viaje a katmandu

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DIASIETE.COM 45 44 DÍA SIETE 391 KATMANDÚ Se buscan diosas niñas La reencarnación, Taleju, sale una vez al año a bendecir al rey, que está a punto de ser derrocado. Es Kumari, la diosa viviente, una niña de 4 años cuya divinidad termina en la adoles- cencia. Entonces se elige a una nueva deidad. Día Siete recorrió Katmandú, la capital de Nepal, que concentra graves conflictos políticos, étnicos y sociales, pero donde los fieles convi- ven en armonía entre cientos de tem- plos. TEXTO Y FOTOS: TÉMORIS GRECKO

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Cronica de Temoris Grecko 2006. Publicada en Dia Siete

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Page 1: Viaje a Katmandu

DIASIETE.COM 4544 DÍA SIETE 391

K A T M A N D Ú

Se buscandiosasniñasLa reencarnación, Taleju, sale una vez

al año a bendecir al rey, que está a

punto de ser derrocado. Es Kumari, la

diosa viviente, una niña de 4 años

cuya divinidad termina en la adoles-

cencia. Entonces se elige a una nueva

deidad. Día Siete recorrió Katmandú,

la capital de Nepal, que concentra

graves conflictos políticos, étnicos y

sociales, pero donde los fieles convi-

ven en armonía entre cientos de tem-

plos. TEXTO Y FOTOS: TÉMORIS GRECKO

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La cuenca del río Trisuli es extremadamente abrupta: aambos lados, las montañas se elevan miles de metros

con una inclinación desorbitada. Sólo el agua podía haberencontrado entre ellas la única ruta para atravesar la mitadde este país. Y los nepalíes construyeron la estrecha carre-tera arañándoles las faldas: si nos volteamos hacia la dere-cha, nos recargamos contra la pendiente; hacia la izquier-da, nos desplomamos unos veinte metros hacia la corrien-te azul-verde, de un tono lechoso-plateado que probable-mente se debe a roca pulverizada. No sería raro que pasa-ra: al autobús no le quedan muchas tuercas que perder.Aunque está lleno, podríamos apretarnos más. Los tiposque escogieron ir en el techo para apreciar las gigantescasrugosidades saben que serán los primeros en ser aplasta-dos si algo sale mal.

No ocurre así. Ahora estamos en una extraña fron-tera interna: los lugareños tienen que bajarse con suscosas, documentos y permisos, los extranjeros pasamosel control cómodamente en el vehículo. Es por la gue-rrilla: son los últimos meses del régimen dictatorial delrey Gyanendra, los partidos democráticos se han aliadocon la insurgencia maoísta y el tirano siente la presión.No es tanto que uno sienta que a la gente le entró la ins-piración republicana, pero es evidente que están hartosde este represor, de quien se sospecha montó un com-plot para deshacerse de su hermano, cuando éste era elmonarca, y de toda la familia real, echándole la culpa asu sobrino, el heredero, quien convenientemente se sui-cidó en el acto. A veces las cosas me salen demasiadobien, debe haber pensado Gyanendra.

Atrás los soldados, se nos abre Katmandú: uninesperado valle en las alturas, a medio camino entrelas tierras bajas del sagradísimo Ganges y el techo delmundo que es el Tíbet, es el corazón de un país minús-culo atrapado entre el trasero del gran monstruo chinoy el hombro del elefante indio. Es casi milagroso queNepal se haya mantenido independiente con talesvecinos. Su cultura es fuerte, acostumbrada al paso decomerciantes e invasores y labrada durante mileniosde pequeñas guerras entre las bellas ciudades del valle,mucho antes de que el denso esmog de combustiblespesados y máquinas desgastadas oscureciera la vistacomo ahora. Aún así, desde los tejados se ve la nievede los Himalaya que brilla al sol, y a veces, también lacumbre del Everest.

Finaliza el otoño y en estas alturas el frío aprieta.En una vuelta al mundo, como la que hago, no hayequipaje que admita climas extremos, no hay espacio.No dejo de temblar. En el barrio turístico de Thamel,donde abundan los restaurantes “mexicanos” (aunquelo que sirven es muy sabroso, es una reinvención que yollamaría de otra forma... digamos, comida nep-mex),adquiero un polar de doble vista –rojo y negro– en muybuen precio para ser de una famosa marca de ropa deaventura. Cuando se me empieza a romper, me fijo bieny descubro que es Nort Frace. Katmandú, sin embargo,

no es pasarela de modas, no hay quien se dé cuenta deldetalle y todo el mundo está resfriado.

La sombra del mandirLo que le llamó la atención de esta ciudad al rockeroFito Páez fue el tráfico, tanto que lo grita en una can-ción que me encanta... sí, malo, pero nada que no sevea en América Latina. Será que no se fue a caminarpor las calles menores. Ahí es donde empezó la expe-riencia, la que me lleva a calificar a Katmandú comouna de las ciudades más exóticas y hermosas que hevisitado. Primero quise evitar los sitios de rigor y fui albarrio que está al sur de la plaza Durbar, la principal:antiguo, tranquilo, abundante en mandir (templos)grandes, pequeños y enanos. En las esquinas, en lasparedes, en los rincones, la gente colocó altares.

Hay que vencer la timidez y entrar en alguna de laspuertas abiertas, que dan a estrechos túneles polvorientosy antiguos: es el paso al Katmandú comunal, al de la genteque levantó sus casas alrededor de un patio, y en esepequeño espacio común reunió lo que necesita: micro-tiendas, unas vacas con paja para pasarla bien, tejados paraque tengan sombra los viejos... y un templo, claro está. EnNepal hay mil conflictos, de orden político, económico,étnico... pero pareciera que no en el plano religioso. ¡Quéinsistencia en ser diferentes del resto del mundo!

La convivencia entre budistas e hinduistas es tal quecomparten mandir: unos creen que la imagen veneradaes tal dios, otros le atribuyen ser uno distinto, y a los quecontrolan el templo no les importa porque limosnas sonlimosnas, no importa a título de quién se las entreguen.

Siempre que entras a esos patios sientes que apare-ces en mundos nuevos: vienes de la ciudad activa y depronto estás dentro de una estampa semirural. La pri-mera vez fue muy fuerte porque en el sitio vive unaenorme cantidad de palomas y sus murmullos se con-centran y rebotan en las paredes del pasadizo: nunca loshabía escuchado así, parecían provenir de pichonesgigantescos y generaban un ambiente de profundidad.

Frente al templo hay una escultura europea deuna mujer en una túnica de tipo romano. Aunque fuetraída de París, según me explicó un simpático chaval,Siris, es adorada como la diosa del rayo, para que nose le ocurra darle duro al mandir. Siris resultó ser afi-cionado al futbol latinoamericano y al mexicano, enparticular. Lo describió como vistoso y de pases cortos,en oposición al juego europeo que abusa de lo aéreo.Yo, que ignoraba el tema, le dije que sí a todo.

Centros de vidaFuera de los recintos vecinales, los grandes templos sonel centro de la vida de barrio porque ofrecen los únicosespacios abiertos. Tienen bases piramidales formadas pormedia docena de plataformas rojas de un metro de altu-ra, que al sucederse se reducen en superficie. Hay unaescalinata en uno solo de los lados. Arriba, el mandir

ARRIBA

Un dios hinduista, o bodi-satva budista. La figura y el mandir (templo) soncompartidos por los fielesde dos religiones.

IZQUIERDA

El ciclorickshaw es el here-dero del rickshaw, el taxitirado por un hombre a pie.

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cuenta con tres techos que repiten la secuencia: el deabajo es el más grande, el último es el menor.

La parte ceremonial es reducida, una habitación deunos 20 metros cuadrados, con puertas de madera labra-da. La gente no se limita a darle a los templos un uso reli-gioso: ahí se reúne a conversar, a divertirse (están fasci-nados con los juegos de mesa), a vender fruta, a tenderla ropa, incluso las jóvenes, con sus vaporosos saris (sinduda la vestimenta femenina más hermosa del mundo–elegante y colorida), se sientan allí a secarse el cabello (e intimidadas piden que no se les tome fotos).

El contraste con la tranquilidad de esa zona está alnorte de la plaza Durbar, mucho más animada ycomercial. La Makhan Tole, una avenida que fue laprincipal por siglos y que sólo tiene pavimento desdehace cuarenta años, es una de las más encantadorasdel mundo: si esta ciudad me da la sensación de estarviva, ahí se intensificaba 10 veces; si había visto gente,colores y movimiento, ésa era la fuente originaria detodo. Tiendas y más tiendas, sobre todo de brillantessaris y hermosas telas, expuestos como banderas en lasparedes de los edificios. Y las personas: motociclistas,conductores de ciclorickshaw (bicitaxis de tres ruedas),mujeres de edad muy engalanadas, chicas de secunda-ria con faldas por arriba de la rodilla, extranjeros conojos impresionados como yo, monjes budistas...

Después de perderme por algunos callejones,pasadizos y patios (uno entra tan fácilmente a la inti-midad vecinal que se siente invasor desvergonzado,pero la gente es siempre amable y los niños, jugueto-nes), llegué a la estupa Kathesimbhu, tan alegre, unamanera ingenua y sincera de tomar la religión.

Está rodeada de decenas de pequeñas esculturasdel Buda, en piedra negra, con los ojos y los labios deli-cadamente coloreados. Del remate blanco de la estupa,casi como una antena, salen líneas de papeles de colo-res con inscripciones en tibetano. Y la propia estupatiene, grande y con más colores, cómo no, el bello sím-bolo de los ojos de Buda.

El destino de la ex diosaComo en los patios se reúnen los vecinos y en los altosmandir, los habitantes del barrio, la plaza Durbar es ellugar de encuentro de los moradores de la urbe: ahí selevantan maravillosos edificios civiles y religiosos. Entreellos, el más magnificente es el Taleju, una construcciónde 35 metros de altura y casi cinco siglos de antigüedad.Se erige sobre 12 plataformas, en la octava de las cualesexiste una muralla que tiene cuatro puertas preciosa-mente labradas. Frente a ella hay 12 templos miniaturay otros cuatro adentro. Lamentablemente, no está

abierto al público y sólo durante un día al año puedenentrar los nepalíes. Pero a un lado hay un restaurante enel cuarto piso de un edificio: al mirar el Taleju desde ahí,tuve la sensación de estar frente a algo poderoso, noamenazante ni maligno, pero muy poderoso y sólida-mente asentado, como un gigante de pies grandes quese cimientan en el centro del mundo.

Si el foro romano no hubiera sido destruido, unotendría ahí una sensación similar a la que da la granplaza Durbar: cientos de ciudadanos caminan ocupa-dos, otros conversan y discuten a la sombra de losmandir y los palacios, todos bajo los ojos paternales y castigadores de los dioses y los gobernantes.

Casi todos… en una esquina de la plaza está la resi-dencia de la Kumari, la diosa viviente, que sólo sale de ahíuna vez al año y no para ser vigilada, sino para bendecir alrey, quien a pesar de estar a punto del derrocamiento, con-centra la autoridad civil y religiosa, es el alma de Durbar.

La tradición dice que la Kumari es una de las reen-carnaciones de la diosa Taleju. La escogen entre niñas decierta casta de la tribu newari, de 4 años de edad y con32 requisitos físicos muy estrictos que van desde el colorde los ojos y la forma de los dientes hasta el sonido de lavoz. Además, su horóscopo (aquí los astrólogos tienen la vida asegurada) debe ser el correcto. A las pocas aspi-rantes que cumplen con todo esto las meten en un salónoscuro donde hombres con máscaras y cabezas de búfa-lo bailan y hacen ruidos terribles. No se trata de nada quepueda asustar a una diosa, por supuesto, aunque se tratede una chiquita de 4 años. Así que la que no se espantó,es la buena. La llevan al recinto en Durbar. A veces sepasea en un patio, que es la única parte de su residenciaa la que los infieles podemos pasar (pero no estaba allícuando entré). Su divinidad dura hasta que llega su pri-mera menstruación. Entonces la regresan a su pueblo y buscan una nueva diosa.

Nunca faltan candidatas porque a la familia le varebién: se va a vivir con ella al palacio y administra lospagos regulares que se le hacen, más la generosa dote-liquidación. A ella, en cambio, se le complican lascosas. No imagino qué trastornos psicológicos puedesufrir una niñita que crece con la idea de que es unadiosa y de pronto, todavía muy joven, la expulsan delOlimpo para que caiga de nuevo entre los mortales.

Aunque que se dice que los hipotéticos pretendientespiensan dos veces lo de casarse con una ex kumari porquees de mala suerte, para cuando llegó el día pesaroso demarcharme de Katmandú me había llegado la idea de quees por otra razón: ya es tarea difícil subir a las chicas al cieloy después traerlas a la Tierra. Sobre todo si se sienten prin-cesas. Pero, ¡qué tal ligarse a una ex diosa! •

ARRIBA

Un oscuro pasadizo conduceal Katmandú comunal, lleno

de vida y luz, no obstantelas condiciones de miseria

de sus habitantes.

DERECHA

A los nepalíes les encantanlos juegos de mesa y aprove-chan cualquier rincón y ban-

queta para improvisar uno.

A las aspirantes las meten en un salón oscuro... hombrescon máscaras y cabezas de búfalo hacen ruidos terribles