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Vida de Beato Juan

Nepomuceno Zegri y Moreno

Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, Fundador de la

Congregación religiosa de las Hermanas Mercedarias de la

Caridad, nace en Granada, el 11 de octubre de 1831, en el

seno de una familia cristiana. Sus padres, don Antonio Zegrí

Martín y doña Josefa Moreno Escudero, le propician una

esmerada y cuidada educación. Forjan su rica personalidad

en los valores humano/evangélicos. Desde niño se distingue

por su elegancia natural y por su gran amor a Jesús y a la

Virgen. Destaca siempre por su inteligencia, pues en todos

los estudios que cursa, saca las máximas calificaciones,

pero, sobre todo, por su rica personalidad y por la rectitud

de conciencia y vivencia de los valores cristianos.

Realiza estudios de humanidades y de jurisprudencia, así

como de teología. De joven, es inquieto. Un eterno buceador

del misterio del amor de Dios. Busca a Dios en todos los caminos, vive una intensa acción social y

se siente interpelado por todas aquellas personas que no han tenido, como él, tantas posibilidades.

Se despierta en él la piedad y un intenso deseo de dedicar toda su vida al Señor y a los pobres. Es

un joven jovial, desprendido, generoso y disponible, pero, sobre todo, es responsable y muy

humano. Experimenta la misericordia de Dios hasta tal punto, que decide entregarse a los demás

como testigo de la misericordia de Dios. La misericordia es para él la quintaesencia de la caridad.

La reviste de todas las virtudes humanas que la hacen entrañable y cercana, potenciadora de vida y

camino de dignificación de los seres humanos menos favorecidos. La afabilidad, la dulzura, la

comprensión y la ternura son gestos habituales en sus relaciones de encuentro humano, sobre todo

con los más pobres y humildes.

Dios Padre, que elige a los que quiere para realizar sus grandes obras, le llama, por vocación, a

participar del sacerdocio de Jesucristo para servir a los seres humanos el Evangelio de la caridad

redentora. Cursa sus estudios en el Seminario de San Dionisio de Granada, y es ordenado

sacerdote en la catedral de esa misma ciudad, el día 2 de junio de 1855. Ser sacerdote de

Jesucristo es su gran vocación, de tal manera que estaba dispuesto a los mayores sacrificios, con

tal de realizar este sueño, alimentado desde su temprana juventud.

Trabaja como párroco en las parroquias de Huétor Santillán y de San Gabriel de Loja (Granada). En

ambas desarrolla su vocación de pastor, a ejemplo del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas.

Cuando toma posesión de una de estas parroquias, en un sermón bellísimo, pues tiene facilidad de

palabra, hondura de pensamiento y calidad de vida cristiana, manifiesta lo que quiere ser para los

demás desde la vocación que ha recibido: como buen pastor, correr tras las ovejas descarriadas;

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como médico, curar los corazones enfermos a causa de la culpa y derramar sobre todos la

esperanza; como padre, ser la providencia visible para todos aquellos que, gimiendo en la orfandad,

beben el cáliz de la amargura y se alimentan con el pan de la tribulación.

Su vida sacerdotal está presidida por una profunda experiencia de Dios; un profundo amor a

Jesucristo Redentor, con quien se configura día a día, siendo dócil al Espíritu, aprendiendo desde el

sufrimiento la obediencia; un gran amor a María, su sin igual Madre y protectora; una vida intensa

de oración, fuente de caridad; una pasión grande por el Reino en sus pobres, y un intenso amor a la

Iglesia, viviendo la comunión con ella a pesar de la oscuridad de la fe y de los sufrimientos que le

llegan desde el seno de la misma Iglesia.

Juan Nepomuceno Zegrí es un evangelizador infatigable. Le gusta orar, reflexionar y escribir sus

sermones. Lo que anuncia a los demás es orado intensamente primero, y proclama la experiencia

que está en el centro de su corazón, inflamado por el amor de Dios. Proclama lo que cree. Su

palabra invita a todos a vivir la vida cristiana con radicalidad y los sagrados vínculos de la religión.

Toda su vida es Eucaristía, pan partido para ser comido; celebración del amor de Dios en la entrega

de su propia existencia. Y es, también, reconciliación. Celebra el sacramento del perdón haciéndose

perdón, misericordia y compasión para todos, especialmente para sus enemigos y para aquellos

que le calumniaron.

Ostenta cargos importantes, pero él vive la maravillosa humildad de Dios, revelada en el himno de

la carta a los Filipenses 2,5. Es examinador sinodal en las diócesis de Granada, Jaén y Orihuela;

juez sinodal y secretario en oposiciones a curatos, en la diócesis de Málaga, donde llega en mayo

de 1869, requerido por su amigo Don Esteban José Pérez y Martínez Fernández; Canónigo de la

catedral de Málaga y visitador de religiosas. También llega a ser formador de seminaristas,

predicador de su Majestad la Reina, Isabel II, y capellán real.

El sacerdote Juan Nepomuceno, impactado por los problemas sociales y por las necesidades de los

más desfavorecidos, se siente llamado a fundar una Congregación religiosa para liberar a los seres

humanos de sus esclavitudes. La funda bajo la protección e inspiración de María de la Merced, la

peregrina humilde de la gratuidad de Dios, en Málaga, el 16 de marzo de 1878. El fin: Practicar

todas las obras de misericordias espirituales y corporales en la persona de los pobres, pidiendo a

las religiosas que todo cuanto hagan sea en bien de la humanidad, en Dios, por Dios y para Dios.

La Congregación, en pocos años, se extiende por muchas diócesis españolas bajo la exigencia de

la dinamicidad de su inspiración carismática: Curar todas las llagas, remediar todos los males,

calmar todos los pesares, desterrar todas las necesidades, enjugar todas las lágrimas, no dejar, si

posible fuera en todo el mundo, un solo ser abandonado, afligido, desamparado, sin educación

religiosa y sin recursos. El P. Zegrí, inflamado en el amor de Dios, llegó a decir que la caridad es la

respuesta a los grandes problemas y a los eternos interrogantes de los seres humanos, y que no

concluirá mientras haya un solo dolor que curar, una sola desgracia que consolar, una sola

esperanza que derramar en los corazones ulcerados; mientras haya regiones lejanas que

evangelizar, sudores que verter y sangre que derramar para fecundar las almas y engendrar la

verdad en la tierra.

Juan N. Zegrí se adelanta a los signos de los tiempos en el ejercicio de la caridad redentora

integral, pues su preocupación es cambiar las estructuras sociales y políticas, para garantizar la

liberación auténtica de los seres humanos menos favorecidos. Él piensa que la caridad es la

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respuesta y la única solución al problema social, puesto que en su esfera de acción se enlazan y

armonizan los estudios políticos y económicos. Por tanto, la humanización a todos los niveles es, en

el ejercicio de la caridad redentora, una exigencia de su acción evangelizadora. Exigencia que

comunicará a las hermanas de la Congregación que funda.

Elabora una rica espiritualidad en la que hoy bebemos las religiosas, los Mercedarios de la Caridad

y tantas personas laicas que, impactadas por su vida, quieren hacer camino de vida cristiana desde

su inspiración carismática. Los ejes fundamentales de la misma son:

la caridad redentora, para hacer beneficios a la humanidad y servir a los pobres el Evangelio del

amor y de la ternura de Dios, ya que la caridad, que es Dios, se manifiesta enjugando lágrimas,

socorriendo infortunios, haciendo bien a todos y dejando a su paso torrentes de luz

el amor y la configuración con Jesucristo Redentor, en su misterio pascual, ya que el rasgo de

amor místico que casi identifica con Jesucristo el corazón del hombre, desprendido de toda

recompensa, es el sublime ideal de la caridad

el amor a María de la Merced, ya que Ntra. Sra. de las Mercedes es de

todos y para todos, pues no hay título más dulce, invocación más suave,

nomenclatura más amplia que la merced y misericordia de María.

Es admirado por muchas personas por su inteligencia y por su buen

hacer, pero, sobre todo, por su calidad de vida evangélica. Impacta la

fogosidad de su amor a Dios y al prójimo, su profunda fe, la esperanza

con que recorre su camino y el camino de la Iglesia y de los pobres. Pero

también es envidiado y, como todos los santos, probado, hasta sufrir un

verdadero martirio del corazón. Por lo que vivió y sufrió aprende la

obediencia y las exigencias de la comunión cristiana, haciendo de ambas

experiencias camino y proceso de fe, puesta su mirada en Jesús, su

modelo de sacerdote y de maestro.

Por calumnias al interno de la Congregación, que resultaron ser falsas, es probado como oro en el

crisol, y enterrado en el surco de la tierra, como el grano de trigo. Un Decreto pontificio, fechado el 7

de julio de 1888, lo aparta de la Congregación y, aunque es rehabilitado más tarde cuando se

demuestra su inocencia, el 15 de julio de 1894, también por Decreto pontificio y tras largos

sufrimientos, la Congregación no le da entrada en la misma. Se aparta voluntariamente de ella para

mantener la comunión con la Iglesia y con todas sus hijas mercedarias, y para que ellas no

desobedezcan tampoco a los pastores de la misma.

Decide morir solo a ejemplo del Crucificado, en aras de ese misterio insondable que Cristo pidió al

Padre como gracia para la Iglesia y para sus seguidores: Padre, que todos sean uno para que el

mundo crea (Jn 17,21) Muere un 17 de marzo de 1905 en la ciudad de Málaga, fijos los ojos en el

autor y consumador de nuestra fe. Muere como fiel hijo de la Iglesia, como los grandes testigos y

los grandes creyentes.

Si la humildad es el humus donde la vida del testigo y del profeta se fecunda, podemos decir que el

P. Zegrí fue un hombre humilde, profunda y sencillamente humilde. La serenidad en el sufrimiento,

la acción de gracias que surge de sus labios en medio de la tribulación, el deseo de cumplir la

voluntad de Dios hasta el final, dan testimonio de la humildad de este hombre de Dios que pasó de

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los reconocimientos más grandes a la más absoluta soledad y a experimentar el gran silencio de la

fe. Dios introduce al creyente y al místico en el desierto de la cruz y de la muerte para configurarlo

con su Hijo, el Cristo de la pascua. La respuesta del P. Zegrí es de entrega total y sin condiciones.

Nunca pone condiciones a Dios y vive la pascua como el único camino posible de respuesta a su

amor.

La Congregación no reconoce como Fundador al P. Zegrí hasta pasados muchos años, aunque

siempre hubo hermanas que mantuvieron vivo su recuerdo, su santidad de vida, sus palabras llenas

de sabiduría espiritual y sus consejos. Tenemos que llegar al año 1925 para poder escuchar

abiertamente que Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno es el Fundador de la Congregación de las

Hermanas de Ntra. Sra. de las Mercedes.

Cuando muere es enterrado en la catedral de Málaga. Pasados los años, como nadie se

responsabiliza de su cuerpo, es echado a un osario común, por lo que el despojo en la vida de Juan

Nepomuceno es radical y total, aun después de su muerte.

Vive y hace suyas todas las virtudes cristianas de manera heroica, sobre todo la fe, la esperanza y

la caridad, y todas aquellas virtudes humanas que dan elegancia a la caridad y la hacen entrañable

en las relaciones: humildad, afabilidad, dulzura, ternura, misericordia, bondad, mansedumbre,

paciencia, generosidad, gratuidad y benevolencia. También se distingue en todo por su prudencia,

por su fortaleza en el sufrimiento, por su transparencia en la búsqueda de la verdad y por el sentido

de la justicia que tienen todos sus actos y decisiones. La oración es para él descanso del alma y el

crisol donde se elaboran todas las virtudes. Su vida espiritual es tan intensa que pide permiso para

tener un oratorio privado en su casa, obteniendo dicho permiso el 24 de enero de 1873.

Convierte la Eucaristía de cada día en un banquete de fiesta, en el que renueva su amor al Señor y

su entrega a los más necesitados. Da limosna a los pobres, a quienes atiende siempre, con una

caridad exquisita, y vive con una gran austeridad, queriendo parecerse a Jesucristo que, de todas

las riquezas de la tierra sólo toma dos cosas un pesebre en su nacimiento y una cruz en su muerte,

dirá él.

Su visión de la Iglesia como anunciadora y testigo de la Buena Noticia es siempre profética y

universal. Sus palabras y los textos programáticos de la Congregación alcanzan los umbrales del

tercer milenio, haciendo de él un verdadero profeta para los tiempos nuevos. Un profeta anclado en

el misterio insondable del amor de Dios y en el misterio insondable de los seres humanos. Leyendo

sus sermones podemos encontrar respuestas concretas de liberación para las múltiples

esclavitudes que sufren los hombres y mujeres de hoy. Su mirada universal nos sitúa, sobre todo

hoy, en las fronteras del mundo, en la aldea planetaria donde la humanidad vive, favoreciendo una

globalización del amor y de la solidaridad desde abajo, realizada en la liminaridad, codo con codo

con los que más sufren.

El proceso diocesano de canonización se inicia en Málaga el 5 de julio de 1958. La Iglesia reconoce

sus virtudes heroicas proclamándolo Venerable el día 21 de diciembre del año 2001.

Dios Padre, por su intercesión, realiza un milagro, en la persona de Juan de la Cruz Arce,

restituyéndole el páncreas que se le había extirpado totalmente en una intervención quirúrgica, en la

ciudad de Mendoza, Argentina. Milagro que la Iglesia considera de segundo grado,

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Su vida es un desafío para todos los que seguimos su espiritualidad, no tanto por lo que hizo, sino

porque supo amar a la manera de Dios, sirviendo el Evangelio de la caridad a los más necesitados.

Él nos revela que la ternura y la misericordia de Dios se hacen realidad en el corazón de los seres

humanos por el misterio de la redención del Hijo y haciendo camino con Él. El Espíritu Santo

introdujo el corazón de Juan Nepomuceno en el corazón humano de Jesús, aprendiendo en esta

escuela el amor a Dios y el amor a los demás. Un amor encarnado y a la vez místico, que eleva al

que lo posee hasta las cimas de la contemplación y de la paz.

El P. Zegrí nos revela en su testamento espiritual que siguió a Jesucristo Crucificado con pasión,

tratando de vivir, sus mismas actitudes y sentimientos, ofreciéndose totalmente a Él para bien de la

humanidad; perdonando a quienes le calumniaron, no teniendo en cuenta el mal y creando lazos de

comunión, de encuentro y de relación; construyendo humanidad nueva en aras de la caridad y

amando a María, la mujer nueva, que sostuvo su existencia en la fe y su fe anclada en el misterio

de Dios.

Su beatificación, nos introduce a todos en la merced de Dios, en ese espacio de gratuidad en la que

el Señor es jaris permanente, gracia liberada y redención de todo lo que oprime a los hombres y

mujeres de hoy. A este testigo de la caridad de Dios nos encomendamos para que el Espíritu Santo

transforme nuestra vida en fuego de amor, de tal manera que en nuestro camino de discipulado, y

cargando sobre nuestros hombros los dolores de la humanidad, nos asemejemos a un astro que

ilumina sin quemar, a una ráfaga que purifica sin destruir, a un arroyo que fecunda sin inundar,

como él quería.

Ser memoria de Jesús en el mundo, de su infinita ternura y misericordia, es uno de los objetivos del

P. Juan Nepomuceno Zegrí a lo largo y ancho de su vida. Y memoria de Jesús quiere ser hoy la

Congregación de hermanas mercedarias, que encuentra en su Fundador, razones para creer,

esperar y amar a Dios sobre todas las cosas y para realizar su proyecto de liberación en el mundo.

Hoy, con el P. Zegrí y con todas las hermanas que gozan ya de Dios, siendo alabanza de su gloria,

las hermanas, poniendo su tienda en medio del pueblo y a nivel de la gente humilde, recorren los

caminos de la historia de la humanidad con una sola súplica: ¡Oh, Yahvéh, mira y escucha el clamor

de tu pueblo y baja a liberarlo! (cf. Ex 7,3).