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Macario es la singular aventura o desventura de un hombre humilde, hambriento, que al dar satisfacción al mayor deseo de su vida —comerse en soledad un pavo entero— recibe poderes sobre la vida y la muerte. A partir de ese momento, Macario vive experiencias extraordinarias. Macario, obra considerada como uno de los mejores textos de Traven, ha encontrado una entusiasta acogida en todo el mundo.

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  • Macario es la singular aventura o desventura de un hombre humilde, hambriento, que al dar satisfaccin al mayor deseo de su vida comerse en soledad un pavo entero recibe poderes sobre la vida y la muerte. A partir de ese momento, Macario vive experiencias extraordinarias.

    Macario, obra considerada como uno de los mejores textos de Traven, ha encontrado una entusiasta acogida en todo el mundo.

  • B. Traven

    Macario

  • Ttulo original: Macario

    B. Traven, 1950

    Traduccin: Rosa Elena Lujn

  • I

    Macario era leador en aquel pueblecito. Padre de once hijos andrajosos y hambrientos, no deseaba riquezas, ni cambiar por una casa bien construida el jacal que habitaba con su familia. Tena, eso s, desde haca veinte aos, una sola ilusin. Y esta gran ilusin era la de poderse comer a solas, gozando de la paz en las profundidades del bosque y sin ser visto por sus hambrientos hijos, un pavo asado entero.

    Nunca logr llenar su estmago hasta satisfacerse. Por el contrario, siempre se senta prximo a morir de hambre. Pese a lo cual, todos los das del ao, sin descontar los domingos y das festivos, tena que dejar su hogar antes de que amaneciera para ir al bosque, del que regresaba al anochecer con una carga de lea a la espalda. Aquella carga, que representaba todo un da de trabajo, la venda por dos reales ya veces par menos.

    Slo durante el tiempo de aguas, cuando prcticamente no tena competencia, y mejor an en los das sealados, como por ejemplo el da de los Fieles Difuntos, en que la demanda era mayor por parte de los fabricantes de velas y de los panaderos, que horneaban toda clase de panes de muerto y calaveras de azcar, llegaba a conseguir que le dieran hasta tres reales por su carga de lea.

    Tres reales constituan una fortuna para su esposa, conocida en el pueblo como La Mujer de los Ojos Tristes. Ella, de modo ms marcado que su marido, produca la impresin de que se iba a desvanecer de hambre.

    Cuando Macario llegaba a su hogar, al anochecer, tiraba la carga, con un suspiro revelador de su agotamiento. Tambalendose, tropezando, llegaba hasta el interior de la choza y sin hacer ruido se dejaba caer sobre una sillita primitiva que uno de los nios acercaba rpidamente a la mesa, igualmente tosca, sobre la que Macario extenda ambos brazos exclamando:

    Ay, mujer, qu cansado estoy y cunta hambre tengo! Qu hay de comer?

    Su mujer contestaba:

    Frijoles negros, chile verde, tortillas, sal y t limn.

    La cena era siempre la misma, sin variacin alguna.

    El conoca la respuesta de su mujer desde mucho antes de llegar a su casa y haca la pregunta simplemente por decir algo y para que sus hijos no le consideraran como a una simple bestia de carga. Cuando apareca la comida, servida en jarros y cazuelas de barro, l

  • ya se haba quedado profundamente dormido, por lo que su mujer tena que despertarle dicindole:

    Macario, la comida est en la mesa.

    Demos gracias a Dios por las mercedes que nos dispensa a nosotros, pobres pecadores musitaba l, e inmediatamente empezaba a comer.

    No haba tomado los primeros bocados cuando se percataba de que todos sus hijos le vigilaban con la esperanza de que no comiera mucho y dejara algo para que ellos pudieran repetir, ya que siempre su racin era insuficiente.

    Entonces dejaba de comer y se concretaba a beber el t limn. En cuanto vaciaba el jarro, murmuraba con voz plaidera:

    Oh, Seor, si por lo menos una vez en mi pobre vida pudiera comerme entero un guajolote asado, morira feliz y descansara en paz hasta el da del Juicio Final.

    A menudo no deca tanto y se conformaba con murmurar:

    Oh, Seor; concdeme, aunque sea una sola vez, todo un pavo para m solo!

    Tantas veces haban escuchado sus hijos aquel lamento que ya no le prestaban atencin, considerndolo como una forma de dar gracias despus de la cena. Saban que las mismas posibilidades de que su padre gozara de un pavo asado eran las que existan de que poseyera mil pesos oro, aun cuando hubiera rogado toda su vida por ellos.

    Su mujer, la compaera ms fiel y abnegada que hombre alguno pudiera desear, saba que su esposo no coma tranquilo y suficientemente mientras sus hijos lo vigilaran con ojos hambrientos, deseando hasta el ltimo de sus frijoles. Esto la apesadumbraba, pues tena buenas razones para considerarle como un buen marido, con cualidades que ni siquiera poda soar que encontrara en otro.

    Macario nunca pegaba a su mujer. Trabajaba tanto como a un hombre le es posible hacerlo, y solamente los sbados en la noche sola reservarse dos centavos para beberse un traguito de mezcal que ella misma compraba en la tienda, porque saba que obtendra el doble de la cantidad que a l le daran por el mismo precio en la cantina del pueblo.

    Percatndose del excelente esposo que tena, de lo mucho que trabajaba para mantener a su familia y de lo mucho que amaba a sus hijos, la mujer empez a ahorrar hasta el ltimo centavo de los pocos que ganaba lavando ropa y desempeando trabajos pesados para otras mujeres del pueblo, que gozaban de mayores posibilidades que ella.

    Despus de ahorrar sus centavitos durante tres largos aos, que le parecieron una eternidad, pudo hacerse del pavo ms gordo que encontr en la plaza. Reventando de gozo y satisfaccin lo llev a su casa cuando los nios estaban ausentes y lo escondi en forma

  • tal que nadie pudiera descubrirlo. No dijo ni una sola palabra cuando lleg su marido rendido, agotado, hambriento y como siempre rogando al cielo por su pavo asado.

    Aquella noche hizo que los nios se acostaran temprano. No tema que su marido se diera cuenta de lo que ella preparaba, porque el hombre se quedara como siempre profundamente dormido en la mesa, de donde se levantara como sonmbulo para dejarse caer, privado de sentido, sobre el catre.

    Si en alguna ocasin una cocinera prepar un pavo para una buena comida poniendo en ello todo su amor, toda su habilidad, as como todos sus buenos deseos, fue en aqulla. La mujer trabaj con devocin durante toda la noche a fin de que el pavo estuviera listo antes del amanecer.

    Macario se levant para iniciar su trabajo diario y se sent a la mesa para tomar su pobre desayuno. Nunca se ocupaba de dar los buenos das, ni tena costumbre de que su mujer se los diera. Si algo faltaba en la mesa o s no hallaba el machete y las cuerdas que necesitaba para su trabajo, murmuraba alguna palabra sin abrir apenas la boca. Como sus exigencias eran escasas, a pesar de que se expresaba con palabras muy limitadas, las absolutamente necesarias, su mujer le comprenda perfectamente sin incurrir jams ni en la ms leve equivocacin.

    Hoy es tu santo, esposo querido. Felicidades. Toma, aqu tienes el pavo asado que durante tantos aos has deseado y por el que tanto has rogado. Llvatelo a lo ms profundo de la selva para que nadie te moleste y puedas comrtelo solo. Ahora, date prisa antes de que los nios lo vayan a oler y se enteren de que lo tienes, porque entonces no podras dejar de compartirlo con ellos. Anda, corre.

    El la mir largamente con sus ojos cansados.

    Por favor y gracias eran trminos que jams empleaba. En cuanto a la idea de ceder un pedacito del pavo a su mujer, no tuvo cabida en su cerebro, porque su mente, acostumbrada a albergar no ms de un pensamiento cada vez, estaba ocupada en aquel momento en el que su esposa le haba sugerido de correr con su pavo antes de que los nios lo descubrieran.

  • II

    Habiendo empleado largo tiempo en encontrar un lugar suficientemente apartado en lo ms profundo del bosque, se encontraba con un apetito feroz, dispuesto a gozar de su pavo. Se acomod lo mejor que pudo sobre el suelo y con un suspiro de profunda satisfaccin se recarg en la cavidad de un rbol grande, sac el pavo de la canasta, extendi las hojas de pltano ante l a manera de mantel y coloc al ave sobre ellas con un gesto de reverencia como para ofrecerlo a los dioses.

    Pensaba acostarse despus de comer, y dormir hasta la noche, convirtiendo el da en verdadera fiesta, la primera en su vida desde que tena memoria.

    Al mirar aquel pavo tan bien preparado y al aspirar el sabroso aroma del buen asado, ese aroma que no tiene paralelo entre los veinticinco millones conocidos por la raza humana, exclam con admiracin:

    Debo decir que es una gran cocinera, slo que nunca tiene oportunidad de demostrarlo.

    Fue aqulla la ms profunda expresin que su gratitud pudo encontrar. Su esposa habra reventado de orgullo y habra sido feliz ms all de todo lmite si l hubiera dicho aquello en su presencia alguna vez en su vida. Pero eso no lo habra hecho l jams, porque en presencia de ella las palabras se resistan a salir de sus labios.

    Se haba lavado las manos en un arroyo cercano y todo estaba a punto para aquella solemne ocasin, en que se veran colmados los deseos de un hombre capaz de rogar durante largos aos para que se le concediera tan gran merced.

    Asegurando la pechuga del pavo con la mano izquierda, tom con la derecha una de las gruesas piernas del animal para separarla y empezar a comer.

  • III

    Cuando intentaba hacer esto, se percat de la presencia de dos pies humanos posados escasamente a dos metros de l.

    Recorri con la vista los pantalones negros y ajustados que cubran unas botas cortas de montar hasta el tobillo y encontr para su sorpresa que pertenecan a un charro que observaba la operacin que practicaba al pavo. El charro se tocaba con un sombrero de enormes alas, ricamente bordado de oro, y vesta una chaquetilla de cuero con hermosa botonadura del mismo metal y bordada de plata y sedas multicolores. El pantaln luca botones de oro en los costados de ambas piernas y sobre las botas relucan dos preciosas espuelas de plata maciza. Al ms leve movimiento hecho por el charro mientras se diriga a Macario, las botonaduras chocaban y producan un alegre sonido. El charro tena un gran bigote negro y una barba como de chivo. Sus ojos, como dos incisiones, eran negros y penetrantes como agujas.

    Cuando Macario mir a la cara del extrao, ste sonri maliciosamente con sus labios delgados. Sin duda el charro consideraba que su sonrisa era hechicera y que no habra hombre o mujer capaz de resistirla.

    Qu dices, amigo, de darle un buen bocado de tu pavo a este jinete cansado? pregunt con voz metlica. Mira, he cabalgado toda la noche y me estoy muriendo de hambre. Qu tal si me convidas a un pedazo de tu almuerzo?

    En primer lugar, ste no es mi almuerzo corrigi Macario, agarrando el pavo como si temiera que se echara a volar. Y en segundo lugar, a esta comida solemne yo no invito a nadie, sin distincin de personas. Me entiende?

    Te doy mis hermosas espuelas de pura plata a cambio solamente de esa pierna que ibas a arrancar propuso el charro humedecindose los labios con su lengua fina, que de haber sido bfida parecera la de una serpiente.

    Las espuelas no me sirven para nada, aunque sean de hierro, acero, plata u oro incrustado de diamantes, porque no tengo caballo que montar. Macario apreciaba bien su pavo asado.

    Bien, entonces arrancar una pieza de la botonadura de oro de mi pantaln y te la dar a cambio de la pechuga de tu pavo. Qu dices?

    Esa moneda de oro no me favorecer en nada. Si alguien me ve con una sola de esas monedas de su botonadura, me metern en la crcel y me torturarn hasta que les diga

  • dnde la rob, y despus me cortarn una mano por ladrn. Y qu har yo, leador, con una mano de menos, cuando de hecho podra usar cuatro si el Seor hubiera sido tan bondadoso de concedrmelas?

    Macario, despreciando la insistencia del charro, dio un tirn de la pierna del pavo para empezar a comer, cuando el visitante 4e interrumpi, diciendo:

    Mira, amigo, estos bosques me pertenecen, stos y todos los de la comarca. Pues bien, estoy dispuesto a drtelos a cambio de un aln del pavo y de un puado del relleno. Todos mis bosques solamente por eso.

    Miente usted, forastero. Estos bosques no son suyos, pertenecen al Seor, pues de otro modo yo no podra cortar lea y proveer de combustible a los habitantes del pueblo. Y si fueran de usted y me los regalara o me los diera a cambio de una parte de mi pavo, ello no remediara mi situacin, porque tendra que seguir trabajando como lo he hecho toda la vida.

    El charro insisti:

    Escchame, buen amigo

    Oiga interrumpi Macario con impaciencia, ni usted es amigo mo ni yo lo soy de usted ni lo ser mientras viva. Entindalo bien. Y ahora vulvase al infierno, de donde vino, y djeme gozar en paz de esta comida solemne.

    El charro hizo una mueca horripilante, jur soezmente y maldiciendo al mundo y a la raza humana, se fue.

    Macario le sigui con la vista hasta que hubo desaparecido. Moviendo la cabeza, murmur:

    Quin creyera que por estos bosques pueden andar tipos tan chistosos? En fin, hay que convencerse de que al crear este mundo, el Seor necesit de toda clase de gentes.

  • IV

    Suspir y agarr la pechuga del pavo con la mano izquierda, como antes lo hiciera, tomando con la derecha una de las piernas. Nuevamente volvi a darse cuenta de la presencia de dos pies frente a l, exactamente en el mismo sitio en el que slo unos segundos antes se haba parado el charro.

    Los pies que ahora vea iban calzados con huaraches muy maltratados, que ponan de manifiesto las andanzas de su dueo. Aquellos pies correspondan sin duda a un hombre muy fatigado, porque parecan hundirse sobre sus arcos.

    Macario levant la vista y se encontr con un rostro muy sincero y agradable, orlado de una barbilla rala. El caminante vesta de manta muy vieja, pero bien limpia; su apariencia era la de cualquier campesino de la regin.

    Los ojos de Macario quedaron prendidos a los del peregrino, como si los de ste tuvieran un poder mgico, y a travs de ellos el leador descubri que en el corazn de aquel hombre pobre se hallaban reunidas todas las bondades del cielo y de la tierra. En sus pupilas brillaba un pequeo sol dorado, algo como una abertura que le invitase a uno a asomarse por ella al cielo y contemplar a Dios en toda su gloria. Con una voz en la que parecan escucharse las notas de un rgano lejano, el visitante dijo:

    Dame, buen vecino, como yo habr de darte algn da. Tengo hambre, mucha hambre, porque segn puedes ver, amado hermano, vengo desde muy lejos. Dame, por favor, la pierna que tienes en la mano y te bendecir por ello. Con eso podr satisfacer mi hambre y recuperar las fuerzas, porque todava tengo que andar mucho para llegar a la casa de mi padre.

    Caminante, es usted un hombre muy agradable, el ms bondadoso de los hombres que he conocido y conocer dijo Macario como si estuviera orando ante la Virgen.

    Entonces, mi buen hombre, dame siquiera la mitad de la pechuga de tu ave, porque sin duda a ti no te har mucha falta.

    Oh, mi querido peregrino dijo Macario gravemente, como dirigindose por primera vez al personaje que l considerara el ms elevado del mundo, a un arzobispo, aunque en realidad jams haba visto o conocido alguno. Si usted, mi reverendsimo seor, pretende asegurar que en realidad nada pierdo, le contestar con muchsima pena y a la vez con toda humildad, porque no hallo otra respuesta que darle, que est usted equivocado. S perfectamente que jams debiera hablarle en esa forma a Usted, porque es tanto como blasfemar; sin embargo, no puedo evitarlo, tendra que hablar as aunque me

  • costara la entrada al cielo, porque la voz y los ojos de Usted me obligan a decir la verdad. Usted sabe, Seor, que no puedo perder ni siquiera el ms pequeo pedacito de este pavo. El ave (y yo le ruego que comprenda), me fue dada con la intencin de que la comiera entera y yo solo. Dejara de estar completa si yo regalara aunque fuera slo un pedacito del tamao de una ua. Toda mi vida he rogado por un pavo, y compartirlo ahora, despus de haber orado toda la vida para obtenerlo, sera destruir la felicidad de mi buena y fiel esposa, que se ha sacrificado hasta lo increble para hacerme este gran regalo. As, pues, Seor mo, le ruego que perdone Usted el pensamiento de este pobre pecador. Se lo ruego.

    El peregrino mir a Macario y le dijo:

    Yo te comprendo, Macario, hermano. Te comprendo y te bendigo. Puedes comer tu pavo en paz. Pasar por tu pueblo, me asomar a tu choza y bendecir a tu buena mujer y a tus hijos. Que Dios sea contigo, hoy, maana y hasta tu ltimo da sobre la tierra.

    Macario, despus de seguir con la vista hasta perderlo al peregrino solitario, movi la cabeza y se dijo:

    Realmente me da pena, estaba tan cansado y hambriento. Pero yo nada poda hacer. Habra insultado a mi esposa. Adems, yo no poda haber dado ni la pierna ni parte de la pechuga, porque entonces habra dejado de tener el pavo entero.

  • V

    Volvi a agarrar la pierna del pavo para tirar de ella e iniciar su comida, cuando una vez ms vio un par de pies frente a s. Calzaban sandalias antiguas y Macario pens que el forastero deba de ser un hombre venido de tierras muy lejanas, porque nunca haba visto sandalias como aquellas.

    Poco a poco fue elevando la vista hasta descubrir un personaje en el que el hambre se manifestaba en forma espantosa. En su cara no quedaba rastro alguno de carne, todo era hueso, como slo hueso eran las piernas y las manos del nuevo visitante. Sus ojos parecan dos grandes agujeros oscuros cavados en aquella cara descarnada. La boca estaba constituida por dos hileras de recios dientes descubiertos por la carencia de labios. Se apoyaba en un largo bastn de caminar. Iba cubierto por una tnica azulina, de una tela que no era ni algodn, ni seda, ni lana, ni material alguno conocido por Macario. Del cinturn, descuidadamente colocado alrededor de la tnica, colgaba una caja de caoba muy maltratada, de la que parta el tictac de un reloj.

    Fue aquella caja, que este personaje traa en lugar del reloj de arena fina que Macario esperaba ver, lo que confundi sus ideas acerca de quin poda ser el nuevo importuno.

    Al comenzar a hablar, el forastero lo hizo con una voz semejante al sonido producido por el choque pesado de dos trozos de madera.

    Ay, compadre, tengo hambre, mucha, muchsima hambre.

    No hay para qu hablar de ello, compadre, ya lo veo dijo Macario sin mostrar el menor temor por la horrible apariencia del recin llegado.

    Ya que puedes verlo, no dudars de que necesito algo en el estmago. No quieres darme esa pierna del pavo que te disponas a cortar? pregunt el extrae visitante.

    Macario, lanzando una exclamacin desesperada y levantando los brazos con el gesto de un ser humano vencido despus de tenaz lucha, dijo:

    Bien y con voz plaidera agreg: Qu puede hacer un mortal contra el destino? Nada. Tena que sucumbir finalmente. Ya lo presenta. No hay escape posible. Hubiera podido gozar de gran ventura, pero el destino no lo quiso, y as debe ser. Nunca tendr un pavo entero para m solo. Nunca, nunca. As, pues, qu hacer? Bien, compadre, llnese la barriga, yo bien s lo que es tener hambre. Nunca he tenido otra cosa en mi vida. Sintese, sintese frente a m. Medro pavo es suyo, gcelo.

  • Ay, compadre, qu delicia, qu agradable! exclamaba el visitante restregndose las manos y sentndose frente a Macario. Al hablar mova sus hileras de dientes como si tratara de sonrer o de triturar algo.

    Macario no pudo explicarse lo que significaba aquella mueca de su husped. Era difcil saber si pretenda con ello mostrar su agradecimiento o su alegra al verse salvado de un seguro desenlace fatal causado por inanicin.

    Partir en dos el ave dijo Macario al mismo tiempo que proceda rpidamente a hacerlo, pues tema la llegada de un tercer pedigeo que redujera su porcin a una tercera parte.

    Vuelva su cara hacia atrs, por favor, compadre recomend Macario a su husped inesperado, porque voy a poner mi machete en medio de las dos partes y usted me dice cul de las dos desea, si la del lado del filo de mi machete o la otra, porque as me parece ms justo. Que usted escoja, sabe? Para evitar dificultades o pleitos que yo no quiero. Le parece bien, compadre?

    Perfectamente contest el convidado volviendo su cara hacia un lado e indicando a Macario la parte por l elegida.

  • VI

    Comieron juntos, y fue aqulla una comida alegre, salpicada de flores de ingenio y de chistes jugosos por parte del husped, as como de grandes risas y carcajadas por parte del anfitrin.

    Sabe usted, compadre? dijo Macario. Al principio me desconcert porque la figura de usted no est de acuerdo con la idea que tena formada de los muchos retratos que he visto de usted en la iglesia. Esa caja de caoba, que lleva usted colgada del cinturn con un reloj dentro, me confundi y me dificult el que lo reconociera prontamente. Qu ha hecho usted de su reloj de arena, si no es indiscrecin?

    Ninguna indiscrecin. No hay secreto alguno en ello. Y si lo deseas puedes decir al mundo lo que ocurri con l. Vers; hubo una guerra en Europa, lugar que es precisamente por sus eternas guerras la parte del mundo en donde mis cosechas son mayores. Pues bien, ocurri que en una cierta batalla tuve que correr de un lado para otro como si todava fuera joven. Fui de la Ceca a la Meca hasta quedar completamente extenuado y casi loco. Por ello no dispona de mucho tiempo para cuidar de mi persona, como lo he hecho siempre para conservarme bien, y parece que una bala de can, mal disparada por un artillero ingls borracho, se estrell contra mi reloj de arena, y lo averi de tal modo que ya no fue posible al viejo herrero Plutn, a quien gustan esa clase de trabajos, componerlo. Busqu por dondequiera, pero no pude encontrar uno nuevo, pues han dejado de fabricarlos y slo existen algunas imitaciones que se usan como adorno entre otras chcharas inservibles. Trat de sacar uno de algn museo, pero me enter horrorizado de que todos eran imitaciones y no haba ninguno autntico.

    Perdn, compadre, qu es un museo?

    Ah, eso! Pues te dir, Macario, son grandes salas que en muchos pases europeos tienen los gobiernos para exhibir todo lo que han robado de otros pases o que se han llevado como botn de guerra de los pueblos vencidos. En algunas naciones de Amrica los tienen para que malos funcionarios tomen lo que les gusta y se lo lleven a su casa.

    Dej de hablar durante algn rato, olvidndose del tema de su conversacin, entretenido en saborear un bocado de carne blanca. Al cabo de la pausa, continu:

    En qu bamos, compadre?

    En los museos. En que todos los relojes de arena que haba en los museos eran falsos. Puras imitaciones.

  • Cierto. As, pues, me encontraba sin un buen reloj de arena. Pero la buena suerte volvi a mi lado. Sucedi que poco tiempo despus visit a un capitn que se hallaba sentado en su cabina mientras su barco se hunda y la tripulacin, a salvo en los botes, se alejaba remando. Aquel capitn, como todo buen capitn britnico, se hunda con su barco, haciendo las ltimas anotaciones en el libro de bitcora. Cuando me descubri parado a su derecha me dijo: Bien, seor, parece que ha llegado mi hora. As es, capitn, confirm, sonriendo para hacerle el trance menos pesado y para que olvidase a los que dejaba. Entonces mir su cronmetro y dijo: Seor, solamente le pido que me conceda quince segundos ms para escribir las ltimas lneas en mi diario. Concedido!, repuse yo. Y l se sinti feliz de poder escribir la hora exacta, que era lo que le faltaba. Entonces yo, vindolo tan feliz, le pregunt: Dgame, capitn, querra usted darme su cronmetro?; creo que podr prescindir de l ahora que para nada lo necesita. A bordo del barco que guiar de ahora en adelante, el tiempo carecer de importancia. Se lo pido, porque habr usted de saber que mi reloj de arena fue deshecho por la bala de un can britnico y creo justo obtener a cambio de l un cronmetro ingls.

    Ah, entonces cronmetro le llaman ustedes a un relojito de esta clase. No saba eso tampoco interrumpi Macario.

    S dijo su acompaante, sonriendo con sus dientes desnudos. La nica diferencia es que un cronmetro es cien veces ms exacto que cualquier reloj comn. Bueno, compadre. Dnde bamos otra vez?

    En que le pidi usted al capitn del barco su cro

    nmetro, correcto. Bueno, y as cuando le ped que me diera ese precioso reloj, l me explic: Vaya, no poda usted pedirme nada mejor, ya que ese cronmetro es de mi propiedad particular y puedo hacer con l lo que me plazca. Si perteneciera a la compaa naviera me vera precisado a negarle ese compaero tan til. Est perfectamente ajustado. Precisamente unos das antes de iniciar este viaje, lo mand arreglar, y le aseguro a usted que puede tener plena confianza en esa maquinita preciosa, una confianza cien veces mayor de la que pudiera tener en su antiguo reloj de arena.

    Inmediatamente cog este aparato fino y abandon el barco que se encontraba ya totalmente cubierto por las aguas. Bueno, as es como llegu a hacerme con el cronmetro, olvidando el viejo reloj de arena de otros tiempos. Y he de decirle a usted, compadre, que este artefacto ingls trabaja tan a la perfeccin que desde que lo tengo no he llegado tarde a ninguna de mis citas. Es uno de los tantos favores que le debe la humanidad a los ingleses! En tanto que antes, ms de un sujeto, para quien el atad o la canasta o el costal haban sido ya preparados, se me escapaba. Y eso de escaparse as resulta mal negocio para todos y especialmente para m, pues con ello mi reputacin se lesiona. Pero ya no volver a ocurrir jams.

    As conversaron, bromearon, rieron y juntos y se sintieron tan alegres como viejos conocidos que se encuentran despus de largo tiempo de no verse.

  • VII

    Sin duda el husped de Macario gust del pavo, pues tuvo un sinfn de alabanzas para la buena mujer que lo haba cocinado tan bien.

    De vez en cuando quedaba como fascinado por el encanto de aquella excelente comida y trataba de humedecerse las labios ausentes ton una lengua que no tena.

    Macario, sin embargo, saba interpretar aquel gesto y entenda por l que su acompaante estaba satisfecho y se senta contento a su manera.

    Antes que yo llegara tuviste otros dos visitantes, verdad? le pregunt en el curso de su conversacin.

    Cierto. Cmo lo sabe usted, compadre?

    Yo tengo que saber todo lo que ocurre en el mundo. Porque has de saber, Macario, que en cierta forma, yo soy el jefe de la Polica secreta de de bueno, t sabes a quien me refiero, porque el caso es que no me est permitido mencionar su nombre. Reconociste a esos dos visitantes?

    Desde luego, o cree usted acaso que soy un hereje?

    Su husped continu:

    El primero era ese que tantas dificultades nos causa, el Demonio.

    Ya lo saba dijo Macario convencido. Ese tipo puede presentrseme bajo cualquier disfraz, el que guste, que de todos modos lo conozco. En esta ocasin trat de engaarme, presentndose vestido como un charro, pero cometi algunos errores en su disfraz, como pasa a todos los que no son autnticos, por eso no me fue difcil descubrir que era un falso charro, un impostor.

    Por qu, entonces, sabiendo quin era no le diste un pedacito de tu pavo? T sabes que l puede causarte muchos daos.

    A m no, compadre, yo conozco bien sus maas y lo que l quera era atraparme. Por qu haba yo de darle parte de mi pavo? Claramente se vea que era rico, pues ostentaba tanto dinero, que hasta lo llevaba cosido en los pantalones por fuera. As, pues, si hubiera querido, habra podido comprar no un pavo, sino media docena de pavos asados y dos puercos al horno en la primera posada del camino. Por eso no le hacan falta ni una

  • pierna ni un solo aln de mi pavo.

    El segundo visitante era bien, t sabes a quin me refiero. Lo reconociste, verdad?

    Desde luego, acaso no soy cristiano? Lo habra reconocido en cualquier parte. Sent mucho tener que negarle un pedacito, porque fcilmente se vea que tena mucha hambre y necesitaba con urgencia algn alimento. Pero quin soy yo, pobre pecador, para honrarme dando a Nuestro Seor un trocito de mi pavo asado? Su padre posee todo el mundo y es dueo de todas las aves, porque l lo hace todo, y puede dar a su hijo cuantos pavos desee. Adems, Nuestro Seor, capaz de alimentar con dos peces y cinco piezas de pan a cinco mil personas hambrientas, en una sola tarde, satisfaciendo su hambre y quedndole adems una docena de sacos llenos de migas y sobras, bien puede con una delicada hojita de pasto alimentarse si realmente tiene hambre. Por ello habra yo considerado un gran pecado darle una pierna de mi pavo. Adems, el que puede con una sola palabra cambiar en vino el agua, puede asimismo hacer que esa hormiguita, que corre por all llevando a cuestas una miga, se convierta en pavo asado con todo el relleno y los aderezos necesarios. Quin soy yo, pobre leador con once hijos que alimentar, para humillar a Nuestro Seor, hacindole aceptar de mis manos de pecador una pierna de mi pavo asado? Yo soy un hijo fiel de la Iglesia, y como tal tengo que respetar el poder de Nuestro Seor.

    Vaya filosofa, compadre dijo el desconocido. Puedo asegurarte que tienes una mente sana y que tu cerebro funciona perfectamente en lo que se relaciona con la proteccin de lo que es tuyo.

    Nunca me haba dicho eso nadie, compadre dijo Macario.

    Lo nico que me intriga ahora es tu actitud hacia m dijo el visitante, limpiando el hueso de un aln con sus recios dientes. Lo que quiero decir es que bueno, por qu me diste la mitad de tu pavo cuando solamente unos minutos antes habas negado hasta un aln al Diablo y a Nuestro Seor?

    Ah! exclam Macario, subrayando con un ademn su exclamacin, eso es diferente. La cosa con usted es distinta por una razn: yo soy humano y s lo que es el hambre y lo que es sentirse morir de necesidad. Adems, yo nunca he sabido que usted tenga poder para crear o transformar alguna cosa. Usted no es ms que un servidor obediente del Supremo Juez. Tampoco tiene usted dinero para comprar algo, porque ni siquiera tiene bolsillos en su traje o lleva algn morral consigo. Es cierto que he tenido el mal corazn de negar a mi mujer un bocado del pavo que ella prepar para m con todo su amor. Tuve el mal corazn de hacerlo porque siendo delgada como es, no se ve ni en una pequesima parte tan hambrienta como usted. Tuve voluntad suficiente para no darles a mis pobrecitos hijos, siempre deseosos de comer, algunos bocados de mi pavo, porque a pesar de lo hambrientos que estn, ninguno est ni en una pequesima parte tan hambriento como usted.

  • Vamos, compadre, vamos dijo el husped, haciendo visibles esfuerzos por sonrer con los labios que no posea. No le des tantas vueltas al asunto. Eres en verdad muy ingenioso. Pero dime la verdad, no temas lastimarme. T dijiste, cuando empezaste a hablar, que atendiendo a una razn me habas convidado. Ahora dime, cul es la otra?

    Bien, compadre contest Macario. En cuanto le vi comprend que no me quedaba tiempo de comer ni una sola pierna y que tendra que abandonar el pavo entero. Cuando usted se aparece ya no da tiempo de nada. As, pues, pens: Mientras l coma, comer yo, y por eso part el pavo en dos.

  • VIII

    El convidado mir a su anfitrin con sorpresa retratada en las profundas cuencas abandonadas por los ojos, sonri y estall despus en una carcajada cordial, haciendo un ruido semejante al producido por los golpes de un bastn sobre un barril.

    Por el gran Jpiter, compadre, qu listo eres! No recuerdo haber encontrado otro ms listo desde hace largo tiempo y que supiera esquivar tan hbilmente su ltima hora. Ni siquiera me tuviste miedo! Realmente mereces que yo te seleccione para prestarme cierto servicio, un servicio que har mi existencia solitaria menos aburrida de vez en cuando. Habrs de saber, compadre, que alguna vez gusto de jugar bromas a los hombres. Bromas que to hieren a nadie y que me divierten haciendo que mi trabajo sea menos montono, comprendes?

    Creo que s.

    Sabes lo que voy a hacer para compensarte justamente por la comida que me has ofrecido tan generosamente?

    Cmo, compadre? Oh, por favor, seor, no me haga su ayudante. No haga eso, por favor. Cualquier otra cosa que desee usted, bien; pero que no sea ayudarlo.

    Yo no necesito ayudantes y nunca los tuve. No, se trata de algo bien distinto. Te convertir en doctor, en un gran doctor capaz de eclipsar a todos esos mdicos y cirujanos sabihondos que tan a menudo me hacen desagradables jugarretas con la idea de ridiculizarme. Eso es lo que voy a hacer, a convertirte en doctor. Y te prometo que te recompensar tu pavo un milln de veces.

    Al terminar de hablar se levant, camin unos veinte metros, mir al suelo, seco y arenoso por aquella poca del ao, y dijo:

    Compadre, trae ac tu guaje; s, esa botella que tienes y que parece hecha de una rara calabaza, pero antes tira el agua que hay en ella.

    Macario obedeci y se aproxim adonde el visitante lo esperaba. Este dio unos siete golpes con el pie sobre la tierra y se mantuvo quieto durante algunos minutos, al cabo de los cuales brot de la tierra seca y arenosa un chorro de agua cristalina.

    Dame tu guaje orden el forastero. Se acerc al chorro de agua y llen el recipiente de Macario, operacin para la que se necesit algn tiempo, porque el gollete del guaje era muy estrecho.

  • Cuando estuvo lleno, el visitante se arrodill, golpe la tierra con una mano e hizo desaparecer el agua. Despus dijo:

    Volvamos al sitio donde comimos, compadre.

    Una vez ms se sentaron juntos en el suelo. El forastero tendi a Macario el guaje.

    Este lquido, Macario, har de ti el mdico ms notable del siglo. Una sola gota bastar para curar cualquier enfermedad, y si digo cualquier enfermedad me refiero a aquellas consideradas como incurables, como fatales. Pero entiende y entindelo bien, compadre; una vez que se haya agotado la ltima gota, no podrs obtener ni una ms, por lo que el poder curativo que tienes habr terminado para siempre.

  • IX

    A Macario no le haba impresionado lo ms mnimo aquel gran regalo y vacil antes de tomarlo.

    No s si deba aceptar esto de usted, porque habr de saber, compadre, que yo he sido feliz a mi modo. Cierto que he sufrido de hambre toda mi vida, que siempre me he sentido cansado y que he tenido que luchar constantemente para mantener a mis hijos. Pero eso ocurre a todas las gentes de mi clase. Aceptamos esta vida, porque fue la que nos dieron, y nos sentimos felices a nuestra manera, porque siempre estamos procurando hacer algo bueno de una cosa malsima y en la que aparentemente no cabe esperanza alguna. El pavo que acabamos de comer era la ambicin ms grande de mi vida. Nunca mis deseos fueron ms all de un pavo asado con todos sus aderezos para comerlo yo solo, en paz, sin tener alrededor los ojos hambrientos de mis muchachos contando hasta el ltimo bocado que me echara al estmago.

    Pero ahora no pudiste disfrutar de tu pavo completo. Me diste la mitad y en esa forma tu mayor ambicin sobre la tierra no se te ha cumplido.

    Pero usted sabe bien, compadre, que yo no poda elegir, tratndose del personaje que me peda compartiera con l mi comida dijo Macario con una sonrisa burlona en los labios.

    Su husped le devolvi la sonrisa, o por lo menos trat de hacerlo, admitiendo:

    Tal vez tengas razn, hombre, y tal vez no la tengas. Pero ahora no te hablar del camino que debiste haber tomado, porque tanto uno como otro podan haber resultado iguales Pero es el hecho de que me hayas invitado a compartir tu pavo, despus de negar un pedacito de l tanto al Diablo como a Nuestro Seor, lo que me hace juzgarte como a un hombre listo, merecedor de la buena oportunidad que nunca tuviste.

    Despus de meditarlo por un minuto, Macario dijo:

    Si ello le complace y cree adems que debe compensarme por la comida, llevar conmigo el agua. En cualquier forma servir algn da si mi mujer o alguno de los nios se enferma y no encuentro manera de aliviarlos.

    Perfectamente pensado y bien dicho. Solamente que no debes olvidar que, como todas las cosas en la vida, una vez que comiences tendrs que seguir adelante. No habr manera de retroceder. Pues cuando cures al primer enfermo llegarn otros que querrn ser curados tambin. Debes usar una sola gota cada vez. Te vers acosado por los que sufren y

  • no podrs negarte. Conozco el mundo; es el mismo desde que me encomendaron el trabajo que desempeo. Nada ha cambiado y nunca cambiar respecto a la actitud de los mortales. Cuida bien el don que te doy.

    Macario escuchaba atentamente todas las advertencias.

    Su acompaante continu hablando:

    Algo ms, compadre: recuerda que esta medicina es la compensacin por el medio pavo que me diste. Pronto desears un pavo entero tan ardientemente como lo has deseado durante los ltimos veinte aos. Porque tu deseo an no ha quedado satisfecho. Y si deseas comprar otro sin esperar varios aos ms, tendrs que curar a alguien para conseguir el dinero necesario para comprarlo.

    Nunca haba pensado en ello admiti Macario; pero necesito tener un pavo entero para m solo, pase lo que pase, o morir como el ms desgraciado de los hombres.

    Desde luego, pero despus desears tambin otras cosas. Todos los mortales desean probar y hacer muchas cosas antes de marcharse de este mundo. Ahora otra cosa, compadre; escchame bien. Adondequiera que te llamen para que atiendas un paciente, all estar yo tambin. Nadie ms que t podr verme. Cuando me veas parado a los pies de la cama de tu paciente, concrtate a poner una gota de la medicina dentro de un vaso de agua, haz que tu enfermo la beba y antes de que pasen dos das se habr recuperado completamente. Pero si me ves parado a la cabecera del enfermo, no te tomes el trabajo de usar la medicina, pues mi presencia en ese sitio ser seal de que el enfermo debe morir, sin que importen los esfuerzos que t o muchos mdicos hbiles hagan por arrebatrmelo. En ese caso no emplees la medicina que te he dado, porque no haras ms que desperdiciarla.

    Debes darte precisa cuenta de que el poder divino de que me hallo investido, esto es, el poder de elegir a los que han de abandonar este mundo, mientras los canallas o los muy viejos han de permanecer an en l, no es transferible a ningn ser humano susceptible de errar o de corromperse. Por ello la decisin final en cada caso debe quedar en ni mis manos, y t tendrs que acatarla y respetarla.

    No lo olvidar, seor contest Macario.

    S; ms vale que lo recuerdes siempre. Y ahora tengo que decirte adis. La comida estuvo excelente, exquisita, dira yo si comprendieras el significado de esta palabra. He de admitir que he pasado un magnfico rato en tu compaa. El medio pavo que me has brindado restaurar mis fuerzas para otros cien aos. Ojal que cuando vuelva a tener la urgencia que tena ahora, vuelva a encontrar un anfitrin tan generoso como t. Muchas gracias, compadre. Adis!

  • X

    Aquella tarde regres a su casa sin lea.

    Su mujer no tena ni un centavito para los alimentos del da siguiente, los que se obtenan siempre con el producto de la venta de la lea llevada la tarde anterior. Pero no le reproch su pereza; en aquellos momentos estaba invadida por una sensacin encantadora. Por la tarde, cuando lavaba los andrajos de los nios, un extrao rayo dorado, que al parecer no parta del sol, haba penetrado todo su cuerpo, y al mismo tiempo haba odo dentro de su corazn las dulces notas de una cancin venida de muy lejos. A partir de aquel momento, sinti como si caminara suspendida en el espacio y no poda recordar haber gozado jams de la serenidad de espritu que la invada. No comunic nada de cuanto le ocurra a su marido; lo guard para s como una propiedad sagrada.

    Cuando sirvi la cena, su rostro se hallaba iluminado an por aquel rayo dorado. Hasta su marido se percat de ello cuando la mir casualmente, pero no hizo comentario alguno porque estaba demasiado ocupado pensando en sus experiencias de aquel da.

    Antes de acostarse aquella noche, ms tarde que de costumbre, ya que haba dormido bien durante el da all en el bosque, su esposa le pregunt tmidamente:

    Cmo estuvo el pavo, querido esposo?

    Por qu preguntas eso? Qu quieres decir? Estaba perfectamente hasta donde a m me es posible juzgar, dada la poca experiencia que tengo de comer pavo.

    No dijo una sola palabra acerca de sus visitantes.

    Al da siguiente la familia sufrira de hambre. El desayuno, incluyendo el de Macario, fue como de costumbre, en extremo frugal. Aquella maana la esposa tuvo necesidad de reducirlo ms an con el propsito de que alcanzase para dos comidas ms.

    Macario acab en seguida con el bocado de frijoles negros que le sirvieron. No se quej porque comprendi que toda la culpa era suya. Tom su machete, su hacha y sus cuerdas y se lanz al bosque en la maana nublada.

    A juzgar por la forma natural en que se diriga a cumplir con su dura labor, pareca haber olvidado la medicina y todos los acontecimientos a los que estaba ligado.

    Apenas haba dado unos cuantos pasos cuando su mujer lo llam y le dijo:

  • Macario, tu guaje todava est lleno de agua. Quieres que la tire y le ponga otra nueva? pregunt mientras jugaba con el tapn.

    S, est lleno todava admiti l sin temer ni por un instante que su esposa obrara con precipitacin tirando el precioso lquido. Ayer beb en el arroyito. Dame el guaje lleno como est.

    Camino del bosque y a una regular distancia de su casa, que era la ltima en aquel lado del pueblo, escondi el guaje entre la maleza, enterrndolo.

    Aquella noche regres con la mayor carga de buena lea que haba conseguido en muchos meses. Fue vendida en tres reales al primer intento que los hijos mayores hicieron por lograrlo. La familia se sinti poseedora de un milln.

  • XI

    Al da siguiente, Macario volvi a su trabajo como de costumbre.

    La noche anterior Macario haba dicho como al acaso a su mujer que un tronco muy pesado, cayendo sobre su guaje, se lo haba roto.

    Aquellos guajes no le costaban nada, porque los hijos mayores los encontraban entre la maleza, donde crecan silvestres.

    Regres nuevamente con otra buena carga de lea, pero la familia no pudo gozar del bien que representaba porque una calamidad haba cado sobre ella. La esposa, con la cara hinchada y los ojos irritados de tanto llorar, sali a su encuentro.

    Reginito se nos muere; mi pobrecito nio morir, se est acabando lamentse baada en lgrimas.

    El la mir estpidamente, como lo haca siempre que algo anormal ocurra en casa. Cuando su esposa se apart, not la presencia de varias mujeres, unas de pie, otras sentadas en cuclillas, prximas al sitio en el que el nio yaca.

    La suya era una de las familias ms pobres del pueblo, una de las ms apreciadas por su honestidad y su modestia, y adems porque siempre son ms queridas las familias pobres que las ricas.

    Aquellas mujeres, al enterarse de la enfermedad del hijo del pauprrimo Macario, acudieron para ayudar a la familia, llevando consigo toda clase de ralees, hierbas y pedazos de corteza de las que usaban en caso de enfermedad, En aquel pueblo no haba ni mdicos ni medicinas.

    Como consecuencia de ello, tampoco haba funeraria.

    Cada una de las mujeres haba llevado una hierba diferente, y cada una sugera un medio distinto para salvar al nio. Durante largas horas haban torturado al pequeo con infinidad de tratamientos, hacindole cocimientos de races, hierbas y huesas molidos.

    Comi demasiado dijo una de ellas al ver que el padre se aproximaba al nio: tiene los intestinos retorcidos y no se salvar.

    Otro corrigi:

  • Est usted equivocada, comadrita, se trata de un clico.

    Otra ms agregaba:

    Hemos hecho todo lo posible, pero no vivir ni una hora ms. Uno de nuestros nios muri en la misma forma. Lo s. Por su carita puedo asegurar que ya est listo para volar al cielo. Pobre angelito!

    Sin prestar atencin a los comentarios de las mujeres, Macario mir a su hijo, a quien por ser tan chiquito lo quera con un cario especial. Era el ms pequeo de todos y gustaba de su sonrisa y de que se sentara de vez en cuando en sus piernas y le hiciera carios en la cara con los deditos de sus manos. A menudo pensaba que la nica razn que tena para soportar su azarosa existencia radicaba en el hecho de que siempre a su alrededor haba algn nio sonriendo inocentemente y golpendose la nariz y las mejillas con los puitos.

    El nio se mora, no caba duda. El pedazo de espejo colocado por una de las mujeres delante de su boca no mostraba huellas de aliento. Los latidos de su corazn eran imperceptibles por la mujer que haca presin con la mano sobre el pecho del nio.

    El padre se detuvo y mir a la criatura sin saber s deba aproximarse y tocar su carita o permanecer en el sitio en que se encontraba, o dirigirse a los otros nios que se amontonaban en un rincn del jacal, como si se sintieran culpables de aquella desventura. Los pobrecillos no haban cenado y saban que nada comeran aquella noche debido al terrible estado mental en que su madre se hallaba.

    Macario dio la vuelta, se dirigi a la puerta y sali sin saber ni qu hacer ni a donde ir. La aglomeracin en su casa no le permita permanecer en ella. Estaba rendido de la dura jornada, tanto que senta que las rodillas se le doblaban. Camin automticamente por la vereda que conduca al bosque, para encontrar la paz que necesitaba. Al llegar al sitio en que por la maana haba enterrado el guaje, busc el punto exacto, lo sac y con una rapidez de movimientos olvidada haca muchos aos regres al jacal.

    Denme una taza con agua limpia orden en voz alta al abrir la puerta.

    Su mujer se apresur a cumplir sus deseos como si le hubieran inyectado nuevas esperanzas y en un segundo estuvo de vuelta con un jarrito lleno de agua.

    Ahora todos ustedes dejarn el cuarto. Salgan y djenme solo con mi hijo. Ver que puedo hacer.

    No tiene objeto, Macario. No ves que se est muriendo? Ms vale que te arrodilles y reces mientras expira aconsej una de las mujeres.

    Han odo lo que dije y lo harn contest l secamente, cortando as toda nueva protesta.

  • Nunca le haba odo su esposa hablar tan bruscamente. Casi asustada, oblig a las otras mujeres a que salieran del cuarto.

    Macario se qued solo. Levant la vista y vio a su invitado parado al lado opuesto.

    Este mir a Macario a travs de los negros agujeros que tena por ojos, vacil, se encogi y lentamente se dirigi, como si pesara an su decisin, hacia los pies del nio, y all permaneci algunos segundos, mientras el padre verta una dosis generosa de la medicina dentro del jarrito de agua. Al ver que su amigo desaprobaba aquello con un movimiento de cabeza, Macario record que la dosis no deba exceder de una gota, cantidad suficiente para curar. Pero era demasiado tarde, el lquido no poda restituirse a la botella porque se haba mezclado con agua fresca.

    Macario levant la cara del nio y forz su boquita exnime abrindola y vertiendo un poco del lquido dentro de ella, cuidando de que no se desperdiciara. Para su regocijo not que una vez que la boca del nio se humedeca, ste empezaba a beber voluntariamente terminando por consumir todo el lquido que contena el jarrito. No bien la medicina hubo alcanzado el estmago cuando el nio empez a respirar con libertad, el color volvi lentamente a su plido rostro y movi la cabeza en busca de acomodo.

    El padre esper algunos instantes ms, y al ver que el nio se recobraba con rapidez milagrosa, llam a su mujer.

    Una mirada bast a la madre para arrodillarse ante el nio gritando:

    Benditos sean Dios y la Virgen! Gracias, gracias, Dios santo; mi nene vivir.

    Al escuchar la explosin, todas las mujeres que haban estado esperando afuera se precipitaron al interior, y viendo lo que haba ocurrido durante la permanencia del padre con el hijo, se santiguaron y miraron a Macario como si fuera un extrao al que vieran por primera vez.

    Una hora ms tarde todo el pueblo se hallaba reunido en la casa de Macario para ver con sus propios ojos si era cierto lo que las mujeres haban publicado con gran rapidez.

    El nio, con las mejillas sonrosadas, con los puitos apretados contra su barba, reposaba dormido. Claramente se vea que todo peligro haba pasado.

    A la maana siguiente, Macario se levant a la hora usual, se sent para tomar el frugal desayuno, busc su machete, su hacha, sus cuerdas y, taciturno como siempre, dej el jacal para salir a los bosques a cortar lea. Llev consigo el guaje que contena la medicina y lo enterr en el mismo sitio en que lo haba ocultado con anterioridad.

  • XII

    Continu su vida de siempre durante seis semanas, al cabo de las cuales, una noche, de vuelta a su hogar, encontr a Ramiro que estaba esperndole para suplicarle que fuera a ver a su esposa, que se encontraba enferma haca cuatro semanas y se hallaba agonizante. Ramiro era el tendero principal del pueblo y el hombre ms rico del lugar. Explic que haba odo hablar del poder curativo de Macario y que deseaba que lo probara con su joven esposa.

    Trigame una botellita, una botella pequeita de las que tiene en su tienda. Aqu lo esperar, pensando mientras en lo que puedo hacer por su esposa

    Ramiro trajo el frasquito.

    Qu vas a hacer con esa botellita, Macario? pregunt con curiosidad.

    Ya ver usted. Vaya a casa y espreme all. Necesito ver a su mujer para decir si puedo curarla o no. Nada le ocurrir mientras llego, no se preocupe. Entre tanto, necesito salir al campo y buscar algunas hierbas que conozco.

    Sali, busc su guaje, llen hasta la mitad el frasquito de cristal con la medicina, volvi a esconder el guaje y se dirigi hacia la tienda de Ramiro, instalada en una de las tres casas de ladrillo del pueblo.

    La mujer se hallaba prxima a morir, su estado era el mismo que aquel en que Macario haba encontrado a su hijito.

    Ramiro le mir interrogante. Macario le pidi que lo dejara solo con la enferma.

    Ramiro obedeci, no sin sentir celos de su joven y bella esposa, bella a pesar de hallarse agonizante, y con quien haca menos de un ao que se encontraba casado, y psose a observar a travs del agujero de la llave lo que Macario haca. Este, prximo a la puerta, la abri repentinamente para pedir un vaso de agua. Ramiro, con la cara pegada a la cerradura, no pudo moverse rpidamente y cuando Macario tir con fuerza cay de bruces dentro de la pieza.

    No es un acto muy encomiable, don Ramiro dijo Macario al advertir lo que el celoso haca. Slo por eso deba negarme a devolverle su esposa. No la merece y usted lo sabe!

    Ramiro se detuvo sorprendido. No comprenda lo que le ocurra, no poda explicarse

  • cmo era posible que el ms pobre y humilde hombre de la aldea, aquel modesto leador, se atreviera a hablarle en esos trminos a l, el ms rico y encumbrado, el seor a quien difcilmente el alcalde se habra atrevido a interpelar en aquellos trminos. Pero Macario, al ver a Ramiro parado ante l, humillado, con gesto de mendigo, temblando ante la idea de que se negara a devolver la salud a su esposa, comprendi sbitamente que haba adquirido un gran poder y que hasta el altivo Ramiro le reconoca la facultad de hacer milagros.

    Ramiro le pidi humildemente que lo excusara por haber atisbado y le rog en forma lastimera que salvase a su esposa, que en menos de cuatro meses le dara un hijo.

    Cunto pedirs por devolvrmela sana y fuerte como era?

    No vendo mi medicina; no soy yo el que le pone precio; es usted, don Ramiro, quien debe fijar el precio. Slo usted sabe el valor que su esposa tiene para usted. As, pues, usted dir cunto.

    Sern suficientes diez monedas de oro, querido Macario?

    Es el equivalente de diez monedas de oro lo que su mujer vale para usted?

    No lo tomes en esa forma, Macario. Desde luego que ella vale para m ms que ningn dinero. El dinero me ser posible adquirirlo cualquier da, cuando Dios me lo permita. Pero si mi mujer muere, me ser posible encontrar otra como ella? No, en toda la redondez del mundo. Te dar cien monedas de oro, pero por favor, slvala.

    Macario conoca a Ramiro bien, demasiado bien. Ambos haban nacido y crecido en el pueblo. Ramiro, hijo del comerciante ms rico del lugar, ocupaba ahora su sitio. Macario, hijo del leador ms pobre, le haba sucedido hasta en el hecho de tener la familia ms numerosa de todas. Macario conoca a Ramiro perfectamente y saba que una vez que le devolviera la salud a su esposa, tratara de regatear todo cuanto pudiera el pago de las cien piezas de oro. Si Macario no acceda, tendran sin duda una larga y agria disputa. Pensando en ello, dijo.

    Tomar las diez piezas de oro que me ofreci en un principio.

    Ah, Macario, gracias. Te lo agradezco, te lo agradezco de veras y no por la rebaja, sino por tu buena voluntad. Nunca olvidare lo que has hecho por nosotros, te lo aseguro. Mi gran esperanza es que tambin el nonato se salve.

    Ser dijo Macario seguro de su xito, pues haba visto a su convidado en el sitio bueno.

    Ahora trigame un vaso de agua orden a Ramiro.

    El agua fue trada y Macario conmin al comerciante, dicindole:

  • No se atreva usted a espiar nuevamente, porque si lo hace puedo fallar y usted ser el nico culpable. As, pues, recuerde: no debe espiar ni vigilar. Ahora, djeme solo con la paciente.

    En esta ocasin, Macario tuvo gran cuidado en no usar ms que la dosis indispensable del valioso lquido. Y hasta trat de dividir en dos una gota. Por su conversacin con Ramiro se percat del valor incalculable de la medicina, rapaz de convertir en humilde mortal a aquel altanero rico, hasta el grado de inducirlo a humillarse ante el modesto leador, nico que poda administrarla y salvar la vida de su esposa. Al darse cuenta del hecho y no obstante la lentitud con que su mente trabajaba, Macario tuvo la visin de lo que poda alcanzar olvidando su oficio de leador y dedicndose nicamente a la aplicacin de su medicina. Naturalmente, la quintaesencia de un futuro feliz era para l la posesin ilimitada de pavos asados.

    Al tratar de dividir la gota en dos, Macario se volvi a su compaero en busca de consejo. Este hizo un signo aprobatorio con la cabeza.

    Dos das despus la esposa de Ramiro se haba recobrado totalmente, tanto que ella misma comunic a su esposo que estaba segura de que el nio no haba sufrido lo ms mnimo a causa de su enfermedad.

    Ramiro entreg a Macario con gran regocijo las diez monedas, no slo sin regatear un pice, sino agregando mil gracias. Invit a toda la familia a su tienda, en donde todos, esposo, esposa e hijos, tomaron tanto de lo que deseaban como pudieron transportar en sus brazos. Adems, ofreci una esplndida cena, a la que fueron invitados de honor.

    Despus, Macario pudo construir una buena casa y obtener algunas parcelas cuyo cultivo emprendi, pues Ramiro le facilit cien piezas de oro con bajsimo inters.

    Bueno, exista otro inters bien alto. Ramiro le haca el prstamo no slo por gratitud; era demasiado buen negociante para soltar su dinero sin la perspectiva de buenas ganancias. Se daba cuenta de que Macario tena un gran porvenir y que retenerlo por todos los medios en el pueblo, obligando as a la gente a que viniera a consultarle en vez de dejar que l fuera a la ciudad, representara una gran inversin. Confiado en el prximo auge de la ciudad, Ramiro agreg a los muchos giros de su negocio los de hospedaje y bancarios.

    Comerci con la habilidad de Macario y gan. Gan ms all de lo que haba imaginado. Fue l quien hizo toda la propaganda necesaria para concentrar la atencin de las gentes en las cualidades de Macario. Bastaron apenas unas cuantas cartas enviadas a amigos comerciantes para que una procesin de enfermos desahuciados llegaran al pueblo con esperanzas de curacin.

    Pronto fue fcil para Macario el construirse una verdadera residencia rodeada de parques y jardines. Sus hijos tuvieron maestros de latn y de varias ciencias y fueron despus enviados a las universidades de Pars y Salamanca. Las cosas ocurran tal y como su husped de un da le haba prometido. Aquel medio pavo le era recompensado ms all

  • de lo concebible.

  • XIII

    No obstante su fama y riqueza, Macario se conserv honesto e incorruptible. Cualquiera que acuda en demanda de curacin era interrogado acerca del valor que le daba a su salud. Siguiendo la forma que desde un principio haba adoptado, eran el paciente o sus parientes quienes deban fijar el precio de la curacin.

    Si un pobre hombre o una pobre mujer no podan ofrecerle sino slo unos cuantos centavos, o un puerquito, o un gallo, gozaban exactamente de la misma atencin que los ricos, a quienes en ocasiones haba llegado a cobrar hasta veinte mil doblones de oro. Cur a hombres y mujeres de la ms elevada alcurnia, que haban cruzado el ocano procedentes de Espaa, Italia, Francia, Portugal y otros pases con el nico fin de ser curados por l.

    Y as como conservaba su honestidad en cuanto al precio, la conservaba en lo relativo a sus posibilidades de impartir salud. Si alguien lo consultaba y l tena la certeza de no poder hacer nada, atendiendo a la actitud de su husped, no cobraba en absoluto por la consulta.

    Todas las personas, sin excepcin, aceptaban su veredicto final sin discusin. No intentaban en absoluto argir con l una vez que declaraba su impotencia para ayudarlos. Ms o menos salvaba a la mitad de las gentes que le consultaban; la otra parte era reclamada por su socio. Ocurra muchas veces que durante semanas enteras no le era dado curar a un solo paciente, porque su socio decida lo contrario.

    Al principio de su prctica haba logrado dividir cada gota en dos, ms tarde en cuatro y despus en partculas pequesimas, valindose de un sin fin de maas. Pero a pesar de stas, y de cuantos esfuerzos haca por reducir sus dosis cada vez ms, la medicina disminua en forma alarmante. En el primer mes de su ejercicio haba vaciado el contenido del guaje en botellas de cristal oscuro perfectamente selladas, para evitar que el lquido escapara evaporndose a travs de los poros del guaje.

    La ltima botella haba sido abierta meses atrs y cierto da Macario se percat horrorizado de que en ella quedaban a lo sumo dos gotas. Consecuentemente decidi hacer saber que se retirara y que no curara a nadie ms.

    Haba envejecido y pens que ya tena derecho a pasar tranquilamente los ltimos aos de su vida. Adems, deseaba reservar las dos ltimas gotas de medicina para su familia, especialmente para su amada esposa, a quien ya haba tenido que curar dos veces en los ltimos cinco aos, ocasiones en que la posibilidad de perderla le haba llevado a considerar lo insoportable que para l sera esa prdida.

  • XIV

    Justamente por aquellos das ocurri que el hijo, de ocho aos, del Virrey don Juan, marqus de Casafuerte, el ms alto personaje de la Nueva Espaa, enferm. Fueron llamados los mdicos ms famosos, pero ninguno pudo hacer nada por el nio. Todos aceptaron que el mal era desconocido para la ciencia mdica. El Virrey haba odo nombrar a Macario, pero debido a su dignidad, educacin y elevada posicin poltica y social, lo consideraba como merolico, ms an cuando era se el nombre que le daban los mdicos acreditados con un ttulo universitario.

    La madre del nio, sin embargo, menos dada a la dignidad cuando de la vida de su hijo de trataba, molest tanto al Virrey con su insistencia, que ste, finalmente, opt por llamar a Macario.

    Macario no gustaba de viajar, raramente dejaba su pueblo y cuando lo haca era para dirigirse no muy lejos. Pero una orden dada por el Virrey en persona deba atenderse o pagar con la vida la desobediencia. As, pues, tuvo que ir.

    En presencia del Virrey, se le dijo lo que de l se esperaba. Aqul, no dando crdito a los milagros que se deca haban sido realizados por Macario, se dirigi a l en los trminos que habra empleado para hablar a cualquier leador nativo.

    No he sido yo quien te ha llamado y quiero que esto quede perfectamente aclarado. Mi esposa es quien ha insistido en traerte aqu para que salves a nuestro hijo, que, segn parece, no hay sabio mdico que le pueda curar. Quiero que comprendas claramente ahora que, en el caso de que en realidad cures a nuestro hijo, te dar la cuarta parte de mi fortuna y tendrs, adems, derecho a pedir cualquier cosa que te guste en palacio, no importa cul sea ni qu valor tenga. Aparte de todo eso, yo mismo te expedir una licencia que te acredite para ejercer la medicina en cualquier parte de la Nueva Espaa, con los mismos derechos y privilegios de que puede gozar cualquier mdico titulado. A ello se agregar una carta coa mi sello, por medio del cual te convertirs en persona con fuero a la que no habr polica ni soldado que pueda arrestar ni accin penal injustificada que le pueda alcanzar. Creo que la recompensa por tus servicios ser regia.

    Macario hizo un signo de asentimiento, sin decir palabra. El Virrey continu:

    Las promesas que te hago son apegadas a las sugestiones hechas por Su Alteza, la marquesa mi esposa, y cuando yo prometo algo, lo cumplo. Pero ahora debes escuchar mi opinin: si fracasas en salvar a mi hijo te entregar al alto tribunal de la Inquisicin, bajo el cargo de hechicera y de pacto con el Diablo por lo que sers quemado vivo pblicamente en la Alameda.

  • El Virrey se detuvo para espiar la impresin que su amenaza causaba a Macario. Este palideci, pero nada dijo.

    Has comprendido bien lo que te he dicho? pregunt el Virrey.

    He comprendido, Alteza dijo Macario brevemente con un ligero temblor, y haciendo una torpe reverencia.

    Ahora, yo, personalmente, te llevar junto a nuestro nio enfermo. Sgueme.

    Entraron al cuarto del nio, al que dos hermanas de la caridad vigilaban impotentes, tratando slo de que estuviera cmodo. La madre no estaba presente. Se hallaba, por orden del mdico de cabecera, confinada en sus habitaciones.

    El nio descansaba sobre una camita de madera fina, pero sin grandes adornos.

    Macario se aproxim al enfermito y mir en rededor buscando ansiosamente a su viejo convidado. Se palpo la bolsa del pantaln para asegurarse de que llevaba el frasquito de cristal que contena las ltimas gotas de la medicina que aquel lejano da le haba dado su extrao husped.

    Despus dijo al Virrey:

    Sera usted tan amable, Alteza, de dejar la pieza por una hora, ordenando a todos que la abandonen a fin de que pueda yo quedar solo con el paciente?

    El marqus titube, temeroso de que aquel campesino, un indio ignorante, hiciera algn dao al nio cuando se quedara a solas con l.

    Al percatarse Macario de la expresin de desasosiego del Virrey, record la primera curacin que haba hecho a un extrao, a la mujer de Ramiro, el comerciante de su pueblo. Ramiro haba vacilado, al igual que el Virrey, en abandonar la pieza, cuando l se lo haba pedido a fin de quedar a solas con la enferma.

    Aquellos dos casos eran los nicos durante su larga prctica en los que viera la duda pintada en el semblante de los familiares.

    Macario se dio a cavilar si tendra alguna significacin en su destino que en aquel momento, cuando slo le quedaban dos gotas de la medicina, otra persona que Solicitaba el gran servicio expresara duda en su semblante y no confiara en l, que era la nica persona que poda prestrselo.

  • XV

    Por fin se encontr a solas con el nio y de pronto vio aparecer a su antiguo convidado, parado a la cabecera del enfermo.

    No haban vuelto a hablar entre s una sola vez desde aqulla en que compartieran el pavo.

    Siempre, cuando se encontraban en la pieza de un enfermo, se concretaban a cambiar unas cuantas miradas.

    Macario nunca le haba pedido favores especiales.

    Nunca le haba reclamado a alguno de los enfermos que aqul decida llevarse. Hasta haba dejado que tomara a dos de sus nietecitos, sin la menor protesta.

    Pero en esta ocasin todo era diferente. Si fracasaba sera quemado vivo en la plaza pblica, acusado de hechicera y de tener pactos con el Diablo. Sus hijos, que gozaban todos de elevada posicin, caeran en desgracia por la condena que la Santa Inquisicin le impondra y que era la ms infamante muerte que poda sufrir un cristiano. Todas las propiedades que posea y que pensaba que heredasen sus hijos y nietos, le seran confiscadas como bienes mal habidos, para pasar a manos de la Iglesia.

    No le importaba perder una fortuna que nunca haba tenido gran importancia para l, pero lo que le preocupaba sobre todo era la felicidad de sus hijos y ms que la de ellos, la de su mujer, en quien pensaba intensamente en aquel terrible momento de su vida. Ella se volvera loca de pena cuando supiera lo que le haba ocurrido a l en aquella gran ciudad, tan lejana de su hogar, al sentirse incapaz de ayudarlo o por lo menos de confortarlo durante las pocas horas que le quedaban en la tierra. Y fue por ella, no por l, por quien en aquella ocasin decidi pedir a su socio que tuviera consideraciones especiales.

  • XVI

    Deme a este nio, por favor le rogaba. Dmelo en nombre de nuestra vieja amistad. Yo nunca le he pedido favor alguno a cambio del medio pavo que se comi tan gustoso en aquella comida a la que le invit cuando tanta necesidad tena. Entonces usted me dio voluntariamente algo que yo no le peda. Ahora s pido a usted que me d a este nio. Verter la ltima gota de la medicina y romper el frasco para que no quede ni siquiera un cristalito hmedo que pudiera aprovecharse para otra curacin. Por favor, deme este nio. No es por m por quien se lo pido, es por mi fiel, leal y amada esposa. Usted sabe, o por lo menos puede imaginar, lo que significa para una familia cristiana que uno de sus miembros sea quemado vivo en la plaza pblica. Por favor, djeme a este nio. No tomar ni tocar las riquezas que me ofrecen por curarlo.

    Mire, seor, cuando me encontr, yo era un hombre pobre, pero era feliz a mi manera. No me importa volver a ser tan pobre como entonces. Estoy dispuesto a cortar lea nuevamente como cuando usted me encontr por primera vez. Lo nico que le pido es que por favor me d a este nio. Por aquella comida, recuerda, compadre?

    Su interlocutor le mir largamente con los negros y profundos agujeros de sus ojos. Si tena corazn, sin duda lo consultaba en aquellos momentos. Pareca concentrarse deliberando consigo mismo sobre aquel caso para encontrar la mejor solucin posible. Sin duda alguna tena rdenes de llevarse al chiquillo. No poda expresar sus pensamientos ni con gestos ni con miradas, pero su actitud pona de manifiesto claramente su deseo de ayudar a Macario. Aparentemente en este caso particular era imposible encontrar una solucin que conviniera a ambos.

    Descans por largo rato la vista en el nio, como profundizando y balanceando el ruego de Macario contra el destino final de la criatura.

    Volvi a ver a Macario con compasin y profundamente turbado. Movi la cabeza visiblemente con gran tristeza, como el que se siente sin poder alguno ante esta situacin desesperada. Abri las descarnadas mandbulas y con una voz que sonaba como el golpear de maderas huecas, dijo:

    Lo siento, compadre, pero en este caso no puedo hacer absolutamente nada para sacarte de situacin tan complicada. Lo que si puedo decirte es que en muy raros casos he sentido tanta tristeza como ahora, creme, Macario. No puedo evitarlo. Necesito llevarme a este nio.

    No, usted no debe, usted no puede Me oye? No puede llevarse al nio! grit Macario desesperado. Piense en mi desgracia y en la deshonra de mi familia! No puede

  • usted llevrselo. Yo se lo impedir.

    Su compaero nuevamente movi la cabeza sin decir palabra.

    Entonces, con movimiento resuelto, Macario tom la cama y la hizo girar violentamente de manera que su antiguo husped quedara parado a los pies. Pero ste desapareci por dos segundos para aparecer como un relmpago nuevamente a la cabecera. Otra vez Macario dio vuelta al lecho y otra vez el extrao personaje apareci a la cabecera.

    Loco de desesperacin, Macario daba vueltas y ms vueltas a la cama como si fuera una rueda, pero en cuanto se detena para tomar aliento, miraba a su convidado parado a la cabecera. Entonces recomenzaba su loco juego, con el que crea poder engaar al que insista en llevarse al nio.

    Era demasiado para aquel hombre viejo el esfuerzo de dar vueltas a la cama sin ganar ms de dos segundos a la eternidad. Si slo pudiera, pensaba, alargar dos segundos hasta convertirlos en dos horas ms y dejar al Virrey con la impresin de que el nio estaba curado, podra tal vez escapar al horrible castigo con el que se le haba amenazado.

    Tan cansado estaba ya, que no le era posible mover la cama ni una vez ms. Instintivamente se llev la mano al bolsillo en que guardaba el botecito de cristal que contena las dos ltimas gotas de la preciosa ^medicina, encontrndose con que en su juego furioso con la cama, se le haba roto.

    Cuando pudo darse clara cuenta de la prdida y de lo que ella significaba, sinti como si la ltima chispa de energa le hubiera abandonado.

    Mir vagamente en rededor como quien sale de un largo trance, para darse cuenta de que el destino pesaba sobre l y era intil seguir luchando.

    As, pues, dejando vagar la vista por la estancia, lleg hasta el lecho donde yaca el nio y vio que ste haba muerto.

    Cav por tierra, exhausto.

    All tendido, Macario escuch una voz muy suave y dulce que se diriga a l para decirle:

    Una vez ms, compadre, quiero agradecerte el medio pavo que tan generosamente me diste y que restableci mis perdidas fuerzas para otros cien aos de tediosa labor. Realmente el pavo estaba exquisito, si entiendes lo que significa esta palabra. He de decirte que no obstante mi agradecimiento, me es absolutamente imposible ayudarte en este angustioso trance, porque ello est fuera de mi alcance. Pero lo que s puedo hacer es salvarte de ser quemado vivo y pblicamente difamado. Eso es lo que har en nombre de nuestra vieja amistad y de la honestidad con que has obrado siempre. Recibiste un pago real y lo honraste con realeza. Has vivido, pues, conun hombre noble y bueno. Adis,

  • compadre.

    Macario volvi la vista hacia atrs, mir a su viejo convidado parado a su cabecera y con infinita gratitud cerr sus ojos mientras una sonrisa de satisfaccin apareca en sus labios.

  • XVII

    Como no regresara Macario a buen tiempo, su mujer empez a sospechar que algo malo le habra pasado.

    Por eso, muy de madrugada reuni a todos los vecinos para ir en su busca.

    Llevaban buscando largo rato cuando lo encontraron cerca de un arroyo en lo ms intrincado del bosque.

    Estaba cmodamente apoyado en el hueco de un viejo rbol. Aparentemente dorma y a juzgar por la sonrisa de felicidad dibujada en sus labios, soaba algo muy agradable.

    Pero al acercarse, su mujer not que estaba muerto.

    En el suelo, frente a l, estaban extendidas unas hojas de pltano y sobre ellas los huesos correspondientes a medio pavo, bien mondos. En el lado opuesto, como a un metro y medio, tambin sobre hojas de pltano, estaba la otra mitad del pavo, pero intacta.

    Qu raro! dijo su mujer sollozando. Por qu partira el pavo en dos? Tanta ilusin que tena por comrselo todo l solo! Seguramente la muerte le sorprendi antes de que pudiera probar la otra mitad. A pesar de todo, parece que muri feliz.

    IIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIVXVXVIXVII