un viejo que se pone de pie de eduardo sacheri r1.0.pdf

85

Upload: navegargratis

Post on 29-Sep-2015

461 views

Category:

Documents


66 download

TRANSCRIPT

  • Los catorce relatos que componen Un viejo que se pone de pie retoman los temas clsicos de la obra de Sacheri: el ftbolcomo excusa para sumergirse en las complejas pasiones humanas, el barrio y la infancia como motor de una nostalgia queorienta el presente, las relaciones amorosas como vlvula de escape de escape de una rutina insatisfactoria; Ftbol, barrio,infancia y romance se entremezclan en las vidas, en apariencia pequeas, de personajes con los que todos podemossentirnos identificados. En el cuento que da nombre al libro, el ftbol obra como reapropiacin de la identidad familiar y lamemoria histrica; en Seor Pastoriza, En paz descansa y Topadoras, las evocaciones de la infancia con sus paisajesbarriales remiten a perdidas y revalorizaciones; en Valperga y Bicicletas, el naturalismo pueblerino enmarca desencuentros, traiciones y esperanzas; la inquietante e incmoda especulacin de El apellido terminaba con A agita la idea de destinotrunco. En Una sonrisa exactamente as, pieza destinada a integrar futura antologas, la gesta del Macaranazo sirve comopretexto para un hombre intente su redencin, en un caf, ante una mujer solitaria.

  • Eduardo Sacheri

    Un viejo que se pone de piey o tro s cuento s

    e Pub r1.0G ON Z A L EZ 17.04.14

  • Eduardo Sacheri, 2007

    Editor digital: GONZALEZePub base r1.1

  • A mis hermanosAlejandra y Sergio.Por lo muchoque los quiero.

  • UN VIEJO QUE SE PONE DE PIE

    Algunas historias son fciles de contar. Otras no. Como si fuesen demasiado complejas, huidizas,inabarcables. La que en estas pginas me empeo en narrar pertenece a estas ltimas.

    Como casi todas las historias nace a partir de una nica imagen, cargada de sentido. Esa imagenprimera, esa que me subyuga al punto de querer contarla es sta: en una tribuna baja, una tribuna detablones de madera, en la que, salteados aqu y all, hay unos cuantos espectadores, un hombremayor, un viejo, se pone de pie.

    Claro: escrito as no dice casi nada. No explica quin es el viejo, ni qu es lo que lo conduce aincorporarse del tabln en el que est sentado, ni por qu es importante que lo haga, eso de levantarsecon los ojos absortos clavados en la cancha, con los ojos absortos y hmedos.

    La historia debe explicar todo eso, o de lo contrario conduce a un callejn sin salida en el que nodice nada. Y no hay peor destino para una historia. El problema radica precisamente en el modo dejuntar esa imagen, la del viejo alzndose desde la grada, con las otras imgenes que deben encadenarsecon ella para formar una trama y que haya cuento. Ni ms ni menos.

    El primer obstculo con el que me topo es decidir quin contar la historia, o sea, la dichosacuestin de la voz del narrador. Quin relatar los sucesos que conducen al viejo y a esa accin finaldel viejo? Podra contarlos el propio anciano, porque hay asuntos, algunos muy importantes, de losque le dan sentido a esta historia, que slo l conoce. Pero el desenlace de la historia tiene que ver conel asombro, con la sorpresa infinita del viejo, y entonces ese hombre no puede narrar su propioasombro. Porque al asombro no le quedan bien las palabras. Casi me atrevera a decir que es alcontrario. El asombro aparece cuando se retiran las palabras. Como la marea, o como el reflujo de unaola, que al bajar deja la arena lisa sin otra cosa que ella misma, sin nada ms que la arena lisa. Claroque en algn momento, ms tarde o ms temprano, las palabras vuelven. Y cuando eso sucede elasombro ha terminado. Cuando somos capaces de encontrar explicaciones, o por lo menos debuscarlas echando mano a las palabras, ya no estamos asombrados. Podemos estar conmovidos,felices o daados, pero ya no asombrados.

    Por eso el viejo que se pone de pie en la tribuna agreguemos que lo hace bajo un cielo gris, uncielo de siesta de sbado de mayo, aunque sabe y porque sabe puede ponerle palabras a buenaparte de la historia, no puede hacerse cargo del final, porque ese final lo deja sin palabras.

    Ninguno de los otros personajes sabe tanto de esta historia como el viejo, y si hay cosas quehasta el mismo viejo ignora, no me queda ms que acudir a un narrador omnisciente. Que como vanlas cosas vengo a ser yo mismo, metido a tal. Y en general no me agradan gran cosa los narradoresomniscientes, sobre todo en las historias cuyo desenlace guarda al menos una mdica dosis desorpresa. No me cae bien alguien que al mismo tiempo me cuenta y me esconde, me dice y meengatusa, hasta que a ltimo momento se sincera. Un desencanto parecido al de los trucos de magia:un navegar fallido entre las dos aguas de la verdad y de la inocencia.

    Otra cuestin espinosa es la del manejo de los tiempos. Tambin con eso me encuentro en unapuro. Se supone que un cuento transcurre en un lapso no demasiado prolongado. No es bueno que latrama abarque un perodo demasiado extenso, o que abuse de los saltos temporales. Pero esta historia

  • requiere esos recursos del ir y del venir y del detenerse en varias estaciones intermedias. No es que latrama carezca de un tiempo presente. Tiene un presente: efmero, pero lo tiene. Es el del anciano, enel exacto momento en que se pone de pie. Pero son varios los pasados que le dan origen y sentido aese breve presente. Si esos pasados no estn, no tengo idea de cmo suplirlos. Y si no puedo acudir aellos, esto que estoy escribiendo es cada vez menos un cuento y es cada vez ms otra cosa que en elfondo no s lo que es.

    Con los personajes el aprieto no es tan grave, y si los cnones del cuento clsico establecen quelos personajes deben ser pocos esta historia acepta bien esa limitacin. Los personajes principalesson dos: el viejo en la tribuna y un muchacho que juega al ftbol, al otro lado del alambrado. Hayvarios ausentes. Varios que han sido pero que ya no son. Unos cuantos fantasmas que sueldan esospasados dispersos, lejanos y cercanos y necesarios a la trama, con el presente del sbado a la tarde enel momento en que el viejo se pone de pie.

    Del viejo pueden decirse unas cuantas cosas. Unas cuantas ms de las que pueden decirse delmuchacho. Por algo el viejo es el ncleo sobre el que debera descansar el relato, si se me desanudanlas manos y las ideas y consigo a fin de cuantas escribirlo. l, el viejo, es el pao sobre el que secruzan los hilos cosidos por diferentes destinos.

    Empecemos diciendo que el viejo ese que escruta la cancha con el ceo fruncido porque aunqueest nublado se trata de un nublado claro y desvado, de fro ms que de lluvia, un nublado con reflejode sol que le fatiga la vista, carga sobre sus hombros una historia dolorosa. Iba a agregar, despusdel calificativo dolorosa y de una coma, como todos los hombres, o por lo menos como todos losviejos. Pero ahora no estoy del todo seguro de esa sentencia. Por qu iba a escribirla? Por qu mearrepent? Supongo que me resulta torpemente tranquilizador suponer que el dolor es algo que sereparte con criterio ms o menos igualitario, y que cada ser humano se lleva una dosis ms o menosequivalente. Que unos sufren primero y que otros sufren despus, pero que a fin de cuentas a todosnos corresponde sufrir ms o menos lo mismo. Aunque sea una idea torpe, supongo que la prefieroporque su contraria es inquietante: pensar que estamos destinados a sufrir mucho ms que nuestrossemejantes, que puede tocarnos precisamente a nosotros la peor parte en una distribucin azarosa ydesigual de tragedias, es un principio angustiante. Suponer que existen personas particularmentesealadas por el dolor suena a injusto, a abusivo, a caprichoso. Y debe ser as, salvo que alguien nosvenga con la novedad de que el mundo es un sitio justo, equilibrado y ecunime.

    De todos modos mi divagacin no hace al caso. Baste asentar aqu que este viejo, el de la historia,el que est sentado en el vigsimo tabln de una grada que en total tiene menos de treinta, el quetodava ignora que terminar por ponerse sbitamente de pie, ha sufrido mucho; y mucho significaaqu que le ha tocado atravesar la pena sin nombre de perder a un hijo. Muchos hombres viven ymueren sin que les ocurra eso. Este viejo, no. Este viejo ha sido atravesado por ese dolor horrendo yparticular. Tambin por otros, pero fundamentalmente por se.

    Eso no significa que el anciano viva recordando su dolor: se o los otros. Tiene recuerdostenebrosos, pero no son los nicos que tiene. Tambin tiene numerosos recuerdos bellos y plcidos.Y a veces evoca esos recuerdos y no los otros. Y a veces no recuerda ninguno, porque su mente estocupada con cosas sencillas y triviales, de esas que pueblan las compaas y las soledades.

    Es muy posible que este sbado en que lo tenemos al viejo sentado en la tribuna pertenezca a esacategora de das simples y corrientes. Y en la sencillez hay sitio para placeres igual de sencillos. Ese

  • partido, por ejemplo, que el viejo disfruta desde la grada. Un partido entre muchachos que todava notienen edad de profesionales. No slo les falta edad de tales, puede pensar el viejo, mientras mira. Elviejo sabe de ftbol, y sabe detectar el talento, las condiciones, la predisposicin. Y tambin sabeadvertir su ausencia. Por eso para el viejo es evidente que muchos de esos chicos que juegan unpreliminar, mientras la gente llega de a poco y sin apuro para ver un partido de la Liga Regional, no seconvertirn jams en profesionales. Terminarn trabajando en las chacras o en el pueblo, pero nopodrn vivir del ftbol. Los mejores se darn el gusto de jugar en la propia Liga, y cumplirn el sueode jugar por algo, y hacerlo en una cancha con tribunas y una hinchada, esculida pero animosa, y esoser todo.

    Muy excepcionalmente alguno escapar a esa mediana y lograr convertirse en jugadorprofesional. No lo conseguir all, claro. No en ese pueblo. Para lograrlo deber irse a alguna ciudadcon las espaldas suficientes como para aguantar un equipo en el Nacional, o en el Torneo Argentinocon aspiraciones de ascender. Estar ausente unos aos. La gente del pueblo, mientras dure suausencia, buscar su nombre en la pgina del suplemento de deportes del diario del domingo. Y enalgn momento volver a casa, y terminar trabajando en las chacras o en el pueblo.

    Difcilmente trabaje en el regimiento. Porque aunque, lindero con el pueblo, se encuentra elregimiento del ejrcito, es difcil que los dos el pueblo y el regimiento se mezclen demasiado. Esverdad que los del regimiento estn, en cierto modo, dentro del pueblo. Pero al mismo tiempo, no. Enalgn sentido estn adentro, pero en otro estn afuera. Por empezar porque a los militares que lohabitan los trasladan cada tanto, y nunca dejan de ser un poco forasteros. Pero no es slo unacuestin de rotacin de personal. Ni es slo el alambrado que rodea el permetro del cuartel. Ni lasgaritas. Es algo que flota en el aire cuando estn y cuando no. Cuando estn presentes, se los saludacon cortesa, aun con amabilidad. Pero cuando no estn la cosa es diferente. Como si el aire semoviese ms. Por algo en el pueblo se refieren a ellos como los milicos. Nunca delante de ellos.Pero cuando no estn, cuando acaban de irse de los lugares, s.

    El viejo, desde donde est sentado, podra ver, si quisiera, el regimiento. Est un poco lejos,porque la cancha queda al oeste de la rotonda y del camino de acceso, y el cuartel est del otro ladode esa lnea recta y gris del asfalto que viene de la ruta. Pero en las dimensiones de ese pueblo,lejos no lo es tanto. Por eso el viejo, si alzara la cabeza y aguzase la vista, vera las lneas grises yhorizontales de los techos de las barracas, las manchas claras y regulares de las casas de lossuboficiales, el verde del campo de tiro, la torre de agua. Podra ver todo eso pero no lo hace. No leagrada mirar para ese lado. Si hubiese una tribuna que le diese la espalda a ese horizonte,probablemente el viejo la utilizara. De todos modos no hay, y la que existe le da las espaldas al oestepara que a los espectadores no los moleste el sol de la tarde. El viejo podra quedarse junto alalambrado, a la altura del csped, pero no lo hace. Antes s. Pero de eso hace muchos aos. Ahora elviejo mira siempre desde la tribuna, y lo cierto es que desde all arriba el partido se ve mejor. Por esoest ah arriba, mezclado con otros veinte o treinta espectadores. Los dems son familiares de losjugadores. Por eso la tribuna est casi vaca. A la hora del partido principal la cosa ser distinta. Esteao el pueblo ha formado un equipo bastante bueno para el torneo Regional, y anda derecho, y poreso el pblico acompaa.

    Entre las piernas el viejo tiene una botellita de agua y un envoltorio de papel con un sndwich desalame. Tiene pensado almorzar en el entretiempo de ese partido preliminar. Siempre lleva lo mismo.

  • Le encanta el sabor del pan con el salame. Y el agua es para bajarlo. Aparte el mdico le dijo hacepoco que tiene que tomar ms lquido y el viejo es un paciente dcil y le hace caso.

    Una vez, cuando viva en Santa Fe, un polica quiso sacarle la botella de agua en el acceso a lacancha de Coln. El viejo, que entonces era un poco menos viejo, se lo haba quedado mirando sincomprender, y el otro le dijo algo de prohibir los proyectiles en la cancha. Pero por suerte habaintervenido otro polica, que lo conoca y que le dijo al primero que lo dejara pasar, que con ese seorno pasaba nada. Eran los aos en que, por vivir lejos del pueblo, haba tenido que prescindir de esacancha y esos partidos. Se las haba rebuscado con Coln y con Unin, pero no era lo mismo. Alviejo le gustaba esa cancha. Esos partidos. Ese salame. Aunque ltimamente las urgencias de orinar loasaltaran de repente y lo obligasen a bajar de la tribuna dos o tres veces en un rato. Maldita prstata.Menos mal que la tribuna era tan chica, porque poda ir y volver enseguida. En la cancha de Unin, oen la de Coln, hubiera sido un problema.

    Tambin por eso, estar de vuelta en el pueblo es una suerte. Porque para el viejo esos diez aosen Santa Fe han sido vivir en un exilio. Su mujer haba insistido en irse, despus de lo de Lito, y elviejo haba aceptado. En realidad haba dicho quiero irme para siempre de este pueblo de mierda. Yel viejo haba respondido que s.

    Por eso fueron a Santa Fe y vivieron diez aos all. Pero cuando muri su mujer, el viejo decidipegar la vuelta. No para contradecirla, sino para hacerle caso a su propia nostalgia. Adems, nocomparta el criterio de ella. l no le echaba la culpa al pueblo por lo de Lito. Lo de Lito yGraciela, sola aclarar para sus adentros. Su mujer nunca la nombraba. El viejo s. Para adentro, perola nombraba. Su mujer no. Jams pronunciaba su nombre. Tambin a ella, a Graciela, le echaba laculpa de lo de Lito. Al pueblo y a Graciela. El viejo no. De lo contrario, no habra vuelto.

    El viejo haba dudado, cuando muri su esposa, acerca de dnde enterrarla. Se decidi por SantaFe, aunque l hubiera preferido el cementerio del pueblo. No lo hizo porque temi que para ellasignificase una especie de traicin. Lament no haberlo hablado a tiempo, aunque tambin pens quees muy difcil hablar de ciertas cosas. Y en verdad con su mujer era difcil hablar de todas las cosas.Como de Lito y de Graciela. O del pueblo. Ella haba preferido callar y odiar en silencio. Y desdelejos. Por eso Santa Fe.

    Si al final se decidi por enterrarla en Santa Fe fue por eso que ella haba dicho de no querervolver a pisar el pueblo nunca jams, y el viejo pens que tena que respetrselo. Pero cuandopasaron unas semanas de su muerte el viejo decidi que ahora l poda elegir dnde vivir sin faltarle anadie, y arm su valija y peg la vuelta.

    Haba encontrado todo igual. Diez aos y los mismos negocios sobre la calle principal. Losmismos juegos en la plaza. Faltaba su mujer, por supuesto. Y Lito. Los primeros das haba tenido lasensacin fea de que los dems cuchicheaban apenas l se alejaba dos pasos. Despus se le pas. A lomejor no haba sido cierto, eso de que murmuraran. O a lo mejor s, y lo que haba ocurrido era queuna vez que todos se haban puesto recprocamente al tanto de la historia del viejo se haban calmadoy listo. A veces termina siendo bueno que la gente se aburra.

    El viejo se haba acomodado rpido en ese retorno al pago, y sus pocas rutinas simples lo habanayudado. Unas compras diarias. El viaje quincenal a Santa Fe para visitar la tumba y emprolijarle losfloreros y las flores. Al viejo le gusta hacer el viaje. Le pone algo distinto a la semana. Y le lleva todoel da. Y no lo entristece visitar el cementerio. Extraa mucho a su mujer, pero no es que la extrae

  • ms de pie frente a la tumba que sentado en la galera de su casa, a la hora del mate. Como con Lito,que lo extraa en cualquier momento y en cualquier lado. De todos modos no puede comparar porquecon Lito no tiene una tumba para ir a visitar, ni en el pueblo ni en otra parte. De Graciela tampocohay tumba. Si hubiera, la visitara. El viejo siente que le qued trunca la curiosidad de conocerla.Ahora ya no puede. A Lito se le notaba cunto la quera.

    Ya llevo varias pginas escritas y temo haberme ido por las ramas. O no. Tal vez lo que ocurresimplemente es que mi temor inicial estaba plenamente justificado y lo que sucede es que estahistoria no se deja contar y punto. Porque es todo tan intrincado, y tan antiguo, que he tenido quehablar del viejo, y de sus afectos idos, y del pueblo, y hasta del regimiento, y todava tengo al viejosentado en la tribuna, mirando ese partido de muchachitos, y nada de lo dicho parece acercarme losuficiente al momento en el que el viejo, de una vez por todas, se pone de pie.

    Y para peor no he dicho nada del muchacho. El muchacho, que es uno de los veintids que juegan.Uno de los veintids a los que el viejo mira desde la grada. Ya que entra en esta historia comojugador, tal vez corresponda describirlo primero como tal.

    Juega de cinco. Tal vez le faltan unos centmetros de estatura y unos cuantos kilos de peso paradar la talla del cinco clsico, ese capaz de salir a mandar, a barrer y ordenar el medio. Tambin escierto que hay cincos y cincos, que existen los cincos de marca y los cincos de creacin. Pero estechico es difcil de encasillar. Porque es hbil y ligero y uno podra entonces pensar que es un cincocreativo. Pero aparte mete y mete y entonces uno puede definirlo como un cinco de marca. Por eso elviejo le dedica ms atencin que a los otros. El viejo ha visto suficiente ftbol como para advertir queen general los tipos que saben, saben; y los que meten, meten. Pero este pibe parece pertenecer a esegnero extrao de los que por un lado saben pero por otro meten. Esos jugadores distintos queaprovechan lo mucho que tienen y que suplen con huevos lo poco que les falta.

    A los tres minutos de juego el muchachito ya le ha llamado la atencin. En la primera o segundapelota que toc, en lugar de dar el pase cortito y hacia atrs, como hacen todos, encar al cinco rivaly lo gambete hacia adelante. Y en la siguiente, cuando tuvo que cortar un ataque de los contrarios, elpibe no dud en poner la patita y trabar fuerte la bola, a sabiendas de que el delantero rival venajugado e iba a llevrselo puesto. El viejo lo anticip y lo vio, y tambin vio que cuando el rbitro pitpara l, se levant, se sacudi la tierra del trasero y toc rapidito para habilitar al diez. No se quej,ni pidi tarjeta amarilla para el rival.

    Y el viejo se lo agradeci.Por eso el viejo lo mira. Porque ha detectado que es distinto. O tal vez empez a mirarlo por eso,

    aunque ahora lo mire por otra cosa. Y por eso entrecierra los ojos. No slo porque le molesta elreflejo del sol entre el nublado, sino porque tiene la curiosidad de conocerle mejor los rasgos. No lo havisto antes. De eso est seguro. Por eso acaba de preguntarle a un vecino, que est sentado dos o tresescalones ms abajo, quin es ese pibe que juega de cinco en el equipo de los rojos. El otro le hacontestado, despus de consultarlo a su vez con otro, que es un pibe nuevo, cree, hijo de un milicodel cuartel, le parece.

    Ah est lo que decamos antes. Como el viejo es oriundo del pueblo y sus interlocutorestambin, le han dicho que es hijo de uno de los milicos. Nada de suboficiales, o personal delregimiento. Eso es todo y es suficiente. No le dan otros datos porque no los tienen. Comentan, esos, que tiene pinta de crack, y que no es comn ver un jugador as, con esa edad, por esos pagos. Y

  • tienen razn, piensa el viejo.Pero hemos vuelto a salirnos del eje del asunto. De dnde ha salido esta conversacin del viejo

    con sus vecinos de tribuna? De la descripcin del muchacho. De la semblanza del jugador que es elmuchacho. Habr que describirlo tambin fsicamente, o decir algo de su historia. Algo que justifiquedefinitivamente su inclusin en el relato.

    Ya dijimos que es ms bien menudo. Tambin es ato, y tiene los ojos muy negros y el pelo largoy enrulado. Eso es raro en los pibes del cuartel, pero a veces pasa, aunque casi nunca. En su casa selo dicen, lo del pelo. Sobre todo ahora que viven de vuelta en las casitas de los suboficiales, esas quese ven, si uno mira, desde lo alto de la tribuna, hacia el este. De vuelta porque el muchacho esnacido ah, aunque ha vivido lejos hasta hace un par de meses. Cosas de los destinos militares. Tresaos en Corrientes, seis en Campo de Mayo, tres en La Pampa, tres ms de nuevo en Buenos Aires.

    Al pibe le han dicho que ese es su pueblo. Que es nacido ah, en el regimiento, y eso es verdad.Pero al pibe no le gusta demasiado vivir ah. Tal vez porque cada dos por tres lo molestan con eso deque se corte el pelo, y le dicen que queda mal. Tampoco es que lo tenga tan largo, piensa elmuchacho. Pero igual lo tienen frito, en su casa, con eso. Que para entrar a la Fuerza va a tener quecortrselo s o s, le dicen, as que mejor que se acostumbre. Pero l se pone furioso, porque no quieresaber nada con ninguna de las dos cosas: ni con cortarse el pelo ni con entrar a la Fuerza. El pibequiere nada ms que jugar al ftbol. Jugar en serio. No se trata de que piense quiero ser un jugadorprofesional y ganar mucho dinero. Es difcil que un chico de quince aos piense las cosas as, contantas palabras, con semejante profundidad de conceptos. Suponiendo que ser profesional y ganarmucho dinero sean conceptos profundos. No. El pibe simplemente sabe que los jugadoresprofesionales se pasan todos los das jugando a la pelota y l quiere eso para su propia vida, porquees lo que mejor hace y es lo que ms le gusta.

    Y adems quiere dejar de andar de un lado para otro. Est bastante podrido con eso de cambiar deescuela y de barrio cada dos por tres. Y cambiar de amigos, ms que nada.

    l no lo sabe. Nunca nadie sabe todas las cosas. Pero ese carcter itinerante de su crianza le havenido estupendamente para perfeccionar su juego. Dentro de un tiempo alguien va a explicarle porqu. Va a sealarle que cuando se juega siempre con los mismos compaeros uno terminaachanchndose, acostumbrndose, haciendo siempre lo mismo, resolviendo las jugadas siempre delmismo modo. Le explicar que cada quien juega lo que necesita, gambetea hasta donde le hace falta ylisto. No aprende ms. Y que en cambio, cuando uno juega con tipos nuevos, tiene s o s queesmerarse. Primero porque de entrada los dems piensan que sobra, que est de ms. Y si uno quiereque le hagan un lugar tiene que ganrselo, que merecrselo. Y segundo porque de entrada a uno van amirarlo torcido. No porque esos desconocidos sean mala gente. Pero lo van a mirar as y listo. Ytercero porque a uno no van a perdonarle nada. No le van a jugar livianito ni para que se luzca sinotodo lo contrario. Le van a ir con todo, y tendr que poner y poner y jugar y jugar, sin calentarse nihacerse el dolorido ni el ofendido. Y que moverse, porque si uno se queda quieto no faltar elgrandote que le tire todo el camin encima y le aplaste hasta las muelas. No se trata de que sean malagente. Simplemente no lo conocen. Eso es todo. Despus, con el tiempo, s. Se harn amigos. Pero deentrada no. La macana ser que si uno vive cambiando de pueblo carga siempre con el chiste ese deser el nuevo.

    Esa tarde, todava, el pibe no sabe nada de esto. Lo ha vivido, pero no lo sabe. No es lo mismo

  • vivir las cosas que saberlas. Parecen lo mismo, pero no lo son. Una cosa es que las cosas te sucedan yotra cosa es saber que te estn sucediendo.

    En todas las vidas hay cosas que no se saben. Que pasan sin que se sepan. Y algunas no se sabenhasta que uno se da cuenta. Porque uno se da cuenta o porque se las dicen. O a veces sucede quecuando a uno se las dicen uno se da cuenta de que las saba, o casi. Como eso de lo bueno que eshaber cambiado de pueblo y de amigos para convertirse en un buen nmero cinco. El pibe no lo sabe,pero va a entenderlo cuando se lo digan. Y el que va a decrselo es el viejo. Ese viejo que est sentadoen el vigsimo tabln, y que entrecierra los ojos porque le molesta el reflejo del sol entre las nubes.Ese viejo al que todava no conoce, y que no lo conoce a l. Pero por poco, por un margen muyestrecho, por un tabique delgado que los separa de saberse y conocerse.

    Y volvemos a recaer en el viejo. El viejo que mira el partido y que ha detectado al muchacho caside entrada, cuando gambete con osada y cuando apost el fsico para quitar un baln complicado.El viejo piensa que tiene talento. Ese chiquito, el cinco, el de rulos, el que viene del cuartel. Y comodndole la razn, el pibe de camiseta roja baja con delicadeza una pelota que le han jugado demasiadolarga y arma una bonita pared con el volante por derecha.

    Si el viejo fuese dado a la soberbia podra ufanarse de esa facilidad que tiene para entender elftbol. Eso de advertir, de un vistazo noms, que el de rulitos sabe. Pero el viejo es de esa gente quesabe sin necesidad de mostrar que sabe, o aun sin saber demasiado todo lo que sabe. Y eso nosignifica que el viejo sepa todo. De hecho, ignora cosas importantes. Tampoco para l vivir es lomismo que saber.

    Hago otra pausa para releer lo escrito y de nuevo me asalta la sospecha de que no hay modo decontar esta historia entera, cerrada y concluida. Porque todo lo dicho hasta aqu, pese a lo confuso ylo diverso, debera estar incluido en el cuento. Y sospecho que hay otro montn de cosas que se meescapan.

    Cmo sera el final, por ejemplo? Qu palabras usar para ese final? Habl al principio delasombro del viejo. Un asombro nacido y crecido ms all de las palabras. Un asombro que le impidehablar. Un asombro que slo le permite ponerse abruptamente de pie sobre la grada. Cmo llegar aese instante? Es cierto, si quiero ser optimista, que algunas cosas llevamos dichas. Tenemos al viejoen la tribuna, sentado. Tenemos al muchacho en la cancha, tal vez con la pelota en los pies.Desconocidos. Recprocamente ajenos, los tenemos. Lo que poseen en comn, si algo poseen, es queignoran cosas. Bah, todos los mortales ignoran cosas, pero estos dos ignoran cosas importantes. Perolas ignoran por poco. No es que estn a aos luz de la verdad. Ya dijimos que estn separados pormuros delgados de esa verdad.

    Y el muchacho tiene la pelota en los pies. El viejo lo mira y entiende que va a hacer algo distinto.No va a revolearla sin ton ni son. No. El pibe no es de esos. El viejo est seguro y tiene razn.Cuando el rival ms prximo se le viene encima, el pibe apoya la suela derecha sobre el baln y loadelanta hacia el tipo que corre hacia l, tomando la precaucin de no sacar el pie de la pelota. Y en elinstante en que el otro adelante el pie para quitrsela, el pibe de rulos retrocede la pierna y con ella lapelota. Ole, se escucha, desde algn punto cercano al alambrado. El marcador desairado gira lacabeza y endereza el cuerpo, buscando al insolente. Lo encuentra sin dificultad, porque el flaquito nose ha movido. El nico cambio es que ahora la pelota descansa bajo el otro pie. El marcador no quieredejarlo pensar. Calcula que no se atrever a repetir la maniobra y por eso se le va encima con todo lo

  • que tiene y los pies para adelante. El pibe, que lo sabe antes de que suceda, le ha deslizado el balnpor entre las piernas, y con un saltito se libra de la embestida furiosa. Ole, vuelve a escucharse. Seoyen un par de risas en la tribuna. Unos aplausos sueltos. Ahora parece que el pibe va a meter elcambio de frente, porque mira hacia la posicin del win izquierdo y seala el ngulo de la cancha,como indicndole que corra hacia all, que se la tira con un derechazo de tres dedos.

    Pero no es lo que va a ocurrir y el nico que lo sabe, adems del pibe de rulos, es el viejo. Lo sabeo empieza a saberlo. Entre los que no, entre lo que ignoran que va a suceder otra cosa, est elenfurecido marcador del pibe de rulos, que acaba de juramentarse para sus adentros que ese flaquitode rulos no va a salirse con la suya, y por eso lo embiste desde atrs con toda la rabia de que disponey que es mucha.

    Este es el momento en que los msculos del viejo acaban de tensarse. Todos los msculos delviejo. Y aunque sigue sentado, ya no entrecierra los ojos. Los tiene muy abiertos porque necesita verlo que sigue. El viejo necesita determinar si lo que acaba de ver es una casualidad o no. Depende.

    Si el chico, ahora, satisfecho con el doble lujo que acaba de dibujar, se la pasa noms al once quepica por la punta, si se la tira noms como su propio brazo extendido parece indicar que est a puntode hacer, listo, se acab. No era nada. Simplemente el viejo acaba de presenciar una casualidadimpresionante.

    Pero tambin puede pasar otra cosa. Puede ocurrir que el pibe no meta el cambio de frente con unzapatazo de tres dedos. Puede que se quede ah, de espaldas a su rival, con sonrisa de torero,esperando que el otro se componga y se le venga al humo y entonces le tire un cao de espaldas ycon pisada, y un breve giro del cuerpo para recoger el baln del otro lado y ahora s, tirar el pelotazo.

    Pero si hace eso ltimo el viejo no podr permanecer sentado. Porque entonces querr decir quelas cosas no son como el viejo viene suponiendo que eran. Algunas s, pero otras no. Porque no es laprimera vez que el viejo ve esa jugada. Esa misma. La pisada, el cao, el amague del paso largo y otrocao, de espaldas, con pisada. Hace aos que la ha visto. Quince, para ser exactos. Pero no desde latribuna, no desde el vigsimo tabln en el que ahora est, todava, sentado. Hace quince aos la viodesde el alambre, porque Lito le deca que lo mirase desde ah, desde el lateral, porque le gustabatenerlo cerca para escucharle los consejos y el viejo le daba el gusto.

    Era bueno, Lito. Muy bueno. Lito tambin era distinto. Cmo lo quera el viejo. No slo porquefuera capaz de meter ese triplete imposible, aunque tambin. Y el pibe, el de rulos, sigue esperando.Claro que son slo unos segundos. Tardo mucho ms en contarlo que en que suceda. Cunto puedetardar un marcador en ponerse de pie y volverse hecho una furia hacia el flaquito que acaba dehumillarlo? Pero por otro lado el tiempo es una experiencia subjetiva. Quince aos pueden ser unaeternidad o un suspiro, segn sepamos o no sepamos el grosor del tabique que separa el saber del nosaber lo que hemos vivido. Y nuestra identidad y nuestra herencia pueden yacer encriptadas en unpeculiar encadenamiento del cido de nuestras clulas, pero tambin y al mismo tiempo manifestarseen el modo nico e irrepetible de hilvanar tres gambetas al hilo contra el mismo marcador y en lasuperficie de medio metro cuadrado de csped.

    Supongo que aqu se acaba esta historia. Con el pibe de rulos, nacido en el regimiento, que toca labola con una pisada hacia atrs, apenitas. Termina con el pibe de ojos renegridos quebrando la cinturapara esquivar la locomotora enceguecida del rival que no puede evitar comerse el cao. Termina con elltimo Ole admirado de los veinte o treinta familiares regados por la tribuna. Termina con el viejo

  • que ahora s, enmudecido en su certeza, se pone de pie.

  • FRO

    No s si a los dems les pasa lo mismo, pero a m me cuesta mucho pensar en el fro si no estoyteniendo fro en el momento de querer pensar en el fro. Seguro que uno puede decir la palabra frocuando se le d la gana, pero no es lo mismo: as no es ms que una palabra. Yo me refiero a pensarlo,el fro. A poder pensarlo, entendindolo, al fro.

    Es distinto decir fro que sentir fro. Decirlo es casi nada. Igual es una palabra distinta a rbolo perro. Esas son cosas que se ven, y uno puede imaginarlas. Pero el fro no. El fro hay quesentirlo para pensarlo. Esa sensacin incmoda en todo el cuerpo, esa especie de dolor suavecito queuno no se puede sacar de encima aunque quiera, esa molestia que a uno lo sigue aunque trate deescaprsele y haga un montn de cosas (apichonarse, hacerse chiquito, zapatear fuerte, dar saltitos enel lugar, o lo que sea) para salirse de esa situacin fea. Esas ganas tontas de querer irse lejos delpropio cuerpo a un lugar que est ms tibio: tontas porque no se puede, pero uno las ganas las tieneigual.

    Y de todo el asunto del rubio yo me puedo acordar solamente as: con fro. Si no, no. O me cuestamucho ms. Me cuesta y no es lo mismo. Pero hoy resulta que es domingo, casi de noche, y comoest terminando mayo hace un fro de novela. Adems estoy solo en casa, que eso tambin esimportante para que me acuerde. Si est la familia no puedo. Si est la familia uno piensa en cosascomunes, las de todos los das. Ms los domingos, que estamos todos, hablando, tomando mate,mirando un poco de tele. Pero hoy se fueron todos a lo de la ta Ceci, que yo mucho no me laaguanto, y con la excusa de pintar la piecita del fondo me qued y mi mujer no me dijo nada. Capazque se imagin que yo no quera saber nada con ir a lo de su ta, pero como lo de la pieza me lo vienepidiendo hace un montn de tiempo y yo siempre le digo que s y despus no lo hago, hoy que le dijeque iba a ponerme con eso no pudo decirme nada y se lo tuvo que aguantar.

    As que despus de comer se fueron y yo me qued trabajando atrs, con la radio puesta en lospartidos. Pero hace un ratito cort, porque me estaba quedando sin luz y aparte con este fro y lahumedad no sec lo suficiente como para empezar con la segunda mano. Igual no importa porque laprimera mano la di completa y el fin de semana que viene la termino. Eso si no estoy de guardia, quela verdad que no me acuerdo y me tendra que fijar pero creo que no.

    Para limpiar los pinceles me traje el aguarrs y el trapo y los pinceles y me sent en la mesa deljardn, que un poco de luz de da todava quedaba y para eso tampoco se necesita mucho ms. Y ahyo no s si empez a bajar el roco o qu pero de repente se congel el aire y en la penumbra me vi elhumito saliendo de la boca y la piel de las manos me empez a doler, pero ya me faltaba poco paraterminar y no tena ganas de llevarme todos los trastos hasta la mesa de la cocina, as que me apur alimpiar un pincelito que uso para los marcos que me dio ms trabajo porque estaba con esmaltesinttico y de repente me acord.

    Yo creo que fue el fro, junto con estar solo y todo eso que ya dije, pero sobre todo el fro. Perolo de estar solo tambin, porque en esto me pongo a pensar cuando estoy solo. Si justo me acuerdode todo aquello cuando estoy con alguien enseguida trato de pensar en otra cosa, porque no me gustapensarlo cuando estoy acompaado. No es que cuando estoy solo pensar en esto me guste. Ni

  • tampoco que no me guste. No se trata de gustar, supongo. Me acuerdo y listo. Lo que s, si estoysolo, no me resisto a pensarlo. No es que me voy para distraerme y sacrmelo de la cabeza. Mequedo y me lo acuerdo.

    Antes no. Antes no poda. Hace aos cuando me acordaba me pona mal y quera arrancrmelocomo si fuera un trapo que me quemase la piel por adentro. Ahora ya no. Ahora me lo acuerdo ycomo mucho me pongo triste. Pero es una tristeza que me aguanto y est bien. No es como cuandome daban pesadillas. Ahora como mucho son sueos, y de vez en cuando. Muy de vez en cuando.

    A la maana, mientras tomo mate con mi mujer, le cuento. Le digo hoy so con el rubio, y ellame entiende y no me pregunta nada. Hace muchos aos s. Cuando yo le contaba me insista con quefuera al psiclogo o al doctor o algo, que eso me haca mal y que buscara ayuda. Y como yo meemperr siempre con que no, terminbamos discutiendo. Ahora ya no.

    Por eso hoy, que con el fro me acord del rubio, me qued sentado echando vapor por la boca; ycon la ltima luz del da vi que las manos se me ponan todas rojas. Eso nunca termin de entenderlo.Cmo es eso de que con el fro a uno la piel se le pone roja. Una vez, estando all, le pregunt a unoficial y me contest algo de que era porque faltaba sangre, por el fro. Pero entonces entend menos,porque si la piel se pone roja es por la sangre, y si falta sangre tendra que ponerse de cualquier colormenos roja.

    A veces me da bronca no haber estudiado ms. Saber ms cosas. Siempre me dio vergenzasentirme un bruto comparado con algunos colimbas. Estando all me pas con dos o tres. Con elrubio, sobre todo. Capaz que fue por eso que le promet a la Virgen que si me sacaba de ah iba aestudiar el secundario. De entrada no pude porque me destinaron a Neuqun y encima me cas y nopude. Pero despus me toc Campo de Mayo y ah s cumpl la promesa.

    Una vez, en la poca en que me daban pesadillas, se me ocurri visitar a los padres del rubio. Micompadre Ramrez estaba destinado en el Estado Mayor y me consigui la direccin en el archivo.Me llegu hasta Haedo y di unas vueltas para pasar por la vereda. Dos veces. La segunda justo saliuna mujer de la casa. La madre, pens. Pero no estoy seguro porque no le habl. Pens que era lamadre porque se pareca. La piel, la nariz finita, los ojos medio claros. Pero no estaba seguro y apartecapaz que no era. Haban pasado como quince aos y en una de esas, nada que ver. Capaz que sehaban mudado y era otra familia. A veces el parecido es as. No es que los hijos se parezcan a lospadres sino que uno ve a los dos y le busca el parecido. Con mi hijo el mayor me pasa siempre.Todos dicen lo parecidos que somos. Ms ahora que entr en la Escuela y con el pelo corto hasta am me hace acordar a como era yo hace veinte aos. As que no le dije nada. Nos cruzamos por lavereda y nos vimos un segundo y nada ms. Llevaba una bolsa de compras. Ella me mir y yo measust. No s por qu. Ser porque me mir fijo, apenas un segundo pero fijo, como si me conociera.A lo mejor fue por el uniforme, que me mir. Yo calculo que fue por eso. Despus no volv ms.Pas el tiempo, me fui acordando menos, y lo fui dejando.

    Era callado, el rubio. Andaba siempre en la suya, y con los dems se mezclaba poco y nada. Noera que fuera un engrupido, no era eso. Pero era distinto. No s bien por qu cuernos termin en laCompaa. Los otros colimbas eran casi todos de Corrientes, de Ober y la zona esa. Y el rubio,mezclado con ellos, pareca una mosca blanca. Los dems eran morochazos, ms como soy yo. Peroste era blanquito, y mucho ms alto. Hasta las manos las tena diferentes. Blancas, lisitas, se le veaque nunca en la vida haba agarrado una pala, un martillo, nada de nada. A la legua se notaba que lo

  • del rubio vena por el lado de los libros y esas cosas. Porque aparte usaba unas palabras que parecansacadas del diccionario y se las entenda l solo, a veces. Y otros colimbas, que en su perra vidahaban bajado del monte, lo miraban como si fuera un bicho. Yo tena tipos que nunca haban visto uninodoro hasta entrar al cuartel. Y claro, comparado con ellos, el rubio pareca un marciano.

    De entrada me dio bastante trabajo, ese asunto. Porque dos o tres colimbas se lo tomaron depunto. Lo cachaban todo el tiempo con eso de que si era delicado, o si era demasiado limpio, oprolijito, esas pavadas. O me decan a m, hablando fuerte para que el otro escuchara, que el rancho loprepare el rubio que seguro que en la facultad le ensean cocina, decan. O que la letrina la cave elrubio que seguro que sabe porque va a ser arquitecto. Yo les frenaba el carro porque lo que menosquera era que me enquilombaran la Compaa. Y aparte el rubio me daba lstima porque era buensoldado y trataba de no engancharse con esas jodas y no calentarse.

    Pero era guapo. Una vez no s de dnde sacaron los colimbas una especie de pelota. Creo que lahicieron con un par de borcegues que los ataron cruzados y medias que no servan y ataron todo concordones del calzado. Como no haba ningn oficial por ah cerca yo los dej. Justo en contra delrubio jugaba uno de los que lo tena de punto. Salinas, se llamaba. Un morocho grande como unapuerta. Y fue empezar a jugar y Salinas lo entr a cagar a patadas. Porque encima el rubio era bueno.La mova y el otro se empez a poner loco y cada vez que lo gambeteaba empez a cruzarlo como sinada. De entrada el rubio se lo aguant hasta que no pudo ms y en una de esas se levant yreaccion y se entraron a dar de lo lindo, y aunque el otro era grandote el rubio no se le achic. Yligaron los dos, la verdad. Un poco me puse contento porque el rubio me caa bien. Igual hubo quecastigarlos a los dos porque en cuestiones de disciplina uno no puede hacer diferencias, y menos enun sitio como ese.

    Cuando los tuve que bailar, bailaron todos. Ni ms ni menos. No era que yo quisiera o dejara dequerer. Tena que bailarlos y punto. La orden era esa, porque as iban a estar alertas y con la moralalta. Una vez le pregunt por arriba, al oficial, por ese asunto de tenerlos tan cortitos y me cort enseco. Bien, pero me cort de una. As est bien, Ramrez, me dijo. As est bien. Haga que secalienten con usted, as despus se sacan toda la leche con el enemigo. Me acuerdo que me son raroeso del enemigo. Como las pelculas de guerra de los sbados a la tarde, sonaba eso del enemigo.

    Igual a los dos o tres das se pudri todo. Porque cuando entraron a caer las bombas y a sonar lostiros, otra que una pelcula. Los dos primeros das de bombardeo estuvimos metidos en los pozoscon la orden de aguantar sin asomar la nariz, hasta que pasara. Pero resulta que no pasaba nunca. Sesupona que tena que parar la cosa tarde o temprano, pero segua. A veces pareca, porque pasabanveinte minutos, media hora, que no caa ningn bombazo cerca y uno pensaba que ya estaba, quehaban rajado para otra parte. Pero despus, mierda, entraban a caer de nuevo y otra vez adentro delagujero con el agua hasta los tobillos y un cagazo de Padre y Seor nuestro. Y de repente se vino eloficial con la orden de que haba que entrar a tirar s o s porque ellos se venan al humo.

    Durante todo ese tiempo de espera haba pensado que cuando se armara el batuque el miedo meiba a borrar todas las ideas y todos los recuerdos. El hambre, la tristeza por la familia, las ganas devolver, el fro. Ese fro de mierda, sobre todo. Estaba convencido de que en el medio de los tiros nome iba a quedar lugar en la cabeza para otra cosa que no fuera estar atentos a tirarles y a que no nosdieran. Pero no. Ms bien que estaba muerto de miedo de que a la primera de cambio me cagaran deun tiro. Pero ese miedo me vena revuelto con todo lo dems. Con extraar y con querer volverme y

  • con el fro. Ese fro de todo el tiempo y de todos lados, que a uno lo segua hasta cuando se dorma yle amargaba hasta los recuerdos y le sacaba las ganas de todo. Como la guerra.

    Igual que ahora, que ya es noche cerrada, y tambin se me acalambran los dedos y no siento lospies. Pero ahora es distinto, porque me meto a mi casa y ya est: prendo las hornallas y acerco lasmanos y listo.

    Pero all no se poda. A uno no le dejaban encender fuego. No delate la posicin. No seapelotudo, le decan. Aunque a la final a m me parece que hubiera dado lo mismo, porque nos tirabande todos lados y a todas horas, porque hasta un pelotudo con escuela primaria como yo se dabacuenta de que nos estaban dando una paliza. Pero el teniente haba dicho de ac no se mueve nadie,carajo, porque al que se mande mudar lo cago de un tiro yo mismo y les ahorro el laburo a losingleses, dijo.

    Dijo as pero resulta que el ltimo da, o la ltima noche, mejor dicho, porque fue de noche, yomand un colimba a buscarlo porque nos estaban dando sin asco y resulta que el tipo no estaba, y yoprimero no le cre al colimba y pens que era mentira que haba ido hasta el puesto y mand a otropero result lo mismo, el teniente no estaba porque se haba tomado el buque, eso haba pasado.

    Y en ese momento yo medio que me tar porque resulta que estaba al mando y tena a ochocolimbas igual de cagados de miedo que yo y nadie a quien preguntarle qu carajo hacer y los guachosse nos venan, tiraban y se nos venan. Y ah fue cuando salt el rubio. Salt y agarr la ametralladoraque tenamos en el pozo de adelante y me dijo si usted me ayuda los cubrimos. Y yo le dije que sporque el rubio me miraba fijo y pareca tranquilo y pareca que el jefe era l. Bueno, tranquilo noporque tena cara de loco y gritaba, pero por lo menos saba qu hacer en medio de semejantequilombo. Y fue por eso que yo empec a tenerle la cola de municin y l tiraba y les gritaba a losconscriptos que rajaran, que se fueran, y dale que dale tirando para un lado y para otro y los demscolimbas primero no atinaron a hacer nada porque el que gritaba era el rubio, pero ah yo les grit lomismo y la voz ma se escuch porque parece que no pero con la ametralladora daba la impresin deque los tenamos a raya y el fuego de ellos era ms raleado. El primero que raj fue un conscripto altoy flaco, ato, que se llamaba Gutirrez, y cuando los otros vieron que se perda detrs de la lomaagarr Salinas, el del picado de ftbol, y sali corriendo para el mismo lado como una flecha, y losotros detrs, que para correr ms rpido algunos hasta dejaban los FAL ah en el piso, y el rubiotiraba, puteaba, tiraba y me peda ms municin, le brillaban los ojos y segua tirando.

    A la final nos quedamos solos y me dijo rjese, y yo de entrada pens que no, que no lo podadejar y le dije que no, pero el rubio me insisti y ah noms le dije que s. Y eso es ms que nada loque a m me sigue dando vueltas ahora, tantos aos despus. Porque yo tambin pude haber dichoandate vos, pibe, que yo me quedo. Solamente una vez, creo, llegu a decirle dej, nos quedamos losdos. Pero el rubio me insisti y entonces le dije que bueno. Es el da de hoy que no s si en medio desemejante quilombo alcanc a darle las gracias. A m me gusta pensar que s, que se las di, pero laverdad es que no me acuerdo. Capaz que s o capaz que no, que sal rajando todo lo rpido que medieron las patas y punto, viendo el bordecito de arriba de la loma y pidindole a Dios que me dejarallegar al otro lado. Y el rubio larg la ametralladora y agarr el FAL y mientras yo corra alcanc asentir todava los estampidos del fusil y al rubio que los puteaba y les tiraba, los puteaba y les tiraba.

    Supongo que fue por eso que una vez le ped a mi compadre que me buscara la direccin de lospadres, ah en Haedo. Pero igual no me anim. Porque no s si hicimos bien en eso de hacerle caso y

  • correr, de dejar que se quedara l. A lo mejor haba que salir todos y ver qu pasaba. O a lo mejor no,porque si hacamos eso nos cagaban a tiros a todos y era peor. No lo s, y eso es lo que ms vueltasme da. O a lo mejor lo que me come la cabeza es que tendra que haberme quedado yo, que lo quehizo l lo tendra que haber hecho yo, porque el rubio era un colimba y nada ms. Pero el rubio en esemomento era otra cosa, como ms grande, ms hombre que todos los otros. O capaz que yo lo piensoporque me conviene, porque as me siento menos cobarde. La verdad que no s.

    A lo mejor esa vez que me fui hasta Haedo tendra que haber parado a la mujer y haberlepreguntado. Capaz que la mujer me mir fijo porque era. Porque me vio con uniforme y le hiceacordar al rubio. No s. O por lo menos decirle algo. Decirle quin era yo. O decirle que al pibe msgrande le puse Fernando por el rubio. O capaz que no se puede, porque decir una cosa hace que unodiga otra y a la final tenga que decirlas todas y no puedo. Porque a contarlo todo no me animo.

  • EN PAZ DESCANSA

    Mi barrio naci una maana de sbado, en la primavera de 1978, y vivi cuatro o cinco aos a losumo. Aclaro que cuando hablo del nacimiento de mi barrio no me refiero a la fecha en que seconstruyeron las casas ni a aquella en la que se habitaron de gente. Mi definicin de barrio es mssubjetiva y ms estrecha.

    Mi barrio naci cuando los que fueron mis amigos y yo lo poblamos, lo recorrimos, loconquistamos. Y dur hasta que nos fuimos. Por supuesto que las casas quedaron. Pero sin nosotrosse convirti necesariamente en otra cosa. No fue, seguramente, el primer barrio que se adue de esascasas. Tal vez s haya sido el ltimo.

    Acerca del ao de su nacimiento no albergo la menor duda: 1978 fue uno de los peores aos queme ha tocado vivir. Ese invierno asist a mi primer velorio, y todava hoy me angustia el olormarchito y abombado que dan muchas flores cuando yacen juntas. Llor el primer da y despus mequed seco. Entonces empez mi rabia. Una rabia silenciosa, una rabia de piedra. Una rabia contratodos, empezando por Dios: exactamente por Dios. No acababa yo de tomar la comunin el octubreanterior? No se supona que Dios cuidaba a la gente buena? No era cierto eso de que uno podapedirle a Dios las cosas que necesitaba, y si uno era un buen chico, era muy probable que Dios se lasdiera? Bueno, pareca ser que no, carajo. Dios se haba hecho el tonto, o el distrado. O tal vez elasunto era peor: Dios me odiaba.

    Despus de Dios estaba la gente. Puta madre con la gente. Por qu a todos se les daba pormirarme con expresin de lstima? Acaso era un bicho, yo? A cuento de qu a todos se les dabapor merodear por la casa? Para qu ponan cara de circunstancia, cara de pobrecitos, qu familiadestruida? De dnde salan tantos familiares con los que nos veamos de pascuas en ramos?

    Y por ltimo estaban los pibes. Los del colegio, los de la patria, los del mundo entero. Los odiabaa muerte. A favor de ellos tengo que decir que no hacan nada. No me haban abandonado, como Dios,ni me miraban con cara de lstima, como la gente grande. Pero les tena una envidia que me hacahervir los glbulos rojos. Por qu me haba pasado justo a m, habiendo tantos pibes por todoslados? Por qu no les haba pasado a ellos? Qu mierda haba hecho yo para merecerme semejantecastigo? A ver? Por qu justo a m?

    No eran preguntas de fcil respuesta. Por aadidura, yo no estaba dispuesto a formularlas en vozalta. Me las haca para adentro, mientras los vea pasar ante mis ojos, hundido en una cueva desilencio.

    Los viernes a la noche, para peor, a mi casa vena un cura irlands de la parroquia de Pompeya.Yo no tena nada contra el pobre curita. Pero vena en nombre de Dios, y con l s que tena unasunto pendiente. De manera que mi mam lo reciba en el living, y cuando estaban mis hermanos,ellos tambin charlaban con el sacerdote. Yo, en cambio, me quedaba jugando debajo de la mesa delcomedor, bien lejos de todos. A veces eran soldaditos. A veces construcciones de Rasti. Pero casisiempre eran los jugadores de ftbol. Tena cuatro equipos completos. Y unos arcos de maderapintada de dorado. Me los haba hecho mi pap, y les haba fabricado la red con gasa del consultorio.Hoy, casi treinta aos despus, si me concentro puedo sentir el olor profundo del esmalte sinttico

  • sobre la madera. Los jugadores eran todos iguales. De plstico, con pelo oscuro y raya al costado.Tenan una sonrisa triste y eran medio cachetudos. Lstima que no permanecan de pie. Se caanpermanentemente, pero a m no me importaba. Me servan para reproducir los partidos. Y la ventajaera que en la cancha de alfombra, debajo de la mesa, no haba sorpresas. Independiente ganabasiempre. Ningn imprevisto, ninguna noticia tremenda, ningn Dios injusto. Por eso cuando vena elcura yo ni asomaba el pelo. beda, Vilanova y Romano: mientras escribo estas lneas, me vuelvenesos apellidos con forma de mediocampo. No s si lo recuerdo bien. Tampoco importa. Uno de esosviernes, por la tele estaban dando un partido de Independiente por la Copa Libertadores. Y en mediode mi silencio yo me haca un lugar para preguntarme para qu mierda segua existiendoIndependiente si quien me haba enseado a amar al Rojo y a sus Copas no estaba ah para darlesentido al jodido asunto.

    Mi nico amigo era Andrs. Tanto lo quera que estaba dispuesto a perdonarle que su padresiguiese vivo. Pero como ya bamos a colegios distintos y a turnos distintos, durante la semanaapenas lo vea. Los sbados s. Los sbados a la maana jugbamos a la pelota en su vereda o en lama. Y de ah me viene la certeza de que mi barrio naci un sbado de primavera, en la vereda de micasa.

    Esa primavera, ese sbado, esa maana, pasaron dos pibes que vivan al lado. Iban con las manosvacas. Andrs picaba la pelota junto al portn. Cuando estuvieron a dos metros se detuvieron. Enlugar de seguir hacia donde iban, pararon. Nuestros ojos se cruzaron y empez a caminar de nuevo eltiempo. Jugamos un arco a arco, dos contra dos, bajo la sombra incipiente de los tilos.

    Al da siguiente ya no pasaron: vinieron, que no es lo mismo. Ya no ramos dos y dos. ramoscuatro. Despus de Diego y Pablo les toc a los hijos del oculista: cuatro varones que hicieron unaporte demogrfico sustancial. Fuimos ocho.

    Y cuando la vida camina, camina. Cuando mi hermana me cont que acababan de vender el kioscode Mario, y que llegaba una familia con cinco hijos, y que el mayor se llamaba Gustavo y tena onceaos, casi ni me sorprendi mi buena suerte. Para lo que no estaba en absoluto preparado era paraque una de sus hermanas se llamase Carolina, tuviera nueve aos, el pelo lacio y los ojos castaos yprofundos, pero esa es otra historia.

    Cuando fuimos suficientes, fue el tiempo de bajar a la calle y poner los cuatro cascotes de losarcos. La cosa iba en serio. Se haba acabado el peloteo infantil en la vereda. Faltaban cuatro o cincochicos ms, que cuando nos vieron dueos del asfalto vinieron a tomar su parte en el camino de lagloria. Cristian fue uno de ellos. Los venezolanos, Mariano y Javier, completaron el crculo. Eranargentinos, pero como haban vivido en Venezuela tenan un acento extrao que para nosotros,deseosos de darle algn toque excntrico al grupo, los volva extranjeros.

    Por algunos aos, la calle Guido Spano se convirti en el ncleo de mi vida. Los fines de semanaeran bocanadas de aire fresco en medio del hasto y la soledad de mi casa. Los veranos fueron elombligo del tiempo.

    Mis recuerdos del mundo en esos aos estn inevitablemente tejidos con esos das en el cordnde la vereda. Para m, Galndez no muri al costado de una ruta durante una carrera. Muri cuandouno de los Gidice, estupefacto, sali a contarlo, y nosotros interrumpimos el partido. Quilmes nosali campen con el gol de Gspari en Rosario, sino cuando algunos chicos se pusieron a gastarlo aAndrs, por bostero, en un atardecer de sol apenas tibio. Mirtha Legrand entr en mi vida cuando

  • invit a un fulano que haba inventado a unas extraas criaturas que se desarrollaban en el agua, y noshizo dilapidar varias tardes con la ata pegada a una pecera, esperando que crecieran los sea-monkeys. La guerra sucia fueron cuatro imbciles que se bajaron a amenazarnos desde un Falconcuando nos vieron poniendo monedas en la va del tren para achatarlas, y se mataron de la risa connuestras caras de miedo. El Papa Juan Pablo I falleci debajo del jazmn de leche de mi casa, en elcrculo absorto que formamos para escuchar la pavorosa explicacin de Andrs acerca de cmo seenvenena a un Pontfice. Malvinas fue los discursos encendidos de Gracielita que nos convenca,revista Gente en mano, de que no haba manera de que los ingleses nos ganaran esa guerra.

    En esos aos no slo viv del ftbol. Mis amigos tenan hermanas y primas, y creo haber yamencionado a una tal Carolina de ojos oscuros y abismales. En el primer baile que pergeamos, sumadre cometi el desatino de venir a buscarla antes de las diez. Durante el resto de la noche aprend aextraar a una mujer.

    Si sigo escribiendo me hundir sin remedio en la fcil tentacin de hilvanar ms y ms recuerdosque slo conducen hacia mi pasado y me importan a m solo. Para terminar estas lneas, entonces,corresponde que diga cundo muri mi barrio. No tengo una fecha tan exacta como la de sualumbramiento, porque se fue extinguiendo de a poco. Si naci cuando llegaron los chicos, tena quemorir cuando se fueran.

    Los primeros en partir fueron los venezolanos, que en pocos aos se haban desprendido de suacento caribeo pero nunca lograron lo mismo con su gentilicio. Despus se fue Gustavo. Se mud aBelgrano, en la Capital. Volvimos a verlo una vez, cuando nos invit a visitarlo. Pero fue tristecomprobar que haba cambiado tanto que ya no tenamos en comn ni siquiera los recuerdos. Con lparti Carolina, la primera mujer que perd. Diego y Pablo fueron los siguientes. Diez aos despusDiego me invit a su casamiento. Al abrazarnos con su hermano Pablo, en los ojos le adivin que, dehaber tenido a mano una pelota nmero cinco, arrancaba de nuevo el arco a arco, en pleno atrio de laiglesia, como en aquel sbado del Gnesis. Los que eran ms grandes crecieron, y no hizo falta que sefueran para despedirlos para siempre.

    Quedamos Andrs, Cristian y yo. Fuimos amigos por mucho tiempo. Buenos amigos. Aunquetres chicos no sean catorce o diecisiete, alcanzan para soltarse a explorar la adolescencia. Pero elbarrio, el barrio, el barrio como conjunto, como horizonte, como mundo, para 1983 se haba ido deltodo. Tanto es as que de vez en cuando, en los amaneceres de naipes, a los tres sobrevivientes se nosdaba por recordar nuestras viejas aventuras con los pibes. Y cuando uno recuerda es porque ya notiene aquello que recuerda. No hay certificado de defuncin ms preciso que ese.

    No fue tan dolorosa aquella prdida porque mi barrio haba servido para lo que tena que servir.Esos chicos me haban obligado a poblar de gritos mis silencios, a abandonar la alfombra bajo la mesa,a identificar alborozado, cada maana y cada tarde, el momento en que pasaban a buscarme por elrepique de la bola en la vereda, a implorar cada atardecer que no la llamaran a Ella demasiadotemprano a baarse.

    Cinco aos despus de que la muerte me dejara el alma hecha una estepa, yo poda comprobar sinsobresaltos que estaba vivo. Senta en el alma, es cierto, y siento todava, los costurones de ciertascicatrices, pero a fin de cuentas, creo que no existe nadie que no las tenga.

    Mi barrio me sirvi para todas esas cosas, y para otras que ni siquiera yo mismo entiendo losuficiente como para ponerlas en palabras. S, al menos, que la rabia por fin me haba abandonado. Y

  • hasta creo que no exagero si digo que fue entonces, en los das finales de mi barrio, cuando por fintermin por perdonar a Dios.

  • PERICN

    I

    Ms de una vez he escuchado decir que ninguna historia tiene final feliz. Que todas, tarde otemprano, terminan mal. Y que el nico modo de contar historias felices es tomar la precaucin dedetener el relato a tiempo. Siguiendo esa lnea de pensamiento, podramos considerar que un buenmomento para dar por terminada una narracin es el instante en que los hroes de nuestro cuentosuperan una gran dificultad, la dificultad que ha sido precisamente materia del ncleo del relato.

    Caperucita desenmascara al lobo y lo liquida, con o sin ayuda de algn leador, no sin antesrescatar a su abuelita ya sea del vientre del cuadrpedo (versin poco creble, salvo que el animalengulla sin masticar y tenga un aparato digestivo probadamente elstico, pero ni siquiera) o delropero (una alternativa argumental a todas luces menos forzada que la otra). Ese es el final. Quocurre luego, en el cuento de Caperucita? Nada. Cmo seguir? Supongamos que la abuelita mueremansamente en su cama dos semanas ms tarde. En ese caso el desenlace se afea un poco, por nodecir un mucho.

    Otro tanto ocurre con la Bella Durmiente, si vamos al caso. Apenas la despierta su prncipe beso mediante y la alza en brazos para bailar el vals y casarse con ella, fin de la historia. Eso estodo. O alguien puede decirme cuntos hijos tuvo la Bella Durmiente? Nadie lo sabe, sencillamenteporque nadie nos lo ha dicho.

    Saliendo de los cuentos infantiles ocurre lo mismo. Pensemos en pelculas de cine, por ejemplo.Buenas pelculas. No me refiero a las que directamente terminan mal (jams vera por segunda vezLos puentes de Madison, o La edad de la inocencia, ms all de la belleza de esas pelculas): las quetienen final feliz terminan en un punto arbitrario.

    Ilustremos el punto con una de suspenso para que los sentimientos no tengan un protagonismotan acentuado. Glenn Close est hundida en la baera de la casa de Michael Douglas y han dejado desalirle burbujitas de la boca. El hroe que cree haber resuelto esa atraccin fatal mediante elsumario estrangulamiento de la susodicha intenta recuperar el aliento sentado en el piso. Finalfeliz? An no, porque la insistente de Glenn, que no es una chica que tome bien las negativas, seyergue cuchillo en mano como una furia, lista para partir al medio al muchachito: final horrendo,alcanzamos a intuir mientras saltamos en nuestra butaca. Pero no, tampoco ese es el final. La legtimaesposa de Michael, haciendo gala de unos reflejos notables y de una firmeza de pulso francamenteenvidiable le acierta un tiro en plena frente a la pobre Glenn que no tiene ms remedio, ahora s, quemorirse de una vez por todas. Mientras su cadver resbala de nuevo hacia la baera, respiramos coneste otro tipo de final feliz. De nuevo es desaconsejable prolongar la historia. Hasta dnde? y sobretodo, para qu? No vaya a sucedemos, simplemente por sucumbir a la mana de curiosear y contarlo curioseado, de toparnos con que la esposa de Michael, tiempo despus (tal vez porque recapacitasobre que ha perdonado a su marido con demasiada facilidad, o con el hgado revuelto al recordar alconejo hirviendo en la cocina) resuelve sus desavenencias maritales con otro certero disparo en lafrente, que si algo no le falta a esa dama es buena puntera.

    No se engae el lector con el registro un poco jocoso, de liviana y mdica irona, que eleg paracomenzar esta historia. Ese tono puede enmascarar, tambin, la tristeza y la melancola.

  • sta que tengo hoy entre manos, y que ms que una historia es un recuerdo, puede ser contadacomo una historia feliz. Pero si la cuento completa, deja de serlo. Si la narro hasta el final nosdaremos de bruces con el fracaso, la desintegracin, el desengao.

    Puedo detenerme antes de ese ocaso, entonces, para preservar el final feliz? No lo creo. Porqueacabo de poner sobre aviso, al lector, acerca del triste desenlace del asunto, y si me niego a llegar alfinal se ver en mi gesto un artificio, una trampa, una impostura. De ningn modo. Nos gustan lashistorias felices, pero si ya nos han advertido que no lo son las preferimos tristes pero completas.Nada de engaosas amputaciones.

    S i Los puentes de Madison tiene un final doloroso, pues mala suerte, pero no podemosconsolarnos diciendo miremos la pelcula hasta que Clint Eastwood y Meryl Streep bailanlentamente en el centro de la cocina de la granja. Ni podemos aceptar que un buen momento paradejar de ver La edad de la inocencia, sea el instante en el que Daniel Day-Lewis se sienta frente aWinona Ryder dispuesto a confesarle que ms all de la culpa y la vergenza ama con todo sucorazn a Michelle Pfeiffer.

    Tal vez exista una alternativa: contar la historia al revs. Arrancar por ese final triste que vengoanticipando, rastrear los conflictos suscitados entre los personajes y terminar exactamente en elprincipio. Se me dir: es una maniobra intil. Los lectores estn anoticiados de ese falseamientotemporal, de ese enroque de causas por efectos y de motivos por resultados. Es verdad. Pero todosconocemos cun profunda puede resultar la cadencia de las palabras, el arrullo mgico que despiertanlas historias a medida que son desgranadas. En una de esas, el relato engatusa nuestros tan racionalesinstintos y la historia queda completa; dada vuelta pero entera. A fin de cuentas, a todos nos gustanlas historias felices.

    II

    Ubiqumonos entonces en el ltimo acto de esta historia, aunque tal como convinimos de aqu enadelante resultar ser el primero.[1]

    Traigamos entonces una imagen: en medio del corro que forman mis compaeros de 7 B, yoarmo la guardia para enfrentarme a golpes con Jos, que ya no es mi amigo aunque alguna vez lo fue.

    Mientras levanto los puos no me preocupa demasiado que pueda lastimarme. Jos es ms altoque yo, es cierto. Es flaco y esbelto. Tengo que levantar la vista para compadrearlo porque me llevauna cabeza de estatura. Yo no he pegado el estirn y, aunque me duela, algunos de mis compaeroshablan de m como del gordo. Y pese a que los que me llaman as no me tienen cario, razn no lesfalta. En las fotos que conservo de mis doce aos me veo retacn y flequilludo. Para peor mishormonas han iniciado su sobresalto pintndome un bozo de largos pelos flacos sobre el labio y yono me lo afeito, tal vez por desprolijo o porque estoy genuinamente convencido de que me vuelvealgo ms hombre, aunque treinta aos despus concluya sin vacilaciones que me quedabahorripilante.

    Pero bueno, all estoy yo, con los puos en guardia mirando a Jos que se me antoja todo unhombre. Hasta tiene la voz gruesa, y eso tambin se lo envidio. En sexto grado la profesora de msicapretendi convocarme para el coro de la escuela porque consider que entonaba bien y tena buen

  • odo. Cuando en el primer ensayo me coloc entre las chicas con voz de soprano, decid dar porterminada mi carrera de cantante. Jos no habra sufrido semejante percance.

    Lo tengo frente a m pero no le temo. Y no porque yo sea un valiente. No lo soy. Pero s soybastante bueno para observar a la gente, y advierto que Jos tiene ms miedo que yo. Probablementese est preguntando qu extrao encadenamiento de azares lo ha puesto en esa vereda, a la salida de laescuela. Y sobre ese punto yo tengo las cosas ms claras que l, me parece.

    Sellamos el duelo hace un rato, apenas. En la ltima hora de clase. Cruzamos un par decomentarios provocadores, ya no recuerdo a raz de qu. Nos desafiamos. Creo que de l parti, enverdad, el desafo. No fue del todo suya la ocurrencia. Mariana fue, en realidad, la que lo azuz pararetarme. Dijo algo as como cagalo a trompadas, a ese infeliz. Y Jos se ha visto obligado a recogerla sugerencia. Y yo he aceptado.

    Estoy satisfecho con mi respuesta. No me di vuelta para ver a Mariana. Escuch su voz quevena de uno de los ltimos bancos, a la izquierda. Jos la mir por sobre mi cabeza. Despus seencar conmigo y se sinti obligado al Te espero a la salida. Yo lo mir y asent.

    No creo haber sonado amenazante. Si son como me senta, habr sonado resignado y triste. Talvez el registro de mi voz incluy hasta una cierta dosis de culpa. No por Jos. Pero s por ella. PorMariana.

    Con Jos hemos sido livianamente amigos. Que me desafe a pelear certifica que ya no lo somos.Supongo que sobre todo significa que ambos hemos cambiado, y a los doce aos yo odioprofundamente que las cosas cambien. Con Mariana la cosa es distinta. Su desprecio y su rabia meduelen. Sospecho que porque me s responsable de ambos. Pero no nos adelantemos, o ms bien, novayamos hacia atrs.

    Volvamos a Jos y a m con los puos en guardia, y a los dems que nos rodean. Mi atencin esttambin en ellos. Los necesito. Deseo su lealtad. Me duele ver en los ojos de algunos el anhelomalicioso de que Jos me muela a golpes. Agradezco para mis adentros las sonrisas verdaderas de losque me quieren bien. Igual, todos tenemos doce aos, y el placer morboso de presenciar una pelea sesobrepone a cualquier lealtad que nos deban.

    Entonces escuchamos de nuevo la voz de ella. Grita desde la otra vereda. Camina seguida por sushermanos, y vocifera sin dejar de andar. Cagalo a trompadas, a ese hijo de mil putas. Larecomendacin es para Jos. El hijo de mil putas soy yo. l suelta una risita con la arenga. Yo sigoserio y sigo triste. Ahora s la he mirado. Todava hoy se aleja por Martn Irigoyen hacia la calleAlmafuerte. Iracunda. Altiva. Tal vez se sabe el nervio vital de lo que est por ocurrir. Le echo unltimo vistazo antes de encararme de nuevo con Jos. Su pelo lacio y negrsimo se balancea con lospasos marciales que lleva. Sus hermanos la siguen con la lengua afuera. Veo su perfil distante.Entonces no puedo ponerle nombre a la sensacin que me turba. Y si cruzara la calle y, llorando, lepidiese perdn por todo lo que la he hecho sufrir? Imposible. No s hacer ninguna de esas cosas: nillorar, ni disculparme.

    Mariana sigue su camino y nos deja frente a frente. Ha cumplido su parte. Ha sellado el dueloentre el caballero andante y el torpe monigote que la ha ofendido. No se quedar a presenciar misexequias. Para m su discrecin es bienvenida. Pero para Jos es una muy mala noticia. Entiendoentonces que contaba con tenerla como parte del pblico. Ahora no podr lucirse delante de ella. Nopodr exhibir ni la fuerza de sus puos ni la gracilidad del mechn de pelo castao que se agita al

  • ritmo de sus maniobras de pgil.Jos me putea un poco, como para ponerse en clima. No le respondo, porque comprendo que sin

    Mariana la pelea pierde para l toda su razn de ser; y que si antes estaba indeciso, ahora tienefervientes deseos de rajar para su casa.

    Mi valenta parece estar en relacin directa con esos deseos. Lo miro desde la modestia de miestatura y mantengo los puos en alto. Entiendo que nuestros compaeros no van a permitir que lalucha aborte sin siquiera unos escarceos. Y Jos tambin lo entiende. Por eso su voz, su gran voz dehombre, suena levemente agitada cuando vuelve a insultarme.

    Mientras le pego un empujn como para dar por iniciado el combate me imagino que Marianaestar ya lejos, y que recin maana se enterar del resultado de la pelea, porque no tiene telfono.Jos me lanza un golpe. Me cubro y me da en el brazo. Le devuelvo un enrgico trompazo que le daen la nariz. Linda pia, si vamos al caso. Lstima que el pantaln de sarga me quede tan justo, porqueel movimiento de piernas que acompaa el trompazo hace que se me raje completa la costura de laentrepierna. Estoy gordo, noms. La pucha. Un hlito fresco a la altura del calzoncillo me indica quelas siete cuadras que me separan de mi casa tendrn algo de bochorno. Pero no tengo demasiadotiempo para lamentarme porque Jos se me lanza encima, enardecido, no s si por el dolor de la narizo por las exclamaciones entusiastas de nuestros compaeros que han festejado el impacto de migolpe.

    Mientras rodamos abrazados al piso tengo una extraa combinacin de sensaciones. El temblor demis piernas, que era pronunciado desde que sal de la escuela hasta que nos detuvimos a la vuelta, meha abandonado. Peleo con una extraa serenidad. Entiendo que voy a ganarle, pero no porque sea msfuerte o ms hbil que Jos, sino porque l me tiene mucho ms miedo que yo a l. Por eso peleo sinrabia, y entre forcejeo y forcejeo le pego en la cara. Pero lo hago con la mano abierta. No es quepretenda sobrarlo. Ocurre que, en el fondo, me horroriza la violencia.

    Es estpido lo que me sucede, pero Jos me despierta algo de compasin, mientras vuelve aabalanzrseme. Est quedando como un idiota delante de todos los chicos del grado. Pero cuidado,que me despierte compasin no significa que no haga todo lo necesario para derrotarlo. El orgullo esuna de mis pocas certezas, en esos aos oscuros. Ya que puedo ganar, voy a vencerlo. Pero en micabeza hay mucho ms lugar para Mariana que para Jos. La rabia de Mariana. Su desprecio. Esarabia y ese desprecio que, en el fondo, s que sobradamente merezco.

    Que Jos empiece a recular, mientras se limpia la sangre de la nariz con la manga del guardapolvo,no impide que yo me llene de tristeza. Suenan algunas burlas dirigidas a mi contrincante. Ejerzo lapequea dignidad de no sumrmeles. Tambin me da un poco de pena Mariana, que va a enojarsecuando se entere del fracaso de su caballero andante.

    Uno de los chicos, que campanea en la esquina, viene corriendo con la novedad de que viene unamaestra a detener a los malandras de sptimo. El desbande rescata, para Jos, la mnima honra de quesu carrera se confunda con la de todos los dems.

    Yo tambin corro. Y el viento que me entra por el tajo del pantaln en la entrepierna me recuerdaque ando prcticamente en calzoncillos. Doy vuelta la siguiente esquina y, cuando me siento a salvo,me saco el guardapolvo y me lo ato a la cintura para mitigar mis vergenzas. Despus sigocaminando. En casa no voy a contar nada de lo ocurrido. Ya s de sobra que mam tiene demasiadosproblemas con el trabajo, y todo eso, como para que yo le sume mis pendencias.

  • Mientras camino, revisando cada diez pasos que el agujero del pantaln permanezca oculto,vuelvo a ver a Mariana odindome desde la vereda de enfrente. Su pelo denso y negrsimo. Su pieloscura. Su voz ronca. Sus ojos intensos. Su belleza.

    Camino todas las cuadras pensando en eso porque no me distraigo hablando con nadie. Voy solo,porque todos mis amigos viven en otras direcciones. Y me resulta curioso recordarlo en ese momento;pero el nico que vive para este lado, como yendo para Morn, es Jos.

    III

    No concuerdo con las personas que piensan que la infancia es el perodo ms claro y sencillo de lavida. Una especie de paraso del que somos expulsados por el incmodo e involuntario fenmeno delcrecimiento. Ser porque cuando evoco mi niez no me sumerjo sin ms en una nostalgia del Ednextraviado. No. Conservo de ella recuerdos diversos. Encuentro pasajes bellsimos pero tambinotros angustiantes, torvos, confusos. No recuerdo mi alma de nio, ni la de los otros nios queconoc, como buclicas planicies mansas, ni espejos quietos de aguas cristalinas.

    Sospecho, en cambio, que durante la infancia nos atraviesan emociones tan profundas ycomplejas, tan contradictorias y difciles como en cualquier otro momento de la vida. No digo conesto que, de nios, pensemos como adultos. Pero tal vez las formas de sentir s se parezcan. Tal veznuestras emociones las sentimos con la misma hondura, y lo que ocurre en todo caso es que en laniez nos faltan palabras para acomodarnos dentro esas emociones, con lo cual el asunto terminasiendo ms difcil en lugar de ms sencillo.

    Cerr la primera parte de esta historia (que es la ltima, pero eso ya lo aclar), con una pelea a lasalida del colegio, en cuya antesala Mariana lo azuzaba a Jos desde la vereda de enfrente para queme rompiera el alma.

    Pero su enojo, su enorme furia, son razonables. Yo la he atacado con saa durante largos, muylargos meses. La he convertido metdicamente en mi vctima. He volcado sobre ella buena parte de mifrustracin y de mi propia furia. Es que tambin los mos son sentimientos desbordados. Por quMariana? Por qu contra ella?

    La respuesta ms directa es porque la siento una rival. Una peligrosa y tenaz competidora, en miobstinada carrera por ser abanderado. Soy muy buen alumno en la escuela. Ella tambin. Miscalificaciones son brillantes. Las de Mariana tambin lo son. Y durante buena parte de sexto grado hesoado con ser abanderado. Constantemente he acariciado ese sueo. Muchas noches, antes dedormir, me he dedicado a evocar esa escena primorosa: es el acto de fin de curso, los abanderadossalientes estn de pie sobre el escenario, y por los parlantes se escucha la voz de la directora queanuncia el nombre del nuevo abanderado. La multitud de chicos y de padres prorrumpe en unaovacin slida, de esas que se sostienen y alimentan en el aire. Me pongo de pie, abandono la fila yme apresuro hacia el escenario, aunque mantengo los ojos bajos, turbado por semejante homenaje.Ese es el instante solemne. Todos me ven. Todos se fijan en mi presencia. El egresado de sptimo mecoloca la banda y me entrega la bandera. La multitud renueva el aplauso. Busco a mi familia en ladistancia. Los identifico en la multitud por el desborde de sus gritos de jbilo. Soy feliz.

    Las cosas han salido de manera bastante parecida a ese sueo. No me he alzado con la banderaargentina ni con la papal, que han quedado para dos chicos del otro sptimo, pero s he conseguido la

  • bandera del colegio. Una hermosa bandera roja, azul y blanca con el escudo de la escuela. El ligerodisgusto de quedar tercero se mitiga al sentirme el mejor de mi grado, una especie de embajador, deemisario de 7 B. He tenido mi nombre en los altavoces, mi aplauso y mi traspase de bandera. Claroque dur mucho menos que en mis sueos. Todava me faltan unos cuantos aos para aprender quesiempre sucede as.

    Sin embargo, a la mitad de sptimo mi imperio se ha venido abajo. Mis calificaciones han bajadoun poco, las de Mariana han crecido otro tanto, y en la escuela la han designado a ella para la bandera,degradndome a m a nivel de escolta. Me he sentido morir. Los cambios. Los odiosos cambios. Mehe visto abochornado, humillado para el resto de los tiempos y las generaciones por venir. Algncomedido del curso habr aprovechado para hundirme el estilete mordaz de hacerme notar que hesido derrotado por una chica. Y eso ha sido el acabose. Mi indignacin se ha desbordado como esosros de montaa que estallan indmitos con las lluvias. Derrotado, y derrotado por una mujer.

    Debe haberme llevado cinco minutos tomar la decisin inapelable de vengarme. Me he propuesto,con la claridad de miras que nos otorga la maldad, convertir la vida de Mariana en un infierno.

    Naturalmente, siendo una chica, no poda emprenderla a los trompazos. Mi arma sera la palabra.Una palabra capaz de hundirse en su carne y lastimarla. Tena cierta experiencia en el tormento quepueden producir la burla y el sarcasmo. Como vctima, que es el mejor sitio para aprender el tamaodel dolor. Cambiar de sitio me result placentero. Me llen de energa.

    Para hacerle dao me aferr a lo primero que me vino a la mano, a lo ms evidente: lo que Marianatuviese de distinto, de especial, de diferente. Mariana era alta y bella (ya hablar de eso antes determinar esta historia, y es probable que esa fuese la verdadera razn de mi saa, pero no es elmomento de ventilar el punto porque ese es el final, o sea el principio). No poda entonces burlarmede que fuera petisa ni gorda. Tena la piel morena y suave. Ah estaba la solucin! En el color de supiel. La ma era sonrosada, ms bien plida, igual a la de los chicos y chicas de las propagandastelevisivas de yogur o dulce de leche. La de ella era muy morena, y eso la avergonzaba.

    Negra, empec a decirle. Y Mariana me miraba con rabia. Noche, aprend a lastimarla. Lasmaestras no eran un obstculo invencible, porque en su presencia me mova con mi tradicionalcompostura de chico modelo, y porque mi apellido vena asociado a la tragedia familiar y me cubrade la impunidad necesaria para evitarme castigos. Por lo menos esos castigos. Alquitrn. Y se lellenaban los ojos de lgrimas.

    Claro que mis actos me volvan odioso a los ojos de cualquier testigo bien nacido. Slo mismejores amigos se atrevieron a permanecer a mi lado. Sospecho que buen trabajo les habr costadoatar su lealtad a mis bajezas. Lo malo fue que esa fidelidad me libr del temor a perderlos, lo quehubiese sido un estmulo para detenerme.

    En la tele haban dado una miniserie que se llamaba Races y contaba las desventuras de la estirpede un esclavo africano en las plantaciones algodoneras del sur de los Estados Unidos. Una de susdescendientes se llamaba Kisi. En 1980 las series de televisin no venan subtituladas, de modo queno estoy seguro de si est bien escrito. Kisi, la llamaba a Mariana, casi a los gritos, y disfrutaba lasrisas crueles que en el aula despertaba mi ocurrencia.

    Fea. Negra. Casi treinta aos despus lo escribo y me horrorizo. De todos modos lo escribo.Tonta. Llorona. Cuando llors se te pone roja la nariz, sabas?. No era capaz de detenerme. En elfondo de mi corazn yo saba que la pobre chica no tena la culpa ni de la dcima parte de lo que me

  • pasaba. Pero era demasiado en el fondo. En la superficie no me importaba. Mientras alguno de loschicos de la escuela soltase al menos una risita, poda envalentonarme para seguir. Decime unacosa a la noche cmo hacen en tu casa para encontrarte en la oscuridad?. Ms hondo. Msprofundo. La prudencia y la bondad tienen un techo. La violencia no. Bueno, negra no sos. Peroblanca blanca tampoco. Que se riesen. Que alguno se riese y me diera el salvoconducto paraseguir. Ser miserable me resultaba cmodo, tal vez placentero. Parda. Ah est. Sos parda.

    Si quisiera mitigar mi sentimiento de vergenza podra decir que estaba muy solo, muynecesitado, muy frustrado. Que esos eran tiempos de un dolor atroz y silencioso. Pero hoy sientoque no es excusa. Que no hay excusa para infligir dolor a los otros. Negra. Parda. Kisi.

    Pese a todo Mariana iba a terminar por derrotarme. Y no por el asunto de las banderas. Sinoporque en algn momento aprendi a contener las lgrimas. Tal vez yo empec a repetirme en miscrueldades. No por bondad sino por impericia. Simplemente, no se me ocurran otras nuevas. Esprobable que al mismo tiempo mis burlas dejaran de levantar ecos risueos en mis compaeros. YMariana encontr, a su vez, palabras para hacerme dao. Salchicha, un deslizamiento risueo delsonido de mi apellido. Traga. Gordo. Orejudo. Era mi turno de pagar.

    Mi reaccin iracunda le asegur un xito prolongado. Gordo. Cabeza entre parntesis.Salchicha. Me tocaba la cosecha concienzuda de las tempestades sembradas por mis vientos. Eso s.Por lo menos yo saba controlar el llanto.

    De todos modos sufr, y demasiado tarde lament haber despertado su ira. No eraarrepentimiento genuino por el dao que le haba causado. Lo lamentaba por m. De nuevo me tocabaser el derrotado, la vctima, el extrao, el humillado.

    Hoy puedo aceptar que me lo tena ms que merecido. Pero entonces me indign torvamente.Dej de insultarla, tal vez en un intento cobarde de congraciarme con la fiera que haba, cndidamente,liberado. O tal vez me detuve porque le tema. Siempre le haba temido. Haba temido su feminidaden ciernes, la agudeza de su ingenio, el filo de sus palabras, el fuego negrsimo de sus ojos, de susbellsimos ojos. Tal vez Mariana fue la primera en demostrarme que las mujeres adivinan nuestrossecretos porque estn condenadas a entender mejor el mundo. Y eso me haca sentir desnudo eindefenso.

    Antes de terminar 7 grado pude recuperar mi sitio de abanderado. Para entonces nuestroenfrentamiento verbal haba terminado. Es probable que mi pelea a trompazos con Jos, en la esquinade la escuela, haya sido el acto final de esa guerra vergonzosa. Mariana ya no me miraba con miedo.Tampoco con dolor, ni con rabia. Haba aprendido a mirarme con desprecio. Tuve al menos la lucidezsuficiente como para entender el cambio. Experiment una grande, una profunda tristeza. Fue unapena tan enorme como enorme haba sido mi rabia y mi brutalidad. Por eso dije ms arriba que misemociones de nio no venan en tamao pequeo, aunque s fueran estrechos mis mrgenes paraentender y explicar esas sensaciones desangradas.

    Para la ceremonia de egreso de 7 grado me toc entrar portando la bandera de la escuela. Marianacaminaba unos pasos adelante, como escolta de la bandera argentina. De pie en el escenario, escuchpor los altavoces mi nombre entre el de los abanderados salientes, y vi venir desde la formacin a lachica de sexto a la que deba entregarle la bandera. Habra ella pasado por los mismos sueos? Laaguardaran idnticas pesadillas?

    Escuch los aplausos de rigor mientras le traspasaba la banda. Cuando baj del escenario Mariana

  • ya estaba en su sitio. Naturalmente, no quise mirarla.

    IV

    Pero lleguemos de una buena vez al final, es decir al principio. Situmonos para ello otra vez en laescuela, pero en un tiempo anterior al de mis fechoras vergonzantes. Soy un poco ms petiso y msdelgado que en el rol del gordito agresivo con un dejo racista que adoptar en sptimo.

    Tambin es un acto de fin de curso. Pero es el de dos aos antes. Estamos terminando quintogrado. Sobre el escenario, y en el racimo que formamos con varios chicos y chicas ataviados degauchos y paisanas, me dispongo a bailar el pericn.

    Si no tuviese grabado el recuerdo con tanta fijeza, yo mismo debera dudar de la veracidad desemejante introduccin. Yo, con toda mi timidez, todo mi empaque, toda mi torpeza,disponindome a bailar el pericn en un acto escolar? Y sin embargo es verdad. Cuando la maestrapidi voluntarios fui de los primeros en ofrecerme. De los pocos, en realidad.

    Era tal el hasto que me producan las clases que estaba dispuesto a casi cualquier cosa paralibrarme de ellas. Si el pericn era el precio que deba pagar para escapar a la monotona del anlisissintctico y de la regla de tres compuesta, bien vala la pena ese costo. Aunque debiera tragarme porun tiempo mi timidez indmita.

    Existe otro motivo: puede que tambin, y de algn extrao modo que an no alcanzo acomprender, en algn sitio de mi alma palpitaba el simple y puro deseo de bailar con una chica.

    Porque el pericn nacional deba ser bailado en pareja. Y eso significaba ni ms ni menos que mevera obligado (o autorizado, segn se vea) a aproximarme al lejano y temido y deseado mundo de laschicas. No era yo, a los diez o los once, particularmente avispado para conducirme con ellas. Pero meatraan. An mi ojo inexperto poda advertir que mis compaeras estaban creciendo y cambiando. Yaunque fuese incapaz de ponderar la hondura o la direccin de esos cambios, era indudable quealgunas chicas del curso se estaban poniendo hermosas.

    Y los varones, por entonces, parecamos detenidos para siempre en la inercia de nuestrainmadurez. Seguamos atados a formas de expresin un tanto toscas: los empujones y las patadaseran los vehculos privilegiados para ventilar nuestras emociones. Nuestro sentido esttico adolecadel mismo primitivismo: la idea de una tarde perfecta deba combinar un partido de ftbol en canchade tierra con una guerra de cascotazos. Por eso el mundo femenino se nos presentabaindefectiblemente confuso y distante.

    Pues bien, el pericn poda tender un puente, efmero, riesgoso y atrayente, hacia ese universo delas chicas. Bailaramos porque la maestra nos lo haba pedido, bailaramos obedeciendo el clamorosollamado de la Patria y de la escuela, para engalanar la ceremonia de fin de curso. Y si haba que estarcon las chicas era un precio altsimo que como hombres sabramos pagar.

    En el primer ensayo, y merced a una milagrosa coincidencia en nuestras estaturas (los actosescolares aman la simetra) de repente la tuve enfrente de m. Alta como yo porque todava le faltabaun tiempo para superarme, con su delgadez que empezaba a poblarse de inquietantes sinuosidades,con la piel morena y suave, con los labios llenos que yo, adems, fantaseaba tibios, con esos ojosnegrsimos y brillantes. Creo que ese da empec a enamorarme de Mariana. Cuando la maestraencendi la msica y empezamos a practicar los pasos bsicos, uno junto al otro, intu lo que deban

  • sentir las almas al ingresar al cielo de los justos.Al segundo o tercer ensayo la seorita orden tomar la mano de nuestras parejas. Amparado en la

    superior autoridad institucional, pos mis dedos sobre los suyos. Su piel era como me la habaimaginado. Suave y tibia. La de Mariana fue la primera mano de mujer que aferr. Claro que anteshaba tomado otras manos femeninas. Pero esta fue la primera mano de mujer que tom sabiendo loque haca. Y ah radica toda la diferencia.

    Unos ensayos ms y la maestra nos indic que tomsemos a las chicas de la cintura. Obedec conhorrorizada maravilla. Por supuesto que la vista la dej clavada en el piso. No estaba listo para miraresos ojos a treinta centmetros de distancia. Pero an con la cabeza baja saba que estaba respirandoel aire que ella soltaba. El jardn del Edn con manzana y todo. Con mnimo esfuerzo recupero, en layema de los dedos, la sensacin seca de su delantal almidonado.

    Por suerte los varones bailbamos horriblemente mal, y tuvimos que ensayar una vez y otra vezdurante semanas. Los ltimos das antes del acto casi no pisamos el aula, y fueron los das mshermosos de ese ao. Cada medioda, al volver a mi casa, me arrancaban el corazn. La sensacin detener un hueco fro en el pecho me duraba hasta la maana siguiente, cuando Mariana me saludabasonriendo y me lo colocaba de nuevo en su sitio. Amar a una mujer siempre es lo mismo.

    Era noviembre y por nica vez en mi vida dese que las clases no terminasen nunca. Nuestrasmanos juntas. Su cintura. Su rostro frente al mo.

    La maana del acto de fin de curso me despert sabiendo que la perda. Aunque estuvieseenamorado, y aunque ciertas expresiones de Mariana, ciertas palabras, ciertas sonrisas, me indicasenque a ella le ocurra lo mismo. Ya dije que los varones ramos demasiado brutos y demasiado chicospara saber qu hacer con el amor. Sin la feliz impunidad que me daba el pericn no me quedaba nadarpor hacer, excepto perderla.

    De todos modos, al llegar a la escuela vestido de paisano, quince puntuales minutos antes de lahora establecida, la vi venir por la vereda de Martn Irigoyen. Nos encontramos frente al portn delcolegio y tuve que posponer todo, hasta la tristeza del adis. Con rmel en las pestaas, un dejo derubor en sus mejillas morenas, los labios rojos, el traje de paisana ajustado a su cintura, las alpargatasblancas, tuve que limitarme a admirarla y a quererla, a despecho de cualquier futuro.

    Mejor termino aqu, mientras sobre el escenario alzo mi mano y tomo la de Mariana. Ya sabe ellector cmo sigue la historia. Y como la historia sigue no puede menos que terminar mal.

    Ya llegar el tiempo de mi frustracin y mi malevolencia. Ya llegar la hora de que ella azuce aJos para que me muela a patadas.

    Pero todo eso est larvado en el futuro. Ya ser. Pero ahora no existe. Ahora es tiempo de que seescuchen las ltimas toses del pblico. El rumor de las polleras largas.

    Un par de metros adelante un compaero se suena los dedos porque