un llamado desde arnhem

9
1 23. Un llamado desde Arnhem El teléfono de la casa de la familia Antchard no cesa de sonar. Son cuatro timbres y se corta. Y vuelve a llamar once veces más hasta que Daniela deja su mensaje. …mamá, papá, estoy en Arnhem... Su angustia, su desesperación, entorpecen lo que desearía expresar. Se la nota asustada, dubitativa, como gangosa. Ni el oído más afinado hubiera comprendido Arnhem. Pero ella suelta: "cerca de Bélgica". No sabe que Arnhem es una ciudad de Holanda. No sabe que el famoso puente fue reflejado en el film de Attenborough ni que representa un bastión de la Segunda Guerra Mundial. Lo único que asocia es lo que asimiló: Bélgica. "Cerca de Bélgica" es la clave que le da color a los rostros ensimismados, apagados, vetustos de los padres de Daniela. Oscar y Matilde, quienes jamás claudicaron en la búsqueda de su hija, sabían que ella no se había escapado como les había sugerido el comisario del barrio. Escucharla representaba todo. Pero no les alcanzaba. Querían saber más. Querían comprender. Daniela había desaparecido un domingo de marzo, en los lagos de Palermo. Ahora tenía 19 años. Denuncias, participación en marchas, allanamientos frustrados motivados por pistas raras o falsas, visitas a morgues y fosas comunes, sin resultados concretos. Sus padres lo habían intentado todo. Por fin Daniela había dado señales. Matilde y Oscar tomaron la decisión de embarcarse en el primer vuelo a Bruselas. La única señal que habían distinguido como clara fue “Bélgica”. Horas después tuvieron que extender el trayecto comprando pasajes de cabotaje entre Bruselas y Arnhem, a partir de un segundo llamado, que esta vez fue más comprensible. Daniela se encuentra bien. Está en la ciudad de Arnhem. A R N H E M, en Holanda. Estamos situados en 137 de la calle Velperweg. V E L P E R W E G.

Upload: diegotedeschiloisa

Post on 25-Jul-2016

220 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Me impactó. Me impactó de sobremanera. La estructura quebrada del cuento está sumamente acertada. Las descripciones son precisas, tan precisas que es posible imaginarse todo. Me gusta que el detalle idiomático lo hayas tenido muy en cuenta, la diversidad de nacionalidades. También esas descripciones que son fuertes y crudas cuando deben de serlo. “Y la violó” que no es lo mismo que “abusó” o algún sinónimo más elegante. “Mientras camina sobre el escenario, en el que todas las noches baila para los asiduos visitantes que dejan su dinero en busca de un rato de placer, ese que no suelen encontrar en las bocas y los culos de sus novias y esposas.” Esta descripción me quedó. Deja una sensación de rabia, de crítica social de parte del autor, un mensaje, un llamado de atención a la conducta aberrante de parte de esos hombres hacia esas mujeres. /Neyda Pitt -Editora-.

TRANSCRIPT

1

23.

Un llamado desde Arnhem

El teléfono de la casa de la familia Antchard no cesa de sonar. Son cuatro

timbres y se corta. Y vuelve a llamar once veces más hasta que Daniela deja su mensaje.

–…mamá, papá, estoy en Arnhem...

Su angustia, su desesperación, entorpecen lo que desearía expresar. Se la nota asustada, dubitativa, como gangosa. Ni el oído más afinado hubiera comprendido Arnhem. Pero ella suelta: "cerca de Bélgica". No sabe que Arnhem es una ciudad de Holanda. No sabe que el famoso puente fue reflejado en el film de Attenborough ni que representa un bastión de la Segunda Guerra Mundial. Lo único que asocia es lo que asimiló: Bélgica.

"Cerca de Bélgica" es la clave que le da color a los rostros ensimismados, apagados, vetustos de los padres de Daniela. Oscar y Matilde, quienes jamás claudicaron en la búsqueda de su hija, sabían que ella no se había escapado como les había sugerido el comisario del barrio. Escucharla representaba todo. Pero no les alcanzaba. Querían saber más. Querían comprender.

Daniela había desaparecido un domingo de marzo, en los lagos de Palermo. Ahora tenía 19 años.

Denuncias, participación en marchas, allanamientos frustrados motivados por pistas raras o falsas, visitas a morgues y fosas comunes, sin resultados concretos. Sus padres lo habían intentado todo.

Por fin Daniela había dado señales. Matilde y Oscar tomaron la decisión de embarcarse en el primer vuelo a Bruselas. La única señal que habían distinguido como clara fue “Bélgica”. Horas después tuvieron que extender el trayecto comprando pasajes de cabotaje entre Bruselas y Arnhem, a partir de un segundo llamado, que esta vez fue más comprensible.

–Daniela se encuentra bien. Está en la ciudad de Arnhem. A R N H E M, en Holanda. Estamos situados en 137 de la calle Velperweg. V E L P E R W E G.

2

El número de teléfono de nuestro convento es 3697866. Deben marcar el código de la ciudad que es 026. Pregunten por Sor Matilda. Celebremos, este angelito se encuentra bien, muy bien. Hasta pronto. Dios los bendiga.

Incontables preguntas salían de las mentes de Matilde y Oscar, respuestas que solo hallarían en la voz de Daniela, si es que estaba dispuesta a transitar, nuevamente, por la trágica autopista de la explotación sexual en la que estuvo sumida y sumisa por espacio de tres años.

Tres años atrás, Daniela fue a pasar la tarde de un domingo a los bosques de Palermo. Se juntó con varias de sus compañeras de la secundaria y algunos jóvenes que habían conocido el viernes anterior en un boliche de Lanús. Ella y sus amigas no eran afectas a salir a bailar ni compartían otras cosas con los varones del curso, a quienes consideraban agrandados y desatentos. Con los adolescentes del boliche pasaron una tarde muy divertida, entre mates al pie del ciervo, paseos por el Rosedal, los típicos botes a pedal del lago y fotos que publicaron en Facebook desde sus celulares.

Alrededor de las 18:30, cuando apuntaba la noche, dos de las chicas propusieron el regreso. Daniela estaba muy encariñada con el trigueño. Se quiso quedar flirteando un poco más. Yanina y Mara decidieron acompañarla porque también estaban coqueteando con los otros dos chicos. Las otras dos, Lucía y Malena se marcharon, pero enseguida advirtieron que se habían olvidado un celular en la mochila de Mara. Cuando estaban a media cuadra, observaron cómo sus amigas entraban en una combi. Les gritaron y solo escucharon, en el medio del acelere de la camioneta, un seco grito desgarrador de Yanina que fue acallado con un agudo golpe en su rostro y el estruendo que la puerta corrediza dio al cerrarse.

El mundo se les derrumbó a las tres. El terror que sintieron les restó la lucidez necesaria para actuar. Permanecieron calladas y angustiadas los casi noventa minutos que duró el viaje. Llegaron a un descampado, en las afueras de la provincia de Buenos Aires, en la zona oeste, donde el conurbano empieza a encontrarse con el aroma de las largas extensiones de colores puros. Allí, en una estancia perdida, tras una ruta de unos quinientos metros de tierra, matizada por una arboleda imponente y una pileta con notorio abandono, llena de sapos, insectos y musgos, las habitaciones en las que fueron ubicadas Daniela, Mara y Yanina presentaban un paupérrimo color durazno.

En el salón central, los jóvenes que hicieron de intermediarios recibieron un pago en efectivo. En una sala continua, con un ventanal enrejado, Yanina estaba empapada en sangre y lágrimas. Ante sí, un robusto hombre, de rasgos achinados

3

y bigotes prolijamente marcados intentaba amedrentarla, antes de obligarla a realizarle una fellatio. Contenida, la adolescente fue tomada de su pelo y obligada por el bestial ser a introducir el pene en su boca. Quizá, producto de su nerviosismo, de su temblequeo o de una venganza radical, Yanina lo mordió. La joven cayó dos metros hacia atrás de un puñetazo. Los gritos del hombre y de Yanina cercenaron a Mara y Daniela, que estaban en la habitación de al lado, mientras veían como los tres entregadores se alejaban caminando hacia un Taunus azul descascarado, contando los billetes que tenían en sus manos. Una avalancha de improperios fue lo último que escucharon del grandote bigotudo antes que se abriera la puerta de la habitación donde estaban y lo tuvieran en frente.

–Veamos si ustedes son más lúcidas o también quieren terminar en una zanja. -les advirtió de un modo unívoco.

Aterradas, las jóvenes se abrazaron y cedieron. Durante tres meses, Mara y Daniela fueron explotadas sexualmente en un burdel de la provincia de La Pampa. Luego fueron separadas. A Daniela la subieron a una avioneta con otras nueve adolescentes -procedentes de Paraguay, Chile, Uruguay y República Dominicana-. Lo último que escuchó sobre Mara es que fue vendida a un grupo de trata para ser comercializada en los países árabes. De un aeródromo privado donde aterrizaron, viajaron por una ruta interna hasta un puerto donde las embarcaron en una lancha que, en alta mar, se conectó con un barco de transporte de comestibles. Las hicieron transbordar y el barco emprendió un extenso recorrido con destino al puerto de Antwerpen -que es lo que Daniela alcanzó a leer-, cuando “La Hostia” amarró en la dársena sur.

Solo siete de las mujeres desembarcaron. Las otras tres corrieron con distintos, y no menos, trágicos caminos. Una, Zulema, chilena de nacimiento, criada en la ciudad de San Juan, se resistió a los acosos del contramaestre y un certero palazo en la cabeza terminó con su vida. Su cuerpo fue arrojado al mar. La otra, Pamela, una jovencita uruguaya, nacida en Canelones, a la que todas describieron como la más dócil, vengó a Zulema clavándole un punzón en la frente al marino asesino, provocándole la muerte en el acto. Luego, tomó la cuchilla y le mutiló los genitales. Con una cuerda, subió a uno de los mástiles, ató la soga en lo más alto y luego de hacer un lazo, lo anudó a su cuello y se arrojó al vacío, lo que le provocó una muerte rápida por asfixia. Los esfuerzos por reanimarla fueron inútiles. Su cadáver descansa en el fondo del mar, junto al de Zulema y el contramaestre. La tercera de las chicas, Dominga, argentina, oriunda de Eldorado, en el noroeste de la provincia de Misiones, cuando estuvo a punto de desembarcar, el capitán la reclamó para sí como compensación por la suerte que corrió su contramaestre. El grupo mafioso accedió. El resto de las niñas-jóvenes bajaron en un sector vip del puerto de Amberes.

4

En Bélgica, la mafia que las comercializaba y explotaba sexualmente las amedrentaba con distintos modos de coerción. Se unieron a un grupo de veinte mujeres, entre 14 y 20 años que eran sistemáticamente prostituidas desde hacía no menos que ocho meses. Las nuevas siete no eran las únicas novatas porque un contingente de catorce jovencitas, provenientes de Europa del este, llegaban engañadas creyendo que serían modelos en publicidades cuando en realidad habían firmado falsos contratos redactados en alemán. A las entristecidas chicas les retuvieron la documentación, las obligaron a compensar el pago del pasaje durante un año de sometimiento bajo amenazas claves: les contaron de futuros trágicos para sus hijitos, hermanitos y padres. De todo esto, Daniela se enteró casi dos años después de su llegada, cuando había intimidado con las chicas que más tiempo permanecían en el burdel. Le contaron que venían de Bielorrusia, Ucrania, Letonia, Lituania y Prusia.

A los pocos días de haber llegado, Thiara, una joven de unos 25 años, que adujo ser explotada desde que tenía 15 años, le confesó -en un español aplastado- que era polaca, que lo mejor que Daniela podía hacer era aceptar su realidad, relajarse, buscar buenos clientes para hacer una importante diferencia en dinero y esperar la gran oportunidad para irse. También le dijo que existía la posibilidad de que algún hombre se enamorara y las rescatara, comprándolas, y que nunca intentara escapar porque si la encontraban correría con la misma tragedia que otras chicas que ya lo habían intentado. Sería arrojada al fondo del Escalda.

Despojada de su dignidad, confinada a laceraciones y miserias, corrompidos sus cuerpo y alma, Daniela persistió. Atesoraba en sus recuerdos las caras de sus papás. Cada vez que veía una fuente de escape, ya sea por descuidos repetidos de sus explotadores o porque había llegado una requisa policial, una investigación de alguien o inspectores de salubridad, Daniela se paralizaba. Recordaba los últimos lamentos de Yanina y desistía. Había noches que la soñaba: Daniela estaba acostada en un bote mirando el Planetario. De repente, desde la copa de un árbol, un cisne descendía sobre ella. Daniela sabía que era un cisne, pero el cisne que era blanco tenía el rostro de Yanina, y alas, y un intenso aura tras de sí. El cisne la acariciaba y un grito, que suele reconocer como la voz de Mara, la despertaba, la hacía sobresaltarse, la agitaba y la sumía en un constante pozo sin fin, que solo podía sostener con algunos antidepresivos que le suministraba Thiara.

5

Pasaron dos años y medio y a Daniela la prepararon para una subasta con las otras seis sudamericanas y diez de las europeas. Su aspecto era el de las mejores y Thiara le advirtió que iban a ser vendidas a un grupo de asiáticos que comercializaba mujeres y algunos varoncitos en Thailandia, Indonesia, Singapur o para ser preparadas como geishas para empresarios japoneses en la isla Kyushu. Asustada, enfrentó el desfile con desparpajo. Guardó un as en la manga que soltó mientras caminaba sobre el escenario, en el que todas las noches bailaba para los asiduos visitantes que dejaban su dinero en busca de un rato de placer, “ese que no suelen encontrar en las bocas y los culos de sus novias o esposas”, repite Thiara. “Por eso le damos lo mejor”. Al enterarse de su próximo destino, Daniela se preparó durante tres días para evitar ser comercializada. Luego de cada comida, se metía los dedos en la boca para vomitarlo todo. La debilidad en la que se enfundaba la tornaba frágil. El acto estaba preparado, solo le restaba cortarse el dedo y desangrarse durante los veinte minutos previos al show. Antes de desfilar, le insinuó a uno de sus secuestradores que esa noche quería tener sexo con él, entregarse por completo, aseverándole, casi como un moño de seducción, que esa noche el semen estaría atravesando su garganta. Luego subió. Cuando caminaba de regreso al foro, se cayó. Se desmayó, la separaron de las candidatas, el mafioso al que sedujo la llevó a su propia habitación, la cuidó. Cuando estuvo mejor, le reclamó la promesa. La obligó y luego de eyacular dentro de su boca giró el cuerpo de Daniela hacia abajo y la violó. Antes de retirarse, le advirtió que la próxima vez que volviera a fingir sobre el escenario él mismo la iba a tirar viva, guardada en una bolsa, al fondo del mar. Con una mirada aplastante le avisó que en un mes debía estar en forma porque iba a desfilar para un grupo de árabes. Daniela, con lágrimas en su rostro, su vista nublada, se quedó mirándolo…

–Je pensais que… - le dice Daniela.

–Mais, salope! Qu’est que tu croyais… -agregó el ofensor.

Un duro cachetazo se estampó en la cara de Daniela.

Un portazo dio por terminada la velada.

Durante cinco días Daniela estuvo confinada en un cuarto especial, donde solían llevar a las mujeres que intentaban huir o habían sufrido algún tipo de maltrato o paliza por parte de sus abusadores. Allí conoció a Gertrude, una joven de 26 años, de rostro muy aniñado, rubia, que había llegado desde Latvia unos días antes, según le pudo entender. Estaba muy dolorida por los constantes golpes a los que había sido sometida por haber querido escaparse cuando pararon, con la trafic en la que era transportada con otras cinco mujeres, cerca de la estación de trenes. Había aprovechado que el chofer necesitaba evacuar la cantidad de

6

cerveza que había acumulado durante el viaje e intentó correr, sin suerte. Intercambiaron unas palabras en francés -Daniela- y en un español deforme -Gertrude-. Durante el diálogo, Daniela pudo comprender mejor dónde estaba e idear una buena manera de escapar. Porque quería escapar. Sabía que en unos días llegaría el cumpleaños de quince de su prima, Victoria, y estaba convencida que iba a estar presente. Eran meros deseos, pero así se fortalecía y se inspiraba para huir.

Algunas mañanas, Thiara sintonizaba una radio española que a Daniela la inundaba, durante no más de una hora, en la serena mesa del desayuno, con algunas canciones que escuchaba su abuela cuando la visitaba los viernes al salir de la escuela: “ya ves que poco queda del ayer, apenas los recuerdos, momentos que no vuelven otra vez…/porque la niebla duerme frente a tu portal… /por tu alma blanca, porque sé que nunca me darás la espalda… / las mañanas son de terciopelo, triki triki triki triki triki mamabu…”. Un rato para perderse en algunas frases, cada mañana, antes del desayuno, regresando en melodías a su niñez, esa musiquita que la devuelve a la vida, hasta que la presión vuelve a situarla en la tragedia, novicia llorándose, ahogándose, enquistada.

Gertrude le contó que la estación del ferrocarril estaba a menos de dos kilómetros, quizás tres, que allí podía subirse a un tren y tener la suerte de ser detenida por el guarda, tal vez, y llevada a una seccional de la policía. Así tendría la chance de dar parte a la embajada argentina para que interviniera. ¿Cómo escapar?, ¿qué momento elegir?, ¿hacia dónde está la estación?, ¿qué tren tomar? Todas incógnitas que debía develar. Si quería evitar ser vendida al grupo de proxenetas asiáticos debía apurarse.

Los días que pasó junto a la letoniana los aprovechó para orientarse mejor. Les preguntó a todas las que anduvieron por esa habitación, entre pacientes, colaboradoras del aseo de las más débiles y las chicas que debían limpiar los pisos y el baño, sobre la proximidad del ferrocarril, a riesgo de ser descubierta por alguna traición. En su afán por escapar siempre imaginó la cara de Victoria, con su vestido de quince, bailando el vals junto a su padre e ingresando al salón con la balada de Nelly Furtado que tanto les gustaba. Entre dos blusas que Gertrude le obsequió encontró un calendario. Era su primer contacto con algo real. Se dio cuenta del tiempo que pasó, de los sueños rerprimidos, de la naturalidad con la que se relacionaba con proxenetas y clientes. Marcó la fecha del cumpleaños de su prima. Los 15 de Victoria eran una motivación esencial para no darse por vencida. Rezó. Se puso a tararear una dulce melodía. Se sintió, más que nunca, en las manos de Dios.

Logró orientarse, definitivamente. La estación, según la información que pudo recabar, estaba al este. ¿Al este de la entrada principal o de la entrada secundaria?,

7

que es por donde planificaba salir días después. Estaba orientada con un matiz de interpretación que podría costarle la vida.

Dos de los secuaces de la banda tenían que elegir a ocho chicas para una fiesta privada en la ciudad de Delfshaven, en Holanda. La histórica localidad, en el sector más antiquísimo de Rótterdam, con su clásico puerto le recordaría a Daniela el barrio de La Boca, que lo tomaría como un presagio de que estaba en el camino inicial de su regreso a casa. La fiesta comenzó antes de la cena. Daniela y sus compañeras tuvieron que lucir sus cuerpos y bailar junto a un caño. Sus captores les advirtieron que debían realizar un acto lésbico entre todas para seducir y provocar a los clientes que luego las llevarían a las habitaciones exclusivas del burdel. El festejo era para celebrar el título doctoral en ciencias penales de un prestigioso psicólogo holandés. Junto a él, otras eminencias de la ciencia -dos psicoanalistas, un abogado, dos jueces y un trabajador social- lo secundaban, entre botellas de champagne, bruschettas de tomate y albahaca y sushi. A la hora señalada, las chicas irrumpieron en escena. A cada una de ellas, antes de subir, le habían hecho inhalar un poco de popper. Hicieron el show. Luego, cada una fue elegida por los profesionales. A Daniela la eligió uno de los psicoanalistas. Se dirigieron al cuarto número 18. El hombre comenzó a desvestirse. La joven pidió permiso para ir al baño y descubrió que la ventana, además de estar abierta y ser suficientemente grande para que ella pudiera atravesarla, lindaba con un pasillo que daba a un patio. Respiró profundo, se descalzó, salió y corrió. Dio con una pared de unos tres metros de alto. Miró para todos los lados buscando algo que le sirviera para usar como escalera. Tomó tres barriles vacíos de cerveza de 50 litros. Juntó dos y el tercero lo puso arriba, entre ambos. Se subió, se colgó del borde y saltó. Donde cayó había oscuridad, algunos focos en la calle de adoquines que hacia un lado tenía fin y hacia el otro daba a la calle principal. Caminó con sigilo hasta allí. Se asomó, observó el río Mosa y las embarcaciones. Hacia su derecha estaba el burdel y, seguramente, el psicoanalista ya habría advertido sobre su ausencia. Hacia la izquierda tenía como trescientos metros hasta llegar a una avenida iluminada. Eligió cruzar y entrar a un barco anclado, con apariencias de abandono. Se metió en un bote, debajo de la lona que lo cubría y se quedó dormida. Del otro lado, el psicoanalista permaneció dormido, sin haber advertido el escape de Daniela. Una hora después, fue interrumpido por los proxenetas. Fue maldecido. Uno de ellos lo empujó, pero intervinieron los otros profesionales que lo socorrieron. Las otras siete jóvenes fueron subidas con extrema rapidez al vehículo y se alejaron a toda velocidad con destino a Amberes.

8

Cerca del mediodía, Daniela abrió los ojos. Esa noche no había soñado con nada. Su mente en blanco. El cansancio le había generado un prolongado desvanecimiento. Se asomó con mucha pasividad. Emprendió su andar por la cubierta, atenta para bajar. Sus ojos no dejaban de focalizarse en el local del frente. Cuando estaba a punto de desembarcar, una mano la tomo del hombro, por detrás. Reaccionó con tanta velocidad y soltura que trastabilló y cayó al agua.

Cuando el reloj de péndulo, ubicado en la pared blanca frente a su mirada indicó las cinco de la tarde, Daniela supo que estaba acostada en una cálida cama con sábanas que, para ella, sabían a anís, en el salón de reposo de un convento de monjas pasionistas. El hombre que la había sorprendido por detrás era un robusto sexagenario de pelo blanco, barba pronunciada, marino mercante y principal conexión del convento de las consagradas con el mundo exterior.

Daniela abrió sus ojos. Vio que una mujer con hábitos estaba leyendo a su lado. Le habló en holandés, en inglés y en francés. Daniela le respondió en una mezcla de francés, español y alemán. Al marino, que luego le contaría que la rescató del frío Mosa, le llamaba la atención la manera de hablar de la joven; le recordaba a Salvatore, el personaje de la obra de Umberto Eco que hablaba todos los idiomas y ninguno al mismo tiempo. El hombre se sentó a su lado, le obsequió una mágica sonrisa y un chocolate.

–Caminando por la orilla del mar de Galilea, vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, arrojando las redes en el mar porque eran pescadores. Y les dijo: Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres. Ellos, al instante, dejando las redes lo siguieron. -en un perfecto español, con tranquilidad y determinación, la hermana Matilda intentó apaciguar las ansias en la joven.

Daniela le sonrió. La hermana Matilda le contó que Roel la había rescatado del agua y la había llevado en su lancha a través del Mosa, los más de 80 kilómetros que separaban Rótterdam de Arnhem, hasta el convento cercano al famoso puente donde se librara la batalla histórica de la Segunda Guerra Mundial.

Daniela recuperó sus fuerzas al día siguiente, pudo hilvanar una frase en español y le pidió a Matilda que le permitiera avisar a sus padres donde estaba.

9

Tedeschi Loisa, Diego

Publicado en © Tres de un par imperfecto. Cuentos a la crema

1º edición – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 360 p.; 17 x 24 cm.

© 2014 Bubok Publishing S.L.

ISBN 978-987-33-4944-7

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título

CDD A863

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Impreso por Bubok

Fecha de catalogación: 06/05/2014

Hecho el depósito que impone la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin citar al autor.

Todos los derechos reservados.