cultura femenina.

Cambia de adverbio a

locuciones

adverbiales.

So the appearance of

suppression is anartifact of the natural

fact of weaker desire.

 Así la apariencia de

represión es unartefacto del orden

natural de tener un

deseo mucho menor .

 Aquí lo que ocurre es

que el adjetivo seamplifica para dar más

énfasis a la frase.

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26 

3.3.4.5. Omisión

Traducción oblicua por un procedimiento inverso a la expansión. Es la

eliminación de elementos que se consideran redundantes o poco importantes,

pero también inadecuados por determinadas cuestiones culturales o ideologías,

por lo que este procedimiento ha de relacionarse con la compleja cuestión de la

ideología, manipulación, censura y otras formas de intervención en traducción.

Texto original Texto meta Observaciones

Why Do Women Do

It?

Las razones de por

qué lo hacen las

mujeres.

Se omite la pregunta,

se agrega una

explicación

The decision about

whether and when a

particular girl will

receive the operation

is made by her mother

or grandmother.

La decisión acerca de

cuándo y si es que se

efectuará la operación

se realiza por su

madre o abuela.

Omisión del sustantivo

girl. 

Sherfey (1966)proposed that the

sexual behavior of

early human females 

resembled that of

other female primates

during estrus,

copulating up to 50times per day and

exhausting every

available male partner.

Sherfey (1966)propuso que el

comportamiento

sexual de las mujeres 

se asemeja al de otras

primates durante el

celo, copulando hasta

50 veces por día yagotando a cualquier

compañero masculino

disponible.

Se omite una de laspalabras porque es

redundante seguir

repitiendo y se usa un

pronombre.

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

27 

3.3.4.6. Adaptación

Se habla de adaptación cuando se sustituyen uno o varios elementos del

contenido del texto original por otros propios del entorno o cultura de destino,

que garanticen los efectos pretendidos en el original.

Texto original Texto meta Observaciones

 Although some job

titles in white collar

work are occupied by

both women and men.

 Aunque algunos

puestos laborales en

trabajos

administrativos se

ocupan tanto pormujeres y como por

hombres.

Se adapta el término

white collar según el

contexto cultural de

destino.

New approaches and

strategies are needed

that would encourage

stakeholders to

enforce this

regulations.

Se necesitan nuevos

enfoques y estrategias

que alienten a la

gente relacionada 

hacer cumplir estas

normar.

Se adaptó el término

de acuerdo al contexto

del texto traducido.

Probably anyone who

has attended a school

or college with a

severe gender

imbalance can attest

to the salient impact

that this unequal ratioproduces.

Probablemente,

cualquiera quien haya

ido a la escuela o

universidad con un

desequilibrio severo

de género puede

confirmar el fuerteimpacto que esta

desigual proporción

produce.

Término que no existe

en la lengua meta

pero se adapta como

colegio o universidad.

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality 

 

28 

3.3.4.6. Descripción

Reemplazo de un término o expresión con una descripción de su forma o

función. Esta técnica suele utilizarse cuando el término del texto no lograría

comprenderse con su sola traducción por motivos mayoritariamente culturales.

Texto original Texto meta Observaciones

Gender-sensitive 

education and training

materials on

occupational health

and safety should bedeveloped, tested with

practitioners and

workers and used.

Deben evaluarse y

utilizarse materiales

de educación y

formación que son

sensibles al géneroen la salud y

seguridad laboral en

practicantes y

trabajadores.

Se explica el término

para que se entienda

mejor en vez de su

traducción literal.

 All of the studies

reviewed here 

reported that women

attend church more

regularly than men.

Todos los estudios

revisados en este

documento 

demuestran que las

mujeres asisten a la

iglesia con más

regularidad que los

hombres.

Se describe a que se

refiere con aquí. 

These women are akin

to the “Rate Busters” 

in manufacturing:They end up lowering

everyone’s price. 

Estas mujeres son

semejantes a “Rate 

Busters”  que enfabricación: ellas

terminan bajando el

precio a todas.

Se explica que

significa el término.

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality  

29 

4. Glosario

 A continuación se presenta un glosario que comprende treinta términos

extraídos del texto original Cultural Suppression of Female Sexuality. Los

términos expuestos en este glosario son los mismos que se usaron en las

fichas terminológicas en el que su significado y contexto se encuentra más

detallado. Estas palabras fueron seleccionadas por el equipo traductor a partir

de un análisis del texto, para determinar qué términos son clave en su

comprensión. Cada integrante del grupo seleccionó 10 palabras, que son

pilares fundamentales para facilitar la entrega del mensaje completo al

receptor, especialmente a los lectores que presentan un nivel académico

(inculto-formal), de manera que pueda ser una guía y ayuda para la comunidad.

Los términos se clasificaron bajo los siguientes campos semánticos: 28 Social

Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference, ya que

resuelven una disyuntiva del ámbito social que influye de manera directa sobre

la cultura y religión de ciertas comunidades. Además, el texto se basa en

interrogantes que suceden en la comunidad que no han sido resueltas por

completo, por ejemplo, si hay o no represión en la sexualidad femenina y

cuáles serían sus causantes. Por último, las culturas y religiones universales

contrastan las realidades que se viven en las comunidades actuales y pasadas.

Inglés  Español 

Behavior Comportamiento

Blacklash Reacción

Christianity Cristianismo

Crowd Hacinamiento

Demise Desaparición

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality  

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Double standard Doble estándar

Gender Género

General Surgery Cirugía general

Homosexuality Homosexualidad

Hypothesis Hipótesis

Infibulation Infibulación

Infidelity Infidelidad

Influence Influencia

Loyalty Lealtad

Marketplace Mercado

Patriarchy Patriarcado

Permissiveness Permisividad

Pornography Pornografía

Premarital sex Sexo premarital

Prostitution Prostitución

Protest Protesta

Punishment Castigo

Role Rol

Sexual desire Deseo sexual

Sexual Revolution Revolución Sexual

Sexuality Sexualidad

Status Estatus

Suppression Represión

Urbanization Urbanización

Virginity Virginidad

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Traducción y Análisis FuncionalistaCultural Suppression of Female Sexuality  

31 

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Page 34: Tesis Traduccion y analisis del texto

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 34/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

En la actualidad, se puede observar tendencias hacia una mayor urbanización y hacinamiento.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,Catalina 07 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1173779 El término no tuvomayor problema en cuanto a su

investigación ya que tiene un gran uso y

es utilizada en el lenguaje formal del

español, en la cultura general y en el área

de la arquitectura.

 At present, one can observe trends both toward greater urbanization and crowding.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 001

Urbanization (Sust.)

Process by which rural communities grow to form cities, or urban centers, and, by extension, the growth

and expansion of those cities.

 Ancient History. (2009). Ancient History Encyclopedia Limited. Recuperado el 07 de septiembre de 2015,de http://www.ancient.eu/urbanization/

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

 At present, one can observe trends both toward greater urbanization and crowding.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 002

Crowd (Sust.)

Perception of too little space or too many people.

Enviroment. (2010). Craig Roberts and Julia Russell. Recuperado el 07 de septiembre de 2015, dehttp://homepage.ntlworld.com/gary.sturt/environment/crowding/Density%20and%20Crowding.htm

En la actualidad, se puede observar tendencias hacia una mayor urbanización y hacinamiento.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,Catalina 07 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1084701 La búsqueda deltérmino se vio complicada por los

múltiples signficados de la palabra, pero la

connotación se relaciona con el lado

arquitectónico y de vivienda.

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Por lo tanto, por la sociedad dominante, los hombres desempeñaron un rol indirecto pero importante en

la creación de las condiciones que estimulan a las mujeres a reprimir la sexualidad femenina.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,Catalina

07 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1591330 El término no fue fácilde encontrar debido a que habían varias

páginas que lo explicaban de forma muy

distinta, ya que la palabra tiene muchos

matices y se puede ocupar en muchos

contextos.

Thus, by dominating society, men may have played an indirect but important role in creating the

conditions that stimulated women to sup- press female sexuality.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 003

Role (Sust.)

Certain patterns and processes that exist across nodes in an organization as belonging to a single job

function.

Chef document. (2010). Chef Software, Inc. Recuperado el 07 de septiembre de 2015, dehttps://docs.chef.io/roles.html

Page 37: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

 A different form of distal influence is more plausible, however.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 004

Influence (Sust.)

Force one person (the agent) exerts on someone else (the target) to induce a change in the target,

including changes in behaviors, opinions, attitudes, goals, needs and values.

University of Nebraska Lincoln.(2011). University of Nebraska–Lincoln Extension. Recuperado el 07 de

septiembre de 2015, de http://www.ianrpubs.unl.edu/epublic/pages/publicationD.jsp?publicationId=733

Sin embargo, una forma diferente de influencia distal es más verosímil.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,

Catalina

07 de

septiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1353649 Falta de páginas que

mencionen o definan al término de una

manera formal, clara o correcta.

Page 38: Tesis Traduccion y analisis del texto

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

En este trabajo, se comienza con la teoría de intercambio social y con estás bases se desarrolló la

hipótesis de que las mujeres serían las principales influencias proximales en reprimir la sexualidad

femenina.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,

Catalina

07 de

septiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1780982 Término sin dificultad

de encontrar por el uso común que se le

da en el lenguaje español, además existe

en muchos tipos de variantes, pero se

abordo el término de manera general.

In this work, we began with social exchange theory and on that basis developed the hypothesis that

women would be the main proximal influences in restraining female sexuality.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 005

Hypothesis (Sust.)

Tentative statement about the relationship between two or more variables.

 About Education. (2013). Lowe, P. A., Mayfield, J. W., & Reynolds, C. R. Recuperado el 07 de septiembrede 2015, de http://psychology.about.com/od/hindex/g/hypothesis.htm

Page 39: Tesis Traduccion y analisis del texto

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

 Another possible theory would be that women suppress each other’s sexuality so as to influence the

sexual marketplace generally and thus avoid having to engage in sex themselves.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 006

Marketplace (Sust.)

Sum total of all the buyers and sellers in the area or region under consideration.

Economic Times. (2012). Bennett, Coleman & Co. Ltd. Recuperado el 07 de septiembre de 2015, dehttp://economictimes.indiatimes.com/definition/markets

En general, otra posible teoría sería que la mujer reprime su sexualidad con el fin de influir en el mercado

sexual y así evitar participar en el sexo de ellas mismas.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,Catalina

07 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1116392 El término no tuvomayor problema ya que es utilizado

diariamente en el ámbito ecónomico

básico y según Proz.com en el ámbito de

los negocios.

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

Thus, subincision and infibulation do not seem conducive to male sexual pleasure.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 007

Infibulation (Sust.)

Genital mutilation involving complete excision of the clitoris, labia minora, and most of the labia majora

followed by stitching to close up most of the vagina.

World Health Organisation. (1997). WHO. Recuperado el 07 de septiembre de 2015, de

http://www.circumstitions.com/FGM-defined.html

Por lo tanto,la subincisión y la infibulación no parece propicio para el placer sexual masculino.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,

Catalina

07 de

septiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 3537739 Falta de páginas

relacionadas a este término debido a la

delicadeza del tema y la controversia que

ha tenido en la actualidad.

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8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 41/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

The gossip and bad reputation punishments meted out to sexually loose girls are clearly directed toward

female targets.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 008

Punishment (Sust.)

Imposition of a negative consequence with the goal of reducing or stopping someone's undesirable

behavior.

Boundless. (2011). Boundless Management. Recuperado el 07 de septiembre de 2015, de

https://www.boundless.com/management/textbooks/boundless-management-textbook/organizational-

behavior-5/reinforcement-and-motivation-48/punishment-as-a-management-tool-248-3541/

Los castigos con chismes y mala reputación infligidos a las niñas sexualmente libres claramente se

dirigen a un objetivo femenino.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,

Catalina

07 de

septiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 128005 El término tiene muchas

variantes y existen pocas páginas que

investigen de forma profesional.

Page 42: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 42/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Before we predict the imminent demise of the cultural suppression of female sexuality.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 009

Demise (Sust.)

End of something that was previously considered to be powerful.

Philosophy. (2010). Center for the Study of Language and Information (CSLI). Recuperado el 07 deseptiembre de 2015, de http://plato.stanford.edu/entries/death-definition/

 Antes de predecir la inminente desaparición de la represión cultural de la sexualidad femenina.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,Catalina

07 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1682088 La investigación que serealizó indica que la definición del término

varía según el área que se utiliza ya sea

(legal,governamental,etc.).

Page 43: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 43/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Most sources believe that there has been some backlash against the sexual revolution.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 010

Blacklash (Sust.)

Negative and/or hostile reaction to an idea, especially a political idea.

 About Education . (2010). Lowe, P. A., Mayfield, J. W., & Reynolds, C. R. Recuperado el 07 deseptiembre de 2015, de http://womenshistory.about.com/od/glossary/a/backlash-definition.htm

La mayoría de las fuentes creen que ha habido cierta reacción en contra de la revolución sexual.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Valencia,Catalina

07 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 59507 La búsqueda se viodificultada ya que el término mayormente

es utilizado en el ámbito de leyes según

proz.com, no tanto para contextos

generales.

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8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 44/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Who supports and perpetuates these practices of female genital surgery?

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 011

Genital Surgery (Adj., Sust.)

Procedure that is not medically indicated, which aims to change aesthetic (or functional)

aspects of the genitals.

Jessica Malone. (febrero de 2013). Women's Health Victoria. Recuperado el 06 de septiembre de 2015,de http://whv.org.au/static/files/assets/ca7e9b2f/Women-and-genital-cosmetic-surgery-issues-paper.pdf 

¿Quién apoya y perpetúa estas prácticas de la cirugía genital femenina?

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina 06 deseptiembre

de 2015

Observaciones El término no se encuentra en IATE, aunasí fue fácil de encontrar su definición ya

que había varios sitios especializados en

el tema de las cirugías que explicaban el

significado de genital surgery.

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 45/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Como las mujeres ganaron más dinero, estatus, poder, oportunidades laborales, etc., ya no necesitaban

usar el sexo a cambio de estos recursos.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina

06 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1392585 El término status  fueun poco complicado de encontrar ya que

existen dos tipos de estatus, uno se

refiere al estado civil y el otro al social,

este último era el que según el texto se

necesitaba y se encontró en la página

English Languaga and Usage.

 As women gained more money, status, power, occupational opportunities, and so forth, they became less

needful of using sex to exchange for these resources

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 012

Status (Sust.)

Relative social or professional position.

Reg Dwight. (2013). English Language and Usage. Recuperado el 06 de septiembre de 2015, dehttp://english.stackexchange.com/questions/12958/status-vs-state

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 46/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Gracias a los hallazgos de Millhausen y Herold (1999) fue posible descartar la idea de que el apoyo de las

mujeres por el doble estándar es simplemente un reflejo de la baja permisividad femenina.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina

06 deseptiembre

de 2015

Observaciones En IATE el término permissivesnessaparece como fiabilidad no acreditada por

lo que no se pudo encontrar, aún así fue

fácil de encontrar ya que había varias

páginas web que lo explicaban de manera

similar.

The Millhausen and Herold (1999) findings help dismiss the view that women’s support for the double

standard is simply a reflection of low female permissiveness.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 013

Permissiveness (Sust.)

Disposition to allow freedom of choice and behavior.

Grace Sean. (13 de enero de 2015). Wordnik. Recuperado el 06 de septiembre de 2015, dehttps://www.wordnik.com/words/permissiveness

Page 47: Tesis Traduccion y analisis del texto

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 47/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

In recent years there has emerged an organized protest against these surgical practices.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 014

Protest (Sust.)

Public (often organized) manifestation of dissent.

Jordan Fourrier. (23 de julio de 2014). Rhyme Zone. Recuperado el 05 de septiembre de 2015, dehttp://www.rhymezone.com/r/d=protest

En los últimos años ha surgido una protesta organizada contra estas prácticas quirúrgicas.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina 05 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 834967 El término fue difícil deencontrar ya que existen dos tipos de

protestas, una que es acerca de protestas

escritas que se presentan frente a un juez

y la de manifestaciones públicas que es la

que se necesita en este caso según el

texto, luego de revisar varios sitios web,

en Rhyme Zone  se encontró la mas

adecuada.

Page 48: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 48/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Tannahill (1980) pointed out that even when Christianity first appeared, it was far more hostile to sex than

any other religion that was common at the time.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 015

Christianity (Sust.)

Religion based on the life and teachings of Jesus Christ.

 Adrian Warnock. (22 de octubre de 2012). Patheos. Recuperado el 05 de septiembre de 2015, dehttp://www.patheos.com/blogs/adrianwarnock/2012/10/what-is-a-christian/

Tannahill (1980) señaló que aun cuando el cristianismo apareció primero, fue mucho más hostil para el

sexo que cualquier otra religión que era común en la época.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina

05 deseptiembre

de 2015

Observaciones En IATE el término Christianity  aparececomo fiabilidad no acreditada  por ende no

se pudo encontrar. La definición de esta

palabra fue fácil de encontrar ya que

había varios sitios web que la explicaban y

todas de manera muy parecida. Pero fue

en Patheos  que se encontró la definición

más adecuada.

Page 49: Tesis Traduccion y analisis del texto

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 49/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

 It extended its disapproval to many sexual practices that were tolerated by other religions, such as

masturbation, homosexuality, and bestiality.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 016

Homosexuality (Sust.)

Person motivated by a definite preferential attraction to members of the same sex.

Frank Worthen. (20 de junio de 2014). Freeministry. Recuperado el 05 de septiembre de 2015, dehttp://www.freeministry.org/h/articles/worthen2.htm

Se extendió su desaprobación a muchas prácticas sexuales que fueron toleradas por otras religiones,

como la masturbación, la homosexualidad y la brutalidad.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina

05 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 3529748 El término fue un pococomplicado de encontrar ya que había

varias páginas que explicaban su

definición desde distintos puntos de vista,

pero la página Freeministry era la que

tenía la explicación más parcial y objetiva.

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

La prostitución y la pornografía ofrecen a los hombres recursos alternativos de gratificación.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina 0 deseptiembre

de 2015

Observaciones El término no se encuentra en IATE. Elsignificado de  pornography  fue fácil de

encontrar ya que había varias páginas

web que se referían al término y todas de

una manera parecida.

Prostitution and pornography offer men alternative sources of gratification.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 017

Pornography (Sust.)

Representations designed to arouse and give sexual pleasure to those who read, see o hear.

Joseph W. Slade. (2000). American Porn. Recuperado el 03 de septiembre de 2015, dehttp://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/porn/etc/definition.html

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Male campaigns to suppress prostitution by arresting prostitutes may well indicate the same pattern of

externalization

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 018

Prostitution (Sust.)

 Act or practice of engaging in promiscuous sexual relations especially for money.

Lena Edlund. (05 de diciembre de 2008). ProCon.org. Recuperado el 03 de septiembre de 2015, dehttp://prostitution.procon.org/view.answers.php?questionID=000116

Campañas masculinas para suprimir la prostitución arrestando prostitutas puede indicar el mismo patrón

de externalización.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina

03 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 3537704 El significado de prostitution  no fue fácil de encontrar ya

que en varios sitios web se debatía su real

significado, pero luego de leer varias

definiciones y basándose en el texto

original, la pagina ProCon.org  tenía la

mejor respuesta.

Page 52: Tesis Traduccion y analisis del texto

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

Carns (1973) descubrió que las mujeres jóvenes se demoraban más en contarles a sus amigas que

perdieron la virginidad, en comparación con los hombres.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,

Valentina

03 de

septiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1531549 No fue complicado

encontrar una definición para el término

Virginity , pero si encontrar la más

adecuada ya que había varios sitios web

que explicaban su significado.

Carns (1973) found that young women were relatively slow to tell their friends when they lost their

virginity, as compared with men.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 019

Virginity (Sust.)

State or condition of being pure or a person who has never has sex.

Samantha Pugsley . (2015). Thought Catalog. Recuperado el 03 de septiembre de 2015, dehttp://thoughtcatalog.com/samantha-pugsley/2015/01/you-cannot-lose-your-virginity-and-4-other-reasons-

the-definition-needs-a-modern-day-overhaul/

Page 53: Tesis Traduccion y analisis del texto

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Los informes de conducta también son útiles, aparte de los datos de la encuesta.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por Concha,Valentina 03 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1496964 El significado deltérmino behavior  fue fácil de encontrar ya

que había varias páginas que lo

explicaban y todas de manera muy

parecida, pero fue en The Iris Center que

se encontró la mejor definición.

 Apart from these survey data, reports of relevant behavior  are also useful.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 020

Behavior (Sust.)

Response of an individual or group to an action, environment, person, or stimulus.

Sara C. Bicard, David F. Bicard. (sf). The Iiris Center. Recuperado el 03 de septiembre de 2015, dehttp://iris.peabody.vanderbilt.edu/wp-content/uploads/pdf_case_studies/ics_defbeh.pdf 

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 54/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

La represión de la sexualidad femenina puede ser considerada como una de las intervenciones

psicológicas más importantes de la historia cultural occidental.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, María

José

7 de

septiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1449798 según www.proz.com el

término se puede traducir de dos formas

supresión y represión. Se usa el segundo

término porque va mejor con el contexto.

The suppression of female sexuality can be regarded as one of the most remarkable psycho- logical

interventions in Western cultural history.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 021

Suppression (Sust.)

 Actions that take the person into anxiety-creating situations may also be avoided.

Changing Minds. (sf). Recuperado el 7 de septiembre de 2015, dehttp://changingminds.org/explanations/behaviors/coping/suppression.htm

Page 55: Tesis Traduccion y analisis del texto

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 55/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

El doble estándar  de la moralidad sexual ha condenado ciertas actividades sexuales de las mujeres,

mientras a los hombres se les permite acciones idénticas.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, MaríaJosé

7 deseptiembre

de 2015

Observaciones No se encuentra el término en IATE.Según www.proz.com el término puede

ser traducido como doble moral, pero nos

quedamos con doble estándar porque es

el más usado según el buscar

www.google.com.

The double standard of sexual morality has condemned certain sexual activities by women while

permitting the identical actions for men.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 022

Double Standard (Sust.)

 Application of different ethical criteria of action to situations that are basically the same, based on factors

other than the situation itself.

Echeverria, M. (15 de agosto de 2015). Quora. Recuperado el 7 de septiembre de 2015, de

http://www.quora.com/What-are-double-standards-and-are-they-present-in-the-US-legal-system

Page 56: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

La sociedad es llamada patriarcado, porque está hecha por y para los hombres y las mujeres son sus

víctimas.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, María

José

7 de

septiembre

de 2015

Observaciones No se encuentra el término en IATE.No

fue difícil la traducción de este término,

fue obtenida en www.proz.com.

Society is called patriarchy because it is made by and for males, and women are its victims.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 023

Patriarchy (Sust.)

Sociopolitical and cultural system that values masculinity over femininity.

Watanabe, M. (14 de noviembre de 2014). Everyday Femenism. Recuperado el 7 de septiembre de 2015,de http://everydayfeminism.com/2014/11/what-is-patriarchy/

Page 57: Tesis Traduccion y analisis del texto

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 57/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

Evidentemente, la revolución sexual refleja un cambio en la sexualidad femenina que no puede ser

explicada por predisposiciones biológicas innatas.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, MaríaJosé

8 deseptiembre

de 2015

Observaciones No se encuetra el término en IATE, latraducción del término se tradujo por

traducción literal.

Most obviously, the sexual revolution reflects a change in female sexuality that cannot be accounted for

by innate biological predispositions.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 024

Sexual Revolution (Sust.)

Specific period during the 1960s and '70s in which attitudes towards sexual behavior became more

tolerant and liberal in the United States.

Nowaczyk, J. (sf). Study. Recuperado el 8 de septiembre de 2015, de

http://study.com/academy/lesson/the-sexual-revolution-history-origins-impact.html

Page 58: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 58/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

For civilized society to develop, it was allegedly necessary or at least helpful for female sexuality to be

stifled.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 025

Sexuality (Sust.)

Whole way a person goes about expressing himself or herself as a sexual being.

Options For Sexual Health. (sf). Recuperado el 8 de septiembre de 2015, dehttps://www.optionsforsexualhealth.org/sexual-health/sexuality

Para que la sociedad civilizada se desarrollara, era supuestamente necesario o al menos útil que la

sexualidad femenina sea reprimida.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, MaríaJosé

8 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 1351118 Término sincomplicaciones, traducción obtenida de

www.proz.com.

Page 59: Tesis Traduccion y analisis del texto

8/19/2019 Tesis Traduccion y analisis del texto

http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 59/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

This second benefit is thus the mirror image of the threat we discussed in the section on male control,

namely the fear of partner infidelity.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 026

Infidelity (Sust.)

Breaking a promise to remain faithful to a sexual partner.

Psychology Today. (sf). Recuperado el 8 de septiembre de 2015, dehttps://www.psychologytoday.com/basics/infidelity

Este segundo beneficio es, por tanto, el reflejo del miedo que debatimos en la sección del control

masculino, es decir, el miedo a la infidelidad de la pareja.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, MaríaJosé

8 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 3537727 Término sin dificultad,traducción obtenida de www.proz.com.

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 60/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

This echoes the traditional grandmotherly advice against premarital sex, colloquially expressed in the

metaphoric terms that a man who can get free milk will not buy the cow.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 027

Premarital Sex (Sust.)

Sexual activity with an opposite sex partner or with a same sex partner before he/she has started a

married life

Prokerala. (sf). Recuperado el 8 de septiembre de 2015, dehttp://www.prokerala.com/relationships/sexuality/premarital-sex.php

Esto hace resonar el consejo tradicional de abuela contra el sexo premarital, coloquialmente expresa en

términos metafóricos que un hombre que puede obtener leche gratis no comprará la vaca.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, María

José

8 de

septiembre

de 2015

Observaciones No se encuentra el término en IATE. La

traducción se obtuvo por traducción literal

sin ningún problema de www.proz.com.

Page 61: Tesis Traduccion y analisis del texto

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http://slidepdf.com/reader/full/tesis-traduccion-y-analisis-del-texto 61/322

Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha de

registro

En contra de aquellos incentivos relacionados con el sexo, lealtad a otras mujeres y la causa de las

mujeres en general (en donde, para estar segura, tiene una participación) sería la principal fuerza que la

contiene.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, María

José

8 de

septiembre

de 2015

Observaciones No sé encuentra término en AITE, se

busca su traducción en www.proz.com

 Against those incentives to engage in sex, her loyalty to other women and the female cause in general (in

which, to be sure, she has a stake) would be the main force holding her back.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 028

Loyalty (Sust.)

Faithful to a cause, faithful to someone to whom fidelity is held to be due, faithful to an idea, and so forth.

Lutes, C. (sf). Maharishi Mahesh Yogi Photos. Recuperado el 8 de septiembre de 2015, dehttp://www.maharishiphotos.com/lecture50.html

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

It was not necessary to suppress female sexuality, because women by their nature have less sexual

desire than men.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 029

Sexual desire (Sust.)

Your body signals to you, through sexual thoughts, dreams, fantasies, when a movie sort of turns you on,

what you know of as sort of feeling horny.

Kingsberg, S. (2 de abril de 2009). ABC News. Recuperado el 8 de septiembre de 2015, de

http://abcnews.go.com/Health/WellnessResource/story?id=7182897

No fue necesario reprimir la sexualidad femenina, porque las mujeres por su naturaleza poseen menos

deseo sexual que los hombres.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, MaríaJosé

8 deseptiembre

de 2015

Observaciones Término no se encuentra en IATE, sutraducción fue palabra por palabra que

fueron obtenidas en www.proz.com

porque no se encontró el término

completo.

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Término

Definición

Fuente

Ejemplo

Alternativa de

Traducción

Campo

Semántico

Fecha deregistro

The cross-cultural evidence linking gender  imbalances in sociopolitical power to greater suppression of

female sexuality.

Cultural Suppression of Female Sexuality

Ficha Terminológica 030

Gender (Sust.)

Socially constructed definition of women and men.

Gwanet Genderand Water in Central Asia. (sf). Recuperado el 8 de septiembre de 2015, dehttp://www.gender.cawater-info.net/what_is/index_e.htm

La evidencia intercultural relaciona los desequilibrios de género con el poder sociopolítico a una mayor

represión de la sexualidad femenina.

28 Social Questions, 2831 Culture and Religion, NT1 Cultural Difference

Investigado por García, MaríaJosé

8 deseptiembre

de 2015

Observaciones IATE ID: 891325 según www.proz.comhay dos tipos de traducciones género y

sexo, nos quedamos con el primero

porque se adecua más con el contexto.

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Cultural Suppression of Female Sexuality

Roy F. BaumeisterCase Western Reserve University

Jean M. TwengeSan Diego State University

Four theories about cultural suppression of female sexuality are evaluated. Data arereviewed on cross-cultural differences in power and sex ratios, reactions to the sexualrevolution, direct restraining influences on adolescent and adult female sexuality,double standard patterns of sexual morality, female genital surgery, legal and religiousrestrictions on sex, prostitution and pornography, and sexual deception. The view thatmen suppress female sexuality received hardly any support and is flatly contradicted bysome findings. Instead, the evidence favors the view that women have worked to stifleeach other’s sexuality because sex is a limited resource that women use to negotiatewith men, and scarcity gives women an advantage.

The suppression of female sexuality can beregarded as one of the most remarkable psycho-logical interventions in Western cultural his-tory. According to Sherfey’s (1966) respectedstatement of this view, the sex drive of thehuman female is naturally and innately strongerthan that of the male, and it once posed apowerfully destabilizing threat to the possibilityof social order. For civilized society to develop,it was allegedly necessary or at least helpful for

female sexuality to be stifled. Countless womenhave grown up and lived their lives with far lesssexual pleasure than they would have enjoyed inthe absence of this large-scale suppression. So-cializing influences such as parents, schools,peer groups, and legal forces have cooperated toalienate women from their own sexual desiresand transform their (supposedly and relatively)sexually voracious appetites into a subduedremnant.

The double standard of sexual morality has

condemned certain sexual activities by womenwhile permitting the identical actions for men.In some cases, surgical procedures have beenused to prevent women from enjoying sex.From some perspectives, these societal forceshave deprived most individual women of theirnatural capacity to enjoy multiple orgasms and

intimate gratifications. Women have felt thatthey are not permitted by society to expresstheir sexual feelings or even to enjoy sex inmany contexts. Men may also have suffered, atleast indirectly, insofar as they have been de-prived of the pleasures that come from havingpartners who enjoy sex.

In this article, we review evidence from mul-tiple sources in an effort to understand the ori-gins of this suppression of female sexuality.

Because the full extent, if not the actuality, of the suppression is unknown, it seems essentialto consider alternative explanations, and so weoffer two hypotheses that can explain genderdifferences in sexual behavior without invokingcultural suppression. These hypotheses mayweaken (but not necessarily eliminate) the casethat female sexuality has been culturally sup-pressed. We conclude, however, that some sig-nificant degree of societal suppression has oc-curred. In the main part of the article, we then

consider two possible social processes thatcould produce it.Our two theories involve implicit cooperation

among large numbers of people working to-gether to stifle female sexuality. We do notmean to imply that these were conscious, delib-erate, or explicit conspiracies. Rather, peoplemay have come to participate in these processeswithout full awareness of what they were doing,simply because situational forces and salientself-interest impelled them to act in ways thatcontributed to bringing female sexuality underrestrictive control.

Although the suppression of female sexualityi f id bl i d i l i

Roy F. Baumeister, Department of Psychology, CaseWestern Reserve University; Jean M. Twenge, Departmentof Psychology, San Diego State University.

Correspondence concerning this article should be ad-dressed to Roy F. Baumeister, Department of Psychology,Case Western Reserve University, Cleveland Ohio 44106-

Review of General Psychology Copyright 2002 by the Educational Publishing Foundation2002, Vol. 6, No. 2, 166 –203 1089-2680/02/$5.00 DOI: 10.1037//1089-2680.6.2.166

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tance in its own right, it also has broader theo-retical importance. Several decades ago, socialconstructionist theories dominated theorizingabout sex, but in recent years evolutionary and

biological theories have argued that many sex-ual behavior patterns are based on innate pre-dispositions, and such lines of thought implic-itly tend to question the role of culture andsocialization. Being newer, the evolutionarytheories have the advantage of being able tostart with more information, and in general theyseem more elaborate and detailed (which is notto say that they are necessarily more correct)than the simple views that culture and social-ization shape sexual practices.

In any case, the evolutionary theories presenta challenge to the older, culture-based views,and one way to respond to this challenge is tobegin developing more detailed and elaborateexplanations of where and how cultures haveshaped sexuality successfully. The suppressionof female sexuality is (almost by definition) acultural phenomenon, and so if the next gener-ation of theorists seeks to revitalize sociocul-tural theorizing about sexuality, it may benefitby considering some major cultural events, suchas the sexual revolution and the suppression that

it defeated. (On the other hand, theories aboutsuppression tend to invoke assumptions thatderive from evolutionary and biological pat-terns, and so they are broadly compatible.) Inshort, we hope that following this line of argu-ment may be one small step toward promotingculture-based theories of sexuality.

In this article, we articulate two competinghypotheses about the major proximal source of influences to suppress female sexuality. Thefirst is that men—particularly husbands— have

been the main sources of such influence, and thesecond is that women themselves have been themain sources. Against those theories, wepresent two  “null hypotheses”   in the sense thatthey argue that lesser sexual activity amongwomen is not due to any cultural suppression.The  first null hypothesis is that women simplyhave an innately milder sex drive than men, andso the appearance of suppression is an artifact of the natural fact of weaker desire. The other nullhypothesis is that the costs of sex have generallybeen heavier for women than men, and so indi-

vidual women learn to suppress their own sex-ual desires out of rational self-interest. For ex-ample a woman may avoid sex and restrain her

desires so as not to get pregnant, not becauseshe fell victim to cultural brainwashing. Afterthe exposition of these four theories, we turn tothe available evidence to test competing predic-

tions based on the theories. The main focus of that review is whether men or women consti-tuted the main proximal influences toward re-straining female sexuality.

By way of definition, we understand the sup-pression of female sexuality as a pattern of cultural influence by which girls and women areinduced to avoid feeling sexual desire and torefrain from sexual behavior. This is of course amatter of degree, and our concept of suppres-sion does not require that women end up with

no desire or sexual behavior. The lack of en-couragement to explore and enjoy sex is notenough to constitute suppression; in other words,suppression involves the message that sex is badrather than simply the failure to teach that sex isgood. We do not deny that society has alsosometimes sought to suppress male sexuality orsexuality in general, but these are separate pro-cesses and questions, and our focus is on effortsspecifically targeted at girls and women. Thedouble standard, for example, has consisted of  judgments that many specific sexual behaviors

are acceptable for men but unacceptable forwomen (e.g., D’Emilio & Freedman, 1997;Whyte, 1978), which is one sign that somemessages of sexual restraint have been aimedprimarily at women. Control and suppression of sexuality in both genders deserves a separatetreatment and may well involve very differentpatterns, means, and motives.

Two Suppression Theories

The two main theories differ fundamentallyas to which gender is mainly responsible for thealleged suppression of female sexuality. Eithermen in general, or women in general, cooper-ated implicitly to stifle women’s sexual desireand behavior. These views give rise to compet-ing predictions that men or women would be themain proximal sources of influence toward sup-pression of female sexuality.

The Male Control Theory

The essence of the  first suppression theory isthat men have sought to suppress female sexu-ality According to this view the political goals

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of men have depended on preventing womenfrom having sexual pleasure. Several reasonshave generally been suggested why men mightseek to control and stifle female sexuality.

From the evolutionary point of view, themain advantage men derive by suppressing fe-male sexuality would be an improvement incertainty about paternity (see Buss, 1994).Above all, a man does not want another man toget his wife pregnant. In this view, men want topass on their genes, and because a woman canhave only about one child per year, men jeal-ously guard their female mates to prevent othermen from possibly impregnating them. Con-vincing women to relinquish sexual desire

could be a helpful strategy. If a woman lacksdesire, according to this argument, she will beless likely to have sex with anyone other thanher mate, and so he can be relatively moreconfident that any children she bears will be his.In a variation on this argument, writers such asCoontz and Henderson (1986) have proposedthat the stabilization of property rights and theresulting desire to pass on one’s property tolegitimate heirs, rather than any innate jealoustendency, were what motivated men to beginrestricting the sexual behavior of their wives.

This view emphasizes the male mate (hus-band) as the principal source of influence insuppressing female sexuality. Unattached menwould have little reason to wish women wouldlack sexual desire; on the contrary, they wouldprobably want women to have more sexual de-sire so as to increase the men’s own chances of forming even a temporary liaison. Meanwhile,women would have little or no reason to want tosuppress female sexuality (either their own orthat of other women). Possibly, one could argue

that unattached men learn to pressure women tostifle sexual desire on a societal basis becausethe men think that when they do eventually  finda mate, she will be more likely to remain faith-ful (and will be more likely to be chaste whenthe men   find them). Still, the hypothesis thatmen seek to stifle the sexuality of women otherthan their own mates would require separateevidence beyond indications that men jealouslyguard their own mates from having sex withother men. The crux of the paternity explanationfor suppressing female sexuality is that men

mainly work to suppress their wives’  sexuality.Empirical support for this view might take theform of showing that men discourage sexual

desire in their wives or actually prefer a sexu-ally unresponsive wife rather than one withhigher desires.

A potential objection to this view is that if a

man’s mate does not desire sex, the man himself may be at a disadvantage in trying to impreg-nate her. Ideally, he would like her to desire himpassionately but have no interest in other men.The broad suppression view would hold thatmen cannot have both, so they lean towardstifling female sexual desire in general. In es-sence, it posits that men are willing to havesexually unresponsive mates in exchange forbeing more certain that their mates will be faith-ful. Because it does not require much sex to

create a pregnancy, the trade-off may seem ad-vantageous to men. A woman with a low sexdrive would probably be willing to have sexonce in a great while, which is suf ficient toenable the man to pass on his genes. He wouldnot want her to desire sex any more often thanthat, because then she might have sex with othermen.

Feminist theory offers several possible basesfor male control over female sexuality (e.g.,Brownmiller, 1975; Travis & White, 2000). Ingeneral, feminist analysis depicts social ar-

rangements as reflecting victimization of fe-males by males. Society is called   patriarchybecause it is made by and for males, and womenare its victims. One of men’s top priorities is tokeep women down and use them for the men’sown purposes.

One line of feminist analysis would be thatmen regard women as men’s possessions andtherefore seek to keep them to themselves. Bysuppressing female sexuality, men can keepwomen from wanting to have sex with other

men. This analysis resembles the evolutionaryargument on paternity certainty. It could, how-ever, be simply that men do not want women tobe autonomous creatures who make their owndecisions and seek their own fulfillment, be-cause such activities could potentially under-mine male control. Lerner (1986) contendedthat an important step in cultural evolution wasthe commodification of women, according towhich “women themselves became a resource”(p. 212) whose sexuality could be regulated,exchanged, and otherwise used for male benefit.

McIntosh (1978) concluded more bluntly that“women’s sexuality is suppressed by men or inthe interests of patriarchy” (p 64) and because

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of this suppression women  “are prevented fromrealising their full potential”  (p. 64). She statedthat the greater sexual desire and sexual activityof men  “is an aspect of male privilege”  (p. 62)

and that women’s lesser sexuality arises be-cause patriarchal culture represses female sex-ual desire (p. 55).

A more sweeping line of argument is thatfemale sexuality represents a potential threat tothe orderly society that men want. Sherfey(1966) proposed that the sexual behavior of early human females resembled that of otherfemale primates during estrus, copulating upto 50 times per day and exhausting every avail-able male partner. According to Sherfey, this

behavior created social chaos. If a stable, civi-lized way of life was to develop, it was neces-sary to institute   “the ruthless subjugation of female sexuality”  (Sherfey, 1966, p. 119).

This analysis has been echoed in other fem-inist texts. For example, “if women are insatia-ble creatures, their sexuality would, of course,require external constraints, or sexual chaoswould reign”   (Faunce & Phillips-Yonas, 1978,p. 86). A recent textbook summarized this lineof thought as follows:   “In prehistoric humansocieties, the powerful sex drive of women cre-

ated havoc—not to mention making the menfeel insecure—and therefore societies institutedrestrictions on female sexuality to bring it morein line with male sexuality” (Hyde & DeLamater,1997, p. 360). The textbook authors added thatthis argument explains   “the restrictions on fe-male sexuality that persist to the present day”(p. 360).1 Lerner (1986) concluded that   “thesexual regulation of women . . . is one of thefoundations upon which the state rests” (p. 140)and is   “an essential feature of patriarchal

power”  (p. 140).Thus, the social chaos version of the malecontrol theory holds that men desire a peaceful,orderly life. Widespread, indiscriminate copula-tion contributes to social chaos and is thereforeopposed by men, who work together to suppressfemale sexuality as a way of imposing peaceand order. This view rests on the assumptionthat the chaos and social disruption caused bypromiscuity are more aversive to men than towomen. That assumption is a priori question-able, although one might propose that men want

peace and order because it enshrines and per-petuates the superior status of males. It alsoassumes that men find peace and order in soci

ety more desirable than sexual gratification,

whereas women incline toward the opposite

preference, and this too can be tested.

The quotations by Hyde and DeLamater

(1997) introduce yet another important point,namely male insecurity. One can use the hy-

pothesis of male insecurity to propose one fur-

ther variant on the male control theory. In this

version, insatiable female sexuality would not

strike men as a desirable opportunity but rather

represent a threat to them, possibly because it

reminds them of the greater physical limitations

on male than on female sexuality. The refrac-

tory period, the inability to have multiple or-

gasms, the visible nature of male arousal or lack 

of arousal, and perhaps other limitations makemales less able than females to engage in orgi-

astic sexual behavior. The male envy of women

might therefore breed a mean-spirited effort to

suppress female sexuality and thus deprive

women of the greater pleasure of which they

would otherwise be capable. A variation on this

would be that men are insecure vis-a-vis other

men, and they do not want their female sex

partners to have a basis for comparing them. A

sexually experienced woman might be able to

 judge a man’s penis as inadequate or his fore-play as inept, but an inexperienced partner

would presumably be less likely to know the

difference.

A similar line of argument holds that the

suppression of female sexuality frees men from

having to satisfy the huge female demand for

sex, which otherwise would make men feel bur-

dened or insecure. Any signs of broad male

reluctance to give sexual pleasure to women

would provide valuable support for this view. It

is hard to find many such signs, though. On thecontrary, men generally seem willing if not ea-

ger to meet women’s sexual demands. Men are

more likely than women to say that giving plea-

sure to one’s sex partner is more important than

pursuing one’s own pleasure (Janus & Janus,

1993), and the majority of men are quite recep-

tive to female requests for sex even when the

woman is a total stranger (Clark & Hatfield,

1

The textbook was presenting this view, not endorsing it.We are not saying that the textbook authors themselvesespoused this view, although they were plainly not unsym-pathetic either

169SUPPRESSION OF FEMALE SEXUALITY

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1989), whereas women are far less generous orreceptive to such requests.

The common theme in these lines of argu-ment is that men have conspired to set up a

system that oppresses women so as to stiflefemale sexuality and that men benefit from thatstifling. This approach asserts that womenwould prefer to have frequent sex with manypartners, but men enforce a system of socialcontrols and socialization that prevents womenfrom realizing that dream and instead encour-ages women to believe that they lack sexualdesire. The approach is effective, and womenare either forcibly coerced or subtly pressuredinto believing it. These persuasive methods

should be salient in evidence, because of theirwidespread power and importance.The mechanisms by which men suppress fe-

male sexuality remain somewhat unclear. Menmight refuse to associate with women who de-sire or enjoy sex beyond an acceptable mini-mum. Because men have controlled politicalpower, they can institute heavy penalties forfemale sexual activity while permitting them-selves to indulge (e.g., the double standard,institutionalized in legal penalties). They maypunish promiscuous or sexually responsive

women in other ways. Even so, it seems neces-sary to assume that these external controls arenot suf ficient to account for the highly internal-ized suppression of female sexuality, so onemust assume that in some important way menmanage to persuade women not to feel or not toact on sexual desires.

To summarize the male control theory: Thenatural condition of the female is to desire ahigh amount of sex, including frequent copula-tions with multiple partners. Men band together

to stifle this female sexuality. Men’s motives fordoing so could encompass the jealous desire toprevent their mates from having sex with othermen (which could be related to paternity uncer-tainty and property rights), an envy of women’sgreater physical capacity for intercourse, and arecognition that unrestrained female sexualitymight potentially produce chaos by undermin-ing the social order. Men are particularly con-cerned with stifling the sexuality of their wivesand other mates.

The Female Control Theory

A second theory would hold that the women

sexuality. As with the male control theory, theterm  control  is used loosely to refer to cooper-ative, goal-directed activities of people in gen-eral that may contribute to a common benefit

even if the people have not explicitly articulatedthat goal or made a conscious agreement towork for this purpose.

A female control theory suffers from implau-sibility right from the start, simply because menhave held superior political and social powerthroughout most of history. If society as a wholehas conspired to stifle female sexuality, andmen dominate society, assigning an influentialrole to women must seem questionable on an apriori basis. Still, assigning an active role to

women in history is in accordance with somerevisionist approaches to history insofar as theseapproaches treat women as active agents withgenuine influence over circumstances andevents, rather than mere passive victims andspectators of male activity.

As with the male control theory, one mustbegin with questions of motivation, and thesetoo seem to raise a priori doubts about anyfemale control theory. Why would women wantto suppress female sexuality? Sex is undoubt-edly a major potential source of pleasure and

fulfillment in life, and for women to stifle theirown sexuality would seemingly be a self-de-structive act.

Social exchange theory could, however, sug-gest an important reason that women might seek to suppress each other’s sexuality. Social ex-change theory analyzes human behavior interms of costs and rewards and therefore con-siders interactions as exchanges in which thevarious parties offer each other rewards in re-turn for obtaining what they want (e.g., Blau,

1964; Homans, 1950, 1961). A social exchangeanalysis of sex would begin from the assump-tion that sex is a resource that men desire andwomen possess (e.g., Baumeister & Tice,2000). To obtain sex, men must offer womenother desired resources in return, such asmoney, commitment, security, attention, or re-spect. Waller and Hill’s (1938/1951)  principleof least interest  contends that having less desirefor a particular relationship gives a persongreater power in the relationship. Hence, if awoman desires a sexual relationship less than

the man, he is at a disadvantage and will have toprovide her with other benefits to induce her tohave sex with him In a sense female sexuality

170 BAUMEISTER AND TWENGE

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The reason that such an exchange framework would cause women to stifle female sexualitywas proposed in Nancy Cott’s (1979) discus-sion of female passionlessness during the Vic-

torian period, and it also follows quite simplyfrom the basic economic principles of supplyand demand. As Cott proposed, if sex is themain asset one has with which to bargain forother benefits, one wants the price of sex to behigh. As with any resource, scarcity increasesthe price. Restricting the supply of sex availableto men would be a tactic that many monopolieshave used with many products: Keeping supplybelow demand enables the monopoly to extracta high price. In contrast, if sex were freely

available to men, then most individual womenwould be in a weaker position to demand muchin return. Monopolies and cartels have oftenused the strategy of maintaining a scarcity tokeep prices high.

Women might be able to garner two kinds of benefits from restricting the supply of sex avail-able to men. First, women in general might beable to extract better treatment and other re-sources from men. This idea assumes that menare willing to do whatever is necessary to obtainsex and will often do roughly the minimum

amount that is required. This echoes the tradi-tional grandmotherly advice against premaritalsex, colloquially expressed in the metaphoricterms that a man who can get free milk will notbuy the cow. The harder it is for men to obtainsex, the more they will be willing to offerwomen in return. Social exchange theory em-phasizes that a broad range of social rewardsmay be involved in such exchanges, includingmoney, gifts, long-term relationship commit-ment, fair treatment, sexual   fidelity, and con-

forming to expectations. Sexual scarcity im-proves women’s bargaining position with re-spect to all of these rewards.

Second, widespread suppression of femalesexuality reduces the risk that each woman willlose her male lover to another woman. Through-out history (and apparently very often today aswell), men have been willing to leave onewoman for another, especially when the newone is sexually more appealing. Although mar-ital infidelity is not as common as previousestimates suggested, it still occurs millions of 

times each year (see Laumann, Gagnon, Mi-chael, & Michaels, 1994), and moreover infi-delity represents a significant risk factor for

Similar considerations apply to dating relation-ships. Hence, to the extent that a man may havesex with other women, his girlfriend or wife hasa legitimate concern about losing him.

This second benefit is thus the mirror imageof the threat we discussed in the section on malecontrol, namely the fear of partner infidelity.The two theories share the view that stiflingfemale sexuality might reduce infidelity and itsattendant threats, and it seems undeniable thatboth men and women desire their partners to besexually faithful to them. The focus of the threatdiffers slightly: The male control theory sees thefemale partner as the source of danger, whereasthe female control theory sees other women as

the source of danger.The combination of the two benefits is espe-

cially important, however. We have stated thatindividual women can exert control over theirmen by withholding sex or otherwise limitingthe men’s access to sex. This control would beundermined, however, if the man could easilyget sex from other women. The social exchangetheory confers its benefits on women only if most women cooperate to a substantial degreein restricting sex.

Casting courtship and sexual negotiations interms of social exchange also shifts the empha-sis to the beginning of a sexual relationship,because this is presumably when the terms of exchange are decided. A man provides re-sources to be permitted to begin having sex witha woman. Although this period may be themost important, the exchange of resources forsex may continue over the course of a longrelationship.

Several predictions follow from the hypoth-esis that female cooperation is needed to sup-press female sexuality. First, women will pun-ish other women who make sex too freely avail-able to men. These women are akin to the “ratebusters”  in manufacturing: They end up lower-ing everyone’s price. One term people use toderogate such a promiscuous woman is that sheis “cheap,” and, if taken literally, this term doesinvoke an exchange analysis: She is dispensingthe female resource, sex, at a lower price thanthe going rate. When there are too many cheapproducts available, the purveyors of quality

products feel pressure to give discounts as well.The other women will therefore put pressure onthe so called cheap woman to raise her price

171SUPPRESSION OF FEMALE SEXUALITY

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woman’s own sake but for the sake of all of thewomen in that community.

Second, just as any monopoly tends to op-pose the appearance of low-priced substitutes

that could undermine its market control, womenwill oppose various alternative outlets for malesexual gratification, even if these outlets do nottouch the women’s own lives directly. Prostitu-tion, pornography, and other forms of sexualentertainment may offer men sexual stimula-tion. By satisfying some of the male demand forsex, these entertainment forms could underminewomen’s negotiating power, and so womenwould naturally have an interest in stifling them(Cott, 1979).

Third, the hypothesis suggests that the stiflingof female sexuality reflects a kind of  “commonsdilemma”   for women in general (e.g., Platt,1973). Each individual woman may benefit byoffering sex a bit more readily (e.g., with lesscommitment or expenditure by the man) thanother women, which might enable her to attractthe most desirable man. In addition, of course,she would benefit in terms of satisfying her ownsexual desires by doing more than the normsdictate. Against those incentives to engage in

sex, her loyalty to other women and the femalecause in general (in which, to be sure, she has astake) would be the main force holding herback. In a given group of young unmarriedwomen, the one who pushes past the limits(wherever they are normatively drawn) imposesa cost on the others, who come under pressureto offer the same to keep up. This is the sort of process with which monopolistic cartels con-stantly struggle: The group is better off if ev-eryone holds the high price, but any individualmember can gain immediate advantage by cut-ting the price slightly. The group of women canlegitimately perceive the so-called cheapwoman as a threat.

An evolutionary argument could be invokedwith the female control theory as well. In thisview, men exchange resources for sex. In manyspecies, the male provides the female with food,and these gifts persuade her to copulate withhim (e.g., Gould & Gould, 1997; Ridley, 1993).Some evolutionary psychologists interpret hu-man behavior patterns along the same lines,

such as when a man pays for food and enter-tainment or gives a woman jewelry to induceher to have sex

We noted in the previous section that feministanalyses have emphasized men’s attempts tokeep women in an inferior political and eco-nomic position. The female control theory of-

fers one straightforward explanation for whymen may have wanted to subjugate women.Keeping social and economic power in malehands is the complement to the female strategyof restricting sex. To put it simply: The lessmoney (and other resources) women have, thelower the price they will accept for sex. Rich,powerful women are unlikely to become pros-titutes, exotic dancers, or kept mistresses or toaccept sexual servitude in other ways. Poorwomen are presumably better prospects for be-

coming sexually available at an affordableprice. The exchange of resources for sex pro-duces a clear set of conflicting interests that canbe expressed in crude terms: Women benefiteconomically if men are starved for sex,whereas men benefit sexually if women aredesperate for money and other resources.

The female control theory is thus congenial tofeminist analysis in that it provides a motive forthe alleged male quest to seek power overwomen. If men recognize that they have to offerwomen something of value to obtain sex, then

they have a clear interest in keeping women ina perpetual state of need and deprivation. Keep-ing women poor and powerless would improvemen’s chances for obtaining sex.

The mechanisms by which women wouldcontrol female sexuality must be considered.Women have generally not had the legal andpolitical power that men have, and so thesesources of power would not be available tothem. Still, we questioned the power of thesemechanisms to explain the suppression of fe-

male sexuality anyway, because some internal-ization is required. Hence, the female controltheory would probably have to place heavy em-phasis on direct socialization by females of other females to convince women and girls notto be highly sexual. Women might also punishoverly sexual women through informal sanc-tions such as ostracism and derogatory gossip.

To summarize: The female control theory isbased on social exchange theory. It rests on theassumption that sex is a resource that men wantbut that is under female control. To the extent

that women want to obtain other resources inreturn for sex, they want the price of sex to behigh and thus they seek to suppress female

172 BAUMEISTER AND TWENGE

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sexual activity generally so as to maintain achronic shortage (and hence high prices).Women together act to restrain female sexual-ity, for the sake of benefiting all women.

Whereas the male control theory emphasizedstifling the sexuality of wives and mates inongoing relationships, the female control theoryemphasizes stifling the sexuality of singlewomen who are seeking mates and negotiatingthe terms of exchange for beginning a sexualrelationship.

Two  “Null”  Hypotheses

The two control theories offer explanations

for the historical suppression of female sexual-ity. They suggest why women have had theirsexual desires stifled and their opportunities forsexual action restricted. It is, however, neces-sary to consider the null hypothesis that therewas no suppression of female sexuality. But theappearance of lesser sexual inclinations amongwomen (as compared with men) is beyond dis-pute, and so it is necessary to explain whywomen may have seemed less sexually inclinedif social forces did not produce that resultartificially.

 Milder Sex Drive

According to this theory, it was not necessaryto suppress female sexuality, because womenby their nature have less sexual desire than men.The appearance of suppression is an illusion.

The idea that women innately have less sex-ual desire than men is controversial and de-serves a long and careful treatment in its ownright (see Baumeister, Catanese, & Vohs, 2001;

Baumeister & Tice, 2000). Regardless of whether it is true or false, however, we think itis inadequate to explain the full range of phe-nomena. Most obviously, the sexual revolutionreflects a change in female sexuality that cannotbe accounted for by innate biological predispo-sitions. The sexual revolution provides strongevidence that there was some historical suppres-sion of female sexuality. Indeed, the sexualrevolution has been shown to have produced agreater change in female than in male sexuality(Arafat & Yorburg, 1973; Bauman & Wilson,

1974; Birenbaum, 1970; Croake & James,1973; DeLamater & MacCorquodale, 1979;Ehrenreich Hess & Jacobs 1986; R Robinson

Ziss, Ganza, Katz, & Robinson, 1991; Rubin,1990; Schmidt & Sigusch, 1972; Sherwin &Corbett, 1985; Staples, 1973). The increase infemale sexuality wrought by the sexual revolu-

tion is good evidence that female sexuality hadpreviously been under cultural suppression.

The mild sex drive hypothesis must, how-ever, be kept in mind as a viable alternativeexplanation for some of the evidence. Even if itcannot account for all of the evidence, it mayaccount for some. It is also worth noting that themilder sex drive hypothesis could operate inconjunction with the female control theory, be-cause it sets the basis for social exchange. If women desired sex more than men, then acts of 

sex would essentially involve men doingwomen a favor, and women would presumablyhave to reward or compensate men for havingintercourse with them. Instead, however, thehypothesis that the female sex drive is milderputs the man in the position of having to offerthe woman something. Waller and Hill’s (1938/ 1951) principle of least interest holds that who-ever wants something less has an advantage innegotiation.

We have presented the female control theoryand the milder sex drive hypothesis as separate,

insofar as either could in principle be true with-out the other. The combination is, however,arguably more plausible than either by itself:Women start off with less desire for sex, and sosex is a female resource that women can use tonegotiate exchanges with men. Inevitably,women will discover that their negotiating ad-vantage is maximized if sex is relatively scarce.

Put another way, we have presented themilder sex drive hypothesis as an alternative ornull hypothesis because it might conceivably

have offered a full, complete explanation of why women have less sexual desire and engagein more restrained sexual behavior than men. If it cannot accomplish that, however (as our com-ments on the sexual revolution indicate), then itmay simply have established the basis for socialexchange that could well have led to the femalecontrol pattern. Meanwhile, however, the notionthat women have a lower sex drive contradicts abasic assumption of many versions of the malecontrol theory. As already explained, thoseviews typically depicted the female sex drive as

stronger than the male sex drive, with culturalsuppression required to bring female sexualityunder control within the approximate range of

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male sexuality (e.g., Hyde & DeLamater, 1997;Sherfey, 1966).

 Rational Choice and the Costs of Sex

The second null hypothesis is that womenexert self-control over their sexuality because of the costs and dangers of sex. It seems indisput-able that these costs and dangers have alwaysfallen disproportionately on women. A singleact of sex does not leave any lasting change ina man’s body (at least nothing that lasts beyonda brief refractory period), but a woman maybecome pregnant, which will alter her life rad-ically for at least 9 months and, assuming that

she accepts the burden of caring for the child,many years thereafter.Moreover, throughout history the danger of 

death during childbirth was much higher than itis now, and so the mortal risk was significant.(To be sure, such risks would not affect womenin societies that had not yet discovered that sexcauses pregnancy.) For example, Shorter (1982)examined pre-1800 data from Europe and con-cluded that about 1.3% of childbirths resulted inthe mother’s death. Each copulation riskedchildbirth, and each childbirth risked death.

Given these risks, women may have held back from sex, even without historical or socializingforces to stifle them. Even today, with the risksdiminished, the costs of sex are still greater forwomen than men. The relevance of such factorswas shown by Benda and DeBlasio (1994), whosought to predict adolescent sexual activityfrom an index of the rewards of sex minus thecosts. The prediction was significant for adoles-cent girls but not boys.

The rational self-interest explanation has less

dif ficulty than the mild sex drive explanation inaccounting for the sexual revolution. The birthcontrol pill and other advances in contraception(as well as the medical and legal changes thatmade abortion safer and more available) vastlyreduced the dangers of pregnancy. Hence,women may have become freer to indulge intheir sexual inclinations, and the sexual revolu-tion was the result.

The rational self-interest explanation doeshave some dif ficulty accounting for restrictionson female desire that went beyond nonmarital

intercourse. Oral sex, masturbation, and otherforms of sexual expression do not carry the risksof pregnancy entailed by intercourse and so

there would have been less reason for women tosuppress their desires in those spheres. Still, it isplausible that parents sought to stifle theirdaughters’   sexual desires in all spheres in the

hope that this would reduce the young women’schances of becoming pregnant.

We think that rational self-interest also fallsshort of being able to account for the full rangeof phenomena. For example, some signs sug-gest that women sometimes refrained from sex-ual activity out of fear of getting a bad reputa-tion, rather than fear of pregnancy (e.g.,Coleman, 1961). It seems indisputable thatthere has been some degree of social influencetoward restraining female sexual desire and ac-

tivity, and to attribute everything to rationalself-interest would stretch credulity. Still, therational self-interest explanation must be kept inmind as a potential alternative explanation formany specific findings, even if it cannot accountfor all of the  findings.

Competing Predictions:Evidence and Interpretation

We now turn to examine the empirical evi-

dence about the suppression of female sexual-ity. The focus is on the two control theories, andthe recurrent question is which of them is betterable to predict or interpret various relevant  find-ings. To be sure, they are not entirely mutuallyexclusive, and so evidence could conceivablysupport both or contradict both. As already sug-gested, however, it will be necessary to keep thetwo null hypotheses in mind, especially perhapswhen seemingly anomalous patterns of  findingsare observed.

Power Differences

We begin with a classic study by Reiss(1986a) that has often been cited in connectionwith the suppression of female sexuality. Reissused a sample of 186 cultures from the HumanRelations Area Files. Across these cultures, hefound a positive correlation between indexes of greater male power and suppression of femalesexuality. The greater the power imbalance infavor of males, the more female sexuality was

suppressed.This   finding has been interpreted by Reiss

and others as supporting the male control the

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ory. When men have power, women are notallowed to enjoy sex, and so this seeminglyimplies that men use their greater power to stiflefemale sexuality. Insofar as these cultural dif-

ferences would not alter the innate level of sexdrive or the dangers of pregnancy, they areinconsistent with the null hypotheses.

Unfortunately for the sake of clear conclu-sions, however, Reiss’s   finding seems just ascongenial to the female control theory as to themale theory. When women lack political andeconomic power, they may need to use sex tocontrol men and gain resources, and so theymight try to restrict each other’s sexuality verystrongly. In contrast, when women have plenty

of alternative sources of power, they have lessneed to restrict men’s access to sex, and so theycan relax the controls on female sexuality. Reiss(personal communication, November 1999) hasacknowledged that this interpretation is alsoviable for his findings and was omitted from hisdiscussion in 1986 because it had not beenproposed as a viable theory at the time.

The cross-cultural evidence linking genderimbalances in sociopolitical power to greatersuppression of female sexuality, although inter-esting in its own right, is thus not helpful for

differentiating between the two control theories.It speaks against both null hypotheses and sug-gests that some genuine social forces have op-erated to suppress female sexuality. Whetherthose forces were dominated by men or womenremains a question for other sorts of evidence.

Guttentag and Secord (1983) offered anotherapproach to power that is more directly relevantto sexuality itself. They focused on imbalancesin the sex ratio, that is, whether a given societyhad more men or women. Because most mating

involves one man and one woman, a relativeshortage of either puts that gender in an advan-tageous position. For example, if there are twiceas many men as women, then men must com-pete severely for mates, and women can dictatethe terms of interaction. In contrast, a surplus of women gives men the advantage, and the indi-vidual woman has to offer the desired man abetter deal or a more enjoyable time to keep hisfaithful attention. Probably anyone who has at-tended a school or college with a severe genderimbalance can attest to the salient impact that

this unequal ratio produces. Petersen (1999) re-ported that during World War II, when theunprecedented military call up of men left

American campuses with eight times as manywomen as men, some women placed newspaperadvertisements for prom dates, offering to fur-nish the car and pay all expenses of the date.

The value of studying the sex ratio is that itbypasses the question of other resources andgoes directly to the issues of romance and sex.The minority gender can pull the sexual mar-ketplace toward its own preferences, simply be-cause members of the majority who refuse toplay along will end up without mates. Hardlyanybody really wants to end up alone, so theones faced with that danger (i.e., the more pop-ulous gender) will play by the minority’s rules.Supply and demand patterns cannot be ignored

in a monogamous marriage marketplace.A clear pattern emerged from Guttentag andSecord’s research: There is more sexual activitywhen men (as opposed to women) are in theminority. Thus, when there are many men andfew women, women can set the terms of ex-change, and men must provide substantial re-sources and other commitments to obtain sex.Premarital sex and extramarital sex are rela-tively rare. In contrast, when there are manywomen and few men, the men have more influ-ence over the courtship process, and sex be-

comes much more freely available. Men do nothave to offer much in the way of resources orcommitments to get sex. In other words, whenmen have the edge, sex is cheap and abundant.When women hold the advantage, sex is rareand expensive. Men prefer sex to be free andeasy; women are better off when it is precious.

These sex ratio findings seem most consistentwith the female control theory and with a socialexchange analysis generally. When women arein surplus, and there are not enough men to go

around, women are in a poor position to bar-gain. If a woman does not offer her man thesexual satisfactions he wants, even before mar-riage, he can quickly  find another woman. It isclear that many women will end up withoutmen, and so individual women are tempted tobreak ranks and offer more sex to attract andkeep a man, just as in the typical   “commonsdilemma.”   A surplus of women entails thatmore sex is available to men, and so the pricegoes down, so to speak.

The danger of pregnancy is not altered in any

apparent way by shifts in the sex ratio, and sothe second null hypothesis cannot offer a verycompelling explanation of the sex ratio findings

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However, the view that women have an innatelyweaker sex drive could explain them, if oneassumes that women are better able to minimizesexual activity when they can dictate the norms

by virtue of being the more sought-after part-ners (because of their being fewer in number).Hence, the sex ratio patterns could be explainedwithout recourse to cultural suppression.

The male control theory would seeminglypredict that when men have supply and demandpower by being in the minority, they would beable to enforce a greater suppression of femalesexuality, and the data contradict that directly.One might try to salvage this view by suggest-ing that men cease to worry about other men

having sex with their wives when there arerelatively fewer other men around, but the pro-miscuous inclinations of men make such anargument doubtful. Men do not regard allwomen as the same, and having the advantageof being in the minority enables men to obtainbetter mates, and the men are probably stillreluctant to allow these attractive mates to havesex with other men.

In particular, the version of the male controltheory that emphasizes the threat of social chaoshas a dif ficult time handling the sex ratio  find-

ings. According to this view, if men allowwomen to have all the sex they want, the socialorder will break down. When men are in theminority, they certainly must feel that their holdon political power and their ability to ensure astable social order are weaker than usual. Thisview is supported by Guttentag and Secord’s(1983) observation that feminist movements aremore common when men are in the minority. Inshort, a male minority gives men power in thesexual sphere but reduces their power advantage

in the political sphere. If suppressing femalesexuality were an important key to men’s strat-egy of maintaining the social order the way theylike it, it should seemingly be used at maximumstrength at that time. But the evidence suggeststhe opposite. There are certainly other versionsof the male control theory, but the one linking itwith concern about overall sociopolitical dom-inance seems contradicted here.

Recent work has provided further confirma-tion. A cross-cultural survey conducted by N.Barber (2000) revealed that teen pregnancy

rates were correlated with the sex ratio. Specif-ically, teenage girls are ironically more likely toget pregnant when there is a shortage of men

On simple statistical grounds, one would predictthe opposite, because a female can becomepregnant only by having sex with a male, andwhen there are not enough males to go around

each female’s degree of risk would seeminglybe reduced, all else being equal. (In the limitingcase in which there were no men at all, teenagegirls would not get pregnant at all.) But the dataindicate the opposite. The counterintuitive  find-ing can best be explained by assuming a changein the average girl’s behavior. Because there arefewer males available, each girl must competemore earnestly for them, and lowering the priceof sex (as in requiring less commitment fromthe male or less investment of his time, affec-

tion, and money in wooing her) is a principalmeans of competition. Thus, again, when menhave the advantage in the mating marketplace,female sexuality is liberated rather than sup-pressed, contrary to the male control theory.

One last form of power would be powerwithin the dyadic relationship. The role of power in sexual relationships was examined byBrowning, Kessler, Hatfield, and Choo (1999).Such evidence is important for permitting testsof the hypothesis raised by Hyde and Durik (2000), who have proposed that sexual behavior

within relationships is a result of male powerand female submission. Contrary to the malepower hypothesis, these researchers found rela-tively few significant correlates of power, andmost of what they did find was the same acrossgenders. The only notable difference was thatsubmissive women engaged in typical sexualactivities at a higher rate than nonsubmissivewomen, whereas submissiveness in men pre-dicted a reduction in sexual activity. The rela-tive power of the two people in the relationship

failed to predict anything. These data run di-rectly contrary to the view that men use theirpower to stifle female sexuality within adultrelationships. Superior male power appears tohave little effect on the couple’s sex life, andwhat little effect it has appears to push towardmore rather than less sexual activity.

Converging evidence was supplied by De-Maris (1997) in examining sexual patterns inrelationships characterized by physical vio-lence, which suggests an important form of as-sertion of power. Conflict itself appeared to be

detrimental to sex, insofar as couples were lesslikely to have intercourse during periods of con-flict and fighting Still overall there was evi

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dence that relationships characterized by malephysical violence involved relatively high ratesof sexual activity. Supplementary analyses ledDeMaris to conclude that this sexual activity

reflected attempts by the woman to placate andplease the man so as to avoid violence. In con-trast, relationships marked by female physicalviolence did not involve elevated rates of sexualactivity, consistent with a social exchange anal-ysis. Again, these   findings point toward malepower as leading toward more sex rather thanless, contrary to the theory that men use theirpower to stifle female sexuality.

It must be noted that violence in intimaterelationships is often prompted by jealous sus-

picions of infidelity, some but not all of whichare accurate (see Blumstein & Schwartz, 1983).In that sense, intimate violence seems consistentwith a male control theory. However, violentpunishment of infidelity is a broad pattern foundeven in lesbian relationships (Renzetti, 1992),and so it does not seem special to male controlover female sexuality. Again, the crucial ques-tion is whether men try to stifle their wives’sexuality generally (or select sexually stifledwives) rather than merely trying to curtail infi-delity, and the evidence does not go that far.

Thus, the  findings on power are less conclu-sive than one might have hoped for the purposeof distinguishing between these competing hy-potheses. The male control theory does not   fitthem well, nor does the rational self-interestpattern. The female control theory can encom-pass all of them, but many can also be explainedon the assumption that women have an innatelyweaker sex drive and therefore seek to restrictsex whenever they can.

 Direct Influences on Female Adolescent Sexuality

We turn now to what may be the most tellingand important data. The two suppression theo-ries differ as to which gender has sought tosuppress female sexuality. The logical place tolook for evidence is in the proximal sources of influence. Adolescence is the developmentalstage at which a young woman becomes a sex-ual being and may begin to make choices aboutsexual activity. If any force in society wished to

suppress female sexuality, the adolescent fe-male would almost certainly be one of its primetargets of influence attempts Thus the crucial

question is whether male or female sources in-fluence the adolescent girl to refrain from sexualactivity. The male control theory would predictthat male influences would be paramount,

whereas the female control theory would predictthat female influences would dominate.

Parents.   It seems fair to assume that mostyoung people get some of their lessons andmoral influences from their parents. Therefore,we may begin with parental influence, althoughnaturally peer groups will also have to be con-sidered. Which parent has the greater influencein regard to restraining the daughter’s sexuality?

The answer appears to be that mothers are themain source of anti-sexual messages for daugh-

ters. Libby, Gray, and White (1978) found thatmothers were the main source of influence onthe sexual behavior of both sons and daughters.DeLamater (1989) found that daughters weremainly influenced by their mothers, althoughfathers had a significant influence on sons.Werner-Wilson (1998) found significant corre-lations between the sexual attitudes of mothersand daughters, whereas daughters’  sexual atti-tudes did not show any significant resemblanceto those of their fathers. This pattern thus pointstoward women (i.e., mothers) as the main

source of influence in restricting femalesexuality.

Several studies have examined communica-tion patterns between parents and adolescentswith regard to sexual matters, and these toosuggest that mothers have far more contact andinfluence than fathers. Nolin and Petersen(1992) sorted their sample as to whether thedaughter had discussed various sexual issueswith only the mother, only the father, both, orneither. To be able to compare communication

from both parents, the researchers restrictedtheir samples to families with both a mother anda father, so their results do not reflect any biascaused by single-parent situations. When onlyone of the two parents communicated with thedaughter about sex, it was usually the mother.Thus, 61% of the mothers had talked alone totheir daughters about birth control, 35% aboutpregnancy, and 37% about sexual morality,whereas the corresponding   figures for fatherswere 2%, 0%, and 2%. (There were additionalcases in which both parents talked to the

daughter.)Similar   findings were reported by Du Bois-

Reymond and Ravesloot (1996): Mothers talked

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a great deal with their daughters about sex andtried to   “negotiate”   (implying indirect influ-ence), whereas fathers felt unable to deal withthe issue and simply avoided the topic. A study

of 300 couples by Kahn (1994) showed thatmothers communicated with their daughtersmore than fathers did and more than the motherscommunicated with sons. Indeed, the mostcommon form of communication about sex wasbetween mother and daughter, whereas commu-nication between father and daughter was therarest.

The effects of communication were con-firmed by Kahn, Smith, and Roberts (1984).They assessed the degree of communication

between parent and child and then correlatedthat with sexual activity, such as the age atwhich the young woman began having sex. Themore the mother communicated with the daugh-ter, the later the daughter began having sex.Thus, maternal influence appears to have had adirect effect in deterring the daughter from com-mencing sexual behavior. Meanwhile, theamount of communication between father anddaughter had no relationship to the daughter’ssexual activity.2

A similar  finding from an earlier period was

reported by Lewis (1973). The sample was of high school age, and the relatively early publi-cation year means that the data were obtainedbefore the sexual revolution was in full swing,so the data may be especially relevant to under-standing the historically traditional patterns of suppression. The item “not close to mother dur-ing high school”   was significantly and posi-tively correlated with promiscuous behavioramong daughters, once again suggesting that aclose relationship with the mother leads to sex-

ual restraint. The parallel item   “not close tofather during high school”   had no significantrelationship to the daughter’s later promiscuity.Again, the data show the father’s influence to benegligible or trivial. The mother is the mainparental influence toward restraining her daugh-ter’s sexuality.

The only apparent exception to this pattern of maternal influence restraining female sexualitywas described by Christian-Smith (1994), whoanalyzed adolescent novels. In these   fictionalportrayals, it was fathers and brothers who ex-

erted the main control over the young womenwhile the mothers and sisters remained in thebackground The fictional portrayals contrast

with the actual observations to suggest that menare perceived as controlling female sexuality,whereas women are the actual sources of control.

The evidence that mothers exert more influ-ence than fathers points toward female control,but this does not necessarily mean that themothers are regarding their daughters as rivalsand seeking to eliminate competition fromthem. Rather, most likely the mother believesthat acceptance among the general group of girls, and later acceptance by the women, tendsto require some sexual restraint. Some mothershave undoubtedly observed life-altering sadnessor problems in young women as the result of 

sexual mistakes, and sexual abstinence mighthave prevented most of those problems. Hence,the mother may push her daughter toward sex-ual restraint as a means of protecting the daugh-ter. Whatever the mother’s motives, however, itdoes appear that the mother is more influentialthan the father.

Peers.   Undoubtedly the main influence onadolescent sexual behavior other than parents isthe peer group. Hence, we can complement thedata on parental influence by assessing howmale and female peers influence the adolescentgirl’s sexual behavior.

Relatively few studies have devoted muchattention to how male peers affect adolescentfemale sexuality, but this appears to reflect thebasic facts of adolescent life: Same-sex peergroups are generally far more important andinfluential. This fact alone represents importantsupport for the female control theory. To theextent that the male control theory depends onadolescent peers influencing the adolescent girlto restrain her sexuality, this theory will have

trouble finding support.One of the few studies to examine cross-

2 The  finding is correlational, and so one must considerthe opposite direction of causation. This would mean thatthe earlier the daughter starts having sex, the less the mothertalks to her, whereas the relationship with the father isunaffected by the daughter’s sexual activity. This seems apriori less plausible, but it cannot be ruled out. Even if it iscorrect, however, it still favors the female control theory,because it indicates that the mother is the one who isbothered by the daughter’s sexual activity, not the father.

Quite possibly he does not know anything about whethershe has any sexual activity, which would be consistent withthe general absence of evidence that the father has anyeffect on her

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gender nonromantic influences was reported byRodgers and Rowe (1990). Their  findings par-alleled the parental influence findings. Girls ap-peared to be much more influenced by their

female peers and friends than male peers andfriends (not including boyfriends, who representa special case and are considered separatelylater). Thus, the sexual behavior of female–female friends overlapped significantly, ac-counting for 22% of the variance, whereasmale–female friendship pairs showed only a 5%overlap.

The female control theory might still be con-tradicted if female peer groups have generallyused their influence to promote sexual behavior,

but the evidence points in the opposite direc-tion. For example, Maticka-Tyndale, Herold,and Mewhinney (1998) examined the sexualpacts made by same-sex groups of college stu-dents going on spring break. The young men’spacts were generally oriented toward trying tohave sex and supporting each other’s efforts todo so, whereas the young women’s pacts wereto refrain from having sex and to help eachother accomplish that (such as by agreeing inadvance always to extricate a drunken friend

from a man’s romantic or flirtatious attentions).The female peer group thus helps restrain itsmembers from going too far sexually, eventhough it may support them in sexual activity upto the prevailing norm.

Similar conclusions emerged from the inves-tigation by Du Bois-Reymond and Ravesloot(1996) mentioned earlier. In addition to moth-ers, they found that the young women mainlydiscussed sex with their female peers and withtheir boyfriends, so other male influence wasnegligible. They reported that female peergroups put pressure on individual members notto be too sexual or promiscuous. The femalepeer groups discussed the importance of main-taining a good reputation, which required sexualrestraint. The authors quoted some youngwomen as saying that their female peers woulddisapprove and be jealous if they were to havetoo much sexual activity, which aptly   fits thefemale control theory by suggesting that thefemale group members may feel threatened if one of them goes too far sexually. The male

peer groups, incidentally, did not exhibit thosepatterns at all, and in fact males reported thattheir peer groups encouraged and even pres

sured them to seek out sexual opportunities andexperiment with various sexual activities.

A variety of other studies confirm the exis-tence of same-gender peer influence. Billy and

Udry (1985; see also Mirande, 1968; Sack,Keller, & Hinkle, 1984) found that youngwomen tended to go as far sexually as theirfriends had gone. This supports a key point inthe social exchange analysis, which is that thefemale peer group operates to maintain a rela-tively uniform level of sexual activity among itsmembers.

Some of the peer concordance data could beexplained in terms of peer selection. For exam-ple, when an adolescent girl loses her virginity,

she might abandon her female virgin friends andmake new, nonvirgin friends, in which case theappearance of peer influence would be an illu-sion. Billy and Udry (1985) ruled out this pos-sibility by using longitudinal procedures. Thesexual status of one’s best friend at Time 1predicted one’s own sexual status at Time 2,especially among people who kept the samefriends, and there was no tendency to dropvirgin friends on losing one’s own virginity.Thus, the evidence showed clearly that peersexert an influence on sexual behavior, and this

was especially strong among White females.Data collected before the sexual revolution

may be especially important, because they indi-cate how things were when the cultural suppres-sion of female sexuality was considerably stron-ger. Coleman (1961) provided a well-knownstudy of student life in American high schoolsduring the late 1950s. His data support the im-portance of the female peer group in restrainingfemale sexuality. The girls were much moreunanimous and emphatic than the boys in claim-

ing that having a good reputation was an im-portant key to being accepted in elite socialgroups, and this good reputation dependedheavily on sexual restraint. Coleman observedthat the female peer groups discussed the repu-tations of individual girls and shunned girls whodispensed sexual favors too liberally. He re-ported that the boys generally followed the girlsin condemning girls who went too far (e.g., p.121), although many boys seemed not to mind if a girl was sexually wild. Thus, the widespreadpressure to maintain a good reputation for sex-

ual restraint and propriety appears to have beenenforced primarily among the female peergroups

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 Boyfriends.   Thus far we have found thatboth main potential sources of male influence—fathers and male peers—seem to be relativelyminor figures (indeed, approaching nonentities)

in terms of exhibiting any apparent influenceover the sexuality of adolescent girls. One ad-ditional source of male influence must be con-sidered, however: dating partners and boy-friends. Various studies have reported thatyoung women do acknowledge some influencefrom that source (e.g., Du Bois-Reymond &Ravesloot, 1996).

Systematic studies of the nature and extent of this influence were dif ficult to   find, but theredoes appear to be evidence that young men

exert some influence (e.g., Christopher, 1988).Thus, there is at least one important male sourceof influence over female adolescent sexuality.

Unfortunately for the male control theory,however, this male influence appears to operatein precisely the opposite direction from whatwould be needed to support the view that mensuppress female sexuality. Christopher’s (1988)studies of sexual pressure suggested that nearlyall of the influence exerted by the male datingpartner is to induce the young woman to engagein more rather than less sexual activity.

LaPlante, McCormick, and Brannigan (1980)found that samples of college students charac-terized male sexual influence in dating situa-tions as consistently trying to increase sexualactivity, across a broad range of strategies.Miller and Benson (1999) summarized variousstudies indicating that female adolescents aresubjected to pressure by male dates and boy-friends to engage in sex, and sometimes theyoung women regret having yielded to this in-fluence. None of the results of the studies we

found showed that young men were trying topressure their girlfriends to stifle their sexualdesires and feelings or to refrain from sexualactivity.

Summary.   The available evidence suggeststhat suppression of female sexuality during theformative adolescent years comes directly andprimarily from female sources. The mother andthe female peer group have both been shown toexert a restraining influence on the daughter’sprogression into sexuality. Fathers and malepeers seem to have little or no influence. The

only significant source of male influence is thedating partner or boyfriend, whose influenceseems to operate against the hypothesized sup

pression of female sexuality, insofar as theseyoung men encourage the young women to en-gage in more sexual activity.

Thus, the evidence regarding direct influ-

ences on adolescent female sexuality supportsthe female control theory and contradicts themale control theory. Female influence is para-mount in teaching young women to restraintheir sexuality. Male influence is largely absentor, in the case of boyfriends, pushes in theopposite direction, toward more sex.

The null hypothesis based on rational self-interest may be relevant, however. Mothers inparticular may seek to stifle their daughter’ssexuality to help the daughter avoid the pitfalls

of unwanted pregnancy. Mothers may also re-call that the female peer group would ostracizeor punish girls who went too far sexually, andso the mother may seek to instill sexual restraintin the daughter so as to improve the daughter’ssocial standing within the female peer group.Thus, a combination of the female control the-ory and the rational self-interest theory mayfurnish the best and most comprehensive expla-nation of these data.

 In fl uences on Adult Female Sexuality

Next we examine influences on adult sexual-ity. If female sexuality is to be stifled, then adultwomen must be put under pressure to restricttheir sexual activities as well as their feelings.Where does this pressure come from?

Useful data come from large surveys reportedby King, Balswick, and Robinson (1977) andI. E. Robinson and Jedlicka (1982). Thesesurveys assessed disapproval of premarital sex-ual activity. The most relevant question waswhether a woman who engaged in premaritalsexual activity was immoral, the condemning judgment that would presumably be central toefforts to suppress female sexuality. Moral con-demnation is especially relevant because ithelps rule out the null hypotheses, insofar asmoral judgment is inherently distinct from cal-culating rational self-interest or having an in-nately weak desire. The King et al. survey hasthe added benefit that it included data collectedin 1965, before the sexual revolution had

wrought major changes, and so these data fur-nish valuable insight into traditional attitudesand influences

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The results of these surveys again favor thefemale control theory. Women who engaged inpremarital sex were condemned as immoral by91% of the women in 1965, as compared with

condemnation by only 42% of the men. Thus,moral disapproval of female sexual activity ap-pears to have been much more strongly rootedin women’s than in men’s attitudes. The surveysof subsequent years continued to show greaterdisapproval by women than by men. Althoughthe size of the gap dwindled as the sexual rev-olution brought more tolerance of premaritalactivity, women were more disapproving of fe-male premarital sex in every year of the survey.Thus, the force of opinion and social disap-

proval that discourages female sexuality is thatof women in general.

The double standard is undoubtedly the mostwidely perceived restraint on adult female sex-uality. The double standard is in essence a gen-der-based discrimination in suppressing sexualactivity: It asserts that certain behaviors areacceptable for men but not for women. Whoactually supports the double standard? A meta-analysis of research on sexual attitudes and be-haviors by Oliver and Hyde (1993) provided

valuable evidence. They found that the doublestandard of sexual morality—which is central tothe suppression of female sexuality—was morepositively accepted by females than malesacross all studies they covered. Moreover, thisconclusion included a number of older studieswhose data were collected before the sexualrevolution had managed to bring about changes,so the findings are especially helpful for under-standing the traditional sources of suppression.In fact, Oliver and Hyde found that the genderdifference in attitudes toward the double stan-dard had diminished significantly in more re-cent as compared with older studies, confirmingthat the sexual revolution has reduced the dif-ference between the genders.

The important point from Oliver and Hyde’s(1993) findings, then, is that women have sup-ported the double standard more than men, es-pecially in the more traditional bygone dayswhen the double standard and the general sup-pression of female sexuality were supposedly infull force. In its heyday, the double standard that

condemned female sexual activity as immoralreceived more support from women than frommen This supports the female control theory

One might wonder whether the female sup-port for the double standard is simply an ex-pression of the lesser sexual permissiveness thatwomen generally show. Logically, however, the

two are irrelevant. The essence of the doublestandard is differential permissiveness for menversus women. Whether someone is more orless permissive in general does not predictwhether that person should believe that certainacts are permissible for some but forbidden forothers. One could even argue that a  floor effectshould conceal differential permissivenessamong women, whereas the more permissivemen would have more latitude for making dis-tinctions.3 In any case, the female support for

the double standard must be recognized as in-dependent of the lesser female permissiveness.In all of the studies reviewed by Oliver andHyde (1993), women were more in favor thanmen of the view that some sex acts are accept-able for men but not women.

Subsequent work by Millhausen and Herold(1999) was aimed at understanding whether thedouble standard was still active in the late1990s, long after the sexual revolution. Thewomen who took part in their survey stronglyasserted that the double standard was still pow-

erful and pervasive, even though they them-selves did not endorse it (and in fact showedevidence of a reverse double standard that judged promiscuous men more harshly thanwomen). One may infer from these findings thatthe women perceived continued societal pres-sure on women to restrain their sexual behavior,but this pressure seemed external to them inso-far as they did not endorse the double standardthemselves. The researchers reported thatwomen cited external pressures of gossip and

reputation as forces that pushed women to holdback sexually.The crucial items, however, concerned where

the support for the double standard was per-ceived to reside. Millhausen and Herold (1999)asked their respondents   “Who judges womenwho have had sex with many partners moreharshly?”   (p. 363). The answers reflected astrong perception that women enforce the dou-

3 The most anti-sexual of women’s groups advocated the

single standard of sexual purity for both genders. Thus,support for the double standard is not a matter of anti-sexualfeeling or an instance of the general pattern of lower femalepermissiveness

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ble standard. Only 12% of the women respond-ing to the survey stated that men were theharsher judges, whereas 46% identified womenas harsher. (The rest reported that men and

women judged equally harshly.) The authorsseem to have concurred that their  findings posea challenge to the theory that men stifle femalesexuality:   “Why is there a belief that men arecontrolling women’s sexuality, yet women per-ceive other women to be the harshest judges of their own behavior?”  (p. 367).

The Millhausen and Herold (1999)   findingshelp dismiss the view that women’s support forthe double standard is simply a reflection of lowfemale permissiveness. Their questions focused

specifically on beliefs that some acts are moreacceptable for men than women, and so theoverall low permissiveness (which was evidentalso in their  findings) would have been a con-stant and thus irrelevant to the perceptions aboutthe double standard.

Apart from these survey data, reports of rel-evant behavior are also useful. Carns (1973)found that young women were relatively slow totell their friends when they lost their virginity,as compared with men. Carns also found thatthe women expected significantly less approval

from their female friends relative to the men.These data are consistent with the view that theinfluence of the female peer group is to discour-age sexual activity among young women. Themale group, in contrast, encourages sex, and soyoung men seek approval by rushing to tell theirfriends about their sexual accomplishments.These   findings have received confirmation inmore recent work by Regan and Dreyer (1999),who examined motives for engaging in casualsex. One reason reported by men was that such

sexual activity brought them an increase in sta-tus among their peers, but the women did notreport that casual sex brought them any im-provement in status.

A theoretically interesting sample of highlysexual women was studied by Blumberg (2000).To qualify for inclusion, the women had toreport wanting sex at least seven times perweek, and many reported much higher desires(and actual frequencies). Although on averagewomen desire sex less than men (see Baumeis-ter et al., 2001), they have patterns of sexual

desire that are comparable to those of manymen. Consistent with the female control theory,Blumberg found that these women had typically

experienced considerable problems in their re-lationships with other women and had beensubjected to a variety of forms of pressure toreduce their sexual activity. The women re-

ported that some male partners were dismayedby the women’s high demands for sex (consis-tent with the male control theory), but othersreported that they got along well with theirpartners and with other men (contrary to themale control theory). In general, they reportedthat they felt more comfortable with and ac-cepted by men than by women, which is con-sistent with the view that the negative reactionsto active female sexuality come mainly fromother women.

Subincision and In fibulation

Thus far we have examined social approvaland other social methods for restraining femalesexuality, but in some cultures more drasticmeasures are used. Undoubtedly the most se-vere are the measures that seek to curtail femalesexuality by means of surgical interventions,such as cutting off the clitoris (subincision) orsewing the vagina shut (infibulation). Such pro-cedures directly reduce women’s capacity to

enjoy sexual intercourse. These practices arelargely outlawed in Western countries and aremost commonly practiced in the Islamic nationsof Africa and the Middle East.

Who supports and perpetuates these practicesof female genital surgery? The available evi-dence points strongly and consistently towardwomen. The decision about whether and when aparticular girl will receive the operation is madeby her mother or grandmother (Hicks, 1996;Lightfoot-Klein, 1989). The female peer group

regards the operation as a mark of positivestatus, and girls who have not yet had it aresometimes mocked, teased, and derogated bytheir female peers (Lightfoot-Klein, 1989). Theoperation itself is nearly always performed by awoman such as a midwife. “Men are completelyexcluded,”  according to one work on the topic(Boddy, 1989, p. 84).

These surgical practices are explained by thewomen with various justifications that appearon inspection to be dubious if not outrightwrong. Some women claim that the surgery

improves health, whereas in fact it producessome significant risks to health. They claim thatit is required by the Koran but scriptural ex

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perts say it is not. Women say that no one willmarry a girl who has not had this operation(e.g., they believe  “very few men would marrya girl who has not been excised and infibu-

lated”; Forni, 1980, p. 26). In actual fact, how-ever, men do marry women who have not had it.Shandall (1967, 1979) reported results from asample of 300 Sudanese husbands, all of whomhad a wife who was intact or had had only alimited version of the operation. Indeed, Light-foot-Klein (1989) observed that Europeanwomen were much sought after as wives inthese Islamic African nations because the menfound the European women (who had not hadgenital surgery) enjoyed sex more. These  find-

ings are directly contrary to the theory thatAfrican men prefer women whose sexuality hasbeen stifled by surgical methods.

Shandall’s (1967, 1979) sample actually con-sisted of 300 men who all had multiple wives,including one wife who had had the full oper-ation as well as one who had not. This enabledShandall to assess the men’s preferences.Nearly all of the men reported that they pre-ferred the wife who had not had the genitalsurgery. In cases in which the wives differed inthe extent or severity of the operation, the men

preferred the wife with the lesser operation.These findings converge with Lightfoot-Klein’s(1989) observation that the men preferred wiveswho enjoy sex. Shandall (1967) concluded that“something other than men’s sexual satisfactionmust be at stake in continuing the practice”  (p.93).

Thus, subincision and infibulation do notseem conducive to male sexual pleasure. Theymight of course help ensure wifely   fidelity byimpairing the wife’s capacity to enjoy extramar-

ital sex. Yet, men’s preference for sexually in-tact women speaks against the male controltheory.

In recent years there has emerged an orga-nized protest against these surgical practices.The protests are supported by women withWestern educations, including some interna-tional feminist voices. Yet, other feministsquestion the protest. Germaine Greer, a feministwho does not seem sympathetic to the view thatfemale sexuality has been suppressed by maleinfluence, has criticized the Western protests as

ethnocentric. Greer (1999) explicitly rejectedthe idea that infibulation and subincision aremale driven: “This is indeed a curious explana

tion of something that women do to women” (p.103). Her own travels and apparently informalresearch in countries such as Ethiopia yieldedconclusions similar to what Shandall (1967)

found in the Sudan, namely that men do notprefer women who have had genital surgery. Asfar as Greer could determine, most men did noteven know whether the women in their familieshad had the surgery or not. Greer argued thatWestern feminists should recognize these sur-gical practices as rooted in the female cultureand female social groups and therefore shouldeither tolerate them as such or phrase their ob- jections in terms of debates among womenabout what is best for women.

Sure enough, most observers conclude thatthe practices are most zealously defended bywomen (e.g., Boddy, 1989, 1998). Men seemgenerally indifferent (consistent with Greer’simpression that the men often do not evenknow). Some fathers object to having theirdaughters subincised or infibulated, but themen’s objections are overruled by the women inthe family, who insist on having the operationsperformed (Lightfoot-Klein, 1989). Hicks(1996) also reported several  findings indicatingthat men argued for less severe surgical prac-

tices but were thwarted by the women’s deter-mined support for the practices.

Parental attitudes were assessed in a relevantstudy by Williams and Sobieszczyk (1997). Tobe sure, it is not safe to assume that husbands’and wives’  attitudes are independent phenom-ena. Still, the weight of the evidence indicatedthat the surgical procedures were mainly sup-ported by women. In cases in which the fathersupported the surgery, 100% of the mothers saidthe daughter would have it. In cases in which

the father was opposed, 41% of mothers saidthey would make sure the daughter had theoperation anyway. In cases in which the fatherhad no opinion, 97% of the mothers intended tohave the daughter have the operation. In somecases, the mothers said the father had not ex-pressed any opinion, and these too werestrongly (79%) inclined toward having thedaughter infibulated.

These   findings suggest that fathers do havesome influence (although the data are correla-tional and could reflect mere similarity among

spouses), but the decisive influence appears tobe the mothers. The decision appears to be up tothe mother and many mothers seem willing to

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insist on the operation over the father’s objec-tions, whereas no mothers seem willing torefuse the operation when the father supports it.Thus, again, the genital surgery appears to be

rooted in and controlled by the female culture.Therefore, the evidence regarding subinci-

sion and infibulation indicates that women con-trol and maintain the practice. This too supportsthe female control theory and contradicts themale control theory.

The Sexual Revolution

The sexual revolution refers to the wide-spread changes in sexual attitudes and behaviors

that occurred in the middle of the 20th centuryin the United States (with similar trends noted inother Western countries). Smith (1994) notedthat  Time   magazine proclaimed the sexual rev-olution with a cover story in 1964, and a secondcover story in 1984 declared that “the revolutionis over.”   Although the exact dates may be de-bated by a couple of years, that approximatetime span is reasonable.

We include the sexual revolution because itcan be taken as important evidence of the realityof the suppression of female sexuality, and it

helps rule out the null hypotheses. If the twonull hypotheses are both rejected to any extent,then at least one of the control theories is pre-sumably correct, to a degree. The sexual revo-lution liberated female sexuality to a certainextent, which shows that some genuine suppres-sion had been in force previously.

This argument rests on the assumption thatthe sexual revolution represented centrally orprimarily a change in female sexuality. Consid-erable evidence supports this assumption. Sev-

eral historical treatments of the sexual revolu-tion have explicitly observed that the changewas greater for women than for men (Arafat &Yorburg, 1973; Birenbaum, 1970), and in fact itwas a central point of the historical work byEhrenreich et al. (1986). A variety of empiricalstudies documented that women’s sexual atti-tudes and behaviors changed more than men’sduring the 1960s to 1980s (Bauman & Wilson,1974; Croake & James, 1973; DeLamater &MacCorquodale, 1979; R. Robinson et al.,1991; Schmidt & Sigusch, 1972; Sherwin &

Corbett, 1985; Staples, 1973), such as by sur-veying the same college campus or same pop-ulation at different time points and noting

changes. The evidence on this appears to bequite consistent.

Thus, the sexual revolution mainly consistedof a change toward greater sexual permissive-

ness in women. This entails that the sexualrevolution represented a major defeat for what-ever forces conspired to suppress female sexu-ality. One possible approach to distinguishingbetween the male and the female control theo-ries is to assess which gender seems to have lostmore by virtue of those changes. For example, if the male control theory is correct and maleshave generally sought to suppress female sexu-ality, then the sexual revolution constituted adefeat for males, because it significantly liber-

ated female sexuality. As a result, males wouldbe expected to act like any defeated side: toexhibit distress and woe over the changes and toexpress more nostalgia for the earlier days whenwomen’s sexuality was more successfullysuppressed.

The available evidence suggests that womenhave been more likely than men to expressregrets and doubts about the sexual revolution.Extensive but nonquantified interviews reportedby Rubin (1990) indicated that women weremuch more likely than men to say that the

permissiveness resulting from the sexual revo-lution was a bad thing. More systematic datawere provided by Smith (1994), who used na-tional polls to show that women expressed morenegative views than men about the rise in sexualpermissiveness.

The greater regret by women than men overthe sexual revolution thus again favors the con-clusion that the female control theory is moreaccurate than the male control theory. But thenwhy did the sexual revolution occur? Why did

women allow the price of sex to drop so pre-cipitously? To be sure, part of the answer mayreside in the advances in birth control technol-ogy, which allowed women to enjoy sexualintercourse with less fear of pregnancy thanearlier generations had had. Still, this is at besta partial explanation, because some forms of sex (such as oral sex) were always availablewithout the risk of pregnancy, and becausesome forms of birth control had been availablefor decades if not centuries (see Tannahill,1980).

An important part of the answer may befound in the broader context of women’s liber-ation It is well known that around 1960 women

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began a massive move into the labor force andthat a great many legal and institutional reformsbroke down barriers to female opportunities. Aswomen gained more money, status, power, oc-

cupational opportunities, and so forth, they be-came less needful of using sex to exchange forthese resources. In a nutshell, women gainedother ways of getting what they wanted, and sothey ceased to hold sex hostage. This argumentparallels the pattern noted earlier in Reiss’s(1986a) data: As gender equality increases, sup-pression of female sexuality is reduced. In thesame vein, it is probably no mere coincidencethat the most extreme methods of suppressingfemale sexuality (i.e., the genital surgery dis-

cussed in the previous section)  flourish mainlyin places where women have the fewest rightsand opportunities.

Although these data favor the female over themale control theory, the two null hypothesescould also   fit. The null hypothesis of rationalself-interest seems quite relevant to the sexualrevolution, as already discussed: The birth con-trol pill and other contraceptive advances re-duced the dangers of vaginal intercourse. Mean-while, the lesser sexual permissiveness of women could in theory be attributed to their

having a milder sex drive (the  first null hypoth-esis), and so women may be more negative thanmen are toward the sexual revolution, just asthey are more negative toward a broad spectrumof sexual activities.

What about the male control theory? It wouldpresumably cast men as the losers in the sexualrevolution. We have found nothing to show thatmen feel they lost out in the sexual revolution.One might invoke the paternity issue to suggestthat men ceased to need to stifle women’s sex-

uality because the birth control pill reducedtheir worries that their female lovers wouldhave sex with other men. This would entail,however, that male sexual jealousy and posses-siveness subsided when the danger of preg-nancy was removed. We have not found evi-dence of this, and if anything men still seemquite jealous and possessive (e.g., Blumstein &Schwartz, 1983). Indeed, men seem quite pos-sessive regardless of whether their wives risk getting pregnant by another man or not (al-though pregnancy does increase the stakes).

Thus, the two null hypotheses in combina-tion, or else the female control theory by itself,can explain the sexual revolution and the atti

tude patterns associated with it. Only the malecontrol theory has dif ficulty accounting for it.

 Harems, Honor Killings, and Other 

 Restraints

The male control theory has fared ratherpoorly through this   first set of tests. It mustseem, however, that something has beenmissed. Men do in some cultures lock theirwives up in harems or purdah, restrict theircontacts with other men, install chastity belts toensure  fidelity during male absence, and in se-vere cases beat or even kill their wives forhaving sex with other men. Do these patterns

not constitute evidence that men suppress fe-male sexuality?They certainly show that men will exert a

variety of coercive efforts to ensure that theirwomen remain sexually faithful to them. Menare undeniably possessive of their mates. In this,they are hardly unique: Women seem quite pos-sessive too, and some evidence suggests thatwomen are even more sexually possessive thanmen (Blumstein & Schwartz, 1983) or that pos-sessiveness levels are comparable even if theyfocus on slightly different forms or aspects of 

infidelity (Buss, Larsen, Westen, & Semmel-roth, 1992). There is little reason to assume thatwomen would balk at using strong methods toensure their male partners’ fidelity if they could,and the imbalance in past coercion is probablysimply a reflection of superior male power (bothpolitical and physical). When women can intim-idate or force their partners to remain faithful,they often do: Physical intimidation for the sakeof ensuring   fidelity has been documented inlesbian relationships, for example (Renzetti,

1992).Furthermore, many cultures place strongpressures on men to maintain public esteem andreputation, often called honor. Promiscuity onthe part of a wife or daughter is taken as adisgrace to the man. Even today, some countriesallow parents to require their daughters to sub-mit to medical examinations to establish virgin-ity (Frank, Bauer, Arican, Fincanci, & Iacopino,1999). Shorter (1975) reported that in medievalEurope, when a married woman had sex with asingle man, the village would punish the mis-

deed by an act of public humiliation calledcharivari, and the cuckolded husband, ratherthan the faithless wife or interloper was the

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target of this shaming. Once male prestige hasbeen linked to female chastity or  fidelity, it isnot surprising that some men have resorted tovarious coercive measures to ensure female sex-

ual virtue. To relate these patterns to the presentquestion, it would be necessary to ascertain howfemale chastity came to be linked to male honorin the  first place.

Even so, the link between jealous possessive-ness and suppression of female sexuality maybe moot. Chastity belts and harems do not seek to prevent women from having sexual desire;they merely try to keep that desire focused onthe husband. Some historians even view thesepractices as concessions to the general belief 

that women have strong sexual urges that can-not be tamed psychologically and hence need tobe restrained behaviorally. According to Tanna-hill (1980), the chastity belt was invented as aprotection against rape, but it soon found appealamong husbands (such as crusaders) whose du-ties required long absences and who regardedtheir wives as prone to infidelity.

The issue of spousal infidelity can be lookedat another way. Both the male control and thefemale control theories assume that people wanttheir spouses to be faithful. Both also see lim-

iting female sexuality as the likely solution. Themale control theory emphasizes that men wantto reduce wifely infidelity and hence suppresssexual activity in wives. The female controltheory emphasizes that women want to reducehusbandly infidelity and hence want to suppresssexual activity in other women (who mighttempt the husbands away). On a purely statisti-cal basis, the female control theory has thegreater plausibility, because husbandly infidel-ity is a more widespread problem than wifely

infidelity. The higher rate of husbandly thanwifely infidelity has been confirmed in detailedstudies of modern American behavior (Lau-mann et al., 1994; Lawson, 1988) as well as incross-cultural data (Whyte, 1978).

What can we conclude? These data seemmore congenial to the male control theory thananything else covered thus far, because theysuggest that men sometimes try to restrain thesexual activity of the women they  “own.”  Still,these data fall far short of indicating any truesuppression of female sexuality. Probably the

master wanted the women in his harem to befull of sexual desire, as long as they satisfied itwith him rather than other men There is little to

suggest that he actually wanted them to lack sexual desire or sexual enjoyment per se. Thesepractices are of interest in their own right andprovide useful insights into phenomena of pos-

sessiveness and jealousy, but they do not prop-erly belong in a treatment of the suppression of female sexuality. They seek to channel femalesexuality and prevent it from producing acts thatcost or embarrass the man, but they do not striveto suppress it.

Similar arguments can be raised regardingthe practices of concealing female   flesh frompublic view. In Islamic fundamentalist andsome other cultures, women are pressured intowearing loose-fitting clothing, covering their

hair, wearing veils, and otherwise hiding theirbodies. Even some Christian groups have man-dated clothing styles concealing female   flesh.Such practices seem inimical to sexual desire,but they seem more likely designed to preventmen’s than women’s arousal. Display of thefemale body, such as in short skirts, stockings,and high heels, is arousing to men, but we havenot found published evidence that women ob-tain sexual gratification from wearing such garb(short skirts and other revealing clothing doseem to be more popular when women have to

compete most to attract men; see N. Barber,1999). These practices are of interest in theirown right, and indeed they suggest that menmay externalize the problematic aspects of theirown sexuality (by seeing women as at fault).Male campaigns to suppress prostitution by ar-resting prostitutes may well indicate the samepattern of externalization (i.e., male legislatorsthink the sin of commercial sex should beblamed on loose women rather than on maleconsumer demand). Male sexual interest seems,

however, to be the driving force behind bothprostitution and sexy women’s clothes, and soattempts to stifle them are not genuinely rele-vant to the suppression of female sexualityper se.

Sexual Deception

When any influential group tries to suppresssome activity, a common response by the tar-gets is to conceal their interest in that activity.For example, if the government suppresses re-

ligion, people worship and study theology insecret; if slaveowners strive to suppress literacy,the slaves read surreptitiously When adults try

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to suppress teenagers’ sexuality, the adolescentsrespond by trying to keep their sexual activitiessecret and hidden from adults. Hence, it seemsstraightforward to predict that if agent   x  wants

to suppress female sexuality, women wouldconceal their sexual responses from agent  x.

One might therefore examine whether womenconceal their positive sexual responses and ac-tivities more from their boyfriends or their girl-friends. If men suppressed female sexuality,women would probably masturbate and performlesbian acts to defy male control, as well asconcealing their sexual desire from men. If women suppress each other’s sexuality, thenwomen might share their sexual pleasures dis-

creetly with male partners but conceal themfrom female friends, especially when the womengo farther than would be the norm among theirfriends.

Unfortunately, this seemingly straightfor-ward prediction encounters the dif ficulty thatthe female control theory might also predictsome concealment from male sex partners, so itis less divergent than one would think. (In otherwords, both control theories predict that womenwould conceal some sexual responses frommen, for different reasons; thus, we cannot learn

which theory is correct by establishing conceal-ment from men.) After all, if the woman isexchanging sex for resources, she might  find itto her advantage to pretend to be reluctant sothat the man will offer her a higher price inexchange. This is not a strong prediction, andthe female control theory could in principleoperate without this deception; however, thedeception is plausible.

A possible way to differentiate the two con-trol theories is by comparing new sex partners

with mates in long-term relationships. As westated in the introduction, a supposedly centralreason that men want to suppress female sexu-ality is to keep their wives from having sex withother men, and so concealment of sexual desirefrom spouses and long-term partners would beof paramount importance. Any sign that thewoman enjoys sex might be threatening to herhusband, because it would raise the possibilitythat she might seek pleasure elsewhere (or atleast that is the argument in the male controlview4). On the other hand, however, single men

would have far less reason to want to suppressfemale sexuality. They may on the contraryprefer women to have high sexual desire to

improve their own chances of having sex. In

that case, women would not have any incentive

to conceal sex from single men. Thus, the male

control theory would predict more deception

from one’s long-term mate (husband) than anew prospective lover.

In contrast, we noted that the female control

theory is based on social exchange analyses,

which emphasize negotiation about whether to

commence a sexual relationship. It is before the

first intercourse that the woman is in the best

position to stipulate what kind of immediate

consideration or long-term commitment the

man should make to have sex with her. In a

long-term relationship, however, the terms of 

exchange are probably already established, andso she should be relatively free to enjoy sex,

although it is necessary that she maintain the

appearance (at least) that he wants sex more

often than she does.

The data on this question are not extensive,

but they are somewhat helpful. It appears that

the female control theory has the advantage

with regard to   first-time sex, because women

regularly conceal their sexual interest and desire

in that situation. Muehlenhard and Hallabaugh

(1988) examined whether women ever say no tosex when they mean yes, and the answer was

emphatically positive: 39% of their sample had

done it at least once, and more than two thirds

had said no when they meant maybe. Even 12%

of the virgins in their sample reported having

said no when they meant yes, which meant that

they had on at least one occasion decided to lose

their virginity, but they had said no and the men

had respected their stated wishes. Thus, the

contexts these researchers identified pertained

mainly to   first-time encounters rather than es-tablished relationships, even though sex is far

more common in the latter context. In other

words, women conceal their desire for sex when

about to have sex for the  first time, consistent

4 We have some differences with this line of reasoning onan a priori basis, just as we have questioned several aspectsof the male control theory on conceptual grounds. If men aremainly concerned about wifely infidelity, perhaps theywould want their wives to have especially powerful orgasms

with them, because that would reassure the men that theysatisfied their wives, and so the women would not beseeking satisfaction from others. This seems more plausibleto us; however it undermines the male control theory

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with the view that this is when they are nego-tiating the terms of exchange.

The male control theory would, in contrast,predict greater deception with long-term rela-

tionship partners (because they are the ones whoare most threatened by female sexuality, insofaras it represents the threat of infidelity). There isin fact deception in that context too, but thenature of this deception runs directly contrary tothe male control theory’s prediction that thiswould be the most important place for womento conceal. In fact, the evidence suggests thatfemale sexual deception is precisely the oppo-site of concealment: In long-term relationships,women pretend to have more sexual enjoyment

than they actually have, such as by faking or-gasms (Lauersen & Graves, 1984). We havealready seen that men seem to prefer womenwith positive sexual desire and enjoyment, as inthe evidence about the Muslim men who pre-ferred European partners over Muslim womenwhose capacity for sexual pleasure had beensurgically impaired; indeed, these men pre-ferred even Muslim women who had not hadsurgery over those who had (Shandall, 1967,1979). These data strike another serious blow tothe male control theory. It appears that women

pretend to have more rather than less sexualresponse when they seek to mislead their long-term partners. If men really wanted their wivesto be asexual, the opposite pretense would bemost common.

As for concealing sex from female influ-ences, as the female control theory would pre-dict, there is some evidence that this occurs. Wealready cited the study by Carns (1973) indicat-ing that women are relatively slow to disclosetheir loss of virginity to their female friends,

partly because they believe their friends willdisapprove. The norms for acceptable degreesof sexual involvement may have changed bynow, but there is still a sense that female friendswill disapprove of a woman going farther sex-ually than is typical or normative, and hencethere may be a reluctance to disclose to them(Du Bois-Reymond & Ravesloot, 1996).

It is also worth noting that the fact of fakingorgasms speaks against another version of themale control theory, namely the notion that mensuppress female sexuality because they envy

women. If women’s pleasure inspired envy inmen, then faking orgasms would make this envyworse

Thus, several predictions can be refined ormodified, but the weight of the evidence againfavors the female control theory. Most obvi-ously, the fact that women sometimes fake or-

gasms is directly contrary to the part of the malecontrol theory that emphasizes men wantingtheir mates to be sexually unresponsive. Theconcealment of norm-breaking sexual activityfrom female friends (while sharing it with themale partner) is also consistent with the viewthat female influences restrain sex. Meanwhile,women do conceal their sexual desire from pro-spective and new sexual partners, consistentwith exchange theory. The concealment of fe-male sexual desire from prospective   first-time

sexual partners does not seem to be to anyadvantage to men, and if anything it would be adisadvantage to men. Hence, it would be quitesurprising that men would choose that arrange-ment, if they did have the power to make thewomen do what they want.

Summary and Critique

We have reviewed several lines of evidencepitting the male and female control theoriesagainst each other. The link between sociopo-

litical power and suppression of female sexual-ity has been cited as relevant evidence, but itappears to be consistent with both theories, so itis not helpful. Demographic and romanticpower based on supply and demand principlesprovided evidence favoring the female controltheory: Sexual restraint is most common whenwomen rather than men are able to dictate theterms of social exchange.

The most compelling evidence, in our view,involved the direct influences on adolescent fe-

male sexuality, because any culture that wantedto suppress female sexuality would probablydirect its strongest efforts toward newly pubes-cent females. These data uniformly supportedthe female control theory: Almost all influenceson female adolescent sexuality are female, andthe sole male influence (the boyfriend) tends tooperate to promote rather than suppress femalesexuality. Put simply, the influences that re-strain female adolescent sexuality are female.

Evidence about adult female sexuality con-verged with the evidence about adolescent in-

fluences. Adult women seem more disapprovingof female premarital sex and other female sex-ual activity than adult men Women have sup

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ported the double standard more strongly thanmen. The more extreme evidence about surgicalinterventions designed to curb female sexualresponses likewise pointed toward female rather

than male control.We did  find that men have exerted pressure

on their wives to be sexually faithful. This doesnot seem remarkable, nor does it differ muchfrom women’s wishes that their husbands re-main faithful. Crucially, it does not seem tocarry over into suppressing female sexualityaltogether. Men seem to want their wives tohave sexual desire and pleasure, just to havethem with their husbands rather than with othermen.

Finally, sexual deception seemed most con-sistent with the female theory. Women concealtheir interest in sex from prospective partners,which would be most relevant to negotiating theterms of what the man will exchange for sex.The male control hypothesis that men want tostifle their wives’   sexuality is contradicted byevidence that women pretend to have morerather than less pleasure than they actually have(such as by faking orgasms).

The amount and quality of the evidence mustbe judged as only moderate. Laboratory exper-

iments are generally considered the method-ologically most conclusive way to test causalhypotheses, but the evidence we have revieweddoes not include laboratory experiments, andthey may not always be possible in this domain.The cross-cultural power  findings and sex ratiofindings are limited to single studies in eachcase. The finding that women are more skepticalabout the sexual revolution than men is fairlyclear, and it does contradict the male controltheory; however, it does not unambiguously

support the female control theory (because nullhypotheses could account for it). The promi-nence of female influence in suppressing femaleadolescent sexuality appears to be the strongestset of evidence among these, and consideringthe importance of regulating adolescent femalesexuality, it should be given the greatest weight.It is, however, limited to proximal influences.Whether men exert distal, indirect influenceover female sexuality cannot be   firmly estab-lished from these  findings.

Convergence of conclusions across different

methods and different spheres of evidence ispotentially quite powerful in dealing with ques-tions that cannot be tested in laboratory studies

The convergence of evidence we have presentedappears to be stronger than the methodologicalrigor of most of the individual studies.

In summary, the direct tests have provided

fairly clear support for the female control the-ory. The male control theory was repeatedlycontradicted. In view of these data, it wouldtake a considerable amount of new and strongevidence even to make the male control theoryplausible again. The female control theory,however, appears to provide a good  fit to mostof the available evidence. The null hypothesescannot account for all of the findings but may becontributing to some of them, and in particularmay operate in tandem with the female control

theory.

Noncompeting Predictions:Evidence and Interpretation

Several specific predictions were relevant toone or the other theory, even though they maynot have been so directly relevant to the rivalviews. Insofar as the theories hypothesized dif-ferent processes and mechanisms, this diver-gence seems unavoidable. These are importantto consider because they can support or falsify

at least one of the theories, even if they are notrelevant to all. Hence, they can provide impor-tant sources of converging (or conflicting) evi-dence to augment the direct competing testsalready discussed.

Competition: Prostitution and Pornography

The female control theory was based on amodel of social exchange by which women

could exert control over men and gain resourcesfrom men by regulating men’s access to sexualgratification. Prostitution and pornography offermen alternative sources of gratification. (Weuse the term  pornography  as synonymous witherotica, referring to all depictions of sexualactivity or sexual stimuli.) To the extent thatthese sources can satisfy men, women’s bar-gaining power would be reduced. Prostitutionand pornography can be regarded as a kind of inexpensive competition that could potentiallyundermine women’s monopoly on access to sex

(Cott, 1979). Hence, the female control theorywould predict that women would be particularlyopposed to prostitution and pornography

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The male control theory does not lend itself to a strong prediction regarding prostitution andpornography. Some might suppose that if menwant to suppress female sexuality in general,

men would oppose prostitution and pornogra-phy, insofar as they involve women having sex.But we do not  find this prediction convincing.One could also propose that insofar as men wantto suppress female sexuality so as to gain powerover women, men might like prostitution andpornography, because they represent male-dom-inated industries in which women cater to men’sneeds. We are skeptical of this argument too,and we doubt that men who like prostitution orpornography do so because it is a demonstration

of male power and control, and indeed manyclients explicitly prefer to purchase sexual sce-narios that emphasize female control (e.g., Ja-nus, Bess, & Saltus, 1977). The argumentsabout paternity certainty and similar concernsseem mostly irrelevant to prostitution and por-nography. Hence, this section is probably irrel-evant to the male control theory.

In any case, evidence supports the predictionfrom the female control theory: Women seemconsistently more opposed than men to prosti-tution and pornography. Klassen, Williams, and

Levitt (1989) reported the results of a surveyasking whether prostitution is  “always wrong.”A majority (69%) of women, but only a minor-ity (45%) of men, were willing to condemnprostitution in such categorical terms. At theopposite extreme, about three times as manymen (17%) as women (6%) responded that pros-titution is not wrong at all. A sourcebook onstatistics published by the U.S. Department of Justice (1987) examined attitudes toward por-nography. Women were more likely than men

(51% vs. 34%) to support a ban on showingX-rated, sexually explicit   films in theatres.Women were also more favorable toward sup-pressing the rental of X-rated sex videos (43%vs. 29%).

A recent poll by the newspaper   USA Todayasked respondents from a national samplewhether they enjoyed nudity in popular movies(see Weiss, 1991). Once again, a majority of women (72%) but only a minority of men (42%)responded that they disliked nude scenes. Like-wise, in a survey of a large sample of college

students, Lottes, Weinberg, and Weller (1993)found that women were more strongly opposedto pornography than men

Although these data are contemporary, wom-en’s opposition to pornography and prostitutionis evidently long-standing. The social puritymovements and other anti-prostitution cam-

paigns of the 19th century were disproportion-ately popular among women, although someleadership positions were usually occupied bymale clergy and other men (e.g., Walkowitz,1980; see also D’Emilio & Freedman, 1997). Itappears that many women genuinely thoughtthey could convince women to give up the lifeof prostitution in exchange for other work andcould also convince men to stop patronizingprostitutes. Neither expectation was borne out,by and large, although there were some individ-

ual successes.Prostitution is of particular interest to thesocial exchange theory because it makes ex-plicit the exchange of sex for resources (cash).Many observers, beginning perhaps with Marxand Engels (e.g., Engels, 1884/1902), have re-garded prostitution as a simply more explicitform of the exchange that characterizes genderrelations in general. Their description of mar-riage as   “legalized prostitution”   implies thatwives exchange sex for their husbands’  moneyin a more roundabout but ultimately similar

fashion.Hence, the social exchange theory can claim

some support in the fact that women in generaloppose prostitution. After all, one could makeother predictions: If women themselves do notwant to have sex with men, such as becausethey want to avoid pregnancy or they simply donot desire sex as frequently as their husbands,they might be expected to regard prostitutes asperforming a valuable service to all women (bydraining off excess male demand). There is

even some evidence that prostitution reducessex crimes, thereby making all women safer(R. N. Barber, 1969). But these possible mo-tives for women to favor prostitution and por-nography are clearly contrary to the empiricalevidence. Women oppose prostitution, consis-tent with the idea that it might represent a threatto their own position and bargaining power.

This line of analysis is further confirmed byevidence that the sexual revolution was resistedand deplored by prostitutes. Several sourceshave reported that prostitutes angrily and dis-

dainfully criticized  “charity girls”  who had sexwith men without charging them money, be-cause the availability of such free sex weakened

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the prostitutes’  own ability to obtain money forsex and thereby to make a living.  “You want toput us out of business?”  was one line that pros-titutes used to influence women to stop  “giving

it away” (Reuben, 1969, p. 252). Although thesedata are anecdotal and lack systematic quantifi-cation, they do suggest that prostitutes recog-nized that their niche was linked to the broaderpattern of female sexual restraint.

To be sure, it is possible to propose a varietyof reasons that women might express oppositionto prostitution and pornography. Whether thesereasons are ultimately plausible is a more dif fi-cult question. For example, some observershave suggested that pornography exploits

women, yet insofar as the industry makes itsmoney from men, one could also argue that menare the ones who are actually exploited. Inplaces where prostitution is legal, the industryconsists of direct transfers of cash from men towomen, in exchange for which the woman losesno tangible resource and performs often littleeffort, usually at an hourly rate that is far betterthan most unskilled labor. When prostitution isillegal, the lion’s share of the profits probablygoes to organized crime  figures and petty pro-curers, and insofar as those  figures are largely

male, illegal prostitution can probably be said toconsist of men exploiting both men (customers)and women (prostitutes). But that is hardly abasis for women to oppose prostitution; if any-thing, it suggests that collective female self-interest should cause women to support legaliz-ing prostitution so that only men are exploited.

In sum, the evidence about prostitution andpornography is not directly relevant to the malecontrol theory, but it is relevant to the femalecontrol theory. The latter theory could well have

been contradicted if women were generally tol-erant of prostitution and pornography, but thetheory appears to have survived this test. Fe-male opposition to prostitution and pornogra-phy is consistent with the social exchangeanalysis.

 Legal Restrictions and Punishments

Men have usually controlled laws, and lawscan be used to regulate sex. If the purpose of themale control was to stifle female sexuality, men

would use the legal system (which they havehistorically controlled) to regulate and punishfemale sexuality The female control theory

does not have any clear prediction about howman-made laws should operate. Hence, this sec-tion is mainly relevant to the male control the-ory. Do men use their legal power to stifle

female sexuality?Certainly, some laws appear that way. Laws

regarding adolescent sexuality do seem moreprotective of female than male adolescents.Wilson (1978) and Shacklady-Smith (1978) re-ported that the police and courts in England andthe United States have been more willing to usepromiscuity as a sign of delinquency with girlsthan with boys. Shacklady-Smith (1978) statedthat girls were more likely than boys to becommitted to juvenile homes for the noncrimi-

nal offense of being in need of  “care, protection,and control,” with promiscuous sexual behavioras the main contributing factor. Meanwhile, inthe United States, statutory rape laws have for-bidden adults (and possibly age peers as well)from having sex with anyone less than 18 yearsof age. Although the laws are often written as if gender neutral, it appears that men have mainlybeen prosecuted under them, which again sug-gests that the legal system wants to preventadolescent girls from having sex while taking afar more casual if not cavalier attitude toward

adolescent boys engaging in sex.Perhaps the most relevant among these ef-

forts to control adolescent female sexuality arethe institutions set up to prevent pregnancy andpromiscuity among female adolescents. Nathan-son (1991) provided a history of these efforts,documenting that they began in the 1800s andare still in operation. Governments and courtshave set up homes for wayward girls and otherinstitutions to control adolescent girls who havebehavioral problems, and sexual activity is one

prominent problem with which they have dealt.Nathanson’s (1991) conclusion is revealing,however:

The principal agents of female social control are otherwomen. Since the middle of the nineteenth century . . .the frontline workers in the sexual regulation indus-try—social workers, nurses, counselors, teachers,members of the semi-professions—were, and continueto be, almost exclusively female. (p. 213)

Thus, when government agencies do regulatefemale sexuality, women take the lead in doingso.

Laws regarding adultery may be particularlyone-sided. Tannahill (1980) reported that, inancient Athens men but not women could di

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vorce their partner for adultery, and she assertedgenerally that throughout Western history lawshave punished female infidelity more severelythan male infidelity. Lerner (1986) made similar

claims about various legal systems such as theCode of Hammurabi, although she did not pro-vide specific or quantitative evidence. For ex-ample, she pointed out that this code prescribedthe death penalty for rape, incest, and perform-ing abortions, as well as “adultery committed bywives”  (p. 103), the last of which does suggestan anti-female bias in the laws; however, later(p. 107) she referred to men being put to deathfor adultery under the same law.

Laws restricting birth control and abortion

can also be interpreted as contributing to thesuppression of female sexuality, because birthcontrol and abortion make it easier for womento engage in sex without facing the risk of life-altering pregnancy each time. To be sure,such laws have multiple and complex effects,and any effect on sexual behavior would beindirect, but it does seem likely that such effects(even if indirect) would tend to restrain femalesexuality.

A piecemeal approach to sex laws seemsdoomed to fail, however, in part because of the

thousands upon thousands of law-making bod-ies and laws, and also in part because of selec-tive enforcement. Undoubtedly, one could citevarious specific laws or specific patterns of un-equal enforcement to argue that either genderhas been targeted here or there. Instead of suchan anecdotal, interpretive approach, it seemsmost appropriate to look at the summary statis-tics regarding arrests for sex crimes. The malecontrol approach holds that men want to stifleand control female sexuality while letting male

sexuality have relatively free rein. If this iscorrect, then the laws passed by male legisla-tures and enforced by male-dominated policeforces will lead mainly to the prosecution of women.

According to a comprehensive report of theFederal Bureau of Investigation (1998), how-ever, the sex laws mainly focus on men. Theauthors of that report sorted their summary of sex crime arrests into three broad categories,and it is useful to consider each of them.

The   first statistic concerns sexual coercion

(i.e., forcible rape). Rape rates vary widely de-pending on how precise and restrictive a defi-nition of rape is used Moreover until recently

vented many studies from even gathering dataon sexual coercion of males by females. Still,when the same definition is used in both direc-tions, the results suggest that men are only

moderately more likely to force women into sexthan the reverse. (If severe physical overpower-ing is used, obviously, men predominate more,because of superior upper body strength.)Struckman-Johnson (1988) reported that 22%of women and 16% of men said they had beenforced to engage in sex against their wishes. Butin terms of arrests for forcible rape, the statisticsare very one-sided: 99% of arrests for forciblerape involve men. Clearly, those laws are aimedat controlling men, not women. If anything,

men are more likely to be prosecuted thanwomen for identical crimes.

The second category is prostitution and com-mercialized vice (which presumably includesprocuring along with being a prostitute of eithergender). Only 40% of these arrests involve men,so these laws affect females slightly more. Thiscould be taken as evidence in favor of the malecontrol theory, in that these laws are enforcedon women more than men. But as shown in thepreceding section, prostitution is opposed more

severely by women than men, and so it seems abit misleading to consider the enforcement of anti-prostitution laws an instance of men sup-pressing female sexuality. Far more men thanwomen are active supporters of prostitution, andsuppression of prostitution is higher on the fe-male agenda than the male agenda.

The third category is that of all other sexoffenses. This is probably the most relevant anddecisive category. One could argue that theprostitution category is ambiguous becausewomen mainly want that law, and one might

even be able to argue that the forcible rapecategory is not conclusive proof of legal anti-male bias, possibly because rape is not a socialconstruction and by some objective definitionmales are more likely than females to committhe act.5 But the catch-all category that encom-

5 We are not advocating this argument. It is well docu-mented that rates of rape   fluctuate widely from study tostudy, depending on what definition is used (see Roiphe,1993), and this variation indicates that rape is very much

socially constructed. Prostitution is presumably the categoryof sexual offense that is least subject to social construction,insofar as the exchange of money for sex can be docu-

d bj i l d i h l f i

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passes the broadest assortment of sex offenses isone that certainly is most susceptible to socialconstruction, and so that is the optimal place tolook for any sexist bias in the laws. Are the laws

constructed so as to suppress female sexuality?In 1998, men were arrested for sex offensesmore often than women. The difference be-tween the genders was an order of magnitude:92% of the arrests involved men, and so only8% involved women. Clearly, most sex laws,based on what the society constructs as unac-ceptable sex acts, are aimed at the behavior of men rather than women.

For present purposes, the relevant point isthat the evidence does not  fit the idea that men

are aggressively using the legal system, whichthey have historically controlled, as a tool forthe suppression of female sexuality. Probably,one can find individual laws that are enforced tothe detriment of women here and there, and thecontrol of wifely infidelity is as usual the mainfocus of men’s efforts to curtail women’s sexualfreedom. Still, the majority of American sexlaws suggest a deep indifference to the behaviorof women. Man-made laws are used to controlmale sexuality, not female sexuality. The ideathat men use their political power to make laws

that will restrict women while letting other menrun free is dramatically contradicted by the dataon sexual arrests.

The fact that men make sex laws mainly toregulate other men is potentially an importantparallel to the female control theory we havefeatured here. It is plausible that both gendersapproach the problem of controlling sex by reg-ulating the members of their own gender.Women use reputation, gossip, and other con-trols to regulate the behavior of other women,

and men use laws and other forces to restrainthe behavior of other men.

 Religion as Restraining Sex

The role of religion in suppressing femalesexuality deserves to be considered, insofar asreligious traditions have generally advocatedsexual restraint. Undoubtedly, many womenhave felt guilt about sexual pleasures, and reli-gious faith has provided one source of suchguilt. Religions are generally male dominated,

and nearly all major religious  figures in worldhistory have been men. Christianity, the domi-nant religion in the Western world has long

held by men. Religion can thus be regarded as amale form of influence.

It is also clear that Christian religion (likeother religions) has long been a restraining in-

fluence on sex. Christian doctrines and sermonsencourage sexual restraint and virtue. Tannahill(1980) pointed out that even when Christianityfirst appeared, it was far more hostile to sex thanany other religion that was common at the time.It extended its disapproval to many sexual prac-tices that were tolerated by other religions, suchas masturbation, homosexuality, and bestiality.More recent histories of sex have continued toassign religious figures a prominent role in anti-sexual campaigns, such as efforts to eradicate

prostitution or suppress pornography (D’Emilio& Freedman, 1997).Further evidence confirms the importance of 

religion in restraining female sexuality. Reli-gious women feel more guilty than otherwomen about many sexual activities, and theyact in ways suggesting sexual stifling. For ex-ample, religious women are less likely thanother women to engage in oral or anal sex,lesbian sex, masturbation, and other sexualpractices (Adams & Turner, 1985; Harrison,Bennett, Globetti, & Alsikafi, 1974; Laumann et

al., 1994). It is therefore tempting to regardreligion as supporting the male control theory.Yet, the view that men use religion to suppressfemale sexuality is open to question, and onfurther consideration it suffers from several em-pirical and theoretical problems.

First and foremost, religion seems to appealmore to women than to men. All of the studiesreviewed here reported that women attendchurch more regularly than men and indicatemore religiosity than men on most measures

(e.g., Francis & Wilcox, 1998; Levin & Taylor,1993; Walter & Davie, 1998). The differencemay be even bigger than these numbers suggest,because apparently many men who do go tochurch are brought along by their wives. Levitt(1995) reported that  “the decline in the propor-tion of attenders who are male affects all themain Christian churches” and gave as an exam-ple the current rate that twice as many femalesas males receive confirmation in the Church of England (p. 530). She found no gender differ-ence among preschoolers at church (Sunday

school), with 87% of girls and 86% of boysattending at least sometimes. By the ages of 12 13 years however 47% of the girls attended

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boys. Girls overall had more positive attitudestoward Christianity, although not greaterknowledge of its doctrines, a pattern consistentwith other findings (Francis, 1989). In a sample

of 38 families, Levitt did not  find a single casein which the father attended more often than themother or the son attended more often than thedaughter.

Nor is this a modern phenomenon. Cott(1977) described the  “feminization of religion”that occurred during colonial times in America.By 1650, females consistently represented themajority of people in attendance in New En-gland churches. Other evidence has suggestedan even earlier feminine thrust to Christianity.

Stark ’s (1996) demographic research on the riseof Christianity during the Roman empire re-vealed that women led the way in converting toChristianity, outnumbering men in early con-gregations and also proving instrumental inbringing their husbands and other male relativesinto the new church.

The greater attraction to Christianity amongwomen than among men makes it dif ficult toargue that men use Christianity to suppress fe-male sexuality. The message of sexual restraintthat Christianity has always advocated seems, if 

anything, to have had stronger appeal to womenthan to men. Furthermore, although isolated in-stances can be found in which Christian prac-tices condemned female sexual misdeeds morestrongly than comparable male ones (see Bul-lough & Brundage, 1982), these could simplybe accommodation to higher base rates of malesexual misdeeds. The core of Christian doctrinedid not advocate any double standard. Rather, itconsistently advocated a single standard of sex-ual purity for both men and women. The ideal

for men as well as women was to have neithersexual desire nor sexual pleasure, and for indi-viduals who could not live up to this high goal,procreative sex within marriage was the onlylegitimate alternative (see St. Paul’s  first letterto the Corinthians, I Corinthians 7:9:  “It is bet-ter to marry than to burn”).

These  findings bring up the second null hy-pothesis, namely that women have been moresexually vulnerable than men, and so sexualrestraint has more appeal to women than men.Applied to religion, it suggests that women may

have been attracted to the message of sexualrestraint and indeed may have sought to usereligion as a force to help control sexuality in

general. Although the religious authorities werethemselves men, it is debatable whether themajority of men actually warmed to the anti-sexual message as much as women.

We may therefore regard religion as onevoice available in the culture to support sexualrestraint. Many women have clearly been influ-enced by this message and have apparently beeninfluenced to restrain their own sexual desiresbecause of it. One must therefore ask: Whobrings young women into the influence of thechurch, where they hear this message? Levitt’s(1995) studies pointed conclusively to themother as the main agent influencing daughterstoward religion. Even mothers who regarded

Christian religion as hypocritical were reluctantto identify themselves as not being religious,because they regarded the church as an impor-tant source of moral teachings. These womenhad typically been less religious when singleand childless, but on becoming mothers theyhad increased their religious participation be-cause they wanted its moralizing influence ontheir offspring.

Sheeran, Spears, Abraham, and Abrams(1996) found that religiosity affected women’snegative judgments of other women more

strongly than men’s judgments. In particular, ahypothetical woman who changed her sex part-ner several times a year was judged as beingirresponsible, and religiosity contributed to thisnegative judgment. Religion thus emerged fromthis study as a strategy that women use to con-trol the sexuality of other women, although alleffects were quite weak.

In any case, the fact that women consistentlyseem to embrace this message more stronglythan men raises doubts about seeing religion

as a male power tool and women as its passivevictims. At most it suggests distal influenceby males, with the proximal influences onspecific women’s and girls’   sexuality beingfemale.

Tolerance for Homosexuality

There is no questioning the strong fact thathomosexual behavior has been severely and of-ten brutally suppressed in many societies, in-cluding our own. Because lesbian activity is an

important form of female sexuality, anti-gaycampaigns and laws could be regarded as rele-vant to the cultural suppression of female sex

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uality. One might therefore extend the two con-

trol theories to make predictions about attitudes

toward homosexual behavior. A blanket effort

to suppress all female sexuality should con-

demn lesbianism, as one form of female sexu-ality. Hence, one could test the two control

theories by asking whether men or women are

more opposed to lesbianism.

The available evidence is not extensive, but

there are some signs that women are more

opposed than men, consistent with the female

control theory. Whitley (1988) noted that

most previous studies had simply asked for

attitudes toward homosexuals in general, and

both men and women tend to associate homo-

sexuality with male homosexuality. Whitleywas careful to assess attitudes toward male

and female homosexuality separately. He found

that women were more negative and intoler-

ant toward female homosexuality than men

were. Men were more opposed to male homo-

sexuality than to female homosexuality, con-

trary to the male control theory’s hypothesis

that men want to suppress female sexuality

while allowing each other to do whatever theywant. Herek and Capitanio (1999) found es-

sentially the same thing, with some compli-cations added when they varied the sequence

of items.

Whitley (1988) summarized his   findings by

observing that both men and women are more

negative toward homosexuality of their own

gender than of the opposite gender’s homosex-

uality. This pattern seems strongly irrational for

heterosexuals of both genders. After all, the

more members of one’s own gender turn gay,

the less competition one faces for opposite-

gender mates. Heterosexual men ought seem-ingly to rejoice at hearing that other men are gay

and should encourage as many other men as

possible to become homosexual, thereby leav-

ing more women for the dwindling ranks of 

heterosexual men. The same logic suggests that

heterosexual women should want other women

to be lesbians. But attitudes indicate the oppo-site reaction, possibly motivated by fear of be-

ing the target of homosexual advances. There-

fore, we think that attitudes toward homosexu-

ality should not be regarded as providingevidence relevant to theories about the suppres-

sion of female sexuality

General Discussion

The cultural suppression of female sexualityis of considerable interest both in its own right

and as an important instance of cultural influ-ence over sexual behavior. On the basis of pre-vious writings, we identified two major theoriesregarding the source of this suppression. One of them depicted men as conspiring to suppressfemale sexuality, as a way of controllingwomen, ensuring peace and order in society,and reducing the risk of wifely infidelity. Theother theory depicted women as cooperating torestrict each other’s sexuality, mainly as a wayof ensuring that the exchange of sex for other

resources would proceed in a way favorable towomen. These theories led to competing predic-tions about whether men or women would bethe main proximal influences toward restrictingfemale sexuality.

We reviewed all of the evidence we couldfind relevant to these two theories and a seriesof predictions based on them. This evidencerepeatedly favored the female control theory.Mothers and female peers, rather than fathersand male peers, are the main sources that teachadolescent girls to refrain from sexual activity.6

Boyfriends, one male source, do have someinfluence, but they push in the opposite direc-tion (toward more sexual activity). Adultwomen feel more disapproval from femalepeers than from men over engaging in sexualactivity beyond the current norms. Women sup-port the double standard more than men; inother words, women are the main supporters of a moral system that condemns acts by womenmore severely than identical acts by men. Incultures that use surgical methods to curb fe-

male sexuality, these practices are supportedand carried out by women, to almost the entireexclusion of men. In our own culture, the sexualrevolution, which almost by definition was amajor defeat for the forces that sought to sup-press female sexuality, was received more pos-

6 As one reviewer correctly pointed out, socializationpractices aimed at controlling sexuality probably begin inchildhood rather than adolescence. We suspect that in child-hood too female influences would predominate, but it is

considerably more dif ficult to document and verify theseinfluences insofar as the sexual consequences can be as-sessed only years later (thus requiring a longitudinal de-sign)

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itively by men than women and regretted moreby women than men, implying that women weremore in favor of the sexual suppression thatprevailed before the sexual revolution.

Sex ratio studies show that when gender im-balances in the population give one gender thegreater ability to dictate sexual norms, femalepower generally pushes for sexual restraint,whereas male power pushes toward more liberalsex. Patterns of sexual deception contradict theview that men want their wives and sex partnersnot to enjoy sex: If anything, women pretend tohave more pleasure than they actually have withtheir established partners, contrary to the viewthat men want their partners to be sexually

stifled. They mainly conceal their interest fromprospective partners, which is what an exchangetheory would emphasize.

Further evidence pertained to one or the othertheory, and these  findings again tended to con-tradict the male control theory or support thefemale theory. The male control theory wouldpredict that men would use laws and religion torestrain female sexuality. Instead, it appears thatthe laws about sex (which are made by men) aremainly enforced against men. Women are the

primary agents who use religious teachings tolimit female sexual behavior, although the reli-gious teachings themselves are generally writ-ten by men. Meanwhile, women oppose formsof alternative sexual gratification for men, suchas pornography and prostitution, which  fits theview that women want to maintain control overmale access to sexual pleasure so as to keep theexchange of resources on favorable terms.

What, exactly, can we conclude from all this?First, it is clear that the proximal causes of thesuppression of female sexuality are predomi-nantly female. The female control theory isbroadly consistent with the bulk of the evi-dence. This conclusion is consistent with femi-nist views arguing that women have been activeagents in society and history rather than merelypassive victims of male influence. In the presentanalysis, female behavior has been guided by arational and correct assessment of self-interestand a corresponding adaptation to circum-stances. It must be acknowledged, however, thatthe present review has not been able to confirm

the full female control theory, merely the bot-tom-line prediction that female sources will bethe proximal agents of influence

The male control theory has been abundantlycontradicted. Direct male influence on femalesexuality was largely absent, and when directmale influence was found, it usually pushed in

the direction opposite to what the theory wouldrequire (i.e., men pushed for more rather thanless female sexuality). Men do not appear to beimportant or effective sources of proximal in-fluence toward the general restraint of femalesexuality.

A few exceptions could be raised. First andforemost, men seem to want their wives to besexually faithful to them. Sexual possessivenessis well documented and appears to be close touniversal (e.g., Reiss, 1986b). It seems safe to

say that both men and women want their matesto be faithful to them. Men may have usedcertain methods to ensure  fidelity (such as har-ems and chastity belts) that women were unableto use, but this does not mean that wives areindifferent to husbandly infidelity. If anything,wives appear to be more sexually possessivethan husbands (Blumstein & Schwartz, 1983).Still, crucially, the male efforts to ensure  fidelitydo not seem to have extended to attempting tostifle female sexuality. Men do want their wivesto have sexual desire and sexual enjoyment,

provided that they have them with theirhusbands.

The other exception involves the institutionalattempts to regulate adolescent female sexual-ity. We cited some evidence that courts andpolice seem more concerned with female ado-lescent promiscuity than with identical behaviorby young males. We suspect that parents havethe same concerns and worry more about pro-miscuity in their daughters than their sons (e.g.,Libby & Nass, 1971). Still, these efforts hardly

reflect a broad attempt to stifle female sexuality.More likely, they are relevant to the point thatthe costs of sexual mistakes have always beengreater for women than men, starting with theinability to walk away from an unwanted preg-nancy. The sporadic efforts to control femaleadolescent sexual activity probably reflect a de-sire to protect these young women from beinghurt and exploited and, perhaps, from willinglydoing things that will end up hurting them.Although the courts, police, and fathers may bemale, we also found that women were the main

figures in administering these efforts to regulatewayward and promiscuous girls, again not pri-marily to stifle female sexuality generally but

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rather, to protect girls from coming to grief before they can make their own well-informedchoices.

The costs of sex were featured as one of the

null hypotheses, the other being a possiblyweaker sex drive in women. These two nullhypotheses do offer viable explanations for partbut not all of the data. The truth may well bethat they operate in combination with the femalecontrol pattern. Thus, mothers may try to stifletheir daughters’   sexuality so as to help themavoid the misfortune of unwanted pregnancyand even to avoid being stigmatized with a badreputation by their female peer group. Evenmore important, the hypothesis of a milder fe-

male sex drive converges well with the socialexchange analysis: The reason that men have togive women resources in exchange for sexcould be that women innately desire sex lessthan men, and the female control itself essen-tially capitalizes on this natural advantage bytrying to maximize men’s state of sexualdeprivation.

Beyond question, the suppression of femalesexuality has received far more discussion andpolitical commentary than careful empirical re-search. Neither the quality nor the quantity of 

research on the topic is powerful, although tosome extent convergence across different meth-ods can help compensate for weaknesses inspecific studies. Overall, it seems appropriate toregard our conclusions as tentative, and wehope that this article will stimulate further em-pirical work on the topic of cultural suppressionof sexuality. Considering the dif ficulty of ob-taining data on the topic, we think the evidencewe have reviewed does make a good case, butwe hope researchers will be alert to future op-

portunities to gain further insight into theseprocesses.Thus, the main conclusion from this review is

that female rather than male agents have beenthe primary proximal forces operating to sup-press female sexuality. It is mainly from otherwomen that girls and women have been influ-enced to restrain their sexual responses.

What About Distal In fl uence?

The present evidence has generally contra-

dicted the hypothesis that men exert proximal,direct influence in suppressing female sexuality.We cannot however rule out the possibility of

distal influence: Men may conceivably exertsome indirect influence toward suppressing fe-male sexuality, even though the main directinfluences on female sexuality appear to be fe-

male. The message of sexual restraint in reli-gion, in particular, has generally originated withmale writers and preachers, even if its applica-tion to individual cases has been carried out bywomen. Likewise, laws restricting adolescentsexual activity among girls have been enactedby predominantly male legislatures, even if theproximal agents who deal with the girls aremainly female.

Yet, there are two important reasons to beskeptical of the view that men in general have

conspired to exert indirect, distal influences tosuppress female sexuality. The  first is the factthat when we did  find evidence of male influ-ence over female sexuality, it was generallyin the opposite direction. Boyfriends pushyoung women toward more sexual activity,not less. Male power tends to produce moresex in relationships, not less. When the sexratio is unbalanced in favor of men, the resulttends to be more sexual activity. These   find-ings suggest that if men really could exertdirect control over female sexuality, they

would opt for more of it, not less. To maintaina belief in male suppression of female sexu-ality, it is necessary to believe that men di-rectly influence women toward greater sexu-ality while indirectly exerting influence in theopposite direction. The exceptions we noted(religious and legal prohibitions on sexualactivity) seem more appropriately understoodas attempts to restrict sexual activity by ev-eryone, for people’s own benefit, than as anystrategic effort targeted specifically at con-

trolling female sexuality.The second reason is that a relatively nega-tive, patronizing view of women is a prerequi-site to reconciling the data with the hypothesisof distal male influence. It is apparent thatwomen are the main proximal sources of influ-ence in restraining female sexuality. If men arebehind this, then women are simply the unwit-ting dupes of men’s hidden influence. By thatview, millions of women all over the worldwork together to stifle each other’s sexuality,and that of their daughters, without being able

to think or choose for themselves. Men’s al-leged influence would have to be so subtle thatit is invisible to the platoons of social scientists

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who have collected data, yet this evanescent

influence is regarded as being strong enough to

brainwash women everywhere into carrying it

out, even against their own self-interest. This

scarcely seems plausible. Hence, we think themale control theory seems highly dubious,

whether formulated in terms of proximal or

distal influence.

A different form of distal influence is more

plausible, however. Specifically, it is possible

that men may have unwittingly encouraged

women to exploit their power advantage in sex,

insofar as men have controlled most other re-

sources and sources of power. Our social ex-

change analysis emphasized that women have

responded to their inferior position in society ina rational manner, namely by using what they

do control (sex) to pursue a better life for them-

selves. We proposed that women may relax

their restraining influence on each other’s sex-

uality when they gain alternative paths to the

good life, and indeed we suggested that the

sexual revolution occurred in part because

women had gained suf ficient economic, educa-

tional, occupational, and political opportunitiesthat they no longer believed it necessary to

extract the highest possible price in exchangefor sex.

Thus, by dominating society, men may have

played an indirect but important role in creating

the conditions that stimulated women to sup-

press female sexuality. This was probably not

men’s intention, and indeed we think it more

plausible that men may have pursued power and

status because these often seemed to hold the

promise of increased sexual satisfaction (which

was indeed the case for individual men; see

Betzig, 1986). Possibly men even sought tokeep women in a dependent, vulnerable position

in the hope that this would stimulate women to

offer sex more readily (so as to obtain other

resources). These arguments are purely specu-

lative, but if they are correct, then the male

power structure grossly miscalculated by

keeping women down, because it failed toreckon with how women would, of necessity,

band together to restrict sexual access. Ironi-

cally, it was only by granting women greater

autonomy and opportunity that men were ableto secure a broad rise in female sexual

permissiveness

Why Do Women Do It?

In this work, we began with social exchangetheory and on that basis developed the hypoth-

esis that women would be the main proximalinfluences in restraining female sexuality. So-cial exchange theory offers a good reason forwomen to suppress female sexuality, becauserestricting the supply of sex will raise the price(in terms of commitment, attention, and otherresources) that women can get for their sexualfavors. In our view, the evidence we have pre-sented provides fairly good and consistent sup-port for the view that women are indeed themain proximal influences that restrain femalesexuality. The evidence has not, however, had agreat deal to say about women’s reasons andmotivations for doing so. Hence, some alterna-tive motivational accounts deserve to beconsidered.

One possible view is that women put pressureon women to refrain from sexual activity be-cause sexual activity carries substantial risks(especially of unwanted pregnancy), and sowomen suppress each other’s sexuality out of analtruistic concern for each other’s welfare. Un-doubtedly, this is one factor that makes parents

want to suppress their daughters’   sexuality.There is, however, no a priori reason why thisshould be of concern to mothers and not fathers,insofar as both parents want their daughters tobe happy, and indeed if anything a father wouldtraditionally have had to bear the  financial bur-den of supporting an unmarried daughter withchildren. Hence, this altruistic explanation doesnot seem suf ficient to explain the differentialparenting influence. Meanwhile, the altruisticexplanation is seemingly contradicted by the

force and sometimes cruelty of sanctions thatwomen sometimes use to punish those who gotoo far. The anguish experienced by adolescentgirls who have obtained a bad reputation andbeen ostracized by their female peers (e.g.,Coleman, 1961) suggests that the control ex-erted by female peers is more punitive thannurturant.

Another possible theory would be thatwomen suppress each other’s sexuality so as toinfluence the sexual marketplace generally andthus avoid having to engage in sex themselves.

By this view, sex is a burden to women, andthey are often reluctant to have sex with men.Abundant evidence has certainly confirmed that

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women desire sex less often than men (seeBaumeister et al., 2001, for a review), includingin established relationships (e.g., McCabe,1987), and so they are often confronted with

male demands for sex that they may not want tosatisfy. In that context, women might betempted to think that if they band together andall refuse sex, men will have to acquiesce andlearn to do without as much sex as they want. Inparticular, women may feel that they can besexually unresponsive without risk of losingtheir male partners as long as the men cannotfind other, more satisfying partners, and so sup-pressing other women’s sexuality is vital.

This hypothesis overlaps to a degree with

social exchange theory. The main difference isthat women’s motivation is to avoid having togive sex rather than to gain a higher price inexchange for sexual favors. We think severalfindings point to the relevance of exchange forother resources, such as the fact that womenseem to relax their suppression of female sexu-ality when their economic opportunities in-crease. Still, we do not think that the evidence isthorough or powerful enough at present to rejectthis alternative explanation entirely.

One may also suggest that insofar as the

lesser sexual interest of women is relative ratherthan absolute, the discrepancy may be a matterof artificially heightened desire among menrather than artificially reduced desire amongwomen. For example, McIntosh (1978) pro-posed that  “the male needs themselves are so-cially produced” (p. 55). In principle, the socialexchange analysis could explain equally wellwhy women might suppress female sexuality orincrease male appetite. If the goal is to obtain ahigh price for sex, then one might accomplish

this either by restricting the supply or by stim-ulating higher demand. Still, we think some of the evidence points unmistakably toward sup-pression of female sexuality rather than stimu-lation of male sexuality. The gossip and badreputation punishments meted out to sexuallyloose girls are clearly directed toward femaletargets. Likewise, the genital surgeries per-formed on some Islamic girls seem clearly de-signed to stifle female sexuality rather than toenhance male sexuality, especially because, aswe noted, many men in those cultures oppose

the practice and prefer genitally intact women.In sum, the social exchange theory can offer

a full explanation of the findings but the evi

dence is not suf ficient to verify that its accountof the motives is the correct one. Meanwhile,the alternative views have some dif ficulties fit-ting parts of the evidence. The full explanation

may well involve a combination of factors, in-cluding the social exchange theory’s emphasison restricting supply to earn a high price, somedegree of altruistic concern to protect otherwomen (perhaps especially daughters) from theaversive consequences of sexual indulgence,and possibly some wish to restrict sex generallyso that individual women will not have to meetall of the sexual demands of their partners.

The Future of Sexual Suppression

Although predicting the future course of cul-tural suppression is hazardous, several contin-gencies can be suggested on the basis of thepresent conclusions. In the West, women haveessentially all of the rights and opportunities of men and have vastly reduced the gap betweenthemselves and men in power, status, money,and other resources. Hence, their need to rely onrestricting sex to yield a favorable exchange ismuch lower than in the past, and so a return tothe extensive suppression found in the past is

unlikely. In other parts of the world, however,women remain at a much more substantial dis-advantage in political and economic spheres,and hence the continued suppression of femalesexuality in those places may be somethingwomen will perceive as needed. Although thereare important moral arguments against subject-ing infants and children to any surgery againsttheir will (other than when life is at stake),Germain Greer (1999) and others have warnedagainst imposing Western values on women in

other cultures, including forcing them to relin-quish sexual suppression. Sexual liberationwithout political and economic liberation couldleave those women in an even weaker positionin society.

Before we predict the imminent demise of thecultural suppression of female sexuality, how-ever, one may also consider that the advantageswomen accrue by restricting sex continue to bethere for the taking, and Western women mayrediscover that some degree of suppression of female sexuality will enhance their power vis-

a-vis men. Most sources believe that there hasbeen some backlash against the sexual revolu-tion and its implicit assumption that women

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would soon be as sexually permissive as men(e.g., Petersen, 1999; Rubin, 1990; Smith,1994). Although a return to severe suppressionis unlikely, limited suppression may offer ad-

vantages that are too tempting to forgo.One can also consider the prospects for en-

forcing the suppression of female sexuality. Itappears to have been carried out with informalsanctions such as gossip, reputation, and mater-nal socialization. These may be more dif ficult tosustain in large, unstable social networks, espe-cially with the mass media able to influenceperceived norms. Smaller, more stable groupscan enforce local norms of sexual restraint moreeffectively. At present, one can observe trends

both toward greater urbanization and crowdingand toward constructing smaller, self-containedcommunities (including  flight from urban cen-ters toward small towns and suburbs), and it isdif ficult to forecast which will prevail.

Religion is not as strong a force as it oncewas to lend legitimacy to sexual suppression,but health and medicine have offered alternative justifications that socializing agents can use topromote sexual restraint, although these lack themoral power that religion could invoke. Themedical risks of sex have shown that they can

change rapidly, in both directions (cf. AIDS andpenicillin), and further changes in either direc-tion could have an impact that would be just asgreat as an abrupt loss of female rights or arevival of religious fervor. The   flowering of female sexuality in the late 20th century enabledit to offer more sexual pleasure to more womenand more men than at any other point in worldhistory, and these contingencies will determinewhether that goes down in history as a brief andunsustainable episode or the start of a perma-

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Received April 30, 2001Revision received August 20, 2001

Accepted August 27, 2001  

203SUPPRESSION OF FEMALE SEXUALITY

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 WHO Library Cataloguing-in-Publication Data

 

Gender equality, work and health : a review of the evidence.

 

1.Women’s rights. 2.Occupational health. 3.Women, Working. 4.Women’s

health. 5.Health policy. 6.Research. I.WHO Symposium on Gender and

 Work-Related Health Issues: Moving the Agenda Forward (2002 : Stockholm,

Sweden) II.World Health Organization.

 

ISBN 92 4 159353 9 (NLM classification: WA 491)

© World Health Organization 2006

 All rights reserved. Publications of the World Health Organization can be obtained from WHO

Press, World Health Organization, 20 Avenue Appia, 1211 Geneva 27, Switzerland

(tel.: +41 22 791 3264; fax: +41 22 791 4857; e-mail: [email protected] ). Requests for

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interpretation and use of the material lies with the reader. In no event shall the World Health

Organization be liable for damages arising from its use.

Printed in Switzerland

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Karen Messing, PhD

CINBIOSE, Université du Québec, Montréal, Canada

and

Piroska Östlin, PhDKarolinska Institute, Stockholm, Sweden

Department of Gender, Women and Health (GWH)

Department of Public Healthand Environment (PHE)

 World HealthOrganization

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Table of Contents

  Acknowledgments IV 

  Preface V 

1. Introduction 1

2. The sexual division of labour: “women’s work”and “men’s work” 2

  The division of labour in unpaid work 5

  Health and safety issues arising from the sexual

division of labour 6  Occupational health-related sex and gender differences 8

3. Health implications of sex and gender differences 11

  Compensation for occupational health problemsin the industrialized world 14

  Occupational health problems of womenin low-income countries 15

  Specific problems for men 18

4. Relevant legislation and policy 20

  Special treatment for women? 225. Gender bias in occupational health research 24

6. Recommendations 28

  Research 28

  Databases 28

  Research topics 28

  Research tools and methods 29

  Occupational health policies and programmes 30

  Changing the context 30  Changing international and national policies 31

  Changing workplace practices 33

  Occupational health and safety training and capacitydevelopment 34

  Occupational health service delivery 35

  Legislation and ethical norms 35

Bibliography 36

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 ACKNOWLEDGMENTS

 Acknowledgments

This publication was produced for WHO by Dr Karen Messing

from CINBIOSE, Université du Québec à Montréal, Canada and

Dr Piroska Östlin from the Karolinska Institute in Stockholm,

Sweden, with input from Dr Claudia García-Moreno, Department

of Gender, Women and Health (GWH) and Dr Gerry Eijkemans,

Occupational and Environmental Health Unit in the Department of

Public Health and Environment (PHE), WHO.

The planning of this publication began at a WHO Symposium

entitled “Gender and Work-related Health Issues: Moving the Agenda

Forward”, which Dr Östlin coordinated for WHO at the Women Work

and Health Conference, held June 2-5, 2002, in Stockholm, Sweden.

The contributions to the Symposium provided valuable input to this

overview paper, and they covered: ‘Gender and health-related work

concerns in agriculture’ by Dr Sophia Kisting, Occupational and

Environmental Health Research and Education Unit, University of

Capetown, South Africa; ‘Global gender issues in health and industrial

work’ by Elisabeth Lagerlöf, European Foundation for the Improvement

of Living and Working Conditions, Dublin, Ireland, and ‘Women sex

workers’ lives and prescriptions for their health’ by Meena Shivdas,

Gender and development specialist in Singapore. These papers were

edited by Drs Östlin and Messing and can be found on the website ofGWH on http://www.who.int/gender/publications.

 WHO would also like to thank Dr Salma Galal, previously in GWH

and Dr Marilyn Fingerhut, previously in PHE, for their valuable

contributions to the development of this publication.

 We hope that this collective work of women in the field of gender,

work and health can make a contribution to all working women in the

world.

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

Preface

W ork − formal and informal, paid and unpaid − plays

an important part in determining women’s and men’s

relative wealth, power and prestige. This generates

gender inequalities in the distribution of resources, benefits and

responsibilities. The workplace can be a setting where gender

inequalities are both manifested and sustained, with consequent

impacts on health.

 Work affects women’s and men’s bodies and minds in many ways.

 Workers can gain great satisfaction from their jobs, but they can also

be exposed to hazards that can affect their health. Toxic chemicals

may lead to cancer, reproductive problems, and even to death.

Repetitive movements and heavy loads can damage bones, joints,

muscles and nerves. Working in overly hot or cold temperatures can

affect the cardiovascular and reproductive systems, causing pain and

illness. Working under pressure with little power to change the work

environment can cause psychological and physical distress.

 All over the world, women and men suffer discomfort, disease, injuries

and death from their work. In general, the problems associated with

men’s work are better known, since men do visibly heavy and dangerous

work such as mining, cutting trees, fishing and building. More recently,

a number of risks have been identified in women’s work, and this

publication presents some of these

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Increasingly, key studies have been undertaken examining the effects

of the working environment on health, but this research has not yet

touched on many of the extremely harsh conditions in which the

majority of the world’s women work, and the consequent harm to their

health and that of their families.

To bring more attention to gendered aspects of women’s working

conditions and health, the Department of Gender, Women and Health

(GWH) organized, together with the Occupational and Environmental

Health Programme (OEH) within the Department of Public Health and

Environment (PHE), a WHO Symposium, entitled “Gender and Work-

related Health Issues: Moving the Agenda Forward” at the Women, Work

and Health Conference, held June 2-5, 2002, in Stockholm, Sweden. The

purpose of the symposium was to discuss gender and women’s health

issues related to industrial work, agricultural work and sex work and to

summarize key gender issues in work and health. The presentations at

the symposium provided valuable input for this global overview paper.

This publication documents the relationship between gender

inequality and health and safety problems. It reviews gender issues in

research, policies and programmes on work and health, and highlights

some specific issues for women, including the types of jobs they do,

as well as their need to reconcile the demands of work and family.

Biological differences between women and men also are considered

in relation to hazards they face in the workplace Implications of

P R E FA C E

 Women will be

more and moreinvolved in the

global workforce,

in both formal

and informal

work

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the findings and recommendations for legislation and policy are

discussed.

 Women will be more and more involved in the global workforce, in

both formal and informal work. In ensuring economic survival for

themselves and their families they employ a variety of strategies, some

of which entail great danger for their health. This review highlights the

necessity to strengthen and put in place more and better programmes

and practices so as to ensure women’s health and safety at work, while

facilitating their access to economic and social equality.

Claudia García-Moreno, GWH/WHO

Gerry Eijkemans, PHE/WHO

GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

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 W orkers have always had to balance their need for income

against their desire for healthy working conditions. This

balancing act is becoming more difficult as the world moves

toward a single global marketplace with intense competition. Both

men and women need steady, well-paid employment to guarantee afuture for themselves and their children. At the same time, as Lagerlöf

points out (WHO, 2005), pressure to maximize profits has created a

marketplace where good jobs are hard to find and keep. Fewer and fewer

employers readily offer regular, permanent, well-paid employment. In

the industrialized countries, labour organizations are weakened by

pressures from global competition, while developing countries may

attract investment by weak protections for the workforce.In this highly competitive labour market, both women and men may

find it impossible to ensure enough income to keep their families

alive and healthy in the long term while insisting that their health

be protected in the short term. This publication provides a global

overview of gender issues in research, policies and programmes on

work and health and highlights some specific issues for women. In

particular, it will examine some apparent incompatibilities between

women’s struggles for economic and social equality and their need to

protect their health

1. Introduction

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During the last few decades the proportion of economically

active women has increased dramatically in both developing

and developed countries. According to World Bank estimates,

from 1960 to 1997, women have increased their numbers in the global

labour force by 126% (World Bank, 2001). Today, women make up

about 42% of the estimated global working population, making them

indispensable as contributors to national and global economies (ILO,2000a; WHO, 1999).

However, women have moved into specific niches in the labour force

(Anker, 2001; Östlin, 2002a). An examination of data for 200 occupations

(1970 to 1990) shows that one third of all workers in Finland, Norway and

Sweden would have to change occupations to eliminate occupational

segregation by sex (Melkas and Anker, 2001), and a similar figure has

been found in the United States of America (USA) (Tomaskovic-Devey,1993). In paid work in the developing countries, women and men work

at different tasks in agriculture (London et al., 2002; Kisting in WHO,

2005), mining, manufacturing and services (Acevedo, 2002; Parra

Garrido, 2002). Women are more likely to work in the informal economy

sector and they do specific types of informal work, such as domestic

work, street vending and sex work (Acevedo, 2002, p. 84; Bumiller, 1990:

Chapter 6; Shivdas in WHO, 2005). They may work from their homes, in

which case their work is invisible and may not be considered as work

even by the women themselves (Acevedo 2002 :76-77)

Today, womenmake up

about 42%

of the estimated

global working

population,

making them

indispensableas contributors

to national and

global economies

2. The sexual divisionof labour:“Women’s” workand “men’s” work

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

In the industrialized countries, women and men also commonly

perform different tasks and work in different sectors, although some

job titles in white collar work are occupied by both women and men

(Messing, 1998: Chapter 1; Anker, 2001). In some places, at some

times, women lift heavy loads and men do most administrative work

and in others, the situation is just the opposite

(Bradley, 1989). There is also a “vertical” division

of labour in many countries, where women

occupy lower ranks than men (Acevedo, 2002;

Theobald, 2002; Anker et al., 2003). A gendereddivision of labour is found within the household

as well as in paid employment; women and men

do different tasks in the home (Frankenhaeuser

et al., 1991; Valls-Llobet et al.,1999). This work is

apportioned differently in different countries.

The contractual relations involved in work

also differ by sex. Women tend to work more

hours at home and fewer outside of the home, compared to men, and

they usually take primary responsibility for family well-being (Parra

Garrido, 2002; Acevedo, 2002; Messing and Elabidi, 2003). Men in

many countries do more seasonal work in fishing and forestry. In some

countries, women are more likely to be unemployed but in others, men

are more often without jobs.

In industrialized countries, there has been a rise in non-standard

precarious forms of employment such as short-term contracts and

subcontracting (Quinlan et al., 2001). Women hold specific types of

non-standard work such as part-time work and one-person independent

contracting (Cranford et al., 2003). Available evidence suggests that

as a group, women suffer more from growing competitive pressures

and cost-saving strategies, which can be associated with lack of

security, limited possibilities for training and career advancement,

and inadequate social security coverage in terms of old age pensions

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THE SEXUAL DIVISION OF LABOUR: “ WOMEN’S”  WORK  AND “MEN’S”  WORK

sickness insurance and maternity protection (ILO, 2000b). Women are

also less likely to be unionized.

The sexual division of labour is sometimes thought to obey “natural”

laws, so that women do jobs that are more appropriate for their bodies

and social roles. If so, the division of labour would be good for women’s

health. But, if that were true, women would not be found in health care

jobs that require them to lift heavy weights (patients) and to work at

night. They would not be found in microelectronics plants that expose

them to known reproductive hazards (Huel et al., 1990), and they

would not be forced to work irregular, unpredictable schedules that

seriously interfere with their family lives (Prévost and Messing, 2001).

Their gender does not keep women from being exposed to hazards, but

it does condition the types of exposures they experience (Messing et

al., 1994a; Kennedy and Koehoorn, 2003).

For example, because of their different jobs and schedules, women

and men may be exposed to toxins in different amounts and levels.

In South Africa, women are exposed more often to pesticides during

planting and harvesting and men during application (London et al.,

2002; Kisting in WHO, 2005). Men’s jobs in factories can involve higher

exposure than women’s to toluene, a chemical solvent that can cause

various problems to the reproductive and nervous systems (Neubert

et al., 2001). In factories and services in developed and developing

countries, women and men are exposed to different physical and

psychological stressors such as repetitive work, heavy lifting andmonotony (Josephson et al., 1999; Messing, 2004; Acevedo, 2002).

 Women are the majority of those involved in health care, which

involves risks of infection (including needlestick injuries), violence,

musculoskeletal injuries and burnout (WHO, 2002; Seifert and

Dagenais, 1997; Mayhew 2003; Josephson et al., 1997; Aiken et al.,

2002). Women who are sex workers are exposed to risks of violence,

sexually transmitted infections (STIs), including HIV, and other hazards

(Nishigaya, 2002 and Shivdas in WHO, 2005). Women usually suffer

discrimination and se ual harassment more often than men especiall

 Women are moreoften found in sex

work where they

are exposed

to risks of violence,

infection and other

hazards

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

if they enter non-traditional occupations (Cockburn, 1983; Paoli and

Merllié, 2001). In Europe, it has been found that they are also more

likely to suffer from intimidation including mobbing and psychological

harassment (Paoli and Merllié, 2001).

The division of labour in unpaid work 

 Although women have always played an important role in the

economy, their contributions have not been fully recognized in

research and labour market statistics that traditionally focus on paid

work. Since much of women’s

work, especially in low-income

countries, is still performed in

the informal economy and in

the domestic sphere, it entails

no direct payment and as a

result it is often excluded from

money transactions. Accordingto calculations by the World

Bank, $11 trillion “earned” by

women and $5 trillion “earned”

by men are missing from the

global economy each year,

representing the value of unpaid work as well as the underpayment

and undervaluing of women’s work (World Bank, 1995). Moreover,

unpaid work, such as domestic work or work based in homes, entails

no protective legislation, no social security, and is assigned low social

status. This lack of income seriously affects women’s ability to improve

their lives.

The gender division of labour is as evident within the household as it

is within paid employment. Women usually perform the daily tasks of

cooking, cleaning the house, doing the laundry and caring for children

and sick relatives, whereas men take care of car and household

i t I th h i t t h t i ti f ’

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THE SEXUAL DIVISION OF LABOUR: “ WOMEN’S”  WORK  AND “MEN’S”  WORK

work is that it cannot be postponed, and as a result, women’s leisure

time is more fragmented than that of men (Frankenhaeuser et al.,

1991).

However, women who play multiple roles in the family and the

workplace appear to acquire self-confidence and economic and social

independence that may outweigh the additional stress that comes

from their heavy responsibilities (Barnett and Marshall, 1992; Pugliesi,

1995; Romito, 1994). On the other hand, women’s changing roles have

also contributed to more role conflicts among certain groups of women

such as managers (Kolk et al., 1999; Lundberg, 2002). Measurements

of stress levels during and after work show that whereas men generally

unwind rapidly at the end of the working day, women’s stress levels

remain high after work, particularly if they have children living at home

(Frankenhaeuser et al., 1989; Lundberg and Frankenhaeuser, 1999).

Health and safety issues arising from the sexual

division of labour

Historically, the organization and design of paid labour have tended

to be sex-typed. Equipment, tools and spaces used for paid labour

have tended to be designed for men (Courville et al., 1992; Chatigny

et al., 1995). Work scheduling has presumed constant availability of

the worker, with no constraints arising from responsibility for child

care or elder care (Prévost and Messing, 2001). Occupational health

and safety standards have often used male models; for example,

most toxicological data come from males (Setlow et al., 1998). Health

and safety problems arising from unpaid work are not covered by

compensation regulations.

 Women have been restricted in their access to jobs. In many countries,

they have historically not been allowed to work, or have been excluded

from certain types of work or certain schedules, such as night work.

Low pay is an ongoing difficulty for women in employment. Women are

paid especially little in “women’s jobs” such as those in cleaning and

Low pay is

an ongoing

difficulty for

women in

employment 

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THE SEXUAL DIVISION OF LABOUR: “ WOMEN’S”  WORK  AND “MEN’S”  WORK

this issue have felt that it would not be a good strategy to argue for

inclusion of work-related menstrual problems in the occupational

health and safety system, due to fears of a negative effect on

employment possibilities for women.

 Women are, however, relatively at ease in arguing for protection for

possible damage to their fetus from dangerous working conditions

(Turcotte, 1992). This may be because protecting children is seen

as an appropriate maternal role. Also, according to an analysis

of jurisprudence on reproductive hazards in Quebec, Canada,

policy-makers are sensitive to safety issues for the fetus and take the

view that “a pregnant worker has a member of the public in her womb”

(Lippel, 1998).

Occupational health-related sex and gender

differences

In order to make the workplace accessible to women and men with

no discrimination, employers must take into account diversityamong employees related to both biological and gender differences.

On the other hand, some researchers have queried the focus on

sex to the exclusion of other relevant population characteristics

(Meinert and Gilpin, 2001). Biological sex differences should not

be used erroneously to justify job segregation or inequitable health

promotion measures.

Men are on average taller, larger and heavier than women,contributing to sex differences in average values of other important

health-related variables such as blood volume and oxygen

consumption. For example, sampling from populations at Canadian

army bases indicates that women’s average wrist to index finger

length is 170 cm and men’s is 183 cm (7.6% longer). The hands of

about 92% of the women were shorter than that of the average man,

and the hands of about 92% of the men were longer than that of the

average woman. However, there was considerable overlap: 36% of

the women’s and 46% of the men’s were between 170 and 183 cm

Biological sex

differences should

not be used

erroneously to

justify job

segregation

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long (Chamberland et al., 1998). The same physical load may exert

greater strain on the average woman than on the average man, since

women’s average lifting strength is only 50% of men’s (Vingård and

Kilbom, 2001), although the difference for pushing and pulling in

the horizontal plane is smaller (Snook and Ciriello, 1991). However,

differences within a sex are much greater than differences between

the average values for each sex; there is great overlap between women

and men for all important physical differences. When designing

tools, both the difference and the degree of overlap between women

and men are important, if one wishes to minimize repetitive straininjuries attributable to hand-tool interactions (McDiarmid et al.,

2000; Messing, 2004).

 Women’s and men’s reproductive systems differ greatly. Women

menstruate, become pregnant and nurse children, and these processes

may be affected by workplace exposures. Men produce sperm, and

this process is very sensitive to exposure to chemicals, vibration and

radiation.

There may be sex differences in metabolism of toxins, but little

knowledge on this is available (Setlow et al., 1998; Wizemann and

Purdue, 2001). It has been hypothesized that the average woman is

at greater risk of harm from fat-soluble chemicals because of a higher

proportion of fat tissue, thinner skin and slower metabolism (Meding,

1998). Women are said to have an average of 25% fat by body weight,compared to 15% for men (Parker, 2000). However, even if body fat

does prove to play a role, it is unwise to presume that an average sex

difference applies to all or even most individuals in a population,

(Messing, 2004). Exogenous hormones have different effects on

women and men (Nilsson, 2000). No studies have carefully dissected

out the relative contribution of differences in exposures, body size,

fat composition and hormones to metabolism of chemical toxins.

 Also, the percent of fat varies among women and men according to

age ph sical fitness and training (Clarkson and Going 1996) When

In order to make

the workplace

accessible to

women and

men with no

discrimination,

employers must

take into account

diversity among

employees related

to both biological

sex and genderdifferences

GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

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THE SEXUAL DIVISION OF LABOUR: “ WOMEN’S”  WORK  AND “MEN’S”  WORK

anthropometric  considerations are factored into consideration of the

effects of exposures, the apparent gender differences may disappear

(Stetson et al., 1992; Bylund and Burstrom, 2003).

 Although not many psychological differences between women and

men have been demonstrated scientifically, it has been suggested that

men have higher self-esteem and confidence and that women are more

emotionally expressive (Lindelöw and Bildt-Thorbjornsson, 1998).

Male-female differences in education, socialization and upbringing

may lead to differences in the way workers manage their illnesses(Alexanderson, 1998), their perception of risk (Gustafson, 1998), and

the propensity to take sick leave or to seek treatment (Alexanderson et

al., 1994, 1996). These effects, coupled with exposure differences and

consequent differences in types of illness, may explain why women’s

work-related sick leave lasts longer on the average than men’s (Islam

et al., 2001).

Thus, gender differences in exposure to risk factors and psychology maycombine with sex differences in biology and varying social situations

to produce gender-specific patterns of occupational health problems.

It is therefore relevant and important to examine occupational

health research, implementation of labour and occupational health

legislation, labour market employment and work environment policies,

programmes and projects with a gender lens.

Male-femaledifferences

in education,

socialization and

upbringing may

lead to differences

in the way workers

manage theirillnesses

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Studies, mainly from high-income industrialized countries

show that women’s increased participation in paid

employment not only strengthens their social status and

their individual and family’s financial situations, but also is beneficial

to their mental and physical health (Waldron et al., 1998). The

same is true for men. Valkonen and Martikainen (1995) estimated

that in a Finnish male cohort aged 30 to 54, 80% of all deaths, and5% of circulatory deaths, could be attributed to the experience of

unemployment. Among Russian men, life expectancy decreased by

6.5 years between 1989 and 1994, possibly as a result of increased

unemployment leading to health-damaging behaviours, such as heavy

alcohol consumption, smoking and violence (Shkolnikov et al., 2001).

Employment outside the home is an important source of social support

and self-esteem, and helps women to avoid social isolation in the home(Romito, 1994; Razavi, 2000). A study from the Philippines showed that

women who engaged in paid work improved the quality of their diets

(Bisgrove and Popkin, 1996). Despite this general observation, many

jobs, especially those available to women in low-income countries

or to poor, less-educated women in high-income countries, expose

women to harmful working environments.

 Although paid employment is generally beneficial for both women’s

and men’s health work also involves exposures to risks and hazards

3. Health implicationsof sex and genderdifferences

Employment

outside the home

is an important

source of social

support and

self-esteem,and helps women

to avoid social

isolation in the

home

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that can impair health. These hazards are related to both physical

(such as heavy lifting and carrying, repetitive working movements,

sustained static postures, awkward postures, night work, long hours,

violence, noise, vibration, heat, cold, chemicals) and psychosocial

exposures (e.g. stress related to high mental demand, speed, lack

of control over the way work is done, lack of social support, lack of

respect, discrimination, psychological and sexual harassment). In

developed countries, women are exposed to some physical hazards

more often, such as highly repetitive movements, awkward postures,

biological agents in hospital environments, and to intense exposure tothe public in some jobs (Östlin 2002b; Messing, 2004).

In less developed countries, there are numerous hazards and

regulations may be non-existent or ignored (Takaro et al., 1999). For

example, in maquiladoras1  in Latin America, women are exposed to

chemicals, ergonomic hazards, noise and stress (Cedillo et al., 1997). In

one study, 17% of women had a cumulative trauma disorder diagnosed

on physical examination (Meservy et al., 1997). Almost twice as manywomen as men reported such disorders.

In general, women are exposed to some psychosocial risk factors at

work, such as negative stress, psychological and sexual harassment

and monotonous work, more often than men (Arcand et al., 2000). Due

to their low status in the work hierarchy, women exert less control over

their work environment, a condition associated with cardiovascular,

mental and musculoskeletal ill health (Hall, 1989). The combinationof paid and unpaid work affects women’s health (Brisson et al., 1999).

Consequently, work-related fatigue, repetitive strain injury, infections

and mental health problems are more common among women than

among men (Östlin, 2002a).

The dose and type of health-damaging factors vary tremendously

among occupations and across countries, as well as between formal

 Work-related

fatigue, repetitive

strain injury,infections and

mental health

problems are more

common among

women than

among men

HEALTH IMPLICATIONS OF SEX  AND GENDER DIFFERENCES

1 A maquiladora (or maquila) is a factory that imports materials and equipment on a duty-free and tariff-free basis

for assembly or manufacturing and then re-exports the assembled product usually back to the originating country.

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

and informal sector jobs. In addition, some worksite conditions, not in

themselves hazardous, interact with biological or social characteristics

to produce risks for specific populations. For example, a tool handle

can be too large for the hands of smaller people (such as many women)

and work hours can be too unpredictable for people responsible for

child care (primarily women).

Therefore, it is hard to be precise about the origin of male/female

differences in the prevalence of some diseases (Table 1)

  Table 1. Relative risk of some musculoskeletal disorders(with 95% confidence interval) in women compared to men

  Reference Population Disorder Relative risk   odds ratio or prevalence ratio and

confidence interval or probability 

  Chiang et al., 1993 Fish processing Carpal tunnel

workers syndrome 2.6 (1.3-5.2)2

  Park et al., 1992 Automobile Medically treated

manufacturing carpal tunnel workers syndrome 2.3 (1.6-3.3)

  Bergqvist et al., Workers in routinized Any arm or hand

1995 visual display unit work diagnosis (symptoms

and signs) 5.2 (1.2-22.8)3

  Silverstein et al., Workers in seven Carpal tunnel

1987 manufacturing facilities syndrome  (symptoms and signs) 1.2 (0.3-4.7)

  Armstrong et al., Workers in seven Hand or wrist1987 manufacturing facilities tendinitis

  (symptoms and signs) 4.3 (p<0.05)4 

2 Adjusted for job title or ergonomic exposure, at minimum, and for age and other factors, where possible, by stratified ormultivariate analysis.

  3 Odds ratio or prevalence ratio (and confidence interval or probability).

  4 Only the p value and not the confidence interval was given in this study.

Source: Reprinted, with permission from Elsevier, from Work-related musculoskeletal disorders: Is there a gender differential, and if so, whatdoes it mean?, 474-92, 2000.

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HEALTH IMPLICATIONS OF SEX  AND GENDER DIFFERENCES

Compensation for occupational health problems

in the industrialized world

 According to the International Labour Organization (ILO, 2005), each

year an estimated 2.2 million men and women die from work-related

injuries and diseases. Moreover, annually, an estimated 160 million

new cases of non-fatal work-related diseases occur worldwide. These

include cancer, respiratory and cardiovascular diseases, infectious

diseases, musculoskeletal and reproductive disorders, and mental and

neurological illnesses (Takala, 2002). Although the estimated aggregate

figures are high, there are reasons to believe that the global burden of

occupational diseases and injuries is heavily underestimated because

of lack of adequate global data (WHO, 2002). Reliable information for

most developing countries is scarce, mainly due to serious limitations

in the diagnosis of occupational illnesses and reporting systems. WHO

estimates that in Latin America, for example, only between 1 and 4% of

all occupational diseases are reported (WHO, 1999).

The underestimation of women’s work-related injuries and diseases is

even more serious than that of men. Women’s paid work is generally

regarded as safe (Messing and Boutin, 1997; McDiarmid and Gucer,

2001), women’s occupational injuries and illnesses are under-

diagnosed (Kraus, 1995) and women’s claims for compensation for

some health problems are preferentially refused (Swedish National

Board of Occupational Safety and Health, 1998; Lippel, 1999, 2003).

Table 2 shows Swedish data on compensation by sex.

Table 2. Reported work-related diseases that have been assessedby the social insurance office in Sweden, 1994-1997

   Assessment of

  cases Women (n) % Men (n) %

  Approved 278 22.8 658 43.6  Not approved 941 77.2 852 56.4

  Total 1 219 100.0 1 510 100.0 

2 = 129.13, p < 0.001 Source: Swedish National Board of Occupational Safety and Health, 1998.

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

 A breakdown by diagnosis shows even greater inequities: for women

only 21% of the assessed musculoskeletal disorders’ claims were

approved compared to 38% for men. For mental illness, only 12% of

the women’s claims were accepted against 35% for the men’s. Data

from Quebec, Canada, show similar inequities for stress-related claims

and those for musculoskeletal disorders (Lippel, 1999, 2003); however

an examination of claims related to workplace violence showed an

advantage for women (Lippel, 2001).

 Another Swedish study revealed that women and men are often offered

different rehabilitation measures for similar work-related health

problems. Men, more often than women, receive education in their

rehabilitation programme, and women receive rehabilitation benefits

for a shorter period of time than men (Bäckström, 1997; Burell, 2002).

 Again, a similar study in Quebec showed that educational opportunities

were more limited for injured women workers and compensation for

inability to assume usual household responsibilities was more readily

granted for household tasks usually done by men (Lippel and Demers,

1996).

In addition, women’s work in many countries is still performed in the

domestic sphere and in the informal economy, and is thus invisible

in the public, economic, and institutional sphere. As a result, many

of women’s work-related accidents and diseases are not recorded as

occupational, not compensated by work insurance systems and not

included in thinking about occupational health.

Occupational health problems of women in low-income

countries

Knowledge of the health effects of working conditions in low-income

countries is extremely sparse due to the lack of systematic research

and the difficulties involved in setting up databases. It is, however,

well known that most women in low-income countries still shoulder

extremely heavy physical workloads in the household and outside of it

...women and

men are often

offered differentrehabilitation

measures for

similar

work-related

health problems

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HEALTH IMPLICATIONS OF SEX  AND GENDER DIFFERENCES

Two important responsibilities of women are providing water and fuel

for home use. These activities involve carrying heavy loads and walking

long distances. In addition to musculoskeletal disorders, heavy lifting

can lead to miscarriage and stillbirth, prolapsed uterus, menstrual

disorders, and functional disability. Women’s responsibilities for

collecting water and washing in rivers expose them to water-borne

and water-related diseases and

infections such as schistosomiasis

(Michelson, 1993), malaria and

worms (Kendie, 1992). Womencooking on open stoves not

only are at risk of burns, but are

also at high risk of illness due to

smoke pollution (Mishra et al.,

1990). Pollutants derived from

commonly used fuels for cooking

include carcinogens and othertoxic substances. Another study

from India suggests that the

use of biomass fuels for cooking

substantially increases the risk of

active tuberculosis, particularly in

rural areas (Mishra et al., 1997).

In many low-income countriesthere is a concentration of the

female labour force in agriculture.

Cash crop production of fruits,

vegetables and flowers involves exposure to toxic chemicals. Women

and men in Africa are differentially exposed to pesticides, and women’s

exposures have a greater tendency to be invisible to health care

personnel (London et al., 2002; Kisting in WHO, 2005). The adverse

health effects of pesticide exposure include poisoning, cancer, skin

diseases abortions premature births and malformed babies as

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

has been shown among floricultural workers in Colombia (Restrepo

et al., 1990). Pesticides and chemicals are also widely used in high-

income countries, where agricultural workers are often excluded from

occupational health and safety legislation.

Increasingly women in the developing countries in Latin America and

 Asia work in office and factory jobs (Theobald, 2002). However, their

work is given little value, which can be a source of stress (Meleis et

al., 1996; Parra Garrido, 2002). The lack of social services makes the

combination of paid work and family responsibilities extremely taxing,

especially in developing countries where income is low and few services

are available (Souza et al., 2002).

During the last decade an increasing number of studies have indicated

adverse health consequences of sexual harassment at work (Kauppinen,

1998). A survey among nurses in a hospital in Turkey revealed that 75%

of the nurses reported having been sexually harassed during their

nursing practice: 44% by male physicians, 34% by patients, 14% byrelatives of patients and 9% by others (Kisa and Dziegielewski, 1996).

Sexual harassment may result in guilt and shame (Nicolson, 1996),

anxiety, tension, irritability, depression, sleeplessness, fatigue and

headaches (Wilson 1995), which in turn may lead to absenteeism, sick

leave and reduced efficiency at work.

Numerous studies have shown adverse reproductive health outcomes

among women exposed to pesticides, solvents and organic pollutants,heavy workload, postural factors and shift work (Sallmen et al., 1995;

Nurminen, 1998). A special concern for women and their offspring

is contamination of breast milk through exposure to chemical

compounds being manufactured and used for industrial, agricultural

and domestic purposes. In fact, breast milk analysis is an increasingly

common method to monitor body burdens of persistent contaminants

(Sims and Butter, 2002). For example, DDT in breast milk is reported to

be associated with short lactation periods (Lanting, 1999). Lack of or

limited breastfeeding is of concern particularly in poor populations

 Women and

men in Africa

are differentially

exposed to

pesticides, andwomen’s exposures

have a greater

tendency to be

invisible to health

care personnel 

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HEALTH IMPLICATIONS OF SEX  AND GENDER DIFFERENCES

as it can have an adverse impact on infant health. It can also interfere

with the fertility-suppressing effects of breastfeeding and increase a

woman’s chance of conceiving before she is ready.

Specific problems for men

 A large body of literature indicates that employment is beneficial

also for men’s health and survival. There is also consensus that

unemployment among men is associated with impaired mental health

and with mortality (Valkonen and Martikainen, 1995).

However, men have many more

occupational accidents than women, in

all jurisdictions where data is available

(Islam et al., 2001; Laflamme and Lilert-

Petersson, 2001). Men die at work much

more often than women, from violence

as well as accidents (Helmkamp et al.,2000). In addition, men in developed

countries report more exposure than

women to noise, vibrations, extreme

temperatures, chemicals and lifting

heavy weights (Arcand et al., 2000; Paoli

and Merllié, 2002). It is clear that many

societies accept the idea that men can

be asked to do more dangerous jobs, although this is not true on all

continents.

The idea that their gender makes men more likely to be exposed to many

risks at work has been raised by several authors (Cru and Dejours, 1983;

Loukil, 1997; Kjellberg, 1998). In some countries, tensions may arise if

men feel they are asked to do harder jobs (Messing and Elabidi, 2003),

while in other situations, young men may readily accept requests to

help older women do heavy lifting in exchange for technical help from

the women (Assunçiao et Laville 1996)

...men have many

more occupational

accidents than

women, in all

jurisdictions where

data is available

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

Gender stereotyping has affected research in reproductive health. In

general, since reproduction has been viewed as women’s domain,

male reproductive health related to occupational exposures has

been neglected (Wang, 2000; Varga, 2001). However, many chemicals,

ionizing radiation, toxic contamination, high temperatures and

possibly sedentary work have been identified as hazardous to the male

reproductive system (Figá-Talamanca, 1998; Bonde and Storgaard,

2002).

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The key areas in occupational health policy and legislation

which are explicitly related to gender refer to two broad

categories: the treatment of sex differences, and the methods

for handling discrimination, including sexual harassment. Legislation

and policy involving sex differences includes protection of pregnant

and nursing workers exposed to hazardous working conditions (Heide,

2001; Lippel, 1998) as well as provisions concerning access to certaintypes of work that are seen to be more dangerous to women, such

as night work. An ILO convention, adopted in 1948, prohibited night

work for women, and certain national legislation incorporated these

provisions, which are now incompatible with European equality law

(Heide, 2001). While the European legal provisions governing night

work will probably disappear with time, other countries, not bound

by European law, may still prevent women from performing night

work and other types of work perceived as inappropriate for women.

Legislation governing discrimination in the workplace is prescribed

both on a national and an international basis (Loutfi, 2001), and in many

countries, aims to prevent both sexual harassment and discrimination,

including discriminatory hiring practices that may rely on pre-

employment tests of physical capacity, and limits on lifting weights

(Messing et al., 2000; Demers and Messing, 2001). Jurisdictions vary in

the degree to which they provide for sex-specific working conditions

and programmes The treatment of discrimination is also variable

4. Relevant legislationand policy 

Legislation and

policy involving

sex differencesincludes protection

of pregnant and

nursing workers

exposed to hazardous

working conditions

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

 Aside from legislation overtly designed to apply to working conditions

of women, it is also important to ensure a gender-based analysis

of seemingly gender neutral legislation aimed to prevent or to

compensate for occupational injury and disease. As mentioned above,

even in countries where equality is guaranteed by law, application of

occupational health and safety legislation may have discriminatory

effects. Swedish and Canadian (Quebec), studies revealed that women

and men are often offered different rehabilitation measures for similar

work-related health problems. Men are more often offered training,

access a wider variety of new jobs, and are offered more help in thehome, while women receive rehabilitation benefits for a shorter time

(Lippel and Bienvenu, 1995; Lippel and Demers 1996; Bäckström,

1997). Women may have more difficulty in accessing compensation for

their injuries because of discriminatory effects of seemingly neutral

criteria (Lippel, 1999, 2003). In many countries, claims for workers’

compensation benefits for psychological problems or musculoskeletal

disorders (more common among women) are sometimes excludedfrom the purview of the law or subjected to greater scrutiny than claims

for injury attributable to a work accident (more common among men).

This means that systemic discrimination may be at work even if the

legislation appears to be gender neutral. When prevention priorities

are determined by compensation costs, women are then less likely to

benefit from protective legislation (Messing and Boutin, 1997).

Policy analysis should also take into account gender differences

in precarious and non-standard employment. Specific health risks

are associated with specific types of precarious or contingent work 5 

(Quinlan et al., 2001). Home-based work (Bernstein et al., 2001)

presents very different challenges to those presented by temporary

or part-time work (Butler et al., 1998). Sex distribution of workers in

 Women may have

more difficulty in

accessing

compensation for

their injuries

because of

discriminatory

effects of seemingly

neutral criteria

5 Precarious employment is defined by Quinlan and others as jobs that do not correspond to the norm of fulltime,

relatively secure employment performed at the employer’s place of business during a specified time, usually during

h d

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RELEVANT LEGISLATION  AND POLICY

standard employment relationships and in different types of contingent

employment varies considerably, with women predominating in some

types of precarious work in some countries. In Canada, for example,

women are more often in part-time work, less often in seasonal work

and more often self-employed with no employees (Fudge and Vosko,

2001; Cranford et al., 2003; Conseil du statut de la femme, 2000). Policy

applicable to specific types of contingent work, including part-time

work (Heide, 2001) may be a surrogate for gender-based policies and

should be scrutinized as such.

 While women’s claims for industrial disease are sometimes greeted

with scepticism (Reid et al., 1991, Lippel, 2003), it has been shown that

women workers with claims for musculoskeletal injuries profit greatly

from organized support groups (Bueckert, 1999).

Special treatment for women?

The persistence of the sexual division of labour and of discriminatory

practices raises the question of whether women should receive special

treatment in occupational health and safety law. International bodies

such as the ILO have declared themselves to be opposed to legislation

purporting to protect one sex, since such legislation in fact results in

inequities for one or both sexes. For example, legislation in Europe

and North America preventing women from working at night did not

prevent women from night work in traditionally female professions

such as those in health care, but it did block women from well-paid

jobs in the industrial sector.

In fact, sex stereotyping in the labour market usually results in increased

risk to the health of both women and men. Risks in sex-specific jobs

may be regarded as trivial for either sex. For example, it may be seen

as appropriate for men in some countries to over-exert themselves in

sex-stereotyped heavy physical labour, or for women to carry extremely

h l d f t r nd fir d in th r untri

Sex stereotyping

in the labour mar-

ket usually results

in increased risk to

the health of both

women and men

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

Rather than accepting stereotyping, it is preferable to adapt the

workplace to diversity within and between sexes, ethnic groups, and

age groups. The same is true for research practices.

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Investigating the complex ways in which biological, social and

environmental factors interact to impact the health of women and

men should be a basic element of all health research, including

research on work and health.

Occupational health research – like other research such as

pharmacological research – has been heavily criticized during the lastdecade for the general lack of a gender perspective, usually leading to

the exclusion of women and their concerns. Researchers have failed to

include women in studies, have adjusted for sex rather than examining

its role in their data set, and have often not considered gender- and

sex-specific factors when designing studies and analysing data (Zahm

et al., 1994; Neidhammer et al., 2000; Messing et al., 2003). There is

little knowledge of the prevalence and incidence of diseases, accidents

and risk factors related to unpaid work, which mainly affects women

(Östlin, 2002b). Many occupational studies are gender-blind and label

those who are the subjects for the investigation in such a way that it

is not possible to decide whether men or women or both sexes were

included (Ekenwall et al., 1993). Gender-neutral expressions like workers,

subjects, employees, bus drivers, hospital orderlies or patients, are frequently

used. These kind of presentations strengthen the impression that sex

and gender are irrelevant variables in the study, and that the research

results can be applied to both women and men

5. Gender biasin occupationalhealth research

Many occupational

health studies are

gender-blind and

label those who are

the subjects for the

investigation in

such a way

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

However, one must also caution about over-emphasizing gender

differences, in relation to other effect modifiers in occupational health

studies. Ethnicity, culture, social class, family type and age are among

the many other explanatory variables that may be involved in processes

that produce health or illness (Alexanderson, 1998; Meinert and Gilpin,

2001; Krieger et al., 1997).

 Women are often overlooked, for example, in toxicological studies

(Hansson, 1998). There are reasons to believe that occupational

exposure limits protect women to a significantly lower degree than

men. This is because safe levels of exposure to toxic substances have

often been based on studies of healthy young men and these exposure

limits have become a standard also for female workers (Messing,

1998).

However, in practice, researchers are confronted by the multiple

interactions between genes and environment in producing human

health. Body fat/muscle ratios, for example, are determined not only(or even primarily) by sex hormones, but by nutritional practices that

are influenced by socialization of males and females in relation to

the constantly changing and culture-dependent social demands for

preferred body types for their respective sex. Nutritional and exercise

practices, in turn, influence the secretion of sex hormones, with effects

that vary with sex (such as amenorrhea among anorexics and athletes).

In this complex situation it is especially important to concentrate on

the putative mechanism by which a reported sex difference influences

susceptibility to health problems.

The focus in occupational health research on paid employment fails to

detect interactions between health hazards within the workplace and

outside of it. For example, there is evidence that women with small

children experience more stress at work compared to women with

no such responsibilities (Coser, 1974). The research effort to include

women in occupational health studies and trying to understand

women’s work related health using solely a structural framework for

 Women’s

work-related

health cannot be

understood without

adding other

frameworks relatedto gender roles

and women’s work

in the domestic

sphere

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GENDER BIAS IN OCCUPATIONAL HEALTH RESEARCH

paid employment, has proved not to be adequate. Women’s work-

related health cannot be understood without adding other frameworks

related to gender roles and women’s work in the domestic sphere

(Doyal, 1995, Orth-Gomér et al., 2000, Wamala et al., 2000).

Little attention has been paid in occupational health research to the

simultaneous presentation of work-related diseases in one person

(co-morbidity) and to the interaction between gender and other

social stratifiers, like socioeconomic class, race and ethnicity (Sen et

al., 2002). Numerous studies indicate the importance of collecting,

analysing and presenting exposure and outcome data that not only

allows basic desegregation by sex, but also allows cross-tabulation and

classification between sex and social stratifiers such as socioeconomic

group. By doing so, it becomes clear that there are considerable

gender differences in exposure to risk factors and that social position

can further compound this type of gender inequalities. While most

risk factors in the work environment that contribute to socioeconomic

inequalities in health among men contribute to inequalities alsoamong women, there may be important gender differences as regards

the social patterning of these risk factors (Östlin, 2002a).

 Another important issue is that available research tools and methods

in the field of occupational health have originally been developed in

relation to predominantly male employment sectors, which means that

these may not be valid when analysing women’s jobs. For example,

survey questions about working conditions are often designed for male-dominated working settings. As most occupational class schemes have

been developed and adjusted for men, they differentiate only poorly

between women’s jobs (Messing et al., 1994a; MacIntyre and Hunt,

1997). Consequently, occupational title, often used as a surrogate

for exposure data, is a somewhat better indicator of occupational

exposures for men than for women.

The potential role of occupational health research in filling these gaps,

and extending our understanding of observed differentials in various

b fi ld f h lth i t l t d l i ff ti li i d

 As most

occupational class

schemes have been

developed andadjusted for men,

they differentiate

only poorly

between women’s

jobs

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

programmes. The prerequisites for conducting gendered occupational

health research are the collection of sex-disaggregated data by

individual research projects or through larger data systems (without

appropriate sex-disaggregated data it is difficult even to begin a

gendered analysis), attention to the possibility that data may reflect

systematic gender biases (e.g. in access to occupational health services)

and the use of methodologies that are sensitive enough to capture

adequately gender dimensions (e.g. questioning methodologies, how

we classify men and women into different socioeconomic categories).

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The following recommendations concerning research

and policy elaborate, from a gender perspective, on the

recommendations presented in the WHO global strategy of

occupational health. Moreover, the authors suggest the adoption of

new approaches in order to strengthen gender considerations in both

research and policy.

Research

Databases

1 Sex-disaggregated data on both occupational exposures and

occupational diseases and injuries need to be collected

systematically at international, regional, company and union

levels. Information should also be gathered on exposures anddiseases related to unpaid work and on attempts at reconciling

the demands of paid and unpaid work.

Research topics

2 Increased research on women’s health at work is necessary,

particularly in developing countries.

6. Recommendations6

6 These recommendations are a synthesis of the recommendations made by Elizabeth Lagerloff, Sophia Kisting

and Meena Shivdas in each of their review papers included in the bibliography, and those resulting from this global

i b i d i k Ö li

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

3 The focus of occupational health research on paid employment

fails to detect interactions between health hazards within the

work place and outside of it. Women’s work-related health cannot

be understood unless the framework based on waged employment

is complemented with frameworks related to gender roles and

women’s work in the domestic sphere, and to the interactions

and interfaces between the two spheres.

4

 Women should be included in occupational health research,

especially in toxicological studies. However, any sex differences

detected should be carefully examined with regard to the

mechanisms involved, in order to separate true sex specificity from

sex- specific exposures and effect modifiers.

Research tools and methods

5 Research tools and methods in the field of occupational health that

were originally developed in relation to predominantly maleemployment sectors, must be validated and extended for analyses

of women’s jobs. In addition, tools and methods should be

developed that are adapted to conditions found more often among

women workers, such as extremely fast movements, reconciling

work and family, relations with clients, and sexual harassment.

6 New gender sensitive indicators should be developed for

work-related health outcomes. Available indicators of workingconditions do not fully capture the particular features that

characterize much of women’s employment, and may be biased in

their focus towards working conditions that characterize male-

dominated areas of activity. Disorders resulting from psychosocial

pressure at work should be better diagnosed and reported. Two

areas are of special concern, namely the development of indicators

that explore the positive and negative impact of “caring work” and

better measures in relation to intimidation, harassment and

discrimination particularly in customer based work

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RECOMMENDATIONS

7 Reporting and monitoring of these indicators should be

improved.

8

In developing countries there is a need both to develop reporting

systems and to ensure that they cover women’s occupational

diseases and injuries, and work-related diseases.

9 Participatory approaches in occupational health research should

be ensured, where both women and men workers are given an

active role to ensure that research being undertaken is relevant to

their needs and interests.10 Interdisciplinary research with strong epidemiological, ergonomic

and social science components is essential for understanding

gender issues in occupational health.

Occupational health policies and programmes7

11

The sphere of working life, in all its forms and domains, is

probably one of the most important arenas for action if ourobjective is to improve the health status of populations in general

and to reduce gender inequalities in health in particular. There is an

urgent need to use available information and knowledge to

intervene for the protection of the health of the working

population. The current context of globalization of the economy

and the associated weakening of workers’ bargaining power has

led to an increase in precarious work, particularly for women.

Changing the context 

12Given the important role that the gender segregation of labour

plays in determining women’s and men’s status in society and its

importance for maintaining gender inequities in earnings, gender

roles and sex stereotyping of jobs, reducing both horizontal and

vertical sex segregation of work should receive urgent and priority

l l b l l l h f ll

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

 attention by policy-makers. Low wages and incomes that accompa-

ny occupational segregation by gender are an increasingly impor-

tant contributor to poverty and inequality in society as a whole.

Children’s living conditions are negatively affected because an

increasing proportion of households are headed by women.

13

Given the current image of women’s work as easy, “light”

and harmless”, it is important to enlighten the public about the

fact that women’s work often involves health risks. In addition,

the large percentage of women in precarious work, in the informal

economy, and in the economic free trade zones, as well as the

increasing gender gap in wages must be made visible. This is

particularly important now as globalization leads to more and

more gender-segregated jobs, as for instance in the economic

free trade zones, where women are employed in highly repetitive,

low-level jobs. Inducing such a change in perspective needs

collaborations with international consumer groups, free trade

associations and international social partners.

14

 Addressing the occupational health needs of both women and

men requires commitment and close collaboration on the part

of the various international agencies concerned, such as WHO,

ILO, FAO and other UN agencies, as well as relevant non-govern-

mental organizations (NGOs). Regional and national initiatives

for cooperation between WHO and other UN agencies need to be

strengthened.

Changing international and national policies

15International and national occupational health policies for work

performed both in the public and domestic domains should be

strengthened and the necessary policy tools should be

developed.

16

 Workers should be given a more active role in developing policies

to promote healthier workplaces and men and women should have

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RECOMMENDATIONS

 an equal place in the process. In countries and situations where

women are not involved in unions or are not well represented by

them, grass-roots women’s organizations representing women

workers should be involved.

17The focus of policy and programmes should be on practical

problem-solving at the workplace and local capacity-building

involving workers of both sexes, employers, primary or

occupational health service providers, and government officials.

18

Gender-sensitive national policies for health at work anddevelopment of policy tools should be developed and

strengthened. Special concerns should be devoted to gender

assessment of existing legislation and policies including

threshold limit values, physical work loads, and risks within

female-dominated occupations. Violence and harassment at work

must be regarded as work related.

19

 Workers’ compensation schemes for occupational accidentsand diseases should be reviewed from a gender point of view,

in order to examine whether and why the rate of approval

of compensation claims differs between women and men for the

same type of work-related injury or disease. Furthermore, it is

important to identify which occupations and types of work are

exempt from compensation coverage and whether they are

female-dominated. Compensation programmes – and

occupational health prevention programmes – should also

address both physical, chemical, ergonomic and psychosocial

risks to female and male reproduction, including female and

male fertility and sexuality.

20Programmes that will ensure greater economic independence and

food security for rural agricultural workers should be encouraged.

It is essential that sustainable agricultural policies (such as

organic farming) be supported and unsustainable policies

(such as the use of hazardous chemicals) be discouraged

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GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

21Family-friendly policies need to be strengthened in all countries in

order to promote gender equality at work. These policies should

provide support for child care, elder care, maternity and paternity

leave, support for women during maternity and on return to work,

the possibility to nurse infants, the possibility for flexible starting

and finishing times determined by the worker, and the possibility

for flexible leave arrangements and career-break schemes

determined by the worker, tele-working and home-working.

Measures should be taken to prevent irregular, unpredictable

work schedules over which the employee has little control.

22 Women’s equal access to unionisation should be facilitated, as

unions are an important means for health and safety intervention.

Interventions in occupational health and safety should involve

unions where they exist and ensure worker representation if unions

are not present.

Changing workplace practices

23Industrial work involves multiple hazard factors which must be

reduced. There should be a focus on primary prevention and

employers are responsible for reducing exposure for all workers.

This should happen with unions and other associations of

workers. Women workers must be consulted specifically during

these efforts, to ensure that all of their job-related risks are

included in prevention.

24Interventions to protect the health of sex workers should be

carried out in partnership with the workers themselves.

Their participation in the planning and implementation of

interventions assures the appropriateness of design and

implementation, and more importantly, recognizes that women

sex workers are in a position to provide valuable insights to

researchers, academics, healthcare practitioners, policy-makers

d ti i t

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RECOMMENDATIONS

25Union-sponsored activities should take into account women’s

special needs, such as family-friendly schedules, leadership

training and opportunities to intervene easily during union

meetings. Within unions, women’s committees should be

formed to stimulate discussion on women’s specific needs.

Occupational health and safety training and

capacity development

26

Information and education about women’s occupational healthand safety risks should be improved both within the

occupational health and safety community, and also within

the community at large (physicians, nurses, health inspectors,

others).

27Gender-sensitive education and training materials on occupational

health and safety should be developed, tested with practitioners

and workers, and used. The educators and trainers shouldthemselves be trained in gender-sensitive analysis.

28Capacity should be developed for gender-sensitive interventions

in occupational health, based on information from

gender-sensitive research. Students should be trained on how to

ensure that research and intervention are gender sensitive. Since

these students may be women, efforts should be made to make it

possible for them to reconcile training with family obligations.International aid organizations should allow funds specifically for

child care, maternity leave, and other needs of women students

with families.

29Equal opportunities for women and men workers should be

provided to enable them to participate and intervene in their

workplaces in an informed manner.

30

Regional and national Occupational Health and Safety days should

be used to popularize occupational health and safety in all sectors

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 and programmes. Culturally-sensitive means such as calendars,

popular theatre, posters, and community radio programmes should

be set up with the participation of male and female workers.

31Gender-sensitive occupational health and safety material should

be included in adult basic education courses and in the secondary

school curriculum.

Occupational health service delivery 

32

Occupational health services, with a strong focus on primaryprevention, should be strengthened, in both female and male

dominated workplaces. Strengthening of support services for

occupational health (e.g. through capacity building of health care

providers in primary health care) is needed, especially for home

workers.

33 Access to occupational health facilities should be made equitable

for both women and men, irrespective of job title.

Legislation and ethical norms

34

In low-income countries, effective workplace health and safety

regulations often do not exist, or if they do they are not enforced,

especially in the informal sector where many women work. New

approaches and strategies are needed that would encourage

stakeholders to enforce these regulations.

35Existing occupational health standards should be reviewed

through a gender lens and adjustments should be made based

on scientific-risk assessment among women and among men,

considering the various mechanisms underlying observed

male-female differences.

GENDER EQUALITY, WORK  AND HEALTH: A REVIEW OF THE E VIDENCE

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Represión cultural de la sexualidad femenina

Roy F Baumeister, Case Western Reserve University  

Jean M. Twenge, San Diego State University  

Cuatro teorías sobre la represión cultural femenina son evaluadas. Los datos

fueron examinados bajo diferencias interculturales de poder y cociente sexual,

en reacciones a la revolución sexual, influencias directas restrictivas sobre la

sexualidad femenina en adolescentes y adultas, patrones de doble estándar en

la moralidad sexual, cirugías en los genitales femeninos, restricciones

religiosas y legales sobre el sexo, prostitución, pornografía y engaños sexuales.

La idea de que los hombres reprimen la sexualidad femenina no recibe mucho

apoyo y es rotundamente contradictoria con algunos hallazgos. En cambio, la

evidencia favorece la idea de que las mujeres han trabajado para reprimir unas

a otras su sexualidad, porque el sexo es un recurso limitado que las mujeres

usan para negociar con los hombres y la escasez les da a las mujeres una

ventaja.

La represión de la sexualidad femenina se puede considerar como una

de las intervenciones psicológicas más importantes de la historia cultural del

occidente. Según Sherfey (1996) quien apoyaba esta declaración, el impulso

sexual del ser humano femenino es natural e intrínsecamente más poderoso

que el masculino y una vez se presentó como una poderosa amenaza

desestabilizadora para el posible orden social. Para que la sociedad civilizada

se desarrollara, era tal vez necesario o al menos útil que la sexualidad

femenina fuera reprimida. Innumerables mujeres han crecido y vivido sus vidas

con menor placer sexual del que hubiesen disfrutado en la ausencia de esta

gran represión. Influencias sociales como padres, escuelas, grupos de pares y

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fuerzas legales que han cooperado para alienar a las mujeres de sus propios

deseos sexuales y transformar sus (supuestos y relativos) voraces apetitos

sexuales en un remanente disipado.

El doble estándar en la moralidad sexual condena ciertas actividades

sexuales en las mujeres, mientras que a los hombres se les permite acciones

idénticas. En algunos casos, procedimientos quirúrgicos son usados para

prevenir que las mujeres disfruten del sexo. Desde algunas perspectivas, estas

fuerzas sociales han privado a la mayoría de las mujeres de su capacidad

natural de disfrutar múltiples orgasmos y satisfacciones íntimas. Las mujeres

sienten que la sociedad no les permite expresar sus deseos sexuales o incluso

disfrutar del sexo en muchos contextos. Los hombres tal vez hayan sufrido, al

menos de manera indirecta, ya que han sido privados de placeres que vienen

al tener una compañera que disfruta el sexo.

En este artículo, se revisa la evidencia desde múltiples fuentes en un

esfuerzo para entender el origen de la represión a la sexualidad femenina.

Debido a la amplia magnitud del escaso conocimiento de la represión en la

actualidad, parece esencial considerar explicaciones alternativas, por eso se

ofrecen dos hipótesis que pueden explicar las diferencias entre géneros en sus

comportamientos sexuales sin invocar a la represión cultural. Estas hipótesis

pueden debilitar (pero no necesariamente eliminar) el hecho que la sexualidad

femenina ha sido culturalmente reprimida. Se llega a la conclusión que algún

grado significativo de represión social ha ocurrido. En la parte principal de este

artículo, se considera dos posibles procesos sociales que la podrían haber

producido.

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Las dos teorías traen consigo cooperación implícita entre un largo

número de personas que trabajan en conjunto para reprimir la sexualidad

femenina. No se trata de suponer que esto fue consciente, intencional o hubo

conspiraciones implícitas. Más bien, personas que quizás comenzaron a

participar de este proceso sin tener conciencia total de lo que se estaba

haciendo, simplemente porque fuerzas situacionales y/o el interés propio les

impulsaron a actuar de manera que contribuyeron a llevar la sexualidad

femenina bajo un control restrictivo.

 Aunque la represión de la sexualidad femenina es de considerable

interés e importancia práctica en su propio derecho, también tiene una amplia

importancia teórica. Hace varias décadas atrás, muchas teorías constructivistas

sociales teorizaban sobre el sexo, pero en años recientes teorías

evolucionarias y biológicas han argumentado que muchos patrones de

comportamiento sexual se basan en predisposiciones innatas y tales líneas de

pensamientos implícitamente tienden a cuestionar el rol de la cultura y la

socialización. Al ser nuevas, las teorías evolucionistas tienen la ventaja de ser

capaces de comenzar con más información y en general parecen más

elaboradas y detalladas (que no quiere decir que sean necesariamente más

correctas) que la simple idea de que la cultura y la socialización forman las

prácticas sexuales.

En todo caso, las teorías evolucionistas presentan un reto a las antiguas

ideas basadas en la cultura, una forma de responder a este reto es comenzar a

desarrollar explicaciones más detalladas y elaboradas de cómo y dónde las

culturas han formado de manera exitosa la sexualidad. La represión de la

sexualidad femenina es (al menos por definición) un fenómeno cultural y por lo

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que sí la siguiente generación de teoristas buscan revitalizar la teorización

sociocultural acerca de la sexualidad, quizás se beneficiarían al considerar

alguno de los eventos culturales de mayor importancia, tales como la

revolución sexual y la represión que ha sido derrotada. (Por otra parte, teorías

acerca de la represión tienden a suponer que derivan de patrones

evolucionarios y biológicos y por ende son ampliamente compatibles.) En

resumen, se espera que al seguir esta línea de argumentos quizás sea un

pequeño paso para promover las teorías sobre la sexualidad que se basan en

la cultura.

En este artículo, se enuncian dos hipótesis competitivas acerca de la

fuente principal de las influencias que reprimen la sexualidad femenina. La

primera es que los hombres, principalmente los maridos, han sido la fuente

principal de tal influencia y la segunda es que las mismas mujeres han sido la

fuente principal. En contra de esas teorías, se presentan dos “hipótesis nulas”

en el sentido que argumentan que la menor actividad sexual en las mujeres no

se debe a ninguna represión cultural. La primera hipótesis nula es que las

mujeres simplemente tienen un deseo sexual menor que los hombres y así la

apariencia de represión es un artefacto de orden natural de menor deseo. La

otra hipótesis nula es que el costo del sexo ha sido, en general, más pesado

para las mujeres que para los hombres y así algunas mujeres aprenden a

reprimir sus propios deseos sexuales por un interés racional propio. Por

ejemplo, una mujer quizás evite y restringa sus deseos para así no quedar

embarazada, no porque se sienta víctima de un lavado de cerebro cultural.

Después de la exposición de estas cuatro teorías, se llega a la evidencia

disponible para probar las predicciones competitivas que se basan en estas

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cuatro teorías. El foco principal de este estudio es si los hombres o las mujeres

constituyen la fuente principal de la represión de la sexualidad femenina.

 A modo de definición, se entiende la represión de la sexualidad femenina

como un patrón de influencia cultural en el que las mujeres son persuadidas

para evitar el deseo y abstenerse del comportamiento sexual. Esto es un

asunto de importancia, el concepto de represión no quiere decir que las

mujeres terminen sin deseo o comportamiento sexual. La falta de estímulo en

explorar y disfrutar el sexo no es suficiente para constituir la represión: en otras

palabras, la represión implica el mensaje que el sexo es malo en vez de la

incapacidad para enseñar que es bueno. No se debe negar que la sociedad a

veces ha buscado reprimir la sexualidad masculina o sexualidad en general,

pero estas son preguntas y procesos separados en donde la atención se

enfoca en niñas y mujeres. El doble estándar, por ejemplo, consiste en juicios

de que muchos comportamientos sexuales específicos son aceptables para los

hombres pero inaceptables para las mujeres (ejemplo D’Emilio & Freedman,

1997; Whyte, 1978), que es una señal de que algunos mensajes de coerción

sexual se han dirigido principalmente a las mujeres. El control y la represión de

la sexualidad en ambos sexos merecen un trato separado, tal vez implicaría

patrones, formas y motivos muy diferentes.

Dos teorías de la represión

Las dos teorías principales se diferencian de manera fundamental en qué el

género es mayormente responsable de la supuesta represión de la sexualidad

femenina. Si los hombres en general o las mujeres cooperan implícitamente en

reprimir el deseo y los comportamientos sexuales de ellas. Esta idea da origen

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a predicciones competitivas que hombres o mujeres serían la fuente principal

de influencia para la represión de la sexualidad femenina.

Teoría del control masculino

La esencia de la primera teoría de la represión es que los hombres han

buscado suprimir la sexualidad femenina. De acuerdo con esta idea, los

objetivos políticos de los hombres es tratar de impedir que las mujeres tengan

placer sexual. En general, varias razones han sido sugeridas del porqué los

hombres puedan buscar controlar y reprimir la sexualidad femenina.

Desde el punto de vista evolucionista, la principal ventaja de los hombres

que deriva de reprimir la sexualidad femenina sería un progreso certero de la

paternidad (ver Buss, 1994). Sobre todo, un hombre no quiere que otro hombre

embarace a su esposa. En esta idea de que los hombres quieren pasar sus

propios genes, ya que una mujer solo puede tener un hijo por año, los hombres

celosamente resguardan a su mujer para prevenir que otros hombres la puedan

embarazar, por lo que convencer a las mujeres de renunciar a sus deseos

sexuales, puede ser una estrategia conveniente. Sí una mujer carece de deseo,

de acuerdo con este argumento, ella probablemente tendrá menos deseo de

tener sexo con cualquier hombre que no sea su pareja, por lo que él puede

estar relativamente más confiado que ningún hijo que ella pueda dar a luz no

será de él. Una variación de este argumento, que propusieron los escritores

Coontz y Henderson (1986) dice que la estabilización de los derechos de

propiedad y el deseo resultante de trasmitir la propiedad a uno de los

herederos es legítimo, más que cualquier tendencia celosa innata, era lo que

motivaba a los hombres a comenzar a restringir el comportamiento sexual de

sus mujeres.

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  Esta idea enfatiza a la pareja hombre (esposo) como la fuente principal

de influencia en la represión de la sexualidad femenina. Hombres solteros

tendrían pocas razones para desear mujeres que carecen de deseo sexual; por

el contrario, es probable que ellos quieran mujeres con mayor deseo sexual

para incrementar las oportunidades propias de formar, incluso, una unión

temporal. Mientras tanto, las mujeres tendrían poca o ninguna razón para

querer reprimir la sexualidad femenina (ya sea la propia o de otras mujeres). Se

podría discutir que los hombres solteros aprenden a presionar a las mujeres a

reprimir su deseo sexual en una base social, porque ellos piensan que cuando

eventualmente encuentran una pareja, ella quizás le sea más fiel (y será más

probable que sea casta cuando la encuentre). Aun así, la hipótesis de que los

hombres buscan reprimir la sexualidad de las mujeres más que la de sus

parejas, requeriría de evidencias separadas más allá de predicciones que ellos

cuidan celosamente a sus parejas de tener sexo con otros hombres. El punto

crucial de la explicación de la paternidad para reprimir la sexualidad femenina

es que los hombres trabajan principalmente para reprimir la sexualidad de sus

esposas. El respaldo empírico de este punto puede tomar forma al demostrar

que los hombres desalientan el deseo sexual de sus esposas o prefieren

realmente una esposa que no responda sexualmente, en vez de una con

deseos más altos.

Una objeción potencial a esta idea es que si la pareja de un hombre no

desea tener sexo, él mismo pueda encontrarse en una desventaja al tratar de

embarazarla. Idealmente, le gustaría que ella lo deseará de manera

apasionada pero que no tenga interés en otro hombre. El amplio punto de vista

de la represión afirmaría que los hombres no pueden tener los dos, por lo que

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ellos se inclinarían en reprimir el deseo femenino en general. En esencia, se

postula que los hombres están dispuestos a tener una pareja que no responde

sexualmente a cambio de estar más seguros de que sus parejas serán fieles.

Porque no se requiere mucho sexo para lograr un embarazo, la compensación

puede verse ventajosa para los hombres. Una mujer con un bajo impulso

sexual es probable que esté dispuesta a tener sexo de vez en cuando, lo que

es suficiente para que el hombre sea capaz de pasar sus genes. Él no querría

que ella desee sexo más seguido que eso, porque entonces podría tener sexo

con otro hombre.

La teoría feminista ofrece varias bases posibles para el control

masculino sobre la sexualidad femenina (ejemplo de Brownmiller, 1975; Travis

& White, 2000). En general, el análisis feminista representa arreglos sociales

como reflejo de la victimización de las mujeres por los hombres. La sociedad se

llama patriarcado, porque está hecha por y para los hombres y las mujeres son

sus víctimas. Una de las grandes prioridades es mantener a las mujeres bajo

control y utilizarlas para los fines propios de los hombres.

Una línea de análisis feminista sería que los hombres consideran a las

mujeres como sus posesiones, por lo tanto, buscan mantenerlas para ellos

mismos. Al suprimir la sexualidad femenina, los hombres pueden mantener a

las mujeres con el deseo de tener sexo con otros hombres. Este análisis se

asemeja al argumento de la paternidad certera. No obstante, podría ser solo

que los hombres no quieren que las mujeres sean creaturas autónomas,

quienes realicen sus propias decisiones y busquen su satisfacción propia,

porque tales actividades podrían potencialmente socavar el control masculino.

Lerner (1996) afirma que un paso importante en la evolución cultural fue la

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mercantilización de la mujer, según la que “las propias mujeres se convirtieron

en un recurso” cuya sexualidad se podría regular, intercambiar y de otra

manera usarse para el beneficio del hombre. McIntosh (1978) concluyó

directamente que “la sexualidad de las mujeres es remida por los hombres o

por el interés del patriarcado” y por está represión las mujeres “se les impide la

realización de su completo potencial”. Se declaró que el mayor deseo sexual y

actividad sexual de los hombres “es un aspecto de privilegio masculino” y surge

menor sexualidad en las mujeres, porque la cultura del patriarcado reprime el

deseo sexual femenino.

Una línea más radical de argumento es que la sexualidad femenina

representa una amenaza potencial para la sociedad disciplinada que los

quieren hombres. Sherfey (1966) propuso que el comportamiento sexual de las

mujeres precoces se asemeja al de otros primates durante el celo, copulando

hasta 50 veces por día y agotando a cualquier compañero masculino

disponible. De acuerdo a Sherfey, este comportamiento creo caos social. Si

una forma de vida estable y civilizada se desarrolló, fue necesario entablar "la

subyugación despiadada de la sexualidad femenina" (Sherfey, 1966, p. 119).

Este análisis se ha repetido en otros textos feministas. Por ejemplo, “sí

las mujeres son criaturas insaciables, su sexualidad, por supuesto, requeriría

de restricciones externas o sino el caos sexual reinaría” (Faunce & Phillips-

Yonas, 1978, p.86). Un libro reciente resumía estas líneas de pensamiento: “En

sociedades humanas prehistóricas, el poderoso deseo sexual de las mujeres

creó estragos, sin mencionar que el hombre se sintiera inseguro y por lo tanto

las sociedades entablaron restricciones en la sexualidad femenina para ponerla

más en línea con la sexualidad masculina” (Hyde & DeLamater, 1997, p. 360).

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El autor del libro añadió que este argumento expone "Las restricciones a

la sexualidad femenina que persisten hasta nuestros días" i. Lerner (1986)

concluyó que “La regulación sexual de las mujeres… es uno de los

fundamentos sobre los que el estado se basa” y es “Una característica

esencial del poder patriarcal”.

De este modo, la versión del caos social de la teoría del control

masculino sostiene que los hombres desean una vida pacífica y ordenada. La

copulación generalizada e indiscriminada contribuye al caos social, por

consiguiente se opone a los hombres, quienes trabajan juntos para reprimir la

sexualidad femenina como una forma de imponer la paz y el orden. Este punto

se basa en la suposición de que el caos y el disturbio social son a causa de la

promiscuidad que es más aversivo para ellos que para ellas. Esa suposición es

cuestionable a priori, aunque uno podría proponer que los hombres quieran paz

y orden porque consagra y perpetúa el estatus superior de ellos. También

supone que los hombres encuentran paz y orden en una sociedad más

deseable que la satisfacción sexual, donde las mujeres se inclinan hacia una

preferencia contraría y esto también se puede comprobar.

Las citas de Hyde y DeLamater (1997) introducen a otro punto

importante, es decir, la inseguridad masculina. Se puede usar la hipótesis de

inseguridad masculina para proponer una variante lejana de la teoría del control

masculino. En esta versión, la insaciable sexualidad femenina no considera a

los hombres como una oportunidad deseable sino más bien representa una

amenaza para ellos, posiblemente porque les recuerda las grandes limitaciones

físicas que hay entre la sexualidad femenina y masculina. El periodo refractario,

la incapacidad de tener múltiples orgasmos, la visible naturaleza de la

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excitación masculina o la falta de excitación y tal vez otras limitaciones hacen a

los hombres menos capaces que las mujeres a participar en un

comportamiento sexual orgiástico. La envidia masculina hacia las mujeres

podría, por lo tanto, generar un esfuerzo mezquino por reprimir la sexualidad

femenina y de este modo privar a mujeres del gran placer del que ellas de otra

manera serían capaces de tener. Una variación de esto sería que los hombres

son inseguros al estar cara a cara con otros hombres y ellos no quieren que

sus parejas sexuales femeninas tengan una base para compararlos. Una mujer

con experiencia sexual podría ser capaz de juzgar el pene de un hombre como

incompetente o que su juego previo es torpe, pero una pareja inexperimentada

sería, presumiblemente menos probable que conozca la diferencia.

Una línea similar de argumentos sostiene que la represión de la

sexualidad femenina libera a los hombres de tener que satisfacer la gran

demanda femenina por sexo, lo que de otra manera haría sentir a los hombres

con sobrecarga o inseguridad. Cualquier señal de amplia reticencia masculina

para dar placer sexual a las mujeres proporcionaría un valioso apoyo para este

punto. Es difícil encontrar muchas señales de esto. Por el contrario, en general

los hombres parecen estar dispuestos, si no están ansiosos de satisfacer las

demandas sexuales de las mujeres. Es más probable que digan que es más

importante dar placer a la pareja sexual que el placer propio que las mujeres

(Janus y Janus, 1993) y la mayoría de ellos son bastante receptivos para el

sexo, incluso cuando la mujer es una completa extraña (Clark y Hatfield, 1989),

mientras que las mujeres son mucho menos generosas o receptivas a tales

demandas.

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  El tema común en estas líneas de argumento es que los hombres han

conspirado a instalar un sistema que oprime a las mujeres para así reprimir la

sexualidad femenina, para que los hombres se beneficien de esa represión.

Esta aproximación acierta en que las mujeres preferirían tener sexo frecuente

con muchas parejas, pero los hombres impusieron un sistema de control social

y la socialización que impide a las mujeres de realizar ese sueño y en cambio

las incita a creer que ellas tienen un deseo sexual bajo. Esta aproximación es

efectiva y las mujeres están o son obligadas a la fuerza o sutilmente

presionadas a creerlo. Estos métodos de persuasión deberían destacarse por

su vasto poder e importancia.

Los mecanismos en los que los hombres reprimen la sexualidad

femenina se mantienen de alguna manera inciertos. Los hombres se pueden

rehusar a juntarse con mujeres que desean o disfrutan del sexo más allá de un

aceptable mínimo. Ya que los hombres tienen control del poder político, ellos

pueden instaurar penas severas para actividades sexuales femeninas mientras

ellos se permiten satisfacer (ejemplo del doble estándar institucionalizado en

penas legales). Ellos puedan castigar a mujeres promiscuas o sexualmente

receptivas en otras formas. No obstante, parece necesario creer que este

control externo no es suficiente para explicar la altamente internalizada

represión de la sexualidad femenina, entonces uno asume que de una forma

importante los hombres logran persuadir a las mujeres a no sentir o no actuar

en deseos sexuales.

Para resumir la teoría del control masculino: la condición natural de la

mujer es desear grandes cantidades de sexo, incluso frecuentes relaciones

sexuales con múltiples parejas. Los hombres se unen para reprimir esta

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sexualidad femenina. Los motivos para hacer esto podrían comprender del

deseo celoso de prevenir que sus compañeras puedan tener sexo con otros

hombres (lo que podría relacionarse con la incertidumbre de la paternidad y los

derechos de propiedad), una envidia de la gran capacidad física de las mujeres

para el coito y reconocer que la sexualidad femenina sin restricciones podría

potencialmente producir un caos en el orden social. Los hombres están

preocupados en oprimir la sexualidad de sus esposas y otras parejas.

Teoría del control femenino

Una segunda teoría sostiene que la mujer, más que el hombre, coopera para

oprimir la sexualidad femenina. Como con la teoría del control masculino, el

término control se usa de manera libre para dirigirse a aquellas actividades de

personas que en general cooperan o tienen metas directas en las que puedan

contribuir a un beneficio común, incluso si las personas no tienen una meta

explícitamente elocuente o hizo un acuerdo consciente para trabajar para este

propósito.

La teoría del control femenino sufre de un derecho poco probable desde

el comienzo, solo porque los hombres han mantenido un poder superior

políticamente y socialmente a través de la historia. Sí la sociedad en su

conjunto ha conspirado para reprimir la sexualidad femenina y los hombres

dominan la sociedad, asignándole un rol influyente a las mujeres debe ser

cuestionable sobre una base a priori. Aún, asignándole un rol influyente a las

mujeres en la historia, ellas están en concordancia con algunos enfoques

revisionistas para la historia en la medida en que estos traten a las mujeres

como agentes activos con una influencia genuina en las circunstancias y

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eventos, más que unas meras víctimas y espectadoras pasivas de la actividad

de los hombres.

Como con la teoría del control masculino, se debe empezar con

preguntas de motivaciones y esto también parece plantear dudas a priori

acerca de cualquier teoría del control femenino. ¿Por qué las mujeres querrían

reprimir su sexualidad? El sexo es, sin duda, una fuente potencial de placer y

satisfacción en la vida ya que para las mujeres suprimir su propia sexualidad

sería aparentemente un acto de autodestrucción.

La teoría del intercambio social podría sugerir una importante razón de

que las mujeres puedan buscar suprimir la sexualidad de cada una. La teoría

del intercambio social analiza el comportamiento humano en términos de costo

y satisfacciones, por lo que considera las interacciones y los intercambios en

los que diversas partes ofrecen a cada una recompensa a cambio de obtener lo

que ellos quieren (ejemplo, Blau, 1964: Homans, 1950, 1961). Un análisis de

intercambio social acerca del sexo empezaría desde la suposición de que el

sexo es un recurso que los hombres desean y que las mujeres poseen

(ejemplo, Baumeister y Tice, 2000). Para obtener sexo, los hombres deben

ofrecer a las mujeres otros recursos deseables en retorno, tales como dinero,

compromiso, seguridad, atención o respeto. Waller y Hill’s (1938-1951) El

principio de interés mínimo sostiene que al tener menos deseo por una relación

particular le da a una persona gran poder en la relación. Por lo tanto, sí una

mujer tiene un deseo menor que el hombre a una relación sexual, él está en

desventaja y tendrá que proveerle con otro beneficio para provocar que ella

quiera tener sexo con él. En cierto modo, la sexualidad femenina adquiriría

motivadores extrínsecos.

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  La razón de que un marco de intercambio causaría que las mujeres

opriman la sexualidad femenina fue propuesto en Nancy Cott’s (1979) en una

discusión sobre el desapasionamiento femenino durante la época victoriana,

también parte de la simple base de los principios económicos de oferta y

demanda. Como Cott propone, si el sexo es el principal activo que uno posee

debe negociar por otros beneficios y uno quiere que el precio del sexo sea alto.

Como cualquier otro recurso, la escasez sube el precio. Restringir la oferta de

sexo disponible a los hombres sería una táctica que muchos monopolios han

usado con muchos productos: al mantener la oferta bajo la demanda facilita al

monopolio a extraer un precio mayor. En contraste, si el sexo estuviera

disponible libremente para los hombres, luego la mayoría de las mujeres

estarían en una posición débil para demandar mucho en retorno. Monopolios y

cárteles han usado frecuentemente la estrategia de mantener una escasez

para mantener los precios altos.

Las mujeres puede que sean capaces de obtener dos tipos de beneficios

al restringir la oferta de sexo disponible para los hombres. Primero, en general

las mujeres puede que sean capaces de obtener mejor trato y otros recursos

de los hombres. Esta idea supone que los hombres están dispuestos a hacer lo

que sea necesario para obtener sexo y con frecuencia hacer más o menos la

cantidad mínima que se requiere. Esto hace resonar el consejo tradicional de

abuela contra el sexo premarital, coloquialmente expresa en términos

metafóricos que un hombre que puede obtener leche gratis no comprará la

vaca. Entre más difícil sea para los hombres obtener sexo, más estarán

dispuestos a ofrecen algo a cambio a las mujeres. La teoría del intercambio

social enfatiza que una amplia gama de satisfacciones sociales puedan estar

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involucradas en tales intercambios, lo que incluye dinero, regalos, relaciones a

largo plazo, un trato justo, fidelidad sexual y que se ajuste con las expectativas.

La escasez sexual mejora la posición de negociación de las mujeres con

respecto a todas éstas satisfacciones.

Segundo, una generalizada represión de la sexualidad femenina reduce

el riesgo de que cada mujer pueda perder su amante hombre por otra mujer. A

través de la historia, la infidelidad no es tan común como estimaciones previas

sugirieron, aún ocurre millones de veces cada año (vee Laumann, Gagnon,

Michael y Michaels, 1994) y por otra parte representa un factor de riesgo

significante para las rupturas maritales (Blumstein y Schwartz, 1993). Similares

consideraciones se aplican a relaciones de novios. Por lo tanto, en la medida

que un hombre pueda tener sexo con otra mujer, su novia o esposa tiene un

interés legítimo de perderlo.

Este segundo beneficio es, por tanto, el reflejo del miedo que debatimos

en la sección del control masculino, es decir, el miedo a la infidelidad de la

pareja. Las dos teorías comparten una visión que al oprimir la sexualidad

femenina reducen la infidelidad, sus presentes amenazas y parece innegable

que ambos géneros deseen que sus parejas sean fieles sexualmente. El

enfoque de la amenaza difiere de manera sutil: la teoría del control masculino

ve a la pareja mujer como una fuente de peligro, mientras la teoría del control

femenino ve a otras mujeres como fuente de peligro.

La combinación de los dos beneficios es especialmente importante. Sin

embargo, se ha señalado que las mujeres pueden ejercer control sobre sus

hombres negándose al sexo o de otra manera limitándole el acceso a este.

Este control podría ser socavado, en cambio, si el hombre puede obtener sexo

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fácilmente de otra mujer, la teoría de intercambio social otorga sus beneficios a

las mujeres, solo si la mayoría de las mujeres cooperan a un grado sustancial

en restringir el sexo.

La formación de un noviazgo y la negociación sexual en términos de

intercambio social también cambia el énfasis para el comienzo de una relación

sexual, porque esto pasa probablemente cuando los términos de intercambio

se deciden. Un hombre provee recursos para que se le permita comenzar a

tener sexo con la mujer. Aunque, éste periodo puede ser el más importante, el

intercambio de recursos para el sexo puede continuar a través del curso de una

relación a largo plazo.

Varias predicciones se concluyen de la hipótesis como que la

cooperación de la mujer es necesaria para suprimir la sexualidad femenina.

Primero, las mujeres castigan a otras mujeres, por hacer el sexo demasiado

asequible a los hombres. Estas mujeres son semejantes a “Rate Busters” en

fabricación: ellos al final bajan el precio a todos. Un término que la gente usa

para derogar a una mujer promiscua es decir que ella es “barata” y si se ve de

manera literal, este término invoca un intercambio de análisis: ella reparte el

recurso femenino, el sexo, a menor precio que el precio habitual. Cuando hay

disponible muchos productos baratos, los proveedores de los productos de

calidad sienten presión al dar un descuento también. Las otras mujeres por

consiguiente pondrán presión en la mujer barata para que suba sus precios y

demande más en intercambio, no solo por el beneficio de ella sino por el bien

de todas las mujeres de la comunidad.

En segundo lugar, al igual que cualquier monopolio tiende a oponerse a

la aparición de sustitutos de bajo costo, que podría socavar su control del

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mercado, las mujeres se resistirían a varios medios alternativos para la

satisfacción sexual masculina, incluso si estos medios no tocan las vidas de las

mujeres directamente. Prostitución, pornografía y otras formas de

entretenimiento sexual pueden ofrecer estimulación sexual a los hombres.

Mediante la satisfacción de algunas de las demandas masculinas por sexo,

éstas formas de entretención podrían socavar el poder de negociación de las

mujeres y por ende poseerían naturalmente un interés en oprimirse (Cott,

1979).

En tercer lugar, la hipótesis sugiere que la represión de la sexualidad

femenina refleja una clase de “dilema común” para las mujeres en general

(ejemplo de Platt, 1973). Cada mujer puede beneficiarse al ofrecer sexo un

poco más fácilmente (por ejemplo, con menos compromiso o gasto para el

hombre) que otras mujeres, puede permitirse atraer al hombre más deseable.

 Además, ella se beneficiaría en términos de satisfacer sus propios deseos

sexuales al hacer más de lo que las normas dictan. En contra de aquellos

incentivos relacionados con el sexo, lealtad a otras mujeres y la causa de ellas

en general (en donde, para estar segura, tiene una participación) sería la

principal fuerza que la contiene. En un grupo de mujeres solteras y jóvenes, la

que empuja más allá de los límites (dondequiera que ellas procedan

normativamente) impone un costo a las otras, que vienen bajo la presión de

ofrecer lo mismo para mantenerlo. Este es el tipo de proceso con el que los

cárteles monopolistas luchan constantemente: El grupo está mejor si todo el

mundo tiene el precio alto, pero cualquier miembro puede obtener una ventaja

inmediata al cortar el precio ligeramente. El grupo de mujeres puede

legítimamente percibir a la denominada mujer barata como una amenaza.

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  También un argumento evolucionario se podría solicitar con la teoría del

control femenino. En este punto de vista, los hombres intercambian recursos

por sexo. En muchas especies, el macho provee a la hembra de comida y

estos regalos la persuaden para copular con él (ejemplo de Gould y Gould,

1997; Ridley, 1993). Algunos psicólogos evolutivos interpretan patrones de

comportamiento humano a través de las mismas líneas, tales como cuando un

hombre paga por comida y entretenimiento o le da a una mujer una joya para

inducirla a tener sexo.

Se nota en las secciones previas que los análisis feministas han

enfatizado los intentos de los hombres en mantener a las mujeres en una

posición política y económica inferior. La teoría del control femenino ofrece una

directa explicación del porqué los hombres puedan querer subyugar a las

mujeres. Mantener el poder social y económico en las manos del hombre es el

complemento para la estrategia femenina de restringir el sexo. Se puede

explicar de manera simple: a menos dinero (y otros recursos) las mujeres

tienen el precio menor del que ellas aceptarían por sexo. Las mujeres

poderosas y ricas es poco probable que se conviertan en prostitutas, bailarinas

exóticas o mantenerse como amantes o aceptar otras maneras de servidumbre

sexual. Las mujeres pobres son probablemente los mejores prospectos para

volverse disponibles sexualmente a un precio asequible. El intercambio de

recursos por sexo produce una serie clara de intereses en conflicto que se

puede expresar en términos duros: las mujeres se benefician de manera

económica si los hombres están hambrientos de sexo, mientras los hombres se

benefician sexualmente si las mujeres están desesperadas por dinero y otros

recursos.

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  La teoría del control femenino es similar al análisis feminista, ya que

proporciona un motivo para la supuesta búsqueda del sexo masculino, que

busca tener poder sobre las mujeres. Si los hombres reconocieran que ellos les

ofrecen a las mujeres algo de valor para obtener sexo, entonces ellos tendrían

un claro interés en mantener a las mujeres en un estado perpetuo de

necesidad y privación. Mantener a las mujeres pobres y sin poder podría

mejorar las oportunidades de los hombres para obtener sexo.

Los mecanismos por los que las mujeres controlarían la sexualidad

femenina deben ser considerados. Las mujeres por lo general no tienen el

poder legal y político que los hombres tienen, por ende estas fuentes de poder

no estarían disponibles para ellas. Aún, se cuestiona el poder de éstos

mecanismos para explicar de cualquier forma la represión de la sexualidad

femenina, porque alguna internalización es necesaria. Por lo tanto, la teoría del

control femenino es probable que tuviera que poner un mayor énfasis en la

socialización directa en otras mujeres, para convencer mujeres y niñas a que

no sean altamente sexuales. Las mujeres también castigarían mucho a mujeres

sexuales a través de sanciones informales tales como el ostracismo y chismes

despectivos.

Para resumir: la teoría del control femenino se basa en la teoría social

del intercambio, en la suposición de que el sexo es un recurso que los hombres

quieren pero está bajo el control femenino. En la medida en que las mujeres

quieran obtener otros recursos en recompensa del sexo, ellas quieren que el

precio sea alto y así ellas buscan suprimir la actividad sexual femenina,

generalmente para mantener una escasez crónica (y por lo tanto tener precios

altos). Las mujeres actúan juntas para restringir la sexualidad femenina, así

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beneficiar a todas las mujeres. Mientras, la teoría del control masculino enfatiza

en reprimir la sexualidad de sus esposas y parejas en relaciones permanentes

y la teoría de control femenino enfatiza en reprimir la sexualidad de las mujeres

solteras que buscan parejas y negocian los términos de intercambio para

comenzar una relación sexual.

Dos hipótesis nulas

Las dos teorías del control dan explicaciones por la represión histórica de la

sexualidad femenina. Ellas sugieren la razón del porqué las mujeres han tenido

sus deseos sexuales reprimidos y sus oportunidades de actividad sexual

restringidas. Es, por lo tanto, necesario considerar la hipótesis nula, que no

hubo represión de la sexualidad femenina. Pero la apariencia de una menor

inclinación sexual de las mujeres (en comparación con los hombres) es

indiscutible y por lo que es necesario explicar por qué las mujeres pueden

parecer menos inclinadas sexualmente, si las fuerzas sociales no producen ese

resultado artificialmente.

Leve deseo sexual

De acuerdo con esta teoría, no fue necesario reprimir la sexualidad femenina,

porque las mujeres por su naturaleza poseen menos deseo sexual que los

hombres. La aparición de la represión es una ilusión.

La idea de que las mujeres innatamente poseen menos deseo sexual

que los hombres es controversial, merece un trato cuidadoso y largo en su

derecho propio (ve Baumeister, Catanese y Vohs, 200; Baumeister y Tice,

2000). A pesar de si es verdadero o falso, sin embargo, creemos que es

inadecuado explicar la completa gama del fenómeno. Evidentemente, la

revolución sexual refleja un cambio en la sexualidad femenina que no se puede

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explicar por predisposiciones biológicas innatas. La revolución sexual da

prueba concreta de que no hubo alguna clase de represión histórica de la

sexualidad femenina. De hecho, la revolución sexual ha demostrado haber

producido un gran cambio en la sexualidad femenina que en la masculina

(Arafat y Yorburg, 1973; Bauman y Wilson, 1974; Birenbaum, 1970; Croake y

James, 1973; DeLamater y MacCorquodale,1979; Enrenreich, Hess y Jacobs,

1986; R. Robinson, Ziss, Ganza; Katz y Robinson,1991; Rubin,1990; Schmidt y

Sigusch, 1972; Sherwin y Corbett,1985; Staples, 1973). El aumento en la

sexualidad femenina a causa de la revolución sexual es una buena prueba de

que esta estuvo previamente bajo la represión cultural.

La hipótesis del leve deseo sexual debe tomarse en cuenta como una

explicación alternativa viable para alguna de las pruebas. Incluso si no cuenta

con toda la evidencia, puede que sirva para algunas. También vale la pena

señalar que la hipótesis del leve deseo sexual podría operar en conjunción con

la teoría del control femenino, ya que establece la base para el intercambio

social. Si las mujeres desean el sexo más que los hombres, entonces los actos

de sexo conllevarían esencialmente en que los hombres estarían haciéndoles

un favor a las mujeres y ellas presumiblemente deberían premiar o compensar

a los hombres por tener relaciones sexuales con ellas. En cambio, la hipótesis

de que el deseo sexual femenino es leve pone al hombre en una posición en la

que tiene que ofrecerle algo a la mujer. Waller y Hill’s (1938/1951) El principio

de interés mínimo sostiene que quien sea que quiera con menor deseo algo,

tiene ventaja en la negociación.

Se han presentado separadas la teoría del control femenino y la

hipótesis de deseo sexual leve, en la medida que cualquiera de los dos podría

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ser en principio verdadero sin la otra. Sin embargo, la combinación es más

plausible que cada una por sí misma: las mujeres comienzan con menos deseo

por el sexo y así el sexo es un recurso femenino que las mujeres pueden

utilizar para negociar intercambios con los hombres. Inevitablemente, las

mujeres descubrieron que sus negociaciones se beneficiaran al máximo si el

sexo es relativamente escaso.

Puesto de otra manera, se ha presentado la hipótesis de deseo sexual

leve como una alternativa o una hipótesis nula porque podría posiblemente

haber ofrecido una explicación integral y completa de porqué las mujeres tiene

menos deseo y poseen un comportamiento sexual más restringido que los

hombres. Si no puede lograr esto, no obstante (como los comentarios sobre la

revolución sexual indican), luego solo se ha establecido la base por el

intercambio social que bien podría haber dejado al patrón del control femenino.

Mientras tanto, la noción de que las mujeres tienen un deseo sexual menor

contradice a la suposición básica de muchas versiones de la teoría del control

masculino. Como ya se ha explicado, esos puntos de vista típicamente

representan el deseo sexual femenino más fuerte que el deseo sexual

masculino, ya que la represión cultural requirió llevar la sexualidad femenina

bajo control para llegar a un intervalo aproximado de la sexualidad masculina

(ejemplo de Hyde y DeLamater,1997; Sherfey,1966).

Opción racional y el costo del sexo

La segunda hipótesis nula es que las mujeres ejercen un autocontrol sobre su

sexualidad por los costos y peligros del sexo. Parece indiscutible que estos

costos y peligros recaigan siempre de manera desproporcionada sobre las

mujeres. Un acto simple del sexo no deja ningún cambio duradero en el cuerpo

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del hombre (al menos nada que dure más allá de un breve período refractario),

pero una mujer puede quedar embarazada, lo que alterará su vida radicalmente

por lo menos 9 meses y al asumir que ella acepta la carga de cuidar al niño,

muchos años después.

 Además, a través de la historia el peligro de muerte durante el parto era

mucho más alto de lo que es ahora y así el riesgo mortal era significante. (Para

estar seguro, tales riesgos no afectarían a las mujeres en sociedades que no

hayan descubierto que el sexo causa embarazo.) Por ejemplo, en breve (1982)

examinaron información de Europa previa a 1800 y concluyeron que cerca del

1,3% de los partos dieron muerte a la madre. Cada coito arriesga parto y cada

parto arriesga muerte. Dado estos riesgos, las mujeres pueden retenerse del

sexo, incluso sin fuerzas históricas o sociales que las repriman. Además en la

actualidad con el riesgo disminuido, los costos del sexo son aún mayores para

las mujeres que para los hombres. La relevancia para tales factores se

demostró por Benda y DeBlasio (1994), que trataron de predecir la actividad

sexual de los adolescentes a partir de un índice de las recompensas del sexo

menos los costos. La predicción fue significativa para las niñas adolescentes,

pero no para los niños.

La explicación racional del interés propio tiene menor dificultad que la

explicación de leve deseo sexual en relación a la revolución sexual. La píldora

anticonceptiva y otros avances en la anticoncepción (también como los

cambios médicos y legales que hicieron el aborto más seguro y más disponible)

reducen considerablemente los peligros del embarazo. Por lo tanto, las mujeres

se pueden haber vuelto más libres para disfrutar sus inclinaciones sexuales y la

revolución sexual fue el resultado.

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  La explicación racional del interés propio tiene alguna dificultad al

explicar las restricciones sobre el deseo femenino que van más allá de la

relación sexual no marital. Sexo oral, masturbación y otras formas de

expresiones sexuales que no llevan el riesgo del embarazo a causa del coito y

por lo que habría menos razones para reprimir sus deseos en esas esferas.

 Aun así, es posible que los padres buscaran reprimir los deseos sexuales de

sus hijas en todas las esferas con la esperanza de que esto redujera las

posibilidades de que las mujeres jóvenes quedaran embarazadas.

Se piensa que la explicación racional del interés propio no alcanza a dar

cuenta con la amplia gama del fenómeno. Por ejemplo, algunas señales

sugieren que las mujeres algunas veces se abstienen de la actividad sexual por

el miedo a tener una mala reputación, más que al miedo de quedar

embarazada (ejemplo Coleman, 1961). Parece indiscutible que ha habido un

grado de influencia social en la abstinencia del deseo sexual femenino y de

actividad sexual; para atribuir todo al interés propio racional sería estirar la

credulidad. Aun así, la explicación racional del interés propio se debe tener en

cuenta como explicación alternativa para muchos hallazgos específicos, incluso

si no puede dar cuenta de todos estos.

Las predicciones de la competencia, evidencia e interpretación

 Ahora se examinará la evidencia empírica sobre la represión cultural femenina.

Se centra en dos teorías del control y la pregunta recurrente es cuál de ellas es

la mejor para predecir o interpretar varios hallazgos relevantes. Para estar

seguros, no son enteramente exclusivas mutuamente, por lo tanto, la evidencia

podría posiblemente soportar ambas o contradecirlas. Sin embargo, como ya

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se sugirió, será necesario mantener las dos hipótesis nulas en mente,

especialmente cuando se observan patrones anormales en los hallazgos.

Diferencias de poder

Se comienza con un clásico estudio de Reiss (1986ª) que a menudo se cita en

relación a la represión de la sexualidad femenina. Reiss utilizó una muestra de

186 culturas del área de relaciones humanas. A través de estas culturas, se

encontró una correlación positiva entre los índices de mayor poder masculino y

la represión de la sexualidad femenina. Cuanto mayor es el desequilibrio de

poder en favor de los hombres, la sexualidad femenina está más bajo presión.

Este hallazgo se interpretó por Reiss y otros que apoyan la teoría del

control masculino. Cuando los hombres tienen poder, a las mujeres no se les

permite disfrutar del sexo, por lo que esto podría implicar que los hombres

utilizan su gran poder para reprimir la sexualidad femenina. En la medida en

que estas diferencias culturales no alteren el nivel innato del deseo sexual o los

peligros del embarazo, son inconsistentes con las hipótesis nulas.

Por el bien de que existan conclusiones claras, la constatación de Reiss

parece atrayente a la teoría del control femenino como a la teoría del control

masculino. Cuando las mujeres carecen de poder político y económico, es

posible que tengan que utilizar el sexo para controlar a los hombres y obtener

recursos, por lo que podrían tratar de restringir fuertemente la sexualidad de

cada uno. En contraste, cuando las mujeres tienen muchas fuentes alternativas

de poder, necesitan restringirles menos el acceso al sexo a los hombres y así

se pueden relajar los controles sobre la sexualidad femenina. Reiss

(comunicación personal, noviembre 1999) ha reconocido que esta

interpretación es también viable para sus hallazgos y se omitió desde su

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debate en 1986, ya que no había propuesto una teoría tan viable en ese

tiempo.

La evidencia intercultural relaciona los desequilibrios de género con el

poder sociopolítico a una mayor represión de la sexualidad femenina, aunque

es interesante por derecho propio, pero no es útil para diferenciar entre las dos

teorías de control. Habla en contra de ambas hipótesis nulas y sugiere que

algunas fuentes sociales genuinas habrían procedido a reprimir la sexualidad

femenina. Si esas fuerzas fueron dominadas por los hombres o las mujeres,

continua como una interrogante para otro tipo de pruebas.

Guttentag y Secord (1983) ofrecen otro enfoque de poder que se

relaciona de manera directa con la sexualidad en sí. Se centraron en los

desequilibrios en relación a los sexos, es decir, si una sociedad tiene más

hombres o mujeres. Porque la mayoría de las uniones consisten en un hombre

y una mujer, una escasez relativa de ambos pone a ese género en una

posición ventajosa. Por ejemplo, si hay el doble de hombre que mujeres, los

hombres deberían competir severamente por parejas y las mujeres podrían

imponer los términos de interacción. En contraste, un exceso de mujeres da a

los hombres ventaja y la mujer tiene que ofrecer al hombre un trato mejor o un

tiempo más placentero para mantener su atención fiel. Es probable que

cualquiera quien haya ido a la escuela o universidad con un desequilibrio

severo de género pueda confirmar el fuerte impacto que produce esta desigual

de proporción. Petersen (1999) informó que durante la Segunda Guerra

Mundial, cuando la inédita llamada militar de hombres dejó campus

estadounidenses con ocho veces más mujeres que hombres, algunas mujeres

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colocaban anuncios en los periódicos para las fiestas de graduación, en donde

ofrecían proporcionar el auto y pagar todos los gastos de la cita.

El valor de estudiar las proporciones de sexo es que sobrepasa la

pregunta de otras fuentes y va directamente a cuestiones de romance y sexo.

El género minoritario puede empujar al mercado sexual hacia sus propias

preferencias, solo porque si miembros de la mayoría se rehúsan a seguir el

 juego terminarían sin pareja. Es difícil que alguien quisiera terminar solo, por lo

que se enfrentan con ese peligro (ejemplo de un género con más población)

 jugarían según las reglas de la minoría. Patrones de la oferta y la demanda no

se pueden ignorar en un mercado de matrimonios monógamos.

Un claro patrón emerge de la investigación de Guttentag y Secord: hay

más actividad sexual cuando los hombres (en comparación a las mujeres)

están en la minoría. De este modo, cuando hay muchos hombres y pocas

mujeres, ellas pueden dictar los términos de intercambio y los hombres deben

proveer recursos sustanciales y otros compromisos para obtener sexo. Sexo

prematrimonial y sexo extramatrimonial son relativamente raros. En contraste,

cuando hay muchas mujeres y pocos hombres, ellos tienen más influencia

sobre el proceso de cortejo y el sexo se vuelve mucho más disponible. Los

hombres no tienen mucho que ofrecer en forma de recursos o compromisos

para obtener sexo. En otras palabras, cuando los hombres tienen la ventaja, el

sexo es barato y abundante. Cuando las mujeres tienen la ventaja, el sexo es

escaso y costoso. Los hombres prefieren que el sexo sea gratis y fácil; las

mujeres están mejor cuando es valioso.

En general estos resultados de la proporción de sexo parecen más

consistentes con la teoría del control femenino y con el análisis de intercambio.

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Cuando las mujeres están en abundancia y no hay suficientes hombres

alrededor, ellas están en una situación desventajosa para negociar. Si una

mujer no le ofrece a su hombre las satisfacciones sexuales que él quiere,

incluso antes del matrimonio, él puede rápidamente encontrar a otra mujer.

Está claro que muchas mujeres terminaran sin hombres, por lo que están

tentadas a romper parámetros y ofrecer más sexo para atraer y mantener a un

hombre, igual que el típico “dilema común.” Una abundancia de mujeres implica

que el sexo es más fácil para los hombres y el precio disminuye de apoco, por

así decirlo.

El peligro de embarazo no se altera en ninguna forma aparente por los

cambios en la proporción del sexo, entonces la segunda hipótesis nula no

puede ofrecer una explicación muy convincente de los resultados de la

proporción de sexo. Sin embargo, la mirada de que las mujeres tienen un

deseo sexual más débil por naturaleza podría explicarlas, si se supone que son

más capaces de reducir al mínimo la actividad sexual cuando pueden dictar las

normas en virtud de ser el más codiciado de los socios. Por lo tanto, los

patrones de proporción de sexo podrían explicarse sin recurrir a la represión

cultural.

La teoría del control masculino quizás podría predecir que cuando los

hombres tienen el poder de la oferta y la demanda es cuando son minoría,

entonces podrían ejercer una mayor represión en la sexualidad femenina y los

datos la contradicen directamente. Se podría tratar de salvar esta mirada al

sugerir que los hombres cesan de preocuparse por otros hombres en que

tengan sexo con sus esposas cuando ellos son relativamente pocos, pero las

inclinaciones promiscuas de los hombres hacen ese argumento dudoso. Los

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hombres no miran a todas mujeres de igual manera y al tener la ventaja de ser

la minoría permite que ellos obtengan mejores parejas, por lo que es probable

seguir reacios a permitirles a estas atractivas parejas que tengan sexo con otro

hombre.

En particular, la versión de la teoría del control masculino que enfatiza la

amenaza de un caos social tiene poco poder al tomar en cuenta los resultados

de la proporción de sexo. De acuerdo con esta mirada, si los hombres permiten

que las mujeres tengan todo el sexo que ellas quieran, el orden social se

rompería. Cuando los hombres están en la minoría, ellos ciertamente deben

sentir que poseen el poder político y su habilidad para asegurar un orden social

estable es más débil que lo usual. Esta mirada la apoya Guttentag y Secord

(1983). Se observó que los movimientos feministas son más comunes cuando

los hombres están en minoría. En resumen, una minoría de varones le da

poder a los hombres en el ámbito sexual pero reduce su poder ventajoso en el

ámbito político. Si reprimir la sexualidad femenina fuera una clave importante

para la estrategia de mantener el orden social tal como los hombres lo quieren,

se podría usar su máxima potencia en esa ocasión. Pero evidencias sugieren lo

contrario. Existen otras versiones de la teoría del control masculino, pero la

vinculación con la preocupación por la dominación sociopolítica global parece

estar en contradicción.

Trabajos recientes han dado mayores confirmaciones. Una investigación

intercultural que se llevó cabo por N. Barber (2000) reveló que datos del

embarazo adolescente fueron correlativos con la proporción del sexo. De

manera específica las mujeres adolescentes son irónicamente las que están

más propensas a quedar embarazadas cuando hay una escasez de hombres.

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  En simples argumentos estadísticos, se podría predecir lo opuesto,

porque una mujer puede quedar embarazada solo al tener relaciones sexuales

con un hombre y cuando no hay demasiados hombres alrededor el riesgo de

que una mujer quede embarazada se reduce de manera amplia, todo lo demás

queda igual. (En un caso inusual en donde no hubiera hombres, las

adolescentes no quedarían embarazadas.) Pero, los datos indican lo contrario.

Los hallazgos contra intuitivos pueden ser mejor explicados al asumir un

cambio en el comportamiento de la adolescente promedio. Porque hay pocos

machos disponibles, cada mujer debe competir de manera más seria, al bajar

el precio del sexo (o requerir menos compromisos de los hombres o menos

inversión de su tiempo, afecto y dinero en seducirlas) es una razón principal de

competición. De este modo, cuando el hombre tiene la ventaja en el mercado

de parejas, la sexualidad femenina se libera en vez de reprimirla, contrario a lo

de la teoría del control masculino.

Una última forma de poder sería el poder sin la relación diádica. El rol

del poder en una relación sexual se estudió por Browning, Kessler, Hatfield y

Choo (1999). Esa evidencia es importante para permitir pruebas en la hipótesis

que planteó Hyde y Durik (2000) quienes propusieron que el comportamiento

sexual en las relaciones es un resultado del poder masculino y la sumisión de

la mujer. Al contrario de la hipótesis del poder masculino, estos investigadores

encontraron pocos correlativos significantes de poder y mucho de lo que

hallaron fue lo mismo entre los géneros. La única diferencia notable fue una

mujer comprometida sumisa en la típica actividad sexual en una tasa más

elevada de mujeres no sumisas, mientras la sumisión en hombres dio una

reducción en la actividad sexual. El poder relativo entre dos personas en la

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relación falla a poder predecir cualquier cosa. Estos datos van directamente a

lo contrario de la vista en que los hombres usan su poder para reprimir la

sexualidad femenina en una relación de adultos. El poder superior masculino

parece tener un pequeño efecto sobre la vida sexual de la pareja y parece

empujar hacia tener más actividad sexual y no menos.

Existe una evidencia convergente que entregó DeMaris (1997), en

donde se examinaron patrones sexuales en relaciones caracterizadas por la

violencia física, lo que sugiere una importante forma de poder de aserción. El

conflicto en sí puede ser perjudicial para el sexo y es menos probable que las

parejas tengan relaciones sexuales durante periodos de conflicto o peleas. En

general, hubo evidencia en relaciones caracterizadas por la violencia física

masculina lo que implicó altas tasas de actividad sexual. Análisis

complementarios llevó a DeMaris a concluir que estas actividades sexuales

reflejaban un intento de la mujer para apaciguar y satisfacer al hombre y de

este modo evitar la violencia. En contraste, en relaciones marcadas por la

violencia física femenina no existían tasas elevadas de actividad sexual,

consecuente con un análisis de intercambio social. Otra vez, estos hallazgos

apuntaron hacia el poder masculino a dar paso hacia tener más sexo que

menos, contrario a la teoría que los hombres usaban su poder para reprimir la

sexualidad femenina.

Debe tomarse en cuenta que la violencia en relaciones íntimas a

menudo se debe a los celos de una sospecha de infidelidad, algunos pero no

todos de estos son ciertos (vee Blumstein y Schwartz, 1983). En ese sentido, la

violencia íntima parece ser coherente con la teoría del control masculino. Sin

embargo, el castigo violento por infidelidad es un factor extenso que se

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encuentra incluso en relaciones lésbicas (Renzetti, 1992) por lo que no posee

fuerza para el control masculino sobre la sexualidad femenina. Una vez más, la

cuestión crucial es si los hombres tratan de reprimir la sexualidad de sus

esposas en general (o seleccionan reprimir sexualmente a sus esposas) en

lugar de solo tratar de reducir la infidelidad y la evidencia no va tan lejos.

Por lo tanto, las conclusiones sobre el poder son menos inclusivas de lo

que se podría haber esperado para distinguir entre estas hipótesis en

competencia. La teoría del control masculino no encaja bien, ni el patrón de

auto-interés racional. La teoría del control femenino puede abarcar todos ellos,

pero muchos también se pueden explicar en el supuesto de que las mujeres

tienen un deseo sexual innato más débil y por lo tanto tratan de restringir el

sexo siempre que pueden.

Influencias directas sobre la sexualidad de las adolescentes

Se dirige ahora a lo que puede ser el dato más revelador e importante. Las dos

teorías de represión difieren en cuanto a que género ha tratado de reprimir la

sexualidad femenina. El lugar lógico para buscar evidencia es en las fuentes

cercanas de influencia. Las adolescentes en etapa de desarrollo es donde una

 joven mujer se vuelve en un ser sexual y donde tal vez comienza a tomar

decisiones sobre la actividad sexual. Si ninguna fuerza en la sociedad desea

reprimir la sexualidad femenina, la mujer adolescente es casi seguro que será

uno de sus principales objetivos de intentos de influencia. De este modo, la

interrogante crucial es si es que fuentes masculinas o femeninas influencian a

las adolescentes en abstenerse de la actividad sexual. La teoría del control

masculino podría predecir que las influencias masculinas serían

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fundamentales, mientras la teoría del control femenino podría predecir que las

influencias femeninas dominarían.

Padres. Parece razonable suponer que la mayoría de los jóvenes

obtienen algunas de sus lecciones y las influencias morales de sus padres. Por

lo tanto, se puede comenzar con la influencia de los padres, aunque, de forma

natural, los grupos de pares también se deben considerar. Cuál de los padres

tendrá la mayor influencia con respecto a restringir la sexualidad de su hija.

La respuesta parece ser que las madres son la mayor fuente de

mensajes anti-sexuales para las hijas. Libby, Gray y White (1978) encontraron

que las madres eran la fuente principal de influencia sobre el comportamiento

sexual de ambos hijos hombre y mujeres. DeLamater (1989) encontró

correlaciones significantes entre las actitudes sexuales de las madres e hijas,

mientras las actitudes sexuales de las hijas no mostraron ninguna semejanza

significante con la de sus padres. Estos patrones apuntaron hacia las mujeres

(ejemplo madres) como la fuente principal de influencia en restringir la

sexualidad femenina.

Varios estudios han examinado patrones comunicacionales entre padres

y adolescentes con respecto a materias sexuales y esto también sugiere que

las mujeres tienen mucho más contacto y más influencia que los padres. Nolin

y Petersen (1992) clasificaron sus muestras según si la hija había conversado

varias cuestiones sexuales solo con la madre, solo con el padre, ambos o con

ninguno. Para poder comparar la comunicación con ambos padres, los

investigadores restringieron sus muestras a familias con ambos un padre y una

madre, para que sus resultados no reflejaran ninguna influencia por situaciones

de padres solteros. Cuando solo uno de los dos padres se comunica con la hija

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acerca de sexo, fue frecuentemente la madre. Así, el 61% de las madres han

hablado solas con sus hijas acerca del control de natalidad, 35% acerca del

embarazo y el 37% acerca de la moralidad sexual, mientras las cifras

correspondiente a los padres fue del 2%, 0% y 2%. (Hubo casos adicionales

donde ambos padres hablaban con su hija.)

Hallazgos similares se informaron por Du Bois, Reymond y Ravesloot

(1996): Las madres hablaban mucho con sus hijas acerca de sexo y trataban

de “negociar” (al implicar influencias indirectas), mientras los padres se sienten

incapaces de lidiar con el tema y simplemente lo evitan. Un estudio de 300

parejas hecho por Kahn (1994) mostró que las madres se comunican más con

sus hijas que los padres y las madres se comunicaban más con sus hijos. De

hecho, la forma más común de comunicación sobre el sexo fue entre madres e

hijas, mientras la comunicación entre padre e hija fue la más escasa.

Los efectos de la comunicación se confirmaron por Kahn, Smith y

Roberts (1984). Ellos evaluaron el grado de comunicación entre padres e hijos

y luego correlacionaron eso con la actividad sexual, tales como la edad donde

la joven adolescente comenzó a tener sexo. Entre más comunicación entre la

madre e hija, más tarde la hija comenzaba a tener sexo. De este modo, la

influencia maternal parece tener un efecto directo en disuadir a la hija de

comenzar un comportamiento sexual. Mientras tanto, la cantidad de

comunicación entre el padre y la hija no tuvo relación con la actividad sexual de

la hija.ii 

Un hallazgo similar de un período anterior se informó por Lewis (1973).

La muestra fue de la edad de escuela secundaria y el año de publicación fue

más o menos temprano, significa que los datos se obtuvieron antes de la

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revolución sexual, la que estaba en pleno apogeo, por lo que los datos pueden

ser especialmente relevantes para entender los patrones tradicionales

históricamente asociados a la represión. El factor “no te acerques a tu madre

durante la secundaria” fue significante y posiblemente correlativo con los

comportamientos promiscuos de las hijas, otra vez más sugiere que una

relación cercana con la madre deja una restricción al sexo. El factor paralelo

“no te acerques a tu padre durante secundaria” no tuvo una relación

significante para la más adelante promiscuidad de la hija. De nuevo, los datos

demuestran que la influencia del padre puede ser negligente o insignificante. La

madre es la principal influencia parental hacia la restricción de la sexualidad de

su hija.

La única aparente excepción para estos patrones de influencia maternal

fue restringir la sexualidad femenina la que fue descrita por Christian-Smith

(1994), quien analizó novelas adolescentes, en estos retratos ficticios, fueron

los padres y hermanos quienes impusieron el control principal sobre las

mujeres jóvenes mientras las madres y hermanas se mantuvieron en segundo

plano. Los retratos ficticios contrastan con las observaciones reales de que los

hombres se perciben como los que controlan la sexualidad femenina, mientras

las mujeres son la fuente real del control.

La evidencia de que las madres ejercen más influencia que los padres

apuntan hacia el control femenino, pero esto no siempre significa que las

madres consideran a sus hijas como rivales y buscan eliminar la competencia

de ellas. Más bien, lo más probable que la madre crea que la aceptación entre

el grupo general de las niñas y la posterior aceptación por las mujeres, tiende a

requerir cierta restricción sexual. Algunas madres han observado que la tristeza

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altera la vida de las mujeres jóvenes o los problemas como resultado de

errores sexuales y la abstinencia sexual podrían haber evitado la mayoría de

esos problemas. Por lo tanto, la madre puede empujar a su hija hacia la

moderación sexual como una forma de proteger a su hija. A pesar de los

motivos que tenga la madre, ella parece más influyente que el padre.

Pares. No se debe dudar que la fuente principal sobre el comportamiento

sexual adolescente aparte de los padres son los grupos de compañeros. Por lo

tanto, se puede complementar los datos sobre la influencia parental al evaluar

como los compañeros y compañeras influencian el comportamiento sexual de

una adolescente.

Relativamente pocos estudios se han dedicado a tomar mucha atención

de como los compañeros afectan la sexualidad femenina de una adolescente,

pero esto parece reflejar los factores básicos de la vida adolescente: los grupos

de pares del mismo sexo son mucho más importantes e influenciables. Este

hecho por sí solo representa un importante apoyo para la teoría del control

femenino. En la medida en que la teoría del control masculino depende de

pares adolescentes que influencien a la adolescente para restringir su

sexualidad, esta teoría tendría problemas para encontrar apoyo.

Uno de los pocos estudios para examinar influencias no románticas

entre sexos fue hecho por Rodgers y Rowe (1990). Sus hallazgos fueron

paralelos a los hallazgos de la influencia parental. Las niñas parecen ser más

influenciadas por sus grupos de pares mujeres y amigas que grupos de pares

hombres y amigos (sin incluir novios, quienes representan un caso especial y

se consideran por separado después). Aún, el comportamiento sexual de las

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amigas se superpone significativamente, representa un 22% de la variante,

mientras la amistad hombre-mujer mostró solo un 5% de superposición.

La teoría del control femenino aún podría ser contradicha si los pares de

grupos femeninos usan en general su influencia para promover el

comportamiento sexual, pero la evidencia apunta en la dirección opuesta. Por

ejemplo, Maticka-Tyndale, Herold y Mewhinney (1998) examinaron los pactos

sexuales hechos por pares de grupos del mismo sexo y de la misma

universidad que salen de vacaciones de primavera. Los pactos de los jóvenes

eran por lo general se dirigían hacia tratar de tener sexo y apoyarse entre ellos

para hacerlo, mientras los pactos de las jóvenes era restringirse de tener sexo

y ayudarse entre ellas para lograr esto (como al acordar de antemano, siempre

para sacar a una amiga borracha de atenciones románticas o coquetas por

parte de un hombre). Los grupos de mujeres aún ayudan a restringir a sus

miembros de ir más adelante sexualmente, incluso si pueden apoyarlas en

actividades sexuales por encima de la norma prevaleciente.

Conclusiones similares emergen de las investigaciones hechas por Du

Bois-Reymond y Ravesloot (1996) las que se mencionaron anteriormente.

 Además de las madres, encontraron que las jóvenes mujeres hablan de sexo

principalmente con sus pares femeninos y con sus novios, así otra influencia

masculina fue insignificante. Afirmaron que pares femeninos ponen presión

sobre algunos miembros por no ser demasiado sexual o promiscua. Los pares

de grupos femeninos hablan sobre la importancia de mantener una buena

reputación, que requiere una restricción sexual. Los autores citaron a algunas

 jóvenes que dijeron que sus pares femeninos desaprobarían y estarían celosas

si tuvieran demasiada actividad sexual, que acertadamente se ajusta a la teoría

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del control femenino por lo que sugiere que los miembros del grupo de mujeres

pueden sentirse amenazadas si una de ellas va demasiado lejos sexualmente.

El grupo de pares masculino, de paso, no demuestra para nada esos patrones

y de hecho los hombres informan que sus grupos de pares los motivan e

incluso presionan para buscar oportunidades y experimentar varias actividades

sexuales.

Una variedad de otros estudios confirman la existencia de la influencia

de pares del mismo sexo. Billy y Udry (1985; ver también Mirande, 1968; Sack,

Keller y Hinkle, 1984) encontraron que mujeres jóvenes tienden a ir tan lejos

sexualmente como sus amigas lo han hecho. Esto soporta un punto clave en el

análisis del intercambio sexual, que es que los pares de grupos femeninos

operan en mantener niveles relativamente uniformes en la actividad sexual de

sus miembros.

 Algunos de los datos de concordancia de los pares se podrían explicar

en términos de selección de los pares. Por ejemplo, cuando una adolescente

pierde su virginidad, podría abandonar sus amigas vírgenes y hacer nuevas no

vírgenes, en este caso la apariencia de la influencia de los pares sería una

ilusión. Billy y Udry (1985) descartaron esta posibilidad al usar procedimientos

longitudinales. El estatus sexual de la mejor amiga en el momento 1 predice la

situación sexual de uno en el momento 2, especialmente entre personas que

mantienen las mismas amigas y no hubo ninguna tendencia en dejar amigas

vírgenes cuando se pierde la virginidad propia. Así, la evidencia mostró de

manera clara que los pares ejercen una influencia sobre el comportamiento

sexual y esto fue especialmente fuerte entre mujeres blancas.

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  Los datos recolectados antes de la revolución sexual podrían ser muy

importantes, porque indican como las cosas eran cuando la represión cultural

de la sexualidad femenina era considerablemente fuerte. Coleman (1961)

proporcionó un reconocido estudio de la vida de los estudiantes en escuelas

secundarias estadounidenses a finales de la década del 50. Sus datos

apoyaron la importancia de los grupos de mujeres en la restricción de la

sexualidad femenina. Las mujeres fueron mucho más unánimes y enfáticas que

los hombres en declarar que tener una buena reputación era una importante

clave para ser aceptado en los grupos de elite social y esta buena reputación

depende en gran medida de la restricción sexual. Coleman observó que los

grupos de pares femeninos hablaban de la reputación de mujeres y rechazaban

a las que entregaron favores sexuales de manera fácil. Informó que los chicos

en general apoyaban a las chicas que criticaban a otras que iban demasiado

lejos sexualmente (ejemplo pag. 121), aunque muchos chicos parecían no

importarle si una chica era muy salvaje sexualmente. Aún, la presión

generalizada de mantener una buena reputación para la restricción sexual y el

decoro parece haber estado impuesto entre los pares de grupos femeninos.

Novios. Hasta ahora encontramos que ambas fuentes potenciales de

influencia masculina, padres y pares masculinos, parecen ser relativamente

figuras menores (de hecho, acercándose a nulidades) en términos de mostrar

ninguna influencia aparente sobre la sexualidad de una adolescente. Una

fuente adicional de influencia masculina se debe considerar, sin embargo;

parejas para citas y novios. Varios estudios han dicho que mujeres jóvenes

reconocen alguna influencia de esa fuente (ejemplo Du Bois-Reymond y

Ravesloot, 1996).

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  Los estudios sistemáticos de la naturaleza y el alcance de esta influencia

eran difíciles de encontrar, pero sí parece haber evidencia de que el hombre

 joven ejerce alguna influencia (ejemplo de Christopher, 1988). Aún, hay al

menos una fuente importante masculina de influencia sobre la sexualidad de la

adolescencia femenina.

Desafortunadamente para la teoría del control masculino esta influencia

parece operar precisamente en la dirección opuesta de lo que se necesitaría

para apoyar esta mirada de que los hombres reprimen la sexualidad femenina.

Estudios de presión sexual de Christopher (1988) sugieren que casi toda la

influencia que ejerce la pareja cuando tienen citas es de provocar a la mujer

que se comprometa en más que en menos actividad sexual. LaPlante,

McCormick y Brannigan (1980) encontraron que las muestras de estudiantes

universitarias se caracterizaron por tener una influencia masculina en

situaciones de citas que constantemente trataban de aumentar la actividad

sexual, a través de una amplia gama de estrategias. Miller y Benson (1999)

resumieron varios estudios e indicaron que las mujeres adolescentes eran

sujetas a presión por sus citas hombres y novios para tener sexo; a veces las

mujeres jóvenes se arrepienten de haber cedido a esta influencia. Ninguno de

los resultados de los estudios que se encontró mostró que los hombres jóvenes

trataron de reprimir los deseos y sentimientos sexuales o restringieron la

actividad sexual de sus novias.

Resumen. La evidencia disponible sugiere que la represión de la

sexualidad femenina durante los años de adolescencia formativa viene

directamente y primordialmente de fuentes femeninas. La madre y los pares de

grupos femeninos han mostrado y ejercido una influencia restrictiva sobre las la

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progresión dentro de la sexualidad de la hija. Los padres y pares hombres no

parecen tener influencia o poca. La única fuente importante de influencia

masculina es la pareja de citas o el novio cuya influencia parece operar contra

la hipotética represión de la sexualidad femenina, en la medida que estos

hombres jóvenes incentivan a las jóvenes mujeres a comprometerse en más

actividad sexual.

 Aún, la evidencia respecto a la influencia directa en las adolescentes

apoya la teoría del control femenino y contradice la teoría del control masculino.

La influencia femenina es suprema en enseñar a las mujeres jóvenes a

restringir su sexualidad. La influencia masculina es demasiado ausente o en el

caso de los novios, empuja hacia la dirección opuesta hacia más sexo.

Las hipótesis nulas que se basan en el interés propio podrían ser

relevantes, sin embargo, las madres en particular pueden buscar reprimir la

sexualidad de sus hijas para ayudar a la hija a evitar las dificultades de un

embarazo no deseado. Las madres quizás también recordaran que los grupos

de pares femeninos podrían excluir o castigar a las chicas que fueran más lejos

sexualmente y por ende la madre podría buscar inculcar restricción sexual en la

hija para así mejorar su estadía social en el grupo de pares femenino. También,

una combinación de la teoría del control femenino y de la teoría racional del

interés propio podría proporcionar una explicación más comprensiva de este

dato.

Influencias sobre la sexualidad femenina adulta

 A continuación se examinan las influencias sobre la sexualidad adulta. Si la

sexualidad femenina se reprime, entonces las mujeres adultas deben poner

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presión en restringir sus actividades sexuales como también sus sentimientos.

De dónde proviene esta presión.

Datos útiles provienen de largas encuestas hechas por Kings, Balswick y

Robinson (1997) y I. E. Robinson y Jedlicka (1982). Estas encuestas evaluaron

la desaprobación de la actividad sexual antes del matrimonio. La pregunta más

relevante fue si las mujeres que tenían actividad sexual premaritales eran

inmorales, las criticas condenatorias que presuntamente son centrales para el

esfuerzo en reprimir la sexualidad femenina. La condena moral es

especialmente relevante, ya que ayuda a descartar la hipótesis nula, en tanto

que el juicio moral es intrínsecamente diferente de calcular del interés propio

racional o que tiene un deseo innato débil. La encuesta de Kings tiene el

beneficio adicional de que incluye los datos que se recogieron en 1965, antes

de que la revolución sexual hubiera causado grandes cambios, por lo que estos

datos proporcionará información valiosa sobre las actitudes tradicionales e

influencias.

Los resultados de estas encuestas están otra vez a favor de la teoría de

control femenino. Las mujeres que tenían sexo prematrimonial fueron

condenadas como inmorales por el 91% de las mujeres en 1965, en

comparación con solo el 42% de los hombres. Aún, la desaprobación moral de

la actividad sexual femenina parece haber estado mucho más arraigada en las

actitudes de las mujeres que de los hombres. Las encuestas de los siguientes

años siguen mostrando una mayor desaprobación por mujeres que por

hombres. Aunque, el tamaño de la brecha se redujo a que la revolución sexual,

trajo una mayor tolerancia de la actividad antes del matrimonio, las mujeres

desaprobaban más las relaciones sexuales prematrimoniales femeninas en

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todos los años de la encuesta. Así, la fuerza de la opinión y la desaprobación

social que desalienta la sexualidad femenina son de las mujeres en general.

El doble estándar es, sin dudas, la mayor restricción que se percibe

sobre la sexualidad femenina adulta. El doble estándar es en esencia una

discriminación que se basa en el género para suprimir la actividad sexual:

afirma que ciertos comportamientos son aceptables para los hombres pero no

para las mujeres. Quienes más apoyan el doble estándar, una meta-análisis de

una investigación sobre actitudes y comportamientos sexuales de Oliver y Hyde

(1993) entregó evidencia importante. Encontraron que el doble estándar de la

moralidad sexual, que es principal para la represión de la sexualidad femenina,

se apoyó más positivamente por las mujeres que por los hombres a través de

todos los estudios que ellos llevaron a cabo. Además, esta conclusión incluía

un numero de otros estudios antiguos cuyos datos se recolectaron antes de la

revolución sexual y antes de que haya traído cambios, por lo que los hallazgos

son muy útiles para entender las fuentes tradicionales de represión. De hecho,

Oliver y Hyde encontraron que la diferencia de género en las actitudes hacia el

doble estándar había disminuido significativamente en estudios recientes en

comparación con estudios anteriores, lo que confirma que la revolución sexual

ha reducido la diferencia entre los sexos.

El punto importante de los hallazgos de Oliver y Hyde es que las mujeres

han apoyado el doble estándar más que los hombres, especialmente en los

tiempos pasados, más tradicionales cuando el doble estándar y la represión

general de la sexualidad femenina estaba supuestamente en plena vigencia.

En su apogeo, el doble estándar que condenaba la actividad sexual femenina

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como inmoral recibía más apoyo de las mujeres que de los hombres. Este

apoya la teoría del control femenino.

Se puede hacer la pregunta si el apoyo femenino para el doble estándar

es solo una expresión de la permisividad sexual menor que las mujeres

muestran en general. No obstante, las dos son irrelevantes. La esencia del

doble estándar es permisiva y diferencial entre hombres y mujeres. Si en

general alguien es más o menos permisivo no predice si esa persona debería

creer que ciertos actos se permiten para algunos y se prohiben para otros. Se

podría incluso argumentar que un efecto suelo debe ocultar la permisividad

diferencial entre las mujeres, mientras que los hombres más permisivos

tendrían más libertad para hacer distinciones.iii  En cualquier caso, el apoyo

femenino para el doble estándar se debe reconocer como independiente de la

permisividad sexual femenina menor. En todos los estudios que revisaron

Oliver y Hyde (1993), las mujeres estuvieron más a favor que los hombres en la

idea de que algunos actos sexuales se aceptan para hombres pero no para las

mujeres.

Trabajos posteriores por Millhausen y Herold (1999) tuvo como objetivo

comprender si el doble estándar seguía estando activo a fines de la década de

1990, mucho después de la revolución sexual. Las mujeres que participaron en

la encuesta afirmaron enfáticamente que el doble estándar seguía siendo

poderoso y penetrante, a pesar de que ellas mismas no lo apoyaron (y de

hecho, mostró evidencia de una doble moral inversa que juzga los hombres

promiscuos con más dureza que las mujeres). Uno podría inferir de estos

hallazgos que las mujeres reciben aún una presión social para restringir su

comportamiento sexual, pero esta presión parece externa a ellas en la medida

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que ellas no apoyan el doble estándar. Los investigadores informaron que las

mujeres citaron presiones externas como los chismes y reputación como

fuerzas que empujan a las mujeres a contener su sexualidad.

Sin embargo, los elementos cruciales eran el apoyo al doble estándar

que parecía encontrarse. Millhausen y Herold (1999) preguntaban a sus

encuestados "¿Quién juzga a las mujeres que han tenido relaciones sexuales

con muchas parejas con más dureza?". Las respuestas reflejan una fuerte

percepción de que las mujeres imponen el doble estándar.

Sólo el 12% de las mujeres que respondieron a la encuesta indicaron

que los hombres eran los jueces más duros, mientras que el 46% que eran las

mujeres. (El resto informó que hombres y mujeres juzgaban con igual dureza.)

Los autores parecen haber coincidido en que sus hallazgos plantean un desafío

a la teoría de que los hombres reprimen la sexualidad femenina. Es por esto

que existe la creencia de que los hombres controlan la sexualidad de las

mujeres pero se tiene que tomar en cuenta que ellas mismas perciben a otras

mujeres como los jueces más duros de su propio comportamiento.

Gracias a los hallazgos de Millhausen y Herold (1999) fue posible descartar la

idea de que el apoyo de las mujeres por el doble estándar es simplemente un

reflejo de la baja permisividad femenina. Sus preguntas se centraron en las

creencias de que algunos actos son más aceptables por hombres que por

mujeres y por lo que la baja permisividad general (que fue evidente también en

sus resultados) habría sido una constante, por lo tanto, irrelevante para las

percepciones acerca del doble estándar.

Los informes de conducta también son útiles, al igual que los datos de la

encuesta. Carns (1973) descubrió que las mujeres jóvenes se demoraban más

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en contarles a sus amigas que perdieron la virginidad, en comparación con los

hombres. Carns también descubrió que las mujeres esperan de forma

significativa menos aprobación de sus amigas en relación a los hombres. Estos

datos son consistentes con la idea que la influencia del grupo de pares

femeninas es desalentar la actividad sexual entre las mujeres jóvenes. El grupo

masculino, por el contrario, fomenta el sexo y los hombres jóvenes buscan la

aprobación al apresurarse en contarles a sus amigos acerca de sus logros

sexuales. Estos hallazgos se han confirmado gracias al trabajo más reciente de

Regan y Dreyer (1999), que analizaron los motivos para tener sexo casual. Una

de las razones que entregaron los hombres fue que tal actividad sexual les trajo

un aumento de estatus entre sus pares, en cambio las mujeres no infirmaron

que el sexo casual les haya entregado alguna mejoría.

Una muestra teóricamente interesante de mujeres con alta actividad

sexual por Blumberg (2000). Llegó a la conclusión que ellas querían tener sexo

por lo menos siete veces por semana y otras informaron deseos mucho más

altos. Aunque en promedio las mujeres desean tener sexo menos que los

hombres, también tienen patrones de deseo sexual que son comparables a

muchos de ellos. De acuerdo con la teoría de control femenino, Blumberg

encontró que estas mujeres habían experimentado problemas considerables en

sus relaciones con otras mujeres y que habían sido sometidas a una gran

variedad de formas de presión para reducir su actividad sexual. Las mujeres

informaron que algunas parejas masculinas estaban consternados por las altas

exigencias de ellas para tener sexo (consistente con la teoría del control

masculino), pero los hombres indicaron que se llevaban bien con sus pares

(contraria a la teoría del control masculino). En general, se informó que se

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sentían más cómodas y aceptadas por los hombres que por las mujeres, lo que

es consistente con la idea que las reacciones negativas a la sexualidad activa

femenina provienen por lo general de otras mujeres.

Subincisión e infibulación

Hasta ahora se ha examinado la aprobación social y otros métodos sociales

para restringir la sexualidad femenina, pero en algunas culturas se

implementan medidas más drásticas. Sin lugar a dudas las más severas son

las medidas que buscan reducir la sexualidad femenina por medio de

intervenciones quirúrgicas, tales como cortar el clítoris (subincisión) o coser el

cierre vaginal (infibulación). Tales procedimientos reducen de manera directa la

capacidad de las mujeres para disfrutar de las relaciones sexuales. Estas

prácticas están prohibidas en gran medida en los países occidentales y se

practican con mayor frecuencia en los países islámicos de África y el Medio

Oriente.

La evidencia disponible apunta de manera fuerte y consistente hacia las

mujeres como las que apoyan y perpetuán la práctica de la cirugía genital

femenina. La decisión acerca de cuándo y si es que se efectuará la operación

se realiza por la madre o abuela (Hicks, 1996; Lightfoot-Klein, 1989). Un grupo

de mujeres se refiere a la operación como una marca de estado positivo y las

niñas que aún no han sido sometidas a esa intervención son muchas veces

centro de burlas y derogadas por sus pares femeninos (Lightfoot-Klein, 1989).

La operación casi siempre se realiza por una mujer como una partera. "Los

hombres están completamente excluidos", de acuerdo con una obra sobre el

tema (Boddy, 1989, p. 84).

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Las mujeres explican estas prácticas quirúrgicas con diversas

 justificaciones que no solo parecen ser dudosas, si no francamente erróneas.

 Algunas afirman que la cirugía mejora la salud, mientras que en realidad

produce algunos riesgos significativos para esta. Afirman que el Corán lo pide,

pero los expertos bíblicos dicen que no es así. Las mujeres aseguran que nadie

se va a casar con una adolecente que no se haya sometido a la operación

(creen que "muy pocos hombres se casarían con una mujer que no haya sido

infibulada"; Forni, 1980, p 26.). En realidad, los hombres si se casan con

mujeres que no han sido sometidas a esa cirugía. Shandall (1967, 1979)

mostró los resultados de una muestra de 300 maridos sudaneses, los que

tenían una esposa que jamás había sido sometida a la intervención o que solo

tenían una pequeña parte de esta. De hecho, Lightfoot-Klein (1989) observó

que las mujeres europeas fueron muy codiciadas como esposas en estas

naciones africanas islámicas porque los hombres encontraron que las mujeres

europeas (que no tenían cirugía genital) disfrutaban mucho más del sexo.

Estos hallazgos se contradicen a la teoría de que los hombres africanos

prefieren a las mujeres cuya sexualidad ha sido reprimida por los métodos

quirúrgicos.

La muestra de Shandall (1967, 1979) consistía en 300 hombres que

tenían varias esposas, entre ellas una mujer que había tenido la operación

completa y otra que no. Esto permitió a Shandall evaluar las preferencias de los

hombres. Casi todos informaron que preferían la esposa que no había tenido la

cirugía genital. En casos en que las esposas difieren en el grado de la

intervención, los hombres prefieren a la mujer con la operación menor. Estos

resultados convergen con las observaciones de Lightfoot Klein’s (1989), en que

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los hombres prefieren a las esposas que disfrutan del sexo. Shandall (1967)

llegó a la conclusión que " Debe estar en juego en la continuación de la

práctica algo más que la satisfacción sexual de los hombres".

Por lo tanto, la subincisión y la infibulación no parecen propicias para el placer

sexual masculino. Puede ser que, por supuesto, ayuda a asegurar la fidelidad

conyugal al afectar la capacidad de la mujer para disfrutar del sexo

extramarital. Sin embargo, la preferencia de los hombres hacia las mujeres

sexualmente intactas habla en contra de la teoría del control masculino.

En los últimos años han surgido protesta organizadas contra estas prácticas

quirúrgicas. Las protestas son apoyadas por las mujeres con educación

occidental y también algunas voces feministas internacionales. Sin embargo,

otras feministas cuestionan la protesta. Germaine Greer, una feminista que

parece no simpatizar con la idea de que la sexualidad femenina ha sido

suprimida por influencia masculina, ha criticado las protestas occidentales

como etnocéntricas. Greer (1999) rechazó la idea de que la infibulación y

subincisión hayan sido impulsadas por los hombres: "Este es de hecho una

curiosa explicación de algo que las mujeres hacen a las mujeres"

Sus propios viajes e investigaciones informales en países como Etiopía

produjeron conclusiones similares a las que Shandall encontró en el Sudán, es

decir, que los hombres no prefieren a las mujeres que hayan tenido la cirugía

genital. Por lo que Greer pudo determinar que la mayoría de los hombres ni

siquiera sabe si las mujeres en sus familias han sido sometidas a la

intervención o no. Greer argumentó que las feministas occidentales y grupos

sociales femeninos deben reconocer estas prácticas quirúrgicas como

arraigadas en la cultura, por lo tanto, se les debe tolerar en cuanto a sus

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objeciones en términos de los debates entre las mujeres sobre lo que es mejor

para ellas.

En la práctica, la mayoría de los observadores concluyen que estas

prácticas son más defendidas por las mujeres (por ejemplo, Boddy, 1989,

1998). Los hombres en general parecen indiferentes (en consistencia con la

impresión de Greer que los hombres a menudo ni siquiera se dan cuenta).

 Algunos padres se oponen a que sus hijas sean sometidas a estas cirugías

genitales, pero las objeciones de los hombres son anuladas por las mujeres de

la familia, que insisten en que la operación se realice. (Lightfoot-Klein, 1989).

Hicks (1996) también reportó varios hallazgos que indican que los hombres han

discutido el tema de la existencia de prácticas quirúrgicas menos severas, pero

fueron frustrados por la oposición decidida de las mujeres.

Williams y Sobieszczyk (1997) evaluaron las actitudes de los padres en

un estudio relevante. Sin duda, no es seguro asumir que las actitudes de

esposos y esposas son fenómenos independientes. Aún así, el peso de la

evidencia indica que los procedimientos quirúrgicos son apoyados en general

por las mujeres. En los casos en que el padre apoyó la cirugía, el 100% de las

madres dijo que la hija se sometería a ella. En los casos en los que el padre se

oponía, el 41% de las madres dijeron que se asegurarían de que la hija se

sometiera a la operación de todos modos. En los casos en que el padre no

tenía opinión, el 97% de las madres destinaba a la hija a ser operada. En

algunos casos, el 79% de las madres dijeron que el padre no había expresado

ninguna opinión y que querían que la hija se sometiera a la cirugía.

Estos hallazgos sugieren que los padres tienen alguna influencia

(aunque los datos se correlacionan y podrían reflejar la mera similitud entre los

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cónyuges), pero la influencia decisiva parece ser de la madre. La decisión

parece estar a cargo de ella y muchas parecen estar dispuestas a insistir en la

operación aun frente a las objeciones del padre, al considerar que ninguna

madre parece estar dispuesta a rechazar la operación cuando el padre la

apoya. Por lo tanto, una vez más, la cirugía genital parece estar arraigada y

controlada por la cultura femenina.

Por lo tanto, las pruebas relativas a la subincisión e infibulación indican

que las mujeres controlan y mantienen esta práctica. Esto también corrobora la

teoría del control femenino y contradice la teoría del control masculino.

Revolución sexual

La revolución sexual se refiere a los cambios generalizados en las actitudes y

comportamientos sexuales que ocurrieron a mitad del siglo 20 en los Estados

Unidos (con tendencias similares observadas en otros países occidentales).

Smith (1994) señaló que la revista Time proclamó la revolución sexual con un

artículo de portada en 1964 y un segundo artículo de portada en 1984 declaró

que "la revolución ha terminado." Aunque las fechas exactas pueden ser

debatidas por un par de años, se aproximan a lapsos de tiempo razonables.

Se incluye la revolución sexual ya que se puede tomar como una

evidencia importante de la realidad en la represión de la sexualidad femenina y

ayuda a descartar la hipótesis nula. Si las dos hipótesis nulas se rechazan en

cualquier medida, entonces al menos una de las teorías de control puede ser

correcta. En cierta medida, la revolución sexual liberó la sexualidad femenina,

lo que demuestra que algunas represiones han sido forzadas previamente.

Este argumento se basa en la suposición de que la revolución sexual

representó de forma central o por sobre todo un cambio en la sexualidad

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femenina. Evidencias considerables apoyan esta hipótesis. Varios hechos

históricos de la revolución sexual han observado de manera explícita que el

cambio fue mayor para las mujeres que para los hombres (Arafat y Yorburg,

1973; Birenbaum, 1970) y de hecho fue un punto central de la obra histórica de

Ehrenreich (1986). Una variedad de estudios empíricos documentaron que las

actitudes y los comportamientos sexuales de las mujeres han cambiado más

que la de los hombres durante los años 1960 a 1980 (Bauman y Wilson, 1974;

Croake & James, 1973; Delamater y MacCorquodale, 1979; R. Robinson, 1991;

Schmidt y Sigusch, 1972; Sherwin y Corbett, 1985; Staples, 1973), mediante

una encuesta en el mismo campus de la universidad o de la misma población

en diferentes momentos y con la toma de nota de los cambios. La evidencia de

esto parece ser bastante consistente.

Por lo tanto, la revolución sexual consistió principalmente en un cambio

hacia una mayor permisividad sexual hacia las mujeres. Esto implica una gran

derrota para las fuerzas que conspiraron en suprimir la sexualidad femenina.

Un enfoque posible para distinguir entre la teoría del control masculino y

femenino es evaluar que género parece haber perdido más en virtud de esos

cambios. Por ejemplo, si la teoría del control masculino es correcta y por lo

general ellos han tratado de suprimir la sexualidad femenina, entonces la

revolución sexual constituyó una derrota para los hombres, debido a que liberó

de forma significativa la sexualidad femenina. Como resultado, se espera que

los hombres actúen como cualquier bando bajo derrota: exhibir la angustia y

aflicción sobre los cambios y expresar más nostalgia.

La evidencia disponible sugiere que las mujeres han sido más propensas

que los hombres a expresar remordimientos y dudas acerca de la revolución

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sexual. Entrevistas extensas no cuantificadas reportadas por Rubin (1990)

indican que las mujeres son mucho más propensas que los hombres a decir

que la permisividad resultante de la revolución sexual era algo malo. Datos más

sistemáticos fueron proporcionados por Smith (1994), que utilizó las encuestas

nacionales para demostrar que las mujeres expresaron opiniones más

negativas que los hombres sobre el aumento de la permisividad sexual.

Existe mayor arrepentimiento por parte de las mujeres que de los

hombres hacia la revolución, lo que también favorece la conclusión de que la

teoría del control femenino es más precisa que la teoría del control masculino.

Pero entonces, ¿Por qué se produjo la revolución sexual?, ¿Por qué las

mujeres permiten que el costo del sexo caiga de manera tan precipitada? Sin

duda, parte de la respuesta puede residir en los avances de la tecnología del

control de natalidad, lo que permitió a las mujeres disfrutar de las relaciones

sexuales con menos temor al embarazo que las generaciones anteriores

habían tenido. Sin embargo, esto es solo una explicación parcial, ya que

algunas formas de sexo (como el sexo oral) estaban siempre disponibles sin el

riesgo de embarazo y porque algunas formas de control de natalidad habían

estado disponibles desde hace décadas si no siglos (véase Tannahill, 1980).

Una parte importante de la respuesta se puede encontrar en el contexto más

amplio de la liberación de la mujer. Se sabe que alrededor de 1.960 mujeres

comenzaron un movimiento masivo hacia la fuerza laboral y que un gran

número de reformas legales e institucionales rompieron las barreras a las

oportunidades femeninas. Como las mujeres ganaron más dinero, estatus,

poder, oportunidades laborales, etc., ya no necesitaban usar el sexo a cambio

de estos recursos. En pocas palabras, ganaron otras maneras de conseguir lo

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que querían, por lo tanto, dejaron de ser rehenes del sexo. Este argumento es

paralelo al patrón que se observó en los datos de Reiss (1986): A medida que

aumenta la igualdad de género, se reduce la supresión de la sexualidad

femenina. En el mismo sentido, es probable que no sea una mera coincidencia

que los métodos más extremos de la supresión de la sexualidad femenina

(como la cirugía genital que se discutió en la sección anterior) florezcan por lo

general en lugares donde las mujeres tienen menos derechos y oportunidades.

 Aunque estos datos favorecen la teoría del control femenino sobre la del

masculino, las dos hipótesis nulas también podrían tener que ver al respecto.

La hipótesis nula del propio interés racional parece bastante relevante para la

revolución sexual, como ya se comentó: La píldora anticonceptiva y otros

avances anticonceptivos reducen los peligros de las relaciones sexuales.

Mientras tanto, la menor permisividad sexual de las mujeres podría, en teoría,

ser atribuida a que tienen un deseo sexual más leve (la primera hipótesis nula),

y así la mujer puede ser más negativa que los hombres hacia la revolución

sexual, tal y como son más negativas hacia un amplio espectro de actividades

sexuales.

Lo que se puede suponer que ocurrió con la teoría del control masculino

sería que los hombres fueron los perdedores de la revolución sexual, pero no

se ha encontrado evidencia para demostrarlo. Se podría recurrir al tema de

paternidad para sugerir que los hombres ya no necesitaban reprimir la

sexualidad de las mujeres debido a que la píldora anticonceptiva reduce las

preocupaciones de que sus parejas tengan relaciones sexuales con otros

hombres. Esto implicaría que los celos sexuales masculinos y la posesividad

disminuyeron cuando se retiró el peligro de embarazo. No se encontraron

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pruebas de ello, que si algunos todavía parecen bastante celosos y posesivos

(por ejemplo, Blumstein y Schwartz, 1983). De hecho, los hombres parecen ser

muy posesivos independiente de que sus esposas corran el riesgo de quedar

embarazada por otro hombre (aunque el embarazo no aumenta el interés). Así,

las dos hipótesis nulas en combinación o bien la teoría del control femenino por

sí misma, pueden explicar la revolución sexual y los patrones de actitud

asociados con ella. Sólo la teoría del control masculino tiene dificultad para

explicarse.

Harenes, asesinatos por honor y otras restricciones

 A la teoría del control masculino le ha ido bastante mal a través de esta primera

serie de pruebas. En algunas culturas los hombres encierran a sus esposas en

harenes, restringen sus contactos con otros hombres, exigen el uso de

cinturones de castidad para garantizar la fidelidad durante la ausencia

masculina y en casos severos golpean o incluso matan a sus mujeres por tener

relaciones sexuales con otros hombres, entonces se podría suponer que estos

patrones no constituyen evidencia de que los hombres reprimen la sexualidad

femenina.

De hecho, ejercen una variedad de esfuerzos coercitivos para asegurar

que sus mujeres se mantengan sexualmente fieles a ellos. Los hombres son

posesivos con sus parejas de manera innegable. En esto, son casi únicos: Las

mujeres parecen bastante posesiva también y algunas evidencias sugieren que

son aún más posesivas sexualmente que los hombres (Blumstein y Schwartz,

1983) o que los niveles de posesividad son comparables incluso si se centran

en formas ligeramente diferentes o en aspectos de la infidelidad (Buss, Larsen,

Westen, y Semmel- Roth, 1992). Hay pocas razones para suponer que las

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mujeres se resisten a usar métodos fuertes para asegurar la fidelidad de sus

parejas masculinas si pudieran y que el desequilibrio en la coerción pasada es

solo un reflejo del poder masculino superior (tanto político como físico). Cuando

las mujeres pueden intimidar o forzar a sus parejas a permanecer fieles, a

menudo lo hacen de esta manera: la intimidación física para garantizar la

fidelidad se ha documentado por ejemplo en las relaciones lésbicas (Renzetti,

1992).

Por otra parte, varias culturas ponen fuertes presiones sobre los

hombres para mantener su reputación pública, que se conoce con el nombre

de honor. La promiscuidad por parte de una esposa o hija se toma como una

vergüenza para el hombre. Incluso hoy en día, algunos países permiten a los

padres exigir a sus hijas a someterse a exámenes médicos para verificar la

virginidad (Frank, Bauer, Arican, Fincanci, y Iacopino, 1999). Shorter (1975)

reportó que en la Europa medieval, cuando una mujer casada tenía relaciones

sexuales con otro hombre, el pueblo castigaría el delito con un acto de

humillación pública que se llama cencerrada y el marido que se engañó, en

lugar de la esposa infiel, él era el blanco de esta vergüenza. Una vez que el

prestigio masculino se ha vinculado a la castidad femenina o la fidelidad, no es

de extrañar que algunos hombres hayan recurrido a diversas medidas

coercitivas para garantizar la virtud sexual femenina. Para relacionar estos

patrones a la presente pregunta, sería necesario determinar cómo se relaciona

la castidad femenina con el honor masculino.

 Aun así, el vínculo entre la posesividad y represión celosa de la

sexualidad femenina puede ser discutible. Los cinturones de castidad y

harenes no tratan de impedir que las mujeres tengan deseo sexual; solo tratan

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de mantener que ese deseo se centre en el marido. Algunos historiadores

incluso ven estas prácticas como concesiones a la creencia general de que las

mujeres tienen fuertes impulsos sexuales que no se pueden domesticar de

manera psicológica y por lo tanto necesitan ser restringidos a través del

comportamiento. Según Tannahill (1980), el cinturón de castidad se inventó

como una protección contra la violación, pero pronto encontró atractivo entre

los esposos (como los Cruzados) cuyos deberes requieren largas ausencias y

se consideran propensos a la infidelidad por parte de sus esposas.

El tema de la infidelidad conyugal puede ser visto de otra manera. Tanto las

teorías del control masculino como del control femeninos suponen que las

personas quieren que sus parejas sean fieles. Ambos también ven la restricción

sexual femenina como la solución más factible. La teoría de control masculino

hace hincapié en que los hombres quieren reducir la infidelidad conyugal y por

lo tanto suprimir la actividad sexual en las mujeres. La teoría del control

femenino enfatiza que las mujeres quieren reducir la infidelidad marital y por

ende, suprimir la actividad sexual en otras (que podrían tentar a sus maridos a

distancia). Sobre una base solo estadística, la teoría del control femenino tiene

la mayor credibilidad, porque la infidelidad marital es un problema que se

extiende más que la infidelidad conyugal. Que la tasa más alta sea la

infidelidad por parte de los maridos que por las esposas se ha confirmado en

estudios detallados del comportamiento americano moderno (Laumann et al.,

1994; Lawson, 1988), así como en los datos transculturales (Whyte, 1978).

En conclusión, estos datos parecen más afines a la teoría del control

masculino que cualquier otra cosa oculta hasta el momento, ya que sugieren

que los hombres a veces tratan de restringir la actividad sexual de las mujeres

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que "poseen". Sin embargo, estos datos están muy lejos de lo que indica una

verdadera supresión de la sexualidad femenina. Lo más probable es que el

amo quería que las mujeres de su harén estuvieran llenas de deseo sexual,

siempre y cuando se satisficieran con él en lugar de hacerlo con otros hombres.

También se sugiere que él realmente quería que carecieran de deseo o disfrute

sexual en sí. Estas prácticas son de interés por su propio derecho y

proporcionan información útil sobre los fenómenos de posesividad y celos, pero

no pertenecen correctamente a un tratamiento de la represión de la sexualidad

femenina. Ellos buscan canalizar la sexualidad de la mujer y evitar que se

produzcan actos que avergüencen al hombre, pero no se esfuerzan por

suprimirla.

 Argumentos similares se pueden plantear en relación con las prácticas de

ocultar la piel de las mujeres de la vista pública. En las culturas islámicas

fundamentalistas y otras culturas, las mujeres son presionadas a usar ropa

suelta, cubrirse, usar un velo y de otra manera ocultar su cuerpo. Incluso

algunos grupos cristianos han ordenado estilos de ropa que oculten la piel

femenina. Tales prácticas parecen contrarias al deseo sexual, pero parecen

estar diseñadas para prevenir la excitación de los hombres por parte de la

mujer. La exposición del cuerpo femenino, como el uso de faldas cortas,

medias y zapatos de tacón alto, es despertar el deseo de los hombres, pero no

se ha encontrado evidencia de que las mujeres obtengan gratificación sexual

de usar tales atuendos (faldas cortas y otra ropa reveladora parecen ser más

populares cuando las mujeres compiten para atraer a los hombres; véase N.

Barber, 1999). Estas prácticas son de interés por derecho propio y de hecho

sugieren que los hombres pueden externalizar los aspectos problemáticos de

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su propia sexualidad (al ver a las mujeres como las culpables). Campañas

masculinas para suprimir la prostitución al arrestar prostitutas puede indicar el

mismo patrón de externalización (es decir, los legisladores hombres piensan

que el pecado del sexo comercial debe ser atribuido a las mujeres que lo

practican en lugar de la demanda del consumidor masculino). No obstante, el

interés sexual masculino parece ser la fuerza impulsora detrás de la

prostitución y la ropa provocativa, entonces atentar sofocarlas no es realmente

relevante para la represión de la sexualidad femenina.

Engaño sexual

Cuando cualquier grupo influyente intenta suprimir alguna actividad, una

respuesta común de los objetivos es ocultar su interés en eso. Por ejemplo, si

el gobierno suprime la religión, la gente adora y estudian teología en secreto; si

los propietarios de esclavos se esfuerzan para suprimir la alfabetización, los

esclavos leen a escondidas, cuando los adultos tratan de reprimir la sexualidad

de los adolescentes, los adolescentes responden al tratar de mantener sus

actividades sexuales en secreto y oculta de los adultos. Por lo tanto, parece

fácil de predecir que si persona x quiere suprimir la sexualidad femenina, las

mujeres ocultan sus respuestas sexuales de persona x.

Por ello, cabe examinar si las mujeres ocultan sus respuestas y

actividades sexuales positivas más de sus novios o de sus amigas. Si los

hombres suprimen la sexualidad femenina, las mujeres probablemente se

masturbarán y realizarán actos lésbicos para desafiar el control masculino, así

como ocultar su deseo sexual de los hombres. Si las mujeres reprimen la

sexualidad de otras, entonces ellas compartirán sus placeres sexuales

discretamente con parejas masculinas pero ocultándolo de sus amigas, sobre

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todo cuando las mujeres van más lejos de lo que sería la norma entre sus

pares.

Por desgracia, esta predicción aparentemente sencilla se encuentra con

la dificultad de que la teoría del control femenino también podría predecir algún

encubrimiento de parejas sexuales masculinas, por lo que es menos divergente

de lo que se podría pensar. (En otras palabras, las dos teorías de control

predicen que las mujeres ocultan algunas respuestas sexuales de los hombres,

por diversas razones, por lo que no se puede saber cual teoría es correcta al

establecer que los hombres esconden tal situación.) Después de todo, si la

mujer intercambia sexo por recursos, ella podría encontrar a su favor el

pretender ser reacias, entonces el hombre le ofrece un precio más alto a

cambio. Esto no es una predicción fuerte y la teoría del control femenino podría

operar en principio sin este engaño; sin embargo, este es plausible.

Una forma posible de diferenciar las dos teorías del control es mediante

la comparación de nuevas parejas sexuales con parejas en relaciones a largo

plazo. Como se dijo en la introducción, una razón supuestamente central del

porqué los hombres quieren suprimir la sexualidad femenina es para retener a

sus mujeres a que no tengan relaciones sexuales con otros hombres y así

ocultar el deseo sexual por parte de cónyuges y parejas a largo plazo sería de

suma importancia. Cualquier señal de que la mujer disfruta del sexo podría ser

una amenaza a su marido, ya que aumentaría la posibilidad de que ella pueda

buscar el placer en otra parte. Por otro lado, los hombres solteros tendrían

menos razón para querer suprimir la sexualidad femenina. Por el contrario,

prefieren que las mujeres tengan un alto deseo sexual, para mejorar sus

propias posibilidades de tener sexo. En ese caso, las mujeres no tendrían

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ningún incentivo para ocultar el sexo de hombres solteros. Por lo tanto, la teoría

del control masculino podría predecir mayor engaño de una pareja estable (el

marido) que de una pareja nueva.

Por el contrario, se ha observado que la teoría del control femenino se

basa en los análisis de intercambio social, que hacen hincapié en la

negociación sobre si se debe iniciar una relación sexual. Es antes de la primera

relación sexual que la mujer está en la mejor posición para estipular qué tipo de

consideración inmediata o compromiso a largo plazo el hombre debe hacer

para tener sexo con ella. No obstante, en una relaciones a largo plazo, lo más

probable es que los términos de intercambio ya estén establecidos y por eso

ella puede estar relativamente libre para disfrutar del sexo, aunque es

necesario que se mantenga la apariencia (por lo menos) que quiere tener sexo

más a menudo de lo que ella quiere.

Los datos sobre esta pregunta no son extensos, pero de alguna manera

son útiles. Parece que la teoría del control femenino tiene la ventaja con

respecto a la primera relación sexual, porque las mujeres ocultan regularmente

su interés sexual y el deseo en esa situación. Muehlenhard y Hallabaugh

(1988) examinaron si las mujeres siempre dicen que no al sexo cuando quieren

decir sí y la respuesta fue positiva: el 39% de las mujeres a prueba dijo que lo

había hecho al menos una vez y más de dos terceras partes dijeron que no

cuando significaba tal vez. Incluso el 12% de las mujeres vírgenes en sus

pruebas informaron haber dicho que no cuando querían decir que sí, lo que

significa que habían tomado la decisión por lo menos en una ocasión perder su

virginidad y los hombres habrían respetado su decisión. Por lo tanto, los

contextos que estos investigadores identificaron que se referían principalmente

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a los primeros encuentros en lugar de relaciones establecidas, a pesar de que

el sexo es mucho más común en este último caso. En otras palabras, las

mujeres ocultan su deseo de tener sexo cuando están a punto de tener

relaciones sexuales por primera vez, en consecuencia con la opinión de que

esto es cuando están negociando los términos de intercambio.iv 

En cambio, la teoría del control masculino predeciría un mayor engaño

en parejas en relaciones a largo plazo (porque son los que están más

amenazados por la sexualidad femenina, en la medida que representa la

amenaza de la infidelidad). De hecho, hay engaño en ese contexto también,

pero la naturaleza de este se ejecuta directamente contraria a la predicción de

la teoría del control masculino que sería el lugar más importante que las

mujeres ocultan. En realidad, la evidencia sugiere que el engaño sexual

femenino es precisamente lo opuesto a ocultarlo. En las relaciones a largo

plazo, las mujeres pretenden tener más disfrute sexual que el que realmente

tienen, como al fingir orgasmos (Lauersen y Graves, 1984). Ya se ha visto que

los hombres parecen preferir a las mujeres con disfrute y deseo sexual positivo,

como en la evidencia sobre los hombres musulmanes que preferían parejas

europeas sobre las mujeres musulmanas, cuya capacidad para el placer sexual

había sido alterada quirúrgicamente; de hecho, estos hombres prefieren incluso

a las mujeres musulmanas que no han tenido la cirugía respecto a las que si la

tenían (Shandall, 1967, 1979). Estos datos dan otro duro golpe a la teoría del

control masculino. Parece que las mujeres pretenden tener más en lugar de

menos respuestas sexuales cuando tratan de engañar a sus parejas de largo

plazo.

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Para ocultar el sexo de las influencias femeninas, como la teoría de

control femenino podría predecir, hay alguna evidencia de que si ocurre. Ya se

ha citado el estudio de Carns (1973) que indica que las mujeres se demoran en

revelar su pérdida de virginidad a sus amigas, en parte porque creen que van a

ser desaprobadas. Las normas para grados aceptables de participación sexual

pueden haber cambiado por ahora, pero aún queda la sensación de que las

amigas desaprueban a una mujer que va sexualmente más allá de lo típico o la

normativa y por lo tanto puede haber una reticencia a revelarlo (Du Bois-

Reymond y Ravesloot, 1996).

También vale la pena señalar que el hecho de fingir orgasmos habla en

contra de otra versión de la teoría del control masculino, específicamente, la

idea de que los hombres reprimen la sexualidad femenina, ya que envidian a

las mujeres. Si el placer de la mujer inspiró envidia en los hombres, entonces el

fingir orgasmos harían esta envidia aun peor.

Por lo tanto, varias predicciones pueden ser perfeccionadas o

modificadas, pero el peso de la evidencia de nuevo favorece la teoría del

control femenino. Lo más obvio es el hecho de que las mujeres a veces imitan

orgasmos y eso es directamente contrario a la parte de la teoría del control

masculino que hace hincapié en que los hombres esperan que sus parejas

sean sexualmente indiferentes. El encubrimiento de la norma de la actividad

sexual hacia las amigas (mientras se comparte con la pareja masculina)

también es consistente con la idea de que las influencias femeninas restringen

el sexo. Mientras tanto, las mujeres no ocultan su deseo sexual hacia

potenciales y nuevas parejas sexuales, consecuente con la teoría del

intercambio. El encubrimiento del deseo sexual femenino a posibles primeras

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parejas sexuales no parece ser ninguna ventaja para los hombres y en todo

caso sería una desventaja para ellos. Por lo tanto, sería muy sorprendente que

los hombres eligieran ese arreglo, si es que tienen el poder de hacer lo que la

mujer quiere hacer.

Resumen y crítica

Se han revisado varias ramas de evidencia al comparar las teorías del control

femenino y masculino. El vínculo entre el poder sociopolítico y la represión de

la sexualidad femenina se ha citado como evidencia relevante, pero parece ser

consistente con las dos teorías, por lo que no es útil. La potencia demográfica y

romántica que se basa en los principios de oferta y demanda proporcionó

evidencia a favor de la teoría del control femenino: el control sexual es más

común en las mujeres que en los hombres, ya que son capaces de dictar los

términos de intercambio social.

La prueba más convincente, involucró a los efectos directos sobre la

sexualidad femenina adolescente, ya que cualquier cultura que quería suprimir

la sexualidad femenina, probablemente dirigiría sus esfuerzos hacia ellas.

Estos datos apoyan de manera uniforme la teoría del control femenino: Casi

todos los factores que influyen en la sexualidad adolescente femenina son

mujeres y la única influencia masculina (el novio) tiende a operar para

promover en lugar de reprimir la sexualidad. En pocas palabras, las influencias

que restringen la sexualidad adolescente femenina son mujeres.

La evidencia sobre la sexualidad femenina adulta convergió con la

evidencia de las influencias de los adolescentes. Las mujeres adultas parecen

desaprobar más las relaciones sexuales prematrimoniales y otra actividad

sexual femenina que los hombres adultos. Las mujeres han apoyado el doble

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estándar con más fuerza que los hombres. La evidencia más extrema sobre las

intervenciones quirúrgicas destinadas a frenar las respuestas sexuales

femeninas apunta de igual manera hacia el control de sexo femenino en lugar

del sexo masculino.

Se concluyó que los hombres han ejercido presión sobre sus esposas a

ser sexualmente fieles. Esto no parece considerable, ni se diferencia mucho de

los deseos de las mujeres a que sus esposos sean fieles. Los hombres

parecen querer que sus esposas no tengan deseo sexual y placer, sólo para

mantenerlas con ellos en vez que con otros hombres.

Por último, el engaño sexual parece ser más consistente con la teoría

femenina. Las mujeres ocultan su interés en el sexo de sus posibles parejas, lo

que sería más relevante para la negociación de los términos de lo que el

hombre intercambiaría por sexo. La hipótesis del control masculino, que habla

de que los hombres quieren reprimir la sexualidad de sus esposas se

contradice con la evidencia de que las mujeres pretenden tener más y no

menos placer del que realmente tienen (como fingir orgasmos).

La cantidad y la calidad de las evidencias deben ser juzgadas. En

general, los experimentos de laboratorio se consideran como la manera

metodológica más concluyente para probar hipótesis causales, pero la

evidencia que se ha revisado no incluye los experimentos de laboratorio y no

siempre puede ser posible en este terreno. Los hallazgos de poder multicultural

y relación sexual se limitan a los estudios individuales en cada caso. El

hallazgo de que las mujeres son más escépticas acerca de la revolución sexual

que los hombres es bastante clara y contradice la teoría del control masculino;

sin embargo, no apoya de forma inequívoca la teoría del control femenino

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(porque las hipótesis nulas podrían dar cuenta de ello). La importancia de la

influencia femenina en la represión de la sexualidad adolescente femenina

parece ser el conjunto más fuerte de evidencia entre éstos y teniendo en

cuenta la importancia de la regulación de la sexualidad femenina adolescente,

se le debe dar mayor peso. Sin embargo, se limita a próximas influencias. Ya

sea que los hombres ejercen influencia distal, la influencia indirecta sobre la

sexualidad femenina no se puede establecer de manera firme a partir de estos

hallazgos.

La convergencia de las conclusiones a través de diferentes métodos y

diferentes ámbitos de la evidencia es muy poderosa de manera potencial para

hacer frente a preguntas que no pueden ser probadas en estudios de

laboratorio.

La convergencia de las evidencias que se han presentado parecen ser

más fuertes que el rigor metodológico que la mayoría de los estudios

individuales.

En resumen, las pruebas directas han entregado un apoyo bastante

claro a la teoría del control femenino. La teoría del control masculino se

contradijo en varias ocasiones. A la vista de estos datos, se necesitaría una

cantidad considerable de evidencia nueva y fuerte incluso para hacer plausible

la teoría del control masculino de nuevo. No obstante, la teoría de control

femenino, sin embargo, parece proporcionar un buen ajuste a la mayor parte de

la evidencia disponible. Las hipótesis nulas no pueden dar cuenta de todos los

hallazgos, pero pueden contribuir a algunos de ellos y en particular, pueden

operar en conjunto con la teoría del control femenino.

Predicciones que no compiten entre sí, evidencia e interpretación

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Varias predicciones específicas eran relevantes para una u otra teoría, a pesar

de que pueden no haber sido tan relevantes de manera directa para los puntos

de vista rivales. En la medida en que las teorías plantearon diferentes procesos

y mecanismos, esta divergencia parece inevitable. Estas son importantes a

considerar ya que pueden ayudar o desmentir al menos una de las teorías,

incluso si no son relevantes para todos. Por lo tanto, pueden proporcionar

importantes fuentes de evidencia convergente para aumentar las evidencias

rivales directas ya discutidas.

Prostitución y Pornografía

La teoría de control femenino se basa en un modelo de cambio social por el

que las mujeres podían ejercer control sobre los hombres y obtener recursos

de ellos al regular el acceso a la gratificación sexual. La prostitución y la

pornografía ofrecen a los hombres recursos alternativos de gratificación. (Se

utiliza el término pornografía como sinónimo de erotismo, en referencia a todas

las representaciones de actividad sexual o estímulos sexuales.) En la medida

en que estos recursos pueden satisfacer a los hombres, se reduciría el poder

de negociación de las mujeres. La prostitución y la pornografía se pueden

considerar como una especie de competencia de bajo costo que podría

perjudicar de manera potencial el monopolio de las mujeres en el acceso al

sexo (Cott, 1979). Por lo tanto, la teoría de control femenino podría predecir

que las mujeres estarían en contra de la prostitución y la pornografía.

La teoría de control masculino no se acerca a las predicciones respecto

a la prostitución y la pornografía. Algunos podrían suponer que si los hombres

quieren suprimir la sexualidad femenina en general, se opondrían a la

prostitución y la pornografía, en tanto que ellos conlleven a las mujeres a tener

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relaciones sexuales. Pero no encontramos convincente este pronóstico.

También se podría proponer que en la medida en que los hombres quieran

suprimir la sexualidad femenina a fin de ganar poder sobre las mujeres, les

podría gustar la prostitución y la pornografía, ya que representan las industrias

dominadas por los hombres en el que las mujeres se adaptan a las

necesidades de ellos. Este argumento no es del todo convincente y se duda en

a los que les gusta la prostitución o la pornografía lo hagan porque es una

demostración de poder y control masculino y de hecho muchos clientes

prefieren explícitamente adquirir escenarios sexuales que hacen hincapié en el

control femenino (por ejemplo, Jano, Bess, y Saltus, 1977). Los argumentos

sobre la certeza de la paternidad y preocupaciones similares parecen en la

mayoría irrelevantes para la prostitución y la pornografía. Por lo tanto, esta

sección es probablemente irrelevante para la teoría del control masculino.

En cualquier caso, la evidencia respalda la predicción de la teoría del

control femenino: Las mujeres parecen estar más en contra de la prostitución y

la pornografía que los hombres. Klassen, Williams, y Levitt (1989) informaron

los resultados de una encuesta acerca de que si la prostitución es "siempre

incorrecta." La mayoría (69%) de las mujeres, pero sólo una minoría (45%) de

los hombres, estaban dispuestos a condenar la prostitución en tales

categóricos términos. En el extremo opuesto, cerca de tres veces más hombres

(17%) como mujeres (6%) respondieron que la prostitución no es incorrecta en

absoluto. Un libro de consulta sobre las estadísticas publicadas por el

Departamento de Justicia de Estados Unidos (1987) examinó las actitudes

hacia la pornografía. Las mujeres eran más propensas que los hombres (51%

vs. 34%) para apoyar la prohibición que muestra una clasificación X, como

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películas sexualmente explícitas en los cines. Las mujeres también fueron más

favorables hacia la represión de la renta de videos sexuales de calificación X

(43% vs. 29%).

Una encuesta reciente que realizó el periódico Today  de EE.UU. hizo

preguntas a los encuestados a partir de un modelo nacional, la pregunta era si

disfrutaron de la desnudez en películas populares (véase Weiss, 1991). Una

vez más, la mayoría de las mujeres (72%), pero sólo una minoría de los

hombres (42%) respondieron que no les gustaban escenas de desnudos. Del

mismo modo, en una encuesta de una amplia muestra de estudiantes

universitarios, Lottes, Weinberg, y Weller (1993) encontraron que las mujeres

estaban en contra de la pornografía de manera más fuerte que los hombres.

 Aunque estos datos son contemporáneos, la oposición de las mujeres a la

pornografía y la prostitución es de larga data. Los movimientos sociales de

pureza y otras campañas contra la prostitución del siglo 19 eran popular entre

las mujeres de manera desproporcionada, aunque algunas posiciones de

liderazgo eran ocupadas generalmente por sacerdotes y otros hombres (por

ejemplo, Walkowitz, 1980; véase también D'Emilio y Freedman, 1997). Parece

que muchas mujeres realmente pensaron que podían convencer a otras a

renunciar a la vida de la prostitución a cambio de otro trabajo y que podrían

convencer a los hombres de no patrocinar prostitutas. Por lo general, ni una

expectativa se confirmó, aunque hubo algunos éxitos individuales.

La prostitución es de particular interés para la teoría del intercambio

social porque hace explícito el intercambio de sexo por recursos (dinero en

efectivo). Muchos observadores, como Marx y Engels (por ejemplo, Engels,

1884/1902), han considerado la prostitución como una forma simplemente más

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explícita del cambio que caracteriza a las relaciones de género en general. Su

descripción del matrimonio como "la prostitución legalizada" implica que las

esposas intercambian sexo por dinero de sus maridos de una manera más

indirecta, pero en última instancia similar.

Por lo tanto, la teoría del intercambio social puede solicitar algún tipo de

apoyo en el hecho de que las mujeres en general se oponen a la prostitución.

Después de todo, uno podría hacer otras predicciones: si las propias mujeres

no quieren tener relaciones sexuales con hombres, porque quieren evitar un

embarazo o simplemente no desean tener sexo con tanta frecuencia como sus

maridos, podrían considerar a las prostitutas como un valioso servicio a todas

las mujeres (al agotar el exceso de la demanda masculina). Incluso hay

algunas evidencias de que la prostitución reduce los delitos sexuales, de ese

modo las mujeres están más a salvo (RN Barber, 1969). Pero estos posibles

motivos de las mujeres para favorecer la prostitución y la pornografía son

claramente contrarios a la evidencia empírica. Las mujeres se opone a la

prostitución, en consonancia con la idea de que podría representar una

amenaza para su propia posición y poder de negociación.

Esta línea de análisis se confirma por la evidencia de que la revolución

sexual se resistió y desaprobó a la prostitución. Varias fuentes han informado

que las prostitutas criticaron a las "chicas de caridad" que tenían relaciones

sexuales con hombres sin cobrarles dinero, debido a que el acceso a tal

actividad aminora la propia capacidad de las prostitutas para obtener dinero por

sexo y por lo tanto para ganarse la vida. "¿Quieren llevarnos a la quiebra?" Era

una línea que las prostitutas utilizaban para influir en las mujeres a no

"regalarse" (Rubén, 1969, p. 252). Aunque estos datos son anecdóticos y

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carecen de cuantificación sistemática, sí sugieren que las prostitutas

reconocieron que su nicho tenía relación con el patrón más amplio de control

de la sexualidad femenina.

Ciertamente, es posible proponer una variedad de razones por las que

las mujeres pueden expresar oposición a la prostitución y la pornografía. Por

ejemplo, algunos observadores han sugerido que la pornografía explota a las

mujeres, sin embargo, en la medida en que la industria hace dinero para los

hombres, uno también podría argumentar que los hombres son los que en

realidad son explotados. En los lugares donde la prostitución es legal, la

industria consiste en transferencias directas de dinero en efectivo de los

hombres a las mujeres, a cambio de que la mujer pierda recursos no tangibles

y a menudo realice poco esfuerzo, por lo general a un precio por hora que es

mucho mejor que la mano de obra más calificada. Cuando la prostitución es

ilegal, la parte principal de las ganancias probablemente va a personajes del

crimen organizado y pequeños compradores y en la medida en que esos

personajes son en gran parte hombres, se puede decir que la prostitución ilegal

probablemente consta de los hombres que explotan tanto hombres (clientes)

como a mujeres (prostitutas). Pero eso es apenas una base para que las

mujeres se opongan a la prostitución; en todo caso, se sugiere que el interés

colectivo propio femenino debería hacer que las mujeres apoyaran la

legalización de la prostitución de manera que sólo los hombres son explotados.

En resumen, la evidencia sobre la prostitución y la pornografía no es

directamente relevante para la teoría del control masculino, pero si lo es para la

teoría del control femenino. Esta última teoría podría haber sido contradicha si

las mujeres por lo general fueran tolerantes con la prostitución y la pornografía,

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pero la teoría parece haber sobrevivido a esta prueba. La oposición de la mujer

a la prostitución y la pornografía es consistente con el análisis de cambio

social.

Restricciones legales y castigos

Por lo general los hombres han controlado las leyes y las leyes se pueden

utilizar para regular el sexo. Si el propósito del control masculino fue para

reprimir la sexualidad femenina, los hombres utilizan el sistema legal (que ellos

han controlado históricamente) para regular y sancionar la sexualidad

femenina. La teoría del control femenino no tiene ninguna predicción clara

sobre cómo las leyes hechas por el hombre deben operar. Por lo tanto, esta

sección es sobre todo lo relevante para la teoría del control masculino. ¿Los

hombres utilizan su poder legal para reprimir la sexualidad femenina?

 Algunas leyes aparecen de esa manera. Las leyes relativas a la

sexualidad de los adolescentes parecen tener más protección hacia las

adolecentes que hacia los adolescentes. Wilson (1978) y Shacklady Smith

(1978) informaron que la policía y los tribunales en Inglaterra y los Estados

Unidos han estado más dispuestos a utilizar la promiscuidad como un signo de

la delincuencia con las mujeres que con los hombres. Shacklady Smith (1978)

afirmó que las niñas eran más propensas que los niños a estar comprometidas

con hogares juveniles por la ofensa no criminal de la necesidad de "atención,

protección y control", con la conducta sexual promiscua como factor

contribuyente principal. Mientras tanto, en Estados Unidos, las leyes de estupro

han prohibido a los adultos a tener relaciones sexuales con cualquier persona

menor de 18 años de edad. Aunque a menudo las leyes se escriben con

género neutro, parece que sobre todo los hombres han sido procesados en

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virtud de ello, que a su vez sugiere que el sistema jurídico quiere evitar que las

adolescentes tengan relaciones sexuales mientras toma una actitud menos

formal pero arrogante hacia los adolecentes varones que tienen relaciones

sexuales.

Tal vez lo más relevante entre estos esfuerzos por controlar la

sexualidad femenina adolescente son las instituciones establecidas para

prevenir el embarazo y la promiscuidad entre los adolescentes de sexo

femenino. Nathanson (1991) proporcionó un historial de estos esfuerzos,

instituciones que comenzaron en la década de 1800 y todavía están en

funcionamiento. Los gobiernos y los tribunales han establecido hogares para

niñas obstinadas y otras instituciones para controlar a las adolescentes que

tienen problemas de comportamiento y la actividad sexual es un problema

importante con el que han tratado. La conclusión de Nathanson es reveladora,

sin embargo, los principales representantes del control social femenino son

mujeres. Desde mediados del siglo XIX, los trabajadores de primera línea en la

industria de la regulación sexual, trabajadores sociales, enfermeras,

consejeros, maestros, fueron y son casi en la mayoría mujeres. Por lo tanto,

cuando las agencias gubernamentales regulan la sexualidad femenina, la mujer

toma la iniciativa para hacerlo.

En particular, las leyes relacionadas con el adulterio pueden ser

unilaterales. Tannahill (1980) informó que en la antigua Atenas los hombres,

pero no las mujeres, podían divorciarse de su pareja por adulterio, esto afirma

a través de la historia occidental que las leyes han castigado con más

severidad la infidelidad femenina que la infidelidad masculina. Lerner (1986)

hizo afirmaciones similares sobre diversos ordenamientos jurídicos, como el

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Código de Hammurabi, aunque no aportó pruebas específicas o cuantitativas.

Por ejemplo, señaló que este código prescribe la pena de muerte por violación,

incesto y la realización de abortos, así como "adulterio cometido por mujeres,"

el último de los cuales no sugieren un sesgo anti femenina en las leyes; Sin

embargo, más adelante se refirió a los hombres bajo pena de muerte por

adulterio por la misma ley.

Las leyes que restringen el control de la natalidad y el aborto también

pueden interpretarse como una contribución a la represión de la sexualidad

femenina, porque el control de la natalidad y el aborto hacen que sea más fácil

para las mujeres tener relaciones sexuales sin enfrentar el riesgo de embarazo.

Sin lugar a dudas, tales leyes tienen múltiples y complejos efectos por ende

cualquier efecto sobre el comportamiento sexual sería indirecto, pero parece

probable que tales efectos (aunque sea indirecto) tenderían a restringir la

sexualidad femenina.

Un enfoque poco sistemático a las leyes sexuales parece estar

condenado al fracaso, debido a los miles de organismos legislativos, leyes y

también a la aplicación selectiva. Sin lugar a dudas, se podrían citar varias

leyes o patrones específicos de la aplicación desigual para argumentar que

ambos sexos son participes en controlar la sexualidad femenina. En lugar de

un enfoque interpretativo, parece más apropiado mirar las estadísticas de

resumen respecto a las detenciones por delitos sexuales. El enfoque del control

masculino sostiene que los hombres quieren reprimir y controlar la sexualidad

femenina, mientras que sexualidad masculina toma rienda suelta. Si esto es

correcto, entonces las leyes aprobadas por las legislaturas masculinas y

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aplicadas por los hombres de las fuerzas policiales conducirá principalmente a

la persecución de las mujeres.

De acuerdo con un informe completo de la Oficina Federal de

Investigación (1998), las leyes sexuales se centran principalmente en los

hombres. Los autores de este informe clasificaron su resumen de arrestos de

delitos sexuales en tres grandes categorías y es conveniente tener en cuenta

cada uno de ellas.

La primera estadística se refiere a la coerción sexual (es decir, violación

forzada). Las tasas de violación varían de manera amplia según cuan precisa y

restrictiva se utiliza una definición de violación. Por otra parte, hasta hace poco,

el sesgo sexista por parte de investigadores ha impedido muchos estudios

incluso de la recopilación de datos en la coerción sexual de hombres por

mujeres. Sin embargo, cuando se utiliza la misma definición en ambas

direcciones, los resultados sugieren que los hombres sólo son un poco más

probables de obligar a las mujeres a tener relaciones sexuales que a la inversa.

Struckman Johnson (1988) informó que el 22% de las mujeres y el 16% de los

hombres dijeron que habían sido obligados a tener relaciones sexuales en

contra de su voluntad. Pero en términos de arrestos por violación, las

estadísticas son muy unilateral: el 99% de las detenciones por violación forzada

involucra a los hombres. Es evidente que esas leyes están dirigidas a

controlarlos a ellos no a ellas. En todo caso, los hombres son más propensos

que las mujeres a ser procesado por delitos idénticos.

La segunda categoría es la prostitución y el vicio que se comercializa

(que se cree que incluye el proxenetismo junto con ser prostituta de cualquier

sexo). Sólo el 40% de estas detenciones involucrar a los hombres, por lo que

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estas leyes afectan a las mujeres un poco más. Esto se puede tomar como

evidencia a favor de la teoría del control masculino, en que estas leyes se

aplican más a las mujeres que a los hombres. Pero como se muestra en la

sección anterior, la prostitución se opone con mayor severidad hacia ellas que

hacia ellos, por lo que parece un poco confuso considerar la aplicación de las

leyes contra la prostitución en una instancia en que los hombres suprimen la

sexualidad femenina. Muchos más hombres que mujeres son partidarios

activos a la prostitución y la supresión de la prostitución es mayor en la agenda

femenina que la agenda masculina.

La tercera categoría incluye todos los otros delitos sexuales. Es probable

que esta sea la categoría más relevante y decisiva. Se podría argumentar que

la categoría de la prostitución es ambigua ya que las mujeres quieren esa ley

por sobre todo y se podría incluso argumentar que la categoría de violación

forzada no es una prueba concluyente del sesgo legal contra el sexo

masculino, a lo mejor debido a que la violación no es una estructura social y

por algunas definiciones objetivas masculinas son más propensos que las

mujeres a cometer el acto.v 

Pero la categoría general que abarca la más amplia variedad de delitos

sexuales es la que sin duda es más susceptible a la construcción social y por lo

que es el lugar óptimo para buscar cualquier sesgo sexista en las leyes. Se

podría pensar que las leyes son construidas de manera que se suprime la

sexualidad femenina. En 1998, los hombres fueron arrestados por delitos

sexuales con más frecuencia que las mujeres. La diferencia entre los sexos era

un orden de magnitud: 92% de los arrestos involucra hombres y sólo el 8%

mujeres. Es evidente que la mayoría de las leyes sexuales, con base en lo que

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la sociedad construye como actos sexuales inaceptables, están dirigidos a la

conducta masculina más que la femenina.

Para propósitos presentes, el punto relevante es que la evidencia no se

ajusta a la idea de que el hombre utiliza de manera agresiva el sistema legal, el

que han controlado de manera histórica como una herramienta para la

represión de la sexualidad femenina. Es probable que se puedan encontrar

leyes individuales que se aplican en perjuicio de las mujeres y el control de la

infidelidad conyugal es como siempre el foco principal de los esfuerzos de los

hombres para restringir la libertad sexual femenina. No obstante, la mayoría de

las leyes sexuales estadounidenses sugieren una profunda indiferencia al

comportamiento de ellas. Las leyes creadas por los hombres se utilizan para

controlar la sexualidad masculina, no la sexualidad femenina. La idea de que

los hombres usen su poder político para hacer leyes que restrinjan las mujeres,

mientras dejan que otros hombres corran libres se contradice de forma

dramática por los datos sobre detenciones sexuales.

El hecho de que los hombres creen leyes sexuales, principalmente para

regularse entre sí, es un paralelo potencial importante a la teoría del control

femenino. Es plausible que ambos sexos se aproximen al problema de

controlar el sexo al regular a los miembros de su mismo género. Las mujeres

utilizan la reputación, el chisme y otros controles para regular el

comportamiento de otras mujeres, y los hombres usan las leyes y otras fuerzas

para frenar el comportamiento de sus pares.

La religión como restricción del sexo

El papel de la religión en la represión de la sexualidad femenina no se debe

dejar pasar por alto, en la medida que las tradiciones religiosas en general, han

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abogado por la moderación sexual. Sin duda, muchas mujeres se han sentido

culpables por los placeres sexuales y la fe religiosa ha proporcionado una

fuente de tal culpa. Las religiones son por lo general dominadas por los

hombres y casi todas las grandes figuras religiosas en la historia del mundo

han sido hombres. El cristianismo, la religión dominante en el mundo

occidental, ha insistido por mucho tiempo que casi todos los puestos de

autoridad se ocuparan por este género. La religión por lo tanto puede

considerarse como una forma de influencia masculina.

También está claro que la religión cristiana (al igual que otras religiones)

ha sido durante mucho tiempo una influencia moderadora en el sexo. Doctrinas

y sermones cristianos fomentan la moderación sexual y la virtud. Tannahill

(1980) señaló que aun cuando el cristianismo apareció primero, fue mucho más

hostil para el sexo que cualquier otra religión que era común en la época. Se

extendió su desaprobación a muchas prácticas sexuales que fueron toleradas

por otras religiones, como la masturbación, la homosexualidad y la brutalidad.

Historias en relación al sexo se ocupan para asignar a los datos religiosos un

papel destacado en las campañas de lucha contra la sexualidad, tales como los

esfuerzos para erradicar la prostitución o reprimir la pornografía (D'Emilio y

Freedman, 1997).

Otra prueba confirma la importancia de la religión en la contención de la

sexualidad femenina. Mujeres religiosas se sienten más culpables que otras

acerca de muchas actividades sexuales y actúan en formas que sugiere una

sexualidad opresiva. Por ejemplo, las mujeres religiosas tienen menos

probabilidades que otras mujeres a participar de sexo oral o anal, sexo

lesbiano, masturbación y otras prácticas sexuales (Adams & Turner, 1985;

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Harrison, Bennett, Globetti, y Alsikafi, 1974; Laumann et al., 1994). Por lo tanto,

es tentador considerar que religión apoya la teoría de control masculino. Sin

embargo, la visión de que los hombres utilizan la religión para suprimir la

sexualidad femenina es discutible y en mayor consideración que sufre de varios

problemas empíricos y teóricos.

En primer lugar, la religión parece atraer más a las mujeres que a los

hombres. Todos los estudios revisados aquí demuestran que las mujeres

asisten a la iglesia con más regularidad que los hombres e indican más

religiosidad en la mayoría de las normas (por ejemplo, Francis y Wilcox, 1998;

Levin & Taylor, 1993; Walter y Davie, 1998). La diferencia puede ser aún más

grande que lo que estas cifras sugieren, porque al parecer muchos hombres

que van a la iglesia los llevan consigo sus esposas. Levitt (1995) informó que

"la disminución de la proporción de asistentes que son de sexo masculino

afecta a todas las principales iglesias cristianas" y puso como ejemplo la tasa

actual de que el doble de las mujeres en comparación a los hombres reciben

confirmación en la Iglesia de Inglaterra. No encontró ninguna diferencia de

género entre los niños en edad preescolar en la iglesia (la escuela dominical),

con 87% de las niñas y el 86% de los niños que asisten al menos una vez. No

obstante entre los 12 a 13 años el 47% de las niñas asistían regularmente, en

comparación con sólo el 5% de los niños. Ellas por lo general tenían actitudes

más positivas hacia el cristianismo, aunque no mayor conocimiento de sus

doctrinas, un patrón consistente con otros hallazgos (Francis, 1989). En una

muestra de 38 familias, Levitt no encontró un solo caso en el que el padre

asistiera con más frecuencia que la madre o el hijo asistieran con más

frecuencia que la hija.

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Tampoco se trata de un fenómeno moderno. Cott (1977) describió la

"feminización de la religión" que se produjo durante la época colonial en

 América. En 1650, las mujeres representaban de manera consistente la

mayoría de las personas presentes en las iglesias de Nueva Inglaterra. Otra

evidencia sugiere un impulso femenino aún más temprano al cristianismo.

(1996) la investigación demográfica de Stark en el surgimiento del cristianismo

durante el Imperio Romano reveló que las mujeres abrieron el camino en la

conversión al cristianismo, superaron en número a los hombres en las primeras

congregaciones y también atrajeron a sus esposos y otros familiares varones

en la nueva iglesia.

La mayor atracción hacia el cristianismo entre mujeres que entre

hombres hace difícil argumentar que ellos lo usen para suprimir la sexualidad

femenina. El mensaje de la prohibición sexual que el cristianismo siempre ha

defendido parece haber tenido atracción más fuerte para ellas que para ellos.

Por otra parte, a pesar de los casos aislados que se pueden encontrar en que

las prácticas cristianas condenaban felonías sexuales femeninas con más

fuerza que las masculinas (ver Bullough y Brundage, 1982), podrían ser solo

una pequeña parte a las mayores tasas de felonías sexuales masculinas. El

núcleo de la doctrina cristiana no abogaba por cualquier doble estándar. Más

bien, se defendió de manera consistente una sola norma de pureza sexual

tanto para hombres como para mujeres. El ideal para ellos como para ellas era

no tener deseo ni placer sexual y para las personas que no podían vivir con

este objetivo, el sexo procreativo dentro del matrimonio era la única alternativa

legítima (véase la primera carta de St. Paul a los Corintios, I Corintios 7: 9:

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"Pero si carecen del dominio propio, cásense; que mejor es casarse que

quemarse.")

Estos resultados aportan la segunda hipótesis nula, es decir, que las

mujeres han sido más vulnerables sexualmente que los hombres y así la

moderación sexual tiene más atractivo para las ellas que para los ellos. Si se

aplica a la religión, se sugiere que las mujeres pueden haber sido atraídas por

el mensaje de moderación sexual y de hecho pueden haber tratado de utilizar

la religión como una fuerza para ayudar al control de la sexualidad en general.

 Aunque las autoridades religiosas eran hombres, es discutible si la mayoría de

los hombres se anima con el mensaje anti sexual tanto como las mujeres.

Por tanto, se puede considerar a la religión como una sola voz disponible en la

cultura para apoyar la moderación sexual. Muchas mujeres han sido

influenciadas por este mensaje para frenar sus propios deseos sexuales. Por

consiguiente, hay que hacer la pregunta: ¿Quién trae a las mujeres jóvenes a

la influencia de la iglesia, donde escuchan este mensaje? (1995) Estudios de

Levitt señalaron de manera concluyente a la madre como el agente principal

que influye a las hijas hacia la religión. Incluso las madres que consideraban a

la religión cristiana como hipócrita eran reacias a identificarse a ellas mismas

como no religiosas, porque consideraban a la iglesia como una importante

fuente de enseñanzas morales. Estas mujeres por norma habían sido menos

religiosas cuando soltera y sin hijos, pero al convertirse en madres habrían

aumentado su participación religiosa porque querían su influencia moralizante

sobre su descendencia.

Sheeran, Spears, Abraham, y Abrams (1996) encontraron que la

religiosidad afectaba de manera negativa el juicio de las mujeres con más

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fuerza que el de los hombres. En particular, una mujer que cambiaba su pareja

sexual varias veces al año se juzgaba como irresponsable y la religiosidad

contribuyó a este juicio negativo. Por lo antes dicho, la religión se muestra en

este estudio como una estrategia que mujeres utilizan para controlar la

sexualidad de otras mujeres a pesar de que todos los efectos fueron muy

débiles.

De todos modos, el hecho de que la mujer parece adoptar este mensaje

con más fuerza que los hombres, plantea dudas acerca de ver la religión como

una herramienta de poder masculino y la mujer como sus víctimas pasivas.

Como máximo se sugiere influencia distal por los varones, con las influencias

proximales de ser mujer.

Tolerancia a la homosexualidad

No hay cuestionamiento al fuerte hecho de que el comportamiento homosexual

ha sido reprimido de manera brutal en muchas sociedades, incluida la nuestra.

Debido a que la actividad lesbiana es una forma importante de la sexualidad

femenina, campañas y leyes en contra de los homosexuales podrían ser

consideradas como relevantes para la represión cultural de la sexualidad

femenina. De tal manera, uno podría extender las dos teorías de control para

hacer predicciones sobre las actitudes hacia el comportamiento homosexual.

Un esfuerzo global para reprimir toda la sexualidad de la mujer debe condenar

el lesbianismo, como una forma de sexualidad femenina. Por lo tanto, se

podrían probar las dos teorías de control al hacer la pregunta que si hombres o

mujeres se oponen al lesbianismo.

La evidencia disponible no es extensa, pero hay algunas señales de que

las mujeres se opongan más que los hombres, de acuerdo con la teoría del

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control femenino. Whitley (1988) señaló que la mayoría de los estudios

anteriores sólo habían requerido las actitudes hacia los homosexuales en

general y tanto hombres como mujeres tienden a asociar la homosexualidad

con la homosexualidad masculina. Whitley fue cuidadoso al evaluar las

actitudes hacia la homosexualidad masculina y femenina por separado.

Encontró que las mujeres eran más negativas e intolerante hacia la esta que

los hombres. Ellos se oponían mas a la homosexualidad masculina que a la

homosexualidad femenina, en contra de la hipótesis de la teoría del control

masculino en que los hombres quieren reprimir la sexualidad femenina que

permite unos a otros hacer lo que quieran. Herek y Capitanio (1999)

encontraron lo mismo, con algunas complicaciones añadidas cuando variaban

la secuencia de elementos.

Whitley (1988) resumió sus hallazgos al observar que tanto hombres

como mujeres se muestran más negativos hacia la homosexualidad de su

propio género que la homosexualidad del género opuesto. Después de todo,

mientras más miembros de un género son gay, menos competencia enfrenta el

género opuesto. Los hombres heterosexuales según parece deben alegrarse al

oír que otros hombres son gay y deben alentar a tantos otros como sea posible

para ser homosexual, dejando así a más mujeres para la cada vez más escasa

categoría de hombres heterosexuales. La misma lógica sugiere que las

mujeres heterosexuales querrían que otras mujeres fueran lesbianas. Pero las

actitudes indican la reacción opuesta, quizás motivadas por el temor a ser

blanco de los avances homosexuales. En consecuencia, se cree que las

actitudes hacia la homosexualidad no deben considerarse como pruebas

pertinentes a las teorías sobre la represión de la sexualidad femenina.

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Discusión General

La represión cultural de la sexualidad femenina es de gran interés tanto en su

propio derecho y como una instancia importante de la influencia cultural sobre

el comportamiento sexual. Sobre la base de los escritos anteriores, se han

identificado dos teorías principales en cuanto al origen de esta represión. Uno

de ellos describe a los hombres como los conspiradores para suprimir la

sexualidad femenina, como una manera de controlar a las mujeres, garantizar

la paz y el orden en la sociedad y la reducción del riesgo de infidelidad

conyugal. La otra teoría representa a las mujeres como las cooperadoras para

restringir la sexualidad de cada uno, sobre todo como una forma de garantizar

que el intercambio de sexo por recursos procedería de una manera favorable a

las mujeres. Estas teorías llevaron a predicciones sobre si los hombres o las

mujeres serían las principales influencias proximales hacia la restricción de la

sexualidad femenina.

Se revisaron todas las pruebas que se han podido encontrar relevantes

para estas dos teorías y una serie de predicciones basadas en ellos. Esta

evidencia favorece la teoría del control femenino. Las madres y pares

femeninas, en lugar de padres y pares masculinos, son las fuentes principales

que enseñan a las niñas adolescentes a abstenerse de la actividad sexual.

Los novios, una fuente masculina, tienen cierta influencia, pero que va en la

dirección opuesta (hacia una mayor actividad sexual). Las mujeres adultas

sienten más la desaprobación de sus pares femeninos que de los masculinos

de iniciar la actividad sexual más allá de las normas actuales. Las mujeres

apoyan el doble estándar más que los hombres; en otras palabras, las mujeres

son las principales partidarias de un sistema moral que condene los actos de

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las mujeres con mayor severidad que los actos idénticos que realizaban los

hombres. En las culturas que utilizan métodos quirúrgicos para frenar la

sexualidad femenina, son apoyados y llevados a cabo por las mujeres, con la

exclusión de los hombres a estos actos. En nuestra cultura, la revolución

sexual, que casi por definición fue una gran derrota para las fuerzas que

buscaban reprimir la sexualidad femenina, se recibió de manera positiva por

más hombres que mujeres e implicó que las mujeres estuvieran más a favor de

la represión sexual.vi 

Estudios del índice de masculinidad muestran que cuando los

desequilibrios de género en la población entregan a un género mayor

capacidad de dictar normas sexuales, el poder femenino en general, lleva a la

moderación sexual, mientras que el poder masculino lleva hacia el sexo más

liberal. Los patrones de engaño sexual contradicen la opinión de que los

hombres quieren que sus esposas y parejas sexuales no disfruten del sexo. En

todo caso, las mujeres pretenden obtener más placer del que en realidad tienen

con sus parejas establecidas, contraria a la opinión de que los hombres quieren

reprimir la sexualidad de sus parejas. Ocultan principalmente su interés a

posibles parejas, que es lo que una teoría del intercambio enfatizaría.

Contradecir la teoría del control masculino o a apoyar la teoría femenina.

La teoría de control masculino dice que los hombres usarían las leyes y la

religión para restringir la sexualidad femenina. En cambio, parece que las leyes

sobre el sexo (que son hechas por los hombres) se aplican en la mayoría en

contra de los hombres. Las mujeres son los principales agentes que utilizan las

enseñanzas religiosas para limitar el comportamiento sexual de la mujer, a

pesar de que por lo general las propias enseñanzas religiosas son escritas por

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hombres. Mientras tanto, las mujeres se oponen a las formas de gratificación

sexual alternativa para los hombres, como la pornografía y la prostitución, que

se ajusta a la idea de que las mujeres quieren mantener el control sobre el

acceso al placer sexual masculino a fin de mantener el intercambio de recursos

en condiciones favorables.

En primer lugar, lo que se puede concluir es que está claro que las

causas proximales de la represión de la sexualidad femenina son por parte de

la mujer. La teoría del control femenino es ampliamente consistente con la

mayor parte de la evidencia. Esta conclusión es coherente con vistas feministas

que argumentan que las mujeres han sido agentes activos en la sociedad y de

la historia y no víctimas pasivas de la mera influencia masculina. En el presente

análisis, el comportamiento femenino se ha guiado por una evaluación racional

y correcta del interés propio y una adaptación correspondiente a las

circunstancias. No obstante, hay que reconocer que el presente análisis no ha

podido confirmar la teoría del control femenino por completo, solo la predicción

de resultados en que las fuentes femeninas son los agentes proximales de

influencia.

La teoría del control masculino se contradice de manera amplia. La

influencia masculina directa sobre la sexualidad femenina era casi nula en gran

parte y cuando se encontró influencia directa masculina, por general iba en la

dirección opuesta a lo que la teoría requeriría. Los hombres no parecen ser

fuentes importantes o eficaces de influencia proximal hacia la restricción

general de la sexualidad femenina.

 Algunas excepciones podrían ser planteadas. En primer lugar, los hombres

parecen querer que sus esposas sean sexualmente fieles a ellos. La

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posesividad sexual está bien documentada y parece ser casi universal (por

ejemplo, Reiss, 1986b). Parece seguro decir que los hombres y las mujeres

quieren que sus parejas sean fieles ellos. Los hombres pueden haber utilizado

ciertos métodos para asegurar la fidelidad (como harenes y cinturones de

castidad) que las mujeres eran incapaces de usar, pero esto no significa que

las esposas sean indiferentes a la infidelidad marital. En todo caso, ellas

parecen ser más posesivas sexualmente que sus esposos (Blumstein y

Schwartz, 1983). Aún así, los esfuerzos masculinos para asegurar la fidelidad

no parecen haberse extendido hacia intentar reprimir la sexualidad femenina.

Los hombres no quieren que sus esposas tengan deseo y disfrute sexual,

siempre y cuando todo eso sea con ellos.

La otra excepción implica los intentos institucionales para regular la

sexualidad femenina adolescente. Se citan algunas pruebas en que los

tribunales y la policía parecen más preocupados por la promiscuidad de los

adolescentes de sexo femenino que de adolecentes de sexo masculino con

idéntico comportamiento. Se sospecha que los padres tienen las mismas

inquietudes y se preocupan más por la promiscuidad de sus hijas que de la de

sus hijos (por ejemplo, Libby y Nass, 1971). Sin embargo, estos esfuerzos

apenas reflejan un amplio intento de reprimir la sexualidad femenina. Lo más

probable es que sean relevantes al punto de que los costos de los errores

sexuales siempre han sido mayores para las mujeres que para los hombres, a

partir de la imposibilidad de alejarse de un embarazo no deseado. Los

esfuerzos esporádicos para el control de la actividad sexual femenina a lo

mejor reflejan el deseo de proteger a estas mujeres jóvenes de ser heridas y

explotadas y tal vez de hacer las cosas por voluntad propia que terminarán

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perjudicándolas. Aunque los tribunales y la policía pueden ser en la mayoría

hombres, también se puede decir que las mujeres fueron las principales figuras

en la administración de estos esfuerzos para controlar a las niñas caprichosas

y promiscuas, no para reprimir la sexualidad femenina en general, sino, para

proteger a las niñas del dolor antes de que puedan tomar sus propias

decisiones bien informadas.

Los costos del sexo se presentaron como una de las hipótesis nulas, la

otra es un impulso sexual posiblemente más débil en las mujeres. Estas dos

hipótesis nulas ofrecen explicaciones viables pero no todos los datos

necesarios. La verdad puede ser que operan en combinación con el patrón del

control femenino. Por lo tanto, las madres pueden tratar de sofocar la

sexualidad de sus hijas con el fin de ayudarles a evitar la desgracia de los

embarazos no deseados e incluso para evitar ser estigmatizadas con una mala

reputación por su grupo de pares. Aún más importante, la hipótesis de un

impulso sexual femenino más leve converge con el análisis del intercambio

social: la razón de que los hombres tienen que dar a las mujeres dinero a

cambio de sexo podría ser que las mujeres desean el sexo menos que los

hombres y el control femenino capitaliza esta ventaja natural, al tratar de

maximizar el estado de privación sexual de los hombres.

No cabe duda, la represión de la sexualidad femenina ha recibido mucha

más discusión y comentario político en vez de una investigación empírica

cuidadosa. Ni la calidad ni la cantidad de la investigación sobre el tema es de

gran alcance, aunque hasta cierto punto de convergencia entre los diferentes

métodos pueden ayudar a compensar las deficiencias en estudios específicos.

En general, parece apropiado considerar las conclusiones como provisionales y

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hecho que cuando se encuentra evidencia de la influencia del hombre sobre la

sexualidad femenina, era en general en la dirección opuesta, los hombres

llevan a la pareja a tener sexo. El poder masculino tiende a producir más sexo

en las relaciones y no menos. Cuando la proporción del sexo es desequilibrado

en favor de los hombres, el resultado tiende a ser más actividad sexual. Estos

hallazgos sugieren que si los hombres realmente pueden ejercer un control

directo sobre la sexualidad femenina, ellos optarían por más de lo mismo, no

por menos. Para mantener la creencia en la supresión masculina sobre la

sexualidad femenina, es necesario creer que los hombres influyen directamente

en las mujeres hacia una mayor sexualidad, mientras que ejercen influencia

indirecta en la dirección opuesta. Las excepciones que se nombraron

anteriormente (prohibiciones religiosas y legales sobre la actividad sexual)

parecen más entendidas como intentos de restringir la actividad sexual por

parte de todos, para beneficio propio de las personas, que como cualquier

esfuerzo estratégico se dirige a controlar la sexualidad femenina.

La segunda razón es que una condescendiente visión relativamente

negativa de la mujer es un requisito previo a la conciliación de los datos con la

hipótesis de la influencia masculina distal. Es evidente que las mujeres son las

principales fuentes próximas de influencia en restringir la sexualidad femenina.

Si los hombres están detrás de esto, entonces las mujeres son solo incautos

inconscientes de la influencia oculta de los hombres. Por ese punto de vista,

millones de mujeres en todo el mundo trabajan juntas para reprimir la

sexualidad de cada una y la de sus hijas, sin ser capaces de pensar o elegir

por sí mismas. La influencia de los hombres tendría que ser tan sutil que sería

casi invisible a los científicos sociales que han recogido los datos, sin embargo,

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esta influencia fugaz se considera como lo suficientemente fuerte como para

lavar el cerebro de las mujeres de todas partes y llevarla a cabo, incluso en

contra de su propio interés. Esto difícilmente parece plausible. Por lo tanto, se

piensa que la teoría del control masculino parece muy dudosa, si se formula en

términos de influencia proximal o distal.

Sin embargo, una forma diferente de influencia distal es más creíble. En

concreto, es posible que los hombres sin darse cuenta fomenten a las mujeres

al explotar su ventaja de poder en el sexo. El análisis de cambio social enfatiza

que las mujeres responden a una posición inferior en la sociedad de manera

racional, es decir, mediante el uso del control (sexo) para buscar una mejor

vida para sí mismas. Se propone que las mujeres distiendan su restrictiva

influencia sobre la sexualidad del otro cuando obtienen vías alternativas para

una buena vida y de hecho se sugiere que la revolución sexual se produjo en

parte porque la mujer ganó suficiente solvencia económica, educativa,

ocupacional y oportunidades políticas que no creían necesario para obtener un

mayor precio posible a cambio de sexo. Por lo tanto, junto a una sociedad

dominante, los hombres desempeñan un rol indirecto pero importante en la

creación de las condiciones que estimulan a las mujeres a reprimir la

sexualidad femenina. Es posible que no fuese la intención de los hombres, pero

es más creíble que los hombres puedan perseguir el poder y estatus porque a

menudo las mujeres parecían sostener la promesa de una mayor satisfacción

sexual (el que fue el hecho del caso para un hombre individual, véase Betzig,

1986). Es posible que incluso los hombres hayan procurado mantener a las

mujeres en una posición dependiente, vulnerable, con la esperanza de que el

mundo las estimulará a ofrecer sexo más fácilmente (con el fin de obtener

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otros recursos). Estos argumentos son estrictamente especulativos, pero en el

caso que fuera correctos, entonces la estructura de poder masculino sería

extremadamente juzgada de manera errónea por mantener a las mujeres en

una posición inferior, ya que fracasó el cálculo de como las mujeres podrían por

necesidad unirse para restringir el acceso sexual. Con ironía, se le otorgó a la

mujer una mayor autonomía y oportunidad para que los hombres puedan

asegurar un amplio aumento a la permisividad de la sexualidad femenina.

Razones de por qué lo hacen las mujeres

En este trabajo, se comenzó con la teoría de intercambio social y con estás

bases se desarrolló la hipótesis de que las mujeres serían las principales

influencias proximales en reprimir la sexualidad femenina. La teoría del

intercambio social ofrece una buena razón para que las mujeres repriman esta,

ya que al restringir la oferta del sexo aumenta el precio (en términos de

compromiso, atención y otros recursos) que las mujeres pueden obtener por los

favores sexuales. De acuerdo a la opinión en conjunto, la evidencia que se

presenta ofrece bastante apoyo y solidez para la opinión de que la mujer es la

principal influencia proximal que reprime la sexualidad femenina. Sin embargo,

la evidencia no tiene mucho que decir acerca de las razones y motivaciones de

las mujeres. Por lo tanto, merecen considerarse algunas explicaciones de

motivación alternativas.

Una posible idea es que la mujer ejerza presión en ella misma para

abstenerse de la actividad sexual debido a que conlleva riesgos sustanciales

(especialmente un embarazo no deseado) y así es como la mujer reprime su

sexualidad por una preocupación altruista para el bienestar de sí mismas. Sin

duda, este es un factor que hace que los padres repriman la sexualidad de sus

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hijas. No obstante, no hay razón del por qué esto debería ser motivo de

preocupación para la madre y no para el padre, en la medida de que ambos

padres quieren que sus hijas sean felices y de hecho tradicionalmente el padre

habría tenido que solventar la carga económica de apoyar a una hija soltera

con hijo. Por lo tanto, esta explicación altruista no parece ser suficiente para

explicar la diferencia en la influencia entre los padres. Mientras tanto, la

explicación altruista es aparentemente contradictoria por la fuerza y a veces la

crueldad de las sanciones que la mujer usa para castigar a los que se

sobrepasan. La angustia que se experimenta por las adolescentes que han

tenido una mala reputación y han sido excluidas por sus pares femeninos (por

ejemplo, Coleman, 1961) sugiere que el control que ejercen estas es más

punitivo que cuidadoso. En general, otra posible teoría sería que la mujer

reprime su sexualidad con el fin de influir en el mercado sexual y así evitar

participar del sexo. Desde este punto de vista, el sexo es una carga para las

mujeres y a menudo son reacias a tener relaciones sexuales con hombres.

Numerosas pruebas han confirmado que las mujeres desean tener

relaciones sexuales con menos frecuencia que los hombres (véase Baumeister

y otros, 2001, para una revisión), incluidas las parejas establecidas (por

ejemplo, McCabe, 1987), por lo que a menudo se enfrentan a las peticiones

sexuales masculinas que no desean satisfacer. En este contexto, las mujeres

podrían verse tentadas a pensar que si se unen a rechazar el sexo, los

hombres tendrán que consentirlas y aprender a no tener sexo de manera

regular. En particular, las mujeres pueden sentir que son sexualmente

indiferentes sin el riesgo de perder a sus parejas en la medida que no

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encuentren otra pareja más satisfactoria y entonces se entiende que reprimir la

sexualidad de otra mujer es vital.

Esta hipótesis coincide con la teoría del intercambio social. La principal

diferencia es que la mujer motiva a impedir tener sexo más que ganar un precio

más alto en el intercambio (o cambio) de valores sexuales. Se cree que hay

varios hallazgos que indican la importancia del intercambio con otros recursos,

como el hecho de que la mujer parece despreocuparse con el hecho de la

represión de la sexualidad femenina cuando aumentan sus oportunidades

económicas. Sin embargo, en estos días no se cree que la evidencia sea lo

suficientemente profunda o completa para rechazar por completo esta

explicación alternativa.

También se sugiere que en la medida que el interés sexual de la mujer

es relativo más que absoluto, entre el hombre puede ser una cuestión de deseo

artificial a diferencia de que en la mujer este se disminuye. Por ejemplo,

McIntosh (1978) propuso que “las necesidades del hombre se producen

socialmente". En principio, el análisis de intercambio social explicaría la razón

de que la mujer reprima su sexualidad o que aumente el apetito masculino. Si

el objetivo es obtener un precio alto por sexo, ya sea mediante la restricción de

la oferta o estimular una mayor demanda, entonces se podría lograr esto. Aun

así, se cree que algunas evidencias señalan inequívocamente a la represión de

la sexualidad femenina en lugar de estimular la sexualidad masculina. Los

castigos con chismes y mala reputación impuestos a las niñas sexualmente

activas con claridad se dirigen a un objetivo femenino. Asimismo, las cirugías

que se realizan a algunas chicas islámicas en los genitales parecen que se

concibieron para reprimir la sexualidad femenina en lugar de mejorar la

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sexualidad masculina, sobre todo porque como se señaló, muchos hombres de

esas culturas se oponen a la práctica y prefieren a las mujeres genitalmente

intactas. En resumen, la teoría de intercambio social puede ofrecer una

explicación completa de los resultados, pero la evidencia no es suficiente para

verificar que la explicación de los motivos es la correcta. Mientras tanto, los

puntos de vista alternativos tienen algunas dificultades para encajar con la

evidencia. La explicación completa puede implicar una combinación de factores

que incluyen el énfasis de la teoría de intercambio social en la restricción de la

oferta para ganar debe ser un alto precio, con cierto grado de preocupación

altruista para proteger a otras mujeres (quizás especialmente a las hijas) de las

consecuencias aversivas de la indulgencia sexual y posiblemente algunos

desean reprimir el sexo en general, para que las mujeres no tengan que

cumplir con todas las exigencias sexuales de sus parejas.

El futuro de la represión sexual

 Aunque predecir el curso futuro de la represión cultural es arriesgado, varias

contingencias pueden sugerir sobre las bases de las conclusiones presentes.

En el occidente, las mujeres tienen básicamente los mismos derechos y

oportunidades que los hombres y se ha reducido una enorme brecha en el

poder, el estatus, dinero y otros recursos. Por lo tanto, su necesidad se basa en

la restricción del sexo para proporcionar un intercambio favorable que es

mucho menor que en el pasado y así es poco probable regresar a la represión

extensa que existía anteriormente. Sin embargo, en otras partes del mundo, las

mujeres permanecen en una desventaja considerable en el ámbito político y

económico, por lo tanto, en esos lugares la represión de la sexualidad femenina

continúa donde la mujer lo considera como necesario. Germain Greer (1999) y

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otros han advertido en contra de la imposición de valores occidentales sobre la

mujer en otras culturas, que incluye obligarlas a renunciar a la represión sexual.

La liberación sexual sin la liberación política y económica podría dejar a las

mujeres en una posición incluso inferior en la sociedad.

Sin embargo, antes de predecir la inminente desaparición de la represión

cultural de la sexualidad femenina, se puede considerar como una ventaja que

la mujer acumule la restricción. Así la mujer occidental puede mejorar su poder

ante los hombres al redescubrir algún grado de represión de la sexualidad. La

mayoría de las fuentes creen que ha existido cierta reacción en contra de la

revolución sexual y una suposición implícita de que la mujer pronto sería

sexualmente permisiva como los hombres. (Por ejemplo, Petersen, 1999;

Rubin, 1990; Smith, 1994). Aunque es poco probable un regreso a una

represión severa, una represión limitada puede ofrecer ventajas que son

demasiado tentadoras a renunciar. También se puede considerar las

perspectivas para imponer la represión de la sexualidad femenina. Parece que

se ha cumplido con sanciones informales como el chisme, la reputación y la

socialización materna. Estos pueden ser difíciles de mantenerse en las grandes

e inestables redes sociales, especialmente en los medios de comunicación de

masas capaces de influir en las normas. Los grupos más pequeños y estables

pueden hacer respetar eficazmente las normas locales de restricción sexual.

En la actualidad, se pueden observar tendencias hacia una mayor

urbanización, hacinamiento y construcción de comunidades más pequeñas y

autónomas (que incluye vuelos de los centros urbanos hacia pequeñas

ciudades y suburbios) y es difícil saber que pronóstico prevalecerá.

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La religión no es una fuerza tan dominante como lo era antes para

prestar legitimidad a la represión sexual, pero la salud y la medicina han

ofrecido justificaciones alternativas a los agentes de socialización que pueden

utilizarse para promover la moderación sexual, aunque éstas carecen de la

fuerza moral que la religión podía invocar. Los riesgos médicos del sexo han

demostrado que pueden cambiar rápidamente en ambos sentidos (cf. sida y

penicilina) y en cualquier dirección, podrían tener un impacto tan grande con

cambios mayores como una pérdida abrupta de los derechos de las mujeres o

un renacimiento del fervor religioso. A finales del siglo XX, el florecimiento de la

sexualidad femenina posibilitó ofrecer más placer sexual a un mayor número de

mujeres y hombres que en cualquier otro momento de la historia del mundo.

Estas contingencias determinarán si eso pasará en la historia como un breve e

insostenible episodio o el inicio de una era permanente de la liberación sexual.

i El texto presento esta mirada, no la respaldo. No muestra que los autores del texto exponen

esta mirada, aunque tampoco fueron demasiado indiferentes.

ii Los hallazgos son correlaciónales, por lo que se debe considerar la dirección opuesta de la

causa. Esto significa que a más temprana edad, la hija comience a tener sexo, menos la madre

hablará con ella, mientras la relación con el padre no se ve afectada por la actividad sexual de

la hija. Esto parece menos razonable a priori, pero no puede ser descartado. Incluso si es

correcto, no obstante, sigue estando a favor de la teoría del control femenino, porque indica

que la madre es la que está molesta por la actividad sexual de la hija, no el padre. Es más

probable que él no sepa nada si su hija tiene alguna actividad sexual, que sería consistente con

la evidencia general de ausencia que el padre no tiene ningún efecto sobre ella.

iii Los grupos de mujeres más anti-sexuales abogaron por el estándar simple de puridad sexual

para ambos géneros. Así, apoya al doble estándar no es un problema de sentimientos anti-

sexuales o una instancia del patrón general de la baja permisividad femenina.

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iv Existen algunas diferencias con esta línea de razonamiento de fundamento a priori, tal como

se han cuestionado varios aspectos de la teoría del control masculino sobre bases

conceptuales. Si los hombres se preocupan principalmente por la infidelidad conyugal, tal vez

les gustaría que sus esposas tuvieran grandes orgasmos con ellos porque eso los tranquilizaría

y así pensarían que satisfacen a sus esposas, por lo que las mujeres no buscarían la

satisfacción en otros hombres. Esto parece más plausible para todos; sin embargo, se

perjudica la teoría del control masculino.

v  Este argumento no se está abogando. Está bien documentado que las tasas de violación

fluctúan mucho de un estudio a otro, depende de qué definición se utiliza (ver Roiphe, 1993), y

esta variación indica que la violación se construye mucho socialmente. La prostitución es tal

vez la categoría de delito sexual que está menos sujeta a la construcción social, en la medida

en que el intercambio de dinero por sexo se puede documentar de manera objetiva y requiere

la menor cantidad de interpretación.

vi Como un crítico señaló, las prácticas de socialización encaminadas a controlar la sexualidad

probablemente comienzan en la infancia en lugar de la adolescencia. Se sospecha que en la

infancia predomina la influencia femenina, pero es mucho más difícil documentar y verificar

estas influencias en cuanto a las consecuencias sexuales que pueden evaluarse sólo años más

tarde (por lo que requiere un diseño longitudinal). 

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Igualdad de género: trabajo y salud, una revisión de la evidencia

Tabla de contenidos

Reconocimientos

Prefacio

1  Introducción

2  La división sexual del trabajo: femenino y masculino

La división del trabajo en empleos no remunerados

Problemas de salud y seguridad que surgen en la división sexual laboral

Diferencias de género relacionadas con la salud laboral

3  Implicancias de la salud en las diferencias de sexo y género

Compensación por problemas de salud laboral en el mundoindustrializado

Problemas laborales de salud de las mujeres en países de bajos ingresos

Problemas específicos de los hombres

4  Legislación pertinente y política

Trato especial para las mujeres

5  Investigación de la salud laboral en los prejuicios de género

6  Recomendaciones

Investigación

Base de datos

Tema de investigación

Políticas y programas de la salud laboral

Cambiar el contexto

Cambiar las prácticas del lugar de trabajo

La prestación de servicios de salud laboral

La legislación y las normas éticas

Bibliografía

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Reconocimientos

Esta publicación se produjo para la OMS por la Dra. Karen Messing de

CINBIOSE, Universidad de Quebec en Montreal, Canada y la Dra. Piroska Östlin

del Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia, con la contribución de la Dra.

Claudia García Moreno, del Departamento de Género, Mujer y salud (GWH) y el

Dr. Gerry Eijkemans, de la unidad de salud ocupacional y ambiental del

Departamento de Salud Pública, Medio ambiente y Determinantes Sociales de la

Salud (PHE), OMS.

La planificación de esta publicación empezó en el simposio de la OMSque se llamó Gender and Work- related Health Issues: Moving the Agenda

Forward , lo que el Dr östlin coordinó para la OMS en la Conferencia de la Mujer,

Trabajo y Salud que se llevó a cabo entre el 2 y el 5 de junio del 2002, en

Estocolmo, Suecia. Las contribuciones para el simposio entregaron importantes

aportes a esta visión de documento y abarcó “El género y la salud relacionado

con las preocupaciones de trabajo en la agricultura” por la Dra. Sophia Kisting ,

de la Unidad Ocupacional y Ambiental y de la unidad de Educación, Universidad

de la Cuidad del Cabo , Sudáfrica; “ Temas de género a nivel mundial en salud y

trabajo industrial”  por Elisabeth Lagerlöf, de la Fundación Europea para la

Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo, Dublín, Irlanda. “`Las 

trabajadoras sexuales´ vidas y prescripciones para su salud”  por Meena

Shivdas, especialista en género y desarrollo en Singapur. Estos trabajos se

editaron por los Drs. Östlin y Messing que pueden ser encontrados en su sitio

web de GWH en http://www.who.int/gender/publications.

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La OMS también quisiera agradecer a la Dra. Salma Galal, anteriormente

en GWH y a la Dra. Marilyn Fingerhut, anteriormente en PHE, por su valiosa

contribución al desarrollo de esta publicación.

Se espera que este trabajo colectivo de la mujer en el ámbito de género

que incluye empleo y salud pueda contribuir a todo el género femenino que

trabaja en el mundo.

Prefacio

El trabajo formal e informal, remunerado y no remunerado, juega un rol

importante en la determinación de los recursos relativos de riqueza, poder yprestigio del hombre y la mujer. Esto genera desigualdades según el género en

la distribución de recursos, beneficios y responsabilidades. El lugar de trabajo

puede ser un ambiente donde las desigualdades de género se mantienen y

sostienen, por consiguiente hay impactos en la salud.

De muchas maneras, el trabajo afecta el cuerpo y la mente tanto de la

mujer como del hombre. Los trabajadores pueden obtener una gran satisfacción

de su trabajo, pero también pueden estar expuestos a riesgos que pueden

afectar su salud. Los productos químicos tóxicos pueden causar cáncer,

dificultades reproductivas e incluso la muerte. Los movimientos repetitivos y

llevar cargas pesadas pueden dañar los huesos, articulaciones, músculos y

nervios.

Trabajar en temperaturas demasiado cálidas o frías puede afectar el

sistema cardiovascular y reproductivo, que causa dolor y enfermedades.

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Trabajar bajo presión sin la capacidad de cambiar el ambiente laboral puede

causar angustia psicológica y física.

En todo el mundo, mujeres y hombres sufren de malestares,

enfermedades, lesiones y muerte en sus trabajos. En general, los problemas que

se relacionan con el trabajo del hombre son más conocidos, ya que este hace un

trabajo visiblemente más peligroso y pesado tal como la minería, la tala de

árboles, la pesca y construcción. Más recientemente, una serie de riesgos han

sido identificados en el trabajo de la mujer y esta publicación presenta algunos

de estos.Cada vez más, estudios clave han empezado a examinar los efectos del

entorno laboral en la salud, pero estas investigaciones aún no tratan muchas de

las duras condiciones en que la mayoría de las mujeres trabajan, el consecuente

daño para su salud y la de sus familias.

Para lograr mayor atención en los aspectos de género de las condiciones

laborales de la mujer y salud, El Departamento de Género, Mujer y salud (GWH)

organizó con el Programa de Salud Ocupacional y Ambiental (OEH) junto con el

Programa de Salud Ocupacional y Ambiental (OEH) dentro del Departamento de

Salud Pública y Medio Ambiente (PHE), un simposio de la OMS, que se titula

"Problemas de salud relacionados con el trabajo de género: programa para

avanzar la agenda" Conferencia de la Mujer, Trabajo y Salud , se realizó el 2 a 5

de junio del 2002, en Estocolmo, Suecia. El objetivo del simposio fue discutir

temas de género, la salud de las mujeres en relación con el trabajo industrial,

agrícola, sexual y para resumir lo clave en los temas de género en el trabajo y la

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1.- Introducción

Los trabajadores siempre han tenido que equilibrar la necesidad de ingresos

contra el deseo de condiciones de trabajo saludable. Este equilibrio es cada vez

más difícil ya que el mundo se mueve hacia un único mercado mundial con una

competencia intensa. Tanto hombres y mujeres necesitan un trabajo estable y

bien remunerado para garantizar un futuro para ellos y sus hijos. Al mismo

tiempo, como señala Lagerlöf (OMS, 2005), la presión por maximizar las

ganancias ha creado un mercado donde los buenos trabajos son difíciles de

encontrar y mantener. Cada vez menos empleadores ofrecen trabajos estables,permanentes y bien remunerados. En los países industrializados, las

organizaciones laborales se debilitaron por la presión de la competencia global,

mientras que los países en vías de desarrollo pueden atraer a la inversión por la

débil protección a la mano de obra.

En este mercado laboral muy competitivo, tanto hombres como mujeres

podrían encontrar que a largo plazo es imposible garantizar ingresos suficientes

para mantener a sus familias con salud aunque se insista que esta se protegerá  

en el corto plazo. Esta publicación ofrece una visión global de los temas de

género en investigación, políticas y programas sobre el trabajo y salud que

destaca algunos temas específicos para la mujer. En particular, se examinará 

algunas evidentes incompatibilidades entre la lucha de la mujer por la igualdad

económica, social y la necesidad de proteger su salud.

2.- La división sexual del trabajo: femenino y masculino

Durante las últimas décadas, la proporción de mujeres económicamente activas

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ha aumentado de manera radical tanto en países desarrollados como en vías de

desarrollo. Desde 1960 a 1997, según las estimaciones del Banco Mundial, las

mujeres han aumentado su número en la fuerza de trabajo mundial en un 126%

(Banco mundial, 2001). Hoy en día, la mujer representa alrededor del 42% de la

población activa mundial estimada, lo que las hace indispensables como

contribuyentes a las economías nacionales y mundiales. (OIT, 2000a, OMS,

1999).

Sin embargo, las mujeres se han incorporado en nichos específicos del

mercado laboral (Anker, 2001; Östlin, 2002a). Un examen de datos de 200empleos (1970 al 1990) muestra que un tercio de todos los trabajadores de

Finlandia, Noruega y Suecia tendrían que cambiar su empleo para eliminar la

segregación por género (Melkas and Anker, 2001), cifras similares se

encontraron en Estados Unidos (EE.UU.) (Tomaskovic-Devey, 1993). En

trabajos remunerados en países en vías de desarrollo, mujeres y hombres

trabajan en diferentes tareas de la agricultura (Londres y otros, 2002; Kisting en

OMS, 2005) minería, manufactura y servicios (Acevedo, 2002; Parra Garrido,

2002). Es más probable que la mujer trabaje en el sector informal de la

economía, específicamente en trabajos domésticos, ventas callejeras y comercio

sexual (Acevedo, 2002, p. 84; Bumiller, 1990: Capítulo 6; Shivdas en OMS,

2005). No se considera como trabajo por las mismas mujeres cuando se puede

realizar desde sus hogares en el caso de que sea informal (Acevedo, 2002: 76-

77).

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Mujeres y hombres en los países industrializados, también suelen realizar

diferentes tareas y trabajos en distintos sectores, aunque algunos cargos

laborales en trabajos administrativos se ocupan tanto por mujeres como por

hombres (Messing, 1998: Capítulo 1; Anker, 2001). En algunos lugares y

ocasiones, las mujeres levantan cargas pesadas y los hombres hacen el trabajo

más administrativo y en otras partes la situación es todo lo contrario (Bradley,

1989). También hay una división "vertical" del trabajo en muchos países, donde

las mujeres ocupan rangos inferiores a los hombres (Acevedo, 2002; Theobald,

2002; Anker y otros, 2003). Una división de trabajo entre géneros se encuentraen el hogar así como en el trabajo remunerado; las mujeres y los hombres hacen

diferentes tareas en el hogar (Frankenhaeuser y otros, 1991; Valls-Llobet y

otros, 1999). Este trabajo se distribuye de manera distinta en los distintos

países.

Las relaciones contractuales que involucran en el trabajo también difieren

según el sexo. Las mujeres tienden a trabajar más horas en casa y menos fuera

de él, en comparación con el hombre que por lo general tienen la

responsabilidad primordial de bienestar familiar (Parra Garrido, 2002; Acevedo,

2002; Messing y Elabidi, 2003). Los hombres en muchos países hacen más

trabajo estacional en la pesca y la silvicultura. En algunos países, las mujeres

tienen más probabilidades de estar desempleadas, pero en otros, los hombres

están más a menudo sin empleo.

Un aumento en las formas precarias no convencionales de empleo se ha

producido en los países industrializados tal como contratos a corto plazo y la

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subcontratación (Quinlan y otros, 2001). Las mujeres ejercen determinados tipos

de empleo no estandarizados como trabajo a tiempo parcial y contratos como

persona independiente (Cranford y otros, 2003). La evidencia disponible es que

el grupo de mujeres sufre más de una creciente presión competitiva y

estrategias de reducción de costos, que pueden asociarse con la falta de

seguridad, posibilidades limitadas de formación, desarrollo profesional e

insuficiente cobertura de seguridad social en términos de pensiones de vejez,

seguro de enfermedad y protección de la maternidad (OIT, 2000b). También, las

mujeres tienen menos probabilidades de estar sindicalizadas. A menudo, la división sexual del trabajo considera el cumplimiento de las

leyes como naturales, por lo que las mujeres realizan trabajos más apropiados

para su cuerpo y rol social. Si es así, la división del trabajo debería ser buena

para la salud de las mujeres. Pero, si fuera cierto, las mujeres no encontrarían

atención médica en el trabajo porque requiere del levantamiento de objetos

pesados (pacientes), trabajar de noche y plantas microelectrónicas donde se

exponen a los conocidos riesgos reproductivos (Huel y otros, 1990). Además,

no se verían obligadas a trabajar en horarios irregulares e impredecibles que

interfieren seriamente con la vida familiar (Prévost and Messing, 2001). El

género no mantiene fuera de peligro a las mujeres, pero sí experimentan las

condiciones de estos tipos de exposiciones (Messing y otros, 1994a; Kennedy y

Koehoorn, 2003).

Por ejemplo, debido a los diferentes trabajos y horarios, las mujeres y los

hombres se ven expuestos a toxinas en diferentes cantidades y niveles. En

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Sudáfrica, las mujeres se exponen a menudo a pesticidas durante la siembra y

la cosecha mientras que los hombres durante la aplicación (Londres y otros,

2002; Kisting en la OMS, 2005). Los puesto de trabajo del hombre en las

fábricas pueden implicar una exposición mayor al tolueno que el de la mujer, un

solvente químico que puede causar varios problemas al sistema reproductivo y

nervioso (Neubert y otros, 2001). En las fábricas y servicios de los países en

vías de desarrollo y desarrollados, las mujeres y los hombres se exponen a

diferentes factores estresantes, físicos y psicológicos tales como el trabajo

repetitivo, levantar objetos pesados y la monotonía (Josephson y cols., 1999;Messing, 2004; Acevedo, 2002). Las mujeres en su mayoría se involucran en la

atención médica, que implica riesgos de infección (que incluyen lesiones por

agujas), violencia, lesiones musculo-esqueléticas y desgaste profesional (OMS,

2002; Seifert y Dagenais, 1997; Mayhew 2003; Josephson y cols., 1997; Aiken y

otros, 2002). Las mujeres trabajadoras sexuales se exponen a riesgos de

violencia, infecciones de transmisión sexual (ITS), incluido el VIH, entre otros

riesgos (Nishigaya, 2002 y Shivdas en la OMS, 2005). Por lo general, las

mujeres sufren de discriminación y acoso sexual con más frecuencia que los

hombres, sobre todo si ingresan a un trabajo no tradicional (Cockburn, 1983;

Paoli y Merllié, 2001). En Europa, también se ha encontrado que la mujer es

más propensa a sufrir de intimidación incluyendo mobbing   y acoso psicológico

(Paoli y Merllié, 2001).

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La división del trabajo en empleos no remunerados

 Aunque las mujeres siempre han desempeñado un rol importante en la

economía, sus contribuciones no han sido reconocidas por completo en las

estadísticas de investigación y mercado laboral que se centra de forma

tradicional en el trabajo remunerado. Dado a que gran parte del trabajo de las

mujeres, especialmente en los países de bajos ingresos, se desempeña todavía

en la economía informal y en el ámbito doméstico, esto no implica un pago

directo y como resultado a menudo se excluyen de las transacciones

monetarias. Según los cálculos del Banco Mundial, no se toman en cuenta $11billones de dólares que ganaron las mujeres y $ 5 billones los hombres en la

economía mundial cada año, lo que representa el valor del trabajo no

remunerado, así como el pago incompleto e insuficiente del trabajo femenino

(Banco Mundial, 1995). Por otra parte, el trabajo no remunerado, como el

doméstico o realizado en hogares implica que no hay una legislación protectora,

de seguridad social y se le atribuye a una baja condición social. Esta falta de

ingresos afecta de manera grave la capacidad de las mujeres para mejorar sus

vidas.

La división sexual del trabajo es tan evidente dentro del hogar como lo es

dentro de un empleo remunerado. Las mujeres suelen realizar labores diarias

como cocinar, limpiar la casa, lavar la ropa, el cuidado de los hijos y familiares

enfermos, mientras que los hombres se encargan del auto y mantenimiento del

hogar. En el hogar, una característica importante del trabajo de la mujer es que

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no se puede postergar y como resultado, el tiempo libre de la mujer es más

fragmentado que el de los hombres (Frankenhaeuser y otros, 1991).

Sin embargo, la mujer desempeña múltiples roles en la familia y en el

lugar de trabajo que les da confianza en sí mismas, independencia económica y

social que pueden superar el estrés adicional que proviene de sus grandes

responsabilidades (Barnett y Marshall, 1992; Pugliesi, 1995; Romito, 1994). Por

otra parte, los roles cambiantes de las mujeres también han contribuido a más

conflictos potenciales entre ciertos grupos de mujeres como el cargo de gerente

(Kolk y otros, 1999; Lundberg, 2002). La medida de los niveles de estrés durantey después del trabajo muestra que mientras los hombres al final de la jornada

suelen relajarse rápidamente las mujeres continúan en un nivel elevado, en

especial si tienen hijos que viven en el hogar. (Frankenhaeuser, 1989; Lundberg

y Frankenhaeuser, 1999).

Problemas de salud y seguridad que surgen de la división sexual laboral

Históricamente, la organización y distribución del trabajo remunerado se ha

inclinado a clasificar por sexo. Los equipos, herramientas y espacios que se

utilizan para el trabajo remunerado tienden a desempeñarse para los hombres

(Courville y otros, 1992; Chatigny, 1995). La planificación del trabajo asume que

el trabajador está en constante disponibilidad, sin limitaciones derivadas al

cuidado de niños o ancianos (Prévost y Messing, 2001). La salud laboral y

seguridad en el trabajo a menudo utilizan modelos masculinos; por ejemplo, la

mayoría de los datos toxicológicos vienen de varones (Setlow, 1998). Los

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problemas de salud y seguridad que surgen del trabajo no remunerado, no se

cubren por las normas de indemnización.

Las mujeres han sido limitadas a acceder a ciertos puestos de trabajo. En

muchos países, históricamente no han sido autorizadas a trabajar o se excluyen

de ciertos tipos de empleos o ciertos horarios, tales como el trabajo nocturno.

Los bajos salarios y el pago son una dificultad permanente para las mujeres ya

que el pago es menor en los puesto laborales que se destinan a este género,

como los de limpieza y cuidado infantil (OIT, 2003). Por lo tanto, las mujeres

eligen ingresar cada vez más a empleos que se consideran masculinos, comotrabajos de ingeniería y técnicos, al menos en América del Norte (Asselin, 2003).

Estas mujeres se exponen a la discriminación y esto puede poner en riesgo su

salud, por ejemplo: la salud mental puede afectarse ya que se sienten obligadas

a asumir riesgos con el fin de demostrarse capaces de realizar el trabajo

(Messing y Elabidi, 2003). Hay interés en determinar si las mujeres corren un

riesgo especial en accidentes y lesiones en nuevos puestos de trabajos, pero la

evidencia no es aún concluyente (Messing y otros, 1994b; Ore, 1998). Si existe

un riesgo especial, podría surgir a partir de una interacción entre herramientas

diseñadas incorrectamente, tareas y áreas de trabajo, así como el la diferencia

de tamaño de hombre-mujer y fuerza (Messing y Stevenson, 1996).

Mientras que la mujer corre un riesgo especial en empleos no

tradicionales, en estos trabajos también se someten a la discriminación por

género. En ambas situaciones, las mujeres pueden reaccionar de manera reacia

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a argumentar por la protección de su salud, en especial cuando estos problemas

de salud conciernen en diferencias de género, ya sea social o biológico.

Por ejemplo, en Francia y Canadá se ha demostrado que la mujer se

somete al frío y horarios irregulares en los trabajos de la elaboración de

alimentos, a veces incapacitantes que se asocian con problemas en el período

menstrual (Mergler y Vézina, 1985; Messing y otros, 1992, 1993). Estos

problemas podrían provocar ausencia laboral que se trata a través del sistema

de salud y seguridad en el trabajo, sin embargo, las mujeres nunca han

argumentado a favor de esto. De hecho, los sindicalistas encargados de estetema han sentido que no sería una buena estrategia argumentar a favor de la

inclusión de los problemas menstruales que se relaciona con el trabajo en el

sistema de salud y seguridad, debido a los temores de un efecto negativo sobre

las posibilidades de empleo para las mujeres.

Sin embargo, las mujeres argumentan a gusto a favor de la protección de

los posibles daños al feto expuesto por condiciones laborales peligrosas

(Turcotte, 1992). Esto se debe a que el cuidado del niño se ve como un rol

maternal adecuado. Además, según un análisis de la jurisprudencia sobre los

riesgos reproductivos en Quebec y Canadá, los políticos están susceptibles a los

asuntos de seguridad del feto y de la opinión de "una trabajadora embarazada

que tiene un miembro público en su vientre" (Lippel, 1998).

Diferencias de género relacionadas con la salud laboral

Con el fin de hacer el lugar de trabajo accesible y sin ninguna discriminación a

mujeres y hombres, los empleadores deben tener en cuenta la diversidad entre

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ellos ya sea en sus diferencias biológicas y género. Por otro lado, algunos

investigadores se han cuestionado el enfoque de género en la exclusión de otras

características relevantes de la población (Meinert y Gilpin, 2001). Las

diferencias biológicas sexuales no se deben utilizar erróneamente para justificar

la segregación laboral o medidas que fomentan la desigualdad de salud.

En promedio los hombres son más altos, grandes y fuertes que las

mujeres, lo que contribuye a las diferencias de género en valores medio de otras

variables importantes que se relacionan con la salud, tales como el volumen

sanguíneo y el consumo de oxígeno. Por ejemplo, el muestreo de la poblaciónen las bases de militares canadienses indica que la longitud promedio entre

muñeca y dedo índice de las mujeres es de 170 cm y la de los hombres es de

183 cm (7,6% más larga). Las manos de las mujeres son 92% más cortas que

las del hombre promedio y las manos del 92% de los hombres son más largas

que las de la mujer. Sin embargo, hubo una considerable coincidencia: el 36%

de las mujeres y el 46% de los hombres medían entre 170 y 183 cm

(Chamberland, 1998). Se puede ejercer la misma carga física en mayor presión

sobre la mujer promedio que en el hombre promedio, ya que la fuerza de

levantamiento de la mujer es sólo el 50% de la los hombres (Vingård y Kilbom,

2001), aunque la diferencia para empujar y tirar en el plano horizontal es menor

(Snook y Ciriello, 1991). Sin embargo, las diferencias de género son mucho

mayores que la del valor medio para cada sexo; existe una gran coincidencia

física entre la mujer y el hombre para todas las diferencias importantes. Existen

en el diseño de herramientas, tanto la diferencia y el grado de coincidencias

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entre las mujeres y los hombres son importantes, si se quiere minimizar las

lesiones por esfuerzo repetitivo atribuibles a la interacción de herramientas

manuales (McDiarmid, 2000; Messing, 2004).

Los sistemas reproductivos de las mujeres y de los hombres son muy

diferentes. Las mujeres menstrúan, se embarazan, cuidan a los hijos y estos

procesos se pueden ver afectados por la exposición del lugar de trabajo. Los

hombres producen esperma, este proceso es muy sensible a la exposición de

productos químicos, vibración y radiación.

Puede haber diferencias entre los géneros en la metabolización detoxinas, pero hay poco conocimiento disponible sobre esto (Setlow, 1998;

Wizemann y Purdue, 2001). Se ha planteado la hipótesis de que la mujer

promedio tiene mayor riesgo de sufrir daño por los productos químicos solubles

en grasa, debido a una mayor proporción de tejido graso, piel más fina y

metabolismo más lento (Meding, 1998). Se dice que las mujeres tienen un

promedio de 25% de grasa corporal, en comparación con el 15% en los hombres

(Parker, 2000). Sin embargo, aunque la grasa corporal no desempeña un rol

importante, no es prudente suponer que una diferencia promedio entre los

géneros se aplica a todos a incluso la mayoría de los individuos de una

población (Messing, 2004). Las hormonas exógenas tienen diferentes efectos en

las mujeres y los hombres (Nilsson, 2000). Ningún estudio ha analizado

cuidadosamente la contribución relativa de las diferencias de exposición, tamaño

corporal, composición de grasa y hormonas en el metabolismo de toxinas

químicas. Además, el porcentaje de grasa varía entre las mujeres y los hombres

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según la edad, la condición física y el entrenamiento (Clarkson y Going, 1996).

Cuando las consideraciones antropométricas tomen en cuenta que pueden

desaparecer los efectos de la exposición y las aparentes diferencias de género

(Stetson, 1992; Bylund y Burstrom, 2003).

 Aunque no hay muchas diferencias psicológicas entre hombres y mujeres,

se ha demostrado científicamente que los hombres tienen mayor autoestima y

confianza mientras que las mujeres son más expresivas emocionalmente

(Lindelöw y Bildt-Thorbjornsson, 1998). Las diferencias entre hombres y mujeres

en la educación, la socialización y la formación pueden dar lugar a diferencias enla forma en que los trabajadores manejan sus enfermedades (Alexanderson,

1998), su percepción del riesgo (Gustafson, 1998) y la propensión a tomar

licencia por enfermedad o buscar tratamiento. (Alexanderson, 1994, 1996).

Estos efectos, junto con las diferencias de exposición y los tipos de

enfermedades pueden explicar por qué las licencias por enfermedad de trabajo

de la mujer duran más en comparación con los hombres (Islam y otros, 2001).

Por lo tanto, las diferencias de género en la exposición a los factores de riesgo y

psicológicos se pueden combinar con las diferencias de género en biología,

situaciones que varían socialmente para producir patrones específicos en los

problemas de salud según el sexo en el trabajo. Por lo tanto, es pertinente e

importante examinar la investigación de la salud en el trabajo, la aplicación de la

legislación laboral, las políticas del mercado, ambiente laboral, programas y

proyectos con una perspectiva de género.

3. Implicancias de la salud en las diferencias de sexo y género

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Estudios que se realizaron principalmente en los países industrializados de altos

ingresos muestran un aumento de la participación femenina en el empleo

remunerado que no sólo fortalece su condición social, personal y situación

financiera de la familia, sino que también beneficia la salud mental y física,

(Waldron, 1998) lo mismo sucede con los hombres (Valkonen y Martikainen

(1995). Se evaluó en un grupo masculino finlandés entre los 30 a 54 años y se

llegó a la conclusión de que el 80% de todas las muertes y el 5% de las muertes

cardiovasculares se podrían atribuir a la experiencia de desempleo. Entre los

hombres rusos, la esperanza de vida se redujo en 6,5 años entre 1989 y 1994,posiblemente como resultado de un aumento del desempleo que conduce a

comportamientos perjudiciales para la salud, como el consumo excesivo de

alcohol, el tabaquismo y la violencia (Shkolnikov, 2001).

El empleo fuera del hogar es una fuente importante de apoyo social a la

autoestima y ayuda a las mujeres a evitar el aislamiento social en el hogar

(Romito, 1994; Razavi, 2000). Un estudio en Filipinas mostró que las mujeres

que se comprometen al trabajo remunerado mejoran la calidad de sus dietas

(Bisgrove y Popkin, 1996). A pesar de esta observación general, la mujer se

expone a entornos de trabajo nocivo sobre todo los que disponen en los países

de bajos ingresos o pobres con un menor nivel educativo.

 Aunque el empleo remunerado es generalmente beneficioso para la salud

de mujeres y hombres, también implica la exposición a los riesgos y peligros que

pueden afectar la salud. Estos riesgos se relacionan con el físico (como levantar

y transportar objetos pesados, movimientos de trabajo repetitivos, sostener

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posturas estáticas, posturas forzadas, trabajo nocturno, largas horas, la

violencia, el ruido, las vibraciones, calor, frío y productos químicos) y

exposiciones psicosociales (por ejemplo, el estrés relacionados a la alta

demanda mental, la velocidad, la falta de control sobre la forma en que el trabajo

está hecho, la falta de apoyo social, la falta de respeto, la discriminación, el

acoso psicológico y sexual). En los países desarrollados, a menudo la mujer se

expone a algunos riesgos físicos, tales como movimientos repetitivos, posturas

incómodas, agentes biológicos en ambientes hospitalarios y la intensa

exposición al público en algunos trabajos (Östlin 2002b; Messing, 2004).En los países en vías de desarrollo, existen numerosos peligros y

normativas que pueden ser inexistentes o ignoradas (Takaro, 1999). Por

ejemplo, en maquiladoras en América Latina, las mujeres se exponen a

productos químicos, riesgos ergonómicos, el ruido y estrés (Cedillo, 1997). En

un estudio, 17% de las mujeres tenía un desorden de trauma acumulativo

diagnosticado en el examen físico (Meservy, 1997). Casi el doble de mujeres

como hombres informaron de dichos trastornos.

En general, con más frecuencia que los hombres las mujeres se exponen

a algunos factores de riesgo psicosocial en el trabajo, como el estrés negativo, el

acoso psicológico, sexual y el trabajo monótono (Arcand, 2000). Debido a bajo

estatus en la jerarquía laboral, las mujeres ejercen menos control sobre su

ambiente de trabajo, una condición asociada con la mala salud cardiovascular,

mental y musculoesquelética (Hall, 1989). La combinación del trabajo

remunerado y no remunerado afecta a la salud de las mujeres (Brisson y otros,

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1999). En consecuencia, la fatiga relacionada con el trabajo, lesiones por

esfuerzo repetitivo, infecciones y problemas de salud mental son más comunes

en las mujeres que en los hombres (Östlin, 2002a).

La dosis y el tipo de factores perjudiciales para la salud varían

enormemente entre las ocupaciones y los países, así como entre los empleos

formales e informales del sector.

Tabla 1. Riesgo relativo de algunos desordenes músculo-esqueléticos (con 95%

de intervalo de confianza) En mujeres comparadas con hombres.

Referencia Población Desorden Riesgorelativo

de

probabilid

ad o

predomini

o e

intervalo

de

confianza

Chiang et al.,1993

Trabajadoresprocesadoresde pescado

Síndrome detúnel carpiano 2.6 (1.3-

5.2)2 

Park et al., 1992 Trabajadoresmanufacturerosde automóviles

Síndrome detúnel carpianotratadomedicamente

2.3 (1.6-3.3)

Bergqvist et al.,1995

Trabajadores entrabajo rutinario

en pantallas devisualización

Cualquierdiagnostico en

brazos o manos(síntomas ysignos)

5.2 (1.2-

22.8)

3

 

Silverstein et al.,1987

Trabajadores ensieteinstalacionesmanufacturas

Síndrome detúnel carpiano(síntomas ysignos)

1.2 (0.3-4.7)

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 Armstrong et al.,1987

Trabajadores ensieteinstalacionesmanufacturas

Tendinitis enmano o muñeca(síntomas ysignos)

4.3(p<0.05)4 

2 Se equilibra el título del trabajo o exposición ergonómica, al mínimo, y

para la edad y otros factores, donde fuese posible por análisis estratificado o

multivariable.

3 Ratio de probabilidad o ratio de predominio (e intervalo de confianza o

probabilidad).

4 Sólo el valor “p”  y no el intervalo de confianza fue entregado en este

estudio.

Fuente: Reimpresión, con permiso de Elsevier, de Work-related musculoskeletal

disorders: Is there a gender differential, and if so, what does it mean? 474-92,

2000.

 Además, algunas condiciones del lugar de trabajo, no peligrosas en sí

mismas, interactúan con características biológicas o sociales para producir

riesgos en poblaciones específicas. Por ejemplo, una herramienta manual puede

ser demasiado grande para las manos de personas más pequeñas (como

muchas mujeres) y las horas de trabajo puede ser demasiado imprevisible para

las personas responsables del cuidado infantil (principalmente mujeres).

Por lo tanto, es difícil precisar acerca del origen de las diferencias

masculino/femenino en la prevalencia de algunas enfermedades (Tabla 1).

Compensación por problemas de salud laboral en el mundo industrializado

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2005), se estima que

cada año unos 2,2 millones de hombres y mujeres mueren a causa de lesiones y

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enfermedades que se relacionan con el trabajo. Por otra parte, cada año, se

estima que 160 millones de nuevos casos se producen por enfermedades no

mortales relacionadas con el trabajo en el mundo. Estas enfermedades incluyen

cáncer, problemas respiratorios y cardiovasculares, enfermedades infecciosas,

desordenes músculo-esqueléticos y reproductivos, por último, enfermedades

mentales y neurológicas (Takala, 2002). Aunque se estiman cifras totales altas,

existen razones para creer que la carga mundial de enfermedades y accidentes

de trabajo está seriamente subestimada debido a la falta de datos globales

adecuados (OMS, 2002). Para la mayoría de los países en vías de desarrollo, lainformación fidedigna es escasa, principalmente debido a serias limitaciones en

el diagnóstico de las enfermedades laborales y los sistemas de información. La

OMS estima que en América Latina, por ejemplo, sólo se reporta entre el 1 y el

4% de todas las enfermedades laborales (OMS, 1999).

La subestimación de las lesiones y enfermedades que se relacionan con

el trabajo en la mujer es aún más grave que en hombres. El trabajo remunerado

de la mujer se considera como seguro (Messing y Boutin, 1997; McDiarmid y

Gucer, 2001), las lesiones y enfermedades no se diagnostican (Kraus, 1995) y la

solicitud de indemnización por problemas de salud son preferencialmente

rechazadas (Junta Nacional de Seguridad y Salud Ocupacional Sueca, 1998;

Lippel, 1999, 2003). La Tabla 2 muestra los datos de Suecia sobre

compensación según el sexo.

Tabla 2. Enfermedades que se reportan en relación con el trabajo que se evaluó

por la oficina de seguridad social en Suecia, 1994-1997

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Evaluaciónde casos

Mujeres (n) % Hombres(n)

%

 Aprobados 278 22.8 658 43.6No

 Aprobados

941 77.2 852 56.4

Total 1219 100.0 1510 100.0

2 = 129.13, p < 0.001 Fuente: Consejo Nacional Sueco de laSeguridad y Salud Laboral, 1998.

Un desglose en el diagnóstico detalla las desigualdades mayores: para la

mujer se aprobaron sólo el 21% de los reclamos por problemas músculo-

esqueléticos en comparación con el 38% para los hombres. Para las

enfermedades mentales, sólo el 12% de los reclamos de las mujeres fueron

aceptados contra el 35% para los hombres. Datos de Quebec, Canadá,

muestran desigualdades similares en reclamos que se relacionan con el estrés y

trastornos músculo-esqueléticos (Lippel, 1999, 2003); sin embargo, un examen

de los reclamos que se vincula con la violencia en el trabajo mostró una ventaja

para las mujeres (Lippel, 2001).

Otro estudio sueco reveló que con frecuencia les ofrecen a mujeres y

hombres diferentes medidas de rehabilitación para problemas de salud que se

relacionan con trabajos similares. El hombre en comparación con la mujer,

recibe educación en su programa de rehabilitación y la mujer recibe beneficios

por un período más corto que los hombres (Bäckström, 1997; Burell, 2002). Una

vez más, un estudio similar en Quebec mostró que las oportunidades educativas

eran más limitadas para los trabajadoras heridas y la indemnización por

incapacidad de asumir responsabilidades habituales del hogar, que se conceden

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más fácilmente a los hombres por las tareas del hogar que realizan usualmente

(Lippel y Demers, 1996).

 Además, el trabajo de la mujer en muchos países todavía se desempeña

en el ámbito doméstico y economía informal, por lo que es invisible en la esfera

pública, económica e institucional. Como resultado, muchos de los accidentes y

enfermedades se vinculan con el trabajo de las mujeres no se registran como

tales, no se compensan por los sistemas de seguros laborales y no se incluyen

en el razonamiento sobre la salud laboral.

Problemas laborales de salud de las mujeres en países de bajos ingresosEn los países de bajos ingresos, el conocimiento de los efectos de las

condiciones laborales en la salud es muy escaso debido a la falta de

investigación sistemática y dificultades para la creación de bases de datos. Sin

embargo, se sabe que la mayoría de las mujeres en los países de bajos ingresos

todavía asumen cargas de trabajo físicas extremadamente pesadas en el hogar

y fuera de él. Dos responsabilidades importantes de la mujer son proporcionar

agua y combustible para uso doméstico. Estas actividades implican llevar cargas

pesadas y caminar largas distancias. Además de los trastornos músculo-

esqueléticos, levantar objetos pesados puede provocar aborto involuntario y

muerte fetal, prolapso uterino, trastornos menstruales y la discapacidad

funcional. Las responsabilidades de las mujeres para la recolección de agua y el

lavado en los ríos las expone a enfermedades e infecciones transmitidas que se

vinculan con el agua, como la esquistosomiasis (Michelson, 1993), la malaria y

gusanos (Kendie, 1992). En la cocina en hornillos abiertos se corre el riesgo de

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quemaduras, también se está en alto riesgo de enfermedades debido a la

contaminación por humo. (Mishra, 1990). Los contaminantes que se derivan de

combustibles que se utilizan comúnmente para cocinar incluyen agentes

cancerígenos y otras sustancias tóxicas. Otro estudio de la India sugiere que el

uso de combustibles de biomasa para cocinar aumenta sustancialmente el

riesgo de tuberculosis activa, sobre todo en las zonas rurales (Mishra, 1997).

En muchos países de bajos ingresos, existe una concentración femenina

de mano de obra en la agricultura. La producción de cultivos comerciales de

frutas, verduras y flores implica una exposición a sustancias químicas tóxicas.En África, las mujeres y los hombres se exponen a pesticidas, las exposiciones

de las mujeres tienen una mayor tendencia a ser invisible para el personal de

salud (Londres y otros, 2002; Kisting en la OMS, 2005). Los efectos adversos en

la salud de la exposición de pesticidas incluyen envenenamiento, cáncer,

enfermedades a la piel, abortos, nacimientos prematuros y bebés con

malformaciones, como se ha demostrado en los trabajadores de la floricultura en

Colombia (Restrepo y otros, 1990). Los pesticidas y productos químicos también

se utilizan de manera amplia en los países de altos ingresos, donde los

trabajadores agrícolas a menudo se excluyen de la salud laboral y legislación de

seguridad.

En los países en vías desarrollo de América Latina y Asia, cada vez más

mujeres ocupan puestos de trabajo en oficinas y fábricas (Theobald, 2002). Sin

embargo, su trabajo tiene poco valor lo que puede causar estrés (Meleis y otros,

1996; Parra Garrido, 2002). La falta de servicios sociales hace muy exigente la

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combinación de trabajo remunerado y responsabilidades familiares, sobre todo

en los países en vías de desarrollo donde el ingreso es bajo y hay pocos

servicios disponibles (Souza, 2002).

Durante la última década, un creciente número de estudios han indicado

consecuencias adversas para la salud por el acoso sexual en el trabajo

(Kauppinen, 1998). Una encuesta entre enfermeras en un hospital de Turquía

reveló que el 75% de las enfermeras sufrió de acoso sexual durante la práctica:

44% por médicos de sexo masculino, 34% por pacientes, el 14% por familiares

de los pacientes y un 9% por otros (Kisa y Dziegielewski, 1996). El acoso sexualpuede provocar culpa y vergüenza (Nicolson, 1996), ansiedad, tensión,

irritabilidad, depresión, insomnio, fatiga y dolores de cabeza (Wilson 1995), que

a su vez puede llevar al absentismo, licencias por enfermedad y una reducida

eficiencia en el trabajo.

Numerosos estudios han demostrado resultados adversos para la salud

reproductiva en las mujeres expuestas a pesticidas, solventes y contaminantes

orgánicos, carga de trabajo pesada, factores de postura y el trabajo por turnos

(Sallmen, 1995; Nurminen, 1998). Una preocupación especial por las mujeres y

sus descendientes es la contaminación de la leche materna a través de la

exposición a compuestos químicos que se fabrican y utilizan para fines

industriales, agrícolas y domésticos. De hecho, el análisis de la leche materna es

un método cada vez más común para controlar la carga corporal de

contaminantes persistentes (Sims y Butter, 2002). Por ejemplo, el DDT en la

leche materna se informó que se asocia con períodos de lactancia cortos

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(Lanting, 1999). La falta o escasez de lactancia materna es motivo de

preocupación, sobre todo en poblaciones pobres, ya que puede tener un impacto

adverso en la salud infantil, esto también puede interferir en los efectos de la

reducción de la fertilidad en la lactancia materna y aumentar las posibilidades de

concebir antes de tiempo.

Problemas específicos de los hombres

Hay una bibliografía extensa que indica que el empleo es beneficioso también

para la salud y supervivencia de los hombres. También, existe un consenso en

que el desempleo entre los hombres se asocia a un deterioro de la salud mentaly con la mortalidad (Valkonen y Martikainen, 1995).

No obstante, los hombres tienen muchos más accidentes laborales que

las mujeres, en todos los países que disponen los datos (Islam y otros, 2001;

Laflamme y Lilert- Petersson, 2001). Los hombres mueren en el trabajo con más

frecuencia que las mujeres, por violencia, así como también por accidentes

(Helmkamp, 2000). Además, los hombres en los países desarrollados informan

que se exponen más que las mujeres a los ruidos, vibraciones, temperaturas

extremas, químicos y levantamiento de mucho peso (Arcand, 2000; Paoli y

Merllié, 2002). Es evidente que muchas sociedades aceptan la idea de que a los

hombres se les puede pedir hacer trabajos más peligrosos, aunque esto no es

cierto en todos los continentes.

Se planteó por varios autores la idea de que el género masculino es más

propenso a estar expuesto a muchos riesgos en el trabajo (Cru y Dejours, 1983;

Loukil, 1997; Kjellberg, 1998). En algunos países, las tensiones pueden surgir si

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los hombres se les pide hacer trabajos más duros (Messing y Elabidi, 2003),

mientras que en otras situaciones, los hombres jóvenes pueden aceptar

fácilmente las solicitudes para ayudar a mujeres mayores a levantar mucho peso

a cambio de ayuda técnica de estas (Assunçiao et Laville, 1996).

Los estereotipos de género han afectado la investigación en materia de

salud reproductiva. En general se ha descuidado que la reproducción ha sido

vista como dominio de la mujer, la salud reproductiva masculina se relaciona con

las exposiciones laborales (Wang, 2000; Varga, 2001). Sin embargo, muchos

productos químicos, radiaciones ionizantes, contaminación tóxica, altastemperaturas y trabajo sedentario, posiblemente se han identificado como

riesgosos para el sistema reproductivo masculino (Figa-Talamanca, 1998; Bonde

y Storgaard, 2002).

4.- Legislación pertinente y política

Las áreas claves en la política y legislaciones de la salud laboral se relacionan

explícitamente con el género que se divide en dos grandes categorías: el trato a

los diferentes sexos y los métodos para manejar la discriminación, incluido el

acoso sexual. La legislación y políticas que involucran diferencias sexuales

incluyen la protección de las trabajadoras embarazadas y enfermeras expuestas

a condiciones laborales peligrosas (Heide, 2001; Lippel, 1998), así como a

medida sobre el acceso a ciertos tipos de trabajo que se consideran más

peligrosos para las mujeres, tal como nocturno. En 1948, una convención de la

OIT prohibió el trabajo nocturno para las mujeres y determinadas legislaciones

nacionales incorporaron estas condiciones que ahora son incompatibles con la

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legislación europea sobre la igualdad (Heide, 2001). Aunque las disposiciones

legales europeas regulan el trabajo nocturno, es probable que desaparezcan con

el tiempo ya que en otros países no se rige la ley europea, todavía se impide

que las mujeres ejerzan trabajos nocturnos y otros que se consideran

inapropiados. La legislación que regula la discriminación en el lugar de trabajo

se prescribe tanto en un contexto nacional e internacional (Loutfi, 2001). En

muchos países, el objetivo es evitar tanto el acoso como la discriminación

sexual, lo que incluye la práctica de pruebas de contratación discriminatorias que

pueden contar con examen de capacidad física y límites en el levantamiento depesos (Messing y otros, 2000; Demers y Messing, 2001). Las jurisdicciones

varían en el grado en que se proveen las condiciones y programas de trabajo

específicas por sexo. El tratamiento de la discriminación también es variable.

 Aparte de la legislación se diseña para aplicarse en las condiciones

laborales de las mujeres, también es importante garantizar un análisis que se

basa en el género de una legislación de apariencia neutra con el objetivo de

prevenir o compensar las lesiones y enfermedades laborales. Como ya se

mencionó, incluso en países donde la igualdad se garantiza por la ley, la

aplicación de la salud laboral y legislación de seguridad pueden tener efectos

discriminatorios. Estudios suecos y canadienses (Quebec) revelan que a la

mujer y al hombre a menudo se les ofrecen diferentes medidas de rehabilitación

para problemas de salud que se relacionan con trabajos similares. A los

hombres les ofrecen cada vez más capacitaciones, acceso a amplias variedades

de nuevos puestos de trabajo y ayuda en el hogar, mientras que la mujer recibe

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beneficios de rehabilitación por períodos más cortos (Lippel y Bienvenu, 1995;

Lippel y Demers 1996; Bäckström, 1997). Las mujeres pueden tener más

dificultades para acceder a indemnizaciones por lesiones debido a los efectos

discriminatorios que aparentan los criterios neutros (Lippel, 1999, 2003).

En muchos países, las demandas por los beneficios de compensación

para los trabajadores por problemas psicológicos o trastornos músculo-

esqueléticos (más comunes entre las mujeres) a veces están excluidos en el

ámbito de la ley o sometidos a un mayor escrutinio que los reclamos por

lesiones atribuibles a un accidente de trabajo (más común entre los hombres).Esto significa que la discriminación sistémica puede estar en el trabajo, incluso si

la legislación parece ser de género neutro. Cuando las prioridades de

prevención se determinan por los costos de compensación, las mujeres son

entonces menos probables de ser beneficiadas por la legislación de protección

(Messing y Boutin, 1997).

El análisis de políticas también debe tenerse en cuenta en las diferencias

de género de los empleos precarios y no estándar. Los riesgos específicos de

salud se asocian con tipos específicos de trabajos precarios o contingentes

(Quinlan y otros, 2001). El trabajo en el hogar (Bernstein, 2001) presenta

desafíos muy diferentes a los del trabajo temporal o de medio tiempo (Butler,

1998).

En algunos países, la distribución de los trabajadores por sexo en cuanto

a las relaciones estándar laborales y diferentes tipos de empleos contingentes

varían, en las mujeres que predominan en tipos de trabajo precario. En Canadá,

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por ejemplo, la mujer a menudo tienen más trabajos de medio tiempo, con

menos frecuencia trabajo temporal y más a menudo independientes sin

empleados (Fudge y Vosko, 2001; Cranford y otros, 2003; Conseil du statut de la

femme, 2000). Políticas que se aplican a tipos de trabajo contingentes

específicos que incluyen trabajos de medio tiempo (Heide, 2001) que pueden

sustituir las políticas que se basan en el género y se deben estudiar como tal.

Mientras las demandas de las mujeres por enfermedades profesionales a veces

se reciben con escepticismo (Reid y otros, 1991, Lippel, 2003), se ha

demostrado que los reclamos por lesiones músculo-esqueléticas benefician engran medida a organizaciones de apoyo (Bueckert, 1999).

Trato especial para las mujeres

La persistencia de la división de género en el trabajo y de las prácticas

discriminatorias plantea el tema de si las mujeres deben recibir un trato especial

en la salud laboral y en las leyes de seguridad. Los organismos internacionales

como la OIT ha declarado que se oponen a una legislación que pretenda

proteger a un solo sexo, de hecho esta legislación resulta en desigualdad para

uno o ambos sexos. Por ejemplo, la legislación en Europa y América del Norte

impide a las mujeres trabajar de noche pero no es así en profesiones de

atención médica, aunque es un obstáculo para las mujeres de empleos bien

remunerados en el sector industrial.

De hecho, los estereotipos de género del mercado laboral resultan de

mayor riesgo a la salud tanto en hombre como mujeres. Los riesgos en los

trabajos de sexo específico. Se pueden considerar insignificantes para uno u

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otro sexo. Por ejemplo, en algunos países se ve apropiado que los hombres se

sobre-esfuercen en trabajos pesados que se adaptan por género o las mujeres

que transportan cargas muy pesadas de agua y leña en otros países.

En lugar de aceptar los estereotipos, es preferible adaptar el lugar de

trabajo para la diversidad entre los sexos, etnias y grupos etarios. Lo mismo

ocurre en las prácticas de investigación.

5. Investigación de la salud laboral en los prejuicios de género

La investigación de las formas complejas en factores biológicos, sociales y

ambientales debe ser un elemento básico para toda investigación de salud quese relaciona con el impacto que investiga el trabajo y bienestar en hombres tanto

como mujeres.

Durante la última década, investigaciones de la salud laboral, al igual que

otros estudios como la farmacológica, se han criticado por la falta de una

perspectiva de género, lo que conduce a la exclusión de la mujer y sus

preocupaciones. Los investigadores no logran incluir a las mujeres en los

estudios, ya que se han adaptado por sexo en lugar de examinar su rol en el

conjunto de datos. A menudo no se consideran factores de género en el diseño

de estudios y análisis de datos (Zahm y otros, 1994; Neidhammer y otros, 2000;

Messing y otros, 2003). Existe escaso conocimiento sobre la prevalencia e

incidencia de las enfermedades, accidentes y factores de riesgo que se

relacionan con el trabajo no remunerado, que afecta sobre todo a la mujer

(Östlin, 2002b). Muchos estudios laborales no toman en cuenta al género y

etiquetan a los sujetos de la investigación de tal manera que no es posible

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identificar si es hombre, mujer o si se incluyeron ambos sexos (Ekenwall y otros,

1993). Las expresiones de neutralidad de género se utilizan con frecuencia

como trabajadores, sujetos, empleados, conductores de autobús, enfermeros o

pacientes. Este tipo de representaciones refuerzan la impresión de que el sexo y

género son variables irrelevantes en el estudio y que los resultados de la

investigación se pueden aplicar tanto a mujeres como hombres.

Sin embargo, también hay que advertir sobre el énfasis de las diferencias

de género, en relación con otros efectos modificadores en los estudios de la

salud laboral. La etnia, cultura, clase social, tipo de familia y la edad seencuentran entre muchas variables explicativas que se pueden involucrar en los

procesos que afectan la salud y provoca enfermedad (Alexanderson, 1998;

Meinert y Gilpin, 2001; Krieger y otros, 1997).

La mujer a menudo se ignora como en estudios toxicológicos (Hansson,

1998). Existen razones para creer que los límites de la exposición laboral se

protegen en un grado significativamente menor que a los hombres. Esto se debe

a los niveles de seguridad en la exposición a sustancias tóxicas que a menudo

se basan en estudios de hombres jóvenes sanos y estos límites se convierten en

un estándar también para las trabajadoras (Messing, 1998).

No obstante, en la práctica, los investigadores se enfrentan a las múltiples

interacciones entre los genes y el medio ambiente que afecta la salud humana.

Los porcentajes de grasa y músculo en el cuerpo, por ejemplo, se determinan no

sólo (ni principalmente) por las hormonas sexuales, sino por prácticas

nutricionales que influencian la socialización de ambos sexo en constantes

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cambios y demandas sociales que dependen de la cultura inclinándose a ciertos

tipos de cuerpo según el género. Las prácticas de nutrición y ejercicio, a su vez,

influencian la secreción de hormonas sexuales que afecta según el sexo (como

amenorrea entre las anoréxicas y atletas). En esta situación compleja es

importante concentrarse en un supuesto mecanismo que informa la diferencia de

sexo y a su vez influencia la susceptibilidad de problemas de salud.

El enfoque en la investigación de la salud laboral en el empleo

remunerado no detecta interacciones entre los peligros para la salud dentro del

lugar de trabajo y fuera de él. Por ejemplo, existen pruebas de que las mujerescon niños pequeños experimentan más estrés en el trabajo en comparación con

las mujeres sin tales responsabilidades (Coser, 1974). Los esfuerzos de

investigación por incluir a la mujer no se consideran adecuados en estudios de la

salud laboral y no se relacionan con el trabajo, además se usa solo en un marco

estructural del empleo remunerado. La salud que se relaciona con el trabajo de

la mujer no se puede entender sin la adición de otros ámbitos como los roles de

género y el trabajo en el ámbito doméstico (Doyal, 1995, Orth-Gomer y otros,

2000, Wamala y otros, 2000).

La investigación de la salud laboral le ha prestado poca atención a la

presentación simultánea de enfermedades que se relaciona con el trabajo en

una persona (co-morbosidad), a la interacción entre el género y otras

estratificaciones sociales, como clase socioeconómica, raza y etnia (Sen y otros,

2,002). Numerosos estudios indican la importancia de recopilar, analizar,

presentar la exposición y datos que no sólo permiten la desegregación básica

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por sexo, sino que también la tabulación cruzada, la clasificación entre sexo y

estratificación social como grupo socioeconómico. De este modo, hay

considerables diferencias de género en la exposición de factores de riesgo y

posición social que puede agravar más aún este tipo de desigualdad. Mientras la

mayoría de los factores de riesgo en el trabajo contribuyen a las desigualdades

socioeconómicas en la salud del hombre y de la mujer, pueden haber

importantes diferencias de género en cuanto al patrón social de estos factores

de riesgo (Östlin, 2002a).

Otro tema importante es que las herramientas y métodos disponibles enel campo de la investigación de la salud laboral, se desarrollaron en relación a

los sectores de empleo que predominan los hombres, lo que significa que éstos

pueden no ser válidos en el análisis del trabajo femenino. Por ejemplo, las

preguntas de la encuesta sobre las condiciones de trabajo a menudo se diseñan

para los empleos que predomina el hombre. Los planes de trabajo que se

desarrollan y ajustan para estos se diferencian escasamente con el trabajo de

las mujeres (Messing y otros, 1994a; MacIntyre y Hunt, 1997). En consecuencia,

el título profesional a menudo se utiliza como un sustituto de la exposición de

datos y es un mejor indicador en hombres que mujeres para la exposición

laboral.

El papel potencial de la investigación en salud laboral es fundamental

para el desarrollo de políticas, programas eficaces que pueden llenar los vacíos

y ampliar la comprensión de las diferencias observadas en varios sub-campos

de la salud. Los requisitos previos para la realización de la investigación de la

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salud de género en el trabajo es la recopilación de información sexualmente

desagregada por proyectos de investigación individuales o por medio de

sistemas de datos más grandes (sin información sexualmente correcta es

incluso difícil iniciar un análisis de género), la atención a la posibilidad de que los

datos puede que reflejen prejuicios sistemáticos de género (por ejemplo, en el

acceso a los servicios de salud en el trabajo) y el uso de metodologías que son

lo suficientemente sensibles como para captar adecuadamente las dimensiones

de género (por ejemplo, metodologías interrogativas, cómo clasificamos a

hombres y mujeres en diferentes categorías socioeconómicas).6. Recomendaciones

Las recomendaciones que se presentan en la estrategia mundial de la salud

laboral de la OMS son acerca de la investigación y políticas que se elaboran

desde una perspectiva de género. Por otra parte, los autores sugieren la

adopción de nuevos enfoques con el fin de fortalecer la consideración de género

en la investigación y políticas.

Investigación

Base de datos

1 La información sexualmente desagregada en ambas exposiciones necesitan

recopilarse sistemáticamente a nivel internacional, nacional, compañía de

sindicato en enfermedades profesionales y lesiones. La información también se

debe recopilar en exposiciones, además las enfermedades que se relacionan

con el trabajo no remunerado intentan conciliar las exigencias del trabajo

remunerado y no remunerado.

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Temas de investigación

2 Es necesario aumentar la investigación sobre la salud de la mujer en el

trabajo, sobre todo en los países en vías de desarrollo.

3 El enfoque de la investigación en salud laboral en el empleo

remunerado falla al detectar interacciones entre los peligros para la salud en el

lugar de trabajo y fuera de él. El trabajo de las mujeres no se puede entender a

menos que el contexto se base en el empleo remunerado con los marcos que se

relaciona a los roles de género, en el ámbito doméstico y para las interacciones

e interfaces entre las dos esferas.4 Las mujeres deben incluirse en la investigación de la salud en el trabajo,

en especial en los estudios toxicológicos. Sin embargo, cualquier diferencia

sexual que se delate debe estudiarse en relación con los mecanismos que se

involucraron con el fin de separar la verdadera especificidad de género de las

exposiciones según sexo y efectos modificadores.

Herramientas y métodos de investigación

5 Deben ser validados y extendidos para el análisis de puestos de trabajo de las

mujeres las herramientas y métodos en el campo de la salud del trabajo que se

desarrollaron originalmente en relación a los sectores de empleo de

investigación que predomina lo masculino. Además, las herramientas y los

métodos deben ser desarrollados para que se adapten a las condiciones en la

que se encuentran con mayor frecuencia entre las mujeres trabajadoras, como

los movimientos muy rápidos, conciliación del trabajo y la familia, las relaciones

con los clientes y el acoso sexual.

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6 Nuevos indicadores específicos de género deben desarrollarse para los

resultados de salud que se relacionan con el trabajo. Los indicadores disponibles

de las condiciones no reflejan completamente las características peculiares que

describen gran parte del empleo de la mujer y pueden ser perjudiciales para las

condiciones de trabajo que predomina lo masculino.

Trastornos que derivan en la presión psicosocial en el trabajo se debe

diagnosticar y reportar de mejor manera. Dos áreas son de especial

preocupación, la elaboración de indicadores que investigan el impacto positivo y

negativo del "trabajo no remunerado" y mejores medidas en relación a laintimidación, acoso y discriminación, en particular en el trabajo con clientes.

7 El seguimiento e información de estos indicadores debe mejorar.

8 En los países en vía de desarrollo es necesario un aumento de

sistemas de información que garanticen cubrir enfermedades y lesiones de la

mujer que se vincula con el trabajo.

9 Se deben garantizar los enfoques participativos en la investigación de

la salud laboral donde trabajadores de ambos sexos se les da un papel activo

para asegurar que la investigación que se realiza sea relevante para sus

necesidades e intereses.

10 La investigación interdisciplinaria con fuertes componentes

epidemiológicos, ergonómicos y de ciencias sociales, es esencial para la

comprensión de cuestiones de género en la salud laboral.

Políticas y programas de la salud laboral

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11 La esfera de la vida laboral, en todas sus formas y dominios, es

probablemente uno de los ámbitos más importantes para la acción si el objetivo

en general es mejorar el estado de salud de la población y en particular reducir

las desigualdades de género en salud. Es necesario utilizar la información y el

conocimiento a disposición para intervenir en la protección de la salud de la

población que trabaja. El contexto actual de la globalización de la economía y el

debilitamiento que se asocia al poder de negociación de los trabajadores ha

llevado al aumento del trabajo precario, sobre todo para las mujeres.

Cambiar el contexto12 Debe recibir atención prioritaria de los legisladores dado el importante rol que

desempeña la segregación laboral por género en la determinación de las

condiciones de hombres y mujeres en la sociedad; además tener en cuenta la

importancia de mantener las desigualdades de género en los ingresos, rol de

género y estereotipos sexuales en el trabajo con el fin de reducir tanto la

segregación horizontal como vertical. Los bajos salarios e ingresos que

acompañan la segregación laboral por género son un contribuyente creciente

importante para la pobreza y desigualdad en la sociedad global. Las condiciones

de vida de los niños se ven afectada de manera negativa por la proporción

creciente de hogares a cargo de mujeres.

13 Dada la imagen actual del trabajo de las mujeres como cómodo, "ligero

e inofensivo", es importante informar al público sobre el hecho de que a menudo

implica riesgos en la salud. Además se debe hacer visible el alto porcentaje de

mujeres en un trabajo precario, la economía informal y zonas económicas de

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libre comercio, así como el aumento de la disparidad salarial. Esto es importante

ahora que la globalización conduce cada vez más a trabajos segregados por

género, como en las zonas francas económicas, donde las mujeres emplean

trabajos altamente repetitivos de bajo nivel. Induce un cambio en la perspectiva

que requiere de colaboraciones con grupos internacionales de consumidores,

asociaciones de libre comercio y agentes sociales internacionales.

14 Abordar las necesidades de la salud laboral de mujeres y hombres

requiere de compromiso y estrecha colaboración por parte de los diversos

organismos internacionales interesados, como la OMS, OIT, FAO y otrosorganismos de la ONU, así como organizaciones no gubernamentales

pertinentes (ONG). Las iniciativas regionales y nacionales deben reforzarse para

la cooperación entre la OMS y otras agencias de la ONU.

Cambiar las políticas internacionales y nacionales

15 Las políticas internacionales y nacionales de la salud laboral debe reforzarse

tanto a nivel público como doméstico, además deben desarrollarse las

herramientas políticas necesarias.

16 Los trabajadores deben tener un rol más activo en el desarrollo de

políticas que promuevan un lugar de trabajo más saludable y a la vez hombres y

mujeres deben tener un lugar igual en el proceso. Las organizaciones a base de

mujeres deben representarlas en los países y situaciones donde la mujer no

participa en los sindicatos.

17 El enfoque de las políticas y programas debe solucionar problemas

prácticos en el lugar de trabajo y fomentar las capacidades locales que

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involucren a trabajadores de ambos sexos, empleadores, proveedores de

servicios primarios, profesionales de salud y funcionarios del gobierno.

18 Se deben desarrollar y fortalecer políticas nacionales sensibles al

género en la salud laboral y desarrollar herramientas políticas. Se debe dedicar

preocupación especial a la evaluación de género de la legislación y políticas

existentes, que incluye el umbral límite del valor, cargas pesadas de trabajo y

riesgos dentro de los empleos que predominan las mujeres. La violencia y el

acoso en el trabajo deben considerarse como de origen laboral.

19 El plan de indemnización de los trabajadores por accidentes yenfermedades laborales deben revisarse desde una perspectiva de género, con

el fin de analizar porque la tasa de aprobación de indemnización difiere entre

hombres y mujeres por el mismo tipo de accidente de trabajo o enfermedad.

 Además, es importante identificar que profesiones y tipos de trabajo se exentan

de la cobertura de compensación y si predominan las mujeres. Programas de

indemnización y de prevención de salud también deben abordar riesgos físicos,

químicos, ergonómicos y psicosociales para la reproducción femenina y

masculina, que incluye la fertilidad sexual.

20 Deben promoverse los programas que garantizan una mayor

independencia económica y seguridad alimenticia para los trabajadores

agrícolas. Es esencial que se apoye las políticas agrícolas sustentables (como

la agricultura orgánica) y se desalienten las políticas no sustentables (tales como

el uso de productos químicos peligrosos).

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21 En todos los países deben reforzarse las políticas favorables a la

familia con el fin de promover la igualdad de género en el trabajo. Estas políticas

deben proporcionar apoyo para el cuidado de niños, ancianos, permisos para la

maternidad y paternidad, apoyo a las mujeres durante la maternidad y en el

regreso al trabajo, la posibilidad de amamantar a los bebés, la posibilidad de

comenzar a flexibilizar y los tiempos de comida que se determinan por el

trabajador, permisos flexibles y la interrupción de la carrera profesional que de

delimita por el trabajador, el trabajo por teléfono y en el hogar. Las medidas se

deben tomar para prevenir horarios de trabajo imprevisibles sobre los que elempleado tiene poco control.

22 Debe facilitarse la igualdad de acceso para las mujeres a la

sindicalización, ya que son un medio importante en la intervención de la salud y

seguridad. Estas deben involucrar em los sindicatos y garantizar la

representación de los trabajadores si estos no están presentes.

Cambiar las prácticas del lugar de trabajo

23 El trabajo industrial implica múltiples factores de riesgo que deben ser

reducidos. Debe existir un enfoque en la prevención primaria y los empleadores

responsabilizarse de la reducción de la exposición para todos los trabajadores.

Esto debe ocurrir en los sindicatos y otras asociaciones de trabajadores. Durante

estos esfuerzos, las trabajadoras deben tener en cuenta de asegurar todos los

riesgos que se relacionan con el trabajo que incluyen prevención.

24 Las intervenciones para proteger la salud de las trabajadoras sexuales

debe efectuarse en colaboración con ellas. Su participación en la planificación e

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intervenciones asegura un apropiado diseño, ejecución y más importante aún,

reconoce que estas tienen condiciones para proporcionar información valiosa

para los investigadores, académicos, profesionales de la salud, políticos y

activistas.

25 Las actividades de los sindicados deben tomar en cuenta las

necesidades especiales de las mujeres, tales como horarios amigables con la

familia, formación de liderazgo y oportunidades para intervenir fácilmente

durante las reuniones sindicales. Dentro de los sindicatos, comités de mujeres

deben formarse para estimular el diálogo sobre las necesidades específicas deestas.

Formación de salud, seguridad laboral y desarrollo de aptitudes

26 Debe mejorar la información, la educación sobre los riesgos de salud y

seguridad laboral de las mujeres, tanto dentro de la comunidad de salud,

seguridad laboral y en médicos, enfermeras, inspectores de salud y otros.

27 Debe evaluarse y utilizarse en practicantes y trabajadores materiales

de educación y formación que son sensibles al género en la salud y seguridad

laboral. Los educadores y formadores deben entrenarse a sí mismos en el

análisis sensible al género.

28 Debe desarrollarse la capacidad para las intervenciones sensibles al

género en la salud laboral que se basen en información de la investigación. Los

estudiantes deben ser capacitados acerca de cómo asegurar la investigación y

que la intervención sea sensible al género. Dado a que estos estudiantes

pueden ser mujeres, debe llevarse a cabo la factibilidad de conciliar la formación

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con las obligaciones familiares. Las organizaciones internacionales de ayuda

deben permitir que los fondos específicos para el cuidado de niños, permiso de

maternidad y otras necesidades de las estudiantes mujeres con familias.

29 Debe proporcionarse igualdad de oportunidades para trabajadores de

ambos sexos para que puedan participar e intervenir en sus lugares de trabajo

de una manera informada.

30 

Se debe promulgar días regionales, nacionales de la salud y seguridad

laboral en todos los sectores y programas. Medios de sensibilidad cultural tales

como calendarios, teatro popular, carteles y programas de radio comunitariosdeben crearse con la participación de trabajadores de ambos sexos.

31 Material de salud y seguridad laboral con sensibilidad al género debe

ser incluido en cursos de educación básica para adultos y en el plan de estudios

de la escuela secundaria.

La prestación de servicios de salud laboral

32 Los servicios de salud en el trabajo deben fortalecerse, con especial atención

en la prevención primaria, tanto en los lugares de trabajo donde predominan

mujeres y hombres. Es necesario consolidar los servicios de apoyo de la salud

en el trabajo (por ejemplo, mediante la capacitación de profesionales de la salud

en la atención primaria) especialmente para los trabajadores domésticos.

33 El acceso a las instalaciones de salud en el trabajo debe ser equitativo

para hombres y mujeres, independiente de su puesto de trabajo.

La legislación y las normas éticas

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34 En los países de bajos ingresos, a menudo no existen regulaciones efectivas

de salud y seguridad, o si existen no se cumplen, en especial en el sector

informal, donde muchas mujeres trabajan. Se necesitan nuevos enfoques y

estrategias que alienten a las autoridades responsables de cumplir estas

normas.

35 Al considerar los diversos mecanismos subyacentes que observan las

diferencias entre ambos sexos, las normas actuales de salud laboral se deben

revisar a través de una visión de género y los ajustes se deben realizar sobre la

base de la evaluación científica de riesgo entre mujeres y hombres.

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