vivimos los tiempos de la vergüenza: de la vergüenza … · la humanidad puede cambiar el...

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Author: doanngoc

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  • 16mm 16mm

    Diagonal, 662, 08034 Barcelonawww.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.com

    10203007PVP 17,90

    9 7 8 8 4 0 8 1 7 9 8 3 2

    El lector no tiene en sus manos una obra jurdica ni un ensayo sobre la justicia. Tampoco es un simple libro de pensamiento y refl exin. Va ms all, porque pretende alertar y movilizar a partes iguales.

    Baltasar Garzn, el hombre que desmont el GAL, el que desarticul ETA, combati el terrorismo y encerr a Pinochet, el de la Operacin Ncora y la instruccin de Grtel, propone que practiquemos la indignacin activa, para que, como l, pasemos de la impotencia a la esperanza.

    Esta obra es una mirada crtica a Espaa y al mundo entero, porque el gran defensor de la Jurisdiccin Universal no puede limitarse a lo que est ms cerca. La defensa de los Derechos Humanos atae a todos. Su vulneracin en cual-quier parte es una violacin de los derechos de todos nosotros. El tiempo del letargo, de la comodidad y del mirar para otro lado ya pas. Es hora de rebelarse con conocimiento, coraje cvico, frrea voluntad de paz e igualdad.

    Eso nos dice Baltasar Garzn en este manifi esto, mezcla de pasin y razn, que aborda la justicia, la corrupcin, la poltica, el terrorismo, la memoria his-trica, el crimen organizado, el feminismo, la xenofobia, la inmigracin Un libro pensado sobre todo por y para las vctimas, las grandes olvidadas en todas las injusticias.

    Garzn interpela al lector para despertarle, para que tome posicin frente a una poltica obsoleta y degradada y una clase dirigente que ha olvidado a los ciudadanos.

    Una obra para la refl exin y la accin que remover conciencias.

    El derecho a la felicidad no debe ser una entelequia para el ser humano, sino una aspiracin cierta y una realidad tangible.

    En nombre de la libertad se mata, se tortura, se secuestra o se invade un pas, o se asumen como daos colaterales los miles o cientosde miles de vctimas que se pueden producir.

    No es el momento de marcar lneas rojas, sino de llegar a acuerdos fraguando una alternativa diferente, una propuesta progresista.

    La credibilidad de una formacin poltica debe radicar no solo en el hecho de que se apoye en unas ideas coherentes, sino tambin en la transparencia de sus fi nanzas, que conlleva la honradez de sus dirigentes.

    En este inmenso mapa de diferencias en que habitamos, solo la tolerancia permanente dela humanidad puede cambiar el mundo.

    Vivimos los tiempos de la vergenza: de la vergenza delterror, de la corrupcin, de la guerra, del olvido y de la xenofobia,

    de las mordazas y las mentiras. Por eso, ms que nunca,necesitamos hacer Indignacin Activa.

    Baltasar Garzn (Torres, Jan, 1955). A lo largo de su carrera judicial ha intervenido en la investiga-cin de algunos de los delitos de mayor relevancia: crmenes contra la humanidad, terrorismo, terro-rismo de Estado, narcotrfi co, corrupcin poltica o delincuencia econmica. Promovi la orden de arresto contra Augusto Pinochet y los componen-tes de las Juntas Militares Argentinas e impuls la causa contra los crmenes del franquismo. En 2012, el Tribunal Supremo le conden a once aos de inhabilitacin por haber interceptado las comu-nicaciones de los mximos responsables de la red corrupta Grtel para evitar que continuaran con su blanqueo de dinero. Desde entonces, ha ejercido una imparable actividad legal internacional desta-cando como asesor del Tribunal Penal Internacio-nal de La Haya, asesor de la Fiscala de la Corte Penal Internacional, director de la defensa jurdi-ca de Julian Assange, asesor de la Fiscala Gene-ral de Colombia; o en Ecuador, donde elabora un informe para una reforma judicial; o en Estados Unidos, donde desarrolla en la universidad traba-jos de investigacin sobre El Salvador. Es presiden-te de la Fundacin Internacional Baltasar Garzn(www.fi bgar.org) y cofundador de la plataforma poltica Acta. Tiene treinta doctorados honoris causa en todo el mundo, es autor de diez libros y mltiples artculos de prensa, y su actividad princi-pal como abogado est orientada a la defensa y pro-mocin de los Derechos Humanos y la Jurisdiccin Universal.

    Diseo de la cubierta: Planeta Arte & Diseo

    Tipografa de la portada: Juanjo Lpez

    Fotografas de la cubierta: Sofa Moro

    SELLO

    FORMATO

    SERVICIO

    PLANETA

    15 x 23 cm

    COLECCIN

    Rstica con solapas

    CARACTERSTICAS

    4/0CMYK

    IMPRESIN

    PLASTIFCADO

    UVI BRILLO

    PRUEBA DIGITALVALIDA COMO PRUEBA DE COLOREXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.

    DISEO

    EDICIN

    12/12 2017 GERMAN

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  • Baltasar Garzn

    LA INDIGNACIN ACTIVAUna mirada personal para transformar la realidad

    Con prlogo de E. Ral Zaffaroni

    p

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  • No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema informtico, ni su transmisin en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Cdigo Penal)

    Dirjase a Cedro (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra. Puede contactar con Cedro a travs de la web www.conlicencia.com o por telfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Fundacin Internacional Baltasar Garzn, 2018 Editorial Planeta, S. A., 2018 Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona www.editorial.planeta.es www.planetadelibros.com

    Primera edicin: enero de 2018Depsito legal: B. 26.608-2017ISBN: 978-84-08-17983-2Preimpresin: J. A. Diseo Editorial, S. L.Impresin: CayfosaPrinted in Spain Impreso en Espaa

    El papel utilizado para la impresin de este libro es cien por cien libre de cloro y est calificado como papel ecolgico

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  • ndice

    Prlogo, de E. Ral Zaffaroni 13Introduccin. La Indignacin Activa 19

    parte primeraDE LA IMPOTENCIA A LA ESPERANZA

    1. Poltica y tica 25Contra la impotencia y el tedio 25La triple crisis de Espaa 28La segunda Transicin 31El liderazgo: reivindicacin de Maquiavelo 33Los partidos: parte del problema y parte de

    la solucin 37La peste de la corrupcin 38La era del crimen organizado 43El combate, necesario y complejo 46Responsabilidad irresponsable 47Cuando ser corrupto no da miedo 50La tica, compaera imprescindible de la poltica 53La desesperante indiferencia 55Tres conceptos regeneradores 58

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  • La soberbia, enemiga de la razn 59Los otros soberbios 63

    2. La dignidad humana 67Irracional y atvica violencia 78

    3. Terror, paz y libertad 81El gran error frente al terror 8111-S, un antes y un despus 82Aquella guerra intil 84La dignidad de la rebelda 87Seguridad sin libertad? 89Occidente y sus culpas 92El drama de una respuesta tarda 94No hay terrorismos buenos 99Algo demasiado serio 102Contra la locura 104La libertad 107

    4. La Justicia 110En nombre de la sociedad, no del rey 110La impunidad de los nuevos perpetradores 116La humanidad, amenazada 120Principio incmodo para conciencias cmodas 121Por lejano que est 125

    parte segundaDERECHOS Y VCTIMAS

    5. Los Derechos Humanos 131Educando a los poderosos 131Otras visiones de los Derechos Humanos 136Violencia de gnero: siglos de infamia 139

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  • Bajo la punta del iceberg 143Violencia universal 144Datos escalofriantes 146Indiferencia culpable 148La familia en tiempos de guerra 150Nios vctimas, nios soldados 151La feroz intolerancia ante los derechos reproductivos 152La tercera revolucin 154Vidas destrozadas 156LGTBI: discriminacin redoblada 158Muros cados, muros levantados 162ONG, los falsos culpables 164La ciudadana universal 166Barreras invisibles frente a ciudadanos del mundo 168Una nueva humanidad 171La empresa y los Derechos Humanos 174Iguales en Suiza que en Tahit 177Justicia Universal para la universal naturaleza 177Responsabilidad empresarial: los beneficios

    de la decencia 178Justicia para la Madre Tierra 181Un solo mundo, una sola justicia 184La pesadilla de la impunidad 186Sociedad civil vigilante y protectora de los Derechos

    Humanos 189De la imprenta al ciberespacio 193Una nueva figura: los alertadores 197El caso Assange 203Libertades pblicas o imperio de la arbitrariedad 206Turqua, donde se instaura el olvido 208La crisis de la vergenza 212Esa gran fosa llamada Mediterrneo 214El ministro que hablaba con los muertos 217La cultura de la legalidad 219

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  • Contra la corrupcin, escuelas 222Ni duermen ni reposan: el deber de memoria 226La Transicin no fue la panacea 231El deber de memoria 235La verdad cierra las heridas 240

    6. Las vctimas 243Nada se podr cerrar sin ellas 243El nacimiento de la vctima universal 248Transicin no es sinnimo de justicia 249El ejemplo de Colombia 251El valor de los que sufren 255Los hroes de Guatemala 259El digno pas de monseor Romero 261El interminable calvario indgena 262

    7. Los defensores 270

    Anexo 275Bibliografa 283

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    Poltica y tica

    Cuando la corrupcin se convierte en sistmica e impune, destruye las bases de la legitimidad democrtica

    y propicia la llegada de los peores totalitarismos.

    Contra la impotencia y el tedio

    La poltica no consiste en ocupar cargos, sino en dinamizar las ideas, en integrarlas, en buscar el bienestar y la felicidad del ciuda-dano. Y debe ser creble. La credibilidad de un sistema radica en la existencia y realidad de los controles a los que se somete el poder; quien ms poder tiene debe ser el ms controlado, ya que al admi-nistrarlo o al desplegar la accin legislativa sus detentadores deben ser conscientes de que son meros usuarios del mismo, en tanto que el pueblo al que sirven es su titular y ante l deben responder. Por ello la recuperacin de la tica en la gestin pblica es bsica y fun-damental. Si queremos que la sociedad actual y la del futuro resulte fortalecida, necesitamos lderes cuya marca sea la de la tica y la res-ponsabilidad para hacer real la necesidad de seguridad fsica y jur-dica, apoyada en los valores bsicos del Estado de Derecho que la defienden de las agresiones, sean estas internas o externas, y que la do-tan de una fortaleza institucional indiscutible.

    Creo que fue Napolen Bonaparte quien dijo que dos fuerzas guan al hombre: el miedo y el egosmo. Es posible que esta defini-cin sea vlida para cierta categora de individuos: aquellos insoli-darios, que carecen de empata, que priman la satisfaccin personal sobre los valores de la convivencia. Personas individualistas y sin

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    duda temerosas de perder un estatus que parecen pasar la vida per-siguiendo, para luego aferrarse a l por encima de cualquier otra consideracin.

    En mis aos de judicatura he tenido ocasin de conocer a de-masiadas personas que nutren la patologa social en sus peores ejem-plos. Desde luego, otro de los escenarios en los que se constata esa mxima, ampliada con el cinismo y la soberbia, es el de la poltica. Es cierto que estas patologas estn en la base de muchos males. Y producen un efecto multiplicador, ya que la carencia de valores alienta el desapego y la bsqueda del propio bienestar, un bienestar basado en la cultura del dinero, el consumismo, la envidia, el apro-vechamiento y la corrupcin por conseguir aquello que tiene el otro.

    En el entorno vital ms primario, en el profesional, laboral e in-cluso ldico, hay muchos individuos que renen estas caractersticas y que no son capaces de salir de ese bucle de mediocridad que, a la postre, los mantiene en una situacin inducida por diferentes agen-tes, por los poderes econmicos, por el consumo, por demasiados polticos, por los medios de comunicacin que hacen de altavoz a los anteriores ahogando otras voces que llaman a corregir actitudes.

    Qu ocurre con los nios y con los jvenes? El mal ejemplo de sus mayores puede llevarlos a obviar el esfuerzo y perseguir un futuro de adultos acomodados a la espera de que un golpe de suerte mejore la situacin y los convierta en personajes ricos y famosos. Despojar a la escuela de elementos como la educacin ciudadana u otras materias que contribuyen al bagaje humanista de los que se estn formando es perverso. Supone negar a la persona herramien-tas para forjar su vala personal, su madurez, su capacidad de crti-ca, su formacin social y poltica, su afn de superacin, el brillante aliento de tener la alegra y la aspiracin legtimas de unirse a otros seres humanos, con el fin de colaborar en conseguir una vida mejor y ms plena, de avanzar, descubrir y plantear como meta la felici-dad propia y del conjunto.

    Frente a esos elementos nocivos, es bien cierto que tambin existen otras personas que se levantan cada da con el nimo activo

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  • POLTICA Y TICA

    y bien dispuesto a combatir la indiferencia. Seres admirables que son capaces de denunciar un atropello a la convivencia, de defender a las vctimas de crmenes horribles, de apoyar causas justas enfren-tndose a poderes omnmodos y temibles. Personas que se ponen en el lugar del otro, no para aprovecharse de l, sino para compren-derlo, respetar su diferencia, integrarse en una diversidad cada vez ms diferente, pero ms igualitaria, o para construir un pas ms justo, menos excluyente; o para exigir transparencia a los gobiernos o una justicia independiente. Todo ello, anteponiendo el servicio pblico al inters personal; el sacrificio por los dems, a la comodi-dad; la beligerancia y la indignacin ante la injusticia, al adocena-miento de la indiferencia, y la defensa de las vctimas, a la impuni-dad de los perpetradores prepotentes y obscenos.

    Definitivamente, este tipo de buenas personas estn en todas partes, ya sea en la convivencia diaria o en mbitos ms cotidianos y de toda clase social, ya en lugares humildes o en los prsperos, en pases que luchan por la subsistencia y en otros que no sufren ape-nas carencia alguna. Desde quien cede su asiento en el bus a alguien que lo necesita hasta los hombres o mujeres capaces de prestar algo de su tiempo como voluntarios en un comedor social, acompaan-do a gente que vive en soledad o repartiendo por la noche sopa ca-liente a desafortunados que sufren el invierno en la calle. Son el contrapunto necesario en un mundo hostil, por la voluntad de quienes ms lo agreden y propagan la desesperanza y el miedo. Y son de quienes deberamos aprender que es posible cambiar lo que nos queda por vivir y construir, y con ello dibujar un futuro con menos desigualdad y ms afecto.

    Comparto con todos ellos un sentimiento de urgencia por dar un cambio radical a la expresin de hasto en la que naufraga una parte de la sociedad ante la falta de respuestas o ante la arbitrarie-dad de las mismas. Si permanecemos inermes, pasivos, acomoda-dos, corremos el riesgo de que nos consuma el tedio y nos conduzca a una especie de adormecimiento inducido.

    Entonces, qu respuesta daremos a la pregunta que subyace

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    en todo este planteamiento? Cmo salir de esta impotencia para evitar que fermente y d vida a los peores demonios que cada uno de nosotros albergamos?

    Desde luego no queda otra que gritar con indignacin ya bas-ta, no en mi nombre, y a continuacin levantarse y actuar. Siem-pre adelante, siempre convencidos de que se puede cambiar el cur-so de los acontecimientos y que el determinismo no es la filosofa que debe guiar nuestras vidas. No todo est perdido. Cada da, cada momento, podemos hacer diferente lo que hasta ese instante pareca imposible. La utopa no tiene por qu ser una frustracin, sino el aliciente que alimente esa confrontacin permanente del ser humano en la lucha por su supervivencia armnica en un entorno natural y sostenible.

    La triple crisis de Espaa

    El poder de infeccin de la corrupcin es ms letal que el de las pestes.

    Augusto Roa Bastos

    Los tericos de la Ciencia Poltica, con enfoque historicista y de anlisis evolutivo, resaltan la existencia de determinados puntos de inflexin en la historia poltica de toda sociedad, identificndolos como momentos de contingencia, ante los que se abren vas alter-nativas que sern determinantes para nuestro futuro como socie-dad. Fijar el rumbo, en este punto, hacia uno u otro camino marca-r toda la posterior evolucin poltica de esa sociedad.

    Nuestro pas se encuentra actualmente ante otro momento de contingencia destinado a marcar un antes y un despus en aquella evolucin. La relativa estabilidad de la arquitectura poltico-insti-tucional que nos gobernaba desde 1978 se est tambaleando. La crisis que hemos experimentado en los ltimos aos se ha manifes-tado principalmente en tres aspectos: el grave deterioro econmico,

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    la ruptura del modelo territorial y la creciente corrupcin. Estos tres conflictos han confluido en un cctel explosivo que ha golpea-do el andamiaje poltico creando graves fisuras que deben ser apun-taladas y restauradas.

    As, la crisis econmica que estall en 2008 puso en duda gran parte de nuestro marco poltico de convivencia; se expandi por el sector privado financiero, destruyendo el castillo de naipes produc-tivo que se sostena sobre una burbuja inmobiliaria alimentada por la desregulacin neoliberal. El estallido de ese sector productivo cre una bolsa de desempleo insostenible que llev a la exclusin econmica a una gran parte de los espaoles. Las instituciones, sin capacidad de articulacin de respuestas contundentes, soportaron el progresivo deterioro de las cuentas pblicas debido a la falta de ingresos que impeda alcanzar un nivel de recaudacin tributaria aceptable para el mantenimiento del gasto pblico. A esa mella de las cuentas pblicas tampoco ayud el rescate al sector financiero, medida que termin de vaciar las arcas del Estado. Ms de 40.000 millones de euros nos ha costado la broma de la crisis bancaria.

    La historia es conocida: para garantizar el gasto pblico hubo un endeudamiento masivo con emisin alarmante de ttulos de deu-da pblica, con intereses que hipotecaban a generaciones a causa de la actuacin fraudulenta de agencias especulativas de calificacin que jugaban con la soberana. Cuando ese modelo de sostenimiento del gasto pblico por mero endeudamiento se hizo inviable, pasa-mos al austericidio, poltica preferida del presidente Rajoy en estos ltimos aos. Con los recortes al gasto pblico, principalmente al gasto social, se pretendi lograr el equilibrio en las cuentas pblicas, en lugar de buscar la activacin econmica con el incremento del consumo y el gasto pblico. Es decir, las recetas neoliberales que ge-neraron la crisis se impusieron como forma de solucin de la mis-ma, algo as como apagar el fuego echndole gasolina. Un claro ex-ponente de ello fue la reforma laboral, que precariz el trabajo y provoc una brutal prdida del poder adquisitivo de las familias. La consecuencia ha sido una catstrofe econmica cuyos signos distin-

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    tivos han sido los de la expansin de la pobreza y el grave riesgo de exclusin social de un sector importante de la poblacin.

    El problema territorial no es menor. El modelo de convivencia en Espaa ha experimentado recurrentes convulsiones en los lti-mos siglos. Es una de las grandes fuentes de crisis poltica de nues-tro pas. Sin embargo, el Estado de las autonomas de 1978 ha evo-lucionado pacficamente hasta agotarse en nuestros das. La crisis soberanista de Catalua que se manifest sin ambages en septiem-bre y octubre de 2017 (leyes de desconexin y transitoriedad y refe-rndum, respectivamente, con la pseudodeclaracin unilateral de independencia, posterior aplicacin del artculo 155 de la Consti-tucin y convocatoria de elecciones para dicha Comunidad Aut-noma por decisin del Gobierno de Espaa) es el mejor ejemplo de esa crisis territorial. Lo que nos sirvi provisionalmente en 1978 hoy parece inservible. Se precisa, pues, un modelo en el que encaje-mos todos y que erradique la agresividad centrfuga de unos respec-to del inmovilismo centrpeto que ha practicado el gobierno del Partido Popular.

    Pero, adems, la alarmante corrupcin ha propiciado la desa-feccin poltica y generado una insalvable brecha entre los ciudada-nos y sus representantes. Los escndalos de corrupcin en el actual gobierno han producido una total repulsa del ciudadano hacia los partidos polticos, poniendo en riesgo la legitimidad institucional. El corrupto no solo asalta las arcas pblicas, sino que atenta contra la esencia del orden democrtico y, cuando esa corrupcin se con-vierte en sistmica e impune, destruye las bases de la legitimidad democrtica y propicia la llegada de los peores totalitarismos.

    Esta crisis de tres aristas ha impactado en la estructura econ-mica, en el modelo de convivencia territorial y en la legitimidad de-mocrtica, dejndonos una quiebra institucional incuestionable que nos sita ante un momento de contingencia histrico en el que tenemos que reparar todo el sistema de gobernanza para dar res-puesta eficaz a aquellos retos.

    El gobierno que qued formado despus de la frustrante expe-

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    riencia poltica electoral vivida entre diciembre de 2015 y junio de 2016 no ha sido capaz de guiarnos hacia ese nuevo modelo, forma-do por la conjuncin racional de las tres aristas de la crisis sufrida; antes al contrario, ha profundizado el estado de la cuestin, sola-pando unas con otras y cubriendo con ello su propia impotencia. Espaa se ha convertido en un gran escenario judicial en donde se subastan los procedimientos judiciales y se utiliza a la fiscala, y se intenta hacerlo con los jueces, dejndonos perplejos y nuevamente frustrados.

    La segunda Transicin

    Pienso que, despus de todo lo acontecido en este tiempo, dentro y fuera de los partidos polticos, de las intenciones separatistas de una parte de los catalanes y catalanas, de los efectos de la crisis econmi-ca y del impacto de la corrupcin que durar mucho tiempo, se debe acometer lo que sera una segunda Transicin. El camino ele-gido en este momento de contingencia marcar profundamente la evolucin poltica de nuestro pas. Si se elige el modelo conserva-dor, se profundizar en el fracaso actual, la desregulacin masiva de los mercados, el austericidio econmico materializado en el recorte de todo atisbo de servicio pblico universal, la contraccin del gas-to pblico en favor de un mercado que impere a su libre arbitrio, la profundizacin en la desigualdad social y con una defensa a ultran-za de un modelo territorial. Un modelo en el que subyace un peli-groso unitarismo centralista de nefastas consecuencias, defendido por aquellos que han producido un dao irreparable, permitiendo que la corrupcin se haya esparcido por nuestras instituciones, di-namitando la base de nuestra democracia.

    O podemos apostar por abrir un nuevo camino basado en un modelo econmico sostenible, que garantice los servicios pblicos esenciales, regule frreamente los desmanes de los mercados, apues-te por el gasto pblico como motor de crecimiento, garantizando el

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  • L A INDIGNACIN ACTIVA

    gasto social y los servicios pblicos universales, a travs de una re-forma impositiva que grave a los que ms tienen en beneficio de los que menos tienen, generando as una necesaria redistribucin de la riqueza que saque del riesgo de exclusin social a tantas familias es-paolas. Con una poltica progresista que reconozca la diversidad de los ciudadanos, sus orientaciones sexuales y los modelos de fa-milia alternativos que surgen. Un modelo que apueste por avanzar hacia un nuevo orden territorial en el que encajemos todos los es-paoles, sin agresiones regionalistas o centralistas. Y por supuesto con una intachable tica en la gestin de lo pblico, plantndose ante la corrupcin como nica forma de recuperar la legitimidad democrtica que se ha socavado en estos ltimos aos.

    No es el momento de marcar lneas rojas, sino de llegar a acuerdos fraguando una alternativa diferente, una propuesta pro-gresista. Ese fue el mandato claro que la sociedad espaola dio por dos veces a los polticos: la encomienda para acabar con la austeri-dad, solucionar el problema territorial y ser intransigentes con la corrupcin. Desafortunadamente, parece que los nicos que no se han dado cuenta son los lderes de una poltica escrita con letras pe-queas y torcidas, que no dan cobertura siquiera a una nota a pie de pgina.

    Los partidos progresistas, que quieren avanzar hacia algo dife-rente a lo que tenemos, estn obligados al acuerdo, una vez ms. La historia ha demostrado que, mientras los demcratas y progresistas se enfrascaban en peleas y rencillas inocuas, se cedi ante el avance del fascismo, dejando a nuestro pas en manos de una de sus mayo-res desgracias histricas, el franquismo. Bajo ningn concepto el pueblo se merece una falta de tica y de responsabilidad poltica en quienes le representan a travs de los votos depositados en las ur-nas. No caben ms frustraciones; no caben ms errores que, de he-cho, ya no seran tales, porque todas las alarmas estn dadas. Sera la irresponsabilidad de aquellos lderes la que habra propiciado las regresiones al pasado que se atisban en estos tiempos, reflejadas en ciertos comportamientos muy poco democrticos.

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  • POLTICA Y TICA

    El liderazgo: reivindicacin de Maquiavelo

    La figura de Nicols de Maquiavelo (Florencia, 1469-1527) me ha cautivado siempre y, al contrario que muchos, siempre le he reivin-dicado. Maquiavelo se desempe como diplomtico ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I y Csar Borgia. Asimismo, fue secretario de la segunda cancillera encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad de Florencia.

    Una de las principales preocupaciones de Maquiavelo fue la Soberana de los Estados y la grandeza de estos. Admiraba el Impe-rio romano.

    Su obra El Prncipe vio la luz un da emblemtico para noso-tros en la historia del siglo xx: el 10 de diciembre de 1513. Ese da, 435 aos despus, se aprob la Declaracin Universal de los Dere-chos Humanos. Hoy, 504 aos ms tarde, sigue estando vigente la obra de este pensador florentino.

    Como dice Roberto Raxchella, que escribi la introduccin a El Prncipe en un volumen de 2008 de la editorial Losada: Sus 26 cap-tulos son en general breves y estn atravesados tanto por ejemplos histricos como por agudas y desmitificadoras definiciones de la con-dicin humana, expuestas a menudo con la dureza de los silogismos perfectos o la taxativa determinacin de un s o un no.

    El Prncipe constituye un complejo sistema de consejos extra-dos de la propia experiencia del autor (y de su increble capacidad de observacin y de anlisis de la naturaleza humana), y de reflexio-nes que dan forma al ideal de gobernante. En la obra se dibujan las virtudes que deben adornar a un buen gobernante, as como los vi-cios del ejercicio torcido del poder, y su contenido ha servido, jun-to con las dems obras del autor, para configurar el pensamiento poltico posterior y ofrecer una especial visin del mismo a partir del anlisis del comportamiento humano.

    Si bien es cierto que El Prncipe puede ser entendido como un manual para gobernar, tambin lo es que las enseanzas en l des-critas son ms de orden pragmtico que moral. Por esta razn, lo

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    descrito por Maquiavelo no es el deber ser de la poltica, sino la realidad de la misma.

    Se ha demostrado que el eje transversal de El Prncipe es el tema del buen gobierno, dividido en tres grandes temticas: el asegura-miento de la soberana, el uso adecuado de las armas y, finalmente, la convivencia de las clases sociales en el interior del Estado.

    Maquiavelo reconoce que en los Estados conviven dos clases de ciudadanos contradictorias: la de los nobles y la del pueblo. As, en el libro Discursos sobre la primera dcada de Tito Livio, el autor consi-dera que las dos clases pueden ser entendidas como fuerzas contra-dictorias. En esta obra, la preocupacin de Maquiavelo va ms enca-minada al tema de la libertad (ninguna fuerza doma, ningn tiempo consume, ningn mrito iguala el nombre de la libertad) y no al tema del ejercicio del poder, como en el caso de El Prncipe.

    Sin embargo, en Discursos tambin se hace presente la nocin de paz en el interior de un Estado. Maquiavelo afirma que un pue-blo que se maneje por s mismo en todo puede caer en conflictos internos. En razn a lo anterior, el autor proclama: Un pueblo que puede hacer lo que quiere no es sabio. Una multitud sin cabeza es, en efecto, intil. El pueblo necesita siempre un gua que le muestre su autntico bien y lo libre de engaos. As lo recoge Luis Villoro en su trabajo sobre los dos discursos de Maquiavelo. Por otro lado, Maquiavelo tambin mantiene que un absoluto dominio de los nobles termina en una tirana.

    Ante este panorama, la mejor opcin es un gobierno mixto con iguales representaciones entre las dos clases. Este sera un sistema duradero en la medida en que se controlara la ambicin de los pode-rosos con el poder del pueblo, y la inclinacin al desorden de este con la autoridad de la nobleza. Superando la discordia, se lograra imponer un bien comn a las distintas clases. Bien comn que se traduce en la consecucin de la paz en el interior de los Estados.

    Estas consideraciones me llevan a un par de reflexiones sobre el liderazgo y sobre el modelo o los modelos polticos de hoy, cuan-do se titulan democrticos.

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    La ausencia de liderazgo poltico se ha convertido hoy en una constante; el prncipe, es decir, el seor prudente del que habla Maquiavelo, est autorizado a faltar a su palabra cuando tal fideli-dad se vuelve en contra de sus intereses y cuando las razones que motivaron sus promesas han caducado. Y si los hombres fueran to-dos buenos contina Maquiavelo, este precepto no sera bue-no, pero, como son malos, y no observaran contigo la palabra dada, tampoco t tienes por qu observar con ellos tu palabra. A un prn-cipe (lder), por otro lado, nunca le han faltado las razones legtimas para disfrazar esta inobservancia. De este hecho, concluye que po-dra darse una infinidad de ejemplos modernos y mostrar cuntos acuerdos de paz, cuntas promesas se han vuelto nulas y vanas por la infidelidad de los prncipes; y justamente el que mejor imit al zorro fue el que ms xito ha tenido. Dicho de otro modo, es bueno que el lder tenga las virtudes de la clemencia, de la fidelidad, del huma-nismo, de la integridad y de la prudencia, pero lo realmente impor-tante para este planteamiento es que parezca que tiene cada una de esas cualidades. Todos ven lo que pareces, pocos palpan lo que eres y esos pocos no se atreven a oponerse a la opinin de muchos que cuentan en su defensa con la majestad del Estado.

    De lo anterior se desprende que esta visin del liderazgo con-tradice lo que en un sistema democrtico debe exigirse del gober-nante. Abusar de los ciudadanos en los que te has apoyado para ob-tener el mando, prescindir de la verdad y la integridad a la hora de adoptar decisiones porque conviene a la apariencia o al propio inte-rs del partido poltico al que perteneces quiebra el principio de confianza que en democracia debe regir hacia quien ejerce el poder.

    En este sentido, puede afirmarse que, con escasas excepciones, los polticos de hoy en da viven la poltica sin dotarla de argumen-tos morales. El pragmatismo es la nica ideologa que comprende a la prctica totalidad de aquellos que anteponen la consecucin del poder a cualquier otra circunstancia de inters pblico. De alguna forma, el ejercicio actual de la poltica impone olvidarse de los prin-cipios que deben regir el ejercicio del servicio pblico y podra de-

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    cirse que se ha mercantilizado, entregndose en las manos de las corporaciones que utilizan los intereses econmicos y financieros, la comunicacin, el marketing y los lobbies, en beneficio propio, en una especie de escenario de imgenes irreales en el que estos, y no los polticos, manejan y dirigen la escena como los verdaderos prncipes que gobiernan un mundo cada vez ms globalizado y ma-terial. Michael J. Sandel, discrepando claramente del pensamiento de Maquiavelo, advierte que nuestra poltica est recalentada por-que en su mayor parte es inane y est vaca de todo contenido mo-ral y espiritual. Es decir, que no se compromete en cuestiones de calado, que son las que preocupan a la gente.

    Esta decadencia de la poltica va pareja a la certeza cada vez ms evidente de que vivimos en una democracia aparente en la que la par-ticipacin del pueblo es ms formal que real, concretndose en la mera emisin del voto, sin ningn control sobre los elegidos y quienes ejercen el poder, y dejando en sus propias manos, o en las de los que les han conseguido la posicin, la justicia y la ponderacin del mismo poder, que es tanto como iniciar el camino hacia la tirana. Todo ello disfrazado de mayoras electorales, pero realmente bajo el control de intereses espurios diferentes al inters general en una democracia.

    Cuando los controles fallan, no existen o estos se hacen arbitra-rios y se ponen en manos de quienes no se rigen por los principios de la tica y la responsabilidad de la que hablara Max Weber, sino por los del aprovechamiento personal, la opacidad o el oscurantismo, el sistema ha fracasado y es necesario desarrollar otro modelo de partici-pacin y control del poder como nico medio de garantizar la verda-dera proteccin en un sistema democrtico de los ciudadanos.

    Hoy en da, es una realidad que el poder difcilmente tiende a autocontrolarse, y son la sociedad democrtica y todos sus compo-nentes los que deben ejercer ese control. Pero esa vigilancia debe materializarse en forma directa e inmediata, sin intermediarios. La rendicin de cuentas, la transparencia, tanto en el sector pblico como en el privado cuando este tenga intereses estratgicos que in-terfieran los derechos de los ciudadanos, la evaluacin ante los elec-

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    tores, la integracin de esos mecanismos en el ejercicio del poder har a este verdaderamente democrtico.

    El contrato electoral o acuerdo entre gobernantes y goberna-dos es el que plasmar a travs de su cumplimiento la gua que muestre al pueblo el autntico bien y lo libre de engaos de quienes los dirigen o manipulan por intereses extraos al uso del poder de-mocrtico que el mismo pueblo puso en sus manos.

    La sucesin de lites (los nobles de los que hablaba Maquiave-lo) vuelve endogmico al propio sistema y aproxima la Repblica a la Monarqua en la que los derechos dinsticos estn por encima de los mritos democrticos y los deberes por debajo de los derechos.

    La continuidad de lites polticas en la detentacin del poder, a modo de patriciado romano, hace desconfiar al pueblo del siste-ma que propicia esa realidad y determina el divorcio entre dirigen-tes y administrados y que estos vuelvan la espalda a un mecanismo que pierde sentido buscando otras salidas o intereses.

    Los partidos: parte del problema y parte de la solucin

    Es muy habitual que, en mltiples debates polticos, tertulias, char-las de caf o conversaciones, surjan expresiones que descalifican a los partidos y a los polticos que los integran. La percepcin de que son estructuras opacas, oscuras, ms atentas a la consolidacin del poder en el propio aparato que al servicio a los dems, focos de co-rrupcin, de puertas giratorias, de aprovechamiento del poder, en vez de mecanismos de fortalecimiento ciudadano, es una sensacin tan peligrosa como permanente.

    Por ello, los partidos polticos esencia de la democracia no pueden convertirse en guetos separados, en iglesias obedientes o en fe-tiches sagrados e intocables, sino que deben ser plataformas de nego-ciacin, de intercambio y de dilogo: la funcin poltica es necesaria-mente un acto de valor que no puede huir de las confrontaciones, del anlisis profundo de las realidades, bajo pena de ser una farsa. Solo as

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    la accin poltica queda expuesta a los ciudadanos, transparente y prc-tica, lejos de oscuros hermetismos que se pueden convertir en rampas deslizantes hacia la corrupcin del poltico y al descrdito de su accin.

    En este sentido, dialogar no es claudicar, sino tener oportuni-dad de ceder ante los argumentos del adversario, superando un tipo de cultura poltica cerrilmente dualista que encona y crispa, que for-cejea intilmente y en la que los ciudadanos no encuentran valores de solidaridad, de rearme tico y de actitud honrada en el servicio pblico. En nuestro pas echamos de menos la honradez en los plan-teamientos polticos; necesitamos creer en que es posible confiar en quienes nos representan, y no solo acudir a ellos, como ellos a noso-tros, por meros intereses coyunturales o de conveniencia.

    En todo trance poltico es preciso abrir las ventanas del dilo-go, es necesario desentumecer la musculatura poltica de los repre-sentantes del pueblo, es imprescindible articular una sociedad ms solidaria, ms justa y ms dinmica, y en este empeo debe impli-carse el hombre pblico, servidor de la ciudadana.

    Es notorio que mis argumentos se plantean desde una mirada de izquierda, lo que significa vocacin por integrar a las minoras, hacerlas partcipes y promover la igualdad y la transparencia en las polticas p-blicas. Ser de izquierdas quiere decir creer en la defensa y promocin del Estado del Bienestar, sin menoscabar su capacidad de gestin, para poder garantizar los Derechos Humanos y sociales de la ciudadana, sin adelgazarlo para privatizarlo bajo los criterios de aumentar su efi-ciencia. Ser de izquierdas supone promover las herramientas para la movilidad social, la participacin, la transparencia, la meritocracia, la integracin en armona de todos los ciudadanos que conforman una sociedad a travs de polticas pblicas incluyentes y universales.

    La peste de la corrupcin

    Marco Aurelio (Reflexiones IX, 2) indicaba como sera propicio para un hombre agradecido el morir sin haber llegado a contagiarse de la

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    falsedad, la hipocresa y la vanidad del lujo. Consideraba que morir saciado de ello es morir dos veces. Para concluir en que la peste de la corrupcin es la peste de la inteligencia. A pesar de la antigedad de la cita, como bien dice Bertrand de Speville, no siempre se ha consi-derado la corrupcin como algo malo. Hasta hace relativamente poco, ciertos economistas respetables decan que en trminos eco-nmicos la corrupcin poda ser una cosa buena. Sin embargo, la afirmacin de que, en un sistema democrtico, ciertas dosis de co-rrupcin son necesarias para sostener el esquema de partidos polti-cos, que lleva a la aceptacin de irregularidades en su financiacin, es inaceptable porque la credibilidad de una formacin poltica debe radicar no solo en la coherencia ideolgica y el carcter democrtico de sus mecanismos, sino tambin en la transparencia de sus recur-sos, que ser el reflejo de la honradez de sus dirigentes.

    A pesar de que la corrupcin hunde sus races en la noche de los tiempos, en tiempos modernos, solo hace poco ms de veinti-cinco aos el mundo comenz a tener conciencia del problema y reconoci el poder destructivo de la corrupcin.

    Algunos fijan el impacto y reconocimiento en el colapso de la URSS. A partir de este momento Occidente dej de combatir para ganar la influencia de los Pases No Alineados, muchos de los cua-les estaban dominados por la corrupcin.

    En el rgimen totalitario con estructuras rgidas y control ab-soluto, las organizaciones criminales no tenan posibilidad de exis-tir porque su espacio lo cubra el Estado; al desaparecer aquel, las estructuras mafiosas se desplegaron en toda su amplitud llegando a cubrir todo el espacio disponible en los pases resultantes. Esta rea-lidad hizo que estos tomaran sbitamente la corrupcin en serio y la lucha contra la misma comenz a resultar prioritaria para orga-nismos internacionales y pases democrticos.

    De alguna forma se gener un consenso sobre los efectos, aun-que no sobre las causas. La corrupcin amenaza al Estado de De-recho, la democracia y los Derechos Humanos, socava la goberna-bilidad y la imparcialidad e independencia judicial, distorsiona la

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    competitividad, obstaculiza el desarrollo econmico y pone en pe-ligro la estabilidad de las instituciones democrticas y la base moral de la sociedad. (Prembulo de la Convencin Penal sobre la co-rrupcin del Consejo de Europa).

    Quedaba clara tambin la vinculacin, que se extiende hasta el da de hoy en mltiples pases, entre corrupcin y crimen organizado, has-ta el punto de afirmar que la primera es un instrumento idneo para la expansin, consolidacin e impunidad del segundo. Asimismo, apare-can vnculos entre el lavado de activos y el terrorismo. Michael Hersh-man seala cmo la bomba que mat en un teatro de Mosc a ms de 100 personas fue transportada en un autobs desde Grozny (Cheche-nia) que fue detenido cincuenta veces en barricadas, y en cada ocasin, se pag un soborno y dej de efectuarse una inspeccin.

    El concepto de corrupcin es confuso y amplio porque en su sentido fsico es aplicable a cualquier objeto, y en sus aspectos inte-lectual, sentimental, poltico, social y econmico, al ser humano en general. Se trata de un fenmeno global cuyas prcticas estn pre-sentes en los diferentes estratos y niveles de la sociedad. Aunque se ha convertido en un tema de moda, siempre ha existido.

    Hoy en da, la corrupcin, tanto la que afecta al sector pblico como al privado, es uno de los mayores desafos a los que se enfren-tan las sociedades, tanto las ms avanzadas como las menos desa-rrolladas. En ambos casos supone un riesgo que afecta a la propia esencia de los valores democrticos, en un triple sentido:

    1. Los principios de mercado en los que se asienta el poder econmico y financiero de los Estados y la sociedad civil se ven alterados, pudiendo verse comprometidos los merca-dos internacionales. Tnganse en cuenta los acontecimien-tos financieros que motivaron la crisis del 2008, que afec-taron a los mercados y economas mundiales, todava no superados.

    2. La quiebra y prdida de los valores de confianza y respeto de los ciudadanos en las instituciones pblicas y privadas.

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    3. El peligro de infiltracin de los grupos organizados en las es-tructuras de los poderes del Estado, que en definitiva puede suponer un ataque o menoscabo de los principios de liber-tad, seguridad y justicia. Al respecto podemos tomar como ejemplo los casos de Mxico (55.000 muertos y casi 30.000 desaparecidos a causa del crimen organizado en los ltimos diez aos) y especialmente el del denominado nuevo trin-gulo de oro: Guatemala, Honduras y El Salvador, donde los grupos criminales organizados detentan el poder absoluto, ante la falta de institucionalidad, o estn cuestionando al propio Estado, que, a pesar de la ayuda a la justicia nacional de mecanismos internacionales como las comisiones de la ONU y la OEA para combatir la corrupcin y el crimen or-ganizado, se ve impotente para responder con una poltica eficaz ante la magnitud del desafo y la corrupcin generali-zada en todas las estructuras del Estado. O el del aumento del trfico internacional de herona, con la reactivacin de los mercados internacionales que la comercializan. Afganis-tn, de nuevo, se ha puesto al frente de este trfico ilcito.

    El Banco Mundial, en su Informe sobre el Desarrollo Mun-dial del ya lejano ao 1997, defina el fenmeno de la corrupcin como el abuso de autoridad pblica para conseguir un beneficio privado. El enunciado sigue plenamente vigente. Las motivaciones de quienes caen en la corrupcin van ms all de lo econmico. La propia conviccin, el odio, la venganza, los intereses de cualquier orden, incluido el de favorecer a los suyos, pueden corromper a una persona, aunque no se lucre ni beneficie de otra forma. Hoy, sigue siendo vlida esta reflexin. Lo nico que ha cambiado son las fr-mulas ms sofisticadas para hacerla efectiva.

    La corrupcin, sobre todo y con independencia de su clase, es un fenmeno que genera injusticia y desigualdad entre los ciudadanos y desconfianza entre los mismos y las instituciones que los representan. As, ante la falta de respuestas adecuadas por parte de quienes tendran

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    obligacin de perseguir las prcticas corruptas y no lo hacen, se presu-me la corrupcin del sistema. De esta forma aumenta el desinters por la defensa de lo pblico y crece la apata ante la necesidad de generar un rearme tico que tenga como base la educacin y el aprendizaje y que sirva para hacer frente al fenmeno a medio y largo plazo.

    La corrupcin poltica, de la mano de la econmica, se traduce en una especie de privatizacin del Estado. Quienes deberan ser-virlo pasan a ser dueos de aquellos elementos pblicos que ges-tionan tomando as fuerza el concepto de patrimonializacin de los mismos, en detrimento de la idea democrtica de atencin al ciu-dadano que debera regirlos.

    Si uno de los significados de la corrupcin es la utilizacin de un cargo pblico en beneficio propio, tendremos que asumir que las ganancias que consiguen los corruptos con sus actividades per-judican a todos los ciudadanos en general, por cuanto suponen o generan una especie de impuesto implcito al que se refera en 2011 el presidente en Espaa de Transparencia Internacional cuan-do hablaba de sobreprecios en las obras y servicios pblicos. Por tal razn, deberan devolver lo obtenido por estas prcticas.

    Si adems se aade que el objeto de la corrupcin, en el sentido del bien producido, objeto de consumo, carece de los controles de calidad adecuados o de la seguridad precisa y eso perjudica a los ciu-dadanos, la pregunta es cmo, a pesar de ello, la corrupcin es algo consentido o disculpado por aquellos, en Espaa en particular, has-ta el punto de no castigar a polticos corruptos en las urnas, o asu-miendo que todos son iguales? Cul es la causa real y verdadera por la que, partiendo de esa realidad, importe o se valore ms que no te sorprendan que el hecho mismo del comportamiento corrupto?

    Es decir, se descubre en forma muy preocupante que la co-rrupcin es un fenmeno que, aunque rechazado en las encuestas, es aceptado socialmente en Espaa (el 61,6 por ciento piensa que los espaoles somos tolerantes con la corrupcin) y ha supuesto la creacin de una clase de personas que viven de la sumisin de la po-ltica a los intereses particulares.

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    La era del crimen organizado

    Raymond Aron identifica la dialctica del antagonismo a travs de tres conceptos que constituyen modos de actuacin orientados a in-fluir en la conducta de los dems hombres considerados como obje-tos o entes neutros. Son la disuasin, la persecucin y la subversin.

    Por su parte, Jean Franois Gayrand subraya que la ley del an-tagonismo reposa en tres modos de accin similares: la intimida-cin, la corrupcin y el asesinato. Estas tres armas se valen de dos sentimientos naturales y universales que a la vez son motores que se predican de la naturaleza humana: el miedo y la codicia. El temor generalizado permite economizar y evitar el uso de la violencia. Cuando el miedo no es suficiente (intimidacin), el inters (co-rrupcin) puede resultar muy eficaz. De hecho, la intimidacin y la corrupcin son dos procesos ntimamente unidos: un individuo tambin puede dejarse corromper por miedo.

    Es sabido que las mafias, parafraseando a Carlo Alberto Brios-chi, prefieren estrategias de baja intensidad y que escogen estra-tegias de baja visibilidad, con un control estricto de la violencia. Un proverbio siciliano afirma que el crimen perfecto es el que hace desaparecer el cuerpo y el recuerdo de lo ocurrido.

    Una mafia necesita para su supervivencia el control del apara-to poltico de un pas, una regin o un municipio. Con ello consi-gue dos objetivos: neutralizar la persecucin de sus miembros y apoderarse de los recursos econmicos.

    Esencialmente, el mafioso es un animal econmico que apro-vecha las libertades y las oportunidades que le brinda el sistema po-ltico para corromper y enriquecerse, o mejor dicho, para enrique-cerse a travs de la corrupcin, por lo que esta no es un fin en s misma, sino un instrumento del que se sirve. Todo aquello que pueda corromperse y manipularse lo ser por el mafioso, que se convierte en un demcrata neutro, como deca Tomaso Busceta, el mafioso arrepentido que dio lugar al maxiproceso contra la mafia en Sicilia.

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