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  • 8/9/2019 Todo eso, por David Foster Wallace

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    TODO ESO

    por David Foster Wallace

    Una vez cuando era chico me regalaron un mezclador de cemento de juguete. Era todo de madera excepto

    por las ruedas ejes que, segn recuerdo, eran varillas finitas de metal. Estoy un noventa por ciento segu-

    ro de que fue un regalo de Navidad. Me gust de la misma manera que a un chico de esa edad le gustan

    los camiones de basura, las ambulancias, los tractores o los remolques de juguete, lo que sea. Hay chicos

    a los que les gustan los trenes y chicos a los que les gustan los vehculos a m me gustaban los

    segundos.

    Era una cosa (esta cosa sera el mezclador de cemento) de tamao excesivamente grande como

    para ser una miniatura, igual que los otros vehculos de juguete ms o menos del tamao de una panera.

    Pesaba un kilo o kilo y medio. Era un juguete sencillo sin bateras. Tena una soga de color, con una

    manija amarilla, entonces vos agarrabas la manija y caminabas arrastrando el mezclador de cemento atrs

    tuyo como un vagn, aunque no tena ni de cerca el tamao de un vagn. Para Navidad, estoy casi segu-ro de que fue ah. Fue cuando tena la edad en la que uno puede, como dicen, escuchar voces sin preo-

    cuparte de que algo ande mal con vos. Yo escuchaba voces todo el tiempo de chico. Tena cinco o seis

    aos, me parece (no soy muy bueno para los nmeros).

    Me gustaba el mezclador de cemento y jugaba con l tanto o ms que con los otros vehculos de

    juguete que tena. En un momento, un par de semanas o meses despus de Navidad, sin embargo, mis

    padres biolgicos me hicieron creer que esta cosa era un mezclador de cemento mgico y/o altamente

    especial. Seguramente fue mi mam, que me lo dijo en un momento de aburrimiento o banalidad de los

    adultos, y despus mi pap lleg a casa del trabajo y le sigui el juego, tambin en clave banal. La magia

    que mi mam seguramente me explic desde su posicin privilegiada del silln del living, al tiempo que me

    observaba tirar del mezclador de cemento de ac para all por toda la habitacin con la soguita, pregun-

    tndome tontamente si yo tena alguna idea de sus propiedades mgicas, sin duda burlndose de m de

    esa manera aburrida y semi-cruel que los adultos a veces adoptan con los chicos, dicindoles como jugan-

    do cosas que ellos se hacen pasar como si fueran cuentos chinos o invenciones de nios, sin advertir el

    impacto que esos cuentos pueden llegar a tener (ya que la magia es cosa seria para los chicos), aunque,

    en cambio, si mis paps en serio crean que la magia del mezclador de cemento era real, no entiendo

    porqu esperaron semanas o meses para decrmelo. Era un enigma encantador aunque a menudo impe-

    netrable para m; no estaba en una mejor posicin de conocer sus pensamientos y motivos que la de unlpiz para saber de qu se lo usa. Ahora perd el hilo. La magia era que, sin que lo supiera, mientras yo

    tiraba alegremente del mezclador de cemento detrs de m, el tambor o cilindro principal del mezclador la

    cosa que, en un mezclador de cemento real, mezcla el cemento; no s cul es la verdadera palabra para

    eso giraba, se mova una y otra vez sobre su eje horizontal, igualito al tambor de un mezclador de cemen-

    to real. La cosa haca eso, deca mi mam, solamente cuando el mezclador era arrastrado por m y nada

    ms que, enfatizaba, cuando no lo miraba. Insista mucho en esta parte y mi pap despus la apoy: la

    magia no era solamente que el tambor de un objeto de madera maciza sin batera se moviera, sino que lo

    hiciera solamente cuando nadie lo miraba, detenindose en caso de que alguien observara. Si, mientras lo

    arrastraba, me giraba para mirarlo, mis paps sostenan, el tambor mgicamente detena su rotacin.

    Cmo era esto? Yo nunca, en ningn momento, puse en duda lo que haban dicho. Esta es la razn por

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    la cual los adultos e incluso los paps pueden, sin darse cuenta, ser crueles: no pueden imaginar la

    ausencia absoluta de duda. Se han olvidado.

    El punto fue que transcurrieron meses de ah en adelante en los que yo trat de concebir una

    manera de atrapar al tambor mientras giraba. Las evidencias confirmaban lo que ellos me haban dicho: al

    girar mi cabeza de manera obvia y poco sutilmente siempre se detena la rotacin del tambor. Prob

    tambin con volteos repentinos. Prob haciendo que otro arrastrara el mezclador de cemento. Prob girosincrementales de cabeza mientras lo arrastraba (incremental significa que giraba mi cabeza casi a la

    velocidad del minutero del reloj). Prob espiar por el agujerito de la llave mientras otro arrastraba el mez-

    clador de cemento. Incluso girando mi cabeza a la velocidad de la aguja de las horas. Nunca dud no se

    me ocurri. La magia era que el mezclador pareca siempre saber. Prob con espejos primero arrastrando

    el mezclador de cemento en direccin al espejo, despus a travs de habitaciones que tenan espejos en

    la periferia de mi visin, despus por espejos escondidos de manera tal que le dejaba poca chance al mez-

    clador de cemento para saber que haba un espejo en la habitacin. Mis estrategias se volvieron muy

    complejas. Pasaba la mitad de mis das en el jardn de infantes y la otra mitad en casa. La seriedad con

    que lo trataba les debe haber causado no poco cargo de conciencia a mis paps. Mi pap todava no haba

    sido pasado a planta permanente; ramos clase media raspando y vivamos en una casa alquilada con

    alfombras viejas y finitas el mezclador de cemento haca ruido mientras lo arrastraba. Le rogu a mi

    mam que sacara fotos mientras arrastraba el mezclador de cemento, mirando fijamente con intensidad

    fraudulenta hacia adelante. Puse un pedazo de cinta protectora en el tambor y pens que si la cinta resul-

    taba aparecer en una foto y no en la otra esto probara que el tambor giraba (las cmaras de video todava

    no se haban inventado).

    Durante la hora de la charla, antes de dormir, mi pap a veces me contaba aventuras de su

    niez. l, un intelectual, haba sido, segn sus historias, la clase de chico que planta trampas para el Ratn

    Prez (pirmides de latas en la puerta y las ventanas de su cuarto, cordeles atados entre el dedo y el

    diente debajo de la almohada para despertarse cuando el ratoncito viniera a llevarse el diente) y otros

    personajes mticos de la niez, como Pap Noel. (La hora de la charla significaba quince minutos de

    conversacin directa nada de historias o canciones con mis paps mientras estaba acostado listo para

    dormir, en la cama. Cuatro noches por semana la hora de la charla era con mi mam y tres noches con

    mi pap. Eran bastante organizados en ese aspecto). Yo no conoca mucho, a esta edad, el Mateo 4:7, y

    mi pap, un devoto ateo, de ninguna manera se refera al Mateo 4:7 ni usaba los cuentos de sus infruc-

    tuosas trampas de la niez como parbolas o consejos contra mi intencin de probar o vencer la magia

    del mezclador de cemento. Mirando atrs, creo que mi pap estaba encantado con mis intentos de atra-par al tambor del mezclador girando porque lo vea como evidencia de que era una astilla del palo de la

    mana intelectual ad hocpor la verificacin emprica. De hecho, nada poda haber estado ms alejado de la

    verdad. De adulto, me di cuenta de que la razn por la que pas tanto tiempo tratando de atrapar al tam-

    bor girando era que quera verificar que no poda. Si alguna vez hubiera tenido xito en ser ms astuto que

    la magia, me habra devastado. Esto lo s ahora. Los cuentos de mi pap sobre cascabeles para el cone-

    jito de Pascuas o cordeles para el Ratn Prez de vez en cuando me hacan sentir triste y cuando lloraba

    por eso a veces mis paps crean culposamente que estaba llorando por mi frustracin de no poder atrapar

    al tambor giratorio. Estoy seguro de que esto les causaba angustia. De hecho, yo lloraba con tristeza, ima-

    ginando cun devastado se deba haber sentido mi pap de chico si hubiera tenido xito en atrapar al

    Ratn Prez. No tena, en esa poca, idea de que por eso era que las historias de la hora de la charla me

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    ponan triste. Lo que recuerdo sentir era una increble tentacin de hacerle una pregunta a mi pap mien-

    tras me describa con orgullo estas trampas, y al mismo tiempo un inmenso y apasionado pero amorfo e

    innombrable miedo que me impeda preguntarle. La lucha entre la tentacin y mi incapacidad de hacer la

    pregunta (debido al miedo de llegar a ver dolor en el rostro rosado, alegre y plcido de mi pap) me haca

    llorar con una intensidad que debe haber causado en mis paps que me vean como un chico delicado y

    excntrico no pocos remordimientos a causa de su cruel invento de la magia del mezclador de cemen-to. Bajo varias excusas, me compraron una cantidad excepcional de muecos y juegos en los meses

    posteriores a esa Navidad, tratando de distraerme de lo que vean como una obsesin traumtica con el

    mezclador de cemento y su magia.

    El mezclador de cemento de juguete es el origen del sentimiento religioso que ha ocupado la ma-

    yor parte de mi vida adulta. La pregunta, que (lamentablemente) nunca hice, era qu se haba propuesto

    hacer mi pap con el Ratn Prez si alguna vez tena xito en atraparlo. Posiblemente, an as, otra fuente

    de tristeza era que me di cuenta, de alguna manera, de que mis paps, cuando me observaban tratar de

    inventar modos de ver la rotacin del tambor, estaban completamente equivocados con respecto a lo que

    estaban mirando que el mundo que ellos vean y por el cual sufran era completamente diferente al mun-

    do de niez en el que yo exista. Llor por ellos mucho ms de lo que ninguno de nosotros tres se imagin

    en ese momento.

    Yo, obviamente, nunca atrap al mezclador de cemento mientras giraba. (El chasis y la cabina

    del mezclador de cemento estaban pintados del mismo naranja intenso que los verdaderos vehculos; el

    tambor estaba pintado con franjas alternadas de ese naranja y un verde profundo y frecuentemente soaba

    con el giro espiralado hipntico de las franjas al girar el tambor cuando yo no lo observaba. Debera haber

    mencionado esto antes, ahora me doy cuenta). Arrastraba el mezclador de cemento por todas partes tanto

    tiempo que mi mam, despus de haber renunciado a intentar culposamente distraerme con otros jugue-

    tes, me desterr al stano con el mezclador de cemento para que las ruedas no siguieran poceando la

    alfombra del living. Nunca encontr una manera de observar la rotacin del tambor sin parar la rotacin.

    Nunca siquiera se me pas por la cabeza que mis paps podran haber estado engandome. Ni me

    molest que el tambor rayado estuviera en s mismo pegado o clavado al chasis naranja del mezclador de

    cemento y no pudiera girar (ni siquiera moverse) con la mano. Tal es el poder de la palabra magia. El

    mismo poder da cuenta de porqu las voces que escuchaba de chico nunca me preocuparon o me dieron

    miedo de que algo anduviera mal conmigo. Y, de hecho, la rotacin libre de un tambor sin bateras y firme-

    mente sostenido no era la magia que me daba fuerzas. La magia era la manera en que la cosa saba

    detenerse en el instante que yo trataba de mirarla. La magia era cmo no poda, nunca, ser atrapada nisuperada. Aunque mi obsesin con el mezclador de cemento de juguete ya haba terminado para la Navi-

    dad siguiente, nunca la olvid, ni olvid el sentimiento en mi pecho y torso siempre que otro intento, cada

    vez ms enrevesado, de atrapar la magia del juguete llegaba al fracaso una mezcla de profunda decep-

    cin y reverencia exttica. Este fue el ao, a los cinco o seis, en que aprend el significado de reverencia,

    que, segn yo lo entenda, es la actitud natural a tomar ante los fenmenos mgicos e inverificables, del

    mismo modo que respeto y obediencia describen la actitud de uno hace los fenmenos fsicos obser-

    vables, como la gravedad o el dinero.

    Entre las cualidades que hacan que mis padres me vieran excntrico y misterioso estaba la reli-

    gin, ya que, sin ningn disparador o siquiera comprensin, yo era un chico religioso lo cual quiere decir

    que estaba interesado en la religin y lleno de sentimientos y preocupaciones para las que usamos la

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    palabra religiosas para describirlas. (No me estoy explicando bien. No soy y nunca fui un intelectual. No

    soy bueno para argumentar y los temas que estoy tratando de describir y debatir estn ms all de mis

    capacidades. Estoy haciendo, sin embargo, lo mejor que puedo, y voy a volver sobre esto con todos los

    cuidados posibles cuando haya terminado, y voy a hacer los cambios y correcciones siempre que vea una

    manera de poner ms en claro o volver ms interesante lo que est discutiendo, sin inventar nada). Mis

    paps eran intelectuales y ateos militantes, pero eran tolerantes y de gran corazn, de modo que cuandoempec a preguntar por cuestiones religiosas y a expresar mi inters en asuntos religiosos me dejaron

    libre para buscar personas orientadas hacia lo religioso con quienes pudiera debatir estos asuntos, e inclu-

    so me permitieron concurrir a los servicios de la iglesia y a misa con las familias de los otros chicos de la

    escuela y de nuestro barrio que eran religiosas. Tomando en cuenta el significado usual de atesmo, el

    cual, segn lo entenda yo, es una especie de religin anti-religiosa, que rinde culto a la razn, el escepti-

    cismo, el intelecto, las pruebas empricas, la autonoma humana y la autodeterminacin, la abierta toleran-

    cia de mis padres hacia mis intereses religiosos y mi asistencia regular a los servicios con la familia de al

    lado (para esta poca mi pap ya era planta permanente y tenamos nuestra propia casa en un barrio de

    clase media con un rgimen escolar altamente valorado) era excepcional la especie de actitud no juiciosa

    y respetuosa que la propia religin (como yo la veo) trata de inculcar en sus fieles.

    Nada de esto se me ocurri en esa poca; tampoco la conexin entre mis sentimientos por el mez-

    clador de cemento de juguete mgico y, ms adelante, mi inters en, y reverencia por, la magia de la

    religin se me hizo evidente ms que aos despus, cuando estaba en segundo ao del Seminario,

    durante mi primera crisis de fe de la adultez. El hecho de que las conexiones ms poderosas y significan-

    tes de nuestras vidas sean (en el momento) invisibles para nosotros se me hace un argumento convincente

    para la reverencia religiosa ms que para el empirismo escptico como una respuesta al sentido de la vida.

    Es difcil mantenerse en lo que parece ser el hilo de esta discusin de un modo ordenado y lgico. Entre

    los adultos a los que mis paps me permitieron acercarme con mis preguntas y temas religiosos se conta-

    ban maestros, un profesor de catequesis a quien mi pap conoca y respetaba desde que haban compar-

    tido trabajo en un comit interdepartamental universitario, y el pap y la mam de la familia de al lado, que

    eran los dos diconos (una especie de curas rasos de lite) en la iglesia a dos cuadras de nuestra casa.

    Voy a ahondar en una descripcin de estos temas, preguntas y asuntos que mis paps me permitan

    discutir con estos adultos religiosos; eran absolutamente comunes y corrientes, universales, la clase de

    preguntas con las que todos eventualmente se topan, a su tiempo y manera individuales.

    Mi exceso de inters religioso tambin tena que ver con la frecuencia y el tenor de las voces que

    escuchaba frecuentemente de chico (o sea hasta los 13 aos recin cumplidos, segn me acuerdo). Laprincipal razn era que nunca me asustaron las voces ni me preocup sobre lo que significaba escuchar

    voces para mi salud mental ya que el hecho de que las voces de mi niez (haba dos, cada una distinta

    en timbre y personalidad) nunca hablaban de nada que no fuera bueno, feliz y reconfortante. Voy a hacer

    referencia a estas voces solo de pasada, porque ninguna de las dos es absolutamente vital para esto y

    adems son muy difciles de describir o transmitir de manera adecuada a los dems. Debo enfatizar que,

    aunque las fantasas y los amigos invisibles son componentes habituales de la infancia, estas voces eran

    o me parecan fenmenos completamente reales y autnomos, a diferencia de las voces de los otros

    adultos reales en mi experiencia, y con modos de hablar y acentos para los que nada de mi experiencia

    en la niez me haba expuesto ni preparado de ninguna manera para transformar o combinar con fuentes

    externas. (Recin ahora me di cuenta de que otra razn por la que no quiero discutir en profundidad estas

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    voces de la infancia es que tiendo a caer en intentos de demostrar que las voces eran reales, cuando en

    verdad me resulta un tema indiferente que sean verdaderamente reales o no o si alguna otra persona

    puede ser forzada a admitir que no eran alucinaciones o fantasas. De hecho, uno de los temas de con-

    versacin favoritos de las voces consista en asegurarme que no tena importancia si yo crea que eran

    reales o simplemente parte de m, ya que como la gustaba enfatizar particularmente a una de las voces

    no haba nada en el mundo entero tan real como yo. Debo aceptar que de alguna manera yo considerabao las tomaba a las voces como mis segundos padres (o sea, pienso, que las amaba y confiaba en ellas

    y an las respetaba o reverenciaba: en dos palabras, yo no era su igual), pero tambin como nios-

    colegas: es decir que no tena ninguna duda de que ellas y yo vivamos en el mismo mundo y que me

    entendan de un modo que los padres eran incapaces). (Probablemente una razn por la que automtica-

    mente caigo en la necesidad de demostrar la realidad de las voces es que mis padres reales, aunque

    eran completamente tolerantes con mi creencia en las voces, obviamente las vean como una fantasa del

    mismo tipo que el amigo invisible que mencion ms arriba).

    De cualquier manera, la mejor analoga para la experiencia de escuchar estas voces de la niez

    es que era como dar vueltas por ah con tu masajista privado, que se pasaba todo el tiempo masajendote

    la espalda y los hombros (lo cual mi mam biolgica tambin sola hacer cuando estaba enfermo en la

    cama, usando alcohol para masajes y talco de beb y tambin cambiar las fundas de las almohadas para

    que estuvieran limpias y frescas; la experiencia de las voces era similar al sentimiento de dar vuelta una

    almohada para que quedara del lado fresquito). A veces la experiencia de las voces era exttica, a veces

    tanto que era casi demasiado intensa para m como cuando mords por primera vez una manzana o una

    golosina que tiene tan rico sabor y causa un efluvio de jugos orales tan intenso que hay un momento de

    dolor intenso en tu boca y glndulas especialmente en las tardecitas de primavera o verano, cuando la luz

    del sol en los das soleados alcanzaba momentos de inmanencia y se volva el color del oro y era ella

    misma (la luz, como si tuviera gusto) tan deliciosa que era casi demasiado para soportar, y yo me acostaba

    en la pila de almohadones en el living y giraba para atrs y para adelante en una agona de asombro y le

    deca a mi mam, que siempre estaba leyendo en el silln, que me senta tan bien y lleno y exttico que

    apenas poda soportarlo, y me acuerdo de ella frunciendo los labios, tratando de no rerse, y dicindome

    con la voz ms seca posible que le era difcil sentir demasiada compasin o preocupacin por este proble-

    ma y que confiaba en que yo iba a poder sobrevivir a ese nivel de xtasis, y que seguramente no iba a

    necesitar ser llevado de urgencia al hospital, y en esos momentos mi amor y afecto por el humor y el cario

    seco de mi mam se volvan, apilados encima del xtasis original, tan intensos que casi tena que emanar

    un grito de placer mientras giraba extticamente entre los almohadones y los libros en el suelo. No tengo niidea de lo que significaba para mi mam una mujer excepcional, verdaderamente querible tener un hijo

    que a veces sufra verdaderos accesos de xtasis; y tampoco estoy seguro de si ella misma no los tena.

    De cualquier manera, la experiencia de las voces reales aunque invisibles e inexplicables y los senti-

    mientos extticos que frecuentemente despertaban contribuyeron sin lugar a dudas a mi reverencia por la

    magia y a mi fe en que la magia no solo permeaba el mundo de todos los das sino que adems lo haca

    de un modo que era absolutamente benigno y altruista y que me deseaba el bien. Nunca fui la clase de

    chico que crea en monstruos abajo de la cama o en vampiros ni que necesitaba una luz encendida en su

    cuarto por las noches; por el contrario, mi pap (que claramente disfrutaba de m y de mis excentricida-

    des) una vez le dijo entre carcajadas a mi mam que l pensaba que yo poda sufrir un tipo de psicosis

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    benigna llamada antiparanoia, en las cuales pareca creer que era el objeto de una intrincada conspi-

    racin universal para hacerme tan feliz que apenas poda soportarlo.

    La instancia especfica que se podra pensar como el origen de mi impulso religioso una vez que

    pas mi inters en el mezclador de cemento (para gran alivio de mis padres) tuvo que ver con una pelcula

    de guerra de los 50s que mi pap y yo vimos juntos en la televisin una tarde de domingo con las cortinas

    cerradas para evitar que la luz del sol nos hiciera difcil ver la pantalla de nuestra televisin blanco y negro.Mirar televisin juntos era una de nuestras actividades favoritas y ms frecuentes (a mi mam no le gus-

    taba la televisin) y normalmente se desarrollaba en el silln, con mi pap, que lea durante las publicida-

    des, sentado en un extremo y yo acostado, con la cabeza en una almohada en las rodillas de mi pap.

    (Uno de los recuerdos sensoriales ms fuertes que tengo de la niez es el sentimiento de las rodillas de mi

    pap contra mi cabeza y la manera juguetona en que a veces apoyaba su libro sobre mi cabeza cuando se

    vena la pausa comercial). El tema de la pelcula en cuestin era la Primera Guerra Mundial y la protago-

    nizaba un actor que era muy apreciado por su papel en las pelculas de guerra. En este punto mi memoria

    se separa tajantemente de la de mi pap, como lo evidencia una inquietante charla que tuvimos durante mi

    segundo ao del Seminario. Mi pap aparentemente recuerda que el hroe de la pelcula, un muy querido

    teniente, muere al tirarse sobre una granada enemiga que haba sido arrojada desde lo alto hacia la trin-

    chera de su pelotn (pelotn quiere decir un pequeo grupo de militares de infantera con estrechos lazos

    originados en la constante camaradera de armas). Segn mi pap, los pelotones usualmente son lidera-

    dos por tenientes. Aunque yo recuerdo claramente que el hroe, interpretado por un actor que fue desta-

    cado por su retrato del conflicto y el trauma, sufre una angustia ntima por las cuestiones morales de matar

    en combate y todo el acertijo religioso de simplemente una guerra y permiso para matar y finalmente

    pasa por un quiebre psicolgico muy fuerte cuando su propio camarada arroja con xito por los aires una

    granada en una trinchera enemiga repleta de soldados y se pone a saltar a los gritos (el hroe lo hace,

    apenas empezada la pelcula) en la trinchera enemiga y cae sobre la granada y muere salvando al pelotn

    enemigo, y desde entonces el resto de la pelcula (aunque constantemente interrumpida por publicidades

    cuando la mir) presenta al pelotn del hroe luchando para interpretar la accin de su anteriormente

    querido teniente, al cual muchos denunciaban agriamente como traidor, otros sostenan que la fatiga del

    combate y una traumtica carta del Estado recibida ms atrs en la pelcula exculpaban a su acto como

    una especie de locura temporal, y solo un recluta tmido e idealista (interpretado por un actor que nunca he

    visto en ninguna otra pelcula de la poca) crea en secreto que el acto del teniente, de morir por el ene-

    migo, fue verdaderamente heroico y mereca ser grabado y dramatizado para la posteridad (el recluta

    annimo y tmido es el narrador, con voz en offal principio y al final de la pelcula) y nunca olvid la pel-cula (cuyo ttulo tanto mi pap como yo nos perdimos porque encendimos la televisin cuando la pelcula

    haba empezado, que no es lo mismo que olvidarse el ttulo, que es lo que dice mi pap en broma que los

    dos hicimos) o el impacto de la accin del teniente, que yo, tambin (como el narrador tmido e idealista),

    consider no solamente heroica sino tambin hermosa de una manera que era casi demasiado intensa

    para soportar, sobre todo mientras estaba recostado sobre las rodillas de mi pap.

    [Traduccin del ingls al espaol: Julio Csar Estravis Barcala]