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6/3/2020 American Pravda: Los asesinatos del Mossad, by Ron Unz - The Unz Review https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 1/65 American Pravda: Los Asesinatos Del Mossad ¿El asesinato de JFK? ¿Los atentados del 11 de septiembre?] RON UNZ • JANUARY 27, 2020 • 35,000 WORDS TABLE OF CONTENTS The Unz Review: An Alternative Media Selection A Collection of Interesting, Important, and Controversial Perspectives Largely Excluded from the American Mainstream Media De la paz de Westfalia a la ley de la jungla El asesinato del general iraní Qasem Soleimani por parte de Estados Unidos el 2 de enero fue un acontecimiento de enorme trascendencia. El general Soleimani era la figura militar de mayor rango en Irán, un país con 80 millones de habitantes, y tras 30 años de celebrada trayectoria había llegado a ser universalmente querido y admirado. La mayoría de analistas consideran su influencia solo por debajo de la del ayatolá Alí Jamenei, el anciano Líder Supremo del país, y existen importantes indicios de que se le había instado a presentarse como candidato a la presidencia en las futuras elecciones de 2021. Las circunstancias de su muerte, perpetrada en tiempos de paz, fueron también bastante extraordinarias. El vehículo en el que iba fue incinerado por un misil lanzado desde un dron Reaper estadounidense cerca del Aeropuerto Internacional de Bagdad, en Iraq, poco después de haber llegado allí en un vuelo comercial corriente para participar en unas negociaciones de paz que originalmente habían sido propuestas por el propio gobierno estadounidense. Nuestros medios de comunicación principales no ignoraron la gravedad de este súbito e inesperado asesinato, tratándose además de una figura de tremenda importancia política y militar, y le dedicaron buena parte de su atención durante un tiempo. Un día o dos después de producirse, la página de portada de mi New York Times matinal estaba llena casi por completo de noticias relacionadas con el suceso y sus implicaciones, además de dedicarle varias páginas en el interior. Más tarde, esa misma

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American Pravda: Los Asesinatos Del Mossad¿El asesinato de JFK? ¿Los atentados del 11 de septiembre?]RON UNZ • JANUARY 27, 2020 • 35,000 WORDS

TABLE OF CONTENTS

The Unz Review: An Alternative Media SelectionA Collection of Interesting, Important, and Controversial Perspectives Largely Excluded from the American Mainstream Media

De la paz de Westfalia a la ley de la jungla

El asesinato del general iraní Qasem Soleimani por parte de Estados Unidos el 2 de enero fue unacontecimiento de enorme trascendencia.

El general Soleimani era la figura militar de mayor rango en Irán, un país con 80 millones dehabitantes, y tras 30 años de celebrada trayectoria había llegado a ser universalmente querido yadmirado. La mayoría de analistas consideran su influencia solo por debajo de la del ayatolá AlíJamenei, el anciano Líder Supremo del país, y existen importantes indicios de que se le había instado apresentarse como candidato a la presidencia en las futuras elecciones de 2021.

Las circunstancias de su muerte, perpetrada en tiempos de paz, fueron también bastanteextraordinarias. El vehículo en el que iba fue incinerado por un misil lanzado desde un dron Reaperestadounidense cerca del Aeropuerto Internacional de Bagdad, en Iraq, poco después de haber llegadoallí en un vuelo comercial corriente para participar en unas negociaciones de paz que originalmentehabían sido propuestas por el propio gobierno estadounidense.

Nuestros medios de comunicación principales no ignoraron la gravedad de este súbito e inesperadoasesinato, tratándose además de una figura de tremenda importancia política y militar, y le dedicaronbuena parte de su atención durante un tiempo. Un día o dos después de producirse, la página deportada de mi New York Times matinal estaba llena casi por completo de noticias relacionadas con elsuceso y sus implicaciones, además de dedicarle varias páginas en el interior. Más tarde, esa misma

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semana, el periódico estrella del país dedicaba más de un tercio de todas sus páginas a su secciónprincipal en torno a esta misma noticia.

Pero incluso una cobertura mediática tan copiosa por parte de veteranos periodistas no logró poner elsuceso en su adecuado contexto. El año pasado, la administración Trump declaró[1] a la GuardiaRevolucionaria iraní como una “organización terrorista”, recibiendo por ello numerosas críticas eincluso burlas de parte de muchos expertos en seguridad nacional, que reaccionaron con incredulidadante la idea de clasificar a una de las ramas principales de las fuerzas armadas iraníes como“terroristas”. El general Soleimani era uno de los mayores oficiales de dicho cuerpo, y esto,aparentemente, le proporcionó a Estados Unidos una excusa suficiente como para asesinarlo a plenaluz del día mientras ejercía como diplomático en una misión de paz.

Pero ha de notarse que el Congreso ha estado ponderando aprobar una ley que declararía a Rusiaoficialmente un “estado patrocinador del terrorismo”[2], y Stephen Cohen, el afamadoexperto en estudios sobre Rusia, ha argumentado que ningún líder político extranjero desde el final dela Segunda Guerra Mundial ha sido tan masivamente demonizado por los medios estadounidensescomo Vladimir Putin. Durante años, muchos airados tertulianos han condenado a Putin[3] como“el nuevo Hitler”, y algunas prominentes figuras públicas incluso han hecho llamamientos a suderrocamiento[4] o hasta su asesinato. De modo que, a día de hoy, nos encontramos a solo un parde pasos de distancia de embarcarnos en una campaña pública para asesinar al líder de un país cuyoarsenal nuclear podría aniquilar rápidamente al grueso de la población estadounidense. Cohen haadvertido en reiteradas ocasiones de que el peligro de entrar actualmente en una guerra nuclear puedeser incluso superior al que existía durante los días de la crisis de los misiles de Cuba en 1962.¿Podemos desestimar por completo su preocupación?

Incluso si nos concentrásemos solo en el asesinato del general Soleimani e ignorásemos por entero suspeligrosas implicaciones, parece haber pocos precedentes modernos de este estilo de asesinatospolíticos de alto nivel ejecutados por un país contrario. Al buscar ejemplos pasados, los únicos que seme ocurren ocurrieron hace casi tres generaciones, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando unosagentes checos asistidos por los Aliados asesinaron a Reinhard Heydrich en Praga en 1941, y cuandomás tarde el ejército estadounidense derribó el avión del almirante japonés Isoroku Yamamoto en1943. Pero estos sucesos ocurrieron en el fragor de una brutal guerra global, y los líderes aliados no lospresentaron como asesinatos políticos oficiales. El historiador David Irving cuenta que cuando uno delos consejeros de Adolf Hitler sugirió que se intentase asesinar a los líderes soviéticos en esa mismaguerra, el Führer alemán censuró inmediatamente tales prácticas como violaciones evidentes de lasleyes de la guerra.

En 1914, el asesinato terrorista del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperioaustrohúngaro, estuvo ciertamente organizado por elementos fanáticos de los servicios de inteligenciaserbios, pero el gobierno serbio negó vehementemente su participación en el asunto, y ninguna de lasprincipales potencias europeas estuvo nunca implicada en la trama. La muerte del archiduque prontollevó al estallido de la Primera Guerra Mundial, y, aunque fueron muchos los millones de hombres quemurieron en las trincheras durante los años siguientes, habría sido completamente impensable paracualquiera de los principales países combatientes asesinar a los líderes de sus países enemigos.

Un siglo antes, las Guerras Napoleónicas habían arrasado el continente europeo durante la mayorparte de una generación, pero no recuerdo leer acerca de ninguna conspiración gubernamental para

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asesinar a líderes contrarios durante aquel periodo, ni mucho menos durante las guerras –mucho máscaballerescas– del precedente siglo XVIII, cuando Federico el Grande y la reina María Teresa sedisputaban militarmente el control de la próspera provincia de Silesia. No soy para nada especialistaen historia europea moderna, pero, después de que la Paz de Westfalia en 1648 pusiera fin a la guerrade los Treinta Años y se estandarizasen las leyes de la guerra, no me viene a la mente ningún asesinatopolítico de tan alto nivel como el del general Soleimani.

Las sangrientas guerras religiosas durante los siglos anteriores ciertamente sí vieron variasconspiraciones para asesinar a líderes contrarios. Por ejemplo, me parece que Felipe II supuestamentepromovió varias tramas con el objetivo de asesinar a la reina Isabel I de Inglaterra sobre la base de queera una cruel hereje, y sus reiterados fracasos contribuyeron a que se decidiese a lanzar la desastrosaofensiva naval que acabó con la derrota de la Armada Española. Sin embargo, siendo un devotocatólico, probablemente habría recelado de utilizar una artimaña tan rastrera como invitar a la reinaIsabel a unas negociaciones de paz para allí acabar con ella. En cualquier caso, aquello sucedió hacemás de cuatro siglos, de modo que hoy Estados Unidos se ha situado en un terreno bastantedesconocido.

Los diferentes pueblos tienen también diferentes tradiciones políticas, y esto puede tener un papelcrucial a la hora de influir en el comportamiento de los países que estos establecen. Bolivia y Paraguayfueron creados a principios del siglo XVIII como apéndices del ya decadente Imperio español, y segúnWikipedia han sufrido más de treinta golpes de estado exitosos a lo largo de su historia (la mayoría deellos antes de 1950), mientras que México ha tenido media docena. En contraste con esto, los EstadosUnidos y Canadá fueron fundados como colonias de pioneros anglosajones, y ninguno de los dos paísesha sufrido nunca un golpe de estado.

Durante nuestra guerra de Independencia, George Washington, Thomas Jefferson y el resto denuestros Padres Fundadores eran plenamente conscientes de que si su esfuerzo fracasaba, serían todoscolgados por los británicos por su rebelión. Sin embargo, nunca he oído que temieran ser víctimas dela daga de un asesino, ni que el rey Jorge III llegase siquiera a plantearse emplear un método tan ruin.Durante el primer siglo y más de historia de nuestra nación, casi todos nuestros presidentes y otrosaltos dirigentes políticos tenían ascendencia británica, y los asesinatos políticos eran excepcionalmenteraros, siendo el de Abraham Lincoln uno de los pocos que se me vienen a la mente.

En el apogeo de la Guerra Fría, nuestra CIA se involucró en varios complots secretos para asesinar aldictador comunista de Cuba, Fidel Castro, y otros líderes extranjeros considerados hostiles a losintereses estadounidenses. Pero, cuando estos hechos salieron luego a la luz en la década de 1970,provocaron una indignación tan tremenda en el público y los medios de comunicación que trespresidentes consecutivos –Gerald Ford[5], Jimmy Carter[6] y Ronald Reagan[7]– firmaronsucesivos decretos presidenciales que prohibían terminantemente que tanto la CIA como cualquier otraagencia del gobierno estadounidense llevase a cabo asesinatos.

Aunque algunos incrédulos pueden decir que estas declaraciones públicas fueron meros actos de cara ala galería, una reseña literaria de marzo de 2018[8] en el New York Times sugiere lo contrario.Kenneth M. Pollack pasó años como analista para la CIA y como asistente del Consejo de SeguridadNacional de EE. UU., y posteriormente publicó varios influyentes libros sobre política exterior yestrategia militar durante las siguientes dos décadas. Pollack se había unido a la CIA en 1988, y abresu reseña diciendo lo siguiente:

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“Rise and Kill First”

Una de las primeras cosas que me enseñaron cuando me uní a la CIA fue que la agencia nopracticaba asesinatos. A los nuevos reclutas se nos machacaba con ello una y otra vez.

Sin embargo, Pollack apunta con indignación que durante más del último cuarto de siglo, estas antañosólidas prohibiciones han ido paulatinamente erosionándose, en un proceso especialmente aceleradodesde los ataques del 11 de septiembre de 2001. Las leyes escritas no han cambiado, pero

Hoy parece que todo lo que queda de esa prohibición es un eufemismo.

Ya no lo llamamos asesinatos. Ahora son “eliminaciones de objetivos”, a menudopracticadas por medio de drones, y se han convertido en el arma predilecta de EstadosUnidos en la guerra contra el terrorismo.

La administración Bush llevó a cabo 47 de estos asesinatos-pero-con-otro-nombre, mientras que susucesor, Barack Obama, un académico constitucional y premio Nobel de la Paz, elevó su propia cifra a542. No sin razón, Pollack se pregunta si acaso el asesinato no se ha convertido en “un medicamentomuy efectivo, pero que trata solo los síntomas sin ofrecer cura alguna”.

Así pues, a lo largo de las últimas dos décadas la política estadounidense ha seguido una perturbadoratrayectoria en cuanto al uso del asesinato como herramienta de política exterior; al principiorestringiendo su aplicación solo a las circunstancias más extremas, luego ciñéndose a un pequeñonúmero de “terroristas” de alto perfil escondidos en terrenos difíciles, y después escalandogradualmente hasta llegar a las varias centenas de víctimas. Y ahora, bajo el mandato del presidenteTrump, se ha dado el fatídico paso por el que Estados Unidos se arroga el derecho a asesinar acualquier líder mundial que no nos guste y que unilateralmente declaremos merecedor de tal destino.

Pollack había hecho carrera como demócrata en la era Clinton, y es más conocido por su libro de 2002titulado The Threatening Storm, que apoyaba firmemente la propuesta de Bush de invadir Iraq y fueenormemente influyente[9], contribuyendo a lograr que los dos grandes partidos apoyasen tannefasta acción militar. No me cabe duda de que Pollack es un convencido defensor del estado de Israel,y probablemente pueda clasificarse vagamente como un “neocon de izquierdas”.

No obstante, al repasar, hablando de Israel, la extensa historia del país en el uso del asesinato como supolítica estrella de seguridad nacional, parece profundamente perturbado ante la posibilidad de queEstados Unidos esté siguiendo el mismo terrible camino. Menos de dos años después, nuestrorepentino asesinato de uno de los principales líderes iraníes demuestra que sus temores no estabaninfundados.

El libro sobre el que versaba la reseña era Rise and Kill First, escrito por elperiodista del New York Times Ronen Bergman: un voluminoso estudiosobre el Mossad, el servicio de inteligencia exterior de Israel, y otras

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agencias íntimamente ligadas. El autor dedicó seis años de investigaciones aeste proyecto, que se apoyaba en un millar de entrevistas personales y en unenorme número de documentos oficiales previamente inaccesibles. Comosugiere el título, su tema principal era la larga historia de asesinatos políticosperpetrados por Israel, y, a lo largo de sus 750 páginas y más o menos milreferencias bibliográficas, recuenta los detalles de un gran número de ellos.

Esta clase de temas están siempre, obviamente, teñidos de polémica, pero elvolumen de Bergman exhibe en la portada elogiosos halagos de variospremios Pulitzer especializados en materia de espionaje, y la cooperaciónoficial que recibió de la agencia se hace patente por el apoyo de un antiguojefe del Mossad e incluso de Ehud Barak, antiguo primer ministro de Israelque en su tiempo lideró él mismo grupos operativos encargados de llevar acabo asesinatos. Durante las últimas dos décadas, el exoficial de la CIA Robert Baer se ha convertidoen uno de nuestros más prominentes escritores en este mismo ámbito, y Baer alaba este libro como“sin duda” el mejor que ha leído nunca en cuanto a servicios de inteligencia, Israel y Oriente Próximo.Las reseñas a lo largo y ancho de nuestros medios de comunicación hegemónicos fueron igualmenteelogiosas.

Aunque yo había visto algunos debates sobre el libro cuando se publicó, solo me puse a leerlo haceunos pocos meses. Y, aunque me vi profundamente impresionado por su labor periodística tanexhaustiva como meticulosa, lo sentí como una lectura un tanto amarga y deprimente dada la ingenteenumeración de asesinatos israelíes de enemigos tanto reales como meramente sospechados, enoperaciones que a veces involucraban secuestros y brutales torturas o resultaban en un considerablenúmero de muertes de ciudadanos inocentes. Aunque la inmensa mayoría de los ataques descritos tuvolugar en varios países de Oriente Próximo o los territorios palestinos ocupados de la Franja de Gaza yCisjordania, otros se produjeron en varias partes del mundo, incluida Europa. La narración comienzaen 1920, décadas antes de que se creasen realmente el estado judío de Israel o el Mossad, y se extiendehasta nuestros días.

La cantidad de estos asesinatos llevados a cabo por todo el mundo es realmente notable. El instruidocomentarista del New York Times que escribió la reseña del libro antes mencionada sugería en ella queel número de asesinatos israelíes durante el último medio siglo o así parecía ser mucho mayor que elde cualquier otro país. Yo iría incluso más allá: si excluimos los asesinatos dentro del propio territorio,no me sorprendería que el número de asesinatos israelíes superase el total de todos los demás grandespaíses del mundo juntos. Creo que todas las impactantes revelaciones sobre complots de la CIA o laKGB durante la Guerra Fría para asesinar a sus rivales, que tantas veces he visto comentadas enartículos de prensa, podrían resumirse cómodamente en tan solo uno o dos capítulos del vastísimolibro de Bergman.

Los ejércitos nacionales siempre han tenido reparos a la hora de usar armas biológicas, sabiendo bienque, una vez liberados, los letales microbios podrían extenderse fácilmente más allá de las fronterasdel país rival y acabar causando gran sufrimiento sobre los civiles del país que los empleó. De maneraanáloga, los agentes de inteligencia que han pasado largas carreras ocupados en planear, organizar yllevar a cabo asesinatos (aunque oficialmente permitidos) pueden desarrollar pensamientos que seconviertan en un peligro tanto para ellos mismos como para la sociedad en general a la que se suponeque han de servir, y algunos ejemplos de esta posibilidad se entrevén aquí y allá en la extensanarración de Bergman.

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En el llamado “incidente del autobús 300” de 1984, un par de palestinos cautivos fueron apaleadoshasta la muerte en público por el jefe de la agencia de seguridad interna Shin Bet (conocido por sucrueldad) y sus subordinados. En circunstancias normales, este acto no habría acarreado consecuenciaspara los agresores, pero el suceso fue fotografiado por un fotorreportero israelí que andaba cerca, queconsiguió evitar que le confiscaran el carrete. La resultante exclusiva llevó a un escándalo mediáticointernacional, incluso llegando a las páginas del New York Times, y esto forzó a Israel a realizar unainvestigación gubernamental con vistas a acusar a los agresores de asesinato. Para protegerse, lacúpula del Shin Bet infiltró a agentes suyos en la investigación oficial y falsificó pruebas paraincriminar a unos soldados israelíes ordinarios y un general del ejército, todos ellos completamenteinocentes. Un oficial de alto rango del Shin Bet que expresó su reticencia ante esta conspiración de suagencia llegó casi a ser asesinado por sus propios colegas, al parecer, hasta que por fin aceptó falsearsu testimonio oficial. Las organizaciones que empiezan a operar como familias mafiosas puedenadoptar eventualmente normas internas propias de la mafia.

Los agentes israelíes a veces llegaron incluso a ponderar la eliminación de sus propios superiorescuando sus políticas eran vistas como lo bastante contraproducentes. Durante décadas, el general ArielSharon había sido uno de los mayores héroes militares de Israel, a la vez que alguien con inclinacionespolíticas de extrema derecha. Como ministro de defensa, en 1982, orquestó la invasión israelí delLíbano, que pronto se convirtió en una gran debacle política que dañó enormemente el prestigiointernacional de Israel al causar tremenda destrucción en su país vecino y su capital, Beirut. MientrasSharon, tozudamente, continuaba con su estrategia militar y los problemas se agravaban, un grupo deoficiales indignados decidieron que la mejor forma de evitar que Israel siguiera envuelto en tan dañinaempresa era asesinar a Sharon, aunque la propuesta nunca se llevó a cabo.

Un ejemplo aún más impactante ocurrió una década después. Durante muchos años, el líder palestinoYasir Arafat había sido el principal objeto de la antipatía israelí, hasta el punto de que en ciertomomento Israel planeó derribar un avión civil en un vuelo internacional para asesinarlo. Pero, tras elfin de la Guerra Fría, las presiones procedentes de Europa y Estados Unidos llevaron al primerministro Isaac Rabin a firmar los Acuerdos de Oslo en 1993 con Arafat. Aunque el líder israelí recibióelogios del resto del mundo y compartió un premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos pacificadores,algunos poderosos sectores del público israelí y de la clase política del país consideraron su acto comouna traición, con algunos ultranacionalistas y fanáticos religiosos demandando su muerte por ello. Unpar de años después fue, en efecto, muerto de un disparo efectuado por un lobo solitario pertenecientea dichos círculos ideológicos, convirtiéndose así en el primer líder de Oriente Próximo en sufrir taldestino en décadas. Aunque su asesino estaba mentalmente desequilibrado e insistió vehementementeen que actuó solo, había tenido un largo historial de vínculos con los servicios de inteligencia, yBergman nota con delicadeza en su libro que el magnicida se escabulló entre los numerososguardaespaldas de Rabin “con inusitada facilidad” para después disparar fatalmente tres veces alprimer ministro a corta distancia.

Muchos observadores vieron similitudes entre el asesinato de Rabin y el de nuestro propio presidenteJohn F. Kennedy en Dallas tres décadas antes, y el hijo de este último, John F. Kennedy Jr., desarrollóun fuerte interés personal por este trágico suceso. En marzo de 1997, su distinguida revista política,George, publicó un artículo firmado por la madre del asesino de Rabin en el que acusaba a losservicios de seguridad de su propio país de estar involucrados en el crimen; una teoría tambiénpromovida por el difunto escritor israelí-canadiense Barry Chamish. Estas acusaciones encendieron unfuribundo debate internacional, pero después de que el propio Kennedy Jr. muriese a su vez en uninusual accidente de avión un par de años después, su revista murió con él y la polémica pronto se

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apagó. Los archivos de George no se encuentran en línea ni son fácilmente accesibles, de modo que nopuedo juzgar con facilidad la credibilidad de dichas acusaciones.

Sharon, habiendo eludido por poco ser asesinado a su vez por agentes israelíes, recuperó gradualmentesu influencia política y lo hizo sin renegar de sus posturas extremistas, incluso hasta el punto de llegaren cierta ocasión a describirse a sí mismo como un “judeonazi” ante un boquiabierto periodista.Algunos años después de la muerte de Rabin, Sharon provocó una serie de protestas callejeras enPalestina, y después utilizó la violencia resultante para ganar las elecciones a primer ministro del país.Ya en el cargo, su extremada dureza llevó a una insurrección generalizada en los territorios palestinosocupados, pero entonces Sharon simplemente redobló la represión contra la población palestina y,después de que la atención del mundo entero se desviase a causa de los atentados del 11 de septiembrey la invasión estadounidense de Iraq, comenzó a mandar asesinar a numerosos líderes políticos yreligiosos palestinos en una serie de ataques que a veces ocasionaron también serias bajas civiles.

El principal objeto de la furia de Sharon era el presidente palestino Yasir Arafat, quien súbitamenteenfermó y murió, uniéndose así en el eterno reposo a su predecesor Rabin, con quien había colaboradoen las negociaciones de paz. La mujer de Arafat afirmó que había sido envenenado y recabó algunaspruebas médicas para apoyar su acusación, mientras que el afamado escritor y periodista político UriAvnery publicó numerosos[10] artículos fundamentando[11] dichas acusaciones[12]. Bergman,por su parte, simplemente deja constancia de que las autoridades israelíes lo negaron categóricamente,notando no obstante que “el momento en que se produjo la muerte de Arafat fue bastante peculiar”,para terminar enfatizando que, incluso aunque él supiese la verdad, no podría publicarla, dado quetodo su libro fue escrito bajo la estricta supervisión y censura de las autoridades israelíes.

Este último detalle parece ser extremadamente importante, y aunque solo aparece una vez en esecomentario aislado en medio de todo el libro, tal advertencia podría aplicarse, obviamente, al volumenentero, y la deberíamos tener siempre presente al leerlo. El libro de Bergman tiene unas 350.000palabras e incluso si cada frase hubiese sido escrita con la más escrupulosa sinceridad, debemosreconocer la enorme diferencia que existe entre decir “la verdad” y decir “toda la verdad”.

También me resultó sospechoso otro detalle. Hace treinta años, un oficial del Mossad desencantadollamado Victor Ostrovsky dejó la agencia y escribió By Way of Deception, un libro muy crítico en elque relataba numerosas presuntas operaciones del Mossad, especialmente contra objetivosestadounidenses y occidentales, de las que él tenía información de primera mano. El gobierno israelí ysus voceros proisraelíes en EE. UU. se embarcaron en una campaña legal sin precedentes parabloquear su publicación, pero esto causó una inmensa reacción contraria y escándalo en los medios, yla publicidad que recibió el libro en consecuencia lo llevó al número 1 de la lista de ventas del NewYork Times. Yo me leí el libro de Ostrovsky hace aproximadamente una década, tras llegarmeinformación bastante fiable de que ciertos trabajadores a sueldo de la CIA habían considerado, trasrevisarlo, que su contenido era probablemente cierto.

Aunque gran parte de la información que ofrecía Ostrovsky era imposible de confirmarindependientemente, durante más de un cuarto de siglo su superventas internacional y su secuela de1994, titulada The Other Side of Deception, han moldeado en gran medida nuestra comprensión delMossad y sus actividades, de modo que naturalmente me esperaba ver una discusión detallada de suslibros, ya fuera a favor o en contra, en el exhaustivo trabajo de Bergman. En cambio, solo había unaúnica referencia a Ostrovsky enterrada en una nota al pie de la página 684. Allí, se nos dice que el

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Mossad estaba aterrorizado por los muchos secretos de la agencia que Ostrovsky planeaba revelar, loque hizo que su cúpula formulase un plan para asesinarlo. Ostrovsky solo sobrevivió porque el primerministro Isaac Shamir, quien había pasado décadas como jefe de asesinatos del Mossad, vetó lapropuesta alegando que “nosotros no matamos judíos”. Aunque esta referencia es breve y se encuentracasi escondida, considero que proporciona un considerable dato a favor de la credibilidad general deOstrovsky.

Habiéndome surgido, así, serias dudas sobre lo completo de la narración, aparentemente concienzuda,de Bergman, noté un hecho curioso. No tengo ninguna formación especializada en operaciones deinteligencia en general ni las del Mossad en particular, de modo que me pareció bastante notable quela inmensa mayoría de todos los acontecimientos de alto nivel relatados por Bergman ya me resultaranfamiliares simplemente a fuerza de décadas de leer el New York Times cada mañana. ¿Es realmenteplausible que seis años de investigación concienzuda y tantas entrevistas personales hubieran reveladotan escaso número de operaciones importantes que no hubieran sido ya conocidas y relatadas por laprensa internacional? Bergman, evidentemente, proporciona una abundancia de detalles sobre estoshechos antes inaccesibles para el público, junto con numerosos asesinatos nunca publicados depersonajes relativamente menores, pero parece extraño que no ofreciese un mayor número derevelaciones sorprendentes.

De hecho, hay algunas lagunas importantes en su narración que resultan bastante aparentes paracualquiera que haya investigado medianamente estos temas, y dichas lagunas ya comienzan a verse enlos primeros capítulos del libro, que tratan sobre la prehistoria sionista en Palestina antes de lafundación del Estado judío.

Bergman habría dañado seriamente su credibilidad si no hubiera incluido los infames asesinatossionistas en 1940 del británico Lord Moyne o del Negociador de Paz de las Naciones Unidas, el condeFolke Bernadotte. Pero, inexcusablemente, Bergman no menciona que en 1937 la facción másderechista del sionismo, cuyos herederos políticos han dominado Israel en décadas recientes, asesinó aChaim Arlosoroff, la principal figura pública del sionismo en Palestina. Más aún, omite un buennúmero de sucesos similares, incluyendo uno cuyo objetivo eran grandes líderes políticos occidentales.Como escribí el año pasado:[13]

En efecto, la inclinación de las facciones más derechistas del sionismo hacia el asesinato, elterrorismo y otras formas de comportamientos esencialmente criminales era realmentenotable. Por ejemplo, en 1943 Shamir había mandado asesinar al líder de la faccióncontraria[14], un año después de que los dos hubieran escapado juntos de prisión por elatraco a un banco en el que unos viandantes habían resultado muertos, y a su vez dijohaber actuado así para evitar el asesinato de David Ben-Gurión, el principal líder sionista yfuturo fundador de Israel. Shamir y su facción continuaron en esta línea durante los años40, asesinando exitosamente a Lord Moyne, el ministro británico para Oriente Próximo, yel conde Folke Bernadotte, Negociador de Paz de las Naciones Unidas, aunque fallaron ensus otros intentos de matar al presidente estadounidense Harry Truman[15] y alministro de exteriores británico Ernest Bevin[16], y al parecer sus planes deasesinar a Winston Churchill[17] nunca pasaron de la fase preliminar. Su grupotambién fue pionero en el uso de coches bomba y otros atentados terroristascontra objetivos civiles inocentes[18], todo mucho antes de que ningún árabe nimusulmán hubiera siquiera pensado en utilizar tácticas similares[19], y la facción

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“Quién mató a Zia?”

de Beguín dentro del sionismo, más “moderada” y mayoritaria que la de Shamir, actuó deforma muy parecida.

Hasta donde yo sé, los primeros sionistas habían tenido un historial de terrorismo políticoprácticamente sin parangón en la historia mundial, y en 1974 el primer ministro Menájem Beguínincluso se jactó una vez[20] en una entrevista televisada de haber sido el padre fundador delterrorismo en todo el mundo.

Tras la Segunda Guerra Mundial los sionistas sentían una amarga hostilidad contra todos losalemanes, y Bergman describe la campaña de secuestros y asesinatos que pronto desataron, tanto enpartes de Europa como en Palestina, terminando con hasta doscientas vidas. Una pequeña comunidadgermana había vivido pacíficamente en Tierra Santa durante muchas generaciones, pero después deque algunos de sus principales miembros fueran asesinados el resto huyó permanentemente del país, ytodas las propiedades que dejaron atrás fueron requisadas por organizaciones sionistas; un patrón deconducta que pronto sería replicado a escala mucho mayor con la población árabe en Palestina.

Estos hechos eran nuevos para mí, y Bergman parece tratar esta ola de matanzas vengativas conconsiderable simpatía, apuntando que muchas de las víctimas habían apoyado activamente el esfuerzode guerra alemán. Pero, curiosamente, no menciona que a lo largo de los años 30, el propiomovimiento sionista había mantenido una fuerte alianza económica con la Alemania de Hitler, cuyoapoyo financiero fue crucial para establecer el Estado judío. Más aún, tras el inicio de la guerra unapequeña facción sionista de derechas liderada por un futuro primer ministro de Israel intentó unirse ala alianza militar del Eje, ofreciendo llevar a cabo una campaña de espionaje y terrorismo contra elejército británico en apoyo al esfuerzo de guerra nazi. Estos hechos históricos innegables, obviamente,han sido una fuente de inmensa vergüenza para los activistas sionistas, y a lo largo de las últimasdécadas han hecho todo lo posible por extirparlas de la conciencia pública, de modo que, siendo unnativo israelí en torno a los 40 años de edad, puede que Bergman simplemente ignorase esta realidad.

El largo libro de Bergman contiene treinta y cinco capítulos de los cuales solo los dos primeros cubrenel periodo anterior a la creación de Israel, y, si sus notables omisiones se limitasen a ellos, podríanverse simplemente como una pequeña falta en un libro de historia por lo demás fiable. Pero hay unconsiderable número de importantes lagunas que se hace evidente en su relato de las siguientesdécadas, aunque puede que sea menos culpa del propio autor y más de la estricta censura israelí a laque el libro fue sometido, o de las realidades de la industria editorial estadounidense. En el año 2018,la influencia de grupos proisraelíes en Estados Unidos y otros países occidentales había llegado aproporciones tan gigantescas que Israel no habría sufrido muchas repercusiones a nivel internacionalsi hubiese admitido su papel en numerosos asesinatos de varias personas importantes en el mundoárabe u Oriente Próximo. Pero otros actos pasados todavía se considerarían, con mucho, demasiadodañinos como para poder ser reconocidos públicamente.

En 1991, el reconocido periodista de investigación Seymour Hersh publicó The Samson Option (“LaOpción de Sansón”), donde describía el programa secreto de desarrollo de armas nucleares que teníaIsrael en la década de 1960, que fue considerado como una prioridad nacional absoluta por el primerministro David Ben-Gurión. Existen rumores muy extendidos de que fue la amenaza de usar tal arsenalnuclear lo que permitió extorsionar a la administración Nixon para que rescatase a Israel de su

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probable derrota durante la guerra de 1973: una decisión que provocó el embargo de petróleo de lospaíses árabes y llevó a muchos años de dificultades económicas en todo Occidente.

El mundo islámico pronto reconoció el fallo estratégico que suponía su falta de capacidad de defensanuclear y se hicieron varios esfuerzos para equilibrar la balanza de poder en Oriente Próximo, que a suvez Israel hizo todo lo posible por frustrar. Bergman cubre con gran detalle las extensas campañas deespionaje, sabotaje y asesinatos con las que los israelíes lograron detener con éxito el programanuclear de Sadam Husein, culminando finalmente con el ataque aéreo que destruyó su complejo dereactores de Osirik en 1981. El autor también habla de la destrucción de un reactor nuclear sirio en2007 y de la campaña de asesinatos del Mossad que se llevó por delante las vidas de varios físicosiraníes unos pocos años más tarde. Pero todos estos sucesos fueron ya desvelados por nuestrosprincipales periódicos en su momento, de modo que no se está descubriendo nada nuevo. Entretanto,hay una importante historia, no tan conocida, que se encuentra ausente del relato de Bergman.

Hace unos siete meses, mi New York Times matutino portaba un elogioso tributo de 1.500palabras[21] en memoria del antiguo embajador estadounidense John Gunther Dean, fallecido a los93 años, dándole a este eminente diplomático el tipo de largo obituario que normalmente se reservaestos días para raperos famosos muertos en un tiroteo con su camello. El padre de Dean había estado ala cabeza de su comunidad judía local en Alemania, y después de que su familia huyese a EstadosUnidos a comienzos de la Segunda Guerra Mundial Dean obtuvo la nacionalidad en 1944. Despuéstuvo una carrera diplomática muy distinguida, en especial por su papel durante la guerra civilcamboyana, y en circunstancias normales esta pieza periodística no me habría dicho mucho más que acualquier otro lector. Pero ocurre que yo había pasado gran parte de la primera década de los años2000 digitalizando los archivos completos de cientos de nuestros principales periódicos, y de cuandoen cuando algún título particularmente intrigante me había llevado a leer el artículo en cuestión. Talfue el caso con uno titulado “Who Killed Zia?” (“¿Quién mató a Zia?”), aparecido en 2005.

A lo largo de los años 80, Pakistán se había alineado con Estados Unidos en su oposición a laocupación soviética de Afganistán, y su dictador militar Zia-ul-Haq era uno de nuestros principalesaliados en la región. Entonces, en 1988, él y gran parte de su cúpula de gobierno murieron en unmisterioso accidente de aviación, que también se llevó por delante las vidas de un embajador y ungeneral estadounidenses.

Aunque las muertes pudieron ser accidentales, la larga lista de enemigos acérrimos de Zia llevó a lamayoría de observadores a asumir que había habido juego sucio de por medio, y hubo algunos indiciosde que un gas nervioso, posiblemente introducido a través de una caja con mangos, había sidoutilizado para incapacitar a la tripulación, causando así que el avión se estrellase.

En ese momento, Dean había alcanzado la cima de su carrera profesional, estacionado comoembajador en la cercana India, a la vez que el embajador estadounidense muerto en el avión, ArnoldRaphel –también judío–, había sido su amigo más íntimo. En 2005, Dean ya era mayor y llevabamucho tiempo jubilado, y finalmente decidió romper sus diecisiete años de silencio y revelar lasextrañas circunstancias en torno al suceso, afirmando que estaba convencido de que el Mossad israelíhabía estado detrás del siniestro.

Unos pocos años antes de su muerte, Zia había declarado abiertamente que la producción de una“bomba atómica islámica” era una gran prioridad del gobierno pakistaní. Aunque su principal razónera servir de contrapeso al pequeño arsenal nuclear de India, Zia prometió compartir tan poderosasarmas con otros países musulmanes, incluyendo los de Oriente Próximo. Dean describe la tremenda

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preocupación que expresó Israel ante esta posibilidad, y cómo ciertos miembros proisraelíes delCongreso estadounidense comenzaron una fiera campaña de cabildeo para detener los esfuerzos de Zia.Según el veterano periodista Eric Margolis, uno de los principales expertos sobre el sur de Asia, Israelintentó en repetidas ocasiones[22] colaborar con India para lanzar un ataque conjunto contra lasinstalaciones nucleares pakistaníes, pero, tras considerar atentamente la posibilidad, el gobierno indiorechazó la oferta.

Esto puso a Israel en una encrucijada. Zia era un dictador militar orgulloso y con cierto poder, y suscercanos lazos con EE. UU. reforzaban mucho su potencia diplomática. Más aún, Pakistán estaba amás de 3.000 kilómetros de Israel y poseía un ejército fuerte, de modo que cualquier tipo de ataqueaéreo de larga distancia similar al que usaron contra el programa nuclear iraquí era imposible. Estodejaba el asesinato como única opción.

Dado el conocimiento de Dean sobre la atmósfera diplomática previa a la muerte de Zia,inmediatamente sospechó de Israel, y sus experiencias personales apoyaron esta posibilidad. Ochoaños antes, cuando estaba ejerciendo en el Líbano, los israelíes habían intentado ganarse su apoyopersonal de cara a sus proyectos locales, apelando a su simpatía como judío. Pero, cuando Deanrechazó sus ofrecimientos y declaró que su principal lealtad era con Estados Unidos, sufrió un intentode asesinato, del que eventualmente se supo que la munición empleada provenía de Israel.

Aunque Dean se sintió tentado a comunicar sus fuertes sospechas respecto a la aniquilación delgobierno pakistaní a los medios internacionales, decidió hacerlo en cambio por los canalesdiplomáticos oficiales, e inmediatamente partió hacia Washington para compartir sus opiniones consus superiores del Departamento de Estado y otros altos miembros de la administración. Pero al llegara Washington D. C. fue rápidamente declarado “mentalmente incompetente”, se le prohibió regresar asu puesto en la India y fue forzado a dimitir. Entretanto, el gobierno estadounidense se negó a ayudara Pakistán en su investigación sobre el fatídico accidente y en su lugar intentó convencer al resto delmundo, que miraba los hechos con suspicacia, de que la cúpula entera del gobierno pakistaní habíamuerto debido a un simple fallo mecánico en un avión de fabricación estadounidense.

Se podrá decir que este sorprendente relato de los hechos podría sin duda ser la trama de unarocambolesca película de Hollywood, pero las fuentes eran extremadamente fiables. La autora delartículo de 5.000 palabras era Barbara Crossette, la anterior jefa de redacción del New York Timespara el sur de Asia, quien ya ocupaba ese cargo durante la muerte de Zia, mientras que la piezaapareció en el World Policy Journal, la prestigiosa revista trimestral de la New School en Nueva York.A su vez, el editor era Stephen Schlesinger, hijo del afamado historiador Arthur J. Schlesinger Jr.

Uno podría naturalmente esperar que tan explosivas acusaciones, y procedentes de una fuente tansólida, atrajesen considerable atención por parte de los medios, pero Margolis señala que, por elcontrario, la noticia fue totalmente ignorada y boicoteada por todos los medios de Norteamérica.Schlesinger había pasado una década a la cabeza de su revista, pero un par de entregas más tarde sehabía desvanecido de la cúpula editorial y dejó de trabajar en la New School. El texto no es yaaccesible desde la página web del World Policy Journal, pero todavía puede encontrarse enArchive.org[23], de modo que aquellos interesados pueden leerlo y decidir por sí mismos.

Cuando leí el artículo por primera vez, hace poco más de una década, tuve sentimientos encontradosacerca de la plausibilidad de la provocadora hipótesis de Dean. En el sur de Asia se suceden losmagnicidios con cierta regularidad, pero los medios empleados son casi siempre rudimentarios,normalmente con uno o más pistoleros disparando a corta distancia o, en ocasiones, terroristas

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“By Way of Deception”

suicidas. En contraste con esto, los métodos altamente sofisticados que al parecer se habían empleadopara asesinar al gobierno pakistaní parecían indicar un tipo muy diferente de autoría. Por su parte, ellibro de Bergman cataloga un enorme número y variedad de tecnologías del asesinato empleadas por elMossad.

Dada la relevancia de las acusaciones de Dean y el medio altamente reputado en el que aparecieron,Bergman ciertamente debe de haber tenido noticia de ellas, de modo que me pregunté qué argumentosofrecían sus fuentes del Mossad para rebatirlas o desmontarlas. En su lugar, me encontré con que elincidente no aparece en ningún lugar del extenso volumen de Bergman, tal vez reflejando así lareticencia del autor a engañar a sus lectores.

También noté que Bergman no hace mención alguna del intento de asesinato contra Dean cuando eraembajador en Líbano, a pesar de que los números de serie de los misiles antitanque que se lanzaroncontra su limusina blindada habían sido rastreados hasta verse que provenían de una remesacomprada por Israel. Sin embargo, el avezado periodista Philip Weiss apunta[24] que laorganización que reivindicó oficialmente el ataque, apenas conocida, era según Bergman una tapaderacreada por Israel y empleada para llevar a cabo numerosos atentados terroristas con coches bomba ypor otros medios. Esto parece confirmar la autoría de Israel en el asesinato del gobierno pakistaní.

Asumamos que este análisis es correcto y que hay una probabilidad importante de que el Mossadestuviera en efecto tras la muerte de Zia. Las ramificaciones de esto son considerables.

Pakistán era uno de los países más poblados del mundo en 1988, con una población que superaba los100 millones y estaba creciendo rápidamente, además de tener un poderoso ejército. Uno de losprincipales proyectos de Estados Unidos durante la Guerra Fría había sido derrotar a los soviéticos enAfganistán, y Pakistán había tenido un papel central en dicho esfuerzo, siendo su gobierno uno denuestros más importantes aliados a nivel global. El súbito asesinato del presidente Zia y gran parte desu gobierno proamericano, junto con nuestro propio embajador, fue, pues, un enorme golpe a losintereses de EE. UU. Sin embargo, cuando uno de nuestros principales diplomáticos señaló al Mossadcomo el responsable más probable, fue inmediatamente purgado y se puso en marcha una enormeoperación de ocultamiento, de modo que ni un solo susurro sobre esto llegó nunca a oídos de nuestrosmedios o de la ciudadanía, incluso tras haber repetido sus acusaciones años después en una prestigiosapublicación. El vasto libro de Bergman no contiene ni una mención de esta historia, y ninguno de loscualificados expertos que reseñaron su libro parece haber notado esta laguna.

Si un suceso de tal magnitud puede ser completamente ignorado por la totalidad de nuestros mediosde comunicación y omitido del libro de Bergman, muchos otros incidentes pueden haber tambiénpasado desapercibidos.

Un buen punto de partida para investigar esto podría ser la obra de Ostrovsky, dada la profundapreocupación que al parecer tenía la cúpula del Mossad ante los secretos que revelaba en sumanuscrito y sus esperanzas de poder cerrarle la boca asesinándolo. De modo que decidí releer suslibros después de una década más o menos, y teniendo también relativamente reciente la lectura deBergman.

El libro de Ostrovsky de 1990 tiene apenas una fracción de la longitud delvolumen de Bergman y está escrito en un estilo mucho más coloquial,

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careciendo por completo de la copiosa cantidad de referencias bibliográficasde aquel. Gran parte del texto consiste en una narración de sus experienciaspersonales, y, aunque tanto él como Bergman se enfocan en el Mossad, eltema principal de Ostrovsky era el espionaje llevado a cabo por la agencia,tanto en sus técnicas como en sus implicaciones, más que los detalles deasesinatos concretos, aunque también comentaba un cierto número de estos.A un nivel enteramente impresionista, el estilo de las operaciones delMossad que relataba parecía ser bastante similar al de las presentadas porBergman; tanto que, si algunos casos se traspasasen de un libro a otro, dudoque nadie pudiera notar fácilmente la diferencia.

Al intentar evaluar la credibilidad de Ostrovsky, un par de detalles mellamaron la atención. Al principio, afirma que con 14 años obtuvo el segundo puesto en unacompetición de tiro a nivel nacional en Israel, y a los 18 años fue el oficial más joven del ejércitoisraelí. Estas parecen ser afirmaciones sustantivas, fácticas, que, de ser ciertas, explicarían losrepetidos esfuerzos del Mossad para reclutarlo, mientras que si fuesen falsas habrían sidoindudablemente usadas por los agentes proisraelíes para desacreditarlo y tacharlo de mentiroso. No hevisto ningún indicio de que dichas afirmaciones hayan sido alguna vez cuestionadas.

Los asesinatos del Mossad eran una parte relativamente menor del libro de Ostrovsky de 1990, pero esinteresante comparar su puñado de ejemplos con los varios cientos de incidentes letales enumeradospor Bergman. Algunas diferencias en cuanto al detalle y la forma de tratarlos siguen un patrónreconocible.

Por ejemplo, el capítulo inicial del libro de Ostrovsky describía los sutiles medios por los que Israelvenció los sistemas de seguridad del proyecto de armamento nuclear de Sadam Husein de finales delos 70, saboteando con éxito su equipamiento, asesinando a sus científicos y eventualmentedestruyendo el reactor completo en un arriesgado bombardeo aéreo en 1981. Como parte de estaoperación atrajeron a uno de sus principales físicos a París, donde, tras no lograr reclutarlo, lomataron. Bergman dedica una o dos páginas a ese mismo incidente, pero no menciona que laprostituta francesa que se vio envuelta sin saberlo en el plan israelí también fue asesinada el messiguiente después de que le entrase miedo y contactase a la policía. Uno se pregunta si acaso otrasvíctimas colaterales europeas o estadounidenses que pudieran verse haberse visto envueltas poraccidente en los tejemanejes del Mossad no habrán sido también cuidadosamente borradas delcensurado relato de Bergman.

Un ejemplo aún más evidente aparece más tarde en el libro de Ostrovsky, cuando describe cómo elMossad se alarmó al descubrir que Arafat estaba intentando iniciar unas negociaciones de paz conIsrael en 1981, y pronto asesinó al líder de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) quesupervisaba dicho área. Este suceso se encuentra ausente del libro de Bergman, a pesar de su extensocatálogo de víctimas del Mossad con perfiles políticos mucho menos relevantes.

Uno de los asesinatos más notorios en suelo estadounidense ocurrió en 1976, cuando la explosión deun coche bomba en el corazón de Washington D. C. acabó con las vidas del antiguo ministro deexteriores chileno Orlando Letelier, entonces en el exilio, y su joven asistente. En seguida se dijo que elservicio secreto chileno era el responsable y estalló un gran escándalo internacional, especialmentedado que los chilenos habían comenzado ya a liquidar a numerosos oponentes a lo largo y ancho deLatinoamérica. Ostrovsky explica cómo el Mossad había entrenado a los servicios secretos chilenos en

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esas técnicas de asesinato como parte de un complejo acuerdo de venta de armas entre los dos países,pero Bergman no hace mención alguna a este suceso.

Uno de los personajes principales del Mossad en la narración de Bergman es Mike Harari, quien pasóunos quince años ocupando posiciones de alto rango en la división de asesinatos de la agencia, y segúnel índice del libro su nombre aparece en más de 50 páginas distintas. El autor generalmente presenta aHarari bajo una luz amable, a pesar de admitir su papel en el infame “asunto de Lillehammer”, en elque sus agentes mataron a un camarero marroquí completamente inocente por pensar que era otrapersona; un asesinato que llevó al encarcelamiento de varios agentes del Mossad y dañó severamentela reputación internacional de Israel. En contraste, Ostrovsky presenta a Harari como un individuoprofundamente corrupto, quien tras jubilarse se involucró en el tráfico de armas internacional y sirviócomo agente del conocido dictador panameño Manuel Noriega. Después de la caída de Noriega, elnuevo gobierno del país –apoyado por Estados Unidos– anunció triunfalmente el arresto de Harari,pero el exagente del Mossad consiguió escapar de algún modo a Israel, mientras que su superiorrecibió una condena de treinta años en una prisión federal estadounidense.

Los desmanes sexuales y financieros generalizados dentro de la jerarquía del Mossad también son untema recurrente a lo largo del libro de Ostrovsky, y lo que cuenta parece bastante creíble. El estado deIsrael había sido fundado sobre principios estrictamente socialistas y estos aún funcionaban durante ladécada de 1980, de modo que los empleados gubernamentales tenían una remuneración miserable. Porejemplo, los oficiales del Mossad ganaban entre 500 y 1.500 dólares mensuales dependiendo de surango, mientras controlaban presupuestos muchísimo mayores y tomaban decisiones por valor demillones de dólares; una situación que, obviamente, llevaba a que tuvieran serias tentaciones deenriquecerse ilícitamente. Ostrovsky señala que, aunque uno de sus superiores había pasado toda sucarrera trabajando para el gobierno por ese magro salario, de algún modo había logrado adquirir unaenorme finca, incluyendo un pequeño bosque. Mi propia impresión es que, a pesar de que los agentesde inteligencia en Estados Unidos a menudo se embarcan en lucrativos proyectos privados trasjubilarse, cualquiera que se hiciese conspicuamente rico mientras aún trabaja para la CIA seenfrentaría a graves riesgos penales.

Ostrovsky también parece perturbado por otro tipo de excesos que afirma haberse encontrado. Suscompañeros y él, cuando eran aún reclutas, presuntamente descubrieron que la cúpula del Mossad aveces organizaba orgías sexuales de madrugada en ciertas áreas seguras de las instalaciones deentrenamiento para reclutas, a la vez que el adulterio parecía ser ubicuo dentro de la organización,especialmente entre oficiales supervisores y las esposas de aquellos agentes que se encontrabanestacionados en misiones sobre el terreno. El moderado ex-primer ministro Isaac Rabin erauniversalmente detestado en el Mossad y un agente se jactaba a menudo de haber derrocadopersonalmente el gobierno de Rabin en 1976 al hacer pública cierta violación menor de lasregulaciones financieras del país que al parecer Rabin había cometido. Este suceso augura lo queBergman sugiere en su libro respecto a la involucración del Mossad en el asesinato de Rabin dosdécadas más tarde.

Ostrovsky enfatiza la curiosa naturaleza del Mossad como organización, especialmente comparándolocon los análogos de las dos grandes superpotencias mundiales durante la Guerra Fría. La KGB tenía250.000 empleados en todo el mundo y la CIA decenas de miles, pero la plantilla del Mossad apenassumaba 1.200 personas, incluyendo secretarias y personal de limpieza. Mientras que la KGB tenía unejército de 15.000 agentes de campo, el Mossad operaba con solo 30 o 35.

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Esta asombrosa eficiencia era posible debido a la dependencia del Mossad sobre una enorme red dejudíos voluntarios por todo el mundo (o sayanim) que les prestaban ayuda, y a quienes podían llamaren cualquier momento para que les asistiesen en una operación de espionaje o asesinato, les prestasengrandes sumas de dinero o les proporcionasen pisos francos, oficinas o equipamiento. Solo Londrescontaba con unos 7.000 de estos ayudantes, siendo el total global probablemente de varias decenas oincluso cientos de miles. Solo los judíos de pura sangre podían desempeñar este rol, y Ostrovskyexpresa considerables reparos ante un sistema que parecía confirmar tan decisivamente toda acusacióntradicional lanzada contra los judíos por funcionar como “un estado dentro del estado”, al ser muchosde ellos desleales a los países de los que eran ciudadanos. Entretanto, el término sayanim no apareceni una sola vez en el índice onomástico del libro de Bergman, de 27 páginas de extensión, y apenasexiste alguna mención sobre su empleo en todo el texto, aunque Ostrovsky argumenta plausiblementeque este sistema era absolutamente central de cara a la eficiencia operativa del Mossad.

Ostrovsky también presenta con franqueza el completo desprecio que muchos oficiales del Mossadexpresaban respecto a sus supuestos aliados de otros servicios de inteligencia occidentales, intentandoengañarlos cada vez que había ocasión y tomando de ellos todo lo posible a la vez que daban lomínimo. El autor describe lo que parece ser un sorprendente grado de odio desnudo, casi xenófobo,hacia todos los no judíos y sus líderes políticos, sin importar lo amigables que fuesen estos con Israel.Por ejemplo, Margaret Thatcher era ampliamente considerada como la primera ministra más projudíay proisraelí de la historia de Gran Bretaña, tras llenar su gabinete de gobierno de miembros de esaminúscula minoría que constituía solo un 0,5% de la población, y elogiar frecuentemente a Israel comoun precioso bastión de la democracia en Oriente Próximo. Sin embargo, los miembros del Mossad laodiaban profundamente, refiriéndose a ella normalmente como “la perra”, y estaban convencidos deque era una antisemita.

Si los europeos no judíos eran frecuente objeto de su odio, las gentes de otras partes menosdesarrolladas del mundo eran a menudo ridiculizadas en términos duramente racialistas, siendo losaliados de Israel en el tercer mundo descritos a veces coloquialmente como “simiescos” y “no muy lejosde habitar en árboles”.

En ocasiones, esta extrema arrogancia suponía un riesgo al nivel diplomático, tal como sugiere unadivertida anécdota. Durante la década de 1980 hubo una amarga guerra civil en Sri Lanka entre lostamiles y los cingaleses, en la que también participó un destacamento del ejército indio. En ciertopunto el Mossad estaba entrenando simultáneamente a las fuerzas de estos tres bandos, a su vezhostiles entre sí, al mismo tiempo y en las mismas instalaciones, de modo que estuvieron a punto deencontrarse, lo cual sin duda habría supuesto un gran golpe diplomático para Israel.

El autor narra su creciente descontento con la organización, que, según dice, era presa de una terribledeslealtad fruto de la lucha entre facciones internas. También parece preocupado por las posiciones deextrema derecha que expresaba buena parte del Mossad, llevándole a preguntarse incluso si la propiaorganización no suponía tal vez una amenaza para la democracia israelí o la propia supervivencia delpaís. Según cuenta, en cierto momento se le convirtió injustamente en chivo expiatorio por unaoperación fallida y, creyendo que su vida estaba en peligro, huyó de Israel con su mujer y volvió aCanadá, que era su país natal.

Después de decidir escribir su libro, Ostrovsky llamó a Claire Hoy, un conocido periodista canadiense,para que fuera su coautor, y a pesar de la tremenda presión ejercida por Israel y sus partidarios elproyecto salió adelante, convirtiéndose en un gran superventas internacional con nueve semanas de

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“The Other Side of Deception”

permanencia en el puesto número 1 de la lista del New York Times y vendiendo en poco tiempo másde un millón de ejemplares.

Aunque Hoy había pasado 25 años siendo un exitoso escritor y este proyecto era, con mucho, el mayorlogro editorial de su carrera, poco tiempo después tuvo que declararse en bancarrota[25] y fueridiculizado incesantemente por los medios, sufriendo así el tipo de desgracia personal que tan amenudo parece visitar a aquellos que son críticos con Israel o con las actividades de ciertos interesesjudíos. Tal vez a consecuencia de esto, cuando Ostrovsky publicó su secuela en 1994, titulada TheOther Side of Deception (“La otra cara del engaño”), el libro no contó con ningún coautor.

El contenido del primer libro de Ostrovsky era bastante mundano, sinninguna revelación realmente sorprendente. Meramente describía elfuncionamiento interno del Mossad y relataba algunas de sus grandesoperaciones, perforando así el velo de secretismo que durante tanto tiempohabía cubierto a una de las agencias de inteligencia más efectivas del mundo.Pero, habiendo establecido su reputación como superventas internacional, elautor se sintió lo bastante confiado como para incluir numerosas exclusivasen su secuela de 1994, de modo que los lectores individuales han de decidirpor sí mismos si se trata de hechos verdaderos o simplemente productos dela excitada imaginación del autor. La amplia bibliografía de Bergman constade unos 350 títulos, y, aunque en ella se incluye el primer libro de Ostrovsky,no es el caso con el segundo.

Algunas partes del libro original de Ostrovsky, ciertamente, me habían resultado algo vagas y extrañasal leerlas. ¿Por qué se le había, presuntamente, usado de chivo expiatorio por una misión fallida yapartado del servicio activo? Y, dado que dejó el Mossad a principios de 1986 pero solo comenzó atrabajar en su libro dos años más tarde, me preguntaba qué habría estado haciendo durante el tiemporestante. También me resultaba difícil entender cómo un joven oficial había obtenido tal cantidad deinformación detallada sobre operaciones del Mossad en las que él no había participado personalmente.Parecían faltar ciertas piezas del puzle.

En la parte inicial de su segundo libro, el autor dio explicaciones sobre todos estos puntos, aunqueobviamente son imposibles de verificar. Según él, su salida de la agencia se había producido aconsecuencia de una lucha interna dentro del Mossad, en la que una facción disidente de moderados lohabía utilizado para desacreditar a la organización en su conjunto y así minar el liderazgo de la facciónen el poder contra cuyas políticas se oponían.

Al leer este segundo libro hace ocho o nueve años, una de las primeras afirmaciones en él me pareciótotalmente desquiciada. Al parecer, el director del Mossad había sido tradicionalmente una personaexterna a la agencia, elegida a dedo por el primer ministro, y esa política había levantado ampollasentre muchos de sus oficiales más veteranos, quienes preferirían ver a uno de los suyos en el cargo. En1982, sus airadas exigencias de un proceso de promoción interno habían sido ignoradas, y en su lugarse había nombrado jefe de la agencia a un célebre general israelí, quien pronto puso en marcha planespara depurar la organización en apoyo de ciertas políticas. Pero, en lugar de aceptar esta situación,algunos elementos rebeldes dentro del Mossad organizaron su asesinato en Líbano justo antes de quetomase posesión del puesto. Ciertas pruebas del complot, que tuvo éxito, salieron inmediatamente a laluz y fueron más tarde confirmadas, prendiendo así la mecha de un conflicto subterráneo entre

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facciones que involucraba tanto a personal del Mossad como a ciertos miembros del ejército; conflictoque en cierto momento se llevó también por delante al propio Ostrovsky.

Esta historia era relatada al principio del libro, y me pareció tan delirantemente implausible que mehizo ser profundamente suspicaz respecto al resto del libro. Pero tras leer el autoritativo volumen deBergman ya no estoy tan seguro. Después de todo, sabemos que en torno a esas mismas fechas, unafacción diferente de la inteligencia había considerado seriamente asesinar al ministro de defensa deIsrael, y cabe sospechar que los operativos de seguridad orquestaron el asesinato posteriormente elasesinato del primer ministro Rabin. De modo que tal vez la eliminación de un director del Mossadque no caía lo bastante bien dentro de la agencia no sea una posibilidad totalmente absurda. Además,Wikipedia confirma que, en efecto, el general Yekutiel Adam[26], jefe de gabinete de Israel, fuenombrado director del Mossad a mediados de 1982 y después muerto en Líbano tan solo un par desemanas antes de tomar posesión del cargo, convirtiéndose así en el oficial militar israelí de más altorango caído en combate hasta la fecha.

Según Ostrovsky y sus compañeros de facción, ciertos elementos poderosos dentro del Mossad loestaban transformando en una organización peligrosa y rebelde, que amenazaba la democracia deIsrael y bloqueaba cualquier posibilidad de paz con los palestinos. Estos individuos incluso actuarían,según él, en directa oposición a las directrices de la cúpula del Mossad, a quienes veían comodemasiado débiles y diplomáticos.

A principios de 1982, algunos de los elementos más moderados de la agencia, apoyados por el directorentonces saliente, habían encomendado a algunos de sus agentes en París abrir canales diplomáticoscon los palestinos, y lo hicieron mediante un intermediario estadounidense a quienes habían reclutadopara tal empresa. Pero, cuando la facción más beligerante descubrió este plan, intentó frustrarloproyectando el asesinato tanto del propio agente del Mossad como de su colaborador estadounidense,para después echarle la culpa a un grupo extremista palestino. Obviamente yo no puedo dar fe de laveracidad de este extraordinario hecho, pero el archivo del New York Times sí confirma el relato deOstrovsky respecto a los misteriosos asesinatos en 1982 de Yakov Barsimantov[27] y CharlesRobert Ray[28], que dejaron a los investigadores atónitos al no poder encontrarles un móvil.

Ostrovsky dice haberse sentido profundamente impactado e incrédulo cuando se le informó porprimera vez sobre las acciones de esta facción beligerante dentro del Mossad, y su historial deasesinatos tanto de oficiales israelíes como de sus propios compañeros de agencia, pero poco a pocofue convenciéndose de su veracidad. De modo que, ya como un ciudadano particular residente enCanadá, aceptó llevar a cabo una campaña para desestabilizar las operaciones del Mossad existentes,esperando con ello desacreditar lo bastante a la organización como para que las facciones dominantesperdieran influencia o al menos para que sus peligrosas actividades fueran suprimidas por el gobiernoisraelí. Aunque recibió cierta ayuda de los elementos moderados de la agencia que le habían reclutado,el proyecto era evidentemente en extremo peligroso, y su propia vida corría un gran peligro dedescubrirse sus acciones.

Presentándose como un exoficial del Mossad desengañado con la agencia que buscaba vengarse de susantiguos jefes, pasó gran parte del siguiente año entablando contactos con los servicios de inteligenciade Gran Bretaña, Francia, Jordania y Egipto, ofreciéndoles su ayuda de cara a destapar redes deespionaje israelíes a cambio de sustanciosas sumas de dinero. Ningún otro desertor del Mossad con sunivel de conocimientos había salido nunca a la luz, y aunque algunos de estos servicios de inteligenciale trataron al principio con suspicacia eventualmente se ganó su confianza, a la vez que la información

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que les proporcionaba les resultó crucial para romper algunos de los círculos de espías israelíes,muchos de los cuales les eran desconocidos hasta el momento.

La narración detallada de esta campaña de contrainteligencia de Ostrovsky contra el Mossad ocupamás de la mitad del libro, y no tengo modo alguno de determinar si lo que cuenta es real o ficticio, otal vez una mezcla de las dos cosas. El autor proporciona copias de sus billetes de avión a Amán(Jordania) y El Cairo, donde supuestamente tuvo largos encuentros con los servicios de inteligencialocales, y en 1988 estalló un gran escándalo internacional cuando los británicos cerraron, de maneranada sutil, un gran número de pisos francos del Mossad, expulsando a muchos agentes israelíes.Personalmente, me parece que el relato de Ostrovsky es razonablemente fiable, aunque tal vez otrosque tengan verdadera experiencia personal en operaciones de inteligencia podrían llegar a unaconclusión distinta.

Aunque sus dos años de ataques contra las redes de inteligencia israelíes llegaron a hacer bastantedaño al Mossad, los resultados a nivel político fueron mucho menores de los que esperaba. La cúpulaexistente todavía tenía un firme control sobre la organización y el gobierno israelí no daba señales deestar tomando medidas. De modo que Ostrovsky finalmente concluyó que a lo mejor lo que hacía faltaera cambiar de estrategia, y decidió escribir un libro sobre el Mossad y sus dinámicas internas.

Sus aliados dentro de la agencia se mostraron bastante escépticos al principio, pero finalmente leapoyaron y participaron plenamente en el proyecto. Algunos de estos individuos habían pasadomuchos años en el Mossad, incluso llegando a ostentar cargos importantes, y fueron la fuente de la queOstrovsky extrajo el material extremadamente detallado que ofrecía en su primer libro de 1990, queparecía estar muy por encima del nivel de conocimiento que podía tener un oficial de la agencia tanjoven como Ostrovsky.

Los intentos del Mossad de suprimir el libro por medios judiciales fueron un terrible fracaso yacabaron generando, por el contrario, la enorme publicidad que lo convirtió en un superventasinternacional. Los observadores externos se encontraron asombrados de que los israelíes hubieranadoptado una estrategia mediática tan contraproducente, pero, según Ostrovsky, sus aliados internosfueron quienes ayudaron a convencer a la cúpula del Mossad de tomar ese camino. Tambiénintentaron mantenerle informado de cualquier plan de la agencia de secuestrarlo o asesinarlo.

Durante la producción del tomo de 1990, Ostrovsky y sus aliados habían comentado un gran númerode operaciones pasadas, pero solo una fracción de ellas llegó a ser incluida en el texto. De modo que,cuando el autor se decidió a lanzar una secuela, tenía ya una gran abundancia de material en el quebasarse, que incluía varias exclusivas impactantes.

La primera de ellas es en relación al destacado papel de Israel en la venta ilegal de equipamientomilitar estadounidense a Irán durante la amarga guerra irano-iraquí de los años 80; una historia queeventualmente llegó a los titulares de prensa como el “escándalo Irán-Contra”, aunque nuestros mediosnacionales hicieron todo lo posible para ocultar la involucración de Israel en todo el asunto.

El tráfico de armas con Irán era un negocio extremadamente lucrativo para Israel, que pronto seexpandió también hasta incluir el entrenamiento de pilotos militares. La profunda antipatía ideológicaque la República Islámica sentía por el Estado judío hacía necesario que estos negocios se llevasen acabo utilizando intermediarios, de modo que se estableció una vía de contrabando a través del pequeño

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estado alemán de Schleswig-Holstein. Sin embargo, cuando más tarde se intentó involucrar al principalresponsable político de la región, este rechazó la propuesta. Los líderes del Mossad tenían miedo deque pudiera interferir en sus negocios, de modo que conspiraron para fabricar un escándalo que lesacase del poder e instalar en su puesto a un político más moldeable. Desgraciadamente, el ultrajadogobernador de Schleswig-Holstein no se dejó derrocar sin más y exigió que se abriera unainvestigación pública para limpiar su nombre, de modo que unos agentes del Mossad le atrajeron hastaGinebra y, después de que rechazase un cuantioso soborno para mantenerle callado, lo mataron,haciendo luego que su muerte pareciese un suicidio.

Durante mi lectura original, este suceso, larga y detalladamente narrado a lo largo de más de 4.000palabras de texto, me pareció bastante dudoso. Yo nunca había oído hablar antes de Uwe Barschel,pero se le describía como un amigo íntimo del canciller alemán Helmut Kohl, y me resultabatotalmente implausible que el Mossad hubiera podido sacar del poder tan fácilmente a un líder electoeuropeo, para después acabar asesinándolo. Las profundas sospechas que ya albergaba respecto alresto del libro de Ostrovsky se hicieron aún más fuertes.

Sin embargo, al volver a repasar el incidente hace poco, descubrí[29] que siete meses después de laaparición del libro el Washington Post publicaba la noticia[30] de que el caso de Barschel habíasido reabierto, y varias investigaciones policiales por parte de Alemania, España y Suiza habíanencontrado fuertes indicios de que fue asesinado, y que lo fue en unas circunstancias exactamente talescomo las que sugería Ostrovsky. De nuevo, las sorprendentes afirmaciones del desertor del Mossad sehabían corroborado, y para entonces me sentí mucho más dispuesto a creer que al menos la mayorparte de sus subsiguientes revelaciones eran probablemente ciertas. Y había una lista bastante larga deellas.

(Como nota aparte, Ostrovsky apuntó a una de las fuentes principales de la creciente influencia internadel Mossad en Alemania. La amenaza del terrorismo doméstico llevó al gobierno alemán a enviarregularmente grandes contingentes de agentes de seguridad y policías a Israel para completar allí suentrenamiento, y estos individuos se convirtieron en objetivos ideales para el reclutamiento de laagencia de inteligencia, colaborando con sus jefes israelíes mucho después de haber vuelto a Alemaniay haber retomado sus funciones habituales. Así, aunque la cúpula de estas organizaciones erageneralmente leal a su país, los rangos intermedios se vieron cada vez más infiltrados por agentes delMossad, quienes podían ser usados para distintos proyectos. Esto suscita dudas evidentes respecto a lapolítica estadounidense tras el 11-S de mandar grandes contingentes de nuestros propios agentes depolicía a Israel para llevar a cabo entrenamientos similares, así como la tendencia de prácticamentetodos los nuevos miembros electos del Congreso de viajar a dicho país.)

Recordé vagamente la polémica que hubo a principios de los años 80 en torno al secretario general dela ONU, Kurt Waldheim, de quien se descubrió que había mentido sobre su servicio militar en laSegunda Guerra Mundial, y dejó el puesto envuelto en una oscura nube de dudas en torno a supersona, hasta el punto de que su nombre llegó a evocar para muchos la idea de unos crímenes deguerra nazis largo tiempo ocultados. No obstante, según Ostrovsky, todo ese escándalo fue elaboradopor el Mossad, que colocó documentos incriminatorios obtenidos de otros archivos en el archivo deWaldheim. El líder de las Naciones Unidas se había vuelto cada vez más crítico con la ofensiva militarisraelí en el Líbano, de modo que las pruebas falsificadas se utilizaron para lanzar una campaña dedesprestigio en los medios que acabase con su carrera.

Asimismo, si le damos crédito a lo que dice Ostrovsky, durante muchas décadas Israel llevó a caboactividades que habrían ocupado un lugar central en los Juicios de Núremberg. Según su relato, desde

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los años 60 en adelante el Mossad había operado un pequeño laboratorio en Nes Ziyyona, al sur de TelAviv, donde experimentaban con compuestos nucleares, químicos y bacteriológicos letales utilizandocomo sujetos a indefensos palestinos seleccionados para su eliminación. Este proceso todavía enmarcha permitió a Israel perfeccionar sus tecnologías del asesinato a la vez que mejorar su poderosoarsenal de armas no convencionales para ser usado en caso de guerra. Aunque durante la década de los70 los medios estadounidenses se enfocaron una y otra vez en la terrible depravación de la CIA, norecuerdo haber escuchado jamás ninguna acusación dirigida contra estos planes israelíes.

En cierto momento, Ostrovsky se sorprendió al descubrir que algunos agentes del Mossad solíanacompañar a los médicos israelíes en misiones humanitarias a Sudáfrica, donde trataban a laempobrecida población africana en una clínica ambulatoria de Soweto. La explicación que se le dio fuedescorazonadora: a saber, que ciertas compañías privadas israelíes estaban utilizando a los ingenuospacientes africanos como cobayas humanas para experimentar con compuestos químicos de formasque no podrían haberse llevado a cabo legalmente en Israel. Obviamente yo no tengo manera deverificar esta afirmación, pero a veces me había preguntado cómo es que Israel había llegado adominar gran parte de la industria farmacéutica de medicamentos genéricos a nivel mundial, lo quenaturalmente conlleva emplear los medios más baratos y eficientes de experimentación y producción.

También me resultó muy interesante la historia sobre el ascenso y caída del magnate de la prensabritánica Robert Maxwell, un inmigrante checo de raíces judías. Según lo que cuenta Ostrovsky,Maxwell había colaborado de cerca con el Mossad a lo largo de toda su carrera, y la agencia había sidocrucial a la hora de elevarlo al poder, prestándole dinero en sus inicios y posicionando a suscolaboradores en varios sindicatos y entidades financieras para debilitar a sus competidores. Una vezque el imperio de Maxwell estuvo ya establecido, este recompensó a sus benefactores por vías tantolegales como ilegales, apoyando las políticas israelíes en sus periódicos y dando acceso al Mossad a unfondo monetario secreto con el que financiar sus operaciones encubiertas en Europa con dineroextraído de su fondo de pensiones empresarial. En principio, ofrecía estos pagos al Mossad en la formade préstamos temporales, pero en 1991 la agencia estaba tardando demasiado en pagar sus deudas yMaxwell se empezó a ver en una situación económicamente desesperada cuando su frágil imperiocomenzaba a tambalearse. Cuando se puso en contacto con el Mossad y dejó caer que conocíapeligrosos secretos de la agencia y que podría verse forzado a desvelarlos a no ser que le pagasen loque le debían, el Mossad decidió asesinarlo y hacer pasar su muerte por un suicidio.

De nuevo, las afirmaciones de Ostrovsky no pueden comprobarse, pero el difunto magnate mediáticotuvo un funeral de estado en Israel, en el que el primer ministro entonces en el cargo alabó susimportantes servicios prestados al Estado judío, junto a la presencia de otros tres anteriores primerosministros del país, y Maxwell fue enterrado con honores en el Monte de los Olivos. Muy recientemente,su hija Ghislaine Maxwell saltó a los titulares por ser la socia más próxima del infame extorsionadorJeffrey Epstein, y existe la creencia generalizada de que es una agente del Mossad y que ahora seencuentra fugitiva en Israel.

Pero la historia potencialmente más dramática de las que relata Ostrovsky, en un corto capítulo haciael final del libro, tuvo lugar a finales de 1991. Tras la gran victoria militar estadounidense sobre Iraq enla Guerra del Golfo, el presidente George H. W. Bush decidió invertir parte de su considerable capitalpolítico en forzar por fin un acuerdo de paz en Oriente Próximo entre israelíes y árabes. El derechistaprimer ministro israelí, Isaac Shamir, se oponía fieramente a cualquier tipo de concesión, de modo queBush empezó a aplicar cierta presión financiera sobre el Estado judío bloqueando sus garantías de

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préstamos, a pesar de los esfuerzos en contra del poderoso lobby proisraelí. Así, en ciertos círculos,pronto se le empezó a conocer como un diabólico enemigo de los judíos.

Ostrovsky explica que, tradicionalmente, cuando los grupos proisraelíes se han topado con la firmeoposición de un presidente estadounidense han intentado influir en el vicepresidente como medio pararecuperar subrepticiamente su poder. Por ejemplo, cuando el presidente Kennedy se opuso fieramenteal programa de armamento nuclear israelí a principios de los 60, el lobby de Israel concentró susesfuerzos en el entonces vicepresidente Lyndon Johnson, y su estrategia se vio recompensada cuandoeste último duplicó las ayudas a Israel poco después de llegar a la presidencia. De forma parecida, en1991 enfatizaron su amistad con el vicepresidente Dan Quayle; una tarea sencilla dado que su jefe depersonal y consejero principal era William Kristol, un eminente neocon judío.

Sin embargo, había una facción extrema en el Mossad que pensaba resolver los problemas políticos deIsrael de forma mucho más directa, decidiendo asesinar al presidente Bush durante la conferenciainternacional de paz que tuvo lugar en Madrid y culpar luego a tres militantes palestinos. El 1 deoctubre de 1991, Ostrovsky recibió una llamada en la que su principal colaborador en el Mossad, casisin aliento, le informó de este plan y le pidió desesperadamente su ayuda para truncarlo. Al principioOstrovsky se mantuvo incrédulo, encontrando difícil de creer que incluso los elementos más radicalesdentro del Mossad pudieran contemplar llevar a cabo un acto tan extremo, pero pronto aceptó hacertodo lo que estuviese en su mano para sacar el complot a la luz y de alguna manera hacerle llegar lainformación a la administración Bush sin que le despacharan como un mero “conspiranoico”.

Dado que Ostrovsky era ya un autor de renombre, se le invitaba con frecuencia a hablar sobre temas deOriente Próximo en ciertos círculos de élite, y en su siguiente charla subrayó la intensa hostilidad de laderecha israelí a las propuestas de Bush, insinuando también claramente que la vida del presidentecorría peligro. Entonces ocurrió que un miembro del reducido grupo de asistentes a esta charlatrasladó estas sospechas al excongresista Pete McCloskey, un antiguo amigo del presidente, quien enseguida se puso en contacto telefónico con Ostrovsky para discutir la situación y posteriormente voló aOttawa para entrevistarse con él en persona con vistas a evaluar la credibilidad de la amenaza. Trasconcluir que se trataba, en efecto, de una amenaza real y seria, McCloskey empezó de inmediato autilizar sus contactos en Washington para contactar con el Servicio Secreto, a quienes persuadió deponerse en contacto a su vez con Ostrovsky, que les explicaría cuáles eran sus fuentes de información.La noticia pronto se filtró a la prensa, generando una extensa cobertura por parte del influyentecolumnista Jack Anderson y otros, y la exposición al público de todo el asunto hizo que el complotpara asesinar a Bush se abandonase finalmente.

Una vez más, me sentí bastante escéptico tras leer esta historia, de modo que decidí contactar aalgunos viejos conocidos míos, que me informaron de que la administración Bush, en efecto, se habíatomado muy en serio las advertencias de Ostrovsky sobre la presunta trama del Mossad paraasesinarlo, lo que parecía confirmar en gran medida el relato del autor.

Tras el triunfo comercial de sus libros y su éxito al frustrar la presunta conspiración para asesinar alpresidente Bush a finales de 1991, Ostrovsky perdió hasta cierto punto el contacto con sus antiguosaliados del Mossad y pasó a enfocarse en su vida personal en Canadá y su nueva carrera literaria.Además, las elecciones israelíes de 1992 elevaron al poder al gobierno, mucho más moderado, delprimer ministro Rabin, lo que parecía reducir en gran medida la necesidad de continuar trabajandocontra el Mossad. Pero a veces los cambios de gobierno tienen consecuencias inesperadas,

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El “juicio final” sobre el asesinato de JFK

especialmente en el letal terreno de las agencias de inteligencia, donde las relaciones personales sesacrifican a menudo en pos de la eficacia.

Después de la publicación de su libro en 1990 Ostrovsky había empezado a temer que pudieransecuestrarlo o matarlo, así que, en consecuencia, había evitado cruzar el Atlántico y visitar Europa.Pero, en 1993, sus antiguos compañeros del Mossad le comenzaron a instar a viajar a Holanda yBélgica para promocionar las distintas traducciones que se habían publicado allí de su libro, convertidoya en superventas internacional. Le aseguraron firmemente que los cambios políticos ocurridos en losúltimos años en Israel suponían que estaría totalmente a salvo, de modo que finalmente accedió ahacerlo a pesar de sus temores. Sin embargo, aunque tomó ciertas precauciones, un extraño incidenteocurrido en Bruselas le hizo darse cuenta de que acababa de escapar por los pelos de ser secuestradopor el Mossad. Alarmado, llamó por teléfono a casa de su principal contacto en el Mossad, pero enlugar de recibir palabras de apoyo se topó con una respuesta extrañamente fría y hosca, en la que estemencionó además un conocido caso en el que un individuo que en una ocasión había traicionado alMossad fue asesinado junto a su mujer y sus tres hijos.

Con razón o sin ella, el caso es que Ostrovsky concluyó que probablemente la caída del anteriorgobierno israelí, de la línea más dura, había permitido que la facción más moderada dentro del Mossadtomase el control de la organización. Entonces, tentados por ese poder, habían pasado a considerarloun peligroso y prescindible “cabo suelto”, pensando que eventualmente podría sacar a la luz lacolaboración de esta facción moderada (ahora en el poder) en sus propias actividades anteriores contrael Mossad, además del peligro que suponía su libro para la agencia.

Así, creyendo que sus anteriores aliados querían ahora eliminarlo, comenzó rápidamente a trabajar ensu siguiente libro para sacar a la luz toda la historia, lo que reduciría en gran medida el potencialbeneficio de acabar con su vida. También me llamó la atención que en su nuevo texto mencionabareiteradamente que poseía un exhaustivo compendio secreto de nombres y fotografías de los agentesinternacionales del Mossad; una afirmación que, verdadera o no, podría servirle como “seguro de vida”al incrementar enormemente los riesgos a los que se enfrentaría Israel en caso emprender cualquieracción contra su persona.

Esta breve descripción de lo que estaba sucediendo en aquel momento clausuraba el segundo libro deOstrovsky, sirviendo a su vez para explicar por qué lo había escrito y por qué contenía tanto materialsensible que no había aparecido en el primero.

El segundo libro de Ostrovsky salió a la luz a finales de 1994 en la afamada editorial HarperCollins.Pero, a pesar de sus explosivas revelaciones, esta vez Israel y sus aliados habían aprendido la lección yse mantuvieron en casi completo silencio en lugar de lanzar ataques histéricos contra el libro, de modoque recibió escasa atención y vendió solo una fracción del número de copias que había vendido elanterior. Entre la prensa hegemónica solo pude localizar una reseña[31] breve y bastante negativa enForeign Affairs.

Sin embargo, otro libro publicado a principios de ese mismo año sobre un tema similar fuecompletamente ignorado por el público, y lo sigue siendo aún hoy casi un cuarto de siglo más tarde. Asu vez, este “apagón” mediático en torno a él no se debe meramente a que su autor fuese relativamentedesconocido. A pesar del boicot casi total que le hicieron los medios, el libro llegó a ser un superventasen ciertos círculos underground en los que se leyó bastante, llegando a imprimirse eventualmente

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40.000 ejemplares, aunque casi nunca se mencionaba públicamente. Se trataba de Final Judgment (“Juicio final”), escrito por el difunto Michael Collins Piper, que proponía la explosiva hipótesis de queel Mossad había tenido un papel central en el asesinato más famoso del siglo XX: el del presidenteJohn F. Kennedy en 1963.

Mientras que los libros de Ostrovsky se nutrían de su propio conocimiento personal del servicio secretoisraelí, Piper era un periodista e investigador que había pasado toda su carrera profesional en elLiberty Lobby, una pequeña organización activista con sede en Washington D. C. El grupo eraduramente crítico con la política israelí y la influencia sionista en Estados Unidos, y era caracterizadonormalmente por los medios de comunicación como parte de la extrema derecha populista yantisemita, siendo ignorado la mayor parte del tiempo. Su publicación semanal, Spotlight, quehabitualmente trataba temas controvertidos, llegó en cierto punto a tener una respetable tirada de300.000 ejemplares por número, allá por los turbulentos años 70, pero después menguósustancialmente durante la más plácida y optimista era Reagan.

El Liberty Lobby nunca se había dedicado mucho al asunto del asesinato deJFK, pero en 1978 publicó un artículo sobre el tema firmado por VictorMarchetti, un destacado oficial de la CIA, y como respuesta tuvo que hacerfrente a una demanda por difamación orquestada por E. Howard Hunt (quehabía saltado a la fama por el caso Watergate) que amenazó seriamente lasupervivencia de la organización. En 1982, esta batalla legal que estabaentonces librándose llamó la atención de Mark Lane, un experimentadoabogado progresista de origen judío, que era considerado el padre de lasinvestigaciones conspiratorias en torno al asesinato de JFK y que decidióinvolucrarse en defensa del Liberty Lobby. Lane ganó el juicio en 1985 y apartir de entonces permaneció como un aliado cercano de la organización.

Piper se fue haciendo amigo de Lane gradualmente y para principios de ladécada de 1990 también había pasado a interesarse por el asesinato deKennedy. En enero de 1994 publicó su principal trabajo, Final Judgment, que proporcionaba unenorme cuerpo de evidencias circunstanciales en apoyo de su teoría de que el Mossad había estadoenvuelto en el asesinato. Yo mismo resumí y comenté la “Hipótesis Piper” en un artículo de2018[32]:

Durante las décadas que siguieron al asesinato de 1963, prácticamente no surgieronsospechas sobre la involucración de Israel, y en consecuencia ninguno de los cientos omiles de libros que aparecieron durante los años 60, 70 y 80 presentando diversasversiones conspiratorias del asesinato apuntaron al Mossad, a pesar de que prácticamentecualquier otro posible culpable, desde el Vaticano a los Illuminati, había sido señalado enalguno de ellos. Kennedy había obtenido más del 80% del voto judío en las elecciones de1960, varios judíos estadounidenses tuvieron cargos importantes en su administración y sufigura había sido ensalzada por innumerables celebridades, personajes mediáticos eintelectuales judíos desde Nueva York a Hollywood pasando por la Ivy League. Lo que esmás, algunos individuos de trasfondo judío como Mark Lane y Edward Epstein habíanestado entre los primeros en proponer la idea de que su asesinato había sido fruto de unaconspiración, y sus polémicas teorías habían sido a su vez defendidas por influyentespersonajes judíos del mundo de la cultura como Mort Sahl y Norman Mailer. Dado que la

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administración Kennedy era percibida generalmente como favorable a Israel, no parecíaexistir motivo alguno para que el Mossad hubiera estado implicado, y cualquiera quelanzase acusaciones extravagantes e infundadas sobre un tema tan grave contra el Estadojudío difícilmente iba a encontrar hueco en la industria editorial, que eraabrumadoramente projudía.

Sin embargo, a principios de los años 90 ciertos periodistas einvestigadores de renombre empezaron a desvelar lascircunstancias en torno al desarrollo del arsenal nuclear israelí.Seymour Hersh, en su libro de 1991 The Samsom Option: Israel’sNuclear Arsenal and American Foreign Policy, describía elextremo al que llegaron los esfuerzos de la administraciónKennedy para forzar a Israel a que permitiese que la comunidadinternacional supervisara sus reactores nucleares (supuestamentede uso exclusivamente civil) en Dimona, y así impedir quefabricasen armas nucleares. El libro Dangerous Liaisons: TheInside Story of the U.S.-Israeli Covert Relationship, escrito porAndrew y Leslie Cockburn, apareció ese mismo año, tratandotemas similares.

Aunque en el momento permaneció completamente oculto para el público, el conflictopolítico de principios de los años 60 entre el gobierno estadounidense y el israelí por suprograma nuclear había sido una prioridad máxima de la política exterior de laadministración Kennedy, que había hecho de la no proliferación nuclear una de susprincipales iniciativas internacionales. Es notable que John McCone, elegido por Kennedycomo director de la CIA, hubiese servido previamente en la Comisión para la EnergíaAtómica bajo el mandado del presidente Eisenhower, siendo él quien filtró a la prensa elhecho de que Israel estaba construyendo un reactor nuclear para producir plutonio.

La administración Kennedy comenzó entonces en secreto apresionar y amenazar a Israel con cortarle las ayudas financieras,y dichas presiones llegaron a ser tan fuertes que llevaron a ladimisión del primer ministro israelí David Ben-Gurión en junio de1963. Pero todos estos esfuerzos se vieron enteramentebloqueados o incluso se revirtieron una vez que Kennedy fuereemplazado por Lyndon Johnson en noviembre de ese mismoaño. Piper señala que el libro de Stephen Green de 1984, tituladoTaking Sides: America’s Secret Relations With a Militant Israel,ya había documentado que la política de EE. UU. en OrientePróximo se había revertido por completo tras el asesinato deKennedy, pero que este importante hallazgo había atraído muypoca atención en su momento.

Los escépticos respecto a la posibilidad de que hubiera motivos políticos para conspirarcontra Kennedy han señalado a menudo la estrecha continuidad entre las administracionesde Kennedy y de Johnson, tanto en política interior como exterior, y han argumentado queesto impone serias dudas sobre la existencia de tales motivos. Aunque este análisis pareceen gran medida correcto, el comportamiento de Estados Unidos respecto a Israel y suprograma de armas nucleares constituye una muy notable excepción a esta regla.

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Otra posible preocupación de los oficiales israelíes podría haber sido el fuerte empeño de laadministración Kennedy por restringir las actividades de los grupos de presión proisraelíes.Durante su campaña presidencial de 1960, Kennedy se había reunido en Nueva York conun grupo de adinerados empresarios proisraelíes, con el financiero Abraham Feinberg a lacabeza, y le habían ofrecido un enorme apoyo financiero a cambio de tener cierta influenciay control sobre la política de EE. UU. en Oriente Próximo. Kennedy consiguió quitárselosde encima dándoles largas, pero consideró el suceso tan perturbador que a la mañanasiguiente llamó al periodista Charles Bartlett, uno de sus amigos más íntimos, y le expresósu indignación ante el hecho de que la política exterior estadounidense pudiera caer en lasmanos de agentes de un país extranjero, prometiéndole además que, si fuese elegidopresidente, se encargaría de rectificar tal situación. Y, en efecto, una vez que huboinstalado a su hermano Robert como Fiscal General, este último inició una gran campañalegal para forzar a los grupos proisraelíes a registrarse como agentes extranjeros, lo quehabría reducido drásticamente su poder e influencia. Sin embargo, tras la muerte de JFKeste proyecto fue rápidamente abandonado y, como parte del acuerdo, el lobby proisraelíprincipal simplemente aceptó reconstituirse como el AIPAC (siglas del American IsraelPublic Affairs Committee, el principal grupo de presión proisraelí en Estados Unidos en laactualidad –N. del T.).

El libro de Piper, Final Judgment, fue reimpreso varias vecesdespués de su publicación original en 1994, y para la sextaedición, lanzada en 2004, contaba ya con 650 páginas, incluyendovarios voluminosos apéndices y más de 1.100 notas a pie depágina, la gran mayoría de ellas haciendo referencia a fuentestotalmente públicas, como periódicos de gran tirada. El cuerpo deltexto era meramente pasable en cuanto a organización y pulido,reflejando el boicot total de todas las editoriales tanto famosascomo alternativas, pero el contenido en sí me pareció valioso y engeneral bastante convincente. A pesar del total apagón mediáticoen torno al libro, acabó vendiendo más de 40.000 ejemplares a lolargo de los años, convirtiéndolo en algo así como un superventasunderground, y sin duda haciendo que llegase hasta los oídos detoda la comunidad de investigadores sobre el asesinato de JFK,aunque al parecer casi ninguno de ellos estuvo nunca dispuesto a mencionar su existencia.Mi sospecha es que estos otros escritores se dieron cuenta de que tan solo mencionar laexistencia del libro, de no ser para ridiculizarlo o despreciarlo, habría resultado un golpefatal para sus carreras mediáticas y editoriales. El propio Piper murió en 2015 a la edad de54 años, padeciendo graves problemas de salud derivados del alcoholismo, que tan amenudo está asociado a duras condiciones de pobreza, y es razonable pensar que otrosperiodistas sintiesen reparos ante la posibilidad de acabar sufriendo tan triste destino.

Como ejemplo de esta extraña situación, cabe mencionar que la bibliografía del libro deTalbot de 2005 contiene casi 140 entradas, entre ellas ciertas obras bastante pococonocidas, pero no se puede encontrar “Final Judgment” entre ellas, ni su índiceonomástico contiene mención alguna a “Israel” o “judíos”. De hecho, en cierto momentodel libro caracteriza delicadamente el gabinete del senador Robert Kennedy, enteramentejudío, diciendo que “no había un solo católico entre ellos”. Su secuela de 2015 es

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igualmente circunspecta, y aunque el índice contiene numerosas entradas con la palabra“judíos”, todas estas referencias son en relación a la Segunda Guerra Mundial y los nazis,incluidos varios pasajes dedicados a la supuesta vinculación de Allen Dulles –su principalbête noire– con los nazis. El libro de Stone, aunque acusa sin tapujos al presidente LyndonJohnson del asesinato de JFK, también excluye extrañamente toda mención a “Israel” o“judíos” de su largo índice, y a Final Judgment de su bibliografía. El libro de Douglasssigue este mismo patrón.

Más aún: la extrema preocupación que la “Hipótesis Piper” pareció provocar entre las filasde los investigadores del asesinato de JFK podría explicar una extraña anomalía. AunqueMark Lane era él mismo de origen judío y trasfondo izquierdista, tras su victoria legal enfavor del Liberty Lobby en el juicio por difamación pasó muchos años asociado con dichaorganización como asesor legal y aparentemente se volvió amigo de Piper, uno de susprincipales colaboradores. Según Piper, Lane le dijo que Final Judgment planteaba un“fuerte argumento” en favor de que el Mossad hubiera tenido un papel crucial en elasesinato, y él mismo veía esta teoría como perfectamente complementaria de la suya, quese enfocaba más en la involucración de la CIA. Mi sospecha es que lo polémico de estasconexiones puede explicar por qué no hay ni siquiera una sola mención a Lane en el librode Douglass o el de Talbot de 2007, y solo aparecía mencionado por Talbot en su segundolibro cuando su obra era absolutamente esencial para apoyar a su vez su propio análisis.Por el contrario, los redactores de plantilla del New York Times no suelen estar bienversados en las sutiles idas y venidas de la comunidad de investigadores del asesinato deJFK, e, ignorando esta controversia oculta, le dieron a Lane el largo y elogiosoobituario[33] que su carrera sin duda merecía.

Al evaluar la probabilidad de que distintos sospechosos fuesen los autores de un crimendeterminado, suele ser útil considerar sus patrones de comportamiento anteriores. Talcomo comenté más arriba, no me viene a la cabeza ningún ejemplo histórico en el que elmundo del crimen organizado perpetrase un intento de asesinato serio contra ningunafigura política estadounidense medianamente relevante a nivel nacional. Y, a pesar dealgunas sospechas aquí y allá, lo mismo se aplica a la CIA.

En contraste con esto, el Mossad israelí y los grupos sionistas que le precedieron durante elestablecimiento del Estado judío parecen haber tenido un largo historial de asesinatos,incluyendo los de algunas figuras políticas de alto nivel que normalmente consideraríamosinviolables. Lord Moyne, el Ministro de Estado británico para Oriente Próximo, fueasesinado en 1994, mientras que el conde Folke Bernadotte, Negociador de Paz de lasNaciones Unidas, que había sido enviado para ayudar a resolver la primera guerra árabe-israelí, sufrió el mismo destino en septiembre de 1948. Ni siquiera los presidentes deEstados Unidos estaban enteramente libres de tal amenaza: Piper apunta que las memoriasde la hija de Harry Truman, Margaret, cuentan que unos activistas sionistas militanteshabían intentado asesinar a su padre por medio de una carta impregnada de químicostóxicos en 1947, creyendo que estaba haciendo demasiado poco en favor de Israel, aunqueese intento fallido nunca se hizo público. La facción sionista responsable de todos estosincidentes estaba liderada por Isaac Shamir, quien más tarde se convertiría en líder delMossad y director de su programa de asesinatos en 1960, antes de llegar a ser primerministro de Israel en 1986.

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Hay otros elementos curiosos que tienden a apoyar la “Hipótesis Piper”. Una vez queaceptamos la existencia de una conspiración tras el asesinato de JFK, el individuo queparece haber participado a todas luces es Jack Ruby, y sus vínculos con el crimenorganizado eran, específicamente, con el enorme –aunque rara vez mencionado– sectorjudío del mismo, cuyo líder era Meyer Lansky, quien a su vez era un fervoroso defensor delEstado de Israel. El propio Ruby tenía vínculos especialmente fuertes con el lugartenientede Lansky, Mickey Cohen, quien dominaba los bajos fondos de Los Ángeles y había estadopersonalmente involucrado en el tráfico de armas con Israel antes de la guerra de 1948. Dehecho, según el rabino de Dallas, Hillel Silverman[34], Ruby le había explicado enconversaciones privadas que mató a Oswald “por el bien del pueblo judío”.

Un aspecto intrigante de la superproducción de Oliver Stone, JFK, debería tambiénmencionarse en este punto. Arnon Milchan, el adinerado productor de Hollywood quefinanció el proyecto, no solo era ciudadano israelí, sino que también había tenidopresuntamente un papel destacado en un gigantesco proyecto de espionaje[35]dedicado a trasladar materiales y tecnologías estadounidenses al programa de armamentonuclear israelí, que la administración Kennedy se había esforzado tanto por bloquear. Dehecho, Milchan ha sido descrito a veces como “el James Bond israelí”[36]. Aunque lapelícula, JFK, alcanza las tres horas de duración, evita escrupulosamente presentarninguno de los detalles que Piper más tarde consideraría indicios de la presuntainvolucración de Israel, señalando en cambio a los movimientos de fanáticosanticomunistas dentro de Estados Unidos y a la cúpula del complejo industrial-militardurante la Guerra Fría como los culpables.

Resumir las más de 300.000 palabras del análisis histórico de Piper en unos pocospárrafos resulta una tarea imposible, pero la discusión anterior proporciona un ciertoatisbo de la gigantesca cantidad de evidencia circunstancial que existe en favor de la“Hipótesis Piper”.

En muchos sentidos, toda la rama de investigaciones dedicadas al asesinato de JFK se haconvertido en una disciplina académica propia, y mis credenciales en ella son muylimitadas. He leído tal vez una docena de libros al respecto y he intentado aproximarme alos problemas con la mirada fresca y libre de perjuicios propia de un observador externo,pero cualquier investigador verdaderamente experto habrá sin duda digerido decenas oincluso centenares de libros sobre el tema. Mientras que la tesis general de Final Judgmentme pareció bastante persuasiva al leerlo, una buena parte de los nombres y referencias meresultaban desconocidos. Sencillamente no poseo la preparación adecuada para juzgar sucredibilidad, ni si la descripción de los hechos presentados es correcta o no.

En circunstancias normales intentaría leer reseñas o críticas de otros autores al libro ycontrastarlas con las afirmaciones de Piper, para después decidir qué argumento me parecemás sólido. Pero, aunque Final Judgment fue publicado hace un cuarto de siglo, el silenciocasi absoluto que rodea a la “Hipótesis Piper”, especialmente por parte de losinvestigadores más influyentes y creíbles, lo hace imposible.

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Final Judgment[37]The Missing Link in the JFK Assassination ConspiracyMICHAEL COLLINS PIPER[38] • 2005 • 310,000 WORDS

Default Judgment[39]Questions, Answers & Reflections About the Crime of the CenturyMICHAEL COLLINS PIPER[38] • 2005 • 48,000 WORDS

Sin embargo, el que Piper fuese incapaz de encontrar una editorial que publicaseregularmente sus escritos, junto con la intensa campaña organizada para censurar suteoría, ha tenido una consecuencia irónica. Dado que el libro fue descatalogado hace años,me resultó relativamente fácil obtener los derechos para incluirlo en mi colección de libroscontrovertidos en formato HTML, y ahora está disponible para cualquier internauta quedesee leer el texto entero y decidir por sí mismo, incluyendo todas las referencias ypudiendo también buscarse palabras o frases concretas.

Además, esta edición incorpora muchos otros trabajos más cortos que se publicaronoriginalmente por separado. Uno de ellos, que consiste de una extensa sesión de preguntasy respuestas, describe la génesis de la idea y responde a numerosas cuestiones en torno aella, y para algunos lectores podría ser un mejor punto de partida:

También hay numerosas entrevistas y charlas de Piper en YouTube, y cuando vi una o dosde ellas hace un par de años me pareció que resumían bastante bien sus argumentosprincipales, aunque no puedo recordar cuáles eran en concreto.

Algunos otros indicios parecen apoyar los argumentos de Piper sobre la posibilidad de que el Mossadestuviese envuelto en la muerte de nuestro presidente.

Brothers, el influyente libro de David Talbot publicado en 2007, desvelabaque Robert F. Kennedy había estado convencido casi desde el principio deque su hermano había sido presa de una conspiración, pero decidió callarse,pues según le confesó a su círculo de amigos no veía posible localizar ycastigar a los culpables hasta que él mismo hubiese llegado a la Casa Banca.En junio de 1968 parecía estar al borde de conseguir tal meta, pero fueabatido por la bala de un asesino justo antes de ganar las importantísimasprimarias de California. La suposición lógica es que su muerte fueorquestada por los mismos elementos que mataron a su hermano, quienes seestarían ahora protegiendo de las consecuencias de su crimen anterior.

Un joven palestino llamado Sirhan Sirhan había disparado una pistola cercade la escena del crimen y fue rápidamente arrestado y condenado porasesinato. Pero Talbot enfatiza que, según el informe forense, la bala que terminó con su vida fuedisparada desde una dirección completamente diferente, a la vez que el registro acústico demuestraque hubo varios disparos más de los que podría haber disparado el arma del supuesto asesino. Estassólidas pruebas parecen apuntar a una conspiración.

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El propio Sirhan parecía desorientado y confuso, alegando después que no recordaba nada de losucedido, y Talbot menciona que varios investigadores del asesinato han venido argumentando desdehace tiempo que era simplemente un peón utilizado en la trama por los verdaderos culpables, tal vezbajo algún tipo de hipnosis o condicionamiento psicológico. Casi todos estos investigadores, noobstante, son igual de reacios a señalar que la elección de un palestino como cabeza de turco delasesinato parece apuntar en una dirección obvia, pero el reciente libro de Bergman incluye unarevelación de tremenda importancia sobre esto. Exactamente en el momento en el que Sirhan estabasiendo arrestado en el salón del Hotel Ambassador de Los Ángeles, otro joven palestino estabasiendo sometido[40] a rondas intensivas de condicionamiento hipnótico en Israel de la mano delMossad, siendo programado para asesinar al líder de la Organización para la Liberación de Palestina,Yasir Arafat. Aunque este otro complot terminó fracasando, una coincidencia tal parece ir más allá delo plausible.

Tres décadas más tarde, el heredero y tocayo de JFK había logrado tener un destacado perfil públicocomo editor de su influyente revista política, George, que atrajo una considerable polémicainternacional cuando publicó un largo artículo argumentando que el asesinato del primer ministroisraelí Isaac Rabin había sido orquestado por elementos fanáticos dentro de su propio servicio deseguridad. También había fuertes indicadores de que JFK Jr. podría entrar pronto en política, tal vezpresentándose como senador como un primer paso antes de entrar en la carrera por la Casa Blanca.

Sin embargo, murió en un inusual accidente de avioneta en 1999, y una edición posterior del libro dePiper detallaba algunas de las sospechosas circunstancias, que el autor sospechaba que apuntaban auna autoría israelí. Durante años Piper se esforzó por hacer llegar a la atención del hijo de Kennedy suexplosivo libro, y tras la publicación de su artículo en George pensó que finalmente lo había logrado.El autor israelí-canadiense Barry Chamish también creía que había sido el descubrimiento de la“Hipótesis Piper” lo que había llevado al joven Kennedy a promover su propia teoría conspiratoriarespecto al asesinato de Rabin en su revista.

El año pasado, el investigador francés Laurent Guyénot publicó un exhaustivo análisis[41] de lamuerte de JFK Jr., argumentando que probablemente fuese asesinado por Israel. Mi propiainterpretación del material que presenta es bastante distinta, y aunque hay un par de aspectos algosospechosos creo que los indicios de que el accidente fuese provocado –y menos aún por el Mossad–son bastante endebles, llevándome a concluir que el siniestro probablemente fuese simplemente untrágico accidente, tal como lo presentaron los medios. Sin embargo, su muerte sí hizo resaltar unaimportante brecha ideológica.

Durante sesenta años, los miembros de la familia Kennedy han sido tremendamente populares entrelos judíos estadounidenses corrientes, probablemente provocando mayor entusiasmo que casi ningunaotra figura política. Pero esta indudable realidad ha enmascarado una perspectiva enteramente distintadentro de un segmento concreto de esa misma comunidad.

John Podhoretz, uno de los principales representantes de la corriente neocon, fervientementeproisraelí, era editor de la sección de opinión del New York Times en el momento del fatal accidentede avioneta, e inmediatamente publicó una pasmosa columna titulada “A Conversation in Hell”[42](“Una conversación en el infierno”) en la que se congratulaba de la muerte del joven Kennedy. En ellapresentaba al patriarca de la familia, Joseph Kennedy, como un horrible antisemita que había vendidosu alma al Diablo a cambio de su propio éxito terrenal y el de su familia, para después sugerir que

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La extraña muerte de James Forrestal y otras tragedias

todos los subsiguientes asesinatos y muertes sufridos por los Kennedy constituían meramente la letrapequeña de dicho pacto diabólico. Un artículo tan brutalmente duro como este parece indicar sin dudaque estos amargos sentimientos eran hasta cierto punto comunes dentro del pequeño círculo socialultrasionista de Podhoretz, que probablemente se solapaba a su vez con elementos similares en laderecha política israelí. De modo que esta reacción demuestra que las mismas figuras políticas queeran tan profundamente queridas por la gran mayoría de los judíos estadounidenses también podíanser consideradas como enemigos mortales por un influyente sector del Estado judío y su cuerpo deasesinos del Mossad.

Cuando publiqué mi artículo original de 2018 sobre el asesinato de JFK señalé, naturalmente, el usoindiscriminado que los grupos sionistas han hecho del asesinato político –un patrón que se remontahasta antes de la creación del Estado judío– y cité ciertas evidencias a favor de esto extraídas de loslibros de Ostrovsky. Pero en aquel momento todavía tenía considerables dudas sobre la credibilidad deOstrovsky, especialmente respecto a sus impactantes afirmaciones en el segundo libro, que había sidopublicado tan solo unos meses antes. De modo que, aunque parecía haber indicios importantes enfavor de la “Hipótesis Piper”, consideré que eran inconcluyentes.

Sin embargo, habiendo ahora digerido el libro de Bergman, que documenta la inmensa magnitud delos asesinatos del Mossad a lo largo de los años, tengo también que concluir que las afirmaciones deOstrovsky eran más sólidas de lo que yo había previamente supuesto. En consecuencia, mi opinión hacambiado sustancialmente. En lugar de considerarlo meramente como una posibilidad razonable,ahora creo que hay una probabilidad importante de que el Mossad, junto con sus colaboradoresestadounidenses, tuviese un papel central en los asesinatos de los Kennedy de los años 60, lo cual melleva a sostener por completo la “Hipótesis Piper”. Guyénot se ha basado en muchas de las mismasfuentes y ha llegado a conclusiones bastante similares[43].

Una vez que aceptamos que el Mossad fue, probablemente, el responsable del asesinato del presidenteJohn F. Kennedy, puede que nuestra comprensión de la historia estadounidense posterior a la SegundaGuerra Mundial deba ser sustancialmente reexaminada.

El asesinato de JFK posiblemente fuese el acontecimiento más famoso de la segunda mitad del sigloXX, e inspiró un gran caudal de cobertura mediática e investigaciones periodísticas que al parecerexploraban cada detalle y recoveco de la historia. Sin embargo, durante las siguientes tres décadas trasel asesinato en Dallas, prácticamente no se musitó ni un susurro de sospecha contra Israel, y duranteel último cuarto de siglo desde que Piper publicase su seminal libro, en 1994, apenas se ha oído en losmedios anglófonos una sola palabra sobre su análisis. Si una tesis de tamaño calado ha permanecidooculta durante tanto tiempo, tal vez ni haya sido la primera ni sea la última en correr esta suerte.

Si los hermanos Kennedy perecieron, en efecto, debido a un conflicto sobre nuestra política exteriorrespecto a Oriente Próximo, ciertamente tampoco fueron los primeros líderes occidentales en sufrir taldestino, especialmente comparados con la generación anterior, durante las amargas batallas políticasen torno al establecimiento de Israel. Todos nuestros libros de historia habituales relatan losasesinatos sionistas a mediados de los años 40 de Lord Moyne y del Negociador de Paz de las NacionesUnidas, el conde Folke Bernadotte, aunque rara vez mencionan los intentos de asesinato fallidos contrael presidente Harry S. Truman[44] y el Secretario de Asuntos Exteriores británico ErnestBevin[45] en torno a la misma época.

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Pero hubo otra importante figura pública estadounidense que murió durante aquel periodo encircunstancias bastante extrañas, y, aunque su muerte siempre es mencionada, se suele excluir elcontexto político crucial en el que se enmarcó. Como comenté extensamente en un artículo de2018[46]:

A veces nuestros manuales de historia corrientes nos presentan con dos sucesosaparentemente sin relación, que adquieren muchísima más importancia solo una vez quedescubrimos que se trataba en verdad de dos partes de un mismo todo más amplio. Laextraña muerte de James Forrestal ciertamente entra en esta categoría.

Durante la década de 1930 Forrestal había alcanzado el pináculo de Wall Street, llegando aser CEO de Dillon, Read & Co., uno de los bancos de inversión más prestigiosos. Durante elcomienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 1940, Roosevelt lo llamó para trabajar en sugobierno, en parte porque su gran renombre dentro del Partido Republicano le ayudaba aenfatizar el aspecto políticamente transversal del esfuerzo de guerra, y pronto llegó a serVicesecretario de la Marina. Tras la muerte de su superior en 1944, Forrestal fue ascendidoal gabinete de gobierno como Secretario de la Marina, y, tras la contenciosa disputa por lareorganización de nuestros departamentos militares, se convirtió en el primer Secretario deDefensa del país en 1947, con autoridad sobre el Ejército, la Marina, las Fuerzas Aéreas y elcuerpo de marines. Junto con el entonces Secretario de Estado, el general George Marshall,Forrestal probablemente era el miembro más influyente del gabinete de Truman. Noobstante, apenas unos meses antes de la reelección de Truman en 1948, la historia oficialcuenta que Forrestal se había vuelto paranoide y suicida y había dimitido de su importantecargo para suicidarse unas semanas después saltando por una ventana del decimoctavopiso del Hospital Naval de Bethesda. Al no saber apenas nada sobre Forrestal o sutrasfondo, yo siempre había asentido distraídamente al leer este peculiar acontecimientohistórico.

Entretanto, en alguna página o algún capítulo totalmente diferente de mis manuales dehistoria se relataba la dramática historia del amargo conflicto político que había dividido ala administración Truman en torno al reconocimiento del estado de Israel, que habíatenido lugar el año anterior. Leí que George Marshall argumentaba que dar ese paso seríatotalmente desastroso para los intereses estadounidenses al alienar potencialmente a varioscientos de millones de árabes y musulmanes, quienes a su vez tenían enormes riquezasderivadas del petróleo de Oriente Próximo, y Marshall tenía una posición tan fuerterespecto al tema que amenazó con dimitir. Sin embargo, Truman, fuertemente influido porlas presiones personales de su amigo judío y antiguo socio empresarial, Eddie Jacobson,finalmente optó por reconocer a Israel como estado, y Marshall se quedó en el gobierno.

Pero, casi una década más tarde, de algún modo me topé con uninteresante libro de Alan Hart, periodista y escritor que había sidodurante mucho tiempo corresponsal de la BBC para OrientePróximo, en el que descubrí que estas dos historias aparentementedesconectadas formaban parte de un mismo todo. Según suversión, aunque Marshall en efecto se había opuesto firmemente areconocer a Israel, había sido en verdad Forrestal quien habíaliderado esa facción dentro del gabinete de Truman, y era él a

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quien más se le identificaba con tal posición, lo que resultó en quesufriese numerosos y duros ataques en los medios y en últimainstancia que acabase dejando el gabinete de ministros. Harttambién expresaba dudas considerables respecto a que lasubsiguiente muerte de Forrestal hubiese sido realmente unsuicidio, citando una página web casi desconocida en la que podíaleerse un análisis detallado del caso.

Es un lugar común de nuestra era que internet ha democratizadola distribución de información, permitiendo el encuentro entreaquellos que crean conocimiento y aquellos que lo consumen sinnecesidad de intermediarios que lo filtren. A lo largo del tiempo,he encontrado pocos ejemplos mejores que demuestren elinmenso potencial de este sistema que el artículo “Who Killed Forrestal?” (“¿Quién mató aForrestal?”); un exhaustivo análisis escrito por un tal David Martin, quien se describe a símismo como un economista y bloguero político. Con una longitud de varias decenas demiles de palabras, su serie de artículos sobre la muerte del primer Secretario de Defensa deEstados Unidos examina meticulosamente todas las fuentes, incluyendo el pequeñonúmero de libros publicados sobre la vida y la extraña muerte de Forrestal, junto conartículos de prensa de aquel momento y numerosos documentos gubernamentalesrelevantes obtenidos a petición personal del autor bajo el amparo del Freedom ofInformation Act (o Ley de Libertad de Información –N. del T.). Basándose en todo estematerial, el veredicto de asesinato (seguido de una masiva operación del gobierno paraocultarlo) parece quedar sólidamente fundamentado.

Como se mencionó antes, el papel de Forrestal como principal opositor a la creación delestado de Israel dentro de la administración Truman le había vuelto el objeto de unacampaña casi sin precedentes de demonización en los medios, tanto en la prensa como enla radio, liderada por los dos columnistas más poderosos del país tanto de la izquierdacomo de la derecha, Walter Winchell y Drew Person, de los cuales solo el primero erajudío, pero ambos tenían fuertes lazos con la ADL (Anti-Defamation League o LigaAntidifamación, un importante grupo de presión judío –N. del T.) y eran extremadamenteprosionistas. Sus ataques y acusaciones continuaron incluso tras su dimisión y su posteriormuerte.

Una vez que vamos más allá de las fantasiosas exageraciones respecto a los supuestosproblemas psicológicos de Forrestal, promovidas por estos mismos creadores de opinión ysus muchos aliados mediáticos, puede verse que gran parte de la supuesta paranoia deForrestal al parecer se basaba en la creencia de que le estaban siguiendo por WashingtonD. C., de que estaban interceptando sus llamadas y de que su vida podía correr peligro amanos de agentes sionistas. Y tal vez dichas preocupaciones no eran enteramenteirrazonables dados ciertos acontecimientos que tuvieron lugar en aquel tiempo.

En efecto, un miembro del Departamento de Estado llamado Robert Lovett, una figurarelativamente menor y con perfil bajo pero que se oponía a los intereses sionistas,denunció que había recibido numerosas llamadas telefónicas amenazantes por la noche en

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torno a las mismas fechas, lo que le había preocupado mucho. Martin también cita varioslibros escritos por activistas sionistas en los que se jactaban del éxito que habían obtenidopor medio de la extorsión, al parecer obtenida por medio de interceptar llamadastelefónicas, de cara a ganar suficiente apoyo político en favor de la creación del estado deIsrael.

Mientras tanto, entre bambalinas, poderosas fuerzas financieras parecen haber conspiradopara asegurarse de que el presidente Truman ignorase las recomendaciones de todos susconsejeros diplomáticos y de seguridad nacional. Años después, tanto Gore Vidal[47]como Alexander Cockburn[48] comentarían por separado que en los círculos políticosde Washington había llegado a ser un secreto a voces que, durante la desesperada campañade reelección de Truman en 1948, este había aceptado en secreto un pago de 2 millones dedólares de parte de sionistas adinerados a cambio de reconocer a Israel como estado; unasuma que sería más o menos equivalente a 20 millones de dólares en la actualidad.

El republicano Thomas Dewey había sido enormemente favorecido como candidato a lapresidencia en las elecciones de 1948, y tras la sorprendente victoria de Truman la posiciónpolítica de Forrestal no había salido ciertamente favorecida, en especial después de quePearson proclamase en una columna de prensa que Forrestal se había reunido en secretocon Dewey durante la campaña, solicitándole que le hiciese parte de su equipo de gobiernoen caso de ganar él las elecciones.

Tras su derrota política respecto a la política exterior en Oriente Próximo y sufririncesantes ataques desde los medios, Forrestal dimitió bajo presión de su puesto en elgabinete de ministros. Casi inmediatamente después fue ingresado en el Hospital Naval deBethesda bajo observación, supuestamente padeciendo fatiga grave y extenuación, y pasóallí siete semanas, con un régimen de visitas muy restrictivo. Finalmente se le iba a dar elalta el 22 de mayo de 1949, pero justo horas antes de que su hermano Henry fuese alhospital a recogerlo se encontró su cadáver en el suelo, debajo de la ventana de suhabitación del decimoctavo piso, con una soga firmemente atada en el cuello. Basándose enun comunicado de prensa oficial, todos los periódicos se hicieron eco de este desafortunadosuicidio, aventurando que primero había intentado ahorcarse pero, al no conseguirlo, habíaentonces saltado por la ventana. En su habitación se encontró un cuaderno con mediapágina llena de versos griegos transcritos, lo que, en aquellos años de apogeo delpensamiento psicoanalítico freudiano, se consideró como el desencadenante subconscientede su súbito impulso de muerte, y fue juzgado casi como el equivalente de una nota desuicidio. Mis propios libros de historia simplificaban toda esta compleja cadena deacontecimientos y simplemente decían “suicidio”, que es lo que yo siempre había leído ynunca había puesto en cuestión.

Martin expresa serias dudas sobre este veredicto oficial. Entre otras cosas, las entrevistaspublicadas del hermano y los amigos de Forrestal revelan que ninguno de ellos creía queForrestal se hubiese quitado la vida, y que a todos ellos se les había impedido visitarlohasta casi los últimos días de su confinamiento hospitalario. De hecho, su hermano relatacómo justo el día antes Forrestal se encontraba de buen humor, diciendo que tras su salidadel hospital pensaba usar parte de su considerable fortuna personal para comprar unperiódico y empezar a revelar al público estadounidense muchos de los hechos relativos ala entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial que se habían venidoocultando, y de los que él tenía un conocimiento directo, suplementado a su vez por un

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extenso diario personal que había mantenido durante muchos años. Al ser ingresado en elhospital, ese diario de miles de páginas de extensión había sido requisado por el gobierno,y tras su muerte fue publicado solo tras ser estrictamente editado y censurado,convirtiéndose a pesar de todo en un tremendo éxito de ventas.

Los documentos gubernamentales desenterrados por Martin levantan sospechasadicionales respecto a la historia que nos presentan todos los manuales de historiahabituales. Los archivos médicos de Forrestal no parecen incluir ningún informe oficial dela autopsia; hay pruebas visibles de cristales rotos en su cuarto, lo que apunta a un forcejeoviolento, y lo más importante de todo: la página de versos griegos transcritos –siemprecitada como evidencia principal del impulso suicida de Forrestal– no estaba escrita en laletra del propio Forrestal.

Aparte de las noticias en los periódicos y los documentos gubernamentales, gran parte delanálisis de Martin, incluyendo las extensas entrevistas personales con familiares y amigosde Forrestal, se basan en un corto librito titulado The Death of James Forrestal (“Lamuerte de James Forrestal”), publicado en 1966 por un tal Cornell Simpson (casi con todacerteza un pseudónimo). Según Simpson, fue años después cuando decidió sacar elmanuscrito de su escritorio y publicarlo en la editorial Western Islands, que resultaba serun servicio de publicaciones de la John Birch Society, la notoria organización conspiratoriade derechas que por entonces se encontraba en su apogeo de influencia a nivel nacional.Por estas razones, ciertos aspectos del libro son de considerable interés incluso más allá delos contenidos directamente relativos a Forrestal.

La primera parte del libro consiste de una detallada presentación de las pruebas oficialesen torno a la sospechosa muerte de Forrestal, incluyendo numerosas entrevistas con susfamiliares y amigos, mientras que la segunda parte se centra en los nefarios complots delmovimiento comunista internacional: el sello distintivo de la John Birch Society. Según ellibro, las firmes convicciones anticomunistas de Forrestal eran lo que le había marcadocomo objetivo a eliminar por parte de agentes comunistas, y apenas hay referencia algunaa la polémica derivada de su tremenda batalla respecto al establecimiento del estado deIsrael, aunque indudablemente fue ese el factor principal de su caída política. Martinseñala estas extrañas inconsistencias e incluso se pregunta si ciertos aspectos del libro y desu publicación pudieron haber sido fomentados conscientemente para desviar la atenciónde la dimensión sionista del asunto al apuntar a una suerte de malvado complot comunista.

Considérese, por ejemplo, el caso de David Niles, cuyo nombre ha caído en el más absolutoolvido, pero quien fue uno de los escasísimos ayudantes de Roosevelt que luego fuetambién conservado por su sucesor, Truman. Según varios observadores, Niles llegó aconvertirse en cierto momento en una de las figuras en la sombra más poderosas de laadministración Truman. Varios testimonios sugieren que tuvo un papel principal a la horade sacar a Forrestal del gobierno, y el libro de Simpson apoya esta tesis al insinuar queNiles era un agente comunista de algún tipo. Sin embargo, aunque los documentos delProyecto Venona revelan que Niles había colaborado en ocasiones con agentes soviéticos enactividades de espionaje, aparentemente lo hizo por dinero o por otras consideraciones, yciertamente no era parte de su red de inteligencia. En cambio, tanto Martin como Hartproporcionan una enorme abundancia de pruebas de que las lealtades de Niles estabanprincipalmente alineadas con el sionismo, y, en efecto, sus actividades de espionaje paraIsrael en 1950 llegaron a ser tan extremadamente obvias que el general Omar Bradley, jefe

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del Estado Mayor, amenazó con dimitir inmediatamente de su puesto si Niles no eradespedido, lo que acabó forzando a Truman a hacerlo.

Forrestal era un irlandés católico combativo y adinerado, y creo que hay considerables evidencias paraconcluir que su muerte fue el resultado de factores muy parecidos a los que se cobraron la vida de otroirlandés católico mucho más famoso en Dallas 14 años antes.

También hay algunas otras desgracias que siguen este mismo patrón, aunque la evidencia en estoscasos es menos fuerte. El libro de Piper de 1994 se enfocaba principalmente en el asesinato de JFK,pero más de la mitad de sus 650 páginas están dedicadas a una larga serie de apéndices sobre temasrelacionados. Uno de ellos examina la extraña muerte de un par de antiguos oficiales de alto rango dela CIA, aventurando que pudieron ser provocadas.

El exdirector de la CIA William Colby había sido, según se decía, muy escéptico respecto a la relaciónde Estados Unidos con Israel, y por ello los miembros proisraelíes de los medios hegemónicos lohabían caracterizado como un notorio “arabista”. En efecto, mientras ejercía como director de laagencia en 1974, había terminado con la carrera del veterano jefe de contrainteligencia de la CIA,James Angleton, cuya extrema afinidad con Israel y el Mossad había levantado en ocasiones seriassospechas sobre a quién le debía realmente lealtad. Piper dice que en 1996 Colby había llegado aalarmarse tanto por la infiltración y manipulación israelí del gobierno estadounidense y sus serviciosde inteligencia que había organizado una reunión con políticos árabes de alto rango en Washington,proponiéndoles que colaborasen juntos para corregir esa problemática situación. Unas pocas semanasdespués Colby desapareció y más tarde se encontró su cuerpo ahogado, siendo el veredicto oficial quehabía muerto cerca de su casa en un accidente de canoa, aunque sus interlocutores árabes alegaronque había sido asesinado.

Piper también describe la temprana muerte de John Paisley, antiguo director adjunto de la Oficina deInvestigaciones Estratégicas de la CIA y también muy crítico con la influencia de Israel y de sus aliadosneocons en la política de seguridad nacional del país. A finales de 1978 el cuerpo de Paisley seencontró flotando en la bahía de Chesapeake con una bala en la cabeza, y aunque su muerte fuedecretada oficialmente como un suicidio, Piper afirma que pocos se creyeron la versión oficial. Segúnél, Richard Clement, quien había liderado el Comité de Contraterrorismo que coordinaba a todas lasagencias gubernamentales durante la administración Reagan, declaró lo siguiente en 1996:

Los israelíes no tienen escrúpulos a la hora de “eliminar” a ciertos agentes de inteligenciaestadounidenses que pudieran amenazar con destapar sus operaciones. Los que conocemosde cerca el caso de Paisley sabemos que fue asesinado por el Mossad. Pero nadie, nisiquiera en el Congreso, quiere decirlo públicamente.

Piper también recuenta las amargas batallas políticas que otros expertos de seguridad nacional enWashington, como el anterior director adjunto de la CIA, el almirante Bobby Ray Inman, mantuvierondurante años con miembros del lobby israelí en el Congreso y en los medios. Después de que Inman

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Los atentados del 11 de septiembre: ¿Qué pasó realmente?

fuese nominado por el presidente Clinton para dirigir el Departamento de Estado, una tormenta decríticas de parte de activistas proisraelíes le forzó a retirarse del cargo.

No he investigado personalmente el material citado por Piper en esta breve exposición. Estos ejemplosme eran previamente desconocidos, y toda la evidencia que proporciona Piper parece ser puramentecircunstancial, difícilmente elevándose por encima del nivel de la mera sospecha. Pero sí creo que elautor es un investigador y periodista razonablemente solvente cuya perspectiva debería tomarse enserio. Así pues, aquellos interesados en leer su Apéndice sexto[49], de 5.000 palabras, puedenhacerlo y decidir por sí mismos.

Los asesinatos políticos y los ataques terroristas son dos temas distintos, aunque relacionados, y eldetallado libro de Bergman se enfoca explícitamente en el primero, de modo que no podemos culparlepor apenas tocar el segundo. Pero el patrón histórico de actividad israelí, especialmente en relacióncon las operaciones de bandera falsa, es ciertamente notable, tal como señalé en un artículo de2018[50]:

Uno de los ataques terroristas más destructivos de la historia antes del 11 de septiembrefue el bombardeo del Hotel Rey David de Jerusalén[51] por parte de militantessionistas disfrazados como árabes, que acabó con la vida de 91 personas y destruyó granparte del edificio. En el famoso “Asunto Lavon” de 1954[52], unos agentes israelíesllevaron a cabo una serie de ataques terroristas contra objetivos occidentales en Egipto,intentando señalar luego a varios grupos árabes antioccidentales como los culpables.Existen sólidos testimonios[53] que apuntan a que en 1950 unos agentes del Mossadisraelí desencadenaron una oleada de ataques terroristas de bandera falsa contra objetivosjudíos en Bagdad, y sus violentos métodos tuvieron éxito a la hora de convencer a lamilenaria comunidad judía residente en Iraq de emigrar al estado de Israel. En 1967, Israelperpetró un deliberado ataque aéreo y marítimo contra el U.S.S. Liberty[54],con el objetivo de no dejar supervivientes, cuyo resultado fue que 200 soldadosestadounidenses resultaron muertos o heridos antes de que llegasen noticias del ataque anuestra Sexta Flota y se abortase el mismo.

La tremenda amplitud de la influencia proisraelí en los círculos políticos y mediáticos a lolargo y ancho del mundo hizo que ninguno de estos brutales ataques fuese seriamenterepresaliado, y en casi todos los casos se olvidaron rápidamente, de modo queprobablemente hoy no más de uno de cada cien estadounidenses sepa de ellos. Además, lamayoría de estos incidentes salió a la luz debido a circunstancias azarosas, de modo quepodemos sospechar con facilidad que muchos otros ataques de naturaleza similar nuncahan llegado a salir a la luz.

De estos famosos sucesos, Bergman solo menciona la masacre del Hotel Rey David. Pero muchodespués describe la enorme oleada de ataques terroristas de bandera falsa desatada en 1981 por elentonces ministro de defensa israelí, Ariel Sharon, quien reclutó a un ex-alto cargo del Mossad paradirigir el proyecto.

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Bajo la supervisión israelí, varios coches bomba empezaron a explotar en los barrios palestinos deBeirut y otras ciudades libanesas, matando o hiriendo a un gran número de civiles. Un solo ataque enoctubre se saldó con casi 400 bajas, y para diciembre estaban produciéndose dieciocho ataquesterroristas al mes, a la vez que su efectividad se veía reforzada por el uso de la nueva tecnología dedrones que poseía Israel. La responsabilidad oficial de todos los ataques fue reclamada por unaorganización libanesa previamente desconocida, pero la intención era provocar a la OLP (Organizaciónpara la Liberación de Palestina) para que respondiese militarmente contra Israel, lo que justificaría lainvasión que planeaba Sharon en Líbano.

Dado que la OLP se resistió tenazmente morder el anzuelo, se pusieron en marcha planes parabombardear un estadio deportivo de Beirut usando toneladas de explosivos durante una ceremoniapolítica el 1 de enero, con la esperanza de que la muerte y la destrucción ocasionadas fuesen “deproporciones sin precedentes, incluso para el Líbano”. Pero los adversarios políticos de Sharontuvieron conocimiento del complot y subrayaron que muchos diplomáticos extranjeros iban a estarpresentes y probablemente morirían, incluyendo al embajador de la Unión Soviética, de modo que, trasun duro debate, el primer ministro Begin ordenó abortar el ataque. Un futuro jefe del Mossadmencionó más tarde los dolores de cabeza que les ocasionó el tener que quitar la gran cantidad deexplosivos que ya habían colocado en la estructura del estadio.

Creo que esta documentadísima historia de importantes ataques terroristas de bandera falsa por partede Israel, incluyendo algunos contra objetivos estadounidenses y occidentales en general, debería sertenida en mente a la hora de examinar los ataques del 11 de septiembre, que transformaron nuestrasociedad de forma tan profunda y nos costaron tantos billones de dólares. Yo mismo analicé en ciertodetalle las extrañas circunstancias de dichos ataques y su posible origen en mi artículo de 2018[55]sobre el tema:

Curiosamente, hasta transcurridos muchos años después del 11-S presté poca atención a losatentados en sí mismos. Mis esfuerzos estaban completamente enfocados en laconstrucción de mi software de archivado de contenidos[56], y el poco tiempo libreque me quedaba para ocuparme de temas políticos lo dediqué totalmente al desastre de laguerra de Iraq que se estaba librando por entonces, así como mi gran temor de que Bushpudiera en cualquier momento extender el conflicto a Irán. A pesar de las mentiras de losneocons que nuestros corruptos medios de comunicación repetían desvergonzadamente, niIraq ni Irán habían tenido nada que ver con los ataques del 11-S, de modo que dichossucesos gradualmente fueron desvaneciéndose de mi memoria, y sospecho que lo mismoles sucedió a muchos otros estadounidenses. Al Qaeda había desaparecido casi porcompleto y Bin Laden estaba supuestamente oculto en alguna cueva remota. A pesar de lascontinuas “alertas de amenaza terrorista” del Departamento de Seguridad Nacional, nohabía habido ningún otro atentado islamista en suelo estadounidense, y relativamentepocos fuera de la gigantesca morgue en la que se había convertido Iraq. De este modo, losdetalles exactos de lo sucedido el 11-S se habían vuelto prácticamente del todo irrelevantespara mí.

Otros de mis conocidos parecían encontrarse en la misma situación que yo. Prácticamentetodas las comunicaciones que tuve con mi antiguo amigo Bill Odom, el general de tres

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estrellas que había dirigido la NSA (la Agencia de Seguridad Nacional, por sus siglas eninglés –N. del T.) durante la presidencia de Ronald Reagan, habían estado enfocadas en laguerra de Iraq y el peligro de que pudiera extenderse a Irán, así como el amargoresentimiento que sentía contra Bush por haber pervertido su querida NSA en unaherramienta de espionaje doméstico extraconstitucional. Cuando el New York Timespublicó una noticia sobre el increíble alcance del espionaje perpetrado por la NSA contralos propios ciudadanos del país, el general Odom declaró que el presidente Bush debía serdestituido y que el director de la NSA, Michael Hayden, debía ser juzgado en una cortemarcial. Pero durante todos los años anteriores a su temprano fallecimiento en2008[57], no recuerdo que los propios ataques del 11-S saliesen ni una sola vez como temade nuestras conversaciones.

Admito que ocasionalmente sí había oído que existían algunas circunstancias extrañasrespecto al 11-S aquí y allá, y ciertamente levantaban ciertas sospechas. Muchos díasmiraba de pasada la portada de Antiwar.com y vi que al parecer algunos agentes delMossad israelí habían sido pillados grabando en vídeo el impacto de los aviones sobre lastorres gemelas en Nueva York, mientras que también se había destapado, en torno a lasmismas fechas, una operación de espionaje del Mossad mucho más ampliadisfrazada como una organización de “estudiantes de arte” en todo el país[58].Al parecer, FoxNews incluso había dedicado un reportaje en varios episodios a este últimoasunto antes de que fuese boicoteado y “desapareciese” debido a las presiones de la ADL.

Aunque yo no estaba enteramente seguro de la credibilidad dedichas noticias, sí parecía plausible que el Mossad hubiera sabidode los ataques con anterioridad y no hubiera hecho nada paradetenerlos, al prever los gigantescos beneficios que leproporcionaría a Israel la oleada de furor antiárabe que sederivaría sin duda de ellos. Por entonces era vagamente conscientede que el director editorial de Antiwar.com, Justin Raimondo,había publicado The Terror Enigma, un librito corto sobrealgunos de estos extraños hechos, llevando el provocador subtítulo“El 11-S y su conexión con Israel”, pero nunca me había propuestoleerlo. En 2007, la propia revista Counterpunch[59] publicóun fascinante reportaje[60] sobre la detención de ese mismogrupo de agentes del Mossad en Nueva York que habían sidopillados grabando, y aparentemente celebrando, el impacto de los aviones contra las TorresGemelas en aquel fatídico día, y la actividad del Mossad parecía ser muy superior a la queyo había previamente supuesto. Pero todos estos detalles no pasaron a ser más que uncierto ruido de fondo en mi cabeza en comparación con mi enorme preocupación respectoa la guerra en Iraq e Irán.

Sin embargo, para finales de 2008 mi perspectiva había empezado a cambiar. Bushabandonaba la presidencia sin haber comenzado la temida guerra contra Irán y EstadosUnidos había logrado esquivar la presidencia, potencialmente aún más peligrosa, de John

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McCain. Yo asumía que Barack Obama iba a ser un presidente nefasto y resultó ser aúnpeor de lo que esperaba, pero aun así no pude sino exhalar un suspiro de alivio cada díaque pasaba en la Casa Blanca.

Además, en torno a aquellas fechas me topé con un asombroso detalle sobre los ataques del11-S que me demostró la profundidad de mi propia ignorancia al respecto. En un artículode Counterpunch había descubierto que, inmediatamente después de los ataques, lasupuesta mente criminal que los había organizado, Osama bin Laden, habíadesmentido públicamente haber participado en ellos,[61] incluso llegando adeclarar que ningún buen musulmán cometería jamás un acto así.

Una vez que indagué un poco y pude confirmarlo completamente[62], me sentíanonadado. El 11 de septiembre de 2001 no solo fue el ataque terrorista más exitoso en lahistoria mundial, sino que probablemente fuese mayor en cuanto a su magnitud física quetodos los demás ataques terroristas pasados juntos. El objetivo último del terrorismo es elde permitir que una organización pequeña le demuestre al mundo que puede infligir seriosdaños a un estado poderoso, y nunca antes había oído de ningún líder terrorista quenegase su papel en una operación exitosa; mucho menos en la más exitosa de la historia.Algo parecía estar extremadamente fuera de lugar en la narrativa generada por los mediosque yo había aceptado previamente. Empecé a preguntarme si no había estado tanengañado como las decenas de millones de estadounidenses que en 2003 y 2004 creyeroningenuamente que Sadam Husein había sido el cerebro detrás de los ataques del 11-S.Vivimos en un mundo de ilusiones generadas por los medios, y súbitamente sentí como sihubiera encontrado una grieta en las montañas de papel maché de un decorado deHollywood. Si Osama probablemente no había sido el autor del 11-S, ¿qué otras tremendasfalsedades me había creído ciegamente?

Un par de años más tarde me topé con una columna muy interesante escrita por EricMargolis, un prominente periodista canadiense experto en política exterior que había sidopurgado de los medios hegemónicos por su fuerte oposición a la guerra de Iraq. Durantemucho tiempo había publicado una columna semanal en el Toronto Sun y, cuando tuvonoticia de su despido, empleó su última columna para realizar una pieza el doble de largade lo habitual en la que expresaba sus serias dudas respecto a la historia oficial del11-S[63], y en la que señalaba también que el antiguo director de los servicios deinteligencia pakistaníes había insistido en que Israel estaba detrás de los ataques.

Eventualmente descubrí que en 2003 el exministro alemán Andreas von Bülow habíapublicado un libro superventas en el que sugería[64] que fue la CIA, y no BinLaden, quien estuvo detrás de los atentados, mientras que en 2007 el expresidente deItalia, Francesco Cossiga, había argumentado en una línea similar[65] que la CIA y elMossad israelí habían sido los responsables, afirmando que este hecho era bien conocidoentre las agencias de inteligencia occidentales.

A lo largo de los años, todas estas voces discordantes fueron gradualmente incrementandomis propias dudas respecto a la historia oficial del 11-S hasta niveles extraordinariamenteelevados, pero fue solo muy recientemente cuando finalmente pude dedicar suficientetiempo para empezar a investigar seriamente el tema y leer ocho o diez de los principales

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libros del movimiento “Truther” (o “Movimiento por la Verdad del 11-S”), especialmentelos del profesor David Ray Griffin, considerado como el líder en dicho campo. Sus libros,junto con los escritos de numerosos colegas y aliados suyos, revelaban todo tipo de detallesmuy importantes, la mayoría de los cuales me eran desconocidos. También me impresionómucho el gran número de individuos de cierta reputación y sin sesgos ideológicosaparentes que se habían sumado al movimiento “Truther” a lo largo de los años.

Cuando numerosos académicos de aparente reputación yotros expertos[66] realizan afirmaciones de naturalezaextremadamente controvertida a lo largo de muchos años, y soncompletamente ignorados o censurados pero nunca se les llega arefutar efectivamente, la conclusión más razonable parece apuntaren una dirección obvia. Basándome en mis recientes lecturas sobreel tema, el número total de fallos importantes en la historia oficialdel 11-S ha llegado a ser enormemente grande, probablementellegando a contarse varias docenas de ellos. Muchos de estospuntos, yendo uno por uno, parecen ser razonablementeprobables, y, si aceptamos que tan solo dos o tres de ellos soncorrectos, debemos rechazar totalmente la narrativa que muchosde nosotros hemos venido creyendo durante tanto tiempo.

Ciertamente, yo soy solo un principiante en la compleja tarea intelectual de extraer laspequeñas verdades que se ocultan bajo montañas de falsedades fabricadas. Aunque losargumentos del movimiento “Truther” sobre el 11-S me parecen muy persuasivos,obviamente me sentiría mucho más cómodo si fueran secundados por un profesional conexperiencia en el campo, como un analista de alto rango de la CIA. Hace unos pocos años,descubrí para mi sorpresa que ese era el caso.

William Christison había pasado 29 años en la CIA[67], alcanzando un importantecargo como director de su Oficina de Análisis Político y Regional (“Office of Regional andPolitical Analysis”), con 200 analistas investigadores a su cargo. En agosto de 2006 publicóun notable artículo de 2.700 palabras[68] en el que explicaba por qué había dejadode creer la historia oficial del 11-S y había llegado a convencerse de que el informe de laComisión de Investigación del 11-S había tapado la verdad, que era muy diferente. El añosiguiente elogió efusivamente uno de los libros de Griffin[69], escribiendo que “existeun sólido cuerpo de evidencias que muestra que la narrativa del gobierno de EE. UU. sobrelo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001 es casi con toda certeza una monstruosa serie dementiras”. El extremo escepticismo de Christison respecto al 11-S fue luego secundado pormuchos otros prestigiosos exagentes de los servicios de inteligencia delpaís[70].

Podría esperarse que si un antiguo agente de inteligencia del rango de Christisoncondenase la historia oficial del 11-S como un fraude y un intento de ocultar lo que

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Los ataques del 11 de septiembre: ¿Quién fue el responsable?

realmente ocurrió, la noticia estaría en la portada de todos los periódicos. Pero nunca seinformó de ello en los medios de comunicación hegemónicos, y solo me topé con dichainformación una década después.

Incluso nuestros medios “alternativos” guardaron casi el mismo silencio. A lo largo de ladécada de los 2000, Christison y su mujer Kathleen, también una exanalista de la CIA,habían sido escritores habituales en Counterpunch, publicando varias docenas deartículos allí[71] y siendo con toda seguridad los escritores de dicha revista con máscredenciales en el campo de la inteligencia y la seguridad nacional. Pero el editor,Alexander Cockburn, se negó a publicar ninguno de sus trabajos que arrojaban dudas sobreel 11-S, de modo que no tuve noticia de ellos en el momento. De hecho, cuando lemencioné las ideas de Christison al actual editor de Counterpunch, Jeffrey St. Clair, haceun par de años, pareció quedarse atónito al descubrir que su amigo, a quien había tenidoen tan alta estima durante años, se había vuelto un “Truther”. Cuando los medios decomunicación se convierten en guardianes de lo que puede o no pensarse, la ignorancia sedisemina inevitablemente.

Habiendo tantos agujeros en la historia oficial de los hechos que sucedieron hace diecisieteaños, cada uno de nosotros es libre de elegir enfocarse en aquellos que personalmenteconsideremos más persuasivos, y yo tengo varios favoritos. El profesor de química danésNiels Harrit era uno de los científicos que analizó los restos de los edificios destruidos porlos ataques y detectó una presencia residual de nanotermita, un compuesto explosivo deuso militar, y me resultó muy creíble al escucharlo durante la entrevista de unahora[72] que le hicieron en Red Ice Radio. El hecho de que se encontrase intacto elpasaporte de uno de los terroristas que habían secuestrado los aviones en una calle deNueva York tras el infierno que fue el derrumbe de las Torres Gemelas es totalmenteabsurdo, así como la afirmación de que el secuestrador principal había, curiosamente,perdido la maleta en uno de los aeropuertos, para después ser encontrada por lasautoridades, con una gran cantidad de pruebas incriminatorias en su interior. Lostestimonios de las docenas de bomberos que oyeron explosiones[73] justo antes delderrumbe de los edificios parecen completamente inexplicables desde el marco de lahistoria oficial. Del mismo modo, el súbito colapso total del Edificio 7, que nunca fueimpactado por ningún avión, también es extremadamente implausible.

Supongamos ahora que este abrumador número de evidencias es correcto, y sigamos a losexanalistas de inteligencia de la CIA, los distinguidos académicos y los profesionalesexperimentados que dicen que los ataques del 11-S no fueron en verdad como noscontaron. Reconozcamos la extrema implausibilidad de que tres gigantescos rascacielos enNueva York colapsaran de pronto a velocidad de caída libre sobre sus propios cimientosdespués de que solo dos de ellos fueran impactados por aviones, y aceptemos también queprobablemente ningún gran avión de pasajeros llegó a impactar en el Pentágono (no

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dejando apenas trazas y tan solo un pequeño socavón). ¿Qué pasó exactamente, y más aún,quién estuvo detrás de ello?

La primera pregunta es, obviamente, imposible de responder sin una investigación oficialsincera y exhaustiva de los hechos. Hasta que eso ocurra, no debería sorprendernos quedentro de los confines del movimiento “Truther” se hayan propuesto y debatido numerosashipótesis a menudo contradictorias entre sí. Pero la segunda cuestión es probablemente lamás importante, y creo que siempre ha supuesto un punto de acusada vulnerabilidad paralos “Truthers”.

La metodología más habitual, que es la que sigue el propio Griffin en sus numerosos libros,consiste en evitar enteramente este asunto y centrarse solo en exponer los tremendos fallosde la narrativa oficial. Esta es una posición perfectamente aceptable, pero deja fuera todotipo de dudas importantes. ¿Qué grupo organizado podría haber sido lo suficientementepoderoso y atrevido como para perpetrar un ataque de tamaña escala en el mismísimocorazón de la primera potencia del mundo? ¿Y cómo es que pudieron orquestar unacampaña de ocultamiento de la verdad tan ubicua y efectiva tanto en los medios comoentre la clase política, llegando incluso al propio gobierno del país?

La minoría de “Truthers” que han elegido centrarse en esta cuestión del “quién lo hizo”parece estar compuesta sobre todo de activistas anónimos más que de expertos deprestigio, y normalmente exclaman que fue un “inside job” (un ataque organizado desde elpropio estado, o por una facción del mismo –N. del T.). La creencia más extendida pareceapuntar a la cúpula de la administración Bush, incluyendo probablemente alvicepresidente, Dick Cheney, y al secretario de defensa, Donald Rumsfeld, como losresponsables de organizar los ataques terroristas, ya fuera con o sin el conocimiento delpropio presidente Bush, su ignorante jefe. Los motivos normalmente señalados incluyenjustificar ofensivas militares contra varios países, apoyar los intereses financieros delpoderoso complejo militar-industrial y la industria petrolera, o llevar a la destrucción delas libertades civiles tradicionales. Dado que la gran mayoría de “Truthers” políticamenteactivos parecen venir del extremo izquierdo del espectro ideológico, consideran estasposibilidades como lógicas y casi autoevidentes.

Aunque sin llegar a apoyar explícitamente estas teorías de la conspiración, la exitosapelícula Fahrenheit 9/11 del cineasta de izquierdas Michael Moore planteaba ciertassospechas en esta misma línea. Este documental de bajo presupuesto llegó a recaudar laasombrosa cifra de 220 millones de dólares, y sugería que los estrechos vínculos entre lafamilia Bush, los Cheney, las compañías petroleras y los dirigentes de Arabia Saudíexplicarían la invasión de Iraq posterior a los ataques terroristas del 11-S, así como lapérdida de libertades civiles en Estados Unidos, como parte integral de la agenda políticaderechista del Partido Republicano.

Desafortunadamente, esta imagen aparentemente plausible noparece tener ninguna base real. Durante los meses previos a laguerra de Iraq, pude leer algunos artículos en el New York Timesen los que se entrevistaba a varios grandes empresarios delpetróleo tejanos que expresaban su total asombro ante la idea deque Estados Unidos estuviese planeando atacar a Sadam,concluyendo que solo podría deberse a que el presidente Bush

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supiese algo que ellos ignoraban. Antes de unirse a laadministración Bush, Cheney había sido CEO de Halliburton, ungigante de la industria petrolera, y su firma había llevado a cabouna intensa campaña de presión política para que Estados Unidosaliviase las sanciones económicas contra Iraq. El profesor JamesPetras, un académico de fuertes inclinaciones marxistas, publicóun excelente libro en 2008 titulado Zionism, Militarism, and theDecline of US Power (“Sionismo, militarismo y la decadencia delpoder de Estados Unidos”), en el que demostrabaconcluyentemente que fueron los intereses sionistas, y no los de laindustria petrolera, los que habían dominado la administraciónBush tras los ataques del 11-S y habían promovido la guerra contraIraq.

En cuanto al documental de Michael Moore, recuerdo haberme reído con un amigo mío(judío) en su momento, al encontrar los dos ridículo que un gobierno tan permeado porneocons fanáticamente proisraelíes hubiera sido presentado en la película como compañerode cama de los saudíes. El argumento central de la película de Moore no solo demostrabael temible poder judío de Hollywood, sino también su enorme éxito, en la medida en que lamayor parte del público estadounidense parecía no haber oído nunca hablar de losneocons.

Los sectores críticos con Bush ridiculizaron, con razón, al presidente por su insinceraafirmación de que los terroristas del 11-S habían atacado a Estados Unidos “por suslibertades”, y los “Truthers” han tachado de implausible, también con razón, el supuesto deque los devastadores ataques fueran organizados por un predicador musulmán desde unacueva en el desierto. Pero la idea de que, en cambio, fueran organizados y dirigidos porfiguras clave dentro de la administración Bush parece incluso más increíble aún.

Cheney y Rumsfeld habían pasado ambos varias décadas siendo hombres fuertes del alamoderada y pro-empresa del Partido Republicano, desempeñando tanto puestos políticosde alto nivel como puestos ejecutivos en grandes corporaciones. La idea de que hubierandejado sus carreras para unirse a la administración Bush e inmediatamente después dehacerlo se hubieran puesto a organizar un gigantesco ataque terrorista de bandera falsacontra las torres más orgullosas de nuestra principal ciudad, así como contra el centroneurálgico de nuestro propio ejército, pretendiendo matar en el proceso a varios miles deciudadanos estadounidenses, es demasiado absurda como para ser siquiera parte de unasátira política de izquierdas.

Volvamos un poco atrás. En toda la historia mundial, no puedo pensar en ningún casodocumentado en el que la cúpula del gobierno de un país llevase a cabo un gran ataque defalsa bandera contra sus propios centros de poder político y financiero e intentase matar aun gran número de sus propios ciudadanos. Estados Unidos en 2001 era un país pacífico ypróspero gobernado por unos líderes políticos relativamente anodinos, enfocados en losobjetivos tradicionales del Partido Republicano: bajarles los impuestos a los ricos y reducirlas regulaciones medioambientales. Demasiados activistas del movimiento “Truther”parecen haber sacado su imagen del mundo de caricaturas de izquierdas en las que los

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grandes empresarios y políticos republicanos son todos diabólicos supervillanos quepretenden matar estadounidenses por pura maldad, y Cockburn estuvo totalmente acertadoal ridiculizarlos[74] al menos en eso.

Consideremos también las simples cuestiones prácticas de la situación. La gigantescamagnitud de los ataques del 11-S tal como los conciben los “Truthers” habría requerido sinduda enorme planificación y haber involucrado probablemente a varias docenas o inclusocentenares de agentes expertos. Mandar a los operativos de la CIA o de las fuerzasespeciales del ejército llevar a cabo ataques secretos contra objetivos civiles en Venezuela oel Yemen es una cosa, pero mandarles atacar el Pentágono y el corazón de la ciudad deNueva York entrañaría un tremendo riesgo.

Bush había perdido en número de votos en las elecciones de noviembre del año 2000 ysolo había alcanzado la Casa Blanca a causa de unas cuantas papeletas extraviadas en elestado de Florida y de una polémica decisión de la Corte Suprema, a su vez profundamentedividida al respecto. En consecuencia, la mayor parte de los medios estadounidenses veíansu presidencia con la mayor hostilidad. Si el primer acto de un equipo presidencial reciénllegado al poder en estas circunstancias hubiese sido ordenar a la CIA o al ejército quepreparasen un ataque contra la ciudad de Nueva York y el Pentágono, sin duda esasórdenes habrían sido desoídas y desestimadas como fruto de un grupo de lunáticos, yhabrían sido inmediatamente filtradas a la prensa nacional, que ya era hostil de por sí conel gobierno.

Todo este escenario en el que los gobernantes estadounidenses fueron los cerebros detrásdel 11-S es más que ridículo, y los “Truthers” que afirman o suponen dicha versión –haciéndolo a su vez sin una sola prueba sólida a la que agarrarse– han jugado, pordesgracia, un papel crucial a la hora de desacreditar al movimiento entero. De hecho, laconcepción común de este escenario del “inside job” es tan patentemente absurda einsostenible que uno podría incluso sospechar que dicha afirmación fuese promovida poraquellas partes interesadas en desacreditar el Movimiento por la Verdad del 11-S.

Enfocarse en Cheney y Rumsfeld me parece que es errar especialmente el tiro. Aunquenunca he conocido ni he tenido contacto con ninguno de los dos, estuve bastanteinvolucrado en la política activa en Washington D. C. durante los años 90, y puedo decircon cierta confianza que antes del 11-S ninguno de los dos eran considerados neocons. Encambio, eran los ejemplos arquetípicos de republicano “corriente”, moderado y centrado enel mundo empresarial, y esta reputación se extendía llegando hasta sus años comomiembros de la administración Ford a mediados de los años 70.

Los que sean escépticos respecto a estas afirmaciones podrían contestar que ambosfirmaron en 1997 la declaración del Project for the New American Century[75](PNAC), un importante manifiesto neocon sobre política exterior organizado por BillKristol, pero yo creo que esto puede ser engañoso. En los círculos de Washington D. C.todo el mundo está continuamente intentando reclutar a sus amigos para que firmen variasdeclaraciones, que pueden ser o no indicativas de sus posiciones reales, y recuerdo queKristol intentó que yo mismo firmase también la declaración del PNAC. Dado que misopiniones privadas sobre el asunto eran 100% opuestas a la posición neocon, queconsideraba como una pura locura en materia de política exterior, rechacé muyamablemente su petición. Pero yo era bastante amigo suyo en aquel momento, de modo

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que si no hubiese tenido fuertes opiniones al respecto probablemente habría accedido afirmar.

Esto viene a ilustrar un argumento más amplio. En el año 2000 los neocons habíanlogrado el control total de casi todos los medios de comunicación conservadores orepublicanos, además de las divisiones de política exterior de casi todos los centros deinvestigación alineados con la derecha política, tras purgar con éxito a sus oponentestradicionales. De modo que, aunque Cheney y Rumsfeld no eran propiamente neocons, semovían en un mar de neocons, y gran parte de toda la información que recibían proveníade fuentes de dicha orientación política, además de tener asesores como “Scooter” Libby,Paul Wolfowitz y Douglas Feith, que eran neocons. Rumsfeld ya era bastante mayor,mientras que Cheney había sufrido varios infartos desde los 37 años, de modo que, en talescircunstancias, habría sido relativamente fácil hacer que diesen su brazo a torcer en ciertostemas clave.

De hecho, toda la demonización de Cheney y Rumsfeld en los círculos contrarios a laguerra de Iraq siempre me ha parecido algo sospechosa. Me preguntaba si acaso los mediosde izquierdas, fuertemente influidos por intereses projudíos, habían decidido enfocar su iraen estos dos individuos para desviar la culpa de los neocons judíos, que eran sin lugar adudas quienes habían promovido tan desastrosa guerra; y lo mismo puede aplicarse a los“Truthers”, que probablemente temían ser tachados de antisemitas si los criticaban. Sobrelo primero, un prominente columnista israelí fue inusualmente contundente al respecto en2003, al sugerir vigorosamente que 25 intelectuales neoconservadores[76], casi todosellos judíos, eran los principales responsables de la guerra. En circunstancias normales,seguramente habría sido el propio presidente el principal sospechoso de ser el gran cerebromaligno tras la conspiración del 11-S, pero la ignorancia de Bush era demasiado conocidacomo para que tales acusaciones resultasen creíbles.

Parece enteramente plausible que Cheney, Rumsfeld y otros líderes en la cúpula delgobierno de Bush pudieran haber sido manipulados para que emprendiesen ciertasacciones que, inadvertidamente, facilitasen el desarrollo del 11-S, mientras que algunosotros miembros del gobierno de menor nivel podrían haber estado involucrados de formamás directa, tal vez como conspiradores per se. Pero no creo que ese sea el significadohabitual que se le da a la acusación de que el 11-S fue un “inside job”.

¿Dónde nos encontramos, pues, ahora? Parece bastante probable que los ataques del 11-Sfuesen perpetrados por una organización mucho más poderosa y profesionalizada que unabanda de diecinueve árabes desharrapados armados con cúteres, pero también parece muyimprobable que fueran organizados por el propio gobierno estadounidense. De modo que,¿quién atacó nuestro país realmente aquel fatídico día hace diecisiete años, matando amiles de nuestros conciudadanos?

Las operaciones de inteligencia exitosas se ocultan siempre como en una sala de espejos, amenudo siendo extremadamente difícil para los observadores externos distinguir qué esreal y qué no, y los ataques terroristas de falsa bandera ciertamente entran en esacategoría. Pero, si aplicamos una metáfora diferente, la complejidad de dichos eventospuede llegar a ser vista eventualmente como un nudo gordiano: casi imposible de deshacer,pero vulnerable al corte limpio de una sencilla pregunta: “¿Quién se benefició?”

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Estados Unidos y la mayor parte del resto del mundo ciertamente no, pues el desastrosolegado de tan fatídico día ha transformado nuestra sociedad y arruinado muchos otrospaíses. Las inacabables guerras que pronto desató Estados Unidos tras los ataques nos hancostado ya muchos billones de dólares y han puesto a nuestra nación camino de labancarrota, a la vez que han matado o desplazado a varios millones de personas inocentesen Oriente Próximo. Más recientemente, la resultante oleada de refugiados desesperadosha empezado a engullir a Europa, y la paz y la prosperidad de aquel venerable continentese encuentran hoy severamente amenazadas.

Nuestras libertades civiles tradicionales y protecciones constitucionales se han vistodrásticamente erosionadas, hasta el punto de que nuestra sociedad se acerca cada vez mása un estado policial puro y duro. Los ciudadanos estadounidenses aceptan hoy pasivamenteinfracciones antes inimaginables contra sus libertades personales, y todas ellas comenzarona darse originalmente bajo la excusa de prevenir ataques terroristas.

Me parece difícil pensar en ningún país del mundo que se haya beneficiado claramentecomo resultado de los ataques del 11-S y la reacción militar estadounidense posterior, conuna sola y única excepción.

Durante el año 2000 y la mayor parte de 2001, Estados Unidos era un país próspero y enpaz, pero una cierta nación de Oriente Próximo se encontraba en una situacióncrecientemente desesperada. Israel en aquel momento parecía estar luchando por su vidacontra las tremendas oleadas de terrorismo doméstico que constituyeron la SegundaIntifada palestina.

Era generalmente aceptado que fue Ariel Sharon quien provocó deliberadamente ellevantamiento en septiembre del año 2000 al marchar por el Monte del Templo escoltadopor mil policías armados, y la resultante violencia y polarización de la sociedad israelí queresultaron de ello contribuyeron a que fuese elegido primer ministro a principios de 2001.Pero, una vez en el cargo, sus brutales medidas no lograron aplacar las oleadas de ataques,que cada vez más consistían en atentados suicidas contra objetivos civiles. Muchos creíanque la violencia pronto desencadenaría una gran emigración de ciudadanos israelíes, talvez generando una espiral de muerte para el Estado judío. Iraq, Irán, Libia y otros grandespoderes del mundo musulmán apoyaban a los palestinos con dinero, retórica y a vecesarmamento, y la sociedad israelí parecía estar cerca del colapso. Recuerdo escuchar aalgunos de mis amigos de Washington decir que numerosos expertos israelíes estaban depronto intentando hacerse con un puesto en centros de investigación neoconservadorespara poder emigrar a Estados Unidos.

Sharon era un líder conocido por su carácter sanguinario y temerario, con un largohistorial de jugadas estratégicas extremadamente arriesgadas, a veces jugándoselo todo auna sola carta. Había pasado décadas intentando ser primer ministro, pero una vez quefinalmente lo había conseguido se veía entre la espada y la pared, sin ninguna soluciónevidente a la vista.

Los ataques del 11-S lo cambiaron todo. De pronto, la primera superpotencia mundialestaba completamente movilizada en contra de los movimientos terroristas árabes ymusulmanes, especialmente en Oriente Próximo. Los cercanos aliados neocons de Sharonen Estados Unidos aprovecharon la inesperada crisis como una oportunidad para hacerse

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con el control de la política exterior y la seguridad nacional, y un agente de la NSArelataría más tarde que algunos generales israelíes merodeaban libremente por las salas delPentágono sin ningún control de seguridad. Entretanto, la excusa de prevenir ataquesterroristas dentro de nuestras fronteras se utilizó para implementar nuevos controlespoliciales que fueron empleados para acosar o incluso clausurar a varias organizacionespolíticas antisionistas. Uno de los agentes israelíes del Mossad arrestados por la policía deNueva York, mientras él y sus compañeros se encontraban celebrando los ataques del 11-Sy produciendo un filme casero del derrumbamiento de las Torres Gemelas a modo desuvenir, le dijo a los agentes: “Somos israelíes… Vuestros problemas también son nuestrosproblemas”. Y así resultó ser.

El general Wesley Clark contó que poco después de los ataques del 11-S fue informado deun plan militar secreto que de algún modo había estado desarrollándose por el cualEstados Unidos atacaría y destruiría siete de los mayores países musulmanes alo largo de los próximos cinco años[77], incluyendo Iraq, Irán, Siria y Libia; todosellos, curiosamente, los principales adversarios regionales de Israel y defensores de lacausa palestina. En la medida en que Estados Unidos comenzó a derramar océanos desangre y de dinero público atacando a todos los enemigos de Israel tras el 11-S, el propioIsrael dejó de necesitar hacerlo. En parte a consecuencia de esto, casi ninguna otra naciónen el mundo ha mejorado tan enormemente su situación económica y estratégica durantelos últimos diecisiete años, a pesar de que una gran parte de la población estadounidensese ha visto completamente empobrecida durante el mismo periodo de tiempo y nuestradeuda nacional ha crecido hasta niveles insoportables. Un parásito puede seguirengordando incluso mientras su huésped sufre y decae.

He enfatizado que durante muchos años después de los ataques del 11-S presté muy pocaatención a los detalles de los mismos y solo tenía un vago conocimiento de que existía unmovimiento organizado de personas que cuestionaban la versión oficial. Sin embargo, sialguien me hubiera convencido de que los ataques terroristas habían sido una operación debandera falsa y que Osama bin Laden no había sido el responsable, mi primera corazonadahabría sido que fueron Israel y su agencia de inteligencia, el Mossad.

Ciertamente, ningún otro país del mundo puede equipararse ni remotamente a Israel encuanto a su historial de asesinatos políticos excepcionalmente temerarios y de alto nivel,así como de ataques de bandera falsa, tanto terroristas como de otra índole: ni siquieraEstados Unidos y sus fuerzas armadas. Más aún, el inmenso grado de control de los mediosde comunicación hegemónicos del país por parte de intereses judíos y proisraelíes, y cadavez más también en otros países de Occidente, ha garantizado que incluso tras descubrirsesólidas evidencias respecto a los ataques del 11-S muy pocos estadounidenses de la callehayan llegado a oír nada al respecto.

vez que admitimos que los ataques del 11-S fueron probablemente una operación debandera falsa, una pista central de cara a desenmascarar al posible culpable puede ser,precisamente, su extraordinario éxito de cara a garantizar que toda esta abundancia deevidencias sumamente sospechosas haya sido totalmente ignorada por prácticamente todos

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los medios de comunicación del país, ya sean de izquierdas o de derechas, progresistas oconservadores.

En el caso particular que nos concierne, el considerable número de neoconsvehementemente proisraelíes situados justo por debajo de la superficie de laadministración Bush en 2001 puede haber facilitado inmensamente tanto la exitosaorganización de los ataques como su ocultamiento y encubrimiento posterior, siendo Libby,Wolfowitz, Feith y Richard Perle tan solo los nombres más obvios. Si tales individuosfueron conspiradores con pleno conocimiento de los hechos o simplemente tenían lazospersonales que permitieron que se les explotase en beneficio de la trama es algo que noestá nada claro.

La mayor parte de esta información debe haberle sido ya aparente desde hace tiempo a losobservadores con conocimiento especializado, y tengo la fuerte sospecha de que muchosindividuos que han prestado mayor atención que yo a los detalles de los ataques del 11-Sseguramente habrán llegado a conclusiones tentativas similares. Pero, por razones socialesy políticas evidentes, existe gran reticencia a señalar públicamente a Israel como culpableen una materia de tan inmensa magnitud. Así pues, excepto por algunos activistasmarginales aquí y allá, esas oscuras sospechas han permanecido en privado.

Entretanto, los líderes del movimiento “Truther” probablemente temiesen ser destruidospor las acusaciones de los medios de ser rabiosos antisemitas si llegasen a susurrarsiquiera tales ideas. Esta estrategia política puede haber sido necesaria, pero al no nombrarningún culpable crearon un vacío que pronto fue llenado por “idiotas útiles” queexclamaban “inside job!” señalando acusadoramente a Cheney y Rumsfeld, y que con ellocontribuyeron mucho a desacreditar a todo el movimiento.

Esta lamentable atmósfera de silencio terminó finalmente en 2009 cuando el Dr. AlanSabrosky, antiguo Director de Estudios en la US Army War College, dio un paso al frente ydeclaró públicamente[78] [BROKEN LINK] que el Mossad israelí había sido muyprobablemente el responsable de los ataques del 11-S, además de escribir una serie decolumnas sobre el tema y eventualmente presentar sus ideas en varias entrevistas en losmedios, así como algunos análisis adicionales[79].

Obviamente, estas acusaciones tan explosivas nunca llegaron a la portada de mi New YorkTimes matinal, pero sí recibieron considerable –si bien efímera– cobertura en algunossectores de los medios alternativos, y recuerdo ver los enlaces a sus charlas en la portadade Antiwar.com, siendo muy comentadas también en otras partes. Yo nunca había oídohablar de Sabrosky antes, de modo que consulté mi sistema de archivado einmediatamente descubrí que tenía un historial muy respetable[80] de publicacionessobre temas militares en varias revistas de política exterior, además de haber participadoen varias conferencias académicas en instituciones de prestigio. Leyendo uno o dos de susartículos sobre el 11-S mi impresión fue que proporcionaba argumentos muy persuasivos afavor de la involucración del Mossad, y, aunque parte de la información que presentaba yala conocía, la mayoría me resultaba novedosa.

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Dado que yo estaba muy ocupado con mi proyecto de software y nunca había dedicadotiempo a investigar el 11-S o a leer los libros sobre el tema, evidentemente solo podíaevaluar su credibilidad de manera bastante tentativa. Pero ahora que finalmente heinvestigado el tema con mucho más detalle y he leído bastantes cosas al respecto, meparece bastante probable que su análisis de 2009 estuviese enteramente acertado.

En particular, recomendaría ver la extensa entrevista que le hicieron en la cadena iraníPress TV, que yo encontré por primera vez hace solo un par de días. Me parece que, a lolargo de la entrevista, resulta altamente creíble y claro en sus argumentos:

También ofreció una conclusión aún más potente en una entrevista radiofónica de2010, mucho más larga:[81]

Sabrosky enfocó gran parte de su atención en un segmento particular de un documentalholandés sobre los ataques del 11-S producido varios años antes. En una fascinanteentrevista, un experto en demoliciones profesional de nombre Danny Jowenko, quiennunca se había preocupado por los ataques del 11-S, vio una grabación del colapso delEdificio 7 e inmediatamente la identificó como una demolición controlada. Dicha entrevistafue difundida internacionalmente por Press TV y muy comentada a lo largo y ancho deinternet.

Por una extrañísima coincidencia, tan solo tres días después de que se publicase laentrevista de Jowenko y recibiese tanta atención en las redes, tuvo la desgracia demorir en una colisión frontal contra un árbol en Holanda[82]. Yo sospecho que lacomunidad de expertos en demoliciones profesionales es bastante pequeña, yprobablemente los colegas de profesión de Jowenko concluyesen rápidamente que ladesgracia podría visitar a todos aquellos expertos que expresaran opiniones controvertidassobre el colapso de las tres torres del World Trade Center.

Entretanto, la ADL en seguida orquestó una enorme y bastante exitosaoperación[83] para censurar a Press TV en Occidente por promover “teorías de laconspiración antisemitas”, incluso persuadiendo a YouTube para que eliminase porcompleto el gran archivo de vídeos de dicho canal en su plataforma, incluyendo –notablemente– la extensa entrevista a Sabrosky.

Más recientemente, Sabrosky presentó una charla de una hora en la edición de junio de supanel de videoconferencias “Deep Truth”[84], durante la cual expresó considerablepesimismo sobre la situación política de Estados Unidos, y sugirió que el control sionistasobre nuestra política y medios de comunicación se ha hecho incluso más fuerte a lo largode la última década.

Su charla fue en seguida republicada por Guns & Butter[85], un conocido programade radio de corte progresista, lo que causó que fuese purgado de inmediato de laemisora de radio[86] donde habían estado emitiendo durante diecisiete años, con granpopularidad a nivel nacional y muchos fieles oyentes.

El difunto Alan Hart[87], un distinguido periodista y corresponsal extranjero para mediosbritánicos, también rompió su silencio en 2010[88] y apuntó igualmente a los israelíes

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como los probables perpetradores de los atentados del 11-S. Quienes estén interesadospodrían querer escuchar su entrevista extendida[89].

El periodista Christopher Bollyn fue uno de los primeros escritoresen explorar las posibles conexiones de Israel con los ataques del11-S, y los detalles contenidos en su larga serie de artículos deprensa son citados a menudo por otros investigadores. En 2012reunió todo su material sobre el tema y lo publicó en un volumentitulado Solving 9-11 (“Resolviendo el 11-S”), haciendo así quetoda esa información sobre el posible rol del Mossad llegase a unpúblico mucho más amplio, con una versión disponible enlínea[90]. Por desgracia, su libro impreso sufre gravemente de lafalta de recursos que suele aquejar a los escritores marginales,estando pobremente organizado y repitiendo con frecuencia losmismos argumentos debido a que se originó como una serie deartículos individuales, y esto puede disminuir su credibilidad decara a algunos lectores. De modo que aquellos que quieran comprarlo deben estaradvertidos de estos serios defectos estilísticos.

Probablemente un compendio mucho mejor del extenso cuerpo deevidencias que señalan a Israel como la mano tras los atentadosdel 11-S se pueda encontrar en los escritos del periodista francésLaurent Guyénot, tanto en su libro de 2017 titulado JFK-9/11: 50Years of the Deep State como en su artículo de 8.500 palabrastitulado “9/11 was an Israeli job”[91], publicado a la vez queeste artículo, y que ofrece una mayor abundancia de detalles quela que se puede encontrar aquí. Aunque no compartonecesariamente todas sus afirmaciones ni argumentos, su análisisgeneral parece enteramente consistente con el mío.

Estos escritores han proporcionado gran cantidad de material en favor de la “Hipótesis delMossad”, pero yo querría enfocar ahora mi atención en un único punto de granimportancia. Normalmente esperaríamos que unos atentados terroristas que tuvieron comoresultado la completa destrucción de tres gigantescos edificios de oficinas en la ciudad deNueva York y un ataque aéreo contra el Pentágono fuesen una operación de enormetamaño y escala, requiriendo de una considerable infraestructura organizativa y derecursos humanos para llevarse a cabo. Tras los ataques, el gobierno de Estados Unidosrealizó grandes esfuerzos para localizar y arrestar a los conspiradores islamistassupervivientes, pero apenas logró encontrar a ninguno. Aparentemente, o todos ellosmurieron en los ataques o simplemente se esfumaron sin dejar rastro.

Pero, a la vez, y sin hacer demasiados esfuerzos, el gobiernoestadounidense sí logró localizar y arrestar a unos 200 agentesdel Mossad[92], muchos de los cuales estaban establecidos enexactamente las mismas áreas geográficas en las que se suponíaque estaban los 19 terroristas árabes. Más aún, la policía deNueva York arrestó a algunos de estos agentes mientras

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estaban celebrando públicamente los ataques del 11-S[93][BROKEN LINK], y otros fueron capturados mientras conducíanfurgonetas con explosivos o trazas residuales de ellos por el áreade Nueva York. La mayor parte de estos agentes del Mossad senegaron a responder a las preguntas de las autoridades, y muchosde los que sí lo hicieron fallaron el test del polígrafo; pero, bajouna inmensa presión política, todos ellos fueron eventualmenteliberados y deportados de vuelta a Israel. Hace un par de años,gran parte de esta información fue sucintamente condensada ypresentada en un vídeo corto disponible en YouTube.

Existe otro detalle fascinante que rara vez he visto mencionar anadie. Justo un mes antes de los atentados del 11-S, dos israelíesfueron arrestados mientras intentaban introducir armas y explosivos en el edificio delParlamento mexicano: una noticia que naturalmente llegó a los titulares de los principalesperiódicos mexicanos en aquel momento, pero que fue recibida con absoluto silencio en losmedios estadounidenses. Eventualmente, y de nuevo bajo una gran presión política, todaslas acusaciones se retiraron y los agentes israelíes fueron deportados de vuelta a su país.Este curioso incidente tan solo apareció en una pequeña página de activistashispanoamericanos[94] y comentado en unos pocos lugares más[95]. Hace algunosaños logré encontrar fácilmente en internet las portadas escaneadas de los periódicosmexicanos de aquel momento donde se narraba este grave suceso, pero a día de hoy ya nopuedo encontrarlas con facilidad. Los detalles del caso, obviamente, son algo fragmentariosy posiblemente estén tergiversados de alguna manera, pero ciertamente son intrigantes.

Uno podría especular que si los supuestos terroristas islámicos, después de cometer losataques del 11-S, hubieran atentado también contra el edificio del Parlamento mexicano unmes más tarde, el apoyo de toda Latinoamérica a las invasiones militares estadounidensesen Oriente Próximo se habría visto extraordinariamente magnificado. Más aún, lasimágenes de tamaña destrucción en la capital de México por parte de terroristas árabeshabría sido sin duda emitida sin parar en Univisión, la red mediática en lengua españolamás importante de Estados Unidos, solidificando así por completo el apoyo de la poblaciónhispana a las acometidas militares del presidente Bush.

Aunque mis sospechas crecientes sobre los atentados del 11-S se extienden hasta hace unadécada o más, mis investigaciones serias sobre el tema son bastante recientes, de modo queciertamente soy un neófito en este campo. Pero a veces un observador externo puedepercibir cosas que se les hayan escapado a otros que han estado profundamente inmersosdurante años en el tema en cuestión.

Desde mi perspectiva, parece que una gran parte de la comunidad de “Truthers” sobre el11-S pasa demasiado tiempo absorbida en los detalles particulares de los propios atentados,debatiendo sobre el método preciso que se utilizó para derrumbar las Torres Gemelas osobre qué fue realmente lo que impactó en el Pentágono. Pero este tipo de cuestionesparecen tener escasa importancia en último término.

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Algunas importantes verdades históricas visibles para quien las quieraver

Yo diría que el único aspecto importante de dichas cuestiones técnicas es si las evidenciasen su conjunto son lo bastante fuertes como para establecer la falsedad de la versión oficialsobre el 11-S y también para demostrar que los ataques tuvieron que ser obra de unaorganización altamente sofisticada y con acceso a tecnologías militares avanzadas en lugarde una banda de árabes harapientos armados con cúteres. Más allá de esto, ninguno deesos detalles importa.

En este sentido, creo que el volumen de material compilado por tantos resueltosinvestigadores a lo largo de los últimos diecisiete años cumple de sobra con dichosrequisitos, tal vez superándolo por un factor de diez o veinte. Por ejemplo, incluso aceptartan solo un dato concreto, como la clara presencia de nanotermita, un compuesto explosivode uso militar, satisfaría inmediatamente esos dos criterios. De modo que no veo muchosentido en tener interminables debates sobre si se usó nanotermita, o nanotermita másalgún otro compuesto, o una cosa enteramente diferente. Además, estos complejos debatestécnicos pueden oscurecer la imagen de conjunto, a la vez que confundir e intimidar a losobservadores casuales, siendo así contraproducentes de cara a los objetivos generales delmovimiento “Truther”.

Una vez que hemos concluido que los culpables formaban parte de una organizaciónaltamente sofisticada, podemos enfocarnos en el quién y el por qué, que sin duda tienenmayor importancia que los detalles particulares del cómo. Sin embargo, todo elinterminable debate actual sobre el cómo tiende a eclipsar las preguntas por el quién y elpor qué, y me pregunto si esta desafortunada situación puede incluso haber sido causadadeliberadamente.

Tal vez una razón sea que, una vez que los “Truthers” sinceros se enfoquen en estascuestiones más importantes, el vasto cuerpo de evidencias apunta claramente en una soladirección, incriminando a Israel y su servicio de inteligencia, siendo la acusaciónespecialmente fuerte en cuanto a motivos, medios y oportunidad. Y levantar acusaciones deculpa contra Israel y sus colaboradores domésticos por el mayor ataque jamás perpetradocontra nuestro país en suelo estadounidense conlleva enormes riesgos políticos y sociales.

Pero tales dificultades han de ser sopesadas contra la realidad de tres mil vidas de civilesestadounidenses y los subsiguientes diecisiete años de guerras con un coste de billones dedólares, que han dejado decenas de miles de soldados estadounidenses muertos o heridos yel éxodo y la muerte de muchos millones de personas inocentes en Oriente Próximo.

Los miembros del Movimiento por la Verdad del 11-S deben, por tanto, preguntarse a símismos si la verdad es o no realmente la meta principal de sus esfuerzos.

Muchos de los acontecimientos comentados en las páginas anteriores se cuentan entre los másimportantes de la historia de Estados Unidos, y las evidencias en favor del análisis antes expuesto(aunque polémico) parecen ser sustantivas. Muchos de nuestros contemporáneos parecen haber sidoconscientes de al menos parte de esta información crucial, de tal modo que deberían haberseemprendido serias investigaciones periodísticas para sacar a la luz todo el material restante. Sin

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embargo, nada de esto sucedió en su momento, e incluso hoy la gran mayoría de estadounidensespermanecen totalmente ignorantes de estos hechos largo tiempo aceptados por los expertos.

Esta paradoja puede ser explicada por la abrumadora influencia mediática y política de los partidarios,tanto étnicos como ideológicos, de Israel, que se han asegurado de que ciertas cuestiones nunca fueranni preguntadas ni respondidas. A lo largo de la segunda mitad del siglo veinte, nuestro conocimientodel mundo ha sido en gran medida moldeado por nuestros medios de comunicación electrónicos yfuertemente centralizados, que durante dicho periodo estaban casi por completo en manos deempresarios judíos, siendo así que las tres grandes cadenas de televisión y ocho de los nueve estudiosprincipales de Hollywood pertenecían a este particular grupo, así como la mayoría de nuestrosprincipales periódicos y agencias editoriales. Tal como dije[96] en otro artículo hace un par de años:

Ingenuamente, tendemos a asumir que nuestros medios de comunicación reflejanfielmente los acontecimientos de nuestro mundo y su historia, pero en lugar de eso lo quevemos, demasiado a menudo, son imágenes tremendamente distorsionadas como en unsalón de espejos, de tal forma que ciertos sucesos menores se magnifican y otros de mayorcalado se minimizan. Los contornos de las realidades históricas se manipulan a veces hastaquedar irreconocibles: ciertos elementos importantes desaparecen por completo mientrasque otros aparecen de la nada. He afirmado ya bastantes veces que los medios creannuestra realidad, pero, dadas tan flagrantes omisiones y distorsiones, hay que reconocertambién que la realidad así creada es en buena parte ficticia.

Tan solo el surgimiento de una red mundial descentralizada como lo es internet ha permitido, a lolargo de las últimas décadas, la distribución masiva y sin censura previa de la información necesariapara emprender una investigación seria de estos importantes sucesos. Sin internet, prácticamenteninguno de los materiales que he presentado tan detalladamente aquí habría llegado a miconocimiento. Ostrovsky pudo haber llegado al puesto número 1 de la lista de superventas del NewYork Times y vender un millón de ejemplares de su libro impreso, pero antes del advenimiento deinternet seguramente nunca habría oído su nombre.

Una vez que perforamos el tupido velo de distorsiones y ofuscaciones impuesto por los medios decomunicación, ciertas realidades de la historia tras la Segunda Guerra Mundial se vuelven más claras.Por ejemplo, resulta extraordinario el grado en que los agentes del Estado judío y las organizacionessionistas que lo precedieron se han visto envueltos en toda clase de crímenes y violaciones de las leyesinternacionales en torno al conflicto armado, tal vez constituyendo un ejemplo sin parangón en lahistoria moderna. Su empleo de los asesinatos políticos como uno de los elementos centrales de suestrategia estatal incluso recuerda al Viejo de la Montaña, cuyas mortíferas técnicas, allá por el sigloXIII, hicieron que se acuñase la propia palabra “asesino”.

Hasta cierto punto, la trayectoria progresiva del estado de Israel como delincuente internacional puedehaber resultado de la total impunidad que durante tanto tiempo han disfrutado sus líderes, que casinunca han sufrido represalia alguna por sus actos. Un ladrón de poca monta puede llegar a atracador yacabar cometiendo atracos a mano armada e incluso asesinatos si ve que es completamente inmune acualquier sanción judicial.

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Durante la década de 1940, los líderes sionistas orquestaron varios importantes ataques terroristascontra objetivos occidentales y asesinaron a políticos británicos y de las Naciones Unidas, pero nuncapagaron políticamente por ello. El asesinato del primer secretario de defensa de Estados Unidos, que,como he expuesto antes, probablemente fue orquestado por estas mismas facciones, así como elanterior intento de asesinato del presidente del país, fueron completamente ignorados y tapados pornuestros propios medios de comunicación, volviéndose así cómplices. A mediados de los años 50, losaltos dirigentes del entonces joven Estado israelí emprendieron una serie de ataques terroristas debandera falsa que llegaron a ser conocidos como el “Asunto Lavon”, pero, incluso cuando sus agentesfueron capturados y su complot descubierto, no sufrieron castigo alguno. Dado este historial, tal vez nodebería sorprendernos que tuvieran el arrojo suficiente para orquestar, probablemente, el asesinato delpresidente John F. Kennedy, cuya eliminación les proporcionó una influencia sin precedentes sobrenada menos que la primera potencia del mundo.

Durante el infame incidente del golfo de Tonkín, en 1964, un barco de guerra estadounidense en lacosta de Vietnam fue atacado por varios torpedos norvietnamitas. Nuestro navío sufrió escasos daños yno tuvo apenas bajas, pero la respuesta militar de Estados Unidos desató una década de guerra queeventualmente resultó en la destrucción de la mayor parte de dicho país y unos dos millones devietnamitas muertos.

En contraste con esto, cuando el U.S.S. Liberty fue deliberadamente atacado en aguas internacionalespor fuerzas israelíes en 1967, hiriendo o matando en el proceso a más de 200 soldadosestadounidenses, la única respuesta por parte de ese mismo gobierno fue tapar lo ocurrido, paradespués aumentar las ayudas financieras al Estado judío. Durante las décadas siguientes se sucedieronnumerosos ataques por parte de Israel y el Mossad contra políticos y agentes de los servicios deinteligencia estadounidenses, que culminaron en 1991 con un complot para asesinar a otro presidentedel país que no era de su agrado. Pero nuestra única reacción a lo largo de todo este periodo de tiempofue incrementar aún más nuestra sumisión política ante Israel. Dado este historial, se vuelve muchomás comprensible que el gobierno israelí pudiese tal vez emprender la arriesgadísima acción deorquestar los atentados terroristas de falsa bandera contra nuestro país que tuvieron lugar el 11 deseptiembre de 2001.

Aunque las más de siete décadas de casi total impunidad de las que ha gozado Israel han sido sin dudaun factor necesario para que continúe utilizando en tan gran medida el asesinato y las tácticasterroristas para conseguir sus objetivos geopolíticos, también pueden haber jugado cierto papel otrosfactores ideológicos y religiosos. En 1943, el futuro primer ministro israelí Isaac Shamir escribió, en lagaceta sionista que publicaba entonces, una afirmación más que interesante[97]:

Ni la ética ni la tradición judías prohíben el terrorismo como medio de combate. Estamosmuy lejos de tener escrúpulos morales por lo que toca a nuestra guerra nacional. Antenosotros tenemos el mandato de la Torá, cuya moralidad sobrepasa la de cualquier otrocompendio de leyes en el mundo: “Los aniquilarás hasta el último hombre”.

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Ni Shamir ni ningún otro de los primeros líderes sionistas eran seguidores del judaísmo tradicional,pero cualquiera que investigue las auténticas doctrinas de tal fe religiosa habrá de admitir que suafirmación era correcta. Tal como escribí[98] en 2018:

Si estos asuntos rituales constituyeron el núcleo del judaísmo religioso tradicional,podríamos considerarlos como vestigios algo excéntricos y curiosos de un tiempo pretérito.Pero, desafortunadamente, también existe un lado mucho más oscuro de la cuestión,principalmente respecto a la relación entre los judíos y los no judíos, siendo estos últimostambién llamados con frecuencia “goyim”; un término altamente despectivo. Dicho enpocas palabras, los judíos tienen almas divinas y los goyim no: estos últimos sonmeramente bestias con forma humana. De hecho, la principal razón de la existencia de losno judíos es servir como esclavos de los judíos, tal como algunos rabinos de alto nivel handeclarado en ocasiones. En 2010, el rabino sefardí más importante de Israel empleó susermón semanal para declarar[99] que la única razón de ser de los no judíos es servira los judíos y trabajar para ellos. La esclavitud o la exterminación de todos los no judíosparece ser una suerte de meta última implícita en esa religión.

Las vidas de los judíos tienen un valor infinito, mientras que las de los no judíos no tienenvalor alguno: una doctrina que tiene, obviamente, implicaciones políticas. Por ejemplo, enun artículo publicado por un conocido rabino israelí, este explicaba que si un judíonecesitase un transplante de hígado, por ejemplo, sería perfectamente legítimo (inclusouna obligación moral) matar a un gentil inocente para utilizar su hígado. Tal vez nodebería sorprendernos demasiado que hoy Israel sea ampliamente considerado como unode los centros mundiales del tráfico de órganos[100].

Cuando me encontré, hace ya una década, con la cándidadescripción que hace Shahak de las auténticas doctrinas deljudaísmo tradicional, ciertamente fue una de las mayoresrevelaciones con las que me he topado en mi vida, y alteróprofundamente mi forma de ver el mundo. Pero, al ir procesandogradualmente todas sus implicaciones, todo tipo de enigmas yhechos antes desconectados se volvieron de pronto mucho másclaros. También había algunas considerables ironías en todo ello, yno mucho después de leerlo bromeé con un amigo mío (judío) quehabía descubierto de pronto, gracias a leer a Shahak, que elnazismo podía ser descrito como un “judaísmo para blandengues”,o tal vez un judaísmo tal como lo practicaría la Madre Teresa deCalcuta.

Es importante tener en mente que casi todos los líderes principales de Israel han sido siempre muyseculares, y ninguno de ellos ha seguido el judaísmo religioso tradicional. De hecho, muchos de losprimeros sionistas eran bastante hostiles a la religión, que despreciaban debido a sus conviccionesmarxistas. Con todo, en otra parte he señalado que estas doctrinas religiosas, aunque solo fuese como

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La perspectiva de la inteligencia militar estadounidense en el pasado

parte del trasfondo cultural de una nación, aún pueden ejercer considerable influencia en el mundoreal:

Obviamente, el Talmud no es una lectura habitual para los judíos ordinarios a día de hoy, ysospecho que, salvo los judíos más ortodoxos y quizás la mayor parte de los rabinos,apenas una fracción del total de practicantes de dicha religión está al tanto de susextremadamente polémicas enseñanzas. Pero es importante tener en mente que, hasta hacesolo unas pocas generaciones, casi todos los judíos europeos eran profundamenteortodoxos, e incluso a día de hoy yo estimo que la gran mayoría de judíos adultos tuvoabuelos ortodoxos. Las formas culturales y las distintivas actitudes sociales de un grupotradicional pueden filtrarse fácilmente a una población más amplia, especialmente una quepermanezca ignorante del origen de tales ideas; circunstancia esta que incrementaría suinfluencia implícita. Una religión basada en el principio de “ama a tu prójimo” puede ser ono ser practicada, pero una religión basada en el principio de “odia a tu prójimo” puedetener, plausiblemente, una influencia cultural de gran alcance que se extienda mucho másallá de la comunidad de personas más practicantes. Si casi todos los judíos, durante mil odos mil años, fueron educados en el odio más visceral contra todos los no judíos, y ademásdesarrollaron una enorme infraestructura de prácticas culturales de engaño y ocultamientopara tapar dicha actitud, es difícil pensar que tan desafortunado pasado no haya tenido enabsoluto consecuencias en nuestro mundo actual o en el pasado relativamente reciente.

Varios países, con distintas religiones y creencias culturales, han emprendido a menudo ataquesmilitares con numerosas bajas civiles o han empleado el asesinato como táctica política. Sin embargo,una sociedad fundada sobre principios universalistas considerará dichos métodos como abominables einmorales, y, aunque estos escrúpulos éticos puedan a veces ser superados por las necesidades políticasdel momento, es de esperar que puedan actuar al menos como una barrera parcial de contencióncontra el uso generalizado de tales prácticas.

En contraste con esto, llevar a cabo acciones que causen el sufrimiento o la muerte de un númeroindeterminado de gentiles inocentes no conlleva ningún estigma moral en absoluto dentro del marcoreligioso del judaísmo tradicional, siendo el único obstáculo el riesgo de ser descubierto y castigado.Puede que solo una pequeña fracción de la población israelí actual razone de forma tanextraordinariamente inclemente, pero la doctrina religiosa subyacente permea implícitamente laideología entera del Estado judío.

Los importantes acontecimientos históricos comentados en este largo artículo han moldeado nuestromundo actual, y en especial los ataques del 11 de septiembre de 2001 posiblemente hayan puesto aEstados Unidos de camino a la bancarrota, a la vez que sirvieron para poner en marcha un proceso porel que hemos perdido muchas de nuestras libertades civiles tradicionales. Aunque creo que miinterpretación de estos varios asesinatos políticos y atentados terroristas es probablemente correcta, nodudo que la mayoría de estadounidenses a día de hoy encontraría mi polémico análisis muyperturbador y probablemente reaccionaría con extremado escepticismo.

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Sin embargo, curiosamente, si este mismo material aquí expuesto le hubiese sido presentado a losindividuos que lideraban la naciente comunidad de servicios de inteligencia del país durante lasprimeras décadas del siglo XX, creo que habrían considerado este relato de los hechos históricosigualmente descorazonador pero para nada sorprendente.

El año pasado me topé con un fascinante libro publicado en el año 2000 por el historiador JosephBendersky, un estudioso del Holocausto, y comenté sus interesantísimos hallazgos en un extensoartículo[101]:

Bendersky dedicó nada menos que diez años a investigar elmaterial para escribir su libro, escarbando diligentemente en losarchivos de los servicios de inteligencia del ejércitoestadounidense así como en los escritos y correspondenciapersonal de más de 100 militares y agentes de inteligencia de altonivel. El libro, titulado The “Jewish Threat” (“La ‘amenazajudía’”), tiene más de 500 páginas, incluyendo unas 1350 notas alpie, y tan solo las fuentes archivísticas consultadas ocupan sietepáginas enteras. El subtítulo de la obra es “Políticas antisemitasdel ejército estadounidense”, y el autor argumenta muyelocuentemente que, durante la primera mitad del siglo veinte yalgo después, los oficiales de más alto rango del ejército yespecialmente de las unidades de inteligencia del mismosuscribían con convencimiento ideas que hoy serían universalmente condenadas como“teorías conspiranoicas antisemitas”.

En pocas palabras, los líderes militares del ejército estadounidense de aquellas décadascompartían la creencia generalizada de que el mundo estaba directamente amenazado porel judaísmo internacional, que se había hecho con el control de Rusia y había intentado demanera parecida subvertir y dominar Estados Unidos y el resto de la civilizaciónoccidental.

Aunque las afirmaciones de Bendersky son sin duda extraordinarias, el autor proporcionauna gran abundancia de persuasivas evidencias a favor de su tesis, citando y resumiendomiles de archivos desclasificados de los servicios de inteligencia, además de apoyarse en lacorrespondencia personal de muchos de los oficiales en cuestión. Así, Bendersky demuestraconcluyentemente que durante los mismos años en los que Henry Ford estaba publicandosu controvertida serie de artículos con el título The International Jew[102] (“Eljudío internacional”), ideas similares, pero mucho más duras, podían encontrarse por todoslados dentro de nuestros propios servicios de inteligencia. En efecto, mientras que Ford seenfocaba principalmente en la deshonestidad, la corrupción y las malas prácticas de losgrupos judíos, nuestros profesionales de la inteligencia militar veían el judaísmoorganizado como una amenaza vital para la sociedad estadounidense y para la civilizaciónoccidental en general. De ahí el título del libro de Bendersky.

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El Proyecto Venona constituyó la prueba definitiva del inmensoalcance de las actividades de espionaje soviéticas en EstadosUnidos, que durante muchas décadas había sido negadohabitualmente por muchos periodistas e historiadores famosos, ytambién tuvo un papel central, aunque secreto, a la hora dedesmantelar esa red hostil de espionaje a lo largo de los años 40 y50. Pero el Proyecto Venona estuvo a punto de ser enterradoapenas un año después de su nacimiento. En 1944 los agentessoviéticos tuvieron noticia de que se estaba intentandodescodificar sus comunicaciones, y poco después se encargaron deque la Casa Blanca del presidente Roosevelt dictase una ordenejecutiva para abandonar el proyecto y, más en general, cualquierotro esfuerzo por destapar el espionaje soviético. La única razónpor la que el Proyecto Venona sobrevivió, permitiéndonos así reconstruir más tarde lostrascendentales acontecimientos políticos de aquella era, fue que el oficial de inteligenciadel ejército a cargo del proyecto se negó a obedecer la explícita orden presidencial ycontinuó con su trabajo, arriesgándose a ser juzgado en una corte marcial.

Ese oficial era el coronel Carter W. Clarke, pero en el libro de Bendersky se le presentabajo una luz mucho menos favorable, siendo descrito como un prominente miembro de la“camarilla” de antisemitas que Bendersky sitúa como los villanos de su narración. Dehecho, Bendersky condena particularmente a Clarke por parecer seguir dándolecredibilidad a los Protocolos de los sabios de Sion aún en la década de 1970. La siguientecita es de una carta que escribió a un hermano suyo, también oficial del ejército, en 1977:

Si (y es un “si” muy gordo), tal como dicen los judíos, los Protocolos de lossabios de Sion fueron un (…) invento de la Policía Secreta rusa, ¿por qué tantode lo que se dice en ellos ha llegado a pasar, y el resto es tan vehementementepromovido por el Washington Post y el New York Times?

Nuestros historiadores seguramente hayan tenido bastantes dificultades para asimilar elincreíble hecho de que el oficial a cargo del vital Proyecto Venona, cuya sacrificadadeterminación lo salvó de la destrucción a manos de la administración Roosevelt, siguiócreyendo durante toda su vida en la importancia de los Protocolos de los sabios de Sion.

Demos un paso atrás y situemos los hallazgos de Bendersky en el contexto adecuado.Debemos reconocer que durante gran parte de la época que él trata en su libro, losservicios de inteligencia del ejército estadounidense constituían prácticamente la totalidaddel aparato de inteligencia nacional –siendo el equivalente de una combinación de la CIA,la NSA y el FBI– y eran responsables de la seguridad tanto internacional como nacional,aunque esta última había sido gradualmente absorbida cada vez más por la crecienteorganización de J. Edgar Hoover desde finales de los años 20 (se refiere al FBI –N. del T.).

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La diligente investigación llevada a cabo por Bendersky durante tantos años demuestraque, durante décadas, estos experimentados profesionales –y muchos de sus generales almando– estaban firmemente convencidos de que ciertos elementos clave de la comunidadjudía estaban conspirando implacablemente para hacerse con el poder en Estados Unidos,destruir todas nuestras libertades constitucionales tradicionales y, en último término,enseñorearse del mundo entero.

Source References

[1] declaró => https://www.nytimes.com/2019/04/08/world/middleeast/trump-iran-revolutionary-guard-corps.html

[2] una ley que declararía a Rusia oficialmente un “estado patrocinador del terrorismo”=> https://www.thedenverchannel.com/news/politics/gardner-renews-calls-to-designate-russia-state-sponsor-of-terror-after-report-on-attacks-in-cuba

[3] han condenado a Putin => https://dailystormer.su/emerging-meme-puting-is-the-new-hitler/

[4] derrocamiento => https://consortiumnews.com/2016/10/07/key-neocon-calls-on-us-to-oust-putin/

[5] Gerald Ford => https://en.wikipedia.org/wiki/Executive_Order_11905

[6] Jimmy Carter => https://en.wikipedia.org/wiki/Executive_Order_12036

[7] Ronald Reagan => https://en.wikipedia.org/wiki/Executive_Order_12333

[8] una reseña literaria de marzo de 2018 =>https://www.nytimes.com/2018/03/07/books/review/ronen-bergman-rise-and-kill-first.html

[9] enormemente influyente => #Advocacy_of_Iraq_invasion

[10] numerosos => https://www.counterpunch.org/2005/09/13/who-murdered-arafat/

[11] fundamentando => https://www.counterpunch.org/2007/01/30/if-arafat-were-alive/

[12] acusaciones => https://www.counterpunch.org/2012/07/06/poisoning-arafat/

[13] escribí el año pasado: => https://www.unz.com/runz/american-pravda-jews-and-nazis/

[14] había mandado asesinar al líder de la facción contraria =>http://articles.chicagotribune.com/1994-01-16/news/9401160444_1_prime-minister-yitzhak-shamir-stern-gang-british-police

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https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 60/65

[15] presidente estadounidense Harry Truman =>https://www.nytimes.com/1972/12/02/archives/letterbombs-mailed-to-truman-in-1947-truman-was-sent-bombs-book.html

[16] ministro de exteriores británico Ernest Bevin =>https://www.telegraph.co.uk/news/1430766/Jewish-groups-plotted-to-kill-Bevin.html

[17] planes de asesinar a Winston Churchill =>https://www.ynetnews.com/articles/0,7340,L-4051769,00.html

[18] fue pionero en el uso de coches bomba y otros atentados terroristas contra objetivosciviles inocentes => https://www.haaretz.com/opinion/.premium-hamas-and-the-irgun-how-dare-i-compare-the-two-1.5378098

[19] siquiera pensado en utilizar tácticas similares =>https://www.haaretz.com/1.5023536

[20] incluso se jactó una vez => https://www.wrmea.org/009-march/russell-warren-howe-1925-2008.html

[21] elogioso tributo de 1.500 palabras =>https://www.nytimes.com/2019/06/11/obituaries/john-gunther-dean-dead.html

[22] intentó en repetidas ocasiones => https://www.unz.com/emargolis/time-for-truth-about-the-murder-of-pakistans-leader-zia-ul-haq/

[23] Archive.org =>https://web.archive.org/web/20060910230709/http:/www.worldpolicy.org/journal/article3/crossette.html

[24] el avezado periodista Philip Weiss apunta =>https://mondoweiss.net/2018/08/credence-ambassadors-assassinate/

[25] tuvo que declararse en bancarrota => https://theinvisiblementor.com/claire-hoy-recovering-bankruptcy-summer-series-interviews/

[26] general Yekutiel Adam => https://en.wikipedia.org/wiki/Yekutiel_Adam

[27] Yakov Barsimantov => https://www.nytimes.com/1982/04/04/world/israeli-diplomat-shot-and-killed-in-paris.html

[28] Charles Robert Ray => https://www.nytimes.com/1982/01/19/world/us-army-aide-is-slain-in-paris-near-his-home.html

[29] descubrí => https://www.wrmea.org/1995-april-may/the-other-side-of-deception-a-rogue-agent-exposes-the-mossad-s-secret-agenda.html

[30] publicaba la noticia =>https://www.washingtonpost.com/archive/politics/1995/01/06/87-death-of-politician-

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https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 61/65

still-intrigues-germans/acb38dfb-730e-4f4f-b969-dabc47145451/

[31] reseña => https://www.foreignaffairs.com/reviews/capsule-review/1995-05-01/other-side-deception-rogue-agent-exposes-mossads-secret-agenda

[32] un artículo de 2018 => https://www.unz.com/runz/american-pravda-the-jfk-assassination-part-ii-who-did-it/

[33] largo y elogioso obituario => https://www.nytimes.com/2016/05/13/us/mark-lane-who-asserted-that-kennedy-was-killed-in-conspiracy-dies-at-89.html

[34] según el rabino de Dallas, Hillel Silverman =>https://forward.com/news/187793/lee-harvey-oswalds-killer-jack-ruby-came-from-stro/

[35] había tenido presuntamente un papel destacado en un gigantesco proyecto de espionaje =>https://www.nytimes.com/2011/07/18/business/global/new-book-tells-tale-of-israeli-arms-dealer-in-hollywood.html

[36] “el James Bond israelí” => https://www.haaretz.com/israel-news/.premium-the-israeli-james-bond-milchan-and-his-ties-to-the-secret-services-1.5822493

[37] Final Judgment => /book/michael_collins_piper__final-judgment/

[38] Michael Collins Piper => /book/author/michael_collins_piper/

[39] Default Judgment => https://www.unz.com/book/michael_collins_piper__final-judgment/#default-judgment

[40] estaba siendo sometido => https://www.nytimes.com/2018/01/23/magazine/how-arafat-eluded-israels-assassination-machine.html

[41] un exhaustivo análisis => https://www.unz.com/article/the-broken-presidential-destiny-of-jfk-jr/

[42] “A Conversation in Hell” => https://nypost.com/1999/07/21/a-conversation-in-hell/

[43] conclusiones bastante similares => https://www.unz.com/article/did-israel-kill-the-kennedies/

[44] presidente Harry S. Truman =>https://www.nytimes.com/1972/12/02/archives/letterbombs-mailed-to-truman-in-1947-truman-was-sent-bombs-book.html

[45] Secretario de Asuntos Exteriores británico Ernest Bevin =>https://www.telegraph.co.uk/news/1430766/Jewish-groups-plotted-to-kill-Bevin.html

[46] un artículo de 2018 => https://www.unz.com/runz/american-pravda-our-deadly-world-of-post-war-politics/

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https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 62/65

[47] Gore Vidal => https://ifamericansknew.org/cur_sit/shahak.html

[48] Alexander Cockburn => https://www.counterpunch.org/2006/05/08/the-row-over-the-israel-lobby/

[49] Apéndice sexto => #appendix-six-retribution

[50] un artículo de 2018 => https://www.unz.com/runz/american-pravda-911-conspiracy-theories/

[51] el bombardeo del Hotel Rey David de Jerusalén =>https://en.wikipedia.org/wiki/King_David_Hotel_bombing

[52] “Asunto Lavon” de 1954 => https://www.chicagotribune.com/chi-liberty_tuesoct02-story.html

[53] sólidos testimonios => https://ifamericansknew.org/history/ref-giladi.html

[54] perpetró un deliberado ataque aéreo y marítimo contra el U.S.S. Liberty =>https://www.chicagotribune.com/chi-liberty_tuesoct02-story.html

[55] mi artículo de 2018 => https://www.unz.com/runz/american-pravda-911-conspiracy-theories/

[56] mi software de archivado de contenidos => https://www.unz.com/print/

[57] temprano fallecimiento en 2008 =>https://www.nytimes.com/2008/06/05/us/05odom.html

[58] una operación de espionaje del Mossad mucho más amplia disfrazada como unaorganización de “estudiantes de arte” en todo el país =>https://web.archive.org/web/20170922100023/http:/www.christopherketcham.com:80/wpcontent/uploads/2006/11/Israeli%20Art%20Student%20Mystery%20story,%20Salon%2020

[59] la propia revista Counterpunch =>https://www.counterpunch.org/2007/03/07/ketcham-s-story/

[60] un fascinante reportaje =>https://web.archive.org/web/20070319234605/http://www.informationclearinghouse.info

[61] Osama bin Laden, había desmentido públicamente haber participado en ellos, =>https://www.counterpunch.org/2011/05/04/bin-laden-the-vindicator/

[62] pude confirmarlo completamente =>https://edition.cnn.com/2001/US/09/16/inv.binladen.denial/

[63] sus serias dudas respecto a la historia oficial del 11-S =>https://www.unz.com/emargolis/911-the-mother-of-all-coincidences/

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https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 63/65

[64] un libro superventas en el que sugería =>http://www.spiegel.de/international/germany/questioning-9-11-the-politician-turned-conspiracy-theorist-a-784673.html

[65] argumentado en una línea similar => https://www.globalresearch.ca/ex-italian-president-intel-agencies-know-9-11-an-inside-job/7550

[66] numerosos académicos de aparente reputación y otros expertos =>https://www.ae911truth.org

[67] había pasado 29 años en la CIA => 911truth.org/william-a-bill-christison-1928-2010/

[68] un notable artículo de 2.700 palabras =>http://dissidentvoice.org/Aug06/Christison14.htm

[69] uno de los libros de Griffin => https://www.amazon.com/gp/product/156656686X/

[70] muchos otros prestigiosos exagentes de los servicios de inteligencia del país =>https://www.organicconsumers.org/news/seven-cia-veterans-challenge-911-commission-report

[71] varias docenas de artículos allí =>https://www.counterpunch.org/author/jurubasp4ge3uye/

[72] la entrevista de una hora => https://redice.tv/red-ice-radio/thermitic-material-in-the-world-trade-center-dust-and-building-7

[73] oyeron explosiones => http://911review.com/coverup/oralhistories.html

[74] al ridiculizarlos => https://www.counterpunch.org/2006/09/09/the-9-11-conspiracy-nuts/

[75] la declaración del Project for the New American Century =>#Signatories_to_Statement_of_Principles

[76] 25 intelectuales neoconservadores => https://www.haaretz.com/1.4764706

[77] Estados Unidos atacaría y destruiría siete de los mayores países musulmanes a lolargo de los próximos cinco años => https://www.globalresearch.ca/we-re-going-to-take-out-7-countries-in-5-years-iraq-syria-lebanon-libya-somalia-sudan-iran/5166

[78] declaró públicamente =>http://www.informationclearinghouse.info/article23460.htm

[79] análisis adicionales => https://dissidentvoice.org/2011/06/demystifying-911-israel-and-the-tactics-of-mistake/

[80] tenía un historial muy respetable =>https://www.unz.com/print/author/SabroskyAlanN/

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6/3/2020 American Pravda: Los asesinatos del Mossad, by Ron Unz - The Unz Review

https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 64/65

[81] una entrevista radiofónica de 2010, mucho más larga: =>https://vineyardsaker.blogspot.com/2010/03/full-transcript-of-sabrosky-interview.html

[82] tuvo la desgracia de morir en una colisión frontal contra un árbol en Holanda =>https://www.veteranstodayarchives.com/2011/07/23/dutch-demolition-expert-danny-jowenko-dies-in-car-crash/

[83] la ADL en seguida orquestó una enorme y bastante exitosa operación =>#Controversies

[84] panel de videoconferencias “Deep Truth” => http://deeptruth.info/panels/

[85] en seguida republicada por Guns & Butter => https://soundcloud.com/guns-and-butter-1/zionism-deconstructing-the-power-paradigm-part-two-alan-sabrosky-391

[86] purgado de inmediato de la emisora de radio =>http://gunsandbutter.org/blog/2018/08/16/guns-and-butter-banned-and-removed-from-kpfa-radio

[87] Alan Hart => https://en.wikipedia.org/wiki/Alan_Hart_(writer)

[88] rompió su silencio en 2010 => http://www.salem-news.com/articles/may262010/hart-911kb.php

[89] su entrevista extendida => https://www.veteranstoday.com/2018/01/18/hart/

[90] versión disponible en línea => https://www.bollyn.com/solving-9-11-the-book

[91] “9/11 was an Israeli job” => https://www.unz.com/article/911-was-an-israeli-job/

[92] 200 agentes del Mossad =>https://web.archive.org/web/20170922100023/http:/www.christopherketcham.com:80/wpcontent/uploads/2006/11/Israeli%20Art%20Student%20Mystery%20story,%20Salon%2020

[93] la policía de Nueva York arrestó a algunos de estos agentes mientras estabancelebrando públicamente los ataques del 11-S =>http://www.informationclearinghouse.info/article17260.htm

[94] una pequeña página de activistas hispanoamericanos =>https://web.archive.org/web/20060615061125/http:/aztlan.net:80/mexcongressterror.htm

[95] unos pocos lugares más => https://rense.com/general17/mossadagentsarrested.htm

[96] dije => https://www.unz.com/runz/american-pravda-the-kkk-and-mass-racial-killings/

[97] una afirmación más que interesante => https://merip.org/1988/05/shamir-on-terrorism-1943/

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6/3/2020 American Pravda: Los asesinatos del Mossad, by Ron Unz - The Unz Review

https://www.unz.com/runz/american-pravda-los-asesinatos-del-mossad/?display=footnoted 65/65

[98] escribí => https://www.unz.com/runz/american-pravda-oddities-of-the-jewish-religion/

[99] empleó su sermón semanal para declarar =>https://www.middleeastmonitor.com/20140220-sephardi-leader-yosef-non-jews-exist-to-serve-jews/

[100] uno de los centros mundiales del tráfico de órganos =>https://www.counterpunch.org/2009/08/28/israeli-organ-harvesting/

[101] un extenso artículo => https://www.unz.com/runz/american-pravda-secrets-of-military-intelligence/

[102] su controvertida serie de artículos con el título The International Jew =>https://www.unz.com/book/henry_ford__the-international-jew/