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Visiones

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Esteban Niedojadlo Unamuno nació en Buenos Aires el 25 de

septiembre de 1989. Es Profesor de Lengua y Literatura y Maestro de Inglés. Escultor, amante de la Fantasía Épica y de los juegos de rol. Su escritura nace desde las lecturas inagotables de Borges,

Blake, Tolkien, y de los románticos ingleses como Keats, Coleridge o

Wordsworth

Visiones es su primer libro publicado.

La escritura de Esteban Niedojadlo Unamuno regresa a sitios gigantescos, a cimas que suelen parecer inaccesibles y a honduras que, en tiempos de apuro y medianía, parecen insondables. Sin embargo, esta poesía regresa. Escala, ahonda y vence. Nos enseña que sigue siendo imprescindible cantar en voz heroica.

Leo estos poemas, y creo ver a Whitman sentado al fondo del libro, asintiendo con su sombrero lírico. Y a Borges, claro, reconfirmando sus más amados símbolos.

Leo esta poesía y veo gigantes. Algo más, si no distingo entre versos y prosa es porque,

en este libro, la distinción no me parece necesaria.

Liliana Bodoc

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Visiones

Esteban Niedojadlo Unamuno

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© 2012 - Derechos Exclusivos de la Edición en Castellano reservados para todo el mundo por Esteban Niedojadlo Unamuno

Niedojadlo, Esteban Visiones. - 1a ed. - Buenos Aires : Grupo de Escritores Argentinos, 2013. 140 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-28801-8-7

1. Poesía Argentina. I. Título CDD A861

Fecha de catalogación: 22/01/2013

Este libro se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editorial Grupo de Escritores Argentinos - Suipacha 370 - 1o B - Ciudad de Buenos Aires el 31 de enero de 2013.-

Queda Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina.-

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, o su almacenamiento en un sistema informático, su transmisión por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia, registro u otros medios sin el permiso previo por escrito de los titulares del copyright. Todos los derechos de esta edición reservados por Esteban Niedojadlo Unamuno, Buenos Aires, Argentina.

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No es necesario ser opiófago, las imágenes se agolpan en la mente, confusas, desordenadas, en un torbellino que priva del aliento, sin que se las busque por ningún medio (aunque eso no significa que no podamos terminar en la locura, como, dicen, sucedió a Coleridge). Se presentan en cualquier momento, carecen de respeto y dan por tierra con el deber; el tiempo y el espacio son dimensiones que no les incumben, asaltan en el sueño y en la vigilia; mientras preparo café, en una charla amena, durante mis clases, cuando más necesito concentrarme, o en las horas de reposo al final de un día agotador. No existe método en ellas, y sus formas son tan extravagantes como pueda concebirlas; paisajes fantásticos, personajes poco comunes o absolutamente comunes, batallas tratando de superar a aquella de Illión o pasajes de las sagas nórdicas, dioses y vagas mitologías informes, el recuerdo de algún amor que nunca fue o que jamás experimenté, la memoria de grandes poetas a los que no me atrevería a emular, incluso sucesiones líricas que no logro recordar transcurridos pocos minutos. Es mi intención rescatar esas visiones que por momentos creo más reales que la vida misma, y conservarlas de alguna forma, por más ruda y ramplona que sea; intentaré hacerlo reconstruyéndola principalmente en poesía. Desconozco si trabajaré con imágenes o por medio de abstracciones (aunque el nombre escogido parece ser ya una decisión), pero intuyo que la labor consciente depurará y limitará la magnificencia con que se manifiestan interiormente; sólo me resta el mejor esfuerzo para captar al menos una pizca de su esencia.

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Ciertamente, no es lo más recomendable escribir el prólogo antes que la primer hoja del libro prologado –el cual tal vez nunca satisfaga la intención del autor –pero el mismo prólogo es acaso la primer visión concretada, y un augur para las futuras.

Esteban Niedojadlo Unamuno, Septiembre de 2010.

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A modo de prólogo Un momento cualquiera, cotidiano, cobra de pronto proporciones metafísicas, que trascienden sin más su propia realidad; un instante que se consume y ni siquiera puede ser recordado se transforma en una imagen eterna; un sueño recurrente tiene mas peso que cualquier experiencia de vigilia; un sentimiento que estremece el alma y sacude el cuerpo deviene en una forma de organizar el mundo. He aquí la sustancia de las visiones. El romántico Coleridge gustaba referirse al agua que fluye y corre –la imagino cristalina, pura, bajando en un murmullo, o burbujeante, revuelta, en avalancha –o al vuelo libre de los pájaros, sin límite en el firmamento, para ilustrar la forma de la inspiración, y las visiones tienen mucho de ello; podrían ser una pequeña muestra capturada del fluir, aunque en ello parezca que se pierde el embrujo y la frescura de la espontaneidad. Por otra parte, son también una transformación aplicada a la realidad, una rarificación de lo cotidiano, nacen repentinamente, sin control, orden o sentido, y es necesario encausarlas, ordenarlas para poder compartirlas y guardarlas como a un tesoro. Sin la intención de analizarlas, es posible agregar que las visiones están hermanadas en la actitud de asombro ante la manifestación pura de la naturaleza, ligada a la reticencia a/de aceptar la estructura de la vida y las relaciones con el entorno tal cuales son, hermanadas en la búsqueda de intensidad y sentido en cada cosa, en cada acción, en cada momento.

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ÍNDICE

CANTO A LA MUSAHERMANO, ESTÁS CONDENADOEN LA CALLEUNA ROSAIN MEMORIAMA UN ROMÁNTICOPRIMER CIELOCONVERSACIÓNECO EN LA DISTANCIAIN DESPAIRLLUVIADOS DÍASLA SUSTANCIA DEL SUEÑOOCASOSÍMBOLOSOCÉANOCAMINATAMALDICIÓN A MEDEA (Y A JASÓN)RAGNARÖKUN ESCRITORMIENTRAS OBSERVABA UN CUADROEN EL CASINOUNA MANZANACRIATURASSUEÑOINSOMNIO

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ACTOS VOLITIVOSINTROSPECCIÓNPROFUSIÓN ESPONTÁNEAEL TIEMPO CIRCULARLA BIBLIOTECAELVUELO DEL MARTÍN PESCADORELLAA VISION CAME OVER METRES DÍASATAVISMOCONFINESFINAL DE LA SEMANALO INESPERADOA POEM FOR THE ISLAND1120 A.D.ANGUSTIAVISIONES INDUCIDASUNA ORILLALA VÍSPERAEL LEGADOLAS FORMASBUENOS AIRESJ. K. EN LOMASBELDAMARLO INASIBLEEMANACIONES

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CANTo A lA muSA

Desde los abismos insondables donde has sido confinada, desde la decadente tierra resquebrajada bajo tus pies, Donde el vicio te embriaga cual dulce ambrosía, ¡Canta, oh Musa! Para los hombres que ya no te recuerdan. Canta sus miserias, sus despreciables vidas hermanadas en desgracias, en dolores y sufrimientos. Canta para que no te olviden, para que recuerden a los poetas ciegos que tú inspiraste desde el inicio, como los dioses, ya muertos y perdidos en distancias que no pueden acortarse, en sueños de una noche interminable que alguna vez fue compartida, pero ahora asaltada sólo por el tumulto de la pesadilla. Canta la historia única de los hombres de los últimos tiempos, sobre quien nació maldito, cargando todos nuestros males, sobre quien no fue nombrado por su madre, y por ello mismo lo llamaron Él, Tú y Yo; canta la imagen espejada de una humanidad parasitada, ésta sátira filantrópica. ¡Canta, oh Musa! Canta ahora, que nadie te escucha.

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HErmANo, ESTáS CoNDENADo

¡Salud! Ser efímero y siempre dividido¡Salud! Hermano que vives de ausencias¡Salud! Hermano de memoria fragmentada.Alma desgarrada, no busques plenitud;no intentes conservar el momento estático,llora y vive penando, ese es tu sino.La nostalgia es condición de la vida,no la evites, no le huyas, no lo intentes.¡Salud, cada vez que anheles la muerte!¡Salud hermano! Como yo, estás condenado.

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EN lA CAllE

El gusto amargo de una obsesión griega,una mente goza al creerse insana;ve pasar a los hombres de este mundoy se cree de otro mundo,y exalta su naturaleza terrenal, pues no puede hacer otra cosa.No cree, contrapone para ser y sentir,oye el susurro de aquella vozque se alza entre el tumultosórdido, en una sórdida ciudad;y da un golpe, delira con las bajezasa través de las cuales pretendealcanzar la humanidad.

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uNA roSA

Una rosa que el aprendiz de Paracelsono vio resurgir de las cenizas.Una rosa que Coleridge acariciótendido en un jardín, y que revelabala veracidad de su visión.Una rosa que crece escondida en otro jardín vedado a los hombres.Una rosa escarlata que descansasobre un cuerpo inerte, símbolo de justicia.Una rosa arquetípica que es,a la vez, todas las rosas.Una rosa, que eres tú, mi rosa,y acaso hoy creo perdida para siempre.

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IN mEmorIAm

Hoy te he vuelto a sentir,demonio a sempiternas profundidades confinado.He seguido el trazo de tu hedora lo largo de pasillos y tristes epitafios.He escuchado tu risa, la burla sacrílega;he visto tu sombra en los ojos de la gente;en sus palabras te encontré, tu nombre repetidoen lenguas conocidas y otras que sonaban nuevas.Tú estabas ahí, siempre delante,y la ciudad dormía bajo nuestros pies.Dormía su sueño eterno, su último sueño,custodiada por los ángeles recortados contra el cielo.La ciudad dormía en suntuosa morada,y tú recorrías sus calles observándonos,deseando nuestra carne, esperando por el día,aquel día cuando el mundo se disuelvay puedas reclamar lo que te corresponde.Y mientras tanto, seguí caminandoconmovido entre el bullicio, buscando silencio.Buscando comprender lo que nos está vedado,buscando en la calma inerte de los muertos,sin asomo de miedo, pero al saberte cerca,

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nunca lejos de las miradas de los ángeles.

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A uN romáNTICo

El agua de la espada correlibre, por una ciudad que agoniza,manchando sus calles, impregnandoel aire de hedor mortal,y me asfixia.La hoja, el duro metal cae,chilla y cercena indolentea sus propios hijos, que sona la vez, sus padres.Y me enfermaPor un ideal trocado en paranoiacruzaste los mares, retornandoa la tierra que te vio nacer,dejando atrás tu amor, tu razón de ser.En la simpleza de la naturaleza,en su manifestación más pura,buscaste asilo, y en la simplezade sus gentes, en su manifestaciónverdadera, la esperanza perdida.Abriste un camino al sentimiento,salvaste el ideal desvirtuado

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para que hoy pueda celebrarteen una página mediocre, pero, con tu ánimo renovado.

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PrImEr CIElo

Es éste el primer cielo, el único, el arquetípico.En el fin de ciclo se renuevaante los ojos que lo contemplany vuelven a ser los mismos ojos que se elevaron en el albor de la vida.Los mismos ojos brillando soñadoresde quien con alas de cera volaría.Son los mismos ojos valientes y determinadosque vieron a las flechas crear la noche.Son los mismos ojos, es el mismo cielo.Pero por sobre todo, son mis ojos, nuevos,que en este cielo se pierden,por primera vez, en los tuyos.

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CoNVErSACIóN

En un lugar remoto mora un hombre olvidado;la torre que lo guarece es oscura y está en ruinas,pero a su alrededor el pasto es siempre verde y tierno,y el sol brilla cálido y el aire es diáfano,y los árboles crecen robustos y altos sin límites,y la brisa acaricia sus ramas.El hombre que allí vive es viejo y ya no recuerdadesde cuándo es que está muerto, ni quiénes son los que lo olvidaron.[De la torre quedan sólo ruinas,del hombre, ni un vago recuerdo]

Cada tarde sentado espera la caída del veloque oculta la luz y sume en tinieblas el valle,que repujado en plata y oro, adorna el cielo.Y entonces recibe a ese otro hombre, su rival, para intercambiar palabras vanas, que ya conocen,que saben de memoria, pues ese es su ritual.De palabras es el duelo, en palabras sus vidas forjadas;de palabras saben y con palabras cantan,al destino uno a lo banal el otro,a glorias nefastas, a batallas perdidas y mujeres amadas.

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[De la torre sólo quedan ruinas,de los hombres, ni vagos recuerdos]

Y así conversan, de lo que hablaron en vida,el objeto de disputa, el fin de la poesía.Uno sostiene que debe ser combativa, que esherramienta de denuncia en una época,aunque ya no sabe lo que eso significa.El otro, contrariado, la eleva sobre lo mundano,pues debe ser canto a la esencia, cifra de lo universal.Pero olvidó su esencia, que es la de los hombres,y su defensa pues, es en vano.[Y de la torre sólo quedan ruinas,Y de los dos hombres, ni vagos recuerdos]

Una noche a la discusión se arrimó un tercero;era éste para ambos, un muerto nuevo.Con graciosa facilidad, a eterna lucha puso fin,no le fue difícil discernir, que no existía problema.Puesto que para él lo universal y lo mundano erananverso y reverso de una misma cosa.Quien canta al sentimiento compartido hermanado estácon el otro, que con palabras lucha por mantener un ideal.Ambos artífices son de un legado de sabiduría, constructores de esa torre oscura,que contiene a todas las edades.[Pero de la torre quedan sólo ruinas.

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Y de los tres hombres ni un vago recuerdo.La cadencia de sus palabras está perdida, y con ella,su conocimiento].

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ECo EN lA DISTANCIA

El sonido rompe con la calmaque llena otra estática noche,cuando las estrellas no pueden verse,pero se presienten afuera.Y eres la calma, el sosiegode un alma tribulada.La nota que recorre las estepasllena el aire con la fraganciadel fruto que muere y espera renacer.Y es tu voz la que oigo,tu voz dando sentidoa lo que me está vedado.Es tu voz, la que transmite esa nota,trasponiendo los límites de una lengua.Es tu voz, y en ella renazco.

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IN DESPAIr

You sought on a path well known, trod by light feet in early days when heart was at ease and a friendly sun shimmered warm. Eager to meet and conquer fate, to rise above and touch the sky, leave a world behind and head away. Yet you despair and may yield for the road twists and winds and bends. Limb and mind grow weary and tired and you find you are walking lost, shadows grow around ere you find your place. Thus you see it is not as planned a world desired escapes from your hands, and dreams are too far, flying astray. But then you hear it once again, coming out from the deep well of despair. A harsh voice made of stone, hard, as anvil stroke, strong as a wild fire, talking in languages now forgotten, reminding highest ambitions set aside.

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And so the soul shivers, full with memories; the maiden of trees and spring is wide awake whispering now and there with never-ending freshness, tales of warriors, of toils and troubles, of worlds unstained in times forever gone. Those stories take shape in brain and heart, like root and bark and bough unravel fast to breath in a new sky where sun shimmers with strength renewed, as now you understand that the road of fate will always wind, and yet still your feet will walk their way.

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lluVIA

Te esperaba para que bañaras un amuleto, para que el ícono de alguien que raya lo divino se embebiese en ti y vibrara con tu música, con los sonidos primigenios de la música del mundo. Pero al llegar la lluvia me abruma y me embriaga, olvido entonces la moneda y soy yo quien se moja. El agua cae y chorrea por mi pelo y mi cara, me libera; separa mi mente de mi cuerpo, me salva de pensar. La lluvia es etérea, bendita, y a veces presagia cosas oscuras. Hoy me conecta a mis antepasados, a mis raíces, que se pierden en el tiempo y se unen con todos los hombres. Me conecta con todos mis héroes que bajo el mismo cielo sintieron la misma lluvia, esa otra forma de eternidad. (Y es el mismo cielo, es la misma lluvia) Lluvia etérea, bendita, hoy presagia cosas oscuras.

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DoS DÍAS

“Y por dos días todos se reunieron bajo el cielo de las Sagas”.

Primero el frío,frío cortantefrío de ansias.Movimiento frenético, constante, el ridículo.Entonces, desengaño,apatía ineludibleparquedad, ensimismamiento.Todo preludio del éxtasis prolongado;la fascinación,el pensamientoy la reflexión.el eco de maestros y el sabor de lo conocido.Nuevas expresiones,reencuentros personalescon el otro.Voz de dioses y de brujas, muchas melodías.Tarde compartida,un cielo

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y fantasía.Preguntas de ojos dorados y brillantes colas.Satisfacciones,cansancio y sueño,mucho sueño.Los recuerdos de otra vida, de otras vidas.El regreso,el día apuradola vacuidad.Las firmas y los relatos, las sagas.La palabravertiginosael flujo constante,el baile de luces que seduce y cautiva.Una espera resignadauna última miradauna última palabray todo en un segundo que fue eterno, que duró dos días.

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lA SuSTANCIA DEl SuEño

No dejaré nunca descansar al barro elemental;mis manos se ensañan con él y lo modelan,lo arrancan de su seno, lo proyectanen una ceremonia que no es mecánica, sí ritual.

Mis dedos lo conocen, lo desean;se hunden en él, encuentran su esenciay le dan forma, mientras mi alma sueñalos seres que no pueden ser, para que sean.

Ahora son rostros y me cautivan;a todos los amo, sólo a uno con pasión,y quisiera besarlo, que no fuera mi creación.Puedo nada más mirarlo, y mis manos lo acarician.

Desde hoy no te necesito, noble barro eterno;ni necesito los rostros que en ti mi imaginaciónmanifiesta, y aunque no viva de tal fusiónno me permito olvidarte, ni descansar te dejo.

No creas que te rechazo;no me eres indispensable

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pero por siempre te quiero.

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oCASo

Otro día que se acaba,que se va y que no vuelve.El ocaso se pierde.El olvido es irrevocable.Otro día que se agregaa esa amalgama difusade hechos y ficciones,que es la memoria.Sólo queda un puñadode colores, el rojo, un azul,el naranja o el violeta,sólo formas vagasque nos confunden y engañan.No sabemos, dudamos,¿Era el mar o la montaña?No importa, ahora sólo esuna imagen desgarradora,sólo es la pena profundade sabernos finitos,viviendo siempre nuestro ocaso.Sólo es la nostalgia,No queda más.

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SÍmBoloS

Por siglos he visto a los diosescaminar y guerrear junto a los hombres.He construido ciudades en sus nombres,he gobernado imperios que los justificaban,y ellos a cambio me dieron la razón de ser.Pero hoy el símbolo aparece muerto,o se ha transformado, no lo sé.Y cuando llegue el momentoy vayan a juzgarme, podré decirque ya no queda ninguna Ateneaante quien comparecer.

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oCéANo

Una deidad caída del panteón,rebajada a nota enciclopédica,a vanos nombres repetidospara conformar a un profesor.Pero no eres eso, eres el símbolo,la cifra del tiempo y del espaciopara quien veinte años vagó,hasta poder regresar al hogar.Y tumba también para él mismocuando Dante lo envió a morir,más allá de las columnas hercúleas.Eres el camino de las ballenasque los drakkars navegaronen infinitas noches glaciales.Eres el temor de una madreque en Islandia ve perderse a su hijosabiendo que regresa a la sustanciaen la que fue engendrado.Eres la extensión de mi persona,y de todas las personas, vasta, infinita,que nos engendra, y a la que al finretornamos.

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CAmINATA

Cuando la memoria finalmente cedeal reparador alivio del olvido,sigues recordando al menosla intensidad de lo vivido.El sentimiento se torna vago y caprichosopero no se borra, ni cuando el hechoes desdibujado por el tiempo y la experiencia.

Esto piensa hoy alguien mientras caminaalejado de la gente, entre piedras y aguaque forma torrentes, ollas y cascadas.Alguien que camina de cara al soly que no sonríe ante la belleza,pues algo falta, la ve incompleta.

Y no puede evitar allí preguntarsepor qué las cosas son de ese modo;por qué la naturaleza pone en evidenciala carencia propia de su espíritu.O más bien, por qué el paisaje lo colmacon el sentimiento de lo que alguna vez fuepero de lo que no queda ya recuerdo.

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mAlDICIóN A mEDEA (y A jASóN)

En unas páginas, entre líneas inigualablesde un mito que es historia y se repite,escupí la ponzoña que quema,que arde en el interior por lo que hicieronuna vez dos seres y luegotantos otros copiarían. Para ellos,sólo tengo una maldición.

Tu resolución será la sierpeque te devorará.Las dudas que no conoceste dominarán.

Que te quiebren, que te descompongancomo a mí me descomponen.Que el futuro te depare, sólo,la inmundicia elemental.

Que la carne se desprendade tus huesoscomo a aquellos inocentesen los que te vengaste.

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Los hijos no deberían pagarpor la culpa de los padres.

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rAGNArök

Era mediodía y regresaba del trabajo, o estaba amaneciendo, no lo sé. Lo cierto es que llegaba el crepúsculo y aunque la ciudad ardía en bullicio me invadía la calma, no podía escucharlo. Un pavo real alzó vuelo desde el colegio donde en el parque había reposado. Su figura era magnífica y colmó el mundo, su vuelo no me asombró, y en su plumaje percibí el universo vedado a la vista. Un niño entonces besó a su madre, y presentí que esa sería la última vez. Un sonido estridente resonó de pronto creciendo desde profundidades insondables hasta apoderarse de mi alma y estremecerla. Era el estruendo de un cuerno de guerra y presagiaba la llegada de los dioses. Un jinete pasó a mi lado como un rayo, los cascos hicieron saltar el pavimento y el metal mortífero brilló en su mano. Un casco astado escondía sus facciones,

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y con su diestra hacía sonar el cuerno. El jinete era el bravo Heimdal el dios heraldo llamando a la guerra. La tierra se estremeció y se sacudió, tropecé y tuve miedo, perdí la calma. En la calle las bocinas empezaron a sonar acoplándose al redoble de tambores y trompetas, la gente corría desbocada, sin saber qué hacer. Una fatal horda de guerreros avanzaba gritando con fiereza, golpeando sus escudos. Todos vikingos, cubiertos de hierro y cuero, blandiendo hachas y espadas y martillos, marchando al combate, a la última batalla. Marchando contra el terror de Jötumheim, contra sus enemigos ancestrales, los gigantes. A esos gigantes veía toscos y brutos, alzándose entre la multitud hasta tocar los cielos, se sumaron criaturas terribles de imaginar siquiera. A tomar parte en el fin del mundo, en Ragnarök, se sumaron lobos monstruosos, y la serpiente se retorció. La serpiente de Midgard que envuelve el mundo se sacudió violenta y el mundo tembló, y su aliento destiló veneno y odio eterno. Los gigantes cargaron con sus cuerpos helados, creando el invierno en un día propio de verano.

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Los lobos chasquearon sus fauces y los colmillos brillaron, el festín de carne comenzó sin dilación. Yo debía llegar a casa sorteando el peligro, evitando esa batalla que era la última. Los guerreros vikingos nos protegían y custodiaban, aunque su aspecto fiero daba tanto miedo que se hacía difícil considerarlos amigos. A mi lado blandían sus hachas y espadas, a mi lado caían con la vista ya perdida. Fui a cruzar la calle y un escudo me protegió del golpe de un gigante; el acero brilló luego, seguido del grito, y un brazo cayó a mi lado. Sin dar las gracias, sin voltearme a ver a mi salvador, corrí como nunca antes había corrido. Llegué a casa y busqué refugio, mas no era éste un lugar sagrado, allí en mi biblioteca comenzaba Ragnarök. Y Gjallar volvía a sonar, por última vez; el cuerno de Heimdal cantaba antes de perder la voz. Supe entonces que un barco navegaba libre; Loki viajaba en él con ominosos personajes, y con él se acercaba el fin irrevocable. Salí apresurado y gané la calle nuevamente, aunque no era igual, el paisaje había cambiado. Sobre mí volaba el águila de la tormenta, y abajo,

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en el sendero de Hela desfilaban los muertos. El sol agonizaba, descargando en el cielo lenguas de fuego, tiñendo el aire de rojo carmesí. El lobo gigante Sköll lo estaba devorando, sus fauces se cerraban sobre el fuego y ardían, todo el lobo era una gran antorcha, moría y daba muerte. La tierra retumbaba bajo los pasos de otra bestia, bajo las fuertes zarpas de otro lobo, Garm. Ante mí las llanuras de Vigrid, y allí luchan todos los dioses y los héroes contra multitudes de maldad, y Garm carga contra el poderoso Tyr, y mata y muere. De a pares enfrentados los dioses batallan, y en Valhala los salones se apagan, y ya no hay fiestas. En el bosque de Vidar se lo ve a Odin cabalgar sobre su veloz Sleipner, el caballo de seis cascos, cabalga y blande su lanza Gunger dando violentos golpes. La imagen del dios es imponente e increíble de contemplar, su casco es de oro puro y su capa vuela azul bajo sus cabellos. El Dios tuerto, el Dios sabio, se enfrenta a Fenrir y sabe que va a morir, pero no se amedrenta, conoce su destino y cabalga sin miedo, orgulloso. Las fauces del lobo van de la tierra al cielo, el fuego brota de sus narices y sus ojos. Y con fuerza sin igual derriba al jinete, derriba al Padre Odín, que es devorado.

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Pero Fenrir tampoco está destinado a vivir y Vidar llega y debe vengar a su señor. Con fuertes pies se para en la boca del monstruo, y rompe en terrible lucha sus mandíbulas, y su lanza llega por la garganta hasta el corazón. No puedo seguir mirando aquello, la visión es espantosa, pero donde sea que voltee, las escenas se repiten. Thor ahora llama la atención, sus cabellos ondean al viento, y lo conectan con el cielo, mientras sus barbas lo unen a la tierra, y su capa es el mar. Thor lucha con la serpiente que contiene el mundo, y su martillo retumba en cada golpe y crea el rayo. La contienda entre ambos es larga e incierta, la serpiente se retuerce, esquiva el golpe de Mjölner, se enrosca en torno al Dios y trata de inmovilizarlo. Descarga sobre él diluvios de veneno, pero no es suficiente, y Thor estalla y desencadena toda su ira. Mjölner golpea sin parar y destella fuego, el mundo se sacude con el estruendo, y comprendo que cuando el ruido cese, yo estaré sordo. La serpiente cae entonces en la llanura, muerta, pero también cae Thor con un rugido a su lado. Y más allá, Loki se bate contra Heimdal, y ambos se hieren, ambos matan y mueren. Todo esto yo veía en desfile ante mis ojos,

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los dioses estaban muriendo, a un lado y al otro. No había nada que pudiera hacer, Valhala estaba vacío, y el mundo pronto a quebrarse de una vez por todas, pronto a acabarse, a ser rodeado por la nada. El fin había llegado, de mi ciudad no quedaban rastros, pero aun en la llanura el fragor del combate no cesaba. Y sobre aquel desastre una voz tranquila me habló, de la regeneración del mundo y de un nuevo comienzo, era la voz de Balder, prometiendo una nueva mañana. Pero antes algo me pedía, yo debía tomar partido, la voz me encomiaba a participar en Ragnarök. Entonces, levanté mi espada y ajusté el escudo; dejé de leer, cerré el libro, y corrí a la batalla.

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uN ESCrITor

Su dolor era terrible. Le habían cortado las manos. Jamás se sabría la razón, pero tampoco le importaba. En lo único que pensaba era en que desde ese momento ya le sería imposible hacer lo que más disfrutaba, aquello que le daba sentido a su vida y le recordaba cuán intensa podía ser : escribir. Escribir había sido su pasatiempo desde pequeño y lo que mejor sabía hacer. Y escribir era su destino. Su cabeza estaba apoyada sobre la fría superficie de piedra de la mesa donde solía realizar su actividad, pero su pensamiento vagaba por senderos oníricos, confusos y retorcidos. La habitación estaba llena de víboras; sus cuerpos repugnantes se deslizaban sobre las losas y se enroscaban en sus pies, se mezclaban formando amasijos informes que brillaban verde azulados, y siseaban con una cadencia hipnotizante. Cuando la certeza de que debía cazar aquellas alimañas lo invadió, el piso estaba vacío y sólo se veían las colas de algunos reptiles, desapareciendo bajo los muebles. La tarea se perfilaba ardua y asquerosa, pero antes de comenzar con ella, la sensación de algo viscoso pegándose y mojando su brazo lo sacó del letargo en

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que estaba sumido. Moviéndose en sueños había derramado el tintero, y ahora el espeso líquido negro chorreaba formando riachuelos sobre la mesa, goteando hasta el piso. En la libre carrera de la tinta vio formarse una torre ominosa, una gran mole terrorífica como aquella sobre la que una vez escribió, donde se enfrentó a sus peores pesadillas antes de plasmarlas, donde encontró la forma de burlar al destino. En su mente la torre dio paso a la recompensa del héroe al final de su largo camino, el premio que espera al arrojado que supera todas las pruebas; pero ella no era un simple premio, era la dama de la primavera y a sus pies el pasto era verde y las flores imperecederas. Ella era la dama, más poderosa que los hechizos de muerte de cualquier cuento de hadas, la portadora de una belleza infinita, infinita al igual que su tristeza. Y más allá de la única mujer que alguna vez amó, el escritor vio el mar, expandiéndose hasta el horizonte; sintió la brisa salobre en su rostro, la suave arena bajo sus pies descalzos, y supo que allí su viaje terminaba. El mar era una proyección de su alma, y engullía a las serpientes de sus sueños, engullía su torre y todas las torres de todos los hombres; se tragaba y se fundía con la princesa, con la primavera y sus flores, con el frío abrasador y el calor agobiante. Y frente al mar, creyó confundir la tinta que

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chorreaba con su propia sangre, pues ya no podía escribir, y ese era su destino. Sus manos habían sido cortadas, ya no podría escribir, no podría escribir... …En su casa, recostado sobre la mesa, entre montañas de papeles y a oscuras, el escritor moría con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Había burlado al destino.

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mIENTrAS oBSErVABA uN CuADro

La calma artificial de este recinto en nada sirve para acallar las voces que ya se han apoderado de mi mente. Hoy más que nunca, más incluso que en las últimas semanas, espero ansioso una muerte salvadora, y si no me abraza en sueños esta misma noche, no dudaré en prodigarla yo mismo mañana. Y entonces, un héroe cesará sin que nadie sepa su historia –considero mi hazaña heroica –y ésta no pasará de algunos títulos inconexos en el periódico de la ciudad… el desmoronamiento de un minarete en la Iglesia de los Capuchinos, el accidente automovilístico en Irigoyen, la brutal muerte de la mujer, asesinada a la entrada de la catedral… y ese otro que me involucra y que me nombra, todos ya lógicamente explicados por peritos especializados y competentes. Espero reunir las fuerzas necesarias para explicar lo sucedido mientras la luz glauca de mi habitación impide que las sombras de la noche en ciernes, que siempre me acechan, se apoderen de mí y nublen mi juicio nuevamente. No puedo pensar qué podría pasarme si este cuarto que huele a desinfectante, y del que tantos otros se quejan, no estuviera para protegerme, pero sé que tarde o temprano me darán caza, aún aquí, y no

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pretendo esperarlos. Ahora no podría explicar el por qué, pero siempre fui propenso a deambular por Córdoba sin rumbo fijo, y mis tardes de tedio me condujeron a muchos museos y galerías de arte. Esto me daba, entre mis conocidos, cierto aire de intelectual que muy poco merecía; confieso que el arte no me interesa en absoluto, y me aburre sobremanera. Era, supongo, el silencio y el aire sacro que se respiraba en la atmósfera lo que me impelía a concurrir a aquellos sitios, esa diferencia abismal del ruido de las muchedumbres en calles superpobladas. Y sin percatarme de ello, en un mes había fatigado casi todas mis tardes en el Ferreyra, ese palacete arenoso, crisol de la moda europea; mi recorrido, variando sus tiempos, fue siempre el mismo. Me detenía en tres obras únicamente, cuadros horrendos que por alguna razón me llamaban y cautivaban. El primero, un óleo, mostraba a una persona enferma, recostada en una cama blanca, rodeada por familiares, todos toscos y de facciones deformadas. A los pies del enfermo, una rata rechoncha y sonriente; encima de sus cabezas, dos murciélagos siempre mirándome; el contraste del blanco de las sábanas y el negro del horizonte tormentoso era nauseabundo. En el segundo, en alguna técnica mixta, predominaba una casa despintada y muy pobre, con un lavarropas tirado en su jardín, un patio sucio y un hombre bajo un árbol de cuyas ramas pendía un nylon, con un

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pantaloncito demasiado corto, una remera rasgada, y el revolver aun humeante en la mano derecha. Ambos lienzos prefiguraban en cierto sentido el terror que me causaría el tercero, pero eso sólo ahora puedo entenderlo. Al final de mi recorrido entonces, un cuadro me absorbía, y por alguna razón perturbaba mi alma; algo en él estaba mal, no encajaba, y mis sentidos me urgían a abandonar el palacio, pero mis pies parecían clavados al parquet, allí frente a esa visión. El cuadró estaba descolorido, descuidado, y desentonaba con los otros en la sala. Representaba un pueblo inglés, al anochecer. La gente deambulaba en la calle transitada, y una figura destacaba entre la muchedumbre. Un joven de saco azul y corte moderno –idéntico al uniforme del Montserrat –desencajaba alrededor de los vestidos de hace dos siglos como mínimo. El muchacho parecía mirarme y sonreír de una forma que da escalofríos. Y no importaba desde que ángulo lo mirase, sus ojos encontraban los míos, y siempre sonreía con maldad. La primera vez que lo vi, al salir del palacio el calor recalcitrante del verano en el asfalto de Hipólito Irigoyen colmó mis nervios ya crispados, aunque sin aparente razón, y perdí el conocimiento. Me desmayé, cerca del Buen Pastor. Sin embargo, éste no fue motivo que evitara volver al cuadro con el nuevo día, ni visitarlo nuevamente al otro, y al otro, y al otro… no sé cómo esa extraña

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coincidencia, una mera cuestión de ropajes, pudo destrozar mis nervios al punto de sobresaltarme ante el más leve sonido o movimiento no identificado, y me preocupaba menos el sentimiento de debilidad que aquello que lo causaba, aquel muchacho de traje moderno que me miraba siempre en ese cuadro titulado “anochecer en North End” de R.U. Pickman. A la semana de instalada mi nueva rutina mis sentidos comenzaron a traicionarme. La ciudad de Córdoba no fue nunca un lugar acogedor por las noches; todos los negocios cierran temprano, y el andar de la gente desaparece de improviso, como conjurado por la penumbra. En las veredas comienzan a verse caras poco halagüeñas, ojos que brillan acechantes en cada umbral, como esperando a saltar sobre sus presas, ojos que parecen no pertenecer a seres humanos, como si algo del espíritu de la ciudad despertara con la noche y anduviera silenciosamente por las calles, imitando la cadencia del andar de los mortales en un vano intento de captar nuestra vitalidad, la que en algún momento les fue privada a ellos. Y ahora puedo asegurarme que entre esos ojos estaban los del diabólico muchacho del cuadro, pues al fin, una noche todos mis miedos irracionales e ilógicos cobraron proporciones físicas cuando por Obispo Trejo lo vi caminar hacia mi, con su saco moderno al estilo Montserrat, y esa sonrisa terrible que mostraba unos

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dientes blancos y afiladísimos. Caminaba despacio, sus movimientos eran forzados e inseguros, como los de un autómata o un animal recién nacido. Pero me buscaba a mí. Pegué media vuelta y torcí a paso rápido en una esquina y luego en otra, y comprobé que me seguía. Mecánicamente, casi sin notarlo, me refugié en un café y esperé un rato, temblando por lo extraño de la situación. Al salir, horas después, noté afortunadamente que aquél ser había desaparecido. Comencé entonces a tener miedo de salir de mi casa, y de estar solo allí dentro también; sus paredes no presentaban mejor resguardo que la gente y los locales y el bullicio en general. Y, como sabía que sucedería, al poco tiempo lo encontré devuelta. Esta vez caminaba sin problemas, y parecía un demonio dispuesto a darme caza. Corrí desbocado, con mi corazón a punto de estallar, tropecé y caí. El extraño me levantó con un solo brazo, terrible y frío como el hielo, y de un sacudón me arrojó contra la reja de una casa. La situación límite al parecer descargó un torrente de adrenalina, pues me incorporé, y sacando un revólver que había adquirido en esos días, disparé contra él una y otra vez. Luego, corrí como loco por la ciudad esquivando autos y sin saber por donde andaba, hasta que el amanecer me encontró exhausto en mi cama. Me encerré, dejé de concurrir al trabajo y de ver

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a mis conocidos; no comenté con nadie lo sucedido, y no paré de pensar en aquella criatura. En mi brazo, allí donde me había agarrado, supuraba una herida profunda, como si sus uñas hubieran desgarrado mi piel. El demonio sabía que había encontrado su secreto, su extraña morada en el cuadro; intuyo que por eso quería quitarme la vida. Luego de dos noches en vela, no pude contenerme y salí, deseoso de comprobar la efectividad de mis disparos. No fue grande la sorpresa al notar que unos ojos, ya conocidos, se posaban sobre mí al rato de deambular por el centro, y comenzaban a seguirme. Sin voltearme me dirigí como había pensado, a la catedral. De haber dudado, de haber perdido sólo un segundo, esa bestia me habría destrozado. Al flanquear la entrada de la Iglesia no pudo seguirme. Menos afortunada fue la muchacha que detrás de mí recibió la frustración del demonio. Las noticias hoy hablan de una pandilla de drogadictos que golpeó a una joven hasta matarla en las puertas de la misma catedral. Yo sé la verdad, yo vi a aquel ser ultra-terrenal arrancarle la piel con sus manos, como si se tratase del envoltorio de un paquete. Dormí allí, frente al altar, y durante esa noche concebí la idea que podría destruir esa encarnación del mal que me había enloquecido. Al salir, corrí hacia el palacio Ferreyra. Amanecía el domingo y la ciudad estaba en silencio; sin embargo, oía pasos que me seguían de cerca.

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No fue necesario darme vuelta, podía sentir sus ojos clavados a mi nuca. Huí a los Capuchinos, pero encontré la entrada cerrada y sin darme cuenta de lo que hacía, comencé a trepar por sus paredes con una destreza que no imaginé nunca poseer. Detrás de mí, incluso ahí, el muchacho me perseguía. En un momento, su mano aferró mi pie. Me volteé y lo pateé frenéticamente hasta que ambos caímos y un minarete se desplomó al recibir nuestro peso. Yo logré aferrarme a una gárgola, él aterrizó en el suelo. Despacio, bajé, rodeé el cuerpo iner te y me precipité al Ferreyra. Sabía que mis disparos no lo habían acabado, la caída tampoco lo haría. Ya en Hipólito Irigoyen sentí un choque de autos y capté con el rabillo del ojo cómo un traje azul muy conocido salía despedido por el impacto, pero seguí sin parar y traspasé la entrada, todavía sigo sin recordar como. Subí los escalones saltando de tres en tres hasta estar, una vez más (la última) frente al lienzo que tan bien conocía. Le disparé, rasgué la tela con un cuchillo que llevaba; lo destrocé hasta dejarlo hecho jirones. Fui detenido. Se que me juzgan loco y asesino. No los culpo, es más fácil que reconocer el mal que camina entre nosotros con forma humana, el mal que yo logré espantar, al menos por un tiempo, al romper su morada; y aunque haya salido victorioso en un caso, otros vendrán a

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destruirme y antes de que pase pretendo quitarme la vida. Al menos tú, ahora, conoces mi secreto.

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EN El CASINo

El casino de la ciudad en la que yo vivía había sido inaugurado hacía más de dos años, y estaba ubicado estratégicamente en el corazón comercial, y a pocas cuadras de los bancos. Los primeros meses me sorprendía ver a la gente cobrar sus sueldos, caminar rápidamente esquivando transeúntes y dando bandazos con sus carteras –pues en su mayoría eran mujeres quienes corrían -y precipitarse como el rayo tras las puertas de vidriado oscuro de aquel recinto del juego y las apuestas. También me sorprendía oír hablar a mis conocidos sobre tal o cual persona, a la que habían visto entrar repetidas veces en un lapso efímero, o de los que sabían que habían perdido todos sus ahorros en ese lugar y de todos modos reincidían en su conducta, sacando dinero de vaya a saber donde. Al año de haber sido inaugurado el casino ya no me sorprendían ni las más disparatadas historias que me contasen, la mayoría de las cuales eran deplorablemente ciertas. Todos mis amigos habían ido, y muchos habían quedado fascinados por el lujo, las luces de colores, y la falsa promesa de ganar cuantiosas sumas de dinero de forma amena y divertida.

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Yo había sido invitado varias veces a participar de ese ya casi acto ritual, pero siempre encontraba una buena excusa para rechazar tan agradable invitación sin que me tildaran de tacaño y avaro (si bien no soy ni lo uno ni lo otro, me cuesta desprenderme del dinero sin una razón justificada, y los juegos de probabilidades no son una razón justificada para perder el dinero en absoluto). Pero luego de prestar aguerrida resistencia por mucho tiempo, la curiosidad pudo más que mis principios, y ante la invitación de un amigo accedí a entrar, aunque no le prometí participar de juego alguno. Tengo que admitir que por dentro era realmente lujoso y llamativo. Una fina alfombra roja cubría todo el piso del lugar, por donde se distribuían diferentes zonas de juego y un amplio bar y restaurante amoblado con reconfortantes sillas y enormes sillones mullidos de vivos colores donde la gente descansaba… y esperaba a encontrar lugar en los distintos juegos. Pero lo más llamativo era cómo las luces amarillas de las grandes lámparas se mezclaban con los tonos chillones que se desprendían de las maquinas electrónicas, y contrastaban de forma extraña con los ocres damasquinos de las paredes, produciendo un efecto indescriptible –pero completamente enajenante –en todos los que nos encontrábamos allí. Las melodías producidas por los juegos se fundían en el aire componiendo una única pieza discorde

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y espeluznante que contribuía a la creación de un ambiente en el que me sentía desorientado y extraviado. Mi amigo fue directamente a la zona de las ruletas electrónicas mientras yo me paseaba observando con curiosidad a los extraños especímenes reunidos en la sala. Todos los rostros que contemplaban las ruletas tradicionales estaban serios y graves, expectantes al girar de la bolilla como si de un ícono religioso se tratase. Contemplé unos momentos como las personas que dirigían el juego retiraban de la mesa las fichas de los jugadores y las colocaban en las reservas de la casa, y luego seguí mi recorrido por el lugar. Pasé al lado de las mesas de póker, sin siquiera mirarlas, y me dirigí a la zona de los tragamonedas electrónicos. A mi derecha, una mujer de mediana edad introducía un billete de cien pesos por una ranura, recibía créditos a cambio, y comenzaba a presionar botones. En la pantalla los cinco casilleros ubicados en fila giraban y giraban, desfilando ante nuestros ojos imágenes que reían y nos miraban. La mujer continuaba presionando botones y los créditos disminuían, hasta que otra vez la máquina requería ser alimentada con más dinero para poder seguir jugando. De repente, un sonido metálico captó mi atención. Me acerqué a otra maquina, y vi como una marea de fichas metálicas era expulsada por una rendija de otro

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tragamonedas. Una sonrisa radiante se perfiló en el rostro del afortunado ganador mientras colocaba todas las fichas en un pote de plástico destinado a ese fin. Luego, una por una, aquel hombre volvió a introducir todas las fichas, pero esta vez no recibió absolutamente nada a cambio. Mientras contemplaba absorto a ese hombre mi mente captó una extraña melodía que se desprendía del bullicio general y atravesaba la niebla de mi embotado cerebro. Comencé a buscar la fuente de esa melodía, que al parecer solo yo percibía. Me sonaba conocida, y sentía que mientras más me acercaba a su fuente, mas cerca estaba de reconocerla. La música provenía de un tragamonedas en la que una enorme señora gorda contemplaba las 5 figuras girando. Lentamente, casi podría decirse que al ritmo de aquella extraña pero muy conocida melodía, las figuras se fueron deteniendo. Un bufón nos sonreía mostrándonos los dientes y echándonos una mirada diabólica, cargada de odio y placer. Luego fueron dos, tres, cuatro… ¡la melodía era la marcha fúnebre!... y cinco. Cinco bufones contemplaban el espacio vacío donde antes se encontraba la señora gorda. La marcha sonaba cada vez más fuerte, y noté que una figura se agregaba a la ya extraña confección del sombrero del bufón que se repetía cinco veces en la pantalla del tragamonedas. El sombrero estaba compuesto en su totalidad por rostros humanos, entre ellos el de la señora

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que acababa de desaparecer. Entonces, ese juego infernal no solo dejaba a la gente sin dinero, sino que también robaba sus vidas; y quizás hasta sus almas… Tenía que avisarle rápido a mi amigo, teníamos que salir de allí cuanto antes. La marcha fúnebre había cesado, y otra persona ocupaba ya la máquina vacante. Busqué frenéticamente a mi amigo en el sector de las ruletas electrónicas, pero ya no estaba ahí. Desesperado recorrí todo el lugar con la vista, y de pronto lo vi acercándose a una de las máquinas tragamonedas. Traté de correr en esa dirección, para advertirle de lo sucedido, pero mis pasos eran lentos; justo frente a mí comenzó a sonar una sirena que indicaba que un afortunado había obtenido el pozo acumulado. Toda la gente se amontonó obstruyendo el pasillo que yo necesitaba recorrer. Sobre el chirrido insoportable de la sirena sentí las pesadas notas de la marcha fúnebre. Tomé a toda velocidad otros pasillos, tratando de llegar a la maquina en la que se encontraba mi amigo, pero la encontré vacía. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco bufones se reían de mí, y en sus gorros reconocí una cara nueva, dolorosamente familiar. La desesperación me invadió súbitamente, quise gritar, pero de mi garganta no salio ningún sonido. Corrí aterrado hacia la salida de aquel infierno, deseoso de escapar de las luces, el ruido y el ambiente opresivo. Estaba llegando a la puerta cuando una sensación

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de tranquilidad se apoderó de mí como un bálsamo curativo. Felizmente, había imaginado todo. Nada de eso había sido real, sino producto de mi mente alterada por aquellas luces y aquel ruido. Completamente sosegado ya, y con una sonrisa en mi rostro, saqué un billete de diez pesos de mi bolsillo y me dirigí a un tragamonedas a probar suerte. Las figuras comenzaron a girar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco caras de bufones, y aquella marcha fúnebre que interpretaban sólo para mí.

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uNA mANzANA

Con su mano delgada sostenía en alto una manzana. Una manzana carmesí, lustrosa y regular, podría haber sido un suculento alimento. Nadie me diga (y ¡ay! ¡Cuánto me hubiera gustado poder decirlo a mí!) que aquella no era otra que el fruto prohibido, ese vástago del Árbol del Conocimiento, o la manzana que la Discordia arrojara sobre la mesa de los Dioses. En absoluto. Esa manzana no era ninguna simbología profunda, no estaba allí por algo más. Era una simple proyección de pensamientos aislados e inconexos, una suerte de leit motiv que se repetía en lo que él creía “su arte”. Era una estampilla vacía, ni su creador podía explicarla. Y sin embargo…para ella significaba tanto… La manzana rodó por la mano del hombre y cortó el aire antes de rebotar en el pasto y golpear la pierna desnuda de la mujer, que, indolente, descansaba con la mirada perdida en recuerdos que podrían haber sido pero no lo fueron. ¿Descansaba? Lo parecía, pero nada más lejos de la verdad. Su interior era una furia, un torbellino de remordimientos, pesares, pasiones contenidas y sofocadas. La mujer estaba tirada en el suelo, sobre pasto

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reseco y descolorido, bajo un cielo turbulento que en cualquier momento arrojaría un sinfín de frías dagas contra el pobre cuerpo. El hombre que había soltado aquella manzana se preparaba para irse, como si alguna vez hubiera estado para ella. El movimiento resuelto se vio frustrado en un lapso efímero, en el que, como respondiendo a una invitación tácita a quedarse, murmuró con la voz dormida que venía desde lejos “no, creo que no. Mejor no”. Eso fue todo, unas palabras y el hombre desapareció, y ella quiso llorar y se maldijo por no saber cómo derramar las lágrimas. Sabemos que entonces lo recreó en su memoria, otra vez como tantas antes imaginó ese encuentro furtivo que propicia la noche a los amantes; imaginó el cariño, las sonrisas y el sabor de las palabras. Todo esto volvió a imaginar, y se amonestó “¡Pero que idiota! Esos son mis sueños, no los suyos”. Pues sí, los encuentros se producían sólo en espacios oníricos, y no eran compartidos. Él ni soñaba, ni dormía, ni la imaginaba. Nunca lo hacía, como tampoco (lo primero no puede comprobarse, esto último sí era evidente) la amaba, ni la quería, nada. “¡Pero que idiota! Yo sola me hice la historia”, volvía a decirse, y ¡Cuánta razón en ese pensamiento! Una historia fantaseada, una puerta a ficciones poco sanas… ¡Cuánta novela había en todo eso!

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Y de él sólo le quedaba una manzana, que con esfuerzo recogió y sostuvo, temblando, frente a sus ojos. Esa manzana, la cifra del hombre, en sus manos, a medida que ella se resignaba, perdió el color y su piel se arrugó; se tornó blancuzca y comenzó a derramar sus jugos ponzoñosos, que al caer quemaban el pasto y dejaban estéril la tierra. Con regocijo y como si en ello le fuera la vida, hincó los dientes en la carne pútrida de la fruta, y con fruición la tragó, sin dejar siquiera las semillas (no debían, no podían, quedar semillas) y mientras el veneno ardía en sus entrañas pronunció, entre tartamudeos, una maldición. El gesto no era catarsis, nada podía expurgar los sentimientos que cohibían su alma, era simplemente eso, una maldición en la que verter todas sus fuerzas. “Nunca podrás amar, siquiera querer, no eres merecedor de sublimes sentimientos. Pero sí te amarán, muchos te amarán, y los destruirás a todos. Prodigarás mezquindad y te sentirás siempre desdichado, y así serás tu propio verdugo.” En esas palabras depositó sus ánimos y toda su vida. Al fin y al cabo, ella no era en nada mejor que él, y nadie dice que éste no fuera otro de sus incontables caprichos. En nada era ella mejor que él, y lo sabía. Tal vez por eso no podía llorar.

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CrIATurAS

De la inmundicia primigenia, despacio, se alzó su cabeza; en sus ojos no existía la determinación del cazador, eran una masa blancuzca y sin brillo, pero yo me sabía su presa. Su cresta enorme emergió a continuación, desprendiéndose de la suciedad del marjal, inundando mi mente con formas concebidas en las peores pesadillas. La figura creció en esa noche sin estrellas hasta abarcar por completo mis pensamientos. Ese cuerpo coriáceo lleno de pústulas apestosas, el execrable cráneo de reptil con sus afiladísimos dientes en hileras infinitas, sus apéndices prestos a desgarrar mi carne... La criatura había engullido la noche y se precipitaba hacia mí, las fauces chasqueando en el aire viciado, esperando cerrarse sobre lo único que parecía despedir calor en ese páramo. No podría ni siquiera intentar recordar cuánto tiempo corrí al límite de mis fuerzas, tratando de escapar y creyéndome perdido; la sensación no me abandonará jamás. Tampoco me abandonará el sabor del pantano, la podredumbre colándose por la boca y la nariz cada vez que tropezaba en aquel terreno inestable y

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constantemente cambiante. Mientras corría con la bestia a mis espaldas, me encontré en un lugar conocido. El marjal gradualmente había cedido terreno a suelo firme y familiar, y allí logré burlar a mi perseguidor. Ningún accidente geográfico era impedimento para aquel monstruo colosal, pero de todas formas en un acto acaso instintivo, busqué la protección de los árboles. Gocé entonces de unos minutos de alivio y pude recuperarme tras mi escape. La sombra de aquella aberración aún pesaba en mi memoria, pero la ayuda de la ciudad estaba cerca y ésa era una perspectiva agradable. Entre los árboles llegué a un galpón de paredes macizas y techo de chapas verdes que asocié a los últimos años de mi vida. Entré, creyéndolo el refugio perfecto; pero descubrí que no era más que la extensión de la pesadilla que rondaba afuera. El aire allí estaba cargado de una humedad casi palpable, y sofocaba; una luz mortecina que no provenía de ninguna fuente iluminaba el salón vacío a excepción de una figura que se encontraba en el centro. Vieja, de piel pálida, reseca y pegada a unos huesos sin carne, ataviada con un vestido negro y sentada con los brazos cruzados sobre su regazo, me esperaba la segunda criatura. No quedaban esperanzas para mí. El cúmulo y personificación del mal había entrado a lo que parecía ser mi casa, y me contemplaba con una sonrisa

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irónica colgando de sus finos labios. Ese terror que desde la infancia me atacaba en noches de vela había entrado a mi casa. La anciana se levantó y su vestido se acopló al cuerpo huesudo; me miró unos momentos sin decir nada y caminó hacia mí. Pero cuando la tuve al lado, ella siguió su camino hasta la puerta, y antes de salir y cerrar tras ella, volvió a mirarme. No habló. No fue necesario. Había estado cara a cara con la muerte que siempre me perseguía; estaba condenado. El retumbar del piso y el sonido de los árboles al quebrarse no se hizo esperar. Esa figura semi humana con aspecto de vieja infame me dejó a merced del lagarto terrible que venía por mí. Atiné a correr en dirección a una puerta en el otro extremo del cobertizo, y abriéndola de un golpe me arrojé por ella al mismo tiempo que el galpón estallaba y los escombros golpeaban y laceraban mi cuerpo. Los espasmos causados por el dolor no me impidieron tantear ciegamente el terreno frente a mí; encontré una ancha escalera de piedra y comencé a subirla ayudándome con las manos, arrastrándome, como pude. Tres veces la bestia probó mi carne en aquel infernal ascenso. Tres veces se cebó con mi sangre, y paladeó su victoria. Yo sólo seguí arrastrándome, hasta llegar, casi muerto, a una explanada de roca que acababa poco más

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allá en un abismo insondable. Viéndome indefenso, desangrándome en la fría piedra, rugió por vez primera con una fuerza inusitada, su cresta se sacudió, y todo su cuerpo se arqueó preparándose para el salto final. Percibiendo esto, reuniendo mi último aliento, me incorporé y salté a un lado. La criatura saltó también, sin ver el abismo que había delante- Su propio peso le impidió aferrarse al suelo, y su figura se perdió en la negra noche. Y ahí estaba yo. Había acabado lo que atormentaba mis sueños desde hacía años. La mujer, esa otra abominación, se había esfumado y su sombra ya no me pesaba. Sintiendo la fría roca sobre la que yacía, me percaté de que tal vez no volvería a tener pesadillas con aquellos lagartos prehistóricos, de que mis noches ahora serían más agradables. Debería haber estallado de felicidad. En vez de eso, desperté.

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SuEño

Alguien una vez soñó que era una mariposa. Al despertar sintió que una mariposa soñaba con ser hombre. Muchas veces me asalta esa sensación, intensificada por el peso de más de tres mil años de tradición, extenuada en las últimas décadas. En las ruinas circulares un hombre sueña y crea a otro hombre. Antes, un peregrino duerme y sueña con llegar a la Ciudad de la Salvación, sobreponiéndose al pecado y enfrentándose a Apollión. Su alegoría es posterior a ese otro soñador, Dante. De Italia a España, Alonso Quijano sueña con ser un caballero y lo llaman Quijote; luego otro soñaría un personaje prisionero que no distingue sueño y vigilia, y que profiere, sentencioso. Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

Yo Jamás soñé con tigres. No me atrevería a hacerlo.Copiar ese gesto a quien ya los ha soñado y escrito sobre ellos sería infame.

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Infame y miserable. En cambio, soñé con una enorme leona que me perseguía, terrible, en las noches de una ciudad que era sólo un cúmulo de sensaciones, de emociones revividas en el letargo. A tiempo de evitar un mal mayor –que de todas formas no hubiera llegado –descubrí que llevaba conmigo un cachorro de león. Al devolverlo, desperté. Luego alguien diría que yo mismo era el cachorro de esa fiera.

Otras veces se presentan en el tipo de pesadillas. Ese tipo que algunas lenguas dieron en llamar Yegua de la noche. En mis sueños toman la forma de lagartos terribles que preceden e indican la muerte de mis allegados.Pero yo no perezco, a mí me está reservada la huida inacabable; el miedo paralizante de quien se sabe perseguido. Y doblemente perseguido, al ser el último de su clase. A tiempos, situaciones comunes presentan leves cambios, casi imperceptibles, pero que aterrorizan. Siempre me levanto fatigado, forzando la respiración, y conservo esa sensación por varios días. Confieso que, en realidad, no quiero despegarme de ella, pero termino olvidándola.

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Una vez me fue sugerido escribir un cuento. El argumento era simple: trocar lo onírico en realidad y viceversa. Una persona acostumbrada a trasladarse sin el impedimento de la distancia y el tiempo, a encontrarse en situaciones siempre cambiantes, ya no quiere dormir por no estar sujeto al aburrimiento de la rutina, a un cuerpo cansado y con exigencias de índole biológica. Tal vez en algún momento lo lea de la mano de otro, pues hoy sé que yo jamás lo escribiré.

Coleridge soñó tendido en un verde prado. Al despertar su mente rugía con la fuerza de una visión que tenía que ser vertida al papel cuanto antes. Comenzó a escribir su Kubla Khan. Alguien llamó a la puerta; al retomar su trabajo, había olvidado todo y ya no pudo seguir. Yo soñé con un jardín de belleza perfecta e infinita. En ese jardín, en una lengua que me era ajena pero que entendía, cifré el universo en un único poema. Cada palabra poseía la fuerza germinal del inicio, sonaba por vez primera y se acoplaba perfecta a la sucesión ordenada que lo conformaba. Por suerte para todos, lo olvidé al despertar.

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Los sueños trascienden lo onírico, lo traspasan y se cuelan por la puerta de lo consciente. Muchas veces así llamamos a nuestras ambiciones. Yo sueño con ser Borges, pero es tan grande ese alarde que no permito formulármelo en serio, como si hacerlo fuera caer en el peor de los pecados. En cambio, me conformo con ser yo, y soñar tan solo con sobreponerme a una mediocridad que me es natural.

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INSomNIo

La noche era propicia para la evasión. La primera en que las estrellas brillaban con fulgor sólo para señalar el camino que, frente a mis pies, había querido ignorar hasta ese entonces. Pues ahora era la única vía; vía de escape, sendero que debía llevarme a lo aún desconocido. Lo caminé por horas. Mis pasos me condujeron lejos de la ciudad, lejos del ruido y de las luces, tan parte de mí como mis entrañas. Enfrentarme al descampado me causo fascinación; estaba rodeado de la nada misma, y temí despeñarme a un abismo de dar un paso fuera de la ruta establecida. Establecida, no por mí. Prefijada, una manifestación, tal vez, de mi destino. El campo inerte fue suplantado repentinamente por un bosque; lo noté recién cuando la fronda ocultó las estrellas, aunque no fui privado de toda luz, pues aquellos árboles despedían una pálida iridiscencia, casi imperceptible, pero que me ayudaba a descifrar sus vagos contornos. Seguí caminando, tal vez durante muchas horas más. Mis sentidos se aguzaron y una suave brisa sopló en mi cara, y sentí el olor perfumado de una noche de verano que jamás había sucedido. La ciudad yacía muchas vidas

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atrás, misteriosa, indescifrable, y me sorprendí pensando que hasta nefasta. Aquel mar artificial tan querido ahora incomprensible, inexplicable. Decidí no regresar ; acepté que había tirado mis años, y que fueron demasiados; yo lo permití, tal vez en algún momento lo disfruté. Aunque no lo creo. Entonces, mi pie dudó al buscar el suelo; no tenía nada enfrente. Hubo un segundo en que podría haber pasado cualquier cosa; finalmente, descarté la caída y me arrodillé frente al precipicio. Mis ojos recorrieron sin asombro las profundidades, como si buscaran algo vedado a mi conciencia. El pasto estaba húmedo y sentí frío, por un segundo quise levantarme y huir de aquel lugar, pero la rara admiración pudo más. La negrura de aquel pozo me recordó la única certeza que siempre pude tener, y me pregunté entonces si mi madre alguna vez pensó que había engendrado cadáveres, que nuestros cuerpos risueños no serían pronto más que esqueletos, y ya ni eso. Pues así de efímeros somos. Los divagues quedaron truncos cuando en la noche del precipicio vi a una persona cayendo. Era un niño y jugaba, no notaba su caída. Era un jovenzuelo, y por un momento se percató de su descenso, pero la nueva pasión por la carne recién descubierta lo distrajo y lo olvidó. Luego, era una persona con pretensiones de madurez, vagamente conocida, y se miraba los pies y el vacío lo perturbaba, pero sabía controlar la sensación, otras tantas

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lo absorbían, y trataba de sonreír optimista. Un hombre entrado en edad se precipitaba gritando y sacudiendo los brazos, desesperado: otro, viejo y decrépito, caía regalando una sonrisa de amor, con los brazos extendidos como quien espera saludar a un hermano o a una amante. Lo envidié; a mi la oscuridad me causaba un temor inenarrable, y la percibía tan cerca que por un momento creí que yo también estaba cayendo. Pero no, mis uñas arañaban la tierra buscando frenéticas un asidero. La urbe, el campo, el bosque y las estrellas habían desaparecido, dejándome a merced de mí mismo. No supe que hacer… No había nada que hacer. Traté de correr, de alejarme de aquel pozo y escapar, escapar. La tierra cedió bajo mis pies, los bordes se derrumbaron. Y entonces, yo también caí.

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ACToS VolITIVoS

No noté dónde me estaba sentando; de haberlo hecho, seguro hubiera buscado otro sitio, al igual que tantas otras veces. Pero una vez ahí no iba a escapar, tal vez por respeto, por vergüenza o simplemente por indiferencia… ¿tal vez por miedo? El hombre que tenía delante ataba a su brazo un pañuelo colorado valiéndose de su boca para lograrlo, y mientras lo hacía gruñía y murmuraba frases inconexas. Apestaba a alcohol y suciedad, al punto que mi olfato atrofiado podía reconocer una amplia gama de hedores. Como suele suceder en estos casos, el hombre se mostró al punto interesado por mi presencia, olvidó su tarea y se dispuso a hablarme. Tardé en entenderlo, en acostumbrarme a su voz baja, casi inaudible, y en prepararme para seguir (o ignorar) sus divagues. Primero se quejó porque el tren no salía de Retiro (yo también lo hubiera hecho, pero sabía que simplemente aún no era horario), volvió a quejarse, caminó hasta la próxima puerta, fumó, y regresó a su asiento (me lamenté); luego, acomodó su cuerpo, pasó su brazo por el respaldo y retomó su charla con característica de monólogo. -Y voy a Suárez, a la villa eh, a la villa. Voy a ver a

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mi hermano… vos me ves así, pero toda la plata tiene mi hermano ¿Y gracias a quien? ¿Vos sabés? –Me dijo. Por supuesto, yo solo movía la cabeza y lo dejaba hablar; aunque estaba un poco nervioso, la experiencia con ese tipo de encuentros me mandaba seguirle la corriente. -Psst, ¡Y sí! ¡Yo! Vos sabés, mis hijos, todos profesionales son. Uno futbolista, ¡pero no te das una idea, eh! Y mi hija, psicóloga ella, y ahora se mudó. Y yo les di todo, como a mi hermano. Pero no me importa no tener nada eh. Yo estoy bien así. –una pausa, risas y ensimismamiento pasajero bastaron para que mi mente se disparara en muchas direcciones. Lo primero como siempre fue pensar que todo lo que escuchaba era una ficción, un engaño inducido e imposible de creer, aunque descarté esto casi tan rápido como surgió, pues prácticamente como siempre, la veracidad no importaba en absoluto. No pude dejar de pensar también que aquellas palabras tenían mucho de ordenadas, y no sería ésta la primera vez en ser pronunciadas; pero lo que dijo a continuación me llevó por otros derroteros. -Yo estoy bien así. Pido, como lo que puedo, saco algo para el pucho y la droga. Y me dan mucho… si se me ensucia la ropa la tiro, no lavo nada. ¿Ves esta camisa? Es nueva esta camisa. Y yo podría estar viviendo bien y con plata ¿te crees que no? Me peleé con mi hermano por eso, hace mucho que no lo veo; no le gusta que viva así, pero yo lo elegí. –en este punto mi pensamiento

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se escindió definitivamente del que aquél hombre expresaba en voz alta sin esperar ninguna respuesta. Entonces, ahí está la libertad, pensé. Esa libertad que nos agobia con la decisión de elegir, la que nos presenta un abanico de posibilidades frente a las que nos deshacemos, la que trastornó a Erdosain y lo hizo elegir el asesinato, el tren y el suicidio. Es la libertad de elegir y hacer con nuestros actos, la que lleva a tantos a terminar en las calles, durmiendo por los pisos del subte o en los pasos bajo nivel, la misma que llevó a este Erdosain actualizado a tomar y a drogarse hasta no reconocer siquiera dónde ni qué estaba haciendo. Y no podía culparlo por eso, pues recordé entonces una decisión que tomé y que sólo podía reportarme dolor e insomnio, y sin embargo fue mi voluntad elegirla entre opciones mucho más dadivosas. Y no era éste el único caso que podía traer a mi memoria, simplemente era el más reciente. Llegué a sentirme ínfimo frente a una avalancha de posibilidades, y descubrí capricho e irracionalidad en los actos volitivos. Pero cuando me proponía a evaluar los condicionamientos del exterior sobre el acto caprichoso de elegir (de ejercer nuestra voluntad), el tren se detuvo. Al levantarme para descender, el hombre me agradeció mucho por haberlo escuchado. Lo saludé sorprendido y me bajé en Martínez. Mientras salía de la estación, sobre el estrépito del vehículo otra vez en

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movimiento, creí oír un disparo. Tal vez, como Erdosain, ese hombre ya había elegido.

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INTroSPECCIóN

Desde donde estoy puedo contemplar el universo; sería necesario sólo deslizar un panel de cristal y precipitarme al vacío para regresar a él. La vista no alcanza a discernir las formas más allá de unos kilómetros, pero mi ser (ahora puedo denominarlo de esta forma) lo abarca todo. Yo, que he recorrido las ciudades de los hombres desde que fueran erigidas, que aconsejé –tal vez de forma sabia, tal vez simplemente con soberbia e insensatez –a reyes y emperadores. Yo, que fatigué a los pueblos en guerras y conquistas, he llegado al centro. Y ahora lo repudio; creo no comprenderlo, pero en verdad lo comprendo muy bien, pues yo ayudé a construirlo, o yo lo construí. No es el centro que conocí una vez junto a los helenos, ni el de Ur o Babilonia. Es el nuevo centro en occidente allende los mares, un centro terrible que nunca prefiguré, pero que nos refleja con perturbadora claridad. Para alcanzarlo me he asimilado a él; mi camino está signado por las pasiones más sublimes y más bajas de la raza, pero el privilegiado punto de observación en que me encuentro sólo es producto de la traición a mis semejantes y a mis propios principios (desesperado, me

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aferro a esos principios). Al llegar te vi a ti, Prometeo, desfigurado en una suerte de espejo de vano oropel, sosteniendo la llama, triunfante. ¿Acaso sabías que tu persona se transformaría en esto cuando nos insuflaste el hálito de la vida? Yo, que he sido tu confesor (sé que te acompañé en el albor de los tiempos, o eso creo ahora, o tal vez te soñé en las noches de mis propios tiempos) sé que esperabas otra cosa de tus creaturas; fuiste privado de tu libertad por los dioses, y ahora que estos ya no participan de la misma forma en los juegos mortales, ningún hombre rompió tus cadenas en el Cáucaso y clamó por tu intervención. Sólo han erigido una estatua en tu nombre, que ni te recuerda ni te celebra, hace eco de nuestro propio progreso, desalmado como el material en que fue construida. Recuerdo ahora a alguien de tu estirpe, el viejo Proteo capaz de adoptar todas las formas. Y recuerdo al atreida empeñado en sujetarlo y someterlo. No fui capaz de percibir en este símbolo un precedente del afán de mi última época, donde creemos –o queremos –abarcarlo todo y subyugarlo todo. Creí ser diferente, pero mis faltas (que pesan infinitas sobre mis hombros) me demuestran que soy simplemente otro hombre, y por eso todos los hombres; y mis faltas infinitas que son y serán, son las de todos los hombres. He llegado a una posición de absoluto poder y

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mi voluntad podría cambiar esta realidad; pero si algo he aprendido, es que no está en mí tomar tal decisión, y en consecuencia me he transformado en un extranjero; por eso ya he deslizado el cristal y estoy pronto a precipitarme, al vacío. Quizá aun antes de alcanzar el fondo, ya sea uno con el universo nuevamente.

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ProfuSIóN ESPoNTáNEA

Afuera, la lluvia. Adentro, el cansancio. Tal vez hasta el tedio, o ese sentimiento poco definido que oscila entre la resignación a la mediocridad y la desesperación de no poder ser más. Una noción tranquilizadora siempre ronda también, la seguridad de que el fin para cualquier camino es el mismo. Y entonces, ¿Qué importa lo que se haya conseguido? ¿Qué se ha de hacer para disfrutar más? Ya no sirve fantasear con ser mejores, ¿mejores que qué? No hay nada a qué aferrarse, nada que nos justifique. A veces, aparece una palabra, amor. El amor… el amor como paliativo de esa encarnizada batalla entre ser en potencia o simplemente existir amorfo. El abrazo alivia, borra cualquier otra necesidad; pero luego, ¿luego qué? Vivir para amar de esa forma, circunscrito a un puñado de emociones. No, produciría hastío. ¿Y entonces qué? Tratar de entendernos, de justificarnos.Tampoco. A la larga (o a la corta) no tiene sentido, no nos vamos a escapar de nosotros mismos. Nos queda producir, hacer algo que sirva prácticamente para algo, y enorgullecernos de nuestra practicidad. Y podríamos llegar a tener una vida igual de vacua, pero con alguna

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comodidad estupefaciente. Mejor, sentimos y nos sensibilizamos, hasta alcanzar el matiz gris de pena, de saberse finito y limitado, el amor desgarrador por llegar a ser lo que no podemos. Y entonces, intentarlo.

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El TIEmPo CIrCulAr

A Natalia

Hace no mucho dediqué algunos días al estudio de las concepciones cíclicas del tiempo, las de aquellas mitologías que concebían un mundo que moría y renacía ad aeternum, y esa otra del eterno retorno. Básicamente y sin entrar en detalles, la doctrina del tiempo circular refiere que el mundo ha conocido una edad de oro, de superhombres –siempre pretérita –y que ha degenerado gradualmente, hasta llegar a un punto de muerte con su consiguiente renacimiento, donde todo volverá a repetirse. La segunda entiende que el hombre encuentra sentido a su vida repitiendo los gestos que los dioses han hecho en el tiempo de los comienzos. Así, la intensidad del inicio se repetiría por siempre. Me gusta pensar en estas concepciones cada vez que encuentro sus manifestaciones en la naturaleza; los ciclos de la luna, el día y la noche en sucesión constante, los inviernos que dan paso a un nuevo florecimiento… y siempre que trato de estudiarlo seriamente, me pierdo en abstracciones de este calibre; por eso, en vez de considerarla seriamente, me divierto planteando algunas ficciones de argumento sencillo.

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Por ejemplo, imagino un pescador que un día entre los restos de un naufragio encuentra objetos que su mente no puede nombrar y sus dedos no pueden reconocer. Entre ellos, rescata un libro viejo, muy viejo, ajado, mojado, y prontamente lo lleva ante su señor. Éste, a efectos prácticos de la visión, podrá descifrarlo. Leerá en él, con fruición, los viajes de Ulises, y los encontrará una copia exacta de sus propias hazañas. En el conocido lecho nupcial se lo leerá, divertido, a Penélope; pero ella bostezará, aburrida de haberlo escuchado tantas veces. Acaso este Ulises se sienta confundido ante el hallazgo. Acaso le parezca normal pues sabe que está repitiendo lo que ya sucedió. Lo que creo cierto, es que se encargará de guardar el libro a buen recaudo, pues en un futuro, en esa misma cama, otro Ulises se lo tendrá que leer a su Penélope.

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lA BIBlIoTECA

A mi regreso a Buenos Aires, feliz dirán algunos, fui recibido con la lamentable noticia de que Baltasar Ochoa, entrañable amigo de mi padre, agonizaba. Jurisconsulto de mirada aguda y nariz aquilina, sobrio e insípido tanto en el trato como en su aspecto, su vida llegaba al fin como consecuencia de los crepusculares –cuando no nocturnos –paseos que se negaba a cancelar a pesar de la edad avanzada y las inclemencias temporales. En ese aspecto, era similar a mi padre (no economizaré en digresiones, usted tomará nota de aquello que crea necesario o relevante); se habían conocido en el colegio de leyes y debido a la similitud de ideas o a una casualidad caprichosa del destino habían entablado una de esas perdurables amistades a la inglesa. Los recuerdo a ambos en el salón, absortos en sus pensamientos, sin cruzar siquiera una palabra en horas, o frente al tablero de ajedrez con la fisonomía imperturbable, carente de las emociones que otros juegos suscitan, o intercambiando libros antes de despedirse hasta la siguiente semana. Al morir mi padre recayó sobre mí la obligación moral de continuar aquella relación; no podía reprochar el caballeroso comportamiento de Baltasar, ni tacharlo

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de inoportuno o molesto; era un hombre centrado, predecible y aburrido en todos los aspectos de su vida. Tal vez a ello se debió la honda impresión que sus palabras me causaron al visitarlo en su lecho último. Aun a pesar del inminente advenimiento de la muerte, Baltasar no había cambiado en nada, sólo tal vez en esa nueva propensión a hablar. Su rostro seguía el mismo, algo más mortecino debido a la afección, su respiración pesada, sus ojos escrutadores. Lo creía cristiano y su confesión –permítaseme llamarla así –me recordó cuan poco sabía de él a pesar de conocerlo desde pequeño. Cuando me tuvo sentado bien cerca de la cabecera, comenzó por afirmarme que estaba plenamente convencido de la verosimilitud de lo que me contaría. Hablando lentamente, meditando cada palabra, Baltasar postuló la existencia de una biblioteca infinita y eterna equiparable al universo –la biblioteca, el universo mismo –en cuya estructura hexagonal se concentraba absolutamente todo lo que había sido y sería, en hechos y en potencia. En un principio consideré la idea irrisoria (en aquel momento me pareció original, aunque luego la encontraría en diversas obras plenamente desarrollada, y llegaría a concebirla como un pensamiento propio, pero no es mi intención plantear tan perturbador anacronismo) y con la tranquilidad de quien se sabe haciendo una buena acción dejé que continuara.

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Dicha biblioteca se compone de un número infinito de galerías hexagonales. Desde cada galería, hacia arriba y hacia abajo pueden verse, a través de los pozos de ventilación, otra cantidad indefinida de pisos. La biblioteca existe ad aeterno; abarca todos los libros y estos abarcan toda la realidad, irrealidad y posible realidad. En este punto, Baltasar sonrió, y entre toses aseguró que si supiéramos buscar el volumen adecuado en el caos arbitrario, encontraríamos esta misma conversación y todos sus finales posibles. El que se nos presento sin poder recurrir a tal artificio fue la pronta muerte del convaleciente. No deseo simplemente perturbar el descanso de mi amigo al hacer públicas sus confesiones, sino esbozar una alarmante analogía que consume mis horas y me asfixia. El extraño juego del destino me deparó luego un lugar como director de una biblioteca, si bien algo más modesta que la postulada por Baltasar.En aquel lugar pasaría el resto de mi vida, y llegaría a conocerlo a él. Era ya mayor cuando cruzó por vez primera el umbral –acto ritual que seguramente se repetiría con voluntaria parsimonia hasta el fin de los tiempos, en caso de que exista (lo dudo) un fin para el tiempo. Su rostro, apergaminado, al igual que su pulcro y desabrido traje gris; su espalda, levemente encorvada, proyectando el cuello hacia delante en la actitud de quien

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constantemente busca algo. Trabajaba en su propia mesa, rodeado por torres que él se divertía en erigir a su alrededor. Leía y escribía, cada vez haciendo un mayor esfuerzo debido a una gradual ceguera que comenzó a atacarlo desde el momento mismo de pisar aquel suelo que ambos considerábamos sagrado.Al respecto, escribiría luego los conocidos versos:

Nadie rebaje a lágrima o reproche

Esta declaración de la maestría

De Dios, que con magnífica ironía

Me dio a la vez los libros y la noche.

Recuerdo su imagen recorriendo silenciosa los pasillos. Había secciones, autores y obras sobre los que volvía periódicamente (de habérmelo propuesto, habría podido trazar una serie lógica para predecir y ordenar tales movimientos). Walt Whitman era de su predilección, y Borges de lectura constante. Cada vez que sostenía “La casa de Asterión” casi pegado a su rostro, yo sabía que gozaba al imaginarse él el minotauro, y los pasillos, los catorce, los infinitos corredores de su laberinto. Sólo dos certezas existían en su mundo. A su alrededor, la biblioteca; en el centro, él, Asterión. Una vez lo sorprendí absorto en un mediocre prólogo de una edición de bolsillo de la Odisea; no vale

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perder el tiempo en consideraciones sobre un ignorante autor, baste aclarar que explicaba los viajes de Ulises como una búsqueda del centro del cosmos perdido, con la vehemencia del joven que se asoma por primera vez a un mundo que lo supera. Al sentir la culpa de tamaña pérdida de tiempo, se prometió no volver a pasar por ese pasillo. Y allí mismo fue donde la verdad universal lo iluminó; entre libros cuya entidad física ya le era imposible definir en la oscuridad que lo había consumido, concibió y escribió esta terrible verdad que muchos años antes había oído pronunciar a Baltasar. La biblioteca donde se encontraba, donde yo me encontraba (la misma en que ahora nos encontramos) era infinita, era el universo. Allí él –yo –había podido leer los libros que él –yo –había escrito; allí se había concebido por vez primera –y única –la idea que lo contenía en sus páginas, la idea que Baltasar le había sugerido a él –a mí. Se que mi fin ha llegado, y lo recibiré haciendo lo que siempre hice, leyendo y escribiendo (aunque mi ceguera me obligue ahora a valerme de alguien más). Sé que si usted revisa el caos arbitrario de esta infinita biblioteca no sólo encontrará todas estas palabras que he utilizado, sino que se topará también con las que he omitido en el infinito abanico de mis posibilidades; y más interesante aun, sabrá que sucede tras mi muerte. Me atrevo a pensar que hasta tal vez encuentre una página donde se demuestre que esta biblioteca que

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nos contiene ni siquiera existe.

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El VuElo DEl mArTÍN PESCADor

La montaña, la roca elemental y milenaria.Un desfiladero, la escalinata tallada en su carase proyecta desde el paso y alcanza los cielos.Por ella asciendes, caballero, tu faz tranquilaen el peregrinar hacia la muerte.Has dejado atrás la batalla que esperabasy sabes que en ella no participarás.Tu batalla se libra ahora en otro terrenoy serás victorioso, coronado con gloria póstuma.En tu pecho la insignia de tu padre,y de su padre, abollada, ya sin brillo,efigie de una orden caída en desgracia,con tu sangre le devolverás el esplendor.Te enfrentas al vuelo del dragón, tu cuerpose quiebra para que el de otros florezca.En tu hora más oscura, desengañado,guardián de valores olvidados, transformarástu desgracia (mediante el sacrificio)en luz y esperanza para todos, principalmente,para quienes te dieron la espalda.

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EllA

Si me acerco al bosque la siento,primero tan solo la sombra, y aire.Ella es la dama de la primavera,y no florece para mi, lo hace para todos.Ella baila con pies frescos, y sonríe,y su sonrisa vela una pena eterna.Ella es infinita, es cíclica,y sabe siempre cómo regresar.Ella parece etérea, parece volátil,y mis manos no pueden alcanzarla.Ella me invita a embriagarme,y prodiga sus dones generosos.Ella se tiende sobre el pasto y duerme,y yo me tiendo también y olvido.Pero ella sabe regresar, y yo,yo no lo sé.

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A VISIoN CAmE oVEr mE

Comparte esta visión conmigo.Intuye aunque en vanos versosesto que sentí, esto queal menos por un momento fui.Recorre las mismas calles, sienteen el crepúsculo, la hostilidadque crece alrededor y oprime.Encuentra el sacro refugio al finaldel camino, escapa de las sombrasque se ciernen sobre ti.No desesperes como yo lo hice,al encontrar que el templo elementales una prisión como cualquier otra,pues en verdad la prisión eres tú,y nada ni nadie más.Entonces encontrarás el sosiego,esos amplios jardines, infinitos,la luz prístina que se filtraentre las hojas de un verde ideal,que transforma el aire a tu alrededory acaricia suave el rostro deslumbradoante la manifestación de la perfección.

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Te desligarás de lo que conoces, para participar en algo más,y entonces, en una lengua ajenapero que comprendes, despacio,recitando palabra a palabra, cifrarásel universo, en un único poema.

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TrES DÍAS

Esperados por meses, imposibles,soñados, intensos, tormentosos,efímeros al fin, una amalgama de recuerdos.Precedidos de reencuentros,de charlas, fatigas y ciudad,dotados de un nuevo sentido y una nueva dimensión.de fascinación y paroxismo,de éxtasis etéreos o encarnados,tres días para develar la vida de un hombre,infinito, inabarcable, insondable,mayor que la realidad, mejor ;tres días no fueron suficientes, una vida no lo es.Luego la tensión, el miedo,pero el deseo de ser,de hablar a muchos una vez con palabras diferentes.Y la paz, no sin desengaño,la felicidad de la concrecióny un vacío torpe, por no haber sido más.Días de repensarse,días de encontrarse,tres días, y un preludio a una nueva vida.

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ATAVISmo

-¿Puedo hacerlo?-No, está prohibido.Tus padres ya no podían,ni sus padresni sus padresni sus padresni sus padresni sus padresni sus padres…

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CoNfINES

¿Y eran sus ojos dorados de sol?No, no lo eran, pero,¿Qué importa?Yo los recuerdo así.

Su aliento… ¿era de tierra mojada?No lo sé, no tengo olfato,pero así lo recuerdo.

Entonces… su voz tampoco sonaríani a tormenta ni a vuelo de mariposa…No hablaría con la fuerza de la creación…

Tal vez no, ni siquierapude reconocerla, diferenciarla.Pero ella es todo eso, y mucho más.

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fINAl DE lA SEmANA

Llegué a conocer uno de los demoniosque habita en Buenos Aires;las calles le pertenecen, él las conoce a todas.Recorriéndolas otra vez me he preocupado,he fantaseado con el terrible encuentro,imaginé mil veces sus garras en mi carne,horadando el cuerpo para llegar al corazón,el chasquido de sus fauces cerrándose,quebrando mi mente de una vez por todas.Y pese al temor que pueda causarme,me engaño si digo que no lo he deseado,pues sin que lo notara, emociones turbulentashicieron mella en mí, y en poco tiempo,me encontré deseando asimilarme a su miseria.El demonio se cree de otro mundo,y es más terrenal que cualquiera de nosotros.Muchos lo han visto, de sonrisa petulante,y musculosa negra a veces manchada;yo lo he visto, por las calles que le pertenecen,he caído bajo su influjo, mucho tiempo ha.Y ahora respiro aliviado, un último encuentroterminó de liberarme al fin.

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Sus emociones ya no me corrompen.Ahora el demonio sonríe, y yo,le devuelvo la sonrisa.

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lo INESPErADo

Se ha desprendido de su cuerpo;ahora es un tercero y contempla,un hombre, la piel cuarteada,ardiendo al sol sin alivio.De pronto, una brisa lo refresca,le acaricia la cara, lo consuela,le hace sonreír y parece mitigarel malestar que lo aqueja.

Mas pronto la brisa pierde atractivoy no aplaca el calor, es molesta,abre nuevas heridas y las reseca,hace arder los ojos y ciega la vista,y el hombre la rechaza y lamentael deseo con que la convocó,y vuelve a estar solo bajo el sol.

El tiempo pasa para el hombre,que se sigue marchitando,y mira los ocasos y no lloraporque ha olvidado cómo;y piensa que ya no existe nada

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que pueda volver a aliviarlo.

Y mientras se mira resignado,una tormenta se prepara y precipita,y el hombre es arrastrado, es una pluma;el viento lo sacude y lo eleva,lo desprende de su centro, lo renueva.

La tormenta lo envuelve, lo desarma;olvida el calor, olvida su piel quemada,su mundo se deshace y revive,olvida su nombre y no le importa.

Está extasiado y la tormenta lo azota,es una persona nueva y completa, se renueva su memoria, el dolor no existe.

Y yo lo miro y lo comprendo,sé que ha aprendido a amar.

Y yo a través de él.

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A PoEm for THE ISlAND

Britons of now and evernow I borrow your tongue,please don’t blame me for thatI’m just a foolish boystrayed in a lovely game(I want to be the mariner)

I’ve never seen your valleys, never laid in your meadows,nor climbed your ridges(let me be the wanderer)

I’ve never stared at the seafrom sandy shore or cliff,nor in your brooks I’ve fished(let me be the seafarer)

Yet I feel I know you Britonsas if I’ve always been with youas if I belonged to your lands(I wish I’d be the islander)

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Britons of now and ever,thank you for allowing meto write this useless pages(I wouldn’t dare more)

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1120 A.D.

Dicen que no volverás a sonreír,que tu hijo ha muerto.Y tus ojos se opacarony tu deber se transformó en tortura.

Rey valiente, ¿Qué queda ahora?Tus planes vanos, tú también.Dicen que no volverás a sonreír,y tu hijo habría sido buen señor.

Podría haberse salvado del mar,pero acaso entendió que su vidavalía lo que cualquier otra,y quiso entonces salvar a todos.

Oh valiente rey, este hechote demuestra la valía de tu hijo,déjalo ahora reposar tranquilo,con los cuerpos que la isla echa al mar.

Deposita la confianza en tu hija,joven emperatriz, reconoce en ella

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el espíritu guerrero de tu casta,el ánimo ardiente de sus abuelos.

Deja la isla en sus manos, y reconfórtate rey valiente,al menos mueres sabiendo que,tu hijo habría sido un buen señor.

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ANGuSTIA

En sueños me fue revelada la angustiamás profunda que fui capaz de sentir ;Una noche infinita me separabade todos, y de todo.Una noche propicia para el encuentro,la sabía la última de alegría en mi vida.Pero la súbita incapacidad de comunicarsela transformó en mi primer infierno;Una noche en que instrumentos cotidianosse tornaron en la desgracia del hombre.Nadando en paisajes conocidos pero desvirtuados,cargados de inmundicia, extensiones de mí mismo.Una noche que espero jamás ver llegar,pero que estará por siempre en mi memoria.

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VISIoNES INDuCIDAS

I

Un alma noble supo captar una vez una imagen,hermosa como pocas y terrible por igual;una imagen de ensueños confundidos con pesadillas,que regocija al valiente y amedrenta al poco dispuesto,que colma el alma sensible pero puede asfixiar,que con sorprendente facilidad suscitapasiones opuestas, contradictorias, y las funde en confusión.Las nubes presagian la tormenta y se ciernen sobre el marrugiente y encrespado, de aguas frías y mortales.El sol en el ocaso se extingue y tiñe el airede ocres rojos naranjas y amarillos,y una embarcación corta las olas y avanza veloz,guiada por un guerrero que de tierras siempre invernalesviaja a la isla donde lo espera su némesis el dragón;y quien pinta esta imagen ya conoce el finalde ese héroe, que a la bestia pretende privardel hálito vital. Ya sabe como ambos van a acabar.Por eso se detiene antes del hecho y siente,que con la sangre que el no pintará se tiñe el aire.Que la tormenta prefigura la dura batalla.

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Que el mar se inflama con el aliento del reptily el viento huracanado por el batir de sus alasahoga el estrepito del choque brutal.Y ese cúmulo de sensaciones que es su ser,mientras pinta deja escapar una lágrimaque moja el lienzo y agrega al paisajeparte de su alma. Una lágrima que se derramapor la funesta suerte del valiente varóny de quien no comprende por qué es el enemigo,el fiero dragón.

II

Sobre la fría roca, frente al abismo,un ejército de pasiones se amontona y se preparapara asaltar el alcázar, esa fortalezaya no inexpugnable que se recorta contra el cielo.Es un ejército cruel, terrible,que causa terror a la vista, pero a su vez,seduce y cautiva con una belleza infinita.un dragón, supuesto guardián, barre el cielo desbocado,es todo fuego, él también pasión desatada;y se presenta rugiendo al ejército, no para aniquilarlo,solo para fundirse y ser uno con ellos.

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Desde dentro alguien mira y se pregunta, (podría ser un mago)qué es lo que falló, algo pasó y no fue intencionado;él es todo lógica, razón pura, y ahora está perplejo,el dragón ardiente en su interior ha escapado al yugoy vuelve a quebrar su mundo erigido en frío cálculo.Ya la tierra se conmueve, vibra y se estremece,la tormenta extingue el sol y el alcázar se tuerce.La fortaleza se derrumba y hasta sus cimientosson esparcidos al viento, y la tormenta no amaina (recrudece),y las pasiones tanto tiempo controladasreclaman lo que es suyo y toman la vida del mago…para transformarla.

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uNA orIllA

Te encuentras frente al mar,lo observas fascinado pero con terror;quieres zambullirte, es lo único que quieres,pero no sabes nadar, y no eres valiente.Piensas, tal vez, que no es ahogartelo que en verdad te preocupa;es el bochorno de ser auxiliado, de que alguien tenga que sacarte.Eso no te gusta, temes quedar expuesto.Y así te paralizas, te proyectas adelante,Pero eres reacio a mojarte.

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lA VÍSPErA

Por la noche permaneceré despiertoy velaré armas cual antiguo caballero,pero sin ideales en este último momento.Suspendido en el espacio atroz que se cierray transforma el alma en lágrimas de piedra,estaré tranquilo como quien no espera naday escucharé las voces del tiempo recordandonombres, esperanzas y apneas prolongadas.Me desligaré de mi persona, me olvidaré,y cuando mañana emprenda al fin el viaje me mezclaré con un millón de voluntades.No pediré, me dejaré arrastrar, aletargadoy en el caminar de un día veré mi vidareducida tan solo a la vida de los otros,y terminaré por un momento con la torturaque yo mismo aprendí a imponerme,y el cansancio no podrá borrar una sonrisaal conocer yo mi recompensa.

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El lEGADo

InicioUn mundo agoniza, enfermo, apestado.Es un cuerpo enquistado de parásitos.Enquistado por quien, ávido de saber,vende su alma y se proclama Dios.Quien reemplaza Vida por constructossoñados en una noche interminable.Cual nube corrosiva, exterminadora,se derrama sobre un mundo que agoniza.

InvasiónLa invasión comienza, implacable.El odio precisa consumir otro mundotratando de saciar su hambre infinita.Las razas siempre divididas, olvidandiferencias menores, pues se avocan,a detener un mal mayor. La muerteque se presenta con una forma nueva a cada momento. La muerte,El fin de un mundo.

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DefensoresLa tierra se defiende ante la enfermedad.En sus entrañas despierta del letargola simiente que esperaba dormida.Los legendarios vuelven a volar,y el terror de sus imágeneses símbolo de esperanza.Un barco surca cielosde rojo encendido.Es tiempo de héroes,en un mundo que agoniza.

Contra ataqueNueve caminantes guiados por un espíritu antiguo,por quien vendió sus ojos para poder ver,se imponen al mal informe y lo atacan,para destruirlo en su núcleo, al igualque la mala hierba se extirpa de raíz.Ninguna fuerza puede resistírseles,pero como el mal enquistado en el mundo,la ambición anida en sus corazones,y los traiciona antes del fin.

finalLos caminantes no fracasan.

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El arma del Legado está depositadaen héroes menores, que en barcocruzan los cielos encendidos de rojo.Cuando quien se proclama Diosabre las puertas a este mundoy se derrama cual nube corrosiva.El secreto en los ojos del caminante ciegologra salvar al mundo que agoniza,de ser consumido por el odio eterno.

El legadoAcaso la historia referida jamás sucedió.Pero crecimos a su sombra, escuchándola,y hoy me parece verdadera, pues ya es una parte más de mí.

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lAS formAS

¿Qué queda para un hombrecuando arrebatan su amor?Acaso nada,acaso una búsqueda estérilde algún paliativo…

¿Qué quedó para ese vikingocuando un miedo y un caprichose cobraron la vida de su mujer?Quedó la muerte, y la grabó a fuego.Quedó la sangre, y la derramó generosa.

Al vikingo le quedó acaso la agonía,y la compartió con toda la isla.Le quedó su furiay la descargó brutal, contra el inglés.

En verdad, tal vez el vikingonunca amó, y todo fueuna razón para justificar

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sus fechorías.¿Será éste nuestro caso?

Yo hoy espero que no…

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BuENoS AIrES

No eran tus calles por las que yo había caminado.Una vida recorriéndote y jamás te había sentido; Buenos Aires, eras una palabra, no te conocía.Tuve que descubrirte primero en versos,leyendo me absorbió el sentidode lo que eras para alguien, para tu creador,para quien te fundó y te salvó de la historia.Y tuve la necesidad de volver a conocerte,la imperiosa necesidad de conquistarte, de hacerte mía.En tus calles evoqué las palabras del genio,viví un momento, sólo un momentomis sensaciones fueron idénticas a las del otro.La ciudad me inundó, esa experiencia-No era el primero en sentirla -duró un instante,pues eso es la eternidad, un instante compartido,una fusión y un mismo ser.Como él antes que yo, en Buenos Aires,por un instante fui inmortal.

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j. k. EN lomAS

El velo nocturno sobre la iglesia y el jardínrecrea en mí tu recuerdo, querido poeta;me llena con la nostalgia que te es propiay revive ecos de palabras que no te pertenecenpero repican al son de tu nombre, de tus formas.Te busco frente a la puerta, bajo los plátanos,te busco en la cruz sin nombre y tras las estatuas,y allí estás, en todos lados, una sonrisa tristey la resignación frente a la belleza inasible.La vida te enseñó lo fugaz, fuiste efímeroy me has enseñado a serlo (yo me lamento).Busco hoy a tu ruiseñor, no lo encuentro;él, que canta lejos del pesar mundano podríamirarnos con desdén en su vuelo eterno.Pero hoy me es fácil pensar que si tan solole fuera concedido ser partícipe un momentoDel goce que la noche nos reserva a los amantesEl perfecto ruiseñor, desearía ser un imperfecto humano.

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BElDAmAr

El sueño anhelado de una noche invernal presagia el reflujo de la memoria, el retorno de lo épico. Un mundo nuevo espera para ser gestado, un mundo posible, acaso este mismo mundo, de haber sido otra la historia y no la nuestra. Un mundo de símbolos y de significados, de extrañas mitologías, de guardianes y de tiranos. Un mundo de héroes proyectados desde lo mundano, de devastadores conflictos entre todo lo creado. Un mundo que será siempre sólo una proyección, una forma nueva de esa constante suma de mundos personales compartidos y transmitidos desde siempre y por siempre entre los hombres. Un sueño anhelado. Tomará cuerpo mientras lo vivo.

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lo INASIBlE

¿Cómo explicar el hechizo, una vez roto?De esa tarde no queda, ni tarde ni hombre;el crepúsculo apenas alcanza a nombrey al hecho verdadero le queda muy corto.

Tantas veces lo ha alabado el poeta,y yo una sola no puedo hacerlo, no sirvo para esto, y me niego a verlo.He aquí la prueba, las líneas son una treta.

La verdad es que la tarde fue de fuegoel bosque ardió y también el alma ardió.La caminata en llanto incontenible se trocóLa divinidad estaba ahí, la sentí de nuevo.

La sentí, en ese instante que fue eterno.En un ocaso de montañas incendiadas,la pasiones se confunden, trastocadasy no se si es el día, o yo que muero.

¿Cómo explicar el hechizo, una vez roto?Fue encontrar en lo cotidiano, algo ignoto.

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Hoy atardece otra vez, y mañana luego,es siempre el mismo, en mi alma sin sosiego.

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EmANACIoNES

Ha empezado a llover...Es de madrugada y los diosesse deshacen y se derraman dentrode un alma de letargos y borrascas,de éxtasis efímeros y nostalgias encarnadas.¿Y soy yo quien contempla la lluvia?Yo soy el que llueve, el ritmo propiciodel recuerdo y el pensamiento, encontrados.Soy una gota, la eternidad fragmentada.Lluevo junto a eternas gotas, soy eternidad.Chorreo sobre la tierra, baño un amuletocifra de un hombre, lo fundo al barro elemental.De allí lo regreso, lo guardo, lo celo.Pues soy el hombre de ojos brillantesque no duerme y se descubre en la lluvia.En la lluvia que se deshace en el almay arranca el sueño y siembraéxtasis efímeros y nostalgias encarnadas.Nostalgias de rostros ya desfigurados,esperanzas vanas, anhelos de madrugada.Soy un hombre que guarda un amuleto,

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quisiera ser lluvia. Quisiera ser eternidad.Quisiera al menos, ser una gota.

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Esteban Niedojadlo Unamuno nació en Buenos Aires el 25 de

septiembre de 1989. Es Profesor de Lengua y Literatura y Maestro de Inglés. Escultor, amante de la Fantasía Épica y de los juegos de rol. Su escritura nace desde las lecturas inagotables de Borges,

Blake, Tolkien, y de los románticos ingleses como Keats, Coleridge o

Wordsworth

Visiones es su primer libro publicado.

La escritura de Esteban Niedojadlo Unamuno regresa a sitios gigantescos, a cimas que suelen parecer inaccesibles y a honduras que, en tiempos de apuro y medianía, parecen insondables. Sin embargo, esta poesía regresa. Escala, ahonda y vence. Nos enseña que sigue siendo imprescindible cantar en voz heroica.

Leo estos poemas, y creo ver a Whitman sentado al fondo del libro, asintiendo con su sombrero lírico. Y a Borges, claro, reconfirmando sus más amados símbolos.

Leo esta poesía y veo gigantes. Algo más, si no distingo entre versos y prosa es porque,

en este libro, la distinción no me parece necesaria.

Liliana Bodoc