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Primera edición,Mayo 2013

Copyright © Jessica HerreraCopyright © Mundos Épicos Grupo EditorialCopyright de las ilustraciones © Mundos Épicos Grupo Editorial

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOSALL RIGHTS RESERVED

C/ Rosa García Ascot, 11 Portal 4, 3ºB, 29190 Puerto de la Torre, MálagaTlf: 951 93 11 34 [email protected]

ISBN: 978-84-92826-05-6

Ilustración de portada: MIGUEL REGODÓN HARKNESS

Ilustraciones interiores: CECILIA HERNÁNDEZ REYES

Diseño gráfico y maquetación: PABLO GUIL

Impresión: PUBLICACIONES DIGITALES S.A.

Depósito legal: MA-631-2013

IMPRESO EN ESPAÑAPRINTED IN SPAIN

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamien-

to informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea

electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso

previo y por escrito del editor.

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JESSICA HERRERA

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A todos los que sueñan.

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A pesar de estar escrito, ya nadie lo recuerda.Primero, malditos. Luego, peones para su guerra. Aho-

ra, estamos perdidos.Hubo un tiempo en el que los dioses manejaban el des-

tino de los hombres. Un tiempo en el que la humanidad evolucionaba al designio de sus caprichos. Un tiempo en el que parecían respondernos.

Pero el mundo cambió y dejaron de hablarnos. Los humanos olvidaron a sus dioses, y ellos se olvidaron de nosotros.

A pesar de todo seguimos luchando en una batalla que no nos concierne, olvidando que compartimos la misma sangre.

Olvidando que tuvimos el mismo padre.

Lucharemos hasta que sólo quede uno de nosotros.

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origen170 a.C.

El dolor recorrió su espina dorsal. Gritó con todas sus fuerzas mientras sentía que le arrancaban las entrañas desde dentro. Apretó los dien-

tes hasta que oyó el crujir de sus mandíbulas y agarró la tela sobre la que se recostaba, retorciéndola entre los dedos. No había imaginado que aquello doliera tanto.

Cuando le fallaron las fuerzas se echó hacia atrás y jadeó. Se secó el sudor de la frente y esperó la próxima contracción. Apenas había recobrado el alien-to cuando la sintió, fuerte y dolorosa, en su bajo vientre. La matrona la instó a empujar, y ella lo hizo con toda la energía que quedaba en su frágil cuerpo, ahogando los gritos en su garganta.

Era un caluroso mediodía de �nal de esciroforión y los tenues rayos del sol se �ltraban por las ventanas. Anthea giró la cabeza al notar oscurecerse el día, que pasó a ser noche cerrada en apenas unos minutos. Justo en ese momento un último empujón le sirvió para dar a luz a su bebé.

Se dejó caer a plomo sobre la mesa, agotada. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas en el mismo momento en que su bebé comenzó a llorar. Pensó que era el sonido más maravilloso del mundo.

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PENTÁCULO DE SANGRE

—Es un niño —le dijo la matrona mientras inspeccionaba al bebé—, y está sano. ¿Ya has pensado un nombre?

—Se llama Athan —contestó embargada por la emoción.—Tiene los ojos de su padre.La matrona limpió al bebé con mucho cuidado, sonriéndole con ternura.

Se aseguró de que la mujer estaba bien y dejó al niño entre sus brazos. Anthea volvió a sentir verdadero amor por alguien. Sintió algo cálido y maravilloso cuando su hijo la miró a los ojos. Comprobó que, en efecto, había heredado los ojos grises de su padre. Se sorprendió de lo perfecto que era el niño, a pe-sar de ser un recién nacido. Su piel estaba tersa, y era pálida y perfecta. Tenía una espesa mata de pelo oscuro muy sedoso, y unos hermosos hoyuelos en las mejillas.

Colocó al niño junto a su corazón y le sonrió mientras acariciaba su pe-queño rostro con la punta de los dedos.

—Hola, pequeño Athan —le dijo con la voz entrecortada—. Eres una preciosidad, ¿a que sí?

El niño contestó a su madre con un gorjeo. Anthea frunció las cejas pen-sando si aquello era normal. ¿Era posible que su hijo la estuviera entendiendo? ¿Era habitual que los recién nacidos pudieran sostener la mirada de aquella manera?

Su instinto le advirtió que algo no estaba bien en su hijo. Anthea se incor-poró a duras penas, y destapó al bebé; observó al pequeño, levantándolo en el aire. Contuvo la respiración el minuto que duró su inspección, pero no halló nada extraordinario en su querido hijo. Al menos hasta que Athan le sonrió.

De pronto sintió un agudo escalofrío recorriéndole la espalda. Tras los labios de Athan se escondían unos pequeños dientes, �nos como agujas. El rostro de Anthea se descompuso. Las lágrimas recorrieron sus mejillas de nuevo cuando comprendió que había dado a luz a un monstruo. Un ser que no era humano había crecido en su vientre durante aquellos nueve meses. Anthea había deseado con tanto ahínco tener un hijo que había olvidado el precio.

Anthea colocó al niño de nuevo sobre su pecho, sollozando amargamen-te. Era un regalo del Inframundo, sí, pero seguía siendo su hijo. El ser al que más había amado durante toda su vida.

Por eso fue incapaz de reaccionar cuando Athan hundió los dientes en su pecho. Se había quedado paralizada por el miedo. No concebía hacer daño a su hijo, así que se mantuvo inmóvil a pesar del dolor que Athan le estaba in�igiendo. Primero sintió las punciones, luego una quemazón que le subió

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JESSICA HERRERA

desde los pies hasta el centro de su corazón. Sus pulsaciones aumentaron has-ta un ritmo frenético, y luego, poco a poco, empezaron a descender. Anthea comprendió que la muerte era su castigo y la aceptó con tal de no ver en lo que se convertiría su hijo.

Con su último aliento se arrepintió de haber hecho aquel trato.Siete meses atrás, a principios de memacterión, Anthea regresaba a su casa

tras hacer una ofrenda en el templo de la diosa Afrodita. Atravesó el mercado y se desvió por una callejuela por la que no solía pasar. Estaba feliz; la vida le sonreía. Tenía un buen esposo —con una agitada vida pública en Corinto—, una casa bonita y estaba ansiosa por tener un hijo.

Por eso tuvo que mirar dos veces cuando descubrió a Evan besando a otra mujer.

Sus ojos se iban abriendo a medida que el calor inundaba sus entrañas, aniquilando el amor que sentía hacia su marido. Una parte de ella no quería creerlo, pero su cerebro no podía negar lo evidente. No podía negar lo que, dolorosamente, veían sus ojos.

Los siguió, intentando no ser vista, más allá del ágora, donde ambos se metieron en una casa modesta. Anthea no necesitó entrar para entender lo que estaba ocurriendo. Su marido le estaba siendo in"el con una mujer más joven que ella.

Regresó a casa cavilando su venganza.Anthea esperó a que anocheciera anegada en llanto. Subió al acrocorinto

y buscó el pozo donde se hacían las ofrendas al dios Hades. Concentró toda la ira y la rabia, y golpeó la tierra con fuerza llamando a gritos al dios.

—¡¡Hades!! ¡Hades, dios del Inframundo! ¡Escucha mi súplica! ¡Te lo ruego, Hades, escúchame!

Acto seguido se hizo varios cortes en los brazos y se acercó al pozo, donde dejó caer su sangre. Las lágrimas le corrían por las mejillas así que también cayeron al pozo, desde donde, se suponía, llegarían al Inframundo. Anthea siguió suplicando a Hades hasta que por la pérdida de sangre se mareó y cayó de rodillas.

Entonces, lo vio.Una "gura espectral, con una larga túnica oscura, esperaba frente a ella.

Anthea lo miró durante dos segundos a la cara y luego bajó la cabeza con rapidez. A pesar de haber sido ella quien lo había invocado, no pudo evitar temblar de miedo. Su rostro era pálido y fantasmal, con unos penetrantes ojos rojos, in$amados en llamas.

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PENTÁCULO DE SANGRE

—Gran Hades, gracias por responder a mi llamada. Te lo ruego, dios del In-framundo, escucha mi súplica y concédeme mi venganza —pidió entre barboteos.

—Habla, mortal.La voz de Hades sonó como un eco. Era grave, profunda y monocorde.

Sonaba a muerte.—Mi marido… Quiero que te lleves su vida y su alma hasta el Tártaro, que

sufra durante toda la eternidad por su traición. Quiero que muera.Anthea no pudo evitar derramar unas lágrimas de rabia. Estaba herida y des-

esperada. Y nada podía hacer más peligrosa a esa mujer que el dolor del despecho.—¿Qué me darás a cambio? —preguntó Hades.—Mi alma. Renuncio al Elíseo. Podrás hacer lo que quieras con ella. Si

no es su�ciente, toma lo que quieras de mí, renunciaré a todo con tal de que él lo pague —le ofreció, sin ser muy consciente de sus palabras.

Hades se mantuvo en silencio. Anthea contuvo el aliento, temerosa de lo que el dios pudiera exigirle a cambio. Se jugó la vida volviendo a mirar el rostro de Hades, que había entrecerrado sus ojos de fuego.

—El trato está sellado. Llámalo Athan.—¿Qué?Anthea se quedó mirando al vacío, Hades había desaparecido. Se miró

los brazos: las heridas se habían cerrado por sí mismas. De repente sintió un gran alivio; el dolor y la pena se habían esfumado, segura de que Hades cum-pliría su palabra.

Tres días después Evan moría de una extraña y repentina enfermedad que ningún médico supo tratar. Sufrió tanto que la muerte fue una liberación.

Anthea no sintió absolutamente nada cuando su marido expiró.Pronto olvidó el trato que había hecho con el dios del Inframundo, cuando

se dio cuenta de que esperaba un hijo. Lo que aquella joven griega no sospechaba era que Hades se cobraría mucho más que su alma. Nunca pensó que la maldición que había echado sobre su esposo se volvería en su contra, a través de su hijo.

Anthea murió sin saber que no sería la única mujer en tener un hijo de Evan.Cuando la matrona volvió a la habitación de Anthea, se encontró con su

cadáver, lánguido sobre la mesa. Buscó el pulso en el cuello de la mujer y buscó con la mirada al bebé. Ya no estaba entre sus brazos. No entendía qué podía haberle pasado a Anthea; no había ninguna herida en su cuerpo ni sangre que delatara una hemorragia.

Se llevó un susto de muerte cuando se percató de una pequeña �gura que estaba sentada en el suelo, jugando con el pelo de Anthea. Era un niño desnudo

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JESSICA HERRERA

de unos dos años de edad. Frunció el ceño sin entender nada. No recordaba que Anthea tuviera otro hijo. Además, se parecía demasiado al bebé al que había ayudado a nacer poco antes. Pero, era imposible. ¿Cómo iba un recién nacido a crecer de esa manera en tan poco tiempo?

Encontraría la respuesta muy pronto.En el mismo momento en que Athan llegaba al mundo, Helena daba a luz

a un niño prematuro. Tras la muerte de Evan, y tras conocer toda la verdad, Helena había decidido volver a Atenas. Allí tenía a casi toda su familia, que la acogió con los brazos abiertos. No sospechaba que estaba encinta cuando puso un pie en su casa.

�eron nació una luna antes de lo previsto. De aspecto frágil y constitución menuda demostró ser un luchador durante su primer año de vida. También había heredado los ojos grises de su padre. Aunque siempre fue enfermizo, se desarrolló con normalidad junto a su madre.

Habían pasado quince años desde los nacimientos de Athan y �eron. Athan había logrado salir adelante con facilidad. Vivía de forma discreta pero cómoda en Corinto, aunque había empezado a hacer viajes por Grecia. Saciaba su sed de sangre con regularidad. Había dejado de crecer desde hacía mucho, y aparentaba unos veintiocho años. Era un hombre gallardo y apolíneo, de largo cabello negro y tez pálida, con unos despiertos ojos grises y una sonrisa encantadora. Su cuerpo había desarrollado unos músculos fuertes sin tener que ejercitarse, al igual que su cerebro, que había superado la capacidad humana.

Había sido independiente durante toda su vida. Era un hombre frío, pero no carente de sentimientos, que disfrutaba de todos los placeres de la vida. La sangre constituía la base de su dieta, no por la sangre en sí, sino por la energía que ésta aportaba a su cuerpo. Cuando Athan vaciaba a un humano, no sólo se llevaba su vida, sino que también se llevaba su esencia, absorbiendo sus recuer-dos y emociones, toda la sabiduría de sus años. Por eso sus víctimas favoritas eran jóvenes adultos, con la su�ciente energía vital para satisfacer su apetito.

Llevaba poco tiempo viviendo en Atenas cuando se encontró por casuali-dad con una mujer que le resultaba conocida. Ella estaba mirando un puesto de alfarería en el mercado, y Athan la observaba discretamente desde no muy lejos. De pronto le llegó el recuerdo de aquella mujer con su padre, besándose en la calle. Revivió el momento en primera persona, mediante los recuerdos de su madre. Sintió lo mismo que ella estaba sintiendo, y la odió con todas las �bras de su ser. ¿Era aquello un regalo de Hades? ¿Había llegado al �n el momento de la venganza?

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PENTÁCULO DE SANGRE

Estaba oscureciendo cuando Helena llegó a su casa. Allí vivía sola con su hijo �eron, que había salido como cada tarde a jugar con sus amigos. Hele-na llenó una jarra con agua y se dispuso a preparar la cena. No hubo un solo sonido que delatara la presencia de Athan dentro de la casa. Cuando Helena se giró, se lo encontró de frente.

—Hola —dijo Athan con una gran sonrisa.—¿Te conozco? —le preguntó asustada.—Quería mandarte saludos de mi madre.Helena reparó en sus ojos grises, exactamente iguales a los de su hijo.

Tragó saliva y contuvo el aliento, aguijoneada por el miedo. Buscó a tientas un cuchillo, que escondió tras su espalda, movida por el profundo instinto de supervivencia. Vio cómo el hombre, joven y bien parecido, le sonreía de forma arrebatadora, aunque pareció más una amenaza que un gesto amable.

—¿Quién es tu madre? —preguntó.—Se llamaba Anthea, aunque dudo que la recuerdes. Sin embargo, creo

que conociste muy bien a mi padre: Evan.Helena se quedó paralizada. ¿Un hijo de Evan? ¿Un hermanastro de �e-

ron? Ignoraba que Evan hubiera tenido otro hijo, y mucho menos un hijo tan mayor. Era imposible.

—No puede ser… —susurró.—Sí, entiendo la confusión, pero es así. Tú fuiste la causante de la locura

de mi madre, y los dioses me han traído hasta aquí para hacer justicia.Athan se abalanzó sobre Helena como un rayo enviado por Zeus. Ella re-

accionó por instinto y hundió el cuchillo en su hombro izquierdo, pero eso no detuvo el ataque de Athan, que clavó fuertemente los dientes en el cuello de Helena. Absorbió su vida sin compasión. No dudó un solo segundo, ni siquiera cuando vio a través de los recuerdos de Helena. Contempló en pri-mera persona a su padre, sintió lo que Helena sentía cuando estaba con él, y descubrió el nacimiento de su hermanastro.

Athan, cegado por una furia incontenible, succionó con más fuerza, para acabar cuanto antes con aquella sensación de revivir la vida de Helena a tra-vés de sus ojos.

Helena se apagó como una llama en medio de una tormenta.�eron miraba con los ojos desorbitados la situación. Se había quedado

clavado cerca de la entrada a la cocina, observando cómo un hombre abraza-ba a su madre. Los ojos de Helena se posaron sobre él un segundo antes de cerrarse para siempre. �eron se dio cuenta de que aquel hombre le estaba

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JESSICA HERRERA

haciendo daño, y cuando tuvo el valor su�ciente para moverse, un brazo lo detuvo. No sabía de dónde había salido esa mujer que lo estaba reteniendo; parecía haberse materializado a su lado.

El muchacho tembló cuando miró los ojos de aquella mujer, sabios y pe-netrantes. Su rostro era joven, delicado y suave. Tenía unos extraños ojos oliva bajo un manto de espesas pestañas, y el pelo castaño, que le caía en ondas más allá de la cintura, cubierto por un casco de oro. Llevaba una larga túnica blanca, con la égida sobre el pecho. �eron reconoció su expresión, seria y pací�ca, de la estatua que regía el Partenón. Estaba seguro de estar viendo a la diosa Atenea.

—No es el momento, �eron. Llegará, pero no será hoy.Su voz lo relajó inmediatamente. Frunció las cejas pensando si estaba te-

niendo una alucinación. ¿Cómo era posible que la diosa se le hubiera apare-cido? Era un simple chiquillo. Pero no dudaba de su sexto sentido; siempre lo había guiado bien, y esta vez le indicaba que debía prestar atención. Que su vida iba a cambiar para siempre.

—Ya no puedes hacer nada por tu madre —continuó—, tu hermano se ha llevado su vida.

—¿Mi… mi hermano?—Así es. Él es Athan, tenéis el mismo padre, y nacisteis el mismo día y en

el mismo segundo, cuando el día y la noche convergieron en uno solo.�eron miró de nuevo al hombre, que se había quedado de pie junto al

cadáver de su madre. Cuando se giró pudo ver sus ojos re�ejados en los de aquel desconocido. Se sobresaltó cuando sus miradas se cruzaron en medio de la penumbra e hizo ademán de abalanzarse sobre él. No pudo mover ni un solo músculo.

—Te he dicho que no es el momento. Athan no puede vernos ahora que yo estoy aquí.

—Dices que es mi hermano, pero parece mucho mayor que yo. Ha mata-do a mi madre delante de mis ojos, ¿y me pides que me quede sin hacer nada?

—No —respondió con contundencia—. Te pido que seas inteligente: una lucha ahora signi�caría tu muerte; pero una lucha para la que te hayas preparado durante años será la victoria. Estoy aquí para equilibrar la balanza, para mostrarte tu destino. Puede que no te guste, pero no podrás escapar de él.

—Estoy dispuesto a cualquier cosa si incluye acabar con él —respondió �eron con convicción.

—Athan no es un humano normal, pero no es culpa suya. Su madre lo maldijo sin saberlo y lo convirtió en un monstruo nacido de la mano de Ha-

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des. Tu hermanastro se alimenta de sangre y vida, eso ha propiciado su cre-cimiento acelerado.

—¿Cómo puedo matarlo?Atenea miró a Athan durante un segundo con compasión. Después des-

lizó los ojos de nuevo hacia �eron y habló con una voz hueca y cansada.—Hades le regaló la inmortalidad, pero me temo que la maldición no hará

más que crecer sobre él hasta que lo vuelva totalmente salvaje y sanguinario. Tiene una fuerza y una rapidez difícil de igualar, y como podrás comprobar sus heridas sanan con celeridad.

Athan acababa de sacarse el cuchillo del hombro, y �eron veía con pro-fundo horror cómo su herida cicatrizaba sola, uniendo piel con piel.

—El camino será duro, �eron. Tendrás que ejercitarte y prepararte bien en el arte del combate. Tendrás que consagrar tu vida y la de tus hijos a la caza de Athan y sus descendientes.

—¿Hay más como él? —preguntó el muchacho subiendo el tono de voz una octava.

—Aún no. Pero tarde o temprano Athan se sentirá solo y descubrirá cómo hacer seres como él. El mundo se llenará de depredadores, y los humanos ne-cesitarán cazadores que los protejan. Prepara a tus hijos, y tus hijos a sus hi-jos, para que generación tras generación se transmita tu legado. Sólo los más fuertes heredarán tu destino. Reconocerás mi mano sobre ellos.

Atenea lo miró a los ojos y �eron se sintió envuelto en un hechizo. Tras las pupilas de la diosa encontró todo lo que necesitaba saber para acabar con su hermanastro y su estirpe de monstruos.

En ese momento Athan se deslizaba por la puerta que daba al exterior y desaparecía en la noche, resuelto a encontrar al muchacho que había visto en la mente de Helena.

—Cumple tu destino, �eron. Es mi voluntad.La diosa desapareció tal y como había venido. �eron se encontró solo,

con el cuerpo de su madre tirado en el suelo. La estrechó entre sus brazos y lloró como nunca lo había hecho, dejando atrás su inocencia.

�eron sintió que se despojaba de su humanidad. De pronto era más fuerte y rápido de lo que jamás hubiera pensado llegar a ser. Las ideas sobre su futu-ro le llegaban a tal velocidad que le costaba prestarles atención a todas, pero se centró en un hilo interesante. Sólo conocía un lugar que paría los mejores guerreros y cuyo entrenamiento podría servirle para igualar a su hermanastro.

Juró que cumpliría su destino a cualquier precio.

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asambleaEn la actualidad.

Para no variar, Javi llegaba tarde.

A veces me preguntaba para qué le había regalado un reloj. Te-mía que se lo ponía sólo por compromiso, porque era evidente que nunca le echaba un vistazo. Llevaba diez minutos dando vueltas alrededor de un pequeño círculo a la linde del bosque. Había dado tantas vueltas que los tacones de mis botas habían dejado surcos en la tierra.

De sobra sabía llegar hasta el refugio de su legión, pero nunca era buena idea acercarse demasiado a la residencia habitual de otros vampiros sin previa invitación. Así que esperé otros cinco minutos más, bajo el claro cielo de la noche estrellada. La luna estaba en su máximo apogeo, dando un aspecto muy especial al bosque, que se había teñido de gris.

Cerré los ojos y concentré el resto de mis sentidos. El olfato me trajo matices de pinos y abetos, perfumados de rosas silvestres. Mi oído percibió la batida de alas de dos lechuzas, el ulular de un búho solitario y el sonido del viento zarandeando las ramas de los árboles.

De pronto comprendí cómo debía sentirse Javi cada segundo de su vida, en completa conexión con la naturaleza. En armonía con el uni-

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verso. Lo envidiaba. Aspiré profundamente y dejé que el aire saliera len-tamente de mis pulmones, mientras encontraba paz en aquel lugar tan ajeno a mi legión.

Abrí los ojos cuando me llegó el e�uvio de Javi. Comencé a oír sus pasos, ligeros sobre la tierra húmeda, acercándose a toda velocidad hacia mí. Giré el rostro a mi diestra y esperé a que apareciera.

Su sonrisa brillaba tanto en la oscuridad como un rayo rompiendo el cie-lo nocturno. Era lo que mejor caracterizaba a Javi: tenía la sonrisa más dulce que había encontrado en toda mi vida. Se apartó el �equillo largo, de color ceniza, con un ligero movimiento de muñeca, y se plantó delante de mí con esa expresión aniñada de quien nunca ha roto un plato. Había vuelto con sus vaqueros gastados y la camiseta negra de manga corta, cubierta por una cami-sa de leñador a cuadros negros y rojos. Javi debía medir alrededor del metro noventa, y era muy fácil esconderse tras su espalda.

Ladeó la cabeza y buscó mis ojos, que se habían perdido recorriendo su torso. Su mirada me traspasó la piel y los huesos, hasta que sus ojos negros y mis ojos se encontraron.

—¿Ves algo interesante? —me preguntó torciendo su sonrisa.—Llegas tarde —contesté con voz agria.—¿En serio? —Miró el reloj—. No me había dado cuenta.—Siempre llegas tarde, Javi. Sabes que no soporto la impuntualidad.—Soy un Plenus, no me rijo por el tiempo que marca un reloj.—Pero los demás sí, y yo tengo muchas cosas que hacer —le espeté.—¿Probarte trajes?—¡Que te den, Javi! Me largo. —Di media vuelta y una sola zancada antes

de que el vampiro me rodeara la cintura con los brazos.—Estaba de broma, Isabel. Siento haber llegado tarde.Suspiré. Había usado esa voz de niño bueno que bajaba mis defensas,

y que me hacía perdonarlo en menos de medio segundo. Me deshice de su abrazo y me encaré a él.

—¿Para qué me has hecho venir con tanta urgencia? ¿Ha ocurrido algo en tu legión?

—No, están todos bien, que yo sepa. Es por algo que merece aún más la pena, estoy seguro de que te va a hacer mucha ilusión.

—Tú dirás.—¡De eso nada! Pre�ero que lo veas por ti misma. —Su entusiasmo me

hizo sonreír; tenía tanta energía que parecía recién alimentado.

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Me tomó la mano y se dirigió hacia el norte, internándose en la espesu-ra del bosque. No era el camino que llevaba hacia el refugio de los Plenus, así que di por hecho que no era nuestro destino. Javi se resistió a soltarme la mano durante todo el camino, además había decidido ir a paso sosegado y silbaba tranquilamente mientras apartaba con la mano libre las ramas que nos entorpecían el paso.

En cualquier otro momento y lugar, esa actitud me habría puesto de los nervios. Pero la energía de Javi era tan tranquila que lograba calmar mi hipe-ractividad, así que disfruté del paseo como si fueran unas ‘vacaciones’. Después de quince minutos yendo hacia el norte, giramos hacia el oeste y subimos una cuesta empinada que terminaba en un pequeño prado roto por un barranco. El Plenus soltó mi mano y se acercó en silencio hasta el borde, asomó la ca-beza y escrutó el fondo. Se sentó y me indicó que me acercara con la mano.

—¿Me has traído para empujarme por el precipicio?—Es tentador —bromeó—, pero no es el caso. He encontrado a nuestro

amigo peludo, y no está solo. Ahí lo tienes. —Hizo un movimiento de cabeza.Miré hacia donde señalaba Javi y encontré a Zaker junto con otros dos

lobos. Habíamos visto a Zaker unas cuantas veces, dando paseos solitarios en la noche. Javi, por supuesto, se había hecho amigo suyo y gracias a su poder el lobo nos dejaba estar tranquilamente con él. A mí me apenaba que no tuviera una manada, y al parecer Zaker le había puesto remedio.

—Va con dos hembras; creo que ya ha encontrado una familia.—¡Vaya! Me pregunto cómo pasa uno de ser un lobo solitario al macho

alfa —pensé en voz alta.—Supongo que las dos lobas también estaban solas. Son animales mo-

nógamos así que una de las dos será su pareja de por vida. Será interesante ver los cachorros.

Javi parecía totalmente fascinado. Observé su expresión absolutamente relajada, algo que sólo ocurría cuando estábamos en el bosque.

—Creo que es ella —dijo—, la de pelo más oscuro. La única.Disfruté observando sus labios curvarse hacia arriba mientras seguía con

la mirada los juegos de Zaker y su compañera. De pronto me pareció nostál-gico, y vi en su rostro una expresión que no le había visto antes. Volví mis ojos hacia los lobos y comprendí lo que podía signi�car esa imagen para un Plenus.

La leyenda cuenta que Athan, el primer vampiro, vagó por el mundo du-rante casi un siglo antes de convertir a un humano. A �nal de esa centuria, cansado de estar solo, encontró a una mujer de exótica belleza de la que se

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enamoró. Así que una noche de luna llena le traspasó la maldición convirtién-dola en un ser inmortal, sediento de sangre. Kahina fue la primera humana en ser transformada.

La creadora de la legión Plenus.… Kahina. El nombre más hermoso. El rostro más hermoso.La he encontrado por �n, en lo profundo de Samarcia, conviviendo con otras

mujeres en una tribu de amazonas. Es ágil, fuerte, salvaje y extremadamente bella. Llevo días observándola cazar. Sus pasos apenas rozan la tierra y su pun-tería es tan perfecta que podría competir con la mía.

He caído preso en el hechizo de sus ojos color madera y ahora me veo en la obligación de llevarla conmigo allá donde vaya. De convertirla en un ser como yo.

La luna llena se alza en el cielo. No es momento para la caza, pero sé que Kahina no podrá resistirse a perseguirme convertido en un majestuoso ciervo. Es tan curiosa.

Ya la oigo. Puedo ver el sutil movimiento de caderas, y cómo se agazapa en-tre los matorrales. Se acerca despacio, sin hacer ruido. Mi caza ha comenzado.

Ya falta poco, querida Kahina. Pronto serás como yo y la búsqueda habrá terminado.

La primera hija heredó de su creador los poderes que mejor se adaptaron a su personalidad. Su comunión con la tierra hacía a Kahina capaz de poder comunicarse con los animales, darles órdenes o incluso poder convertirse en uno de ellos. Era la dueña de los elementos, y podía usarlos a su voluntad.

Los hijos de su legión aún eran capaces de comunicarse y dar órdenes a los animales, pero habían perdido el poder de convertirse en uno. Sin embargo, aún podían adquirir rasgos animales: una vista de águila, un oído de lobo o las garras de un oso. Usar los elementos era el poder que más se había debili-tado con las líneas de sangre. Sólo los Plenus más expertos podían dominar algún elemento, a costa de mucha energía vital.

Como ocurría con el resto de las legiones, los Plenus conservaban la esen-cia de su creadora.

La legión sentía una profunda conexión con la naturaleza. Eso los hacía salvajes en el sentido más literal de la palabra. Vivían en unas cuevas adapta-das para que no les diera la luz del sol y funcionaban como una manada. Eran leales y despreocupados, muy sociales entre ellos, pero algo torpes a la hora de relacionarse con el resto de las legiones. También eran muy competitivos, y muy prácticos: si algo era útil se lo quedaban, si era super$uo se deshacían de ello. Tenían muy claras sus prioridades y se adaptaban perfectamente a

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cualquier situación. Entrenaban duro en el arte del combate cuerpo a cuerpo y preferían usar sus manos a cualquier arma.

A lo largo de los siglos los Plenus nos habían protegido ante los cazadores, nuestros enemigos. Los hijos de la luna llena, junto con la legión Dimidiatus, habían sido nuestra fuerza bruta en las luchas.

Javi no era una excepción. Era tímido e introvertido, y le costaba relacio-narse con nadie que no fuera de su legión. Tenía esa belleza exótica de Kahina, capaz de atraer a cualquier vampira o humana. Pero como los lobos, y como su propia creadora, esperaba a su pareja perfecta, con la que compartiría el resto de la eternidad. Nunca lo había visto dos veces con una misma mujer, ni siquiera para alimentarse de ella.

Supuse que era lo que Javi estaba pensando en ese momento, en cuándo encontraría a su pareja perfecta. No había una norma que nos impidiera tener relaciones con vampiros de otras legiones, pero no era habitual que ocurriera. Los Plenus encontraban mucho más interesantes y a�nes a vampiros de su propio clan para mantener una relación que a cualquier otro. Supongo que su profundo sentido de la �delidad también contaba mucho.

—Zaker no volverá a estar solo —a�rmé—, deberías tomar ejemplo. Te convertirás en el solterón de tu legión.

—¿Y tú qué sabes sobre si sigo solo o no?—Hueles como siempre, lo que signi�ca que no has intercambiado sangre

con ninguna vampira. —Sonreí.—Tú eres mayor que yo y también hueles como siempre.—En mi legión no se estila lo del amor eterno, así que nadie me presio-

nará en ese tema. Además, dudo que a mi padre le haga mucha gracia que me una a nadie sin que él le haga pasar primero el tercer grado.

—¿Buscarás un Accresco cuando llegue el momento? —Me miró con ojos expectantes, como si la respuesta fuera vital para él.

—Oh, sí, claro. Un Purasangre Accresco. —Puse los ojos en blanco—. Las diferencias entre las legiones me dan igual, todos somos vampiros al �n y al cabo. De todas formas ni siquiera estoy segura de que tenga libertad para elegir eso. Además… yo tengo a Ignacio.

Javi chasqueó la lengua. Volvió la vista hacia la manada y dejó vagar sus pensamientos. La luna llena confería a su rostro un aspecto de porcelana, algo curioso en su cara angulada que siempre le hacía parecer un tipo duro.

Conocía a Javi desde hacía trece años y aunque su personalidad era la pro-pia de un soldado, a mí siempre me mostraba su cara amable. Bueno, excepto

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cuando se trataba de mi seguridad. Entonces era in�exible y autoritario, y se asemejaba más a un guardaespaldas que a un amigo. Era lo que más me moles-taba de Javier. Tenía otros defectos que lograban ponerme los pelos de punta: cuidaba lo justo su aspecto, no veía muchas veces más allá de las órdenes y era la impuntualidad personi�cada. Pero, sin ninguna duda, lo que más aborrecía era ese sentimiento de protección hacia mí que había adquirido sin yo pedírselo.

Era un incordio y se pasaba las noches chinchándome, pero era mi me-jor amigo.

—Encontrarás a tu loba, no te preocupes —dije quitándole importancia al asunto.

—No estoy nada preocupado por eso —bufó—. Hay cosas más impor-tantes, como por ejemplo, llevarte a casa antes de que amanezca.

—Quedan horas para que amanezca, déjame disfrutar un poco más de esta paz. En cuanto vuelva al Paraninfo todo será ruido y ajetreo.

—Puedo hacerte una cama en la galería de los Plenus. —Sonrió—. No será tan cómoda como la de tu habitación pero te prometo mucho silencio.

—La idea de vivir en una cueva no me atrae en absoluto. Además, ¿tenéis algo de intimidad viviendo todos juntos?

—Hay galerías separadas. —Puso los ojos en blanco como si fuera una obviedad—. Tampoco vivimos todos en las cuevas; muchos Plenus se han mudado a la ciudad. Supongo que al �nal, todos acabaremos allí.

—¿Por qué?—Nuestro rol siempre ha sido el de defender a la sociedad vampírica, pero

con la paz vigente entre los cazadores y nosotros, hemos perdido nuestro papel en la historia. Ya no somos estrictamente necesarios y en parte nuestra natu-raleza ha cambiado. Supongo que algunos de mi legión se han acomodado a la vida fácil de la ciudad; el alimento es más abundante que aquí.

—Firmar ese tratado ha sido lo mejor que ha hecho el Emperador.—¿Eso crees? —Arqueó las cejas—. Tú y yo jamás vivimos la guerra, pero

si los cazadores hubieran acabado con todos los vampiros en aquella época, nadie nos hubiera transformado. Tú hubieras seguido con tu carrera de bai-larina, te habrías casado y probablemente habrías tenido hijos.

—¿Y tú?Javi miró al suelo y torció la boca. Meditó unos segundos y luego sacudió

la cabeza para espantar aquello en lo que había pensado.—Habría muerto en ese callejón, tras la pelea. —Suspiró—. Pero al me-

nos no estaría maldito, como ahora.

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—Sé que es egoísta, pero si tengo que vivir toda la eternidad, me alegra tenerte de compañía. —El Plenus elevó ligeramente la comisura de los labios. Sabía que no era un gran consuelo.

A Javi lo habían convertido en 1940, cuando tenía veintiocho años. Se dedicaba al boxeo profesional, pero una racha de mala suerte le había hecho dejar el cuadrilátero. Así que había comenzado a ganarse la vida en peleas clandestinas, donde sacaba dinero de las apuestas. Según me había contado, debía dinero al que organizaba las peleas y le había prometido pagarle con un combate por el que habían apostado mucho dinero a su favor. El pro-blema fue que Javi perdió y además le dieron una buena paliza. El hombre al que debía dinero terminó de rematarlo en un callejón y se marchó, dán-dolo por muerto.

Fue cuando Lidia lo encontró.Zaker nos sacó de nuestros pensamientos con un aullido fuerte y profun-

do, que resonó por todo el precipicio. Javi imitó la posición de un lobo y de su garganta salió un aullido exacto al de Zaker, que le respondió con otro corto y más agudo. Sonreí al verlo mantener aquella conversación con el animal.

—Mi traductor lobuno se ha roto, ¿qué le has dicho?—Zaker está contento por haber encontrado su manada. Es difícil expli-

carlo, no funciona como una conversación humana. Digamos que le he hecho notar que estamos felices por él.

—Ah —fue todo lo que se me ocurrió decir ante semejante explicación.—También me ha dicho que echa de menos esos monos de cuero que

solías ponerte… ¿o eso lo he pensado yo?—Idiota —murmuré.—Vamos, te acompañaré a casa.El Plenus se levantó y me tendió la mano para ayudarme. Todos esos de-

talles sobraban, y él lo sabía, pero se había acostumbrado a tratarme como si yo no fuera un vampiro. No me molestaba porque con mi posición social me había acostumbrado a que todos me tratasen con respeto y amabilidad. Deshicimos el camino y llegamos de nuevo al punto de partida, donde aún podían verse mis huellas.

—Parece que un tifón con tacones ha dado vueltas por aquí. —Se rió.—No tiene gracia, eran unas buenas botas.—¿Y por qué no las dejaste en casa?—¡Porque me dijiste que era urgente y pensé que había pasado algo en

tu legión!

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—Hace siglos que no pasa nada en ninguna de las cinco legiones, y tú deberías saberlo mejor que nadie. Es bastante aburrido.

—Ya sabes que siempre estoy dispuesta a una buena pelea, sólo para tu divertimento —dije con voz socarrona.

—Eso no sería una pelea —contestó petulante.—¿Quieres volver a cacarear durante toda una noche?—No serás capaz… —Su voz adquirió el tinte de terror que estaba buscando.—Ponme a prueba.Javi y yo comenzamos una guerra de miradas. Él entrecerraba sus ojos

ónices, y yo lo imitaba con mi rostro más serio. Como siempre, Javi acabó perdiendo.

—Nunca podría ganar al Accresco de los ojos más hermosos —dijo en un susurro.

El Plenus me acarició la mejilla con suavidad, mientras escrutaba mis ojos con esa mirada honda y feroz, capaz de hacerte temblar. Me alejé de Javier con un mohín y comencé a trotar hacia el camino que llevaba a la autopista. Mi amigo me seguía de cerca y aceleró el paso en cuanto notó que yo comenzaba a correr. Fue una carrera espectacular.

Veinte minutos más tarde, frenaba en seco tras un callejón cercano al Pa-raninfo. Javi aparecía tras de mí una centésima después. Volvía a tener esa in-creíble sonrisa que le aparecía cada vez que competía en algún terreno físico. Era como mirar directamente al sol.

—¿Me has dejado ganar?—Siempre debo vigilar tu espalda —contestó con mucha profesionalidad.—Ya, seguro que es mi espalda lo que miras. —Arqueé la ceja con una

media sonrisa. Javi titubeó y bajó los ojos, avergonzado.Me encantaba vengarme de él de esa manera. Javi soltaba siempre lo pri-

mero que le venía a la cabeza; eso lo hacía muy sincero y, en ocasiones, muy hiriente, y mientras las palabras salieran de su boca no había problema. Pero si era yo la que hacía cualquier comentario con doble sentido o subido de tono, se escondía tras su escudo.

—Sólo bromeaba —le levanté el rostro cogiéndole de la barbilla—, obli-garás a tu cuerpo a ruborizarse si sigues así. Vamos.

El Plenus me siguió a velocidad humana hacia el Paraninfo. Se trataba de un edi%cio de trece plantas que constituía algo así como la sede de los vampi-ros. El sótano era un pub muy de moda, coto de caza libre para nosotros. La mayoría de vampiros nos habíamos adaptado con los tiempos, y era en estos

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clubes donde encontrábamos alimento con mayor facilidad. Había varios des-perdigados por todo el territorio, pero el Paraninfo era el más popular. Sólo había dos plantas, además del sótano, de uso público para todos los vampi-ros: la sexta, donde se hallaba la gran biblioteca, y la doce, conocida como el Ágora, donde se reunían los Senadores y el Emperador.

Javi y yo atravesamos todo el pub hasta la parte trasera, donde había apos-tado un guardia frente al ascensor. Le hice un gesto de cabeza y pulsé el botón que me llevaría hasta la planta doce. Miré a Javi con la ceja alzada, que tam-bién se había metido en el ascensor conmigo. Me preguntaba si iba a acom-pañarme hasta mi cuarto o algo así. El vampiro se dio cuenta de mi expresión y respondió a mis pensamientos.

—Hoy hay Asamblea, he venido a buscar a mi padre.—¿Qué se siente al ser el hijo de un Senador? —pregunté con curiosidad.—Nadie me trata de manera especial así que supongo que lo mismo que

se siente al ser cualquier vampiro. Y tú, ¿qué se siente siendo la hija del Em-perador?

—Que te as�xias aun sin necesidad de respirar —contesté casi en un susurro.

El recibidor del Ágora era bastante frío. Consistía en una pequeña recep-ción donde los asistentes daban la bienvenida a los invitados, un gran sillón antiguo de terciopelo rojo y las puertas dobles que daban al salón. Sólo per-manecían cerradas cuando había Asamblea, y al parecer ésta ya había acaba-do porque dentro del salón resonaba música de cuerdas y estaba atestado de vampiros, que charlaban dispersos en grupos. Los guardias armados me echa-ron un breve vistazo cuando traspasé las puertas, y me puse de puntillas para ver el fondo del salón. Ocupaba el resto de la planta, era diáfano y de colores claros, adornado por grandes ventanales cubiertos de gruesas cortinas, ahora recogidas. Al fondo estaba la tarima donde normalmente sólo se colocaban los sillones del Emperador y sus hijos.

Las noches de Asamblea había seis sillones: los cinco sillones blancos de los Senadores y el sillón vino del Emperador, formando un círculo. Aún es-taban sentados, pero charlaban de forma distendida.

Nuestro libro cuenta que Athan, tras convertir a Kahina, se dio cuenta de que ésta sólo había recibido una parte de sus poderes. Así que, tras intentar contactar con Hades sin resultado, probó a transformar a otro humano en una fase distinta a la luna llena. Finalmente tuvo cinco hijos: los cinco crea-dores de las legiones.

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A la derecha del Emperador estaba sentada Lidia, Senador de los Plenus, los hijos de la luna llena. Siguiendo el círculo se encontraba Sergio, Senador de la legión Accresco, los hijos de la luna creciente. Luego Martín, represen-tante de los hijos de la media luna, los Dimidiatus. Elizabetha, representando a la legión Decresco, los hijos de la luna menguante. Y Miguel, el Senador de los Novus, los hijos de la luna nueva.

El círculo lo cerraba el Emperador. Mi padre.Los vampiros habíamos seguido la jerarquía establecida por Athan y sus

hijos desde la Roma antigua. Athan había sido el primer Emperador y sus hijos los primeros Senadores. Ese modelo se había repetido durante genera-ciones a lo largo del tiempo.

Los Senadores eran elegidos por su propia legión; normalmente seleccio-naban al vampiro más antiguo o con mayores in�uencias. Luego, los Sena-dores elegían al Emperador entre ellos cinco, y el puesto vacante volvía a ser cubierto por otro Senador. El Emperador era nuestro líder, él establecía las normas y dirigía a la sociedad siempre en bene�cio de la misma. Era el vam-piro con más poder e in�uencias de toda la comunidad, aunque no signi�case que fuera el más antiguo. Debido a la inmortalidad de nuestra raza sólo se cambiaba de Senadores y de Emperador si eran asesinados o si les llegaba la hora de entrar en letargo.

Durante siglos, la Asamblea cambió de Senadores y de Emperador con cierta frecuencia, debido a la guerra contra los cazadores. Fue a principios de la Edad Moderna cuando los vampiros sufrimos las mayores bajas, con la alian-za entre los cazadores y la Inquisición, que nos llevó hasta casi la extinción.

Cuando el Emperador Dimidiatus cayó bajo el fuego cruzado, Ignacio, Senador Accresco, fue elegido como nuevo Emperador. Fue el primer vampi-ro en establecer contacto con los cazadores, y llegó a un acuerdo con su líder para acabar con el derramamiento de sangre.

Miré hacia la pared detrás de la Asamblea, donde estaban enmarcadas las normas que Ignacio había establecido para toda la comunidad. Sólo aquellas legiones que las cumplieran a rajatabla podrían seguir formando parte de la Asamblea. Fue un movimiento arriesgado, que ocasionó múltiples enfrenta-mientos entre las legiones, pero fue el camino correcto hacia la paz.

Conocía aquellas normas de memoria, pues era lo primero que los padres enseñaban a sus nuevos hijos al llegar a la vida inmortal.

—Cualquier vampiro que sesgue la vida a un humano será juzgado y cas-tigado con la muerte.

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La primera y más importante. Fue el punto clave para que los cazadores dejasen de considerarnos una amenaza contra la que luchar. El Emperador entendía que si debíamos mezclarnos con la sociedad como si fuéramos hu-manos, no podíamos hacerles daño. Además, teníamos muchas más opciones de sobrevivir si teníamos in�nidad de humanos para alimentarnos, en vez de reducir nuestra comida matándolos. Esto nos obligaba a alimentarnos de va-rios humanos para sentirnos saciados, en vez de uno solo.

No fue fácil para las legiones aceptar esta norma, pero eran conscientes de que si se quedaban fuera del trato los cazadores se concentrarían en ellos y encontrarían la muerte. En apenas cinco años todas las legiones se habían sumado a la alianza.

—Cualquier acto que desvele nuestra existencia será silenciado y el vam-piro responsable, castigado.

Todas las legiones habían adquirido poderes de Athan, pero no podíamos usarlos en presencia de los humanos, así como no podíamos dejar huellas en ellos cuando nos alimentábamos. Era otra manera de protegernos.

—Nadie, excepto la Asamblea, podrá acabar con la vida de otro vampiro.Esta norma no había sido realmente necesaria hasta la alianza. El Empe-

rador la había impuesto para evitar revueltas internas entre las legiones, y una guerra civil. Nunca había sido imprescindible porque era imposible que un vampiro bebiera la sangre de otro vampiro que no fuera de su legión, ya que esa sangre envenenaría al primero.

—La creación de vampiros queda restringida a un neonato para todas las legiones. Los Senadores tendrán permiso para crear dos hijos y el Emperador un máximo de cinco.

Ignacio quería evitar la superpoblación de vampiros en su territorio, era una manera de asegurar el alimento y mantener tranquilos a los cazadores. Además cada vez que un vampiro transformaba a un humano debía presen-tarlo en sociedad en el Ágora e inscribirse en el censo.

—Los neonatos deberán obedecer a su padre hasta que cumplan los cien años. Luego serán libres y responsables de sus propios actos. Esto no se aplica a los hijos de los Senadores y el Emperador, que podrán ser liberados antes o después de los cien años, según el criterio de su padre.

Ésta era la norma que menos me gustaba, por perjudicarme. El resto de neonatos sabían que tarde o temprano acabaría el tiempo de la obediencia y el aprendizaje, pero no para nosotros. Temía que Ignacio hubiera puesto esa nor-ma pensando precisamente en el futuro en el que él tuviera sus propios hijos.

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—Los hijos están obligados a dar su sangre para el despertar del letargo de su creador.

Antes de cada letargo se hacía una especie de ritual en el que los hijos de-positaban parte de su sangre en una bolsa que se guardaba hasta el despertar. Era el combustible que volvía a poner en funcionamiento nuestro cuerpo de no muerto.

Todo había sido calma tras �rmar el pacto. En tan sólo unos años el Em-perador había conseguido la paz entre enemigos acérrimos. Además y como medida de protección, seguíamos teniendo el apoyo de los Legados, la �gura militar de las legiones. Los Legados eran la mano derecha de los Senadores, y aunque en la actualidad apenas ejercían un papel activo, seguían preparados para defendernos de cualquier enemigo.

Javier se colocó detrás de mí y miró también hacia el fondo de la sala. Para él no era un problema ver sobre la muchedumbre ya que era el más alto de todos. Sorteamos vampiros, que me hacían ligeras reverencias con la cabeza, y llegamos hasta el círculo dejando el espacio adecuado para que los guardias no se alertaran. Siempre había pensado que tener guardias los días de Asam-blea era una tontería. Los Senadores eran perfectamente capaces de acabar con todos los vampiros de la sala sin pestañear demasiado.

Los Senadores siempre me habían inspirado respeto; eran los líderes de las legiones y por lo tanto tenían un aura de autoridad natural. Pero no había nadie como el Emperador. Los líderes empequeñecían a su lado, a pesar de haber sido alguna vez sus iguales.

Ignacio tenía una luz especial. Sentado en su trono siempre se había ase-mejado más a un dios que a un inmortal. Había llevado a la comunidad a una nueva forma de vida, sin derramamiento de sangre, y eso hacía que todos los vampiros estuvieran de algún modo en deuda con él. No había cazadores hostigándonos en nuestro territorio y podíamos vivir libres y en paz. Todos respetaban al Emperador, y nadie osaba discutir su autoridad, pues no dudaba en matar a un vampiro de su rebaño si lo merecía.

Tenía una mano de hierro envuelta en un guante de terciopelo.—Mi querida hija ha vuelto —su voz sonó ligera y risueña, y me sonrió

con sinceridad. Su semblante cambió en cuanto vio a mi acompañante—. Y parece que tu hijo también, Lidia.

La Plenus miró a su hijo que permanecía impasible tras de mí. Carras-peó para llamar la atención de Javier y con un gesto de cabeza le indicó que se apartase de mí.

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—Disculpas, Emperador. Es hora de que vuelva con mi legión.—Muy bien, volveremos a reunirnos la próxima luna. Doy la sesión por

concluida. Gracias a todos por venir.Los cinco Senadores abandonaron sus asientos, hicieron una reverencia

al Emperador y se dispersaron por la sala. Seguí a Javi y a Lidia con la mira-da; se dirigieron a la puerta principal y se pararon junto a la ventana. Lidia hablaba en voz baja, pero su expresión y sus gestos indicaban que no estaba muy contenta. Sentí que Javi se estaba llevando una buena reprimenda. Miré a mi padre y fruncí el ceño con desaprobación.

—Eso no ha sido muy cortés.—Tranquila, los Plenus no están acostumbrados a la cortesía —respondió

con aire de superioridad.—Es el hijo de un Senador.—Pero no es un Senador —me replicó—. Es mejor evitar habladurías,

sobre todo en las �estas.—Fuiste tú quien me enseñó que debía conocer y aprender de todas las

legiones. Que debía comprenderlas para establecer buenas relaciones con ellas.Ignacio ignoró mi comentario. Sonrió a la sala y me tomó de la mano,

para guiarme hasta su habitación en la planta trece.No volvimos a hablar de Javier.

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