traducción de gallego a castellano: dativo de solidaridad y diminutivo
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Dativo de solidaridad y diminutivo:
interacción y valoración en la traducción
del gallego y castellano
Trabajo final para la asignatura
Componentes Lingüísticos de la
Traducción MÁSTER EN CIENCIA DEL LENGUAJE Y LINGÜÍSTICA HISPÁNICA- UNED
CURSO 2014-2015
Paloma Losada Romero Trabajo final
ABSTRACT
El presente trabajo explora las posibilidades expresivas del castellano para dos
fenómenos típicamente gallegos, el dativo de solidaridad y la extensión en el uso del
diminutivo, partiendo de un análisis comunicativo de sus usos en las versiones gallega y
castellana de la novela A esmorga, de Eduardo Blanco Amor.
Si bien se trata de rasgos intraducibles como tales, el análisis de los recursos que
el autor utiliza para compensar su omisión permite identificar su función comunicativa y
los diversos matices asociados a ella, así como reflexionar sobre la equivalencia con los
recursos disponibles en castellano para expresarlos.
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El llamado “pronombre de solidaridad” y el diminutivo gallego “-iño” son, fuera
del sistema verbal y de la fonética, dos de los rasgos más característicos y llamativos del
gallego, y en particular del gallego coloquial, para los hablantes castellanos foráneos.
En el primer caso, se trata un fenómeno específico de esta lengua, aunque con
relaciones con otros que sí existen en castellano, como el dativo ético o de interés. El
segundo, sin embargo, es un rasgo compartido con otras lenguas de nuestro entorno,
pero cuya frecuencia en gallego se suele percibir como mayor.
En cualquier caso, una y otra especificidad suponen un problema a la hora de su
traducción, pues la simple eliminación, si bien no afecta en general al contenido
proposicional, provoca la pérdida de efectos comunicativos que en determinados
contextos pueden ser importantes. Sería, pues, interesante explorar los recursos
disponibles en castellano para producir sentidos lo más cercanos posibles al original,
partiendo del análisis de sus usos y valores. A este respecto, hay que tener en cuenta los
dos constituyen recursos para la representación de los participantes en el discurso, en la
medida en que no suelen aportar un contenido proposicional específico, sino que
orientan la interpretación de los enunciados en determinado sentido para producir
diferentes efectos y guiar el proceso de interacción. Esto, unido a su mayor presencia en
ámbitos coloquiales y conversacionales, nos lleva a pensar que los enfoques más
adecuados para su análisis son aquellos que atienden al estudio de la lengua en su uso:
Pragmática, Análisis del Discurso, Análisis Conversacional, Teoría de la
Argumentación…
Por otra parte, con vistas a evitar conclusiones basadas en conjeturas o
impresiones personales, es conveniente partir del análisis de textos reales. Para
estudiarlo desde el punto de vista de su traducción al castellano, partimos de la
comparación entre la novela gallega A esmorga (Blanco Amor, 1959), y la versión en
castellano traducida por el propio autor (La parranda). La novela gallega utiliza un
lenguaje natural y espontáneo, con el que el autor quiere reflejar el habla de su tiempo,
por lo que supone un punto de partida que puede aproximarnos a los usos reales del
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gallego, al menos en determinados contextos. Representa, además, una situación
comunicativa concreta, pues toda ella es el testimonio de un personaje (Cibrán) ante un
juez, y esto la hace especialmente apta para un análisis pragmático, dada la relevancia
del contexto para el sentido. Finalmente, el hecho de que la traducción sea obra del
mismo autor asegura un mínimo de constancia en la intencionalidad con la que se
utilizan ambos recursos, especialmente teniendo en cuenta que Blanco Amor escribió en
las dos lenguas, y traducía también obras ajenas tanto al castellano como al gallego.
En el caso de A esmorga, si bien en otros aspectos la versión española mantiene
rasgos dialectales del castellano de Galicia, es llamativo que, precisamente en el caso de
los fenómenos que analizamos, se reduzca notablemente el uso del diminutivo y se
elimine por completo el dativo de solidaridad, que muchos gallegos utilizamos incluso
al hablar en castellano.
1. EL DATIVO DE SOLIDARIDAD
El llamado pronombre o dativo “de solidaridad” es un pronombre personal átono
de segunda persona, tanto familiar (che) como de cortesía (lle), que pierde la habitual
significación de este elemento. Normalmente, este pronombre sitúa al receptor en
relación a los hechos narrados como complemento indirecto, con todos los valores que
esta función puede llevar asociados. Sin embargo, en un enunciado como “Este libro
non che me gusta nada”, el receptor no participa de lo representado en la oración, sino
del intercambio comunicativo. En este sentido, mantiene algunos paralelismos con otros
dativos también existentes en castellano, especialmente el dativo de interés o ético, que
muestran una afectación más o menos expresiva, alejada en diversos grados de la acción
verbal y representativa en la medida inversa de la enunciación.
En el caso del pronombre de solidaridad gallego, el alejamiento extremo de la
escena representada por la acción verbal se manifiesta formalmente en la imposibilidad
de reduplicación por un sintagma preposicional (no podríamos decir *non cho sei a ti),
que lo diferencia del complemento indirecto, y por la posibilidad de coexistencia con
otros dativos tanto de complemento indirecto (como en el ejemplo del párrafo anterior)
como de interés (o neno non che me come nada). Su referente, como señala Rosario
Álvarez (1997), designa al oyente en cuanto tal, no en relación a la acción verbal sino al
proceso de comunicación en el que está implicado. Podríamos interpretarlo, pues, como
una marca más de la enunciación, que presenta (ficcionalmente) al receptor como
afectado de alguna manera por lo dicho, en paralelo a los significados de afectación
(beneficio, prejuicio, provecho, etc) asociados al complemento indirecto cuya forma
comparte. Sin embargo, también puede representar a un interlocutor ficticio,
frecuentemente el propio emisor, como si hablara consigo mismo, o indefinido (isto non
che me gusta nada; para isto che me esforcei). Pita Rubido (2006) relaciona esta
arbitrariedad con la posibilidad de que el pronombre de solidaridad tenga un significado
más amplio del que habitualmente se le atribuye: acercar el enunciado a la situación de
enunciación en general (que sería en realidad su referente), y no solamente al receptor.
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Efectivamente, la propia denominación del fenómeno indica una intencionalidad
de acercar posiciones entre los participantes en el acto comunicativo, marcando la
relación entre ellos o entre los hechos narrados y la enunciación. Se relacionaría
entonces, especialmente, con la función fática, que pretende confirmar el canal de
comunicación y el acercamiento de posturas entre emisor y receptor, aunque también
habrá que tener en cuenta, en casos puntuales, sus valores expresivos o apelativos, que
pueden combinarse en diferentes grados en los ejemplos concretos.
También es evidente, tanto para los gramáticos como para la percepción intuitiva
de los hablantes, su relación con contextos coloquiales, o más o menos cotidianos en el
caso de la forma de cortesía, y con la forma textual del diálogo. En este sentido, habría
que tener en cuenta para su estudio, y muy especialmente para su representación en una
lengua diferente, conceptos como la polifonía- heteroglosia y enfoques como la Teoría
de la Argumentación o el Análisis de la Conversación, ya que el pronombre de
solidaridad podría evidenciar formalmente la presencia en el discurso de otra voz, de un
enunciador secundario con respecto al cual el locutor incita a interpretar su mensaje.
Una voz que puede coincidir o no con la del destinatario real o imaginario del mensaje,
y que permite asociar a este pronombre una función similar a la de los conectores (en
este caso, enlazando discursos dialógicos o polifónicos). Desde la perspectiva del
Análisis de la Conversación, podría interpretarse como marca que invita a interpretar el
enunciado en base a un par adyacente (pregunta>respuesta, petición>aceptación o
rechazo, aserción>acuerdo o desacuerdo), cuya primera parte puede estar explícita o
implícita. Esto explicaría su frecuente aparición en estructuras negativas o en la
respuesta a preguntas (ya que en muchas ocasiones, aunque no en todas, introduce una
respuesta no preferida).
En el caso de A esmorga, el narrador, Cibrán, utiliza la forma de cortesía del
pronombre de solidaridad normalmente para responder a las objeciones o a lo que él
percibe como creencias o valoraciones de su interlocutor, el juez cuya voz nunca se
explicita pero que está continuamente presente en el discurso. Con el pronombre parece
buscar el acuerdo y la negociación entre ambos, introduciendo los argumentos o las
posiciones que justifican su postura frente a la del juez. Aunque parta de cierta
contraposición, el uso de la forma de cortesía (lle) despierta connotaciones de humildad
y respeto, probablemente derivadas de esa voluntad de acuerdo que parece representar,
que invitan a superarlas. Por otra parte, puesto que el autor no reproduce en ningún
momento las palabras del interlocutor, el dativo de solidaridad es un recurso que muy a
menudo invita a relacionar la respuesta del narrador con ese discurso “oculto” que el
lector debe reconstruir a partir del relato de Cibrán.
Así se manifiesta ya en el comienzo del testimonio (Non señor, non lle foi eisí
como está nise papel que leron), con la respuesta negativa a una pregunta de su
interlocutor. En la traducción del propio autor, lógicamente, el pronombre desaparece,
lo cual no afecta demasiado al enunciado debido a las numerosas marcas que hacen
referencia a esa otra voz (la negación, que además se refuerza por repetición, el
vocativo, el adverbio “eisí” o el demostrativo “ise”). Aun así, se introduce, algo más
adelante, otro pronombre en primera persona que no estaba en la versión gallega y que
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destaca la dicotomía dialógica por el contraste con esos elementos apelativos,
manifestando verbalmente la existencia de dos posturas contrapuestas, la del emisor y la
de los “papeles” que el demostrativo y el adverbio relacionan con el receptor (No señor,
no fue así como está en esos papeles que me leyeron).
Otros enunciados, como el famoso ¿Feitos? Feitos sonlle todos, también
suponen una oposición, esta vez a la petición de concreción del juez (que se deduce del
discurso de Cibrán), pues introduce el argumento por el cual la rechaza. En este caso, en
la versión castellana aparece un vocativo (¿Hechos? Hechos son todos, señor), que
también sirve para “suavizar” de alguna manera esa negación, y al mismo tiempo situar
al emisor en una posición subordinada con respecto al receptor.
El carácter argumentativo de este uso del dativo se manifiesta nuevamente más
adelante, cuando el juez vuelve a pedirle brevedad al narrador.
… Si, señor, si; xa vou ó conto. Non fago máis que ir ó conto, anque non pareza. Na
vida dos homes, aínda dos homes coma min, non lle é todo arroutada, que as cousas
requiren ter o seu comenzo, e moitas vegadas o que se ve sae do que non se viu, e todo
hai que ilo dicindo, anque eisí de pirmeiras non somelle vir ó conto…
El pronombre de solidaridad, asociado a la negación, remite a la creencia que
Cibrán atribuye al juez (que los hechos juzgados son producto de un impulso), y que él
niega. Respondería, pues, a una estructura de par adyacente aserción (heteroglósica e
implícita) >desacuerdo. En este caso la ausencia en castellano del pronombre de
solidaridad se compensa con una mayor especificación en los argumentos:
Sí, señor, sí, ya voy al caso. No hago más que ir al caso, aunque a veces no lo semeje.
En la vida de los hombres como yo no todo es barbaridad y fanfarronada, y las cosas
que le pasan a uno y que sólo se saben por el final, pues requieren que se sepa el
comienzo, que a eso vamos. Y muchas veces lo que se vio salió de lo que no se vio, y
todo hay que irlo diciendo, aunque así, de primeras, parezca no venir al caso.
Estos argumentos que se especifican representan verbalmente el pensamiento del
juez (al que solo parece interesarle el final de la historia) que el emisor quiere matizar, y
que se conecta con su propio discurso a través del nexo causal “pues”.
Por otra parte, en el discurso de Cibrán el pronombre de solidaridad se utiliza
también para introducir juicios de valor, más o menos emotivos, sobre el relato de los
acontecimientos que expone. Es en casos como estos en los que se manifiesta más
claramente el concepto que le da nombre, pues parecen buscar una concordancia
emotiva hacia los hechos en el receptor. Evidentemente, el castellano dispone de
recursos diferentes para este tipo de funciones, que Blanco Amor reconoce y utiliza para
su traducción. Así, cuando habla de su hijo, Cibrán utiliza la expresión porque o meu
rapaz élle moi espilido, que en la traducción (¡Condenado de rapaz, tan listo! Porque la
verdad es que es muy listo) sustituye por otros recursos expresivos: la exclamación, el
adjetivo valorativo “condenado”, la ausencia de verbo y el cuantificador enfático “tan”.
Por su parte, el giro “la verdad es que” parece responder, como señalábamos antes, a
una concepción heteroglósica, expresando el acuerdo con una enunciación más general:
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la implicatura que, discursivamente, se presenta como consecuencia lógica de las
palabras del niño (la valoración resulta del relato de una anécdota en la que el niño
afirma “cuando está usted, no tengo frío”), un enunciador que representa al saber común
con el que se espera que concuerde el receptor. Interpretándolo de acuerdo con la teoría
de los pares adyacentes, expresaría el acuerdo con una aserción o cumplido implícito.
Con el mismo carácter afectivo emplea Cibrán el dativo de solidaridad para
defender las visitas de su madre, buscando la conmiseración del juez: Non señor, que
élle tan xorda que leve o diaño se non oucen o que falo sen se moveren de eiquí. En la
versión castellana, el carácter argumentativo se manifiesta en la sustitución de la
negación por una expresión más rotunda (¡qué va!), que manifiesta la oposición a la
aserción del juez, mientras que la búsqueda de concordancia afectiva se explicita con la
expresión valorativa, en un sentido de solidaridad, con la que designa a su madre: ¡Qué
va! La pobre es tan sorda que oirán lo que hablamos sin moverse de aquí.
Como ya se ha visto en algunos ejemplos anteriores, el acercamiento de la
situación de enunciación al enunciado se manifiesta, a menudo, en la aparición en
castellano de un demostrativo que compense la ausencia del dativo de solidaridad. Un
proceso que también se ve cuando el narrador juzga al Calandria: pois os da aldeia,
cando se espilitan, sáenlle aínda máis pándigos do que nós, que Blanco Amor traduce
como pues estos aldeanos, en cuanto se espabilan, son peores que nosotros. En este
caso, sin embargo, la versión gallega ofrece también una impresión de refuerzo de la
argumentación, de seguridad sobre lo que se dice, que no llega a producirse en
castellano solamente con el demostrativo, y que personalmente imagino compensado
mediante recursos orales (refuerzo de la entonación, quizás algún elemento
paralingüístico o interjección del tipo “ja”…).
El acercamiento entre las posturas del emisor y el receptor, como decíamos al
principio, está en la base de todos los ejemplos analizados hasta ahora (compensando
una oposición inicial, estableciendo un acuerdo en relación a un contexto compartido, o
facilitando un sentimiento común ante lo dicho). En el caso de este ejemplo: Vosté
dispense que non quixen ofendere, pro eiquí sábello todo o mundo (hablando de la
prostitución, frente a una objeción del juez a un “coma vostede sabe” anterior), el
sentido del dativo es al mismo tiempo una justificación de una expresión anterior del
narrador y un intento de acercar al receptor el mundo del pueblo al que este se muestra
ajeno. En castellano, se compensa con dos recursos: Bueno, usté dispense que no quise
ofender, pero aquí sabe esas cosas todo el mundo. El marcador “bueno” sirve para
representar el sentido de autojustificación (que implica, a su vez, un desacuerdo con la
descalificación implícita del juez), y el demostrativo de distancia media ofrece la
conexión necesaria entre lo que se ha dicho y el receptor, como ofreciéndole la
información que Cibrán pensaba que debería tener. En mi opinión, en este caso quedaría
más natural una anteposición del demostrativo en función de complemento directo, que
personalmente reforzaría con un marcador exculpatorio más coloquial (pero es que aquí
eso lo sabe todo el mundo).
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Pero el dativo de solidaridad no solamente aparece en el diálogo entre Cibrán y
el juez, sino que se utiliza también en el propio relato, en boca de otros personajes. En
estos casos se prefiere, lógicamente, la forma propiamente coloquial (che), y la
familiaridad hace predominar usos más relacionados con la afirmación del emisor (que
reafirma o provoca una oposición) que con la negociación de un acuerdo.
Milhomes, por ejemplo, lo utiliza con cierta ironía en su respuesta a la pregunta
sobre un dinero que probablemente robó:
--¿De onde che viñeron eses cartos? --¡Ai, non che sei! contestou o Milhomes, coa súa
vociña mansela e cheia de falsía
La traducción, en este caso, prioriza las funciones fática y apelativa, y también
la función cohesiva con respecto a la pregunta, mediante el uso de dos marcadores:
(Pues mira… no sé). No parece muy adecuada, sin embargo, la supresión de la
interjección en la versión castellana, ya que el sentido irónico se hace menos evidente.
Más adelante, ante la descripción excesivamente elogiosa que Bocas hace de la
mujer de los Andrada, Milhomes manifiesta su escepticismo mediante una afirmación
de su edad: Déixate de coñas… Xa che teño vintecatro anos e pasoume o tempo de crer
en bruxas. Es la rotundidad que el pronombre proporciona a esa afirmación lo que
probablemente pretendía resaltar el autor- traductor mediante la aparición en castellano
del giro “yo te digo” (Yo te digo que te dejes de coñas, que ya tengo veinticuatro años y
me pasó el tiempo de creer en las brujas), que sin embargo resulta poco espontáneo. En
este caso, se diría que el dativo apunta a la constatación de una evidencia, relacionando
al emisor y al receptor en el marco de un conocimiento compartido que, al presentarlo
en relación a su escepticismo, debería justificar la falta de crédito que Milhomes
manifiesta. En mi opinión, esta función podría cumplirse mejor en castellano con el giro
“mira” (Déjate de coñas… mira que ya tengo veinticuatro años), que apunta
precisamente a la selección de información conocida pero que, al enunciarse, se
constituye en contexto preferido para la interpretación del sentido. Desde la perspectiva
polifónica, la voz a la que responde el enunciado en el que está el dativo sería un
enunciador colectivo (los dos interlocutores), pues es de suponer que ambos conocen el
dato que se explicita, aunque el emisor sugiere implícitamente que el receptor no lo está
teniendo en cuenta.
También Cibrán le da un sentido retador al dativo de solidaridad cuando se
enfrenta al Bocas: Garda as túas arroutadas pra os que lle dean creto, que a min
éntrancheme por un ouvido e sáenme polo outro. Nuevamente, Blanco Amor tiene
dificultades para compensar la eliminación del pronombre en castellano, utilizando un
giro poco natural que introduce al receptor en el discurso pero distorsiona bastante el
sentido del original (Guarda tus fanfarronadas para esos caganes que te tienen por
guapo. A mí ya sabes que me entran por un oído y me salen por otro). La dificultad
probablemente se derive de que en castellano este tipo de función se compensa
preferentemente con algún tipo de recurso fónico difícil de reproducir por escrito: …que
a mí (énfasis y ligera pausa, que no sería necesaria en gallego) me entran por un oído….
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En conclusión, aunque el dativo de solidaridad resulta un elemento exclusivo del
gallego, y por tanto intraducible como tal, el análisis de las funciones comunicativas
asociadas a él y de los procedimientos utilizados conscientemente por un autor bilingüe
como Blanco Amor pueden ayudarnos a seleccionar en la traducción al castellano algún
tipo de recurso que compense, con mayor o menor fortuna, la ausencia del pronombre.
En general, podemos afirmar que resulta indudable su carácter pragmático, y
consecuentemente dependiente del contexto, por lo que resultaría difícil e improductivo
pretender una significación única, constante y aplicable a todos los casos. Funciona más
bien como un elemento procedimental, un marcador cuyo sentido se reduce a invitar al
receptor a relacionar el enunciado con algún tipo de información contextual, extrayendo
implicaturas que varían en función de la misma, pero que se orientan siempre a la
negociación de posiciones, a regular la interacción en uno u otro sentido.
A título meramente orientativo, sin pretender agotar todos los valores que ese
sentido general puede llegar a adoptar en el uso real de la lengua, podemos
sistematizarlos en cuatro grandes líneas, que en muchos de los ejemplos analizados
conviven en el mismo caso, subordinándose a la función interactiva:
- Explicitar la contraposición o la concordancia de posiciones, frecuentemente entre
emisor y receptor. La contraposición puede tener como objetivo el acercamiento de
posiciones (como en el caso de Cibrán con respecto al juez), o la afirmación de la
postura propia (como en los diálogos entre los esmorgantes). Además, puede darse
en relación al discurso del receptor, pero también en relación a las creencias o
expectativas que le atribuye el emisor.
- Justificación o disculpa de la postura del emisor, frecuentemente en relación a la
ruptura de las expectativas del receptor.
- Seleccionar el contexto compartido en función del cual el emisor espera que se
interprete su discurso. Ese contexto es a veces objetivo (explicitación de ideas
conocidas por los interlocutores o por un “saber común”) y otras subjetivo
(orientado a la extracción de implicaturas emocionales a las que se dota de carácter
argumentativo)
- Conectar partes del discurso, especialmente en relación a estructuras dialógicas o
polifónicas. Esta función, de hecho, se superpone a las anteriores, al propiciar la
interpretación del enunciado en base a un par adyacente cuya primera parte puede
estar omitida (en cuyo caso el receptor debería reconstruirla), pero puede también
aparecer sola.
En general, algunos de los recursos que podríamos seleccionar para la traducción
al castellano se establecen en la siguiente tabla, nuevamente con un carácter meramente
orientativo que no agota todas las posibilidades. Además, hay que tener en cuenta que
en más de una ocasión tendremos que recurrir a varios de ellos, ya que el mismo recurso
puede orientarse simultáneamente a varias funciones (por ejemplo, la conexión entre
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partes puede hacerse en relación a una confrontación o a una justificación, la referencia
al conocimiento compartido en relación a la negociación de acuerdos /desacuerdos, etc):
Confrontación (positiva o
negativa) con la postura del
receptor
- Demostrativos de distancia media o cercanía (en
función del efecto)
- Vocativos
- Presencia compensatoria de elementos
lingüísticos en primera o segunda persona en el
contexto próximo.
Justificación o disculpa - Marcadores (bueno, es que, verás, lo siento)
- Orden marcado de los elementos
Relación con el conocimiento
compartido
Saber objetivo - Marcadores (mira, ya sabes que, te recuerdo…)
- Demostrativos de cercanía o distancia media
Extracción de
implicaturas
emocionales o juicios
de valor
- Exclamaciones o entonación marcada
- Adjetivos valorativos
- Adverbios enfáticos
- Ordenación expresiva de los elementos
Simple conexión con otras
partes del discurso
- Conectores (pues)
- Demostrativo de distancia media
2. EL DIMINUTIVO -IÑO
Si bien el pronombre de solidaridad resulta indiscutiblemente un rasgo
específicamente gallego, la especificidad en el uso del diminutivo no está tan clara.
Muchos de los estudios que se han acercado al tema (Saco, Porto Dapena, Carballo
Calero…) parten de la idea, más apoyada por impresiones que por datos objetivos, de
que la mayor frecuencia en el uso del diminutivo, especialmente en cuanto al sufijo -iño,
es un rasgo específico de la lengua gallega, llegando incluso a asociarla con rasgos de
“carácter” propios. Sin embargo, para la identificación de sus usos, funciones y
significación esos mismos autores se apoyan en estudios hechos para el castellano
(Amado Alonso, Zuloaga Ospina…) o para el portugués (Lapa, Skorge…), lo cual pone
en cuestión esa supuesta especificidad. Freixeiro Mato (1996) recuerda, citando a
Amado Alonso, cómo todos los estudios de hablas especificas reivindican el uso del
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diminutivo como rasgo propio, sugiriendo una asociación de este rasgo con el carácter
coloquial, popular o rural del mismo, más que con una lengua o dialecto en concreto.
También afirma, citando a I. González, que la especificidad del diminutivo gallego
podría limitarse a una cuestión de frecuencia, que Freixeiro relaciona con condiciones
socioculturales.
La relación del diminutivo con el lenguaje coloquial o popular se ve confirmada
en el libro de Freixeiro al estudiar su aparición en la obra de Rosalía de Castro, en la
que los diminutivos se asocian a la voz poética popular (la meniña gaiteira) de Cantares
gallegos, siendo mucho menos frecuentes en el resto de su obra. En otra parte se
constata también la menor frecuencia de este tipo de sufijos en la literatura culta
medieval, frente a las corrientes popularistas del XIX. En mi opinión, la mayor
frecuencia en el uso del diminutivo en gallego, en particular en determinadas funciones,
podría relacionarse con esos factores sociolingüísticos, aunque no necesariamente en el
sentido que le da Freixeiro Mato, sino en relación a la constitución de la norma culta
que regula el uso de la lengua: en castellano, la presencia constante de una norma culta
ininterrumpida desde la Edad Media funcionaría como un “freno” al uso del diminutivo,
que quedaría relegado al ámbito estrictamente familiar y popular. El gallego, por el
contrario, sobrevivió como lengua familiar y popular durante los llamados “séculos
escuros”, y la configuración de una norma culta, en la cual el lenguaje literario juega un
papel destacado, se hizo en gran medida a partir de autores que asociaban el uso de la
lengua a una reivindicación de lo popular. De este modo, rasgos populares que en
castellano tienen un ámbito más restringido se mantienen en gallego en un número más
amplio de situaciones: no en las más formales o regladas, pero sí en aquellas
intermedias entre lo familiar y lo público.
Este es precisamente el caso de A esmorga. En su traducción al castellano,
Blanco Amor parece concordar con la inadecuación del diminutivo en muchos de los
contextos en los que sí aparece en la versión gallega, manteniéndolo solamente en unos
diez casos de un total aproximado de cuarenta apariciones en gallego. En muchos de
ellos, el mantenimiento sería posible atendiendo a los usos del mismo en castellano (un
momentito, cerquita, un poquito….) pero probablemente asociados a contextos más
familiares del que se reproduce en esta novela. De hecho, en la obra se desarrolla una
situación comunicativa que podríamos calificar de “intermedia” en cuanto a los
parámetros sociales de uso: un personaje de origen humilde, popular, relata sucesos de
su mundo, pero lo hace en un contexto formal (un juzgado). El personaje utiliza el habla
popular que le caracteriza, pero en el caso de la versión castellana la existencia de una
norma culta habría determinado, para un contexto como ese, la preferencia por opciones
más neutras, menos coloquiales, para determinadas funciones (cuantificadoras o
estéticas, mayoritariamente).
También podría influir en esta menor frecuencia el hecho de que, tanto en
gallego como en castellano, las mujeres tiendan a usar el diminutivo más
frecuentemente que los hombres. Si bien en gallego esto se ve compensado por la mayor
frecuencia en general de este sufijo, Blanco Amor pudo pensar que en una lengua en la
que, en contextos como este, se utiliza menos, muchos diminutivos podrían afectar a la
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imagen de masculinidad de los personajes, que constituye un tema importante en su
caracterización y relaciones.
De hecho, entre los escasos casos de mantenimiento en la versión castellana, dos
de ellos están en boca de mujeres, como en la escena con las prostitutas:
«¡Como ves, meu chuliño», marmuraba a
Viguesa, cofeándose descontra o prosma.
«Co ben que poderías estare cabo de min,
os dous xuntiños que non che faltaría
nada…
¡Cómo vienes, chulito mío!-decía la
Viguesa, amaricada, restregándose contra
el prosma- ¡Con lo bien que podías estar
conmigo si me tuvieras de fija, juntitos los
dos, sin que nada te faltase….
Sin embargo, en el caso de la madre de Cibrán, que en la versión gallega usa el
diminutivo para dirigirse a su hijo (Acouga, meu fillo, acouga… ¿Cando vas acougare
dunha vece, meu filliño?), el sufijo, e incluso el vocativo completo, desaparecen en la
versión castellana (¡Descansa, hijo, descansa! ¿Cuándo vas a descansar de una vez?).
Esto podría deberse tanto a la mayor fuerza significativa de los casos anteriores, que
combinan el afecto con la petición, como al hecho de que en un contexto sexual como
aquel la masculinidad esté menos en juego que frente a la madre (que suele utilizar el
diminutivo para niños, más que para hombres).
Aun así, el uso del diminutivo en contextos sexuales en caso del castellano se
reduce a la voz de las prostitutas. Incluso en un ejemplo que en la versión gallega se
atribuye a Cibrán (“¡Ai, meu rei”, decíame a Costilleta, pegándome belisquiños nas
coxas), en la versión castellana el diminutivo se traspasa a la voz de la prostituta (¡Ay,
reiciño mío! – me decía, sobándome los muslos), mientras que en la descripción de los
actos se prefiere un término que no permita una interpretación afectuosa.
Otros casos de mantenimiento, aunque en boca de Cibrán, se refieren a la
descripción de mujeres, traducidos en este caso por el sufijo –illa (s) y priorizando la
expresión afectiva de solidaridad o compasión:
(pensei…) e na miña irmaciña, co aqués
males que lle daban e aquel quedárese
descorada e rixa horas inteiras,
…entre a friaxe do tempo e a iauga
fervendo, coas guedellas escurripándolle a
chuvia polo pescozo, limpando os pitos pra
o señorío ¡Probiñas! E algunhas até
cantaban.
Y pensé en mi hermanilla, en aquel mal que
le daba y aquel quedarse tiesa y descolorida
horas y horas,
…entre el friaje del tiempo y el agua
hirviendo, con los pelos escurriendo lluvia,
limpiando los pollos para el señorío.
Pobrecillas, y algunas hasta cantaban.
De nuevo, no puede considerarse que este sea un caso constante, ya que en otros
contextos más o menos similares este se pierde, tal vez por cuestiones relacionadas con
la solidaridad social. Es el caso de las descripciones que Cibrán hace de la Viguesa
(bebe moito e ponse moi perdidiña>se pone muy perdida a las veces) o de la Socorrito
(apesares dos estragos que nela ten feito a vida que fai a probiña> pese a los estragos
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de la vida que lleva la pobre): a diferencia de la hermana o de las trabajadoras, estas son
mujeres al margen de la sociedad, por lo que el diminutivo, más que un sentido
afectuoso, implica una cierta valoración relativa al alejamiento de los estándares
socialmente aceptados. En el primero de ellos, en particular, la distancia se manifiesta
también por el uso, tanto en la versión gallega como en la castellana, del diminutivo
español (madamita, Zorrita), que refieren irónicamente la pretenciosidad de cierto
grupo de prostitutas.
El diminutivo se mantiene también en la descripción del objetos en el pazo de
Andrada, en los que el sufijo se asocia a connotaciones de delicadeza y elegancia (más
distanciados de los afectos personales expresados por la traducción a –illa,s).
Na mesiña que tiña a carón había un
braseiriño do grandore dun prato e tamén
unha cachimba ou algo polo estilo,
…o Milhomes puxérase a remexer nun
moble que tiña trazas de sere un arcaz
posto de pé, todo cheio de caixonciños
moi feitucos, coma de xoguete
En la mesilla que tenía a la vera había un
braserito, tamaño como un platillo y unas
pinzas
El Milhombres se había puesto a revolver
en un mueble que tenía trazas de arca,
pero puesta sobre unos pies y toda llena
de cajoncitos pequeños, como de juguete.
En estos casos, la traducción por mesilla se deriva de un uso casi lexicalizado,
mientras que braserito y cajoncitos parecen subrayar la delicadeza asociada a la
posición social. En el último caso, la expresividad del diminutivo castellano parece
corresponderse más bien con el adjetivo (también en diminutivo) feitucos, mientras que
el sentido representacional (referido al tamaño) se explicita con el adjetivo pequeños.
Fuera de estos casos, la traducción por el sufijo –ito aparece asociada a efectos
más distanciados, de afectos negativos, como en el enunciado O Milhomes ollaba pra
iles co aquil sorrisiño que tanto amolaba (traducido como El Milhombres los miraba
con aquella sonrisita que fastidiaba tanto), o ceibou a súa risiña polo narís (se puso a
reír con su risita de costurera). En estos casos el diminutivo manifiesta una actitud de
desprecio, y a la vez contribuye a esa “feminización” del personaje (explicitada en el
segundo caso mediante el complemento “de costurera”) que también se evidencia en
otros detalles de la novela.
Aparte de los comentados, el diminutivo solo se mantiene en la versión española
en un caso más, referido a las dimensiones del referente (O furado daba a un soutiño de
camelias), y se traduce también por el sufijo –illo (un sotillo de camelias), en el que el
sentido puramente referencial (soto pequeño) se combina con una visión afectiva o
impresionista de la naturaleza.
Así, el análisis de los casos de mantenimiento nos puede dar una idea de la
manera en la que, en la percepción del Blanco Amor, funciona el diminutivo en ambas
lenguas: para el castellano, o al menos para el castellano de Galicia, el sufijo –ito
aparece en contextos de cierto distanciamiento, de burla o desprecio (como en la
descripción de Milhomes y la Viguesa), de refinamiento (objetos de los Andrada) o de
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intimidad (escena de las prostitutas). Para los usos más afectivos, al igual que para la
indicación de tamaño o dimensiones reducidas en objetos concretos, tiende a preferir el
sufijo –illo.
En los casos en los que, bien sea por factores contextuales bien por otros
intrínsecos a la lengua, se decida prescindir del diminutivo gallego, es necesario
explorar sus usos comunicativos para decidir el modo de expresarlos en español. En este
sentido, los principales estudios sobre el tema recogen la polémica iniciada por Amado
Alonso y Zuloaga Ospina entre su carácter primariamente representativo (disminución)
o afectivo, para posteriormente establecer una clasificación tripartita de las funciones de
este elemento en relación con los planos del lenguaje de Bühler: funciones relacionadas
con el plano representativo o conceptual (disminución o ponderación); funciones
relacionadas con el plano expresivo o afectivo (cariño, conmiseración, complacencia
estética o desconsideración o desprecio) y funciones relacionadas con el plano activo
(interés o petición, expresión de modestia o cortesía, usos eufemísticos o función
estética). Todos reconocen, sin embargo, la dificultad de establecer límites tajantes entre
ellos. Efectivamente, los efectos se combinan entre sí, especialmente los relativos a los
dos segundos, ya que la expresión de la afectividad, sea esta emocional o estética, tiende
a pretender algún tipo de efecto en el receptor (compartir el sentimiento, mover a la
compasión o a la comprensión, conseguir un bien o un beneficio…)
Para evitar estos problemas y a la vez introducir ciertos matices, podríamos
recurrir a la Teoría de la Valoración, desarrollada por Martin y White. Si bien esta teoría
se ha aplicado principalmente al plano léxico, tanto la visión que ofrece sobre la
valoración como las categorías que establece pueden explicar usos más cercanos a lo
gramatical como el que estamos analizando. Por otra parte, como veremos en los
ejemplos, la desaparición del diminutivo gallego se compensa a menudo, en la versión
castellana, precisamente con sustituciones o matices de carácter léxico.
Martin y White desarrollan el concepto de tenor de la lingüística sistémica
funcional, que hace referencia a las actitudes de los hablantes con respecto al mensaje y
a la relación entre ellos, entendiendo que hay una serie de recursos que permiten
negociar valoraciones sobre las proposiciones en base a su impacto común en hablante y
oyente, conforme a valores o emociones compartidos. En este marco, la diferencia entre
funciones emotivas y activas no es necesaria, porque se entiende que la valoración del
texto se presenta como factor de interacción, que afecta a ambos participantes. En un
caso como el diminutivo, por ejemplo, un uso afectivo del mismo (como en los
ejemplos anteriores irmaciña o probiñas) no solo es una expresión de los sentimientos
del hablante, sino también una invitación a que estos sean compartidos por el juez.
Por otra parte, la identificación de tres dimensiones de la valoración (actitud,
compromiso y gradación), permite integrar los usos que los estudiosos del diminutivo
gallego integraban en el plano representativo a través del concepto de gradación: al fin y
al cabo, el tamaño, menor o mayor, de un referente se establece siempre dentro de un
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marco socialmente compartido donde se atribuyen a las cosas unas dimensiones
prototípicas. Además, la gradación puede o no combinarse con las otras dimensiones, en
particular con las relativas a actitud. Dentro de esta última se diferencian tres
subsistemas (afecto, juicio y apreciación), que permiten considerar valoraciones de
carácter afectivo (positivas, como el cariño, o negativas, como el desprecio o la ironía);
relativas a valores o estándares sociales (como en los casos anteriores de la Viguesa,
Milhomes o Socorrito), representados por el subsistema “juicio”; y finalmente estéticas
(como en los objetos del pazo o en el soto), que esta teoría analiza en el subsistema
“apreciación”. Ya hemos visto en los ejemplos de mantenimiento del diminutivo que
todos estos valores pueden ser expresados por el diminutivo tanto en gallego como en
castellano. Ahora bien, dada la menor frecuencia de este recurso en la segunda lengua,
el análisis de otros recursos que esta nos proporcione para representarlos puede
ayudarnos a escoger la opción más adecuada para la traducción en contextos menos
familiares.
Los casos en los que la gradación se presenta como única valoración son los más
fáciles de traducir, ya que basta con la sustitución del diminutivo por un cuantificador, y
así lo hace Blanco Amor en la traducción de su obra:
ó Milhomes deulle a mona por querer
subir ó xardín dos Andradas, que estaba
alí pertiño
Sopoño que xa vostede a ten conecido,
pois calisquera que leve un tempiño na
nosa cibdá tena que conecer e que terlle
simpatía.
..do Sancristán, que xa estaba a porparar
pra a feira do día sete, que é alí pertiño,
Al Milhomes le dio por querer que
subiésemos al jardín de la casa de los
Andrada, que estaba allí muy cerca.
Supongo que usí la conoce de
antecedentes, pues cualquiera que lleve
algo de tiempo en el pueblo la tiene que
conocer.
(aquí el autor prefiere prescindir de la
referencia costumbrista a la feria, pero
podría traducirse perfectamente por “muy
cerca”, “allí al lado”)
Esto también afecta a la gradación en forma de “foco”, que no gradúa una
intensidad sino que señala la precisión o imprecisión del sustantivo al que se refiere. En A
esmorga aparecen dos: en un caso la imprecisión de la cita se traduce por una referencia
numérica que se vuelve imprecisa por el indefinido: Dentro dun istantiño, xuntámonos na
casa da Nonó>Dentro de unos cinco minutos nos juntamos en la casa de la Matildona.
En el segundo, se sustituye por el marcador enfático “solo”:
Foi un instantiño, que eu non me poiden
agoantar que non teño moita forza, e
ademais esfolara as maus agatuñando.
(…) Vímola un istantiño e quedamos
abraiados de somellante cousa, que eu
hastra non o quixen contar a ninguén…
Fue solo un momento, que yo no me
podía aguantar mucho colgado de las
manos, (…) La vimos un momento y
quedamos pasmados de semejante cosa,
que hasta ahora no se lo quisimos contra
a nadie…
Paloma Losada Romero Trabajo final
En el último ejemplo, que Blanco Amor prefiere no sustituir por nada, el
diminutivo gallego se relaciona, además de la gradación, con una valoración del
subsistema juicio, en torno al parámetro de normalidad-anormalidad, que podría
reflejarse en castellano de diversas formas: la vimos un momento de nada, pero
quedamos pasmados / aunque solo fue un momento, quedamos pasmados…, de forma
que los conectores adversativos o concesivos reflejen la rareza de la situación que el
Bocas pretende explicar.
Este no es el único caso en los que la gradación cuantificadora se combina con
valores de actitud. En la descripción de Socorrito podrían reconocerse tanto valores de
juicio (incrementando las diferentes connotaciones sociales, tanto positivas como
negativas, del adjetivo “modosa”, al que acompaña), como de afecto (compartiendo con
el receptor la compasión que despierta la joven, que pronto descubriremos como la
víctima de los hechos juzgados): Tiña a voce modosiña e falaba sempre en castelán. En
castellano, estos efectos se trasladan al cuantificador: De las hablas muy modosa, y
siempre hablaba en castellano…
También se combina la gradación con la actitud en el uso del diminutivo en
peticiones (en la función de cortesía de Porto o Freixeiro), ya que, al presentarse como
“poco” lo que se pide, se favorece la disposición del destinatario para acceder. Así,
Cibrán pide un poco de tiempo con la expresión Si, señor, si, xa sigo. Déixeme aturar
un anaquiño que co isto de… póñenselle a un roucas as falas… e…, combinando la
función propiamente diminutiva con la afectiva. En la versión castellana, la valoración
de grado se manifiesta en el cuantificador “un poco”, pero se hace necesario apelar a la
solidaridad del juez mediante una especificación que no estaba en la gallega, relativa a
los sentimientos del emisor: Déjeme sosegar un poco, que hablando de esto y viéndose
uno ahora como se ve, pues se le ponen a uno las hablas así como roncas o… Otro
ejemplo de gradación unida a la cortesía, traducida también con un cuantificador, es Si
aínda fose un groliño de tinto, pra me alentar un pouco… Si acaso un poco de vino
para animarme algo, que en este caso se completa con una apelación a la solidaridad en
las dos lenguas.
Un caso especial, por infrecuente, constituye el diminutivo aplicado a una forma
verbal con el que Cibrán agradece algo al juez Deus llo pague, señor, Deus llo
paguiño… La ausencia del diminutivo se compensa aquí con un mayor énfasis en el
agradecimiento, que resulta tan exagerado e inusual como la expresión original: ¡Que
Dios se lo pague a usía, en su vida o en la de sus hijos, si los tiene, que es mucho de
agradecer y se los agradezco…!
La gradación también puede combinarse con el subsistema de apreciación, que
remite a la impresión que el emisor asocia a productos o procesos. Equivale a la función
que Freixeiro y Porto Dapena llaman “complacencia estética” o “imaginativa”, con la
diferencia de que la teoría de la valoración no necesita orientarla hacia el plano afectivo
o activo, pues ambos confluyen en la interacción. Así ocurre con la expresión de Cibrán
Que ben se estaba alí, naquela morneza ó pé do lume, co aquel augardente amorosiño,
donde el valor ponderativo del diminutivo (traducible y traducido por un adverbio
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cuantificador expresivo) se combina con un adjetivo relativo al agrado Qué bien se
estaba allí, al amor del fuego y con aquella aguardiente tan cariñosa.. El placer
recreado de Cibrán pretende contagiar al juez para que la coincidencia en esa sensación
común favorezca en este último una actitud comprensiva.
Esa misma confluencia de funciones se vuelve a apreciar en otras ocasiones
referidas al consumo de alcohol, ya que Cibrán se ve obligado a justificar el consumo
ante el juez. En el siguiente ejemplo, por ejemplo, aparecen dos diminutivos, y ninguno
de ellos se mantiene en la versión castellana:
Conque a Pega foi e escomenzou por
darnos, nunhas cunquiñas brancas, desas
do viño novo, daquil augardente acabado
de facer, que era un ben de Deus sentilo
escorrentando tépedo polo gargueiro que
coase nen se sentía, tal coma si fose un
xarope doce e quentiño.
Con que el Calandria emprincipió por
darnos, en unas tazas blancas, de las del
vino nuevo, de aquella aguardiente
acabada de hacer, que era un bien de
Dios sentida por el garguero, que casi no
se sentía, como un jarabe templado y más
dulce de como es fría.
El primero de ellos, efectivamente, resulta de imposible traducción, ya que el
castellano “tacitas”, con un sustantivo concreto, llevaría a implicaciones más
relacionadas con el tamaño o la consideración social que con el aprecio (en el sentido de
deseo o apetencia) que se percibe en la versión gallega. En el segundo caso, la
intensidad de la sensación de calor se traduce por una elección léxica (templado),
mientras que el aprecio estético por la sensación se logra intensificando el adjetivo
valorativo (más dulce), que aparecía en grado positivo en la versión gallega.
La misma intención estética, apreciativa, se percibe en ciertos usos del indicativo
asociados al ritmo, unidos a adverbios o expresiones adverbiales de lentitud. En estos
casos, el sentido de la expresión gallega es cuantitativo (a modiño>muy despacio), pero
Blanco Amor prefiere buscar otros medios para expresarlo en su traducción.
Generalmente, lo que hace es explorar opciones léxicas que provoquen impresiones
similares en los receptores, como en estos dos ejemplos, en los que la lentitud del
movimiento se traslada de la expresión adverbial en diminutivo (gallego) al verbo
(castellano):
Polos altos do ceio, que arestora estaban
a crarexar a modiño, coma con preguiza
E boteime a camiñar de paseniño
Por los altos del cielo, que ahora
empezaban a aclarar despacio
Y me eché a andar despacio
En el primer caso, la sustitución por estaban por empezaban parece querer
transmitir la lentitud por el retraso de la acción (como si las nubes no “acabasen” de
dispersarse). En el segundo, se intenta provocar esta sensación, sin demasiado éxito, por
la sustitución de “camiñar” por “andar”. La sensación en castellano, sin embargo, no es
en estos casos más efectiva que el cuantificador, pero también es cierto que el
diminutivo gallego podría expresar, en casos como este, un matiz ligeramente inferior al
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superlativo (como en los ejemplos que Freixeiro Mato pone para los adjetivos:
algo>altiño>altísimo).
Otras veces la lentitud se especifica con una expresión descriptiva que matice el
tipo de movimiento, como en este ejemplo: aporveitando que estaban tan ocupados
naquela compartilla de gitanos, funme asoparando diles amodiño > aprovechando estar
tan ocupados en aquella repartija de gitanos, me fui apartando, como que curioseaba
otras cosas. También se utiliza este procedimiento de adaptación (una descripción más
detallada), para expresar la impresión estética de la naturaleza en el siguiente
fragmento:
O furado daba a un soutiño de
camelias, tan escuro que as
frores somellaban luciñas de
coor. Naquil istante tiven medo,
estaba todo tan oscuro que las flores parecían luces
de color, que me llamó bien la atención, que en
momentos así todo llama la atención.. De
comienzo… pues tuve miedo,
Aunque se pierde el lirismo y la expresividad del diminutivo, la descripción,
mediante la primera persona y el vocabulario, remite a la sensación estética de este
paisaje concreto que el narrador quiere compartir. Algo similar podríamos decir de esta
descripción que Cibrán hace del “pensamiento”:
Pro outras vegadas vénme manseliño,
agarimoso, coma cando un está canso e se
bota a dormir e escomenza a afundirse, a
afundirse… porque teño cavilado que este
mergullamento tan manseliño non pode
parar máis que na morte.
Pero otras veces me viene adespacio, y es
como una cansera, como cuando uno se
empieza a dormir, y comienzo de hundirme,
de hundirme… porque tengo cavilado que si
me dejo ir hasta hundirme del todo la cosa
no va a parar hasta la muerte.
En la versión castellana, el primer diminutivo se pierde, sustituido por un
“adespacio”, neutro en lo relativo al significado pero marcado diastráticamente, que
evidencia la asociación del diminutivo con lo popular. Su ausencia, unida a la pérdida
del adjetivo “agarimoso”, le resta gran parte de afectividad. En el segundo caso se
sustituye por una oración entera en la que la subjetividad viene marcada otra vez por la
primera persona y por el vocabulario, además de la expresión metafórica “hundirse”, en
un conjunto que, nuevamente, pierde en gran medida la expresividad original al omitirse
las referencias a la suavidad.
La relación del diminutivo con el subsistema de juicio se manifiesta, como
hemos visto ya en algún ejemplo, en el uso de este recurso para describir las acciones o
actitudes de los personajes, invitando al receptor a extraer algún tipo de valoración en
relación a valores o estándares sociales. Por ejemplo, la consideración de la conducta
del Bocas como socialmente inapropiada se entremezcla con la gradación de fuerza el
ejemplo Arrecuncaba da augardente sen ceibar verba, somentes estendendo a cunquiña
pra o alquitareiro, coma si a bebida fose de pago e tivesen que darlla por obriga. En
este enunciado Cibrán utiliza el diminutivo para resaltar la insistencia de Xan para pedir
aguardiente, que resulta inapropiada para él. En castellano este uso del diminutivo
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resultaría muy extraño, así que esta idea se transmite mediante la repetición, que
también es un recurso de gradación: Repetía de la aguardiente, dándole una vez y otra
vez la taza al alquitarero, como si la bebida fuese de pago.
Más adelante, cuando llegan ante la “señora” de Andrada, Cibrán lo utiliza para
presentar la conducta de su amigo como irracional e infantil:
O Xanciño fitaba pra a dona, quedo, aloleado
e cun sorriso que somellaba o pucheiriño dun
neno cando vai botar a chorar,
Juanito miraba a la señora, alelado,
con un sonreír que parecía el puchero
de un chico que va a llorar
Más allá del uso de diminutivo con el nombre propio, que podría ser un rasgo de
época o costumbrista más que un elemento caracterizador, el pucheiriño gallego pierde
el sufijo en la traducción al castellano, pero la pérdida se ve compensada por la
traducción de neno (más neutro) por un afectivo chico.
En cuanto a la caracterización de Milhomes, ya hemos visto que el sentido de
desprecio irónico hacia él por parte de Cibrán se manifestaba a veces a través del
mantenimiento en castellano del diminutivo. Sin embargo, en otras ocasiones el autor
prefiere también omitirlo. En el ejemplo E sen máis, o Milhomes botou a manta por
enriba da testa e foise pola chuvia, refucindo os pantalós e pegando choutiños paveros,
co aquel seu andar de perdís, el distanciamiento afectivo que implica el uso despectivo
del diminutivo se compensa en castellano por el uso de un demostrativo de lejanía y por
el acercamiento del complemento “de perdiz”: Y, sin más, Eladio echó la manta por la
cabeza y, remangando los pantalones, se fue por la lluvia con aquellos trotes de perdiz
que tenía al caminar aprisa.
Por otra parte, el propio Milhomes utiliza el diminutivo en dos ocasiones para
valorar a otros personajes, manifestando en ambos casos cierta superioridad y desprecio
frente a ellos. En el primero de ellos utiliza irónicamente un diminutivo de solidaridad
hacia la mujer a la que ha robado dinero: ¡Vaia que ser, probiña! ¡Como se porá cando
os bote de menos!» (sobre la mujer a la que robó). El sentido conmiserativo se traslada
al castellano uniendo las dos frases y sustituyendo el verbo “pór”, de significado muy
amplio, por uno más específico (“afligir”), que explicita de forma menos subjetiva los
sentimientos: ¡Cómo se va a afligir cuando los eche de menos, la pobre!
Finalmente, Milhomes vuelve a hacer un uso irónico del diminutivo en su
respuesta al Bocas, expresando el desprecio que le provocan los deseos de su amigo:
«¡Me caso en tal, quero estare cunha muller que non sexa puta! Se vosoutros forades
bos amigos…». «¡Faiche a ti boa faltiña!», contestáballe o outro, con voce entre
bulreira e despeitada. En la versión castellana, ese sentido se logra mediante la
anteposición en una interrogación retórica que lleva la implicatura de una respuesta
negativa: -- ¡Vamos, vamos! ¿Qué falta te hace a ti? Ahora sales con esas
Así pues, podemos concluir que, si bien el diminutivo tiene valores similares en
gallego y castellano, la extensión de su uso es inferior en la segunda lengua, por lo que
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en un buen número de ocasiones será necesario sustituirlo por otro tipo de fórmulas,
más neutras desde el punto de vista diafásico o diastrático, que permitan compartir un
sentido similar. En general, su función gira en torno a la expresión de algún tipo de
valoración, sea esta nocional, social, estética o afectiva, y su sentido específico viene
determinado por factores pragmáticos, tanto contextuales como discursivos. Algunos de
los recursos que podríamos tener en cuenta para la expresión de estos valores en
castellano son los siguientes:
1. Mantenimiento del diminutivo: en general, sólo en contextos claramente coloquiales
o muy marcados por la afectividad. En estos casos, se favorece una tendencia al uso
de –illo para una afectividad positiva o para la expresión del tamaño. -Ito, de uso más
amplio, se prefiere en situaciones muy familiares o íntimas (lenguaje amoroso,
infantil…) y también para usos irónicos o distanciados.
2. Sustitución por recursos que indiquen gradación:
a. Si se refiere a la intensidad (fuerza), cuantificadores (muy, algo-algún, poco):
en contextos en los que el significado de tamaño, duración o dimensión sea el
prioritario (aunque también pueden asociársele otros valores, se combine o no
con recursos específicos que los expresen que los expresen). En algunos casos,
también es posible recurrir a sustituciones léxicas pertenecientes a campos
semánticos que admitan escala (templado, pequeño…).
b. Si se refiere al foco (nociones no graduables): adjetivos o adverbios
intensificadores (solo, verdadero/a) o atenuadores (unos, como)
3. Sustitución por recursos que indiquen actitud:
a. Cuantificadores enfáticos, si se combina con la gradación (tan, qué…)
b. Sustitución léxica en el mismo elemento o en otro cercano en la misma oración
(verbos de afecto o movimiento más precisos, sustantivos o adjetivos con carga
afectiva…)
c. Expresiones metafóricas o comparativas
d. Expresiones descriptivas en primera persona
e. Demostrativos de cercanía o lejanía (en relación a la distancia emocional con
respecto a la enunciación)
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Paloma Losada Romero Trabajo final
Al igual que las lenguas organizan de diferente modo los significados léxicos y
gramaticales o el espectro fónico, también distribuyen de manera diferente los recursos
por los cuales los participantes en la interacción regulan su relación entre ellos y con los
mensajes que intercambian. Dichos recursos pueden ser exclusivos de una lengua, como
el pronombre de solidaridad en el caso del gallego, o responder a diferentes
representaciones del contexto en función del grado de formalidad, como en el caso del
diminutivo en gallego o castellano.
Los dos recursos analizados permiten a los hablantes conectar el discurso con la
enunciación, organizando la interacción y favoreciendo determinadas actitudes o
valoraciones con respecto al contenido puramente representacional. A simple vista, el
pronombre de solidaridad apunta al receptor, que constituye su referente, no en cuanto a
su relación con el verbo del que depende, sino en cuanto a la enunciación misma. El
diminutivo, por el contrario, manifiesta por lo general algún tipo de valoración por parte
del emisor. Sin embargo, en realidad ambos aspectos están relacionados, pues el emisor
configura la interacción dentro del discurso con vistas a producir determinados efectos
en el receptor, compartiéndolos o confrontándolos con él, y situando su discurso frente
al de los otros (tanto los de su interlocutor como los de otras “voces” más abstractas).
A su vez, ambos contribuyen también a la representación del contexto en el
discurso, por tratarse de recursos más propios del lenguaje coloquial. En este sentido, se
constata también la diferencia interlingüística en la representación de situaciones
sociales: en castellano, tanto el diminutivo como fenómenos afines al dativo de
solidaridad (dativo ético o de interés) funcionaría como marca positiva de cercanía,
mientras que en gallego tanto estos recursos como el dativo de solidaridad actúan como
marca negativa, representando una “no distancia” que se limita a excluir una situación
de excesiva formalidad.
Paloma Losada Romero Trabajo final
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