una chica y un muchacho[1]

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Una chica y un muchacho ucila Chaparro y Cristela Macin

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Page 1: Una chica y un muchacho[1]

Una chica y un muchacho

Lucila Chaparro y Cristela Macin

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Mi biografía

Ojos cafés. No azules ni verdes, solo cafés. Mi nombre es Pablo. Común, ya sé. No hay mucho de mí que contar, además de que tengo veinte años recién cumplidos – el viernes pasado – y jamás me enamoré de verdad. Hasta que la vi. ¿Será que es posible sentir esa sensación por alguien a quien no conoces, sino que solo la has visto pasar caminando a tu lado?

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Comprendan, no soy un genio

Resultó ser, que el primer día de Facultad ella estaba ahí. Sentada sola. Era nuestra nueva compañera, y como yo estaba solo (mis amigos ya tenían compañero para el trabajo) el profesor me dijo que me sentara con ella. Feliz, lo hice. Su nombre era Natalia. Ubiqué mi silla a su lado y sin querer le derramé el colorante azul de un recipiente.

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Cinco perritas tiene mi tía

Avergonzado, me disculpé. Le ofrecí un pañuelo para secarse, pero lo rechazó. Había manchado su camisa rosada favorita. Me hubiera ofrecido a acompañarla a la lavandería, pero tenía prisa. Mi tía me esperaba en su casa con milanesas. Al llegar a su casa, me contó que había adoptado una perrita más. “¡Dios, cuantos perros más puede tener!” pensé. Ya era la quinta. Al oír el nombre del can, me sorprendí. Natalia ladraba alegremente mientras la acariciaba. ¿Qué raras casualidades, no?

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Igual que un náufragoSe escondió el sol y me di cuenta que ya era hora de irme. Me

despedí y pedí un taxi. La calle Madrid estaba desierta. Miré de

reojo mi edificio. No me podía quejar, mi apartamento era

espacioso y confortable. Toqué el timbre porque había olvidado mis

llaves en la guantera de la Chevrolet de un amigo. Me abrió el

portero, pero cuando quise entrar, me cerró el paso:

-Pablo, debes muchas expensas. Ya no podré dejarte entrar hasta

que las pagues. Los cobradores se han llevado todo.

- ¡NO! Las pagaré cuando consiga el dinero

- No puedo, lo siento.

- Pero…

Ya no tenía casa, mis padres vivían en Canadá, mi tía no tenía

espacio en su casa, ya no quedaba nadie… Estaba a la deriva. Igual

que un náufrago.

Me quedé sentado en el asiento del parque, con la mirada perdida y

la mente rondando por los rincones más tristes de mi memoria,

cuando un auto rojo cruzó la calle y me salpicó el agua estancada

de la lluvia de la tarde. Triste y pensando que la situación no podría

empeorar, vi una mujer salir del coche. Se dio vuelta a verme y

sonrió. ¡Natalia! Al verla, las preocupaciones se alejaron de mi

mente.

-Ahora estamos a mano - dijo simpática y en tono burlón.

-Es cierto – comenté sonrojado.

No sé cómo, pero al cabo de una hora estábamos pagando la cuenta

de unas bebidas en el bar más cercano. Allí estaba ella hablando

con naturalidad y soltura, y de vez en cuando, soltaba alguna

pregunta, que yo respondía con un “sí, claro” porque me distraían

sus ojos, sus labios y como las comisuras de su boca se curvaban y

dejaban ver una sonrisa que te hacía sentir placer con solo con

mirarla. También, le conté sobre los problemas económicos que

estaba teniendo, lo que la conmovió lo suficiente para ofrecerme

ayuda:

-En mi casa tengo una habitación de huéspedes, si quieres, puedes

quedarte todo el tiempo que necesites hasta conseguir un lugar

donde vivir.

-No, no. Sería mucha molestia… - dije, entre euforia y confusión.

Pero ella insistió y su poder de persuasión pudo más. Terminé

aceptando.

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Por fin llegamos al palacio

Elegante y espaciosa, fueron las

palabras que pensé al entrar en esa

casa. Era impresionante como un

padre poderoso podría construirle a

una casa semejante a su hija, mis

padres solo me habían alquilado un

departamento y me enviaban lo

justo y necesario para vivir cada

mes.

¡Guau! Pensé cuando me mostró

mi habitación, era un lujo. Claro

que me iba acostumbrar.

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Detective

Los días pasaban rápido y mi amor por ella seguía creciendo. Amaba ese hermoso aroma que dejaba al pasar a mi lado, la manera en que reía, su forma de caminar con el movimiento suave de sus caderas y como su pelo rubio era agitado por el viento. Realmente, la amaba, y cada día me enamoraba más y más. Un día de esos, me llamó desde la Biblioteca del Campus para que buscara en Internet el nombre de un libro que necesitaba para Psicología. Cuando comencé a navegar por Internet, noté que había dejado su casilla de correos abierta. Y como quién no quiere la cosa, entre en los mails enviados por un tal Fabrizio Leroy:

Natalia:Te juro por Dios que si llegas a decirle algo sobre nuestro “asunto” a alguien, en especial a Laura, te vas a arrepentir. 

Pero, ¿quién era ese tal Leroy que la amenazaba? ¿Cuál era el “asunto” del que hablaba? Ante las dudas, lo busqué en Google y lo que encontré de él fue que tenía 27 años; hacía dos que se había recibido de abogado; vivía por Cochabamba al 900; estaba casado con Laura Giménez y no tenía hijos.

¿Cuál era su relación con Natalia?

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Mis ojos ¿son interesantes o solo son ojos?

Esa noche, ella trajo dos tazas de café cuando nos sentamos en el sofá a mirar la televisión, comenzamos a charlar, y de la nada, después de un silencio, ella me dijo:

- Los ojos son lo más importante en una persona. Te hacen saber qué es lo que quiere y qué piensa. Hay ojos tristes y cansados, otros por su color, resaltan, pero para mí, los ojos más interesantes son los que te comprenden en tus malos momentos.

Nunca antes había pensado de esa manera. Y en ese momento, noté que miraba mis ojos y yo los suyos. Los suyos tenían unas motas marrones inmersas en el verde del iris. Noté que su ojo izquierdo estaba algo hinchado y de un color más oscuro que el de su piel. Su vano intento de cubrirlo con maquillaje no había funcionado, no me cabían dudas de que tenía el ojo morado.

-Nati, ¿qué te pasó en ese ojo?

-¿Qué? Ah, no, nada…

No esperé otra respuesta de ella y entonces, las palabras salieron de mi boca sin querer:

-Fue Fabrizio, ¿no? – pregunté enojado.

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La batalla

Ella rompió en llanto, y allí, me arrepentí de haberlo mencionado.

Era la primera vez que la veía llorar, y no me gustaba para nada. Sentí

una opresión en el pecho y como un reflejo, la abracé. Ella puso las

manos alrededor de mi cuello y siguió llorando durante un rato.

Luego, empezó a hablar entre sollozos y no le entendí bien. Le miré

con cara confundida y se dio cuenta de que no la seguía. Se secó las

lágrimas y se soltó de mí.

-Si, Fabrizio me hizo esto.

-¿Por qué?

-Bueno, la verdad es que solía salir con él. Era algo así como su

amante.

Celoso, hice un ademán, animándola a que siguiera.

-Yo estaba muy enamorada y él también. Cuando comenzamos a salir

todo parecía perfecto, salvo por el hecho de que él estaba casado.

Juramos mantener nuestro amor en secreto para no crear problemas,

pero su esposa empezó a sospechar y el me presionaba cada vez más

para que no dijera nada. Yo no iba a hacerlo, pero la relación ya no

daba para más y el sentimiento no era como antes. Entonces, le dije

que lo nuestro se terminaba ahí, pero él no lo tomó bien y trató de

golpearme. Allí me decidí a contar lo nuestro, pero comenzó a

mandarme mails amenazándome para que no le contara a la esposa o

me arrepentiría. Y esta tarde justamente, me encontré con Laura y

comenzamos a hablar, pero ella tenía prisa y se fue antes de que

pudiera contarle. De repente apareció Fabrizio y convencido de que

ya se lo había contado, me golpeó.

Una oleada de rabia recorrió mi cuerpo, me levanté furioso y me

dirigí a la puerta. Estaba decidido, iba a ir a la casa de ese idiota y lo

golpearía tanto como pudiera. Natalia quiso detenerme, pero no pudo.

Llegué a su casa, y gracias a las casualidades del destino, él salía,

vestido de traje gris y llevaba un maletín. Me acerqué y lo golpeé tal y

como me lo había propuesto. Él parecía no entender nada hasta que le

dije: - No vuelvas a golpearla jamás.

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AmorEl hecho de que lo había tomado por sorpresa, por lo que no pudo

defenderse y que su esposa no estuviera en casa habían facilitado

mucho las cosas. Imagínense como hubiera gritado si lo hubiera visto.

Cuando llegué a la casa de Natalia, ella estaba histérica. Me pedía

explicaciones como ¿qué le hiciste? ¿Lo golpeaste? ¡Dios mío! ¿Estás

bien?

Me limité a decirle: -Natalia, eres lo mejor que tengo y te juro que no

voy a permitir que un idiota como él te amenace y menos, que te

golpee.

-Tú también eres muy importante para mí.

Su mirada expresaba ternura y me abrazó. Después, dulcemente puse

mi mano en su barbilla e hice que me mirara. Nuestras miradas se

encontraron y en ese momento, supe que ella era lo que me faltaba, lo

que necesitaba y que podría permanecer toda la vida mirándola así.

Observando el lunar que tenía debajo de su ojo derecho y como sonreía

de un lado un poquito más que otro, en fin observando todos sus

defectos que la hacían perfecta a mis ojos. Ella se acercó y me besó.

Esas personas que dicen que se escuchan campanas y fuegos artificiales

se equivocaban. Fue mucho más que eso. Ese solo beso significó más

para mí que cualquier cosa. Podría morir mañana, pero si de una cosa

jamás me arrepentiría sería de haberla conocido. Sinceramente, estaba

loco por Natalia Torres.

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Continúa la guerra

Desperté a su lado la mañana siguiente. Me apoyé en la almohada y la miré durante un rato preguntándome qué había sido lo que había visto en mí aquella belleza. Ella se despertó y bajamos a desayunar. En eso, suena el timbre, y Natalia abre. Luego de unos cuantos minutos que no volvía, grité: - ¿Quién es, Nati? Y escuché que una voz grave, nada parecida a la de Natalia decía: ¿Con quién estás? Era Fabrizio que entraba a la casa por el living. Me vio y, enfurecido vino hacia mí. Él lanzó el primer golpe, pero yo no tardé en responder. Después de varios golpes y patadas, Natalia gritó: - ¡NOOOO! ¡Fuera de mi casa Fabrizio o llamaré a la policía!

Golpeado, Fabrizio salió corriendo e insultándonos. Ya no nos molestaría más.

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Nos invitan a una fiesta

Pasó un año. Natalia cumpliría veintiuno, y yo como su novio quería que lo disfrutara. Aunque ella se enojara, yo iba a organizarle una fiesta sorpresa. Desde el día en el que fui a vivir con ella, empecé a reunir dinero para una casa y un auto, consiguiendo un trabajo como profesor suplente en la Facultad de las materias que ya había cursado. El auto lo alcancé a comprar en cuotas y casa ya no necesitaba, porque vivía con ella. En cuanto al cumpleaños, contraté un yate (lo que me costó meses de ahorros), al DJ y la comida. Solo me faltaba invitar a nuestros amigos. Todo iba a ser perfecto.

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¡Qué mal estuve!Llegó el día de su cumpleaños y el cielo nocturno mostraba

pinceladas azules, sin rastros de nubes y estaba lleno de

estrellas. La invité a pasear por la playa, solo nosotros dos. La

brisa marina estaba perfecta, al igual que ella. Le pedí que usara

el vestido blanco con flores rosadas que hacía ya unos días le

había comprado y descubrí que le quedaba muy bien (resaltaba

el verde de sus ojos). Poco a poco, y sin que se diera cuenta

fuimos caminando hasta el muelle donde estaba el barco. Le

cubrí los ojos y cuando lo vio gritó de felicidad. Aunque ella

pensaba que el yate era solo para nosotros, se sorprendió y

alegró muchísimo al ver a todos sus amigos diciendo:

¡SORPRESA! Y felicitándola por sus veintiún años recién

cumplidos.

El barco zarpó y la fiesta transcurrió de maravilla, todos los

invitados quedaron satisfechos y contentos. Mientras ellos

bailaban y tomaban, yo llevé a Natalia un balcón del primer

piso del yate. Los adornos de flores y luces le daban un aire

sumamente romántico. Nos quedamos mirando el horizonte

durante un rato.

¿Sabes que te quiero? – le susurré colocándole un mechón de

pelo detrás de la oreja - Te quise desde el primer momento en

que te vi. Te quise incluso antes de verte por primera vez. Y

vine aquí esta noche porque me di cuenta de que quiero pasar el

resto de mi vida con alguien. Y quiero que el resto de mi vida

empiece ya.

Entonces me arrodillé, saqué una cajita negra del bolsillo y dije

en voz alta, para que todos nos escucharan:

Natalia Torres, ¿te casarías conmigo?

¡SI! ¡Claro que sí! – gritó eufórica y pude notar que habían

lágrimas en sus ojos, lágrimas de felicidad. Luego me abrazó y

miró la cajita del anillo

- Pero, ¿y el anillo?

Miré la caja y era cierto, estaba vacío. ¡Pero qué idiota! lo

olvidé en la otra cajita que me habían dado cuando llevé a que

grabaran el anillo.

Soy un tonto, me lo olvidé en otra caja cuando lo llevé a grabar.

- No importa, amor – me susurró al oído y me besó – Pero,

¿qué fue lo que grabaste?

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“Para mí, tu eres perfecta”